Asalto Y Toma De Arica
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Nicanor Molinare Asalto y toma de Arica 2003 - Reservados todos los derechos Permitido el uso sin fines comerciales Nicanor Molinare Asalto y toma de Arica «Eam esse Historie legem, ne quid falsi dicere audeat, ne quid veri non audeat». Tácito «La ley de la Historia consiste en no decir nada falso, ni omitir nada verdadero». Tácito 7 de junio de 1880. En Rancagua, el año de 1814, O'Higgins, «El Grande», defendió su puesto con pujanza heroica durante cuarenta horas, en que se peleó sin tregua ni descanso, contra fuerzas inmensamente superiores; y rompiendo el cerco rodeado de un puñado de bravos, abandonó la plaza, cuna de su gloria alumbrado con los lampos del incendio, dejando al enemigo humeantes escombros y clavada para siempre en la historia el sencillísimo lema chileno: ¡Morir, antes que rendirse! El 6 de diciembre de 1817, Ordóñez, famoso soldado realista, rechaza con brillo, el audaz ataque que las fuerzas aliadas argentino chilenas, llevan sobre los formidables reductos de Talcahuano, a pesar de que un mariscal francés, Brayer, manda el asalto y ve que en las filas patriotas, el valor y la disciplina, se aúnan al deseo de arrancar el pendón hispano de aquella plaza. El Callao, en 1824, resiste el famoso medio en que se inmortaliza Rodir; el general Salemón, comandante de las tropas independientes, tributa honores desconocidos y rinde sincero homenaje de respeto, al jefe peninsular, que no abate por ningún precio, las banderas de Castilla. Montevideo, se hace famoso en los factos americanos, en los diversos sitios que mantienen los realistas en la segunda década del siglo XVIII, y más tarde los orientales, campeando por su independencia; esos asedios duran años y Garibaldi se inmortaliza en el último de ellos. El Roble, es una sorpresa y un asalto llevado con tino, bravura e inteligencia, por los comandantes chilenos realistas señores Clemente Lantaño y Luis Urrejola, en la alborada del 17 de octubre de 1817; que O'Higgins rechaza lanzando el legendario grito de: «¡O vivir con honor o morir con gloria, el que sea valiente sígame!», y el audaz enemigo es rechazado en toda la línea. Arica, plaza fuerte bien artillada, defendida por tropa veterana; que cuenta con jefes que tienen viejos servicios prestados a la patria; que blasonan de valientes; que no quieren abatir sus pendones ante el humano ofrecimiento que les hace don Pedro Lagos, jefe de las fuerzas chilenas; que es un volcán de pólvora y dinamita, es tomada al asalto por dos regimientos chilenos, el 3.º y 4.º de línea, ¡en poco más de 50 minutos! Como un respetuoso saludo de ultratumba a los manes ilustres de los soldados que llevaron a cabo aquel asalto, tomamos sobre nosotros la gratísima tarea de narrar esta épica hazaña, a fin de que se grabe más y más en el cerebro de nuestros dirigentes, el santo empeño de mantener izada en el Morro de Arica, la enseña inmaculada de Chile, clavada ahí por el potente esfuerzo de sus hijos; y que sepan los peruanos, cuando de Tacna y Arica conversen, que el Dante escribió para aquellas provincias su «Lasciatti ogni speranza!» Señores incásicos: el Cóndor tiene desde 1884, plegadas sus alas y desde las níveas cumbres andinas en que reposa, vigila con ojo avizor, vuestros valles, hondonadas y campiñas; su vista prodigiosa, escudriña el inmenso horizonte del Pacífico, cuna de su gloria y tumba bendita de sus héroes; ante su potente vista nada escapa, que bien divisa a Lima, Cuzco, Arequipa, Ayacucho, Trujillo y Callao, donde victorioso siempre posó su conquistadora planta la raza de Lautaro. ¡Por Dios, no levantéis su vuelo, ni quebrantéis su reposo, porque si mi patria clava de nuevo en Lima su pendón, no habrá poder humano que de ahí lo arranque! * * * Fue el hijo de Carlos V, la Católica Majestad de Felipe II, quien en 1570 «concedió a Arica el título de Ciudad, con Cabildo de un Alcalde, Alférez Real y demás oficios», denominándola «San Marcos de Arica». Cuando, don Diego de Almagro, llegó tras largo y penoso viaje a los fértiles valles de Chile en abril de 1536, encontró en nuestra tierra, hospedado regiamente a Calvo de Barrientos, El Pilón; soldado de la hueste de don Francisco Pizarro, y a quien por ladrón, el futuro marqués, había hecho cortar ambas orejas; horrible suplicio que le hizo huir del Perú y refugiarse en nuestro país, amparado por el mismo Inca Atahualpa, que protegió su voluntario destierro, ordenando a sus súbditos, socorriesen a Barrientos en su viaje hasta que llegase a Chile. Los historiadores que de Calvo de Barrientos se ocupan, no narran ni indican cual fue el camino que tomó para hacer tan larga travesía; pero hay la creencia, de que siendo el mejor y más corto, el de la costa, sus guías imperiales, debieron elegir este y no el de la planicie, que es más largo y expuesto, según sea la estación, a las intemperancias de las torrenciales lluvias que azotan aquella región. De ahí que la tradición acepte, a Calvo de Barrientos, como al primer ocupante español, que posara su planta europea en Arica. Andando la conquista, Almagro, Valdivia y sus tenientes, hicieron ancha huella en el desierto tarapaqueño y de Atacama, tomaron, como quien dice, por posada o campamento, el oasis ariqueño, en sus grandes jornadas de conquistadores. Y así como aquellos grandes y heroicos viandantes hacían por tierra sus primeras jornadas, el mar dio también lugar a que, por 1536, fondease en el más tarde imperecedero Arica, y a la sombra de su Morro, la primera nave española, partida del Callao en protección de los de Almagro, que se encontraban en Chile. Y quien lo imaginara, el barco aquel, no pudo ni siquiera echar a tierra su gente, porque los naturales de Quiaca y de Los Altos, que hoy son Los Altos de Juan Díaz, armaron sus balsas de lobos, aprontaron sus flechas y armas y pusieron a raya al piloto español que mandaba la nave almagrina. Sólo cuando saliendo de la costa iquiqueña entraba ya de regreso Almagro, su teniente don Juan de Saavedra, levantó el bloqueo al buque español, que quedó en libre y tranquila plática con sus compañeros los de Chile: y a la sombra de sus tupidos arbolados pudieron reponerse aquellas huestes, que desde nuestra lejana tierra, iban en busca de las tropas pizarristas, para ser vencidas en Las Salinas y garroteado su noble, valiente, cuanto infeliz jefe, don Diego de Almagro. Arica tomó inusitado vuelo con el descubrimiento de Potosí, y aquí dejaremos constancia que el dueño y señor de aquel hermoso puerto, de su Morro, Altos, Lluta y Azapa, era el cacique Ariacea, de donde se dice viene: Arica. Hay quien cree que Arica es palabra quichua, que significa ombligo; y que ese nombre le dieron los hijos del Sol, porque la costa en esa latitud comprimida, forma el ombligo terrestre de Sudamérica. Potosí, fue un emporio de riqueza; el metal blanco de sus minas hizo ricos a muchos conquistadores, que desde Pedro de Hinojosa, explotaron aquellos veneros de portentosa e inagotable riqueza. Potosí primero y más tarde Charcas, Oruro y La Paz, dieron capital y puerto a los dominios del cacique Ariacea; porque las arrias inmensas que traían las riquezas de aquellos asientos argentíferos, y el retorno de mercaderías de ultra mar y de Chile dieron a aquella bahía, una situación notoria y envidiable, que ojalá tuviera hoy día. Aquellos expertos y fuertes montañeses a lomo de llama y de mula, recorrían con pasmosa rapidez la senda de Arica a Potosí, Oruro y Charcas; pasando y haciendo altos por Caquena y Parinacota; por Putre, Socorroma, Choquelimpie, Carangas, Pajama y Tacna, pastales hermosísimos los dos últimos, en que las interminables recuas reponían las cansadas fuerzas. La ruta de Tacna, Pachía, Calientes, Tacora, etc., era la de La Paz: ella fue la que edificó a Tacna y engrandeció también a Arica. * * * En el golfo de Arica se encuentra el puerto del mismo nombre; y en su extremidad sur se levanta el imponente Morro de Arica, donde tremoló la bandera de España hasta el año de 1854, siendo sustituida por la peruana, que flameó hasta la mañana del 7 de junio de 1880, en que fue arriada para siempre de su tope, enarbolándose en su lugar, la santa enseña de Chile, que está allí, vigilada por la voluntad soberana del pueblo que no permitirá jamás que se arríe. Arica se encuentra situada por los 15º 28' 8'' de latitud sur; y 70º 20' 46'' de longitud Oeste. Su tenedero, aguadas, pastos y clima suavísimo, como los encantos de los valles de Lluta y Azapa, la hicieron durante los siglos XVI a XVIII, el punto obligado de refugio para las naves que hacían la travesía del Callao a Valparaíso y de los puertos chilenos a los del Virreinato del Perú. Gerónimo de Alderete en 1519 fondeaba en Arica en el San Cristóbal; y los galeones de España, más tarde, anclados bajo la protección de los pequeños fuertes de la plaza armados con cañones, sacres, falconetes y versus pudieron estar tranquilos durante largos y dilatados años. Sólo desde principios del siglo XVII puede decirse, que España vio amagadas las costas del Pacífico: Cavendish, Drake y Spilberg hicieron su crucero sembrando el espanto en las colonias españolas; pero, Arica, fue respetado por esos aventureros que fueron también glorias de su patria. Sharp y Watling, segundo del primero a quien depuso por sorpresa, atacó y tomó «El Morro» y también a Arica; mas, respuesta su guarnición, Watling fue rechazado y muerto; y Sharp, tomando el comando de su escuadra, se retiró prudentemente de aquel puerto, dejando 20 muertos y 19 prisioneros, que inmediatamente fueron ahorcados.