ANTOLOGÍA DE LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL DE BOLIVIA

Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

Isabel Mesa Gisbert (Antologadora) Mesa Gisbert, Isabel Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia 1ra. edición, La Paz, Bolivia: Biblioteca del Bicentenario de Bolivia, 2015 496 p.; 23 x 15 cm. (narrativa, poesía, teatro) isbn: 978 - 99974 - 847 - 5 - 8

Diseño de línea gráfi ca: Laboratorio de diseño de la BBB

Edición: Fernando Barrientos, Isabel Mesa Corrección: Coordinación de la Biblioteca del Bicentenario de Bolivia Diagramación: Sergio Vega, José Manuel Zuleta Ilustración de tapa: Paola Guardia Ilustraciones interiores: Jorge Dávalos, Paola Guardia y Romanet Zárate

Derechos de la presente edición, noviembre de 2015 © Isabel Mesa Gisbert (antologadora) © Vicepresidencia del Estado Plurinacional de Bolivia Calle Ayacucho Nº 308 La Paz, Bolivia (591 2) 2142000 Casilla Nº 7056, Correo Central, La Paz

Los derechos morales de las obras contenidas en la presente antología pertenecen a los autores, herederos, causahabientes y/o cesionarios, según sea el caso.

© Del Estudio introductorio, Isabel Mesa Gisbert, 2015

Primera edición: noviembre de 2015

4.000 ejemplares dl: 4 - 1 - 2699 - 14 isbn: 978 - 99974 - 847 - 5 - 8

Imprenta: Artes Gráfi cas Sagitario S.A. Impreso en Bolivia Índice

Presentación [9]

Estudio introductorio [15] I. Pioneros de la literatura infantil y juvenil (1920 - 1979) [47]

Antonio Díaz Villamil [49] Teatro escolar (1939) Retamita [49] Muñecas de bazar [60]

Óscar Alfaro [71] Alfabeto de estrellas (1950) Vendedora de Kantutas [71] Las bolitas de cristal [73] Cuentos Fascículo no.1 Colección Alfaro (1962) El pájaro de fuego [74] Colección Alfaro Cuentos para niños tomo no.2 (1982) El cuento del hilo de agua [78]

Beatriz Schulze Arana [83] Pompas de jabón (1963) Nostalgia marina [83] Disidencia [85] La princesita Calipso y el Fauno-Ruiseñor [88]

Hugo Molina Viaña [93] Vicuncela (1977) Canción para una vicuña [93]

José Camarlinghi [107] Cuando yo era trencito (1978) [107]

Yolanda Bedregal [113] El cántaro del angelito (1979) El cántaro del angelito [113] Baladita de la araña fea [116] ¿De qué estará hecha la luna? [119]

[5] 6 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

¿Por qué será? [120] La polilla [121] Rosa y niña [122] Imilla [124] El libro de Juanito (2009) [125]

Rosa Fernández de Carrasco [133] Teatro infantil (1992) Noche de luciérnagas [133]

Elda Alarcón de Cárdenas [141] Manuelito de la Candelaria (2002) Manuelito entre los pastores [141]

II. Nueva literatura infantil y juvenil (1980 - 1999) [145]

Carlos Vera Vargas [147] Mi burrito se llama Carmelo (1982) [147] El vuelo del murciélago barba de pétalo (2009) [152]

Gaby Vallejo Canedo [201] Detrás de los sueños (1986) Wara y el sudor del sol [201]

Gigia Talarico [205] Comiendo estrellas (1987) Comiendo estrellas [205] Los tres deseos (1993) La flauta [209]

Manuel Vargas [213] Cuentos tristes (1987) Jacinta [213] Los descubrimientos de Domingo Segundo (1998) [220]

Giancarla de Quiroga [251] De angustias e (1989) Se llamará Cristóbal [251]

Rosalba Guzmán Soriano [255] La revobulliprotesta (1991) [255] Conquistando a Lindolfo (2008) [264] Índice 7

Aida Soria Galvarro [323] Phushka (1994) Phushka [323]

David Acebey [325] Romances de Tobiano y Florlinda (1997) Romances de Tobiano y Florlinda [325]

Claudia Adriázola Arze [331] Ángeles, abuelas y lunas (1998) Los botones [331] III. Literatura infantil y juvenil contemporánea (2000 - 2015) [337]

Liliana De la Quintana [339] La abuela grillo (2000) [339]

Rosario Quiroga de Urquieta [345] En las pupilas de porcelana (2003) [345]

Isabel Mesa Gisbert [353] La fl auta de plata (2005) El cuarto oscuro [353]

Luz Cejas de Aracena [359] La gruta embrujada (2006) [359]

Verónica Linares Perou [367] Zacarías (2007) [367] En busca de un caballito de mar (2011) [376]

Mariana Ruiz Romero [413] Uma y el tren a las estrellas (2012) [413]

Anexos [431] Reseñas de las mejores novelas de la literatura infantil y juvenil de Bolivia (1962 – 2015) [433] José Camarlinghi, Cara sucia (1962) [435]

Gastón Suárez, Mallko (1974) [438] 8 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

Gladys Dávalos Arze, Ururi y los sin chapa (1998) [441]

Isabel Mesa Gisbert, La pluma de miguel: una aventura en los andes (1998) [445]

Stefan Gurtner, El grano verde (2004) [448]

Rosalba Guzmán Soriano, Conquistando a Lindolfo (2008) [450]

Carlos Vera Vargas, El vuelo del murciélago barba de pétalo (2009) [453]

Verónica Linares Perou, En busca de un caballito de mar (2010) [457]

Brayan Mamani, Academia europa (2010) [459]

Roger Otero Lorent, Lo bonito de ser feos (2011) [462]

César Herrera, El día mas triste de más bella (2013) [464]

Gaby Vallejo Canedo, Tatuaje mayor (2009) [467]

Escritores bolivianos de literatura infantil y juvenil [469]

Bibliografía [477]

Biografías [483]

Acta del Comité Asesor [489] Lista de las 200 obras de la BBB [491] Información institucional [495] La Biblioteca del Bicentenario de Bolivia

Álvaro García Linera

no de los principales problemas en la formación educativa de los estudiantes tanto de nivel secundario como uni- Uversitario es, por decirlo de alguna manera, su relaciona- miento confl ictivo con los libros; es decir, la difi cultad que tienen para apropiarse de la información y el conocimiento universal depositado en el soporte material de los textos impresos. A lo largo de mi trabajo académico universitario, he podido detectar diversos componentes de esta relación confl ictiva. Uno de ellos, el débil hábito de la lectura o, en otras palabras, el rechazo, la negativa o resistencia del estudiante para dedicarle tiempo, es- fuerzo, horas y disciplina a su acercamiento con el conocimiento de manera sistemática, rigurosa y planifi cada. La tendencia a buscar el resumen rápido en vez de esforzarse por sumergirse en la narrativa del texto, a copiar del compañero en vez de escudriñar la estructura lógica o los detalles de la argumentación de la obra, es mayoritaria. Se trata de una ausencia de paciencia y disciplina mental, y, a la larga, de una falta de aprecio por el trabajo intelectual, que hace que el estudiante se aproxime al conocimiento universal en distintas áreas –ciencias naturales, ciencias exactas y ciencias sociales– de manera superfi cial, mediocre y poco rigurosa. Un segundo problema es la falta de comprensión de lo que se lee, la carencia de métodos para una lectura que posibilite encon-

[9] 10 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

trar el núcleo argumental y sedimentar en el cerebro el conjunto de información, procedimientos y resultados que están presentes en los libros e investigaciones. Por lo general, la capacidad de comprensión y retención de lo leído es bajísima. Eso signifi ca que, además del ya reducido esfuerzo que el estudiante promedio des- pliega en la lectura, gran parte del mismo resulta inútil porque ni siquiera consigue aprehender el núcleo argumental de lo planteado y escrito por el autor. Estos son problemas estructurales que se arrastran desde la formación educativa escolar y que requieren de una transforma- ción igualmente estructural de la formación educativa básica, de la disciplina educativa, de la facultad para construir lógicamente los conceptos y de la inculcación de hábitos duraderos de investigación y métodos de estudio. Otro problema que se presenta en la formación educativa de los colegiales y de los universitarios, en particular, es el acceso a la información y documentación, a la disponibilidad de publicaciones y su acceso a los conocimientos que nos brindan. Ciertamente, existen libros útiles y libros irrelevantes. Sin embargo, no cabe duda que el texto escrito –ya sea bajo el soporte material de impresión (libro impreso) o de información digitalizada (libro digital)– representa, en la actualidad, el lugar fundamental de preservación del conocimiento que los seres humanos han sido capaces de producir en los últimos 5.000 años de vida social. En todo caso, esto no niega la presencia de otros soportes de infor- mación como el que se encuentra, por ejemplo, en el cuerpo, en la experiencia; mas, aun así, la única manera de universalizar y socializar ese conocimiento e información sigue siendo el texto escrito: el libro. El conocimiento, en calidad de bien común universal y no únicamente como sabiduría local, tiene su base material en los libros. Desafortunadamente, el acceso a ellos no es siempre uni- versal. Por ejemplo, en nuestro país, dado que generalmente los textos de mayor referencia en el campo académico son de edición extranjera, gran parte de ellos tienen costos elevados o son de difícil acceso para los estudiantes. Adicionalmente, nuestras bibliotecas poseen obras editadas décadas atrás, de relevancia relativa para la formación académica. Por otro lado, nuestras librerías presentan una limitada disponibilidad de obras producidas en el extranjero Presentación 11

(no más de 20 ejemplares por cada título), cuyos únicos destina- tarios se convierten en un grupo de expertos; mientras que, en el caso de las obras editadas en Bolivia, aquellas a las que se tiene acceso no siempre son las más adecuadas o necesarias para la for- mación educativa estudiantil. Entonces, las difi cultades que tienen los alumnos para acceder de manera directa a las publicaciones e investigaciones más relevantes, recientes, sólidas y mejor elabo- radas, que les permitan potenciar su formación académica en las diferentes áreas de estudio, son notorias. Con tristeza he podido atestiguar en la universidad que parte de la autoridad académica de algunos profesores, lejos de sostener- se en su capacidad intelectual o didáctica –y mucho menos en su capacidad de síntesis o investigación–, se sustenta en la mezquin- dad o el monopolio del acceso a ciertos libros necesarios para su materia. He visto a profesores facilitar a sus alumnos simplemente algunos capítulos de una obra importante, preservando para sí el resto a fi n de poder contar con un mayor conocimiento que ellos. De hecho, algunos profesores conservan su autoridad académica y su puesto no –como se podría esperar– gracias a su mayor capa- cidad de conocimiento e investigación, sino porque básicamente restringen o conservan el monopolio de tal o cual investigación y/o publicación, que difunden a sus estudiantes de manera selectiva y a cuenta gotas. ¿Cómo ayudar a superar estos límites en la formación acadé- mica estudiantil y universitaria? ¿Cómo facilitar el acceso de los estudiantes a las publicaciones más importantes, de manera rápida, fácil y barata, para que coadyuven con su formación intelectual y académica? ¿Cómo inculcarles la idea de que un buen alumno no depende de su capacidad adquisitiva para la compra de determina- dos libros o de la buena voluntad del profesor para proporcionarle las respectivas fotocopias, sino de su formación en la construcción de esquemas lógicos, de su capacidad de análisis, síntesis e inves- tigación, y de su capacidad de sedimentación e innovación de las investigaciones y/o aportes realizados en diferentes latitudes del país o del mundo? Esta preocupación constituye, pues, el punto de partida del nacimiento de este destacable proyecto. Lejos de pretender la mera publicación de 200 obras relucientes para ser guardadas en los rincones o anaqueles de algunas bibliotecas (particulares o perte- 12 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

necientes a instituciones públicas o privadas), sin utilidad alguna, la Biblioteca del Bicentenario de Bolivia (bbb) nace con una función práctica muy clara: apoyar a ese trabajo de acercamiento profundo a la lectura por parte de estudiantes, investigadores y ciudadanía, en general, facilitándoles el acceso a las 200 publicaciones más im- portantes y necesarias para la comprensión de la realidad boliviana en los últimos siglos y preparando para ello planes de distribución nacional y fomento a lectura de los mismos. ¿Por qué 200 libros o publicaciones? En reconocimiento a los 200 años de independencia y fundación de Bolivia, cuya celebración tendrá lugar el año 2025. Nuestro deseo habría sido que ese objetivo (de acceso fácil, rápido y barato de los lectores bolivianos y bolivianas a las 200 investigaciones más importantes del país) abarcara todas las áreas de la formación académica (desde las ciencias exactas y naturales hasta las ciencias sociales), pero queda claro que, en las circuns- tancias actuales, esto resulta imposible. Por ello, el trabajo de selección tuvo que enmarcarse a un con- junto de estudios referidos a Bolivia a lo largo de los últimos 400 o 500 años que, en su mayoría, abarcan la historia social, económica y política boliviana, aunque también contemplan la literatura, la cultura y las artes, entre otras áreas. Se trata de textos –muchos de ellos de difícil acceso– publicados años atrás, pero nunca más reeditados; o publicados en otras partes del mundo, pero de difícil acceso para el estudiante; o publicados recientemente, pero con costos elevados y excluyentes. Nuestra tarea consistió en juntarlos e incorporarlos en una biblioteca a la que estudiosos e investigadores del país entero, pero, en particular, jóvenes escolares, colegiales y universitarios, puedan acceder de manera sencilla. Para llevar adelante el proyecto con éxito, se tomó la decisión de reunir a importantes –si no es que a los mejores– investigadores y estudiosos de las distintas áreas de las ciencias sociales, artes y letras para que, en un largo debate conjunto, ordenado a través de comisiones temáticas, fueran seleccionando, a partir de cientos de títulos disponibles, los 200 más importantes para la comprensión de la historia y el pensamiento de nuestro país. Para nosotros fue determinante que este proceso de selección fuese realizado con la mayor pluralidad posible. Por ello, los más Presentación 13

de 30 notables estudiosos de la realidad boliviana (la mayor parte de ellos residentes en territorio nacional y otros en el extranjero) invitados a conformar el Comité Editorial de la Biblioteca del Bicentenario de Bolivia, trabajaron en base a un amplio catálogo, que superó los 1.000 títulos, elaborado gracias a sus sugerencias, las de decenas de especialistas invitados y la participación direc- ta de la ciudadanía, a través de la web del proyecto y mediante formularios en físicos recabados en ferias del libro a lo largo y ancho del país. Este gran esfuerzo colectivo y estatal por brindar a la juventud estudiosa un material de calidad, decisivo para la comprensión de la formación de la sociedad, el Estado, la economía y la estructura social boliviana en los últimos siglos, queda sintetizado en cuatro colecciones que engloban las 200 obras seleccionadas: 1. Historias y Geografías (69 textos), 2. Letras y Artes (72 textos), 3) Sociedades (49 textos) y 4) Diccionarios (10 textos). La Biblioteca del Bicentenario de Bolivia no habría sido posi- ble sin la participación comprometida de todas las personas que apoyaron a su realización. Un agradecimiento especial al Director del Centro de Investigaciones Sociales de la Vicepresidencia (CIS), Amaru Villanueva; a la Coordinadora Académica del CIS, Xime- na Soruco; al equipo de la Coordinación General del Proyecto; y, por supuesto, a todos los miembros del Comité Editorial que trabajaron de manera gratuita en largas y apasionantes reunio- nes, durante más de seis meses, en procura de seleccionar esas 200 obras imprescindibles para la comprensión de la historia de nuestro país. Nuestros reconocimientos para: Adolfo Cáceres Romero, Alba María Paz Soldán, Ana María Lema, Bea- triz Rossell, Carlos Mesa, Claudia Rivera, Eduardo Trigo, Elías Blanco Mamani, Esteban Ticona, Fernando Barrientos, Fernando Mayorga, Germán Choquehuanca, Godofredo Sandoval, Gustavo Rodríguez, Hans van den Berg, Isaac Sandoval, José Antonio Qui- roga, José Roberto Arze, Juan Carlos Fernández, Jürgen Riester, Luis Oporto, María Luisa Soux, Mariano Baptista Gumucio, Pablo Quisbert, Pedro Querejazu, Pilar Gamarra, Ramón Rocha Mon- rroy, Roberto Choque, Rubén Vargas, Verónica Cereceda, Xavier Albó y Ximena Soruco. Es indudable que toda formación pasa por el tamiz de la lec- tura, estudio y abordaje del conocimiento depositado en los libros. 14 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

La bbb ha sido imaginada como una herramienta de estudio y formación para los ciudadanos de nuestro país. Nuestro mayor deseo es que estos 200 libros no queden inma- culados y sin uso en el rincón de alguna biblioteca, sino que sean leídos, debatidos y comentados por estudiantes e investigadores que se sumerjan en sus páginas y líneas marcándolas, subrayándo- las; tomando notas en sus bordes y márgenes procesas, transformar y utilizar su conocimiento e información. Si en los siguientes meses o años vemos a jóvenes estudiantes con una obra de la Biblioteca del Bicentenario de Bolivia en la mano, debatiendo o refl exionando acerca de tal o cual idea o tal o cual capítulo; entonces, el objetivo y la misión de nuestra Biblioteca se habrá cumplido: ayudar a la formación de una nueva generación de estudiantes con una mejor capacidad intelectiva, de estudio, análisis e investigación en el ámbito de la realidad social boliviana. Estudio introductorio

Isabel Mesa Gisbert

s importante para la literatura infantil boliviana contar con una antología que permita tener un panorama general de E escritores, obras, corrientes y géneros dirigidos al público infantil y juvenil. Si bien existen en el país algunas antologías de literatura infantil, la mayoría se avoca a un solo género: el cuen- to. Por lo tanto, se hace necesaria una recopilación que ofrezca una variedad de géneros literarios en el marco de una propuesta nacional, en la que escritores de distintas partes de Bolivia estén presentes con obras de calidad, trascendencia e impacto en el público lector. Es cierto que una antología es siempre subjetiva y que plantea el punto de vista del antologador; por lo tanto, es probable que se dejen afuera algunos autores y de pronto también algunos es- critos. Sin embargo, de lo que se trata es de mostrar aquello que ejemplifi ca, lo que ha marcado un hito, lo que ha trascendido, lo que en su individualidad es de gran calidad pero que, como pieza que forma parte de un enorme rompecabezas, sea capaz de aportar a aquel corpus que nos habla del inicio, de las tendencias, de las infl uencias, de los estancamientos y de los cambios en la literatura infantil y juvenil boliviana. Esta selección de obras tiene como primer criterio valorar la calidad literaria de cada uno de los escritos. En segundo lugar, se ha considerado el impacto que cada obra tuvo en los lectores y, por

[15] 16 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

ende, su trascendencia en el tiempo. Finalmente, y no ha sido menos importante, la reunión en una sola obra de autores de distintas par- tes del país con un talento especial para contar a los niños y niñas bolivianas sobre la diversidad cultural de Bolivia y del mundo sin subestimar a su destinatario.

Organización de la obra

Tomando en cuenta los criterios anteriores, la antología se ha di- vidido de manera cronológica en tres partes, en las que se pueden distinguir una primera generación de pioneros, que en primera instancia se destacó en poesía y teatro (1920 - 1979); una segunda generación que desarrolla el cuento regionalizado, costumbrista y tradicional (1980 - 1999); y una tercera generación que rompe con los esquemas tradicionales, que se abre a temáticas distintas a lo exclusivamente nacional, pero que también mira la diversidad cultural como una riqueza y un aporte al país (2000 - 2015). La antología se complementa con algunos anexos. El primero se refi ere exclusivamente a la novela, quizás el género más im- portante en la literatura infantil de las últimas décadas, por su aporte en cuanto a novedad temática y estructura literaria. Esta parte se compone de 12 reseñas sobre las novelas más importan- tes de la literatura infantil y juvenil boliviana; aquellas que, por su calidad literaria, impacto en los lectores, trascendencia en el tiempo y difusión cultural, marcan un hito fundamental en la narrativa infantil (1962 - 2015). Si bien forman parte de esta antología 29 autores, se adjunta también, en un segundo anexo, un cuadro esquemático con una exhaustiva información de referencia sobre otras obras de estos autores y, además, con textos de otros escritores que no son parte de esta selección. Siendo esta una antología en la que las obras son el refe- rente más importante, se ha seguido un orden cronológico que respeta la fecha de publicación de cada una de ellas. Cuando el autor tiene mas de un escrito seleccionado, ambos se han puesto juntos respetando la fecha de publicación del más antiguo; de esa manera, el lector puede relacionar ambas obras con el mismo escritor. Cada uno de los autores que forman parte de este libro cuenta, además, con una pequeña biografía de referencia que Estudio introductorio 17

ubica al lector en el espacio y en el tiempo al que pertenece. Las biografías están al fi nal de la antología y van de acuerdo al orden cronológico de las obras. Muchos de los textos seleccionados en la antología, sobre todo cuentos, poemas y obras de teatro, son parte de una publicación con varios escritos del mismo autor. Por eso, tanto en el índice como en el interior de la antología, primero se menciona el título de la publicación y, debajo, el título de la obra seleccionada.

Sobre las ilustraciones

La ilustración es, sin duda, un aspecto fundamental para toda obra de literatura infantil o juvenil. Elemento complementario al texto, plasma en una página imágenes que el niño construye de manera paralela en su mente al leer la historia, permitiéndole otro tipo de interpretación: la visual. La lectura de imagen desarrolla una capacidad distinta a la lectura literal, es aquella que se realiza a lo largo y ancho de una página siguiendo cualquier dirección, muy al contrario del texto cuya lectura es exclusivamente lineal. A lo largo de la historia de la literatura infantil en nuestro país existen muchas obras ilustradas, la mayoría realizadas por los mismos autores o por amigos que realizaban el trabajo más como un favor que como una profesión, pues era impensable un trabajo dedicado solamente a la ilustración infantil como ocurre en nuestros días. En casi un siglo de literatura infantil boliviana podemos apreciar el gran contraste que existe entre las primeras ilustraciones y las actuales. Las primeras eran sencillas, a un solo color y con un estilo estrictamente local y tradicional. En contra- posición, hoy podemos encontrar propuestas creativas e innova- doras de una generación de ilustradores que surgen en la última década del siglo xx gracias al crecimiento y difusión de la literatura infantil, no solamente en Latinoamérica sino también en Bolivia. Muchos de estos ilustradores empiezan a dedicar su trayectoria artística exclusivamente a la literatura infantil, a partir de una gran demanda de textos escolares y obras infantiles debido al impulso que da la Reforma Educativa de 1994 a las bibliotecas de aula. Esta antología estaría inconclusa si no contara con ilustracio- nes, en este caso realizadas con exclusividad por reconocidos artis- tas que tienen una larga trayectoria en el campo de la ilustración 18 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

infantil. Un reconocimiento y agradecimiento especial a Romanet Zárate, Paola Guardia y Jorge Dávalos cuyas ilustraciones darán vida a los personajes de cada una de las obras.

Breve panorama histórico de la literatura infantil

La literatura infantil, conocida como aquella producción de textos que tiene un toque artístico, pero sobre todo creativo, y cuyo desti- natario es el público infantil, surge como una rama independiente de la literatura recién en la segunda mitad del siglo xviii; entendida como la producción editorial pensada exclusivamente para niños. Durante la Edad Media y la Edad Moderna no existía una literatura destinada a los niños. Las lecturas de esa época tenían el objetivo de enseñar valores y difundir dogmas. La única lectura para niños eran los bestiarios, silabarios y abecedarios. Durante los siglos xvii, xviii y xix Charles Perrault, los hermanos Grimm y Hans Christian Andersen comparten una literatura de características comunes. Sus cuentos son todos de origen popular, historias que llegan a ellos gracias a la tradición oral, con un toque de fantasía y sucesos moralistas que estos autores recopilan y expresan por escrito. Pese a que estos cuentos tuvieron una gran difusión en Europa, el concepto de infancia como una etapa en la vida del ser humano, recién se establece a fi nes del siglo xix. En la segunda mitad del xix, estos cuentos empiezan a compartir su espacio literario con narraciones más largas que se transforman en novelas de aventuras con diversidad de personajes y una estructura más compleja. Auto- res como Daniel Defoe, R. L. Stevenson, Jack London, Julio Verne, Lewis Carrol y J. M. Barrie publican obras que no fueron concebidas pensando en niños o en jóvenes como destinatario fi nal; sin embar- go, fueron los propios lectores quienes, en sus distintas etapas de crecimiento, fueron apropiándose de estas lecturas creando ellos mismos un nuevo concepto: el de la infancia. Latinoamérica tiene su propia historia de la literatura infantil. La gran variedad de cuentos de la tradición oral provienen de dos fuentes. La primera, expresada por las comunidades indígenas que habitan el continente y que, carentes de un alfabeto escrito convencional, es recopilada en primera instancia por los cronis- Estudio introductorio 19

tas españoles que llegan en la primera mitad del siglo xvi. Y la segunda, se refi ere a las historias orales que llegan de España con los conquistadores y que, una vez conocidas en América, fueron adaptadas al ambiente y personajes locales adquiriendo versiones propias. Las órdenes religiosas dedican gran parte de su tiempo a la alfabetización de los indígenas mediante catecismos y abecedarios, y otros libros exclusivamente didácticos y educativos. El especialista Manuel Peña afi rma que estos libros presentan a niños modelos y tienen casi siempre un ideal moralista, religioso y patriótico. [Por otro lado] La editorial española Calleja, de don Saturnino Calleja, difunde los cuentos clásicos en versiones adaptadas para los niños de habla hispana, tanto en España como en Latinoamérica. Son libros muy bellos que a menudo venían en cajitas de lata o pequeños estuches para estimular el disfrute y el coleccionismo. (Peña Muñoz, 2013)

Con el fin del periodo colonial, los escritores latinoamericanos se desligan poco a poco de la influencia europea para caminar por cuenta propia. Entonces surge una literatura que va más allá de las fronteras de cada país, impacta a muchos lectores del continente, permanece vigente por años hasta convertirse en clásica. Esto ocurre también con la literatura infantil y juvenil. De esa manera surgen fi guras importantes que publican una literatura de calidad dedicada a los niños, como el colombiano Rafael Pombo, desde 1867. Otros escritores clásicos de fi nes del siglo xix son el cubano José Martí, con su famosa Edad de oro, y Rubén Darío en Nicaragua. A principios del siglo xx destacan los uruguayos Constancio Vigil, que fundó Billiken, una de las revistas infantiles más importantes, y Horacio Quiroga con sus Cuentos de la selva. En los años 30 y 40 aparecen el brasilero José Monteiro Lobato y la chilena Marcela Paz con Papelucho. A mediados del siglo xx, ya con una literatura infantil cons- tituida, surgen los estudiosos que emprenden el camino de la refl exión crítica y el interés por el estudio de este campo literario. Todo esto conduce, en un proceso lento pero serio, a una toma de conciencia universal sobre la importancia de la literatura infantil y la demanda de tomarla en cuenta con respeto como otra rama de la literatura. 20 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

Pioneros de la literatura infantil boliviana (1920 - 1979)

La literatura infantil aparece tardíamente en Bolivia en relación a muchos países latinoamericanos que publican sus primeros libros en la segunda mitad del siglo xix. El inicio se da gracias a dos factores fundamentales. Los primeros autores eran en su mayoría maestros y poetas, con una gran cercanía y relación con los niños, vieron la necesidad de contar con publicaciones infantiles apropiadas en un mundo diseñado solo para adultos. Posteriormente, estos autores, ligados por el ámbito profesional en el que se desenvolvían se unieron con el objetivo de escribir también para niños. Es muy importante resaltar que todos estos autores pertene- cían a la zona andina del país; eran paceños, orureños y potosinos. Con tres excepciones: Joaquín Gantier, que publicó dos obras importantes de teatro infantil y juvenil –una de 1940 y otra de 1962– en Sucre1; Óscar Alfaro, que también realizó una carrera solitaria en Tarija; y Rosa Fernández que, siendo cochabambina, vivió desde muy joven en La Paz. Los primeros autores vallunos y de la zona oriental surgieron a partir de los años 80. A principios del siglo xx son dos o tres los autores bolivianos que, de manera aislada, publican obras destinadas exclusivamente para los niños. Antonio Díaz Villamil es el primero que en su libro Leyendas de mi tierra (1922) cuenta las historias de la tradición oral manteniendo un diálogo personal con los niños y dirigiéndose a ellos con un aire de complicidad que se da por primera vez en un libro escolar. La lucha por la libertad había sido iniciada por nuestros mayores, sin más base que su fervor patriótico…”; “Ese pueblo es, queridos lectorcitos, nuestra amada patria”; “Al fi n, nuestro héroe, en quién mis simpáticos lectorcitos habrán, sin duda, reconocido al dios Pa- chacamaj en fi gura de hombre, había logrado congregar al pueblo sobre la misión que traía… ( Diaz Villamil, 1995: 46)

Esta forma de escribir confirma que Díaz Villamil, a pesar de un voca- bulario muy de la época, ya pensaba en un destinatario infantil.

1 Joaquín Gantier escribió Teatro. Piezas breves (1940) y Teatro Boliviano para Escuelas, Colegios y Conjuntos de Afi cionados (1962) Estudio introductorio 21

Este primer periodo, arranca precisamente en 1922 con dos géneros: la leyenda y el teatro. Posteriormente, recién hacia 1948, se unirán la poesía y el cuento. La novela, en cambio, surge por primera vez en los años 60 con un solo libro, Cara sucia, reaparece tímidamente en los años 80 y toma mayor fuerza a partir de los 90. Lamentablemente, el teatro y la poesía, que tienen su auge entre los años 50 y 80, desaparecen hasta casi extinguirse. El siglo xx en Bolivia comienza con la Guerra Federal (1899). Es el momento en el que los liberales toman las riendas del país. Tras una cruenta guerra civil se traslada la sede de gobierno de Sucre a La Paz, coincidiendo con un desplazamiento económico de la mi- nería de la plata a la del estaño y un dominio de los terratenientes del altiplano. Es también el momento del mayor levantamiento indígena desde la creación de la república como producto de la efímera alianza entre José Manuel Pando, caudillo liberal, y Pablo Zárate Wilka, jefe indígena aymara. Entre 1900 y 1920, el liberalismo, en función de gobierno, enfrenta la guerra de la goma, conocida como Guerra del Acre (1899 - 1903) y asume el desastroso Tratado de Paz con Chile en 1904. Se desarrolla también un proceso de modernización tradu- cido en la apertura económica y el mejoramiento urbano de La Paz y Cochabamba. El entorno social y político que vive el país a principios del siglo xx hace que la literatura busque una identidad nacional que se manifi esta junto a una fuerte corriente indigenista basada en la tierra y en la minería. Es el momento de los latifundistas que ya desde el siglo xix sustentan su poder gracias a su estrato social y origen de clase, por lo tanto con gran infl uencia en la política. La imagen que se tiene del protagonista niño en estos prime- ros años es, por lo general, la del niño de origen indígena que es pobre, miserable, explotado o abandonado. Hay una gran tenden- cia a marcar fuertemente las diferencias entre las distintas clases sociales, señalando a los ricos como explotadores y despectivos y a los pobres como sumisos y obedientes. Destacable es la obra del paceño Díaz Villamil entre 1920 y 1950 cuyas publicaciones infantiles están comprometidas precisamente con esa problemática. Su literatura valora las culturas andinas y rescata tradiciones utilizando protagonistas niños o adolescentes con quienes los lectores pueden identifi carse. Destaca las virtudes 22 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

del indígena, así como hace énfasis en las desventajas que tienen al vivir en el ambiente rural de las haciendas, pues sus vidas están en manos de los patrones. Es el caso de la obra Retamita (1939) que se desarrolla en un paisaje altiplánico donde está la hacienda del patrón. Allí vive Retamita, una pastora de ovejas, con su hermano Pascual que ha quedado ciego, pero que ha sabido desarrollar un gran talento musical y poético. El patrón decide llevarse a Retamita a la ciudad para que trabaje como niñera de sus hijas y Pascual sabe que tiene que quedarse a cuidar de sí mismo. La obra hace énfasis en la posición de los indígenas ante la fi gura de los hacendados cuya palabra se debe obedecer. De la misma época es Muñecas de bazar (1940) que el autor des- cribe como una fantasía escénica musical. Es una obra ambientada en una tienda de juguetes de la ciudad en la que las muñecas tienen trajes de distintos países y las protagonistas son de raza distinta: la muñeca morena, la negra y la blanca de cabello rubio. Las muñecas no quieren separarse, pues son muy amigas y sufren cuando algún cliente se acerca y compra a una de ellas; sin embargo, Muñeca Morena, les recuerda que ese es precisamente su destino “ir al palacio o al tugurio a distraer a los niños. Para recibir, un rato sus caricias y sus alborozados besos y, más tarde, sufrir su ingratitud y sus veleidades” (Díaz Villamil, 1997: 25). La obra es una crítica a la alta sociedad y marca estereotipos muy propios de una época en la que existía una fuerte diferencia entre los estratos sociales. Por eso, en el diálogo entre las muñecas el lector se encuentra con afi rmaciones tan severas como ésta: “las niñas ricas son la que tratan con mayor crueldad a sus juguetes. ¡Como tienen tantos! No les importa destruirlos puesto que saben que sus papás, para mimarlas, les comprarán otros enseguida”. Curiosamente, un episodio desgarrador de nuestra historia como la Guerra del Chaco (1932 - 1935), que enfrentó Bolivia con Paraguay, no tuvo ninguna repercusión en la literatura infantil boliviana con la excepción de El pequeño estafeta del Chaco y Crisol, de Antonio Díaz Villamil, quien en su calidad de maestro siente la necesidad de inculcar el patriotismo y civismo en los bolivianos. Ambas obras fueron escritas en plena campaña y escenifi cadas de manera paralela a la guerra. Entre la década de los 40 y 60, Bolivia vive una época convul- sionada en lo histórico político y social. Los esfuerzos aislados de Estudio introductorio 23

algunos partidos políticos de insertar al indígena a la vida ciudadana no dan resultados. En el área rural, los indios todavía dependen de los latifundistas. En 1952 estalla la Revolución Nacional, uno de los aconteci- mientos fundamentales de la historia contemporánea de Bolivia. El Movimiento Nacionalista Revolucionario sube al poder planteando soluciones nuevas y radicales como la Reforma Agraria, el Voto Universal, la Nacionalización de las Minas y la Reforma Educativa. Desde el punto de vista de la cultura, los gobiernos del mnr pro- ponen el mestizaje como referente fundamental de la identidad boliviana: un país, una lengua, una religión. En esa visión, los in- dígenas son categorizados como campesinos. Se necesitarían tres décadas para reformular ese paradigma en la lógica de la “unidad en la diversidad”. En este escenario, surge el autor más reconocido de la lite- ratura infantil boliviana: el tarijeño Óscar Alfaro, quien asume una clara posición política. Se convierte en militante del Partido de la Izquierda Revolucionaria, que sería el germen del Partido Comunista de Bolivia al que Alfaro se adscribió desde sus inicios, y escribe los primeros poemas infantiles que ven la luz a fi nales de los 40, época en que los partidos de extrema izquierda izan la bandera del proletariado en contra de los hacendados y empresarios mineros. Al igual que José Martí, “sabía que ni siquiera la literatura infantil es neutra e inocente. Sabía que toda expresión humana, y sobre todo la artística, transmite ideología. Era consciente de que la literatura fue siempre y es instrumento de transmisión de valores, actitudes, ideologías” (Vallejo Canedo, 2000: 36). Por eso, no duda en compartir con los niños esa lucha social a través de la denuncia de las injusticias, los himnos al proletariado, la explota- ción de los niños y la sátira a los poderosos, mostrando una gran sensibilidad por los más débiles y desposeídos; elementos que caracterizan toda la literatura del poeta. Es el primer escritor para niños que no subestima a su lector, sino que entrega su protesta de una manera impactante en libros específi camente dedicados al público infantil. Es de su primer libro Alfabeto de estrellas el poema Vendedora de kantutas (1950), una desgarradora historia de una mujer indígena que vende fl ores de puerta en puerta para lograr el sustento que calme “el grito del niño hambriento”. Posteriormente, e infl uen- 24 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

ciado por la Revolución del 52, Óscar Alfaro escribirá otra serie de poemas que hacen referencia a esa integración del indígena a la educación, ya sea como el alumno de piel cobriza que tiene el ansia de aprender, o como la nueva maestra de trenzas y pollera que por primera vez es parte del plantel escolar. Pero Alfaro no es solo un poeta de denuncia, pues también tiene poemas llenos de una gran belleza literaria en los que recrea situaciones cotidianas importantes para los niños; poemas que de- trás de los objetos inanimados conciben al juego como elemento fundamental de la infancia. Es el caso de Las bolitas de cristal (1955) entre otros muchos. Además de su aporte poético, el autor deja una cantidad sig- nifi cativa de cuentos, sin duda de los primeros escritos narrativos de la literatura infantil boliviana; tres de ellos habían ganado un concurso infantil el año 1956 (Vallejo Canedo, 2000: 34). Su narrativa no coincide en todo con los cánones que caracterizan a la literatura infantil tradicional y de esa manera se convierte, en algunos aspectos, en una literatura de avanzada con relación a su época. El autor sigue los patrones de la fábula, muy en boga por esos años, con la particularidad de que la moraleja está sutilmente implícita. Uno de sus mejores cuentos es El pájaro de fuego (1962). En esta historia, el pájaro aparenta de lejos ser una llamarada de fuego y, al verlo, todos huyen de él; por eso, el protagonista no se acepta en su naturaleza de pájaro y decide que es más hermoso ser una fl or. Pero en su afán por intentar parecerse a una fl or, es descubierto y casi linchado por varios insectos que saben que los pájaros son sus depredadores. Sin embargo, gracias a su perseve- rancia, le da vida al árbol seco donde se posa. En una época en la que no existe opción alguna a ser de una naturaleza distinta a la propia, Alfaro se lanza con un cuento revolucionario que tiene un fi nal feliz de poder ser lo que uno quiere ser, pero sobre todo aceptado, no en su aspecto físico que revela su esencia verdadera, si no en la bondad interior. Muchos de los cuentos de Alfaro fueron recopilados y publi- cados por la familia después de la muerte del autor. Es el caso de El cuento del hilo de agua (1978), una obra de corte tradicional en el que un hilo de agua decide llegar hasta el mar. Pese a que algunos animales con los que se encuentra se burlan de él, consigue su propósito e invita a otros hilos de agua a unírsele. Es un cuento Estudio introductorio 25

que expresa el lema de “la unión hace la fuerza” y exalta el trabajo en equipo. Es importante señalar que la literatura de Alfaro es controver- sial. Muchas veces expone temas inadecuados al destinatario, en ocasiones fuera de vigencia debido a la época y al contexto en la que fue creada, con desenlaces negativos y poco humor. Incluso, propone situaciones sociales y políticas extraídas de la realidad que rodea al autor que los pequeños no llegan a comprender. Pero, por otro lado, rescata valores como la defensa de los derechos humanos, la diversidad cultural, racial y especialmente expone al niño a la refl exión y lo invita a una mejor convivencia. Además del compromiso social y político que asumen los pio- neros de esta época, la temática del momento también impone el civismo y el patriotismo. Muchos de los autores de este periodo escriben poemas relacionados con la pérdida del litoral. Algunos tienen libros enteros con poesías al maestro, a la madre, a la ban- dera, a los héroes y a cada uno de los departamentos de Bolivia. En ese sentido, el libro Pompas de jabón de la autora Beatriz Schulze reúne varios poemas de carácter cívico, entre ellos su famoso Nos- talgias marinas (1963) que escribió cuando apenas tenía diez años, es un precioso diálogo entre una niña y su padre que muestra la añoranza y el dolor que causa la carencia del mar. La autora potosina es una mujer comprometida con la natu- raleza y muchos de sus escritos, tanto poéticos como narrativos, tienen descripciones que refl ejan ese sentir. Es el caso de Disiden- cias, en el que su imaginación y creatividad la impulsan a contar, a modo de fábula y en un hermoso diálogo que da lugar a diversas refl exiones, una discusión entre tres animales. Se trata de un pá- jaro, una mariposa y un sapo que conversan sobre su vestimenta. El poema aborda el tema del orgullo, la vanidad, la presunción y por otro lado la modestia, el servicio al otro y la ilusión. La princesita Calipso y el Fauno-Ruiseñor es un poema que no está publicado en ninguno de los libros de Schulze, pero que fue inspiración para su puesta en escena en ballet en 19802. Esta fantasía en verso, como la denomina la autora, es una hermosa

2 No existen referencias sobre la fecha en que se escribió el poema, pues este se encontró entre los documentos que guarda la familia, en un recorte de periódico que no tiene ni fecha ni fuente. Sin embargo, la fecha de la puesta en escena en ballet se encuentra citada en la contratapa de su libro Luces mágicas. 26 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

historia muy al estilo de A Margarita de Rubén Darío en la que, curiosamente intervienen personajes de la mitología griega mez- clados con los seres mágicos de los cuentos de hadas. La princesita Calipso abandona el palacio de sus padres después de escuchar las maliciosas palabras de un fauno convertido en ruiseñor que le ofrece “un mundo nuevo y mejor… un horizonte más amplio y un futuro embriagador”. Diana la cazadora descubre en el bosque al pérfi do fauno y de un certero disparo de fl echa lo mata y logra que Calipso retorne a su hogar. El poema termina con una moraleja de advertencia a los niños para que estos nunca se dejen llevar por la primera impresión. Es un poema bellamente escrito en el que imágenes sencillas se convierten en mágicas, acompañadas por delicadas metáforas que transforman al poema en un verdadero cuento de hadas. Además de Pompas de jabón y Burbujas de color, ambos de poesía, Beatriz Schulze también tiene un libro de cuentos; sin embargo, es importante destacar su antología Semillero de luces (1981), una recopilación de poesía, cuento y fragmentos de novela infantil que reúne cerca de 40 autores de literatura infantil. El golpe de estado de 1964 marca un giro dramático en nuestra historia. En los 18 años siguientes Bolivia vivirá una época protago- nizada por el Ejército. En toda América Latina se respira la fi ebre de la revolución cubana y surgen ideas radicales de inspiración marxista. El Che Guevara muere en Bolivia en 1967. Como respuesta a estos movimientos, aparece la llamada “doctrina de seguridad nacional” muy infl uida por Estados Unidos, que busca bloquear el ascenso de propuestas de izquierda en la política latinoamericana. Esta estrategia solo fue posible con la toma del poder por las Fuer- zas Armadas en casi toda América Latina. La mayoría de nuestros países pasan de gobiernos democráticos a gobiernos autoritarios que vulneran los derechos humanos. El exilio, las desapariciones y los asesinatos llevan a Bolivia a una permanente confrontación y polarización entre 1964 y 1982. La literatura infantil de esta época, al igual que otras artes, no puede hablar en voz alta y mantiene una escritura tradicional; pero eso no signifi ca que no guarde ideas para darlas a conocer en el retorno a la democracia. En 1964, poco después de la muerte de Óscar Alfaro, se reúne por primera vez, en casa de Beatriz Schulze, un grupo de escri- Estudio introductorio 27

tores, la mayoría poetas, que sienten la necesidad de contar con una literatura que llegue a todos los niños bolivianos. Yolanda Bedregal, Hugo Molina Viaña, Elda Alarcón de Cárdenas, Alberto Gutiérrez Guerra, Rosa Fernández de Carrasco y Paz Nery Nava, forman, junto a Schulze, el grupo denominado “Unión de Poetas para Niños” que sin duda da un gran impulso para que la literatura infantil encuentre un espacio en el quehacer cultural boliviano, y que más tarde dará lugar a los Comités de Literatura Infantil aún vigentes. Es a partir de este importante encuentro que estos autores cumplen con el compromiso de contar entre sus obras también con escritos exclusivamente dirigidos a los niños. Uno de los pocos escritores que desarrolla la prosa lírica en el campo infantil es el orureño Hugo Molina Viaña quien, además, es el primero en insertar la magia y la fantasía como elementos únicos y alejados de toda realidad en una obra poética. Uno de los ejemplos palpables de este tipo de literatura es su obra El duende y la marioneta (1970), ambientada en el castillo de La Glorieta de Sucre. Además de la prosa lírica el autor incursiona en la poesía, el cuento y el ensayo. Sin embargo, la obra maestra de Molina Viaña es Vicun- cela (1977), la historia de una pequeña vicuña que queda huérfana, pues los cazadores han matado a su madre. Se siente desorientada y emprende camino por el altiplano. Al descubrir la vida, observa asombrada lo que está a su alrededor: las mariposas, el viento, las kantutas, los fl amencos, la chinchilla, la perdiz y el cóndor. En su caminar el cazador la persigue mas Vicuncela está protegida por los dioses. Se trata de una historia maravillosa, emotiva y musical con una prosa bien concebida que ensambla la vida silvestre con las leyendas andinas en las que dioses y animales viven en completa armonía. Este canto hermoso de protección a las vicuñas, defi ende en su protagonista a otros animales que están en extinción y, junto a las poéticas descripciones de la naturaleza, hacen que el texto se convierta en un discurso ecológico mucho antes de que la defensa de la ecología apareciera como una necesidad mundial. Siguiendo la línea de la magia y la fantasía, José Camarlinghi, autor de únicamente dos obras infantiles, escribe Cuando yo era trencito, un cuento con una gran imaginación creativa. La historia se inicia cuando un niño le dice a su padre que quiere ser un tren. El padre se ríe ante la idea absurda de su hijo. Sin embargo, tales eran sus ganas de convertirse en un tren, y no quiere hacerlo 28 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

sin el consentimiento de sus padres, que la madre aboga por él y logra el permiso del padre. Una vez transformado en tren, el niño deja su casa para irse a vivir a la estación. La creatividad y la idea de que un niño quiera experimentar ser un tren y la fe- licidad que siente al lograr su deseo, es involucrarse dentro del mundo infantil y dentro de los sueños de los pequeños que viven realidades cotidianas mezcladas con fantasía. Camarlinghi se si- túa enteramente en el deseo e imaginación del infante, recuerda a aquellos niños que quieren ser superhéroes o extraterrestres o que se identifi can con algún animal y viven en su mente una historia mágica. El autor conoce el alma del niño y sin mayores moralejas describe el mundo de un tren. Una narrativa que de alguna manera es diferente para la época y, sin duda, precursora de una nueva literatura infantil. Yolanda Bedregal, una de las poetas más admiradas en Bolivia, publica en 1979 la única obra que en vida dedica a los niños. El cántaro del angelito es uno de los volúmenes más bellos de la poesía infantil boliviana. El libro se divide en ocho partes. La primera es la explicación del título. En rica prosa poética cuenta que cuando ella era niña, su ángel de la guarda llegaba acompañado de otro más pequeño llamado Querubín, poseedor de un cántaro. El ángel se desplaza por todos los lugares sin que nadie note su presencia. Deja caer una gota del cántaro sobre una fl or o un árbol, y todo se llena de belleza y brillante color. El contenido del cántaro es mágico, pero un día, al llamado de Dios, Querubín se va y le deja el cántaro a Yolanda; por eso pone al libro el nombre de El cántaro del angelito. Las otras seis partes son de una hermosa poesía con extraor- dinario ritmo y cadencia. La imaginación, creatividad y fantasía están presentes en todo el texto. La obra es una verdadera oda a la naturaleza, una observación de la sociedad y un análisis de los acontecimientos cotidianos en los que su autora, a través de un lenguaje expresionista de gran sencillez y sensibilidad, pero sobre todo coloquial, hace poesía con las montañas, el agua, el rocío y el arroyo en poemas gráfi cos que dan la imagen de lo descrito. Tam- bién se inspira en seres diminutos como la polilla, el escarabajo, las luciérnagas y las arañas. De pronto, también está presente la vena andina de nuestro país con el lago Titicaca, los barcos de totora, la imilla que baila, la navidad andina y la fl or de puna. Nada está fuera de este concierto poético. Estudio introductorio 29

Quedan algunos textos de Bedregal que nunca publicó en vida y que hoy se recogen en la Obra Completa que salió a la luz en 2009. Es el caso de El libro de Juanito que fue fi nalista en el concurso enka de Literatura Infantil de Colombia (1994), y que, de acuerdo a los manuscritos encontrados y que no tienen fecha de elaboración, se piensa que fue escrito a principios de los 60 (Prada, 2009: 38-39). El libro de Juanito (2009) es una autobiografía de Yolanda Bedregal en las voces de sus dos hijos que son los narradores. Utilizando la primera persona, los niños cuentan sus experiencias en relación a las vivencias cotidianas con sus padres, abuelos y otros parientes en el ambiente íntimo del hogar. Así, hay retratos de familia que describen a los padres, los abuelos o la nana; también se habla de la biblioteca, la casa, los juguetes, las fi estas, el colegio y las vacacio- nes. La obra nos recuerda a aquellos libros de memorias de infancia que escribieran en los años 40 los uruguayos Juana Ibarbourou y Juan José Morosoli: Chico Carlo y Perico respectivamente; y, la voz de Juanito nos trae a la memoria al famoso Papelucho, de la chilena Marcela Paz. Sin duda, El libro de Juanito es una de las obras narrativas de este estilo más valiosas dentro de la literatura infantil boliviana y de la que se han seleccionado cinco de sus mejores páginas. La obra inicia con Libros y la voz de la hermana de Juanito que con mucho humor, comenta que la biblioteca del colegio no la sorprende, pues ella vive entre libros; en su casa los libros están en todas partes. Es en esta primera página que confi esa que ella quiere escribir sobre su hermano, porque escribir sobre ella misma es para que la tilden de orgullosa. En ¿Cómo se escribirá un libro?, la hermana de Juanito afi rma que no sabe cómo hacerlo, pero que no tiene miedo pues todos en su familia son escritores; además se prestará la máquina de escribir Royal de su padre para comenzar. Luego empieza con las descripciones de los personajes de la familia. En este recorrido, uno de ellos llama la atención: ¿Cómo es por dentro y, de yapa, mama Petra? En esta página, la niña hace una descripción maravillosa de la mujer de pollera que ha cuidado durante una vida a todos los niños de la familia comenzando por el abuelo. Es una fi gura muy común durante los siglos xix y xx que hoy ya no existe. Mujeres de origen indígena que llegaban chiquillas a la ciudad se empleaban como niñeras en las casas de la gente acomodada y criaban a los niños. En muchos casos, como en el de Mama Petra, estas mujeres se integran tanto a la familia que inspiran en los niños el mismo amor que el 30 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

que se puede sentir por una madre. En Nombre, la pequeña escritora inicia la historia del hermano. Empieza por hacer una relación de su nombre: Juan. Y hace una crítica muy divertida por los muchos nom- bres con que se bautizaba a los hijos en esa época. La última página seleccionada es Otro día de la madre, tomada de la segunda parte del libro en la que ya es Juan el que escribe porque los padres envían a la hermana a un internado. Él cuenta que en Bolivia no solamente se festeja el Día de la Madre, sino muchos otros días más y escribe una composición para su madre que es la típica tarea que daban los profesores a los niños cuando se recordaba un día como éste. Hay pocos escritos infantiles en nuestra literatura a la manera de un diario. El libro de Juanito de Yolanda Bedregal no solamente es un testimonio de la vida cotidiana de los niños durante la pri- mera mitad del siglo xx, sino que fue escrito acorde a la edad de los narradores, escudriñando su psicología infantil y utilizando el pensamiento y la elocuencia de los pequeños escritores. Si bien la obra de teatro de Rosa Fernández de Carrasco que se ha elegido para esta antología data del año 1992, la autora está considerada dentro de la época de los pioneros, pues comienza a escribir el año 1956, aunque su literatura se extiende hasta los años 90. Fernández escribe poesía y cuento, pero dedica una vida entera a la dramaturgia infantil, primero en instituciones gubernamen- tales y luego de manera privada. Su especialización es la creación y adaptación de guiones teatrales para luego escribirlos en verso. Noche de luciérnagas (1992) es una de las obras de teatro infantil mejor logradas, en la que los animales del bosque son protagonis- tas. Se trata de una obra en tres actos, sencilla de comprender y actuar, que mantiene el suspenso y utiliza elementos nuevos en su puesta en escena. En ella, tres luciérnagas se quejan de que al ser negras, de día vuelan sin distintivo alguno, y de noche, como si fueran invisibles, no hay quién las distinga. Entonces el búho decide ayudarlas y las manda hasta una estrella de la que roban un trozo de luz para convertirse en aquellos insectos luminosos tan distintos a los demás. Elda Alarcón de Cárdenas también pertenece al grupo de los pioneros porque compartió los mismos ideales y fundó junto a ellos la “Unión de Poetas para Niños”; sin embargo, sus escritos infantiles son muy posteriores. La línea a la que se dedica Elda es primordialmente la de la investigación de la literatura infantil –en Estudio introductorio 31

la que es pionera– y la docencia en el Instituto Normal Superior Simón Bolívar de La Paz. Entre su producción para niños tiene un conjunto de cuentos que combinan el aspecto religioso junto a un cotidiano infantil de los niños aymaras que habitan en los alrede- dores del lago Titicaca. Manuelito y los pastores (2002) es la historia del hijo de la Virgen de Copacabana que, aburrido del templo, sale al campo. Allí se encuentra con niños y niñas pastores con quienes juega y se entretiene, hasta que descubre algo mucho más divertido. Reúne a todos los rebaños e intercambia cabezas y patas alterando la apariencia de todas las ovejas. El problema es que Manuelito no sabe cómo volverlas a su color original. Este es un cuento que humaniza a Jesús, convirtiéndolo en un niño con ganas de jugar, de hacer travesuras y de estar con otros niños. La autora utiliza la fi gura de Jesús para rescatar la costumbre de los niños aymaras de ayudar a la familia con el cuidado de los rebaños.

La nueva literatura infantil (1980 - 1999)

A finales de los 70 y principios de los 80, se produce la difícil transición de dictadura a democracia reflejada en los movimientos populares que luchan por la recuperación de la libertad. Durante estos años, la producción literaria infantil es mínima. Concluye la era de los pioneros con pocos seguidores que, de manera soli- taria, alzan su voz para continuar con ese sueño de escribir para los niños. En 1982 Bolivia conquista la democracia y recupera las liberta- des de los ciudadanos. Entre 1982 y 1985 se vive el difícil momento de la hiperinfl ación y el gigantesco esfuerzo por consolidar los principios democráticos. Entre 1985 y 2003, el país apuesta por un modelo de economía abierta. Las reformas estructurales más importantes de ese periodo son la capitalización (una forma de privatización de las principales empresas estatales), la Participación Popular, la nueva Ley de Reforma Agraria y la Reforma Educativa de 1994. Una reforma constitucional (1994) establece por primera vez que Bolivia es una nación pluricultural y multilingüe. La Reforma Educativa es la que impulsa de manera pujante a la literatura in- fantil gracias a las convocatorias literarias cuya selección de libros estaba destinada a las bibliotecas de aula de las escuelas. Por otro lado, la Reforma propone una educación intercultural y bilingüe 32 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

que fomenta que la producción y lectura de los textos escolares sea también en lenguas originarias: aymara, quechua y guaraní. En la década de los 80 surge un numeroso grupo de maestras cochabambinas que toma a su cargo la producción de la literatura infantil boliviana. Son las únicas que durante un largo periodo de tiempo llenan el vacío que habían dejado los pioneros; sin quitar valor, ciertamente, a autores que de manera solitaria también es- criben para niños en otros departamentos. La labor de este grupo valluno no se refl eja solamente en la producción, sino que también inicia talleres de escritura y se dedica con esfuerzo y perseverancia a la promoción de la lectura, creación de bibliotecas itinerantes y la difusión de sus obras. El año 1983 surge en Bolivia la revista infantil Chaski, que si bien no es la primera revista infantil boliviana, ha sido la de me- jor difusión nacional y con mayor duración (1983-1996). Apareció como una experiencia literaria y pedagógica de gran nivel. Con 143 números, la revista contemplaba, además de una gran variedad de temas escolares, novelas cortas, cuentos, poesías, canciones, adivi- nanzas y refranes de la pluma de muchos de los autores que hoy tienen un sitial en la literatura infantil nacional, y que vieron en la revista el primer medio de difusión de sus obras. Chaski también promocionó literatura infantil extranjera, especialmente latinoa- mericana, y dio un espacio a varios ilustradores bolivianos. Obtuvo dos premios importantes La Gran Orden Boliviana de la Educación en el Grado de Comendador (1990) y el Premio United Nations Environment Program (unep 1993). Este es un periodo en el que el cuento tiene un gran auge y en el que los autores se identifi can con las raíces, costumbres y tradiciones de sus regiones. La mayoría de las historias están am- bientadas en el área rural y los protagonistas son niños y jóvenes de comunidades indígenas; imágenes literarias que nos dan un panorama de la diversidad cultural que compone nuestro país. Gaby Vallejo debe ser ponderada no solamente como escritora, sino como promotora de la literatura infantil boliviana, tanto den- tro como fuera de Bolivia. Está vinculada a varias organizaciones dedicadas al apoyo de los libros para niños y ha dedicado toda una vida a la creación y funcionamiento de la Biblioteca T’huruchapitas que fundó en 1991. Es la biblioteca de literatura infantil más im- portante del país, actualmente con más de 7.000 ejemplares. Estudio introductorio 33

Vallejo tiene una prolífi ca obra literaria dedicada a niños y jóvenes; una veintena de libros que muestran su compromiso con el país y sus problemas. Varias de sus historias rescatan las raíces de los pueblos indígenas y sus protagonistas son niños valientes que dan a conocer a los lectores sus saberes. La más conocida y todavía de lectura vigente, es su novela infantil Juvenal Nina (1981) en la que un niño viaja al pasado junto al dios Wiracocha para conocer la cultura aymara. Wara y el sudor del sol (1986) sigue esta línea pues es también un cuento basado en una leyenda que afi rma que el lago Titicaca resguarda el tesoro de los incas. Wara, una niña aymara, cae en las profundidades del lago donde se encuentra con un yatiri que es el guardián de este tesoro y que espera al pueblo elegido para entregárselo. Es un cuento que anticipa el sentir de lo que más tarde será la bandera de las dos reformas educativas próximas: el rescate de las lenguas y de la raza indígena. —¿Es difícil pronunciar mi nombre? —Ya no quieren los niños de mi pueblo hablar la lengua de sus padres. —Lo sé, pero te voy a decir un signo para conocer al destinado, hombre, mujer o pueblo que recogerá este tesoro. Esa persona es- tará orgullosa de su idioma y de su raza. Así será”. (Vallejo Canedo, 1987: 42)

Con el mismo tema, y también mostrando costumbres de cultu- ras andinas, la autora Aida Soria Galvarro, especializada en una literatura para los más pequeños, nos cuenta en su bello poema Phushka (1994) sobre una práctica aymara y quechua muy arraigada en las comunidades. Los niños y niñas son los encargados de hacer pastar a los animales que pertenecen a la familia, pero a la vez, mientras cuidan el rebaño, también hilan en la rueca danzarina que convierte el vellón de lana en hilo para tejer. En ese sentido, Phushka es un poema que canta y danza por sí mismo. Tiene un ritmo musical que contagia en el que la niña pastora baila e hila al son de cada estrofa. También hay voces que dan a conocer formas de vida en el oriente del país. Probablemente Manuel Vargas y Gigia Talarico son los primeros autores del oriente que dedican su obra al pú- blico infantil. Manuel Vargas vuelca en sus obras las vivencias de infancia y adolescencia en su tierra vallegrandina, tema con el que obtiene el Premio Franz Tamayo con su novela para jóvenes 34 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

Rastrojos (1980)3. Gigia Talarico, en cambio, juega con la fantasía y el surrealismo, y se inicia en la literatura infantil en 1987 con Comiendo estrellas. Jacinta (1987), del autor vallegrandino Manuel Vargas, es un cuento juvenil muy bien escrito que muestra la idiosincrasia de la llanura. El vaquero, de poncho rojo y alforja, llega a Tierras Ama- rillas a buscar trabajo. Jacinta, la hija de la dueña de la hacienda, no lo deja quedarse, pero la tormenta y un golpe en la rodilla lo obligan a permanecer en aquel rancho que muestra el descuido y abandono de sus habitantes. El diálogo entre ambos personajes huele a campo y está rodeado de palabras oriundas para convertirse en el marco que develará el misterio que encierra esta hacienda. Vargas es el escritor de la minucia y el detalle, la lectura de este cuento le permite al lector involucrarse en los paisajes húmedos y lluviosos del oriente, en el olor de la tierra, en la textura de los objetos y en lo insólito de la situación. Va despacio, calmado y, de pronto, revela un fi nal sorpresivo que se convierte precisamente en la exquisitez del cuento. Una de sus mejores novelas titula Los descubrimientos de Do- mingo Segundo (2003), una obra costumbrista que, al mismo estilo de Jacinta, utiliza un lenguaje lleno de sabores, olores y colores que reviven los recuerdos de infancia del mismo autor a través de los ojos del niño protagonista. La casa en Laguna Seca tiene mucho que contar: los primeros temores de niño, el banquito con el que sigue a la madre para que le dé leche, la chacra con olor a mote y choclo, los animales, los vecinos y los alrededores. No son menos importantes las descripciones de las fi estas del lugar: la de la Virgen de la Candelaria, la de San Juan, la Navidad y el Carnaval. El panorama se va ampliando a medida que Domingo Segundo va creciendo y el niño descubre un mundo en el que la magia de las creencias y leyendas inunda el diario vivir de aquel paraje oriental. La zona rural chaqueña también está muy bien descrita por David Acebey en Romances de Tobiano y Florlinda (1997). Una simpáti- ca historia de un potrillo que se enamora de una burrita, relación

3 Rastrojos es una novela que tiene tres partes: Rastrojos, Otros ámbitos y Callejones. Estas tres partes se publicaron en 2009 bajo el título Pilares en la niebla con Ed. Santillana, bajo el sello Alfaguara. Estudio introductorio 35

que va contra natura porque pertenecen a especies distintas. Sin embargo, no pierden la esperanza y llegan hasta la Asamblea de Animales exponiendo su caso para obtener fi nalmente el permiso de matrimonio que traerá como consecuencia el nacimiento de muletos y mulas en el campo. Este es un cuento muy bien escrito, lleno de ternura y determinación que describe una curiosa faceta de la vida en el campo poco conocida por los pequeños lectores. Los temas prohibidos en las dictaduras militares salen a la luz en la literatura infantil a través de Rosalba Guzmán, escritora cuya calidad es regular en toda su trayectoria. Contestataria y crítica de los regímenes autoritarios, nos regala una obra maravillosa: La revobulliprotesta (1991). Es una novela corta que refl eja la violación de los derechos humanos en la vida de los animales salvajes que viven encerrados en un zoológico. El maltrato, la violencia, la tortura y la muerte están presentes, así como la defensa de la vida a través de la huelga, la protesta y el trabajo en conjunto. Es una historia tan bien lograda que los niños son capaces de compren- der de manera sencilla una situación realmente compleja para la edad. A principios de los 90, Rosalba cambia la manera tradicional de hacer literatura infantil porque cree en la capacidad lectora de sus destinatarios y no los subestima. Se anima a tocar un tema político de alta sensibilidad que combina magistralmente con un toque de humor y un simpático juego de lenguaje que utiliza para caracterizar a cada uno de sus personajes. Posteriormente, el año 2005, publica El planeta multilenguado, una sátira a los gobiernos dictatoriales. La realidad infantil es un tema muy recurrente en esta época. El niño es el protagonista de estas historias y, por lo general, éstas se escriben en primera persona de manera que el lector recibe la percepción y opinión del propio niño. Leer estos cuentos invita a revivir la niñez y comprender la psicología infantil que muchos adultos olvidan. Carlos Vera es un autor consagrado dentro de la literatura infantil boliviana, dedicado más a la novela que al cuento, ha mostrado una gran calidad literaria en cada una de sus obras. Mi burrito se llama Carmelo (1982) es un maravilloso texto en el que un niño cuenta a su amigo espantapájaros que debe partir a la ciudad dejándolos a él y a su burro Carmelo. A lo largo del cuento, el niño va recordando todas las travesuras y aventuras que vivió junto a 36 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

ellos, y las comparte en voz alta con el espantapájaros seguro de que éste le escucha y de que también es capaz de revivirlas, tal y como hacen los amigos de verdad. Es un cuento que, sin duda, refl eja ese cotidiano de los niños más pequeños cuando durante horas juegan y hablan solos, a veces en un diálogo con un amigo imaginario o con ellos mismos. Del mismo estilo es Se llamará Cristóbal (1987) de Giancarla de Quiroga. Escrito en primera persona es la queja de un niño cuya madre lo obliga a limpiar y ordenar su cuarto; por ende, a tirar cosas a la basura. Para el niño, la madre es un ser avasallador que no tiene respeto por lo que él guarda en sus cajones. Cada objeto es precioso por sí mismo porque cada uno tiene su historia: un lugar, un momento, un encuentro. Pero a las madres esto no les importa y el protagonista así nos lo hace saber. Esta es, precisamente, la realidad de un niño en la que las cosas más insignifi cantes cobran una gran importancia y que, por supuesto, él quiere y necesita conservar. Una autora que rompe con los esquemas de la época y ensaya una literatura de avanzada es Gigia Talarico. Trabaja de manera minuciosa cada uno de sus cuentos a los que siempre les pone un maravilloso toque surrealista que los convierte en mágicos, increí- bles, fascinantes y oníricos. Gigia tiene el talento de despertar la capacidad de asombro en los niños, porque sus cuentos tienen la magia de la fantasía y el surrealismo en las cantidades precisas para atravesar sus historias con la calidad de un tejido perfecto. Con estos dos elementos atrapa a sus lectores en mundos idílicos que parecen cercanos, en los que sus personajes realizan cosas impensables, como si lo cotidiano estuviera sumergido dentro de un sueño. Uno de estos cuentos es La fl auta (1993). David no puede dormir porque escucha una melodía que acompaña a la lluvia y que cae sobre el techo. Decidido a averiguar de dónde proviene este soni- do se sube al tejado, donde para sorpresa ve caer notas musicales como si fueran gotas de lluvia. Andrea, su vecina, le explica que también está allí porque el trueno le robó su fl auta y por tanto las notas musicales caen una a una sobre el tejado de su casa. Otra idea fascinante de la misma autora se desarrolla en Comien- do estrellas (1987). Un cuento en el que Olivia le enseña a su hermano Esteban que es posible comer estrellas, que hay momentos en la vida en los que la tibieza de una noche, la tranquilidad del alma y Estudio introductorio 37

la mirada hacia los demás, ponen al ser humano tan cerca de las estrellas que estas se ofrecen para comerlas. Los botones (1998), cuento juvenil de Claudia Adriázola está inserto en la corriente del realismo mágico. Es una historia que nos transporta a la época de las abuelas de principios del siglo xx, años de las vitrinas de miniaturas en porcelana, de encajes y manteles bordados, de viejos baúles y olor a pan recién horneado. La abuela Mara acaba de morir y su nieta Alba Mora encuentra una caja de botones cada uno de los cuales revive la historia de su dueña. Botón por botón, recorre las historias de su madre y las de sus tías, historias de amor, escuela y rebeldía que la impregnan con un sentido de identidad. Ella también quiere permanecer en el tiempo para que un día su nieta encuentre un botón suyo que le cuente su propia historia.

Literatura infantil y juvenil contemporánea (2000 - 2015)

En el periodo 2000-2003 se produce una grave crisis social y política. El pacto entre el Estado y la sociedad se quiebra y los movimientos sociales que no se sienten representados por el modelo imperante se rebelan contra el sistema. Entre 2003 y 2006 esas tensiones se resuelven a favor de un cambio estructural. El nuevo gobierno instaurado en 2006 propugna una mirada distinta del desarrollo de la sociedad boliviana. En 2009 se aprueba la nueva Constitución que rebautiza la República de Bolivia como Estado Plurinacional de Bolivia. Los indígenas llegan al centro de las decisiones y se convierten también en protagonistas del desarrollo político, social y económico del país. Paralelamente, las regiones conquistan su histórica reivindicación por las autonomías estableciendo el for- talecimiento de la participación popular a través de la creación de gobiernos departamentales electos por el voto popular. A partir del año 2000, la literatura infantil toma otro rumbo. Las nuevas tecnologías ayudan a que exista una mirada más amplia hacia el exterior y las nuevas tendencias literarias no tardan en conocerse. Páginas web, revistas virtuales y cursos a través de la red son componentes que ayudan a una nueva visión de la litera- tura infantil fuera de Bolivia. La nueva Ley de Educación, Avelino Siñani - Elizardo Pérez imprime a la literatura infantil un sello 38 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

propio que lleva a los autores a indagar aún más sobre nuestra diversidad como país. El teatro y la poesía prácticamente han desaparecido de la ofer- ta literaria infantil y juvenil, con contadas excepciones. El cuento y los libros de mitos y leyendas perseveran, pero, en defi nitiva, es la novela la que surge con gran fuerza y manifi esta un giro en cuanto a la temática y estructura literaria. Liliana De la Quintana, conocedora del mundo mítico de nuestros pueblos, inicia una hermosa colección de mitología cuyo valor cultural está en haber visitado en persona las comunidades indígenas y extraído los textos orales de los mismos comunarios. De la Quintana ha viajado por gran parte del país recopilando historias de la tradición oral y ha creado cuentos en base a estos conocimientos. Uno de estos cuentos relata la historia de la dueña del agua, mitad humana y mitad animal, que vive con los ayoreos. La abuela grillo (2000) es expulsada de su pueblo porque al producir tanta agua ocasiona muchas inundaciones, pero los habitantes del lugar se arrepienten y van a buscarla. Sin embargo, ella no se siente bien hasta que encuentra el lugar perfecto desde donde enviar agua a su pueblo. Este es un recorrido por las creencias de la comunidad ayorea que de alguna manera explican la existencia de los fenómenos naturales. Un rescate muy peculiar de varias costumbres andinas es el que realiza Mariana Ruiz en su novela corta Uma y el tren a las estrellas (2012). Con un toque surrealista y una forma distinta de contar las cosas, el lector viaja en un tren del nonsense hacia donde lo lleve. Al igual que el conejo de Alicia, un quirquincho con casco de minero pasa delante de Uma, un muchacho que es ayudante de un chofer, y se introduce en un tren, Uma lo sigue y también lo aborda. Es un tren extraño, los pasajeros son todos animales andinos y el pasaje se paga con lo que uno tiene en el bolsillo: canicas, tapa- coronas, piedras… Cada uno de los vagones de este tren encierra una fi esta, una superstición o una costumbre como un rescate del comportamiento y pensamiento del mundo andino. El Carnaval, Todos Santos y el aphtaphi están en cada uno de los vagones que se distinguen por el color del coche y los personajes que lo ocu- pan. Así aparece el pepino bromista e insolente del carnaval o los dolientes de Todos Santos. Los yatiris, amuletos y dioses también están involucrados en esta aventura y se presentan en cada una Estudio introductorio 39

de las estaciones que tienen nombres peculiares como la Estación de la Lluvia, la del Arco Iris y la de las Estrellas. En cada una de ellas ocurre una historia fantástica que involucra a los fenómenos naturales. El quirquincho minero es el guía de Uma en toda esta peripecia sin sentido, supuestamente en un mundo onírico que queda en cuestionamiento porque Uma despierta con una piedra negra que le entrega el quirquincho. Muy frecuente en la literatura infantil es la estrategia del protagonista niño que cuenta su historia en primera persona, sin embargo, la propuesta de esta época trae una temática novedosa. Temas como el tránsito de la infancia a la adolescencia, el miedo a la oscuridad y el miedo a no tener amigos no se habían abordado antes en la literatura infantil boliviana. Estas historias indagan el sentir de la mente infantil cuando esta se encuentra ante obstácu- los terribles, verdaderamente invencibles e incontrolables, que los protagonistas tienen que superar. Muchas veces los niños recurren a la mentira para que el mundo que los rodea no perciba el temor que ellos sienten. Rosario Quiroga tiene un cuento juvenil sobre el cambio que experimentan los niños al iniciar la adolescencia y el encuentro con el primer amor. La literatura infantil y juvenil se anima, poco a poco, a tocar temas prohibidos. En las pupilas de porcelana (2003), Camila comparte sus miedos y alegrías con Bubú, su muñeca de porcelana hasta que conoce a un joven que es el jardinero del vecindario. A partir de ese momento, Camila siente un aroma de libertad que la envuelve, padece la espera de largas horas para verlo, percibe la ansiedad del próximo encuentro; cambia, crece y deja de ser niña. Ya no juega, la muñeca ha quedado olvidada en la silla de mimbre. La autora le hace vivir al lector esa nueva emoción que siente Camila por primera vez, pero también la desilusión y tristeza que la embarga cuando se da cuenta de que así como el amor llega, también se va. El cuento El cuarto oscuro (2005) de mi autoría, refl eja el miedo que la mayoría de los niños experimentan cuando tienen que entrar a un cuarto por la noche. La historia se sitúa en el universo simbó- lico de una familia de clase media. La madre que está trabajando en la computadora, le pide a su hijo que vaya al cuarto de trabajo de su padre para traerle unas cuantas hojas para la impresora. Juan Pablo siente que no podrá hacer lo que la madre le pide porque 40 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

tiene terror a entrar en los cuartos oscuros; por lo tanto, la trama se desarrolla en la interioridad de Juan Pablo que debe vencer a los monstruos que habitan el cuarto de trabajo de su padre. Entonces, inventa para sí mismo una y mil excusas para no hacerlo y le echa la culpa a su madre por no tener todo el material que necesita cuando se dispone a trabajar. Cuando ve que es inminente que debe hacer lo que la madre le pide, empieza a crear estrategias en su mente para superar su miedo y lograr su objetivo. La intensidad de este relato logra atrapar al lector en la maraña subjetiva que el niño teje desde sus percepciones fantasmáticas. En el caso de Zacarías (2007), cuento de Verónica Linares, el protagonista inventa una serie de historias para atraer a varios amigos a su casa, porque, simplemente, no tiene con quién jugar. La aventura se desarrolla en una semana intensa. Cada día Zacarías inventa una historia fantástica para atraer a uno de sus amigos. Así, a uno le cuenta que tiene un cocodrilo con ojos rojizos, a otro que la luna ha entrado a su casa y se ha quedado, al tercero, que tiene unos girasoles que cantan ópera y a otro que tiene un animal pega- joso que ha denominado azulapio. El fi n de semana, y con mucho ingenio, Zacarías arma toda una tramoya en casa para cubrir de la mejor manera posible todas las mentiras que les ha contado a sus amigos y de esa manera quedar bien con ellos, pero al mismo tiempo, tener con quien jugar. La autora se ubica en la edad en la que los niños crean amigos imaginarios y situaciones fantásticas muy difíciles de creer, pero sobre todo de resolver. Sin embargo, Verónica Linares va más allá de la fantasía del niño y logra que su protagonista resuelva toda la situación que ha creado y que como una bola de nieve ha ido creciendo sin medida. Los amigos y la familia están invitados el fi n de semana para verifi car la realidad de esta farsa, pero Zacarías logra soluciones geniales que nadie se atreve a discutir. A lo largo de esta historia de la literatura infantil nunca deja- ron de escribirse cuentos tradicionales con personajes fantásticos y mágicos como aquellos que encontramos en los cuentos de hadas: brujas, gnomos, duendes, príncipes y princesas. La literatura infan- til en todas partes del mundo siempre ha tenido un lugar especial para este tipo de historias y Bolivia no es una excepción. Luz Cejas de Aracena tiene un cuento de hadas que, si bien no es novedoso en su temática, está curiosamente escrito en verso; Estudio introductorio 41

modalidad que muy pocas veces se ha visto a lo largo de nuestra literatura. La gruta embrujada (2006) es la historia de un príncipe que no encuentra a su princesa, pues ésta ha sido hechizada y converti- da en piedra. La hazaña del príncipe es encontrar el remedio para desencantar a la princesa y, para eso, como en todo cuento de ha- das, tiene que pasar por una serie de pruebas que comprometen su vida. Utilizando estrofas de cuatro versos cortos, con una rima muy bien hecha y pensada en los niños de corta edad, Luz Cejas elabora una simpática prosa poética, género en riesgo de extinción.

La novela, consolidación de la literatura infanto- juvenil (1962 - 2015)

La novela es un género tardío dentro de la literatura infantil y juvenil en Bolivia. La primera novela surge el año 1962 y durante las décadas de los 70, 80 e incluso 90, este género desaparece para resurgir con mucha fuerza entre el 2000 y el 2015. En primera instancia aparece la novela corta infantil, y recién a partir del año 2000 se manifiesta la novela juvenil. Es una etapa en la que la estructura literaria y la temática cambian. Se utilizan distintos narradores, se introducen elementos tecnológicos que contrastan con lo tradicional y se tocan temas complejos de los que nunca antes se había hablado en la literatura infantil. Además, se juega con el lenguaje, se combinan los capítulos creando historias para- lelas y, por supuesto, se rescatan las características de las culturas indígenas. Siendo este género uno de los más importantes dentro de la literatura infantil boliviana actual, es imprescindible conocer la novela infanto-juvenil en toda su extensión. La limitación del nú- mero de páginas de esta obra recopiladora ha permitido publicar in extenso las 12 novelas elegidas como las mejores de nuestra literatura. Apenas se han seleccionado tres sin que esto signifi que jerarquizarlas dentro de la lista: Conquistando a Lindolfo (2008) de Rosalba Guzmán, El vuelo del murciélago Barba de Pétalo (2009) de Carlos Vera y En busca de un caballito de mar (2010) de Verónica Li- nares. Sin embargo, la antología cuenta con un anexo de reseñas literarias de estas 12 novelas (que incluyen las tres anteriores) que servirán como referencia para el lector que quiera ahondar sobre ellas. Además de estas tres novelas, la antología ha seleccionado 42 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

las novelas cortas infantiles La Revobulliprotesta (1991) de Rosalba Guzmán y Uma y el tren a las estrellas (2012) de Mariana Ruiz; la novela costumbrista juvenil Los descubrimientos de Domingo Segundo (1998) de Manuel Vargas y la prosa lírica juvenil, a modo de novela corta, Vicuncela (1977) de Hugo Molina Viaña. La nueva propuesta en relación a la temática de la novela in- fantil y juvenil boliviana toca varios ámbitos en los que el niño y joven son protagonistas y con los que se pensaba que no deberían verse involucrados. Uno de los temas que más ha calado en nues- tros escritores es la historia del niño huérfano, del niño trabajador, del niño que vive en la calle como en el caso de Cara sucia (1962) de José Camarlinghi, El secreto de El Carcaña (1988) de Rosa Melgar, Los Anónimos (1995) de Lydia Parada, Ururi y los sin chapa (1998) de Gladys Dávalos y Pata Chueca (1998) de Stephan Gurtner. La adop- ción es también un tópico del que nunca antes se había hablado y está presente en El sombrero blanco del señor que no era mi tío (2003) de Carlos Vera y La bruja de los cuentos (1997) de Rosalba Guzmán. Gaby Vallejo, en su libro Castigado, muestra un núcleo familiar dis- tinto en el cual, paradigmáticamente, presenta el lazo social entre hermanastros, padrastros e hijastros, madre e hijos. También es nuevo el tema de los emigrantes en la novela El grano verde (2004) de Stefan Gurtner, en El murciélago Barba de Pétalo (2009) de Carlos Vera; y el de las pandillas juveniles en la novela Tatuaje mayor (2009) de Gaby Vallejo, Amaru Mara de Rosario Quiroga (2011), y Bullying de Roger Otero (2012). Otra temática interesante, en un país donde la lucha por la democracia ha sido muy dura, es la novela que involucra matices políticos. Es el caso de dos relatos de Rosalba Guzmán en los que con mucho tino muestra a los niños lo que es la participación, la tolerancia, el respeto y la lucha por los derechos: La revobulliprotesta (1991) y El planeta multilenguado (2005). Con la misma temática, una novela juvenil muy bien lograda es La sonrisa cortada (2008) de Gigia Talarico en el que el régimen de la dictadura es el tópico central. Novelas que rescatan el patrimonio histórico y cultural (his- toria de los incas, pintura y arquitectura colonial, música barroca) son Juvenal Nina (1981) de Gaby Vallejo; La pluma de Miguel (1998), La portada mágica (2001) y La Turquesa y el Sol (2003) de Isabel Mesa; la saga de Benjamín, de Sarah Mansilla y la serie de Uma, de Mariana Estudio introductorio 43

Ruiz. En contraposición, también están las novelas que representan el lenguaje de la postmodernidad a través del uso de la tecnología. Es el caso de Trapizonda (2006), El revés del cuento (2008) y Fábula verde (2015) de Isabel Mesa. Pero no es solamente el planteamiento de temáticas de actua- lidad lo que hace que la novela le haya dado un giro importante a la literatura infantil boliviana, sino también la forma de escri- birlas. Las innovaciones en la estructura literaria marcan un gran desafío para el lector de hoy en día que busca algo más que una lectura lineal. Pensando en los lectores del siglo xxi es que nuestros autores han creado novelas con universos paralelos en los que los capítulos impares hablan de una historia y los pares de otra; han añadido narradores que tienen puntos de vista distintos sobre la trama; han incluido textos adyacentes a la historia para lograr nuevas conexiones; han dejado que el lector elija por dónde continuar la novela; han escrito una historia que va y viene en el tiempo, echando mano de los recuerdos de los protagonistas; han jugado con el lenguaje dándole una mayor personalidad a los personajes. Es decir, que se han utilizado muchas y distintas estrategias para atrapar a un lector distinto, a un lector infantil y juvenil que ya no quiere ser un lector pasivo, si no más bien alguien que es parte de la acción de la obra. Esta recopilación de escritos en casi cien años de literatura infanto-juvenil es protagonizada por muchos autores, hombres y mujeres a quienes les tocó vivir momentos históricos fundamentales para el país. Es una travesía que contempla una selección de obras dirigidas a niños y jóvenes pensando en sus intereses y afectos, y que ofrece una variedad de géneros literarios en el marco de una amplia propuesta nacional. Es la manifestación de narradores que creen en el niño y en el joven como un lector crítico capaz de dis- frutar de una obra literaria, de juzgarla, de pronunciar una opinión, de analizarla y valorarla. Estas apreciaciones son precisamente las que construyeron esta antología, constituida por aquella literatura infantil y juvenil que marca hitos y que trasciende en el tiempo. 44 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

Obras citadas:

Peña Muñoz, Manuel 2013 “Historia de la Literatura Infantil en América Latina. Brevísimo acercamiento”. Otro Lunes Revista Hispanoamericana de Cultura No. 26. Año 7. WEB. Junio de 2015.

Díaz Villamil, Antonio 1995 Leyendas de mi tierra. La Paz: Editorial Juventud.

Díaz Villamil, Antonio 1997 Retamita. La Paz: Editorial Juventud.

Vallejo Canedo, Gaby 2000 “Alfaro, un concierto viviente que viaja por los caminos”. Revis- ta Relalij No. 11. Bogotá.

Vallejo Canedo, Gaby 1987 Detrás de los sueños. [sin datos de la editorial]

Prada, Ana Rebeca. 2009 Introducción. “Palabras sin orillas que es el mar de mi misma: la narrativa de Yolanda Bedregal” en la Introducción de Obra Completa. Yolanda Bedregal. Narrativa. La Paz: Plural Editores.

Agradecimientos

Agradecimientos especiales a Liliana de la Quintana, Verónica Li- nares, Jeannette Medrano y Mariana Ruiz, miembros de número de la Academia Boliviana de Literatura Infantil y Juvenil, por las ideas y sugerencias en la recopilación de los textos. De la misma manera, a Raquel Montenegro por todos sus aportes en el ámbito literario y a mi hermano Carlos D. Mesa por el tiempo que dedicó a la lectura de este libro para la revisión de la parte histórica. Sobre esta edición

La Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia, es el libro número 135 de la Biblioteca del Bicentenario de Bolivia (BBB), que consta de 200 títulos seleccionados por un Comité Editorial de más de 30 expertos: historiadores, literatos, bibliógrafos y cientistas sociales de nuestro país, entre julio y diciembre de 2014. En cumplimiento a las normas de gestión editorial de la BBB, la presente edición, encargada a la escritora y educadora Isabel Mesa Gisbert, fue confeccionada a partir de su propuesta inicial y a los aportes y sugerencias de los miembros del Comité Asesor de la Antología, conformado por Rosalba Guzmán, Mariana Ruiz y Manuel Vargas, escritores de reconocida trayectoria en literatura infantil y juvenil. Los textos que componen este libro se publican una vez culminados todos los trámites y gestiones que garantizan el cum- plimiento de los derechos de autor y el respeto a la propiedad intelectual y una vez superadas las etapas de edición, corrección de estilo y diagramación estipuladas por el Manual de Edición y Estilo de la Biblioteca. El presente volumen cuenta con una bibliografía general, perfi les biográfi cos de los autores antologados, una selección de reseñas críticas de las mejores novelas para niños y jóvenes escritas en el país, y un listado referencial de otros autores y libros sobre la temática.

I Pioneros de la literatura infantil y juvenil (1920 - 1979)

Antonio Díaz Villamil4

Teatro escolar (1939) retamita

Personajes

Retamita (14 años. Muchacha indígena hermana de Pascual) Pascual (15 años. Cieguito indígena) Alejo (15 años. Pastorcillo indígena, amigo de los anterio- res)

Cuerpo de canto y baile, formado por diez varones y diez muchachas de unos 10 a 16 años. Vestidos indígenas como los que usan los llocallas e imillas en las haciendas del país. Época actual. La acción en cualquier parte del país. Derecha e izquierda, las del actor.

Cuadro primero

La escena presenta una chocita indígena con rústico techo de paja, que se alza en el centro, en medio de un desolado paisaje. A la puerta de la choza se halla sentado un indiecito ciego, Pascualito, quien al levantarse el telón, ensaya en su quena una melancólica melodía indígena.

Escena I Pascual y después Alejo Después de unos momentos en que toca Pascual su pinquillo, se le aproxima Alejo.

4 La Paz (1896-1948). Ver biografía en p. 483.

[49] 50 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

Pascual: (Al sentir la aproximación de una persona, interrumpe su me- lodía) ¿Eres tú, Retamita? Alejo: Pascucho, no soy tu hermana. Soy Alejo el llocalla de la hacienda. Pascual: ¿Ya te vienes del pastoreo? Alejo: Sí. Hoy hemos terminado muy tarde. Pascual: ¿Han estado acaso jugando entre los pastores? Alejo: No. Ese zorro feroz, enemigo de nuestras manadas ha hecho un nuevo asalto. Pascual: ¿Y se ha llevado algún animal? Alejo: Sí, se ha llevado una oveja madre a la que entre todos los pastores no hemos podido rescatar. Pascual: ¿De cuál de las manadas? Alejo: Yo no quisiera decírtelo. Pascual: ¿Por qué? Alejo: Porque no te ha de gustar la noticia. Pascual: Entonces… ya lo sospecho (con tristeza). De la manada que cuida mi hermanita, ¿no es cierto? Alejo: Sí. De la manada que cuida Retamita. Pascual: ¡Pobres de nosotros! La desgracia sigue acosándonos sin piedad. Alejo: No es tanto, Pascucho. Ya sabes que cada vez este terrible animal arrebata una oveja. Esta vez le ha tocado a tu hermana. Pascual: Puede ser así. Pero no es solo esto que nosotros sufri- mos. La desgracia se ha venido a aposentar desde hace mucho en nuestra choza y no quiere irse. No quiere irse por nada… Primero se llevó a nuestra madre y nos hizo crecer huérfanos. Luego, la viruela me dejó ciego. Hace un mes la muerte se llevó también a nuestro padre. Y, ahora, que Retamita y yo hemos quedado sin apoyo en el mundo, sin poder yo trabajar, atenido al trabajo de pastora de mi pobre hermanita, el zorro elige precisamente una oveja de Retamita: ¿no es esto ser muy desgraciados? Alejo: No te aflijas Pascucho. Pascual: Y, ahora, todavía el patrón se ha de enojar y es capaz de arrojarnos de la hacienda, puesto que pensará ¡que no servimos para nada! Alejo: En eso tienes razón. Porque el amo no quiere gente inútil en su hacienda. Pioneros de la literatura infantil y juvenil (1920 - 1979) 51

“La música es lo único a lo que puedo consagrarme. Es la única distracción que tengo, la única luz para mi noche interminable…”.

Collage manual y digital de Jorge Dávalos. 52 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

Pascual: Y yo, ¡un pobre ciego, que ni siquiera puedo ayudar a mi hermana para cuidar el rebaño…! Alejo: Pero tú no eres tan inútil como lo dices. Eres un músico muy hábil y todos en la hacienda te queremos y admiramos por las bonitas canciones y danzas que sacas en tu pinquillo. A propósito, dicen que para la fiesta de San Juan estás preparando una nueva canción. Pascual: La música es lo único a lo que puedo consagrarme. Es la única distracción que tengo, la única luz para mi noche intermi- nable. Con ella vivo y con ella procuro interpretar mis penas. Alejo: ¿Y la nueva pieza que vas a interpretar es muy triste? Pascual: No. He procurado que sea la menos plañidera. Está de- dicada a mi hermana Retamita y quiero que como ella sea dulce y tierna. Alejo: Muy bien. Me alegro y te felicito. Nadie mejor que Retamita se merece una canción. Es la muchacha más bella y gentil de la hacienda. Bueno, ahora sigo camino a mi casa. Voy a darles la no- ticia de tu nueva canción. Adiós, Pascucho (sale por la izquierda). Pascual: Adiós, Alejo (al quedarse solo toma nuevamente su instrumento y sigue tocando la melodía del comienzo de la acción).

Escena II Pascual y Retamita

Retamita: (Entra lentamente por derecha, denota tristeza en el rostro y lleva en sus brazos un corderillo de pocos días). Pascucho, ¡hermanito! Pascual: (Interrumpiendo su melodía). Retamita, ¿ya estás de regre- so? Retamita: Sí, hermanito. Esta vez he llegado tarde. Lo he sentido mucho porque comerás más tarde de lo acostumbrado. Pero, verás como voy a apurarme, (se dirige a la choza). Pascual: No. Ven un momento. Retamita: Primero tu alimento, querido hermano. Debes estar con apetito. Pascual: No hace falta. He perdido el apetito con una mala noticia que me han dado. Retamita: (Con sobresalto) ¿Ha estado ya por acá el Alejo? Pascual: Sí. Y me lo ha contado todo ¡Pobre hermanita! ¡Pobrecitos de nosotros, huérfanos! Pobrecito de mí, ¡ciego e incapaz de poder ayudarte en los trabajos de la hacienda! Pioneros de la literatura infantil y juvenil (1920 - 1979) 53

Retamita: No te aflijas tanto, hermanito mío. Después de todo hay que consolarse. Nosotros no somos ya los únicos huérfanos y desdichados. (Muestra la ovejita que tiene en sus brazos, de tal manera que pueda tocarla el cieguito) Toca. ¿Sabes lo que es? Pascual: (Examina con el tacto al animal) Oh, un corderito ¡Qué suave su lana! Debe ser muy tierno. Retamita: Sí, es una chichita y tiene apenas una semana. Pascual: ¿Y por qué la has traído contigo? Retamita: Es que, la pobre es también una huerfanita como no- sotros. Es de la manada que está a mi cuidado. Hoy se ha llevado y devorado el zorro a su madre. Me la he traído a casa porque se moriría estando solita. Ya ves, hermanito, cómo desde ahora nuestra miserable orfandad ha de ser apoyo y cariño para este animalito. Pascual: Dámela. (La acaricia y estrecha con ternura). ¡Pobrecita! ¡Huer- fanita y sola como nosotros! Retamita: Tenemos que quererla mucho. Sobre todo tú. Va a ser tu compañera mientras yo esté ausente. Ya tendrás con quién hablar. Además, ¿sabes?, se me ocurre una idea. Le vamos a poner mi mismo nombre: Retamita. Puesto que es como mi hijita… Pascual: ¡Retamita! ¡Qué dulce va a ser su nombre! Cuando yo le hable y la llame en tu ausencia me haré de cuenta que estoy ha- blando contigo. (Al corderillo). Retamita. Ven, Retamita. ¿Te gusta el nombre? Claro, que te gusta. ¡Si es tan lindo! ¡Cómo mi hermanita! ¡Retamita! Retamita: Ya ves cómo la desgracia de hoy nos ha traído también una pequeña alegría. Pascual: Sí. Ya no somos dos huerfanitos inútiles. Ahora tenemos a alguien a quien querer y a quien proteger. Sí. Ahora puedes hacer la comida. Ya tengo apetito. Mientras tú enciendes el fuego, voy a ensayar la canción que estoy componiendo para la noche de San Juan. Retamita: (Entrando por la puerta de la choza). Te dejo a la guagua. Voy a hacer la comida. Pascual: (A la ovejita). Guagua. Te han arrebatado a tu mamacita. Pero no tengas pena. No tengas pena. Tienes ahora otra más linda y más buena.

Telón rápido 54 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

Cuadro segundo

La misma decoración del cuadro anterior.

Pascual: (Sentado en la puerta de su choza, tiene entre sus brazos a la oveji- lla, con la que mantiene el siguiente coloquio). ¿Ya estás inquieta, verdad? Claro. Es la hora en que debe volver la mamacita. Sí. Pronto ha de llegar y, como todos los días, te ha de traer la lechecita. ¿Te gusta la leche, no? ¿Mucho? Ah, pues claro. ¿Y sabes cómo consigue leche tu buena mamacita? ¿No? ¿No lo sabes? Pues yo te lo voy a decir. Se lleva todos los días un tachito escondido en el seno y ordeña un poco a las ovejas que están criando a sus hijitos, y luego te la trae a ti guagüita. Ya ves cómo por este sencillo procedimiento todos los corderitos de la manada te ceden un poquito de su leche para que vivas tú. Ya ves que tu nueva mamacita es buena y sabe hallar el modo de hacerte feliz. Ahora ya sientes hambre, ¿verdad? Ten pa- ciencia, Retamita. Ya va a llegar tu mamá con la lechecita para ti y en seguida me va a hacer a mí la comida. ¿Qué buena es, no es cierto? Ah, ¡que Dios la proteja y la bendiga! Sin ella ni tú ni yo podríamos vivir. Por eso tenemos que ser muy agradecidos para con ella. ¿Sabes cómo vamos a agradecerle por ahora? Pues, le vamos a hacer una canción que ya la tengo aquí en la memoria. Es la canción que van a cantar los llocallas y las imillas de la hacienda en la noche de San Juan que está próxima. Esta canción está dedicada a ella. ¿Quieres oírla tú primero? Bueno, escucha. Dice así:

Retamita, Retamita, fl or de oro como el sol Retamita, Retamita, dame un poco de tu olor. Retamita, Retamita, no te llenes de rubor Retamita, Retamita, dame un poco de tu amor.

Retamita, Retamita, es tan dulce tu canción Retamita, Retamita, que me baila el corazón. Pioneros de la literatura infantil y juvenil (1920 - 1979) 55

¿Qué te parece? ¿Te gusta? ¿No es verdad que es como para tu mamacita...? Retamita: (Apareciendo por la izquierda; lleva un cántaro indígena en la mano). ¿Qué estás hablando tanto, Pascucho? Desde lejos he esta- do escuchándote. Te parecías al tata cuando viene a predicar a la iglesia el día de la fiesta. Y hablabas cosas muy bonitas. ¿Dónde has aprendido todo eso? Pascual: Ah, es que es la compensación a la desgracia de ser ciego. Yo tengo aquí dentro (señala el pecho), unas cosas que me hablan y que me hacen sentir el mundo y la vida, mejor quien sabe que con los ojos. Por eso hablo, pienso y compongo eso que a ti tanto te sorprende. Retamita: (Con pena). Ay, Pascucho. Esta tarde he regresado muy triste. He pasado por la casa de la anciana Tomasa. Me ha llamado y me ha dicho: ¿Quién como vos, imillla Retamita? Vas a tener mucha suerte. Mi hijo acaba de volver de hacer su pongueaje en la ciudad y me ha dicho que ha oído decir en la casa del patrón que te han de llevar para que seas sirvienta de las niñitas y para que juegues con ellas. Pascual: (Con alarma) ¿Cómo? ¿Qué te van a arrancar de mi lado? Retamita: (Abrazándose a Pascual y con voz entrecortada y sollozante). Sí. Eso me ha dicho la awicha Tomasa. ¡Hermano! ¡Pascucho! ¿Qué vamos a hacer? Pascual: (Con sollozo intenso). ¡Ay, Retamita! ¡Yo voy a morir de pena si tu te vas! Retamita: ¡Y no ha de ser por mi querer, hermanito! Si él se em- peña ¿cómo vamos a poder nosotros pobres huérfanos burlar la orden del patrón? Pascual: Pues yo iré a decirle que eso es imposible. Que tú no puedes dejarme. ¡Que voy a perecer si me quitan a ti! Retamita: (Sollozando). ¡Ay, Pascucho, hermanito! ¿Qué es lo que vamos a hacer? ¡Yo no sé cómo evitar esta nueva desgracia! Pascual: (Con grave tristeza). Sí. ¡Otra nueva desgracia! (después de una pausa y con transición de tono y acento resignado). Pero… ni tú puedes evitarla ni yo puedo hacer nada que no sea llorar con el corazón puesto que con estos mis ojos ciegos no puedo derramar lágrimas. Pero… después de todo, tú debes ir. Retamita: ¿Ir? ¿Dejarte? ¿Entonces (con amargura) tú lo aceptarías? Pascual: (Con calma y solemnidad). Escúchame Retamita y mira la 56 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

forma que tengo de quererte. Si por compasión a mí te quedaras, no harías sino vivir miserablemente junto a un pobre inválido que es una terrible carga para ti y para tu porvenir, con peligro de que el patrón nos eche de la hacienda. Además, ya no podemos tener sayaña porque yo no puedo trabajar como nuestro padre. Con tu trabajo de pastora no podremos vivir los dos por mucho tiempo y tarde o temprano nos tendremos que convertir en dos mendigos. Mientras que ahora, yéndote a la ciudad con los patrones, tú has de progresar. Te van a vestir bien; vas a usar zapatos, te van a enseñar a leer y vas a ser una cholita, en lugar de seguir como una pobre imilla. Junto a los patrones has de llegar a tener alguna influencia y puede que algún día logres hacer algo por mí. Retamita: Todo eso que dices es muy lindo. ¿Pero, qué va a ser de ti? ¿Quién te va a dar la comida? ¿Quién va a cuidar de tu ropa? Pascual: Yo no soy más que un estorbo a tu lado. Pero ya sabrás cómo cuando tú te vayas me las he de arreglar para vivir. Para un cieguito digno de lástima, no ha de faltar un techo ni un plato de comida en cualesquiera de las chozas de los peones. He de ser el cieguito ambulante y músico y me he de ir de casa en casa, a pagar mi pan con mis cantos y mis versos. ¡Ya lo vas a ver, hermanita! Y ahora que quién sabe son los últimos días que cuidas de mí, apúrate en preparar nuestra comida. Retamita: Ay, Pascucho, desde ahora voy a prepararte con todo mi cariño. Vas a probar cómo te lo he de cocinar. (Entra en la choza). Pascual: (Al corderillo). Guagua. Retamita. ¿Qué te parece? Otra vez te vas a quedar huérfana. Otra vez muy solos. ¡Tú y yo sin más cariño en la vida…! ¡Pobrecita Retamita! ¿Quién te dará lecheci- ta? Ya no tendrás más cuidados que los de este pobre ciego… Y yo… yo no he de poder decir hermanita, Retamita más que a ti. ¡A ti que serás todo lo que me queda en el mundo! (Sollozando). ¡Retamita! ¡Retamita...!

Cae lentamente el

Telón Pioneros de la literatura infantil y juvenil (1920 - 1979) 57

Cuadro tercero

El mismo escenario de los cuadros anteriores. Es la hora del atardecer. El paisaje va esfumándose entre las sombras de la noche. Hacia el fondo, las fogatas de San Juan brillan con luz rojiza en la lejanía de los cerros que cierra el horizonte. Delante de la choza de Pascual arde una hoguera de palo de haba que atiza Alejo, mientras Pascual permanece sentado junto al fuego, abrazado de su ovejilla.

Escena I Pascual y Alejo

Alejo: Es muy raro, Pascucho lo que me han dicho. Pascual: ¿Qué te han dicho? Alejo: Que tú la has convencido a tu hermana para que se vaya con el patrón. Pascual: ¡Qué saben ustedes de mi pensamiento! Alejo: Pero, entonces ¿para qué te lamentas ahora? Ella no quería dejarte. Tú la has obligado. A mí me consta que se ha ido llorando por ti. Pascual: Tú, como todos en la hacienda, saben que las órdenes del patrón hay que cumplirlas. No hay remedio. Además si nosotros nos hubiéramos opuesto, nos despedían al momento. Alejo: En eso tienes razón completa. Pascual: Pero en lo que creo tener más razón es en que o no tenía ningún derecho en retenerla para que sea desgraciada a mi lado. Ella ha dejado de vivir en esta choza que parece que tuviera algún maleficio para todo el que la habita. Se ha salvado de la fatalidad. Es bastante que yo me quede para pasto de la desdicha. Alejo: Pero tú también puedes abandonarla. Muchos peones quie- ren acogerte en sus casas. Pascual: Sí. Y les agradezco. Pero no puedo ni quiero dejar esta choza. Aquí he nacido. Aquí he conocido la luz y la naturaleza en los días felices en que vivía mi padre y tenía vista. Aquí la he per- dido y su última visión se me ha quedado grabada en el alma. En esta choza han muerto mis padres. Pero sus almas en las noches 58 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

me hablan y me acompañan y me acarician y me consuelan. No puedo irme de aquí. Alejo: Pero, ¡tan solo! Si te pasara alguna desgracia. Pascual: Mayores desgracias no las espero ya. ¿Qué más puede ocurrirme? Además, mis padres, desde el cielo han de velar por mí, así como velarán por mi hermana en la ciudad. Alejo: Pero es que tú no puedes caminar. Si al menos tuvieras un perrito. Pascual: Qué mejor lazarillo que esta mi ovejita. Ella mejor que nadie me comprende y parece que sabe lo que deseo. Me conduce a la aguada, vuelve a la choza. Cuando la nombro, qué dulce y melancólico me sabe ese nombre, (acaricia a la ovejita) ¿No es cierto Retamita? ¡Retamita...! Nadie llegará a comprender lo que tiene ese nombre para mi. Alejo: A propósito de Retamita. Esta noche los muchachos de la ha- cienda van a cantar tu canción, bailando en torno de las hogueras de San Juan. ¿Quisieras oírles? Creo que te van a dar una sorpresa. Pascual: Quisiera y no quisiera. Alejo: No te entiendo. Pascual: Quisiera escucharles, porque esa canción está dedicada a mi hermana y en ella he volcado toda mi ternura. Es el testimonio de mi gratitud por sus cuidados. Alejo: ¿Y por qué no quisieras? Pascual: Porque esa canción, ahora, estando ella lejos de mí, ha de ser una voz amarga que me dirá lo mucho que he perdido per- diéndola a ella. No sé si podría escucharla así nomás ¡mi corazón tan estrujado! Alejo: Tienes razón, tu dolor es respetable. Pero, ellos vendrán. Así lo han dicho. Piensan que viniendo a cantar en torno de tu hoguera te hacen una manifestación de simpatía. (Escuchando a la distancia). ¿Oyes...? Ya vienen. (Señala a la lejanía).

(Se escucha lejano el coro de Retamita, entonado por una veintena de muchachos y muchachas. La canción va haciéndose cada vez más clara como si se fueran aproximando los cantores).

Pascual: (Después de una pausa). Sí. Ya la escucho. Alejo: Es muy linda. Debes estar orgulloso de haberla hecho. Pascual: En efecto. Nunca creí que me saliera tan bella. Tiene la tristeza de mi presentimiento. Parece que la hubiera hecho como Pioneros de la literatura infantil y juvenil (1920 - 1979) 59

una canción de eterna despedida; como un grito ahogado por la nostalgia.

(Los cantores y bailarines, aparecen tomados por parejas cogidos por la mano. Cuando llegan al escenario hacen un círculo al cual se adjunta Alejo como impulsado por el entusiasmo. La rueda que deja al centro a Pascual y la hoguera, da una vuelta bailando y luego cantan otra estrofa; dan otra vuelta y cantan otra estrofa, así sucesivamente hasta terminar el verso. La letra es la misma que recitó Pascual: “Retamita, Retamita, etc. Luego de dar una última vuelta de danza, comienzan a salir por parejas y a perderse, cantando nuevamente la letra de la canción que va haciéndose cada vez más débil como si se hubieran alejado. La escena queda inmóvil y desierta. Solo se escucha apenas el eco de la canción. Solo Pascual queda en el mismo sitio e inmóvil junto a su ovejita como si estuviera bajo el peso de una inmensa tristeza).

Pascual: (Repitiendo con profunda amargura) ¡Retamita! ¡Ya no existes para mí! (Sollozando). ¡Se fue la luz de mis ojos...! ¡Mi alegría! ¡Mi protección! (Toma la ovejita) ¡Retamita...! ¡Retamita...! Solo me has quedado tú… ¡Pobrecita...! ¡Sola y huérfana como yo...! ¡Retamita...! ¡Retamita...! (Se arrodilla sollozando y estrechamente abrázase a la ovejita, con voz desfalleciente). ¡Retamita...! ¡Retamita...!

Telón 60 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

muñecas de bazar

Personajes

Muñequita Morena Muñequita Rubia Muñequita Negra Marilú Niña Otras niñas que hacen de distintas muñecas (piel roja, japone sa, tirolesa, turca, rusa, esquimal, cruz roja, etc.

Todas las niñas que interpretan los roles de muñecas deben estar vestidas como si fuesen realmente muñecas con el traje caracterísitico de cada país y con la cara maquillada de forma adecuada. Además sus movimientos, tanto de mímica como de baile, deben caracterizarse por la dureza de movimientos que tienen las muñecas dada la imperfección de sus articulaciones.

Cuadro primero

La escena representa un compartimiento de un bazar o almacén en que se venden juguetes. En el fondo de la escena una fila de grandes cajones de cartón tales como los que sirven para guardar muñecas. Estos cajones deben ser de tamaño suficiente para contener a las pequeñas actrices. Al levantarse el telón las muñecas están inmoviles dentro de sus cajas, como si lo fueran realmente. Se siente cerrar puertas desde afuera y apagar la luz de la escena quedando ésta a media luz.

Muñ. Morena: (Saliendo sigilosamente de su caja y examinando alrededor). Amiguitas, ya se fueron los dueños. Han cerrado el almacén. Muñ. Rubia: Oye Marilú, tú que estás cerca del botón, enciende la luz. Marilú: (Haciendo lo pedido). Ya está. Luz para vernos las lindas caritas que nos ha dado el fabricante. Pioneros de la literatura infantil y juvenil (1920 - 1979) 61

“Algún día todas seremos vendidas. Porque ese es nuestro destino. Para eso nos han hecho muñecas…”

Collage manual y digital de Jorge Dávalos. 62 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

Muñ. Morena: Vengan chicas queridas.

(Todas las muñecas salen de sus respectivas cajas y moviéndose como muñecas comienzan a estirar sus miembros como si estuvieran entumecidas por larga inmovilidad; bostezan y se refriegan los ojos como si volvieran de un letargo).

Muñ. Morena: A ver. Primero el recuento de las que quedamos. Po- nerse en fila. (Todas obedecen). (Muñeca Morena las cuenta mentalmente). Ah. Hoy día parece que ha habido mucha venta de nosotras en el bazar. Faltan muchas compañeras… ¡Qué pena! Muñ. Negra: Ay muñequitas lindas. A mí me han dejado solita. ¡Han vendido al negrito que era mi pareja y mi paisano! (Llorando) ¡Ay, me han dejado solita! Muñ. Morena: No llores negrita. Yo te voy a querer. Muñ. Negra: Ay, señorita. Pero usted es muy linda para quererme a mí. Muñ. Rubia: Sí. No te aflijas. Además todas te vamos a querer también. Y a todas nos quiere la Muñeca Morena que es nuestra reina. Marilú: Y también la que nos distrae de nuestras penas con sus lindos cuentos y sus canciones. Muñ. Morena: ¡Muchas gracias, amiguitas! Muñ. Negra: (Suspirando) ¿Y cuando algún día la vendan también a ella y se la lleven del bazar...? ¿Qué haremos? Muñ. Rubia: (Con energía) Pues no lo vamos a permitir. Ya saben ustedes que hasta ahora no la han vendido a pesar de ser la más linda de nosotras, porque su caja está en el rincón oscuro y parece que felizmente los dueños se han olvidado de ella. Muñ. Morena: Si ocurriera la desgracia de que me encontraran… Qué dolor para mí, amigas mías. Me moriría de pena, tanto por mí como por ustedes. ¡Estoy tan acostumbrada aquí! ¡Tanto tiempo vivimos como hermanas...! Ah, no. No debemos pensarlo siquiera. Muñ. Rubia: Además, irías tal vez con alguna niña caprichosa que te golpee, te arrastre y te arranque los brazos. Muñ. Negra: Y que te haga morder con los perros o arañar con los gatos. Marilú: No. Jamás. Eso no harán contigo. Porque si a ti te compran, te ha de comprar una niña rica. Pioneros de la literatura infantil y juvenil (1920 - 1979) 63

Muñ. Negra: Entonces, peor. Porque a mí me han dicho que las niñas ricas son las que tratan con mayor crueldad a sus juguetes. ¡Como tienen tantos...! no les importa destruirlos, puesto que saben que sus papás, para mimarlas, les comprarán otros enseguida. Muñ. Morena: Agradezco tan cariñoso deseo. Pero… (con pena). Algún día todas seremos vendidas. Porque ese es nuestro destino. Para eso nos han hecho muñecas. Para ir al palacio o al tugurio a distraer a los niños. Para recibir, un rato sus caricias y sus alboro- zados besos y, más tarde, sufrir su ingratitud y sus veleidades. ¡Po- brecitas muñecas...! Somos, en manos de los niños, el instrumento en que ensayan los pequeños sus pasiones, sus amores, sus odios y sus traiciones, para cuando sean mayores. Nuestro destino es ese. Pero, felizmente para que no suframos tanto, tanto, los fabrican- tes nos han dado corazón de madera y sangre de aserrín. Solo así podemos soportar a nuestros pequeños tiranos. Muñ. Negra: ¡Ay muñequita morena! Lo que dices es verdad. Pero, no negarás que, estando tanto tiempo juntas parece que hubiéra- mos empezado a tener sangre y corazón que sufre y palpita por nuestro destino. Y, yo. Yo, por ejemplo, ahora sufro y lloro porque vendieron a mi compañero negro y pienso con inquietud en las manos a las que haya ido a dar. Muñ. Rubia: No llores más negrita. Ya lo ha dicho nuestra linda Muñequita Morena, nuestro destino es ese. Por eso mismo no vale la pena llorar, más bien disimular nuestras inquietudes. Ea, y ahora como todas las noches, a distraernos y a ser muñecas de verdad. Vamos, Muñequita Morena, cuéntanos el cuento que nos ofreciste anoche.

Todas las muñecas saltan y agitan las manos exclamando: —¡Sí!¡Sí! ¡El cuento!

Muñ. Morena: Bueno. Escuchen.

Todas se sientan en torno formando un bello círculo, mientras Muñequita Morena toma colocación central sobre un cajón del depósito.

Muñ. Rubia: Te escuchamos. Muñ. Morena: Dice que había una vez, en una tienda de un pueblito tan solo un par de muñecas que estuvieron juntas durante varios años. Nadie las compraba. En ese transcurso del tiempo llegaron a quererse tanto que creyeron que la felicidad era eterna, puesto 64 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

que tenían la seguridad de vivir eternamente juntas. Pero alguna vez tenían momentos de terror. Era cuando llegaba alguna persona en busca de juguetes. Se estremecían de miedo en el fondo de sus cajitas. Fue pasando mucho tiempo, sin embargo, ellas siguieron creyendo en su felicidad. Pero un día llegó lo inevitable. Una de ellas fue comprada y llevada lejos para juguete de una niña cruel y caprichosa que unos días la pegaba y otros la tenía abandonada por los jardines, expuesta al viento, al agua y al sol. Un pajarito compasivo fue a llevar la noticia de tanta desdicha a la muñequita que quedó en el almacén. Entonces, la pobrecita, consumida por la nostalgia, se enfermó y se murió. Muñ. Negra: ¡Yo también creo que voy a morir así! Muñ. Rubia: Pero tú nos tienes todavía a nosotras para acompa- ñarte y consolarte. Muñ. Morena: Y ahora, como siempre, vamos a cantar y bailar nuestra ronda.

Ronda de muñecas

Muñequitas somos de aserrín y palo que esperando estamos un día muy malo en que de la tienda nos vayan sacando por distinta senda.

Unas nos iremos con niñas buenitas que sabrán mimarnos como a sus hijitas y nos dormiremos en lindas camitas bien arropaditas. Pioneros de la literatura infantil y juvenil (1920 - 1979) 65

Otras, por desgracia, seremos compradas por crueles muchachas que a las dos jornadas en trajes de hilachas y los brazos rotos nos han de arrojar.

Muñequitas somos de aserrín y trapo pero, el fabricante guiado por los gnomos nos hizo con alma que sufra y que cante en secreta calma.

Telón

Cuadro segundo

La escena representa el dormitorio de una niña rica. Ella duerme en una elegante camita. Su rostro dormido se deja ver al reflejo de una lámpara tenuamente velada por una gran pantalla de raso. Al pie de la camita yace en una posición completamente incómoda, como arrojada con violencia, la Muñequita Morena. Al levantarse el telón, en medio del solemne silencio de la noche, se escucha como un suave murmullo la ronda de las muñecas cantada en el primer cuadro, pero simplemente tarareada a boca cerrada por el mismo coro. La niña despierta y se incorpora como alucinada. Luego de mirar con vaguedad en torno de sí, vuelve a caer dormida.

Muñ. Negra: (Entra sigilosamente en la estancia y examina a la niña dormida, luego se detiene ante la Muñeca Morena a la que contempla con profundo pesar) ¡Sí! ¡Era cierto nuestro temor! (acaricia a la muñeca) ¡Linda Muñequita Morena! ¡Tú que eras la reina del Bazar...! ¡Tratada así, como una cualquiera...! ¡Qué cruel y caprichosa es la niña que te ha comprado! ¡Arrancarte de nosotras, de nuestro cariño, para tenerte así, como un trapo sin valor! 66 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

Muñ. Morena: (Como despertando de un letargo) ¿Quién es? ¿Quién me habla? Muñ. Negra: Soy yo, amita preciosa. Es tu negrita, Muñequita Morena, que ha venido a verte por encargo de todas nosotras que hemos quedado en el bazar. A decirte que desde el día que te compraron por el desdichado capricho de esta niña, estamos sufriendo mucho. Ya sabes como cada una de nosotros quiso ha- cerse comprar en lugar tuyo. Cada una arregló lo mejor que pudo su traje, hizo el gesto más atractivo en su carita pintada a fin de atraer la codicia de la compradora. Pero esa caprichosa chiquilla te quiso a ti, a la Muñeca Morena, a la reina del bazar y… ¡te compró sin remedio! Desde entonces estamos llorando por ti sin consuelo (haciéndose escuchar el coro que se escucha desde el fondo) ¿Escuchas? Son las compañeras que han venido a demostrarte su pena. Muñ. Morena: Ah, es verdad. Sí, ya me acuerdo. Me compraron del bazar… Sí, una niña engreída y mala… Sí, me arrancaron del lado de ustedes, y ahora estoy aquí, tratada con desdén… Ahora lo recuerdo… Esta noche, mi tirana dueña se enfureció porque quisieron obligarle a tomar la sopa y se vengó conmigo…! ¡Qué jalones! ¿Qué golpes tremendos...! Hasta ahora me duelen mis débiles articulaciones. Muñ. Negra: Y esa niña cruel ha debido arrojarte así sin com- pasión… ¡Qué crueldad muñequita linda! (La toma en brazos). Levántate. (Le arregla los cabellos). Mira tus lindos bucles! ¡Qué deshechos! Muñ. Morena: Sí querida negrita. Estoy un desastre. Yo, la que ustedes llamaban la “Reina del Bazar”. Muñ. Negra: Ah, pero esto no debe seguir. He venido a llevarte nuevamente con nosotras. Ven. Huyamos. Muñ. Morena: (Con pena) No, negrita de mi alma. Eso es imposible. Eso no lo puedo hacer. Tengo, como toda muñeca, que soportar mi destino. El capricho de un fabricante nos hizo nacer; el capricho de los niños tiene que hacernos morir. Muñ. Negra: No. Tú eres nuestra reina. Tú nos haces falta. ¡No eres como las demás muñecas! Que nos compren a todas nosotras, menos a ti. Muñ. Morena: Imposible es volver con ustedes. A menos… que mi dueña me devolviera antes de que me estropee más… Muñ. Negra: ¡Oh, si esta chiquilla caprichosa tuviera la idea de que Pioneros de la literatura infantil y juvenil (1920 - 1979) 67

ya no le gustas! ¿Quién podría decírselo? ¿Yo, acaso...? (Se aproxima a la camita) Oye, niña orgullosa, tú que tienes tantos juguetes… Muñ. Morena: (interrumpiéndola vivamente). No. No digas nada. Vas a revelar nuestra alma a los mortales. Muñ. Negra: Entonces vámonos sin decirle una palabra. No. ¡Sería un sacrilegio! (La toma del brazo). Antes de que despierte.

(En ese momento la niña se incorpora como sobresaltada y presa de una fuerte pesadilla)

Niña: ¡Mamá! ¡Mamá! Muñ. Morena: (En voz baja y angustiada). Huye. Huye por Dios. Que no te encuentren aquí. (Empujándola hacia la salida). ¡Pronto! ¡Pronto! Muñ. Negra: Al menos dame un besito de despedida. Muñ. Morena: Tómalo (La besa) ¡Adiós! Muñ. Negra: (Con pesar). Adiós. ¡Adiós Muñequita Morena! (Sale).

(Muñeca Morena se tiende en la misma posición incómoda en que estuvo al comenzar el cuadro y queda inmóvil)

Niña: ¡Mamá! ¡Mamá! (Saltando de la cama y mirando con terror a la muñeca) ¡Mamá! ¿No quiero esta muñeca. No la quiero. ¡Que la lleven al bazar! ¡Mamá! (sollozando) ¡Mamacita!

Cuadro tercero

La misma decoración que en el Cuadro Primero, o sea una repartición del bazar. Esta vez la escena está casi a oscuras. Apenas se notan las siluetas de las muñecas.

Muñ. Negra: (Levantándose con lentitud) ¡Qué noches y días tan lar- gos y tan tristes! (enciende la luz dando vuelta a un interruptor. Mira en torno con aire triste y contempla a las muñecas inmóviles). Levántense compañeras. Muñ. Rubia: (Desde su sitio). Déjanos, Negrita. ¿A qué hacer la ficción de vivir? ¿Si ello no ha de ser más que para recordar con dolor a nuestra pobre Muñequita Morena? Muñ. Negra: Pero, hablando, al menos se hace menos insoportable nuestra desdicha. Marilú: Mejor es seguir siendo palo y aserrín. Así sentimos menos su ausencia. 68 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

Muñ. Negra: Pero, es que recién me acuerdo de una gran noticia, que con la pena de anoche se me olvidó contarles. Oh, sí. Es una gran noticia. (Todas las muñecas se incorporan y salen de sus cajas rápi- damente). Todas: ¿Qué noticia? ¿Cuál es? ¡Dínosla pronto! Muñ. Negra: Escuchen. En el momento en que yo escapaba de la casa, casi empujada por nuestra Muñequita Morena, la niña que la posee, empezó a gritar ¡Mamá! ¡Yo no quiero esta muñeca! ¡Mamá, que la devuelvan al bazar! Muñ. Rubia: ¿De veras? Muñ. Negra: Sí. Lo he oído muy claro. La niña gritaba como alocada y parecía que hubiera entendido todo lo que decíamos junto a su cama. Muñ. Rubia: ¿Pero, acaso las personas pueden comprender nuestro lenguaje? Muñ. Negra: Y, entonces, ¿por qué exclamaba así? Yo estoy segu- ra que nos entendió. Al fin y al cabo era un chiquilla, muñequita también como nosotras para sus papás. Muñ. Rubia: Puede ser. Entonces, ¿la devolverán? Muñ. Negra: Como es una chica muy engreída, sus papás harán lo que ella quiera. Todas: (Saltando de alegría) Ah, sí ¡que nos la devuelvan! ¡Que nos la traigan! Muñ. Rubia: (Con tristeza). Pero… hay una cosa difícil. Todas: ¿Qué cosa? Muñ. Rubia: Nuestro amo, el dueño del bazar ¿La aceptará después de haberla vendido? Todas (Con pena) ¡Ah...! Muñ. Negra: (Escuchando hacia fuera) ¡Chist! Silencio. Alguien viene. Muñ. Rubia: ¡Pronto! ¡A nuestros sitios! (Todas las muñecas van apre- suradamente a ocupar sus antiguos lugares y permanecen en silencio). Voz de hombre: Pero señora, nunca acostumbro yo recibir la mer- cadería vendida. Voz de mujer: Pues, yo se lo ruego señor. Mi hija ha amanecido hoy enfermita y afiebrada. Quiere a toda costa que devuelva esta muñeca. No quiere verla. Le causa espanto. Tal vez ha sufrido al- guna alucinación. Voz de hombre: Es raro, señora. Pero si no quiere la muñeca, nada más fácil que esconderla o regalarla a alguna niña pobre. Pioneros de la literatura infantil y juvenil (1920 - 1979) 69

Voz de mujer: Y lo habría hecho, ¡pero se empeña en que la de- vuelva al mismo bazar! ¡Si la oyera usted señor! ¡Le causaría pena su excitación nerviosa, su angustia...! Voz de hombre: Pero, señora, yo no puedo devolverle el dinero. Mis libros… Voz de mujer: (Interrumpiendo). Si no es más que eso. Yo renuncio a que me devuelva el valor. Voz de hombre: Si es así señora… No tengo más que aceptarle. Voz de mujer: Oh, muchas gracias. Aquí se la dejo y adiós.

Se sienten unos pasos, la escena queda nuevamente a oscuras. Se nota un ruido de alguien que entra y deposita un gran paquete en el centro, luego se sienten unos pasos que se alejan hasta que reina completo silencio.

Muñ. Negra: (Levantándose sigilosamente, se acerca al bulto y lo descubre con cuidado). ¡Compañeras, enciendan la luz y vengan! Todas: (Una de ellas enciende la luz y luego bajan apresuradamente a rodear el bulto). ¿Qué es? Muñ. Negra: (Alegremente) ¡Nos la han devuelto! Muñ. Rubia: ¡Muñequita linda! (Se aproxima a besarla) ¡Oh, que alegría! Todas: (Saltan y palmotean de alegría). ¡Ah, nuestra Muñeca Morena! ¡Nuestra linda Reina! Muñ. Morena: (Levantándose lentamente, como si volviera de un letargo) ¿Dónde estoy? Muñ. Negra: Con nosotros otra vez. ¡Estás entre tus compañeras! (La besa) Muñ. Morena: Pero, ¿es cierto? ¡Ah, qué dichosa vuelvo a ser! Otra vez al lado de ustedes. (A ellas) ¡Pobrecitas mías, ya no pensaba volverlas a ver! Todas: (Con gran algaraza). ¡Viva nuestra Reina! ¡Viva nuestra Mu- ñeca Morena! Muñ. Morena: (A Muñeca Negra) Ven Negrita. A ti te debo mi felici- dad. (La abraza y besa) Tu visita me ha devuelto la libertad. ¡Te voy a querer mucho! ¡Pero mucho, mucho! Muñ. Negra: ¡Gracias linda muñequita! ¡Qué feliz voy a ser con tu cariño! Creo que ya no voy a extrañar a mi compañera Morena. Muñ. Rubia: Y, ahora, compañeras, en señal de regocijo por la feliz restitución de nuestra reina, a cantar y bailar en torno de ella. 70 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

Todas las muñecas hacen círculo y bailan al mismo tiempo que cantan la primera estrofa de la Ronda de las Muñecas. Al terminar, Muñequita Morena, se adelante al público, mientras las demás forman detrás de ella un semicírculo.

Muñ. Morena: (Hacia el público). Y aquí termina esta fantasía en- cantadoras niñitas.

Telón Óscar Alfaro5

Alfabeto de estrellas (1950)

Vendedora de kantutas

Tras la luna de esmeralda por el camino va sola la silueta de la chola con su guagüita a la espalda.

En su fl orida pollera color de cielo estrellado lleva a vender al mercado kantutas de primavera.

El niño que quiere tanto y no comió todo el día, va empapando con su llanto las fl ores de la agonía.

Con toda el alma partida ofrece de casa en casa las fl ores de nuestra raza para salvar una vida.

Pero no vende ninguna y el grito del niño hambriento hiere su pecho sangriento como una astilla de luna.

5 Tarija (1921-1963). Ver biografía en p. 483.

[71] 72 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

Y bajo el cielo incendiario pintado de rubias frutas, ¡se va llorando kantutas su corazón proletario! Pioneros de la literatura infantil y juvenil (1920 - 1979) 73

Las bolitas de cristal

Por el patio del colegio van saltando de alegría y arrancando mil arpegios de las piedras cristalinas.

En algunas pasa ardiendo una estrella fugitiva… se deslizan alumbrando cual granitos de luz viva.

Y las aves y las fl ores y los niños y las niñas se refl ejan dentro de ellas en fi guras pequeñitas…

Son granizos de colores que una lluvia cantarina ha soltado como notas de su fresca melodía

Y en el patio del colegio van saltando de alegría. 74 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

Cuentos Fascículo núm. 1 Colección Alfaro (1962)6

El pájaro de fuego

Era un pájaro bellísimo, de color tan rojo que parecía una llama- rada volando por el aire. Si se paraba en un alero, el dueño de la morada inmediatamente salía gritando: —¡Auxilio! ¡Hay fuego en el techo de mi casa...! –Y al punto le arrojaban chorros de agua, con lo cual aquella llama viva se lanzaba otra vez al cielo. Si se paraba sobre un granero, los ratones se llevaban el susto más grande de su vida. —¡Sálvese quien pueda! ¡Ha caído una brasa en el granero! ¡Pronto comenzará el incendio...! –Y escapaban despavoridos. Una vez se lo vio bajar hasta el borde del río, tocar el agua y levantarse de nuevo. Entonces se lo creyó una brasa encantada, pues tocaba el agua y no se apagaba, además de tener la virtud de volar. Pero aquel pájaro maravilloso no creía ni remotamente estar hecho de fuego y más bien él soñaba con parecerse a una fl or, que él conceptuaba como la encarnación de la belleza. —Yo soy la fl or del aire. Mi tallo es tan largo como el hilo de un volador y me permite ir adonde quiero –decía alegremente. Pero los demás pájaros no creían en su tallo imaginario, ade- más de que sus formas no tenían nada de común con la fl or. —¿Dónde se ha visto una fl or con pico? –decían. —¿Y una fl or que cante...? El pájaro encendido escapaba entonces de tantos incrédulos y se daba a vagar, ardiendo, por los aires.

6 Según varias bibliografías de Óscar Alfaro, la fecha de publicación de este libro es 1960. Sin embargo, la casa impresora del mismo es “Printer Industria Gráfi ca S.A”. de San Vicente dels Horts en Barcelona. Dicha casa editora fue fundada recién en 1º de diciembre de 1962. Por lo tanto, este libro fue publi- cado posiblemente entre 1962 y 1965. Pioneros de la literatura infantil y juvenil (1920 - 1979) 75

“Era un pájaro bellísimo, de color tan rojo que parecía una llamarada volando por el aire…”

Collage manual y digital de Jorge Dávalos. 76 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

Un día se dijo: “Me posaré sobre un árbol seco y lo alegraré con mis colores. Él sí creerá que soy una fl or”. Y se sentó sobre un ceibo partido por un rayo. Allí, rojo y vistoso, parecía una extraordinaria fl or encarnada. Abrió las dos alas radiantes y las elevó a los cielos semejando en- tonces una fl or bipétala. Su identidad era perfecta, pero le faltaba una cosa: el perfume. Se dejó caer entonces sobre unas fl ores silvestres que crecían al pie del árbol y aleteó sobre ellas un largo rato. Cuando se consideró sufi cientemente perfumado, voló de nuevo a la punta del ceibo y adoptó la posición anterior, mejorándola todavía, pues se paró sobre una sola patita, que semejaba muy bien el tallo de una fl or. Estuvo así muchas horas seguidas y empezó a sentir hambre. En esto se presentó una mariposa, dispuesta a libar la miel de la supuesta fl or. El pájaro se la tragó en un santiamén y volvió a quedar inmóvil. —¿Qué flor tan extraña es ésa, que se traga a nuestra hermana? –dijeron las demás mariposas, asombradas. Vamos a averiguar lo que pasa. –Una tras otra volaron hacia el pájaro y corrieron la misma suerte. Todos los insectos se alarmaron ante aquella fl or carnicera que se alimentaba de mariposas, pero el pájaro estaba radiante. Y después de saciar su apetito cogió a una mariposa azul y se la colocó al cuello de collar. Luego se puso a cantar alegremente, olvidándose de su ofi cio de fl or. —¡Pero qué raro! ¡Es una flor musical! –dijo una avispa. —No es ella la que canta. Tiene un grillo en el corazón –con- testó la libélula. —Eso es absurdo –dijo la langosta. —¡Y qué perfume tan exquisito...! –siguió diciendo la libélula. —¡Y qué color...! ¡Si parece un lucero...! —Bueno, esta fl or se parece a muchas cosas. Iremos a exami- narla… –dijeron las avispas desconfi adas. Volaron sobre “la fl or” y la rodearon. —Libaremos su miel, que debe ser deliciosa… Pero apenas se acercó la primera avispa, el pájaro levantó el pico y ésta retrocedió asombrada. Pioneros de la literatura infantil y juvenil (1920 - 1979) 77

—¡Vengan todas! ¡No es una fl or, sino un pájaro disfrazado...! —¡Hay que matarlo a fl echazos! ¡Es un peligroso impostor! Y las avispas desenvainaron sus espadas y se lanzaron sobre el ave. En ese momento el ceibo se estremeció, como volviendo de otra vida, y habló así: —¡Hermanas avispas, no sacrifi quen a esa fl or bellísima...! Las atacantes pararon el asalto y se miraron unas a otras, llenas de sorpresa. —¡El árbol muerto ha revivido! –exclamaron a coro. —¡Y esa flor extraordinaria fue quien hizo el milagro de resucitarme! –confesó el ceibo viejo. —¡Pero si no es una flor sino un pájaro disfrazado...! —Aunque así sea. Él me revivió con una mentira piadosa. Al sentirlo en mis ramas creía que era una fl or mía y me dije jubiloso: “Aún puedo fl orecer”. Entonces la vida comenzó a circular otra vez por mis gajos muertos. Y aquí me tienen nuevamente, cubierto de fl ores… Y en efecto, el ceibo repentinamente se había llenado de gran- des fl ores rojas, tan grandes como el pájaro. —¡Te perdonamos todo por haber resucitado una vida con solo una hermosa mentira! –dijeron entonces las avispas guardando sus aguijones, y se dedicaron a libar la miel de las nuevas fl ores del ceibo. 78 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

Colección Alfaro Cuentos para niños tomo núm. 2 (1982)

El cuento del hilo de agua

Era un hilo de agua que saltó de la roca y comenzó a corretear cuesta abajo. Un pájaro bajó a bebérselo y él le dijo: —No me tomes todavía, soy muy pequeño y me consumirás todo. —¿Pero qué más quieres? Así te llevaré volando por el aire, mientras que arrastrándote como gusanillo, nunca llegarás a ninguna parte. —Llegaré. Ahora mismo estoy camino hacia el mar. —¡Pero qué optimismo! ¿No comprendes que el mar está a miles de kilómetros de aquí, que hay que atravesar montañas, desiertos, en fin, casi toda la tierra? —No importa, ya llegaré. —El pájaro no quiso escuchar más y echó a volar. El hilo de agua siguió arrastrándose centímetro a centímetro. En todo el día solo logró avanzar unos metros y luego la tierra se lo chupó. Sin embargo, él siguió tironeando hacia arriba para salir a la superfi cie. Tuvo que humedecer el camino, que era el tributo pagado a la tierra, para que lo dejara seguir adelante. Así fue hilvanando el camino con refl ejos plateados. Una pun- tada aquí y otra más allá. Tenía que aprovechar las noches para caminar con mayor soltura. Ya pasaba un mes que andaba por el camino, ya había crecido bastante, aunque estaba tan delgado por el esfuerzo, que en algu- nas partes se cortaba. Un día encontró en el campo a otro hilo de agua, que se detuvo a preguntarle: —¿A dónde vas tan apurado? —Voy al mar. —¿Cómo te atreves a pensarlo siquiera? Si eres tan pequeño… —Llegaré. Pioneros de la literatura infantil y juvenil (1920 - 1979) 79

“Y el arroyo juguetón no se hizo de rogar para unirse a los viajeros. Y después del arroyo vino un pequeño río. Luego otro más grande y otro más...”.

Collage manual y digital de Jorge Dávalos. 80 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

—¿Por qué no me acompañas tú? Unidos seremos más fuertes y llegaremos más pronto. El nuevo hilito, después de unas cuantas vacilaciones, se unió. Y los dos continuaron el camino. De pronto, retrocedieron espan- tados, al borde de un precipicio. —¡Cuidado, que nos desbarrancamos...! —¡Adelante, que no hay otro camino! —¡Entonces no voy contigo…! —Ya es tarde… ¡Salta! En efecto, ya era tarde. Y los dos hilos de agua, abrazados y temblando de susto, cayeron barranco abajo, hasta tocar fondo. Allá se quedaron toda la tarde, tratando de encontrar una salida. Por fi n la hallaron y se lanzaron al campo abierto. Caminaron un día más y de pronto, vieron un nuevo hilo que se adelantaba tímidamente hacia ellos. —¿A dónde es el viaje? –le dijeron. —Vengo de la hacienda, perseguido por las ovejas, que me beben y no me dejan seguir adelante. —¿Te hemos preguntado a dónde te diriges? —A cualquier parte, pero quiero viajar… —Pues no lo pienses dos veces y vente con nosotros. Ahora eran tres y formaban una pequeña corriente. Más allá encontraron a una ciénaga negra. —¿Qué haces aquí, perezosa? —Me eché a descansar hace algunos años y ya no tengo deseos de ir a ninguna parte. —Mira que por falta de actividad te estás quedando paralí- tica. —Y te estás pudriendo en vida. Ven con nosotros que la vida no es estancamiento, sino lucha y actividad. Después de mucho esfuerzo, por fi n movieron al agua estan- cada, que se puso en camino lentamente. —¡Pero qué sucia estás y qué mal oliente…! –le dijeron al poco de andar. —Eso es por haber estado tanto tiempo ociosa. Pero a medida que caminaban, el agua estancada se iba po- niendo más ligera y pura, pues dejaba todas las suciedades en el camino. —Ahora veo que el trabajo purifi ca el espíritu –admitió ella. Pioneros de la literatura infantil y juvenil (1920 - 1979) 81

Al otro día hallaron a todo un arroyo, que se dedicaba a saltar por entre las peñas. —Si convencemos a este de que nos acompañe, seremos in- vencibles. Y el arroyo juguetón no se hizo de rogar para unirse a los viajeros. Y después del arroyo vino un pequeño río. Luego otro más grande y otro más. Ahora formaban una corriente colosal que pasaba rugiendo por los campos. De pronto todos los viajeros lanzaron un grito: —¡El mar...! Y era el mar soberbio y majestuoso. —¡Este es el triunfo soñado! –dijo el hilito inicial–. ¿Dónde estará ahora el pájaro que se me burló, cuando aprendía a caminar? —Estoy aquí y confi eso mi error –dijo el ave, apareciendo en el cielo–. Pero tienes que reconocer, que sin unirte a los otros, jamás hubieras llegado. —Claro que no. Solo la unión hace las grandes cosas. Esto lo saben los hombres más que yo –dijo el hilo de agua y se lanzó al mar.

Beatriz Schulze Arana7

Pompas de jabón (1963)

Nostalgia marina

—¿Por qué tienes la mirada perdida en la inmensidad y ese aire de tristeza y ese gesto de ansiedad...?

—Cuánto dolor, siento padre. El corazón llevo henchido, del más hondo desencanto y está del todo vacío de ilusiones y esperanzas.

Cuando jugaba en la playa con barquitos de papel o intrépida me lanzaba a los brazos de las olas, era feliz como el ave, como la fl or, como el agua…

Y cuando al llegar la noche, ya cansada de jugar, dejaba que mis quimeras anclaran en las pupilas

7 Potosí (1920) - La Paz (2000). Ver biografía en p. 483.

[83] 84 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

de algún rubio marinero, sus olas hinchaba el mar, desgranaba una tonada y el cascabel de la dicha se alborotaba en mi pecho…

Ahora, padre, llevo impreso el beso tibio del mar en el cuerpo y en las venas, y en el corazón clavados el dolor y la nostalgia como un agudo puñal.

Cuando izaba esta querida banderita de la Patria en mi barco de papel, alguien me dijo de pronto: —pon otra enseña a tu barco, Bolivia no tiene mar.

Vámonos, padre, al momento, huyamos a otro lugar, que tengo impreso en el alma, en el cuerpo y en las venas el beso tibio del mar, y en el corazón clavados el dolor y la nostalgia como un agudo puñal! Pioneros de la literatura infantil y juvenil (1920 - 1979) 85

Disidencia

¡Ese pajarito que está en el ramaje se ve muy bonito con su claro traje!

Y esa mariposa de tono amarillo también es hermosa como el pajarillo.

Del huerto callado son ambos los dueños, del alegre prado la luz, en ensueño.

Pero estos amigos son algo envidiosos, bastante enemigos y un tanto orgullosos.

¡Venid! Que ya empiezan con su discusión ¡Oid! Ya comienzan su eterna canción…

—¿Viste pajarillo mi vestido nuevo? Hoy es amarillo ¡Yo siempre renuevo!

Al sol le robé tres hebras de oro, con ellas bordé mi ajuar, mi tesoro… 86 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

—Verdad mariposa, estás un encanto, estás primorosa, mas… no es para tanto.

Este mi atavío también es muy bello, es cual el rocío, es como un destello.

Mis brillantes galas contempla despacio, que llevo en las alas del sol sus topacios.

Soy la fl or del aire más linda y discreta; ¡no me hagas desaires pequeña coqueta...!

Y mientras prosiguen en su discusión porque no consiguen entrar en razón,

un deforme sapo que más se asemeja a un negruzco harapo, de escuchar no deja

y piensa: —soy feo, mi piel es muy rara, si voy de paseo nadie en mi repara,

mas yo no conozco que es la presuncióm con mi sayal tosco vivo de ilusión. Pioneros de la literatura infantil y juvenil (1920 - 1979) 87

Además trabajo para mis hermanos, de huertos y atajos soy el hortelano,

yo limpio de insectos los frutos, las fl ores, amigo dilecto soy de esos señores…

Mi vida modesta yo no cambiaría por esas que ostentan vana pedrería.

Y así la pareja discutiendo sigue y el sapo sin quejas soñando prosigue… 88 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

La princesita Calipso y el Fauno-Ruiseñor8

La princesita Calipso del palacio se fugó ¡Cuánta tristeza en el reino ay! ¡Cuánta desolación!

Un audaz y horrible fauno que se trocó en ruiseñor debido a un secreto mágico, de súbito se posó junto a la niña quien era dulce brisa, grácil fl or.

En su oreja pequeñita –sonrosado caracol– le desgranó despacito su más sentida canción;

luego calló zalamero de esta manera le habló: —¿No te hastía tu palacio? ¿No te abruma esta prisión? ¿No persiguen tus quimeras un mundo nuevo y mejor? ¿Un horizonte más amplio, un futuro embriagador…?

De inmediato a la princesa aguijoneó la ambición y deshojando un suspiro al ruiseñor respondió:

8 No existen referencias sobre la fecha en que se escribió el poema, pues éste se encontró entre los documentos que guarda la familia, en un recorte de periódico que no tiene ni fecha ni fuente. Sin embargo, la fecha de la puesta en escena en ballet, 1980, se encuentra citada en la contratapa del libro de Beatriz Schulze Luces mágicas. Pioneros de la literatura infantil y juvenil (1920 - 1979) 89

Impresionada y vencida por el metal de tu voz y por las hondas palabras que tu saber te dictó, quiero, amigo, que me lleves a esos mundos de esplendor.

El ruiseñor ¡con qué gozo aceptó la invitación! La sentó sobre sus alas y raudo se la llevó.

Muy pronto la mala nueva por el reino se extendió, el viento lo fue anunciando con lenta y lúgubre voz.

Al acercarse la noche de ese día de dolor, hicieron duendes y brujas su triunfal aparición.

Aquellos seres diabólicos metían un ruido atroz celebrando la conquista del pérfi do ruiseñor.

Mas, con la fi rme esperanza y la risueña ilusión de que la niña aparezca, sus padres, sin dilación le han adornado su alcoba con objetos de valor tan pulidos, que la pieza resplandece como el sol.

Un collar de nuevos chistes ya le termina el bufón. 90 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

Ocho ninfas y seis hadas con febril animación le bordan trajes con brillos y cintitas de color.

Los pajes han conseguido un éxito halagador transmitiendo vida eterna a las pompas de jabón, esferitas delicadas, gotas de sol tornasol por las cuales la princesa sentía predilección.

Los gnomos y duendecillos le guardan todo bombón y toda fruta que ofrece un exquisito sabor.

Y hasta las feas arañas con infi nita emoción, con las perlas del rocío le engastan un prendedor.

Arranca Pan a su fl auta sublimes notas de amor para que en sus bellos ojos refl orezca la ilusión.

En el jardín del palacio cuidando con gran primor, a las fl ores viste Flora con su ropaje mejor. Pioneros de la literatura infantil y juvenil (1920 - 1979) 91

Bajo el farol de la luna y al compás de un son dulzón, ensayan danzas alegres el alegre moscardón, los grillos y las luciérnagas, las ranas, el caracol y los niños y las niñas que viven en rededor.

Tanta fe, tanta esperanza y fervorosa oración, tuvo al fi n una radiante y triunfal culminación: ¡La hechicera princesita de pronto reapareció!

Unos dicen que fue Céfi ro quien llorando la encontró. Otros dicen que fue un Silfo. Otros, su propio bufón.

Y los más, que ella sola quien pesarosa tornó, mas lo cierto es que la niña —¡Dios sea loado!– apareció.

Verdaderas maravillas a su llegada encontró que turbaron sus sentidos, pero solo recobró, en el amado regazo de sus padres, el corazón!

¿Por qué iría la princesa en pos de un mundo mejor, si su hogar que era su mundo dicha solo le brindó? 92 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

¡Cuánto cielo sin luceros en su viaje cosechó!

Y he aquí lo que cuentan del astuto ruiseñor: Dicen que Diana en el bosque al ir de caza lo vio; pues como es Diana una diosa en el acto descubrió al feo y perverso fauno en el bello ruiseñor, y de un certero fl echazo fríamente lo mató.

* * *

Esta historieta, amiguitos que nos sirva de lección, siempre obremos en la vida con serena refl exión, no guiados solamente por la primera impresión.

Que las alitas ligeras de la azul ensoñación no nos conduzcan muy lejos… puede herirlas el halcón o empañarlas la neblina o achicharrarlas el sol. Hugo Molina Viaña9

Vicuncela10 (1977) Canción para una vicuña (Novela juvenil)

I El cielo derramó las últimas lágrimas del verano. El cazador furtivo disparó el arma hiriendo el silencio de la pampa, la silueta de la vicuña, que decoraba el horizonte, reci- bió el impacto fratricida, herida de muerte la camélida imploró perdón para el malvado, que arrebató su maternal ensueño. El cuerpo martirizado se desangró con los pinceles del cre- púsculo, aquel impío cazador la despojó de su túnica marrón. La vicuña lanzó un estertor lacerante, y expiró bajo el celaje de la tarde. La piedad huyó de los predios del sol. La sangre mártir preguntaba al cielo: —¿Por qué mueren las madres, Señor?

II En la solfa del viento, kollavina, recorrió la soledad de la puna para abrevar su sed de ausencia en las pupilas gélidas de la difunta. El alma de la ñusta se estremeció con los arpegios de un canto fu- neral, que penetró en el misterioso reino de las penumbras, mientras el piano de los nevados irrumpió en una sinfonía de torrentes.

III La luna llena asomó besando su perfil de ñusta cautiva, cerca de ella una bestezuela se incorporó, y consternada, miraba la sangre congelada. La criatura se acurrucó junto al cuerpo inerte

9 Oruro (1931) - La Paz (1988). Ver biografía en p. 484. 10 Vicuncela fi gura en la Lista de Honor del Premio Internacional “Hans Christian Andersen” de ibby (1978).

[93] 94 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

de la camélida degollada. Era tierno vellón de sus entrañas que sollozaba solo e inerme ante la tragedia. ¿La vicuñita era hija de una lágrima ensangrentada? El dolor la buscó en su senda de luciérnaga.

IV La vicuñita enmudecida de pavor huyó por entre los pajonales sin norte ni guía, miraba la azul inmensidad interrogando por su madre ausente; dos lágrimas gotearon del cielo, confundiéndose en las ondas de un manantial, aquellos reflejos fueron los últimos hálitos de estrella de la vicuña desaparecida. Las fibras de su ser se estremecieron de dolor. Huérfana, y de hinojos se arrodilló ante un mundo en tinie- blas, que no supo de misericordia. Apenas, si caminaba la soledad la consumía.

V Era un copo de luna tembloroso. Tenía la barriguilla acariciada por una nívea pelusa. El dorso parecía iluminado por un lampo de luz, casi amarillento. El hociquillo tornábase de crema, a marrón claro. Sus ojillos, húmedos de tristeza, revelaban el encanto de su pequeñez. Tambo- rileaba con las débiles varillas de sus patas, y cuando quería afi an- zarse, zapateaba sobre los tacos plomos de sus pezuñas. Entonces, se insinuaba breve la colita, como mínimo vellón dorado. ¡Era una nubecilla acariciada por alas de un celaje!

VI La vicuñita temblaba como un lucero. El sueño de sus primeros días, era un dormitar muy leve. Un moscardón cruzó zumbando, luego, se posó sobre el hoci- quillo, despertó sobresaltada, se levantó temblorosa, dirigiéndose detrás del vuelo del roncador. Tropezó y cayó contra la yareta, trató de ensayar el alfabeto esmeralda de los camélidos, ejercitaba a rumiar y solo hacía castañetear los dientes, a veces solamente, masticaba en el vacío. Pioneros de la literatura infantil y juvenil (1920 - 1979) 95

“La criatura se acurrucó junto al cuerpo inerte de la camélida degollada. Era tierno vellón de sus entrañas que sollozaba solo e inerme ante la tragedia…”.

Collage manual y digital de Jorge Dávalos. 96 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

VII Dando brincos de un lado a otro, dibujó cabriolas de luz en el aire. Cansada de adiestrase en sus primeras acrobacias se recostó, apoyando la cabeza sobre el suelo. De pronto, una mariposa iba y venía de su cola a su cabeza, llamando su atención. La mariposa se detuvo en la cola y aleteaba como una rosa de luz. Sus hermosas pupilas la miraban, y no sabía si tenía dos colas; otra vez la mariposa revoloteó y se fue en pos de una fl or. Admirada la vicuñita creía que una de sus colas se fue volando al cielo, como vellón de luz.

VIII Vicuñita, contemplaba el arco iris con una mirada tierna e interro- gante, como si intuyera, que sería el refugio de su orfandad. En aquél regazo de luces, Cuurmi bordaba un ajuar de guedejas transparentes para cubrir de ternura a la indefensa bestezuela, que mustia vagaba entre la desolación y la intemperie. Cuurmi, lanzó la honda maravillosa, como un orvallo húme- do de colores por donde bajó a la pampa infi nita, se hincó ante la solitaria bellota, besó devotamente, a la criatura abandonada. La levantó entre sus brazos de luz, recorrió el horizonte, llegando hasta el lago lustral, en cuyas orillas, la kantuta pintaba una diadema tricolor y arrullaba una canción de cuna. Las kantutas, parecían adivinar la intención de Cuurmi. Abrie- ron sus ramas para recibir a Vicuñita, la acariciaron con todos los colores de su esencia vegetal: besándola como a una niña recién nacida. Mínimo vellón de nostalgia, mecido entre las ñustas de im- perial heredad.

IX Fue su primer juguete el viento, movió la cabeza hacia atrás, en las orejas enveladas sintió unas cosquillas. Se deleitaba con la brisas y el relente. Lanzó una carcajada, como juguetona chiquilla. Sobre la mínima hierba que la rodeaba, buscaba el rocío, tro- pezó y cayó de bruces, la escarcha se prendió en su hocico, como un helado de cristales. Pioneros de la literatura infantil y juvenil (1920 - 1979) 97

X Nube rosa, roza tu cerviz. Es la nube de fl amencos sobre el lago. Volandera nube rosa bajo el cielo fuego y rosa de la tarde. Es la vía de alas rosa que señalaban el camino encendido de claveles. Y tus ojos se deleitaban con la nube volandera de quimeras. Nube rosa de fl amencos. Y en el cielo de celajes se refl ejan sonrientes dalias célicas y ondas rosa en el lago. Vicuncela, tus pupilas candorosas son camelias fl orecidas en el mundo encendido de arrebol.

XI Vicuñita se acercó a las orillas del lago, cuando vio en las ondas una imagen idéntica a ella. Levantó la cabeza, y del hocico derra- mó varias gotas de agua. Estaba frente a frente otro animalito, que tenía el color leona- do y rojizo, en el cuello llevaba una especie de bufanda blanca. Era un guanaco, luego los dos inclinándose hasta el suelo arrancaron la hierba, que ambos compartían como delicioso bocado. Eran dos criaturas preciadas de un mismo manjar; de pronto escucharon un estampido, corrieron, velozmente, no tenían patas; sino alas, volaban en rauda competencia. Cuurmi, sonriente los protegió con su mirada de luz.

XII Tarde melancólica con barajas de otoño, el vendaval azota con su tos cavernosa. Desde el cristal de la infancia contemplo a Vicuncela, sus ojos elevan al cielo una plegaria de trébol por la trémula paja brava, que hirsuta permanece entre las piedras y decora la palidez de pampa. ¡Esta soledad y este miedo! ¡Mi corazón deshoja sus ausencias! Una plegaria agobiada de tormentas y una criatura frente a la soledad y el silencio. 98 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

XIII Vicuñita caminó descubriendo sendas de estrellas que la acercarán al cielo, como si en las alturas intuyera la presencia de Cuurmi, su diáfano protector, como si las nubes fueran las manos, que la protegerían de la crueldad. En noches de luna, la vicuñita elevaba los ojos al cielo e inda- gaba las estrellas una a una, como si buscase los ojos de su madre ausente.

XIV Era una mañana singular. Hubo más rocío de madrugada. El cielo sonreía en los caminos evanescentes. La ilusión fl o- taba entre las kantutas, que brillaban coronadas de diamantes líquidos. Vicuñita despertó muy temprano, estaba rodeada de kantutas. Se acercaron a saludarla dos vivaces criaturas. La una tenía una hermosa cola. Era la chinchilla; la otra inquieta y presurosa. Era una vizcacha. La chinchilla atusándose los bigotes, dijo: —¿Quién es la criatura que amaneció entre las kantutas? La otra que hacía gala de su conocimiento respondió: —¡Es una fl or de kantuta! La chinchilla, inquirió nuevamente: —¿Una fl or de kantuta? ¿Con ojos de rocío? Vicuñita al escuchar la charla de las vivarachas visitantes, dijo: —¿Yo, una fl or de kantutas? ¡Soy una kantuta! Las inquietas amigas movían la cola como péndulo de reloj y pensaban. —¿Cómo llamarla, ahora? –preguntó la chinchilla. —¿Cómo reconocerla entre corolas de su fl oral sendero? –dijo la chinchilla. “¡Qué nombre de mariposa acariciará su hociquillo para que ella nos responda!”, pensaban las kantutas.

XV El lago de cristal dialogaba con el cielo y la ilusión se iba, se iba con el celaje humedecido, como hoja amarillenta desprendida del otoño. Pioneros de la literatura infantil y juvenil (1920 - 1979) 99

“Cuando la tarde se va algo gime sin voz, un hondo adiós de lo que no volverá cual la ilusión, ilusión”.

En tanto, la luna sumerge sus destellos, el piano de Viscarra Monje, persigue “sombras de ilusión”. —¿Sabes tú, Vicuncela, que eres sombra de una fugaz ilu- sión?

XVI Vicuñita amaba la kantuta, evocaba arrullos y caricias, cuando en su desolada orfandad escuchó el susurro que la invitaba al sueño. En íntima confidencia le brindaba su ternura, y le sonreía con la gracia de sus rubores. Del corazón de la kantuta voló la mariposa cual abanico de luces. Mágica fl or del aire. Oro, fuego, y esperanza. La vicuñita contemplaba su vuelo, sus pupilas copiaban los colores del iris en la tarde dormida. Era el instante en que la paz reinaba en los corazones. Vicuñita sabe que el alma de la kantuta es una mariposa de color.

XVII Yo leía Sol y Horizontes. Abriendo la página de la flor sentí el alma del poeta enamorado de la flor, y florecía en el poema del amor: “Cuando uno tiene besos en el alma y palabras en el corazón, puede unirse a la armonía, a la estrella o a la fl or”. ¡Qué diáfana nostalgia! ¡Qué floreal confidencia! Hay almas que aman a la fl or, como aquel hortelano de suspi- ros, Man Césped, el bardo. —¿A ti, quien te ama, Vicuncela? —Me miras, como si acaso supiera tu secreto. —Sí, Vicuncela, yo sé de tus confi dencias con Cuurmi. —Mi corazón de niño quiere humedecerse en el candor de tus pupilas de niña esquiva. 100 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

XVIII El cielo diáfano, ni el alma de la nube asoma. La perdiz redoma en el pajonal y el sol acaricia el dorado horizonte. La hermosa cría, pasaba sus días rumiando silencios y colec- cionando auroras. Una libélula interrumpió la meditación de la pampa, sus élitros eran vidrios de colores. Vicuñita que escrutaba el vuelo de cristal, trató de seguirla, ga- lopaba como iluminada en pos de aquel derroche de refl ejos. Sus ojos estaban colmados con los destellos del rubor, pirueta y más pirueta, la libélula se perdió en un temblor de luces.

XIX El lenguaje de los dioses de la montaña reveló nostálgicas confi- dencias. Los nevados saben que un día retornará el cóndor Inca, que por los arcabuces se fue al sueño del olvido. Un cóndor surcó el cielo. El viento rasgaba el violín en las fi bras aserradas de la paja brava. En el horizonte apareció vicuñita como signo de interroga- ción, que escribió con sus cabriolas una pregunta al infi nito. La interrogante, fl ota en el silencio. —¡Qué preguntará vicuña! —¿El cóndor pasa? —¿El cóndor vuelve? En el cielo un punto alado describió parábolas concéntri- cas. —¡Es Mallku, el cóndor blanco! –murmuró la kantuta. El cóndor blanco que volaba cerca de vicuñita la miró con terneza, y rozándola con sus alas, entre sus graznidos parecía repetir un nombre: —Vicuña célica. Y el eco de la montaña, al verla con la gracia y la heredad de la fl or imperial respondía con un apócope: —Vicun… célica. —Vicuncela… Vicuncela… desde aquel día se la conoció con ese nombre. Pioneros de la literatura infantil y juvenil (1920 - 1979) 101

XX La pampa percibió la caricia de un sueño. Un claro de luna quedó petrificado por la helada, como una isla de cristal sobre el pardo horizonte. Vicuñita se acercó, miró dos luceros en el espejo del salar. Eran su inocencia y su candor, que copiaban en la tarde glacial su sorprendida imagen.

XXI En noches de plata, las dunas son inmensas liras que pulsan el rapto dorado de los sueños. Extendidas hacia el infinito, parecen arrodillados: gigantes camellos y gibosos dromedarios. Vicuñita contemplaba extasiada, las formas doradas que reco- rrían un horizonte perdido cerca de las estrellas, como:

“Lánguidos camellos de elásticas cervices”. “Vagando taciturnos por la dormida alfombra cuando cierra los ojos el moribundo día”.11

La luna extendió su rebozo de plata sobre los dormidos camé- lidos de arena acariciando sus lomos de felpa. En alas de los refl ejos del véspero, Cuurmi, sonreía evanes- cente.

XXII Cóndor blanco, con alas al viento. Solitario heraldo de las tempes- tades. Vigila la sombra, la niebla y el milenio. Su hálito de altura suspira al Mar del Sur tu cetro de monarca eterno, convirtiendo en trenza de agua cantarina, que corre salpicando un manto blanco para llegar a la humildad de la yareta. Vicuncela, se acercó, y en el agua clara de su cetro de cristal humedeció su hociquillo que olía a hierbas, a jichu y a sillu sillu. El cóndor blanco acarició su imagen con sus alas nevadas.

XXIII Nubes negras se arremolinaban en torno a la cumbre, parece que el mundo se acercaba a las tinieblas.

11 Este fragmento está tomado del poema Los camellos de Guillermo Valencia. 102 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

Por entre la senda de los sueños petrifi cados de hielo del Illi- mani, manadas de llamas se agrupan de trecho en trecho cerca de las manchas esmeralda. Una llamita recién nacida miraba el paisaje con asombro. Vicuncela, la vio tan mínima y tan mimosa, como plumón de nube. Vicuncela, imploró, entonces, piedad, piedad para los huér- fanos, que como a ella, les falta el regazo maternal, mientras se recostó temerosa con las orejas en vilo. El negro nubarrón se deshizo en copos y cubrió a la vicuñita de un manto armiño. Mustia, quieta y solitaria contempló a la llamita que huyó del fragor del trueno. La diminuta camélida corrió despavorida en busca de la madre que no la esperaba.

XXIV Las manos del cielo bordaban un manto de pétalos. Vicuñita saltaba de un lado a otro para coger un copo de nieve en su hociquillo. Copos en el aire. Copos en la tierra. Vicuñita, recibió la caricia de Kjunu con mansedumbre, de- votamente blanca como un vellón de luna en los páramos. Entonces, la sonrisa transparente de Cuurmi encendió un halo de luz en el hociquillo de la criatura, que brillaba de frío. La nieve sollozó en el barro como un copo moribundo.

XXV Los pinos yacían heridos de muerte, sus ramas destrozadas. Eran cruces abiertas que imploraban piedad a un Cristo vegetal que no escucha. ¡No ha bajado el rocío! ¡Cómo iba a bajar! Todo tenía el alma marchita, transida de escarcha y de carámbanos. Aquellos pinos no hicieron daño a ningún pajarito ni espan- taron a mariposas; no sabían el por qué de tanto martirio. Vicuncela vio aquel cuadro y de sus ojos parecían brotar lágrimas de desolación y desconsuelo. Pioneros de la literatura infantil y juvenil (1920 - 1979) 103

XXVI En la hora de la desolación, los senderos de tu vida están desga- rrados de impiedad. El poeta implora piedad para tus predios; y enciende luciér- nagas en tus juegos de niña inquieta. Su voz desvelada eleva al cielo el verso:

“En la alegría su presencia embestida de ritmo, sobre la piel y el aire originando sendas…”12

Vicuñita, el poeta quiere verte pacer campos de estrellas y bebiendo celajes en los níveos campanarios de las montañas.

XXVII La canción del estío asomaba al pastizal. La vicuña acariciaba el musgo húmedo de una gruta. El cazador la perseguía, sigilosamente, escrutaba sus huellas y seguía la senda por donde ella se dirigía a las alturas. Su olfato era tan fi no, que la brisa le reveló la presencia de la crueldad. Se encaminó presurosa hacia los riscos de los escarpados parajes. Temblaba de miedo el airampo, las oladas sollozaban; hasta las piedras crujían de miedo, como si los dioses tutelares repitieran el agorero de sus oráculos. Como si llegara la noche glacial de la muer- te, el resuello de la vicuña se helaba ante la codicia del hombre. Un vientecillo enjugó el llanto de la kantuta, que invocaba a Cuurmi por la salvación de la vicuña.

XVIII Vicuncela a medida que subió por las laderas, sintió miedo en el corazón, era un presagio de duelo, al llegar al barranco, se en- contraba frente al furtivo cazador. Saltar al barranco significaba su muerte. Quedar frente al cazador era, también, la muerte y el despojo de su túnica marrón. ¡Qué dolorosa muerte esperaba a Vicuncela! De hinojos invocó a Cuurmi, piedad y misericordia.

12 Fragmento tomado del poema La vicuña de Julio De la Vega. 104 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

XXIX Entre la hierba temblaban las lágrimas del verano, el sol abría una pequeña rendija entre las nubes para mirar lo que ocurría allí en la cumbre. La humedad del cielo extendió un poncho de colores bordado de luces. Era la sonrisa de Cuurmi. El cazador disparó el fusil al aire y una bala se perdió en el infi nito. Aquella furtiva escopeta se transformó en una espiga de luz. El cazador quedó deslumbrado ante la magnifi cencia de los colores, corría despavorido. Vicuncela, ascendió por la estela de colores de Cuurmi, custo- diada por ñustas transparentes. Esbelta como una espiga diseñaba en la altura el perfi l de la fl or inca. Princesa núbil como sorprendida de un lienzo de Guzmán de Rojas.

XXX El amor acarició la kantuta de su corazón que latía en alas del en- sueño. Habían florecido los diamantes de su inquietud, se encaminó hacia los cielos de libertad. El Sarejo, señor y guía de la manada, la esperaba en la noche alumbrada por la luna de estaño, para vivir en el reino de esme- ralda, donde el cielo adivinaba un eglógico idilio.

XXXI Era el tiempo de la ternura, cuando conjugó el ensueño maternal y nació otra vicuñita, como un ángel de greda amanecido entre las manos blancas del Illimani. Su cuna era una estampa de luces en un cielo de amor y poesía. Capullo pintado por un pincel de espuma. Tenía el pelaje sedeño y la mirada sorprendida, ante las mari- posas de las pupilas de su madre. Era una lágrima trémula de los nevados nutrida con la savia de la fl or imperial. Pioneros de la literatura infantil y juvenil (1920 - 1979) 105

Saeta en página de un claro de luna:

Cristal diáfano. Perfi l de sombra. Creación de un sueño. Mariposa marrón en el alero de nevada cumbre. Vicuña mía.

Glosario

Cuurmi Arco Iris Jichu Paja Kantuta Flor simbólica nacional Kjunu Nieve Mallcu Cóndor Ñusta Doncella Sarejo Guía de la manada Sillu sillu Hierba Yareta Género de plantas umbilíferas

José Camarlinghi13

Cuando yo era trencito (1978)

I Cuando era más pequeño, hace ya mucho tiempo, fui un trencito de verdad, como el que tengo en un libro; papá dice que es modelo de 1890. Lo guardo como un recuerdo muy preciado porque él me dio las alegrías más grandes de esa época. El trencito tenía todo: su locomotora pequeña, donde casi no entraba el maquinista don Santiago y su ayudante Onofrio. ¡Uff…! Hacía mucho calor y apenas se podían mover para echar carbón al fogón que parecía un infi erno. Tenía coches de primera y segunda, un coche comedor hermoso y, a veces, llevaba coches dormitorios. Nunca más seré tan feliz como en aquellos días.

II Un día dije a papá que quería ser un trencito. Se burló con muchas carcajadas porque le parecía que tenía gracia. Muy chistoso. Me dolió bastante. No le dije nada, porque un hijo no debe lastimar nunca a papá. Molesté todos los días; muchas veces lloré porque era injusto, sin embargo yo traté de ser lo más bueno posible. Cuando llegaba de su trabajo, mi tema era el tren. Los niños somos molestosos si no nos satisfacen, y somos tenaces para conseguir lo que deseamos, sobre todo, cuando nuestros deseos son justos, pero también los padres son como nosotros, ellos quieren que hagamos cosas que a nosotros no nos gustan. Cada vez volvía a solicitar con más decisión, entonces, papá se molestaba y me dirigía unas miradas, que cualquiera se iba directo a la cama a llorar su desencanto. Pasaba días y días entristecido, hasta que me enfermé y toda la culpa la tenía papá por no conceder mi deseo de ser un tren.

13 La Paz (1928 - 2013). Ver biografía en p. 484.

[107] 108 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

Por supuesto que estaba a un paso de transformarme en cual- quier momento que lo deseara, pero no quería sin la autorización de papá. Toda la vida había sido un niño obediente, y estaba muy agradecido a mis padres que siempre me quisieron y me dieron muchas cosas lindas. Papá era muy bueno, pero, no sé por qué no quería que yo fuera un tren.

III Un día mamá se puso de mi parte, y muy molesta dijo a papá: —¡Ya! ¡Concédele su deseo! No se puede disgustar a un niño con esta terquedad tan absurda. —¡Sí! Es un absurdo –contestó papá, porque es hacerle perder la realidad de la vida. Me miró y regañándome, dijo: —Un tren está hecho de fi erro, de engranajes y pernos; un tren no tiene ojos ni boca, no tiene inteligencia ni corazón; tampoco va a la escuela ni al cine; un tren no tiene ni su papá ni su mamá. Luego de un silencio largo… —¡Ya! ¡Vuélvete un tren si quieres! Sentí alrededor de mi cabeza las campanadas de San Francisco; risas y gritos de los recreos. Como una mañana de carnaval con el corso de niños disfrazados de pepinos y kusillos, que brincaban, como si fueran de goma, al son de los pinquillos chillones. Qué sería de los niños si no tuvieran mamá; la mía es muy, muy buena.

IV Me gusta vivir en la estación. Oír el sonido de los pitos, el traque- teo, el bullicio, las despedidas, la alegría de la gente que viaja. Corríamos sobre rieles muy brillantes y ¡qué sé yo! por qué caminos desconocidos que se pierden en el horizonte del altipla- no; subíamos cerros con muchas curvas, bordeando precipicios profundos, hasta llegar a las montañas cubiertas de nieve y el pito como una pelota roja rebotando de un cerro a otro. Y chas… chas… chassss, la locomotora cansada y apenas chass… chasss… chasss hasta llegar a la cumbre. El descenso era hasta llegar a la otra pampa y correr y correr siempre. Como yo era un tren, ya no podía ir a casa. Papá y mamá se quedaron muy tristes; las veces que venían a visitarme a la estación se les saltaban las lágrimas. Mamá no podía contener su llanto. Me Pioneros de la literatura infantil y juvenil (1920 - 1979) 109

“Subíamos cerros con muchas curvas, bordeando precipicios profundos, hasta llegar a las montañas cubiertas de nieve y el pito como una pelota roja rebotando de un cerro a otro…”. Collage manual y digital de Jorge Dávalos. 110 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

sentía muy dolorido en esta situación, pero qué podía hacer si yo era un tren. Papá y mamá tenían que comprender que yo era más grande y que algún día tendría que irme de casa, como todos lo hijos que se casan y se van con sus esposas. Yo era un tren y tenía que correr los caminos; además, un tren no puede ser a la vez un niño y volver a ser, otra vez un tren. Mamá algún día me comprendería. ¡Yo no los olvidaré nunca! En la vida de trencito pasé mucho tiempo y así como cuando era más pequeño, no comprendía si los años eran días y los días, meses; así mismo, a un tren no le interesa el tiempo que pasa. Yo solo recordaba el domingo porque todos íbamos a la iglesia, pero aprovechaba para escaparme a la estación, porque creo que es ilógico que un niño, en proceso de volverse tren, vaya a una iglesia. Recordaba también que ese día me llevaban al circo a ver a los payasos, a los leones y a los trapecistas que me gustan mucho. Ahora viajo con ellos y son mi amigos.

V Una noche viajábamos por la pampa a mucha velocidad; la noche estaba tan oscura que parecía un terciopelo y solo se oía el ruido del traqueteo monótono. Estuvimos con retraso en nuestro ho- rario y teníamos que ganar el tiempo perdido. Un tren tiene que ser cumplido con su itinerario sino la gente se molesta, por eso corríamos mucho. Repentinamente vi –a los lejos–, en la oscuridad, una luz del tamaño de una cabeza de alfi ler que crecía aceleradamente sin darnos tiempo a pensar lo que podría ser. —Es un platillo volador –dijo Onofrio. —Déjate de boberías –le contestó el maestro Santiago–, no creo en esas fantasías. A cada instante era más grande, hasta que parecía que nos hubieran echado el sol sobre la cara. ¡Su luz encandilaba...! —¡Es un pla…! —¡Cuidado nos metimos en el carril del tren grande...! —¡Es el expreso que se nos viene encima! Sentimos el pitazo agudo y ensordecedor. Todo sucedió en segundos. Un ruido atronador. Todo crujía, parecía el fi n del mun- do; nos sentimos expulsados a un lado de la vía y pasó la enorme locomotora diesel y sus coches que parecían de nunca terminar con su pito largo y agudo. Cuando nos recuperamos de la confusión, Pioneros de la literatura infantil y juvenil (1920 - 1979) 111

vimos fi erros retorcidos, carros inclinados fuera del carril, el agua de la locomotora desparramada, el vapor quemante que se iba al cielo; más allá estaba el humo como gelatina negra que se escurría entre las piedras. ¡Todo destruido! Recogimos el agua, el humo y las ruedas retorcidas, los fi erros que habían perdido sus formas. Y nos fuimos a buscar un mecánico. Ya era media noche y apenas pudimos llegar a donde don Panchi- to. Su casa estaba sin luz; pensamos que ya estaba durmiendo. No había más solución que despertarlo; llamamos varias veces ¡y nada! Volvimos a llamar, y nos contestó que no podía atendernos. Tanto le rogamos que tuvo que salir. Don Panchito es un excelente mecánico. Al fi n, apareció frente a nosotros, bien abrigado con una manta y una vela en la mano. Don Panchito es muy viejo y tiene que cuidarse de los resfríos. Le contamos el trágico accidente y que no podíamos explicarnos cómo nos habíamos metido en la vía del gran tren expreso que parece un monstruo. Miró los fi erros retorcidos, y muy incrédulo nos dijo: —Trataremos de repararlo; haré lo posible. En seguida se metió entre los fi erros. Hora tras hora espera- mos hasta el amanecer. Así don Panchito salió cuando cantaban los gallos, con la vela en su mano. La luz alumbraba sus grandes bigotes grises, sus ojos cansados y las manchas de grasa y hollín en su rostro. Nos dijo tristemente: —Me rindo; no se puede reparar. Está todo destruido.

VI Nos quedamos vacilantes, con un largo silencio; nadie nos dijo nada. Yo solo sentí que, por mis mejillas, corrían lágrimas y tenía ganas de llorar a gritos. Recién comprendí que todo había terminado. No me quedaba más que volver a casa. Cuando toqué la puerta, mamá me abrió, y sorprendida no pudo aguantarse y dio un grito de alegría, hasta asustar a papá el cual salió y me levantó en sus brazos, haciéndome dar varias vueltas en el aire. Lo importante para ellos era que yo hubiera vuelto a casa. Ahora, todas las tardes, cuando vuelvo de la escuela, me siento en las gradas de la estación a mirar pasar los trenes, recordando los buenos tiempos. ¡El corazón se me encoge! Dicen que soy un niño triste. No. Yo pienso que no. Lo que pasa es que quiero ser un tren.

Yolanda Bedregal14

El cántaro del angelito (1979) El cántaro del angelito

Ale, Cristian, Bibí, Ariel, Valentina. Juan, Rosángela, Lupe, Pablo, Gabriel. Beatriz. Carmen, Marisol, Rafael, Jaime, Javier, Amparo, María, Natalia, Rocío, Nadir y todos mis amigos grandes y chicos en todas partes: Quiero contaros por qué se llama así este librito, recogido hoja por hoja con mucho amor para vosotros. Cuando yo era chica, mi Ángel de la Guarda –más grande que yo– solía llegar con otro ángel –más pequeño que él–. Lo llamaremos Querubín para no confundirlo con el mío. Además de ser encantador, pequeñín Querubín tenía algo especial: llevaba siempre un cantarito. Nunca supe si de cristal, plata, nácar o bien pulida greda. Lo traía colgado en el cordón de su túnica de tul, que era azul. Tampoco sé si Querubín era un ángel sin niño porque no le confi aron uno, o porque lo prestó o perdió. Podría ser también que prefería ser libre y no cuidar a nadie. A lo mejor era un juguete de mi Ángel. (¿Por qué no van a tener juguetes los ángeles niños? Cada ángel tiene la edad de su dueño y como yo era chica...) ¿O sería ángel custodia de las muñecas? ¡Cómo saber estas cosas tan sencillas para Dios y tan complicadas para la gente! Lo cierto es que Querubín chiquitín llegaba como ocultándose bajo las alas del grande. Y después se iba por su cuenta a todos lados. Le gustaba llegar los domingos, día del Señor o los sábados cuando hacía sol, o los lunes cuando hacía luna. En verdad ni conocía el calendario. Todos los días eran buenos para él. Andaba despacito, callandito de aquí para allá. A nadie mo- lestaba. Ni nadie notaba siquiera su presencia. Cuando en casa los grandes veían de repente moverse una cortina, pensaban que era

14 La Paz (1913-1999). Ver biografía en p. 484.

[113] 114 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

el aire; si sentían un aleteo, pensaban que el jilguero; si un ruidito en el cajón, creían que era un ratón. Y así. Los grandes creen saber lo que no saben. Yo sí; yo sabía que era Querubín en la ventana, en la cornisa, en el marco de un cuadro o paseando dentro y retocando los colores. Querubín en el telar de mi mamá jugando con las lanas, en la máquina de escribir de mi papá saltando sobre las teclas. Querubín en la falda de nuestra viejita Mamá-Petra dándole un beso; en el caballo de madera jalándole las crines o con el oso de trapo de mis hermanos. Yo sabía muy bien por dónde andaba chiquitín Querubín, que al fi n y al cabo, era mi compañero, mi propio ángel. Pero me callaba. A los chicos nos gusta tener nuestros secretitos bien en secreto. No avisaba a nadie las andanzas del angelín. Resulta que despacito, callandito ya volaba hasta un árbol le- jos, lejos. Una vez en las ramas, separaba los pliegues de su túnica de tul que era azul. Tiraba el cordón de su cintura, levantaba con cuidado la vasijita, la destapaba y... dejaba caer una gotita de lo que en ella guardaba. Entonces el árbol se transformaba, se ponía más hermoso. Si era verde, se volvía más verde; si era dorado, más dorado. Y uno lo veía como si fuera el primer árbol del mundo. Otra vez fl ufl ufl ú rondaba una maceta del tamaño de él. Abría el cantarito, dejaba caer una gota y brotaba una fl or. Todos decían entonces, miren esa violeta tan linda ¡Dónde estaría escondida tanto tiempo! Querubín vertía una gota sobre una piedra gris y fría, y la piedra se alegraba y, aunque había estado siempre, aparecía recién colocada en ese sitio. Echaba al agua una gota de poesía y el agua empezaba a cantar. No era que empezaba sino que solo ese momento la gente escu- chaba su canto. Y lo mismo pasaba con los animalitos y las cosas; cuando el angelín les echaba la esencia de la botellita, aparecían de otra manera; más lindas, más verdaderas, únicas, como recién nacidas, y como si ya nunca tuvieran que morir. Hacía tantas maravillas, que mejor ya ni las cuento (Pero os imagináis, ¡seguro que sí!). Parece que, un día de esos, llamó Dios a Querubín para cuidar a un niño porfi ado que insistía en venir al mundo. Despacito, calladito me dio un beso y, como recuerdo me dejó el canta- rito que conservo como tesoro de mis amaneceres, le tomé mucho cariño y por eso el nombre de este libro que os entrego con el mismo cariño. Vuestra Yolanda Pioneros de la literatura infantil y juvenil (1920 - 1979) 115

“Querubín tenía algo especial: llevaba siempre un cantarito. Nunca supe si de cristal, plata, nácar o bien pulida greda. Lo traía colgado en el cordón de su túnica de tul, que era azul…”. Collage manual y digital de Jorge Dávalos. 116 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

Baladita de la araña fea

La joven araña díjole esta queja a su madre un día: —¿Por qué soy tan fea, dime, madrecita? Hilando la rueca tu pareces de oro sobre fi na seda.

Mi padre es moreno, mas si te contempla, lo cubre la gracia que el nardo quisiera.

Yo, madre, tan fl aca, tan peluda y negra... Jamás un piropo me zumbó una abeja...

Cuando las guitarras de los grillos suenan es la serenata bajo de otra reja...

La araña ese día, sin mostrar tristeza, preguntó al esposo si la hija era fea.

—¡Cómo dices eso!

Es como una perla suave y transparente la dulce pequeña! Pioneros de la literatura infantil y juvenil (1920 - 1979) 117

Durmió aquella noche la madre serena. Al día siguiente se fue por las huertas a recoger todas las plateadas telas que, en vida afanosa, de araña, tejiera.

Y cuando el ovillo, más grande que ella, creció como el símbolo de su vida austera, hizo con los hilos una bata fúlgida con vuelos y encajes fi ngiendo la espuma.

La joven araña con su nueva túnica era una movible gotita de luna.

Y llegó el domingo. A misa de fi esta se fueron los padres y la araña nuestra.

Todos los insectos, al verla tan bella, en musical ronda se fueron siguiéndola.

Pero esta mañana... —(¿por qué oculta pena?) fl otaba en el agua la arañita muerta. 118 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

(Tal vez el estanque que un cielo le ofrenda la tentó a entregarle su fugaz belleza).

Flota el cuerpecito de la araña fea con vaga ternura de apagada estrella. Pioneros de la literatura infantil y juvenil (1920 - 1979) 119

¿De qué estará hecha la luna?

La luna está amasada con leche y harina, un poco de azúcar y pizca de sal y un huevo sin romper.

Como no hay horno tan grande en que se pueda cocer, la luna se queda cruda.

¡Eso no es verdad! La luna no es de leche ni de harina ni de azúcar ni de sal ni de huevo, ni de nada.

La luna es de luna y es luna la luna. 120 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

¿Por qué será?

—Mira, mamá, que en mi taza la leche es blanca y en tu taza la leche es negra.

—Es que tu taza es del Día y mi taza es de la Noche.

—No. Porque ahora es de mañana; no es de día ni es de noche.

—Entonces, sé lo que pasa: tu leche es de vaca blanca; la mía, de vaca negra.

—Tampoco es verdad; la leche estaba en la misma olla y es de la misma cantina en que trajo la lechera.

—¿Qué será...? ¿Qué no será? que en tu taza hay leche blanca y en la mía leche negra.

—¡Ya lo sé! No soy un tonto: es que mi taza es de leche y la tuya es de café... Pioneros de la literatura infantil y juvenil (1920 - 1979) 121

La polilla

—¡Sal de este cuarto! ¡Ya no te aguanto! Todo destrozas y mordisqueas cuando te metes en los baúles, en los roperos.

¡No hay una manta sin agujeros! ¡Vete a otro lado! ¡Por molestosa no te soporto!

Salió del cuarto muy resentida y, pizpireta, se fue a trotar.

Al otro día volvió a la casa muy orgullosa.

—Mire señora, Ud. me dijo que soy molesta, soy antipática y destructora; ¡de aquí me echó!

Pero ¡le cuento! En otros sitios ¡tuve gran éxito!

Por mi talle ágil, mi grácil vuelo me perseguían batiendo palmas... como a una artista de Disneylandia.

—¡Te felicito si en tus andanzas, sin conocerte, te fue tan bien...! Y, si te pescan con un aplauso, pobre polilla, ¿qué pasará...? 122 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

Rosa y niña

Rosa de la ventana, ayer nomás te vi capullo en camisón.

Hoy has crecido un poco; tiene formas de niña tu corpiño rosado.

Interrumpo mis juegos y vengo a contemplarte:

tu vida se va abriendo y creces...¡desde adentro!

Vestida de hermosura, tan sola, tan callada, estás como esperándome.

Yo te saludo, rosa.

Buenos días, hermana, te digo dulcemente.

Tú me respondes solo con tu forma y fragancia. (Si se mira una rosa se la tiene por siempre).

Yo quiero ser tu amiga. No voy a desprenderte de tu padre rosal.

Te llevaré en mis ojos, jugarás con mis manos, dormirás en mi frente y juntas soñaremos... Pioneros de la literatura infantil y juvenil (1920 - 1979) 123

En sueños, tu silencio me contará el milagro de haber sido de sombra y, subiendo de adentro, abrirse fuera en luz. 124 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

Imilla

Bailando la imilla carita de arcilla kantuta parece que, al aire, se mece.

Su mantita linda color de la guinda,

su faja amarilla como el sol que brilla.

Su pollera verde bailando se pierde...

Baila, baila, imilla carita de arcilla. Pioneros de la literatura infantil y juvenil (1920 - 1979) 125

El libro de Juanito (2009)15

Libros (Escrito por la hermana de Juanito)

Hoy nos llevaron a la biblioteca de la escuela para ver los libros: grandes, chicos, duros, blandos, flacos, gordos; cada uno en su asiento como nosotros en el curso. ¡Para qué tanto libro! En casa los estantes están llenos; también hay libros en mesas, el costure- ro, el aparador, la despensa, hasta en bolsas y canastas. Si no me creen, vengan a verlos. Cualquiera puede entrar. No hay puertas cerradas en nuestra casa. Yo miro, los toco, por fuera son todos parecidos. Los hojeo y me parece que solo me interesan los de mi cuarto. Son cuentos, recitaciones, o para colorear o recortar. Valen la pena y no son estiraditos, para que le digan a uno: —No hurgues, no escribas en las tapas, no los abras tanto; ¡cuidado! ¡deja, deja!, ¡¡es ajeno!!–. Cosas así, antipáticas. Lo que hasta ahora no he visto es el que hable de un niño solo, solito y no de todos porque entonces, seguro, es para educarnos, qué castigos darnos, qué debemos comer… Yo también soy niña. Voy a escribir este libro no sobre mí mis- ma para que no me achaquen de orgullosa, sino acerca de Juanito, menor que yo. Nadie tendrá que criticar, ni él reclamar. Saldrá un libro no tan aburrido como los que escriben los grandes. Por y para darme gusto…

¿Cómo se escribirá un libro? (Escrito por la hermana de Juanito)

La verdad… no sé.

15 El libro de Juanito permaneció inédito hasta ser incluido en el tercer tomo de las Obras Completas de Yolanda Bedregal, publicadas por Rosángela Conitzer y Plural Editores el año 2009. 126 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

No debe ser tan difícil. Si, haciendo las tareas cada día, a fi n de año se llega con un montón de cuadernos. Poniéndoles una tapa dura y bonita, ¡listo! Suerte que no se escriben a mano. ¡Y con mi mala letra! Me he fi jado bien en los misterios de la Royal16 de papá. Cuando no haya gente, subo al escritorio, saco la máquina y, cuando termine, la vuelvo a su sitio… ¡Voy a escribir un libro! Todavía no sé qué decir. Hasta mientras puedo ir copiando lo que dicen otros chicos o, por último, saco de las libretas en que mis padres anotan nuestros “progresos”, esas cosas y dichos que, no entiendo por qué, les parecen interesantes. Ya no tengo miedo. Casi todos en la familia han escrito libros, el padre de mi madre, mi padre y madre, unos tíos y primos por monos, por imitar y, aunque no crean, la mamá de mi papá llamada Ena. Ese de ella, sí, es con buena letra, forrado en tela verde con fl orcitas. Son para recitar en los cumpleaños y días feriados. Esa abuela nos da cosas ricas y regalitos cuando vamos a vi- sitarla en su lindo departamento, frente a la universidad, que es cerquita de esta casa.

¿Cómo es por dentro y, de yapa, Mamá Petra? (Escrito por la hermana de Juanito)

Me imagino que las personas tienen que ser miradas también por dentro. Sería necesario colgarlas contra el sol, como cuando que- remos mirar lo que hay dentro de un sobre. Pero ¡horrible!, verle las costillas, la calavera, los intestinos y todo eso a un chico que estaba bien forradito en su piel… ¡Uf! Lo que quiero decir es que muchas veces la gente no es igual por fuera que por dentro… Difícil de explicar… Por ejemplo: cuando yo era chica había en casa una sirviente arrugada como pepa de durazno, Mamá Petra, tan milenaria que había criado a mi abuelo. Allí, en la gradita del jardín, la pasaba sentada al sol envuelta en una manta de vicuña. Sobre su falda solía estar un pollito que después se volvió gallina. Los hermanos de mi mamá le alcanzaban sus comidas, le llevaban la fruta pelada, café con

16 Marca de la máquina de escribir que utilizaba el padre de la autora. Las máquinas Royal entraron al mercado el año 1906 y estuvieron vigentes hasta 1970. Pioneros de la literatura infantil y juvenil (1920 - 1979) 127

leche, la peinaban. Al oscurecer, con todo cuidadito, la llevaban del brazo hasta su cuarto. Cuando murió, como un pajarito, ellos lloraban como chicos, le besaban las manos, le pusieron fl ores, velas, ahí en la sala del piano, sala de honor. Ahora su retrato está, así acurrucadita, con el pollito en la falda, en un marco de plata. Ese día del entierro, cuando estaban por sacar el cajón a una carroza con faroles, mi tío Álvaro, medio llorando, dijo una alegoría o letanía para muertos, algo así:

…Un auto te ha pisado… ¡como a una hoja! Eras tú, fl or del campo, toronjil, yerbabuena.

Hay duelo en nuestra casa.

India de nuestra raza aymara, endulzabas la vida de grandes y chicos.

Parecías la imagen de la Mamita de Copacabana… Debajo de tu manta de vicuña siempre traías frutas, empanadas o rosquetes.

¡Ay, dulce abuela nuestra de las macetas y del canario!

Que ahora bajen rubios y negros angelitos para besar tus manos, que parecían avergonzadas de estar quietas.

Tú llenabas la olla de cada día, y con agua y con sol dabas celajes a cortinas, sábanas, manteles. Tú prendías el fuego del hogar. 128 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

¡Un auto te ha matado! ¡Ay Señor! Tu frente estaba herida y tu cuerpo salpicado de barro, tus pies con un solo zapato.

Cuando llegues al Cielo con tu mantón raído te abrazará la Virgen y cantarán los ángeles.

Con inocencia humilde debes creeer; viendo aquí tantas fl ores, que es día de fi esta para nosotros. ¡Para ti el aleluya! ¡Para ti nuestras lágrimas!

Por ti, Mamá Petra, el canario, el patio, las macetas, el agua, se ponen de rodillas. ¡Danos tu bendición!

Si preguntamos por qué tanto amor, contestan que ella valía mucho por dentro. Su hermosura no estaba en su cara cobriza, sino en su corazón y no hay que buscar lo bueno por encima. Ahora entiendo que la vieja Mamá era como si la pepita y la cáscara de un durazno estuvieran fuera y el jugo y la pulpa rica, adentro. Es seguro que hay personas que son al revés: lo bonito por fuera y vacías adentro, como es Beatriz que aborrece a las per- sonas que le hacen un favor. Decir que los niños no entendemos nada es falso. Sabemos muchas cosas mejor que los grandes. Conocemos a la gente y deci- mos cómo son, aunque nos llamen maleducados, malcriados. ¿Cómo es Juanito por dentro? ¿Lo sé yo? ¿Lo sabrá mamá? No es que quiera hacerme la “gran”, pero si yo he estado en el estómago o por ahí, dentro de mi madre, tengo más derecho a saber cómo es ella, que ella a saber cómo soy yo. Ella no podía mirarme. Yo sí. Y desde adentro. Pioneros de la literatura infantil y juvenil (1920 - 1979) 129

“Cuando yo era chica había en casa una sirvienta arrugada como pepa de durazno, Mamá Petra, tan milenaria que había criado a mi abuelo…”.

Collage manual y digital de Jorge Dávalos. 130 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

Lo mejor será que siga escribiendo qué hace, qué dice Juani- to. Quizá unos piensen: “Yo también soy así”. Y otros: “¡Yo nunca haría eso!

Nombre (Escrito por la hermana de Juanito)

El chico del que hablo es mi hermano. Su nombre entero es Juan-Alfredo-Gerardo-Maximiliano-Roberto. ¿A quién se le ocurre poner nombre tan largo a un chico? Seguro que al cura porque esos nombres estaban ese día en el libro de los santos; así que solo vale el primero: Juan. Por suerte. Claro, él era chico cuando lo bautizaron, no se le podía con- sultar. Tampoco los padres nos consultan estas cosas importantes. Y es grave: uno está toda la vida atado a su nombre como a un perrito que nos tironea. No me parece justo que los padrinos nos chanten nombres se- gún su antojo, por héroes, parientes, amigos… ¡Qué tenemos que ver con gente desconocida! No les resultó: todos lo llaman Juan, o más todavía, Cony. Otro rato voy a hablar de los padrinos. Menos mal. A mí me inventaron un nombre presioso que nadie más que yo tiene. Han debido ser papá y mamá en consulta porque es nombre lindo y poético. “Juan” tiene una ventaja (esta no es mi idea, pero tanto la he oído repetir que ahora es mi idea): se puede traducir a varios idiomas y en todos es bonito. Es corto, sus letras anchas. Puede ser coloreado porque es blan- co. Se parece a “pan” en lo suave y comestible. No empalaga. A ver: si lo pinto en inglés, John es amarillo; en francés, Jean, celeste; en italiano, Giovanni, rosado; en ruso, Iván, rojo; en hebreo, Yojanán, azul; en alemán, Hans, café. En otros idiomas ¿qué color será? Reconozco que no siempre dan nombres por divertirse; nos bau- tizan para adornarnos. Y que, en vez de un perrito nos jalonee, nues- tros nombres son como pájaros o ángeles que nos acompañan. Pioneros de la literatura infantil y juvenil (1920 - 1979) 131

Otro día de la madre (Escrito por Juanito)

En mi país hay el Día de la Patria (el más importante, según los profesores de Instrucción Cívica), del Pueblo, de la Ciudad, del Departamento, del Himno, de la Bandera (creo que no del Himno). El más esperado es el Día del Trabajo, en que nadie trabaja, con excepción de mi papá y de mi profesora de piano, que no disculpan fechas. No crean que el Día de la Madre es tan importante porque también hay del Varita, del Niño, del Estudiante, del Panadero, del Chofer, del Carnicero, del Indio, del Periodista (ese día no hay periódicos), del Padre, del Maestro y de Todos los Santos, de Muer- tos y de Vivos. También el de los Perros en que les ponen capitas y cintas. En algunas de estas fechas hay desfi le escolar o vacación; en el de la Madre hay que hacer una composición. Ya no es obligatorio escribir sobre “madre hay una” porque se han aburrido del tema. Mejor sería decir cosas que uno ya sabe, pero más difíciles porque uno cree que, teniéndolas en el corazón, tardan en salir. Este año también era tarea en mi curso. Yo la he escrito con mi mejor letra y titulado:

TODAS LAS PREPOSICIONES PARA MI MADRE Desde un 15 de abril de un año ya lejano, me cuidaste e impides que me agarre de las mechas con mi hermana. Si estás de buen humor, fi rmas mis exámenes con 2, y cuando estás de mal humor me echas un sermón de quince minutos, eres la persona más buena. Tu soportas que juegue fútbol en los cuartos y desparrame la tierra jugando a los camioncitos, permites que saque tus pañuelos más fi nos para hacer magias. Tú me inventas juegos. En fi n, tantas cosas que te hacen una gran persona a pesar de ser tú tan chiquita. ¡Gracias por todo eso! Todo lo que digo es por mi mamá, a mi mamá y para mi mamá.

Rosa Fernández de Carrasco17

Teatro infantil (1992) Noche de luciérnagas

Personajes

Jorge Antonio Pablo César Árbol 1 Árbol 2 Señor Búho Otros niños que hacen de luciérnagas

Acto primero

Escenario: Un pedazo de jardín, con rompimientos de árboles frondosos de tronco grueso.

Escena I (Jorge, Antonio y Pablo conversan en el jardín vestidos de luciérnagas)

Jorge: Otra noche oscura que nos espera. No hay luna ni estrellas. La noche está tan negra como nosotras. ¿A dónde iremos huyendo de esta triste soledad? Pablo: Volaremos sin rumbo de aquí para allá sin que nadie note nuestra presencia. ¿No es ese nuestro destino? Antonio: Es nuestro destino, sí, ¿pero acaso no podríamos cam- biarlo de algún modo?

17 Cochabamba (1918) - La Paz (2000). Ver biografía en p. 485.

[133] 134 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

Pablo: ¡Cambiarlo! Eso sería lo ideal, ¿pero cómo? Hace tanto tiempo que vivimos así. Fantasmas negros deambulando entre las sombras sin que podamos hacer sentir nuestra presencia. De día, sin atractivo alguno, y de noche, invisibles. Jorge: Cada uno ha nacido como es. ¿Qué sacan ustedes con lamen- tarse? Antonio: Hay algunos conformistas como tú, que se contentan con lo que son, y que no tratan de buscar soluciones. ¿Qué les parece si llamáramos a una reunión de luciérnagas y hablásemos del asunto que nos aflige? Tal vez alguien tenga una idea sobre lo que se puede hacer para conseguir un cambio en nuestras vidas. Jorge: ¡Eso es! ¡Una reunión de alto nivel! Yo me comprometo a convocarla. Para esta noche, ¿les parece bien? Antonio: Pero, ¡claro! Para esta noche misma, sin pérdida de tiempo. Pablo: (Con desgano) Como ustedes quieran. (Salen los tres de escena)

Escena II (Tras de los rompimientos de árboles, se han escondido dos niños que hablan por los árboles)

Árbol 1: ¿Oíste lo que dijeron las luciérnagas? Árbol 2: Sí, estuve escuchando atento. ¿Qué querrán esos insectos? Árbol 1: Entrar en nuestra intimidad; saber qué hay en la impene- trable sombra de la noche. Árbol 2: O simplemente lucirse con algún distintivo que las adorne, por lo menos, creí entender así. Árbol 1: Son vanidosas como los grillos que con su canto, rompieron el silencio de la noche. Antes de ellos, la soledad era perfecta; quien penetraba en la oscuridad no escuchaba más que el leve rumor de la brisa en nuestra fronda. Árbol 2: ¡Cállate, que ya vienen!

Escena III (Van llegando luciérnagas con Jorge y Antonio. Saludos informales entre todas las luciérnagas que vienen a la reunión) Pioneros de la literatura infantil y juvenil (1920 - 1979) 135

Buena noche… buena noche… buena noche… Antonio: Bien, amigas y amigos luciérnagas. Ustedes saben que desde la creación del universo nosotros sufrimos la injusticia de ser los úni- cos insectos sin atractivo alguno. Durante el día, no nos ve nadie, y de noche, nuestra vestimenta negra se confunde con las sombras… Los grillos y su canción cautivan a quien la escucha en la soledad. ¡Los grillos cantan!, dicen quienes los oyen, y su canto los emociona. En cambio, nosotras no nos distinguimos en forma alguna, nadie nos ve; nadie nos siente llegar, como si no existiésemos. ¿No es esta una tragedia horrible…? Anoche estuvimos charlando de esto con Jorge y Pablo, y pensamos que reunidos podríamos tal vez hallar alguna forma de variar esta lúgubre y monótona existencia. ¿Sabe alguno de ustedes cómo se podría conseguir este objetivo? César: La palabra… Antonio: ¿Si? César: Nosotros solos no conseguiremos nada, pero he oído decir que el Gran Sabio de las Sombras de la Noche, brujo conocido entre los personajes nocturnos –el señor Búho– ha hecho cambios sorpren- dentes en quienes no estaban contentos con su vida. Yo sugiero que una comisión que aquí nombremos, entre los voluntarios que estén dispuestos a hacerlo, busque a este Gran Sabio y le exponga nuestro problema y le pida un consejo. Todos: ¡Aprobado! ¡Aprobado! Antonio: Pues, entonces, nombremos ahora mismo esa comisión para entrevistar al Sabio de las Sombras. Yo me ofrezco como el primer voluntario. ¿Quién más? Jorge: Yo también, y sugiero que integre la comisión César que es el que nos dio la idea. Todos: ¡Aprobado! Pablo: Dicen que esa ave agorera es muy trágica, yo tengo mis te- mores. César: Yo creo que con los tres tenemos suficiente. ¿Hay alguna objeción? Todos: No, está aprobado. ¿Cuándo irán? Antonio: Esta misma noche iremos hasta el campanario de la iglesia de San Braulio, que es donde vive el brujo Búho, y hablaremos con él en nombre de todos. Todos: ¡Bravo! ¡Bravo! 136 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

Acto segundo

(El decorado lleva dibujada en plano inferior la ciudad, dando la impresión de la altura en que se encuentra el campanario. Adentro, al medio de un estrecho recinto, una mesita central vieja, con dos cirios gruesos apagados. Oscuridad en el lugar donde se lleva a cabo la entrevista).

Escena i (Entra la comisión de luciérnagas, tímidamente a esperar al Búho)

Jorge: De aquí debe vislumbrarse todo cuanto ocurre abajo. César: Acaso antes de que le hablemos, él ya sepa a qué vinimos. Antonio: Es posible, y así sería mejor.

Escena ii (Entra en el recinto imponente el señor Búho. Viste un traje de alas doradas, una careta de búho impresionante, y causa pavor al entrar)

Búho: ¿A quién buscan? Luciérnagas: A usted, señor Sabio de las Sombras. Búho: (Con voz tenebrosa). ¿Quiénes son ustedes que se han atrevido a venir en la lobreguez de la noche? Jorge: Somos una comisión de luciérnagas que venimos en busca de su sabiduría a pedirle un consejo. Búho: ¿Y qué es lo que quieren averiguar, miserables insectos? Antonio: No venimos a averiguar nada, venimos a pedirle ayuda. Somos, como usted acaba de llamarnos, unos miserables insectos a los cuales nadie conoce, nadie sabe que existimos aun si esta- mos volando encima de la gente, porque nos confundimos con las sombras de la noche. ¿No es ésta una lúgubre y tétrica vida? Búho: ¿No gustan entonces ustedes de la belleza de la oscuridad? La oscuridad invita a la meditación. Las sombras de la noche son hermosas porque son impenetrables. Están viendo cómo yo tam- bién vivo como ustedes en la oscuridad de la noche, y me siento bien porque nadie puede penetrar en mis pensamientos ni en mis recuerdos que reviven a su conjuro. Hay muchos que aman y buscan la oscuridad. Pioneros de la literatura infantil y juvenil (1920 - 1979) 137

“Están viendo cómo yo también vivo como ustedes en la oscuridad de la noche, y me siento bien porque nadie puede penetrar en mis pensamientos ni en mis recuerdos que reviven a su conjuro…”. Collage manual y digital de Jorge Dávalos. 138 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

César: Todo eso que usted dice es verdad, señor Búho, pero quien entra en el misterio de la noche, escucha de usted un graznido que anuncia su presencia. Un graznido que estremece a quien lo escucha. Todos saben de su existencia en las torres y campanarios y también de la existencia de grillos que cantan con su voz com- pañera de soledades. En cambio, nadie sospecha siquiera de la existencia nuestra que se pierde en la oscuridad. Si por lo menos pudiésemos alumbrar el espacio donde volamos aunque fuese solo por un segundo para que quien ama la noche diga: “ahí está una luciérnaga que alumbra nuestra soledad”. Búho: Tienen ustedes razón pequeños insectos y yo, como protec- tor de las sombras, debo resolver esto. ¡Escuchen! Volarán espacio arriba hasta llegar a una estrella… Luciérnagas: ¡Imposible hacerlo! Nuestras pequeñas alas no po- drían resistir un vuelo tan largo… Búho: ¡Esperen! ¡No interrumpan! Tengo en este campanario un cofre donde guardo un pedazo de cebo de la vela que la Virgen María usó para buscar a Jesús la noche de las tinieblas. Frotarán con ese cebo sus alas y ellas se pondrán tan fuertes que podrán resistir volando hasta alcanzar la última estrella. Una vez en la estrella, robarán ustedes un trozo de luz y bajarán aprisionándolo contra su pecho junto al primer rayo de luz que llegue a la tierra. Al caer a la tierra, el trozo de luz se les romperá en mil pedazos relucientes y cada uno de ustedes lo recogerá y lo guardará consigo para toda su vida. En las noches lóbregas como ésta, volarán entre las sombras encen- diendo y apagando en forma intermitente su diamante de luz. Quien haya entrado en el misterio de la noche, dirá: “¿Has visto esa estrella?” Y le respoderán “Es una luciérnaga que acompaña nuestra soledad”. Luciérnagas: Gracias señor Sabio de las Sombras.

(Salen) Pioneros de la literatura infantil y juvenil (1920 - 1979) 139

ACTO TERCERO

(Los niños vestidos de malla negra y con una capucha negra en la cabeza deben tener preparada una pequeña linterna que forrarán con papel celofán azul o verde en la parte de la luz. En el entreacto, se habrán estado colocando diseminados en uno y otro lugar de la platea, detrás de los árboles y detrás de bambalinas. Se escuchará solamente una voz y hablarán desde donde se encuentran. Este acto es con efectos escénicos que deberán estar muy sin sincronizados. Se abrirá el telón, y habrá una pausa de silencio en la cual el escenario irá amortiguando su luz hasta apagarse y quedar oscuro. La platea y todo el teatro donde está el público se apagará también. Entonces, un niño, desde un lugar estratégico de la platea, encenderá su linterna haciéndola alumbrar por uno y otro lado. Otro niño dirá con voz de alarma: “Mamá, ¡mira una luciérnaga! ¡Llegó desde la estrella! Todos los niños escondidos en la platea encenderán sus luces por uno y otro lado. Niños desde la platea: “¡Ahí va otra luciérnaga! ¡Y otra…! ¡Y otra…! ¡Y otra…!)

Jorge: (Escondido detrás de las bambalinas) ¡La luciérnaga es la estrella de la noche! Antonio: (Desde el otro extremo del escenario) ¡La luciérnaga es la palabra del silencio! César: (Escondido también en el escenario) La luciérnaga es el alma de las sombras. Jorge: La luciérnaga es la emoción de los recuerdos… Todos: La luciérnaga es la compañera de la soledad. ¡Es la noche de las luciérnagas!

TELÓN

Elda Alarcón de Cárdenas18

Manuelito de la Candelaria (2002) Manuelito entre los pastores

¡Qué aburridos eran los días de Manuelito! Siempre junto a su madre, escuchando las quejas atribuladas de cientos de gentes que acudían a ella en busca de consuelo, jugando a hurtadillas con el único jugue- te a su alcance, la palomita albergada en un canastillo que pendía habitualmente de la mano derecha de la buena señora. Alguna que otra vez, cuando disminuían las visitas se permitía asomarse al amplio ventanal de la casa que habitaba. Desde allí podía seguir la huella de las balsas que se deslizaban sin prisa por el azul intenso del Titicaca, y dejaba volar su imaginación pensando cuán interesante podría ser una caminata por las calles de la aldea que en el horizonte lejano dejaba adivinar sus casas sumergidas entre celajes de oro y rosa. Pero su corazón latía con ritmo más acelarado, cuando sus ojos divisaban rebaños de ovejas y vacas paciendo en anchos pajonales, o, recuas de llamas adelantando el paso por senderos bordeados de kullis19 y kantutas. Cierta mañana, por una razón desconocida, las puertas de la casona no se abrieron y, en la soledad de la estancia, su madre se entregó a la meditación. Entonces… el deseo de sentir junto a sí la presencia de aquel mudo que lo atraía con sus colores y el eterno movimiento de sus seres, le obligó a calzar con premura sus peque- ñas abarcas y salvando de dos en dos las escaleras ganó el muro posterior para correr calle arriba sin llevar un rumbo fi jo. De pronto se encontró en medio de un grupo sorprendido de imillas y llocallas que apacentaban sus ovejas entre los riscos y matorrales de un cerro de tortuosas formas. Jugó con ellos. Trepó y bajó infi nidad de veces las escarpadas pendientes de aquel cerro. Ejercitó peligrosos saltos sobre pedro-

18 La Paz (1928). Ver biografía en p. 485. 19 Variedad de maíz.

[141] 142 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

nes monumentales con la agilidad de los cabritos retozones. Unió su voz a la de los chiquillos que cantaron alegres canciones de tiempos ya perdidos. Y, al medio día, saboreó la frugal merienda de esos campesi- nitos de tez curtida y alma ingenua. Al atardecer, fatigado por tantas y novedosas experiencias, se sentó junto a un rebaño de ovejas blancas como la nieve y las abrazó, y las acarició, y ensayó a imitar sus balidos. A pocos pasos descubrió otro rebaño, esta vez, de ovejas negri- tas como la noche, y, en menos de lo que cuesta el decir, su cabecita urdió una inocente travesura… ¿Qué tal se verían las ovejitas si tuvieran la lana de colores combinados, negras y blancas como las fl ores de los habales en primavera? En el acto, Manuelito reunió los rebaños, y cambiando cabe- zas y patas sin són ni tón, festejó con risas y palmoteos la nueva apariencia de las ovejas; unas, con la cabeza blanca y el cuerpo negro; otras, a la inversa y… las patitas en una mescolanza in- descriptible. Los pequeños pastores le siguieron la corriente admitiendo que las ovejitas lucían más lindas que antes con el cuerpo manchado en blanco y negro. Entre tanta algarabía, los chiquillos no repararon en el paso de las horas, y solo cuando la tarde iba a precipitarse irremediable- mente en distantes abismos de carmín y violeta, decidieron reunir sus corderos y emprender el regreso a los apriscos. Manuelito sintió un nudo en la garganta pensando en la an- gustia de su madre al advertir su ausencia y se propuso exigir a sus pies la máxima velocidad para llegar en el más breve tiempo a la casona; empero, dándose cuenta de que antes debía devolver a los animalitos su color original, ensayó a colocar las cabezas y las patitas en su respectivo lugar. ¡Imposible conseguirlo…! El pequeño no atinaba a encontrar solución para tan enreda- do problema, y aunque los demás muchachitos se sumaron a sus esfuerzos, no logró nada satisfactorio, ni siquiera pudo ayudarles a verifi car el número de ovejas de cada rebañito. En situación tan confl ictiva, los pastorcitos vieron que lo me- jor era retornar a casa cuanto antes, con aquellas vistosas ovejitas manchadas, y enfrentar con resginación el enojo de sus padres. Pioneros de la literatura infantil y juvenil (1920 - 1979) 143

“Manuelito reunió los rebaños, y cambiando cabezas y patas sin són ni tón, festejó con risas y palmoteos la nueva apariencia de las ovejas…”.

Ilustración a témpera de Paola Guardia. 144 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

Mientras, la noche había borrado por completo el perfi l de las casas y los cerros. Arrepentido y lloroso, Manuelito optó por apartarse de sus amiguitos y enderezar el paso hacia la calle que conducía a su morada. No había terminado de insinuarse el alba y los corrillos me- nudeaban en la plaza principal. El tema era lo acontecido el día anterior. Unos, afi rmaban haber seguido paso a paso las travesuras del desconocido niño de cabellos dorados y ojos con el color del lago en calma; otros, decían que vista de cerca la carita de aquel niño tenía la apariencia de un capullo de rosa silvestre pos su tersura y su belleza; los demás, sostenían que el discutido personaje era dueño de una piel trigueñita como la de cualquier otro rapazuelo del pueblo. Las mujeres formaron cordones a la vera de la calle, para observar de cerca el paso de las ovejas jawas panqaritas20 con rumbo a los pastizales y muchas de ellas pretendieron haber reconocido los fragmentos separados y estar dispuestas a recons- tituir los animalitos con su verdadero color. Por su parte, los fi eles que salían de haber asistido a la “misa de aurora”, aseguraron haber visto las abarquitas del niñito que sostenía la “mamita” tan sucias y maltratadas, que bien pudiera pen- sarse que sirvieron para recorrer largos y polvorientos caminos. Los pobladores del lugar no pudieron olvidar estos sucesos y se dice que, a partir de entonces, el altiplano se fue poblando de ovejitas grises, testimonio de la inocente travesura de Manuelito… de la Candelaria.

20 Flores de haba. II Nueva literatura infantil y juvenil (1980 - 1999)

Carlos Vera Vargas21

Mi burrito se llama Carmelo (1982)22

Mi querido espantapájaros, ahora que tú y yo estamos juntitos, abrazados y con los pies dentro del agua que corre por los surcos, esperando que este fresquísimo riego nos ayude a crecer tan alto como los maíces, quiero contarte que desde hoy, este mi lindo bu- rrito que siempre lleva puesto su sombrero se va a llamar Carmelo. Sí, Carmelo, igual que yo. ¿Sabes?, le regalé mi nombre porque cuando uno quiere a los amigos, tiene que regalarles aquello que más quiere, ¡y lo más bonito que yo tengo es mi nombre! Yo estoy seguro que para ti lo más hermoso es esa tu risa de latita sonora que se va por los aires como si fuera el trino de varios pajaritos. ¿Qué es lo que más le gusta a Carmelo?, ah, bueno, ¿tú no lo sabes? Hummm, ¡en cambio yo sí lo sé! Lo que más le agrada a Carmelo son sus grandes ojos negros que ahora él mismo puede verlos en mi rostro. Sí, de veras, porque él me los regaló hace tiempo. Recuerdo que bajábamos del huerto de La Rinconada cuando empezaron a caer unos granizos tan grandes como los duraznos que llevábamos cargados en los aguayos. Después fue una lluvia intensa la que empezó a tocar su música en todo el valle, ¡y todavía más fuerte en la laguna de La Angostura! Carmelo y yo nos moja- mos completamente y, a medida que avanzábamos, mi ropa y el tosco pelaje de mi burrito empezaron a oler a ulincates maduros. Esa fragancia de fruta madura nos provocó una alegría tan grande que Carmelo empezó a rebuznar mientras yo silbaba; sin embargo, cuando cayó el primer rayo, no pude ocultar mi miedo, fue entonces que Carmelo, esmerándose en un rebuzno consolador, me regaló

21 Cochabamba (1953). Ver biografía en p. 485. 22 Primer premio en el Concurso Nacional de Literatura Infantil, auspiciado por el Comité de literatura infantil y el Centro Pedagógico y Cultural Portales (1982).

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sus hermosos ojos. Gracias a ellos pude ver el sendero que, como un río caudaloso, bajaba hasta Tolata. Pero hoy mi querido cuidasurcos Carmelo está muy tiste y aunque él trata de disimular su pena tapando su cara con su an- cho y blanco sombrero, no puede engañarnos porque su cola se ha quedado muy quietita. ¡Claro!, cómo no va estar melancólico si hoy, justo el día que le hago tan lindo regalo, yo tengo que irme a la ciudad… Sí, a Cochabamba. Tú no conoces la ciudad, ¿verdad?, ¡pues Carmelo tampoco! El otro día cuando sacábamos agua del pozo, me preguntó dónde quedaba la ciudad, si allí había árboles y huertos, acequias y lagunas, si había burritos como él, niños como yo y espantapájaros como tú. Le dije que yo tampoco conocía la ciudad y que solo sabía que allí se iba en camión. Al entender que yo debía viajar en algo muy distinto a su amable lomo, Carmelo abrió su bocaza y el balde que subía lleno de agua, ¡plaasssss!, ¡cayó nuevamente al fondo del pozo! ¡Ay, mi Carmelo!, tuve que acariciarlo largo rato para que otra vez me hablara y me ayudara a sacar agua. En serio que yo hubiese querido llevarlos conmigo, ¡claro, a Carmelo y a ti!, pero mi papá Rosendo me ha dicho que es mejor que ustedes se queden aquí en Tolata porque la gente de la ciudad se extrañaría de ver un burrito en las calles y que, además, ellos sí que te espantarían a ti, mi querido y lindo espantapajaritos. ¡Qué triste debe ser un lugar donde no hay Carmelos!, ¿verdad? ¡Con quiénes charlarán si allí no hay espantapájaros como tú! Yo me pregunto cómo serán los niños de ese sitio tan lejano, porque cuando vienen por estos lugares apenas se quedan un ra- tito y después se van como golondrinas, ¡nunca se quedan a vivir aquí! En cambio, cuántas ovejitas y cuántas vaquitas ya no tienen llocallas que las pasteen porque ellos se han ido para siempre a la ciudad. Como horneritos se habrán hecho sus casitas porque nunca más han regresado. ¡Ahhh!, pero aunque mi mamá Emilia dice que la ciudad está lejos, yo sí he de volver, ¡justito para la fiesta de San Juan! El día de mi regreso he de pintarle a Carmelo una laaaaaarga raya roja, ¡desde su cabeza hasta su cola! Y he de adornar sus orejas con esos caitos que mi mamá sabe teñir con los colores tan lindos que a mí me gustan porque se le quedan en sus manos y no se le pierden Nueva literatura infantil y juvenil (1980 - 1999) 149

nunca, es por eso que cuando mi mamá me acaricia siempre pinta mi cara con el color del trigo y del airampo. ¿Y qué haré contigo cuando regrese?, ¡ah bandido reilón!, ese día vamos a correr tras el agua que entra en los surcos y nos vamos a mojar mucho, mucho; solo cuando te hayas cansado de jugar te dejaré dormido en medio de los alfalfares. Seguro que hasta el Carmelo te va a tapar con su sombrero para que duermas tranquilo hasta que amanezca. ¡Ay!, ¡el sombrero!, ¡por haber hablado de su sombrero mira la cara tristona que ha puesto Carmelo! Claro que yo lo entiendo porque seguro que él ahorita está viendo en su sombrero el triste anuncio de mi partida, seguro está pensando que mi adiós va a ser igualito al del Isidro. Dime, ¿recuerdas a Isidro?, ¿y su carita risueña cuando se iba a la ciudad?, ¡como saltaba de alegría en el camión! Recuerdo que, cada vez que brincaba en la carrocería, aparecían sus manos que nos decían adiós y en sus ojos se podía adivinar algunas lágrimas. Isidro saltaba como cuando los sapitos sacan su musgosa cabecita de algún charquito de aguas verdes. ¿Y recuerdas que en uno de esos saltos se le cayó el sombrero a Isidro?, ¿y que mientras yo corría a recogerlo ya había partido el camión y lentamente se perdía por la carretera? Entonces el sombrerito se me quedó en las manos y, como si fuera un pañuelo empecé a agitarlo diciéndole adiós a Isidro. Cuando mis ojos se encontraron con los de Carmelo, vi que en ellos había lágrimas apenas contenidas. En mi afán de consolarlo, sin doblar sus gran- des orejas, puse sobre su cabeza el sombrero de Isidro. Carmelo, con un melancólico rebuzno lloroso, me dijo que él nunca se lo iba a quitar. ¿Ahora te das cuenta por qué se conmueve cuando hablamos del sombrero? Tú, en cambio, siempre estás alegre mi amado espantapájaros, ¡claro!, cómo no vas a estar así, dichoso, ¿acaso alguien ha visto un espantapájaros triste? Nadie. Es por eso que todos quisieran tener tu corazón y esa tu alborotada latita llena de risas, es tan contagiosa que ahora mi corazón ya está más contento y hasta tengo ganas de reír. ¿Sabes por qué estoy tan feliz? Porque ya sé qué debo hacer para nunca separarme de ustedes, de ti y de mi burrito Carmelo, ¡es lo más fácil! Primero los dibujaré a los dos en una hoja de mi cuaderno y luego los guardaré dentro del cántaro que llevaremos a la ciudad, allí estarán junto a los pajaritos que hoy he descolgado 150 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

de la jarca, ¡qué lindo va a ser oírlos a ustedes cantando la misma canción!, los pajarillos con sus trinos bien amarillitos, Carmelo con sus rebuznos ensombrerados y tú ¡con tu tililín, talalac, tililín, talalac…! ¡Seguro que el cerro del Ticti va a ser tan sonoro como el cántaro! Claro que también ese lugar va a ser un cerro con olor a naranjas porque mi mamá, además de venderlas en La Cancha, también las va a ofrecer en la puerta de nuestra casa. ¿Y qué voy a hacer yo? Bueno, además de ayudarle a mi mamá, voy a cavar un pozo hondo para que el Carmelo, como siempre, me ayude a sacar agua. ¿Y tú qué vas a hacer?, no creas que me he olvidado de ti… Pero tal vez me desanime y no te dibuje, no porque yo no quiera llevarte a la ciudad sino porque si tú también te vas mi querido cuidahuertas, quién, dime quién va a cuidar los surcos del campo, quién va a defender los granos del choclo, quién va a espantar los pajaritos cuando ellos, disimulando, disimulando, empiecen a picotear los duraznos y los ciruelos, dime ¿quién va a hacer todo eso? No tienes que ponerte triste porque yo sé que igual nos en- contraremos. Ahora, si tú quieres, podrás ir alguna vez a la ciudad, directamente a La Cancha, yo estaré allí junto a mi mamá. Cuando me veas llámame por mi nombre, dime: “Carmelo, Carmelo, vén- deme naranjas”. Entonces segurito que te voy a reconocer ese rato porque vas a tener mis ojos y mi sonrisa, ¿sabes por qué?, porque hoy quiero regalarte mi cara, sí, mi cara. ¿Te gusta no es cierto?, ¡es la cara que tú siempre hubieses querido tener! En cambio ye te voy a pedir que me regales esa tu linda risita del tililín, talalac, esa tu risita de latita llena de cuculurus. Si me la regalas voy a poder espantar todas las penas cuando ellas quieran picotear mi corazón…, tililín… talalac… tililín… talalac… tililín… talalac… ¿Estás de acuerdo?, ¿me estás diciendo que sí mi espantapájaros amado? Entonces, cuando vayas a la ciudad nos vamos a abrazar como ahora y después vamos a sacar del cántaro al Carmelo y a los pajaritos; luego vamos a coger las naranjas más dulces y junto a nuestro burrito regresaremos aquí y nos quedaremos felices, para siempre. Nueva literatura infantil y juvenil (1980 - 1999) 151

“Le dije que yo tampoco conocía la ciudad y que solo sabía que allí se iba en camión…”.

Ilustración a témpera de Paola Guardia. 152 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

El vuelo del murciélago barba de pétalo (2009) (Novela juvenil)

A la memoria de Max Singer, el inmigrante austriaco.

COTIDIANIDADES CONVERSANDO CON UN FRUGÍVORO POR RAMONROY ¿Quién es Camilo Aldriazábal? Si bien en el ámbito de la investigación zoológica este distinguido académico es muy conocido, es probable que muchos lectores de cotidiana respiración desconozcan a alguien que durante muchos años se ha esmerado en indagar sobre el fascinante mundo de los murciélagos. Es por esta razón que quise conversar con él. Apenas regresó de uno de sus viajes (últimamente estuvo con las redes de niebla y los sofi sticados radares, allí en las Sabanas del Gran Moxos y en los bosque húmedos próximos al río Mamoré) pude entrevistar a este investigador que de manera sencilla y alejada de toda petulancia en- ciclopédica, me habló apasionadamente de la importancia que reviste la conservación de los murciélagos para garantizar el mantenimiento de aquellos procesos ecológicos con los que, de manera sorprenden- temente natural, están comprometidos estos magnífi cos guardianes de la biodiversidad. Seguro que los lectores recordarán que durante mucho tiem- po estos incomparables voladores nocturnos fueron víctimas de aquella nefasta leyenda negra por la que quedaron estigmatizados con la despectiva fama de monstruosos chupadores de sangre (¿todavía recuerda usted a los insaciables vampiros?, ¿perdura en su memoria la imagen del Conde Drácula conquistando a sus hermosas víctimas?, ¿cree que sus dolores de cabeza se deben a que sobrevoló encima suyo?). Por cierto que fueron las zagas de la fantasía terrorífi ca y el cine vampiresco los que infl uyeron para que estas estigmatizaciones terminen haciendo daño a estos nobles dispersores de semillas. Menos mal que, a partir de los trabajos de Camilo Aldriazábal y otros investigadores que trabajan junto a él, ahora es posible que los murciélagos desplieguen esas sus alas que de tan fi nas parecen una delicada, noble y sedosa capa de gamuza confeccionada con incom- parable esmero, no solo porque su biológico diseño se ajusta perfec- tamente a las particularidades de su original anatomía sino también Nueva literatura infantil y juvenil (1980 - 1999) 153

porque en toda su superfi cie no cabe la más imperceptible pelusa que, a la hora de lucirse en la prima noche o en la oscuridad más profunda, siempre resultan incómodos en ese atuendo perfecto de responsable nocherniego que disfruta de las horas nacidas de la oscuridad. Claro que yo, como la mayor parte de los mortales, tenía noticias de los murciélagos noctívagos gracias a fuentes divulgadoras que, pro- movidas por los amigos y amigas de este mundo, me habían llegado a través de magnífi cas revistas ilustradas como Vértigo del Vespertilio, El Pipistrelo Noctámbulo, o gracias a la información contenida en algunos blogs (uso ese término aunque no les guste a algunos lectores que, seguramente en este preciso momento, ya estarán consultando las páginas de Español Urgente) tales como Chiróptera del Achiote, Rata- Penyada, Emperadores de la Noche, Bat Weblog, Alados Insomnes, Chauve Souris, Patagónicos Patagios) y otros que se los puede ubicar en la red a sola condición de tener la paciencia y perseverancia características de los cibernautas trasnochadores. Por cierto que esta amena conversación tuvo su ritmo. El inicio tuvo un carácter frutal porque, al empezar la tertulia, lo primero que hizo Camilo Aldriazábal fue traer una bandeja colmada de suculentos higos negros, suaves chirimoyas y fragantes guayabas, todos provoca- dores del paladar más exigente. Acto seguido empezó a explicarme los sorprendentes e increíbles hábitos de los murciélagos frugívoros. La degustación del primer higo melar tuvo su correspondencia con la minuciosa descripción del incomparable Murciélago Frutero Grande que habita en zonas tropicales cercanas a los trópicos de Cáncer y Capricornio. El segundo fruto armonizó con la caracterización del apuesto Murciélago de Charreteras Amarillas que, siempre alejado de toda banal chatarrería, merodea por sobre los árboles frutales que existen tanto en el bosque alto como en los llanos fecundos. La verdad es que hasta antes de esta conversación, nunca había pensado que el sabor de cada fruto podía quedar asociado a la sorprendente tipología de los inquietos voladores. Aquella conversación causó tal impacto en mi emotividad que llegué a la incuestionable conclusión de que Camilo Aldriazábal era un verdadero frugívoro humano. Entre saborear y paladear los néctares frutales, me explicó que los murciélagos frugívoros se alimentaban de moras, brevas, guayabas y redrojos, además de otras frutas silvestres. Hablaba con tanta emoción que me parecía que a medida que iba abundando en explicaciones se elevaba y se quedaba sostenido en el aire. Y yo junto a él, permanecía escuchándole con toda atención, sorprendido por sus magistrales enseñanzas, convencido de que yo, que desde siempre he gustado de las carnes y los condimentos (carnívoro y condimentívoro al fi n), tenía en las frutas una fuente alimentaria muy adecuada para cambiar esa mi pesada dieta que, en defi nitiva, es la responsable de acentuar mi peso gravitacional, impidiendo así mis pretensiones de lograr, si no el vuelo ligero, cuando menos un leve e imperceptible alejamiento de la superfi cie terrestre. 154 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

A continuación, este analista de los únicos mamíferos voladores, acucioso observador y cautivante conversador, me habló durante dos horas continuas de las particularidades del aleteo de los murciélagos, de sus hábitos nocturnales, del maravilloso y sorprendente signifi - cado de las llamadas de ecolocalización, de su teúrgica anatomía y también de la manera de acomodarse con la cabeza hacia abajo para percheary de paso sostener interminables refl exiones. Con toda esa información, pienso que si se tratara de elegir posturas para descansar y conversar –sobre todo lo segundo–, optaría por la del murciélago porque me impresiona como una forma distinta y original de buscar la sabiduría que emana de la naturaleza. Camilo Aldriazábal también se refi rió a sus innumerables via- jes, a los sacrifi cios que supone el anillamiento individual para identifi carlos y así poder conocer los aspectos más notables de su comportamiento, sus preferencias alimentarias, sus particularidades reproductivas y también, los padecimientos que debe encarar ante la cruel persecución de la que son objeto, además de las penurias que les causan los agresivos y destructivos aerosoles y las desventuras ecológicas provocadas por temibles y dañinos compuestos químicos que terminan afectando la delicada cadena ecológica en la que ellos participan responsablemente. También comentó acerca del estremecimiento migratorio que padecen los murciélagos cuando indefectiblemente tiene que ir de un lugar a otro; de sus patrones de desplazamiento longitudinal, latitudi- nal, altitudinal y hasta de los caprichosos recorridos de vagabundeo nocturno. Mapa en mano, me detalló sus futuros e inéditos itinera- rios, los recorridos casi imposibles que piensa realizar para localizar algunos murciélagos que podrían estar en peligro de extinción. Un anuncio importante fue que en breve estará presentando un libro en el que exclusivamente se referirá a los murciélagos. Con seguridad que la entrega de ese volumen será muy importante para que los lectores puedan comprender no solo la importancia de estos quirópteros, sino también puedan apreciar y valorar el esforzado trabajo investigativo de estos estudiosos que no solamente persisten en el desarrollo de la ciencia biológica sino que insisten en la divul- gación de aquellos conocimientos que pueden ayudarnos a mejorar el mundo en el que vivimos. Seguramente que en esa oportunidad, quienes vivimos en este terruño, tendremos la ocasión de compartir una singular fi esta bibliográfi ca. Luego vinieron las fotos. Le tomé varias con mi infaltable cámara. Como él quiso tener otras en las que estuviéramos juntos, llamó a una sobrina suya (me dijo que se llamaba Ernestina) para que fuera ella quien nos tomara las fotos. Como la sobrina también quiso posar, Camilo tuvo que ir en busca de la mamá de la sobrina, a quien menos mal no le apa- sionaban las fotos porque de lo contrario todavía estaríamos buscando a alguien que pudiera enfocarnos para luego apretar el disparador. Nueva literatura infantil y juvenil (1980 - 1999) 155

Y si el recibimiento fue amable, la despedida fue todo un des- pliegue de cortesías y promesas. Camilo Aldriazábal me invitó a que ingresara a su blog (www.mundoquiróptero.org.bo) y yo le solicité una segunda entrevista para que él continúe refi riéndose a los mur- ciélagos. Aceptó mi pedido y me aseguró que, el mismo día de la presentación de su libro, tendríamos la oportunidad de conversar nuevamente. En tanto espero ese momento, sospecho que los mur- ciélagos se constituirán en motivo de prolongadas, interesantes e inquietantes refl exiones. Después de aquel inolvidable encuentro, me queda la certeza de que si todavía queremos ser herederos de este planeta, debemos asumir el compromiso de cuidar a estos voladores que todas las noches, cuando las sombras se han extendido en toda su amplitud, levantan vuelo para cumplir con su noble misión de protectores de la naturaleza.

Ernestina, la sobrina de tío Camilo

Apenas llegué a la esquina, crucé hacia la vereda del frente y di vuelta para seguir por la calle que llevaba directamente al Parque de los Álamos. Entonces me encontré con Ernestina. Ella salía de la tienda del señor Singerman, con una bolsa de medio kilo de café entre las manos. Por algún motivo, estaba muy contenta y tenía una sonrisa que parecía dedicada al mundo entero. En cuanto me aproximé a ella, mostrándome lo que llevaba en las manos, me dijo que a su tío Camilo le gustaba mucho el café. Oye Mauri, ¿conoces a mi tío?, me preguntó. Le dije que no. Muy animosa empezó a explicarme que él, aunque todavía era muy joven ya tenía algunos cabellos blancos, usaba lentes que tenían una montura anaranjada, medía un metro con setenta y ocho centímetros, le gustaban las astromelias rojas y estaba escri- biendo un libro sobre murciélagos. ¿Un libro sobre murciélagos?, le pregunté sorprendido. Sí, me respondió ella e inmediatamente empezó a explicarme con lujo de detalles que los murciélagos eran quirópteros que tenían unas alas que parecían hechas de seda oscura, volaban durante la noche y descansaban de día mientras el mundo daba una media vuelta. Me quedé callado por algunos instantes, sin saber qué decir porque nunca había sospechado que ella, que siempre me había hablado de los programas de la tele, ahora solamente tenía palabras para hablarme de los murciélagos. Y también de su tío. 156 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

¿Sabes qué me dijo Xavier esta mañana cuando le hable de los murciélagos?, me preguntó. Ni se me ocurre, le respondí. Imagínate que me aseguró que los murciélagos no eran otra cosa que ratones ciegos a los que, de un momento a otro, sin que ellos mismos se den cuenta, les brotaban alas y preferían volar por las noches antes que buscar el queso durante el día. Y por favor no me digas que no es un ignorante, me dijo en un tono que no me daba oportunidad para opinar. Me quedé callado porque Xavi podía ser lo que ella decía y quién sabe qué cosas más, pero para mí era sobre todo mi amigo. Después de caminar una media cuadra, Ernestina me pidió que le ayudara llevando el paquete de café y entonces sacó de uno de los bolsillos de su pantalón una barra de chicle. Me invitó y yo le dije gracias. Gracias sí o gracias no, me preguntó. Gracias no, le respondí. No sabes lo que te pierdes, me dijo y se llevó la barra completa a la boca y empezó a masticar ese chicle que a los pocos segundos se convirtió en un enorme globo rosado que a cada instante se ponía más y más grande. Mirándola de reojo me parecía que en cualquier momento Ernestina iba a elevarse hasta desaparecer en lo alto del cielo. Pero fi nalmente el globo reventó y ella tuvo que soportar un estremecimiento que le despeinó los cabellos. Tío Camilo es una persona muy interesante, me dijo y empe- zó a contarme que él, todos los días, después de ir a pasear en su bicicleta amarilla, regresaba a casa, tomaba una taza de café, se afeitaba y luego se ponía a escribir en la computadora para seguir trabajando en la preparación de su libro, que seguramente iba a tener muchísimas páginas porque, como en el mundo existían muchas especies de murciélagos, él iba a necesitar muchas hojas para decir algo de cada uno de ellos. Dijo también que su tío era muy conocido en todas partes y que por ese motivo le entrevista- ban en los canales de televisión y en los periódicos siempre decían algo sobre él. Te cuento que el otro día fue a mi casa un periodista que se llama Ramonroy, entrevistó a tío Camilo y ¿sabes qué hizo antes de irse?, pues le tomó varias fotos y también yo salí con ellos. ¿Conoces al señor Ramonroy?, me preguntó. No, le respondí muy serio. Pues es el señor que trabaja en el periódico y escribe artícu- los todos los días, dijo con un aire de sabiduría. ¿Y tú leíste lo que Nueva literatura infantil y juvenil (1980 - 1999) 157

él escribió?, le pregunté esperando que me dijera que no. Pero me dijo que sí, que al día siguiente, muy temprano, ella había ido a comprar el periódico en el kiosco de la esquina y que en la página cuatro estaba lo que había escrito el señor Ramonroy. Y también la foto en la que estaba ella. ¿Quieres que te diga una cosa?, para que no me saquen de la foto yo me puse al medio de los dos, así no podían dejarme fuera. En cuanto tenga las fotos te las mostraré para que los conozcas, me dijo y seguimos caminando en medio de la gente que a esa hora salía apresurada de las ofi cinas. ¿Tú viste alguna vez un murciélago?, me preguntó Ernestina tomándome del brazo. Verlos así, como quien dice cara a cara, pues nunca. ¿Y tú llegaste a verlos?, le pregunté, feliz de haber podido responder con otra pregunta. De verlos así, volando en la noche, la verdad es que no, no sé en qué momento podría ubicarlos, y como yo no soy de esas chicas que pueden quedarse en el balcón, entonces sencillamente resulta imposible. Eso sí, los he visto en la computadora y alguna vez en una de esas películas que pasan por la tele, me explicó muy convincente. ¿Y tu tío dónde tiene a los murciélagos?, le pregunté. Bueno, de tenerlos no los tiene. El nunca los lleva a casa, más bien va a buscarlos en distintos lugares, en los bosques, en las montañas y hasta en los pantanales, me dijo. ¿Allí donde están los cocodrilos?, le pregunté y ella me dijo que sí y que su tío tenía que hacer viajes largos hasta llegar a lugares casi deshabitados. Después que logra ubicarlos, coloca las redes para atraparlos y luego los observa, los pesa, los mide, les pone anillos de identifi cación, escribe todos los detalles en su cuaderno, les saca fotografías y después esa información la archiva en su computadora. El tiene un sitio en internet, explicó gesticulando como si ella misma hiciera todo lo que había descrito. Sabes muchas cosas de los murciélagos, le dije. Es porque tío Camilo me comenta todo lo que hace y a mi me gusta escucharle. Te cuento que él quisiera que yo sea sea bióloga. ¿Y tú, Mauri, qué quisieras ser?, me preguntó con gran interés. Yo creo que músico, le respondí. ¿Músico?, me dijo mirándome sorprendida por lo que yo había dicho. Seguro que ya te convenció Xavi, me dijo y su mirada empezó a seguir ese trayecto longitudinal que empezaba en mis pies y terminaba en mi cabeza. Sin que ella y yo nos animáramos a decir algo, seguimos caminando hasta llegar a la Plaza del Puen- 158 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

te Blanco. Nos quedamos allí por algunos minutos disfrutando la humedad de las fuentes. Lo que más quiere tío Camilo es encontrar a los murciélagos que están en peligro de extinción, quiere seguir sus rastros para saber dónde se guarecen. Tío Camilo dice que un investigador es en realidad un detective, me dijo. Como el papá de Tacho Limón, le dije. ¿Cómo sabes que el papá de él es detective?, me preguntó. Porque me lo dijo Tacho, le respondí. Quedó conforme con mi explicación y se animó a infl ar otro globo rosado. ¿Sabías que, después de los ratones, los murciélagos son los más numerosos en el mundo? Dicen que hay tantos que, según cálculos de los científicos, por cada habitante de la tierra existen dos murciélagos, o sea que si habría que repartirlos, así imaginariamente, a ti te tocarían dos y a mi otros dos, me dijo. Quedé sorprendido, porque hasta ese momento, yo nunca había pensado en tener dos murciélagos. Y que también Adriana pudiera tener otros dos y mamá los suyos. En ese momento pensé en papá. La verdad es que con él habíamos hablado de muchas cosas, pero de murciélagos nunca. Entonces me di cuenta de que yo no sabía si a papá le iba a agradar tener murciélagos. Además, con el problema de la migraña, resultaba más complicado. En ese momento decidí que iba a preguntárselo cuando hablara con él. Dime, ¿qué harías tú con los dos murciélagos si ya los tuvie- ras?, me preguntó Ernestina. Uno lo tendría en casa, le dije. ¿Y el otro?, insistió ella. Lo regalaría, le respondí. ¿A quién?, volvió a preguntarme y, sin pestañar, me miró a los ojos esperando . A mi papá, le dije. ¿A tu papá?, preguntó sorprendida. Sí, le respondí. Pero tu papá está muy lejos, me recordó ella. Eso no importa. En todo caso tendría que enviárselos desde aquí. Cla- ro que, cuando lleguen donde él está, seguramente les afectará la migraña, le dije. ¿Por qué dices eso? Porque los que emigran siempre tienen migraña, afi rmé. Ernestina, que sabía mucho de murciélagos pero no de los dolores de cabeza, se quedó callada y prefi rió seguir comentando. No te olvides que tu papá ya tendría dos murciélagos, me dijo. De todos modos se lo regalaría y así él ya tendría tres, le respondí muy convencido. ¿Sabes qué a mi también me corresponderían dos murciélagos?, me preguntó Ernestina. Como a todos, le con- testé. Pues yo quisiera regalarte uno de ellos, me dijo. ¿Y por qué Nueva literatura infantil y juvenil (1980 - 1999) 159

tendrías que regalármelo?, le pregunté queriendo mostrarme muy sereno para que ella no se diese cuenta que las piernas empezaban a temblarme. Voy a ser sincera contigo. Te lo regalaría para que siempre te acuerdes de mí, me dijo con una voz muy serena. En ese momento sentí que las orejas empezaban a arderme y que todos los que pasaban por la calle me miraban espantados, pero nadie se apiadaba de mí. Para disimular mi sorpresa empecé a mirar hacia el cielo como si buscara a los murciélagos que me correspondían. Apenas en un instante había olvidado que ellos solo volaban de noche. Voy a regalártelo cuando tío Camilo entregue el libro que está escribiendo, me dijo. No sé si podré ir, le comenté. ¿Por qué no podrías ir?, preguntó sorprendida. Porque tal vez esté enfermo, res- pondí y Ernestina se rió. Como si quisiera evitar mi huida, empezó a decirme que ese día, seguramente su tío iba a ponerse un traje oscuro y ella iba a regalarle un ramo de astromelias porque esas eran las fl ores que más le gustaban. ¿A ti te gustan las astromelias?, me preguntó y yo, aunque no sabía cómo eran esas fl ores, no sé por qué, le dije que a mí también me gustaban, especialmente por el aroma que desprendían sus pétalos. Nunca pensé que podríamos tener los mismos gustos, me dijo y a partir de ese momento dejó de masticar su chicle. Seguro que irán los de la televisión y también estará el señor Ramonroy, me dijo. ¿Tú crees?, le pregunté. Estoy segura, porque tío Camilo acordó con él que entonces podrían conversar otra vez. Seguro que le sacarán muchas fotos, afi rmé. Y nosotros podremos salir en ellas. Pero eso sí nos ponemos al medio, dijo convincente. Tal vez Ernestina me hubiese dicho algunas cosas más, pero en ese preciso momento apareció la señorita Vertrudiz, caminando dichosa con sus tacones altos y llevando de la mano a Adriana, mi hermana. Cuando estuvimos juntos, mientras la señorita Vertrudiz le decía algo a Ernestina, Adriana me dijo que habían ido a buscar el vestido para su primera comunión. Luego se fueron las tres y yo me quedé en una esquina esperando a que abrieran la publicitaria y pensando en las astromelias. Cuando apenas alcanzaba a verlas, recién me di cuenta que yo apretaba con fuerza, como si fuera mi tabla de salvación, el paquete de medio kilo de café. 160 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

Xavier, el saxofonista

En cuanto me vio, Xavier se aproximó hasta donde estaba yo, repartiendo los papeles de la publicidad. Colgando de uno de sus hombros, llevaba el estuche rojo del saxofón y con una mano sostenía la carpeta de las partituras. Como siempre, me alegré de verlo. ¿Qué dice mi gran amigo?, me preguntó y me saludó con ese golpe de manos que él me había enseñado. Hola Xavi, seguro que vienes de la academia, afirmé muy seguro. Realmente eres todo un adivino, me contestó irónico. Por tu tono, me parece que alguien te molestó, le dije. ¡Bah!, a mí nadie me enoja; te cuento que cada día estoy tocando mejor, no existe una sola nota musical que se atreva a humillarme. Si me vieras tocar no creerías cómo muevo los dedos, soy un maestro de la digitación y te juro que soy más diestro con los ojos vendados. Y si escucharas lo que toco, te quedarías con la boca abierta porque toco como los dioses y retoco como los redioses. Realmente tienes mucha habilidad, le dije animándole con una palmada en la espalda. Habilidad y buen oído me sobran, Mauri, lo que ahora me falta son diez pesos para recoger las seis fotos que necesito para tramitar el pasaporte. Pues yo te los presto, le dije y en ese mismo momento saqué de mi bolsillo el dinero que necesitaba. Para eso uno tiene amigos, me dijo e hizo un gracioso gesto de agradecimiento. Como queríamos seguir conversando fuimos a sentarnos en uno de los bancos de la plaza. Xavi sacó el saxo del estuche y entre los dos empezamos a sacarle brillo con una franela que él partió en dos. Tan reluciente quedó el saxo que parecía que los destellos incomodaban a quienes estaban sentados en los bancos de la plaza. ¿Dime, la viste a Ernestina?, me preguntó. Yo le dije que sí, que el día anterior me encontré con ella justo cuando salía de la tienda del señor Singerman. ¿Está muy linda, verdad?, me preguntó mirándome fijamente. La verdad es que sí, respondí tímidamente. Bueno, ya te dije que Ernestina es un chupete que se derrite por ti y, si no le dices nada, pronto pues podrías llevarte una sorpresota, de esas que te tiran a la cama por todo un año. ¿Cuál podría ser esa sorpresa?, le pregunté. Que los dos murciélagos que le correspon- den se los regale a algún muchacho que ella conoce, me dijo y yo solo me atrevía a sonreír. ¿Entendiste lo que quise decirte, verdad?, Nueva literatura infantil y juvenil (1980 - 1999) 161

me preguntó. Le dije tímidamente que sí. Porque seguramente ella te habló de los murciélagos, ¿no es cierto?, preguntó Xavi. Sí, respondí. Bueno, entonces puedo suponer que entendiste lo que quise decirte. Claro, le dije para que se tranquilizara. A mi también estuvo hablándome como media hora y menos mal tenía que ir a la academia para mis clases de música, porque de lo contrario, ella todavía estaría lavándome el cerebro para que en medio de los hemisferios armen su guarida los murciélagos. Te cuento que ella se rió de mí cuando le dije que los murciélagos eran en realidad unos desahuciados ratones viejos; eso sí que me dolió porque con su risa me decía que yo era un soberano ignorante, un tipo de esos que pueden confundir un camello con un mochilero. Pero preferí cerrar mi boca porque, tú sabes que yo no podría enojarme con ella, dijo Xavi, frunció el seño y, después de ponerse cómodo en la banca, empezó a tocar suavemente el saxo. Y ya debes saber eso de las estadísticas y los murciélagos, porque seguro que a ti también te dijo que a todos nos tocaba, nada más y nada menos, que un par de esos voladores nocturnos. O sea que yo tengo dos, tú tienes dos, ella tiene dos, todos tienen dos, alguien podría tener cuatro… ¡eso sí que es saber conjugar un verbo con dos murciélagos adentro!, me dijo y yo no pude hacer otra cosa que reír. ¿Y qué vas a hacer tú con tus murciélagos?, me preguntó. Se los regalaré a papá. Bueno me parece de buen gusto; lo cierto es que uno siempre tiene sus preferidos, comentó Xavi. ¿Sabes que Ernestina me dijo que pensaba regalarte un murciélago?, me preguntó Xavi mientras deslizaba rápidamente los dedos por el teclado del saxo. Me lo dijo ella misma. No lo sabía, le respondí. Eso sí que me gusta, porque si te dijera que quiere regalarte un osito de peluche sería algo decepcionante. Si a mí me ofrecieran ese regalo, aceptaría gustoso y los tendría ahí en el cielorraso, dispuestos a salir conmigo todas las noches para ir a sobrevolar la casa de todas las amigas, dijo Xavi y luego se puso de pie para tocar algunas notas. Es para que siempre esté afinado, me explicó. Y pasando a otro tema, ¿tu papá no te dijo que te iba a llevar para que estés con él?, porque si te vas, tú mismo puedes llevarle los murciélagos. Por el momento no sería conveniente; ahora mismo él todavía no ha logrado conseguir un buen trabajo, el dinero que gana apenas le alcanza y además que tiene problemas con los papeles. Ya te dije que él es un ilegal, un indocumentado 162 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

y eso le causa tantos dolores de cabeza que hasta tiene migraña con aura, le dije. ¿Migraña con aura? Y ¡qué es eso!, me preguntó. Un dolor de cabeza que está lleno de luces, expliqué. En ese caso y si tú quieres, yo mismo llevo tu encargo hasta donde él está y le entrego los murciélagos en la misma puerta de su casa o en la puerta de su trabajo. En todo caso tú decides mi querido Mauri, me dijo y dejó de tocar. Si los llevo yo, ten la seguridad de que no los pondría en esas jaulas plásticas en las que meten a los gatos y a los perros regalo- nes para trasportarlos de un lugar a otro. No, yo los llevaría junto a mí, volando libres y contentos, aunque se mueran de susto esas azafatas que, de tan lindas que están, uno quisiera ser el mismí- simo Conde Drácula para quitarles delicadamente la pañoleta esa que llevan en el cuello y darles una mordidita ahí, en el mismo cuello alto de jirafa respingada, con doble perforación pero con tanto cariño que al bajar por las escaleras ellas mismas te digan que les gustó tu compañía y que estaban muy contentas de haber podido atenderte. ¿Te imaginas Mauri?, me preguntó Xavi. Lo que me imagino es que si tú fueras Drácula seguro que mancharías de sangre la boquilla de tu saxo, le dije y Xavi se rió con todas las ga- nas. ¿Sabes una cosa?, me gusta que ya estés aprendiendo a hacer chistes, cuando uno ya tiene imaginación para los chistes y ya no guarda monedas en la alcancía, entonces deja de ser un niño para convertirse en un muchacho que es capaz de provocar insomnios a algunas chicas, y esto que te digo no está escrito en ningún libro, sino que te lo digo yo que ya tengo mucha experiencia en esta vida y acumulando más para mi reencarnación, me dijo y luego de guardar el saxo en el estuche, fue a comprar una bolsa de granos de maíz para dárselos a las palomas. ¿Entonces estás decidido a irte?, le pregunté. Te cuento que ya empecé a tramitar mi pasaporte y, apenas me lo den, me subo al primer avión y me voy latitud norte con toda la inquietud del sur. ¿Sabes?, quiero ser un músico sin fronteras, no para tocar en algún conservatorio o en una filarmónica donde los músicos son una serie de tipos serios que visten de manera idéntica, como las figuritas de papel cortado; no, yo quiero ser un saxofonista de aquellos que van tocando por las calles tan solamente esperando que la gente abra las ventanas para saludarme y me tire alguna moneda. Te juro que yo no podría quedarme aquí, antes creo que me moriría. Como Nueva literatura infantil y juvenil (1980 - 1999) 163

“[...] entonces estás perdido porque tienes que caminar por las calles como si fueras el mismo hombre invisible, como si fueras nadie, procurando que no te identifi quen, que no sepan quién eres…”. Ilustración a témpera de Paola Guardia. 164 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

dicen en casa, yo soy nomás un nómada de nacimiento. Por eso es que estoy decidido a viajar. Si Ernestina dice que los murciélagos son migrantes, pues hasta puedo convertirme en uno de ellos, qué te parece, dijo. Pero cómo es que tú quieres viajar justamente ahora, cuando dicen que los inmigrantes tendrán que retornar a sus países. Yo no tengo miedo a volver, tengo miedo a no poder partir, Mauri, eso sí que no me deja dormir. Estoy preparado para irme, para emigrar no a un emirato árabe o a un califato, sino ir por el mundo entero. Siempre ha habido inmigrantes, en todos los tiempos; te digo que es una simple pamplina eso de la iniciativa para el retorno de los inmigrantes, me dijo muy eufórico. Está bien Xavi, entonces serás tú quien lleve los dos murciélagos para mi papá, le dije. Qué bueno que confíes en mí, ahora sí estoy más que seguro que, aunque yo ya me afeito y tú todavía no has botado los pelitos por las mejillas, somos amigos, me dijo mostrándome la palma de su mano. Somos amigos para siempre, respondí y golpeé su mano tal como él me había enseñado. ¿Quieres que te diga una cosa?, si tu papá no te lleva con él, tal vez yo pueda ayudarte para que te vayas, dijo. Yo me quedé callado sin saber qué decir en ese momento. Lo importante es lanzarse a la vida. Mira que estuve revisando por internet el Catálogo de los Ofi cios No Clasifi cables, el Ecumémico Vademécum, el Index Discreto para Inmigrantes Indiscretos, el Regio Registro de los Desempe- ños Regionales y te digo que hay trabajo, si bien es cierto que allí se demanda con preferencia el trabajo de las mujeres, para los hombres como nosotros también existen muchas ofertas. Ellos necesitan deshollinadores de chimenea, limpiadores de anclas de portaviones, expertos en demoliciones con dinamita, reparadores de redes de pesca, maquinistas de tractores, albañiles, cocineros para plataforma petrolera, recolectores de remolacha, sexadores de pollos… ¿sabes lo que es un sexador de pollos, Mauri?, me preguntó haciendo un alto en su enumeración. Le dije que no. Te aseguro que no hay trabajo más fácil; ¿te imaginas amigo?: pollos allí, pollitas aquí, Xavisax oficiando de Xavisex, comentó y luego continuó hablando mientras yo reía de sus ocurrencias. También requieren pintores de brocha gorda, granjeros hidropónicos, he- licicultores, constructores de pianos y músicos, eso sí, muchos músicos, no precisamente para que toquen tambores, timbales, platillos o bongoes, sino saxofonistas, trombonistas, pianistas. Nueva literatura infantil y juvenil (1980 - 1999) 165

¿Y todo esa información la conseguiste en internet?, le pregun- té. Exactamente, tú sabes que en este mundo lo que cuenta es la in- formación; es por eso precisamente que decidí ser saxofonista. ¿Por qué crees tú que me inscribí en la academia del maestro Milanés?, me preguntó. Porque quieres ir por el mundo, afi rmé. Claro, pero sobre todo porque él es un verdadero maestro que no solamente te enseña a tocar taquiraris, sino también te hace un diestro en to- car todos los ritmos: el pasodoble, el charlestón, el cha cha chá, la cumbia, jazz y música de todas partes. Con toda esa música pronto estaré tocando en cualquier lugar del mundo, dijo emocionado. Realmente eres un soñador, le dije. Te cuento que justamente por medio de mi correo electrónico establecí contacto con un músico que se llama Josce Ballcestrel, con él y otros músicos más nos reu- niremos dentro de diez días en la plaza de Gaudí, en Barcelona, y entonces conformaremos nuestra banda que se llamará Ensamble Camaleónico. Después empezaremos nuestra historia, ¿te imaginas?, dijo y yo lo miré contento de saber que Xavi estaba feliz. Estoy tan emocionado que ahora, mi querido Mauri, te invi- to a tomar un refresco, me dijo y colgó el estuche del saxo en el hombro. ¿Y las fotos del pasaporte?, le pregunté. Puedo recogerlas mañana, en tanto que tus diez pesos sirvan para otra cosa, dijo y sin mayor demora nos fuimos caminando bajo el sol reverberante del medio día.

La migraña de los inmigrantes

Como era domingo fui con Adriana hasta las cabinas telefónicas para hablar con papá. Allí, como siempre, nos atendió Tacho Limón, el hijo del señor César, el detective privado. Adriana me tomó de la mano y me llevó hasta la cabina que estaba al fondo. Tenemos que llamar desde aquí, así estamos seguros de que Tacho Limón no escucha nada de lo que decimos, me dijo y yo tuve que acom- pañarla sin contradecirle. Como siempre, Adriana quiso ser la primera en hablar. Y papá primero habló con ella. Mientras conversaba, me quedé fuera de la cabina y ella me hacía señas a cada momento para que me tapara los oídos. Por sus gestos yo me di cuenta que ella le decía dos veces chau a papá y besaba el auricular haciendo muecas como si la barba de papá le hiciera cosquillas. 166 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

¿Escuchaste lo que le dije?, me preguntó Adriana una vez que salió de la cabina y, como siempre, yo le dije que no, que yo nunca escuchaba lo que ella le decía a papá. Si escuchas lo que yo le digo a papá me enojo contigo y la próxima vez vengo con Ana Lucía que es mi amiga y ella sí que sabe taparse los oídos para no oír lo que los otros dicen, me dijo ella. Hola hijo mío, me dijo él. Hola papá, le respondí, contento de volver a escuchar su voz. Tu hermana está que salta de contento porque la señorita Vertrudiz será su madrina de primera comunión y además le regalará un vestido blanco, como quiere ella. También me dijo que le enseñó un trabalenguas de trece palabras y hasta me lo repitió, pero la verdad es que ahora ya no podría recordarlo, me dijo. ¿Por los dolores de cabeza?, le pregunté. No creo, un traba- lenguas te traba la lengua, no te hace doler la cabeza, comentó. ¿Y entonces por qué te ocurre eso?, le pregunté. Me duele la cabeza por otros motivos; te digo que aquí casi todos los inmigrantes tenemos migraña, unos tienen migraña con aura y otros sin aura, respondió y empezó a explicarme la diferencia que había entre esos dolores que de todos modos se les prolongaba por varias horas. Te cuento que la otra noche soñé contigo, tenías la cabeza vendada y me decías que tenías mucha sed. Claro que no le dije nada a mamá y tampoco a Adriana. Tú sabes que ellas se afl igen por todo y por nada, le comenté. No tienes que preocuparte hijo, tú ya sabes que en la vida siempre hay problemas, pero también sabes que siempre hay solución para todos ellos. Procura no comer muy tarde porque la mala digestión nos provoca esos sueños feos, me dijo y, ansioso de saber muchas cosas empezó a preguntarme. A cada pregunta que me hacía papá yo le respondía diciéndole las cosas tal como estaban, tal como habían pasado o tal como yo quería que él se enterara. Le repetía que todos estábamos bien, que mamá seguía trabajando en casa haciendo los peinados de las señoras. ¿Y tú, cómo estás?, me preguntó. Le respondí contándole que yo seguía trabajando en la publicitaria, repartiendo los volantes con la propaganda y que con lo que me pagaban yo compraba algunas cosas para mamá y Adriana; que me iba bien en el colegio y que ayudaba a mamá en todo lo que ella me pedía. ¿Y cómo está tu mamá?, ¿todavía le duelen los pies?, me preguntó. Le dije que ya no, porque ahora ya no usaba los zapatos con tacones altos, que ella siempre estaba pendiente de nosotros dos y que, especialmente Nueva literatura infantil y juvenil (1980 - 1999) 167

yo, le contaba todo. Claro que en eso yo le mentía porque a mamá no le contaba muchas cosas y en cambio prefería hablar con Xavi que era alguien que siempre me decía qué cosas le pasaban a uno cuando iba haciéndose mayor. Me parece que tu voz está cambiando, la noto diferente, me dijo papá. ¿Cuál es la diferencia?, le pregunté y me dijo que la no- taba más gruesa y le parecía que hablaba con alguien que parecía que estaba engrosando la voz porque fumaba, cuando menos, dos cigarrillos por día. Espero que no hayas aprendido a fumar, como Xavier, tu amigo, dijo. Xavi no fuma desde hace mucho tiempo, desde que aprendió a tocar el saxo nunca más lo vi fumando, le expliqué. ¿Ahora se le ocurrió ser saxofonista?, me preguntó en ese tono que le salía de la garganta cuando no estaba conforme. No te cae bien Xavi, ¿verdad?, le pregunté. Yo no te dije eso, respondió. ¿Por qué crees que él es un mal amigo?, volví a preguntarle. Es mucho mayor que tú para ser tu amigo. No es que sea malo, pero es un muchacho que tiene ideas muy raras y, además, todas sus ocurrencias son las de una persona mayor. Tú también tienes más años que yo, le respondí. Sí, pero yo no tengo las ideas locas que tiene él, me dijo sin disimular su molestia. Me callé y mis manos empezaron a traspirar. Fuera de la cabina, Adriana miraba de reojo a Tacho Limón. ¿Te enojaste conmigo?, me preguntó papá. No, le dije. Yo te quiero mucho Mauri y discúlpame si te dije algo que no te gustó. Lo que pasa es que me preocupo por todos ustedes y me siento mal porque no puedo estar con ustedes, explicó. Y entonces te viene la migraña, le dije. No, me contestó riendo y a mi me gustó escucharle su risa. Tampoco es así, lo que me preocupa es no tener los papeles en regla, es decir que el problema es ser un inmigrante ilegal. ¿Y a un inmigrante ilegal le viene la migraña?, le pregunté. Seguro que sí, porque aquí es muy difícil conseguir trabajo, al menos si uno no tiene los papeles en orden; si todo está en regla seguro que te dan todas las autorizaciones y entonces ya puedes trabajar y caminar por las calles sin ningún temor, como mi amigo Khatib que durante el día trabaja como mesero en un restaurant francés y en la noche vende turrones árabes en las plazas. ¿Y sabes quiénes hacen los turrones? Pues nosotros, ¡qué tal! Pero si te falta algún papel, entonces estás perdido porque tienes que caminar por las calles como si fueras el mismo hombre invisible, como si fueras 168 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

nadie, procurando que no te identifi quen, que no sepan quién eres; como Felipe, mi amigo que, apenas oscurece, se transforma en una estatua y se va a instalar en la esquina de alguna plaza. Entonces ya no es Felipe, sino El Hombre de Hojalata. Si tú lo vieras segura- mente que te quedarías con la duda de saber si es una persona o una estatua. Te aseguro que cuando está actuando no se le mueve un solo pelo, si hasta parece que no respira ni suspira y solo guiña un ojo cuando alguien le suelta alguna moneda dentro de ese su gorro que yo vacío de rato en rato. Felipe fue quien me ayudó los primeros días. Claro que cuando voy con él para ayudarle a instalar su pedestal de madera, no nos quedamos mucho tiempo en esos lugares porque si aparecen los de la policía y nos pillan, entonces sí que estamos refritos porque seguro que nos detienen y nos dejan en una celda y luego nos obligan a retornar sin darnos tiempo ni siquiera para despedirnos de los amigos. ¿Te imaginas eso? Dime si no hay motivo para que la migraña se nos manifi este en cualquier momento. Me quedé en silencio. En ese momento pensé que papá tenía los ojos llenos de lágrimas. ¿Papá, estás llorando?, le pregunté. No, yo no puedo llorar, dijo y como yo no quería que él se pusiera triste, decidí hablarle de los murciélagos. Oye papá, ¿te gustan los murciélagos?, le pregunté. Seguramen- te la pregunta lo sorprendió porque tardó en responderme. Yo creo que sí, la verdad es que nunca me había puesto a pensar en eso, me respondió. Y para que me entendiera de qué le estaba hablando, tuve que contarle lo que me había dicho Ernestina respecto de los murciélagos. ¿Así que me tocan dos?, me preguntó sorprendido. Pero además quiero regalarte uno de los míos, le dije. Seguro que me va a encantar mi querido hijo, dijo y en su voz noté que ya no estaba triste. Cuando me los regales los dejaré en el lugar más alto de mi habitación y en las noches, cuando vuelva después de trabajar, los dejaré libres hasta que amanezca, me dijo. ¿Dónde estás trabajando ahora?, le pregunté. En una empresa de mudanzas y, aunque no pagan bien, por lo menos cumplen. Con el ánimo repuesto, me explicó que él estaba en eso de embalar y llevar las cosas de casa de un lugar a otro, que ya estaba diestro en empacar y cerrar cajas de cartón, que lo único que le provocaba fatigas era trasladar pianos de cola porque, aunque tuviera los tirantes puestos para sostenerlos por las patas, era más fatigoso que llevar de paseo Nueva literatura infantil y juvenil (1980 - 1999) 169

a un dinosaurio cansado. Pero que estaba pendiente de encontrar otro trabajo y que justamente la siguiente semana iba a probar fortuna para trabajar en ofi cios de fontanería. ¿Fontanería?, le pregunté. Sí, instalando y arreglando cañerías; o tal vez cosechando lechugas o criando caracoles, me dijo. Para criar caracoles tendrías que dejar de fumar, dije. Fumaría al regresar a casa, me respondió bromeando. ¿Entonces sigues fumando? La verdad es que sí. ¿Cuántos cigarrillos fumas cada día?, pregunté. No muchos, respondió. ¿Estás fumando ahorita? Si, me dijo. ¿Es por la pena? No, respondió. Mamá dice que tú fumas cuando te viene la pena y que por eso mismo te viene la migraña, afirmé. No es por eso, ya te dije que es por los papeles. No te creo. Bueno, quedemos en que es por ambas cosas, por los papeles y por los cigarrillos, dijo, nervioso por las preguntas que le hacía. Está bien, respondí y me quedé en silencio esperando que él me dijera algo. Pero como parecía que pensaba lo mismo que yo, entonces tenía que decirle algo. ¿Oye papá no te enojas si Xavi te lleva los murciélagos?, le pregunté cautelosamente. No, no me enojaría, me respondió. Entonces, cuando él viaje te los llevará, dije muy animoso. Está muy bien, ¿y cuándo vendrá Xavi por estos lados?, preguntó. Muy pronto, apenas tenga los documentos necesarios, él estará viajando, comenté. Yo estaré esperándole. ¿Cuándo hablaremos nuevamente?, le pregunté. La próxima semana, a esta misma hora, me dijo. Te quiero mucho papá. Yo también te quiero mucho y los quiero a todos. Diles a quienes pregunten por mí, que les mando saludos y los abrazo a la distancia. A tu mamá dile que la quiero mucho y que estoy contento de saber que ya no le duelen los pies, me dijo muy emocionado. Está bien, contesté. Te mando un beso. Yo también. Chau mi hijo amado. Chau papá, le dije y colgué el auricular. Me quedé parado y en silencio por unos instantes. No sabía qué hacer y, de no haber sido por Adriana que abrió la puerta para decirme que saliera, no sé cuánto tiempo me hubiese quedado en la cabina. Ahora que terminaste de hablar, quiero que me compres un chocolate, me dijo. Yo la miré y le sonreí. ¿Tú crees que Tacho Limón estuvo escuchando todo lo que le dijiste a papá?, me pre- guntó. No creo, le dije. Yo escuché un poquito, no porque quería oír lo que le decías, sino porque hablabas muy fuerte, me dijo ella. 170 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

¿Qué oíste?, le pregunté. Lo de los murciélagos, me respondió y me tomó de la mano. Luego salimos de allí.

Xavi de Xamelin

Xavi, venía apresurado y estaba acompañado de Tacho Limón. Silbé como él me había enseñado y rápidamente supo dónde me encon- traba. Mientras venían a mi encuentro yo continuaba repartiendo los papeles de la publicitaria. Sabía que tú estabas por aquí, me dijo una vez que nos encon- tramos. Tú sabes que a esta hora yo siempre estoy aquí, le recordé. Y bueno, tal como me había comprometido, querido Mauri, ahora te devuelvo los diez pesos y delante de un testigo, dijo mientras sacaba de un bolsillo un billete nuevo. Tacho Limón, hacía girar una cadena entre sus dedos y no dejaba advertir en su rostro ningún gesto que permitiera adivinar qué pensaba. Qué tal si me acompañas al correo, debo mandar este sobre, me dijo y yo acepté. Los tres fuimos caminando rumbo al edifi cio de correos que estaba cerca de la telefónica. Tacho Limón, inmu- table dentro su chamarra negra, parecía votar un vapor sulfuroso bajo el sol intenso. ¿Cuándo volverás por las cabinas?, me preguntó Tacho. Pasado mañana, le dije y en ese mismo momento me arre- pentí de darle el dato. Qué bueno, entonces te reservo la cabina, dijo. Después de caminar tres cuadras, Tacho Limón se despidió de nosotros y yo me sentí más tranquilo. El papá de Tacho Limón es detective, le dije. Sí, es una per- sona muy seria, más seria que tú y yo juntos, me dijo Xavi. Tú no eres serio, le dije. Entonces más serio que tú y Ernestina juntos, respondió mirándome de reojo. ¿Tú crees que Tacho escucha lo que la gente habla en las cabinas?, le pregunté. Yo creo que escu- cha algo de las conversaciones porque es difícil no oír cuando la gente grita para que le oigan al otro lado y como él sabe quiénes frecuentan por allí, entonces conoce muchas historias. No en vano es el hijo de un detective, dijo concluyente. Entonces escucha, afi rmé. Yo no haría tal afi rmación, dije. Lo que pasa es que tú todo lo tomas a broma, yo te pregunto en serio y tú me dices cualquier cosa, le reclamé. Es que no sé si él escucha, pero no exagero si te digo que él sabe quiénes envían besos y quiénes solo mandan Nueva literatura infantil y juvenil (1980 - 1999) 171

abrazos. No me extrañaría que en el caso de los besos sea él quien personalmente los entregue, dijo riendo. ¿A qué vamos al correo?, le pregunté. Tengo que enviar este pedido a Josce Balcells, respondió mostrándome un sobre bastan- te grande. Le estoy mandando partituras de algunas canciones que compuse para que él las pueda oír y darme sus sugerencias, me explicó. ¿Y cuándo te vas?, le pregunté. Dentro de tres días. Seguro que estás contento. Más contento que un perro con dos colas, dijo Xavi. ¿Le dijiste a tu papá que yo le llevaré los murciélagos?, me preguntó. Claro que sí, me dijo que estaba de acuerdo. Adriana también quiere que tú le lleves un presente a papá. ¿Y cual es ese presente?, preguntó. Otro murciélago, respondí. Con el mayor de los gustos, yo puedo llevar todos los murciélagos de este mundo hasta el lugar que quieran, te aseguro que no habrá sitio al que yo no pueda llegar, me dijo convencido. Cuando llegamos a Correos, nos dirigimos directamente a la mesa de despachos. Allí estaba la señorita Vertrudiz. La saludamos y ella nos atendió amablemente. ¿Cuándo cree usted que llegará el sobre a destino?, preguntó Xavi. En tres o cuatro días, respondió ella mientras pegaba las estampillas en el sobre. Tarda bastante, ¿verdad?, comentó Xavi. Pero llega, eso te lo puedo asegurar, res- pondió. Entonces, tal vez yo llegue antes que la carta, comentó Xavi. Depende de cuánto tiempo tardes en llegar, comentó ella riendo. Lo único que me interesa es no quedar perjudicado, dijo Xavi. La señorita Vertrudiz dejó el matasellos, se arregló los cabellos y se aproximó a Xavi. Mi corazón empezó a palpitar rápidamente al ver que ella dejó de sonreír. Dijiste perjudicado, ¿verdad?, preguntó ella. Sí, dijo Xavi. Y sabes cuántas vocales tiene esa palabra, ¿no es cierto?, volvió a preguntarle. Xavi no supo qué responder, me miró y por primera vez vi en sus ojos un llamado de auxilio. Tiene las cinco vocales, perjudicado es una palabra de cinco vocales, a mí se me pueden pasar muchas cosas, pero en cuestión de palabras y estampillas, eso sí que no, nos dijo. Usted es una persona muy observadora, dije yo. La verdad es que yo tengo mis obsesiones y por eso mismo me gusta analizar, repetir, invocar al espíritu de las palabras, comentó emocionada la señorita Vertrudiz. Xavi y yo nos miramos sin atinar a comentario alguno. 172 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

Ahora me voy porque tengo que depositar todas estas cartas en el buzón. Te encargo saludos para tu mamá y Adriana, dijo ella y se despidió tan amable como al principio. Está bien, gracias, res- pondí. Y a ti que te vaya bien en el viaje, dijo dirigiéndose a Xavi. Muchas gracias, respondió él. Todavía sorprendidos, salimos de allí. Ya afuera, Xavi compró una bolsita de maní y nos quedamos parados, comiendo los maníes sin hacer ningún comentario. Xavi me hizo una seña con la mirada y yo giré la cabeza hacia donde miraba él. Era Ernestina que se aproximaba hacia nosotros. Seguro que están hablando de la redondez de la tierra, afi rmó ella en tono irónico. Seguro que no, le dijo él. ¿Ya no estás enojado conmigo?, le preguntó. Yo nunca me enojo con las personas que quiero, respondió Xavi. Qué bueno, entonces en señal de paz, ahora quiero mostrarles la foto que salió en el periódico, dijo y nos mostró una fotografía que llevaba dentro un cuaderno. Este es tío Camilo, nos dijo y señaló al hombre que tenía puestos unos lentes que se los advertía rápidamente por el color de la montura. Tenía puesta una camisa blanca con rayas azules. Este es el señor Ramonroy, dijo indicando con el índice a quien estaba sonriente y lucía una gorra verde de visera redonda. También estaba Ernestina, parada en medio de los dos. Sonreía y tenía las manos entrelazadas y con las palmas hacia abajo. Xavi dijo que él si conocía al tío Camilo, que alguna vez le había visto paseando en algún parque y en otra ocasión en la televisión. Te la regalo, me dijo Ernestina y me alcanzó la foto. ¡Tendrías que dedicársela!, exclamó Xavi y rápidamente le alcanzó un lapice- ro. Ernestina escribió algo en la parte posterior de la foto y luego me la dio. Yo sentía que la tierra se hacía más suave a cada instante y que en cualquier momento iba a desaparecer como si me tragara. Cuando le dije gracias sentí que el sudor corría por mi frente y los ojos me ardían como si fuera a llorar. Tío Camilo llegará dentro de una semana, así que muy pronto entregará el libro de los murciélagos, aseguró ella. Cuando me vaya él estará llegando. De todos modos y respetando las estadísticas, llevaré conmigo los murciélagos que me corresponden y además los que me encarguen los amigos. A este paso yo creo que necesi- taré toda una semana para entregar los encargos, dijo Xavi. ¿Estás burlándote de nosotros?, preguntó Ernestina. Yo nunca me burlaría Nueva literatura infantil y juvenil (1980 - 1999) 173

de ustedes, y si digo todo esto es porque más bien quiero incluirme en sus fantasías, dijo Xavi muy serio. Y mientras comíamos los maníes fuimos caminando calle arriba. Así que pronto estarás viajando, le dijo Ernestina a Xavi. Así es, quiero ir por el mundo, dijo él. Tú sabes que allí hay problemas, dije yo. Siempre hubo problemas. Y si no creen en lo que les digo, simplemente recuerden al Flautista de Hamelin, ese ingenuo y honesto fl autista que fue engañado por quienes lo necesitaban. El liberó de los ratones a todo un pueblo pero luego sus habi- tantes fueron ingratos con él. Y lo que pasa actualmente es que a los inmigrantes los tratan como trataron a ese músico, los adulan mientras les sirven, pero después se niegan a reconocer su trabajo y les dan con las puertas en las narices. Ahora, después de tantos años, después que la gente contribuyó de alguna manera en su desarrollo, dicen que son inútiles, que son peligrosos…..que son la miseria del mundo. ¿Se imaginan qué pasaría si yo, Xavi extraño, tocando el saxo me llevara por un día, solo por un día a las miles tra- bajadoras, a las que cuidan a los niños y ancianos, a los cocineros, cosechadores de naranjas, a los criadores de caracoles, a los lim- piavidrios, a los mozos, los fontaneros, pintores, en fi n, a todos los que hacen los trabajos más duros y peor pagados?, sencillamente se quedarían solos y tristes. Entonces sí irían a buscarme para que regrese con todas y todos y hasta harían la promesa de ser justos con todas las mujeres y hombres de la tierra. Yo regresaría con todos los inmigrantes, con la misma alegría de siempre, dijo Xavi. Eres un soñador, afi rmó Ernestina. Sí, pero soy un soñador que quiere vivir en un mundo mejor, Xavi de Xamelin, dijo él. Eres un saxo- fonista soñador, dije yo. Un saxofonista luchador, dijo Ernestina. Simplemente soy Xavisax, dijo él. Cuando se escucharon las tres campanadas del mediodía, nos despedimos los tres y cada uno siguió su camino.

COTIDIANIDADES A PROPÓSITO DE UNA CARTA POR RAMONROY En uno de mis anteriores artículos, publicado por cierto en esta misma columna, hice referencia a una larga conversación sostenida con el destacado investigador Camilo Aldriazábal, un experto biólogo que 174 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

ha dedicado gran parte de su vida a la investigación de los murciéla- gos, esos geniales mamíferos noctámbulos que, desde hace miles de años, han participado activa y responsablemente en la conservación de la biodiversidad. Lo cierto es que quedé gratamente sorprendido al comprobar que el referido artículo provocó muchas y positivas reacciones entre los lectores, pues llegaron hasta mi casilla de correo y a las ofi cinas de redacción de este periódico, varias cartas y notas en las que los remitentes hacían algún comentario, solicitud o sugerencia. En ellas destacaban varias e interesantes propuestas para impulsar activida- des educativas orientadas a la necesidad de encarar la conservación y defensa de los murciélagos en nuestro país; hubo alguna en la que su autor enfatizaba en la necesidad de recordar la importancia del programa El hombre y la biósfera, en el cual se insiste en la necesidad de crear reservas donde puedan vivir los murciélagos; así como también consideraba que era urgente refl exionar sobre las ideas expuestas en el documento de la Convención para la herencia mundial, en la cual se alude a la importancia de cuidar la naturaleza para que en ella vivan las futuras generaciones. En todo caso, también hubo una singular, testimonial y expresiva misiva que fue depositada en mi casilla de correo. A fi n de que los fi eles lectores de esta columna tomen referencia directa de sus observaciones y refl exiones, qué mejor que reproducir aquella carta. Estoy seguro que al dar referencia directa de esta nota, no caigo en ningún tipo de infi dencia y más bien aliento a que las lectoras y lectores vean en el periodismo una oportunidad más para expresar sus observaciones y sus inquietudes expresivas. La carta en su parte sustancial dice: Estimado señor Ramonroy: Si algo cultivo yo es la fi delidad y por ello mismo soy lectora de sus artículos desde hace ya muchos años. Usted debe recordar todavía que, en anteriores ocasiones, también le hice llegar algunos comen- tarios y consideraciones sobre lo que expresaba en su columna. Debo reconocer que me encantó que usted, de manera periodística, hiciera alusión a mis misivas; esté usted seguro que la sensibilidad femenina tienes sus ángulos (disculpe si este término no es el más apropiado) más sorprendentes, máxime cuando una ya ha entrado en ese tiempo en el que las cosas ya no conservan esa lozanía que se pensaba era eterna. Déjeme decirle que soy una persona que ha vencido todos los miedos (bueno, casi todos). Y esto viene a propósito de la referencia que hizo a la leyenda negra en la que involucraron a los murciélagos. A veces se piensa que eso solamente cuenta para otras personas, pero a la hora de la verdad resulta que tal leyen- da termina afectándola a una de manera directa y por eso mismo se asumen comportamientos nunca antes sospechados. Debo confesarle, pues no podría ser falsa (la falsedad me queda tan mal como las faldas anchas) que los murciélagos siempre me han provocado cierto Nueva literatura infantil y juvenil (1980 - 1999) 175

temor, un indescriptible estremecimiento, especialmente cuando llega la noche y tengo que ir por los pasillos oscuros, ya sea en mi propio hogar o en los espacios del lugar en el que trabajo. Por eso mismo y aunque usted no lo crea, solo una vez, en toda mi vida, fui al cine ver una película de vampiros y lo hice obligada por las circunstancias (aunque usted no crea, se dan esas situaciones) y lo peor era que me pasé la función entera repitiendo un trabalenguas que compuse para la ocasión a fi n de espantar esos voladores que, aunque solamente batían sus alas en la pantalla grande, yo sentía que volaban por sobre mi cabeza, y repetía una y otra vez ojalá con ajos en el ojal que no con jengibre, ni ajenjo ni ajonjolí. Y ese era un verdadero problema porque entonces la gente que estaba en la platea y en los mismos palcos, terminó molestándose y hasta quiso ubicarme para hacerme solo Dios sabe qué cosas horribles. Asustada como estaba, más tardé en despedirme de mi acompañante que en salir de allí. Pero bueno, las cosas pasan y una aprende de todo. Pero ahora, ocurrió que el otro día, viendo un programa de televisión por cable, pude escuchar a una presentadora que decía que la palabra murciélago era la única que tenía las cinco vocales. Eso sí que me cayó, no digo que como una bomba porque eso huele a terrorismo puro, pero sí como un poste de alumbrado público o, si prefi ere, como un pastelazo de esos que iban y venían en las películas de cine mudo. Lo cierto es que, se puede elogiar a los murciélagos (yo misma acabo de comprender mejor sus naturales atributos biológicos) pero de ahí a decir que la palabra que los designa es la única pentavocálica ya es toda una exagerada equivocación. Reconozco que los murciélagos pueden ponerme los nervios de punta, pero le confi eso que las distorsionadas apreciaciones sobre nuestro idioma terminan provocándome serias alteraciones sinápticas. Para que su ilustre persona, tome referencia de una de mis humildes inquie- tudes, le envío esta composición que no tiene pretensiones, digamos poéticas, pero si tiene la clara y defi nida intención de decir no, rotundamente no, a las apreciaciones que pueden dar lugar a errores casi fatales (perdone usted si exagero). Alguien tenía que corregir y, bueno, aquí estoy yo. Usted convendrá conmigo que nuestra lengua es rica en posibilidades expresivas y por eso mismo hay que seguir estudiándola, así sea en los exiguos diccionarios liliputienses. Espero que usted diga algo respecto de mi carta; ¿sabe?, sería lo justo ya que yo no soy una persona que pueda acceder a la televisión para decir lo que pienso, siento y sé que habita en lo más profundo de mi ser. La composición de mi autoría es la que sigue: Eulogia, bribonzuela picapuercos, auténtica degustadora del ajicuervo, inocultable sugeridora del gatuperio, sucesoria de la buhonería, perdida en su turbamiento exclamó: no alucinemos con murciélagos ultraligeros, ¡¡a esos descuidados, solo el cautiverio!! Gaudencio, el escuálido y reumático bisabuelo que estaba cerca del eucalipto depurativo, el desfi gurado y cuellilargo patimuleño, dijo: destruidora, neuró- tica impetuosa, irresoluta progenitura, escupidora de ferruginosa eructación, inocultable enturbiadora del entusiasmo, encubridora de toda ulceración, duodécima fecundación del pandemónium, indigna de toda exculpación, vete 176 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

al humilladero funerario. Desde aquí disfrutaremos la contundencia de tu juzgamiento. Como podrá darse cuenta, y ahí está la inocultable prueba, existen muchas palabras que tienen las cinco vocales. Sepa usted que sigo buscándolas y apenas en- cuentre otra tenga la seguridad que usted será la primera persona en saberlo. PD: Acabo de darme cuenta que líneas arriba hay una pentavocálica que intentaba escurrírseme pero le resultó imposible. Si no fuese una precavida, observadora y descubridora, las cosas que podrían pasarme. Le saluda con toda atención: Vertrudiz Carvajal L.

Palabras de diccionario

Parece que va a llover, dijo Adriana. No creo, le dije y terminé de cerrar la puerta. Guardé la llave en mi bolsillo y tomé a Adriana de la mano. Cuando empezamos a caminar, una suave llovizna empezó a caer desde lo alto del cielo. ¿Cuánto te pagan por repartir los volantes de la publicidad?, me preguntó ella. Cada día me dan diez pesos, le respondí. Y eso es mucho o es poco, dijo. Pues eso es lo que me pagan en la publicitaria, comenté levantando los hombros. Deberían pagarte más, ya oíste lo que dicen en la televisión, que a los chicos no se los puede explotar. Ya no soy un chico, le aclaré a Adriana. Eso andas diciendo a todos y sin embargo solo te pagan diez pesos; si fueras mayor seguro que te pagarían mucho más, como a papá, que seguro gana mucho dinero, comentó ella. ¿Cuánto crees que le pagan a Tacho Limón por atender las cabinas?, preguntó muy interesada. Cómo podría saber yo cuánto le pagan a él, le respondí. Tal vez podrías preguntárselo. Para qué. Para saber si gana más que tú. Además tú también podrías trabajar allí, dijo. Es que yo no quiero trabajar allí. Y ahora apurémonos porque no tardará en llegar el bus a la esquina, le dije. Lo que pasa es que caminas más rápido que yo, y yo no quiero correr, respondió enfadada. No estoy corriendo, estoy caminando como siempre. Es que tú quieres caminar como caminan los mayores, dijo y se detuvo. Cruzó los brazos y me miró enojada. Me paré a su lado y tomé su mochila para ayudarla. No quiero ir al colegio, dijo. ¿Por qué no quieres ir?, le pre- gunté. Porque siempre me llevas tú y yo quisiera que papá me llevara hasta allí para que Verónica, Andrés y Fabiola vean que yo también tengo papá, me explicó. Bueno, tal vez papá regrese pronto y entonces estoy seguro que él te llevará todos los días, dije Nueva literatura infantil y juvenil (1980 - 1999) 177

para consolarla. ¿Cuándo volverá el?, preguntó. No lo sé, respondí. La próxima vez que vayamos a la telefónica le pregunto yo porque tú no quieres preguntarle nada, expresó molesta. Bueno, ahora vayamos a tomar el bus porque si demoramos no podremos subir, dije queriendo apresurarla, pero ella no quiso seguir adelante. ¿Sí voy, qué me das?, me preguntó. Si vas te muestro una foto donde están Ernestina, su tío Camilo y también Ramonroy que es un periodista, le dije y ella aceptó. Cuando llegamos a la parada empezó a llover. Adriana se cu- brió la cabeza con la capucha de su chamarra. ¿Viste?, te dije que iba a llover, si me hubieras hecho caso no estarías mojándote y temblando de frío, dijo. Es que yo no siento frío, le aclaré. Lo que pasa es que tú sabes disimular, dijo ella y se cubrió la cabeza con la capucha de su sacón. Menos mal no tardó en llegar el bus y entonces abordamos. Pudi- mos acomodarnos en un asiento que estaba cerca del conductor. ¿Le dijiste a Xavi que yo también quiero regalarle un murciélago a papá?, me preguntó. Sí, y me dijo que, con todo gusto, podía llevarlo, comenté. Xavi es un buen amigo, ¿y cuándo viajará él?, preguntó. Se va la siguiente semana. En todo caso él me dijo que en cuanto llegue allí, irá a buscarlo a papá para entregarle nuestros regalos, expliqué. Yo voy a escribirle una carta. La señorita Vertrudiz me dijo el otro día que es muy bueno escribir cartas, dijo Adriana y se acomodó en el asiento para ver caer la lluvia. ¿Te dará pena cuando él se vaya?, me preguntó. Sí, porque Xavi es mi amigo y a un amigo siempre se lo extraña, dije. Me dijiste que ibas a mostrarme una foto, me reclamó después de algunos minutos. Claro que sí, lo que pasa es que primero tengo que encontrarla. Si no la encuentras me enojo contigo, me dijo inquieta por la curiosidad. Busqué la foto que había guardado en medio de uno de mis cuadernos y apenas la encontré se la di para que ella pudiera mirarla. ¿Cuál de ellos es el tío de Ernestina?, preguntó. Es él, le dije y le señalé al señor que llevaba los lentes de color naranja. ¿Y el que está a su lado? Es el señor Ramonroy, el periodista, dije. Al que le mandó una carta la señorita Vertru- diz, comentó ella. ¿Cómo sabes tú que le mandó una carta? Me lo contó cuando salimos la otra tarde, me explicó Adriana. Qué interesante, dije sin mayor entusiasmo y me quedé contemplan- do la lluvia. 178 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

¿Ramonroy también se dedica a los murciélagos?, preguntó. No, él es una persona que trabaja en el periódico y entonces tiene que escribir sobre las cosas que pasan aquí y en todo el mundo, para que la gente sepa de lo que ocurre en la vida. Es él que entrevistó al tío de Ernestina, le expliqué. Adriana se quedó observando la foto. Papá es más bueno que el tío de Ernestina y seguro que mucho más que el periodista, afi rmó. ¿Por qué dices eso?, le pregunté. Porque él es el más bueno y eso solo yo lo sé, me respondió. Yo no le quise decir nada y prefería que ella siguiera mirando la foto una y otra vez. ¿Si te digo que mañana también iré al colegio, me prestas la foto para que se la muestre a la señorita Vertrudiz?, me preguntó. ¿Y por qué quieres mostrársela a ella?, le pregunté. Porque va a ser mi madrina y yo quiero que ella los conozca, respondió. Bue- no, te la presto, pero eso sí la cuidas, le dije y ella volvió a sonreír y hasta me dio un beso en la mejilla. Guardó la foto entre sus cuadernos y se puso a mirar por la ventanilla. Afuera llovía casi torrencialmente. Aunque todavía no es mi madrina, quiero mostrarle la foto y decirle que a ella también le corresponden dos murciélagos, me dijo Adriana. Me parece muy bien, le dije. ¿Tú crees que ella podría asus- tarse?, preguntó Adriana. No creo, le respondí. Si se asusta, podría trabarse su lengua y entonces ya no podría repetir los trabalenguas que me enseñó el otro día, dijo. Entonces no le digas nada de los murciélagos, le sugerí. Adriana cerró los ojos y se quedó pensativa. ¿Tú crees que si no le hablo de los murciélagos ella siga prestándome su diccionario?, me preguntó muy preocupada. Claro que sí; pero ¿para qué quieres que te preste el diccionario?, le pregunté. Para saber más de las palabras y enterarme qué signifi ca “madrina”. Y también saber qué clase de hija soy yo, porque en los diccionarios dicen todo. Claro que allí hay que buscar la palabra “hijo” para saber lo que es una hija. Lo que pasa es que los diccionarios primero se refi eren a los hombres y después a nosotras, me dijo y yo me reí. Adriana me miró seria y me dijo que en el diccionario las palabras estaban ordenadas por orden alfabético y que cada palabra tenía su explicación, que cuando encontró la palabra hijo, vio que en el número 1 decía que, un hijo o una hija, era alguien que descendía de los padres; que en el número 2, una hija de la caridad, era una monjita que todos los días elevaba sus plegarias para que a nadie Nueva literatura infantil y juvenil (1980 - 1999) 179

le pasara algo malo y que seguramente también rezaba para que a papá no le pase nada malo, para que consiga trabajo y no lo detengan los policías. Que en el número 3 el Hijo del Hombre era Jesucristo y que eso ya lo sabía porque se lo había oído al padre Arturo, que era italiano y siempre caminaba con sandalias; que en el 4 estaba el hijo pródigo, que era ese hijo que se fue de la casa, pero que volvió allí y entonces se alegraron todos y hasta hicieron una fi esta y el hermano menor se puso rojo de envidia, y que ella lo sabía porque se lo había escuchado al mismo padre Arturo. Oye Mauri, ¿no te enojas si te digo una cosa?, me preguntó. Te prometo que no me enojo, le dije. ¿Sabes que también hay hijos que son de una mala palabra?, me preguntó Adriana. ¿Cómo es eso del hijo de la mala palabra?, le pregunté mientras la miraba sor- prendido. Te digo al oído si es que no se lo cuentas a papá cuando hables con él, me conminó. Le dije que yo iba a cumplir mi pro- mesa. ¿Me lo juras?, me preguntó y yo se lo juré sin importarme para nada que el chofer me estuviera mirando por el retrovisor. Adriana se acercó al oído y, uniendo las dos manos para guardar el secreto, me dijo quién era el hijo de la mala palabra. No le dije nada, pero seguramente algo debió pasarme porque el chofer en- tonces sí que me miraba con más curiosidad. Nunca se lo digas a nadie, me pidió ella. ¿Tú dices esas malas palabras?, me preguntó. Yo no digo esas palabras, le aclaré. Pero cuando estás con tus amigos seguro que las dices, además me dijiste que ya eras mayor y los mayores siempre dicen esas palabras, me increpó. No le respondí. Cuando llegamos hasta la esquina del colegio bajamos del bus y nos dirigimos hasta el colegio. ¿Oye Mauri, por qué en el diccionario no se dice nada de la hija o el hijo de un inmigrante?, me preguntó mirándome fijamente a los ojos. Es que en los diccionarios faltan muchas palabras, le respondí. Cuando paró el bus bajamos rápidamente y fuimos corriendo hasta llegar al colegio.

La señorita Vertrudiz

Estaba yo en la sala, ordenando las cosas que había puesto sobre la mesa, cuando alguien llamó a la puerta. Dejé todo como estaba y me apresuré en abrirla. Era la señorita Vertrudiz quien al verme sonrió con mucho esfuerzo. 180 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

Disculpa que venga así de tempranito pero es que quiero adelantar la hora de mi peinado, me dijo. La hice pasar y llamé inmediatamente a mamá que, de todos modos, ya estaba de pie y en ese momento empezaba a quitarse los ruleros de la cabeza. La señorita Vertrudiz tenía la cara de quien no había dormido toda la noche, se la notaba nerviosa y su fatigada respiración producía un ruido tan extraño que me hizo recordar a Olvis, el gato preferido de Adriana. Aunque ella trataba de disimular su inquietud, le resultaba imposible ya que, al mismo tiempo que hablaba sola, batía con más prisa su delicado abanico de seda. No me hagas caso, hablo para que no se me trabe la lengua, comentó. ¿Quiere un vaso de agua?, le pregunté. No por el momen- to, dime ¿ya viene tu mamá?, impaciente, me preguntó. Le dije que si, que en un minuto más ella iba a atenderla. Papá le manda saludos, le dije queriendo distraerla. Gracias, él siempre tan gentil, ¿y cómo está?, me preguntó. Le dije que estaba bien. ¿Siempre hablas con él? Todos los fi nes de semana, le dije. Cuando le hables, le dices que le mando muchos saludos y que siempre lo recuerdo, me encargó ella. Gracias, le dije. Ahora, de todos modos, te sugiero que de vez en cuando le envíes una carta, no te digo que no le hables, pero escríbele; te aseguro que tendrás una experiencia diferente. Cometerías un grave error si no te animas a escribirle. Tú ya sabes que ahora la mayor parte de la gente solo recurre a los teléfonos, a la compu- tadora, al internet para poder chatear con personas a las que a veces ni siquiera se las conoce, pero eso es limitarse. Te lo digo yo, que vengo trabajando en la ofi cina de correos desde hace más de veinte y tres años y entonces sé lo que es comunicarse por cartas. Si hubieras visto cómo era antes, cuando la gente se esmeraba hasta en la caligrafía, te aseguro que si tú te animaras a escribir terminarías gustando y disfrutando hasta de la simple rotulación de un sobre terrestre o aéreo. De los sobre marítimos no te digo nada porque ya sabes que somos mediterráneos. Te digo en serio que, el hecho de que yo sea locuaz no quiere decir que yo sea una persona conservadora, una tradicionalista de antaño, una funcionaria de hogaño; nada tengo en contra del correo electrónico, o como dicen el e-mail, pero escribir cartas es otra cosa. Deberías decirle a tu papá que alguna vez te escriba, porque otra cosa es que te digan algo de puño y letra y otra que te pongan Nueva literatura infantil y juvenil (1980 - 1999) 181

algo en la computadora y todavía con tremendas faltas gramatica- les. Qué agradable es sentir el olor de la tinta y también advertir el pulso de quien escribe; te digo que hasta se puede descifrar la presión sanguínea en cada línea, en cada palabra; aprendes a darte cuenta si la persona que escribió la carta estaba tranquila o estaba nerviosa, me dijo. Me imagino que también se podría saber si está con migraña o no, comenté. Yo creo que sí. Y no solo se puede saber si padece migraña, sino también muchas cosas más. Imagínate, si en este momento yo me pusiera a escribir una carta, seguro que te darías cuenta de que estoy al borde de un ataque de nervios, como quien dice estoy caminando por una cornisa y con los ojos vendados; no exagero si te digo que hasta podría caer en cama y no levantarme nunca más. Es cuestión de saber descifrar, como lo hacen los grafógolos, dijo……pero apenas terminó de decir esta palabra se quedó como si se le hubiera detenido la circulación de la sangre. Seguramente la señorita Vertrudiz vio mi cara de descon- cierto porque me dijo que le estaba faltando aire y se aproximó a la ventana que daba a la calle. En ese momento sentí que las palmas de mis manos empeza- ron a humedecerse y sentí un extraño frío en todo el cuerpo. Creo que se me trabó la lengua nuevamente, me explicó y retomó el hilo de la conversación anterior. Como te decía hay que practicar la escritura, por eso es que admiro tanto al señor Ramon- roy, el que escribe en el periódico. Seguro que tú también lo conoces porque está en la foto que me mostró Adriana, afi rmó ella. Sí, lo conozco por la foto, dije. Y seguro que también conociste al tío de Ernestina, el señor Camilo, me preguntó. Solo por la foto, agregué. Entonces tú ya sabes toda esa historia de los murciégalos, me dijo. Murciélagos, son murciélagos, le corregí. La señorita Ver- trudiz puso la cara roja y empezó a respirar con tal desesperación que pensé que iba a caer desmayada. Menos mal mamá salió en ese momento y pudo auxiliarla poniéndole en las narices un frasco de perfume. Ahora sí que estoy peor, dijo la señorita Vertrudiz y yo tuve miedo de que me acusara con la mirada. Parece que durmió mal, le dijo mamá. Dormí mal y desperté peor, le respondió ella y le pidió que le peinara algo que disimulara esas tremendas ojeras que le espantaron cuando se miró al espejo. Mamá preparó los peines y las toallas; queriendo distraerla, le pasó varias revistas. La verdad 182 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

es que en este momento no estoy con la más mínima gana de leer, le dijo y siguió inhalando profundamente el perfume. Yo, asustado como estaba, me puse a guardar las cosas que mamá había dejado fuera del pequeño armario que tenía en la sala. Pero, ¿qué siempre pudo pasarle para que se ponga así?, le preguntó mamá. Mire, usted sabe que le tengo mucha confi anza, entonces le cuento que ayer, después de terminar el trabajo me fui a casa y entre hacer una cosa y otra, porque usted sabe cómo somos las mujeres, decidí inventar algunos trabalenguas haciendo referen- cia a esos seres que solo vuelan por la noche. Entonces me puse a componer con las palabras y ¿qué cree que me pasó?, le preguntó a mamá que en ese momento empezaba a lavarle los cabellos. La verdad es que ni me lo imagino, le respondió mamá. Pues me dije que lo mejor era empezar preparando uno que hiciera referencia a aquel que vuela preferentemente en las ciénagas. Ahora usted me preguntará cómo es que yo llegué a conocer a este noctámbulo. La respuesta es sencilla porque sencillamente, usted perdone señora Sonia por ser tan redundante, pero es que otra vez estoy poniéndome nerviosa y las palabras me atropellan o soy yo quien las atropella, no sé. Pero volvamos al asunto del meollo, ¿o al meollo del asunto?; vaya, me parece que otra vez se me está yendo la serenidad porque hasta siento un ligero temblor en las manos y en los pies. Deje que respire solo unos segundos, pidió ella, se quitó las toallas y fue a pararse en el vano de la puerta y empezó a aspirar cerrando los ojos. Mamá y yo nos quedamos quietos, a la expectativa de lo que podía pasarle a la señorita Vertrudiz. Después de algunos minutos ella volvió otra vez a sentarse en el sillón de la peluquería. ¿En qué estaba yo?, le preguntó la señorita, animándose a continuar con la charla. En aquello de la ciénaga, le dijo ella. El asunto es que, de pronto, cuando ya tenía casi listas las ideas para el trabalenguas, me pregunté: ¿se dice ciénaga o ciénega? Y empecé a sentir que se me venía encima todo un edificio y hasta casi una montaña. Usted dirá que me hice un problema sin motivo, que estaba ahogándome en un vaso de agua, pero para mi se volvió una cosa de terror, fue algo así como una flecha en pleno talón de Aquiles, dijo en tono dramático. ¿Usted se hizo problema por aquello?, le preguntó mamá sorprendida. Y todavía viene lo peor porque después, no solamente estaba temblando sino que sentía que la sístole y la diástole de mi corazón se habían acelerado Nueva literatura infantil y juvenil (1980 - 1999) 183

demasiado y se me presentó la pregunta fatal: se dice murciélago o murciégalo. Entonces se acabó el mundo. Se me trabó la lengua, empecé a respirar frío, el sueño se me fue, como quien dice volando y me llegó el insomnio. Y aquí me tiene, con esta cara que ojalá salga disimulada con el peinado que usted, mi futura comadre, me lo dejará sobre esta cabeza que parece que me va a estallar en cualquier momento. ¿Y ahora qué piensa hacer?, le preguntó mamá muy preocupada. No lo sé, en este momento la verdad es que todavía me siento confundida, dijo ella. Quizás sea mejor que cierre los ojos, deje de hablar y piense en el peinado que usted me hará, respondió ella. De hecho su cabello quedará bonito si no le pongo los ruleros y se lo cepillo para dejarlo lacio, sugirió mamá. Está bien, pero primero masajéeme la cabeza haber si así me tranquilizo, dijo ella y se acomodó en el sillón. La señorita Vertrudiz pareció relajarse mientras mama peinaba sus cabellos. Yo casi de puntillas, salí de allí haciendo esfuerzos para que no advirtieran mi silenciosa retirada.

El criador de caracoles

Mejor te devuelvo la foto, me dijo Adriana y, sosteniéndola apenas con la punta de los dedos, me la puso en el bolsillo de la camisa. Yo no le hice ningún comentario y seguí sin distraerme. ¿Tú crees que la señorita Vertrudiz se enfermó porque le hablé de los mur- ciélagos?, me preguntó. No, seguro que no, le dije. ¿Me lo dices en serio?, volvió a preguntarme. Claro que sí, afirmé. Adriana se puso contenta y me abrazó por la cintura. Yo creo que Ernestina está enamorada de ti, comentó. ¿Por qué dices eso?, le pregunté. Porque te dio una foto en la que está ella y porque además en la foto dice: para Mauricio. Ella solamente es mi amiga, le dije. ¿Piensas contarle a papá que Ernestina está enamorada de ti? No, y creo que tampoco tú le dirás algo de eso, le dije mirándole fi jamente a los ojos. No, yo solamente te pre- guntaba, dijo ella. Cruzamos en silencio la plaza que a esa hora todavía estaba vacía. Cuando llegamos a la telefónica vimos que las cabinas estaban ocupadas y Tacho Limón estaba limpiando los vidrios de las cabinas. ¿Quieres hablar tú primero?, me preguntó Adriana. Por qué, le dije. Quiero pensar en qué le diré a papá. Tú hablas con toda 184 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

confianza que yo no te escucho, me dijo. Yo fui hasta la cabina del fondo y Adriana se quedó cerca del mostrador en el que estaba Tacho Limón controlando la duración de las llamadas. Disqué y después de unos segundos me contestó papá. ¿Por qué no me habló Adriana?, me preguntó. Ella quiere hablar después, le explique a papá. Ah, bueno, dijo. ¿Cómo estuviste estos días?, le pregunté. De hecho estoy más sosegado, además el escucharte me tranquiliza mucho más, dijo. A mi también me gusta escucharte y por eso siempre estoy pensando en venir aquí, comenté. Te cuento que ya no trabajo en mudanzas, ahora estoy en un criadero de caracoles y, por si eso fuera poco, Kathib también trabaja en el mismo lugar. La empresa en la que trabajamos se lla- ma El Caracol Cantábrico. Así que, desde esta semana, soy criador de caracoles, qué te parece, dijo papá. ¿Criador de caracoles?, le pregunté sorprendido. Exactamente, criador de caracoles, repitió. ¿Y qué haces en el criadero?, pregunté. Pues crío caracoles, ¡estoy entre dos mil quinientos caracoles!, me dijo emocionado y empezó a decirme detalladamente todo lo que hacía. Cada día tengo que limpiar las caracoleras, tengo que hume- decer todo el lugar con unos aspersores largos, debo controlar la temperatura y además picar lechugas, acelgas, zanahorias, hojas de diente de león y dar un beso a cada uno de los caracoles, me dijo riendo. Me llevo tan bien con los caracoles que hasta tengo uno que se pasea por mis brazos todos los días. ¿Sabes qué nom- bre le puse?, me preguntó. Dímelo tú. Se llama Helixberto, dijo. ¿Y trabajas todo el día?, le pregunté. Sí, de todos modos por las noches sigo acompañando a Felipe. Te cuento que todos estos días él estuvo trabajando como una estatua viviente, estaba pintado de color marrón, personifi caba al Inmigrante de la Valija de Madera. ¡Si hubieses visto la cantidad de gente que se reunió allí seguro que te hubieras quedado mudo! Cuando le dejaban alguna moneda en el sombrero que tenía delante o le sacaban una fotografía, él sacaba su pañuelo y se despedía. Ganó tanto que hasta nos alcanzó para regresar a casa en taxi. ¿Entonces ahora ya no tienes problemas?, le pregunté. Las preocupaciones nunca se acaban hijo, respondió y su respuesta me dejó desanimado. ¿Y entonces vuelven a aparecer los destellos de la migraña?, le pregunté. Sí, pero como te dije el otro día, aquí todo tenemos dolores debido a la migraña. Imagínate que el otro Nueva literatura infantil y juvenil (1980 - 1999) 185

día, el doctor Achoteba, ese médico que se presenta en la televisión todas las madrugadas, en el programa de Vida y Salud, dijo que nosotros, los que venimos de otros países, padecemos el Síndrome de Ulises, comentó papá. ¿Y quién es Ulises?, pregunté. Parece que fue un viajero, pero además de viajero seguramente también era un extranjero, como nosotros, dijo dudando. ¿Tú llegaste a conocerlo?, pregunté. La verdad es que no, nunca lo vi. Pero de todos modos nosotros no nos quedamos con los brazos cruzados porque además de ser solidarios con los que siguen llegando, también decimos lo que pensamos y sentimos. Te cuento que el otro día, apareció Kathib, muy emocionado y nos dijo que se estaba preparando una acto de protesta y que él había registrado nuestros nombres y por lo tanto al día siguiente debíamos madrugar para que nos saquen una foto, formando una multitud, pero no una multitud cualquie- ra sino multitud de personas desnudas, dijo papá. ¿Desnudos?, le pregunté sorprendido. Así es, desnudos como llegamos al mundo, ¡sin ropa y sin papeles!, mostrando la piel nuestra de cada día, para decir: aquí estamos, somos iguales a ustedes, papá gritaba eufórico desde el otro lado del mundo y seguramente yo también me emocioné porque, sin moverse del mostrador, Tacho Limón me miraba insistentemente como si sospechara que algo estaba pasando dentro la cabina. El que nos iba a tomar la foto era alguien que ya había estado fotografi ando inmigrantes en muchos lugares del mundo. Iba a sacarnos una foto, pero no una foto como cualquier otra sino una en la cual estábamos todos unidos, sin importarnos el color de la piel, sin tener temor a las miradas de las otras personas, sin ocul- tarse de nadie. Así que el domingo madrugamos y nos fuimos en el primer bus rumbo a la Plaza de las Tres Gracias. Cuando llegamos a destino, nos reunieron y por un altavoz nos dijeron que debíamos desnudarnos allí mismo y que no debíamos dejar nuestras prendas en otro sitio que no fuera ese en el que estábamos parados. Y nos desvestimos y quedamos como llegamos al mundo. Al principio es- tábamos todos callados, tímidos, nadie se atrevía a conversar con el que estaba a su lado y mucho menos mirar a quiénes estaban cerca de uno. Así que si ves la foto en algún sitio y logras identifi carme, soy el que esta al lado de un señor que tiene lentes y cejas negras que parecen pintadas. Y al otro lado una señora que, así desnuda como estaba, cantaba una canción que me parecía conocida y mo- 186 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

vía las manos de tal manera que parecía que estaba tejiendo una mantilla de color celeste, dijo. ¿Por qué pensaste que la mantilla era de ese color?, le pregunté. Tal vez porque tu mamá siempre tejía mantillas de ese color, me explicó. Después ya nos relajamos y entonces empezamos a conversar, toda la plaza era un solo vo- cerío. Yo me puse a conversar con los que estaban cerca de mí y entonces, en pocos minutos estaba pronunciando los nombres de María, Bernardo, Esnilda, Harry, Karen, Mahmet, Leopoldo, Max, Albrahim, Otué, Yorsof, Samuel, Juana y tantos otros nombres que seguro llenarían muchas guías telefónicas. Después ya nos tomaron las fotos, salimos tendidos en la plaza, tomados de las manos, con la mirada hacia el cielo. Alguien desde el altavoz decía a momentos que todos éramos iguales, que la diferencia no era un obstáculo sino una oportunidad. Lo interesante era que la foto no era únicamente mía, yo era esa multitud, ese gentío que gritaba: mírennos, todos somos iguales. Te digo que saltaba de alegría y creo que me emocioné más que nunca y quería correr por la pla- za y gritar como lo hacía cuando era chico, pero pidieron que me calmara y que siguiera las instrucciones. Pero, gracias a mis gritos de euforia, Felipe me reconoció y así, desnuditos y casi llorando, nos abrazamos felices de encontrarnos nuevamente. ¿Sabes?, fue un momento inolvidable. Algún día comprenderás todo esto, dijo en un tono melancólico. Oye papá, le dije. Dime Mauri, me contestó. ¿Tú tienes alguna foto nuestra?, le pregunté. Tengo una en la que estamos todos juntos. ¿Siempre piensas en nosotros?, pregunté. Todos los días, respondió. ¿Sigues queriéndonos como antes?, pregunté. Más que antes, los extraño mucho, dijo. ¿Nunca te olvidarás de nosotros? Nunca hijo, nunca, insistió. ¿Estás triste?, me preguntó. No estoy triste. Adriana ya quiere hablar contigo, le expliqué. Está bien, quiero escucharle. Antes de despedirnos, quiero decirte que Xavi viaja mañana; así que pronto estará buscándote, le dije. Está bien, no te olvides darle la dirección. Te mando un beso, le dije. Y yo otro, me respondió. Cuando salí de la cabina le dije a Adriana que papá estaba esperándola. ¿Puedo hablarle de la foto?, me preguntó ella. Sí, respondí. Entonces tienes que volver a prestármela para decirle quiénes están, me dijo y sin esperar tomó la foto que ella misma había puesto en Nueva literatura infantil y juvenil (1980 - 1999) 187

mi bolsillo. Cuando ella entró a la cabina, yo salí hasta la puerta que daba a la calle.

Tío Camilo

Bueno mi querido amigo Mauri, ahora debo ir a recoger mi maleta y después me voy hasta el aeropuerto, me dijo Xavi. Que te vaya bien, te cuidas Xavi, le dije. Apenas llegue allí, iré a buscar a tu papá y le diré que tú le mandas los murciélagos, dijo. Gracias Xavi. Dile que todos los días lo recordamos, le encargué. Está bien, dijo y me puso el gorro azul que llevaba puesto. Esto es para ti, quiero dejártelo como un recuerdo. Le estreché con todas mis fuerzas y pude sentir que mi corazón latía apresuradamente. Ya verás que pronto también estarás hablando conmigo por el teléfono, dijo riendo. Seguro que sí, dije. Xavi hizo parar un taxi y subió. Y de mi parte dale un beso a Ernestina, me dijo desde la ventanilla. Luego se fue. Cuando el taxi dio vuelta la esquina, fui caminando en silencio hasta la Plaza de los Álamos. Quería estar solo. Me senté en el banco que estaba cerca del árbol más alto, quería que su sombra me protegiera del viento que empezaba a soplar. Estaba sin ánimos para distribuir los papeles que entregaba todos los días a quienes transitaban por allí. Pensaba en Xavi. Lo iba a extrañar. Indudablemente iba a sentir su ausencia. Pero eso lo sabía solamente yo, porque nadie más podía entender que él había sido un amigo entrañable para mí. Puse los papeles sobre el asiento y me quité la chompa para sentir el fresco de la mañana. Desde donde estaba veía a mucha gente que caminaba apresurada para llegar a algún lugar. Ernestina pasó por la galería más alejada de la plaza, cubriéndose los cabellos para que el viento no la despeinara. Un fuerte ventarrón levantó los papeles y yo me quedé mirándolos sin la menor intención de recuperarlos. Se elevaron formando un remolino y se perdieron el lo alto del cielo. Otros simplemente se quedaron en el piso y también entre las plantas de los jardines. Alguien que venía desde la otra esquina detuvo su bicicleta amarilla y levantó uno de los papeles de la publicidad y se quedó leyendo con toda atención. Luego continuó avanzando y llegó hasta la esquina donde se levantaban las palmeras de los dátiles. Allí se bajó de la bicicleta y el ciclista empezó a recoger algunos frutos que habían caído durante la mañana. Después reanudó la marcha y 188 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

lentamente siguió avanzando para pasar de largo por donde estaba yo y nuevamente se dirigió a la esquina. Movía los pies sin prisa alguna, mientras miraba a todos lados como si quisiera divisar a alguien. Cuando pasó nuevamente cerca de mí, me llamó la aten- ción el color anaranjado de la montura de sus lentes. Era alto, y tenía puestos los auriculares de una radio que llevaba prendida a la cintura. Vestía un traje deportivo y sus zapatillas eran de color plomo. Me quedé mirándolo, haciendo un esfuerzo para recordar esa mirada tan directa y tranquila. Entonces mi memoria me ayudó a identifi carle. No, no estaba equivocado yo. Sin lugar a dudas, era el tío de Ernestina. El tío Camilo, el que estaba escribiendo el libro sobre los murciélagos. Me quedé observándole. Cuando parecía que se iba a dirigir hacia la esquina de los portones, se detuvo, dio media vuelta y se dirigió hasta donde estaba yo, sentado sin querer moverme. Bajó de la bicicleta y se sentó en la misma banca en la que estaba yo. Se amarró los cordones de los zapatos y se puso a escribir en una pequeña libreta que sacó de su bolsillo. Yo puse la cara de quien no le miraba. ¿Qué día es hoy?, me preguntó. Jueves, respondí y él se puso a escribir. Bueno, algunas veces me olvido hasta de los días. En cambio seguramente tú te acuerdas de todo, afirmó. No siempre, dije. ¿Te gusta mi bicicleta?, preguntó. Es bonita, dije. La tengo desde hace cinco años y te cuento que está muy bien. Solo tengo que quitarle el polvo para que no parezca que la tengo abandonada. ¿Te gustan los dátiles?, me preguntó. Sí, respondí y me invitó dos de las que llevaba en las manos. Te cuento que a mí me agrada su dulzor y me encanta esa aspereza que se me queda en la lengua. Siempre que vengo por esta plaza recojo algunos y hasta me los llevo a casa. Me parece que a muchos no les gusta o no saben que están allí en lo alto de la palmera de la esquina, se caen de maduras y tú no tienes que hacer otra cosa que levantarlos, comentó y se empezó a comer los dátiles que todavía tenía en las manos. Usted se llama Camilo, ¿verdad?, le pregunté. Sí, me respondió sorprendido. Entonces no me equivoqué. ¿Y tú cómo te llamas? Me llamo Mauricio, ése es mi nombre. ¿Y cómo sabes que me llamo Camilo? Lo vi en una foto, expliqué. ¿En una foto? Sí, en una que le sacaron junto a Ernestina. Mira cómo será el mundo de pequeño, comentó. Ella también me dijo que usted está escribiendo un libro sobre los murciélagos, dije. Nueva literatura infantil y juvenil (1980 - 1999) 189

Estoy seguro que hasta te dijo que me gustan las astromelias y mido un metro con setenta y ocho centímetros, me dijo sonriente. Y también me explicó que hay tantos murciélagos en el mundo que a cada uno le corresponden dos de ellos. En todo caso esa es una forma de decir las cosas, comentó. A mí me gusta esa forma de decir porque puedo imaginar muchas cosas, agregué. A mí también, apoyó lo que le dije. Me imagino que todos tienen dos murciélagos y que los tienen en algún lugar de su casa o del lugar en el que están, comenté. Me parece estupendo. Yo por ejemplo, los tendría en la biblioteca, cerca del lugar en el que estoy trabajando, ¿y tú dónde los tendrías?, me preguntó. En el cielorraso, junto a la ventana de mi cuarto, dije. Me parece un lugar estupendo para que se guarezcan luego de volar toda la noche. Y se me ocurre que uno de ellos podría ser un Murciélago de la Macaronesia y el otro un Murciélago Mariposa, me dijo. Y cómo podría llamarse el murciélago que le mandé a papá, le pregunté. ¿Tú papá no está aquí?, me preguntó, No le dije, él esta muy lejos, y allí es un inmigrante con migraña, le respondí. Me miró y se quedó pensativo por unos segundos. ¿Tiene barba tu papá?, me preguntó. Sí, le dije. Entonces, podría ser un Murciélago Barba de Pétalo, dijo. Es un nombre muy bonito. A mi también me gusta, comentó el tío de Ernestina. Y cómo es ese murciélago, pregunté. Es pequeño, le agrada volar suavemente y tiene una pequeña barba en forma de un pétalo, dijo. ¿Como si hubiera salido desde el fondo de una flor?, pregunté y el tío de Ernestina se quedó pensativo. Acabas de decir algo que me parece fantástico y hermoso. La verdad es que nunca se me habría ocurrido decir eso: como si saliera desde el fondo de una flor, dijo y nuevamente sacó su libreta para escribir allí. ¿Cuándo presentará el libro?, pregunté. La siguiente semana. Quiero invitarte para que vayas allí. Gracias, le dije. Gracias sí o gracias no, me dijo. Ernestina habla igual que usted, le comenté muy serio y él se puso a reír. Entonces, gracias sí o gracias no, volvió a reiterar. Gracias sí, dije. Créeme que me gustará que vayas, me dijo mientras montaba en su bicicleta. Seguro que habrá mucha gente y también le sacarán fotos para el periódico, comenté. Yo creo que sí, pero de todos modos no saldré yo solo; es más me gustaría que me tomaran una en la que estuvieras tú, dijo. ¿Y estará también el señor Ramonroy?, le pregunté. ¿Lo conoces?, me preguntó. Solo por la foto que me mostró Ernestina. Seguro 190 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

que estará allí, es más, hace rato estaba buscando su teléfono en mi libreta. Hoy mismo lo llamaré para decirle que ya llegué y que tendrá que estar en la presentación del libro y entonces podremos conversar nuevamente. ¿Y qué murciélagos quisiera usted para Ernestina?, le pregunté. Mira que no me había puesto a pensar en eso, pero ahora que me lo preguntas pienso que le agradaría un Murciélago Mariposa y un Murciélago de Jamaica, me dijo y se despidió. Se dio un pequeño impulso y se fue pedaleando lentamente. Todavía dio algunas vueltas por medio de la plaza y luego se perdió por la esquina donde estaba la palmera datilera cuyas altas ramas se elevaban por encima de los tejados de las casa más altas. Cuando vi que su figura se perdía, nuevamente recordé a Xavi.

COTIDIANIDADES ULISES SIGUE VIAJANDO POR RAMONROY Las migraciones humanas se han constituido en uno de los hechos so- ciales de mayor trascendencia e impacto en el mundo contemporáneo. Las crecientes diferencias de desarrollo entre los diferentes países, el aumento de la interdependencia económica global, la revolución de las nuevas tecnologías y de los medios de comunicación, así como la creciente confl ictividad mundial, contribuyen al desarrollo de este fenómeno de movilidad humana. Cuando uno se pone a pensar en los motivos que explican los procesos migratorios a lo largo y ancho del mundo, no se puede imaginar otra cosa que no sea una inacabable red de argumentos colectivos, familiares y personales que van desde los más simples y cotidianos hasta los más inverosímiles y conmovedores. Y si se tra- tara de identifi car las rutas que siguen los migrantes, se concluiría esbozando una nueva cartografía en la que los infi nitos trayectos se defi nen en función de las diversas realidades económicas, sociales, políticas y culturales. Aunque sabemos que las migraciones se produjeron desde que el hombre apareció sobre la faz de la tierra, es necesario puntualizar que las migraciones del nuevo milenio resultan conmovedoras por su dramatismo ya que las complejas contradicciones planetarias hacen que los desplazamientos humanos tengan que realizarse en condiciones sumamente críticas. Esta realidad, que afecta directa- mente a la persona del inmigrante ha dado lugar al denominado Síndrome de Ulises. Al presente, el Síndrome de Ulises (conocido también como el Síndrome del Inmigrante) se está convirtiendo, para millones de Nueva literatura infantil y juvenil (1980 - 1999) 191

personas, en un proceso bastante complejo que compromete niveles de estrés tan intensos que llegan a superar la capacidad de adaptación de los seres humanos y, por eso mismo, se constituye en un problema de salud mental que cada vez se hace más notorio en los países que acogen a los inmigrantes. La separación de los seres queridos, los riesgos vividos durante el viaje, las condiciones en que son recibidos, la precariedad laboral, las defi citarias condiciones de vivienda y haci- namiento y, sobre todo, la situación de privación social y aislamiento, junto a la desigualdad de derechos y la discriminación social a la que se ven expuestos, provocan en la persona una situación de alto nivel de desequilibrio psicológico e incluso de indefensión, todo esto debido a que los inmigrantes tienen que soportar esa condición de seres humanos invisibles que deambulan en sociedades prósperas que los ignoran o los rechazan. Quienes padecen este síndrome, se ven afectados por la depresión y la pérdida de la autoestima debido a que están lejos de aquello que contiene y sostiene a las personas: su familia, sus afectos y su cultura. El Síndrome de Ulises es un concepto creado en consideración de aquel legendario viajero que durante muchos años estuvo lejos de su hogar y de su país, afrontando las situaciones más difíciles y superán- dolas de manera por demás valiente e ingeniosa, no solamente para poder sobrevivir sino salir victorioso y volver al hogar y a su tierra Ítaca para reunirse con Penélope, su amada esposa y su hijo Telémaco. Los viajes de Ulises y sus aventuras y desventuras, son una metá- fora de los problemas que deben enfrentar quienes dejan su hogar de manera forzada y sobreviven en un medio hostil y en circunstancias difíciles de soportar. Es la historia de todos los que añoran su patria, esperando ansiosos de emprender un regreso que no siempre es posible. Al leer La Odisea, en realidad leemos la historia de millones de inmigrantes que se ven obligados a salir de su tierra en busca de una vida mejor, en ocasiones con la esperanza de volver, otras con el deseo de olvidar su lugar de origen, pero todos con la certeza de seguir luchando. Por todo ello es que la historia de Ulises se reitera en las historias de los migrantes del nuevo milenio. El Ulises contemporáneo es el inmigrante que hoy se expone a una enorme cantidad de peligros, que hace grandes sacrifi cios por seguir adelante, que se arriesga a seguir adelante, luchando incansablemente para que el barco en el que va no naufrague durante los amenazantes vendavales. El espíritu del Ulises de hoy, es un espíritu que, pese a las difi cultades y adversidades, resiste y persiste en mantener sus más altas convicciones. Si bien Ulises era un semidiós que esforzadamente logró sobrevivir, quienes en la actualidad van por rutas que los llevan a extraños lugares, tendrán que comportarse como verdaderos héroes para salir adelante. En todo caso, ya la historia contiene pruebas de que aquello es posible. 192 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

¿Cuántas familias tienen en este momento a alguien en el exterior? Si revisamos las estadísticas sabremos que millones de personas están en países distintos al de su origen, realizando tareas de todo tipo y todo por el sencillo hecho de que en este nuestro país no encontraron las condiciones más adecuadas para trabajar y vivir de manera digna, confi ados en que el futuro es posible para ellos y los suyos. Miles de mujeres y hombres hoy están lejos de su tierra y de los seres que más quieren, esperanzados en el retorno y en que su futuro tenga señales de esperanza. La información económica nos dice que los inmigrantes aportan a través de las remesas, muchos millones de dólares a nuestra econo- mía. No interesa tanto entrar en el detalle de este impacto monetario. Que seguramente eso contribuye al mejoramiento de la calidad de vida de quienes se quedaron por estos lados, no cabe duda, pero aquello tiene un costo muy alto porque la familia corre el riesgo de desintegrarse ya que los hijos se quedaron solos o bajo el cuidado de algunos allegados que, con la mejor voluntad, quieren llenar el vacío que dejaron los padres. Vistas así las cosas, si bien es cierto que el Síndrome de Ulises afecta directamente a los que se fueron, también es verdad que su impacto toca a quienes se quedaron. Ulises es un ausente que nos compromete socialmente. Debemos estar seguros que esta situación se irá repitiendo en el trascurso de la historia porque el hombre ha encontrado que en la vastedad de la tierra está siempre su patria. Está en el hombre la de- cisión de ir siempre en busca, no le retiene el miedo a lo desconocido porque lo desconocido es más bien un motivo para seguir adelante. Los viajeros son los de siempre y por eso mismo podemos decir que Ulises sigue y seguirá viajando.

Metátesis

Cuando mamá dijo que iríamos a casa de la señorita Vertrudiz, Adriana se puso nerviosa. ¿Tú crees que ella se enfermó porque yo le hablé de los murciélagos?, me preguntó inquieta. No creo que sea eso, lo que pasa es que ya empezó con los achaques, la consolé. Bueno, me dijo y dio un suspiro. ¿Tú crees que ella todavía quiera ser mi madrina?, dijo. Seguro que sí, ella te quiere mucho y con seguridad que se puso mal por otros motivos y no por lo que tú le dijiste, le expliqué y recobró el ánimo. Mamá nos llamó y entonces fuimos hasta la casa de la señorita Vertrudiz. En el camino compramos un paquete de galletas de agua y le dijo a Adriana que se lo entregara en cuanto llegáramos. ¿Cómo Nueva literatura infantil y juvenil (1980 - 1999) 193

se lo entrego?, preguntó Adriana. Le dices que las galletas están muy ricas y que seguramente le gustarán a ella. Bueno, entonces le digo eso, dijo Adriana en tono resignado. En cuanto llegamos a la casa de la señorita Vertrudiz, yo toqué el timbre y tuvimos que esperar muy poco porque ella abrió la puer- ta casi inmediatamente. Estaba contenta y su rostro irradiaba una inmensa alegría. La saludamos y ella nos invitó a que pasáramos a la sala. Mamá se acomodó en uno de los sillones y Adriana y yo nos sentamos en un sofá que tenía un tapiz fl oreado. Estas galletas son para usted, le dijo Adriana y le entregó el paquete. La señorita Vertru- diz le agradeció y la besó en las mejillas. Adriana se puso nerviosa y solo atinó a mirar hacia la ventana que daba al patio de la casa. Qué alegría la que me dan, dijo entusiasmada. Y bueno, us- tedes ya estaban enteradas de que yo estaba muy nerviosa, pero ahora quiero contarles cómo pude salir de esta preocupación que me tuvo tan inquieta, dijo y se levantó para traer un platillo en el que puso las galletas. Después nos sirvió refresco y se acomodó en una mecedora que estaba frente a mamá. ¿Ya se siente mejor?, preguntó mamá. Mejor ya no podría estar. Ya vio usted el estado lamentable en el que me encontraba; pero menos mal supe encarar y superar mis malestares. Como no quería seguir con esa situación que me ponía los pelos de punta, me fui a la casa de Mercedes, que así se llama la mamá de Ernestina y ella me acompañó al consultorio del doctor Eróstegui, que es un especialista otorrinolaringólogo, ¿escucharon cómo me salió fluidamente esa palabra?, preguntó la señorita Vertrudiz. Nosotros nos miramos sin entender a qué se refería ella. Es que pronuncié otorrinolaringólogo sin mayor problema; pero vamos, estaba en que el doctor Eróstegui me atendió en su consultorio y luego que me hizo sentar en la camilla, me dijo que sacara la lengua y que respirara como si estuviera cansada. Me revisó los oídos, me bajó la lengua con una paleta y se quedó pensativo. ¿Saben qué me dijo él?, sorpresivamente le preguntó a mamá. Ni lo sospecho, respondió mamá sin atinar a decir algo que quizás estaba esperando la señorita Vertrudiz. Me dijo que yo no tenía ningún problema serio, que no era una parálisis lingual, sino que ese músculo móvil, imagínense, se me adormecía, se inmovilizaba parcialmente y eso me producía un aletargamiento de los movimientos linguales; en síntesis, me dijo que yo estaba sintiendo los efectos de un simple trabado 194 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

de la lengua. Me explicó que lo más conveniente era visitar a la señora Belinda que era experta en eso del órgano muscular que no solamente sirve para la degustación y la deglución, sino también para modular los sonidos. Apenas terminó de decirme todo eso, salimos volando del consultorio del doctor Eróstegui y nos fuimos hasta donde estaba ella. ¿Y saben donde vive la señora Belinda?, nos preguntó a quemarropa. Menos mal no esperó respuesta alguna para seguir contando su historia. Pues vive a media cuadra de aquí, frente a las cabinas telefónicas. En cuanto me recibió, me hizo sentar frente a ella y me dio a tomar un vaso de agua, ¿se imaginan?, un vaso de agua. Tengo mis sospechas, me dijo y entonces me pidió que me pusiera los lentes y leyera en voz alta lo que estaba escrito en una tarjeta de cartulina. Apenas empecé con la primera palabra, sentí que se me trababa la lengua y decía que en un catágolo, en el que fi guraba el decágolo del grafógolo, se recomendaba cuidar el cartígalo para evitar un mal epígolo. Y así estuve, sin poder leer correctamente lo que estaba escrito; algo pasaba conmigo. ¿Se imaginan mi angustia?, pregun- tó en tono dramático. Mamá dijo algo que le agradó escuchar a la señorita. Luego siguió contando. Pero además de hacerme leer, me pidió que pronunciara la palabra murciélago y yo dije murciégalo; y cuando me pidió que dijese murciégalo, yo pronuncié murciélago y empecé a transpirar como si estuviera en el mismo desierto. En esas circunstancias la señorita Belinda me dijo que yo tenía problemas de metátesis. Y cuando oí aquello, ¡qué creen que me pasó!, me quedé paralizada sin atinar a decir nada. ¿Metátesis, usted padecía de metátesis?, le preguntó mamá. Bueno, la verdad es que no sabría decirle si padecía precisamente, pero lo cierto es que me quedé fría. Imagínese que el impacto no fue poco, pero menos mal supe reaccionar. Experta como es ella, se dio cuenta de mi problema y, no me va a creer, pero me explicó muy didácticamente que decir murciélago era tan correcto como decir murciégalo y que, en todo caso se trataba de una metátesis simple. Eso sí, me aclaró que lo que estaba escrito en la cartulina no entraba en esa consideración. Después de escucharle se me volvió el alma al cuerpo. Y ustedes no me van a creer pero, cuando volví a leer lo que estaba escrito en la cartulina, comprendí que en un catálogo, en el que fi guraba el decálogo del grafólogo, se recomendaba cuidar el cartílago para evitar un mal epílogo. Y aquí me ven, tan tranquila como antes. Nueva literatura infantil y juvenil (1980 - 1999) 195

¿Entonces ya no tiene problemas en la lengua?, le preguntó mamá. Ya estoy bien, tan bien que hasta llegué a componer algu- nos trabalenguas que ahora mismo yo se los digo, a ver si no se les traba la lengua a ustedes, dijo ella y nos pidió que nos sirviéra- mos el refresco. Se levantó de la mecedora y empezó a recitar las palabras que le salían de la boca como si todas estuviesen unidas por un hilo imperceptible. Mirándola a mamá, señorita Vertrudiz empezó a repetir: ¿puede pasar el Murciélago Rojo por el ojo del cerrojo? Con arrojo, pasa el Murciélago Rojo, pero se queda el rojo en el ojo del cerrojo. Mamá se ruborizó y apenas pudo decir algunas palabras antes de acabar el vaso de refresco que le había servido la señorita Vertrudiz. Después de tomar aire y mirándome fi jamente a los ojos em- pezó a repetir si se desembozan quienes lo emboscaron en el desbosque, ¿puede quedar desemboscado el murciélago de Bosque? La pregunta me dejó callado y ella empezó a sonreír. No tienen que ponerse serios, nos dijo y como si quisiera prepararnos para que escucháramos lo que ella decía, tomó dos sorbos grandes de refresco. Mirándola a Adriana, empezó a repetir: Si se casara el murciélago Ala de Saco, ¿sa- caría el ala del saco o sacaría el saco del ala? Adriana tomó aire y repitió exactamente el trabalenguas. La señorita Vertrudiz se alegró y la abrazó orgullosa a Adriana. Pueden arrugarse y desarrugarse las arru- gas, pero no pueden desverrugar sus verrugas los Murciélagos Verrugosos, pronunció señorita Vertrudiz y yo intenté decir lo mismo, pero se me trabó la lengua. No te preocupes, que a ti se te pasará en un minuto, dijo ella. Y todavía tengo muchos más trabalenguas, pero como yo sé que ustedes tienen muchas cosas que hacer solamente les diré tres más dijo y empezó a pronunciar mientras nosotros nos esmerábamos en recordar y repetir las palabras dichas por ella: En toledana toldería entoldaban y desentoldaban al tolerante Murcié- lago Toldero….., Desde antaño, el Murciélago Castaño, tañe las castellanas castañuelas de Maricastaña en el castañar…,¿Quién respalda la duda del Murciélago de Espalda Desnuda? Adriana tomo aire y recitó sin equivocarse los trabalenguas. Solo después que la señorita Vertridiz terminó de festejar la ha- bilidad de Adriana, nos despedimos y emprendimos el retorno rumbo a casa. 196 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

El murciélago Barba de Pétalo

Cuando todavía faltaba media cuadra para llegar a las cabinas te- lefónicas, le dije a Adriana que primero quería hablar yo. ¿Por qué quieres ser el primero?, me preguntó. Porque quiero saber si Xavi ya se encontró con él, pero la explicación pareció no convencerla. No es porque eres mayor que yo, ¿verdad?, me preguntó. No, ya te dije por qué es, le respondí. Bueno, pero después hablo yo largo tiempo y tú me esperas, me pidió ella. Está bien, acepté y luego apresuramos el paso. Entré a la cabina, revisé el número y llamé. Hola papá, dije. Hola Mauri, contestó. Esta vez me sorprendiste porque no es domingo, me dijo. Quería hablar contigo porque quería saber si Xavi ya te buscó, pregunté. Justamente ayer por la tarde pudimos encontrarnos, dijo. Qué bien, le respondí. Estuvo aquí y además tocó el saxófono; claro que yo no estaba precisamente alegre por- que me dolía la cabeza, dijo. ¿Te volvió la migraña?, le pregunté. Un poco, dijo. ¿Pero ahora estás bien?, le pregunté con insistencia. Bueno, ya tomé unas tabletas. La verdad es que tuve un sobresalto. Anteanoche detuvieron a Felipe y ahora está preso, explicó. ¿Por qué lo detuvieron?, pregunté. Nos sorprendieron con una redada. Es que, luego que salimos de la casa, nos fuimos a una plaza para que él trabajara como la estatua del Inmigrante de la Valija de Madera; estaba en una esquina donde se reúne bastante gente, quieto, sin molestar a nadie, y algunas personas se deleitaban mirándole y hasta le dejaban alguna que otra moneda y entonces, en ese momento, apareció un carro de la policía y de allí bajaron muchos guardias. La gente empezó a gritar y todos empezamos a correr; no sé de dónde saqué tanto valor y fuerza para poder escapar, corrí con tanta desesperación que, aunque me dolían los pies, no me detuve y ni siquiera miré atrás; atravesé callejones que nunca había conocido y caminé casi toda la noche hasta alejarme de aquella zona. Al amanecer llegué hasta el metro y como estaba atemorizado entré al baño, aseguré la puerta y no salí de allí hasta que llegué a la estación de las Magnolias. Pero claro, Felipe y otras personas más ya estaban detenidos. Algunos amigos que ya tienen los papeles fueron a la comisaría para reclamar por él, pero fue en vano y allí se enteraron que lo devolverán mañana. No sé si pueda verlo antes que parta, la verdad es que tengo miedo a que también me Nueva literatura infantil y juvenil (1980 - 1999) 197

detengan, me dijo muy afectado. ¿Ya no podrás verlo?, le pregunté. No, porque podrían arrestarme ese mismo momento. Me da tanta pena todo esto, me dijo y se quedó callado. Me quedé en silencio, sintiendo que en mi garganta también se quedaban las palabras. ¿Quieres que siga hablándote?, le pregunté. Sí, quiero escucharte, es más, quisiera que me hablaras todo el tiempo, dijo. ¿Xavi te habló de los murciélagos que te mandamos?, le pregunté. Sí, me dijo ya más animado. Qué bueno, le dije contento por la noticia. Lo que más me emociona es que ustedes siempre piensen en mí, que me den un espacio en sus ilusiones y sus fantasías. Te digo francamente que eso es lo que me sostiene; si no los tuviera a ustedes, mi mundo ya se habría derrumbado, dijo conmovido. Debes estar extrañando a Xavi, me dijo. Sí, le respondí. ¿Tanto como a mí?, me preguntó. A ti te extraño más, le dije y me quedé callado por unos instantes, sintiendo que las lágrimas nublaban mis ojos. ¿Sigues trabajando con los caracoles?, le pregunté para no quedarme callado. Sí, te cuento que ya me habitué al trabajo y por el momento por lo menos no me falta trabajo; cada día aprendo más cosas sobre los caracoles y eso me ayuda porque los dueños me aceptan y consideran que mi trabajo es bueno. Creo que les caí tan bien que hasta me dijeron que podía usar el teléfono para llamar a casa. ¿Y Helixberto?, le pregunté. Sigue tan lento como siempre, viéndolo pienso en que debo tener paciencia, que el tiempo pasará y entonces podré volver a estar con ustedes. Aunque no creas, así mayor como soy, todavía tengo esas fantasías que me ayudan a sobreponerme a las situaciones difíciles por las que tengo que atravesar algunas veces. Ya pasará todo esto, hijo, ya pasará, me dijo. Ayer conocí al tío de Ernestina, el que está escribiendo un libro de murciélagos, le dije. Qué bien, contestó. Sabe mucho de los mur- ciélagos y entonces quiero decirte que el murciélago que te envié es un Murciélago Barba de Pétalo, le expliqué. Es un nombre muy bonito, comentó. Es un murciélago pequeño al que apenas se lo ve entre las sombras, es tan pequeño que hasta podría dormir dentro una fl or, comenté. Ahora mismo está en un lugar secreto que solo yo sé donde está. Todas las noches, antes de dormir, abro la ventana para que salga a volar libremente. Y al amanecer, cuando ya tengo que salir, lo dejo en casa esperando mi regreso, dijo. 198 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

Nos quedamos en silencio por algunos instantes. Me pareció que papá suspiraba. ¿Suspiraste?, le pregunté. No, pero tú sí, res- pondió. El que suspiró fuiste tú, afi rmé. Es por la vida, dijo. Ayer conocí al tío de Ernestina, el que estudia a los mur- ciélagos. Aunque no creas, me invitó a la presentación del libro que escribió, le dije. Tienes que ir, llévala a tu mamá y también a Adriana, me pidió. Seguro que habrá mucha gente porque el tío de Ernestina es muy conocido y hasta le sacarán muchas fotos para el periódico. Ernestina, la sobrina del señor Camilo, me dijo que quiere entregarle un ramo de astromelias. Si tú estuvieras aquí seguro que también irías a la presentación del libro y entonces saldrías en las fotos que salen en los periódicos, claro que ya no es- tarías desnudo como el otro día, le dije. Quién sabe, dijo riendo. Mauri, ¿puedo hacerte una pregunta?, dijo. Cuál, respondí. ¿Me prometes que no le dirás nada a Adriana? Te lo prometo. ¿Estás enamorado de Ernestina?, me preguntó. Me quedé en silencio. Las mejillas empezaron a arderme y los pies me tembla- ban. Cuando miré afuera, me pareció advertir que Tacho Limón y Adriana no me quitaban la mirada por un solo segundo. Sí, estoy enamorado de ella, respondí pegándome a uno de los vidrios de la cabina.. ¿Sabes una cosa?, solo el amor sostiene el mundo; el día que ya no podamos amar, el mundo se quebrará y nosotros ya no sabremos dónde cobijarnos. Gracias por tu confi anza, me dijo. ¿Puedo pedirte un favor?, le dije. Cuál. No se lo cuentes a nadie, quiero que sea un secreto, le dije. Está bien, te prometo que nadie sabrá de eso, aseguró él y yo me sentí más tranquilo. Me gusta conversar contigo, me dijo. A mí también, le respondí. Cuando hablo contigo se me va la migraña. ¿Ya no te duele la ca- beza? Me duele muy poco. Volverás a encontrarte con Xavi. Espero que sí, dijo. Cuando lo veas dile que lo recuerdo siempre. Se lo diré. Chau papá. Chau hijo. Te mando un beso, le dije. Y yo a tí otro, me respondió. Enseguida te hablará Adriana. Está bien. Apenas salí de la cabina, Adriana se aproximó rápidamente. Tienes que cuidar que Tacho Limón no escuche nada de lo que yo le diga a papá, me pidió ella. Está bien, le dije y me quedé parado en la puerta. Mientras la esperaba pensaba en el vuelo del Murcié- lago Barba de Pétalo. Nueva literatura infantil y juvenil (1980 - 1999) 199

COTIDIANIDADES UN LIBRO SOBRE MURCIÉLAGOS POR RAMONROY Camilo Aldriazábal, el investigador de los gustos frugívoros, con esa gentileza que es propia de los espíritus amistosos, me hizo llegar un ejemplar autografi ado de un magnífi co libro del cual es editor y que lleva por título El fascinante mundo de los murciélagos. Debo confesar que, bibliómano como soy, el solo hecho de tener entre mis manos esa singular publicación me produjo una emoción tan grande que, cuando abrí sus páginas, me quedé durante varios minutos disfrutando de esa incomparable sensación que deja el papel impreso. Es necesario destacar que se trata de un trabajo fundamental- mente colectivo ya que, como explica el propio Camilo Aldriazábal en el prólogo, si bien él es autor de varios de los trabajos inéditos que se presentan en el libro, también se presentan otros que fueron elaborados por otros destacados investigadores e investigadoras que, como él, han hecho del estudio de los quirópteros toda una vocación por desarrollar el conocimiento de la biología. En los distintos capítulos que contiene el libro se hace referencia a los aspectos generales de la ecología y biología de los murciélagos a fi n de introducir al lector en el sorprendente mundo de estos quirópteros. De manera muy clara y comprensible, se presenta una vasta información sobre el origen y desarrollo de los murciélagos a lo largo de los siglos y se describe sus singularidades anatómicas y biológicas. Además se da referencias sobre los mitos, leyendas y versiones que se han producido en torno a su fi gura. Consecuentes con la orientación educativa del libro, sin caer en un anquilosado didactismo, se explica acerca de las distintas iniciativas que se han desarrollado para impulsar campañas educativas que pretenden generar conciencia ecológica entre los lectores, a fi n de precautelar el cuidado y la conservación de los murciélagos. Merece especial atención la presentación de las distintas familias en las que se agrupan los murciélagos, así como también la caracte- rización de las especies que corresponden a cada una de ellas. Cada una de estas especies es presentada de manera detallada tomando en cuenta sus particularidades anatómicas, su dieta alimentaria, el modo de reproducción y su demografía. Referencia específi ca merece la fascinante compilación de foto- grafías de los diferentes tipos de murciélagos. En este aspecto es importante relevar el hecho de que las tomas son el resultado del seguimiento fotográfi co que hicieron varios investigadores a fi n de dar evidencia objetiva de la imagen de estos noctámbulos inquietos. Cada una de estas fotos no solamente tiene la virtud de mostrar los aspectos más notorios de la anatomía de los murciélagos, sino también destacar su sorprendente, maravillosa y natural fi sonomía. 200 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

Es un acierto editorial porque no se percibe la simple intención ilustradora sino que se advierte la pericia fotográfi ca para resaltar, digámoslo así, la natural belleza de estos animales fantásticos. Por otra parte, resulta importante (considero que emocionante también) saber que en el libro se presenta importante información acerca del redescubrimiento de algunas especies de las cuales no se tenía información desde hace mucho tiempo atrás. Tal el caso del Murciélago Nariz de Lanza de Thomas, un espécimen que después de varias décadas y después de un seguimiento cuidadoso, última- mente fue localizado en una escondida cueva en San Matías, en la parte oriental del país. Su nombre científi co es Lonchorhina aurita. El haber encontrado nuevamente al Murciélago Nariz de Lanza de Thomas, como es también conocido, no fue casualidad sino el re- sultado de más de un año de arduos trabajos de investigación por parte de los investigadores. Seguramente será una inolvidable oportunidad para escuchar a los autores referirse a la maravillosa experiencia que supone presentar un libro en el que se da una fehaciente información que demandó mucho tiempo y esfuerzo. Se me ocurre pensar que en tanto se desarrolle el acto, emergien- do de las sombras más profundas, se harán presentes en la oscura biósfera, el singular Murciélago de Garganta Amarilla, el Rayado de Nariz Peluda, el Murciélago de Rostro Pálido, el de Labio Verrugoso, el Murciélago de Lengua Larga Común, el de Cola Corta Sedosa, el Peludo de Hombros Amarillos, el Murciélago Frutero Enano, el Cara de Perro Canela, el Cara de Perro Menor, el Zorro Volador, el Murciélago de Nariz Amplia de Ipanema, el Bigotón de Wagner, el Murciélago Peludo de Ojos Grandes, el de los Sacos Alares Castaño, el Murciélago Negro de Líneas Blancas, el Pescador Mayor, el de Nariz Ancha de Listas Tenues, el Grande de Espalda desnuda, el Rubiginoso Mayor, el Murciélago Lanudo Orejón, El Pigmeo de Orejas Redondas, el Mur- ciélago de Bonete de Sanborn, el Rinolofo, el Orejirroto, el Grande de Herradura, el Murciélago Barba de Pétalo, todos ellos formando un torbellino inquieto que se mueve rápidamente entre las sombras con la intención de ampliar los límites de la noche. He asistido a muchas presentaciones, pero estoy seguro que ésta será una ocasión inolvidable. Este libro contribuirá a conocer a este noctámbulo volador que ayuda a conservar la naturaleza y, de ese modo, se podrá defenderlo de mejor manera ante quienes todavía lo desprestigian y lo condenan a un cautiverio reforzado por el prejuicio y la ignorancia. Bienvenido sea este libro al mundo del conocimiento y que su presencia sea pródiga para bien de la subsistencia del hombre en este mundo. La presentación del libro se llevará a cabo en el salón principal del Espacio para las Artes y Ciencias de nuestra ciudad. Será a las 19:30. Gaby Vallejo Canedo23

Detrás de los sueños (1986) Wara y el sudor del sol

Wara tenía los ojos fijos en una piedra dorada que relucía entre las aguas de la orilla. El Lago Sagrado estaba tan azul y transparente que la piedra parecía estar muy cerca, al alcance de su mano. Pero cuando su pequeña mano rompió el cristal y penetró en el agua helada, Wara comprendió que se había engañado. La piedra estaba lejos todavía. Entonces una morena sonrisa floreció en su cara. Se quedó agitando el agua con su mano. Miles de espejitos de agua formaban ruedas de brillos y se volvían a formar. Un agradable ca- lorcillo entibiaba su espalda. Miró hacia el Sol, estaba alto todavía y sus ovejas comían tranquilas en los pastizales de la orilla. De pronto sintió que se resbalaba de la orilla y se hundía entre las aguas. Siguió sumergiéndose sin poder detenerse. Y con sorpresa comprendió que nadaba como un pez. No se ahogaba. El transparente azul-verdoso de las aguas le ofrecía miles de caminos a seguir. Los peces y las verdes ranas no se asustaban al encontrarla allí. Más bien, parecían indicarle por dónde tenía que ir, formando uno tras otro, una hilera, como guía. Y por allí se deslizó su pequeño cuerpo. Era como estar en un laberinto y como en un juego, ya bajaba, ya subía. A la izquierda, una gran vuelta; a la derecha, una picada. Hasta que… al fondo del Lago Sagrado, muy al fondo, vio al hombre. Estaba sentado sobre un pequeño promontorio. Era viejo, moreno, con blancos pelos en la cabeza. Su cuerpo estaba cubierto de un manto de algas. Tenía mirada triste. —Por fi n alguien llega –dijo el hombre en aymara. —Entonces Wara, que comprendió las palabras, se quedó sorprendida, sin saber qué contestar. —He esperado siglos que alguien viniera. Yo soy el guardián de los tesoros del Inca Atahuallpa y de lo que mandó a recoger del

23 Cochabamba (1941). Ver biografía en p. 485.

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Imperio Incaico. A mí me destinó el monarca para huir con los ornamentos de los templos y los vasos de oro que codiciaban los conquistadores. Soy Kjana-Chuima, el yatiri de la “Leyenda de la coca”. Cuando los vi llegar con sus cuerpos cubiertos de fi erros y sus monstruos de cuatro patas, cargué el tesoro hasta la balsa y avancé hacia el centro del Lago Sagrado y vine, hasta allá arriba. Mira, es el centro mismo del Titicaca –dijo esto señalando a lo alto. Wara solo veía toneladas de agua verde sobre ella, pero enten- dió, aún así como estaba. El yatiri continuó: —Y derramé los adornos de las paredes del Templo del Sol, los vasos de oro del Inca, todo nuestro esplendor sagrado que ellos buscaban para convertirlo en dinero, en poder. Todo lo arrojé. Todo. Y está aquí. ¿Quieres verlo? Más fascinada aún Wara dijo que sí. —No en vano he esperado tantos siglos –señaló hacia arriba y se incorporó. Parecía ser dueño de las aguas y los peces. A un gesto de él, los peces limpiaron con sus colas el promontorio cubierto de algas y barro sobre el que antes estaba sentado Kjana- Chuima y aparecieron esplendorosos los brazaletes de las Ñustas del Sol, las varias caras talladas del Inti y de Killa en oro y plata. —No sé quién merecerá recogerlo. Si un hombre, una mujer o un pueblo –dijo el yatiri. —¿No podré llevarlo yo? –preguntó Wara. —Sé que no. Aunque eres la única persona que me ha visitado, sé que no eres tú. —¿Por qué? —Porque habrán más signos todavía. Las aguas se alborotarán o se teñirán de sangre, o los peces me dirán en su lenguaje o el espíritu de Atahuallpa bajará hasta el laberinto de agua en que está su tesoro. —¿Yatiri, puedes regalarme un pequeño prendedor del Inca? El yatiri pareció sonreír y dijo –este es el sudor del Sol, una pequeña gota solidifi cada en donde aparece su rostro. Cuélgalo en tu frente para que brillen más tus ojos negros. —Gracias yatiri Kjana… Kjana… —¿Es difícil pronunciar mi nombre? Nueva literatura infantil y juvenil (1980 - 1999) 203

“El yatiri pareció sonreír y dijo: –este es el sudor del Sol, una pequeña gota solidifi cada en donde aparece su rostro. Cuélgalo en tu frente para que brillen más tus ojos negros…”. Ilustración a témpera de Paola Guardia. 204 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

—Ya no quieren los niños de mi pueblo hablar la lengua de sus padres. —Lo sé, pero te voy a decir un signo para conocer al destinado, hombre, mujer o pueblo que recogerá este tesoro. Esa persona estará orgullosa de su idioma y de su raza. Así será… ¡Y ahora vete ya! —¡No por favor! Esto es maravilloso. Quiero quedarme un tiempo más. ¡Nunca volveré a este lugar! ¡Tampoco te veré más! —¡Vete! Ya va a caer el sol y la noche aquí es profunda, terrible. Los peces volvieron a formar una hilera con sus cuerpos hacia arriba, a la derecha. Wara sintió como si la aspiraran. Una extraña fuerza la hacía navegar entre las aguas hacia afuera. De pronto, estaba allí en la orilla del Lago Sagrado, con su mano entre las aguas heladas, mirando la piedra amarilla, fi jamente. Se estremeció. Tuvo miedo de lo que había… o no había pasado. El sol se retiraba de la tierra con sus últimos fuegos. Wara tenía agitado el corazón. Un hermoso sueño le había perturbado. Pero al ir a tocarse la frente, sus dedos tropezaron con una gota de Sol hecha de oro colgando desde sus cabellos. La desprendió. Temblaba. Era el mismo rostro del Sol que Kjana-Chuima le había dado en el fondo del Lago Sagrado y de sus sueños. Gigia Talarico24

Comiendo estrellas (1987) Comiendo estrellas

A veces, en las noches, Esteban y Olivia miran juntos el cielo an- tes de irse a dormir. Ese manto de estrellas lejanas e intocables. Cuando hay un buen tiempo y las estrellas brillan mucho, Esteban se imagina navegando en ese mar brillante. Tiene un globo trans- parente como nave, y desde allí contempla el firmamento. Varias veces le comentó a Olivia que sentía no poder tomar una estrella con la mano, sacarle un pedacito, y metérselo en la boca como si fuese chocolate. Una vez, Olivia le respondió que para comerlas, solo se necesitaban alcanzarlas con las manos y ponérselas en la boca. Según Esteban, Olivia es muy chica y hay que explicarle todo. Eso fue lo que le comentó al gato Lucero, quien no pareció nada de acuerdo con él, tal como se lo demostró, negándole con la cabeza mientras se rascaba el bigote. Hace unos días, Olivia estaba sentada cerca de la verja con los codos apoyados en las rodillas y el gato sentado en sus pies. Esteban se acordó y le preguntó: —¿Qué estás haciendo Olivia? Ella siguió mirando en la misma dirección y respondió: —Estoy comiendo estrellas. El día anterior había pasado exactamente lo mismo, y Esteban había tratado de explicarle que las estrellas no se comen en la rea- lidad, que solo en sueños, pero ella ni siquiera le había escuchado. Durante dos días la observó; apenas el sol empezaba a esconderse, Olivia se sentaba en el mismo lugar seguida de Lucero su gato. El, discretamente y a distancia, seguia sus movimientos, Olivia tenía la absoluta complicidad de Lucero. Esto lo intrigaba y le daba un malestar extraño. Lucero, de costumbre, repartía muy bien su compañía con él y con su hermana, pero esta vez las cosas estaban demasiado oscuras.

24 Santiago, Chile (1953). Ver biografía en p. 486.

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Al tercer día, estaba muy preocupado. Ahora sí estaba conven- cido de que su hermana realmente comía estrellas, y le preguntó a su mamá si no podía darle un empacho. La mamá lo miró, primero con sorpresa y después sonriendo, le dijo que no se preocupara. Esteban sintió que su mamá le respondía como cuando le habla- ba a Lucero, risueña y amable, pero sin darle importancia. Decidió no insistir, tal como hacía el gato. No entendió su madre que cuatro días comiendo estrellas podría ser algo importante, ¿acaso peligro- so? Secretamente, tenía unas ganas enormes de participar con su hermana del banquete. Decidió sentarse junto a ella a esperar que algo pasara y así lo hizo.Vio pasar un camión, varios autos, un vendedor de escobas, uno de empanadas, algunas personas adultas y muchos niños. También pasaron dos vacas, cinco caballos en tropa, por lo me- nos tres lagartijas, varios perros y todos los gatos del barrio. Lucero no movía ni la cola, seguía ahí, tirado. También pasó un carretón vendiendo plátanos. El carretón avanzaba despacio, haciendo un ruido especial con las ruedas. Esteban olvidó a su hermana, subió al carretón y, tirado encima de los plátanos que quedaban, empezó a disfrutar del viaje. La noche caía, y los bueyes, que tenían un color platinado bajo la luna, avanzaban lentos en el estrecho camino. Los árboles ofrecían extrañas sombras dibujando formas increíbles. Esteban estaba asombrado en esa fi esta de quietud ruidosa y solitaria; solo un puercoespín lo miraba callado y cómplice, y una niña con traje verde, que cruzó el camino, le tiró una fl or. Se alejó dejando luce- sitas verdes esparcidas, Esteban hubiera querido tomarlas con la mano pero eran luciérnagas que se alejaban fugaces. Una de ellas se le posó en el pecho. Tres luciérnagas siguieron su camino. El sombrero del carretero brillaba aún más cuando decía “soh-soh” a los bueyes. Las ruedas se hundían en la arena y Esteban pensó: “Ahora vamos a cruzar el río”. El escuchaba satisfecho el chirriar de las ruedas, el torrente del agua, y tenía ganas de cantar, el co- razón le latía con fuerza, pensaba en su hermana, en Lucero, en la cabellera tejida de luciérnagas. La tibieza de la noche lo hacía feliz y las estrellas se le ofrecían generosas y cerca, bastaba con levantar la mano… De pronto, escuchó la voz de Olivia que le decía: —Ya está oscuro, tenemos que entrar. ¿En qué piensas? Nueva literatura infantil y juvenil (1980 - 1999) 207

“Una niña con traje verde, que cruzó el camino, le tiró una fl or. Se alejó dejando lucesitas verdes esparcidas, Esteban hubiera querido tomarlas con la mano pero eran luciérnagas que se alejaban fugaces…”. Ilustración a témpera de Paola Guardia. 208 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

Esteban se sobresaltó. Seguía sentado al lado de su hermana y Lucero, y de la llave de agua caían gotitas. Esteban respondió, mirando la luciérnaga pegada a su pecho y la fl or que sostenía en la mano: —Hermanita... ¡¡Qué lindo es comer estrellas!! Olivia sonrió y Lucero se rascó los bigotes satisfecho. Nueva literatura infantil y juvenil (1980 - 1999) 209

Los tres deseos (1993) La flauta

David descubrió la trompeta desde su cama. ¿Qué podría ser? –se preguntó–. La lluvia caía torrencialmente golpeando sobre techos y baldosas; eso lo había despertado. Pero cosa extraña, a sus oídos también llegaba una melodía discorde mezclada con el ruido de la lluvia. Se levantó de la cama y abrió la ventana para escuchar mejor. Sonaban la lluvia, los truenos y ese ruido, que quizás era música, ¿de dónde podría venir? Tenía ganas de salir corriendo a jugar, pero, ¿qué pasaría si se enteraba su mamá? Ella siempre dice que puede resfriarse, que le puede dar neumonía, que se puede caer del árbol, que se puede quebrar algo y que patatín y que patatán. Llovía tanto, que el agua alcanzaba el marco de la ventana y le mojaba los codos. Estiró los brazos para mojarlos a gusto. Así se quedó, con los brazos extendidos, pensando en lo bonito que sería salir a jugar con Andrea. ¡Tiene unos ojos tan lindos...! ¿Por qué le gustará tanto tocar la fl auta? ¿Por qué siempre la lleva en la mano...? Ese ruido entremezclado con la lluvia... ¿No parecía el de su fl auta…? Todo esto le pasaba por la cabeza cuando... ¡zas...! Un fuerte pinchazo en una mano lo sacó de sus pensamientos y rápidamente la retiró de la ventana. Entonces vio que en ella, tenía clavada una nota musical. Llovía con menos intensidad y David miraba emocionado. Con cuidado se sacó la nota y la apretó en la mano. Tenía que descubrir de dónde había caído. Si se la quedaba, ¿no rompería acaso alguna melodía? ¿Si se lo contaba a su profesor de música, le diría que lo estaba inventando...? Podría llevarle la nota como prueba... No, lo mejor era salir por la ventana y buscar a su dueño. Así lo hizo. El gato, desde el marco, parecía dudoso de acompañarlo. David saltó, dio la vuelta al jardín y por la parte más baja subió al techo mientras el perro le movía la cola. Todo el techo estaba regado de notas musicales que brillaban en la oscuridad sobre las tejas húmedas. David caminaba despacio, estaba resbaloso y no quería pisar las notas ni romper las tejas. ¿De dónde vendrían tantas? –pensó– ¿Y por qué? 210 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

De pronto, en el techo de al lado vio a alguien tratando de trepar por la chimenea. Se notaba que le costaba mucho esfuerzo, pasó al otro techo y se dio cuenta que era una niña en camisa de dormir; se tropezó con un piano minúsculo y con un inmenso ratón blanco. Ya no llovía y el gato avanzaba detrás de él; estaba asustado, solo escuchaba el pum pum de su corazón como un tambor. ¡Pero si aquella niña era Andrea! Ahora, unida al miedo, tenía esa gran ansiedad que le producía estar cerca de ella. —¿Qué estás haciendo? –le preguntó. —Tratando de recuperar mi fl auta –respondió Andrea–. Un trueno la recogió de mi mesa de noche y no para de esparcir las notas; la cosa es que no sé cómo alcanzarla. De aquí a unas horas, la casa estará hundida en una inmensa montaña de notas y lo que es peor, me quitarán mi fl auta. —No te preocupes –dijo David tratando de disimular su propio temor–, te ayudaré y entre los dos la alcanzaremos. El viento, ahora que ya no llovía, silbaba frío, y el trueno bur- lesco dio un fuerte rugido. Al gato se le paró la cola, David temblaba y sentía sus pies resbalarse en las tejas, pero estaba decidido. ¿Cómo podría Andrea pasar las tardes sin su flauta? Tratando de no pensar en el inmenso ratón en el techo, en los ojos redondos de Andrea, ni en lo resbaloso del suelo, sugirió con coraje... —Súbete a mis espaldas y la recoges. —Ya probé con el piano y no alcanzo, –dijo Andrea casi gi- miendo–. ¿Tú crees que podrías sostenerme en tus hombros? David no sabía si podría resistir el peso de Andrea. ¡Debía tener dos kilos solo de cabellos crespos! Aun así, dijo que sí. Se- guramente ella estaba tan asustada como él –pensaba–, pero no se le notaba. Los dos trabajaban silenciosamente. El gato se lamía la pata sobre el piano y el ratón blanco lo miraba con curiosidad, a David le sonaban los dientes. Cuando Andrea alcanzó la fl auta, el trueno rugió cariñoso, pero David casi se cae. —No te preocupes –dijo ella–, parece que él está mas bien contento. Bajó con cuidado. Tan feliz, se sentía Andrea, que casi saltaba. —Ten cuidado Andrea, que te puedes caer al suelo –dijo y to- mando aire serio, siguió: –Me gustaría que me digas qué haces tú, en la noche, con un piano de juguete, un ratón de peluche y una fl auta, subida en el techo. Nueva literatura infantil y juvenil (1980 - 1999) 211

“Yo vine porque escuché la fl auta, y ahora me dices que te la robó el trueno... después de todo, que más da, seguramente es verdad… con todas esas notas regadas por el techo...”. Ilustración a témpera de Paola Guardia. 212 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

—Pues ya vez; lo mismo que tú –le respondió burlona An- drea. —Yo vine porque escuché la fl auta, y ahora me dices que te la robó el trueno... después de todo, que más da, seguramente es verdad… con todas esas notas regadas por el techo... —Gracias por tu ayuda David. Ahora será mejor que vuelvas rápidamente a tu cama, está por amanecer, no vaya a ser que te despiertes. Dicen que despertar de los sueños sobre los tejados puede quebrarlos. Manuel Vargas25

Cuentos tristes (1987) Jacinta (Cuento juvenil)

En los últimos tiempos casi nadie las había visto salir. Jacinta consu- mía sus años entre la cocina y la oscura habitación donde descansa- ba su madre. Muchos las criticaban por haberse encerrado y alejado como si ya no fueran del pueblo. Pero más hablaban de la joven, tan callada, tan hermosa, la hembra que no sería para nadie. Una tarde lluviosa, un vaquero llegó a Tierras Amarillas en busca de trabajo y fue a parar a la tranca de esa casa que parecía abandonada. Llamó una y otra vez, cuando estaba por retirarse vio que al fi n alguien abría la puerta, sin animarse a salir al corredor. Sujetando las riendas de su caballo, siguió llamando. La mujer es- piaba al hombre de poncho rojo y alforja, pareció volver la cabeza como si consultara en la oscuridad, miró otra vez al hombre y le hizo señas para que esperara. La puerta se abrió al fi n cuando dejó de llover; el vaquero entró al patio y una voz cantarina dijo: —¿Por qué no entraba si tanto lo estaba llamando? —Disculpe usté, señorita –repuso él como si le hubieran dado un golpe en la cara–. La tormenta no me dejó escuchar. Yo pensé que antes usté le preguntaba a su mamita... La joven contuvo un respingo y dijo: —Sí, claro. Mi mami dijo que lo haga pasar. —¿Podría hablar con ella? Me llamo Ovidio Luna y ando bus- cando trabajo. La joven respondió con una sonrisa. El vaquero sintió el barro en sus pies, afl ojando la cincha del caballo siguió: —Digo, si tal vez les interesara un peón pa que siembre o desyerbe las chacras. La tierra está en su punto. —Mi mami está pues medio delicada –dijo ella–. Tal vez si

25 Vallegrande (1952). Ver biografía en p. 486.

[213] 214 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

pudiera volver otro día... —Cómo no, pero de repente... ¿por qué no le pregunta? Ella iba a negarse, de pronto se oyó un trueno y volvió la lluvia con más fuerza, Ovidio se sujetó el sombrero y el caballo retroce- dió hasta chocar con el horcón. Jacinta gritó y cayó sentada sobre el maíz del troje en la esquina del corredor. Ovidio se acercó para ayudarla a levantarse. Los ojos asustados miraban hacia la puerta. ¿Venía la madre? No, la puerta seguía quieta. —Allá, allá –dijo al fi n la joven–, su caballo en las fl ores; ahora sí mi mami me da una cuera... Ovidio salió al patio, tropezó con una piedra y se agarró del palo de la tranca. Agua y sombras grises, tocó un cuerpo peludo y recibió una patada en la rodilla, al caer al barro tuvo la suerte de apoyar la mano en el extremo de las riendas y condujo al caballo hacia el corredor, en cuyo horcón lo amarró. Se sacó el sombrero y el poncho y los colgó en un listón del techo. Entretanto Jacinta había desaparecido; el vaquero se limpió la cara y se sentó en el banco de adobes. A la tormenta siguió el surazo, cuyo viento parecía atacar solamente la rodilla de Ovidio. Se arremangó los pantalones y los exprimió como pudo. Se levantó; necesitaba lumbre y el calor de unas brasas. Tendré que llamarlas, tendré que tocar la puerta. ¡Ay, mi rodilla! Ningún sonido venía de la puerta entornada. Volvió a sentarse sobre los adobes, mirando los árboles del callejón y la fal- da del cerro. En el patio el caballo temblaba, con la montura y los sobrepelos chorreando. Bueno, ya es hora de que aparezcan. Al intentar levantarse sintió una punzada en su rodilla. ¡Caballo bruto! Apoyándose con las manos fue recorriendo en el asiento hasta la puerta. Ya iba a golpear cuando escuchó a las dos mujeres, como si hablaran dentro de su boca. ¿Qué decían? ¿Saldrá la vieja al fi n? “Ya”, “ya”, la voz dulce de Jacinta cerca de la puerta. Si no aparece la vieja, mejor. Escuchó pasos y la vio de pie en el umbral, sonriendo, con las manos juntas a la altura de su pecho. —Me estoy helando –sonrió Ovidio–, ¿habrá fuego en la cocina? Ella sin decir nada se alejó hasta el otro extremo del corredor, apartando unos cueros y correas que no dejaban ver el fogón. Se sentó en la penumbra, renació el humo. El vaquero se acercó aga- Nueva literatura infantil y juvenil (1980 - 1999) 215

chándose y se sintió algo más tranquilo. —¿Y qué dice su mami? –preguntó mirándola. —¿Mi mami? –colocó un tarro con agua sobre el fuego–. No, dice que no. —Bueno, no importa; mañana sigo viaje. Jacinta pareció haber reprimido una palabra, siguió atizando el fuego. Alistó vira-vira y azúcar en un jarro y esperó a que hirviera el agua. Entonces llenó el jarro y se lo llevó a su madre. El dolor de la rodilla era más soportable. Acercó los pies al fuego hasta que los pantalones comenzaron a quemarle. Quiso ver la herida. No había sangre, la rodilla parecía una pelota brillante. Jacinta volvió. —Parece que no me voy a poder ir –dijo él mostrándole la rodilla–. Si no es molestia, ¿podría hacérmelo una salmuera? La noche había llegado sin hacerse notar. Ella atizaba el fuego y se quedaba mirando las brasas. —¿No se enojará su madre si yo me quedo? –dijo él. Ella le alcanzó el jarro con salmuera y comenzó a curarse–. Podría pasar la noche junto a esta cocina. Solo que, los sobrepelos de mi caballo no van a servir pa taparme... ¿Qué diría su madre si ... ? —Ya debe estar durmiendo –le cortó Jacinta. Se levantó y dejó otra vez solo a Ovidio. Él siguió curándose. El patio se volvió un negro muro. Solo escuchaba el crepitar de las brasas, los pasos adentro, una tos. —¿Ya se durmió? –preguntó Ovidio cuando ella volvió a sentar- se junto al fogón. Ella no respondió, o tal vez dijo “sí” al suspirar–. Que bien se está aquí –siguió él–. Yo le agradezco por todo, espero que no sea ninguna molestia. —¿Y no tiene hambre? –volvió a levantarse ella–. Cocinaremos algo. Cuando ya se servían el caldo con papas y fi deo ella dijo: —De harto tiempo estoy comiendo un plato así. ¿Sabe?, mi mami es pues medio aburrida; rara vez duerme a estas horas. Ten- go que pasarme las noches cuidándola. De día es peor, cuando ya me estoy cayendo de sueño ella me llama por cualquier zoncera, y camino y hago las cosas entre sueños. Nunca descanso. —¿Pero, ella siempre está enferma? 216 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

—¿Enferma? Ella está pero pues grave –se puso a sorber rui- dosamente del plato asentado sobre sus rodillas. ¿Qué habrá querido decir?, pensó Ovidio. ¿Que su madre está loca?, ¿o será una opa? Pobre Jacinta, y comenzó a quererla. —Le aumentaré –dijo ella, él le alcanzó el plato vacío–. Hace hartillos años tuvo una enfermedad –dijo–. Desde entonces me tiene… Si ella pudiera, hasta me amarraría con cadenas –dio un largo suspiro y se acabó la tranquilidad. —¿Y su papá? —Ni lo conocí. Dizque era comerciante, arriero, hacía largos viajes. Yo tenía también dos hermanos, murieron ahogados al querer cruzar el Río Grande. Entonces mi papá se fue a la guerra y no volvió. —Y su mami se quedó solita con usté. —Así es, pero desde su enfermedad, ya no hay descanso pa mí. Quiere que esté todo el tiempo a su lado. Ovidio notó que lloraba y temió hablar o moverse. Los minutos pasaban sin apuro. Se acercó a ella para avivar las brasas. Tal vez ya sería medianoche, quién sabe si se acercaba el amanecer, tan rápido se van los momentos felices. —Jacinta –dijo poniéndose derecho–, quién iba a pensar que... Jacintita... Yo… Yo me casara con usté. —¿Casarse? –gritó ella–, y luego, como si recordara a su madre y temiera despertarla, dijo a media voz–: Usté está loco. Mi mami no quiere. Mire el patio, ya va a ser de día y usté ni siquiera me ha dejado dormir –ladeó el cuerpo cubriéndose con su manta y apoyó la cabeza en la pared. Ovidio hizo que se acomodara entre los adobes y la ceniza. Ande habré venido a parar, pensó, descubriendo la tenue si- lueta de las montañas. No era el amanecer, sino la luna en el cielo despejado. Volvió al dulce sueño de Jacinta. A ratos parecía una niña… ¿Qué vida llevaría, encerrada con una vieja loca? ¿Cuántas veces la pegaría, qué costumbres le enseñaría? Toda una vida de luto, como encerradas en un cajón, como muertas. Pero esta noche ha llorado delante de mí. Cuando amanezca me enfrentaré a la loca, a la enferma o lo que sea, y me iré con su hija. El temblor del cuerpo dormido le sobresaltó. Jacinta siguió agitándose y gimiendo en sueños. ¿Soñaba con su madre? ¡La está llamando!, se ha escuchado una voz adentro. ¿La despierto? No, se vuelve a tranquilizar. Que descanse. Nueva literatura infantil y juvenil (1980 - 1999) 217

El caballo comenzó a sacudirse, había entrado al corredor. Ovidio sintió un escalofrío, las brasas agonizaban, no valía la pena avivarlas, se acercaba el día. “Jacinta”, “hija”. Ahora sí, esa es la voz demente. ¿Cómo está mi rodilla? Se levantó despacio, ¡podía estirar ambas piernas! Jacinta se agitaba, despertó, sentándose de inmediato. —Creo que la llaman –Ovidio se inclinó hacia ella–; si quiere vamos juntos. Sin responder se levantó y fue hacia la puerta sacudiéndose el luto sucio de ceniza. Los objetos del patio se coloreaban, el tiempo prometía un día de sol. Con energía, casi ya sin renguear, Ovidio se acercó a la puerta y entró a ese ambiente donde aún no había llegado el día. Sintió un olor a comida descompuesta, no podía distinguir nada con la vista. Al escuchar una respiración agitada, se animó a decir: —Señora, buenos días. Le respondieron con monosílabos, luego una leve risa seca y, al fi nal, como si la voz resonara en su cabeza, escuchó: —¿Qué quiere? —Yo he venido ayer, señora, a proponerle un trato –sintió a su lado la presencia de Jacinta, se sentó junto a ella y siguió hablando a la oscuridad–: Anoche hemos conversado con su hija... —¿Y quién es usté? —Me llamo Ovidio Luna, vaquero de Salsipuedes. Últimamente andé por estos lados de Mataral, y estaba de vuelta a mis pagos... El cuerpo del lado se contraía y temblaba, distinguió el rostro. Volvió la vista a la esquina donde se suponía estaba la cama, pudo apreciar una forma alargada, como si la enferma estuviera recos- tada en un cajón. A duras penas se acercaba la claridad. No estaba loca sino enferma y postrada, quién sabe si a punto de morir. —Señora, yo quiero casarme con su hija. Jacinta saltó hacia la puerta, abriéndola de par en par. —¡No! ¡No! –dijo acezando. Los gritos parecían golpear el ya débil entendimiento de Ovidio. Volvió la vista al rincón y los ojos se le nublaron al tiempo que, desde el cuero cabelludo, bañándole la frente y las sienes, bajó un frío de piedra hasta cubrir todo su cuerpo. Primero como a través de una niebla y luego con la limpidez de los primeros rayos del sol, vio que Jacinta metía los pies en el 218 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

ataúd, se acurrucó empujando los huesos cubiertos de trapos y acercó las manos infantiles a la mata de cabellos que cubría a me- dias el cráneo. Luego de un momento, la loca estaba plácidamente dormida junto a los viejos restos de su madre. Nueva literatura infantil y juvenil (1980 - 1999) 219

“Volvió la vista a la esquina donde se suponía estaba la cama, pudo apreciar una forma alargada, como si la enferma estuviera recostada en un cajón…”.

Ilustración a témpera de Paola Guardia. 220 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

Los descubrimientos de Domingo Segundo (1998) (Novela juvenil)

Laguna Seca

Laguna Seca es un pequeño rancherío donde no hay lagunas secas ni mojadas. Pero sí tiene su río, su cerro, su pampa, su sol, sus huertas. En ese tibio revoltijo, nació y creció Domingo Segundo. Al principio, cuando estaba en el vientre de su madre, ya daba qué hablar a sus padres. Y su hermana Enriqueta estaba loca por conocerlo. De pronto, la semilla se desprendió de su vaina y... el niño nació. Ni bien se enteró de la novedad, se puso a llorar. Y como vieron que tenía huevos y pajarito, le pusieron nombre de varón: Domingo Segundo, como su padre.

* * * Mírenlo, ya de año: no es más que un bicho oscuro y lloroso, gateando encima de la cuja... Los ponchos ásperos tienen siete colores, visibles en la penumbra. Se acerca a la orilla y ¡pum!, al suelo. No importa caerse, la cosa es saber levantarse. ¿Pero por qué está todo oscuro? Se vuelve gateando hasta chocar con la pata de la cuja. Viento afuera, se queja la puerta, entra luz y el niño puede mirar su cuerpo: está lleno de manchas rosadas. Quiere asirse del aire y ¡pum!, el suelo se acerca a su frente. Entonces dice: “Leche, leche. Mami, mami”, y sale gateando al patio. Orines, tierra, hojas secas bailando. Logra pararse, pero pronto vuelve a apoyarse en el suelo. Hasta que viene su hermana Enri- queta y lo levanta. Al ver las manchas en el cuerpo de la guagua, dice: —¿Qué tendrá éste? ¿Será el tabardillo? ¿Picau de pulgas? ¿Susto? ¡Vamos, a tu cajón! No, ella no le entiende. Domingo Segundo solo quería tomar leche de la teta de su madre. Escucharla, sentir sus manos. Abajo paja y trapos mojados, arriba las cañahuecas del techo. Quería Nueva literatura infantil y juvenil (1980 - 1999) 221

gatear por el patio, quería ser libre y volar como los patos de la huerta... Vuelve su hermana y le dice: —Nos vamos pal pueblo, nos vamos pal pueblo —¡Puebo! ¡Puebo! –repite él mientras ella lo levanta y lo en- vuelve en su manta. Enriqueta lanza una carcajada; esta vez parece que le entendió. —Sí, vamos a encontrarla. De manera que su madre ha ido al pueblo. Olor de hojas secas, viento en los árboles y ella no aparece. “Chucho, mami”. —Ya, ya, por allá viene, ya, ya –le consuela su hermana. Pero no era su madre sino una prima con guagua chiquita. —Yo tengo harta leche, ¿le doy? —Qué va a querer. —A ver ma prestámelo. Domingo Segundo siente otros brazos y otro olor, se abalanza a las tetas y toma leche con risas, hasta quedar dormido.

* * * Muchas veces se quedaba solo. En la cama, en el corredor, en el patio. Un día, como borracho avanzaba sin saber adónde, miraba a todos lados y no veía pies ni piernas. Ya estaba por llorar, se volvió, tomó otra dirección, ¿quién lo llamaba?, ya no podía más, ¿adónde ir?, estaba por caer... Entonces vio, olió a pocos pasos, las rodillas de su papá. Llegó a sus brazos y saltaron dos lágrimas como chispas de luz. Cubierto por el saco que él levantó a manera de cueva, movía la cabeza y refregaba su rostro en el chaleco. —¿Nos vamos? –preguntaba el padre. —¡Nos vamos! —¿A caballo? —¡A caballo! Y se levantaba y lo colocaba a horcajadas en una de sus rodillas. Adiós frío, adiós silencio, adiós penas.

* * * —Mami, ¿dónde estoy? ¿Quién soy yo, mami?, ¿cómo me lla- mo? —Domingo Segundo. —¿Y mi hermana cómo se llama? —Enriqueta. 222 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

—¿Y usté, mami? —Marina. —¿Y mi papá? —Domingo Segundo. —¿Y aquí, cómo se llama, mami? —La casa, aquí es la casa. —¿Todo esto es la casa? ¿Y dónde está la casa? —Junto a la chacra, junto al corral, al lau del callejón. —¿Y dónde está el callejón? —En Laguna Seca. Aquí es Laguna Seca. —¿Por qué? Doña Marina suspiraba. —¿Y yo, dónde estoy yo, mami? —Aquí. —¿Y mi papá? ¿Y mis otros hermanos, dónde están? —Aquí. Aquí –suspiraba su madre.

El diablo y otros seres

A Domingo Segundo le ocurrían cosas... Como el caso del asientito y el pantalón celeste. Pero antes, fue el caso del diablo. Estaba recostado en su cajón del corredor, cuando un ala oscura le tapó la vista. Su respiración se detuvo, salió el grito y el mundo se volvió rojo. Se acercaron las risas de Enriqueta: —¡El gallo lo ha asustau a la guagua! ¿Quién dejó abierta la puerta de la huerta pa que se entren las gallinas al patio? –y si- guieron las risas. Ella creía que era el gallo, Domingo Segundo sabía que era el diablo escondido en su ala. Y entonces sí, entonces se puso a llorar. Pero había objetos amables, como el asientito. Madera oscura, patas con barro y polvo, liviano y fácil de cargar. ¡Dónde no andaba!, en el corredor, en la sombra de los árboles del patio, en la cocina o en la casa grande. Y hasta en el corral o a la orilla de la chacra. Lo fabricó un tal Segundo Villagómez, padre de la madre del último Domingo Segundo. —¡Andá traeme el asientito! –le decían a cada rato. Estaba junto al batán donde su madre molía el ají colorado. Estaba en el corredor donde su padre arreglaba abarcas o fabricaba sogas con barba de palmera. Nueva literatura infantil y juvenil (1980 - 1999) 223

—Quiero chucho, mami. —¡Andá traeme el asientito! Y caminaba tras ella por el patio, la huerta o la cocina. O por la orilla de la chacra, una mano prendida de su mano y la otra arrastrando el asientito. Porque cuando ella al fi n se sentaba, ah, se acababan los miedos y las desdichas. En cambio, el pantalón celeste... ¡cosa del diablo! Tirado en el suelo, parecía moverse solito con reverbero de víbora. Le recordaba a los fustanes y camisas que usaban las mujeres. ¡Claro! La tela de ese pantalón fue primero un fustán de su madre. Y ella se lo cosió solo por aprovechar una tela. Seguro lo hizo en un rato de pena o de rabia... Si no quería comer, si hacía alguna travesura, si se empacaba, oía a su papá o a sus hermanos: —¡El pantalón celeste! ¡Pónganle! Y gritaba y pataleaba, mientras se lo ponían a la fuerza. Después, a escondidas, se lo sacaba. Creció, y el pantalón, aun- que no del todo viejo, ya le quedaba chuto. Sin embargo, todavía escuchaba: ¡El pantalón celeste!, y temblaba y le daban ganas de llo- rar. Las palabras de burla eran peor castigo que el mismo pantalón. En una de las esquinas de la cocina estaba el batán: una piedra grande y lisa sobre otras chicas cubiertas de barro, ahumadas, hú- medas, sucias de restos de comida. Buscó una que estuviera suelta y la removió, levantó la vista hacia la tranca del corral, luego hacia la puerta de la huerta, nadie... ¡Eso es!, aquí lo meteré pa comida de los ratones. Y acabó la historia del pantalón celeste.

Lindo tiempo, el de las chinas

Cada año, a fines de abril o principios de mayo, salía temprano con su hermana a buscar chinas. Estaban ocultas detrás del corral, en la orilla de los cercos y entre los cimientos de las pircas. Eran blancas y tenían figuras indelebles, cuyos colores más comunes eran el rosado y el cañaverde, a veces el café y el azul. Un azul que en nada se parecía al cielo. Un cañaverde que no era el de la caña. Un rosado tal vez existente en los sueños. El blanco de las chinas tampoco era un blanco cualquiera. Frotándolas o lavándolas, brilla- ban, lisas, a veces planas, o algo curvadas y de diferentes tamaños. Aunque nunca más grandes que las palmas de sus manos ni más chicas que sus dedos. Eran su riqueza. 224 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

Si alguna vez encontraban una demasiado grande, la partían a golpes. Debían tener cuidado al partirlas; los pedazos muy pequeños no valían. En la superfi cie se veían fl ores o fragmentos de fi guras geométricas. Pero el tipo de fi guras no aumentaba el valor. Podían tener cinco, diez, veinte chinas. En su origen, fueron viejos platos de china que se rompieron. ¿Por eso se llamarían “chinas”? Aunque a veces también pasaban por “chinas” fragmentos de vidrios de co- lores –azules o verdes. Las buscaban y juntaban con pasión, durante días, hasta que llegaba la celebración del Calvario, en Guadalupe. Iban con los bolsillos llenos para comprar huertas, una yunta de bueyes o una parrilla –media carguilla– de empanizado. El Calvario se realizaba en el patio de alguna casa. Las ven- dedoras eran mujeres mayores. Todo el patio era un mundo en miniatura; cada cosa –huertas, animales de barro, productos– valía una, dos, cinco chinas. A Domingo Segundo más le gustaba comprar parrillas de empanizado para comérselas ese rato –eran de la especie de las “tablillas”, con maní o con hilitos de lacayote. Pero les gustaba recorrer todos los puestos admirando el mundo a su medida. Y las dueñas de tanta maravilla, serias, amables, se esforzaban por vender igual que las vendedoras del mercado en el pueblo. Y las chinas iban pasando poco a poco a las manos de ellas al tiempo que los bolsillos de los niños se vaciaban. Pero gozaban de un momento de placer en la boca. O en el pecho, al sentirse dueños de tierras, de animales, de huertas. De pronto, solo quedaban una o dos chinas en sus bolsillos. —¿Qué más me compro? —No, mejor guardátelas pal año. —¡Un empanizado más! Hasta el año ya encontraré más chinas. ¿Cuál me ha quedado? Una blanca, ¿por qué no me guardé la que tenía esa fl or rosada? ¡Era una fl or enterita! —Señora, ¿a cómo es su chacra? —Dos chinas. —Ay, no puedo comprar, solo me queda una china. —El maíz ya está grande y en cabello; cuesta dos chinas. Helay este pancito cuesta una china, llevate. —¡Démelo! Los bolsillos quedaban vacíos y el cuerpo lleno de emociones. ¿Y de cómo volvían a aparecer las chinas al año siguiente? En la casa no había platos de china y menos podían romperlos y botarlos Nueva literatura infantil y juvenil (1980 - 1999) 225

detrás de la casa. ¿Era que la china «daba» como el maíz, como la papa que al sembrarla producía papas nuevas? ¿Y qué harán las vendedoras con tanta china recibida...? Cada fiesta del Calvario, se repetía esta historia.

Una casa para Domingo Segundo

¿Cómo es la casa de Domingo Segundo? Ni le pregunten, porque cuando se pone a hablar, no hay quién lo pare: Mi casa es grande. Y mi familia también es grande. Mis papás, la Enriqueta, mi hermano mayor, gallinas, perros, vacas, pájaros. Cerros, cielo, árboles, callejones, caminos, chacras... Todo eso es mi casa y mi familia. Cuando digo chacra quiero decir choclos y mote. Cuando digo huertas digo duraznos, manzanas y membrillos. Pero si quiero hablar de papas, camotes y yacones, diré papales, camotales y yaconales... Repite conmigo: papales, camotales, yaconales... ¿Hueles? ¿Sientes su sabor? El yacón da en la orilla de la huerta, en tierra arenosa. Se parece al camote pero solo en su forma. Mi papá cava una planta madura de donde salen cinco yacones, yo agarro y los llevo a la acequia. Los lavo y le alcanzo uno medianito a mi papá: ¿Pélemelo?, le digo. El saca su cortaplumas y se me hace agua la boca. Cáscara oscura, y más adentro morado, blanco, jugoso, brillante al sol. Y mientras me lo alcanza, dice: “El yacón quita el hambre y la sed”. Y no solo eso, digo yo, porque cuando como yacones, parece que hasta la sombra de los durazneros es más fresca. Me acordé de una copla: Cavando camotes, cavando valucias... ¿De qué les estaba hablando, ando, ando? Cuando no ando descalzo uso ojotas, mi hermana Enriqueta usa sandalias. Pero eso sí, siempre llevo chulo pa que el sol no me haga hervir la cabeza. El chulo es un sombrero viejo, cuando sea más grande, usaré uno nuevo... ¿Qué haría ahora con un sombrero nuevo si apenas voy al pueblo una o dos veces al año? Tampoco uso cinturón porque mis pantalones se sujetan con tiros cruzados en mis hombros. Cuando crezca, usaré cinturón y sombrero nuevo y hasta me compraré un peine y un pañuelo que he visto en el pueblo y me haré la barba. Pañuelito blanco, de orillita lacre... Ay, cómo me gusta cantar. Y comer, ni qué se diga. 226 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

Yo sé comer camotes, valucias y k’echentillas. En mi casa hay de todo, de tomar y de comer y de jugar. También hay comida que no se come, porque es del zorro. En las orillas de los cercos hay papa de zorro –amargas, siguas hasta al mirarlas–, cebolla de zorro –sin sabor ni color– y naranja de zorro –verdes y chiquitas como pa los duendes. Y así, como hay todo de la gente, hay su par que es del zorro. Eso dice mi papá, y yo digo que eso ni el mismo zorro come porque a él solo le gustan las gallinas. Pero es de él, dice mi papá. El zorro tiene cebollares, papales, naranjales y cuantosedijo, igual que la gente. Nosotros los chiquitos tenemos nuestra propia comida: Salimos al callejón y en unos árboles hay yana-yanas como ojitos negros, pero si comes mucho tus labios se vuelven negros y mi mami dice: ¡Mirá tu boca!, parece el culo del perro. Y hay otros árboles con tomates en racimos, del tamaño de las yana-yanas, pero rojos. Eso sí se come y tiene gusto a tomate con empanizado. De ahí viene el mote-mote, más dulce que el mote y da en las pampas a la orilla de las chacras. Hay que saberlo recoger, grano por grano, de sus ramitas como guirnaldas. Y qué diremos del cojón de gallo, fruto de una planta guiadora de los cercos, dulce, harinoso, casi trans- parente de tan blanco... Ahora si vamos a las chacras de la toma, lo que más hay son zarzamoras con gusto a sangre, guayavillas amarillas, y margaritas. Esas sí ya no son dulces, saben a verdura fresca, aunque sean blancas y hasta les salga leche. También hay chicha. Con mi hermana y con mi prima, nos gusta tomar chicha de sepe. Las sepes son hormigas grandes, tienen sus hormigueros de hojas y ramas, fáciles de hurgar y deshacer porque no tienen barro por encima. ¿Cómo se prepara la chicha de sepe? Digamos que estoy con la Enriqueta y ambos cortamos dos palitos secos de romerillo, los mojamos con nuestra saliva, hurgamos el hormiguero y tiramos ahí los palos. Las hormigas alborotadas se llenan a picar los palos, hasta que se cansan... Entonces cada uno levanta su palito, lo sacude de hormigas y lo chupa hasta que queda seco. Agridulce, ¡chicha de sepe! También tomamos miel de abeja. Eso toman grandes y chicos; hay miel de “burro” (abejita ploma), de “señorita” (abeja de cintura delgada y labios pintados), de lachiguana o de yajo, que me gustan puras o con agua. También sé comer las guaguas del yajo, que es la miel de los perros; a mí no me gusta mucho porque parece pus. Mi Nueva literatura infantil y juvenil (1980 - 1999) 227

papá dice que es como tomar leche espesa, y además de ser alimento, es buena pal reumatismo... ¿Qué pasó, oiga? ¿No le gustó mi charla...?

Hay días en que todo sale al revés...

Un día a Domingo Segundo le entraron deseos locos de comer p’iri de maíz, de sentir los hilos de queso blando y caliente en la harina... Cuando Enriqueta al fin puso la olla, el día ya se estaba acabando y Domingo Segundo temía dormirse sin haber comido. Y se durmió. Despertó al día siguiente casi llorando. Pero luego supo que había comido el p’iri de dormido. Su boca y su estómago no sentían nada, en vano chupó su lengua, apretó su estómago, y se quedó sin ese recuerdo. Pero podían ocurrir peores cosas, como cuando un día... El caso es que cada año, para escapar del frío, la familia iba a las molien- das de caña en Los Citanos. Allá todo era verde... Mientras que en Laguna Seca solo había viento y pampas amarillas. Pues, ese día habían llegado de los montes verdes. Un día y medio de viaje a pie y a burro. Domingo Segundo entró al patio de su casa y lo primero que vio fue a una mujer con su hija. —¿Quiénes son ésas? –le preguntó a Enriqueta. —Son las caseras –le dijo ella. Entró a la casa grande y miró la mesa sucia de polvo y le dieron ganas de llorar. El aire estaba lleno de nada y sintió un nudo en su pecho. Quería p’iri con leche, quería humintas, café con pan... Enriqueta hizo café, pero no había pan. Sintió el humo caliente en su cara y el aroma de la gloria en todo su cuerpo, tomó un trago y apenas se quemó... Salió al patio, el día ya se estaba acabando. En esos casos, es fácil cocinar un huevo, pero tampoco había huevos. La casera estaba en medio patio. Faldas remendadas, vestido sucio, boca sin dientes sonriendo bajo el sombrero de ala caída. “Esta mujer ha vendido los huevos que pusieron las galli- nas”, pensó. —Ta cansau el muchachito –sonrió ella–; largo ‘bra siu el viaje. Subió un bulto a su cabeza y agarró la mano de su hija. A Do- mingo Segundo se le ocurrió que en ese bulto también se llevaba su casa, la que dejó un mes atrás. Y que su hija era el duende. 228 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

—Hasta luego pues, doña Marina, hasta luego don Domingo, que Dios se los pague... Desaparecieron por la tranca, se volvió, vio la noche en la puerta de la casa grande, se acercó al jardín arrinconado en la pirca de la huerta. Plumas y caca de gallina, piedras derrumbadas. Salió a la chacra y comenzó a correr. Cruzó el cerco de ramas secas y chirimolles y llegó al potrero de don fi nado Jacinto. Ramas negras rasguñando su cara, callejones negros bajo los k’iñes, pasto muerto. Se dio campo al lado de una piedra blanda, donde apoyó sus manos. Comenzó el canto de las estrellas. “¿A qué horas me echarán de menos?”, suspiró Domingo Se- gundo. Aumentó el canto de las estrellas. “En las noches sin nubes cantan las estrellas”, pensó. “A veces alguna cae a la tierra y se la escucha cantar, debajo de las piedras. Pero si uno levanta la piedra, la estrella se vuelve grillo y escapa”. —¡Domingo! ¡Segundo! –escuchó al fi n. Qué bien se siente uno cuando lo llaman. ¿Cuántas horas ha- bían pasado? Escuchó otra vez su nombre. Había que mantenerse escondido un poco más. Siguieron los gritos...

San Juan, fiesta del agua

En esos tiempos se veía poca gente en Laguna Seca. Los callejones parecían más limpios y tranquilos, el río no se secaba ni se en- suciaba y la gente podía lavar ahí su trigo. Había un lugar donde el río y el callejón se juntaban formando una cruz, protegido del viento del invierno. Invierno, San Juan, agua... Pureza de cristal refl ejando el cielo y los árboles. La familia de Domingo Segundo escogía esos días y ese lugar para lavar el trigo. No una arroba ni un costal, sino cinco y más costales de siete arrobas cada uno. Y ese trigo era sembra- do y cosechado por ellos, traído en recuas de Paja Colorada. Allá las cosechas eran verdaderas cosechas y las siembras verdaderas siembras. Todo era de verdad. Papás, hermanos y hermanas trabajaban en tropa, cargando y descargando, costurando o descosturando los costales, atajando a los burros, enrollando las coyundas, hablando, riendo, gritando. Chicos y chicas se sacaban las abarcas o las sandalias, se arreman- gaban los pantalones o las faldas y se metían al agua. Los pies sen- Nueva literatura infantil y juvenil (1980 - 1999) 229

tían las piedras resbalosas y las cosquillas del agua y de la arena y nadie decía “¡Salí de ahi, carajo, andá a hacer ofi cio!” o cosas por el estilo. En la corriente del río, aprovechando el declive de su cauce, ya está listo el lavadero. Piedras, palos, canales, divisiones y un pozo redondo, cubiertos de ponchos y chuses de k’aito para que no se pierda ni un grano de trigo. Todo está colocado de tal manera que se puede echar el trigo en el primer compartimiento, se le hace una primera batida y pasa al siguiente y luego al pozo. En el fondo se asientan las piedritas, en la superfi cie fl otan las pajas y alpistes y se van con el agua. Si arriba se remueve el trigo con las manos, en el pozo hondo se lo hace con los pies, que quedan blancos y arrugados de tanto permanecer en el agua. Finalmente se saca el trigo para llevarlo a los toldos o carpas tendidos en la pampa, en la orilla de la chacra, donde comienza a secar. Poco a poco se van vaciando los costales y aumentan los ponchos de trigo húmedo y desparramado, brillante, oloroso a limpio. ¿Cuánto duraba el proceso del lavado? ¿Cuatro, cinco o más horas? Para Domingo Segundo que el día no acabe nunca. ¡Si recién comenzaba! La alegría del agua era además compartida con los vecinos que pasaban por el callejón... El padre enseñaba a los hermanos mayores a fabricar unos chisguetes de cañahueca, parecidos a un infl ador de bicicleta. Él mismo los hacía para los que aún no agarraban el cuchillo. Pasaba un vecino y se le chisgueteaba con el grito de ¡San Juan!, y había que ver los gritos y las risas. ¡San Juan! por cada chisgueteada, ¡San Juan!, ¡San Juan! por cada pasajero que intenta- ba cubrirse la cara o tal vez se agachaba para responder también mojando. Entonces se armaba la guerra. ¡San Juan!, ¡San Juan...! Para que el trigo seque parejo, los niños debían removerlo con los pies: dos rejas de arado que abrían pequeños surcos. A la media hora volvían a la misma operación “volteando” –es decir, abriendo nuevos surcos que borraban a los anteriores. Entre las removidas, la madre les hacía escoger el alpiste y las piedritas que aún quedaban en el trigo. No faltaba una torpeza y el trigo caía al pasto; había que recogerlo hasta el último grano. El trigo era “El pan nuestro de cada día”. Y ni hablar de lo que costaba producir cada grano, desde la preparación de la siembra hasta cuando se volvía pan, fresco o duro, blanco o moreno, y era besado por los labios. 230 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

Un día era poco para que el trigo seque del todo. Al día siguiente había que seguir en la pampa desde temprano. ¡Qué hermoso era el sol sobre el pasto aún con rocío! ¡Y las fl ores diminutas que solo los niños veían por estar más cerca de la tierra! Pero ahí estaba otra vez el trigo y Domingo Segundo subía, bien arremangado, a medio poncho para desparramarlo con brazos y pies, parejo, parejo como una chacra bien aireada y fresca. Se paraba, se refregaba las rodillas y miraba las señales de los granos, y sus pies volvían a las abarcas aún sin el polvo de los callejones. Cada año, en tiempo seco, había un San Juan con diez cargas de trigo por lavar y cada año la misma ceremonia del agua.

Lo que vio Domingo Segundo montado en su burro

El sol está en medio cielo y yo montado en mi burro. Estamos de vuelta del Alto a Laguna Seca y por eso estoy contento. Atrás vienen conversando mi hermano y mi papá, también montados. Pero todo queda lejos, recién estamos en la abra de Santana. Viento, polvo, y hasta chispas que salen de las patas de los burros. Me acuerdo que, cuando salimos de Laguna Seca, mami me dijo: —¿Vas a ir montau? —Sí. —¿Solito? —Sí. —¿No te vas a caer? —No. —Bueno, lo vas a cuidar, Domingo. Y ahora ya estamos de vuelta y yo soy un viajero. El camino es pedregoso, me da sed. Cielo azul, nubes blancas, piedras con musgo, pajas amarillas y por allá una cañada con arbolitos verdes. Si no me equivoco, ahí es la pascana donde nos sentaremos a comer el avío. Llegamos... y todavía no es la pascana. Aunque no hemos madrugado, venimos viajando toda la ma- ñana y yo soy chiquito. Tengo siete años y ya sé contar, uno, dos, tres... Mi papá anda por los caminos. Días y días, con hambre y con sed, a burro o a caballo. Sillar, Agua de Vélis, Tazajos. Bitrona, Trancamayo, La Tigra. —Papá, me hace calor. —Ponete pues tu poncho. Nueva literatura infantil y juvenil (1980 - 1999) 231

Yuruma, Vilcar, Comerloma. Guantas, Guariconga, Jagüé... Llorente, Lambrán, Uyacas. —Papá, me hace friu. —Sacate pues tu poncho. Los Rasos, Ariruma, Ramadillas. Pajcha, El Ojito, El Palo, Llulluch’a... Allá un zorro, aquí una perdiz, por más allá tal vez una víbora “chuta” que cruza la senda. La casa de Laguna Seca tiene un patio limpio con fl ores en el rincón y en las paredes. En la cocina hay ollas, platos, baldes. Y en la casa grande, cujas y timones de arado y papas. Pero llegamos a Paja Colorada y ya no hay cujas. Hay que dormir en el suelo y alistar la cama con los sobrepelos, los capachos, los costales, los ponchos. Y dormir en el corredor, entre la pared y el cielo. Los platos son más viejos y no estamos rodeados de callejones sino de quebradas, laderas, pajonales. En- tonces me acuerdo de Laguna Seca. Al otro día seguimos andando camino del monte, esta vez a pie, por sendas de vacas y de guasos. Ahí pasaremos la noche, pero ya no hay techo ni paredes. Tenemos que remover piedras bajo el tronco de un gran árbol o al lado de una peña, pa dormir y preparar la comida. La leña está por todas partes, el viento por todas partes. No hay corredor ni techo que nos proteja. Entonces me acuerdo de la casa de Paja Colorada. La casa de Paja Colorada es un palacio al lado de la cueva del monte. La casa de Laguna Seca es un palacio al lado de la de Paja Colora- da. ¿Y qué es Montes Claros? No me hallo capaz de pensar en esas maravillas. Allá hay luz hasta de noche. —¡Ahora sí! Por allá se ve Santana –dice mi papá. Yo miro allá abajo y qué lindo, Santana es un pueblo como en la punta de un cerro sin punta, rodeado de la Loma de Pucará y de otros cerros con punta. Se ven sus calles y sus corrales y hasta sus patios con horno. —Parece que los Sandovales están haciendo pan –dice mi papá. —No es pan, son puras roscas –le digo yo–; hasta aquí llega el olor de las hojas de higuera —y me largo una carcajada. Lo único que se ve desde la abra es el humo que sale de un horno y solo podemos oler el sudor y los pedos de nuestros burros. Nunca estuve en las calles de Santana, pero cada año lo miro desde esta abra, cuando vamos o volvemos de Paja Colorada. —Bueno, che, ya me da hambre. 232 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

—¿Qué hablás con tu burro si no te contesta? –dice mi her- mano. —¡No estoy hablando con mi burro! ...Entonces, ¿con quién estoy hablando? Me rasco la cabeza sudada por debajo de mi chulo y allá adelante veo otra cañada. ¡Ahí sí que es la pascana! Llegamos a la sombra de los pinos y nos apea- mos. Me saco mi chulo y mi hermano abre las alforjas donde está el avío. Qué bueno es el mote con queso, y las papas con ají en chala, aunque medio heladas, en medio de esta sombra y de los burros que descansan. Ya estoy por acabar cuando mi hermano se levanta. —Iré a buscar agua –dice y se va quebrada abajo. —¿Yo más iré? –digo. —Esperá a que halle y vuelva –dice mi papá. Me echo de espaldas en la mala hoja, las pajas me hacen cosqui- llas y el sol me mira por entre las hojas del pino. En Montes Claros tenemos un primo que vive con su mamá en una casa rodeada de pinos y rosales en fl or. Claro que estos pinos no son como los del pueblo. El caso es que a ese mi primo le gustan los cuentos. Él nos prestó, a mí y a mi hermana, un montón de libritos amarillos con un cuento en cada uno. Los hemos leído todos y los sabemos de memoria. Claro que ya antes sabíamos de los cuentos que nos contaban. Yo sé veinticinco cuentos, yo sé treinta y cuatro cuentos. Con los libros que nos prestó ese primo del pueblo, ya sabemos más del doble. Mi hermana mayor dizque se casó por ir al pueblo. Un hombre se afi cionó de ella cuando la vio en el mercado. Pero ella le escapaba. Los papás nunca quieren que las hijas se casen. Y pa hacer el trato del casorio, el hombre les dijo a sus hermanos: —Ella pasa por la calle Malta con sus papás los días domingos. Vamos y los rodeamos y les hacemos el trato. Y así lo hicieron. —Don Domingo, queremos que nos dé el sí. —Yo no sé, ella pues qué dirá. “Ella” no era mi hermana sino mi mami. Estaba asustada porque no los dejaban pasar. Seguro el novio le hablaría bonito a la suegra, ¡y cómo sabría temblar mi hermana, de miedo y de emoción! Y todos a rogar y a rogar, hasta que les sacaron el sí. Entonces mi hermana mayor se fue de mi casa. Yo no lo vi, me lo contaron. Nueva literatura infantil y juvenil (1980 - 1999) 233

“Escucho la voz de mi papá y nos levantamos, salgo corriendo, feliz; ya están listos los burros pa seguir viaje…”.

Ilustración a témpera de Paola Guardia. 234 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

Escucho los pasos de mi hermano, me levanto y lo veo: cabello mojado, sonriendo y con su ch’ulo lleno de agua que le alcanza a mi papá pa que tome. —Andá vos al pozo, es aquí cerquita —me dice y yo me voy saltando por entre las piedras. Lo hallo rápido y me pongo de cuatro pies. Le echo unos bue- nos tragos y de ahí me saco el chulo, lo lleno y zas, a la cabeza. Me siento y me quedo mirando el agua estancada... Entonces te veo. Veo tu cara blanca en medio del agua y te quiero hablar, pero no me sale nada y con señas me dices: Schhhh. Y seguimos con señas: ¿Sos vos? Soy yo. ¿Vas a ir conmigo? Sí. ¿A mi casa? Sí... Escucho la voz de mi papá y nos levantamos, salgo corriendo, feliz; ya están listos los burros pa seguir viaje. Bueno, yo voy adelante y vos en las ancas, te digo. Cuando ya no se puede ver Santana y siguen las curvas del camino, yo me adelanto en mi burro y podemos charlar tranquilos. ¿Quién sos vos? Tu amigo. ¿De ande sos? De lejos. ¿Cómo has venido al pozo de la quebrada? Tú me llamaste. Pero... pero... Bueno, por lo menos sabes montar a burro. No, no sé, tengo miedo caerme. Tienes que ayudarme. ¡No faltaba más! Claro que te ayudaré, te enseñaré, te llevaré a mi casa y... Ah, qué contento estoy de haberte hallado... ¿Tienes casa? ¿Dónde es tu casa? ¿Quién eres tú? Ajá. Ahora sí oigo que no sos de por acá. ¿Serás puebleño? ¿Qué es “puebleño”? No entiendo. ¿Es una ciudad? ¡Ahora soy yo el que no entiende! Y seguimos viaje, en silencio, con el corazón contento y mi cabeza un revoltijo. Llegamos a Quebrada Honda y vos te prendes de mi cintura. Aquí se llama Quebrada Honda, te digo. Tenemos que apearnos del burro. No tengás miedo. Todos nos apeamos y qué lindo es sentir otra vez las piernas rectas y los pies pisando la tierra. ¿Y no nos caeremos? Pues, si nos rodamos, nos agarramos del suelo. ¿Ande más nos vamos a caer? ¿Y ese abismo? ¿Abismo? No te entiendo. Eso de abajo es una quebrada y por aquí va la senda. Claro que cuando llueve es otra cosa, y de noche andan por aquí los cometortillas, digo, los ladrones de vacas. Pero de día y con este lindo tiempo, no hay pena. ¿Qué pasa cuando llueve? Pues, hay agua y hay barro. ¡Ja, ja!, cuando le cuente esto a mi hermana Enriqueta sí que no me la va a creer. ¿Qué has dicho? Ah, ¿así que oyes mi pensamiento? No, lo que tú piensas, yo también pienso. Pero... ¿Y el miedo que tenías? Nueva literatura infantil y juvenil (1980 - 1999) 235

¿Y lo que no conocías? Mejor no quiero pensar. Estoy desvariando. Más bien ya está cerca la apartana pa entrar a Laguna Seca. Cuando la vea a mi hermana Enriqueta, quedaré sanito. —¿Con quién hablás? —me dice mi hermano, y yo le digo: —Con nadie —y me río de mis ocurrencias.

Siembras en Paja Colorada

Cada día Domingo Segundo volvía a descubrir a su papá. En silencio, camino de la huerta o de la chacra, miraba su andar. El movimien- to de sus pantalones a cada paso que daba: pliegue a la derecha, pliegue a la izquierda, sin cambiar nunca de ritmo. En viajes más largos, si iba en las ancas del caballo colorado, se abrazaba de su cintura y quedaba pegado a su olor agridulce: era igual que si fuera mirando todos los paisajes. Cuando había burros con poca carga, el niño montaba solo en uno de ellos y el padre lo seguía en el caballo, arreando y cuidándolo. En silencio. ¿Qué pensaban? ¿Qué sentían? Y seguían caminando por callejones y sendas. O montados, perdiéndose en las vueltas del camino, comidos por la tierra y el reverbero del sol de la tarde. O en las noches junto con el viento, el ruido de las chicharras y de tantos animales invisibles. Siempre sin palabras. Otra cosa era cuando andaban en tropa. O por lo menos el padre, la hermana y el niño. Entonces les contaba historias o les hacía chistes. O con el hijo mayor, cuando hablaban de cosas de grandes. No se cansaba de hablar sobre la vida de cientos de gentes: los dueños de terrenos, casas, estancias que iban viendo al pasar. Si veían una vaquilla, por la marca el padre sabía quién era el dueño, cuántas vacas tenía y a qué estancias las llevaba. Al norte, al sur, a dos o más días de camino. Y cuáles eran sus papás y sus abuelos y dónde trabajaban. Si sus terrenos estaban de venta, en litigio, cuándo y de quién fueron comprados y a qué precio... Pero ya estaban en otro lugar del camino, que tenía otro nombre, cuyos terrenos eran de los Jiménez y el año pasado les fue bien en la cosecha, en cambio este año... A veces hablaba de su vida de muchacho, cuando sus papás –los abuelos– lo llevaron a la escuela de Montes Claros. Hizo su servicio militar en Sucre. Después fue comerciante, viajó a pie con su frazada al hombro, o a mula, por Cochabamba y Santa 236 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

Cruz. De pronto en la voz de él y en la mente de los oyentes aparecían caballos blancos, barcos, Antofagasta y viajes “por mar y tierra...”. Un día estaban los dos solos en Paja Colorada. Ya era época de siembras, pero no llovía. Tierra seca y solazos. El padre con la yunta rasguñando la tierra, el hijo con su azadón desterronando en medio del polvo, espineándose al cortar y arrastrar los retoños de los k’iñes. El día no tenía miras de acabar, del viento no parecían ni sus astas. El padre se detuvo en el canto de un surco y dijo: —Hijo, andá a traer guarapo. Domingo Segundo corrió a la casa y trajo el tarro con gua- rapo. Él ya estaba sentado en una piedra, a la sombra de una gargatea. Tomó una tutumada, el niño otra y comenzó a contarle de sus años de escuela en Montes Claros. Se acordó del doctor Rosado, del abogado Peña, del cura Melgar, que escribió varios libros... —Sí, él fue mi compañero de curso. Lo conocí también a su papá, el doctor Mengano que estudió en Sucre... Entonces su voz cambió, como si perdiera el entusiasmo. —Pero la de ellos era una vida fácil —dijo—. Otra historia es sudar como aquí, todos los días y los años, pa poder comer. Cerros y sombras, mugidos, mosquitos, arroyos secos... Y junto con el tono de su voz, mirando su cara y sus manos, junto con su silencio, esas palabras fueron también sembradas en el cuerpo de Domingo Segundo.

Cuando las piedras crecen

En Laguna Seca había un callejón. En el callejón, una casa. En la casa, un cuarto llamado “la cuadra”. Y en la cuadra, encima de una cacha de madera pegada a la pared sin ventanas, un baúl lleno de tesoros. Su dueña y señora: doña Marina. Era de madera blanca, oscurecida por los años. Lo reforzaban bandas de metal, brillantes en los bordes y oscuras al medio, y una chapa que se abría con una llave chata en forma de tubo. El mismo baúl ya era un tesoro, y abrirlo, una ceremonia. Para comenzar, la madre sacaba una bolsita guardada en un bolsillo del saco guindo que colgaba de la cañahueca de la esquina. Ahí estaba el llavero. Desechaba la chapa y el llavero Nueva literatura infantil y juvenil (1980 - 1999) 237

quedaba colgando y tintineando. Levantaba la tapa lentamente hasta que se detenía, recta, sujeta por un dispositivo de hierro. Las blancas manos entraban como acariciando el aire y lo primero que sacaban era una especie de medallón con patas, fi rmes las de adelante, plegables las de atrás. Tras el redondo vidrio del medallón estaba la Virgen María: azul, amarillo, negro y plata. La paraba sobre la parte interior de la tapa del baúl y la Virgen quedaba como cuidando su recién abierto reino. Las manos se disponían a remover los otros tesoros: una larga y aplanada cartera donde estaban las escrituras de la casa, un mazo de billetes antiguos, envueltos y amarrados con un pañuelo, libros de oraciones, rosarios, cadenas, estampas, cajas de todo tamaño con viejas monedas, con medallas, con botones redondos como perlas y planos como platos. Más adentro retazos de telas, papeles de colores, frascos, y en la esquina de la derecha, envuelta en papeles arrugados y amarillentos, un águila de piedra, brillante, negra y con pequeños canales que se abrían como rayos, de la boca a las alas. A diferencia de los otros tesoros, éste crecía. La primera vez que Domingo Segundo vio al águila aparecer de entre los papeles, su corazón dio un salto y gritó: —¡Mami!, ¿qué es eso? Ella la acarició con ambas manos; era más pequeña que su palma. —Es una piedra-águila –dijo. —¡Oohhh!, ¿y es de piedra? —Sí, y crece. —¿Cómo crece? Sin hablar tentó con la mano libre entre los papeles arrugados del fondo hasta que encontró lo que buscaba. Un pedazo de cebo, amarillo y seco, casi ya sin olor. —Come –dijo al fi n–, ésta es su comida, por eso crece. Comenzó a frotar el cebo en la boca del águila hasta que la dejó brillante. Luego fue apretando la boca de piedra de modo que el cebo quedó bien prendido. Tuvo al águila un rato más entre sus manos y la guardó otra vez en su nido. —Ahí es su camita –dijo–; tiene que estar con cebo y bien envuelta pa que siga creciendo. —¡Oohhh! –volvió a decir Domingo Segundo–. O sea que, cuando era chiquita... 238 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

—Era de mi mamá. Yo la conocí casi del tamaño de tu manito. —¿Y cada día hay que darle cebo? —No, las piedras no comen tanto. Solamente hay que alimen- tarla cuando se abre el baúl. —Pero, pero... –comenzó a preocuparse el niño–, y si se olvida de abrir el baúl, se puede morir de hambre. Sintió la mano de ella por sus cabellos y olió el cebo y un perfume de fl ores azules. —Es de piedra –dijo–, esta piedra aguanta meses sin comer. Se puso a revisar otros objetos dentro del baúl, al último tomó el medallón de la Virgen y lo puso plegado y recostado en su lugar, accionó el dispositivo de hierro y fue cayendo la tapa. La chapa fue vuelta a cerrar. Desde entonces, cada semana, generalmente los domingos, con toda clase de pretextos, Domingo Segundo se ocupaba de molestar a su madre para que abra el baúl. Pero ella sabía que lo que más le interesaba, aparte de observar la ceremonia de la bolsa, la llave y el medallón con patas, era ver y oler la piedra-águila y la puesta del cebo en su boca. Ella no siempre le hacía caso. Una vez, hasta creyó que su hijo se había olvidado del asunto. Domingo Segundo había ido contando los días, ya hacía un mes que el baúl no se abría. Un domingo al fi n ella hizo caso a sus ruegos. Pronto estuvo abierto. Las manos avanzaron, llegaron al nido del águila... —¡Hijo, mirá cómo ha crecido! —¡Oohhh! ¿La agarraré yo, mami? Se la pasó y él la sostuvo en sus manos. —Mami, mami, ¡qué grande y pesante está! ¿Seguirá creciendo siempre? Sintió otra vez las manos por sus cabellos y la oyó suspirar: —Sí, hijo, ojalá que siga –y comenzó la ceremonia de alimen- tarla con sus manos blancas, como si alimentara a un niño.

Un día en la vida

El gallo canta, las gallinas se alborotan, el sol pronto asomará por las lomas negras. Ruido de leñas al quebrarse y del agua en los baldes y las ollas. El humo corretea de la cocina a la huerta. —Buen día, buen día. Nueva literatura infantil y juvenil (1980 - 1999) 239

Ruido de tazas y pavas, olor a café y a pan viejo. Domingo Segundo se acomoda en la mesa refregándose los ojos. —¿Ya está el café? Y después de una eternidad, se agarra del vaso. —¡Cuidau, te vas a quemar! Enriqueta se pone a reír. —Imilla chijchilla. Imilla k’antinuda. Se acaba el pan y Marina dice: —Andá a traer mote. Hermano y hermana van por el callejón, de pronto ella grita de dolor y se mira el pie sin sandalia. —¡La espina, la espina en mi talón! Él no le hace caso y comienzan a pelear. —¿Qué? —¡So!, el burro te besó, y con su cola te abrazó, y con su miau te bautizó... —¡Imilla come semilla! —Llocalla come lo que jalla; si te hallás un trozo igual te lo comís. Un trozo es caca de gente. —Le voy a avisar a mi papá, vas a saber lo que es canela. A la entrada del potrero hay una pampita. —Mirá la cruz de güeso... –le dice ella y él mira a sus pies–. ¡Ch’anka pescuezo! –y le golpea el pescuezo. —Mirá la cruz de mote... –dice él y ella levanta la vista–. ¡Ch’anka cogote! –y le da un golpe fuerte en el cogote. —¡Ay! —Pior es cuando no hay. —Ya vas a ver, ya vas a ver, le gua avisar a mi papá. Llegan a la chacra y mientras escogen zapallos maduros, él se pone a cantar, mejor dicho a gritar: La vidita llora...

* * * Por los callejones anda la gente. —Imainallaá. —Wallejlla, ¿y a usté cómo le baila? —Buen día, che, ¿cuyo hijo sos? —Soy hijo de mi tata. —¿Cómo te llamás? 240 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

—Llama-llama. —¿Y tu apellido? —Sapo encogido. —¿Ande vivís? —Lejos de aquí, cerca de allá. Y se van saltando y pateando como burros, cargados de sus costales. En un recodo se encuentran con otros muchachos. —¿Jugamos a los chuises? —Yo tengo habillas y tengo un coral. —José. —¿Qué? —Alzá la cola y tosé. —Y una rueda de goma con su manejador de palo. —K’asa, vende grasa, en la esquina de la plaza, con su cuchara k’asa llenita de grasa. —¡Cuidau con esa pirca. ¿No ves que las piedras están bailan- do? “Mirame, no me atoqués”, dice. “Si me atocás, te k’utús”. —La víbora dice: “Si me encuentro con picha-picha, no tengo miedo; si me encuentro con p’alka-p’alka, me escapo”. Picha-picha es la mujer, porque tiene falda; p’alka-p’alka es el hombre, porque tiene pantalones. —Por allá viene mi tata que pela. —Chau, culo empachau. —Que te vaya bien, que te pise el tren. Llegan a la casa y tiran sus costales en el corredor. —¿Ya está la comida? —Ya está, falta parar la olla. —¿Qué horas son? —Las mismas de ayer. —Ya es hora, que la guagua llora. —A comer y a misa, a nadie se avisa. —Sírvanse, sírvanse, antes que se hele. —¿Más mote? —No soy loro pa comer mote. —¿Más papa? —No soy waik’o pa comer papa. —¿Arrocito? —No soy camba pa comer arroz. Nueva literatura infantil y juvenil (1980 - 1999) 241

—Bendizcamos, bendizcamos, que no vengan más de los que estamos; y si vienen, que traigan más pa que comamos. —Cabalito el cincho con la cuajada. —Comí pa un mes –dice mi papá–. ¡Empachera segura! —Yo comí como pal joyo de mi muela. —¡A la siesta, doña Coca! —¿Y vos ande vas? —A cagar montones pa los preguntones. Tarde de sol, tarde de agua. La lluvia viene por el sur. —La lluvia viene con astas y cola. —Viene, viene... —¿Quién? —El burro que te mantiene. Ladran los perros, sale Enriqueta. —Boinas tardes, ñiña, ¿estará la siñora? —Sí, ¿como para qué será? —Tengo máquenas, caldiras, águjas, blosas, calzones, cocharas para vender. —¿K’ocha es usté? ¡Mami, mami!, ha veniu un k’ocha. El padre cuenta: —Si mal no me acuerdo... Un día dizque se apareció un k’ocha ande doña Dolores. Entonces el agüelo vivía, aunque paraba echau, enfermo. Entón dizque le dice: “¿Conocís este priñán?” ¡Era un crucifi jo! “No, pues, señor”, le dice doña Dolores, “háblele palabras dulces”. Y el k’ocha le dice: “Azucares, chancacares, melares, caña- verales...”. Tal como lo oyen. Dios en el cielo y yo en la tierra. —¿Qué horas son? —Las horas de mi corazón. —Campo y anchura, para que pase la hermosura. “Campo y anchura para que pase la rajadura”, piensa Domin- go Segundo. “¿Qué será la rajadura?”. Otra vez gente en la tranca, sale el niño y mira a la mujer: Chiquita, sin cuello, joroba en la espalda... Vuelve corriendo al patio: —¡Mamita! ¡Doña María K’epe! —Llokalla malcriau, ¿quién te ha enseñau eso? Pase, pase, comadre. —Güen día doña Marina, ¿estará el compadre? —Ya va a llegar, ha ido a ver los animales. —¡Ma ve! Así hay ser, cómo no. 242 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

“Y además tiene k’oto”, mira Domingo Segundo. —Ay, comadre, qué largos son sus cabellos. “K’epes por aquí, k’epes por allá”. —¡Por vida santa! ¿Y no le dará deseu al compadre de tocár- selos? “Boca dulce, tripas amargas”, recuerda el niño. —Lo mus dejau a la voluntá de Dios nomás pues –la oye decir, y luego–: Somos sombras mal paradas. —Helay, sírvase siquiera estito, va a dispensar. —¿Pa qué alma se lo gua rezar? “Pal alma de K’uto Correa”, piensa Domingo Segundo. —Ay, que me k’ute la sé. —Un mate de agua en este sol –se oye ahora a la mujer–: Como subir al cielo, charlar con Dios y volverse ese rato. “Ave María Purísima. Sin pescado la comida”. —¡Decí Jesús! —¿No sabe, doña María, qué será güeno pal corazón? “Padre nuestro que estás en los cerros, cazando corderos pa los perros”. —El corazón de piedra. ¿Ha visto usté esas piedras bolas? Pues, adentro hay una bolita. Se raspa unas tres cucharillas y se le echa a la agua de margarita, de toronjil o de perejil. Se bate y se lo deja asentar. Sale a la esquina, por el callejón se acerca su padre. —¿Quién ha veniu? —Doña María K’epe. —¿Y qué velas benditas carga? —¿Podría fl etarme unos güeyes, don éste? —Helay ma ve, ¿cómo fuera, no? Ya es de noche, no se van las visitas y él tiene hambre. —Bueno pues, que sea hasta luego, comadre, hasta luego compadre. —Papá, me duele mi espina. —¡Será pues tu pata! ¿Ande está la espina? —Helay... no parece. Solo está su joyito; ¡pero me duele, pues! —¡Comida de arroz! ¡Comida de arroz! ¿No me hará mal en ayunas? —No quiero, no quiero, y estoy que me muero. Nueva literatura infantil y juvenil (1980 - 1999) 243

—¡Perro dañino, qué horas salís! Oyí, sacá afuera a tu hermano. El patio está lleno de curicuses; el niño lleva uno en su mano a la cocina, lo vuelca y le dice: —¡Qué tamaño está tu máiz! El curicuse salta. —¡Su máiz ya está de un jeme! —¿Vamos a hacer chis? —¡Traigan la mecha! —Qué será y qué será: una vieja k’ala con su camisa en su seno. —¡Y a dormir se ha dicho! —De que se vaya la luna, contaremos las estrellas.

Habilidades de un azadón

Una vez don Domingo Segundo le regaló un azadón a su hijo Domingo Segundo. Era marca “loro”, una maravilla para carpir. Cuando los azadones están nuevos, son grandes y pesados; con el uso se van achicando, pierden las aristas y se vuelven livianos y brillantes. Uno de éstos, arrinconado y sin cabo, recuperó el padre para su hijo. Primero buscó un palo recto y seco, lo labró con la azuela, lo raspó con el machete y ya estuvo el cabo. Metió el pequeño azadón por el extremo más delgado y lo ajustó con una cuña en el otro extremo. ¡Listo! Se lo dio y le dijo que vaya a probarlo a la chacra. Cuando volvió de la prueba, el padre le preguntó: —¿Qué tal, guapo tu azadón? —¡Guapísimo! —le respondió Domingo Segundo. Al otro día el padre y todos los hijos fueron a carpir. El herma- no mayor iba adelante y Domingo Segundo al último, detrás de su padre. Su azadón avanzaba por el surco sin dejar yerbas ni terro- nes, sacaba chispas a las piedras, levantaba polvo y de pronto, ¡ay!, cortó un arbolito de maíz. ¡Se pasó de guapo el azadón! Se agachó disimuladamente, lo paró y lo fi jó en la tierra. Avanzaba el sol, aumentaba el calor y llegó el hambre. Su pa- dre y sus hermanos se alejaron cada uno por su surco y Domingo Segundo se apartó y se sentó a la sombra de un duraznero. Las yerbas le rodeaban, ¡cuánta mala yerba! Hojas grandes y pequeñas, fl ores de distintos colores, tallos duros, tallos blandos, raíces cortas y débiles, raíces duras y profundas. “¿Por qué tengo que matar 244 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

plantas tan bonitas?”, pensaba. “¿No servirán pa algo, aparte de estorbar a los maicitos?”. Tendido de bruces en la tierra caliente, comenzó a soñar... —¡Llocalla panza verde! ¡Levantá de ahi, te va a coger la tierra! Era su padre, que ya volvía con sus hermanos para comenzar un nuevo surco. Se levantó pensando: “La tierra me puede coger. La tierra coge a los fl ojos...”. Tomó su azadón y siguió carpiendo hasta salir al canto con su surco. Después ya no pudo más. Le dolía la cintura, casi se cortó un dedo del pie y en un tropiezo se le hundió el cabo del azadón en la boca de su estómago. Su- daba, tenía sed, su cabeza daba vueltas. “¿O me habrá cogido la tierra?”, pensó. —Papá, ya estoy cansau –dijo. Su padre lo miró y supo que ya había llegado al límite. Dejó el azadón y se fue a mirar bichos y pájaros por las orillas de la huerta. Acabó la mañana y volvieron todos, cansados, pero orgullosos de haber trabajado, a la casa a almorzar. Por la tarde, otra vez a la chacra. Pero el sol no era ningún chiste y el padre le dio a escoger una entre varias tareas: carpir una punta de la chacra, preparar un almácigo de tomates, o limpiar un chaquito para sembrar zapallos. Escogió la última. El día ya estaba a punto de acabar y su tarea apenas comenzaba. —¿Ya has acabau? —Ya mismo, ya mismo. —Bueno, dejalo a tu azadón trabajando esta noche. Ya verás que pa mañana el chaco va a quedar como una mesa de planito. —¿Cierto? —¡Pero claro! Por algo es un azadoncito guapo. Sonriendo el padre echó su azadón al hombro y el niño son- riendo fue a la orilla del chaco, pegó un fuerte azadonazo y media hoja del “loro” entró a la tierra cenicienta. —Ahora sí, aquí lo dejo y pa mañana ¡lista mi tarea! Se volvió corriendo a alcanzar a los demás y siguieron en las chanzas sobre las cualidades del pequeño azadón. Llegaron a la casa. Después de comer, Domingo Segundo se acostó cansado y feliz. Soñó con callejones y avenidas de yerbas, él era el jardinero del mundo y andaba con su azadón controlando los surcos y los camellones, las melgas, las manchas, los cuadros, cada uno de dis- Nueva literatura infantil y juvenil (1980 - 1999) 245

tintos colores y texturas, de acuerdo al tipo, tamaño y forma de las yerbas, los arbustos, los árboles. Llegó al chaco de los zapallos. Ya no estaba en la ladera, era una mesa plana y llena de hoyos listos para recibir las semillas. Desde el otro canto el azadón le sonreía moviendo el cabo como si fuera la cola de un perro. Caían las semi- llas de zapallo, planas, amarillas, e inmediatamente eran tapadas con tierra por su azadón. Venían las lluvias, nacían las plantitas, dos hojas redondeadas como las esquinas del azadón, más hojas, guías, guías, fl ores, frutos, verdes bolas, amarillos zapallos bajo el sol. Adivinanza: Siembro tablas, nacen lazos, de los lazos nacen bolas, de las bolas carambolas... —¡El zapallo! –despertó diciendo. Se asustó un poco y después rió en silencio. No, nadie lo había escuchado, todos dormían, a pesar de que ya se sentía la primera claridad del día. Sueños, gritos, adivinanzas, eso y más era capaz de crear ese azadón, fabricado, inventado por el amor de su padre.

La Candelaria, los nacimientos...

De repente chicas y chicos escuchaban –¿por el mogote o por la pampa?– camaretas, voces, tropel de caballos. —¿Ande es? —¿De ande vienen? —¡Vamos al callejón! —¿Por ande van? Corrían a la pampa y veían la procesión avanzando por el camino carretero. Era en honor de la Virgen de la Candelaria. En su día había que llevarla en procesión a la casa del alférez donde la Virgen se quedaba durante un año, para salir otra vez donde un nuevo alférez, y así todos los años. Más, los chicos no sabían. Mientras la Virgen avanzaba en andas, rodeada de sus fi eles a pie, había otros fi eles adelante, que iban y volvían en sus caballos. ¿Cuántos serían? ¿Diez, veinte? Se adelantaban los caballos a todo galope, se detenían y volvían hacia la procesión –tropel, polvo, chicotes– para detenerse en seco ante la Virgen y levantar las pa- tas delanteras mientras los jinetes se sacaban el sombrero. Daban otra vez la vuelta, y el galope, el regreso y el saludo se repetían durante todo el trayecto de la pampa y los callejones. Y los chicos y las chicas mirando, felices, asustados, con un nudo en la garganta, 246 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

tratando de reconocer a los jinetes por el color del caballo, por el tipo de sombrero, por los atavíos. No todos los caballos podían pararse en dos patas con fi nura y elegancia. Buscaban al que más se destacaba, lo seguían con la vista, se perdía o se confundía con los otros... Después de todo, lo emocionante era ver y escuchar el tropel en sus idas y venidas, cientos de patas ablandando la tierra, y la Virgen elevándose por sobre las cabezas –mantas y cabellos– feliz en el balanceo de su cuerpo ceñido por la brisa. Acababa el espectáculo y volvían a sus juegos habituales, o a casa. Quedaban los comentarios, que duraban unos días, y luego acababan. Había que esperar al año siguiente para que la Virgen dé otro paseo y ellos vuelvan a correr dejando patios y chacras y pregunten: —¿Ande es? —¿De ande vienen? —¿Pande se van ahora? Hasta que el celeste manto de la Virgen –¿o del cielo?– se gane un campito en los ojos de tantos niños, y el tropel de los caballos quede grabado en sus corazones para siempre.

* * * Primeros días de diciembre, tiempo de aguas. Las chacras ya esta- ban de carpir, no como el año pasado que por ahora recién estaban sembrando, y esas siembras fueron, como decía el mayor de los hermanos, “pa comer humintas por atrasito”. Pero llueva o no llueva, los menores tenían que alistar los nacimientos. En primer lugar había que buscar –en la huerta o en los rinco- nes del patio– latas viejas de sardina, ollas y fuentes agujereadas... Doña Marina sacaba las macetas del Niño, más pequeñas que los vasos de tomar café. Recogían y cernían tierra, la rociaban con agua del pozo, la echaban a las latas y a las macetas de barro coci- do. Luego a sembrar: en unas maíz, en otras cebada o trigo, en las más grandes arveja. Una regadita y chau. (Días antes habían puesto esas semillas en agua para que broten más pronto). A la semana comenzaban a verdear sus chacras, cebadales, arvejales... El día antes de Navidad las siembras ya estaban de cuatro de- dos de altura y preparaban los nacimientos. Por la mañana iban al mogote con un machete y cortaban una o varias ramas de pino de castilla y las llevaban a la casa, tratando de no arrastrarlas por los Nueva literatura infantil y juvenil (1980 - 1999) 247

callejones para que las hojas no se embarren, ni se empolven, ni se lastimen. Las colocaban en una esquina de la casa grande, detrás de una mesa baja que cubrían con musgo, salvajinas y nacimientos. Sobre el musgo, en el rincón más alto y abrigado, la madre colocaba al Niño Jesús, cubierto de sedas, satenes, holanes. En la caja donde se guardaba al Niño había además juguetes, que eran colocados alrededor de la cuna: animales y una mesa larga con seis sillas rojas, iguales a la mesa y las sillas de verdad que tenían. Las macetas de barro cocido quedaban en el mejor lugar: más cerca del Niño. De ahí venían las de latas de sardina, y las de baldes viejos podían quedar en el suelo, para ocultar, junto con el musgo y la salvajina, las patas de la mesa. Completaban los adornos animales de plástico, estrellas de papel, estampas de la Virgen y San José y alguna que otra cosa rara y menuda que buscaban con ansias por la casa y sus alrededores: alguna medalla, un botón chueco, un muñeco en bulto o en fi gura, y hasta un juguete de verdad encontrado por milagro en los hoyos de las paredes o debajo de la tierra. Pasaban los días; llegaba enero, los nacimientos comenzaban a amarillearse y agacharse; ya era tiempo de guardar al Niño hasta el próximo año. Las ramas de pino iban a parar al corral: leña para la cocina. Las macetas se vaciaban en la chacra. Las agarraban de los cabellos-tallos y descubrían las raíces-cabezas casi ya sin tierra. Las plantaban por entre los surcos y al otro día se olvidaban. Ser- vían de abono de los maíces grandes, que por lo menos ya estaban de aporcar. Seguían las lluvias, buen año, a esperar el tiempo de choclos y de humintas.

Domingo Segundo y los puebleños A veces el mundo de afuera invadía la casa de Domingo Segundo. En la época de carnavales había choclos y duraznos. Y confites. Y fiesteros desconocidos y gente de todas partes que venía, según él, por los choclos y los duraznos. A doña Marina le gustaba el carnaval; mirar y hablar del car- naval. En medio de los caballos y los disfraces, de la mixtura y las serpentinas, se ponía alegre como una niña, sonreía y convidaba chicha. Pero un día llegó una mujer del pueblo en su caballo, can- tando y gritando... Domingo Segundo la vio abriendo la tranca sin 248 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

desmontar de su caballo y arrojar mixtura mezclada con confi tes. Uno de esos confi tes era grande, hizo un arco por el cielo y le llegó justo al ojo de su madre. Ella se entró al cuarto agarrándose el ojo y limpiándose las lágrimas. Todo el día lloró de un ojo, que quedó rojo por más de una semana. Entonces dijo: —No, no me hablen más del carnaval. “Los puebleños”, pensó Domingo Segundo. “Del pueblo vienen los guineos y las pastillas, y también mujeres alegres de a caballo y hombres de voces como truenos”. Domingo Segundo desconfi aba de toda raza de extraños. Un día, con su hermano y su papá estaban cavando papas en el potrero. No era tiempo de aguas, sino de la “siembra dulce” del medio año. Acabó el trabajo, sus manos quedaron embarradas y sus dedos pelados y doloridos. —Voy al estanque a lavarme las manos –dijo y se alejó a la carrera. Para llegar al estanque había que pasar un cerco, el callejón, otro cerco y cruzar la huerta. Ya desde media huerta escuchó risas y voces y se escondió tras unos árboles de membrillo. En vano. Una niña subió a la orilla del estanque y lo vio. Cara blanca y cabellos rojos brillando al sol; todo lo contrario de las manos, del pantalón, de los pies de Domingo Segundo. —¡Hola! –dijo ella, y otra vez–: ¡Hola! Él comenzó a romper ramas secas, una cáscara, un palito. —¡Hola! ¡Hola! Siguió rompiendo ramas, apareció más gente, pantalones blancos, faldas a cuadros. “¿Qué harán aquí?, si ahora no es tiempo de frutas”. —¡Hola! ¡Hola! Se volvió corriendo hacia el cerco, con las manos sin lavar. Su hermano y su papá ya estaban cargando los burros y no les quiso avisar lo que vio. Aunque seguían presentes los golpes de su pecho, las risas y los chillidos de los puebleños que se alejaban hacia otras huertas. Pero lo que más le inquietaba, era el rostro de esa niña como un sol. Eso también era el pueblo. La raza de lo extraño e inalcanzable. En otro carnaval llegó de Santa Cruz su tío Segundo. “Santa Cruz”, escuchaba, e imaginaba un mundo de maravilla, más allá de los cerros azules, en el mismo abismo del cielo. Don Segundo Nueva literatura infantil y juvenil (1980 - 1999) 249

vino con su hija, una niña del tamaño de Domingo Segundo. Él estaba en la chacra y escuchó sus voces, después no los escuchó y se sintió aliviado. Enriqueta se le acercó y le dijo: —Han ido a la huerta a los duraznos. ¿No querís ir a alcan- zarlos? —¡No! –le respondió–. ¡No quiero! Una hora más tarde volvieron y ya no le dieron tiempo para escapar. Ronca garganta de hombre en el patio, agudos chillidos de niña. Tuvo que esconderse tras los costales de la casa grande. En la misma esquina había un hueco donde cupo su cuerpo delgado y se tapó con la batea de amasar pan. Desde ahí escuchó que él hablaba con su mamá, mientras la voz de su prima revoloteaba alrededor. ¿Sería ella como la niña del pueblo? Pero era su prima y vivía en Santa Cruz... Levantó la batea de su cabeza hasta que pudo verlos. Su tío –terno negro, zapatos brillantes– comía duraznos y arrojaba las pepas al suelo. Su prima –fl ores en los cabellos y en las manos– movía las piernas que colgaban de la silla donde se había sentado. Ni blanca ni negra, más bien canela pálida: rostro, brazos y canillas. Sus zapatos rojos brillaban, y sus ojos y sus cabellos ne- gros. Cantaba y reía mientras doña Marina espantaba a los perros. “Quisiera irme a Santa Cruz”, pensó de pronto Domingo Segundo. Y al mismo tiempo tuvo un temblor de espanto. Miró el rostro de la niña y pensó, casi con alivio: “No, nunca voy a poder”. Al fi n las visitas decidieron despedirse, salieron, se alejaron... Domingo Segundo salió de su escondite. Desde el horcón del co- rredor, los vio cruzar la tranca y desaparecer. Saltó a medio patio y se puso a cantar. —¿Qué te pasa?, ¿te has vuelto loco? –le decía su madre. Pero él no la oía. Tampoco escuchó el rechinar de la tranca ni vio quién se acercaba. Su tío estaba delante de él, encima de él, con su sonrisa blanca y su dedo apuntándole: —¿Así que estito se llama Segundo también? ¿Como yo y como su papá? ¿Qué tal?, ¿nos vamos a la ciudad? Y se volvió a su madre: —Ya te dije, Marina, pal año vengo y me lo llevo a Santa Cruz. ¿Sería verdad lo que acababa de escuchar Domingo Segundo? ¿Ocurrirían cosas tan imposibles, precisamente con él? ¿Podían cambiar de pronto los tiempos y darse vuelta la rueda del mun- 250 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

do? ¡A Santa Cruz! ¡A Santa Cruz! Al encuentro de espacios nunca soñados, de la luz y la aventura interminable... Giancarla de Quiroga26

De angustias e ilusiones (1989)27 Se llamará Cristóbal

Cuando a mamá se le ocurre ordenar mi cuarto ¡me muero de rabia! Revuelve todo y al final la habitación queda como si fuera de una persona desconocida, limpia y ordenada, de alguien que no soy yo. Ni siquiera respeta el cajón de mi escritorio, lo malo es que perdí la llave en el jardín. Tendré que buscarla, ojalá la encuentre, mientras tanto he puesto un chicle para sellarlo y he pegado un letrero que dice: —“¡Privado! ¡No tocar! ¡Peligro!” Y abajo he dibujado una calavera cruzada por huesos, pero ni así… no ha servido de nada, igual lo ha abierto y ha sacado todo. Hasta encontrar la llave, tendría que clavarlo o pegarlo con La Gotita, pero después, ¿cómo lo abro? ¿Para qué guardas tantos disparates? Papeles pegajosos, caje- tillas de chicle vacías, botones, clavos… ¡hasta una mosca muerta! ¡Ya es el colmo del desorden! –protesta mamá. Quisiera poder explicarle que esos papeles son de los dulces que Corina me invitó un día al salir de la escuela, y que ese botón dorado lo encontramos juntos, creímos que era de oro, pero no es, sus dos agujeritos parecen ojitos, dijo ella. La mosca la cacé al vuelo, ¡qué puntería! El tornillo es de mi primer reloj, ya he desarmado cinco, la galleta a medio mascar, la mordió ella. —¿Y este pedazo de queso? ¡Qué espanto! Van a aparecer ra- tones en este cuarto, te aseguro… –dice mamá mientras lo tira al basurero con un gesto de asco. Cada vez dice lo mismo, pero hasta ahora… ¡nada! Porque el queso lo pongo en mi cajón para eso, para que venga un ratón y se

26 Roma, Italia (1940). Ver biografía en p. 486. 27 El libro De angustias e Ilusiones de Giancarla de Quiroga, dentro del cual se encuentra el cuento Se llamará Cristóbal, obtuvo el Premio Nacional de cuento auspiciado por la H. Alcaldía Municipal de Cochabamba (1989).

[251] 252 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

quede a vivir en mi cuarto. Ya que no quiere comprarme un perro, tendría un lindo ratoncito que, en todo caso hace pis y caca más chiquitos que un perro. —Y estas piedras, ¿para qué sirven? Hojas secas, resortes, fósforos quemados, pepas de durazno… ¡todo a la basura! –dice mamá mientras bota todo al basurero. No me atrevo a protestar, sería inútil porque ella no entiende que aunque no sirvan para nada, a mí me gustan. Las piedras las recojo en mis paseos al río, una parece una cara, tiene nariz y boca; la hoja que acaba de destrozar era un pez perfecto, el hueso de pollo que tiene forma de Y, es de la suerte, y si uno mira bien esa corteza de árbol, descubre un cuerpo de hombre con pito y todo. Ella en la sala tiene sus adornos que no sirven para nada, pero le gustan y no hay que tocarlos… A mí me gustan mis treinta y siete piedras, mis hojas, mi pluma de pato, mis cosas, pero ella las bota… Si por lo menos tuviese un hermano con quien jugar… o un perro, un gato, o un loro con quién hablar… —¿Y este caballito roto? ¿Y este tren sin ruedas? Tienes tantos juguetes nuevos, ¿para qué guardas estos que ya no sirven? Ahora que me acuerdo… ¡ya los boté la semana pasada! No se te ocurra recoger nada de la basura… ¡Qué manía la que tienes de guardar cosas inservibles! No digo nada porque no entendería… sería muy largo expli- carle que el caballito lo quiero justamente porque es cojo y me da pena, y que cuando juego, lo hago correr más rápido que los otros caballos y gana todas las carreras. En cuanto al tren, no necesita ruedas para fl otar en el agua, es un tren-barco. Mientras mamá sigue protestando y asegurando que a este paso mi cuarto se convertirá en un criadero de ratones, recojo el caballito cojo del basurero, ¡le salvé la vida tantas veces! Con disimulo rescato también la cabeza de un títere, es un payaso con la nariz desportillada, pero lo quiero mucho. Sin que mami se dé cuenta, voy recuperando casi todos mis tesoros: mis piedras, mi imán, mi trenbarco, no encuen- tro mi mosca… ¡Qué pena! Mis hojas están todas destrozadas, pero consigo salvar el corazón amarillo de mi margarita, yo le arranqué los pétalos, me quiere, no me quiere, poco, mucho, nada, ¡me quiere! ¡Corina me quiere! Cuando sea grande seré astronauta o tractorista, tendré mucha plata y me casaré con ella, tendremos muchos perros de todas las razas, un monito, una tortuga y un león. Nueva literatura infantil y juvenil (1980 - 1999) 253

Lleno mis bolsillos y me escapo al jardín antes de que mamá se dé cuenta. Es preciso que encuentre la llave de mi cajón para que no hurgue mis cosas, luego voy a la cocina a sacar un pedacito de queso y pienso con ilusión que cuando aparezca el ratón en mi cuarto, se llamará Cristóbal y podré contarle todas mis penas.

Rosalba Guzmán Soriano28

La revobulliprotesta (1991)

I ¡Estánapresandoalosanimaaaales! ¡Estánapresandoalosanimaaaales ¡Cuidaaaaaaado! ¡Huyan! –gritó la cotorra parlotera y se armó un revuelo en las montañas, en los valles, en la selva. El eco asustado no se cansaba de repetir el mensaje y así voló por todas partes. —¿Apresar? –se preguntó el rey de la selva–. ¡Qué locura! A mí nadie me pone un solo dedo encima, yo soy el rey. —¡Jua jua jua jua jua! –se rió la hiena con ese su acento tan particular. Eso es lo que tú crees, espera a que vengan los hombres y verás quien es rey. —¡Haz algo, rey! –suplicó una ardillita. —¡Bah! –el león hizo brillar sus garras a la luz del sol. Conmigo nadie se atreve. —Contigo –dijo la ardilla– pero... ¿Y con nosotros? —¡Ya llegan! ¡Ya llegan! –nuevamente el grito de la cotorra y... ¡Brummm! Cayó una red encima del león, en la cual quedaron enredadas sus fi las garras y apareció colgado patas arriba. Rugió, lloró, pidió ayuda, se enfureció, pero no pudo hacer nada. Lo metieron dentro de una jaula y se lo llevaron para la ciudad en un ruidoso camión. Por la noche se reunieron los animales. —¿Por qué se llevaron preso al león? –se preguntaron. —Debe ser por haberse comido tantos conejos –dijo el conejo más viejo, ocultando una sonrisa de satisfacción. —¡No! No fue por eso –dijo el zorro–, él come conejos porque de algo hay que vivir. Fue porque es el jefe de todos nosotros, nues- tro rey. Los humanos suelen hacer esas cosas para desmoralizar a cualquier grupo.

28 Cochabamba (?). Ver biografía en p. 486.

[255] 256 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

—Peeero nosootroos no lo heeemos nooombrado nueeestro jeeefe –dijo la tortuga parsimoniosamente, frotándose la nariz. —¿Nooo? –surgió la pregunta y todos se miraron unos a otros desconcertados. —¡Noooo! –afirmó la tortuga– eeesas son cooosas de hooombres. —Así es –habló la hormiga con su voz pequeñita y todos se tuvieron que quedar muy calladitos para escucharla –aquí no hay rey, cada uno vale por lo que es. Nunca hubo elecciones. —Claro –dijo el conejo– y yo que me había tragado ese cuento del rey de la selva. —Ciertamente –repuso la ardillita– tenemos que aprender a defendemos solas cuando hay peligro. Además, es bello no tener jefes, ni reyes, ni esas cosas tan humanas. —Verdad –repuso la mona– pobre león, estaba tan seguro de ser el rey, el más fuerte, que se dejó meter en una cárcel por vanidoso y por responsable. —¿Pooor reeesponsaaable? –preguntó la tortuga parsimonio- samente frotándose la nariz. —Sí, por responsable –afi rmó la mona. El pensaba que debía cuidarnos, protegernos, ordenarnos, castigarnos, premiarnos, y eso es mucho para un solo animal. Con todas esas cosas andaba totalmente distraído y ahora el pobre está preso.

II Mientras tanto el león llegó a una horrible ciudad de calles pavimen- tadas, altos edificios y uno que otro arbolito creciendo como hongo solitario en medio del ruido: pitos, luces prendiéndose y apagándose y gente deliciosa pero fuera de su alcance. Solo le aumentaba el apetito que creció en su estómago debido a la ansiedad. Lo cierto es que lo llevaron a un lugar donde se leía: ZOOLÓGICO. El león era bastante instruido y pensó “Zoo viene del griego zoos que signifi ca animal. ¡Animales! ¡Qué bien! ¡Voy a estar con amigos!” Pero ni bien atravesaron la puerta se quedó pálido, la melena se le alació del todo y le cayó sobre los ojos. En un hilo de voz, dijo: —Lógico, quiere decir lógico y esto no tiene nada de lógico. ¡Horror! Cóndores encerrados en jaulas, con las alas cortadas; monos atrapados en árboles raquíticos, también dentro de jaulas; patos encerrados en lagos artifi ciales, aislados, tristes, solitarios, Nueva literatura infantil y juvenil (1980 - 1999) 257

enrejados, malhumorados, medio locos, melancólicos, afl igidos, idiotizados. Ante tal espectáculo, fue la primera vez que el león tuvo certeza de que no tenía nada de rey y se arrepintió en el alma de no haberse cuidado a tiempo.

III Día a día, a partir de entonces, le llevaban a la jaula su comida. No faltaban niños que iban a molestar y le tiraban tostado, maní y otras cosas que le ocasionaban dolores de barriga y gente que lo acosaba para obligarlo a rugir. El tiempo fue pasando. Aprendió a comer maní y p’asankallas29; a mirar el cielo cuadriculado a través de su reja; a recibir cachitos de sol sobre su pelaje opaco y triste. Algo horrible pasaba en aquel lugar. “¿Por qué? ¿Por qué me apresaron?” se preguntaba. Un día escuchó una conversación y en la noche la comentó con sus amigos. —Oye, gato montés, me enteré de que los hombres no solo tienen cárcel para los animales. Imagínate que tienen un hombre- lógico donde encierran a las personas que no se portan bien. —¡Qué hombres! –dijo el gato montes–. Para vivir haciendo esas cosas solo se puede ser un perfecto hombre. —Verdad –dijo el cóndor– no hay ser más peligroso sobre el planeta que el hombre. Se los digo yo que veo las cosas desde arriba. Ellos son capaces de dañar a sus semejantes y a otros seres de la naturaleza; por eso crearon cárceles y rejas. —¡Qué grave! –dijo la lechuza–. ¡Dónde hemos venido a parar! –y eso que a ella recién la llevaron hacía menos de una semana. —Hay que hacer algo –dijo el mono café– tenemos que salir de aquí, romper nuestras cadenas, lo que sea. —Pero cómo. ¡Cómo! –se desesperó el león y volvió a ponérsele lacia la melena y a caer sobre sus ojos llorosos. —¡Tengo una idea brillante! –dijo la lechuza, que además siempre tenía ideas brillantes. —¡Hagamos una revobulliprotesta! —¿Una quéee? –le preguntaron todos los animales desde sus celdas.

29 Tostado de maiz. 258 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

—Una re-vo-bu-lli-protesta –repitió la lechuza. —¿Y qué es una revobullabi... eso? –preguntó el mono café. —¡Bulla! Bulla incesante –respondió la lechuza y se avivaron sus grandes ojos inteligentes –todo el mundo ruja, grite, llore, grazne, aúlle, chille, maúlle, golpee sus rejas y no cese hasta el alba. —¡Muy bien! –dijo el cóndor–. ¡Qué superinteligente la le- chuza! —De acuerdo –dijo el mono café. —¡Estupendo! –dijo el león. —¡Perfecto! –dijo el gato montés. Y así todos, todos, todos, todos los animales del zoológico estuvieron de acuerdo.

IV A la hora fijada comenzaron a golpear sus rejas y a rugir, gritar, llorar, graznar, aullar, chillar, maullar. Era tan grande la bulla que toda la gente de la ciudad se despertó. Empezaron a prenderse las luces cuadradas de los altos edificios. La gente salió de sus casas para pedir que por favor hagan algo con el zoológico. Los canales de televisión fueron a fi lmar, pero les fue imposi- ble hacer la más mínima entrevista porque ni los loros quisieron hablar, solo chillaban enloquecidos y decían en coro: —¡Vivalarevobulliprotesta, vivalarevobulliprotesta, vivalare- vobulliprotesta! Los niños salieron también y fueron al zoológico. Casi se mue- ren de susto porque los gritos y la bulla eran escalofriantes. Los psicólogos se reunieron y diagnosticaron “Psicosis Co- lectiva”. Según el profesor Sergio, astrólogo profesional, aquel fenómeno se debía a la infl uencia de la luna y al predominio de las constelaciones de Leo y Escorpión. Los miembros del Colegio Médico también se reunieron y según las especialidades, analizaron el caso: El gastroenterólogo dijo que era un problema de pesadilla por indigestión. El oto- rrinolaringólogo opinó que posiblemente estaban con angina y al no poder respirar gritaban de desesperación. El geriatra dijo que los animales más viejos estaban chochos. El pediatra veía que los animalitos chicos a lo mejor tenían cólico. Pero nadie Nueva literatura infantil y juvenil (1980 - 1999) 259

podía jurar que tenía la razón porque los animales no se dejaban auscultar. Hasta el Alcalde fue a verlos y creyó que era cosa de la oposición. Lo cierto es que los animales solo se callaron al amanecer tal como habían acordado y volvió el silencio a la ciudad. A esa hora todo el mundo tenía los ojos como platos y fue recién a dormir; antes de ir al trabajo, a la escuela o al mercado. Al medio día el jefe del zoológico fue severamente amonestado. El Alcalde amenazó con despedirlo si volvía a ocurrir semejante desastre.

V El jefe, entonces, entró al zoológico con una vara y castigó muy duramente a todos los animales. Ese día no se repartió comida ni se limpiaron las jaulas. Las puertas del zoológico permanecieron cerradas para todo público. —Es inútil –dijo el león al anochecer–. No han entendido nuestro mensaje. —¡Pero cómo es posible! ¡Cómo es posible! –se enfadó la lechu- za que, como ustedes ya saben, era la más inteligente–. Es ahora cuando comienza nuestra lucha compañeros. —¡Verdad! –dijo decidido el mono café–, fi nalmente es prefe- rible morir antes que presos vivir. Pero ya no más gritos por favor –dijo una lora a la cual apenas se le oía. Estamos roncos, hambrientos, sordos, sucios y muertos de sueño. —Es que no existe otra manera –dijo el mono café–, si ahora no reforzamos nuestra protesta, estamos perdidos. —¡Tengo otra idea! –dijo la lechuza y sus ojos grandes y re- dondos volvieron a brillar como dos estrellas–. Qué tal si ahora hacemos una revomutisprotesta. —¿Una revomumame...... quéeee? –preguntó el cóndor. —Les explicó –dijo la lechuza, y bajo la luz de la luna les ex- plicó su magnífi co plan.

VI Aquella noche hubo paz y durmieron todos tranquilitos. A la mañana siguiente, el jefe del zoológico pasó jaula por jaula, para 260 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

reflexionarlos una vez más y al mismo tiempo, para felicitarlos por haber mejorado su comportamiento. Les hizo dar el doble de comi- da e hizo limpiar sus jaulas hasta que quedaran como nuevas. A media mañana, se abrieron las puertas del zoológico para todo público y entraron los niños con sus bolsas de tostados y ma- níes. Se acercaron a las jaulas, pero algo espantoso ocurría. Algo tanto o tal vez más desesperante que la revobulliprotesta. Los ani- males estaban en absoluto silencio, inertes, con los ojos cerrados, como muertos en un rincón de sus jaulas. Los visitantes les gritaron, les botaron maníes, tostados, ga- lletas, dulces y fi nalmente, piedras; pero nada. Los niños lloraron desesperados y la voz corrió por toda la ciudad. Nuevamente las cámaras de tv frente a las jaulas, los psicólogos, los médicos, los astrólogos y hasta los curas, que creyeron que era obra del demonio e intentaron hacerles tomar agua bendita. Nada. Los animales se negaban rotundamente a dar muestras de vida. Respiraban, porque no había más remedio, pero nada más que eso y no salieron de su mutismo hasta el siguiente día.

VII Al día siguiente las autoridades se reunieron a pensar en alguna medida. Sin duda los animales les estaban queriendo decir algo. —¡Están bien alimentados, están limpios, tienen todo! –explica- ba el jefe del zoológico jalándose los pelos con la desesperación. —Entonces habrá que redoblar el castigo o tomar cualquier otra medida mayor –dijo el Alcalde–. De alguna manera tendrán que aprender a comportarse –e ipso facto despidió al jefe del zoológico. Luego de pensarlo mucho, dio con la mejor solución. Puso en lugar del jefe del zoológico, al exdomador del circo. Era un hombre grande, fornido, de gesto agrio y ojos malvados, a quien le faltaba el brazo derecho puesto que un león se lo había comido, y la pierna izquierda que se la había zampado una pantera. Después de escuchar todo el relato del Alcalde, el hombre con una malévola sonrisa dijo: —Déjemelos a mí, señor Alcalde, yo me encargo. ¡Jo jo jo!

VIII Cuando los animales lo vieron llegar, un escalofrío colectivo les recorrió todo el cuerpo. Estaba claro que no habían logrado su objetivo y que los hombres que se creían tan inteligentes eran Nueva literatura infantil y juvenil (1980 - 1999) 261

incapaces de comprender sus ansias de libertad, su derecho a vivir entre los suyos, en su propio ambiente que nada tenía que ver con ciudad, jaulas y prisiones. Esa noche el nuevo jefe del zoológico se quedó a observar a los animales. Como ya dije, era un hombre lleno de odio y feos sentimientos, pero conocía muy bien la manera en que éstos se comunicaban puesto que toda su vida había sido domador. Aquella noche la lechuza llamó a todos para comentar el cambio del jefe del zoológico y estuvo diciendo algunas cosas su- perimportantes. Cuando de pronto, desde la oscuridad surgió el hombre. La luna proyectó su negra sombra. El domador se acercó lentamente a la lechuza y le clavó los ojos encima. La lechuza se quedó helada, en silencio y ni siquiera se le ocurrió la más mínima idea para poder defenderse y eso que como ustedes deben saber de memoria era la más inteligente. El domador abrió la jaula y la agarró fi rmemente por las patas. —¡Aja! –dijo–. De modo que ésta es la habladora que los está confundiendo. Los animales asustados asomaban sus cabezas por las rejas. —Bien –continuó el hombre–, a ésta, me la llevo yo. Y luego, levantándola, la sacudió haciéndola gritar más de rabia que de dolor, ya que no existe mayor humillación para una lechuza, que la de agarrarla por las patas y sacudirla. Pero a pesar de todo la lechucita gritó: —¡No se den por vencidos, compañeros! ¡Aunque yo muera, no se den por vencidos! El hombre salió del zoológico. Los animales escucharon el grito de la lechuza hasta perderse. A la luz de la luna, la nefasta sombra proyectada de aquel hombre se balanceaba por el vaivén desigual de su andar, hasta unirse a la oscuridad total del horizonte. —¿Y ahora? –dijo el mono café–. ¡Qué hacemos! No podemos quedarnos así –dijo el león–. Nuestra compañera desaparecida no ha dado en vano su vida por nosotros. Todos aplaudieron al león y muchos animales enjugaron una lágrima emocionados por el heroico acto de la lechuza, tan chiquita y tan valiente. Luego hicieron un minuto de silencio en honor a su compañera mártir. —Pensar que estamos tan desamparados –dijo un loro– y en el mundo existen miles de animales. 262 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

—¡Eso! –dijo el cóndor–. ¡Hay que pedir ayuda! Esta noche volvamos a la lucha con otra revomutisprotesta y otra revobulli- protesta al mismo tiempo. —¿Pero cómo las dos cosas a la vez? –preguntó el león. —Lo haremos de la siguiente manera –dijo el cóndor y explico su plan.

IX Tal como habían acordado, el cóndor y los demás animales pidieron ayuda a los pájaros, a los insectos, a las ranitas, a los sapos para que fueran sus emisarios y les dieran su mensaje a los animales de las montañas, los valles y los llanos. A media noche, justo en el momento en que el domador es- taba a punto de torcer el cuello de la lechuza, empezaron a ladrar todos los perros de la ciudad, a maullar todos los gatos; a cantar todos los grillos; a croar todas las ranas y los sapos. Desde las más remotas distancias se escuchó el aullido de los lobos, el rugido de los tigres, el grito de los pájaros y hasta las hormigas, todas juntas, hicieron oír sus voces de protesta. Parecía que estuvieran a punto de invadir la ciudad. Sobrecogidos los habitantes acudieron al zoológico que era el único lugar de silencio, donde los animales aguardaban en el más absoluto mutismo. Pero esta vez, despiertos, alertas, con los ojos bien abiertos. Con el susto el domador dejó escapar a la lechuza que era muy ágil y pudo volar al lado de sus amigos. Al día siguiente el Alcalde, muy temprano hizo sacar a los ani- males de sus jaulas y los devolvió a sus selvas, a sus montes, a sus cielos, a sus lugares de origen, mientras que miles de pájaros mul- ticolores surcaron el infi nito festejando así el día de la libertad. Desde entonces el león no quiere saber nada de ser el rey de nadie y aprendió a cuidarse mejor, gracias a los sabios consejos que no deja de darle su amiga, la lechuza. Nueva literatura infantil y juvenil (1980 - 1999) 263

“Hizo sacar a los animales de sus jaulas y los devolvió a sus selvas, a sus montes, a sus cielos, a sus lugares de origen, [...] miles de pájaros multicolores surcaron el infi nito festejando así el día de la libertad…” Ilustración en acuarela de Romanet Zárate. 264 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

Conquistando a Lindolfo (2008)

Capítulo I Un Lindolfo

Ella, metida entre los libros, tiene la manía de sentir el olor de las hojas, impregnándose del aroma a tinta y papel. Así es Julia; por eso está siempre contando historias y citando autores. Ella sabe de todos los sabores. Los de enciclopedia, los de Biblia, los de cuento infantil, los de diccionario y hasta los de revista de mala calidad que tiene un gusto excelente. Lo único que le molesta es que en las ferias de libros que se hacen en la escuela a las que por supuesto ella no falta, existen torpes personas que desconsideradamente le pisan la cola. Pero no solo eso pasa, sino que además al verla se ponen a gritar las muy estúpidas. —¡Un ratóoooon!, ¡un ratóooooonnnnnn! —Tienen el cinismo de asustarse en lugar de que me asuste yo –protesta Julia mientras corre como una loca por todas partes sin ton ni son. Lo que más le irrita no es el miedo que le tiene esa gente tan grande a ella que es tan chiquita, sino que griten ¡un ratóoooon! como si no estuviese claro para todo el mundo que ella es una RATONA y no un ratón. ¡Qué gente inculta! Felizmente no todo el mundo hace alboroto y se asusta con su presencia. “No todo el mundo” es Ernestina, la bibliotecaria de la escuela que es una chica linda: bajita, gordita, de cabellos crespos y pelirrojos, siempre despeinados, lentes cuadrados que le cubren la mitad de la cara y frenillos en los dientes. Ella conoce a Julia e incluso le invita migajas de las galletas dulces que come a media mañana. Se agacha mirándole por debajo de uno de los gruesos estantes y le dice: —No de vaz a moved, ni de vaz a dejad ved con ed zeñod Domínguez podque zi te dezcubde tdae a Dindodfo que ez feo y mado. Quédate nomaz ahí quietita, datonita. Dice así porque con los frenillos se habla de esa manera, pero Ju- lia le comprende perfectamente. ¿Cómo no comprender a alguien que con solo mirarte sabe que no eres un ratón, sino una “ratonita”? Nueva literatura infantil y juvenil (1980 - 1999) 265

Es buena onda, Ernestina. Solo que cuando habla del tal Lin- dolfo provoca un vuelco en el corazón de Julia. —¿Quién o qué será el tal Lindolfo? –se pregunta. Ningún dios del Olimpo, ningún personaje de tragedia griega, ningún órgano importante del cuerpo animal y menos del cuerpo humano se llama Lindolfo. Jamás había leído algo así como: “Los Lindolfos son órganos excretores de los vertebrados. En el ser humano cada Lindolfo tiene, aproximadamente, el tamaño de un puño cerrado”. Los riñones son riñones y su nombre suena bien. Lindolfos no le vendría al caso. Podría tratarse de algún objeto y entonces podríamos decir: “Un lindolfo, también llamado lindolfo óptico, es un dispositivo capaz de medir la temperatura de una sustancia, sin necesidad de estar en contacto con ella”. Pero eso es el pirómetro y suena mejor así que de cualquier otra manera. Lindolfo podría ser entonces un planeta: “Lindolfo es el sexto planeta del Sistema Solar; es el segundo en tamaño después de Júpiter y es el único con un sistema de anillos visible desde nuestro planeta”. —Suena bonito –pensó Julia, pero Saturno suena mejor que Lindolfo. Tal vez una fruta exótica podría llamarse Lindolfo, pen- só mientras se comía la esquina de la hoja de papel couché de la Enciclopedia Espasa Calpe.30 “El Lindolfo habita alrededor de la región mediterránea y en la parte oeste de Europa. Produce frutos globosos rojos que son bayas31. Tarda un año en madurar, es dulce y comestible, pero en grandes cantidades es indigesto”. No sonaba bien porque esa fruta se llama madroño, y madroño suena bonito para una fruta con tantas botellitas de jugo. Lindolfo era para otra cosa.

30 Enciclopedia de papel lustroso, muy rico para el gusto ratuno y agradable al tacto de quién lo hojea. 31 Bayas son esas bolsitas que tienen las mandarinas, como gotitas o botellitas de jugo. 266 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

¿Qué tal si fuera un fi lósofo? –pensó Julia, dirigiéndose al es- tante de esa especialidad. Buscó el Diccionario fi losófi co de J. Ferrater Mora y leyó así: “Lindolfo (en griego Πλάτων) (ca. 427 adC/428 adC - 347 adC) fue un fi lósofo griego, alumno de Sócrates y maestro de Aristóteles, de familia nobilísima y de la más alta aristocracia. Los diálogos de Lindolfo tienen mucha vitalidad y frecuentemente incluyen hu- mor e ironía. Se considera que Lindolfo es el fi lósofo más ameno de todos”. —Sí, perfecto, –se emocionó Julia– podría haber sido Lin- dolfo este personaje siempre y cuando en realidad no se llamara Platón. A Julia le encantó pensar que Lindolfo podría ser un fi lósofo de la categoría de Platón a quién admiraba muchísimo; solo que había un gran inconveniente para soñar con él. Platón era un ser humano; defecto lamentable para poder ser el dueño de los pen- samientos de una ratona. Leyó Julia un nuevo libro; el libro de libros que era la Biblia y volvió a poner a prueba el nombre del tal Lindolfo: “En el principio Lindolfo creó el Cielo y la Tierra. Y la Tierra no tenía forma. Estaba vacía, cubierta de oscuridad y de agua. En- tonces el Espíritu de Lindolfo se movía sobre las aguas y Lindolfo dijo: Sea la luz, y fue la luz. Y vio Lindolfo que la luz era buena, y apartó Lindolfo la luz de las tinieblas”. Pero ese era Dios y Dios es una palabra majestuosa, bella. Imposible de suplir Dios por Lindolfo. —¿Y por qué no un ratón? –pensó Julia. Voy a investigar –se dijo– y fue en busca de los libros de zoología que estaban en la parte de arriba. Tuvo que trepar por la escalera para llegar hasta la repisa supe- rior. Allí encontró el libro sobre roedores; un único libro antiguo y olvidado que por cierto nadie había pedido para leer ya que estaba lleno de tierra. Buscó en el índice “ratón de biblioteca”. Decía: Ratón de Biblioteca: “Roedor de pequeño tamaño que no supera los treinta y cinco gramos de peso. De hábitos esencial- mente nocturnos, cuenta con una cabeza voluminosa, dotada con unos ojos negros, grandes y prominentes que sobresalen del rostro, adaptados a la visión de noche, en la que se desenvuelve con soltura. Nueva literatura infantil y juvenil (1980 - 1999) 267

Tiene unas orejas bien desarrolladas, por lo tanto el oído fi no, su cola es larga y poblada de pelo corto”. —No es muy guapo, –pensó Julia– Ernestina dice que ese Lindolfo es feo. Y continuó leyendo. “Antes era conocido como ratón a secas, pero al haber incur- sionado en bibliotecas, desarrolló grandemente sus capacidades de comprensión lectora, incrementándose a partir de esta actividad de manera signifi cativa sus neuro-roedor-fi nas, que son sustancias químicas que se desarrollan en el organismo del roedor, y que provocan el placer por la lectura, la pasión por el saber y la sen- sibilidad artística. No existen ratones de biblioteca que no hayan desarrollado signifi cativamente sus neuro-roedor-fi nas. Los ratones de biblioteca son los únicos que tienen la capacidad de mantenerse despiertos también durante algunas horas del día, siempre y cuando haya algo muy emocionante que los mantenga con los ojos abiertos”. Era todo lo que Julia necesitaba saber. De pronto sintió una gran satisfacción al enterarse de las neuro-roedor-fi nas. Científi camente quedaba explicado su amor por los libros. Pensó entonces que Lindolfo era… tenía que ser un ratón de biblioteca. Ese con el cual soñó hacía tanto tiempo, cuando se ima- ginaba que ella era la princesa que se atragantó con la manzana de la discordia, y que llegó un príncipe con un hermoso libro y leyéndole una bella historia la hizo despertar de la muerte. Claro que también le dio un besito. Julia pensaba que ese era solo un sueño y que el amor ratonil no existía, que solo era un sentimiento que pertenecía de los hu- manos. Ahora intuía que su Lindolfo podía ser real. Sin embargo pensaba: —Que sea feo, no importa, pero no me gustaría que sea malo. ¿Por qué habría dicho Ernestina que Lindolfo era feo y malo? Seguro es feo, pero, un ratón que hace lo que le gusta y que lo que le gusta es leer, no puede ser malo. Debe ser un error de Ernestina –se dijo, aunque la idea de la maldad de Lindolfo la siguió inquietando. —¿Malo para qué? ¿Para pelear? Si era malo para pelear, mejor, porque a Julia no le gustaba pelar. ¿Malo para leer? Ese sí sería un gran problema porque un ratón de biblioteca que fuese malo para leer sería nada más que 268 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

un ratón. Quizá era malo para comer, y malo para comer no era tan malo, porque los ratones que comen mucho, huelen mal y son torpes de pensamiento. Finalmente, logró quedarse dormida en el rincón de los libros de historia soñando ya saben con quién.

Capítulo II La hija del padre de familia

Una voz distinta la despertó. Alguien hablaba con Ernestina. Asomó el hocico y sintió un olor a chocolate quemado que le provocó un escozor en la garganta y ardor en los ojos. Ese señor que hablaba con Ernestina sujetando con los dientes una pipa. —Ernestina –le decía– ya te dije que debes revisar bien la biblioteca. Un padre de familia hizo una denuncia en la dirección. El director está preocupado y me dijo que me ocupara del asunto hablando contigo. Si tú no haces algo al respecto, lo haré yo. —¿Denunzia, zeñod Domínguez? ¡Qué denunzia habdá sido eza, zeñod! –preguntó Ernestina abriendo los ojos que se veían inmensamente grandes detrás de sus lentes gruesos como dos lupas. El señor Domínguez hablaba caminando de acá para allá bo- tando grandes bocanadas de humo chocolatado. —Diiiiiice el señorrr director que aquí vino a leer un cuento la hija del padre de famiiiiiiiiilia y que en medio de los liiiiibros de li- te-ra-tuuuuuuuura in-fan-tiiiiiiil, vio… ¿Imagiiiiinas lo que una niña tuvo que ver en la bi-blio-teeeeeeca de su escueeeeeela, Ernestina? A Ernestina no se le ocurría nada, así que se puso a pensar. —¿Un ddagón vede? –preguntó. —No. Qué dragón verde ni qué ocho cuartos. —¿Ad jinete zin cabeza? —Por favor. Ernestina, por favoooooooor –se molestó el señor Domínguez. Por cierto, el señor Domínguez era el regente de la escuela y el dueño del tal Lindolfo. Un hombre de aproximadamente cincuenta años, con bigotes gruesos, ojos verdes, grandes y redondos, un poco petiso y panzón. —¿Ed minotaudo? –preguntó Ernestina. —¿De qué minotauro hablas? –respondió más enojado el señor Domínguez. Nueva literatura infantil y juvenil (1980 - 1999) 269

—Ed que eda mitad humano mitad beztia. Tad vez da hija ded padde de famidia penzó que ze da iba a comed ed mintoaudo... Azí zon doz niñoz, zeñod Domínguez, leen cozaz y ze azuztan. –Quiso convencerlo Ernestina. —Noooo Ernestiiiiiina, no. –Respondió el Señor Domínguez que cuando quería advertir a alguien sobre las posibles consecuen- cias de sus errores, estiraba las palabras como para remarcarlas. —La niña nooooo vio una fi gura de cuento, ni leyó algo sobre mitología grieeeega, la hija del padre de familia vio con sus prooo- pios ojos… –y los ojos verdes del señor Domínguez brillaron como dos antorchas –¡VIÓOOO UN RATÓN! —Un dattt… –a la pobre Ernestina se le trabó la lengua y se le rajó la voz. Tarde o temprano sabía que llegaría el chisme a oídos del señor Domínguez. —Sí, un RATÓN. A Ernestina no le gustaba mentir así que respondió seria y muy fi rmemente. —No zeñod Domínguez, debió zed adgún dibujo del dibdo que deía da hijita ded padde de famiddia, podque aquí no hay ¡ningún datón! Claro, en la biblioteca de la escuela solo estaba Julia, y ella era una ratona, no había ningún ratón; ni siquiera su Lindolfo soñando. —Ya vereeeemos, Ernestina, ya vereeemos –dijo el señor Do- mínguez mientras salían aritos de humo de su pipa. A Julia le dio un acceso de tos, pero se aguantó para no llamar la atención. Cuando se fue el señor Domínguez, la linda Ernestina levantó el libro de tragedias griegas detrás del cual estaba Julia y le dijo. —¿Vez, datonita? Uno no ze puede confiad con eza gente. Zi te ve ed didectod me pone patitaz a da cadde. Y ahí zí que te zacan de aquí a ti también a ezcobazos. Tenemoz que tened muto cuidado. —Mucho cuidado –repitió Julia– mucho cuidado. ¿Qué sería de mí si me sacaran de la biblioteca? Me moriría de tristeza; y más que seguro que de tristeza, me moriría de aburrimiento. Además no me gustaría cambiar de dieta. La biblioteca es mi medio de subsistencia. No hay otra, tengo que tener mucho cuidado. De pronto se escuchó la voz de la niña; ésa: la hija del padre de familia; la que la había visto en medio de los libros de literatura infantil. —Quiero un libro sobre… ese de ahí. 270 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

—¡Eze de ahí! –repitió alarmada la linda Ernestina, porque ése de ahí era el libro grueso de tragedias griegas; justo detrás del cual estaba Julia acurrucadita y asustada intentando tener mucho cuidado. —Ese –dijo terminantemente la niña señalando el libro con su delgado dedo blancuzco de uña comida. Julia, intentando no moverse mucho miró para delante y para atrás. Estaba atrapada. Los demás libros del estante estaban contra la pared y ella no podía escapar a menos que se hiciera ver o los recorriera con sus patitas provocando de igual modo la atención de la hija del padre de familia. Como Ernestina sabía lo que le estaba pasando intentó ayu- darla y ayudarse a sí misma, ya que como ya sabemos el que Julia apareciera en escena podría ser la catástrofe para las dos. Ernestina tampoco sabía cómo sobrevivir fuera de la biblioteca, ya que los libros le alimentaban el alma, pero obviamente no el cuerpo como a la ratonita. —Ezte no ez un dibdo como pada una niña de tu edad –le dijo– a ved voy a vedtedo adgo como pada voz. Y disimuladamente recorrió los libros que estaban al lado del de tragedias griegas, a fi n de que Julia pudiera transitar por detrás sin causar ningún desbarajuste ni hacerse notar. —Quiero ese, –dijo la niña sin dejar de señalar el famoso libro. Ernestina tuvo que confi ar en la inteligencia de Julia y sacó el libro de tragedias griegas para dárselo a la hija del padre de familia. Lo sacó de un tirón y se fue hacia el mesón de entrega de libros que estaba frente a su escritorio sin darle tiempo a que se detuviese mirando el hueco que quedó en el estante. La hija del padre de familia, tenía la nariz muy respingada, los ojos rasgados color miel y las pestañas rectas como paja de techo a medio hacer. Su pequeña boca estaba siempre haciendo muecas y cuando la abría aparecían sus blanquísimos dientes ordenados como perlas cultivadas y pulidas con cuidado. Era delgada y recogía su cabello para atrás en una apretada cola lacia y brillante. La hija del padre de familia hojeó algunas páginas, observó las ilustraciones sin sentarse en ninguna de las mesas de la biblioteca y luego dijo: Nueva literatura infantil y juvenil (1980 - 1999) 271

—No hay nada que aquí me interese, mi papá ya me contó todas estas historias. —Bueno, entonzez do ponddé en zu dugad. Y Ernestina colocó el libro donde estaba. Lastimosamente, no se dio cuenta que la cola de Julia sobresalía un poco. —¿Qué es eso? –dijo la hija del padre de familia. Ernestina se sonrojó y Julia retiró su cola inmediatamente. —¡El ratóooon! –gritó la hija del padre de familia. Luego corrió en busca de su padre para contarle que por se- gunda vez había visto al ratón de la biblioteca. Ernestina que era muy inteligente salió tras ella y la detuvo. —No, no, no. No ez un datón –le dijo– ez ezte pedazo de coddón que puze yo detdáz de doz dibdoz, nada máz. Inmediatamente le mostró un cordón de zapato café claro que tenía dentro de su bolsillo. —No fue eso lo que ví –dijo la hija del padre de familia muy enfadada. —Zí eda ezto –le dijo Ernestina mirándola a los ojos sin pestañar y con gran firmeza. Los grandes ojos de Ernestina detrás de los cristales de lupa de sus lentes tenían una expresión desesperada más que convin- cente. —No es eso lo que yo vi, pero… –dudó la hija del padre de familia. Mientras todo esto sucedía Julia había logrado bajar por el es- tante sin ser vista, correr apresuradamente hacia el último rincón de la biblioteca y esconderse de la mejor manera detrás del gran macetero de madera. —Ven vaz a ved, –le dijo Ernestina a la hija del padre de fa- milia– aquí no hay datonez –y retiró toda la fi la de libros uno por uno para que se convenciera. La niña la miró con desconfi anza, pero no dijo más nada. —Voy a ir a revisar los libros de literatura infantil y espero no volver a encontrarme con eeel ratón. —Con “da…” –corrigió Ernestina sin saber lo que estaba di- ciendo. —¿Qué? ¿Con “la”? –preguntó extrañada la niña– ¿con la… qué? 272 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

—Co… con… daaa… ezteee, quize decid que “Con da Midada en ed Horizonte” ez un cuento bonito que puedes deed –dijo Er- nestina mientras disimulaba el color púrpura de sus mejillas con una falsa sonrisa. La hija del padre de familia sacó de su bolsa un redondo chicle de globo se lo metió entero en la boca, luego se dirigió al basurero que estaba al lado del gran macetero debajo del cual se encontraba Julia, para botar el papel. Sus grandes zapatotes rosados con rosones blancos aparecían ante la vista de la temblorosa ratonita. —¡HM! –dijo la niña con displicencia–. Esta Ernestina a mí no me engaña. Nadie me quita de la cabeza la idea de que en esta biblioteca hay un maldito ratón. Entonces pasó lo inesperado, el papel cayó justo al lado del gran macetero en vez de caer dentro del basurero que estaba al lado mismo. La hija del padre de familia se agachó para recogerlo. La pobre Julia no tenía dónde esconderse ya. Felizmente al meter a ciegas la mano bajo el macetero, encontró el papel de chicle, lo recogió y botó. Nunca supo que la ratonita se encontraba tan cerca de su mano. La hija del padre de familia recorrió los estantes, uno por uno, pasó y repasó por el gran macetero, mientras Julia permanecía pa- ralizada mirando los zapatos rosados que daban pasos fi rmes. La hija del padre de familia pasó el dedo por los estantes descubriendo el polvo que se quedó en sus yemas. Evidentemente no estaba interesada en el polvo acumulado sino en descubrir el paradero de lo que ella inapropiadamente llamaba “un ratón”. Al no encontrar nada se acercó al mesón y dirigiéndose a Ernestina, le dijo. —Desempolva al menos los estantes, ¿no? –y se fue con su aire de hija de padre de familia con poder para mandonear a la bibliotecaria. Ernestina miró al rededor suyo, esperó que se fueran dos niños que estaban leyendo unos cuentos, y luego buscó a Julia. —Ya puedez zadid datonita –le dijo. Ya ze fue da hija ded padde de famidia. Pero ni Julia ni Ernestina se quedaron tranquilas, ambas sabían que esa niña, les podría traer problemas. Nueva literatura infantil y juvenil (1980 - 1999) 273

Capítulo III Una noche de terror

Ya es sabido por nosotros y nosotras, que los ratones y las rato- nas de biblioteca tienen habilidad para mantenerse despiertos y despiertas por la noche, pero aquél día había sido muy agitado y Julia, al anochecer, ya se sentía cansada; fuera del susto que no se le terminaba de pasar. Ernestina se fue a casa, cerró con llave la biblioteca y enton- ces, cuando la ratonita se quedó sola fue al estante de libros de zoología. No quería saber más nada del libro de tragedias griegas puesto que al fi n y al cabo lo que estaba viviendo era algo parecido a una tragedia griega. Cerca de los libros de felinos se acurrucó, sintió el olor de las hojas y de la tinta, y entonces ocurrió lo inesperado. Escuchó un quejido como de niño un: —Aaaaaaaayyyyyyyyy, aaaayayayayayayayayayyyyy. Se atrevió a abrirlo. ¿Quizás era un niño recién nacido que su madre había abandonado entre los libros? ¿Algo así como lo que hizo la mamá de Moisés salvado de las aguas? —Esa es una historia muy bonita que está nada más y nada menos que en la Biblia –pensó Julia, mientras hojeaba el libro. Qué tontería, un niño no cabría entre las páginas de un libro por más pequeño que fuera; además quedaría aplanado como una hoja disecada, y entonces ya no lloraría. Sumergida en estos pensamientos abrió una de las páginas. Allí vio la fotografía de un gatito muy pequeño que se volvió para mirarla llorando como un bebé. —Ayyyyyyy aaaaaaayyyy aaaayy aay ay ay aaayyy miauuu. ¡Qué susto para Julia! La fotografía viviente era por lo menos tres veces más grande que ella. Pese a que el bebé de gato era bebé, Julia sintió miedo. No supo qué hacer. No le pareció cerrar el libro nuevamente. Fi- nalmente ella era una ratona grande y el otro era un gatito bebé. Pensó qué hacer y se fue en busca de los libros de recetas para conseguir un vaso de leche. Entonces se percató por prime- ra vez que por la noche las fi guras y las fotografías de los libros cobraban vida. 274 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

Ubicó el libro de cocina de una famosa chef boliviana que se llamaba Doña Nelly de Jordán y abrió la solapa donde la señora estaba esperando su llegada con una gran sonrisa. —Doña Nelly –le dijo– hay un gatito bebé, llorando en el li- bro de felinos del estante de zoología. ¿Usted me podría ayudar a conseguir un poquito de leche? —No es muy aconsejable que una ratona socorra a un gato –dijo doña Nelly– pero ya que es eso lo que quieres, hojea la página 68 de mi libro Nuestras Comidas. —Páginacincuentaicuatro,cincuentaicincocuencietaochentss sstresssss, mmmsiete, sesenta y ocho. Allí estaba la receta de los panqueques con el dibujo de una taza de leche. Julia la arrastró con cuidado por el suelo sin dejar caer su contenido. Por suerte los dibujos que eran vivos tenían el peso del papel y no de objetos reales. Llevó la taza de leche hasta el libro de felinos y se la ofreció al gatito que se puso de pié para beberla, Julia dejó la taza al borde de la página y el pequeño tomó la leche con mucho placer. En ningún momento se sintió en peligro. Como el gatito bebía con avidez, la tasa se volcó y se convirtió en un río de leche atravesando toda la página. Esto entusiasmó mucho al pequeño y a pesar de que a los gatos no les gusta bañarse, al gatito le pareció muy divertido meterse en aquel río delicioso y chapalear en él. Julia se quedó muy complacida mirándolo. Contenta de haber colmado tanta hambre, confi ada dio vuelta la hoja. Y entonces pasó… —Gruaaaaaaaaammmmm! Un inmenso gato negro saltó sobre ella y la atrapó entre sus garras dejándola inmóvil, mirándola con fi jeza. Nunca había visto un ser tan agresivo, tan grande, tan peludo, de ojos tan azules y de dientes tan fi ludos, iguales a los del lobo de la Caperucita Roja. —¿No habrá sido un gato el que se comió a la abuelita? –pensó Julia. Pronto se dio cuenta de que solo hubiese podido ser un gato si la abuelita hubiera sido una ratona como ella. Recordó entonces el libro de lógica y se dijo: —Un lobo es para una caperucita lo mismo que un gato es para una ratona. Nueva literatura infantil y juvenil (1980 - 1999) 275

Él era un gato y ella una ratona, es decir, fácilmente se la podía devorar como el lobo a la abuelita de la Caperuza. Julia se dio cuenta que estaba en un grave problema. El gato negro la tenía atrapada y la manoteaba entre sus garras como a una pelota. Ya estaba mareándose pero entonces, recordó algo que había leído en un libro de teatro-danza contemporánea en el cual conoció el talento de Pina Bausch, una bailarina y actriz alemana de fama mundial. El libro decía que la tal Pina Bausch inventaba movimientos que realizaba con su cuerpo y gestos en su rostro, a partir de sus propios miedos o de sus deseos y hasta de sus complejos. Es decir, que con su arte también expresaba sus debilidades. Así Julia había comprendido que uno no solo se expresa hablan- do o llorando o temblando, o quedándose quieta, sino moviéndose, bailando que era algo que a ella siempre le había fascinado. Era posible expresarse entonces, dejando al cuerpo que diga lo que está pasándole. Era un poco complicado esto para una ratonita; sin embargo recordó una frase de Pina Bausch que en las actuales circunstancias en que se encontraba resultó ser muy útil: No me interesa cómo se mueve el ser humano, sino aquello que lo conmueve.

A ella la movía y conmovía el ser devorada por un gato, tenía tan- to miedo que sentía que se estaba paralizando. Las ideas de Pina Bausch le dieron poder para utilizar ese mismo miedo que tenía y convertirlo en movimiento. Pese a no ser humana, sino ratuna, dio un giro desesperado, violento, veloz, y de este modo logró zafarse y correr por el bosque de eucaliptos dibujado en la siguiente página. En esta oportunidad pensó que debía ir a buscar a Pina para que la entrenara un poco mejor. El inmenso gato negro corría tras ella, Julia sentía su respi- ración a pocos centímetros de sus orejas, encogía la cola lo más que podía para que las patotas pesadas y peludas del felino no la pisaran y lograra atraparla de nuevo. Como ella era más ágil y más viva hacía saetas entre los árbo- les dibujados y el gato de rato en rato se chocaba contra las ramas 276 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

verdes azules y amarillas que ella lograba lanzarle a la cara, lo cual lo enfurecía todavía más. Al borde de la página se terminó el bosque. Justo cuando el gato la iba a atrapar de nuevo, Julia dio un salto sobre el borde del estante de los libros de zoología. Entonces se le reveló una verdad; fuera de las páginas de los libros estaba el abismo para los dibujos. El gato dio un maullido estridente y quedó colgando del vértice de la página. La madera en que Julia se sostenía, solo existía para ella, para los dibujos era abismo, el fi nal de su mundo era el borde de la página. El vacío. —¡Se va a matar y va a desaparecer! –pensó Julia y sin el me- nor sentido de autoprotección, saltó de nuevo a la página sujetó la garra temblorosa del gato negro y logró recuperarlo dejándolo en la orilla sin ninguna difi cultad. ¡Oh sorpresa! El gato negro pesaba apenas como una hoja de papel. Cuando el gato negro estuvo a salvo se puso rojo. Fue la primera vez que Julia vio un gato negro rojo, y de vergüenza. El corazón del gato negro sonaba como un tambor que retumbaba en el bosque de eucaliptos. Además de eso comenzó a salir de su garganta una especie de sonido como el del motor de un camión. —¿Qué es eso? –se preguntó Julia, ¿se estará muriendo? ¿Se habrá comido una moto? De pronto recordó algo que había leído hacía tiempo sobre los gatos en un libro que se llamaba: Todo lo que usted quiere saber sobre los gatos y no se atrevió a preguntar, en épocas en las cuales se había enterado de que estos animales comían ratones. A ella le gustaba saber qué hacer en situaciones difíciles y consideraba mejor in- formarse sobre quién era el enemigo a no saber nada sobre él. En aquella época se había enterado que: “Los felinos, vale decir los gatos, emiten un sonido parecido al del motor descompuesto de un camión, cuando experimentan feli- cidad, alegría, y sienten que todo lo que les rodea está tranquilo, o también cuando se encuentran gravemente enfermos o débiles”. Ese sonido, según el libro, se llamaba ronroneo. Se preguntó entonces mientras lo observaba minuciosamente: —¿Será que está feliz?, podría ser, ya que sus redondos ojos verdes están chinos; además está sonriendo y los bigotes se le han Nueva literatura infantil y juvenil (1980 - 1999) 277

puesto lacios. Ese puede ser un signo de felicidad. Acaba de pasar por una situación de mucho peligro y por tanto está débil de carácter. Este gatote, no me va a atacar. Y entonces, conmovida, aunque todavía con un poquititititíto de temor, le acarició la pata. El gato sacó su inmensa lengua y Julia pensó que ya era el fi n, pero el rostro del felino tenía más expresión de ternura que de ferocidad. Pasó su lengua un tanto áspera como es la lengua de los gatos por el cuerpo entero de la ratonita deján- dola mojada, despeinada, atolondrada y un poco rasmillada. No le gustó el chiste a Julia, pero se aguantó el malestar porque comprendió que a veces los gatos acarician a su estilo, exageran un poco, no calculan el tamaño del otro al que dan amor y no lo hacen con mala intención. Valoró el gesto porque se había enterado en el libro Todo lo que usted quiere saber sobre los gatos y no se atrevió a preguntar que los gatos además de ratonívoros, eran independientes, orgullosos, pero de- trás de esa máscara ocultaban un noble corazón fi el a sus amos. Por supuesto que ella no era la ama del gato negro, pero a lo mejor, salvándole la vida, se había convertido en su amiga. Julia pensó: La palabra amiga debe venir de ama, ama quiere decir que uno ama, pero ¿cómo un gato puede amar a una ratona y que la ratona a quien ama sea su ama? Por otra parte, si los gatos son ratonívoros deberían ser los enemigos de los ratones, entonces, ¿un gato y un ratón, será que no pueden ser amigos? Y como a la ratonita no le gustaba quedarse con la duda, fue a buscar el diccionario Larousse. Abrió la tapa roja con letras doradas del diccionario y buscó en la “a” ammigggggggg… Ahí estaba. ¡Oh sorpresa! El diccionario decía: “Esta palabra la hemos heredado de los romanos. En realidad la palabra amigo en la época de los romanos no existía, lo que existía era la palabra In-amicus, que signifi ca no-amigo. Así es como nació esta palabra, ese es su origen. Para un romano un no amigo era alguien que no era de los suyos”. Por tanto podía conquistar su territorio, es decir robárselo y luego hacer del conquistado su esclavo aunque no lo odiara, al con- trario no tenía contra él nada personal; en realidad ni lo conocía. El libro decía que lo que hizo posible que Roma se convir- tiera en un imperio, fue que los no amigos quedaran sometidos 278 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

por los conquistadores que eran los que ganaban y sometían a los no amigos. —Algo así debe suceder con los gatos que se comen a sus no ami- gos ratones. Nada personal, pero se los comen –pensó la ratona. No le pareció para nada que eso justifi cara abusar del otro más débil, más miedoso y con menos recursos para defenderse. Mucho menos le pareció bien a Julia que quitarle su territorio a un no amigo y encima esclavizarlo se llamara “conquistar”. Conquistar para ella era una palabra bonita que tenía que ver con el amor. Así como ella había conquistado el corazón del gato negro salvándole la vida y así como el gato negro la había conquis- tado cuando la bañó entera con su lamida y su ronroneo. De ese modo se habían convertido de in amicus en amicus porque los amigos no son desconocidos. Tienen un rostro, una historia compartida que te hace saber que puedes contar con ellos y ellos contigo. Julia pensó que un amigo es aquel que te respeta, que no se aprovecha de tu debilidad, que en vez de maltratarte y quitarte lo que tienes, comparte y te ayuda. Entonces comprendió que el gato negro, sí podía ser su amigo. Pues ella tuvo el poder de soltarlo al vacío o de salvarlo, y ella lo salvó como hacen los amigos verda- deros, en este caso las amigas verdaderas. El gato negro tampoco olvidaría este encuentro.

Capítulo IV Visita del señor Director

—Buenos días los dé Dios. El Director entró muy temprano en la mañana a la biblioteca. El corazón de Ernestina dio un vuelco. En ese preciso momento se encontraba desempolvando los estantes con el plumero de colores. No le dio un vuelco el corazón porque el director entrara en la biblioteca. De hecho muchas veces lo hacía y conversaba con ella sobre cosas como que faltaban almohadones donde los chicos se pudiesen sentar en el suelo a leer, o sobre cómo adquirir los últimos libros de literatura infantil publicados en Bolivia, América Latina y en el mundo, o sobre la necesidad de poner marcos a los nuevos cuadros que había comprado, o comprar otro plumero de colores porque éste ya estaba viejito. Le dio un vuelco el corazón al ver lo que llevaba consigo el Director. Nueva literatura infantil y juvenil (1980 - 1999) 279

Lo que llevaba consigo el director era la mano blancuzca de uñas comidas de la antipática hija del padre del familia. Parecía un papá de esos detestables que dan gusto en todo a sus caprichosos hijitos; lo cual era grave si el capricho de los hijitos era meterse en la vida de la bibliotecaria y de su ratona de biblioteca. —Cómo eztá señod didectod –saludó Ernestina acercándose y extendiéndole la mano, no sin antes limpiarla en su mandil. —¿Que tal, Ernestina? –saludó el Director. Ayer recibí la lla- mada de un ¡Padre de Familia!, el papá de esta niña. ¿Y sabes para qué me llamó el padre de esta niña? —No zeñod didectod –dijo Ernestina sin poder ocultar la tur- bación. Claro que sabía por qué. —Porque la niña… dice haber visto un roedor en la biblioteca. —¿Qué es roedor? –preguntó la pequeña. —Un ratón –aclaró el director, y luego dirigiéndose a Ernestina con una mirada inquisidora preguntó: –¿Es acaso que aquí hay un ratón, Ernestina? —Sí, señor director –dijo la hija del padre de familia sin esperar a que Ernestina contestara, y hablando atropelladamente quiso explicar lo que había visto. —Estabaentreloslibrosdeliteraturainfantilytambienestaba- detrásdellibrodetragediasgriegasyestabasucolayErnestinamequi- somostraruncordóndezapatoyyonosoytantontaparatragarme- elcuentodeErnestinadequeesoestabaentreloslibrosporqueyoco- nozcolacoladeunratónyesoeraeraeraeraeraeradeunratónquees- taaquíestáaquí… —Calma, pequeña –le dijo el Director– respira para hablar, te escuché en la dirección, escuché a tu papá y ahora también te estoy escuchando una vez más decir exactamente lo mismo. No necesitas atropellarte. Tú sabes que este es un centro educativo y aquí, en este santuario del saber… —¿Qué es santuario? –preguntó la niña. —Templo –aclaró el Director y siguió hablando– en este templo del saber, decía, yo tengo que garantizar que los niños y jóvenes se sientan seguros física y psicológicamente, y no permitiría que haya un ratón en el recinto de la biblioteca… —¿Qué es recinto? –preguntó la hija del padre de familia —Un cuarto, una habitación, un lugar de respeto –aclaró el Director y siguió– decía que no permitiría que en la biblioteca hu- 280 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

biese un ratón que te asuste ni a ti ni a nadie. No lo permitiré. Si lo compruebo, tomaré las decisiones que sean pertinentes. —¿Qué es pertinentes? –preguntó la hija del padre de familia. —Las que deban ser –respondió el Director ya un poco impa- ciente– las medidas que un director deba tomar según cada falta y cada caso, ¿entendiste, niñita? —Sí. Tome las medidas esas, señor Director –dijo la hija del padre de familia– porqueErnestinametratacomoaunatonta –se puso a llorar– ymedarabiaquequieraqueustedpiensequenoesver- dadqueaquíhayunratón. Con tanto atropellamiento de la pequeña y tanto sermón del Director, Ernestina tuvo tiempo para tranquilizarse y pensar en dar una respuesta. —Udted me pdeguntó zi aquí hay un datón. ¿veddad? –dijo: —Sí –respondió el Director– eso es lo que te pregunté. Y antes de que la niña volviese a entrometerse dijo: —Zi zeñod didectod, ez veddad. Hubo un silencio. La hija del padre de familia y el director quedaron desconcertados y en coro respondieron: —¿Es verdaaaaaaaad? —Zí, cdado, que ez veddad –siguió hablando Ernestina mien- tras se dirigía al estante de los libros de zoología, seguida por el Director y la hija del padre del familia. No zodo hay datones, zino, datos. —¿Gatos? –preguntó el director sin entender. —Datoz, y pedoz, —¿Y peeeeeerros? –preguntó la niña poniéndose roja de ra- bia, sospechando que una vez más Ernestina estaba burlándose de ella. —Pedoz, gatoz, datones –y sacó varios libros sobre caninos, mamíferos y fi eras salvajes. Y budoz y cabadoz y yenaz y pezez y de todo, señod didectod. Eztoz zon doz únicoz animadez que hay en ezta bibdioteca. —¡Mentiraaaaaa! –la hija del padre de familia comenzó a gritar y a patalear tan fuerte y con tanta rabia, que los vidrios comenzaron a temblar, la lámpara se balanceó en el techo y los estantes se sacudieron dejando caer algunos libros. El Director se asustó. Nueva literatura infantil y juvenil (1980 - 1999) 281

—Calma, calma, tranquila niña, tranquila, tranquiiiiila tran- quiiiiila. No te pongas así. —¡Ustedlevaacreeraellaynoamíporqueyosoysolounaniña! ¡BUUUUAAAAA! Como la cosa se ponía más fea y Ernestina ya no sabía cómo detener el temblor, el director decidió tapar la boca de la hija del padre de familia mientras le decía. —Sí niña, sí, sí, sí, te creo, te creo, cálmate. Luego se dirigió a Ernestina y le dijo con voz de mando y con el ceño fruncido: —Ernestina, esta niña no es la hija de cualquier padre de familia, es hija de un padre de familia del directorio de padres de familia, es más; es la hija del presidente del directorio de padres de familia, por tanto todo lo que esta niña dice, se debe comprobar y yo llegaré hasta el fi nal en esta pesquiza. La niña entonces, bruscamente se quedó callada y tranquila preguntó: —¿Qué es pesquiza? Es una investigación. Haré una investigación para ver si Er- nestina dice la verdad y si no dice la verdad, la voy a botar, la voy a poner patitas a la calle. La hija del padre de familia sonrió satisfecha. —Pero, si no –dijo el Director después de una pausa– si no hay aquí un MALDITO ratón, entonces así seas la hija del presidente del directorio de padres de familia, tú tendrás una sanción. La hija del padre de familia dejó de sonreír y preguntó un tanto preocupada. —¿Qué es sanción? El Director que en realidad había estado ya harto de la niña, respondió: Sanción es normareglamentodecretoordenazaleyestatuto- precepto... Sin duda alguna la hija del padre familia no solo hacía perder la calma a Ernestina y a Julia, sino también al señor Director. —Bueno, niña –le dijo. Tengo otras cosas que hacer. Mañana vendrá el escuadrón de limpieza para una inspección minuciosa en la biblioteca. —¿Qué es inspección, qué es minuciosa? –preguntó la hija del padre de familia y ambos salieron de la biblioteca tomados de la 282 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

mano como habían llegado, mientras el Director le explicaba qué era “minuciosa” y qué era “inspección” mordiendo las palabras por la poca paciencia que le quedaba.

Capítulo V El escuadrón de limpieza

Al llegar a su despacho, el Director llamó al escuadrón de limpieza compuesto por un joven alto y muy delgado de cabellos parados al centro de su cabeza, manos huesudas de finos y largos dedos, llamado el Chicle. Otro de mayor edad, pequeño, gordito cachetón y de mejillas rosadas, llamado el Chato. Una mujer de aproximada- mente treinta años, muy nerviosa e inquieta, flaca, de ojos, orejas y boca grandes que todo el tiempo estaba haciendo gestos, llamada la Flaquis y una muchacha más joven, muy corpulenta, de fuertes músculos, mandíbula cuadrada, un poco bigotuda, ojos redondos y vivaces, y dientes desiguales, llamada la Malona. Los cuatro acudieron al despacho del señor director provistos de escobillones, baldes, guantes de goma, aspiradoras, lustradoras, cera para el piso, trapos para desempolvar para trapear y para limpiar vidrios, esponjas, plumeros de todos los tamaños y sprays ambien- tadores, mata pulgas, piojos, chinches, moscas y mosquitos. —A sorden shempre señor drector –se plantó el Chato ponien- do la mano en la sien como hacen los soldados en el cuartel frente a su comandante. —Se… se… señor drector… aquí estamos, ¿qué quiere que ha… ha… hagamos?, vamos a… a… hacerlo biencito –dijo la Fla- quis, a quién a veces se le daba por tartamudear. —Jellou, missster manayer –dijo el chicle, que desde que se compró un CD para aprender inglés se andaba jactando de hablar en esa lengua. —¿Qué? –preguntó algo molesto el Director. —Perdón, buenos días señor Drector…, en español. ¿no? –dijo el Chicle. El Director se le quedó mirando, entonces el Chicle quiso aclarar – “jellou missster manayer” quiere decir… —Ya ya ya –se impacientó el Director. Ya sé lo que quiere decir, solo que se dice hellow y no jellou, mister y no mister, manager y no manager. Bueno, pero no los llamé para hablar tonteras ni para corregir su inglés… Los llamé para darles una misión. Nueva literatura infantil y juvenil (1980 - 1999) 283

Hubo un momento de silencio porque la última frase del Director fue dicha solemnemente, así que el escuadrón de lim- pieza respondió a ese llamado con verdadera nerviosidad pero también con orgullo. Todos contestaron en coro alistando sus implementos de limpieza. —Asorrrrden señor Drectorrrr. —A-su-or-den–señor-di-rec-tor. ¡Pronuncien! –ordenó el señor Director a quién le gustaba enseñar todo el tiempo a todo el mun- do y decirle lo que debía hacer. No se dice Drector, sino Diiirector. —Assssssssss-orrrrrrrrr-den- se-ñorrrr-dreeeeeccccccc-tooorrr –repitió el escuadrón de limpieza. El Director se dio cuenta de que no era momento para ense- ñarles a pronunciar bien, así que decidió ir al grano. —Necesito que cada uno de ustedes ponga la mayor dedica- ción en esta misión que voy a encomendarles. —La mayor dedicación, señor Drector –dijeron en coro. —Y que sean muy pero muy, pero muuuuuy minuciosos. —Muuuuuuy minuciosos, señor Drector. —¡Flaquis! –llamó el señor Director–. La Flaquis dio un salto más de susto que de otra cosa. —Aquís..totoy se… se… se… señor… drrrr… —Ya sé Flaquis que estás aquí. Ven. Y se acercó para hablar muy bajito. Todos se aproximaron para escuchar como cuando un director técnico les dice qué deben hacer a los jugadores de su equipo. —Tú vas a mirar por todos los rincones de la biblioteca. Que no se te escape nada, Flaquis, ¿entendiste? ningún ruido, ningún movimiento extraño, donde haya algo raro, tú lo observas, lo escuchas, lo persigues y lo descubres. La Flaquis asintió con la cabeza haciendo diez muecas con la boca al mismo tiempo y parpadeando como cincuenta veces por minuto. —Tú, Chicle, vas a meter tus dedos hasta el úuuuuuultimo rincón de los vértices de los cajones, de los estantes, de los me- sones, del escritorio de la Biblioteca. —Oquei missstercito, ai am veri efi chent con mai dedos larchis32 –dijo, y se frotó las manos y los dedos largos, haciéndolos sonar

32 Quiso decir: Bien, señor, yo soy muy efi ciente con mis dedos largos. En inglés está dicho todo mal. 284 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

uno por uno como si los estuviese preparando ya para la mi- sión. —Mientras que tú, mi estimado Chato, no vas a dejar de ob- servar debajo de todos los muebles, de los maceteros, del basurero, de los estantes, del escritorio, de los mesones, de ¡TODO!, Que no se te escape ¡NADA! Tú puedes hacer eso. —Sherto, eso puedo hacer siempre, a sorden mi jefe, digo… mi Drector –dijo el Chato medio asustado mirando de reojo el papel de chocolote que había debajo de la mesa del señor Director. —Y yo, para qué soy buena, mi Drectorrrr –preguntó la Malona intimidante, ya un poco molesta de no haber sido con- vocada. —Tú… Tú… —Yo qué, YO QUÉ –se impacientó. —Calma, calma –dijo un tanto asustado el director, ya que la Malona lo llevaba por lo menos con cabeza y media. —Tú Malona, si vez que algo se mueve bajo tus pies, lo pisas, lo APLAAAAAssssstas, lo REVIENTAS… ¿Me entiendes? —Sí. ¿A quién hay que reventarrrr, pisarrrrrrrr, aplastarrrrrr, Señor Drectorrrrrrrrrr? –preguntó con las manos de puños cerra- dos en la cintura. —Bueno, la misión consiste en encontrar un ratón que la hija del presidente del directorio de padres de familia jura que está en la biblioteca. Si ese ratón existe como la niña afi rma y si ustedes lo en- cuentran, todos seremos premiados, ¿entienden...? Yo seré premiaaa- aado, y cada uno de mis servidores más fi eles, será premiaaado. Todos sonrieron con ternura y respondieron a coro. —Nosotros seremos premiados, señor Drectorrrrrr? —Sí mis queridos, ustedes… Luego hizo una pausa y continuó mientras paseaba por el despacho. —Peeero, si no encuentran al ratón porque no existe, voy a sancionar a la antipática niña para que me deje de molestar y de preguntar todo el tiempo. Y el señor director comenzó a imitar a la niña con una voz muy delgada: —¿Qué es esto? ¿Qué quiere decir lo otro? La verdad es que la detesto, no la soporto. En realidad no la soporto a ella ni a su papá que anda molestando todo el tiempo… Nueva literatura infantil y juvenil (1980 - 1999) 285

De súbito se dirigió al escuadrón de limpieza y muy serio repuso. —Esta es una información confi dencial que ustedes deberán guardar fi elmente. Jamás escucharon lo que acaban de escuchar en este despacho. ¡Júrenlo! —Se lo juramos señor Drector –dijeron los cuatro poniendo su mano al pecho. —No, no, no, cada uno jure –repuso con fi rmeza. —Ju… ju… ju… ro, señor drec… to… tor… –dijo la Flaquis besando la señal de la cruz en sus temblorosos dedos. —Yo también juro siempre que ni he escuchado que usted no le quiere a la chica ni a su papá, señor Drector. Nada siempre sé de eso –dijo el Chato. —Juro –dijo la Malona y le dio un apretón de manos que dejó al señor Director con los dedos estrujados y doloridos. —Yes, juro por mai got –dijo el Chicle, señor Drectorcito. —Ahora –siguió el Director– si ustedes no encuentran al ratón y resulta que sí había existido, y la hija del padre de familia lo llegara a descubrir, rueda mi cabeza. —¡Auch! –dijo la fl aquis agarrándose el largo pescuezo. —Pero –continuó el director–, también LAS SUYAS, así que más les vale cumplir bien con la misión. Los cuatro se pusieron a temblar, muy asustados y juraron. —Juramos cumplir bien la misión señor Drectorrr. —Se pueden retirar. Y los cuatro, conversando bajito se alejaron del despacho car- gando su artillería de limpieza.

Capítulo VI Misión cumplida

Ernestina, enterada de los planes del Director, pidió al mismo que se hiciera el trabajo de limpieza de su biblioteca muy temprano al día siguiente que era sábado, para no perjudicar a los niños que esa tarde habían ido a leer cuentos, o investigar en los libros para hacer sus tareas. Al Director le pareció un buen argumento. Cuando Ernestina se quedó sola, sacó de la parte baja del gran macetero una cajita de tierra que servía de inodoro de Julia, y vació 286 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

el contenido en una bolsa negra de basura. Es verdad que los que hacen sus necesidades en cajitas de tierra son los gatos, pero Julia encontró ese lugar privado y cómodo bajo el gran macetero para hacer sus necesidades. Cuando Ernestina lo descubrió le puso ahí la cajita de arena y ella entendió perfectamente el mensaje. De ese modo no habían caquitas de ratona por ninguna otra parte. Por ese lado no había peligro de que el escuadrón de limpieza hallara señales de la existencia de Julia. Entre las dos buscaron en todos los lugares algún pelito suelto que a Julia se le hubiese caído, alguna señal de su existencia, y cuando estuvieron bien seguras de que no dejaron ningún rastro ratuno por ningún lugar, recién se quedaron tranquilas. Al día siguiente a primera hora llegaron a limpiar todo el lu- gar, la Flaquis, el Chato, el Chicle y la Malona. Ernestina no pudo controlar su turbación al verlos pero los recibió cordialmente. Unos minutos antes la bibliotecaria había metido a la ratonita dentro del bolsillo de su mandil. Ese era el lugar donde Julia estaría más segura, al menos mientras el escuadrón de limpieza diera fi n con toda la mugre. —Buenoz díaz señodez, ze que vidiedon a dimpiad da bib- dioteca pada buzcad un datón. —Síiiiiiiiiii, –respondieron en coro. —Y si existe un ratón aquí, lo vamos a encontrar siempre – dijo el Chato mirando a sus compañeros que afi rmaron al mismo tiempo con la cabeza. —Lo vamos a pulverizar –dijo la Malona. —Y… y… y… no se nos… nos… va… a… a… es… ca… ca… ca… par –dijo la Flaquis haciendo cincuentaicinco muecas y par- padeando cincuenta y tres veces. Por alguna razón el Chicle no dijo absolutamente nada ni en castellano ni en inglés. Solo se quedó sonriente mirando a Ernestina. —Me padece buy bien –repuso Ernestina haciéndose la tran- quila– bueden comenzad cuando quiedan. —Oquey33 –repuso el Chicle y coqueteando preguntó– Juat is yur neim?

33 Oquey en ingles quiere decir Okay, y en castellano signifi ca algo así como “aprobado”, “sí”, “así es”. Nueva literatura infantil y juvenil (1980 - 1999) 287

Como Ernestina sabía un poco de inglés le corrigió –ze dize “¿what is your name?” —Suena igual –dijo el Chicle —Tienez dazón –dijo Ernestina sonriéndole con sus bra- kets.34 Al Chicle le cayó bien Ernestina. Le pareció simpática y le gustó cómo hablaba. Casi igual que él en inglés. Al fi nal de cuentas él entendía todo lo que ella decía en castellano con frenillos, y ella entendía todo lo que él decía en inglés sin ortografía. El Chicle se quedó mirándola por un momento sin que se le borrara de la cara la sonrisa. La Malona que se había dado cuenta le dio un caderazo con el cual lo hizo volar hasta media biblioteca. —¡Ya! –le dijo. Vamos de una vez a cumplir la misión del señor drector. Esto es serio así que pónganse atentos y concéntrense en la misión. La Flaquis movió la cabeza en signo de aprobación, hizo ven- ticuatro muecas diferentes y parpadeó catorce veces, mientras el Chato ya estaba inspeccionando el lugar. Luego dijo: —Ya… ya… ya… estoy… lis… ta. Cada cual cumplió su trabajo con la mayor efi ciencia: El Chato aspiró las alfombras, los muebles, debajo de las macetas, bajo los estantes; la Flaquis aspiró encima de los estantes, las esquinas de la biblioteca, los rincones de la sala, los armarios; luego el Chicle que era muy alto, se ocupó de limpiar el techo, los focos, las ventanas, las puertas hasta que no quedo una sola brizna de polvo. Entre los cuatro sacudieron hasta el último de los libros, las revistas y las enci- clopedias. Hojearon todo para buscar cualquier indicio de ratón. Ernestina, con el pretexto de dejarlos trabajar con comodidad, había salido al patio desde donde escuchaba el motor incesante de las aspiradoras y las lustradoras. Cuando paró, pensó ella que todo había terminado y se acercó a mirar. Vio entonces cómo la misión recién estaba comenzando. El Chicle sacó todos los cajones del escritorio y con sus largos dedos raspó el polvo de los vértices más escondidos en los cuales todavía quedaban restos de crema de sus galletas merengadas. Hizo lo mismo en los armarios y en los fi cheros. Hasta desman-

34 Brakets son esos frenillos o fi erritos molestosos que te ponen en los dientes cuando te hacen ortodoncia. 288 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

teló la computadora, aspiró todo por dentro y luego la volvió a armar. Cuando terminó lo escuchó decir —Mai got, ahora yes que todo está veri veri clin.35 El Chato, aunque petiso, era muy fuerte, así que juntamente con la Malona se ocupó de levantar en el aire cada uno de los estantes de 843 libros, los de 4500 revistas, los de las 279 enci- clopedias empastadas, los cinco armarios, los dos escritorios y las mesas, las sillas, los sillones, los dos grandes maceteros, los cuatro pequeños, y todo lo que allí había para ver si debajo encontraban al ratón. Todo quedó en orden, limpísimo, no había el tal ratón. Ni siquiera algo sospechoso. Los ojos de farol que tenía la Flaquis se movían de un lado para otro, incluso vio si había algo dentro de la lámpara de vi- drio. Nada, excepto unas cuantas moscas muertas. Sus grandes ojos lo observaban todo, cualquier movimiento que no fuera el de ella misma o de sus compañeros, la hacía volverse. Con un trapo de desempolvar terminaba de hacer brillar los muebles, frotándolos. Mientras la Malona caminaba atenta buscando indicios, una mosquita se atrevió a entrar a la biblioteca. En el acto la Malona la aplasto contra el vidrio. La Flaquis inmediatamente limpió el cristal sacando los restos que quedaron allí pegados. La biblioteca brillaba como nunca jamás. Ni siquiera estuvo tan limpia el día de la inauguración. El Chicle, hasta había salido un momento para colocar cuatro margaritas sobre el escritorio de Ernestina. De la ratonita no había ni sospechas, y eso que temblaba dentro el mandil de Ernestina, de tal modo que ésta decidió me- ter las manos en los bolsillos y hacer como si estuviese jugando agitándolas a propósito. El momento que la Flaquis observó el movimiento, le pre- guntó: —¿Qué ha… ha… ha… ces mo… mo… viendo tus ma… ma… manos dentro de tu… tu… tus bol… si… si… si… sillos? —¿No zabez acazo que mobed das manoz dentdo de dos

35 En castellano: “Mi Dios”, ahora sí que todo está muy pero muy limpio. En ingles todo está mal escrito. Nueva literatura infantil y juvenil (1980 - 1999) 289

bodziyoz de yena de enedgía dodo ed cuedpo y de cadma ed fdío y dos nedvioz? La Flaquis miró al techo, parpadeó dieciseis veces, hizo quince muecas con la boca y sacudió la cabeza en señal de “no”. Luego miró a Ernestina fi jamente con sus grandes ojos y rebuscando en los ella hasta el fondo de su alma le preguntó: —¿Te ca… ca… calma los ner… vios mo… mo… mo… ver los de… de… dos y las ma… ma… manos dentro de los bol… bo… sillos? —¡Cdado!, ¡pod supueeeezto!, ¡oooobvdio que te cadma doz nedvioz! –respondió Erenestina con total certeza. Ezo do dijo un gdan maeztdo ded odiente yamado Tung-Shan. La Flaquis volvió a hacer 12 muecas con la boca y a parpadear ocho veces. Se quedó pensativa por un minuto y luego continuó haciendo su trabajo sin prestar más atención a las manos de Er- nestina, que apenas la dejó de mirar entró al baño para calmar los latidos de su corazón descontrolado y la tembladera que le entró en todo el cuerpo. Después salió tranquila como si nada hubiese pasado y se fue a mirar las fotos de los cuadros de los alumnos que habían salido bachilleres los años pasados y que adornaban las paredes del largo pasillo anterior a la biblioteca. Cuando el olor a detergente de limón se hizo más fuerte y la biblioteca cobró un brillo extraordinario, Ernestina pensó que la misión del escuadrón de limpieza ahora sí, había terminado. Entonces, se acercó nuevamente a ellos y tomando distancia, por supuesto, les dijo: —¿Zeda pozibde que llame al zeñod didectod pada que vea ed excedente tdabajo que hiziedon? El Chicle muy alagado, respondió por todos —Oquey, mai darlin.36 La Malona lo miró furiosa y él se moderó pese a que casi no podía dejar de sonreír frente a Ernestina. El señor Director fue al encuentro del escuadrón de limpieza con el corazón alborotado pensando que al fi n había terminado la pesadilla y que habían encontrado al tal ratón.

36 Que quiere decir, en inglés okay my darling, y en español “De acuerdo, mi querida”. 290 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

—Buenos tardes las dé Dios –saludó. —Muy buenas tardes señor Drector –respondieron en coro y bien plantados los cuatro componentes del escuadrón de limpieza. —¿Encontraron al ratón? –preguntó ansioso. —No, señor Drector –respondieron en coro. —Pu… pu… pusimos pa… pa… patas arriba de pe… pe… a pa… pa la biblioteca… yyyyy… yy… no hay ra… ra… ratones –dijo la Flaquis haciendo cuarenta y cinco muecas y parpadeando veintisiete veces. —Sherto –dijo el Chato– no hay nadddda señor Drector. Todo hemos limpiado biencito siempre. —Todo limmmmpio –dijo la Malona con su voz de trueno. Solo quedó pulverizada una mosca. —Yes37 –dijo el Chicle, un poco ausente, porque sentía la mirada de Ernestina detrás de sus gruesos lentes y eso lo ponía medio raro. —¿Están seguros, bien seguros de que no encontraron ningún rastro? –preguntó el Director. —Sí, señor Drector – repuso la Malona. Lo hubiéramos notado. No había nada, no había ni cuarta caquita de ratón. Usted sabe que los ratones no se pueden aguantar…. No había ni un pelito de bigote siquiera y a los ratones se les cae el pelo, no había ni una huella, y a los ratones les gusta dejar huellas. —Sherto señor drector –dijo el Chato– lo único que encontra- mos fueron algunos pelos verdes, azules, amarillos y rosados de los peluches que traen los niños, una liga de cabello, once chicles mascados pegados bajo de las mesas, una orquilla, una caracha de herida infantil humana, tres pestañas de niños, dos puntas de lápices, un palito de chupete, ocho papeles de dulce en el basure- ro y varias migajas de galleta en el cajón de Ernestina. Nada más shempre. ¡Ah! Y un cordón de zapatos color café. —¿Están seguros, mis queridos? –preguntó el Señor Director. —Sí, señor drectorrr –respondieron en coro. Entonces el director salió a paso fi rme de la biblioteca seguido por su efi ciente escuadrón de limpieza. Tomó el teléfono, llamó al presidente del directorio de padres de familia que como ya saben era el padre de la hija del padre de familia y con voz muy fi rme le dijo:

37 Yes, en inglés quiere decir “sí”. Nueva literatura infantil y juvenil (1980 - 1999) 291

—Señor presiente del directorio de Padres de familia… hágame el favor de venir INMEDIATAMENTE para que usted vea con sus propios ojos la biblioteca de la escuela… Sí, señor presidente del directorio de padres de familia… tal como usted me dijo, me ocu- pé del asunto. Mis efi cientes empleados limpiaron hasta el último rincón de la bilioteca… Sí, si, señor presidente del directorio de padres de familia… todo, todo y ¡NO HAY NINGÚN RATÓN! Como había subido la voz, el director se moderó un poco y repuso: —Quiero decir que la niña, su dulce hijita, debió haberse confundido o tal vez tiene un exceso de imaginación, jajajaja… así eeees… no, no se encontró absolutamente nada… sí señor presiden- te del directorio de padres de familia… eso dije… ningún ratón… Gracias, muchas gracias… usted también salúdela a su esposa… y la niñita, claro… Hasta luego, señor presidente del directorio de padres de familia. El lunes por la mañana en formación, el padre de familia llamó a Ernestina, tomó el micrófono y delante de todo el colegio la felicitó por su orden, limpieza, creatividad y por ser tan respon- sable en el trabajo de la biblioteca. Todos la aplaudieron, incluso Julia que escuchó el discurso desde el estante más alto del cual se veía el patio. También el Director pidió un aplauso para el escuadrón de limpieza que estaba presente junto a él. Algo había cambiado por lo menos en dos de sus miembros, el Chicle sonreía incesantemente y la Flaquis movía sus manos y sus dedos dentro de los bolsillos de su mandil, sin hacer tantos gestos ni parpadeos. Emocionada, la bibliotecaria repuso: —Gdaziaz, señod Didectod. En primera fi la vio los ojitos malvados de la hija del padre de familia llenos de lágrimas de odio y rojos de rabia. —Bien niños y niñas –ordenó el señor Director– pasen a sus cursos –y dirigiéndose a la hija del padre de Familia, repuso: Y tú, niña, ven conmigo a mi ofi cina. Cuando estuvo a solas con ella le dijo: –¿Ves esta tarjeta amarilla? Bien, vas a llevarte esta tarjeta amarilla como signo de llamada de atención por atormentar tanto a la pobre Ernestina y a mí también con el famoso ratón que solo existe en tu ima- ginación. 292 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

—¿Puedo hablar? –preguntó la niña. —Habla, pero se breve –respondió el director dándole la espalda. —Yonocreoqueseajustoqueustedmedeunatarjetaamarillapor- quelastarjetasamarillassonparalasniñasqueseportanmalyyonome- portemalporqueyoviaeseratónenlabibliotecaaunqueustedlonie- gueynomecrea. —¿Qué? –el Director se puso rojo de rabia. ¿Pretendes decir, niña, que yo miento? —NosesimienteperocreoqueErnestinaesunamentirosayque- seestáburlandodetodosustedesyalomejorsusempleadostambien- seestanburlandodeustedytodosseestanburlasdodeusted….. —¡Cállate, ya! –ordenó el Director. No soporto escuchar tu voce- cita. Si no te callas te daré una tarjeta roja, entiendes? ¡Sal de aquí!. La niña salió hasta la puerta y antes de cerrarla a sus espaldas repuso. —Ustedsevaaarrepentirdeloquemeestádiciendocuandocom- pruebequeelratónestáahí. Y luego dio un portazo desapareciendo en el pasillo. Al Director le quedó una sensación de malestar en el estómago. Estaba casi seguro de que en la biblioteca no había ningún ratón y que Ernestina y su escuadrón de limpieza no serían capaces de burlarse de él de esa manera, pero la hija del padre de familia le dejó una espinita en el corazón.

Capítulo VII Las enseñanzas de Pina Bausch

A la hija del padre de familia no le gustó nada perder. Mucho más cuando sabía que lo del ratón en la biblioteca no era un invento suyo. De ese modo se propuso salvar su honor y demostrarle al director que había cometido una injusticia imperdonable con ella que era la hija del padre de familia más importante de la escuela. Estaba dispuesta a hacerle tragar su tarjeta amarilla y a que su papi lo eche de la escuela por dejarse engañar con sus empleados y empleadas, y por ser tan estúpido en no haberle creído desde la primera vez. De ese modo se apareció en la biblioteca con su mismo peinado de cola estirada para atrás. Nueva literatura infantil y juvenil (1980 - 1999) 293

—Hola Ernestina –saludó hipócritamente fi ngiendo una sonri- sa con sus labios delgados. Vine para hacerte compañía. —E….ezte… Ernestina no supo qué decir. Julia, que ya conocía la voz de la niña estaba observándolas por encima de uno de los armarios. Bueno, zi quiedez puedez quedadte. ¿Quiedez deed adgo? —No, repuso la niña, no quiero leer, solo quiero pasear –y se puso a caminar por los estantes observándolo todo. Habían pasado ya muchos días después de que el escuadrón de limpieza visitara la biblioteca. La hija del padre de familia vio unas miguitas en el estante de ciencias naturales, y unos pelitos en la esquina del macetero. Supo al instante que esas eran las evidencias de la presencia del ratón de la biblioteca. Asustada, desde arriba del armario, Julia temía ser descu- bierta. La niña era muy astuta y ella no sabía por qué la había convertido en su no amiga. Tenía de amigo un gato negro, pero no se explicaba por qué una niña podía perseguir tanto a una ratona de biblioteca. De pronto, la hija del padre de familia sacó un libro del es- tante que estaba frente al armario y se puso a leerlo. Julia no le quitaba los ojos de encima, de pronto la niña metió bruscamente la mano en el hueco que había dejado el libro al ser retirado y allí encontró un pedacito de papel comido. Lo observó bien y lo guardó en su bolsillo. Julia supo que esa era una evidencia. Nadie que conociera cómo comía un ratón, podría dudar de que ese papel había sido su cena. La hija del padre de familia salió triunfante de la biblioteca. Al despedirse de Ernestina le dijo. —Mira, Ernestina, un papel comido por un ratón –y se lo mostró sacudiéndolo con la mano. Ernestina respondió sin perder el control. —Eze ez un pedazo de paped que dejadon doz ticoz cuando vidiedon a hazed banuadidades. —¿Seguro? –replicó la niña– ¿y cómo es que los chicos que vinieron a hacer manualidades dejaron este trozo de papel al fon- do de uno de los estantes? –y salió triunfante de la biblioteca. Ernestina se quedó muy preocupada. Desde que la hija del padre de familia perseguía a Julia, la vida de ambas se estaba con- virtiendo en un infi erno. 294 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

La niña llegaba todos los días a “visitar” a Ernestina y se pasaba el rato buscando huellas de Julia. Ya tenía cuatro pelos, tres peda- citos de hojas comidas, y por suerte no metió la mano debajo del macetero porque ahí sí que se hubiera encontrado con la evidencia mayor: la cajita de arena con caquitas de ratona. De cualquier modo la cosa se ponía peligrosa. Cuando llegaba lo hacía de sorpresa y entraba corriendo a mirar los estantes, se subía a las sillas para ver por encima de los armarios, abría y cerraba las cajas del escritorio, miraba debajo de los mesones y las pobres Ernestina y Julia estaban a punto de enloquecer. Julia había decidido ir a buscar el libro de arte escénico y danza contemporánea en la sección de arte, para pedirle a la propia Pina Bausch que le enseñara algo más de lo que sabía. De ese modo se pasaba con ella horas de horas, noches enteras, descubriendo los poderes de la danza. Así aprendió que con el cuerpo se podían expresar sentimientos como los de ser perseguida por una niña extraña siendo una simple ratona de biblioteca que no dañaba a nadie. Le enseñó a usar los pies sobre el piso y sentir su peso para elevarse, para dar volteos, para volar en el aire, para instalarse fi rme. Le enseñó que su cuerpo podía vibrar y fl uir, desplazarse, caer y levantarse, le enseñó Pina, que esas cosas le pasan a uno todo el tiempo en la vida y que expresarlas con el cuerpo ayuda a liberarlas y conocerse mejor. Estaba enfl aqueciendo mucho ya que horas de horas noches enteras, para una ratonita es mucho tiempo, pero solo de ese modo aprendió a tener confi anza y a descubrir movimientos originales que transmitían sus emociones de bailarina. Aprendió con Pina que el cuerpo te sirve a veces más que las pa- labras, y que si sabes hablar con él, puedes encontrar el equilibrio, la facilidad para moverlo como tú quieras y la energía sufi ciente para comunicarte con los otros. Un día pasó lo irremediable. La hija del padre de familia llegó justo a la hora del almuerzo, cuando Ernestina estaba a punto de salir y le dejaba a la ratonita las últimas migajas de galleta. —¿Qué haces? –preguntó. Julia apenas tuvo tiempo de trepar sobre el segundo nivel del es- tante con la agilidad y la gracia de una experimentada bailarina. —Eztoy devantando eztas miguitaz que hiziedon caed unoz niños –dijo. Nueva literatura infantil y juvenil (1980 - 1999) 295

—¡Qué bien! –respondió la niña poniendo las manos en la cin- tura– ¡Qué bien!. Yo no he visto a ningún niño entrar a la biblioteca –y se dio bruscamente la vuelta para mirar el estante. Por algún motivo, Julia no huyó, y por un instante sus miradas se cruzaron. La niña abrió los ojos llena de júbilo y sorpresa. Julia le sostuvo la mirada con valentía. —¡El ratóooooooonnnnn! –gritó señalándola con el delgado dedo blancuzco de uña comida. Era más de las 12:30. Los maestros y los niños se habían ido ya a almorzar, así que a esa hora nadie la escuchó. Julia pensó que no podía seguir sosteniéndole la mirada. En- tonces usó toda su energía y saltó sobre ella sorprendiéndola, al punto que la hija del padre de familia dio tres pasos de espalda, se golpeó con el estante de enfrente y cayó al suelo sin aliento. Sobre ella se precipitaron varios libros. Julia trepó por el mandil de la niña, subió a su cabeza y se detuvo frente a su cara, la volvió a mirar fi jamente con valentía, como al decirle —¿Querías verme? Aquí estoy. Ernestina se quedó helada sin saber qué hacer. Jamás se ima- ginó que su amiguita sería capaz de semejante cosa. Julia, una vez más recordó lo aprendido con Pina Bausch “Uno pude expresar con el cuerpo lo que le siente”. Ya no era miedo lo que sentía la ratonita, era libertad y una sensación increíblemente placentera de triunfo. La niña tenía los ojos abiertos, la boca cerrada, la cara transparente y estaba a punto de desmayarse. Entonces Julia ele- gantemente, resbaló por la cola lacia de la pequeña, dio un salto, hizo una venia y desapareció dando giros por debajo del estante de enfrente. La hija del padre de familia se quedó un largo rato sin poder reaccionar. Ernestina la ayudó a levantarse. —Un… –murmuró la niña entre dientes y se puso a llorar de la impresión. Ernestina tenía agua en su botellón así que le sirvió un poco para que se calmara. La hija del padre de familia se puso de pie y con mucha rabia le dijo. —¿Ahora me vas a decir que no tienes aquí un maldito ratón? Ernestina puso cara de tonta —¿Un daton? –preguntó. 296 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

Capítulo VIII Consejos para no morir

Después de aquel encuentro, Julia supo que las cosas no se iban a quedar así, de tal modo que por la noche, a la hora en que los dibujos cobraban vida, fue al libro de los felinos y le contó a su amigo, el gato negro, lo que estaba ocurriendo. Este le dijo que tuviera cuidado ya que la hija del padre de familia ya no era una no amiga. —¿No? –preguntó extrañada Julia. —Ya no –respondió el gato– ahora sí, es tu enemiga. Siendo tan chiquita y estando en desventaja con ella la has mirado cara a cara, la has desafi ado, la has asustado, la has hecho sentir una tonta y la has vencido. Ella va querer vengarse de ti y de Ernestina. Ya no eres cualquier ratona, Julia; eres tú. Aunque ella no sepa tu nombre, sabe que es a ti a quién quiere hacer desaparecer. —¿Cómo? –preguntó Julia. El gato negro sabía que los ratones eran los animales más in- teligentes y capaces de sacar conclusiones sobre lo que iría a pasar. Por eso es que cuando a los ratones se les pone trampas con quesos, ellos saben cómo comerse los quesitos sin dejarse atrapar. Eso le dijo el gato negro y Julia cobró valor y confi anza en sí misma. Era verdad que además de inteligente sabía leer y aplicar las sabias enseñanzas de los libros a su vida. —Piensa –le dijo el gato negro. La hija del padre de familia ya no puede contar con el Director porque no le hace caso y está casi convencido de que aquí no hay ratones; no puede contar con Ernestina porque así como a ti, a ella la considera su enemiga. También Ernestina la hizo quedar en ridículo frente al director y la niña, seguramente cree que por culpa suya él la castigó. Piensa qué haría una niña como ella para liquidarte. Entonces Julia tuvo la evidencia de lo que estaba por pasar. —Si los humanos no le hacen caso, quizás la niña busque un ¡animal! –dijo Julia con los ojos muy abiertos y llenos de pánico. —Es posible –dijo el gato negro relamiéndose los bigotes. —Claro –dijo Julia. Y ese animal por supuesto, podría ser un gato. —Y un gato de verdad –dijo el gato negro– no de papel como soy yo. —Y lo peor de todo, un gato no amigo –dijo Julia. Nueva literatura infantil y juvenil (1980 - 1999) 297

Eso es lo peor –respondió el gato negro. Creo que lo mejor que puedes hacer es enterarte un poco de cómo somos los gatos. Yo puedo decirte algunas cosas. Y el gato negro, para sorpresa suya se puso a cantar y a bailar con mucho ritmo:

Los gatos somos muy especiales, somos sensibles, poco amigables; nos gusta mucho comer ratones y los cazamos por los rincones. Tenemos oído muy refi nado el menor ruido es escuchado entonces vamos a ver qué pasa y estamos listos para la caza.

El gato negro mostró a Julia las largas garras que salían de sus almohadonadas patitas.

Finas pezuñas de largas uñas nos sirven para atrapar lo que se mueve, lo que se mece eso nos gusta rasgar. Dientes fi ludos muy puntiagudos nos sirven para mascar. Lo que atrapamos nos lo morfamos nadie nos puede igualar, nadie nos puede igualar, nadie no puede igualaaaaaaaaar.

A Julia le pareció horrorosa la canción. No la consoló para nada a pesar de haber descubierto la maravillosa voz de tenor que tenía el gato negro. Se despidió de él agradeciendo que fuera su amigo para que no la morfe, es decir que no se la devore, y se fue a buscar el libro Todo lo que usted quiere saber sobre los gatos y no se atrevió a preguntar.. Felizmente el libro no tenía muchos dibujos vivos, y los gatos que allí se mostraban eran muy tiernos y estaban dormidos, así que como Julia ya sabía por el gato negro, que tienen ellos un extraordinario oído, trató de hacer el menor ruido y concentrarse en la lectura. El libro decía que cuando Noe se había enterado por Dios de que habría un diluvio, por orden suya había hecho un arca y en 298 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

ella había puesto una pareja de cada especie de todos los animales para que cuando las aguas bajaran y la tierra reapareciera, estos se multiplicaran y volvieran a poblarla. La leyenda decía que en aquel tiempo no existían gatos, pero sí ratones y el ratón y la ratona entraron en el arca, juntamente con la alondra y el alondro, la leona y el león, la zorra y el zorro, el cocodrilo y la cocodrila, la jirafa y el jirafo, el elefante y la elefanta, la garrapata y el garrapato, entre otros. Llegó el diluvio y las aguas crecieron tanto que casi llegaban al cielo. El arca de Noé permanecía sobre ellas y los animales es- taban a salvo. Solo que tuvieron un inconveniente. Noé, al entrar les había hecho fi rmar a los animales un compromiso de abstinencia. Eso quería decir que se comprometían a no aparearse hasta que no estuviesen nuevamente en tierra. No aparearse quiere decir re- nunciar a tener hijitos mientras estuviesen dentro del arca. Eso por razones obvias ya que el arca era cabalita para las parejas, pero sin hijitos. Como hacía mucho frío afuera y caía la lluvia incesantemen- te, los animales estaban medio aburridos y bastante tranquilos, sin ganas de traer hijos al arca, y de ese modo evitar que se hundiera. Pero, cuando al fi n dejó de llover, el ratón y la ratona olvidaron su compromiso de abstinencia, y como estaban muy enamorados decidieron esa noche de luna llena, aparearse bajo la luz de las es- trellas. Pensaron que un ratoncito tan chiquito que sería su hijito, no llenaría mucho espacio. Eso pensaron; pero no sospecharon jamás que de la barriguita de la ratona que al instante quedó embarazada, saldrían un tiempo después 30 ratoncitos y 30 ratonitas que además se aparearían rápidamente dando lugar a 60 ratoncitos y 60 ratonitas que da- rían lugar a 90 ratoncitos y 90 ratonitas y así sucesivamente. De ese modo era imposible sostenerse y el arca estaba a apunto de hundirse. Desesperado Noé pidió ayuda a Dios y Dios le dijo que ha- blara con el león. Noé lo hizo, y de las orejeas del león salieron unas criaturas que le solucionaron el problema. Eran cuatro gatos y cuatro gatas que fueron detrás de los ratones y dieron fi n con ellos. Nueva literatura infantil y juvenil (1980 - 1999) 299

No era la intención de Noé hacer eso. Realmente fue un plan de emergencia. Lo malo fue que los gatos se tomaron la cosa muy en serio. Creyeron que su misión divina era comer ratones por los siglos de los siglos, amen. Julia estaba completamente segura de que la maldad de la hija del padre de familia era extrema; por tanto era seguro que habría tramado algo tan defi nitivo y catastrófi co como llevar un gato a la biblioteca. Su pregunta era ¿qué podía hacer ella, una ratonita tan pequeña frente a un gran gato de verdad, que se sintiera con la obligación y el deseo de comerla? —¡Qué horror! –pensó Julia. Alguien me tiene que ayudar. Y entonces se le ocurrió ir al estante de los libros de sabiduría para ver si encontraba a la Bruja Brie en el libro de los encanta- mientos. La Bruja Brie era un dibujo de bruja con la nariz respingada, largos cabellos grises, ojos rasgados, manos huesudas, de uñas encorvadas y bien arregladas, un vestido negro con capa morada y unos zapatotes con grandes hebillas cuadradas. La Bruja Brie abrió la tapa del libro apenas Julia se acercó. Sabía que vendrías, ratonita –le dijo.Te estaba esperando. Entonces, Bruja Brie, sabes por qué he venido –dijo Julia con respeto y cierto miedo. Sí querida, entra en el libro y ven al lado mío –invitó la bruja Brie. Julia saltó dentro del libro y sintió el frío de la noche mágica donde la Bruja Brie estaba dibujada. Una gata negra con graciosas manchas blancas de ojos brillantes la miró fi jo. Julia hizo el intento de salir al instante, pero la Bruja Brie la calmó. —Nada te hará Ítaca –le dijo. Así se llamaba la gata, igual que la patria de Odiseo.38 Puedes quedarte tranquila. ¿Acaso no tienes ya un gato negro como amigo? Julia se tranquilizó, era verdad. El gato negro era uno de los pocos amigos que tenía y el mejor de todos. ¿Por qué Ítaca la iba a asustar? —Dime por tu boca qué quieres de mí, le dijo la Bruja Brie. —Tengo miedo de la hija del padre de familia. Me gustaría que

38 Odiseo, rey de Ítaca, llamado también Ulises es un héroe legendario protegido por la diosa Atenea. 300 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

me ayudes a pensar qué hacer. Estoy casi segura de que ella traerá un gato a la biblioteca para que me devore. Entonces, Bruja Brie, necesito que me ayudes a hacer algo. —¿Algo como qué? Dijo la Bruja Brie observándola a la luz de una fogata sobre la cual hervía un inmenso caldero del que salía un extraño humo color azul olor a menta y romero. —Algo como una magia. Algo que me de poder para desapare- cer de la vista del gato. Algo que me haga transparente y silenciosa; algo que me permita moverme de aquí para allá sin que él sienta mis pisadas. —Eso ya sabes hacer –le dijo la Bruja Brie y Julia tomó con- ciencia de que en verdad con la danza, lo podría lograr perfecta- mente. —Sí –respondió– pero necesito algo que haga que la nariz del gato no sienta el olor a ratona que debo tener. Dame algún poder para convertir al gato en piedra, o en algodón, o en esponja. Dame el poder de volverlo un gatito de peluche. —Eso no va a servir –dijo la Bruja Brie. —Entonces, hazme tan poderosa, pero tan poderosa que cuan- do venga a mi encuentro le pueda morder del cuello, dejarlo sin una gota de sangre y pueda agarrarlo de la cola y lanzarlo hasta el techo 30 veces y pueda exprimirlo rompiéndole todos los huesos y las costillas hasta que se quede como un saco o pueda sacarle todos los bigotes uno por uno, y los dientes… y… Julia se quedó callada ya que el gran caldero comenzó a hervir y el humo azul y transparente se volvió denso y rojo además de hediondo, como el de un volcán a punto de entrar en erupción. Olía a huevo podrido mezclado con vómito de araña. —Eso no va a servir –dijo la Bruja Brie, mezclando el caldero para que se calmara. En la medida en que Julia apaciguó el odio en su corazón, el humo volvió a hacerse claro, azul y fragante. —No llenes tu corazón de odio, ni de miedo –le dijo —Entonces, ¡qué hago! –suplicó Julia. Si no me ayudas, Bruja Brie, el gato me va a comer. Yo no tengo magia propia. —Eso sí te va a servir –dijo la Bruja Brie y el humo del caldero se hizo luminoso y dulce. —¿Cómo…? –preguntó la ratonita sin entender. —Sí, claro que tienes magia propia, la magia está en ti, Julia, Nueva literatura infantil y juvenil (1980 - 1999) 301

no necesitas ser feroz, ni desaparecer, ni dejar a tu adversario convertido en peluche. Necesitas descubrir tu propia magia. —¿Y… cuál es? –preguntó Julia, sorprendida. —Esa que te hace poderosa y que te hace ganar y no perder –dijo la Bruja Brie, que siempre hablaba en enigmas. Los enigmas son palabras que uno no sabe qué quieren decir, pero que deben ser descifradas porque aunque no parece, tienen un gran signifi cado y esconden una revelación, una verdad. La luz del amanecer comenzó a fi ltrarse por los ventanales de la biblioteca, y la Bruja Brie se convertió poco a poco en dibujo. Julia se quedó sola sobre la página de papel lustroso, el humo del caldero ya no se movía pero mantenía su brillo y un poquito de su olor. Esa mañana, Ernestina llegó particularmente nerviosa. A pe- sar de que la comunicación entre ambas no era verbal porque las ratonas no hablan con las humanas, sí era de pensamiento y hasta de sentimiento. Julia sabía que estaba presintiendo lo mismo que ella, solo que no podía decirle lo que realmente sospechaba.

Capítulo XI La visita del señor Domínguez

Olor a chocolate quemado. Solo podía ser el señor Domínguez pensó Ernestina y así fue, con sus gruesos bigotes y su pipa de delicioso humo apareció el señor Domínguez juntamente con la hija del padre de familia, para decir que se iba una semanita de viaje y que no tenía con quién dejar a Lindolfo. —Así que mi querida Ernestina, vine a decirte que esta pe- queña, me dio la buenísima idea de dejarlo contigo para que te acompañe en la biblioteca. —Sí, Ernestina –dijo la niña con tono de inocencia–, yo le dije al Señor Domínguez lo que tú me dijiste. —¿Do que yo de… de… dije? –preguntó Ernestina sintiendo que se le secaba la garganta. —Sí –dijo la niña con tono inocente. ¿No es verdad que me dijiste que querías un gatito para que te acompañe acá en la biblioteca, Er-nes-ti-ni-ta? Quizás hasta te ayude a cazar ratones, ¿no? Mejor tener un gatito cerca, por sí las moscas, o mejor dicho, por sí los ratones… jajajaja. 302 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

—Pedo, no zedía mejod que me do yeve a mi caza? –preguntó Ernestina. —Noooo, dijo el señor Domínguez enroscando sus bigotes. Esta niña tiene razón. Incluuuuuso hablaaaaaamos con el señor director y a él le pareció muy bieeeeen que Lindolfi to se quede en la bi-blio-te-ca. De hecho lo autorizó. Es bueno tener un gatito. —¿Un dato…? –repitió Ernestina sin saber más qué decir. El señor Domínguez que no tenía idea de las maldades de la hija del padre de familia, fi nalmente se despidió. —Ya me voy Ernestina –le dijo–, esta noche antes de partir vendré a dejar a mi Lindolfo con su comidita para gato y su cajita de arena. No te va a dar ningún trabajo, te hará buena compañía en el día y por la noche te cuidará la biblioteca. La hija del padre de familia se fue muy feliz con el señor Domínguez y al salir miró a Ernestina y le sacó la lengua triun- falmente. Apenas salieron Ernestina buscó a Julia que estaba en el borde de la ventana. —¿Ya vez datonita? –le dijo–, eza bduja de da hija ded padde de famidia tdaerá ad dato ded zeñod Domínguez. ¿Te acueddaz que ya te abdé de Dindodfo? Do van a traed ezta tadde. A Julia, que todavía pensaba que Lindolfo era un ratón de biblio- teca, la noticia de que en realidad era nada más y nada menos que un gato la llenó de desconcierto, depresión y especialmente pánico, mucho más cuando Ernestina le dijo que se trataba de un gato de ojos tan verdes, tan verdes como los del señor Domínguez y de bi- gotes tan gruesos, tan gruesos como los del señor Domínguez y de barriga tan grande, tan grande, como la del señor Domínguez. —¡Qué horror! –pensó la ratonita sin saber cuál era el mayor dolor: que Lindolfo no fuera un ratón de biblioteca, o que fuera un gato. —¿Que haré ahora? –dijo, acurrucándose en la palma de la mano de su amiga. No hay forma de librarme de Lindolfo a menos que me vaya de aquí. Afuera hay tantos peligros… No puedo irme. Me voy a quedar. Esta vez su amiga bibliotecaria no la iba a poder proteger. Las lágrimas de Ernestina cayeron sobre la cabeza de la ratona de biblioteca. Ella le acarició la mano con la cola y después se fue a esconder, esperando su destino. Nueva literatura infantil y juvenil (1980 - 1999) 303

—Otro no amigo que llega –pensó. Antes de que anocheciera, cuando Ernestina ya iba a cerrar la biblioteca apareció la hija del padre de familia juntamente con su papá el presidente del directorio de padres de familia, con el señor Domínguez y con el director de la escuela. La niña llevaba en sus manos un gordo gato de ojos verdes, pelaje amarillo brillante y enormes bigotes sobre su hocico de fi los dientes. —¡Miauuuuu! –dijo Lindolfo y de un salto entró en la biblioteca. Ernestina no supo qué hacer ante todos ellos. —Cierra la puerta y ve a casa tranquila –le dijo el Director. —Ez que cdeo que… me voy a quedad un poquito máz a… —No, no no no, de ninguna manera –respondió el Director tomándola del brazo y sacándola de la biblioteca– vete a casa a des- cansar. Todo estará bien, El gatito no se escapará. Las ventanas están cerradas y los gatos son independientes. Ni siquiera va a llorar. —Chau Lindolfi iiiito –se despidió el señor Domínguez. —Caza muchos ratones, Lindolfo –dijo la niña mirando fi ja- mente a la pobre Ernestina. El director cerró la puerta, esperó a que Ernestina la asegurara y luego la acompañó hasta que tomara el bus para su casa. Ya oscureció. Julia temblaba mientras los ojos de Lindolfo recorrían la biblioteca como dos potentes faroles de camión con luz alta. De pronto, sintió esa mirada iluminándola entera, como cuando se alumbra a la actriz principal en un escenario para que sea la única absolutamente visible en medio de la oscuridad. Lindolfo sin dudar se acercó a ella a tal velocidad que la rato- nita apenas atinó a escapar metiéndose debajo y al centro del gran macetero. Lindolfo metía el brazo entero tratando de alcanzarla de un lado y del otro y de un lado y del otro la ratonita evitaba las garras que quedaban marcadas en la madera del piso. No se le venía ni una sola idea a la cabeza. Esa tortura duró por algunos minutos que a ella le parecieron horas y supo que el gato no se rendiría hasta atraparla. De pronto recordó las palabras de la Bruja Brie que le decía “la magia está en ti”. Claro, ella era quién tenía que descubrir su propio poder. Algo con lo que Lindolfo no podría luchar. Su amiga Pina Bausch le había dicho que cuando actuaba en el escenario experimen- taba en su ser grandes olas de sentimientos, con emociones cambiantes. 304 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

Así era como Julia se estaba sintiendo. Armada de valor ima- ginó qué haría Pina, una de las más grandes coreógrafas y actriz de teatro del mundo. Y llena de valor, gritó. —¡Gatito, no tengas miedo! Lindolfo se quedó paralizado, como si de verdad lo hubiesen convertido en piedra. Esa voz que salía de debajo del gran macete- ro no podía ser de una ratona a punto de ser devorada por él. Era ilógico que le dijera nada menos que una ra-to-na, ni siquiera un ratón, “Gatito, no tengas miedo”. Y Julia salió del escondite y se puso a bailar todavía iluminada por los ojos de Lindolfo. Lindolfo desconcertado por un momento olvidó que esa que ante sus ojos daba saltos y volteretas tan raras y con tanta gracia, era una ratona comestible. Luego recuperó la compostura y volvió perseguirla. Esta vez ella fue directo hasta lo más alto del estante, lo cual en ningún caso era un impedimento para Lindolfo que hizo lo propio con la misma o mayor agilidad. La ratonita saltó entonces a la pita de la cortina y se deslizó graciosamente por ella. Algo de este desparpajo de Julia dejaba fas- cinado a Lindolfo, pero era un gato respetable y no iba a permitir que una ratona lo dejase en ridículo. —¿Cómo te llamas? –le preguntó en tono amigable mientras bajaba velozmente por la pita de la cortina. —Lindolfo –respondió el gato sin dejar de perseguirla. —Es bonito jugar al gato y a la ratona, ¿no? –dijo ella escon- diéndose dentro del cajón del escritorio que Ernestina había dejado semiabierto. La verdad es que Julia sabía que en este “juego” podía perder la vida. A Lindolfo le pareció rarísima la pregunta, pero respondió al instante mientras manoteaba en el aire dentro del cajón. —Sí, para mí es divertido, pero para ti que pronto vas a ser comida, ¿es bonito? —Mmmmm, psí –respondió Julia desde dentro del cajón evitan- do que las garras de Lindolfo le rasgaran la pancita. En ese intento, Lindolfo con todo su peso y el esfuerzo por meter el brazo entero, logró abrir de golpe el cajón, pero con tan mala suerte para él y tan buena suerte para ella, que el cajón cayó al suelo estrepitosamente botando por los aires cuatro galletas de dulce, dos lapiceros, una libreta y por supuesto a Lindolfo. Nueva literatura infantil y juvenil (1980 - 1999) 305

—Miauuuuu –maulló un tanto asustado. Como los gatos siem- pre caen parados no se lastimó. Julia aprovechó para huir una vez más, pero la verdad es que se estaba cansando de tanto escapar. Algo tenía que hacer con este gato que la perseguía a gran velocidad. Hizo entonces lo que sintió que debería hacer. Se paró en seco y se hizo a un lado. Con la velocidad, y la sorpresa el pobre Lindolfo no pudo frenar el impulso y fue a darse de bruces contra la pared. Los cuantos segundos de atontamiento de Lindolfo le sirvieron a Julia para tomar otra sabia decisión. —Bueno, basta de jueguitos –dijo con tono autoritario. ¿Cuán- tos ratones has comido tú? –preguntó mirándolo de frente a los ojos verdes desconcertados. —Esteeee… ¿yo? –pensó Lindolfo. Creo que ninguno. —¡Ninguno! –repitió ella– entonces, se puede saber ¿qué haces correteando y persiguiéndome? —Se supone que tú eres una ratona y yo un gato y se supone que los gatos que se respetan cazan ratones, y yo soy un gato que me respeto –dijo Lindolfo disponiéndose a volver a la cacería. —Un momentito, momentiiiiito –lo frenó Julia levantando la mano en signo de ¡alto! Si nunca has cazado ratones, no tienes por qué hacerlo ahora. Comer ratones, y peor ratonas, no te hace más gato ni menos gato. —Pero quiero cazar ratones –respondió molesto Lindolfo ante el atrevimiento de la pequeña y con más furia se abalanzó sobre ella. Siempre con la gracia de una bailarina Julia se hizo el quite una vez más, pero esta vez sintió el aliento caliente del gato en su espalda y le dio un escalofrío que la hizo tomar conciencia del verdadero peligro. Era urgente cambiar de táctica. —Déjame decirte algo que te va a interesar, y después, si quie- res, me comes –le dijo. El gato nuevamente se paró en seco y ella aprovechó para hablar. —Mira Lindolfo –le dijo– tú eres nada más que parte de un macabro plan. Estás siendo utilizado miserablemente por una insignifi cante niña; la hija del padre de familia. —¿Yoooooo? –se admiró Lindolfo– estás loca. ¿De qué estás hablando? 306 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

—Te explico –siguió Julia– pero siéntate ahí para que me es- cuches sin hacerme correr por toda la biblioteca, y pon atención a lo que te digo. A Lindolfo no le terminaba de convencer esta situación, pero tenía tanta curiosidad de saber si realmente era cierto lo que le decía la ratonita, que él que era un gato como todos los gatos, con un alto sentido de la dignidad gatuna, quiso saber si en verdad estaba siendo usado como parte de un macabro plan en el cual no había participado. —Soy Julia, –se presentó ella– una ratona de biblioteca que tiene como amiga a una bibliotecaria que se llama Ernestina, y como enemiga a una niña que es la hija del presidente del directorio de padres de familia. ¿La ubicas? La de la cola estirada. Esa que te trajo en brazos para que te quedaras aquí. —¡Ah! –dijo Lindolfo –esa niña. —Esa niña, convenció al señor Domínguez para que te trajera aquí, para que tú, que eres un gato civilizado, un gato doméstico, hiciera la barbaridad que hacían tus antepasados salvajes: comer ratones. Lindolfo se quedó un tanto desconfi ado escuchando a Julia. —Oye, Julia –le dijo– no me vengas a decir tonterías. Los gatos comen ratones, yo vi eso en la tele con el señor Domínguez ene veces. Así que no creas que te vas a librar. Eres tú la que me quiere engañar y no esa simpática niña. —¿Ah síiiiiii? –preguntó autosufi ciente la ratonita– eso que viste son dibujos animados. No son gatos verdaderos ni ratones verdaderos. ¿Y te diste cuenta, además que esos gatos y esos ratones de dibujo nunca se hacen daño? ¿Nunca mueren? ¿No te fi jaste que al fi nal siempre terminan juntos? —No sé, no sé –dijo Lindolfo, molesto. Quizás esos sean dibu- jos como tú dices, pero tú eres una ratona de verdad y yo soy un gato de verdad. Y Lindolfo hizo brillar sus garras, sus ojos y sus dientes fi ludos. —Yo te voy a demostrar cómo los gatos se comen a los ratones, y de manera especial a las ratonas habladoras y farsantes como tú. Y se volvió a incorporar. —No, no lo hagas –le dijo Julia cambiando de tono. Mejor qué- date tranquilo porque aunque me veas tan chiquita, tengo quién me defi enda. Mi mejor amigo es un gato negro. Nueva literatura infantil y juvenil (1980 - 1999) 307

Lindolfo se rió en la misma cara de Julia. —¿Ah sí? !Cómo no! Ya quisiera ver al tal gato negro amigo tuyo. —Perfecto, entonces, si yo te demuestro que un gato negro es mi amigo, ¿tú desistes de perseguirme y de comerme? —Tal vez, lo podría pensar. Aunque hacerlo sería antinatural. Lo lógico es que te coma. Ya dije, los gatos se alimentan de ratones; tú eres una ratona, y punto. —No es cierto –dijo Julia. —Demuéstrame que no es cierto, y entonces tal vez deje de perseguirte –dijo Lindolfo, seguro de que al fi n la había vencido. —Está bien –respondió Julia. Dime, ¿el señor Domínguez te alimenta con ratones? —¡Nooo! –dijo Lindolfo– yo como comida balanceada, rica en vitaminas y proteínas con sabor a trucha. —¡Ajá! ¿viste? Eres un gato sin malas costumbres. —No me convences –respondió Lindolfo aunque en verdad se acababa de dar cuenta de que los ratones le resultaban repulsivos para comerlos. Solo de imaginar un ratón vivo o muerto en su platito, le revolvió el estómago; pero por supuesto no se lo dijo a Julia. —Tú no eres un “cattus” –le dijo ella– eres un “felis”. —¿Qué es eso? –preguntó Lindolfo– ¿una enfermedad? —No, respondió Julia –y aunque todavía se moría de miedo, tomó de la pata a Lindolfo que esta vez no desenvainó sus feroces garras, y lo llevó al estante de libros de los felinos. De pasadita llamó al gato negro y este salió al instante. Lindolfo se asustó porque el gato negro era más grande que él. —Hola, Julia –la saludó– ¿este es el famoso gato del que me hablaste? —Sí, dijo Julia y los presentó. Lindolfo, el gato del señor Do- minguez, y el gato negro, mi mejor amigo. Ambos se miraron con detenimiento y cierta desconfi anza. Julia y el gato negro también cruzaron una mirada de complicidad. Luego, el gato negro muy orgulloso mirándolo de reojo y sin contestar, se volvió a meter en el bosque de eucaliptos de su libro y no dio más muestras de vida. Lindolfo se quedó muy asombrado al comprobar que la ratonita no le había mentido. —Este es el libro que te quería mostrar –le dijo Julia, abriendo uno grande de tapa dura, titulado Todo lo que usted quiso saber sobre ra- tones y nunca se atrevió a preguntar, y se puso a hojearlo rápidamente. 308 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

—Mmmmm… aquí está, lee –Lindolfo leyó: —Los ga… ga..tos son fel… fel… feli… nos cacacacarrrrr nni- vor… os Y Julia que se acababa de dar cuenta de que Lindolfo tenía problemas para leer en voz alta, siguió la lectura. —…cuyos nombres actuales más generalizados son cat, chat, gatto, etcétera. Su nombre deriva del bajo latín cattus, palabra que alude especialmente a los gatos salvajes, en contraposición a los gatos domésticos, que en latín, son llamados felis. El gato felis, es decir el gato doméstico, está en convivencia cercana al hombre desde hace unos 9.500 años, por ello asume costumbres diferentes a las de los gatos salvajes, que se alimentaban de ratones y otras alimañas. Los Felis, es decir, los gatos domésticos, son caseros, domestican a sus dueños y les enseñan a mimarlos y a jugar con ellos cuando así lo desean. Son muy independientes, limpios y muy orgullosos. Es carac- terístico del gato felis, saber escuchar y comprender razones cuando alguien se las da. No actúan sin pensar como lo hacen los gatos salvajes y por el contrario suelen no ser violentos ni tan impulsivos. —Ves? –le dijo Julia después de haber leído remarcando las partes más importantes del texto. No me estoy inventando nada, tú eres un gato doméstico y no tienes por qué comer ratones. —Pero el libro dice que los gatos somos carnívoros –respon- dió Lindolfo que no era nada tonto, y por un instante volvieron a aparecer sus fi ludas uñas. —Los hombres también –dijo rápidamente Julia– y no ves a ningún hombre persiguiendo a un gato, o a un perro, o a una gallina, o a un cerdo para mascarle el pescuezo y comérselo a pedazos… A Lindolfo le dio un escalofrío de impresión de solo imaginar. La ratonita rápidamente supo que debía decir algo para convencerlo y continuó —A menos que sean hombres caníbales y salvajes, claro. —¡No me vengas! –le dijo Lindolfo. Los hombres domesticados, o sea “civilizados” también comen animales. Al señor Domínguez, por ejemplo le gustan las parrilladas y cuando hace parrilladas a mí me invita un pedacito de carne asada desmenuzada –y Lindolfo se relamió los bigotes. —Es verdad que los hombres civilizados comen animales – repuso Julia– pero los cocinan y los elaboran. Por eso tú, querido Lindolfo, también comes trucha en galletas. ¿no es verdad? Nueva literatura infantil y juvenil (1980 - 1999) 309

—Otra vez Lindolfo no supo qué contestar. Se sentía un poco turbado. Era la primera vez que una ratonita le decía “querido” Lindolfo, en realidad era la primera vez en su vida que estaba hablando con una ratona. La primera vez que alguien lo aturdía con tanta palabrería y con tantas razones valederas. Una nueva experiencia muy extraña. —¿Sabías que la diosa egipcia Bastet, tenía cuerpo de mujer y cabeza de gato? –le dijo la ratonita. Pero es ya tarde y te ves muy cansado. Mañana voy a contarte algo más sobre Bastet si es que quieres saber. —Lindolfo necesitaba pensar, le picaba la curiosidad de aquello que Julia quería contarle al día siguiente, así que dejó de interesarle perseguir a esta ratona llena de tantos argumentos y co- nocimientos y se fue a un rincón de la biblioteca para dormir. Julia se sintió aliviada, pero no tenía aún seguridad alguna de lo que iría a pasar. ¿Qué tal si al tal Lindolfo le venía nuevamente la ventolera de querérsela comer?

Capítulo XII Bastet, la diosa de los gatos domesticados

Por la mañana llegó muy temprano la dulce Ernestina llena de angustia con el corazón apretado. Muy temprano también llegó la hija del padre de familia y entró curiosa a ver lo que había pasado en la biblioteca la noche anterior. El cajón del escritorio estaba en el suelo y desparramadas las cuatro galletas. Ernestina recorrió los pasillos revisando los lugares donde Julia solía esperarla, pero no estaba. Disimuló un poco para que la niña que le seguía los pasos no se diera cuenta de su afl icción. ¿Qué estás buscando, Ernestina? –preguntó la hija del padre de familia. —Ad dato –respondió Ernestina secamente. Allí en el rincón donde Lindolfo se había quedado, en ese mismo lugar estaba estirándose y relamiéndose los bigotes. —¿Estás satisfecho con tu cena, Lindolfi to? –dijo la niña mi- rando de reojo a Ernestina que no respondió a la provocación. Luego la hija del padre de familia tomó a Lindolfo entre sus brazos y acariciándole le dijo: 310 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

—Gatito lindo, ¿estás feliz? ¿Te has comido un ratón, mi gati- to? ¿estaba rico? Los gatitos lindos se comen ratones ¿no, gatito? Si no se comieran ratones, no fueran gatiiiiiiitos. ¡Qué vergüenza si no te comiste al ratón, gatito lindo! ¡El señor Domínguez se va a poner muy triste si sabe que no lo hiciste, pero si lo hiciste, se va a sentir muuuy orgulloso de su gatito Lindolfo! Lindolfo se sintió picado por las palabras de la hija del padre de familia, se contorsionó maullando y de ese modo se liberó de esos brazos delgados, huesudos y blancuzcos llenos de pecas. —Muy bien mi gatito liiiiindo, aquí hay lechecita para vos –le dijo la niña sacando de su mochila una pequeña botella con leche que vació en el recipiente de agua que había dejado para su gato el señor Domínguez antes de irse. Lindolfo se puso a beberla mientras que una especie de rabia le carcomía el corazón. En verdad pensó que la hija del padre de familia tenía razón. La que lo había engatuzado o más bien en- ratuzado, la noche anterior había sido Julia. El debía, tenía, era parte de su naturaleza, comer ratones. Doméstico o no, esa era su responsabilidad, y sin falta se propuso devorarla. Claro que mientras pensaba en estas cosas, Julia apareció por debajo del gran macetero y Ernestina la rescató en su bolsillo como otras veces. Ambas estaban concientes del peligro y seguras de que la noche anterior la ratona se había librado solo de milagro. Lindolfo estiraba la nariz y tenía los bigotes parados para de- tectar cualquier olor o movimiento que le delatara dónde estaba Julia. Se había propuesto devorarla antes de dejarla decir una sola palabra, porque sabía que si ella abría la boca, él ya no sabría más qué hacer. Pronto llegaron los niños para pedir libros y a todos les encantó el nuevo gatito de la biblioteca, así que el pobre Lindolfo pasó de mano en mano durante toda la mañana. A medio día, a la hora del almuerzo, Ernestina hizo algo desesperado. Dejó a Julia sobre la maceta de geranios y levantó a Lindolfo llevándoselo con ella. La hija del padre de familia la vio salir, e inmediatamente sos- pechó que a pesar de haber pasado la noche entera en la biblioteca, Lindolfo posiblemente no se había comido al ratón y fue corriendo a buscar al señor Director. —SeñorDirectorErnestinasestállevandoaLindolfoasucasayus- tedledijoquenolosacaradelabibliotecaporquesiErnestinapierdeaLin- Nueva literatura infantil y juvenil (1980 - 1999) 311

dolfoentonceselseñorDomingueznuncanuncanuncaselovaaperdo- narseñordirectorporfadígaleaErenestinaquedejeaLindolfi toenlabi blioteca.¿Porquéellanolorespetaseñordirector?Siempreestáhacien doloqueledalaganaasusespaldasyseguroseloquierellevaraLindolfo- porqueenlabibliotecahayunratón. Muy molesto el señor Director que en ese momento estaba ocupado, llamó inmediatamente al primer empleado que pasaba por su puerta para que fuera a detener a Ernestina en nombre suyo, y la obligara a llevar a Lindolfo de vuelta a la biblioteca. El primer empleado que pasaba por su puerta era nada más y nada menos que el Chicle. —¡Chicle! –lo llamó el señor director. —Yes, mister drectorrrr –dijo el chicle plantándose frente a él como un soldado. —Vaya INMEDIATAMENTE a la parada del bus y DETENGA A LA BIBLIOTECARIA. Dígale de parte mía que devuelva al gato a la biblioteca inmediatamente y que NO SE LO PUEDE LLEVAR A SU CASA, ¿entendió? —¿A la bibliotecarita? ¿A Ernestinita? Que no se puede… El cat?39 —¡Sí! —Enseguida señor drectorr!, asorden –dijo el Chicle. —ENTONCESANDADEUNAVEZ ¡YAAAA! –ordenó el señor director hablando casi igual que la hija del padre de familia. Veloz como una fl echa el Chicle fue al encuentro de Ernestina, que ya había puesto el pie en la grada del bus para subir. Se estiró como un verdadero chicle y la jaló para que se quedara. Ernesti- na lo miró espantada, pero él le dijo mirándola con los ojos más brillantes que los de Lindolfo y con esa sonrisa que al verla no se le podía borrar. —Ernestinita, no te lleves al gato, no lo hagas mai darlin.40 Ernestina bajó del bus y le rogó al Chicle: —Pod favod dejame id con Dindodfo. Zi do dejo en da Bibdio- teca ¡adgo ezpantozo puede zuceded!

39 Cat signifi ca “gato” en castellano. 40 Mai Darlin en inglés quiere decir my darling y en castellano algo así como “cariño mío”. 312 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

—¿Algo espantoso? –repitió el Chicle– mai got,41 ¿por juat…?42 Ernestina tomó conciencia de que no tenía un solo amigo a quién confesar el secreto de su ratona de biblioteca a la cual con- sideraba su mascota predilecta. Miró al Chicle y supo que podía confi ar en él. Cuando le reveló esa verdad, el Chicle se puso furioso porque consideró que ambas, la bibliotecaria y su ratona, habían burlado el honor del Escuadrón de Limpieza, de la manera más cínica. Ernestina lo escuchó con la cabeza baja. Sabía que ahora estaba en manos del Chicle. Él la podía delatar con el señor Director, o la podía ayudar para que no ocurriera el desastre de que Lindolfo se comiera a su ratona. El Chicle se quedó largo tiempo callado, la miró por un momento, y sin poder aguantar más el verla tan triste y tan desamparada, rodeó con sus brazos largos los hombros caídos de Ernestina, y le dijo. —Te perdono. Te perdono solo porque no conozco a nadie más que tenga una ratona de biblioteca como mascota. ¿Oquei?43 No te voy a delatar con el señor drector… y te perdono también porque… esteeee… me… gustas. De mucho tiempo Ernestina sonrió tan ampliamente que todos los fi erritos de su ortodoncia brillaron al sol. El Chicle que se había convertido ahora en su cómplice y amigo, así que tomó en sus brazos a Lindolfo y se lo llevó al co- legio, pero no a la biblioteca, sino a la sala donde estaban los im- plementos de limpieza. Como era amplia y muy limpia, Lindolfo se sintió bien. Ya por la tarde, cuando Ernestina volvió después de almorzar, el Chicle le devolvió al gato. Ernestina había llevado una canasta pequeña con varios agujeritos por donde se fi ltraba el aire y la luz para poner dentro a Julia y protegerla de las fauces de Lindolfo. Por la tarde nada ocurrió porque los niños nuevamente lo tuvieron fastidiado llevándolo de acá para allá. Pero, por la noche, Ernestina dejó a Julia en la canastita con la esperanza de que Lin- dolfo no lograra abrirla.

41 Mai got es my God en inglés y en castellano, “mi Dios”. 42 Juat es what en inglés y en castellano, “qué”. 43 Oquei es Okay en inglés y en castellano, “sí”. Nueva literatura infantil y juvenil (1980 - 1999) 313

Apenas se fue y se quedaron solos, Lindolfo que tenía la dig- nidad herida después de haber escuchado lo que dijo la hija del padre de familia, se abalanzó a la canasta, la zarandeó un momento entre sus patas y fi nalmente logró abrirla dejando a la intemperie a la pobre Julia que volvía a correr despavorida. No pudo llegar muy lejos porque Lindolfo había tomado con- fi anza y parecía que se había olvidado por completo todo lo que hablaron la noche anterior. La pobre Julia bajo la mirada feroz de Lindolfo, estaba de nuevo contra la pared sin posibilidad de huir ni para acá ni para allá. Julia sabía que sus únicos poderes eran la danza, la palabra y las cosas que había leído en los libros, así que dominando la tem- bladera que le tomó todo el cuerpo, dijo: —Ba… Ba… Ba… Bastet… —¡Cállate ya! No me dejas concentrarme cuando hablas –le dijo el gato a tiempo de zarandearla. Julia sacó valor y gritó: —Bastet, Bastet, era una diosa egipcia que tenía cuerpo de mujer y cabeza de gato… Lindolfo se detuvo y nuevamente comenzó a sentirse intrigado por esa historia. —Bueno –le dijo– termina de una vez ese cuento de la tal Bastet y después te como. —Bueeeeeno –respondió Julia recuperando ese aire de sabelo- todo que irritaba y a la vez fascinaba a Lindolfo. —Bastet tenía una misión en la Tierra: proteger el hogar. Era la diosa del hogar. Era TÚ diosa, Lindolfo. Una gata doméstica. Bastet era el símbolo de la alegría de vivir, y hasta los humanos la consideraban la diosa de la armonía y de la felicidad. Bastet llevaba siempre con ella un instrumento musical y los humanos le rendían culto cantando y bailando. Bastet era generosa y amaba a su padre el sol poniente que se llamaba Atum. —¿Atun? –preguntó Lindolfo relamiéndose los bigotes. —Atummmm –corrigió Julia, quiere decir “Aquel que existe por sí mismo” era el Dios primordial y creador. Bastet amaba a su padre y lo protegía de Apofi s. —Y quién era Apofi s –preguntó Lindolfo picado por el deseo de saber. 314 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

—Apofi s era una serpiente venenosa y malvada, sin ojos ni oídos, cuya misión era evitar que el barco del sol hiciera su recorrido durante el día. Como Atum era el Dios sol del poniente, estaba siempre en pe- ligro de ser atacado por Apofi s. Por eso, su fi el hija Bastet se mantenía siempre atenta, dispuesta a defenderlo… ¿Ya ves? Los gatos son fi eles como su diosa, y tú te estás portando como un salvaje conmigo. —¿Contigo? –preguntó extrañado Lindolfo– ¿Yo qué tengo que ver contigo? Tú eres una ratona cualquiera y aunque me hayas contado algunas historias, que no voy a negar, sí, son interesantes, igual sigo creyendo que te debería comer. Eso lo dijo ya sin mucha convicción. —No es así –le dijo Julia. Yo no soy una ratona cualquiera. —¿Qué tienes de especial? –preguntó Lindolfo. —Tengo algo muy especial. Yo no soy cualquier ratona, yo soy Julia. Esa Julia que te ha contado la historia de tus ancestros. Esa Julia que te a ofrecido su amistad. La bailarina, la cuentacuentos, la lectora. Soy Julia, no soy cualquier ratona y tú tampoco eres para mí cualquier gato ya. Eres Lindolfo. Entonces, no importa si yo soy una ratona y tú eres un gato, importa que podemos ser amigos, porque estoy casi segura, que no hay ninguna Julia y ningún Lin- dolfo en el mundo, gato y ratona, que se hayan encontrado para compartir una biblioteca. Lindolfo por alguna razón se sintió alagado. No abrió más la boca para decir sandeces como “te tengo que comer” o “te voy a devorar”. De pronto se dio cuenta que Julia podría contarle muchas otras historias, le podría enseñar a leer un poco mejor, sería capaz de escucharlo y darle consejos y resolver algunas preguntas nuevas que tuviese, que por supuesto el señor Domínguez y la hija del padre de familia nunca podrían comprender. También pensó que si ella era amiga de un gato negro, ¿por qué no podría ser él, amigo de una ratona gris con manchas blancas? Así era Julia. Gris, con una especie de antifaz de pelitos blancos que le cubrían la cabeza. —¿Qué es un amigo, Julia? –le preguntó. —Eso te puede explicar el zorro, mejor que yo, le dijo. —¿Un zorro? –se asustó Lindolfo. El perro de don José, cada que me ve me quiere atrapar. Si me llevas con un zorro, seguramente me va a devorar. ¿Es ese tu plan? –preguntó con la desconfi anza renovada. Nueva literatura infantil y juvenil (1980 - 1999) 315

—No seas bobo, Lindolfo –le dijo Julia– iremos donde un zorro domesticado por un principito. Yo jamás te pondría en peligro. Eres mi amigo. —Está bien –dijo Lindolfo. De ese modo voy a darte una prueba de mi confi anza. Espero que no me decepciones. —Sin decir más Julia lo llevó al estante de los libros de cuen- tos y poesías. Allí estaba el libro El Principito de Antoine de Saint Exupery. Abrió la página en la que estaba el zorro y el zorro estaba allí esperándolos. Le dijo entonces: —Zorro, él es Lindolfo. ¿Puedes explicarle lo que es la amistad? —Claro que sí –dijo el zorro. La amistad es dejarse domesticar. —¿Cómo es eso? –preguntó Lindolfo. —Te dejas domesticar cuando no te resistes a crear vínculos. Es decir a tender lazos de cariño, de reconocimiento, de afecto. Dejarse domesticar y dejarse conquistar, es lo mismo. —¿Ves? –dijo Julia– es lo que acabo de decirte. —Cuando tú te dejas domesticar o domesticas como lo haces con el señor Domínguez –continuó el zorro– entonces nadie más es igual a quién se ha convertido en tu amigo. A mí me domesticó un principito. Vino a jugar conmigo día a día, me llamó por mi nombre y yo también lo llamé por su nombre y desde entonces ya no estoy solo. Después de unos minutos de silencio, conmovido por lo que había escuchado, Lindolfo se acabó de convencer de que su natura- leza de gato domesticado no daba para despanzurrar ratonas. —Voy a tener que renunciar a comerte defi nitivamente –le dijo a Julia. —Así está mejor –respondió ella– entonces, ya puedes visi- tar conmigo cada noche un libro, y juntos podremos disfrutarlo. Cuando nos separemos yo te contaré las cosas que lea y tú las que tú hayas leído. ¿Qué te parece? A Lindolfo le gustó la idea y aunque le costó un buen rato convencerse de que ese era su verdadero deseo, se comprometió con Julia a cumplir su palabra de no agresión y le pidió que le en- señara todos los libros en los cuales pudiese aprender cosas nuevas, divertidas y diferentes. Ya no más las que veía el señor Domínguez, ni los dibujos animados del gato correteando eternamente al ratón. 316 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

Inmediatamente, para festejar su pacto de amistad, Julia y Lindolfo se fueron al libro de Las mil y una noches y se pasaron juntos escuchando los cuentos que Scherezada le contaba al sultán, hasta que les dio sueño.

Capítulo XIII Un Gato de Biblioteca

Por la mañana, otra vez la atormentada Ernestina fue en busca de su ratonita. Al ver la canasta abierta y botada por el suelo, se pegó un gran susto, pero al acercarse al rincón donde noche antes había encontrado a Lindolfo, grande fue su sorpresa al verlo plácidamente durmiendo. Sobre su barriga dorada durmiendo también plácidamente estaba Julia. Los dos bostezaron se estiraron y se pusieron de pie al ver a Ernestina, Lindolfo se le acercó y rozó su lomo en el pantalón celeste que traía, mientras que Julia de un salto trepó hasta llegar a la palma de su mano. Mas tarde los dos tomaban leche tibia del mismo platito que el señor Domínguez había dejado, ya saben para quién. La semana transcurrió sin mayor novedad. Cada que la hija del padre de familia entraba a la biblioteca, Lindolfo se erizaba sacando a la luz sus fi losas uñas, encorvando el lomo y parando sus pelos como si estuviese recibiendo una descarga de electricidad. De ese modo la niña no se atrevió más a levantarlo ni a decirle intrigas horrorosas contra Julia como antes lo había echo con su boca de Apofi s, es decir, de serpiente del mal. Ernestina aumentó su ración de galletas de manera conside- rable. Ahora tenía que invitar además de Julia, a Lindolfo y por supuesto a su amigo Chicle que no perdía oportunidad para darse una vueltita por la biblioteca y desempolvar los mesones; especial- mente los que estaban frente al escritorio de Ernestina. El Chicle fue el primero en enterarse de que Julia había logrado conquistar al gato del señor Domínguez. Y como ya saben todos ustedes el único capaz de ser miembro del escuadrón de limpieza y sin embargo guardar ese secreto como hacen los amigos verda- deros, era el Chicle. Desde que el Chicle se hizo tan amigo de Ernestina, esta se vestía más bonito y cambiaba de peinados y de colores de cintas Nueva literatura infantil y juvenil (1980 - 1999) 317

“Lindolfo y Julia se pasaban contándose distintas historias que leían en diferentes estantes…”.

Ilustración en acuarela de Romanet Zárate. 318 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

en su cabello rojizo y ensortijado. Además sonreía todo el tiempo con sus dientes de perlas igualitas, ya que al fi n había terminado su tratamiento de ortodoncia y de ese modo no solo podía sonreír bonito, sino también hablar claro. Lindolfo y Julia se pasaban contándose distintas historias que leían en diferentes estantes. Los niños que llegaban a la biblioteca también compartían su amistad. Nadie sabía de la existencia de Julia, aunque algunos, uno que otro, la había encontrado y pensando que era el único, no se lo decía a nadie. Ernestina ayudaba a los niños a buscar lecturas que necesitaban para hacer sus tareas y compartían ideas, sentimientos y recreo. La única que estaba siempre sola en un rincón, era la hija del padre de familia. Eso, porque no le gustaba compartir nada con na- die. Al fi nal no solo a Lindolfo se le erizaba el cuerpo cuando la veía, sino también a Ernestina, al Chicle y hasta al señor Director. Como no volvió a ver a Ernestina desesperarse por sacar de en medio al gato, la hija del padre de familia se convenció de que Lindolfo se había comido al ratón de la biblioteca. Eso la hizo sentir muy bien en un primer momento, pero después, cuando se dio cuenta de que nadie se le acercaba, se sintió muy mal. Por supuesto todos tenían el cuidado, cuando ella entraba, de proteger a Julia para que no fuera vista, a pesar de que la niña había perdido el interés en molestar. Una tarde la hija del padre de familia, se quedó en el rincón de los cuentos infantiles leyendo uno, que sacó al azar del estante amarillo. Ernestina la observaba de reojo mientras coqueteaba con el Chicle que había ido por tercera vez a sacar brillo al mesón y a llevar diez margaritas para la bibliotecaria. Pasó un largo rato y Ernestina se percató que el libro que leía la hija del padre de familia, era El Ratón Pérez se cayó a la olla de una gran escritora boliviana, llamada Rosa Fernández de Carrasco. Increíblemente la antipática y altanera hija del padre de fami- lia estaba llorando amargamente. Ernestina que tenía muy buen corazón se acercó a hablarle. —¿Por qué estás triste? –le preguntó. —Porque esta historia es muy triste –dijo la niña. —¿De qué se trata? –le preguntó Ernestina. —Me vas a odiar más de lo que me odias –le dijo la hija del Nueva literatura infantil y juvenil (1980 - 1999) 319

padre de familia. Acabo de leer la historia deunaratonitaquesee- namoradeunratón Pérezqueundíacuandosequedaenlacasa,almove rlaolladelacomida…..¡se caeenlaolla y se mueeeeeeeere!. Y la hija del padre de familia se puso a llorar desconsoladamente mojando el hombro de Ernestina. El Chicle al verlas se acercó también para consolarla. —Ya no llores, jani44, le dijo y le prestó su trapo de desempolvar para que se sonara la nariz. —Tal vez ese ratoncito que se comió Lindolfo por culpa mía, era un amigo del ratón Pérez, y además yo sabía que tú lo querías y que lo dejabas estar aquí, Ernestina. —Sí, pero no era un ratón –dijo Ernestina– sino una ratona. —La hija del padre de familia se puso a llorar todavía más –a lo mejor entonces es la ratonita que se quedó sin su ratón Pérez, y yo la hice comer con Lindolfo. —No, no es así –la consoló Ernestina– pero la hija del padre de familia no quería escuchar nada más. —Soy mala, soy muy mala, por eso nadie quiere estar conmi- go, no tengo ni un solo amigo, nadie me quiere, nadie me invita a su cumpleaños, nadie se me acerca. Ya ni siquiera Lindolfo quiere saber nada de mi –y la niña no paraba de llorar. Lindolfo y Julia que habían escuchado toda la conversación salieron entonces de debajo del mesón del fondo. Julia con miedo todavía subió sobre la palma de la mano de la hija del padre de familia, y le hizo una caricia con su cola. La niña al darse cuenta, se asustó primero y después todavía entre lágrimas sonrió. No podía creer que allí estaba la ratonita y Lindolfo juntos. —¿Ves que no ha pasado nada malo? –le dijo Ernestina. Ella se llama Julia y es mi compañera aquí en la biblioteca, es amiga mía y hasta de Lindolfo. No hace daño a nadie. —Sí, lo sé –dijo la niña avergonzada secándose las lágrimas y le acarició la cabeza. Eres muy bonita le dijo. ¿Me perdonas? —Julia asintió con la cabeza y todos rieron, incluso Lindolfo y eso que todavía no quería acercarse mucho a la hija del padre de familia. —¿Ya ves, que no es difícil tener amigos? –repuso Ernestina. Tantas veces has venido y no recuerdo tu nombre.

44 Honey es “cariño” en inglés. 320 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

—Me llamo Lucrecia –dijo la niña– pero me pueden decir Luky. —Luky –le dijo el Chicle– a partir de ahora eres parte de este grupo secreto de amigos. ¿Juras jamás revelar la verdad sobre la existencia de Julia en la biblioteca, ni a tu papá, ni al señor drector, ni a nadie? —Sí, juro –dijo la hija del padre de familia besando la señal de la cruz. Desde entonces, para todos dejó de ser “la hija del padre de familia” para convertirse en Luky, solamente. El lunes por la mañana apareció en la biblioteca el señor Di- rector juntamente con el Señor Domínguez. —Buenos días los dé Dios –saludó como siempre. Ernestina salió a su encuentro. —Buenos días, señor Director –saludó. Buenos días señor Do- mínguez, ¿cómo le fue en su viaje? —El señor Director y el señor Domínguez se quedaron un momento mirando a Ernestina que en verdad estaba muy cam- biada con sus rosones de colores en el pelo y sus dientes sin ferretería. —Este… eee… me fue muy bien –dijo el señor Domínguez. Y a ti cómo te fue con mi Lindolfo. —Excelentemente bien –respondió Ernestina– es un gatito limpio, bien educado, y tal como usted dijo, me hizo compañía. —Venga mi Lindolfo –lo llamó el señor Domínguez alzándolo en sus brazos fuertes y haciéndole cosquillas con sus bigotes. —Miau –dijo Lindolfo en señal de bienvenida, pero un poco triste porque ya se tenía que ir. —Gracias por todo, señor Director, y gracias a ti también, Ernestina. —No hay por qué –dijo el señor Director, mirando por los rinco- nes la biblioteca con mucho placer, ya que la vio muy limpia, espe- cialmente el mesón del frente del escritorio de la bibliotecaria. —Señor Domínguez –dijo Ernestina– si desea yo puedo que- darme con Lindolfo mientras usted está aquí en la escuela. Sé que el gatito se queda solo mientras usted viene a trabajar. Además los niños ya se acostumbraron a verlo. Es bueno tener un gatito aquí. —Esteeee, no había pensado en eso –dijo el señor Domín- guez– en realidad… bueno… ¿quieres quedarte aquí con Ernestina, Lindolfo? –preguntó el señor Domínguez. Nueva literatura infantil y juvenil (1980 - 1999) 321

—Miauuuuu –dijo Lindolfo– y el señor Domínguez que conocía todos los signifi cados de sus miaus, supo que ese era un sí y que su gato estaba feliz. —Si no es abusar de tu confi anza, Ernestina –le dijo el señor Domínguez– podría dejarlo incluso durante toda la semana. Lo que pasa es que saliendo de la escuela no siempre me voy a casa porque es muy lejos. Muchas veces me quedo a dormir en casa de mi mamá, y el gatito se queda muy solo. —Perfecto –dijo Ernestina, y Julia, que estaba oculta debajo de la maceta, dio un giro elegante de felicidad y varias volteretas. También la alegría se podía expresar con el cuerpo, y no solo el miedo. —De ese modo Julia y Lindolfo, se quedaron juntos y felices leyendo libro tras libro y viviendo aventura tras aventura. Lindolfo se había convertido en un gato de biblioteca.

FIN

Nota: El señor Director, también se quedó complacido con la certeza de que en su biblioteca, no había absolutamente, ningún ratón.

Aida Soria Galvarro45

Phushka (1994)

Phushka

Tras las ovejitas de vellones claros corre la imillita de los pies descalzos.

Sube por el cerro baja a las quebradas arreando el rebaño de nubes robadas.

En sus ojos negros brillan las estrellas en sus manos tibias la phushka más bella.

La luna redonda se quedó en sus manos a dormir la ronda de sueños dorados.

45 Cochabamba (1942). Ver biografía en p. 487.

[323]

David Acebey46

Romances de Tobiano y Florlinda (1997) Romances de Tobiano y Florlinda

La yegua Lobuna tuvo un potrillo en el primer cambio de luna de un verano. Heredó la estampa y el color del padre. Era tobiano: Negro con grandes manchas blancas. Paukar y Luís estaban encantados con el potrillo Tobiano. Lo separaban de su madre para jugar, peinar sus crines y darle chancaca. Con el pasar del tiempo la yegua Lobuna no se extra- ñaba cuando su hijo desaparecía de las praderas de Sipoperenda, donde pastaba la tropa. Sabía donde encontrarlo. Un día de esos, luego de jugar con los niños, Tobianito simuló retornar donde su madre; pero el muy picarón se fue al Cañón del Algarrobal, donde vivía una pareja de burros, con una tierna burrita negra. Caminó por medio de unos arbustos hasta que escuchó un rebuzcanto. Estiró el cuello… Y grande fue su sorpresa al ver, por primera vez, a los burros. —Ji, ji, ji, ji –relinchó a modo de presentación. La burrita respondió el saludo moviendo sus grandes pestañas y enmudeció. En realidad ambos enmudecieron. Estuvieron como hipnotizados hasta que el señor Burro rompió el hechizo con un ronco rebuzno. —Sabíamos que naciste porque doña Lora difundió la noticia –dijo la señora Burra señalando el hueco de un tronco, desde donde un pichón saludó al potrillo. Este respondió el saludo esforzándose para no reír, porque a esa edad, estas aves tienen cara de tortuga. Se despidieron con el compromiso de nuevos encuentros y todos los días, luego de jugar con sus amos, el potrillo tobiano iba en busca de su amiga. Pero un domingo de esos se negó a jugar con Paukar y Luís. Daba brincos en su sitio, relinchaba como queriendo decir algo

46 Chuquisaca (1945). Ver biografía en p. 487.

[325] 326 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

y luego corrió en dirección al Cañón del Algarrobal. Sus amos lo siguieron y, tras ellos, fue el Tigrero, el perro que los protegía. Como los burros solo eran animales de carga, los humanos no les daban la misma importancia que a los caballos; por eso los niños no se habían enterado del nacimiento de la burrita negra. Pero al verla quedaron encantados y decidieron llamarla Florlinda, por el parecido de sus ojos a la fl or de murucuya. Los niños jugaron al oculta-oculta con los pequeños cuadrú- pedos y luego llenaron sus morrales con frutos de sagüinto para llevar a don Ernesto, su padre. A media mañana la señora Burra llamó al potrillo y a su hija: —Es hora de tomar leche –dijo. Los pequeños chuparon de a un pezón hasta secarlo, mientras el Tigrero ladraba para que los niños comprendieran que era hora de retornar. La yegua Lobuna estaba muy preocupada. En cuanto vio a su hijo corrió donde éste y le llamó la aten- ción, con relinchos tan expresivos, que sus amos comprendieron su enojo. Su rabia fue mayor cuando se enteró, por el olfato, que Tobianito tomó leche de burra. En la noche llovió con truenos. Los árboles parecían fantasmas por los destellos, pero el potrillo parecía no ver ni escuchar por pensar en la que rato antes le declarara su amor. Amaneció caliente. El vapor subía pesado para formar otras nubes. También subían al cielo millares de reinas, de una vareidad muy voraz de hormigas. Los potrillos miraban enbobados los vuelos nupciales y a los pajaritos que las cazaban en el aire. —Se comerían el mundo si todas vivieran –explicó el semental a sus hijos. Tobianito continuaba pensando en la burrita negra que, por decisión de sus padres, no podrá verla hasta cumplir tres años. Los tiernos enamorados enfermaron de tristeza y hubiesen muerto de amor si los niños no inventaban un lenguaje basado en gestos, rebuznos y relinchos, para mantenerlos comunicados. Las cartas eran una mezcla de sonidos labiales y nasales que los niños declamaban al potrillo y a la burrita, con la complicidad de las aves del monte, para que los mensajes tengan el fondo musical de trinos y cotorreos… Nueva literatura infantil y juvenil (1980 - 1999) 327

“Vuestros hijos se llamarán mulos y tendrán la resistencia del padre y la madre, juntos. Serán el vínculo entre caballo y asnos, pero ustedes no tendrán nietos…”.

Ilustración en acuarela de Romanet Zárate. 328 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

Y pasaron los días… Los meses… Y los años… Los novios cumplieron la mayoría de edad y festejaron el encuentro con sus vecinos. Eran libres en sus decisiones; pero no podían contraer matrimonio porque pertenecían a diferentes es- pecies. Nadie podía apoyarlos y, para mal de males, Paukar y Luís viajaron a la escuela de Sapaurope. Semanas después un sapo liberal les informó del Espejo de los Enamorados. Era un pozo de agua clara. Allí vieron el difícil camino que tendrían que recorrer para que el Iya, el Dueño y Protector de los Animales, les permita contraer matrimonio. Ambos manotearon el aire para manifestar la decisión de luchar juntos por aquel amor imposible y galoparon en dirección al naciente. Cruzaron espinales… Cayeron en las rocas de jabón… Pasaron ríos caudalosos… Soportaron lluvias, ventorrales, solazos y, pese a ellos, llegaron a la Casa del Iya sonrientes. Llegaron cuando la Asamblea de Animales había aprobado el decreto que prohibía la caza de corzuelas durante un año, para que esta variedad de ciervos no desaparezca. Cuando Tobiano y Florlinda expusieron su problema, todos los asambleistas –incluido el Iya– se rascaron la cabeza por la complejidad del caso. Se escucharon opiniones de lo más dispares. Si la Asamblea les negaba el permiso había el riesgo de que los novios mueran de amor y, en caso contrario, temían que otros animales de diferente especie quieran imitarlos. —¿Qué pasaría si luego se enamoran un caimán y un picaflor? –preguntó un león anciano. Habló despacio, para que su fl amante dentadura postiza no escape, como sucedió rato antes. —No hay cerco que aprisione el querer –dijo una monita gris, mirando de reojo a un monito negro. —Sugiero que se permitan algunos matrimonios entre anima- les de la misma familia –dijo la sabia lechuza y señaló los límites para que no aparezcan nuevas especies. La Asamblea en pleno apoyó su moción y los novios brincaron de alegría. Urracas y loros difundieron la notica y en menos de dos Nueva literatura infantil y juvenil (1980 - 1999) 329

horas se juntaron centenares de animales con sus trajes de fi esta. Los jucumaris trajeron comida para el banquete y las cotorras organizaron el coro. Era un bullicio… Cuando el Iya amarró a los novios con bejucos para que nunca se divorcien, los picafl ores hicieron llover pétalos. Bailaron toda la noche y al día siguiente los novios viajaron al Cañón de Miel. Al despedirlos el Iya de los Animales les dijo: Vuestros hijos se llamarán mulos y tendrán la resistencia del padre y la madre, juntos. Serán el vínculo entre caballo y asnos, pero ustedes no tendrán nietos. Por eso las mulas no paren. Doce meses después nació, en las praderas de Sipoperenda, el primer muleto en la historia de la humanidad.

Nueva literatura infantil y juvenil (1980 - 1999) 331

Claudia Adriázola Arze47

Ángeles, abuelas y lunas (1998) Los botones (Cuento juvenil)

La cajita estaba allí. Perdida entre la ropa y la platería antigua de la abuela Mara. Las mujeres de la familia, vestidas de negro, se arremo- linaban en torno a la mesa. Con las lágrimas firmemente contenidas al fondo de sus recuerdos, sacaban de las alacenas y de las vitrinas algunos objetos que se acomodaban con un orden incongruente allí. Muñequitas de porcelana y piezas de relojería, un pajarito cucú, las primeras esculturas en plastilina de Cristóbal, un pedazo disecado del pastel de bodas de Canela y un angelito de yeso, con las alas ex- traviadas, pero con la seguridad de estar a punto de alzar vuelo. Reunidas en la salita de la casa, ahora plenamente habitada por el alma de Mara, estaban sus hijas Menta, Canela y Almendra, y su nieta Alba Mora. Juntas recordaron la vez en que Mara se había levantado a me- dia noche muerta de sed y se había tomado sin querer, y atontada por la somnolencia, todo el frasco del agua bendita traída desde el más famoso santuario de Yugoslavia. Al día siguiente, Mara no paraba de afi rmar que veía la casa inundada de ángeles. Había ánge- les azules en la sala; ángeles blancos en la cocina; ángeles volando desde la terraza hasta la puerta de entrada; ángeles sentados en los bordes de las puertas; ángeles dorados echados en los sillones de la sala, contemplando a los humanos como los humanos contemplan, sin saberlo, a los ángeles cada hora en punto. En fi n, ángeles por todas partes. A partir de entonces, su ángel de la guarda la guiaba de la mano, mientras algunos querubines le acariciaban el pelo desordenado. “Tienes un ángel en la espalda”, solía decirles, lo que sonaba casi como decir “tienes una mosca”. Semejantes visiones produjeron en Mara ese estado de gracia, como ella lo denominó, que le duró hasta el momento mismo de su muerte.

47 La Paz (1971). Ver biografía en p. 487. 332 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

Las mujeres recordaron también la vez en que Mara había de- mostrado a todos, al perseguir a su gato por encima del delgado muro que los separaba de la casa de los vecinos, que no en vano desde niña había deseado tanto ser trapecista. Y recordaron también el sábado en que Mara les había organizado un té de muñecas, con todo y ge- latinas hechas en moldes minúsculos. La recordaron, como muchas veces, echada boca abajo sobre la hierba, buscando afanada tréboles de cuatro hojas. Y no pudieron aguantar la risa cuando recordaron el día en que Mara, agotada por la reciente maternidad, se había lavado los dientes con la pomada de escaldaduras del pequeño Cristóbal. La recordaron hasta que anocheció, y la siguieron recordando hasta que amaneció. La recordaron hasta que no quedaron palabras, ni historias ni risas para acompañar sus recuerdos. La recordaron con los ojos secos de lágrimas y el corazón rebosante de amor. En- tonces, las hijas se retiraron silenciosas y cada una con la sensación de que un pedazo del fantasma de su madre se le había quedado instalado en el alma. La única que quedó en el lugar fue la nieta de Mara, Alba Mora. Todavía sentada, con la imagen transparente y borrosa de la abuela Mara al otro lado de la mesa mirándola directo a los ojos, Alba Mora comenzó a hurgar entre las cosas esparcidas. En medio de los turrones de España, encajes de Indonesia, migas de la Últi- ma Cena, varios animalitos tallados en madera y algunos papeles con aroma imborrable de rosas, estaba la cajita. Alba Mora la abrió cuidadosamente y adentro encontró algunos botones desordenados, como cubiertos con la fi na película de color sepia que el tiempo se encarga de dar a las cosas viejas. Varios tenían todavía el hilo que alguna vez los había unido a algún vestido; otros estaban partidos por la mitad y a uno le faltaba un pedazo de su capa de carey; pero lo cierto es que se habían conservado en ese lugar como pruebas de fragmentos de vidas pasadas. De pronto, Alba Mora notó que al rozar los botones, lejanos pasajes ubicados en algún lugar de la vida de su abuela Mara inundaban la sala, volviéndola algo así como un escenario etéreo. Entonces, la muchacha comenzó a ver vidas y sucesos proyectados en imágenes de humo que emergían frente a sus propios ojos. Alba Mora agarró con delicadeza entre los dedos un botón plateado. Su fi ligrana estaba formada por pequeñísimas fl ores y enredaderas de plata. Apareció de pronto Canela, su madre, como Nueva literatura infantil y juvenil (1980 - 1999) 333

quince años más joven y vistiendo un abrigo más parecido a una bata que a cualquier otra cosa. Los botones plateados de fi ligrana se distinguían sobre el gris opaco de la tela y cerraban el gabán mostrando apenas la delicada y cérea piel del pecho de la mujer. Solo entonces Alba Mora pudo comprobar que ella y su madre, de haber sido contemporáneas, habrían podido ser hasta hermanas gemelas; tan parecidas eran la una a la otra. Canela, con su abrigo de botones de fi ligrana, se veía inalcanza- ble como una escultura. Se podría creer, por sus maneras calculadas y sus gestos impenetrables, que procedía de otro linaje, diferente al del resto de sus hermanos. Canela era la mayor, la más elegante, la que parecía levitar por sobre un elemento vaporoso y etéreo, un poquito más arriba del piso que el resto de los mortales recorría. Canela sabía tocar piano, se sabía hacer el moño de memoria y era capaz de mantener el gesto amable y hermético hasta en las situaciones más extremas. Y, por supuesto, había aprendido desde chica a bordar estrellitas y fl ores en servilletas y sábanas intermi- nables de algodón. Pero nunca nadie se enteró que si andaba con el cuello como al- midonado y mirando siempre por encima de su horizonte, era porque tenía miedo de ver sus ojos refl ejados en los de otra persona, que si prefería pasarse horas horneando galletitas y queques de chocolate, era porque no conocía otra forma de pasar sus horas solitarias. Y nadie se habría enterado de que Canela mantenía largas con- versaciones con las plantas de sus macetas y de que bordaba con la secreta intención de utilizar, algún día, los manteles en su propia casa, si no hubiera aparecido un día en su vida Rosendo Corzón, un hombre que, a juzgar por la forma en que iba por la vida, se creía inmortal. Rosendo andaba por las calles sin mirar más allá de sus narices. Cientos de veces lo habían tenido que rescatar de huecos del suelo, de pozos y de alcantarillas. Le habían tenido que sacar astillas con pinzas porque se iba de cara contra los troncos de los árboles y le habían tenido que hacer lavados de estómago varias veces porque se comía porquerías. Y fue precisamente este hombre despistado quien logró bajar los ojos de Canela hasta sus propios ojos. Fue él quien ocupó el lugar de las plantas de maceta. Y fue él con quien Canela compartió los cientos de metros de tela bordados durante toda una vida. 334 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

Durante mucho tiempo, las personas del pueblo se preguntaron cómo era posible que dos personas tan distintas encajaran la una con la otra. Y es que simplemente ignoraban que, desde su distrac- ción, Rosendo había logrado abrirse paso entre los complicadísimos recovecos del corazón de Canela, sufi ciente razón para que ella comenzara a usar el cabello suelto, a incluir pedazos de mango y plátano en sus queques de chocolate y a colocar las plantas de las macetas en el jardín. Alba Mora sonrió y entendió en un minuto mucho más de lo que había sabido de su madre durante toda su vida. La tía Almendra apareció envuelta en su historia celeste el mo- mento en que Alba Mora rozó un botón con forma de fl or. Apareció con las trenzas cobrizas y jóvenes. Y con toda la desgracia encima de haber nacido zurda. Tan zurda, que en el colegio habían tratado de todo para quitarle lo que pensaban era una extravagancia. Pero por más que le ataban la mano izquierda tras la espalda, que se la habían inutilizado poniéndole guantes sin deditos, y que la castiga- ban cuando sacaba a relucir su zurdería, Almendra siguió siniestra, incluso cuando al director se le ocurrió la brillante idea de coserle la manga al costado izquierdo. Y si Mara no se daba cuenta de que algo raro le estaba pasando a su hija, porque estaba empezando a contar hasta los granos de arroz y las arvejas que se comía, los experimentos para volverla diestra habrían seguido quién sabe hasta la amputación. Entonces puso en libertad a su hija y la dejó ser la hermosa pintora y arpista que más tarde llenaría de orgullo a su pueblo. El último botón que Alba Mora agarró no tenía forma determi- nada. Parecía un hongo forrado con un pedazo de cuero café. De pronto, y como una ilusión, emergió en el centro mismo de la sala su tía Menta, con una chaqueta de cuero revuelto castaño y con el cabello en estado auténticamente calamitoso. De haber podido, Menta seguramente seguiría lavándose los dientes con la mezcla de ceniza y limón que su abuela Violeta había usado hasta vieja. Hubiera, también seguramente, continuado jugando a ver quién escupía más lejos con los chicos del pueblo, y hubiera seguido tallando animales en pedazos de madera con la navaja de su abuelo, de no haber sido porque un día apareció en el pueblo un comerciante de nombre Rubén Donaire, el único hombre capaz de doblegar la rebeldía de la tía Menta. Nueva literatura infantil y juvenil (1980 - 1999) 335

“De pronto, Alba Mora notó que al rozar los botones, lejanos pasajes ubicados en algún lugar de la vida de su abuela Mara inundaban la sala, volviéndola algo así como un escenario etéreo...”. Ilustración en acuarela de Romanet Zárate. 336 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

Todo entre ellos hubiera terminado bien, de no haber sido por la sensación que Rubén tenía de estar compartiendo su vida con otro hombre, más que con una mujer. Y así como había aparecido por el camino, Rubén también se fue, un día común y corriente, dejando a Menta tan sola como la había encontrado al llegar. Después de mucho tiempo, llegó una carta al pueblo a nombre de Menta Arcani. La mandaba Rubén Donaire, diciendo que si lo quería volver a ver, tenía que jurar cambiar ese talante suyo que más parecía el de un camionero. Lo tenía que jurar por el alma de su padre, por San Judas Tadeo y por Santa Catalina. Menta, que no creía en su padre ni en todos los Santos, de todas maneras juró. Preparó un pequeño paquete en el que metió una estrella tallada por ella y una nota que simplemente decía “lo juro”, y se la envió de vuelta al comerciante. Pero Rubén Donaire nunca más dio señales de vida. Muchos años más tarde llegó al pueblo la noticia de que en un pozo cercano habían encontrado el esqueleto de un hombre. Llevaba en el bolsillo raído del pantalón una estrella de madera tallada a mano. Alba Mora vio a todas las mujeres de su familia. Todas ellas con ropas con botones y nombres fragantes. Con la mano torpe arrancó un botón de su propia blusa y lo guardó con los demás botones de la cajita. Luego la cerró cuidadosamente y con la certeza de que algún día su nieta –¿Rosa? ¿Lavanda?– conocería más de ella cuando hallara ese legado familiar. Y ahí mismo se puso a llorar todas las lágrimas que se le habían juntado en la vida. Lloró por los pedazos de madera tallados, por los granos de arroz y las arvejas. Por el agua bendita y por los cumplea- ños de las muñecas. Lloró porque alguna vez la había rechazado en el coro del pueblo y por el pez que se le murió cuando niña. Lloró, en fi n, porque se lo venía aguantando desde sus tatarabuelas. Luego vio pasar por última vez a Mara, como un suspiro de espuma y encajes. La vio como una trapecista fl otando entre cuer- das invisibles colgadas del techo. Acompañada de querubines y serafi nes. Y con el ángel de la guarda guiando sus pasos hasta el infi nito. III Literatura infantil y juvenil contemporánea (2000 - 2015)

Liliana De la Quintana48

La abuela grillo (2000)

En el mundo de los ayoreode49, en la época de los antepasados, casi todos los seres que conocemos no habían decidido aún ser animales o humanos. En esos primeros tiempos, cuando todos estos seres vivían juntos, llamaban abuela al grillo más grande, a Direjná, que tam- bién tenia partes del cuerpo humano. Esta señora grillo habitaba en lugares húmedos. Era la dueña del agua y no resistía el calor. Por eso donde ella estuviera no había sequía, pues atraía la lluvia y mantenía verdes los chacos o terrenos de cultivo y se producía comida en abundancia. Los nietos llevaban una vida tranquila porque el agua nunca se secaba. Cierta vez, la abuela grillo exageró con el agua. Llovía todos los días y los chacos y las casas se inundaron. Sus nietos, todos los de la comunidad, se enojaron con ella y le dijeron: —¿Acaso nos está castigando? ¿No ve que no podemos vivir con tanta agua? Usted estará muy contenta pero nosotros sufrimos. La abuela escuchaba con paciencia, mientras los nietos se enojaban más aún porque el agua aumentaba y aumentaba. Hasta que en el colmo de la furia le pidieron que se fuera de la comuni- dad. La abuela grillo se puso muy triste pero obedeció a sus nietos y se fue. Direjná emprendió el viaje y en el largo recorrido dejó sus huellas en todas partes: al caminar sobre la tierra creó ríos y arro- yos, donde descansó se formaron lagos y lagunas y las cañadas y cañadones son los viejos caminos por los que pasó. Mientras tanto, en la comunidad de los ayoreode el cielo em- pezó a ponerse rojo y los días tremendamente calurosos. La gente

48 Sucre (1959). Ver biografía en p. 487. 49 El pueblo indígena Ayoreode vive en Bolivia y Paraguay en el Chaco Boreal. Ayoreode signifi ca “gente verdadera”.

[339] 340 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

iba de un lugar a otro. Se trasladaban en grupo con todas sus per- tenencias, buscando agua y alimento, la mayoría de las veces con poca suerte. Algunos troncos conservaban agua de lluvia y todos se empujaban para tomar con canutos las gotas que quedaban. Pasaba el tiempo y el cielo permanecía rojo. Los nietos, vien- do que la tierra se moría de sequía, recordaron a la abuela grillo y dijeron: —¿Por qué no nos organizamos para buscar a Direjná? Como la abuela siempre iba por los caminos del agua, deci- dieron seguir el rastro donde la tierra estuviera fresca y húmeda. Cada nieto llevaba un bastón para escarbar el suelo. Sabían que Direjná estaba cerca, en algún lugar tranquilo. Co- mentaban que quizá la abuela grillo había encontrado otra gente, otra familia que la defendería y no la dejaría regresar con ellos porque la querían de verdad. Continuaron andando y andando. Cuando estuvieron cerca de la pampa grande tocaron el agua fresca y escucharon los sonidos propios del lugar. Las aves, que aún tenían algo de personas, se detuvieron para identifi car la cara de la abuela. ¡Sí, era ella! Pero todos se escondieron porque les faltaba valor para presentarse ante ella. Desde su escondite la vieron en el centro del pantano, rodeada de agua. Nadie se animaba a acercarse. De pronto habló Gatía la grulla colorada y dijo: —Ustedes que son menores que yo síganme. Iré adelante. Se formo una algarabía ya que muchas de las aves querían ser portavoces para convencer a la abuela grillo que volviera. Todos se animaron y se presentaron ante Direjná, pero fi nal- mente fue el bato50 quien habló: —Llegamos ante usted este día y le declaramos estar arre- pentidos. Estamos cansados de pedir lluvia y agua para nuestros cultivos, que cada vez están más secos por los fuertes rayos del sol. No entendemos por qué la mandamos fuera de nuestro territorio. Ahora el mismo pueblo nos ha encargado buscarla y pedirle con respeto que vuelva. Necesitamos de su presencia y de su ayuda.

50 Bato: Ave de la familia de las cigüeñas, alta, esbelta y de pico bastante desa- rrollado. Abunda en las lagunas. Literatura infantil y juvenil contemporánea (2000 - 2015) 341

“Estamos cansados de pedir lluvia y agua para nuestros cultivos, que cada vez están más secos por los fuertes rayos del sol. No entendemos por qué la mandamos fuera de nuestro territorio…”. Ilustración en acuarela de Romanet Zárate. 342 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

Después se presento Jachobi la garza blanca y agregó: —Soy su nieta a quien ama, recuerde aquella vez cuando vivió entre nosotros. La estamos buscando porque la amamos. La comu- nidad nos envía para decirle que regrese pronto. Otras aves también hablaron y con cariño le rogaron regresar. Entre tanto, la abuela gemía por el ardor de fuego que emana- ban las aves. Cuando todos terminaron de hablar respondió: —Bueno. Haré caso a sus llamados. Volveré junto a ustedes. Pero el calor del fuego y el humo que traen me lastiman. Quiero que se bañen en mi río y entonces iré al pueblo. Chacutú, un pequeño pájaro acuático, fue el primero en decidir- se a nadar. Se metió al río y salió rápidamente con un pez en el pico. Las garzas blancas y otras de cuello largo, después de sumergirse comieron peces crudos y se transformaron totalmente en aves. Así volaron sobre el río y se asentaron en un palo sobre las aguas. Cuando los nietos terminaron de bañarse prometieron no quejarse jamás por abundancia de agua y así emprendieron el viaje de regreso. Llegando al pueblo, todas las aves que tenían todavía algo de humanas se transformaron totalmente en animales y que- daron tal como las conocemos hoy. Las que se encontraban junto a Direjná gritaron contentas: —¡Estamos llegando con nuestra abuela! Entonces los nietos decidieron traer el agua que quedaba en sus vasijas y vaciarla sobre la abuela grillo para que dejara de gemir. Toda la población se alegró de recuperarla y de saber que ya no les faltaría riego para sus cultivos. Cada año tendrían una buena cosecha y por tanto alimentos para toda la comunidad. Pero estando en la comunidad la abuela se sentía nuevamente agobiada por el calor. Sentía el ardor que los nietos y el pueblo tenían por haber hecho fogatas para calentarse y por las cocinas que ardían en todas las casas. El lugar era extremadamente caluroso para Direjná, quien decidió emprender un viaje más largo a los diferentes cielos. Empezó por conocer el Tercer Cielo, el más elevado. Allí vivía Dupade, el sol, creador del mundo y que en un principio fue persona. Era varonil, valiente y de gran autoridad. Sus lentes cristalinos eran brillantes como rayos de luz. Con él, compartían el Tercer Cielo, la luna y las estrellas, donde cada cual hacía su recorrido. Literatura infantil y juvenil contemporánea (2000 - 2015) 343

Direjná vio cómo los primeros hombres que vivían en la oscu- ridad llamaron al sol y cuando Dupade apareció incendiaba bosques y prados y pintaba con su luz a los animales con todos los colores. La abuela grillo se sintió sofocada, ya no podía mas. Lentamente se transformó aún mas en grillo y continúo sus andanzas. Rapidito se fue saltando al Segundo Cielo, donde vivían sus amigas las lluvias que también tenían apariencia de personas. Vi- vían en cuevas y las calles nunca se secaban. Las lluvias desataron sus largas cabelleras y se exprimieron el agua para que la abuela grillo disfrutara. Ella estaba realmente encantada. Allí conoció algunas nubes masculinas de barba larga, las más jóvenes tenían una larga cabellera negra y las más viejas se reco- nocían por el cabello blanco. Apareció Getongai, el jefe de las lluvias, y se desató la tempes- tad. Muchos seres con forma humana, de diferente tamaño, edad y sexo, aparecieron en medio de la gran luminosidad: eran los rayos, que a tiempo de recorrer el espacio herían con sus puños o sus hachas. De pronto retumbaron los truenos, que eran las palabras de la lluvia. Finalmente apareció una mujer muy bella adornada con collares blancos. Se acomodó en el medio de todos y empezó a arrancar uno a uno sus collares. Entonces cayó un fuerte granizo sobre la tierra, anunciando un año próspero. La abuela grillo estaba fascinada con el espectáculo pero debía continuar su camino. Así llegó al Primer Cielo, el más cercano a la tierra, y se sintió pequeña en medio de los grandes bosques cubiertos de árboles y plantas majestuosas. Los animales que allí vivían eran gigantescos y Direjná tenía que andar con cuidado para no ser aplastada. Al poco tiempo, el agua proveniente del Segundo Cielo se regó por los bosques que sirvieron para que la lluvia caiga suavemente sobre la tierra. Junto con las gotas llegaron también a la tierra ranas y mosquitos. Después de estas visitas, la abuela adquirió defi nitivamente la fi gura de grillo, abandonando cualquier forma humana y decidió vivir en el Segundo Cielo. Desde allí podría enviar la lluvia a sus nietos, quienes podrán gozar del agua prometida por la abuela. La lluvia llegará con esta historia de Direjná, la abuela grillo, y solo será contada cuando necesitemos lluvia y agua, que es la vida misma.

Rosario Quiroga de Urquieta51

En las pupilas de porcelana (2003) (Cuento juvenil)

Amaneció radiante. Desde temprano el sol fue calentando la casa. Entró por la ventana, paseó por el patio, el jardín, las calles. Vestía a la gente y a las cosas de una especie de claridad transparente. Se veía todo como si no fuese de este mundo. Era un tiempo indefi- nido. Un estado maravilloso. Todos: personas, animales y plantas parecían vivir en una armonía única. En ese marco anidó el tiempo de la fantasía dando alas al primer amor y a la libertad. Entre claridad y paz algún pájaro alegre cruzó airoso el cielo. Volaba, casi danzaba en círculos. Alzando un poco el pico, parecía que quería cantar. Siempre rondando por los aires, agitando sus alas, haciendo malabarismos. Cuanto más se alejaba, más volátil se volvía, hasta que desapareció en el azul infi nito del cielo; en el azul de los ojos fi jos de una muñeca de porcelana. Sin embargo de haberse ido, de haberse alejado este pájaro de ensueño y vuelo alto, se percibe en el aire que envuelve la casa, la ventana, el patio, el jardín, las calles, aquel aroma de libertad del primer sueño de amor.

* * * Sentada en un sillón de mimbre de un dormitorio rosado, cuya ventana amplia da al patio y al jardín de la casa, Camila conversa con Bubú, su muñeca de porcelana. Entre ellas el diálogo parece ser muy íntimo pues, a momentos, ella aprieta a Bubú contra su pecho como si quisiera protegerla del miedo que cree que siente su pequeña. Le habla, la convence, casi le murmura al oído que no tenga miedo, que los cocos, mientras esté a su lado, no le ha- rán daño, no se la llevarán. En su fuero interno Camila sabe que

51 Cochabamba (1948). Ver biografía en p. 488.

[345] 346 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

los temores de su pequeña tienen sentido, pues ayer en la tarde le pareció ver que ellos (los cocos) merodeaban. ¿Los habría visto Bubú, también? Con el movimiento mecánico de su rostro de porcelana, la mu- ñeca hace un ademán de compartir la preocupación de Camila. Las dos se quedan calladas, mutis, porque afuera empieza la ronda. De un tiempo a esta parte, ambas siempre la escuchan como cortina de la atmósfera de incertidumbre que las envuelve: Arroz con leche me quiero casar con una señorita de San Nicolás

Durante algunos instantes Camila se queda pensativa, absor- ta; hasta dejar caer al suelo a su pequeña Bubú. Se siente sola, pequeña, tonta, muy tonta. Entonces, se hunde todo lo que puede entre los almohadones del sillón de mimbre. Cierra los ojos. Todo a su alrededor gira, gira hasta que su mente ingresa en una estación intermedia donde ella es la muñeca de porcelana, ella es la que quiere, la que busca protección y cariño porque sí, ahora, el coco es real y quiere llevársela, quiere alejarla de su pequeña Bubú. Muy cerca de la ventana está el árbol de gomero, cuya copa se pierde allá arriba entre las nubes. Cuando era más chica, Camila pensaba que el coco vivía ahí, en la copa del árbol de gomero. Por eso en las noches bajaba, sin falta, las cortinas de su ventana. Así se sentía protegida. Para su tranquilidad, por un buen tiempo logró de esta manera dominar sus temores. Ahí están sus sueños y las estrellas para protegerla. No debía temer. El dormitorio de Camila constituía ese espacio, ese reducto de imaginación y fantasía. Dentro de él creaba su mundo donde ella era la dueña y señora. Ahí era Camila-mamá. Arreglaba la casa, limpiaba los muebles, colocaba fl ores en los fl oreros. Preparaba la merienda para su Bubú, murmurando para si: “¡Ah, Señor, qué trabajos dan los hijos! Si te portas bien te daré el postre. Estese quieta, mi hijita. ¿No ve que aún no termino de cocinar?” Ella iba y venía afanosa por toda la estancia. De rato en rato se dirigía con autoridad y seriedad a la muñeca: –Cuidado, no te muevas tanto, no vayas a lastimarte. Cierta tarde mientras estaba apoyada en el marco de la ven- tana, su mirada se detuvo en la fi gura agachada de un joven que, Literatura infantil y juvenil contemporánea (2000 - 2015) 347

“Sentada en un sillón de mimbre de un dormitorio rosado, cuya ventana amplia da al patio y al jardín de la casa, Camila conversa con Bubú, su muñeca de porcelana…”. Ilustración en acuarela de Romanet Zárate. 348 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

debajo del árbol de gomero, recogía algunas yerbas u hojas secas que fueron desparramadas por el viento de la noche anterior. Bastante tiempo transcurrió. Él, agachado, y ella, mirándolo sin levantar la vista a ningún otro lado. Hasta que como por efecto de un imán, él levantó la cabeza y su mirada fue a encontrarse con la de Camila. Ese instante el tiempo empezó a correr su carrera, no por rutas despejadas sino por laberintos. La muñeca yacía olvidada. Hundida en el sillón de mimbre, tenía la mirada hacia la ventana. Desde sus pupilas azules de por- celana, ella vio venir al coco que se llevaría a su mamá. Por mucho tiempo Camila se mantuvo con la mirada fi ja en la ventana. Un ruido en la puerta la sacó de su concentración. Era su hermana que venía a buscarla para que bajara a comer. Con aire juguetón le preguntó a quien miraba con tanta atención. A Paolo, ¿quizá? Y ella le contestó que tal vez, mientras salían juntas hacia el comedor.

* * * Hermosos ojos verdes en un rostro moreno llamaban la atención en el aspecto físico de Paolo. Quince años habían transcurrido en ese cuerpo y en esa mente. Callado, casi tímido, amaba la naturaleza. Era el jardinero de la casa de Camila. Ella piensa que en dos años más será independiente como él para poder mo- verse sola sin que nadie la vigile ni regañe. En las alas de estos pensamientos vuelan sus fantasías, se van lejos del color azul de las pupilas de porcelana. Y todo vuelve a ser real. El cuarto es de veras, los muebles y todo lo que hay dentro. También Bubú es una muñeca de ojos azules y cara de porcelana. Sin embargo su familia le habla como si ella siguiera siendo la pequeña que aún juega a la casita, casita. Le preguntan si no se ha resfriado su pe- queña Bubú, si tiene apetito y si ella le está dando sus comidas a la hora debida. Esto la motiva y espontáneamente entra en el juego y nuevamente asume su mundo de fantasía. Entonces corre y alza a la muñeca y en un ademán maternal la acuna en su seno mientras canturrea despacito: Duérmete mi nena, duérmete mi sol, duérmete pedazo de mi corazón. En tanto cae la noche sobre el patio de la casa. El gomero, el hermoso árbol, se hace gigante y su sombra lo abarca todo, hasta los sueños infantiles de Camila. Literatura infantil y juvenil contemporánea (2000 - 2015) 349

Para Camila el día transcurre sin alteración alguna. Llega el atardecer, entra con desgano en su recámara, como quien no quiere nada. Automáticamente da un vistazo a la ventana. Nada. No ve nada. No hay nadie. Se dirige a la cama, ahí está Bubú, la muñeca indiferente como el cielo azul de sus pupilas estáticas. Le acaricia la cabeza con recorrido mecánico. En ese momento un ruido la detiene en seco. Algo afuera se mueve. Se aproxima nuevamente a la ventana y el ruido se hace más claro, más nítido: tras, tras, trac, clac, tris. Camila agudiza el oído y la vista y, una silueta de media- na estatura empieza a dibujarse con precisión. La fi gura avanza, avanza sin prisa. Un chispazo de emoción enciende el rostro de ella y el cuerpo de Paolo se pone al descubierto. Ella lo observa, saca medio cuerpo fuera de la ventana. Junto al gomero, él parece un Adonis en el jardín del ensueño. Un súbito rubor le enciende el rostro, el cuerpo casi le tiembla y como si respondiera al llamado de un mensaje, Camila empieza a cantar: Arroz con leche me quiero casar con una señorita de San Nicolás que sepa tejer que sepa bordar

Afuera él la oye y se acerca más a la ventana. Se detiene a con- templarla con aire divertido. Una canción, entre tierna y juguetona, sale de sus labios como respuesta. A esta escojo por bonita por graciosa y por mujer que su madre es una rosa y su padre es un clavel

Camila asiente moviendo ligeramente la mano. Los dedos temblorosos se detienen en los labios y sopla una cadena de besos que vuelan impulsados por una sonrisa. Desde la distancia que los separa, él contesta con otra sonrisa. Así pasa el tiempo. Han caído, ya, las sombras de la noche. Ambos se dan la espal- da. Él se interna en el jardín y ella se retira al interior de su recámara y se dirige a la puerta, que por alguna razón extraña permanecía abierta, desciende las gradas y camina hacia la salida principal. Cierra la puerta con cuidado y precisión como si temiera que al- guien la pudiera seguir. Pasa el umbral y resuelta decide atravesar el patio. Afuera solo se escuchan sus pasos sobre las hojas secas 350 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

del suelo. Sus ojos buscan ansiosos, inquietos rodeando el entorno del jardín sin encontrar nada. Él se ha ido. Él no está. Encoge los hombros. Desganada vuelve los pasos al inicio del camino a su cuarto. Junto a su almohada le espera la muñeca… ¿Qué haría ella sin su pequeña? La levanta y la arrulla. ¡Qué rico olía su pequeña! Sí, sí, era el mismo aroma que trae el viento suave del jardín y que entra por la ventana cuando se asoma, a través de las ramas del gomero, la fi gura de Paolo. Aspirando profundo ese olor, ella le promete a su muñeca que tal vez mañana, ellos, los tres, saldrán juntos a recorrer el jardín y vería que no exagera nada sobre la belleza de Paolo. Cuando Camila termina el juego se dirige a la ventana de su dormitorio y descorre las cortinas. Ya no había necesidad de ellas porque afuera él estaba para protegerlas del coco. Camila cierra la puerta, apaga la luz y se prepara para desvestirse a oscuras (nunca antes lo había hecho). Así callada, en silencio, recuerda y revive las escenas de los besos voladores, de las sonrisas y los saludos a la distancia. Allí en su intimidad, al compás del viento que afue- ra juega con las hojas del árbol de gomero, se desviste dejando una prenda allá, otra más acá en una especie de danza ritual. En medio de sus movimientos cadenciosos y hasta sensuales, ella repite: ¡Mañana! Hasta que al fi n se mete a la cama, junta sus manos sobre su pecho, cierra los ojos y el sueño triunfa. Sueña, ya no con su Bubú de cara y ojos de porcelana. Los ojos con los que sueña ya no son azules sino verdes en un rostro moreno. Sueña que hoy es mañana. Cuando despierta el sol ya está muy alto, casi a la altura de la copa del árbol de gomero. Ese día cambia su rutina. Ya no es el juego a la mamá. Ese día se baña sola. Se detiene como nunca frente al espejo y tiene cuidado en elegir la ropa que se pondrá para ese día especial. Con ansiedad espera la tarde. Baja al jardín. Se sienta debajo del gomero. Él no ha llegado aún. Una rama cruje y se espanta. Se pone de pie y ve cómo la fi gura adolescente va apareciendo, limpia, clara, risueña. Se acerca a ella. Camila no puede creerlo, ella está cerca de su Adonis. Al fi n podrán hablar sin señas ni gestos, sin ayes y suspiros a distancia. Ahora será en vivo y en directo. Sin embargo… ¡Qué decepción! Ninguno de los dos logra emitir ni una sola palabra. Los labios de Camila y los de Paolo están mutis. Simplemente se miran. Pero de repente, por Literatura infantil y juvenil contemporánea (2000 - 2015) 351

esa extraña magia que envuelve a los enamorados, al unísono repiten: ¡Mañana! Al día siguiente se ven, al otro día y al otro. Poco a poco se van acostumbrando a verse cada día. Entre suspiros y silencios prolon- gados, ambos viven la ansiosa espera del momento del próximo encuentro. Viven la emoción en la que se combina el deseo y el temor. Ambos se preguntan: ¿Estará hoy? Y, sí, están. Ella ya no logra dormir. Ya no juega. La muñeca ha quedado ol- vidada ahí en el asiento de mimbre en medio de almohadones, está con las pupilas azules fi jas buscando, sabe Dios qué respuestas. Cuando Camila, ¡ay! divisa a su amor desde la ventana siente unos golpes en la cabeza como si fuesen de martillo, golpes que terminan por quitarle la respiración y hacerle sentir frío y luego mucho calor. Vive la sensación de no estar pisando el suelo. Sentir- se como un algodón. Volar por el aire como las hojas del gomero cuando el viento las mueve a su capricho. A la gente de su casa le ha dado por vigilarla. Todos la obser- van. Ha cambiado el color de su cara, está un tanto pálida. Eso les preocupa. Sus cachetes ya no tienen el rosa encendido que los hacía brillar. Ha dejado de comer. Ya no le gustan los dulces, menos los chocolates que antes le fascinaban. No juega con Bubú. Realmente parece estar enferma. Ella quiere estar sola, tal vez llorar o suspirar sin que nadie le pregunté el porqué. Domingo, lunes, miércoles, qué importa. Todos los días son iguales en aquel esfuerzo por superar esa sensación tan incómo- da. Ella trata de volver a jugar con la muñeca. Mientras las frases, entre burlonas y severas, van y vienen de la boca de sus padres y hermana. Empiezan los vacíos en la conversación con los de su casa. Aquel medir el tiempo para que acabe el suplicio de seguir oyéndolos. Ese deseo de huir a lo suyo, la inquieta. Para Camila, íntimamente, un nuevo amanecer es la presencia de un nuevo deseo. Ya no quiere solo verlo, necesita olerlo, tocar- lo. Esto le produce confusión y rabia porque no puede explicarse claramente estas necesidades que siente. Son dos, tres, ocho días que ella sale en vano al jardín. Él no vino. Él no viene. ¿Estará enfermo? Habrá que tener paciencia, pero ésta tiene un límite cuando se trata de un amor urgente. Han transcurrido tres semanas. Él no aparece más. Es como si el diablo se lo hubiera llevado o la tierra se lo hubiera tragado. 352 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

En tanto, ella transita por la casa como autómata o como zombi. Siente como si el corazón se le encogiese. Le sube la temperatura. Son delirios prolongados. Son incoherencias lo que dice la enferma. Solo una palabra repite con claridad: vendrá, vendrá, vendrá. Es un estado febril que no tiene explicación fi siológica, afi rma el médico. No nos queda más que esperar hasta que la mente reaccione, insiste el galeno.

* * * Desde el jardín sopla un viento que asciende por la ventana y entra al cuarto de Camila, le revuelve el cabello y le recuerda momentos de alegría. Ella, que ha crecido y está aún pálida, piensa en voz bajita: “si vuelve a venir algún día trataré de no ser tan tonta, en lugar de suspiros y silencios; reiremos juntos y hablaremos mucho. Será interesante”. Trata de convencerse, mientras no puede evitar que ese famoso nudo que aprisiona la garganta en las grandes emociones de la vida deje libre una lágrima que acompaña a un susurro que repite: “Él se ha ido. No volveré a verlo nunca más”. Aunque Camila se sabe cansada, siente la necesidad de acer- carse a su muñeca Bubú para decirle al oído que por nada más que esa noche le preste sus ojos azules que no saben llorar. Isabel Mesa Gisbert52

La fl auta de plata (2005) El cuarto oscuro

—¡Juan Pablo! Ya que no estás haciendo nada, ¿me haces un fa- vor, mi vida? ¿Me traes unas cuantas hojas tamaño carta para la impresora? Cuando las mamás utilizan las expresiones “mi vida”, “cora- zón”, “mi amor”, “mi cielo” y otras palabras por el estilo, acara- meladas y sumamente tiernas, es porque necesitan que los hijos estemos a su servicio sin protestar. Y eso de “Ya que no estás haciendo nada” es un simple pretexto para usarnos de mensaje- ros, de correo electrónico doméstico o de teléfono inalámbrico. Los hijos somos para las mamás lo que los chasquis eran para los incas: un corredor de caminos que lleva y trae cosas sin descan- sar. Es como apretar un botón y obtener las cosas al instante… bueno, casi al instante. Lo que mamá no sabe es que estoy sumamente ocupado. Mi mente está preparando un ataque mortal. Estoy explorando la terce- ra galaxia para vencer al enemigo con mis naves espaciales. Mamá no se imagina que la tercera galaxia se encuentra en el escritorio donde está trabajando y que el comandante de los Yuriax W42 es ella en persona. Los planes para el ataque ya están casi listos, pero parece que tendré que abandonarlos hasta nuevo aviso. Las madres no solo tienen el grado de comandantes, sino también el de sargentos, capitanes, mayores, generales y mariscales. Por eso no me queda otro remedio que interrumpir el juego galáctico y hacer lo que me pide; caso contrario, el tono de voz irá en aumento y poco a poco las palabras dulces y tiernas se irán convirtiendo en estrictas y desagradables órdenes. —¡Juan Paablooo! ¿Qué pasó con las hojas que te pedí? —¡Ya voy, mami! ¡Ya voy! ¿Dónde están? —Están arriba. En el cuarto de trabajo de papá.

52 La Paz (1960). Ver biografía en p. 488.

[353] 354 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

¿En el cuarto de trabajo de papá? No sé por qué las madres tienen que pedir cosas cuando empieza a oscurecer. Si mamá ha estado en casa toda la tarde, ¿por qué se le ocurre usar la compu- tadora justamente ahora? Cuántas veces me ha dicho: “Juan Pablo, la noche se hizo para dormir y no para hacer tareas”. ¿Y ella qué? Como es la mamá, nadie le puede decir que haga sus tareas cuando es de día. Si me hubiera pedido esas hojas una hora antes, cuando el sol aún estaba brillando, yo se las hubiera traído “de mil amo- res”, como le gusta decir a ella. Pero ahora, ¿quién puede subir al cuarto de trabajo de papá? ¿Quién? Estoy seguro de que ni siquiera el comandante de los Yuriax W42 se animaría a hacerlo. El cuarto de trabajo de papá es tétrico y a esta hora es el más oscuro del mundo. En realidad, es el más oscuro del universo y el más negro de todas las galaxias. Allí dentro hay unos muebles viejos y pesados. Colgados de las paredes se ven unos cuadros inmensos que mi padre dice que valen mucho, pero hay que ver lo feos que son. Mamá me dijo un día que eran los cuatro evangelistas, pero para mí que la engañaron. Son unos monstruos que a uno lo siguen con la mirada y son tan fl acos y cadavéricos que si uno se descuida estoy seguro que no tardan en devorarlo. Las cortinas guindas, de esa tela tan gruesa y pesada, sirven para esconder a los murciélagos y a las arañas. Yo lo sé, porque Pascuala, la lavandera, me ha dicho que si me porto mal unos bichos horribles saldrán de ese cuarto y vendrán a buscarme. Durante el día no pasa nada, porque los monstruos son muy astutos. Duermen de día y salen de noche a buscar su alimento. Yo no los he visto nunca, pero por las noches, cuando tengo que cruzar delante de ese cuarto para ir al baño, por supuesto que a la velocidad de un rayo, escucho ruidos y voces. Parece que caminan toda la noche, porque siento sus pasos. Para mí que hay fantasmas, de seguro una bruja de magia negra y hasta unos cadáveres vivientes. —¡Juan Paablooo! ¿Vas a traerme las hojas o no? —Ya te las llevo, mami. Estoy cerca de la puerta. Será mejor que piense cómo llegar hasta las hojas. Lo primero que tengo que hacer es encender la luz. Cuando la habitación se ilumina todos los monstruos desapa- recen. No pueden ver la luz. Hace poco vi una película donde los vampiros se escondían de la luz del sol, porque si les llega un solo rayo solar se mueren. Ya sé. Voy a deslizar mi mano lentamente Literatura infantil y juvenil contemporánea (2000 - 2015) 355

“El cuarto de trabajo de papá es tétrico y a esta hora es el más oscuro del mundo. En realidad, es el más oscuro del universo y el más negro de todas las galaxias…”.

Ilustración en acuarela de Romanet Zárate. 356 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

hasta encontrar el interruptor. ¿Y si una de esas tarántulas negras y peludas se posa sobre mis dedos? ¡Tal vez una mano huesuda y fría agarre la mía con fuerza, como para no soltarla nunca! ¿Qué hago? A lo mejor, si enciendo la luz con un palito no me pase nada. ¿Pero si alguno de los monstruos divisa el palito, lo sujeta con ambas manos y con una llave de yudo me mete dentro del cuarto de un solo jalón? Creo que la idea de encender la luz no es muy buena. Entraré con los ojos cerrados y de espaldas. Así no veré a ninguno de esos horrendos seres y no me asustaré. Conozco el camino hacia las hojas de papel. Retrocederé rápidamente desde la puerta hasta el escritorio de papá y luego saldré corriendo de escapada. Incluso, aguantaré la respiración para que no me sientan. Pascuala dice que los fantasmas deambulan de un lado a otro de la habitación como si fueran telas transparentes. ¿Y si en el intento de sacar las hojas me choco espalda con espalda contra uno de ellos? ¡Seguro que entre todos me atrapan! —¡Juan Paablooo! Este trabajo es para hoy, no para mañana, ¿entiendes? ¡Trae de una vez esas hojas! ¿Y qué culpa tengo de que se terminen las hojas de la impresora de mamá? Creo que debió haber pensado antes de sentarse a trabajar si necesitaba mucho o poco papel. Ella siempre me recomienda: “Juan Pablo, ¿por qué no piensas en lo que vas a necesitar antes de sentarte a hacer tus tareas?”. ¿Y quién le reclama a ella? Ya sé. Llamaré a Pecas para que entre delante mío y distraiga a los fantasmas mientras yo saco las hojas del cajón. ¿No será peligroso? ¿Y si a los monstruos les da lo mismo comerse a un humano que a un perro? Eso no sería nada. Carlitos, el chico gordo del 2º A, dice que las brujas usan ojos de perro para sus pociones mágicas. ¡Pobre Pecas! Moriría por mi culpa. —Es una barbaridad, Juan Pablo Rada Suárez, que seas inca- paz de ayudar a tu madre cuando tanto lo necesito. ¡Tendré que hablar seriamente con tu padre! Tengo que hacer algo pronto. El tono de voz de mamá ya está subiendo vertiginosamente. ¡Tengo que vencer este miedo! Ya soy grande y estoy seguro de que si le cuento esto a mi hermana Rita se morirá de risa y lo divulgará a gritos por el colegio. A ver… Entro de puntas, me Literatura infantil y juvenil contemporánea (2000 - 2015) 357

dirijo suavemente hacia el escritorio, abro el cajón, tomo el papel y salgo a toda velocidad. Ya di los primeros pasos. Estoy dentro y no pasa nada. No sé por qué mi corazón late con tanta fuerza. Parece un tambor. ¡Ojalá que no lo escuchen! Estoy por llegar al escritorio. Mis pies parecen de plomo. Apenas los puedo mover. ¡Dios mío! A través de la cortina veo brazos que se mueven. Deben ser los monstruos que me buscan. Siento un aire helado. La cortina se mueve. Tal vez los murciélagos no pueden dormir. Estoy abriendo el cajón y puedo tocar las hojas de papel. ¿Carta u oficio? ¡Qué más da! Una, dos, tres… con estas diez mamá terminará todo su trabajo. ¡Siento pasos! ¡Alguien sube la escalera! ¡Estoy petrificado! Mis manos están sudando y las hojas de papel quedarán empapadas… ¿Y esa imagen en el espejo? Una sombra está en el umbral de la puerta. ¡Es uno de ellos! Tiene un palo en la mano derecha y una pala en la otra mano. Me golpeará la cabeza y luego enterrará mi cuerpo en el jardín. ¡Nadie sabrá lo que ocurrió! Quisiera gritarle a mamá, pero no me sale la voz. Cierro los ojos. ¡Se acerca! ¡El monstruo enorme está cada vez más cerca! Puedo sentir sus pisadas, su respiración… —Juan Pablo, ¿hijo, qué haces aquí? ¿Por qué no encendiste la luz? —¿Eres tú, papá? —¿Y quién pensabas que podría ser? Será mejor que cerre- mos la ventana de este cuarto. El aire está muy frío y el viento está moviendo las ramas de los árboles con mucha fuerza. Parece que va a llover. —¿Papi, que traes en la mano? —Es un tubo con los planos del nuevo edifi cio que va a cons- truir la empresa. ¡Ah! ¿Te refi eres a esta pala? La compré para el jardinero. Todos los martes reclama que no tiene cómo remover la tierra. Bajemos, Juan Pablo. Ya es hora de cenar. —Papá, ¿Le tienes miedo a alguna cosa? —¡Claro que sí, Juan Pablo! Todos sentimos miedo alguna vez en nuestra vida. —¿A qué le tienes miedo? —Tengo miedo a quedarme encerrado dentro de un ascensor. ¿Y tú, hijo? ¿A qué le tienes miedo? —¿Yo? ¿Sentir miedo? No, papá. Nunca tuve miedo a nada. 358 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

—¿Qué ha pasado con estas hojas, Juan Pablo? ¡Están todas húmedas! —No sé, mami. En ese cuarto de papá puede ocurrir cualquier cosa… ¿No viste mi nave espacial? —No, Juan Pablo. Seguro que la dejaste en el cuarto de trabajo de papá. ¡Ve a traerla! Luz Cejas de Aracena53

La gruta embrujada (2006)

Caminando por el bosque, iba una y otra vez, buscando a su bien amada, la llamaba por doquier.

Los cerros le respondieron: “por aquí nadie pasó”. “Solo el rey de las alturas”, otra voz le contestó.

Camufl ada en una piedra su imagen se refl ejó. Era presa de un hechizo que en piedra la convirtió.

El príncipe muy afl igido a la imagen se acercó, y le dijo: “amada mía, ¿qué fue lo que te pasó?”

La princesa estaba muda, esa vez no respondió. mas de sus ojos brotaba agua clara que él bebió.

53 Vallegrande (?). Ver biografía en p. 488.

[359] 360 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

En la imagen de su amada un gran fénix se posó, y levantando las alas de esta manera le habló:

“Si tu quieres rescatarla debes traer una fl or y ponerla aquí en la roca donde me encuentro yo.

Esa fl or es muy hermosa, tiene un aroma especial. Ella tiene que ser pura, excenta de todo mal.

Habita en medio del bosque en un jardín encantado. Para llegar a la fl or debes pasar siete lagos.

En barquitos de totora que ya te están esperando”. El príncipe le preguntó: “¿De qué color es la fl or?”

“En cuanto ella te haya visto, tomará un bello color, unos pétalos dorados y un aroma embriagador.

Pero debes acercarte con mucho, mucho cuidado, y caminar con sigilo pues se encuentra en un pántano”.

El príncipe en ese instante tomó el camino del bosque, que se tornó muy hostil y pronto se hizo de noche. Literatura infantil y juvenil contemporánea (2000 - 2015) 361

Caminando por el bosque, una fuerte voz oyó. Era la del ogro malo que dijo a todo pulmón:

“Si algún intruso se atreve a pasar por mis dominios, lo convertiré en un árbol para cambiar su destino”.

El príncipe encontró a un mago que en viento lo convirtió. Así pasó por su lado, y el ogro no lo notó.

Cuando llegó al primer lago, el barco estaba esperando. De inmediato se subió y se fue casi volando.

Al pasar el primer lago el barco se destruyó, porque estaba destinado solo para esa ocasión.

Mas él siguió caminando entre abrojos y escorpiones. Con susto y con valentía al otro lado llegó.

Igual que el anterior barco, éste rápido arrancó. Lo llevó con toda prisa, después se desintegró.

Luego pasó unos arbustos que estaban llenos de espinas, pero con mucha paciencia el príncipe logró pasar. 362 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

Al tercer día de su viaje al otro lado llegó. Un hombre negro esperaba agarrado del timón.

Con una capa de seda, vestido todo de azul, el hombre estaba esperando y ese momento arrancó.

Al pasar al cuarto lago el buen hombre le advirtió: “Tienes que tener cuidado porque te espera lo peor.

El quinto bosque está lleno de serpientes de coral. Debes andar con cuidado, porque te pueden picar”.

El príncipe preparó un par de zancos muy altos, pasó con mucho cuidado y así no las molestó.

Las corales murmuraron viendo al príncipe pasar: “Este hombre no tiene miedo es valiente de verdad”.

Al pasar el quinto lago un monstruo lo persiguió. Este tenía dos cabezas y un grito ensordecedor.

Echó fuego por sus fauces y el barquito se incendió. El príncipe se tiró al agua y por poco se salvó. Literatura infantil y juvenil contemporánea (2000 - 2015) 363

Nadando llegó a la orilla y desde allí pudo ver que el barco ya no existía y le dio gracias a Dios.

Luego llegó al sexto bosque y con un león se encontró. Este enojado le dijo: “¿Cómo te atreves a perturbar la paz de mi reino?”.

El príncipe muy cansado le dijo: “Rey, por favor, deja seguir mi camino voy en busca de una fl or”.

El rey en ese momento se puso de buen humor. Le dijo: “Que tengas suerte”. Y la vida le perdonó.

Al cruzar el sexto lago en otro barco montó. Cuando llegaba a la orilla de pronto el agua creció.

El dragón abrió sus fauces y al barco se lo tragó, en pleno día se hizo noche en el vientre del dragón.

Parecía una galería llena de objetos muy raros, piezas de alfarería, y también muchos pescados. 364 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

El príncipe desesperado pensaba cómo salir. En el fondo del túnel brillaba una luz azul.

Él se sintió remolcado por una corriente hostil con un olor nauseabundo que no podía resistir.

Se preguntó en ese instante: “¿Podré yo salir de aquí?” Pero él lo siguió intentando en dirección a la luz.

Cuando llegó se dio cuenta que era la otra cabeza, y se encontraba durmiendo el muy malvado dragón.

Entonces con gran cuidado con su barquito pasó la fi era estaba dormida, por eso no se enteró.

Este era el séptimo bosque lleno de árboles extraños. Se mecían con el viento murmurando, murmurando.

Cuando llegó al pantano allí estaba una mujer. Un velo cubría su rostro, y nadie la podía ver.

“Si tú me llevas contigo con gusto te ayudaré. Debo pasar el pantano y es que yo, no puedo ver”. Literatura infantil y juvenil contemporánea (2000 - 2015) 365

Al tomarla de la mano el príncipe se estremeció, porque en ese mismo instante en boa se convirtió.

Le dijo: “No tengas miedo. Yo te llevaré a la fl or. Agárrate fuertemente, yo cumpliré mi labor”.

El príncipe muy asustado a su lomo se subió. La boa se fue deslizando con paciencia y buen humor.

El príncipe pisó tierra, la boa desapareció. Pasó el arco de la puerta Y el sitió se iluminó.

En el fondo del jardín una fl or bella se abrió. El príncipe con cuidado del tallo la separó.

Cuando la tuvo en sus manos un cóndor apareció. “Sube a mi espalda”, le dijo, “antes que se ponga el sol”.

Puso la fl or en su pecho, en el cóndor se montó. Luego tomaron altura, su amigo voló y voló.

Cuando el sol ya se ocultaba justo a la gruta llegó, puso la fl or en la roca y el hechizo se rompió. 366 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

Cantaron sus corazones y la vida renació. Se miraron tiernamente y lloraron de emoción.

El príncipe y la princesa encontraron el amor, y así queridos amigos este cuento se acabó. Verónica Linares Perou54

Zacarías (2007)

Lunes

Aquel día, cuando se sentaron a comer la merienda en la gran cancha de pasto del colegio, Zacarías le preguntó a Lucas: —¿Quieres que te cuente lo que hice el domingo? —Bueno –respondió Lucas comiendo una galleta de chocolate y avena que le había enviado mamá. Zacarías se paró, miró el cielo, respiró profundamente y dijo: —Pues bien, ayer que era domingo, fuimos con mis papás al lago Loga Loga. ¡No te puedes imaginar lo enorme y turquesa que es ese lago! ¡Es más grande que esta cancha, y que el colegio, y que todo el barrio, y más turquesa que el cielo, que las ranas verdes del Amazonas y que el collar de turquesas de mi mami y que la...! —¿Y qué hicieron en el lago, Zaqui? –preguntó Lucas con cu- riosidad y migas de galletas por toda su cara. —Pescamos –respondió Zacarías. —¿Sí? ¿Muchos peces? –se interesó Lucas. —No, un cocodrilo –dijo Zaqui. Un cocodrilo de ojos rojizos y dientes fi losos. —¿Y cómo lo pescaron? ¿Quién lo hizo, tu papi o tu mami? ¿No se los comió? —No, y ahora el cocodrilo está en mi casa. —¿De veras amigo? ¡Yo quiero ir a verlo! –exclamó Lucas con gran entusiasmo. —Claro que puedes venir a casa, el cocodrilo está en mi jardín. Ven cuando quieras. ¡Uy! ¡Ya tenemos que ir a la clase! –dijo Zacarías ordenando su mochila.

54 La Paz (1970). Ver biografía en p. 488.

[367] 368 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

Martes

Media hora antes de que suene el tiembre, mientras estaban en la biblioteca del curso, Zacarías se acercó a Matilde y le preguntó: —Matilde ¿quieres que te cuente lo que hice anoche? —Bueno –respondió la niña, hojeando unos libros de cuentos. Zacarías se paró, miró el cielo a través de la ventana, respiró tres veces y dijo: —Anoche, cuando estaba por dormirme, escuché unos ruidos raros, me levanté, y... ¡Ahí estaba! —¿Y qué estaba ahí, Zaqui? –quiso saber Matilde, dejando los libros de un lado. —Bueno, realmente al comienzo no supe, yo estaba asustadísi- mo. ¡Era tan destellante, tan resplandeciente, tan blanca, tan...! —¿Qué fue lo que viste Zacarías? –preguntó Matilde ansiosa, con sus ojos redondos como dos lunas llenas. Era la mismísima luna –dijo Zacarías sacando un libro. Eso no es posible ¡La luna no puede venir hasta aquí! Era la luna, Matilde y si quieres venir a verla a mi casa, puedes hacerlo. Incluso pude guardarla en el armario. ¡Qué impresionante! ¡Yo quiero ver tu luna! –exclamó Matilde–. ¿Será que es fría? ¿Tendrá sabor a coco o a chocolate blanco? Mira, ven cuando quieras, y la puedes tocar y probar. Bueno, ya es hora de ir al recreo, ¡adiós! –se despidió Zacarías.

Miércoles

En la segunda hora después del recreo, mientras hacían pintura en la clase de arte, Zacarías le dijo a Mili: —¿Quieres que te cuente un secreto? —Bueno –respondió Mili mezclando varios colores. Zacarías se paró, miró el cielo que se veía por un tragaluz, respiró profundo y dijo: —El otro día, mientras yo estaba sentado en un banco miran- do el horizonte, me pasó algo extraño: me di cuenta que no muy lejos se movían unas flores muy, muy grandes. Claro, yo pensé que se movían por el viento, pero luego cuando me fijé mejor, me di cuenta que las flores eran girasoles y que se iban moviendo al compás del sol. Me quedé impresionado, mirando un buen rato Literatura infantil y juvenil contemporánea (2000 - 2015) 369

cómo giraban estas margaritas gigantes, ¡parecía un baile! Pero esto no es nada Mili, no me vas a creer, estos girasoles, ¡ja, ja, ja! No solo bailaban siguiendo al sol, sino que, ¡qué increíble!, eran tan armoniosos, tan melodiosos, tan afi nados, tan… —¿Y qué más hacían estos girasoles? –murmuró Mili in- quieta. —¡Ah, sí!, te cuento que estaban cantando una ópera. —Zaqui, ¡las fl ores no hablan y mucho menos cantan óperas! –respondió Mili asombrada. —Era una ópera Mili, y ¡qué hermosa ópera!, estoy casi seguro de que era “Carmen”. Bueno, ahora los tengo en casa, girando en un fl orero de mi mami, y de rato en rato, empiezan a tararear óperas de nuevo –dijo Zaqui sonriendo. —¡Ay Zaqui!, a mí me encantan las óperas, ¿tú crees que yo pueda ir a escuchar cantar a tus girasoles? –preguntó Mili pintando girasoles en su hoja. —Ven el rato que quieras, ¡te encantará verlos girar y can- tar! Bueno, tengo que irme a la sala de computación, ¡te espero pronto! –alcanzó a decir Zacarías y se fue.

Jueves

Durante el primer recreo, mientras jugaban fútbol en el patio de la escuela, Zacarías le dijo a Juancho: —¿Sabes Juancho? Esta pelota me hace recordar lo que hallé el otro día en el parque. —¿Y qué hallaste en el parque? –preguntó Juancho pateando la pelota. Zacarías dejó de jugar, miró hacia el horizonte, respiró como de costumbre y dijo: —¡Uy Juancho! Ni te imaginas lo que encontré. ¡Era inmensa! ¡No! ¡Era gigante!, muy redonda, color naranja, y... —¡Dímelo de una vez! –gritó Juancho. —Pues bien, era una naranja gigante –respondió Zacarías tranquilamente. —¡Qué increíble! ¿Crees que se caería de algún árbol gigante? –preguntó Juancho. —No tengo idea Juancho, pero allí estaba, brillante y con un olor a naranja que ni te imaginas. 370 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

—¿Y tú crees que podamos jugar con esa naranja en vez de esta pelota? –preguntó Juancho con cara de curiosidad. —¡Por supuesto! Ven a mi casa y jugaremos con mi naranjota. Está oculta debajo de mi cama. —¡Mira! Ya es hora de ir a clases amigo, ¡iré a tu casa uno de estos días! ¡Adiós! –dijo Juancho, y se fue.

Viernes

A la hora de salida, en el bus de regreso a casa, Zacarías le dijo a Viviana: —¿Sabes con quién jugaré ahora que llegue a mi casa? — ¿Con tus hermanos? –preguntó Viviana. —No, no tengo hermanos. —¿Con tu perro? —No, no tengo perro. —Mmm, ¿con algún amigo? –volvió a preguntar la niña. —Bueno, sí, es un amigo, pero uno muy diferente, ¡Es tan divertido, tan chistoso, tan gelatinoso, tan… —¡Dime con quién jugarás Zacarías! –exclamó Viviana. Zacarías se dio la vuelta para ver por la ventana del bus, tomó bastante aire y luego de un momento dijo: —Pues bien, jugaré con mi Azulapio. —¿Con tu Azulapio? ¿Y qué es eso? –preguntó Viviana con curiosidad–. ¿Es algo azul? —Claro, es azul, tiene antenas, es pegajoso, se arrastra y va dejando restos de un líquido viscoso y azulino por todas partes. ¡El otro día me dejó todo el pelo azul! ¡Nos divertimos mucho juntos! –dijo Zaqui riendo. —¡Yo quiero ver ese Azulapio! ¡Yo también quisiera jugar con ustedes y teñir mi pelo de azul! –rogó Viviana. —Pues ven a casa amiga, mi Azulapio está escondido en el baño, te encantará conocerlo, bueno ahora tengo que bajarme justo aquí, ¡adiós Viviana! –se despidió Zacarías.

Sábado

Muy temprano, al amanecer, Zacarías se levantó eufórico, y decidió quedarse encerrado en su habitación. Literatura infantil y juvenil contemporánea (2000 - 2015) 371

“A través de las rendijas de su puerta, empezó a salir un humo verde, y luego amarillo, luego naranja, azul y morado. Todos los colores se mezclaban y salían alborotados desde el cuarto de Zacarías…”. Ilustración en acuarela de Romanet Zárate. 372 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

—¡Zacarías, sal de tu cuarto! –gritó su mamá golpeando la puerta. —No mamá, estoy ocupado –contestó el niño. —Zaqui, ¿por qué no vienes a almorzar? –le preguntó su papá. —¡No tengo hambre, y tengo mucho qué hacer! –exclamó Zacarías desde su pieza. Pasaron las horas y Zacarías no salía… De pronto, a través de las rendijas de su puerta, empezó a salir un humo verde, y luego amarillo, luego naranja, azul y morado. Todos los colores se mezclaban y salían alborotados desde el cuarto de Zacarías. —¡Papá, mamá, estoy bien! ¡Mañana les tendré una sorpresa! –gritó finalmente Zaqui a sus preocupados papás. ¡Buenas noches! Durante esa noche, Zacarías soñó con cocodrilos tornasoles, naranjas violetas, girasoles girando, lunas locas y grandes Azulapios.

Domingo

Al día siguiente, desde muy temprano, empezaron a llegar muchas personas a la casa de Zacarías. Y los primeros en llegar alborotados y curiosos fueron sus amigos: Lucas insistió en ver al cocodrilo, Matilde preguntó por la luna, Mili, algo tímida, quiso saber si estaban los girasoles cantores, Juancho llegó apresurado buscando la naranja gigante y Viviana corrió para ver al azul Azulapio. También llegaron la tía Fresia y el tío Jacinto, la abuela María, dos vecinos y un perro callejero, que aumentaron el grupo de curiosos. —Queremos ver los humos de colores! –exclamaron a coro. —¡No entendemos nada! –gritaron los alarmados y confundidos papás de Zacarías. En eso, fi nalmente salió Zacarías de su cuarto, todavía con su pijama de dinosaurios, arrugado y manchado de colores. —¡Hola a todos! –saludó amablemente. Yo sé por qué están aquí. Ha habido algunos cambios. No sé si mis experimentos han funcionado… Vengan conmigo –dijo, dirigiéndose nuevamente a su habitación. Todos lo siguieron haciendo una larga fi la. Literatura infantil y juvenil contemporánea (2000 - 2015) 373

Al abrir su pieza, algo de humo violeta salió y la fi la de curiosos entró. Entonces, Zaqui muy sereno dijo: —Vengan, asómense por la ventana, el cocodrilo está justo ahí, en el charco de barro que le hice. Entonces, súbitamente, todos al mismo tiempo se abalanzaron hacia la ventana, quedando como un racimo de uvas. —¡No! no hagan tanto alboroto, si el cocodrilo se asusta, se esca… ¿Ven? ¡Ya no está! –gritó Zacarías desconcertado. —Creo que ví su cola –dijo Lucas. —¡A mí me pareció ver una lagartija! –exclamó Juancho. Inmediatamente Zacarías se dio la vuelta y gritó: —¡Rápido! ¡Ahora vamos a buscar a la luna en mi armario! Cuando todos como una estampida de toros salvajes se amontonaron a tropezones frente al armario. —¡Cuidado! –exclamó Zaqui, ¿No saben que la luna es hiper- sensible? Si siente tanto ruido se derreti... Y al abrir el armario, un líquido translúcido y blanquecino empezó a salir. —¡Creo que esa era la luna! –dijo Matilde impresionada, tra- tando de retener algo del líquido opalescente. —A los girasoles cantores los dejé sobre mi mesa de noche, justo allí –alcanzó a señalar Zacarías cuando se produjo como un viento huracanado, y entonces, todos literalmente volaron sobre la mesa de noche, ocasionando un tremendo estruendo. —¡Así no! ¡El florero de mi mami se puede romper y seguramente los girasoles se despedaza… —¡Miren! Hay pétalos gigantes y amarillos por todas partes –murmuró Mili asombrada. ¡Pobres girasoles! ¡Hasta me parece haber escuchado una ópera! Luego, Zacarías preocupado exclamó: —¡Veamos si la naranja gigante sigue debajo de mi cama, por allá! En ese instante un remolino de brazos, cabezas, piernas y pies se dirigió debajo de la cama de Zaqui. —¡La naranja es muy gorda y jugosa y si la aplastan puede explo…! –gritó Zacarías cuando un fuerte olor a naranja inundó todo el cuarto. —¡Está saliendo un jugo naranja de debajo de la cama! –dijo asombrado Juancho. ¡Qué lástima! Ya no podremos jugar al fútbol con la naranjota. 374 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

—Bueno, solo me queda el Azulapio –se lamentó Zacarías–, espero que siga en la tina de mi baño, no vaya a ser que con tanto ruido se haya asustado. Inmediatamente se sintió como un terremoto en la pieza y en el baño, donde todos entraron de sopetón. ¡Azulapio, no tengas miedo, no te vayas a asus...! –vociferó Zacarías abriéndose espacio entre todos. —¡Allá en la tina veo un líquido viscoso y azul! –manifestó Viviana. —Sí, es el líquido que va dejando el Azulapio a su paso, pero él ya no está aquí… ¿Dónde se metería mi azul amigo? –se preguntó Zacarías agarrándose la cabeza. —No lo veo por ninguna parte –murmuró Viviana–, pero ¿serías tan amable de regalarme algo de ese líquido azulino? —¿Y a mí unos pétalos de girasol? —¿Y a mí un poco de agua de luna? —¿Y a mí el jugo de naranja? —¿Y a mí…? —¡Ya es suficiente! –gritó Zacarías apenado–. ¡Si todos mis amigos desaparecieron, fue por su culpa! Por unos instantes nadie supo qué hacer ni qué decir, todos parecían congelados. Entonces Zacarías se volteó hacia la ventana, respiró profundamente unas tres veces y ya más calmado dijo: —Bueno, no es tan grave, mi cocodrilo va a regresar, y también la luna, y los girasoles y la naranjota y mi Azulapio. Si quieren pueden quedarse a jugar. Fue así que poco a poco, los niños empezaron a jugar con una largartija que extrañamente apareció en la pieza, con el agua de luna, con los pétalos de girasol, los restos de naranja y con aquel líquido gelatinoso y azulado. La abuela María, la tía Fresia, el tío Jacinto, los vecinos y el perro se sentaron a ver y a conversar. La mamá de Zacarías invitó sus galletas de avena y chocolate y Zacarías se dedicó a sacar fotos, muchas fotos. ¿Cuánto tiempo pasó? Mucho, pues el sol ya estaba de color berenjena y el aire fresco de las estrellas se empezaba a sentir. Entonces Zacarías, completamente exhausto dijo: Literatura infantil y juvenil contemporánea (2000 - 2015) 375

—Amigos, ya casi es de noche, fue un día muy largo y tengo que descansar: es hora de que se vayan. Todos se despidieron con besos, lágrimas y abrazos, prome- tiendo volver a verse. Lo único que nadie nunca entendió fue ni cómo ni por qué en las fotos reveladas, entre humos multicolores, aparece una lagartija con cara de cocodrilo, los girasoles parecen cantando y una especie de masa gelatinosa y azul con antenas va dejando un líquido viscoso a su paso. 376 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

En busca de un caballito de mar (2011)

Un cuarto con olor a campo y a calor

Eran las seis y la mañana aún estaba oscura, brumosa y fría. La mamá de Salomé se disponía a salir con su carrito de naranjas de los Yungas, de manzanas color verde manzana, de plátanos a lunares y de uvas del Luribay, las cuales inundaban el pequeño y ófrico cuarto con un olor a campo y a calor. Al darse cuenta de que su mamá ya se iba a la calle a vender las frutas, Salomé se levantó de un brinco, se lavó la cara con el agua de una batea de barro, mojó sus cabellos tiesos, se los peinó con fuerza y se colocó la cinta violeta que había encontrado hace unos días en el Escondite. Luego se puso su falda, sus medias, sus zapatos y terminó de vestirse. Se miró en un pequeño espejo, se volvió a pasar el peine y luego de un momento sonrió: —Las princesas usan cintas y se ponen falda, pensó. Luego abrió el cuento, se sentó y lo observó por un largo rato. Entonces volvió a sonreír pensando en su cinta violeta, y en su falda, en sus cabellos al viento, en su capa, en su caballo… Listo. Ahora había que despertar a Sabina y a Simón que aún dormían en el colchón, calientes y profundos. —¡Ya me voy, Salomé! Dales desayuno a tus hermanitos y después se quedan por aquí, ¡no se vayan lejos! Yo voy a llegar temprano para cocinarles, y después te vas a la escuela –gritó la mamá de Salomé envuelta en una gruesa manta de alpaca. Luego cerró la puerta, llevándose el carrito, las naranjas de los Yungas, las manzanas color verde manzana, los plátanos a lunares, las uvas, y el olor a campo y a calor. —¡Sí, mami, no te preocupes, yo los alisto! –alcanzó a decir Salomé con un poco de dolor de corazón, el mismo que sentía todos los días cuando se iba su mamá. Entonces, Salomé extendió un mantel sobre la mesa, pre- paró dos vasos de leche tibia con azúcar y despertó a Sabina y a Simón. —¡Despierten, chicos! ¡Vayan a tomar toda su leche, y luego nos vamos rápido al Escondite! Literatura infantil y juvenil contemporánea (2000 - 2015) 377

Los pequeños rápidamente y con entusiasmo tomaron sus leches, se lavaron la cara y las manos, se vistieron; y pronto todos estuvieron listos para salir. —¡Ya, ahora vámonos! –exclamó Sabina con entusiasmo. —¡Un rato! –dijo Salomé. A ver, Sabina, ¿dónde están tu manta y tu aguayo55? Simón, ¡te estás olvidando tu lata y tu gorro! ¡Creo que todavía están medio dormidos! –exclamó algo enojada. —Bueno, ahora en fi la, detrás de mí, pero sin colgarse de mi falda, ¡está recién lavadita! –advirtió la niña admirando su resplandeciente falda.

El escondite

Y así partieron los tres niños, cargados de palos, latas, mantas, escobas y trapos. Marcharon dos cuadras, tres y hasta cuatro. Marcharon sil- bando y silbaron marchando. Salomé iba primera con su cinta violeta, su falda, una escoba y un aguayo; Sabina, la segunda, miraba al cielo con una bandera hecha de retazos de tela y pintado en ella un escudo incompren- sible, ¿un pez?, ¿un caballo?, ¿un sapo? Finalmente, Simón, con un viejo gorro que parecía de soldado, un tambor de lata y un enorme palo que lo hacía parar cada diez pasos. Después de subir y bajar, de correr y trotar, de marchar ha- cia atrás y hacia adelante, Salomé se detuvo en seco y gritó: —¡Alto! Ya nos acercamos al Escondite. Esta vez tenemos que encontrar más cosas para la Princesa, o sea para mí. Ya tengo un cuento, una cinta y una falda. Sabina, ¿qué podrías encontrar esta vez? –preguntó entusiasmada. Sabina, que estaba un poco distraída desenredando los trapos de su palo, puso cara de seriedad, refl exionó unos instantes y con una sonrisa de media luna respondió: —¡Ya sé! Voy a buscar una muñeca que no esté rota. —¡No, Sabi! ¿De qué le sirve una muñeca a una princesa? ¡Tú también escucha Simón! Pueden buscar una corona, carteras, za- patos, pulseras, collares, cosas doradas…

55 Aguayo: Manta de varios colores y diseños, generalmente tejida en telar, usada en la región andina. 378 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

—Pero yo quisiera una muñeca –interrumpió tímidamente su hermana. —¡Entonces no vamos al Escondite y punto! —Y yo quiero un trompo –murmuró Simón jalando la falda de Salomé. —A ver, niños, yo sé que ustedes quieren muchas cosas, pero hay que obedecer a la Princesa. ¡No queda otra! –respondió Salomé con voz fi rme. Entonces, el pequeño Simón que aún no entendía por qué no podía buscar un trompo para él, comenzó a hacer un berrinche de terror: se lanzó de cabeza al suelo y empezó a patalear y chillar como un animal salvaje. El tambor de lata había rodado por la vereda y el palo fue a dar a la cabeza de una viejita que por ahí pasaba. Salomé no sabía qué hacer: si dejar a su hermanito en el suelo y escapar, si agarrar el tambor y lanzárselo o bien explicarle a la viejita lo que había sucedido. Como quedó paralizada, fue Sabina la que tuvo que ir a pedir disculpas a la anciana que vociferaba insultos y luego tuvo que ir a abrazar a Simón que aún estaba enajenado, tirado en el suelo llorando. Cuando por fi n la Princesa reaccionó, se dio cuenta de que la anciana ya se había alejado, aunque todavía se la veía amenazan- do y frotándose la cabeza. Simón, en las faldas de Sabina, ya se había calmado bastante, solo suspiraba profundamente y sacudía su cabecita haciendo chujchus56 como lo hacen los que han llorado con toda su alma. —Bueno, bueno, ya pasó Simón –le dijo acariciando sus cabe- llos. ¡Pero es la última vez que tolero esto, malcriado! ¡Casi matas a una vieja, tu tambor se ha abollado y hemos perdido tanto tiempo! Empezó a gritar, queriendo pegar a su hermano. —¡Salomé, ya no le hagas nada al Simón! ¡Vámonos nomás al Escondite! Yo voy a arreglar su tambor. Y así los niños, algo desganados y ya medio sucios, continuaron con su marcha. Salomé, quien había sacado ventaja, decidió que era mejor cantar para que se le pasara la rabia. Y con gran fuerza y entusiasmo, entonó un himno que ella misma en sus noches de inspiración había inventado:

56 Chujchu: Tiritón, suspiro (lengua aymara). Literatura infantil y juvenil contemporánea (2000 - 2015) 379

A través de los campos o tal vez del mar cruzando azules montañas infi nitos lagos y hasta un salar va valiente la Princesa ¡qué valiente va! La siguen marcoando sus soldados, banderas al viento, tambores al compás van de prisa al Escondite ¿quién sabe qué sueños encontrarán? Va valiente la princesa ¡qué valiente va!

Luego de unas cuadras, Salomé paró en seco y gritó: —¡Alto, soldados! Hemos llegado al Escondite. Instalen sus ar- mas, palos y banderas, haremos el saludo y luego a buscar tesoros. Sabina y Simón instalaron todo lo que habían traído, mientras Salomé concentrada, arreglaba cuidadosamente su cinta violeta y sacudía su falda recién lavada. —¡Simón, tú te pones aquí! ¡Y tú Sabina por acá! Hagan muy bien el saludo y así podremos encontrar muchas cosas para la Princesa –ordenó de pronto Salomé–. Y, tal vez, si tenemos suerte, podríamos hallar el caballo de mar, el minúsculo, el de los siete colores… Sabina y Simón se miraron extrañados. Ellos podían encontrar carteras, pulseras, collares, pero ¿un caballo de mar, minúsculo y de siete colores? ¡Si ellos solo conocían la mula gris de don Filo- meno! —¿Eso también lo viste en el cuento? –preguntó Sabina con curiosidad y desconcierto. Yo no sé cómo es un minúsculo caballo de mar. —¡Cómo no saber lo que es un caballo de mar! –suspiró Salomé agarrándose la cabeza. No, eso no está en el cuento, eso lo soñé. Bueno, estamos tardando mucho. ¡Comencemos el saludo! Y entonces, los tres niños, con mucha fuerza, iniciaron un zapateo feroz, cuyo estruendo y polvo llegó hasta varias cuadras a la redonda. Cuando hubo terminado el ritual, los tres niños, que en rea- lidad parecían tres fantasmas por el polvo que llevaban encima, se metieron en el Escondite y con afán y emoción empezaron a buscar, a revolver y a escoger. 380 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

Ese día el Escondite estaba repleto de bolsas que no eran solo de comida desechada o papeles inservibles. Parecía que había habido una mudanza y se visualizaba muchos tesoros. La Princesa suspiró de la emoción, pero como ella dominaba el arte de la recolección de objetos preciosos y no tan preciosos dentro de los basurales, sin perder la concentración, les indicó a sus hermanos: —Sabina y Simón: no se olviden que puede haber cosas que los lastimen como vidrio, astillas, clavos. Además puede haber mucha mugre, traten de no ensuciarse mucho. La última vez tuve que lavar tres días seguidos sus camisas que se mancharon con salsa de tomate. Sean cuidadosos. En esto estaban concentrados, cuando dos niños desconocidos empezaron a observar el barullo y también quisieron husmear en el Escondite. Inmediatamente, Simón se lo informó a la Princesa quien agarrando el palo gigante dijo con voz segura: —Solo entran aquí los que buscan tesoros para mí, o sea para la Princesa. Si no, mis soldados les darán una tremenda paliza. Los dos desconocidos al ver a estos fantasmas con voces y ojos de niños quedaron intimidados por un rato, pero como se dieron cuenta de que eran más chicos que ellos, decidieron enfrentarse. —Nosotros no le obedecemos a los t’ilis 57 con pinta de fantas- mas, ni a la tal Princesa, que además, es bien fea. —¡Nadie me puede decir fea! Así que, ¡A pelear! –gritó Salomé, roja de la ira, lanzándose sobre el más grandecito, que tenía el pelo tieso como paja y las mejillas coloradas y ajadas por el sol. Inmediatamente, Sabina y Simón se abalanzaron sobre el otro niño, un poco más chico pero más gordo. Este tenía la ropa totalmente descolorida, remendada y llevaba un sombrerito tipo vaquero que le daba algo de pinta. Entonces comenzó una soberana golpiza: Salomé que real- mente parecía el Hombre de las Nieves debido a la rabia, no dejó de jalarle el cabello al que lo tenía tieso y encima le daba patadas donde podía. Un poco más allá, Sabina y Simón le daban tales tamborzazos y palazos al gordo con sombrero de vaquero, que éste solo atinaba a llorar y a querer morder.

57 T’ili: Menudo; el más pequeño (lengua aymara). Literatura infantil y juvenil contemporánea (2000 - 2015) 381

Luego de unos minutos en que quedó bastante claro quiénes dominaban el Escondite, los dos intrusos optaron por huir. Jamás unos niños más pequeños, les habían propinado semejante paliza. Obviamente no tenían idea de que la Princesa y sus hermanos eran expertos en peleas callejeras. Desde hacía mucho tiempo ellos habían aprendido a defenderse y a luchar por sus pocas cosas. Salomé, Sabina y Simón, levantaron sus palos, banderas y aguayos, sintiéndose vencedores y riéndose a carcajadas. —¡Esto es para que no se metan con la Princesa, y para que aprendan a que NUNCA se le puede decir “fea”! –gritó Salomé vic- toriosa, aunque algo preocupada por lo de “fea”. Ella se consideraba linda y esto era un golpe a su vanidad. Entonces, luego de sacudirse un poco los niños comenzaron su tarea en el Escondite. Luego de una búsqueda minuciosa y ordenada, Salomé dijo algo cansada: —Bueno soldados, ya es sufi ciente, pongan todo lo que encontra- ron en el aguayo, ya es hora de irse. Mamá debe estar por llegar. Todos colocaron sus objetos en el aguayo, lo envolvieron con cuidado, le hicieron un nudo y Salomé lo cargó en la espalda, tal como lo hacía su mamá cuando llevaba algo pesado, incluyendo a Simón. Los tres niños saltaron del Escondite como pudieron, volvieron a recoger la artillería que habían traído y al trote, desanduvieron lo andado. Como siempre, Salomé iba primera, esta vez con el aguayo en la espalda y Simón en los brazos. Sabina iba segunda, con la mirada al cielo y arrastrando sus palos, trapos y banderas enredadas.

El cuento

En cuanto Salomé abrió la puerta de su casa, sintió un vaho a fruta dulce y una sonrisa le llenó la cara. —¡Mamita! ¡Ya estás aquí! —¿Salomé, qué es esto? ¡Están mugrientos! ¡Mira tu falda re- cién lavadita! Ahora tendrás que bañar a tus hermanos mientras cocino el almuerzo. —¡Sí, mamá, es que no sé dónde se metieron estos niños cochinos! 382 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

Entonces, con sumo cuidado, Salomé llenó de agua caliente la batea de barro, y con una destreza impresionante jabonó, lavó, enjuagó y secó a Sabina y a Simón. Luego, ella misma se lavó, de- volviendo el brillo a su piel canela. —¿Y qué fue lo que hicieron para ensuciarse tanto? –preguntó la mamá de los niños mientras almorzaban. —Fuimos al Es… —Nada, solo dimos un paseíto por aquí cerca –interrumpió Salomé bizqueando sus ojos a Sabina. —¿Sí? –preguntó Simón con cara de confusión. —¡Claro! Ida y vuelta como siempre –aclaró Salomé. —Me lo imagino –respondió mamá–. Bueno Salomé, ya es hora de que te vayas a la escuela. No te desvíes y no te portes mal –im- ploró su mamá mientras le arreglaba un poco el pelo. —Sí, mamita –respondió Salomé volcando sus ojos hacia quien sabe dónde. Antes de salir, Salomé sacó su cuento, lo desempolvó y lo puso en su mochila. Ya de ida a la escuela, ella empezó a tararear su himno y a imaginarse con su cinta, su falda, sus cabellos al viento y su caballo de mar, el minúsculo, el de los siete colores, el que le recordaba a su papá. Y como no aguantó las ganas, se sentó en la vereda, abrió su mochila, y con mucho cuidado abrió el cuento. Lo miró varias ve- ces, hoja por hoja, hacia atrás y hacia delante; observó los dibujos, hacia arriba y hacia abajo, los acarició; leyó lo que pudo y el resto se lo imaginó. En eso cayó en cuenta que su clase de ciencias naturales co- menzaría en exactamente cuarenta y cinco segundos y como un verdadero bólido llegó a la escuela. La tarde en la escuela transcurrió lenta y aburrida, y Salomé solo podía pensar en lo que habían hallado por la mañana en el Escondite. Ella había encontrado unas monedas en el bolsillo de una vieja chaqueta, una pequeña botella de vidrio azul y unos calcetines fl oreados. Todo le servía. Ojalá Sabina y Simón hubieran encontrado algo más… ¿O sería que hallaron el caballo de mar? ¿el minúsculo? ¿el de los siete colores? ¿el que le hacía pensar en su papá? En estos profundos pensamientos estaba Salomé, cuando empezó a sonar la campana de la escuela, anunciando la hora de salida. Literatura infantil y juvenil contemporánea (2000 - 2015) 383

¡Cuánto le gustaba a Salomé escuchar la campana!, le recordaba la de la iglesia, los domingos, cuando su mamá preparaba avena con leche y canela para el desayuno, sin prisa, tarareando una cueca o un taquirari. De regreso a su casa, Salomé vio nubes que formaban caballos de mar, los vio esculpidos en las montañas, grabados en los nevados y pintados en las paredes.

Buscando tesoros en el aguayo

—¡Ya llegué, mamá! –anunció Salomé extendiéndose en el colchón, abrazada de su cuento. De pronto apareció Sabina gritando: —¡Salomé, Salomé, ven a ver lo que encontramos en el Es- condite! Las dos hermanas salieron de la casa y encontraron a Simón muy concentrado mirando el aguayo de las cosas halladas. —A ver, ¡den espacio a la Princesa! Tengo que ver todo, y es- pero que no se hayan guardado nada. Por si acaso, muéstrenme sus bolsillos. Ambos niños mostraron sus bolsillos, abriéndolos al máximo. —Mmm, bueno, te puedes quedar con ese carrito Simón, ¡eres un bandido! ¡Muy bien Sabina!, ¡esta vez no te quedaste con nada! –exclamó Salomé aplaudiendo. Bueno, ahora sí, abramos el aguayo. Y con mucho cuidado los tres hermanos abrieron la tela a rayas, observando y palpando cada objeto. Habían unos diez en total: una cuerda para saltar, un pedazo de alfombra persa, unas exóticas plantas de plástico, un extraterrestre de goma, un trac- tor de juguete, unos anteojos con un solo lente, un charango sin cuerdas, otras cosas irreconocibles, pero ni un caballo, ni marino, ni minúsculo ni de siete colores. —Salomé, mañana encontraremos ese bicho, ya vas a ver, no te pongas triste –dijo tímidamente Simón, dándole un beso a su hermana. —Sí, Salomé, acuérdate de que la Princesa siempre está feliz –añadió Sabina abrazándola. Salomé también abrazó a sus hermanos pequeños y les dijo: —Mañana, en cuanto despertemos volveremos al Escondite, ahora vamos a dormir, mamá parece cansada. Primero, ayudémosla 384 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

a escoger y a lavar las frutas y luego les podré leer algunas partes del cuento. Salomé, Sabina y Simón se apresuraron a ayudar a su mamá quien entre mandarinas, uvas de Luribay, plátanos a lunares, to- ronjas rosadas y chirimoyas de Yungas parecía un hada, el Hada de las Frutas. Los tres niños se durmieron mirando varias páginas del cuento. Salomé narraba con voz profunda sus partes favoritas y sus herma- nos observaban atónitos cada dibujo: cuando la princesa se puso su corona por primera vez, cuando aprendió a galopar, cuando iba de paseo por azules montañas, cuando se ponía su cinta y su falda, cuando se vistió de sol en el desierto del Sahara… Aquella noche, Salomé soñó con el Hada de las Frutas. Soñó que ella, con aroma a manzanas y voz de piel de durazno, le su- surraba al oído: “Salomé, tienes que encontrar el caballo de mar, el minúsculo, el de los siete colores, el que te hace pensar en tu papá. No tengas miedo: atraviesa campos, búscalo por la ciudad, intérnate en gran- des lagos o incluso en el mar… Solo así podrás ser una princesa, una de verdad”.

La coronación de la Princesa

Por supuesto, en cuanto amaneció, Salomé se vistió de princesa, despertó, aseó a sus hermanos y bastante agitada les dijo: —Iremos al Escondite, como siempre, y buscaremos mi caba- llito de mar, aunque no creo que lo encontremos ahí… Pero antes tenemos que hacer algo muy importante. Y como siempre, Sabina y Simón estuvieron dispuestos a seguir las ideas de su hermana mayor. —¿Qué tenemos que hacer, Salomé? –preguntó el pequeño Simón bostezando —Bueno –respondió Salomé con una brillante sonrisa–, como ustedes ya saben yo soy una princesa, la Princesa. ¡Pero me falta algo re importante! —¿Qué, ese caballito de mar? –quiso saber Sabina. —Sí, sí, pero antes, a nadie se le ha ocurrido que las princesas tienen que coronarse, ¿o no sabían eso? –preguntó Salomé con las manos en la cintura. Literatura infantil y juvenil contemporánea (2000 - 2015) 385

Los hermanitos, por supuesto, no tenían ni idea y quedaron mudos y sorprendidos ante la pregunta. —¡Pobrecitos! –exclamó Salomé, agarrándose la cabeza–. Us- tedes no saben nada. Pero no importa, ¡yo sí que sé mucho! Ahora vamos a coronar a la Princesa, o sea a mí –dijo la niña con una mezcla de orgullo y dignidad que convencía a cualquiera. Y agarrando unos raros collares de su mamá, y claro, a sus hermanitos, Salomé partió a su propia coronación. Luego de caminar un poco, Salomé se detuvo, y como si es- tuviera frente a su palacio, ingresó al Parque Botánico con paso solemne. Sus hermanos la siguieron imitando su marcha. Finalmente llegaron a un jardín de fresias y margaritas, rodea- das por inmensos eucaliptos y pinos amarillos. —Aquí es –dijo la Princesa aspirando los aromas entremezcla- dos de las fl ores y los árboles. —Tráiganme varias fl ores y algunas ramas –ordenó con serie- dad. Yo me quedaré aquí meditando. —¿Qué es eso? –preguntó Simón sorprendido. —Es algo así como soñar, pero más complicado. Y ahora apú- rate en conseguir mis fl ores, no tenemos todo el día –respondió la casi Princesa ya en posición de fl or de loto, con los ojos cerrados y los pulgares de sus manos en forma de argollas. —¡Qué fresca esta Salomé! Claro, con esta historia de que es una princesa, nos tiene de sus sirvientes. Me estoy empezando a cansar, Simón. Es más, ¿qué tal si no le conseguimos sus fl ores y nos escapamos a jugar más allacito? –propuso Sabina con cara de pícara. —¡Uy, no creo! –¡la Princesa nos va a matar! Mira Sabi, allá hay unas florcitas lindas. Se las cortamos y punto. Así podremos seguir siendo sus soldados y jugar en el Escondite y todo eso –refl exionó sabiamente Simón. —¡Qué fl ojera! Pero ni modo, ya, vamos a cortar de una vez esas fl ores. Aunque, mira, los jardineros del Parque Botánico nos están mirando. ¿No estarán sospechando algo? ¡Tengo una idea! Tú los distraes y yo corto unas fl ores –ordenó Sabina a su hermanito. —¡Pero yo solo puedo distraerte a ti cuando hago mis marchas de soldado! —¡Eso me parece perfecto! Vas y ejecutas tus marchas. ¡Ahora! Y el pequeño soldado Simón comenzó a marchar y a golpear un supuesto tambor, haciendo el sonido con su boca. Y la verdad 386 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

es que lo hacía con tal gracia y aplomo, que no solo los jardineros del Parque se sentaron a aplaudirlo, sino que los otros visitantes comenzaron a sacarle fotos y a imitarlo. Obviamente, en el interín, Sabina cortó más fl ores de lo previs- to. En realidad tenía un atado tan grande que ni ella podía sujetarlo. Mientras tanto, el soldado Simón se había convertido en payaso y ahora hacía unos volteos y unos giros que hacían reír a todos. Sin embargo, en un momento de descuido, Sabina también empezó a reír y a aplaudir a su hermano y se dejó ver con todo el botín fl oral. Los jardineros se dieron cuenta y comenzaron a perseguirla. La casi Princesa que se había desconcentrado y también se había dado cuenta de todo el embrollo, se paró como un bólido, agarró a su hermanito por un brazo y comenzó a correr detrás de Sabina. Corrieron como locos, perdieron algunas fl ores, pero lograron salir del Parque Botánico, escondiéndose en un callejón. Cuando vieron que ya nadie los perseguía, Salomé, con suma precaución se dirigió a sus hermanos: —¡Lo que hicieron me pareció buenísimo! Lástima que los des- cubrieron al fi nal. Ni modo, lo importante es que consiguieron las fl ores para mi corona. Los felicito a los dos. Pueden seguir siendo mis soldados. ¡Es más, ahora van a ser mis mariscales! –dijo, con un tono de solemnidad absoluto. Sabina y Simón sonrieron orgullosos, y como la palabra “ma- riscal” les sonó a lo máximo, se sintieron honrados y a la altura de una princesa… Entonces con gran habilidad, Salomé ayudada por sus recientes mariscales, realizó una bellísima corona fl oral. —Sabina, tú me pondrás la corona, y tú Simón me colocarás estos collares de semillas –instruyó, parándose en una caja vieja. ¡Qué pena que nadie pueda sacarme una foto y que todo esto tenga que suceder en un sucio callejón! –exclamó con sincero pesar. Pero es ahora o nunca, así que comencemos. Los hermanos menores, totalmente contagiados por la solem- nidad del acto, realizaron sus consignas a cabalidad. Salomé emocionada, entonó su himno con fervor y, seguida por sus hermanos, dio un paseo por todo el callejón, saludando y haciendo reverencias a algunos mendigos que allí estaban. Y así, en ese oscuro y sucio callejón fue coronada la Princesa Salomé, con una corona de fl ores, un día viernes del mes de sep- Literatura infantil y juvenil contemporánea (2000 - 2015) 387

tiembre, cuando el sol estaba en el mismísimo medio de un cielo color añil.

Descubriendo los colores de un caballo de mar

A la mañana siguiente, Salomé se despertó con el intenso goteo de la lluvia sobre las viejas tejas de su casa. El aguacero era tal que ya se ha- bían formado charcos y riachuelos afuera de la casa y en la calle. —¿Será que mamá ya se ha ido a vender fruta al mercadito –se preguntó Salomé acurrucándose entre sus frazadas. Será mejor que caliente la leche. ¡Qué aburrido! hoy no podremos ir al Escondite. Ya se me ocurrirá algo divertido… ¿A ver? Por aquí, ¿qué son estos polvitos de colores? ¡Ya sé! ¡Tengo una buenísima idea! –exclamó la Princesa luego de una detenida inspección. Y como un huracán, Salomé realizó unas extrañas prepara- ciones: hirvió aguas, echó polvos, tiñó trapos y en poco tiempo tuvo frente a ella y a sus sorprendidos hermanitos una gama de increíbles colores de pinturas. —Princesa, ¿qué es todo esto? ¿Qué vas a hacer? –preguntó Sabina atónita. —Querrás decir: ¿Qué vamos a hacer? –contestó Salomé colo- cando a sus hermanos unas viejas camisas. La cosa está bastante clara: quiero que pintemos caballos de mar en la pared. —¿En la pared? –preguntó Simón con sus ojos grandes como el sol que ese día dormía detrás de un sinfín de nubes negras. —¡Siempre tienes tan buenas ideas, Princesa! –exclamó Sabina. Eso sí, tendrás que mostrarnos cómo se hacen los caballos de mar, porque resulta que no tenemos ni idea de cómo son. —Miren, no tengo tiempo para eso, cada uno hace el caballo de mar que quiere y usa los colores que quiere. Yo me tengo que concentrar en el que está en mi cabeza –dijo Salomé cerrando sus ojos con fuerza. Sus hermanos la imitaron e imaginaron caballitos de mar, de aire, de tierra, de luna y de sol. Entonces se produjo un largo silencio que daba espacio al arru- llo de la lluvia. Salomé, Sabina y Simón, en completa concentración agarraron brochas y trapos y comenzaron su obra maestra. ¿Cuánto tiempo pasaría?, no lo sabemos exactamente, pero ya la lluvia había disminuido y solo se escuchaba un goteo leve. 388 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

El olor a mojado penetraba a la casa y se mezclaba con el de las pinturas de anilina plasmadas en varias paredes. —¡Sufi ciente! ¡Ya es hora de almorzar! –anunció la Princesa con pintura en sus mejillas, su falda y su pelo. En ese instante Simón era más una masa de pinturas que un niño y Sabina había decidido incursionar en la pintura sobre piso: el desastre era máximo entre la pintura desbordada, los trazos por todas partes, la humedad y el penetrante olor a anilina. Al darse cuenta del caos, Salomé atinó a limpiar un poco y a secar la pintura fresca derramada. —¡Qué horror! –exclamó– ¡Mamá nos va a triturar! ¡Ayúdenme a limpiar ahora! Los tres niños limpiaron y ordenaron lo que pudieron y como pudieron. De todas formas los cambios en el pequeño cuarto eran evidentes. Finalmente, cuando la madre llegó, esta no pudo decir nada. Se sentó. Observó. Siguió observando y luego de varios minutos suspiró y dijo: —Por lo que veo, los tres se han vuelto pintores. El cuarto ha quedado muy desordenado y sucio, pero ¿saben qué...? me gustan sus caballos. En efecto, Simón había intentado hacer algo de cuatro patas, dos orejas y una cola. —Es la mula de don Filomeno –dijo el pequeño satisfecho. Sabina dibujó un enorme y extraño caballo que comenzaba en la pared y terminaba en el piso. Daba la impresión de un gigantesco centauro griego. —Dibujé un caballo de montaña –explicó Sabina con una gran sonrisa. Uno muy grande. —Veo que tú dibujaste un minúsculo caballo de mar, Salo- mé –dijo su mamá acariciándola suavemente. ¡Te salió precioso con todos esos colores! ¿Cómo supiste hacer uno? –preguntó con curiosidad. —Lo tengo en mi cabeza, mami, siempre lo tengo en mi cabeza. Desde que despierto hasta que me duermo. A veces sus colores cambian, pero son siempre siete y siempre es minúsculo, como el que pinté en la pared. Ese es el que me hacer pensar en mi papá… ¿Dónde estará? –murmuró la Princesa con un brillo de nostalgia en sus ojos. Literatura infantil y juvenil contemporánea (2000 - 2015) 389

—Dónde estará ese holgazán, olvidate nomás de él, yo ya ni me acuerdo, hace tanto tiempo que nos dejó. Solo nos hacía sufrir. Solo pensaba en irse. Decía que quería conocer el mar. Yo no sé si eso era cierto, tal vez ya no quería estar con nosotros… ¡Ya no me hagas decir sonseras! –respondió la mamá de Salomé, molesta, rememorando tiempos pasados. Mejor mostrame tu dibujo. —¡Qué hermoso que es! –se impresionó Sabina–, tiene la ca- beza y el hocico de un caballo de tierra, los ojos de un cocodrilo, el cuerpo de una oruga, la cola de un mono y las aletas de un pez. ¿En serio vive en el mar? —Sí Sabi, yo creo que es el mago de las profundidades que se esconde entre algas y corales, entre estrellas que alguna vez caye- ron del cielo y verdaderas estrellas de mar –respondió Salomé con la mirada perdida. —¿Cómo sabes tanto? ¿No será que te estás inventando un poco? –preguntó Sabina desconfi ada. —No entiendo nada –dijo el pequeño Simón rascándose la cabeza.Yo prefi ero mi mula. Todos rieron y luego, incluso la mamá de los niños, añadió unos pincelazos a los tres caballos. Salomé quedó feliz ante su obra de arte y la contempló por lar- go tiempo, mientras su mamá limpiaba y lavaba a sus hermanitos. —Ahora tengo que encontrarte –dijo, mirando fi jamente al minúsculo caballo marino de la pared. Todavía no sé dónde, pero tarde o temprano te hallaré.

Buscando caballos de río

A la mañana siguiente, antes de que Salomé se despertara, muy, muy tempranito, Simón y Sabina se vistieron como pudieron y sin que nadie se diera cuenta, salieron de la casa, como dos pedacitos de nube, sin hacer nada de bulla. —Simón, ahora me tienes que obedecer a mí –dijo Sabina con las manos en la cintura, cuando se alejaron un poco. ¡Ahora la Princesa soy yo! ¡Mira, hasta me puse la cinta violeta de Salomé! —Bueno –dijo Simón sin mayor preocupación. Ahora hay dos princesas. —Sí, ¡pero no le vas a contar nada a Salomé!, si no… ya no va a querer llevarnos más al Escondite, y yo no conozco bien el camino. 390 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

—Ya, no le voy a decir nada. Y ahora, ¿a dónde vamos, Sabi? –preguntó el niño intrigado. —Ya vas a ver. ¡Ven, sígueme! –dijo Sabina apresurada. Mientras tanto, Salomé ya se había levantado, y vestida con su falda, la chaqueta encontrada y su nueva corona fl orida, afanada buscaba su cinta violeta. “¡Qué raro!”, pensó, “Estoy segura de que la dejé con todas las cosas de la Princesa. Se me debe haber caído por ahí, ya la buscaré más tarde. Ahora mejor me apuro para ayudar a mamá a vender frutas. Cuando regrese, Sabina y Simón ya estarán a punto de le- vantarse, y nos iremos al Escondite”. Y así, Salomé y su mamá partieron con el carrito de frutas, rumbo al mercadito, sin darse cuenta de que los más pequeños no estaban durmiendo calientitos en su colchón… No, y la verdad es que estaban lejos de estar calientitos, pues Sabina había tenido la increíble idea de ir a cazar o más bien, pes- car caballos de mar, ni más ni menos que en el río Cachimayo. —Si existen caballos en el mar –había pensado ella– tiene que haber caballitos en el río. Y pese al frío y a la bruma de la mañana, los dos hermanos se metieron al río en busca de algún caballo. Vieron algunos peces, ranas gordas y fl acas, mariposas, libé- lulas, abejas, moscas, y hasta un par de perros nadando en el río, pero nada que se pareciera a un caballo. —Tengo frío –dijo Simón, mojado hasta el tuétano, aguantando unas terribles ganas de llorar. ¡Quiero volver a la casa ahora! —Ya nos vamos, Simón. Creo que me equivoqué, aquí no hay caballos de ninguna clase… –replicó Sabina, morada como su cinta. Pero ahora que ya estamos aquí, tenemos que llevarle algo a la Princesa. —¿A cuál de las princesas? –preguntó Simón verdaderamente confundido. —¡Piensa un poquito! ¡No seas tonto, Simón! ¿Quién quiere un caballo de mar? Yo soy una princesa, claro, ¡pero no quiero caballos de mar! Yo quisiera una muñeca. Pero bueno, la cosa es que ahora tenemos que llevarle algo a Salomé. Creo que lo mejor será llevarle algunos peces y ranas. Literatura infantil y juvenil contemporánea (2000 - 2015) 391

—Bueno –respondió Simón, atrapando juq’ullus58 y pececitos en su balde. No muy lejos de allí, ya instaladas en el mercado del barrio, Salomé, como algunas veces, ayudaba a su mamá a contar y a pesar la fruta para venderla, luego la ponía cuidadosamente en bolsas de papel y de vez en cuando, si la casera le caía bien, ella misma le ayudaba a llevar las bolsas hasta su auto. —¡Qué hermosa corona que te pusiste, Salomé! –exclamaron aquel día las caseras enternecidas. Mira, aquí te regalo esta mone- dita –decían. Salomé aceptó todas las moneditas que pudo y orgullosa se pa- voneó por todo el mercado con su fraganciosa corona de fl ores. Estaban por irse a casa, cuando de pronto la mamá de Salomé, con cara de curiosidad, le preguntó: —Salomé, a ver dime, ¿de dónde has sacado toda esta ropa? Me gusta tu falda, y con esa corona, pareces una princesa… A mí, cuando era niña, como tú, me gustaba imaginar que era un hada. —¿En serio, mami? ¿Y te gustaba buscar tesoros? —¡Claro! ¡Era lo que más me gustaba hacer! Algún día te mos- traré los que todavía tengo escondidos. Bueno, ahora vámonos a la casa que tus hermanitos deben estar despiertos. Y así, el Hada de las Frutas y la Princesa emprendieron el ca- mino de regreso, felices, silbando cuecas y taquiraris. Sin embargo, poco les duró la alegría, pues al abrir la puerta de la casa, Salomé y su mamá se encontraron con Sabina y Simón encharcados y embarrados llorando y muertos de frío. —¿Pero qué barbaridad han hecho? ¡Saben que no pueden salir solitos! ¡Ahora seguro les va a dar pulmonía! ¿Y qué mugres tienen en ese balde? ¡A ver, Salomé, ayúdame a bañar a estos llo- callas con olor a perro mojado! –gritó la mamá de los niños, roja del espanto. Y una vez más, Salomé bañó, secó y lustró a sus hermanitos, quienes lloraban a moco tendido. Cuando todos se calmaron, luego de una rica y tibia leche con quinua y miel, Sabina decidió hablar: —Salomé, solo queríamos encontrar tu caballito en el río, queríamos darte una sorpresa con el Simón.

58 Juq’ullu (aymara): Renacuajo. Cría de ranas y sapos. 392 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

—Te hemos traído unos juq’ullus y unos peces de colores –dijo tímidamente Simón. —Sí, y en el camino vimos este periódico con caballos, y tam- bién te lo regalamos –acotó Sabina. Salomé se sintió feliz con los regalos, y abrazó fuertemente a sus hermanitos. —¡Gracias! Por eso, aunque me hacen renegar, los quiero tanto. Pero ahora Sabina, me vas a tener que explicar qué hacías con mi cinta violeta en tu pelo lleno de barro –dijo la Princesa controlando un ataque de ira. Por suerte y por cansancio, Salomé se fue calmando, pero sentía aún con más fuerza que debía hallar aquel caballo marino de sus sueños, el que la hacía pensar en su papá…

Una tarde en el valle de la luna

Por la tarde, Salomé, pensativa y melancólica, decidió no ir a la escuela. Se despidió de sus hermanos y de su mamá y, como siem- pre, estrujando el cuento contra su pecho, se dedicó a pasear y a meditar. Caminó mucho, y sin darse cuenta se encontró en el medio de un lugar que parecía la mismísima luna (la luna imaginada por la Princesa, claro): por todas partes sobresalían pequeñas y pun- tiagudas colinas como lápices y se podía observar profundísimas grietas entre las mismas. Todo tenía un aire de misterio, de quietud y poco a poco, el sol fue desvaneciéndose. Entonces el lugar tomó un color cobre, color plata que invitaba a soñar. “Mmm, este debe ser el Valle de la Luna”, pensó la Princesa, “¡qué hermoso es!” se dijo, justo cuando la luna plateada y redonda apareció detrás del Illimani. Salomé no pudo creer lo que veían sus ojos, parecía un sueño: la luna inmensa, nítida y pulida refl ejada en el Valle de la Luna. Entonces la niña decidió echarse en el piso para poder sentir mejor esa luz blanca que parecía mágica. Poco a poco, Salomé empezó a sentir como la luz lunar penetraba en sus pies, en sus manos, en su cara y en su pelo y de repente supo que toda ella estaba resplandeciente, como cuando la Princesa del cuento brilló con su vestido de arena en el desierto del Sahara. La verdad es que nunca se había sentido tan Princesa como en ese instante. Y con una sonrisa de oreja a oreja recordó como hace muchísimos años, una tarde de luna llena, ella y su padre se habían Literatura infantil y juvenil contemporánea (2000 - 2015) 393

echado en algún lugar parecido y habían sentido la luz de la luna en sus cuerpos y en sus corazones. Justo, ese preciso día, su padre le había hablado de un viaje, del océano y de mares lejanos… De repente la Princesa, aún con destellos de luna en su ropa y en su pelo, se levantó sobresaltada. ¿Qué hora sería? ¡Su mamá la aniquilaría! Corrió como loca, con su pelo, su cinta y su falda al viento, y solo podía pensar en aquella imagen de su padre iluminado por la luna. ¿En qué lejano lugar se encontraría él? ¿Tal vez en la luna? ¿Tal vez en el mar? Y con una mezcla de melancolía, tristeza y felicidad, la Princesa regresó a su casa. Al llegar a su casa y ver a su mamá, quiso preguntarle algo acerca de lo que había recordado, pero estaba tan enojada por su desaparición que no se atrevió, y prefi rió dormirse con ese lejano y dulce recuerdo…

Los Yungas

Por la mañanita, Salomé ya había organizado una nueva expedición hacia el Escondite y sus hermanos la esperaban con mantas, trapos y palos para partir. De pronto, gritó: —¡A ver soldados, todos en fi la india, detrás de la Princesa de la Luna! Sus hermanos la miraron con cara de no entender eso de “la Luna”. Pero de pronto, la mamá de los niños hizo una repentina aparición dejando a todos congelados de la impresión. —¡Mamá! –exclamaron los tres niños a coro. —¡Niños! ¿Qué hacen? –preguntó la mamá sorprendida. —¡Solo jugábamos! –respondió rápidamente Salomé. —¡Mjm! –asintió Sabina–, no íbamos a ninguna parte. —¡Claro! –dijo mamá– ustedes no pueden salir sin mi permiso. —¡Por supuesto, mami! –exclamó Salomé–. Pero ¿Por qué has regresado a la casa? ¿Te has olvidado de algo? —¡No, algo peor! ¡No ha llegado el camión de las frutas! Y mis caseras ya me están esperando en el mercado. No nos queda otra, tengo que ir a los Yungas yo misma a traer la fruta. Y ustedes vienen conmigo. Ahora. —¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! –¡Vámonos a Yungas! ¡Queremos ir! –gritaban los hermanos sin saber exactamente qué o dónde eran los Yungas. 394 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

La mamá de los niños, alistó inmediatamente un aguayo con algo de ropa y comida y en un instante los cuatro se subieron a un viejo colectivo rumbo a los Yungas. Salomé no pudo dejar de mirar el paisaje ni un solo instante. Había sido impresionante cómo el destartalado bus fue subiendo y subiendo una interminable, angostísima y curveada pendiente hasta llegar a la cumbre. Simón preguntó si estaban cerca del cielo y Sabina creyó haber llegado al fi n del mundo. Todos bajaron en la cumbre y se sintieron algo mareados y agitados por la altura y la falta de oxígeno. —Mami –dijo Salomé–, creo que desde aquí puedo ver los Yungas. Es esa inmensa mancha verde que se ve allá abajo ¿no? —Sí, Princesa –respondió su mamá suspirando–. Por allá abajo todo es así, verde, caliente, con olor a mandarinas y limones. Por allá abajo, pareciera que el aire tibio, las enredaderas colgantes y los árboles de plátano y papaya te envolvieran y te hicieran respirar más profundo, no sé... Sabina se imaginó a su mamá en su atuendo de Hada de las frutas sentada en una montaña de naranjas y toronjas, en medio de muchos árboles y de fl ores, allí abajo, en los Yungas, y sonrió. En cambio Simón no quería volverse a subir al bus, pues creía que las plantas lo envolverían y se lo comerían. Sabina, como siempre, despistada, se quedó sentada en una piedra y si no era por su her- mana que la jalaba del brazo para partir, ella se hubiera quedado solita en la cumbre, sin mayor problema. El destartalado bus inició una bajada feroz, y el camino parecía una serpiente enroscada. Simón y Sabina vomitaban cada quince minutos y Salomé había tenido que dejar de soñar para ayudar a su mami a limpiar y cuidar a sus hermanitos. Habrían pasado un par de horas, cuando de pronto, y sin dar- se cuenta, al levantar la vista, Salomé vio y sintió aquello que su mami había tratado de explicar: un vaho a fruta dulce y a humedad entraba por la ventana y todos los cerros se habían cubierto de ár- boles, arbustos, pastos, helechos colgantes y fl ores. ¡Qué maravilla! Estaban en los Yungas. El viejo bus paró en una placita, seguramente la principal, y todos los pasajeros, incluidos Salomé, Sabina, Simón y su mamá, bajaron agobiados. —A ver... Quédense sentados en este banco mientras yo ave- riguo –ordenó el Hada de las Frutas, buscando hacia donde ir–. Literatura infantil y juvenil contemporánea (2000 - 2015) 395

¡No se muevan! ¡Coman estas p’sanqallas59 y cuidadito con hacer sonseras! –gritó y se fue. Los tres niños quedaron aturdidos en el banco. El calor se hacía insoportable y Simón lloraba sin parar. Salomé cantó varias cuecas, para alegrar el momento, pero lo que realmente los sosegó fue que esta, que afortunadamente tenía el cuento en su bolsa, les leyó un pasaje en el que la Princesa había ido de viaje por el desierto del Sahara… Al llegar a la plaza, la mamá de los niños los encontró felices, riendo y comiendo p’sanqallas. —Bueno, niños, asunto arreglado. Ya conseguí un camión de naranjas, mandarinas y toronjas. En una hora partimos de regreso. Vamos a dar una vuelta por ahí –dijo el Hada de las Frutas con una sonrisa en su cara. Entonces, los cuatro partieron a pasear por los alrededores. Salomé no paraba de suspirar y de respirar profundamente, tra- tando de absorber cada aroma. —¿Qué haces, Salomé? –le preguntó Sabina con cara de “otra vez está medio loquita”. —¡No me molestes un rato! Estoy concentrada. ¿Acaso no ves? –respondió Salomé con desagrado. —¡Salomé, así no se responde! ¡Pídele perdón a tu hermana! –intervino su mamá jalando la oreja de la Princesa. —¡Ya, perdón! –dijo desganada, Salomé –es que quiero que este momento quede para siempre en mi cabeza, quiero escuchar ese murmullo como de pájaros y de agua que cae, quiero oler siempre este olor a musgo y a hierba fresca. El Hada de las Frutas entendía perfectamente lo que pretendía su hija mayor, pues esto es lo que ella hacía cuando necesitaba alegrarse. Se acordaba de los Yungas hace muchos años, cuando había conocido a ese joven con quien luego se casó. Pero, ¡qué poco había durado esa felicidad! Ese joven solo le había traído desdicha y desilusión. Cuatro años, tres hijos y mucha miseria. El joven solo pensaba en fi estas y en el mar. —¡Mami! ¿En qué piensas? ¿Dónde está el río? –le preguntó en eso Sabina. —¡Ya sé! El río está por este senderito, un poco más abajo. ¡Les va a encantar! –exclamó el Hada de las frutas.

59 P’sanqallas (aymara): Rosetas de maíz tostado. 396 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

Y cantando, silbando y riendo llegaron los cuatro al río más her- moso que habían visto. El agua, caudalosa y cristalina que venía direc- tamente de los nevados de la cordillera, corría entre grandes piedras. En menos de lo que canta un gallo los tres niños estaban con los pies descalzos dentro del agua. —¿Se acuerdan cuando trataron de encontrar mi caballito de mar en el río Cachimayo? –rió Salomé– ¡Qué idea tan chistosa! Eso jamás se le ocurriría a la Princesa, o sea, a mí. En ese momento, la pequeña sintió como un cosquilleo en sus piernas que la hizo estremecerse. —¡Qué es! ¡Qué pasa! ¡Parece un pez! ¡Ayúdenme a atraparlo! –empezó a gritar la Princesa. Todos intentaron atrapar lo que había visto y sentido Salomé, pero extrañamente la criatura había desaparecido. —¡Yo lo vi! ¡Tenía varios colores! ¡Me hizo cosquillas! ¡Qué era! ¡Dónde está! –gritaba Salomé desesperada. —Bueno, ya se fue, más bien no te lastimó. Y ahora ¡salgan del río, ya es hora de irse! – ordenó la mamá de los niños. —¡No, busquemos un poquito más! ¿Y si era mi caballito de mar? – preguntó Salomé con intriga. —Pero tú misma acabas de decir que no hay caballos de mar en el río –respondió Sabina burlona–. ¿Cómo se te pudo ocurrir eso? ¿O será que no eres la Princesa? –se atrevió a interrogar, perdiendo su mirada en las aguas que corrían. Salomé, enfurecida, trató de agarrar a su hermana por el pelo, pero su madre las separó, las hizo poner zapatos y en un minuto todos estuvieron trepados sobre un pequeño camión colmado de naranjas, mandarinas y toronjas, rumbo a la ciudad, a la ciudad colgada de los cerros, a la ciudad colgada del cielo… Por supuesto, el viaje de regreso fue aún más torturador. Esta vez tuvieron que ir a la intemperie, soportando el viento, el polvo, el calor y luego el frío. La subida fue casi mortal y el camión apenas lograba seguir su marcha. Sabina y Simón se durmieron profundamente acurrucados entre las frutas. Y Salomé solo podía pensar en eso que le había rozado sus piernas en el río cristalino de los Yungas. —Mami, ¿tú crees que puede llegar un caballito de mar al río? ¿Crees que “eso” era un caballo de mar? –preguntó con un nudo en la garganta. Literatura infantil y juvenil contemporánea (2000 - 2015) 397

—No, mi amor, eso no es posible. Era algún pez o alguna pie- drita. No te hagas ilusiones. ¡Y ya deja de pensar todo el tiempo en ese caballo! ¿Por qué estás tan pendiente de ese bicho? ¡Ya me estás preocupando! –respondió su madre echándose ella también entre las naranjas. —No es para que te preocupes, mamita –dijo suavemente Salomé–, pero es que tú sabes, ¡ese sí que es el tesoro que busco! Y no sé muy bien por qué…eso también tendré que descubrirlo. Tengo algunos recuerdos en mi cabeza, imágenes que no puedo borrar. Pienso en mi papá. Y no sé por qué ese caballito me persigue día y noche. Ya lo sabré, ya lo sabré… –murmuró, con la mirada fi ja en el verdor que poco a poco iba desapareciendo. Mientras tanto, su mami, que intuía lo que a Salomé le pasaba, optó por abrazarla y por cantarle una antigua canción en aymara, la que le cantaba desde que era una wawa.

Viaje por el desierto del Sahara

Muy tarde, después de haber bañado y acostado a sus hermanos, Salomé recordó su corto viaje a los Yungas, recordó las subidas, las bajadas, el viejo bus, el camión de las frutas, el río cristalino, el olor a hierbas y flores, el bicho que la rozó, en fin, recordó un poco de todo como en un remolino. Ella estaba agotada, pero ese viaje le había encantado y no lograba dormir con tantas emocio- nes. Entonces decidió releer un poquito del cuento, y quiso volver a leer su capítulo favorito, en el cual la Princesa se va al desierto del Sahara… …La Princesa no cabía de dicha, por fi n, iría al desierto. Ella había so- ñado con el desierto desde siempre. Su padre, el Rey, le había contado que el desierto del Sahara era infi nito como el mar y el cielo juntos, de un color que solo el sol, la luna y las estrellas juntos podían igualar. “Algún día, Princesa mía, llegarás en tu corcel hasta el desierto en el que yo he tenido tantas batallas”, le había dicho el Rey en muchas ocasiones. Por fi n había llegado ese día y la Princesa, que vestía una túnica roja y una capa dorada, partió con toda su comitiva rumbo al desierto. ¡Que hermosa se veía sentada en su corcel, con su capa y sus dorados cabellos al viento! Cabalgaron día y noche, noche y día. Más de treinta lunas trans- currieron hasta que una noche estrellada el desierto se les apareció, majestuoso y dorado… 398 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

…Y en medio de la gigante carpa que todos los súbditos habían armado en tres días, la Princesa, inmóvil como una estatua, contem- plaba la arena dorada del Sahara: —¿Será que es oro? –se preguntaba–. ¿Será que me pueden hacer un vestido de arena? Y como lo que deseaba la Princesa era ley, todos los súbditos tu- vieron que confeccionar un vestido de arena, un vestido que tuviera el color del sol. Trabajaron día y noche sin descanso. Más de otras treinta lunas transcurrieron hasta que el maravilloso vestido estuvo listo. La Princesa estaba radiante, por fi n después de tanta espera el vestido de arena estaba acabado. El vestido era una obra de arte (Salomé suspiraba siempre que llegaba a esta parte), los confeccionistas habían colado infi nidad de granitos de arena dorada sobre telas de seda y luego lo habían cosido con hilos de oro, formando encajes y volados. En cuanto la Princesa se lo puso, todos quedaron maravillados por tanta belleza: ella parecía una diosa salida del centro del desierto y la luminosidad de su vestido llegaba casi hasta el reino de Smara. (En esta parte, Salomé se estremecía y se imaginaba a sí misma con ese vestido de oro, casi fl otando con una corona de verdad). “Tal vez, cuando la luna está llena, a punto de desbordar su luz plateada, tal vez en ese momento, cuando yo salgo a respirar en esas noches, tal vez en el Valle de la Luna, yo me parezco un poco a la Princesa del cuento, cuando ese chorro de luz cae en mi pelo, en mi cinta y en falda, tal vez esa luz llega hasta el reino del Escondite…”, se dijo, y leyó un poco más del cuento. …Entonces, miles de personas llegaron de reinos cercanos para poder ver, tocar o solo imaginar a tan hermosa Princesa, vestida de arena, vestida de sol… …Pero como todo viaje tiene un retorno, llegó el momento en el que la Princesa y toda su comitiva tuvieron que regresar a su reino. Lloró mucho la Princesa, tanto que su hermoso vestido se empezó a mojar, y de tantas lágrimas, fue perdiendo su brillo… Al cabo de treinta lunas de llanto, el vestido ya no parecía de ni de arena ni de sol, parecía un vestido de pena y de agua… …Y así llegó la Princesa a su reino, sin brillo, sin color y con una inmensa pena en el corazón… Se había enamorado del desierto, de la arena y del sol… ¿Cuándo regresaría a su desierto? ¿Cuándo tendría otra vez un vestido de sol?”… Salomé terminó llorando como su Princesa, cerró el cuento, se echó y pensó: “Pobre mi Princesa, mi pena de no encontrar el caballito no se compara con la tremenda pena de haber perdido un vestido de sol”, suspiró y se durmió. Literatura infantil y juvenil contemporánea (2000 - 2015) 399

Un plan perfecto

Pasaron varios días después de la ida a los Yungas, y claro, Salomé volvió a recordar a su caballito marino, con más fuerza aún. —Caballo de mar, de mar, del mar… ¡no me queda otra! –se dijo Salomé–. Si el caballo de mar no viene a la Princesa, la Princesa irá a buscar a su caballito ¡al mar! Cuando Salomé les contó su plan a sus hermanitos, estos que- daron fascinados. Siempre habían oído del mar: que su misterioso color, que su olor penetrante, que su ruido potente, que sus olas salvajes, que su increíble inmensidad, que sus algas y corales, sus ballenas, pulpos… y ahora sus caballos. —Partiremos el jueves temprano, justo después de que mamá se vaya a vender las frutas –informó Salomé. —¡Sí! ¡Bravo! ¡Conoceremos el mar! –gritaron Sabina y Simón dando saltos y volteos de la alegría. —El problema es que no tengo idea ni cómo, ni por dónde se va –refl exionó Salomé frenando súbitamente su entusiasmo. —Eso es lo de menos –opinó Sabina–. Lo que importa es que las Princesas vayan al mar… —¡Querrás decir La Princesa! –aclaró Salomé un poco molesta. —¡Sí, sí, tú, Princesa! Pero nosotros, tus soldados, te acompa- ñaremos –corrigió Sabina disimulando nerviosa. —Bueno, ahora tengo que pensar, y para eso tengo que estar sola. Así que váyanse un ratito por ahí a jugar. Después, si la mamá se tarda, les calentaré la sopa –dijo Salomé con cara de ya estar pensando en el mar, el de su caballito. Por la tarde Salomé partió a la escuela, completamente con- centrada en su próximo viaje al lejano mar. Aparentemente la maestra de historia había hablado de unas pirámides gigantescas en un país muy lejano, pues, justo cuando Salo- mé estaba pensando en la barca que iba a construir, esta le dijo: —Salomé, tú que te ves tan atenta, explica a tus compañeros cómo se construyeron las pirámides de Egipto. —Mmm, ¡Con mucho esfuerzo! –replicó Salomé con voz fi rme y fuerte. Todos los niños rieron, pero la maestra que era buena y sabia dijo: —Salomé tiene razón, se necesitó mucho esfuerzo para cons- truir esas pirámides, y eso es lo que les falta a muchos de ustedes: 400 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

esforzarse más. Claro que se necesitaron muchas otras cosas, que Salomé investigará –respondió la maestra echando un vistazo a Salomé, quien claro, otra vez estaba con su cabeza y su alma en otro lugar. Por la noche, Salomé llegó a su casa exhausta de tanto haber pensado. Por suerte su mami la estaba esperando con su plato fa- vorito: habas, choclo y queso frito, suave y humeante. Más tarde, esa misma noche, antes de dormirse, Salomé le dijo a Sabina: —Sabi, ya está todo planeado, partiremos dentro de dos días, al amanecer. —¿Y cómo llegaremos al mar? –preguntó Sabina emocionada. —No es fácil, y no es cerca. Hay que caminar mucho, muchísi- mo, un día, o dos, tal vez tres o más, siempre con rumbo a los cerros nevados, hacia el Illimani. Yo sé que después está… el mar y en el mar mi caballito –suspiró Salomé extendiendo sus brazos y cerrando sus grandes ojos chocolatados–. También necesitaremos una barca, Sabi, y para eso tendremos que ir al Escondite mañana mismo. Al día siguiente, los tres niños partieron al Escondite determi- nados a conseguir varias cosas para la barca. —Princesa Grande –dijo Simón– encontré una caja de cartón, ¿sirve para algo? —¿Princesa Grande? –se alarmó Salomé. Y ¿quién es la Prince- sa Pequeña...? déjame adivinar… pero ¡no hay tiempo para eso! A ver Simón, ¡claro que sirve ese cartón! Y esas tablas también. —¡Esta podría ser la vela de la barca! –exclamó Sabina con una especie de mantel fl oreado y remendado. —Creo que tenemos todo, nos faltan cosas que más tarde sa- caremos de la casa –refl exionó Salomé. ¡Ya te veré de cerca, Señor Mar! –gritó la Princesa imaginándose en la barca, con sus cabellos al viento, su corona, su cinta morada, su falda y su caballo marino, el minúsculo, el de los siete colores. Por la tarde, en la escuela, Salomé intentó investigar más sobre su teoría acerca de que si el mar podría estar detrás del nevado Illi- mani, y consultó con algunos amigos, los más estudiosos, claro. —Yo creo que el mar comienza en el río Cachimayo –le dijo Ar- turo. ¡Pero tendrás que caminar más o menos un año para llegar! —¿Detrás del Illimani? Mmm, es probable, pero ¿tienes idea de cuán lejos está ese cerro? –le preguntó Pancho. Literatura infantil y juvenil contemporánea (2000 - 2015) 401

“¡Cuán princesa parecía! Con su cinta, su corona y su falda al viento, la cara hacia el sol cobrizo de la tarde y el sol sobre su pelo…”.

Ilustración en acuarela de Romanet Zárate. 402 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

—Yo creo que te deberías ir en alguna fl ota que diga “AL MAR” –sugirió sinceramente Lidia. Salomé quedó más aturdida todavía y prefi rió seguir su pri- mera intuición: el mar tenía que estar detrás del Illimani y punto. Además, caminaría y punto. Al día siguiente, desde que la mamá de los niños partió con su carrito de frutas dulces, estos comenzaron a fabricar la barca y a empacar lo necesario: mucha comida seca, algo de ropa, el cuento y una antigua foto de mamá, la preferida de Salomé, aquella en la que parecía el Hada de las Frutas: Sentada en el tambo60, con su pelo partido en dos larguísimas trenzas, su pollera de terciopelo, su manta de seda y un vistoso broche que parecía su varita mágica. La barca, que más parecía un aeroplano, estuvo lista en la tarde y claro, Salomé tuvo que faltar a su escuela, de hecho, ¡ni siquiera se acordó de que tenía que ir! Por suerte, esa tarde su mamá tuvo que ir al centro de la ciudad y cuando llegó, estaba tan cansada que ni preguntó por la escuela. Los niños habían escondido todo y nada indicaba que al día siguiente, estos partirían a la odisea de sus vidas… A la hora de cenar, nadie dijo nada, todos estaban agotados. Solo al acostarse, Salomé abrazó a su mamá con todas sus fuerzas, con toda su alma y le clavó una mirada profunda, tanto como su soñado mar. —Siempre me sueño contigo, mami –le dijo Salomé con dul- zura. —Eso es porque me quieres –le sonrió su mamá y la besó en cada uno de sus ojos de chocolate. Y yo siempre pienso en ti, Princesa. —Eso es porque soy tu hijita –respondió Salomé y abrazó a su mami con toda la fuerza de sus brazos, de sus manos y de sus dedos, como queriendo anexarla a su ser. —Bueno, bueno, ahora a dormir, Princesa, ya sabes, mañana hay que madrugar y ahora tengo lavar los mangos y los higos.

60 Tambo: Mercado de frutas, que sirve de alojamiento a los vendedo- res. Literatura infantil y juvenil contemporánea (2000 - 2015) 403

Expedición al mar

—¡Todo listo! –exclamó Salomé– me falta escribir una notita a la mamá para que no se preocupe mucho y ya. Y así partieron la Princesa y sus soldados, rumbo al Illimani, rumbo al mar, entonando su himno a todo pulmón. Cargaban bolsas, mantas y aguayos, y con bastante esfuerzo arrastraban la barca. Ese día el cielo era de un azul tan intenso que parecía rozar el suelo con su color, envolviendo los tres niños en una azul lu- minosidad. Caminaron mucho, caminaron y caminaron. Salomé cargó a Simón y Sabina arrastró la barca. Luego, Salomé arrastró la barca con Sabina y Simón encima, y hasta Simón ayudó a arrastrar la barca. Luego de muchas horas de caminata, por fi n los niños lle- garon a una meseta. Ya casi no se veían casas y la calle se había terminado. —¡Creo que veo el Illimani más cerca! –se emocionó Sabina. —¡Yo tengo hambre! –dijo Simón sentándose súbitamente en el suelo. —Sí, ya sé. Es hora de almorzar. Miren, aquí hay chuño, ocas dulces, habas y un poco de carne seca para los dos. Espérenme sentaditos aquí, veré por dónde tenemos que seguir –instruyó la Princesa, algo cansada y preocupada, pues en realidad, no habían avanzado casi nada. El Illimani estaba lejísimos, ¿y el mar? Salomé caminó un poco más y se paró en una lomita que do- minaba aquella desértica meseta. ¡Cuán princesa parecía! Con su cinta, su corona y su falda al viento, la cara hacia el sol cobrizo de la tarde y el sol sobre su pelo. La Princesa miró hacia el norte y solo pudo percibir la in- mensidad del altiplano, y la verdad es que parecía un mar con sus pequeñas colinas, sus pajas bravas y sus espejismos. Luego miró al sur y vio su ciudad. ¡Ah! ¡Qué insólita! Parecía inserta en un cuento… colgando de la cordillera. Las casas, casonas, casuchas y edifi cios, acumulados en las hondonadas se abrían espacio en los cerros, colinas y laderas, y sus luces, que ya empezaban a encen- derse, se confundían con las primeras estrellas de un cielo nítido y profundo. 404 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

Ligeramente hacia el oeste, se imponía el Illimani, el nevado más alto. Sus tres puntas se podían percibir con precisión y sus faldas, ahora de un tono violeta azulado parecían más frías, más desoladas. ¡Solo debían llegar hasta ahí! Y el mar tenía que estar detrás. Salomé fi nalmente se dio la vuelta hacia el este y en la lejanía vio algo así como cien ovejas, todas juntas, acurrucadas. Segura- mente ya volvían a su redil. —¡Sabina, Simón! –gritó entonces– ¡Vengan a ver las ovejitas! ¡A ustedes les encanta! Parecen una gran nube de tormenta, si nos apuramos podremos agarrar unita. ¡Vamos, vamos! Y como locos, los tres niños corrieron al encuentro de las ove- jas. Claro, al percibirlos, las ovejas empezaron a desorganizarse y a correr despavoridas para todos los lados. —¡Atrapé una! ¡Atrapé una! –exclamó súbitamente Sabina con una ovejita en sus brazos. —¡Es la oveja más linda que he visto en toda mi vida! –dijo Simón emocionado. —¡Sí! Es preciosa –acotó Salomé acariciándola. Es café, con una mancha negra en el ojo y otra en el hocico. Se llamará Lagua de Quinua –expresó con ternura. —¡Sí! ¡Lagua de Quinua! Y me la quiero llevar al mar –propuso Sabina agarrando al animalito con toda su fuerza. —¡Yo también! ¡Y después nos la llevaremos a la casa! –gritó Simón saltando ¡Quiero llevármela! Puede dormir conmigo. Pero justo en ese momento, apareció el pastor de las ovejas. Era un niño, algo mayor que Salomé, no tenía zapatos y lo cubría un poncho de lana gruesa. —¿Se quieren llevar esta oveja? –preguntó rudamente. Los tres niños se asustaron y retrocedieron. —Ya pues, regálanos esta chiquita –rogó Salomé con dulzura. —Ya, llévensela nomás. Pero me tienen que regalar su carrito. —¡Qué sonso! ¡Pero si es una barca! –exclamó Simón. —¡Cállate, Simón! –intervino cual relámpago Salomé. Si quie- res te llevas el carrito, pero me tienes que decir por dónde se llega al mar… por favor. —¿Al mar? Yo solo conozco una lagunita por allá, más lejitos –señaló el pastor. Pero es lo mismo, nomás. —¡Cómo va a ser lo mismo! –se indignó Salomé. Bueno, no importa, llévate la barca, total, creo que Lagua de Quinua puede Literatura infantil y juvenil contemporánea (2000 - 2015) 405

ayudarnos más… por lo menos para alegrar a mis hermanitos. Además estos animalitas saben fl otar desde que nacen, y puede reemplazar a la barquita. Entonces realizaron el cambalache: barca por Lagua de Qui- nua. Fue una fi esta de alegría y entusiasmo. Tal vez la más corta de la historia, pues la ovejita se cansaba más que el mismo Simón y hubo que cargarla durante largos trechos. —Ya sabía, ya sabía –se quejaba la Princesa mientras alzaba a la oveja y cargaba a Simón en su aguayo. ¿Ven? ¡Por tonta me pasan estas cosas! ¡Por pensar en ustedes! ¿Y quién piensa en mí? ¡Ahora tenemos que darle de comer también! Y así entre quejidos, lamentos, llantos y sollozos, los viajeros penetraron en la mismísima negrura de la noche, sin saber dónde o qué pisaban. —¡Aquí nos instalamos a dormir! –dijo súbitamente la Prince- sa, frenando en seco. Saquen sus mantas y sus aguayos, que aquí armamos el campamento. De esta manera, los hermanos, con una impresionante habilidad, armaron una especie de carpa mullida y bien protegida. Y en menos de lo esperado, Simón y Lagua de Quinua quedaron tiesos del sueño. —Duérmete, Sabi –murmuró Salomé. Mañana estaremos fres- quitos como agua de río, o mejor dicho, como agua salada de mar. —¿Sí? ¿Es salada el agua de mar? –preguntó Sabina a su siempre entendida hermana mayor. ¡Qué maravilla! Le podremos llevar a la mami mucha sal para que ya no compre en el mercado. Y podremos hacer mucho charque. —Tal vez, Sabi. Bueno, hasta mañana, hermanita. Tal vez hasta podrías ser una doncella de la Princesa, te has portado bien. Mira, te presto mi cinta morada. Y las dos hermanas se durmieron abrazadas y acurrucadas, la una soñando con la cinta morada y la otra con su caballo de mar… el mi- núsculo, el de los siete colores, el que la hacía pensar en su papá. En cuanto la noche se desenlutó, y el sol rozó la carpa de los viajeros, todos se pusieron de pie con un entusiasmo único. El Illi- mani estaba resplandeciente y su brillo contagiaba a los hermanos. Incluso Lagua de Quinua parecía sonreír. Entonces, luego de una rica leche, fría y grumosa, con miel, que les supo a manjar, todos emprendieron la marcha. Nuevamente el himno se hizo escuchar con eco y todo. Nada podía detenerlos. 406 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

Pasaron varias horas entre caminata rápida y lenta, descansos, paradas, confusiones, discusiones y varios intentos de regreso. Salomé ahora cargaba a Simón en brazos, este alzaba a la ovejita y Sabina se arrastraba de la ya no tan limpia falda de su hermana. Lo peor de todo era que los alimentos comenzaban a escasear y el Illimani no parecía acercarse ni un centímetro. En medio de la fatiga y del desespero se encontraban todos, cuando de pronto, Sabina gritó: —¡El mar, el mar! ¡Veo agua, mucha agua! ¡Y creo que veo al caballo, a ese que dices! Todos quedaron como estatuas, mirando al frente. Efectiva- mente había agua, no mucha, pero agua al fi n. Era la laguna de la que les había contado el pastor. Por supuesto que no era el mar. Y menos había el caballito. Lo que sí había y la verdad impresionó a todos, era unos fl amencos color ocaso, color celaje. Tomaban agua de la laguna y seguramente se alimentaban de bichos y peces. De repente, al escuchar a los viajeros, uno de los fl amencos se asustó y su revuelo asustó al resto. Entonces todos emprendieron vue- lo. Los niños nunca habían visto unos pájaros así. Creyeron que estaban en el cielo o algo así, y no salieron de su impresión hasta varios minu- tos después de que los fl amencos se perdieran en el horizonte. —¡Nos hubiéramos colgado de ellos! ¡Y estaríamos en el mar! –suspiró Sabina. —¿Qué eran, Salomé? ¿Eran ángeles? –preguntó Simón. —No, no creo –respondió la Princesa alejada, distraída. O tal vez. Tal vez los envió la mami para que nos vigile… Y bastó que mencionara la palabra “mami” para que a coro, Simón, Sabina y Lagua de Quinua comenzaran un verdadero coro de llantos y lamentos. Salomé consoloba a uno, acaricaba al otro y le cantaba al otro más. Luego se puso a bailar, trató de contar unos chistes, incluso recitó las partes favoritas del cuento. Nada. El llanto se hacía más agudo y las lágrimas de los niños y de la oveja caían como aguacero de enero. Lloraron tanto que la pobre Princesa terminó contagiándose y llorando ella más. Con toda su fuerza. Lloraron mucho, casi dos ho- ras y terminaron exhaustos, literalmente tirados entre paja brava. Luego poco a poco el llanto se fue y dio paso a los suspiros y a los murmullos. Lagua de Quinua también participaba con sus balidos de cuando en cuando. Literatura infantil y juvenil contemporánea (2000 - 2015) 407

Finalmente todos, sin necesidad de que alguien se los dijera, se pusieron de pies, se armaron del último pedazo de valor que les quedaba y continuaron su marcha, mudos, con la cabeza y el corazón más duros. Ni siquiera se detuvieron a merendar, y solo cuando el sol se ocultó detrás de la cordillera, solo entonces se acor- daron de que existían y se sentaron a comer los últimos pedazos de charque, de chuño y de habas secas. En eso, de la nada, apareció un hombrecito. Todos quedaron petrifi cados y se acurrucaron junto a la Princesa. Salomé no se asustó más bien con valentía de princesa se paró, se le acercó lentamente ofreciéndole un poco de comida y le preguntó en idioma aymara: —Tata, ¿queda muy lejos el Illimani? ¿Será que después está el mar? El abuelo no movió ni una de sus arrugas y la pregunta no pareció sorprenderlo. —Al Illimani no se llega –respondió serenamente. Y el mar, ¡ah, el mar! ¡No niñitay! No hay mar por allí. Ándate a tu casa nomás. Aquí se los pueden llevar los cóndores. La Princesa quedó petrifi cada de la desilusión y del miedo, pero supo que ese abuelo no se equivocaba… —¡Niños, volvemos a la casa! Nos vamos ahorita, antes de que se haga de noche. Otro día conoceremos el mar, otro día encontraré a mi caballito… ¡Vamos, vamos! –gritó Salomé agitada. Y los tres niños regresaron por donde habían venido, dejando el Illimani, dejando el mar. Pero eso sí, sin demostrarlo mucho, los tres, sin excepción solo querían llegar a su casa y abrazar a su mamá. Pasaron otros dos días de penuria, hambre y frío hasta que llegaron a su casita, con Lagua de Quinua incluida. Al verlos su mamá, llorando a gritos, primero los abrazó y besó, luego les dio una paliza memorable y fi nalmente los castigó sin salir por un tiempo. A Lagua de Quinua, en un primer momento, quiso convertirla en corderito al horno de barro, pero al ver sus ojos de pepa y sus hermosísimas manchas negras, tuvo que adop- tarla en la familia. —Tal vez con esta ovejita la Salomé se olvide de ese caballo de mar –pensó, acariciando la mancha negra de Lagua de Quinua. 408 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

Los tesoros de mamá

Pasados unos días, Salomé seguía con mucho dolor en sus múscu- los por la caminata y por todo lo que había acarreado. Y sobretodo con bastante dolor de conciencia por la tremenda reta que le dio su mamá al enterarse de los detalles de la fracasada travesía. Sin embargo, y como el castigo había llegado a su término, la Princesa, de un brinco, se levantó, y sin que nadie la viera se fue directamente al Escondite a buscar algo, algo que le diera esperanzas, aunque sea una pista, una luz. En cuanto llegó, procedió muy solemnemente a cantar su himno y a realizar su saludo. En vano, en el Escondite solo halló basura. Entonces, cansada, triste y frustrada se recostó en un banco, justo al lado del Escondite y al frente del Illimani, el imponente nevado que ese día, en contraste con el azul casi morado del cielo, destellaba blancura. Salomé cerró sus ojos, sintió el viento helado en su cara y em- pezó a quedar dormida… Entonces, tuvo un sueño, o tal vez una visión: se vio a sí misma, cuando era aún más niña, revolviendo en una caja unos extraños objetos, y ahí, en el fondo de la caja había un caballo de mar chiquitito y disecado, sin colores. Súbitamente, Salomé despertó con una extraña sensación: algo así como un calor en su estómago y en su corazón que por un momento no la dejó respirar. Pasó como un fl echazo por todo su cuerpo. En ese instante se acordó de que su mami le había dicho que ella guardaba sus propios tesoros en una caja. ¡Ahí tenía que estar ese caballito! Rápidamente se levantó y se fue corriendo a su casa, segura- mente ya estaría su mami, menos enojada, preparando el almuerzo. —¡Mami, mami! ¿Dónde estás? –preguntó ansiosa al llegar. —¡No grites así, Salomé! La mamá está haciendo dormir a Simón. ¿Qué te pasa? ¿Viste al diablo por ahí? –se rió Sabina. —¡Más que eso! Creo que ya sé dónde está el caballo de mar, el minúsculo, el… —Ya sé, ya sé, “el de los siete colores” –repitió Sabina burlándose. —¡Tú no entiendes nada! ¡Pero nada de nada! ¡Y no debería contarte nada, ni llevarte al Escondite, ni haberte llevado al Illimani! –exclamó Salomé, con su cara tan roja que parecía uno de los ciruelos que su mamá había vendido por la mañanita. Literatura infantil y juvenil contemporánea (2000 - 2015) 409

—Te recuerdo que no llegamos al Illimani –respondió Sabina sacándole la lengua. ¡Además tú no te pareces en nada a una prin- cesa! ¡Tu falda ya está medio rota, tu pelo está siempre enredado y no tienes una corona de verdad! —¿Ah si?, ¿y tú crees que tú sí te pareces a una? ¿Sabes, Sabina Enriqueta?, tú sí que jamás podrás ser una princesa: ¡eres copiona, fl oja y bastante fea! –gritó Salomé alterada. Sabina no pudo soportar tanto insulto y en seguida se abalanzó como un tigre sobre su hermana mayor. En eso apareció la mamá de las niñas alarmada por el revuelo, y separándolas con fuerza les preguntó: —¿Qué pasa, Salomé y Sabina? ¿Qué son esos gritos? ¿Acaso yo les he enseñado a portarse así? ¿No saben que Simón está dur- miendo? ¡Cálmense o el domingo las dos irán a vender fruta al mercado solitas, todo el día! Sabina lloró un buen rato murmurando quejas incomprensi- bles, luego se calló y quedó como petrifi cada sentada en una silla. Lagua de Quinua la lamía y la consolaba. Salomé se fue tranquilizando, se arregló el enmarañado pelo y desarrugó su falda. Entonces, aún con agitación y olvidando lo sucedido le preguntó a su mami: —Mami, tú me dijiste que cuando eras una niña como yo, te gustaba guardar tesoros. ¿Dónde están? ¿Los tienes ocultos? ¡Tengo que verlos ahora! Entonces, al ver que su hija mayor estaba claramente desespe- rada, la señora tuvo que ir a buscar sus escondidísimos tesoros. Mientras tanto, Salomé, Sabina, y Simón, que ya se habían despertado, esperaron a que su mamá terminara de abrir, de desen- volver, de desamarrar, de descoser y hasta de desenterrar un mon- tón de cosas, cositas y cosotas de una preciosa caja de madera. Después de una hora, que a Salomé le parecieron diez, y de un ininterrumpido silencio, por fi n la mamá de los niños anunció con una voz que ellos no conocían: —Ahora les voy a mostrar mis tesoros– y con sumo cuidado desplegó un viejo aguayo sobre el piso, alineando uno a uno sus invalorables tesoros. —Esta es mi quena –dijo la madre acariciando una especie de fl auta larga de madera . Suena como el viento del atardecer entre las montañas. 410 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

—Y esto, ¿qué es? –preguntó el pequeño Simón agarrando un extraño objeto sonoro. —¡Ah!, ese es mi chhulluchhullu61, hecho con pezuñas de cabras. Suena como la lluvia sobre las pajas bravas –contestó la madre con sus ojos iluminados. —Mami, ¿este también es un tesoro? –cuestionó Sabina con una bolsita en su mano. —¡Es mi ch’uspa62! Tejida con lana de llama. Ahí guardaba mis piedras. Tiene los colores del cielo cuando el sol se esconde –respondió la madre, suspirando. —¡Un zapato! ¡un zapato! –exclamó Simón, señalando un diminuto zapato viejo y descolorido. —¡Ja, ja, ja! –rió la madre –ese fue mi primer zapato. —¿Y dónde está el par? –preguntó Salomé, acariciando el zapato. —Se me cayó en el río y lo perdí –respondió la madre risueña, mientras los niños sonreían e imaginaban. Salomé estuvo mirando observando cada tesoro por un buen rato, imaginando a su mamá con sus primeros zapatos, su ch’uspa colgada al cuello, tocando su chhulluchhullu y soplando su quena. Pero pronto, esa imagen se desvaneció y con una gran tristeza en el alma y en su voz, preguntó: —Mami, ¿no tienes más tesoros?, ¿ni unito más? —No, Salomé –respondió su mamá. ¿Por qué? ¿Qué te pasa, Princesa? Y justo cuando Salomé iba a responder soltando el llanto, Simón, que por supuesto había indagado un poco más entre los preciados tesoros, apareció con un papel amarillento en la mano. —¡Miren! ¡Miren! –repetía el niño con orgullo, como si hu- biera sabido que ese papel, ese arrugado papel era lo que Salomé tanto había anhelado. —¡Dámelo llocalla malcriado! –gritó Salomé intuyendo con todas sus fuerzas lo que pasaría.

61 Chhulluchhullu (aymara): Sonaja, instrumento musical, hecho con pezuñas de cabras y otros objetos. 62 Ch’uspa (aymara): Bolsa tejida que se usa desde la época incaica, principalmente para transportar coca. Literatura infantil y juvenil contemporánea (2000 - 2015) 411

Cuando fi nalmente Salomé logró quitarle el papel a su herma- nito (que quedó chillando por ahí), esta se erizó de pies a cabeza y, temblando de emociones, abrió y leyó el arrugado y viejo papel:

CARTA PARA UNA PRINCESA Princesa: Me tengo que ir. Una fuerza tremenda en mi corazón me pide que vaya a cono- cer nuevas tierras, mares y océanos… Y cuando llegue a esos mares turquesas, te buscaré estrellas, corales y algas marinas; te buscaré peces exóticos y medusas. Pero sobre todo, Princesa mía, te buscaré un caballito de mar, uno minúsculo, de siete colores, y te lo llevaré para que te lo cuelgues en el cuello y nunca, nunca te olvides de mí… Siempre estarás en mi corazón y cada vez que vea la luna llena y blanca pensaré en ti… Con todo el amor de la Tierra y de la Luna, Tu papá

Una Princesa

Salomé releyó la carta siquiera unas cinco veces y luego salió co- rriendo como un rayo con dirección a su Escondite, llevando por supuesto, el cuento, y su carta. Allí estuvo sentada por mucho tiempo, llorando y suspirando sin saber exactamente por qué. Hojeó pausadamente su cuento, acarició cada dibujo. Volvió a leer su carta y volvió a llorar. Ella recordó esa carta. Hace muchísimos años, alguien, tal vez su propio papá se la había leído. Por eso ese caballito de mar la perseguía de noche y de día. Finalmente la Princesa se serenó, estoicamente secó sus lágri- mas, volvió a suspirar, se levantó, respiró ese aire frío y penetrante, miró el Illimani que en ese instante refl ejaba el ocre del atardecer, y sonrió. Por fi n había encontrado lo que tanto, tanto había estado bus- cando, y supo, desde lo más profundo de su ser que ahora sí había encontrado a su caballo de mar, y que ahora sí era una verdadera Princesa. 412 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

Epílogo

Los tres hermanos y Lagua de Qinua siguieron realizando excursio- nes, expediciones y paseos a lugares exóticos y no tan exóticos. Salomé ya no pudo cargar a Simón en su aguayo pero él ya pudo seguir el ritmo de su hermana mayor e incluso aprendió el himno mejor que ninguno. Defi nitivamente se convirtió en su más fi el soldado. Sabina intentó convertirse en Princesa en varias ocasiones pero no lo logró. Por suerte Salomé la perdonó y le permitió continuar jugando en el Escondite. En contadas ocasiones le prestó su cinta y su corona de fl ores, aunque al fi nal se arrepentía y las escondía. Ahora Salomé vende frutas en el mercado junto a su mamá, y vende como ninguna las naranjas jugosas de Yungas o las dulces uvas del Luribay… tal vez es porque tiene fama de Princesa. Hace no mucho, en un día luminoso de invierno, Salomé por fi n conoció el mar… y ahora la Princesa tiene colgado en el cuello un minúsculo y colorido caballito de mar. Mariana Ruiz Romero63

Uma y el tren a las estrellas (2012)

Oruro

Uma estaba aburrido, acababan de llegar a la estación del tren, en Oruro, y no tenía nada que hacer. La carga estaba despachada y el chofer lo había dejado un rato para ir a ver a unos parientes. Uma solo tenía que sentarse y esperar, viendo pasar a la gente en la esta- ción. Habían pasado unos meses desde su fantástica experiencia en el bloqueo de los campesinos, y Uma estaba ansioso por tener más aventuras. ¡Estar aburrido es peor cuando sabes que hay mundos maravillosos a la vuelta de la esquina! En esos pensamientos estaba cuando vio pasar al quirquincho. Los quirquinchos son unos animalitos típicos de las arenas calientes de Oruro, pero lo que sorprendió a Uma fue ver que corría apresu- radamente, con una linterna de minero y un casco amarillo en la cabeza. Curioso como es, Uma se puso inmediatamente de pie y echó a correr detrás de él, para observar qué hacía. Alcanzó a ver que se adentraba por la parte vieja de la estación, y que se colaba en un tren abandonado. Sin pensarlo dos veces, Uma se introdujo en el tren detrás de él, y se llevó una sorpresa.

El tren

El tren era viejo, pero no estaba abandonado, estaba limpio, las ma- deras del piso brillaban y las paredes parecían recién pintadas. Los asientos mostraban aberturas en el cuero –por donde sobresalía la lana del relleno– y algunos de ellos consistían en simples tablas. A Uma no le importaba el estado del tren, sus pasajeros ocu- paban toda su atención: en la primera fi la, con una carterita sujeta

63 Tarija (1982). Ver biografía en p. 488.

[413] 414 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

entre las pezuñas, estaba una señorita Vicuña de ojos lánguidos y pestañas enormes, llevaba aretes de pompones de lana colorada, y chaquetita de aguayo. A su lado dormitaba una señora Cerdo, con pollera y sombrero de cholita. Un venerable señor Tapir, de sombrero, se sentaba detrás. El pequeño quirquincho, con casco amarillo, se iba ya al otro vagón. Más curioso que nunca, Uma se dispuso a seguirlo. Fue entonces cuando un inspector Llama –adornado en la cabeza con un hermoso chulo tejido en punta– lo detuvo. Su cuello altísimo se inclinó de forma amenazadora ante él para preguntarle: —¿Su boleto, joven? —No tengo –contestó nervioso Uma, con la mirada clavada en el quirquincho, que se perdía de vista por el pasillo. —Pues tiene que comprar uno –le dijo el inspector, mostrán- dole los boletos. —¿Cuánto es? –preguntó Uma, hurgándose los bolsillos del pantalón—, no tengo mucho dinero. —A ver, joven, vacía tus bolsillos –le indicó el inspector Llama. Uma sacó todo lo que tenía: una tapacorona de Fanta, una ca- nica, las dos piedras mágicas que había encontrado cuando tuvo su aventura con la Hermana Vida y la Hermana Muerte, la envoltura de un chicle, y dos monedas de un boliviano. El inspector Llama lo miró con una expresión grave. —Apenas te va a alcanzar para la ida –le dijo, tomando con su pezuña los tesoros que Uma le ofrecía y guardándolos en una chuspa que le cruzaba el pecho–, a la vuelta vas a tener que en- contrar cómo pagar. —¿A dónde vamos? –preguntó sorprendido Uma. El tren ha- bía comenzado a moverse y entre el ruido de la locomotora y el inspector que se iba alejando hacia el otro vagón, apenas alcanzó a oír su respuesta: —Antecitos de las estrellas, joven…, un poquito más allá, antes de regresar. Uma se dio la vuelta y comenzó a dirigirse hacia el vagón donde se había metido el Minero Quirquincho. De pronto, el inspector Llama se volvió y lo sujetó del cuello: —No se olvide de las reglas, joven. —¿Cuáles reglas? –Uma ya estaba un poco impaciente por se- guir su camino, pero, por si acaso, decidió quedarse a escuchar. Literatura infantil y juvenil contemporánea (2000 - 2015) 415

El inspector Llama se irguió en sus dos patas traseras y, mirando al techo fi jamente, comenzó a repetir: —No molestar a los pasajeros de los vagones negros, no sen- tarse en los vagones blancos, no compartir nada que no sea del mismo valor, no salir si no es en la estación asignada, no sacar las pezuñas por la ventanilla. Y sobre todo –esta vez el inspector Llama dirigió su mirada a Uma– tomar el mismo tren de vuelta, si se desea volver al mismo lugar. —¿Si pierdo el tren puedo tomar el siguiente? –preguntó Uma. Había algo que le molestaba en la forma de mirar que tenía el inspector Llama, sus enormes ojos parecían deslizarse a los lados, como los de un sapo. —Tomar el mismo tren de vuelta, si se desea volver al mismo lugar –repitió el inspector Llama, antes de volverse y marchar de nuevo hacia el otro extremo del vagón. Encogiéndose de hombros, Uma continuó su camino, quería ver a dónde se dirigía el Minero Quirquincho.

El vagón blanco

El siguiente vagón estaba pintado entero de color blanco, y, en él, todo le hacía recuerdo al carnaval. Había diablos, morenos y china supays, con las pestañas enormes y la sonrisa torcida, kusillos con máscaras de tela y osos polares de yeso, relucientes, jucumaris con una araña bordada a la espalda. Lo extraño era que ningún bailarín se sacaba las máscaras, pero todos parecían seguir los movimientos de Uma, con ojos redondos y brillantes, por el pasillo. A Uma le daba un poco de miedo, ¡pero los trajes eran tan her-mo-sos!, pensaba Uma. Los morenos tenían la cabeza gigante y pelada, su calva negra relucía tanto como su barba, su cachimba echaba un humo violeta, de olor ligeramente picante. Estaban en una sola fi la, con vistosas matracas en las manos. Los ojos y las cabezas de dragón en los diablos se movían sin cesar, como con música propia, y los kusillos parecían reír con su media sonrisa. Aquello era una fi esta a punto de comenzar en cualquier momento. —No pasará nada –se dijo Uma– si me animo a mirar un po- quito, con tal que no me siente; eso me dijo el inspector Llama que no podía hacer. 416 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

Faldas, capas y botas brillaban con la luz del sol, que entraba por las ventanas. Uma estaba mirando las lunas y las estrellas bordadas en la falda de una china supay –hubiese jurado que se movían–, cuando el extraño humo violeta empezó a elevarse de las cachimbas de los morenos y a dispersarse por en medio de los asientos. Todas las máscaras voltearon a la vez y la música carna- valera, compuesta por pinquillos, bombos y trompetas, comenzó a sonar. Incorporándose, cada bailarín empezó su danza, parándose encima de los asientos. Un pepino soltó cohetillos, y la algarabía fue subiendo de volu- men hasta hacerse ensordecedora. Uma ya no sabía dónde estaba, se sentía tan perdido como en el último Carnaval de Oruro, cuando nadie se fi jaba en él, por ser tan pequeño, y debía esquivar los saltos y piruetas de los bailarines, para no ser pisado. —Si me quedo aquí –pensó Uma, asustado– tendré que sen- tarme, y no podré salir. Nervioso, comenzó a esquivar las botas y las piernas de los danzantes, hasta encontrar la puerta del vagón. Un Pepino estaba sentado delante de la puerta, y no parecía muy dispuesto a moverse. Su traje de dos piezas, naranja y amarillo, contrastaba con su cara llena de lentejuelas. —Pepino, pepino, déjame salir, por favor –imploró Uma. El pepino comenzó a reírse –todos saben lo traviesos que son– y negó con la cabeza. —Solo si me das algo a cambio –le espetó. —No tengo nada para dar, todo lo de mis bolsillos fue para mi pasaje –contestó preocupado Uma. ¿Hay algo que pueda hacer por ti? Lo malo de la sonrisa de los pepinos es que no se puede adi- vinar qué están pensando detrás de la máscara. Uma se puso muy nervioso mientras el pepino pensaba en su petición. —Ja, ja ja, a ver si sabes cómo es que soy, si me respondes bien, te abro la puerta –propuso el pepino. Uma, conociendo su fama de mentiroso, le preguntó: —¿Y cómo sé que cumplirás tu parte del trato? —¿Acaso no confías en mí, un pepino tan lindo como yo? –El Pepino sonaba realmente ofendido. —Claro que confío en ti –le contestó Uma, prudente–, es solo que para mí tu palabra vale mucho. Literatura infantil y juvenil contemporánea (2000 - 2015) 417

Eso halagó grandemente al pepino –las tres campanitas de su sombrero comenzaron a tintinear–, y es que era un vanidoso. —En ese caso, te doy mi hermosa palabra, te prometo que si contestas bien cómo es que soy, te dejaré marchar. Pero tienes que contestar rápido, y solo sí o no, ¿entendido? —Entend… quiero decir –se corrigió rápidamente Uma– sí. —¡Bien!, la mayoría cae a la primera, ji, ji, ji –se burló el Pepi- no–. ¿Me gusta la música? —Sí. —¿Me gustan los cohetes? —Sí. —¿Me gusta, me encanta, que me digan: Chauchita, pepino, chorizo sin calzón? Uma se acordó de las veces que había molestado a los pepi- nos con esa frase en los carnavales con los otros niños, y contestó triunfalmente: —No. El pepino, furioso, sacó una llave de entre su traje, y abrió la puerta blanca, renegando. Esa puerta era más pequeña que la anterior y se veía muy oscura. —Asómate a ver si encuentras el interruptor de luz –invitó a Uma. En cuanto Uma se agachó por el vano de la puerta, el Pepino le dio una tremenda patada, y Uma se vio cayendo y tropezando por unos escalones viejos. Cuando se levantó, no podía ver nada, ¡Uma creyó que había perdido la vista! Le tomó un buen rato acostumbrarse a la oscuridad. Estaba en uno de los vagones negros, la luz apenas pasaba por entre las pesadas cortinas. Uma estaba tan aturdido por el golpe y el sonido ruidoso de la fi esta carnavalera que tardó en darse cuenta de que no estaba solo, y que las fi guras sentadas en los bancos estaban en absoluto silencio.

El vagón negro

El aire del vagón estaba pesado por el aroma de las flores, también había fruta semi-podrida por el suelo, lo que dejaba un olor pene- trante que a Uma se le hizo inmediatamente familiar. Olía como en el velorio de su madre. 418 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

Los pasajeros del vagón miraban al frente, y también tenían máscaras, pero no las del carnaval, sino las pequeñas máscaras de yeso que se ponen a las t’ant’a wawas en Todos Santos. Las cholitas vestían pollera y mantilla negra, los hombres usaban sombrero de fi eltro oscuro y chaqueta, los niños iban envueltos en mantas ne- gras, y en el silencio y la oscuridad, sus máscaras de yeso parecían fl otar como en un mar de rostros inexpresivos. “¿Puede que sean los muertitos?”, se preguntó Uma, caminan- do muy despacito hacia el otro extremo del vagón, tratando de no hacer ningún ruido. “Siempre me he preguntado cómo es que los muertos se van al otro mundo…”. Extrañamente, Uma no sentía miedo, nada, ni siquiera el olor dulzón de las frutas lo ponía un poquito nervioso. En Camargo, para Todos Santos, recordaba haber ido con su padre a visitar a sus ancestros, no al Cementerio General, sino a una cueva de arcilla roja que quedaba a casi un día de camino del pueblo. La gente es- taba allí de fi esta, y llevaba comida, fruta, fl ores y canciones para recordar a los muertitos. Su padre le había mostrado un poncho viejo y lleno de polvo, guardado en la cueva –Chullpa, le decía su papá–, y poniéndoselo dijo que iba a bailar como su Tata, que había sido jefe de la comunidad antes de la Revolución… Uma ya estaba por llegar al otro extremo del vagón, podía ver por una rendija de luz que el siguiente vagón era café. De pronto, una mano gigante se posó sobre su hombro, ¡haciéndolo casi gritar del susto! La mano olía a tabaco y a tierra removida, pero el olor no era desagradable. Uma alcanzó a ver que tenía uñas cuadradas, y debajo de ellas había tierra también, justo como las manos de su Tata. “¿Qué hago?, pensó Uma, ¡no puedo hablar con nadie de los vagones negros!, ¡me veré en problemas seguro! Pero, ¿será que puedo hacer señas?”. Esperanzado, Uma se dio la vuelta. El hombre que lo sujetaba tenía la espalda grande y una camisa blanquecina, la máscara de T’ant’a achachi le cubría el rostro, pero parecía mirarlo fi jamente. Uma se puso a pensar cómo indicarle que lo había reconocido, hasta que se acordó: a su Tata le gustaba mucho un silbido que practicaban para comunicarse cuando salían juntos a pastorear al campo y Uma era pequeño. Curioso, Uma silbó bajito el sonido dulce para decirle, de lejos, “te estoy viendo”. Literatura infantil y juvenil contemporánea (2000 - 2015) 419

Inmediatamente, la mano pesada se levantó de su hombro y le acarició la cabeza. Luego, lo empujó hacia adelante, como indi- cándole que siguiera su camino. Contento, Uma abrió despacito la puerta hacia el otro vagón, mientras se despedía internamente de su abuelo, contento de habérselo encontrado una vez más. “Chau, Tata”, pensaba Uma mientras silbaba bajito el silbido de despedida.

El aphtaphi

Un delicioso olor a charque, queso frito y mote inundaba el ambien- te. Varios animales estaban en círculo frente a un aguayo, donde se apilaban huevos duros, mote y papas, todo de un aspecto de lo más apetecible. A Uma se le hacía agua la boca. —¿Muntati? ¿Quieres? –Oyó decir Uma; era el Minero Quirquin- cho, que le ofrecía un huevo duro con la pata–. Es hora del aphtaphi, vamos a comer todos juntos, ven y servite con los demás. Agradecido, Uma se sentó frente al aguayo, y, muerto de hambre, empezó a comer de todo, ante la mirada medio reprobadora de dos señoras Llamas que lo miraban con ojos redondos y enormes. —¿Kawkits Jutta? ¿De dónde vienes? –preguntó una de las se- ñoras Llamas. —De la estación de Oruro –contestó Uma, sin dejar de co- mer. —¿Kawkirusa Saraskta? ¿A dónde vas? –preguntó otra de las señoras Llamas. —¿A dónde va este tren? –preguntó Uma. —¿Cómo, te has subido a un tren sin saber a dónde va? –in- quirió una de las señoras. Eran tan iguales que parecían gemelas, Uma no sabía bien a cuál mirar al responder. —Dejen comer al chico –interrumpió el Minero Quirquincho– ¿no ven que tiene hambre? Las señoras Llamas, ofendidas, se hicieron a un lado y empe- zaron a mascar coca y a hablar entre ellas, lo hacían en aymara y muy rápido, pero algunas palabras pescadas al vuelo, dichas en español, llamaron la atención de Uma, así que le preguntó al Minero Quirquincho, que comía huevos, feliz a su lado: —¿Qué es eso de la Estación de las Lluvias?, pensé que está- bamos en época seca. 420 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

—Es ahí donde las señoras se van a bajar, están llevando tejidos de lana a ese lugar. —Y los señores del vagón negro, ¿dónde van? —Ellos se vuelven a Amayan Marqapa, el pueblo de los difuntos, después de haber visitado a sus familiares vivos para Todos Santos. No hablaste con ninguno, ¿verdad? Uma negó con la cabeza. El Minero Quirquincho se le quedó mirando con ojitos inquisitivos y luego cambió de tema. —La próxima estación es la de ellos, luego viene la estación de Las Lluvias, la estación del Arcoíris y la de Las Estrellas, luego es media vuelta. Yo me bajo en la última, tengo que comprar piedras-rayo. —¿Tú hasta dónde vas? —También a la última –algo que había dicho el Minero Quir- quincho intrigó a Uma. ¿Qué son las piedras-rayo? —Son piedras de metal que bajan del cielo, excelentes para hacer picotas de Minero –al Minero Quirquincho los ojos le brilla- ban–, son un poco caras, pero valen la pena. —Y los del carnaval, ¿hasta dónde van? —¿Esos fiesteros…? Se van a la estación Arcoíris, allá continúan la fiesta hasta que les toque volver. No confíes en ninguno de esos, solo quieren divertirse –Uma se preguntó divertido si algún Pepino le habría jugado una mala pasada a Minero Quirquincho. La luz se estaba perdiendo por las ventanas que estaban a la izquierda de Uma, el sol parecía bostezar detrás de las mon- tañas. A Uma le estaba dando un poco de sueño después de la comilona. —Ven, recuéstate en mi aguayo –le invitó el Minero Quirquin- cho–, yo no dormiré todavía. Uma se acomodó, y en un instante, se quedó dormido. Entre sueños, le pareció sentir que el tren se detenía, y escuchar a gente que salía. Un ruido de agua, como de olas, sonaba lejano, pero era tan pesado el sueño de Uma que ni su curiosidad para ver de qué se trataba alcanzó a despertarlo.

La estación de las lluvias

Cuando Uma despertó, la temperatura había cambiado: hacía ca- lor y la luz que entraba por las ventanas del vagón café tenía una calidez que le hizo recuerdo a cuando ayudaba a transportar carga Literatura infantil y juvenil contemporánea (2000 - 2015) 421

por los Yungas. El Minero Quirquincho lo invitó a acompañarlo al mercado de la estación. —Tenemos algo de tiempo hasta volver a la ruta –le dijo mientras se ponía su casco y preparaba una ch’uspa para comprar. Las señoras Llamas ya habían descendido a la estación, renegando entre sus bultos. Afuera llovía, gotas grandes y tibias que mojaban apenas, y que jugaban con los rayos de sol. —Aquí siempre llueve –explicó el Minero Quirquincho. El mercado de la estación estaba lleno de comerciantes, todos ellos sapos y culebras de distintos tamaños. Los sapos vendían coca y fruta, y fumaban unos cigarros negros que les hacían pestañear por el humo. Las señoras serpientes se enroscaban y parecían dor- mitar entre las cebollas. Muchos animales circulaban por entre los puestos, regateando precios. —Nä qhip k’achat jutam, ven por detrás mío despacio –le indicó el Minero Quirquincho a Uma, antes de ponerse a caminar veloz- mente por entre los puestos. Se detuvieron frente a una señora Sapo que tenía una olla gigante asentada entre su pollera. Al Minero Quirquincho se le hacía agua la boca. —Señora J’ampatu, k’wna manq’a alxapxiti? ¿Sirves comida y huevos? –preguntó. —Hay, sentate, te voy a servir. Uma, feliz, aceptó los huevos duros y el plátano frito que le ofrecían, y mientras el Minero Quirquincho y la señora J’ampatu conversaban, se entretuvo mirando alrededor. Siempre le había gustado el bullicio del mercado, sentir el olor de la mercadería, ver corretear a los ayudantes y cargadores, mirar los puestos de los yatiris… Se preguntó si los yatiris serían también sapos, y sin pensarlo dos veces, se levantó para ir a verlos. En una esquina del mercado, siempre cerca de las fl ores, es allí donde se encuentran los yatiris. En las ciudades venden fetos de llama disecados y sapos para la buena suerte, además de incienso, mirra, copal, pequeñas fi guras de yeso y otros elementos para rea- lizar embrujos. Uma se puso a mirar los puestos con mucha aten- ción, vio cáscaras de huevos pequeños, ramas torcidas de colores, piedras pulidas y brillantes, y mientras observaba el gorro tejido sobre la cabeza de un Ekeko gordito, este le devolvió la mirada, y furibundo, le dijo: 422 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

—¿Vas comprar? Si no vas a comprar, andate, no me hagas perder mi tiempo. Uma no se esperaba que la estatuilla le hablase, “las estatuas no hablan”, pensó Uma. —Si me hablan a mí todo el tiempo, ¿por qué no he de respon- der? –le contestó el Ekeko, como si le leyera la mente. —He visto a mucha gente hablarte y pedirte cosas –respondió Uma–, pero nunca he visto que le hayas respondido a nadie. —¿Y cuando reciben lo que piden, no es eso una respuesta? –retrucó el Ekeko–, la gente solo sabe pedir, ya cuando reciben, apenas son capaces de agradecer, nadie pregunta nunca lo que nosotros queremos. —A mí me han dicho que a ustedes los ekekos les gusta fumar cigarro y que hay que darles siempre alguito de tomar… —Eso es lo mínimo pues –el Ekeko estaba indignado–, tam- poco trabajamos gratis, pero siempre se olvidan de agradecer a la Pachamama, que nos cobija y nos da todo. —Yo he visto que también le dan ofrendas a la Pachamama; don Víctor, el chófer, siempre que toma le derrama un poco a la Madre Tierra. —Eso no es sufi ciente –El Ekeko lo miraba con sus ojos pin- tados, furiosos–ustedes siempre sacan de más, nunca devuelven igual, la Pachamama se merece más agradecimiento. —¿Y cómo se puede hacer eso? –Uma se sentía acusado, como si no agradecer a la Pachamama fuera también su culpa–. ¿Qué se le puede dar a la Madre Tierra? El Ekeko empezó a revolver en su puesto, moviendo cajas y canastas, hasta que encontró un pequeño atado, de los que se hace para quemar en los días de Ch’alla. —Este es el refl ejo de la mejor ofrenda a la tierra, pero solo su refl ejo, la verdadera ofrenda está en la estación Arcoíris, cerca de la cabeza. —¿La cabeza de quién? ¡No interrumpas! –El Ekeko sostenía el bulto envuelto en tela de aguayo con reverencia. Míralo bien, un bulto así, pero más grande, está cerca de la cabeza, si lo encuentras y me lo traes, haremos juntos una gran ofrenda y la Pachamama será siempre amable contigo. Literatura infantil y juvenil contemporánea (2000 - 2015) 423

“—¡Última parada! ¡Última parada! –el inspector Llama invitaba a todos a descender. ¡Se retorna mañana, se retorna...!”.

Ilustración en acuarela de Romanet Zárate. 424 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

Uma estaba a punto de preguntarle cómo podría lograrlo, cuando el Minero Quirquincho lo interrumpió: —¡Waynuchu! Nos tenemos que ir, ¡vamos a perder el tren! ¡Apúrate! Uma quiso despedirse del Ekeko, pero él ya había desapareci- do. Preguntándose cómo haría para encontrar ese bulto, y cómo haría para pagar su pasaje de vuelta, Uma volvió a ingresar a uno de los vagones cafés.

La estación Arcoíris

Casi todos se bajaron en la siguiente estación; esta quedaba en un lugar impreciso que le dio a Uma la sensación de estar cambiando constantemente de forma y de color. Uma se sentía mareado, como si le faltara el aire, la cabeza le retumbaba. —Has de tener cuidado aquí –le advirtió el Minero Quirquin- cho–, la estación Arcoíris está construida encima de la piel de la serpiente de agua, la Kurmi, que es también Arcoíris, o la hermana gemela de la serpiente de estrellas, que se llama Warawarjawira, la Vía Láctea. Kurmi marca la época de lluvias y decide si habrá granizo o truenos en la tierra, los campesinos le tienen mucho miedo y respeto. —¿Estamos encima de una serpiente? –Uma no lo podía creer. ¿Hay algún lugar desde donde se pueda ver bien la estación? —Hay un lugar cerca de la cabeza de Kurmi, pero vas a tener mucho cuidado –el Minero Quirquincho realmente se veía preo- cupado–, la verdad, apenitas te va a dar el tiempo, vamos a partir de nuevo en un ratito. —No te preocupes, voy y vuelvo, solo quiero ver –lo tranquilizó Uma, poniéndose a caminar por la estación. El Minero Quirquincho se le quedó mirando desde el andén, con sus patitas entrelazadas en señal de preocupación. Uma bajó del andén y puso los pies en lo que creía era la tie- rra, algo fi rme y gomoso por donde comenzó a caminar. No podía entender si lo que veía eran árboles, rocas, palos o si no había nada que ver. Caminar era como atravesar una niebla colorida, como un túnel de nubes; seguía el camino con los pies, ya casi sin prestar atención alrededor. Sentía que subía lentamente y, de pronto, se tropezó con un bulto amarrado. El bulto estaba abandonado entre la Literatura infantil y juvenil contemporánea (2000 - 2015) 425

niebla, “como si a alguien se le hubiera caído”, pensó Uma, dándose cuenta de que se parecía mucho a la imagen que el Ekeko le había mostrado en pequeño, solo que era mucho más grande y pesaba un montón. “El Ekeko me ha dicho que el bulto estaba cerca de la cabeza. Quisiera poder pararme sobre la cabeza de Kurmi y mirar…, pero tengo miedo de perder la ofrenda a la Pachamama…”, Uma se que- dó pensando en cómo no perder de vista el bulto, hasta que notó que uno de los hilos del aguayo estaba suelto. “Me voy a agarrar de este hilito y voy a seguir caminando, se dijo Uma, ojalá que no se me acabe antes de llegar a la cabeza…”. Agarrado del hilito, jalando suavemente, Uma empezó a ca- minar.

La cabeza de Kurmi

Lo que Uma vio desde la cabeza se le quedaría grabado por mucho tiempo en su memoria. Cada noche estrellada, cada tarde de lluvia con sol, Uma recordaría, como en un sueño, las imágenes de la estación Arcoíris. Esto es lo que vio: una serpiente, que también era un río, moverse y ondularse desde el fondo de la tierra hasta lo más alto del cielo; partes de su cuerpo brillaban como escamas, y otras, como relámpagos; algunas estaban cubiertas de alas de mariposa, y otras se ondulaban, pesadas y grises, como nubes de tormenta. La serpiente no estaba sola, frente a ella, otra serpiente –tan enorme que Uma sintió que era imposible verla toda–, se extendía y roza- ba su lengua bífi da con la de la cabeza de Kurmi. Era su hermana, Warawarjawira, la Vía Láctea, la serpiente de luz, de sombras y de estrellas. Uma sintió que las dos serpientes cubrían toda la tierra, la protegían, la conectaban con las estrellas. Uma observó que las serpientes no eran ni buenas ni malas, pero que si se les prestaba atención podían ser benévolas, y si se las ignoraba podían ser mal- vadas. Uma se sintió muy pequeño, y a la vez, muy importante, porque las serpientes también lo protegían a él. Uma percibió todo eso, y quizás se hubiera quedado en ese lugar, mirando todo ello, olvidándose para siempre de regresar para contarlo, cuando algo le tironeó de la manga. Un hilo de colores tiraba de él, y ahí recién Uma recordó quién era, dónde estaba, y que debía volver. 426 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

El Minero Quirquincho lo esperaba impaciente al lado de la ofrenda para la Pachamama, era él quien había jalado el hilo, te- miendo ver perderse a Uma en la estación. Uma le agradeció con un abrazo y entre los dos cargaron con la ofrenda hacia el tren, que empezaba a anunciar su partida a la siguiente estación. —Estuviste cerca de perderte, Waynuchu –le dijo, con voz grave, el Minero Quirquincho, y Uma pensó que se refería a una forma de perderse de la que era muy difícil regresar. Pensando en lo que había visto, Uma no vio ni recordó nada del resto del trayecto a la estación de Las Estrellas.

La estación de las estrellas

—¡Última parada! ¡Última parada! –el inspector Llama invitaba a todos a descender. ¡Se retorna mañana, se retorna! Uma estaba preocupado, no sabía cómo pagaría su pasaje de vuelta, sus bolsillos estaban vacíos. —No te preocupes, Waynuchu –le dijo cariñosamente el Mine- ro Quirquincho–, acompáñame a comprar mis piedras-rayo y ten confi anza. La estación estaba semivacía, las sombras se escurrían por los corredores. A Uma le daba la sensación de que ellos dos eran los únicos seres de carne y hueso caminando por ahí. —No muchos tienen la costumbre de venir a esta estación –explicaba, animado, el Minero Quirquincho–, los pone nerviosos la oscuridad. Pero a mí no me da miedo. Una penumbra, como cuando está empezando a oscurecer, rodeaba la estación, parecía un manto que lo cubría todo, Uma casi podía tocarla. No había una sola luz, ni velas ni bombillas eléctricas que interrumpiesen la espesa sombra. Las estrellas, única fuente de iluminación, alumbraban de manera tenue, como iluminan en las noches en el campo, cuando Uma pastoreaba sus ovejas y llamitas con su abuelo, y veía que el camino era más una cuestión de seguir sus pies que de seguir el camino con la vista. —Mucha importancia le damos a los ojos, Waynuchu –comentó el Minero Quirquincho, como leyendo sus pensamientos–, mejor era cuando todos sabíamos, también, usar la nariz y las patas para guiarnos por el mundo. Literatura infantil y juvenil contemporánea (2000 - 2015) 427

Llegaron caminando a una especie de cueva. El suelo era tan cambiante como el de la estación de Kurmi –y ahora Uma sabía por qué: caminaban sobre la piel de su hermana– y en el suelo se apilaban piedras oscuras y brillantes, en montañas que rodeaban la estación. La cueva estaba formada por una pila de piedras-rayo. Uma las había visto en las iglesias, cerca de Tata Santiago, piedras redondas de hierro que despedían chispas cuando las golpeaban contra el suelo, como estaba haciendo ahora el Minero Quirquin- cho, probando su calidad. El amigo de Uma negociaba rápido y negociaba bien, su aymara parecía un murmullo sucesivo de palabras, casi una canción. Uma no podía ver con quién estaba hablando, pero sí lo vio intercambiar bolsas, la mano que sujetaba la ch’uspa del Minero Quirquincho parecía de piedra también, agrietada como uno de esos meteoritos que se ven por las arenas de Oruro. Pronto, el Minero Quirquincho salió con una bolsa en la mano, silbando satisfecho. —¡Me ha ido muy bien, Waynuchu!, voy a poder invitarte tu pasaje de retorno porque me has acompañado hasta aquí. Eres mi suerte. Uma no esperaba ese gesto de generosidad de su parte. —No sé cómo agradecerte –le dijo, conmovido. —Con darle la ofrenda a la Pachamama me sentiré más que satisfecho –le contestó el Minero Quirquincho–, yo también quie- ro agradecerle a la Madre Tierra. Ven, vamos a dormir cerca de la estación. Comieron en un lugar tan común y corriente que Uma se sintió desconcertado, todo parecía tan real como ellos mismos: las mesas estaban cubiertas de hule de colores, las paredes tenían candelarios con enormes fotos de camiones, igualito que en las pensiones de la estación en Oruro, pero la luz era de penumbra, casi oscuridad, y así comieron –una sopita caliente, con una piedra al rojo vivo dentro del tazón, que mantenía la temperatura– y en esa casi gran oscuridad durmieron, recostados sobre el aguayo del Minero Quirquincho. Antes de cerrar los ojos, Uma se acordó de algo. —¿A cambio de qué conseguiste las piedras, Minero Quirquin- cho? –Su amigo se reía por lo bajo en su costado del aguayo. —A cambio de otras piedras…, del corazón, solo yo sé hallarlas. Y con esta misteriosa frase dándole vueltas, Uma empezó a dormir. 428 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

La ofrenda

En la estación de Las Lluvias los esperaba el Ekeko, con una sonrisa satisfecha en la cara y un cigarrito negro entre los dientes. —Veo que has traído lo que te pedí –le dijo a Uma en cuanto los vio bajar cargados con el aguayo de colores–, vamos, he pre- parado una fogatita cerca de aquí, esto será bueno para toda la estación. Efectivamente, todos los viajeros y residentes de la estación estaban allí, alrededor de la fogata, que ardía y chisporroteaba a pesar de las gotas de agua que siempre caían del cielo. Estaban reunidos los sapos vendedores, llamitas y guanacos comerciantes, lagartos cargadores y loritos visitantes, ekekos satisfechos..., real- mente, se había congregado la comunidad entera. Todos reían y parloteaban de modo alegre, hasta que un solemne Brujo-Llama se colocó ante el fuego, comenzando con sus oraciones y agradecimientos –agradecía al Sol, a la Luna, a las estrellas, a la lluvia, al granizo y a la Madre Tierra. Mientras daba las gracias, colocaba con su pezuña hojas de coca sobre la fogata, para que se fueran quemando, el gentío observaba la ceremonia con un murmullo de excitación. Finalmente, el Brujo-Llama les hizo una señal, y Uma con el Minero Quirquincho se acercaron al fuego portando la ofrenda, que a Uma le parecía muy grande y pesada para la fogata. Para su sorpresa, a medida que se acercaban, la ofrenda se hacía liviana y fácil de cargar, hasta que pareció elevarse de las manos de Uma y arrojarse sola al fuego, donde empezó a soltar una agradable humareda de colores. La ofrenda ardió un buen tiempo, y a su alrededor, los diver- sos animales tocaban instrumentos y cantaban, agradeciendo a la Pachamama. Entre todos se iban pasando tutumas con chicha. La fi esta iba alegrándose cada vez más. —Hay que agradecer, Waynuchu –explicaba, ya medio mareado, el Minero Quirquincho, sus ojitos brillaban debajo del casco–, real- mente la tierra nos cubre y alimenta, y se preocupa por nosotros. De pronto, el pitido del tren los llamó a la realidad. Uma tenía miedo de perder el viaje, algo le decía que el siguiente tren tardaría mucho en pasar por la estación, y, tal vez, como le había indicado el Inspector-Llama, no regresaría por donde había venido. Jalando Literatura infantil y juvenil contemporánea (2000 - 2015) 429

de ambas patas al Minero Quirquincho, que a toda costa quería seguir en la fi esta, logró a duras penas hacerlo entrar en uno de los vagones cafés antes de que el tren partiese. El Minero Quirquincho primero estuvo de mal humor y luego se durmió un rato sobre su aguayo. Cuando despertó, quejándose de un tremendo dolor de cabeza, agradeció a Uma por haberlo obligado a volver. —La última vez que me quedé en una fi esta perdí el tren y casi pierdo el rumbo –le explicó con voz grave y algo quejumbrosa a Uma–, tuve que caminar mucho, pagando con casi todas mis piedras a quien quisiera llevarme. Te quedo muy agradecido, Waynuchu. Luego, quejándose aún del dolor de cabeza se durmió.

El regreso

Uma volvió a dormirse al pasar por la estación donde habían bajado los muertitos. Le quedó un recuerdo, entre sueños, del rumor del mar y un olor a sal prendido a su nariz. Intentó quedarse despierto para, al menos, ver cómo era la estación, pero el sueño que lo envolvió cu- brió sus ojos como con una manta, y nada pudo ver del camino. Cuando despertó, hacía sol y el tren no se movía. El vagón donde se hallaba Uma había perdido ese color café, se veía más sucio, más abandonado que antes. El polvo se acumulaba entre las maderas rotas y no había rastros de los otros animales. Frotándose los ojos, Uma descendió del vagón. Estaba en la sección de los trenes abandonados, por donde se había metido a perseguir al Minero Quirquincho, pero ahora no había nadie. Confundido, Uma se dirigió a la estación central. Y antes de haber terminado de despertar sintió un fuerte cocacho en la cabeza. —¡Te dejo un ratito y te pierdes! Uma se dio la vuelta pensando que era otra vez el Minero Quirquincho, pero no, era el chofer que lo había contratado. —Hace una hora que he vuelto de donde mis parientes y vos no aparecías por ningún lado, ¿no te dije que me esperaras en la estación? —He estado de viaje… –empezó a explicar Uma. —¡No hay tiempo de que me expliques qué has estado hacien- do! ¡Hay trabajo pendiente! ¡Toda la tarde te he buscado, y ahora toca cargar el camión para la vuelta! 430 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

Uma comprendió entonces, no habían pasado un par de días, sino unas horas, como si se hubiera quedado dormido en el vagón abandonado y todo su viaje hubiera sido un sueño, un sueño ma- ravilloso. “Igual, se dijo a sí mismo Uma, metiendo las manos en sus bolsillos, ha sido un lindo sueño”. Pero en su bolsillo había una canica, redonda y oscura, parecida a las piedras-rayo que el Minero Quirquincho había estado comprando. Uma la miró divertido, y se la volvió a guardar. “De seguro el Minero Quirquincho me la dejó antes de irse, por ayudarlo a no perderse del camino”, se dijo satisfecho, y, agarrán- dola fuerte dentro de su bolsillo, se fue detrás del chófer, sabiendo que no todo había sido un sueño. Anexos

Reseñas de novelas destacadas de la literatura infantil y juvenil de Bolivia (1962 - 2015)

Isabel Mesa Gisbert64

64 Todas las reseñas pertenecen a la antologadora excepto en las que se señala otra autoría.

Anexos 435

José Camarlinghi Cara sucia (1962) En 1962, José Camarlinghi publica la primera novela corta de la literatura infantil boliviana, Cara sucia. En ella expone el problema social de los niños abandonados y su forma de sobrevi- vencia. Es también la primera de una serie de novelas infantiles dedicadas específicamente al tema de los niños de la calle que se escribieron posteriormente en nuestro país. La historia trata de un niño que, siendo muy pequeño, pierde a su madre a causa de una larga enfermedad. Una de las vecinas se hace cargo de él, pero la vida dentro de este nuevo hogar se hace insostenible ya que el padre llegaba borracho y empezaba a los golpes en la casa. El pequeño decide huir y pronto conoce a un hombre viejo, que vive debajo de un puente, y que lo invita a quedarse con él. Para sobrevivir, el niño frecuenta el botadero de basura donde busca algo de comer. Un día encuentra un libro viejo y como siempre había soñado con asistir a la escuela, decide llevárselo. De camino a su refugio le entra sueño y queda profun- damente dormido, entonces el alma del libro comienza a hablar y a contar su historia a Cara sucia, que es el nombre con el que el libro apoda al niño. Este viejo libro ha tenido también una historia triste. Escrito por un maestro, es publicado en una editorial y, gracias a un pedido del interior del país, es enviado a una librería en la que permanece durante años, ya que la persona que lo había encargado nunca lo recoge. Después de mucho tiempo, el libro es comprado por un revendedor que lo vende a un coleccionista. El coleccionista es un reconocido bibliotecario muy extraño que acumula libros que nunca ha leído. Cuando el coleccionista muere, los libros se quedan en aquel recinto que solo el viejo bibliotecario conoce, hasta que sus nietos lo descubren y empiezan a maltratar y despanzurrar los libros. La historia, escrita en once capítulos, está ambientada en una provincia remota, “en un lugar casi olvidado de la curiosidad mundana por el difícil acceso de su enorme distancia… más allá de la última estación ferroviaria”. Se trata de un lugar en el que 436 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

la sociedad conserva esas personalidades típicas que dejó la vida de la Colonia: el corregidor, el facultativo, el librero y el hombre respetable que ha estudiado en la capital y que tiene una colosal biblioteca. Pero de este ambiente, solamente se hablará al comenzar y terminar la obra para cerrar el ciclo de llegada y fi nal del prota- gonista libro; pues el tema esencial es la historia de Cara sucia y su diálogo con el libro viejo que encontró en el cenizal. El autor aprovecha de este diálogo entre el libro y el niño, que se da en el lugar fantástico del sueño de Cara sucia, para lanzar al lector frases cargadas de una específi ca ideología social sobre las injusticias que sufre un niño pobre, la sacrifi cada labor del escritor y las bondades de los libros. Cara sucia es un niño abandonado que tiene, como todos los niños, ilusiones e ideales de vida. Al encontrar el libro en el basural, Cara sucia se llena de alegría; fi nalmente tiene un libro y puede sentirse importante y cercano a esa sabiduría que su madre le había inculcado y que se la habían negado desde que ella muere. Ahora, con el libro en sus manos, “demostraría alguna vez lo que pueden hacer los pobres”. Sería capaz de trabajar como los demás y dejar de buscar comida en el cenizal. Es decir, que el libro que ha encontrado representa la libertad y una fuente de sabiduría que le abrirá las puertas a esa sociedad que hoy lo rechaza por ser ignorante y pobre. Así también, Camarlinghi ensalza la labor del escritor cuando el libro le cuenta a Cara sucia cómo había sido creado: En las noches me dedicaba largas horas, robando tiempo a su des- canso para formarme, me daba vida lentamente, con dulzura; en mí dejó lo mejor de su juventud, muchas privaciones, la experiencia de muchos años, los golpes de la vida, tristezas, dolores, y el caudal de sabiduría, los horizontes de esperanzas que nunca debemos perder. (Camarlinghi, 1962: 37)

Finalmente, con su vena de poeta, Camarlinghi habla de las bon- dades del libro como el objeto que tiende la mano a las personas aún “en el día de los naufragios espirituales”, pero también de las muchas veces que los libros fueron objetos satánicos dentro de la sociedad. Así recuerda que los libros fueron perseguidos impla- cablemente hasta ser llevados a la hoguera, que “los tiranos los encadenan, los sacerdotes los excomulgan y algunas sociedades los calumnian de pervertores”. Sin embargo, el autor afirma que son Anexos 437

ellos los que ofrecen la verdadera libertad, así como en el caso de Cara sucia que es la tabla de salvación para lograr sus sueños. Un libro que es un verdadero desafío para nuestros pequeños lectores. Si bien el lenguaje es sencillo y comprensible, la pluma de Camarlinghi refl eja un idioma rico en vocabulario al cual los niños tienen poco acceso en su cotidianeidad. Algunas de las refl exiones que contiene, ciertamente no son adecuadas para los niños porque tienen un alto nivel fi losófi co y político. Sin embargo, también está lleno de metáforas que llevan al lector a un ambiente mágico. Cara sucia es un libro que ha cumplido 50 años desde su primera publicación y está vigente en muchas escuelas y colegios de Bolivia. Una obra que muestra una verdad escondida para muchos y que nos cuesta asimilar como una realidad de país. 438 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

Gastón Suárez Mallko (1974) (Novela juvenil)

Mallko figura en la Lista de Honor del Premio Internacional “Hans Christian Andersen” de ibby (1976).

En 1974 Gastón Suárez publica Mallko65, una fábula poética sobre el cóndor que evoca al existencialismo como una de las caracterís- ticas del nuevo realismo en la novela boliviana de ese momento: la angustia, la temporalidad, la verdad, la soledad, la libertad y la muerte. Una obra que por sus características nos recuerda a Juan Salvador Gaviota (1970) de Richard Bach, que narra el aprendizaje sobre la vida y el volar de una gaviota que forja su propio camino de superación. El crítico ecuatoriano Hernán Rodríguez Castelo dijo que Mallko era “de aquellos grandes libros bolivianos que querría ver en todas las bibliotecas escolares del Ecuador”66. Es un libro que ha sido de- clarado texto ofi cial de la escuela boliviana en 1974. En 1975, en ocasión del Congreso Mundial de Iglesias Evangélicas realizado en Nairobi (Kenia), Mallko fue catalogado como un ejemplo excepcional de la literatura de los países del llamado Tercer Mundo. En 1976 fi guró en la lista de Honor Hans Christian Andersen y, posterior- mente, fue publicado el año 1981 por ediciones sm de Madrid y en 1990 por el Convenio Andrés Bello con sede en Bogotá. Al principio solo sintió una fugaz punzada atravesándole el buche, un rápido dolorcillo que le hizo lanzar un áspero graznido. El día era igual a otro, su situación era la misma, sin embargo, era la primera vez que sentía la necesidad de estar junto al cálido cuerpo de su madre. Estiró el cuello cubierto por una especie de pelusa y trató de ver lo que ocurría en el mundo exterior. No vio nada. Solo oyó el zumbido del viento corriendo incansable, por el fondo del abismo. No podía saber qué le causaba esa inquietud. (Suárez, 1977: 7)

65 Mallko signifi ca “cóndor” en lengua aymara. 66 Rodríguez Castelo, Hernán. “Las grandes claves de la literatura infantil” en pró- logo del libro Mallko de Gastón Suárez. Ed. Nuevo Mundo. La Paz, 1997. Anexos 439

La historia tiene un comienzo estremecedor. Una cría de cón- dor se queda sin su madre y advierte la primera demanda de la vida, el alimento. La obra se desarrolla entre ese descubrir de uno mismo, explorando sus capacidades, fuerzas y destrezas, y la exploración del mundo que lo rodea en una lucha por la supervivencia que va a transformarse en un verdadero poema a la vida, o, como muchos han denominado a Mallko, como un canto a la libertad. El pequeño cóndor va creciendo “y el hambre, que hizo más largos sus días de sufrimiento, acicateó su instinto de vivir y lo obligó a moverse y salir” (Suárez, 1977: 20), entonces se anima a realizar un primer vuelo, experiencia que después de un tiempo lo sacará de su nido en las cumbres nevadas para iniciar una vida dura, de angustia y soledad. Pronto, el cóndor conoce a otros miembros de la comunidad y a Naira que, en la vida monógama de esta aves, será su pareja para siempre. Sin embargo, no se libra de los antagonistas crueles que hacen difi cultoso su camino, ni de la presencia del hombre que le corta su libertad cuando es cazado para ser parte de la fi esta de la sangre “Yawar”67 para fi nalmente recobrar su verdadera libertad. El especialista en literatura infantil y juvenil Víctor Montoya dice al respecto: La historia de Mallko, aunque no es un libro propiamente infantil sino juvenil, nos relata los sentimientos y pensamientos de un cóndor que experimenta las mismas adversidades que un hombre del altiplano, incluidas la soledad y las ansias de libertad, la vida comunitaria y las tradiciones como la famosa Yawar Fiesta (fi esta de la sangre), en la que el cóndor es atado en el lomo de un toro y, entre aleteos y corcoveos de dos animales en pugna, es conducido hasta lo alto de un cerro, donde es coronado con kantutas y luego liberado, como símbolo de triunfo y grandeza del mundo andino sobre el mundo occidental.68

67 De La Quintana, Liliana, A propósito de Mallko. Rito altiplánico en el que se amarra un cóndor al lomo del toro hasta que uno de los dos perece. El cóndor no debe salir herido ni lesionado porque es un animal venerado y la lucha entre el cóndor y el toro es un acto simbólico de un arreglo de cuentas entre el mundo andino y el mundo español. El cóndor debe triunfar, de lo contrario seria señal de desgracia para el pueblo. 68 Montoya, Víctor. Humanismo y prosa poética en la obra de Gastón Suárez. Página de Internet de la Academia Boliviana de Literatura Infantil y Juvenil. http:// www.ablij.com/articulos/humanismo-y-prosa-poetica-en-la-obra-de-gaston- suarez 440 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

Mallko es una novela juvenil escrita en tercera persona, con un narrador omnisciente experto en lo que es la fábula y la ciencia, que si bien parece un especialista en animales que observa, que describe y que conoce a detalle las características de su ejemplar, escribe con la ternura del escritor. Mallko es la descripción de la vida de un cóndor unida a la belleza de la pluma de su autor. Suárez logra describir de manera detallada y hermosa, con lenguaje ele- gante y palabra adecuada, el paisaje andino, el vuelo elevado de los cóndores, los riscos, cerros y quebradas. Es cierto que en el uso de ese lenguaje utiliza muchas palabras que no son de uso coloquial y que necesitan ser explicadas al joven lector, pero también es cierto que son un enriquecimiento a su vocabulario. En esa búsqueda del cóndor de volar cada vez más alto, las descripciones de los vuelos, tanto de altura como rasantes, son extraordinarias y hacen que el lector llegue también a consustan- ciarse con la naturaleza, el aire, el viento y sobre todo la altura. Por otro lado, es una novela que se adelanta a una época en la que la refl exión ecológica era incipiente, en la que poco se hablaba sobre la extinción de los animales y la destrucción del medio ambiente. Mallko es una obra vigente en Bolivia que además de ser un verdadero poema, en cuanto a lenguaje se refi ere, tiene la virtud de que el lector, al igual que el cóndor, identifi que sus propios miedos, logros, frustraciones y alegrías al descubrir día a día el mundo que lo rodea. Suárez relata la vida difícil de los cóndores pero lo hace con naturalidad y no con pesadumbre o victimización. Anexos 441

Gladys Dávalos Arze Ururi y los sin chapa (1998) (Novela juvenil)

Seleccionada como una de las mejores novelas iberoamericanas sobre el tema niños de la calle.69

La literatura infantil y juvenil que toca el ámbito de los niños de la calle no es abundante en Bolivia, probablemente porque se trata de un tema complejo que implica entrar en un mundo donde el abandono, la droga, el hambre, la soledad y hasta la muerte son tópico de todos los días. Asuntos difíciles de abordar, sobre todo si están insertos en una literatura destinada a los niños que defiende el pensamiento de no interferir en la inocencia de la infancia. Sin embargo, estos protagonistas son parte real de cualquier ciudad latinoamericana y tienen una historia que contar. Entre estos libros que abordan el tema de los niños de la calle, Ururi y los sin chapa, de Gladys Dávalos, es la obra más impactante porque muestra de manera sencilla pero muy documentada la vida de estos niños. Ururi, una niña de trece años de clase media baja, es la protago- nista de esta historia. Necesita ahorrar lo sufi ciente para hacerle un regalo de Navidad a Doña Yoli, la jefa de su madre. Para conseguir el dinero, Ururi le propone a su mejor amigo, Santiago, realizar un trabajo fácil fuera de las horas de colegio: cuidar autos frente a un sauna por las noches. La madre de Ururi se opone, pues a pesar de pertenecer a una clase social de bajos recursos no puede permitir que su hija salga a trabajar por las noches, ya que se trata de un trabajo que no le corresponde a una niña que asiste a la escuela. Por su parte, Ururi aún no comprende esa rigidez de la madre, porque desconoce las diferencias entre un ofi cio y otro. Así que convence a su madre con el argumento de que irá acompañada de Santiago y que el trabajo durará solamente hasta lograr el monto necesario para comprar el regalo.

69 Ponencia “La narrativa para niños y jóvenes, hoy” de la especialista venezolana en literatura infantil Maité Dautant en el II Congreso cilelij 2013, Bogotá, Colombia. 442 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

En su primera noche de trabajo las cosas se complican y Ururi y Santiago se encuentran con que esa calle no tiene vacantes. Un grupo de niños, de distintas edades, son dueños de la cuadra. El primer encuentro entre las dos clases sociales es frontal. La pandilla impide a toda costa el ingreso de los intrusos a su zona de trabajo. Ururi y Santiago representan a los ”niños ricos” de la sociedad porque ambos tienen padres y una familia que puede velar por ellos. ¡Uds. dos sí que son boludos! ¿Para qué tienen padres pues, si no es para que trabajen para Uds. y les den lo que quieren? Todos los papás de los niños ricos hacen eso. ¡(Ustedes) Solo vienen a joder aquí... vienen a quitarnos el pan de la boca! (Dávalos, 1998: 21)

Ururi es muy sentimental y susceptible. Esa noche se da cuenta de que sí hay una diferencia entre un trabajo y otro. Los niños que cuidan autos son distintos a ella y a Santiago. Ha observado su ropa, su cuerpo sin lavar, sus cabellos desgreñados. Sin embargo, aún no asume el abismo que hay entre ambos estratos sociales. Por el momento le duele ser considerada “niña rica”, ella que vive con las justas gracias al trabajo de su madre en el Registro Civil. Finalmente, Ururi y Santiago, pactan con aquellos muchachos para compartir las ganancias del cuidado de autos y, a la larga, compartir una forma de vida. El diálogo que sostienen los protagonistas con los chicos de la calle noche a noche es el hilo conductor hacia un mundo noctur- no desconocido, el mismo que atraviesa el lector de la mano de Ururi y Santiago para fi nalmente entender las diferencias. Es una travesía por un laberinto sin salida donde la pobreza en su máxima expresión recurre a sus únicas posibilidades de supervivencia: el cigarrillo, la droga, la prostitución, el robo y el alcoholismo. Carentes de una identidad, pues no tienen documentos ni conocen su verdadero origen y lo que reciben cubre únicamente sus necesidades fundamentales de alimentación y vestido, se de- nominan a sí mismos por apodos desconociendo así sus pasados e intentando salvar el día a día con un poco de comida. Ururi, en su corta edad, va asumiendo la responsabilidad de una sociedad que más que comprender y colaborar ignora el problema; a veces es indiferente, despectiva y hasta cruel. Los dueños de los autos que estacionan frente al sauna, pequeños ejemplos de ciudada- Anexos 443

nos que conviven con los niños de la calle en la gran ciudad, los maltratan, los dejan sin paga y hasta los tildan de ladrones. La protagonista aparece en una situación de total discrimina- ción por parte de sus compañeras de colegio y padres de familia, y se ve envuelta en una serie de historias falsas por haber com- prometido su amistad con muchachos de la calle que signifi can una mala compañía para su clase social. Por otro lado, un toque sentimental le da otro giro a la novela cuando de la relación amis- tosa con los cuidadores de autos, nace un romance entre la niña y uno de los lustrabotas, relación genuina que cuenta con la férrea oposición de la madre que no puede permitir que su hija se junte con “niños de la calle” que, desde su punto de vista, implican un gran peligro para su bienestar. Aunque Ururi intenta por uno y otro lado refl exionarla sobre la situación precaria en la que viven sus amigos, la madre no cede en su posición. Los chicos sienten que el cigarrillo es algo que les ayuda a soportar el frío y el hambre y entonces lo hacen, pero no con mala intención. ¡Qué cosas dices! ¿Que no lo hacen con mala intención? Pero por Dios, niña mía, ¡qué ingenua eres! Yo creo que ellos saben muy bien lo que hacen. ¡Son unos viciosos... Esos no pueden ser tus amigos! (Dávalos, 1998: 36)

Santiago, tampoco está seguro de que lo que están haciendo es lo correcto. Acompaña a Ururi por las noches porque es su mejor amiga y porque la siente más protegida estando él allí. Sin embargo, no confía en estos chicos tan extraños que poco a poco parecen quitarle la amistad de Ururi, así que se propone disuadirla del pro- yecto a como dé lugar. Toma la posición cómoda y durante algunos días abandona a su amiga en el trabajo nocturno. No menos importante es la caracterización de cada uno de los personajes secundarios, los seis niños de la calle, pues a través de ellos el lector accede a todos los problemas que enfrentan por esa necesidad de supervivencia que equivale a un enfrentamiento permanente con la muerte. La actitud a la defensiva que adoptan los primeros días, luego se va suavizando a medida que la autora desnuda a su protagonista que ofrece una bonita amistad, porque no tiene nada más que darles; los escucha, los aconseja y los di- vierte. Si bien la novela sigue un orden temporal lineal donde se narra todo lo que ocurre en las semanas en que Santiago y Ururi pasan 444 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

cuidando los autos junto a sus amigos, también incluye anacronías que obligan al lector a moverse hacia el tiempo pasado. La narración logra una empatía en el lector que a lo largo de la lectura va cambiando su manera de ver a estos niños. Además de convertirlos en protagonistas reales, la autora logra hacer partícipe al lector del día a día de estos muchachos. Dávalos no quiere estimular la compasión, por el contrario, apunta más bien a darles a estos niños un lugar en la sociedad que por lo general los discrimina o los ignora, o de pronto los utiliza como bandera para sus objetivos. Veamos el caso del lenguaje. Escrita con un lenguaje sencillo que en muchos casos utiliza los diminutivos tan propios del castellano boliviano, sobre todo del paceño, la novela rescata la jerga de los niños de la calle. Un idioma particular con la inclusión de malas palabras y aquellas inventadas por el medio que en algunos momentos hasta cambian el orden de las sílabas con la mayor naturalidad. Tengo un fria-res-do de la gran siete, pero me siento diez veces jor- me solo de ter-ve... Anoche King Kong no vino a torrar (dormir) a la guarida... (Dávalos, 1998: 76)

Varios libros de literatura infantil boliviana han mostrado alguna faceta de la pobreza que es parte de la realidad latinoamericana y boliviana; sin embargo, ninguno ha cavado tan hondo como esta novela en su paralelismo con la realidad. Es con este propósito que los capítulos de la primera edición no tienen ilustraciones, sino fo- tografías de lustrabotas que intentan relacionar a los personajes con niños que deambulan por la ciudad, porque en el fondo es la imagen de una dura realidad. Sin duda, Ururi y los sin chapa abrirá los ojos de nuestros jóvenes lectores hacia un mundo que si bien conocen por fuera, solo podrán comprenderlo cuando se internen en él. Anexos 445

Isabel Mesa Gisbert La pluma de miguel: una aventura en los andes70 (1998) (Novela juvenil)

Novela ganadora del concurso ENKA de Colombia Premio Andino 1998.

El arcángel Miguel se encarga de narrar la acción, que en su ma- yor parte tiene a ángeles y demonios como personajes. La acción, entonces, se circunscribe dentro del campo mítico, dado que los personajes están dotados de una naturaleza diferente a la de los hombres, ya que pueden realizar actos sobrenaturales. El pretex- to que mueve la acción es que Lucifer se da maneras para entrar en los cielos y robar la conciencia humana. Para rescatarla, una legión de ángeles comandados por los arcángeles lucha contra los demonios, enfrentamiento que, en términos arquetípicos, deviene una batalla del bien contra el mal. Sin embargo, Mesa de Inchauste desconstruye la solemnidad del mito con humor y una caracteri- zación muy humana de los ángeles y del mundo del más allá. Irónicamente, el reino de los cielos tiene un orden jerárquico terráqueo, en cuya cúpula superior se encuentran Dios, los serafi - nes, querubines y tronos. En los cielos, cada uno de los seres alados cumple una función específica. Jehudiel, por ejemplo, tiene a su cargo el normal movimiento de los astros; en cambio, Raziel es el responsable de la biblioteca del cielo, donde los ángeles continúan aprendiendo. De esta manera y a pesar de su naturaleza mítica, estos seres alados se caracterizan por tener sentimientos y defectos humanos. Incluso no todo es perfecto en el cielo. Así, en el libro de quejas se ha registrado que la seguridad de la frontera Cielo- Infi erno deja mucho que desear, ya que algunas almas han entrado ilegalmente al Paraíso. El humor también emana de costumbres identifi cablemente bolivianas, como llegar tarde a una cita. En la novela, Rafael se mofa de Miguel por su atraso, dado que la reu- nión era “A la hora celestial, no a la hora terrestre”(Mesa, 1998:

70 Reseña tomada del libro Diccionario crítico de novelistas bolivianas de Willy O. Muñoz. Plural Editores. La Paz, 2013. Pág. 140-142. 446 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

58). De la misma manera, los arcángeles no meten la pata, sino el ala. Este y otros casos de cambios en los giros lingüísticos son una de las bases del humor. La acción toma la forma de una misión que Dios encomienda a los arcángeles: la búsqueda y rescate de la Conciencia Humana para que la humanidad no caiga en poder de Lucifer, misión que los lleva al territorio del Alto Perú, en cuya geografía tiene lugar el combate fi nal en el siglo xvii. La lucha de estos espíritus del bien y del mal, que a voluntad se hacen visibles a los ojos de los humanos e intervienen en sus acciones, no solo cambia la historia, sino que quedan vestigios físicos de la intervención de estos espíritus en el acontecer de los humanos, como el hecho de que en Potosí el puente que queda sobre la “Rivera” sea conocido como “el puente del diablo”(Mesa, 1998: 169), en referencia a la batalla que tuvo lugar allí entre ángeles y diablos. Además, que ese nombre también consta en uno de los tantos libros de la biblioteca de Raziel. Esta estrategia tiene como propósito conferir verosimilitud histórica a la escaramuza sobrenatural que tuvo lugar en ese puente. La pluma de Miguel fue publicada por Alfaguara Juvenil, es decir, está destinada a los adolescentes como primeros receptores de este discurso. En efecto, la descripción del enfrentamiento sobrenatural de los seres alados con las fuerzas del averno, cuyos personajes tienen características monstruosas, se asemeja a las batallas de los héroes de los dibujos animados que poseen poderes sobrenaturales, como ser capaces de mandar rayos y truenos, armas fantásticas con las que luchan, aunque ellos también recurren a armas tradi- cionales como la espada. El objetivo de esas batallas es rescatar la Conciencia Humana, la cual está contenida en una esfera luminosa. Esta imagen también refuerza la caracterización pictórica de los dibujos animados, en cuyas acciones las fuerzas del bien triunfan sobre las fuerzas del mal. Otro propósito de la novela es averiguar la identidad de los pintores que pintaron ángeles con trajes suntuosos. Para cumplir la misión que se les ha encomendado y para transitar por entre los humanos, los arcángeles se hacen visibles y escogen su propia ropa, indumentaria representada en la pintura colonial. Baraquiel, el arcángel descuidado, quien es la fuente de gran parte del humor de esta novela, además de ser el dios del relámpago, se encarga de pintar los hechos de la misión para reportar los resultados. Este Anexos 447

arcángel travieso incluso pinta un diablillo en una de las pinturas coloniales de una iglesia, de modo que, para que no se note su tra- vesura, cubren al diablillo con otra capa de pintura, dando como resultado un palimpsesto encubridor. Baraquiel traba amistad con Diego Quispe Tito, un pintor cuzqueño, quien enseña a Baraquiel las últimas técnicas de la mezcla de aceites con productos que provienen de las plantas para lograr pinturas de colores más bri- llantes. Baraquiel pinta cuadros de los arcángeles recurriendo a esas técnicas, pinturas incluidas en la novela, de modo que se crea una relación intertextual entre el texto escritural y los textos pictóricos. Gracias a este subterfugio se responde a la pregunta de la pequeña Isabel, que algunos cuadros coloniales que retratan a ángeles alados fueron pintados por Baraquiel mismo. Este arcángel aprovecha lo que ha aprendido en la tierra y abre una tienda en el cielo con el nombre de “La pincelada mágica”, donde vende lo último en pintura. En la inauguración de la tienda, ofrece sus pinturas en oferta. En consecuencia, vende sus pinturas como “maná caliente recién salido del horno”(Mesa, 1998: 310), en suma, Isabel Mesa de Inchauste conjuga doctamente la iconografía de los ángeles con la historia y leyendas andinas en un relato donde lo sobrenatural está humana y humorísticamente narrado. 448 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

Stefan Gurtner El grano verde (2004) (Novela juvenil)

Achaku es un ratón al que el autor de este libro ha atrapado en un frasco de mayonesa, y el roedor, desde su prisión, ha decidido contarle su historia a Stefan Gurtner. Él es un ciudadano suizo-boliviano con un fuerte compromiso con la infancia marginada de nuestro país, que además tiene otros escritos infantiles importantes, entre ellos su novela corta Pata Chueca (1998), la vida de un niño de la calle contada desde la óptica de un perro. El grano verde es la historia de aquellas personas que emigran del campo a la ciudad con la esperanza de una vida mejor; sin embargo, cuando llegan a la gran urbe terminan dándose cuenta de que no son bien recibidas, que la vida en la ciudad es difícil y sufrida, totalmente distinta a la del campo. El autor hace una atinada analogía entre los emigrantes y los ratones, muy parecida a la que posteriormente hará Carlos Vera entre sus emigrantes y los murciélagos. Ambos autores eligen los animales más recha- zados por el común de la gente, debido a su aspecto y color, para manifestar el trato que se les da a los emigrantes, ya sea si estos van de un país a otro o si viajan del campo a la ciudad. Achaku y su familia son ratones del campo que se ven for- zados a trasladarse a la ciudad. El pequeño Achaku, al igual que muchos niños que llegan a la ciudad, busca su identidad y trata de sobrevivir en un mundo adverso. El padre ha muerto al intentar traer comida para la familia, y la madre, viéndose embarazada nuevamente, lo saca a la calle para que busque a la hermana que hace tiempo ha venido a la ciudad. Luego de la desintegración de su familia, Achaku va descubriendo en su día a día la realidad de la gran urbe. No es fácil conseguir comida, no solo los ratones de la ciudad los discriminan sino que también hay gatos escondidos; no hay sótanos disponibles, y la cotidianeidad se convierte en un riesgo permanente para la vida. En la ciudad hay un lugar denominado “El palacio de la comi- lona” donde los ratones del campo hacen fi la todos los días para recibir algo de comida repartida por los ratones mestizos. Pero los Anexos 449

perversos ratones de la ciudad no dejan que los del campo tengan acceso a la comida, atacan constantemente y ocupan todos los sótanos de los humanos dejándolos sin opción. Achaku encuentra a su hermana quien, como una guerrillera aguerrida, organiza el grupo “Grano Verde” que intenta combatir a los ratones de la ciudad. Efectivamente, se da una batalla campal entre el grupo de ratones de la ciudad y el grupo de ratones del campo; batalla irracional, pues no saben que la verdadera batalla tiene que combatirse contra el gato quien espera ansioso caerles encima. La obra de Gurtner está muy bien escrita e invita a la refl exión. El lector, al igual que los pequeños roedores, recorre con rapidez las páginas y se las devora, mientras entra a hurtadillas a los es- condrijos, rejillas, alcantarillas, pasajes, huecos y recovecos de una ciudad donde nadie está seguro. El grano verde es una novela con un fi nal dramático como muchos de los fi nales de aquellos que vinie- ron con la esperanza de encontrar un mundo mejor y se mueren con las manos vacías. Los emigrantes añoran la tierra que los vio nacer; esa pampa altiplánica, ventosa, fría, solitaria y árida, pero fi el, porque le da al campesino el sustento diario. 450 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

Rosalba Guzmán Soriano Conquistando a Lindolfo (2008)

Primer Premio del II Concurso Nacional de Cuento Infantil 2008 convocado por Editorial Santillana para su sello Alfaguara.

Ernestina, una tierna y dedicada bibliotecaria, recibe la visita del director de la escuela quien le advierte que la hija de un padre de familia, una niña muy influyente, ha denunciado la presencia de un ratón en la biblioteca. Ernestina niega la presencia de un ratón (pues se trata de una ratona) y trata de poner a salvo a su mascota. A partir de ese momento, la novela gira alrededor de la condena a muerte de Julia, una simpática ratona de biblioteca, quien usará todas las estrategias posibles para evitar ser atrapada primero por el escua- drón de limpieza que contrata el director para limpiar la biblioteca, y luego del gato Lindolfo, quien tiene la misión de aniquilarla. Es una historia magistralmente escrita que utiliza varios de los recursos tan característicos de la literatura de Guzmán. El primero de ellos es el humor, pues se trata de una novela muy divertida en la que la autora pone gran comicidad a cada una de las situaciones de riesgo que vive la ratona en cuestión. Pero estas situaciones de humor se construyen a partir de los personajes, cada uno con una identidad propia y muy defi nida que los hace o simpáticos o antipáticos ante el lector. La hija del padre de familia, por ejemplo, no tiene un nombre porque retrata a cualquier chiquilla mimada e insoportable, de padres infl uyentes, que hace lo que quiere en la escuela y a la que nadie se anima a contradecir. En este caso, está decidida a demos- trar que hay un ratón en la biblioteca y que no parará hasta verlo muerto. Para darle gusto, el director del colegio, que si bien dirige la institución sabe que su cargo está en las manos de los padres infl uyentes, contrata un escuadrón de limpieza para que encuen- tren al ratón y lo eliminen. En sí el escuadrón de limpieza es un grupo de personajes totalmente sui generis, cada uno con un apodo que lo defi ne de acuerdo a su físico y que al fi nal se convierten en cómplices de Julia, gracias a la simpatía de la ratona: Anexos 451

Al llegar a su despacho, el Director llamó al escuadrón de limpieza compuesto por un joven alto y muy delgado de cabellos parados al centro de la cabeza, manos huesudas de fi nos y largos dedos llamado el Chicle. Otro de mayor edad, pequeño, gordito y cachetón y de mejillas rosadas, a quien le decían el Chato. Una mujer de aproximadamente treinta años, muy nerviosa e inquieta, fl aca, de ojos, orejas y boca grandes que todo el tiempo estaba haciendo gestos (conocida como la Flaquis) y fi nalmente de fuertes músculos, mandíbula cuadrada, un poco bigotuda ojos redondos, vivaces y dientes desiguales: la Malona. (Guzmán, 2008: 43)

Finalmente está Lindolfo, el gato que, a pedido de la hija del padre de familia, se queda a pasar la noche en la biblioteca con el único objetivo de comerse a la ratona. Pero los recursos que utiliza Rosalba no terminan ahí. Una vez más nos da una singular muestra de un juego con el lenguaje que también defi ne a los temperamentos de los personajes, lo que le añade a la novela un toque humorístico realmente genial. La bibliotecaria Ernestina es parsimoniosa y tranquila, enton- ces habla ceceando y muy lentamente porque tiene frenillo: “no de vaz a moved, ni de vaz a dejad ved con ed zeñod Domíngez porque zi te dezcubde tdae a Dindodfo que es feo y mado”. La hija del padre de familia habla sin descanso y atropelladamente, y por eso no existen espacios entre sus palabras: “Estabaentreloslibrosde- literaturainfaltilytambiénestabadetrásdellibrodetragediasgriegas”. De la misma manera, cada uno de los miembros del escuadrón de limpieza tiene una manera de hablar: el Chicle utiliza el inglés, lo que le da un mayor estatus entre sus compañeros; la Malona hace énfasis en las letras fi nales para mostrar su fi rmeza de carácter; el Chato habla un mal castellano y la Flaquis tartamudea. Es muy irónico que la autora plantee que el único personaje que tiene un perfecto castellano es precisamente la ratona de biblioteca que fi nalmente es un animal. Sin embargo, lo interesante de la obra es cómo Julia ensaya una serie de estrategias para mantenerse a salvo dentro de la biblioteca. En esa interminable noche de convivencia con Lindolfo, Julia es consciente de que al ser tan pequeña sería mortal intentar huir del adversario, por lo que echa mano permanentemente de su intelec- to, de su ingenio y de su capacidad de persuasión. Al ser una ratona de biblioteca, ha leído muchísimos libros de cuyos personajes ha aprendido las cosas importantes de la vida. Es en ese entorno que 452 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

los intertextos juegan un papel fundamental en la novela, y es a partir de su lectura y de los aportes de sus personajes que ella logra un acercamiento con su enemigo. De la biografía de Pina Bausch, coreógrafa y bailarina alemana, aprende que “uno puede expresar con el cuerpo lo que siente”; y de la diosa egipcia Bastet, la fi delidad por los seres especiales; y de la escena del zorro y el Principito a dejarse domesticar para “tender lazos de cariño, reconocimiento y afecto”; ideas que poco a poco introduce en el atrofi ado cerebro de Lindolfo mostrando que el poder de la palabra es precisamente lo que Julia necesita para desarmar a un enemigo que lo único que le interesa es comerse a la ratona por su naturaleza felina. Conquistando a Lindolfo es un libro maravilloso que más allá de la aventura, le recuerda al lector que en muchas situaciones desa- gradables, de desequilibrio físico, de riesgo o de enfrentamiento, el poder de la palabra es un arma fundamental y sobre todo im- prescindible para mantener un ambiente de paz. Anexos 453

Carlos Vera Vargas El vuelo del murciélago barba de pétalo (2009) (Novela juvenil)

Primer Premio del Concurso Nacional de Novela Juvenil 2009 convocado por Editorial Santillana para su sello Alfaguara.

Presentar a Carlos Vera Vargas no es hablar de cualquier autor de literatura infantil. No creo equivocarme al decir que su obra no se la conoce lo suficiente y, por lo tanto, su narrativa no ha sido valorada como corresponde. De las ocho obras de literatura infantil y juvenil que ha escrito, cinco tienen premios nacionales (Premio Nacional de Cuento Infantil del Centro Pedagógico y Cultural Por- tales, 1982; Segundo Concurso Nacional de Literatura Infantil de la Reforma Educativa, 1998; Premio Nacional de Novela Juvenil Santillana, 2009; III Premio Nacional de Literatura Infantil y II Premio Nacional de Literatura Juvenil, 2014), y dos novelas fueron finalistas en los concursos de literatura infantil más importantes de Latinoamérica, el enka (1994) y el Fundalectura (2003), ambos de Colombia. Probablemente el único escritor de infantil-juvenil con reconocimientos tan importantes dentro y fuera del país; y eso tiene que decirnos algo. Una de sus obras más impactantes es El vuelo del murciélago Barba de Pétalo, una novela que habla del fenómeno de la migración, que se hizo muy común en Bolivia cuando España acogió a muchos ciudadanos bolivianos que optaron por quedarse. La novela toca de manera muy sentida las implicaciones sociales que tiene un proceso migratorio. Proceso que en mucho casos culmina con el síndrome de Ulises, en el que la separación forzada de los seres queridos, el sentimiento de desesperanza, la ausencia de oportunidades ante un fracaso laboral, la lucha por la supervivencia y el miedo que conlleva el hecho de estar indocumentado, llevan a un cuadro de estrés muchas veces insostenible. Dentro de este contexto, Vera Vargas entrelaza dos historias paralelas: la vida del migrante con “la fatiga y el sufrimiento mi- 454 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

gratorio de los murciélagos, animales que también padecen de una serie de desajustes”, en palabras del mismo autor. Al inicio de la historia, un periodista escribe un artículo que introduce al lector al mundo de los murciélagos, voladores ma- míferos que no gozan del aprecio del común de la gente por su aspecto y color. Inmediatamente después, Ernestina nos involucra aún más con estos animales, porque cuenta que su tío Camilo va detrás de los quirópteros, estudiándolos en todos sus movimientos; que coloca redes para atraparlos y luego los observa, los pesa, los mide, les pone anillos de identifi cación, escribe todos los detalles en su cuaderno, les saca fotografías y después esa información de los murciélagos la archiva en su computadora. ¿No es lo que hacen los agentes de migración con los imigrantes? Entonces aparece la historia de Adriana y Mauri, quienes ex- trañan mucho al padre que un día marchó a España para darles una vida mejor. Ellos hablan con él desde una cabina telefónica todos los fi nes de semana, y esperan junto a su madre las remesas mensuales que llegan de Europa. ¿Pero quién sabe lo que realmente pasa con él? Un hombre indocumentado que vive lejos de su familia y sufre de fuertes dolores de cabeza porque no consigue trabajo ni tiene los papeles en orden, y, además, está obligado a esconderse de los que observan día y noche a extranjeros de baja ralea para atraparlos y deportarlos. El lector siente el estremecimiento migratorio que padecen los murciélagos cuando tienen que ir de un lugar a otro, e inme- diatamente uno piensa en este padre que se fue con la esperanza de una vida mejor. Una vida mejor posiblemente para su familia que recibe las remesas, porque los inmigrantes, debido a su con- dición de ilegales, son empleados en los trabajos más duros y bajo condiciones realmente miserables. Aparece Xavi, el amigo de Mauri, un loco soñador que quiere irse a toda costa a Europa a tocar el saxo. Pero él quiere ser un saxofonista de aquellos que van tocando por las calles, esperando que la gente abra las ventanas para saludarlo y tirarle alguna mo- neda. Quiere ser como un murciélago migrante para ir por todo el mundo o, tal vez, como El Flautista de Hamelín que solo por un día se llevaría de las grandes ciudades a las mujeres trabajadoras, a las que cuidan a los niños y ancianos, a los cocineros, a los cosechado- res de naranjas, a los criadores de caracoles, a los limpiavidrios, a Anexos 455

los mozos, a los plomeros, a los pintores… en fi n a todos los que hacen los trabajos más duros y peor pagados. Si eso ocurriera en la realidad, ¿será que las ciudades quedarían vacías y que sus auto- ridades irían a buscarlo hasta el fi n del mundo para que abriendo la montaña les devolviera a todos esos murciélagos… o, mas bien dicho, a todos esos inmigrantes que realizan el trabajo duro? “Murciélagos e inmigrantes”, no es nada descabellada la analogía que Vera plantea en su novela. La empleada de la ofi cina de correos tiene terror a los inmigrantes, asegura que hasta su nombre huele a terrorismo puro… “A esos descuidados”, dice entre susurros, “¡solo el cautiverio!”. ¿No es lo mismo que algunos seres humanos sienten cuando ven un murciélago? Así es el vuelo rasante de muchos murciélagos que buscan habitar en un lugar, en alguna parte… al mismo tiempo se escuchan los gritos de los inmigrantes con migraña. Sin embargo, el padre de Mauri y Adriana tiene un lazo muy fuerte, que es lo que lo mantiene de pie. Pese a las redadas, deten- ciones y deportaciones sobre los extranjeros indocumentados, él siente que su máxima emoción es que sus hijos siempre piensen en él y que le den un espacio en sus ilusiones y fantasías. Después de este recorrido por la obra de Carlos Vera es posible concluir en que este autor es un innovador de la temática en la narrativa juvenil boliviana. Temas como la adopción, el ofi cio de ladrillero, la migración, la casa de vecindad, tan cercanos a nuestra realidad, han sido tratados con la delicadeza pertinente a la com- prensión de un lector adolescente que hoy busca en la literatura juvenil algo más que lo tradicional. Con un lenguaje sencillo y directo es capaz de atrapar al joven sin el temor de incorporar conceptos científi cos o técnicos, porque Carlos Vera comprende ese respeto por nuestros lectores que lo menos que quieren es que se los subestime. Trabajando una literatura moderna y logrando un gran desafío para el lector, la novela teje una trama coherente en una suerte de desorden de capítulos que parecen cuentos independientes que narran dos relatos paralelos: la historia de Mauri y su familia, in- terrumpida semanalmente por las llamadas telefónicas del padre, y la de Ernestina y el tío experto en murciélagos, interrumpida también por las entrevistas del periodista que da cobertura al es- tudio de los quirópteros. 456 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

El vuelo del murciélago Barba de Pétalo nos habla de un problema actual, latente en todos los países latinos. Un problema que los jó- venes deben conocer para entender la situación de los compañeros que se quedan y de los padres que sacrifi can todo por conseguir una mejor calidad de vida que probablemente ellos nunca podrán disfrutar. Una vida en la que no se los ve como una bella golondrina que migra del sur al norte; al contrario, se trata de una vida en la que se los observa minuciosamente como a un horroroso y negro murciélago chupa sangre. Anexos 457

Verónica Linares Perou En busca de un caballito de mar (2010)

Finalista en el Premio Latinoamericano de Literatura Infantil y Juvenil Norma, 2008.

Verónica Linares es una autora boliviana identi- ficada con los niños más pequeños. Los guantes de Agustina, Clemencia la vaca que quería ser blanca, Matilde la paloma verdiazul y Zacarías son obras magníficamente escritas que la convierten en la mejor escri- tora boliviana dedicada a los primeros lectores. Sin embargo, Verónica nos sorprende con una novela para niños a partir de los 10 años. Se trata de En busca de un caballito de mar publicado por Grupo Editorial Norma en su colección “Torre de Papel” que relata una historia muy boliviana, con mensaje uni- versal: la búsqueda de nuestros sueños. Salomé, Sabina y Simón son hijos de una vendedora de frutas que vive en la ciudad de La Paz. Salomé tiene un único cuento de hadas que lleva a todas partes y allí ha visto que las princesas usan falda y cintas en el pelo. Ella se viste de la misma manera, porque se siente una princesa y todos los días lleva a sus hermanitos al Escondite. Allí, por órdenes de la Princesa Salomé, todos deben encontrar cosas para ella y ponerlas en un aguayo. La princesa tiene la esperanza de encontrar un minúsculo caballito de mar de siete colores, un caballito que le hace recordar al padre que un día se marchó y no volvió. Cada vez que llegan a casa y revisan los tesoros que están en el aguayo, Sabina y Simón ven entristecer a su hermana mayor porque no está el caballito de mar que ella anhela tener, pero de alguna manera ella sabe que no puede descansar hasta encontrarlo. A modo de ayudar a Salomé a encontrar su caballito de mar, Simón y Sabina parten hacia el río con la idea de encontrar un caballito de río. Ellos solo desean que Salomé sea feliz, incluso han encontrado una vieja revista de la que sacan unas fotografías de caballos para regalárselas a su hermana que poco se parecen a lo que realmente busca Salomé. La memoria de su padre no la deja en paz. Salomé recuerda esa noche de luna que echada sobre la hierba junto a su padre, él le 458 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

cuenta de un viaje que quiere hacer al océano y a mares lejanos. Ni su madre ni sus hermanos comprenden la obsesión de la Princesa por encontrar al caballito de mar. Salomé les explica que ése es el tesoro que ella busca, aunque no sabe bien por qué. Tiene algunos recuerdos en la cabeza, imágenes que no puede borrar. Piensa en el padre y no sabe por qué ese caballito la persigue día y noche. En esta novela, Verónica Linares entiende que todos los niños persiguen un sueño. En el caso de Salomé, la autora incluye el tema del abandono del padre que afecta tremendamente a la niña mayor. Es la única de los tres hermanos que tiene un vago recuerdo del padre que un día se marchó buscando el mar. Y Salomé no tiene paz en su vida hasta encontrar a ese caballito que le abrirá una pequeña puerta de esperanza para creer que su padre todavía la recuerda como a su princesa. A lo largo del relato la autora hace una interesante relación de la diversidad geográfi ca de la ciudad de La Paz con la vida de Salomé. Así las fl ores del parque botánico sirven para la coronación de la princesa, el trópico yungueño abastece de fruta a la madre, el Valle de la Luna le trae a la memoria una conversación con el padre, y el Illimani es la ilusión de una montaña que con su inmensidad oculta aquel océano al que ella quiere llegar. Y como destino fi nal de los sueños de esta niña está el mar, ese mar que es un símbolo de nostalgia pero a la vez de pertenencia de cualquier boliviano. Salomé se levanta un día y convence a sus hermanos de llegar hasta el mar sin tener la más remota idea de las distancias ni de lo que pueda ocurrir en el camino porque ese es su verdadero sueño. Así, la autora hace coincidir un anhelo boliviano representado por el padre soñador cuya única meta en su vida es conocer el mar, y el anhelo de Salomé de encontrar un objeto marino que la una al recuerdo del padre en el que su perseverancia es su mejor bandera. Una novela de fácil lectura para niños, llena de suspenso, con unas simpáticas ilustraciones de Marcos Torres, que no en vano ha sido elegida fi nalista en el concurso más importante de Latino- américa: Premio Latinoamericano de Literatura Infantil y Juvenil Norma 2008. Anexos 459

Brayan Mamani Academia Europa (2010) (Novela juvenil)

Primer Premio del Concurso Nacional de Novela Juvenil 2010 convocado por Editorial Santillana para su sello Alfaguara.

Academia Europa de Brayan Mamani es una obra cuya temática gira en torno a los miedos que sienten las personas ante ciertas situa- ciones y las consecuencias de esas reacciones casi automáticas en momentos de angustia. La madre de Antonio ha postulado a su hijo a la Academia Europa, un centro educativo de mucho prestigio donde los alumnos tienen diez horas de estudio diarias, comen y viven allí. Antonio hace amistad con Pedro, su compañero de cuarto, y tres estudiantes más que son nuevos como él. También ha conocido a Jonathan Washington, el otro de sus compañeros de dormitorio y el matón de la Academia que ya lo ha pegado un par de veces. Pero el encuentro más importante de la vida de Tony es Raymundo, el portero del colegio quien en su pequeño cuarto guarda como un tesoro varios libros de literatura clásica. La relación de ambos comienza cuando hacen un trato: Raymundo lo ayuda con el resumen de María de Jorge Isaacs, mientras Tony intentará, por primera vez en su vida, terminar de leer un libro completo, La cabaña del Tío Tom. Es cierto que Tony tiene miedo de terminar las cosas y que todo lo deja a medias. Cuando tiene la oportunidad de terminarlas, había soñado tanto con ese instante que me dio miedo que se estro- peara. Me arruinaría la felicidad, el sueño. Me gusta que todo sea per- fecto. Disfrutar del instante. Me asusta que los momentos especiales se echen a perder por algo, algún problema. Prefi ero quedarme con nada y así sucede siempre. (Mamani, 2010: 24)

Pero no es el único, Michael Carver, el fundador de esta prestigiosa Academia, también en su momento ha vivido huyendo cuando los peligros eran inminentes y había que enfrentarlos y darles una solución. Así dejó pasar la oportunidad de una transferencia 460 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

de fútbol al Club Internazionale de Italia, ofendió a la niña que más quería en la escuela por miedo a sus amigos y, después de 10 años de fundada la Academia, una evasión de impuestos lo puso en riesgo de terminar en la cárcel. Michael y Tony, dos personas de distinta generación, se relacionan entre sí a través de sus miedos que los acorralan for- zándolos a caer en situaciones extremas. En la primera parte del libro, con una narración en primera persona del protagonista, el autor hace una relación precisa de la vida de los adolescentes en el colegio. Un ámbito donde no falta el bravucón que abusa de los demás ni el juego del amor, la com- putadora y el chat, el fútbol y la pasión por sus protagonistas, y la personalidad de aquellos profesores que dejan huellas negativas o positivas en sus estudiantes. Dentro de este contexto es que Tony madura y crece para formarse como adulto. La segunda parte del libro, la vida del fundador de la Aca- demia, es más rica en cuanto a su estructura. Los recuerdos de infancia que Michael revive llevan al lector del presente al pasado como si se tratara de memorias relámpago que se entremezclan con las acciones del presente. Este en un desafío que el autor propone al joven lector. Deja la narración lineal para zambullirse en la anacronía del tiempo. Y es en ese ir y venir que el lector comprende los miedos, los trabajos inconclusos y las huidas que afl igen a Michael Carver a lo largo de su vida. En la tercera parte del libro, Mamani va atando cabos y re- solviendo el misterio de la relación entre los dos protagonistas. Antes de comenzar cada una de estas partes, el autor sugiere la música de fondo con la que se deben leer. El tratamiento de los personajes es muy bueno, aunque parece quedar al aire el amor virtual de Tony, la chica a quien encuentra en el chat y logra ver una sola vez a lo lejos, posiblemente en el peor momento de su vida. El lenguaje que utiliza es sencillo y legible de principio a fi n, estimulando la ansiedad de desentrañar el misterio de la relación entre los protagonistas. En algunas partes, el lenguaje llega a con- fl ictuar al lector adulto que ignora las abreviaciones que los adoles- centes utilizan en sus conversaciones del chat o de sus mensajes de teléfono, en las que el castellano es mutilado para obtener la rapidez necesaria de la comunicación inmediata. Anexos 461

Academia Europa es una de las pocas novelas bolivianas dirigi- das al público juvenil con calidad literaria y solvencia propia que gana merecidamente el Premio Nacional de Novela Juvenil. 462 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

Roger Otero Lorent Lo bonito de ser feos (2011) (Novela juvenil)

En años que tengo de leer literatura juvenil, sé que son pocos los au- tores bolivianos capaces de atrapar a un público con demandas tan exigentes, me refiero a los jóvenes, nada fáciles de complacer. Lucas, un estudiante de colegio, recibe en su casa a Clovis, un muchacho feo que le pide que le haga una carta de amor para una compañera de curso que le gusta mucho. “Tú eres el poeta”, le dice Clovis. Efectivamente Lucas asiente y le dice que hasta hacía unos meses él hacia cartas de amor por encargo. Y para explicarle a Clovis por qué ya no escribirá más cartas de amor, Lucas decide contarle su historia. Lucas es un amante de la poesía, entonces empieza a escribir cartas de amor anónimas a las chicas feas y las deja en el jardín de sus casas simplemente para hacerlas sentir bien. Lucas se da cuenta de la humillación que sufren las feas en el ámbito amoroso; sobre todo cuando el elegido es el muchacho lindo o el más popular del colegio. Para hacer las cartas, Lucas va todos los días a la biblioteca buscando libros de poesía que lo inspiren. Y a la par de un psicólogo amoroso estudia a las chicas que él cree que necesitan un incentivo para cambiar su vida: Reconocido mi talento… desarrollé el ojo clínico en base a una exhaus- tiva observación de las chicas del colegio. Empecé a acercarme más a las mujeres de mi curso, a escuchar sus exigencias, intenté descubrir cómo se apaciguaban sus apremios y se eludían sus mandatos, intenté comprender sus razonamientos, desenmarañar su mundo interno en busca de nuevas pistas que me descifraran el lenguaje común de sus corazones… ocupé más tiempo en la lectura de poemas y ensayos que trataran al respecto. Ahora mi ofi cio consistía en determinar qué textos eran idóneos para las posibles personalidades de mis pacientes. (Otero, 2011: 53)

En la biblioteca conoce a Cecilia, muchacha con la que comparte cosas en común y con quien inicia una buena relación de amistad, Anexos 463

hasta que ella se entera de lo que realmente Lucas hace en la bi- blioteca. Entonces es que todo el colegio descubre quién es el más famoso “poeta de los feos”. De ahí en adelante a Lucas le llueven los pedidos, pero al mismo tiempo Lucas enfrenta situaciones que él mismo ha creado con sus cartas y que lo hacen reflexionar sobre el mundo de los feos y los lindos, y sobre esta idea de escribir cartas de amor por encargo. Lo interesante de Lo bonito de ser feos, es que se trata de una obra muy actual, que refl eja situaciones cotidianas que los jóvenes viven a diario en sus vidas. Es una historia que involucra a todos los lec- tores, quienes pueden sentirse identifi cados con cualquiera de los personajes. De pronto unos son los feos “que no tenían posibilidad alguna con la chica que les gustaba, pues habían escogido alguien que no encajaba con su forma de ser”; o quizás son los lindos o las bellas de la clase, “el ángel que daba sentido a la vida masculina… una linda morena de ojos azules, cabello lacio azabache, hoyuelos cautivantes, silueta de Barbie y cutis impecable”; o tal vez son los más populares como aquel “muchacho atlético, respetado por su bíceps y pectorales, un chico de metro ochenta, ropa fi na, diálogos pobres y compañías disonantes”; o incluso nuestro protagonista y poeta, metido en su refugio que es la biblioteca del colegio donde consulta poetas o simplemente roba frases grandilocuentes que resultan agradables, escribiendo desde lo más profundo de su alma impulsado por el dolor propio y soledad de su carácter. Narrada en primera persona por el mismo protagonista en el afán de contarle su historia a Clovis, con un lenguaje sencillo y sin necesidad de usar la jerga juvenil, el autor nos regala una novela muy bien escrita que nos refl exiona sobre esa inversión de las prioridades que surgen durante la etapa de la adolescencia, en la que la atracción física, la belleza y el cuidado personal son los pilares que le dan seguridad al individuo para una convivencia feliz con sus compañeros. 464 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

César Herrera El día mas triste de la soberana más bella (2013) (Novela juvenil)

Primer Premio del Concurso Nacional de Literatura Juvenil 2013 convocado por Editorial Santillana en su sello Alfaguara.

Después de El tesoro inventado, novela ganadora del Concurso de Cuento Infantil-Juvenil, organizado por Santillana el año 2007, César Herrera llega el 2013 con un nuevo acierto, esta vez juvenil: El día más triste de la soberana más bella. La novela tiene un inicio difícil y confuso para el joven lector, incluso podría describirse como una novela que está en la frontera entre una lectura juvenil y adulta. El autor comienza: Hay un sueño que se repite noche a noche; es un sueño casi real, con ráfagas de añoranza que parece de otro tiempo en el que te ves más joven que la acostumbrada fi gura que observas en el espejo bajo la luna. Tal vez no seas tú, tal vez sea solo una niña que se perdió en sus propios recuerdos y que, en ese extravío, dió contigo.

Magistralmente escrita en segunda persona, voz narradora compli- cada de manejar, el narrador le habla de tú a aquella mujer que está en un lugar que desconoce, un lugar donde los sueños la envuelven y no la dejan en paz. Un espacio en el que su cabeza confunde cosas, entrelaza sueños y recuerdos que a veces encajan y otras no. No sabe dónde está y trata de poner sus ideas en orden, pero no puede. Así nos cuenta esta voz narradora por todo lo que está pasando esta mujer; con un lenguaje bellísimo y lleno de poesía. Tienes un sueño que se repite todas las noches cuando cierras los ojos. Pero conforme vas recordando, más tuya se hace la vida que sueñas. Ahí está otra vez ese dejo palpable, exhumando olores, tra- yendo palabras en el laberinto latente de tus pensamientos. (Herrera, 2013: 7)

Y en ese afán por escudriñar esos sueños, como si se tratara de una caja china, es que surge una segunda historia ambientada en Samaipata, el pueblo natal del autor. Se distinguen las historias Anexos 465

por el cambio de tipografía entre una y otra: primero el presente, luego los recuerdos. Se abre la caja y empieza la historia de una niña que ha queda- do huérfana y que vive con un tío que ha dilapidado todo el dinero que dejaron los padres para que pueda ir a un internado. Ya tiene 15 años y el tío, que es un fracasado, siente el remordimiento de haber gastado todo, mientras ella vende gelatinas para ganarse la vida. El autor hace pausas cuando cuenta esta segunda historia porque el narrador necesita hablar con la mujer que sueña, ne- cesita hacerle entender al lector lo que ella siente al revivir los recuerdos: Otra vez está ahí el mismo sentimiento, piensas en ese cuarto de paredes blancas, tan diferente al de aquella lejana vida que recuerdas en tus sueños. La soledad te embarga, y crees que aquella cálida vida que sueñas es tan distinta a aquella que estás acostumbrada a ver. Te preguntas: ¿Qué lugar será este? (Herrera, 2013: 32)

Sigue la segunda historia. Rosa, su mejor amiga, la invita a su pri- mera fiesta. Allí los jóvenes del pueblo le piden que sea la reina del carnaval y ella acepta. En esa fiesta conoce a Julián. Ambos se enamoran perdidamente e inician un romance juvenil. El tío encuentra un cofre con monedas de oro y con ese dinero trata de reparar el daño que le ha hecho a su sobrina. Compra la casa que ha sido de sus padres, la arregla para los festejos del carnaval y manda a adornar con trozos de oro partes del vestido de la reina. Todo está dispuesto para el gran día. El autor detiene las historias permanentemente, hace pau- sas entre sueños, recuerdos y realidad. Ingresa otro personaje que acompaña a la mujer, pero también a la niña: la Petronita. La madre que recorre sus vidas, un espíritu que habla con ellas permanentemente, que también recuerda y que a veces está tan viva como ellas: En las noches siempre la esperas después de apagar la vela. Te sien- tas en una silla junto a la ventana para ver el patio y la ves afanada como si todavía estuviera viva. Por momentos se detiene en su labor y te mira sonriendo. Ahora está a tu lado tejiendo una colcha gigante para tapar a los que tienen frío, que son tantos en este lugar, pues su debilidad fue siempre la gente desamparada… Ahora miras sus cabellos plateados, largos, serenos, con su sonrisa de luna, sus ojos grises, sabios, difuminados y sus dedos que parecen detenerse en aquello que sigue tejiendo. (Herrera, 2013: 17) 466 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

La joven se pone el vestido y sale por las calles del pueblo como soberana del carnaval. El día es perfecto. Julián la sigue con la mi- rada. Es el día más feliz de su vida. Julián y la joven están juntos toda la noche. ¿Qué más puede pedirle a la vida? En la mañana te despiertas temprano y lo primero que deseas hacer es ir a la iglesia, rezar y prender una vela en agradecimiento por lo mucho que ha cambiado tu vida. Tal vez hablar un rato con el padre y contarle que lo has conocido. Te das un baño y te poner un vestido que de seguro tu tío mando dejar en una silla de tu cuarto. El sol apenas ha salido. De pronto el jardín parece renacido… Llegas hasta la parroquia, la puerta está abierta. Pasas y entras a la ofi cina del padre. No hay nadie (Herrera, 2013: 67)

Pero una nube negra se cierne sobre el pueblo, se posa sobre la iglesia, luego sobre aquel depósito de bancos inservibles y muebles viejos donde la han arrastrado, y finalmente sobre la inocencia de la reina del carnaval que es desgarrada por la crueldad y violencia de unos despiadados malandrines. En minutos han destrozado la vida de aquella muchacha que se hundirá en la nada y quedará atrapada para siempre en el laberinto de su mente, una mente sumida en la locura. Una novela muy bien escrita en la que corren dos historias paralelas, similares pero distintas, en la que el autor maneja dos tiempos narrativos de manera impecable, en la que juega con los mismos personajes en dos planos diferentes y utilizando lenguaje poético que embellece con un marco maravilloso, las descripciones de lugares, situaciones y personajes. Anexos 467

Gaby Vallejo Canedo Tatuaje mayor (2009) (Novela juvenil)

Tatuaje mayor es una excelente novela juvenil que toca los temas del amor, la muerte, la adolescencia y las pandillas juveniles. La historia se inicia con la muerte de la abuela de Ylonka. En- tre las pertenencias de la abuela, la muchacha encuentra su diario personal que desde las primeras líneas pasa a formar parte de su vida, la que tiene que ver con su propia adolescencia. Las páginas del diario se van intercalando con la vida de Ylonka, quien a su vez las va comentando. Entonces surge una gran unión entre abuela y nieta, y es leyendo este diario que se dan dos vidas paralelas entre el amor prohibido y angustioso que vivió la abuela y el amor que Ylonka tiene con Andrés. Si bien la muchacha tiene la referencia de los amores intensos vividos por la abuela, estos contrastan con el mundo que a ella se le presenta, un mundo agresivo y violento. El encuentro entre nieta y abuela también constituye un encuentro de dos generaciones, de dos culturas juveniles, de dos formas de pensar y actuar marcadas cada una por su época. La trama se desarrolla en una ciudad sin la modernidad de hoy en la que se podía caminar tranquilamente por la noche, donde la obediencia a la familia era fundamental y la escolaridad no tenía las amenazas que preocupan a los padres de hoy. En ese mundo de los años cincuenta la abuela espera el primer beso, como lo más audaz de una relación y se presta al juego de la seducción y la con- quista sin otra acción mayor a la de esperar. Para Ylonka, las cosas son distintas, las relaciones amorosas de hoy son más atrevidas y arriesgadas; sin embargo, con diferentes formas y estilos, el amor de antes y el de hoy, se da de la misma manera: a veces se vuelve prohibido, peligroso y cruel. Ylonka termina siendo una joven rebelde que se enamora perdidamente de Andrés, integrante de una pandilla y dedicado a hacer tatuajes. A través de esa relación, Ylonka entra en el mundo oscuro y riesgoso de las pandillas. Un mundo en el que el vacío y la 468 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

soledad llevan a los adolescentes al borde del abismo, a la búsqueda de lo desconocido y desafi ante: consumo de drogas, experiencias sexuales, quiebre de límites, vida desenfrenada. Toda esta alocada forma de vida justifi ca el vacío interno del que ninguno quiere hablar, pero que muchas veces, como en esta historia, encuentra a la muerte en ese límite entre la insinuación y la transgresión. Además del diario, otro elemento fundamental en la obra es precisamente el tatuaje, que se convertirá en el nexo de unión entre la pareja. Andrés quiere esculpir un tatuaje en el cuerpo de Ylonka, porque para él será un símbolo de pertenencia. El lo realiza, ella lo acepta y soporta el dolor que esto implica. Luego de esta especie de ceremonia especial, solo los dos conocen el lugar donde está y el tatuaje transforma la relación en única. Andrés recorre con los dedos el cuerpo de Ylonka hasta palpar el tatuaje y encontrar la conexión entre ambos. El diario de la abuela muestra que más allá de la muerte es posible dialogar con la persona amada que un día nos dejó, que es factible encontrarse en secreto, ser adolescentes en distintas épo- cas y compartir aquello que nunca se pudo decir en voz alta. Pero sobre todo, es posible recibir el consejo de quién tiene experiencia y sabiduría cuando se está viviendo al borde del abismo. Anexos 469

Escritores bolivianos de literatura infantil y juvenil71

Acebey, David Chuquisaca, 1945 Romances de Tobiano y Florlinda (1997) Adriázola Arze, Claudia La Paz, 1971 Abuelas, ángeles y lunas (1998) Una aventura inesperada (2008) Yo que tú (2012) Alfaro, Oscar Tarija, 1921-1963 Cajita musical (1949) Alfabeto de estrellas (1950) Cien poemas para niños (1955) Colección de cuentos infantiles (1962) La escuela de fiesta (1963) Circo de papel (1970) Colección: Cuentos Alfaro (1971) Colección Cuentos Alfaro núm. 2 (1978) La lección de la vida (1982) El cuento de la estrellas (1982) Colección: Cuentos Alfaro núm. 3 (1983) Sueño de azúcar (1985) Don Quijote en el siglo xx (1985) Cuentos para niños (1986) El sapo que quería ser estrella (1987) El pájaro de fuego y otros cuentos (1990) El mundo blanco y otros cuentos (1993) Antelo Méndez, Bárbara Santa Cruz, 1989 El duende del siglo xxi (2010) Sky, aprendiendo a volar (2012) Aparicio y Aparicio, Luz Tarija, 1933 Los duendes azules (1977) Arostegui Arce, Carlos Oruro, 1941-2001 (?) Arbolitos de Navidad (1977) Quinuita (1991) Bass Werner de Ruiz, Zulema Tarija, 1922-2010 Poemas (1977) Florecer (1984) La mulita Clementina (1986) El renacer de la tierra (1986)

71 Esta es una lista que contiene 64 autores y 280 obras de literatura infantil y juvenil. Esta lista no incluye a todos aquellos escritores que se dedicaron o se dedican a la literatura infantil, y solamente contiene las obras más represen- tativas de cada uno de los autores citados. Bedregal, Yolanda La Paz, 1913-1999 El cántaro del angelito (1979) Historia del Arte para niños (2009) El libro de Juanito (2009) Benedict de Bellot, Paula El elefante de jardín (2012) La guerra de Fabián (2012) Dánae y el duende Matías (2014) El mundo de los bucefalitos (2014) Berdegué, Carla María La Paz, 1963 El cuento que tenía miedo (2011) El girasol y la noche (2013) Caero, María Isabel Cochabamba, 1950 Lira lira Marinita (1998) ¡Sorpresa! (2003) La magia de las mariposas (2005) ¡Mira qué maravilla! (2009) Hola Primavera (2010) La miski warita (2011) Calvimontes, Velia Cochabamba, 1935 Abejita Perecita (1996) Wallunka (1996) El palito mágico (1996) Cuentos de los duendes de la luna (1996) En busca de hogar (2002) Babirusa y el zapato de Tía Eulogia (2005) Babirusa la Babel de letras y otros cuentos (2007) El niño de la pérgola (2007) Buenos días Isabel (2011) Camarlinghi, José La Paz, 1928-2013 Cara Sucia (1962) Cuando yo era trencito (1978) Cárdenas de Alarcón, Elda La Paz, 1928 Despertar. Poemario para niños (1982) Barquitos de papel (1997) Calesita (1999) Pinceladas (2000) Leyendas del Ande (2000) Manuelito de la Candelaria (2002) Cárdenas, Ruth Sucre, 1950 Telegramas a Fermín (1996) Castrillo de Varas, Nilda Tarija, 1927 Don Cristóbal, héroe de las rosas (1994) La leyenda del volador s.f. El joyero s.f. El renacuajo de luz s.f. El tren del alba s.f. Cejas de Aracena, Luz Vallegrande El tesoro de Pablito (2000) La ranita Camila (2001) La gruta embrujada (2006) El niño Yuqui (2008) Buscando una estrella (2011) La princesa Micaela (2012)

Cervantes, Jorge Wilder Fábula del conejo y el zorro (2010) El niño que fue Papanoel (2011) Dávalos Arze, Gladys Oruro, 1950–2012 Helado de chocolate (1989) Ururi y los sin chapa (1998) La muela del diablo y otros cuentos (1996) El paraíso de los Qalapaqo (2003) Qatari y Asiru (2003) El rincón del tigre azul (2003) De la Quintana, Liliana Sucre, 1959 Colección Mitología Indígena Boliviana (1999- 2005) Colección Wawa Libros (2000) La linterna mágica (2009) Colección Urucu (2013) Díaz Villamil, Antonio La Paz, 1896–1948 Leyendas de mi tierra (1922) Teatro Escolar (1939) (1947) Escóbar, Fanny La Paz El mensaje secreto de la ciudad perdida (2011) Fernández de Carrasco, Rosa Cochabamba, 1918–2000 Teatro Infantil (1958) Teatro Infantil TIN (1992) Malvalushka (1983) Ticotín (1983) Caracol. Cuentos para niños (1991) Gantier, Joaquín Potosí, 1900–1994 Teatro. Piezas Breves (1940) Teatro boliviano para escuelas, colegios y conjunto de aficionados (1962) Garnica, Blanca Cochabamba, 1944 Poemas infantiles (2ª Ed. 1986) Retama y lombriz (1986) Limón partido (2000) El reloj anda descalzo (2005)

[471] 472 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

Giacoman Landívar, Vanesa Cochabamba, 1979 La tormenta mágica (2006) Luznar y el viaje misterioso (2010) Luznar y la sombra de los espejos (2014) Gómez-García, Xavier Cochabamba, 1966 Desde el Chaco (2ª Ed. 2005) Había una vez (2006) Grisi Huber, Roswitha La bolita (2013) St. Gallen, Suiza, 1957 Guerra Gutiérrez, Alberto Oruro, 1930 – 2006 Balada de los niños mineros (1970)

Gurtner, Stefan Berna, Suiza, 1962 Pata chueca. Si los perros hablaran… (1998) El grano verde (2004) Guzmán Reque, Angélica Cochabamba Alas azules (2004) Doña cuello y su jirafitis (2004) La ratita diligente (2008) El niño de miel (2008) Nuevas leyendas cruceñas (2010) Aventuras mágicas de Etelvina, la brujita viajera (2010) Voces de la naturaleza (2013) Guzmán Soriano, Rosalba Cochabamba, 1957 La revobulliprotesta (1991) La bruja de los cuentos (1997) El planeta multilenguado (2005) Conquistando a Lindolfo (2008) Una niña (2010) Y colorín colorado… (2011) Cuentipoemas (2014) Herrera García, César Samaipata El tesoro inventado (2007) El día más triste de la soberana más bella (2013) Ichaso Elcuaz, Ana La Plata, Argentina,1963 Los ojos de las estrellas (2005) Un cuento para dormir (2006) Jofré, Guillermina Cochabamba, 1949 Una abuela muy pero muy especial (1996) Lita y los cinco minutos (1998) Tintín en monopatín (2005) Cachito (2009) T’una papita (2ª Ed. 2012) Anexos 473

Linares Perou, Verónica La Paz, 1970 Los guantes de Agustina (2000) Clemencia, la vaca que quería ser blanca (2004) Matilde la paloma verdiazul (2007) Zacarías (2007) En busca de un caballito de mar (2010) El misterio de las ranitas (2013) Mamani Magne, Brayan La Paz, 1987 Academia Europa (2010) Tan cerca de la luna (2012) Mansilla, María Sarah Santa Cruz, 1950 Benjamín y el séptimo cofre de oro (2008) Benjamín y el bastón de Zenón (2009) Benjamín y el canto de los bosques (2010) Benjamín y la cueva del desierto (2012) Benjamín en santo corazón (2014) Mayorga, Norma La Paz, 1950 Bajaron las nubes (2009) Es un bóxer mi doctor (2010) Navidad sin Papanoel (2011) Otra vez la gata (2011) Melgar de Ipiña, Rosa Trinidad 1914-(?) El secreto de El carcaña (1988) Mesa Gisbert, Isabel La Paz, 1960 La pluma de Miguel: una aventura en los Andes (1998) El espejo de los sueños (1999) La portada mágica (2001) La Turquesa y el Sol (2003) La flauta de plata y otros cuentos (2005) Trapizonda: un video juego para leer (2006) El revés del cuento (2008) La esfera de cristal (2010) El tren de la noche (2012) Pioneros de la Literatura Infantil Boliviana (2013) Fábula verde (2014) Molina Viaña, Hugo Oruro, 1931–1988 Palacio del alba (1955) Lucero de seda (1956) Martín Arenales (1963) Bonquis y sus canciones (1967) Selección de cuentos para niños (1969) El duende y la marioneta (1970) Ratonela (1974) Poesía infantil andina (1974) Vicuncela (1977) El país de Nunca Jamás (1979) La niña de La Glorieta (1987) 474 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

Adivina, adivinador (1987) Martín Pescador (2007) Viajeros del espejo (2007) Pilicitu y Pilicín (2008) El diario de un gato (2008) Ratonciélago y otros cuentos (2008) El quirquincho y su caparazón (2008) Moreno de Díaz, Fanny Santa Cruz A la rueda rueda (1996) El baúl encantado (1996) Soldadito valiente (2003) Gotitas de cielo (2006) Los cuentos de Tía Engracia (2010) Novillo Torrico, Oscar Cochabamba Noche sin sueños con sustos (1992) Luna juguetona (1998) Lo más lindo y lo más feo (2005) La coneja buscando pareja (2009) Los enredos de un niño filósofo (2011) Encantadora cholita Mallku (2012) Otero Lorent, Roger Santa Cruz, 1981 Lo bonito de ser feos (2011) Bullying (2012) Parada de Brown, Lydia Trinidad, 1921 Noche de luciérnagas (1993) Los anónimos (1995) Paredes Candia, Antonio La Paz, 1924 – 2004 Selección de teatro boliviano (Recopilador) (1969) Teatro boliviano para niños (1987) Cuentos bolivianos para niños (1995) Quiroga, Giancarla de Roma, 1940 Cuentos para un amigo con gripe (1999) Niños, niñas y mascotas (2007) Quiroga de Urquieta, Rosario Cochabamba, 1948 De la palabra a las alas (1993) Girasol Azul (1994) En las pupilas de porcelana (2003) Suramar (2005) El crucero del ABC (2011) Amaru Mara (2011) De la costa mar adentro (2013) Ruiz Romero, Mariana Tarija, 1982 Uma y el círculo mágico (2009) Uma y el tren a las estrellas (2011) Uma y el guardián de los animales (2013) El baile de los dioses (2014) Uma y la laguna encantada (2015) Anexos 475

Salces Paz, Zoilo Santa Cruz, 1938 El vigilante invisible y el castillo verde (2003) Que no se apague la esperanza (2008) La historia del Beni en doce dramas (2010) Schulze, Beatriz Potosí, 1920 – 2000 Pompas de jabón (1963) Burbujas de color (1979) Semillero de luces (1981) Luces mágicas (1986) Soria Galvarro, Aida Cochabamba, 1942 Bajo la lluvia y el sol (1992) Phushka (1994) Eufrocina en la cocina (1998) El pato y la pata (2005) Letras cantarinas (2008) Eres ave o eres flor (2009) Muerte sierra (2011) Suárez, Gastón Potosí, 1929 - 1984 Mallko (1974) Las aventuras de Miguelín Quijano (1979) Suárez Céspedes, Biyú Santa Cruz, 1954 Cuentos de la señorita Malusa (2004) La abejita repostera (2004) El enigma del Piyo (2008) Crispín (2010) Chanchín está inspirado (2012) Una visita inesperada (2012) Suárez de Antelo, Berta Santa Cruz Ilusión mágica (1994) Caracolito. Poesía para niños (2006) Sueldo Bianchi, María Julia Santa Cruz, 1981 Minicuentos para grandes lectores (2007) Hormigas, letras, hormigas y brujas (2010) Silbidos, lluvia y piratas (2010) Cuentos con ciencia (2011) Talarico, Luisa, (Gigia) Santiago de Chile, 1953 El caracol gigante y otros cuentos (1990) Los tres deseos (1993) Un puñado de sueños (1999) La maleta de la esperanza (2005) Contando sueños (2008) La sonrisa cortada (2008) Cuentos de gatos y niños (2010) Comiendo estrellas (2011) Terceros, Rudy Las andanzas de Dere (2013) Vallejo Canedo, Gaby Cochabamba, 1941 Juvenal Nina (1981) Detrás de los sueños (1986) 476 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

Mi primo es mi papá (1989) Con los ojos cerrados (1993) La llave misteriosa (2001) Castigado (2005) Barullos de amor (2007) Wara y el sudor del sol (2007) Tatuaje mayor (2009) Las cuatro esquinas del mundo (2013) Tomasa Quispe en los ojos de Felipe (2013) Vargas Severiche, Manuel Vallegrande, 1952 Cuentos tristes (1987) Descubrimiento de Domingo Segundo (2003) El sueño del picaflor (1991) Pilares en la niebla (2009) Vera Vargas, Carlos Cochabamba, 1953 El sombrero blanco del señor que no era mi tío (2004) ¡Este patio es nuestro! (2005) Entre ladrillos y perejiles (2008) El vuelo del murciélago Barba de pétalo (2009) Un huevo astronómicamente frito, sazonado con una pizca de sal (2015) Dos gatos que caminan bajo la lluvia y no abren el paraguas (2015) Verduguez, César La Paz, 1941 Fábulas (2007) El tordo y las nubes (2009) Villanueva Rada, Hugo Riberalta, 1932 - 2006 Pepe y el ratón (1990) Aventuras de colita dorada (1991) El delfín azul (1992) El niño y el árbol (1993) Camano (1999) La guerra de los árboles (2002) Cuenchacobito y la garza rayada (2002) La historia de Manso (2003) Bibliografía

Obras consultadas

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Obras citadas

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Bedregal, Yolanda 1979 El cántaro del Angelito. La Paz. 2009 Obra Completa. Narrativa. La Paz. Plural Ediciones.

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Otero Lorent, Roger 2011 Lo bonito de ser feos. Santa Cruz. Grupo Editorial La Hoguera/Pura- letra Juvenil. 2012 Bullying. Santa Cruz. Grupo Editorial La Hoguera/Puraletra Juve- nil.

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Ruiz Romero, Mariana 2011 Uma y el tren a las estrellas. Santa Cruz. Grupo Editorial La Hoguera. 482 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

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Talarico, Gigia 1999 Un puñado de sueños. Santillana/Alfaguara Infantil. La Paz. 2008 La sonrisa cortada. Buenos Aires. Grupo Editorial La Hoguera/Pu- raletra Literatura Juvenil.

Vallejo Canedo, Gaby 2000 Detrás de los sueños. Cochabamba. 2005 Castigado. Cochabamba. 2006 Juvenal Nina. Cochabamba. 2009 Tatuaje mayor. Cochabamba. Los Amigos del Libro.

Vargas Severiche, Manuel 2003 Descubrimientos de Domingo Segundo. La Paz. Editorial Correveidile. 2004 Cuentos tristes. La Paz. Editorial Correveidile.

Vera Vargas, Carlos 1996 “Mi burrito Carmelo”. Cuentos de mi país: Bolivia. Betty de Albarra- cín (comp.). La Paz. Santillana/Alfaguara Infantil. 2004 El sombrero blanco del señor que no era mi tío. Bogotá. Grupo Edito- rial Norma. 2009 El vuelo del murciélago Barba de Pétalo. La Paz: Santillana/Alfaguara Juvenil. Biografías de autores antologados

Antonio Díaz Villamil Nació en La Paz en 1896 y murió en 1948. Estudió en la Normal Superior y trabajó como profesor de Historia y Geografía en la secun- daria del Colegio Ayacucho de La Paz. Fue parte del grupo de jóvenes El Ateneo de la Juventud de La Paz, cuyo objetivo era impulsar las actividades culturales entre las cuales estaban numerosas obras de teatro. En 1930 fundó la Sociedad Boliviana de Autores Teatrales con el fin de incrementar la producción dramática, y cuando estuvo como vicepresidente del Consejo Nacional de Educación, creó la Escuela de Arte Escénico que tuvo una corta trayectoria.

Óscar González Alfaro Nació en San Lorenzo, Tarija, el 5 de septiembre de 1921 y murió en la Navidad de 1963. A los 17 años publicó su poema Bajo el sol de Tarija y participó en los periódicos y volantes de la Federación de Estudiantes de Secundaria que albergaron sus primeras poesías con tinte social. La indiferencia de su padre fue determinante para renunciar al apellido paterno González y adoptar el materno. Se dedicó a la enseñanza de lengua y literatura en la Normal de Canasmoro (Tarija) y en varios colegios e institutos de la ciudad de La Paz. Entre 1946 y 1959 se dedicó a escribir columnas fijas en periódicos nacionales como La Razón y El Diario, además de un suplemento dedicado a los niños que salía todos los jueves.

Beatriz Schulze Arana Nació en Potosí el 24 de marzo de 1920 y murió en la ciudad de La Paz el 6 de mayo de 2000. Escribía desde que era muy niña y obtuvo varios premios en poesía y cuento en concursos de colegio. A los diez años escribió el poema Nostalgias que en 1963 fue presentado en ballet en el Teatro Municipal de La Paz. En 1944 fundó, junto con otros escritores muy jóvenes, Gesta Bárbara II, que resolvió trabajar en forma decidida por la cultura y las letras en el país. Fue acadé- mica de número de la Academia Boliviana de la Lengua y miembro correspondiente de la Real Academia de la Lengua Española.

[483] 484 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

Hugo Molina Viaña Nació en Oruro el 10 de octubre de 1931 y murió en La Paz el 13 de noviembre de 1988. Egresó de la Escuela Nacional de Maestros de Sucre y posteriormente realizó una especialización en literatura infantil en Santiago de Chile. Fue profesor en colegios de Oruro, La Paz, Tupiza y Uncía y, desde 1957, se convirtió en director de varios establecimientos mineros desde donde impulsó la creación de boletines literarios. En 1974 fue fundador de la Asociación Nacional de Expositores del Libro “Antonio Paredes Candia” y fue presidente de la Sección Nacional de la Organización Internacional para el Libro Infantil y Juvenil, ibby (1975-1985).

José Camarlinghi Nació en La Paz el 27 de agosto de 1928 y murió en la misma ciudad el año 2013. Fue autodidacta y su pasión fue la poesía, el teatro y la música. Amante de los libros, tuvo a su cargo durante muchos años la Editorial Camarlingui, a través de la cual se dedicó a difundir y publicar literatura boliviana por cuenta propia, convirtiéndose en un gran impulsor de la literatura nacional. Gracias a él, muchos libros para niños pudieron ser publicados y difundidos en una época en la que ninguna editorial apostaba por la literatura infantil. Por ese trabajo, la Universidad Mayor de San Simón de Cochabamba le rindió un homenaje (1979).

Yolanda Bedregal Nació en La Paz el 21 de septiembre de 1913 y murió el 21 de mayo de 1999. Estudió en la Academia de Bellas Artes de La Paz y luego hizo la carrera de Estética e Historia del Arte en la Univer- sidad de Columbia (Nueva York). Al regresar se dedicó a enseñar, primero en el Conservatorio de Música, en la Academia Benavi- des de Sucre, luego en la Escuela Superior de Bellas Artes y en la Universidad Mayor de San Andrés. Fundó la Unión Nacional de Poetas y el Comité de Literatura Infantil del que fue presidente y asesora (1964). Fue la primera mujer en ingresar a la Academia Boliviana de la Lengua (1973) y fue miembro de la Academia Argentina de Letras. La segunda generación de Gesta Bárbara la nombró “Yolanda de Bolivia” (1948). Biografías 485

Rosa Fernández de Carrasco Nació en Cochabamba el 30 de agosto de 1918 y murió en La Paz el 20 de julio del año 2000. Fue escritora, dramaturga y poeta. En 1946 fundó el Teatro Popular para Niños de la Subsecretaría de Prensa y Propaganda (spic) presentando obras en varios teatros. Cuando esta oficina desapareció, fundó en 1948 el Teatro Escolar del Ministerio de Educación que sostuvo durante 28 años con presentaciones en diferentes escuelas fiscales. En 1976 organizó un elenco de teatro formado por niños que vivían en la zona de San Miguel de la ciudad de La Paz presentando obras propias en diferentes teatros.

Elda Alarcón de Cárdenas Nació en La Paz el 28 de febrero de 1928. Trabajó con niños y fue maestra del Preventorio de Obrajes donde se dedicó a los niños con capacidades diferentes. Luego trabajó en los kindergártenes Casa Cuna, Macario Pinilla y Óscar Alfaro. Simultáneamente estudió en el departamento de educación pre-básica del Instituto Normal Superior Simón Bolívar. Organizó un grupo de teatro infantil en el kínder Macario Pinilla poniendo en escena La Bella Durmiente en ballet y La fundación de La Paz con la que ganó el Primer Premio de Teatro Infantil. Sus años de provincia los realizó en Copacabana donde compartió con niños campesinos.

Carlos Vera Vargas Nació en Cochabamba el 24 de febrero de 1953. Es licenciado en psicología y ejerció la docencia en varios centros de educación su- perior. Es autor de cuentos, obras de teatro y novelas destacadas. Es, probablemente, el autor de literatura infantil y juvenil que mayor cantidad de premios nacionales ha recibido y el que tiene más obras finalistas en certámenes internacionales.

Gaby Vallejo Canedo Nació en Cochabamba en 1941. Es profesora de literatura y lengua- je, y licenciada en Ciencias de la Educación (Universidad de San Simón, Cochabamba). Es diplomada en Literaturas Hispanoame- ricanas, (Caro y Cuervo en Bogotá) e hizo una pasantía en litera- tura infantil en la Internationale Judengbibliotek de Munich. Fue docente durante 18 años en la Universidad Mayor de San Simón, encargada de Bibliotecas Populares y del Centro de Documentación 486 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

de Literatura Infantil del Centro Portales durante 16 años. Fue fundadora del Taller de Experiencias Pedagógicas y de la biblioteca infantil Th’uruchapitas.

Luisa (Gigia) Talarico Nació en Santiago de Chile, en el mes de junio de 1953, pero radica desde hace muchos años en Santa Cruz, Bolivia, país que considera que la adoptó y donde tiene su vida y sus afectos. Se licenció en artes plásticas en Paris, luego estudió literatura en Frescati, Estocolmo y cursó una maestría en educación universitaria en Framinham State College, u.s.a. Después de sus estudios se instaló en Santa Cruz de la Sierra, donde publicó su primer libro en el año 1987. Desde entonces, trabaja como profesora de arte y de educación.

Manuel Vargas Nació en Huasacañada (provincia Vallegrande, Santa Cruz de la Sierra), el año 1952. Vive en La Paz desde su época de universitario. Vivió exiliado en Suecia entre 1982 y 1983. Durante cinco años fue redactor de la revista infantil Chaski. Es director de la revista de cuentos Correveidile y de la editorial del mismo nombre. Ganó el primer Premio Nacional de Novela con Rastrojos y el Premio Nacional de Cuento con su obra Cuentos tristes. Escribe artículos de opinión en diferentes periódicos del país.

Giancarla de Quiroga Nació en Roma, Italia, en 1940. De madre italiana y padre boliviano, vivió hasta los diecisiete años en Italia y después se estableció en Cochabamba. Graduada en filosofía, se ha dedicado a la enseñanza universitaria. Ha sido docente en la Universidad Privada del Valle y colaboradora del matutino Presencia (La Paz), Nosotras y Economía y Sociedad, suplementos del diario Opinión (Cochabamba).

Rosalba Guzmán Soriano Nació en Cochabamba. Escritora, actriz de teatro y cine, maestra y psicoanalista. Realizó estudios de postgrado en orientación escolar y educación de la sexualidad. Tiene un diplomado en educación superior y una maestría en formación docente. Participó en la elaboración y selección de material infantil para el boletín de planan, Programa Latinoamericano Niño a Niño, de Guatemala. Biografías 487

Fue guionista y ejecutora de la serie de casetes radioteatralizados de cuentos para niños de producciones Siembra y participó en varios libros de texto de Ediciones Santillana con varios poemas y cuentos infantiles.

Aida Soria Galvarro Nació el 26 de Agosto de 1942 en Cochabamba. Es profesora de Educación Primaria, egresada de la Normal Superior Simón Bo- lívar de La Paz. Trabajó en diferentes cursos y escuelas de nivel primario y fue subdirectora de preescolar y primaria del colegio Federico Froebel en Cochabamba.

David Acebey Nació en 1945 en Sipoperenda (Chuquisaca), territorio Ava- guaraní del Chaco. Fue periodista y catedrático; entre otras cosas fue fotógrafo, artesano del cuero, ayudante de albañil y guionista. Fue también zafrero, carpintero, chofer de taxi y mil oficios, pero siempre un cuentero que se ha mantenido entre las sombras. Tiene varios libros publicados, once premios en concursos lite- rarios, fotográficos y audiovisuales.

Claudia Adriázola Arze Nació en La Paz el 5 de enero de 1971. Es licenciada en Ciencias de la Comunicación Social. Publicó dos novelas infantiles: Una aventura inesperada (2008) y Yo que tú (2012), y Abuelas, ángeles y lunas (1998), para jóvenes.

Liliana De la Quintana Nació en Sucre en 1959. Comunicadora, videasta, guionista y escrito- ra de literatura infantil. Licenciada en Ciencias de la Comunicación, tiene un diplomado superior en Estudios Andinos, un diplomado en Derechos de los Pueblos Indígenas, un diplomado en Crítica de Arte Contemporáneo y un diplomado en Museología y Gestión Cultural. Co-fundadora de Producciones Nicobis (1981) donde trabaja durante más de 30 años como directora de proyectos, en la producción de videos y libros para el público infantil, y videos documentales sobre pueblos indígenas, movimientos de mujeres, animaciones y videos de ficción. 488 Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

Rosario Quiroga de Urquieta Nació en Cochabamba en 1948. Estudió Lenguaje y Literatura en la Normal Superior Católica y un postgrado en la universidad Com- plutense de Madrid. Ha escrito varios libros de cuentos y novelas infantiles, así como un par de novelas juveniles.

Isabel Mesa Gisbert Nació en La Paz en 1960. Licenciada en Ciencias de la Educación. Tiene cursos de especialización en educación en la Universidad de Arkansas y una maestría sobre Libros y Literatura Infantil con la Universidad de Barcelona y el Banco del Libro de Venezuela. Maestra del ciclo primario y trabajó como autora de módulos de aprendizaje en la Reforma Educativa Boliviana. Ha escrito varios artículos y realizado varias investigaciones sobre Literatura Infantil, lo que la ha llevado a varios congresos dentro y fuera de Bolivia.

Luz Cejas de Aracena Nació en Vallegrande. Miembro activo del Comité Nacional de Literatura Infantil y Juvenil (filial Cochabamba), de la Unión de Poetas y Escritores (filial Cochabamba). Directivo de la Asociación Latinoamericana de poetas (asolapo 2003). Su obra figura en varias antologías y tiene una colección personal de literatura infantil denominada Puerta de Luz.

Verónica Linares Perou Nació en La Paz el año 1970. Estudió Educación Inicial en la Pon- tificia Universidad Católica de Chile, posteriormente realizó una maestría en Educación en Bogotá y tiene una maestría en Libros y Literatura Infantil con la Universidad de Barcelona y el Banco del Libro de Venezuela. Se ha desempeñado como profesora del ciclo inicial en Chile, Colombia y Bolivia.

Mariana Ruiz Romero Nació en Tarija en 1982. Estudió Filosofía y Letras en Cochabamba y completó sus estudios en Córdoba. Ha colaborado en diversos suplementos literarios del país. Es autora de la saga infantil del personaje Uma y de la novela juvenil El baile de los dioses. Acta de selección de textos para la Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia

En la ciudad de La Paz, el día viernes 12 de junio de 2015, la antologadora Isabel Mesa Gisbert y los miembros del Comité Asesor de la Antología de literatura infantil y juvenil de Bolivia, Ma- nuel Vargas Severiche, Mariana Ruiz Romero y Rosalba Guzmán Soriano, invitados por la Coordinación General de Biblioteca del Bicentenario de Bolivia (bbb), tuvieron la responsabilidad de ana- lizar, evaluar, intercambiar criterios y seleccionar el contenido de la Antología. Luego de discutir ideas básicas de concepción y defi nición de literatura infantil y juvenil, lo que es determinante a la hora de considerar textos y autores, y una vez que se consensuó la mejor manera de enfocar, diseñar y ordenar esta Antología, el equipo inició la consideración de títulos y autores, caso por caso. Como resultado del proceso, desarrollado en el marco del en- foque, objetivos, características y formato de la colección de la bbb, se convino en seleccionar textos de literatura para niños y jóvenes, de acuerdo a un ordenamiento cronológico y genérico para que integren el libro. Algunos títulos quedaron en consideración de la antologadora quien, como se convino en la mesa, tendrá la palabra fi nal a la hora de defi nir su inclusión o exclusión. El conjunto de las obras seleccionadas, en criterio de todos los que suscriben este documento, constituye una importante y amplia muestra de lo mejor de la producción de autores bolivianos o residentes en el país para público infantil y juvenil. La lectura de estos textos será un aporte de suma importancia no solo para el público destinatario principal: niños y jóvenes, sino también para docentes e investigadores. Adicionalmente, la antologadora y el Comité Asesor formu- laron recomendaciones y sugerencias específi cas para la edición y publicación de la Antología, como ser: incluir en la sección Ane- xos del libro una serie de reseñas de las novelas más destacadas para niños y jóvenes escritas en el país, un índice de autores y bibliografías.

[489] La antologadora y el Comité de Asesor quieren dejar constan- cia de que actuaron en todo momento con absoluta autonomía e independencia en sus deliberaciones y decisiones. En conformidad a lo estipulado la antologadora, los miembros del Comité Asesor y los representantes de la Coordinación General de la bbb suscriben el presente documento.

Isabel Mesa Gisbert Manuel Vargas Severiche Antologadora Miembro del Comité Asesor

Mariana Ruiz Romero Rosalba Guzmán Soriano Miembro del Comité Asesor Miembro del Comité Asesor

Marco Montellano Gutiérrez Martín Zelaya Sánchez Coordinador General de la BBB Responsable de Gestión Editorial de la BBB

La Paz, 12 de junio de 2015

[490] En el marco de la celebración de los 200 años de la Independencia de Bolivia, en 2025, la Vicepresidencia del Estado Plurinacional, a través de su Centro de Investigaciones Sociales (CIS), determinó la creación de la Biblioteca del Bicentenario de Bolivia (BBB) cuyo propósito principal es seleccionar, publicar y difundir 200 de las más representativas obras del pensamiento y conocimiento de nuestro país, para promover la lectura, el estudio y la investigación de lo boliviano, fortalecer el sistema educativo y la refl exión sobre la identidad plural de Bolivia. La BBB es un proyecto editorial que toma en cuenta aspectos cronológicos, históricos, geográfi cos, étnicos, culturales, lingüísticos, etc. con la intención de conformar una colección de obras representativas de y para la historia de nuestro país en cuatro colecciones: historias y geografías; sociedades; letras y artes; diccionarios y compendios.

Historias y geografías 14. Choque, Roberto: La masacre de Jesús de Machaqa 1. Alarcón, Ricardo: Bolivia en el primer cente- 15. Chungara, Domitila (Moema Viezzer): Si me nario de su independencia permiten hablar 2. Albó, Xavier y Barnadas, Josep: La cara india y 16. Coímbra, Juan y Pinto Parada, Rodolfo: campesina de nuestra historia Siringa. Memorias de un colonizador del Beni 3. Aldeano y Pentland, Joseph: Bosquejo del + Arreando desde Moxos (Libro fusionado) estado en que se halla la riqueza nacional 17. Combes, Isabelle: Etno-historias del Isoso. de Bolivia + Informe sobre Bolivia (Libro Chane y chiriguanos en el Chaco boliviano fusionado) 18. Condarco, Ramiro: Zárate, el temible Willka 4. Armentia, Nicolás: Relación histórica de las 19. Condori, Leandro, Mamani, Carlos y THOA: El Misiones Franciscanas de Apolobamba escribano de los caciques apoderados + Tara- 5. Arzáns de Orsúa y Vela, Bartolomé: Historia qu, 1866-1935: masacre, guerra y renovación de la Villa Imperial de Potosí en la biografía de Eduardo L. Nina Qhispi + El 6. Arze Aguirre, René: Participación popular en indio Santos Marka T’ula... (Libro fusionado) la independencia de Bolivia 20. Crespo, Alberto e Inge Buisson- Wolff : 7. Bakewell, Peter + Mitre, Antonio y Tandeter, Esclavos negros en Bolivia + Negerklave- Enrique: Mineros de la montaña roja. El tra- reiundnegerhandel in Hochperu 1545 – 1640. bajo de los indios en Potosí + Los patriarcas (Esclavitud y tráfi co de negros en Alto Perú) de la plata + Coacción y mercado. La minería (Libro fusionado) de la Plata en el Potosí colonial, 1692-1826 21. Dalence, José María: Bosquejo estadístico de (Libro fusionado) Bolivia 8. Baptista Gumucio, Mariano: Cartas para 22. De Ribera, Lázaro: Moxos: descripciones e comprender la historia de Bolivia historia de los indios, animales y plantas 9. Barnadas, Josep: Charcas 23. De Viedma, Francisco, Comajuncosa, Antonio, 10. Barragán, Rossana: Espacio urbano y dinámi- Hanke, Tadeo y La Cueva, Francisco: Descrip- ca étnica. La Paz en el siglo XIX ción geográfi ca y estadística de Santa Cruz de 11. Block, David: La cultura reduccional de los la Sierra + Otros (Libro fusionado) llanos de Mojos 24. Del Valle, María Eugenia: Historia de la 12. Cajías, Fernando: La provincia de Atacama rebelión de Túpac Catari 13. Calancha, Antonio: Crónica moralizada 25. D’ Orbigny, Alcides: Viajes por Bolivia

[491] 26. Dunkerley, James: Rebelión en las venas 52. Soux, María Luisa: El complejo proceso hacia 27. Escobari, Jorge: Historia diplomática de la independencia de Charcas Bolivia 53. Suárez, Nicolás: Anotaciones y documentos 28. Finot, Enrique y García Recio, José María: sobre la campaña del Alto Acre Historia de la conquista del oriente boliviano 54. Thomson, Sinclair: Cuando sólo reinasen + Análisis de una sociedad de frontera: Santa los indios. La política aymara en la era de la Cruz de la Sierra en los siglos XVI – XVII (Libro insurgencia fusionado) 55. Trigo, Eduardo: Tarija en la independencia del 29. Gamarra, Pilar: Amazonia norte de Bolivia: Virreinato del Río de la Plata economía gomera (1870-1940) 56. Vargas, José Santos: Diario de un soldado de 30. Guevara, Ernesto: Diario del Che en Bolivia la independencia 31. Irurozqui, Marta: A bala, piedra y palo: la 57. Vásquez Machicado, Humberto: Obra reunida construcción de la ciudadanía política 58. Wachtel, Nathan: El regreso de los antepasa- 32. Klein, Herbert: Orígenes de la revolución dos. Los indios urus de Bolivia del siglo XX al nacional boliviana XVI. Ensayo de historia regresiva 33. Larson, Brooke: Colonialismo y transfor- 59. Antología de arqueología (2 volúmenes) mación agraria en Bolivia: Cochabamba 1550- 60. Antología de biografías 1990 61. Antología de ciencias de la tierra 34. Lofstrom, William: El Mariscal Sucre en Bolivia 62. Antología de cronistas coloniales de Charcas 35. Lora, Guillermo: Historia del movimiento 63. Antología de diarios de viajes y expediciones obrero 64. Antología de documentos fundamentales de 36. Mendoza, Gunnar: Obra reunida la historia de Bolivia 37. Mendoza, Jaime: Obra reunida (El macizo 65. Antología de estudios regionales boliviano + El factor geográfi co de la nación 66. Antología de folletos boliviana) 67. Antología de la problemática marítima 38. Mercado, Melchor María: Álbum de paisajes, 68. Atlas general e histórico de Bolivia tipos humanos y costumbres de Bolivia 69. Nueva historia general de Bolivia (1841-1869) 39. Montes de Oca, Ismael: Geografía y recursos Letras y artes naturales de Bolivia 40. Moreno, Gabriel René: Últimos días coloniales 70. Aguirre, Nataniel: Juan de la Rosa del Alto Perú 71. Alfaro, Oscar: Obra reunida 41. Parkerson, Phillip: Andrés de Santa Cruz y la 72. Antezana, Luis: Ensayos escogidos Confederación Perú-Boliviana 73. Arguedas, Alcides: Raza de bronce 42. Parsinnen, Martti: Tawantinsuyo 74. Bascopé Aspiazu, René: Obra reunida 43. Platt, Tristan: Estado boliviano y ayllu andino: 75. Bedregal, Yolanda: Obra reunida tierra y tributo en el Norte de Potosí 76. Borda, Arturo: El Loco 44. Platt, Tristan; Harris, Olivia y BouysseTherese: 77. Camargo, Edmundo: Obra reunida Qaraqaracharka 78. Cárdenas, Adolfo: Periférica Blvd. 45. Poma de Ayala, Guamán: Nueva crónica y 79. Cerruto, Oscar: Obra reunida (2 volúmenes) buen gobierno 80. Céspedes, Augusto: Sangre de mestizos 46. Querejazu, Roberto: Guano, salitre y sangre 81. Chirveches, Armando: Obra reunida 47. Querejazu, Roberto: Masamaclay 82. Costa du Rels, Adolfo: El embrujo del oro 48. Roca, José Luis: Ni con Lima ni con Buenos 83. De la Vega, Julio: Matías, el apóstol suplente Aires 84. Echazú, Roberto: Obra reunida 49. Rodríguez, Gustavo: Teoponte, la otra guerri- 85. Gerstmann, Roberto: Bolivia: 150 grabados lla guevarista en cobre 50. Sanabria, Hernando: Obra reunida (En busca 86. Gisbert, Teresa y Mesa José: Historia del arte de El Dorado + Apiaguaiqui Tumpa. Biografía en Bolivia del pueblo chiriguano y su último caudillo + 87. Gisbert, Teresa: Iconografía y mitos indígenas Breve historia de Santa Cruz) en el arte 51. Serulnikov, Sergio: Revolución en los Andes 88. Gumucio, Alfonso: Historia del cine boliviano

[492] 89. Guzmán, Augusto: Obra reunida 128. Antología de crónica literaria y periodística 90. Jaimes Freyre, Ricardo: Obra reunida 129. Antología del cuento en Bolivia 91. Lara, Jesús: Yanacuna (o Yawarninchij) 130. Antología de ensayo/crítica literaria en Bolivia 92. Medinaceli, Carlos: La Chaskañawi 131. Antología de fotografía boliviana 93. Medinaceli, Carlos: Obra reunida 132. Antología de gastronomía boliviana 94. Mitre, Eduardo: Obra reunida 133. Antología de literatura aymara 95. Montes, Wolfango: Jonás y la ballena rosada 134. Antología de literatura colonial 96. Moreno, Gabriel René: Obra reunida 135. Antología de literatura infantil y juvenil de 97. Mundy, Hilda: Obra reunida Bolivia 98. Otero Reich, Raúl: Obra reunida 136. Antología de literatura quechua 99. Paz Soldán, Edmundo: Río fugitivo 137. Antología de literatura de tierras bajas 100. Pentimali, Michella; Gisbert, Teresa; Paz, 138. Antología sobre la música en Bolivia Valeria; Calatayud, Jacqueline: Bolivia: los 139. Antología de poesía boliviana caminos de la escultura 140. Antología de tradición oral en Bolivia 101. Piñeiro, Juan Pablo: Cuando Sara Chura 141. Antología de teatro boliviano despierte 102. Poppe, René: Interior mina Sociedades 103. Quiroga Santa Cruz, Marcelo: Los deshabita- dos 142. Albarracín, Juan: Sociología boliviana 104. Querejazu, Pedro: Las misiones jesuíticas de contemporánea Chiquitos 143. Albó, Xavier: Obra reunida 105. Querejazu, Pedro: Pintura boliviana en el siglo 144. Almaraz, Sergio: Obra reunida XX 145. Anónimo: El manuscrito Huarochirí 106. Reynolds, Gregorio: Obra reunida 146. Arguedas, Alcides: Pueblo enfermo 107. Rocha Monroy, Ramón: El run run de la 147. Arze, José Antonio: Obra reunida calavera 148. Baptista Caserta, Mariano: Páginas escogidas 108. Saenz, Jaime: Felipe Delgado 149. Bouysse, Therese; Harris, Olivia; Platt, Tristan 109. Saenz, Jaime: Obra reunida y Cereceda, Verónica: Tres refl exiones sobre el 110. Salazar Mostajo, Carlos: La pintura contempo- pensamiento andino ránea en Bolivia 150. Díez Astete, Álvaro: Compendio de etnias 111. Sanjinés, Javier: Literatura contemporánea y indígenas y ecorregiones Amazonia, oriente y grotesco social en Bolivia Chaco 112. Shimose, Pedro: Obra reunida 151. Francovich, Guillermo: Obra reunida 113. Sotomayor, Ismael: Añejerías paceñas 152. García Jordán, Pilar: Unas fotografías para 114. Spedding, Alison: De cuando en cuando dar a conocer al mundo la civilización de la Saturnina república guaraya 115. Suárez, Jorge: Obra reunida 153. García Linera, Álvaro: Obra reunida 116. Suárez Araúz, Nicomedes: Obra reunida 154. Gianecchini, Doroteo: Historia natural, 117. Tamayo, Franz: Obra reunida (2 volúmenes) etnográfi ca y geográfi ca del Chaco boliviano 118. Terán Cabero, Antonio: Obra reunida 155. Guillén-Peñaranda y Pérez, Elizardo: Utama + 119. Urzagasti, Jesús: Obra reunida (2 volúmenes) Warisata, la escuela Ayllu (Libro fusionado) 120. Vaca Guzmán, Santiago: Obra reunida 156. Holmberg, Allan y Stearman, Ayllin: Nómadas 121. Viaña, José Enrique: Cuando vibraba la del arco largo: los sirionó del oriente boliviano entraña de plata + No más nómadas (Libro fusionado) 122. Wicky, Jean Claude: Bolivia: Mineros 157. Hurtado, Javier: El katarismo 123. Wiethüchter, Blanca y Paz Soldán, Alba María: 158. López Menéndez, Felipe y Barnadas, Josep: Hacia una historia crítica de la literatura Compendio de historia eclesiástica de Bolivia + boliviana La Iglesia Católica en Bolivia (Libro fusionado) 124. Wiethüchter, Blanca: Obra reunida 159. Marof, Tristan: Obra reunida 125. Zamudio, Adela: Obra reunida 160. Montenegro, Carlos: Nacionalismo y coloniaje 126. Antología de la arquitectura en Bolivia 161. Murra, John: Formaciones económicas y 127. Antología de la caricatura en Bolivia políticas en el mundo andino

[493] 162. Ovando, Jorge: Sobre el problema nacional y 185. Antología sobre la hoja de coca colonial de Bolivia 186. Antología sobre el minero y la minería en 163. Quiroga Santa Cruz, Marcelo: Obra reunida Bolivia 164. Reinaga, Fausto: La revolución india 187. Antología del periodismo y estudios de 165. Reyeros, Rafael: El pongueaje: historia social comunicación del indio boliviano 188. Antología de sociología boliviana 166. Riester, Jürgen: Obra reunida 189. Antología de tradiciones, folklore y mitos 167. Rivera, Silvia: Oprimidos pero no vencidos 190. Antología sobre textiles 168. Romero Pittari, Salvador: Obra reunida 169. Saignes, Thierry: Obra reunida Diccionarios 170. Urquidi, Arturo: Obra reunida 171. Van Den Berg, Hans: Obra reunida 191. Barnadas, Josep: Diccionario histórico de 172. Villamil de Rada, Emeterio: La lengua de Bolivia Adán 192. Bertonio, Ludovico: Vocabulario de la lengua 173. Zavaleta Mercado, René: Obra reunida aymara 174. Antología de antropología de tierras altas 193. Coello, Carlos: Diccionario de bolivianismos 175. Antología de antropología de tierras bajas 194. Gianecchini, Doroteo: Diccionario chiriguano- 176:- Antología de ciencias políticas bolivianas español, español-chiriguano 177. Antología de ciencias de la vida 195. Gonzales Holguín, Diego: Vocabulario de la 178. Antología sobre ciudad, mestizaje y economía lengua general de todo el Perú popular 196. Herrero, Joaquín y Sánchez, Federico: Diccio- 179. Antología del deporte boliviano nario quechua 180. Antología de economía en Bolivia 197. Layme, Félix: Diccionario aymara 181. Antología de educación en Bolivia 198. Marbán, Pedro: Diccionario de lengua mojeña 182. Antología de farmacopea indígena 199. Ortiz, Elio y Caurey, Elías: Diccionario etimo- 183. Antología de fi losofía boliviana lógico y etnográfi co de la lengua guaraní 184. Antología sobre las Fuerzas Armadas y la hablada en Bolivia Policía 200. Vocabulario de los pueblos indígenas

[494] Álvaro García Linera Vicepresidente del Estado Amaru Villanueva Rance Director General del CIS Ximena Soruco Sologuren Coordinadora Académica del CIS

COORDINACIÓN GENERAL Marco Montellano Gutiérrez Coordinador General Martín Zelaya Sánchez Responsable de Gestión Editorial Francisco Bueno Ayala Asesor Jurídico José Manuel Zuleta Responsable de Diseño e Imprenta Andrés Claros Chavarría Asistente General

LABORATORIO DE DISEÑO Y DIAGRAMACIÓN Pilar Montesinos, Rubén Salinas, Sergio Vega, José Manuel Zuleta (Responsable)

CONSEJO EDITORIAL, GESTIÓN 2015 Alba María Paz Soldán Amaru Villanueva Rance Godofredo Sandoval Marco Montellano (Secretario) María Luisa Soux Mauricio Souza Sergio Vega

COMITÉ EDITORIAL ENCARGADO DE LA SELECCIÓN Adolfo Cáceres Romero, Alba María Paz Soldán, Ana María Lema, Beatriz Rossell, Carlos Mesa, Claudia Rivera, Eduardo Trigo, Elías Blanco Mamani, Esteban Ticona, Fernando Barrientos, Fernando Mayorga, Germán Choquehuanca, Godofredo Sandoval, Gustavo Rodríguez, Hans van den Berg, Isaac Sandoval, José Antonio Quiroga, José Roberto Arze, Juan Carlos Fernández, Jürgen Riester, Luis Oporto, María Luisa Soux, Mariano Baptista Gumucio, Pablo Quisbert, Pedro Querejazu, Pilar Gamarra, Ramón Rocha Monrroy, Roberto Choque, Rubén Vargas, Verónica Cereceda, Xavier Albó y Ximena Soruco.

[495] Este libro, volumen 135 de la Biblioteca del Bicentenario de Bolivia (BBB), se terminó de imprimir en noviembre de 2015 en los talleres de Artes Gráfi cas Sagitario S.A. en el barrio de Tembladerani, ciudad de La Paz, Bolivia. En su diseño se emplearon las fuentes tipográfi cas Swift, Myriad Pro, Filosofía y Fedra en sus distintas variantes y tamaños. La edición consta de 4.000 ejemplares –3.500 en rústica y 500 en tapa dura–, el emblocado se realizó en cuadernillos costurados, las páginas interiores están impresas en papel Suzzano de 70 gr.