Escritoras En La Gran Pantalla. La Legión De La Decencia Vs. La Fábrica De Sueños [1]
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aposta http://www.apostadigital.com/revistav3/hemeroteca/ballesteros6.pdf revista de ciencias sociales nº 50, Julio, Agosto y Septiembre 2011 ISSN 1696-7348 ESCRITORAS EN LA GRAN PANTALLA. LA LEGIÓN DE LA DECENCIA VS. LA FÁBRICA DE SUEÑOS [1] Rosa María Ballesteros García Universidad de Málaga Introducción El sociólogo e historiador de cine Pierre Sorlin [2] escribió que “la memoria funda la historia” y que el historiador es, en el fondo, “el escribano de la historia colectiva”. Sabias palabras de uno de los autores de referencia obligada en los trabajos de investigación sobre la relación cine/historia. Lillian Hellman (1905-1984), dramaturga de Louisiana y compañera del escritor Samuel Dashiell Hammett (1894-1961) [3], ejerció como escribana al detallar el “tiempo de canallas” que ambos padecieron durante los años de la caza de brujas dirigida por Joe McCarthy (1908-1957). Fueron años en que el propio Hammett creador de personajes tan famosos como “Sam Spade”, el detective encarnado por Bogart en El halcón maltés [4] y otros muchos compañeros, acusados de simpatizar con el comunismo, dieron con sus huesos en la cárcel (como el propio Hammett) o soportaron la persecución, los despidos, el desprecio o el odio de los buenos patriotas norteamericanos. Eran tiempos que ya anticipaban escritores “malditos” como F. Scott Fitzgerald (1896- 1940), William Faulkner (1897-1962) o el Nobel Ernest Hemingway (1899-1961), autores todos que han sido llevados a la gran pantalla [5], como también lo fue el 1 dramaturgo, y también Nobel Eugene O´Neill (1888-1953), suegro de Chaplin (a su pesar), todos ellos retratistas poco halagadores del sistema en su denuncia del puritanismo victoriano. Pero es quizás otro Nobel, Sinclair Lewis (1885-1951), uno de los escritores que mejor describió aquellos tiempos. A través de sus personajes satiriza a la burguesía norteamericana y sus entresijos (mercantiles y religiosos), como los retratados en la considerada por sus críticos su mejor obra, Babbit (1922), llevada al cine en dos ocasiones: Harry Beaumont dirigió la primera versión muda en 1924, con Willard Louis y Mary Alden y William Keighley la segunda, sonora, en 1934, con Aline MacMahon y Guy Kibbee. Sin abandonar esta línea no podemos olvidar a la gran periodista Ida Tarbell (1857- 1944), pionera de lo que hoy conocemos como periodismo de investigación, y verdadero martillo con sus crónicas de denuncia social [6]. Fueron tiempos, en fin, en los que muchos de los profesionales del cine se vieron atrapados en una violenta espiral. Las delaciones, el rechazo y, en el “mejor” de los casos, el ostracismo, determinaron sus vidas, en algunos casos poniendo fin a una brillante carrera dentro de aquella industria y, en otros, obligados a travestirse bajo el disfraz de uno o varios pseudónimos para poder seguir trabajando. Con estos antecedentes se puede ya intuir que nuestra propuesta va a tratar de cine y censura, dos aspectos a los que sumaremos un tercer componente: “el segundo sexo”, como lo bautizó Simone de Beauvoir; una muestra de mujeres de aquella industria: directoras, guionistas, editoras…, profesionales en suma, que se vieron envueltas por la ola inquisidora de La Legión Católica de la Decencia [7]. Vamos pues, utilizando ese juego cinematográfico denominado flashback [8], a dar un salto atrás en el tiempo para recuperar, como ya apuntamos, algunas de las figuras más representativas del colectivo y las películas que sufrieron los rigores de los centinelas de la moral [9]. Para elaborar el presente trabajo, dedicado a las profesionales que trabajaron en lo que se conoce por “La Meca del cine”, es decir, Hollywood, nos hemos inspirado en lo que la investigación feminista ha venido denunciando desde sus inicios: “hacer visible lo invisible”, fundamental preocupación de la Feminist Film Theory [10]. Especialistas como Annette Khun, Ann Kaplan o Teresa de Laurentis, por citar algunas, llevan ya décadas contribuyendo al reconocimiento público de muchas de las mujeres que 2 trabajaron en la industria cinematográfica, bien a partir de la vía fílmica utilizando la semiótica y el psicoanálisis bien a través de la vía sociológica. Por esta última transita la profesora Sharon Smith quien, gracias sus trabajos historiográficos, y a su implicación para rescatar del olvido o lo que es mas lacerante, del ninguneo y del silencio a mujeres de la talla de la francesa Alice Guy (1873-1968) [11], podemos conocer muchos de estos nombres olvidados. Smith viene reivindicando para la Historia a aquéllas que habían contribuido a hacer del cine lo que hoy es aunque, todo hay que decirlo, tanto el cine como la televisión han reforzado y legitimado todo tipo de estereotipos sobre la mujer, de forma que algunas de las actrices que se hicieron famosas apenas son conocidas por sus trabajos tras las cámaras. Ellas mismas cuidaban generalmente de pasar inadvertidas para no perjudicar su imagen y sus intereses, reforzando con ello las palabras de la profesora Begoña Siles cuando indica que “las mujeres pululan entre imágenes ancladas en el juego binario de la representación occidental” [12]. Y en ese juego dual las mujeres, las actrices, representadas en la pantalla por dignas hijas de Clara Bow, Louise Brooks, Mary Astor, Lili Damita (amante de Diettrich) o Corinne Griff, por citar sólo unos nombres, ejemplo inadecuado y espejo prohibido para la novia ejemplar, la buena esposa y la mejor madre en oposición a las recatadas y contenidas “Novias de América” (por aquello del Ideal y dignas “hijas de María”), encarnadas en Mary Pickford, Lillian Gish o Mary Miles (ésta última, por cierto, se vio apeada del podio de chica buena cuando la prensa descubrió que mantenía un romance con un maduro y casado productor al que asesinaron). Por otra parte, durante aquellos “locos años veinte” que anteceden y dan paso a la creación de la Legión Católica de la Decencia en 1933, varios escándalos azotaron el “mundillo” hollywoodiense; historias siniestras asociadas a temas escabrosos y relacionados con drogas, alcohol o sexo que acabaron en algunos casos en muertes trágicas, como fue el caso del popular cómico Roscoe Arbuckle [13], envuelto en un caso de violación con desenlace de muerte de la chica, una joven aspirante a actriz de nombre Virginia Rappe. También el asesinato del director William Desmond Taylor y las revelaciones acerca de su bisexualidad soliviantaron a la opinión pública, así como la muerte relacionada con el consumo de drogas del actor Wallace Reid, o las de otras actrices por la misma causa: Olive Thomas (1894-1920), la primera flapper , envenenada, al parecer accidentalmente, al confundir un preparado de cloruro de mercurio destinado a su marido, enfermo de sífilis; Bárbara La Marr (1896-1926), 3 muerta por una sobredosis de heroína a la que se aficionó, se dijo, para poder soportar el ritmo de vida a que se veía sometida; Jeanne Eagels (1890-1929), quien falleció de manera súbita, sin que se aclarasen las causas exactas del fallecimiento, aunque se apunta al alcohol o la heroína, o también Alma Rubens (1897-1931), con continuas entradas y salidas en clínicas de desintoxicación por su adición a la cocaína. Chicas malas, malas; malas en definitiva, que se habían saltado todas las reglas escritas y por ello habían pagado un alto precio; eso sí, después de haber inflado los bolsillos de sus productores. Finalmente, incidiendo en la línea del castigo femenino, en Estados Unidos la represión contra el lesbianismo se acentuaba, hasta tal punto, que algunas actrices fueron encarceladas por ello, como fueron los casos de Helen Menken (1901-1966), casada en tres ocasiones (la primera con Humphrey Bogart) detenida y llevada a prisión mientras representaba en Broadway la obra La cautiva , de Edouard Bourdet; o la mismísima superestrella Mae West. Diana McLellan, antigua columnista de publicaciones como Washington Star , The Washington Post o Washington Times trata holgadamente la cuestión (McLellan, 2009), revelando las complejas e íntimas conexiones ocultas entre las míticas Greta Garbo, Marlene Dietrich o Tallulah Bankhead con Mercedes de Acosta, Salka Viertel o Alla Nazimova, considerada ésta última por muchos críticos como “la actriz más grande del mundo” [14]. Son sólo algunos de los nombres de las implicadas, una especie de red sáfica o “hermandad”, en el sentido más amplio del término, que se tejió en los medios artísticos, intelectuales y cinematográficos norteamericanos de los años 30 y cuyos pormenores detalla Mercedes de Acosta en sus memorias [15]. Galería de damas curiosas (e insumisas) Como ya adelantamos, fueron muchas las actrices que trabajaron paralelamente en otras actividades tras las cámaras. Este es el caso de Lillian Gish (1893-1993), famosa estrella del cine mudo, autora del argumento y directora del filme de 1920 Remodeling her husband (¡inspirador título!) [16] donde aborda, en clave de humor, la infidelidad marital. Fue su ópera prima como directora y contó con su hermana Dorothy como protagonista. Lillian aún conserva el record de haber sido la actriz con la carrera cinematográfica más larga de la historia hasta el momento: 75 años. Mujer de gran 4 inteligencia y conciencia de género, no dudaba a la hora de expresarse públicamente sobre la infravaloración de las actrices. En cierta ocasión comentó, a propósito de la diferencia sexual en los platós, que el actor Lionel Barrymore “actuó conmigo, primero como mi abuelo, luego como mi padre y, al final, como mi marido. Si no hubiera muerto, estoy segura de que hubiera tenido que actuar como su madre. Así es en Hollywood: los hombres rejuvenecen, las mujeres envejecemos”. Otra gran actriz y mito del cine mudo de Hollywood, Mary Pickford (1893-1979), reconocida como “La novia de América” y amiga de Lillian, es otra de las pioneras a quien apenas se le reconoce su faceta como productora y guionista, labor desarrollada especialmente durante los años 20.