Mater Dolorosa
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2 Atzavares PRIMER PREMIO DE RELATO CORTO UNIVERSIDAD MIGUEL HERNÁNDEZ Vicerrectorado de Estudiantes y Extensión Universitaria Delegación de Estudiantes de la Facultad de Ciencias Sociales y Jurídicas de Elche Dirección: Secretariado de Extensión Universitaria Coordinación: José Antonio Espinosa Bernal Convoca: Vicerrectorado de Estudiantes y Extensión Universitaria © Prefacio: Fernando Borrás © Textos: sus autores © Diseño y Maquetación: Silvia Viana. Octubre, 2006 © Impresión: Alfagráfic Impressors - Editors ISBN: Depósito legal: 3 4 Prefacio Ante nosotros, en nuestras manos, hoy la fantasía. Un universo que emer - ge desde la nada, secuestrado al éter, y con la inspiración por bandera, para satisfacer la sensibilidad. Así estos cuentos, los relatos que viven entre las pági - nas de este libro, se incorporan al sutil mundo del conocimiento con la princi - pal cláusula de la belleza. Mundos, personajes, situaciones, ternura, soledad y alegría alargan su som - bra para anidar en la paz íntima de la lectura en el ámbito fecundo de los sueños. Fernando Borrás Rocher Vicerrector de Estudiantes y Extensión Universitaria de la UMH 5 Jurado Carlos José Navas Alejo : Profesor colaborador en el Área de Economía Financiera y Contabilidad. Fernando Miró Llinares : Profesor Titular de Escuela Universitaria en el Área de Derecho Penal. Teresa Cano Ferrer : Delegada de Estudiantes de Centro de la Facultad de Ciencias Sociales y Jurídicas de Elche. 6 Premiados Primer premio : Andrés Úbeda Castellanos con el relato El hijo pródigo . Seudónimo: Kurstok . Segundo premio : Rubén Ballestar Urbán con el relato Adagio . Seudónimo: T. Albinioni . Tercer premio ex aequo : Jesús Gutiérrez Lucas con el relato El avatar de un relato . José Mª Amigó García con el relato El tren nunca para . Seleccionados para su publicación • Rubén Ballestar Urbán con el relato Lo que más me asusta . Seudónimo: F. Dopper . • Juan Carlos Moreno Sellés con el relato Desde Eritrea . Seudónimo: Zarevich . • Jesús Cano Martínez con el relato Mater Dolorosa . Seudónimo: Nino Rippi . • Víctor Gras Valentí con el relato Señor Gnembe . • Pep Rubio Quereda con el relato El rastro . • Lola Hernández Francés con el relato Mi vida es sólo un recordar sus besos . Seudónimo: Dodo . • Alicia Peral Fernández con el relato Secretos de familia . Seudónimo: Pandora . • José Manuel González Ros con el relato El regalo del calamar . Seudónimo: De la mesa de cartas de Miracle . • Enrique Roche Collado con el relato Camellos en el aparcamiento . Seudónimo: Coyote . • Tomás Muñoz García con el relato Los amantes del eclipse solar . 7 8 El hijo pródigo ANDRÉS ÚBEDA CASTELLANOS Primer premio 9 - ¿Qué hay del Pasillo del Abedul? - Esa vereda ya no recibe ese nombre desde hace años. - ¿En serio? ¿Cuánto tiempo he estado fuera? - Más de lo que muchos desearíamos. A decir verdad, ni siquiera creo que queden abedules en aquel sendero –continuó-. Sólo los esqueletos de esos vie - jos árboles se atreven a contemplar el tortuoso camino y, por supuesto, ellos. - ¿Y el lago? ¿Aún es transitable? - Ya no se nos permite ir más allá. Habla con Alfonso, pero me temo que el viejo se negará en redondo. Santiago, vigila tus pasos –advirtió el hombre-. Tal vez algún día puedas ver como este pueblo vuelve a la normalidad, pero ya dudo mucho que para mí sea posible. - No te preocupes por eso. Por ahora me alejaré de ellos. Por ahora. - No hagas locuras Santiago, te lo ruego. El cazador abandonó el caserón. Una bruma espesa rodeaba las vivien - das de la villa, cuyos ladrillos enmohecidos parecían estremecerse al paso del aire helado y húmedo del invierno. Atravesó una pequeña fuente donde el agua había dejado de manar y el musgo sustituía a los grabados burdos de algún antiguo artesano. Como ya había comprobado al llegar, la gente desaparecía sin dejar rastro durante la noche. Tan sólo ellos vigilaban el apartado municipio, incólumes y fríos. Se internó en una pequeña bocaca - lle y llamó a la puerta de una de las casas. La puerta se abrió tan sólo unos segundos, suficientes para que el individuo que estaba al otro lado empuja - ra a Santiago al interior del hogar. - ¿Estás loco? ¿Cómo se te ocurre andar sólo por ahí a estas horas de la noche? –exclamó el anciano tan pronto como lo había agarrado. Santiago meditó su respuesta apenas se repuso de la sorpresa. - Tan solo quería hablar contigo. 10 El viejo curtidor se sentó junto a su mujer delante de la chimenea, donde sólo unos cuantos troncos raquíticos permanecían ardiendo débilmente. El vapor de agua se filtraba por los orificios de una vieja tetera oxidada en la que se había preparado una fuerte infusión de hierbas. Santiago admiró de nuevo los trofeos que colgaban de las paredes de la sala. Junto al viejo había logrado grandes cosas. No sólo le había ayudado a convertirse en un portentoso cazador, además le había enseñado la cualidad imprescindible de su profesión: la paciencia. - Ese jabato va a perder los nervios si lo miras tanto –comentó Alfonso señalando un viejo taburete cerca del fuego-. Anda, sírvete algo de manzanilla, debes de estar helado. - Ese fue el primer animal que cacé –repuso Santiago cogiendo una taza de la vajilla. - Con sólo doce años no se puede hacer nada mejor –bromeó el anciano- . Aunque yo hubiera preferido un corzo. - Se hace lo que se puede. - ¿Has hablado con Ignacio? - Vengo de verle. Parecía bastante asustado. - ¡Paparruchas! Ese hombre es un completo embustero. Más asustado estará cuando le ajuste las cuentas mañana. Por cierto, supongo que ya sabrás lo que sucede –el hombre abandonó su tono festivo tan bruscamente que Santiago tardó en reaccionar. - ¿Qué asunto? - ¡Oh, por Dios! Están por todas partes. - Procura no blasfemar, amor –lo riño su mujer. - Perdón Pepa. Estoy seguro que el Señor me perdonará por esto, pero ya sabes que pierdo los nervios cuando hablo de estos temas. - Su presencia debe ser tomada en consideración, ya lo sé –interrumpió el cazador. - Pues, por supuesto. Esos diablos me están poniendo cada vez más nervioso. - No creo que ellos pretendan hacerlo –susurró Santiago bebiendo un sorbo del mejunje. - ¡Me trae sin cuidado lo que ellos hagan! Tal vez esos monstruos puedan subyugar a un pueblo, pero no podrán con Alfonso Tordesilla Montero, eso te lo aseguro. - Y pensar que Ignacio me dijo que no hiciera locuras. No sé que pensaría de esto. 11 - No voy a hacer nada que él no sepa, muchacho. Además él está conmi - go, diga lo que diga ese viejo zorro –el curtidor dio un puñetazo sobre la cómo - da que hizo temblar todas las tazas de manzanilla-. Por cierto, ¿cómo te deja - ron pasar? Todos los caminos están cortados. - No vi a nadie cuando llegué. Supongo que no están siempre alerta. - Es curioso. Ellos nunca abandonan esos lugares y su diligencia en las vigi - lias es bastante mayor que la de los pobres españolitos. Pero eso ahora no importa. Dentro de tres noches, Ignacio, yo y tres de nuestros muchachos, abandonaremos el pueblo por el Pasillo del Abedul, cargando los fusiles con la pólvora que escondemos en la capilla. Golpearemos donde más daño podamos hacer y erradicaremos esta plaga de una vez por todas. Mañana por la mañana nos reuniremos los cinco en el hostal. Marita nos ha preparado una habitación. Me encantaría que vinieras. - Puede que vuestro plan no sea tan descabellado. Después de todo, no son más que unos pocos, aunque causen mayor miedo que la misma muerte. Iré con vosotros y os escucharé. El cazador se levantó de su asiento y apuró el líquido de su taza. - Muy bien, Santiago. Sabía que podía contar contigo. Mañana al alba, no lo olvides. Y corre rápido a tu casa. Ya está demasiado oscuro. El hombre salió en un suspiró y avanzó entre las sombras. De vez en cuan - do se giraba seguro de haber sentido un aliento frío en su cuello. Pero no había nadie allí, aunque siempre creía percibir un movimiento sigiloso perdiéndose tras cada esquina. La noche era demasiado helada. Santiago llegó al hostal a la hora convenida. Su oronda dueña le esperaba a la entrada. Marita le condujo al piso superior y le señaló una de las habitacio - nes más alejadas. A pesar de que el hostal ofrecía bastantes servicios, la mayor parte de las estancias permanecían desocupadas por el aislamiento que sufría el pueblo durante esa época. El cazador entró en la reunión sin llamar. Rodeando una mesa con un gran plano de la zona, cuatro personas discutían acaloradamente. - ¿Estos son tus tres muchachos? –se jactó Santiago al ver a los acompañan - tes del viejo curtidor: el párroco del pueblo, don Heriberto, y dos muchachos de no más de dieciséis años, que como después pudo saber, se llamaban Tomás y Luque. 12 - No juzgues a nadie por su aspecto, hijo –se defendió Alfonso-. Pensaba que te había enseñado que hasta el más inocente ciervo puede ser más letal, si le enfu - reces, que un violento y pesado jabalí. Y estos tres –dijo–, están muy furiosos. - Perdón, viejo. No dudo de tu sabiduría. Entonces, ¿cuál es el plan? - Primero debe llegar Ignacio. Hasta que él no esté aquí no empezaremos. ¿Por qué tardará tanto? Tomás y Luque se miraron dubitativos. - Si quieres vamos a buscarlo –dijeron al unísono. - No –se opuso el curtidor-. Los dos no. Santiago, ¿harías el favor de acom - pañar a Tomás al caserón de Ignacio? Seguro que ese vago está durmiendo. - De acuerdo. El cazador acompañó al muchacho hasta la salida y, juntos, caminaron los pocos metros que separaban el hostal del caserón de su compañero. Santiago recordó la conversación que había mantenido con Ignacio la noche anterior. Por mucho que Alfonso lo negara, su amigo estaba tan asustado que posiblemen - te no se hubiera atrevido a ir a la reunión.