La Larga Contienda Sobre La Economía Liberal
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REAL ACADEMIA DE CIENCIAS MORALES Y POLlTICAS LA LARGA. CONTIENDA SOBRE LA ECONOMIA LIBERAL ¿ Preludio del Capitalismo o de la Socialización? DISCURSO DE RECEPCION DEL ACADEMICO DE NUMERO EXCMO. SR. D. JUAN VELARDE FUERTES y CONTE5TAmDN DEL EXCMO. SR. D. VALENTIN ANDRES ALVAREZ y ALVAREZ Sesión del dia 21 de Noviembre de 1918 MAD RI D 197 8 DEPOSITO LEGAL: M·36.782 -1978· I.S.B.N. 84·300-0110-7 IMPRIME: GRAFICAS MARAVILLAS. S. L •• MADRID LA LARGA CONTIENDA SOBRE LA ECONOMIA LIBERAL ¿ Preludio del Capitalismo o de la Socialización? INTRODUCCION SE1il:OR PRESIDENTE, SE1il:ORES ACADEMICOS: Hace muchos años escuchaba yo en Santander, en la univer sitaria Península de la Magdalena, unas palabras, que después se han impreso, del profesor Laín Entralgo. Ante unos jóvenes nos explicaba, de acuerdo con Schleiermacher, las diferencias que existían entre la Universidad, que él ampliaba a los Centros de Investigaciones; la Escuela Especial, y la Academia. En la primera había vivido yo, como estudiante, en la recién nacida Facultad de Ciencias Políticas y Económicas. Terminado mi exa men de licenciatura había iniciado en ella la docencia como ayu dante de clases prácticas. Además, cuando escuchaba al profesor Laín, trabajaba también como ayudante, y en la Facultad de Derecho, a las órdenes del llorado profesor Olariaga. En el círcu• lo al que yo pertenecía ---el que editó sucesivamente las revistas Alfére'l., La Hora y Alcalá-, el problema de la Universidad se sentía con mucha hondura. Uno de nuestros ensayos de cabecera era Misión de la Universidad, del maestro Ortega. Por otro lado, me iniciaba en la investigación científica como becario del Instituto de Economía «Sancho de Mancada», que dirigía por aquel entonces el profesor Zumalacárregui; seguía seminarios en el Instituto de Estudios Políticos, en los que nos azuzaba la mente el profesor Valentín Andrés Alvarez, y mi maes tro, el profesor Torres, me daba consejos sobre el trabajo cien tífico en el grupo que dirigía en el Instituto de Cultura Hispá nica. Mentiría si no señalase hasta qué punto la fraternidad vivida por el profesor Fuentes Quintana -mañanas dominicales en el Ateneo de discusión sobre el análisis de renta, tardes en su casa de análisis de textos de Lange o de Perpiñá- fomentaba una especie de indisciplinada vocación investigadora que actuaba en condiciones casi guerrilleras. Cerraba el panorama el Consejo Superior Bancario, en cuya Sección de Estadística trabajaba bajo la dirección inmediata de don Angel Cerrolaza, que me 7 enseñó cómo la tarea intelectual jamás debe ser aparatosa, y con la supervisión algo más lejana del profesor Olariaga. No hace mucho recordaba yo una anécdota de cuando corregí las pruebas de la 2: edición del tomo I de El Dinero, de este profe sor. Estas tareas múltiples, inexplicables en las ciencias experi mentales, sí forman parte muchas veces del ámbito normal del joven que se inicia en la investigación de las Ciencias Sociales. Por ello, pues, lo que Pedro Lafn Entralgo nos hablaba de Universidad y de Centro o Instituto de Investigación, lo enten día y lo hada propio. Me señalaba claras metas a mis afanes. Lo que, en cambio, se me dijo de la Academia como culmí• nación de tales Centros o Institutos, así como acerca de las Escuelas Especiales, lo escuché como algo tan ajeno, tan lejano, que archivé mentalmente -cual nuevo Minher Peepekorn- lo que escuché. Las Reales Academias eran un lugar donde se en contraban mis maestros y donde el altísimo nivel que se exigía para acceder a ellas motivaba que lo considerase un empíreo inalcanzable. Precisamente el 17 de marzo de 1946, un domingo oscuro, lluvioso, acompañando a su hijo Leopoldo, asistí al acto de recepción académica en esta Real de Morales y Políticas del excelentísimo señor don José María Zumalacárregui. Por aqueo llas fechas eran académicos, presididos por don Antonio Goi coechea y Cosculluela, don Juan Ventosa y Calvell; don José Jorro-Miranda, conde de Altea; don José Gascón y Marin; don Baldomero Argente del Castillo; el patriarca don Leopoldo Eijo y Garay; don Luis Jordana de Pozas; don Rafael Altamira Cre vea; don Esteban de Bilbao Eguía: don José Manuel Pedre gal y Sánchez Calvo; don José Larraz López; don Eduardo Aunós Pérez; don José Rogerio Sánchez Garcfa; don Severino Aznar y Embid; don Juan Zaragüeta y Bengoechea; don Eloy Montero Gutiérrez; don José de Yanguas Messía; don Luis Re donet y López-Dóriga; don Alvaro de Figueroa y Torres, conde de Romanones; don Eloy Bullón y Fernández, marqués de Selva Alegre; don Manuel de Burgos y Mazo; don Pedro Sangro y Ros de Olano, marqués de Gual-el-Jelú: don Salvador Minguijón y Adrián; don Antonio Royo Villanova y don Leopoldo Palacios Morini. Al contemplar este excelso censo de personalidades se ñeras, ¿se comprende que vinculase el tema de mi participación activa en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas al terreno de los imposibles? Cuando en este momento, ante mis maestros de siempre -queridos profesores Valentín Andrés Alvarez y Castañeda-, me presento como consecuencia de nuestra generosidad exce siva, siento de nuevo -y ello quizá sea bueno y rejuvenezca-, como cuando balbuceaba ante ellos mis lecciones o les entre gaba las primeras notas de mis investigaciones. Mido, en este instante, la magnitud de vuestra benevolencia por lo escasísimo de mis méritos. Entre lo muchísimo que me falta, y ahora me doy cuenta que no hubiese estado de más haber tomado nota sobre ello, es haber atendido al profesor Laín y aprehendido los talantes que a la vida en una Academia le son inexcusables. y es curioso que al lado de mis maestros, de mis amigos, de mis admirados conductores espirituales, siempre, en los tres lugares dichos por Laín, haya tenido una sombra, al propio tiem po cercana y lejana. Me refiero al excelentísimo señor don Fer nando María Castiella y Maíz. Mi primer contacto con él se efectuó el 15 de febrero de 1944. Yo era un estudiante de primer curso de Ciencias Económicas de una Facultad recién nacida. Al inaugurarse el curso inicial de la misma, en el Paraninfo de San Bernardo, tan unido cordial mente a la mayoría de nosotros, nos dirigió la palabra como Decano de la misma. Aquel martes, 15 de febrero de 1944, nos habló, con orgullo de creador, el profesor Castiella, designado Decano de la nueva Facultad de Ciencias Políticas y Económicas. Esta tenía sus raíces en los cursos de estudios económicos y administrativos que se efectuaron en la Facultad de Derecho de Madrid en el año 1932. Allí profesaron cursos don Valentín An drés Alvarez y don José Castañeda. Como éste ha señalado (1), «pasada nuestra guerra civil, la Sección de Economía del Ins tituto de Estudios Políticos acogió y canalizó esta necesidad de cultivar la ciencia económica. Allí se celebraron cursillos y semi narios a los que asistíamos, y a la vez explicábamos, un grupo de estudiosos, como don Valentín Andrés Alvarez, Vergara, Piera, Ullastres y Paredes. Fueron memorables las enseñanzas de aquel gran profesor, prematuramente desaparecido, barón de Stackel berg, que unía la mayor competencia con la más franca cordia lidad y amabilidad, y que constantemente ponía en acción su deseo de hablar nuestra lengua... Los dirigentes del Instituto de Estudios Políticos canalizaron el propósito de entroncar en la Universidad los Estudios de Economía, y así fue creada por el Gobierno la Facultad de Ciencias Políticas y Económicas en la Universidad de Madrid». (1) En la lección recogida en el tomo Bodas de plata. Primera pro moción de economistas de España. Madrid, 1947-1972. Madrid, 1974, págs. 43-49. 9 Realmente, sin la tenacidad y sin el talante abierto, liberal y agudísimo en cuanto a la capacidad para buscar profesores del Decano Castiella, esta Facultad o no hubiera nacido, o hubiese tenido una vida lánguida. El profesor Castañeda lo ha indicado perfectamente: el nacimiento de la Facultad de Ciencias Políti• cas y Económicas se debe a la dirección del Instituto de Estu dios Políticos y, más concretamente, a Fernando.María Castiella. Este además tuvo una gran capacidad para captar excelentes profesores para la Facultad. Los grandes maestros de la Sección de Economía, profesores Stackelberg, Castañeda, Valentín An drés Alvarez, más Torres, Fernández Baños, Larraz, Zumala cárregui, Perpiñá, Areilza, Olariaga, por citar algunos de los ya conocidos' en el mundo científico, se unen a los jóvenes que se incorporan a sus aulas por impulso del profesor Castiella. Aún recuerdo el momento en que, al terminar la reválida de la licen ciatura con las máximas calificaciones, encomendó a José Fraga Iribarne, desdichadamente desaparecido pocos días después, y a José Luis Sampedro, que se encargasen de dos asignaturas para el curso siguiente. Así mantuve el contacto con el Decano Castiella todos los cursos de mi carrera. De vez en cuando, en una conferencia o en un acto académico, le escuchaba y le veía. También cuando con su gran corpachón, y lleno de afabilidad, camino del Deca nato, pasaba entre nosotros. Le admiré por una reacción firme, tajante, en el examen de licenciatura, ante uno de mis compa ñeros que lo confundió todo en lo que a trato de personas se refiere. Veló por toda la 1 Promoción de la Facultad como si de algo muy tierno y ante lo que había adquirido gran responsabilidad se tratase. Lo hizo hasta el momento de nuestra investidura como licenciados en un acto solemnísimo que se celebró en el Paraninfo de Alcalá de Henares, presidido por el Jefe del Estado. Entre mis papeles está una fotografía que en el patio se nos hizo rodeando a éste, y donde se ve a un sonriente y juvenil Castiella. Recuerdo que nos dijo, segundos antes de que nos reuniésemos para ésta: «He pedido al Caudillo que acceda a fotografiarse con nosotros.