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Erasmo: el corazón roto de Vidal

El último mes fue el más agitado en la vida de : desde el choque en su Ferrari bajo la influencia del alcohol, hasta coronarse como figura sobresaliente de la primera Copa América obtenida por . Una paradoja comprensible solo en la figura de su padre: Erasmo Vidal, que relata su historia por primera vez al interior de un bar en Lo Valledor. Por Arturo Galarce

El hombre se para en mitad del bar y lanza un beso al televisor. Chile todavía no es campeón, pero ya está en la final: anoche fue el triunfo sobre Perú y en la práctica matinal en Juan Pinto Durán, Arturo Vidal ríe y juguetea con . La imagen, que cuelga en una esquina del bar Don Segua, en el mercado de Lo Valledor, logra un breve silencio: ahí está el Andy, el José, el Caeza e’ Castaña; también el Carlitos, Miguel “El Moco” Vidal, y el hombre que lanza un beso al televisor, con lentes de sol, un gorro de lana, la misma ropa de ayer y un vaso de combinado en la mano. -¡Te amo, hijo! -se le escucha decir, fanfarroneando en voz alta y ganando miradas. Su nombre es Erasmo, tal como hubiese preferido que fuera el primer nombre de su segundo hijo: Arturo Erasmo Vidal Pardo. * Erasmo Segundo Vidal Navarro, 54 años, penúltimo de ocho hermanos, no fue al estadio la noche anterior. Tampoco habló con su hijo antes, ni después del partido. Arturo tampoco lo llamó. Como de costumbre, Erasmo Vidal regaló la entrada destinada para él y se fue a la población La Victoria, donde miró el partido junto a una parrilla, cervezas y el mismo grupo que lo acompaña este mediodía. Prefirió ir a la casa donde hoy vive su hermano Miguel, en calle Estrella Blanca, la misma que alguna vez levantara su padre, Carlos Vidal, y su madre, Rosa Navarro, luego de llegar a desde Chimbarongo, y formar parte de las miles de familias que se tomaron los terrenos de la chacra La Feria para fundar la primera toma de Latinoamérica, en 1957. -De esa época yo solo me acuerdo de mi viejito. Era bravo mi viejito, era pesado -dice Erasmo, todavía con lentes, chaqueta azul y pantalones rosados, revisando el WhatsApp en su celular. Entonces expulsa un recuerdo: tenía 14 años cuando su padre le dijo que no estudiara más y saliera con él a trabajar. Erasmo no opuso resistencia: no le gustaba estudiar, faltaba seguido y cada vez que podía se escapaba junto a otros amigos para salir de la población y conseguir sus primeros pesos. -Choreaba, robaba. Andaba metiéndole la mano a los machucaos en los bolsillos para sacarles la plata. Sin querer, el trabajo de su padre lo acercó al fútbol. Mientras Carlos Vidal recorría desde La Victoria hasta Peñalolén con su carro de bizcochos y pasteles, Erasmo y Miguel se dividían cada uno con un canasto. Los domingos, Erasmo caminaba hasta una cancha en el sector de La Faena y ahí se quedaba, en la orilla, mirando los partidos del Luis Céspedes, el equipo del barrio. -Esa fue mi primera camiseta. El primer día que me invitaron a jugar dejé tirado el canasto. Los cabros chicos me comieron todos los queques, pero me dio lo mismo. Mi viejito me sacó la cresta en el patio de la casa, pero yo no estaba ni ahí. Después, todos los domingos aprovechaba de jugar. Mi papá me decía que antes de hue... vendiera todo el canasto y ahí caché que había un negocio y le dije al viejo: “Ya, le vendo todo, ¿cuánto me da?”. Y así volvía con la plata para mi viejito. Lo único que me gustaba era entrar a la cancha. Los dejaba a todos locos. Anoche, viendo el partido en la población, Erasmo revivió la conexión quizá más profunda que mantiene con Arturo: sus genes: distinguirse a sí mismo en los movimientos de su hijo. Los mismos con los que dejaba locos a sus rivales cuando era un niño: el enganche corto antes de dar un pase, la almohada en el empeine para bajar la pelota, y sobre todo, la manera en que se levantaba como un gato de campo cada vez que recibía una patada maletera. Este último talento se lo recordó el Caeza e’ Castaña, colorado y entre risas, cuando Arturo casi destrabó su cadena frente al defensor Carlos Zambrano. Iban tres minutos de partido y después de un forcejeo cerca de la línea del córner, su hijo guapeó al peruano, apretándole el rostro con la mano. -Se le salió el Erasmo, po’. De ahí viene. Si es bravo mi compadre –dice Castaña. Erasmo, a su lado, todavía con lentes de sol, rodeado por su manada, le da la razón: -Yo era choro, vivo. No aguantaba que me hue... En la calle uno aprende a pegar y a que te peguen. Eso se trasmite, por eso mi hijo es vivo. Es choro. Y, aparte, es bueno y eso lo lleva en la sangre que viene de aquí –dice, tocándose las venas del brazo por sobre la chaqueta. Cuando se le pregunta, entonces, por qué no fue al estadio, Erasmo no responde y da un sorbo a su piscola. Se molesta. A cambio, lanza una idea que rebota en su cabeza como un disparo en el palo: -Yo era mejor que el Arturo. Yo debería haber sido profesional antes que el Arturo. Pero ¿qué pasó? Yo no tuve apoyo. Además, era muy pesado, muy reventado. Por mí mismo nunca habría logrado lo que logró mi hijo, porque mi hijo tuvo personas que lo apoyaron, que lo ayudaron. Yo no lo tuve. Yo no tuve a nadie, a nadie. Mi papá era un huaso bruto, no estaba ni ahí con el futbol. Era difícil encarrilarme a mí. Nacido y criado en La Victoria. ¿Qué iba a hacer? * -Lo que pasa es que el Erasmo no se encarriló nunca. Era otra época. Otra mentalidad. En esos años importaba el puro trago. Ser futbolista significaba disciplina, ordenarse. Nadie estaba para eso. Y el Erasmo andaba preocupado del copete. Se comenzó a poner atrevido y el Arturo vio todo eso. Por lo mismo perdió lo más lindo que puede recibir un padre: el cariño de sus hijos. Las palabras de Omar Labra, 50 años, flaco, barba de días, amigo de Erasmo, hacen eco al interior de la sede del club Rodelindo Román. Luego de un breve paso por las inferiores de Lan Chile y marcharse de los cadetes de la Unión Española –lanzándole la camiseta en el rostro al entrenador en su último día-, Erasmo Vidal llegó al mismo club que vería prosperar a su hijo. Fue a comienzos de los 80. Jugaba sus primeros partidos en el club más ganador de la población El Huasco, en San Joaquín. -Los Vidal eran muy buenos para el fútbol –agrega Omar-. El Carlos, su hermano, tío del Arturo, era así una vaca y era un nueve de lujo. Al Erasmo yo lo conocí cuando llegó a las juveniles. Era un espectáculo. Jugaba de diez, rápido, espectacular. Arturo es diferente, es único. Pero el talento viene de ahí, de los Vidal. El talento de Erasmo también llamó la atención de una joven de 17 años de calle Berlioz, llamada Jacqueline Pardo. Su casa estaba detrás de uno de los arcos de la cancha, desde donde Erasmo recuerda sus miradas. -Era muy hermosa –dice Erasmo, revisando otra vez el WhatsApp-. Siempre ha sido hermosa. Ella me iba ver a los partidos porque le gustaba como yo jugaba. Así me fue conquistando con sus miradas, porque yo estaba en las nubes con el fútbol. En la cancha se enamoraron, pero no fue hasta un reinado bailable organizado por el club, que Erasmo Vidal se armó de valor y la sacó a bailar. Ese día, al interior de la sede, se dieron su primer beso y la relación comenzó a dar frutos. Erasmo se fue a vivir a la casa de su suegra, Uberlinda Castillo, detrás del arco. Y llevaba algunos años trabajando como cargador en Lo Valledor cuando nació su primera hija: la “Chinita” (Jacqueline). Seis años más tarde, el 22 de mayo de 1987, antes de Ambar y Sandrino, en una pieza del Hospital Barros Luco, Erasmo recibió una nueva noticia: había nacido Arturo Erasmo Vidal Pardo. Bautizado así por Jacqueline, en honor a su padre (Arturo Pardo), fallecido a los 40 años. -Yo quería ponerle Erasmo. Pero igual estaba feliz, imagínese, si el Arturo venía con la marraquetita bajo el brazo –dice Vidal padre, pidiendo otra piscola y cañas de vino para cada uno de sus amigos. Se da vuelta gritando hacia la barra, donde un hombre haitiano con un gorro de polar de la selección apenas le entiende. Como nadie le responde, vuelve a gritar. Sus amigos saben que es así: si hacen mucho ruido, Erasmo gritará y los hará callar. Si saludan a otra persona, les exigirá que dejen de hacerlo. Si lo aburren, los echará a garabatos del bar. Pero generalmente nadie se moverá. Permanecerán quietos, cada uno frente a sus cañas de vino, como una resignada jauría de perros viejos. Sus amigos saben que Erasmo es así: como un pequeño volcán con lentes de sol en constante amenaza. Y que a veces, explota. -Como mi primo en la cancha, ¿o no? –dice Carlos Ramos Vidal, 29 años, cargador de verduras en Lo Valledor. Las cañas llegan a la mesa. * El barrio que vio crecer a Arturo Vidal recuerda las erupciones de su padre Erasmo. Por esas calles, atravesando la cancha o tirado junto a ella, se le veía, visiblemente alcoholizado, llegando con violencia a casa, recuerda Sergio Zuñiga, 70 años, retirado hace dos del Rodelindo Román. De vez en cuando desenfundaba un cuchillo y amenazaba a alguien. Se metía en riñas, detonando su rabia, finalmente, con los suyos. La familia ya no podía soportarlo. Cuando Arturo tenía apenas cinco años, Jacqueline y sus cercanos lo echaron de la casa. -Yo compartí mucho con el Erasmo –agrega Omar Labra-. La familia en La Victoria me tomó buena. Pasábamos semanas allá. El “Ñato” iba a Lo Valledor, trabajaba un poco y se gastaba toda la plata en copete. Pasaban semanas en que sus cabros chicos no tenían qué comer. Fue de a poco reventando el huevo que no debió reventar. La Jacqueline estaba cansada, este se desaparecía y ella tenía que salir a lavar ropa a casas ajenas para llenar la olla con comida. Hacía el aseo, también. Y el Erasmo botado acá en la calle por el trago. Luego menciona un episodio que asegura haber marcado a Arturo. Fue antes de ver partir a su padre, un sábado en la noche: -Estábamos en una fiesta y de repente llegó un amigo para avisar que el Erasmo le había pegado con un palo a su suegra. Yo estaba con el “Chorrana” (Manuel Rubilar, tío de Arturo), que vivía con ellos, y le dije: “Anda y sácale la cresta”. Le sacó la chu... ¿Cómo le pegai a tu suegra con un palo? Ese fue el episodio que marcó muy feo al Arturo y a todos sus hermanos. Tras la separación, Erasmo regresó a La Victoria, a la casa de sus padres. Allá conoció a Carolina Rodríguez, con quien tuvo a su quinto hijo, Jean Paul. De Arturo, que ya comenzaba a destacar en las inferiores de Colo Colo, solo recibía noticias los fines de semana. Sucedía cuando su tío Carlos Vidal, el “Burro”, lo llevaba a Lo Valledor para que recorriera los puestos de los feriantes, vendiendo bebidas en bicicleta. También, dice Erasmo, Carlos –quien falleciera de un infarto el año 2003 en mitad de un partido, jugando por el Ricardo Mejías- fue el responsable de acercar a su hijo a la hípica, apostando junto a él en el Teletrak del mercado. -Fue dolorosa la separación. Yo no me porté bien. Me mandé muchas cag... –lamenta Erasmo en el bar-. Y después la Jacque conoció otro machucao que se creía el papá del Arturo. Eso me molestaba. Un día iba ir para allá a pegarle, pero ella me pidió que no. Con mis hijos nunca perdí el contacto. Pero no me aceptaban mi cariño. Su mamá no quiso que aceptaran mi cariño, como estaba con ese otro gil, metiéndole cosas en la cabeza. Yo les llevaba sus verduritas, para que tuvieran para comer, pero me cerraban la puerta. En junio del 2008, divorciado también de Carolina, y cuando Arturo cumplía su primer año en el Bayern Leverkusen, de Alemania, Erasmo se colgó de una viga en su habitación en la casa de Estrella Blanca, en La Victoria. Desviando la mirada y lanzando un par de gritos a sus amigos, prefiere no hablar del tema. Solo dice que estaba deprimido. Su hermano Miguel, sentado junto a él con una parka varias tallas mayor que la suya, cuenta que encontró esa vez a Erasmo colgando, todavía a tiempo para desatarlo junto a su hermano Ricardo. Después de llevarlo al consultorio Amador Neghme de Pedro Aguirre Cerda, donde se recuperó, Ricardo comentaría a un diario que Erasmo tomó la decisión deprimido, luego que su hijo Arturo no lo llamara para el día del padre. -Es que Arturo nunca lo vio como a un padre. El pasaba por su lado, porque el Erasmo venía todos los fines de semana a la cancha, y era muy poco lo que hablaban –dice Sergio Zúñiga-. El Arturo jugaba su partido y se entraba a la casa. No era un ejemplo para él. Fue su madre la que se preocupó de mantenerlo enfocado en el fútbol. Si no hubiera sido por ella, el Arturo no habría logrado ser lo que es... Pero igual, yo no sé por qué, le tendió la mano más adelante al Erasmo, cuando le empezó a ir bien en Alemania y después en Italia. Yo creo que porque es su papá y algún cariño le debe tener. Y para mantenerlo ahí, a raya, más controlado. * A fines de noviembre de 2011, Erasmo fue sorprendido por la PDI en la población La Victoria, contando poco más de 16 mil pesos en el living de la casa de calle Estrella Blanca. Junto a él estaba Susana Vidal Navarro, su hermana, dosificando pasta base de cocaína. Se encontraron cerca de 150 papelillos de la droga. Días antes, nada más, Arturo, su hijo, ya jugador de la Juventus, hacía noticia por asuntos lejanos a un campo de fútbol. La prensa lo llamó “el bautizazo”, luego que junto a , , y , llegaran atrasados a la concentración de la selección. Venían del bautizo de la hija de Valdivia. Según el DT Claudio Borghi, todavía bajo la influencia del alcohol. Por ese entonces, Erasmo ya trabajaba para Arturo en las caballerizas de su hijo en el Club Hípico, supervisando que los animales estén vacunados y bien alimentados: un trabajo sencillo, un salvavidas que “el Rey” le lanzó a cambio de un sueldo mensual y la promesa de intentar salir del alcohol. Ver a su padre borracho, dirá un familiar de Arturo, le provoca el mismo sentimiento que surge en sus cercanos y viejos del Rodelindo cuando se enteran de sus noticias motivadas por el alcohol: miedo. Y también mucha vergüenza. -Mi hijo sabe que yo tomo, que soy alcohólico –reconoce Erasmo-. A él no le gusta, está enojado, no le gusta verme así. Pero yo le digo: “Hijo, ¿qué voy a hacer? Mi papá era alcohólico, también”. Pero al menos yo sé tomar. Puedo tomar dos, tres días y después me chanto y me ubico. Él me dice: “Papá, cabréate de tomar, chántate”. “Ya hijo”, le digo yo, “algún día, cuando se acabe el vino”. Y el vino no se va a acabar nunca, nosotros nos vamos a acabar y el vino va a seguir ahí. Ahora, que él se tome algo, es normal. Que salga con su señora, vaya al casino, se relaje. Si pasa toda la vida encerrado en concentraciones. Erasmo se refiere al accidente del 16 de junio, durante la fase de grupos de la Copa América, cuando su hijo impactó su Ferrari contra un Chevrolet de color blanco en el Acceso Sur a Santiago. Iba a 160 kilómetros por hora, y con más de 0,8 gramos de alcohol por litro de sangre. Regresaba atrasado a Juan Pinto Durán, desde el Casino Monticello, bajo los efectos del alcohol, luego de que les diera la tarde libre tras el triunfo sobre Bolivia. La información nutrió portadas en todo el mundo, a ocho meses de su anterior acto de indisciplina, en octubre del 2014, cuando participó de una pelea en una discoteque en Turín, Italia, luego de molestar a una mujer que fue defendida por su pareja. Erasmo se enteró del accidente por televisión. Al otro día fue hasta la Fiscalía de San Bernardo, donde fue formalizado su hijo. Solo se miraron, dice Erasmo, haciendo el mismo gesto que le habría lanzado Arturo, mientras quedaba con su licencia de conducir retenida y con firma mensual en el consulado chileno Milán: un signo de , pero de lado, y un ojo cerrado. Ese mismo día, otra imagen se viralizaría. La de Arturo, en evidente estado de ebriedad, tras el impacto que le podría haber costado la vida, insultando a un carabinero. Erasmo sale del bar. Camina por Lo Valledor casi de incógnito, con sus lentes y gorro de lana, pisando las acelgas y espinacas trituradas por los montacargas, dejando huellas tamaño 40,5, igual a las que deja Arturo en canchas más prósperas. Más atrás camina Carlos Ramos Vidal, su sobrino, que recuerda las imágenes de Arturo insultando al carabinero. -Cuando las vi, me acordé altiro de mi tío. La voz, la forma en que hablaba. Ahí estaba el Erasmo que lleva dentro. Se puso pachorriento –dice, pero al mismo tiempo comprende. Agrega que no es grave, que Arturo jamás llegaría a los límites de su padre-. Su mamá y ese lado de su familia lo llevaron por un buen camino. Era una de dos: o brillaba u opacaba. Y terminó brillando. Ahora que le pasen estas cosas, no sé, po’, el hombre se andaba relajando. Pero tiene tanta gente que lo apoya, que nunca va a andar como mi tío. Tiene otra mente el Arturo. Él no habría sido de este ambiente. * La última vez que Carlos vio a su primo fue en el Club Hípico, en diciembre del 2014. Denisse Vidal, otra prima de Arturo, lo vio por última vez en La Victoria el año 2011. Esa vez Arturo fue a buscar a su hermano Jean Paul –que vivía con ella desde la muerte de la abuela Rosa, en 2006- para ofrecerle trabajo en las caballerizas. Después de eso, no han vuelto a verse. Para su matrimonio, en diciembre del 2014, y salvo sus hermanos, el único Vidal presente era Erasmo, sentado en la mesa principal. -La relación se cortó por mi tío, porque al Arturo le empezó a dar vergüenza mostrarlo en la tele cuando se empezó a hacer conocido –dice Denisse-. Así se fue alejando y mientras no salga de la fama, no creo que se acerque. También muchos familiares comenzaron a pedirle favores de plata. Inventaban enfermedades de sus hijos, o que no tenían plata para comer, e iban al Club Hípico para pedirle. Si el Arturo no es nada cajero, po’. En una visita anterior a la de 2014, Carlos cuenta que Arturo, al verlo, le preguntó: “¿Qué querís?”. Él, dice, le contestó que nada, que solo quería saludarlo. -Pero esa es la firme. El Arturo no nos pesca, porque todos quieren sacarle su tajada. Y la cosa no es nada así. Por eso mismo se rodea con su gente y a ellos los invita al estadio y a Europa. A nosotros ¿cuándo?, nunca –dice Carlos, mientras Miguel, su tío, se detiene en una esquina a bailar y a gritar: “¡Los Vidales somos duros y malos! ¡Duros y malos!”. Esa oportunidad de viajar a Europa la rozó el mismo Erasmo. Por primera vez Arturo le regaló un pasaje para que viajara a la final de la Copa Italia, el 25 de mayo de este año. Estaba todo arreglado. Fue un acercamiento inédito, reconoce Erasmo. Estaba contento. Pero a los pocos días, soltaría una nueva erupción. -¿Cómo se llama esta cuestión? El pasaporte. Lo rompí. Lo rajé. En volá’ de curao, nomás. Me puse a pelear con el Arturo por WhatsApp y rompí la hue... Después le mandé las fotos de lo que había hecho. No estoy ni ahí con viajar a Europa. Van puros giles, puros hue... colgados de él que no son nada de nosotros, no son ni familiares, y vuelven todos tapizados con ropa y zapatillas. -Cuánto no hue... para ir a Europa –contradice Omar-. Y perdió una de sus mejores oportunidades de su vida para haber ganado un poco de cariño de su hijo. A veces pienso que todas estas embarradas que se manda son porque no puede tener esas cosas que los demás sí tienen. El cariño, y lo material. A él le gustaría andar forrado, con su auto, pero esa misma gallinita la mató él mismo, a puro atrevimiento. * Una mujer compra pimentones en el mercado. Erasmo se acerca para saludar al dueño del puesto, que aprovecha de informar a la mujer de la presencia del papá de Arturo Vidal. Incrédula, la mujer igual se saca una foto con Erasmo, quien posa haciendo el símbolo de la paz, así de lado. A esa misma hora, su hijo, Arturo, sube a una foto donde aparece junto a Alonso, el nieto de Erasmo, y a uno de sus caballos en el Club Hípico. Erasmo no lo sabe. No tiene Twitter, sin embargo no ha dejado de mirar su celular en toda la tarde revisando el WhatsApp. -Me andan buscando del Club Hípico –dice escuetamente, sin saber si partir o no al lugar donde, además, muy cerca, en Blanco Encalada, su hijo le paga el departamento donde vive. No dice quién le escribe. Si es Arturo, o Jean Paul, o Sandrino, buscándolo como tantas otras veces cuando desaparece y no va a trabajar. La tarde cae sobre Lo Valledor y sorteando cajones de limones y tomates, Erasmo camina erguido, con la panza un poco afuera, igual que su hijo cuando persigue la pelota en la cancha. Lo hace rumbo al bar Don Segua, otra vez, a rematar su piscola, al mismo lugar donde transitara, recibiendo ramas de cilantro, el ataúd de su hermano Ricardo, muerto de hipotermia en julio de 2013, en la calle La Coruña, de La Victoria, producto del alcohol. “Este cabro te va a dar cualquier bendición”, le dijo un día Ricardo a Erasmo, tomando cerveza en la calle, mientras Arturo pateaba una pelota. Ese episodio, dice Erasmo, es el recuerdo más lindo que tiene de su hijo. Casi un presagio. Una sentencia iluminada. Sin embargo, cuando se le pregunta si se arrepiente de su pasado, de no haber estado un poquito más cerca, dice que no. Y se molesta. Y no vuelve a hablar. En cuatro días más, su hijo enfrentará a Argentina en el Estadio Nacional. Ese día, alguien en las gradas, muy agradecido del ticket regalado nuevamente por Erasmo, habrá visto a Chile campeón de América por primera vez en su historia, y desde inmejorable posición. Erasmo, en cambio, insistirá en repetir su historia. En La Victoria, sin llamados, sin mensajes de ánimo ni agradecimiento, junto a la parrilla, los amigos y el televisor.