Documentos Menos Conocidos De La Expedición De Hernando De Soto Por El Sureste De Norteamérica, 1539-1543
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REVISTA DE CRÍTICA LITERARIA LATINOAMERICANA Año XXXIV, No. 67. Lima-Hanover, 1º Semestre de 2008, pp. 125-147 DOCUMENTOS MENOS CONOCIDOS DE LA EXPEDICIÓN DE HERNANDO DE SOTO POR EL SURESTE DE NORTEAMÉRICA, 1539-1543 Charles B. Moore Gardner-Webb University Introducción De los seis conquistadores españoles que exploraron el sureste de Norteamérica entre 1513-1574, Hernando de Soto es el más ce- lebrado en nuestros libros de historia e imaginación popular1. Al res- pecto, se escribió en 1858 que “el nombre de Soto se asocia con escenas de aventura salvaje y logros heroicos en la conquista del Perú y la exploración del suroeste de la Nación” (Haven 223)2. A principios del siglo veinte T. H. Lewis comentó que “la historia, la tradición y la poesía están indeleblemente enlazadas a su nombre (“The Chroniclers” 379) y Hodge declaró que “condados, pueblos y lagos se han nombrado a partir de él y la tradición presta su nombre a muchas localidades bien lejanas de la ruta de su marcha” (129)3. En la década de 1930 el legado de Soto motivó que el Presidente Franklin D. Roosevelt estableciera la Comisión de Soto para investi- gar y publicar en su “Reporte” la ruta definitiva de la expedición (Hudson “Tracking” 33). Para fines del siglo XX el enigma de Soto todavía captaba la imaginación de los historiadores. Ewen, por ejemplo, opinó en 1989 que “deberíamos tener más conciencia de este capítulo no solamente trágico sino decisivo de la historia de las Américas” (39)4. Asimismo Hudson preguntó “¿a dónde fue Soto? La pregunta fascina a un gran número de personas” (“Archeology” 32)5. A pesar de estas inquietudes, lo que sí sabemos es que durante cuatro años tumultuosos Soto y su tropa de seiscientas personas deambularon y pillaban por los páramos y pantanos del sureste6. Al final, solamente trescientas once almas sobrevivieron la ordalía para escapar a México por el Río Mississippi en barcos hechos a mano. Este recorrido mayormente violento devastó las civilizaciones indí- 126 CHARLES B. MOORE genas del sureste y, como resultado de ello, cambió el paisaje cultu- ral de la región para siempre (véase Dye). Afortunadamente nos han sobrevivido cinco principales crónicas que documentan este evento central en la historia primitiva del su- reste de los Estados Unidos: La Florida del Inca Garcilaso de la Vega (1605); la Relaçam verdadeira del soldado portugués Hidalgo de El- vas (1557); la narrativa desaparecida de Rangel usada por Gonzalo Fernández de Oviedo en su Historia general y natural (1535, 1547, 1851); y la Relación oficial de Luis Hernández de Biedma (1544). An- tonio de Herrera también le dedica un espacio considerable de su Historia general (1601-1615) a Soto, aunque la crítica tiende a opinar que es meramente una duplicación de La Florida del Inca. Aunque estas obras son las mejores crónicas que tenemos de la jornada de Soto, no han gozado siempre de una buena acogida críti- ca. Por eso, antes de empezar el estudio de las otras fuentes meno- res de Soto, vale la pena examinar brevemente algunos de los co- mentarios más relevantes y representativos de los últimos ciento cincuenta años. Las crónicas “canónicas” de Soto ante la crítica En 1851 Irving remarcó bruscamente que la obra de Biedma es “el confuso discurso de un soldado analfabeto que, aunque testigo presencial de lo que relata, no tuvo el don de describir lúcidamente lo que vio […]”. Más tarde modera algo esta condena cuando con- cluye que “en cuanto a la luz que arroja su narrativa sobre el tema, se puede confirmar la precisión de la historia presentada” (xii)7. Para Irving, entonces, Biedma resulta confiable como historiador, aunque no supiera escribir bien. En 1902 y 1903 Lewis cree que, como ro- mance histórico, La Florida del Inca es excelente y supera por su in- terés, lenguaje y detalle todas las otras obras de la misma índole. Sin embargo, lamenta sus duplicaciones descriptivas y los errores en nombres de pueblos, provincias y eventos (“Chroniclers” 383). Por otro lado, Lewis estima más las obras de Biedma y Rangel. Dice que aunque la narrativa de Biedma es breve, contiene muchos datos y declaraciones importantes que, con otras fuentes, ayudan a fijar la ruta de Soto (“Chroniclers” 384-85). La obra ofrece un poco de información adicional y es, por ende, valiosa evidencia auxiliar (“Route” 450). Lewis remarca que la historia de Rangel usada por Oviedo es la más valiosa que tenemos. Por ende, debe ser aceptada como la norma para todas las crónicas de Soto (“Chroniclers 384- 85; “Route” 450). En cuanto a la historia de Soto en la Historia general de Herrera, Lewis ve ahí poco de valor. Atribuye sus errores a un trabajo negli- DOCUMENTOS DE LA EXPEDICIÓN DE H. DE SOTO 1539-1543 127 gente: “errores garrafales, probablemente causados por la escritura descuidada o apresurada” (“Chroniclers” 386). Además, considera que el recuento de Herrera es solamente “el del Inca revestido”. Cita a Shea, quien concluyó lo siguiente en 1891: “En realidad no creo esencial a Herrera. Los verdaderos testigos oculares son el Fidalgo de Elvas y Biedma. Después viene la autoridad desconocida de Gar- cilaso de la Vega revestida por él mismo y, por ende, menos auténti- ca” (“Route” 450)8. A medianos y fines del siglo XX estas opiniones no cambian mu- cho. Lytle opina que el Inca parece “de poca confianza” (ix), que su estilo era “pesado” (xi), y que La Florida “pertenece menos a la histo- ria que al romance” (xxxiv). Para él, “la retórica del Inca es falsa, ex- cesivamente aburrida en su lenguaje extravagante e hiperbólico” y “[e]s un buen ejemplo del falso mitologizar (x)9. La Relación de Bied- ma para Lytle es “seca y breve” (xxxiv), “sin imaginación” y “con ter- sas anotaciones de fechas e incidentes, exactamente lo que uno es- peraría de un hombre de su cargo” (x)10. Lytle parece más indulgente hacia Elvas, cuya narrativa “merece atención y estudio” porque “[l]os hechos se afirman con claridad y cuidado evidente” (xxxiii)11. Esteve- Barba clasifica la obra de Elvas “sobria” pero fiel a los hechos, la his- toria de Biedma “breve y concreta” y La Florida del Inca animada “con la eficaz ayuda de su estilo” (238). Quinn comenta que la narrativa de Rangel preservada por Oviedo es “eficiente” y que la crónica de Biedma es “muchas veces vívida” (II, xix). Agrega que La Florida del Inca es “una narrativa en la que la tradición, los documentos, y la imaginación crearon una imagen fina, aunque no necesariamente confiable, y conmovedora de una gran empresa trágica” (II, xix)12. Morales Padrón cree que la Relación de Elvas “recoge ampliamente el acontecer de De Soto” (18), mientras Miró-Quesada Sosa cuestiona el porqué La Florida ha quedado os- curecida, pese a ser “una obra de atracción indiscutible” (“Creación” 152). Moore califica a Garcilaso como el Homero de Soto; y su histo- ria, “nuestro primer clásico literario de América (Clayton, ed. x)13. Por la anterior selección de comentarios vemos que casi siempre la crítica es ambivalente en cuanto a las crónicas que forman el “ca- non” tradicional sobre Soto. Por cada declaración en favor de una obra hay muchas veces otra, hasta del mismo crítico, en su contra. Las únicas excepciones parecen ser los consensos en contra de Herrera y a favor de Rangel. Aunque no son “crónicas” en el sentido tradicional de la palabra, hay varios otros documentos menos cono- cidos, o “marginados”, que también tienen algo que decirnos de So- to en particular, del hombre renacentista en general, y de la época en que vivían. 128 CHARLES B. MOORE El arte de la petitio en la Carta de Soto a su agente (1536 ó 1537) Poco se sabe de los primeros años de Soto en España, y de cuándo exactamente vino por primera vez a América (Milanich y Hudson 26). De adolescente, sin embargo, ya era paje de Pedrarias de Ávila en Centroamérica, jinete experto y conocedor de las armas del día (Hudson “The Hernando” 74). A diferencia de, por ejemplo, Colón, Cortés, Cabeza de Vaca y Menéndez de Avilés, Soto nunca escribió un diario ni una crónica de sus peregrinaciones en América. Por eso, dependemos casi exclusivamente de sus cronistas para lo que sí sabemos de sus hazañas. Sin embargo, sí escribió dos cartas –existentes– que sirven afortunadamente como las únicas palabras directas que tenemos de él. Se cree que escribió la primera a su agente en España, en 1536 ó 1537, después de haberse enriquecido en la conquista del Perú con sus asociados Diego de Almagro y Francisco Pizarro (Smith 193). En esta breve carta Soto le bosqueja a su agente, con cierta es- trategia retórica, sus argumentos para una recompensa. Para realizar este objetivo es posible que, en sus muchas peregrinaciones, Soto también hubiera tenido tiempo en algún momento para familiarizarse con el arte de escribir cartas, o el ars dictaminis. En el Renacimiento las cartas eran el medio de comunicación escrita más importante (Thompson 91) y, por eso, nunca se escribieron “a vuelo de pluma” (Perelmuter 151). Siempre tenían que ser correctas de forma, con- vincentes, bien articuladas y ordenadas artísticamente (Thompson 91). Para guiar al escritor, existían manuales que seguían muy estre- chamente las reglas de la retórica clásica, mayormente la ciceronia- na (Murphy 88). Estos libros se diseñaron para ofrecer ayuda prácti- ca al novato (Thompson 93), como probablemente era Soto, que ne- cesitaba escribir cartas para sus negocios personales o comerciales. Tal vez el manual más consultado fue el Libellus de Conscriben- dis Epistolis de Erasmo (1521). Ahí el teórico clasifica las cartas co- mo persuasivas, encomiásticas, judiciales, demostrativas y familia- res, y las arregla en base al orden clásico de salutatio, captatio, na- rratio, petitio y conclusio (Thompson 92)14.