ESFERAS TRIZADAS: LA GUERRA Y EL GÉNERO EN SEIS ESCRITORAS DEL MUNDO HISPANOHABLANTE

By

ALEGRÍA RIBADENEIRA

A DISSERTATION PRESENTED TO THE GRADUATE SCHOOL OF THE UNIVERSITY OF FLORIDA IN PARTIAL FULFILLMENT OF THE REQUIREMENTS FOR THE DEGREE OF DOCTOR OF PHILOSOPHY

UNIVERSITY OF FLORIDA

2006

Copyright 2006

by

Alegría Ribadeneira

Para mi famila.

ACKNOWLEDGMENTS

I am glad to have the opportunity to thank all the people that have made this

dissertation possible. My gratitude goes to all the members of my committee, Dr.

Geraldine Nichols, Dr. Efraín Barradas, Dr. Tace Hedrick and Dr. Reynaldo Jiménez.

Their input and the questions they posed since the early phases of this project helped me

define my topic and organize my work into a manageable task. I want to express my sincerest thanks to Dr. Nichols, my mentor and chair, who has offered me her support and encouragement every step of the way. I have been so fortunate. Her guidance and wisdom will remain with me forever. I would also like to thank my family and my friends who have followed my progress and have encouraged me and allowed me the space and the time to write.

iv

TABLE OF CONTENTS

page

ACKNOWLEDGMENTS ...... iv

LIST OF FIGURES ...... viii

ABSTRACT...... ix

CHAPTER

1 INTRODUCCIÓN...... 1

2 EL QUIEBRE DE LA ESFERA...... 7

Introducción...... 7 Hacia una interpretación política del texto literario ...... 10 Mapas conceptuales...... 12 Novela de guerra tradicional ...... 13 Novelas de guerra escritas por mujeres...... 14 La construcción de la mujer...... 15 La esfera femenina...... 17 La imposición de un espacio ...... 18 La imposición de roles y comportamientos...... 21 La imposición de un sistema de valorización...... 22 La esfera y su choque con lo Real ...... 24 Epistemología y esfera femenina...... 31 Historia, epistemología y esfera femenina...... 35 Literatura epistemología y esfera femenina...... 39 Ficción, historia y la textualización de lo real ...... 41 La narrativa en el proceso de construcción del saber ...... 44 La novela de guerra como género literario...... 48 La perspectiva de la mujer...... 51 Cuando la mujer escribe la guerra ...... 54

3 REPRESENTACIONES DE LA ERA REVOLUCIONARIA MEXICANA: BATALLAS EN EL DORMITORIO Y LA COCINA ...... 59

Introducción...... 59 La construcción de la mujer mexicana ...... 60 La Revolución Mexicana y la mujer ...... 66

v

Narrativa y la Revolución...... 70 Los recuerdos del porvenir. Combate por una memoria alterna...... 74 La guerra en la novela ...... 79 Establecimiento y desintegración de la esfera...... 81 La novela como herramienta epistemológica...... 86 Como agua para chocolate: Alterando la receta en tiempos de revolución...... 90 La guerra en la novela ...... 94 Establecimiento y desintegración de la esfera...... 97 La novela como herramienta epistemológica...... 106 Conclusión ...... 109

4 REPRESENTACIONES DE LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA: LA LUCHA POR RESCATAR LA PALABRA...... 112

Introducción...... 112 La construcción de la mujer española ...... 113 La Guerra Civil española y la mujer...... 119 Narrativa y la Guerra Civil...... 124 La plaza del Diamante: la asfixia ante al peso de la historia...... 128 La guerra en la novela ...... 132 Establecimiento y desintegración de la esfera...... 137 La novela como herramienta epistemológica...... 142 La voz dormida: dando voz a lo indecible...... 146 La guerra en la novela ...... 153 Establecimiento y desintegración de la esfera...... 157 Epistemología en la novela...... 161 Conclusión ...... 164

5 REPRESENTACIONES DE LA REVOLUCIÓN CUBANA: ENTRE LA ILUSIÓN Y EL DESENGAÑO ...... 166

Introducción...... 166 La construcción de la mujer cubana ...... 167 La Revolución Cubana y la mujer...... 173 Narrativa y Revolución...... 180 Mañana es 26: El fervor revolucionario ...... 185 La guerra en la novela ...... 188 Establecimiento y desintegración de la esfera...... 191 Epistmología en la novela ...... 195 Te di la vida entera: el desengaño y degeneración revolucionaria ...... 198 La guerra en la novela ...... 202 Establecimiento y desintegración de la esfera...... 204 Epistemología en la novela...... 206 Conclusión ...... 209

6 CONCLUSIÓN...... 212

vi

LIST OF REFERENCES...... 218

BIOGRAPHICAL SKETCH ...... 234

vii

LIST OF FIGURES

Figure page

1 La novela tradicional de guerra y su influencia en la esfera femenina...... 13

2 Novelas de guerra escritas por mujeres y su influencia en la esfera femenina...... 14

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Abstract of Dissertation Presented to the Graduate School of the University of Florida in Partial Fulfillment of the Requirements for the Degree of Doctor of Philosophy

ESFERAS TRIZADAS: LA GUERRA Y EL GÉNERO EN SEIS ESCRITORAS DEL MUNDO HISPANOHABLANTE

By

Alegría Ribadeneira

May 2006

Chair: Geraldine Nichols Major Department: Romance Languages and Literatures

While war affects everyone in a society, the war narrative – both historical and fictional—has traditionally been written by men about men. However, if we consider literature and history texts to be producers of knowledge and “reality”, much is lost by maintaining such a narrow focus. Few activities mark gender divisions and hierarchies the way war does. Women who write about war contribute toward revising the predominant constructed realities. This is the case of women’s war narrative in the

Spanish-speaking world, where civil wars and revolutions have inspired women to write novels situated in those times of intense upheaval.

Following Fredric Jameson’s lead in The Political Unconscious (1981), I propose a political interpretation of the literary text that takes into account gender hierarchies as

part of the ideology through which reality is textualized. The corpus to be examined

includes six novels that use the backdrop of three war events: the Mexican Revolution in

Como agua para chocolate (1989) and Recuerdos del porvenir (1963); the Spanish Civil

ix

War in La plaza del Diamante (1962) and La voz dormida (2002); and the Cuban

Revolution in Mañana es 26 (1960) and Te di la vida entera (1998). A political approach

to the text enables us to see each novel as a cultural production inserted within the

ideology through which a particular reality, in this case “the feminine”, is constructed.

Such an approach makes it clear that literary texts are not simply cultural products but

also makers of culture, insofar as they propagate the model they reflect.

It is my contention that there exists, within the discourses of these novels, a

challenge to the construction of gender hierarchies, to the extent that they present the

notion of the female sphere as a concept open to redefinition. Through history and fiction,

these novels achieve a narrative authority that provides them with an epistemological

advantage over that of other works of fiction. The alternative visions they present create a possibility of new knowledge production that breaks away from traditional ideas of women’s role in society and the lesser value accorded to feminine activities.

x

CHAPTER 1 INTRODUCCIÓN

Este estudio parte de la premisa de que toda producción literaria se desarrolla

dentro de un contexto social en el que las estructuras de poder dictan lo que se puede

escribir y cómo debe escribirse. Este mecanismo político afecta todo texto producido

dentro de una sociedad, y el sistema ideológico dominante subyacerá implícita e irremediablemente en toda obra. Poco importará que el/la escritor/a esté consciente de

ello o desee pronunciarse en contra o a favor de los preceptos sociales.

Acercarse de manera política al texto literario cobra particular importancia al estudiar la literatura que producen las mujeres, ya que las relaciones de poder que están en juego dentro del sistema jerárquico de género inevitablemente actúan sobre dicha producción. La mujer escribe desde un posicionamiento fuera de la hegemonía. Su circunstancia vital es diferente a la del hombre y dentro de la jerarquía de género ella ocupa un grado inferior.

El reconocimiento tanto de la estructura jerárquica social basada en el género como del posicionamiento de la mujer dentro de la sociedad patriarcal, desmitifica la idea errónea de que existe una escritura esencial femenina. La mujer simplemente escribe desde su posicionamiento social y el texto que surge estará marcado inevitablemente por su lugar de enunciación.

El concepto de la “esfera femenina” es de particular interés para este estudio ya que dentro de ella se posiciona tradicionalmente a la mujer. La idea de que ella ocupa un espacio imaginario donde desempeña roles y comportamientos “femeninos” de menor

1 2

importancia y valor que los de los hombres, conforman un concepto nocivo que

tergiversa la realidad a favor del orden masculino.

El estudio que se presenta a continuación pretende demostrar cómo el concepto de

la esfera femenina se rompe cuando las mujeres textualizan una realidad propia. El

análisis de seis novelas escritas por mujeres que se sitúan durante guerras y revoluciones

busca mostrar cómo tal momento caótico en el que las reglas sociales flaquean provee un

trasfondo fértil para la exploración de las limitaciones que impone el concepto de la esfera sobre la mujer.

La guerra y el sistema de género son inextricables. La guerra es una de las actividades que más refuerza el concepto de la esfera femenina y de las divisiones entre hombres y mujeres. Durante los conflictos bélicos se promueven las segmentaciones de espacio, con el hombre en el frente de acción y la mujer en la retaguardia. Asimismo los papeles de hombre guerrero valiente y mujer víctima débil circunscriben los roles que ha de desempeñar cada género en la guerra y en la paz. La gloria se adjudica al héroe masculino devaluando las actividades que las mujeres desempeñan en las contiendas del frente y la retaguardia.

La literatura que trata del tema tradicionalmente ha sido un medio para celebrar las actividades del guerrero y recontar sus hazañas. En la medida en que la mayoría de la narrativa de guerra está escrita por hombres, pocas veces han sido las mujeres las protagonistas. Al reflejar el posicionamiento masculino del autor, la narrativa de guerra generalmente reitera el concepto de la esfera femenina minimizando el rol que cumplen las mujeres y reiterando su separación del ámbito público.

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Cuando las mujeres textualizan eventos bélicos surge una contranarrativa que mina

la solidez de la esfera femenina. Aunque las mujeres también escriben la guerra, mucha

de esta literatura no se ha considerado como tal ya que tanto en contenido como en forma difiere del modelo dominante. Este estudio pretende reconocer esta narrativa en la medida en que amplifica el conocimiento sobre la falsedad de la división entre lo público y lo privado, al mismo tiempo que registra los diversos roles y heroísmos femeninos que han quedado al margen de la historia.

Como toda producción cultural, la literatura participa en el proceso de formación de conceptos. Las novelas a estudiarse pueden ser vistas como herramientas epistemológicas si se reconoce su participación en la creación y propagación de nuevos conocimientos. El particular éxito comercial que han tenido la mayoría de las obras que conforman este estudio las sitúa en una posición desde la cual pueden ejercer mayor influencia y así participar en la revisión del concepto de la esfera femenina.

La limitación de este estudio a novelas que se sitúan en la Revolución Mexicana, la

Guerra Civil Española, y la Revolución Cubana es de índole práctica. Una exploración de

todos los conflictos bélicos que han afectado al mundo hispanohablante sería imposible

ya que son muchos. Quedará entonces para un futuro la investigación de tanta literatura

que ha quedado fuera. En cuanto a las novelas del estudio son varios los parámetros que

se consideraron para su elección, siendo los más importantes el del género del autor y el

del hecho de que las historias estuvieran situadas durante los conflictos mencionados.

Este segundo parámetro suscitó un nuevo reto al hacerse claro que muchas de estas novelas textualizan la guerra pasadas las fechas de la historia oficial. Es así como se decidió incluir en cada conflicto una novela que cubriera la fase armada oficial y una

4

segunda que explorara las secuelas de la misma. Como agua para chocolate (1989), La

plaza del Diamante (1962), y Mañana es 26 (1960) cubren las fechas oficiales y más, mientras que Recuerdos del porvenir (1963), La voz dormida (2002), y Te di la vida

entera (1996) se concentran en los efectos de las guerras, que como se comprueba fueron casi tan violentas como las guerras mismas.

Otros aspectos que cobraron importancia al momento de elegir las obras fueron tanto de forma como de contenido. Fue decisivo que los protagonistas principales de las novelas fueran mujeres a fin de tener un mejor punto de referencia en cuanto a los cambios que la guerra ejerce sobre las participantes. Asimismo las estrategias narrativas innovadoras que utilizan las obras para contar la historia fueron de particular interés

cuando se evidenció hasta qué punto la forma de las novelas difiere de la narrativa de

guerra tradicional. El éxito comercial que las novelas han tenido también fomentó su

inclusión en el estudio debido a que, como ya se dijo antes, su influencia epistemológica

puede ser mayor si se considera que las novelas han sido ampliamente propagadas.

La disertación, organizada en cuatro capítulos, integra tanto estudios culturales

como literarios. El primer capítulo explora a fondo el proceso epistemológico que guía la

construcción del concepto de la esfera femenina en occidental. La influencia

que ha tenido la narrativa tanto literaria como histórica en la conformación de tal

concepto se estudia detenidamente a fin de dar medida de la influencia que puede tener

una novela que fusiona ficción con historia. El proceso de seleccionar los parámetros del

género literario “novela de guerra” también es expuesto a fin de mostrar la inequidad que

se crea con la masculinización del canon. Finalmente se explica con amplitud la

importancia de comprender a qué se refiere la aserción de que una novela escrita por una

5 mujer tiene una “perspectiva femenina”. Con esto aclarado se procede a teorizar algunas de las posibles características que puede tener una novela de guerra cuando es una mujer quien la escribe.

Los capítulos dos tres y cuatro siguen un mismo patrón. La primera parte de cada capítulo explora cómo se da a cabo la construcción del ideal femenino en el país al que las novelas pertenecen. También se examinan las circunstancias particulares del conflicto bélico y lo que este significó para la población femenina. Finalmente se estudia el impacto que ha tenido cada conflicto en la literatura de su país. Terminado este sondeo se procede a analizar cada novela. Para mejor entender cómo estas obras alteran el género literario tradicional de la novela de guerra, mientras que a la vez cuestionan los parámetros del género sexual, se hace un análisis tanto de contenido como de forma.

Son tres los aspectos en los que se concentra el análisis de cada obra. Para empezar, se determina la función que desempeña la guerra dentro de la trama a fin de establecer si es posible argüir que estas novelas pueden considerarse novelas de guerra. En segundo lugar se identifican los indicios textuales que patentizan el proceso de formación de la esfera femenina dentro de la novela y su subsiguiente desintegración bajo la presión del caos social. Este sondeo tiene como objetivo el determinar hasta qué punto y de qué manera estas novelas quiebran el concepto de la esfera femenina. A fin de solidificar la propuesta de que estas novelas contribuyen epistemológicamente a la construcción de un nuevo conocimiento al proponer modelos alternos de feminidad, se exponen las instancias a través de las cuales las novelas en sí parecen argüir a favor de la necesidad de crear historias de manera nueva y propagarlas.

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Para el final de este estudio quedará en evidencia que a pesar de la dificultad que pueda existir en clasificar a estas obras como novelas de guerra, el trasfondo bélico tiene una función que va mucho más allá de un simple elemento de ambientación. Asimismo se determinará que estas novelas representan un reto al concepto de la esfera femenina al proveer una textualización de la realidad en la que este constructo se ve sujeto a radicales cambios. La participación de estas novelas en el proceso epistemológico será solidificada no sólo por el análisis de las obras en sí, sino por el hecho de que este estudio mismo reitera su participación.

CHAPTER 2 EL QUIEBRE DE LA ESFERA

Introducción

La narrativa tradicional de guerra centrada en una visión masculina ha establecido no sólo los parámetros de este género literario sino también los decretos del género sexual donde el hombre desempeña el rol principal mientras que la mujer ocupa una esfera alejada y devaluada. En este lugar privado y despolitizado, se constituye a la

mujer como madre esposa o novia abnegada, pacífica víctima que necesita ser defendida

y que espera con anhelo el regreso de su héroe. A través de esta narrativa –repetida tanto

en la historia como en la ficción-- la guerra termina siendo “asunto de hombres” y se

devalúan las experiencias femeninas del frente y la retaguardia.

Pocas actividades humanas marcan las divisiones de género y crean jerarquías tanto

como la guerra. Frente a la perpetua posibilidad del acontecimiento bélico, las sociedades

promueven roles de género polarizados que incitan la agresividad en el hombre-guerrero

y la pasividad en la mujer-paliativo. A la vez glorifican la violencia necesaria para la

victoria. Las resultantes dicotomías y jerarquías son construcciones basadas en

interpretaciones, que en sí se articulan epistemológicamente dentro de una ideología

patriarcal que privilegia la visión masculina. Hasta recientemente los hombres han estado

a cargo de la construcción del conocimiento, demarcando y reiterando los conceptos que

han de guiar ideológicamente los roles de género a cumplirse durante la guerra (y la paz).

7 8

Una de las herramientas epistemológicas de mayor peso es la historia, que en su calidad de ciencia empírica basada en una supuesta objetividad, ofusca el hecho de que han sido los hombres los que la han escrito desde su posicionamiento masculino. A través de la selección de datos y de la creación de narrativas, ellos han determinado lo que ha de verse como significante y valioso desde el enfoque de sus experiencias. Como resultado, el quehacer de la mujer ha pasado a un plano no esencial, de poca trascendencia histórica.

Esta devaluación se hace evidente en la narrativa histórica de guerra que constituye uno de los pilares de la historia humana.

Aunque el valor epistemológico se otorgue mayormente a la historia como ciencia, la literatura también participa en la construcción del conocimiento al producir versiones textuales que intentan aprehender la realidad. A través de la representación, la narrativa ficcional crea percepciones que afirman o resisten el orden social establecido y las divisiones y jerarquías de género implícitas. La narrativa de guerra hegemónica presenta ratificaciones de la polarización sexual, pero fuera de ella se encontrarán contranarrativas que pueden cuestionar las dicotomías creadas.

Las novelas de guerra, que fusionan la historia con la ficción, vienen a formar una amalgama con un peso epistemológico y una autoridad mayor al de la mera ficción.

Ambas textualizaciones interpretan la realidad y se complementan. Tanto la historia como la literatura son producciones culturales que a su vez construyen cultura y conocimiento.

Dentro del género “novelas de guerra” se sitúan también los relatos escritos por mujeres. Uno de los objetivos de este estudio es romper el paradigma masculinista de este género para integrar la perspectiva de la mujer. Las historias contadas desde este punto de

9

mira exploran nuevos temas y formas de contar la guerra. La integración de estas

textualizaciones al canon no busca complementar la visión masculina sino redefinir el

paradigma de lo que constituye una novela de guerra.

Buscar la perspectiva femenina no implica una esencialización que asuma atributos

“naturales” del ser biológico mujer, sino que se basa en la idea de que la mujer tiene un

posicionamiento social determinado por un sistema de ideas. La ideología que rige el

sistema ha sido a su vez internalizada por el sujeto femenino e inevitablemente surge en el texto, ya sea consciente o inconscientemente. Las experiencias de la mujer, basadas en

su circunstancia social, se traducen en la textualización de su realidad y crean una

contranarrativa que en la mayoría de los casos emerge como disonancia.

Este es el caso en las seis novelas escritas por mujeres en las que se concentra este estudio. En ellas la polarización de los espacios asignados a cada género se desvanece cuando la guerra ingresa en el campo privado y lo político se muestra sin duda como personal. El sistema que valora lo masculino sobre lo femenino también se disuelve cuando el heroísmo no es limitado al campo de batalla. Finalmente se revela la arbitrariedad de los roles escritos sobre el ser biológico mujer cuando el clima de rebelión y la desintegración social, que sirven de trasfondo a las historias, catalizan transgresiones.

Lo que resulta de estas novelas es la destrucción de los paradigmas hegemónicos tanto de género narrativo como sexual. El ingreso histórico/literario de esta narrativa a la

cadena epistemológica altera la realidad creada por los textos dominantes y construye un

nuevo conocimiento que niega la separación, las restricciones y la devaluación de la

esfera femenina.

10

En este capítulo se explora más a fondo las conexiones entre: esfera femenina,

epistemología, historia, literatura y novela de guerra. El objetivo es situar a las seis

novelas dentro de la cadena epistemológica y argüir su importancia tanto en la alteración

de los esquemas creados por la narrativa de guerra tradicional, como en la construcción

de una nueva realidad. Para lograr este objetivo hay que empezar por reconocer que el

proceso epistemológico se da dentro del contexto ideológico que genera y es generado

por las textualizaciones de la realidad, incluyendo las novelas de guerra.

Hacia una interpretación política del texto literario

El análisis de las seis novelas de este estudio se basa en una interpretación política

del texto literario que sigue la pauta de Fredric Jameson expuesta en The Political

Unconcious. Tal decodificación “conceives of the political perspective not as some

supplementary method, not as an optional auxiliary to other interpretative methods

current today […] but rather as the absolute horizon of all reading and all interpretation”

(17). Esta exégesis reconoce y se concentra en las relaciones de poder y autoridad dentro

de la sociedad. No se verá al texto como una creación aislada sino como una producción

cultural insertada dentro del sistema ideológico patriarcal que a su vez construye lo

femenino.

Las novelas de este estudio, vistas como sistemas de representación, son productos

culturales que han textualizado la historia y lo real a través del inconsciente político..1

Los artefactos culturales son actos socialmente simbólicos, es decir que traducen la realidad, la ordenan a través de símbolos y la estructuran mediante el sistema de

1 La historia en este caso funcionaría, explica Jameson, como una “causa ausente” (35). Es decir que la historia se mantiene inexpresable en su totalidad pero sin embargo existe y produce los antagonismos del presente.

11 significación establecido por la ideología dominante, dando forma perceptible y accesible a versiones de lo Real.

Dentro de esta visión, toda producción textual (sea cual sea su disciplina) constituye una práctica ideológica que viene a reafirmar o desafiar el orden social que no es natural, sino creado por el hombre. Debido a que el ser humano no puede aprehender la realidad en su totalidad, la organiza y estructura a través de manifestaciones simbólicas. Esta estructuración forma parte de la ideología que rige no sólo el comportamiento, sino también la percepción de la realidad. Este sistema ideológico es el que forma al individuo como sujeto social que “libremente” internaliza una imagen del orden social y de su lugar dentro del mismo (Kavanaugh 310). Esta internalización no es un acto consciente. Toda representación a través de la cual el sujeto comprende su existencia se encuentra saturada de ideología.

La significación de “ideología” toma aún mayor peso cuando se observa que el sistema de organización del mundo implica jerarquías que establecen relaciones de poder y dominación. Así la ideología pasa a ser una herramienta de control social que normaliza los sistemas de subordinación a través del sistema de ideas. Es más fácil mantener y perpetuar una situación de jerarquía cuando todos los participantes han internalizado su situación social como natural, inalterable y básicamente justa. En este caso, como manifiesta James Kavanaugh, es la ideología y no la fuerza la que perpetúa y reproduce la dominación (308).

El análisis del sistema de representaciones como práctica ideológica que conforma al sujeto social transforma el estudio de todo texto en un acto político por el cual se intenta hacer visible el sistema de dominación. Esta es la segunda fase de Jameson.

12

Cuando el horizonte semántico en el que se establece un objeto cultural se amplía para

incluir el orden social se logra una transformación dialéctica del objeto de análisis donde

éste ya no es un texto individual sino que forma parte de un sistema ideológico colectivo

(76).

De esta manera las novelas en este estudio se revelan como producciones culturales

desarrolladas dentro del sistema ideológico colectivo que las genera. Se señalará cómo su

textualización de la realidad desafía el orden social construido por la ideología patriarcal

al explorar el tema de la guerra desde un posicionamiento diferente al masculino. El

quebrantamiento de paradigma sucede entonces a medida que estas novelas ingresan dentro de la cadena epistemológica y construyen otro tipo de conocimiento que subvierte la hegemonía masculina.

Mapas conceptuales

El ingreso de las novelas de este estudio a la cadena epistemológica, y su

contribución a la construcción/destrucción de la esfera femenina, puede trazarse tomando

en cuenta tanto los aspectos históricos como literarios de estos textos. Es de importancia,

para los objetivos de este estudio, esbozar las conexiones entre la novela de guerra, la

literatura, la historia y la epistemología, a fin de observar cómo las varias disciplinas

interactúan en la construcción de la esfera femenina. Los bosquejos que se presentan a

continuación sirven como mapas conceptuales que trazan el paso de la novela de guerra

por la cadena epistemológica. La primera versión considera la novela de guerra

tradicional, mientras que la segunda considera las novelas de este estudio. Debe

observarse que en ambos casos se ha ubicado a los eslabones de la cadena dentro de un

marco mayor que toma en cuenta su posición dentro del sistema ideológico, a fin de hacer obvio que toda producción cultural que cabe dentro de cada eslabón es un acto

13

socialmente simbólico que influencia y a la vez es influenciado por el sistema de ordenamiento social.

Novela de guerra tradicional

En el siguiente cuadro se puede observar cómo la novela tradicional de guerra

incorpora elementos literarios en su calidad de novela, y elementos históricos en su uso

de la temática de la guerra. A su vez, el enlace entre literatura e historia reconoce la

conexión entre ambas disciplinas al verlas como textualizaciones que interpretan la

realidad. Los enlaces entre literatura y epistemología, e historia y epistemología vinculan

a cada disciplina con la construcción de conocimiento. El último eslabón representa el

resultado en la producción del concepto de la esfera femenina que en este caso se

cimienta como impenetrable al basarse en la perspectiva tradicional de posicionamiento

masculino que separa a la mujer de los asuntos de guerra. Dentro de esta esfera se

prescribe un espacio, valorización y comportamiento que aísla a la mujer. La novela

tradicional de guerra excluye las historias que no se conforman al patrón, legitimando y

reiterando el sistema ideológico patriarcal.

Literatura NOVELA ESFERA (tradicional) Epistemología FEMENINA DE GUERRA Historia

I D E O L O G Í A

Figure. 1 La novela tradicional de guerra y su influencia en la esfera femenina.

14

Novelas de guerra escritas por mujeres

En esta segunda versión del cuadro que sigue se ilustra la cadena epistemológica

basada en las novelas de guerra escritas por mujeres que conforman este estudio. Se

puede ver que además de los elementos históricos y literarios que se integran a la cadena,

la perspectiva femenina cruza todos los eslabones. Ya no se habla entonces de la

literatura, la historia y la epistemología tradicionales que automáticamente legitiman y

reiteran la visón hegemónica masculina. Las historias en estas novelas no se conforman al

patrón y en vez de construir la esfera femenina más bien la destruyen. Esta esfera

femenina trizada se conforma a través de representaciones de la realidad que

generalmente han sido excluidas por la narrativa de guerra tradicional.

NOVELA Literatura

escrita por ESFERA mujeres Epistemología FEMENINA

DE GUERRA Historia

I D E O L O G Í A

Figure 2. Novelas de guerra escritas por mujeres y su influencia en la esfera femenina.

La destrucción de la esfera altera el contexto ideológico patriarcal que antes generó

a la novela tradicional de guerra. El nuevo contexto ideológico que van creando las novelas de este estudio redefine de esta manera tanto el género literario de lo que se entiende como novela de guerra, como el género sexual de lo que se entiende como mujer. Sin embargo, no se crea un nuevo contexto ideológico de un día para otro, sino mediante un proceso de negociación en el que participan todos los textos generados

15

dentro del sistema de ordenación social. Junto con los textos que reiteran la ideología

patriarcal coexisten textos como los estudiados aquí que la desafían. Los parámetros que

van surgiendo de este contexto cambiante se encuentran en constante estado de

permutación. Destruir los paradigmas establecidos por la ideología patriarcal es un

proceso difícil y problemático ya que la contienda se lleva a cabo desde dentro de los

mismos sistemas y patrones que se pretende alterar. Estos paradigmas, como los

conceptos de mujer y de esfera femenina son formidables contrincantes que se han ido

solidificando durante siglos de reiteración y legitimación.

La construcción de la mujer

La más importante premisa de este estudio es que hay una diferencia entre la mujer

como ser biológico y lo femenino como construcción social. Establecer esta diferencia es imperativo para poder explorar la construcción del género a través de la representación textual del mismo en la narrativa de guerra. Como ya dijo Simone de Beauvoir: “On ne naît pas femme: on le deviant” (13). Bajo esta visión se acepta que el sujeto es en sí un sitio textual que se inscribe dentro del sistema ideológico.

Las relaciones sociales que se dan dentro del sistema de ordenamiento social marcan a los seres sexuados basándose en las diferencias que se perciben, pero a la vez crean relaciones de poder. El género, según Joan Scott, autora de Gender and the Politics

of History “becomes a way of denoting ‘cultural constructions’—the entire social

creation of ideas about appropriate roles for women and men. It is a way of referring to

the exclusively social origins of the subjective identities of men and women. Gender is, in

this definition, a social category imposed on a sexed body” (32).

El uso del género como categoría social construida se problematiza al tomar en

cuenta factores como raza, clase o sexualidad. Sin minimizar la importancia de estos

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factores, se debe señalar que este trabajo propone un proyecto politizado dentro del cual

es imprescindible el uso de esta categoría. Como declara Sally Robinson en Engendering

the Subject: Gender and Self-Representation in Contemporary Women’s Fiction: “It is important to avoid a falsely generic sense of ‘women,’ but at the same time, some category is necessary if feminism is to do its political work” (4).

Al establecer la categoría social “mujer” y reiterar la diferenciación entre el ser biológico mujer y la construcción social mujer, lo que se intenta es desnaturalizar el sistema jerárquico basado en la biología. Esta biología, de por sí, no es opresora sino que se transforma en un instrumento de subyugación al darle cierta significación dentro del sistema de relaciones sociales (Pateman 126). La biología no es el único factor que aporta a la construcción cultural del género.

En su libro The Lenses of Gender: Transforming the Debate On Sexual Inequality,

Sandra Bem declara: “[t]hroughout the history of Western culture, three beliefs about women and men have prevailed: that they have fundamentally different psychological and sexual natures, that men are inherently the dominant or superior sex , and that both male-female difference and male dominance are natural” (1). Bem reconoce los tres lentes que según ella reproducen sistemáticamente la jerarquía que subordina a la mujer: la polarización de los géneros, el androcentrismo y el esencialismo biológico (2).

Basándose en el análisis de Bem se puede reconocer que la categoría social “mujer” es una construcción del patriarcado, que como sistema ideológico promueve la creencia de que todo individuo de sexo biológico femenino es por naturaleza diferente al de sexo biológico masculino. Esta diferencia se extiende más allá de las funciones biológicas y proclama que el género construido y basado en el sexo masculino es inherentemente

17 superior al basado en el sexo femenino. La proclamación jerárquica establece el androcentrismo en el cual el hombre es el centro y la mujer es lo que no es hombre. Por ende el prestigio pertenece al patrón (en el doble sentido de la palabra). La división organiza la realidad social y su mayor y más insidioso logro es la naturalización de la construcción de género que establece un esencialismo biológico que dicta un orden social difícil cambiar si se ve como natural.

Tal orden social se reproduce no solo a través de la internalización de sus preceptos que crean identidades de sexo consistentes con las construcciones de género, sino también a través de instituciones patriarcales que fomentan que cada individuo sexuado ocupe ciertos espacios y cumpla ciertos roles. Es bajo esta asignación que se desarrolla el concepto de la esfera femenina.

La esfera femenina

Dado que una de las premisas principales de este estudio es que las novelas analizadas contribuyen a la destrucción de la esfera femenina, es necesario definir este mundo. La esfera es una construcción de la ideología patriarcal que se refiere al “mundo” de las mujeres, donde estos individuos sexuados practican “cosas” de mujeres. Este campo de acción femenino se delimita no sólo por medio de la ideología de la división sexual, sino también a través de los discursos e instituciones sociales que lo reflejan y promueven.

Destacan como aspectos básicos de la esfera su inestabilidad y su artificialidad.

Como cualquier otro concepto, la esfera femenina se encuentra en constante proceso de reiteración y redefinición, y tanto hombres como mujeres participan como cómplices y/o adversarios de su implementación debido a su internalización de la ideología patriarcal.

La esfera es inestable porque es una construcción artificial que separa lo inseparable y en

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el proceso limita, prescribe y devalúa el comportamiento de un sector humano que vive

esta separación convencional frente a lo Real.

Al mismo tiempo, la esfera femenina no existe independiente de la masculina. Es

en este deslinde donde se encuentra el peligro. Sería fácil excluir la esfera femenina si

existiera en absoluta autonomía pero ese no es el caso. Las vidas de las mujeres se dan al mismo tiempo que las de los hombres. Todo individuo se correlaciona con los otros

miembros de la sociedad, y cada individuo ocupa varios lugares dentro de un sistema de relaciones. La realidad no hace separación de sexo y es precisamente en este punto cuando la ideología no está a la par con lo Real. Es por esto que los individuos cuyo

género ha sido construido como femenino no ingresan en la esfera de manera natural. La

mujer tiene que conformarse, adaptarse y rendirse al sistema de instituciones, leyes,

valores y costumbres que dictan el comportamiento apropiado para su ser sexuado.

Las novelas de este estudio contribuyen a la desintegración de falsas nociones

construidas sobre la mujer. Para efectos del análisis se reconocen tres imposiciones que

practica la ideología de la esfera sobre la mujer: 1. La imposición de un espacio al que

física y mentalmente pertenece la mujer. 2. La imposición de roles y comportamientos

que caben dentro de ese espacio. 3. La imposición de un sistema de valorización que no

otorga trascendencia al pensamiento o quehacer de la mujer.

La imposición de un espacio

La ideología de las esferas sitúa al hombre y a la mujer en diferentes planos,

asignando a ésta el espacio doméstico y privado y excluyéndola del mundo político y

público. El hombre por su parte habita y rige ambos mundos (Pateman 120). Esta

división, según Carole Pateman en The Disorder of Women (1980), dicta la autonomía de

cada espacio ignorando la relación real entre los sexos y deslindando lo privado de lo

19

público y lo personal de lo político, cuando en realidad son conceptos interdependientes

(3).

El concepto de las esferas debe verse dentro del marco histórico que revela sus orígenes y fluctuaciones. Según Kerber: “the separation of spheres was not limited to a single generation or a single civilization. [. . .] Surveys of the history of political thought, have shown that the habit of contrasting the worlds of men and women, the allocation of the public sector to men and the private sector (still under men’s control) to women is

older than western civilization” (18). Sin embargo, las divisiones no siempre fueron tan

marcadas ni tuvieron las mismas valoraciones que en la actualidad. Es así como durante

la época medieval los hombres y las mujeres habitaban un continuo cuyas divisiones eran difusas. Como explica Jean Bethke Elshtain: “As there was no separate civic or public sphere as a distinct social form, hence no citizen in the modern sense, sharp cleavages between civic and private persons had not yet appeared” (142).

La presente definición de las esferas se solidificó durante el siglo de las luces

(Higonett Reconfigured 3), y posteriormente con la revolución industrial y el surgimiento

del capitalismo (Newton 891). La relegación de la mujer a un espacio devaluado y

autónomo sirve, según Newton, los intereses del capitalismo industrial “by insuring the

continuing domination of middle-class women by middle-class men and, through its

mitigation of the harshness of economic transition, by insuring the continuing domination

of male bourgeoisie in relation to working-class men and women as a whole” (891). A la

vez la revolución industrial marca aún más la división de ocupaciones dentro y fuera del

espacio doméstico.

20

La construcción de las esferas es un concepto que se ha venido creando, reiterando

y solidificando a través de los siglos. El proceso se materializa en los muchos manuales

del comportamiento que aparecen en el mundo occidental, en los cuales constantemente se prescribe el espacio y comportamiento de la mujer. Como declara Kerber: “The

evidence that woman’s sphere is a social construction lies in part in the hard and constant

work required to build and repair its boundaries” (28).

En el caso del mundo hispanohablante se puede establecer una larga cadena de

manuales domésticos españoles tales como Instrucción de la mujer cristiana (Juan Luis

Vives, 1523) y La perfecta casada (Fray Luis de León, 1583) que se propagan también en

el nuevo mundo. Este tema se tratará en más detalle en los próximos capítulos. Por ahora

basta decir que ya para el siglo XIX estos manuales construyen un espacio doméstico

“caracterizado por la ausencia de las intrusiones del mercado y las consideraciones

políticas, o sea un espacio separado y puro” (Guevara 64).

Las feministas han estudiado la ideología de las esferas separadas desde varias

perspectivas y como explica Joan B. Landes “Far from being a platform for personal

fulfillment, in feminist writings the private sphere first figured as a site of sexual

inequality, unremunerated work, and seething discontent” (1). También han examinado el

concepto enfocando la atención en lo que sucede dentro de este espacio, trasformando en

significativo lo que se antes se había excluido como trivial. Es así como puede explicarse la aparente contradicción de este estudio que por un lado identifica la existencia de una esfera femenina, mientras que por otro la denuncia como una invención cuya destrucción se logrará a través de los mismos textos que en ella se generan.

21

La imposición de roles y comportamientos.

La dicotomía creada por la separación de las esferas se extiende no sólo al concepto de espacio público/privado asignado al correspondiente género hombre/mujer, sino que crea toda una serie de roles y comportamientos estipulados. Dentro de la esfera y sus confines imaginarios se prescriben atributos “naturales” que, como explica Irene Frieze en Women and Sex Roles, son ya presupuestos: “Culturally the feminine woman is supposed to be ‘delicate, dainty, passive, nurturant and emotional’; to be feminine is to be weak, and although women are not weak, feminine women are” (308). Mientras a la mujer se le considera débil, pasiva, dependiente, emocional y tonta, el hombre es fuerte, activo, independiente, racional e inteligente, y por consecuencia superior (Frieze 45).

Es difícil considerar a la mujer como ser independiente ya que su situación dentro de la esfera doméstica la define partiendo de su posición relativa en la familia. Es así como la mujer se representa siempre como hija, esposa y principalmente madre. Dentro del círculo de la vida doméstica su función primordiales la de cuidar hijos, maridos y demás miembros de la familia (Kerber 10). Su modo de ser dentro de este espacio está ya estipulado bajo la idea de lo que es una “buena” mujer. Es así como una “buena” hija debe ser cariñosa, dócil, respetuosa y sumisa a la autoridad paternal. Una “buena” esposa debe ser dócil, obediente, entregada, pudorosa y fiel; debe mantener su hogar en buen estado y a sus hijos y a sí misma siempre agradables para su marido. Una “buena” madre debe sentirse ilusionada con cada embarazo, amar profundamente a sus hijos, ser feliz, y abnegada. Las principales virtudes de la mujer son la domesticidad, la devoción, la pureza y la sumisión (Kerber 11).

Cuando el comportamiento de una mujer no cabe dentro de estos ideales se la considera no sólo “mala” sino también “desnaturalizada”; descastada si no se sacrifica

22

por su familia, esposo o hijos, o si pone sus intereses sobre los de su familia, queda fuera

de la norma. Una mujer no casta no es digna de respeto. Una mujer desobediente, rebelde, inquisitiva, fuerte, activa, independiente o inteligente que se desempeña fuera del plano doméstico se considera una aberración. Sin embargo, como se verá más adelante, la realidad y el patrón se encuentran en constante contienda y las discrepancias pueden revelarse dentro de los sistemas de representación tales como las novelas de este estudio.

La imposición de un sistema de valorización

El sistema de género es ya de por sí jerárquico, un constructo que, como recalca

Scott, requiere constante atención y mantenimiento para no desmoronarse (3). El sistema que posiciona a los individuos de sexo biológico femenino dentro de una jerarquía en la que el hombre es la norma y a la mujer es lo no hombre, lo “otro”, genera a su vez en un sistema de dominación a través de la naturalización de esta diferencia. Siendo el hombre

“naturalmente” la medida, la mujer queda “naturalmente” subordinada. Fuera del debate sobre si la subordinación de la mujer es un hecho universal o no, este estudio postula que la idea del sistema jerárquico de género es un hecho generalizado en el mundo occidental, y en México, España y Cuba en particular.

En el ya muy debatido artículo “Is Female to Male as Nature is to Culture?” Sherrie

Ortner declara: “[t]he secondary status of woman in society is one of the true universals, a pan-cultural fact” (21). Aunque esta aseveración ha sido rebatida y más tarde revisada por la misma autora en su libro Making Gender: The Politics and Erotics of Culture, son

varias las observaciones que se mantienen válidas en su análisis, entre éstas que la

“inferioridad” femenina es el resultado de una valoración cultural (23).

La asimetría de los géneros no se basa en las diferencias biológicas entre hombres y

mujeres, sino en el hecho de que estas diferencias se significan como superiores o

23

inferiores dentro del marco de un sistema de evaluación culturalmente definido (Ortner

“Is female” 25). Al observar que las prácticas y nociones culturales basadas en el género

se relacionan con el concepto de “prestigio”, se puede entender mejor el sistema de

ordenación basado en los sexos (Ortner Making 143). Aunque la idea del género como

marcador de estatus también presenta variables, Ortner concluye que si se considera el

prestigio como una forma de hegemonía se obvia la necesidad de considerar todas las

contradicciones posibles (Making 145). Es así como se puede hablar del prestigio relativo

“as in a claim that men are ‘the first sex’ and women are ‘the second,’ or that men are

preeminent, or have ‘higher status,’ or are accorded greater cultural value of charisma, or

have greater authority. In all of these statements, what is at issue is a culturally affirmed,

relative evaluation or ranking of the sexes [. . .]” (140).

Uno de los ejemplos más claros en cuanto al sistema de evaluación cultural que

otorga mayor estatus al hombre, puede verse en el valor que se asigna al trabajo y a la

división de las labores. Como explica Gerda Lerner en su libro Why History Matters

(1997), en las sociedades pre-estatales, antes de que la ideología del patriarcado se institucionalizara, las diferencias biológicas entre hombres y mujeres resultaron en una división sexual de labor. Es así que las mujeres, generalmente embarazadas, alimentando o cuidando niños se encargan de diferentes tareas que los hombres, pero esto no marca inferioridad o desventaja, sino que “[i]t is the cultural elaboration of ‘difference’ into a marker of subordination, a social construction which is historically determined, which creates gender and structures society into hierarchies” (209).

La consolidación de la ideología de las esferas bajo el capitalismo industrial cambia lo que se valora como trabajo significativo. La equiparación de “trabajo” a la labor

24

remunerada reduce al quehacer femenino a un plano de no trabajo (Enders 7). Sin

embargo, como aclara Lerner en The Majority Finds its Past, el quehacer femenino es

esencial para la existencia de la sociedad ya que “the multitude of economic and social

services performed by the housewife are indispensable to the ability of men to perform wage labor”. Pero continua: “[i]n a male-centered value system we only call work that which is performed for wages, thereby obliterating from consideration and view the work performed by most women” (179).

Pateman explora este mismo problema cuando declara que “[i]t is ‘forgotten’ that the worker, invariably taken to be a man, can appear ready for work and concentrate on his work free from the everyday demands of providing food, washing and cleaning, and care of children, only because these tasks are performed unpaid by his wife” (132). La mujer contribuye mayoritariamente a la beneficencia social de manera privada y no

remunerada cuando provee cuidados dentro de su hogar tanto a los niños como a los

viejos, a los enfermemos y a sus maridos (Pateman 10), pero todo esto se mantiene

“históricamente invisible” (Lerner The Majority 178), y por consecuencia desvalorizado.

La esfera y su choque con lo Real

La esfera femenina es un concepto artificial creado, legitimado y reiterado dentro

de la ideología patriarcal, pero la realidad y el sistema de ideas que pretende estructurarla,

no siempre coinciden. La discrepancia se genera al tratar de aplicar un modelo ideológico

estático a un sistema de relaciones dinámicas. En realidad las mujeres no existen

separadas de los hombres y sus actividades y actitudes no entran fácilmente dentro de

dicotomías ni categorías, menos aún jerarquías. Es en este punto donde la ideología y la

realidad chocan. Los espacios que las mujeres ocupan, y los roles que desempeñan son

más variados y complejos de lo que permite la ideología de la esfera femenina, y son

25

estas contradicciones las que pueden surgir cuando la realidad se textualiza presentando

rasgos de complicidad y/o antagonismo hacia la ideología que siempre se halla latente en

el texto.

La división dicotómica del espacio público/privado con su correspondencia

política/personal es mucho más compleja en el plano real. Como observa Landes, la línea

divisoria se encuentra en constante proceso de renegociación (3). En cuanto a calificar a

lo privado y personal como algo despolitizado, Carole Pateman observa que: “personal

circumstances are structured by public factors, by laws about rape and abortion, by the

status of ‘wife’, by policies on child-care and the allocation of welfare benefits and the

sexual division of labor in the home and workplace. ‘Personal’ problems can thus be

solved only through political means and political action” (131). Un claro ejemplo de esto

es el que da Francie Chasen-López en su artículo “From casa to calle: Latin American

women transforming patriarchal spaces”, donde la autora observa las situaciones políticas

recientes en Latinoamérica que han conducido a muchas mujeres a fusionar lo privado

con lo público, lo personal con lo político, y la casa con la calle, mostrando cómo éstas

no puede verse como categorías separadas (8). Lo personal, en efecto, es político.

Al mismo tiempo los roles que desempeñan las mujeres dentro y fuera de su espacio asignado son variados y complejos, y sus actitudes y comportamientos presentan un sinfín de combinaciones y matices que difícilmente caben dentro de las dicotomías creadas. La compleja realidad tampoco puede ajustarse fácilmente al sistema jerárquico creado bajo la ideología patriarcal que separa a la mujer, la subordina y desvaloriza. El choque de la realidad dinámica con el modelo estático, inevitablemente crea erosión. Es así como la ideología de las esferas no puede mantenerse inmutable sino que se va

26

modificando dentro de rígidos parámetros hasta que su inconsistencia con la realidad sea tal que es inevitable una alteración paradigmática del concepto (Kerber 27).

Como se ha visto, la esfera se ha ido formando y reiterando a través de la historia y sus textualizaciones, pero esto no niega que también exista un proceso de transformación que puede revelarse a través de un análisis que se concentre, no en las reiteraciones sino en las desviaciones. Como observa Ortner, un buen análisis puede evitar la circularidad y buscar en vez los tropiezos y las erosiones de los patrones establecidos, los momentos de desorden y resistencia (Making 17). Sin duda alguna el caos y el desorden que trae la

guerra representa uno de estos momentos.

La esfera femenina y la guerra

El sistema de género y el de guerra están íntimamente ligados en una relación tanto

obvia como contradictoria. Por un lado la guerra promueve claras divisiones y roles que

tanto hombres como mujeres han de desempeñar a fin de maximizar la oportunidad de

victoria, por otro, el desbarajuste que genera la situación bélica facilita la desintegración

de normas de género y suscita comportamientos alternos.

El “sistema de guerra” definido como “the interrelated ways that societies organize

themselves to participate in potential and actual wars” (Goldstein 3), promueve ante todo

la idea del hombre guerrero y la mujer pacífica. En su libro War and Gender : How

Gender Shapes the War System and Viceversa, Joshua Goldstein explora

exhaustivamente lo que él ve como una simbiosis absoluta entre la guerra y la

construcción de los géneros: “Causality runs both ways between war and gender. Gender

roles adapt individuals for war roles, and war roles provide the context within which

individuals are socialized into gender roles” (6).

27

Parte de la teoría de Goldstein se basa en que el matar no es un acto natural ni para

hombres ni para mujeres, pero el potencial de guerra es un hecho universal que se

presenta en toda sociedad. Es por esto que “[t]o help overcome soldiers’ reluctance to

fight, cultures develop gender roles that equate ‘manhood’ with toughness under fire.

Across cultures and through time, the selection of men as potential combatants (and

women for feminine war support roles) has helped shape the war system. In turn, the

pervasiveness of war in history has influenced gender profoundly” (9). Es así que se

construyen los roles de género que han de dividir a los protectores de los protegidos.

Esta división diferencia categóricamente a los hombres de las mujeres y los sitúa en espacios distintos. Es por esto que Miriam Cooke en su libro Gendering War Talk, observa que la guerra, como actividad definida en la diferenciación sexual y dedicada a la exclusión, es un terreno crucial donde se produce y reproduce el significado de género, ya que “[a]fter biological reproduction, war is perhaps the arena where division of labor along gender lines has been the most obvious, and thus where sexual difference has seemed the most absolute and natural” (ix). En el mundo occidental esta naturalización se ha ido construyendo a través de una tradición que asume la afinidad de la mujer con la paz y el hombre con la guerra. Es así como, según Elshtain, a través de mitos y memorias transmitidas se han creado lo que ella llama los “guerreros justos” y las “hermosas almas”: “in time of war, real men and women – locked in a dense symbiosis, perceived as beings who have complementary needs and exemplify gender-specific virtues—take on, in cultural memory and narrative, the personas of Just Warriors and Beautiful Souls” (4).

La simbiosis de la que habla Elshtain se hace necesaria en el sistema de guerra porque, según Goldstein, la creación de una esfera femenina alejada del horror del

28

combate es una necesidad para el hombre que requiere un lugar de refugio mental:

“Women collectively, then, serve as a kind of metaphysical sanctuary for traumatized

soldiers, a counterweight to hellish war” (304). Es así como se construye al frente como el lugar donde la guerra sucede y la retaguardia como el espacio neutral.

La ideología de las esferas se solidifica aún más cuando a las dicotomías hombre/mujer, guerra/paz, frente/retaguardia se les suman los roles de género asignados.

Es así que una vez más se asume que la mujer, relegada en su esfera proveyendo sosiego al hombre, será no sólo un paliativo sino la hija, madre, novia o esposa compasiva y abnegada que espera con ansiedad el retorno de su héroe. Sin embargo, como observa

Margaret Higonnet, este sistema ideológico que refuerza los roles tradicionales femeninos no da cuenta de la multiplicidad de actividades que las mujeres desempeñan durante la guerra tanto en la retaguardia como en el frente (Cassandra 146).

La interacción real de la mujer, como individuo social, crea un sinnúmero de situaciones en las que ella actúa fuera de los ideales prescritos. Sus comportamientos pueden situarse en una gama que va desde su absoluto desinterés en el conflicto hasta su participación total como combatiente. Entre los dos extremos se encontrará no sólo a la que promueve la paz sino también, por ejemplo, a la que incentiva al hombre a la lucha.

Este papel, como otros, no cuadra dentro de la idea de la mujer pacífica y es por esto que se ignora cuando se recuenta la guerra. Como observa Cooper en Arms and the Woman:

“[f]emale adulation of male warriors has been labeled patriotism, obscuring women’s aggressive involvement in the war system” (xiii).

29

La complicidad de la mujer en la guerra no es el único comportamiento que se ignora. Como apunta Linda De Pauw en Battle Cries and Lullabies: Women in War

From Prehistory to the Present:

In a traditional war story the male heroes do the fighting and embody the martial virtues. Their reward for suffering hardship and risking their lives is woman's love, including, in addition to sex, all the admiration, compassion, and provision of creature comforts that are associated with the image of wife and mother. Focusing on women in any other role spoils the story. (17)

Pero aunque se malogre la historia, el choque de la realidad con la ideología de las esferas impide ignorar que una vez que la guerra ha explotado, la contradicción existente entre el sistema de guerra, que promueve la ideología de los géneros, y el caos de la guerra, que facilita la desintegración de los mismos, se hace obvia. Esto convierte al terreno de la guerra en un lugar fecundo para la renegociación del género.

En su artículo “Civil Wars and Sexual Territories”, Margaret Higonett observa cómo la guerra altera los territorios sexuales, sacando a relucir la arbitrariedad de las definiciones de lo masculino y lo femenino cuando la división de labor tradicional se ve radicalmente transformada (80). Estos cambios, que se aceptan bajo la noción de su temporalidad, sin embargo dejan una huella que marca no sólo la falsedad de las esferas sino también del sistema de valoración que las acompaña. La participación de las mujeres fuera del espacio privado durante la guerra las lleva a desempeñar trabajos que quedan abiertos al marcharse los hombres, y hasta actividades en el mismo campo de batalla donde cumplen una variedad de funciones de apoyo y también de combate.

Las actividades que desempeñan las mujeres dentro del campo masculino pueden llegar a ser más reconocidas en la historia de guerra porque se dan dentro del territorio enaltecido. Sin embargo, las actividades de la retaguardia pueden también adquirir una nueva connotación ya que como observa Higonnet “the displacement of men from

30 conventional economic functions to military functions naturally rearranges the economic roles of women. The achievement of putting food on the table becomes a patriotic act in wartime” (e mail a la autora). Una vez que se acepta que la guerra también irrumpe en la esfera privada muchos de los quehaceres domésticos, que generalmente son desvalorizados, se revalorizan. Conseguir comida, cuidar hijos y mantener un hogar requiere valentía, coraje y heroísmo (Hoglund).

Con todo lo dicho puede verse entonces cómo la ideología de la esfera vista como aquella que marca el lugar al que física y mentalmente pertenece la mujer, y que a su vez determina tanto el comportamiento que cabe dentro de ese espacio, como el valor de lo que dentro de ella se realiza, no encaja dentro de la realidad de la guerra. El modelo requiere entonces un reajuste que, como sugiere Lassner, refleje la amplia gama de actividades que cumple la mujer en la guerra (8).

Este reajuste sólo puede lograrse a través del reconocimiento de las actividades de las mujeres que no se han conformado al patrón obligatorio y se han visto obviadas durante el proceso de construcción de conocimiento que define lo que es la guerra y por ende la paz. En esta construcción se cuentan versiones limitadas que no alcanzan a explicar la realidad. Si las mujeres son la paz y el sosiego al que los hombres pueden retornar después de la batalla, ¿cómo se representa su rol de instigadoras? Si las mujeres son víctimas pasivas ¿cómo se entiende su rol activo en la retaguardia donde tienen que recurrir a todo tipo de acciones y tácticas de supervivencia?

La construcción del paradigma ha silenciado muchas voces e historias incompatibles. Según Elshtain “[n]o conscious bargain was struck by our collective foremothers and fathers to ensure this outcome. Rather, sedimented lore—stories of male

31

war fighters and women home keepers and designated weepers over war’s inevitable

tragedies—have spilled over from one epoch to the next” (4). Sin embargo, lo que debe

entenderse es que las historias que se han pasado de una época a otra han formado parte

de un proceso epistemológico marcado por la ideología patriarcal, que es la que ha

consolidado los paradigmas.

Epistemología y esfera femenina

La construcción del sistema de significación que rige el orden social se constituye a

través del proceso epistemológico el cual, a su vez, se instituye dentro del contexto social

y cultural de una época. Partiendo de este precepto puede decirse que la construcción de

la esfera femenina, como parte del sistema de ordenamiento, es el lógico resultado de la

ideología patriarcal. El necesario análisis de la esfera como construcción se hace posible,

en la actualidad, gracias al surgimiento de teorías epistemológicas que desvelan la

falsedad del conocimiento objetivo, requiriendo que se tome en cuenta su producción en

términos sociales. Esto, como explica Elizabeth Potter en su artículo “Gender and

Epistemic Negotiation”, “will allow us to see what cannot be seen by individualist

epistemologies; the communal nature of knowledge production and the ways in which the

politics of gender, class, and other axes of oppression are negotiated in [its] production”

(165).

El análisis de la producción del conocimiento hace obvia su conexión con el poder,

apuntando no sólo hacia el sentido tradicional de que el acceso al conocimiento da poder,

sino también hacia el reconocimiento de que la legitimación del saber está íntimamente ligada a los sistemas de dominación y exclusión (Lennon 1). Es así que se pueden destruir los ideales de la objetividad que, como plantea Lorraine Code, no son más que la generalización de la subjetividad de un grupo: “a group that has the power, security, and

32 prestige to believe that it can generalize its experience and normative ideals across the social order, thus producing a group of like-minded practitioners (‘we’) and dismissing

‘others’ as deviant, aberrant (‘they’)” (“Taking” 22).

La comunidad epistémica ha estado constituida tradicionalmente por miembros privilegiados del género masculino. Las nociones actuales de lo que constituye el conocimiento y la verdad han sido articuladas por este grupo dominante que ha formulado las teorías prevalecientes y ha escrito la historia desde su perspectiva, sentando valores que se han convertido en los principios que guían tanto a hombres como a mujeres (Belenky 5). Contraria a la idea de que el sexo del conocedor no tiene importancia debido a la supuesta objetividad del dato, debe reconocerse que el género del mismo es epistemológicamente significativo (Code What 10).

Todo conocedor está situado temporal, espacial, histórica, cultural y socialmente, y las dimensiones de su situación son parte del contexto epistemológico (Lennon 3). Es así como la mayoría de lo que pasa por conocimiento es en realidad una construcción masculina que se presta a los intereses de los hombres, promoviendo su posición y legitimando la subordinación de la mujer. Esto no es un complot sino el obvio resultado de la subjetividad que marca el conocimiento con la huella de su productor (Lennon 2).

Debe entonces entenderse, como apunta Code que “it is neither surprising nor outrageous that epistemologies should derive out of specific human interests. Indeed, it is much less plausible to contend that they do not; human cognitive agents, after all, have made them.

Why would they not bear the marks of their makers?” (“Taking” 24).

El tomar en cuenta tanto el género del agente conocedor como el contexto de la producción del conocimiento es visto como un acto radical y hasta subversivo dentro de

33

la epistemología tradicional, ya que señala la imposibilidad de un conocimiento absoluto

(Alcoff 1) y niega la posibilidad de un conocimiento dislocado o desinteresado (Code

“Taking” 20). Al mismo tiempo este acercamiento destruye la venerada noción de que la

objetividad es posible en la producción de conocimiento y apunta hacia la dirección del

relativismo epistemológico, que para muchos marca el final del conocimiento como hasta

ahora se lo ha entendido (Code What 2).

A pesar de las dificultades que encierra aceptar el relativismo, este acercamiento es

el único válido si se desea desvelar al conocimiento como una construcción

contextualizada y mutable (Belenky 10). El relativismo, como lo define Code, muestra

que:

knowledge, truth, or even “reality” can be understood only in relation to particular sets of cultural or social circumstances, to a theoretical framework, a specifiable range of perspectives, a conceptual scheme, or a form of life. Conditions of justification, criteria of truth and falsity, and standards of rationality are likewise relative: there is no universal, unchanging frame or scheme for rational adjudication among competing knowledge claims. (What 2)

Una de las teorías que más ayudan en cuanto a explicar el relativismo

epistemológico es la del posicionamiento. Esta teoría se concentra no sólo en la marca individual del productor de conocimiento sino que intenta reconocer la imposibilidad de divorciar todo pensamiento de su localización y contexto histórico. El punto de partida en

este acercamiento es la aseveración de que “in societies stratified by race, ethnicity, class,

gender, sexuality, or some other such politics shaping the very structure of a society, the

activities of those at the top both organize and set limits on what persons who perform

such activities can understand about themselves and the world around them” (Harding

54).

34

Con esto en mente se hace evidente la importancia de analizar el concepto de la esfera femenina desde un posicionamiento fuera del dominante que la ha construido, ya que lo que se examina son las textualizaciones de la realidad que nacen desde dentro este espacio separado. Lo que éstas proveen son visiones que no surgirían desde la posición del grupo dominante que ha practicado la política de exclusión enmascarada bajo la idea de objetividad. La exclusión de la mujer es la que concierne a la epistemología feminista la cual hace hincapié en las relaciones de poder que siempre están involucradas en la construcción del conocimiento en general y la construcción de la mujer en particular.

Como explica Code “when one considers how basic and crucial knowing other people is in the production of human subjectivity, paradigms and objectivity take on a different aspect” (“Taking” 32).

El paradigma de la esfera femenina afecta tanto la visión que tiene el hombre sobre

la mujer, como la visión que tiene la mujer sobre sí misma. El género como construcción

se describe y prescribe, y a la vez crea expectativas sociales de cada ser biológico. Tanto

el hombre como la mujer se crían bajo la idea de diferencia y actúan de manera consonante a las construcciones y valores predominantes (Cooke Women 14). Es por esto

que se hace imperativo el relativizar todo conocimiento a fin de comprender por qué la

esfera femenina separa a la mujer y la devalúa. Aunque se acepte la heterogenenidad

dentro de la categoría mujer, no se debe negar que el feminismo como proyecto político

requiere que se preste atención a la distorsión y subordinación de dentro de lo

que constituye el conocimiento masculino (Lennon 4).

Sólo al reconocer la subjetividad y relatividad del conocimiento sobre la mujer y la diferencia sexual, producido dentro de la hegemonía, puede ponerse al descubierto que

35

éste no es ni absoluto ni verdadero, sino inestable y susceptible a contestación y

redefinición. La importancia de entender el proceso epistemológico desde una

perspectiva feminista se hace evidente ya que como declara Scott “A more radical feminist politics (and more radical feminist history) seems […] to require a more radical

epistemology. Precisely because it addresses questions of epistemology, relativizes the

status of all knowledge, links knowledge and power, and theorizes these in terms of the operation of difference” (4). La importancia de relativizar el conocimiento y comprender su producción dentro de las relaciones de poder puede llegar a cambiar las nociones más sedimentadas ya que crea cuestionamientos dentro de toda ciencia. Una de estas es la historia.

Historia, epistemología y esfera femenina

La historia y lo que se ha considerado “históricamente significante” es una de las herramientas epistemológicas más poderosas en la construcción de la esfera femenina.

Como ciencia empírica la historia tradicional se ha presentado como una verdad objetiva, pero el reconocer que la historia es una construcción sujeta al relativismo epistemológico hace evidente que tal objetividad no existe. El recordar el pasado es una característica

inherentemente humana y un acto tanto consciente como inconsciente.2 El acto de

recordar y registrar los recuerdos para la posteridad involucra un proceso de selección de

datos y creación de narrativas. La historia consiste entonces no en todo lo que sucedió,

sino en todo lo que se recuerda (Lukacs 10).

El registro histórico que se presenta como testimonio fiel de acontecimientos ignora

el hecho de que es un proceso de selección el que determina lo que se recuenta y lo que

2 “Inconsciente” en el sentido del inconsciente político de Jameson.

36

se ignora. Es así que la historia no puede verse como una crónica o trascripción fidedigna de todo lo ocurrido sino una elaboración discursiva que incluye una interpretación y una orientación personal inevitable (Ainsa 117). Es por esto que Lerner declara que se debe

hacer una distinción consciente entre el pasado no registrado, que es parte de lo que se recuerda pero no se inscribe, y el pasado registrado e interpretado que es lo que constituye la historia (Creation 4).

La interpretación del pasado concierne a este proyecto, porque en esta interpretación manifestada en textualizaciones simbólicas, se fundamenta la visión social

de lo que constituye la supuesta realidad. Como apunta Hayden White: “As a symbolic

structure, the historical narrative does not reproduce the events it describes; it tells us in

what direction to think about the events and charges our thought about the events with different emotional valences” (91). Es así que la interpretación histórica de la guerra se

presenta como uno de los pilares de la historia, evocando patriotismo, orgullo y

exaltación del sacrificio y el heroísmo. La íntima conexión entre historia y guerra se

entiende aún mejor si se considera que el registro histórico se dio inicio primordialmente como una manera de celebrar los logros militares de reyes, usurpadores y caudillos

(Lerner Why 202).

La historia escrita ha estado desde sus comienzos en manos de sacerdotes,

escribanos e intelectuales, en su mayoría hombres y lo escrito registra lo que ellos han

hecho, experimentado y encontrado significante. Como explica Lerner: “[w]hat women

have done and experienced has been left unrecorded, neglected, and ignored in

interpretation. Historical scholarship, up to the most recent past, has seen women as

37

marginal to the making of civilization and as unessential to those pursuits defined as

having historic significance” (Creation 4).

Es inconcebible pensar que las acciones y pensamientos de la mitad del género

humano se vean como históricamente inconsecuentes, pero éste ha sido el caso hasta hace

poco. Con la exclusión se ha negado a la mujer reconocimiento de su participación en la

construcción de la sociedad y la cultura. El sistema de valor basado en la actividad

masculina ha juzgado como significantes las acciones de los hombres, es por esto que la

guerra y la distribución de bienes se ha considerado de mayor importancia que la crianza

de los niños y el establecimiento y manutención del sentido de comunidad (Lerner Why

206).

La exclusión de la mujer de la historia ha tenido efectos devastadores. Como declara Lerner, un grupo sin historia se considera subhumano e incorpora este juicio a su forma de pensar y pensarse. Sin conocer una alternativa el grupo coopera en su propia opresión. Este es el caso de la mujer para quien la exclusión de su historia le ha negado heroínas y modelos de resistencia frente a la subyugación. Así las mujeres han internalizado su supuesta inferioridad y todos los preceptos de la ideología patriarcal, y a la vez han contribuido a mantenerla y reforzarla a través de la transmisión de las reglas a sus hijas e hijos (Why 208).

Una de las funciones de la historia es ser transmitida de generación a generación para servir como una base que da sentido a la existencia a través de las experiencias del pasado. Las experiencias de los ancestros y su interpretación guían las acciones de cada nueva generación. Es por esto, como declara Lerner que, “[w]hat we remember, what we stress as significant, and what we omit of our past defines our present. And since the

38

boundaries of our self definition also delimit our hopes and aspirations, this personal history affects our future” (Why 199). La importancia de la historia, vista desde este sentido, se hace obvia.

No ha sido sino hasta hace poco que ha nacido el interés de la historia total que suma la historia de la vida cotidiana generalmente asociada con el quehacer femenino a la historia política, militar y diplomática (Mata 29). Sin embargo, se debe tener mucho cuidado con esta actitud de “añadidura” ya que se corre el peligro de mantener la separación de la mujer al contar primero “la historia” y luego, bajo un subtitulo, listar lo que las mujeres hacían “mientras tanto”. Una historia realmente universal tiene que comenzar desafiando la premisa tradicional de que el hombre es la medida de lo que es significativo y retar la idea de que la civilización es lo que el hombre ha creado y defendido mientras que la mujer ha cuidado a la familia y de vez en cuando ha contribuido (Lerner Majority 180).

Un gran aporte que puede darse al redefinir los parámetros de la historia es el

descubrimiento de que dentro de la misma se puede hallar la explicación y la subsiguiente

destrucción de la esfera femenina. Una historia feminista no es un simple intento de

corregir o suplementar el registro histórico incompleto sino una manera de entender de

manera crítica cómo la historia opera dentro de la producción del conocimiento del

género (Scott 9). Bajo este acercamiento la historia se puede ver no sólo como un registro

de las relaciones entre hombres y mujeres sino como una disciplina que participa

activamente en la producción de conocimiento acerca de la diferencia sexual. Las

representaciones de hombres y mujeres del pasado construyen el género en el presente

(Scott 2).

39

Es por esto que las representaciones tradicionales de la mujer en la historia de la

guerra han servido en su mayoría para reforzar la esfera femenina y garantizar, como se

vio anteriormente, el funcionamiento de sistema de guerra. El ingreso de una versión

contraria dentro de la estricta disciplina histórica se hace sumamente difícil cuando la

definición de lo que es guerra se basa en lo que sucede en el campo de batalla. Es aquí

donde se puede mirar hacia la literatura como complemento o como versión alternativa y

observar que la ficción puede ingresar por la puerta trasera de la historia para proveer

heroínas y modelos de resistencia que a la vez ofrecen una nueva evaluación de la devaluada actividad cotidiana.

Literatura epistemología y esfera femenina

Aunque la literatura en su calidad de “creación artística” no evoca la veracidad y

objetividad que se asigna a la historia como ciencia, no se puede pasar por alto su

influencia en cuanto a la construcción del conocimiento sobre el género a través de sus

representaciones de lo Real. Es así que un estudio de las representaciones textuales se

convierte en una exploración de cómo la narrativa estructura la manera en que una

sociedad se ve a sí misma y cómo se construyen las nociones de lo que es el sujeto tanto

en el presente como en el pasado (Hutcheon 7). Al mismo tiempo la creación literaria

puede verse como un documento útil para examinar la sensibilidad y el pensamiento de

una era (Ainsa 114).

Al entrar al estudio de la literatura, vale hacer hincapié una vez más de que este

campo, como convincentemente arguye Noé Jitrik, “se trata ante todo, de un campo

marcado por una producción y no –como se decía y aún se dice-- de un ‘recinto’ de

objetos ‘creados’ o de la ‘creación’ por excelencia” (48). El hacer este deslinde entre

producción y creación es crucial para comprender cómo una novela en su calidad de

40 producción se genera dentro de un contexto y a la vez genera conocimiento que reitera o subvierte ese contexto. Esta aceptación que transforma a la literatura de “creación” a

“producción” viene a revelar la magnitud y trascendencia del texto literario, como bien lo explica J. Hillis Miller: “Fictions may be said to have a tremendous importance not as the accurate reflectors of a culture but as the makers of that culture and as the unostentatious, but therefore all the more effective, policemen of that culture. Fictions keep us in line and tend to make us more like our neighbors” (69).

De la misma manera que un texto puede ejercer control social, también puede, sin duda alguna, provocar una ruptura. Es así como la escritura puede presentarse como una subversión frente a lo que exige la ideología dominante (Jitrik 57). Esta admisión tiene gran alcance al considerar la construcción de la esfera femenina y el análisis de las novelas de este estudio. Como apunta Newton: “In examining both the text’s subversion of ideology and its adherence to it [. . .] we may come to some understanding of the degree to which female writers may [act] as agents or as arbiters of change, for works of fiction practice upon their readers, skew the angle of vision from which readers experience their relation to the real” (887).

Como ya lo había observado Virginia Woolf, los valores dentro de una novela, debido a su correspondencia con la realidad, tienden a reproducir los valores masculinos al ser éstos los valores prevalentes (73-74). Así, en la gran mayoría de novelas los personajes femeninos no pasan de ser estereotipos que sirven como “foils, motivators, barriers, rewards, and conforters to males who actively pursue adventure and their own identities” (Ferguson 6). Desde una perspectiva masculina “the central and most desirable characteristic of female characters has been their passivity” (Ferguson 6).

41

La identidad de género de la mujer se propaga y consolida a través de

representaciones textuales. Como manifiesta Nash al observar la producción cultural en

España: “[m]odels of femininity transmitted through the symbolic representation of

women in gender discourse can become a decisive manifestation of informal social

control in the channeling and maintenance of women in gendered roles” (Defying 48).

Es por esto que un estudio que se enfoca en la representación permite un examen de la construcción y destrucción de la ficción cultural que representa la esfera femenina

(Higonnet “New” 16). A la misma vez, un estudio que resalte las disyuntivas y reevaluaciones que pueden presentarse dentro de una obra que aparece como contranarrativa, puede apuntar hacia alternativas a los comportamientos asignados. Si como asienta Hillis Miller, “[w]e need fictions in order to experiment with possible selves and to learn to take our places in the real world, to play our parts there” (69), las contranarrativas pueden brindar una expansión de las posibilidades de lo que significa ser mujer, y alterar la cárcel de género.

Una de las maneras en que las novelas de este estudio logran estas alternativas es a través del uso de la temática de guerra tan fuertemente enlazada no sólo a la historia sino también a la construcción de dicotomías que reiteran la división sexual. Los elementos de historia y ficción que conforman estas obras les dan entonces un doble peso epistemológico.

Ficción, historia y la textualización de lo real

Como se mencionó antes, tanto la historia como la literatura son producciones culturales que a su vez producen cultura y conocimiento. Sin embargo, el lazo entre ambas producciones se hace más íntimo si se considera que tanto la narrativa ficcional como la histórica, tienen un afianzamiento en lo Real, lo cual provee a ambas de validez.

42

Como explica Paul Ricoeur, la ficción y la historia tienen un carácter tanto ontológico

(con su referente en lo Real) como epistemológico (con su construcción e interpretación

de lo Real). Lo que queda entonces por definir es si se puede continuar haciendo una diferenciación radical entre las dos una vez que se desvela este doble componente (11).

La respuesta se halla en la redefinición de lo que consiste “la verdad” basada en el

referente. Es así que refiriéndose a la ficción Ricoeur declara: “This referential claim is

nothing other than the claim to redescribe reality according to the symbolic structures of

the fiction. And the question, then, is whether in another sense of the words true and

truth, history and fiction, may be said to be equally ‘true,’ although in ways as different

as their referential claims are different” (11). La aceptación de que la ontología y la

epistemología van mano a mano en la historia acarrea consigo un concepto de verdad

“which should encompass both the referential claim of fictional narratives and the referential claim of historical narratives (as ‘true’ stories in the epistemological sense of

‘true’)” (11).

A más de aceptar a la ficción y a la historia como “verdades”, el carácter constructivista de ambas textualizaciones señala otra íntima relación. Esta cualidad compartida es revelada claramente por Hayden White que observa que la configuración de una situación histórica depende de cómo el historiador estructura la trama de la misma para darle sentido:

[Historical] events are made into a story by the suppression or subordination of certain of them and the highlighting of others, by characterization, motif repetition, variation of tone and point of view, alternative descriptive strategies, and the like – in short, all of the techniques that we would normally expect to find in the emplotment of a novel or play. (84)

El carácter constructivista que la historia comparte con la literatura no debe verse

como algo que descalifica el conocimiento que esta produce. Esto sólo podría ser si,

43 como reflexiona White, se pensara que la literatura no expusiera nada sobre la realidad sino que fuera un producto basado en una imaginación inhumana (99). Este, por supuesto, no es el caso. Tanto la literatura como la historia tienen valor epistemológico y contribuyen mutuamente al entendimiento de cómo funciona el mundo. “Only a willful, tyrannical intelligence could believe that the only kind of knowledge we can aspire to is that represented by the physical sciences” (White 23).

Es así como una novela, sumada a la historia, puede ilustrar la realidad. Su función como complemento al acontecimiento histórico la expone como metáfora, síntesis paradigmática y moraleja (Ainsa, 111). Por su parte el novelista a través de la selección, ordenamiento y descripción de detalles, puede llamar la atención a aquellas cosas que la historia ha pasado por alto (Lukacs 115). Ya lo ha dicho Carlos Fuentes: “El arte da vida a lo que la historia ha asesinado. El arte da voz a lo que la historia ha negado, silenciado o perseguido. El arte rescata la verdad de las mentiras de la historia” (82).

Como parte de este rescate, al hablar de lo olvidado o ignorado, una novela también apunta hacia la relatividad del conocimiento y hacia la falsedad de lo que se da por

“hecho” en la historia. Al mostrar que los “hechos históricos” no son más que un grupo de actos que se han decidido narrar, se resalta la narratividad de la historia, y el sentido de la misma se muestra inestable, contextual y provisional. Esto es lo que puede lograr una representación novelística (Hutcheon 67).

Tanto como existe narratividad en la historia, existe también historia en la narrativa. Lukacs observa que las actividades del historiador y el novelista se confunden no sólo en lo que se refiere a la construcción de la historia sino también a la descripción del pasado, suscitando que toda novela, en un amplio sentido pueda entenderse como

44 histórica. A esta misma conclusión llega Seymour Menton cuando manifiesta que “[i]n the broadest sense, every novel is historical since, in varying degrees, it portrays or captures the social environment of its characters, even the most introspective ones” (15).

Varios críticos han intentado determinar el grado en que una novela histórica puede entenderse como tal; y se basan en distintos requisitos, por ejemplo, si en ella existen personajes históricos (Mata), cuán lejano es el pasado que se reproduce (Menton), o qué tipo de historia trata (Bobes). Lo que importa para este estudio es que la temática de la guerra ya sitúa a la trama de cada novela dentro de un contexto históricamente reconocido. Esto, sumado al hecho de que como toda representación estas novelas logran una textualización de lo real, comprueba el doble peso epistemológico.

La combinación de lo histórico con lo ficcional en las novelas de este estudio crea un puente entre las dos construcciones y logra un cuestionamiento de lo que se entiende tanto por realidad como por verdad. En un caso así el problema de ficción versus no ficción se desvanece frente a la sugerencia de que lo no ficcional es tan construido y narrativizado como lo que se entiende por ficción (Hutcheon 76). Este tipo de novela logra exponer que la realidad como abstracción no es sino el resultado de un discurso

(Hutcheon 36), lo cual conlleva a una discusión necesaria sobre la participación y el efecto que una novela tiene dentro de la cadena epistemológica en general, y la construcción o destrucción de la esfera femenina en particular.

La narrativa en el proceso de construcción del saber

La importancia de estas novelas es evidente si se reconoce, junto con Jean-François

Lyotard, que la narrativa es “the quintessential form of customary knowledge” (19).

Siguiendo esta pauta es que se puede ver cómo estas novelas logran crear un nuevo conocimiento y trizar la esfera. Según Lyotard, “narratives allow the society in which

45 they are told, on the one hand, to define its criteria of competence and, on the other, to evaluate according to those criteria what is performed or can be performed within it”

(20). Al estar la mayoría de narrativas en manos de los hombres, han sido ellos los que han dictado lo que la mujer puede o no puede hacer. También han sido ellos los que han establecido los sistemas valorativos que declaran a la mujer incompetente.

Sin embargo, estos parámetros se encuentran siempre en un proceso de renegociación a medida en que más y más narrativas ingresan al ideario común y se van creando nuevas síntesis de significados. El lugar donde este proceso constante se da a cabo ha sido denominado por Martin McQuillan con el nombre de “communal narrative matrix” (12). Dentro de este imaginario toda narrativa y sus contextos se relacionan y esquematizan a fin de estructurar el conocimiento. En las palabras de McQuillan: “The narrative matrix makes the entire field of human cognition possible” (13).

Tomando en cuenta la imposibilidad de totalización por parte de cualquier texto, se debe reconocer que cada narrativa tiene una limitación que le da coherencia, es decir, que en el proceso de selección se ha hecho tanto una inclusión como una exclusión. Como manifiesta Salman Rushdie: “Every story one chooses to tell is a kind of censorship, it prevents the telling of other tales” (ctdo. en McQuillan 25). Con esto se puede ver que lo que queda excluido fuera de una narrativa conforma, a su vez, otra narrativa de contrapunto: “The condition of the counternarrative arises because the form of the narrative syntagm cannot express a totality of experience, although it attempts to disguise this necessary ‘failing’ in the imaginary figure of closure” (McQuillan 23). Esta imaginaria conclusión que pretende universalizar una porción de las experiencias, dando

46

por descontadas aquellas que se excluyen, es lo que McQuillan llama “Dominant

Narrative Strand”, y Lyotard “Master Narrative”.

Dentro de la matriz narrativa cada texto se abre más allá de sus límites cuando entra

en contacto con el resto de producciones e inevitablemente concierta significados. Es así

que dentro de la matriz narrativa se da una constante interacción de narrativa y

contranarrativa y esto es en sí lo que estructura la matriz (McQuillan 23). A su vez, cada

contranarrativa vista singularmente dentro de sus límites hace una exclusión de otra

narrativa, lo cual muestra que toda narrativa (y contranarrativa) inicia un proceso de

contestación (McQuillan 22). Es en este constante intercambio donde los sistemas y

relaciones de poder manifiestan su potencia y muestran que “the condition of power

relation is also the condition of narrative production” (McQuillan 27).

Para comprender mejor las relaciones de poder que se manifiestan en el proceso de intercambio, inclusión y exclusión que se da a cabo en la matriz narrativa, se hace útil el

concepto de “juegos de lenguaje” de Lyotard. Según él, estos juegos, que incluyen al

emisor, referente y receptor, se basan en movidas o aserciones que el emisor envía y el

receptor legitima. Cuando las movidas son hechas y legitimadas entonces se convierten

en parte de lo que constituye el conocimiento. Los sistemas de poder se hacen

manifiestos en el hecho de que estos juegos son prescriptivos y determinan quiénes

participan y qué movidas son aceptables. Es así cómo se determina “what one must say in

order to be heard, what one must listen to in order to speak, and what role one must play

(on the scene of diegetic reality) to be the object of a narrative” (Lyotard 21).

Si se analiza la historia de guerra a través de los “juegos de lenguaje” se puede

observar que la mujer no “juega” tanto como el hombre, ya que él, en su papel de emisor

47

(y por lo tanto conocedor), fija su perspectiva en el referente. Esta perspectiva se basa en

lo que él entiende como importante en la guerra: su sacrificio, su heroísmo, su defensa de

los débiles, etc. La mujer, por su parte, se puede contar entre los receptores, pero no

como referencia diegética en lo narrado. Debido a esta omisión ella carece de la doble

autoridad que según Lyotard se necesita para ser un emisor competente y poder contarse

en el proceso. La exclusión se hace más obvia si se toma en cuenta que la creación de la

Gran narrativa se ha basado en el “reinado del terror” donde “the weight of certain

institutions imposes limits on the games, and thus restricts the inventiveness of the

players in making their moves” (17). Pero la participación de los jugadores no puede ser

negada por siempre, y menos aún cuando el volumen de contranarrativas se va

multiplicando. Lo que se pone en juego es tanto la legitimación y aceptación de varios

jugadores “competentes”, como el acuerdo sobre lo que se considera “verdad”. A la vez,

toda legitimación es también una deslegitimación y es por esto que para Lyotard la

finalidad no puede ser el consenso, sino la justicia que reconoce la multiplicidad, y

renuncia al terror. En este estado de “paralogia” (66), ninguna narrativa es silenciada sino que todas se mantienen en constante diálogo y acceden a un contrato provisional.

Aunque el renunciar a una verdad única sea incómodo, es lógico una vez que se acepta que toda “verdad” es el resultado de una construcción en la constante interacción de narrativas. Esta es la misma aceptación que logra el cambio de los términos de lo que constituye el género y la esfera femenina. La narrativa dominante ha creado la cárcel sexual, y será todo lo que ésta excluyó – las contranarrativas – lo que la destruirá. El ingreso a la matriz narrativa de las novelas de este estudio cumple este propósito cuando, contrarias a la hebra dominante, presentan los estragos de la guerra fuera del tradicional

48

campo de batalla. En esta paralogia se deshacen tanto los parámetros del género literario

como los del género sexual.

La novela de guerra como género literario

El género literario establecido que define lo que constituye una novela de guerra

dificulta la entrada de la mujer. Como ya lo había manifestado antes Virginia Woolf en

referencia a los géneros literarios en general: “A book is not made of sentences laid end

to end, but of sentences built [. . .] And this shape too has been made by men out of their own needs for their own uses. There is no reason to think that the form of the epic or of

the poetic play suits a woman any more than the sentence suits her” (77).

La narrativa paradigmática de la guerra se construye dentro de la tradición literaria

occidental que aclama al hombre y a las armas. En ésta la guerra se da en el frente y la

mujer permanece fuera (Cooper xiii). Es por esto que en su artículo. “Cassandra’s

Question: Do Women Write War Novels?”, Margaret Higonnet declara que:

The “woman’s war novel” has ordinarily seemed a “contradiction in terms”. There has always been a heroic male literature of war—an Iliad or a Ramayana. No other genre is so highly gendered. The exploits of men in the formation and defense of a people or nation, though they may provoke the “tears of women” do not justify their tales. (144)

Los preceptos que marcan un género literario describen y a la vez prescriben lo que

entra dentro del canon y lo que queda fuera. El sistema de clasificación funciona como un

código de transmisión al que Lore Metzger compara con una herencia que discrimina

entre los herederos legítimos e ilegítimos (81). En el caso de la novela de guerra, el

acontecimiento bélico en sí se liga íntimamente al género literario y tanto la realidad de la

guerra como la autoridad sobre su representación se conectan a los conceptos de masculinidad (Higonnet “Cassandra” 145), dejando así a la mujer fuera de la tradición.

49

A esta misma opinión se adscribe Miriam Cooke en Women and the War Story

cuando declara que “More than most human activities, war has been considered the

literary purview of those few who have experienced combat. Those who had not been at

the front had no authority to speak [. . .]” (3). Esta autoridad se le ha negado a la mujer porque, como observa Hanley, se asume que la mujer no es parte de la guerra (2). Sin embargo, como declara Sheldon esta suposición no tiene validez porque el campo de la guerra siempre ha incluido a la retaguardia, y en el siglo XX esta realidad se ha manifestado con mayor fuerza (x).

La expansión del campo de guerra a la esfera doméstica cuestiona no sólo la división entre el frente y la retaguardia sino también entre lo público y lo privado y más radicalmente entre el hombre y la mujer. El reescribir la guerra sin divisiones lógicamente resulta en la redefinición del género literario de la novela de guerra

(Higonnet “Cassandra” 155). Este no es un paso sencillo. Una autora que escribe la guerra siempre será medida en relación a su análogo masculino. Por su parte los críticos,

según Higonnet, descartan estas producciones como inauténticas, neuróticas o no femeninas (“Cassandra” 149). Ni siquiera la misma crítica feminista escapa la fuerza del canon, y en vez de cuestionar la formación y los parámetros del mismo, declara la

producción femenina como parte de un “subgénero” literario, reforzando las limitaciones

del género sexual dentro de los géneros literarios (Metzger 83).

Este estudio no busca situar a la producción femenina bajo un subtitulo de la

masculina, ni sentarla como contraste o añadidura al canon tradicional, sino contribuir a

una ampliación en la definición de lo que constituye una novela de guerra. Esto se hace a

conciencia de que la disolución de territorios sexuales que se alcanza con la inclusión de

50

la esfera femenina en el campo de guerra, crea un nuevo marco dentro del cual las

producciones corren el riesgo de ser irreconocibles e ilegibles bajo el patrón actual de

“novela de guerra” (Higonnet “Cassandra” 160). Sin embargo, estos textos logran al

mismo tiempo deshacer la establecida concepción de lo que es la guerra en sí, alterando

como consecuencia el concepto masculinizado que antes los excluyó (Higonnet

“Cassandra” 152).

El calificar a las novelas de este estudio como novelas de guerra, y presentarlas

como una trasgresión de los códigos del género literario, es problemático porque obliga

no sólo a definir sino también a redefinir los parámetros del canon. En cuanto a la definición se puede observar que al declarar la trasgresión se acepta tácitamente la existencia de los límites y esto de cierta forma los reafirma. Como explica Metzger “acts of transgression, transformation, displacement, or inversion of proper generic codes make visible and recognizable the codes that they abrogate” (Metzger 85).

Al mismo tiempo, con una redefinición de parámetros se corre el peligro mayor de causar nuevas posibles exclusiones. Es por esto que en este estudio se sigue la pauta de

Higonnet quien observando que uno de los problemas en la redefinición “is to locate a touchstone that will define a genre without imposing an artificial unity specific to one class or culture” advierte que “[i]t is important to cast a net widely, in order to recognize disparate ways of representing war” (“Cassandra” 150). Es en esta amplia red en la que sitúan las novelas de este estudio. El hecho de que todas sitúen su trama en un momento de guerra es el principal motivo para su inclusión ya que se parte de esta circunstancia como altamente significativa para el análisis de las obras. Su validez como novelas de guerra no se mide dentro de los parámetros del género tradicional sino que se sitúa en el

51

contexto de otros estudios ya realizados donde se explora la historia de guerra desde la

perspectiva de la mujer.3 Esta elección se hace siguiendo el consejo de Miriam Cooke

quien favorece el evitar una definición estricta que al final acaba creando problemas en

vez de resolverlos (e-mail a la autora).

La perspectiva de la mujer

La constante referencia en este trabajo a la “perspectiva femenina” hace menester

aclarar lo que ésta significa para fines de este estudio. Así se evitará confundir este

término con el peligroso esencialismo que naturaliza las diferencias que resultan del

género asignado al ser biológico mujer. Estas diferencias y la categoría “mujer” que se

crea a partir de ellas, ya se discutieron ampliamente al principio de este capítulo. Lo que

ahora queda por hacer es determinar cómo la categorización del ser biológico mujer

afecta su posicionalidad y por consecuencia su perspectiva del tema de la guerra.

El primer paso es negar que la categoría mujer venga de una esencia, y recalcar que

es una construcción discursiva (Robinson 6). Es esta construcción la que define tanto las

cualidades de la mujer, como su posicionamiento en la esfera femenina. La idea de una

perspectiva femenina debe verse como un posicionamiento de este ser dentro de un

contexto social basado en un sistema de ideas que lo sitúan y determinan. Este

posicionamiento es inevitable y como explica Toril Moi en Sexual/Textual Politics, inserta a la mujer un orden que la precede, y del cual no hay escape, conformando el

único espacio desde el que la mujer puede hablar (169).

El hecho de que la categoría mujer sea una construcción no niega que ésta exista y determine a la mujer, pero esto no quiere decir que las características asignadas sean

3 Considérense parte de este contexto los estudios de De Pauw, Cooke, Cooper, Higonnet, Lassner, Sheldon, Byron y Linhard.

52

esenciales. La diferencia entre ser mujer, como ser biológico, y ser mujer, como

construcción, debe siempre recalcarse, ya que sirve a los intereses del patriarcado que

estos dos términos se confundan. Por ello se debe insistir que “though women

undoubtedly are female, this in no way guarantees they will be feminine” (Moi 64). Al

mismo tiempo no se puede negar que la mujer como construcción y categoría existe, y

que es necesario defenderla como tal a fin de contrarrestar la opresión patriarcal (Moi

13).

La pregunta más obvia tras la aseveración de que el concepto de mujer es una

construcción que subordina al individuo sexuado es, cómo entonces se estudia la literatura de guerra escrita por mujeres a partir de una categorización ficticia y nociva. La respuesta no es simple, especialmente si se considera que la categoría “mujer” en sí también ignora otras cuestiones como raza y clase. Sin embargo, el uso de la categoría general es justificable cuando se observa que la existencia del sistema ideológico precede la actual necesidad de su reestructuración, obligando al crítico a partir de la misma categoría que busca desmantelar. Es lo que Toril Moi llama una urgente necesidad política: “If patriarchy oppresses women as women, defining us all as ‘feminine’ regardless of individual differences, the feminist struggle must both try to undo the patriarchal strategy that makes ‘femininity’ intrinsic to biological femaleness, and at the same time insist on defending women precisely as women” (Moi 87).

La clave se encuentra entonces en definir a la mujer basándose en su posicionamiento en el orden social y comprender cómo el sistema ideológico construye su identidad. Como bien lo explica Linda Alcoff:

When the concept “woman” is defined not by a particular set of attributes but by a particular position, the internal characteristics of the person thus identified are not

53

denoted so much as the external context within which that person is situated [..]. The essentialist definition of woman makes her identity independent of her external situation [. . .] The positional definition, on the other hand, makes her identity relative to a constantly shifting context, to a situation that includes a network of elements involving others, the objective economic conditions, cultural and political institutions and ideologies, and so on (433-34).

Con esto queda claro que la “perspectiva femenina” de una obra escrita por una

mujer es producto del posicionamiento del individuo de sexo femenino dentro de la

esfera de acción creada por la ideología patriarcal. En cuanto a las autoras de las novelas

que conforman este estudio, se debe observar que es imposible que escapen su posicionamiento. Ellas, como toda mujer, quieran o no, han internalizado la construcción de su género, y su escritura estará influenciada por la ideología de la esfera. Poco importa que declaren o denieguen esta influencia o que estén conscientes o no de su posicionamiento, porque como acertadamente lo explica Kavanagh:

Ideology is a social process that works on and through every social subject that, like any other social process, everyone is ‘in’ whether or not they ‘know’ or understand it. It has the function of producing an obvious ‘reality’ that social subjects can assume and accept, precisely as if it had not been socially produced and did not need to be ‘known’ at all (311).

La realidad construida que sitúa a la mujer dentro de la esfera determina que éste

sea su espacio de enunciación, pero no determina los significados que pueden crearse

desde dentro de la restricción. Es así como Ludmer en su estudio de “Las tretas del débil”

observa que cuando el punto de partida y la perspectiva se basa en lo personal, privado y cotidiano, el sentido de estos conceptos se transforma (54). Es por esto que cuando la guerra se cuenta desde esta perspectiva las definiciones y divisiones del discurso dominante se deshacen.

54

Cuando la mujer escribe la guerra

La mujer que escribe la guerra ya reta al privilegio masculino que ha dado al

hombre voz en este asunto. La inversión del lugar de enunciación altera la perspectiva

establecida por la hegemonía y crea disonancias de contenido y forma. Asimismo, el

concepto de la esfera se ve alterado. Mientras la narrativa de guerra tradicional refuerza

dicotomías y sitúa a la mujer en un lugar alejado y devaluado, la mujer, escribiendo desde

su posicionamiento, disuelve la separación al mostrar el ingreso de la guerra en la esfera

que supuestamente se halla alejada.

Como señala Sheldon en Her War Story, la mujer ha escrito la guerra desde que

existe la escritura y probablemente antes de ello trazó pictografías en las paredes de las

cavernas. Para la elaboración de estas narrativas las mujeres se han inspirado en sus

propias experiencias de guerra o han ejercido su derecho a imaginarla, y estas

producciones no pueden seguir siendo ignoradas (x). Ya bien lo dice Miriam Cooke en

Women and the War Story, “It is the growing understanding of the ways in which patriarchy seizes and then articulates women's experiences so that they will be seem to be marginal and apolitical that now drives women as creative artists and as critics to re- member their pasts and then to write them” (4-5).

Este estudio se suma entonces a muchos otros que exploran cómo en estas narrativas, son finalmente las mujeres las que asignan significados a la guerra y al sujeto mujer. Un estudio de la articulación del género a través de la narrativa escrita por mujeres acepta primeramente la función de esta narrativa como herramienta epistemológica, y, como explica Robinson, descubre las fracturas en la construcción del sujeto femenino cuando, contrario a la tradición, es éste el que se autorepresenta (10).

55

La guerra escrita desde la perspectiva femenina ofrece un campo fértil de estudio

en cuanto a la construcción de género debido a que el trastorno y caos que genera la

situación bélica facilita la desintegración de normas de género suscitando no sólo

comportamientos alternos sino una reevaluación de prioridades. Una novela que trata de

guerra, a la vez que trata de “asuntos de mujeres” crea una perplejidad. Ya había

observado antes Virgina Woolf cómo es que se valoriza una novela: “This is an

important book, the critic assumes, because it deals with war. This is an insignificant

book because it deals with the feelings of women in a drawing-room. A scene in a

battlefield is more important than a scene in a shop” (74). Una pregunta compleja es:

¿cómo se clasifica a una novela que trata a la vez de una guerra y de los sentimientos de una mujer, o cómo se transfiere la batalla al interior del hogar?

En el relevante estudio “Civil Wars and Sexual Territories”, Higonnet observa que el uso de guerra civil como parte de la trama de una novela puede considerarse una metáfora de la batalla de los sexos. Señala que desde la Revolución Francesa han sido varios los escritores que usan la ficción con fines de explorar las conexiones entre los

estragos políticos que reestructuran la “familia” nacional y los trastornos sociales que

reorganizan las relaciones entre mujeres y hombres. Esta es una de las maneras en que las

acciones políticas se muestran personales y lo privado se hace público (80). El desorden

social se transfiere al hogar y viceversa cuando tanto el tema de la guerra como el de las

relaciones entre los géneros conforman la secuencia narrativa. Al mismo tiempo se revela

que la mujer no está al margen de la política y que sus acciones tienen resonancia en ese campo (Higonnet “Civil” 84). Para Higonnet “The most obvious feature of all these narratives is the metaphoric transfer of civil war from an external, political realm to inner

56

conflict over sexual choice and the proper gender roles. In an extension of this theme,

social upheaval both causes and is represented by an inversion of gender roles” (“Civil”

87).

Una de las características más interesantes que observa Higonnet en las obras de su

estudio es la construcción por autores masculinos del ámbito femenino como

despolitizado e idílico y la esfera familiar como aislada. Mientras tanto las autoras

mujeres sitúan al orden familiar y al político en un continuo exponiendo al orden sexual

como un asunto altamente político (“Civil” 93). A esta misma visión se adscribe Cooper

quien declara: “The major difference between men’s and women’s civil war novels is the

fact that men imagine the domestic realm as a retreat from politics, while women expose

the profoundly political nature of domestic life” (xvii).

Además de mostrar la disolución de la dicotomía de lo político/privado y público/personal, la visión de la guerra desde el espacio femenino también deshace otras divisiones. La separación del frente y la retaguardia se opaca cuando las novelas muestran que la guerra causa destrucción en ambos lugares (Higonnet “Cassandra” 154).

Las divisiones de labor también se anulan cuando hombres y mujeres invierten roles

(Cooke Women 40). Hasta la diferenciación entre guerra y paz se nubla cuando se

denuncia una “falsa paz” bajo un orden social injusto que institucionaliza la violencia

contra la dignidad de los seres humanos (Elshtain x).

A la disolución de dicotomías se puede sumar otra característica que surge en este

tipo de narrativa como consecuencia de la autorepresentación del sujeto femenino: la

heterogeneidad de temperamentos representados que van más allá de mostrar a la mujer

como la otra cara del hombre. El cambio de enfoque en la narrativa y las variadas tramas

57

que muestran las novelas escritas por mujeres que se sitúan fuera la tradición, complican

(para bien) la visión de la mujer en la guerra. Lo que resulta es una multiplicidad de

temples que matizan comportamientos. Como Higonnet señala, “They show women who defend the social rules that confine women and send young men off to kill, as well as

those who evade the social scripts” (“Cassandra” 155).

Todas las características mencionadas se encuentran en mayor o menor grado en las

novelas que conforman este estudio. Al mismo tiempo en cada obra surgen otras

particularidades incluyendo estrategias narrativas innovadoras que divergen del canon

tradicional. El uso de otro tipo de discurso por parte de las mujeres apunta hacia una

estética que pudiera calificarse como femenina si se toma en cuenta que “the production

of formal, epistemological, and thematic strategies by members of the group Woman,

[are] strategies born in struggle with much of already existing culture, and

overdetermined by two elements of sexual difference – by women’s psychosocial

experiences of gender asymmetry and by women’s historical status in an [ambiguously]

non hegemonic group” (DuPlessis 5).4

El reconocimiento de técnicas narrativas tales como la mezcla de géneros literarios, la autoreflexividad en el texto, el didactismo, el uso del lenguaje conversacional, la manipulación del tiempo de narración, la heteroglosia y la creación de

4 Esta estética no debe entenderse como una que se repetirá idénticamente en toda narrativa escrita por mujeres sino más bien como un sinnúmero de modelos que responderían a la circunstancia vital de la mujer. Con esta idea coincide Susan Winnett: “I would like to explore what would happen if, having recognized the Masterplot’s reliance on male morphology and male experience, we retained the general narrative pattern of tension and resolution [. . .] and simply substituted for the male experience an analogously representable female one. I do not propose the hypothetical model that follows as the alternative to what I have called male narratology – indeed, it does not even hold up as a model for all ‘female’ narrative [. . .] The existence of two models implies to me the possibility of many more” (508).

58 tramas con múltiples clímax, muestra las nuevas formas de contar la guerra que presentan estas novelas. Tomando en cuenta los principios del placer en la lectura se puede argüir que las obras logran ser más deleitables debido a su discurso innovador que se aleja de la sobriedad y rigidez del modelo hegemónico. Como ha dicho Susan Winnett: “Women’s pleasures can take place outside, or independent of, the male sexual economy whose pulsations determine the dominant culture, its repressions, its taboos, and its narratives, as well as the ‘human sciences’ developed to explain them” (505). El placer de leer estas novelas puede facilitar a su vez la transmisión de los nuevos conocimientos sobre la guerra y el género.

Lo que viene a continuación es un análisis detallado de las novelas. Al final del estudio quedará establecido que éstas divergen del canon tradicional. Sin embargo, el propósito de este trabajo, como ya se ha demostrado, va más allá de señalar transgresiones. La noción de que las novelas pueden verse como herramientas epistemológicas eleva su cometido. Lo que estas novelas logran es la destrucción de los paradigmas tanto de género narrativo como sexual que ha construido el texto hegemónico. El ingreso histórico y literario de estas novelas a la cadena epistemológica y a la matriz narrativa, altera la realidad creada por los textos dominantes producidos desde un posicionamiento masculino y construye un nuevo conocimiento que niega las restricciones y devaluación de la esfera femenina. Este nuevo conocimiento a su vez expande las posibilidades de lo que significa ser mujer, explorando otros modos de ser y trizando la esfera en mil pedazos.

CHAPTER 3 REPRESENTACIONES DE LA ERA REVOLUCIONARIA MEXICANA: BATALLAS EN EL DORMITORIO Y LA COCINA

Introducción

Los recuerdos del porvenir (1963) de Elena Garro (1920-1999) y Como agua para chocolate (1989) de Laura Esquivel (1950- ) alteran los parámetros de género tanto literario como sexual que se han creado en la narrativa tradicional de guerra. Las dos novelas presentan tramas, estructuras y personajes innovadores que quedan lejos de los modelos establecidos por la ideología patriarcal. No se representan personajes escuetos que perpetúen el mito de la mujer pacífica-víctima-paliativo del hombre guerrero, sino seres complejos que en varios casos escapan toda codificación habitual. Aunque la

Revolución Mexicana se hace presente en ambas novelas, la visión del conflicto parte de lo que se considera la esfera privada para luego extenderse hacia la esfera pública. Los centros de acción no son los lejanos campos de batalla sino espacios como la cocina y la recámara, donde las protagonistas lidian sus rebeliones.

Con el fin de situar a las novelas dentro del contexto mexicano en cuanto a la esfera femenina, la Revolución y la producción literaria derivada de la misma, se comienza con una indagación de estos aspectos. Esta primera parte pondrá de relieve la influencia que han tenido la economía, la religión, la cultura y las leyes en la conformación de las prescripciones a las que las mexicanas se han visto sujetas. De especial interés será la observación de la influencia que varios textos han ejercido sobre la construcción de la

59 60

esfera femenina, ya que esto apunta a que las novelas analizadas en el capítulo, como

textos, también pueden participar en la des/construcción de la esfera.

El análisis de la Revolución Mexicana y su efecto sobre la conformación del

modelo de mujer mostrará hasta qué punto el momento revolucionario abrió posibilidades

para las mexicanas aunque muchas de estas posibilidades sucumbieran a los ideales

“mayores” de la Revolución. Lo importante será observar la flexibilidad de la esfera y la

anulación que se dio de algunos de sus límites, ya que esto apunta hacia la arbitrariedad

de las restricciones impuestas. En cuanto a la literatura que trata el tema de la Revolución

Mexicana se verá cómo la mayoría de las textualizaciones de la era revolucionaria siguen los parámetros tradicionales, tanto del género literario como sexual, resultando en una interpretación virilizada de la era.

Una vez establecido este marco se pasará a hacer una lectura de las dos obras tomando en cuenta que éstas pueden proveer alternativas a los textos dominantes,

especialmente si se considera que el posicionamiento de sus autoras fuera de la

hegemonía es parte de su circunstancia vital. Lo que se hallará en el estudio de las

novelas será revelador en cuanto a los tres aspectos de enfoque del análisis: la guerra en

la novela, el establecimiento y desintegración de la esfera en la novela, y la novela como

herramienta epistemológica.

La construcción de la mujer mexicana

La relegación de la mujer mexicana al espacio doméstico y la asignación de

caracteres “femeninos” son tradiciones de género que se afianzan bajo el legado

establecido durante la conquista del Nuevo Mundo. Mientras la vida cotidiana de la época

precolombina no establecía claras divisiones entre lo público y privado, existían

divisiones sociales y laborales basadas en el sexo del individuo. Bajo el sistema de la

61

colonia estas divisiones no hicieron más que profundizarse cuando el trabajo de los

hombres se integró a la producción social para la nueva economía de exportación,

mientras que el de la mujer se asimiló al espacio doméstico (Vitale 48)

Por otra parte, el sistema ideológico patriarcal español traído por los colonizadores,

también contribuye al afianzamiento de la esfera, cimentando la marginalización de la

mujer mexicana al establecer modelos basados en el machismo y el marianismo. Mientras

el machismo enaltece la agresividad y promiscuidad sexual del hombre, el marianismo,

fundado en el culto a la Virgen María, promueve para la mujer el sufrimiento, la

abnegación, la pureza, la castidad y la devoción al hogar y la maternidad (Jehenson 4).

Textos prescriptivos cimentados en los mandatos del catolicismo ejercen gran

influencia en la cultura de España y por ende en la cultura de la colonia. El empeño de la

iglesia en dictar el comportamiento de la mujer se hace claro en obras fundamentales

como la de Juan Luis Vives (1492-1540), quien en su Instrucción de la mujer cristiana

(1523) declara como deber de la cristiandad la “reformación y regimiento en la vida de las mujeres” (31). Fray Luis de León (1528?-1591) en La perfecta casada (1583)

prescribe el campo de acción y el comportamiento de la mujer: “Y no piensen que las crió

Dios y las dio al hombre sólo para que le guarden la casa, sino también para que le

consuelen y alegren. Para que en ella el marido cansado y enojado halle descanso, y los hijos amor, y la familia piedad, y todos generalmente acogimiento agradable” (155). El fraile hace clara la obligación de la mujer de conformarse frente a la subordinación y desvalorización: “Y pues no las dotó Dios ni del ingenio que piden los negocios mayores, ni de fuerzas las que son menester para la guerra y el campo, mídanse con lo que son y

62

conténtense con lo que es de su suerte, y entiendan en su casa y anden con ella, pues las

hizo Dios para ella sola”. (158).

A estas prescripciones se suman las creaciones de nuevos mitos criollos. Dentro de

la mitología mexicana tanto la Virgen de Guadalupe como las interpretaciones de la vida

de La Malinche y de Sor Juana Inés de la Cruz tienen gran influencia en la construcción

de lo femenino. Mientras la Guadalupe encarna todo el sufrimiento y abnegación de la

perfecta madre de Cristo, La Malinche se traduce como la nueva Eva, traicionera y

sensual.1

Una vez lograda la independencia de México (1821), son los intelectuales los que

reafirman, como parte del ideario nacional, la delimitación de la esfera femenina. En ésta

se le da a la mujer el papel de madre y guardiana de la vida privada, y se constituye al

territorio doméstico como ámbito de estabilidad y decencia, responsabilizando a la mujer

de la pureza (Franco 81). La conformación de la mujer al patrón restrictivo no es fácil ni

natural y la literatura moralizadora de la época trata de reforzar la domesticidad

femenina.

Como apunta Jean Franco, las revistas de entregas tales como El Semanario de las

Señoritas Mejicanas y Panorama de las Señoritas pueden verse como ejemplos de la prescripción de género (90). También el libro de Fernández de Lizardi (1776-1827), La

Quijotita y su prima (1818), demuestra ese fin: “It is a veritable tract or blueprint for the

new values of the secular family […] in which women were to find their own true career

1 Inclusive las interpretaciones de la vida de Sor Juana, como una mujer única e insólita, la separan como excepcional frente al resto de mujeres ‘naturalmente’ simples. Charlene Merithew, en su libro Re- Presenting the Nation (2001), arguye que las representaciones de estas tres figuras han sido promovidas a través de los siglos con el propósito de mantener a la mujer en su estado de “otro” dentro de la nación mexicana.

63

in marriage, and in which individual happiness could be achieved only when male and female spheres were firmly separated” (Franco 83).

Dentro de esta esfera separada el rol de la mujer es el de ser una buena esposa y una santa madre: “la madre ejemplar de los soldados que murieron en las batallas, de los obreros que empezaron a trabajar en las fábricas, de los campesinos que continuaron laborando el campo y los líderes y caudillos de una época de guerra constante. El papel era preciso: mantener el ámbito del reposo del guerrero, tanto de la guerra militar como de la fabril o empresarial” (Tuñón 86).

Por otra parte las leyes dictadas bajo la República institucionalizan el patriarcado y subordinan a las mujeres al poder del hombre. La mujer carece de cualquier derecho legal hasta dentro del hogar. No puede participar en contratos, disponer de la propiedad privada, ejercer autoridad legal sobre los hijos o divorciar a su marido, y si enviuda queda a cargo de quien su marido haya designado (Soto 140).2

Contra estas leyes restrictivas se forman grupos femeninos que exigen la revisión de los códigos, pero no logran demasiado. La Revolución presenta nuevas opciones, pero

no ofrece una panacea para aliviar la desigualdad de los sexos ni la prescripción de

género; es más, hasta cierto punto viene a ratificar la subyugación de la mujer. 3

2 Para comprender hasta qué punto la ley circunscribe los roles de género basta referirse al artículo 15 de la ley del matrimonio civil de 1863: “El hombre cuyas dotes sexuales son principalmente el valor y la fuerza, debe dar, y dará a la mujer, protección, alimento y dirección, tratándola siempre como a la parte más delicada, sensible y fina de sí mismo, y con la magnanimidad y benevolencia generosa que el fuerte debe al débil, esencialmente cuando este débil se entrega a él, y cuando por la sociedad se le ha confiado. […] la mujer, cuyas principales dotes son la abnegación, la belleza, la compasión, la perspicacia y la ternura, debe dar y dará al marido obediencia, agrado, asistencia, consuelo y consejo, tratándolo siempre con la veneración que se deba a la persona que nos apoya y defiende, y con la delicadeza de quien no quiere exasperar la parte brusca, irritable y dura de sí mismo” (ctdo. en Tuñón 92).

3 Esta aseveración puede confirmarse en “Gender and the Mexican Revolution”, el estudio que hacen Diane Bush y Stephen Mumme sobre cómo la mujer fue situada fuera de los ideales de la Revolución: “Constructions of gender as a rigid dichotomy according to which women were defined as fundamentally conservative because of their religiosity and their primary role as mothers cast all women as enemies of

64

Aunque poco a poco se van otorgando derechos a la mujer, el más elusivo es el del

sufragio. La equiparación de lo conservador con “lo femenino” hace que se la perciba

como una amenaza al poder del gobierno revolucionario. La experiencia de la Segunda

República española en los años treinta, cuando el voto femenino se vio como causante de

la derrota del partido socialista, reafirma esta idea y no es sino hasta 1953, cuando el PRI

se siente en absoluto control, que finalmente se permite el voto a la mujer (Bush and

Mumme 355-57).

Para mediados del siglo XX el derecho al voto, las nuevas leyes, y el movimiento

feminista han comenzado a socavar las divisiones y jerarquías de género, pero la

ideología e institucionalización del patriarcado se muestra recia ante el cambio, tanto en

la mentalidad de los hombres como de las mujeres. Es así como en la actualidad todavía

es claro lo que constituye el ideal femenino: “Among the characteristics of this ideal are semidivinity, moral superiority, and spiritual strength. This spiritual strength engenders abnegation, that is, an infinite capacity for humility and sacrifice. No self denial is too great for the Latin American woman” (Stevens 94). Este ideal se reproduce una y otra vez dentro de la cultura nacional, en conocidos autores tales como Octavio Paz, quien declara

en 1950:

Para los mexicanos la mujer es un ser oscuro, secreto y pasivo. No se le atribuyen malos instintos: se pretende que ni siquiera los tiene. Mejor dicho, no son suyos sino de la especie; la mujer encarna la voluntad de la vida, que es por esencia impersonal, y en este hecho radica su imposibilidad de tener una vida personal. Ser ella misma, dueña de su deseo, su pasión o su capricho, es ser infiel a sí misma (58).

change” (360). Esta visión de la mujer promulga el control sobre sus acciones y limita los derechos legales que han de concedérsele. La constitución de 1917 aprobó ciertos cambios significativos por los cuales la mujer ganó derechos tales como el divorcio, el reconocimiento de hijos ilegítimos por parte del padre, el derecho a asumir la patria potestad de los hijos y el derecho a firmar contratos; sin embargo, la mujer siguió sin poder participar en un negocio sin el permiso de su marido, y si era soltera, sin poder abandonar su casa antes de los treinta años excepto para casarse. (Bush y Mumme 354).

65

La construcción de la mujer como ser sin deseo propio se basa en una clasificación

que parte de su biología, es decir su función reproductora. Pero la cualidad de “madre” va

mucho más allá; la construcción cultural “madre” la sitúa en un pedestal donde se la

venera al mismo tiempo que se le asigna el deber de la bondad, abnegación, mediación,

sumisión, sufrimiento silencioso y castidad. La sexualidad de la “madre” queda limitada

al acto procreador.4 El ideal predica castidad antes del matrimonio y frigidez en el lecho

matrimonial: “Good women do not enjoy coitus; they endure it when the duties of

matrimony require it” (Stevens 96).

Los tenaces confines de la esfera reiterados siglo tras siglo no son infranqueables.

Hay mexicanas que se atreven a retarlos ganándose el apodo despectivo de “prófugas del metate” por no permanecer quietas dentro de los límites de su esfera (Gutiérrez 1).

Frente a la amenaza que representan, la historia mexicana ha exaltado sólo a aquellas mujeres que se conforman al rol de madre y esposa asignado por los hombres, o a las pocas que se presentan como figuras comparsas de héroes, reyes o soldados dentro de la historia que trata exclusivamente de hechos del orden público (Tuñon 11). Si el paradigma ha de quebrarse será necesario buscar y reconocer las transgresiones en la realidad y en sus textualizaciones.

4 Como explica Francie Chassen-López: “Motherhood is a pervasive element of Latin American women’s identity, far more so than in the United States and Western Europe. Traditional gender constructions situate mothers as symbols of self-sacrifice and moral superiority” (2). La construcción mujer/madre va más allá de la asignación de un “espíritu” ya que la maternidad es la justificación primordial para el confinamiento de la mujer a la casa y su exclusión del mundo intelectual de fuera (Franco 86). La reiteración de este modelo puede encontrarse hasta en las aulas escolares. El libro Lecturas para mujeres (1924) compilado por Gabriela Mistral (1889-1957) para uso en el sistema educativo mexicano perpetúa la limitación: “Siempre se sacrifica en la elección de trozos [literarios para antologías] la parte destinada a la mujer, y así, ella no encuentra en su texto los motives que deben formar a la madre. Y sea profesionista, obrera, campesina, o simple dama, su única razón de ser sobre el mundo es la maternidad, la material y la espiritual juntas, o la última en las mujeres que no tenemos hijos” (12).

66

La Revolución Mexicana y la mujer

En 1910 mientras México se preparaba para una nueva elección presidencial,

Francisco Madero se perfila como un candidato viable para destronar a Porfirio Díaz tras

su larga dictadura (1876-1910). El apoyo a Madero en principio no es excepcional, pero

una combinación de descontento, pobreza, atropellos contra el pueblo, y poca

organización dentro de las fuerzas armadas mexicanas permiten que el movimiento

maderista cobre fuerza. Pronto se desencadenan en México una serie de contiendas

bélicas que continúan hasta la Guerra Cristera (1926-1929). Varias revueltas surgen

inclusive en los años treinta, por lo cual marcar el fin de la Revolución se hace difícil. El

asunto se complica aún más cuando se advierte la transformación que sufre la Revolución

dentro del ideario nacional, pasando de ser un hecho bélico a ser una entidad, el Partido

Revolucionario Institucional, que promulga la idea de continuidad bajo el lema de “La

Revolución hecha gobierno” (Benjamín 68).

En los años que siguen a la Revolución se intenta afanadamente dar coherencia a la

era, y el resultado es producto de una amalgama de mitos, memorias e historia que

excluyen, simplifican o minimizan los varios papeles de la mujer durante los años de

conmoción. Lo que se intenta crear es una identidad nacional donde la interpretación del

pasado tiene mucho que ver con el poder, incluyendo el del patriarcado.5

Aunque algunas revoluciones profesan igualdad entre los sexos e integran a la mujer a la esfera pública, otras, como la mexicana, son patriarcales y atan a la mujer a la familia haciendo hincapié en la división de los géneros (Moghadam 137). Esta

5 Como lo anota Thomas Benjamín: “The past, as well as power, is contested in politics, war, and revolution. In the course of any struggle, the more powerful favor certain memories and myths over others and seek to create an official (and in aspiration dominant or national) memory in order to legitimize existing political authority. The development of an official memory, however, generally does not crowd out or incorporate all other collective memories” (Benjamín 20).

67

imposición se lleva a cabo a pesar de que las Mexicanas participaron intensamente en el

proceso revolucionario, y confirma la subordinación de los intereses de la mujer bajo los intereses “mayores” de la clase media, los trabajadores y obreros (Busch and Mumme

350).

Toda revolución busca una reorganización de los sistemas de poder, pero la mayoría de estudios e interpretaciones de tales luchas omiten la dimensión de género asumiendo que este no es parte de la estructura social o que es un elemento secundario

(Bush and Mumme 343-44). El proceso de creación de una historia oficial patriarcal

excluye la mayoría de la actividad desarrollada por mujeres durante momentos

revolucionarios, restándoles importancia. Esta omisión, como observan Bush y Mumme

“is unfortunate, not only because it obscures women’s active roles in revolutions, but

because it also steers us away from seeing gender inequality as reproduced, even

enhanced, by the outcomes of some revolutions” (346).

Un análisis que tome en cuenta las oportunidades de transgresión que tantas

tuvieron durante la contienda puede promover una revisión de la era que reconozca la

participación de la mujer y sus experiencias con el caos revolucionario. La esfera

femenina no se mantuvo intacta y en muchos casos la mujer experimentó una realidad

que la situó fuera del espacio privado y fuera del ideal de género.6 Sin duda la posición de

la mujer como centro de la familia se vio alterada. Contrario a la idea de frente y

retaguardia como dos espacios separados, la Revolución irrumpe en la esfera privada no

sólo por el cambio en la familia al marchar el hombre al campo de batalla, sino por la

6 Como escribe Shirlene Soto, para muchas mujeres “the Revolution created unique opportunities to break the chains of tradition. Prior to the revolution women lived in relative seclusion” (31). Durante la Revolución la vida de las mujeres de todas las clases sociales se vio alterada y al final salieron de su aislamiento quisieran o no (32).

68

invasión de este espacio por parte de los revolucionarios, ya sea en busca de refugio o

con el objetivo de saquear y violar.

Con el espacio doméstico trastornado y el espacio público abierto pronto se hace

manifiesto que las mujeres durante esta época “were largely on the loose and on their

own in Mexico” (Castillo 5). Entre estas “mujeres sueltas” pueden contarse aquellas que

participan directamente en la Revolución, incluyendo las que colaboran en la redacción y

diseminación de documentos revolucionarios; las que hacen de espías y correos; las que

compran y venden armas; las que confeccionan uniformes; las que cuidan a enfermos y a

heridos; las que desempeñan servicios de intendencia tales como transporte, sanidad y

abastecimiento de provisiones, alimentos y municiones; y finalmente las que participan

como soldados tomando armas y comandando tropas (Tuñón 136). La clasificación y

reconocimiento de tales mujeres se hace difícil bajo los parámetros de género que sitúan a

la mujer en la retaguardia. La mayoría de las historias heterodoxas se omiten o se

minimizan durante el proceso de textualización de la realidad. Pero, como es difícil

ignorar la participación masiva de la mujer en la Revolución, surge el mito de la

soldadera; esta construcción da cierta cuenta de la realidad sin invalidar la ideología.

Generalmente se llama “soldadera” a las mujeres que se desempeñaron en los

servicios de intendencia de los ejércitos. En Soldaderas en los ejércitos mexicanos,

Elizabeth Salas apunta varias de las falsas nociones que se tiene de este grupo de mujeres, cuyo nombre es una herencia española.7 Para mejor situar a la soldadera en la historia,

7 Así identificaban los soldados aragoneses a sus sirvientes, por el “soldo” (salario) que se les daba para comprar vituallas (Salas 30). Aunque la mayoría de personas creen que las soldaderas eran las esposas o parientes de los soldados que trabajaban sin retribución, no siempre fue el caso, para algunas este empleo era un trabajo asalariado (xvi).

69

Salas traza la existencia de la mujer que participa en la guerra a los orígenes

mesoamericanos, aclarando la dificultad que existió en México cuando se intentó masculinizar el ejército después de tantos años de tradición: “Debido a que era una tradición militar mexicana que las mujeres acompañaran a la tropa, para la época de la

Revolución los esfuerzos oficiales para modernizar y hacer ‘masculinos’ todos los puestos del ejército hallaron oposición de los soldados” (Salas 67). Elena Poniatowska afirma que sin las soldaderas no hubiera habido revolución porque los hombres llevados de leva hubieran desertado (14). Si se considera la amplia gama de labores que desempeñaban las soldaderas en el campo de batalla –cuidado de enfermos y heridos, transporte, sanidad y abastecimiento de provisiones, alimentos y municiones– puede verse que eran una parte esencial del aparato militar.

Significativamente, el mito de la soldadera no destaca su labor como miembro integral e indispensable en la organización de las tropas, sino que resalta la figura de la mujer abnegada que acompaña al valiente guerrero, desempeñando las funciones prescritas en el plano doméstico: cocinar, lavar, cuidar, y proveer sosiego al hombre.

Como observa Carlos Monsiváis, hoy el mito de la “santa dulzura” de la soldadera oculta

el hecho de que la presencia de la mujer en el campo de batalla fue “la profanación de un

destino de invisibilidad” (6). La creación del mito no hace más que reafirmar la

subyugación “natural”:

[A]l cabo de las caminatas prodigiosas, la mujer revolucionaria se deja mitificar y el mito, al estipular carácter y condiciones, confirma y garantiza la esclavitud y transforma, amargamente, virtudes naturales en peso muerto para sus descendientes. ¿No hubiese podido la mujer en la revolución elaborar una herencia más alivianada? Ni modo, a ella le hicieron arrojar sobre sus descendientes una carga fatal de abnegación, sufrimiento callado, estoicismo y obstinada veneración por su hombre (Monsivais 23)

70

Terminada la fase violenta de la Revolución, las mujeres apenas se encontraron en mejor situación que durante el Porfiriato: “They had gained valuable political and economic experiences, and had assumed new positions and new responsibilities, but they had not acquired concomitant political rights. Further, the long-lasting negative effects of the Revolution on women were devastating: rape, pillage, death of loved ones, and break- up of the family had taken a severe toll” (Soto 65). Por lo menos un millón de personas habían muerto en la Revolución y la vida de todo mexicano había sido transformada.

Pero la liberación de la mujer tras la Revolución no se cristalizó:

Women had followed armies, fought, fled from their homes lost their men, survived, had nursed and fed troops. Further, during the Revolution an incipient feminist movement had taken shape. Yet the Revolution with its primrose of social transformation encouraged a Messianic spirit that transformed mere human beings into supermen and constituted a discourse that associated virility with social transformation in a way that marginalized women at the very moment when they were, supposedly, liberated. (Franco 102)

Se temía que después de tanta libertad la mujer pudiera perder su feminidad, docilidad y sumisión (Tuñon 145). Es así como ya terminada la guerra e instaurada la calma, otra vez se pusieron en marcha las normas tradicionales de interacción social que poco tenían que ver con las nuevas libertades escritas en los juzgados y mucho con las normas de la “decencia”. Las interpretaciones y textualizaciones que prosiguieron a la

Revolución, aunque tuvieran en principio dificultad de armar un consenso que lograra explicar este suceso trascendental, ayudaron en su mayoría a reafirmar las normas establecidas.

Narrativa y la Revolución

En las dos primeras décadas de la Revolución, el narrar una historia coherente de los sucesos, a la que todas las facciones revolucionarias pudieran adherirse, se presentó como un verdadero reto. Como explica Thomas Benjamin: “Rival, even hostile,

71

revolutionary traditions emerged from the multiple revolutionary schisms” (137). No es

hasta los años treinta que la élite logra iniciar lo que se ha visto como una revolución

cultural, en la que a través de la educación se busca unificar al país (96). El deseo de

unificación y continuidad del espíritu de revolución se hace claro en la “Proclamación de

Guadalajara” cuando el jefe Máximo Calles hace su llamado: ‘We have to enter a new phase, one that I would call the period of psychological revolution: we must enter and conquer the minds of the children, the minds of the young, because they do and they must belong to la Revolución” (ctdo en Benjamin 96). El gobierno inicia así un monopolio que

controla el arte, las ciencias, la política y la economía (Benjamín 95).

En esta promoción de la cultura revolucionaria se viriliza la historia, y al icono de

la soldadera se le suman otras figuras míticas que transforman a los protagonistas en

símbolos nacionalistas que reiteran las reglas y la prescripción del género (Lindhard 42).

En el caso de los hombres la figura que predomina es la del guerrillero revolucionario

con fusil al hombro, pistolas al cinto, gran sombrero y dos bandas de cartuchos en cruz

sobre el pecho. Su presencia es omnipresente en toda producción cultural que define la

Revolución. Sea éste Pancho Villa o Emiliano Zapata, lo que la figura resalta es el macho

revolucionario, el hombre guerrero.

La reducción de los participantes de la Revolución a hombre guerrero y mujer

abnegada se origina dentro del discurso dominante del patriarcado que promueve

dicotomías. Es preciso salir fuera de la narrativa dominante y explorar las

contranarrativas para tratar de abrir las posibilidades de interpretación sobre la mujer

dentro (y fuera) de la Revolución. Al tomar en cuenta que las experiencias de la mujer

mexicana difieren de las del hombre, se puede asumir que cuando ésta textualice su

72 realidad creará una contranarrativa que parte de su posicionamiento. Aunque en muchos casos reitere los modelos patriarcales, ya sea debido a la interiorización de los mismos o a la imposibilidad de escribir fuera de ciertos modelos establecidos, se puede esperar que su texto también refleje las disonancias entre su realidad y la esfera impuesta.

La narrativa que ha creado la interpretación dominante de la contienda configura un canon al que se ha llamado “La novela de Revolución”. Sólo una mujer, Nellie

Campobello, se incluye en la mayoría de análisis y antologías que estudian a la vez que asientan el grupo de novelas en este rubro. Aunque quedan fuera del grupo canonizado centenares de novelas que tratan el tema muchas se excluyen debido, o al momento de su producción, o a la etapa revolucionaria que cubren, o a su enfoque. Tal exclusión no quita que éstas sean fruto de una realidad histórica (Paúl 49). Si se parte del tema de la

Revolución como principio configurador y unitivo en lo que ha de llamarse novela de

Revolución, se descubre que el canon se amplía en mayor grado, inclusive si las novelas se producen en la actualidad (Sarmiento 38). Al mismo tiempo, si se prolonga la periodización de la Revolución para incluir la guerra cristera, las novelas que enfocan los años hasta finales de los cuarenta también entran en la clasificación (Castañón 106).

Con estos comentarios se pretende llamar la atención a los parámetros arbitrarios que excluyen, entre otras, al ya reducido número de obras escritas por mujeres que exploran la era revolucionaria. Como observa Jorge Fornet refiriéndose al canon tradicional: “La novela de la Revolución Mexicana [es], de hecho, el non plus ultra de la virilidad” (4). A pesar de esto, varias autoras mexicanas, entre ellas Elena Garro (1920-

1999), Elena Poniatowska (1932- ), Silvia Molina (1946-), Laura Esquivel (1950-) y

Ángeles Mastretta (1949-), exploran esta época histórica narrando experiencias propias o

73

imaginadas. Sus obras se suman a un grupo de novelas que fusionan la ficción con la historia componiendo un género que en muchos casos viene a cuestionar la historia oficial.8 La oportunidad que tienen las mujeres a través de sus ficcionalizaciones de

ejercer influencia sobre la historia es de suma importancia ya que “en la libertad que da la

creación se llenan vacíos y silencios [y] se pone en evidencia la falsedad de un discurso”

(Ainsa 113).

La producción femenina no puede compararse en cantidad a la masculina; basta observar que de las 370 novelas en América Latina que Seymour Menton clasifica como históricas, sólo 38 son escritas por mujeres. México no presenta una excepción a esta tendencia. La mexicana enfrenta varias dificultades para ingresar en el campo de la escritura – las condiciones mismas de una sociedad semi colonial, una formación deficiente, el aislamiento académico, y las prohibiciones culturales (Robles 13) – pero el problema va más allá del acceso a la vida literaria. Como comenta Franco refiriéndose a la época de Porfirio Díaz: “the problem was the separation of the public from the private sphere and the incorporation of national literature into the former, leaving women primarily with a duty to the hearth and to the expression of private feeling” (94). Hasta hoy esta separación marca su huella: “lo escrito por mujeres es cosa aparte, marginal como la propia existencia de las mexicanas” (Robles 125).

Las escritoras que logran ingresar a la narrativa de la Revolución generalmente representan un grupo limitado; son letradas pertenecientes a las clases altas que tienen la oportunidad, tiempo y posibilidad de conservar y publicar su trabajo (Lindhard 10). Su

8 Como manifiesta Fernando Ainsa: “la ficción literaria ha podido ir más allá que muchos tratados de antropología o estudios sociológicos en la percepción de la realidad americana, al verbalizar y simbolizar hechos y problemas que no siempre se concientizan o expresan abiertamente en otros géneros” (113).

74

visión no puede representar a todos los miembros de su género, pero sí puede contribuir a otro modo de ver que se distingue del dominante masculino. Sus visiones, enfoques y estilos pueden diferir pero, como observa Fornet, existen aspectos unificadores en el discurso femenino de la novelística revolucionaria entre los que se cuentan “la desmistificación del discurso y de la historia oficiales, y el rescate de una memoria que dicho discurso estaba tratando de abolir” (Reescrituras 8).

En las dos novelas que se analizan a continuación, serán las alusiones que dentro de

ellas se hacen sobre el rescate de la memoria las que revelen la trascendencia de las obras como herramientas epistemológicas para la construcción de nuevas realidades. El que la

Revolución esté de trasfondo en estas obras sentará la base de su análisis. Como Elena

Barroso declara: “El entramado de sucesos épicos y políticos de la Revolución Mexicana puede estar en el relato sólo como una breve referencia o un encuadre, más o menos difuso y, sin embargo, poseer tan alta densidad semántica que funcione como importante clave de sentido, y hasta clave central” (11). El caos revolucionario representado en las novelas altera los parámetros de acción de las protagonistas y permite su desarrollo fuera de lo prescrito apuntando hacia las posibilidades de un nuevo modelo de ser mujer.

Los recuerdos del porvenir. Combate por una memoria alterna

La historia de guerra que se recuenta en Los recuerdos del porvenir es narrada por

el pueblo de Ixtepec. Desde un tiempo no preciso, el pueblo remonta su memoria

colectiva al pasado, haciendo otra vez presente la Revolución, la violencia y los excesos

del las fuerzas gobiernistas, y el estallido de la Guerra Cristera. La historia narrada

muestra cómo, a través de los años de conmoción, Ixtepec y sus habitantes se han visto

condenados debido a la redundancia de los mismos desatinos, quedando desolados y sin

ilusión. Dentro de este círculo vicioso viven también las mujeres, sujetas a una doble

75 subyugación por estar tanto bajo el estado de sitio en que viven todos como bajo el sistema de género que les niega participación.

Muchas de las mujeres del pueblo, sin embargo, no están dispuestas a permanecer inertes y toman varias iniciativas de resistencia y ataque a las fuerzas del poder que ejercen dominio sobre la población. Desde el dormitorio, el salón de baile, la iglesia y otros espacios a los que han sido restringidas, estas mujeres confabulan su rebelión logrando finalmente el éxodo del tirano. La memoria de sus actos se perpetúa en la novela con un intento de trascendencia que se logrará en la medida que el/la lector/a evite la tendencia a interpretar los hechos a través de los paradigmas tradicionales. La importancia de la memoria se hace evidente al surgir el entramado de la historia de los recuerdos que el pueblo recrea.

Casi como entre sueños Ixtepec narra los sucesos acontecidos durante la estadía del general Rosas en el pueblo. El general y su tropa, albergados en el Hotel Jardín, han encerrado en el mismo a las mujeres que han robado para sí. Entre “las queridas” se incluye Julia, una mujer de pasado desconocido, que Rosas guarda en su dormitorio y que está a la disposición del general en cuerpo, pero no en mente. Fuera del hotel queda el resto de pueblo incluyendo familias privilegiadas; entre éstas están los Moncada: don

Martín, doña Ana, y sus hijos Nicolás, Isabel y Juan. Inseparables desde la niñez los tres hermanos han de apartarse a fin de lograr salvaguardar lo poco que le queda a la familia.

Los hombres son enviados a las minas mientras que Isabel debe quedarse en casa y esperar matrimonio. La llegada del forastero Felipe Hurtado y su interés en Julia incitan la ira de Rosas quien manda a colgar a Ignacio, un agrarista. Una noche, con el tiempo detenido, Felipe y Julia se fugan.

76

La desolación de Rosas al encontrarse sin Julia, y la explosión de la rebelión cristera tras la suspensión de los cultos religiosos provocan la furia del general que esta vez se encuentra ante un pueblo menos inerte. La mayoría de las protestas vienen de las mujeres. Bajo la pretensión de una tregua, las señoras invitan al general a una fiesta, esperando ayudar al cura y al sacristán a huir mientras los militares bailan. El día de la fiesta, cuando las sospechas crecen y el general quiere salir, Isabel lo detiene. Sin embargo, el plan se desmorona y los militares descubren que las prostitutas guardaban al cura, la vieja Dorotea guardaba al sacristán, y doña Carmen escondía los panfletos y las armas. En la conmoción Nicolás es arrestado. Esa misma noche Isabel se va con Rosas.

Mientras el pueblo juzga a Isabel de traidora, ella tortura con su presencia al general y le pide por la vida de su hermano. Pero Nicolás no acepta su perdón y es ejecutado, desencadenando una culpabilidad que arruina a Rosas. Al final de la historia Isabel sale hacia el lugar de las ejecuciones, corre montaña abajo y desaparece, quedando, según reportes de Gregoria, convertida en la piedra sobre la cual la sirvienta inscribe un epígrafe.

Desde su publicación en 1963, Los recuerdos del porvenir ha representado un desafío para la crítica al no caber dentro de los moldes tradicionales (Seydel). Aspectos formales tales como la voz narrativa coral, la concepción del tiempo, el tono y la estructura de la novela subvierten las concepciones básicas de la historia de guerra. La novela textualiza la Revolución de manera innovadora, posibilitando una nueva manera de transmitir conocimientos sobre lo que fue este período histórico.

La voz narrativa colectiva, desconcertante en cuanto a que unifica una pluralidad, es uno de los aspectos formales que más llama la atención en la historia. A pesar de que

77 el pueblo es el narrador y el objeto de narración, su entendimiento sobre su propia situación parece ser limitado. Con un tono de pesadumbre el pueblo se queja y opina sobre su presente y su pasado a la vez que focaliza las historias que quiere contar. Ixtepec no alcanza a explicar los acontecimientos que conforman su historia quedando así lejos de representar una voz histórica autoritaria.

Por otro lado, la concepción del tiempo como circular y no lineal rechaza la construcción patriarcal de la historia teleológica. Lo que queda en su lugar es una nueva opción que explora la posibilidad de alterar la predisposición hacia un mal futuro al tomar conciencia de las repeticiones en los ciclos. Tal como indica el título de la novela, la discordancia en el orden natural del tiempo es central en la obra, que se desarrolla en el plano de los recuerdos al mismo tiempo que profetiza el futuro. Su aspecto temporal circular y profético la aleja aún más de una novela de guerra tradicional donde el modo narrativo dominante se fundamenta en la memoria del pasado (Mandrell 230).

El tono surrealista y la integración de aspectos fantásticos dentro de la novela vienen a contrarrestar el peso del orden simbólico masculino (Méndez 19). El resultado que tienen estas estrategias es el de romper la cadena de coherencia regida por leyes de causa y efecto que son parte del discurso histórico. En su lugar, el lector debe aceptar por ejemplo que no se explique por qué Julia se marcha con Felipe, o Isabel se convierte en piedra. A pesar de que lo fantástico no cabe en lo histórico la novela lo incorpora con

éxito (Balderston 42).

Estructuralmente, la obra tampoco obedece a los principios tradicionales. Dividida en dos partes, cuenta dos historias que presentan independientemente el patrón de tensión, clímax y resolución. La historia de Julia, que culmina en su huida, abre paso a la

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segunda parte donde la tensión se va constituyendo bajo la situación de guerra y la entrega de Isabel, terminando en la muerte de sus hermanos y la metamorfosis de la protagonista. Si se toma en cuenta que parte del placer en la lectura se basa en experimentar estas tres fases en una historia, se podría argüir que la novela provee un doble placer al lector.

La obra no ofrece un discurso histórico autoritario ni axiomático. Tampoco narra una historia lineal ni utiliza un tono sobrio y realista. No obstante, es una novela de guerra que textualiza de manera revolucionaria un momento histórico y logra explorar y

transmitir de manera deleitable una visión de lo que fue la Revolución Mexicana, en

especial para las mujeres que participaron o se vieron afectadas por los sucesos.

El hecho de que sean principalmente mujeres las heroínas de esta novela complica aún más su recepción.9 Como lo ha notado Jean Franco: “What is at stake is whether a

‘heroine’ is possible at all within the terms of the epic or master narratives of the nation”

(133). La dificultad para la crítica estará en definir el valor que se le ha de otorgar a una

novela cuando ésta presenta personajes que, por comportarse fuera de los códigos

tradicionales, se perciben como extremos o inverosímiles. Como lo ha expresado Nancy

Miller “If no maxim is available to account for a particular piece of behavior, that

behavior is read as unmotivated and unconvincing [. . .] a heroine without a maxim, like a

rebel without a cause, is destined to be misunderstood. And she is” (36). Esta condena se

hace obvia en el caso tanto Julia como de Isabel.

9 Aunque el hecho de que la trama esté situada durante la guerra cristera haga más aceptable la presencia de personajes femeninos, ya que como expone Arias, éste es un elemento común en la novela cristera (69), el protagonismo absoluto de las mujeres en la obra es todavía problemático.

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Recuerdos del porvenir tiene mucho que ofrecer como narrativa de guerra a pesar de (o quizás gracias a) no conformarse a los parámetros tradicionales de la novela de

Revolución. Los hechos históricos en la obra no se presentan como un mero elemento de ambientación sino que la presencia de la guerra en la novela afecta a los personajes, avanza la trama y establece un ambiente combativo que fija el tono de la historia.

La guerra en la novela

Desde las primeras páginas de Los recuerdos del porvenir, queda claro que la abatida situación del pueblo de Ixtepec es el resultado de años de guerras. La relación del pueblo con la guerra es ambigua ya que en principio éste declara la emoción, posibilidades e ilusión que la guerra crea: “fui fundado, sitiado, conquistado y engalanado para recibir ejércitos. Supe del goce indecible de la guerra, creadora del desorden y la aventura imprevisible.[…]” (11). Por otro lado, las posibilidades de cambio no se materializan: “Un día aparecieron nuevos guerreros que me robaron y me cambiaron de sitio. […] Hasta que otro ejército de tambores y generales jóvenes entró para llevarme de trofeo […]. Cuando la Revolución agonizaba, un último ejército, envuelto en la derrota, me dejó abandonado en este lugar sediento” (11). Éste es el círculo vicioso que ha atrapado al pueblo de Ixtepec robándole la ilusión y sumiéndole en la inercia.10

Aunque el hecho histórico que define la trama es el conflicto político y social de la guerra, el terreno narrativo está bajo el dominio de las mujeres de la historia (Castillo 81).

Tal adueñamiento en una novela de guerra es significativo: “Part of the accomplishment of the female perspective dominant in Garro’s novel is to provide us with the

10 Para algunos críticos como Robert Anderson los personajes en la obra no se muestran como forjadores de su historia: “they passively allow external entities, or forces, to govern their behavior. We observe that they resign themselves to living outside of progressive time, devoid of a past and a productive future” (“Recuerdos” 27). La situación para ellos es ineludible y se resignan a sufrir (Anderson “Myth” 222).

80

complementary other half of the experience of war; Los recuerdos del povenir helps

negotiate the gender divide, representing women as subjects of the discourse about war”

(Castillo 82).

En la novela las mujeres que no alcanzan a tomar parte en la guerra aparecen

“pálidas y enojadas por no haber participado en el desorden” (12) mientras que las otras se valen de los recursos que tienen a su alcance para tomar acción. Uno de estos es la resistencia, que en el caso de Julia se manifiesta como la barrera de indiferencia que ella crea y que impide los avances del general de poseerla íntegramente. La metáfora militar usada para describir la situación hace obvio que ésta es una batalla cruenta: “[Rosas] se encontró frente a ella como un guerrero solitario frente a una ciudad sitiada con sus habitantes invisibles […] y afuera de los muros que guardaban al mundo que vivía dentro de Julia estaba él. Sus iras sus asaltos y sus lágrimas eran vanas, la ciudad seguía intacta”

(80).

Como Julia, el resto del pueblo de Ixtepec también se encuentra sitiado, y la

violencia se integra a lo cotidiano. La mañana en que Ignacio aparece colgado Agustina,

la panadera, “andaba gestionando que le permitieran bajar el cuerpo de su hermano y

todos nos habíamos quedado sin bizcochos” (82). Mientras la mayoría del pueblo se

mantiene apático, son las prostitutas, con el loco Juan Cariño, las que arman la primera

manifestación. En la comandancia se burlan de ellas pero en la noche, cuando los

soldados van a la casa de citas, ellas les niegan la entrada. Ese es su sitio de poder y esta primera protesta abre las posibilidades para las próximas a las que se unen más mujeres.

La supresión del culto que da lugar a la Guerra de los Cristeros incita a las mujeres a participar de nuevo. Ellas junto a los hombres van a protestar a la iglesia y son víctimas

81

de la violencia que se desata contra todos: “Bajo los almendros quedaron mujeres con las

cabezas rotas a culetazos” (162). El atropello incita a Dorotea y a doña Ana a buscar

audiencia con Rojas para resolver la situación. La audiencia se les niega apuntando así

hacia el poco valor que se da a la opinión de la mujer en asuntos de guerra. Pero las

mujeres se mantienen constantes en su protesta. Tras la golpiza del sacristán más mujeres

se deciden participar en la conspiración. Esta vez son ellas las que llevan la batuta en todo el proceso de planeamiento. Su mejor escudo es que los hombres no las consideran contrincantes e ignoran su capacidad revolucionaria.

La subestimación de las contrincantes entorpece por largo tiempo a la fuerza militar y ellas utilizan esta infravaloración a favor de su causa. Esto se ve tanto en la anécdota del cateo de la casa de las Montufar y Doroteca, como en la investigación de las “cuzcas” a quienes no se les puede imaginar más allá de ser objetos de placer.

El último catalizador que llama a las mujeres a la acción es el apresamiento de los rebeldes. Esta vez es Isabel la que actúa fuera de todo parámetro y consigue la derrota final de Rosas. Ya desde niña Isabel había jugado a la guerra con sus hermanos aprendiendo “que a ‘Roma’ se le vence con silencio” (13). En la batalla final en el dormitorio de Rosas, Isabel pone a prueba su táctica marcial. Una vez que Rosas lleva a

Isabel al Hotel Jardín su habitación se le vuelve “asfixiante” (245) mientras Isabel lo mira con “sus ojos obstinados” (245). El gran general que subyugó a Ixtepec por tanto tiempo finalmente queda vencido. Su devastación se ha dado con la colaboración de varias mujeres empezando con Julia y terminando con Isabel.

Establecimiento y desintegración de la esfera

Las mujeres de Ixtepec viven sujetas a las normas tradicionales. Su lugar dentro de la esfera lo resguarda la misma comunidad bajo la voz de Ixtepec. El consabido “qué

82

dirán” y el juicio y sentencia de aquellas que transgreden resuenan en los comentarios del

pueblo. Sin embargo, son varias las mujeres que de una u otra forma rompen filas. Siendo tiempo de revolución ellas se ven obligadas con o sin gusto a participar de la rebelión.

Actitudes de las ya detalladas que se suponen en la mujer, se subvierten ya sea cuando las mujeres actúan contrarias a estas maneras o cuando las manipulan y representan para fines de rebelión. Lo mismo sucede con los espacios asignados –el dormitorio, la iglesia y la casa– desde donde ellas confabulan sus planes marciales. Lo que queda claro al final es el reconocimiento, no sólo de la unión inextricable entre el acontecer público y el mundo privado, sino también de la empresa femenina en los tiempos de revolución.

En la novela se muestra de distintas maneras que las mujeres han sido constreñidas casi a la fuerza a ocupar un mundo separado. A las queridas se las ha secuestrado y encerrado en el Hotel Jardín donde se las vigila y se controla su interacción con el mundo exterior. En el caso de Isabel, se la separa de sus hermanos cuando ya van madurando.

Las “cuzcas” también viven encerradas en su casa de citas de la misma manera que las señoras bien lo hacen en sus viviendas.

Las reglas sociales que han de seguir las mujeres se hacen claras a través de los comentarios del pueblo, en especial en lo que concierne a la vida tanto de las queridas como de las “cuzcas”. Las mujeres “buenas” las miran como amenazas a la honorabilidad. Por su parte los hombres también demandan la sumisión: “Las mujeres están para obedecer” (173). Por último las mismas madres como doña Ana y doña Elvira, viendo a sus respectivas hijas crecer les recuerdan una y otra vez que es tiempo de encontrar marido, sin importarles que ellas mismas han sufrido dentro de esta institución.

83

Elvira goza juzgando a las mujeres que no se adhieren a la norma. Su odio hacia Julia se

hace evidente cada vez que la nombra con gana de incitar a otros a juzgarla.

El gran pecado de Julia, frente a los ojos del pueblo, es el ser diferente: “Desde la

tarde que la vi desembarcar del tren militar me pareció mujer de peligro. Nunca había

andado nadie como ella en Ixtepec. Sus costumbres, su manera de hablar, de caminar y

mirar a los hombres, todo era distinto en Julia” (41). Como mujer que queda fuera de la

norma Julia incita nerviosismo principalmente porque a pesar de que en la superficie

cumple con mucho de las expectaciones de lo que ha de ser una mujer –bella, sumisa,

pasiva, frágil– en el fondo no se adhiere a ninguna regla. Detrás del “muro altísimo” (80)

de su frente, su interior es libre. La idea de que una mujer pueda actuar su papel pero no

inscribirse al mismo representa, como se ha visto, una profunda amenaza al concepto de

la esfera femenina. Dentro del dormitorio Julia está muy lejos de ser el recinto de sosiego

del hombre guerrero; al contrario, Rosas sufre ansiedad al estar en su presencia. El

encerramiento de Julia no tiene el efecto de confinarla. Pero mientras las limitaciones se

van haciendo más estrechas Julia va alejándose todavía más. Su fácil fuga de Ixtepec

culmina su liberación.

En cuanto al resto de mujeres de supuesta “vida fácil” se puede decir que todas

retan de alguna manera la dicotomía de la buena o mala mujer. A pesar de que todas

parten de un espacio transgresivo, ya que no son ni esposas ni castas, su participación en

varias instancias de la rebelión las sitúa aún más afuera de los parámetros. Mientras las

“queridas” ejercen su poder en el dormitorio, las “cuzcas” como “mujeres públicas” actúan no sólo dentro de la casa de citas sino también fuera de ella. Cuando las mujeres

84

se niegan a entregarse a los militares sus cuerpos se convierten en instrumentos de

protesta y liberación (Umanzor 83).

Las “cuzcas” dan un paso más al participar en el complot para esconder al cura y el

sacristán. Con valentía Luchi cumple su función de “guardaespaldas” del cura y su

heroísmo termina en desgracia cuando es abaleada. En su sacrificio se une a sus otras

compañeras en armas que incluyen a la beata Dorotea y las señoras “bien” que antes

habían juzgado a las prostitutas y ahora se encuentran en el mismo espacio

trasgresor, mostrando que su causa política ha anulado sus diferencias.

De todas las mujeres que intervienen en la rebelión la menos comprendida y las

más odiada termina siendo Isabel. El pueblo no puede perdonar su ruptura de la esfera ya que es la más profunda de la historia. Isabel ha roto demasiadas reglas en los ojos del pueblo que la juzga como mala hija, mala hermana, lujuriosa, ambiciosa, egoísta, poderosa, emancipada e impenitente. Isabel es definitivamente el personaje más complejo de la historia y sus motivaciones para huir con Rosas dan cabida a varias interpretaciones que la sitúan o como una traidora, moderna Malinche (Jehenson, Arias), una astuta y sacrificada heroína (Durán, Boschetto, Hurley), una lasciva (Castillo) o una víctima de la

sobrecodificación de la mujer (Melgar, Kaminsky). Alcanzar una interpretación única es

imposible pero tampoco es lo primordial en cuanto a que, en la complejidad del personaje

y la dificultad de su codificación es exactamente donde reside su verdadera importancia.

La incomprensión del personaje de Isabel confirma lo que antes ya ha dicho Miller

refiriéndose a las dificultades que se desencadenan debido a la falta de modelos que tomen en cuenta a las mujeres que actúan tan afuera de los códigos (36).

85

Desde el principio de la historia Isabel no encuentra su lugar: “Isabel’s problems

start from the moment when, after an idyllic childhood, she is separated from her brother

Nicolás and designated a female. She had never really reconciled herself to the social consequences of gender differences nor to the fact that only men work, travel, and become heroes” (Franco 137). Desde pequeña Isabel juega a la guerra con sus hermanos y juntos sueñan con salir de Ixtepec y ser héroes. Sin embargo, para Isabel está prescrito un futuro distinto que al de los hombres: “A Isabel le disgustaba que establecieran diferencias entre ella y sus hermanos. Le humillaba la idea de que el único futuro para las mujeres fuera el matrimonio. Hablar del matrimonio como una solución la dejaba reducida a una mercancía a la que había que dar salida a cualquier precio” (24).

Isabel se siente cada vez más desolada y, como se espera de una mujer, busca encontrarse en la oración pero no logra constituirse: “¡Reza, ten virtud!’ le decían y ella repetía las fórmulas mágicas de las oraciones hasta dividirlas en palabras sin sentido […] no lograba integrar las avemarías ni a ella misma” (31). Encontrándose en la iglesia cuando se anuncia la supresión de culto se pregunta qué hace ahí ya que “Apenas creía en

Dios y la situación de la iglesia la dejaba indiferente” (161). Durante los cortejos de su pretendiente se encuentra explicada a través de la poesía en la que él la describe y se pregunta incrédula “¿Esa soy yo?”(198). Segovia no está enamorado de ella sino de la idea de “mujer” y en ésta Isabel no se reconoce.

Es la guerra la que provee a Isabel con la oportunidad de escapar el ideal femenino.

Bajo la alarmante situación Isabel empieza a operar fuera de los parámetros y participa en el complot para salvar al cura y el sacristán. Durante la fiesta actúa como mujer seductora vestida de rojo con el fin de detener a Rosas. Sus motivaciones para irse con él, sean de

86 venganza (héroe), lascivia (mala mujer) o amor (traicionera), se hacen difíciles de precisar, aunque el pueblo no parece dudar al final y ella queda inscrita como una mujer que en su locura de amor traiciona a Ixtepec y su familia.

Es importante observar que Isabel es juzgada a través de paradigmas establecidos.

Sus acciones sólo pueden justificarse por la supuesta tendencia mujeril a perder la cabeza por un hombre. El heroísmo femenino no cabe. Sin embargo, las consecuencias de sus acciones en cuanto al futuro de Rosas y la lucha contra su yugo sí quedan claras. En el dormitorio de Rosas, Isabel logra destruirlo dentro de un espacio que tradicionalmente no se considera campo de batalla. La actividad en el dormitorio, generalmente vista como algo privado, se revela en la obra como una acción que tiene injerencia en la vida pública, negando la separación de ambos mundos.

Es desde el mundo privado que las mujeres actúan porque ese es el lugar que se les ha impuesto pero desde ahí no aparecen subyugadas – para quien las sepa ver –sino activas, son seres que participan en el proceso revolucionario. El enfoque en la participación de la mujer provee una reevaluación de sus actividades, tanto las tradicionales como las transgresoras. Como resultado, algunos actos heroicos no reconocidos en la historia se hacen fáciles de registrar. Pero no es el caso con todos los heroísmos como se aprecia en la problemática inscripción en la piedra que interpreta las acciones de Isabel como una simple locura de amor. El epígrafe, como se verá más adelante, viene a probar la dificultad de inscribir aquello para lo que no existen códigos de interpretación.

La novela como herramienta epistemológica

Al considerar que el pasado recordado y compartido tiene una función primordial en guiar el futuro, la transmisión del conocimiento sobre ese pasado es crucial tanto en

87

contenido como en forma. Esta idea se hace evidente en Los recuerdos del porvenir comenzando por el mismo título que alude a un porvenir predispuesto por las memorias de lo que ya ha sucedido. En el proceso de textualización de su historia, el pueblo de

Ixtepec intenta recrear su pasado no sólo recordando sucesos sino también eligiendo cuáles recordar e interpretándolos a medida en que se recuentan. Lo que resulta es una historia “aparente” en cuanto a intenta ser una versión colectiva donde varias voces comparten el poder interpretativo pero termina siendo una lucha donde la versión predominante patriarcal todavía se impone. La constante disonancia en la obra apunta entonces hacia la dificultad de crear una sola versión de la historia que abarque todas las voces. Sin embargo, el intento queda hecho y con él la posibilidad de capturar otras memorias alternas. Desde el principio del la historia el pueblo de Ixtepec manifiesta esta posibilidad:

Aquí estoy, sentado sobre esta piedra aparente. Sólo mi memoria sabe lo que encierra. La veo y me recuerdo, y como al agua va al agua, así y, melancólico, vengo a encontrarme en su imagen cubierta por el polvo, rodeada por las hierbas, encerrada en sí misma y condenada a la memoria y a su variado espejo. La veo, me veo y me transfiguro en multitud de colores y de tiempos. Estoy y estuve en muchos ojos. Yo sólo soy memoria y la memoria que de mí se tenga. (11)

Al basar la existencia de Ixtepec en la pura subjetividad, y aceptar que el pueblo existe únicamente como realidad recordada queda claro que en la recreación de la memoria está el poder de crear “realidad” (Fornet Reescrituras 28). Siendo la memoria la

que contribuye a la reconstrucción del pasado histórico que sienta bases para el futuro, las

memorias que Ixtepec elige recordar y el punto de vista que privilegia son significativos.

Como observa Debra Castillo, la historia “privileges the point of view of the feminine

‘they.’ The collective ellas who provide the basic grounding of the town’s knowledge of

88

itself and whose gossip, dismissed in traditional circles as irrelevant narrative, serves as

the backbone of this novel” (81).

El enfoque casi exclusivo en las actividades de las mujeres del pueblo también les

da la palabra, lo cual no es una pequeñez si se considera el poder que se adscribe a la

palabra en la historia, y la constante lucha que existe en el pueblo por adueñarse de ella.11

Con la fuerza de las palabras el pueblo intenta preservar historias sea de manera oral como en el caso de Julia o sean inscritas como en el caso de Isabel. En cualquiera de las dos instancias, la conversión de Julia en leyenda y la de Isabel en piedra puede verse como un indicio de que se ofrece una alternativa a la historia oficial en el sentido de que su textualización no es tradicional (Durán 51). Al ser la historia de Julia transmitida de manera oral, ésta todavía tiene cierta flexibilidad; el caso de Isabel es más serio ya que su historia se ha inscrito en una piedra dándole un carácter inapelable. A más de las dificultades que presenta el medio de difusión, el contenido del conocimiento que se transfiere sobre las dos mujeres es aún más problemático. Bajo la óptica de la ideología predominante tanto Isabel como Julia se hacen difíciles de explicar, más todavía cuando es el pueblo – tradicional regulador de conducta – el que las recuenta. Debido a la dificultad de interpretar estas mujeres, Julia se presenta como un misterio. Por su parte

Isabel corre peor suerte ya que, atrapada dentro de los códigos predominantes, sus acciones se interpretan como traición resultado de una locura de amor inscrita en la piedra:

11 Esta lucha se representa a través de Juan Cariño que obsesivamente sale a recoger las palabras que se han soltado por el pueblo y que según él causan grandes daños. La preocupación de Cariño es que: “Ya eran demasiadas las que conocían los ignorantes y se valían de ellas para provocar sufrimientos” (61).

89

Soy Isabel Moncada, nacida de Martín Moncada y de Ana Cuétara de Moncada, en el pueblo de Ixtepec el primero de diciembre de 1706. en piedra me convertí el cinco de octubre de 1927 delante de los ojos espantados de Gregoria Juárez. Causé la desdicha de mis padres y la muerte de mis hermanos Juan y Nicolás. Cuando venía a pedirle a la Virgen que me curara del amor que tengo por el general Francisco Rosas que mató a mis hermanos, me arrepentí y preferí el amor del hombre que me perdió y perdió a mi familia. Aquí estaré con mi amor a solas como recuerdo del porvenir por los siglos de los siglos (292).

La discrepancia entre este mensaje escrito en primera persona y lo que se ha conocido de Isabel hasta el momento puede explicarse al considerar que no es Isabel, sino

Gregoria la que escribe el epígrafe. Es más, siendo la sirvienta el único testigo ocular de lo que sucede en la montaña, toda la historia de Isabel a partir de la salida hacia el monte está basada en lo que Gregoria ha dicho al resto del pueblo y éste ha aceptado como verdadero. Resulta difícil creer que Isabel haya estado enamorada de Rosas si se considera que jamás ella le dice ninguna palabra de amor ni le da ninguna muestra de cariño. Tampoco se hace fácil aceptar que vaya a pedir perdón a la Virgen ya que apenas cree en Dios. En cuanto a su supuesta culpa por la muerte de sus hermanos, Juan muere participando voluntariamente en el complot, mientras que Nicolás se niega a ser indultado.

Amy Kaminsky, en su artículo “Residual Authority and Gendered Resistance” logra un brillante análisis sobre el problema de la inscripción en la piedra. Kaminsky observa que aunque las discrepancias entre lo inscrito y el resto de la historia son obvias, la mayoría de la crítica no ha cuestionado la validez del epígrafe. La facilidad con la que la crítica, inclusive feminista, ha aceptado el epígrafe a pesar de que se basa en clichés nacidos de la ideología patriarcal y refuerza relaciones de poder tradicionales, puede

90

explicarse, según Kaminski, a través de lo que ella llama “residual authority”.12 Gregoria,

la productora de texto, tiene dificultad en situar a la mujer fuera de la esfera femenina:

“The story she tells is not an intentional lie but rather the best explanation she can find

for Isabel’s disappearance” (Kaminski 107). Por su parte la familiaridad de la explicación

de las acciones de Isabel (mujer loca de amor) inducen a los receptores – el pueblo, el

lector y la crítica, a aceptar el epígrafe como válido (Kaminski104).

La existencia de la piedra prueba la dificultad de crear un nuevo conocimiento

establecido bajo códigos y parámetros que queden fuera de la tradición patriarcal. El

pueblo describe las palabras en la piedra como “cohetes apagados” (292), quizás porque

en su calidad de palabras tuvieron la posibilidad explosiva de escribir una nueva historia

pero, en el caso del epígrafe, no lo lograron. Parte de la derrota del pueblo y de su

dificultad de escapar el círculo vicioso en que se encuentra, podría atribuirse a la

reiteración de parámetros caducos. Sin embargo, el escrito de Gregoria es sólo una

fracción de la novela. El resto de la historia que se recuenta, de manera a veces disonante

y fragmentaria debido a la dificultad de interpretar voces alternativas, se erige como

condena del epígrafe final. La disparidad entre las dos versiones ilustra la veracidad del

dictum que los vencedores (lo hegemónico) escriben la historia.

Como agua para chocolate: Alterando la receta en tiempos de revolución

Utilizando como trasfondo el período de rebeldía e insubordinación de la

Revolución Mexicana, la historia de Tita de la Garza tiene como centro de acción el

espacio doméstico de la cocina. Mientras los revolucionarios liberan batallas y van por

12 Este concepto se entiende como “the authority which is still brought to bear on the production and reception of texts, despite oppositional feminist literary acts such as writing, narrating, and reading that call into question the authoritative discourses of male domination” (Kaminski 104).

91

los campos asaltando ranchos, Tita conduce su propia batalla dentro de su hogar. Su

rebelión se incita ante la opresión que sufre en manos de su madre que perpetúa tradiciones arbitrarias. Su lucha es en la mayoría silenciosa y sus armas son las que tiene a su alcance dentro de su reducido espacio culinario, que es el único lugar donde en

principio tiene poder. En el transcurso de la historia la esfera femenina va

desintegrándose y reconstituyéndose a través de varios retos que se presentan a los roles,

espacios y jerarquías prescritos. A su vez, la necesidad de la protagonista de plasmar su

vida en un libro hace alusión a la necesidad de transmitir una nueva historia que perpetúe

los nuevos conocimientos adquiridos.

La historia de Como agua para chocolate parte de una injusticia impuesta a través

de una tradición absurda, tanto más patente por su arbitrariedad. Atada a la costumbre

que se ha seguido siempre en su familia la cual dicta que la última de las hijas está

obligada a cuidar de su madre hasta la muerte, Tita debe renunciar al amor de Pedro que se quiere casar con ella. Como si una mujer fuera intercambiable por otra Mamá Elena hace que Rosaura, su otra hija, tome el lugar de Tita y se case con Pedro.

La inflexibilidad de mamá Elena y la dificultad de sus hijas de adherirse a la conducta circunscrita, desencadenan dentro de la familia una batalla clandestina en la que

Tita ejerce influencia sobre todos a través de la comida que prepara alterando las recetas prescritas. A medida que avanza la historia todas las hijas de Mamá Elena abandonan el hogar por incentivo de la Revolución. Mientras Gertrudis huye con un capitán, Rosaura,

Pedro y Roberto, su primer hijo, se mudan fuera del Rancho para evitar el peligro. Tita, tras la muerte de su sobrino, enloquece y es llevada a la casa del Dr. John Brown.

92

Después de un ataque en el rancho, Mamá Elena queda postrada y Tita regresa a

cuidarla hasta que fallece. Pedro y Rosaura, embarazada esta vez con una niña a la que

llaman Esperanza, regresan al rancho, y Tita comienza una relación tempestuosa con

Pedro. Cuando Esperanza se enamora se desencadena en el hogar una nueva batalla para

liberarla de la tradición que una vez arruinó la vida de Tita. Esta vez Tita sale triunfante y

se celebra el matrimonio de su sobrina tras la muerte de Rosaura. Finalmente solos y

libres para amarse, Pedro y Tita consuman su amor. Pedro fallece en el éxtasis del

momento y Tita decide seguirlo a la eternidad, dejando su historia plasmada en el libro de

cocina que ella escribe y que ahora la hija de Esperanza recuenta.

Una de las características singulares en Como agua para chocolate es que su

estructura parodia el género de la novela folletinesca por entregas mensuales que alcanzó

gran popularidad en México a mediados del siglo XIX.13 Este tipo de publicación que incluía en sus páginas recetas, remedios, patrones para costura, consejos para el hogar, poemas, y exhortaciones morales, representaba el suplemento escrito del proceso de socialización de la mujer, al ser los documentos que conservaban y transmitían la cultura mujeril (Valdés 183). Es significativo entonces que la novela utilice el discurso que antes participaba en la consolidación de la esfera femenina y lo subvierta a fin de mostrar el quiebre de la misma.

La novela claramente está alejada del discurso tradicional de la novela de guerra.

Siendo la primera página del libro una receta, la obra establece desde un principio su hibridez a la vez que crea un patrón para los doce capítulos que siguen. La narradora, que sólo se manifiesta al principio y al final, no es testigo presencial de la vida de Tita aunque

13 Entre los críticos que han estudiado esta novela como parodia se cuentan Valdés, Jaffe, Ibsen y Escaja.

93

su conocimiento parece absoluto. El melodrama y el lenguaje hiperbólico con el que

recuenta la historia de su tía abuela dan a la obra el tono de una novela rosa.

La exaltación de la cursilería mezclada con el tema de la Revolución, aleja a la obra aún más del modelo canónico de la novela de ese período. Vale mencionar que esto, sumado al gran éxito comercial que la obra alcanza, causa en principio dificultad a la crítica que no sabe cómo calificar una novela tan poco tradicional. Sin embargo, como lo explica Kristine Ibsen: “The fact that Esquivel has chosen discourses not just outside the canon but specifically associated with women’s values and experiences allows her to set forth an alternative to the hegemonic standard” (143).

Aunque la historia tiene un principio y un final, la existencia de las recetas que parecen transcribirse en el presente de la narración, y la historia que se remonta al menos cuarenta años, crean una secuencia discorde al orden lineal convencional. Dentro de la historia de Tita se presentan varias analepsis que vienen a aclarar la situación inmediata: la historia de amor de mamá Elena y José Treviño, o el relato de la vida de Luz del

Amanecer.

Igualmente heterodóxo es el entramado cuyo planteo, desarrollo, clímax y desenlace no siguen el patrón tradicional. El conflicto alcanza su máxima tensión tempranamente, en el capítulo cinco, cuando después de sufrir abuso tras abuso Tita recibe la noticia de que su sobrinito ha muerto y violentamente se rebela. Al dramático clímax le sigue una resolución que toma el resto de la historia hasta que la tensión vuelve a intensificarse una vez que Tita y Pedro vuelven a vivir juntos en el rancho.

Sorprendentemente la culminación de su amor/lujuria en el cuarto de los triques no alcanza el nivel espectacular que era de esperarse considerando cuánto tiempo han tenido

94

que esperar para consumar su pasión. No es sino hasta el final de la novela, y sin tensión

aparente, que la pareja sucumbe en un apoteósico éxtasis amoroso.14

Las múltiples ediciones y traducciones de la obra atestiguan su popularidad entre

un público que parece haber encontrado gran deleite en la obra.15 Sin duda las estrategias

narrativas han contribuido a su popularidad ya que el atractivo de la obra se fundamenta no sólo en la historia que cuenta sino en cómo lo hace. Entre romances y recetas la historia que se cuenta transmite efectivamente una lección en disidencia que busca cuestionar la sujeción femenina.

La dificultad de encajar esta obra al canon de la “novela de la Revolución” puede

entenderse considerando tanto contenido como forma. No obstante, el uso de la

Revolución como trasfondo de esta historia de mujeres es deliberado y logra varios

efectos. Según Joanne Saltz, al centrar el discurso de la novela en la experiencia femenina

y combinarla con la tradición literaria de la Revolución, produce un reto al ideario

nacional que ha tratado el acontecimiento de la Revolución como una experiencia

masculina (31). Lo que se produce entonces es una violación del género literario al

infiltrar tal historia dentro de la consagrada tradición masculina de la literatura de la

Revolución (Ibsen 136).

La guerra en la novela

Aunque tratar la esfera doméstica junto con la Revolución parezca incongruente,

dentro de la historia el efecto es claro: “Esquivel adds a political charge by situating her

14 Vale aquí hacer hincapié en lo ya discutido en el primer capítulo en cuanto a las propuestas de Susan Winnet sobre la diversidad de patrones narrativos que pueden surgir cuando la historia no depende de la morfología masculina basada en el placer sexual del hombre (Winnet 508).

15 La novela ha vendido más de cuatro millones y medio de ejemplares y ha sido traducida a treinta y cinco idiomas, según la casa editora Random House. (Randomhouse.com).

95 narrative against the backdrop of the Mexican Revolution. In doing so, the author both forges an underlying theme of rebellion, change, and momentum in the gender politics of the novel, and confronts Mexican popular myths of femininity within the bloody conflict”

(Dobrian 57). Lo que Esquivel logra crear es “an effective mirror of and challenge to patriarchal acculturation while disclosing the detail of that specific historical and cultural context” (Meacham 117).

El contexto de la Revolución brinda a la historia una dimensión que la hace trascender la esfera pública al mostrar los lazos profundos entre lo político y lo personal.

Dentro de la historia la Revolución no sólo establece el ambiente de rebelión antes mencionado sino que específicamente actúa como catalizadora de varias circunstancias que empujan a los personajes femeninos a actuar en maneras no acordes a los mandatos de feminidad. Los límites de la sexualidad, el conocimiento, la labor y hasta la cordura de la mujer se ven ampliados por la situación de guerra.

Desde el principio de la historia se establece que la guerra ha comenzado a afectar la vida de las mujeres en el rancho y a amenazar su castidad. Con la escasez no se encuentra la tela para la sábana nupcial de Rosaura que ha de cubrirla durante el acto sexual negándole participación y placer. Por otra parte la presencia de los revolucionarios en el pueblo despierta la curiosidad sexual de Gertrudis cuando los observa en el mercado. Esta lujuria se intensifica cuando Gertrudis ingiere uno de los platillos de Tita y termina huyendo con el villista. La transgresión sexual se hace fácil de justificar gracias al estado de guerra en el que viven.16

16 Tita da a su madre una versión de los hechos “en la cual los federales, a los que Tita aborrecía, habían entrado en tropel, habían prendido fuego a los baños y habían raptado a Gertrudis” (57).

96

La Revolución también viene a poner a prueba las habilidades de Tita y la empuja

no sólo a extender los límites de su conocimiento y de sus capacidades, sino a transgredir

las reglas impuestas realizando la maternidad que le ha sido negada. Con su hermana a

punto de dar a luz Tita se ve obligada a atender el parto. La conmoción revolucionaria se

presenta como impedimento para que nadie más esté en casa. El niño, con quien en

principio Tita no quería tener ninguna relación, termina siendo más hijo suyo que de su

hermana cuando muere la nodriza de un balazo y Tita portentosamente produce leche y lo amamanta.

En el caso de Gertrudis, la Revolución le ha dado un propósito fuera del patrón de

feminidad cuando llega a ser generala del ejército revolucionario: “Este nombramiento se

lo había ganado a pulso, luchando como nadie en el campo de batalla. En la sangre traía

el don de mando, así que en cuanto ingresó al ejército, rápidamente empezó a escalar

puestos en el poder hasta alcanzar el mejor puesto” (179). La vida que Gertrudis

experimenta como revolucionaria amplía su perspectiva en cuanto a lo que puede

considerarse moral o grave. Cuando regresa al rancho y Tita le confiesa que tiene dos

hombres y que cree estar embarazada de Pedro, ella la escucha con calma y sin

impresionarse: “En la revolución ella había visto y oído cosas mucho peores que esas”

(190).

Finalmente, el momento más significativo en la historia, cuando Tita “enloquece”,

se encuentra ligado a la conmoción revolucionaria. Es la muerte de su sobrinito Roberto,

que al ser llevado lejos de ella para huir del peligro de la Revolución muere de hambre, la

que finalmente empuja a Tita al punto de quiebre total. Todos los abusos y reglas que

había resistido hasta el momento, y todas las formas que había encontrado para

97

acomodarse a lo que se le había prescrito finalmente la trituran. Su dolor le da licencia

para negarse a obedecer más. Lo que resulta de esto es un renacimiento y una nueva

cordura que incluye la negación de su subyugación. Más tarde, cuando el rancho es atacado y Mamá Elena queda postrada, Tita regresa por su voluntad y redefine su rol en

la esfera doméstica.

Al concluir la historia, la Revolución ha terminado, y con ella las libertades

provisionales que las mujeres tuvieron. El orden patriarcal que demuestra su poder durante la novela se impone al final sobre el triunfo de la Revolución. Esta derrota se

hace evidente, según Tina Escaja, cuando Gertrudis vuelve al México postrevolucionario

donde los valores patriarcales desatendidos durante la Revolución han sido restituidos.

Presentándose a la boda de Esperanza, la antigua generala llega apretada dentro de un

vestido, torpe y desajustada (“Reinscribiendo” 583). Aunque sea esta una observación

astuta por parte de Escaja, una lectura que tome en cuenta la trascendencia de la historia

más allá del texto demuestra, como se verá más adelante, que la existencia misma de la

historia contribuye a la creación de una libertad permanente.

Establecimiento y desintegración de la esfera

El día en que Pedro Muñiz se presenta en casa de las de la Garza con el fin de pedir

la mano de Tita y Mamá Elena le ofrece a Rosaura en su lugar, es Chencha la que

defiende la individualidad de Tita: “¡uno no puede cambiar unos tacos por unas

enchiladas así como así”!” (12). La alusión a la mujer como platillo se repite a través de

la historia. Tita se compara a un buñuelo en aceite hirviendo (15) y a un chile en nogada

que ha quedado solo en la charola. (57). Esta equivalencia establece una propuesta

significativa: como un platillo la mujer es el resultado de varios ingredientes, es decir que

98

es un sujeto que se elabora y constituye. Siguiendo esta lógica, la alteración de las recetas

de Tita toma a su vez un nuevo grado de significación.

Como el mandato de una receta, la constitución del sujeto femenino se lleva a cabo

prescribiendo lo que conforma su esfera, sin tomar en cuenta la individualidad del sujeto

y los inevitables variantes que pueden influenciar la aplicación del modelo en cada caso.

La única manera de reproducir el patrón sin alteración es mediante una campaña de adoctrinamiento y coerción. En el caso de la familia de la Garza, es Mamá Elena la que guarda la integridad de los límites de la esfera constituida dentro del rancho, donde son mujeres todas las que habitan. La dificultad de mantener una esfera separada se da no sólo con la intrusión de Pedro en el rancho, sino con el inevitable contacto que tienen las mujeres con el mundo de fuera. La novela hace obvio que el rancho/mundo femenino no puede quedar aislado del mundo exterior y las habitantes del rancho tampoco pueden quedar recluidas en él.

Mamá Elena, producto del Porfiriato y el régimen conservador que intenta preservar a la mujer dentro de los roles tradicionales, es quien dicta las reglas dentro del rancho. Sin embargo, Mamá Elena no se conforma al patrón de la madre dulce y abnegada, ni tampoco a la idea de mujer como delicada, débil, o pasiva. La muerte de su marido la ha situado a la cabeza de la familia y ahora mantiene el sistema represivo y autoritario patriarcal, convirtiéndose en “a follower in the web of hegemonic, counter- revolutionary forces, of pre-revolutionary repression and authoritarianism” (Saltz 32).

Uno de los preceptos cuyo cumplimiento tutela Mamá Elena es el de la tradición.

Ella asume que una práctica que se ha llevado a cabo por generaciones no debe cambiar.

Como persona más bien beneficiada por tan arbitraria ley, Mamá Elena no tiene razón

99 para cuestionarla. Tita, en cambio no sólo la cuestiona sino que metódicamente va apuntando todas las fallas y consecuencias, mostrando así que el hecho de que una tradición exista no necesariamente quiere decir que sea cabal. De hecho, todas las mujeres que se encuentran bajo el poder patriarcal de Mamá Elena, deben seguir un elaborado patrón de comportamiento. Se espera de ellas sumisión, obediencia, buena disposición, respeto, conformidad, pasividad, docilidad, pudor, y domesticidad. En general se espera que sean mujeres “decentes”, idea reforzada en el Manual de Carreño al que varias veces se hace alusión en la obra.17

Para forjar una mujer servil no se puede permitir que ella diverja de las normas prescritas. Si se ve la construcción de la mujer como un proceso parecido a la preparación de un platillo o a la confección de una prenda puede entenderse la obsesión de Mamá

Elena de que se sigan las recetas en la cocina y los pasos designados en la costura.18

El reino de terror que Mamá Elena ha establecido en el rancho es el principal modo de resguardar la esfera en la novela. Palizas, gritos, amenazas, prohibiciones y burlas forman parte de su arsenal. Sus hijas viven en constante temor de desencadenar la ira de

17 Para Tita el manual representa la fundación de los preceptos que la inhiben: “¡Maldita decencia! Maldito manual de Carreño! Por su culpa su cuerpo quedaba destinado a marchitarse poco a poco, sin remedio alguno” (57). Como explica Kari Salkjelsvik este manual de urbanidad y buenas maneras, escrito en 1854, alcanza una difusión enorme en toda Hispanoamérica y viene a formar parte de un proyecto de regularización de la conducta pública de todo ciudadano cumpliendo así con un proyecto de modernización y civilización (177).

18 Es por esto que Mamá Elena hace que Tita repita la confección del vestido a pesar de que ha quedado perfecto, y cuando Tita la cuestiona exclama: “¿Vamos a empezar otra vez con la rebeldía? Ya bastante tenías con la de haberte atrevido a coser rompiendo las reglas” (11). De igual manera, el desvío de las normas tampoco se permite en la cocina y siendo Tita la cocinera oficial, vive en constante temor frente a su necesidad de transgredir tanto dentro como fuera de este espacio: “Esa sensación [de miedo] le era muy familiar: la relacionaba con el temor que sentía cuando en la cocina no seguía las recetas al pie de la letra. Siempre lo hacía con la certeza de que Mama Elena la descubriría y en lugar de festejarle su creatividad la reprendería fuertemente por no respetar las reglas. Pero no podía evitar la tentación de transgredir las formulas tan rígidas que su madre quería imponerle dentro de la cocina… y de la vida. (199)

100

la madre que inhibe sus potenciales para reducirlas a seres sin voluntad ni

expectaciones.19

La violencia no es la única manera en que se protege la esfera. La campaña de

desinformación a la que han sido sujetas las mujeres del rancho se hace evidente cuando

Chencha visita a Tita en casa del Dr. Brown y se admira de verla tan bien: “Desde niña

había oído hablar de lo mal que les va a las mujeres que desobedecen a sus padres o a sus

patrones y se van de la casa. Acaban revolcadas en el arroyo inmundo de la vida galante”

(127). Para Chencha, el ver con sus propios ojos la discrepancia entre la realidad y el

enunciado la hace llegar a una significativa conclusión: “Total todo podía ser verdad o mentira, dependiendo de que uno se creyera las cosas verdaderamente o no” (127-28).

Como en cualquier batalla por una frontera, los esfuerzos por mantener la esfera se ven amenazados por la resistencia de las mujeres sometidas. En el caso de las hermanas de la Garza, son Tita y Gertrudis las que más dificultad tienen en conformarse. Tita, desde pequeña juega con los varones a pesar de tenerlo prohibido. Es más, es a ese recuerdo al que recurre cuando necesita levantarse el ánimo (35). A más de sus deseos de experimentar y alterar las normas en la cocina y la costura, Tita también se resiste a las reglas que gobiernan su vida siendo la más obvia la de la prohibición del matrimonio de la hija menor.

La invención de esta regla (Esquivel aclara en una entrevista con Lowenstein que no es una verdadera tradición mexicana), y el uso de esta invención como eje de la novela

19 Es así como Tita se lamenta cuando, después de oír la teoría de los fósforos, se da cuenta de que ella sí sabe cuales son sus detonadores pero cada vez que ha encendido uno de sus fósforos se los han apagado “inexorablemente” (117).

101

ponen en evidencia la arbitrariedad de cualquier regla social que manipula la condición

humana. A su vez, el hecho de que sea una mujer la afectada cuestiona las imposiciones

ideológicas que construyen la feminidad y la aplican sobre el ser biológico mujer. Es

significativo que la ira de Tita surja cuando ella determina que la regla nada tiene que ver

con su biología y que en su indignación pida ser castrada mientras capa pollos (25-6).

A falta de una “justificación real” Tita procede a transgredir su obligada castidad y

va desencadenando su sexualidad, primero a escondidas, y a medida que avanza la

historia, más abiertamente. Los primeros pasos hacia este territorio prohibido los da

desde el espacio de la cocina donde de manera poco convencional, adaptándose a las

circunstancias y utilizando los elementos que tiene a la mano, se vale de una receta como

vehículo de expresión.20

La alteración de la receta de las codornices, promueve a su vez más desacato

cuando Gertrudis es la que se encuentra afectada y a fin de calmar su exaltado instinto

sexual huye con el villista y luego va a trabajar a un prostíbulo para saciar su apetito. Esta

hiperbólica consecuencia sumada a las múltiples veces que Tita experimenta lujuria,

manoseos y coito, denuncia categóricamente la negación de la sexualidad femenina.

Estos personajes se explayan es su placer sexual quedando muy lejos de la norma de la mujer casta. Es más, Rosaura, la única hermana que se empeña en atenerse a pudor prescrito termina pudriéndose por dentro.

20 Esta es la instancia de las codornices en pétalos de rosa donde: “Tal parecía que en un extraño fenómeno de alquimia su ser se había disuelto en la salsa de las rosas, en el cuerpo de las codornices, en el vino y en cada uno de los olores de la comida. De esta manera penetraba en el cuerpo de Pedro, voluptuosa, aromática, calurosa, completamente sensual” (51).Cabe resaltar, como lo hace Julián Pérez Alberto que en esta erótica cena el hombre se mantiene pasivo y es la mujer quien lo penetra (47).

102

La nauseabunda muerte de Rosaura es indicativa de la caducidad de las ideas que

ella mantiene a costa de su propia felicidad y la de los otros. Rosaura se empeña en

mantener su rol de esposa, aunque éste sea sólo en apariencia, y quiere que su hija

Esperanza continúe la tradición de cuidarla. Para ella el cambio, la alteración o la

desviación de los roles prescritos es inconcebible. El dolor que esto le pueda causar no

hace más que reforzar su papel de mujer sufrida y sacrificada. En esto diverge

absolutamente de sus hermanas.

Los distintos roles y actitudes que desempeñan las hermanas son de interés, ya que

cada una termina eligiendo distintas formas de vivir. Según Esquivel, ella quería que cada

hermana representara una actitud femenina distinta. Gertrudis podría verse entonces

como la primera etapa del feminismo que busca la igualdad de la mujer. Tita

representaría la revolución dentro del hogar que genera una nueva generación de mujer y

Rosaura la que quiere que nada cambie (Lowenstein).

Los matices que representan las tres hermanas vienen a mostrar algunos de los

diversos roles que una mujer puede desempeñar y a la vez muestran complejidad

individual. Es así como Gertrudis no es una mujer delicada, pasiva o débil pero sí es una

madre cariñosa y una esposa fiel. Tita por su parte no es dócil, obediente o pudorosa pero

sí se sacrifica por su familia al pactar con Rosaura el singular acuerdo de convivencia

para que Eperanza no sufra. La historia muestra que para Tita (la que hace revolución en

el hogar) este rompimiento es más dramático y más doloroso que para Gertrudis.

La ira y violencia del momento en que Tita finalmente se rebela ante Mamá Elena,

junto con la agonía de su relegación al palomar, constituyen uno de los indicios más

claros de la dificultad del quiebre de la esfera. La gota que derrama el vaso es la muerte

103

de Roberto, pero la purga de siglos de subyugación es tan potente que lleva a Tita a la

locura y a la mudez. La actividad que están llevando a cabo las mujeres, de rellenar los

chorizos al momento del quiebre, puede verse como significativa si a éstos se los ve

como representativos del poder masculino. Mientras Tita los destroza en mil pedazos

grita contra su madre: “¡Mire lo que hago con sus órdenes! ¡Ya me cansé! ¡Ya me cansé de obedecerla!” (100).

El desertar la esfera y hacer una declaración de rompimiento y negación de las reglas, implica la reconstrucción de una identidad. Es por esto que la recuperación de

Tita es ardua y requiere de meses hasta que ella logre desarrollar su propia voz: “Tenía

muchas cosas que ordenar en su mente y no encontraba palabras para expresar lo que se

estaba cocinando en su interior desde que dejó el rancho” (108). Pero a más de sus

pensamientos la esfera dominaba también sus acciones, por lo cual ahora pasa horas

observando sus manos:

Como un bebé las analizaba y las reconocía como propias. Las podía mover a su antojo, pero aún no sabía que hacer con ellas […] Nunca había tenido tiempo de detenerse a pensar en estas cosas. Al lado de su madre, lo que sus manos tenían que hacer estaba fríamente determinado […] Al verlas ahora libres de las órdenes de su madre no sabía que pedirles que hicieran, nunca lo había decidido por sí misma. (109)

Para el momento que Tita regresa al rancho después del ataque en el que violan a

Chencha y postran a Mamá Elena, ella ya ha tomado las riendas de su vida y su rol en el

rancho ha sido totalmente alterado en el sentido de que no está allí por obligación sino

por su voluntad. Es por esto que ingresa irradiando una esplendorosa energía y una nueva

luz en la mirada (130). El rancho que antes había encerrado a las mujeres entre sus

muros, ahora es el lugar donde Tita decide continuar su vida, y aunque es el mismo

espacio físico que antes ocupó, éste se ha trasformado.

104

El desplazamiento de Tita hace obvio que los límites del rancho siempre habían sido permeables aunque a ella se le había prohibido salir y luego, después de su contacto con el mundo exterior a partir de su “locura’, regresar. El rancho, como la esfera femenina separada, nunca estuvo aislado de las intrusiones de la vida pública. Es más, la supuesta división entre lo privado y lo público se ve disuelta en varias ocasiones, comenzando por los efectos que, como se vio anteriormente tiene la Revolución en la vida de los personajes del rancho. Al mismo tiempo puede observarse que los problemas personales que se dan en el rancho también tienen incidencia en la vida pública de la

Revolución, como en el caso de Gertrudis que afectada por los problemas de Tita sale de la casa primero para vivir como prostituta o “mujer pública” y después como Generala a librar batallas y conquistar la victoria.

Dentro del mundo del rancho también existen otros espacios que se van alterando durante la historia o que son altamente significativos. Entre estos se pueden contar el cuarto oscuro, el palomar, y la cocina. En el caso del cuarto oscuro puede verse cómo el espacio avasallador que éste representa en un principio se transforma en un lugar de desacato. La descripción del cuarto es significativa en cuanto a su aislamiento del mundo exterior: “[el pequeño cuarto que estaba al final de la casa, junto a la cocina. […] no recibía rayo de luz alguno pues carecía de ventanas. Sólo tenía una angosta puerta” (90).

Es en este cuarto que Mamá Elena solemnemente conduce el ritual de su baño semanal en el que Tita participa en total sumisión. No es sino hasta la muerte de Mamá Elena cuando este lugar de sometimiento pasa a convertirse en un oasis luminoso donde impunemente se desencadena la sexualidad prohibida.

105

Otro espacio significativo durante el quiebre de la esfera es el palomar ya que éste

se encuentra fuera de la casa y sirve no sólo de escala entre ésta y el mundo exterior sino

como el lugar donde Tita encuentra refugio. La expulsión de Tita de la esfera femenina se

hace obvia cuando Mamá Elena exclama: “¡En esta casa no hay lugar para dementes!”

(101). Bajo este precepto una mujer que no se conforma a la esfera no sólo pierde su

lugar en ella sino que también es una aberración fuera de la norma. El palomar provee a

Tita de un espacio provisional que ella puede ocupar antes de volver a consolidarse.21

El desplazamiento de Tita al mundo exterior la lleva a casa de John donde entre

instrumentos científicos, tradiciones indias y el propio alimento de su casa traído por

Chencha, logra reconstruirse. El restablecimiento de Tita se da entonces a través de una mezcla de corrientes que integran tanto el mundo “masculino” de John como el mundo

“femenino” de Luz del Amanecer y el sustento del caldo de cola de res que viene de la cocina del rancho.22 Tita no niega su conexión con el rancho y valora lo que viene de su cocina. Es por esto que no puede salir de su estado casi catatónico hasta que prueba la receta de Nacha. La cocina para Tita, aunque pudiera haber sido un espacio de sujeción, es en realidad su lugar de independencia.23

En la evolución y revalorización del espacio de la cocina podría verse entonces la

revalorización de todo lo que constituye el “mundo femenino”. Si se considera que el

21 Como ya ha observado Tina Escaja, el palomar puede verse como una crisálida o útero que permite a Tita experimentar un nuevo nacimiento (“Alteración”). La forma en que la encuentra John apoya esta interpretación ya que la encuentra no sólo desnuda sino en posición fetal como un recién nacido, llena de suciedad e inclusive de plumas que hacen las veces de lanugo.

22 Con respecto a esto, Regina Etchegoyen alude a que la cocina conecta a Tita con la realidad del mundo humano y le sirve de nexo con el mundo externo (121).

23 La idea del mundo de la cocina en la novela como lugar no sólo de liberación sino de redefinición de valor del quehacer femenino ha sido estudiada por varios críticos que parecen llegar al consenso de que éste es uno de los más importantes logros de la novela. (Ortiz, Spanos, Jaffe). La revaloración del espacio de la cocina parte de un proceso de apropiación que va a la par con las conocidas “tretas del débil” estudiadas por Ludmer (53).

106

sistema de género es un sistema jerárquico que se legitima y mantiene constantemente recalcando la poca importancia del quehacer femenino, entonces una novela que parte de este espacio puede revalorar el significado de este quehacer. Finalmente, la revalorización de lo femenino se constata al analizar los papeles que desempeñan los personajes en la novela. Tomando en cuenta que el sistema de género pone, como se

había discutido antes, al hombre como norma y a la mujer como lo que no es hombre, se percibe en la historia un reto a la jerarquía. En esta novela los hombres no son la medida;

es más, como observa Julián Pérez Alberto, los papeles de poder y autoridad los

desarrollan las mujeres siendo ellas las heroínas mientras que los hombres actúan como ayudantes y colaboradores (51). Esta inversión añade al desorden en el sistema jerárquico de la novela y promueve la valorización de la mujer.

La novela como herramienta epistemológica

La desintegración de la esfera femenina vista en Como agua para chocolate promueve nuevos patrones de pensamiento en cuanto al quehacer femenino, la integración de lo privado con lo público y la arbitrariedad de los roles impuestos al sujeto femenino. Dentro de la historia también se descubren varias alusiones a la importancia del conocimiento y la transmisión del mismo, reforzando la importancia del texto como herramienta epistemológica.

Contraria a la tradicional comunidad epistémica conformada por hombres, la de la novela está compuesta en su mayoría por mujeres comenzando por Nacha que transmite sus conocimientos a Tita que a su vez los escribe para la posteridad. Todo lo que Tita ha aprendido en su proceso de autodescubrimiento queda plasmado en el libro de cocina, entretejido con recetas y consejos. Como observa Etchegoyen, a través de la escritura

Tita se afirma como una mujer capaz de penetrar el mundo masculino de la escritura

107

(122). Lo hace desde el mundo femenino de la cocina que es el que se le ofrece como

conducto.

La importancia de transmitir conocimientos a fin no sólo de instruir sino también

de conservar, recordar, o llegar a comprender mejor la situación de la mujer, aparece

varias veces durante la obra. La más clara expresión de este deseo se hace evidente la

noche después de la huida/liberación de Gertrudis ya que Tita, queriendo que esta

insurrección pase a la posteridad, comienza a escribir su libro de recetas. Su libro pasa de

generación en generación hasta llegar a manos de la hija de Esperanza. Es ella quien ha

estado recontando la historia desde el principio y quien declara que Tita “seguirá viviendo mientras haya alguien que cocine sus recetas” (247).

El uso de la receta es significativo ya que, como observa Kari Salkjelsvik, la transferencia de conocimientos es inherente a una receta de cocina (173). Bajo la apariencia de prescripción restrictiva que significa este medio, Tita termina transmitiendo una lección en transgresión. Lo que hace la historia es establecer una conexión entre leer, cocinar y escribir, y a la vez subrayar que el no seguir las instrucciones de la receta no indica el fracaso del cocinero (Salkjelsvick 176). Es más, el conocimiento sólo parece ser productivo cuando uno se desvía del texto (Salkjelsvick 179).

Volviendo a la historia, puede observarse que una de las mayores dificultades que tiene Tita desde un principio, es entender porqué se encuentra en la posición de subordinación que la rige. Su mente es inquisitiva, y de manera metódica cuestiona la tradición y sus orígenes:

Tita no estaba conforme. Una gran cantidad de dudas e inquietudes acudían a su mente. Por ejemplo, le agradaría tener conocimiento de quién había iniciado esta tradición familiar. Sería bueno hacerle saber a esta ingeniosa persona que en su perfecto plan para asegurar la vejez de las mujeres había una ligera falla. Si Tita no

108

podía casarse ni tener hijos, quién la cuidaría entonces al llegar a la senectud […] es más, quería saber ¿cuáles fueron las investigaciones que se llevaron a cabo para concluir que la hija menor era la más indicada y no la hija mayor? (10)

A falta de un conocimiento que le informe cómo llegó a instituirse la regla arbitraria que la constriñe, Tita por el momento se da por vencida: “Tita sabía muy bien que todas estas interrogantes tenían que pasar irremediablemente a formar parte del archivo de preguntas sin respuesta. En la familia de la Garza se obedecía y punto” (10).

No es sino hasta cuando empieza la desobediencia en la familia con la huida de Gertrudis que Tita decide escribir una historia que provea nuevas respuestas.

La importancia de llegar a comprender mejor la situación de una mujer a través del conocimiento de su historia se hace evidente con el hallazgo de las cartas de Mamá

Elena. Hasta el momento en que Tita descubre el secreto oculto de la transgresión de su madre al tener amores prohibidos con el mulato José Treviño, y las funestas consecuencias que esto acarreó a la pareja, Tita no puede liberarse del odio y la tortura que todavía ejerce Mamá Elena sobre ella. Con un nuevo entendimiento Tita por fin logra llorar, no por la madre malvada que conoció sino por la mujer frustrada que ésta fue. La verdad la libera en cuanto Tita está ahora decidida a realizar sus aspiraciones a fin de no repetir la historia. A la vez, Tita no es la única que logra salvar su futuro al tener en su posesión esta información útil; también ayuda a Gertrudis a descubrir su verdadera identidad y salvar su matrimonio cuando su esposo cuestiona el hijo mulato.

La carencia de conocimientos útiles para la mujer también se patentiza en el parto de Rosaura. De no ser por Nacha que le susurra al oído los pasos a seguir, la ignorancia de Tita hubiera tenido resultados funestos. Es durante esta odisea que Tita descubre la

109 inutilidad de los conocimientos que hasta ahora le han impartido.24 La falta de conocimiento del cuerpo de la mujer vuelve a causar apuros para Tita cuando, al no saber cómo evitar un embarazo, cree estar esperando un hijo. Es Gertrudis la que en sus andanzas por el mundo ha aprendido la receta para no embarazarse y se la da a Tita como el mayor regalo. Tita a su vez la escribe en su libro a fin de transmitir tan útil conocimiento a toda una comunidad de mujeres sujetas a su biología.

La importancia de conservar las vivencias de una mujer vuelve a aparecer al final de la novela cuando Tita se ve en la necesidad de masticar fósforos para convocar los recuerdos que se le están olvidando, y este olvido amenaza con condenarla a una existencia sin trascendencia. Con el rescate de sus memorias Tita logra encender su llama interior, prende fuego a todo el rancho y termina con su vida física. El fuego convierte en cenizas todo lo que antes la constriñó. Lo único que se salva es su libro de recetas que al ser leído por otros hará valer su historia y su verdad.

Conclusión

El análisis de las dos novelas que estudia este capítulo comprueba que la mujer también escribe la Revolución Mexicana y que estas textualizaciones construyen un género distinto al texto hegemónico. Como producciones culturales, los textos participan en la formación del concepto de la esfera femenina negando los confines de la misma y proponiendo modelos alternos. Estas novelas narran historias de guerra que se desarrollan tanto en la esfera pública como en la privada, mostrando así que la guerra también es

24 Es así como en el texto se lee: “En las horas que pasó al lado de su hermana aprendió más que en todos los años de estudio en la escuela del pueblo. Renegó como nunca de sus maestros y de su mamá por no haberle dicho en ninguna ocasión lo que se tenía que hacer en un parto. De qué le servía en ese momento saber los nombres de los planetas y el manual de Carreño de pe a pa si su hermana estaba a punto de morir y ella no podía ayudarla” (73).

110 asunto de mujeres y que lo personal es sin duda político. Como se vio en principio el concepto de la esfera femenina en México es tenaz pero no infranqueable. Las novelas de este capítulo, situadas en un momento histórico altamente significativo, no sólo textualizan la fragilidad de la esfera sino que también alcanzan un mayor peso epistemológico al fundir historia y ficción.

El uso de la Revolución como trasfondo en novelas que enfocan la vida de mujeres, representa una violación a la virilidad de la guerra. El efecto de este quebrantamiento se ha hecho claro a través de los tres puntos analizados en cada novela: la guerra, la esfera, y la epistemología. En cuanto a los efectos de la guerra se ha visto que el ambiente de contienda provee terreno fértil para el desacato de las reglas. El hastío de las protagonistas ante su sujeción las lleva a rebelarse al unísono con la Revolución. La guerra es el factor desestabilizador que invalida limites y penetra lo cotidiano catalizando las acciones de los personajes femeninos e impulsándolas a actuar fuera de los mandatos dispuestos.

Ambas novelas exhiben mecanismos a través de los cuales se hace obvio que la esfera es una construcción hecha y mantenida tanto por individuos como por instituciones. El establecimiento de los parámetros de subyugación dentro de novelas erige las barreras para luego demolerlas una vez que el caos revolucionario anula los soportes. El sondeo de las distintas acciones que llevan a cabo los personajes femeninos descubre una amplitud de funciones, tanto dentro como fuera de la esfera, que no perpetúan los mitos de abnegación femenina. Los espacios aislados a los que han sido confinadas las mujeres se muestran franqueables. Detrás de los portones de las casas de

Ixtepec, el dormitorio del Hotel Jardín, el rancho y la cocina de las de la Garza, se

111

conducen rebeliones que muestran que la revolución puede hacerse desde el espacio

privado y que las acciones que se llevan a cabo dentro de él, tienen incidencia en el

espacio público. La división imaginaria queda deshecha.

El último punto de enfoque, que se aproxima a las novelas como herramientas epistemológicas, comprueba la incidencia que éstas tienen en la creación de diferentes esquemas de pensamiento que afectan el discurso de género. En las novelas, los comportamientos fuera del patrón y la permeabilidad entre lo público y privado quedan perpetuados en los escritos transmitiendo una lección en transgresión. Como representaciones, estas narrativas ficcionales resisten el orden social establecido y niegan la jerarquía de género y la existencia de atributos “naturales” al ser biológico mujer.

Junto con las novelas de los próximos capítulos ingresan a la cadena epistemológica y alteran la realidad creada por los textos dominantes producidos desde un posicionamiento masculino, construyendo un nuevo conocimiento que niega la separación, restricciones y devaluación de la esfera femenina.

CHAPTER 4 REPRESENTACIONES DE LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA: LA LUCHA POR RESCATAR LA PALABRA

Introducción

El ahogo frente al silenciamiento de aquello que la historia oficial de la Guerra

Civil española obvió se inscribe agudamente tanto en La plaza del Diamante (1962) de

Mercè Rodoreda (1908-1983) como en La voz dormida (2002) de Dulce Chacón (1954-

2003). Productos de años de censura y represión, ambas novelas logran cristalizar la

desesperación del silencio y el efecto de su imposición en toda una generación de

españoles que viven con el peso de una violenta historia a cuestas. La lucha por rescatar

la palabra se traduce dentro de estas obras en un proceso doloroso, catártico, e

imprescindible. Siendo las protagonistas principales de las novelas mujeres del bando

perdedor, la voz que surge es una que se hallaba doblemente silenciada.

Como se evidenciará en la primera parte de este capítulo, en España, al igual que en

México, la relegación de la mujer a la esfera privada donde se le asigna maternidad y

abnegación es de larguísima data. Este confinamiento se presenta tan arraigado que ni la

misma II República logra reconciliar los nuevos roles que la mujer viene a desempeñar en

el gobierno progresista y en la guerra, y una vez que los nacionales toman el control los

pocos avances logrados son vistos como una decadencia moral que ha de ser vencida. El

silenciamiento de la mujer viene entonces primeramente por su exclusión de la esfera

pública, pero la imposición se hace mayor cuando se intenta textualizar la realidad desde

la perspectiva de las perdedoras. Lo que revelará el sondeo de la narrativa y la guerra será

112 113

el alcance del ímpetu de la censura oficial y sus efectos en toda producción cultural de la

época.

El análisis tanto de La plaza del Diamante como de La voz dormida comprobará

que la presencia de la guerra y su incidencia en la trama, los personajes y el tono de las obras, justifica su clasificación como novelas de guerra. Desde este ángulo se verá cómo

estas novelas subvierten el patrón del género literario – tanto en contenido como en forma

– al mismo tiempo que muestran el quiebre de la esfera femenina exhibiendo la falsedad

del discurso hegemónico que sitúa a la española fuera de lo político y desvaloriza su

quehacer. Finalmente se verá que en el caso de estas dos novelas, su función como herramienta epistemológica que busca propagar una historia de la facción republicana se

verá amplificada frente a lo que significó la supresión oficial de todas las historias que no

armonizaban con el régimen. El rescate de la memoria será visto entonces como la única

posibilidad de salvación frente al ahogamiento y la asfixia del silencio.

La construcción de la mujer española

La ideología que por siglos ha relegado a las españolas a la esfera femenina ha sido

conformada por discursos religiosos, científicos, populares, legislativos y políticos. Su

peso combinado significa una carga enorme sobre las alas del llamado “ángel del hogar”

a quien se asigna principalmente el papel de madre abnegada y esposa complaciente

dentro del espacio doméstico, mientras se la aísla del espacio público.1 A pesar de varios

avances en el reconocimiento de derechos femeninos durante la II República, su derrota

hunde al país de nuevo en las concepciones tradicionales de género.

1 Este paradigma se aplica ante todo en las clases media y alta pero influencia toda la sociedad, como lo apunta Natividad Ortiz: “La familia de clase media se convierte en el paradigma de la felicidad, de manera que la sociedad en general aspiraba a imitar sus formas de vida. En este sentido, los hogares burgueses y sus réplicas en otras clases sociales cifraban su bienestar en unos esquemas domésticos en los que las mujeres se convierten en objeto de veneración” (208).

114

Siendo el catolicismo la religión por antonomasia de España, sus preceptos afectan

profundamente el establecimiento de la esfera femenina. La iglesia dicta distintos roles

para hombres y mujeres basándose en la idea de que sus almas son naturalmente distintas

(Morcillo 63). Es bajo esta premisa que Fray Luis de León escribe en 1583 La perfecta

casada, texto que ha ejercido fundamental influencia sobre las españolas.2 La obra de

Fray Luis de León a más de prescribir comportamientos “femeninos”, claramente excluye

a la mujer de la esfera pública:

porque así como la naturaleza, como dijimos y diremos, hizo a las mujeres para que, encerradas, guardasen la casa, así las obligó a que cerrasen la boca […]. Por donde así como la mujer buena y honesta la naturaleza no la hizo para el estudio de las ciencias ni para los negocios de dificultades sino para un solo oficio simple y doméstico, así les limitó el entender y, por consiguiente, les tasó las palabras y las razones (154).

Poco se altera este modelo con el paso de los años. Como observa Mary Nash, el

prototipo de la mujer ideal “cuya función primordial en la vida es la de ser esposa sumisa

y madre perfecta, dedicándose exclusivamente a las tareas del ámbito doméstico” aún se

proponía como máxima aspiración para la mujer a fines del siglo XIX (Mujer 40). Para el

siglo XX el modelo de La perfecta casada todavía era una representación cultural

dominante (Nash Rojas 40) y con el triunfo de Franco su vigencia se extiende como

marco referencial hasta los 1970 (Enders y Radcliff 22).

Cuando la mujer se aleja del prototipo establecido, el peso de la tradición religiosa

recae sobre ella y es juzgada según la rígida dicotomía de virtud/pecado y bien/mal, que parte de los modelos de la virgen madre María y la Eva maligna (Mira y Moreno 325).

Los preceptos religiosos consagran el cuerpo de la mujer como receptáculo de vida a

2 Tanto Mary Nash como Aurora Morcillo, Pamela Radcliff y Victoria Enders subrayan la importancia y vigencia de este manual.

115

través de la maternidad; la virgen María, como virgen (asexual) y madre se presenta

como el modelo al que ha de aspirar la mujer.3

Al discurso de la domesticidad basado en los ideales del catolicismo se suman, a

fines del siglo XIX y principios del XX, teorías científicas que pretenden “modernizar”

las definiciones de género legitimando el rol materno desde una perspectiva médica y

científica (Nash “Uncontested” 32). El papel principal de la mujer es el de madre y

esposa, no sólo porque Dios lo haya dispuesto sino porque su biología así lo dictamina.4

El cientificismo permite la discriminación cuando afirma que la mujer no es inferior sino

“diferente” al hombre y esta diferencia, basada en su capacidad reproductora, supedita

cualquier otra actividad suya (Ortiz Alvear 210).

Los doctores vienen a parangonarse a los sacerdotes como las autoridades

masculinas en cuanto a normas culturales y su autoridad se extiende a los asuntos de

género y moralidad. Como afirma Nash: “during the 1920s and 1930s medical discourse

was the most influential source in the formulation of cultural values that redefined

women’s identity through motherhood” (“Uncontested” 33). Estas ideas a su vez pasan a

formar parte de la identidad cultural de la española y determinan su campo de acción”

(Nash “Uncontested” 25-6).

3 Esta aspiración es ardua, como apunta Morcillo: “Christian perfection for Catholic women was achieved through a struggle against an evil nature bent on subverting either virginity or motherhood. Such redemption was possible only through suffering: suffering for God, the fatherland, their husbands, and their children” (57).

4 De las figuras de autoridad de la época la más reconocida el doctor Gregorio Marañón. Sus teorías reiteran los modelos de género tradicionales cuando sus descubrimientos científicos se presentan en consonancia con ellos: “Despite his admission of the principle of equality, Marañón qualified it with the incontrovertible recognition of biological difference. Thus the individual subject was sexed and consequently predetermined as a person. For women, then, motherhood was still the defining feature of femininity” (Nash “Uncontested” 33).

116

Desde el campo de la cultura popular el ideal femenino también se reitera a través

de los numerosos manuales de comportamiento y publicaciones periódicas que se

publican en España a partir del XIX.5 Un sinfín de artículos persuadían a las mujeres a identificarse con “la única misión que tanto la naturaleza como Dios les habían

encomendado: ‘la de ser buenas esposas, sumisas y atentas siempre a las necesidades del

marido; encargadas de crear en el hogar la atmósfera adecuada para el reposo del

‘guerrero’, fatigado por su cotidiana lucha en el espacio público’” (Fuentes Gutiérrez

186-87).

El ideal de la domesticidad construido por estos discursos se traduce a la conocida

imagen del “ángel del hogar” que domina el proceso de socialización de la mujer hasta la actualidad. El “ángel” abnegado ocupa dócilmente su esfera; el abandono de sus labores no puede traer sino desgracia al orden social, más aún si osa violar los preceptos que la diferencian del hombre, descritos por Escartín y Lartiga en 1922:

El hombre es reflexivo, analizador; la mujer, imaginativa. En el primero obra principalmente la razón, la conciencia; en la segunda, el sentimiento, el afecto. El primero es excepcionalmente apto para la vida pública, para la vida de relación, para el comercio social; la segunda es, por esencia el ángel del hogar. Y ¡ay! de la Humanidad, y ¡ay! de la mujer, si un día el ángel deja abrasar sus tenues alas en el fuego destructor de la soberbia y abandona el oculto y amoroso albergue donde siempre viviera, para lanzarse locamente en el raudo torbellino de esa vida pública en medio de la cual el hombre tiene que reñir las más violentas y terribles batallas. (ctdo. en Nash Mujer 65)

Las características femeninas asignadas y reiteradas por los discursos de

domesticidad naturalizan la posición de la mujer en la esfera prescrita y crean una barrera

que restringe y niega sus actividades en la esfera cultural, económica y social, reforzando

5 Muchos de estos manuales que promovían la domesticidad, la maternidad, y la separación del ámbito femenino eran escritos por mujeres que desempeñaban un papel ambiguo al promover estos ideales y simultáneamente actuar en la esfera pública defendiendo su derecho a publicar (Guevara 65).

117

así la supremacía masculina (Nash Rojas 3). Esta división es más firme en España donde

el contexto social hace que dualismos tales como los de las esferas opuestas se presenten

con una intensidad y permanencia mayor que en muchas otras naciones de occidente

(Enders y Radcliff 20).6

La esfera femenina se consolida también bajo el sistema de códigos legales que

implantan un control social que garantiza la jerarquía de género. El sistema legal

español, basado en el código napoleónico que se reinstaura en la constitución de 1876,

pone a la mujer bajo una legislación que le niega los derechos más básicos.7 El derecho

al voto no le llega hasta 1931, cuando la República introduce en la constitución el

principio de igualdad entre los sexos.8

El sufragio femenino no fue el único cambio que se realizó al código civil una vez instaurada la II República. El nuevo gobierno logró varios mejoramientos de la situación

legal de la mujer, aunque debe reconocerse que éstos no se hicieron pensando en la mujer

sino que resultaron ser un efecto secundario de los cambios generales a la legislación

antigua (Nash Rojas 36). La posición de la II República respecto de las mujeres podría

calificarse como ambigua en cuanto a que el gobierno se afanaba en modernizar la

6 Como observan Enders y Radcliff en su libro donde comprueban el dominio de la ideología de las esferas en la sociedad española, la imagen que proyecta España como sociedad tradicionalista representa un reto y dificulta la reevaluación del pensamiento binario. Es por esto que Enders y Radcliff tratan de exponer la ineficacia del modelo de las esferas arguyendo que se deben lograr concepciones más fluidas de la identidad femenina, aunque a la vez se debe tomar en cuenta que la ideología de las esferas es un componente importante dentro de la formación de dicha identidad (6).

7 Artículos dentro del código civil establecen leyes tales como la obligación de la mujer de obedecer a su marido, la administración de los bienes de la mujer por parte de su esposo, la patria potestad del hombre sobre los hijos, la encarcelación de la mujer que insulte a su marido, y la pena de prisión para la mujer adúltera (Nash Rojas 49).

8 Cabe mencionar que este derecho no se logra sin gran debate ya que tanto los socialistas como los radicales consideraban a la mujer un peligro debido a su supuesta naturaleza conservadora y religiosa (Genovois 180).

118

situación de España y poner en marcha reformas, mientras que al mismo tiempo tenía

dificultad de desechar el modelo de feminidad tradicional que obstaculizaba la entrada de

la mujer a la esfera pública (Nash Rojas 90).

A pesar de las dificultades mencionadas, el clima progresista del nuevo gobierno facilitó la participación de la mujer en la vida política española, donde por primera las mujeres tuvieron voz en los debates que las afectaban personalmente tales como el voto, el divorcio y las leyes de trabajo (Cuesta “La otra mitad” 42). Muchos de los cambios sociales que la II República deseaba instaurar se realizaron a través de reformas constitucionales y legislativas y como observa Helen Graham, “[i]n an astonishingly short time, in one of Europe’s most backward societies and polities women became the legal equals of men” (“Women” 101). Pero tras la guerra y con el triunfo de las fuerzas

nacionales, todos los cambios legislativos fueron revocados (Nash Rojas 256).

La modernización que se pone en marcha en España con la instauración de la II

República crea un instantáneo desafío a la España tradicional. Este enfrentamiento

acarrea consigo una lucha que contrapone claramente al “ángel del hogar” contra la

“mujer moderna”. Como parte de la pugna entre las “dos Españas”, la demarcación de la

esfera femenina se convierte entonces en un asunto que define la mismísima identidad de

la nación en combate. Como observan Enders y Radcliff:

The dominant discursive trope of the ‘two ’ reinforced the ideology of separate spheres by investing it with the highest political stakes; those on national identity. The traditionalists who controlled the political and cultural establishments for most of the nineteenth and twentieth centuries viewed women’s domesticity as part and parcel of the larger vision of that they would defend literally to the death (20).

119

La Guerra Civil española y la mujer

El golpe militar liderado por Francisco Franco en julio de 1936 da inicio a la

aniquilación de “La niña bonita”, nombre con el que se vino a conocer a la II República.

La guerra cruenta que se desencadena entre republicanos y nacionales marca el inicio de

décadas de represión institucionalizada que destruye millares de vidas, y cuyas secuelas

perduran hasta hoy. La guerra conlleva a una ruptura de la esfera femenina sin

precedentes. Mujeres de ambos bandos irrumpen en el campo público y hasta en el frente

de batalla. Sus actividades y heroísmo trascienden la división de género y su legado se

hace evidente aún después del intenso reajuste que conduce el gobierno franquista a fin

de reparar la esfera quebrada y ceñir a la mujer una vez más a su papel tradicional de

madre y esposa.

Con el estallido de la guerra, España se ve sumida en un caos total. La toma de

varios cuarteles por parte de Franco y la falta de cohesión entre los grupos progresistas

compromete la habilidad de la República, no sólo de mantener control sobre el estado

sino de formar una fuerza unida de resistencia (Graham Repúblic 70). En el afán de

defender la República muchas mujeres se ven precisadas a abandonar la esfera doméstica.

Como bien ilustra Nash, desempeñaron roles extremamente variados:

Construyeron barricadas, cuidaron a los heridos y organizaron las labores de auxilio y la asistencia infantil. Cosieron y tejieron y mediante su trabajo voluntario, surtieron a los soldados de uniformes, prendas e vestir y el equipo necesario. Las mujeres trabajaron en el transporte público, en las fábricas de municiones y en las granjas. Algunas otras también rompieron completamente con sus roles de género convencionales y participaron activamente en la contienda como milicianas (Rojas 250)

A medida que la guerra se prolonga, la situación en la retaguardia se hace más precaria. Siendo las mujeres las que quedan a cargo de la sociedad civil, sobre ellas recae la supervivencia de la población. Lejos de la cotidianeidad paradigmática del cuidado del

120

marido y los hijos, las españolas se enfrentan a una lucha diaria frente al racionamiento, la escasez, las deficiencias sanitarias, la falta de combustible, y la evacuación de miles de refugiados. La diaria alimentación de los suyos se convierte en una faena que requiere astucia cuando el mercado negro y el trueque se hacen necesarios: “Algunas que nunca se habían aventurado más allá de los límites de su barrio, cogieron trenes par ir al campo y a los pueblos de las afueras para comprar e intercambiar productos” (Nash Rojas 207).

Sobre las mujeres del bando nacional también recaen muchos de los trabajos de supervivencia de la retaguardia. Aunque a diferencia de sus enemigas republicanas, las nacionales no tuvieron la necesidad de participar en el sector industrial debido a que su bando tenía el apoyo de Alemania e Italia, sí tuvieron que participar en el cuidado de la población cumpliendo labores de auxilio, servicios médicos, cuidado de huérfanos y alimentación de su sector (Graham Civil 76).

Ya desde antes del estallido de la guerra, las mujeres de derecha habían sido

convocadas a participar en el sector público cuando a través de panfletos y publicaciones

se hacía un llamado a que se opusieran a la secularización del estado. Cumpliendo su

deber las mujeres salían de sus casas a protestar llevando crucifijos, escondían a

miembros del clero y recaudaban dinero para escuelas privadas (Genovois 183-84). Esta

aparente contradicción del sector conservador de incentivar a las mujeres a salir de sus casas y protestar se justificaba mediante la explicación de que estas eran circunstancias excepcionales y que este sacrificio debía realizarse para ganar la batalla que les permitiría volver de nuevo a sus hogares (Graham “Women” 110).

La actitud ambivalente frente a los nuevos papeles que las españolas desempeñaban

venían también del lado progresista. De todos los sectores que las republicanas lograron

121

ocupar durante la guerra, el más problemático fue el frente de combate. Recién estallada la guerra y antes de tener oportunidad de mayor organización, son muchas las mujeres

que marchan al campo de batalla como milicianas. Ya en el frente luchan en las

trincheras, participan como guerrilleras y actúan como consejeras políticas. Sin embargo,

la mayoría se desempeña dentro de las tradicionales actividades de apoyo tales como

cocinar, cuidar heridos y limpiar (Cuesta “La otra mitad” 43). A pesar de ser elogiadas

como heroínas de la patria, no transcurren sino unos pocos meses hasta que por decreto

militar se las obliga a retirarse del frente, comprobando que ni siquiera la progresiva

República se sentía cómoda alterando la división de género tradicional.

La imagen de la miliciana ocupa pancartas, periódicos y revistas convirtiéndose en

un poderoso símbolo de la guerra. Sin embargo, el propósito no era el de realzar su

participación en el frente ni de romper con la carga del discurso tradicional de género

sino de exhortar al hombre a luchar.9 El heroísmo de las milicianas no se reconoce

ampliamente en la posteridad debido no sólo al corto tiempo que participan en el frente

sino también a la tergiversación de su imagen (Linhard 63). Tanto la prensa republicana

como la nacional lanzan una campaña para desacreditarlas, acusándolas de propagar

enfermedades venéreas, idea que todavía perdura (Merino 386). La denigración de la

miliciana comprueba lo que Shiley Mangini sugiere: que las mujeres asociadas con la

guerra se consideran lo peor al ser las que más claramente transgreden (“Tertulia”).

El único heroísmo aceptable para la mujer, con referencia al campo de batalla, era

el de reclutamiento de los hombres, al cual se unen tanto republicanas como nacionales.

9 Graham observa que las pancartas “are highly choreographed images, designed to maximize the decorative effect of their female subjects” (Civil 56). Por otra parte Nash apunta que los carteles, dirigidos hacia un público masculino, “realizaban el papel de exhortación al cumplimiento de su deber de hombres como milicianos en la resistencia militar antifacista” (Rojas 94).

122

Avisos de ambos lados intentaban persuadir a las mujeres a enlistar a sus maridos e hijos

convirtiéndose así en heroínas a través del sacrificio materno (Nash Rojas 155). Las

organizaciones femeninas de derecha como de izquierda coinciden en considerar como

una de sus labores la vigilancia a fin de denunciar a aquellas que escondían a sus hombres

(Nash Rojas 156).

Entre las organizaciones de mujeres que se forman durante estos años es la Sección

Femenina de la Falange la que pasa a tener mayor influencia sobre la prescripción de género. Fundada en 1934 por Pilar Primo de Rivera a pedido de su hermano José

Antonio, fundador de la Falange, esta institución sobrevive la guerra y se incorpora al

régimen. Desde su posición de organismo del estado encargado de la formación de la

feminidad española, la Sección Femenina prescribe una amalgama de valores falangistas

y católicos que dictan, por los siguientes treinta y seis años, la domesticidad a varias

generaciones de españolas. 10

La victoria nacional no significó el fin de la guerra. Como reitera Graham, “When

Franco issued his famous dispatch of 1 April 1939, declaring the war to be over, in fact

only one phase—that of conventional military conflict—had ended. The Spanish Civil

War itself still had years, indeed decades, to run” (Republic 425). El triunfo de Franco

significó, para sus adversarios, el comienzo de largos años de persecución y represalias,

incluyendo la prisión y el ajusticiamiento. La victoria lograda militarmente sin acuerdos

parlamentarios eximió a los ganadores de ofrecer ningún reconocimiento ni garantía a

los vencidos y esto dificultó la reconciliación (Graham Republic 424).

10 Como explica Kathleen Richmond: “The role of the Sección Femenina (SF) was both to intervene in the lives of other women to ensure their compliance with the regime’s social and political aims and themselves serve as exemplars of traditional gender roles” (14).

123

Durante los años de “penitencia” en que el nuevo régimen castigó a los vencidos,

guerrillas opositoras continuaron luchando contra el gobierno (Graham Republic 424). La vida de los vencidos era dura. Algunos lograron exiliarse mientras que otros terminaron en las prisiones, campos de concentración y labores forzosas.11

Mujeres y hombres sufrieron la persecución cuyo objetivo era “higienizar” a la

sociedad de todo elemento progresista. A más de las infamias a las que se veían sujetos

todos los perseguidos, la mujer tuvo que sufrir indignaciones destinadas exclusivamente a

su género. Como apunta Sofía Rodríguez, entre los escarmientos se contaban las rapadas, la administración de purgantes antes de hacer a las mujeres pasear en sitios públicos, y la mutilación de los genitales y pechos, todos castigos que tenían como objetivo restar a la mujer atributos de su feminidad (159).

Castigos similares se impusieron en las prisiones franquistas, donde miles de mujeres languidecían encerradas bajo las más míseras condiciones. “La cárcel era un lugar de aislamiento, de castigo y de reeducación. A ésta contribuía un horario y un

programa de actos regidos por el nacional-catolicismo. Hacinamiento, escasez –

especialmente de alimentos– y enfermedades eran inseparables compañeros de la prisión”

(Cuesta “La otra mitad” 48). Aquí terminaban no sólo militantes enemigas del nuevo

régimen sino mujeres cuyos familiares varones estaban asociados con la resistencia. Otro

grupo de mujeres sufrió los efectos del régimen carcelario: las “mujeres de preso” pasaban años visitando y proveyendo de necesidades básicas a familiares y deudos

(Perugini 75).

11 Aproximadamente 440,000 españoles terminaron en el exilio, mientras que 400,000 fueron detenidos en las prisiones, campos de concentración y campos de labores forzosas (Preston 16)

124

Bajo la represión las mujeres de izquierda pasaron a ser denunciadas por el régimen como monstruos y viragos, responsables no sólo de la catástrofe de la guerra sino de la destrucción de la familia y del honor del resto de las españolas (Genovois 191).

La imagen de la mujer moderna se equiparó al desorden social, a la decadencia y todo lo que representaba la anti-España (Enders y Radcliff 20).

Junto con la Iglesia, el gobierno señaló a la maternidad como deber máximo de la mujer; no sólo era natural sino también el deber patriótico de la mujer en la tarea de repoblar España. Este discurso, que muestra la apropiación pública del cuerpo de la mujer, se sedimenta con las leyes en que tanto el control de la natalidad como el aborto se convierten en delitos en contra del estado (Mira y Moreno 324). Con la obliteración de los principios igualitarios de la II República, el régimen de Franco vuelve a definir a la mujer bajo los principios de abnegación, resignación y sacrificio por la familia (Nash

Defying 183).

Aunque perduraran entre los vencidos algunos ideales de la II República, la diseminación de los mismos se hizo casi imposible ante el aparato de control social. La censura fue una de las armas más poderosas para lograr controlar el país. A través de ella se manipuló la cultura a fin de crear un modelo acorde con los preceptos fascistas, y descalificar todo lo que podía relacionarse con la ideología de la República (Alted 196).

Narrativa y la Guerra Civil

La interpretación y textualización de la realidad que había vivido España durante los años de la guerra se vio profundamente influida por el control que ejerció el nuevo gobierno sobre la actividad cultural en los años siguientes. Entre las novelas nacionales y republicanas se cuentan varias escritas por mujeres que, a más de verse sujetas a la censura general, también se encuentran limitadas por el discurso que les dificulta acceso a

125

la esfera pública, sobre todo si pertenecen al bando perdedor. La mayoría de estas obras

revelan el hecho de que la guerra se desarrolla tanto en el frente como en la retaguardia.

Muchas desafían los ideales femeninos prescritos.

A pocos meses de subir Franco al poder, el estado desata medidas destinadas a

controlar la producción cultural incluyendo la inmediata prohibición de “libros o

impresos pornográficos, marxistas o disolventes” (Thomas 129). Por otro lado la prensa

se reduce a escasos periódicos conservadores y las casas editoras caen bajo estricto

control (Davies 186). Ya para 1938 la distribución y venta de libros en al zona nacional queda bajo la autoridad del Departamento de prensa y propaganda (Thomas 130). El objetivo de estos controles era doble: crear una imagen del gobierno que garantizara su permanencia, y censurar cualquier producción que no se presentara acorde con esta imagen.

Asimismo el gobierno inicia una intensa campaña de propaganda que hace uso de la guerra para solidificar su posición. Como observa Graham “[t]he regime manipulated a monolithic and highly partisan version of the war – always referring to it as the ‘crusade’ or ‘war of national liberation,’ never as a civil war” (Civil 138). Entre los textos auspiciados por el gobierno se contaba el llamado Historia de la cruzada que se publicaba

por entregas semanales y glorificaba el heroísmo de los vencedores mientras mostraba a

los vencidos como sadistas sanguinarios, y esta pauta se extendió a los textos escolares

(Preston 12).

Durante los años subsiguientes, a pesar de las restricciones, se publican numerosas

novelas que exploran el tema de la guerra. Según Janet Pérez, las novelas inspiradas en la

Guerra Civil podrían considerarse como un género literario equivalente al de la novela de

126

la Revolución mexicana (“Behind” 167). El determinar cuáles obras entran o quedan

fuera del canon presenta cierta dificultad. Como se vio con las novelas mexicanas, limitar

las novelas abarcadas a las que cubren la etapa de guerra limita su número. En el caso de

España, algunos críticos reconocen sólo aquellas obras que novelan los años entre 1936-

1939 (Bertrand). Otros críticos discrepan con esta limitación. Como ha declarado Pérez:

“It may be critically unjustifiable to exclude works that deal with the war’s aftermath,

especially novels of exodus, or those presenting purges, political execution,

imprisonment or exile, all direct consequences of the war and separable from it only with

difficulty” (“Behind” 171). Las novelas del exilio también representan un reto al canon

ya que en algunos estudios se disputa otorgar el título de “españolas” a las novelas

publicadas fuera de España (Ponce de León 19).

Las españolas que escriben la Guerra Civil lo hacen tanto desde el exilio como

dentro de España.12 Como observa Sandra Schumm, “[d]espite all the barriers against women’s development during Franco’s dictatorship, or –more conceivably– in retaliation to them, novels by women in Spain began to flourish soon after Franco took control” ( 9).

Las mujeres escribieron una gran cantidad de obras en la posguerra, pero como apunta

Janet Pérez, “[t]he total phenomenon of women writers on the Civil War remains essentially unexamined […] and indeed, has yet to be identified completely ( “Behind”

168). Este vacío se hace imperdonable si se considera, como lo hace Geraldine Nichols, que “la mujer de los años franquistas vivía unas condiciones vitales e intelectuales tan especiales que vale la pena hablar de ella como una casta aparte” (Des/cifrar 27).

12 Maryse Bertrand de Muñoz identifica al menos 50. Entre las autoras que nombra están Concha Espina, Concha Alós, Mercedes Fórmica, Carmen Kurtz, Carmen Laforet, Susana March, Ana María Matute, Dolores Medio, Elena Quiroga, Mercedes Salisachs, Elena Soriano, Luisa Carnés, María Teresa León, Angélica Muñiz, Teresa Pamiès, Mercè Rodoreda, Montserrat Roig y Ramona Vía (133).

127

Los críticos que sí se han ocupado de algunas de estas novelas señalan como

temática recurrente los sucesos en la retaguardia y los efectos de la guerra en la población

civil. Esto no quiere decir que en muchas novelas no aparezcan episodios militares

tradicionales tales como batallas o bombardeos, sino que el enfoque se centra más en el

efecto de la guerra en la vida de los personajes (Pérez “A manera” 9). Desde la

perspectiva de la retaguardia aparece también una presentación de la guerra como

“infierno”, no a través de los grandes sucesos sino de los considerados insignificantes por la historia (Pérez “Behind”172).

Entre los “olvidos” históricos pueden contarse las obras que enfocan las prisiones

de mujeres, tema que hasta recientemente era difícil de rescatar. En estas obras, como

explica Carla Perugini, se explora por primera vez el horror de la vida de las mujeres en

la cárcel donde además de sufrir las usuales humillaciones y privaciones carcelarias,

deben sobrevivir vejaciones específicas a su sexo tales como el embarazo, la pérdida de

sus hijos, el acoso sexual y la violación, en algunos casos múltiple (74).

Al tomar en cuenta la situación general de las escritoras españolas, se logra entender los obstáculos que han tenido que sobrepasar para levantar su voz. Cuando lo hacen surgen las contranarrativas. Si se piensa, como Nash, que “los modelos transmitidos en el discurso de género a través de la representación simbólica de las mujeres pueden transformarse en una manifestación decisiva de control social informal que canalice y mantenga a las mujeres en sus roles tradicionales” (Rojas 90-1), también

debe aceptarse que representaciones alternativas pueden crear nuevos modelos cuando

pasan a formar parte del discurso de género.

128

La plaza del Diamante: la asfixia ante al peso de la historia

El día en que Natalia tiene la desventura de conocer a Quimet en el baile de la plaza

Diamante, poco se imagina que todo el peso de la historia está por venírsele encima.

Mientras la carga de la tradición patriarcal vendrá a constreñirla en el molde de mujer

sumisa y madre, la fuerza del momento histórico en el que vive vendrá a arrastrarla con su familia a cuestas en el torbellino que significó la época de la II República, la Guerra

Civil y la posguerra.

La presencia de la guerra en la novela va mucho más allá de una mera

ambientación. A través de la historia de supervivencia de la protagonista durante los

largos años de violencia y conmoción social, la obra confirma la imposibilidad de

disociar lo político de lo personal. El quiebre de la esfera femenina también se hace

evidente cuando aún bajo el lastre de la imposición masculina Natalia logra conducir una

rebelión a reducida escala en su casa. Su revolución personal coincide con el estallido de

la Guerra Civil. La fuerza que la protagonista ha adquirido la ayuda a mantenerse a flote

ante las circunstancias más adversas, exhibiendo así el heroísmo de la lucha diaria por la

subsistencia.

La necesidad de trascender el silencio y propagar una historia que explora el horror

de la guerra a nivel personal se presenta claramente en la novela; de hecho es uno de los

temas centrales. La brutalidad de la guerra y la fuerza de la represión que le siguen

silencian a Natalia y le impiden el desahogo. Sólo cuando finalmente confronta su pasado

halla voz para gritar su frustración y escapar la asfixia que la atenazaba. La novela, que se

presenta como un torrente de palabras, puede considerarse parte del grito liberador,

aullido que se viene gestando desde el día del baile en la plaza del Diamante.

129

En ese baile conoce a Quimet, quien la despoja de su identidad asignándole un

nuevo nombre: Colometa (Palomita). En lo que sigue del noviazgo y el matrimonio,

Quimet va imponiendo los límites a los que su mujer se atendrá. El embarazo, parto y

crianza de su primer niño, Antoni, se convierten en un martirio, y, cuando Quimet decide

construir un palomar en el terrado del piso, es Natalia la que ha de atender al creciente

número de palomas, acrecentando su sujeción.

La llegada de la II República encuentra a Natalia otra vez embarazada y a Quimet

entusiasmado con el nuevo gobierno. Con una nueva hija, y trabajando ahora como

doméstica, la labor de Natalia se multiplica. Cuando Quimet decide abrir un agujero en el techo para que las palomas puedan ingresar a uno de los cuartos del piso, Natalia pone en marcha una callada contraofensiva.

Mientras Natalia emprende la batalla en su hogar contra las palomas, la Guerra

Civil estalla y Quimet se marcha al frente. Natalia pierde su trabajo y debe afrontar la violencia y la escasez. Tras la noticia de la muerte de Quimet y el final de la guerra, la situación empeora. Con los niños famélicos y sin nada para vender, Natalia decide acabar

con las vidas de sus hijos y la suya propia cuando una oferta de trabajo del tendero

Antoni salva a la familia. Un año después Antoni pide a Natalia que se case con él y las

vidas de todos comienzan a repararse. Ella todavía vive con una angustia indescifrable.

Ni su encerramiento en casa ni sus paseos por el parque calman su desasosiego. Tras el

matrimonio de su hija, Natalia decide afrontar su pasado volviendo a su antiguo piso,

donde entalla en la puerta el nombre que Quimet le impuso y se dirige otra vez a la plaza

del Diamante. Volviendo a sentirse atrapada ahí pega un grito desgarrador con el que

finalmente logra romper su sometimiento.

130

La plaza del Diamante se publicó por primera vez en 1962. Un año antes Rodoreda

había presentado sin éxito la novela, titulada en aquel entonces “Colometa”, al premio

Sant Jordi. A pesar de la lentitud inicial con la que se difunde, la obra pasa a ser una de

las novelas de mayor éxito en toda la historia de la literatura catalana y española (Davies

Spanish 216).

Según Catherine Davies, la obra es el mayor ejemplo de la técnica “lírica realista”

de Rodoreda ya que a pesar de su engañosa simplicidad, logra ofrecer una versión de los

sucesos políticos de la época a través de la visión de una mujer de clase trabajadora con

una voz espontánea y poética (Spanish 224). Natalia es la narradora homodiegética que cuenta la historia desde su perspectiva y actúa como focalizadora eligiendo qué contar y qué callar. La aparente simplicidad de Natalia, que parece querer decir más sin poder, consigue dar a la historia un tono de inocencia.

Desde un principio Natalia establece la dificultad que tiene con las palabras. Desde su infancia en casa sus padres pasaban las tardes sin decirse nada. Tras la muerte de su

madre “ese vivir sin palabras aumentó todavía más” (23). Su dificultad de expresión se refuerza con los numerosos puntos suspensivos que aparecen a través de toda la historia indicando que hay más que decir pero no se dice. Sea la mención del cuadro de las langostas (25), el mal comportamiento de Quimet (40), el embarazo (59), o la decisión de acabar con las palomas (132) los puntos suspensivos guardan la opinión que Natalia no termina de dar.

Como ha dicho Kathleen M. Glenn, “we are struck by the judgments she does not render, the protests she does not voice, the feelings she either does not articulate or does not examine” (61). Los silencios y vacíos que presenta la historia obligan al lector a

131

establecer conexiones y suponer las implicaciones de lo que Natalia calla. Es a través de

esta interacción con el texto, la cual es parte del deleite de la obra, que surge lo que

Glenn llama el “texto sumergido”, la historia que no se cuenta pero se insinúa: “el otro

lado de la historia” (61).

Esta técnica hasta cierto punto criptográfica podría verse como un resultado del

momento de producción, aunque Rodoreda ha declarado que a ella la censura nunca la

afectó (Beneyto 163). El que una novela narrada por un miembro del bando perdedor

haya tenido éxito dentro del país podría explicarse si se considera que “the less intellectual the character, the less seriously the novel would be taken by the censors [so] one reason The Time of the Doves was reprinted twelve times during the Franco regime may have been that, ironically, it was ‘only’ about a woman’s life, therefore, not a political novel” (Short 192).

El contar la historia de la vida de una mujer sitúa a la novela fuera del paradigma de la novela de guerra, pero la ruptura va más allá del contenido. Las técnicas hasta ahora mencionadas y la estructura misma de la novela son parte de las estrategias narrativas que la diferencian formalmente de una novela tradicional. La novela, cuyo tiempo de historia abaraca desde finales de los veinte hasta los años cincuenta, puede dividirse en dos partes: antes y después de la guerra. Aunque esta sea una división común en las novelas de guerra, el hecho de que esta novela presenta varios clímax la diferencia de la estructura tradicional.

La plaza de Diamante no plantea una situación inicial que se desarrolla hacia un

clímax y un desenlace final. En su lugar, se pueden contar al menos tres conflictos en la

novela que alcanzan máxima tensión y resolución. A la situación doméstica de Natalia y

132 las palomas, donde el clímax llega el día en que Natalia decide acabar con las palomas y se resuelve con la desaparición de las mismas, se le yuxtapone el planteo de la guerra.

Este segundo conflicto llega a su apogeo el momento en que Natalia decide matar a sus hijos y se resuelve con la oferta de trabajo que ella recibe. La tercera situación desarrolla tensión con el desasosiego de Natalia y culmina con su grito en la plaza del Diamante y su retorno al lecho con Antoni donde parece haber una resolución.

Esta estructura con múltiples clímax puede verse, como lo propone Winnet, como una extensión del placer de la lectura (507). La estructura, junto con el tono conversacional de la novela, hacen a la obra quizás más deleitable que una narración de guerra tradicional. La estética que logra la novela se traduce a una historia de guerra que transmite conocimiento de una forma diferente a los modelos rígidos que la preceden, incrementando de cierta manera su calidad epistemológica. Lo que logra es un nuevo entendimiento de lo que significó la Guerra Civil.

La guerra en la novela

La primera vez que Natalia queda en encontrarse en el parque con Quimet, un niño con revólver y escopeta de juguete en mano apunta hacia ella y la roza (13) prefigurando el conflicto que está por explotar y el rol que Quimet ha de desempeñar. Como el niño,

Quimet se inicia en la guerra ingenuo y con gran ilusión. Los mismos sentimientos antes lo incitaron a construir el palomar. La guerra, como las palomas en el piso, invade la vida de Natalia hasta el punto más insoportable. Poco importará que Natalia no quiera verse envuelta. La guerra en la novela es omnipresente y se muestra ineludible. Natalia no podrá esconderse en su casa como antes lo había hecho tras lanzar la bolita de papel al soldado vecino desde su ventana (23).

133

Desde su mundo de madre y esposa, Natalia parece dar poca importancia al caos que se está desarrollando fuera de su esfera. Mientras recuenta los sucesos anteriores al estallido de la guerra, la poca mención de lo que sucede fuera de su casa se pierde dentro de su narrativa de problemas que para ella son más inmediatos, tales como el cuidado de sus hijos y de las palomas. Pronto se hace claro que ambos mundos están por encontrarse, comenzando por el hecho de que la intensificación de sus problemas hogareños va a la par con el agravamiento del conflicto de fuera. Aunque Natalia no parece poder explicar lo que la llegada de la II República significa para ella, en su narrativa se descubre la ambivalencia que siente entre el entusiasmo por las nuevas posibilidades, y la preocupación por las ramificaciones de este nuevo estado:

Y todo iba así, con pequeños quebraderos de cabeza, hasta que vino la república y el Quimet se entusiasmó y andaba por las calles gritando y haciendo ondear una bandera que nunca pude saber de dónde había sacado. Todavía me acuerdo de aquel aire fresco, un aire, cada vez que me acuerdo, que no lo he podido sentir nunca más. Mezclado con olor de hoja tierna y con olor de capullo, un aire que se marchó y todos los que después vivieron no fueron como el aire de aquel día que hizo un corte en mi vida, porque fue en abril y con flores cerradas cuando mis quebraderos de cabeza pequeños se volvieron quebraderos de cabeza grandes (78).

De pronto Natalia se encuentra liberando batalla en dos frentes: defendiendo su hogar de la intrusión de las palomas, y manteniendo su familia a flote en una ciudad que se va desmoronando con la intensificación del conflicto político. Si se considera que la imposición de las palomas viene por parte de Quimet y señala el sometimiento de la mujer por parte del hombre, la rebelión que conduce Natalia en contra de las aves señala una rebelión contra su sujeción. Lo que se desenvuelve en la historia son entonces dos guerras simultáneas, la guerra de los sexos y la Guerra Civil.13

13 Geraldine Nichols, que ve a Natalia no sólo como mujer sino como una representante de Cataluña, reconoce la doble revolución de la protagonista: “Both revolutions were an attempt to overturn the ‘natural order’ with its interlocking systems of domination: woman’s submission to her husband and to the

134

Aunque para Josep-Antón Fernández las dos guerras paralelas demuestran el

contraste del contexto social y político con los conflictos personales de Natalia (105), se podría argüir que su presencia sincrónica va más allá de un contraste, ya que apunta hacia el intrincamiento de lo privado y lo público. Las palomas, como algo que viene de fuera van tomándose el espacio privado, invadiéndolo y sofocando a Natalia quien queda a la merced de la invasión. Las palomas podrían verse como la intrusión de la sociedad

dentro del hogar, es más, son varias veces que en la novela se hace referencia a las

palomas como toda una organización social. Cuando Quimet trae la pareja del Fraile y la

Monja las facciones del palomar reaccionan:

En seguida se pelearon con las antiguas que no querían gente nueva y que eran las amas del palomar, pero las monjas, poco a poco, haciendo como que no estaban, conformándose con pasar un poco de hambre y con recibir algún aletazo viviendo por los rincones, consiguieron por fin que las antiguas se acostumbrasen a ellas y se hicieron las amas. Hacían lo que querían y si no lo podían hacer atacaban a las otras con la capucha abierta (75).

Para las palomas, que “eran como las personas” (80), los cambios no son fáciles de

sobrellevar, y les hace difícil acostumbrarse inclusive a su libertad: “las palomas muy desconfiadas, fueron saliendo del palomar, unas detrás de otras, con mucho miedo de que fuese una trampa [. . .] Les pasaba que no estaban acostumbradas a la libertad y tardaban en meterse en ella” (80). Así como las palomas se ven lanzadas fuera del palomar al que se habían acomodado, Natalia también se ve forzada ante las circunstancias de la guerra a salir al espacio público.

Como en las novelas analizadas en el capítulo anterior, la guerra en La plaza del

Diamante tiene una función catalizadora respecto de la protagonista haciéndola salir de su

imperative to create and safeguard life; the poor’s subjection to the rich, and the periphery’s to the center”. (El mundo al revés)

135

esfera asignada por la necesidad de supervivencia. Cuando el trabajo de Quimet

comienza a escasear, es Natalia quien tiene que salir a ganar un sustento. Esta vez poco

puede protestar Quimet quien antes de casarse la había obligado a abandonar su empleo

en la confitería logrando así sujetarla económicamente a él.

Hacia la mitad de la novela la Guerra Civil pasa del trasfondo al primer plano. Sin embargo, no se enfoca el frente de batalla, espacio que apenas se menciona, sino otro campo de lucha cruento: el de la supervivencia en la retaguardia donde el heroísmo radica en resistir. Significativamente el estallido de la guerra coincide con la destrucción de las palomas:

Y mientras yo armaba la gran revolución con las palomas vino lo que vino, que parecía una cosa que tenía que ser muy corta. De momento nos quedamos sin gas. Quiero decir que no subía al piso y que en casa de mis señores no bajaba al sótano. El primer día ya tuvimos que hacer la comida en la galería con un fogón de tierra gris sujeta con hierros negros, y con carbón de encina que yo tuve que ir a buscar, pobres piernas mías (137).

Con Quimet en el frente y la escasez endémica, la vida privada de Natalia se hace inseparable de la situación de guerra. No es sólo que, como indica Elizabeth Scarlett, el mundo masculino irrumpe en el mundo de Natalia (110), sino que todo se ha vuelto un mismo mundo. La actividad política de Quimet causa que Natalia pierda su única fuente de ingresos cuando sus patrones se enteran que éste es republicano. Natalia se une entonces a la “cuadrilla de la limpieza” (147) del ayuntamiento que todavía está en manos de la República politizándose a través de su necesidad de sobrevivir.

La situación precaria también revela que Natalia ya no se halla sujeta a aquello que le había sido impuesto. La guerra la ha liberado de las palomas. Quimet por su parte parece resignarse: “Me dijo que no me preocupase, que no tenía importancia, porque todo había cambiado en la vida y todavía cambiaría más” (149). La guerra expone la nimiedad

136 de la imposición que había recaído sobre Natalia al asignarle la tarea de cuidar a las palomas. Por su parte Quimet añora lo perdido ya que de no ser por la guerra “ahora tendría una casita y la torre de las palomas llena de ponederos, hasta arriba” (162).

El fin de la guerra en la novela apunta hacia el empeoramiento de la situación para muchos españoles. “Y el último día hacía viento y hacía frío […] Y el frío dentro del cuerpo era un frío que no se acababa nunca. No sé cómo vivimos aquellos días” (174).

Durante la guerra mal que bien Natalia logra sobrevivir, pero el cambio de gobierno le cierra todas las puertas y agrava su circunstancia llevándola al desfallecimiento. Este hecho señala la dificultad de limitar la categoría “novelas de guerra” a las que cubren sólo el conflicto armado.

La situación obliga a Natalia a quebrantar el más riguroso precepto que gobierna la identidad femenina española: la abnegación maternal. Aunque durante la guerra, en su desesperación Natalia envía a su pequeño hijo a la colonia para salvarlo del hambre no es sino hasta derrotada la República que contempla el infanticidio como única salida a la situación sórdida en la que se hallan. Sus acciones parecen ir en contra de la naturaleza femenina, de hecho, parten de un cuestionamiento de la verdadera existencia de dicha naturaleza.

La vida bajo el franquismo sume a Natalia en una inquietud constante en la que no logra hallarse. Su angustia apunta hacia la situación de miles de españoles: “Estaban muertos los que habían muerto y los que habían quedado vivos, que también era como si estuvieran muertos, que vivían como si les hubieran matado” (188). Tienen que pasar muchos años en la historia para que Natalia encuentre cierto sosiego al recuperar su voz.

137

Su asfixia es la de todo un pueblo, y su grito final reclama el reconocimiento de lo que la

historia hegemónica de guerra omitió.

Establecimiento y desintegración de la esfera

El proceso de forjamiento de Natalia a la imagen del “ángel del hogar” se

intensifica el día en que conoce a Quimet. Como gran arquitecto de la esfera femenina, él

comienza a establecer los parámetros a los que Natalia tendrá que adscribirse. El primer

acto avasallador es la asignación del nuevo nombre: Colometa.14 A más de despojar a

Natalia de su identidad prefigura su futuro como cautiva destinada a la reproducción y la obediencia. Como una paloma de criadero, Natalia será encerrada y domesticada.

La inmovilización de la mujer bajo el poder del hombre se hace obvia desde el inicio de la historia cuando Quimet anuncia a Natalia: “el día que te pueda coger te

baldaré” (18). La inmovilización aumenta con el matrimonio. El cruel juego de Quimet

en la habitación es uno de los ejemplos más claros:

me tiró al suelo y me metió debajo de la cama empujándome por los pies y él saltó encima de la cama. Cuando intentaba salir me daba un golpe en la cabeza, ¡castigada!, gritaba. Y cuando yo trataba nuevamente de salir por un lado o por otro, ¡plaf!, otra vez la mano en la cabeza, ¡castigada! Esta broma me la hizo después otras muchas veces” (44).

La exclusión de la mujer de la esfera pública se muestra cuando Quimet da la orden

de que Natalia deje su trabajo en la pastelería (19). Asimismo Quimet la excluye de las

decisiones que atañen a los dos, tal como dónde vivirán. Esta decisión la toma él con sus

amigos: “charlaban como si yo no estuviese allí” (22). En vez, Natalia ha de desempeñarse dentro del hogar donde Quimet promete construirle la “cocina de una

14 Todas las interpretaciones hechas por la crítica con respecto a la imposición del nuevo nombre parecen coincidir en verlo como un acto significativo ya sea de agresión (Glenn 61), de pérdida (Wyers 303), de poder (Llorca “La plaça”166), de control (Carbonell 22) o de limitación (Hart 24).

138

reina” (27). Queda aún más claro que Natalia debe excluirse de los asuntos de hombres

cuando Quimet le prohíbe meterse en la tienda (47) y hasta sentarse en su silla que es

“silla de hombre” (49).

La supremacía del hombre en el orden patriarcal se hace evidente a través de la

historia. Natalia se ve obligada a cambiar sus gustos por los de él. Cuando ella le dice que

no le gusta Gaudí: “Me dio un golpe en la rodilla con el canto de la mano que me hizo

levantar la pierna de sorpresa y me dijo que si quería ser su mujer tenía que empezar por

encontrar bien todo lo que él encontraba bien” (15). Cuando Natalia compra las jícaras

para chocolate, Quimet explota: “Ni a ella ni a mí nos gusta el chocolate hecho” (44).

Natalia, a quien ni se le preguntó si le gustaba o no, remata: “Quedó bien claro que a mí no me gustaba el chocolate hecho” (44).

La representación de la subyugación de la mujer en la novela muestra hasta qué punto ésta puede socavar su percepción de sí misma. Cuando Quimet se atrasa a la cita y no se excusa, su insolencia hace que Natalia dude de sí, pensando que seguramente fue ella quien entendió mal la hora (14). A través de la intimidación se establece claramente quién ha de dominar. Quimet no sólo violenta a Natalia físicamente cuando la zarandea

(19), sino psicológicamente en la espeluznante escena cuando la obliga a pedirle perdón por algo que no ha hecho: “Me hizo pedirle perdón arrodillada por dentro por haber salido a pasear con el Pere al que, pobre de mí, no había visto desde que reñimos” (29).

El discurso bíblico se presenta como uno de los mayores componentes en la construcción del orden que subyuga a la mujer. Este, como ya lo ha observado Fina

Llorca, se encuentra integrado inocentemente en la cotidianeidad (“La plaça” 169). Las referencias a la Biblia presentan una y otra vez la hegemonía masculina y la

139

subordinación femenina: “Quimet is Adam and Natalia is Adam’s rib, he is Lot and she is

Lot’s nameless wife” (Glenn 62). Por otra parte Quimet establece desde el noviazgo su

visión de lo que ha de ser su familia. Él como ebanista será San José, Natalia, María, y

tendrán un nene (16).

El establecimiento del modelo imposible que ha de cumplir la mujer se confirma en

la novela con la mención de la “pobre María” que atormenta a Natalia: “Y yo no me

podía quitar a María de la cabeza. Si fregaba, pensaba: la María los dejará más limpios.

Si hacía la cama, pensaba: la María debe de dejar las sábanas mejor estiradas… Y sólo

pensaba en la María, sin parar, sin parar” (46). De manera reveladora se descubre al final

que la “pobre María” no fue sino una invención de Quimet (146).

El componente más esencial en el cumplimiento del modelo de mujer, ángel del hogar, es sin duda alguna la maternidad. Esta prescripción se expone en la novela con las

referencias a la preocupación tanto de Quimet como de su madre de que Natalia se embarace. El acoso bajo el que vive la protagonista se evidencia con las preguntas constantes: “Y la madre de Quimet, en cuanto me veía ¿Qué, no hay novedad?” (46). La reducción de la mujer a instrumento de reproducción se ilustra claramente mediante las auscultaciones a manos de la suegra: “Me hizo echarme, me tocó y me escuchó” (47).

Como en el resto de las decisiones a Natalia se le niega la participación en propia reproducción. Es Quimet el que anuncia: “Hoy haremos un niño” (50).

La relación entre hombre y mujer en la novela no es igualitaria y esta injusticia se enfatiza aún más con símbolos tales como la figura de la balanza (Nichols “Lecture”).15

15 Otros críticos también han considerado el simbolismo de la balanza. Para Martí-Olivella representan el agresivo y dominante orden masculino (166). Para Anderson prefiguran lo que será la vida de Natalia en el apartamento (114). Para Glenn ilustran la justicia sesgada (63-64).

140

Natalia la descubre en la parada de las escaleras y observa que estaban “muy bien

dibujadas con las rayas hundidas en la pared como si las hubiesen hecho con la punta de

un punzón” (28). La imagen de un punzón implica que estas balanzas se marcan con

fuerza y el hecho de que las rayas sean hundidas advierte que son difíciles de borrar.

Asimismo, el embudo también puede verse como otro símbolo de la desigualdad

entre los sexos al hacer alusión a la conocida “ley del embudo” (Nichols “Lecture”).16

Reveladoramente Quimet advierte a Natalia: “que tuviese cuidado porque, si tenía la desgracia de que se me cayera al suelo, se desconcharía” (71). Pero la ruptura del sistema jerárquico establecido ya se prefigura, y serán las mismas palomas que llegan con el embudo, las que empujarán a Natalia a la rebelión. A su hastío se sumará el desencadenamiento de la guerra causando así el quiebre de la esfera.

Aunque Natalia se va acoplando como mejor puede a los parámetros de Quimet, se hace claro que este es un acoplamiento forzado. Al mismo tiempo que Quimet construye la esfera, Natalia comienza a subvertirla. Como ya ha concluido Geraldine Nichols en su estudio de los personajes femeninos rodorianos, Natalia es una “triunfadora”, una de las mujeres que “sooner or later impose the shape of their desire on the world around them”

(“Writers” 171).

La primera queja de Natalia se da significativamente cuando está embarazada.

Lejos del ideal de alegría anticipada por el supuesto instinto maternal, el embarazo de

Natalia se presenta como un proceso doloroso, incómodo y alienante:17

16 Para Anderson y Wyers el embudo simboliza el cerramiento forzado (Anderson 120), mientras que para Carbonell muestra la sujeción de Natalia al orden impuesto por su marido (Carbonell 22).

17 Con esta evaluación coinciden varios críticos entre los que se incluyen Carbonell, Fernandez, Anderson y Llorca.

141

Se me hinchaban las manos, se me hinchaban los tobillos y ya sólo faltaba que me atasen un hilo a la pierna y que me echasen a volar. […] era como si me hubieran vaciado a mi misma para llenarme de una cosa muy rara. […] Sentada en el terrado, sola con la tarde y rodeada de barandillas, de viento y de azul, me miraba los pies sin acabar de entenderlo, me quejé por primera vez”. (62).

El parto tampoco se presenta como un momento de alegría, sino que Natialia se queja del dolor y malestar, desmitificando el proceso. Mientras empuja a la criatura,

Natalia de manera simbólica quiebra una de las barras de la cama bajo la cual antes

Quimet la había forzado. Esta es la primera de varias rupturas de objetos en la novela que van mostrando los quiebres de la esfera. Quimet por su parte le amenaza que pondrá en la columna una “ánima de hierro” a fin de evitar que la rompa de nuevo.

Algo que queda representado en la novela claramente es que la maternidad no es la dulce vivencia del “ángel del hogar”. Como y lo ha observado Llorca: “Continuamente el mensaje que se nos repite en la novela es que la maternidad no es un instinto, una realización feliz de la mujer, sino un aprendizaje difícil e ingrato, hecho no siempre de bondad, disponibilidad, entrega, sino de inexperiencia, llantos, torpeza, dolor, separación, soledad, angustia” (“La plaça” 174). Natalia no parece reconciliarse con la maternidad sino hasta el final de la historia.

La siguiente ruptura se da a la par con el desencadenamiento de la guerra cuando la situación en casa se ha vuelto insoportable: “Estaba cansada; me mataba trabajando y todo iba para atrás. El Quimet no veía que lo que yo necesitaba era un poco de ayuda en vez de pasarme la vida ayudando y nadie se daba cuenta de mí” (127). Quimet, ajeno a todo sentimiento todavía exige el orden tradicional: “llegó a casa y en lugar de encontrarme paz y alegría encuentro llanto y dramas. Lo que faltaba para el duro” (131).

Al siguiente día Natalia rompe un vaso que aclara estaba ya resquebrajado (131). Con el

142

vaso hecho trizas Natalia se declara libre: “Y fue aquel día cuando me dije que aquello

había acabado. Que se habían acabado las palomas” (132).

Lo que viene a continuación es la aniquilación de las palomas y de su sujeción.18

Natalia comienza su lucha: “yo pensaba en acabar con el pueblo de las palomas y todo lo que el Quimet me decía me entraba por un oído y me salía por el otro” (132). Contra las palomas su batalla es tenaz. Natalia las atormenta, fastidia los ponederos y sacude los huevos que “se pudrían con el pollo dentro, todavía a medio hacer, todo sangre y yema y el corazón primero que todo” (133). Al matar embriones Natalia hace la guerra contra lo más sagrado en el ideario femenino: la reproducción.19

La época de posguerra presenta un doble silenciamiento para Natalia y bajo esta

situación ella no logra hallarse. La tercera ruptura aparece hacia el final de la historia,

durante la celebración de la boda de Rita cuando el collar de perlas se rompe. Poco

después Natalia se enfrenta a su pasado y logra encontrar sosiego en su relación con

Antoni la cual a diferencia de la de Quimet, es igualitaria. En el transcurso de la novela

Natalia negocia los límites de su círculo que se ha visto determinado tanto por su

circunstancia de género como por la Guerra Civil. Terminada la conmoción Natalia

reconcilia su pasado y presente y consigue finalmente el equilibrio que siempre quiso ver

en las balanzas que marcaban la pared de su piso.

La novela como herramienta epistemológica

La reconciliación con el pasado a través del rescate de la voz es uno de los temas

centrales en La plaza del Diamante. Como evidencia la historia de Natalia, ella no puede

18 Entre algunos de los críticos que coinciden en interpretar a las palomas como la opresión se cuentan Hart, Bataglia y Salem, Anderson y Davies.

19 Fernández también percibe la guerra con las palomas como una guerra en contra de la reproducción (106).

143

encontrar sosiego hasta que se libera de la asfixia del silencio. Una vez que Natalia comienza a contar su historia desata un torrente de palabras que en su intento de plasmar la experiencia de ser mujer y vivir la guerra consiguen no sólo liberarla a ella sino trascender la novela misma. Lo que logra el texto resultante es proveer una interpretación alterna al texto hegemónico de guerra que bajo la implacable censura presenta una visión sesgada de la historia.

Dentro de la novela ya se demuestra la influencia que un discurso puede tener en el adoctrinamiento de una persona y en la percepción de la realidad. Con sus peroratas bíblicas Quimet va reiterando las creencias suyas y de Natalia en cuanto al orden que ha de establecerse en su hogar. De la misma manera los conocimientos coloquiales a los que

Natalia se ha visto expuesta afectan sus percepciones en cuanto a su trato con los

hombres e inclusive la sexualidad.

La facilidad con la que se puede tergiversar la realidad se presenta en la historia de

manera sutil. Cuando Quimet insiste que ha visto a Natalia con Pere su reiteración

termina imponiendo su versión sobre la misma afectada: “me hizo pedirle perdón por

haber salido a pasear con el Pere y por haberle dicho que no había salido a pasear con el

Pere y al final me hizo llegar a creer que había salido con el Pere” (énfasis mío 29).

Asimismo, Natalia acepta que la realidad se crea con sólo pensarla. Otra anécdota ilustra lo mismo: la determinación de que las llaves se habían perdido termina negando la posibilidad de que no fuera así. Como observa Natalia, “mientras pensábamos que las habíamos perdido era lo mismo que si las hubiésemos perdido” (54).

Lejos de ser inocentes, estas escenas demuestran la variabilidad de la realidad y la pericia con que puede ser manipulada al punto de alterarla en la mente hasta de los que la

144 han vivido. Si se toma en cuenta la magnitud de la censura y el proceso de adoctrinamiento vivido por los españoles bajo el régimen franquista, escenas tales como las descritas toman un nuevo significado a la vez que van fundamentando el estado de desconcierto que ahogará a Natalia a medida en que debe sumirse en el silencio y aceptar la realidad impuesta.

La doble opresión bajo la que vive Natalia por ser mujer y pertenecer al bando perdedor imposibilitan doblemente la articulación de sus vivencias. Bajo la ley del silencio el único remedio parece ser la supresión del sentimiento: “Pensé que tenía que estrujar la tristeza, hacerla pequeña enseguida para que no me vuelva, […] Hacer con ella una pelota, una bolita, un perdigón. Tragármela” (58). Asimismo el cansancio y la derrota también se presentan como impedimentos: “Y si a mí me venía el recuerdo algunas veces, hacía un gran esfuerzo para quitármelo, porque llevaba un cansancio tan grande dentro que no lo puedo ni explicar, y había que vivir, y si pensaba demasiado el cerebro me dolía de una manera rara como si lo tuviese podrido” (200).

Cuando Natalia encuentra las fuerzas para salir al espacio público del parque y compartir su historia, sus memorias de la etapa de su vida bajo el yugo de las palomas han sido alteradas tras años de tragar tristeza y suprimir recuerdos. Lo que Natalia recuenta y propaga es una versión idealizada de lo que fue su vida anterior: “Eran unas palomas que no ensuciaban, que no se espulgaban, que sólo volaban por el aire arriba como ángeles de Dios” (222). Fiándose de los datos suministrados por la misma víctima, aquellas que escuchan la historia de Natalia interpretan su vida erróneamente. La versión que ellas poseen de la historia les hace pensar que el palomar “parecía una nube de gloria” (223), que fue la guerra la que acabó con las palomas y que Natalia las añora.

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Natalia por su parte está conciente de que lo que ella ha creado es una ilusión: “Y cuando hablaban de mí tal como creían que yo era, decían: añora las palomas” (énfasis mío

223).

El recontar su historia alterada no alivia el desasosiego de Natalia sino que lo incrementa. Sus visitas al parque no la calman y evita encontrarse con sus antiguas interlocutoras. La autocensura que se impone la aturde y decide no participar más en la desinformación: “Si alguna vez quería pensar en las palomas, prefería pensarlo sola. Y pensarlo como quisiera” (238). Natalia comienza así a rescatar la verdad de su pasado aunque todavía está hundida en el silencio en cuanto a que no puede propagar su historia.

La salvación de Natalia llega al final de la novela cuando, en su desesperado y delirante retorno a la plaza del Diamante, logra remontarse a su pasado y rescatarlo.

Hasta ese momento se ha encontrado atrapada en un tiempo sin memoria: “Me parecía que todo lo que hacía ya lo había hecho, sin que pudiese saber dónde ni cuándo, como si todo estuviese plantado y arraigado en un tiempo sin memoria…” (248). El rescate de la memoria se muestra como única vía de salvación.

Frente a la puerta de su antiguo apartamento Natalia finalmente se enfrenta a su pasado y lo escribe: “Y me volví a girar de cara a la puerta y con la punta del cuchillo y con letras de periódico escribí Colometa, bien hondo” (énfasis mío 250). Esta honda incisión del nombre impuesto por un régimen – el de Quimet – que la sometió por gran parte de su vida, le abre camino para llegar a la plaza y efectuar su catártico desahogo. La escritura es su inicio.20

20 Otros críticos también han reconocido la escritura del nombre en la puerta como un momento crucial en la historia. Tanto para Llorca como para Albrecht y Lunn, lo que logra Natalia es dejar su pasado detrás (Llorca “La plaça” 180; Albrecht y Lunn 62). Para Nichols, Natalia con su escritura toma el control de su

146

Hasta ese momento Natalia ha estado ahogada dentro del silencio de un espacio que

la ha confinado y que se representa en la plaza: “me metí a la Plaza del Diamante: una

caja vacía hecha de casas viejas y el cielo por tapadera” (250). Pero ahora ese cielo

finalmente se ha roto. A través de un simbólico embudo que denota la angosta apertura

por la que tiene que pasar la voz de una mujer para lograr ser propagada, ahora la verdad

se desparrama. Para vencer el estrecho espacio Natalia tendrá que gritar con todas sus

fuerzas:

sentí un viento de tormenta que se arremolinaba dentro del embudo que ya estaba casi cerrado y con los brazos delante de la cara para salvarme de no sabía que, di un grito de infierno. Un girito que debía hacer muchos años que lo llevaba dentro y con aquel grito, tan ancho que le costo mucho pasar por la garganta, me salió de la boca una pizca de cosa de nada, como un escarabajo de saliva (250).

La novela en su totalidad es ese grito que libera a Natalia y trasciende su historia silenciada que acabó con su juventud y que la había hecho volverse tan loca (251). Es la

historia de la guerra, de su sometimiento, de su dolor, la historia silenciada que tiene que

forzarse en la desigualdad del embudo para sobrevivir fuera de esa caja y propagarse. Al

final del recuento cuando Natalia se refiere a los charcos en el parque, significativamente

llama la atención hacia otras tantas historias que se encuentran esperando a que una

colometa las abra con su pico: “dentro de cada charco, por pequeño que fuese, estaría el

cielo… el cielo que a veces rompía un pájaro… un pájaro que tenía sed y rompía sin saberlo el cielo del agua con el pico” (254-5).

La voz dormida: dando voz a lo indecible

En las páginas finales de La voz dormida aparece un sincero agradecimiento a una

larga lista de personas que “regalaron” sus historias a la autora para que ella las hilara

vida y se apropia tanto de su nombre como de su domicilio ahora hecho tumba por su propio deseo (“Writers”171).

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dentro de su novela. Con este agradecimiento Dulce Chacón deja claro el hecho de que su

novela no es una ficción creada en un vacío sino una construcción conciente que integra

varios testimonios reales y los ficcionaliza. La textualización que resulta ofrece una nueva interpretación de la Guerra Civil por medio de aquellas que antes no lograron

contar sus historias.

A través de las voces de las presas en la cárcel de Ventas, y de sus familiares, la

novela revela la brutalidad a la que se vieron sometidos miles de españoles dentro y fuera

de las cárceles franquistas. La guerra y la severa represión que continúa tras el supuesto

fin de la lucha armada, altera la vida de las protagonistas de manera inmensurable. La

situación que se ha desencadenado tras la guerra ocupa un primer plano en la novela. El

caos, sufrimiento y destrucción que acarrea la situación para cada una de las familias que

presenta la historia, muestra que la supuesta división entre lo personal y lo político no

existe.

Para los personajes femeninos de la novela la situación política bajo la que viven

las impulsa a comportamientos que quedan muy lejos de los preceptos de feminidad.

Con la guerra, la esfera se destroza. Tanto entre las encarceladas como entre aquellas que

luchan en la guerrilla, aquellas en la resistencia o las que viven en la retaguardia, se

hallan varias mujeres valientes, fuertes y resueltas que quedan lejos de los parámetros de

pasividad y debilidad que se asocian con la feminidad. El ímpetu de la mujer de resistir y

luchar es precisamente lo que logra transmitir esta novela.

La historia que narra La voz dormida es una historia silenciada durante más de

cuarenta años. El rescate de estas voces es un propósito central en la novela y su

propagación transciende el texto. La restitución de la memoria de miles de mujeres que

148

vivieron las deplorables condiciones de las cárceles franquistas y la brutal represión del

gobierno se muestra como necesaria a fin de vencer el doble silenciamiento al se ven

sujetas las republicanas tanto por su género como por su afiliación política.

La novela presenta un grupo de mujeres encarceladas en el penal de Ventas.

Hacinadas en una pequeña celda Hortensia, Elvira, Reme y Tomasa comparten miseria

mientras se apoyan mutuamente para sobrevivir. Cada una de ellas ha llegado ahí por distintas razones. Hortensia, quien se había unido a la guerrilla junto a su esposo Felipe y

está embarazada, es atrapada mientras compra comida. Elvira termina en la cárcel tras ser

aprehendida en el puerto de Alicante mientras esperaba con su madre a que un barco las

llevara a Francia. Reme ha sido apresada por coser una bandera de la República. La

familia de Tomasa es masacrada y a ella la dejan con vida para que cuente lo que les pasa

a quienes apoyan a la República.

Entre los que se encuentran fuera de la prisión está Pepita, la hermana de Hortensia.

Pepita cuida de su hermana y le pasa mensajes de Felipe. Pepita no tiene afiliación política pero se ve envuelta en la guerrilla durante sus visitas al monte donde va a recoger

mensajes. En una de sus citas conoce a Paulino, hermano de Elvira y líder de la guerrilla,

y se enamoran. Por su parte Felipe y Paulino se ven forzados a huir a Francia.

En la cárcel la situación de las presas se agrava. Mientras Tomasa languidece en la

celda de aislamiento, Hortensia recibe su sentencia de muerte. La única concesión que se

le hace es dejarla vivir hasta el nacimiento de su hija. Un día que Pepita viene a visitar a

su hermana le entregan a la criatura y las pertenencias de Hortensia entre las que se

cuentan sus cuadernos azules donde ella escribió su vida.

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Tras su huida de la cárcel Elvira se une a la guerrilla. En una escaramuza con la

guardia civil, Felipe muere, Paulino es apresado y Elvira escapa. Para Pepita la vida de

familiar de preso continúa, esta vez con Paulino a quien visita y escribe cartas. Al mismo

tiempo Pepita se dedica a ir a reuniones del Partido para llevar los mensajes que Paulino

envía. A las reuniones lleva a Tensi, la hijita de Hortensia quien va creciendo y

politizándose. Al final de la novela Tensi cumple diez y ocho años y declara que quiere

unirse al partido. En los mismos días Felipe es indultado. El año es 1963.

La voz dormida plantea una historia que muestra que la represión y la lucha en

España no terminaron el primero de abril de 1939 con el parte oficial de Franco. A través

de personajes ex-céntricos21 se crea una novela que niega la realidad construida por el poder hegemónico. Es una historia no sólo del bando perdedor sino de las mujeres que ya de por sí se encuentran fuera de la historia oficial.

El sacar a la luz una historia que se enfoca en las prisiones españolas es un proceso difícil. Como lo manifesta Carla Perugini, las historias sobre los horrores vividos tras las rejas que incluyen tortura, humillación, enfermedad, violación y muerte se ven sujetas a una doble resistencia para ser recontadas, primero por parte de aquellos que no quieren recordar, y segundo por parte de aquellos que no quieren escuchar (Perugini 70-71).

A través de la ficcionalización de las historias “regaladas” por testigos contribuyentes lo que resulta es un texto que como ya ha observado Nichols “es una obra híbrida, una mezcla de testimonio y de ficción en la cual lo verídico funciona para hacer más conmovedora la ficción” (“Dulce” 124). A la vez la ficción dentro de esta

21 Este término se utiliza en el sentido que le da Linda Hutcheon para referirse a “those relegated to the fringes of the dominant culture” (Politics 17), “[t]hose marginalized by dominant ideology” (Poetics 35).

150 representación novelística funciona para mostrar el carácter constructivista de la historia exponiéndola como contextual y relativa.

Como apunta Linda Hutcheon en The Politics of Postmodernism, una representación que hace obvio el juicio de selección por el que un suceso se da como hecho mientras otros se descartan, expone primariamente que no hay nunca una sola historia.22 Este es el caso de La voz dormida que podría ser calificada como una metaficción historiográfica ya que reflexiona sobre el proceso de la conversión de un suceso en un hecho histórico. Lo hace al incluir en pie de igualdad episodios que no pasaron a la historia junto con documentos históricos oficiales, subvirtiendo de esta manera la historia oficial e incitando a re-examinarla.23 El objetivo de la novela parece ser el de destronar la historia nacional mostrando sucesos que no llegaron a constituirse como hechos dentro del discurso oficial. Así saca a la luz desde su ex-centricidad no sólo las historias obviadas, sino también la relatividad de lo que se considera “real”.

Una novela que logra exponer la falsedad de un discurso y a la vez presentar una historia no catalogada presentará problemas en cuanto a su recepción al ir en contra de parámetros establecidos. En el caso de La voz dormida el quiebre es múltiple ya que no sólo expone la falsedad del discurso histórico oficial sino también la falsedad del discurso de género que ha relegado a la mujer española a una esfera separada del espacio público.

Al mismo tiempo los aspectos formales de la historia la hacen difícil de clasificar. La

22 “All past ‘events’ are potential historical ‘facts’ but the ones that become facts are those that are chosen to be narrated. We have seen that this distinction between brute event and meaning-granted facts is one with which postmodern fiction seems to be obsessed” (Hutcheon 75).

23 Como lo teoriza ampliamante Hutcheon en A Poetics of Postmodernism, “Historiographic metafiction incorporates all three of these domains [literature, history and theory][. . .] [I]ts theoretical self-awareness of history and fiction as human constructs [. . .] is made the grounds for its rethinking and reworking of the forms and contents of the past” (5).

151

clara mezcla de realidad y ficción en la novela ha llevado a algunos a asemejarla a un

“reportaje periodístico” (García), mientras otros ven difícil el encajarla dentro del patrón

de novela (Domínguez), o reprochan le la falta de rigor histórico (Giménez). La autora,

por su parte, aclaró varias veces que su obra “es ficción, no documento” (EFE) y que

“como novela tiene una estructura adecuada” (Domínguez). Sin embargo, la crítica no

parece poder reconciliar el collage que la novela compendia.24

El debate no hace más que confirmar la dificultad de crear e interpretar una novela

que está fuera de los patrones tradicionales tanto por su contenido como por su forma.

Estructuralmente la novela, que se compone en tres partes, no muestra claras divisiones

en cuanto a qué parte correspondería al planteo, el desarrollo, el clímax y el desenlace de la obra. Es más, resulta difícil determinar el o los clímax de la novela si se considera que la escena de máxima tensión posible, la muerte de Hortensia, se anuncia en la primera página. Este es sólo un ejemplo de los varios adelantos que ofrece el narrador heterodiegético que todo lo sabe. La temporalización anacrónica en la novela, donde el

orden de los hechos se altera, tanto con analepsis como con prolepsis, muestra un tiempo

no lineal que rechaza la construcción patriarcal de la historia como secuencia. La

prolepsis en la novela logra efectivamente desarmar la tensión y lo que resulta es una

trama que presenta una colección de altibajos, ninguno tremendamente sobresaliente,

pero a la vez todos punzantes.

24 Un ejemplo de esta dificultad es el artículo de Pablo Gil Casado donde el crítico se dedica a examinar todos los nombres que Chacón incluye en su lista de agradecimientos finales. Gil Casado parece indignarse ante lo que él ve como una falta de rigor en cuanto a fuentes que no se incluyen en los agradecimientos y nombres y hechos que no coinciden con los de la novela. Esta actitud demuestra que el crítico espera que la novela sea un recuento fiel de los testimonios que la integran, y los agradecimientos una bibliografía. Al hacer esta exigencia Gil Casado niega el carácter ficcional de la narrativa y demuestra su desconcierto ante la forma en que se cuenta la historia.

152

El dolor y el horror de la situación en que viven los personajes se hacen patentes a

través del lenguaje poético, franco y personal que en momentos parece confidencia y en

otros momentos canto. El empleo de la retórica reiterativa eleva a la historia a una

dimensión épica (Gil 93). Las reiteraciones, a más de exaltar un punto se tornan en una especie de poema, aunque como ha observado Nichols “el lenguaje poético y repetitivo a

veces se convierte en un lastre” (“Dulce” 125).

Sin utilizar el discurso de la narrativa de guerra tradicional La voz dormida cuenta,

no obstante, una historia de guerra. El momento histórico queda plasmado no como un

alejado incidente pasado sino como una historia vigente. El uso constante del tiempo

presente logra actualizar la historia, hacerla inmediata, a la vez que extiende el tiempo de

narración más de 20 años. Son los años que militantemente la autora quiere rescatar y que

el público lector quiere descubrir. El éxito que ha tenido la novela lo comprueba.25

Aunque críticos tales como Pérez y Gil Casado observan, de acuerdo a las tendencias del mercado, que la literatura que trata de la guerra civil “está de moda”, parte del éxito de La voz dormida puede atribuirse no tanto a la historia que se cuenta sino a la

forma en que se la cuenta. El amalgama de realidad y ficción, sentimentalismo y horror,

poesía y sobrios documentos históricos hacen a la historia más deleitable que un texto

histórico y más auténtica que una ficción que no integra la historia tan abiertamente. Lo

que la novela logra es una nueva forma de transmitir el conocimiento sobre este triste

período de la historia española.

25 Para el año 2005, la novela había tenido 23 ediciones (Gil Casado 96)

153

La guerra en la novela

En La voz dormida la Guerra Civil española es la base de la historia en cuanto que la circunstancia de todas las mujeres en la novela se ve alterada por la situación de persecución, represión y lucha que continúa muy pasada la fecha en que se declara el fin de la fase armada. Por voluntad propia o llevadas por las circunstancias las mujeres son parte de la lucha en contra del régimen. La guerra y sus secuelas afectan su vida diaria no de manera secundaria sino directamente ya que su unión a la causa y su politización les trae severas consecuencias.

Para las que han terminado encarceladas la situación es penosa. La novela revela condiciones infames dentro del espacio penal que separa a las encarceladas del mundo de fuera. Lejos de ser un lugar donde las mujeres se conforman sumisamente a las reglas, el espacio de la cárcel es un lugar de rebelión. Ahí recurren a todo tipo de destrezas para lograr su supervivencia y el avance de su causa. La separación del mundo externo no les impide mantenerse políticamente activas y es así como lograrán desde este vigilado espacio tener reuniones de partido, mandar y recibir mensajes, planear y ejecutar escapes, e inclusive proveer a la guerrilla de uniformes y ropa de abrigo.

Dentro de la cárcel no existirán divisiones entre lo público y lo privado ya que las mujeres viven su cotidianeidad gobernadas por reglas estrictas. En ninguna de las escenas se hace esto más evidente que en la protesta que comienza con Tomasa cuando

ésta maldice al descubrir que sus paños higiénicos no se han secado (42). El contraste entre la intimidad del asunto y el desenlace público de su protesta expone la disolución de los límites. Al interpretar la queja como un acto de sublevación la guardiana golpea a la reclusa y el atropello incita a que una a una las mujeres comiencen a entonar un himno revolucionario: “Un murmullo que crece. Crece” (46).

154

La situación de guerra en la novela hace patente el regimiento que tiene el estado sobre el cuerpo de la mujer. Esta situación se manifiesta con gran intensidad a través de

la represión que enfrentan las mujeres tanto dentro como fuera de la cárcel. Durante los

interrogatorios los cuerpos de las mujeres son lastimados. Para los interrogadores ellas

son sólo objetos, como se evidencia en la muerte de Carmina cuando los interrogadores

bromean al mismo tiempo en que arrastran su cuerpo jalándolo por un brazo para

desocupar la sala para la siguiente (177).

Asimismo la humillación pública que se perpetúa sobre el cuerpo de la mujer en

nombre del orden público aparece cuando los falangistas arrestan a Reme por coser una

bandera dentro del espacio supuestamente privado de su casa. A más de darle aceite de

ricino y pelarla a rape: “Le dejaron un mechón en medio de la cabeza y allí le ataron una

cinta con los colores de la bandera republicana. Y le pintaron UPH en la frente”. (52). La

degradación pública se extiende a su suegra, sus hijas y hasta su marido a quien le

obligan a barrer las calles del pueblo “por haberle permitido semejante oprobio a su

mujer” (56).

Dentro de la prisión la apropiación del cuerpo femenino por parte del organismo

público del estado, y a través de sus agentes, frecuentemente monjas, llega a su máxima

expresión cuando se expone el poder que tiene la jefatura sobre la vida de Hortensia y de

la criatura que lleva dentro. El estado determina si la niña ha de nacer y por cuánto

tiempo la madre la amamantará antes de ejecutarla por su delito de “adhesión a la

rebelión” (221). Claramente la política gubernamental incide sin límite sobre aspectos

fundamentalmente personales tales como la familia, la reproducción y la vida misma.

155

Para las familias de la historia, la guerra ha significado un hecho perturbador que

ha desintegrado sus respectivos hogares. Todas las mujeres se han visto separadas a la

fuerza de sus maridos, hermanos o hijos. Ángeles sin hogar, ahora las mujeres tanto

dentro como fuera de la prisión van adaptándose a las circunstancias y creando nuevos

lazos a fin de seguir adelante.

Dentro de la prisión Tomasa, Reme, Hortensia y Elvira forman una familia hasta el

punto en que Reme se refiera a Elvira como “sangre mía” y luego reclama a Hortensia

como “hermana”. Fuera de la prisión Pepita viene a reemplazar a la hija de Doña Celia

que fue fusilada. Más tarde Pepita también remplazará a Hortensia como madre de Tensi.

Si se toma en cuenta que la familia tradicional es la célula básica de la sociedad y que dentro de ella se instauran las jerarquías patriarcales, se puede observar que las familias sustitutas de la novela, bajo la presión de la guerra y conformadas por mujeres,

muestran una situación en la que se han disuelto tales jerarquías quedando en su lugar

grupos solidarios cuyo principal objetivo es el apoyo mutuo. Este nuevo modelo de

familia muestra la posibilidad de estructurar la sociedad fuera de los preceptos tradicionales.

Para los familiares que viven fuera de la cárcel pero que bien podrían considerarse presos al lidiar con una vida que los ata a la prisión, la represión gubernamental les ha significado una dislocación total. Este es el caso de Pepita que traslada su vida a desde Córdoba para estar cerca de su hermana Hortensia. Pepita hasta un cierto punto es un ámbito de reposo, pero no de un soldado sino de una mujer guerrillera aprisionada.

Asimismo el abuelo de Elvira y el marido de Reme también se presentan en el mismo rol que generalmente le ha correspondido a la mujer. Estas inversiones revelan una realidad

156 diferente en la que tanto hombres como mujeres desempeñan papeles fuera de lo que se considera tradicional en la guerra - hombre guerrero/mujer paliativo.

Al mismo tiempo las batallas se dan en varios frentes redefiniendo el rol de

“guerrero”. El monte es el campo de batalla más obvio; sin embargo, la prisión es también un frente, al igual que lo son las calles de la ciudad y el cementerio. En todos estos frentes se desempeñan las mujeres. Mientras Elvira y las hijas del Tordo luchan en el monte, dentro de la prisión las reclusas también conducen batallas en contra del régimen. Considerando la vigilancia a la que se ven sujetas y los castigos extremos que sobre ellas se perpetúan sin que tengan muchas oportunidades de escape, su heroísmo es evidente.

Asimismo las calles de la ciudad y los lugares como el mercado y el patio de lavandería que se relacionan más con las mujeres, aparecen como lugares donde se llevan a cabo complots y espionaje para la resistencia. La huida de Felipe y Paulino es organizada enteramente por mujeres. Ellas les proveen contactos, escondite, pasaporte y transporte. Y ellas son también las que sufren las consecuencias como se ve con la tortura y muerte de Carmina y el ojo reventado y pierna fracturada de Amalia.

No sólo las acciones beligerantes tales como las hasta ahora descritas presentan heroísmo. También acciones tradicionalmente asociadas con las mujeres entre las que se cuentan amortajar cadáveres, se politizan bajo la situación opresiva. El terreno del cementerio es otro campo de batalla en el que Doña Celia, como Antígona, se desempeña con valentía y compasión. Habiéndosele negado a ella el derecho de enterrar a su hija fusilada, ahora con astucia y agallas ella se esconde tras una tumba y una vez que los fusilados van a ser enterrados corta un pedacito de tela de sus ropas para entregárselo a

157 sus familiares. Este acto, que tiene una carga política enorme, puede traerle severas consecuencias pero Dona Celia que antes iba al cementerio “aguantando el miedo en la garganta” (96) ahora “ya no tiene miedo” (96).

Al explorar los distintos papeles que las mujeres desempeñan durante la lucha, la novela presenta mujeres que actúan fuera de su tradicional rol de víctima. Aunque es innegable que los personajes femeninos sufren consecuencias funestas en la guerra, las mujeres de la historia no son víctimas pasivas sino participantes activas que se atienen a las consecuencias de sus acciones. Su subversión contra el estado ya sea en pequeña o gran escala las presenta valientes, osadas y heroicas.

Establecimiento y desintegración de la esfera

La esfera femenina dentro de la novela se presenta en total desarreglo. Es más, el caos de la guerra y sus secuelas es tal que pocas veces se da reparo a lo que las reglas sociales dictarían en tal o cual situación. Tanto los espacios como los comportamientos generalmente asignados a las mujeres tienen poca vigencia en la novela. Asimismo la valorización del quehacer femenino, ya sea dentro de los parámetros tradicionales o fuera de ellos se hace obvia cuando se resalta el heroísmo de las protagonistas tanto en el frente como en la retaguardia.

Las protagonistas en la novela conducen sus actividades dentro y fuera de los espacios asignados tradicionalmente a la mujer pero son los espacios públicos los que sobresaltan en la historia. Inclusive el hogar de Doña Celia, poco tradicional al carecer de hombre (Don Gerardo está en la cárcel), es también un lugar público al ser una pensión y un negocio de costura. El resto de espacios donde se desarrolla la acción protagonizada por mujeres incluyen lugares públicos tales como el mercado, el cementerio, y el monte.

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El espacio más preponderante en la novela es la cárcel. La prominencia de una cárcel de mujeres en la historia en sí rompe con el esquema que define a la mujer como un ser pasivo y bondadoso. Siendo el propósito de una cárcel el encerramiento de elementos peligrosos y en este caso políticos, el enfoque de la novela en una cárcel de mujeres implica que las mujeres también pueden ser amenazadoras y políticas.

A más de explorar espacios alternos al tradicional femenino, la novela también exhibe una gama de comportamientos de mujeres que quedan fuera del patrón establecido por la ideología patriarcal, como ya se ha visto. Sin embargo, a pesar de que la libertad durante la conmoción de guerra parece casi absoluta en cuanto a reglas de comportamiento de género, todavía existen varias instancias en las que se demuestra preocupación por las normas y se trata de conformar a la mujer, aunque sin éxito.

Varias de las imposiciones vienen de los hombres del mismo bando republicano, revelando la dificultad de cambio inclusive dentro de un partido progresista. El padre de

Elvira claramente tiene la voz de mando en su casa rigiendo la vida de sus hijos y de su esposa sin lugar a cuestionamiento: “las decisiones de los hombres no se discuten” (36).

Inclusive los hombres más jóvenes tienen dificultad de ver a la mujer dentro de la lucha, en especial cuando se trata del monte que se considera el frente de batalla principal. Es así como Felipe reta a Hortensia: “Tú te has vuelto loca? […], este no es sitio para una mujer, y menos para una preñada” (74). La llegada de Elvira también incita ira a pesar de que “había aprendido a manejar las armas como un hombre” (261). El problema no es de aptitud: “Pero era mujer, aunque pareciera un muchacho, y las mujeres no deben andar como gatas salvajes por el monte” (261).

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Las imposiciones de docilidad, obediencia y hasta religiosidad también vienen de la

institución patriarcal de la cárcel donde son las guardianas las que pretenden conformar a

las presas. El potencial de rebelión siempre está latente y la desobediencia se castiga

severamente. Asimismo en el afán de reformar a estas mujeres sueltas se les impone la religiosidad, como se ve el día de Navidad: “No han querido comulgar y hoy ha nacido

Cristo. Van a darle todas un beso, y la que no se lo dé se queda sin comunicar esta tarde”

(123). El desenlace de este incidente comprueba la tenacidad de la resistencia cuando

Tomasa arranca el dedo del niño Jesús de un mordisco.

Así como Tomasa las otras protagonistas en la mayoría de las instancias se comportan fuera de los parámetros de feminidad establecidos. La principal característica que las mujeres de la novela exhiben es que todas ellas están comprometidas con la política. Su compromiso con la causa ya sea directa o indirectamente como en el caso de

Pepita, las sitúa fuera del ideal doméstico que separa a la mujer del campo político. Ya sea cantando un himno revolucionario, asistiendo a reuniones de partido, dentro o fuera de la prisión, las mujeres se mantienen unidas en su causa en contra de todo obstáculo.

Su compromiso político las lleva no sólo a organizar y llevar a cabo operaciones que sirvan su fin, sino también a exigir igualdad. Contraria a la idea de la mujer como ser pasivo, inclusive aquellas que se presentan tímidas toman la iniciativa en resolver problemas a medida que éstos se presentan. Es así cuando ninguno de los hombres parece reaccionar frente a un problema para visitar a las reclusas, y Pepita toma la iniciativa:

“Pepita explicó a La Veneno el parentesco de todos y de cada uno con tanta rapidez y tanta firmeza que a todos los dejaron pasar” (131). Por otra parte son las mujeres las que tratarán de educar a los hombres en cuanto a la igualdad de los sexos: “Si te crees que

160 voy a casarme para llevar limpio a mi marido estás tú bueno. El que quiera ir de limpio que se lave su ropa. No has aprendido nada de la República, Mateo, los tiempos de los señoritos se acabaron” (263).

El mito de la debilidad femenina también se derrumba en la historia cuando lo que se muestra son mujeres fuertes y resistentes. Física y mentalmente las mujeres soportan todo tipo de atropellos. Golpes, hambre, frío y enfermedades son parte de la vida dentro de la prisión donde las reclusas declaran que “resistir es vencer” (123). La máxima prueba de resistencia será la tortura; Hortensia, Elvira y Amalia soportan días y semanas de suplicio sin revelar nada a sus interrogadores. Esta misma fuerza será la que salvará a

Elvira en su vida como guerrillera en el monte.

A más de la resistencia física, los personajes de la historia exhibirán una gran valentía conquistando el miedo y dominando el llanto. En casos como el de Pepita es un acto consciente: “me tragaré el miedo porque esta vez no me queda más remedio que tragármelo […] esta es la última vez que lloro, que ya he penado lo mío y ya he llorado lo que tenía que llorar y no pienso llorar más” (95). Para otras, como Doña Celia, es más una consecuencia natural después de soportar tanto dolor: “Pero ya no tenía miedo. Lo perdió, al igual que las lágrimas. Y con el miedo y las lágrimas perdió las primeras furias, la cólera iracunda que debía sofocar, escondida en un panteón del cementerio del Este, cuando escuchaba las descargas de los fusiles y los tiros de de gracia”. (96).

Con la exploración de toda una gama de actividades de las mujeres durante la guerra, la novela viene a redefinir lo heroico reconociendo la dificultad de resistir y sobrevivir no sólo en el frente sino en la retaguardia y en la cárcel. El ingenio de hacer tortilla sin huevos o caldo de huesos para sobrevivir el hambre, va a la par con resistir la

161

tortura, transportar huidos a Francia, burlar la vigilancia de la prisión, amortajar

cadáveres, criar huérfanos, y pelear en el monte. Al dar la historia prominencia al

quehacer de las mujeres durante la guerra, ya sea este quehacer el que se etiqueta como

“femenino” (cocinar, criar niños), o “masculino” (luchar, conspirar contra el gobierno), la

novela aniquila divisiones y jerarquías basadas en el sexo.

Epistemología en la novela

Una de las intenciones que más claras se hacen en La voz dormida, como el mismo

título lo evidencia, es de rescatar las voces silenciadas y propagarlas para que se

conozcan. Fuera del texto Dulce Chacón plantea esta necesidad, mientras que dentro de la

novela la misma idea se reitera al mostrar cómo los personajes lidian con el dolor y la dificultad de la incomunicación al mismo tiempo que logran propagar sus historias. A través del reconocimiento de la perspectiva alterna, la novela expone claramente el proceso epistemológico que construye la “realidad” histórica.

En varias entrevistas a Chacón se patentiza su actitud militante en cuanto a la necesidad de propagar la historia silenciada. El rescatar el “otro lado de la historia” es esencial si ha de darse una reconciliación en su país: “El conflicto acabará cuando se pueda hablar libremente de él. No es ira ni revancha, sino un deseo legítimo e recuperar una memoria olvidada y secuestrada. Hay muchísimo que contar” (Espéculo). Para ella este rescate es un deber: “Nuestra generación que somos su hijos, tenemos la necesidad, incluso moral de contar la historia que no nos han contado. La historia que no les dejaron contar” (Crespo). Lo que busca es incitar el debate: “Hemos oído la versión de los vencedores, ahora tenemos que oír a los vencidos” (Velásquez).

Fuera de las intenciones de la autora, lo que queda dentro del texto es claro de por sí. Dentro de la novela la importancia de la comunicación, la dificultad de lograrla, los

162

subterfugios para alcanzarla y las presiones para callar y acomodarse son elementos

constantes que impulsan la historia misma. El castigo mayor con el que se controla a las

presas es la amenaza de la incomunicación. Obligadas al silencio las presas desarrollan

sistemas para sobrepasar las barreras impuestas. Es así como en el locutorio, donde nadie

logra escucharse las familias recurren a la pantomima a fin de lograr comunicarse.

La comunicación secreta es esencial tanto para mantener el ánimo de las presas

como para lograr avanzar la causa. Simples actos de la vida diaria se traducen en

rebelión. En las calles de la ciudad la ropa tendida al sol se convierte en un mensaje, y la

mención en el mercado de “patatas, puerros y perejil” (82) alcanza una connotación

alterna. Asimismo tanto los mensajes escondidos dentro de los paquetes que entran y

salen de la prisión, como las cartas que deben pasar la censura de los oficiales recurren a

códigos convenidos a fin de liberar las palabras frente a su silenciamiento.

Uno de los elementos liberadores de la palabra es el de la alfabetización. La novela hace alusión a las campañas de enseñanza que se llevaban a cabo durante la República y que continúan dentro de la prisión. Hortensia por su parte aprende a escribir durante la resistencia de la toma de Extremadura y utiliza su nueva destreza para perpetuar tanto lo

mundano como lo histórico cuando escribe: “EL QUE ORINE DESDE LA ESCALERA

SERÁ CONSIDERADO CAMARADA CERDO. Y fue ella la que dejó constancia sobre

el muro de que el batallón numero cinco había llegado a la Casa Grande el día dieciocho

de julio de mil novecientos treinta y siete” (192). Pero son sus cuadernos azules los que

alcanzan el mayor significado dentro de la historia siendo éstos la clara expresión de la necesidad de propagar la historia de los vencidos.

163

Para sobrevivir su muerte y perpetuar su historia Hortensia escribe en su cuaderno

azul incansablemente. Su lápiz sin punta queda como símbolo de su necesidad de

transmitir sus conocimientos a su hija quien sólo llega a conocer a su madre a través de

sus escritos. La pequeña Hortensia por su parte puede contrarrestar la historia oficial

leyendo los cuadernos de su madre. Lo que aprende en ellos la inspira a continuar

luchando.

La propagación de la historia se presenta en la novela como un proceso difícil y

doloroso ya que el silenciamiento es obligado y autoimpuesto. Esto se evidencia con la

dificultad que tiene Tomasa quien declara que “Ella no va a dar treinta años de su vida

para la Historia. Ni un solo día, ni un solo muerto para la Historia. La guerra no ha

acabado” (31). Sabiendo que la historia oficial tergiversará su versión, Tomasa se niega a

aceptarla.

Sin embargo, la necesidad de contar los hechos ignorados se presenta con mayor

fuerza que la dificultad o el deseo de callarlos. En la cárcel, cuando ya las prisioneras

desfallecen su única motivación para sobrevivir es contar su historia: “Sobrevivir. Y

contar la historia, para que la locura no acompañe al silencio.[…] Resistir es vencer”

(213).

Como antes se había visto en La plaza del Diamante con Natalia, el gritar lo que se ha callado por tanto tiempo es catártico pero también aflictivo: “Es hora de que Tomasa cuente su historia. Como un vómito saldrán las palabras que han callado hasta este momento. Como un vómito de dolor y rabia. Tiempo silenciado y sórdido que escapa de

sus labios desgarrando el aire, y desgarrándola por dentro” (214).

164

La historia de Tomasa y el resto de las historias en la novela vienen del “otro lado”

y a la vez se yuxtaponen a documentos oficiales que las niegan. Esta combinación resalta

la función de la perspectiva en la creación del conocimiento sobre un supuesto hecho

histórico. Al hacer obvia la función de la perspectiva en la producción cultural, la novela

no sólo desarma la historia oficial de la Guerra Civil española sino la visión hegemónica

de lo que supuestamente constituye la esfera femenina.

Conclusión

Las historias de las mujeres en La voz dormida y de Natalia en La plaza del

Diamante forman un coro que rompe el silencio impuesto por tantos años en España. Las

novelas retan las limitaciones instituidas por el poder hegemónico en el campo histórico,

literario, y de género y presentan nuevas alternativas que no sólo exponen el desacierto

de los patrones dominantes sino que proponen la inclusión de nuevos modelos. Una vez

que estas novelas han ingresado a la cadena epistemológica, fomentarán visiones alternas

que a su vez influenciarán nuevas producciones culturales.

Como lo confirma la primera parte de éste capítulo, la noción de la esfera femenina española donde habita “el ángel del hogar” es un concepto que ha incidido tenazmente en la identidad de la mujer en ese país. Frente a esto, las novelas niegan la separación de la mujer de la esfera pública a la vez que cuestionan la debilidad, pasividad y abnegación del “ángel”. Las mujeres son representadas como fuertes tanto en su lucha en el frente como en la retaguardia, donde combaten por su subsistencia. Ni el constreñimiento a espacios reducidos y vigilados, ni la apropiación de los cuerpos femeninos se muestran como impedimentos para la liberación femenina.

Como se ha visto, la Guerra Civil Española irrumpió en la vida de las mujeres y permtió por un tiempo el desacato femenino. Estas novelas, como representaciones

165

culturales que vienen de una perspectiva marginal, exploran lo que la narrativa

hegemónica ha obviado. En las obras la guerra fomenta transgresiones y

comportamientos no acordes con el ideal de feminidad. Asimismo la guerra destroza las familias de las novelas mostrando la incidencia de lo político en lo personal y borrando

las divisiones. Lo que se desarrolla entonces son dos batallas simultáneas, una por la

causa política y otra por la liberación de la mujer. La presencia de la guerra en las novelas

alcanza un primer plano y los horrores de sus secuelas se exploran extensamente

cuestionando inclusive la periodización oficial que declara a la guerra concluida el

primero de abril de 1939.

La historia oficial construida durante años de censura y manipulación se viene

abajo en ambas novelas cuando éstas presentan versiones alternas a la historia. Como se

vio, el control de toda producción cultural por parte del régimen alcanzó en España

proporciones descomunales. Las novelas de este capítulo no sólo contrarrestan los efectos

de la censura sino también el proceso de conformar el canon literario mediante la

exclusión de las historias de guerra protagonizadas por mujeres. La necesidad de

propagar tales historias se hace patente en estas obras que se presentan como un grito que

desgarra el silencio. Ambas novelas proponen el rescate de la memoria como vía de

renovación.

CHAPTER 5 REPRESENTACIONES DE LA REVOLUCIÓN CUBANA: ENTRE LA ILUSIÓN Y EL DESENGAÑO

Introducción

Mañana es 26 (1960) de Hilda Perera (1926- ) y Te di la vida entera (1996) de Zoé

Valdés (1959- ) son novelas muy disímiles en cuanto a simpatías políticas y momentos de producción. Mientras la primera obra, escrita a un año del triunfo de la Revolución, refleja la ilusión inicial frente al futuro, la segunda, escrita durante el “período especial”,

resalta la desintegración del sueño revolucionario y se pronuncia en contra de lo que se

muestra como una degeneración hacia el absurdo. A pesar de estas diferencias ambas

novelas logran plasmar una historia revolucionaria donde las mujeres son las

protagonistas, revelando el heroísmo, la resistencia y la tenacidad de las cubanas ante los

retos políticos.

Previo al análisis de las novelas, este capítulo hará un sondeo de los elementos que

han conformado el ideal femenino en Cuba. Así como en México y España, en Cuba la

mujer se encuentra sujeta a una esfera femenina que la define bajo los preceptos

tradicionales de abnegación y fragilidad. Sin embargo, a diferencia de la Revolución

Mexicana y la Guerra Civil Española, la Revolución Cubana reconoce en mayor grado el

papel de la mujer en la política y destaca la importancia de su actuación en la esfera

pública. Esta exaltación de la mujer revolucionaria, como se verá más adelante, tiene

inesperados resultados negativos para las cubanas sobre quienes todavía recae el cuidado

del hogar. La llamada “doble jornada” en la que las mujeres atienden tanto sus labores

166 167

públicas como domésticas impide la plena participación de la mujer en el campo literario.

La falta de tiempo, sumada a las nuevas exigencias impuestas por la Revolución en toda

producción cultural disminuye la producción narrativa de las mujeres.

Las novelas que analiza este capítulo demuestran la tenacidad de las autoras frente

a las trabas que sufren las escritoras de la isla. Posicionadas fuera del centro masculino,

las novelas exploran la Revolución desde el ángulo doméstico demostrando la politización del espacio privado y las consecuencias del proyecto revolucionario en la

vida diaria. Las obras revelan la alteración de la esfera femenina por la Revolución y el efecto de los acontecimientos en las protagonistas. Sus historias quedan plasmadas en los textos, y éstos a su vez redefinen los preceptos de la feminidad y revaloran el campo doméstico que el discurso revolucionario poco ha reconocido.

La construcción de la mujer cubana

Como sus congéneres mexicanas y españolas, la mujer cubana se ve sujeta a patrones de feminidad que resultan de una mezcla de discursos religiosos, legislativos, sociales y políticos, además de factores adicionales producto de la historia de la isla.

Entre éstos pueden contarse tanto el legado del sistema esclavista, como el ambiente generado por la constante inestabilidad política que mantiene a la isla en perpetua lucha e impulsa a la mujer a tomar parte en ella.

Bajo el sistema colonial español Cuba recibe, al igual que México, todo el legado cultural y legislativo de España cuyo régimen se impone sobre los nativos. Pero el sistema esclavista afecta a la isla de manera única, alterando su demografía, marcando las divisiones sociales de manera más profunda, e integrando la cultura africana a la vida

168

diaria y a las creencias religiosas de la isla.1 Toda esta situación influye la circunstancia

de la mujer en la época colonial, y los patrones de comportamiento que se van formando

en aquella época continúan reiterándose y readaptándose hasta la actualidad (Cámara 70).

Con la llegada de los conquistadores y la prohibición inicial de que mujeres solas

se aventuraran al Nuevo Mundo, empieza a haber un déficit de mujeres.2 Los españoles

tomaban como esposas/cautivas a las mujeres nativas, solidificando su dominio sobre la

mujer. La situación se agrava con la importación de esclavos, en su mayoría hombres,

desencadenándose rivalidad por las pocas mujeres negras sobre las que al final reinaban

los dueños.3 Por otra parte, las escasas mujeres blancas que llegaban con sus maridos

también se encontraban en una situación de subordinación basada en el sistema jerárquico traído desde España.

A los aspectos de clase y raza que determinan la situación de la mujer en la colonia, se suma la imposición de la moral católica que exalta el modelo de la Virgen María. En

Cuba, es la Virgen de la Caridad del Cobre la que recibe la mayor veneración4: “Mary the

mother, Mary the powerless, Mary without sexual instincts, the servant of men” (Padula

and Smith 8). La Virgen de la Caridad del Cobre también llega a reconocerse, bajo el sincretismo con la religión africana, como Ochún, la diosa del placer y de la lujuria. La

1 Entre 1790 y 1860 Cuba recibió al menos medio millón de esclavos (Prados- Torreira 27).

2 Para finales del siglo XVI las mujeres blancas constituían menos del 10% de la población en Cuba (Padula and Smith 9).

3 Como explica Teresa Prados-Torreira: “in the early 1800s, more than 88 percent of the slave population was male. Despite government attempts to encourage the purchase of women, and thereby facilitate natural reproduction among the enslaved population, sex ratios remained out of balance until the dangers of the slave trade, increasingly under international attack, forced big planters to realize that raising slaves would be cheaper and safer than buying them” (28).

4 El mito de la Virgen de la Caridad del Cobre se genera en 1627 cuando se clama que dos niños indios han encontrado una estatua de la Virgen flotando en el río y tras la supuesta aparición de una luz que dura tres días se decide construir un santuario para la patrona de Cuba (Shelton 83).

169

fusión del catolicismo con el panteísmo africano desarrolla entonces ideales de género no

sólo complejos sino también contradictorios (Padula and Smith 8).

La religión católica busca imponerse sobre otros modelos y ejerce una fuerte

influencia en las zonas urbanas entre las clases medias y altas dictando así el modelo al que todas las clases han de aspirar. Este patrón, como ya se ha visto anteriormente, sujeta

a la mujer en la esfera doméstica y la destina a la reproducción y a la abnegación por la

familia. La domesticidad de la mujer también se hace manifiesta en la población esclava.

A pesar de que las mujeres esclavas trabajan lado a lado con los hombres, y su religión

reconoce su sexualidad e igualdad con el hombre, las esclavas todavía tenían que atender

la labor doméstica al final de la jornada.5 El caso de las mujeres de clase baja tampoco

viene a diferenciarse en el aspecto de la subordinación ya que éstas se ven sujetas a los

mismos principios de sumisión con el atenuante de que carecen de la protección que

otorga el dinero y el poder y en muchos casos un marido legal.6

Ya para el siglo XIX la prescripción de género desde la hegemonía era bastante

clara aunque no pudiera aplicarse fácilmente sobre la heterogénea población femenina.

Como declaraba José Luz Caballero: “La mujer debe ser sol en su casa y luna en el

mundo, la mujer discreta es rocío del cielo sobre el alma atribulada […], la mujer amante

es piedra filosofal que convierte en oro todas las escorias de la vida” (ctdo. Gonzáles 20).

Las mujeres eran vistas ante todo como madres “y se esperaba que fueran generosas,

5 Como reporta Prados-Torreira: “Slave women made efforts to attend to their family’s domestic needs – no easy task. A former slave explained: ‘In the center of the barracoons, the women washed their husband’s clothes, their children’s and their own” (30).

6 Como observa Lynn Stoner: “La santidad del matrimonio y la protección por parte de los hombres eran ajenas a muchas mujeres por el hecho de que los pobres no podían mantener a su familia. Las distinciones de clase y raza hacían que la vida de las mujeres negras, mulatas y pobres fuera inferior” (33-34).

170 tiernas, compasivas, suaves, tímidas y piadosas” (Stoner 33). Si una mujer deseaba alcanzar un estatus social elevado debía proyectar estas características.

Las normas sociales dictaban que la mujer era más deseable cuanto más débil, sumisa y bella fuera (Stoner 32). Al mismo tiempo, se esperaba que fuera decorosa y resistiera el avance de cualquier pretendiente. La virginidad y la castidad eran factores esenciales para el honor familiar, y los hombres eran los encargados de defenderlo.

Asimismo, la sensualidad femenina se negaba: “Even after marriage women were not allowed sensual pleasure. ‘Good’ women were supposed to endure the base advances of their husbands in order to produce offspring, the true source of a woman’s satisfaction”

(Padula and Smith 169). La mujer debía asumir un rol subordinado a todo nivel. La dominación masculina es uno de los aspectos más acérrimos de la cultura cubana y el poder del hombre, que comenzaba en la interacción personal, se traslada a las leyes que regían la sociedad (Stoner 201).

Dentro del pequeño universo doméstico la educación de la mujer era limitada: “Too much knowledge was deemed dangerous, unfeminine. Innocence, a precious feminine virtue, was thought to survive only if women were kept in a state of ignorance” ((Prados-

Torreira 11). La mayoría de los libros que llegaban en ésas épocas a la colonia eran obras religiosas y literatura clásica (Shelton 40). El romanticismo de la época, aunque promovía la libertad y la pasión mostraba a la mujer como ornamento reafirmando así su sumisión

(Prados-Torreira 17). El mismo poeta de la patria, José Martí, encajaba a la mujer en la horma de la pureza, belleza, hermosura y sensiblería, aunque a la vez reclamaba que se le diera educación y el voto (Padula and Smith 12). No es hasta 1885, después de 117 años de fundada la Universidad de la Habana que se gradúa la primera mujer (Curnow 21).

171

Al mismo tiempo en que se van implantando los preceptos de feminidad, la

constante inestabilidad política del país sacude los moldes femeninos. Las guerras

independentistas de la segunda mitad del siglo –empezando con la Guerra de los Diez

Años (1868-78) y continuando con la Guerra Chica (1879-80) y las consiguientes

revueltas que terminan con la liberación de España y la ocupación de los Estados Unidos

en 1898– ponen a prueba los parámetros de género. Mujeres de todas las clases sociales

se unen a las guerras independentistas ganándose el nombre de “mambisas”7 Como

observa Teresa Prados-Torreira: “Women’s military participation, especially white

women’s, challenged nineteenth-century assumptions about female weakness, modesty,

and compassion. The war years, when so many social practices were interrupted, so many

traditions altered, gave women hope that they now had a chance to redefine gender roles”

(131).

Participando en la conspiración independentista, las mujeres cosieron banderas y

uniformes, proveyeron de alimentos a las tropas, participaron como agentes de

inteligencia, enfermeras, mensajeras, traficantes de armas, corresponsales, y soldados.

Las guerras transformaron a algunas mujeres con poca educación y experiencia política

en astutas participantes en la esfera pública (Prados-Torreira 3). Muchas fueron

castigadas con el exilio, cárcel o fusilamiento (Stoner 44).

A pesar de su actuación, que ocasionó que se llamara a la guerra de independencia

“la guerra de las mujeres” (Stoner 44), hay poca mención de la participación femenina en

7 Como explica Stoner: “En su sentido original, mambí se refería a los negros de Santo Domingo […]. Durante las guerras de independencia, los cubanos usaron la palabra para referirse a sí mismos con simpatía […].Los patriotas cubanos se llamaban orgullosamente mambises. Y las mujeres que combatían se denominaron, por lo tanto, mambisas” (31).

172

las guerras independentistas.8 La oportunidad de cruzar las barreras de género y

comportarse de forma “masculina” se ve cancelada cuando lo que se resalta sobre su

actuación en la guerra es su rol de “madres heroicas” (Holgado Fernández 261). La causa

independentista explota esta identidad para resaltar la honorabilidad de su lucha. Las

madres que están dispuestas a entregar a sus hijos por la patria son celebradas por su

devoción a la familia y a la nación (Prados-Torreira 151). Entre las independentistas la

más celebrada es Mariana Grajales que peleó en el frente junto a sus hijos y de quien se

dice que tras recibir la noticia de que el mayor había muerto se dirigió al menor y le dijo

“Y tú, muchacho, empínate, que ya es la hora de que pelees por tu patria” (ctdo. en

Stoner 40). Aunque ella también luchó es su sacrificio materno el que ha pasado a la

historia.9

A pesar de la reducción del rol de la mujer en las luchas independentistas al de

madre, el activismo femenino que se inspira en esta época de desenvoltura contribuye a

sentar las bases del movimiento femenino que más tarde alcanza cambios cruciales en la

legislatura tales como la ley del divorcio de 1918 y el sufragio femenino de 1934

(Prados-Torreira 151). Asimismo, tanto la intervención estadounidense como la

8 Refiriéndose a ésto Ena Curnow observa cómo en los volúmenes históricos tales como el de La guerra por la independencia de Cuba (1946), de más de 2000 páginas sólo 10 mencionan mujeres (24). Asimismo nota que en la historia “la información sobre la participación de la mujer cubana en las luchas por la independencia, está atrapada en la nota pintoresca, la cita casual o el hecho curioso” (25).

9 En el estudio que hace Rachel Archer sobre la figura de Mariana Grajales, la autora destaca la manipulación de la figura de esta mujer en cuanto al uso que se la ha dado durante distintos momentos históricos en Cuba. Aunque cuando necesario se la ha usado de estandarte de la educación, de la lucha armada y hasta de la africanidad, es la figura de madre sacrificada la que termina siendo la más resaltada.

173 consolidación de una base industrial en el país, abren nuevas fuentes de trabajo en las que las mujeres logran ingresar.10

El feminismo de principios del siglo XX en Cuba reconoce que las cualidades inculcadas en la mujer tales como la sumisión, la obediencia, el silencio, el apartamiento y la fragilidad han sido negativas para su desarrollo.11 Sin embargo, el movimiento no busca la igualdad de género sino que adopta la tradicional figura materna como centro de su ideología, y reclama los derechos de ciudadanía para la mujer al mismo tiempo que exige protección especial para la maternidad (Stoner 42). La visión tradicional de la mujer como madre, centro de la esfera doméstica, perdura. Para cuando se desencadena la lucha en contra del régimen de Fulgencio Batista (1952-1959), tanto el sistema educativo como el legislativo han hecho grandes avances para integrar a la mujer a la sociedad. Sin embargo, nada habría podido preparar a la mujer para el llamado que hace la Revolución de todos los ciudadanos, hombres y mujeres, en la lucha para establecer la nueva sociedad que busca crear.

La Revolución Cubana y la mujer

Cuando Fulgencio Batista lleva a cabo un golpe de estado el 10 de marzo de 1952, las diversas organizaciones y grupos de oposición comienzan inmediatamente la resistencia. Aunque en un principio no existe mucha cohesión entre las distintas agrupaciones que incluyen estudiantes, civiles y hasta miembros del ejército, pronto

10 Las mujeres para principios del siglo XX se desempeñan como oficinistas, operadoras telefónicas, empleadas de bajo rango en la administración pública, maestras, enfermeras, y en trabajos en la empresa textil y tabaquera (Stoner 63).

11 Así lo declara Camila Henríquez Hureña en el tercer congreso femenino en 1939. (Ctda en González 97).

174

surge un grupo que acierta a acomodar a la mayoría de sectores de oposición: El

movimiento revolucionario 26 de Julio (MR 26-7).12

Aunque los rebeldes son derrotados y detenidos durante su ataque al cuartel

Moncada, el asalto demuestra que sí se puede organizar y llevar a cabo una ofensiva clandestina a pesar de la represión gubernamental. Así mismo, el juicio de los subversivos da a conocer al grupo y lo expone como una fuerza política y militar con objetivos de reforma económica, cultural, política y social (García-Pérez 21). Puesto en libertad, Fidel Castro se exilia a México desde donde se prepara la revolución. A más de

la resistencia armada las fuerzas en Cuba han de organizar ataques directos contra el

gobierno, sabotaje y un paro general. La táctica de guerrilla se suma a la lucha urbana y

todos los sectores del MR 26-7 han de llevar a cabo la insurrección mientras las tropas

entrenadas en México arriban a Cuba y se instalan en la Sierra Maestra (García-Pérez

24).

Desde un principio las mujeres participan tanto en la organización como en la ejecución de los planes subversivos. En el ataque al cuartel Moncada, después de la

protesta que alzan las mujeres al prohibírseles ir al cuartel, logran integrarse al grupo

como enfermeras para atender a los heridos. Durante el aprisionamiento de Castro las

mujeres imprimen y distribuyen copias del panfleto La historia me absolverá, en el que

Castro justifica su ataque (Padula and Smith 24-5). Asimismo fueron varias las mujeres

abogados que defendieron en las cortes a los revolucionarios logrando su liberación.

12 El movimiento toma su nombre de una de las batallas iniciales en la que un grupo dirigido por Fidel Castro y Abel Santamaría ataca el cuartel Moncada el 26 de julio de 1953. Como observa Gladys Marel García-Pérez, a pesar de que existen muchas diferencias entre los grupos que apoyan una lucha armada y aquellos que la desaprueban, el MR 26-7 logra unificar la oposición al resaltar y hacer una llamado para alcanzar el objetivo principal de acabar con el régimen opresor (xi).

175

La participación de la mujer en la primera fase de la Revolución se dio a todo nivel.

Mientras algunas desarrollaban las tareas tradicionales de apoyo tales como levantar

fondos, esconder subversivos, curar heridos, transportar documentos y coser uniformes;

otras organizaban redes clandestinas, plantaban bombas, quemaban carros y organizaban

manifestaciones. Por otra parte, ocuparon puestos claves tanto en la resistencia urbana

como en la Sierra Maestra.13 Dentro del directorado nacional actuaban Haydée

Santamaría, Celia Sánchez, Vilma Espín; y como lo observan Padula y Smith: “Never again would women comprise so large a percentage of the top revolutionary leadership”

(27).

Las mujeres que participaron en la Sierra desempeñaron cada vez más roles. Teté

Puebla, quien terminó como segunda en comando del pelotón Mariana Grajales, recuenta

que en principio sus tareas eran las más tradicionales tales como cocinar, coser y enseñar

a leer a los campesinos. Sin embargo, también desempeñaba uno de los trabajos más

peligrosos: “El taller de la armería se creó porque no teníamos armas suficientes y las

mismas bombas que nos tiraban, esas que no explotaban, se llevaban para ese taller. Y

allí se hacían los M-26, a los que también llamábamos ‘sputniks’ (ctda. en Waters 35).

La integración de la mujer a la lucha armada en la Sierra se logró en el verano de

1958 cuando Castro, a pesar de protestas por parte de los hombres, decidió entrenar a las

mujeres y organizarlas en un pelotón militar femenino al que le dio el nombre de Mariana

Grajales, quedando las mujeres de “marianas”. Más tarde Castro recordaría: “Al

principio la idea me costó mucho trabajo, porque tenían muchos prejuicios. Porque había

13 Todas estas actividades las reconocen, entre otros autores, Padula y Smith, Holgado y La Villa.

176

hombres que decían que cómo se le iba a dar un rifle a una mujer mientras que quedara

un hombre” (ctdo. en Waters 56).

Las marianas tuvieron que probar su valor ante hombres que se jactaban diciendo

“Si los guardias les echan una lagartija, van a dejar abandonado el fusil y a salir

corriendo” (Teté ctda. en Waters 49). Sin embargo, como uno de los principales

oponentes luego reconoció, las mujeres “a la voz de avance, mientras algunos hombres se

quedaban rezagados, hacen vanguardia con un valor y una serenidad que tiene que merecer el respeto y el reconocimiento de todos los rebeldes y de todo el mundo” (Eddy

Suñol, Carta a Fidel Castro, Octubre de 1958, ctdo. en Waters 51).

Para fines de 1958 las fuerzas gubernamentales se fueron debilitando y su derrota

impulsa la huida de Batista el primero de enero de 1959. El trabajo de las mujeres fue

primordial para esta primera fase de la Revolución. Para este momento las mujeres

habían creado aproximadamente 284 organizaciones femeninas. El proyecto

revolucionario, que ya había constatado la utilidad de la mujer durante la lucha inicial,

decide congregar esta fuerza bajo la Federación de Mujeres Cubanas (FMC) en 1960. La

agrupación, que se cuidaba de integrar cualquier vestigio de “feminismo capitalista”,

luchará no por sus exigencias de género sino a favor de la “utopía revolucionaria”

(Gonzales 113). La principal función del grupo fue la de apoyar e implementar el plan de

acción revolucionario dictado por el comando masculino.14

14 Como se lamentan Padula y Smith: “With its three million members, the Federation of Cuban Women (FMC) might have been a formidable advocate for Cuban women. The FMC’s principal task however, was to defend a revolution whose interests were defined by a male elite. The FMC and Cuban women in general participated very little in the making go policies that governed their lives and the lives of their children and families” (45).

177

Una de las principales misiones iniciales de la FMC fue integrar a la mujer al trabajo “útil”. Mientras las sirvientas y prostitutas eran reeducadas para desempeñar trabajos de oficinistas, y las campesinas eran entrenadas para costureras en las escuelas

Ana Betancourt, el resto de mujeres eran llamadas al servicio de la Revolución para desempeñarse en el espacio público. La transición era difícil. Padres, maridos, clientes y patrones se hallaban descontentos; sin embargo, la FMC raramente cuestionaba las estructuras patriarcales que habían creado la situación servil de la mujer (Padula and

Smith 39).

Los arquitectos de la nueva Cuba son hombres y en su diseño la única manera en que la mujer podía contribuir a la Revolución era saliendo del hogar y tomando parte en la vida pública a través de comités, milicias, trabajo voluntario y un sinnúmero de organizaciones, El énfasis recae en la idea de que la mujer “finalmente” ha de trabajar.

Como el mismo Fidel declara: “una de las más grandes victorias contra prejuicios que tienen, no voy a decir años, ni siglos, sino prejuicios que tienen milenios: el prejuicio de considerar que las mujeres sólo eran aptas para fregar, lavar, planchar, cocinar, limpiar la casa y tener hijos; el prejuicio milenario que situaba a la mujer dentro de la sociedad en un estrato inferior; prácticamente no se puede decir ni siquiera en un modo de producción”. (Castro, Sesión plenaria de la Federación de Mujeres Cubanas, diciembre

1966. Ctdo en Waters 16).

Como ya han observado Padula y Smith, uno de los principales problemas de las revoluciones lideradas por hombres es que se da poca consideración a quién ha de lavar los platos; se ignora el valor social y económico de la labor femenina tradicional (131).

En el caso de la Revolución Cubana, el ideal principal es utilizar a la mujer en trabajos

178

“valiosos” para la Revolución.15 Pronto queda claro que recaerá entonces sobre el

gobierno el proveer instituciones que se encarguen de lo que el marxismo llama los

asuntos “idióticos” del quehacer doméstico (Padula and Smith 132). Por supuesto todos

los empleados de los institutos de la infancia, círculos infantiles, comedores y lavanderías

son mujeres.

El trabajo de las cubanas que se quedan en casa cuidando niños y ancianos, lavando, haciendo compras, limpiando y cocinando es depreciado cuando las únicas que reciben aplauso son las que salen del hogar a incorporarse al trabajo social, aunque sea

voluntario. El desprestigio de las tareas femeninas tradicionales conlleva que los hombres

eviten cualquier trabajo “femenino”. Por su parte, el ministerio de trabajo en su afán de

abrir el campo laboral para las mujeres, en 1965 establece 437 tipos de trabajo apto para

mujeres, mientras que prohíbe que éstas se desempeñen en otros 298 oficios considerados

peligrosos para su función reproductiva. La resolución en principio es bien recibida ya

que abre una gran cantidad de puertas para las mujeres (Holgado Fernández 89). Pero al

mismo tiempo las prohibiciones refuerzan la idea de que la función primordial de la

mujer es la reproducción.

Para mediados de los setenta el gobierno revolucionario empieza a reconocer los

problemas que se han creado con la llamada “doble jornada” en la que la mujer

compagina trabajo revolucionario y labores domésticas. Castro reconoce en su discurso

de 1974 frente a la FMC que la mujer ha de conducir dos revoluciones: “when the

15 Esta idea puede constatarse en uno de los discursos en el segundo congreso del FMC donde se declara: “Durante mucho tiempo el horizonte de la mujer se vio reducido al estrecho marco del hogar y de las tareas domésticas privándose de su derecho a realizarse como ser social. Por eso desde su inicio nuestra organización ha trabajado para que el ama de casa esté en condiciones de brindar a la sociedad todo el caudal de su inteligencia, de su entusiasmo, de su espíritu revolucionario, siendo cada día más útil a la Revolución” (Ministerio 145). Esta aseveración contribuye a desprestigiar la labor doméstica al declararla trabajo inútil.

179

objective of national liberation is finally achieved, women must continue struggling for

their own liberation within human society” (Castro “The Revolution 2).

La Revolución Cubana tiene gran impacto en la expansión de los roles de la mujer

en la sociedad, pero los del hombre cambian poco. Para solucionar esta disparidad el

gobierno pasa la controversial ley del código de familia en la que intenta legislar que las

tareas del hogar han de ser compartidas por ambos cónyuges.16 Para finales del siglo XX

poco ha cambiado la cultura machista. En la Cuba revolucionaria la responsabilidad

principal de las tareas del hogar y el cuidado de los hijos todavía recae sobre la mujer: “Si por algo se destaca el hombre en la familia es por su abrumadora invisibilidad ante las tareas del hogar y el cuidado de los hijos. Cuna, cocina y cola: esta es la trinidad socialista que mejor define la vida diaria de una buena parte de las mujeres cubanas”

(Holgado Fernández 131). Vilma Espín, presidenta del FMC desde su fundación,

corrobora que esto es todavía un problema: “There is still the need to eliminate backward

ideas that some people hold, men and women, with respect to the role that each person

should play within the home; the nature of the socialist family and the relationship

between a couple, ideas which work against the full participation of women in the

building of a new society” (Espín 2). Pero las mujeres cubanas participan a plenitud; el

problema es que su labor no sea reconocida.17 La entrega de las cubanas a la Revolución

ha afectado todo aspecto de su vida, incluyendo su producción literaria.

16 El artículo 26 del código de familia estipula: “Ambos cónyuges están obligados a cuidar la familia que han creado y a cooperar el uno con el otro en la educación, formación y guía de los hijos conforme a los principios de la moral socialista. Igualmente, en la medida de las capacidades o posibilidades de cada uno, deben participar en el gobierno del hogar y cooperar al mejor desenvolvimiento del mismo” (Ministerio 294).

17 Como atestigua Uva Aragón: “esta ‘super’ cubana ha seguido cumpliendo con el “canon de la mujer ángel” cuya obligación es cuidar de todos en el hogar (padres, suegros, marido, hijos, perros, gatos y matas) mientras trabaja en la calle más que sus compañeras hispanas o norteamericanas (87).

180

Narrativa y Revolución

Una vez logrado el triunfo revolucionario la producción cultural del país se ve

trasformada radicalmente al establecer que su función será la de servicio a la causa. A fin

de merecer el nombre de literatura de revolución la obra tendrá que romper con toda

tradición narrativa previa para atenerse a los parámetros revolucionarios. Este

rompimiento distinguirá a la nueva literatura revolucionaria como conjunto, y a la vez presentará el mayor desafío artístico para los escritores (Rodríguez Coronel 9).

Determinar qué constituye la novela de revolución depende, como toda opinión sobre Cuba, del lugar desde dónde se formule la respuesta. Mientras el gobierno oficial

establece una definición estrecha de lo que es la literatura revolucionaria, otras visiones

más amplias incluyen toda producción que trate de la Revolución. En la isla se cuentan

sólo a aquellos autores que viven ahí y se atienen a los parámetros, pero otras

clasificaciones externas cuentan a aquellos que viven en el exilio y se rebelan ante las

limitaciones.18

Lo indiscutible es el enorme impacto de la Revolución en la literatura, tanto a nivel

de forma como de contenido. La Revolución trae no sólo cambios ideológicos sino

estructurales. Se establecen imprentas y casas editoras para producir libros de bajo costo

para las masas. Organismos como el Instituto del libro, Casa de las Américas, la Imprenta

Nacional y la UNEAC19 promueven la producción literaria para el avance de la

Revolución. El objetivo general es el de establecer una historia y cultura socialista: “Art

18 Seymor Menton, por ejemplo recoge en su estudio “casi doscientos volúmenes de novelas y cuentos (por mínima que sea su relación con la Revolución) publicados dentro y fuera de Cuba desde enero de 1959” (Narrativa 10).

19 La “Unión de escritores y artistas de Cuba”se forma a la imagen de la Unión de escritores soviéticos. Como observa Ripoll: “UNEAC’s role was not, as some had hoped, to protect the interests of artists but rather to protect those of the state in its bid to control de arts” (4).

181

and culture were considered more important than ever before and were encouraged by

massive state subsidies” (Davies 118).

El entusiasmo inicial de los escritores en cuanto a las nuevas posibilidades

comienza a decaer cuando se va haciendo claro que su función será la de servir a la

Revolución promoviendo la transformación ideológica del pueblo. La literatura deberá

ser entonces militante y el escritor una herramienta al servicio de la nueva sociedad. Ante

la nueva preocupación de los artistas en cuanto a los límites de la libertad de expresión,

Fidel pronuncia su ya famoso discurso “Palabras a los intelectuales”, donde declara: “la

Revolución no puede ser por esencia enemiga de las libertades; que si la preocupación de alguno es que la Revolución vaya a asfixiar su espíritu creador, que esa preocupación es innecesaria, que esa preocupación no tiene razón de ser”. Según Castro: “sólo puede preocuparse verdaderamente por este problema quien no esté seguro de sus convicciones revolucionarias”. El único que dudará entonces será el inseguro “porque el revolucionario pone algo por encima de todas las demás cuestiones; el revolucionario pone algo por encima aun de su propio espíritu creador: pone la Revolución por encima de todo lo demás y el artista más revolucionario sería aquel que estuviera dispuesto a sacrificar

hasta su propia vocación artística por la Revolución”. Finalmente deja muy claro que

“dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución nada” (Castro “Palabras”).20

Bajo este cometido los escritores tienen que buscar una estética adecuada para

expresar las nuevas ideas. Este proceso se hace difícil porque la mayoría de ellos se

20 Estas palabras aún resuenan cuando Roberto Fernández de Retamar en “Cuarenta años después” intenta contextulizar el famoso discurso y llega a la misma conclusión: “Creo que esto es bien claro. ¿Cuáles son los derechos de los escritores y de los artistas revolucionarios o no revolucionarios? Dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, ningún derecho”. Sin embargo Fernández de Retamar acepta que hubo exesos: “[S]e dio entrada a prejuicios absurdos, escritores y artistas valiosos fueron marginados, la mediocridad encontró terreno abonado y se debilitó en parte el impulse creador”.

182 habían formado bajo una tradición liberal burguesa; no habían participado directamente en el proceso; debían mostrar apoyo absoluto a pesar de las contradicciones existentes; y no podían mostrar la tradicional conciencia crítica (Rodríguez Coronel 10-11). El estilo que resulta es el realismo socialista en el que se evita la reflexión; se simplifican no sólo

las complejidades sino el lenguaje y los personajes presentándolos sin fisuras; se evitan

fantasía o sentimientos íntimos; se presenta optimismo y se soslaya cualquier índice de individualismo (Yáñez 193). La calidad de las obras sufre frente al maniqueísmo. A pesar de que el mismo Che Guevara advierte las limitaciones del realismo socialista,21 queda claro que era la receta a seguir si se deseaba ser publicado, apoyado y galardonado.22

Bajo la censura son muchos los intelectuales que abandonan Cuba, mientras que los que permanecen se ven sujetos a conformarse.23 La atmósfera de censura alcanza su máxima expresión durante los años setenta en lo que se ha llamado el “quinquenio gris” donde la vida cultural alcanza un nuevo grado de rigidez y asfixia (Howe 22). El caso

Padilla, en el que Heberto Padilla es apresado en 1971 y obligado a retractarse públicamente de sus acciones, es sólo un ejemplo de la represión que incluyó la caza de

21 Declara el Che en su discurso del hombre nuevo: “Pero, ¿por qué pretender buscar en las formas congeladas del realismo socialista la única receta válida? No se puede oponer al realismo socialista «la libertad», porque ésta no existe todavía, no existirá hasta el completo desarrollo de la sociedad nueva; pero no se pretenda condenar a todas las formas de arte posteriores a la primer mitad del siglo XIX desde el trono pontificio del realismo a ultranza, pues se caería en un error proudhoniano de retorno al pasado, poniéndole camisa de fuerza a la expresión artística del hombre que nace y se construye hoy” (Guevara).

22 Como establece Fidel en su discurso al congreso nacional de educación y cultura en 1971: “Y para volver a recibir un premio, en concurso nacional o internacional, tiene que ser revolucionario de verdad, escritor de verdad, poeta de verdad, revolucionario de verdad. . . Y las revistas y concursos, no aptos para farsantes… Tendrá cabida ahora aquí, y sin contemplación de ninguna clase ni vacilaciones ni medias tintas, ni paños calientes, tendrán cabida únicamente los revolucionarios… Para nosotros, un pueblo revolucionario en un proceso revolucionario, valoramos las creaciones culturales y artistas en función de la utilidad para el pueblo… Nuestra valoración es política. No puede haber valor estético sin contenido humano” (Ctdo. en Nuiry Sánchez 118).

23 Para Carlos Ripoll: “There are two categories of writers in Cuba today: those who police their own work and that of their colleagues, and those who are silenced, jailed, and unable to participate in Cuba’s cultural life” (3).

183 disidentes y el envío de elementos “antisociales” a los campos de la UMAP (Unidades

Militares de Ayuda a la Producción).

Bajo estas circunstancias tanto la producción de las mujeres como la de los hombres se ve afectada, aunque el caso de las escritoras es todavía más complicado si se considera las limitaciones adicionales que sufre la mujer bajo el sistema de género. Para

Catherine Davies la presencia de la mujer en la actividad cultural de la isla sólo puede calificarse como “decepcionante” si se considera que para 1977 el índice de alfabetización femenino era del 80% (Davies 122). A pesar del alto nivel educativo la cantidad de novelas femeninas es mínima, desde cualquier lado que se lo considere. De las 82 novelas que lista Seymor Menton en su estudio de la novela de Revolución, reconoce cinco de escritoras. Mientras tanto, Campuzano en su artículo “La mujer en la narrativa de la Revolución: Ponencia sobre una carencia”, termina reconociendo dos novelas después de descontar aquellas escritas por exiliadas ya que: “ni recuerdo merecen, porque fueron escritas por quienes prefirieron abandonar su tierra por la ajena: que allá las cuenten” (83).

La minúscula producción novelística por parte de las mujeres es un resultado tanto de la política gubernamental que promueve literatura “revolucionaria” como de la circunstancia misma de la mujer cubana dentro de la jerarquía de género. La figura del intelectual dentro de la Revolución era masculina. El discurso social en su mayoría se dirigía hacia el hombre revolucionario, al hombre nuevo junto al cual la mujer quedaba subordinada (Cámara La letra 31). La literatura promovía lo que Yáñez ha llamado la temática “dura”, de exaltar la crónica de acción y el heroísmo épico.24 La “narrativa de la

24 Temas como la lucha clandestina en las ciudades, el asalto al cuartel Moncada, la guerra contra el ejército de Batista, el triunfo de la Revolución, el adiestramento defensivo de las unidades militares revolucionarias,

184

‘violencia’ y la ruda vida masculina de cuartel, situaban a la mayor parte de las escritoras

al margen de una frontera imaginaria” (193). Asimismo, el empeño de promover una

“literatura revolucionaria” dificultó otros tipos de creación donde las mujeres podían

desarrollarse (Capote 41).

Por otro lado la situación de doble imposición laboral que sufre la cubana le roba

tanto el espacio como el tiempo que se necesita para escribir (Davies 142). A todo esto se

le puede sumar la subestimación del trabajo y de los intereses de la mujer a nivel

profesional y cultural. Como ha declarado acertadamente Yáñez: “si no se alcanza el

respeto por una peculiar interpretación de la realidad desde el particular punto de vista de

la mujer y se replantean los códigos de análisis heredados de la cultura de la marginación

[…] no bastará el salario seguro, ni el cuarto propio ni todas las leyes a su favor” (104).

Una apertura hacia temas novedosos que comienza en los 1980 y sienta raíz en los

1990 bajo el llamado “período especial”, parece abrir un campo nuevo para la novelística tanto de mujeres como de hombres. El distanciamiento del realismo se hace evidente durante esta época en la que la censura ha decrecido ante los problemas mayores

generados por la crisis económica.25 El período especial permite a los intelectuales ampliar sus perspectivas y expresar su impaciencia frente a un futuro mejor que no llega

(Howe 23). Pero así como la crisis facilita un contenido más amplio, también imposibilita la práctica. Las casas editoras prácticamente dejan de publicar ante la escasez de papel y

y el ataque por Playa Girón, fueron entre otros, parte de la temática “obligada” entre los años sesenta y setenta (Garrandés 11)

25 Como lo discute Jorge Fornet, la caída del Muro de Berlín y la desaparición del socialismo de Europa del Este desatan una crisis en la sociedad cubana que modifica el curso de su narrativa y desemboca en el desencanto: “La poética del desencanto tiene un final más o menos previsible; todo desencanto presupone tanto la creencia como la extinction de fe en una utopia. Los escritores de la generación siguiente, los llamados novísimos […] no arrastran consigo el ‘encantamiento’ que marcó la vida de sus predecesores”(“La narrativa cubana” 45).

185

recursos. Por su parte, el gobierno ha comenzado una campaña de reconciliación en la

que se pretende minimizar la intolerancia anterior, borrar errores pasados, y mostrar una

apertura hacia producciones antes vedadas (Howe 15).

Mañana es 26: El fervor revolucionario

Aunque la recargada exaltación de la Revolución, y el afán explicativo que se percibe en Mañana es 26 le resten calidad literaria, la obra alcanza importancia si se

estudia como producto de un momento histórico en el que el fervor revolucionario se

hallaba en su cúspide. Sólo un año había transcurrido desde el triunfo de la Revolución cuando Hilda Perera escribe su primera novela. Lo más interesante, para propósitos de este estudio, es que la Revolución y la vida cotidiana se presentan paralelas, y a medida que avanza la historia los dos mundos van uniéndose irremediablemente.

Desde el principio de la obra se establece el clima político de persecución que viven aquellos que participan en la lucha clandestina. A más de los revolucionarios de la

Sierra, queda claro que las batallas se libran en las calles, las universidades y hasta en los hogares más respetables. El efecto de la guerra se manifiesta de varias maneras. Para los que prefieren mantenerse aislados significa atascamientos en el tráfico o dejar de ir al cine, pero para aquellos que se comprometen puede significar persecuciones, tortura y muerte.

Los personajes femeninos de la historia presentan una gama de actitudes hacia la

Revolución que van desde el absoluto compromiso hasta el total desinterés. Lo que todas sí comparten son los límites de género. De todas ellas se espera docilidad y sujeción, aunque esto no se cumple en la mayoría de las instancias, especialmente para aquellas que participan en la lucha.

186

Movida por un afán didáctico, la novela intenta explicar numerosas veces las

razones de la lucha, los objetivos de los revolucionarios, y la esperanza de la nueva

sociedad que se ha formado. El recuento del momento histórico examina las actividades

tanto de mujeres como de hombres. La vida diaria y la lucha se presentan a la par

logrando un efecto unísono donde se valoriza todo acto humano como necesario para la

existencia y avance de la sociedad revolucionaria.

Por este empeño de inclusión la trama de Mañana es 26 se presenta a través de

varias historias conjuntas que corren paralelas y en algunos casos se conectan. La primera es la de Rafael Estrada, un estudiante que se halla envuelto en la lucha clandestina y ha

sido atrapado y torturado. Cuando logra salir de la prisión se marcha a Miami por varios

meses a fin de procurar armas para los revolucionarios. A su regreso conoce a Gina, una

estudiante revolucionaria, y se enamoran. Gina, que vive con su tía soltera quien pasa

angustiada de las actividades de su sobrina, participa en reuniones, ayuda con transporte

de armas, gestiona asilo para perseguidos y se enfrenta a la policía durante una misa- manifestación.

La historia de Teresa ofrece un contraste: un ama de casa cuyo matrimonio ha caído en una rutina insoportable. Bajo su techo viven también su madre, Panchita y su enfermizo hijito, Jorgito. La renuncia de la sirvienta viene a agitar el mundo de Teresa a quien le corresponde el manejo del hogar. La llegada de la nueva criada Migdalia trae una nueva perspectiva a la historia. El único reposo que encuentra Teresa son sus momentáneos escapes en su automóvil y las horas en que puede nadar en el mar. Sin embargo, la Revolución poco a poco va incursionádose en su vida empezando porque el

187

nuevo propietario de la casa que su marido construye junto a la de ellos es un comandante

asesino.

Las dos historias colisionan cuando Gina, que es hermana del marido de Teresa, llega a la casa de su hermano en busca de dinero para comprar un pasaje para un revolucionario a quien está ayudando a asilarse. La ayuda es negada rotundamente por su hermano mientras que Teresa desea poder haber contribuido. Su oportunidad llega más tarde cuando Gina, una vez más pide ayuda, esta vez sólo a Teresa. El peligro es mayor ya que involucra el escondite de todo un cargamento de armas. Esta vez Teresa, sin avisar a su marido, ayuda en la operación. Las consecuencias no resultan funestas ya que sólo un par de días después triunfa la Revolución. La novela termina en una exaltación de la marcha triunfal de Fidel a la Habana.

En el resto de la novela aparecen otros personajes que también cobran cierta importancia: profesores universitarios, revolucionarios en la Sierra, jóvenes del movimiento del 26, sirvientes y trabajadores. Todos estos crean un colectivo que sirve para presentar estampas del momento que representan variados estratos de la sociedad.

Sin embargo, como asevera Alicia Aldaya, los breves esbozos contribuyen a la falta de profundidad y cohesión de la novela (Narrativa 67). Esta característica debe ser comprendida dentro de su contexto histórico. La novela pertenece al grupo de obras que se publican durante lo que se ha llamado la “época del deslumbramiento”. Estas obras, como ha observado Seymour Menton reflejan un entusiasmo desbordado frente a la caída de Batista y una esperanza idealista del futuro (La narrativa 13).

Perera, como otros autores del momento, intenta dar cohesión a un movimiento que

todavía no está definido, y tal empeño es problemático. Sus páginas reflejan el estado de

188

un vasto sector del pueblo cubano que, arrastrado por la euforia del momento, anticipa la realización de nuevos ideales. La novela con su carga de retórica revolucionaria y

alabanzas intenta integrar todo sector social a la nueva narrativa. Este ejercicio, llevado a

cabo desde la perspectiva de un narrador omnisciente, a la vez intenta ser realista y

didáctico.26

A pesar de desaciertos formales la novela logra explorar dos planos contextuales al

atender tanto el ámbito individual/personal como el colectivo/histórico. Esta doble

exploración caracterizará toda la novelística posterior de la autora (Fernández Vásquez

“Acercamiento” 27), y en el caso de Mañana es 26 es la cualidad que redime a la obra. La

novela es sin duda política sin dejar de ser personal.

La guerra en la novela

Mañana es 26 es un producto directo de la Revolución. El momento de lucha marca

el argumento de la novela ya que la Revolución cataliza los conflictos que se novelan

(Fernández Vásquez “Acercamiento” 28). El trasfondo que resalta la situación política y

los grandes cambios sociales conduce a una lectura basada en los efectos del momento

tanto en la vida cotidiana de un personaje específico, como en la del pueblo en general

(Detjens 12). Lo que queda claro es que la guerra no se da separada de la vida diaria, ni

para los que se ven envueltos en ella, ni para los que intentan disociarse de la situación

existente. La novela insiste en que la Revolución incide en todo sector.

26 Curiosamente, a pesar del fervor revolucionario que se evidencia en la obra, fue censurada. Como explica la autora: “el gobierno interpretó que era un desacierto, y me vinieron a buscar las copias que tenía yo, y confiscaron las otras. Esa edición desapareció de Cuba” (Perera en Fernández Vázquez 87-88). El desacuerdo de Perera frente al gobierno es lo que la impulsa al exilio y marca su vida. Como ella declara: “Mi vida ha estado profundamente influida por la política. La revolución cubana me ha marcado en forma definitiva, desde mi entusiasmo por ella en sus principios, hasta el momento del exilio voluntario por rechazarla” (ctda. en Aldaya “Entrevista” 399).

189

La obra se abre en la prisión donde Rafael y sus compañeros han sido tomados

presos y torturados a fin de conseguir información sobre los rebeldes. Con esto queda establecido el ambiente de de guerra en que se encuentran inmersos los personajes. Son los últimos meses de la insurrección y la lucha se ha vuelto feroz. Para todos los que participan directamente, el mundo se halla conmocionado. Las familias se han desintegrado bajo la persecución, exilio o muerte de sus integrantes. La constante amenaza de represión preocupa tanto a las mujeres como a los hombres que participan en la lucha.

La guerra ha transformado el mundo de Gina que se ve absorbida por la situación política y se une a “Resistencia Cívica”. En su papel de combatiente Gina hace caso omiso a su tía que le advierte: “¿Qué es lo que vas buscando? [. . .] Tú sabes que si cogen a una muchacha joven le hacen horrores. Anda hijita, sé razonable. ¡Quítate eso de la cabeza!” (48).

Pero Gina, que no participa en el campo de batalla de Sierra Maestra, sí toma parte en la lucha al mismo nivel que cualquier revolucionario. Hace contribuciones invalorables: ayuda a los que necesitan asilo y participa en el trasporte de armas y en las manifestaciones. El caso más dramático lo provee su intervención en la misa para un muchacho que muere durante un interrogatorio. El asistir a la misa se ha convertido en un acto de subversión con peligro para todos los que en ella participen. Gina y decenas de otras mujeres desafían la ley y se presentan en la iglesia. Lo que se desarrolla es una verdadera batalla entre la policía y las mujeres que lideradas por Gina continúan rezando.

Este acto de sublevación, como se verá más adelante, tiene varias connotaciones en cuanto al desafío de la autoridad hegemónica por parte de una mujer.

190

La guerra se hace muy presente en los segmentos que tratan de la venganza de Kiko

por la muerte de su hermano, las horas que pasan Alfredo y Mercy (a pesar de su

embarazo avanzado) descifrando mensajes en los equipos de radiotelegrafía, y los trámites del tráfico de armas. Asimismo, el viaje de Rafael a Sierra Maestra a fin de llevar las nuevas claves, explora el frente, espacio más tradicional de la novela de guerra.

En este segmento, que exalta la vida de los revolucionarios, se construye una estampa de la vida de campamento.

Por otra parte, la guerra también se halla en los lugares más inusitados. Es así como

Rafael observa con sorpresa al Dr. Vázquez y a su mujer que lo ayudan a llegar a la

Sierra:

Era tan de periódico de la tarde y saco de pijama y café con leche. ¡Tan poco subversivo! Concha, su mujer, tenía cara de madre, redonda y sin afeites. Mujer que cría sobrinos, y atiende partos y amortaja a los viejos… De las que hacen dobladillo de ojo y boniatillo al punto o pudín de pan, para entretener la tarde. La revolución había llegado aún hasta ellos (137).

Hasta al espacio alejado del elegante vecindario del Biltmore donde no llegan ni siquiera las guaguas, va llegando la guerra irremediablemente. Teresa que vive sumida en

este ambiente se niega a escuchar las historias de sus empleadas a fin de no sentirse

culpable de la desigualdad social de la que ella participa. Sin embargo, la realidad es imposible de escapar y se cuela tanto por los medios de comunicación, como en el caso del programa de televisión donde entre anuncios comerciales se detallan muertes y explosiones, como por los incidentes de la vida diaria:

Dejar de ir al cine o a las tiendas un día señalado por Resistencia Cívica. Comprar facturas dobles cuando anunciaban huelgas, tener cajas de velas para los apagones, sufrir cada sábado la humillación del registro antes de entrar en un cine. Discutir, hablar, repetir noticias, rebuscar la verdad en los partes oficiales, interpretar la portada de Bohemia (122).

191

El parentesco con Gina da la oportunidad a Teresa de ser una participante directa en

la lucha. La primera visita de Gina en la que viene a pedir dinero para la causa deja a

Teresa deseosa de haber participado aunque no se atreve a desafiar a su marido que se

pronuncia en contra de cualquier acción comprometedora. Es por esto que la próxima

ocasión que se presenta, en la que Teresa accede a esconder las armas, la subversión es

doblemente significativa. Teresa actúa en contra del régimen gubernamental y el régimen

de su hogar. Según Aldaya, mucho ha atribuido la crítica a este acto; sin embargo, lo que

ésta no parece percibir es que para Teresa, que se ha hallado aislada en su esfera

femenina apolítica, el acto de acceder a esconder armas representa un quebrantamiento

innegable de lo que la tradición ha impuesto sobre ella. Para Aldaya las acciones de

Teresa están muy lejos de ser heroicas: “Hubiese sido inexplicable que Teresa no

ofreciera esta mínima ayuda a su cuñada, que la solicitaba con apremio. De ahí a la

heroicidad hay largo trecho” (Narrativa 49). Pero no hay nada de “mínimo” en su ayuda.

Las consecuencias tanto personales (disgustar a su marido y a su madre) como políticas

(acoso de las autoridades, cárcel, tortura, muerte) no son menores. Si se mide el heroísmo por las posibles consecuencias de la acción, Teresa no es sólo heroica sino también

valiente.

Establecimiento y desintegración de la esfera

A la par con la subversión revolucionaria se percibe en la novela la subversión de

los patrones de comportamiento femenino. Tanto Gina como Teresa transgreden. Aunque

las dos mujeres son muy distintas—Teresa la típica ama de casa y Gina la estudiante

politizada – se puede ver que con la Revolución ambas se ven afectadas e impulsadas a

actuar fuera de lo convencional.

192

El caso de Teresa es quizás el más dramático. Casada con un hombre que no le hace caso, con un hijo enfermizo y una madre que pregona la reclusión de la mujer en el hogar, Teresa se siente ahogada y poco realizada en su vida. Su papel asignado es el de esposa, madre e hija y tiene que dividirse para realizarlo, quedándole muy poco tiempo para sí misma y haciéndole sentirse atrapada.

La crisis doméstica provocada por la renuncia de la sirvienta preocupa a Teresa porque sobre ella recae el manejo del hogar. La reacción de su marido comprueba las expectativas del hogar: “Roberto Palacios contempló con desagrado los inevitables días por venir: latería, casa sucia, niño con tos, mujer malhumorada. Ya conocía estos períodos ásperos y le molestaban como todo lo que agitara el mar suyo” (14).

A la par con el clima de rebelión que se gesta fuera de su hogar, Teresa empieza a cometer pequeñas transgresiones. Su deseo de huir de su vida se hace evidente cuando entra en su automóvil: “Al abrir la puerta, miró agradecida aquel pedazo de intimidad que era su Fiat bueno. Rodeada de él, custodiada por él, sintiendo la respuesta del timón dócil y el acelerador profundo” (22-3). Teresa no se muestra como una madre perfecta. La constante atención que debe darle a su hijo la exaspera y en cuanto puede lo deja para darse una escapada al mar. Teresa desobedece a su madre que le recrimina: “¡tú eres muy libre de hacer lo que te dé tu real gana! Vete, vete. Por mi, vete. ¡Qué va! ¡Que iba yo a dejar un hijo mío con fiebre para irme a la playa! […]Yo cuando era joven y tenía un hijo enfermo no salía ni a buscar centenes” (96). En el mar Teresa encuentra su liberación:

El mar la liberaba de los días esquemáticos, de la rutina que mordía como un roedor implacable. La desposeía del tedio. No era más esta mujer práctica y sensata que saca cuentas y batalla con las criadas y con la viejita, y con el niño. No era esta vida trillada y hecha, y tan igual, y sin embargo fluyente, fugitiva, que se va de las venas y se lleva la gracia del cuerpo, la alegría, el ardor (111).

193

Teresa no cumple tampoco su rol de esposa casta y pasiva. Le humilla confrontar a

su esposo para hacerle saber que ella lo desea, pero se atreve a reclamarle revelando una

sexualidad femenina latente: “Pero ven acá, Roberto, ¿Qué tú te imaginas ¿Qué yo soy de

piedra? ¡Yo soy una mujer joven! ¡Yo también te necesito. Te vas temprano, vuelves

tardísimo; cuando llegas te metes detrás de ese dichoso periódico que ni te veo la cara;

casi ni hablas” (114).

La trasgresión más comprometedora y atrevida de Teresa sucede cuando fusiona su

mundo doméstico con el revolucionario al esconder las armas en la casa que Roberto está

construyendo. La construcción es el mundo separado en el que éste se embebe y en el que

ella jamás participa. Sin embargo, su deseo de ayudar a Gina y el sentimiento de que su

vida es mediocre hacen que acceda titubeando a la propuesta:

¿No veía ir su vida sin quilla, hacia los mares de “no vale la pena” y “no tengo tiempo” donde navegan todos los mediocres? ¿No cabría en toda su vida de horas triviales, un solo instante de heroísmos? La mitad de su ser la azuzaba, pero Teresa madre, Teresa de la vida dividida en honestos meses de treinta días, Teresa feliz y egoísta meditaba riesgos (207).

Es significativo que al acceder a participar Teresa no sólo rompe la ley sino que

actúa sobre el espacio de su marido en el que jamás se había inmiscuido antes. La

revolución de Teresa es entonces tanto política como personal.27

Gina, por su parte ocupa un espacio público politizado en toda la historia; toma una

parte muy activa en la lucha. Su familia siente horror al verla envuelta en asuntos no sólo

políticos sino peligrosos porque la ven tan apartada del rol tradicional de la mujer. La tía

27 Como ha observado Detjens: “Esta revolución que le impulsa a Teresa a gritarle a su esposo, desesperarse con su madre y apoyar la revolución política es, entonces, algo mucho más complejo que un simple rechazo de un gobierno dictatorial y un apoyo a uno que se supone que traiga la libertad. Es una revolución contra las viejas tradiciones como la de hervir tres veces la leche” (18).

194

Fefa, madre sustituta, es la primordial guardiana de su comportamiento e intenta

mantenerla dentro de los límites con advertencias y llantos a la misma vez que apela a la

autoridad masculina de Roberto para que someta a su hermana.

Para Fefa, guardiana de la esfera, Gina está fuera de control. La tía desaprueba no

sólo su participación en la Revolución, sino también su comportamiento tan poco

femenino. Gina no presenta las cualidades deseadas en una mujer: hogareña, sumisa,

obediente y casta. La tía la califica de “regona” (49); se horroriza de que no tenga interés

de tener su cuarto limpio; se desespera de que Gina no la obedezca, en especial con

respecto a sus encuentros amorosos con Rafael.

La fuerza de carácter de Gina se hace evidente en la iglesia. Allí se enfrenta no sólo

a la ley, representada por los policías, sino que transgrede la jerarquía patriarcal religiosa

al levantarse a decir la misa. El espacio de la iglesia, tradicionalmente restrictivo hacia la

mujer, se redefine entonces como un lugar de sublevación. En su afán revolucionario

Gina ha violado las reglas sociales y esto no pasa desapercibida por el poder masculino

que espera que la mujer se quede en su casa. La escena en la iglesia tiene particular significado ya que cuando el sargento se aproxima para callar a Gina todas las mujeres forman un “muro impenetrable de ojos hostiles” (59) que intimidan a esta figura autoritaria masculina que se limita a aconsejar “Consejo que le doy: Métala en su casa y guárdela, ¿oyó? ¡Guárdela, que se la está buscando!” (énfasis mío 60).

Pero tanto Teresa como Gina se niegan a ser “guardadas”, y en su afán desafían sus roles asignados negándose a ser contenidas por el sistema opresor. A ellas se les suman otros personajes tales como Mercy, Lydia, La Doctora, Concha y hasta Tata y Migdalia.

Estas dos últimas, a pesar de estar en una posición de servidumbre al trabajar como

195 domésticas, se muestran capaces de regir sus propios destinos ya sea a través del estudio, en el caso de Tata, o controlando su reproducción y negándose a estar supeditada a un mal hombre, en el caso de Migdalia. Junto con Teresa y Gina todos estos personajes muestran que la mujer puede vivir fuera de la esfera prescrita.

Epistmología en la novela

Como se mencionó anteriormente Perera escribe Mañana es 26 durante la “época del deslumbramiento”. Por el mismo momento histórico en que esta obra es producida se puede asumir que su principal función era la de la propagación de la nueva ideología. El tono explicativo que cobra la novela en varias ocasiones al recontar episodios revolucionarios y adoptar la retórica del movimiento rebelde revela su afán didáctico.

Desde un principio la novela establece que hay un grupo que todavía no alcanza a comprender el momento histórico que se está viviendo en Cuba. La reacción de Rafael hacia este sector de la población se hace evidente en el primer segmento: “Rafael sintió la rabia de la Habana intocada. Rabia de la Habana alegre y grande y sorda y cosmopolita”

(7). La novela en sí aparece entonces como una herramienta epistemológica que viene a impartir conocimiento sobre los motivos, desarrollo y esperanzas de la Revolución.

En la novela se perciben varios grupos epistémicos: aquellos que conocen la doctrina revolucionaria y quieren impartirla, aquellos que se ven inmiscuidos en la

Revolución pero tienen sus reservas, y aquellos que prefieren mantenerse separados y hacen todo lo posible por quedar fuera del embrollo. En el primer grupo pueden contarse

Rafael, Gina y otros personajes menores tales como Alfredo, Mercy y en especial Suso.

El mejor representante del segundo grupo es Juan Antonio Mirando, tío de Rafael. En el grupo también se cuentan otras personas mayores que tratan de ser “cabales” tales como los padres de Rafael y la tía Fefa. Finalmente, en el tercer grupo se cuentan Roberto y

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Teresa que se niegan a discutir siquiera los asuntos de la Revolución. La interacción de

estos tres grupos permite presentar ideas, debatirlas y/o predicarlas. Así mismo se

presenta la ocasión de hacer pausas en la trama y recontar historias que vienen a educar al

lector en temas no sólo revolucionarios sino también cotidianos.

Una de las alocuciones revolucionarias que más resalta como didáctica es la

conversación entre Rafael y su tío Juan Antonio, hombre de negocios con “aire de

superioridad” (31). El tío ha sido reclutado por los padres de Rafael para tratar de

disuadir al joven de sus actividades a través de un debate de la política revolucionaria. En

un formato de dialogo en preguntas y respuestas la novela hace alusión a problemas y posibles soluciones en el campo económico, social, agrario y hasta diplomático. Este segmento no encaja de todo en el texto, pero su función pedagógica es innegable.

Se refuerza la importancia de la educación con las alusiones que se hace al rol de estudiantes y profesores dentro de la Revolución. Para Tata la educación le permitirá realizar sus sueños. Rafael encuentra la fuerza para continuar la lucha durante su recorrido por la universidad. Cuando recibe orden para su peligrosa misión en Sierra

Maestra es el paseo por su “Alma Mater” y el recuerdo de todo lo que ahí aprendió que lo inspira: “Era como una especie de sangre que vitalizaba el mármol quieto y la altura vertical de las columnas” (135). La visita lo calma: “Cuando se enfrentó de nuevo a La

Habana anochecida, iba tranquilo, afirmado en sí mismo, con fuerzas para el mañana imprevisto” (136).

Otro segmento claramente pedagógico se da durante el viaje de Rafael a Sierra

Maestra. El joven, que tiene gran deseo de aprender lo que más pueda, disfruta la larga historia que le cuenta Suso sobre el heroísmo de Lalo Sardiña. En este segmento, que otra

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vez detenta la trama para presentar una historia que se desea sea conocida y comprendida, se enaltece el heroísmo de Sardiña y se intenta aclarar malentendidos comunes acerca del papel del mismo en la Revolución. La novela notoriamente cumple la función de herramienta educativa.

Así como la historia se desvía para transmitir conocimiento y debates revolucionarios, también se evidencian bifurcaciones de información que transmiten conocimientos cotidianos. Es así como poco después de la historia de Lalo Sardiña,

Migdalia se explaya recontando la historia de su partera Doña Pucha. En la historia Doña

Pucha aparece tan merecedora de admiración como cualquier héroe en su función de salvar vidas y mostrar templanza ante situaciones adversas.

La mezcla de lo que se considera histórico y lo que se considera cotidiano es uno de los méritos de la novela. Según Alicia Aldaya esta combinación de intrahistoria e historia aclara y explica la Revolución, a más de exponer elementos que quedarían olvidados de no ser por su existencia en la obra: “la recogida del café, el tráfico clandestino de armas, los relatos de la sufrida gente del pueblo y el testimonio minucioso de la ruta y el viaje a

Sierra Maestra […] son los elementos de valor documental de esta primera novela”.

Asimismo los “afanes cotidianos, vistos en conjunto, proyectan un vívido cuadro de la

época en que están presentes y la intrahistoria irrumpe en lo histórico para aclararlo o explicitarlo” (“Intra-historia” 113).

Pero, a más de ser complementario, el uso de historia e intra-historia, para usar los términos de Aldaya, puede tener otro efecto: el de elevar a la cotidianeidad al mismo nivel que lo histórico mostrando que la Revolución tiene que darse no sólo en las calles sino también en los hogares. Al mismo tiempo en que Teresa se lamenta de que “La

198 historia se iba a hacer siempre a su vera” (208), el pequeño acto de rebelión que conduce al acceder a esconder las armas tiene implicaciones políticas y personales.

La historia que se cuenta en Mañana es 26 mezcla acciones públicas y privadas y es en esta fusión donde se halla su fuerza. Entre vida diaria, conversaciones, debates, anécdotas e historia, la novela transmite conocimiento sobre la desigualdad bajo el antiguo régimen, el heroísmo y entrega de los revolucionarios, y la esperanza en el futuro. Será el conocimiento de todas estas historias el que unificará al pueblo y le dará esperanza. Como se exalta al final de la obra: “Los cuentos se van tejiendo como una urdidumbre y hacen una red que consolida la multitud, la aúna, la afirma. Terminada la humillación y la muerte, Cuba es fe y mañana” (22).

Te di la vida entera: el desengaño y degeneración revolucionaria

Lejos del entusiasmo revolucionario inicial, Zoé Valdés escribe Te di la vida entera

(1998) desde su exilio en París. La historia comienza a principios de la Revolución como una ilusión de amor, y a medida que avanza la trama todo se va deformando en un absurdo casi incomprensible. La entrega de la protagonista Cuca a un hombre que no la aprecia y la desilusiona puede verse como una metáfora de la entrega a la causa política y el subsiguiente desengaño.

El tiempo de narración, que comprende desde los años cincuenta hasta fines de los noventa, provee una carga política a la historia en la que los efectos de la Revolución se van haciendo cada vez más prominentes. El modelo de virtud femenina al que Cuca intenta adherirse (no en vano se llama Caridad como la Virgen) choca contra el ambiente de la ciudad y finalmente sucumbe al mismo tiempo en que la lucha revolucionaria está en su apogeo. Las vivencias de la protagonista se plasman en una historia transmitida por su hija a una transcriptora que lucha contra su personificada conciencia revolucionaria

199 por el control de la palabra. La pugna por el dominio de la historia resulta en una esquizofrénica voz narrativa que ilustra la dificultad de textualizar la realidad cubana tras años de adoctrinamiento y censura.

Cuca Martínez llega a la Habana con diez y seis años de edad y al ritmo de un bolero sucumbe a la ilusión del amor. Empujada por sus dos compañeras de cuarto, las sensuales Mechunguita y Puchinguita, Cuca entra al cabaret donde conoce a Juan Pérez y tras un beso ardiente huye a fin de conservar su virtud. Tienen que pasar ocho años para que Cuca finalmente decida entregarse por completo al hombre de su vida. Tras una apoteósica semana sensual Cuca queda aún más prendada de este hombre que se encuentra inmiscuido en la política y en la mafia con fines de lucro.

Cuando Juan debe huir de la isla Cuca, embarazada, se dedica a esperarlo por los próximos treinta años. Como prueba de su amor y devoción se saca todos los dientes a la vez que se integra a la Revolución participando en comité tras comité. Su hija María

Regla crece como una auténtica revolucionaria asistiendo a la escuela de campo y estudiando periodismo, mientras que Mechunga y Puchunga se unen a la FMC.

Para el momento en que Juan regresa en busca del dólar que había encargado a su amante, la isla se encuentra en total estado de descomposición. Cuca vive de hurgar basura y mantiene la foto de Fidel en un altar para evitar ser denunciada. La llegada de

Juan introduce a Cuca y a María Regla al mundo turístico y diplomático que les ha estado negado. Tras un par de días de compras y comilonas Juan es expulsado del país y Cuca es enviada a su antiguo pueblo donde termina de enloquecer.

Por su parte María Regla, que por primera vez intentará hacer un reportaje que vaya en contra del discurso oficial y muestre la miseria de su país, muere aplastada cuando las

200

gradas de su deteriorado solar se desintegran. Es desde su muerte que dicta la historia

suya y de su madre a la transcriptora quien lucha con Pepita Grillete, su conciencia

revolucionaria, a fin de contar la verdad.

La dificultad de textualizar la situación de la isla donde los cubanos tratan de sobrevivir el deterioro económico y moral del país se traduce en una historia que parece poco lógica. La obra combina varias voces que luchan por el poder narrativo junto con personajes imposibles que pueblan las páginas de la novela donde se mezclan canciones, dichos, , cines, anuncios publicitarios y recetas. Como ya ha observado

Cristina Ortiz, la inserción de textos no literarios integrados al tradicional discurso femenino marcan a la historia como resistencia al discurso hegemónico (125).

La recepción de este inusual conjunto de discursos se encuentra dificultada por la complicación de definir la voz narrativa. Parece mayormente heterodiegética pero se manifiesta constantemente en la historia como un personaje más e inmiscuye a su conciencia revolucionaria con la que pasa a tener discusiones sobre qué escribir y cómo hacerlo. Al mismo tiempo la voz narrativa menciona constantemente al lector implícito y cede la palabra a los personajes. Los cambios de focalización y grados narrativos mantienen al lector en un leve estado de turbación al hacerlo partícipe de la autocensura y de la pugna por la palabra.

Otra fuente de desconcierto se halla en el ritmo insólito de la historia donde el tiempo pasa lentamente y luego se saltan varios años revelando una cadena incoherente de acontecimientos que no obedecen a las leyes de causalidad y sucesividad. Varios personajes aparecen y desaparecen de la historia sin motivo aparente (Katrinka, Ratón

Pérez, Yocandra, Fotocopiadora, Fax), al mismo tiempo que otros llevan a cabo acciones

201

insólitas (sacarse los dientes, comer suelas de zapato, ayudar a la Revolución sin

convicción).

Las historias inconexas se narran con tonos a turnos melodramáticos, irónicos,

sarcásticos e insolentes mientras que el lenguaje cultiva lo vulgar a propósito. A la

referencia cruda y constante a actividades sexuales hiperbólicas tanto dentro como fuera

de la norma, se le suma la descripción de todo tipo de putrefacción biológica desde el mal

aliento a la defecación. El discurso soez choca con la supuesta delicadeza femenina.28 La constante alusión a motivos escatológicos y pornográficos ha causado que mucha de la crítica considere que la vulgaridad es excesiva (Faccini). Pero el uso de lo repulsivo dentro de una novela que trata el tema de la Revolución apunta hacia la podredumbre interior del sistema a la vez que integra lo más privado a la historia pública. El desconcierto marca la dificultad de explicar una realidad que ha dejado de tener sentido para muchos que han vivido bajo el régimen revolucionario.

El comentario social, que parece patético ante lo que se muestra como tragedia, también exhibe humor e irreverencia ante el tema de la Revolución.29 Para quien lea la

historia, la degeneración de lo que fue un proyecto prometedor se plasma no como un

sobrio estudio social sino como un divertido pero punzante amalgama de música, olores,

sabores, sexo y audacia.

28 Algunos ahora llaman a la autora “Soez” Valdés, pero ella defiende su derecho de expresión fuera de la norma femenina y justifica su franqueza sexual manteniendo que hoy en día en Cuba el acto sexual es lo único que se puede explorar con libertad (Romero 169)

29 Como ha observado Howe, “Vadés’s humor and mockery of Cuban sensibility shares ground with many works produced in and out of Cuba during the special period” (64).

202

La guerra en la novela

La vida de ilusión y desilusión de Cuca Martínez está trazada para ir a la par con la historia de la Revolución, tanto la fase armada como la posrevolucionaria. Aunque Cuca declara desde un principio que a ella no le gustan “las jodederas políticas” (26), su vida, sus delirios amorosos y sus despliegues de atrevimiento se entremezclan inevitablemente con el caos. El episodio en que Cuca conoce a Juan muestra cómo ella es arrastrada hacia los brazos de un hombre que la usará y la traicionará. La descripción de la situación en la pista de baile se va confundiendo en tonos que pudieran describir la incertidumbre política del momento: “La gente protestaba ante aquel vendaval sin rumbo. Al final de uno de tantos pasillos, a ella le pareció que había cientos de ellos, cayó en brazos de él”

(41). El ambiente en el cabaret hace eco de la lucha por el poder: “La orquesta comenzó a tocar, y el mundo ya no fue más toda esa agonía de poder, política y quítate tú para ponerme yo” (42). Cuando Juan toma en brazos a Cuca se hace evidente que la mujer será usada: “tomándola ligeramente por la cinturita de avispa, con la yema de los dedos, fue maniobrando el cuerpo de la muchacha, corrigiendo los pasillos, coordinando el meneo de las caderas, mostrándole cómo acentuar el garbo de los hombres” (45).

Una vez estallada la Revolución, la entrega de Cuca a su hombre es total. Él por su parte le jura amor eterno a la vez que la equipara a la Habana: “juró que se moría de amor por ella. Y por su ciudad. Como si la mujer fuera sinónimo de ciudad. Y la ciudad tuviera

útero” (90). Cuca se mantiene al margen del caos; sin embargo, la situación invade su casa cuando Juan le encarga esconder medicinas y brazaletes del Movimiento 26 de Julio.

La guerra y la vida amorosa de Cuca se muestran paralelas e inextricables, y marcan la disolución de las divisiones entre lo público y lo privado. Es así como el triunfo de la Revolución desemboca en una desgracia personal:

203

Lo demás ocurrió muy rápido. Como una pesadilla insoportable, en la cual no se cesa de caer, y caer, y caer. En seis meses, [Juan] obtuvo mucho más dinero. Al siguiente día, lo perdió. Para colmo, triunfó la revolución. De contra, ella salió embarazada. Sin dejar huellas, él volvió a escabullirse (94).

La lucha revolucionaria sustrae a Juan de la vida de Cuca y ella tiene que enfrentar su vida sin un hombre. A su ayuda acuden sus amigas y todas se absorben en la causa de la Revolución. Cuca se transforma en luchadora:

Participé en cuanta campaña inventaron, la de alfabetización, la de formación de maestros en las escuelas makarenkas, […] en fin, no dejaba escapar ni una actividad. Y luché por lo mejor como una bestia. Fui trabajadora destacada permanente, no falté a ningún trabajo voluntario, productivo. Siempre estaba, luchando, luchadora, de cara al campo (105).

Su entrega a la causa política supera su rol materno lo cual culmina en un alejamiento irreparable de su hija María Regla. Los revolucionarios por su parte van perdiendo su ilusión, y la desesperanza del pueblo ante la situación se hace evidente. Con humor se alude a la pobreza, escasez y desaliento al mismo tiempo que se explora el impacto de la política en el ámbito privado. Algo tan cotidiano como preguntarse qué se cocinará se vuelve una pregunta cargada: “A Talla Super Extra le andan diciendo la cebolla: por su culpa las mujeres cubanas lloran en las cocinas” (97).

El hecho de que Valdés utilice la Revolución como trasfondo de la novela transforma una historia de amor cursi en una declaración política y la vida simple de una guajira en una ejemplificación del momento histórico:

En fin, que así fue, y ésa es mi vida. Toda una vida… Vida que he dado entera. Porque había que defender el sueño revolucionario, eso nos reclamaban los izquierdosos occidentales y los latinoamericanos: resistan resistan. Y nosotros ahí, machitos a todo, o hembritas a todo, resistiendo, un, dos, tres y cuatro, comiendo mierda y rompiendo zapatos, marchando en las filas de los entusiastas, la generación de los felices. Jodiéndose por tal de defender la ilusión de los otros, el sueño de otros (107-08)

204

Extender la novela hasta el Período Especial expone la idea de que la Revolución y

el heroísmo de la supervivencia son parte de una lucha que no termina. Sin embargo, la

ironía con la que se presenta la situación desvela la falsedad del discurso revolucionario.

Mientras Fidel se alista para dar su discurso una paloma, en vez de posarse en su hombro,

“lo que hace es pujar y echarle una clase de cagada en la cabeza que chorrea por la frente hasta la canosa barba” (201). El discurso continúa con la aseveración de que los cubanos deberían “estar muy orgullosos de vivir en período especial porque este acto heroico nos hace más revolucionarios, más libres, más fuertes” (203).

Obviamente en la supervivencia han participado las mujeres, pero como la narradora aclara: “los héroes, coño, primero que todo son hombres” (150). A pesar de haber participado a la par con los hombres, ellas resultan más perjudicadas debido a las imposiciones sobre su género. Como declara Cuca mientras admira a Juan: “Este es mi hombre, el que me perjudicó sexual y políticamente” (265).

Establecimiento y desintegración de la esfera

A pesar de que Cuca llega a la Habana sola, y no cuenta ni con padre ni madre que la controlen, ella misma se impone los parámetros de género tradicionales que confinan sus acciones y reducen sus opciones desde un principio. Rodeada de mujeres de “vida alegre” Cuca se empeña en no corromperse. Las transgresiones que lentamente va efectuando la van situando cada vez más lejos del ideal femenino que se había autoimpuesto.

Las limitaciones de género ponen a Cuca en una situación de la que se le hace difícil salir: “Sólo sabía servir, ser sumisa y querer” (20). Sus habilidades domésticas le permiten ganarse la vida lavando, fregando, cocinando y efectuando “todo tipo de labores

205

propias de su sexo” (15). Asimismo impone sobre su sexualidad los parámetros

tradicionales de castidad que chocan con el ambiente al que se ve expuesta.

La dificultad de mantener el ideal femenino se hace evidente con el hecho de que

Cuca piensa que debe guardarse virgen hasta el matrimonio pero al mismo tiempo se ve

arrastrada por el deseo. El contraste entre ideal y realidad se manifiesta la primera noche

que Cuca sale con sus amigas maquillada y vestida como una mujer seductora: “Y ella, al

mirarse en el espejo, se encontró bellísima, pues la primera vez que una niña se

pintorretea cambia por completo su universo, ahí comienza su trauma femenino, su

compromiso libertario” (25).

El baile sensual y el beso ardiente entre Juan y Cuca revelan la dificultad de ceñirse

a la castidad, aunque Cuca lucha contra su sensualidad: “Cuquita Martínez cerró los ojos

y, cuando fue a abrir todo lo demás, se acordó de que ella tenía que llegar señorita al

matrimonio. De un empujón se deshizo de Uan, gritó un noooo histérico [. . .] ella huyó como un bólido del cabaret y del riquísimo vicio” (54).

Es a la par con la Revolución que Cuca siente la necesidad de rebelarse ante lo prescrito: “necesitaba respirar aires distintos, modificar su mundo, acelerar su ritmo, volver a ser mujer, humana deseosa y deseable, dejar de ser lo que había sido hasta ese momento: un instrumento de trabajo, una mula de carga, un palo de escoba, un fogón tiznado, una batea llena de ropa jedionada […]. Si no transformaba su ambiente se volvería loca” (70). Y finalmente rompe el esquema de la mujer casta. El reconocimiento de su deseo sexual y su determinación de cambiar su destino la llevan a buscar la solución en brazos de Juan. La culminación de su sexualidad dura una semana y desata un huracán. Por su parte Juan se enorgullece porque su conquista “era señorita” y “no

206

estaba usada” (148). Tanto el embarazo de Cuca como su abandono subrayan la

victimización de la mujer bajo el poder del hombre.

Con la Revolución en marcha Cuca tiene la oportunidad de ampliar su mundo. Deja

de lado el tradicional papel de abnegada madre integrándose a la esfera pública al realizar

cuanto trabajo revolucionario le es posible. Por su parte María Regla crece desapegada de

la madre, independiente y politizada. Esta rotura de esquemas trae consecuencias

dolorosas: Cuca se da cuenta de que ha perdido a su hija.

La novela busca mostrar que la entrega de la mujer a la causa revolucionaria le

brinda oportunidades para actuar fuera de lo prescrito, pero no le permite liberarse de la

tradicional sujeción femenina. Asimismo, se muestra que su trabajo no es valorado: A

pesar de la entrega emocional y laboral de Cuca y de María de la Regla, sus esfuerzos no

son premiados.

El hecho de que Cuca termine loca y María de la Regla aplastada es significativo en

cuanto revela la situación contradictoria de la mujer cubana. Tanto Cuca como su hija son

mujeres revolucionarias, activas, fuertes, y decididas; sin embargo, la precariedad y el

incumplimiento de las promesas de la Revolución no les permite promover cambios

dentro de su sociedad. Es sólo desde la muerte que María Regla podrá reconstruir una

historia que ha de trascender el la historia que se cuenta.

Epistemología en la novela

El carácter constructivista de la historia y la dificultad de interpretación y recepción

de un texto son algunos de los temas centrales en Te di la vida entera. En la primera frase de la novela se revela de inmediato la dificultad de transmitir la historia que se está por leer cuando la narradora declara: “No soy la escritora de esta novela. Soy el cadáver”

(13). Ante este desconcertante anuncio el lector descubre que esta historia la dicta el

207

cadáver de María de la Regla a una transcriptora. Este modo de transmisión de la historia

apunta hacia la complicada cadena epistemológica que la historia tendrá que sortear a fin de ser propagada.

El proceso de reconstrucción de la historia de Cuca, llevado a cabo por su hija y una transcriptora, establece las posibles tergiversaciones de la realidad. El cadáver asegura que su historia es verídica y que cualquier fantasía que en ella aparezca será

producto de su primera receptora, la que transcribe sus sentimientos: “Mientras yo he

querido contar hechos reales, ella no se baja de la estrecha y húmeda barbacoa que ha

construido en la luna. Por lo tanto si no se ha entendido ni un comino, es culpa de la recepción que ha tenido mi dictado, y no de mi estilo” (165-66).

Esta declaración sobre los orígenes de la historia pone en duda la versión de la transcriptora. Es quizás por el sesgo introducido por la amanuense que se interpreta la entrega de una mujer a la causa revolucionaria no como una proeza sino como una idiótica historia de amor. La misma Cuca exclama indignada cuando Juan se burla de ella: “¡Treinta y pico de años esperándolo no es una prueba de amor, ni siquiera una hazaña, constituye una bobería! Toda una vida sacrificada, muerta de ausencia, despepitada por besarlo, por escucharlo, por declararme mi batalla cotidiana contra el engaño, la traición, para que su conclusión sea de que mi estoicismo ha sido una bobería”

(256).

Lo que viene a complicar aún más la recepción y transmisión de esta historia por parte de la transcriptora es el hecho de que ella tiene dos conciencias, “la auténtica y la falsa” (166). A pesar de su lucha interna con la censura la trascriptora confiesa que no puede evitar su destino ya que cuando la gente le cuenta historias le “entra un pica-pica y

208

no paro de rascarme hasta que me pongo a escribir” (166). El proceso en sí no es fácil si

se considera que su conciencia revolucionaria, Pepita Grillete, la vigila en todo momento.

Mientras Pepita Grillete está muy consciente de que “ninguna historia es inocente”

(170) la transcriptora trata de convencerla de que su historia sí lo es ya que sólo se trata

de una mujer tranquila a quien le gustan las baladas. Es así que invita a sus lectores:

“paren las orejas, queridos radiolectores, conéctense, sintonícense, idiotícense…” (173).

Sin embargo, en el intercambio de palabras entre la transcriptora y su conciencia

revolucionaria queda bastante claro que la historia de amor de Cuca dista de ser inocente.

Mientras se intensifica la batalla entre el cadáver, la escritora, y Pepita Grillete, la historia se va desencadenando más hacia el absurdo. El coro de voces que intenta reconstruir la historia aparece incoherente. Como declara la escritora: “No es fácil cargar a toda hora y momento con la mochila repleta de conciencia revolucionaria” (280). La tensión se hace evidente cuando la escritora cuestiona a Pepita Grillete: “¿Crees tú que estoy contando todo lo que se? Si no fuera porque cada vez que me desatan las manos en el teclado, tu me das un reglazo, o un mochazo, porque a veces me has pegado con una

mocha de cortar caña, como buena conciencia revolucionaria que eres” (314). El oficio

de la transcriptora de contar una historia nueva se presenta como casi imposible porque

no puede evitar la influencia de tantos años de adoctrinamiento. Su propia conciencia

revolucionaria se burla de ella: “¿Ves como tú solita te autocensuras?” (328).

Ante este enfrentamiento se impone María Regla que con su muerte y en calidad de

espíritu puede contar la historia como quiere y sin tener que rendir cuentas a nadie.30 Su

30 La idea de que es una muerta la que cuenta la historia es interesante en el sentido de que el nombre de la propia Valdés apareció en las necrologías después de su salida de Cuba, e inclusive oficiales del gobierno anunciaron su supuesta muerta a su madre. (Entrevista con Zoé Valdés en La revista).

209

necesidad de contar la verdad ahora se sobrepone porque mientras estaba viva, como

reportera, había “tenido que elegir entre continuar con la cadena de comemierderías a la

que ha sido condenada su vida, o quedar trancada en su cuarto” (342).

La historia que se narra pretende revelar el engaño de la historia oficial, pero para

hacerlo tiene que destruir la mentira que hasta ahora se ha edificado. El derrumbamiento

del solar simboliza esta hecho. La casa se derrumba porque los vacíos entre los peldaños son demasiados. La conexión que se hace entre la casa y la historia oficial es crucial ya que es la casa la que aplasta y termina con la vida de María Regla, mostrando que esta historia llena de vacíos, falsa e impuesta, es nociva. Al mismo tiempo es desde la muerte que ella puede contar una nueva historia.

Al final de la novela se subraya la importancia de rescatar la historia silenciada y de transmitir este nuevo conocimiento a las futuras generaciones. Mientras la transcriptora mira jugar a su pequeña hija se pregunta cómo su niña enfrentará sus monstruos, y reflexiona: “Para enfrentar a [mis monstruos], y poder defenderla contra los suyos, es que recurro a mi única arma” (362). Para la transcriptora su única arma es la escritura. El libro de historia que ella abre al fin de la novela es significativo ya que en él lee versos escritos por la marquesa de Jústiz de Santa Ana que demuestran la importancia tanto de la

poética como de la voz femenina en la construcción histórica. Como escritora y como

madre, la transcriptora establece que conocer y contar una historia alterna de Cuba es la

única arma con la que cuenta la próxima generación.

Conclusión

Mañana es 26 y Te di la vida entera contribuyen a constituir una historia que

incluye a la mujer dentro del proceso revolucionario tanto en el ámbito público como en

el privado. Las dos novelas, escritas desde un posicionamiento poco explorado debido a

210 las dificultades que enfrentan las escritoras cubanas bajo la Revolución, presentan una visión alterna a la novela revolucionaria aprobada por el gobierno. Lejos de exaltar el heroísmo masculino estas obras presentan historias revolucionarias protagonizadas por mujeres. A través de la mezcla de ficción e historia alcanzan un mayor peso epistemológico que facilita la redefinición del concepto de la esfera femenina.

Como se vio en un principio, la situación de la mujer cubana dentro de la

Revolución es particular porque el sistema revolucionario la integra fuertemente a la esfera pública. El temprano reconocimiento del aporte de la mujer a la causa exalta todo trabajo realizado fuera del hogar. Aunque esto promete ser liberador, la subsiguiente desestimación del trabajo doméstico niega la contribución de la mujer al nivel más básico de la sociedad. Las novelas que se analizan en este capítulo revalorizan la esfera doméstica al explorar la era revolucionaria y su impacto en la esfera a la vez que presenta los heroísmos de la vida diaria.

El uso de la Revolución como trasfondo de estas historias es significativo en cuanto a que la inclusión de la fase armada de la Revolución tanto como los cambios posrevolucionarios ciñen a la trama de cada novela dentro de un momento histórico trascendente donde todo acto queda politizado. El reconocimiento de las acciones de la mujer en el ámbito público y en el privado destruye la frontera imaginaria entre lo político y lo personal. Así socava uno de los preceptos más fuertes que han definido la esfera femenina.

Al ingresar estas novelas dentro de la cadena epistemológica logran establecer nuevos modelos de ser mujer y revalorizar el tradicional ámbito femenino. Este aporte se ve reforzado por los textos que, como se ha visto, exaltan la importancia de la

211 transmisión de conocimiento mostrando que en el entendimiento se halla la clave para un mejor futuro.

CHAPTER 6 CONCLUSIÓN

Este estudio, siguiendo las pautas de Jameson, ha buscado demostrar que toda obra

literaria se produce dentro de un contexto ideológico donde las relaciones de poder

influyen en lo que se escribe y cómo se escribe. Siendo el sistema de género uno basado

en jerarquías, el emplear un acercamiento que reconoce el posicionamiento no

hegemónico de la mujer, además de señalar que esta circunstancia vital incide en su

producción textual, ha sido útil para analizar estos textos como novelas que exploran el

género y la guerra desde una perspectiva ex-céntrica.

Toda producción cultural participa en la elaboración de conceptos que rigen la

sociedad y estas novelas no son una excepción. Lo que ha hecho este trabajo es reconocer

cuál puede ser la incidencia de estas producciones textuales en construir el conocimiento

acerca del concepto de la esfera femenina. Lo que se ha comprobado es que estas

novelas a la vez que textualizan la ruptura de los esquemas a varios niveles, también

promueven esta ruptura.

El capítulo dos, “El quiebre de la esfera”, sentó las pautas teóricas con el fin de

solidificar la propuesta básica de esta disertación: que estas novelas situadas en momentos de guerra y escritas por mujeres tienen un mayor peso epistemológico al mezclar historia y ficción y exhiben una perspectiva ex-céntrica que presenta una visión alterna de la esfera femenina negando los parámetros tradicionales de este concepto.

También se propuso que epistemológicamente estas novelas aportan a una revisión de lo

212 213

que se ha dado por sabido en cuanto a lo femenino presentando modelos diversos de ser

mujer.

El análisis detallado de cada novela en los subsiguientes capítulos reveló que la ruptura de los parámetros iría más allá de lo previsto. Aunque este estudio comenzó con el objetivo de destacar cómo las novelas fomentaban el quiebre de la esfera femenina, pronto se hizo claro que se desmontaba de igual manera el género literario de la novela de guerra tradicional. Esta violación de los parámetros establecidos dificulta la clasificación de las novelas del estudio, corroborando lo ya planteado por Higonnet en cuanto a la dificultad de reconocer como novelas de guerra a aquellas escritas por mujeres. Sin embargo, el análisis individual de la función que cumplen los conflictos bélicos en cada novela justifica la calificación de estas obras como novelas de guerra.

Las seis novelas sitúan la trama durante tiempos de conmoción bélica pero, como se ha comprobado, la guerra va más allá de tener una función de ambientación ya que marca el tono, influencia a los personajes y avanza la trama. Específicamente la guerra:

• Añade una carga política a las novelas

• Sienta un tono de rebeldía y beligerancia

• Disuelve las divisiones entre lo público y lo privado

• Anula las normas sociales y crea desorden

• Ausenta a los hombres dejando a las mujeres a cargo

• Sirve de catalizadora de la transgresiones femeninas

• Provee a los personajes femeninos oportunidades antes inexistentes

• Politiza actividades tradicionalmente femeninas

• Provee esperanzas de cambio

214

Estas novelas presentan un modelo diferente al de la tradicional novela de guerra alterando los parámetros tanto de contenido como de forma. Las obras no tratan principalmente del campo de batalla ni exaltan el heroísmo masculino. En su lugar cuentan historias de guerra en el que las mujeres son las protagonistas, las batallas se dan tanto en el frente como en la retaguardia, y el heroísmo es el de la lucha cotidiana.

La forma de estas novelas tampoco se atiene a la tradición confirmando las teorías de Winnett y DuPlessis presentadas en el capítulo dos. Cada obra presenta estrategias narrativas innovadoras. El tiempo en algunas de ellas no se presenta como lineal retando la tradicional construcción histórica. La inclusión de testimonios, recetas, melodrama, poesía, reportajes, documentos oficiales y canciones, entre otros, es inusual. Se valen de estructuras alternativas presentando varios clímax o ninguno, lo cual también las aleja del modelo tradicional.

En cuanto a la indagación inicial sobre el quiebre de la esfera femenina puede decirse que éste no sólo se realiza sino que se promueve. El análisis de cómo la esfera se integra y desintegra en cada una de las novelas reconoce que el concepto tal como se construye puede destruirse. En todas las novelas se hacen obvias las prescripciones de género y los límites impuestos sobre los personajes femeninos. Los guardianes de la esfera incluyen otros personajes e instituciones representados, que con palabras y acciones exigen que las mujeres se conformen al patrón. Es así como madres, esposos, el

“que dirán”, libros y leyes dictan cómo las mujeres han de comportarse. De manera reveladora, ninguno de estos preceptores se representa positivamente.

Dentro del ambiente de guerra y rebelión la esfera en las novelas comienza a desintegrarse disipando las pautas de feminidad que antes ceñían a las mujeres. Todas las

215 novelas presentan una anulación de la división entre lo público y lo privado demostrando lo que ya Scott, Pateman, Bem, Kerber y Ortner entre otros han dicho: que lo personal y lo político son planos interdependientes y que el concepto de la mujer situada en una esfera separada es una construcción social. La asignación tradicional de la mujer al espacio doméstico se infringe en las novelas cuando las mujeres se muestran activas tanto dentro como fuera del hogar. El espacio doméstico se muestra politizado demostrando que en efecto lo personal es político y viceversa.

Con respecto a los roles y comportamientos que se asignan a la mujer dentro de la esfera femenina, se observa que las novelas presentan alternativas y matices. Los papeles que desempeñan los personajes no son sólo los de madres, esposas e hijas sino que también de conspiradoras, rebeldes, guerreras, y trabajadoras. Contrario al modelo de pasividad, fragilidad y abnegación, los personajes se representan fuertes, beligerantes, valientes, dinámicos, atrevidos y tenaces.

Las novelas demuestran entonces una visión en la que no existe la polarización de género a la que Goldstein alude al analizar el sistema de guerra. Los matices que se presentan corroboran las ideas de Cooper, Higonnet, Cooke y Sheldon sobre la narrativa de guerra escrita por mujeres donde generalmente, según estas críticas, se da mejor cuenta que en la narrativa masculina, de la multiplicidad de roles que desempeñan las mujeres en la guerra.

El sistema de evaluación que establece a la mujer y sus actividades como inferiores dentro de la jerarquía de género también se desafia en las novelas. Al representar la actividad de las mujeres al mismo nivel, tanto en el espacio privado como en el público, las novelas muestran las acciones realizadas en ambos ámbitos como consecuentes y

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meritorias. Generalmente se ha considerado mujer valerosa a aquella que imita las acciones del hombre en la guerra; sin embargo, en estas novelas las labores domésticas son reconocidas al mismo nivel.

La promoción de los nuevos modelos y valores que instauran estas novelas se evidencia tanto fuera como dentro de los textos. Como producciones culturales, las obras participan inevitablemente en el proceso de conformación del concepto de la esfera femenina. Sin embargo, dentro de los textos mismos se exhibe la importancia de conservar, transmitir y crear nuevos conocimientos a fin de lograr un mejor futuro.

La importancia del rescate de experiencias y memorias de mujeres se hace evidente en casi todas las novelas cuando las protagonistas intentan conservar sus vivencias al mismo tiempo que el discurso novelístico integra testimonios. Esto se evidencia con más fuerza en las novelas españolas, aunque también aparece en las mexicanas y cubanas. La idea de que el conservar estas memorias tendrá un impacto positivo en el futuro se repite en casi todas las obras.

El siguiente paso tras recoger las memorias es el de transferirlas y esta transmisión es un tema constante en las obras. Varias de las protagonistas escriben la historia de su vida en libros, diarios y hasta recetarios con el fin de legarlos a la próxima generación de mujeres y lograr así que ellas aprendan las historias de sus antepasadas. A más de la escritura tradicional, la historia oral y hasta las simples inscripciones buscan registrar la historia. La participación de las protagonistas en la comunidad epistémica contrarresta la dominación masculina dentro del proceso de creación de conocimiento al que aluden

Belenky, Lennon, Code y Potter.

217

La abundancia de personajes femeninos incomprendidos que caen fuera de toda codificación y terminan vistas como locas, raras y excéntricas subraya la necesidad de desarrollar nuevos códigos de interpretación que definan a las mujeres heterodóxas. La importancia de crear nuevos conocimientos se acentúa con trágicos finales en el que las incomprendidas enloquecen, desaparecen, son eliminadas o se suicidan.

Las novelas de este estudio representan un paso adelante hacia la creación de nuevos modelos que toman en cuenta otras formas de ser mujer. Como se ha visto a través de esta disertación, la representación de la mujer dentro de la producción cultural de una sociedad forma parte del discurso de género que determina los roles a los que las mujeres han de conformarse. Representaciones alternas tales como las que se presentan en estos textos tienen la capacidad de diseminar alternativas que contrarresten los modelos tradicionales que separan, restringen y devalúan a la mujer. El ingreso de estas novelas a la matriz narrativa da paso al proceso de negociación que constantemente construye el concepto de lo que es ser mujer. La exploración que se ha hecho de estos seis textos contribuye a revelar la compleja interacción entre texto y práctica. El objetivo de este estudio ha sido desde un principio el de contribuir en cualquier medida posible al quiebre real de la esfera femenina.

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BIOGRAPHICAL SKETCH

The author was born in Quito, Ecuador, in 1969. She obtained a B.A. at Fort

Lewis College in Durango, Colorado, in 1992. In May 2003 she was awarded an M.A. from the University of Florida graduate program in Romance languages and literatures.

She will complete her Ph.D. by May 2006 at the same institution.

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