Literatura Mexicana ISSN: 0188-2546 [email protected] Universidad Nacional Autónoma de México México

QUIRARTE, VICENTE El siglo de Literatura Mexicana, vol. XVI, núm. 2, 2005, pp. 77-87 Universidad Nacional Autónoma de México Distrito Federal, México

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Cómo citar el artículo Número completo Sistema de Información Científica Más información del artículo Red de Revistas Científicas de América Latina, el Caribe, España y Portugal Página de la revista en redalyc.org Proyecto académico sin fines de lucro, desarrollado bajo la iniciativa de acceso abierto El siglo de Gilberto Owen

VICENTE QUIRARTE Instituto de Investigaciones Bibliográficas Universidad Nacional Autónoma de México

La memoria colectiva se rige por leyes distintas a las de la memoria oficial. Joven centenario, Gilberto Owen fue recordado el año 2004 en el Palacio de Bellas Artes que el país donde nació dedica a sus más altas expresiones. Sin embargo, esa celebración no hizo de él una es­ tatua de sal: la mayor parte de sus actos y de su escritura mantiene la provocación y la intensidad que en su momento despertaron. Destinar a Gilberto Owen la sala Manuel M. Ponce para iniciar formalmente su Homenaje Nacional no fue un accidente sino una forma de leerlo. La articulación de una poética. Su escenario es de música de cámara, de cofradía de iniciados, de numerables lectores. Al igual que sus compañeros, trabajó para México en cargos públi­ cos, en un instante en que la Revolución reclamaba de sus herederos el camino de la configuración de un nuevo espíritu; sin embargo, la ma­ yor parte de su energía estuvo dedicada al oficio de vivir, a ser la mala conciencia de su tiempo y a traducirlos en una obra cuyas luces no de­ jan de deslumbrarnos y asombrarnos. Romántico en sus acciones -el amor, el viaje, la política-, fue clásico y vanguardista en el instante de transformarlas en palabras. Su sentido del humor fue tan impor­ tante como su sentido del honor. Sus poemas, sus ensayos, sus textos narrativos, e inclusive sus cartas, constituyen una lección de riesgo y equilibrio. Por eso Jaime García Terrés, uno de sus primeros estudio­ sos, lo llama, con justicia, "nuestro Contemporáneo Gilberto Owen" (1980). Los ensayos de jóvenes menores de 35 años, recopilados el año centenario por Roxana Elvridge-Thomas bajo el título Con una voz distinta en cada puerto (2004) dan testimonio de la inconformidad 78 VICENTE QUlRARTE

ante la bibliografía existente, pero nunca de la indiferencia ante la obra oweniana, ni ante la persona que quiso aparecer, con máscaras genlaJes, en su eSCIJWIa. La vígencía de un poeta en {a memoría depende, es verdad, de{ trí• bunal del tiempo, pero ese lugar común es determinado por comple­ jos y numerosos túneles. ¿Cuánto duran sus versos en el patrimonio verbal de sus semejantes? ¿Cuánto en el panteón literario? ¿Cómo in­ fluye en el pensamiento crítico, esa pasión que Owen y sus cofrades se encargaron de cultivar con ejemplar lucidez? Un poeta dedica sus do­ nes y la domesticación de sus pasiones para dejar, en medio de un mar de borradores, algunas palabras que resistan el paso de los años. El breve volumen de las obras de Gilberto Owen es un ejemplo de con­ tención e intensidad. Cada una de sus letras, incluido el necesario antecedente de los versos de juventud, contribuye a iluminar los sende­ ros abiertos por su generación. Las palabras de Gilberto Owen no sólo forman parte del canon de la literatura mexicana sino, lo que aún es más difícil, de nuestro patrimonio emotivo. Malabarista y renovador del poema en prosa, narrador que se negó a escribir la concreción de los hechos para buscar los misterios del trasmundo, logró la difícil ta­ rea de escribir poemas de amor que volvieran a contar la historia co­ nocida y reincidente, para decirla como si nadie antes que él la hubie­ ra vivido. A lo largo de los 48 años de su existencia, tan breve como intensa, Gilberto Owen se impuso el tono elegido para su poesía y el resto de sus actos vitales: un acento aparentemente menor, de fttografia desen­ ftcada. Por los elementos que él nos proporciona, tanto en sus actos como en su escritura, resulta atractivo caer en la tentación de dibujar a un ser perseguido exclusivamente por los fantasmas tangibles de la bohemia o el artista marginal, incapaz de encontrar su sitio. Gilberto Owen es más atractivo por sus verdades: por lo que tuvo, lo que hizo, lo que se atrevió a arriesgar. Inteligente y alegre, cultivó la amistad como una religión tan fuerte como aquella otra -la católica- en que creció y la cual nutrió poderosamente su poesía. Cuando lo juzgó ne­ cesario, tuvo la valentía y la convicción para intervenir políticamente en asuntos de un país extranjero, consciente de que hacerlo significaba perder los favores de la Suave Patria y encarnar, por lo tanto, la figura del exiliado, el paria, el héroe errante. Tuvo unajuventudprivile,giada, vivió aceleradamente su iniciación en el grupo artístico más briI1ante EL SIGLO DE G1LBERTO OWEN 79 de su tiempo. Escribió, para Clementina Otero, uno de nuestros más altos epistolarios amorosos. La velocidad y avidez de su primera juven­ tud se vio interrumpida por un muro de indiferencia y un largo perio­ do de silencio, ritos de paso que condujeron a Perseo vencido, uno de los libros capitales de nuestras letras. Como los arras poetas que nuestra historia literaria denominó tem­ pranamente los Contemporáneos, hizo del viaje tema central de su poesía y lo llevó a la práctica: viaje sedentario de la inteligencia, que tres siglos antes había establecido la monja jerónima; viaje en el espa­ cio, que lo llevó a trazar la geografía de su continente, desde los Esta­ dos Unidos oscilantes enrre la prosperidad y la decadencia, hasta la América Latina nuevamente convulsionada por afanes libertarios y en busca de su destino colectivo. Perteneciente a una generación que se afanó en combatir la primera persona, borrar el nombre propio en el poema, "renovar la lírica por la supresión de la biografía aparente y de la facilidad melódica del recuerdo", Owen es autor, paradójicamen• te, de una obra que tiene por tema central los azares de su existencia. Toda su poesía está poblada de alusiones autobiográficas, pero cada uno de sus actos aparece transformado por su "tortura de aprendiz de magia." Owen tuvo la nobleza y la habilidad necesaria para ejercer el difícil oficio de la amistad prácticamente con todos los poetas de su genera­ ción y siempre tuvo la elegancia y la sabiduría para eludir conflictos de terceros. Veneró intelectualmente a Cuesta, a quien visitaba puntual­ mente en un hospital psiquiátrico de Tlalpan, cuando las tinieblas se cernían sobre esa inteligencia privilegiada; simpatizó con Novo, próxi• mo a él en sus juegos de ingenio; amó fraternalmente a Villaurrutia; estuvo a punto de emparentar políticamente con Celestino Gorostiza; fue paciente físico de Elías N andino y amigo de cantina de Rubén Sa­ lazar Mallén. Hay en la vida de Owen un instante donde ocurre el derrumbe, el crack-up de Francis Scon Fitzgerald. Inconclusos permanecerán algu­ nos de los trabajos que anunciaba: su extenso poema sobre el metro de N ueva York; una traducción del Jeremías de Stefan Zweig, unos apun­ tes de estética marxista, su biografía de Sindbad, de la cual afirmaba llevar escritas 300 cuartillas y cuya decantación constituyen las 28 jor­ nadas, herméticas y sólidas, diamantinas y claras, de Síndbad el vara­ do. Por lo que se refiere a sus cartas, casi todos los epistolarios de los 80 VICENTE QUIRARTE

Contemporáneos registran alguna. N o existen -o no se han publica­ do- cartas recibidas por Owen. Como si el destino se obstinara en afinar su condición de fantasma. No es extraño. Perdía inclusive sus propios manuscritos, aunque la amistad -de la cual una carta envia­ da es la mejor prueba- era uno de sus valores fundamentales. N o tuvo la disciplina ni la ambición de sus compañeros Octavio G. Barreda, y José Gorostiza, quienes habrían de desempeñar los más altos y delicados puestos de responsabilidad di­ plomática. Owen signó su destino al afirmar, honesto y valiente: "Si he de vivir, que sea sin timón y en delirio." No supo o no quiso com­ prender las recompensas sorpresivas del servicio público: gracias a sus tempranos arribos a la oflcina, un ejemplar servidor público lhmado José Gorostiza pudo labrar los versos de Muerte sin fin y destruir el mito del poeta que por dedicarse a trabajos mercenarios no tiene tiem­ po para escribir. En cambio, como López Velarde, Pessoa o Kafka, como el Bartleby de Melville, Owen hizo de su oficina una estación de paso y no un puerto de altura. Cultivó la fraternidad duradera, el amor loco, las alegrías febriles y efímeras que el alcohol otorga a sus devotos. El conjunto de su escri­ tura es una apuesta por los nuevos caminos trazados por su genera­ ción. Nunca dejó de escribir, pero sí dejó de considerarse y de ser con­ siderado hombre de letras y figura pública. "Vivo tranquilo de ánimo, más que nada por ser un poeta desconocido", escribió, un año antes de su muerte, a Elías Nandino. Es preciso examinar con atención estas palabras: Owen se afanó en perfeccionar su transparencia, en borrarse poco a poco en la memoria inmediata, mas no en la presencia perma­ nente de los otros. Era consciente del temor y temblor de su poesía, y de que sus lectores estaban por nacer. Alí Chumacero, Tomás Segovia, Jaime García T errés, Carlos Montemayor, , Alfre­ do Rosas Martínez, Pedro Ángel Palou y las novísimas generaciones han demostrado la vigencia provocadora del poeta que quiso vivir "sin timón y en delirio", pero dueño de un compás envidiable y selectivo. De ahí que si se insiste en que fue un hombre solo, de la estirpe vital de Arthur Rimbaud, Malcolm Lowry o Dylan Thomas, no debamos añadir elementos decorativos a la desnudez ejemplar de su escenario. Owen fue el abandonado, pero a la manera estoica de nuestros corri­ dos y nuestros boleros. En varios instantes de su poesía aparece esta condición orgullosa y aceptada: EL SIGLO DE GILBERTO OWEN 81

Yo solo afuera, y sin amor, mas prisionero, yo, mozo de cordel, con mi lamento, a tu ventana, yo, nuevo triste, yo, nuevo romántico.

Yo, en alta mar de cielo estrenando mi cárcel de jamases y siempres.

En conjunto, el retrato que los Contemporáneos hacen tras la par­ tida de Owen es el de un fantasma. La idea no le hubiera disgustado: si una figura recorre su poesía, es la de un ser desarraigado, de supre­ ma elegancia espiritual. Universal y mexicano, Owen es además un autor entrañablemente regionalista, como lo han demostrado sus he­ rederos sinaloenses, desde la traducción que de los fantasmas owenia­ nos hace Óscar Blancarte en su película plena de metáforas iniciáticas 1 -ballenas convertidas en sirenas, el entierro del niño perdido, frag­ mentos de película de 8 milímetros del carnaval mazatleco- hasta sus apariciones en la narrativa de Juan José Rodríguez. Desde conocer con José Luis Franco "el amarillo amargo mar de Mazatlán" y "las jaibas bibliopiratas" hasta ir a Rosario, donde las muchachas pasan "como cocuyos, con un incendio de ámbar a la grupa" y donde Francisco Ja­ vier Beltrán ha encontrado la fe de bautismo de Owen, para dar inicio a otro rosario de misterios provocadores. Como el jinete de la divina providencia, también perseguido por el visionario Blancarte, Owen está más vivo que nunca, y las nuevas generaciones lo leen y lo buscan, se leen y se buscan en sus versos. A los 100 años de su llegada al mundo, la tumba de Gilberto Owen, en Filadelfia, carece de epitafio. Para inscribirlo en el aire, y con­ firmar su huella en la memoria colectiva, acudamos a éstas, pertene­ cientes a uno de los múltiples poemas que lo hacen tan unánimemen­ te admirado, tan íntimamente necesario:

Pero me romperé. Me he de romper, granada en la que ya no caben los candentes espejos biselados, y lo que fui de oculto y leal saldrá a los vientos:

1 Nos referimos al cortometraje Gilberto Owen, un poeta olvidado, estrenado en 2004. 82 VICENTE QUlRARTE

Subirán por la tarde purpúrea de ese grano, o bajarán al ínfimo ataúd de ese otro, y han de decir: "un poco de humo se retorcía en cada gota de su sangre." y en el humo leerán las pausas sin sentido que yo no escribí nunca por gritarlas y subir en el grito a la espuma de sueño de la vida.

A la mitad de una canción, quebrada en áspero clamor de cuerda rora.

&

Uno de los poemas más enigmáticos y ricos en niveles de lectura en la saga persona\. que Gúberto Owen tituló Sindbad el varado es el c.()Y~es­ pondiente al día 3 "Al espejo". El poeta -o la voz poética, conciencia desdoblada, atónita mas lúcida- contempla del otro lado del espejo una fiesta a la cual no está invitado. Su misión será permanecer de este lado, examinando la fragmentación de su personalidad, armando los trozos de su figura de arlequín. Autobiografía transformada, metáfora del héroe caído y de la implacable lucidez de la conciencia moderna, el poema resume la condición ontológica y la manera en que Gilberto Owen vivió con relación al grupo de escritores al que habría de perte­ necer, por simpatía personal, afinidades intelectuales y necesidad de cofradía. La fiesta descrita en e! poema ocurre en México, llamado por Owen en su muy personal mitología, la "Bagdad olvidadiza". Como el Sind­ bad de Las mil y una noches, el poeta mexicano ha salido del puerro para vivir la inicial desventura de! naufragio. Sus compañeros -léase los Contemporáneos- han emprendido sus personales navegaciones y también han experimentado otras modalidades del naufragio. Para Owen, fue su primer amigo de aventuras inte­ lectuales. Lo descubrió en una clase de la Escuela Nacional Preparato­ ria, donde ambos manifestaron su heterodoxia. Más exacto es decir que Owen se descubrió en Cuesta. Por primera vez, desde su llegada a la Ciudad de México, proveniente de T oluca, se miró en e! espejo del más triste de los alquimistas, del demonio de'la lucidez y la inteligen­ cia que era Cuesta, y comprendió el sentido misterioso y ambiguo del reflejo, los peligros y milagros suscitados por el azogue. En este mo- EL SIGLO DE GILBERTO OWEN 83

mento, Gilberto Owen no es todavía Gilberto Owen. Está en germen el escritor multifacético que hacia 1928, cuando inicia la primera de sus navegaciones materiales -ésta por el aire-, se convierte en el nombre que toca -y bien- todos los instrumentos de la orquesta. Cuando se despide en la estación de Buenavista de Celestino Gorosti­ za, Rubén Salazar Mallén, Araceli y Clementina Otero, Gilberto Owen tiene 24 años. Sin embargo, ya es otro. Ha traducido y monta­ do obras de autores de vanguardia, es autor de dos breves e intensas obras narrativas experimentales, ha escrito poemas en prosa radical­ mente opuestos a la rica tradición ya existente en México y más pró• ximos a la dislocación verbal iniciada por Rimbaud, continuada por Mallarmé y culminada por Max Jacob; finalmente, es autor de Desve­ lo, libro de versos bajo la tutela intelectual de Juan Ramón Jiménez y Paul Valéry. El Gilberto Owen que regresa a México en 1941, trece años después, es un fantasma que ya casi nadie reconoce. Siempre fiel a sus obsesiones generacionales y etílicas, redescubre un bálsamo: el te­ quila, exigente transparencia que apuraba en la cantina, todavía exis­ tente el año pasado, en la calle Pino Suárez, llamada La ciudad de los espejos, que es casi un manifiesto generacional. Bajo el brazo trae ya la mayor parte de los poemas que cristalizarán en el libro mayor, Perseo vencido, que, fiel al destino que su autor se había trazado, también ha­ brá de ser tragado por el olvido. Pero si Owen se miró en sus amigos y compañeros de aventura, y de ellos eligió 10 que mejor convenía a su sensibilidad, su inteligencia y su afecto, ¿cómo lo miraron sus contemporáneos, esos que el talento y el destino darían el título -ahora ya honorífico- de los Contem­ poráneos? ¿Qué viajes aceptaron emprender en el espejo de Owen, ese Lewis Carrol siempre desdoblado en Charles Dogson, ese sombrerero loco que no dejó de buscar a su liebre de marzo? El primero de los testimonios lo proporciona el texto aparecido en la Antología de la poesía mexicana moderna. Aunque no aparece el cré­ dito de cada uno de los autores de los juicios que anteceden a la selec­ ción de los poetas, me gusta pensar que fue Cuesta quien escribió:

Antes de Gilberto Owen, nuestra literatura podía contar con los mi­ niaturistas de la prosa corta, trabajada exquisitamente algunas veces pero sin la idea que sostiene el poema en prosa definido y practicado por Max Jacob. Asociaciones de ideas, juegos de nombres e imágenes 84 VICENTE QUIRARTE

inesperados, finas alusiones literarias, todo cabe en la pequeña caja de un poema en prosa de Gilberto Owen. y todo unido con una hebra, con una línea que a menudo resulta invisible al lector desatento y mio­ pe. Se le ha llamado oscuro. ¿Por qué no mejor misterioso? Sus poe­ mas tienen la atracción de un juego de manos. Para engañar mejor, para mejor acertar, Owen ha suprimido el ruido, los golpes del tambor a la hora de la suerte. Y el engaño es tan evidente y claro como un vaso de agua. ¿Dónde acaba el cristal, dónde empieza el agua? Tan claro como un vaso de agua, tan claro y tan misterioso (1928: 233).2

No es casual que Owen sea el poeta que cierra la Antología de Cuesta y que esté representado exclusivamente por poemas en prosa, la parte más significativa y original de la escritura entonces practicada por el joven Gilberto. Sólo en años recientes comienza a ser estudiada metó• dicamente esta parte vital de su obra, gracias a los trabajos de Anthony Stanton (1977) Y Georgina Whittingham (2004). Resulta interesante que un autor de la generación anterior a los Contemporáneos, Alfonso Reyes, y un poeta posterior, Octavio Paz, hayan encontrado igual­ mente inquietante y novedosa la prosa oweniana. Ambos poetas, am­ bos conocedores de los alcances de la prosa y de la riqueza de su ma­ leabilidad, se reconocieron en el espejo oweniano y consideraron posible aceptar la invitación al viaje para emprender el propio. Reyes escribe en su correo de la revista Monterrey una carta a Owen que más parece una réplica y un homenaje a las "asociaciones de ideas, juegos de nombres e imágenes inesperados, finas alusiones literarias" vistas por Cuesta. Por su parte, Paz escribe, con la pasión crítica que lo ca­ racteriza, una respuesta al juicio parcial y superficial, así como la selec­ ción de textos, que de Owen hacía Antonio Castro Leal en su Antolo­ gía de la poesía mexicana moderna: "...resulta extraña la ausencia de poemas en prosa. Daría muchos de los versos bien medidos de la An­ tología por dos o tres textos de T orri, Owen y otros que han cultivado el poema en prosa, género que como pocos expresa la poesía de la vida moderna... La selección de Gilberto Owen muestra la ceguera de Cas-

2 Owen está representado en la antología por ocho de los poemas en prosa poste­ riormente recogidos en el libro Línea (: Cuadernos del Mar del Plata): "Sombra", "Teologías", "Alegoría", "Viento", "Maravillas de la voluntad", "Interior", "Novela", "Poética". EL SIGLO DE GILBERTO OWEN 85 tro Leal ante uno de los espíritus más serios de nuestra actualliteratu­ ra y frente a una de sus obras más originales" (1994: 62-63). La parte final del juicio de Cuesta sobre Owen resulta inquietante y reveladora del aprecio que se tenía por la escritura oweniana, porque habla de la diferencia entre oscuridad y dificultad poéticas y anticipa el conflicto entre el continente y contenido, entre el vaso y el agua que culminará en el poema mayor de Gorostiza y en los puntos afines que con él tuvieron particularmente González Rojo, Villaurrutia, Cuesta y Owen. A manera de una microhistoria de su pasado inmediato y para explicarse el contexto en que nace el Teatro de Ulises, Salvador Novo afirma: "Había un pintor llamado Agustín Lazo, cuyas obras no gusta­ ban a nadie. Un estudiante de filosofía, Samuel Ramos, a quien no le gustaba el maestro Caso. Un prosista y poeta, Gilberto Owen, cuyas pro­ ducciones eran una cosa rarísima. Un joven crítico que todo lo encontraba mal y que se llamaba Xavier Villaurrutia" (1996: 614). Tras la muerte de Owen, Octavio G. Barreda confiesa a Emmanuel Carballo: "Inquieto, sagaz, un tanto indígena. Su prosa no se parece a la de sus compañeros de equipo. En sus poemas se advierte una gran emoción y una gran imaginación. El alcohol y otros excesos lo perdieron" (1965: 355-356). La muerte de Owen, ocurrida a las 6 y 20 minutos del domingo 9 de febrero de 1952, aparece vagamente reflejada en los espejos de los Contemporáneos. En su columna del 29 de marzo, tras referir la muerte del general Joaquín Amaro, N ovo habla sobre la partida de Gilberto Owen:

De otro fallecimiento supe esta mañana, por alguna mínima nota de al­ gún periódico: el de Gilberto Owen, fino espíritu, compañero de origen de Jorge Cuesta en la amistad de los Contemporáneos que desde hacía muchos años se expatrió a Colombia, se casó allá y largo tiempo des­ pués volvió a México por breve tiempo para perderse de nuevo en algún oscuro empleo consular en el que al parecer le sorprendió una reciente muerte (1967: 443).4

4 No debemos culpar a Novo de categórico y escueto en sus alusiones a Owen. En 1950 había perdido a Xavier Villaurrutia, y con él a la mitad de su juventud, como él afirmaba. Sus palabras al hermano son escuetas y económicas. Escribe el 6 de enero de 1951: "Para él fue mejor: no darse cuenta de que moría, una luminosa mañana de Na­ vidad, rodeado por la admiración de una familia de que era vínculo y orgullo. Oraúo Fontanot lo había dejado a la puerta de su casa a las cinco de la mañana, después de 86 VICENTE QUIRARTE

Al año siguiente, Novo habla sobre el Teatro de Ulises, pero no alude en ningún momento a Owen: "Lenormand no es un autor precisa­ mente divertido, y hace veinticinco años, poner sus obras -El tiempo es sueño, en Ulises-, pudo parecernos moderno y necesario" (1996: 75). En la columna del 10 de octubre de 1953, una escueta referencia al amigo: "Me ha llegado también el volumen que la Biblioteca Uni­ versitaria consagra a la obra de Gilberto Owen, poesía y prosa". Por su parte, en 1955 Jaime Torres Bodet publica su libro de memorias Tiempo de arena, donde resalta una fina alusión al colega perdido: "Gilberto Owen, de quien pocos han dicho todo el bien que su lírica está exigiendo" (1955: 204). Fabricar un fantasma es una de las labores intelectuales más arduas que existen. Gilberto Owen se afanó en perfeccionar esa transparencia, en ese borrarse poco a poco en la memoria inmediata, pero no en la presencia permanente, de los otros, consciente de que las compañías trenzan "efímeros lazos" y que la literatura para el reconocimiento, exige de un tiempo completo -no siempre grato- que no se adecua­ ba a su temperamento. Como fantasmas, somos iguales, pero un poco mejores, de lo que fuimos en vida. Mis amigos sinaloenses me han acompañado en varias cacerías de tos fantasmas inasibtes de Gitberto Owen. Como d dd ji­ nete de la divina providencia, el fantasma de Owen está más vivo que nunca, y las nuevas generaciones sinaloenses, me dice Elmer Mendo­ za, lo teen y lo buscan, se teen y se buscan en sus versos.

BIBLIOGRAFÍA

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