1 2 A mi viejo Rodolfo, a mi abuelo “Beto”, y a mi tío Néstor. Ellos me contagiaron su pasión futbolera y boquense. Yo les agradezco que así sea. A todos los pibes y a todos los hombres que sienten el fútbol como algo maravilloso, que tal vez sueñan ser quienes no son, pero que de tanto soñar, terminan siéndolo.

Gustavo Javier Levine.

“EN UN PICADO CUALQUIERA MI ALMA SE HECHA A RODAR ESTE EL JUEGO QUE SIENTO Y NO PIENSO PARAR YO PONGO EL CUERPO HASTA EL FINAL EN UNA CANCHA…”

BERSUIT VERGARABAT

3 ANTES DE LEER LOS PRÓLOGOS Nota del autor Cuando decidí encomendarles a estos tres amigos futboleros la tarea de escribir el prólogo de mi libro, lo hice con la intención de enriquecerlo a partir de sus diferentes puntos de vista. Con ellos tres disfruto muchísimo conversando sobre fútbol, a la vez que he compartido imborrables instantes de mi vida con la pelota y la pasión como denominador común. Tuve y tengo la maravillosa posibilidad de jugar, trabajar, y estudiar con cada uno de ellos en diferentes momentos de mi vida, y también de conocer sus gustos futbolísticos. Se que son capaces de postergar cuestiones sociales y familiares cuando algún relevante momento plagado de fútbol se acerca. Los elegí para que participen en mi libro, del mismo modo que los hubiera elegido para que jueguen en mi equipo. Cada uno tiene las características necesarias para que el conjunto de nuestras acciones se transforme en un golazo al ángulo, lo haga quien lo haga. Quiero agradecerles su participación. Usted, lector, seguramente disfrutará con lo que sigue a continuación.

PRÓLOGO DESDE EL ADOQUÍN por Mauro Santella

Acerca del autor de este prólogo: Mauro Santella es Profesor de Educación Física y Técnico en Recreación. Integra la Murga “Los Quitapenas”, y es autor de innumerables letras de canciones y prosas que año tras año aportan alegría y crítica en los carnavales porteños. Con “Los Quitapenas”, Mauro ha grabado varios CD´s de murga porteña y realizado obras de teatro en diferentes salas de la ciudad de Buenos Aires. Como jugador de fútbol, ha recorrido un intenso y largo camino disputando picados en estadios emblemáticos del barrio de Palermo como por ejemplo: El Conventillo de Gascón 1162, Talleres Gascón (Honduras entre Gascón y El Salvador), La Placita (Gorriti esquina Gascón), El Salvador (El Salvador entre Gascón y F. A. de Figueroa), El Gasómetro (Malabia entre Costa Rica y Nicaragua), y La Penitenciaria (J. Salguero y Las Heras) entre otros. También tuvo participación como jugador aficionado en los Torneos Infantiles Evita; Torneos Intercolegiales de F.I.C.D.A; en la Liga Amateur de Futbol de Flores; en el famoso Club Social y Deportivo Pintita; en A.F.E. (Parque Sur); en los Juegos Barriales; y también en la Asociación Japonesa en la Argentina, Al igual muchos futboleros, también tuvo su paso como jugador de fútbol oficial, habiendo integrado y jugado como titular indiscutido en la 5ta. División del Club Atlético Atlanta en 1979 y en la 4ta. y 3ra. División de Sportivo Italiano durante 1980.

PRÓLOGO Comienzo a escribir este prólogo (el primero y quizás también el último en mi vida), al otro día de haber compartido con el autor de este libro, un emotivo picado, que se definió sobre la hora… y fue empate. No habrá sido en la calle, no hubo pan y queso para elegir, pero se jugó con el mismo espíritu que cuando comenzamos a jugarlos siendo chicos. Creo que acepté hacerlo porque al intentar escribir sobre el mismo no puedo más que ir repasando lo que significaron los picados en mi vida. Y al hacerlo pienso que indirectamente también me estoy refiriendo a Gustavo. No creo ser temerario al decir que la mayor parte de los aprendizajes más significativos de nuestras vidas están ligados al fútbol. Porque cuando hablamos del picado también hablamos de la previa y del post partido. Y es que nuestra vida en aquellos tiempos giraba alrededor de la pelota. 4 Y definitivamente gracias a aquellos encuentros deportivos aprendimos a organizarnos, a ganar y a perder, a elegir (a veces bien otras mal), a ser solidarios, a defendernos, a equivocarnos, a festejar los triunfos, a soportar las derrotas, y durante esos picones también fantaseamos con ser jugadores profesionales. Pero vaya paradojas de la vida, en mi caso, a pesar de haber jugado en las inferiores de varios clubes, no había partido más hermoso que el que jugaba con mis amigos en los adoquines de la calle Honduras entre Francisco Acuña de Figueroa y Gascón, allá en Palermo, cuando todavía era viejo y se encontraba muy lejos de Hollywood. Hoy las cosas han cambiado un poco, el progreso ha generado muchos avances pero también algunos inconvenientes. En las calles se juega poco; la gran cantidad de autos que circulan ponen en riesgo la salud de los jugadores, la mayoría de las personas no se anima a dejar a los chicos jugando durante toda la tarde fuera de la casa pues hay muchas cosas “importantes” que atender, hay muchos temores que antes no conocíamos, y todo esta más supervisado y organizado por el adulto. Y hasta el fútbol se ha superprofesionalizado. Pero a pesar de todo y por suerte, la pelota sigue rodando (y cuando digo pelota digo chapita, botella, piedrita o cualquier elemento que haga las veces de la misma), y como podrán descubrir cuando se adentren en los relatos del presente libro, si buscamos y queremos siempre encontraremos un descampado, patio, plaza, canchita, pasillo, playa o vereda para que un nuevo picado vuelva a comenzar. Pido disculpas al autor, porque sabiéndome murguero, me propuso que compusiera una glosa que se refiera al tema en cuestión, pero mi pereza mental y los versos de esta vieja canción de Beto Asurey logran sintetizar con hermosa prosa el espíritu del picado… Mauro Santella

SOBRE LA HORA LETRA Y MUSICA BETO ASUREY

APRETANDO LOS DIENTES VA DE NUEVO A BUSCARLA OTRA VEZ SE FUE LARGA Y AMAGA A PERDERSE POR EL BANDERIN CON EL RESTO DE FUERZAS PICA Y QUIERE ALCANZARLA LA PELOTA ES UN SUEÑO LLEGAR ES SU VIDA DESTINO DE WIN

TODO PESA A ESTA HORA, LA TRIBUNA Y LA MARCA Y SE FRENA Y AMAGA, LES MIENTE QUE PARA Y SE LES VUELVE A IR Y COMO LOS QUE SABEN, CON LA CABEZA ALTA DEJA EL HALF EN EL SUELO Y SIGUE SU VUELO DESTINO DE WIN.

LAS MEDIAS TAN CAIDAS, DESNUDAN LOS TOBILLOS EL TIEMPO ES UN CUCHILLO, QUE SE AFILA EN SEGUNDOS PERO ANTES QUE LA MARCA VUELVA A PONERLE GRILLOS EL YA MIDIÓ EN EL ARCO EL HUECO MAS PROFUNDO

SOBRE LA HORA, QUIERO SER SOBRE LA HORA, CUANDO LOS FLOJOS LLORAN Y ESTA CERQUITA EL FIN QUIERO VER, SOBRE LA CANCHA A AQUELLOS QUE SE BANCAN TENER ALMA DE WIN

Y REVIENTA EN UN PALO O SE PIERDE TAN LEJOS O LA PUNTA DE UN DEDO, VUELVE AL ARQUERO UN SANTO PERO EL WIN VA DE NUEVO, OTRA VEZ BUSCA EL FONDO 5 Y EL OJO MIDE EL HONDO RINCÓN ENTRE LOS PALOS

Y LA RED SE ENLOQUECE, Y EL FUTBOL SE HA QUEDADO COMO UN TIGRE ATRAPADO EN UNA JAULA VERDE Y OTRO PIQUE LO PIERDE, LO SUBE AL ALAMBRADO DONDE QUEDA ABRAZADO FELIZ JUNTO A SU GENTE.

PRÓLOGO DESDE LA FILOSOFÍA por Osvaldo Dallera

Acerca del autor de este prólogo: Osvaldo Dallera es profesor de filosofía y licenciado en sociología. Cuando en 1992 el Colegio Schönthal incorporó su Sección Secundaria, Osvaldo fue elegido para ocupar el cargo de Rector. Desde ese cargo, continúa una magnífica obra educativa que tuvo sus comienzos en 1965. Es más, la enaltece día a día con su tarea. Definitivamente, nada es casual… Es autor de varios libros y trabajos relacionados con la filosofía, la comunicación, y la educación. Hincha de San Lorenzo, en su adolescencia jugó numerosos picados en la bocacalle formada en Argerich y Camarones, en el barrio de Santa Rita, y en los terrenos ubicados en Cesar Díaz y Boyacá, en el barrio de la Paternal. Ya en su etapa más madura frecuentó las canchas auxiliares del Club Comunicaciones integrando el grupo de jóvenes y veteranos que se formaba, rigurosamente, los domingos a la tarde. Se desempeñaba, indistintamente, como mediocampista ofensivo o centro delantero. Desde siempre tuvo vocación goleadora, fue un cultor del juego vistoso y admirador de habilidosos del área de la talla de Ángel Clemente Rojas, Carlos Veglio y Enzo Francescoli. Todavía guarda en su memoria como una postal indeleble, y como la máxima expresión del fútbol bien jugado, la delantera de Brasil del 70 formada con cinco números “diez”: Jairzinho, Gerson, Tostao, Pelé y Rivelinho.

PRÓLOGO Los valores del picado El libro que ustedes tienen entre manos es una historia de vida, como bien deja constancia el subtítulo de la obra. Y, como sucede en todo recorrido biográfico, transitan por las páginas del recuerdo, personajes, situaciones y anécdotas que, para quien las relata, constituyen la trama de esos sucesos diferentes que alcanzan para construir el relato de la vida que queremos contar. Como sucede con cualquier relato, esas personas (en algunos casos, esos personajes), esas situaciones y esas anécdotas no son la suma de toda una vida: son solamente las que, en superficie, nos permiten armar una explicación consciente, coherente y ordenada de quiénes somos. Las personas, las situaciones y las anécdotas que no aparecen estarán escondidas en algún otro lugar del inconsciente que, justamente, es el que guarda los restos de nuestro tránsito. El hilo conductor de esta autobiografía es el fútbol, la pasión de muchos pero, sin duda, el desvelo de Levine. Sin embargo la trama que se teje con ese hilo no es todo el fútbol sino una subcategoría de este deporte, el picado, que sólo puede ser comprensible por quienes alguna vez participaron de esa experiencia. Y esto, me parece, por una razón bien sencilla: esa subcategoría, como bien lo hace notar Gustavo, tiene muchas propiedades pero carece de un atributo contemporáneo que, a lo mejor es, justamente, lo que hace que sobreviva, si no, en los hechos, sí en los recuerdos, como algo más o menos puro, virgen o, si ustedes prefieren, en estado salvaje. En efecto, el picado, por fortuna no ha sido mediatizado. No hay transmisiones radiales ni televisivas (por lo menos masivas, o que yo conozca) de picados en estado natural o de la forma que lo conocimos quienes tuvimos la suerte de disputar muchos en una bocacalle, en un terreno baldío, en el patio de la escuela o en alguna canchita de algún club de barrio. 6 Territorios, todos, que en esta obra emergen como templos en los que se le rinde un culto pagano al objeto que ha sabido enamorarnos en sus más variadas formas y tamaños: la pulpo, la número tres (de la que sólo se acordarán los que ya tienen bastantes años) la número cinco en todas sus variantes: la pentagonal, la hexagonal (no puedo dejar de asociarla a los matadores del 68), la blanca (que, se decía, era la que se usaba para jugar partidos nocturnos cuando de esos no había muchos), la amarilla, y sigue la lista… Es verdad, el libro de Levine es una historia de vida y puede leerse en ese registro, o como parte de ese género. Pero también es un ensayo o, más todavía, un tratado acerca del picado. Si aceptamos esta hipótesis, entonces el picado deja de ser un pretexto para contar “una historia de vida” y pasa a ser un objeto de estudio que se solapa, se oculta, se deja ver, y aparece y desaparece a lo largo del trabajo. Y allí (no sabemos si el autor se lo propuso), entre historias y recuerdos, al objeto de estudio se le encuentran (o se le asignan) propiedades, se habla, incluso, en un capítulo, de la esencia del picado y se construye, en definitiva todo un aparato conceptual que resulta útil para describirlo, alcanza para definirlo y, todavía, más, resulta indispensable para comprenderlo (sobre todo si, como puede suceder en esta época de Playstation, el juego es un asunto profesional, profesionalizado, una cuestión de medios masivos, o una diversión digitalizada). Invito al lector a que siga este posible recorrido de lectura y encontrará en las páginas que siguen una disección precisa de esa joya que supo ser este juego de barriadas populares. Y en esa clave de ensayo o de tratado, y porque creo poder adivinar por donde transitan las debilidades conceptuales de Levine en materia futbolística, al tener que optar entre perfiles de época se nos presenta como un moderno empedernido que prefiere ver en el picado la verdad, la bondad y la belleza (los tan mentados valores ontológicos de los clásicos) antes que el pragmatismo y el relativismo de nuestro tiempo. En su libro (pero también en el terreno de juego) pude verlo a Gustavo ejercer el buen gusto apreciando una pared bien tirada, un caño que sale limpito, una gambeta desconcertante, o una definición que parece que hubiera sido ejecutada con un taco de billar. Trasunta en él una estética del juego que, por nostalgia, parece pertenecer a los tiempos idos, justamente a los tiempos del picado. En su libro (pero también el patio del colegio) puede ver a Levine abrazar una ética de la nobleza (no en vano, él tiene sus rey, su príncipe y su conde) que no desdeña el juego fuerte, pero lo entiende leal, frontal y de hombres de bien. No me puedo imaginar entre los admirados de este apasionado, a alguien que cuando se cae porque le pegan va corriendo a decirle al árbitro que le saque la amarilla. En los tiempos del picado los roces del fútbol se resolvían de otro modo. En fin, es cierto que la verdad no es una propiedad de este juego al que ya no se ajusta aquella definición de Dante Panzeri como dinámica de lo impensado, porque las exigencias del éxito y el pragmatismo de quienes lo juegan hace que cada vez se lo piense más y se lo disfrute menos. Pero con un poco de esfuerzo cada uno de nosotros recordará que la verdad en el picado no necesitó nunca de un agente externo que nos dijera cuándo la pelota se había ido del límite imaginario que trazábamos para terminar la cancha, si había pasado por arriba del bollo de ropa que hacía de poste (o efectivamente había entrado), o que nos avisara que el tiempo de juego había terminado. La verdad del picado consistía en otra cosa: en resolver la diferencia rápido para poder seguir jugando. No era una verdad epistémica. En todo caso, la verdad del picado era la verdad del juego mismo. Y si no, lean el libro de Gustavo y vean cómo, una jugada, un gol, que sucedieron nada más que en un juego entre amigos o conocidos han quedado grabados en sus recuerdos de modo tan indeleble como esas enseñanzas que él y nosotros recogimos de chicos, entre nuestros mayores y que, con el paso del tiempo no hemos podido dejar de lado. Verdad, bondad y belleza: valores de otra época que el picado supo expresar sobre la baldosa de un patio, sobre el asfalto de una calle, o sobre algún terreno desprovisto de césped y que nuestro querido amigo Gustavo Levine nos hace revivir en esta obra que 7 recorre su vida y la de una forma del juego que llenó momentos memorables de la biografía de muchos de nosotros. Osvaldo Dallera

PRÓLOGO DESDE EL FÚTBOL PROFESIONAL por Gerardo Salorio

Acerca del autor de este prólogo: Gerardo Salorio es Profesor de educación física. Se ha desempeñado como Preparador físico de los diferentes equipos juveniles y mayores de la Asociación del fútbol Argentino entre los años 1994 hasta el 2017. A partir del año 2008, asumió la Coordinación del Plan Apertura Interior, cumpliendo con la tarea de crear diferentes Centros de Alto Rendimiento en todas las provincias de la República Argentina. Durante los años que estuvo al frente de diferentes selecciones del fútbol Argentino, ha tenido la posibilidad de lograr cinco títulos mundiales y otros cinco títulos continentales. También tuvo el placer de disputar once mundiales de diferentes categorías, además de haber conocido cuarenta y dos países recorriendo los diferentes continentes siempre de la mano del Fútbol. Gerardo Salorio posee un récord mundial en el fútbol de elite: Es el único preparador físico que ha obtenido cinco campeonatos del mundo con la Selección Nacional sub- 20: Qatar 1995-Malasia 1997-Argentina 2001-Holanda 2005-Canadá 2007. Fue el preparador físico de la Selección Argentina en el Mundial de Alemania 2006 Sus comienzos en el fútbol tuvieron forma de picado, y recuerda con mucha alegría la hermosa sensación de poder ir a jugar a la canchita ubicada frente a su casa de Sáenz Peña, pegado a Santos Lugares. Allí había cuatro pequeñas canchas de futbol y según el nivel que cada jugador presentaba, jugaba en una u otra canchita. Al comenzar a mejorar su nivel como arquero, pasó a jugar en el campito principal con los más grandes del grupo. Sus primeros pasos en la competencia, fueron en el Baby Fútbol en el club Fernández Moreno, y desde ese lugar pasó a jugar en Chacarita Juniors donde actuó desde la 9na. División hasta la División Reserva, logrando obtener campeonatos en 7ma. y 6ta. División. En ese club, jugó al lado de grandes jugadores como el “Beto Pascutti”, y” Delgado” un Sanjuanino que era un delantero que gambeteaba hasta el viento… Según él mismo Gerardo relata, con el paso del tiempo comprendió que su futuro estaba en otro rol dentro del fútbol, y entonces abandonó su lugar de arquero para estudiar Educación Física, y está convencido de haber tomado la decisión correcta. Después de habar ganado todo lo que ganó como “profe”, ya nadie se atreve a discutirle esa decisión…

PRÓLOGO

Desde que se inventó el fútbol, las grandes historias se escribieron en los potreros. Sin ir más lejos nuestro más grande exponente salió del potrero de Villa Fiorito. Desde niños disfrutamos grandes momentos hasta que nuestras madres con su grito característico, que estaba incorporado en nuestros oídos, nos sacaban de nuestros sueños de ser grandes futbolistas a tomar la leche para fortalecer nuestro crecimiento. En la actualidad son un elemento en extinción, ya que las grandes capitales fueron matando los sueños de miles de niños que disfrutaban con una sola pelota y dos montoncitos de ropa para marcar los arcos, donde el reglamento de la palabra tenía mejor Fair Play que los actuales partidos de cualquier Baby Fútbol. 8 Es una necesidad que estoy llevando a la formación de los nuevos profesionales que transporten el elemento que aprendían en el potrero a los entrenamientos de los equipos de sus niños. En ese lugar aprendimos lo que era una pared, un saque lateral, una gambeta o un taquito y el inolvidable caño. Pero lo más importante es que en el potrero aprendimos los códigos del respeto hacia el otro y lo más importante: La generación de amigos para siempre. La vida me llevó por los caminos del profesionalismo, pero quedo en mi mente el imborrable recuerdo de los grandes amigos y las horas disfrutadas en esos campitos pelados con apenas pasto a los costados. Estimado Gustavo muchas gracias por la oportunidad de haber trabajado juntos en el desarrollo de la recreación de la selección Argentina en el mundial de Alemania 2006 y demostrar que el fútbol en el potrero es también la recreación de los niños.

Gerardo Salorio

INTRODUCCIÓN

Este libro expresa sensaciones en palabras. No relata historias. Éstas saltan a cada página directamente desde el cuerpo mismo de un jugador de picados de fútbol, y al tomar contacto con el papel, reflejan cosquilleos, alegrías, tristezas, palpitaciones, rencores, ideales, euforias. Se muestran al lector en forma de letras, pero originalmente tienen forma de gambeta, de puntinazo, de caño, de sombrerito, de anticipo, de pase gol, de golazo al ángulo. Permanecen en la hoja sin cambios a través del tiempo, sin embargo, su versión mas exacta podemos observarla delgada en la adolescencia, robusta en la adultez, y directamente panzona después de los cuarenta. Cada historia que se relata en éste libro, tiene ganas de llegar a quien quiera leerlo. Y mi intención es convertirme en el nexo entre ellas y cada uno de los lectores. El hecho de vivir intensamente cada picado, tanto en sus momentos previos, como en su desarrollo, su finalización, y hasta en sus días posteriores, me ha llevado a querer dejar reflejados en éste documento, una parte importantísima de mi vida: El tiempo que me dedico a jugar al fútbol. Cada uno tiene la experiencia de jugar picados tanto en su lugar de residencia como en otras ciudades. Yo aprendí a jugar al fútbol en la Ciudad de Buenos Aires, Argentina. Más precisamente en el Barrio de Floresta. Distintas historias de vida tienen sus lugares, sus aromas, sus recuerdos, su geografía, sus vecinos, sus climas. El picado forma parte de cada uno de esos contenidos. Van a encontrar que muchos de los verbos contenidos en los sucesivos relatos, están expresados en primera persona del singular. La causa de esto es que la mayoría de ellos corresponden a vivencias propias, debido por un lado a una gran memoria futbolera, y por otro lado, a la diversidad de lugares, compañeros, situaciones, y experiencias que he tenido la felicidad de vivir a través de infinidad de picados de fútbol. El objetivo en cada relato, es lograr que el lector pueda establecer paralelismos entre ellos y su propia historia de vida. Y que encuentre en las anécdotas y opiniones aquí vertidas, sus anécdotas y sus opiniones. Que pueda reencontrarse con ellas y mantenerlas vivas aún con el paso del tiempo. Por otro lado, he logrado también recoger de mis amigos, mis familiares, y de algunos conocidos, historias vividas por ellos, relacionadas con acciones propias del picado, o que han tenido origen a partir de reunirse a jugar a la pelota.

9 Asumo la responsabilidad de dar mi opinión, mis puntos de vista, mis apreciaciones subjetivas sobre el picado de fútbol, y todos sus condimentos. Ninguna de ellas es una verdad absoluta. Al menos, resultan ser mi versión de los hechos, situaciones, y contexto. Los personajes nombrados en este libro, son reales ciento por ciento. Tanto sus nombres como sus apodos son exactos. Pongo toda la garra que pongo para jugar, para que quien lea éste libro, pueda verse reflejado y a partir de mis historias futboleras, pueda (Insisto) recordar las suyas, y a la vez, se apropie de las que saltan a cada página.

Tanto tiempo ha transcurrido desde la primera vez que me senté a escribir sobre EL PICADO DE FUTBOL, que muchas situaciones han cambiado tanto en mi vida personal como en el Fútbol, y en el Mundo. Fui padre, viví en otras ciudades, y con mi mujer pasamos de “estar conociéndonos” a cumplir 18 años de convivencia. Maradona pasó de ser el mejor jugador del mundo a ser el abuelo más famoso del planeta. Pasé de tener veinte y pico de años a tener cuarenta y pico de años, y de tener la guita justa para alquilar, a ser propietario. De enseñar en escuelas de fútbol en el barrio, a trabajar con la Selección Nacional durante el Mundial de Alemania 2006. Comencé escribiendo a mano, para luego pasarlo en limpio en una máquina de escribir Olivetti prestada. Los últimos ajustes, los escribo en una notebook que me pertenece. Transcurrió tanto tiempo, que Messi iba a sala de tres cuando escribí las primeras historias, y ahora mientras sigo escribiendo historias de picados, él está a punto de obtener el Botín de oro otorgado por la FIFA. Muchos años, muchos picados, muchos amigos. Una increíble cantidad de emociones, alegrías, goles hechos y errados, convocatorias exitosas y convocatorias pobres con amargo sabor a suspensión del picado. Tiempos de sequía futbolera, días, semanas, y hasta meses completos sin jugar un picado. Jamás un año entero, pero si extensos períodos de no jugar que parecieron eternos. Y como consecuencia de estar siempre latente en nosotros, el momento de prenderse en un picado siempre llega. Todo eso ha pasado, y desde ya que muchísimas otras cosas mas también. Lo único que no ha sucedido, es no tener mas ganas de jugar picados. Y claro está, si hay ganas de jugar picados, existen mas historias para contar. Aquí van todas ellas, en forma de palabras. Simplemente, para que el picado tenga un merecido .

Gustavo Levine, el autor.

CAPÍTULO 0

PORQUÉ “EL PICADO UNA HISTORIA DE VIDA” Y NO “LA HISTORIA DEL PICADO”

La respuesta es ésta. El Picado, como juego que es, no se puede encuadrar en la característica de deporte. El Fútbol, en sus orígenes tal vez haya surgido en una forma similar a la del picado. Pero como todos los deportes, la historia de éste se considera a través de los sucesivos cambios que tuvo su reglamento, o de los diferentes torneos, o partidos importantes. 10 De muchos juegos se puede recoger su historia a través de libros, apuntes, notas, películas, etc. Sin embargo, es muy poco el material que existe acerca del picado, siendo como es, el juego más popular de nuestro país, Argentina. El que se juega en todas partes, desde el patio de la escuela hasta la cancha de césped sintético, el que todos los pibes piden jugar cuando se les pregunta que quieren hacer, el que juegan desde el obrero en su hora de almuerzo hasta el presidente en una reunión de jefes de estado. El fulbito, picón, picado o picadito, como quiera llamárselo, forma parte esencial de en la vida de millones de argentinos, varones, pero también de muchas mujeres que también lo juegan, o de aquellas que van a ver jugar sus novios, esposos, padres, etc., y que hasta se pelean con el contrario si le pego a su hombre en cuestión. Bien podría decirse de muchos hombres, que juegan al fútbol tal como son en la vida de todos los días. Aguerridos, trabajadores, cuidadosos, perfeccionistas. El picado, aunque cambie el lugar donde se lo juega, sigue siendo siempre el mismo, el que cambia es quien lo juega a través del tiempo. Y a través de su historia, va escribiendo la historia del picado, lo que es igual a decir, que el picado es una historia de vida. Por lo menos, mi historia esta plagada de picados y ligada íntimamente él. Y la historia de todos los argentinos, aunque haya jugado a desgano, incluye siempre un partidito. Por eso sufrimos tanto cuando se suspende un picado, o cuando nos toca perder alguno. Y no esta nada mal que así sea.

CAPITULO 1

DICEN QUE ASÍ EMPEZÓ TODO.

El fútbol llegó a nuestro país, junto con los marineros de barcos de bandera inglesa, que anclaban en el Puerto de Bs. As., hacía fines del siglo XIX y principios del siglo XX. Los marineros, en sus ratos libres descendían del barco y jugaban al fútbol en los campos cercanos al puerto. Los chicos de aquél Buenos Aires, los miraban asombrados y pronto quisieron imitarlos. Y no solo lo hicieron en la forma de jugar, sino también en la forma de comenzar el juego. En lo que a esto respecta, recuerdo una vez, que mi abuelo materno “Beto” nacido a principio de siglo XX, me contó que cuando él era chico, cada vez que tenían que empezar a jugar un picado, un equipo le preguntaba al otro--¿Aurredi? Y el otro le tenía que contestar: -¡¡¡Diez!!! y así se podía empezar. Esto, como otros datos anecdóticos que me fueron transmitidos por mi abuelo, han quedado grabados en mi mente. Una noche de invierno escuchando una clase de historia en el Instituto Nacional del Deporte, el profesor Andrés Martín, nos contó que aquellos ingleses, antes de dar inicio a un partido, cumplían con el siguiente rito: un equipo le preguntaba al otro— ¿All Ready? (¿Todo listo?) a lo que él otro respondía—¡¡¡Yes!!! (Si) y a partir de allí, se daba comienzo al juego. Los de Buenos Aires de aquellos años, que comenzaban a imitar a esos marineros, muy pocos sabían del juego del fútbol, y mucho menos aún del idioma inglés. Así fue como que cada vez que tenían que empezar un partido, transformaron el “all ready “por el “aurredi” y el “Yes” por el “diez”; con lo cual es imposible negar la capacidad fonética de aquellos precursores del fútbol en nuestras tierras. El picado tiene su historia. En un principio estuvo ligado al comienzo del fútbol, es decir era la misma cosa. Pero luego de ir transcurriendo el tiempo, el fútbol fue tomando carácter de deporte, fue puliéndose, surgieron clubes, canchas, equipos, campeonatos, y

11 el picado siguió su camino de sencillez, de humildad, de barrio, de desinterés económico. La historia del picado la encontramos en cada niño, en cada hombre que existe en nuestro país, aunque el fútbol es una actividad Mundial. Pero el picado sin duda forma parte importante de la cultura, por estos lados del mundo. Siempre se lamentaba mi abuelo, futbolero de alma, de la no existencia, ya, de aquellas quintas que formaban parte de la Ciudad de Buenos Aires de la primera década del siglo XX y que permitía el desarrollo de picado en abundancia. En esos años, los arcos se hacían con dos adoquines como postes, los límites de la cancha no existían y la pelota era de tiento, de trapo, de media, etc. Pero había un sentimiento, un placer al jugar, una pasión hacia el fútbol, que hoy a mas de cien años, todavía perdura. Cambiaron si, los arcos. Ahora son de caño y tienen red, los límites de la cancha están perfectamente delimitados con pintura sintética; y las pelotas, las hay hasta fosforescentes. Pero el amor hacia el picado sigue intacto. Las sensaciones, la alegría, el grito de gol, las ganas de ir a jugar. A ninguno de éstos innegables contenidos espirituales, no hay síntoma de progreso alguno que logre eliminarlos de nuestro ser.

CAPITULO 2

LOS ATORRANTES. SINÓNIMO DE PICADO.

Los atorrantes son sinónimos de picado, están siempre ligados a él. Permanentemente lo jugaban, lo juegan. Ellos son la esencia misma del barrio, de la sencillez, del grupo de amigos. Siempre fueron, son y serán grandes tipos. Difícilmente alguien que vibre con el fútbol, que juegue cualquier picado como si fuera el último de su vida, es una mala persona, deshonesta. Son traviesos, atorrantes, les gusta la joda. Pero la joda sana, la que no lastima. Es muy posible que esta ultima afirmación, genere en mas de un lector una opinión encontrada con ella, mas debo aquí recordar, que este libro pretende resaltar a los jugadores de picados, y no a aquellos que utilizan este juego para poner en evidencia y exteriorizar una carga de experiencias negativas que llevan dentro suyo, y que muy poco tiene que ver con el placer de jugar por jugar. Quedan excluidos, entonces, todos aquellos que usen el picado como excusa para agredir. Ellos jamás podrán contar un gol inolvidable, o un caño memorable, porque pesará en su memoria seguramente mucho mas, una “paralítica” al novio de su hermana, o aquella “plancha” contra aquel habilidoso del otro barrio. Allá por la década del `40 más o menos, dos de estos atorrantes vivieron historias separadas por la distancia, pero unidas por la esencia.

Uno ocurrió en Ituzaingó, la otra en la ciudad de Buenos Aires. Cuenta mi viejo, que una tarde de verano, se armó un picado en pleno campo, tal la fisonomía de Ituzaingó por aquellas épocas. La única sombra que había la daba una higuera, que era el lugar de reunión de la barra. Jugaron, se cansaron, tenían sed y ninguna canilla a mano. En ese lugar lo más parecido a una bebida eran los tomates que habían madurado en la quinta de enfrente. Entonces para saciar su sed, no tuvieron mejor idea que saltar los alambrados con mucho cuidado de no lastimarse y de no hacer ruido, y no se cuantos tomates se “tomaron”. El problema vino cuando los perros comenzaron a ladrar. Los ladridos lograron advertir al dueño, que empezó a los gritos y a correr a esos vagos que estaban arruinando su cosecha... Todos los integrantes de la barra volvieron a saltar, ahora sin ningún tipo de cuidados, y no regresaron nunca más.

12 En realidad eso es lo que me contó mi viejo, yo creo que tienen que haber vuelto porque los picados se siguieron jugando, y en esos lugares las canillas no abundaban...

Ahora, nos situamos en la Capital Federal. Seguramente era una tarde de sábado. No faltaba ninguno, mi tío Néstor, Choco, Horacio, Chiquito, Raviolo, Chiche. Todos jugaban, y solamente Chiche los miraba. Jamás participaba de los picados. Los otros vagos gritaban, rompían vidrios, corrían por la vereda, por el empedrado. Los vecinos siempre se quejaban. Demasiada gente junta había, ya, en la capital. Alguien, siempre anónimo, cobarde, llamó a la policía. Amargado, viejo de mierda ¡Bah! Ni bien el móvil policial se asomó a la esquina, el Ñato Néstor saltó al jardín del 4474, Choco entró al pasillo del 4538, Horacio se trepó por la ventana del 4530, y el pobre Chiche, como no tenía nada de que correr porque solo estaba mirando como sus amigos jugaban el picado de cada tarde, se quedó sentado en el umbral de la casa de Florindo. Hacía él fue la policía. Lo acusó de vago, de interferir la siesta de los buenos vecinos, de promover el desorden, y se lo llevó a la comisaría. A la noche cuando volvía a su casa, además de pensar la explicación de los hechos, que le daría a su mamá, decidió que en lugar de quedarse mirando, iba a empezar a participar de los picados…

CAPITULO 3

EL PICADO SEGÚN LA ZONA GEOGRAFICA.

A partir de anécdotas propias y de mis amigos, he podido llegar a estas conclusiones. En el norte de nuestro país, los picados se caracterizan por ser los que menos oxígeno ofrecen a quienes lo juegan. Sin embargo es muy común ver como los habitantes de esa zona, juegan a los pelotazos y se las pasan corriendo todo el partido En el año 1981, los colegios secundarios de la capital, participaban del plan “Marchemos (perdón) hacia las fronteras” y entonces iban hacia ellas apadrinando a un colegio fronterizo. El Nacional Nº 9 Justo José de Urquiza, colegio de mi bachillerato, lo hacía con un colegio de Saujil (Catamarca). Una tarde, los chicos de Buenos Aires, vieron como los de Saujil jugaban al fútbol entre ellos, se miraron entre sí y se dijeron: -Hagámosle partido, los aplastamos. Supusieron que con el “toque” que ellos poseían, así iba a ser la cosa. Jugaron. Tocaron. Se ahogaron. Conclusión: los de Saujil los golearon.

En el centro del país, en Córdoba, tuve la oportunidad de jugar de chico en los hoteles de Embalse Río Tercero. Los partidos son como en todas las partes donde hay gente jugando picados. Pero existe una característica muy especial de los cordobeses. A uno, cuando termina el partido le duelen más los abdominales de reírse, que las piernas de correr y patear. Cierto día se había organizado un partido de mujeres. De pronto, la arquera de uno de los equipos voló de palo a palo y todos los espectadores se asombraron. Pero al querer levantarse del suelo, una peluca quedó tirada y el asombro se transformo en carcajadas. Recién en ese momento, los espectadores se dieron cuenta que “la arquera” era Roberto, el mozo del bar, cordobés el hombre.

En las playas de nuestra Costa Atlántica el fútbol es jugado, casi únicamente, en la temporada veraniega. Es así como podemos encontrar personas de diferentes edades jugando picados, hasta en los lugares más pequeños, entre ojotas, sombrillas y heladeras de telgopor.

13 Basta que aparezcan dos chicos, hombres, o adolescentes con una pelota, para que al rato, y como sumergidos de entre las arenas, se junte una cantidad suficiente de jugadores para armar un picón. Como primer paso, hacen unos toques como para “entrar en calor”, aunque en realidad el verdadero objetivo es “informar” al resto de las personas que se encuentran en el lugar, que deben alejarse lo suficiente como para que ellos puedan armar la cancha. En lo que a ésta respectan los arcos se hacen de forma variada: Por ejemplo, pueden utilizarse ojotas clavadas en la arena con la punta del talón hacia abajo. En el caso de carecer de las mismas, se colocan dos bolsos. Si se encuentran dos piedras grandes, también sirven, de lo contrario deberán armarse con la típica montañita de arena, la cual debe ser armada nuevamente cada vez que un caminante distraído las rompa en su paseo. La pelota ideal es aquella n° 5, un tanto desinflada, para que no se lastimen los pies en caso de estar muy dura. La menos adecuada es la llamada “Plastibol”, ya que jamás toma la dirección que uno quiere darle, y ni hablar de cuando hay viento en contra. Jamás se hace un gol. También se usan pelotas de vóley, de goma, de “papy-futbol”, pero solo en algunos casos, como por ejemplo, cuando quienes estaban jugando “un cabeza” se encuentran con unos amigos y la única pelota con la que cuentan es la de goma. Los límites de la cancha comúnmente son: Del lado de la ciudad, la primera sombrilla, y del lado del mar, precisamente éste. Pero este límite varía según el alcance que tenga la ola en cuestión. Es muy común ver como alguien totalmente desmarcado, para la pelota, levanta la cabeza, y cuando quiere meter el pelotazo, se encuentra con que la pelota ya no está. El mar se la robó. Si uno quiere seguir jugando el picado, entonces no debiera cabecear nunca la pelota y mantener los ojos abiertos al mismo tiempo. Automáticamente se le llenan de arena, y cuando se la quiere sacar con los dedos, más arena entra en sus ojos todavía. Una de las reglas implícitas del picado en la playa, es la de jugar descalzo, a pesar de las ampollas y las lastimaduras que pueden producirse con el roce de la arena. En la actualidad, en algunos sofisticados balnearios pueden encontrarse canchas de cemento, piso flotante, y césped sintético con arcos y red, iluminación y muy altos precios para alquilarlas. De eso aquí no hablo, ya que esta es la historia del “picado”, no la historia del fútbol-comercio-profesional, esa es otra historia.

En nuestra Capital Federal y sus alrededores, el picado toma diferentes formas, adaptadas a la geografía de una gran ciudad como Buenos Aires. Como ya he citado, los espacios para el desarrollo del picado han ido reduciéndose con el correr de los años. Es decir que el juego de la pelota, ha variado con el transcurso de las décadas. El tránsito creciente y la mayor velocidad a la que se desplazan los vehículos, significan un gran riesgo para los más pequeños. A más de un padre se le ha paralizado el habla, al ver a su hijo cruzando la calle detrás de una pelota, sin reparar que un auto pudiese cruzarse en su camino. Más de una madre al ver a su pequeño en esa acción, lo tomó de los pelos, y le prohibió la salida por una semana. Son cosas que pueden pasar en un picadito porteño. Muchos escenarios diferentes encontramos en la ciudad futbolera. El más común de ver, es el que se arma en las veredas. Sin embargo, hace tres o cuatro décadas atrás, era más factible ver picados de esquina a esquina. Esto era posible, debido al poco flujo de tránsito que había en aquella no tan lejana época. En la intersección de la avenida San Eduardo (hoy Aranguren), y la calle Fonseca (hoy Gómez de Fonseca), esquina de muy gratos recuerdos para mi, solían armarse grandes e interminables picados por la característica del lugar, que era ideal para jugar.

14 Los arcos se hacían, uno, en la esquina Noreste; aprovechando la reja de la iglesia de los mormones, y el otro en diagonal, sobre la persiana de la fábrica de medias. No existía en la zona una intersección de calles tan adecuada para jugar a la pelota. El transcurso del tiempo y el aumento del tránsito, dado que se jugaba sobre la calle, hicieron que el picado se trasladase hacia las veredas más cercanas a esas esquinas. En Buenos Aires hay muchas calles que cuentan con veredas anchas, propicias para el desarrollo del juego. Basta con encontrar solo dos piedras, para que los arcos ya estén armados. Ante esta afirmación más de un lector se preguntará si en lugar de dos piedras, acaso no serán cuatro las necesarias para armar dos arcos. Paso a explicar. Si uno tiene en cuenta, que toda vereda consta de una vereda propiamente dicha, árboles sobre un costado, y pared sobre el otro, allí encontrará la respuesta. Cada piedra se colocará a unos pasos de la pared (o del árbol), que será un palo, y el otro la piedra. Lo más común es que se haga contra la pared. Como podrá apreciarse, si se usa un poco la imaginación, la forma de la cancha es un tanto atípica. De un solo costado se considera que la pelota está fuera de juego, y es del lado de la calle (cordón, vale) Del otro lado, la pared juega ¿Cómo es eso? En el fútbol, se llama”hacer una pared” a esa jugada hecha por dos compañeros del mismo equipo, en la que uno hace el pase frente a un contrario y corre a buscar la devolución, hacia delante. Quien realiza dicha devolución, es su compañero. La pared de las casas, en el picado de la vereda, es el reemplazante perfecto de ese compañero. Incluso me atrevo a decir, a opinar, que “juega” mejor que él. Jamás duda y juega siempre a un toque. Nos devuelve la pelota exactamente al lugar que nosotros queremos, y en el tiempo justo. Eso sí, si alguna vez se equivoca va a ser inútil putearla... Hay en todo barrio, veredas que ya cuentan con miles de historias de picados. Suelen ser normalmente, las veredas de las casas de chicos que juegan, o también, la de los vecinos más macanudos. He aquí, un factor muy importante y limitador del picado en la ciudad: los vecinos. Los hay de dos clases: Los normales y los histéricos. En la primera categoría, incluyo a aquellos que son diferentes y no les molesta que se juegue al fútbol ni tampoco que interfieren el desarrollo de ningún picado, como así también aquellos que colaboran o fomentan el juego. Tengo algunos ejemplos, que corresponden al barrio de floresta, de mi infancia. Sobre la avenida Aranguren, más exactamente en la vereda del 4530, siempre se armaban unos partidos espectaculares. Desde la época de mi tío Néstor jugaba con Choco y Horacio, hasta hace unos 35 años, cuando junto a Cristian y a Daniel, hijos de aquellos “pioneros”, éramos los protagonistas de los partidos. Nunca escuché una queja por parte de algún ocupante de ese edificio. Ni siquiera cuando la pelota se “colgaba” en algún balcón, y era inmediatamente devuelta por alguno de ellos en pos de la prosecución del picado. Exactamente a la vuelta, en la esquina Noreste de las calles Saráchaga y Fonseca, lugar de innumerables partidos, en los que he jugado junto a Arnaldo, Juan Carlos, Yoyi y Esteban, vivía uno de los vecinos más “normales” que he conocido. Me refiero a Vicente, alguien nuevo en aquellos años en el barrio, que compró justo la casa, cuya pared hacía las veces de arco. No había una tarde en que la pelota no reposara sobre la terraza o el patio de Vicente. Y no había tampoco una vez en que la “redonda” no fuese devuelta con amabilidad por la gente de la casa. Tan buenas eran las relaciones entre Vicente y la barra, que cuando para año nuevo venían sus parientes de Mendoza, eran de “película” los picados que se armaban de esquina a esquina. Aquí debo aclarar, que a pesar de que el equipo de la barra venía invicto durante tres años seguidos, nos costaba ganarles a los mendocinos. En contraposición a este vecino tan macanudo, estaba el gallego de enfrente. 15 Un personaje solitario, huraño que daba hospedaje a paisanos suyos, de la misma condición solitaria aunque no tan malvados. Su técnica para amargarnos los picados, era sumamente práctica. Cada pelota que caía dentro de los límites de su casa, era devuelta con un tajo hecho por su cuchilla. Solo si la pelota era descubierta por uno de sus inquilinos, sobrevivía. Un bendito día, apareció un cartel de venta en esa casa, y luego vino la demolición. Tanto los integrantes de aquella barra, como los de la barra actual, colaboramos de alguna forma con esa demolición. Para eso tuvimos que esperar quince años. Y comprar no sé cuantas pelotas nuevas...

La ciudad de Buenos Aires, presenta muchos recovecos apropiados para jugar al fútbol. Pasajes angostos, cortadas, terrenos lindantes a las vías del ferrocarril, etc. Cuenta Carlitos, propietario de una librería en el barrio de Flores, que en su época de pibe, el lugar preferido por él y sus amigos, eran los dos pasajes que se encuentran en ambos lados de la iglesia San José de Flores. Sus nombres aún siendo los mismos: Salala y Pescadores. Son pasajes peatonales, muy transitados, con paredes altas de la iglesia por un lado y de las casas, por otro. En la actualidad, no se ven casi nunca pibes jugando algún picado en ese lugar.

Por supuesto, el picado en el patio de casa, en el balcón, en el living, es algo típico de las grandes ciudades, pero son tratadas en otros capítulos. Otros lugares de picados en la capital, se encuentran allí donde crecieron varios árboles y un poco de pasto. En ellos se vuelcan los porteños con sus pelotas y botines. Normalmente las plazas son ocupadas por los más pequeños y los parques por los grandes. ¡Los desafíos que se habrán jugado en las plazas y los que habrán de jugarse! Una barra le hace partido a otra. Por lo general en su plaza de costumbre. Se prepara el equipo. El gordo al arco, los más troncos, atrás, y los habilidosos adelante. Se arma la cancha, dos bolsos forman un arco, casi siempre enfrentados a dos árboles, arco natural elegido por los dueños de la casa. Los límites de la cancha son por un lado el árbol aquél, él más alto y del otro lado el comienzo de la vereda. Hasta que el visitante se acostumbra a la cancha, sus pozos, sus árboles intermedios, y las piedras que sobresalen del piso, ya van perdiendo seis a cero. Ante la “imposibilidad” de poner un árbitro imparcial, cada fallo es discutido por demás, y la duración del partido es a cantidad de goles y no de minutos. Del otro lado, del lado de los grandes, los picados tienen más variaciones. Los desafíos, a este nivel, casi no existen. Si un equipo “le hace partido” al otro, se alquila una cancha “en serio” y listo. Se pueden ver equipos ya formados, que van a jugar y arman partido con otro como así también, los picados pueden armarse poco a poco. Llegan tres o cuatro jugadores con una pelota, se ponen a patear, invitan a otros, algunos se invitan solos, y así de a poco arman la cancha. Generalmente se ocupan lugares grandes, tan grandes, que hay jugadores que tocan la pelota una vez cada media hora... Los límites de la cancha van agrandándose a medida que transcurre el partido, ya que nunca queda del todo claro cuales son, al comienzo del partido. Los arcos suelen armarse con dos bolsos, tal vez con dos árboles, y los más organizados llevan un arco armado con dos palos con altura reglamentaria, y sogas que hacen a la vez de travesaño y sostén (pueden verse en los bosques de Palermo) Algunos picados entre adultos suelen tornarse algo violentos. Dado que en la categoría de adultos entran desde pibes de dieciocho años hasta hombres de cincuenta y pico, a veces éstos, que suelen ser más pesados y menos ágiles, no encuentran mejor manera para quitarle la pelota a los jóvenes, que recurrir al derribe deliberado de su hábil y atlético rival. Generalmente no hay mala intención. Si una gran impotencia. 16 Sucede a menudo, que jugando picados de éste tipo, se destacan algunos jugadores, y quien los ve, automáticamente se pregunta porque en lugar de jugar en el parque, no lo hace en un club oficial. La respuesta la encuentra, cuando de regreso a su casa, ve a ese “fenómeno del potrero” compartiendo dos botellas de vino y no se cuantos cigarrillos con sus amigos. No es entonces porque nadie lo haya “descubierto” que no juega en algún club, sino por su falta de constancia y de responsabilidad. Tal vez no haya sido a causa de su falta de constancia, y no ha tenido suerte en su paso por los clubes debido a que su historia futbolística quedó trunca por algún entrenador “mal parido”. De todas formas, si así hubiese ocurrido, mi experiencia me dice que en lugar de “matarse” con cigarrillos sigue cuidándose tanto o más que cuando jugaba oficialmente.

Una variante de los parques y las plazas, son los jardines de la avenida Gral. Paz o de la Avenida Cruz. Los de la Gral. Paz hasta antes de su transformación, eran de dos tipos diferentes. Algunos se ubicaban en el centro y otros a los costados de la avenida, y allí se podía jugar fácilmente al fútbol, aunque difícilmente una pelota sobreviviera a un cruce por el asfalto. Otras se encuentraban en la zona de los puentes, y estaban ubicadas de manera oblicua, (Ascendente o descendente según se la vea) de forma tal que, el picado se formaba con un arco en la parte superior y otro en la parte inferior. Yo, que he jugado y sigo jugando una gran cantidad de picados, jamás lo hice en un lugar así. Nunca me motivó una cancha armada de esa manera, porque supongo que el equipo que juega en el arco de abajo, tiene que hacer un esfuerzo doble o triple para llegar hasta el arco contrario. Mientras que el otro equipo con dejar correr la pelota, ésta ya llega sola.

Sinceramente, no me gustaría que un grito de gol se ahogué, porque la pelota no entre en el arco de arriba ya sin arquero debido a la caída del terreno. Me la imagino trepando, despacito, despacito, y cuando está por entrar en el arco ¡Zas! Se viene para abajo. Realmente no lo soportaría.

En el Gran Buenos Aires, los fulbitos tienen las características de los que se armaban en la capital hace algunas décadas atrás. Esto se debe a que, con excepción de los centros comerciales y de las avenidas, el paso de los autos es menor, y también se debe a que existen más lugares abiertos, más potreros.

En el interior de nuestro país, el picado en la calle casi no existe, dado la cantidad de espacios verdes o potreros para su desarrollo. Por lógica, esos son los lugares elegidos para jugar al fútbol Las plazas, generalmente, están repletas de juegos infantiles, flores, canteros que son orgullo de la ciudad o bien de cada localidad. En una oportunidad, en el año 1982, estuve con unos amigos en la ciudad de San Miguel del Monte. Estábamos mis amigos y yo en aquella ciudad, tratando de tomar una decisión acerca de que hacer, dado que una inundación de graves consecuencias afectaba la zona. Optamos por esperar una hora, para ver si la situación cambiaba, y podríamos al fin acampar. Mientras tanto ¿Qué hicimos? Un picado, como era lógico. Como en la mayoría de las ciudades pequeñas, el centro consta de una plaza, la municipalidad, la iglesia, y el correo. En este caso la comisaría estaba a dos cuadras de distancia. Comenzamos jugando en el frente de la iglesia, donde había un playón apto para jugar. En un momento dado, a uno de nosotros se le ocurrió cruzarnos a jugar en la plaza.

17 Hasta ahí todo estaba en orden. Pero al rato de estar en la plaza, vimos acercarse un auto de la policía. Como no habíamos roto nada, ni nadie se nos había quejado, en ningún momento se nos ocurrió pensar que fuésemos la causa de la presencia policial en ese lugar. Del auto policial que se detuvo justo frente a nosotros, descendió un oficial que se identificó como el mismísimo comisario, y de un modo muy particular nos dijo que estábamos en infracción: -Miren muchachos, yo entiendo que ustedes no sabían, pero en esta plaza está prohibido jugar (...) Les pido, por favor, que dejen de hacerlo. Y se fue, dejándonos con la boca abierta, porque no esperábamos que nos tratara de esa manera. Por supuesto, no tuvimos otro remedio que suspender el picado. Una lástima, porque se estaba poniendo lindo. Así como no nos dejaron jugar en la plaza, si nos permitieron, al otro día hacerlo en las canchas de polo. Es decir, hay un gran respeto por la tradición. Si se rompen las plantas de la plaza, es como si se lastimara el corazón de la ciudad, pero en cambio el pasto de la cancha de polo, que más que pasto es gramilla, en caso de romperse, se repone y listo.

CAPITULO 4

EL PICADO SEGÚN EL LUGAR FÍSICO.

El Potrero.

El origen del nombre, surge de los primeros años del picado. Se llama potrero, a todo lugar abierto que no pertenece a nadie, o que no se conoce a su dueño, o al menos que se conoce al dueño pero éste nunca aparece. En esos espacios se arman picados permanentemente. La ciudad de Buenos Aires de principios del siglo XX, estaba repleta de potreros. Cada barrio tenía el suyo, del cual se apropiaba alguna barra y lo arreglaba, tal vez se colocaban arcos, la marcación de la cancha, y hasta se le colocaba un nombre. Esos potreros fueron desapareciendo, algunos se convirtieron en clubes de barrio, otros en hospitales y muchos en lujosos departamentos. Al menos en la ciudad de Buenos Aires, ya casi no existen. Pero ese “casi” significa que algunos quedan y creo que seguirán existiendo. En el año 1973 aproximadamente, en la esquina de Aranguren y Fonseca, un día descubrimos que la que había sido la casa de Florindo, estaba siendo derrumbada. Si bien Florindo se había mudado a dos cuadras apenas, para nosotros seguía viviendo en esa esquina. Y como no podía ser de otra manera, dado que su ex -dueño era un futbolero de alma, de esos que dejan el alma gritando un gol, en lugar de la casa derrumbada, se armó un hermoso potrero. Del derrumbe había quedado una gran planta de nísperos y un cuartito de madera, que automáticamente se convirtió en vestuario. Recuerdo que nunca pudimos tener arcos más de dos días seguidos porque se caían al primer pelotazo. Cuando quisimos marcar las líneas de fuera, nos dimos cuente, que de hacerlo la cancha iba a resultar muy angosta. Fue así, como optamos por usar la pared como límite. Pero dado que la pared solíamos usarla en las veredas como un elemento indispensable para evitar la marca de un contrario, cuando la pelota pegaba en ella, no estaba fuera del juego. El potrero, por ser el único de la zona, pronto se vio invadido por extraños, que venían de muchas cuadras a la redonda.

18 Como nosotros teníamos apenas diez años de edad promedio, éramos fácilmente desplazados de su “explotación”. Esto trajo como consecuencia, por ejemplo que un día encontrásemos lastimados a unos gatitos que criábamos allí, o que muy a menudo no pudiésemos jugar, por encontrar “nuestro” potrero ocupado. Al poco tiempo, comenzó la obra de edificación y tuvimos que volver a jugar en la vereda, que por suerte son las más anchas de la capital. Otro potrero que había en Floresta, aunque correspondía a otra barra, era la “feria”. La llamábamos así, porque en ese lugar iba a construirse una feria municipal, pero tardó tanto en llevarse a cabo ese proyecto, que ya había una cancha pintada en el suelo que ofrecía un cemento parejo, y unas rejillas a los costados, que hacían las veces de líneas laterales. Los vecinos, cansados del griterío que se producía en ese lugar, optaron por no devolver las pelotas que se “colgaban”. Y como las paredes medianeras eran bajas, esto sucedía muy a menudo. Con el tiempo la feria se construyó, y el espacio-potrero, se vio reducido a la mitad, hasta desaparecer cuando se construyeron todos los puestos planificados desde el principio. Con ello desapareció un reducto futbolero muy preciado en la zona. El flaco Gallo y los hijos del gallego del almacén de la esquina de Carrasco y Morón, todavía la extrañan...

El Club del Barrio.

Reemplazante urbano del potrero, heredó de éste, los rasgos característicos del picado: el grupo de amigos, que, con la excusa de patear un rato, mantienen viva su amistad. La cancha del club puede ser techada o no. En este caso el picado se suspende por lluvia. La mayoría son de baldosas, las cuales nunca presentan un color uniforme, y por supuesto, siempre falta alguna. Las hay también de asfalto o de cemento, pero en éstas, seguro que el zurdo habilidoso larga antes la pelota, porque si le hacen foul, se raspa toda las piernas, y eso si que duele y mucho. Si los arcos tienen redes, mejor. Si no, no importa. Las discusiones se tornarán, la mayoría de las veces, en si la pelota salió o no de la cancha, si el lateral puede hacerse al área, o si el córner hay que hacerlo de cucharita. Muy difícilmente se discute con el vecino para que devuelva la pelota. Cuenta con una gran contra: Hay que pagar para jugar, y además el tiempo es limitado. Cuestiones del progreso. Beneficios de pocos

El patio de casa

Siempre repletos de plantas, sillones, pajareras y columnas, el patio de casa siempre fue un buen lugar para jugar a la pelota, en las tardes de lluvia (si hay toldo), cuando una penitencia prohibió la salida a la calle, después de hacer los deberes, o cuando llega papá del trabajo. El primer paso es hacer lugar. Para ello se corren los sillones y la mesa. Las macetas, dispuestas generalmente cerca de las paredes, no son un obstáculo grande, pero de todos modos, molestan. Los arcos bien pueden ser dos puertas enfrentadas (del mismo ancho), o armarse con los sillones. Si el lugar en el que se encuentra la madre de la casa, tiene vista directa hacia el patio, se cierra la puerta, para evitar la “inspección” del picado. La excusa es –“para no molestarte, vieja”. El partido en el patio tiene sus particularidades. 19 La pelota no sale nunca de la cancha, ya que la pared también juega. Si la pelota queda entre la pared y una maceta, la disputa de la misma se torna un tanto agresiva. Lo más probable es que caiga la maceta, rompiéndose la planta. Rápidamente se junta la tierra que cayó en el suelo, se pone de pié la maceta, y la planta se clava desde el tallo partido, otra vez en la tierra. El picado sigue y comienzan los pelotazos altos. El que sufre una brutal caída, ahora es el canario. El ruido es tan grande que la madre grita: - ¡Cuidado con el pajarito, chicos!, a lo que seguramente éstos responderán: -Si, mamá, no paso nada... Y así, accidente va, accidente viene, el picado en el patio de casa, continúa hasta que la madre del amiguito, viene a buscarlo y se lo lleva. Aquel patio de la casa de mi abuela, todavía recuerda la cabeza rota de mi primo Hugo, a causa de aterrizar contra una maceta para impedir un gol de penal; las gambetas de mi abuelo; las mojaduras por jugar debajo de la lluvia con mi hermana Karina, por aquellos días el hermano varón que no tuve; ni tampoco pudo olvidarse de la pelota de plástico azul y celeste, ni de la pelota de todos colores que se había colgado en el techo de nuestro garaje, y que yo a pesar de saber quien era su dueña jamás devolví. Claro que cuando la saqué para jugar en la vereda, sucumbió ante los afiladísimos colmillos de Pamela, la perra de al lado…

Con el paso del tiempo, y debido a la proliferación de edificios de departamentos, el patio ha sido reemplazado por balcones. Es muy común ver a los pibes gritándole a la gente que camina por la vereda, que por favor les alcance la pelota que inexplicablemente pasó por sobre la baranda. Claro que esta variante del juego, en un espacio angosto y alargado, gesta grandes wines. Lastima que en el fútbol actual hayan desaparecido… Pero definitivamente se modificaron las costumbres. Antes los pibes regresaban a las casas todos sucios y hasta embarrados, corriendo directamente a la ducha o al fuentón. Hoy, y de eso soy testigo, hay madres que les gritan desde el balcón: -Subí que es hora de comer, pero antes lavá la pelota... Lamentablemente el espacio para el picado en las grandes ciudades, cada vez es mas reducido, pero las ganas de jugarlo sigue siendo tan grande como siempre y así es como quienes quieren jugar, se adaptan a cualquier lugar por mas reducido que sea. Sin ir más lejos, preparando una materia para el profesorado de Educación física con dos compañeros en un departamento de un ambiente, decidimos hacer un paréntesis. Inmediatamente corrimos los libros y las sillas, y armamos un picado “todos contra todos”. Estábamos perfectamente adaptados al espacio de juego cuando la vecina del piso inmediato inferior, nos tocó el timbre y de forma no muy grata, nos recordó que estábamos en un edificio y no en un parque. En fin, el fútbol es siempre fútbol...

El patio de la escuela

En la mayoría de las escuelas, el recreo lo tienen todos los grados juntos y en el mismo patio. Nunca falta el grupo que generalmente arma un partido pese al poco lugar que hay. Mas que un picado lo que se arma es una lucha con el resto de los chicos que juegan a la mancha, las chicas que juegan al elástico, y las maestras que se empeñan en que ningún chico corra ni se lastime en su recreo. Los arcos ya son fijos: uno es la puerta del baño, y el otro la puerta del quinto “A”. La pelota puede ser de diferentes tipos (ya hablaré de eso más adelante) de papel, de media o tal vez chiquitita y de plástico. El resultado nunca se sabe a ciencia cierta, a pesar de que ambos equipos se adjudiquen el triunfo. 20 Entre peleas, empujones y discusiones, el picado transcurre durante todo el recreo. Lo que nunca se discute es el final, que sucede automáticamente cuando suena la campana o el timbre.

CAPITULO 5

LA ELECCIÓN DE LOS EQUIPOS.

En un picado, es primordial elegir equipos parejos para que su desarrollo sea entretenido. De lo contrario si un equipo es netamente superior al otro, el picado se convertirá en baile y goleada. Claro, esto puede suceder en una barra en que todos se conocen y ya saben “quien la mueve” y quien es de “madera”. La forma típica para elegir, es mediante el famoso “pan y queso” o la “pisadita”. Se enfrentan dos jugadores y avanzando de uno por vez, pie a pie, gana el que primero le pisa el pie al otro. Hay algunas trampas, como ser la de colocar un pié perpendicular al otro, o pisar solo con la punta del pié. Es una forma de elegir los equipos, que nació casi junto al picado. En la película “Pelota de Trapo”, se muestra en una escena, a dos equipos de chiquilines, haciendo el pan y queso. Otra forma de elegir, es la de designar dos capitanes y que éstos vayan eligiendo una vez cada uno, de a un jugador por turno hasta completar los dos equipos. A medida que avanza la edad de quienes juegan, estos modos dejan de formar parte del ritual del picado. Entonces los jugadores se acomodan solos a un lado y otro de la cancha. O bien se le “exige” al que los conoce a todos, siempre hay uno, que arme él solo ambos equipos. Pobrecito si el partido sale desparejo. En este caso suelen hacerse intercambios de jugadores, con el fin de emparejar acciones. Claro, que una vez comenzado el juego, resulta muy difícil que un integrante del equipo que va ganando, tenga ganas de pasar a formar parte del equipo que va perdiendo. Ocurre a veces, que algunos lo toman como un desafío personal, y entonces acceden a cambiarse de equipo e intentan revertir el resultado a partir de su incorporación. Si así lo logran, se convierten en ocasionales héroes. Pero si no logran dar vuelta el resultado final, salen de la cancha convencidos que definitivamente ese equipo no tenía arreglo…

CAPÍTULO 6

LA PELOTA.

Elemento indispensable para el desarrollo del picado, podemos encontrarlas de muy distintas formas. Mi querido abuelo “Beto” solía contarme que cuando él era pibe, allá a principios del siglo XX, la pelota que predominaba era de tiento ¿Qué era una pelota de tiento? Consistía en una vejiga de vaca, cubierta de recortes de cuero cosida a mano. El tiento propiamente dicho, era un pico que sobresalía de la esfera de la pelota, y por lo tanto quien patease o cabecease la pelota justo ahí resultaba lastimado. Contaba mi abuelo, que más de uno antes de cabecear el tiento, agachaba la cabeza y la bocha pasaba de largo. ¡Cuántos se habrán tenido que bancar los insultos por perderse un gol en esas circunstancias! Hay un poema de Héctor Gagliardi llamado igual que la película, “Pelota de trapo”, que cuenta precisamente la historia de una barra que usaba una de esas pelotas para jugar al fútbol. 21 Ya casi no existen, pero los que tuvimos la suerte de patear una pelota de trapo, la recordamos con mucho cariño. Se armaba haciendo un rollo de tela, que iba recubierto, generalmente de otra tela más gruesa, que se cosía a mano. Lo más común era que el hilo con el cual se efectuaba la costura, con el roce del piso y de los pies se cortase, entonces la pelota ya no era tan “redonda”, sino que pasaba a ser un objeto que se desplazaba de forma irregular, porque uno de sus parches, planeaba libremente por el aire. Prima hermana de la pelota de trapo, es la pelota de media. Su relleno era igual, pero su parte externa consistía simplemente en una media. Las más sofisticadas estaban cosidas, y la parte sobrante, prolijamente recortada. Esto sucedía cuando el armado de la pelota se hacía con tiempo y mamá colaboraba, pero si el partido estaba por comenzar y no había pelota, se armaba un rollo de papel o de trapo para rellenar una media cualquiera, se hacía un nudo bien fuerte, y dale que va. Con el correr del tiempo y el crecimiento de la tecnología, éstas formas si se quieren precarias, fueron reemplazadas por la “Número cinco”. Hecha de gajos de cuero, cubriendo una cámara de látex, con una válvula para que el aire que entra mediante un pico no pueda salir. También el plástico hizo lo suyo, y hoy las llamadas “Plastibol” se encuentran en la mayoría de los hogares. Generalmente en el garaje o debajo de la cama de su dueño. Por otro lado, las pelotas de plástico finito, igualmente pululan en el mercado, pero su poco peso y obediencia nada satisfactoria, hacen que no sean consumidas del mismo modo que su hermana la “Plastibol”. Con respecto a esa obediencia a la que me refiero, recuerdo una vez que mi tío Néstor, me dijo: - La pelota es muy obediente. Como yo era muy chico, considere la apreciación como no valedera, argumentando que si fuese tan obediente, todos los que apunten al arco, convertirían el gol. Pero a medida que fui “mamando” el trato con la pelota, me di cuenta que mi tío tenía razón. Que uno apunte al arco, acción netamente de intención mental, no quiere decir que su patada sea correcta, es decir que si no sabe pegarle a la pelota, ésta va a dirigirse hacia el mismo lugar que el pié le indique. Conclusión: -Señora ¿Me la alcanza? En el año 1974, yo cursaba cuarto grado de la escuela primaria, tanto en las horas libres como en los recreos, el juego preferido era “el metegol-entra”. La pelota era de trapo de jeans azul, que mi abuela “Tita” me había confeccionado con toda la maestría que ponía en cada cosa que hacía. Un día, en el cumpleaños de las mellizas Gabriela y Alejandra, como souvenirs nos regalaron un llavero y una pelotita de plástico a cada varón. Creo sin temor a equivocarme, fue el recuerdo de cumpleaños más acertado que me obsequiaron en toda la primaria. De más está decir que la pelota de trapo quedó archivada, y su reemplazante no sólo nos acompañó durante el resto del año, sino también, todo quinto grado. Los maestros ya no sabían como hacer para evitar los picados. Es más, nunca llegaron a hacerlo. Creo que les ganamos por cansancio.

La compra de la pelota.

Probablemente alguna vez la barra, ese grupo de amigos que resultan inseparables mientras coincida su tiempo de vida, se quede sin pelota. Esto puede haber ocurrido porque algún auto la reventó, algún vecino la pinchó, o simplemente porque no está más. Cierto día, jugando en la vereda con unos amigos, la pelota se escapó hacia la calle. No pudo frenar el auto que acertaba a pasar por allí, y sus ruedas aplastaron a nuestra querida amiga, dejándola con unos cuantos cueros descosidos, incapaces de continuar brindándonos sus servicios lúdicos. 22 El auto que era conducido por una mujer, siguió su marcha como si nada hubiese ocurrido. Lamento iba, lamento venía, de repente observamos que el auto que nos había reventado la pelota, volvía a pasar. Nos miramos asombrados, no entendíamos ¡Cómo se atrevía hacerlo! Cuando llegó al lugar donde estábamos sentados, el auto frenó, su conductora nos llamó y nos regaló una pelota número cinco nueva, similar a la nuestra. Sin esperar agradecimiento alguno, puso primera y desapareció en la primera esquina. Fue un gesto que muy pocas veces se da, de estos que sirven para creer que existen las personas que aceptan sus errores y tratan de remediarlos. Ese día la barra hizo negocio.

No ocurrió lo mismo, el día que pateando una pelota de goma, ésta se fue a la calle, pasó un camión de esos con dos ruedas de cada lado en su eje trasero, y pisó la pelota. Todos nos tapamos los oídos, esperando el ruido del reventón, pero éste no llegó. Al alejarse el camión, alcanzamos a divisar la pelota clavada entre las dos ruedas traseras del camión. Es decir se la llevó puesta. Consecuencia, pelota perdida. Cada vez que algo así sucede, la barra tiene que adquirir otra pelota. Los más organizados van a tocarle el timbre a Carlitos, ese vecinito que no es del equipo porque juega realmente mal, pero que todos saben que tiene la pelota de cuero. Los medianamente organizados, que gozan de una cierta unidad de criterios optan por la colecta. Todos los integrantes de la barra van a la librería y quiosco de la vuelta, para averiguar el precio dela redonda, dividen el monto entre todos y comienza la recorrida casa por casa hasta juntar el dinero. En cada casa, al hablar con la mamá, les dicen que todas las madres ya colaboraron y que la única que falta es ella. Ante semejante exposición, la mamá de turno no tiene otra salida más que aportar el dinero correspondiente. Casa tras casa, el discurso se va repitiendo, y así se llega a juntar la guita suficiente para comprar la pelota nueva. Este tipo de persuasión, también se utiliza para pedirles permiso a las distintas madres, para ir hasta la plaza que queda a diez cuadras a jugar un desafío.

CAPÍTULO 7

LOS DICHOS DEL PICADO.

Como cita Alejandro Dolina en su libro “Crónicas del ángel gris”, es muy común que en un picado, si de alguien no se conoce el nombre, se lo llame por su color de camiseta, su aspecto físico, su pelo, su barba, su bigote, etc. Pero hay otros dichos típicos del fulbito, que sirven para ordenar la táctica del equipo. Son voces universales, aunque cada zona tiene las suyas propias. Uno de ellos es el “Tomá”. Su sentido es igual al “Vení”. Ambos quiere decir “Pasame la pelota” . Pueden ir acompañadas del “Andá”. Cuando un jugador le indica esto a otro, quiere decirle que corra hacia delante, y que espere el pase que él va a hacerle. El “Toma” y “Anda” y el “Vení” y “Andá”, significan entonces, podríamos decir que se traducen como un “Pasame la pelota y picá hacia adelante a recibir la devolución”. Evidentemente, ante semejante extensión de la intención en el juego, se opta por el “Tomá y Andá”, antes que el rival se apodere de la pelota. Otro dicho, cuyo objetivo es el de informar a quien lleva la pelota, acerca de la posición de su compañero, supuesto receptor de la pelota, es el “Por la misma” o “Por la otra”. También una más corta es “Cambiala”. Cualquiera de las tres, busca que quien tenga la pelota, o bien haga un pase por el mismo lado de la cancha, o sino, que cruce un pelotazo hacia el costado opuesto,

23 tratando de generar un pase sorpresivo y exacto a su compañero ubicado en el sector opuesto de la cancha. El archiconocido”Caño”, que tantas cargadas ocasiona, también es producto del picado. Lo que se busca con él, es achicar al contrario por la impotencia que éste siente al no poder frenar la pelota que pasa entre sus piernas. Forma parte misma de la esencia del picado. Sino detengámonos a observar cuántos caños se hacen en un partido profesional y cuantos en el picado. La diferencia está en que si no sale en un picado, no pasa nada. Pero en un estadio repleto de gente, que un “Caño” no salga, puede significar toda una ovación en contra. Por supuesto, también existen las quejas. Supongamos que un jugador apodado “Cabezón” pasa a dos jugadores y encara para el arco y que todavía le faltan dos jugadores más para llegar al gol. Entonces, su compañero que lo acompaña por la otra punta, y que está totalmente desmarcado, grita “–Cabezooooooón…”, pero del otro lado su compañero de cabeza grande, patea al arca de forma débil es decir que tiró un “Masita” o “Un pedo de vieja”. Es ahí cuando el otro le recrimina “–No viste que estaba solo...” a lo que el cabezón le responde “–No te vi, perdoname.” Que no lo vio, seguro, pero que lo escuchó, mas seguro todavía… Esto pasa, porque tiene que hacer el pase “No levanta la cabeza”, frase alusiva al que no mira a sus compañeros para ver si puede pasar la pelota.

También se puede escuchar en caso de haber dos jugadores del mismo equipo en posición de recibir la pelota, que uno le dice al otro:”-Miaa...” para quedarse con el balón y comenzar a “ Marear “ a los contrarios. A las personas que no tienen habilidad alguna para jugar al fútbol, a los dos minutos de haber comenzado el partido, comienzan a llamarlos “Troncos” o “Maderas”, en alusión a la poca flexibilidad que tienen en sus movimientos. Estos son algunos dichos del picado, desde ya si recorremos los distintos barrios y localidades de nuestro país, encontraremos, tal vez, infinidades de dichos propios de cada lugar, de cada barra, los cuales dan al picado una identidad totalmente diferente a cualquier otro juego.

CAPITULO 8

LAS VARIANTES DEL PICADO.

Sabido es, que para armar un picado, se necesitan por lo menos seis u ocho jugadores para que resulte divertido. Pero no siempre se puede juntar esa cantidad, y es así como surgen las distintas variantes, que en su mayoría son jugadas uno contra uno o dos contra dos. El “Cabecita”, juego típicamente playero, se lleva a cabo en algunos lugares reducidos, con dos arcos enfrentados. Las posibilidades de marcar los tantos, son varias: la palomita, vale doble; carrito, tantos goles como veces se haga jueguito con la pelota, utilizando la cabeza. La escapadita, no por todos utilizada, se puede hacer solo cuando el contrario no retiene la pelota, y el gol vale solamente para el que ataca. Diferente es el “Pechito”, en el cual ambos jugadores o equipos, pueden marcar un tanto.

Más sencilla es la “Seguidilla” o “A un toque”, que se juega casi siempre uno contra uno, y consiste en patear la pelota “Como viene”, o si se prefiere “De primera”, cobrándose penal en contra a quien toca dos veces la redonda, o bien cuando la toma con la mano. El mejor lugar para jugarla, son los pasillos angostos, tal como era aquél en el que solíamos jugar con Cristian, en su casa, a pesar de que su tío Pepe se quejaba 24 constantemente, dado que la puerta de su casa también daba al pasillo y cada vez que quería salir a la calle, lo más posible era que se ligase un pelotazo.

Variante muy similar a la seguidilla, es el “Uno-dos”. La única diferencia es que se divide el campo de juego en dos, y al recibir la pelota, el jugador puede pararla o acomodarla (jugada que recibe el nombre de “Uno”) y rematar hacia el arco contrario (Jugada que recibe el nombre de “Dos”). Si toma la pelota con la mano, deberá patear desde la línea de su arco. El ”Pateo-mareo” tiene su diferencia con el anterior, en el que el jugador para la pelota con cualquier parte del cuerpo, menos con la mano, y puede salir a “Marear” al contrario, siendo él quien puede hacer un gol, no permitiéndosele al contrario dicha franquicia. Si del “Pateo-mareo” participan más de un jugador por equipo, el gol será convalido una vez que todos los integrantes, hayan tenido contacto con la pelota. Debido a esto, suelen aparecer jugadas raras, como ser quien está por hacer un gol, reciba el grito de: -¡Pará, que el “narigón” no la tocó! Tras lo cual, da media vuelta, le pasa la pelota al “Narigón” y a empezar de nuevo… También, y este es más parecido al picado, se puede jugar al “Metegol-entra”. Se juega todos contra todos, en parejas o en equipos. Quien marca un gol deberá ir al arco, es decir adquiere ese derecho. Pasa que tal vez a nadie le guste ir al arco, entonces lo que supone un premio por hacer un gol, se convierte en castigo. Es muy común ver como en lugar de meter la pelota en el arco, se hace un pase para que sea otro quien lo haga.

Juegos que se han popularizado mucho en los últimos años, son dos de ellos que en el ambiente del fútbol profesional y de inferiores, se juega mucho. Ellos son el “Fútbol- tenis” o “Fútbol-vóley”. La diferencia entre ambos, es la altura de la red, baja en el primero y alta en el segundo. Se juega en equipos, y cada uno de ellos puede realizar solo tres toques para enviar la pelota al otro campo.

Un juego que tiene muchísimos años es el “Medio” o “Loco”, también conocido como “El monito”. Quien va “Al medio “comúnmente es el que peor juega. Entonces el resto de los participantes, hace gala de sus habilidades, con tal que el “Tronco” permanezca más tiempo en ese lugar. Si le hacen un caño, va dos veces; si cuando logra tocar la pelota, ésta sale del terreno de juego, sigue en el medio; si hacen más de veinte pases sin que la toque, va otra vez. Tantas son las variantes para que se vuelva “Loco”, que por lo general se enoja y no juega más. Además de estas variantes, están los torneos de penales, de tiros libres, y de tantos otros juegos con la pelota y los pies, que resulta imposible encontrar algún varón, grande o chico, que no haya participado, al menos una vez en su vida, en alguno de ellos.

CAPÍTULO 9

HISTORIA DE FRUSTRACIONES FUTBOLERAS.

Muchos son los chicos que se frustran cuando prueban suerte en algún club. En las largas charlas que sobre fútbol solía tener con mi abuelo Beto, un día me contó dos historias similares, de amigos suyos de la infancia, que la “rompían” en el potrero, pero que no funcionaron a la hora de ir a probarse a un club. Había un arquero, al que llamaban “Verdurita”, porque el padre tenía una verdulería.

25 Resultaba casi imposible hacerle un gol, y así fue como lo tentaron para que fuese a probar a un club. Como el más cercano era All Boys, hasta allí llegó el famoso “Verdurita”. Toda la barra estaba presente para alentar a su arquero. Comenzó la práctica, y “Verdurita” atajaba para el equipo amarillo. Ya en el primer ataque contra su arco, le hicieron un gol “–Mala suerte”, pensó la barra. Con un pelotazo no muy fuerte y a cinco minutos del primero, le convirtieron el segundo gol, sin que el “arquerazo” volase ni intentara hacerlo. Sus amigos comenzaron a impacientarse. Creyeron que estaba nervioso. Ataque tras ataque, los goles iban sucediéndose y “Verdurita” seguía limpito como zapatilla en la vidriera. Jamás se revolcó en el piso. Por supuesto en el club lo rebotaron como el mejor. Cuando se volvió a juntar con la barra, y ante la requisitoria de ésta, “Verdurita” les contestó: -¡Qué quieren con esos palos de mierda! Sus amigos se miraron, y recién allí comprendieron lo que había pasado. En el potrero los arcos estaban hechos con dos adoquines, los cuales no eran obstáculo para las voladas y revolcadas de su entrañable amigo. Pero al pararse debajo de los tres palos del arco del club, le entró un miedo tan grande, que le impidió atajar con la maestría que lo caracterizaba. Otro amigo de mi abuelo, era un fenómeno jugando sobre los adoquines de la calle. Nadie podía robarle la pelota, parecía que la llevaba atada, y para colmo jugaba descalzo. Al igual que “Verdurita”, le propusieron que vaya a probarse a Huracán, que estaban necesitando jugadores. Julio, tal el nombre del crack, llegó a la prueba, y recién allí se enteró que para jugar, tenía que calzarse zapatillas. El adujo que jamás las usaba, que no estaba acostumbrado a eso. Pero le explicaron que era una condición ineludible para probarse, dado que en el fútbol oficial, es reglamentario el uso del “zapato de fútbol”. A Julio entonces, no le quedó otro remedio que ponérselas. La consecuencia fue grave ¡No agarró una! La pelota le pasaba por debajo del pié, no podía pararla, cuando quería patear, le salía una “masita”. Al término de la prueba, el técnico le dijo que no había aprobado. Cuando salió, la barra se había percatado de porque Julio había fracasado, le dijo:-No importa, ese tipo no sabe nada de fútbol...

CAPITULO 10

UN REY. UN PRINCIPE. UN CONDE.

EL REY

El Rey. El único. El fenómeno. Muchas, infinitas cosas se han dicho de Diego Maradona. Sin embargo, su figura ha trascendido los límites de lo imaginable, pero él nunca ha abandonado la esencia del picado. Sus gestos de protesta, sus festejos de gol, su sencillez para hablar de una jugada magistral, son reflejo de ello. La picardía que caracteriza a los pibes de barrio es la misma que caracterizó a Diego aún jugando un Mundial. Aquel gol con la mano a los ingleses, es una prueba cabal sobre eso. Pero también lo es, el golazo que hizo después demostrando de esa manera, que no solo fue el más pícaro sino que también ha sido más habilidoso que el resto, lejos. 26 Estas son cosas que se aprenden en el potrero y en ningún otro lado. Diego nunca se olvidó de sus fuentes del potrero. Las conserva intactas. Sus sonrisas y sus lágrimas, aún sabiendo que millones de personas estaban mirándolo tanto en la final de Italia 1990, o luego de haber sido expulsado del mundial de Estados Unidos en 1994, son el fiel reflejo del tipo que siente el fútbol, que lo lleva adentro. Tuvo la suerte que infinidad de futboleros no tuvieron: llegó a la cumbre, y aún allí apretó los dientes cuando la mano vino cambiada, y la rompió cuando tuvo la pelota en los pies. Lo extra-futbolístico, no logrará jamás hacernos cambiar de opinión. Para mí Diego es el Rey del picado y un ejemplo a seguir si de la técnica y las ganas para jugar al fútbol se trata. He tenido la constancia de seguir su carrera, sus declaraciones sobre fútbol, de verlo jugar picados, partidos a beneficio, de verlo entrenar, y he llegado a la conclusión que no ha tenido puntos débiles dentro de una cancha. Su actitud en el campo de juego fue siempre el perfecto reflejo del picado, con el exquisito ingrediente del profesionalismo: jugar para el equipo. La historia de vida de Diego, bien podría decirse que es una historia de picados. Desde antes de jugar en los Cebollitas, hasta su regreso número no sé cuánto al fútbol de primera, con casi 37 años. Tengo dos imágenes bien grabadas de Diego: Una, reflejada en una foto que lo muestra haciendo jueguito con una pelota de tenis en el taco, en la que se ven sus ojos clavados en ella, que resulta un claro objetivo. Otra, mucho más fuerte, y que tuve la suerte de vivir exclusivamente como tocado con la varita mágica del destino, fue en la Bombonera repleta de gente, y con Diego como protagonista y yo como partenaire. La noche en que Diego debutó en Boca en 1981, jugó el primer tiempo para Argentinos Juniors, y en el segundo, se puso por primera vez la azul y oro. Yo, que por esos días era jugador de la séptima división de Boca, me las había ingeniado para ir como alcanza-pelotas a ese partido histórico. Cuando regresan los equipos para jugar el segundo tiempo, la salida del túnel de Boca era una multitud de fotógrafos, periodistas, curiosos, y alcanza-pelotas. Entre todos ellos estaba yo, con una pelota de marca “Pintier” en mis manos. Diego sale del túnel, y toda la cancha comienza a gritar el mágico e inolvidable:- MARADOOOO....MARADOOOO. Todos los ojos se dirigían hacia él. Pero sus ojos una vez más, tenían un solo objetivo, el mismo de toda la vida: la pelota. Más precisamente, Diego miró la pelota que yo tenía, e inmediatamente dirigió su mirada hacía mis ojos y subiendo ambas cejas al mismo tiempo me quiso decir: “-Dámela”. No dudé ni una milésima de segundo. Le di la pelota y esa fue la primera pelota que Diego tocó con la camiseta de Boca, y nada menos que en la Bombonera. Yo le di a Diego esa primera pelota, y esa imagen suya, abstrayéndose de todo el entorno, para fijar su vista en la bendita pelota, es uno de mis recuerdos más conmocionantes. Sin duda que todos los que sentimos el fútbol como parte esencial de nuestras vidas, hubiéramos querido vivir una historia futbolística como la que vivió Diego. Además, él dice que no juega al fútbol. Asegura que juega ala pelota. Diego es el Rey del picado de fútbol.

EL PRÍNCIPE.

No todos los días uno tiene la fortuna de cruzarse con un Campeón del Mundo. La vida me ha dado la enorme satisfacción de compartir durante cuatro años, infinidad de partidos, charlas, anécdotas y clases de fútbol con un grande de verdad: Oscar Alberto Ortiz. El “Negro” Ortiz, Campeón del Mundo con la Selección Argentina de 1978. Trabajé con él en sus escuelas de fútbol, y no solo trabajé con él, sino que puedo afirmar que tengo el enorme orgullo de haberlo hecho. 27 Es de imaginar el lujo que resulta tener como compañero a un Campeón del Mundo, explicar a los alumnos un gesto técnico, y pedirle al “Negro” que lo muestre. El muy “turro” hace con la pelota lo que se le antoja, y cuando patea la coloca en el punto exacto donde se lo propone. No tengo dudas de otorgarle el título de Príncipe del picado. Tantos minutos, horas mejor dicho, de jugar picados a su lado me autorizan a hacerlo. Los últimos treinta minutos de cada clase, se jugaban partidos, para lo cual armábamos tres equipos de chicos, a los que agregábamos el hijo de Oscar (El Chino), Oscar y yo, uno para cada equipo. Muy rara vez el equipo de Oscar perdía, y si esto ocurría la bronca le duraba unos cuantos minutos, y en más de una oportunidad después de un buen rato y cuando los tres nos encontrábamos ya tomando un café en la confitería del club, seguía recriminándonos aquel gol que le habíamos anulado. Pero además de jugar junto a nuestros alumnos, lo hacíamos con un grupo de amigos. Cuando el grupo se estaba formando, en más de una oportunidad no llegábamos a formar dos equipos de cinco, y la calentura de Oscar se notaba a diez cuadras a la redonda. Si hacía frío, si llovía, si la cancha quedaba lejos, el “Negro” jamás faltaba. Muchas veces ocurría que por no completar los equipos, hacíamos partidos con otro grupo de personas, que casi nunca sabían de antemano que para nosotros jugaba Ortiz, y como su contextura física actual es algo más redonda que cuando jugaba en la selección, no lo marcaban en absoluto. Claro que cuando veían que nadie era capaz de sacarle la pelota de los pies, tomaban algunas precauciones, que muy pocas veces lograban el efecto deseado. Recuerdo que él siempre me contaba, al tiempo que no paraba de reírse, de una noche en la que lo habían invitado a jugar con un grupo de gente que no conocía, y como era de costumbre, él no se dio a conocer en ningún momento. Para que, si cuando empezase a jugar, ya iban a darse cuenta quien era… El tema es que uno que parecía ser el líder de aquél grupo, se pone a armar los equipos y le dice a Oscar –Vos gordo, atajá en aquel arco. Como el Negro en ese sentido es humilde, fue hacia los tres palos. Su equipo estaba perdiendo por diez goles, y entonces él no aguantó más, y ahora el líder paso al arco. Oscar empezó despacio, hasta que logró hacer los goles suficientes como para que su equipo ganara. Al término del partido, quien había armado los equipos se acercó a Oscar felicitándolo por lo bien que había jugado. En ese mismo momento otro del equipo lo increpó: “–¡¡¡Pero, boludo no ves que este es el negro Ortiz!!!” Todavía aquel que lo había mandado al arco al “gordito”, sigue con el rostro enrojecido y disculpándose una y otra vez... Pero la sencillez del Negro es de verdad. Una tarde en la ciudad de Mercedes, Pcia. De Buenos Aires, fuimos a jugar con nuestra escuela de fútbol contra el club Quilmes de esa ciudad. Al terminar el partido de los pibes, se armó de los padres y de los entrenadores. Me acuerdo que Oscar no quería jugar porque le quedaba chica la camiseta. En realidad no le entraba por la panza, pero al final accedió, y ganamos con un golazo suyo, y yo tuve la suerte de hacerle un pase. Las hizo todas. Sombreritos, caños, bicicletas, rabonas, y no se cuantos pases de gol. La gente afuera empezó a corear su nombre y al final del partido entraron todos a la cancha y lo hicieron firmar infinidad de autógrafos. Y todo por lo que hizo en aquel partido que no quería jugar. Siempre nos juntábamos los jueves con algunos padres de nuestros alumnos y amigos a jugar. El comentario de los que venían por primera vez era que habían cumplido un sueño, sobre todo los hinchas de River y de San Lorenzo. Algunos no podían jugar al lado de Oscar, y me lo han hecho saber en su momento. Es que tiene una forma muy personal de jugar picados. Siempre pide la pelota, siempre ordena al resto, y eso algunos no lo soportan.

28 Yo lo he entendido a Oscar en ese sentido...El tipo pide la pelota porque sabe que hace cuantos goles quiere. Jugando para su equipo yo estaba seguro de ganar, y jugando en contra, sabía que no podía distraerme nunca porque resultaba fatal Cuando recién empecé a jugar con él, y me tocaba jugar en contra, por una cuestión de respeto a su figura, lo marcaba, digamos, livianito. Con el correr de los picados, me di cuenta que era mejor marcarlo de verdad, porque a pesar de sus más de cuarenta años, era un espectáculo vivo cuando tenía una pelota en los pies y dos o más tipos marcándolo. Esa forma de marcarlo en serio, me valió que Oscar me tildara de ser “un buen marcador”, algo que me llenó de orgullo por quien me lo dijo, y porque además, es lo que me propuse siempre, y así fue como me dediqué a convertirme en un buen marcador, y logré que Oscar Ortiz se diera cuenta en carne propia. Claro que lo agarré quince años tarde... Yo he visto muchas personas haciendo alarde del Rolex que llevan en su muñeca izquierda. Oscar tiene más de dos, se lo saca mientras juega y se lo da a alguno que está mirando para que tome el tiempo del partido. Sin fanfarronerías, lo hace naturalmente, como yo con mi Paddle Watch. No hay semana en la que Oscar no juegue un picado, y cada uno como si fuera el último, como si fuera el primero. El forma los equipos, reserva la cancha, llama a los amigos para avisarles que el próximo jueves se juega, y hasta junta la plata para pagar la cancha. Un fenómeno de verdad. Un grande del fútbol Mundial, un verdadero príncipe del picado. Lo que he aprendido al lado de ese monstruo, no lo aprendí en muchos años de jugar en clubes. Es impresionante la sensación de hacer un gol con pase de Oscar, o de hacerle hacer un gol a él. Jamás voy a olvidarme de un gol que me hizo, jugando con nuestros alumnos. El equipo de él tenía que ganarle al mío para ganar el mini-torneo que habíamos armado esa tarde. Afuera de la cancha había unos cuantos padres, que habían venido a buscar a los chicos. Faltaba un minuto para terminar, y mi equipo ya festejaba porque con el empate, daba la vuelta Olímpica. Pero nos olvidamos que del otro lado jugaba el Negro. Saca el arquerito, y Oscar, una vez más le pide la pelota. Empieza a sacarse contrarios de encima, que si bien eran chicos de 11 y 12 años, le caían de a tres por gambeta. La cuestión es que el muy bestia los pasó a todos, y la próxima víctima era yo, que hasta ese momento mantenía la valla invicta. El venía con pelota dominada y estaba por cruzar la mitad de la cancha que era de fútbol cinco. Yo no sabía bien que hacer, en realidad no tengo idea de cómo se ataja correctamente, pero opté por salir a achicarle el arco. En eso veo que se para y coloca ambos pies al costado de la pelota, sujetándola. Me desesperé, porque me di cuenta que me iba a hacer la bicicleta, haciéndome pasar la pelota por arriba de la cabeza, empujándola con la brusca flexión de ambas piernas. Como él estaba a quince metros del arco, me tranquilicé. Pensé que lo que intentaría hacer era superar mi marca, para después definir más cerca del arco. Pero me equivoque muy feo. Lo único que pude hacer, fue contemplar como la pelota entraba en mi arco… Automáticamente me arrepentí de haber estado atajando aquella tarde. Pero acto seguido comencé a aplaudirlo lleno de admiración, como también lo hicieron los pibes y los padres que miraban el partido. ¡Me hizo un gol de bicicleta de media cancha! No se porque, a Oscar le caí bien desde el principio. Aunque a decir verdad, el también me cayó bien a mi. Tal vez sea porque no hice lo que muchos, cuando circunstancialmente charlan con el Negro: Jamás le pregunté nada sobre aquel 6-0 contra Perú, en el Mundial 1978. Con el tiempo, y cuando el tema salió naturalmente en una charla café por medio, comentamos ese partido. Y por suerte, el Negro Ortiz con su relato de los históricos y verdaderos hechos hizo que yo por siempre siga orgulloso con el fútbol Argentino, como el 25 de junio de 1978, cuando junto con mi viejo, mi hermana y mi abuela, 29 saliéramos en el querido Chevy 4 puertas a dar vueltas por todo Buenos Aires, festejando el primer Campeonato del Mundo...

EL CONDE.

Continuando con esta nómina de poseedores de títulos nobiliarios otorgados por la forma de jugar picados, considero sin dudar un instante, que el Conde se llama Raúl Sommi. Desconocido para muchos, amigo mío sin embargo, este personaje es para mí, un exquisito regalo que me dio la vida. Lo conocí en Quequén, ciudad que amo por varias razones afectivas. Nunca voy a poder explicarme, como siendo zurdo, siempre jugó como wing derecho. La cuestión es que Raúl posee una gran habilidad a la que suma una garra única, si de jugar al fútbol de trata. O a la pelota, que no siempre es lo mismo. Pero también es un tipo humilde, sencillo. Recuerdo la primera vez que fui a visitarlo a su casa en Tandil. Yo ya sabía que había jugado varios años en primera, en la Liga de Tandil, y por comentario de sus amigos y algunos picados compartidos, siempre lo consideré como un buen jugador. El tema es que aquella tarde en su casa, ya al entrar pude ver algunas fotos suyas con la camiseta de Independiente de Tandil, y con la Olimpo de Bahía Blanca, en esta última siendo marcado por Marangoni y Burruchaga, jugando un Torneo Nacional a principio de la década del ´80. Cuando ingreso al living de la casa, me llaman la atención una serie de trofeos recibidos por Raúl a lo largo de su carrera. Pero al acercarme más, encuentro una plaqueta que decía: El Diario “Ecos de Tandil” a Raúl Sommi. Mejor Jugador de la Liga Tandilense de Fútbol 1985”. Ahí terminé de tomar real dimensión de lo que significaba mi amigo en el fútbol de aquella ciudad. Desde ya que el Rey y el Príncipe gozan de mayor trascendencia a nivel Mundial. Pero jugando picados, eso no cuenta tanto. No había una tarde en aquellos veranos de Quequén, que no me pidiera que organice un picado, pedido que para mí era fácil de cumplir. Cuando la playa se vaciaba, allí estábamos jugando. Además de nosotros siempre estaba Palo, sus dos pibes, Matías y Juani, Manuel, Beto, Adrián, y algunos otros. Los picados eran interminables, como la alegría de jugarlos juntos. Una vez se me ocurrió armar un picado contra un grupo de atletas que estaban realizando pretemporada por aquellos lados. Armé un equipo, en el cual por supuesto estaba incluido Raúl. Yo tenía muchas esperanzas en él, diría que más que en el resto de los muchachos. Uno de ellos era sumamente apático e individualista. Tanto se amargó mi amigo Raúl con él, que se fue enojadísimo antes que terminara el primer tiempo. Tuve ganas de seguirlo pero tuve que ser más diplomático. Yo había armado todo. Después me pidió una y otra vez disculpas, las que lógicamente acepté. Su temprana retirada sirvió de excusa para la derrota, la que en realidad, se debió a que los atletas, además de correr una barbaridad, jugaban bien al fútbol. No recuerdo una sola vez, que habiendo ido a visitarlo, no hayamos jugado algún picado. Tampoco recuerdo haber perdido alguno jugando juntos. Una noche dejamos a nuestras esposas ir solas a un casamiento por quedarnos jugando un fulbito. Era imposible perdernos ese partido. Nos vemos poco y no podemos dejar pasar la posibilidad de jugar un rato para el mismo equipo. Hacerlo es estar de fiesta, es una forma de demostrarnos cuanto nos queremos. Y cuanto nos respetamos. Hablando de respeto, hay un hecho que pinta a Pichu, así lo llaman sus amigos del fútbol, tal cual es. Cuando su hijo Ignacio tenía 4 años, el tipo estaba desesperado por llevarlo a una escuela de fútbol, o a un club. Habiendo él jugado unos cuántos años, sin embargo me consultó, está vez en mi carácter de amigo pero además de Profesor de fútbol, con un poco de experiencia en el tema. 30 Inmediatamente le dije que esperara a que cumpliera 6 años, para no saturarlo. El nene respiraba fútbol desde que nació, y me pareció que a esa edad era suficiente con jugar en la vereda con sus amiguitos. Raúl me hizo caso, esperó pacientemente que llegara ese momento. Cierta vez que estuvimos con mi familia de visita en Tandil, salimos a recorrer esa hermosa ciudad, y lo hicimos con Raúl, su esposa, Ignacio y un amiguito suyo. Como es lógico los chicos llevaron una pelota, y mientras las mujeres del grupo paseaban a la orilla del lago, hicimos un partido. Raúl e Ignacio, contra el otro nene y yo. Jugamos una hora y terminamos mas transpirados los grandes que los chicos. El permanente freno que tuvimos que ponerle a la pasión y dejar que los nenes hicieran los goles, nos llevó muchas veces a tirarnos caños entre nosotros dos, y a pelear con los dientes una pelota, para luego habilitar a nuestro compañerito, aunque tuviera lejos del arco y nosotros sobre la línea de gol. Muchas veces lo llamé para saludarlo, y no pude hablar con él, porque había ido a patear un rato. Es un fanático del fútbol y no se pierde un solo picado. El último verano que compartimos en Quequén, tuvo un accidente con el auto y se había golpeado bastante. Una de sus mayores preocupaciones era que no iba a poder jugar ningún partido mas aquella temporada, aunque a decir verdad, la preocupación se le paso rápido, y a la semana ya estaba golpeándome la puerta de mi bungalow, preguntando a que hora era el partido de esa tarde. Una tarde me comuniqué con Raúl, para organizar un torneo de fútbol infantil en Balcarce, ciudad en la que he vivido durante algunos años, y en la que trabajé en el fútbol. Como su hijo jugaba en las infantiles de Independiente de Tandil, invitamos a ese club a participar. Mientras armábamos el fixture junto a los padres de mis alumnos, ellos me dijeron que dejáramos lugar para poder jugar un partido de adultos, es decir padres y profesores. Inmediatamente les conté que sería bárbaro, porque vendría Raúl y eso me ponía contento. Ante mis palabras comenzaron a reírse. Yo mucho no entendía esas risas, pero rápidamente me aclararon el porque: Los padres con los que yo estaba, habían hablado telefónicamente con el Profesor de Ignacio para coordinar algunos temas referentes a la visita de los chicos de Tandil a nuestro club. Yo solo había hecho el puente entre ambos clubes, y los padres eran quienes coordinarían la estadía de los chicos Tandilenses en Balcarce. El tema era que el partido entre los grandes era un pedido de un padre de los chicos de Tandil. Mas exactamente, quien pidió jugar ese partido era el Conde del Picado, mi entrañable amigo Raúl Sommi.

CAPITULO 11

EL PODER DEL PICADO SOBRE OTROS DEPORTES.

Si bien el picado de Fútbol no es un deporte, podríamos denominarlo como un “paradeporte”. La comparación, entonces, recae sobre aquellas prácticas del mismo tipo, pero de otros deportes. Por ejemplo la tocata del Rugby, la paleteada en una playa o parque, derivada

31 del Tenis, o los pases con la mano derivados del Vóley. Todas ellas están relacionadas con las prácticas paradeportivas más populares. Para establecer la comparación que quiero desarrollar, tomaré como ejemplo lo que sucede en las playas de nuestra costa atlántica. En ellas, el picadito de Fútbol es casi un acto religioso cuando el sol comienza a caer y las sombrillas van dejando el espacio necesario para armar una canchita. Pero antes de que esto suceda, el cabecita, menos exigente en cuanto al lugar físico que su práctica requiere, es una de las principales prácticas deportivas del balneario. También la paleta, el Vóley playero y el Tejo están presentes pero en una menor medida y ni hablar de la tocata de Rugby. No cabe, a mi juicio, una comparación en cuanto a la popularidad de su práctica, entre el picado de Fútbol con los deportes acuáticos, como la Natación, el Surf, el Windsurf, etc. Si, en cambio, podríamos comparar el picado con los demás deportes de la playa. Veamos entonces. Para armar un picado, el único elemento no humano, que resulta imprescindible a la hora de jugar, es una pelota redonda. Para la tocata, también el único elemento no humano es una pelota, pero en este caso la denominada guinda de forma ovalada con la que se juega al rugby. Pero ¿Cuántas pelotas de Rugby hay cada diez pelotas de Fútbol en un balneario? Con mucha suerte, encontramos tres, tal vez dos. Pero generalmente en la mayoría de las ciudades de la Costa Atlántica Argentina hay una pelota de rugby cada 10 pelotas de Fútbol (o redondas) o quizás menos. La tocata, resulta menos practicada que el picado, y no solo a causa de las pocas pelotas de Rugby existentes entre el público. La causa mayor es que la práctica del Rugby como deporte, es infinitamente menos masiva y popular que la práctica del Fútbol, también como deporte. Es ésta una constante que se presenta también con otros deportes practicados en nuestro país Por supuesto que también se puede jugar al Rugby con una pelota redonda, pero, para los amantes del rugby eso es casi un sacrilegio. Y es comprensible. Tampoco los futboleros jugamos al Fútbol con una pelota de Rugby. Pasemos al Vóley. Los requisitos en cuanto a los elementos para jugar son más exigentes. Además de la pelota, que necesariamente tiene que ser de Vóley, hace falta la red y los postes para sostenerlos, además de la marcación de la cancha. Pero vayamos por parte. La pelota, redonda por cierto, no puede ser de fútbol, porque resulta muy pesada y lastima los dedos; no puede ser muy blanda, porque se hace muy difícil golpearla con precisión y el viento la lleva para donde quiere. La red y los postes, si es que todavía existen en el balneario, perfecto. Pero si no están colocados, no habrá Vóley, hasta que alguien se decida a armar la cancha. Claro que para esto se requieren elementos extras e ingenio para que la red se mantenga más o menos tensa y los postes no se caigan. En lo que respecta a la marcación de la cancha, muchos me tildarán de exagerado y de perfeccionista, por seguramente ellos han tenido más de una discusión cuyo motivo fue el pique de la pelota. Marcar las líneas de la cancha de Vóley es imprescindible para poder jugar. En Vóley, siempre hay que saber donde picó la pelota, porque esto hace variar para cual de los equipos corresponde el tanto jugado. Y en la playa suele marcarse el límite de la cancha con una zanja superficial, que resulta ineficiente al momento de definir si la pelota picó adentro o afuera de la cancha. Por lo tanto otro elemento para jugar al vóley, es una soga o fleje que sirva para la demarcación del campo de juego. En el caso del Tejo, sino se tienen las fichas, olvidate de jugar, y si bien se ha popularizado en los últimos años, todavía no tiene un auge tal que le permita al Tejo superar en las preferencias al picado. Además se juega de a dos, de a cuatro, o de a seis sin excepción. El Surf y el Windsurf, requieren de un carísimo equipo para su realización y además son deportes individuales, su práctica no es popular, ni mucho menos masiva. 32 Como conclusión, tanto la pelota como los demás elementos que son indispensables para jugar a distintos paradeportes en la playa, y en caso de no reunir ciertas características, resultan impedimentos para el desarrollo de esas actividades.

No pasa esto en semejante medida para el fútbol, porque la pelota mientras sea redonda y no gigante, sirve, así resulte pesada o liviana siempre el jugador puede adaptarse, realizando pases mas largos, mas bajos, o como fuere. Los arcos, con dos montañas de arena que sirvan como palos, ya es suficiente. La línea de lateral y de fondo, si se duda de la posición de la pelota en lo que respecta a si se encuentra adentro o afuera de la cancha, como mucho, no se cobrará un lateral o en contra o a favor del equipo beneficiado, las áreas para cobrar penales, se miden a ojímetro (llámese a las medidas que son calculadas a “ojo”) Y eso es lo que tiene el picado, se adapta a distintas formas de las pelotas, de suelo, de cantidad de jugadores, etc. Pero hay otro aspecto sobre el cual aún no me he expresado, y es el del conocimiento técnico, táctico y reglamentario que hacen al aspecto humano de la práctica deportiva. Si hay un deporte popular en el mundo entero, que se practica en la mayoría de los países es el Fútbol. Y en la Argentina, país rico en futbolistas, cuyos equipos representativos han tenido tantos logros importantes a nivel mundial, ese deporte forma parte de la cultura popular y nacional. Cuando digo popular, hablo de pueblo, de masas populares, de grandes movimientos de público y sino basta con sumar los espectadores de fútbol en un fin de semana, para comprobar que lo dicho es cierto. Entonces, el Fútbol como deporte tiene una gran difusión a lo largo y a lo ancho (y en diagonal también) de nuestro país, teniendo esto como consecuencia que sus reglas, sus técnicas y sus tácticas sean de público conocimiento. Y esa es la ventaja que tiene el picado, que es un derivado del Fútbol, sobre el resto de las prácticas deportivas populares o paradeporte (Táchese lo que menos le guste al lector). Quizás, y en eso coincido con muchas opiniones similares, no esté del todo bien una supremacía tan grande del Fútbol, que no permite así un espacio para el crecimiento de otra práctica deportiva a nivel popular. Pero no es casual que el picadito de Fútbol se juegue en todos lados. Sucede que las reglas del fútbol son muy simples y fáciles de transmitir de persona a persona y de generación en generación. No sucede esto con otros deportes, como por ejemplo el Sóftbol, cuyas reglas de juego son sumamente complicadas de aprender y poder transmitirse sin una práctica intensa de dicho deporte. Existe también otra causa que hace del fulbito el preferido de las masas: la técnica no muy depurada que las características del juego exige. Cualquiera puede jugar al fútbol medianamente si se lo propone. Es un juego fácil, donde un error puede ser subsanado por algún compañero, no sucede lo mismo con el Vóley, donde un error, casi siempre se traduce en un tanto en contra. Mi posición es totalmente parcial hacia el Fútbol y el picado, y soy conocedor de esto. Es muy probable que otros autores o muchos lectores no estén de acuerdo con mi opinión acerca del porque de la práctica popular del picado en todo el territorio del país. Yo tomé en este capítulo las prácticas deportivas o paradeportivas en la playa a modo de ejemplo, ya que en ese ámbito se desarrollan varias actividades relacionadas con el deporte. Pero ¿Qué sucede en los parques y en las plazas de la Ciudad de Buenos Aires? ¿Y en las del interior del país? ¿Cuánta gente juega al Vóley, al Rugby o al Básquet? Y ni hablemos de lo que sucede en los barrios carenciados y zonas donde habitan personas de bajos recursos económicos, lugares desde donde provienen excelentes jugadores de Fútbol, algo muy fácil de comprobar haciendo un recorrido por las divisiones inferiores de los distintos clubes. Muy probablemente los fanáticos de otras prácticas deportivas, han de tener un dejo de bronca hacia el fulbito, ya que debido a su tan popularizada práctica quita espacio al 33 desarrollo de aquellos. Pero cuidado con querer llevarle la contra al picado. Es algo que atenta contra la cultura popular de nuestro país. Entonces, no hay que tirarle tierra encima sino a partir de el, intentar por todos los medios popularizar otros deportes y otros juegos para que las personas (grandes y chicos) puedan elegir entre varias actividades, cual llevar a cabo...

CAPÍTULO 12

MOMENTOS TRISTES DEL PICADO

No siempre el picado termina bien. Por distintas circunstancias, su final puede resultar abrupto y sin posibilidades de retorno a la diversión, por lo menos por algún (seguramente) corto tiempo. Una de esas circunstancias, y tal vez la menos ocurrida y deseada, es la relacionada con algún accidente. Pero no estamos ajenos nunca a que pase lo peor y se produzca el fallecimiento de algún jugador mientras juega un picado.

Los sábados a la mañana, más exactamente al mediodía, nos juntábamos un grupo heterogéneo de hombres, cuyas edades oscilaban entre los 16 y los 45 años. Nunca había pasado nada malo, a excepción de algún agotamiento excesivo o una torcedura de tobillo. Pero aquel sábado pasó, y hasta el hospital no paramos. Circunstancialmente se encontraron en una jugada mi amigo Omar y Eduardo, uno de los más “veteranos” de ese mediodía. El piso de la cancha era de alfombra, y resultó ser el factor principal para que ocurriera el accidente. Por cierto y para que nadie saltee este capítulo permítaseme aclarar que lo que pasó, como ya se verá, no fue más que un susto grande. Estaban Omar y Eduardo en disputa de la pelota, en rigor de la verdad, Omar intentó pasar a Eduardo con pelota dominada y una vez más, Eduardo estiró al máximo su pierna derecha para evitarlo. Pero la suerte no era suya ese día, y Omar logró pasarlo, pero en el último esfuerzo de su marcador, se enganchan de modo tal que Omar cae encima suyo, y con su trasero le aplasta la cara contra la alfombra a Eduardo y con el movimiento lo arrastra unos treinta centímetros. Eso fue suficiente para que Eduardo sufriera un corte en su ceja derecha, que tuvo que curarse en el Hospital Piñeyro, del Bajo Flores. Esto quizás resulte ser, a simple vista, una anécdota negra del picado, pero el titular del diario al día siguiente bien podría haber sido: “Y entonces Omar lloró... “y aquí viene el porqué del llanto. En el grupo, formado como ya cité anteriormente, de manera heterogénea, yo era un referente, dado que algunos de los que jugaban eran padres de alumnos míos, y eso fue suficiente para que me haga cargo de los primeros auxilios y de acompañar a Eduardo al hospital. El camino hasta la ambulancia se vio plagado de curiosos a los que solo parecía importarles el hecho de ver la herida para después comentarlo en el café con los amigos. Pero entre tantos curiosos estaba Omar, si se quiere “El culpable”, aunque quienes jugamos picados bien sabemos que rara vez se buscan culpables, salvo que quede claro que hubo mala intención. En una actitud que me conmovió, que me llegó realmente hasta el alma, y me hizo respetar aún más a mi querido Negro Omar. Levanto la vista y lo veo llorando en un rincón, observándolo pasar a Eduardo con la cara ensangrentada y a las puteadas contra la mala suerte, pero no contra Omar. Ni siquiera él lo señalaba como culpable de su lastimadura. Todo lo que atiné a hacer, en realidad lo que me salió en ese momento, fue darle un beso y una cachetada suave de esas que te dicen que te tranquilices, que trates de calmar tu angustia. Entonces Omar me pidió venir con nosotros al hospital, algo que por supuesto asentí. 34 Omar y Eduardo no volvieron a encontrarse nunca más en un picado, pero si en la confitería del club. Omar y Eduardo saben, como jugadores que son, que ese picado estuvo signado por la mala suerte, pero que pese a ello, la pasión nunca va a aflojar. Tanto es así, que Eduardo le prometió adelante mío y en la guardia del hospital a su esposa, que nunca más iba a volver a jugar, que ya estaba grande para eso. Tres meses después, tuvo una discusión con su esposa, en el mismo momento en el que no encontró sus zapatillas para jugar al fútbol, y tuvo que preguntarle a ella donde las había guardado...

Ese tipo de promesas creo yo que casi todos se las hemos hecho a alguien alguna vez, ante alguna mala experiencia futbolera. Yo mismo se la hice a mi esposa Paola, desde mucho antes de casarnos, exactamente dos veces. La primera, al fisurarme una costilla, luego de caérseme un terrible gordo encima en un torneo de la Universidad de Buenos Aires. La segunda, cuando de un cabezazo perdí el conocimiento por unos segundos. Pero después de casarnos y a los Díez días de haber nacido nuestra hija, sufrí un cabezazo en la cara, que me produjo dos fisuras en el malar, sin consecuencias graves, solo un pequeño hundimiento en mi pómulo derecho. Esa vez parecía que la promesa de no jugar más tenía veracidad y no iban a existir las discusiones al respecto, pero como Eduardo, tampoco encontré las zapatillas....

En el picado, los momentos verdaderamente tristes, no son el hecho de perder o tal vez no jugar por falta de jugadores. Los momentos tristes tienen que ver con alguna lesión grave como ésta que relaté en la que Eduardo terminó en el hospital, o con algo mas grave aún como lo es que uno de los jugadores encuentre la muerte en la cancha misma.

Tanto ir a jugar picados en mi vida, me llevó a vivir una experiencia tan triste como la que sigue a continuación. Con uno de los grupos con quienes me he divertido jugando (hay algunos relatos incluidos en otros capítulos) nos sucedió algo tan inesperado como triste. El grupo juega los viernes y los domingos, pero no todos los integrantes juegan ambos días. Algunos lo hacen solo los viernes, y otros solo los domingos. Junto con mi cuñado, vamos solamente los domingos, pero aquel viernes decidimos ir a jugar hasta Martín Coronado. Ya desde antes de llegar, la mano venía contrariada. Llegamos tarde, y con los equipos ya armados. Ya en la cancha, nos encontramos con que teníamos que esperar en un tercer equipo, mientras los otros dos se disputaban el derecho a permanecer en la cancha, bajo el concepto de “ganador queda”. Entre los jugadores que conocíamos por jugar junto a ellos los domingos, estaba Matías, un chico de 21 años, cuya característica externa sobresaliente era la de jugar con una gorra de felpa tipo boina, que nunca se sacaba. En cancha grande, jugaba de marcador de punta, y no paraba nunca de correr. En cancha chica, jugaba igual. Mientras entrábamos en calor a un costado de la cancha, observábamos cada jugada. En una de esas jugadas, Matías salió jugando con gran categoría, y eso le valió la aprobación de un compañero suyo desde la otra punta de la cancha, mediante un grito: - ¡¡¡Buena Mati!!!... Matías hizo un buen pase después de esa jugada, y se quedó en su lugar. Yo bajé la vista para incrementar mis ejercicios de elongación, y cuando volví a mirar, fue para ver un córner en contra del equipo de Matías. Lo vi rechazar la pelota. Pero inmediatamente, y cuando el resto de los jugadores continuó el recorrido de la pelota y abandonaron el área, Matías no pudo hacerlo porque se desplomó a pocos metros de su arco. 35 El arquero gritó desesperado, y el picado se interrumpió inmediatamente. Llamamos a la ambulancia, a la policía, y a todos los teléfonos que pudieran traer ayuda para Matías, quien no reaccionaba. Todo fue inútil, y no hubo nada que hacer. Matías murió en esa cancha, jugando al fútbol. Quienes jugamos al fútbol, o practicamos cualquier deporte, conocemos que esta posibilidad de un posible ataque fulminante puede ocurrirnos mientras jugamos. Mi punto de vista es que esto puede sucedernos en cualquier momento y lugar, y que es el destino lo que designa ese momento. Siempre es mejor cuidarse, ir al médico para un chequeo, pero cuando sucede esto que le sucedió a Matías, la impotencia se apodera de todos nosotros. Ese grupo, interrumpió sus picados por algunas semanas, pero luego continuó con la alegría de reunirse alrededor de una pelota. No sabemos que hubiera opinado Matías, aunque seguramente si estuviera entre nosotros, no faltaría a ningún picado.

CAPÍTULO 13.

LAS SOCIEDADES DEL PICADO.

Lindo tema éste, de las sociedades. Pocos son los casos en los cuales durante el transcurso de algún picado no se forme una sociedad. No hablo de grandes asociaciones, sino de dos o más voluntades que se juntan, para lograr un rato de divertimento, a través de un partido informal de Fútbol. Por lo general, estas sociedades están formadas de antemano, y se afianzan aún más, a través de sucesivos picados. Hay equipos compuestos por cinco o seis amigos a los cuales resulta muy difícil ganarles, dado que, sin ser tal vez muy habilidosos, la sociedad que ellos integran se torna indisoluble a la hora de jugar y más aún ante la adversidad del resultado. Esto es algo sumamente positivo, que es tenido en cuenta por los distintos entrenadores de equipos de primera. Se hace mucho hincapié en la unión del grupo. Pero tratando de hilar un poco mas fino, no quiero pasar por alto la mas pequeña de las sociedades y es aquella que está formada por solamente dos personas. Éstas suelen disolverse tan pronto como se arman. Por lo general su duración es efímera. Me atrevo a decir que son casi un sueño. Así como Pelé y Tostao, Maradona y Burruchaga, Boyé y Pontoni, Bertoni y Bochini, a través de un picado, también se forman sociedades anónimas. Los dos integrantes de estas sociedades en la mayoría de los casos, se unen desde un picado hacia la vida cotidiana, es decir que se conocen jugando al fútbol y se encuentran tan bien haciéndolo juntos, compartiendo paredes, amagues, goles, y todos los condimentos del picado que creen inmediatamente que de esa misma forma se llevarán afuera de la cancha, pero esto sucede muy pocas veces. Es mas, el único momento para el que se encuentran es para jugar al fútbol y compartir el café después, pero difícilmente se vean en otra oportunidad intermedia. Durante el partido hacen magia. Se ayudan, se buscan, le regalan el gol al otro. Y hasta se dan un beso después de cada gol. Tal vez sea la segunda vez que se ven en su vida, pero el picado tiene eso. Es como un elixir que emborracha a quienes lo juegan, y por eso se forman estas sociedades anónimas, porque los jugadores de picados, como los borrachos, suelen identificarse con mucha facilidad… A todos les gusta lo mismo: disfrutar de un buen vino, o de un buen picado, que si de placeres se trata, la saben “lunga”. En mi vida futbolera he conformado infinidad de sociedades, algunas anónimas y otras no tanto. Cuando jugaba en las inferiores de , tenía una dupla defensiva 36 que funcionaba casi a la perfección, con Julio, un morocho cabezón al que también le decían Ufa. Dentro de la cancha, con solo mirarnos ya sabíamos que teníamos que hacer, a quien marcar más fuerte o como rotar. Pero una vez que terminaban los partidos, cada cual a su casa y punto. También he conformado sociedades en el picado. Es posible encontrar algún familiar con quien nos sentimos muy a gusto compartiendo una cancha. Yo pude formar una junto a mi primo Hugo, un marcador central como pocos, a quien le debo mi primera prueba en un club y muchas alegrías compartidas en plazas, parques, playas y hasta en la cortada calle Lugones, allá por la localidad Bonaerense de Haedo. Podemos formar, también, alguna esporádica asociación. Me permito contar algo que viví en ese contexto. Cierto día, charlando con el Gallego Jesús descubrimos que los dos teníamos una pasión y una historia en común. Ambos habíamos jugado al fútbol en las inferiores de Boca Juniors y un técnico mal parido nos había cortado la carrera. La pasión por el fútbol nos dominaba y por supuesto arreglamos para jugar un picado. El Gallego es un gran tipo que nació por 1945, cuando todavía faltaban 20 para que yo naciera, pero creo que esto es lo que me hizo sentir bien jugando con él. Yo siento un gran respeto por aquellos tipos futboleros que con varias décadas encima, siguen calzándose los cortos para romperla en el área. Cuando fuimos a jugar la primera vez y lo veo a Jesús y sus cuarenta y pico llegar con la camiseta de Boca puesta, me dije: - ¡¡¡Éste es mi pollo!!! Me pareció maravilloso que un tipo “grande” (Yo tenía 25 años) tuviera el orgullo que sienten los pibes cuando se ponen la camiseta de su equipo favorito. ¡Ancho estaba el Gallego! El partido fue bárbaro, Jesús hizo no sé cuantos goles, cuantos caños, cuantos sombreritos, y nos buscamos todo el partido. Por supuesto arreglamos para seguir jugando más seguido, cosa que hicimos, aunque el Gallego, después de romperla en cada partido se hacía el viejo mimoso. Cosas de la edad. Y de los habilidosos. Otra dupla esporádica la formé con otro Gallego, Antonio, quien vivía en Pompeya cerca de la esquina de Las Palmas e Itaquí. Nos juntábamos una barra grande, todos más o menos conocidos y jugábamos en los jardines centrales de la Avda. Cruz y Perito Moreno. Antonio la gastaba, a pesar de que para esa época sus hijos tenían 20 años y él los doblegaba en edad. La magia del picado nos juntó siempre en el mismo equipo, y el pico de mayor satisfacción lo tuvimos en un partido nocturno bastante “caliente”. Estábamos perdiendo 5 a 3, y el partido era a seis goles. Nos bastó con decirnos -¡Vamos a ganarlo! para que el resultado cambie. El gallego se transformó, no lo podían parar. Yo aporte lo mío y tras un córner y su correspondiente rechazo por parte de la defensa, Antonio le pegó como venía, y puso el 5 a 4. Ya estábamos más cerca. Y el partido cada vez más “caliente”. Lo bueno de estos partidos que se juegan hasta que un equipo hace seis goles, es que quien va debajo en el marcador no tiene que jugar apurado porque se le acaba el tiempo. A veces hasta es preferible jugar de ese modo. Sobre todo si uno va perdiendo. Antonio además de jugar gritaba, armaba el equipo. En un momento dijo –Vamos a esperarlos atrás. Así lo hicimos, y el maestro originario de Galicia, se fue en contragolpe y llegó solito frente al arquero. ¡Para que voy a contar la tierra que trago ese pibe después del amague que le hizo Antonio antes de convertir el quinto gol! El otro equipo no entendía nada. En los papeles tenía afano y además se les notaba claramente que al verlo a Antonio con muchos más años que ellos habían pensado: - Ese viejo narigón no puede jugar a nada.

37 Pero es que nada sabían ellos de las sociedades del picado. Jugaban bien, pero cada uno por su lado. Así fue que en una arremetida de nuestro equipo Antonio me dio el pase y la clavé en el arco. ¡Bah! entró junto a la columna que hacía las veces de palo, teniendo de compañero de funciones, un montón de ropa tapando un adoquín… El abrazo fue interminable. El otro equipo desapareció de inmediato, mientras nosotros no dejábamos de festejar. A Antonio lo vi solo algunas veces más, pero permanece en mi memoria como una de las mejores sociedades del picado que tuve la suerte de formar. Pasados algunos años de aquel picado, me encontré con Oscar, su hijo mayor, y me dijo que el Gallego se había desgarrado jugando para el equipo de la fábrica, y que prometió que después de eso, no va a jugar más. Yo me sonreí, y me acordé que la primera vez que hablé con Antonio, él me había contado que había tenido un esguince, y que no pensaba jugar más al fútbol. Muchos habrán sentido eso ante alguna lesión. Claro que pasan las lesiones, los años, las broncas, y las contradicciones sobre seguir jugando o no hacerlo más, se suceden incesantemente… Y entre ellas, no se cuantos picados quedan en el medio… ¿O acaso no es así?

Un gol especial Han pasado ya unos cuantos años de aquel histórico momento. Aquella maravillosa e inolvidable jugada tuvo por protagonista a dos personas muy allegadas a mí: Mi viejo, y yo mismo. Seguramente innumerables duplas futbolísticas integradas por padres e hijos han desfilado por distintos parques, plazas y potreros de nuestro país. Todos han convertidos goles, tirado paredes y hasta se han trompeado unos en defensa de otros. Ojalá muchos pudieran tener algún recuerdo compartiendo un picado con su viejo. En mi caso es el que paso a relatar. Yo tenía 9 años y mi viejo me llevó a pasar el día junto a toda la familia, a “La Moniquita”, el centro recreativo del Sindicato de Empleados del Caucho, en Moreno. Como era lógico, después del asado en el que participaban los empleados de la planta “La Rosa” de Pirelli, se armó el picado, en el cual no se porque razón aparecí jugando junto a los adultos. En el grupo de compañeros de trabajo de mi papá, había dos glorias futbolísticas. Uno se llevaba los laureles por ser el hermano de Chazarreta, aquel mediocampista de San Lorenzo de la década del setenta. Cosa rara esa de considerar a los hermanos de los buenos jugadores, como tipos que la “escolasean” igual o mejor que su hermano, a veces aduciendo que de chico era mejor que el que jugaba en primera, pero que en realidad no llegó porque no tuvo suerte… Quien compartía la gloria de ser “uno de los mejores” del grupo, futbolísticamente hablando, era un grandote de apellido Quiroga, que nadie sabía en que club, pero todos afirmaban que había jugado en primera. De todas formas atajaba muy bien. Ahí estábamos mi viejo y yo, parados frente a la pelota y juntos en el mismo equipo, esperando que el Ingeniero gordo terminara de atarse las zapatillas para poder empezar el partido. Yo me sentía literalmente “pintado”, porque más que un jugador parecía un dibujo dentro de la cancha, a juzgar por la pelota que me daban. Pelota o pases, táchese lo que no corresponda, a gusto del lector. Pero de repente, mi viejo toma la pelota, y como no podía ser de otra manera, levantó la cabeza y me habilitó (en términos futboleros ) con un perfecto pase al pié y no se si me dejaron solo por mi corta edad, o porque directamente ni me tuvieron en cuenta, pero logré devolverle el pase al autor de mis días, logrando hacer una excelente pared que lo dejo a él colocado en inmejorable posición para convertir el gol que llegó ante la 38 inconsolable mirada del gran ex – arquero de primera Quiroga, que fue solo un espectador mas de la trayectoria de la pelota. Mi viejo se la había cambiado de palo, como los que saben. Los dos gritamos el gol, nos abrazamos y esa jugada coronada con semejante golazo (permítaseme la exageración) jamás podrá borrarse de mi memoria afectiva. Es una sensación incomparable jugar al lado del padre o del abuelo de uno. Yo tuve la suerte de jugar con ambos, tanto en el patio de mi infancia como en el querido Parque Avellaneda. Cuando uno se cansaba de jugar, corría a buscar al otro. Casi siempre jugábamos uno contra uno. Me acuerdo un día que mi abuelo Beto, el papá de mi vieja, con 60 años a cuestas, se dejaba ganar demasiado fácil, cosa que a mi no me gustaba para nada. Mejor dicho, no me gustaba que se notara tanto que se estaba dejando ganar. La idea era que la evidencia no fuera tan notoria. Fue así que lo increpé diciéndole: - ¡Beto jugá en serio, dale! ¡Para que! Tenía un manejo espectacular de las dos piernas, que sacó a relucir justo en ese momento; tal vez queriendo recordar su paso por la primera de All Boys, del Deportivo Merlo, y el Club Banco Nación. No se si volví a tocar una vez mas la pelota en ese partido, a no ser aquella que iba a buscar atrás de la cortina que usábamos como arco. ¡Qué jugador mi abuelo! Si ese patio hablara, tendría infinitas anécdotas futboleras para contar, sobre sus gastadas baldosas. Hubieron cuatro protagonistas excluyentes de esos picados, cabezas y seguidillas: Mi viejo, mi abuelo Beto, mi tío Néstor y yo. Circunstancialmente alguien más participaba como ser amigos míos, parientes. Pero las “estrellas indiscutidas” seguiremos siendo nosotros cuatro, sin duda. Yo quedé invicto, siendo el único que jugó absolutamente todos los encuentros… Hoy que ya el patio no existe como tal, seguro que sus escombros siguen extrañándonos...

Otra pareja de futbolistas formada por padre e hijo, la conocí en la playa de Quequén. Ellos son de Tandil: Beto y Adrián. Resultaba casi imposible ganarle al equipo que ellos integraban, tanto en algún picado como en su variante el fútbol-tenis. Precisamente en este juego los conocí. Como yo organizaba actividades recreativas en el Balneario al que ellos concurrían, el Fútbol-tenis era una de las propuestas que se ofrecía a los concurrentes. Una tarde estábamos jugando con mi equipo, y como el ganador quedaba en la cancha, ya llevábamos varios partidos sin abandonarla. Pero siempre llega el momento de perder el invicto. Beto, el padre de Adrián, formó el equipo que iba a jugar contra el ganador de los dos que estaban jugando: lo llamó a Raúl, a Palo, y junto a él y su hijo esperaron pacientemente el final del cotejo. Una vez más ganamos y ahí nomás entraron Beto y sus compañeros. El partido era a 15 tantos. Bien. Nos ganaron 15 a 0. Impresionante. Pero no terminó allí la cosa. El final de esa jornada de fútbol-tenis los encontró adentro de la cancha, sin haber perdido ningún partido. Ese fue mi primer contacto con todos ellos, personas de bien por donde se los mire, que con el tiempo se convirtieron en mis amigos. Unos días mas tarde, ya en confianza, retomamos el comentario de aquella tarde fatídica para mis recuerdos futbolísticos, y entonces comprendí el armonioso accionar de aquel cuarteto que nos dejara afuera del campo de juego, y sin lograr marcarles un tanto en su contra. La verdad salió a la luz, y creo que en ese momento afianzamos nuestra relación. De los cuatro, tres eran jugadores de fútbol de primera en la Liga de Tandil: Beto y Adrián, padre e hijo, y Raúl de quien hago referencia en otro capítulo mas específicamente. (Ver Un Conde, capítulo 10)

39 Solamente Palo jugaba en forma amateur. Pero esta anécdota hace las veces de prólogo para una aún más atractiva y a la vez más insólita que protagonizaron en Tandil, Beto y Adrián. La diferencia entre ambos es de 18 años. Beto era un pibe cuando nació su hijo mayor. El club Independiente jugaba un partido válido para el campeonato de la Liga Tandilense de Fútbol. Pero no era un partido más. Esa tarde se despedía Beto. El Beto. Su nombre y su apodo coinciden con el de un ídolo del fútbol Argentino: Norberto “Beto” Alonso, aunque el tandilense no le hace mucha gracia esa coincidencia, porque sus colores son el azul y oro. Pero coincidencias al margen, la historia es que esa tarde la imparcialidad de Independiente estaba entre triste y contenta, entre el llanto y la alegría. Se iba, uno de los más grandes jugadores de Tandil, casi una leyenda que a pesar de sus 38 años seguía dejando todo en la cancha. En el banco, más por causalidad que por casualidad, estaba Adrián, quien todavía no había debutado en primera. El comienzo del partido lo sorprendió a Independiente pensando más en la despedida que en los dos puntos (no existía aún la nueva puntuación), y por eso empezó perdiendo uno a cero. Terminó el primer tiempo, y Beto se fue con la cabeza gacha, no por creerse vencido sino pensando como resolver el partido. Al volver para jugar el segundo tiempo, ambos equipos lo hicieron sin cambios. Beto empezó a contagiar a sus compañeros con su característica garra y su habilidad. Los contrarios empezaron a pasar de largo, y Beto a proyectarse al ataque una y otra vez. Pero los grandes son grandes desde el principio hasta el final. Y Beto que ya era un grande en el fútbol de la ciudad, estaba en el final de su carrera. No podía perder ese partido, pero él sabía perfectamente que no estaba viviendo una película donde el bueno, se sabe, va a ganar. La realidad le marcaba que estaba perdiendo. Y aunque él ya había ganado por llegar hasta allí, logro cumplir su sueño y el de tanta gente que había concurrido a rendirle homenaje: Clavó el gol que significaba el empate. Fiesta para todos, aunque todavía faltaba el postre. El Director Técnico, (¿Quién no hubiera hecho lo mismo?) lo hizo saltar del banco a Adrián para entrar. Y Adrián entró a jugar unos minutos junto a su padre. Las radios locales reflejaban ese momento histórico: un padre y su hijo jugando juntos en la primera división. Pero una vez más se apuraron en decir que el ingreso de Adrián era el momento más emotivo de la jornada. Por querer dar la mejor noticia, se olvidaron que el fútbol genera emociones casi en forma constante, y sin avisar. Y no tuvieron en cuenta que a lo mejor algo mas podría pasar. Los jugadores y los amantes del fútbol, sabemos que muchas emociones no futboleras juntas, jamás logran hacer cabalgar corazones ni explotar lagrimales de la misma forma que una emoción futbolera… Beto y Adrián habían llegado hasta ese momento plagados de ese tipo de emociones, pero al igual que los periodistas, se apuraron y creyeron que con haber jugado juntos unos minutos en el mismo equipo, ya era suficiente. Mas el partido aún estaba empatado e Independiente seguía apretando. Tanto que a dos minutos del final, del final del partido y de la carrera de Beto, Adrián le hizo el mejor regalo, y la colgó del ángulo. Golazo del hijo de Beto. Lágrimas de los dos. Festejo de media ciudad. Y después de eso yo pretendí ganarles al fútbol – tenis…

40 CAPÍTULO 14

ALGUNAS ANÉCDOTAS RELACIONADAS CON EL PICADO, SUS VARIANTES, Y ALGUNOS OBSERVADORES.

Diría que esto es un potpurrí de vivencias que me tuvieron como protagonista o espectador. No sé realmente si se merecen un capítulo aparte o simplemente no supe a cual de ellos acoplarlas. Ahí van, tal vez desordenadas. Corría la navidad de 1974, y como buena familia Italiana, nos reuníamos para fechas célebres en la casa de mis abuelos maternos, aquélla del patio en el porteño barrio de Floresta. Exactamente en Aranguren 4474. Después de almorzar, el varoncito de la familia (quien suscribe) empezaba a patear contra la pared, la pelota que le habían regalado la noche anterior. De ese modo, algún tío, primo, abuelo, etcétera, caían en la trampa y me llevaba a jugar a la vereda algún pateo-mareo. Ese día, durante el transcurso del cotejo, comenzaron a llegar los novios de mis primas. Y justamente esa tarde, la familia estaba pendiente del nuevo novio de una de mis primas. Atajada va, atajada viene, el tipo que aparece en escena, y todos los ojos familiares se dirigieron a su espigada figura no muy juvenil que digamos. Vale tal vez esa aclaración, porque el tipo en cuestión, era varios años mayor que mi prima y es lógico imaginarse el espanto de los mayores de la familia, para quienes las cosas tenían que suceder dentro de los carriles “normales”, es decir que el novio no tenía que tener mas de cinco años que la novia. Así las cosas, y tras las presentaciones formales, el pobre flaco estaba más desorientado que perro en cancha de bochas. Y que mejor para congraciarse con una familia, que ponerse a jugar con los más chicos. Entonces, llegó el gran momento. El nuevo novio me llama pidiéndome la pelota: –A ver petiso pasame la pelota y atajame un penal. Le doy la pelota (en realidad era el único que se la daba), la para y comienza a tomar carrera. Me acuerdo que de su cinturón colgaba un llavero conteniendo una excesiva cantidad de llaves. Yo me agazapé como un arquero y él comenzó a correr hacia la pelota. Era diestro. Apoyo el pié izquierdo al costado del balón y hasta ese momento iba todo bien. Toda la familia miraba sin perder detalle alguno. Justo en el momento que va a patear, justo en ese momento, el flaco se patina, y además de mandar a los caños la pelota, fue cayéndose en cámara lenta rumbo a las baldosas tipo vainilla, provocando una risotada general y el consabido enrojecimiento de su anguloso rostro. Es lo único que recuerdo de aquel novio de mi prima. Tengo entendido que la relación entre ellos no duro mucho tiempo más, aunque dudo que le quedaran al pobre flaco muchas ganas de volver a una reunión familiar.

Otra anécdota ocurrida en el año 1988. Yo coordinaba un complejo de canchas de fútbol 5, y en un campeonato me llamó la atención un hombre de unos 65 años, que jugaba en el equipo de su hijo, integrado en su mayoría por pibes de 20. Domingo tras domingo, el hombre cumplía con su labor de marcador lateral derecho. Cada vez que quería acercarme a felicitarlo, me llamaban de otra cancha o de la administración, y no podía hacerlo. Pero un día tuve el gusto. Me arrimé una vez terminado el partido y lo felicité porque me parecía un justo reconocimiento para alguien que a su edad aún tuviera la fuerza espiritual y física para practicar un deporte tan exigente como el fútbol. 41 Le pregunte si descansaba lo suficiente, si se cuidaba en las comidas, a lo que él me contestó afirmativamente. De todas formas esa tarde estaba descontento con su actuación. Se decía cansado. Al escucharlo un tanto desanimado por culpa de aquel cansancio, yo saqué a relucir toda una suerte de excusas que me parecían lógicas, como para minimizar aquella angustia, pero él insistía en que no había jugado bien. El hombre me dijo: -Lo que pasa es que estoy cansado porque venimos de jugar un partido a la mañana, del otro campeonato que estamos jugando en cancha de once... Todavía sigo sorprendido. Y el señor de 65 años, seguramente jugando al fútbol con los amigos de su hijo... La siguiente historia, transcurrió durante el Mundial de Italia´90, aquel que nos dejó esa tan amarga sensación de perder el bicampeonato por un penal, sintetizándonos a todos Diego y su desconsolado llanto en público. En una de las selecciones, creo que en la de Arabia Saudita, la mayoría de los jugadores se llamaban Mubarak. Podía o no estar acompañado de otro nombre similar, más ese nombre, Mubarak, sonaba incesantemente en las pantallas, cada vez que esa selección aparecía en escena. La historia es que en la misma cuadra donde yo tenía el kiosco (Citado en otros capítulos) había una confitería, cuyo hijo del dueño era un pequeño rubio, de nombre Juan Dardo, quien permanentemente con la pelota en la mano, solía aparecer sobre mi poblada caramelera para invitarme a jugar a los penales. Juan Dardo con los años se convirtió en el reportero deportivo mas precoz, trabajando en exteriores en el programa de cable de Gonzalo Bonadeo, “Orsay, la leyenda continúa” En aquellos días poblados de fútbol, Juan Dardo y yo nos batíamos a duelo, y siempre recuerdo con más de una sonrisa, cuando él jugaba y relataba al mismo tiempo. Yo le había hecho notar esa particularidad de un equipo integrado por jugadores en su mayoría con el mismo nombre. Así era que Juan Dardo relataba: - Lleva la pelota Mubarak, juega para Mubarak, elude a un rival mete el pelotazo largo para Mubarak, patea y la pelota se le desvía. Atención Mubarak se pelea con Mubarak por el gol que se perdió. Hincha acérrimo de Rácing, a Juan Dardo tanto le gustaba atajar que cuando finalizado el Mundial, Goycochea, el héroe de los penales, firmó contrato con la Academia, él al otro día tenía ya todo el equipo idéntico a su ídolo. A partir de allí, todos los Mubarak, fueron reemplazados por Goyco, protagonista absoluto de las fantasías futboleras de Juan.

Tantos son los caminos que uno recorre no solo en la vida sino también a través de diferentes picados, que una noche de visita en casa de mi tío Néstor, quien también es mi padrino, me reencontré con Gonzalo, un primo lejano a quien le llevo unos 12 años. Charlando sobre fútbol, lo invité a jugar junto al grupo con el que yo lo hacía todos los martes. No tenía ni idea de cómo jugaba Gonzalo. Pinta de jugar bien tenía, pero la pinta de jugador, en fútbol, dura exactamente hasta el mismísimo instante en el que tocás la primera pelota. La cuestión es que a la hora fijada para el encuentro, Gonzalo estaba en la cancha. Cómo haciéndose el distraído, durante aquella noche en casa de mi tío Néstor, éste me pregunto donde y cuando íbamos a jugar, cosa que inmediatamente le informé. Cuando salimos del vestuario dispuestos a jugar al fútbol, me encuentro con mi tío que se había hecho un tiempo para venir a vernos. Me sentí un pibe de 12 años, y creo que a Gonzalo le paso algo similar. Hacia exactamente una década que mi tío no venía a verme jugar, algo que siempre hizo mientras jugué en distintos clubes.

42 Entiendo que a él también se le deben haber movido algunas cosas en su interior. Allí estábamos a punto de jugar, su nieto y su sobrino, una especie de herencia de futbolera en plena expansión. El partido transcurrió, y por supuesto Gonzalo y yo jugamos para el mismo equipo, algo que no me arrepentí en lo mas mínimo, porque resultó ser un jugador verdaderamente exquisito. En mas de una jugada mi tío, cuya mirada expectante parecía solo estar dedicada a todo lo que nosotros dos pudiéramos hacer, nos hizo escuchar su inconfundible vozarrón mediante un: -¡Muy bien!!! que acompañaba a un solitario aplauso. Una noche inolvidable, por Gonzalo, por mi tío, y por todo el buen fútbol que pudimos producir. Como cité al inicio de éste capítulo, estas historias parecen desordenadas. No obstante, reflejan muy distintos momentos que alguien puede vivir en un picado. Podemos ser observadores de algún jugador que se destaca por alguna razón y entonces nos detenemos a mirar como juega; podemos sorprendernos por la forma en la que un niño se apasiona tanto o mas que nosotros adultos; podemos generar en otros, y casi sin saberlo, la emoción por hacerlo sentir partícipe de nuestro juego. Y hasta podemos ser co-protagonistas de un enorme papelón de algún ocasional compañero de juego. Todo eso, y mucho mas, puede pasarnos si nos atrevemos a ingresar al mundo de jugar a la pelota. ¿Cuántos recuerdos futboleros están desfilando ahora mismo por tu cabeza?

CAPITULO 15

LAS PELEAS DEL PICADO.

No siempre se producen. No siempre se provocan; pero las peleas también forman parte del picado. Los motivos pueden ser varios. Si los dos equipos que se enfrentan se tienen “pica” de antemano, seguro que ese partido no termina. Así sea por un campeonato o en el parque, si la bronca viene de antes el mas pequeño de los roces provoca la riña. Tomemos el caso de dos grupos de amigos del mismo barrio, pero de distintas esquinas. Como sucede casi siempre, hay una mina que sobresale del resto por sus atractivos físicos (Qué esta fuerte, bah) cada 5 o 6 manzanas a la redonda. Y como dentro de ese perímetro es muy común que convivan dos o más bandas, es lógico que ambas se disputen la pertenencia de la minita. Puede suceder, entonces, que ella esté saliendo con el “Facha”, individuo imaginario si los hay, aunque ¿Qué barra no tiene un “Facha”? Resulta ser que la barra de éste, es otra distinta a la del ex - novio de la niña en cuestión apodado “El Tano”. Todos lo saben, pero del tema mucho no se habla. Casualmente un día se encuentran Juan Carlos con “El Indio”, que habían ido al mismo colegio en la primaria, pero cuando Juan Carlos se mudó, se separaron. Ahora cada uno pertenece a una barra diferente. “El Indio” a la del “Facha”, Juan Carlos a la del “Tano”. Como se conocen arreglan para hacer un partido. El domingo a las tres de la tarde en el Parque Güemes. Llega el día, cada equipo se reúne en su esquina correspondiente y van, religiosamente caminando, hasta el parque. De un lado, “El Tano” lleva la pelota en una bolsa de nylon con la mano derecha, mientras va haciendo jueguitos y alardeando de su habilidad para 43 que la pelota no se caiga nunca al piso. Como la pelota nunca sale de la bolsa, sus amigos lo cargan por tanta ingenua fanfarronería. Por el otro lado, el equipo del “Facha”. Pero aquí nuestro protagonista no lleva en su mano derecha la bolsa conteniendo la pelota, sino que va abrazado de su novia, la ex del “Tano”. Llegan al parque, arman la cancha y comienza el picado. La novia se queda sentada en un banco del parque, bien ubicado, como pareciéndose a un palco. El único. El “Facha” es zurdo, habilidoso y nunca se embarra. El “Tano”, es tano. Marca con los dientes apretados, y anda siempre por el piso. Cada pelota que agarra el “Facha”, el “Tano” se la saca. La mina si. La pelota, no. De vez en cuando el “Facha”, lo pasa dejándolo desairado al “Tano”en el piso. El partido transcurre y cada gol de su equipo el “Tano” lo grita a muerte, pero de todas formas es parejo y van empatando. Su principal objetivo es que el “Facha” no haga ningún gol. No soportaría escuchar a su ex novia gritando a favor del facha: - ¡Gol, mi amor, te amo! Pero algo está por quebrarse. Córner para el equipo del “Tano”. Viene el centro y el arquero se la saca de la cabeza. Rápidamente se la da al “Facha”, que se va solito en contragolpe. El “Tano” se desespera, corre como loco. El “Facha” pasa al penúltimo hombre (fácil, porque era el gordo, el que siempre juega atrás) y levanta la cabeza. - ¡Salileeeeeee! Le grita el “Tano” al arquero pese a que él ya estaba a dos metros del talón derecho del “Facha”. ¡Qué tentación! Justo cuando el novio iba a patear, iba a hacer el gol, el ex novio, con la parte externa de su pié izquierdo le junta ambos talones y le provoca una rodada espectacular. No lo lastimó, no era esa su intención, pero la pelea que se armó, fue de película. Los del “Facha” contra los del “Tano”. Piñas, patadas, amenazas, recordatorios de familiares, y hasta un intento de arañazo… Yo estoy seguro, que si no hubiese una novia de por medio, este tipo de peleas en un picado normal, no se produce. Porque tampoco se hubiera producido la patada del supuesto “Tano” al supuesto “Facha. El arquero hubiera resuelto la jugada o no. Pero la bronca por la superposición de sentimientos hacia la misma mujer puede más que un picado. Siempre. En este aspecto tengo una anécdota que conozco muy bien. Corría el año 1979, y era el día de la primavera. Una división del Colegio Nacional n° 9, pasaba el día en Vicente López, y lógicamente, los varones estaban por un lado, y las chicas por otro. Estupideces adolescentes, que con el tiempo provocan arrepentimientos. Se armó el picado. El “Gallego”, una vez más, armó los equipos. El “Burro”, “Rapa”, El “Negro”, Pablo, “Dosmil”, y Víctor al arco, jugaban para él. “Tevi”, “Quique”, Diego, Ricardo, Omar, Elías y “Coquito”, en contra. Como siempre, el equipo del “Gaita” tenía afano. No mucho, pero era mas fuerte. Todo iba fenómeno hasta que llegaron Cacho y Daniel con intenciones de jugar. El “Gallego” se plantó y le dijo a Daniel:-Vos no jugás. A lo que Daniel respondió:- ¿Y porque yo no juego? –Porque a mi no se me canta, dijo por toda respuesta el “Gaita”. Daniel no soporto tanta soberbia. Le dio un soberano cachetazo que se escucho en todo el predio, a lo que el “Gallego” le respondió con un certero puñetazo en el pómulo derecho de su contrincante, ya enredados en el piso. Todos llegaron para separarlos, pero el picado jamás continuó. En realidad, el “Gallego” era el apodo que provocaba que me diera vuelta cuando lo escuchaba, porque todos en el colegio me llamaban así. O “Gaita”, su especie en diminutivo. La culpa de tener que cargar yo con ese apodo durante todo el transcurso de mi escuela secundaria, la tuvo un compañero que estuvo solo en primer año, al cual se le ocurrió 44 que yo tenía la cara cuadrada, porque de sangre gallega no tengo ni medio centímetro cúbico. La cuestión es que tanto Daniel como los otros personajes son ellos mismos. Pero con Daniel había algo especial, al punto tal que esa fue mi única pelea a golpes que protagonicé en mi etapa de colegio secundario. Siempre jugábamos uno para cada equipo. Curiosamente nunca para el mismo. Aunque no tan curiosamente, dado que a los dos nos gustaba la misma compañera. Quien fue mi novia gran parte de aquella época. Por suerte, el último partido de la secundaria (Tiene su narración exclusiva) lo terminamos abrazados, aunque también lo jugamos en contra. Hoy a la distancia lamento no haber jugado junto a él. Siempre fue un excelente jugador, pero aquella vez una pollera pudo más que el picado.

Pero no son las mujeres el único motivo de las peleas futboleras. Es más, afirmaría que lo son en un mínimo porcentaje. Las peleas nacen por cualquier motivo. Por lo general, el disparador es un foul muy violento, o un foul inventado. Si es violento, se arremete al golpeador. Si es inventado, al creativo o más rápido, por llamar de algún modo al que intentó sacar ventaja de ese modo. De todas maneras, y dadas las distintas formas de interpretación que puede tener una jugada dudosa, la víctima es quien cobra la falta, y no siempre el agresor quien le retruca que tal infracción no existió. Lo mismo sucede con las “manos”. El que toca la pelota con el brazo, inmediatamente cuando alguien le quiere cobrar tiro libre en contra, se lleva la mano contraria hacia el pectoral del brazo infractor, y dándose una palmada sobre el mencionado músculo, asegura: -¡Fue con el pecho, viejo!!! También el codazo, el cabezazo, el golpe en general malintencionado, puede provocar una catástrofe, y no exagero con este término porque son muchos los casos en los que una gresca que comienza por esos motivos, terminan en tragedia. De todas formas, las tristemente célebres peleas, forman parte de la historia de muchos jugadores de picados, aunque por suerte y en su gran mayoría, las “calenturas” se terminan en el preciso momento que el árbitro da las tres pitadas finales, o cuando se acabó el tiempo, o cuando se hizo de noche, o cuando un equipo llegó a los doce goles. Es decir, cuando el picado se termina. Sin embargo, también sucede que si bien la bronca se termina con el picado, las consecuencias de una pelea nacida durante el transcurso de un encuentro futbolero pueden tener características grupales. Pasa muchas veces, que el agresor (O los agresores) deja de concurrir a futuros picados ya sea por vergüenza o por decisión del grupo. Aquí sucede que la mayoría adopta la posición de defender al agredido. Claro que para que esto suceda, tienen que haber quedado bien claras las causas de la agresión. Como, por ejemplo, cuando ante un foul leve quien ha sido “fouleado” se levanta rápidamente del piso y le aplica un golpe de puños a quién provocó su caída en una clara acción de juego sin mala intención. En ese caso, quien aplicó el golpe de puños, es “expulsado” del ritual de cada Domingo porque el grupo considera que el foul “no fue para tanto”. No hace falta que una pelea del picado crezca en intensidad hasta llegar a la agresión física, como para que alguno de los protagonistas de la pelea o de la discusión, decida no participar más de los picados. Los verdaderos jugadores de picados, conocen muy bien los códigos. Y cualquier falta de alguno de los participantes del picado a esos códigos, puede ser el detonante para que alguien se sienta defraudado en su pasión futbolera, y pierda el interés de continuar jugando con ciertos personajes nefastos del fútbol entre amigos. Uno de los códigos, tácitos por cierto, de cualquier picado, es tratar de evitar que el contrario te haga un gol. Claro está que el objetivo del juego es hacer más goles que el contrario. Mi referencia al código de evitar el gol en contra de nuestro arco, tiene validez en la siguiente situación. 45 En muchos picados, el puesto de arquero es ocupado por diferentes jugadores que rotan durante el partido por esa función. Cada uno de ellos, desde el punto de vista de “los códigos del picado”, debe defender el arco de su equipo hasta que el contrario logre vencer su resistencia, y como la rotación se genera cada vez que el arquero recibe un gol en contra, solo una vez que el equipo adversario le convierta un gol, el jugador que ocupa el arco lo deja para que lo ocupe algún compañero. Casi todos prefieren jugar “al medio” antes que ser arquero, sin embargo, “se banca” jugar al arco mientras le toque su turno, y respetando los códigos, redobla sus esfuerzos para atajar. Aquel que retacea sus fuerzas para evitar un gol en contra, y “se lo deja hacer”, directamente traiciona los códigos, a sus compañeros, y en definitiva al otro equipo también porque todos los jugadores de picados nos proponemos superar al contrario cuantas veces podamos, pero en forma lícita y sin que el otro nos dé ventaja. Hay muchas historias de traidores futboleros, pero no merecen contarse en detalle. Una vez mas, y apelando a los códigos del picado, cada uno sabe que número de botines calza… El tema de los códigos en el fútbol, pareciera haber nacido con el fútbol mismo. Es un término muy utilizado en el fútbol profesional, sobre todo en los temas que se tratan en la intimidad de un vestuario, o en el seno mismo del grupo. Promesas de no perder más puntos hasta que termine el campeonato, o de no hacerse expulsar mas por protestar fallos al árbitro, o mantener en secreto alguna diferencia de criterios entre jugadores y cuerpo técnico, y otros temas internos del plantel, forman parte de los llamados “códigos” del fútbol. Quién rompe esos códigos, es visto como un traidor a sus compañeros. Existen también, códigos generales en el fútbol profesional. Por ejemplo, no “sobrar” (abusarse de su mal desempeño) al equipo rival cuando el resultado parcial nos favorece abiertamente, es decir, no tirar caños recién después de ir ganando seis a cero. Si lo hicimos desde que comenzó el partido, puede ser que no se lo considere como una “gastada”, aunque siempre es preferible “sacar el pie del acelerador” y esperar a que finalice el partido. Hay algunos que cuando van perdiendo por muchos goles, se fundamentan en esos códigos para pedirle al rival que no le convierta más goles… El picado también presenta códigos. En realidad, es condición de un grupo de personas tener códigos en común. Hay teorías que los enuncian como una de las condiciones para que un conjunto de personas pase a considerarse como un grupo. Los jugadores de picado, nos conducimos en un picado conociendo los códigos generales de ésta práctica lúdica. Al menos, considero que así debiera ocurrir. Claro que una vez que nos convertimos en integrantes de un grupo de jugadores que se reúnen a jugar periódicamente, incorporamos los códigos propios del estilo de juego de ese grupo. Cuando digo estilo de juego, no pretendo referirme a un estilo desde el punto de vista técnico-táctico, sino que lo hago con una visión de los códigos de comportamiento de los jugadores durante el encuentro futbolero. Éste encuentro futbolero, abarca desde el momento en que cada uno se compromete a jugar en ese día y horario, y finaliza cuando terminado el juego, el jugador se despide de sus compañeros hasta el próximo encuentro. Podemos encontrar el estilo “jugamos de casualidad”, en el cual observaremos como los jugadores llegan sobre la hora del inicio, incluso varios lo harán ya empezado el picado, y hasta con seguridad habrá que recurrir a alguno que esté en la cancha sin pertenecer al grupo pidiéndole por favor que juegue para completar los equipos; casi ni se escuchan las voces de los integrantes de ambos equipos, y una vez finalizado el tiempo de juego, cada uno parte rápidamente hacia otro lugar. Muy pocas veces permanecen en el vestuario comentando el partido, y mucho menos se quedan a tomar algo entre amigos.

46 Hay poca demostración de pasión en los goles convertidos, y casi ninguno se enoja con otro. Podríamos decir que es un picado “descomprometido”, aunque se entrelacen geniales jugadas. Hay varios estilos de comportamiento, pero como para citar otro ejemplo que dista del anterior en cuanto al estilo del comportamiento, está el picado “jugamos todas las semanas”. No necesariamente tiene que estar basado en un período semanal, ya que el lapso de tiempo entre un picado y otro puede ser una semana, o dos veces por semana, o una vez cada quince días, o el primer sábado de cada mes, etc., etc., etc. Éste estilo, esta forma en común de jugar picados que envuelve a algunos grupos, tiene también sus códigos. Por lo general, se cumple con la palabra empeñada: Ninguno que hubiera confirmado su presencia durante la semana previa, se ausenta del picado. Quién aseguró conseguir más jugadores, llega a la cancha acompañado de ellos. Aquel que se llevó las pecheras para lavar o el que siempre trae las pelotas, jamás hace que esos elementos falten: Si por alguna causa de fuerza mayor, él no puede ir a jugar, le acerca ya sean las pecheras o las pelotas a algún compañero la noche anterior. Son compromisos que vistos por quien no participa en éste tipo de encuentros entre amigos, difícilmente logre comprenderlo en toda su dimensión. Los jugadores en su mayoría llegan varios minutos antes, y cumplen con el ritual de cambiarse tranquilos, mientras comentan anécdotas de la semana, o conversan sobre fútbol, mujeres o lo que sea. Ese compromiso, esos códigos que forman parte de las etapas previas al picado, luego se incorporan al juego mismo. Algunas reglas del fútbol se reforman o se adecúan al juego: Por ejemplo, nunca se cobra off-side, el arquero puede tomar la pelota con sus manos luego de un pase hecho por algún compañero, y por lo general se juega de corrido sin interrupciones. Salvo que haga mucho calor, entonces ambos equipos acuerdan hacer un corte para refrescarse e hidratarse. Continuando con la aplicación del reglamento, encontramos el punto de mayor conflicto: Las infracciones. Ya sean patadas, empujones, agarrones, o una simple mano, la forma con la que se ejecute la acción, casi en todas las ocasiones es vista de diferente forma entre quien empuja y el empujado. O entre quien comete el foul, y quien recibe la patada. La mayor diferencia de opiniones entre los jugadores se genera, y creo que no habrá quien opine lo contrario, cuando alguno toca la pelota con la mano o el brazo. A excepción de una mano absolutamente intencional y a la vista de la totalidad de los jugadores, este tipo de infracciones genera discusión. Y más aún cuando la falta es cometida adentro del área penal. Los grupos de jugadores de picados suelen tener códigos también en cuanto a la aplicación del reglamento, y eso da por resultado que rara vez se genere alguna pelea mayor ante alguna infracción. No obstante, estoy convencido que las infracciones son generadoras de muchas peleas en los picados. Pero no crean que sea por la violencia propia de un empujón o de la mala intención en alguna patada. La pelea se genera cuando algún jugador que acaba de incorporarse al grupo intenta hacer prevalecer un punto de vista diferente al del grupo en general. Entonces, lo que antes era hacer la vista gorda ante un empujón en el área que por los códigos del grupo se dejaba pasar dada la torpeza de la mayoría de los jugadores, ahora y a causa de la queja sistemática empleada por el nuevo jugador, pasa a ser ese empujón una causa casi nacional. Se genera una discusión leve, que da origen a una veintena de gritos, que lamentablemente termina en algún insulto, y hasta puede llegar a provocar un golpe de puños o algún intento de agresión al menos.

47 Lo conveniente, y a este recurso apelo cada vez que se genera éste tipo de situaciones en algún grupo que integro jugando picados, es pedirle al jugador nuevo que acepte los códigos de juego del grupo o bien que no venga mas a jugar. Claro que haber liderado estos pedidos, me ha valido alguna pelea ya no por el empujón de la jugada, sino por el pedido realizado. Considero una total injusticia que un grupo de amigos a quienes les ha costado mucho tiempo y esfuerzo lograr una armonía nada sencilla de encontrar para poder jugar y divertirse haciéndolo, se vea invadido, lastimado, y hasta enfrentado entre si, por alguien que no se integra al modo de juego. Lo mejor es que no concurra más a jugar. Distinta es la situación de aquel que llega por primera vez y juega apasionadamente, y entonces pide la pelota, y ordena al equipo ya desde el inicio de su participación. O de quien grita cada gol, o quiere patear todos los tiros libres. Ese jugador, aunque a veces desentone con el resto por tener siempre muchas ganas de jugar y que nunca le de lo mismo ganar que perder, llega a un grupo a sumar. Los otros, los que no aceptan los códigos, los que agreden, los que protestan, los que se enojan cuando algo no se cobra como ellos lo hubieran hecho, llegan al picado para restar. Y el picado, tiene que aportar alegría, pasión, encuentros, abrazos, festejos, bromas. Alguna discusión en el marco de la amistad y el respeto. Pedidos de disculpa, y reconocimiento de errores. El picado no nació para generar peleas, pero como sucede con las brujas: Que las hay, las hay.

CAPITULO 16

LOS RELATORES.

En la búsqueda de diferentes pormenores de los que se nutren el picado y sus anexos, comencé a hacer memoria y reaparecieron en mi mente aquellos que mientras juegan a la pelota, relatan sus acciones. Y esto tiene que ver mucho con lo que se dice en la dedicatoria inicial de esta obra sobre aquellos que sueñan ser quienes no son... Es muy común ver en acción a los pibes, mientras juegan solos o también en el medio de un picado, relatar lo que están haciendo. Se los oye decir: - Lleva la pelota Maradona (O Riquelme, o Saviola, o Messi, etc.) elude a uno, le sale otro, también lo elude, patea y goooooolllllll Esto en referencia al jugador de campo, pero también los arqueros relatan. Así como el pibe de dos años cuando empieza a patear dice gooolll, casi sin saber que significa, el mismo pibe cada vez que ataja la pelota dice el nombre del arquero del equipo de su padre, tío, abuelo, o caballero mas influyente. Así el pibe crece, y cada vez que toma una pelota con sus manos, grita por ejemplo¡¡¡¡Gaaaatti (O Fillol, o Abbondanzieri, o Carrizo, o...) espectacular el arquero, volando de palo a palo!!! Me acuerdo de mi amigo Guillermo, cuando estábamos en séptimo grado y Lavolpe era el arquero de San Lorenzo, el equipo de sus amores. Cada vez que salíamos al recreo él corría hacia el arco, que iba desde el cantero que estaba al lado de la rectoría, hasta la pared opuesta. Aproximadamente unos cinco metros.

48 Cuando lograba agarrar entre sus manos el bollo de papel que hacía las veces de pelota, gritaba: -¡¡¡Lavoooolpe!!! Pero no conforme con esto, también corría de palo a palo (Del cantero a la pared, en rigor de la verdad), y cada vez que llegaba a uno de ellos simulaba volar como los arqueros de verdad mientras volvía a gritar el nombre del arquero de los “Santos” en cada en cada extremo de su carrera. Así, diez o veinte veces ¡Qué bronca nos hacía agarrar! Era mas lo que él hablaba, que lo que nosotros jugábamos. Pero él de esa forma, se sentía un verdadero arquero. También esta el que mira el partido desde afuera y lo relata, generalmente cargando a quienes juegan, pero en mas de una oportunidad lo hace muy en serio, y hasta cambia las voces ya sea para relatar, comentar, o hacer publicidad. Todos relatamos alguna vez mientras jugamos, y por lo general se hace esto no tanto en un picado, sino cuando hay una sola pelota, un arco improvisado, y dos o tres pares de piernas disputándose la redonda. Yo cuando era pibe, en el patio de mi casa armaba torneos con las figuritas de los jugadores de distintos equipos, y relataba todos los partidos. Me apasionaba, y creía que el partido era en serio, a pesar que yo movía las figuritas... Con el correr del tiempo, empecé a darme cuenta que la cosa no era tan seria, que no todos los equipos tenían la misma oportunidad de ganar. Eso sucedió cuando me percaté que el equipo que ganaba siempre era aquel que yo prefería. Estaba mintiéndome a mi mismo, y fue así que abandoné el juego y los relatos. Pero el hecho de relatar no es exclusivo de los pibes, los grandes también lo hacen, y tal vez lo hacen cambiando los personajes del relato. Y aunque parezca mentira, también los jugadores profesionales lo hacen, también relatan mientras se entretienen. Aquellos que no son de renombre, citan a grandes jugadores de otros clubes extranjeros famosos, cuando juegan a los penales o algún picado, pero también las grandes estrellas relatan. Yo lo he visto al Loco Gatti en La Candela, durante un entrenamiento del Boca de Maradona en 1981, colocar una pelota en la intersección de la línea de fondo con la línea del área grande, mirar el arco vacío y pegarle a la pelota buscando una exagerada comba con la parte interna de su botín derecho, y al mismo tiempo decir: -Y ahí va Grillo en cancha de River contra los ingleses.... y pateó y lo hizo. Para quienes no saben quién fue , les cuento que fue un gran jugador que jugó en la Selección Argentina en la década del ´50, y que convirtió un golazo en cancha de River, jugando para la Selección Argentina contra Inglaterra. Aquel legendario gol, Grillo lo convirtió desde un ángulo cerradísimo, logrando la locura de los ingleses que gritaban enloquecidos que el gol no debía convalidarse porque no era posible hacer un gol desde esa posición. Ese gol, fue el que intentó imitar el “Loco” Gatti aquella mañana en La Candela durante un entrenamiento de Boca.

CAPITULO 17

LOS QUE CONVOCAN.

Hay en verdad, varias formas en las que la gente se junta para jugar un picado. Si el lugar es la playa o algún parque, generalmente se juntan varios jugadores que van apareciendo como por arte de magia, al poco tiempo de llegar alguien con una pelota. En caso de ir un grupo a comer un asado a una quinta, es imposible que después de la comilona no se arme un partido. También cuando vamos a pasar el día a un parque con nuestros amigos, se juega siempre el picón que puede ser entre varones, y si hay mujeres, algunas se enganchan a jugar también ¿Pero qué pasa cuando no hay una playa, un parque o una quinta que sirva de nexo para juntar gente en un picado? Es ahí cuando surgen los convocadores del picado. 49 Están en todos lados. Puede uno encontrarlos en colegios, facultades, oficinas, centros comerciales, etc. Son tipos especiales, a los que se los suele identificar por ese “poder de convocatoria” que poseen. Es muy común que algún amigo lo increpe diciéndole: - Che, a ver cuando jugamos al fútbol, eh...Seguramente ante esta requisitoria, el convocador se pondrá en contacto con varios personajes futboleros, para armar algún partido. Es mas, me animaría a decir que no es tan imprescindible que alguien se lo recuerde. El vive con la idea fija en la cabeza. Y no es cosa fácil eso de hacer coincidir por lo menos diez personas en un mismo lugar y al mismo tiempo, para jugar un picadito, y más aún si tenemos en cuenta que la mayoría de las veces no todos pertenecen al mismo grupo. Se pueden dar varias situaciones. Por ejemplo, en mi época de estudiante secundario, cada vez que salíamos aunque fuera una hora antes del colegio, siempre había un convocador que nos tiraba la idea y de inmediato salíamos raudamente hacia el Parque Avellaneda, que por cierto no nos quedaba muy cerca que digamos. Igualmente, y aunque no tuviéramos horas libres por la mañana, era muy fácil que nos juntásemos a patear un rato a la tarde, cuando no había mucho que hacer para el otro día. Pero es el colegio, tal vez, el lugar más fácil para la tarea del convocador porque con solo decir una vez y en voz alta: -¿Vamos a hacer un picado?, ya resulta suficiente para conseguir un número de jugadores tal que permita jugar un picado respetable. Dadas las características de todo establecimiento educativo: todos juntos en el aula y con muchas ganas de distraerse un poco, quien oficia de convocador, tiene su labor facilitada.

Más complicado es el panorama, para quien desempeña esa función en una oficina. Aquí debe recorrer todos los escritorios de sus compañeros, hablar con el ordenanza, con el cadete, y hasta probablemente llamar por teléfono al esposo de la secretaría del jefe, quien según su mujer es fanático del fútbol. Desde ya que el horario a convenir deberá ser fuera de la hora de trabajo y no muy tarde, porque al otro día hay que volver a trabajar. Entonces, trata de arreglar para el viernes a las ocho de la noche. La cancha debe ser cerca de la oficina, para que todos puedan llegar a horario. El convocador habrá de ser quien arme los equipos en forma pareja según el físico de cada uno, ya que si es la primera vez que se juntan para jugar, ninguno sabe como lo hacen los demás. Es muy poco común que el jefe se prenda a patear un rato, además por lo general es tronco. Un caso similar al del convocador oficinista es el del convocador de un centro comercial. La diferencia está en que en lugar de recorrer todos los escritorios, debe hacerlo por todos los comercios donde haya un potencial jugador para el picado. Sin embargo, lo más difícil de todo es la tarea que debe desempeñar el convocador de picados heterogéneos. Éste es aquel que se encarga de armar algún partido informal entre personas que nada tienen que ver una con otra: Trabajan en lugares y tares diferentes, sus edades oscilan entre los 18 y los 50 años, algunos juegan bien, otros decididamente muy mal, y tantas otras diferencias. Generalmente los convoca llamándolos por teléfono, ya que no todos viven cerca de su casa. Hay algunos métodos algo menos eficaces como lo son el de enviar mensaje de texto, o algún e-mail, y hasta por medio del chat. No obstante, si algún potencial jugador pone en duda su participación, siempre el llamado telefónico tiene un valor infinitamente más convincente que la comunicación escrita. Comienza convocando a sus mejores amigos, pero pronto se encuentra con la realidad que no todos pueden ir, y luego sigue por las personas que hace un tiempo no ve, pero que las sabe futboleras de alma, y termina rogándole al vecino de enfrente que vaya a 50 jugar, aunque sabe que no juega a nada y que prefiere las carreras de autos antes que un picado. También el convocador de picados heterogéneos, tiene que encargarse de conseguir la cancha donde jugar, y por lo general si hay que alquilar alguna, es él quien paga la seña para reservarla, dinero que en el noventa y nueve por ciento de los casos, jamás recupera en su totalidad. De todas formas, y pese al esfuerzo realizado por este admirable personaje, siempre falta alguno para completar los equipos. Siempre, sin excepción. Conozco muchos jugadores de picados que van a sentirse identificados con éste capítulo. Ellos han sufrido en persona los avatares de conseguir jugadores de cualquier lado y como sea, cuando los primeros intentos son fallidos. Sin embargo, ese sufrimiento es directamente proporcional al placer que sienten cuando ven llegar a todos sus convocados puntualmente a la cita futbolera. ¡¡¡Y ni te cuento del respeto que se ganan entre sus amigos cuando logran reunir varias veces seguidas la cantidad de jugadores necesaria!!! Vayan mis más sinceros respetos para los “Convocadores de picados”.

CAPÍTULO 18

LOS PICADOS EN EL ÁMBITO ESTUDIANTIL.

¿Quién no recuerda aquellos partidos entre compañeros de escuela? Muy difícilmente la inminencia de algún examen o la exagerada tarea que la maestra nos diera para el día siguiente, podían más que ir a jugar algún partidito por ahí. Desde el jardín de Infantes hasta en la Universidad (También en las carreras terciarias) y en todo nuestro país, el picado se juega en sus más diversas formas y organización. Voy a contar algunas vivencias que tuve en mi escuela primaria, y después si me permiten, algunas otras más en la secundaria, la terciaria, y ya como docente también. Si existen grupos humanos que faciliten la organización de picados, esos son los grupos de estudiantes, en los cuales uno se ve todos los días, o al menos tres veces por semana. Esto facilita el armado, la citación para jugar un rato al fútbol. En mi escuela primaria (Y después se me hizo costumbre) siempre estaba dispuesto al picado, al desafío, a lo que fuese que tuviera que ver con una pelota de fútbol. Armaba desde picaditos en el recreo, hasta los partidos contra otra escuela. Cuando alguien cumplía años, y lo festejaba en su casa, yo me encargaba de asegurarnos un partido durante el transcurso del mismo. Ya sea en la quinta de mi amigo Guillermo, donde siempre iba disfrazado del “Loco Gatti”, o en alguna casa. Lógicamente que a la quinta, y cuando teníamos 9 o 10 años, solo íbamos varones, así que se simplificaba el hecho de hacer los equipos, tener el lugar y, sobre todo, la predisposición de la mamá del cumpleañero a que se armara el picado. Es más, íbamos a eso.

Pero ya en séptimo grado, y con 12 años, seguía insistiendo y muchas veces lograba lo que quería. Con mucha dificultad, las chicas lograban armar un “asalto”. Los varones, que todavía pensábamos más en la redondez de la pelota que en otras redondeces, insistíamos que en cada asalto, queríamos tener nuestro tiempo y espacio para el picado, dentro de lo planeado para la fiesta en cuestión. Así fue que nuestras pobres compañeras, siempre tenían que bancarse bailar con unos imbéciles transpirados Y no es que estábamos traspirados como consecuencia de bailar, sino por correr detrás de una pelota antes de entregarnos a la música. Siempre las femeninas miradas de enojo y rencor estaban dirigidas hacia mí. Yo creía que era por lo lindo, aunque en realidad me miraban por la bronca que me tenían mis 51 compañeras por ser yo quien más insistía para la actividad futbolística, algo que iba en contra de sus ganas de bailar. En esos días, la pelota centraba nuestro principal interés. Hoy, a muchos años de distancia, trato de convencer a mi mujer que no es así, y que la pelota ha pasado a un segundo o tercer plano. Claro que todavía no logro convencerla del todo...

Si bien a lo largo de los distintos capítulos son relatadas algunas anécdotas futboleras con diferentes grupos de estudio que me ha tocado integrar, este capítulo pretende estar dedicado íntegramente a ese tipo de anécdotas. En el año 1976 cursaba sexto grado de la escuela primaria, y un gran amigo mío de aquellos años que jugaba (Y siempre jugará) como los dioses, Cristian, y porque en el colegio al que él asistía no le permitían salir antes de hora para ir a entrenar a River, se pasó a mi escuela. El pase se produjo desde el Colegio Numen al Instituto Sarmiento, ambos situados en el barrio de Flores, en la ciudad de Buenos Aires. El colegio Númen gozaba de una exquisita tradición futbolera, merced al trabajo del portero, Don Juan Morán, que se desempeñaba como Director técnico de sus equipos. Cuando Cristian pasó a ser mi compañero, no solo en el aula del colegio, sino también y ya por la tarde, en la vereda de nuestras casas, yo me agrandé y creí solucionado el gran déficit futbolístico que sufría mi equipo, el que a decir verdad, no contaba con el más mínimo respeto de sus rivales. Lo único que contaba de ellos eran los goles que éstos nos convertían una y otra vez. Pero el orgullo es el orgullo, y fue así como me aboqué a la nada fácil tarea de armar un partido contra el Numen, como una especie de revancha para Cristian y buscando, tal vez, que mi equipo despertara en una cancha de fútbol. El gran problema era que los dos únicos que jugábamos en un club éramos Cristian y yo. El en River y yo en Ferrocarril Oeste. Como todo equipo que se precie de tal, y así me decidí que fuera, nuestro equipo debía contar con jugadores, director técnico, masajistas y camisetas. Todo eso fue fácil de conseguir. Los jugadores, integrantes del equipo estaban en el aula; como director técnico se ofreció, después de habérselo pedido en realidad, Choco, el papá de Cristian. Designé a mi abuelo como masajista, mi papá quedó como encargado de transportarnos hasta la cancha, y como camisetas utilizamos las remeras con las que concurríamos al colegio. Pero, y caminando por la cornisa del soborno, también lo convencí a mi tío Néstor para que hiciera las veces de árbitro. Todo esto para tratar de ganarle a un equipo que con el tiempo se convertiría en nuestro “padre”. También formé el equipo, “un audaz”, diría mi amigo el uruguayo Juan, y cuando llegó el día del partido (hacía un frío bárbaro), le brindé mi ayuda a Choco, nuestro director técnico, acercándole un papel en el que estaban escrito los nombres de cada jugador, y hasta el puesto en el que, según ellos me habían manifestado, preferían ubicarse en la cancha, Con el papel en la mano, Choco fue llamándolos uno por uno, línea por línea, para explicarle en que lugar de la cancha debían ubicarse y jugar. Jugábamos en Parque Avellaneda en cancha de once, y de hecho a mis compañeros el tamaño de la misma les resultaba gigantesco dado que jamás habían pisado una hasta ese bendito día. La cuestión es que cuando Choco dio la charla técnica, me agarré la cabeza: Paró a los cuatro defensores en la línea de mitad de cancha, igual que como él quería que se ubicara en la defensa, pero por lógica a la altura del área. Les explico todo, y se corrió unos metros para dejar que comience el partido. Yo había ganado el sorteo, y me disponía a poner la pelota en juego. Les pedí que tomaran ubicación, y me contestaron que tenían que jugar ahí, parados en el medio de la cancha. Les grité que no, que era cincuenta metros más atrás donde tenían que pararse, pero me respondieron que el técnico les había indicado que ése era su lugar: la línea de mitad de cancha. 52 A duras penas se corrieron, y cuando comenzó el partido, pasó lo que tenía que pasar: nos golearon. Pero no sólo fue derrota. Aquello fue una verdadera humillación, con un penal cometido por uno de mis compañeros defensores que no tiene antecedentes en el fútbol mundial: ante un centro del equipo contrario, embolsó la pelota adentro del área con ambos brazos, y no la soltó hasta que el árbitro, mi tío, pitó sancionando el correspondiente penal. Ni mi parentesco me salvó de la pena máxima. Nunca quedó claro si fueron 8 o 9 goles los que nos hicieron. Si me quedó claro que el único gol de mi equipo lo hice yo, después de una magnífica pared con Cristian. Tanta fue la supuesta parcialidad de mi tío como juez del encuentro, que un pelado estúpido, padre de algún jugador contrario lo increpó duramente luego de lo cual mi tío le ofreció el silbato para que él dirigiera de ahí en adelante. Cuando ocurrió este episodio, el partido ya iba 7 a 1. Es de imaginar la “parcialidad” que mi tío Néstor puso al arbitrar.... Perdimos como unos troncos. Tan caliente quedé con el pelado protestón, cada día más estúpido por cierto, que como yo había puesto hasta el silbato para aquel partido, ni bien terminó el encuentro me le acerqué, y en lugar de saludarlo le dije estirando mi mano derecha: -El pito. Jamás pudimos ganarle al Numen; colegio por demás deportivo y con buenos jugadores. Lo único que logró consolarme, fue que después de unos cuantos partidos en contra, me llevaron a jugar para ellos algunos torneos. Claro que jugué con otro nombre, porque solo estaba permitido que los integrantes del equipo fueran todos alumnos regulares del Colegio Númen. Como yo tenía 12 años y una buena cantidad de pelos en las piernas, los contrarios siempre sospechaban de mi edad. Eso, sumado a que se había corrido la bolilla que yo no era alumno del Numen, hicieron que una tarde a la salida del colegio, se apersonara el técnico de otro colegio rival. El hombre se plantó en la puerta, y espero pacientemente que yo saliera, cosa que jamás ocurrió. Contrariado, se dirigió a la dirección para constatar si yo concurría o no a ese instituto educativo. Pero tanta suerte tuvimos que, dos metros antes de la dirección, el técnico del otro colegio se cruzó con Juan Morán, el portero, y lo consultó sobre mi ausencia. El querido Morán fue llevándolo del hombro hacia la puerta, para que la directora no escuchara el diálogo, y poniendo cara de circunstancia le dijo: –El pibe no vino en toda la semana, tiene anginas… El otro hombre se fue convencido, aunque las dudas le volvieron el fin de semana, cuando los enfrentamos y yo jugué todo el partido, y encima no pare de correr todo el partido echando por tierra mi supuesta convalecencia.

La secundaria también me tuvo detrás de la pelota, aunque es justo reconocer, que a diferencia de lo que sucedía en la escuela primaria, en las fiestas nos dedicábamos a bailar, aunque no sin preguntarle a nuestra ocasional compañera de baile, de que club era hincha. Habíamos conformado un grupo futbolero por demás, con el que íbamos a la cancha y compartíamos grandes discusiones sobre fútbol. Pero la actividad estaba centrada en la ejecución del tema, es decir, en jugar picados y sus variantes. El escenario principal, nuestro preferido, era el Parque Avellaneda. Tanta era la pasión que teníamos por jugar, que nos autodenominábamos como un club, cuyo presidente era Víctor, dado que tenía asistencia perfecta a los picados. En primer año cometimos el error de anotarnos en un torneo, en el que por cierto nos fue como el reverendo culo. Ni siquiera clasificamos. Ya en época de juntar el mango para ir a Bariloche, organizamos uno nosotros, y, como no podía ser de otra manera armamos la historia para llegar a la final, ganarla y ahorrarnos los trofeos.

53 Todo salió como lo habíamos pensado, salvo el detalle de encontrarnos en la final con quinto primera, nuestro archirrival y, lamentablemente, padre deportivo a la vez. Perdimos la final por penales, y además de las cargadas, tuvimos que gastar en trofeos. Igual juntamos buena guita y nos fuimos. Ya en Bariloche, nos alojamos y descubrimos que en el mismo hotel ¿Quiénes estaban? Los de quinto primera. Nunca pudimos olvidarnos de aquel torneo.

Muchos eran los personajes de aquel ”Club”. Entre ellos, El Burro, Tevi, Patán, Apo, Gabito, Dosmil, El Negro, Ricardo, el pelado Quique y yo, apodado por aquellos compañeros como El Gallego. El presidente, como ya cité, era Víctor y además venían a veces Elías, Coquito, Pipí, Pablo y Daniel. Todos muy buenos tipos. Después se agregó Diego y algún otro. Esa pasión que nos unía, nos llevó a despedirnos de la secundaria con un partido final. Para ello alquilamos la única cancha de césped sintético que había por entonces, en el predio que hoy corresponde al Club de Amigos, en Palermo. Armamos (armé) los equipos, y quedamos mis amigos, mis mas “compinches” para un lado contra el resto. No había rivalidad entre los grupos, pero si entre algunos. No dudamos en invitar a presenciar el partido al Vicerrector Don José Canabal, el único vicerrector macanudo que había en toda la ciudad de Buenos Aires. Cada equipo, en lugar de camisetas, tenía que llevar corbatas del mismo color. Era “el” partido, el último, el mas esperado por el fin de una etapa, pero a la vez el menos deseado por saber que no nos íbamos a ver nunca mas, terminó por obra exclusiva del destino, con un justísimo empate en dos goles. Al vicerrector le regalamos una de las corbatas, que lució al otro día en el colegio. Nosotros nos fuimos abrazados y orgullosos por lo que nos habíamos permitido vivir: nuestro partido despedida. El fútbol siempre nos convocó, siempre lo preferimos. Hay una anécdota que nos pinta. Otra más. Casi que se nos prohibía jugar al fútbol en la clase de Educación Física. Algo estúpida la prohibición, el hecho de prohibir. El objetivo era que conociéramos otros deportes, pero el hecho de prohibirnos el fútbol, hacía que lo jugáramos cuando el profesor se daba vuelta. Una tarde, el profesor, un carilindo mas interesado en levantar profesoras que en enseñarnos algo, bajó hasta el primer piso, y nos dejó solos en el gimnasio jugando al handball. Ni bien el tipo desapareció de nuestras vistas, bajamos la pelota y comenzó el picado: Uno que no jugaba hacía de campana, y nos avisaba si el profesor volvía. Cada vez que esto ocurría, otra vez a jugar al handball, y así sucesivamente. Cinco minutos al handball, cinco minutos al fútbol. El profe jamás se dio cuenta, o tal vez si. Pero ni intentaba pelear contra nuestra preferencia. Mientras el no nos viera jugar al fútbol... Así transcurrió toda la secundaria, entre pelotas, fútbol y algunas salidas a la cancha para ver partidos de primera división.

Durante el terciario también se organiza el fútbol entre los compañeros. Recuerdo que durante el Profesorado de Educación Física, los profesores nos recomendaban permanentemente que nos dedicáramos más a entrenar, en lugar de jugar un picado. Desde ya que hacíamos oídos sordos y en cada hora libre, que por cierto abundaban, nos dedicábamos a correr tras la pelota. Claro que a fin de año, nos lamentábamos de no haberles hacho caso a los profes, cuando desaprobábamos algún examen por falta de entrenamiento… Teníamos un buen equipo, y por eso nos animamos a anotarnos en un torneo. Anduvimos bastante bien, salimos terceros, y al próximo torneo que se nos presentó, nos anotamos también, ya en pleno convencimiento de ganarlo. 54 Pero por agrandados no anduvimos tan bien, así fue que llegamos con la obligación de empatar el último partido de la etapa inicial para clasificar y pasar a los octavos de final. Nuestro rival ya estaba clasificado, pero con el empate pasábamos a la siguiente etapa los dos equipos que esa noche nos enfrentábamos. Las zonas de esa primera etapa, estaban integradas por tres equipos. Llegamos a la cancha, y nos encontramos con los jugadores del tercer equipo de la zona que venían con la esperanza de vernos perder, única forma posible que tenían ellos de clasificar. A los contrarios los vimos recién en la cancha. Comienza el partido, y ninguno de los dos equipos lograba desnivelar. Era un partido de ida y vuelta, de arco a arco. Al final del primer tiempo, nosotros estábamos entre tranquilos y expectantes, porque con un gol en contra quedábamos afuera. Nuestro rival, estaba más que tranquilo, porque ya estaba clasificado aún perdiendo. El tercer equipo observaba desde afuera, inquieto y a la espera de un gol de nuestro adversario en la cancha que nos dejara afuera del torneo a nosotros, y a ellos clasificados. Al comienzo del segundo tiempo, el partido seguía con las mismas características. Al ver que no lográbamos el gol tranquilizador, al mismo tiempo que cada ataque contrario traía verdadero peligro, creí conveniente tomar cartas en el asunto, sin consultar a mis compañeros, aunque a decir verdad, en el medio del partido eso se complica bastante. Esperé, mejor dicho provoqué adrede un córner en contra, y me acerqué al capitán rival. Le dije bien al oído: - ¿Vos sabés que con el empate clasificamos los dos? ¿Por qué no dejamos todo como está? No me entendió muy bien, me miró serio y no dijo nada. En la siguiente interrupción, lo hablé otra vez, y ahora si me entendió. De a poco se lo transmitió al resto de su equipo, salvo a uno que estrelló la pelota contra el travesaño… Después de esa jugada, el partido entró en una cámara frigorífica. Nadie arriesgó nada. La pelota casi no salía del círculo central. El tercer equipo se retiró más que enojado antes del final, que fue con empate y clasificación por dos. Por supuesto que un equipo que clasifica de esa forma, no tiene mucha chance de llegar lejos. Perdimos el próximo partido y quedamos afuera del torneo. Pipa, Carlitos, el flaco Fernando, Enzo, Silvio, el Negro Córdoba, el “Monito”, y algunos otros, con mucho gusto volverían a juntarse a evocar esos picados.

Cuando tuve la oportunidad de realizar el curso de Director Técnico de Fútbol, los picados eran como una materia mas, como un rito con características de examen. Algo para aprender del otro, aunque no por eso no formen parte del partido las cargadas, los caños, y lógicamente las puteadas. Casi todos éramos ex – jugadores, algunos con mas gloria que otros, pero la experiencia en clubes la teníamos la mayoría. Los pocos que no habían tenido esa suerte, por lo general eran “objeto” de los gastes mas grandes, aunque bastante bien se la bancaban. Carucha Corti, Oscar Tedini, Gabriel Calipo, Aníbal Biggeri eran los mas destacados, y a la vez los mas humildes en el momento de jugar y de opinar. El resto acompañaba. El encargado de la parte administrativa de nuestro curso, solía tener algunas actitudes no muy amistosas, al punto que a veces casi rozaba lo antipático. Con el tiempo eso paso a menores y al finalizar el curso, la relación del grupo con él, había mejorado bastante. Pero a causa de esa antipatía del principio, a veces no le permitíamos jugar los picados, y cuando finalmente accedíamos a su pedido de participar del picado, no le pasábamos jamás una pelota. Incluso cuando ya cursábamos nuestro segundo año, una vez se fue más que enojado porque no lo habíamos puesto de titular en un partido contra primer año. Juró en ese momento, que nunca mas iba a pedirnos jugar, aunque al sábado siguiente volvió a prepararse para entrar. Su argumento era que solo con la experiencia que él tenía en el fútbol, ya debía ser titular indiscutido. Claro que cuando jugaba, la experiencia no le bastaba para esconder 55 la panza, ni para dejar de pasar de largo ante el delantero contrario... De todas formas, con el paso de los días supimos reconocerle su hombría de bien. Es ese mismo partido contra primer año, el “cinco” de nuestro equipo fue nuestro profesor de Técnica y Entrenamiento, el “Ruso” Dedovich, titular indiscutido no por temor a la represalia con alguna mala nota sino por la calidad de jugador diferente, caudillo por excelencia y atorrante por donde se lo mire. El picado transcurría tranquilamente por la senda de cualquier picado, hasta que en una jugada, el profesor intercambió alguna que otra carajeada con un jugador contrario. Al rato siguiente, vuelven a encontrarse en mitad de cancha, y entre el “Ruso” que no te perdonaba ninguna, y el flaco de primer año que todo lo que no tenía de buen jugador lo tenía de bruto y mas bruto, se trenzaron primero a las puteadas y después a los empujones. Profesor uno, alumno el otro, la cosa no paso a mayores por nuestra rápida intervención. Claro que en primer año, el profesor de la materia que dictaba Dedovich era otro, por lo que el contrincante de nuestro querido “Ruso”, iba a ser alumno de él al año siguiente. Es decir, que hasta ese momento no se conocían más que de cruzarse en los pasillos del Instituto. Por eso entre dientes y en el medio de la cancha, casi como hablando para adentro, al “Ruso” lo escuchamos decir: –Ya me vas a tener de profesor el año que viene y vas a tener que rendir examen... Reflexión mucho más parecida a la de un jugador de picados en cualquier potrero, que a la de un profesor terciario. Sin embargo, para quienes fuimos sus alumnos, aquella actitud sirvió muchísimo para aprender algo más sobre el rol del entrenador o Director Técnico de Fútbol, en relación al autocontrol que debe tenerse. Un verdadero fenómeno, un futbolero con todas las letras el “Ruso” Juan Dedovich.

Hay otro punto de vista que quiero citar respecto al picado en el ámbito estudiantil: Jugar al fútbol con los alumnos de uno. Lo que voy a contar, tiene que ver con algunas experiencias vividas como preceptor en un colegio secundario, y otra como profesor en un Instituto terciario, que me tuvo primero como alumno, y más tarde como docente. En el año 1994, comencé a trabajar por fin en el colegio que casi 20 años atrás había fundado mi vieja. Con el rol de preceptor como actividad principal, pero coordinando diferentes actividades recreativas, poco a poco fui haciéndome amigo de compañeros, autoridades y alumnos. Siempre latente en el ambiente, el fútbol no se hizo esperar. A las apuestas del día viernes por souvenirs quiosqueros apostando cada uno por la victoria de su club favorito, le seguía la charla obligada de todos los lunes, algo que se convirtió en un ritual filosófico donde cada uno exponía las mas variadas excusas ante la caída de su equipo. No solo con los alumnos uno podía discutir, sino que el Rector casi me obligaba a hacerlo con él, café por medio, antes de hablar acerca de cualquier asunto laboral. De la palabra al hecho, a veces hay un camino muy corto, y precisamente corto fue el camino para dejar de hablar del fútbol que jugaban los demás, para empezar a hacerlo del nuestro propio, es decir, que pronto empezamos a jugar entre nosotros. Tratábamos de elegir entre los alumnos, en cierta forma, a que grupo convocar para jugar, dado que para mi equipo siempre lo hacía el Rector, y de vez en cuando también el Director General. El tema era no mezclar viejas antinomias, como para evitar roces escolares transferidos al excitante terreno del fútbol. Casi siempre el grupo de alumnos era el mismo: los que mejor se portaban, en definitiva los que se merecían ese exquisito recreo deportivo, plagado de intrigas, viejas deudas y algún que otro desaire hecho a propósito. Nunca, o mejor dicho casi nunca, perdía el equipo de los “veteranos”, una especie de “Caballo del Comisario” al que todos debían respetar, aunque debo confesarlo, pocas veces lo hacían. 56 El Rector era (lo es aún) un jugador de estirpe, con una gambeta casi inigualable, capaz de dejar mirando para cualquier lado a dos rivales en una baldosa. El Director General, jugaba como tal: dirigía, aunque su habilidad se hacía notar bastante seguido. Partidos interminables, siempre bajo el equivocado reloj del cronometrista, nos encontraron jugando aún bajo la lluvia. Alguna vez, nos quedamos sin pelota, otras, sin luz, pero nunca jamás nos quedamos sin el picado de los sábados por la tarde. Profesores, preceptores, alumnos y ex–alumnos le sacaban chispas al desgastado patio descubierto, algo que servía para achicar las diferencias entre los diferentes, para que expongan sus otras habilidades los que por su actividad cotidiana no podían hacerlo. En definitiva los sábados por la tarde en el patio del Colegio Schönthal, el fútbol resultaba ser el convocante, la excusa perfecta para que de una vez y por un rato, los alumnos y los docentes se igualaran en una misma pasión. Ese gusto por jugar juntos, me llevó a convocar al Rector, para esa altura una persona cara a mis afectos, con quien en mas de una oportunidad nos hemos desencontrado en un intercambio filosófico sobre educación, a patear junto a un grande como el “Negro” Ortiz, quien un par de décadas atrás había hecho feliz a la parcialidad azulgrana. Dentro de esa hinchada estaba Osvaldo, el Rector. Ese picado junto al “Negro” fue para Osvaldo un sueño cumplido, aunque debo confesar que hasta llegaron a mirarse feo, porque, como es lógico, dos habilidosos semejantes, siempre querían tener la pelota debajo de su “suela”. De todas formas, después del partido se saludaron y a mi me quedaron los ojos llenos de fútbol por unos cuántos días. Como resulta lógico, o al menos a mi así me resulta, siguió siendo el fulbito un factor de comunicación entre mis, con el tiempo, ex-alumnos y yo. Habiendo pasado ya algunos meses de mi renuncia, los chicos de “tercero primera” siguieron llamándome para jugar, algo que siempre se prolongaba con una pizza, algún cumpleaños o alguna invitación extra. Tan bien continúo la relación entre aquel grupo y su ex–preceptor, que llegaron a invitarme para que fuera yo quien los acompañase a su viaje de egresados en Bariloche. Allí estuvimos, y entre nieve, excursiones, boliches, y desarreglos, se armó el picado. ¡Ni siquiera cuando yo fui como egresado había jugado al fútbol en Bariloche! La cuestión fue que impulsado por los chicos y por mi eterno corazón de jugador, me las rebusqué y conseguí la mejor cancha de fútbol 5 de toda la ciudad: el Gimnasio de los Bomberos Voluntarios de Bariloche. Durante dos horas nos morimos detrás de la pelota, casi ya sin resto físico por tantas trasnochadas. Durante más de dos horas le sumamos felicidad al viaje. Durante dos horas fantaseé que yo también era un adolescente en viaje de egresados, como Agustín, Diego, Hernán, Eduardo, Toto, Pablo y Pablo, personas que ocupan un lugar de privilegio en mi memoria afectiva. Personas que la vida me permite aún disfrutar cada tanto. También compartí con otro grupo de estudiantes, otros alumnos míos un único picado, pero que también refleja aquello de que el fútbol nos convoca casi como ninguna actividad extra. Creo yo que desde él se generan otro tipo de vínculos. Este grupo era del Instituto Nacional de Tiempo Libre y Recreación, del cual fui primero alumno, luego egresado y finalmente docente, condiciones que con excepción de la de egresado, mantengo la de “ex” en las otras dos. Aquel conjunto de estudiantes y docentes con ganas de profundizar sus conocimientos sobre la actividad lúdica, un día, después de muchas amenazas, me invitó formalmente a jugar un picadito. Como siempre llegué sobre la hora, y pese a una pequeña distensión en mis aductores izquierdos, producto de la inexistente entrada en calor, pude disfrutar de aquel partido y concretar la mayoría de mis dichos y aseveraciones sobre jugar al fútbol, durante los recreos del Instituto. Fútbol y mas fútbol, entre profesores y alumnos, como para poner de manifiesto que las diferencias se acaban, cuando nos ponemos de acuerdo para hablar (o jugar) en el mismo idioma, cuando dejamos de adoptar posiciones y nos dedicamos sinceramente a vivir a pleno, si total, lo que traemos de la cuna nadie nos lo va a modificar...

57 CAPÍTULO 19

EL ÁMBITO LABORAL Y EL PICADO

Resulta ineludible jugar al fútbol con nuestros compañeros de trabajo. Mas aún, si en el ámbito laboral hay mayoría de hombres. Claro que si las mujeres que trabajan juntas quieren organizarse, el lugar es propicio para armar un picado más allá de las cuestiones de género. Según como sea la organización en cuanto a los roles que cada uno ejerce en su trabajo, jugar al fútbol se transformará en algo absolutamente placentero, en un simple momento de diversión, o directamente en una bomba de tiempo. Cada uno en su trabajo, siempre y cuando lo hagamos en un lugar como por ejemplo empresa, un colegio, oficinas comerciales, en una entidad financiera, etc., mantiene indefectiblemente amistades, asociaciones, rencores, celos, amores, y odios con sus compañeros, sus jefes directos, el jefe superior, o quien tiene un cargo de menor rango que el nuestro. En cambio si trabajamos por nuestra cuenta, estos sentimientos hacia compañeros de trabajo, se diluyen por su ausencia. Fundamentando mis palabras en la teoría que afirma que cuando jugamos nos expresamos tal como somos, permítaseme asegurar que jugar al fútbol con nuestros compañeros de trabajo, es recorrer peligrosamente el límite entre continuar con ese trabajo o dejarlo para siempre. Siempre en un picado están latentes las discusiones. Y si le agregamos el condimento de las “sensaciones laborales”, todo penderá de un hilo muy finito. Si el grupo está conformado solamente por compañeros de una misma sección, con roles similares y rangos cercanos, las posibilidades de conflicto se reducen a lo que ocurra en el picado y por cuestiones futbolísticas. Ahora si quienes se reúnen a jugar son empleados y jefes, o lo que es peor aún, dueños de la empresa y empleados, la mecha se enciende cuando la pelota comienza a rodar. Tal vez parezca pesimista mi posición con respecto a los picados laborales. Por supuesto que muchísimos picados entre compañeros de trabajo son divertidos y placenteros y seguramente se desarrollen durante muchos años seguidos. No obstante, la característica que resalta en estos picados, es la posibilidad siempre latente de transferir los problemas y las rencillas del trabajo al campo de juego. El jefe que pretende seguir siéndolo en todo momento, toma esa actitud tanto durante el horario de trabajo, como en la fiesta de fin de año. Y en el medio, también lo hace en cada picado. Con la excusa de generar una mejor relación entre los compañeros de trabajo, es el jefe en mucha oportunidades quien sugiere reunirse cada semana a jugar. Al comienzo nunca falta a la cita. Pide la pelota, trae la mejor pilcha, y se comporta como un “dandi”. Pocos se animan a marcarlo con la pierna fuerte, y si él lo hace, ninguno le reclama absolutamente nada. El resultado del partido podrá favorecerlo o no, pero su presencia es condicionante para el resto de los jugadores. Tampoco es ajeno el picado a las broncas contenidas entre compañeros. Es muy probable que el encuentro futbolero se realice justo la noche correspondiente a la mañana de una fuerte discusión o diferencia de opiniones en la oficina, y eso generará que una pierna suba un poco mas de lo acostumbrado al disputar la pelota. Muchos estarán acordándose en este mismo momento de aquel jefe o de ese compañero de trabajo que le amargó un picado que pintaba para ser inolvidable por lo bien jugado, pero que finalmente nunca podrá olvidarlo por el quilombo que se armó a cinco minutos del final, y desde el área contraria alguien le recordó que no pudo presentar a tiempo el proyecto, porque él no le entregó el plano en el plazo acordado…

58 Por mi trabajo en el ámbito de la recreación organizando eventos corporativos, tuve la oportunidad de jugar picados en el mismo momento de trabajo. Y aquí eso que llamo “momento de trabajo”, es válido tanto para mí como para las personas que participan del evento que ha mi me ha tocado organizar. Así, he participado de picados jugados al cierre de alguna convención de trabajo. En uno de esos eventos, yo era el coordinador de la actividad de un grupo de personas que eran compañeros de trabajo entre sí. Jugaban empleados de planta, supervisores, gerentes, y hasta el gerente general. Como faltaba uno para completar los equipos, me pidieron si yo podía ocupar ese lugar y así lo hice. El gerente general atajaba para el equipo contrario al mío, y nadie se atrevía a hacerle un gol. Sinceramente, yo podría haber adoptado la misma posición y no comprometerme con el resultado. Claro que eso debiera haber hecho si mi rol en ese evento hubiera prevalecido por sobre mi personalidad. En un picado, para mi eso es imposible. Pudo más mi personalidad, y en una jugada en la que desbordé por la derecha, de repente me encontré en una posición en la que podría haber tirado el centro, pero me tenté. Le amagué tirar el centro, y el gerente general de la empresa que me había contratado para organizarle el evento, se adelantó dejándome libre el primer palo. No pude frenar mis impulsos, le pegué con tres dedos y la pelota entró despacito en el arco, haciendo revolcar en la tierra el señor gerente. Se escucharon algunas risas, y por unos instantes creí que jamás iba a recibir el cheque por ese trabajo. Pero por suerte, el cheque llegó en la fecha establecida. En un ámbito mas distendido como lo es el que se genera en la costa atlántica argentina durante el verano, y organizando actividades de recreación en Villa Gesell, llegó el momento de proponerle al grupo de las personas que se alojaban en el hotel donde yo estaba trabajando, jugar un picado en la playa al atardecer. No nos costó mucho a mi compañero Emiliano y a mi reunir la cantidad de personas suficiente. Había cincuenta personas en el hotel, de las cuales veinte eran hombres adultos, y más o menos había unos diez varones entre diez y quince años que también querían jugar. Al lugar del picado concurrieron casi veinte jugadores, y ahí nomás se armaron los equipos para comenzar el juego. Emiliano, mi compañero de ese trabajo y de muchos otros momentos fuertes e importantes de mi vida jugó para un equipo, y yo para el otro. Nosotros estábamos trabajando, organizábamos diferentes actividades, juegos, propuestas que integraran a quienes se alojaban en ese hotel perteneciente a un sindicato. Como muchos picados playeros, al principio había varios jugadores que no tenían bien en claro para que equipo jugaban. Con el transcurrir de los minutos esa situación fue aclarándose. Se sucedían los goles, y también se modificaba el resultado constantemente a favor de uno u otro equipo. Varios jugadores fueron desertando del juego, sobre todo aquellos que no estaban acostumbrados a jugar picados en forma habitual, pero que entonados por la buena convivencia que se había generado en el hotel se habían arrimado a patear y divertirse. Claro que el extenso tiempo de duración de ese partido, calculado en un principio en media hora a partir de nuestra planificación del programa de actividades previstas para ese día, y extendido luego a casi dos horas, también hizo mella en el físico de algunos fanáticos del fútbol, quienes también abandonaron el picado antes de su finalización. Recuerdo perfectamente que el tiempo de media hora que habíamos calculado con Emiliano para jugar al fútbol con el grupo de veraneantes, tenía que ver con que nos faltaba aún preparar algunos materiales para la actividad que desarrollaríamos esa noche en el hotel. Y siempre la actividad nocturna resulta ser la de mayor participación de las personas en ese ámbito. 59 Nosotros no éramos improvisados, y nuestra experiencia nos decía que estábamos con el tiempo justo para organizar aquella velada nocturna. Sin embargo, metidos apasionadamente en el picado, esos treinta minutos iniciales fueron extendiéndose de a diez minutos, hasta completar los ciento veinte… Emiliano me miraba cada tanto, y me hacía señas de terminar el juego. Yo le respondía según como estaba el resultado en ese momento. Si cuando el me hacía la seña su equipo estaba arriba en el marcador o estábamos empatando, yo le contestaba pidiéndoles que jugáramos diez minutos mas. En cambio si mi equipo estaba ganando, mi solicitud era jugar cinco minutos más solamente. Así fue como se extendió tanto aquel glorioso e inolvidable picado. Sobre el final, mi personalidad una vez más se impuso sobre mi rol profesional. El equipo de Emiliano iba ganando por un gol, y en una confusa jugada pareció haber convertido otro gol más. Sin embargo, lideré la protesta acerca de la no legitimidad de ese gol, y con el apoyo de mis compañeros logramos que no se convalidara. En el siguiente ataque, hicimos el gol que nos permitió empatar el partido. La amplia mayoría de quienes estaban participando del picado se conformaba con haber jugado tanto tiempo, haberse divertido mucho, y además haber empatado evitando de esa forma futuras cargadas entre vencedores y vencidos. Si existiera un manual del buen profesional de la recreación, seguramente en alguno de sus capítulos tendría que haber estado escrito que lograr el consenso de la mayoría, haber establecido una actividad competitiva en un marco del buen comportamiento, y verificar profesionalmente que la mayoría de los participantes se mostraba satisfecho con el juego desarrollado, son condiciones ineludibles para determinar la finalización de una actividad en forma positiva. Sin embargo, mi pasión futbolera pudo más que mi desarrollo profesional. Justo en el momento de establecer el empate, y cuando muchos de los jugadores se dirigían hacia el mar para refrescarse en las olas, grité con toda mi fuerza: - ¡¡¡El que hace el gol gana!!! Emiliano me clavó sus ojos en un claro mensaje de rechazo hacia mi propuesta. Los jugadores de su equipo no querían saber nada de seguir jugando, mientras que mis compañeros dudaban entre arriesgar la satisfacción de haber empatado sobre el final por sobre la posibilidad de irse derrotados luego de tanto esfuerzo. Tanto insistí, que en definitiva por ser uno de los profesores a cargo de la actividad, logré imponer mi idea. Emiliano aceptó, aunque estoy seguro que hubiera preferido terminar la actividad allí con el éxito profesional asegurado, y con algunos minutos más para terminar de organizar la actividad de la noche. Además, conoce a la perfección este tipo de trabajos en pareja de coordinadores, que jamás hubiera contradicho mi propuesta adelante del grupo. En un embate final, más que en un ataque organizado, mi equipo logró convertir aquel deseado gol para ganar el picado. Entonces si, hubieron participantes con caras largas, reproches varios, cargadas entre vencedores y vencidos, y otros condimentos no deseados en el marco de la organización de actividades recreativas en un hotel de veraneo. Por suerte para nosotros aquello duró poco, y con la actividad nocturna algo improvisada por el escaso tiempo que tuvimos para organizarla, logramos retomar el camino del éxito en nuestro trabajo con aquel grupo. De ahí en mas, organizamos de común acuerdo con Emiliano todos los picados por tiempo: Treinta minutos exactos, y nada de “el que hace el gol gana”…

60 CAPÍTULO 20

EL PICADO EN CANCHA DE ONCE. (UN CONSTANTE PROBLEMA DE CONVOCATORIA)

Jugando en torneos de fútbol amateur, es muy posible encontrar equipos que se inscriben con nombres ciertamente extraños. Uno que recuerdo perfectamente, fue aquel que jugaba un torneo interno de la Universidad de Buenos Aires en cancha grande. Ese equipo hacía notar desde su nombre, una constante falencia de los grupos de amigos que encaran la difícil tarea de sostener una convocatoria tan amplia como lo es la de mantener la pasión, las ganas, y el compromiso de al menos once personas para jugar al fútbol todos juntos en un mismo día y horario durante un período de varios meses al año. Aquel equipo se llamaba “Nunca somos once”. Y realmente así ocurría, y en forma sistemática, casi con la totalidad de los equipos que competían en aquel campeonato. Es muy común ver partidos de nueve contra diez, de ocho contra nueve, etc. Y olvidate de hacer cambios, olvidate que cada uno ocupe su habitual lugar en la cancha. En definitiva, olvidate de salir campeón.

Claro que si tan difícil resulta reunir once jugadores de un mismo equipo, pareciera una utopía pensar en un picado de once contra once, y pretender que esto ocurra todos los domingos a las diez de la mañana. Sin embargo y pese a las características de aparente “imposibilidad”, los argentinos nos empeñamos en intentar una y otra vez organizar picados en cancha grande. Como parte de mi experiencia, no estoy ajeno a esa tarea. Y mucho menos a ese tipo de picados. Desde un día en que mi cuñado Diego me invitó a jugar los domingos por la mañana, no dejé de hacerlo más. Hay un grupo de trastornados futboleros, residentes en una amplia zona del Gran Buenos Aires y de la Ciudad de Buenos Aires también, que se auto convocan cada quince días en una alejada y escondida cancha de Bella Vista, donde alguna vez funcionó una maltería. Ese grupo es el que integro desde esa llamada de mi cuñado, y no estamos exentos de los avatares y contingencias que trae aparejado el picado de once contra once. Cada domingo llegamos a la cancha con la incertidumbre de no saber si habremos de juntar la cantidad necesaria de jugadores para poder utilizar toda la cancha, y no tener que reducirla para hacer un aburrido picado de 7 contra 7 a lo ancho de la cancha, y con arcos chicos. La ilusión que nos genera a todos el picado en cancha grande, transforma un disputado picado de siete contra siete, en algo como para pasar el rato, algo como para justificar el hecho de habernos levantado temprano un domingo pero para nada reemplaza ese reducido picado, la sensación de jugar al fútbol “de verdad”, de meter un pase largo, de tirar un córner al punto de penal, de volar palo a palo, y de sostener el equipo armado con cada jugador respetando su ubicación durante 90 minutos…

El gran problema del picado de once contra once es la convocatoria. Porque una vez que logran reunirse veintidós jugadores, mal que mal se juega “decorosamente”. Y aunque algunos jueguen bien, otros acompañen, y varios no tengan ni idea de que se trata el juego, la cantidad de jugadores hace que se ocupen los espacios, y por más que el “de madera” no la agarre, resulta al menos molesto. El que juega bien, reduce su efectividad al no contar con compañeros que lo acompañen tan efectivamente como él quisiera, y los que “acompañan”, a veces suman y a veces definitivamente restan. Con éstas condiciones, el picado en cancha grande con once jugadores en cada equipo, es un picado de respetable calidad para aquellos que dedican su tiempo a jugarlo. 61 En el grupo que integro, la convocatoria se realiza durante quince días. Y esa es una de las razones por las que la mayoría de los domingos, superamos la nada despreciable cantidad de nueve jugadores por equipo, aún en aquellos domingos húmedos y fríos de los meses de invierno. Jugamos un domingo si, y un domingo no. Algunos insistimos para jugar todos los domingos, pero tenemos que claudicar en nuestro intento por así hacerlo, ante la evidencia de la ausencia de jugadores. Jugando domingo por medio, la convocatoria es más eficaz. Pueden organizarse invitaciones a amigos que vienen cada tanto, es más fácil ordenar el viaje en autos, y hasta logran recuperarse los lesionados del picado inmediato anterior. Y hay un condimento externo al picado que lo aporta la tecnología comunicacional: El grupo tiene un blog propio, que nos permite estar comunicados durante los días de la semana previa al encuentro, y en el que también pueden leerse los comentarios del partido, los autores de los goles, y hasta contamos con la posibilidad de hacer cada uno su comentario acerca del partido. Todo esto es posible porque hay un líder del grupo, Juan, el barba, que se encarga de llevar las pelotas, las pecheras, de escribir los comentarios, y de alquilar la cancha. También cada uno aporta lo suyo: El auto, la confirmación de su presencia, las llamadas durante la semana a los que tienen que jugar, etc. Nos turnamos para lavar las pecheras, y juntamos dinero para comernos un asado cada tanto. Tanta organización, hace que los equipos la mayoría de las veces se armen parejos. Esto ocurre en la mayoría de los grupos que llevan un tiempo largo en organizar picados. Cada uno sabe de que juega el otro, y éste grupo no es la excepción. Así entonces, ocurre que mientras veinte jugadores realizan su entrada en calor (algunos corren unos pocos metros, otros tiran centros, y los menos, elongan convenientemente) otros dos se dedican a armar los equipos. Con mis amigos ya sabemos que Luisito es el arquero indiscutible, que Lucas juega de cinco, que Diego se para en el medio mas para atacar que para defender, que Chispa juega de marcado central, que Cachete va de cuatro, o de tres, o de lo que le pidamos, que también Juan es polifuncional e inclusive le da lo mismo jugar en cualquiera de los dos equipos. Sabemos también que Javier va jugar atrás, o en el medio y que en algún momento va a enojarse, que Juani y Federico van a jugar adelante y a hacer goles, que a Emi si lo ponés de enganche rinde mucho mas que si juega abajo. Conocemos en profundidad que Rodrigo juega de marcador lateral, que Ale juega abajo en cualquier lugar, que Agustín nunca se opone a jugar donde le pidan sus compañeros, y que Maxi se para todos los Domingos en el medio a la derecha. Estoy seguro que todos los grupos que se reúnen para jugar en cancha grande, saben en que lugar de la cancha juega cada uno. Los nombres que cité son reales, como también lo son los puestos de cada uno. Quien lea esto establecerá sus comparaciones con cada uno de sus amigos futboleros, y verá sin lugar a dudas, que en su grupo ocurre lo mismo. Inclusive, me atrevo a apostar que, como nos sucede a nosotros, les aumentan la cancha sin ninguna razón, nunca están las líneas pintadas, y las duchas brillan por su ausencia. No obstante esto, y aunque el picado en cancha de once presente un alto grado de complejidad en el momento de convocar jugadores, ninguno de los fanáticos por jugar abandona el desafío de reunir veintipico de almas detrás de una pelota redonda.

62 CAPÍTULO 21

EL PICADO EN EL EXTERIOR

¿Qué le sucede a un argentino, un uruguayo, un brasileño, o a cualquier amante del picado cuando viaja al exterior de su país? Busca desesperadamente donde y con quien jugar un picado. Y según el país o el ámbito en el que se encuentre, esa no resulta ser una tarea menor. El picado en el exterior del país de origen del jugador, genera sensaciones muy diversas. En particular para los Argentinos futboleros, el picado fuera de nuestro país es una demostración de poder. Muchos nos asocian con la tradición futbolera Argentina, y entonces nos sentimos en la obligación de demostrar lo bien que jugamos. Diferente es lo que sucede con la danza. Individuos de otras nacionalidades suelen tener conocimientos de las danzas típicas de su país. El argentino medio no sabe bailar Tango ni Folklore. Pero jugar al fútbol, lo hacemos una abrumadora mayoría de hombre Argentinos, y la mujeres no quedan rezagadas ya que muchas lo practican también. Cuando un argentino varón con ganas de jugar al fútbol fuera de los límites de nuestro país, vislumbra la posibilidad de hacerlo, comienza a actuar como el tiburón cuando ve sangre: Se lanza sobre su presa. En éste caso, las presas son otros hombres que tienen ganas de jugar contra el argentino, o quizás los integrantes de un grupo de ocasionales compañeros de viaje. En un viaje que realicé a República Dominicana, compartí algunos días con un grupo de personas de diferentes países americanos. Así, en ese grupo había mayoría de Venezolanos, pero también había Holandeses, Peruanos, Ecuatorianos, Costarricenses, y un Mexicano. Ávidos por jugar al fútbol en esas blancas arenas, con mis compañeros argentinos hicimos lo imposible por encontrar un tiempo dentro de la programación de otras actividades que teníamos que realizar, para jugar un picado. Pedimos en el hotel que nos facilitaran los arcos y la pelota, algo que rápidamente los empleados cumplieron, pudiendo así dar rienda suelta a nuestras ganas de patear una redonda. No fue nada sencillo armar los equipos. Tantas nacionalidades entre los integrantes de aquel conjunto de hombres, no hacía mas que confundirnos. Además de esto, teníamos otra complicación. En un picado argentino, si es que no conocemos a los jugadores antes de comenzar, quienes se encargan de diseñar los equipos se fundamentan muchas veces en como corren algunos mientras entran en calor, o como patean la pelota en los momentos previos a ser elegidos, o directamente en la vestimenta. Éstos son todos indicios de selección, que muchas veces resultan ser erróneos cuando comienza el juego. Ocurre que el que corría medio torcido y fue elegido en último lugar por su aparente falta de habilidad futbolera, resulta ser un excelente goleador. Aquel que ingresó a la cancha vestido con la camiseta oficial del Manchester United, pantalones y medias al tono y que parecía ser un habilidoso de alta estirpe, resulta ser un apático mediocampista con un freezer en el pecho. Sin embargo estos criterios para elegir quien juega para cada equipo, no son otra cosa que los únicos elementos de selección que tienen ante su vista los jugadores que se toman el trabajo de armar los equipos. Aquel atardecer en República Dominicana, mis amigos y yo nos vimos envueltos en una ciclópea tarea para elegir quien iba a jugar en cada equipo. Los venezolanos, llegaron al encuentro futbolero preguntando quien debía batear y dónde estaban las bases, inspirados en su cultura emparentada con el béisbol. Su vestimenta no era otra que largas mallas casi hasta los pies (para ellos Trajes de baño) que les impedían correr libremente.

63 Los ecuatorianos, si bien algunos confesaban jugar al fútbol en su país, en su mayoría nunca antes lo habían hecho. Los Costarricenses vinieron fumando habanos, los peruanos bebiendo Pisco, el holandés mas preocupado en tomar fotografías del encuentro futbolero que de jugar el partido, y finalmente, el mexicano hacía interesantes jueguitos con la pelota. Por cierto, el panorama era desalentador para nuestras expectativas de jugar un partido “en serio”, no obstante a pesar de ello, logramos armar los equipos y comenzar a jugar. El holandés rápidamente nos hizo recordar a Johan Cruyff, y demostró que además de sacar excelentes fotografías, también era capaz de ser un entusiasta jugador de fútbol. Los peruanos y algunos ecuatorianos, resultaron ser voluntariosos competidores. Los costarricenses y los venezolanos, se mantuvieron casi siempre al margen de cualquier jugada definitoria y pasaron desapercibidos por su juego de escaso vuelo futbolero, mientras que el mexicano hizo algunos goles, varias asistencias, y fue figura de su equipo que venció por 3 a 2. Mis ganas de jugar en el extranjero, me llevaron a convertir un gol que disfruté mucho, pese a jugar en contra del mexicano. Fue toda una experiencia, con sensaciones muy distintas a las que habitualmente siento al jugar un picado cualquiera en Argentina. Empleamos mucho tiempo en explicar algunas reglas, sobre todo a los venezolanos y a los Costarricenses. Nos reímos mucho con las torpezas, y nos quedamos con la boca abierta ante algunas jugadas del holandés y del mexicano. Mirando el partido estaban las mujeres que formaban parte de nuestro contingente, como así también los hombres que no se atrevieron a jugar. Gritaban cualquier cosa, incluyendo los gritos de Gol cuando la pelota pasaba bien lejos del travesaño… El final del partido, fue como una foto y todavía lo tengo grabado en mis retinas. Cuando se acabó el tiempo pactado, todos los que estaban jugando con nosotros, nos rodearon a los cinco, los Argentinos del picado, se arrodillaron en círculo e hicieron el gesto de adoración con los brazos extendidos al cielo y bajándolos hacia el suelo sucesivamente. -¡Oh Argentinos, gracias por enseñarnos a jugar al fútbol! nos decían. Algún periodista deportivo de nuestro país hubiera dicho, sin dudarlo, que aquel fue “Un buen momento”

CAPITULO 22

LOS JUGADORES SOLITARIOS.

Existen tantos personajes en el mundo del picado, que resulta totalmente imposible escribir sobre todos ellos. Sin embargo, hay algunos que se destacan por particularidades bien definidas. Tienen un algo que los diferencia del resto, que los identifica cruelmente, pero que provocan el asombro de al menos, alguien que como yo está acostumbrado a participar de picados en grupo. Pero dentro de los personajes gustosos de patear una pelota, me encontré con dos que, nunca supe exactamente porque eligieron, o al menos durante un tiempo lo hicieron, jugar solos. Y ojo que no hablo de chicos. En otro capítulo, cito un terreno baldío ubicado en la esquina de mi casa de Floresta (Aranguren y Gómez de Fonseca), que con la barra de aquellos años, habíamos acondicionado para jugar al fulbito. Pues bien, el progreso caprichoso trajo aparejado un alto edificio, pero durante la construcción de éste hubo un sereno, y de él se trata una parte del capítulo que en este momento nos tiene atrapados. (Permítaseme la exageración) Nunca, jamás pude saber su verdadero nombre. Algún vecino aventuró un –Hola, Juan. 64 Otro un –Buen día, Pedro. Ninguno acertó. En realidad nunca supe si acertaron o no, pero a juzgar por la respuesta del saludo, siempre igual cualquiera fuera el nombre que lo precedía, a este buen hombre todos los nombres le venían bien. Eran épocas fervorosas para nuestro fútbol. Corría el año 1978 y el Mundial de Argentina se nos venía encima. Un muñeco vestido de gaucho y con la camiseta de nuestra selección, recorría el mundo como mascota. Su nombre era Mundialito. Nuestro hombre vivía solo en la obra de construcción, y ni siquiera un perro faldero le hacía compañía. Aprovechando la amplitud de la esquina, este morocho con aire a Jujeño (Con el tiempo ese dato sobre su origen se confirmó) salía todas las tardes a patear su pelota de goma marca Pulpo. Nadie lo acompañaba en su diversión. Los vecinos todavía no le habían dado su confianza. Me acuerdo que justo para esa época, la noticia de un sereno de obra violador, recorría las primeras planas de los diarios, y el pobre tipo pagaba las consecuencias sin tener nada que ver. Aquel violador ya estaba preso, pero el rubro “Sereno de obra en construcción” tenía ese karma. La cuestión es que él no se amedrentaba en sus ganas de patear, siempre se mostraba dispuesto a hacerlo. Puntualmente a las cinco de la tarde, salía con su pelota bajo el brazo, y vestido de futbolista con un pañuelo en la cabeza, se pasaba mas de una hora pateando la Pulpo contra la pared, mientras al mismo tiempo relataba jugadas en voz alta. Su jugador preferido parecía ser Leopoldo Luque, uno de los goleadores de esos días, porque lo nombraba permanentemente -Luque, Luque, Luque Gooooooolllll. Siempre jugó solo no sé porque, dado que vivió allí mas de un año, y realmente se había hecho querer. Su soledad ablandó los corazones de los vecinos, y pronto dejó de ser un violador en potencia para transformarse en “Mundialito”. Así lo apodamos quienes fuimos testigos de sus alocadas e insólitas carreras contra él mismo, ganando y perdiendo al mismo tiempo, aunque seguramente disfrutando a más no poder. “Mundialito”, va desde aquí mi recuerdo cálido para ese personaje casi mudo para el diálogo, pero con gran imaginación para el relato de sus propias jugadas, de sus propios sueños. Un día ya no estuvo más, y nadie pudo despedirse de él. Después de algunos años volvió a visitar el barrio, e increíblemente se vio rodeado de un montón de pibes, que lo invitaron a jugar un picado. El no quiso jugar, puso cualquier excusa. Tal vez no quiso que perdiéramos aquella imagen del tipo de 30 años, con un pañuelo en la cabeza y vestido de jugador, derrochando su pasión futbolera solitariamente. Y lo bien que hizo. Todavía cuando me encuentro con algún amigo del barrio nos preguntamos al unísono: -¿Te acordás de “Mundialito”?

Con el tiempo y a unas pocas cuadras de aquella esquina histórica, me dirigía hacia Moreno con mi auto y mi familia por la calle Saráchaga, cuando después de cruzar la cuneta de la calle Cardoso, tuve que frenar de golpe para evitar pasarle por encima a una pelota de cuero bastante gastada. Como ex – jugador de picados callejeros, se perfectamente que atrás de la pelota viene el pibe. Entonces esperé unos segundos después de ver pasar la pelota, y un pibe de unos quince años, bastante entrado en kilos, me agradeció con voz casi de hombre por no haberle arruinado el picado. No vi en ese momento a ningún compañero de juego, Pero como se encontraba estacionado a mi derecha un camión de caja enorme, no reparé en ese detalle, creyendo que el resto de los pibes estaban del otro lado de él.

65 Como esa calle era paso obligado para mi escape de todos los domingos hacia la quinta de mis primos en Moreno, volví a pasar a los siete días, y otra vez la misma pelota y el mismo pibe volvieron a pasar delante de mi Chevy. Ésta vez tampoco vi a otros chicos, lo que me motivó, inspirándome en mi recuerdo sobre “Mundialito”, a frenarme definitivamente para observar el juego. Así fue que vi la reencarnación de aquel personaje, en una versión más moderna. Sin el pañuelo ni la vestimenta de jugador; sin la pelota Pulpo y sin la obra, pero con la misma y exacta esencia: La soledad de un picado monofónico con relato incluido. Volví a pasar, y “el gordito de Saráchaga”, en alusión al personaje y a la calle, tenía asistencia perfecta a su ritual de todos los domingos. Tiempo después, me mudé de Buenos Aires, y en ocasión de las fiestas de fin de año de visita a la Capital, quise pasar por aquella esquina con la clara intención de ver si “el gordito de Saráchaga” aún continuaba existiendo. Y volví a verlo. Allí estaba el gordito, entre petardos y luces de bengala, pateando y relatando al mismo tiempo. Claro que con algunos kilos y tres años mas...

CAPÍTULO 23

LOS EQUIPOS QUE INTEGRÉ.

Muchos futboleros, nos hemos incorporado o hemos armado a lo largo de nuestra historia de vida a distintos equipos, siempre con la ilusión de conformar un grupo tan imbatible como goleador. O quizás con la intención de probarnos y jugar en un club para llegar a jugar en primera. Muchos actuales jugadores adultos de picados, en su infancia o adolescencia probaron suerte en un club. Sin embargo, y por mas que probamos e insistimos una y mil veces, esa ilusión se ha hecho pedazos por distintas circunstancias propias del fútbol o quizás ajenas a él. Le Colocamos a nuestros equipos nombres de fantasía, compramos camisetas, adquirimos una pelota propiedad de todo el equipo, y hasta nos inscribimos en algún torneo, seguros de ganarlo. A modo de compendio, de resumen, y con el objetivo de que muchos puedan encontrar en estos equipos un paralelismo con los que ellos mismos han integrado, aquí detallo diferentes equipos que integré y sus características, que en la mayoría de los casos son absolutamente distintas y particulares entre si. Y también nombro a lo adultos que cumpliendo diferentes roles, siempre nos alentaban para jugar al fútbol. Pueden haber sido “Delegados”, “Técnicos”, Padres, abuelos, hermanos mayores, amigos mayores, o simplemente, aquel vecino que los sábados a la tarde se hacía tiempo para llevar a los pibes del barrio a la canchita más cercana para hacerlos jugar “con algo de orden”

LOS PUMAS DE ARANGUREN. (1974)

Equipo de chicos entre 6 y 14 años inclusive, con su mayoría ocupantes de viviendas ubicadas sobre la vereda sur de la avenida Aranguren entre el 4300 y el 4500. Jamás logramos concretar ningún desafío, mas allá de aquel que jugamos contra la barra de Belén y Morón, intersección de dos calles ubicadas exactamente a 130 metros del lugar de reunión de mi equipo. ¿El resultado del desafío? 0-25, Debut y despedida. Aunque a pesar de ello, quien siempre nos llevaba a jugar al Parque Avellaneda, Don Carlos Valdés o “Valduque”, merece el mayor de los reconocimientos por su constancia y por sus enseñanzas de cada 66 fin de semana en aquellos años donde la mayoría de nosotros aprendimos el significado de jugar picados. Casi nada, el mundo donde nos introdujo Don Carlos...

FERROCARRIL OESTE. DIVISIONES INFANTILES. CATEGORÍA 1965. (1976/77)

Mi primera incursión en clubes, jamás jugué partidos oficiales pero si amistosos, tanto en Pontevedra como en Caballito y en la ciudad Bonaerense de 25 de Mayo. Jamás encontré mi puesto, tal vez por mis cortos 11 años. Los momentos memorables son los siguientes: - Un empate en 0, contra andá a saber que otro equipo, pero jugando nosotros con ocho y ellos con once, en Pontevedra. - Cuando el técnico, el Gordo Villegas, me trató de boludo en el entretiempo, porque al patear un tiro libre desde la derecha del área rival, provoqué un espectacular contragolpe. La excusa fue que el pasto estaba largo, y por eso Villegas me dijo: - ¿Pero porque no la corrió de lugar, boludo? Cancha de Arsenal de Sarandí. - Un gol de media chilena, en la cancha auxiliar en Caballito. Esa noche jugué de once y bastante bien, lástima que el técnico había faltado porque estaba engripado… - El viaje a 25 de Mayo. Primera vez que mi nombre apareció en los diarios. Todo un acontecimiento en la pequeña ciudad, que un club de primera los visitara con tres divisiones infantiles. - La inconfundible voz de Gamba resonando en la cancha auxiliar, acompañado de Juan, su ladero en el arte de haber enseñado el fútbol a muchas generaciones de pibes.

Luego jugué oficialmente en Boca Juniors. Divisiones Inferiores (Novena a Reserva) (1978 a 1984), All Boys (Cuarta división) (1984), Argentinos Juniors (Cuarta división) (1985), J.J.Urquiza (Reserva y Primera división 1986/87) Tuve como técnicos, entre otros, al “Polaco” Oleniak, a Jorge Rilo, a Pablo Tsolokián, a José “Pepe” Romero, y a José Pekerman, quien iniciaba una exitosa dupla junto al Profesor Gerardo Salorio. Pude darme el gusto de jugar oficialmente varios años. Eso forma parte de mi historia como jugador de fútbol, y aún hoy, es una experiencia que aplico en cada picado. Definitivamente, haber jugado en clubes de manera oficial genera una visión del juego distinta de aquel que nunca lo hizo así. Es un orgullo personal haber formado parte de esos planteles, y un plus que me permite sacar ventajas algunas veces en distintas situaciones de juego durante muchos picados.

EL EQUIPO CON MIS COMPAÑEROS DE SÉPTIMO GRADO DEL INSTITUTO SARMIENTO. (1977)

Citado en otros capítulos, este equipo jamás ganó ningún partido. Entrenábamos en el Parque Avellaneda, probamos mil y una variante y ninguna dio resultados. Esto provocó mi pase futbolístico al colegio Numen.

EL EQUIPO DEL COLEGIO NUMEN. (1977/78)

67 También citado en otras líneas de este libro, uno de los inconvenientes con los que me encontré al principio, fue el hecho de jugar sin ser alumno del colegio algo que con el correr de los partidos, la gilada dejó de lado. Digamos que me gané mi lugar y mi puesto en el equipo titular. Juan Morán, el técnico, nos llevaba y nos traía siempre para jugar. Todavía guardo una medalla como recordatorio, por la obtención de un tercer puesto en un torneo intercolegial.

EL EQUIPO DE GIMNASIO STUDIO SUR. (1987/88)

Ya venido a menos como jugador “oficial”, “semi profesional”, etc.; comencé a integrar diferentes equipos de amigos. Entre ellos, éste que participó en dos torneos en el Parque Jorge Newbery, hoy Club de Amigos. Integrado por socios, profesores y amigos, la mayor satisfacción fue haber clasificado para los cuartos de final en ambos torneos. Y hasta ahí llegamos…

EL EQUIPO DE INEF (INSTITUTO NACIONAL DE EDUCACIÓN FÍSICA) (1987)

Jugamos un único torneo, para lo cual lo mas parecido a un equipo que tuvimos, fueron unas espectaculares camisetas amarillas, negras y blancas, Me esguincé el tobillo en el segundo partido, por lo que me fue imposible participar de los partidos definitorios, quedando afuera, pero bien afuera. ¿La mayor satisfacción? Haber conseguido trabajo en el complejo de canchas donde se jugaba este torneo, como profesor en el gimnasio, y para coordinar torneos…

LA BARRA DE LA ESQUINA DE SARÁCHAGA Y FONSECA. (1983 AL INFINITO)

Centro futbolero por excelencia, esa rica esquina de Floresta, me nutrió de infinitas sensaciones, tristes y alegres, en su mayoría nacidas en el recorrido de una pelota. Todos los fines de semana teníamos algún desafío en el Parque Avellaneda, y no está de más decirlo, ganamos la mayoría de ellos. Una vez nos anotamos en un torneo relámpago organizado por la acción católica de la Parroquia del Buen Consejo, que se realizó en el patio del colegio Espíritu Santo, ubicado exactamente en la misma esquina. Tan relámpago fue aquél torneo, como nuestra duración en él. No obstante ganamos nuestro primer partido, pero al jugarse el segundo, a escasos minutos de la finalización del primero, nuestras piernas no quisieron mas, quedando prontamente eliminados. A pesar del tiempo que hace que no nos vemos, algo que seguramente irá acrecentándose con el paso del tiempo, cuando por casualidad nos encontramos, recordamos esos momentos absolutamente inolvidables.

EL EQUIPO “PLAZA DON BOSCO”.(1990)

68 Un tal Javier, lo invitó a un tal “Nabo”, y ésta a su vez me invitó a mí a integrar aquel equipo. Toda una seguidilla de invitaciones siempre con el único objetivo de armar un grupo futbolero “Imbatible”. Como lugar de entrenamiento teníamos la plaza Don Bosco, pegada al hospital Vélez Sarsfield de la Capital Federal. En horario nocturno, los entrenamientos tenían ribetes parecidos a algo semejante. Si no teníamos las luces prendidas, el método al que recurríamos para iluminar nuestro espacio físico era una estrepitosa patada, tapones en alto, al fusible ubicado debajo de la columna principal algo que obtenía la inmediata respuesta lumínica de nuestro foco amigo. El primer gran inconveniente, algo que caracteriza a los grupos pobretones, era la falta de camisetas. No obstante nos anotamos en un torneo, a jugarse en Hurlingham, en el cual teníamos que poner guita antes, durante y después del partido, algo de lo que sospechosamente se hacía cargo el director técnico de nombre Osvaldo… (Ver la anécdota al final de éste ítem) El día del debut nomás, hice un gol. Ataque del equipo contrario, todos los diez jugadores de campo cerca de nuestra área, despejo fuerte y hacia arriba, y corro a buscar el autopase. De repente me encontré frente a el arquero rival, con éste adelantado y la pelota picando. De emboquillada hice el gol con el que ganamos uno a cero. Al domingo siguiente, la hecatombe. Afianzado por el gol, entré a comerme rivales. El partido transcurrió normalmente, y era un cero a cero, clavado, hasta que cobran penal a favor nuestro. El técnico recibió cerca de cinco solicitudes para patearlo, pero me señalo a mí. Llegué con la pelota debajo del brazo derecho hasta el punto del penal. Tomé carrera. Cinco pasos. Elegí el palo y miré al contrario. Carrera perfecta, el pié de apoyo a cuarenta centímetros de la pelota, la pierna hábil bien echada hacia atrás, el brazo contrario en el perfecto balanceo para equilibrar y aprovechar al máximo las posibilidades biomecánicas de mi cuerpo. La punta del pié hábil (derecho) que se abre, y un impacto a la pelota con la mayor superficie del borde interno. El arquero fue hacia el otro palo, resultándole ya inatajable mi ejecución, a no ser por el hecho de haber rebotado la pelota en el palo elegido, saliendo rápidamente hacia el centro de la cancha, dejándome ni siquiera con la nada meritoria posibilidad de embocarla, aunque mas no sea de rebote. ¿El resultado del partido? Terminamos perdiendo 1 a 0. Toda la autoridad que me había ganado con aquel golazo, la perdí con este malogrado penal. De ahí en adelante no me agrandé más. La anécdota suprema: - Haber jugado un partido para atrás, es decir, jugar mal a propósito para perder. Si, tal cual. La historia es que, siempre con el afán de tener nuestro juego de camisetas, nuestro siempre recaudador y técnico Osvaldo, nos anotó en un torneo que premiaba al ganador con un juego de camisetas, pantalones y medias. El lugar: Hurlingham. El día: sábado. La hora de inicio: 23:00 hs. Cancha apenas iluminada, todos los equipos eran de la zona, menos nosotros. Vino y empanadas, ginebra y asado alrededor de toda la cancha, los horarios absolutamente corridos, terminamos jugando a las 03: 00 hs. del domingo (Cuatro horas después de lo previsto). El ambiente que rodeaba la cancha, no era precisamente como para tolerar ver como un equipo local quedaba eliminado a manos de uno integrado por foráneos. Nuestro equipo era candidato: Jóvenes, bien armados en todas las líneas, y por sobre todas las cosas con una inmejorable ventaja comparativa con respecto al resto de los equipos participantes: Estábamos sobrios. 69 De ganar, debíamos jugar al día siguiente, a las diez de la mañana, nuestro segundo partido. Lo pensé bien. Miré alrededor, escuché alrededor, y nada fue más convincente que eso; decidí jugar a perder, al menos, hasta que fuésemos perdiendo por una diferencia difícil de dar vuelta. Así como aquella noche lo hice, hoy lo escribo sin ningún tipo de remordimiento. A mi entender, un juego de camisetas era una recompensa demasiado barata para las seguras tristes consecuencias que deberíamos soportar, en caso de dejar eliminado algún equipo local. De esa cancha, no salíamos ilesos. No por el juego brusco de nuestros rivales, sino por la golpiza que iban a propiciarnos sus amigos que miraban el partido por detrás del envase de la damajuana. A consecuencia de eso, jamás tuvimos camisetas propias…

ASOCIACIÓN VECINAL CÍRCULO LA PATERNAL.(1993)

Primero, estuve a cargo de la escuela de fútbol, más tarde, de la preparación física de la primera. Luego por error, pase a integrar como jugador aquel equipo. Apenas tres partidos, uno ganado, y dos perdidos, colmaron mis ganas de participar en ese equipo. Como anécdota, me queda el papelón de haber sacado un lateral, y que pegue la pelota en una rama de un árbol, ubicado casi en la línea lateral, con la mala suerte de dejársela servida a un rival, que logró por esa ventaja marcarnos un gol. ¿El árbitro? Nada de nada: siga, siga...

EQUIPO DE PADRES DE PRIMER GRADO ESCUELA LA PAMPA. (1991)

Mi hermana Ivanna, que tenía seis años e iba a primer grado de la escuela primaria, trajo una nota en el cuaderno de comunicaciones invitando a todos los papás, a participar en un torneo interno de fútbol para colaborar con la cooperadora. Nuestro papá, Rodolfo, me miró inmediatamente después de leer la nota. Yo sabía, por conocerlo primero en esto de ser su hijo, que él no iba a jugar. Interpreté su mirada, como tantísimas veces lo hice y sigo haciéndolo, y respondí tan rápido como pude aceptando el desafío de ser, al menos mientras duraba el torneo, padre de mi hermana menor. Así me presenté ante los que fueron a mirar los partidos. No había ningún tipo de control al respecto, es decir que poco importaba la condición de progenitor de algún alumno, sino que en realidad, lo verdaderamente importante era colaborar. Como satisfacción: -Haber ganado los dos partidos que jugamos, haber clasificado (Luego se suspendió el torneo) y participar en una movida linda para los pibes y su colegio. La anécdota: La primera noche, vinieron a verme jugar mí entonces novia (hoy esposa) Paola e Ivanna, mi hermana, por un lado, y un rato más tarde lo hizo mi viejo. Tantas recomendaciones le habíamos dado a la nena para que no incurriera en el error de delatar que yo era su hermano, y no su papá, que cuando me vio, me gritó desde la tribuna -¡¡Hola papá!! Pero voló más allá en su afán de dar cumplimiento a tanta recomendación, al punto de, justo en el momento que llegaba nuestro viejo, lo frenó con un: -¿Viste abuelo? ¡Está jugando mi papá!

70 VIDEO CLUB SEARCH. (1992/93)

Entre distintos comercios del barrio de Flores, se armó un torneo y nos unimos diez comerciantes bajo el nombre del Videoclub de Dino y su hijo Pablo. Jugamos dos torneos, habiéndonos ubicado bien en ambos. En varios pasajes de esta obra hago referencia a distintas anécdotas que viví con este equipo. Satisfacciones: - Haber obtenido el 3° puesto en el primer torneo, sobre 24 equipos. - Que me eligiesen para integrar el equipo seleccionado del torneo, jugando un partido contra el legítimo campeón. En ese partido ganamos con un gol mío. Anécdotas: -Un terrible cabezazo contra mi parietal izquierdo, que me provocó pérdida de conocimiento por algunos minutos.

EL EQUIPO DE MIS PRIMOS. (1980)

Aceptando un desafío hecho por el novio (luego esposo) de una prima, mis tres primos y yo nos abocamos a la nada sencilla tarea de armar un equipo acorde con los laureles de nuestros contrarios, que según Carlos (el novio) nos había relatado, eran casi supremos. Así fue que convocamos a Juan Carlos, mi vecino, y otros dos “fenómenos”. El partido estaba pactado en dos tiempos de treinta minutos cada uno, y se desarrolló en una cómoda cancha de tierra en Ituzaingó, sitio natal de mi viejo. Mi tío Carlitos fue nuestro Director Técnico. Al arco fue mi primo Ricardo, y el resto, la verdad se ha dicha, nos repartimos las culpas en todo el campo de juego. Fue goleada con baile. Fue derrota y cargada. Fue perder también la revancha, aunque por la mínima diferencia. No pudimos hacer ni siquiera un solo gol. Lo inolvidable: -Mi tío Carlitos con gorra y campera bien de abrigo, desesperado por tanta descoordinación táctica, dando indicaciones desde el mismísimo círculo central. Debut y despedida como director técnico fue aquella mañana para mi tío.

LOS GRUPOS DEL PICADO NUESTRO DE TODAS LAS SEMANAS...

Hubieron grupos de amigos, conocidos, desconocidos, etc. con quienes durante un lapso bastante prolongado, compartí y aún sigo compartiendo momentos plenos de fútbol. Siempre preferí jugar sobre el pasto o la tierra, antes que hacerlo sobre otros tipos de superficies. Los años que se fueron sumando, las costumbres ciudadanas, y los espacios físicos que fueron modificándose, sin regreso a las fuentes posibles, trocaron mis pretensiones, y fui cayendo en las redes del piso flotante, de la alfombra y del parquet. Entre varias, destaco estas historias. Había estado bastante tiempo sin jugar seguido, hasta que un día Leonardo, mi proveedor de productos Stani en aquel kiosco de la avenida Beiró y Virgilio que teníamos con mi familia, me propuso armar un grupo. Prolijamente elegimos 10 tipos con posibilidades de jugar todos los jueves y abonar el correspondiente importe. El lugar elegido fue un paquete Club de Villa Real. Jueves tras jueves nos gastábamos jugando picado tras picado, en esa forma tan cambiante de organizarlos, con respecto a unos cuántos años atrás.

71 De todas formas, y esto lo sostengo invariablemente, han cambiado las formas, pero la esencia, el temple, las vibraciones de todos nosotros, eternos jugadores de picados son exactamente las mismas hoy sobre esta primera década del siglo XXI, que las sensaciones de nuestros heroicos antecesores. Esos encuentros fueron, semana tras semana, creciendo parejo en todos los aspectos: Desde la cantidad de gente que venía, pasando por el nivel de juego que terminó siendo de un alto calibre, hasta concluir en una indescifrable rivalidad. Si bien conformábamos un grupo heterogéneo, hubo una equivocada propuesta que me tuvo como autor, ideólogo, promotor, etc. que terminó de colmar el vaso de la competencia: Armar dos equipos y mantenerlos, disputando una especie de mano a mano, que habría de ganar el primero de los dos que llegase a sumar diez puntos. El premio para el ganador sería un asado que debía pagar el equipo perdedor. La idea prendió enseguida, tan pronto como fue tergiversándose: Ambos equipos empezamos a incorporar un día uno, otro día dos jugadores de refuerzo, y los equipos ya no eran los originales. Ese grupo que era pura diversión, al punto de haber filmado un videoclip, como sátira de un partido oficial, con himno, saludo, etc. se convirtió en pocas semanas, en un lugar de enfrentamientos, discusiones, y de peleas crónicas. En el fútbol de primera, aún se otorgaban dos puntos al ganador y uno por empate, de modo que ese fue el sistema que utilizamos, teniendo como premio, un asado para todos que debía pagar el equipo perdedor. El comienzo fue fácil para mi equipo, y al ganar los tres primeros partidos, sacamos seis puntos de ventaja. Claro que perdimos el cuarto, y el quinto con lo que la diferencia se achicó sustancialmente seis a cuatro. Empatamos el sexto partido, y ahora nosotros teníamos siete puntos y ellos cinco. Logramos ganar el séptimo encuentro, y el puntaje llegó a nueve puntos para nosotros, y cinco para ellos. Volvimos a perder el próximo partido, el octavo. La diferencia se achicó a solo dos puntos de diferencia: nueve a cinco. Y cuando en el noveno partido todo parecía desmoronarse ante una clarísima derrota parcial, mi hoy compadre uruguayo Juan Carlos, Pipa, Leo, Nabo, y yo, los únicos cinco de mi equipo que esa noche estábamos para defender nuestro camino hacia la victoria, pusimos tantos huevos como muy pocas veces vi poner, y con gol de Nabo, clavamos el empate sobre el final, que nos proporcionó lograr el tan anhelado objetivo de llegar primeros a sumar diez puntos. Ganamos el desafío, aunque jamás se hizo efectivo el asado.

Otro grupo futbolero que integro aunque esta vez, sumándome a quienes ya lo conformaban, fue el que todos los jueves, luego todos los Lunes a las 21 hs. se reúnen en el Bajo Flores, allá por Av. Del Trabajo (hoy Eva Perón) y San Pedrito, enfrente justo de la terminal del siempre mal denominado Pre-metro. Invitado por Mauro, un profe amigo, colega, compañero de estudios y fundamentalmente bostero y democrático de primer nivel, comencé tímidamente a realizar mis incursiones hasta llegar a ser uno más, y poder incorporar, como en cada equipo y grupo que integré desde 1989, a mi compadre y amigo Juan Carlos. Este grupo se reúne desde hace más de dos décadas, y aún tres integrantes del grupo original siguen participando. En un principio, eran partidos sumamente intensos, en los que poco importaba quien ganaba, a tal punto que hemos llegado a perder la cuenta muchas veces, dada la cantidad de goles que se convertían. Con el tiempo, esa intensidad dio lugar a la risa por no poder correr ni el colectivo en algunos casos. Casi con asistencia perfecta, ese grupo se trasladó a una cancha cercana a la UTN Almagro, manteniendo los jueves como día.

72 Allí se incrementó la cantidad de jugadores, y por lo general jugábamos dos horas, divididos en tres equipos. Siempre ese ritual futbolístico fue una panacea para todos nosotros. Incluso recuerdo la noche en la que les comunique a todos los muchachos que iba a ser papá. Esa misma noche fue la que no agarré una pelota. Estaba en un mundo total y absolutamente distinto.

OVEJA NEGRA (2007-2008)

Llegué un Domingo a la mañana bien temprano, acompañado de Hernán, citado en otro capítulo. Era un equipo de voluntades futbolísticas mas que otra cosa. Nunca entendí como fue que pese a improvisar formaciones y de discutirle siempre a Osky, el Director Técnico que a veces jugaba cuando la pubalgia se lo permitía, el equipo de todas formas logró clasificar para la liguilla el primer año, y también ascender a la categoría superior al siguiente año. Sin saberlo de antemano, me di cuenta un domingo, que la gran mayoría de quienes jugaban en ese equipo eran egresados del Colegio Schöntal (fundado por mi mamá), y eso me motivó mas aún a continuar levantándome cada domingo para ir a jugar. Y eso que la diferencia de edad entre ellos y yo es de 20 años… Me queda el gratísimo recuerdo de haber convertido un gol de tiro libre en el último segundo del partido, gol que nos permitió clasificar para la liguilla. Y también, y quizás lo mas importante de mi paso por ese grupo, me hice amigo de Chiqui, un volante goleador que sorprendía a los rivales entrando a cabecear por el segundo palo. Luego de una expulsión justo antes de la final por el ascenso, me convertí en Técnico por un día de aquel equipo, y por suerte logramos el ascenso. Esa fue mi última participación en Oveja Negra, un equipo capaz de absorberle la energía a mas de uno ante la inseguridad de saber de antemano, antes de cada partido, quienes concurrirían a jugar…

EL EQUIPO DE LA BANDA MUNICIPAL. (1983)

Algo sé de música, solo algunos rasguidos en la guitarra y el oído que hace que cuando canto, cada canción parezca afinada. Solo eso. No obstante, y debido a las actividades artísticas profesionales de mi hermana Karina, he tenido y continúo teniendo acercamiento con gente del ambiente artístico, en algunos casos conocidos, en otros no. Ese año mi hermana era co-protagonista de Drácula, el musical, y unos de los músicos de la orquesta que también actuaba en vivo en aquella inmejorable obra producida en el Luna Park, me invitó a jugar un desafío futbolero. Además de integrar la banda en vivo de aquel exitoso musical de Pepito Cibrián y Juan Carlos Lectoure, éste músico participaba detrás de un cello, en la Banda Municipal de la Ciudad de Buenos Aires. El hecho que da objeto a este relato, es que existía un desafío para jugar al fútbol entre los músicos integrantes de esa banda y la Orquesta Sinfónica Nacional. Me invitaron los de la banda Municipal como refuerzo, pudiendo comprobar, ya en la mitad de la cancha y a pocos minutos de comenzar el partido, que todo lo que yo no sé de música, ellos tampoco lo saben de táctica futbolística. El partido se desarrolló una fría noche en el Parque Las Heras, más exactamente en las canchas donde tenía su escuela de fútbol. El tamaño de las canchas, permitía jugar 11 contra 11, todo un desafío al fútbol. Teniendo en cuenta la distancia entre ambos arcos, tanto para los músicos que pocas veces jugaban en una cancha grande, como para mí que tenía que cubrir todos los 73 huecos posibles, me aferré a la garra de un tucumano (El Tucu) y a la casi habilidad del músico que me había invitado, como para armar la historia durante el partido. La fórmula hizo que ganáramos aquél desafío, que nos tuvo como perdedores en la revancha, con refuerzos de por medio para la Sinfónica Nacional, que invitó a algunos que poco tenían de músicos. Tiempo más tarde de esos partidos, tuve oportunidad de ver en televisión un programa especial sobre la Orquesta Sinfónica Nacional, que salía de gira por ya no me acuerdo cuantos países. Entre los integrantes de ella, y vestidos de rigurosos moños y trajes negros distinguí muchos de aquellos con quien había compartido ambos partidos, ahora deleitando al mundo con su arte. Una vez más, comprendí que el fútbol tiene una llegada muy profunda a todos los niveles socio-culturales. Aquello dignísimos artistas referentes de la más alta clase social en nuestro país (económicamente hablando) también habían compartido conmigo y yo con ellos, un rato de pasión futbolera: UN PICADO.

En todos los grupos que jugué, he cosechado, sin excepción, las mas diversas sensaciones triunfalistas y decepcionantes, las más disímiles relaciones con unos y otros de mis oportunos compañeros: amistades, sociedades, peleas, parentescos, asociaciones y disociaciones. Todas y cada una de ellas y de los momentos que viví, continúan provocándole sonrisas a mi corazón.

CAPITULO 24.

¿UNA HISTORIA SIN FINAL?

Si hay algo que me enorgullece en mi calidad de amante apasionado de cualquier expresión futbolística, es el hecho de haber jugado oficialmente Eso marcó definitivamente en mí, como se debe jugar cualquier partido de fútbol. Pero además de eso, también con el transcurso del tiempo, ese factor que nos hace modificar comportamientos, actitudes y pensamientos que muchas veces terminan siendo absolutamente opuestos a los originales, sentí en carne propia la sensación de creer que todavía queda algo para dar dentro de una cancha de fútbol, en un equipo. En un torneo oficial. Cuando estaba en plena actividad, no llegaba a comprender porque jugadores profesionales con muchos años de primera ya pasado los treinta y pico de años de edad, no lograban poner fin a su carrera empeñándose en prolongar su presencia en estadios de fútbol, aún a costas de exhibir sus miserias físicas, lógicas en comparación con la gran movilidad que él mismo presentaba en su momento de clímax deportivo. Me costaba comprenderlo. Los años fueron dándome la respuesta, hasta llegar a la actualidad. Ahora comprendo a esos hombres de cuarenta años, que siguen jugando en Ligas del Interior, sin medir sacrificios, ni consecuencias. Y no es casual que cite este ejemplo, porque en esos casos no se puede buscar respuesta por el lado de un beneficio económico, a diferencia de un club de primera división profesional donde tal vez aquel jugador con veinte años de primera, sea el mejor pago de todo el plantel. La conclusión es sencilla: Cuesta una enormidad (Cualquier cantidad, serían las palabras de mi tío abuelo Eduardo) desprenderse de la condición de jugador de fútbol, ya sea profesional o amateur.

74 Es como que siempre hay algo o alguien de lo que se pretende tomar revancha, o bien sencillamente sentir que todavía falta dar algo más, ya sea al club, al público, o a uno mismo. Y he aquí en este último punto, donde radica para mí, la decisión de seguir jugando un rato más: Demostrarse a uno mismo que todavía puede darse la enorme satisfacción de aplaudirse, alentarse, y hasta felicitarse frente al espejo. Durante el transcurso de ese tiempo que me hizo comprender el porque de tardíos retiros, y ya después de jugar oficialmente, seguí entrenando solo, con continuidad o de vez en cuando, pero en mí permanecían esas ganas de volver a jugar en forma oficial alguna vez. Recuperar esa sensación de entrar a la cancha, escuchar los aplausos aunque sean de quince personas, alguna que otra foto en el diario, ver el apellido de uno en una formación en la página de deportes, algún reportaje, todo eso forma parte de la ilusión de volver a jugar en en forma oficial. Una ilusión compartida con innumerables hombres que alguna vez tuvieron en su piel y en su corazón todas esas sensaciones, esos mimos que les brinda la sociedad, en nuestro país y en otros similares futbolísticamente hablando, al jugador de fútbol. En muchos casos los futbolistas son mucho más representativos que políticos, científicos, maestros, etc. Puede haber en un pueblo un campeón Internacional de Atletismo. Pero cuando un pibe del mismo pueblo llega a jugar solo algunos partidos en la primera división de un club grande de Buenos Aires, automáticamente destrona al atleta, aunque este tenga más lauros, más campeonatos. El futbolista será siempre el ídolo del lugar. ¿A quién no le gusta que lo mimen? Dentro de la ilusión de volver, hay algunos chiches que uno quisiera le sucedan. Que la vuelta sea en un estadio lleno de público, que coreen el nombre de uno, que la prensa esté pendiente de ese tan ansiado regreso, o bien hacer un gol en el último partido de la vuelta y retirarse con esa sensación. Once años habían pasado desde mi último partido oficial, jugado en J.J.Urquiza en la primera “D”, hasta que me fui a vivir a Balcarce, donde llegué con 31 años cumplidos. Por lógica es menester hacerse conocer, y así fue como hablando con uno y otro, logré establecer una modesta escuela de fútbol, y dirigir técnicamente la Cuarta división del club San Lorenzo de Balcarce. Mi condición de ex - jugador y Técnico de fútbol recibido, fueron abriéndome camino. Yo seguía corriendo solo, subiendo cuestas, jugando picados o partidos de práctica con planteles de Primera división. Al año siguiente de mi llegada, me hice cargo de las divisiones inferiores de otro club, Amigos Unidos, donde al poco tiempo, también me convertí en Preparador Físico de la primera y hasta firmé como jugador del club, puesto que tenía el pase en mi poder. Esa firma, ese momento de figurar en un plantel, fue el primer paso hacia la vuelta. Once años después de mí último partido oficial, logré convertirlo en el penúltimo. La vuelta se hizo esperar, pero llegó. Duró solamente los 45 minutos del segundo tiempo, en un partido entre Amigos Unidos y San Lorenzo, en el que este último ganó por tres a dos. Y duró 45 minutos nada más, porque a siete del final del partido, la ilusión de volver tuvo su chiche, su broche de oro, su explosión: Tal como lo había soñado, hice el último gol de mi vida en un partido oficial, y eso me decidió a firmar un pacto de retiro conmigo mismo. Después llegaron los reportajes, las felicitaciones, mi nombre figurando en la página de deportes y el abrazo de mi mujer, mi hija y hasta una prima que también estaba en la tribuna. Tanta fue la emoción, que me motivó a escribir un cuento que recibió más tarde un premio en un concurso literario en Mar del Plata. De no jugar durante más de una década, pasé de repente a tener que decirle a directivos de un club que no podía jugar para ellos, porque ya estaba comprometido con otro.

75 Hasta me habían dejado entrenar con la Selección de Balcarce. Estaba muy enchufado con volver a jugar al fútbol. Y el fútbol me devolvió con creces toda mi ilusión. Decidí retirarme del futbol oficial con esa sensación de alegría. Decidí seguir jugando picados, pero nunca dejar de ser jugador de fútbol.

CAPÍTULO 25

MIS ADMIRADOS.

Así como para mí existen un Rey, un príncipe y un Conde (Ver capítulo 10) también tengo en mi memoria otros personajes futboleros, que por una razón u otra, han despertado mi admiración a través de sucesivos picados. ¿Quién no se ha quedado con la boca abierta al ver jugar muy bien a alguien? ¿Cuántas veces quisimos qué un picado no terminara nunca mas para poder seguir jugando al lado de alguien con quién nos entendimos casi a la perfección? A mi, eso me pasó con estos compañeros de juego. Uno de ellos es Oscar Ballesteros, un tipo macanudísimo, al que siempre se lo puede ver impecablemente vestido, ya sea de saco y corbata o con buzo deportivo. Es contador público nacional. Ya nos conocíamos después de haber jugado en el mismo equipo, pero muy por arriba. De repente aparecimos compartiendo un vestuario, la misma camiseta y por lógica el mismo equipo. Nos habíamos juntado un grupo de comerciantes del barrio de Flores (Ver capítulo 22) y armamos un campeonato. A Oscar lo habían puesto en el equipo del Videoclub Search lo mismo que a mí. Salimos terceros pero lo ms importante fue verlo jugar a Oscar quien, no está demás decirlo, nos aventajaba unos doce años en esto de vivir al resto de los que jugábamos aquél torneo. Me acuerdo de su garra, de su exquisita técnica, de sus dientes apretados, de su ejemplo dentro y fuera de la cancha para ganar partidos con inteligencia. Un gol de los muchos que les vi hacer, sintetiza perfectamente todos esos elogios. Saque de meta para el equipo contrario (Cancha de fútbol cinco). Lo hace el arquero con las manos de forma fuerte y rasante. Oscar, atento y con la mente puesta bien en lo que estaba pasando adentro de la cancha, anticipó al rival y la pegó a la pelota de primera y en dirección al arco, bien de lleno. El arquero todavía está preguntando por donde entró, porque jura una y otra vez que no la vio. El látigo que tenía Oscar en su pierna derecha, impactó la pelota dejando sin chance al pobre arquero. Lo abracé bien fuerte, devolviéndole el abrazo que la semana anterior él me había dado luego de un gol mío. Exteriorizaciones de admiración, que me doy el gusto de llevar a cabo cada tanto en un picado. Otro personaje que mis retinas mantienen en su costado afectivo, es mi amigo Jorge Fleitas. Lo conocí, como ya cité, jugando en Primera “D”, luego hicimos parte del Profesorado de Educación Física juntos, y con el correr del tiempo y gracias a que los dos seguimos ligados al fútbol, un días nos sorprendimos en el medio de la cancha de Ferrocarril Oeste charlando, él como preparador físico de la primera división, y yo con mis alumnos de la escuela de fútbol quienes no pararon de pedirle autógrafos a todos los jugadores de Ferro. Compartimos infinidad de picados, y él comparte conmigo aquella filosofía de jugar poniendo todo el entusiasmo, aunque sea un picado tres contra tres.

76 Menos habilidoso que yo, lo cual es mucho decir, fanático del entrenamiento y aguerrido al máximo, Jorge es uno de los jugadores con mas amor propio que yo vi, ya sea jugando torneos de AFA o cualquier partido, por menos importante que fuera. Siempre me invitaba a jugar con sus amigos del barrio de Belgrano. Una noche bien de invierno, teníamos que jugar en el Parque Jorge Newbery. Si bien la cancha era de césped sintético, estaba ubicada al aire libre. Claro que esto no sería nada, es decir que no presentaba ningún inconveniente para jugar, de no ser por la impresionante lluvia que arreciaba sobre Buenos Aires. Jorge me esperaba en una confitería de la Avda. Cabildo. Hasta allí llegué montado en mí Ciclomotor Salatino 50 cc. Mojado hasta la pelota que traía adentro del bolso... A decir verdad, yo tenía dudas sobre la realización del evento paradeportivo. Pero la característica garra de Jorge, me despejó enseguida el panorama: Se jugaba si o si. Ahora ya no era uno arriba de la moto. Los dos arriba de ella, mas nuestros correspondientes bolsos, nos embarcamos (Nada mas real teniendo en cuenta lo inundada que estaba la ciudad) hacia la cancha. Allí jugamos todo el tiempo debajo del agua, y esos son los partidos que para ganarlos hay que meter y meter sin vueltas, y en eso tanto Jorge como yo, nunca tuvimos problemas. Hizo goles de todo tipo, y ganamos. Pero mas que esa alegría del resultado, me guardé para siempre el verlo jugar con esas ganas, ganar cada pelota que disputaba, no regalar nada y empujar el equipo hacia la victoria. Otro recuerdo bien clarito de todos los picados que compartimos, es el que me transporta al día que tuvimos que rendir el examen de ingreso al profesorado. Había que elegir dos deportes para ser examinado, entre hándbol, vóley, natación, y fútbol. Jorge jugando al vóley era lo más parecido a un gato de bronce por la exagerada rigidez de sus manos, y yo en el agua, aún hoy, doy la sensación de estar luchando contra ella. Por lo tanto, y también para ayudarnos mutuamente, ambos elegimos hándbol y fútbol. El examen de hándbol lo superamos aunque no con holgura, y a posteriori nos tomaron examen de fútbol. Los dos sabíamos que no la podíamos ir de habilidosos e individualistas, porque de ese modo estábamos destinados al fracaso. Por tanto, nos colocamos bien atrás en el mismo equipo, y desde allí dábamos órdenes y salíamos jugando con combinaciones sencillas pero efectivas. Así, a puro grito y defendiendo nuestro arco mas que atacando al contrario, logramos obtener una buena calificación, que sumada a otras nos permitió el ingreso tan deseado. Cuando terminó el examen, y ya relajados, admitimos que tenía razón aquel que decía que triunfa quien conoce sus propias limitaciones. Hoy Jorge transmite esa garra en equipos de fútbol en toda Sudamérica. Ha salido campeón como preparador físico dos veces en la primera división del fútbol argentino, como así también en Ecuador y Perú.

Otra historia de admiración. Habiendo transitado tantas canchas, potreros, patios, estadios, etc., etc., etc., y siempre intentando disfrutar de la vida a través del fútbol, durante un tiempo integré un equipo formado por amigos con el objetivo de participar en los torneos internos de la UBA (Universidad de Buenos Aires) Como todo equipo sin conductor, todos y cada uno pretendíamos incorporar algún amigo que creíamos con condiciones como futbolista, para “salvar” al grupo de futuras derrotas. Así fue como una tarde, en ocasión de jugar un partido amistoso de preparación, apareció Román. Flaco, de pelo castaño, muy macanudo, pero además un número cinco increíble. Garra, marca, gambeta, bien de arriba y de abajo. Seguro y muy capaz con la pelota en los pies. Líder, hablador. Un jugador para poner de titular en cualquier equipo.

77 Un espacio, la titularidad, que precisamente ocupaba otro de los que ya veníamos jugando con anterioridad. El partido aquel, finalizó con una charla, en la cual quien se desempeñaba hasta ese momento como volante central manifestó que él o jugaba de titular, o bien no jugaba. Algo que nació de él mismo, porque la verdad es que, si bien Román había jugado para diez puntos esa tarde, nadie había dicho que él sería el nuevo titular el centro de la cancha. Sin embargo, nuestro amigo, ante la evidencia, abrió el paraguas. Inmediatamente Román, quien además demostraba ser un caballero fuera y dentro de la cancha, dejó bien claro que él venía a sumar, y que por lo tanto, si su presencia generaba conflicto, no venía más. Rápidamente contesté que se quedara tranquilo, que no iba a haber conflicto. ¡Cualquier día iba a dejarlo ir a semejante monstruo! Las cosas se estabilizaron, y pude darme el lujo de jugar al lado de Román: Un jugador que seguramente siempre será distinto, tan distinto que cuando él se lesionó, con yeso incluido, no logramos reemplazarlo y perdimos el ascenso...

No tengo hermanos varones, y aunque mis dos hermanas comparten mi pasión tanto futbolística como boquense, a la hora de invitar gente a jugar algún picado, lejos estoy de marcar sus números telefónicos. No obstante mi mujer, mi compañera de vida desde hace ya unos cuantos años, vino acompañada de dos hermanos bien varones, quienes se desviven por jugar al fútbol. Cuando los conocí, eran muy chicos para compartir un picado en serio, pero con el tiempo, comenzamos a invitarnos mutuamente a jugar. Tal vez por sus respectivos aspectos físicos, uno muy flaco y otros con algunos kilos de más, por cierto (hoy con bastantes kilos menos con respecto a aquellos de más) nunca creí de antemano, que pudieran realmente jugar como en verdad lo hacen. Maxi, el más pesado (expresado en kilos) me sigue sorprendiendo con su entrega y habilidad y buen gusto, mientras que Diego (el más pesado en términos revolucionarios) siempre tiene un dibujo nuevo para hacer con sus pies, tal como lo hace con sus manos, dibujante de los mejores. Ellos son mis cuñados, dos tipos que me hicieron cambiar de opinión: De no creerles que jugaban aunque sea ni un poquito, a hacerme saber que son dos excelentes jugadores de picados. Si hasta a Diego casi logro hacerlo jugar en Ferro, pero por culpa de su baja estatura, no quisieron tomarlo. Ellos se lo perdieron... También en Balcarce, tres ex jugadores de Liga me asombraron por sus características de grandes jugadores de picados. Todos dentro de los treinta y pico, cualquiera de los tres deja lo que esta haciendo por jugar un rato a la pelota. El Chueco Gutierrez, pareciera tomarse todo en joda, pero al momento de pelear un balón o poner un pelotazo justo, tirar un caño o dejar parado un rival, pone toda su jerarquía, y la mayoría de las veces, logar su cometido. A veces, para que negarlo, se pasa de la raya y más de una vez me hizo calentar, por jugar solo por diversión y totalmente más allá del resultado. Yo, en cambio me divierto, o mejor dicho, me voy en inmejorables condiciones anímicas de la cancha, si mi equipo ganó. Al Chueco en cambio le da lo mismo el resultado. “Semilla” Mancini, otro fenómeno del rectángulo futbolero como de la vida, tiene un estilo más profesional para jugar picados. Se acerca más al estilo de juego que yo prefiero. Grita, ordena, apoya a sus compañeros, juega y hace jugar, además de pedir perdón cuando se equivoca. Sin duda la misma seriedad que siempre lo caracterizó cuando jugaba en la primera de varios clubes, es la que saca a relucir cuando juega el más simple de los picados. Otro personaje inagotable del fútbol Balcarceño es el Sapo Mora. 78 Desde que lo vi la primera vez, me asombró su porte dentro de la cancha. Delantero de raza, capitán de cuanto equipo integrase, el Sapo está averiado por todas partes de su cuerpo, merced a tantísimas batallas futboleras. Un mediodía, en una práctica de San Lorenzo de Balcarce, se armó el equipo de los jueves: la primera contra el resto, que por lo general estaba integrado de jugadores suspendidos, técnicos de la primera y de la cuarta división, ex jugadores, y alguno que pase por el lugar, como para completar los once, que la mayoría de las veces terminaban siendo catorce de tanto invitar jugadores. Ese mediodía, por primera vez, el Sapo en el rubro de los suspendidos y yo en el rubro de los técnicos, nos juntamos en el mismo equipo. Por lógica, la primera comenzó apabullando al otro equipo, es decir al nuestro. El cuatro a cero en diez minutos, parecía lapidario, pero como si nos conociéramos desde siempre el Sapo y yo nos miramos y nos dimos cuenta que entre los dos podíamos dar vuelta el resultado, y así fue como con tres goles de él y dos míos, el partido-picado terminó cinco a cuatro a nuestro favor, y los jugadores de la primera más calientes que motor de Fiat 600 modelo 1967... Estos tres ex -jugadores de Liga, pueden disfrutarse en cualquier momento de la semana, ya sea en lo de Robledo, el cerro El Triunfo o bien en cualquier cancha de Papy de la ciudad. Tomarse un rato para verlos jugar bien vale la pena... Otro personaje que admiro por su forma de jugar, es un ex – alumno mío: Hernán. Excelente músico, tiene tanta capacidad para ejecutar cualquier instrumento que tenga en sus manos como para correr con una pelota en sus pies. Compartiendo picados durante su adolescencia, ya me deslumbraba esa velocidad al jugar al fútbol. Jugar en su equipo era sinónimo de victoria. Donde encontraba un hueco entre los defensores contrarios, allí estaba Hernán para definir ante la salida del arquero. Finalizada su secundaria, nos hemos invitado mutuamente a jugar picados. Yo lo llevaba como carta de triunfo ante algún picado difícil, y él me llamaba para completar el picado entre sus ex – compañeros de la secundaria, ya que yo había sido uno de sus preceptores. Lo he visto corriendo delante de los defensores de una forma tan ventajosa, que mas de uno abandonó su persecución antes que terminara la jugada. Hay dos anécdotas que recuerdo mucho de Hernán. Me invitó un día, a integrar un equipo que participaba del torneo interno de la Universidad Tecnológica Nacional (UTN) junto a él y varios amigos. Yo les llevaba aproximadamente 20 años a la mayoría de ellos, y pensé que iba a durar poco en ese equipo. Jugamos el primer partido juntos, y yo me entusiasmé con la idea de compartir todo un campeonato con Hernán. Pagué la inscripción, pagué la camiseta, y pagué el seguro. Y de tanto pagar, terminé “pagando”. Así me dejó Hernán, “pagando” porque jugó solamente ese partido inicial, ofendido porque no le garantizaban la titularidad. Tanto confiaba en su juego, que estaba convencido de merecer ese lugar en el equipo. No lo vi mas aparecer por las canchas de la UTN. Y yo que había pagado todo lo que había que pagar, y que además tenía y tengo siempre ganas de jugar, me quedé jugando con el equipo hasta lograr el ascenso. Así es Hernán, sumamente rápido hasta para tomar decisiones. En otra oportunidad, fui yo quien lo invitó a jugar un partido con algunos amigos, quienes me habían pedido que llevara un jugador más. Consulté acerca de la dificultad que ese picado ofrecía en virtud del rival, y mis amigos me contestaron que seguramente sería un picado difícil por los buenos jugadores que tenía el equipo contrario. No dudé, entonces, en llamarlo a Hernán.

79 Rápidamente se convirtió en figura excluyente de aquel picado, y cuando el resultado nos favorecía por más de diez goles, Hernán pareció apiadarse de nuestros rivales, y fue a jugar de arquero. A poco de finalizar el partido, suena un teléfono celular detrás de nuestro arco. Hernán reconoció el timbre, y abandonando el arco abrió su mochila y atendió el llamado. Volvió a ubicarse como arquero, y mientras continuaba hablando por teléfono, tomó un pase mío. Miró el panorama, y nosotros, sus compañeros de equipo, estábamos todos marcados. Inmediatamente, salió del área con la pelota en sus pies. Siempre continuaba hablando por su celular. Eludió a un rival, amagó pasar la pelota, pero continuó avanzando hacia el arco rival. Me dio la pelota, y corrió a buscar la devolución. Levanté la cabeza, y el mejor ubicado para recibir un pase era Hernán. Él, continuaba charlando con su interlocutor, a quien ya le había contado que estaba jugando un picado mientras conversaba. Le devolví la pelota, eludió al último defensor, y enfrentando al arquero, definió con un potente tiro de derecha. Jamás dejó de hablar por teléfono mientras transcurrió esa jugada. Hizo el gol mientras tenía el celular en su mano derecha, y nunca dejó de mantener la conversación. Los contrarios querían anular el gol. Hernán se mataba de la risa. Y continuó su conversación como si nada pasara a su alrededor…

CAPÍTULO 26.

DOS PICADOS INOLVIDABLES.

Evidentemente esta obra está colmada de vivencias, anécdotas y todo tipo de aventuras y sensaciones ofrecidas por la inmejorable combinación entre la pelota y un grupo de personas intentando hacer con ella lo que mejor les salga, pensando con la cabeza y ejecutando con los pies. Siempre los que vibramos con esa combinación, recordamos incesantemente algunos pasajes, momentos, o picados enteros que hemos jugado. En mi caso, y a pesar de realizar esta obra dedicada por entero al juego de la pelota en sus formas futbolísticas, hay dos picados que se destacan del resto de los aquí relatados, tal vez por su opuesto entre si por un lado, y por sus idénticas características por otro. El opuesto, como se verá líneas adelante tiene que ver con la libertad y la opresión, con la risa descontrolada y con la risa contenida. En el año 1984, más precisamente en el mes de febrero, al volver de mis vacaciones mi viejo y mi hermana, única por aquellos años, no sabían como hacer para darme una noticia de la que a la larga no iba a tener escapatoria: Me había llegado la citación para someterme a la triste experiencia de hacer el servicio “al” militar. Sí, el servicio “al” militar (No se admiten discusiones), con la consabida incertidumbre que eso generaba, cosa que ya es pasado gracias a una decisión que muchos no tuvieron antes las pelotas suficientes para tomar y que llegó años más tarde de está anécdota. Llegó el día y “enfilé” para Palermo. De allí, al Regimiento de Granaderos a Caballos, y al otro día, a la instrucción en puerta siete de Campo de Mayo. Esos cuarenta días en los que uno parece convertirse en una basura inservible, tuvieron un recreo que lógicamente tuvo un ribete futbolero. La noche anterior, se armaron los equipos que iban a estar integrados por oficiales, suboficiales y soldados que jugaban en algún club. Así fue que llegado el horario pre-establecido, nos vestimos con las zapatillas “Flecha”, medias y short blanco, acompañados de la camisa verde oliva a diferencia del otro equipo que lucía una camiseta blanca. 80 Así las cosas, y como no podía ser de otra manera, formados de menor a mayor llegamos a la cancha marchando ante la vista del resto de los integrantes del regimiento. En mi equipo estaba un atorrante espectacular, a quien no tuve la suerte de ver después de terminado esos catorce meses, ocho días y seis horas que duró mi “colimba”: Marcelo Cheloni, un tipo muy particular, con una risa absolutamente contagiosa, y a quien tuve el orgullo de “acomodar” como chofer del segundo jefe del regimiento, dada mi condición (Luego modificada por haberme quedado dormido en su propia cama) de chofer y asistente del Jefe absoluto del Regimiento de Granaderos a Caballo. -¡Con Marcelo, chueco y gambeteador, las cosas se harían más fáciles! pensé al entrar a la cancha. Dicho y hecho. Un partido entre soldados, oficiales y suboficiales, enfrentados indistintamente, resulta siempre una mecha encendida, con la pólvora a escasos centímetros. Si a esto le agregamos el hecho de realizarlo en plena etapa de instrucción, donde el sentimiento reinante era el odio, el mínimo roce generaría la chispa necesaria para encender aquella mecha. No pasó absolutamente nada de eso. El partido se disputó sin patadas, puteadas, ni golpes. Si con mucha pierna fuerte y gambetas teñidas de gastes. Dos jugadas quedarán por siempre en el disco rígido de mi cerebro. La primera, de gaste, la armamos entre Marcelo y yo, tuvo como víctima a un cabo primero cabrón como pocos, que solía ponerse colorado ante una situación de exposición ante la gente, entiéndase por esto dentro del ámbito castrense, cuando le tocaba izar la bandera, encabezar una sesión de movimientos vivos (Mas conocido como “Baile”) o llevar a cabo una cagada a pedos al escuadrón todo. Claro que jugar al fútbol ante todo un regimiento, significa también una exposición, y más si en ese partido uno se come dos caños seguidos, y se convierte en protagonista involuntario de un “loco”. Marcelo tomó la pelota en el círculo central, la pisó, y con un caño me la pasó. La puse debajo de a suela, la traje hacia mi, y el cabo primero volvió a separar los pies, y se convirtió en cabo segundo. Se comió el segundo caño. La pelota volvió a estar en los pies de Marcelo, quien no pudo dejar de contagiarme su sonrisa, aunque contenida por cierto. El cabo segundo a esta altura de la gastada, enrojeció su redondo rostro, merced al papelón. No podía soportar, aunque no tuvo otra opción, que dos soldados hicieran algo mejor que él. Marcelo se desprendió rápidamente de la pelota, devolviéndomela, para que yo continuara con la jugada, ya con un pelotazo largo para el sargento primero Palma. Diez segundos, como mucho, duró esa alegría. Catorce meses con su correspondiente yapa, la colimba, claro que como contrapartida de esa insoportable disparidad entre risa y sufrimiento, Marcelo y yo seguimos tirando caños, y aquel alienado cabo primero, poniéndose colorado, y con más tiras rojas sobre su pecho.... Pero la segunda jugada que mas recuerdo de aquel partido, fue la del gol que nos dejó como ganadores. Y seguramente me acuerdo por haberlo hecho yo, tras un impecable centro del entrerriano sargento primero Palma. Quien atajaba, un longilíneo teniente primero, cuyo caballo me clavó los dientes en mi espalda un domingo sin franco, había conformado los equipos, no reparando que el suyo podía caer derrotado. Contrastando con las horas posteriores al almuerzo cuando se llevó a cabo la selección de los soldados (Granaderos) que formarían parte del recreo futbolero, por la noche, aquel teniente primero realizó una arenga en la que, entre saliva emanada de sus labios y mosquitos que lo picaban por todas partes, habló muy mal del Estado de Derecho y la Democracia, cuantificando el accionar militar durante el recientemente terminado “Proceso de Reorganización Militar”. Claro que todo lo que dijo, afianzó todavía más mi elección por un gobierno elegido por el pueblo.

81 Con ese sentimiento, empalmé el centro que me llegó desde la derecha, y todavía me parece verlo al teniente primero volar desesperado en busca de la pelota, que entró al arco como voto en una urna… Ahora que lo pienso bien, cuando el caballo me mordió meses después de aquel gol, tal vez lo hizo por venganza. Posiblemente encarnado en el personaje: El teniente primero jugando al fútbol era todo un caballo... Del otro lado, el lado del pelo largo, la libre elección, los torsos desnudos y el jugar sin límites externos de ningún tipo, me tocó participar en un picado que visto desde afuera, puede resultar insólito. Yo tenía un kiosco de golosinas, al que siempre venían a comprar cigarrillos, unos pibes de mi edad por esos días, 23 o 24 años más o menos, de pelos rubios y morochos bien largos. Cuando pregunté a quienes eran del barrio por esos pibes tan particulares y morosos a veces, me dijeron que eran integrantes de “”, la banda de rock metálico que liderada por estremeció desde “Halley”, reducto capitalino y metálico por excelencia, hasta todo tipo de bailantas, entre fines de los ochenta y principios de los noventa. Muy curiosamente un señor canoso que pasaba de largo todas las noches por delante de mi kiosco, me resultaba conocido. Apelando a mi memoria visual, muchas veces fatídica, cuando llegué a mi casa una noche, me puse a revisar algunas fotos viejas, y ahí estaba él. Había sido uno de los técnicos del equipo del hotel número dos de Embalse Río Tercero, en enero del ´76, en el cual yo jugué. Volví a la mañana siguiente al kiosco, dispuesto a encararlo foto en mano, ni bien lo viera, pero antes, y por casualidad, un cliente me dio el dato que ese hombre era el padre del baterista de Rata Blanca, Gustavo Rowek. Ese dato me cerró del todo la historia, dado que tanto Gustavo, como el mayor de sus hermanos, me resultaban también caras conocidas. Casi por acto reflejo, volví a mirar las fotos, y ahora si, Gustavo, su hermano, y yo, habíamos integrado el mismo equipo en el hotel número dos de Embalse Río tercero, y su papá, Federico, fue uno de los técnicos. Eso provocó una gratísima charla, que entre recuerdos, nos llevó a armar un picado entre mis amigos y algunos integrantes de la banda de rock mas escuchada por aquellos años. Un día antes del futbolístico encuentro, viene al kiosco el baterista con un morocho de pelo larguísimo, al que inmediatamente reconocí como Guillermo, un compañero mío de la primaria quien se había convertido en el bajista de Rata Blanca. Fueron días de reencuentros y sorpresas, los que nos motivaros aún mas para jugar ese ansiado picado. Llegó el sábado a la tarde, mi viejo me reemplazó en el kiosco y nos encontramos unos quince tipos entre los que estaban el baterista, el tecladista, y el bajista de Rata Blanca. No solo jugamos un rato bien largo, sino que además nos sorprendimos mis amigos y yo, por lo que aquellos músicos flacos, con ensortijadas melenas y una gran predisposición al buen juego, hacían dentro de la cancha. Resulta difícil, tal vez, emparentar al rock con el fútbol, pareciera que por estar arriba de un escenario los músicos no supiesen hacer otra cosa, algo que muchos casos tal vez sea cierto. Esa tarde no solo jugamos, sino que además nos divertimos, se hicieron una importante cantidad de goles, y nos dimos cuenta que el único punto débil de los rockeros era su estado atlético, muy opuesto a sus excelentes condiciones técnicas. Es muy distinto tocar la batería dos horas sin parar, a jugar una hora al fútbol, con intervalo. Hinchas de Racing y de Boca, respectivamente, Gustavo y Guillermo, son apasionadamente y casi por igual fanáticos del rock y del fútbol. Nunca voy a olvidarme la calentura de Gustavo, cuando ya siendo padre de Renata, antes de tener su segundo hijo, las ecografías daban por resultado otra nena. Nadie sabe,

82 en verdad, si fue por naturaleza o por miedo a tanta bronca, que al momento de nacer, la criatura resultó ser varón...

CAPÍTULO 27.

LAS FIGURAS DEL FÚTBOL PROFESIONAL Y EL PICADO.

He tenido la surte de ver en acción a grandes personajes del fútbol, demostrando sus habilidades deportivas en distintos picados. Como espectador a veces, y otras participando de los mismos. Como tuve la suerte de jugar en las inferiores de Boca Juniors y entrenar paralelamente con la primera, he visto en muchas ocasiones, nada más ni nada menos, que a Diego Maradona, , Roberto Mouzo, Rubén Suñé, Miguel Brindisi y otras figuras participando en diferentes picados. Todos ellos, sin excepción, se entregaban con gran entusiasmo a jugar, cosa que por lo general se llevaba a cabo en La Candela, la quinta de Boca, los sábados a la mañana. Gatti, por ejemplo, jamás atajaba en un picado; sin embargo Diego si lo hacía bastante seguido. Y aún hoy, a muchos años de aquellos picones, todavía podemos ver a Maradona jugando cuanto partido se le cruce en su camino, y al Loco Gatti corriendo atrás de la pelota todas las mañanas junto a sus amigos. También he podido comprobar las limitaciones que presentan algunos árbitros del Fútbol Profesional. En el año 1986, yo jugaba en un club del ascenso, J.J.Urquiza, y los entrenamientos eran en el Parque Sarmiento. Allí se juntaban para entrenar unos cuantos árbitros, y para que negarlo, como jugadores eran excelentes soplapitos. Pero con algunas otras figuras del ambiente futbolístico, tuve la grata oportunidad de compartir el mismo equipo en algunos picados. En los caminos de fútbol, conocí a Gabriel Macaya, quien además de ser un ex jugador y un gran preparador físico (Selección Paraguaya, Boca Jrs., Vélez Sarsfield, River Plate, etc.) es hijo de Enrique Macaya Márquez. Una tarde Gabriel me invitó a jugar los martes y viernes al fútbol a las 12:00 hs. en el Parque Avellaneda. Como era miércoles, el siguiente viernes llegué al parque, con mi bolso a cuestas, y como siempre unas ganas locas de jugar. Además de Gabriel, estaba su padre y Abel Alves, el “Chueco”, aquel 5 de Boca. Se armaron los equipos y los Macaya y yo jugamos para el mismo lado; Alves en contra. No me sorprendió que el “Chueco” resultara imparable. Hacia poco tiempo que se había retirado del profesionalismo. Mis ojos estaban atentos a todo cuánto hacía el comentarista nuestro de todos los domingos. Convengamos que Macaya no es un pibe de 20 años. A pesar de eso, debo confesar que me sorprendieron las ganas que puso en cada pelota, los gritos para ordenar el equipo, su ímpetu en discutir infracciones. En fin, fui sorprendido gratamente por sus enormes condiciones y cualidades futbolísticas y humanas. Nadie, observando el partido desde afuera, podría decir que ese hombre canoso, que manejaba los hilos de su equipo, fuera soberbio y se creyera una figura. Todo lo contrario. El señor Enrique Macaya Márquez es un grande dentro y fuera de la cancha. Como jugador, las corre todas, las pelea todas. Y también las mete en el arco de enfrente. Pero una vez que termina el partido, sigue siendo uno más, respondiendo a cada saludo, a cada broma. Otro personaje del Fútbol Profesional que tuve como compañero de equipo, fue Miguel Ángel Gette, “Manzanita”. Juntos teníamos una escuela de fútbol, y siempre le contaba a Miguel que en más de una ocasión lo había puteado desde la tribuna cuando él le robaba una pelota a algún delantero de mi querida boquita.

83 Y, justo es decirlo “Manzanita” fue un gran marcador central, compañero de Maradona en Argentinos Juniors y Bicampeón en Estudiantes de La Plata en el 83, dirigido por Bilardo. Una noche de verano, yo iba a jugar como todos los jueves, mi partido semanal, con unos atorrantes que tienen su lugar en otro capítulo. Miguel me llevaba en su auto hacia la parada del colectivo, sabiendo que yo iba a jugar un picado. El tema de la charla era absolutamente otro. En un momento Gette me interrumpe y me pregunta a que hora juego, yo le respondí creyendo que él se estaba preocupando por saber si yo llegaba a horario, pero en realidad lo que él quería era saber si el horario le venía bien para prenderse también a jugar. Llegué primero a la cancha, y no precisamente porque el colectivo tardara poco. El Fiat Duna de Miguel no tenía ninguna parada... Una vez que fueron llegando todos, nos cambiamos junto a mis amigos, y yo lo presenté como Miguel, un amigo mío. No quise incomodarlo diciendo que era Gette. En cierta forma lo hubiera puesto en la obligación de demostrar todo lo bien que jugaba, como si fuera necesario justificar en una hora, toda su performance futbolera. Miguel solo quería divertirse un rato. El caso es que jugó de menor a mayor, con toda la humildad de los grandes y con un enorme placer por estar jugando al fútbol. Por supuesto que la rompió, por supuesto que se fue entusiasmando y terminó jugando en forma excelente. Pero lo que yo rescato es su pasión por dejar todo lo que tenía que hacer y ponerse los cortos, siempre listos en el baúl de su auto, y entregarse al placer de patear un rato. Y para rematarla, a pesar que ya todos lo habían reconocido al término del picado, lejos de agrandarse por esto y despedirse, lo último que dijo esa noche fue: -¿Cuánto hay que ponerse para la cancha? Estas anécdotas sirven para afirmar una teoría que yo sostengo permanentemente: Más allá de todo el negocio que hoy representa el fútbol profesional, todos aquellos que forman parte de él, ya sean jugadores, periodistas, directores técnicos, etc., se mueren por correr detrás de una pelota. Les resulta imposible frenar la pasión que genera jugar un picado.

CAPÍTULO 28.

LA LOCURA ¿ES PASIÓN?

Locura. Enceguecimiento. Cabezadurismo. ¿Pasión? ¿Puro placer? No se. Realmente me resulta imposible definir claramente con unas pocas palabras, traducir el porque del comportamiento nuestro, jugadores de fútbol cotidiano, cuando anteponemos participar en algún encuentro futbolero por sobre cualquier circunstancia de vida. ¿En qué puede modificar nuestra existencia un resultado positivo o negativo en un picado, desafío, torneo, etc.? Sin embargo, algunos hacemos lo imposible por ganar todos los picados que jugamos. La amarga sensación de perder, genera una impotencia que viene siempre acompañada de conjeturas, paralelismos, lamentos y excusas. Que si hubiera entrado la que pegó en el palo, que si hubiera venido José, que es el primer partido que nos ganan, que ellos juegan siempre juntos. Muy pocas veces, con sabor a ninguna, se reconocen errores y mucho menos la tajante superioridad de nuestro rival. Nos convertimos en seres absolutamente irracionales en busca de justificar la derrota. Y lo que es peor, volvemos a insistir la próxima semana, con la misma formación nuestra, y contra el mismo rival, algo que antecede a las mismas excusas, conjeturas, etc. de la semana anterior. Claro que eso no sería nada, comparado con el pensamiento ya interno y tal vez no expresado en voz alta, de pretender una segunda revancha. 84 Aunque desde ya, ante dos derrotas consecutivas comienza uno a pensar en hacer algún cambio. Muchas de las anécdotas citadas antes, durante, y después de este capítulo están contempladas dentro de la locura y de la pasión. Claro que una locura que, si bien no tiene solución, tampoco necesita de medicamentos. Es una locura egoísta, que muchas veces provoca discusiones no solo con otras personas cercanas a nuestros afectos, sino también discusiones con uno mismo. ¿Cuántas veces en la mitad de un picado nos preguntamos “para que carajo vine”? Porque tampoco vamos a ser necios y negar que hay partidos a los que uno acude incondicionalmente y luego se arrepiente, ya sea por los compañeros “de madera” que le tocaron, por el mal estado de la cancha, por alguna infortunada lesión o cualquier otra circunstancia. Algo de ello me ocurrió hace algunos años. 1993. Hacía pocos días había terminado de jugar un torneo comercial (ya comentado) en el barrio de flores. Esto trajo aparejado dos anécdotas cuyo nivel de pasión y locura rozan el porcentaje más alto de lo posible. Se va la primera. No contiene arrepentimiento, si contiene pasión. Noche de miércoles. De día miércoles. En el marco de los festejos por la finalización del torneo y antes de la entrega de premios, jugábamos la selección del resto de los equipos del torneo, contra el campeón: Zapatería Adriano, un equipo de lujo. Comenzó ganando éste último, pero como siempre, nadie juega a perder, y menos contra el campeón. Ganarle aunque sea un amistoso de festejo siempre es placentero. El partido se tornó áspero, casi rozando con los límites de la violencia. Con mucho esfuerzo logramos empatar. Entre ese momento y el gol que nos colocó arriba en el marcador los golpes casi provocan la suspensión del partido-festejo, algo que frenamos merced a una verborragia grupal dirigida hacia el árbitro, en pos de convencerlo “que íbamos a portarnos bien”. Así transcurrió el partido con mi equipo arriba en el marcador por dos a uno. En los últimos minutos, un integrante del equipo de Adriano, al que yo marcaba hombre a hombre, sintetizó el momento o mejor dicho, el sentimiento que motivaba a mi equipo. Masticando bronca, mi víctima a nivel tobillos me dijo: -¿Por qué están tan contentos, boludos? ¿Por que están ganándole al campeón? Lo esperé, y cuando le hicieron un pase, lo anticipe, me acomodé, le pegué fuerte al arco y grité el gol con todas las ganas. Volví a marcarlo. Ya no por una cuestión táctica. Un tres a uno a favor, a treinta segundos del final, resulta irreversible. Igualmente lo marqué por una cuestión personal, le debía una respuesta con sonido y bien cerca de su oído le susurré: -Viniste a festejar el campeonato y te vas caliente, de este partido no te olvidas nunca más... A decir verdad ellos iban a festejar el haber salido campeones y poco les importaba el resultado de ese partido, al que seguramente pronto olvidaron. Nosotros si que lo vamos a recordar siempre, aunque no hayamos salido campeones. Esas ganas de ganarle al campeón, aunque su título tenga validez solo a nivel de barrio, ejemplifican esa pasión, esa locura de la que hice referencia líneas arriba. Seguramente alguno de los que esa noche jugamos en contra del campeón, dejó de hacer algo realmente importante por ir a patear un rato. La segunda anécdota, que tiene que ver definitivamente con el arrepentimiento, tuvo lugar en una espectacular quinta que creo, queda por Pilar. Digo creo porque dimos tantas vueltas a la hora de llegar, que me perdí. Pero no comienza en esa vuelta previa, sino algunas horas antes. Era viernes. Un viernes posterior al partido contra los campeones. Un viernes que me encontró en la terminal de ómnibus de Necochea, esperando la salida del viaje hacia Capital Federal, que terminaría alrededor de las siete de la mañana en Retiro. Desayuno mediante, con viaje en un colectivo de la línea cinco incluido, llegué sobre las diez de la mañana al negocio de vinos y galletitas que compartíamos con mi viejo. 85 Antes de decirme buen día y preguntarme como me había ido en Necochea, mi progenitor, autor de mis días como él le gusta auto titularse, me dijo: -Andá a verlo a Gino, el encargado de Adriano (El equipo del campeón) que quiere que juegues esta noche para ellos, un partido contra los “famosos”. Cuando a cualquier jugador de fútbol, cuya fama jamás excedió los límites de su barrio, lo invitan a jugar un partido contra “los famosos”, su imaginación lo lleva por los mas inimaginables caminos. Piensa en sus ídolos y se imagina el partido. El final abrazado con grandes monstruos del fútbol profesional, hasta piensa, inclusive, en lo que les va a decir a cada uno, que no es más que lo que siempre quiso decirles. ¡Un partido contra “Los famosos”!!! ¡Al fin me tocó!!! Pensé. Almorcé en la casa de mi viejo, y todo el tiempo que duró la raviolada, estuvimos los dos sacando conjeturas: -.Gino me dijo que va a jugar el Loco Gatti y otro que no me acuerdo el nombre, me transmitió mi viejo llenándome más de ansiedad. –Si, aparte vos viste que en el local de Adriano hay fotos de un montón de famosos que compran zapatos ahí, comenté entusiasmado. Efectivamente, ambos comentarios tenían asidero. Gino le había dicho eso a mi viejo, y en las paredes del local de la zapatería Adriano, y debajo del vidrio del mostrador, descansaban sonrientes varios famosos con la bolsa de la zapatería en la mano. No veía a mi mujer hacía tres o cuatro días. Tres o cuatro días en los que había estado absolutamente sola en nuestro departamento de Floresta, y seguramente esperando mí regreso para el día viernes. Ella salía de su trabajo a las cinco de la tarde, y yo tenía que encontrarme con Gino a las siete de la tarde. Teniendo en cuenta que desde el trabajo hasta casa ella tenía una hora de viaje y que desde casa a la puerta de Adriano yo tardaría aproximadamente veinte minutos, tenía tan solo cuarenta minutos para contarle como me había ido en Necochea (Más exactamente en Quequén) y al mismo tiempo convencerla sobre lo importante que sería para mí, jugar esa noche el partido contra “los famosos”. Tal vez exagerando, le expresé que era “el partido de mi vida”, el que siempre había esperado y no se cuantas cosas más, las cuales aún en versión ampliada, no dejaban de reflejar mis absolutas ganas de jugar esa noche, repito, contra “los famosos”. Conocedora a fondo de mi afectos hacia el fútbol, ella no tuvo inconveniente alguno, en prolongar mas nuestro reencuentro, es decir que fui a jugar sin pelea previa, algo que me predispuso aún más para la diversión nocturna programada. Llegué puntualmente a la puerta de Adriano, donde me esperaba Gino con dos jugadores más. Largo fue el viaje, tanto que se hizo de noche y no se realmente donde quedaba la quinta donde jugamos, aunque mis instintos de ubicación, me hicieron llegar a la conclusión que el lugar era, al menos, cercano a Pilar. Se habló de fútbol durante el viaje, mas no recuerdo exactamente porque no se tocó el tema sobre quienes integrarían el equipo de “los famosos.” Cuando llegamos a la quinta donde se jugaría el partido, y aunque quede muy feo expresarlo, “se me cayó el culo”: Una casa bárbara, una pileta de película y un parque alucinante. Pero el detalle de distinción estaba dado en la sección fútbol: Dos vestuarios a todo trapo, uno para el equipó local, y otro para el visitante, y la cancha era un espectáculo aparte: Una gramilla única, una iluminación mejor que muchos estadios profesionales, acompañados por dos cómodos bancos de suplentes. Todo un lujo... Al ingresar al salón de juegos, como aperitivo previo al partido, había una mesa de pool y otra de metegol. Lo mas curioso era la cantidad de fotos que había enmarcadas en las paredes. En cada una de ellas, estaba un mismo hombre acompañado por algún futbolista famoso diferente. Eso afianzó aún más mi entusiasmo por comenzar a jugar aquel, seguramente, inolvidable partido. 86 Nos cambiamos en el vestuario visitante exagerando, tal vez, cada paso del ritual previo al partido: Vendarse, atarse los botines, mojarse el pelo, colocarse correctamente toda la ropa, y por lógica, la “meadita” correspondiente. Aquí debemos decir la verdad. No siempre se tiene ganas de evacuar el amarillento líquido antes de jugar, pero todos largamos aunque más no sea, unas gotitas. La incógnita estaba por develarse ¿A quién nos tocaría enfrentar? ¿Al Loco Gatti, a JJ López, al Beto Alonso, a Roberto Mouzo? No importaba a quien, con tal que fuese famoso. Salimos a la cancha, y nuestros rivales todavía no estaban en ella. Entramos en calor mientras esperábamos, orgullosos de estar allí, la salida de nuestros oponentes. Con el tiempo tuve la sensación que mis expectativas eran superiores a las de mis compañeros de equipo.... Comenzaron a salir “los famosos”. El arquero no era Gatti. – Bueno, pensé. - A lo mejor Mouzo tampoco iba a venir. Cuando salió el 10, me estremecí. No se parecía nada al Beto Alonso, pero era igualito a Diego. Casi idéntico. Pero el casi significa que tampoco era Diego, ni tampoco un jugador famoso. Así, fueron saliendo uno a uno todos los integrantes del equipo rival. A cada uno lo miré íntegro intentando descubrir en él un jugador sino famoso, al menos conocido. Si no era de la “A”, que al menos fuese de la “B” o que fuese algún actor, alguien conocido, ya pedía cualquier cosa. Pero nada. Encontrar un famoso en aquel equipo, era mas difícil que verlo a Silvio Soldán sin peluca... No aguanté. Haciendo de cuenta que sumaba metros a mi carrera pre-competitiva, llegué a media velocidad hasta donde estaba Gino, para pedirle explicaciones, quería saber donde estaban “los famosos”: -¡Ahí! , me contestó Gino, señalándome el lugar donde se encontraba el equipo local. –Pero si no hay ningún famoso ¿Qué decís? Lo increpé. Gino me contestó: -¿Y quién te dijo que iba a ver algún famoso? A lo que agregó: - Hoy jugamos contra la zapatería “Los Famosos”... Me sentí un reverendo estúpido, estafado y engañado, aunque a decir verdad, y explorando paso a paso los hechos acontecidos desde la invitación hasta ese desconcertante momento previo al partido, nadie me había asegurado la presencia de ningún famoso. Todo había sido una fantasía mía, que fue creciendo. Nada más y tal vez, Gino le había dicho lo del Loco Gatti en broma a mi viejo. Igual jugué aquel partido, aunque ya a esa altura, la motivación estaba definitivamente degradada. Nos comimos una goleada espectacular, y después nos enteramos que ese equipo gozaba de privilegios similares a los de un equipo profesional, algo que no solo era legítimo, sino que también los colocaba varios escalones arriba nuestro. Al terminar el partido, nos invitaron a comer un asado repleto de manjares. Mis compañeros de equipo no querían irse más de aquel lugar paradisíaco, donde ni bien finalizó el partido, se abrieron veinte picos de riego para conservar el césped de la cancha, alrededor de las doce de la noche. Yo tenía que abrir la vinería al otro día a las nueve de la mañana, ya eran casi la una y el asado tenía treinta minutos más para estar a punto. Calculé que estaría regresando alrededor de las cuatro o cinco de la mañana, y encima, con unas cuantas copas de vino del bueno encima, tanto yo como quien debía manejar el auto. Me sentí encerrado, sin salida, no quería saber nada más de estar allí, compartiendo un asado con los nada famosos, quien además nos habían goleado. Por lo menos hice un gol, pensé. Pero ya nada me conformaba. Pregunté si alguien se volvía, al tiempo que decena de famosos de verdad me sonreían desde los cuadros que descansaban sobre todas y cada una de las paredes del salón. Un integrante del equipo rival me contestó que si, que él se volvía y que iba para la capital. Me despedí de todos, le agradecí a Gino haberme invitado. Después de todo el loco había sido yo. Subí al Fiat Uno negro, que a 140 Km. por hora, me llevó hasta Floresta.

87 Entré al departamento, y Paola, que miraba televisión en la pieza me preguntó en voz alta ¿Y? ¿Cómo te fue? Lo que siguió fue una seguidilla de puteadas, de remordimiento, de disculpas y de arrepentimientos en voz alta. Paola no me gastó. Supo respetar mi bronca.

Estos ejemplos hablan claramente del significado de la pasión y la locura. Pero en definitiva, llego a la conclusión que la locura no es pasión. La defino como una locura apasionada, porque se fundamenta en la pasión futbolera. Pero no. No es pasión. La pasión es lo que nos moviliza, y acelera nuestro corazón, lo que hace que vivamos intensamente todo lo relacionado con el fútbol. Pero la locura es la que nos hace cometer errores. Es algo que deberíamos poder controlar. Conozco alguien que estando de vacaciones en Brasil, llamó a su esposa, que estaba en Buenos Aires, justo en el momento que estaba jugando San Lorenzo, su equipo. La mujer se puso contenta con el llamado pero él, lejos de contarle como se encontraba, le ordenó que prendiera la radio y le hiciera escuchar un rato el partido. Eso hizo ella, y cuando intentó retomar la conversación, él le dijo que lo que quería era escuchar el partido y no hablar con ella. Eso es locura, la actitud, o mejor dicho, la actitud que llevamos a cabo creyendo que nuestra pasión todo lo justifica...

CAPÍTULO 29.

MIS ESCUELAS DE FÚTBOL: OTRA EXCUSA PARA EL PICADO.

Ya he hablado en otras líneas de esta obra, como a causa del avance del tránsito, de nuevas costumbres, y de varios peligros que conviven en la ciudad, los chicos de una gran ciudad como Buenos Aires han perdido la posibilidad de jugar picados en la calle, y a consecuencia, no tienen la misma cultura de ese juego, como si la tuvieron anteriores generaciones. Esto es algo que pude observar en las distintas escuelas de fútbol en las que tuve ocasión de trabajar como profesor. Habría que hacer tal vez la aclaración, sobre el hecho del picado en sí. Los chicos desconocen el término, no las ganas de jugarlo, aunque por lógica geográfica, sus formas han ido degradándose, y como consecuencia, hay algunas condiciones previas que parecen a veces más importantes que las ganas mismas de jugar: La cancha tiene que tener arcos, el piso debe estar parejo, la marca de la pelota tiene que ser conocida, las zapatillas necesariamente deben haber sido fabricadas”para fútbol”, etc., etc. Todo esto ha ido quitándoles los porteños que hoy transitan entre los primeros quince años del camino de vivir, tantísimas cosas tal vez irrecuperables: Jugar sobre el adoquinado, de esquina a esquina, el “desafío” contra los de la otra esquina, juntar plata para la “de cuero”, el potrero, y sobre todo, tiempo al pedo, para jugar a la pelota. Pero como la pasión si puede transmitirse, nuestros hijos “pelotaris” (Término al que mi abuela María apelaba para hacer referencia a mí) nos siguen enorgulleciendo al verlos ponerse la camiseta de nuestros amores y compartir el gusto por el mas popular de los deportes: El Fútbol. En cada una de mis escuelas de fútbol, pude vivenciar los más disímiles picados, iguales desde sus formas pero absolutamente distintos en su interior. Tuvieron forma de padres vs. padres, padres vs hijos, madres vs. hijos, madres vs. madres, alumnos vs. profesores o de alumnos entre sí. Según el barrio donde estuviera ubicada la cancha, sucedían distintas situaciones. Así las madres de Belgrano concurrían con su mejor pilcha, alhajas y maquillaje, y nunca eran más que el número necesario para armar dos equipos. En cambio en Flores y en Parque Chacabuco, no solo vestían ropas cómodas para jugar y ningún accesorio, sino 88 que además resultaba difícil armar los equipos dado el gran número de concurrentes. Más aún, en una escuela ubicada en el Bajo Flores, llegamos a dar clase de fútbol para un grupo de madres. Con los padres, las diferencias entre los barrios son menos notorias cuando juegan entre sí: Algunos que juegan menos que otros, pero el comportamiento es similar. El problema viene cuando juegan padres vs. hijos. En Belgrano y Caballito hemos visto hijos ganarles legítimamente a sus padres, en las edades más grandes (12-13 años) En Flores y Parque Chacabuco, barrios más futboleros, esa situación jamás se daba, salvo que ocurriera a propia voluntad de los padres dejarse ganar. He tenido la ocasión de jugar un partido entre padres y profesores de otra escuela. La situación se dio en la ciudad de Mercedes, hasta donde llegamos con ciento cincuenta chicos, en tres micros y escoltados por una emocionante caravana de veinte autos con padres, madres, abuelos y hermanos. A la expectativa lógica que se genera en una ciudad del interior cuando una delegación de la Capital Federal llega de visita, se sumaba el ingrediente de ser Oscar Ortiz, un Campeón del Mundo, el Director de la Escuela de Fútbol invitada. Un gran número de gente nos recibió, y rápidamente dieron comienzo los encuentros entre los chicos. Pero para todos, el plato fuerte era verlo jugar al “Negro “Ortiz, algo que iba a suceder al final de la jornada en la cancha de la Primera División, aquella que tenía tribunas. Toda la gente se volcó a ellas al momento del partido. Calculo que habría entre chicos y grandes unas quinientas personas alrededor de la cancha. El partido fue parejo, y tuvimos la suerte de ganarlo, con un golazo de Oscar, a quien tuve el orgullo de hacerle el pase. (Ver capítulo 10 “Un Conde”) Pero la anécdota en este caso, no pasa por el resultado del partido, ni por el público, sino por el comportamiento de uno de los padres. Ya en el vestuario, surgió el comentario sobre las expectativas que había generado en los chicos, ese partido entre grandes. Muy pocas veces los padres juegan observados por sus hijos, y eso implica doble atención por parte de éstos, una provista por el fútbol mismo y la otra, la da el hecho de ser sus padres los protagonistas. Dentro de esos comentarios, saltó a la luz la recomendación de unos hacia otros, sobre no protestar, no pelear, no jugar sucio, en síntesis: Dar el buen ejemplo. A los cinco minutos del partido, todo se desmoronó en el círculo central, y luego de un intento de quite a destiempo, el más grandote de nuestro equipo cayó pesadamente. Tan rápido como se cayó logró levantarse y comenzó insultar y a tratar de golpear a su agresor, ante la vista de todos los chicos y los grandes, entre los que también se encontraba su hijo. No conforme con dar cuenta de quien sin intención impactó su canilla, encaró hacia el árbitro, a quién también increpó. Se hacía difícil frenarlo al grandote, y tuvimos que apelar a los más insólitos argumentos psicológico-futboleros para que modifique su actitud. Tuvimos que reemplazarlo, y así terminar la fiesta en paz, claro que, al carajo con el buen ejemplo. En todos los grupos, siempre le piden al profe “jugar un partido”. Los chicos pueden realizar los ejercicios más sofisticados y eficaces, pero teniendo por objetivo el partido de los últimos minutos del entrenamiento, y para que esconderlo, a mi como entrenador me encanta prenderme en los picados con los pibes. Me elijo el equipo más débil, y me largo a jugar. En más de una oportunidad tuve que frenar mis impulsos, y parar de jugar yo solo. He llegado a preguntarme si no he elegido desarrollar esa profesión durante una etapa de mi vida, para tener la excusa perfecta de jugar picados casi todos los días. Varias veces creí necesario consultar a un psicólogo, sobre la posibilidad de estar engañándome y creer que juego bien, teniendo por rivales a mis alumnos de 10 años....

89 CAPÍTULO 30.

EL BARRO Y LA ALFOMBRA.

Porteño de nacimiento y con alma de barrio, la influencia innegable de la gran ciudad fue haciendo estragos en mi desarrollo psicomotriz, algo que logré contrarrestar merced a mi constante estado de movimiento físico, al que los años le agregaron movimiento del pensamiento. Definitivamente jugar en las veredas, en los patios, en los pasillos, mas que en los potreros o espacios verdes, van limitando la habilidad, y las posibilidades de desarrollarla. Mi primer Director Técnico en Boca Juniors, Pablo Tsolokián, con el tiempo me hizo una confesión. A él llegaron a criticarlo por incluirme como titular en aquella novena división, porque según quien realizaba la crítica, yo era “un jugador de departamento”. Claro, en la lista de direcciones de todo el plantel, el único que consignaba vivir en un Primer piso, departamento “C” era yo… Aquella charla permanece aún en mis reflexiones, y esa forma despectiva, tal vez dicha sin mucha capacidad operativa a nivel neuronal por quien critico a mi Director Técnico, tenga sus fundamentos. Claro que, quienes en aquella oportunidad criticaban mi inclusión, dejaron más tarde en libertad de acción a mi compañero Pedrito Troglio, quien después y jugando para la contra, River Plate, llegaría a la cumbre Mundial del Fútbol. Y que yo sepa, él si que no vivía en departamento, aunque, claro, “era muy petiso y diminuto” y por eso lo echaron del club…

El tiempo, esa línea imaginaria que nos transporta por la vida, me ubicó como Coordinador del Plan “Invierno en la escuela”, que durante la gestión de Domínguez como Intendente de la Ciudad de Buenos Aires, se implementaba en distintas escuelas porteñas. Ese rol, era paralelo al de un Director de Escuela. Tenía los mismos atributos y responsabilidades, solo que se desempeñaba durante los recesos escolares. La escuela que tuve que coordinar, estaba ubicada exactamente, al lado de la Villa 20, en Villa Lugano o Villa Soldati (por ahí). Sin dinero para comprar material, pero con mucho entusiasmo y con un micro a nuestra disposición, nos dirigimos al Parque Roca a pasar el día. Allí, plagado de canchas de fútbol, surgió la posibilidad de hacerle partido a otra escuela que también se encontraba en el lugar. A orillas del Riachuelo es de imaginarse el aroma reinante, y el abandono que presentaba al parque era tal, que nuestros alumnos no evidenciaban notar diferencia alguna, lamentablemente, entre esa cancha en la que se disponían a jugar y el potrero en el que todos los días jugaban dentro mismo de la Villa. Si bien todas las tardes cuando íbamos a una plaza cercana al colegio durante una hora, los veíamos jugar bien, dribleando al mismo tiempo contrarios y piedras, no sabíamos como se desempeñarían enfrentándose a otro equipo. No teníamos mis compañeros y yo, docentes de aquella escuela de invierno más expectativas que proporcionarles actividades organizadas que les transmitieran pautas educativas. Quique, el otro profe varón, armó el equipo, las chicas hicieron de hinchada, y el profesor de la otra escuela de árbitro. Los rivales pertenecían a una escuela del barrio de Lugano 1 y 2 , compuestos por innumerables edificios interrelacionados entre sí, conocidos como “Los Monoblock”. En definitiva, todos nuestros contrarios vivían en departamentos.

90 El barro y la alfombra, pensé. Lo que no pensé, ni calculé, fue que terminase siendo tan grande la diferencia entre ambos equipos. Once a cero a favor de nuestros chicos, los de la Villa 20. Los otros chicos ni siquiera lograron llegar al arco. Esta anécdota es como un símbolo para mí. Las estadísticas demuestran que es sumamente bajo el porcentaje de jugadores nacidos en la ciudad de Buenos Aires que llegan a jugar en primera división.

Al verano siguiente Quique López, el mismo Quique de las escuelas de invierno, me ofreció un trabajo que me apasionó poder hacerlo: Permanecer una semana con chicos del interior del país, hijos de afiliados a SUTACA, el sindicato del Automóvil Club Argentino. Desde que aquellos chicos llegaron, me deslumbraron con su sinceridad y sus bolazos (Mentiras y exageraciones) sus costumbres, su timidez, y sus habilidades futbolísticas. Dentro de todas las actividades propuestas para esa semana (Tres profesores y cuarenta chicos) establecimos algunas en conjunto con otros chicos que concurrían a la colonia de vacaciones, entre las que llegó el ineludible momento del desafío al fútbol, y en cancha de once: La colonia vs. El contingente. Como las edades eran similares, armamos cada profe los equipos, y procurando establecer algunas reglas básicas de convivencia entre quienes iban a estar dentro como fuera del campo de juego, dimos comienzo el partido. Era una mañana a pleno sol sobre aquel predio que SUTACA tiene sobre el Camino de Cintura, a pocos metros del cruce con la Autopista Richieri. Definitivamente costaba creer que la cancha no estuviese inclinada y que los chicos del contingente fueran solo once, el predominio era absoluto, pese a no conocerse mas que desde hacia tres días. De origen Tucumano, Salteño, Cordobés y Marplatense, estos chicos parecían estar conformando más una selección del resto del país, que lo que realmente eran: Un rejuntado. Los porteñitos no podían hilar jugada alguna, y solían ampararse en la figura de la infracción o el juego brusco en su contra, protestando al árbitro (El profe Rubén) por cada pelota perdida. El final del partido fue con muchos goles y pedidos varios de revancha, una revancha que nunca llegó, y que se transformó en partido con todos los chicos, pero mezclados. Todavía quedaban siete días de convivencia, y la inequívoca superioridad futbolística de unos sobre otros, conspiraba contra nuestros objetivos pedagógicos. En la actualidad no es casual, sino causal el auge de las escuelas de fútbol. Hoy los chicos casi no pueden cruzar la calle solos. Escasean los espacios verdes y es muy común verlos jugar uno contra uno en los balcones. Muchas veces, y en distintas escuelas de fútbol en las que trabajé en Capital Federal, cuando propuse: - Bueno, chicos ahora vamos a jugar un buen picado, en varias ocasiones escuché del otro lado una triste respuesta: - ¿Un qué?...

CAPÍTULO 31.

LAS DISTINTAS COLECTIVIDADES Y RELIGIONES, Y SU RELACIÓN CON EL PICADO.

Por contagio, decantación, o por una cuestión de fagocitosis social, y casi como una repetición de la historia, las diferentes colectividades extranjeras que habitan nuestro país no están para nada ajenas a la práctica activa de ese ritual tan argentino como lo es el picado.

91 Así como aquellos marineros ingleses nos lo transmitieron al principio de siglo XX, hoy ya llegando transitando el siglo XXI, nosotros nos hemos convertido en transmisores del gusto por jugar al fútbol aunque sea por un rato en la semana. Así las colectividad judía, una de las más arraigada en nuestro país, tiene una casi perfecta organización futbolística, realizando competencias entre diferentes instituciones Israelitas, aún aquellas en la que se sostienen a diario las profundas tradiciones religiosas. Durante una exposición dedicada completamente al fútbol que se realizó en el predio de la Sociedad rural de Palermo, en Buenos Aires, mientras trabajaba yo en un stand vi ingresar dos amigos con vestimenta típica judía, Kipá incluido. Sinceramente no es muy común ver personas vestidas de ese modo en alguna actividad de tono popular dedicada al fútbol. Me dediqué a seguirlos con la mirada y los noté muy interesados en su recorrido stand por stand. Así lo hice hasta perderlos de vista. A los pocos minutos, quise acercarme hasta la cancha de fútbol armada en el medio de la expo para ver algún partido, y allí los vi a los amigos de la colectividad judía, sin sacarse el Kipá, corriendo, tirándose a los pies, y muy transpirados por la acción. No puedo negar que me sorprendí. Hasta ese momento nunca antes había visto tan bello panorama: Dos personas que sin dejar de ejercer sus creencias religiosas expresadas en su vestimenta típica, se permitían jugar un picado con total y absoluta libertad.

Tuve la oportunidad de compartir cuando era pibe, algunas actividades de otra religión: los mormones, aún desde antes de pasar a denominarse “La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos días”. Parecía raro ver a un pastor jugando al fútbol. Sin embargo en aquella cancha de Aranguren y Fonseca cuando aún existía el antiguo edificio de esa iglesia, convivíamos largas horas todos los pibes de la barra, con Manolo, el pastor y muchos otros hombres y chicos pertenecientes a la iglesia. Y eran ellos los que insistían volver a jugar el próximo sábado. Ellos, los mismos que al finalizar el baile de cada viernes, prendían todas las luces y hacían rezar a todos los presentes, y que cada domingo invadían la iglesia junto a su familia. Pero el sábado a la tarde, indefectiblemente estaba dedicado al fútbol. También la colectividad boliviana y la coreana disfrutan del placer del picado. En la zona de Flores y Floresta existen grandes comunidades, tanto de una como de otra colectividad. En mi querido Parque Avellaneda, los fines de semana se vuelcan gran cantidad de bolivianos a jugar al fútbol. Pero la actividad está bien armada, cada equipo tiene su juego completo de camisetas y toda la familia de cada jugador concurre a presenciar los partidos. Es toda una fiesta futbolera. Y si bien en Bolivia el fútbol está absolutamente arraigado y es intensamente practicado, no escapa a nuestra influencia, que puedan seguir jugándolo con absoluta libertad aún lejos de su tierra. A mí me agrada que puedan hacerlo. Los coreanos también ejecutan sus habilidades en diferentes picados, aunque claro, su técnica dista mucho de tener características Rioplatenses. He presenciado en más de una oportunidad partidos amistosos con ribetes a desafío entre un grupo integrado por coreanos y otro por bolivianos, en distintas canchas, y es increíble ver como cada equipo desplegaba un fútbol absolutamente acorde a sus características. Los coreanos haciendo uso de su velocidad, su fuerza. De toda su potencia física. En cambio los bolivianos, jugando lento, tratando bien la pelota. Claro que resulta imposible entender lo que los jugadores de ambos equipos dicen mientras juegan.... Una gratísima experiencia fue la de vincularme oportunamente con la Asociación Cultural Japonesa de Buenos Aires, donde convergen hijos de empresarios y

92 diplomáticos japoneses, que permanecen en la Argentina por algún tiempo. Allí siguen educándose sus hijos, y como parte de las actividades, juegan y aprenden fútbol. Cada vez que acordábamos llevar a cabo un encuentro entre alumnos de mis escuelas de fútbol y esos chicos Japoneses, acudíamos al día establecido sabiendo que la organización sería perfecta, la competencia absolutamente sana, y que cada momento del encuentro futbolístico estaría enmarcado dentro del respeto, la cordialidad y la diversión. Por lo general, nuestros chicos eran los que ganaban la mayoría de los partidos. Pero eso quedaba de lado, como en realidad debería quedar siempre que sean pibes los que se enfrentan. Lo importante era poder enseñarles a mis alumnos que pusieran atención en como disfrutaban los chicos japoneses de cada jugada. Ellos festejaban los goles, con la misma sonrisa que mostraban cuando pifiaban una patada a la pelota. Ellos solo juegan para divertirse. En uno de esos encuentros, también armamos un partido entre profesores y padres mezclados, y todos pudimos disfrutar de un partido de ánimos distendidos, de sonrisa a flor de labio, y hasta con caños y muchos goles, aunque claro, la comunicación era por señas. Y como para demostrar la tesis sobre la influencia cultural, quiero destacar este detalle. Todos aquellos chicos y padres del Japón que vivían poco tiempo en nuestro país, no tienen la garra característica de quienes lo jugamos habitualmente. En Japón el fútbol no es tan popular como lo es en Argentina. Sin embargo había dos hermanos japoneses que jugaban realmente bien, y era su padre quien hacía las veces de entrenador de aquellos equipos nipones. Como por suerte éste si hablaba castellano, lo consulté sobre donde habían aprendido sus hijos a jugar tan bien al fútbol, y él me dio una respuesta que demuestra claramente la importancia de la influencia cultural para jugar al fútbol o realizar cualquier otra actividad: Hacía tres años que vivían en Buenos Aires, y cuando los chicos nacieron la familia vivía en España, a pocas cuadras del estadio del Barcelona y vivieron desde chicos la pasión de los Españoles cada domingo....

CAPÍTULO 32.

NO TODO ES MASCULINO.

El picado siempre ha transitado un camino decididamente masculino. Como hinchas y jugadores, siempre hemos opinado que hay partidos que se ganan poniendo huevos. Como padres, jamás llevaríamos a nuestras hijas a una escuela de fútbol. Como hermanos o amigos les hemos negado a ellas su participación en cualquier juego relacionado con el fútbol. Históricamente, la presencia femenina ha sido prácticamente nula en la tribuna popular y escasa en la platea. No obstante, la mujer fue ganando terreno en nuestro fútbol de cada día, y en la actualidad disfrutan, viven, sufren, y se apasionan por este juego, pero ya no solo como espectadoras, sino también como protagonistas: Hoy las chicas organizan sus propios picados. Mi gusto por el fútbol, por profundizar sus infinitas variantes, sus posibilidades sociales y el porque de su práctica por parte de personas de tan distintas características, me llevó de a poco a vivir de cerca este fenómeno que resulta ser la inserción del sexo femenino en nuestro ultra machista fútbol, hasta llegar mas adelante a desempeñarme como entrenador de equipos de fútbol femenino. El comienzo de esta historia data del verano de 1992. 93 Junto a mi compañera Paola, trabajábamos organizando actividades recreativas en las playas de Quequén y Necochea. Entre tantas actividades, surgió la posibilidad de organizar un partido de fútbol femenino entre las madres del Balneario Monte Pasuvio y un grupo de profesores que trabajaban con nosotros y chicas de la radio F.M. 2000 de la ciudad de Quequén. El primero se llamó Tifón Rojo, y el segundo Recreo 2000 (Recreo, por ser el nombre de nuestra empresa de recreación y 2000 por la F.M) El encuentro había generado una gran expectativa. Sin dudarlo me convertí en el Director Técnico de Recreo 2000 e ideé la formación. El otro equipo dirigido por el Dr. Luis Alberto Pennino, si bien tenía un mayor promedio de edad en su plantel, contaba con una ventaja: El Dr. Pennino es un hombre prolijo, sumamente metódico y muy inteligente. Además tenía en el fondo de su casa, una cancha de fútbol. Merced a nuestra estrecha relación con la radio, la difusión se realizó con diez días de anticipación, y llegado el momento del partido, una interesante cantidad de público se congregó alrededor de la cancha, armada en la playa con arcos y líneas demarcatorias. Esa tarde comencé a palpar lo que hoy sostengo absolutamente: Las mujeres asimilan más rápido que los varones los conceptos de quienes las entrenan. Tanto Luis Alberto como yo establecimos una formación con defensoras, mediocampistas y delanteras, que fue respetada por ambos equipos en la mayoría de los pasajes del partido. Las chicas estuvieron tan concentradas que parecían estar ajenas a todo lo que ocurría a su alrededor, salvo las indicaciones de ambos entrenadores. El Tifón Rojo comenzó ganando. Pero mi equipo, aunque creí lo contrario en ese momento, lejos de desalinearse, mantuvo la línea de juego. Se notaba durante el partido, los días de entrenamiento sistemático previo que el Dr. Pennino había infligido a su equipo. Definitivamente el Tifón Rojo tenía, al menos, un mejor entendimiento entre sus jugadoras. El partido se transmitió en diferido por radio, pero el relato era realizado en vivo y en tono humorístico por el director de la emisora. Recreo 2000, el equipo de mis compañeras de trabajo, logró empatar mediante un gol en contra, y mis dirigidas en una muestra inequívoca del condimento extra que puede ofrecer el fútbol femenino, corrieron todas a abrazar a la integrante del equipo contrario que había hecho el gol en contra. Algo absolutamente insólito y digno de un blooper televisivo. Aún conservo las imágenes en video de aquel partido. Terminado el primer tiempo, se notaba un mayor cansancio por parte del Tifón Rojo. Repetimos algunas indicaciones. Luis Alberto realizó cambios, algo que yo no pude hacer porque no tenía ninguna jugadora suplente. El segundo tiempo fue diferente. Las integrantes de Recreo 2000 desplegaron un juego superior, apoyadas en una jugadora distinta: Corchi. Dueña de una exigua estatura medida en centímetros, resultó ser una gran sorpresa para todos los presentes. El resultado se mantenía empatado, pero la paridad se terminó cuando Corchi tomó la pelota y dejó helado al público presente, con una jugada digna de una figura de primera división. Se hizo de la pelota en la mitad de la cancha, y definió el partido con una exquisita jugada personal, dejando cuatro rivales en el camino, y convirtiendo ante la salida de la arquera rival. Otro gol a pocos minutos de finalizar el partido dio el resultado definitivo de tres a uno a favor de Recreo 2000. Luego del partido, nos dirigimos a la radio, y agrandadas por el triunfo, las chicas de mi equipo y yo desafiamos al aire “a cualquier equipo femenino que quisiera jugar contra el nuestro”.

94 Al otro día, comenzaron a aparecer equipos dispuestos a aceptar el desafío, en su mayoría proveniente de barrio Quequenense llamado ”El Sifón. Finalmente no se concretaron más partidos de futbol femenino ese verano En 1997, yo tenía un equipo armado para participar en los Torneos Juveniles Bonaerenses, y unos profesores amigos me pidieron si podía entrenar otros dos equipos más. No tuve reparo alguno en acceder al pedido, mas luego me arrepentí de haberlo hecho. Resultaba difícil hacer congeniar a todas. Unas pertenecían al colegio Normal, otras al Nacional, y las terceras al Industrial, cada grupo tenía su característica, y ninguna integrante de alguno de ellos pertenecía a otra escuela. Fueron transcurriendo los entrenamientos, y esa atmósfera de diferenciación no podía disolverse. ¿Cómo terminó todo? Con una chica de la escuela Normal, llorando y con el rostro colorado a consecuencias de las piñas que le había propinado una integrante del conjunto del industrial, a la salida de un entrenamiento. Jamás me pasó eso con los varones, en ninguno de todos los lugares donde trabajé. Por lógica, la situación se tornó irreversible y el fútbol femenino se suspendió por un tiempo. Al año siguiente me topé con un grupo de jugadoras muy rico futbolísticamente hablando. Tanto en las prácticas como en los partidos a nivel local, estas chicas eran distintas. Yo no salía de mi asombro, y buscaba la explicación por el lado de que la mayoría también jugaba al hándbol y tal vez transferían de éste muchos movimientos técnico- tácticos. Pero la respuesta la obtuve sin pensar demasiado y por casualidad, cuando pasé con mi auto por la plaza de la Cruz, y vi a casi todas las chicas del equipo, jugando un partido contra varones, algo que según comprobé los días subsiguientes, ocurría todos los días. Ese equipo, perdió solo un partido en los Torneos Juveniles Bonaerenses de ese año, y quedó entre los 30 mejores de la provincia, sobre un total de 450 aproximadamente. En la actualidad, hay muchas chicas que juegan al fútbol auto convocadas, y suele vérselas en distintas canchas,que habitualmente eran solo alquiladas por varones. En otra oportunidad entrenando dos equipos en un grupo que ascendía a unas dieciséis chicas entre doce y diecisiete años, cuarenta y cinco días nos costó armar el grupo y cuarenta y cinco minutos estuvimos intentando organizar los horarios de entrenamiento. Claro que aquella jugadora que mas inconvenientes tenía para entrenar en los horarios previstos no vino nunca a entrenar, con la consabida generalizada bronca de sus ex - compañeras… Eso si, a la hora de entrenar, no faltaba ninguna, pese a argumentar mil excusas ante la exigencia de la preparación física. Pero mi asombro por el crecimiento del fútbol femenino llegó a su punto máximo, hasta ahora al menos, el día que atendí mi teléfono y del otro lado una madre me consultó si su hija podría comenzar a entrenar con los equipos que yo dirigía. Asentí enseguida, pensando en sumar otra integrante más al grupo. Claro que rápidamente le pregunté cuántos años tenía su hija a mi interlocutora, pregunta que obtuvo como respuesta: - La nena tiene seis años... He tenido alguna discusión con mujeres, acerca de la diferencia de la energía el hombre pone para jugar al fútbol con respecto a la que una mujer demuestra tanto al jugar como al organizarse en grupo para hacerlo. En una reunión de amigos, en las que participábamos mis cuñados, algunos amigos y yo por la parte masculina, y nuestras respectivas mujeres por la parte femenina, se armó una fuerte discusión acerca de la diferencia en la forma de organizar salidas y encuentros entre los hombres y las mujeres. Nosotros apoyábamos la idea que el hombre tiene una mejor capacidad para organizarse en grupo, siendo mucho más expeditivos y rápidos que las mujeres cuando llega el momento de auto convocarse para desarrollar alguna actividad. 95 Ellas, por su parte, opinaban exactamente lo contrario. El mas claro ejemplo, a nuestro parecer, se produce en el momento de organizar un picado. Entre hombres, es posible armar un partido con apenas dos horas de anticipación. Comienzan los llamados, se alquila la cancha, y se genera un compromiso de ir a jugar que ninguno rompe por nada del mundo. Siempre hay una excepción, claro está. No obstante, tuvimos en esa discusión muchos ejemplos para graficar nuestra postura. Las chicas se encontraron en la necesidad de demostrarnos lo contrario. Aseguraban tener la misma capacidad organizativa que los hombres para encontrarse semanalmente a jugar al fútbol. Y como a ellas también les gusta jugar, casi en forma de desafío hacia nosotros esa misma semana armaron un picado. Llamaron a amigas, compañeras de trabajo, hermanas de amigos, primas, etc. Llegó ese primer sábado, y orgullosamente regresaron a nuestras casas a contarnos que habían sido diez jugadoras que sorprendieron a los hombres que estaban en el complejo de canchas donde ellas habían jugado por lo bien que jugaron aquella tarde. En forma individual y sin habernos puesto de acuerdo entre nosotros, cada uno de los hombres que esa noche estábamos en la reunión, opinamos ante nuestra compañera que esos encuentros iban a durar poco tiempo. No por ser “pájaros de mal agüero”, sino por estar convencidos de lo difícil que les resulta a las mujeres organizarse tal como lo hacemos los hombres. Durante un tiempo cercano a los seis meses, ese grupo de mujeres organizó picados femeninos todos los sábados. Se enviaban e-mails día a día auto convocándose para jugar, y con algún que otro tropiezo, se dieron el gusto de demostrarnos que podían organizarse. Nosotros las esperamos, porque sabíamos que algo iba a suceder. No estábamos dispuestos a admitir tan fácilmente que podían ser tan organizadas como nosotros igualando nuestra pasión futbolera. Esperamos que transcurriera el tiempo, y algo pasó. Pasó que comenzaron a complicarse para ir a jugar, un día fueron menos, otro día fueron menos aún, y finalmente el picado femenino de los sábados por la tarde dejó de existir. Siempre están por retomar, pero sistemáticamente surge alguna complicación. Y para ser justo, también ello nos ocurre a los hombres. Ni mas ni menos: Igual!!!. El picado femenino se practica más de lo que muchos hombres creen. Podríamos decir que el picado tiene sus versiones en cuanto a cuestiones de género. Y eso está muy bueno!!! Y voy por más. Luego de haber experimentado el picado mixto, lo recomiendo con total convicción.

CAPÍTULO 33

CON ELLOS NUNCA PUDE.

Si bien durante nuestra atareadísima vida futbolera nos encontramos con diferentes personas y personajes que se tornan imborrables en nuestra memoria por el gusto y el placer que oportunamente nos provocó el hecho de haber jugado junto a ellos, resulta innegable que existen otros compañeros de picados, con los cuales uno no termina nunca de entenderse. Más aún, desearíamos desentendernos lo antes posible de ellos, pero muchas veces ocurre que por causas ajenas al picado mismo, no podemos zafar de ese karma. Tengo en mi haber, dos destacados indeseables compañeros de infinidad de partidos, más una infinita lista de anónimos que siguen sumándose día a día. Uno de estos indeseables, apodado “El Chino”, aseguraba una y otra vez que el había convertido un gol de chilena exactamente igual al de Francescoli en el estadio Ciudad de Mar del Plata, una noche de verano contra la Selección de Polonia.

96 Claro que no lo había hecho en un partido, sino en ocasión de estar pateando al arco antes de empezar un picado común y corriente. La cuestión es que “El Chino”, nunca jamás jugaba para el equipo, y toda su satisfacción pasaba por tirar un caño o hacer un gol eludiendo a todos sus rivales. El resultado de cualquier enfrentamiento futbolístico, para él, se contabilizaba por las acciones suyas, chiches, caños, y goles lindos propios. Que equipo hacía más goles, para él era solo una contingencia más del juego. Tuve muchas discusiones dentro de la cancha y fuera después de cualquier partido, inclusive al día siguiente por lo ocurrido el día anterior, algo que no me pasa con ninguna otra persona. Llegué al punto de no jugar mas para su equipo o no elegirlo a él para él mío, y hasta debo reconocerlo, lo fui a buscar fuerte y feo en más de una jugada. Resultaba imposible zafar de su presencia, porque trabajábamos juntos en la Escuela de Fútbol, y además porque ambos integrábamos el grupo de los jueves para el picado. Pero más allá de no gustarme su forma de jugar al fútbol, pese a su gran habilidad y técnica, “El chino” es un gran pibe, con un corazón enorme y una excelente calidad para trabajar con chicos en el fútbol, por lo que la bronca jamás pasó del picado. Otro insaciable irritador de mi espíritu futbolero, fue Carlitos, mi gran amigo de siempre. Alguien que supo abandonarme a fines de 1994, sin avisarme, y dejándome un surco en el alma. El muy estúpido se fue de la Tierra, no me dejó su dirección en el cielo, y además no tuvo la deferencia de, al menos, dejarme dicho que tenía que prepararme para dejar de compartir mi alegría con él, que fue el tipo que mas alegría me contagió, que fue el amigo de los veinte años, ese con quién se comparten todo tipo de anécdotas divertidas y tristes, de vivencias jodidas y electrizantes. El amigo irremplazable, por su condición de personaje histriónico y único. Pero Carlitos no está más para compartir físicamente con él todo lo que nos quedo en el tintero por compartir, por vivir. Por todo eso, busqué durante mucho tiempo en mi memoria, alguna anécdota con Carlitos durante un picado, pero no encontré ninguna que mereciera destacarse por lo divertida o diferente. Quería que, de alguna manera, el hecho de escribir alguna anécdota compartida con él en este libro, sirviera de homenaje a tantos momentos absolutamente inolvidables que compartimos juntos, en cuanto ámbito nos tocó estar. Pero no podía encontrar algo que me resultara destacable. Picados compartidos durante el profesorado, partidos en algún torneo, y otros momentos a través del picado, me fueron imposibles de subrayar como para describirlos. Entonces me pregunté: ¿Cómo puede ser que con todas las cosas que compartimos con ese bellísimo atorrante, no encuentre nada especial con una pelota de por medio? Y ahí fue que me contesté: -¡Pero si jamás pude jugar tranquilo con ese pesado! Y es así de sencillo. Fui profundizando de a poco, recordando cada picado, cada partido, y allí encontré el tema para mi relación con Carlitos y la redonda. Él trabajaba desde hacía mucho tiempo, dirigiendo equipos de Baby-Fútbol, algo que lo apasionaba, y a la vez lo caracterizaba: El cigarrillo permanentemente entre los dedos, la ginebra al terminar el entrenamiento en la cantina del club, la eterna disfonía por gritarle todo el tiempo a los chicos como única forma de comunicarse con ellos, y fundamentalmente, su constante actitud de ver el fútbol con ojo de Director Técnico. Con el tiempo se recibió de Profesor de Educación Física, pero su rol como tal siempre estaba relacionado con el ejercicio de la profesión en el Baby-Fútbol. Así, tal cual encaraba su función de entrenador, Carlitos jugaba al fútbol. Se paraba de último jugador, y comenzaba a dirigir los movimientos de “su” equipo, cual si sus compañeros fuesen juguetes a control remoto. –Parate ahí, bajá, saltá, haceme el relevo, jugá para atrás, etc., etc. Así todo el santo partido. Y para mí, que tenia unas ganas enormes de jugar con él, de seguir divirtiéndome dentro de la cancha así como nos pasaba fuera y en cualquier lugar, me costaba una enormidad distenderme y pasarla bien. 97 Era realmente insoportable, y así se lo hice saber. A tal punto, que dejé de invitarlo a jugar cuando surgía la posibilidad. Claro que como por esos días compartíamos gran parte del día y hasta el departamento, se hacía imposible ocultarle mi actividad futbolera nocturna, y otra vez me tocaba sufrir... En fin, vayan el homenaje y el recuerdo también para ellos dos, “El Chino” y Carlitos, quienes ahora, al regresar con la mente a esos sufridos picados, me hacen sonreír recordándolos. Recién ahora, la p....que los p......

CAPÍTULO 34.

MI COMPADRE Y MI SOCIO: JUAN CARLOS, EL URUGUAYO.

“Todos tenemos un amor que nos complica la vida”, dice la canción del grupo de la ciudad de Ramallo, “La Mosca”. Y así como todos tenemos un amor, también cada jugador de picados tiene su socio de siempre. Pueden ser tal vez más de uno. Siempre alguien se convierte en nuestro compadre y socio futbolero en algún momento, y de ahí en mas mantiene esa condición de por vida. Aún a la distancia. Yo tengo mi compadre y socio. Entró a mi vida por una ventana: La que se abría para atender al público en el kiosco que yo tenía junto a mi viejo en Villa Real, en la esquina de Beiró y Virgilio. Casi todas las noches venía a comprar su atado de Derby y su gaseosa. Alguna vez, también se jugaba y le llevaba un chocolate a su esposa Andrea. Ya escribí en otro capítulo, que siempre fui un convocador de picados, por lo que allí desde el kiosco también me encargué de armar un grupo para jugar al fútbol entre clientes y demás comerciantes de la zona. El hermano de Juan Carlos, Alfredo, pasaba largas horas dentro del kiosco conversando sobre todo tipo de temas conmigo, pero a la hora de la invitación para el picado, tiró la pelota para el costado donde jugaba Juan Carlos, porque a él el fútbol no le gustaba. Así fue que cuando lo vi venir a Juan hacia el negocio, inmediatamente lo invité a patear el sábado. Esa fue la primera invitación, de una extensa serie que aún hoy sigue multiplicándose. A partir de allí, y con muy pocas excepciones, donde sea que voy a jugar al fútbol, lo llevo a él. Desde 1988, año en que nos conocimos, a la fecha, Juan Carlos y yo hemos disfrutado el placer de estar juntos en una enorme cantidad de encuentros futbolísticos, tanto en campeonatos (Universidad de Bs. As., Comercial de Flores, Comercial en Almagro, etc.) en grupos fijos, e incluso en cualquier picado perdido en el tiempo y en el recuerdo, hemos jugado juntos. Estuvo siempre al lado en las buenas, y también cuando me fracturé la costilla, cuando hice lo propio con mi malar derecho, y también cuando me tocó perder el conocimiento. Las dos últimas, inclusive, fue quien me acompañó hasta llegar medio sano aunque a salvo a mi casa. También él me ha invitado a integrarme a grupos en los que jugaba junto a sus compañeros de trabajo, u otras personas. Todos los jueves íbamos a jugar, primero al Bajo Flores, y después nos trasladamos a Almagro. Uno de esos días, se dio que estábamos llegando tarde con el ingrediente de hacerlo a bordo de su nuevo auto, recientemente adquirido: Una cupé Toyota Célica muy bien cuidada, que por supuesto era su mimada por esos días. El apuro hizo que estacionáramos casi a ciegas, y entonces Juan confió en mí para que le indicase si lo estaba haciendo bien. Yo, que pensaba más en el apuro por jugar al fútbol que por estacionar correctamente, cometí el error de decirle: -Si, dale, dale... 98 Juan continúo confiado la maniobra en marcha atrás, hasta oír un ¡¡¡Crash!!! con gusto a plástico. ¡Se había roto la luz de giro, que la Toyota tiene sobre cada costado!!! Traté de minimizar el hecho, y por suerte gracias al apuro no tuvimos tiempo de ponernos a ver lo que verdaderamente había ocurrido. Después de jugar, Juan fue derechito hacia el lugar del ruido, y comprobó que efectivamente el foco de giro había desaparecido. Claro que puteó, pero también me perdonó porque el motivo del apuro era lógico: Había que llegar a horario al ritual místico del picado de los jueves... También en esa cancha, Juan fue el primero en enterarse, antes incluso que mi propio viejo, que yo iba a ser papá. Se lo dije antes de entrar a jugar, y creo que los dos quedamos shockeados porque esa noche no la vimos ni rectangular. Todo ese volumen de fútbol y de tiempo de vida que tenemos en común, ha provocado increíbles jugadas inventadas para que el otro convierta el gol, o también asociarnos en un gaste hacia algún antipático rival, y contrariamente a lo que ocurre con aquellos a quienes preferimos ni cruzarnos en una cancha de fútbol, Juan Carlos y yo hemos jugado el noventa y nueve por ciento de las veces para el mismo equipo. Como aquella vez, cuando nos reencontramos en una cancha de Fútbol después de cuatro largos años sin jugar juntos a causa de haberme radicado en la ciudad de Balcarce todo ese tiempo. Volvimos a jugar en el mismo equipo, esta vez por la invitación que Juan me hizo, y nuevamente, tal como si desde el último partido hubieran pasado tan solo siete días, Juan hizo un gol de cabeza por pase mío, y yo hice mi gol, tras un centro de mi socio. Con el paso del tiempo, hemos logrado extender ese disfrute de jugar picados en sociedad hacia sus hijos varones. Así es como en varios picados Juan los sube al auto y los integramos a nuestro ocasional equipo. Resulta inevitable hablar de fútbol en nuestros encuentros, discutir rivalidades, ensayar teorías, o establecer paralelismos comparativos o separativos. Y cuando compartimos alguna escapada de fin de semana o de vacaciones prolongadas buscamos indefectiblemente alguna forma de jugar a la pelota. La mejor que hemos encontrado es el Fútbol-tenis en pareja. Así fue como en un verano compartido en familia, le dimos prioridad a la elección de la casa que finalmente alquilamos porque ésta tenía un fondo de parque que nos permitiría jugar allí a ese juego. Compramos la red, marcamos el límite de la cancha, y durante siete días apuramos el regreso de la playa para que la luz del sol nos permitiera un par de horas de diversión futbolera. Organizamos partidos amistosos intercambiando las parejas, jugamos uno versus uno, y finalmente llegó el desafío esperado: Un mano a mano entre las parejas conformadas por Juan Carlos y su hijo menor Matías por un lado, y por Juan Carlos (Su hijo mayor) y yo. Pusimos en juego una bandeja plateada que estaba como adorno en la casa y jugamos al mejor de siete partidos. En una definición apasionante, Matías y su papá nos vencieron y luego llegó la vuelta olímpica, las fotos, y hasta el “patito” de pecho en el pasto. Todo, bajo la atenta mirada de nuestras mujeres y mi hija, que no podían ni podrán jamás entender nuestra locura futbolera. Placeres que la vida nos ha ofrecido para disfrutarlos. Gracias a todos esos momentos ya compartidos y por compartir, Juan, el uruguayo, es el padrino de mi hija, y nuestros encuentros familiares son como un día de sol, aunque afuera la realidad indique nubarrones y tormentas....

CAPÍTULO 35.

TODOS SOMOS JUGADORES. 99 Tomando como referencia aquello que alguna vez leí o escuché (No recuerdo bien cual de las dos formas es la correcta) de Dalmiro Sáenz en cuanto que él había obtenido su particular forma de ver y de expresar el amor por haberle tocado en la vida ser un perdedor en ese terreno, quiero aquí intentar una hipótesis en forma de opinión sobre el verdadero sentido de ser un jugador de fútbol. Seguramente a Dalmiro Sáenz le ha tocado ver pasar de cerca la cálida fragilidad de una mujer deseada, sin que el hecho de no poder siquiera acariciarla diese por tierra su condición ni de hombre ni de amante. Esa vivencia, más tantas otras que a Dalmiro seguramente le han tocado vivir, claro que no siempre sin lograr hacer efectiva una caricia y bastante mas también, tal vez le haya permitido profundizar primero y exteriorizar después con mayor intensidad, aquello que lo transportó por el feliz mundo de la fantasía. El asegura que la mayor cantidad de experiencias por él vividas en el campo del amor han sido negativas, por lo que se considera un perdedor al no haber logrado tal vez el ideal pensado en sus años de juventud. Para todos aquellos que hemos tenido la enorme posibilidad de haber participado como protagonistas del fútbol oficial, integrando distintos planteles en clubes de mayor o menor popularidad, que alguna vez salimos en revistas, que alguna vez nos dejamos acariciar por el aliento de alguna hinchada ya sea en La Bombonera o en el desolado estadio del Deportivo Muñiz, el haber estado a un paso de la gloria grande, a un paso del fútbol súper profesional, y a un paso de convertir en realidad aquella fantasía de llegar a ser un “jugador de fútbol”, tal vez resulte lindante con el terreno de la frustración el haber quedado a tan corta distancia de lograr ese gran anhelo. Retomando al pensamiento de Dalmiro Sáenz estaríamos ante la presencia de “un perdedor” sin embargo, y aquí va mi hipótesis, JUGADORES DE FÚTBOL SON TODAS AQUELLAS PERSONAS QUE PRACTICAN ESE DEPORTE, EN CUALQUIERA DE SUS FORMAS, COMO PARTE INTEGRANTE DE SU VIDA COTIANA. TODOS SOMOS JUGADORES. Esta afirmación establece la categoría de jugador profesional para aquel que realiza dicha actividad en forma lucrativa. El resto, con sus distintas características individuales y sociales son también, jugadores de fútbol. La hipótesis que quiero trascienda de alguna forma a través de esta obra, busca también acercar un bálsamo relajante a todos aquellos adultos que transmiten su frustración en el terreno de fútbol profesional a cuanto pequeño futbolista se cruza en su camino, provocándole daños en su evolución deportiva. Tal vez si esos personajes de nuestro fútbol lograsen interpretar el espíritu de esta opinión se sentirían definitivamente relajados pudiendo así disfrutar de su condición anterior, actual, y futura de jugador de fútbol. El límite que nos indica que calidad y que condición de jugador de fútbol somos cada uno de nosotros, está dado nada mas ni nada menos por uno mismo. Admiremos entonces, a nuestros ídolos. No los envidiemos, disfrutemos con la alegría que nos transmiten nuestros jugadores profesionales, y aprendamos definitivamente a gozar de nuestra condición de jugadores de fútbol. Soñemos con nuestro partido de despedida ¿Por qué no hacerlo? Perfectamente estaremos en condiciones de reunir varios amigos con ganas de tirar una pared con nosotros en ese, el último partido de nuestra vida como jugador activo de picados. Algún amigo que ya no juega desde hace tiempo puede hacer de árbitro, alguno de nuestros viejos delegados bien pueden convertirse en los técnicos de los equipos que jueguen ese día. Podemos organizar nuestro picado de despedida en la cancha que mas significado haya tenido para nosotros. Incluso, hasta podremos pedirle a la policía que corte el tránsito en aquella esquina donde jugábamos de chicos para que ahora nos reciba en ese emotivo último partido. 100 Los jugadores de picados, somos jugadores de fútbol. Y somos una amplia mayoría en muchos países del mundo.

CAPÍTULO 36

LA ESENCIA DEL PICADO.

El picado suele reflejar el alma de quien lo juega. El que no sufre cuando le toca perder, tampoco sabe disfrutar cuando gana. Y quien no disfruta cuando gana, no tiene alma. Es como si le faltase vida. La libertad que expresa el grito de gol, solo puede sentirla quien lo hace, o el hincha de su equipo. Alguien que está fuera del juego, que sea un simple espectador, jamás va a entender porque se desata tanta locura. Tal vez lo entienda cuando quien lo grita es el autor de un gol en una final del mundo, ante ochenta mil personas. Pero nunca podrá comprender porque grita tanto un pibe que hizo un gol en el potrero, o en un partidito cuatro contra cuatro y sin espectadores. Lo que sucede, y luego de leer esto es posible que comparta mi opinión, es que ese pibe siente como si el fuera un jugador profesional, que en definitiva es lo que él sueña ser. Es sumamente difícil lograr que alguien que está jugando un picado, logre distraerse, quitándole atención al juego. Inútil es llamarlo para avisarle que lo llaman por teléfono o que su hijo está llorando. Solo ante alguna interrupción prolongada del partido, prestará atención a lo que le dicen. El picado es formador de amistades, de grupos. Es capaz de hacer entablar una relación a aquellas personas, que fuera del horario del picado no tienen nada en común. Junta al grande con el chico, al jefe con el empleado, al policía con el ladrón, al novio con el ex novio. Es común ver a los pibes vestidos exactamente igual que sus ídolos. Ese pibe, en ese momento es él, su jugador preferido. Su fantasía es que está jugando en un estadio lleno de gente. Pero ¡ojo! Cuando ese pibe es grande y no llegó nunca a jugar en ese estadio, sigue soñando con hacerlo, y seguro que todavía no se sacó la camiseta, aunque ya este un poco desteñida... Todo esto forma la esencia del picado. El orgullo de no perder, de remontar un resultado totalmente adverso, el hacer un caño al jugador contrario más antipático, el no dejarse pasar por arriba, siempre significa una forma de ser, una personalidad. Jugar un picado puede resultar, para alguien que lo mira desde afuera, algo superfluo. Pero para poder sentir todo lo que le sucede a quien lo juega, hay que estar dentro de él. Las palpitaciones previas, la impotencia ante un gol en contra, la alegría de un gol a favor, el placer de hacer bien un pase, un anticipo, una parada de pecho, la satisfacción del triunfo. Todo esto unido a la felicidad de compartir un rato con amigos, de hacer jueguito más de cincuenta veces sin que se caiga la pelota o de ganar la apuesta, solo puede sentirlo alguien cuya historia esté plagada de picados. Digo que puede sentirlo, pero dudo que pueda describirlo con palabras. La verdadera esencia del picado es esa: sentirlo. Y además, no querer perder ninguno. Yo, antes de empezar a jugar, siempre me digo –He perdido pocos picados en mi vida, y éste no ha de ser uno de ellos...

¡Qué viva el picado!!!

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