Edita: Programa Educativo Ruta Literaria El Quijote Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha Consejería de Educación y Ciencia Ministerio de Educación y Ciencia Ministerio de Cultura Instituto Iberoamericano de Cooperación

Depósito Legal: C. R. 56/2005 Imprime: Gráficas Mata, S. L. - Alcázar de San Juan Ruta literaria El Quijote Castilla-La Mancha, 2005

ÍNDICE

Presentación ...... 7 Preliminares ...... 13 Castilla-La Mancha ...... 15 Cervantes...... 20 La España de Cervantes...... 27 Primer día ...... 33 La ruta ...... 35 Los textos...... 38 Segundo día ...... 63 La ruta ...... 65 Los textos...... 69 Tercer día ...... 99 La ruta ...... 101 Los textos...... 109 Cuarto día ...... 131 La ruta ...... 133 Los textos...... 147 Quinto día ...... 193 La ruta ...... 195 Los textos...... 200 Sexto día...... 235 La ruta ...... 237 Los textos...... 247 Bibliografía ...... 265 Sensacionario ...... 267

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Presentación

Ruta literaria El Quijote Castilla-La Mancha, 2005

Presentación ualquiera que se acerque al Quijote siquiera sea superficialmente advertirá enseguida que se trata Cde una novela itinerante: los protagonistas (un caballero andante y su escudero) están en continuo deambular por campos, ventas o poblaciones sin parar un momento, y, cuando por la razón que sea perma- necen algún tiempo en un sitio, a don Quijote (al menos a don Quijote) le entra muy pronto la comezón de volver al camino. Sin embargo, las precisiones geográficas que nos da Cervantes, pocas y en ocasiones voluntariamente incoherentes, son tan vagas que cualquier intento de trazar una supuesta ruta del Quijote se quedará, en el mejor de los casos, en mera colección de conjeturas. Por lo tanto, debemos advertirlo desde el principio, nuestros alumnos no harán la ruta del Quijote. Más modestamente, pretendemos que la ruta literaria sea un instrumento para acercarse al libro del que parti- mos, a la realidad histórica y literaria en que vivió su autor y se gestó este libro, y a la tierra que da apellido a su protagonista. En función de ello hemos trazado nuestro itinerario, recopilado los materiales que siguen, y organizado la ruta. Los materiales: Tres tipos de materiales presentamos a continuación para cada uno de los días que durará la ruta, recogidos también en tres bloques diferentes que hemos llamado “la ruta”, “los textos” y “los contextos”. “La ruta” es la descripción de los lugares que recorreremos, deteniéndonos en sus aspectos más signi- ficativos, tanto actuales como históricos, y haciendo referencia a algunas anécdotas, curiosidades o menu- dencias que quizá resulten de interés. La mayor parte de la información está tomada de la Guía de Castilla- La Mancha. Patrimonio histórico, que tiene editada la Junta de Comunidades; para detalles concretos he- mos echado mano de las páginas web de los ayuntamientos o de monografías que tienen por objeto alguna localidad o tema destacable. En conjunto creemos que toda esta información, contrastada luego in situ con la realidad actual, hará posible que los alumnos se hagan una idea, al menos aproximada, de cómo era la Mancha en tiempos de Cervantes y cómo es nuestra región en los comienzos del siglo XXI. “Los textos” son los capítulos del Quijote que hemos seleccionado como material preferente para nues- tro trabajo. Partimos de la perogrullada de que el Quijote es, antes que nada, un libro y que los libros están para ser leídos. Ahora bien, no todos los libros son accesibles en todo momento para todos los lectores: desde luego, el Quijote no es por ahora, salvo excepciones tan honrosas como escasas, un libro para adolescentes. Por ello no pretendemos, en principio, que nuestros alumnos lean el Quijote, sino que se acerquen a él sin recelo y no queden vacunados contra una lectura posterior, a su debido tiempo, provecho- sa y placentera. De ahí que la selección sea corta, variada y atendiendo a los siguientes criterios: a) La selección incluye episodios o aventuras completas, aunque duren varios capítulos, de modo que se pueda tener una visión global de la técnica narrativa que emplea Cervantes en función de los propósitos que se plantea en cada caso. b) Se seleccionan los capítulos y aventuras más conocidos y “típicos”, pero también otros a los que no

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se ha prestado tanta atención y que, desde nuestro punto de vista y por las razones que explicare- mos, la merecen. c) De alguna manera, lo seleccionado tiene relación, más o menos remota, con los lugares que visitare- mos o con personajes, circunstancias o sucesos vinculados a esos lugares. d) Dado que muchos pasajes se escenificarán, ante los alumnos y con ellos, durante la ruta, la selección de los textos ha tenido en cuenta las posibilidades “teatrales” que ofrecían. e) Obviamente, en ocasiones lamentándolo mucho, se han dejado fuera de la selección pasajes cuyo interés e importancia son indudables (todo el ciclo de Sierra Morena o la estancia entre los Duques, o la incidencia en nuestra historia del Quijote de Avellaneda, por ejemplo). Ello no debe impedir que los alumnos los lean; es más: tenemos la esperanza de que, abriéndoles el apetito con estos aperitivos que aquí ofrecemos, los alumnos se sientan tentados a conocer el libro más ampliamente. De acuerdo con todo ello, los textos seleccionados son: 1.- Primer día: I, 1, 2, 3 y 6. Los tres primeros capítulos de la primera parte son probablemente los más conocidos del libro y declaran su intención explícita; también los que presentan al personaje, lo caracterizan y muestran la naturaleza e índole de su peculiar locura. Conviene detenerse en un aspecto literario muy importante: el Quijote como parodia de los libros de caballerías. El capítulo seis, el del escrutinio de la biblioteca de don Quijote, nos puede servir para poner en relación al libro con el panorama literario de la época, ya que este aspecto es uno de los que hemos tratado más someramente; también se ha seleccionado para destacar que el Quijote es un libro de libros, probablemen- te el libro más “literario” que se haya escrito nunca, y que la enfermedad de don Quijote es puramente literaria. 2.- Segundo día: I, 7, 8, 9 y 21. Dos notas sobresalen en la selección de este día: la creación de Sancho y el artificio de Cide Hamete Benengeli. El hallazgo de Sancho es fundamental para que el Quijote pueda ser lo que es, puesto que un don Quijote solitario, condenado al monólogo, hubiera dado de sí mucho menos: con Sancho, en perpetuo diálogo y mutua contaminación, se abren todas las posibilidades para la obra maestra, hasta el punto de poder afirmar que don Quijote y Sancho cambian, evolucionan, se personi- fican a lo largo de la novela, no tanto por lo que hacen o lo que les pasa sino por lo que hablan: otra manifestación del poder de la palabra hecha literatura. No menos importante es Cide Hamete Benengeli, el historiador arábigo de las aventuras de don Quijote y del cual Cervantes se nos presenta casi como mero transcriptor. Conviene reflexionar sobre las potencia- lidades de este mecanismo y cómo Cervantes las aprovecha en cada caso a su conveniencia y siempre con refinada maestría. Por otra parte, aunque sea menos relevante, la aparición de Cide Hamete (de su manus- crito) en la Alcaná de Toledo nos abre una ventana a la realidad multiétnica que era la España de Cervantes: la alcaná era el sitio donde se ubicaban los puestos de los mercaderes y éstos, en buena parte, judeoconversos o criptojudíos; Cide Hamete es moro o morisco; don Quijote y Sancho, cristianos viejos... las tres castas, cada una en su lengua, conviviendo conflictivamente en una época convulsa. 3.- Tercer día: II, 8, 9, 10 y 61. Habiendo visto cómo funciona la locura de don Quijote en la primera parte (molinos de viento, yelmo de Mambrino) podemos ver ahora en el encantamiento de Dulcinea cómo funcio- na en la segunda: en la primera parte don Quijote distorsiona la realidad: confunde molinos con gigantes o bacías con yelmos; en la segunda, aprecia la realidad perfectamente (ve a las claras a las tres aldeanas en

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sus tres borricas) y son las tretas de los “encantadores” quienes le privan del acceso a la realidad más alta que él anhela. El capítulo II, 61 es una mínima muestra de las que podemos llamar “aventuras extramanchegas”, que ocupan mucho espacio en la segunda parte del libro. Don Quijote y Sancho bien pudieron encaminarse hacia Aragón y Cataluña por el camino que, pasando por Belmonte y Villaescusa, iba hacia Cuenca; por eso ubicamos aquí este capítulo en el que nuestros personajes llegan a Barcelona: la perplejidad de los aldea- nos en la gran urbe, su asombro frente al mar “de ellos antes nunca visto”... Hay episodios extramanchegos mucho más conocidos, pero la melancolía y pesadumbre que éste rezuma, la íntima solidaridad que senti- mos con el don Quijote achicado, aturdido y escarnecido nos han impulsado a incluirlo aquí. 4.- Cuarto día: I, 11, 12 13 y 14; II, 11. El cuarto día es el día literario: el episodio de los cabreros, que incluye la desgraciada historia de Marcela y Grisóstomo; la liberación de los galeotes; y la aventura de las Cortes de la Muerte, nos pueden permitir asomarnos a tres facetas muy destacadas de la literatura castella- na clásica: lo pastoril, lo picaresco y el teatro. Los galeotes y el teatro están, además, muy relacionados con Almagro. Los galeotes, porque muchos de los sentenciados a galeras no acababan remando en ellas sino sacando agua de las minas de Almadén que explotaban los Fúcares: ¿serían los que liberó don Quijote de ellos? En esta siniestra historia de los galeo- tes condenados a trabajos forzados en la mina indagó Mateo Alemán, el principal autor de la novela picares- ca, con celo irreprochable, y en Almagro estuvo y por Almagro hizo pasar a su Guzmán: conviene detenerse a reflexionar sobre los paralelismos entre Cervantes y Mateo Alemán porque dan para mucho. El teatro, porque Almagro es una ciudad eminentemente teatral y allí está el único corral de comedias que se conser- va intacto: ¿iría la compañía de Angulo el Malo a representar su auto a este corral? 5.- Quinto día: II, 16, 17 y 18; II, 54. Una tradición más o menos fundada vincula al Caballero del Verde Gabán con Infantes, la capital del campo de Montiel. Este hidalgo de aldea, antítesis de don Quijote, se nos presenta como un personaje de dudosa interpretación: la mesura, la aurea mediocritas en la que vive el del Verde Gabán frente a lo descabellado de nuestro hidalgo: ¿qué ironías desliza Cervantes? ¿qué significa Lorenzo, el hijo del Caballero, aficionado a la poesía? Por otra parte, el campo de Montiel (como el de Calatrava) fue tierra de moriscos. El capítulo 54 de la segunda parte es conmovedor: la expulsión de los moriscos estaba muy reciente cuando Cervantes redactó este capítulo y el drama humano que ello supuso está reflejado en toda su emoción: ¿cuál es la opinión de Cervantes al respecto, la que aquí se trasluce o la que expresa Berganza en El coloquio de los perros? 6.- Sexto día: II, 22 y 23. El episodio de la cueva de Montesinos es un cuento maravilloso; sin embargo, la inclusión en él de expresiones claramente discordantes con el contexto relativiza la maravilla y la llena de ironías y dobles sentidos. Por otra parte, conviene destacar que es esta una de las pocas aventuras clara y precisamente ubicadas en su exacta geografía. “Los contextos” son los textos auxiliares que hemos recopilado para interpretar, aclarar o encuadrar a los textos seleccionados del Quijote. Van, lo mismo que las ampliaciones sobre la ruta, en columna paralela a los “textos” para facilitar así su consulta inmediata. Los hay de varios tipos: a) Exégesis cervantinas: Textos de especialistas que dilucidan aspectos generales o concretos de la obra. Entre ellos cobran una especial dimensión los sacados de dos libros excelentes y muy fáciles de encontrar: Para leer a Cervantes, de Martín de Riquer, y la edición del Quijote que coordinó Francisco Rico.

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b) Textos literarios: Durante nuestra ruta tendremos ocasión de pasar por lugares vinculados a autores clásicos más o menos contemporáneos de Cervantes que no podíamos dejar de mencionar: fray Luis de León en Belmonte y Quevedo en Villanueva de los Infantes; también, tangencialmente, nos referi- mos a otros dos autores muy relacionados con nuestra región: Garcilaso y Manrique. De todos ellos recogemos breves muestras. c) Textos históricos: Algunos episodios (el de los galeotes, el del morisco) requerían un encuadre histó- rico que nos pudiera dar luz para su cabal interpretación; por ello hemos recurrido a textos de historia- dores fácilmente entendibles. En la misma categoría podemos incluir el artículo de Joseph Pérez que seleccionamos en los Preliminares, donde pretendemos hacer un pórtico a la ruta que nos sitúe en la tierra, el autor y el momento histórico de don Quijote. Creemos que la síntesis de Pérez valía, mejor que cualquier otra que hubiéramos intentado, perfectamente. d) Textos del Tercer Centenario: Hace un siglo se celebró con pompa el tercer centenario del Quijote en unas circunstancias para la vida española bien diferentes a las actuales. Nos ha parecido de interés recoger pasajes de dos de los más destacado libros que aquella efemérides produjo: La ruta de don Quijote, de Azorín, y la Vida de don Quijote y Sancho, de Unamuno. Leyéndolos apreciaremos la distancia histórica que va de entonces a ahora y nos daremos cabal cuenta de los dos polos entre los que se movió aquella conmemoración: el mínimo, detallista, melancólico y descriptivo Azorín, y el gesticulante, verborreico, trascendente y esencialista Unamuno. Aquel centenario tuvo mucho de afirmación nacional (afirmación de una determinada y discutible idea de nación): ¿Qué será éste que ahora comienza? Obviamente, los materiales que aquí se presentan no agotan las posibilidades de investigación y lectura de cada grupo de alumnos. Sería conveniente contar al menos con un buen Quijote anotado (el de Cátedra o el de Castalia, por ejemplo, que son baratos y fáciles de encontrar), una buena biografía de Cervantes (la de Canavaggio, en la Colección Austral de Espasa Calpe, también es excelente y barata), y una guía de lectura del Quijote (el libro de Martín de Riquer Para leer a Cervantes ha tenido un justo éxito porque es sencillo, manejable, muy iluminador y también se encuentra fácilmente). El itinerario: Para conseguir los objetivos que se proponían más arriba, y de acuerdo con los propósitos y materiales que se han descrito, nuestra ruta tendrá estas etapas: La sede principal de la “Ruta Literaria” será Alcázar de San Juan, localidad ubicada en el corazón de la Mancha, muy bien comunicada, de modo que los desplazamientos no serán demasiado largos, y con infraestructuras de alojamiento, de actividades culturales y de esparcimiento más que notables. El primer día se dedicará a la recepción y alojamiento de los participantes. El segundo día recorreremos Tomelloso, Argamasilla de Alba y Puerto Lápice. En Argamasilla, supuesto “lugar de la Mancha” donde residiría don Quijote, podremos ver la legendaria prisión de Cervantes (la famosa cueva de Medrano) y la iglesia de la localidad, en la que se conserva un, también supuesto, retrato suyo. En Tomelloso, la visita al “bombo” y al museo de aperos de labranza, nos permitirá conocer un ejem- plar espléndido de arquitectura popular y algunas herramientas cuya tecnología está directamente emparentada con la que aparece en el Quijote. En Puerto Lápice podremos ver una venta cuyo estado de conservación nos dará una visión muy cercana a aquélla en la que don Quijote fue armado caballero. El traslado de unas localidades a otras será ocasión de observar los usos del suelo y la organización del

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territorio; a comparar el paisaje actual con el que sirvió de escenario a las andanzas de nuestro hidalgo; a recordar los antiguos caminos atravesando el puente romano de Villarta; y a estudiar la cuestión del agua en la cuenca alta del Guadiana en relación con la que habría en los siglos XVI y XVII. El tercer día el desplazamiento será a Campo de Criptana, el Toboso, Mota del Cuervo, Belmonte y Villaescusa de Haro. Haremos que Campo de Criptana sea el escenario de la aventura de los molinos de viento y estudiaremos la tecnología de estos artefactos. En el Toboso, además de conocer el palacio mítico de Dulcinea y la biblioteca cervantina, visitaremos la iglesia con la que “toparon” don Quijote y Sancho, y estudiaremos la estructura urbana de un típico lugar de la Mancha. En Belmonte relacionaremos a Cervantes con fray Luis de León, conoceremos un castillo “de verdad” y una espléndida Colegiata. Villaescusa de Haro es una villa de rico patrimonio histórico y artístico, que, además, constituía una etapa en el camino de Alcázar a Cuenca desde donde don Quijote pudo dirigirse a Aragón y Cataluña bien por Sigüenza o bien por Albarracín y Daroca. Es decir, este día nos servirá de acercamiento a los territorios en donde se desarrolla la mayoría de los episodios de la Segunda parte del Quijote. El cuarto día se visitará Almagro y el castillo de Calatrava la Nueva. Almagro, además de su indiscutible interés monumental, nos permitirá detenernos en una de las más importantes diversiones de los españoles de los siglos áureos, en la que Cervantes no terminó de hacerse un hueco: el teatro, visitando el único corral de comedias conservado íntegramente y el Museo Nacional del Teatro. Almagro será el pretexto para rela- cionar a Cervantes y a Mateo Alemán. Ambos son “vidas paralelas”: estrictos coetáneos, de vida azarosa, escritores tardíos de gran éxito, ven usurpadas sus obras por continuadores mendaces, Alemán realiza el intento frustrado de Cervantes de viajar a América y lleva en su equipaje un ejemplar del Quijote de 1605... Alemán estuvo varias veces en Almagro por razones laborales e hizo pasar por aquí a su personaje Guzmán de Alfarache. La visita a Calatrava la Nueva servirá para asomarnos a Sierra Morena, ver a nuestros pies el camino de Viso del Marqués a Almodóvar del Campo y observar algunos de los pasos por los que se bajaba entonces de Castilla a Andalucía. El quinto día estará dedicado al Campo de Montiel. Fuera cual fuera su patria chica, don Quijote es montieleño y sus andanzas discurren por esta altiplanicie; por ello bien merece la visita. Accederemos al campo de Montiel por su extremo norte, la Solana, y llegaremos a Villanueva de los Infantes. En Villanueva de los Infantes está la supuesta casa del Caballero del Verde Gabán, típica casa hidalga, tan bien descrita en el Quijote. Pero, aunque no lo estuviera, Infantes merecería la visita porque alcanzó su mayor esplendor en el siglo cervantino, porque conserva uno de los conjuntos monumentales más valiosos de toda la región y porque fue el lugar de la muerte de Quevedo y de su enterramiento. De regreso a Alcázar nos detendre- mos en San Carlos del Valle, ejemplo de una de las tentativas más notables de utilización racional del territorio: las colonizaciones que se llevaron a cabo en tiempos de Carlos III. San Carlos del Valle posee una de las mejores plazas manchegas y una pequeña iglesia barroca verdaderamente excepcional. El sexto día estará dedicado a Ruidera. El recorrido hasta las lagunas hará posible observar un paisaje muy similar al de la Mancha cervantina, bastante alejado del que hoy se tiene por tópico paisaje manchego; se remontará casi íntegro el curso alto del Guadiana hasta su nacimiento; y se dará una gran relevancia a la cueva de Montesinos y la aventura espeleológica de don Quijote. El agua y las tecnologías para su aprove- chamiento, y la vegetación recibirán este día una atención especial.

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Preliminares La tierra El hombre El tiempo

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Castilla-La Mancha astilla-La Mancha es una de las diecisiete comunidades autóno- mas de España. Se halla situada en la parte sur de la península C CASTILLA-LA MANCHA es la tercera co- Ibérica, y limita con las comunidades autónomas de Castilla y León, Ma- munidad autónoma española por exten- drid, Aragón, Comunidad Valenciana, Región de Murcia, Andalucía y sión después de Castilla y León (94.244 Extremadura. Está formada por las provincias de Albacete, Ciudad Real, km2) y Andalucía (87.595 km2). Sus pro- Cuenca, Guadalajara y Toledo. Tiene una extensión de 79.230 km2, lo que vincias son más extensas que algunas co- representa el 15,7 % del territorio nacional; sin embargo, su población munidades autónomas: Ciudad Real (19.815 km2), Cuenca (17.140 km2), apenas llega al millón ochocientos mil habitantes, es decir, algo más del 2 2 Toledo (15.340 km ), Albacete (14.924 4% del total de España, con una densidad de 23 h/ km que es realmente km2) y Guadalajara (12.214 km2), cada 2 baja y que en algunas comarcas ni siquiera llega a los 10 h/ km . una por sí sola tienen más extensión que Asturias, Cantabria, País Vasco, Navarra, EL RELIEVE: Castilla-La Mancha es un territorio donde predominan La Rioja, Baleares, Madrid, Murcia y Ca- los altiplanos de amplios y monótonos horizontes (más de las dos terceras narias. partes del territorio regional están por encima de los 600 metros sobre el *** *** *** nivel del mar), aunque también existen ámbitos montañosos, con alturas medias comprendidas entre los 1000 y los 1500 metros y cumbres que llegan a sobrepasar los 2000, entre los que destacan estos: Sistema Central: Se extiende por el norte de la provincia de Toledo y el noroeste de la de Guadalajara. Las alturas más elevadas son el pico del Lobo (2273 m), Peña Cebollera (2129 m), Ayllón (2035 m) y San Vicente (1321 m). Sistema Ibérico: Se extiende por el nordeste y este de la región, en las provincias de Guadalajara y Cuenca: parameras de Atienza, Sigüenza y Molina; Serranía de Cuenca y sierras de las Cuerdas, de Mira y Tortajadas. Sus altitudes no superan los 2000 m (Cerro de San Felipe, 1840 m). Sierras de Alcaraz y Segura: En el sureste de la región, forman parte de los llamados Sistemas Béticos. Sus alturas más destacadas son el calar del Mundo (2160 m) y la sierra de las Cabras (2106 m). Sierra Morena: En el sur de la región, constituye el escalón que separa a la Meseta de Andalucía. Sus mayores alturas están en sierra Madrona (1323 m). Montes de Toledo: Separan las cuencas del Tajo y del Guadiana, entre las provincias de Ciudad Real y Toledo. Van elevándose de este a oeste y alcanzan su mayor altura en el pico Rocigalgo (1447 m). Menor entidad tienen las sierrezuelas del Campo de Calatrava, que forman un relieve de origen volcánico muy interesante desde el punto de vista paisajístico. Se conservan muchos conos volcánicos, como el cerro

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de la Yezosa, cabeza Parda, cabeza Segura, cerro Gordo... y cráteres explosivos, muchos de ellos ocupados por lagunas. Las mayores alturas apenas llegan a los 1000 m. Entre las tierras llanas, cabe destacar estas: La Alcarria: Ocupa la mayor parte de la Provincia de Guadalajara y el noroeste de la de Cuenca. Es una alta planicie erosionada por los cursos de agua que forman profundos y estrechos valles; en el horizonte desta- can las “alcarrias”, altos páramos de aspecto tabular. Algunas sierras, orien- tadas de norte a sur, como la de Altomira, fragmentan el territorio con elevaciones que superan los 1100 m. La Mancha: Es la unidad geográfica más importante y característica de la región y también la superficie llana más extensa de España. Se extien- de por el centro y este, en las provincias de Toledo, Cuenca, Albacete y Ciudad Real, con una altitud entre los 600 y los 800 m. Su sector más oriental recibe el nombre de Manchuela. El Campo de Montiel: Es una altiplanicie que ocupa el sureste de la provincia de Ciudad Real y el oeste de la de Albacete. Alcanza los 1000 m de altura en el sur y desciende suavemente hacia el norte hasta confundir- se con la Mancha. La fosa del Tajo Medio: Se trata de una amplia planicie surcada por el Tajo en la provincia de Toledo entre el Sistema Central y los Montes de Toledo. CLIMA: El clima es del tipo templado mediterráneo de carácter conti- nental con temperaturas medias que oscilan entre los 8 ºC del Sistema La temperatura mínima absoluta se regis- tró en Molina de Aragón, con -28,2 ºC. Ibérico y los 16 ºC en el oeste de la provincia de Toledo. Las temperaturas máximas anuales superan fácilmente los 40 ºC y las mínimas bajan am- *** *** *** pliamente de 0 ºC. Las precipitaciones oscilan entre los 400 y los 600 mm anuales, salvo en el sureste de Albacete donde no llegan a los 400, y en algunas de las montañas periféricas en que se superan los 800.

HIDROGRAFÍA: Los ríos de la región se reparten en siete cuencas TRASVASE TAJO-SEGURA: Es un formi- hidrográficas: Tajo, Guadiana y Guadalquivir, que vierten sus aguas al At- dable acueducto que lleva aguas desde la lántico; y Júcar, Segura, Ebro y Turia, que vierten al Mediterráneo. Las cabecera del Tajo (embalses de cuencas del Tajo, Guadiana y Júcar abarcan la inmensa mayoría del terri- Entrepeñas y Buendía) a la cuenca del Segura. El proyecto se remonta a los pla- torio. nes de desarrollo franquistas (1966) y fue El régimen de los ríos depende del de las precipitaciones: presentan ejecutado entre esta fecha y 1979. En así un escaso y muy variable caudal. El aprovechamiento para riegos y 1971 se promulgó la ley conocida como electricidad ha alterado profundamente este régimen en algunos casos de «Aprovechamiento conjunto del Tajo- mediante la creación de pantanos (los de Entrepeñas y Buendía, en la Segura» en la que se establecía un caudal trasvasable de 600 Hm3 en una primera cabecera del Tajo, son los más importantes).

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Hay también lagunas de carácter endorreico en la Mancha y un siste- fase y de 1.000 Hm3 en una segunda fase. ma lagunar del mayor interés en el Campo de Montiel: las lagunas de Igualmente se reguló que con los cauda- Ruidera. les trasvasados se cubriera el déficit de los regadíos legales existentes (oficial- Notables son los acuíferos subterráneos, entre los cuales se han he- mente unas 90.000 Has.) y se ampliara la cho tristemente famosos por su sobreexplotación los denominados 23 (la superficie en otras 51.000 Has. En los Mancha Central) y 24 (Campo de Montiel). La sobreexplotación de los años 80 estas cifras se cambiaron y los acuíferos es un auténtico desastre que ha originado la desaparición, de documentos oficiales hablan de crear unas hecho, de numerosos ríos (como el Guadiana Alto, el Záncara, el Gigüela, 77.000 nuevas Has. Esto partiendo siem- pre de un trasvase anual de 600 hm3 de el Azuer...) y manantiales (los famosos Ojos del Guadiana, entre otros) y los que 110 eran para abastecimientos ur- que amenaza la sostenibilidad del desarrollo. banos, 90 se perdían en el camino y los Castilla-La Mancha es una región exportadora de recursos hídricos: 400 restantes se asignaban a la agricultu- de la cuenca del Tajo se abastece Madrid, que devuelve las aguas alta- ra. Nunca se han cumplido las previsiones. mente degradadas, y mediante el trasvase Tajo-Segura se lleva agua a *** *** *** Murcia, Andalucía y Comunidad Valenciana.

VEGETACIÓN: Actualmente la cubierta vegetal de la región está for- PARQUES NACIONALES: Castilla-La Man- mada mayoritariamente por cultivos, alternando con espacios yermos y cha cuenta con dos Parques Nacionales: superficies cubiertas de jarales, tomillares y pinares. Sólo en los territorios el de las Tablas de Daimiel, que represen- más abruptos se conserva la vegetación original de encinares, quejigares ta muy bien el ecosistema de los humedales manchegos, se halla amena- y sabinares. zado por la sobreexplotación del acuífero POBLACIÓN: Ya se ha dicho que la población actual de la región no 23 y apenas se mantiene gracias a las aportaciones extraordinarias del trasvase llega a los dos millones de habitantes y que la densidad no alcanza los 25 Tajo-Segura; el Parque Nacional de h/km2. Más significativo es, quizá, señalar que la población regional alcan- Cabañeros, en los Montes de Toledo, en zó su máximo en 1950 con 2.059.562 habitantes y que es ahora cuando cambio, goza de buena salud y es un ejem- nos estamos acercando a la población que había en 1940 (1.959.562 ha- plo magnífico del llamado monte medite- bitantes). rráneo. En el entretanto, Castilla-La Mancha ha representado perfectamente *** *** *** el divorcio existente entre zonas superpobladas e infrapobladas: Econo- mía agraria tradicional, poca capitalización, nula industrialización... han Las comunidades autónomas que tienen originado durante los años cincuenta y sesenta un flujo emigratorio menos población que Castilla-La Mancha notabilísimo cuyas consecuencias apenas se comienzan a superar. son: La Rioja, Cantabria, Navarra, Balea- La mayor densidad de población se alcanza en la Mancha, donde ade- res, Asturias, Murcia, Extremadura y más el equilibrio y contrapeso de importantes aglomeraciones urbanas Aragón. Hay que tener en cuenta que, sal- (Valdepeñas, Tomelloso, Alcázar, Daimiel, Manzanares, Villarrobledo, vo Extremadura y Aragón, todas las de- más son más pequeñas que cualquiera de Tarancón), denominadas agrociudades, ha conseguido eludir o paliar la las provincias de Castilla-La Mancha. capacidad de atracción de las capitales de provincia. Las zonas periféricas, sobre todo las de montaña, son las menos pobladas. *** *** *** Las principales ciudades son Albacete, Talavera, Toledo, Guadalajara, Ciudad Real, Puertollano y Cuenca. ECONOMÍA: Castilla-La Mancha, en el conjunto de España y de Euro- pa, puede considerarse una región deprimida con un nivel de desarrollo

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bastante alejado de la media de la Unión Europea. El peso principal de la economía sigue estando en la agricultura y en las industrias derivadas de ella. Tan solo en determinadas comarcas (La Sagra, el Corredor del Henares, Puertollano...) la industria alcanza alguna relevancia; mientras que el sector de los servicios no hace sino crecer. COMUNICACIONES: Hasta tiempos muy recientes todas las comuni- caciones importantes de la región no se habían hecho para la región sino para comunicar la periferia española con Madrid (autovías de Andalucía, de Valencia, de Alicante y de Extremadura). Lo mismo pasa con el tren de alta velocidad (AVE) Madrid-Sevilla, que ha supuesto un importante bene- ficio para las ciudades de Ciudad Real y Puertollano. Las instituciones regionales han pretendido cambiar esta situación creando o mejorando vías específicas para vertebrar la región; de ellas la más ambiciosa es la llamada Autovía de los Viñedos que unirá Tomelloso con Toledo y, más tarde, con Albacete.

INSTITUCIONES: El Estatuto de Autonomía de Castilla-La Mancha, LA BANDERA: “La bandera de la región aprobado el 10 de agosto de 1982, crea las instituciones que rigen la vida se compone de un rectángulo dividido en política de la región: la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha cu- dos cuadrados iguales: el primero, junto yos órganos son las Cortes de Castilla-La Mancha, el Presidente y el Con- al mástil, de color rojo carmesí, con un sejo de Gobierno. Estos órganos tienen su sede en la ciudad de Toledo, castillo de oro mazonado de sable y acla- rado de azur, y el segundo, blanco”. (Artí- que es la capital de la región: la Presidencia y el Consejo de Gobierno en culo 5 del Estatuto de Autonomía). el Palacio de Fuensalida; y las Cortes en el antiguo convento de San Gil. Existe también un Tribunal Superior de Justicia, cuya sede está en *** *** *** Albacete.

HISTORIA: Castilla-La Mancha, como entidad política, tiene su origen PARQUES ARQUEOLÓGICOS: Para poner en la Constitución española de 1978. No es, por tanto, una de las comuni- en valor yacimientos arqueológicos de dades denominadas históricas sino que su fundamentación se dirige ha- distintas épocas, la Región ha creado has- cia el futuro y se justifica en él (el futuro es mejor con la organización ta ahora cinco parques arqueológicos: Tol- actual que sin ella). No obstante, claro es, estas tierras y estas gentes mo de Minateda (Albacete), de la Edad del Bronce; Segóbriga (Cuenca) y Carranque tienen una historia que se remonta al paleolítico, pero cuyo antecedente (Toledo), vestigios de la romanización; más claro es el antiguo reino medieval de Toledo. Recópolis (Guadalajara), ciudad visigoda; De época prehistórica son las pinturas rupestres de Alpera o y Alarcos-Calatrava la Vieja (Ciudad Real), Fuencaliente; un yacimiento ibérico importantísimo es el del Cerro de los época medieval musulmana y cristiana. Santos; la dominación romana ha dejado huellas por toda la región, aun- *** *** *** que destacan las ciudades de Segóbriga, Ercávica y Valeria; los visigodos tuvieron su capital en Toledo, y esta ciudad y Cuenca fueron las más im- portantes en la Edad Media. Toledo fue, así mismo, capital imperial y con- servó su importancia, aunque declinante, durante varios siglos. A partir del XVII y hasta ahora la relevancia de la región ha sido escasa.

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PATRIMONIO ARTÍSTICO: El patrimonio artístico de la región es PATRIMONIO DE LA HUMANIDAD: Toledo importantísimo, de todos los estilos y épocas, desde el paleolítico a la (desde 1986) y Cuenca (desde 1996) han actualidad. Baste recordar, además de los citados, dólmenes como el de sido declaradas ciudades Patrimonio Mun- dial de la Humanidad. Toledo por cumplir Azután (Toledo), mezquitas como la del Cristo de la Luz en Toledo, igle- los criterios I, II, III y IV, y cuenca el II y el sias visigodas como las de Zuqueca (Granátula de Calatrava) o santa Ma- V. Los criterios son: ría de Melque, iglesias románicas en las provincias de Guadalajara y Toledo, 1.- Aporta un testimonio único, o excep- formidables catedrales góticas en Toledo y Cuenca, sinagogas como la de cional, de una civilización o de una tradi- Santa María la Blanca, palacios renacentistas como el del Marqués de ción cultural desaparecida. 2.- Ejerce una influencia considerable, Santa Cruz en el Viso del Marqués o el Alcázar de Toledo, recintos amura- en un período dado o en un área cultu- llados como Molina de Aragón o Alcaraz, castillos como el de Belmonte o ral determinada, sobre el desarrollo de el de Chinchilla... innumerables piezas de arte mueble entre las que so- la arquitectura, las artes monumentales, bresalen las pinturas del Greco. el planeamiento urbano o la creación de paisajes. 3.- Constituye un ejemplo sobresaliente de establecimiento humano o de ocupación del territorio representativo de culturas tra- dicionales, sobre todo cuando son vulne- rables a mutaciones irreversibles. 4.- Ofrece un ejemplo eminente de un tipo de construcción o de conjunto arquitec- tónico o de paisaje que ilustra un período significativo de la historia humana. 5.- Constituye una obra maestra del genio creador del hombre. 6.- Aparece directa o materialmente aso- ciado a acontecimientos o tradiciones vi- vas, ideas, creencias u obras artísticas y literarias que tengan una significación ex- cepcional.

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CERVANTES percibe muy agudamente Cervantes esta crisis española y la deja entrever en NA VIDA AGITADA: Conviene detenerse algo en la vida de su mal disimulada antipatía hacia el rey Cervantes por varias razones: Porque es representativa de la bio- Felipe II, que se manifiesta en diversas U ocasiones; por ejemplo, en el famoso so- grafía de un español inquieto en la época crucial en que España pasa de neto con estrambote ‘Al túmulo de Felipe la hegemonía europea en el siglo XVI al inicio de la “decadencia” en los II en Sevilla’, donde la ironía es obvia, y comienzos del siglo XVII; porque la obra de Cervantes está muy enraizada en un muy curioso elogio fúnebre al mis- en las experiencias vitales del autor (piénsese en su teatro y en los luga- mo rey del que son estos versos: res por donde andan los personajes de sus novelas); y porque los avata- ¿Por dónde comenzaré a exagerar tus blasones, res de su sobresaltada existencia condicionan su anómala carrera como después que te llamaré escritor. padre de las religiones Miguel de Cervantes Saavedra nació en Alcalá de Henares el 29 de y defensor de la fe? septiembre (?) de 1547 en una familia de complicada historia y escasos Sin duda habré de llamarte recursos. Pasó su adolescencia en Madrid en donde se educó con Juan nuevo y pacífico Marte, pues en sosiego venciste López de Hoyos, el cual lo puso en contacto con los clásicos latinos y le lo más de cuanto quisiste inculcó las aficiones literarias: él es quien publica la primera “obra” (una y es mucha la menor parte. copla, cuatro redondillas, una elegía y un soneto) de Cervantes en 1568 Quedar las arcas vacías con motivo de la muerte de la reina Isabel de Valois. donde se encerraba el oro Hacia 1568, por motivos que desconocemos con exactitud, pasa a Ita- que dicen que recogías nos muestra que tu tesoro lia, primero como servidor del cardenal Acquaviva y, enseguida, como sol- en el cielo lo escondías. dado. En 1571 combate en la batalla de Lepanto heroicamente. En 1575, *** *** *** durante el viaje de regreso desde Italia a España, la nave en que viajaba es apresada por corsarios berberiscos y Cervantes pasa cinco años cau- BATALLA DE LEPANTO: Gran enfrenta- tivo en Argel de donde será rescatado por los frailes trinitarios. Durante el miento naval entre la escuadra turca, man- cautiverio, que dejó honda huella en su obra, tuvo también un comporta- dada por Alí Bajá, y una coalición cristia- na (España, Venecia y el Papa) cuya flota miento valeroso y protagonizó varios intentos de fuga. mandaba don Juan de Austria, hermano De vuelta a España, pretende ganarse la vida como escritor. Publica de Felipe II. Los cristianos obtuvieron una una novela pastoril, La Galatea, en 1585, e intenta también abrirse cami- rotunda victoria en el Golfo de Lepanto no en el teatro. Ninguna de las dos tentativa tiene éxito. Se casa con Ca- (Grecia), el día 7 de octubre de 1571; sin talina de Salazar, natural de Esquivias (Toledo), que tiene una modesta embargo, la batalla, que pretendía dirimir la hegemonía en el Mediterráneo, no sir- hacienda en su pueblo; mantiene amores con Ana Franca (de los que vió de mucho, pues los turcos continua- nace su única hija, Isabel de Saavedra). En 1587 obtiene el oficio de comi- ron siendo una gran potencia marítima y sario para buscar víveres con que abastecer al ejército: recorre la Man- un serio peligro para los intereses espa- cha, se establece en Sevilla, viaja por Córdoba... da en la cárcel en 1592. ñoles. Cervantes siempre estuvo orgullo- No publica nada. so de haber participado en esta empresa a la que se referirá como “la más alta oca- Sin embargo, en los últimos once años de su vida, asombrosamente, sión que vieron los siglos pasados, los en medio de una agitación familiar notable, cambiando de domicilio entre presentes, ni esperan ver los venideros”. Esquivias, Madrid, Valladolid y Sevilla, viéndose de nuevo en la cárcel, *** *** *** con muy escasos recursos económicos... su producción literaria es enor-

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me: en 1605, la primera parte del Quijote; en 1613, las Novelas ejempla- res; en 1614, el Viaje al Parnaso; en 1615, la segunda parte del Quijote; y póstumamente, Los trabajos de Persiles y Segismunda. CERVANTES Y SHAKESPEARE: Suele de- Muere en Madrid el 23 de abril de 1616. El miércoles 20 de este mismo cirse que estos dos genios de la literatura mes había dictado el prólogo al Persiles, del que son estas palabras: “Mi murieron el mismo día, pero no es cierto. vida se va acabando y al paso de las efemérides de mis pulsos, que, a La fecha del 23/04/1616 no era el mismo más tardar, acabarán su carrera este domingo, acabaré yo la de mi vida día en España (que había adoptado ya la (...). ¡Adiós, gracias; adiós, donaires; adiós, regocijados amigos: que yo reforma gregoriana del calendario) que en Inglaterra (que aún mantenía el calenda- me voy muriendo, y deseando veros presto contentos en la otra vida”. rio juliano): en realidad, Cervantes murió diez días antes que Shakespeare. UNA OBRA AMPLIA Y COMPLEJA: Probablemente es cierto que, sin *** *** *** el Quijote, el lugar de Cervantes en la literatura española de los Siglos de Oro sería secundario en relación con los otros “grandes” como Garcilaso, Quevedo, Lope o Góngora; sin embargo, no sería un escritor menor. Cul- tivó la poesía, el teatro y la novela. Como poeta, y a pesar de lo que escribe de sí mismo en el primer capítulo del Viaje al Parnaso Yo que siempre trabajo y me desvelo por parecer que tengo de poeta la gracia que no quiso darme el cielo, tiene obras sueltas de indudable interés lírico (como los romances interca- Al túmulo de Felipe II en Sevilla se interpreta lados en sus novelas), filosófico (como la Epístola a Mateo Vázquez), iró- como una irónica andanada hacia el rey Fe- nico (como los sonetos que abren el Quijote o el dedicado Al túmulo de lipe II, manejada genialmente en las exage- raciones cómicas del soldado fanfarrón y Felipe II en Sevilla) o alegórico (Viaje al Parnaso). en el cómico estrambote. Helo aquí:

Como dramaturgo nos ha dejado una buena muestra del teatro “¡Voto a Dios, que me espanta esta grandeza prelopista en la tragedia La Numancia, basada en la heroica defensa de y que diera un doblón por describilla! su ciudad que sostuvieron los numantinos frente a los romanos. Y ya en la porque ¿a quién no sorprende y maravilla línea del nuevo teatro impuesto por Lope, son de destacar sus comedias esta máquina insigne, esta braveza? de asunto argelino (Los baños de Argel, La gran sultana, El trato de Argel) ¡Por Jesucristo vivo! Cada pieza y los famosísimos entremeses, que son la mejor antología de farsas de la vale más de un millón, y que es mancilla que esto no dure un siglo, ¡Oh, gran Sevilla!, literatura española, y entre los que hay algunos verdaderamente geniales Roma triunfante en ánimo y riqueza. como El retablo de las maravillas. Como prosista, Cervantes escribió una novela pastoril (La Galatea) de Apostaré que el ánima del muerto, por gozar este sitio, hoy ha dejado la cual, a pesar de prometernos constantemente la segunda parte, no pa- el cielo, del que goza eternamente.” rece mostrarse muy contento en el escrutinio de la biblioteca de don Qui- Esto oyó un valentón y dijo: “Es cierto jote; las Novelas ejemplares, que introducen un nuevo tipo de narración cuanto dice voacé, seor soldado, en nuestra literatura importado de Italia (algunas son estupendas desde y quien dijere lo contrario miente.” todos los puntos de vista: La Gitanilla, El licenciado Vidriera, Rinconete y Y luego, incontinente, Cortadillo, El coloquio de los perros...); Los trabajos de Persiles y caló el chapeo, requirió la espada, Segismunda, de la que Cervantes se mostraba muy satisfecho y que hoy miró al soslayo, fuese y no hubo nada. está sometida a nuevas interpretaciones; y, naturalmente, el Quijote. *** *** ***

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EL QUIJOTE, UNA OBRA MAESTRA ABSOLUTA: Sobre esta cues- tión la unanimidad es total y se ha mantenido desde muy poco después de publicado: el Quijote es una obra maestra de la literatura universal, si bien las interpretaciones y valoraciones han tenido matices diferentes a lo lar- go del tiempo. Nosotros no entraremos sino muy someramente en este terreno; nos limitaremos a destacar algunos aspectos de la obra que nos parecen del máximo interés: El PERSONAJE: Se ha especulado mucho sobre si el personaje de LIBROS DE CABALLERÍAS: Novelones in- don Quijote tiene algún correlato en la realidad histórica. Hoy el asunto terminables protagonizados por caballe- carece de importancia. Baste decir que es un hidalgo de aldea que hasta ros maravillosos cuyas hazañas asombro- sus cincuenta años ha llevado una vida no sólo apacible sino aburrida: la sas se sucedían ininterrumpidamente, y cuyas aventuras ocurrían en países fan- caza, los ligeros trabajos de administrar su hacienda, las conversaciones tásticos. El más conocido de estos per- con el cura y el barbero, la lectura... Es soltero y apenas tiene familia. sonajes es Amadís de Gaula. Muchos es- Desde nuestro punto de vista, es comprensible que en el umbral de la pañoles del siglo XVI, de todas las clases vejez quiera convertir lo anodino de su vida anterior en lo fantástico de sociales, eran aficionadísimos a este tipo una vida imaginada: la vida de los libros de caballerías que le han “sorbido de literatura, de la cual el Quijote es una parodia. el seso”. Se convierte así en caballero andante y pasa por diversas eta- pas, en las que cumple papeles diferentes a los ojos de su autor y de los *** *** *** lectores: desde el personaje ridículo de los primeros capítulos, a la perso- na que habla y se transforma por su diálogo con los otros personajes y con el mundo hasta convertirse en verdadero héroe rebelde desde su rea- lidad frente a la realidad de los otros para llegar a morir, derrotado, en su aldea y cuerdo. EL SITIO: Don Quijote es don Quijote de la Mancha. La Mancha era en tiempos de don Quijote una tierra poco poblada (y poblada no de nobles CERVANTES EN FECHAS: sino de rústicos, muchos de ellos moriscos o descendientes de moriscos), 1547: Nace en Alcalá de Henares. 1551: Su padre se traslada a Valladolid. volcada en la agricultura y la ganadería, sin grandes ciudades, sin centros 1553: Su padre se traslada a Córdoba. culturales, sin relevancia literaria, tierra de paso entre Madrid y Toledo (las 1556: Muere su abuelo Juan. grandes ciudades del centro) y Sevilla y Granada (las grandes ciudades 1557: Muere su abuela Leonor. del sur). ¿Por qué situó aquí Cervantes el escenario de su obra? Pode- 1564: Su padre se traslada a Sevilla. mos apuntar tres razones: porque Cervantes la conocía bien, gracias a 1566: Su padre se instala en Madrid. 1567: Primeras poesías de Miguel. sus viajes y a su casamiento en Esquivias; porque la Mancha, despoblada 1568: Cervantes, alumno de López de y pasajera, es escenario adecuado para un caballero “andante”; y porque Hoyos. la Mancha, prosaica y ruda, es la antítesis de los exotismos y refinamien- 1569: Miguel en Roma. tos en que se mueven los personajes de los libros de caballerías. Por otra 1570: Cervantes al servicio del cardenal parte, los otros territorios por donde se maneja nuestro personaje en la Acquaviva. 1571: Batalla de Lepanto. segunda parte de la obra son también familiares para el lector de la época: 1572: Cervantes, soldado aventajado, Aragón y Cataluña (Barcelona), donde don Quijote muestra su entusias- combate a las órdenes de don Juan de mo, un poco pueblerino, frente a la grandiosidad de la urbe y frente al mar Austria. “de ellos antes nunca visto.”

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LA INTENCIÓN: Hay en el Quijote una primera intención explícita: ridi- 1574: Estancia en Sicilia. culizar los libros de caballerías. Desde luego, Cervantes logró en este 1575: Cautivo en Argel con su hermano aspecto un éxito pleno: estaban moribundos y fallecieron absolutamente. Rodrigo. 1576: Primera tentativa de evasión. Pero ¿y las intenciones no explícitas? Aquí las interpretaciones han sido 1577: Liberación de Rodrigo. Segunda muchas: el idealismo en lucha contra un mundo zafio; la metáfora de la tentativa de evasión. decadencia española surgida de gastar energías enormes en tareas ab- 1578: Tercera tentativa de evasión. surdas; los vaivenes humanos entre la fantasía y la realidad; la propagan- 1579: Cuarta tentativa de evasión. da sutil de ideas erasmistas; la obra quejosa y rebelde de un miembro de 1580: Rescatado por los trinitarios. Re- greso a Madrid. la casta de los conversos... Hoy, la polisemia del Quijote se afronta con 1581: Viajes a Orán y a Lisboa. menos dogmatismos que hace un siglo y, desde luego, ya nadie considera 1582: Establecido en Madrid. a don Quijote como el prototipo del español heroico. 1583: La Numancia. 1584: Amores con Ana Franca. Nacimien- LA ESTRUCTURA: Podemos considerar al Quijote dividido en tres to de su hija Isabel. Boda en Esquivias con partes que coinciden con las tres salidas que el protagonista hace de su Catalina de Salazar. aldea, inflamado de entusiasmo, para regresar a ella, al cabo de aventu- 1585: Muerte de su padre. La Galatea. ras desastrosas, desilusionado y vencido. 1586: Viajes breves a Sevilla. 1587: Establecimiento en Sevilla. Comi- La primera salida, breve y sin escudero, parece que está inspirada en siones en Écija. el llamado Entremés de los romances y podría haber sido en su origen, 1588: Muerte de su suegra. ella misma, un relato corto independiente que su autor se dispuso a conti- 1589: Estancia en Esquivias. nuar en cuanto vislumbró las posibilidades que ofrecía este asunto. 1591: Comisiones en el reino de Granada. La segunda salida, ya con Sancho, es una sucesión de aventuras to- 1592: Cárcel en Castro del Río. 1593: Muere su madre. Comisiones en das las cuales tienen una base semejante: don Quijote, envenenado por Sevilla. los libros, confunde las cosas que ve con las que veían los personajes de 1594: Fin de las comisiones andaluzas. sus novelas: este género de locura produce un efecto cómico por su ridi- 1595: Recaudador de impuestos. Viajes culez. Tras esto, don Quijote entra en contacto con personajes aristocráti- por el reino de Granada. cos reales ajenos al mundo de su aldea con los que mantiene diálogos 1597: Cárcel en Sevilla. 1598: Establecimiento en Sevilla. curiosos y a cuyas aventuras asiste con poco protagonismo; se insertan 1600: Salida de Sevilla. Estancia en en esta parte relatos (como El curioso impertinente), más o menos lejanos Toledo. Muere su hermano. de la acción principal, que Cervantes debía tener escritos con anteriori- 1602: Establecimiento en Esquivias. dad. La segunda salida acaba con don Quijote “encantado”, metido en 1604: Establecimiento en Valladolid. una jaula, y llevado a su aldea por el cura y el barbero. 1605: Primera parte del Quijote. Breve encarcelamiento en Valladolid. La tercera salida coincide con la segunda parte de la obra, la de 1615, 1606: Matrimonio de su hija. Regreso a y puede dividirse en varios tramos: los primeros capítulos parecen una Madrid. recopilación o evocación de la primara parte, donde los personajes dialo- 1607: En Madrid. Nacimiento de su nieta. gan, recapacitan y se refieren constantemente a esta primera parte como 1608: Su hija enviuda y vuelve a casarse. si fueran personas “de verdad”, al mismo tiempo dentro y fuera del libro. 1610: Se frustran las esperanzas de esta- blecerse en Nápoles con el virrey conde Se suceden luego varias aventuras en que don Quijote vuelve a ser prota- de Lemos. gonista heroico, mucho más elaboradas que las de los primeros capítulos 1611: Muere una hermana. Estancia en del Quijote de 1605. A continuación, don Quijote y Sancho viven, con los Esquivias. Difusión europea del Quijote. duques, otro tipo de aventuras, de las que son en buena parte víctimas, y 1613: En Alcalá. Novicio de la Orden Ter- en las que Sancho alcanza gran protagonismo. Terminando este periodo, cera. Novelas ejemplares. 1614: Viaje al Parnaso. Quijote de Cervantes conoció, con desilusión y con ira, la publicación del Quijote de Avellaneda.

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1615: Ocho comedias y ocho entreme- Avellaneda y reacciona frente a ella con gran habilidad literaria, haciendo ses. Segunda parte del Quijote. que sus personajes contradigan con sus hechos y con sus razones al 1616: Pronuncia los votos definitivos en Quijote falso: por eso, no van finalmente a Zaragoza sino que se encami- la Orden Tercera. Concluye el Persiles. Muere en Madrid. nan a Barcelona. El periodo final en Cataluña nos muestra a un don Quijo- 1617: Publicación póstuma del Persiles. te más espectador que protagonista de los episodios, y termina con la derrota del caballero a manos del Caballero de la Blanca Luna (Sansón *** *** *** Carrasco), la vuelta melancólica a la aldea y la muerte en su sano juicio. LA TÉCNICA LITERARIA: Evidentemente Cervantes era muy cons- ciente de que estaba componiendo una gran obra cuyas repercusiones serían amplias y, entre los aspectos que forman parte de esa conciencia, está su propia técnica literaria que, resumiendo y simplificando, podemos exponer con las mismas palabras del autor en el prólogo a la primera parte: “...a la llana, con palabras significantes, honestas y bien colocadas salga vues- tra acción y periodo sonoro y festivo, pintando, en todo lo que alcanzáredes y fuera posible, vuestra intención; dando a entender vuestros conceptos sin intrincarlos ni oscurecerlos. Procurad también que, leyendo vuestra historia, el melancólico se vuelva a risa, el risueño la acreciente, el simple no se enfade, el discreto se admire de la invención, el grave no la desprecie, ni el prudente deje de alabarla.” REPERCUSIÓN: El éxito del Quijote fue inmediato y amplio. Muy poco después de la primera edición de 1605 se hicieron dos reimpresiones en Lisboa y otra en Valencia, y una segunda edición en Madrid. En 1615 se editó en Bruselas, y luego en Milán. En 1615 se publicó la segunda parte, que supuso también un cierto relanzamiento de la primera. Se tradujo en- seguida al francés y al inglés y, más tarde, a las otras lenguas europeas. Hoy está traducido en todo el mundo (como dándole la razón a la profecía de su autor: “no habrá lengua a que no se traduzca”) y se edita constante- mente. Sin embargo, el éxito inicial no debe confundirse con prestigio lite- rario: para muchos de los contemporáneos el Quijote era una mera paro- dia, un libro “de risa”, perteneciente más a la literatura de evasión que a la seria. Hubo que esperar al siglo XVIII, y en buena medida a aproximacio- nes venidas del exterior, para apreciar correctamente la obra en su valor. El siglo XX ha permitido una aproximación a la obra en cuanto tal, es decir, en cuanto artefacto literario. En tal sentido, la importancia del escri- tor argentino Jorge Luis Borges es decisiva: En septiembre de 1939 publi- có en la revista Sur de Buenos Aires un texto titulado Pierre Menard, autor del ‘Quijote’, del cual dice Alberto Manguel: “Pierre Menard es el lector ideal, el hombre que quiere rescatar un texto vol- viéndolo a crear tal como fue concebido por su autor. Borges explica: No quería componer otro Quijote –lo cual es fácil- sino el Quijote. Inútil agregar que no enca-

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ró nunca una transcripción mecánica del original; no se proponía copiarlo. Su ad- mirable ambición era producir unas páginas que coincidieran –palabra por palabra y línea por línea- con las de Miguel de Cervantes. Que en última instancia la tarea sea imposible, que el texto reimaginado sea ahora (a pesar de la coincidencia formal entre los dos) obra de Menard y ya no de Cervantes, es la lección implaca- ble que aguarda a cada lector. Nunca leemos un arquetípico original: leemos una traducción de ese original vertido al idioma de nuestra propia experiencia, de nuestra voz, de nuestro momento histórico y de nuestro lugar en el mundo. La terrible conclusión de Pierre Menard es esta: El ingenioso hidalgo don Quijote de la Man- cha de Miguel de Cervantes Saavedra no existe, y nada podrán contra este hecho irrefutable la amenaza de celebraciones, de institutos cervantinos, cursos de lite- ratura española, sesudos estudios críticos y ediciones de obsceno lujo. El Quijote original, si insistimos en creer en su existencia, desapareció con el lector Cervantes. Solo quedaron (lo cual no es poco) los cientos de millones de Quijotes leídos desde que un primer Quijote entró en la imprenta de Juan de la Cuesta (...). Desde entonces, los colegas de Pierre Menard han invadido el mundo de las letras y nos han dado (y siguen dándonos) sus múltiples Quijotes: el torpe Quijote de Lope, el divino Quijote de Dostoievski, el filósofo Quijote de Unamuno, el brutal Quijote de Nabokov, el tedioso Quijote de Martín Amis, el desdoblado Quijote de Borges, el Quijote de cada uno de nosotros, sus desocupados lectores.” Alberto Manguel, Los herederos de Pierre Menard, Babelia, 6/11/2004. EL TERCER CENTENARIO: El año 1905 se celebró por primera vez, oficial y solemnemente, el centenario de la primera parte del Quijote. Es- paña acababa de cerrar lastimosamente su aventura imperial de cuatro siglos con el “desastre de 1898” (la derrota frente a los Estados Unidos y la pérdida de las últimas posesiones en ultramar: Cuba, Puerto Rico y Filipinas) y se hallaba sumida en un proceso de ensimismamiento y pos- tración, al cual los escritores e intelectuales de la llamada Generación del 98 pretendieron responder de alguna manera. En este contexto, la cele- bración del centenario fue la exaltación del “quijotismo” español, del idea- lismo del alma española derrotado finalmente por los prosaísmos de la realidad. Curiosamente, se ensalzó a don Quijote y se postergó a su au- tor, como si el Quijote fuera la obra colectiva de un pueblo y Cervantes el mero amanuense que escribía al dictado del alma común. Tal interpreta- ción nacionalista produjo algunas obras literarias de interés (la Vida de don Quijote y Sancho es quizá la más significativa), investigaciones erudi- tas de desigual valor, y un cierto rechazo en sectores españoles opuestos a la idea monolítica, tradicional de España (el rechazo del incipiente na- cionalismo catalán al quijotismo español es muy interesante). En la pro- vincia de Ciudad Real, aquel centenario dejó una calle de Cervantes en cada pueblo y, en ellas, unas muy bellas placas de metal que aún pueden verse en mejor o peor estado de conservación.

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LA ESPAÑA DE CERVANTES Joseph Pérez

ervantes vive y escribe en la España de Felipe II (1556-1598) y Felipe III (1598-1621), es decir, en C una España que pretende la hegemonía en Europa, pero que encuentra más y más dificultades para realizar este objetivo. El cambio de reinado y de centuria coincide con una serie de problemas que son otros tantos síntomas de que se está entrando en una época nueva. Los últimos años del siglo XVI han sido malos para España. Los corsarios ingleses atacan Lisboa y La Coruña, en 1589, Las Palmas en 1595 y saquean Cádiz el mismo año. El rey Católico no ha podido impedir que un ex-hugonote se siente en el trono de Francia. La paz de Vervins (1598) permite medir el terreno perdido desde 1556. En la Península, las Cortes de Madrid protestan contra una política exterior agotadora; Felipe II es obligado a declarar una nueva suspen- sión de pagos. Por las mismas fechas, una epidemia de peste que se prolonga hasta bien entrado el siglo XVII causa en total la muerte de medio millón de personas. Dos textos parecen representativos de la situación española de fin de siglo: el discurso que pronuncia Monzón, procurador de Madrid, en las Cortes de Madrid el 19 de mayo de 1593, y el Memorial de Cellórigo, impreso en 1600. En el discurso de Monzón, aparte de consideraciones sobre política económica, encontramos tres temas sustanciales: una constatación, una propuesta y un concepto de la Monarquía Hispánica. El procurador cons- tata primero que Castilla se está agotando al pretender asumir sola la defensa del catolicismo en Europa. Recomienda Monzón que el rey se desentienda de los negocios de Flandes y de Francia y se dedique exclusi- vamente a defender la Península y las relaciones con Indias. Termina pidiendo que Castilla deje de contribuir con sus recursos financieros a los gastos que puedan ofrecerse en otros territorios de la Monarquía, con alusiones claras a la guerra de sucesión de 1580 en Portugal y a las alteraciones de Aragón de 1591. Del discurso de Monzón se desprende la idea de que los intereses del reino no coinciden forzosamente con los del rey. El procurador sugiere que Castilla no tenía ningún motivo para intervenir en Portugal, en Flandes y en Francia. O sea, que lo que se está censurando en realidad es la política seguida desde el advenimiento de la Casa de Austria, en 1516, una política que los comuneros denunciaron ya en su tiempo como dinástica y contraria al interés del reino; era una política exterior de signo marcadamente dinástico y no nacional: de lo que se trataba no era de sostener los intereses del reino de Castilla, menos aún los de España, sino los dere- chos patrimoniales del monarca. En el discurso de Monzón cabe ver pues una nostalgia de la época en la que Castilla podía desarrollar una política exterior conforme a sus intereses como nación, sin tener que sacrificar- se a las ambiciones de un monarca que no quería ceder ni un ápice de sus derechos patrimoniales, aunque fuera a costa de la hacienda del reino. En este sentido, Monzón se nos aparece como representativo de aque- llos políticos -los que se suelen llamar la «Escuela de Toledo»- que, en el reinado de Felipe III, se resisten a confundir España con la Monarquía, con el Imperio.

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A aquellas inquietudes se dio en parte satisfacción a finales del reinado de Felipe II y durante el de su hijo y sucesor Felipe III. El Rey Prudente cedió los Países Bajos a su hija Isabel Clara Eugenia, casada con el archiduque Alberto de Austria. Era una forma de salir con elegancia del avispero flamenco. Flandes ya no estaba sometida oficialmente a la tutela de la Monarquía Hispánica, pero seguía contando con la solidaridad y la ayuda de España. Las paces con Francia y con Inglaterra, firmadas respectivamente en 1598 y 1604, permitían una mayor concentración contra los rebeldes calvinistas; la victoria de Spínola en Ostende (1604) constituía una promesa en este sentido, pero pronto se acumularon las dificultades. En 1609, el duque de Lerma, privado de Felipe III, dio su aprobación a una tregua de doce años, tregua que equivalía a reconocer de hecho la independencia de las provincias protestantes del norte de los Países Bajos, pero que supuso un alivio notable para una España más y más preocupada por la situación crítica de su economía. Esta situación es la que forma el telón de fondo en el que se inscribe el Memorial de Cellórigo. No carece de interés apuntar la fecha de publicación: 1600, es decir, en medio de la gran epidemia de peste de 1598- 1602 que iba a causar la muerte de medio millón de personas. El hecho, de por sí, bastaría para justificar el pesimismo de la exposición. Sin embargo, conviene tener en cuenta el aspecto circunstancial del memorial dedicado a Felipe III: estamos a principios de un nuevo reinado y muchos esperan que el joven soberano dé soluciones adecuadas y nuevas a los problemas que su padre había dejado pendientes. El autor exagera al presentarnos «el reino acabado, las rentas reales caídas, los vasallos perdidos y la república consumida». Cellórigo inaugura así un tema que tanta resonancia va a tener en los años posteriores, el de la decadencia, una decadencia que se caracterizaría principalmente por el crecimiento de la deuda pública, por un bajón de la industria castellana, desbordada por la afluencia de productos extranjeros, por la depauperación de un campe- sinado sobrecargado de impuestos, por el descenso de la población, atribuido no sólo a los efectos de la peste de 1599-1600, sino también al sistema tributario, a los atractivos relativos de la carrera eclesiástica y a la emigración a Indias, etc. El aspecto más significativo y espectacular de la crisis de aquellos años es tal vez la cuestión monetaria. En 1599 se autorizó por primera vez la acuñación de vellón de cobre puro en grandes cantidades y éste volvió a las cecas en 1603 para ser acuñado nuevamente al doble de su valor oficial. En 1617, se reanudó la acuña- ción y sólo se suspendió en 1626 cuando ya Castilla estaba inundada de monedas sin valor. Además, a partir de 1606, Castilla sufrió una invasión de vellón falsificado, producido en Holanda y Alemania; las cantidades introducidas superaron, entre 1606 y 1620, los 39 millones de ducados, representando, por un lado, un grave quebranto para la economía del país, y, por otro, un lucrativo negocio en el que participaron amplias capas de la sociedad castellana... Hacia 1640, el 92 % de la moneda que circulaba en Castilla era vellón -cobre puro o calderilla, es decir, cobre mezclado con plata. Tal vez para desviar la atención de los males que padecía España decidió el duque de Lerma, en 1609, expulsar a los moriscos, descendientes de los musulmanes que la sociedad cristiana fue incapaz de asimilar. Los moriscos, blanco del odio de clase y de raza, fueron sacrificados a los prejuicios popu- lares, como si su expulsión sirviera para mitigar los efectos de la peste, el subdesarrollo, el parasitismo y la pobreza. En la obra de Cervantes, encontramos en varias ocasiones ecos de las opiniones corrientes en la época sobre la «morisca canalla». «Todo su intento -leemos en El coloquio de los perros- es acuñar

- 28 - Preliminares Ruta literaria El Quijote Castilla-La Mancha, 2005 y guardar dinero acuñado, y para conseguirlo trabajan y no comen [...] de modo que, ganando siempre y gastando nunca, llegan y amontonan la mayor cantidad de dinero que hay en España». «Entre ellos no hay castidad, ni entran en religión ellos ni ellas; todos se casan, todos multiplican, porque el vivir sobriamente aumenta las causas de la generación. No los consume la guerra [...]; róbannos a pie quedo y con los frutos de nuestras heredades, que nos revenden, se hacen ricos [...]. No gastan con sus hijos en los estudios, porque su ciencia no es otra que la del robarnos [...]. España cría y tiene en su seno tantas víboras como moriscos». En el Persiles (III, ch. XI), los moriscos son comparados a una serpiente que roe las entrañas del reino: «No los esquilman las religiones, no los entresacan las Indias, no los quintan las guerras; todos se casan; todos o los más engendran, de do se sigue y se infiere que su multiplicación y aumento ha de ser innumerable». El Ricote de la Segunda parte del Quijote es el único morisco simpá- tico; los que, como él, se han asimilado totalmente sienten perpetua nostalgia de la patria perdida: «Doquiera que estamos, lloramos por España; que, en fin, nacimos en ella y es nuestra patria natural». Muchos contemporáneos de Cervantes tuvieron la impresión de un cambio brutal de coyuntura y de una Monarquía que «se va acabando por la posta», como escribe el conde de Gondomar en 1619, o que «va bajando», en palabras de Barrionuevo. A esta obsesión responde la marea del arbitrismo. El primer arbitrista de la literatura es probablemente aquel pobre hombre que se muere de hambre en un hospital, tal como viene retratado en la novela El coloquio de los perros (1613), un personaje ridículo, un mente- cato. No todos los que han sido motejados de arbitristas merecen sin embargo ser censurados como locos. Algunos de ellos -el mismo Cellórigo, por ejemplo- son auténticos economistas que analizan seriamente la situación y sugieren soluciones no siempre descabelladas. Por aquellas fechas, el arbitrista parecía anacrónico, y tal vez lo era por venir antes de tiempo, lo mismo que don Quijote soñaba con un mundo pasado y por lo tanto también anacrónico. Al fin y al cabo, exclamará unos años después Saavedra Fajardo, «si los Reyes Católicos no hubieran prestado oídos a los proyectos de un arbitrista llamado Colón, España nunca hubiera conquistado las Indias...» Hoy en día, la tendencia es más bien de matizar el concepto de declive. La decadencia no es una situación objetiva, sino un fenómeno psicológico: los castellanos de principios del siglo XVII tenían la impresión de vivir en una nación que ya no era la que fue, que había entrado en decadencia. ¿Era exacta esta impresión? Desde luego, no cabe duda de que la situación de la economía había empeorado desde mediados del siglo pasado: muchos campesinos habían abandonado sus tierras y sus hogares para buscar refugio en las ciudades; de esta forma iba la producción disminuyendo mientras crecía el número de desocupados, mendigos y margi- nados... Ahora bien, esta situación es más bien característica del centro de Castilla, de aquellas zonas, entre Burgos y Toledo, que desde mediados del siglo XV hasta finales del XVI, habían constituido el riñón del reino, las zonas más pobladas, más dinámicas, más ricas. Allí sí que se nota la crisis: descenso de la pobla- ción, reducción de la superficie cultivada, recesión comercial, hundimiento de la manufactura, abandono de la burguesía y reacción señorial. En cambio, en las regiones periféricas, la situación no es tan alarmante, ni mucho menos; se está produciendo un reequilibrio que les es favorable. Carece pues de sentido decir sin matices que España -o más exactamente Castilla- entró en decaden- cia en los años finales del reinado de Felipe II. En realidad, Castilla todavía dispuso durante casi medio

Preliminares - 29 - Ruta literaria El Quijote Castilla-La Mancha, 2005 siglo de recursos y fuerzas suficientes que le permitieron sostener guerras en toda Europa y conservar lo que el Conde-Duque de Olivares llamaba su «reputación». Hasta Rocroi (1643), los tercios siguen sien- do el instrumento militar de la hegemonía española y sólo con los tratados de Westfalia (1648) se inicia verdaderamente el declive o el repliegue de la diplomacia española. Para una nación que estaría en decadencia son muchos años de respiro... Donde Cellórigo acierta es en el análisis del parasitismo castellano -«el abuso y depravada costumbre que se ha introducido en estos reinos de que el no vivir de rentas no es trato de nobles»; «no es tenido por honrado ni principal sino es el que sigue la holgura y el paseo, a que todos aspiran por ser estimados y más respetados del vulgo»; el dinero fácil lo ha corrompido todo, «pervirtiendo el orden natural, por el cual es muy cierto y sin duda que unos nacieron para servir y obedecer y otros para mandar y gobernar»-. El parasitismo es el terreno donde florece el pícaro, el caldo de cultivo de la picaresca. Por algo son contemporáneos Cellórigo y Mateo Alemán. Los dos autores se complementan. El uno, como observador, describe los condicionamientos que han convertido en rentistas a muchos productores y obligado a muchos otros a vivir en la miseria. El otro, como novelista, nos sitúa en un mundo imaginario pero que no carece de fundamentos, el del hampa. El pícaro no es un burgués fracasado. Mateo Alemán no está inspirado por una especie de puritanismo burgués; el mundo en el que vive el pícaro no es el producto de una supuesta mentalidad conservadora o hidalguista. Todos los historiadores coinciden en un punto: hasta bien entrado el siglo XVI, los castellanos supieron aprovecharse de una coyuntura favorable. El cambio de coyuntura se inicia a raíz de la suspensión de pagos decidida por Felipe II en 1556. No se trata exactamente de una bancarrota, sino de una conversión de la deuda flotante en deuda consolidada: los banqueros y prestamistas reciben juros en reembolso de las cantidades que les debía el rey; y estos juros los ponen en el mercado y los venden a particulares -burgueses, funcionarios, eclesiásticos, conventos, campesinos, ganaderos...- El éxito es inmediato y rápido ya que los juros represen- tan rentas seguras, con un interés del 7%. De esta forma, se inmoviliza gran parte del ahorro de Castilla, que se aparta de la producción. En 1560, había 1.600.000 ducados de juros en Castilla; en 1598 esta cantidad se ha triplicado casi para llegar a un total de unos 4.600.000. Esta medida fue la que animó a muchos a abandonar la producción para convertirse en rentistas. La coyuntura permite pues comprender cómo cundió en Castilla, no precisamente una mentalidad hidalguista, sino una mentalidad rentista, aunque las dos cosas acabaran confundiéndose, como era lógico: lo mismo que el hidalgo, el pícaro lleva una vida de ocio, apartada del negocio. Disfrutar de semejante género de vida se convirtió en una meta y un ideal social. En la sociedad de finales del XVI y principios del XVII, muchos eran los que se dedicaban a vivir o de rentas, cuando podían comprar juros, o de tráfagos o fraudes; esta situación creó una desmoralización general: ya no se confiaba en nada ni en nadie; no merecía la pena envilecerse con un trabajo manual cuando el holgazán medraba y el trabajador no obtenía ninguna recompen- sa. El pícaro de la novela comparte este ideal. José Antonio Maravall ha sabido captar sus motivaciones: «El drama de Guzmán no es el de un perezoso u holgazán, es el de un ocioso que lo que quiere es llegar a más»; pretende ser caballero, o por lo menos engañar haciendo creer que lo es y para conseguirlo no duda en utilizar cualquier medio, incluso los más fraudulentos porque está convencido de que todos hacen lo mismo y que sólo cuenta el resultado. No sería descabellado comparar dicha situación con lo que está ocurriendo en nues-

- 30 - Preliminares Ruta literaria El Quijote Castilla-La Mancha, 2005 tras sociedades contemporáneas en las que el afán de lucro no es menos intenso que en el tiempo del Guzmán. Ahora también sabemos lo que es el paro, la marginación de sectores enteros y los problemas de seguridad y orden público que semejante sociedad lleva consigo. En este sentido no deja de llamar la atención la comparación entre dos fenómenos casi rigurosamente contemporáneos: el bandolerismo catalán y la picaresca castellana. Tal como lo presentan Cervantes o Lope de Vega, el bandolero catalán no tiene la mala fama del pícaro. Ambos tipos sociales son contemporáneos y son producto de una misma problemática, el hambre, la miseria y el desempleo. El pícaro, lo mismo que el bandolero, siente preocupación por la honra, el primero para alcanzarla por medios ilícitos, el segundo para mantenerla y defenderla, ya que, muchas veces, es su concepto del honor el que le ha empujado a ponerse fuera de la ley, a huir al monte y a llevar una vida de forajido. En la literatura de la época, sin embargo, la censura del pícaro es total; se le ve como un peligro social. En cambio, el bandolero es casi siempre presen- tado como un individuo dispuesto a defender una causa noble y a proteger a los pobres y a los desamparados. Caballerosidad, generosidad, galantería son los rasgos con los que Lope de Vega y Cervantes caracterizan a los bandoleros catalanes. Lejos estamos de las tintas negras con las que Mateo Alemán pinta a los pícaros de Castilla. Desde luego, es improcedente considerar la literatura como un documento de historia social, pero el distinto tratamiento del bandolero y del pícaro apunta a una diferenciación económica y social: Cataluña no es todavía la comarca mercantil e industriosa que será en la segunda mitad del siglo XVIII; sigue siendo una tierra áspera y dura, mientras Castilla sufre las consecuencias sociales y morales de un desarrollo económico que está pasando por una crisis aguda de crecimiento. A pesar de todo, el tiempo del Guzmán y del Quijote es el de cierta modernidad, no necesariamente de una sociedad atrasada. Resulta admirable que, a pesar de todo, la España de principios del siglo XVII alcanzara una posición sobresaliente en Europa. Puede que España fuera odiada, pero había que contar con ella, con sus diplomáti- cos, sus militares, sus hombres de negocios, sus artistas y sus escritores. Los franceses, por ejemplo, que tanto protestaban contra la España imperialista, estaban sin embargo sometidos a la influencia «de un pueblo fuerte, de un imperio inmenso..., de una civilización más refinada» (F. Braudel). A principios del XVII, la moda llegaba de Madrid: blanco de España, bermellón de España, perfumes, artículos de cuero (guantes, botas, zapatos), etc. Lo mismo se puede decir de la lengua y de la literatura. La lengua francesa estaba plagada de hispanismos, como sucede hoy con los anglicismos, señal inconfundible de una influencia cultural profun- da. Se publicaron entonces en Francia tratados para aprender rápida y fácilmente el castellano, antologías, diccionarios, traducciones de obras literarias. César Oudin tradujo a Cervantes, primero unas novelas ejem- plares, luego, en 1611, la Galatea y, en 1614, la primera parte del Quijote. Era tal la afición por el español en Francia que el propio Cervantes escribió: «en Francia, ni varón ni mujer deja de aprender la lengua castella- na». Es una exageración, por supuesto, pero la frase define bien un momento excepcional en la historia de las relaciones culturales entre ambos países. A pesar de todo, la España de Cervantes era una nación que seguía ocupando en Europa una posición destacada, no sólo en el terreno de la geopolítica, sino también y sobre todo en el campo de la cultura.

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Primer día Alcázar de San Juan

Ruta literaria El Quijote Castilla-La Mancha, 2005

La Ruta MOTILLA: En la Mancha se llaman LCÁZAR DE SAN JUAN: Esta ciudad de casi treinta mil habitan- “motillas” a unos cerrillos cónicos, aisla- A tes, situada en pleno centro de la región y en el “corazón de la dos, de origen artificial: restos de antiguos Mancha” será nuestra sede durante toda la ruta. poblados fortificados de la Edad del Bron- ce. Estos poblados albergarían a gentes En sus cercanías hay restos de la Edad del Bronce, como la motilla de dedicadas a la agricultura que sostendrían Pedro Alonso, pero parece que su origen se remonta a los celtíberos, que unas relaciones más o menos difíciles con la llamaron Alces. De época romana se han hallado numerosos vestigios otras dedicadas a la ganadería que ocu- alrededor y en la propia iglesia de Santa María, entre ellos estupendos paban los llamados “poblados en altura”. Se conservan muchas motillas, unas mosaicos que se conservan en el Museo Municipal. En esta época, la excavadas (como la del Azuer), otras sin localidad se llamaba Alca y era una de las etapas del itinerario entre Mérida excavar (como la de Los Palacios o esta y Zaragoza. de Alcázar). Un poblado en altura excavado es el de La Encantada, entre Fueron los árabes quienes le dieron su actual denominación (Alcázar: Almagro y Granátula. castillo, fortaleza), aunque su importancia durante el dominio musulmán *** *** *** no debió ser mucha puesto que, cuando la Orden de San Juan la adquirió, sus habitantes eran escasos y pasó a depender de Consuegra hasta que ÓRDENES MILITARES: Las Órdenes Mili- el rey Sancho IV el Bravo le concedió el título de villa en 1292. tares fueron corporaciones religioso-mili- tares nacidas en la Edad Media para lu- En los siglos posteriores su población fue creciendo sobre la base de char contra los musulmanes, dentro del la agricultura, la explotación del salitre para la fabricación de pólvora y la espíritu de las cruzadas. Las órdenes mi- sede del gran priorato de la orden de San Juan; pero el despegue litares españolas más importantes fueron poblacional y económico de Alcázar se produjo a partir de 1854. las de Santiago, Calatrava, Alcántara y Montesa; pero en España se establecie- Actualmente es una ciudad en pleno auge tras haber superado la crisis ron también órdenes de origen exterior de reestructuración ferroviaria, con evidente proceso de industrialización, como los templarios o la Orden Hospita- laria de San Juan de Jerusalén, llamada a relanzamiento como centro de comunicaciones y consolidación como ca- partir del siglo XVI orden de Malta por ha- becera de una amplia comarca a la que provee de servicios de todo tipo. berse asentado en esta isla mediterránea Tiene también una intensa vida cultural y un incipiente turismo relaciona- que les cedió Carlos V. Su símbolo (la cruz do con el medioambiente. de Malta) es bien conocido y se encuen- tra en muchos edificios y en el escudo de Su casco antiguo se organiza en torno a la plaza de Santa María y el Alcázar. torreón del gran prior. La iglesia de Santa María es muy antigua; existía ya *** *** *** en 1226, año en que fue convertida en parroquia, con orígenes románicos o incluso, se aventura, visigodos. Tiene tres naves, la central con bóveda MIGUEL DE CERVANTES: En la parro- de cañón y las laterales de arista. El camarín de la Virgen es barroco, quia de Santa María de Alcázar se con- decorado con azulejos de Talavera. En su interior pueden apreciarse res- serva la partida de bautismo de un Mi- guel de Cervantes Saavedra, nacido en tos romanos que han salido a la luz con motivo de recientes excavaciones. 1558, con una anotación posterior que Conserva también una curiosa partida de nacimiento de Miguel de lo señala como autor del Quijote. Mu- Cervantes. chos alcazareños han estado convenci-

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dos (y algunos aún lo están) de que éste Junto a la iglesia se halla el torreón del Gran Prior, único resto conser- es nuestro Cervantes, aunque tuviera vado del palacio de los priores de la orden de San Juan. Es una torre de que combatir en Lepanto con trece años dos cuerpos rematada por almenas, aunque en su interior alberga tres (¡!). Sin embargo, el Cervantes de Alcalá era hijo de Leonor de Cortinas: ¿Por qué plantas. Los vanos del cuerpo superior son góticos; los del primer cuerpo, no se llamó, entonces, Miguel de apenas aspilleras que le dan un recio aire de fortaleza. Se fue construyen- Cervantes Cortinas? do entre los siglos XIII y XVII. Recibe también el nombre de torreón de don *** *** *** Juan de Austria.

DON JUAN DE AUSTRIA Y DON JUAN A finales del siglo XVI se construyó la iglesia de Santa Quiteria, según JOSÉ DE AUSTRIA: No hay que confundir trazado de Juan de Herrera. Tiene una sola nave con capillas laterales y a don Juan de Austria, hijo bastardo de está decorada con pinturas murales. Fue declarada monumento en 1988. Carlos V y hermano de Felipe II, que man- dó la escuadra cristiana en la batalla de La iglesia de San Francisco forma parte del convento de frailes francis- Lepanto, con don Juan José de Austria, canos, que aún viven en la ciudad. Es gótica, de una sola nave con bóve- hijo bastardo de Felipe IV y hermano de da de crucería. Es muy interesante el arco escarzano que sujeta el coro. Carlos II, que fue Gran Prior de la Orden de San Juan, gobernó España durante Cerca del convento de los franciscanos está el antiguo convento de unos años en nombre de su hermano y Santa Clara, convertido en el hotel donde nos alojamos. Destacan en él la murió también muy joven a finales del si- fachada principal y el patio. glo XVII, más o menos un siglo después que don Juan de Austria. Don Juan José, En 1725 se inauguró la iglesia de la Trinidad, típica iglesia trinitaria, hizo en la comarca de Alcázar algunas con su gran portada barroca y decoración interior rococó. obras importantes, como el famoso ca- nal del Gran Prior. Otros monumentos interesantes son los relacionados con el ferrocarril *** *** *** y el desarrollo económico del siglo XIX: Ayuntamiento (antiguo casino), estación del ferrocarril, diversas bodegas... EL FERROCARRIL: La relación de Alcázar con el ferrocarril es tan estrecha que, para Fuera del casco urbano merecen destacarse los molinos que se con- muchos españoles, Alcázar es poco más servan en un cerro al sur de la ciudad, la motilla ya citada, y un pueblo de que una estación del tren. Desde media- colonización (Cinco Casas) creado durante el franquismo, cuya estructura dos del siglo XIX, es un importante nudo ferroviario donde se bifurcan las vías que, urbana tiene bastante interés. partiendo de Madrid, van a Andalucía y a Y, para que podamos apreciar los cambios que la ciudad que nos aco- Levante. Esta condición de nudo ferrovia- rio se mantendrá en el futuro cuando se ge ha experimentado en un siglo, he aquí como la vio Azorín en el Tercer construya el tren de alta velocidad de Centenario del Quijote: Madrid a Andalucía Oriental. “Quiero echar la llave, en la capital geográfica de la Mancha, a mis correrías. *** *** *** ¿Habrá otro pueblo, aparte este, más castizo, más manchego, más típico, donde más íntimamente se comprenda y se sienta la alucinación de estas campiñas ra- sas, el vivir doloroso y resignado de estos buenos labriegos, la monotonía y la desesperación de las horas que pasan y pasan lentas, eternas, en un ambiente de tristeza, de soledad y de inacción? Las calles son anchas, espaciosas, desmesu- radas, las casas son bajas, de un color grisáceo, terroso, cárdeno; mientras escri- bo estas líneas, el cielo está anubarrado, plomizo; sopla, ruge, brama un vendaval furioso, helado; por las anchas vías desiertas vuelan impetuosas polvaredas; oigo que unas campanas tocan con toques desgarrados, plañideros, a lo lejos; apenas

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si de tarde en tarde transcurre por las calles un labriego enfundado en su traje pardo, o una mujer vestida de negro, con ropas a la cabeza, asomando entre los pliegues su cara lívida; los chapiteles plomizos y los muros rojos de una iglesia vetusta cierran el fondo de una plaza ancha, desierta... Y marcháis, marcháis, contra el viento, azotados por las nubes de polvo por la ancha vía interminable, hasta llegar a un casino anchuroso. Entonces, si es por la mañana, penetráis en unos salones solitarios, con piso de madera, en que vuestros pasos retumban. No encontráis a nadie; tocáis y volvéis a tocar en vano todos los timbres; las estufas reposan apagadas; el frío va ganando vuestros miembros. Y entonces volvéis a salir; volvéis a caminar por la inmensa vía desierta, azotado por el viento, cegado por el polvo; volvéis a entrar en la fonda –donde tampoco hay lumbre-; tornáis a entrar en vuestro cuarto, os sentáis, os entristecéis, sentís sobre vuestros crá- neos, pesando formidables, todo el tedio, toda la soledad, todo el silencio, toda la angustia de la campiña y del poblado”.

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LOS TEXTOS CAPÍTULO I (I) “CONTEXTOS” Que trata de la condición y ejercicio del famoso y valiente hidalgo don Quijote de la Mancha “Don Quijote es un típico hidalgo de pue- blo. En la España de los Austrias, la jerar- n un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no quía nobiliaria iba de los grandes de Es- ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, paña y los títulos a los ricos caballeros y E los simples hidalgos, cuyos privilegios se adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más reducían a estar exentos de la mayoría de vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sába- los impuestos y cargas como alojar y avi- dos, lantejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, con- tuallar a las tropas de paso. La nobleza de don Quijote (...) tiene el respaldo impres- sumían las tres partes de su hacienda. El resto della concluían sayo de velarte, cindible de unas heredades modestas y calzas de velludo para las fiestas, con sus pantuflos de lo mesmo, y los días cada vez más mermadas (...) que le per- de entresemana se honraba con su vellorí de lo más fino. Tenía en su casa miten vivir sin lujos ni demasiadas estre- checes. (...) una ama que pasaba de los cuarenta y una sobrina que no llegaba a los Los hidalgos de pocos posibles, y en par- veinte, y un mozo de campo y plaza que así ensillaba el rocín como tomaba ticular los hidalgos rurales, se abrieron a la podadera. Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años. Era veces camino enrolándose en los nuevos ejércitos, pasando a las Indias o cursan- de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y do estudios en la universidad, pero más a amigo de la caza. Quieren decir que tenía el sobrenombre de «Quijada», o menudo se quedaron sin otra ocupación «Quesada», que en esto hay alguna diferencia en los autores que deste caso que ingeniárselas para subsistir sin decaer escriben, aunque por conjeturas verisímiles se deja entender que se llamaba de clase (...). En cualquier caso, altos o bajos, todos los nobles sentían la nostal- «Quijana». Pero esto importa poco a nuestro cuento: basta que en la narra- gia de las glorias guerreras y los esplen- ción dél no se salga un punto de la verdad. dores caballerescos del otoño de la Edad Media, la Edad de Oro de sus mayores Es, pues, de saber que este sobredicho hidalgo, los ratos que estaba (...). Los libros de caballerías contaban ocioso —que eran los más del año—, se daba a leer libros de caballerías, entre sus lecturas preferidas porque ali- mentaban esa nostalgia”. Francisco Rico con tanta afición y gusto, que olvidó casi de todo punto el ejercicio de la y Joaquín Forradellas, en el volumen com- caza y aun la administración de su hacienda; y llegó a tanto su curiosidad y plementario a la edición del Quijote dirigi- desatino en esto, que vendió muchas hanegas de tierra de sembradura para da por Francisco Rico. Instituto Cervantes y Editorial Crítica, Barcelona, 1998. comprar libros de caballerías en que leer, y, así, llevó a su casa todos cuan- tos pudo haber dellos; y, de todos, ningunos le parecían tan bien como los *** *** *** que compuso el famoso Feliciano de Silva, porque la claridad de su prosa y aquellas entricadas razones suyas le parecían de perlas, y más cuando lle- gaba a leer aquellos requiebros y cartas de desafíos, donde en muchas par- tes hallaba escrito: «La razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal

- 38 - Primer día Ruta literaria El Quijote Castilla-La Mancha, 2005 manera mi razón enflaquece, que con razón me quejo de la vuestra fermosura». Y también cuando leía: «Los altos cielos que de vuestra divini- dad divinamente con las estrellas os fortifican y os hacen merecedora del merecimiento que merece la vuestra grandeza...» Con estas razones perdía el pobre caballero el juicio, y desvelábase por entenderlas y desentrañarles el sentido, que no se lo sacara ni las entendiera el mesmo Aristóteles, si resucitara para solo ello. No estaba muy bien con las heridas que don Belianís daba y recebía, porque se imaginaba que, por grandes maestros que le hubiesen curado, no dejaría de tener el rostro y todo el cuerpo lleno de cicatrices y señales. Pero, con todo, alababa en su autor aquel acabar su libro con la promesa de aquella inacabable aventura, y muchas veces le vino deseo de tomar la pluma y dalle fin al pie de la letra como allí se promete; y sin duda alguna lo hiciera, y aun saliera con ello, si otros mayores y continuos pensamientos no se lo estorbaran. Tuvo muchas veces competencia con el cura de su lugar —que era hombre docto, graduado en Cigüenza— sobre cuál había sido mejor caballero: Palmerín de Ingalaterra o Amadís de Gaula; mas maese Nicolás, barbero del mesmo pueblo, decía que ninguno llegaba al Caballero del Febo, y que si alguno se le podía com- parar era don Galaor, hermano de Amadís de Gaula, porque tenía muy acomodada condición para todo, que no era caballero melindroso, ni tan llorón como su hermano, y que en lo de la valentía no le iba en zaga. “Así pues, de buenas a primeras, nos En resolución, él se enfrascó tanto en su letura, que se le pasaban las hallamos en una anónima aldea de la noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio; y así, del Mancha, lugar de vivir monótono y apa- poco dormir y del mucho leer, se le secó el celebro de manera que vino a cible, donde jamás ocurre nada extraor- perder el juicio. Llenósele la fantasía de todo aquello que leía en los libros, dinario. En ella habita, como en todas las aldeas castellanas, un hidalgo de así de encantamentos como de pendencias, batallas, desafíos, heridas, re- mediana condición, sólo ocupado en quiebros, amores, tormentas y disparates imposibles; y asentósele de tal cazar y en administrar sus bienes, el modo en la imaginación que era verdad toda aquella máquina de aquellas cual “los ratos que estaba ocioso –que eran los más del año- se daba a leer li- soñadas invenciones que leía, que para él no había otra historia más cierta bros de caballerías”. Para adquirirlos en el mundo. Decía él que el Cid Ruy Díaz había sido muy buen caballero, había malvendido algunas de sus tierras, pero que no tenía que ver con el Caballero de la Ardiente Espada, que de y, sumido en la lectura, llegó a olvidar- se de la caza e incluso de la administra- solo un revés había partido por medio dos fieros y descomunales gigantes. ción de su hacienda, de suerte que “se Mejor estaba con Bernardo del Carpio, porque en Roncesvalles había muerto le pasaban las noches leyendo de claro a Roldán, el encantado, valiéndose de la industria de Hércules, cuando aho- en claro, y los días de turbio en turbio; gó a Anteo, el hijo de la Tierra, entre los brazos. Decía mucho bien del y así, del poco dormir y del mucho leer se le secó el cerebro, de manera que gigante Morgante, porque, con ser de aquella generación gigantea, que to- vino a perder el juicio.

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La locura lleva a este caballero manche- dos son soberbios y descomedidos, él solo era afable y bien criado. Pero, go a dos conclusiones falsas: sobre todos, estaba bien con Reinaldos de Montalbán, y más cuando le veía a) Que todo cuanto había leído en aque- llos fabulosos y disparatados libros de ca- salir de su castillo y robar cuantos topaba, y cuando en allende robó aquel ballerías era verdad histórica y fiel narra- ídolo de Mahoma que era todo de oro, según dice su historia. Diera él, por ción de hechos que en realidad ocurrie- dar una mano de coces al traidor de Galalón, al ama que tenía, y aun a su ron y de hazañas que llevaron a término auténticos caballeros en tiempo antiguo. sobrina de añadidura. b) Que en su época (principios del siglo XVII) era posible resucitar la vida caballe- En efeto, rematado ya su juicio, vino a dar en el más estraño pensamien- resca de antaño y la fabulosa de los libros to que jamás dio loco en el mundo, y fue que le pareció convenible y nece- de caballerías en defensa de los ideales sario, así para el aumento de su honra como para el servicio de su repúbli- medievales de justicia y equidad. Y como consecuencia de estas dos con- ca, hacerse caballero andante y irse por todo el mundo con sus armas y clusiones, el hidalgo manchego decide caballo a buscar las aventuras y a ejercitarse en todo aquello que él había convertirse en caballero andante y salir por leído que los caballeros andantes se ejercitaban, deshaciendo todo género el mundo en busca de aventuras. de agravio y poniéndose en ocasiones y peligros donde, acabándolos, co- Fijémonos bien en que la locura de don Quijote no es consecuencia de ningún des- brase eterno nombre y fama. Imaginábase el pobre ya coronado por el valor engaño ni de ningún desdén amoroso, ni de su brazo, por lo menos del imperio de Trapisonda; y así, con estos tan puede tener su punto de arranque en nin- agradables pensamientos, llevado del estraño gusto que en ellos sentía, se gún lance de armas ni de amor, ya que el hidalgo vivía tranquilo y sosegado en su dio priesa a poner en efeto lo que deseaba. Y lo primero que hizo fue lim- lugar de la Mancha. (...)Lo esencial de la piar unas armas que habían sido de sus bisabuelos, que, tomadas de orín y locura de don Quijote es que nace en los llenas de moho, luengos siglos había que estaban puestas y olvidadas en un libros, frente a la letra impresa. Se trata de una enfermedad mental producida por rincón. Limpiólas y aderezólas lo mejor que pudo; pero vio que tenían una la literatura, concretamente por un género gran falta, y era que no tenían celada de encaje, sino morrión simple; mas a literario: los libros de caballerías”. RIQUER, esto suplió su industria, porque de cartones hizo un modo de media celada MARTÍN DE, Para leer a Cervantes, Acantila- que, encajada con el morrión, hacían una apariencia de celada entera. Es do, Barcelona, 2003. verdad que, para probar si era fuerte y podía estar al riesgo de una cuchilla- *** *** *** da, sacó su espada y le dio dos golpes, y con el primero y en un punto deshizo lo que había hecho en una semana; y no dejó de parecerle mal la “La duda sobre el nombre original de don facilidad con que la había hecho pedazos, y, por asegurarse deste peligro, la Quijote –Quijada, Quesada o, una “conje- tornó a hacer de nuevo, poniéndole unas barras de hierro por de dentro, de tura verosímil”, Quejana- se hace explíci- ta en el primer capítulo. Si lo inferimos de tal manera, que él quedó satisfecho de su fortaleza y, sin querer hacer nueva su elección de “Quijote”, parecería con- experiencia della, la diputó y tuvo por celada finísima de encaje. firmarse, “Quijada”, pero el vecino que lo lleva a casa después de la primera salida Fue luego a ver su rocín, y aunque tenía más cuartos que un real y más se dirige a él como “señor Quijana”. Por tachas que el caballo de Gonela, que «tantum pellis et ossa fuit», le pareció otra parte, el caballero informa al canóni- que ni el Bucéfalo de Alejandro ni Babieca el del Cid con él se igualaban. go de Toledo que desciende directamente del célebre Gutierre Quijada. Cuando por Cuatro días se le pasaron en imaginar qué nombre le pondría; porque — fin recupera su sano juicio, se llama a sí según se decía él a sí mesmo— no era razón que caballo de caballero tan mismo “Alonso Quijano”. Obsérvese que famoso, y tan bueno él por sí, estuviese sin nombre conocido; y ansí procu- nunca antes había sido individuado hasta el extremo de necesitar un nombre de pila. raba acomodársele, de manera que declarase quién había sido antes que

- 40 - Primer día Ruta literaria El Quijote Castilla-La Mancha, 2005 fuese de caballero andante y lo que era entonces; pues estaba muy puesto Evidentemente, esta confusión es delibe- en razón que, mudando su señor estado, mudase él también el nombre, y le rada. Hasta cierto punto, parodia las in- certidumbres de la investigación históri- cobrase famoso y de estruendo, como convenía a la nueva orden y al nuevo ca: los supuestos historiadores de la vida ejercicio que ya profesaba; y así, después de muchos nombres que formó, de don Quijote ni siquiera pueden llegar a borró y quitó, añadió, deshizo y tornó a hacer en su memoria e imagina- saber su verdadero nombre. Hasta cierto punto también, refleja las vacilaciones ción, al fin le vino a llamar «Rocinante», nombre, a su parecer, alto, sonoro onomásticas existentes en la época. Pero y significativo de lo que había sido cuando fue rocín, antes de lo que ahora ante todo, aunque pocos hispanistas lo ha- era, que era antes y primero de todos los rocines del mundo. yan señalado así, esta confusión respon- de a la naturaleza indeterminada del per- Puesto nombre, y tan a su gusto, a su caballo, quiso ponérsele a sí mis- sonaje de don Quijote antes de que se volviera loco y se convirtiera, justamente, mo, y en este pensamiento duró otros ocho días, y al cabo se vino a llamar en don Quijote: responde a su falta casi «don Quijote»; de donde, como queda dicho, tomaron ocasión los autores total de “prehistoria”. RILEY, EDWARD C., La desta tan verdadera historia que sin duda se debía de llamar «Quijada», y rara invención. Estudios sobre Cervantes y la posteridad literaria, Crítica, Barcelo- no «Quesada», como otros quisieron decir. Pero acordándose que el valero- na, 2001. so Amadís no sólo se había contentado con llamarse «Amadís» a secas, sino que añadió el nombre de su reino y patria, por hacerla famosa, y se *** *** *** llamó «Amadís de Gaula», así quiso, como buen caballero, añadir al suyo “Don Alonso Quijano, el Bueno, está sen- el nombre de la suya y llamarse «don Quijote de la Mancha», con que a su tado ante una recia y oscura mesa de no- parecer declaraba muy al vivo su linaje y patria, y la honraba con tomar el gal; sus codos puntiagudos, huesudos se apoyan con energía sobre el duro tablero; sobrenombre della. sus miradas ávidas se clavan en los blan- cos folios, llenos de letras pequeñitas, de Limpias, pues, sus armas, hecho del morrión celada, puesto nombre un inmenso volumen. Y, de cuando en a su rocín y confirmándose a sí mismo, se dio a entender que no le cuando, el busto amojamado de don faltaba otra cosa sino buscar una dama de quien enamorarse, porque el Alonso se yergue; suspira hondamente el caballero; se remueve nervioso y afanoso caballero andante sin amores era árbol sin hojas y sin fruto y cuerpo sin en el ancho asiento. Y sus miradas, de las alma. Decíase él: blancas hojas del libro pasan, súbitas y llameantes, a la vieja y mohosa espada —Si yo, por malos de mis pecados, o por mi buena suerte, me encuentro que pende en la pared. Estamos, lector, por ahí con algún gigante, como de ordinario les acontece a los caballeros en Argamasilla de Alba, y en 1570, en 1572 o en 1575. ¿Cómo es esta ciudad, andantes, y le derribo de un encuentro, o le parto por mitad del cuerpo, o, hoy ilustre en la historia literaria españo- finalmente, le venzo y le rindo, ¿no será bien tener a quien enviarle presen- la? ¿Quién habita en sus casas? ¿Cómo tado, y que entre y se hinque de rodillas ante mi dulce señora, y diga con se llaman estos nobles hidalgos que arras- tran sus tizonas por sus calles claras y voz humilde y rendida: «Yo, señora, soy el gigante Caraculiambro, señor largas? ¿Y por qué este buen Alonso, que de la ínsula Malindrania, a quien venció en singular batalla el jamás como ahora hemos visto suspirando de anhelos se debe alabado caballero don Quijote de la Mancha, el cual me mandó que inefables sobre sus libros malhadados, ha me presentase ante la vuestra merced, para que la vuestra grandeza dispon- venido a este trance? ¿Qué hay en el am- biente de este pueblo que haya hecho po- ga de mí a su talante»? sible el nacimiento y desarrollo, precisa- mente aquí, de esta extraña, amada y do- ¡Oh, cómo se holgó nuestro buen caballero cuando hubo hecho este lorosa figura? ¿De qué suerte Argamasilla discurso, y más cuando halló a quien dar nombre de su dama! Y fue, a de Alba, y no otra cualquiera villa man-

Primer día - 41 - Ruta literaria El Quijote Castilla-La Mancha, 2005 chega, ha podido ser la cuna del más ilus- lo que se cree, que en un lugar cerca del suyo había una moza labradora tre, del más grande de los caballeros de muy buen parecer, de quien él un tiempo anduvo enamorado, aun- andantes?” AZORÍN, La ruta de don Quijo- te, Cátedra, Madrid, 1984. que, según se entiende, ella jamás lo supo ni le dio cata dello. Llamábase Aldonza Lorenzo, y a esta le pareció ser bien darle título de señora de *** *** *** sus pensamientos; y, buscándole nombre que no desdijese mucho del suyo y que tirase y se encaminase al de princesa y gran señora, vino a llamarla «Dulcinea del Toboso» porque era natural del Toboso: nom- bre, a su parecer, músico y peregrino y significativo, como todos los demás que a él y a sus cosas había puesto.

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CAPÍTULO II (I)

Que trata de la primera salida que de su tierra hizo el ingenioso don Quijote “CONTEXTOS” echas, pues, estas prevenciones, no quiso aguardar más tiempo a Hponer en efeto su pensamiento, apretándole a ello la falta que él pensaba que hacía en el mundo su tardanza, según eran los agravios que pensaba deshacer, tuertos que enderezar, sinrazones que emendar y abusos que mejorar y deudas que satisfacer. Y así, sin dar parte a persona alguna de su intención y sin que nadie le viese, una mañana, antes del día, que era uno de los calurosos del mes de julio, se armó de todas sus armas, “¿No os recuerda esta salida la de aquel subió sobre Rocinante, puesta su mal compuesta celada, embrazó su adar- otro caballero, de la Milicia de Cristo, Íñigo ga, tomó su lanza y por la puerta falsa de un corral salió al campo, con de Loyola, que después de haber procu- grandísimo contento y alborozo de ver con cuánta facilidad había dado prin- rado en sus mocedades “de aventajarse sobre todos sus iguales de alcanzar fama cipio a su buen deseo. Mas apenas se vio en el campo, cuando le asaltó un de hombre valeroso, y honra y gloria mili- pensamiento terrible, y tal, que por poco le hiciera dejar la comenzada em- tar”, y aun en los comienzos de su con- presa; y fue que le vino a la memoria que no era armado caballero y que, versión, cuando se disponía a ir a Italia, conforme a ley de caballería, ni podía ni debía tomar armas con ningún siendo “muy atormentado de la tentación de la vanagloria”, y habiendo sido, antes caballero, y puesto que lo fuera, había de llevar armas blancas, como novel de convertirse, “muy curioso y amigo de caballero, sin empresa en el escudo, hasta que por su esfuerzo la ganase. leer libros profanos de caballerías”, cuan- Estos pensamientos le hicieron titubear en su propósito; mas, pudiendo más do después de herido en Pamplona leyó la vida de Cristo, y las de los Santos, co- su locura que otra razón alguna, propuso de hacerse armar caballero del menzó a “trocársele el corazón y a querer primero que topase, a imitación de otros muchos que así lo hicieron, según imitar y obrar lo que leía”? Y así, una ma- él había leído en los libros que tal le tenían. En lo de las armas blancas, ñana, sin hacer caso de los consejos de sus hermanos, “púsose en camino acom- pensaba limpiarlas de manera, en teniendo lugar, que lo fuesen más que un pañado de dos criados” y emprendió su arminio; y con esto se quietó y prosiguió su camino, sin llevar otro que vida de aventuras en Cristo, poniendo en aquel que su caballo quería, creyendo que en aquello consistía la fuerza de un principio “todo su cuidado y conato en hacer cosas grandes y muy dificultosas... las aventuras. y esto no por otra razón sino porque los Yendo, pues, caminando nuestro flamante aventurero, iba hablando con- Santos que él había tomado por su de- chado y ejemplo habían echado por este sigo mesmo y diciendo: camino”. Así nos lo cuenta el P. Pedro de Rivadeneyra en los capítulos I, III, y X del —¿Quién duda sino que en los venideros tiempos, cuando salga a luz la libro I de su Vida del bienaventurado pa- verdadera historia de mis famosos hechos, que el sabio que los escribiere dre Ignacio de Loyola, obra que apareció

Primer día - 43 - Ruta literaria El Quijote Castilla-La Mancha, 2005 en romance castellano en 1583 y era una no ponga, cuando llegue a contar esta mi primera salida tan de mañana, de las que figuraban en la librería de don desta manera?: «Apenas había el rubicundo Apolo tendido por la faz de la Quijote, que la leyó, y una de las que en el escrutinio que de tal librería hicieron el ancha y espaciosa tierra las doradas hebras de sus hermosos cabellos, y cura y el barbero, fue indebidamente al apenas los pequeños y pintados pajarillos con sus harpadas lenguas habían corral, por no haber ellos reparado en ella, saludado con dulce y meliflua armonía la venida de la rosada aurora, que, que de haberla descubierto habríanla res- petado y puesto sobre su cabeza. Y de dejando la blanda cama del celoso marido, por las puertas y balcones del que no reparó en ella es buena prueba que manchego horizonte a los mortales se mostraba, cuando el famoso caballe- Cervantes no la cita.” UNAMUNO, MIGUEL DE, ro don Quijote de la Mancha, dejando las ociosas plumas, subió sobre su Vida de don Quijote y Sancho, Espasa Calpe, Buenos Aires, 1952. famoso caballo Rocinante y comenzó a caminar por el antiguo y conocido campo de Montiel». *** *** *** Y era la verdad que por él caminaba. Y añadió diciendo: —Dichosa edad y siglo dichoso aquel adonde saldrán a luz las famosas hazañas mías, dignas de entallarse en bronces, esculpirse en mármoles y pintarse en tablas, para memoria en lo futuro. ¡Oh tú, sabio encantador, quienquiera que seas, a quien ha de tocar el ser coronista desta peregrina historia! Ruégote que no te olvides de mi buen Rocinante, compañero eter- no mío en todos mis caminos y carreras. Luego volvía diciendo, como si verdaderamente fuera enamorado:

—¡Oh princesa Dulcinea, señora deste cautivo corazón! Mucho agravio me habedes fecho en despedirme y reprocharme con el riguroso afinca- miento de mandarme no parecer ante la vuestra fermosura. Plégaos, señora, de membraros deste vuestro sujeto corazón, que tantas cuitas por vuestro amor padece. Con estos iba ensartando otros disparates, todos al modo de los que sus libros le habían enseñado, imitando en cuanto podía su lenguaje. Con esto, caminaba tan despacio, y el sol entraba tan apriesa y con tanto ardor, que fuera bastante a derretirle los sesos, si algunos tuviera. Casi todo aquel día caminó sin acontecerle cosa que de contar fuese, de lo cual se desesperaba, porque quisiera topar luego con quien hacer expe- riencia del valor de su fuerte brazo. Autores hay que dicen que la primera aventura que le avino fue la del Puerto Lápice otros dicen que la de los molinos de viento; pero lo que yo he podido averiguar en este caso, y lo que he hallado escrito en los anales de la Mancha es que él anduvo todo aquel día, y, al anochecer, su rocín y él se hallaron cansados y muertos de ham- bre, y que, mirando a todas partes por ver si descubriría algún castillo o

- 44 - Primer día Ruta literaria El Quijote Castilla-La Mancha, 2005 alguna majada de pastores donde recogerse y adonde pudiese remediar su mucha hambre y necesidad, vio, no lejos del camino por donde iba, una venta, que fue como si viera una estrella que, no a los portales, sino a los alcázares de su redención le encaminaba. Diose priesa a caminar y llegó a ella a tiempo que anochecía. “El lector moderno debe ir con mucho cuidado cuando en el Quijote encuentre Estaban acaso a la puerta dos mujeres mozas, destas que llaman del pasajes como esta descripción del ama- necer, que a más de uno ha engañado. partido, las cuales iban a Sevilla con unos arrieros que en la venta aque- Las líneas que acabamos de ver han lla noche acertaron a hacer jornada; y como a nuestro aventurero todo sido puestas como “modelo de prosa”, cuanto pensaba, veía o imaginaba le parecía ser hecho y pasar al modo y no ha faltado quien las admirara como tal. El error es gravísimo y Cervantes se de lo que había leído, luego que vio la venta se le representó que era un reiría de buena gana si pudiera ver que castillo con sus cuatro torres y chapiteles de luciente plata, sin faltarle hay quien se toma en serio este pasaje, su puente levadiza y honda cava, con todos aquellos adherentes que pues él lo escribió con el deliberado pro- semejantes castillos se pintan. Fuese llegando a la venta que a él le pósito de burlarse de los libros de ca- ballerías y de parodiar su altisonante parecía castillo, y a poco trecho della detuvo las riendas a Rocinante, estilo. La prueba está en el hecho de esperando que algún enano se pusiese entre las almenas a dar señal con que en alguno de estos libros encontra- alguna trompeta de que llegaba caballero al castillo. Pero como vio que mos descripciones muy similares, pero escritas en serio (...) El lector del siglo se tardaban y que Rocinante se daba priesa por llegar a la caballeriza, se XVII, que sabía que este era el estilo llegó a la puerta de la venta y vio a las dos destraídas mozas que allí peculiar de algunos libros de caballerías, estaban, que a él le parecieron dos hermosas doncellas o dos graciosas captaba al instante la intención paródica de Cervantes en el pasaje “apenas ha- damas que delante de la puerta del castillo se estaban solazando. En bía el rubicundo Apolo...”, que, fijémo- esto sucedió acaso que un porquero que andaba recogiendo de unos ras- nos bien, está puesto en boca de don trojos una manada de puercos (que sin perdón así se llaman) tocó un Quijote, quien, intoxicado por este esti- cuerno, a cuya señal ellos se recogen, y al instante se le representó a lo de prosa, lo juzga admirable, al paso que Cervantes, al satirizarlo, lo conde- don Quijote lo que deseaba, que era que algún enano hacía señal de su na rotundamente. Advertimos, además, venida; y, así, con estraño contento llegó a la venta y a las damas, las que el Quijote es, en un principio, un li- cuales, como vieron venir un hombre de aquella suerte armado, y con bro propio para ser gustado por enten- didos en literatura, que sabrán captar lanza y adarga, llenas de miedo se iban a entrar en la venta; pero don bien las intenciones del autor.” RIQUER, Quijote, coligiendo por su huida su miedo, alzándose la visera de pape- MARTÍN DE, Para leer a Cervantes, Acan- lón y descubriendo su seco y polvoroso rostro, con gentil talante y voz tilado, Barcelona, 2003. reposada les dijo: *** *** *** —Non fuyan las vuestras mercedes, ni teman desaguisado alguno, ca a la orden de caballería que profeso non toca ni atañe facerle a ninguno, cuanto más a tan altas doncellas como vuestras presencias demuestran. Mirábanle las mozas y andaban con los ojos buscándole el rostro, que la mala visera le encubría; mas como se oyeron llamar doncellas, cosa tan fuera de su profesión, no pudieron tener la risa y fue de manera que don Quijote vino a correrse y a decirles:

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—Bien parece la mesura en las fermosas, y es mucha sandez además la risa que de leve causa procede; pero non vos lo digo porque os acuitedes ni mostredes mal talante, que el mío non es de ál que de serviros. El lenguaje, no entendido de las señoras, y el mal talle de nuestro caba- llero acrecentaba en ellas la risa, y en él el enojo, y pasara muy adelante si a aquel punto no saliera el ventero, hombre que, por ser muy gordo, era muy pacífico, el cual, viendo aquella figura contrahecha, armada de armas tan desiguales como eran la brida, lanza, adarga y coselete, no estuvo en nada en acompañar a las doncellas en las muestras de su contento. Mas, en efeto, temiendo la máquina de tantos pertrechos, determinó de hablarle comedidamente y, así, le dijo: —Si vuestra merced, señor caballero, busca posada, amén del lecho, porque en esta venta no hay ninguno, todo lo demás se hallará en ella en mucha abundancia. “Su imitación de los héroes caballerescos aspira a ser tan completa que se transfor- Viendo don Quijote la humildad del alcaide de la fortaleza, que tal le ma en una tentativa de vivir la literatura. pareció a él el ventero y la venta, respondió: No se siente impulsado por una vaga es- pecie de emulación, ni su intención le lle- —Para mí, señor castellano, cualquiera cosa basta, porque «mis arreos va solo a remedar los hábitos, modales e son las armas, mi descanso el pelear», etc. indumentaria de los caballeros andantes; no adapta simplemente los ideales caba- Pensó el huésped que el haberle llamado castellano había sido por ha- llerescos a otra causa, como san Ignacio berle parecido de los sanos de Castilla, aunque él era andaluz, y de los de la de Loyola; ni siquiera está representando un papel, en el sentido usual de la frase. playa de Sanlúcar, no menos ladrón que Caco, ni menos maleante que estu- Se empeña en que nada menos que la to- diantado paje y, así, le respondió: talidad de ese mundo fabuloso, compues- to de caballeros, princesas, encantadores, —Según eso, las camas de vuestra merced serán duras peñas, y su dor- gigantes y todo lo demás, tenga que ser mir, siempre velar; y siendo así bien se puede apear, con seguridad de ha- parte de su experiencia. Tan pronto como cree que él es realmente un caballero an- llar en esta choza ocasión y ocasiones para no dormir en todo un año, cuan- dante, y cree en su mundo de ficción, des- to más en una noche. ciende desde la cumbre de la emulación idealista que los héroes le inspiran hasta Y diciendo esto fue a tener el estribo a don Quijote, el cual se apeó con la locura. (...) El método más obvio y prac- mucha dificultad y trabajo, como aquel que en todo aquel día no se había ticable que don Quijote podía seguir para imitar los libros de caballerías habría sido desayunado. servirse de un medio artístico reconoci- do: por ejemplo, haber escrito novelas él Dijo luego al huésped que le tuviese mucho cuidado de su caballo, mismo. De hecho, en un primer momento porque era la mejor pieza que comía pan en el mundo. Miróle el vente- se vio tentado a hacer esto. Muchas ve- ro, y no le pareció tan bueno como don Quijote decía, ni aun la mitad; y, ces se sintió impulsado a completar la acomodándole en la caballeriza, volvió a ver lo que su huésped manda- novela inacabada de Don Belianís de Gre- cia, y la habría completado sin duda, y a ba, al cual estaban desarmando las doncellas, que ya se habían reconci-

- 46 - Primer día Ruta literaria El Quijote Castilla-La Mancha, 2005 liado con él; las cuales, aunque le habían quitado el peto y el espaldar, demás muy bien “si otros mayores y con- jamás supieron ni pudieron desencajarle la gola, ni quitalle la contrahe- tinuos pensamientos no se lo estorbaran” (I, 1). Los libros ejercían en él una influen- cha celada, que traía atada con unas cintas verdes, y era menester cor- cia demasiado grande pero se vio obliga- tarlas, por no poderse quitar los ñudos; mas él no lo quiso consentir en do a coger la espada en lugar de la plu- ninguna manera y, así, se quedó toda aquella noche con la celada pues- ma. Don Quijote es, a su manera, entre otras muchas cosas, un artista. El medio ta, que era la más graciosa y estraña figura que se pudiera pensar; y al de que se sirve es la acción y, solo se- desarmarle, como él se imaginaba que aquellas traídas y llevadas que le cundariamente, las palabras. Al dar vida a desarmaban eran algunas principales señoras y damas de aquel castillo, un libro tan conscientemente y al acutar con vistas a que sus hazañas sea regis- les dijo con mucho donaire: tradas por un sabio encantador, se con- vierte, en cierto sentido en autor de su —«Nunca fuera caballero propia biografía. Incluso cuando ha aban- de damas tan bien servido donado la idea de expresarse en la forma como fuera don Quijote literaria usual, conserva todavía muchas cuando de su aldea vino: de las características del escritor. Llega- do el caso, compone versos. Imita el len- doncellas curaban dél; guaje arcaico de las novelas de caballe- princesas, del su rocino», rías. Al comienzo de su empresa se anti- cipa a su cronista relatando con sus pro- pias palabras la escena de su partida, en o Rocinante, que este es el nombre, señoras mías, de mi caballo, y un lenguaje elevado y aparatoso que con- don Quijote de la Mancha el mío; que, puesto que no quisiera descu- trasta sobremanera, irónicamente, con el brirme fasta que las fazañas fechas en vuestro servicio y pro me descu- estilo usado por el autor real”. RILEY, EDWARD C., Teoría de la novela en Cervantes, brieran, la fuerza de acomodar al propósito presente este romance viejo Taurus, Madrid, 1966. de Lanzarote ha sido causa que sepáis mi nombre antes de toda sazón; pero tiempo vendrá en que las vuestras señorías me manden y yo obe- *** *** *** dezca, y el valor de mi brazo descubra el deseo que tengo de serviros. Las mozas, que no estaban hechas a oír semejantes retóricas, no res- pondían palabra; solo le preguntaron si quería comer alguna cosa. —Cualquiera yantaría yo —respondió don Quijote—, porque, a lo que entiendo, me haría mucho al caso. A dicha, acertó a ser viernes aquel día, y no había en toda la venta sino unas raciones de un pescado que en Castilla llaman abadejo, y en Andalucía bacallao, y en otras partes curadillo, y en otras truchuela. Preguntáronle si por ventura comería su merced truchuela, que no había otro pescado que dalle a comer. —Como haya muchas truchuelas —respondió don Quijote—, po- drán servir de una trucha, porque eso se me da que me den ocho reales “A partir de este momento, el lenguaje de don Quijote, por lo común llano y corrien- en sencillos que en una pieza de a ocho. Cuanto más, que podría ser que te, se transforma por mor de su fantasía fuesen estas truchuelas como la ternera, que es mejor que la vaca, y el en un estilo medievalizante y elevado, te-

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ñido de la habitual retórica caballeresca y cabrito que el cabrón. Pero, sea lo que fuere, venga luego, que el trabajo taraceado de otros estilos y tipos de dis- y peso de las armas no se puede llevar sin el gobierno de las tripas. curso vigentes. Los viejos romances ca- ballerescos en concreto, coadyuvantes Pusiéronle la mesa a la puerta de la venta, por el fresco, y trújole el también de su demencia, empiezan a sa- lirle al paso y en sus pláticas enhebra, huésped una porción del mal remojado y peor cocido bacallao y un pan tan contrahace y recrea algunos de los gas- negro y mugriento como sus armas; pero era materia de grande risa verle tados versos romanceriles, consabidos ya comer, porque, como tenía puesta la celada y alzada la visera, no podía de vagar por la conversación y por la lite- ratura de la época. Su lenguaje idealizado poner nada en la boca con sus manos si otro no se lo daba y ponía, y, ansí, y libresco choca con el variado y una de aquellas señoras servía deste menester. Mas al darle de beber, no fue diversificado de la realidad circundante y posible, ni lo fuera si el ventero no horadara una caña, y, puesto el un cabo de ese modo la novela se abre a un rico plurilingüismo hasta entonces no ensaya- en la boca, por el otro le iba echando el vino; y todo esto lo recebía en do en la ficción monológica de la época. paciencia, a trueco de no romper las cintas de la celada. Estando en esto, Después de caminar todo el día sin acon- llegó acaso a la venta un castrador de puercos, y así como llegó, sonó su tecerle “cosa que de contar fuese” y con silbato de cañas cuatro o cinco veces, con lo cual acabó de confirmar don la facultad imaginativa potenciada por ese sol que durante todo el día le ha recalen- Quijote que estaba en algún famoso castillo y que le servían con música y tado los sesos, el manchego pasa de la que el abadejo eran truchas, el pan candeal y las rameras damas y el ventero palabra a la acción y empieza a fabricar castellano del castillo, y con esto daba por bien empleada su determinación sus propias aventuras a partir de la trans- figuración de una realidad intencionada- y salida. Mas lo que más le fatigaba era el no verse armado caballero, por mente aplebeyada y envilecida. La tradi- parecerle que no se podría poner legítimamente en aventura alguna sin recebir cional venta, frecuentada por arrieros, la orden de caballería. rameras, pícaros y toda suerte de viaje- ros, lugar de encuentros y desencuentros, es el mejor escenario para ensayar esta metamorfosis de la realidad que después, andando el relato, practicarán también otros personajes. En su lesionada imagi- nación, la venta se transforma en el casti- llo caballeresco habitual, el ventero en el hospitalario “castellano” y las mozas del partido en “hermosas doncellas”. Su con- trahecha figura y su arcaizante lenguaje caballeresco, apenas entendido o malinterpretado por sus interlocutores, introduce a los huéspedes en el anacróni- co mundo caballeresco del que tienen una visión bien distinta a la del hidalgo, pero la suficiente como para seguirle el juego y participar activamente en la creación de la aventura.” M. Carmen Marín, en el vo- lumen complementario a la edición del Quijote dirigida por Francisco Rico. Insti- tuto Cervantes y Editorial Crítica, Barcelo- na, 1998. *** *** ***

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CAPÍTULO III (I)

Donde se cuenta la graciosa manera que tuvo don Quijote en armarse caballero “CONTEXTOS” , así, fatigado deste pensamiento, abrevió su venteril y limitada cena; Y la cual acabada, llamó al ventero y, encerrándose con él en la caba- lleriza, se hincó de rodillas ante él, diciéndole: “Y aquella vela de armas, ¿no os recuer- —No me levantaré jamás de donde estoy, valeroso caballero, fasta que da la del caballero andante de Cristo, la la vuestra cortesía me otorgue un don que pedirle quiero, el cual redundará de Íñigo de Loyola? También Íñigo, la vís- en alabanza vuestra y en pro del género humano. pera de la navidad de 1522, veló sus ar- mas ante el altar de Nuestra Señora de El ventero, que vio a su huésped a sus pies y oyó semejantes razones, Montserrate. Oigámoslo al P. Rivadeneira: estaba confuso mirándole, sin saber qué hacerse ni decirle, y porfiaba con “Como hubiese leído en sus libros de ca- ballerías que los caballeros noveles so- él que se levantase, y jamás quiso, hasta que le hubo de decir que él le lían velar sus armas, por imitar él, como otorgaba el don que le pedía. caballero de Cristo, con espiritual repre- sentación aquel hecho caballeroso y ve- —No esperaba yo menos de la gran magnificencia vuestra, señor mío lar sus nuevas y al parecer pobres y fla- —respondió don Quijote—, y así os digo que el don que os he pedido y de cas armas, mas en hecho de verdad muy ricas y fuertes, que contra el enemigo de vuestra liberalidad me ha sido otorgado es que mañana en aquel día me nuestra naturaleza se había vestido, toda habéis de armar caballero, y esta noche en la capilla deste vuestro castillo aquella noche, parte en pie, parte de rodi- velaré las armas, y mañana, como tengo dicho, se cumplirá lo que tanto llas, estuvo velando delante de la imagen de Nuestra Señora, encomendándose de deseo, para poder como se debe ir por todas las cuatro partes del mundo todo corazón a ella, llorando amargamen- buscando las aventuras, en pro de los menesterosos, como está a cargo de la te sus pecados y proponiendo la enmien- caballería y de los caballeros andantes, como yo soy, cuyo deseo a seme- da de la vida para en adelante”. UNAMUNO, jantes fazañas es inclinado. MIGUEL DE, Vida de don Quijote y Sancho, Espasa Calpe, Buenos Aires, 1952.

El ventero, que, como está dicho, era un poco socarrón y ya tenía algu- *** *** *** nos barruntos de la falta de juicio de su huésped, acabó de creerlo cuando acabó de oírle semejantes razones y, por tener que reír aquella noche, deter- minó de seguirle el humor; y, así, le dijo que andaba muy acertado en lo que deseaba y pedía y que tal prosupuesto era propio y natural de los caballeros tan principales como él parecía y como su gallarda presencia mostraba; y que él ansimesmo, en los años de su mocedad, se había dado a aquel honro- so ejercicio, andando por diversas partes del mundo, buscando sus aventu-

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ras, sin que hubiese dejado los Percheles de Málaga, Islas de Riarán, Com- pás de Sevilla, Azoguejo de Segovia, la Olivera de Valencia, Rondilla de Granada, Playa de Sanlúcar, Potro de Córdoba y las Ventillas de Toledo y otras diversas partes, donde había ejercitado la ligereza de sus pies, sutileza de sus manos, haciendo muchos tuertos, recuestando muchas viudas, des- haciendo algunas doncellas y engañando a algunos pupilos y, finalmente, dándose a conocer por cuantas audiencias y tribunales hay casi en toda España; y que, a lo último, se había venido a recoger a aquel su castillo, donde vivía con su hacienda y con las ajenas, recogiendo en él a todos los caballeros andantes, de cualquiera calidad y condición que fuesen, solo por la mucha afición que les tenía y porque partiesen con él de sus haberes, en pago de su buen deseo. Díjole también que en aquel su castillo no había capilla alguna don- de poder velar las armas, porque estaba derribada para hacerla de nue- vo, pero que en caso de necesidad él sabía que se podían velar donde- quiera y que aquella noche las podría velar en un patio del castillo, que a la mañana, siendo Dios servido, se harían las debidas ceremonias de manera que él quedase armado caballero, y tan caballero, que no pudie- se ser más en el mundo. Preguntóle si traía dineros; respondió don Quijote que no traía blanca, porque él nunca había leído en las historias de los caballeros andantes que ninguno los hubiese traído. A esto dijo el ventero que se engañaba, que, puesto caso que en las historias no se escribía, por haberles parecido a los autores dellas que no era menester escrebir una cosa tan clara y tan necesa- ria de traerse como eran dineros y camisas limpias, no por eso se había de “Hay en este episodio una evidente y diá- creer que no los trujeron, y, así, tuviese por cierto y averiguado que todos fana parodia de las solemnes fiestas que tanto abundan en los libros de caballerías los caballeros andantes, de que tantos libros están llenos y atestados, lleva- donde el héroe es armado caballero con ban bien herradas las bolsas, por lo que pudiese sucederles, y que asimismo toda seriedad y con el más profundo fer- llevaban camisas y una arqueta pequeña llena de ungüentos para curar las vor religioso. Pero hay aquí también la cla- ve de un decisivo equívoco en que se basa heridas que recebían, porque no todas veces en los campos y desiertos don- el Quijote, pues pone bien de manifiesto de se combatían y salían heridos había quien los curase, si ya no era que que el protagonista de la novela jamás fue tenían algún sabio encantador por amigo, que luego los socorría, trayendo caballero, aspecto que percibían los lec- tores del siglo XVII. (...) Ya hemos visto por el aire en alguna nube alguna doncella o enano con alguna redoma de que don Quijote recibió la caballería “por agua de tal virtud, que en gustando alguna gota della luego al punto queda- escarnio”, como demuestra hasta la sa- ban sanos de sus llagas y heridas, como si mal alguno hubiesen tenido; mas ciedad el episodio que comentamos, don- que, en tanto que esto no hubiese, tuvieron los pasados caballeros por cosa de el ventero que le dio el espaldarazo no tenía “poderío de lo facer” y con sus bur- acertada que sus escuderos fuesen proveídos de dineros y de otras cosas

- 50 - Primer día Ruta literaria El Quijote Castilla-La Mancha, 2005 necesarias, como eran hilas y ungüentos para curarse; y cuando sucedía las y farsa no hizo más que escarnecer que los tales caballeros no tenían escuderos —que eran pocas y raras “tan noble cosa como la caballería”. Don Quijote además quedaba excluido del ac- veces—, ellos mesmos lo llevaban todo en unas alforjas muy sutiles, ceso a la caballería (...) ya que no “era que casi no se parecían, a las ancas del caballo, como que era otra cosa hombre para ello” por estar loco y por ser de más importancia, porque, no siendo por ocasión semejante, esto de pobre. Y adviertase que en la segunda parte de la novela la sobrina del protago- llevar alforjas no fue muy admitido entre los caballeros andantes; y por nista dirá a éste: “¡Que sepa vuestra mer- esto le daba por consejo, pues aun se lo podía mandar como a su ahija- ced tanto, señor tío que, si fuese menes- do, que tan presto lo había de ser, que no caminase de allí adelante sin ter en una necesidad podría subir en un púlpito e irse a predicar por esas calles, y dineros y sin las prevenciones referidas, y que vería cuán bien se halla- que, con todo esto, dé en una ceguera tan ba con ellas, cuando menos se pensase. grande y en una sandez tan conocida, que se dé a entender que es valiente, siendo Prometióle don Quijote de hacer lo que se le aconsejaba, con toda pun- viejo, que tiene fuerzas, estando enfermo, tualidad; y, así, se dio luego orden como velase las armas en un corral y que endereza tuertos, estando por la grande que a un lado de la venta estaba, y recogiéndolas don Quijote todas, salud agobiado, y, sobre todo, que es ca- ballero, no lo siendo, porque aunque lo las puso sobre una pila que junto a un pozo estaba y, embrazando su adarga, puedan ser los hidalgos, no lo son los po- asió de su lanza y con gentil continente, se comenzó a pasear delante de la bres!”. pila; y cuando comenzó el paseo comenzaba a cerrar la noche. Don Quijote no fue caballero por tres ra- zones: porque estaba loco, porque era Contó el ventero a todos cuantos estaban en la venta la locura de su pobre y porque una vez recibió por escar- nio la caballería. (...) La novela se basa, huésped, la vela de las armas y la armazón de caballería que esperaba. pues, en un error, producto de la locura Admiráronse de tan estraño género de locura y fuéronselo a mirar desde del protagonista, que, como buen lejos, y vieron que con sosegado ademán unas veces se paseaba; otras, arri- monomaniaco, es un hombre sensato, mado a su lanza, ponía los ojos en las armas, sin quitarlos por un buen prudente y entendido en todo menos en lo que afecta a su desviación mental. Don espacio dellas. Acabó de cerrar la noche, pero con tanta claridad de la luna, Quijote, hombre bueno, inteligente, de que podía competir con el que se la prestaba, de manera que cuanto el novel agudo espíritu, de un atractivo sin límites caballero hacía era bien visto de todos. Antojósele en esto a uno de los y admirable conversador, sólo denuncia su locura al creerse caballero y al amol- arrieros que estaban en la venta ir a dar agua a su recua, y fue menester dar cuanto le rodea al ficticio y literario quitar las armas de don Quijote, que estaban sobre la pila; el cual, viéndole mundo de los libros de caballerías.” RIQUER, llegar, en voz alta le dijo: MARTÍN DE, Para leer a Cervantes, Acantila- do, Barcelona, 2003.

—¡Oh tú, quienquiera que seas, atrevido caballero, que llegas a to- *** *** *** car las armas del más valeroso andante que jamás se ciñó espada! Mira lo que haces, y no las toques, si no quieres dejar la vida en pago de tu atrevimiento. No se curó el arriero destas razones (y fuera mejor que se curara, porque fuera curarse en salud), antes, trabando de las correas, las arrojó gran tre- cho de sí. Lo cual visto por don Quijote, alzó los ojos al cielo y, puesto el pensamiento —a lo que pareció— en su señora Dulcinea, dijo: —Acorredme, señora mía, en esta primera afrenta que a este vuestro

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avasallado pecho se le ofrece; no me desfallezca en este primero trance vuestro favor y amparo. Y diciendo estas y otras semejantes razones, soltando la adarga, alzó la lanza a dos manos y dio con ella tan gran golpe al arriero en la cabe- za, que le derribó en el suelo tan maltrecho, que, si segundara con otro, no tuviera necesidad de maestro que le curara. Hecho esto, recogió sus armas y tornó a pasearse con el mismo reposo que primero. Desde allí a poco, sin saberse lo que había pasado —porque aún estaba aturdido el arriero—, llegó otro con la mesma intención de dar agua a sus mulos y, llegando a quitar las armas para desembarazar la pila, sin hablar don Quijote palabra y sin pedir favor a nadie soltó otra vez la adarga y alzó otra vez la lanza y, sin hacerla pedazos, hizo más de tres la cabeza del segundo arriero, porque se la abrió por cuatro. Al ruido acudió toda la gente de la venta, y entre ellos el ventero. Viendo esto don Quijote, embrazó su adarga y, puesta mano a su espada, dijo: —¡Oh señora de la fermosura, esfuerzo y vigor del debilitado corazón “Los pormenores de la liturgia (de ser mío! Ahora es tiempo que vuelvas los ojos de tu grandeza a este tu cautivo armado caballero), recogidos en los tex- tos legales, en los manuales al uso so- caballero, que tamaña aventura está atendiendo. bre la caballería, y recreados hasta la saciedad en la literatura caballeresca, Con esto cobró, a su parecer, tanto ánimo, que si le acometieran todos eran conocidos entre las diferentes cla- los arrieros del mundo, no volviera el pie atrás. Los compañeros de los ses sociales, como demuestran las no- heridos, que tales los vieron, comenzaron desde lejos a llover piedras sobre ciones que sobre dicho rito tienen el ventero y, de algún modo también, las don Quijote, el cual lo mejor que podía se reparaba con su adarga y no se mozas del partido artífices de la inicia- osaba apartar de la pila, por no desamparar las armas. El ventero daba vo- ción caballeresca del manchego. (...) ces que le dejasen, porque ya les había dicho como era loco, y que por loco Bajo un equívoco verbal el ventero se se libraría, aunque los matase a todos. También don Quijote las daba, ma- presenta ante su ahijado como un apicarado “caballero andante, yores, llamándolos de alevosos y traidores, y que el señor del castillo era pergeñando una apresurada biografía un follón y mal nacido caballero, pues de tal manera consentía que se trata- con las aventuras de juventud por la sen los andantes caballeros; y que si él hubiera recebido la orden de caba- geografía picaresca de la España del momento, biografía que no es sino un llería, que él le diera a entender su alevosía: claro contrafactum de las funciones tí- picamente caballerescas. Por primera —Pero de vosotros, soez y baja canalla, no hago caso alguno: tirad, vez pícaro y caballero, representantes llegad, venid y ofendedme en cuanto pudiéredes, que vosotros veréis el de los dos géneros de ficción más re- pago que lleváis de vuestra sandez y demasía. presentativos de la época, se cruzan en el camino de la novela y del encuentro Decía esto con tanto brío y denuedo, que infundió un terrible temor en surge, además de un contraste de ex- los que le acometían; y así por esto como por las persuasiones del ventero, periencias y perspectivas, una potencial y dialéctica crítica de ambas formas le dejaron de tirar, y él dejó retirar a los heridos y tornó a la vela de sus narrativas, la de la picaresca en concre- armas con la misma quietud y sosiego que primero.

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No le parecieron bien al ventero las burlas de su huésped, y determinó to cumplidamente desarrollada después abreviar y darle la negra orden de caballería luego, antes que otra desgracia en el episodio de Ginés de Pasamonte (I,22). Desde la experiencia vivida, ya sucediese. Y, así, llegándose a él, se desculpó de la insolencia que aquella retirado del mundo y recogido cual ere- gente baja con él había usado, sin que él supiese cosa alguna, pero que bien mita en la aislada venta, el pícaro jubi- castigados quedaban de su atrevimiento. Díjole como ya le había dicho que lado instruye al caballero aspirante so- bre la realidad de la vida, casi siempre en aquel castillo no había capilla, y para lo que restaba de hacer tampoco silenciada por obvia en los libros de ca- era necesaria, que todo el toque de quedar armado caballero consistía en la ballerías, adoctrinándolo en la necesi- pescozada y en el espaldarazo, según él tenía noticia del ceremonial de la dad de ir siempre bien provisto de dine- ro, camisas y, ante todo, escudero, pre- orden, y que aquello en mitad de un campo se podía hacer, y que ya había vención esta última que el neófito hará cumplido con lo que tocaba al velar de las armas, que con solas dos horas realidad en su segunda salida acompa- de vela se cumplía, cuanto más que él había estado más de cuatro. Todo se ñado de Sancho Panza (I, 7)”. M. Car- lo creyó don Quijote, que él estaba allí pronto para obedecerle y que con- men Marín, en el volumen complemen- tario a la edición del Quijote dirigida por cluyese con la mayor brevedad que pudiese, porque, si fuese otra vez aco- Francisco Rico. Instituto Cervantes y metido y se viese armado caballero, no pensaba dejar persona viva en el Editorial Crítica, Barcelona, 1998. castillo, eceto aquellas que él le mandase, a quien por su respeto dejaría. *** *** *** Advertido y medroso desto el castellano, trujo luego un libro donde asentaba la paja y cebada que daba a los arrieros, y con un cabo de vela que le traía un muchacho, y con las dos ya dichas doncellas, se vino adonde don Quijote estaba, al cual mandó hincar de rodillas; y, leyendo en su manual, como que decía alguna devota oración, en mitad de la leyenda alzó la mano y diole sobre el cuello un buen golpe, y tras él, con su mesma espada, un gentil espaldarazo, siempre murmurando entre dientes, como que rezaba. Hecho esto, mandó a una de aquellas damas que le ciñese la espada, la cual lo hizo con mucha desenvoltura y discreción, porque no fue menester poca para no reventar de risa a cada punto de las ceremonias; pero las proezas que ya habían visto del novel caballero les tenía la risa a raya. Al ceñirle la espada dijo la buena señora: —Dios haga a vuestra merced muy venturoso caballero y le dé ven- tura en lides. Don Quijote le preguntó cómo se llamaba, porque él supiese de allí adelante a quién quedaba obligado por la merced recebida, porque pen- saba darle alguna parte de la honra que alcanzase por el valor de su brazo. Ella respondió con mucha humildad que se llamaba la Tolosa, y que era hija de un remendón natural de Toledo, que vivía a las tendillas de Sancho Bienaya, y que dondequiera que ella estuviese le serviría y le tendría por señor. Don Quijote le replicó que, por su amor, le hiciese merced que de allí adelante se pusiese don y se llamase «doña Tolosa».

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Ella se lo prometió, y la otra le calzó la espuela, con la cual le pasó casi el mismo coloquio que con la de la espada. Preguntóle su nombre, y dijo que se llamaba la Molinera y que era hija de un honrado molinero de Antequera; a la cual también rogó don Quijote que se pusiese don y se llamase «doña Molinera», ofreciéndole nuevos servicios y mercedes. Hechas, pues, de galope y aprisa las hasta allí nunca vistas ceremo- nias, no vio la hora don Quijote de verse a caballo y salir buscando las aventuras, y, ensillando luego a Rocinante, subió en él y, abrazando a su huésped, le dijo cosas tan estrañas, agradeciéndole la merced de haber- le armado caballero, que no es posible acertar a referirlas. El ventero, por verle ya fuera de la venta, con no menos retóricas, aunque con más breves palabras, respondió a las suyas y, sin pedirle la costa de la posa- da, le dejó ir a la buen hora.

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CAPÍTULO VI (I)

Del donoso y grande escrutinio que el cura y el barbero hicieron en la librería de nuestro ingenioso hidalgo

l cual aún todavía dormía. Pidió las llaves a la sobrina del aposento CONTEXTOS” E donde estaban los libros autores del daño, y ella se las dio de muy buena gana. Entraron dentro todos, y la ama con ellos, y hallaron más de cien cuerpos de libros grandes, muy bien encuadernados, y otros pequeños; y, así como el ama los vio, volvióse a salir del aposento con gran priesa, y tornó luego con una escudilla de agua bendita y un hisopo, y dijo: “Una vez ha vuelto don Quijote, y mien- tras este duerme profundamente, el cura —Tome vuestra merced, señor licenciado; rocíe este aposento, no esté y el barbero proceden a examinar los li- aquí algún encantador de los muchos que tienen estos libros, y nos encan- bros que llenaban librería o biblioteca del hidalgo. Se trata de un capítulo dedicado ten, en pena de las que les queremos dar echándolos del mundo. exclusivamente a la crítica de novelas y libros de poesía, que el cura va comen- Causó risa al licenciado la simplicidad del ama y mandó al barbero que tando y juzgando según, naturalmente, las le fuese dando de aquellos libros uno a uno, para ver de qué trataban, pues ideas y gustos de Cervantes. La mayoría podía ser hallar algunos que no mereciesen castigo de fuego. de los libros son quemados por el ama en el corral de la casa; pero algunos de ellos —No —dijo la sobrina—, no hay para qué perdonar a ninguno, porque se salvan de la condena (el Amadís de todos han sido los dañadores: mejor será arrojallos por las ventanas al patio Gaula, el Palmerín de Inglaterra, Tirante el Blanco), así como ciertas novelas y hacer un rimero dellos y pegarles fuego; y, si no, llevarlos al corral, y allí pastoriles. Entre estas aparece ”La Galatea se hará la hoguera, y no ofenderá el humo. de Miguel de Cervantes” de quien dice el cura que hace años que es amigo suyo y Lo mismo dijo el ama: tal era la gana que las dos tenían de la muerte de que sabe “que es más versado en desdi- aquellos inocentes; mas el cura no vino en ello sin primero leer siquiera los chas que en versos” (en lo que hay un evidente juego de palabras). Respecto a títulos. Y el primero que maese Nicolás le dio en las manos fue Los cuatro La Galatea afirma el cura que es libro que de Amadís de Gaula, y dijo el cura: “tiene algo de buena invención; propone algo y no concluye nada”, pero que hay —Parece cosa de misterio esta, porque, según he oído decir, este libro que esperar la publicación de la segunda fue el primero de caballerías que se imprimió en España, y todos los demás parte para juzgarlo (como es sabido, la han tomado principio y origen deste; y, así, me parece que, como a segunda parte de La Galatea, varias ve- ces prometida por Cervantes, no llegó a dogmatizador de una secta tan mala, le debemos sin escusa alguna conde- aparecer nunca). Adviértase este curioso nar al fuego. aspecto del Quijote: la aparición en la no- vela del propio novelista, ahora como un —No, señor —dijo el barbero—, que también he oído decir que es el escritor amigo del cura, uno de los perso-

Primer día - 55 - Ruta literaria El Quijote Castilla-La Mancha, 2005 najes de la ficción; luego irrumpirá él mis- mejor de todos los libros que de este género se han compuesto; y así, como mo en la obra. Como sea que en este es- a único en su arte, se debe perdonar. crutinio no figura ningún libro cuya pri- mera edición sea posterior a 1591, hay —Así es verdad —dijo el cura—, y por esa razón se le otorga la vida por fundadas razones para creer que Cervantes escribió este capítulo (lo que ahora. Veamos esotro que está junto a él. equivaldría a decir que comenzó el Quijo- te) aquel año o en los dos inmediatamen- —Es —dijo el barbero— Las sergas de Esplandián, hijo legítimo de te siguientes. Amadís de Gaula. Se ha supuesto que, tras el escrutinio y quema de los libros del hidalgo, se aca- —Pues en verdad —dijo el cura— que no le ha de valer al hijo la bon- baba una primera versión del Quijote, con- dad del padre. Tomad, señora ama, abrid esa ventana y echadle al corral, y cebido como novela breve al estilo de las Novelas ejemplares. En efecto, estos seis dé principio al montón de la hoguera que se ha de hacer. primeros capítulos que constituyen la pri- Hízolo así el ama con mucho contento, y el bueno de Esplandián fue mera salida del protagonista tienen una evidente unidad por sí solos. Se trataría volando al corral, esperando con toda paciencia el fuego que le amenazaba. de una breve narración, muy similar al En- tremés de los romances, en la cual un hi- —Adelante —dijo el cura. dalgo enloquecería leyendo libros de ca- ballerías, sería burlescamente armado —Este que viene —dijo el barbero— es Amadís de Grecia, y aun todos caballero, defendería a Andrés de las iras los deste lado, a lo que creo, son del mesmo linaje de Amadís. de Juan Haldudo y finalmente sería apa- leado por los mercaderes y recogido por —Pues vayan todos al corral —dijo el cura—, que a trueco de quemar a Pedro Alonso y vuelto a su aldea. La con- la reina Pintiquiniestra, y al pastor Darinel, y a sus églogas, y a las endia- dena e incineración de los libros de caba- llerías, causantes del daño, cerrarían esta bladas y revueltas razones de su autor, quemaré con ellos al padre que me novelita. No obstante, todo esto no pasa engendró, si anduviera en figura de caballero andante. de ser una conjetura, y afortunadamente, Cervantes siguió adelante”. RIQUER, MARTÍN —De ese parecer soy yo —dijo el barbero. DE, Para leer a Cervantes, Acantilado, Bar- celona, 2003. —Y aun yo —añadió la sobrina. *** *** *** —Pues así es —dijo el ama—, vengan, y al corral con ellos. Diéronselos, que eran muchos, y ella ahorró la escalera y dio con ellos por la ventana abajo. —¿Quién es ese tonel? —dijo el cura. —Este es —respondió el barbero— Don Olivante de Laura. —El autor de ese libro —dijo el cura— fue el mesmo que compuso a Jardín de flores, y en verdad que no sepa determinar cuál de los dos libros es más verdadero o, por decir mejor, menos mentiroso; solo sé decir que este irá al corral, por disparatado y arrogante. —Este que se sigue es Florismarte de Hircania —dijo el barbero.

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—¿Ahí está el señor Florismarte? —replicó el cura—. Pues a fe que ha de parar presto en el corral, a pesar de su estraño nacimiento y soñadas aventuras, que no da lugar a otra cosa la dureza y sequedad de su estilo. Al corral con él, y con esotro, señora ama. —Que me place, señor mío —respondía ella; y con mucha alegría eje- cutaba lo que le era mandado. —Este es El caballero Platir —dijo el barbero. —Antiguo libro es ese —dijo el cura—, y no hallo en él cosa que me- rezca venia. Acompañe a los demás sin réplica. Y así fue hecho. Abrióse otro libro y vieron que tenía por título El caba- llero de la Cruz. —Por nombre tan santo como este libro tiene, se podía perdonar su ignorancia; mas también se suele decir «tras la cruz está el diablo». Vaya al fuego. Tomando el barbero otro libro, dijo: —Este es Espejo de caballerías. —Ya conozco a su merced —dijo el cura—. Ahí anda el señor Reinaldos de Montalbán con sus amigos y compañeros, más ladrones que Caco, y los Doce Pares, con el verdadero historiador Turpín, y en verdad que estoy por condenarlos no más que a destierro perpetuo, siquiera porque tienen parte de la invención del famoso Mateo Boyardo, de donde también tejió su tela el cristiano poeta Ludovico Ariosto; al cual, si aquí le hallo, y que habla en otra lengua que la suya, no le guardaré respeto alguno, pero, si habla en su idioma, le pondré sobre mi cabeza. —Pues yo le tengo en italiano —dijo el barbero—, mas no le entiendo. —Ni aun fuera bien que vos le entendiérades —respondió el cura—; y aquí le perdonáramos al señor capitán que no le hubiera traído a España y hecho castellano, que le quitó mucho de su natural valor, y lo mesmo harán todos aquellos que los libros de verso quisieren volver en otra lengua, que, por mucho cuidado que pongan y habilidad que muestren, jamás llegarán al punto que ellos tienen en su primer nacimiento. Digo, en efeto, que este libro y todos los que se hallaren que tratan destas cosas de Francia se echen y depositen en un pozo seco, hasta que con más acuerdo se vea lo que se ha

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de hacer dellos, ecetuando a un Bernardo del Carpio que anda por ahí, y a otro llamado Roncesvalles; que estos, en llegando a mis manos, han de estar en las del ama, y dellas en las del fuego, sin remisión alguna. Todo lo confirmó el barbero y lo tuvo por bien y por cosa muy acertada, por entender que era el cura tan buen cristiano y tan amigo de la verdad, que no diría otra cosa por todas las del mundo. Y abriendo otro libro vio que era Palmerín de Oliva, y junto a él estaba otro que se llamaba Palmerín de Ingalaterra; lo cual visto por el licenciado, dijo: “El inventario de estas lecturas muestra —Esa oliva se haga luego rajas y se queme, que aun no queden della las que la librería de don Quijote, posible tra- cenizas, y esa palma de Ingalaterra se guarde y se conserve como a cosa sunto de la del mismo Cervantes, es cuan- tiosa, pues comprende más de cien volú- única, y se haga para ello otra caja como la que halló Alejandro en los menes (que se hacen “más de trescien- despojos de Darío, que la diputó para guardar en ella las obras del poeta tos” en el capítulo 24); relativamente mo- Homero. Este libro, señor compadre, tiene autoridad por dos cosas: la una, derna, ya que incluye varios libros de fe- cha reciente, pero poco variada. Su con- porque él por sí es muy bueno; y la otra, porque es fama que le compuso un tenido refleja ante todo la afición casi ex- discreto rey de Portugal. Todas las aventuras del castillo de Miraguarda son clusiva de Alonso Quijano a los poemas bonísimas y de grande artificio; las razones, cortesanas y claras, que guar- de tradición épica o ariostesca y a las novelas de imaginación e, inversamente, dan y miran el decoro del que habla, con mucha propriedad y entendimien- su poco entusiasmo por otras formas de to. Digo, pues, salvo vuestro buen parecer, señor maese Nicolás, que este y literatura como la picaresca, de la que no Amadís de Gaula queden libres del fuego, y todos los demás, sin hacer más se menciona muestra alguna. Tampoco las cala y cata, perezcan. hay de cancioneros y romanceros, a pe- sar de las referencias a romances que con- —No, señor compadre —replicó el barbero—, que este que aquí tengo curren en este principio del libro, ni de obras de historia y devoción como las que es el afamado Don Belianís. componen la modesta pero valiosa biblio- teca de don Diego de Miranda (II, 16). El —Pues ese —replicó el cura—, con la segunda, tercera y cuarta parte, examen de la colección, burlonamente tienen necesidad de un poco de ruibarbo para purgar la demasiada cólera procesada por herética o por demoníaca, suya, y es menester quitarles todo aquello del castillo de la Fama y otras se lleva a cabo con celo típicamente inquisitorial: basándose en la denuncia de impertinencias de más importancia, para lo cual se les da término ultrama- la sobrina, el cura actúa de juez eclesiás- rino, y como se enmendaren, así se usará con ellos de misericordia o de tico y, asistido por el barbero, remite la justicia; y en tanto, tenedlos vos, compadre, en vuestra casa, mas no los ejecución de sus sentencias al brazo se- glar del ama, quien se encarga con dili- dejéis leer a ninguno. gencia de echar a la hoguera los libros cul- pables. (...) A través de estos dictámenes —Que me place —respondió el barbero. del cura se expresan evidentemente las opiniones literarias y las simpatías o anti- Y, sin querer cansarse más en leer libros de caballerías, mandó al ama patías personales de Cervantes; no todas, que tomase todos los grandes y diese con ellos en el corral. No se dijo a sin embargo, son transparentes y, para in- tonta ni a sorda, sino a quien tenía más gana de quemallos que de echar una terpretarlas, resultaría imprudente confun- tela, por grande y delgada que fuera; y asiendo casi ocho de una vez, los dir sin más al autor con su personaje. En este capítulo, en todo caso, es donde arrojó por la ventana. Por tomar muchos juntos, se le cayó uno a los pies del

- 58 - Primer día Ruta literaria El Quijote Castilla-La Mancha, 2005 barbero, que le tomó gana de ver de quién era, y vio que decía Historia del empieza a vislumbrarse el papel funda- famoso caballero Tirante el Blanco. mental que los libros desempeñan en el Quijote a la vez que se anuncian las apa- —¡Válame Dios —dijo el cura, dando una gran voz—, que aquí esté sionadas discusiones que han de provo- car en episodios posteriores.” Sylvia Tirante el Blanco! Dádmele acá, compadre, que hago cuenta que he hallado Roubaud en el volumen complementario en él un tesoro de contento y una mina de pasatiempos. Aquí está don a la edición del Quijote dirigida por Fran- Quirieleisón de Montalbán, valeroso caballero, y su hermano Tomás de cisco Rico. Instituto Cervantes y Editorial Montalbán, y el caballero Fonseca, con la batalla que el valiente de Tirante Crítica, Barcelona, 1998. hizo con el alano, y las agudezas de la doncella Placerdemivida, con los *** *** *** amores y embustes de la viuda Reposada, y la señora Emperatriz, enamora- da de Hipólito, su escudero. Dígoos verdad, señor compadre, que por su estilo es este el mejor libro del mundo: aquí comen los caballeros, y duer- men y mueren en sus camas, y hacen testamento antes de su muerte, con estas cosas de que todos los demás libros deste género carecen. Con todo eso, os digo que merecía el que le compuso, pues no hizo tantas necedades de industria, que le echaran a galeras por todos los días de su vida. Llevadle a casa y leedle, y veréis que es verdad cuanto dél os he dicho. —Así será —respondió el barbero—, pero ¿qué haremos destos peque- ños libros que quedan? —Estos —dijo el cura— no deben de ser de caballerías, sino de poesía. Y abriendo uno vio que era La Diana de Jorge de Montemayor, y dijo, creyendo que todos los demás eran del mesmo género: —Estos no merecen ser quemados, como los demás, porque no hacen ni harán el daño que los de caballerías han hecho, que son libros de entreteni- miento sin perjuicio de tercero. —¡Ay, señor! —dijo la sobrina—, bien los puede vuestra merced man- dar quemar como a los demás, porque no sería mucho que, habiendo sana- do mi señor tío de la enfermedad caballeresca, leyendo estos se le antojase de hacerse pastor y andarse por los bosques y prados cantando y tañendo, y, lo que sería peor, hacerse poeta, que según dicen es enfermedad incurable y pegadiza. —Verdad dice esta doncella —dijo el cura—, y será bien quitarle a nues- tro amigo este tropiezo y ocasión delante. Y pues comenzamos por La Dia- na de Montemayor, soy de parecer que no se queme, sino que se le quite todo aquello que trata de la sabia Felicia y de la agua encantada, y casi todos los versos mayores, y quédesele enhorabuena la prosa, y la honra de ser primero en semejantes libros.

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—Este que se sigue —dijo el barbero— es La Diana llamada segun- da del Salmantino; y este, otro que tiene el mesmo nombre, cuyo autor es Gil Polo. —Pues la del Salmantino —respondió el cura— acompañe y acre- ciente el número de los condenados al corral, y la de Gil Polo se guarde como si fuera del mesmo Apolo; y pase adelante, señor compadre, y démonos prisa, que se va haciendo tarde.

“Aquí inserta Cervantes aquel capítulo VI —Este libro es —dijo el barbero abriendo otro— Los diez libros de en que nos cuenta “el donoso y grande Fortuna de amor, compuestos por Antonio de Lofraso, poeta sardo. escrutinio que el cura y el barbero hicie- ron en la librería de nuestro ingenioso hi- —Por las órdenes que recebí —dijo el cura— que desde que Apolo dalgo”, todo lo cual es crítica literaria que fue Apolo, y las musas musas, y los poetas poetas, tan gracioso ni tan debe importarnos poco. Trata de libros y disparatado libro como ese no se ha compuesto, y que, por su camino, no de vida. Pasémoslo por alto”. UNAMUNO, MIGUEL DE, Vida de don Quijote y Sancho, es el mejor y el más único de cuantos deste género han salido a la luz Espasa Calpe, Buenos Aires, 1952. del mundo, y el que no le ha leído puede hacer cuenta que no ha leído *** *** *** jamás cosa de gusto. Dádmele acá, compadre, que precio más haberle hallado que si me dieran una sotana de raja de Florencia. Púsole aparte con grandísimo gusto, y el barbero prosiguió diciendo: —Estos que se siguen son El pastor de Iberia, Ninfas de Henares y Desengaños de celos. —Pues no hay más que hacer —dijo el cura—, sino entregarlos al brazo seglar del ama, y no se me pregunte el porqué, que sería nunca acabar. —Este que viene es El pastor de Fílida. —No es ése pastor —dijo el cura—, sino muy discreto cortesano: guárdese como joya preciosa. —Este grande que aquí viene se intitula —dijo el barbero— Tesoro de varias poesías. —Como ellas no fueran tantas —dijo el cura—, fueran más estima- das: menester es que este libro se escarde y limpie de algunas bajezas que entre sus grandezas tiene; guárdese, porque su autor es amigo mío, y por respeto de otras más heroicas y levantadas obras que ha escrito. —Este es —siguió el barbero— el Cancionero de López Maldonado.

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—También el autor de ese libro —replicó el cura— es grande amigo mío, y sus versos en su boca admiran a quien los oye, y tal es la suavidad de la voz con que los canta, que encanta. Algo largo es en las églogas, pero nunca lo bueno fue mucho; guárdese con los escogidos. Pero ¿qué libro es ese que está junto a él? —La Galatea de Miguel de Cervantes—dijo el barbero. —Muchos años ha que es grande amigo mío ese Cervantes, y sé que es más versado en desdichas que en versos. Su libro tiene algo de buena in- vención: propone algo, y no concluye nada; es menester esperar la segunda parte que promete: quizá con la emienda alcanzará del todo la misericordia que ahora se le niega; y entre tanto que esto se ve, tenedle recluso en vuestra posada, señor compadre. —Que me place —respondió el barbero—. Y aquí vienen tres todos juntos: La Araucana de don Alonso de Ercilla, La Austríada de Juan Rufo, jurado de Córdoba, y El Monserrato de Cristóbal de Virués, poe- ta valenciano. —Todos esos tres libros —dijo el cura— son los mejores que en verso heroico en lengua castellana están escritos, y pueden competir con los más famosos de Italia; guárdense como las más ricas prendas de poesía que tiene España. Cansóse el cura de ver más libros, y así, a carga cerrada, quiso que todos los demás se quemasen; pero ya tenía abierto uno el barbero, que se llama- ba Las lágrimas de Angélica. —Lloráralas yo —dijo el cura en oyendo el nombre— si tal libro hubie- ra mandado quemar, porque su autor fue uno de los famosos poetas del mundo, no solo de España, y fue felicísimo en la tradución de algunas fábu- las de Ovidio.

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Segundo día Argamasilla de Alba Tomelloso Villarta de San Juan Puerto Lápice

Ruta literaria El Quijote Castilla-La Mancha, 2005

La Ruta RGAMASILLA DE ALBA: En la Mancha, dentro del Campo de “CAMPOS”: Las órdenes militares que par- A ticiparon en la Reconquista recibieron de San Juan y en pleno valle del Alto Guadiana, cuyas famosas huer- los reyes extensiones enormes de terreno tas ha regado con sus aguas, se halla Argamasilla de Alba, pueblo quijo- en la Mancha, entonces muy poco pobla- tesco por excelencia. Cervantes concluyó la primera parte del Quijote con da, para que las defendieran y coloniza- unas famosas e irónicas composiciones poéticas de “los académicos de ran. Estos territorios, en los que las órde- Argamasilla, lugar de la Mancha, en vida y muerte del valeroso don Quijo- nes gobernaban casi independientemente te de la Mancha”, y Avellaneda da por cierto que don Quijote tenía aquí su de la corona, recibieron, y aún reciben, el nombre de “campos”: Campo de San patria. Juan, Campo de Calatrava, Campo de Conserva en su término municipal varias motillas y han aparecido en él Montiel. restos romanos, paleocristianos y visigodos. Algunos la identifican, más o *** *** *** menos fundadamente, con la Laminium romana (que otros identifican mejor con Alhambra). LOS ACADÉMICOS DE ARGAMASILLA: He aquí una de las composiciones que cie- La población actual se formó al abrigo de los castillos de Peñarroya y rran la primera parte del Quijote compues- Argamasilla a finales de la Edad Media y conoció su máximo esplendor ta por el académico Tiquitoc para la se- pultura de Dulcinea: entre los siglos XVI y XVII. Reposa aquí Dulcinea De la tradición cervantina o quijotesca conserva diversos y dudosos y aunque de carnes rolliza, vestigios, como la casa del bachiller Sansón Carrasco, y, sobre todo, la la volvió en polvo y ceniza la muerte espantable y fea. muy conocida cueva de Medrano. Fue de castiza ralea Es muy importante la iglesia de San Juan Bautista, levantada a media- y tuvo asomos de dama: del gran Quijote fue llama dos del siglo XVI para sustituir a otra que se había hundido a consecuen- y fue gloria de su aldea. cia de una riada. La traza es grandiosa, aunque se quedó sin terminar. La La ironía es evidente. parte ocupada se sostiene mediante columnas, y la parte inacabada exhi- be magníficos arcos de medio punto, ojivales y carpaneles. De las dos *** *** *** torres que debería haber tenido se construyó solamente una, rematada a CUEVA DE MEDRANO: Actualmente de principios del siglo pasado. En una de sus capillas laterales, la capilla de propiedad municipal y convertida en cen- los Pacheco, se conserva otra reliquia cervantina: el retrato al óleo de don tro cultural, una tradición muy arraigada Rodrigo Pacheco, supuesto inspirador de don Quijote. en Argamasilla sitúa en ella una hipotética prisión de Cervantes, bien por asuntos A unos kilómetros al sur de la población se alza el castillo de Peñarroya, económicos o de faldas, e incluso llega a que sirve de santuario a la Virgen del mismo nombre, patrona de Argamasilla establecer que el Quijote “se engendró” y de la Solana. El castillo, primero musulmán y luego cristiano, perteneció en esta cárcel. El nombre le viene de su a la orden de San Juan. Del castillo se conservan dos recintos amuralla- dueño en época cervantina. En el siglo XIX la compró el infante don Sebastián y poco dos, cuatro torreones, el patio de armas y la torre del homenaje. En el después, el célebre impresor Ribadeneyra santuario, propiamente dicho destacan el retablo barroco y las pinturas trasladó aquí sus prensas para imprimir murales. una famosa edición del Quijote prologada

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por Hartzembusch. Con motivo del tercer Al pie mismo del castillo se levanta la presa del pantano de Peñarroya, centenario de la obra recibió, entre otras, en el Alto Guadiana, que riega las numerosas huertas de la localidad. Sin las ilustres visitas de Azorín y Rubén Darío. embargo, no es este el primer proyecto hidráulico de Argamasilla, pues en *** *** *** el siglo XVIII, Juan de Villanueva proyectó y llevó a cabo el que todavía se llama canal del Gran Prior, del cual se conservan algunas zanjas, un mo- RODRIGO DE PACHECO: Estrechamente lino de agua y un puente llamado del Rey o de la Esclusa. ligada a la tradición cervantina de la casa de Medrano está la figura de Rodrigo de Argamasilla es un buen ejemplo de la sobreexplotación a la que están Pacheco, a causa de cuya hermana (al- sometidos los acuíferos de la cuenca alta del Guadiana. Tradicionalmen- gunos dicen que llamada Magdalena, otros te, se aprovechaban las aguas del río, convenientemente reguladas, para que Aldonza) Cervantes acabaría en la regar las huertas. En los primeros años sesenta del siglo pasado, con cárcel. Este Pacheco, algo lunático, sería, según la tradición de Argamasilla, el ins- cierta euforia y bastante desmesura, se empezaron a sembrar grandes pirador de la figura de don Quijote. De él extensiones de alfalfa (el “oro verde”, se le llamó) regadas con pozos. se conserva un retrato en la iglesia Hoy, estas extracciones irracionales y otras muchas que les han seguido, parroquial con esta leyenda: “Apareció no solo en Argamasilla sino en toda la comarca, han terminado por secar Ntra. Sra. a este caballero estando malo el río, que ya no existe nada más que en los mapas y en los libros antiguos de una enfermedad gravísima, desampa- rado de los médicos, víspera de San de geografía: Ya el Guadiana Alto no “se esconde bajo tierra” a unos po- Mateo, año MDCI, encomendándose a cos kilómetros de Argamasilla porque va seco, ni mucho menos “vuelve a esta Sra. y prometiéndole una lámpara de aparecer en los Ojos del Guadiana”, porque tales ojos eran, como todos plata, llamándola día y noche, de un gran los manantiales de la Mancha, rebosaderos del acuífero y el acuífero tiene dolor que tenía en el cerebro de una gran un nivel tan bajo que no rebosa ni siquiera en los años más lluviosos. frialdad que le cuajó dentro.” Una famosa finca del término de Argamasilla se llama las Pachecas. *** *** ***

TOMELLOSO: Tan próximo a Argamasilla que, de hecho, ambas loca- lidades forman hoy una auténtica conurbación, está Tomelloso. La tercera LA ATENAS DE LA MANCHA: Algunas ve- ces, quizá con cierta exageración, se ha ciudad en población de la provincia de Ciudad Real, pues supera ya los llamado a Tomelloso “la Atenas de la Man- treinta mil habitantes. cha” por el florecimiento cultural y artísti- co que ha conocido durante el siglo XX. Tomelloso es el ejemplo típico y máximo de agrociudad, pues su En efecto, naturales de Tomelloso son los pujanza económica nace de la agricultura y de las industrias de trans- pintores Francisco Carretero, Antonio formación ligadas a ella, fundamentalmente la vid, el vino y los deriva- López Torres, Antonio López García... y dos. El cultivo de la vid, aunque tradicional, experimentó un desarrollo los escritores Francisco García Pavón (el enorme en la segunda mitad del siglo XIX cuando las enfermedades famoso creador del detective Plinio, jefe de la policía municipal de Tomelloso), Félix arruinaron los viñedos franceses y muchas firmas de aquel país se Grande, Eladio Cabañero o Dionisio Ca- interesaron por producir en la Mancha. Actualmente, Tomelloso tiene ñas. He aquí un texto de García Pavón su término municipal prácticamente dedicado en exclusiva al cultivo de que refleja el paso de la agricultura tradi- la vid, la patrona del pueblo se llama Virgen de las Viñas, la autovía cional a la mecanizada: que lo unirá con Toledo, “Autovía de los Viñedos”, y las bodegas y las “En las afueras del pueblo, al caer la tar- de, sobre las piedras menudas de una “cuevas” llenan todo el casco urbano que se impregna del olor caracte- era, vi prender hogueras. “Qué es esto”, rístico a vinazas todos los otoños.

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Aunque en el término municipal se han encontrado restos de la ocupa- pregunté a mi acompañante. “Están que- ción humana del territorio desde el Paleolítico y conserva varias motillas y mando carros”. (...) “Esto es un auto de restos de una fortificación medieval (la torre de Gazate), su historia docu- fe”, dije a mi amigo echando mano al sí- mil facilísimo... Y él, creyendo sin duda mentada comienza a finales de la Edad Media, cuando era un lugar insig- que me equivocaba de vehículo, me acla- nificante dependiente de Socuéllamos, denominado así, según la tradi- ró sin humor: “Querrá usted decir un ca- ción, por la abundancia de tomillos. Consiguió luego la independencia rro de fe”. Me reí entre dientes y le miré nominal, pero los litigios se prolongaron hasta hacerla efectiva. Estaba de reojo. El hombre, muy serio, y con los integrado en el denominado “común de la Mancha”, uno de los tres parti- ojos un punto añorantes no perdía detalle de aquel espectáculo que significaba el fin dos en que la orden de Santiago dividía sus territorios (los otros dos eran de una edad. (...) “Ya irán quemados en el partido de Uclés y el campo de Montiel). este pueblo muy cerca de los cuatro mil carros”, dijo mi hombre como pensativo. La poca relevancia histórica y el crecimiento tardío de su población “Y diez mil mulas vendidas para carne”. hacen que no conserve en la actualidad un patrimonio monumental GARCÍA PAVÓN, Los carros de fe, en Obras destacable. Sin embargo, su conjunto urbano representa muy bien la evo- completas, B.A.M., Ciudad Real, 1997. lución de un típico pueblo manchego a una ciudad de tamaño medio, con *** *** *** las incoherencias y desajustes que ello supone muchas veces: Sobrevi- ven muchas casas tradicionales, con patio, corral y cueva bodega, junto a EL “BOMBO” TOMELLOSERO: Los “bom- bloques de pisos de varias alturas. bos”, típicos del campo de Tomelloso aun- que también los hay en los alrededores, Uno de los edificios tradicionales mejor conservados, restaurado re- son construcciones de piedra seca, cir- cientemente, es la Posada de los Portales, en plena Plaza Mayor: conser- culares u ovalados, rematados de falsa va sus galerías de madera que se alzan sobre un soportal de columnas y cúpula y recubiertos de piedra amonto- nada. Sirven de refugio a los campesinos pilares, característicos de muchas plazas manchegas. El interior es la venta y, simultáneamente, para recoger las pie- o posada clásica. dras que se quitan de las viñas. Algunos hacen remontar estas construcciones al También en la plaza está la iglesia de Nuestra Señora de la Asun- Neolítico, otros las relacionan con la cul- ción, del siglo XVI, con tres naves y cúpula. Y el Ayuntamiento, de prin- tura de las Motillas. En otras zonas de la cipios del siglo XX, del estilo ecléctico que estaba de moda por aque- Mancha hay construcciones similares, llos tiempos. aunque mucho más pequeñas y con la cúpula sin cerrar, llamadas “hornillos” en Son también interesantes algunas construcciones ligadas a la in- el Campo de Calatrava o “cucos” en el dustria vinícola, como las bodegas de Peinado y de Domecq, y la aban- Campo de Montiel. Así los describe el poeta local Eladio Cabañero: donada estación del ferrocarril. “Por la llanura más abierta nos encontra- Más moderno es el museo López Torres, dedicado íntegramente a mos con unas raras y nunca vistas pirá- mides esféricas de piedra, son los llama- albergar la obra de este gran pintor local, tío del gran pintor Antonio dos bombos. A través de las viñas llega- López García. mos a uno de ellos y observamos que está construido sin argamasa alguna –piedra Pero lo más notable de la arquitectura tomellosera tal vez no esté vana- utilizando las piedras que arranca- en el casco urbano sino en el campo: Por todo el término municipal se ron los arados de vertedera y gancho – esparcen los “bombos”, construcciones ingeniosísimas en su refinada romanos- al levantar las hazas para plan- tosquedad que servían de refugio a los trabajadores del campo y a sus tar las vides. Los construyeron los cam- pesinos de Tomelloso tanto para limpiar animales. de piedra la tierra como para que les sir- vieran de vivienda a ellos y a sus anima-

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les de labor, los de gran tamaño, y para VILLARTA DE SAN JUAN: Municipio también del Campo de San Juan, refugiarse, en los más pequeños, de la junto a la autovía de Andalucía, conserva una iglesia dedicada a San Juan noche y el mal oraje.” CABAÑERO, ELADIO, Bautista. Su monumento más interesante es el punte romano sobre el río Pueblos de la Mancha de ahora y siem- pre, en ‘Poesía reunida’, Ayuntamiento de Gigüela. Tiene unos trescientos metros de longitud y cinco de anchura y Tomelloso, Ciudad Real, 2001. ha servido de paso para viajeros y ganados trashumantes. Actualmente está restaurado y tiene dieciocho pilares y dieciocho arcos nuevos, inspi- *** *** *** rados en los antiguos. Cerca de él se ven los restos de otro puente sin terminar, tal vez del siglo XVIII y atribuidos a Juan de Villanueva. Cuando pasamos por el punte romano no deja de producirnos una cierta melancolía comprobar que ahora ya no hace ninguna falta: el río Gigüela, surgido al rebosar las aguas del acuífero, no existe ya.

LA VENTA DE DON QUIJOTE: Así la vio PUERTO LÁPICE: También situado en la autovía de Andalucía, en los Azorín en La ruta de don Quijote: límites de las provincias de Ciudad Real y Toledo. Don Quijote se dirige “La venta está situada a la salida del pue- blo; casi las postreras casas tocan con allí “por ser lugar muy pasajero”, puesto que, era el camino para Alicante y ella. Mas yo estoy hablando como si real- Murcia desde Madrid, y como alternativa a Malagón, Almagro y Viso del mente tal venta existiese, y la venta, ami- Marqués, también para Andalucía. go lector, no existe. Hay, sí, un gran rella- no en que crecen plantas silvestres. Cuan- En un principio más que un núcleo de población era tan solo un con- do nosotros llegamos ya el sol llena con junto de ventas donde reposaban los viajeros. Algunas se conservan: La sus luces doradas la campiña. Yo exami- posada de Higinio Mascaraque, que menciona Azorín en La ruta de don no el solar donde estaba la venta; todavía Quijote, o la venta de don Quijote, del siglo XVIII. se conserva a trechos el menudo empe- drado del patio; un hoyo angosto indica lo En un cerro a las espaldas del pueblo hay dos molinos de viento res- que perdura del pozo; otro hoyo, más taurados. amplio marca la entrada de la cueva o bodega. Y permanecen en pie, en el fon- Del siglo XIX es la iglesia, de estilo neorrománico, y, más reciente, la do, agrietadas, cuarteadas, cuatro pare- plaza con galerías sostenidas en pies derechos, pintadas de almagre, como des rojizas que forman un espacio cua- drilongo, sin techo, resto del antiguo pa- otras muchas plazas manchegas. jar. (...) Colocada en lo alto del puerto, besando la ancha vía, sus patios, sus cuar- tos, su zaguán, su cocina estarían a to- das horas rebosantes de pasajeros de to- das clases y condiciones (...). ¡Y cuánta casta de pintorescos tipos, de gentes va- rias, de sujetos miserables y altos no de- bió encontrar Cervantes en esta venta de Puerto Lápice en las veces innumerables que en ella se detuvo!” AZORÍN, La ruta de don Quijote, Cátedra, Madrid, 1984. *** *** ***

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LOS TEXTOS CAPÍTULO VII (I)

De la segunda salida de nuestro buen caballero don Quijote de la Mancha “CONTEXTOS”

E stando en esto, comenzó a dar voces don Quijote, diciendo: —¡Aquí, aquí, valerosos caballeros, aquí es menester mostrar la fuerza de vuestros valerosos brazos, que los cortesanos llevan lo mejor del torneo! “Don Quijote no podía vagar solo por los Por acudir a este ruido y estruendo, no se pasó adelante con el escrutinio caminos de España, pues el novelista se de los demás libros que quedaban, y así se cree que fueron al fuego, sin ser veía obligado a hacerle pronunciar largos soliloquios que nos revelaran sus impre- vistos ni oídos, La Carolea y León de España, con los hechos del Empera- siones, sus estados de ánimo y su talan- dor, compuestos por don Luis de Ávila, que sin duda debían de estar entre te. El don Quijote de la primera salida que- los que quedaban, y quizá si el cura los viera no pasaran por tan rigurosa da un poco apartado de nosotros porque sentencia. lo sentimos únicamente a través de los datos que objetivamente nos ofrece el Cuando llegaron a don Quijote, ya él estaba levantado de la cama y escritor y de sus desvaríos. Ahora, al salir por segunda vez de su casa, don Quijote proseguía en sus voces y en sus desatinos, dando cuchilladas y reveses a lo hará acompañado “de un labrador ve- todas partes, estando tan despierto como si nunca hubiera dormido. cino suyo, hombre de bien –si es que este Abrazáronse con él y por fuerza le volvieron al lecho; y después que hubo título se puede dar al que es pobre-, pero de muy poca sal en la mollera” (I, 7). San- sosegado un poco, volviéndose a hablar con el cura le dijo: cho panza no será siempre así, y en la —Por cierto, señor arzobispo Turpín, que es gran mengua de los que pluma de Cervantes irá evolucionando, no tan solo porque el escritor lo perfilará y lo nos llamamos Doce Pares dejar tan sin más ni más llevar la vitoria deste matrizará con inigualable acierto, sino torneo a los caballeros cortesanos, habiendo nosotros los aventureros gana- también porque a este ignorante labrador do el prez en los tres días antecedentes. se le irá pegando el ingenio de don Quijo- te e incluso llegará a contagiarse de su —Calle vuestra merced, señor compadre —dijo el cura—, que Dios locura. (...) Lo importante es que a partir de este ca- será servido que la suerte se mude y que lo que hoy se pierde se gane maña- pítulo 7 ha parecido en el Quijote la in- na; y atienda vuestra merced a su salud por agora, que me parece que debe mortal pareja y con ella el constante y de estar demasiadamente cansado, si ya no es que está malferido. sabroso diálogo. Gracias a este diálogo entraremos a fondo en el alma de don —Ferido, no —dijo don Quijote—, pero molido y quebrantado, no hay Quijote y su constante departir con San- duda en ello, porque aquel bastardo de don Roldán me ha molido a palos cho será eficaz contraste entre el sueño caballeresco y la realidad tangible, la lo- con el tronco de una encina, y todo de envidia, porque ve que yo solo soy el cura idealizadora y la sensatez elemental, opuesto de sus valentías; mas no me llamaría yo Reinaldos de Montalbán, la cultura y la rusticidad y también la in-

Segundo día - 69 - Ruta literaria El Quijote Castilla-La Mancha, 2005 genuidad y la cazurra picardía. La figura si en levantándome deste lecho no me lo pagare, a pesar de todos sus de ambos se presta también al contraste: encantamentos; y por agora tráiganme de yantar, que sé que es lo que más don Quijote seco y delgado, montado en su escuálido caballo, y Sancho gordo y me hará al caso, y quédese lo del vengarme a mi cargo. chaparro, siempre acompañado de su asno”. RIQUER, MARTÍN DE, Para leer a Hiciéronlo ansí: diéronle de comer, y quedóse otra vez dormido, y ellos, Cervantes, Acantilado, Barcelona, 2003. admirados de su locura. *** *** *** Aquella noche quemó y abrasó el ama cuantos libros había en el corral y en toda la casa, y tales debieron de arder que merecían guardar- se en perpetuos archivos; mas no lo permitió su suerte y la pereza del escrutiñador, y así se cumplió el refrán en ellos de que pagan a las veces justos por pecadores. Uno de los remedios que el cura y el barbero dieron por entonces para el mal de su amigo fue que le murasen y tapiasen el aposento de los libros, porque cuando se levantase no los hallase —quizá quitando la causa cesa- ría el efeto—, y que dijesen que un encantador se los había llevado, y el aposento y todo; y así fue hecho con mucha presteza. De allí a dos días, se levantó don Quijote, y lo primero que hizo fue ir a ver sus libros; y como no hallaba el aposento donde le había dejado, andaba de una en otra parte buscándole. Llegaba adonde solía tener la puerta, y tentábala con las ma- nos, y volvía y revolvía los ojos por todo, sin decir palabra; pero al cabo de una buena pieza preguntó a su ama que hacia qué parte estaba el aposento de sus libros. El ama, que ya estaba bien advertida de lo que había de res- ponder, le dijo: —¿Qué aposento o qué nada busca vuestra merced? Ya no hay aposento ni libros en esta casa, porque todo se lo llevó el mesmo diablo. —No era diablo —replicó la sobrina—, sino un encantador que vino sobre una nube una noche, después del día que vuestra merced de aquí se partió, y, apeándose de una sierpe en que venía caballero, entró en el apo- sento, y no sé lo que se hizo dentro, que a cabo de poca pieza salió volando por el tejado y dejó la casa llena de humo; y cuando acordamos a mirar lo que dejaba hecho, no vimos libro ni aposento alguno: solo se nos acuerda muy bien a mí y al ama que al tiempo del partirse aquel mal viejo dijo en altas voces que por enemistad secreta que tenía al dueño de aquellos libros y aposento dejaba hecho el daño en aquella casa que después se vería. Dijo también que se llamaba «el sabio Muñatón». —«Frestón» diría —dijo don Quijote.

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—No sé —respondió el ama— si se llamaba «Frestón» o «Fritón», solo “El aldeano manchego permanece en con- sé que acabó en tón su nombre. junto marcadamente fiel a la caracteriza- ción dramática del rústico [o pastor más —Así es —dijo don Quijote—, que ese es un sabio encantador, grande o menos bobo que constituye la figura cómica más frecuente y capital en el tea- enemigo mío, que me tiene ojeriza, porque sabe por sus artes y letras que tro prelopista, en la tradición sayaguesa tengo de venir, andando los tiempos, a pelear en singular batalla con un iniciada por Juan del Encina y enriqueci- caballero a quien él favorece y le tengo de vencer sin que él lo pueda estor- da por Torres Naharro, Sánchez de Badajoz, Sebastián de Orozco, etc.]. San- bar, y por esto procura hacerme todos los sinsabores que puede; y mándole cho, que fue pastor y porquero en su mo- yo que mal podrá él contradecir ni evitar lo que por el cielo está ordenado. cedad, siente fraternal ternura por su ru- cio, es dormilón, enemigo de pendencias, —¿Quién duda de eso? —dijo la sobrina—. Pero ¿quién le mete a vues- muy aficionado a sus fiambres y al tinto tra merced, señor tío, en esas pendencias? ¿No será mejor estarse pacífico de su bota, pero, sobre todo, soñador in- en su casa, y no irse por el mundo a buscar pan de trastrigo, sin considerar curable con su ínsula o condado. Cervantes sabía muy bien que el tema de que muchos van por lana y vuelven tresquilados? la recompensa desproporcionada consti- tuía en el fondo un ataque contra la lim- —¡Oh sobrina mía —respondió don Quijote—, y cuán mal que estás en pieza de sangre, y la mejor prueba de ello la cuenta! Primero que a mí me tresquilen tendré peladas y quitadas las es que no deja de subrayar la magnitud barbas a cuantos imaginaren tocarme en la punta de un solo cabello. del absurdo con irónica valentía: “Que yo cristiano viejo soy, y para ser conde esto No quisieron las dos replicarle más, porque vieron que se le encen- me basta”. “Y aun te sobra”, responderá día la cólera. don Quijote.” MÁRQUEZ VILLANUEVA, FRANCIS- CO, Fuentes literarias cervantinas, Gredos, Es, pues, el caso que él estuvo quince días en casa muy sosegado, sin Madrid, 1973. dar muestras de querer segundar sus primeros devaneos; en los cuales días *** *** *** pasó graciosísimos cuentos con sus dos compadres el cura y el barbero, sobre que él decía que la cosa de que más necesidad tenía el mundo era de caballeros andantes y de que en él se resucitase la caballería andantesca. El cura algunas veces le contradecía y otras concedía, porque si no guardaba este artificio no había poder averiguarse con él. En este tiempo solicitó don Quijote a un labrador vecino suyo, hombre de bien —si es que este título se puede dar al que es pobre —, pero de muy poca sal en la mollera. En resolución, tanto le dijo, tanto le persuadió y prometió, que el pobre villano se determinó de salirse con él y servirle de escudero. Decíale entre otras cosas don Quijote que se dispusiese a ir con él de buena gana, porque tal vez le podía suceder aventura que ganase, en quítame allá esas pajas, alguna ínsula, y le dejase a él por gobernador della. Con estas promesas y otras tales, Sancho Panza, que así se llamaba el labra- dor, dejó su mujer y hijos y asentó por escudero de su vecino. Dio luego don Quijote orden en buscar dineros, y, vendiendo una cosa y empeñando otra y malbaratándolas todas, llegó una razonable cantidad.

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Acomodóse asimesmo de una rodela que pidió prestada a un su amigo y, pertrechando su rota celada lo mejor que pudo, avisó a su escudero Sancho del día y la hora que pensaba ponerse en camino, para que él se acomodase de lo que viese que más le era menester. Sobre todo, le encargó que llevase alforjas. Él dijo que sí llevaría y que ansimesmo pensaba llevar un asno que tenía muy bueno, porque él no estaba duecho a andar mucho a pie. En lo del asno reparó un poco don Quijote, imaginando si se le acordaba si algún caballero andante había traído escudero caballero asnalmente, pero nunca le vino alguno a la memoria; mas, con todo esto, determinó que le llevase, con presupuesto de acomodarle de más honrada caballería en habiendo oca- sión para ello, quitándole el caballo al primer descortés caballero que topa- se. Proveyóse de camisas y de las demás cosas que él pudo, conforme al consejo que el ventero le había dado; todo lo cual hecho y cumplido, sin despedirse Panza de sus hijos y mujer, ni don Quijote de su ama y sobrina, una noche se salieron del lugar sin que persona los viese; en la cual camina- ron tanto, que al amanecer se tuvieron por seguros de que no los hallarían aunque los buscasen. Iba Sancho Panza sobre su jumento como un patriarca, con sus alforjas y su bota, y con mucho deseo de verse ya gobernador de la ínsula que su amo le había prometido. Acertó don Quijote a tomar la misma derrota y camino que el que él había tomado en su primer viaje, que fue por el campo de Montiel, por el cual caminaba con menos pesadumbre que la vez pasada, porque por ser la hora de la mañana y herirles a soslayo los rayos del sol no les fatigaban. Dijo en esto Sancho Panza a su amo:

“Don Quijote es lo que hoy día llamaría- —Mire vuestra merced, señor caballero andante, que no se le olvide mos una personalidad escindida, a veces lo que de la ínsula me tiene prometido, que yo la sabré gobernar, por racional, a veces necia; también Sancho, que en ocasiones no es menos quijotes- grande que sea. co que su amo, otras veces es incalcula- blemente racional. De esta manera, el au- A lo cual le respondió don Quijote: tor hace que le sea posible decidir en qué momento sus personajes se comportarán —Has de saber, amigo Sancho Panza, que fue costumbre muy usada de razonablemente, en qué otros lo harán los caballeros andantes antiguos hacer gobernadores a sus escuderos de las neciamente (nadie es más imprevisible ínsulas o reinos que ganaban, y yo tengo determinado de que por mí no que un necio que pretenda ser sabio). Al empezar su viaje con Sancho, don Quijo- falte tan agradecida usanza, antes pienso aventajarme en ella: porque ellos te promete a su escudero un reino en una algunas veces, y quizá las más, esperaban a que sus escuderos fuesen vie- isla en el que él gobernará, justamente lo jos, y, ya después de hartos de servir y de llevar malos días y peores noches, que se hacía en numerosos ejemplos de literatura caballeresca en el caso de los les daban algún título de conde, o por lo mucho de marqués, de algún valle escuderos. Pero, guiándose por su juicio o provincia de poco más a menos; pero si tú vives y yo vivo bien podría ser

- 72 - Segundo día Ruta literaria El Quijote Castilla-La Mancha, 2005 que antes de seis días ganase yo tal reino, que tuviese otros a él adherentes crítico (del que no carece del todo), don que viniesen de molde para coronarte por rey de uno dellos. Y no lo tengas Quijote promete dárselo inmediatamente después de su conquista, en vez de espe- a mucho, que cosas y casos acontecen a los tales caballeros por modos tan rar a que el escudero se haga viejo, como nunca vistos ni pensados, que con facilidad te podría dar aun más de lo que se acostumbra a hacer en los libros de te prometo. caballerías. La vertiente quijotesca de San- cho acepta su futuro reino sin poner en —De esa manera —respondió Sancho Panza—, si yo fuese rey por al- duda su posibilidad, pero su naturaleza más realista prevé –y critica- la escena gún milagro de los que vuestra merced dice, por lo menos Juana Gutiérrez, real de la coronación: ¿Qué aspecto ten- mi oíslo, vendría a ser reina, y mis hijos infantes. dría su rústica esposa, Juana Gutiérrez, con una corona sobre la cabeza? Dos —Pues ¿quién lo duda? —respondió don Quijote. ejemplos de necedad, dos actitudes críti- cas: Ninguna de ellas corresponde a la —Yo lo dudo —replicó Sancho Panza—, porque tengo para mí que, actitud del escritor, que se mantiene por aunque lloviese Dios reinos sobre la tierra, ninguno asentaría bien sobre la encima de las dos personalidades cabeza de Mari Gutiérrez. Sepa, señor, que no vale dos maravedís para escindidas y de las cuatro actitudes.” LEO SPITZER, Sobre el significado de don Qui- reina; condesa le caerá mejor, y aun Dios y ayuda. jote, Crítica, Barcelona, 1980. —Encomiéndalo tú a Dios, Sancho —respondió don Quijote—, que Él *** *** *** dará lo que más le convenga; pero no apoques tu ánimo tanto, que te vengas a contentar con menos que con ser adelantado. —No haré, señor mío —respondió Sancho—, y más teniendo tan prin- cipal amo en vuestra merced, que me sabrá dar todo aquello que me esté bien y yo pueda llevar.

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CAPÍTULO VIII (I)

Del buen suceso que el valeroso don Quijote tuvo en la espantable y jamás imaginada aventura de los molinos de viento, con otros sucesos dignos de felice recordación

n esto, descubrieron treinta o cuarenta molinos de viento que hay en “CONTEXTOS” E aquel campo, y así como don Quijote los vio, dijo a su escudero: —La ventura va guiando nuestras cosas mejor de lo que acertáramos a desear; porque ves allí, amigo Sancho Panza, donde se descubren treinta o pocos más desaforados gigantes, con quien pienso hacer batalla y quitarles “Tenía razón el Caballero: el miedo y solo a todos las vidas, con cuyos despojos comenzaremos a enriquecer, que esta el miedo le hacía a Sancho y nos hace a los demás simples mortales ver molinos es buena guerra, y es gran servicio de Dios quitar tan mala simiente de de viento en los desaforados gigantes que sobre la faz de la tierra siembran el mal por la tierra. Aquellos molinos molían pan, y de ese pan comían —¿Qué gigantes? —dijo Sancho Panza hombres endurecidos por la ceguera. Hoy no se nos aparecen ya como molinos sino —Aquellos que allí ves —respondió su amo—, de los brazos largos, como locomotoras, dinamos, turbinas, que los suelen tener algunos de casi dos leguas. buques de vapor, automóviles, telégrafos con hilos o sin ellos, ametralladoras o —Mire vuestra merced —respondió Sancho— que aquellos que allí herramientas de ovariotomía, pero cons- se parecen no son gigantes, sino molinos de viento, y lo que en ellos piran al mismo daño. El miedo y solo el miedo sanchopancesco nos inspira el parecen brazos son las aspas, que, volteadas del viento, hacen andar la culto y veneración al vapor y a la electrici- piedra del molino. dad; el miedo y solo el miedo sanchopan- cesco nos hace caer de hinojos ante los —Bien parece —respondió don Quijote— que no estás cursado en desaforados gigantes de la mecánica y esto de las aventuras: ellos son gigantes; y si tienes miedo quítate de de la química implorando de ellos miseri- cordia. Y al fin rendirá el género humano ahí, y ponte en oración en el espacio que yo voy a entrar con ellos en su espíritu agotado de cansancio y de fiera y desigual batalla. hastío al pie de una colosal fábrica de elixir de larga vida. Y el molido don Quijote vivi- Y, diciendo esto, dio de espuelas a su caballo Rocinante, sin atender a rá, porque buscó la salud dentro de sí y las voces que su escudero Sancho le daba, advirtiéndole que sin duda algu- se atrevió a arremeter a los molinos.” na eran molinos de viento, y no gigantes, aquellos que iba a acometer. Pero UNAMUNO, MIGUEL DE, Vida de don Quijote y Sancho, Espasa Calpe, Buenos Aires, él iba tan puesto en que eran gigantes, que ni oía las voces de su escudero 1952. Sancho, ni echaba de ver, aunque estaba ya bien cerca, lo que eran, antes *** *** *** iba diciendo en voces altas:

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—Non fuyades, cobardes y viles criaturas, que un solo caballero es el que os acomete. Levantóse en esto un poco de viento, y las grandes aspas comenzaron a moverse, lo cual visto por don Quijote, dijo: —Pues aunque mováis más brazos que los del gigante Briareo, me lo habéis de pagar. Y en diciendo esto, y encomendándose de todo corazón a su señora Dulcinea, pidiéndole que en tal trance le socorriese, bien cubierto de su rodela, con la lanza en el ristre, arremetió a todo el galope de Rocinante y embistió con el primero molino que estaba delante; y dándole una lanzada en el aspa, la volvió el viento con tanta furia, que hizo la lanza pedazos, llevándose tras sí al caballo y al caballero, que fue rodando muy maltrecho por el campo. Acudió Sancho Panza a socorrerle, a todo el correr de su asno, y cuando llegó halló que no se podía menear: tal fue el golpe que dio con él Rocinante. —¡Válame Dios! —dijo Sancho—. ¿No le dije yo a vuestra merced que mirase bien lo que hacía, que no eran sino molinos de viento, y no lo podía ignorar sino quien llevase otros tales en la cabeza? —Calla, amigo Sancho —respondió don Quijote—, que las cosas de la guerra más que otras están sujetas a continua mudanza; cuanto más, que yo pienso, y es así verdad, que aquel sabio Frestón que me robó el aposento y los libros ha vuelto estos gigantes en molinos, por quitarme la gloria de su vencimiento: tal es la enemistad que me tiene; mas al cabo al cabo han de poder poco sus malas artes contra la bondad de mi espada. “La brevedad y la claridad de estructura de la aventura (de los molinos de viento) —Dios lo haga como puede —respondió Sancho Panza. le conceden una calidad modélica respec- to a toda una clase de aventuras, las que Y, ayudándole a levantar, tornó a subir sobre Rocinante, que medio arrancan de una voluntariosa transforma- despaldado estaba. Y, hablando en la pasada aventura, siguieron el camino ción de lo visible. Estructura triádica: un del Puerto Lápice, porque allí decía don Quijote que no era posible dejar de diálogo esplicita lo que cada uno de los personajes ve o entiende por real; el pro- hallarse muchas y diversas aventuras, por ser lugar muy pasajero; sino que tagonista pasa a la acción; y en un diálo- iba muy pesaroso, por haberle faltado la lanza; y diciéndoselo a su escude- go final cada uno comenta lo acaecido, ro, le dijo: confirma su actitud, o acomoda los he- chos a su postura individual. Se produ- —Yo me acuerdo haber leído que un caballero español llamado Diego cen dos alternancias que serán fundamen- Pérez de Vargas, habiéndosele en una batalla roto la espada, desgajó de una tales a lo largo de la novela: entre la ac- ción y el pensamiento; y, dialógicamente, encina un pesado ramo o tronco, y con él hizo tales cosas aquel día y ma- entre una y otra concepción personal. La

Segundo día - 75 - Ruta literaria El Quijote Castilla-La Mancha, 2005 conjunción de ambas contraposiciones, chacó tantos moros, que le quedó por sobrenombre “Machuca”, y así él en las que se introducirán muchos perso- como sus decendientes se llamaron desde aquel día en adelante «Vargas y najes, origina el pluralismo de los senti- dos. (...) La posteridad ha recogido (en Machuca». Hete dicho esto porque de la primera encina o roble que se me esta aventura) la fuerza de voluntad de un depare pienso desgajar otro tronco, tal y tan bueno como aquel que me David condenado al fracaso, el riesgo des- imagino; y pienso hacer con él tales hazañas, que tú te tengas por bien mesurado al servicio de un generoso idea- lismo, la futilidad del sueño, la valentía afortunado de haber merecido venir a vellas y a ser testigo de cosas que inútil pero admirable por inútil, la priori- apenas podrán ser creídas. dad de la motivación sobre el cálculo del resultado. —A la mano de Dios —dijo Sancho—. Yo lo creo todo así como vuestra Caído pero no decaído, don Quijote se so- merced lo dice; pero enderécese un poco, que parece que va de medio lado, brepone perfectamente al descalabro puesto que, inmutable aún, no reconoce y debe de ser del molimiento de la caída. su error. El narrador podrá desarrollar lo —Así es la verdad —respondió don Quijote—, y si no me quejo del que la presencia de Sancho hace posible, que es el conversar de los dos protago- dolor, es porque no es dado a los caballeros andantes quejarse de herida nistas entre aventura y aventura. Sobre- alguna, aunque se le salgan las tripas por ella. viene la anunciada de Puerto Lápice. De ella cabe señalar dos aspectos. Primero —Si eso es así, no tengo yo que replicar —respondió Sancho—; pero el carácter novelesco que de por sí tienen sabe Dios si yo me holgara que vuestra merced se quejara cuando alguna unas figuras fugaces pero prometedoras de mucho más que lo contado: así la cosa le doliera. De mí sé decir que me he de quejar del más pequeño dolor dama que viaja en coche, rumbo a Sevilla que tenga, si ya no se entiende también con los escuderos de los caballeros donde se embarcará para las Indias. Ese andantes eso del no quejarse. cruce azaroso de vidas, apenas sugeri- das, con abundancia de pormenores en No se dejó de reír don Quijote de la simplicidad de su escudero; y, así, le absoluto indispensables, nos está dicien- declaró que podía muy bien quejarse como y cuando quisiese, sin gana o do más que nada: la vida real es así. Y ahora se amplía el aludido mundo con- con ella, que hasta entonces no había leído cosa en contrario en la orden de temporáneo, que está fuera de la acción, caballería. Díjole Sancho que mirase que era hora de comer. Respondióle pero dentro de la novela.” Claudio Guillén, su amo que por entonces no le hacía menester, que comiese él cuando se le en el volumen complementario a la edi- ción del Quijote dirigida por Francisco antojase. Con esta licencia, se acomodó Sancho lo mejor que pudo sobre su Rico. Instituto Cervantes y Editorial Críti- jumento, y, sacando de las alforjas lo que en ellas había puesto, iba cami- ca, Barcelona, 1998. nando y comiendo detrás de su amo muy de su espacio, y de cuando en *** *** *** cuando empinaba la bota, con tanto gusto, que le pudiera envidiar el más regalado bodegonero de Málaga. Y en tanto que él iba de aquella manera menudeando tragos, no se le acordaba de ninguna promesa que su amo le hubiese hecho, ni tenía por ningún trabajo, sino por mucho descanso, andar buscando las aventuras, por peligrosas que fuesen. En resolución, aquella noche la pasaron entre unos árboles, y del uno dellos desgajó don Quijote un ramo seco que casi le podía servir de lanza, y puso en él el hierro que quitó de la que se le había quebrado. Toda aquella noche no durmió don Quijote, pensando en su señora Dulcinea, por acomo- darse a lo que había leído en sus libros, cuando los caballeros pasaban sin

- 76 - Segundo día Ruta literaria El Quijote Castilla-La Mancha, 2005 dormir muchas noches en las florestas y despoblados, entretenidos con las memorias de sus señoras. No la pasó ansí Sancho Panza, que, como tenía el estómago lleno, y no de agua de chicoria, de un sueño se la llevó toda, y no fueran parte para despertarle, si su amo no lo llamara, los rayos del sol, que le daban en el rostro, ni el canto de las aves, que muchas y muy regocijadamente la venida del nuevo día saludaban. Al levantarse, dio un tiento a la bota, y hallóla algo más flaca que la noche antes, y afligiósele el corazón, por parecerle que no llevaban camino de remediar tan presto su falta. No quiso desayunarse don Quijote, porque, como está dicho, dio en sustentarse de sabrosas memorias. Tornaron a su comenzado camino del Puerto Lápice, y a obra de las tres del día le descubrieron. —Aquí —dijo en viéndole don Quijote— podemos, hermano San- cho Panza, meter las manos hasta los codos en esto que llaman aventu- ras. Mas advierte que, aunque me veas en los mayores peligros del mun- do, no has de poner mano a tu espada para defenderme, si ya no vieres que los que me ofenden es canalla y gente baja, que en tal caso bien puedes ayudarme; pero, si fueren caballeros, en ninguna manera te es lícito ni concedido por las leyes de caballería que me ayudes, hasta que seas armado caballero. —Por cierto, señor —respondió Sancho—, que vuestra merced será muy bien obedecido en esto, y más, que yo de mío me soy pacífico y enemigo de meterme en ruidos ni pendencias. Bien es verdad que en lo que tocare a defender mi persona no tendré mucha cuenta con esas le- “La presencia de los molinos de viento (no yes, pues las divinas y humanas permiten que cada uno se defienda de está claro que su implantación fuera rela- quien quisiere agraviarle. tivamente reciente) no sugiere un entorno histórico tan rico como el viaje a América —No digo yo menos —respondió don Quijote—, pero en esto de ayu- de la dama con su marido, vasco que ocu- darme contra caballeros has de tener a raya tus naturales ímpetus. pará un puesto de gobierno; o como la causa del combate de don Quijote con el —Digo que así lo haré —respondió Sancho— y que guardaré ese preceto escudero, que es la impugnación de su condición de hidalgo. El letrado García de tan bien como el día del domingo. Saavedra había suscitado polémica en 1588 al negar que la totalidad de los vas- Estando en estas razones, asomaron por el camino dos frailes de la cos lo eran. Se presenta aquí el cariz ridí- orden de San Benito, caballeros sobre dos dromedarios, que no eran culo no del típico vizcaíno de entremés más pequeñas dos mulas en que venían. Traían sus antojos de camino y sino del hidalgo ofendido a muerte.” sus quitasoles. Detrás dellos venía un coche, con cuatro o cinco de a Claudio Guillén, en el volumen comple- mentario a la edición del Quijote dirigida caballo que le acompañaban y dos mozos de mulas a pie. Venía en el por Francisco Rico. Instituto Cervantes y coche, como después se supo, una señora vizcaína que iba a Sevilla, Editorial Crítica, Barcelona, 1998. donde estaba su marido, que pasaba a las Indias con un muy honroso *** *** ***

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cargo. No venían los frailes con ella, aunque iban el mesmo camino; mas apenas los divisó don Quijote, cuando dijo a su escudero: —O yo me engaño, o esta ha de ser la más famosa aventura que se haya visto, porque aquellos bultos negros que allí parecen deben de ser y son sin duda algunos encantadores que llevan hurtada alguna princesa en aquel coche, y es menester deshacer este tuerto a todo mi poderío. —Peor será esto que los molinos de viento —dijo Sancho—. Mire, se- ñor, que aquellos son frailes de San Benito, y el coche debe de ser de alguna gente pasajera. Mire que digo que mire bien lo que hace, no sea el diablo que le engañe. —Ya te he dicho, Sancho —respondió don Quijote—, que sabes poco de achaque de aventuras: lo que yo digo es verdad, y ahora lo verás. Y diciendo esto se adelantó y se puso en la mitad del camino por donde los frailes venían, y, en llegando tan cerca que a él le pareció que le podrían oír lo que dijese, en alta voz dijo: —Gente endiablada y descomunal, dejad luego al punto las altas prin- cesas que en ese coche lleváis forzadas; si no, aparejaos a recebir presta muerte, por justo castigo de vuestras malas obras. Detuvieron los frailes las riendas, y quedaron admirados así de la figura de don Quijote como de sus razones, a las cuales respondieron: —Señor caballero, nosotros no somos endiablados ni descomunales, sino dos religiosos de San Benito que vamos nuestro camino, y no sabemos si en este coche vienen o no ningunas forzadas princesas. —Para conmigo no hay palabras blandas, que ya yo os conozco, femen- tida canalla —dijo don Quijote. Y sin esperar más respuesta picó a Rocinante y, la lanza baja, arremetió contra el primero fraile, con tanta furia y denuedo, que si el fraile no se dejara caer de la mula él le hiciera venir al suelo mal de su grado, y aun malferido, si no cayera muerto. El segundo religioso, que vio del modo que trataban a su compañero, puso piernas al castillo de su buena mula, y co- menzó a correr por aquella campaña, más ligero que el mesmo viento. Sancho Panza, que vio en el suelo al fraile, apeándose ligeramente de su asno arremetió a él y le comenzó a quitar los hábitos. Llegaron en esto dos

- 78 - Segundo día Ruta literaria El Quijote Castilla-La Mancha, 2005 mozos de los frailes y preguntáronle que por qué le desnudaba. Respondióles Sancho que aquello le tocaba a él legítimamente como despojos de la bata- lla que su señor don Quijote había ganado. Los mozos, que no sabían de burlas, ni entendían aquello de despojos ni batallas, viendo que ya don Quijote estaba desviado de allí hablando con las que en el coche venían, arremetieron con Sancho y dieron con él en el suelo, y, sin dejarle pelo en las barbas, le molieron a coces y le dejaron tendido en el suelo, sin aliento ni sentido. Y, sin detenerse un punto, tornó a subir el fraile, todo temeroso y acobardado y sin color en el rostro; y cuando se vio a caballo, picó tras su compañero, que un buen espacio de allí le estaba aguardando, y esperando “Don Quijote acomete a uno de los frai- en qué paraba aquel sobresalto, y, sin querer aguardar el fin de todo aquel les, pone en fuga al otro, se aproxima al comenzado suceso, siguieron su camino, haciéndose más cruces que si lle- coche y habla en términos caballerescos y arcaicos con la dama. Pero el escudero varan al diablo a las espaldas. vizcaíno de esta le ataja indignado “en mala lengua castellana y peor vizcaína”, Don Quijote estaba, como se ha dicho, hablando con la señora del co- o sea, en un divertido español con sin- che, diciéndole: taxis vascongada, rasgo de pintoresquis- mo, no coincidente con la realidad —La vuestra fermosura, señora mía, puede facer de su persona lo dialectal, que Cervantes intensificó en su que más le viniere en talante, porque ya la soberbia de vuestros robadores entremés El vizcaíno fingido (téngase en cuenta que se daba el nombre de vizcaí- yace por el suelo, derribada por este mi fuerte brazo; y por que no pe- nos a los vasco en general, o sea a los néis por saber el nombre de vuestro libertador, sabed que yo me llamo naturales de las actuales tres provincias don Quijote de la Mancha, caballero andante y aventurero, y cautivo de vascongadas).” RIQUER, MARTÍN DE, Para leer la sin par y hermosa doña Dulcinea del Toboso; y, en pago del beneficio a Cervantes, Acantilado, Barcelona, 2003. que de mí habéis recebido, no quiero otra cosa sino que volváis al Toboso *** *** *** y que de mi parte os presentéis ante esta señora y le digáis lo que por vuestra libertad he fecho. Todo esto que don Quijote decía escuchaba un escudero de los que el coche acompañaban, que era vizcaíno, el cual, viendo que no quería dejar pasar el coche adelante, sino que decía que luego había de dar la vuelta al Toboso, se fue para don Quijote y, asiéndole de la lanza, le dijo, en mala lengua castellana y peor vizcaína, desta manera: —Anda, caballero que mal andes; por el Dios que crióme, que, si no dejas coche, así te matas como estás ahí vizcaíno. Entendióle muy bien don Quijote, y con mucho sosiego le respondió: —Si fueras caballero, como no lo eres, ya yo hubiera castigado tu san- dez y atrevimiento, cautiva criatura. A lo cual replicó el vizcaíno:

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—¿Yo no caballero? Juro a Dios tan mientes como cristiano. Si lanza arrojas y espada sacas, ¡el agua cuán presto verás que al gato llevas! Vizcaí- no por tierra, hidalgo por mar, hidalgo por el diablo, y mientes que mira si otra dices cosa. —Ahora lo veredes, dijo Agrajes —respondió don Quijote. Y, arrojando la lanza en el suelo, sacó su espada y embrazó su rodela, y arremetió al vizcaíno, con determinación de quitarle la vida. El vizcaíno, que así le vio venir, aunque quisiera apearse de la mula, que, por ser de las malas de alquiler, no había que fiar en ella, no pudo hacer otra cosa sino sacar su espada; pero avínole bien que se halló junto al coche, de donde pudo tomar una almohada, que le sirvió de escudo, y luego se fueron el uno para el otro, como si fueran dos mortales enemigos. La demás gente quisie- ra ponerlos en paz, mas no pudo, porque decía el vizcaíno en sus mal traba- das razones que si no le dejaban acabar su batalla, que él mismo había de matar a su ama y a toda la gente que se lo estorbase. La señora del coche, admirada y temerosa de lo que veía, hizo al cochero que se desviase de allí algún poco, y desde lejos se puso a mirar la rigurosa contienda, en el dis- “Cervantes traza su obra de manera que curso de la cual dio el vizcaíno una gran cuchillada a don Quijote encima quede patente su total control sobre la de un hombro, por encima de la rodela, que, a dársela sin defensa, le abriera creación que él tanto empeño pone en hasta la cintura. Don Quijote, que sintió la pesadumbre de aquel desaforado hacer que parezca independiente. Un ejemplo curioso de esto aparece al final golpe, dio una gran voz, diciendo: del capítulo I, 8. Bruscamente, Cervantes interrumpe la acción, tal como podría uno —¡Oh, señora de mi alma, Dulcinea, flor de la fermosura, socorred a detener un proyector cinematográfico. este vuestro caballero, que por satisfacer a la vuestra mucha bondad en este Todo queda parado en el momento dra- riguroso trance se halla! mático en el que don Quijote y el vizcaíno se hallan comprometidos en mortal com- El decir esto, y el apretar la espada, y el cubrirse bien de su rodela, y el bate. Se les deja paralizados, con las es- padas en alto, mientras Cervantes inter- arremeter al vizcaíno, todo fue en un tiempo, llevando determinación de cala una narración de varias páginas de aventurarlo todo a la de un golpe solo. extensión, acerca de cómo descubrió el manuscrito de Benengeli. A menudo se El vizcaíno, que así le vio venir contra él, bien entendió por su denuedo sirve del recurso de la interrupción como su coraje, y determinó de hacer lo mesmo que don Quijote; y, así, le aguar- medio de lograr “suspense” y dotar a la dó bien cubierto de su almohada, sin poder rodear la mula a una ni a otra obra de variedad, lo mismo que habían hecho Ercilla y otros escritores, aunque parte, que ya, de puro cansada y no hecha a semejantes niñerías, no podía nunca tan gráficamente como en este pa- dar un paso. saje. Esta destrucción de la ilusión es otra muestra típica de ironía. Es también una Venía, pues, como se ha dicho, don Quijote contra el cauto vizcaíno muestra de exhibicionismo artístico que con la espada en alto, con determinación de abrirle por medio, y el viz- sirve para exponer ostentosamente el po- der del escritor... caíno le aguardaba ansimesmo levantada la espada y aforrado con su

- 80 - Segundo día Ruta literaria El Quijote Castilla-La Mancha, 2005 almohada, y todos los circunstantes estaban temerosos y colgados de lo Hay razones artísticas que justifican los que había de suceder de aquellos tamaños golpes con que se amenaza- caprichosos artificios del Quijote. Los ya aludidos (a excepción del combate inte- ban; y la señora del coche y las demás criadas suyas estaban haciendo rrumpido, que es el mismo artificio pero mil votos y ofrecimientos a todas las imágenes y casas de devoción de a la inversa) contribuyen a dos resultados España, porque Dios librase a su escudero y a ellas de aquel tan grande importantes. Dan a la novela una notable apariencia de profundidad, comparada con peligro en que se hallaban. la cual, las demás narraciones, en su mayoría, sólo tienen dos dimensiones. Pero está el daño de todo esto que en este punto y término deja pen- Dan también solidez y vivacidad a las fi- diente el autor desta historia esta batalla, disculpándose que no halló guras de don Quijote y Sancho y hacen más escrito destas hazañas de don Quijote, de las que deja referidas. que estos parezcan existir con indepen- dencia del libro escrito sobre ellos. A ve- Bien es verdad que el segundo autor desta obra no quiso creer que tan ces ayudan a lograr este efecto los co- curiosa historia estuviese entregada a las leyes del olvido, ni que hubie- mentarios de otros personajes”. RILEY, sen sido tan poco curiosos los ingenios de la Mancha, que no tuviesen EDWARD C., Teoría de la novela en en sus archivos o en sus escritorios algunos papeles que deste famoso Cervantes, Taurus, Madrid, 1966. caballero tratasen; y así, con esta imaginación, no se desesperó de ha- *** *** *** llar el fin desta apacible historia, el cual, siéndole el cielo favorable, le halló del modo que se contará en la segunda parte.

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CAPÍTULO IX (I)

Donde se concluye y da fin a la estupenda batalla que el gallardo “CONTEXTOS” vizcaíno y el valiente manchego tuvieron

ejamos en la primera parte desta historia al valeroso vizcaíno y al D famoso don Quijote con las espadas altas y desnudas, en guisa de descargar dos furibundos fendientes, tales, que, si en lleno se acer- taban, por lo menos se dividirían y fenderían de arriba abajo y abrirían como una granada; y que en aquel punto tan dudoso paró y quedó destroncada “La conciencia que tenía Cervantes del tan sabrosa historia, sin que nos diese noticia su autor dónde se podría desfase entre su teoría y su práctica lite- hallar lo que della faltaba. raria (con ventaja para la segunda), y de su extraordinaria modernidad puede cap- Causóme esto mucha pesadumbre, porque el gusto de haber leído tan tarse dando una ojeada al complejo siste- ma de mediaciones puesto entre el autor poco se volvía en disgusto de pensar el mal camino que se ofrecía para y su obra. Quen firma las dedicatorias de hallar lo mucho que a mi parecer faltaba de tan sabroso cuento. Parecióme las dos partes, y se pronuncia como au- cosa imposible y fuera de toda buena costumbre que a tan buen caballero le tor en los respectivos prólogos (habién- hubiese faltado algún sabio que tomara a cargo el escrebir sus nunca vistas dose ya probado los hábitos de “coautor”) se presenta como un recopilador de tradi- hazañas, cosa que no faltó a ninguno de los caballeros andantes, de los que ciones contrastantes (I, 1, 2), para des- dicen las gentes que van a sus aventuras, porque cada uno dellos tenía uno pués convertirse en I, 8 en el “segundo o dos sabios como de molde, que no solamente escribían sus hechos, sino autor” de un relato que “el primer autor” anónimo parece haber recogido a su vez que pintaban sus más mínimos pensamientos y niñerías, por más escondi- de escritos anteriores. A partir de I, 9 das que fuesen; y no había de ser tan desdichado tan buen caballero, que le empieza la pretendida apelación al manus- faltase a él lo que sobró a Platir y a otros semejantes. Y, así, no podía incli- crito árabe de Cide Hamete Benengeli, que parece agotarse con el final de la primera narme a creer que tan gallarda historia hubiese quedado manca y estropea- parte (I, 52), donde se alude a sucesivas da, y echaba la culpa a la malignidad del tiempo, devorador y consumidor aventuras basadas en tradiciones orales, de todas las cosas, el cual, o la tenía oculta, o consumida. y se concluye con los epitafios y elogios encontrados en otro pergamino, el de los Por otra parte, me parecía que, pues entre sus libros se habían hallado académicos de Argamasilla. En la segun- tan modernos como Desengaño de celos y Ninfas y pastores de Henares, da parte, por último, Cide Hamete reapa- rece sin explicaciones, [...] Mucho antes que también su historia debía de ser moderna y que, ya que no estuviese de la invención de los pergaminos de Cide escrita, estaría en la memoria de la gente de su aldea y de las a ella circun- Hamete, don Quijote todavía solitario y sin vecina. Esta imaginación me traía confuso y deseoso de saber real y verda- historia dice para sí: “¡Oh, tú, sabio en- cantador, quienquiera que seas, a quien deramente toda la vida y milagros de nuestro famoso español don Quijote ha de tocar el ser el cronista desta pere- de la Mancha, luz y espejo de la caballería manchega, y el primero que en

- 82 - Segundo día Ruta literaria El Quijote Castilla-La Mancha, 2005 nuestra edad y en estos tan calamitosos tiempos se puso al trabajo y ejerci- grina historia! Ruégote que no te olvides cio de las andantes armas, y al de desfacer agravios, socorrer viudas, ampa- de mi buen Rocinante”, etc. (I, 2). El per- sonaje evoca así a Cide Hamete aun an- rar doncellas, de aquellas que andaban con sus azotes y palafrenes y con tes de haber entrado en acción como “pri- toda su virginidad a cuestas, de monte en monte y de valle en valle: que si mer autor”. Tenemos por lo tanto un es- no era que algún follón o algún villano de hacha y capellina o algún desco- critor (Cervantes) que inventa a un perso- naje (don Quijote) que inventa al autor munal gigante las forzaba, doncella hubo en los pasados tiempos que, al (Cide Hamete) que servirá de fuente a la cabo de ochenta años, que en todos ellos no durmió un día debajo de tejado, obra del escritor (Cervantes). Y a menudo y se fue tan entera a la sepultura como la madre que la había parido. Digo, (I, 11, 21) parece que las acciones de don Quijote están o pueden estar influenciadas pues, que por estos y otros muchos respetos es digno nuestro gallardo Qui- por iniciativas del autor Cide Hamete. jote de continuas y memorables alabanzas, y aun a mí no se me deben Esta construcción a lo Borges le permite negar, por el trabajo y diligencia que puse en buscar el fin desta agradable a Cervantes depositar la responsabilidad historia; aunque bien sé que si el cielo, el caso y la fortuna no me ayudan, el de lo que se ha narrado en un no creyente (por lo tanto no merecedor de confianza: mundo quedara falto y sin el pasatiempo y gusto que bien casi dos horas ¡cuántos juramentos por el nombre de podrá tener el que con atención la leyere. Pasó, pues, el hallarla en esta Allah estamos implícitamente invitados a manera: no creer!, y mago (por lo tanto, deposita- rio de noticias inalcanzables para un co- Estando yo un día en el Alcaná de Toledo, llegó un muchacho a vender mún mortal). Cide Hamete tiene entonces a su disposición la inmensa distancia en- unos cartapacios y papeles viejos a un sedero; y como yo soy aficionado a tre lo auténtico y lo improbable; mientras leer aunque sean los papeles rotos de las calles, llevado desta mi natural el “segundo autor”, Cervantes, puede inclinación tomé un cartapacio de los que el muchacho vendía y vile con comportarse bien como narrador irres- ponsable, bien como crítico que rechaza carácteres que conocí ser arábigos. Y puesto que aunque los conocía no los o limita las afirmaciones de su fuente. El sabía leer, anduve mirando si parecía por allí algún morisco aljamiado que desdoblamiento del escritor encubre la los leyese, y no fue muy dificultoso hallar intérprete semejante, pues aun- crisis (= ‘separación’, ‘elección’, ‘juicio’) que le buscara de otra mejor y más antigua lengua le hallara. En fin, la entre Renacimiento y Barroco: en primera persona, Cervantes es portavoz de la poé- suerte me deparó uno, que, diciéndole mi deseo y poniéndole el libro en las tica renacentista; disfrazado de Cide manos, le abrió por medio, y, leyendo un poco en él, se comenzó a reír. Hamete, crea personajes y sucesos ba- rrocos en el gusto por los contrastes, en Preguntéle yo que de qué se reía, y respondióme que de una cosa que la consciente desarmonía, en el sentido tenía aquel libro escrita en el margen por anotación. Díjele que me la dije- de lo inestable de la realidad.” SEGRE, CESARE, Las estructuras y el tiempo, Pla- se, y él, sin dejar la risa, dijo: neta, Barcelona, 1976. —Está, como he dicho, aquí en el margen escrito esto: «Esta Dulcinea *** *** *** del Toboso, tantas veces en esta historia referida, dicen que tuvo la mejor mano para salar puercos que otra mujer de toda la Mancha”. Cuando yo oí decir «Dulcinea del Toboso», quedé atónito y suspenso, porque luego se me representó que aquellos cartapacios contenían la histo- ria de don Quijote. Con esta imaginación, le di priesa que leyese el princi- pio, y haciéndolo ansí, volviendo de improviso el arábigo en castellano, dijo que decía: Historia de don Quijote de la Mancha, escrita por Cide

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Hamete Benengeli, historiador arábigo. Mucha discreción fue menester para disimular el contento que recebí cuando llegó a mis oídos el título del libro, y, salteándosele al sedero, compré al muchacho todos los papeles y cartapacios por medio real; que si él tuviera discreción y supiera lo que yo los deseaba, bien se pudiera prometer y llevar más de seis reales de la com- pra. Apartéme luego con el morisco por el claustro de la iglesia mayor, y roguéle me volviese aquellos cartapacios, todos los que trataban de don Quijote, en lengua castellana, sin quitarles ni añadirles nada, ofreciéndole la paga que él quisiese. Contentóse con dos arrobas de pasas y dos fanegas de trigo, y prometió de traducirlos bien y fielmente y con mucha brevedad. Pero yo, por facilitar más el negocio y por no dejar de la mano tan buen hallazgo, le truje a mi casa, donde en poco más de mes y medio la tradujo toda, del mesmo modo que aquí se refiere. Estaba en el primero cartapacio pintada muy al natural la batalla de don Quijote con el vizcaíno, puestos en la mesma postura que la historia cuenta, levantadas las espadas, el uno cubierto de su rodela, el otro de la almohada, y la mula del vizcaíno tan al vivo, que estaba mostrando ser de alquiler a tiro de ballesta. Tenía a los pies escrito el vizcaíno un título que decía, «Don Sancho de Azpeitia» que, sin duda, debía de ser su nombre, y a los pies de Rocinante estaba otro que decía «Don Quijote”. Estaba Rocinante maravillosamente pintado, tan largo y tendido, tan atenuado y flaco, con tanto espinazo, tan hético confirmado, que mostraba bien al descubierto con cuánta advertencia y propriedad se le había puesto el nombre de «Roci- nante». Junto a él estaba Sancho Panza, que tenía del cabestro a su asno, a los pies del cual estaba otro rétulo que decía «Sancho Zancas», y debía de ser que tenía, a lo que mostraba la pintura, la barriga grande, el talle corto y las zancas largas, y por esto se le debió de poner nombre de «Panza» y de «Zancas», que con estos dos sobrenombres le llama algunas veces la histo- ria. Otras algunas menudencias había que advertir, pero todas son de poca importancia y que no hacen al caso a la verdadera relación de la historia, que ninguna es mala como sea verdadera. Si a esta se le puede poner alguna objeción cerca de su verdad, no podrá ser otra sino haber sido su autor arábigo, siendo muy propio de los de aque- lla nación ser mentirosos; aunque, por ser tan nuestros enemigos, antes se puede entender haber quedado falto en ella que demasiado. Y ansí me pare- ce a mí, pues cuando pudiera y debiera estender la pluma en las alabanzas de tan buen caballero, parece que de industria las pasa en silencio: cosa mal

- 84 - Segundo día Ruta literaria El Quijote Castilla-La Mancha, 2005 hecha y peor pensada, habiendo y debiendo ser los historiadores puntuales, verdaderos y nonada apasionados, y que ni el interés ni el miedo, el rancor ni la afición , no les hagan torcer del camino de la verdad, cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir. En esta sé que se hallará todo lo que se acertare a desear en la más apacible; y si algo bueno en ella faltare, para mí tengo que fue por culpa del galgo de su autor, antes que por falta del sujeto. En fin, su segunda parte, siguiendo la tradución, “Salvo su parte final, este capítulo supo- ne un alto en la narración de los hechos comenzaba desta manera: de don Quijote, para abrir un extenso pa- réntesis metanarrativo, que convierte en Puestas y levantadas en alto las cortadoras espadas de los dos valerosos personaje al autor (al “segundo autor”), y enojados combatientes, no parecía sino que estaban amenazando al cielo, que llegará a pasearse por Toledo. Como a la tierra y al abismo: tal era el denuedo y continente que tenían. Y el cabe esperar en todo paréntesis, se apro- primero que fue a descargar el golpe fue el colérico vizcaíno; el cual fue vecha la ocasión para reflexionar sobre lo que del libro se ha leído hasta ahora: el dado con tanta fuerza y tanta furia, que, a no volvérsele la espada en el “gusto” que produce la “sabrosa historia”; camino, aquel solo golpe fuera bastante para dar fin a su rigurosa contienda el hecho de ser muy cercana en el tiem- y a todas las aventuras de nuestro caballero; mas la buena suerte, que para po, y no transcurrir en los antaños en que se desarrollan los libros de caballerías; el mayores cosas le tenía guardado, torció la espada de su contrario, de modo tener lugar en un espacio próximo como que, aunque le acertó en el hombro izquierdo, no le hizo otro daño que es el propio país (“nuestro famoso espa- desarmarle todo aquel lado, llevándole de camino gran parte de la celada, ñol don Quijote”).” Luis Iglesias, en el vo- lumen complementario a la edición del con la mitad de la oreja, que todo ello con espantosa ruina vino al suelo, Quijote dirigida por Francisco Rico. Insti- dejándole muy maltrecho. tuto Cervantes y Editorial Crítica, Barcelo- na, 1998. ¡Válame Dios, y quién será aquel que buenamente pueda contar ahora la rabia que entró en el corazón de nuestro manchego, viéndose parar de aque- *** *** *** lla manera! No se diga más sino que fue de manera que se alzó de nuevo en los estribos y, apretando más la espada en las dos manos, con tal furia des- cargó sobre el vizcaíno, acertándole de lleno sobre la almohada y sobre la cabeza, que, sin ser parte tan buena defensa, como si cayera sobre él una montaña, comenzó a echar sangre por las narices y por la boca y por los oídos, y a dar muestras de caer de la mula abajo, de donde cayera, sin duda, si no se abrazara con el cuello; pero, con todo eso, sacó los pies de los estribos y luego soltó los brazos, y la mula, espantada del terrible golpe, dio a correr por el campo, y a pocos corcovos dio con su dueño en tierra. Estábaselo con mucho sosiego mirando don Quijote, y como lo vio caer, saltó de su caballo y con mucha ligereza se llegó a él, y poniéndole la punta de la espada en los ojos, le dijo que se rindiese; si no, que le cortaría la cabeza. Estaba el vizcaíno tan turbado, que no podía responder palabra; y él lo pasara mal, según estaba ciego don Quijote, si las señoras del coche, que

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hasta entonces con gran desmayo habían mirado la pendencia, no fueran a donde estaba y le pidieran con mucho encarecimiento les hiciese tan gran merced y favor de perdonar la vida a aquel su escudero. A lo cual don Quijote respondió, con mucho entono y gravedad: —Por cierto, fermosas señoras, yo soy muy contento de hacer lo que me pedís, mas ha de ser con una condición y concierto: y es que este caballero me ha de prometer de ir al lugar del Toboso y presentarse de mi parte ante la sin par doña Dulcinea, para que ella haga dél lo que más fuere de su voluntad. La temerosa y desconsolada señora, sin entrar en cuenta de lo que don Quijote pedía, y sin preguntar quién Dulcinea fuese, le prometieron que el escudero haría todo aquello que de su parte le fuese mandado. —Pues en fe de esa palabra yo no le haré más daño, puesto que me lo tenía bien merecido.

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CAPÍTULO XXI (I)

Que trata de la alta aventura y rica ganancia del yelmo de Mambrino, con otras cosas sucedidas a nuestro invencible caballero “CONTEXTOS”

n esto comenzó a llover un poco, y quisiera Sancho que se entraran en el molino de los batanes, mas habíales cobrado tal aborrecimien- “Otro hito narrativo en el camino E novelístico a esta ganancia (del yelmo de to don Quijote por la pesada burla, que en ninguna manera quiso entrar dentro; y, así, torciendo el camino a la derecha mano, dieron en otro Mambrino) lo constituye una observación de Sancho: “Jamás hemos vencido bata- como el que habían llevado el día de antes. lla alguna, si no fue la del vizcaíno, y aun de aquella salió vuestra merced con me- De allí a poco, descubrió don Quijote un hombre a caballo que traía en dia oreja y media celada menos” (I, 18). la cabeza una cosa que relumbraba como si fuera de oro, y aun él apenas le La ganancia del yelmo de Mambrino es hubo visto, cuando se volvió a Sancho y le dijo: una batalla victoriosa que compensa a don Quijote con creces por la media celada —Paréceme, Sancho, que no hay refrán que no sea verdadero, porque perdida. El yelmo de Mambrino es con- sustancial a la literatura orlandiana: en todos son sentencias sacadas de la mesma experiencia, madre de las cien- Boiardo (Orlando innamorato) Reinaldos cias todas, especialmente aquel que dice: «Donde una puerta se cierra, otra de Montalbán mata al rey moro Mambrino se abre». Dígolo porque si anoche nos cerró la ventura la puerta de la que y gana su yelmo encantado; en Ariosto (Orlando furioso) el yelmo encantado ha- buscábamos, engañándonos con los batanes, ahora nos abre de par en par bía sido conquistado del rey moro Mabrino otra, para otra mejor y más cierta aventura, que si yo no acertare a entrar por Dardinel de Almonte (no Sacripante, por ella, mía será la culpa, sin que la pueda dar a la poca noticia de batanes como creyó recordar don Quijote), y lo ni a la escuridad de la noche. Digo esto porque, si no me engaño, hacia gana Reinaldos de Montalbán al quitar la vida a Dardinel. En su subconsciente, don nosotros viene uno que trae en su cabeza puesto el yelmo de Mambrino, Quijote actúa como paladín carolingio. Se sobre que yo hice el juramento que sabes. puede ver que el yelmo de Mambrino tie- ne credenciales caballerescas irreprocha- —Mire vuestra merced bien lo que dice y mejor lo que hace —dijo bles, lo que hace tanto más disparatada Sancho—, que no querría que fuesen otros batanes que nos acabasen de la identificación de una bacía de barbero con tan mentado yelmo por parte de don abatanar y aporrear el sentido. Quijote. Sancho, ajeno a toda cultura lite- raria, recibe la orden de su amo de alzar —¡Válate el diablo por hombre! —replicó don Quijote—. ¿Qué va de el yelmo del suelo (donde lo dejó su due- yelmo a batanes? ño al huir), así lo hace y comenta: “Por Dios que la bacía es buena” (I, 21). Este —No sé nada —respondió Sancho—, mas a fe que si yo pudiera hablar conato de duda ontológica manejado con tanto como solía, que quizá diera tales razones, que vuestra merced viera sabia maestría, aviva y da unidad narrati- va adicional a una veintena de capítulos que se engañaba en lo que dice. (I, 21-44). Tras tan sonada y excitante

Segundo día - 87 - Ruta literaria El Quijote Castilla-La Mancha, 2005 ganancia el ritmo narrativo se puede ami- —¿Cómo me puedo engañar en lo que digo, traidor escrupuloso? — norar, y, efectivamente, se anonada en un dijo don Quijote—. Dime, ¿no ves aquel caballero que hacia nosotros largo diálogo entre amo y escudero, en el que por boca de Sancho se hace alusión viene, sobre un caballo rucio rodado, que trae puesto en la cabeza un a un futuro historiador que “ponga en es- yelmo de oro? crito las hazañas de vuestra merced” (I, 21), tema de escaso desarrollo en 1605 —Lo que yo veo y columbro —respondió Sancho— no es sino un pero de máximo interés en 1615. Por boca hombre sobre un asno pardo, como el mío, que trae sobre la cabeza una de don Quijote corre la elaboración de todo un resumen de libros de caballerías que cosa que relumbra. termina con el imaginado caballero recom- pensado con la mano de una infanta y —Pues ese es el yelmo de Mambrino —dijo don Quijote—. Apártate haciéndole mercedes a su escudero. En I, a una parte y déjame con él a solas: verás cuán sin hablar palabra, por 30 el propio don Quijote se verá acuciado ahorrar del tiempo, concluyo esta aventura y queda por mío el yelmo por Sancho a casarse con la princesa que tanto he deseado. Micomicona. En cuanto a las recompen- sas al escudero que don Quijote llega a —Yo me tengo en cuidado el apartarme —replicó Sancho—, mas cifrar en un “te han de llamar señoría” (I, 21), todo eso se concretará en la ínsula quiera Dios, torno a decir, que orégano sea y no batanes. Barataria (II, 45). Con unas últimas exhor- taciones de Sancho se termina la plática —Ya os he dicho, hermano, que no me mentéis ni por pienso más y se acaba el capítulo”. J. B. Avalle-Arce, eso de los batanes —dijo don Quijote—, que voto, y no digo más, que en el volumen complementario a la edi- os batanee el alma. ción del Quijote dirigida por Francisco Rico. Instituto Cervantes y Editorial Críti- Calló Sancho, con temor que su amo no cumpliese el voto que le ca, Barcelona, 1998. había echado, redondo como una bola. *** *** *** Es, pues, el caso que el yelmo y el caballo y caballero que don Qui- jote veía era esto: que en aquel contorno había dos lugares, el uno tan pequeño, que ni tenía botica ni barbero, y el otro, que estaba junto a él, sí; y, así, el barbero del mayor servía al menor, en el cual tuvo necesi- dad un enfermo de sangrarse, y otro de hacerse la barba, para lo cual venía el barbero y traía una bacía de azófar; y quiso la suerte que al tiempo que venía comenzó a llover, y porque no se le manchase el som- brero, que debía de ser nuevo, se puso la bacía sobre la cabeza, y, como estaba limpia, desde media legua relumbraba. Venía sobre un asno par- do, como Sancho dijo, y esta fue la ocasión que a don Quijote le pareció caballo rucio rodado y caballero y yelmo de oro, que todas las cosas que veía con mucha facilidad las acomodaba a sus desvariadas caballe- rías y malandantes pensamientos. Y cuando él vio que el pobre caballe- ro llegaba cerca, sin ponerse con él en razones, a todo correr de Roci- nante le enristró con el lanzón bajo, llevando intención de pasarle de parte a parte; mas cuando a él llegaba, sin detener la furia de su carrera le dijo:

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—¡Defiéndete, cautiva criatura, o entriégame de tu voluntad lo que con tanta razón se me debe! El barbero, que tan sin pensarlo ni temerlo vio venir aquella fantasma sobre sí, no tuvo otro remedio para poder guardarse del golpe de la lanza sino fue el dejarse caer del asno abajo; y no hubo tocado al suelo, cuando se levantó más ligero que un gamo y comenzó a correr por aquel llano, que no le alcanzara el viento. Dejóse la bacía en el suelo, con la cual se contentó don Quijote, y dijo que el pagano había andado discreto y que había imita- do al castor, el cual, viéndose acosado de los cazadores, se taraza y harpa con los dientes aquello por lo que él por distinto natural sabe que es perse- guido. Mandó a Sancho que alzase el yelmo, el cual, tomándola en las ma- nos, dijo: —Por Dios que la bacía es buena y que vale un real de a ocho como un maravedí. Y, dándosela a su amo, se la puso luego en la cabeza, rodeándola a una parte y a otra, buscándole el encaje, y, como no se le hallaba, dijo: —Sin duda que el pagano a cuya medida se forjó primero esta famo- sa celada debía de tener grandísima cabeza; y lo peor dello es que le falta la mitad. Cuando Sancho oyó llamar a la bacía «celada», no pudo tener la risa, mas vínosele a las mientes la cólera de su amo y calló en la mitad della. —¿De qué te ríes, Sancho? —dijo don Quijote. —Ríome —respondió él— de considerar la gran cabeza que tenía el pagano dueño deste almete, que no semeja sino una bacía de barbero pintiparada. —¿Sabes qué imagino, Sancho? Que esta famosa pieza deste encan- tado yelmo por algún estraño acidente debió de venir a manos de quien no supo conocer ni estimar su valor y, sin saber lo que hacía, viéndola de oro purísimo, debió de fundir la mitad para aprovecharse del precio, y de la otra mitad hizo esta que parece bacía de barbero, como tú dices. Pero sea lo que fuere, que para mí que la conozco no hace al caso su trasmutación, que yo la aderezaré en el primer lugar donde haya herre- ro, y de suerte que no le haga ventaja, ni aun le llegue, la que hizo y forjó el dios de las herrerías para el dios de las batallas; y en este entre-

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tanto la traeré como pudiere, que más vale algo que no nada, cuanto más que bien será bastante para defenderme de alguna pedrada. —Eso será —dijo Sancho— si no se tira con honda, como se tiraron en la pelea de los dos ejércitos, cuando le santiguaron a vuestra merced las muelas y le rompieron el alcuza donde venía aquel benditísimo bre- baje que me hizo vomitar las asaduras. —No me da mucha pena el haberle perdido, que ya sabes tú, Sancho — dijo don Quijote—, que yo tengo la receta en la memoria. —También la tengo yo —respondió Sancho—; pero si yo le hiciere ni le probare más en mi vida, aquí sea mi hora. Cuanto más que no pienso ponerme en ocasión de haberle menester, porque pienso guar- darme con todos mis cinco sentidos de ser ferido ni de ferir a nadie. De lo del ser otra vez manteado no digo nada, que semejantes desgracias mal se pueden prevenir, y, si vienen, no hay que hacer otra cosa sino encoger los hombros, detener el aliento, cerrar los ojos y dejarse ir por donde la suerte y la manta nos llevare. —Mal cristiano eres, Sancho —dijo oyendo esto don Quijote—, porque nunca olvidas la injuria que una vez te han hecho; pues sábete que es de pechos nobles y generosos no hacer caso de niñerías. ¿Qué pie sacaste cojo, qué costilla quebrada, qué cabeza rota, para que no se te olvide aquella burla? Que, bien apurada la cosa, burla fue y pasatiempo, que, a no enten- derlo yo ansí, ya yo hubiera vuelto allá y hubiera hecho en tu venganza más daño que el que hicieron los griegos por la robada Helena. La cual si fuera en este tiempo, o mi Dulcinea fuera en aquel, pudiera estar segura que no tuviera tanta fama de hermosa como tiene. Y aquí dio un sospiro y le puso en las nubes. Y dijo Sancho: —Pase por burlas, pues la venganza no puede pasar en veras; pero yo sé de qué calidad fueron las veras y las burlas y sé también que no se me caerán de la memoria, como nunca se quitarán de las espaldas. Pero, dejando esto aparte, dígame vuestra merced qué haremos deste caballo rucio rodado que parece asno pardo, que dejó aquí desamparado aquel Martino que vuestra merced derribó, que, según él puso los pies en polvorosa y cogió las de Villadiego, no lleva pergenio de volver por él jamás. ¡Y para mis barbas, si no es bueno el rucio!

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—Nunca yo acostumbro —dijo don Quijote— despojar a los que venzo, ni es uso de caballería quitarles los caballos y dejarlos a pie, si ya no fuese que el vencedor hubiese perdido en la pendencia el suyo, que en tal caso lícito es tomar el del vencido, como ganado en guerra lícita. Así que, Sancho, deja ese caballo o asno o lo que tú quisieres que sea, que como su dueño nos vea alongados de aquí volverá por él. —Dios sabe si quisiera llevarle —replicó Sancho—, o por lo menos trocalle con este mío, que no me parece tan bueno. Verdaderamente que son estrechas las leyes de caballería, pues no se estienden a dejar trocar un asno por otro; y querría saber si podría trocar los aparejos siquiera. —En eso no estoy muy cierto —respondió don Quijote—, y en caso de duda, hasta estar mejor informado, digo que los trueques, si es que tienes dellos necesidad estrema. —Tan estrema es —respondió Sancho—, que si fueran para mi mis- ma persona no los hubiera menester más. Y luego habilitado con aquella licencia, hizo mutacio caparum y puso su jumento a las mil lindezas, dejándole mejorado en tercio y quinto. Hecho esto, almorzaron de las sobras del real que del acémila des- pojaron, bebieron del agua del arroyo de los batanes, sin volver la cara a mirallos: tal era el aborrecimiento que les tenían por el miedo en que les habían puesto. Cortada, pues, la cólera, y aun la malenconía, subieron a caballo, y sin tomar determinado camino, por ser muy de caballeros andantes el no tomar ninguno cierto, se pusieron a caminar por donde la voluntad de Rocinante quiso, que se llevaba tras sí la de su amo, y aun la del asno, que siempre le seguía por dondequiera que guiaba, en buen amor y compañía. Con todo esto volvieron al camino real y siguieron por él a la ventura, sin otro disignio alguno. Yendo, pues, así caminando, dijo Sancho a su amo: —Señor, ¿quiere vuestra merced darme licencia que departa un poco con él? Que después que me puso aquel áspero mandamiento del silen- cio se me han podrido más de cuatro cosas en el estómago, y una sola que ahora tengo en el pico de la lengua no querría que se mal lograse.

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“Y departiendo (Sancho) mostró haber ca- —Dila —dijo don Quijote— y sé breve en tus razonamientos, que lado la raíz del heroísmo de su amo cuan- ninguno hay gustoso si es largo. do le pidió salieran de aquellas aventuras “donde ya que se venzan y acaben las más peligrosas, no hay quien las vea ni —Digo, pues, señor —respondió Sancho—, que de algunos días a quien las sepa, y así se han de quedar en esta parte he considerado cuán poco se gana y granjea de andar buscan- perpetuo silencio y en perjuicio de la in- do estas aventuras que vuestra merced busca por estos desiertos y en- tención de vuestra merced”, -dijo-, y se crucijadas de caminos, donde, ya que se venzan y acaben las más peli- pusieran a servicio de algún emperador donde no faltaría quien pusiera “en escri- grosas, no hay quien las vea ni sepa, y, así, se han de quedar en perpetuo to las hazañas” de don Quijote “para per- silencio y en perjuicio de la intención de vuestra merced y de lo que petua memoria”. Y añadió, tocado ya de ellas merecen. Y, así, me parece que sería mejor, salvo el mejor parecer la locura de su amo: “De las mías no digo nada, pues no han de salir de los límites de vuestra merced, que nos fuésemos a servir a algún emperador o a escuderiles; aunque sé decir que si se usa otro príncipe grande que tenga alguna guerra, en cuyo servicio vuestra en la caballería escribir hazañas de escu- merced muestre el valor de su persona, sus grandes fuerzas y mayor deros, que no pienso que se han de que- dar las mías entre renglones”. entendimiento; que, visto esto del señor a quien sirviéremos, por fuerza ¿Qué es eso, Sancho? ¿Estás pensando nos ha de remunerar a cada cual según sus méritos, y allí no faltará también tú en dejar eterno nombre y fama? quien ponga en escrito las hazañas de vuestra merced, para perpetua ¿Andas también enamorado, aunque sin memoria. De las mías no digo nada, pues no han de salir de los límites saberlo, de Dulcinea? Tú no has tenido Aldonza Lorenzo que te encendiera el amor escuderiles; aunque sé decir que si se usa en la caballería escribir haza- a la inmortalidad; tú no has tenido amo- ñas de escuderos, que no pienso que se han de quedar las mías entre res de los que se confiesan o no pueden renglones. confesarse; tú, al llegar a edad, y consi- derando que no está bien que el hombre —No dices mal, Sancho —respondió don Quijote—, mas antes que esté solo, tomaste de mano del cura a Juana Gutiérrez por compañera de tus fae- se llegue a ese término es menester andar por el mundo, como en apro- nas y para madre de tus hijos; pero andas bación, buscando las aventuras, para que acabando algunas se cobre con don Quijote, dejaste por él mujer e nombre y fama tal, que cuando se fuere a la corte de algún gran monar- hijos y te estás enquijotando ya.” UNAMUNO, ca ya sea el caballero conocido por sus obras, y que apenas le hayan MIGUEL DE, Vida de don Quijote y Sancho, Espasa Calpe, Buenos Aires, 1952. visto entrar los muchachos por la puerta de la ciudad, cuando todos le

*** *** *** sigan y rodeen dando voces, diciendo: «Este es el Caballero del Sol», o de la Sierpe, o de otra insignia alguna, debajo de la cual hubiere acaba- do grandes hazañas. «Este es —dirán— el que venció en singular bata- lla al gigantazo Brocabruno de la Gran Fuerza; el que desencantó al Gran Mameluco de Persia del largo encantamento en que había estado casi novecientos años.» Así que de mano en mano irán pregonando sus hechos, y luego al alboroto de los muchachos y de la demás gente, se parará a las fenestras de su real palacio el rey de aquel reino, y así como vea al caballero, conociéndole por las armas o por la empresa del escu- do, forzosamente ha de decir: «¡Ea, sus! Salgan mis caballeros, cuantos en mi corte están, a recebir a la flor de la caballería, que allí viene». A cuyo mandamiento saldrán todos, y él llegará hasta la mitad de la esca-

- 92 - Segundo día Ruta literaria El Quijote Castilla-La Mancha, 2005 lera y le abrazará estrechísimamente, y le dará paz, besándole en el rostro, y luego le llevará por la mano al aposento de la señora reina, adonde el caballero la hallará con la infanta, su hija, que ha de ser una de las más fermosas y acabadas doncellas que en gran parte de lo descu- bierto de la tierra a duras penas se pueda hallar. Sucederá tras esto, luego en continente, que ella ponga los ojos en el caballero, y él en los della, y cada uno parezca a otro cosa más divina que humana, y, sin saber cómo ni cómo no, han de quedar presos y enlazados en la intricable red amorosa y con gran cuita en sus corazones, por no saber cómo se han de fablar para descubrir sus ansias y sentimientos. Desde allí le llevarán sin duda a algún cuarto del palacio, ricamente aderezado, don- de, habiéndole quitado las armas, le traerán un rico manto de escarlata con que se cubra; y si bien pareció armado, tan bien y mejor ha de parecer en farseto. Venida la noche, cenará con el rey, reina e infanta, donde nunca quitará los ojos della, mirándola a furto de los circustantes, y ella hará lo mesmo, con la mesma sagacidad, porque, como tengo dicho, es muy discreta doncella. Levantarse han las tablas, y entrará a deshora por la puerta de la sala un feo y pequeño enano, con una fermosa dueña que entre dos gigantes detrás del enano viene, con cierta aventu- ra hecha por un antiquísimo sabio, que el que la acabare será tenido por el mejor caballero del mundo. Mandará luego el rey que todos los que están presentes la prueben, y ninguno le dará fin y cima sino el caballe- ro huésped, en mucho pro de su fama, de lo cual quedará contentísima la infanta, y se tendrá por contenta y pagada además por haber puesto y colocado sus pensamientos en tan alta parte. Y lo bueno es que este rey o príncipe o lo que es tiene una muy reñida guerra con otro tan podero- so como él, y el caballero huésped le pide, al cabo de algunos días que ha estado en su corte, licencia para ir a servirle en aquella guerra dicha. Darásela el rey de muy buen talante, y el caballero le besará cortésmen- te las manos por la merced que le face. Y aquella noche se despedirá de su señora la infanta por las rejas de un jardín, que cae en el aposento donde ella duerme, por las cuales ya otras muchas veces la había fablado, siendo medianera y sabidora de todo una doncella de quien la infanta mucho se fiaba. Sospirará él, desmayaráse ella, traerá agua la doncella, acuitaráse mucho porque viene la mañana y no querría que fuesen des- cubiertos, por la honra de su señora. Finalmente, la infanta volverá en sí y dará sus blancas manos por la reja al caballero, el cual se las besará mil y mil veces, y se las bañará en lágrimas. Quedará concertado entre

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los dos del modo que se han de hacer saber sus buenos o malos sucesos, y rogarále la princesa que se detenga lo menos que pudiere; prometér- selo ha él con muchos juramentos; tórnale a besar las manos y despídese con tanto sentimiento, que estará poco por acabar la vida. Vase desde allí a su aposento, échase sobre su lecho, no puede dormir del dolor de la partida, madruga muy de mañana, vase a despedir del rey y de la reina y de la infanta; dícenle, habiéndose despedido de los dos, que la señora infanta está mal dispuesta y que no puede recebir visita; piensa el caballero que es de pena de su partida, traspásasele el corazón, y falta poco de no dar indicio manifiesto de su pena. Está la doncella medianera delante, halo de notar todo, váselo a decir a su señora, la cual la recibe con lágrimas y le dice que una de las mayores penas que tiene es no saber quién sea su caballero y si es de linaje de reyes o no; asegúrala la doncella que no puede caber tanta cortesía, gentileza y valentía como la de su caballero sino en subjeto real y grave; consuélase con esto la cui- tada: procura consolarse, por no dar mal indicio de sí a sus padres, y a cabo de dos días sale en público. Ya se es ido el caballero; pelea en la guerra, vence al enemigo del rey, gana muchas ciudades, triunfa de muchas batallas, vuelve a la corte, ve a su señora por donde suele, conciértase que la pida a su padre por mujer en pago de sus servicios; no se la quiere dar el rey porque no sabe quién es; pero, con todo esto, o robada o de otra cualquier suerte que sea, la infanta viene a ser su espo- sa, y su padre lo viene a tener a gran ventura, porque se vino a averiguar que el tal caballero es hijo de un valeroso rey de no sé qué reino, porque creo que no debe de estar en el mapa. Muérese el padre, hereda la infan- ta, queda rey el caballero, en dos palabras. Aquí entra luego el hacer mercedes a su escudero y a todos aquellos que le ayudaron a subir a tan alto estado: casa a su escudero con una doncella de la infanta, que será sin duda la que fue tercera en sus amores, que es hija de un duque muy principal. —Eso pido, y barras derechas —dijo Sancho—: a eso me atengo, porque todo al pie de la letra ha de suceder por vuestra merced llamán- dose el Caballero de la Triste Figura. —No lo dudes, Sancho —replicó don Quijote—, porque del mesmo modo y por los memos pasos que esto he contado suben y han subido los caballeros andantes a ser reyes y emperadores. Solo falta ágora mi- rar qué rey de los cristianos o de los paganos tenga guerra y tenga hija

- 94 - Segundo día Ruta literaria El Quijote Castilla-La Mancha, 2005 hermosa; pero tiempo habrá para pensar esto, pues, como te tengo di- cho, primero se ha de cobrar fama por otras partes que se acuda a la corte. También me falta otra cosa: que, puesto caso que se halle rey con guerra y con hija hermosa y que yo haya cobrado fama increíble por todo el universo, no sé yo cómo se podía hallar que yo sea de linaje de reyes, o por lo menos primo segundo de emperador, porque no me que- rrá el rey dar a su hija por mujer, si no está primero muy enterado en esto, aunque más lo merezcan mis famosos hechos. Así que por esta falta temo perder lo que mi brazo tiene bien merecido. Bien es verdad que yo soy hijodalgo de solar conocido, de posesión y propriedad y de devengar quinientos sueldos, y podría ser que el sabio que escribiese mi historia deslindase de tal manera mi parentela y decendencia, que me hallase quinto o sesto nieto de rey. Porque te hago saber, Sancho, que hay dos maneras de linajes en el mundo: unos que traen y derivan su decendencia de príncipes y monarcas, a quien poco a poco el tiempo ha deshecho, y han acabado en punta, como pirámide puesta al revés; otros tuvieron principio de gente baja y van subiendo de grado en gra- do, hasta llegar a ser grandes señores; de manera que está la diferencia en que unos fueron, que ya no son, y otros son, que ya no fueron; y podría ser yo destos, que, después de averiguado, hubiese sido mi prin- cipio grande y famoso, con lo cual se debía de contentar el rey mi sue- gro que hubiere de ser; y cuando no, la infanta me ha de querer de ma- nera que a pesar de su padre, aunque claramente sepa que soy hijo de un azacán , me ha de admitir por señor y por esposo; y si no, aquí entra el roballa y llevalla donde más gusto me diere, que el tiempo o la muerte ha de acabar el enojo de sus padres. —Ahí entra bien también —dijo Sancho— lo que algunos desalma- dos dicen: «No pidas de grado lo que puedes tomar por fuerza»; aunque mejor cuadra decir: «Más vale salto de mata que ruego de hombres bue- nos». Dígolo porque si el señor rey, suegro de vuestra merced, no se quisiere domeñar a entregalle a mi señora la infanta, no hay sino, como vuestra merced dice, roballa y trasponella. Pero está el daño que, en tanto que se hagan las paces y se goce pacíficamente del reino, el pobre escudero se podrá estar a diente en esto de las mercedes, si ya no es que la doncella tercera que ha de ser su mujer se sale con la infanta y él pasa con ella su mala ventura, hasta que el cielo ordene otra cosa; porque bien podrá, creo yo, desde luego dársela su señor por ligítima esposa.

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—Eso no hay quien la quite —dijo don Quijote. —Pues como eso sea —respondió Sancho—, no hay sino encomen- darnos a Dios y dejar correr la suerte por donde mejor lo encaminare. —Hágalo Dios —respondió don Quijote— como yo deseo y tú, San- cho, has menester, y ruin sea quien por ruin se tiene. —Sea par Dios —dijo Sancho—, que yo cristiano viejo soy, y para ser conde esto me basta. —Y aun te sobra—dijo don Quijote—, y cuando no lo fueras, no hacía nada al caso, porque, siendo yo el rey, bien te puedo dar nobleza, sin que la compres ni me sirvas con nada. Porque en haciéndote conde, cátate ahí caballero, y digan lo que dijeren; que a buena fe que te han de llamar señoría, mal que les pese. —¡Y montas que no sabría yo autorizar el litado! —dijo Sancho. —Dictado has de decir, que no litado —dijo su amo. —Sea ansí —respondió Sancho Panza—. Digo que le sabría bien acomodar, porque por vida mía que un tiempo fui munidor de una co- fradía, y que me asentaba tan bien la ropa de munidor, que decían todos que tenía presencia para poder ser prioste de la mesma cofradía. Pues ¿qué será cuando me ponga un ropón ducal a cuestas o me vista de oro y de perlas, a uso de conde estranjero? Para mí tengo que me han de venir a ver de cien leguas. —Bien parecerás —dijo don Quijote—, pero será menester que te rapes las barbas a menudo, que, según las tienes de espesas, aborrascadas y mal puestas, si no te las rapas a navaja cada dos días por lo menos, a tiro de escopeta se echará de ver lo que eres. —¿Qué hay más —dijo Sancho— sino tomar un barbero y tenelle asalariado en casa? Y aun, si fuere menester, le haré que ande tras mí, como caballerizo de grande. —Pues ¿cómo sabes tú —preguntó don Quijote— que los grandes llevan detrás de sí a sus caballerizos? —Yo se lo diré —respondió Sancho—. Los años pasados estuve un mes en la corte, y allí vi que paseándose un señor muy pequeño, que decían que era muy grande, un hombre le seguía a caballo a todas las

- 96 - Segundo día Ruta literaria El Quijote Castilla-La Mancha, 2005 vueltas que daba, que no parecía sino que era su rabo. Pregunté que cómo aquel hombre no se juntaba con el otro, sino que siempre andaba tras dél. Respondiéronme que era su caballerizo y que era uso de gran- des llevar tras sí a los tales. Desde entonces lo sé tan bien, que nunca se me ha olvidado. —Digo que tienes razón —dijo don Quijote— y que así puedes tú llevar a tu barbero, que los usos no vinieron todos juntos ni se inventa- ron a una, y puedes ser tú el primero conde que lleve tras sí su barbero, y aun es de más confianza el hacer la barba que ensillar un caballo. —Quédese eso del barbero a mi cargo —dijo Sancho—, y al de vues- tra merced se quede el procurar venir a ser rey y el hacerme conde. —Así será —respondió don Quijote. Y alzando los ojos, vio lo que se dirá en el siguiente capítulo.

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Tercer día Campo de Criptana El Toboso Belmonte Villaescusa de Haro

Ruta literaria El Quijote Castilla-La Mancha, 2005

La Ruta AMPO DE CRIPTANA: Población de más de diez mil habitantes C ubicada en plena Mancha, al nordeste de la provincia de Ciudad LAS ENERGÍAS NATURALES: Hasta la in- Real. vención de la máquina de vapor (siglo XVIII), la inmensa mayoría de las pocas En su extenso término municipal se han encontrado restos prehistóri- máquinas existentes utilizaba los llamados cos de la Edad del Bronce y del Hierro, y romanos. Sin embargo, las pri- “motores de sangre” (fuerza motriz huma- meras noticias históricas fiables corresponden a la Edad Media, en los na o animal) como, por ejemplo, la noria, tiempos inmediatos a la reconquista. Perteneció primero a la Orden de movida por un asno, o el torno de alfare- ro, movido por el pie de quien lo usa. Sin San Juan y, más tarde, a la de Santiago en cuyo territorio formó parte del embargo, unas pocas maquinarias utiliza- denominado Común de la Mancha. ron energías renovables naturales para su funcionamiento, básicamente, el agua y El actual núcleo de población fue absorbiendo paulatinamente a otros el viento. En la Mancha eran bastante co- que existieron en el término y de los cuales hoy quedan vestigios más o munes tres de estos artefactos: el molino menos notables como Villajos (donde se halla la ermita del Cristo de Villajos) de viento (que tratamos en otro sitio por o el Criptana inicial, que no se confundía con su Campo, (donde ahora se extenso), el molino hidráulico, y los venera a la Virgen de la Paz). batanes. Los molinos hidráulicos solo podían fun- El pueblo se asienta en la falda de la solana de un cerro, y tiene al aire cionar en aquellos lugares en donde exis- típico de los pueblos manchegos, de casas bajas y encaladas, algunas de tían cursos de agua permanentes de cier- to caudal. A menudo, el agua se recogía ellas excavadas en la propia ladera como viviendas-cueva, calles en cuesta, en una represa y, mediante un caz, se ha- y trama bastante laberíntica. cía llegar a la aceña, que era la rueda que, movida por la fuerza del agua, transmitía Hay algunos edificios notables, como la Tercia o el Pósito, y una su movimiento a la piedra de molino. casa modernista de principios del siglo XX que se transformó después Los molinos de agua eran muy numero- en Ayuntamiento. sos y las ruinas que de ellos se conser- van o la toponimia que los atestigua son En el antiguo convento de los carmelitas, que conserva una iglesia un claro indicio de que la sobreexplotación con planta de cruz latina y naves laterales de menor altura que la cen- de los acuíferos y la disminución de las tral, se guarda una imagen de la Virgen del Carmen cuyo rostro fue precipitaciones han convertido a la Man- cha de hoy en algo muy distinto a la que tallado por Salzillo. cabalgó don Quijote: Los antiguos moli- nos de agua, salvo excepciones, están hoy En la ermita del cristo de Villajos, además de la propia imagen del en lugares completamente secos sin nin- Cristo, hay otra de la virgen, datada en el siglo XIII, que se encontró ca- gún agua que pudiera moverlos. sualmente a principios de los años ochenta del siglo pasado y se restauró. Por su parte, los batanes aprovechaban la fuerza del agua (también mediante una Desde el santuario de la Virgen de Criptana se domina un amplísimo y aceña o rueda con aspas) para mover bello panorama del paisaje manchego. unos grandes mazos con los cuales se golpeaba la lana con que se confecciona- Pero, sin duda, lo más característico de Criptana son sus molinos de ban los paños para desengrasarla. viento. En lo alto del cerro que domina el pueblo, llamado cerro de la Paz, *** *** ***

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se alzan diez, de los “treinta o cuarenta” que llegó a tener. De ellos, los tres más antiguos han sido declarados monumentos, mientras que los otros siete fueron reconstruidos a comienzos del siglo XX. Los tres que han sido declarados monumentos son el Burleta, el Infanto y el Sardinero. Existe una cierta controversia sobre cuándo llegaron los molinos de viento a la Mancha. Azorín, en su Ruta de don Quijote, escribe: “¿Os extrañará que don Alonso Quijano, el Bueno, tomara por gigantes a los molinos? Los molinos de viento eran, precisamente cuando vivía don Quijote, una novedad estupenda; se implantaron en la Mancha en 1575 –según dice Richard Ford en su Handbook for travellers in Spain. ‘No puedo yo pasar en silencio – escribía Jerónimo Cardano en su libro De rerum varietate, en 1580, hablando de estos molinos- no puedo yo pasar en silencio que esto es tan maravilloso, que yo antes de verlo no lo hubiera podido creer sin ser tachado de hombre cándido’. ¿Cómo extrañar que la fantasía del buen manchego se exaltara ante estas máqui- MOLINOS DE VIENTO Y AEROGENE- nas inauditas, maravillosas?” RADORES: Tanto los molinos hidráulicos como los de viento fueron cayendo en Y, efectivamente, si los molinos de viento llegaron a la Mancha a me- desuso a medida que se implantaron las máquinas movidas por combustibles de- diados del siglo XVI, no es de extrañar que asombraran a los contemporá- rivados del petróleo o por la electricidad. neos de don Quijote y que, en la exaltada imaginación de éste, contamina- Sin embargo, en los últimos años, el “mo- da por la lectura de los libros de caballerías, se confundieran con gigan- lino” de viento ha conocido un inespera- tes, lo cual hubiera sido mucho menos probable si los molinos llevaran do renacer en forma de aerogenerador. más largo tiempo formando parte del cotidiano paisaje manchego y su Los aerogeneradores son generadores de electricidad que funcionan convirtiendo la maquinaria y funcionamiento fuesen ya una cosa rutinaria para todos. energía mecánica en eléctrica, grosso Mucho más cauto se muestra el arquitecto daimieleño Miguel Fisac: modo, como las dinamos de las bicicle- tas. Éstas son capaces de generar electri- “El molino de viento en la Mancha, creo que cabe decir con toda propiedad, cidad para el faro de la bici gracias a los más que arquitectura es literatura. Símbolo universal que inmortalizó el glorioso giros de una pequeña cabeza en contacto manco de Lepanto. con la rueda de la bici. Los aerogenera- dores, en lugar de esta pequeña cabeza, Rápidamente, sobre la marcha y sin pararse en consideraciones eruditas, se tienen tres enormes aspas que giran mo- podría decir que el molino de viento manchego es una pieza importada de Flandes vidas por el viento. en el siglo XVI y expresada en lenguaje arquitectónico típicamente de la Mancha. En muchos cerros de la Mancha se están Sería, quizás, la demostración de la existencia de la arquitectura popular manche- instalando parques eólicos donde se acu- ga, ya que es capaz de realizar una lectura propia de un fenómeno arquitectónico mulan estos aerogeneradores en número externo a ella. mucho mayor que los “treinta o cuarenta” que asombraron a don Quijote y dan a (...) En cualquier caso, se trata de una invención importada (...), que a princi- nuestro paisaje actual un inesperado as- pios del siglo XVI se implantó o se reactivó en algunos puntos de la Mancha. pecto que, quizás, nos haga comprender En la cuidada síntesis que de la arquitectura popular hace Fernando García mejor el equívoco quijotesco. Mercadal, refiriéndose a la vida que tienen estos molinos de viento, escribe: ‘Un Las gentes conocen a estos aerogenera- dores con el nombre de molinos, aunque poco más de tres siglos y medio, pues, según dice el viajero inglés Richard Ford su función obviamente no sea la de mo- en su Handbook for travellers in Spain –la referencia nos la proporciona el libro de ler, por la asociación tradicional que ha Azorín-, no puede extrañar que los tales molinos sorprendieran a don Alonso Quijano habido entre las aspas y la molienda. el Bueno pues se implantaron en la Mancha en 1575.’

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Por otra parte, parece demasiado tajante una fecha tan precisa que no recoge La instalación de parques eólicos no está el prolijo y concienzudo libro de don Julio Caro Baroja cargado de una amplísima exenta de controversia pues hay quienes bibliografía. (...) los rechazan por su impacto visual. Desde mi punto de vista, si hacemos un análisis comparativo de un molino de *** *** *** viento holandés y su traducción manchega, podemos comprobar la enorme capa- cidad de simplificación condensada en la versión de la Mancha y el retrato perfec- to de la rústica sabiduría que contiene, Y también el reflejo de una plástica propia con una imagen completamente distinta”.

Más descriptivo (aunque no muy claro) es el erudito almagreño Ramón José Maldonado Cocat, quien tras citar la archisabida cita que de Richard Ford hace Azorín, escribe:

“El molino manchego (...) es una alta construcción cilíndrica de mampostería muy desigual, terminada en cubierta cónica de tablas, bastante peraltada. Se abren en los muros una pequeña puerta adintelada abajo y varias troneras en lo alto. Sirve de dintel en la puerta un tronco sin labrar, descargándole un tosco arco de mampuestos largos embebidos en el muro. Interrumpe la cubierta un grueso tron- co horizontal que es el eje de giro; trabados a él hay dos troncos largos y más delgados, en cruz y en un plano vertical, sirviendo de ejes resistentes a los basti- dores formados por paneles perpendiculares, que constituyen las aspas o arma- zón de la lona. Estas aspas, volteadas por el viento, hacen mover la piedra de molino. Cuando el molino no trabaja, se arrollan estas, atándolas a los ejes en cruz y un largo tronco que, unido al de giro, sale oblicuamente bajo la cubierta por el lado opuesto de aquel, alcanzando hasta un metro del suelo y sujeto con cuerdas y estacas clavadas en la tierra. (...) Estos molinos fueron siempre, también, vivienda del molinero y su familia. La planta baja o portal, no solamente era lugar de recibo del grano, sino también de tertulia o incluso comedor de la familia. El primer piso fue dormitorio, y el último la verdadera fábrica de la molienda.”

EL TOBOSO: Pequeña población ubicada en plena Mancha, sobre el antiguo camino de Toledo a Murcia. Aunque algunos quieren remontar su EL CENTRO CERVANTINO: “Junto al Ayun- antigüedad a los iberos, las primeras noticias que tenemos de ella son tamiento, frente a la iglesia, en un case- medievales como perteneciente a la orden de Santiago que se encargó de rón enorme y tradicional que es utilizado fortificarla. como Casa de la Cultura, la planta baja se dedica a Centro Cervantino en el que hace Actualmente se configura como un característico pueblo manchego de protagonista el libro más universal de los que en España han surgido. Allí está cuyos monumentos importantes son escasos: su interés principal radica el Museo de los Quijotes que, rehecho y en la arquitectura popular y, sobre todo, en sus connotaciones literarias puesto como hoy se ve, abrió sus puer- que lo identifican con el Quijote a través de Dulcinea. tas en 1983. (...).

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En la sala principal de este Museo-Biblio- Tiene tres edificios que han sido declarados monumentos: El convento teca, nos saluda la vieja mesa en que de las trinitarias recoletas, la casa de Dulcinea y la portada del convento Cervantes bien pudo posar sus manos fi- de las franciscanas. nas, y en ella tomar la pluma que apoyada en el tintero seco parece pedir todavía El convento de las trinitarias data del siglo XVII, es de estilo herreriano nuevas andanzas imaginativas. (...) En con iglesia barroca, tiene planta rectangular, dos torreones en la fachada este lugar se expone, por vitrinas, mesas y estanterías, una colección increíble y de la plaza, la iglesia en una esquina y un claustro en el centro. maravillosa de ediciones del primero y La “casa de Dulcinea” es una típica casa de labor levantada en el siglo más notable de los libros escritos por Cervantes: las más peregrinas formas de XVI, con portada de piedra en la que destacan dos escudos. Naturalmen- El ingenioso hidalgo don Quijote de la te, la relación que pudiera tener este edificio con la figura de la dama de Mancha tienen aquí su cabida, y se dejan don Quijote es meramente conjetural. ver, con asombro que no acaba. Un total que supera las 300 ediciones forman ac- El convento de las franciscanas también se edificó en el siglo XVI, en tualmente el Museo. estilo renacentista. De él solo se conserva la portada de la iglesia. La idea surgió casi a comienzos de nues- tro siglo, entre los ediles de el Toboso. Fue La iglesia parroquial, con la que “dieron” don Quijote y Sancho, es en 1927. Al Alcalde que entonces regía también destacable. Es gótica, del siglo XV, y está dedicada a san An- los destinos de la villa, don Jaime tonio Abad. Martínez-Pantoja Morales, se le ocurrió pedir a cada embajador destacado en Es- paña, una edición del Quijote hecha en su respectivo país, con la firma del propio embajador, o, si posible fuera, del presi- dente o primer mandatario del mismo. Y BELMONTE: Patria de fray Luis de León, la villa de Belmonte es un la mayoría las mandaron”. Antonio Herrera municipio de más de dos mil habitantes situado en la Mancha Casado. conquense, al suroeste de la provincia, en el camino de Alcázar a Cuen- *** *** *** ca que es uno de los que pudieron utilizar don Quijote y Sancho para desplazarse a Aragón y Cataluña. La villa fue donada por Fernando III a su hijo el Infante don Manuel; pasó después al “infante” don Juan Manuel, el gran escritor e intrigante político, nieto de Fernando III y sobrino de Alfonso X, que allí construyó en 1323 su palacio residencial, hoy en ruinas. En 1371 Pedro I incorporó la FRAY LUIS DE LEÓN: El hijo más notable villa a la corona independizándola de Alarcón, pero en 1398, Enrique III de Belmonte es fray Luis de León, uno de dona la villa a don Juan Fernández Pacheco, primer señor de Belmonte. los grandes poetas españoles de todos los tiempos (forma parte indiscutible del gru- En 1456, el primer marqués de Villena ordenó construir una fortale- po de los “seis” grandes poetas en len- za o castillo en lo alto del cerro de San Cristóbal y una muralla o cerca gua castellana de los siglos de Oro: de cal y canto que rodease la villa hasta el castillo, cuya tercera parte Gracilaso, fray Luis, san Juan de la Cruz, Lope de Vega, Góngora y Quevedo). De él sería costeada por el marqués y el resto por sus vasallos, los vecinos incluimos la muy conocida oda a Francis- de Belmonte. co Salinas y una décima excelente escri- ta, al parecer, cuando fue excarcelado tras Los Reyes Católicos arrebataron la villa al segundo Marqués de Villena, haber permanecido preso algún tiempo que había tomado partido por la Beltraneja en contra de Isabel la Católica, por la Inquisición: y la incorporaron a la Corona declarándola villa independiente.

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A principios del siglo XIX, durante la invasión francesa, Belmonte tuvo A FRANCISCO DE SALINAS: gran relevancia por utilizarse el castillo como cárcel francesa. El aire se serena y viste de hermosura y luz no usada, En el siglo XIX, Eugenia de Montijo, emperatriz de Francia, al morir su Salinas, cuando suena marido Napoleón III, se refugió en el castillo de sus antepasados, reali- la música extremada, zándose entonces una reforma del mismo por vuestra sabia mano gobernada. Actualmente es un bello conjunto urbano en el que destacan los si- A cuyo son divino el alma, que en olvido está sumida, guientes monumentos: torna a cobrar el tino y memoria perdida IGLESIA DE SAN BARTOLOMÉ (COLEGIATA): Junto con el castillo, de su origen primera esclarecida. es el monumento más importante de Belmonte. Está emplazada en el ba- Y, como se conoce, rrio alto de la villa, dentro del recinto amurallado. Es de estilo gótico, con en suerte y pensamientos se mejora; tres naves y ábside poligonal, y se comenzó a construir en el siglo XV, el oro desconoce pero no se remató hasta el XVIII. Además de la pila bautismal de fray Luis que el vulgo vil adora, de León, y de los sepulcros de diversos personajes de la familia de los la belleza caduca, engañadora. marqueses de Villena, el principal tesoro que alberga la Colegiata es el Traspasa el aire todo coro, obra de los hermanos Egas, que, destinado inicialmente a la cate- hasta llegar a la más alta esfera, dral de Cuenca, fue trasladado a Belmonte en el siglo XVIII. Según pare- y oye allí otro modo de no perecedera ce, la Colegiata se alza sobre lo que fue una primitiva iglesia visigoda. música que es la fuente y la primera. CASTILLO: Fue levantado en el cerro de san Cristóbal por don Juan Ve cómo el gran Maestro Pacheco, marqués de Villena, entre 1456 y 1470 sobre un edificio ante- a aquesta inmensa cítara aplicado, rior. Se compone de un cuerpo principal y de una barrera o muralla exte- con movimiento diestro produce el son sagrado, rior pentagonal que lo ciñe por completo y de la que por ambos lados con que este eterno templo es sustentado. arrancan y descienden las murallas de la villa. El cuerpo principal está Y, como está compuesta trazado sobre un triángulo equilátero que es el patio de armas del castillo, de números concordes luego envía a cuyos lados van adosados dos cuerpos rectangulares de tres pisos que consonante respuesta; componen la parte noble y residencial. El tercer lado es la torre del home- y entre ambos a porfía naje, que protege y guarda la parte más accesible donde se alojaba la se mezcla una dulcísima armonía tropa. El conjunto se forma por una planta estrellada en cuyas seis puntas Aquí el alma navega se levantan otros tantos torreones cilíndricos, y así el castillo de Belmonte por un mar de dulzura y finalmente es una construcción rara y única en la arquitectura civil y militar. en él así se anega, que ningún accidente El Castillo fue objeto de una restauración importante por orden de la extraño y peregrino oye y siente. emperatriz Eugenia de Montijo, condesa de Teba y esposa de Napoleón ¡Oh desmayo dichoso! III en el año 1857. Se hizo cargo de la dirección de las obras el arquitecto ¡Oh muerte que das vida! ¡dulce olvido! español Sureda. A la caída del Imperio los trabajos se interrumpieron, y se ¡Durase en tu reposo sin ser restituido reanudaron años después por orden del duque de Peñaranda, sobrino de jamás a aqueste bajo y vil sentido. la Emperatriz. Más tarde fue ocupado por una comunidad de frailes domi- A este bien os llamo, nicos a los que se lo cedió la emperatriz, y en él permanecieron hasta el gloria del apolíneo sacro coro, año 1885. La emperatriz Eugenia habitó temporadas en el Castillo, des- amigos a quien amo pués de muerto su esposo Napoleón III, realizando algunas reformas en sobre todo tesoro el interior del recinto. que todo lo visible es triste lloro.

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¡Oh, suene de contino, En la Guerra Civil Española, y después de ella, sirvió de cárcel. Salinas, vuestro son en mis oídos, Actualmente y pese a algunas obras de restauración, su estado no es por quien al bien divino muy satisfactorio. despiertan los sentidos, quedando a lo demás adormecidos! MURALLAS: Fueron construidas a lo largo del siglo XV. De ellas se conservan dos tramos en perfecto estado que bajan del A LA SALIDA DE LA CÁRCEL castillo hasta la población. Había cinco puertas que se abrían a lo lar- Aquí la envidia y mentira go del recinto amurallado, tres de las cuales se siguen utilizando como me tuvieron encerrado. acceso a la ciudad. Son la puerta de Chinchilla, al sur, que además de Dichoso el humilde estado ser la primera que se hizo, es la que mejor ha llegado a nuestros días; del sabio que se retira de aqueste mundo malvado, está flanqueada por dos torreones y tiene una cornisa de gárgolas. La y con pobre mesa y casa puerta del Almudí o del Rollo, situada junto al antiguo pósito real. Y la en el campo deleitoso puerta de Toledo o de Monreal, que tiene un altar de la virgen de la con solo Dios se compasa, Estrella. De la puerta de San Juan, al norte, que fue demolida el año y a solas su vida pasa 1912 para construir la actual plaza de toros, se conserva la jamba y el ni envidiado ni envidioso. torreón de la derecha. *** *** *** CONVENTO DE LOS JESUITAS: El edificio se terminó en 1627 bajo los auspicios de doña Francisca de León. Quedan restos de él que se destinan a diversas utilidades. El patio está abierto al haberse derrum- bado los lados sur y oeste del recinto y forma una pequeña plaza públi- ca. La iglesia fue convertida en cine. PLAZA DE ENRIQUE FERNÁNDEZ: Campo de ferias en su origen, es un amplio espacio que aparece cerrado en la parte oeste por el convento de los trinitarios. En ella se localiza una fuente con un gran pilón rectangular. ERMITA DE NUESTRA SEÑORA DE GRACIA: Del siglo XVII, en el interior de esta ermita se encuentra una imagen gótica de la Virgen que tiene en sí misma un gran valor artístico. CONVENTO DE LOS TRINITARIOS: Situado en la calle Lucas Pa- rra, es una construcción del siglo XV cuyo conjunto está formado por iglesia de cruz latina, con crucero y nave de cinco cuerpos cubiertos por bóveda de cañón con lunetos y cúpula de media naranja con linter- na en el crucero. Hecha en estilo barroco, apilastrado, tiene cornisa continua y arcos policromados. El convento es de planta cuadrada, adosado a la iglesia por el sur, con un claustro cuadrado de tres plan- tas. El conjunto exterior es de gran volumen. El ábside de la iglesia y el convento dan a la plaza de Enrique Fernández. Fue mandado construir por Juan Pacheco en el año 1456.

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VILLAESCUSA DE HARO: En el mismo camino de Alcázar a Cuenca y muy cercana a Belmonte se encuentra Villaescusa de Haro, pequeña población de unos seiscientos habitantes situada en los límites de la Man- VILLA DE LOS OBISPOS: Villaescusa de Haro es conocida con este sobrenombre cha con la sierra de Cuenca. por el gran número de prelados que na- Villaescusa es una localidad de un espléndido pasado histórico que cieron en ella durante los siglos XV y XVI. nos ha dejado un importante conjunto monumental. Perteneció a la orden *** *** *** de Santiago, cuyo maestre don Fadrique le concedió en 1347 la condición de villa; luego, los Reyes Católicos la favorecieron por su fidelidad frente a la cercana Belmonte que, de la mano del marqués de Villena, había toma- do partido por la Beltraneja. Su máximo auge, tanto económico como ar- tístico, se produjo en los siglos XV y XVI. En su núcleo urbano destacan monumentos como estos: ANTIGUA UNIVERSIDAD: Fundada por el obispo Ramírez, no llegó nunca a desarrollar su función ni a terminarse, pues se desistió de ello al ser fundada simultáneamente la universidad de Alcalá de Henares por el cardenal Cisneros. Está realizada en estilo renacimiento (recuerda el esti- lo de Francisco Colonia), tiene planta rectangular y diversas alturas, de- pendiendo del nivel del suelo. La fábrica es de mampostería con sillares en las esquinas y rematada con cornisa de piedra. En la actualidad, de propiedad privada, se destina a uso residencial y agropecuario. IGLESIA PARROQUIAL DE SAN PEDRO APÓSTOL: En su estado actual es un edificio de los siglos XVI y XVII, levantado en estilo gótico tardío y renacentista. Consta de tres naves de igual altura, la central más ancha, que quedan separadas entre sí por ocho columnas circulares dóricas. Tiene ricas capillas laterales con rejería del siglo XVI. La portada es renacentista. La capilla de la Asunción, dentro de la iglesia, es de estilo isabelino, de planta cuadrada y rematada por un cimborrio que acaba en linterna. Fue levantada para enterramiento de la familia Ramírez en 1507 y en ella des- tacan las estatuas orantes de esta familia, fechadas en 1570, y un magní- fico retablo. CONVENTO DE SANTA CRUZ (DOMINICOS): De mediados del siglo XVI, sólo se conservan de él restos de la iglesia y la portada frente al altar. AYUNTAMIENTO: Ocupa el antiguo pósito del siglo XVI. Se trata de un edificio con planta en forma de ele y dos alturas cuya fábrica esta realiza- da en mampostería con sillería reforzando las esquinas. En el centro de la fachada se ve el escudo episcopal de la Casa de Haro.

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CONVENTO DE LAS JUSTINIANAS: Llamado así por estar ocupado por monjas de la orden de san Lorenzo Justiniano, fue construido entre los siglos XVI y XVIII y desamortizado en el XIX. Sólo quedan de él la nave de la iglesia, con el presbiterio realzado y coro en los pies, y el oratorio de clausura. La fachada principal conserva escudos episcopales. CASTILLO DE HARO: Fuera del casco urbano está el castillo de Haro, del que solo se conservan algunos restos, que es de planta cuadrada con cubos en cada esquina. De los muros que unen éstas solamente quedan dos en pie, estando los restantes sumamente arruinados. Del interior no se conserva nada. La fábrica es de sillería revestida de sillarejo y se en- cuentra muy deteriorada en la su base. PALACIO DE LOS RAMÍREZ: Restos de lo que fue palacio de los Ramírez de Haro y del que solo se conserva de interés la fábrica exterior y parte de la cubierta. Cuenta con una buena rejería y una cornisa hecha de molduras de piedra.

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LOS TEXTOS CAPÍTULO VIII (II)

“CONTEXTOS” Donde se cuenta lo que le sucedió a don Quijote yendo a ver su señora Dulcinea del Toboso “El exordio con que, según el autor-editor, comienza Cide Hamete este capítulo, ala- Bendito sea el poderoso Alá!», dice Hamete Benengeli al comienzo bándose de que tiene ya en campaña a «¡ deste octavo capítulo. «¡Bendito sea Alá!», repite tres veces, y dice don Quijote y Sancho subraya las diferen- que da estas bendiciones por ver que tiene ya en campaña a don Quijote y a cias entre la Segunda parte del ingenioso caballero don Quijote de la Mancha y El Sancho, y que los letores de su agradable historia pueden hacer cuenta que ingenioso hidalgo don Quijote de la Man- desde este punto comienzan las hazañas y donaires de don Quijote y de su cha. (...) Compárese esta salida a la se- escudero; persuádeles que se les olviden las pasadas caballerías del inge- gunda, verdadera huida. La tranquila par- tida del hidalgo en la Segunda parte es nioso hidalgo y pongan los ojos en las que están por venir, que desde agora paradigmática de la aceptación universal en el camino del Toboso comienzan, como las otras comenzaron en los de su locura, (...) sugiere que Cervantes campos de Montiel, y no es mucho lo que pide para tanto como él promete; tiene ahora un plan bastante preciso res- y, así, prosigue, diciendo: pecto a lo que va a hacer don Quijote de aquí en adelante: de ahí la promesa de Cide Solos quedaron don Quijote y Sancho, y apenas se hubo apartado San- Hamete de que esta nueva serie de aven- turas de don Quijote y Sancho será más són, cuando comenzó a relinchar Rocinante y a sospirar el rucio, que de entretenida que las anteriores. Este plan entrambos, caballero y escudero, fue tenido a buena señal y por felicísimo incluye que don Quijote se despida de agüero; aunque, si se ha de contar la verdad, más fueron los sospiros y Dulcinea. La persona a la que don Quijote rebuznos del rucio que los relinchos del rocín, de donde coligió Sancho que se refiere ahora no tiene nada que ver ya con Aldonza Lorenzo, cuya existencia su ventura había de sobrepujar y ponerse encima de la de su señor, fundán- como el origen de Dulcinea no tuvo nin- dose no sé si en astrología judiciaria que él se sabía, puesto que la historia gún reparo en revelar a Sancho en I, 25. no lo declara: solo le oyeron decir que cuando tropezaba o caía se holgara Este trata de repetir lo que hizo en I, 31: describir a Aldonza como el objeto de su no haber salido de casa, porque del tropezar o caer no se sacaba otra cosa embajada, contando con que su amo tra- sino el zapato roto o las costillas quebradas; y aunque tonto, no andaba en ducirá de nuevo la descripción de la cam- esto muy fuera de camino. Díjole don Quijote: pesina ahechando trigo en la de la prince- sa que imagina. Pero don Quijote rechaza —Sancho amigo, la noche se nos va entrando a más andar, y con más de plano la presencia de Aldonza. La re- escuridad de la que habíamos menester para alcanzar a ver con el día al flexión del hidalgo que sigue sobro cómo debía estar Sancho encantado si vio a Toboso, adonde tengo determinado de ir antes que en otra aventura me Dulcinea del modo que la describe, sella ponga, y allí tomaré la bendición y buena licencia de la sin par Dulcinea; la conversión de Aldonza en aquella; tam- con la cual licencia pienso y tengo por cierto de acabar y dar felice cima a bién sugiere la treta con la que el escude- ro saldrá del apuro en que se halla, la cual, toda aventura, porque ninguna cosa desta vida hace más valientes antes de ser puesta en práctica, influye a los caballeros andantes que verse favorecidos de sus damas. en el modo como aquel se caracteriza así

Tercer día - 109 - Ruta literaria El Quijote Castilla-La Mancha, 2005 mismo de malicioso y bellaco. En la con- —Yo así lo creo —respondió Sancho—, pero tengo por dificultoso que versación que sigue Sancho se revela vuestra merced pueda hablarla ni verse con ella, en parte a lo menos que mejor cristiano, según las convenciones, que su señor, y tan ingenioso y diestro en pueda recebir su bendición, si ya no se la echa desde las bardas del corral, el manejo de la retórica como él. La res- por donde yo la vi la vez primera, cuando le llevé la carta donde iban las puesta de don Quijote a la piedad de su nuevas de las sandeces y locuras que vuestra merced quedaba haciendo en escudero (“muchos son los caminos”...) manifiesta con particular énfasis el carac- el corazón de Sierra Morena. terístico relativismo cervantino. Que la pareja tarde toda una noche y un día en —¿Bardas de corral se te antojaron aquellas, Sancho —dijo don Quijo- llegar al Toboso, no obstante la cercanía te—, adonde o por donde viste aquella jamás bastantemente alabada genti- de éste al lugar de don Quijote llama la leza y hermosura? No debían de ser sino galerías, o corredores, o lonjas o atención sobre cuánto más lento es el ritmo de la segunda parte que el de la como las llaman, de ricos y reales palacios. primera.” J. Rodríguez Luis, en el volu- —Todo pudo ser —respondió Sancho—, pero a mí bardas me parecie- men complementario a la edición del Quijote dirigida por Francisco Rico. Ins- ron, si no es que soy falto de memoria. tituto Cervantes y Editorial Crítica, Bar- celona, 1998. —Con todo eso, vamos allá, Sancho —replicó don Quijote—, que, como yo la vea, eso se me da que sea por bardas que por ventanas, o por resqui- *** *** *** cios, o verjas de jardines, que cualquier rayo que del sol de su belleza lle- gue a mis ojos alumbrará mi entendimiento y fortalecerá mi corazón, de modo que quede único y sin igual en la discreción y en la valentía. —Pues en verdad, señor —respondió Sancho—, que cuando yo vi ese sol de la señora Dulcinea del Toboso, que no estaba tan claro, que pudiese echar de sí rayos algunos; y debió de ser que como su merced estaba ahechando aquel trigo que dije, el mucho polvo que sacaba se le puso como nube ante el rostro y se le escureció. —¡Que todavía das, Sancho —dijo don Quijote—, en decir, en pensar, en creer y en porfiar que mi señora Dulcinea ahechaba trigo, siendo eso un menester y ejercicio que va desviado de todo lo que hacen y deben hacer las personas principales, que están constituidas y guardadas para otros ejerci- cios y entretenimientos, que muestran a tiro de ballesta su principalidad! “Movido por las palabras de su amo, y Mal se te acuerdan a ti, ¡oh Sancho!, aquellos versos de nuestro poeta don- viendo Sancho cuán más grande es la de nos pinta las labores que hacían allá en sus moradas de cristal aquellas fama de los santos que no la de los hé- cuatro ninfas que del Tajo amado sacaron las cabezas y se sentaron a labrar roes, dijo a don Quijote aquello de que se dieran a ser santos y alcanzarían más bre- en el prado verde aquellas ricas telas que allí el ingenioso poeta nos descri- vemente la buena fama que pretendían, be, que todas eran de oro, sirgo y perlas contestas y tejidas. Y desta manera poniéndole el ejemplo de san Diego de debía de ser el de mi señora cuando tú la viste, sino que la envidia que Alcalá y san Pedro de Alcántara, canoni- algún mal encantador debe de tener a mis cosas, todas las que me han de zados por aquellos días. “Veréis que un día seré adorado por el mundo entero”, dar gusto trueca y vuelve en diferentes figuras que ellas tienen; y, así, temo solía decir el Pobrecito de Asís según los que en aquella historia que dicen que anda impresa de mis hazañas, si por

- 110 - Tercer día Ruta literaria El Quijote Castilla-La Mancha, 2005 ventura ha sido su autor algún sabio mi enemigo, habrá puesto unas cosas tres compañeros y Tomás de Celano, y por otras, mezclando con una verdad mil mentiras, divertiéndose a contar los mismos móviles que empujaron a unos al heroísmo empujaron a otros a la santi- otras acciones fuera de lo que requiere la continuación de una verdadera dad. Así como don Quijote, enardecido por historia. ¡Oh envidia, raíz de infinitos males y carcoma de las virtudes! la lectura de los libros de caballerías, se Todos los vicios, Sancho, traen un no sé qué de deleite consigo, pero el de lanzó al mundo, así Teresa de Cepeda, siendo aún niña y encendida por la lectu- la envidia no trae sino disgustos, rancores y rabias. ra de vidas de santos, que le parecía “com- praba muy barato el ir a gozar a Dios”, —Eso es lo que yo digo también —respondió Sancho—, y pienso que concertó con su hermano irse a tierras de en esa leyenda o historia que nos dijo el bachiller Carrasco que de nosotros moros pidiendo por amor de Dios para que había visto debe de andar mi honra a coche acá, cinchado, y, como dicen, al allá los descabezasen. (...) ¿Qué es todo esto sino caballería andante a lo divino o estricote, aquí y allí, barriendo las calles. Pues a fe de bueno que no he religioso? Y cabo de cuenta, ¿qué busca- dicho yo mal de ningún encantador, ni tengo tantos bienes que pueda ser ban unos y otros, héroes y santos, sino envidiado; bien es verdad que soy algo malicioso y que tengo mis ciertos sobrevivir? Los unos en la memoria de los asomos de bellaco, pero todo lo cubre y tapa la gran capa de la simpleza hombres, en el seno de Dios los otros. ¿Y cuál ha sido el más entrañado resorte de mía, siempre natural y nunca artificiosa; y cuando otra cosa no tuviese sino la vida de nuestro pueblo español sino el el creer, como siempre creo, firme y verdaderamente en Dios y en todo ansia de sobrevivir, que no a otra cosa vie- aquello que tiene y cree la santa Iglesia Católica Romana, y el ser enemigo ne a reducirse lo que dicen ser nuestro culto a la muerte? No, culto a la muerte, mortal, como lo soy, de los judíos, debían los historiadores tener misericor- no; sino culto a la inmortalidad.” UNAMUNO, dia de mí y tratarme bien en sus escritos. Pero digan lo que quisieren, que MIGUEL DE, Vida de don Quijote y Sancho, desnudo nací, desnudo me hallo: ni pierdo ni gano; aunque por verme pues- Espasa Calpe, Buenos Aires, 1952. to en libros y andar por ese mundo de mano en mano, no se me da un higo *** *** *** que digan de mí todo lo que quisieren. —Eso me parece, Sancho —dijo don Quijote—, a lo que sucedió a un famoso poeta destos tiempos, el cual, habiendo hecho una maliciosa sátira contra todas las damas cortesanas, no puso ni nombró en ella a una dama que se podía dudar si lo era o no; la cual, viendo que no estaba en la lista de las demás, se quejó al poeta diciéndole que qué había visto en ella para no ponerla en el número de las otras, y que alargase la sátira y la pusiese en el ensanche: si no, que mirase para lo que había nacido. Hízolo así el poeta, y púsola cual no digan dueñas, y ella quedó satisfecha, por verse con fama, aunque infame. También viene con esto lo que cuentan de aquel pastor que puso fuego y abrasó el templo famoso de Diana, contado por una de las siete maravillas del mundo, solo porque quedase vivo su nombre en los siglos venideros; y aunque se mandó que nadie le nombrase, ni hiciese por palabra o por escrito mención de su nombre, porque no consiguiese el fin de su deseo, todavía se supo que se llamaba Eróstrato. También alude a esto lo que sucedió al grande emperador Carlo Quinto con un caballero en Roma. Quiso ver el Emperador aquel famoso templo de la Rotunda, que en la

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antigüedad se llamó el templo de todos los dioses, y ahora con mejor voca- ción se llama de todos los santos, y es el edificio que más entero ha queda- do de los que alzó la gentilidad en Roma, y es el que más conserva la fama de la grandiosidad y magnificencia de sus fundadores: él es de hechura de una media naranja, grandísimo en estremo, y está muy claro, sin entrarle otra luz que la que le concede una ventana, o, por mejor decir, claraboya redonda, que está en su cima; desde la cual mirando el Emperador el edifi- cio, estaba con él y a su lado un caballero romano, declarándole los primo- res y sutilezas de aquella gran máquina y memorable arquitetura; y habién- dose quitado de la claraboya, dijo al Emperador: «Mil veces, Sacra Majes- tad, me vino deseo de abrazarme con vuestra majestad y arrojarme de aque- lla claraboya abajo, por dejar de mí fama eterna en el mundo». «Yo os agradezco —respondió el Emperador— el no haber puesto tan mal pensa- miento en efeto, y de aquí adelante no os pondré yo en ocasión que volváis a hacer prueba de vuestra lealtad; y, así, os mando que jamás me habléis, ni estéis donde yo estuviere.» Y tras estas palabras le hizo una gran merced. Quiero decir, Sancho, que el deseo de alcanzar fama es activo en gran ma- nera. ¿Quién piensas tú que arrojó a Horacio del puente abajo, armado de todas armas, en la profundidad del Tibre? ¿Quién abrasó el brazo y la mano a Mucio? ¿Quién impelió a Curcio a lanzarse en la profunda sima ardiente que apareció en la mitad de Roma? ¿Quién, contra todos los agüeros que en contra se le habían mostrado, hizo pasar el Rubicón a César? Y, con ejem- plos más modernos, ¿quién barrenó los navíos y dejó en seco y aislados los valerosos españoles guiados por el cortesísimo Cortés en el Nuevo Mun- do? Todas estas y otras grandes y diferentes hazañas son, fueron y serán obras de la fama, que los mortales desean como premios y parte de la in- mortalidad que sus famosos hechos merecen, puesto que los cristianos, ca- tólicos y andantes caballeros más habemos de atender a la gloria de los siglos venideros, que es eterna en las regiones etéreas y celestes, que a la vanidad de la fama que en este presente y acabable siglo se alcanza; la cual fama, por mucho que dure, en fin se ha de acabar con el mesmo mundo, que tiene su fin señalado. Así, ¡oh Sancho!, que nuestras obras no han de salir del límite que nos tiene puesto la religión cristiana que profesamos. Hemos de matar en los gigantes a la soberbia; a la envidia, en la generosidad y buen pecho; a la ira, en el reposado continente y quietud del ánimo; a la gula y al sueño, en el poco comer que comemos y en el mucho velar que velamos; a la lujuria y lascivia, en la lealtad que guardamos a las que he- mos hecho señoras de nuestros pensamientos; a la pereza, con andar por

- 112 - Tercer día Ruta literaria El Quijote Castilla-La Mancha, 2005 todas las partes del mundo, buscando las ocasiones que nos puedan ha- cer y hagan, sobre cristianos, famosos caballeros. Ves aquí, Sancho, los medios por donde se alcanzan los estremos de alabanzas que consigo trae la buena fama. —Todo lo que vuestra merced hasta aquí me ha dicho —dijo San- cho— lo he entendido muy bien, pero, con todo eso, querría que vuestra merced me sorbiese una duda que agora en este punto me ha venido a la memoria. —Asolviese quieres decir, Sancho, —dijo don Quijote—. Di en buen hora, que yo responderé lo que supiere. —Dígame, señor —prosiguió Sancho—: esos Julios o Agostos, y todos esos caballeros hazañosos que ha dicho, que ya son muertos, ¿dón- de están agora? —Los gentiles —respondió don Quijote— sin duda están en el in- fierno; los cristianos, si fueron buenos cristianos, o están en el purgato- rio, o en el cielo. —Está bien —dijo Sancho—, pero sepamos ahora: esas sepulturas donde están los cuerpos desos señorazos ¿tienen delante de sí lámparas de plata, o están adornadas las paredes de sus capillas de muletas, de mortajas, de cabelleras, de piernas y de ojos de cera? Y si desto no, ¿de qué están adornadas? A lo que respondió don Quijote: —Los sepulcros de los gentiles fueron por la mayor parte suntuosos templos: las cenizas del cuerpo de Julio César se pusieron sobre una pirá- mide de piedra de desmesurada grandeza, a quien hoy llaman en Roma «la aguja de San Pedro»; al emperador Adriano le sirvió de sepultura un casti- llo tan grande como una buena aldea, a quien llamaron moles Hadriani, que agora es el castillo de Santángel en Roma; la reina Artemisa sepultó a su marido Mausoleo en un sepulcro que se tuvo por una de las siete maravillas del mundo. Pero ninguna destas sepulturas ni otras muchas que tuvieron los gentiles se adornaron con mortajas, ni con otras ofrendas y señales que mostrasen ser santos los que en ellas estaban sepultados. —A eso voy —replicó Sancho—. Y dígame agora: ¿cuál es más, resucitar a un muerto o matar a un gigante?

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—La respuesta está en la mano —respondió don Quijote—: más es re- sucitar a un muerto. —Cogido le tengo —dijo Sancho—. Luego la fama del que resucita muertos, da vista a los ciegos, endereza los cojos y da salud a los enfermos, y delante de sus sepulturas arden lámparas, y están llenas sus capillas de gentes devotas que de rodillas adoran sus reliquias, mejor fama será, para este y para el otro siglo, que la que dejaron y dejaren cuantos emperadores gentiles y caballeros andantes ha habido en el mundo. —También confieso esa verdad —respondió don Quijote. —Pues esta fama, estas gracias, estas prerrogativas, como llaman a esto —respondió Sancho—, tienen los cuerpos y las reliquias de los santos, que con aprobación y licencia de nuestra santa madre Iglesia tienen lámparas, velas, mortajas, muletas, pinturas, cabelleras, ojos, piernas, con que au- mentan la devoción y engrandecen su cristiana fama. Los cuerpos de los santos, o sus reliquias, llevan los reyes sobre sus hombros, besan los peda- zos de sus huesos, adornan y enriquecen con ellos sus oratorios y sus más preciados altares. —¿Qué quieres que infiera, Sancho, de todo lo que has dicho? —dijo don Quijote. —Quiero decir —dijo Sancho— que nos demos a ser santos y alcanza- remos más brevemente la buena fama que pretendemos; y advierta, señor, que ayer o antes de ayer (que, según ha poco, se puede decir desta manera) canonizaron o beatificaron dos frailecitos descalzos, cuyas cadenas de hie- rro con que ceñían y atormentaban sus cuerpos se tiene ahora a gran ventu- ra el besarlas y tocarlas, y están en más veneración que está, según dicen, la espada de Roldán en la armería del Rey nuestro Señor, que Dios guarde. Así que, señor mío, más vale ser humilde frailecito, de cualquier orden que sea, que valiente y andante caballero; más alcanzan con Dios dos docenas de diciplinas que dos mil lanzadas, ora las den a gigantes, ora a vestiglos o a endriagos. —Todo eso es así —respondió don Quijote—, pero no todos podemos ser frailes, y muchos son los caminos por donde lleva Dios a los suyos al cielo: religión es la caballería, caballeros santos hay en la gloria. —Sí —respondió Sancho—, pero yo he oído decir que hay más frailes en el cielo que caballeros andantes.

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—Eso es —respondió don Quijote— porque es mayor el número de los religiosos que el de los caballeros. —Muchos son los andantes —dijo Sancho. —Muchos —respondió don Quijote—, pero pocos los que merecen nom- bre de caballeros. En estas y otras semejantes pláticas se les pasó aquella noche y el día siguiente, sin acontecerles cosa que de contar fuese, de que no poco le pesó a don Quijote. En fin, otro día al anochecer, descubrieron la gran ciudad del Toboso, con cuya vista se le alegraron los espíritus a don Quijote y se le entristecieron a Sancho, porque no sabía la casa de Dulcinea, ni en su vida la había visto, como no la había visto su señor; de modo que el uno por verla y el otro por no haberla visto estaban alborotados, y no imaginaba Sancho qué había de hacer cuando su dueño le enviase al Toboso. Final- mente, ordenó don Quijote entrar en la ciudad entrada la noche, y en tanto que la hora se llegaba se quedaron entre unas encinas que cerca del Toboso estaban, y llegado el determinado punto, entraron en la ciudad, donde les sucedió cosas que a cosas llegan.

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CAPÍTULO IX (II)

Donde se cuenta lo que en él se verá “CONTEXTOS” edia noche era por filo, poco más a menos, cuando don Quijote y “El Toboso es un pueblo único, estupen- Sancho dejaron el monte y entraron en el Toboso. Estaba el pue- do. Ya habéis salido de Criptana; la llanu- M ra ondulaba suavemente, roja, amarillen- blo en un sosegado silencio, porque todos sus vecinos dormían y ta, gris, en los trechos de eriazo, de verde reposaban a pierna tendida, como suele decirse. Era la noche entreclara, imperceptible en las piezas sembradas. puesto que quisiera Sancho que fuera del todo escura, por hallar en su Andáis una hora, hora y media; no veis ni un árbol, ni una charca, ni un rodal de ver- escuridad disculpa de su sandez. No se oía en todo el lugar sino ladridos de dura jugosa. Las urracas saltan un mo- perros, que atronaban los oídos de don Quijote y turbaban el corazón de mento en medio del camino, mueven ner- Sancho. De cuando en cuando rebuznaba un jumento, gruñían puercos, viosas y petulantes sus largas colas, vue- lan de nuevo; montoncillos y montoncillos mayaban gatos, cuyas voces, de diferentes sonidos, se aumentaban con el de piedras grises se extienden sobre los silencio de la noche, todo lo cual tuvo el enamorado caballero a mal agüe- anchurosos bancales. Y de tarde en tar- ro; pero, con todo esto, dijo a Sancho: de, por un extenso espacio de sembradura, en que el alcacel apenas aso- —Sancho hijo, guía al palacio de Dulcinea: quizá podrá ser que la halle- ma, camina un par de mulas, y un gañán mos despierta. guía el arado a lo largo de surcos intermi- nables. (...) Los terrenos grisáceos, roji- —¿A qué palacio tengo de guiar, cuerpo del sol —respondió Sancho— zos, amarillentos, se descubren iguales todos, con una monotonía desesperante. , que en el que yo vi a su grandeza no era sino casa muy pequeña? Hace una hora que habéis salido de —Debía de estar retirada entonces —respondió don Quijote— en algún Criptana; ahora, por primera vez, al do- blar una loma distinguís en la lejanía pequeño apartamiento de su alcázar, solazándose a solas con sus doncellas, remotísima, allá en los confines del hori- como es uso y costumbre de las altas señoras y princesas. zonte, una torre diminuta y una mancha negruzca, apenas visible en la uniformi- —Señor —dijo Sancho—, ya que vuestra merced quiere, a pesar mío, dad plomiza del paisaje. Esto es el pueblo que sea alcázar la casa de mi señora Dulcinea, ¿es hora esta por ventura de del Toboso. Todavía han de transcurrir un hallar la puerta abierta? ¿Y será bien que demos aldabazos para que nos par de horas antes de que penetremos en sus calles. El panorama no varía; veis los oyan y nos abran, metiendo en alboroto y rumor toda la gente? ¿Vamos por mismos barbechos, los mismos liegos dicha a llamar a la casa de nuestras mancebas, como hacen los abarraganados, hoscos, los mismos alcaceles tenues. que llegan y llaman y entran a cualquier hora, por tarde que sea? Acaso en una distante ladera alcanzáis a descubrir un cuadro de olivos, cenicien- —Hallemos primero una por una el alcázar —replicó don Quijote—, tos, solitarios, simétricos. Y no tornáis a que entonces yo te diré, Sancho, lo que será bien que hagamos. Y advierte, ver ya en toda la campiña infinita ni un rastro de arboledas. Las encinas que es- Sancho, o que yo veo poco o que aquel bulto grande y sombra que desde taban propincuas al Toboso y entre las que aquí se descubre la debe de hacer el palacio de Dulcinea.

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—Pues guíe vuestra merced —respondió Sancho—: quizá será así; don Quijote aguardaba el regreso de San- aunque yo lo veré con los ojos y lo tocaré con las manos, y así lo creeré cho, han desaparecido. (...) El silencio es profundo; no descubrís ni un ser viviente; yo como creer que es ahora de día. el reposo parece que se ha solidificado. Y en el fondo, más allá de todas estas rui- Guió don Quijote, y habiendo andado como docientos pasos, dio nas, destacando sobre un cielo cenicien- con el bulto que hacía la sombra, y vio una gran torre, y luego conoció to, lívido, tenebroso, hosco, trágico, se di- que el tal edificio no era alcázar, sino la iglesia principal del pueblo. Y visa un montón de casuchas pardas, te- rrosas, negras, con paredes agrietadas, dijo: con esquinazos desmoronados, con te- chos hundidos, con chimeneas desploma- —Con la iglesia hemos dado, Sancho. das, con solanas que se bombean y do- blan para caer, con tapiales de patios —Ya lo veo —respondió Sancho—, y plega a Dios que no demos con anchamente desportillados (...). ¿Cómo nuestra sepultura, que no es buena señal andar por los cimenterios a tales el pueblo del Toboso ha podido llegar a horas, y más habiendo yo dicho a vuestra merced, si mal no me acuerdo, este grado de decadencia?, pensáis vo- sotros mientras dejáis la plaza. “El Toboso que la casa desta señora ha de estar en una callejuela sin salida. –os dicen- era antes una población cau- dalosa, ahora no es ya ni la sombra de lo —¡Maldito seas de Dios, mentecato! —dijo don Quijote—. ¿Adón- que fue en aquellos tiempos. Las casas de has tú hallado que los alcázares y palacios reales estén edificados en que se hunden no tornan a ser edificadas; callejuelas sin salida? los moradores emigran a los pueblos cer- canos; las viejas familias de los hidalgos —Señor —respondió Sancho—, en cada tierra su uso: quizá se usa –enlazadas con uniones consanguíneas aquí en el Toboso edificar en callejuelas los palacios y edificios gran- desde hace dos o tres generaciones- aca- ban ahora sin descendencia”. Y vais re- des; y, así, suplico a vuestra merced me deje buscar por estas calles o corriendo calles y calles. Y tornáis a ver callejuelas que se me ofrecen: podría ser que en algún rincón topase muros ruinosos, puertas tapiadas, arcos con ese alcázar, que le vea yo comido de perros, que así nos trae corri- despedazados. ¿Dónde estaba la casa de Dulcinea? ¿Era realmente Dulcinea esta dos y asendereados. Aldonza Zarco de Morales de que hablan los cronistas?” AZORÍN, La ruta de don Qui- —Habla con respeto, Sancho, de las cosas de mi señora —dijo don jote, Cátedra, Madrid, 1984. Quijote—, y tengamos la fiesta en paz, y no arrojemos la soga tras el *** *** *** caldero. —Yo me reportaré —respondió Sancho—, pero ¿con qué paciencia podré llevar que quiera vuestra merced que de sola una vez que vi la casa de nuestra ama la haya de saber siempre y hallarla a media noche, no hallándola vuestra merced, que la debe de haber visto millares de veces? —Tú me harás desesperar, Sancho —dijo don Quijote—. Ven acá, hereje: ¿no te he dicho mil veces que en todos los días de mi vida no he visto a la sin par Dulcinea, ni jamás atravesé los umbrales de su pala- cio, y que solo estoy enamorado de oídas y de la gran fama que tiene de hermosa y discreta?

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—Ahora lo oigo —respondió Sancho—; y digo que pues vuestra mer- ced no la ha visto, ni yo tampoco. —Eso no puede ser —replicó don Quijote—, que por lo menos ya me has dicho tú que la viste ahechando trigo, cuando me trujiste la respuesta de la carta que le envié contigo. —No se atenga a eso, señor —respondió Sancho—, porque le hago sa- ber que también fue de oídas la vista y la respuesta que le truje; porque así sé yo quién es la señora Dulcinea como dar un puño en el cielo. —Sancho, Sancho —respondió don Quijote—, tiempos hay de burlar y tiempos donde caen y parecen mal las burlas. No porque yo diga que ni he visto ni hablado a la señora de mi alma has tú de decir también que ni la has hablado ni visto, siendo tan al revés como sabes. Estando los dos en estas pláticas, vieron que venía a pasar por donde estaban uno con dos mulas, que por el ruido que hacía el arado, que arras- traba por el suelo, juzgaron que debía de ser labrador, que habría madruga- do antes del día a ir a su labranza, y así fue la verdad. Venía el labrador cantando aquel romance que dicen: Mala la hubistes, franceses, en esa de Roncesvalles. —Que me maten, Sancho —dijo en oyéndole don Quijote—, si nos ha de suceder cosa buena esta noche. ¿No oyes lo que viene cantando ese villano? —Sí oigo —respondió Sancho—, pero ¿qué hace a nuestro propósito la caza de Roncesvalles? Así pudiera cantar el romance de Calaínos, que todo fuera uno para sucedernos bien o mal en nuestro negocio. Llegó en esto el labrador, a quien don Quijote preguntó: —¿Sabréisme decir, buen amigo, que buena ventura os dé Dios, dónde son por aquí los palacios de la sin par princesa doña Dulcinea del Toboso? —Señor —respondió el mozo—, yo soy forastero y ha pocos días que estoy en este pueblo sirviendo a un labrador rico en la labranza del campo. En esa casa frontera viven el cura y el sacristán del lugar; entrambos o cualquier dellos sabrá dar a vuestra merced razón desa señora princesa, porque tienen la lista de todos los vecinos del Toboso, aunque para mí ten- go que en todo él no vive princesa alguna: muchas señoras, sí, principales, que cada una en su casa puede ser princesa.

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—Pues entre esas —dijo don Quijote— debe de estar, amigo, esta por quien te pregunto. —Podría ser —respondió el mozo—; y adiós, que ya viene el alba. Y dando a sus mulas, no atendió a más preguntas. Sancho, que vio sus- penso a su señor y asaz mal contento, le dijo: —Señor, ya se viene a más andar el día y no será acertado dejar que nos halle el sol en la calle: mejor será que nos salgamos fuera de la ciudad y que vuestra merced se embosque en alguna floresta aquí cercana, y yo volveré de día, y no dejaré ostugo en todo este lugar donde no busque la casa, alcázar o palacio de mi señora, y asaz sería de desdichado si no le hallase; y hallándole, hablaré con su merced y le diré dónde y cómo queda vuestra merced esperando que le dé orden y traza para verla, sin menoscabo de su honra y fama. —Has dicho, Sancho —dijo don Quijote—, mil sentencias encerradas en el círculo de breves palabras: el consejo que ahora me has dado le apetezco y recibo de bonísima gana. Ven, hijo, y vamos a buscar donde me embosque, que tú volverás, como dices, a buscar, a ver y hablar a mi señora, de cuya discreción y cortesía espero más que milagrosos favores. Rabiaba Sancho por sacar a su amo del pueblo, porque no averiguase la mentira de la respuesta que de parte de Dulcinea le había llevado a Sierra Morena, y, así, dio priesa a la salida, que fue luego, y a dos millas del lugar hallaron una floresta o bosque, donde don Quijote se emboscó en tanto que Sancho volvía a la ciudad a hablar a Dulcinea, en cuya embajada le suce- dieron cosas que piden nueva atención y nuevo crédito.

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CAPÍTULO X (II)

Donde se cuenta la industria que Sancho tuvo para encantar a la señora “CONTEXTOS” Dulcinea, y de otros sucesos tan ridículos como verdaderos

“Sancho Panza, temeroso de que don Qui- jote descubra la mentira de su mensaje a legando el autor desta grande historia a contar lo que en este capí- Dulcinea, logra que salgan del Toboso y tulo cuenta, dice que quisiera pasarle en silencio, temeroso de que se instalen en un encinar. Desde allí envía L no había de ser creído, porque las locuras de don Quijote llegaron don Quijote a Sancho nuevamente al aquí al término y raya de las mayores que pueden imaginarse, y aun pasa- Toboso con el encargo de solicitar de Dulcinea licencia para que el caballero la ron dos tiros de ballesta más allá de las mayores. Finalmente, aunque con vea y reciba su bendición. Sancho se se- este miedo y recelo, las escribió de la misma manera que él las hizo, sin para de su amo y, sentado al pie de un añadir ni quitar a la historia un átomo de la verdad, sin dársele nada por árbol hace unas largas reflexiones sobre su comprometida situación. La solución objeciones que podían ponerle de mentiroso; y tuvo razón, porque la ver- que halla es sencilla e ingeniosa a la vez. dad adelgaza y no quiebra, y siempre anda sobre la mentira, como el aceite Ve que por el camino, viniendo del Toboso, sobre el agua. se acercan tres labradoras montadas en tres borricos, y corre hacia don Quijote y Y así, prosiguiendo su historia, dice que así como don Quijote se emboscó le anuncia que se aproxima Dulcinea rica- en la floresta, encinar o selva junto al gran Toboso, mandó a Sancho volver mente ataviada y acompañada de dos de sus doncellas. Don Quijote no lo pone en a la ciudad y que no volviese a su presencia sin haber primero hablado de duda, sale al camino y manifiesta a San- su parte a su señora, pidiéndola fuese servida de dejarse ver de su cautivo cho que solo ve a tres labradoras monta- caballero y se dignase de echarle su bendición, para que pudiese esperar das en tres borricos. Sancho extrema su admiración y sorpresa porfiando en que por ella felicísimos sucesos de todos sus acometimientos y dificultosas se trata de tres encumbradas damas, empresas. Encargóse Sancho de hacerlo así como se le mandaba y de traer- riquísimamente vestidas, y casi a viva fuer- le tan buena respuesta como le trujo la vez primera. za lleva a don Quijote hacia ellas, se arro- dilla ante una de las labradoras y le habla —Anda, hijo —replicó don Quijote—, y no te turbes cuando te vieres imitando lo mejor que puede los términos caballerescos que suele usar don Quijote ante la luz del sol de hermosura que vas a buscar. ¡Dichoso tú sobre todos (“Reina y princesa y duquesa de la her- los escuderos del mundo! Ten memoria, y no se te pase della cómo te reci- mosura, vuestra altivez y grandeza sea be: si muda las colores el tiempo que la estuvieres dando mi embajada; si se servida de recebir en su gracia y buen ta- desasosiega y turba oyendo mi nombre; si no cabe en la almohada, si acaso lante al cautivo caballero vuestro, que allí está hecho piedra mármol...”). En efecto, la hallas sentada en el estrado rico de su autoridad; y si está en pie, mírala si don Quijote está estupefacto, porque ve a se pone ahora sobre el uno, ahora sobre el otro pie; si te repite la respuesta tres labradoras, y que la que Sancho con- que te diere dos o tres veces; si la muda de blanda en áspera, de aceda en sidera Dulcinea es “no de muy buen ros- tro porque era carirredonda y chata”. Pero amorosa; si levanta la mano al cabello para componerle, aunque no esté entonces cree comprender que el malig- desordenado... Finalmente, hijo, mira todas sus acciones y movimientos,

- 120 - Tercer día Ruta literaria El Quijote Castilla-La Mancha, 2005 porque si tú me los relatares como ellos fueron, sacaré yo lo que ella tiene no encantador que le persigue ha puesto escondido en lo secreto de su corazón acerca de lo que al fecho de mis “nubes y cataratas” en sus ojos y ha trans- formado la hermosura de dulcinea en la amores toca: que has de saber, Sancho, si no lo sabes, que entre los amantes vulgaridad de una labradora. Las labrado- las acciones y movimientos exteriores que muestran cuando de sus amores ras siguen su camino y don Quijote y San- se trata son certísimos correos que traen las nuevas de lo que allá en lo cho comentan el incidente. El segundo porfía en que se trataba de tres altas da- interior del alma pasa. Ve, amigo, y húyete otra mejor ventura que la mía, y mas y pondera la belleza, riqueza y buen vuélvate otro mejor suceso del que yo quedo temiendo y esperando en esta olor de Dulcinea; el primero confiesa, de- amarga soledad en que me dejas. sazonado, que no ha conseguido ver sino tres labradoras y que dulcinea era fea y —Yo iré y volveré presto —dijo Sancho—; y ensanche vuestra merced, olía a ajos. Sancho ha salido con la suya. Por segunda vez ha presentado ante don señor mío, ese corazoncillo, que le debe de tener agora no mayor que una Quijote una ficción de Dulcinea. Primero avellana, y considere que se suele decir que buen corazón quebranta mala fue cuando le relató su fingido mensaje, y ventura, y que donde no hay tocinos, no hay estacas; y también se dice: amoldó su mentira a la realidad de Aldonza «Donde no piensa, salta la liebre». Dígolo porque si esta noche no halla- Lorenzo. Ahora, a una labradora franca- mente fea, la ha convertido en Dulcinea mos los palacios o alcázares de mi señora, agora que es de día los pienso encantada. Es la segunda deformación del hallar, cuando menos los piense; y hallados, déjenme a mí con ella. auténtico personaje, porque ya sabemos que la real Aldonza Lorenzo era una moza —Por cierto, Sancho —dijo don Quijote—, que siempre traes tus “de muy buen parecer” y esta labradora refranes tan a pelo de lo que tratamos cuanto me dé Dios mejor ventura era fea y desagradable”. RIQUER, MARTÍN DE, Para leer a Cervantes, Acantilado, Barce- en lo que deseo. lona, 2003. Esto dicho, volvió Sancho las espaldas y vareó su rucio, y don Qui- *** *** *** jote se quedó a caballo descansando sobre los estribos y sobre el arrimo de su lanza, lleno de tristes y confusas imaginaciones, donde le dejare- mos, yéndonos con Sancho Panza, que no menos confuso y pensativo se apartó de su señor que él quedaba; y tanto, que apenas hubo salido del bosque, cuando, volviendo la cabeza, y viendo que don Quijote no parecía, se apeó del jumento y, sentándose al pie de un árbol, comenzó a hablar consigo mesmo y a decirse: —Sepamos agora, Sancho hermano, adónde va vuesa merced. ¿Va a buscar algún jumento que se le haya perdido? —No, por cierto. —Pues ¿qué va a buscar? —Voy a buscar, como quien no dice nada, a una princesa, y en ella al sol de la hermosura y a todo el cielo junto. —¿Y adónde pensáis hallar eso que decís, Sancho? —¿Adónde? En la gran ciudad del Toboso. —Y bien, ¿y de parte de quién la vais a buscar? —De parte del famoso caballero don Quijote de la Mancha, que desface los tuertos y da de comer al que ha sed y de beber al que ha hambre. —Todo eso está muy bien. ¿Y sabéis su casa, Sancho? —Mi amo dice que han de ser unos reales palacios o unos soberbios alcázares. —¿Y habéisla visto algún día por ventura? —

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Ni yo ni mi amo la habemos visto jamás. —¿Y paréceos que fuera acertado y bien hecho que si los del Toboso supiesen que estáis vos aquí con inten- ción de ir a sonsacarles sus princesas y a desasosegarles sus damas, vinie- sen y os moliesen las costillas a puros palos y no os dejasen hueso sano? — En verdad que tendrían mucha razón, cuando no considerasen que soy man- dado, y que Mensajero sois, amigo, no merecéis culpa, non. —No os fiéis en eso, Sancho, porque la gente manchega es tan colé- rica como honrada y no consiente cosquillas de nadie. Vive Dios que si os huele, que os mando mala ventura. — ¡Oxte, puto! ¡Allá darás, rayo! ¡No, sino ándeme yo buscando tres pies al gato por el gusto ajeno! Y más, que así será buscar a Dulcinea por el Toboso como a Marica por Ravena o al bachiller en Salamanca. ¡El diablo, el diablo me ha metido a mí en esto, que otro no! Este soliloquio pasó consigo Sancho, y lo que sacó dél fue que vol- vió a decirse: —Ahora bien, todas las cosas tienen remedio, si no es la muerte, debajo de cuyo yugo hemos de pasar todos, mal que nos pese, al acabar de la vida. Este mi amo por mil señales he visto que es un loco de atar, y aun también yo no le quedo en zaga, pues soy más mentecato que él, pues le sigo y le sirvo, si es verdadero el refrán que dice: «Dime con quién andas, decirte he quién eres», y el otro de «No con quien naces, sino con quien paces». Sien- do, pues, loco, como lo es, y de locura que las más veces toma unas cosas por otras y juzga lo blanco por negro y lo negro por blanco, como se pare- ció cuando dijo que los molinos de viento eran gigantes, y las mulas de los religiosos dromedarios, y las manadas de carneros ejércitos de enemigos, y otras muchas cosas a este tono, no será muy difícil hacerle creer que una labradora, la primera que me topare por aquí, es la señora Dulcinea; y cuan- do él no lo crea, juraré yo, y si él jurare, tornaré yo a jurar, y si porfiare, porfiaré yo más, y de manera que tengo de tener la mía siempre sobre el hito, venga lo que viniere. Quizá con esta porfía acabaré con él que no me envíe otra vez a semejantes mensajerías, viendo cuán mal recado le traigo dellas, o quizá pensará, como yo imagino, que algún mal encantador de estos que él dice que le quieren mal la habrá mudado la figura, por hacerle mal y daño. Con esto que pensó Sancho Panza quedó sosegado su espíritu y tuvo por bien acabado su negocio, y deteniéndose allí hasta la tarde, por dar lugar a

- 122 - Tercer día Ruta literaria El Quijote Castilla-La Mancha, 2005 que don Quijote pensase que le había tenido para ir y volver del Toboso. Y sucedióle todo tan bien, que cuando se levantó para subir en el rucio vio que del Toboso hacia donde él estaba venían tres labradoras sobre tres po- llinos, o pollinas, que el autor no lo declara, aunque más se puede creer que eran borricas, por ser ordinaria caballería de las aldeanas; pero como no va mucho en esto, no hay para qué detenernos en averiguarlo. En resolución, así como Sancho vio a las labradoras, a paso tirado volvió a buscar a su señor don Quijote, y hallóle suspirando y diciendo mil amorosas lamenta- ciones. Como don Quijote le vio, le dijo: —¿Qué hay, Sancho amigo? ¿Podré señalar este día con piedra blan- ca o con negra? —Mejor será —respondió Sancho— que vuesa merced la señale con almagre, como rétulos de cátedras, porque le echen bien de ver los que le vieren. —De ese modo —replicó don Quijote—, buenas nuevas traes. “Tú, Sancho, entendías muy bien a tu amo, —Tan buenas —respondió Sancho—, que no tiene más que hacer vuesa pues todo lo que te decía eran dichos muy claros y muy entendedores, y veías, sin merced sino picar a Rocinante y salir a lo raso a ver a la señora Dulcinea del embargo, que tus ojos te mostraban otra Toboso, que con otras dos doncellas suyas viene a ver a vuesa merced. cosa y sospechabas que tu amo desva- riaba por loco y dudabas de lo que veías, —¡Santo Dios! ¿Qué es lo que dices, Sancho amigo? —dijo don Qui- y a pesar de ello le creías, pues ibas tras jote—. Mira no me engañes, ni quieras con falsas alegrías alegrar mis sus pasos. Y mientras tu cabeza te decía que no, decíate tu corazón que sí, y tu verdaderas tristezas. voluntad te llevaba en contra de tu enten- dimiento y a favor de tu fe. —¿Qué sacaría yo de engañar a vuesa merced —respondió Sancho—, y En mantener esa lucha entre el corazón y más estando tan cerca de descubrir mi verdad? Pique, señor, y venga, y la cabeza, entre el sentimiento y la inteli- verá venir a la princesa nuestra ama vestida y adornada, en fin, como quien gencia, y en que aquel diga ¡sí! mientras ésta dice ¡no! y ¡no! cuando la otra ¡sí!, en ella es. Sus doncellas y ella todas son una ascua de oro, todas mazorcas de esto y no en ponerlos de acuerdo consis- perlas, todas son diamantes, todas rubíes, todas telas de brocado de más de te la fe fecunda y salvadora: para los diez altos; los cabellos, sueltos por las espaldas, que son otros tantos rayos sanchos por lo menos. Y aun para los del sol que andan jugando con el viento; y, sobre todo, vienen a caballo quijotes, porque veremos dudar a don Quijote mismo”. UNAMUNO, MIGUEL DE, Vida sobre tres cananeas remendadas, que no hay más que ver. de don Quijote y Sancho, Espasa Calpe, Buenos Aires, 1952. —Hacaneas querrás decir, Sancho. *** *** *** —Poca diferencia hay —respondió Sancho—; de cananeas a hacaneas; pero, vengan sobre lo que vinieren, ellas vienen las más galanas señoras que se puedan desear, especialmente la princesa Dulcinea mi señora, que pasma los sentidos.

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—Vamos, Sancho hijo —respondió don Quijote—, y en albricias destas no esperadas como buenas nuevas te mando el mejor despojo que ganare en la primera aventura que tuviere, y si esto no te contenta, te mando las crías que este año me dieren las tres yeguas mías, que tú sabes que quedan para parir en el prado concejil de nuestro pueblo. —A las crías me atengo —respondió Sancho—, porque de ser buenos los despojos de la primera aventura no está muy cierto. Ya en esto salieron de la selva y descubrieron cerca a las tres aldeanas. Tendió don Quijote los ojos por todo el camino del Toboso, y como no vio sino a las tres labradoras, turbóse todo y preguntó a Sancho si las había dejado fuera de la ciudad. —¿Cómo fuera de la ciudad? —respondió—. ¿Por ventura tiene vuesa merced los ojos en el colodrillo, que no vee que son estas las que aquí vienen, resplandecientes como el mismo sol a medio día? —Yo no veo, Sancho —dijo don Quijote—, sino a tres labradoras sobre tres borricos. —¡Agora me libre Dios del diablo! —respondió Sancho—. ¿Y es posi- ble que tres hacaneas, o como se llaman, blancas como el ampo de la nieve, le parezcan a vuesa merced borricos? ¡Vive el Señor que me pele estas barbas si tal fuese verdad! —Pues yo te digo, Sancho amigo —dijo don Quijote—, que es tan ver- dad que son borricos, o borricas, como yo soy don Quijote y tú Sancho Panza; a lo menos, a mí tales me parecen. —Calle, señor —dijo Sancho—, no diga la tal palabra, sino despabile esos ojos y venga a hacer reverencia a la señora de sus pensamientos, que ya llega cerca. Y, diciendo esto, se adelantó a recebir a las tres aldeanas y, apeándose del rucio, tuvo del cabestro al jumento de una de las tres labradoras y, hin- cando ambas rodillas en el suelo, dijo: —Reina y princesa y duquesa de la hermosura, vuestra altivez y gran- deza sea servida de recebir en su gracia y buen talente al cautivo caballero vuestro, que allí está hecho piedra mármol, todo turbado y sin pulsos, de verse ante vuestra magnífica presencia. Yo soy Sancho Panza, su escudero, y él es el asendereado caballero don Quijote de la Mancha, llamado por otro nombre el Caballero de la Triste Figura.

- 124 - Tercer día Ruta literaria El Quijote Castilla-La Mancha, 2005

A esta sazón ya se había puesto don Quijote de hinojos junto a Sancho y miraba con ojos desencajados y vista turbada a la que Sancho llamaba reina y señora; y como no descubría en ella sino una moza aldeana, y no de muy buen rostro, porque era carirredonda y chata, estaba suspenso y admirado, sin osar desplegar los labios. Las labradoras estaban asimismo atónitas, viendo aquellos dos hombres tan diferentes hincados de rodillas, que no dejaban pasar adelante a su compañera; pero rompiendo el silencio la dete- nida, toda desgraciada y mohína, dijo: —Apártense nora en tal del camino, y déjenmos pasar, que vamos depriesa. A lo que respondió Sancho: —¡Oh princesa y señora universal del Toboso! ¿Cómo vuestro mag- nánimo corazón no se enternece viendo arrodillado ante vuestra subli- mada presencia a la coluna y sustento de la andante caballería? Oyendo lo cual otra de las dos, dijo: —Mas ¡jo, que te estrego, burra de mi suegro! ¡Mirad con qué se vienen los señoritos ahora a hacer burla de las aldeanas, como si aquí no supiésemos echar pullas como ellos! Vayan su camino e déjenmos hacer el nueso, y serles ha sano. —Levántate, Sancho —dijo a este punto don Quijote—, que ya veo que la fortuna, de mi mal no harta, tiene tomados los caminos todos por donde pueda venir algún contento a esta ánima mezquina que tengo en las carnes. Y tú, ¡oh estremo del valor que puede desearse, término de la humana gen- tileza, único remedio deste afligido corazón que te adora!, ya que el malig- no encantador me persigue y ha puesto nubes y cataratas en mis ojos, y para solo ellos y no para otros ha mudado y transformado tu sin igual hermosura y rostro en el de una labradora pobre, si ya también el mío no le ha cambia- do en el de algún vestiglo, para hacerle aborrecible a tus ojos, no dejes de mirarme blanda y amorosamente, echando de ver en esta sumisión y arro- dillamiento que a tu contrahecha hermosura hago la humildad con que mi alma te adora . —¡Tomá que mi agüelo! —respondió la aldeana—. ¡Amiguita soy yo de oír resquebrajos! Apártense y déjenmos ir, y agradecérselo hemos. Apartóse Sancho y dejóla ir, contentísimo de haber salido bien de su enredo.

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Apenas se vio libre la aldeana que había hecho la figura de Dulcinea, cuando, picando a su cananea con un aguijón que en un palo traía, dio a correr por el prado adelante; y como la borrica sentía la punta del agui- jón, que le fatigaba más de lo ordinario, comenzó a dar corcovos, de manera que dio con la señora Dulcinea en tierra; lo cual visto por don Quijote, acudió a levantarla, y Sancho a componer y cinchar el albarda, que también vino a la barriga de la pollina. Acomodada, pues, la albar- da, y quiriendo don Quijote levantar a su encantada señora en los bra- zos sobre la jumenta, la señora, levantándose del suelo, le quitó de aquel trabajo, porque, haciéndose algún tanto atrás, tomó una corridica y, pues- tas ambas manos sobre las ancas de la pollina, dio con su cuerpo, más ligero que un halcón, sobre la albarda, y quedó a horcajadas, como si fuera hombre; y entonces dijo Sancho: —¡Vive Roque que es la señora nuestra ama más ligera que un alco- tán y que puede enseñar a subir a la jineta al más diestro cordobés o mexicano! El arzón trasero de la silla pasó de un salto, y sin espuelas hace correr la hacanea como una cebra. Y no le van en zaga sus donce- llas, que todas corren como el viento. Y así era la verdad, porque, en viéndose a caballo Dulcinea, todas picaron tras ella y dispararon a correr, sin volver la cabeza atrás por espacio de más de media legua. Siguiólas don Quijote con la vista, y cuando vio que no parecían, volviéndose a Sancho, le dijo: —Sancho, ¿qué te parece cuán mal quisto soy de encantadores? Y mira hasta dónde se estiende su malicia y la ojeriza que me tienen, pues me han querido privar del contento que pudiera darme ver en su ser a mi señora. En efecto, yo nací para ejemplo de desdichados y para ser blanco y terrero donde tomen la mira y asiesten las flechas de la mala fortuna. Y has también de advertir, Sancho, que no se contentaron estos traidores de haber vuelto y transformado a mi Dulcinea, sino que la transformaron y volvieron en una figura tan baja y tan fea como la de aquella aldeana, y juntamente le quitaron lo que es tan suyo de las prin- cipales señoras, que es el buen olor, por andar siempre entre ámbares y entre flores. Porque te hago saber, Sancho, que cuando llegué a subir a Dulcinea sobre su hacanea, según tú dices, que a mí me pareció borrica, me dio un olor de ajos crudos, que me encalabrinó y atosigó el alma. —¡Oh canalla! —gritó a esta sazón Sancho—. ¡Oh encantadores acia-

- 126 - Tercer día Ruta literaria El Quijote Castilla-La Mancha, 2005 gos y malintencionados, y quién os viera a todos ensartados por las agallas, como sardinas en lercha! Mucho sabéis, mucho podéis y mucho más ha- céis. Bastaros debiera, bellacos, haber mudado las perlas de los ojos de mi señora en agallas alcornoqueñas, y sus cabellos de oro purísimo en cerdas de cola de buey bermejo, y, finalmente, todas sus faciones de buenas en malas, sin que le tocárades en el olor, que por él siquiera sacáramos lo que estaba encubierto debajo de aquella fea corteza; aunque, para decir verdad, nunca yo vi su fealdad, sino su hermosura, a la cual subía de punto y quila- tes un lunar que tenía sobre el labio derecho, a manera de bigote, con siete o ocho cabellos rubios como hebras de oro y largos de más de un palmo. —A ese lunar —dijo don Quijote—, según la correspondencia que tie- nen entre sí los del rostro con los del cuerpo, ha de tener otro Dulcinea en la tabla del muslo que corresponde al lado donde tiene el del rostro; pero muy luengos para lunares son pelos de la grandeza que has significado. —Pues yo sé decir a vuestra merced —respondió Sancho— que le pare- cían allí como nacidos. —Yo lo creo, amigo —replicó don Quijote—, porque ninguna cosa puso la naturaleza en Dulcinea que no fuese perfecta y bien acabada; y así, si tuviera cien lunares como el que dices, en ella no fueran lunares, sino lunas y estrellas resplandecientes. Pero dime, Sancho: aquella que a mí me pare- ció albarda que tú aderezaste, ¿era silla rasa o sillón? —No era —respondió Sancho— sino silla a la jineta, con una cubierta de campo que vale la mitad de un reino, según es de rica. —¡Y que no viese yo todo eso, Sancho! —dijo don Quijote—. Ahora torno a decir y diré mil veces que soy el más desdichado de los hombres. Harto tenía que hacer el socarrón de Sancho en disimular la risa, oyendo las sandeces de su amo, tan delicadamente engañado. Finalmente, después de otras muchas razones que entre los dos pasaron, volvieron a subir en sus bestias y siguieron el camino de Zaragoza, adonde pensaban llegar a tiem- po que pudiesen hallarse en unas solenes fiestas que en aquella insigne ciudad cada año suelen hacerse. Pero antes que allá llegasen les sucedieron cosas que, por muchas, grandes y nuevas, merecen ser escritas y leídas, como se verá adelante.

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CAPÍTULO LXI (II)

“CONTEXTOS” De lo que le sucedió a don Quijote en la entrada de Barcelona, con otras cosas que tienen más de lo verdadero que de lo discreto

“Ya tenemos en ciudad a don Quijote, y nada menos que en la grande y florida ciu- res días y tres noches estuvo don Quijote con Roque, y si estuviera dad condal de Barcelona, “archivo de la T trecientos años, no le faltara qué mirar y admirar en el modo de su cortesía, albergue de los extranjeros, hos- vida: aquí amanecían, acullá comían; unas veces huían, sin saber de quién, pital de los pobres, patria de los valientes, venganza de los ofendidos y correspon- y otras esperaban, sin saber a quién; dormían en pie, interrompiendo el dencia grata de firmes amistades y en si- sueño, mudándose de un lugar a otro. Todo era poner espías, escuchar cen- tio y belleza única”, como más adelante, tinelas, soplar las cuerdas de los arcabuces, aunque traían pocos, porque en el capítulo LXXII, la llama el historia- todos se servían de pedreñales. Roque pasaba las noches apartado de los dor. Allí, al rayar el día, apacentó en el mar su vista, pareciéndole espaciosísimo y suyos, en partes y lugares donde ellos no pudiesen saber dónde estaba, largo, vio las galeras y se halló de fiesta. porque los muchos bandos que el visorrey de Barcelona había echado sobre Y vino la burla ciudadana de los amigos su vida le traían inquieto y temeroso, y no se osaba fiar de ninguno, temien- de Roque, que rodeando a don Quijote, al son de chirimías y atabales le llevaron a do que los mismos suyos o le habían de matar o entregar a la justicia. Vida, la ciudad, donde los muchachos le hicie- por cierto, miserable y enfadosa. ron ser derribado de Rocinante, poniendo a este aliagas bajo el rabo. En fin, por caminos desusados, por atajos y sendas encubiertas, par- ¡Pobre don Quijote, paseado por la ciudad tieron Roque, don Quijote y Sancho con otros seis escuderos a Barcelo- con tu ecce homo a espaldas! Ya estás convertido en curiosidad ciudadana.” na. Llegaron a su playa la víspera de San Juan, en la noche, y abrazando UNAMUNO, MIGUEL DE, Vida de don Quijote y Roque a don Quijote y a Sancho, a quien dio los diez escudos prometi- Sancho, Espasa Calpe, Buenos Aires, dos, que hasta entonces no se los había dado, los dejó, con mil ofreci- 1952. mientos que de la una a la otra parte se hicieron. *** *** *** Volvióse Roque, quedóse don Quijote esperando el día, así a caballo como estaba, y no tardó mucho cuando comenzó a descubrirse por los balcones del oriente la faz de la blanca aurora, alegrando las yerbas y las flores, en lugar de alegrar el oído: aunque al mesmo instante alegra- ron también el oído el son de muchas chirimías y atabales, ruido de cascabeles, «¡trapa, trapa, aparta, aparta!» de corredores que, al pare- cer, de la ciudad salían. Dio lugar la aurora al sol, que, un rostro mayor que el de una rodela, por el más bajo horizonte poco a poco se iba le- vantando.

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Tendieron don Quijote y Sancho la vista por todas partes: vieron el mar, hasta entonces dellos no visto; parecióles espaciosísimo y largo, harto más “Son unos días en que los dos manche- que las lagunas de Ruidera que en la Mancha habían visto; vieron las gale- gos, hombres de tierra adentro, nacidos y ras que estaban en la playa, las cuales, abatiendo las tiendas, se descubrie- criados en una aldea, se sumergen en la ron llenas de flámulas y gallardetes que tremolaban al viento y besaban y movida y multiforme vida de una gran ciu- dad, donde les esperan las mayores ma- barrían el agua; dentro sonaban clarines, trompetas y chirimías, que cerca y ravillas y, a la postre, el mayor desenga- lejos llenaban el aire de suaves y belicosos acentos. Comenzaron a moverse ño. Nunca habían estado rodeados de tan- y a hacer un modo de escaramuza por las sosegadas aguas, correspondién- ta gente; extrañan tanto bullicio, no pue- den disimularlo y se convierten en objeto doles casi al mismo modo infinitos caballeros que de la ciudad sobre her- de atracción de cuantos les rodean. mosos caballos y con vistosas libreas salían. Los soldados de las galeras Este último aspecto es potenciado por un disparaban infinita artillería, a quien respondían los que estaban en las importante cambio explícitamente decla- murallas y fuertes de la ciudad, y la artillería gruesa con espantoso estruen- rado en las primeras líneas del capítulo, el papel de simple espectador y ridículo do rompía los vientos, a quien respondían los cañones de crujía de las gale- comparsa que Cervantes hace jugar a don ras. El mar alegre, la tierra jocunda, el aire claro, solo tal vez turbio del Quijote. (...) humo de la artillería, parece que iba infundiendo y engendrando gusto súbi- Son, en definitiva páginas en que don Qui- jote está totalmente ausente; ha ido to en todas las gentes. No podía imaginar Sancho cómo pudiesen tener difuminándose y acabará borrándose del tantos pies aquellos bultos que por el mar se movían. En esto llegaron co- todo cuando en las galeras se vea inmer- rriendo, con grita, lililíes y algazara, los de las libreas adonde don Quijote so en un combate naval que queda en sim- ple escaramuza. El desencanto y la me- suspenso y atónito estaba, y uno dellos, que era el avisado de Roque, dijo lancolía del Quijote no está, como tanto en alta voz a don Quijote: ha dicho la crítica romántica, en el con- traste entre el idealismo del héroe y la pro- —Bien sea venido a nuestra ciudad el espejo, el farol, la estrella y el saica y vulgar realidad, sino en los capí- norte de toda la caballería andante, donde más largamente se contiene; bien tulos que nos ocupan: todo el ardor caba- sea venido, digo, el valeroso don Quijote de la Mancha: no el falso, no el lleresco de don Quijote se desmorona y aniquila cuando la situación requiere va- ficticio, no el apócrifo que en falsas historias estos días nos han mostrado, lentía y heroísmo, confirmando que su sino el verdadero, el legal y el fiel que nos describió Cide Hamete Benengeli, locura es puramente intelectual o libresca flor de los historiadores. y que la obra no es una sátira del héroe ni de las caballerías, sino de la literatura ca- No respondió don Quijote palabra, ni los caballeros esperaron a que la balleresca”. Martín de Riquer, en el volu- men complementario a la edición del Qui- respondiese, sino, volviéndose y revolviéndose con los demás que los se- jote dirigida por Francisco Rico. Instituto guían, comenzaron a hacer un revuelto caracol alderredor de don Quijote, Cervantes y Editorial Crítica, Barcelona, el cual, volviéndose a Sancho, dijo: 1998. *** *** *** —Estos bien nos han conocido: yo apostaré que han leído nuestra histo- ria, y aun la del aragonés recién impresa. Volvió otra vez el caballero que habló a don Quijote y díjole: —Vuesa merced, señor don Quijote, se venga con nosotros, que todos somos sus servidores y grandes amigos de Roque Guinart.

Tercer día - 129 - Ruta literaria El Quijote Castilla-La Mancha, 2005

A lo que don Quijote respondió: —Si cortesías engendran cortesías, la vuestra, señor caballero, es hija o parienta muy cercana de las del gran Roque. Llevadme do quisiéredes, que yo no tendré otra voluntad que la vuestra, y más si la queréis ocupar en vuestro servicio. Con palabras no menos comedidas que estas le respondió el caballero, y encerrándole todos en medio, al son de las chirimías y de los atabales, se encaminaron con él a la ciudad; al entrar de la cual, el malo que todo lo malo ordena, y los muchachos que son más malos que el malo, dos dellos traviesos y atrevidos se entraron por toda la gente y, alzando el uno de la cola del rucio y el otro la de Rocinante, les pusieron y encajaron sendos manojos de aliagas. Sintieron los pobres animales las nuevas espuelas y, apretando las colas, aumentaron su disgusto de manera que, dando mil corcovos, dieron con sus dueños en tierra. Don Quijote, corrido y afrenta- do, acudió a quitar el plumaje de la cola de su matalote, y Sancho, el de su rucio. Quisieran los que guiaban a don Quijote castigar el atrevimiento de los muchachos, y no fue posible, porque se encerraron entre más de otros mil que los seguían. Volvieron a subir don Quijote y Sancho; con el mismo aplauso y música llegaron a la casa de su guía, que era grande y principal, en fin como de caballero rico, donde le dejaremos por agora, porque así lo quiere Cide Hamete.

- 130 - Tercer día Cuarto día Almagro Calatrava la Nueva

Ruta literaria El Quijote Castilla-La Mancha, 2005

La Ruta LMAGRO: Almagro ha sido históricamente la capital y el centro A político, económico y cultural de una amplia comarca que se cono- ce con el nombre de Campo de Calatrava. El Campo de Calatrava, que se halla situado en el centro de la provin- cia de Ciudad Real, se define por dos rasgos muy característicos, uno histórico y otro geológico: su pertenencia al dominio de la orden de Calatrava y el relieve volcánico. LOS VOLCANES DEL CAMPO DE En Almagro o en sus alrededores próximos se encuentran abun- CALATRAVA: En España, salvo el caso de dantes vestigios del paleolítico y del neolítico y, sobre todo, de la edad las islas Canarias, existen contadas co- del Bronce. marcas volcánicas. El Campo de Calatrava es una de ellas: la más extensa y, quizás, De esta época son las Motillas y los Poblados en Altura. De las prime- la menos conocida, valorada y protegida ras, en el término de Almagro se encuentra la motilla de los Palacios, históricamente. entre la ermita de la Virgen de las Nieves y Daimiel; de los segundos, Aquí, sobre el relieve inicial de sierras y tenemos Boca Puchero, al sur del cerro de la Yezosa, dominando el valle llanadas incide durante la era Terciaria el fenómeno del vulcanismo en dos etapas: del Jabalón; y muy próximos están el castillejo del Acebuchar y, sobre una de menor importancia desarrollada todo, la Encantada, que es el más importante y el mejor conocido. hace 6 u 8 millones de años y otra, más intensa, que tuvo lugar hace unos 4,5 mi- Más problemáticos son los datos del poblamiento romano en Almagro, llones de años. si bien muy cerca estuvo ubicada la importante ciudad de Oretum, (en Las formas volcánicas (conocidas actual- Granátula, junto al Jabalón). Lo mismo puede decirse de la ocupación mente en esta tierra como cabezas, árabe, la cual, a falta de vestigios materiales indudables, ha dejado, se- cabezos, hoyas o negrizales... según los casos) se superponen y modifican el re- gún parece, el nombre mismo de Almagro, aunque los estudiosos no se lieve preexistente retocándolo y ponen de acuerdo sobre cómo habría que interpretarlo. dislocándolo, y produciendo la obturación y adaptación de la red hidrográfica. La primera aparición fehaciente de Almagro en las crónicas data del Se pueden distinguir tres tipos principa- año 1273, cuando el rey Alfonso X convoca aquí unas supuestas cortes. les de volcanes: Hay, sin embargo, datos más o menos confusos que permiten datar el a) Volcanes de lava: Constituidos mediante fuero de la población en 1213 y la confirmación de éste por Fernando III mecanismos eruptivos muy efusivos com- en 1222. puestos esencialmente por coladas lávicas. Los hay de dos clases: De todo ello se deduce que Almagro entra en la historia de forma in- - Los de amplios mantos lávicos muy flui- equívoca en los años posteriores a la batalla de las Navas de Tolosa, dos que forman conos piroclásticos de pe- queñas dimensiones y coladas de lava li- cuando el dominio cristiano se asienta definitivamente al sur del Guadiana sas y homogéneas que se expanden en y amenaza con desparramarse inmediatamente por Andalucía. abanico sobre varios kilómetros cuadra- dos (La Atalaya en Ballesteros, el Enebrillo De todas formas, si Almagro llegó a sobresalir entre los demás pueblos en Pozuelo, la Halconera, Cabeza de la de la comarca y a proyectarse espléndidamente hacia el futuro fue porque Plata, Cerro Zurriaga en Ciudad Real);

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- y los formados por coladas muy espe- en un momento dado se convirtió en la sede de los maestres de la orden sas y cortas, acumuladas y solidificadas de Calatrava y, consiguientemente, en capital efectiva de la misma. en las inmediaciones del punto de emi- sión, que originan aparatos volcánicos en Asentada ya como cabecera de la orden de Calatrava, Almagro expe- forma de cúpula (Cabezo Galiana –Ciudad rimenta un permanente auge económico y demográfico. Se establece prác- Real–, Cerro Negro y Cabezo de Pesca- dores –Poblete–). ticamente la actual trama urbana dentro de un recinto amurallado, cuyos b) Volcanes de gas: Que han generado, vestigios se observan aún hoy en las “rondas” y en los restos de algunas a partir de dinámicas eruptivas puertas, y en el centro de él se va configurando la Plaza Mayor, auténtica freatomagmáticas y freáticas, unas es- joya de la arquitectura popular almagreña. tructuras volcánicas denominadas maares o cráteres explosivos (hoyas). LA PLAZA MAYOR: He aquí, extractado, cómo la describe Clementina Son los centros eruptivos más abundan- Díez en Almagro, arquitectura y sociedad: tes y representativos del Campo de Calatrava y en ellos se distinguen dos En el centro del casco histórico de Almagro se ubica la plaza mayor. Su tipos: configuración morfológica inicial resulta difícil de precisar ya que este es- - Maares de sierra, que constan de depre- siones circulares o semielípticas de unos pacio público fue sustancialmente modificado en el siglo XVI. No obstante, 500 a 1.000 m de diámetro entalladas en la génesis responde a la misma concepción de las plazas centrales de las las crestas cuarcíticas y con cráteres ciudades medievales de nueva creación. La Plaza Mayor de Almagro es asimétricos y escarpados de taludes su- un rectángulo ligeramente irregular de 104,5 m de longitud por 37 m de periores a los 100 m. Los más interesan- anchura. La ubicación inicial de la plaza, como continuación de la vía pú- tes son los ubicados en la Sierra de las Medias Lunas, a unos 5 km al SO de blica principal, la del Mercado, debe relacionarse con la primera y funda- Valverde (Laguna de la Posadilla o mental función de este espacio público: constituir un marco adecuado para Portillejo); en Almagro hay por lo menos el emplazamiento de las transacciones comerciales. Desde la fundación uno (el de Cervera); y de Almagro, esta plaza albergó las múltiples actividades mercantiles que - Maares de llanadas que están constitui- la principal ciudad de la orden de Calatrava desarrolló desde el siglo XIII: dos por grandes depresiones circulares o semielípticas de más de 1.500 m de diá- el comercio diario y el mercado semanal y, a partir de 1372, con la autori- metro, labradas unos 20 o 40 m por de- zación concedida por Enrique II, las dos ferias anuales de tres semanas bajo de la superficie topográfica y que dis- de duración. Resulta difícil precisar la fecha de la instalación de los porta- ponen de orlas anulares. Destacan los les destinados al comercio y a la pequeña industria en Almagro, pero a maares de Poblete y Cuelgaperros y las finales del siglo XV la zonificación comercial de la plaza y sus inmediacio- hoyas de Almagro, Nandín o el Mortero. Muchos de estos cráteres (y de los de sie- nes debía estar plenamente consolidada [...]. rra) están ocupados por lagunas de alto interés ecológico y paisajístico. La Plaza Mayor como espacio colectivo prioritario quedó enmarcada c) Volcanes mixtos: Son los de mayor por dos edificios, representativos del poder espiritual (la iglesia de San relevancia en el paisaje: forman conos Bartolomé) y del poder temporal (el ayuntamiento y el palacio maestral). piroclásticos terminados en cráteres cir- Al margen de otras funciones comerciales o estéticas, la plaza mayor de culares o desportillados que han emiti- Almagro tuvo desde el principio una clara funcionalidad de índole religiosa do amplias coladas lávicas de superfi- cies lisas. Destacan los centros al estar ubicada delante de la primitiva parroquia de San Bartolomé, pa- eruptivos de la Conejera (Ballesteros), trón de la ciudad. La plaza mayor cumple también la función de escenario Yezosa (Almagro), Columba (Granátula) urbano monumental. Esta función, consistente en dotar a la ciudad de un y Peñarroya (Alcolea). Constan de co- escenario monumental y abierto para el desarrollo de actividades lúdicas nos de grandes dimensiones (entre los o cívicas, fue abordada a lo largo del siglo XVI, resultando decisiva en la 70 y los 130 m sobre la superficie topográfica) y sus coladas, al configuración formal de la plaza que adquirió entonces el aspecto definiti-

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vo del que goza en la actualidad. Con este fin, las fachadas de los sopor- encauzarse por pequeños vallejos y ba- tales se organizaron con galerías corridas. El acceso a las galerías se rrancos, han producido modificaciones efectuaba a través de sendas escaleras laterales situadas respectivamente en el trazado y perfil de los valles flu- viales próximos (casos del Tamujar y el en el callejón del Toril y en el del Villar, los cuales, al estar ubicados estra- Jabalón, desviados respectivamente por tégicamente en el centro de los lados mayores de la plaza, permitían la las lavas de los volcanes de la Conejera ocupación y el desalojo del modo más cómodo posible. Este carácter de y Columba). espacio escénico determinó igualmente la regularidad de las alturas, que Un fenómeno característico de la comar- quedaron unificadas por un tejado corrido y la disminución de la altura de ca, íntimamente asociado al vulcanismo, es la compleja red de manantiales los pisos, que se redujeron al mínimo de una persona de pie, para poder termales, denominados popularmente her- situar dos plantas. La composición final quedó definida por un rectángulo, videros o fuentes de agua agria. La deno- cuya longitud es el doble que su anchura, en el que la fábrica adintelada minación que reciben resulta del alto con- de los soportales se compone de un total de ochenta y una columnas tenido de anhídrido carbónico que se des- toscanas de piedra caliza (treinta y una en los portales del callejón del prende en forma de borbotones y propor- ciona un sabor picante, acentuado al Villar y cincuenta en los del Toril). Sobre las columnas y apoyada en zapa- acompañarse de hidróxidos de hierro y de tas de madera se sustenta la viguería y el resto de entramado de madera manganeso. Estos manantiales han inter- que constituye la estructura de la obra. Su similitud con otras plazas man- venido decisivamente en los procesos de chegas y castellanas es evidente. Comparada con éstas es posible com- encostramiento ferruginoso (que permi- probar el proceso de transformación histórica al que han estado someti- tieron la explotación de mineral de hierro en el siglo pasado) y posibilitaron la cons- das, ya que presentan fases diferentes. La fase primera o inicial, constitui- trucción de pequeños balnearios, de los da por galerías abiertas con balaustres y pies derechos de madera sobre cuales sobreviven, en estado más o me- columnas toscanas de piedra, se ha mantenido en plazas como las de nos precario, los baños de Fuensanta, San Carlos del Valle o Tembleque. La segunda fase, o momento de tabi- Fontecha, Sacristanía, San Cristóbal y car las galerías constituyendo palcos acristalados, que en fechas poste- Villar del Pozo. Tanto los materiales explosivos como riores han sido completamente privatizados, se percibe en la plaza de los lávicos han sido empleados desde Almagro, en la de Tordesillas y en algunos tramos de la de la Solana. época neolítica hasta el siglo XIX como Finalmente, la tercera y última fase se produce al tabicar la galería con utensilios de labranza, piedras de moli- muros de fábrica pero respetando el entramado de madera que queda a la no, materiales de construcción, pavi- vista; ejemplos típicos de esta intervención se encuentran en la plaza de mentos, etc., dentro de un orden racio- nal. Sin embargo, a partir de 1964 se la Solana y en pueblos de la Alcarria, como Atienza o Hita. inicia una explotación minera intensa ba- sada en la extracción masiva de Además de la Plaza, el patrimonio arquitectónico de Almagro es impre- piroclastos, sobre todo lapillis y ceni- sionante. He aquí una breve síntesis: zas, utilizados como áridos, balastro para las obras de infraestructura viaria LOS PALACIOS: La condición de cabecera de la Orden hizo que en y, principalmente, como aditivo para la Almagro se establecieran familias de importante posición económica y so- fabricación de cementos puzolánicos (las puzolanas, lapilli de pequeño tama- cial, que procuraron destacar visiblemente mediante sus viviendas; entre ño, se mezclan con escayola o cemen- ellas destacan: to y permiten la fabricación de un mate- rial ligero, incombustible, aislante de los PALACIO DE LOS MEDRANO: Se halla en la calle de San Agustín; ruidos y de las variaciones de tempera- posee dos torreones de ladrillo y conserva magníficos artesonados con tura, que cada vez se usa más en las escudos tallados en las grandes vigas de la familia de la Cueva y Ávila, construcciones modernas). Más del sus fundadores. También es interesante la rejería. 50% del total nacional se extrae de aquí: anualmente 500.000 Tm.

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El resultado ha sido la destrucción total o CASA DEL MAYORAZGO DE MOLINA: En la Plaza, al lado del Corral parcial de una veintena de volcanes. En la de Comedias. La fundó don Diego de Molina el Viejo, que fue arcipreste actualidad, por lo menos otros tantos es- de la orden de Calatrava. Dos grandes columnas de granito sostienen una tán en grave peligro (hay concesiones a empresas mineras por 90 años). ¿Habría poderosa viga de madera en la que están tallados los escudos de esta alguna forma de armonizar la actividad familia y motivos claramente de influencia indiana; es tradición que esta económica con la conservación de este viga fue el palo mayor de la nave de un almirante de la carrera de Indias, formidable patrimonio natural? que al final de su vida activa se la trajo a adornar su casa de Almagro. La *** *** *** portada de esta casa, dentro de los soportales de la plaza mayor, es tam- bién de granito con el clásico almohadillado pétreo de la época y la corona el escudo familiar en el que se distinguen las armas de Molina, Dávila y Fajardo. CASA DE ROSALES: Al comienzo de la calle de las Nieves. Por el escudo que remata esta portada sabemos que la labró don Pedro de Ro- sales y Medrano, Garnica y Peralta, cuyos cuatro cuarteles forman este blasón que corona empenachado casco. Estos escudos están tallados en el remate de la portada de frontis partido, y debajo de la misma, encima del balcón principal y en letras latinas, está grabado el lema de la casa: ’A sólo Dios el Honor’. La puerta de entrada se adorna con notables clavos de forja del siglo XVII. CASA DE LOS OVIEDO: Al final de la calle de Ramón y Cajal, en la del Marqués de las Hormazas. Los Oviedo son una de las mejores familias de la ciudad, cuyo blasón de banda dragonada acompañada de dos estrellas sostienen dos niños desnudos con un rollo de papeles bajo el brazo. CASA DE LOS MARQUESES DE LAS HORMAZAS: Sólo queda la que fue portada principal, de estilo renacimiento y un precioso escudo con un águila, un león y un árbol arrancado. En la calle de las Nieves, entrando desde la Plaza, se hallan tres im- portantes casas: En la acera derecha, la de los WESSEL, con un blasón de clara influencia germánica, acostado y coronado del casco de hidalgo, y la CASA DEL PRIOR, con una portada espléndida, también del renaci- miento; en la de la izquierda está la portada de la casa de los XEDLER, que se hallaba en el pradillo de Franciscas (hoy de Cervantes) y fue tras- ladada aquí piedra a piedra, también de estilo renacimiento, con adornos de grutescos, un casco coronado de plumas e interesantes granadas. CASA DEL CAPELLÁN DE LAS BERNARDAS: en la plaza de santo DIEGO DE ALMAGRO: Diego Almagro na- Domingo; tiene el escudo de la familia de los Oviedo, sus fundadores. ció entre 1475 y 1480 en Almagro, lugar Como estos capellanes tenían la categoría de abades, el escudo va ro- del que tomó el apellido por ser hijo ilegí- timo de Juan de Montenegro y Elvira deado del sombrero y las borlas. La portada es de sencilla hermosura y Gutiérrez. conserva las primitivas maderas de sus puertas y los clavos de la época.

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PALACIO DE LOS MARQUESES DE TORREMEGÍA: En la plaza de En 1514 se embarcó hacia las Indias en santo Domingo, hoy escuela-hogar. Está presidida por una enorme porta- la expedición de Pedro Arias Dávila a Castilla del Oro o Tierra Firme, la actual da de piedra que nos habla de su historia. Las jambas de su puerta y el Panamá. Allí conoció al conquistador Fran- dintel de estilo neoclásico, con las armas de los Oviedo, nos cuentan que cisco Pizarro con el que se asoció en en sus principios fue de esta poderosa familia. El matrimonio formado por 1524, junto al clérigo Hernando de Luque, don Gaspar Mexía Osorio y doña Catalina de Oviedo y Zúñiga labró en el para explorar y conquistar los territorios siglo XVII la parte alta que corona un tejadillo en pico, el cual cobija el del suroeste de Sudamérica, en la costa del Pacífico. Sus dos primeras expedicio- escudo con las dos armas. nes por esta zona, realizadas entre los PALACIO DE VALDEPARAÍSO: En la calle Bernardas, enfrente del años 1524-1525 y 1526-1528, revelaron las sorprendentes riquezas del Imperio pradillo del mismo nombre. Sus dos torres, coronadas por veletas con la inca en las tierras recién descubiertas. En cruz de Calatrava, su barroca portada y la complicada heráldica que la 1529, tras la firma de las Capitulaciones adorna hacen de esta casa uno de los mejores edificios de la ciudad. El de Toledo, la Corona española autorizó a primer conde de Valdeparaíso, que fue ministro de Fernando VI, casó con Pizarro la conquista y gobernación de Perú, que pasó a denominarse Nueva la segunda marquesa de Añavete, propietaria de esta casa. Tuvo este Castilla. Reunidos Almagro y Pizarro en palacio en sus orígenes una reja principal, cambiada luego por un balcón 1532, iniciaron desde Cajamarca la con- a cuyos lados están, con complicados adornos, tallados los escudos de quista del territorio de los incas y, des- las familias. Sostenidos por ángeles y superados por barrocas coronas, el pués de ejecutar al soberano Atahualpa, de la derecha tiene los de Rozas, Maldonado, Bustamante y Treviño; el de partieron hacia Cuzco. Ocupada esta ciu- dad en 1533, Almagro marchó a tomar la izquierda, los de Arias, Mieses, Maldonado y Sagramena. posesión del litoral peruano y fundó la ciu- En la calle Bernardas hay bastantes casas señoriales con portadas de dad de Trujillo, frente a las aspiraciones del conquistador Pedro de Alvarado. En piedra entre las que destaca la de MONZÓN, con su escudo de la banda 1535 el emperador Carlos V recompensó dragonada, la jarra de lirios y la cruz de Calatrava. a Almagro con la gobernación de Nueva En la calle del capitán Parras existe la primitiva casa solar de los Toledo, al sur de Perú, y el título de ade- lantado de las tierras más allá del lago ZÚÑIGA, según nos dice el escudo de su dintel rodeado de una corona Titicaca, en los territorios del actual Chile. de laurel. La expedición a esta región partió en ju- Los edificios enumerados más arriba tienen en común la característica nio de 1533 y llegó hasta el valle de Aconcagua, a mediados de 1536. Tras de ser o haber sido residencias particulares de las familias que los cons- regresar a Perú en 1537, Almagro tomó la truyeron. Hay, sin embargo, otros dos edificios que no gozan de tal carác- ciudad de Cuzco por considerar que per- ter en sentido estricto pero que están estrechamente emparentados con tenecía a su gobernación. Este hecho pro- ellos: las casas maestrales y el almacén de los Fúcares. vocó una lucha entre almagristas y pizarristas, que concluyó en 1538 con la EL ALMACÉN DE LOS FÚCARES: En la calle Arzobispo Cañizares, victoria de los hermanos Pizarro en la ba- debió de construirse poco después de 1525, cuando Carlos V arrendó a talla de las Salinas. Almagro fue hecho prisionero y ejecutado en julio de 1538 en los Fúcares la explotación de las minas de Almadén y las rentas de los Cuzco. En su ciudad natal se le recuerda maestrazgos. Responde a la necesidad de contar con unas oficinas don- con una estatua ecuestre, no muy afortu- de se centralizara el ingente negocio que ello suponía. Arquitectónicamente nada, en la plaza Mayor, donde estuvo la responde a la técnica mudéjar, si bien sintetizada con la moda renacentista antigua iglesia de san Bartolomé. En el entonces en pleno vigor, y probablemente fuera realizado por albañiles pedestal de la estatua hay copiadas dos espléndidas octavas reales de la Araucana, musulmanes. Lo más interesante de él es el magnífico patio central, don- una dedicada a Chile y la otra al propio de tal síntesis se evidencia de forma perfecta. La galería inferior está for- don Diego. mada por catorce columnas toscanas de piedra caliza sobre las que descan- *** *** ***

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san arcos mudéjares de medio punto, realizados con ladrillo. La superior, con antepechos de balaustres en piedra, presenta también columnas toscanas sobre pilares en las que se apoyan arcos rebajados. La portada exterior presenta una disposición renacentista de gran sencillez en la que las jambas y el dintel, con sillares almohadillados, enmarcan el vano de ingreso que debió estar presidido en su día por un escudo de los Fúcares, hoy desaparecido. LOS PALACIOS MAESTRALES: Sede de la corte de los caballeros calatravos y centro político, administrativo y judicial de los mismos desde mediados del siglo XIII hasta finales del XV, cuando los reyes adjudicaron éstos a la corona, los palacios maestrales ocuparon una vasta extensión (toda la manzana comprendida entre las actuales calles del Gran Maestre, Emilio Piñuela, San Agustín y Plaza mayor). Actualmente se halla restau- rado y acondicionado para albergar el Museo Nacional del teatro.

LAS IGLESIAS Y CONVENTOS: IGLESIA DE MADRE DE DIOS: Aunque es bastante popular una le- yenda que la vincula a cierto episodio de la vida de don Diego de Almagro, parece cierto que su origen es mucho más prosaico: la necesidad de dotar a Almagro, que había aumentado considerablemente su población a prin- cipios del siglo XVI, de una segunda parroquia en condiciones, puesto que la de San Bartolomé no daba abasto. Las obras fueron encomendadas a Enrique Egas, el mozo, miembro de una ilustre familia de arquitectos muy vinculada a Toledo. Corresponde a un tipo de construcción religiosa inaugurado dos siglos antes en Alema- nia y que en España, sobre todo, en los núcleos rurales, tuvo un gran éxito: Las llamadas iglesias de salón, caracterizadas por espacios am- plios y unitarios, de una gran monumentalidad conseguida con elementos constructivos bastante sencillos. El templo tiene planta rectangular y tres naves sostenidas por recias columnas. La nave central remata en un ábside poligonal, mientras que las naves laterales tienen cabeceras semicirculares. En el exterior se apre- cian sólidos contrafuertes. La fachada principal es bien austera: sólo una cornisa (que da la vuelta a todo el edificio) y un enorme rosetón sirven de elementos decorativos. La torre permanece inacabada. ERMITA DE SAN BLAS: Fue edificada por los Fúcares nada más lle- gar éstos a Almagro, sobre las ruinas de una pequeña ermita preexisten- te. La inscripción en latín que se halla encima de la puerta principal dice que la iglesia está dedicada al Salvador, y así fue conocida al menos has- ta el siglo XVIII.

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Tiene una sola nave cubierta con una excelente bóveda de crucería cuyos nervios descansan en ménsulas decoradas con el escudo de los Fúcares. El exterior es bastante anodino, salvo en lo que respecta a las dos portadas que tiene la iglesia, una a los pies y la otra lateral. Estas dos portadas, claramente renacentistas, contrastan con la es- tructura gótica del resto del edificio, cosa que acontece muy frecuente- mente en otros edificios religiosos de la época tanto en España como fuera de ella: Estructura esencial gótica, elementos decorativos renacientes. La portada lateral, en el lado de la epístola, está constituida por un arco de medio punto, enmarcado por un alfiz que forman un dintel y unas pilastrillas laterales. Sobre él hay una hornacina flanqueada por los escu- dos de los Fúcares y un cartelón que contiene la inscripción fundacional en latín. De los elementos decorativos que incluye cabe destacar los grutescos, seres fantásticos mitad animales mitad vegetales, muy utiliza- dos en la ornamentación renacentista. La otra portada, más sencilla y mucho peor conservada, incluye una hermosa clavazón de las que –muy expresivamente– se conocen con el MATEO ALEMÁN, GUZMÁN DE nombre de teta de monja. ALFARACHE Y ALMAGRO: Mateo Alemán, CONVENTO DE LA ASUNCIÓN DE CALATRAVA: Fundado a instan- el creador de Guzmán de Alfarache, estu- cias del Comendador mayor de la orden de Calatrava don Gutierre de vo en Almagro comisionado para averi- guar el trato que los Fúcares daban a los Padilla, estaba inicialmente destinado a hospital, pero en el transcurso de galeotes en las mimas de Almadén. Viajo su larguísimo período de edificación se cambiaron las pretensiones origi- de Madrid a Almagro entre los días 20 y nales y finalmente, a partir de 1554 y durante casi tres siglos, estuvo habi- 24 de enero de 1593, y aquí tuvo que li- tado por monjas calatravas. diar una agria pelea con los representan- tes de los Fúcares (especialmente Juan En 1815, las monjas abandonaron el edificio y en él se instalaron los Xedler, de cuya casa se conserva una freires calatravos que habían abandonado a su vez el sacro convento de magnífica portada con un ostentoso es- Calatrava la Nueva. Éstos permanecieron aquí hasta 1836, año en que se cudo en la calle de las Nieves) en la que suprimieron las órdenes militares. Estuvo dedicado a diversos usos y pa- se mostró implacable y honradísimo fun- cionario. Su criatura, Guzmán de deció múltiples vicisitudes desde entonces hasta 1903 en que lo ocuparon Alfarache, hizo también el mismo viaje los dominicos, los cuales, mal que bien, aún continúan habitándolo. huyendo de Madrid y en Almagro (en don- En lo actualmente conservado cabe destacar la iglesia y el claustro. La de entró por la calle de Villa Real, hoy Gran Maestre, y se hospedó en un mesón de la iglesia es de una sola nave coronada por bóveda de crucería. Se conser- plaza) se alistó en una compañía como van en el suelo de la iglesia tres estupendas losas sepulcrales que cubren soldado. los cuerpos de tres importantes personajes de la orden calatrava: don Mateo Alemán hizo aparecer en su novela García López de Padilla, último maestre de la orden, Antonio de Torres, a los galeotes (muy probablemente como comendador de Torroba, y don García de Padilla, comendador mayor de resultado de la experiencia que él mismo había vivido como inspector) y lo mismo Calatrava. La iglesia tiene dos portadas, una a los pies, lisa y anodina, hizo un poco después Cervantes (Alemán recompuesta a principios de este siglo; y otra en la calle de Bolaños, ac- en 1604 y Cervantes en 1605). ¿Serían tualmente tapiada, es de estilo renacentista y está rematada por un escu- estos galeotes de los que iban a las mi- do imperial muy deteriorado. nas de Almadén?

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Pero las coincidencias entre Alemán y El claustro, de mucho mayor interés, es quizás la pieza arquitectónica Cervantes son muchas más. Germán más valiosa de toda la ciudad. Es cuadrado, está formado por arcos de Bleiberg las recoge: Nacieron el mismo medio punto sostenidos por sesenta columnas cuyos fustes son de már- año con un día de diferencia (Alemán el 28 de septiembre, Cervantes el 29), hijos mol blanco de Carrara, mientras que las basas, los capiteles, la balaustra- de padres que tenían oficios semejantes, da y los propios arcos están tallados en piedra arenisca. Los arcos de la llevaron ambos vidas agitadas, fueron es- planta baja son de orden jónico y los de la planta superior, toscanos. Entre critores tardíos, vieron continuadas sus los arcos –y profusamente por todo el edifico– se repite el escudo de los obras maestras por usurpadores anóni- Padilla (tres sartenes coronadas de medias lunas). mos; Cervantes quiso pasar a las Indias y Alemán lo hizo (acompañado de un ejem- En el claustro bajo hay siete puertas y dos ventanas labradas primoro- plar del Quijote de 1605), muertos con samente en estilo plateresco, con gran abundancia de grutescos como en poca diferencia... Sin embargo, ¿llegaron la portada de San Blas. a conocerse? ¿tuvieron alguna relación? ¿se influyeron literariamente de algún También es muy destacable la escalera de piedra, grandiosa, que se modo? sitúa en el ángulo sur-este. En el ángulo opuesto hay otra escalera minús- *** *** *** cula, pero también del mayor interés. Otros detalles mencionables de este magnífico edifico son la antigua portada principal, con un gran arco escarzano, que se ha recuperado re- cientemente, y el artesonado que cubre una de sus salas. CONVENTO DE LA ENCARNACIÓN: Inicialmente destinado a monjas franciscanas, lo ocuparon finalmente monjas dominicas en 1579 y en él permanecen hasta el día de hoy. Su mayor importante reside en la iglesia, escasamente decorada como corresponde a la moda que inició Juan de Herrera, dividida en dos cuerpos, uno para las monjas de clausura –el coro– y otro para los fieles comunes. La portada principal, modificada en el siglo XVIII a instancias del conde de Valdeparaíso, es un arco de medio punto encima del cual dos enormes leones sostienen un escudo culminado por una corona a la que se agarran dos figuras infantiles. IGLESIA DE SAN BARTOLOMÉ: Como ya se ha dicho, la primitiva parroquia de San Bartolomé ocupaba el lado occidental de la Plaza Mayor. Como consecuencia del famoso terremoto de Lisboa (1755) quedó tan deteriorada que fue preciso abandonarla. Dado que aproxi- madamente por las mismas fechas los jesuitas fueron expulsados de España, la parroquia se trasladó a la iglesia de la Compañía de Jesús y allí continúa hasta hoy, salvo un breve paréntesis en que la actual LOS FÚCARES: Los Fúcares (en alemán, iglesia de san Bartolomé fue ocupada por los calatravos y la parroquia Fugger) fueron una famosa familia alema- hubo de mudarse a San Blas. na de banqueros y comerciantes de los siglos XV y XVI. Su fundador, Johannes La iglesia, como todo el edificio en que se ubica –el antiguo colegio de Fugger (1348-1409), se dedicó a los teji- los jesuitas–, se compagina fielmente con el estilo y las técnicas construc-

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tivas que caracterizan a esta orden religiosa: sencillez, austeridad, par- dos cerca de Augsburgo, donde creó un quedad en los detalles ornamentales, uso de materiales nada ostentosos, importante taller de pañería. Sus hijos funcionalidad, solidez constructiva... ampliaron el negocio, y la siguiente gene- ración aportó gran riqueza a la familia. La iglesia fue edificada a partir de 1625, cuando el resto del edificio Ulrich (1441-1510) fue banquero de los Habsburgo, mientras que Jakob (1459- estaba ya concluido, y su construcción se prolongó más de un siglo. Po- 1525) tenía intereses en minas de plata y see planta de cruz latina, nave única con capillas laterales y cúpula sobre cobre. Los negocios de la familia con es- el crucero; es decir, el modelo típico de todas las iglesias jesuíticas. La pecias, lana y seda abarcaban casi toda nave, en su parte alta, cuenta con balcones o tribunas que servían para Europa y su riqueza les daba la posibili- que los jesuitas preservaran la intimidad de sus rezos. Toda la iglesia esta dad de hacer grandes préstamos a Maximiliano I de Alemania a cambio de enlucida de yeso con decoración barroca. La fachada, en piedra y ladrillo, hipotecas sobre terrenos. Cuando la línea está flanqueada por dos torres y posee una hornacina con una escultura de Jakob se acabó, los hijos de su her- del santo. En la cubierta del templo destaca una esbelta cúpula con tejado mano Georg (1453-1506) —Raymund de pizarra, culminada con una linterna que dota al interior de una lumino- (1489-1535) y Anton (1493-1560)— lle- sidad muy sugestiva. Actualmente hay en el altar mayor una buena copia varon a los Fugger a la cumbre de su ri- queza e influencia. Los fondos de la fami- del famoso cuadro de Ribera El martirio de San Bartolomé (¿o de san lia ayudaron a Carlos I a conseguir el tro- Felipe?). no imperial y continuaron prestándole di- nero, con lo que accedieron a importan- EL CONVENTO DE SANTA CATALINA: Conocido también popularmen- tes negocios en España, como el arren- te como de San Francisco, se halla igualmente extramuros de la ciudad, damiento de los maestrazgos de las órde- frente al antiguo portillo y ronda a los que da nombre. Fue ocupado por los nes militares, que incluía las importantes frailes en 1612 y en él permanecieron hasta su desamortización. Cedido minas de mercurio de Almadén. En 1530 al Ayuntamiento, fue destinado a hospital y, más tarde, vuelto a ocupar por Raymund y Anton obtuvieron en propie- dad los bienes hipotecados, en 1534 el los franciscanos que lo abandonaron definitivamente en 1948. Actualmen- derecho a acuñar moneda y en 1541 los te, y tras las pertinentes reformas, se dedica a parador de turismo. poderes de un príncipe sobre sus tierras. Diversos miembros de la familia estuvie- Como consecuencia de todo ello lo que se conserva hoy de su traza ron entre los principales banqueros de los original es bien poco: la iglesia, el claustro y poco más. La iglesia tiene reyes de España, particularmente en el planta de cruz latina con una sola nave cubierta por una bóveda de medio siglo XVI. Los miembros de la familia cañón. La portada exterior, adintelada, está precedida por un pórtico sus- Fugger alcanzaron las posiciones más al- tentado en arcos de medio punto. tas, tanto en el Estado como en la Iglesia. Reunieron grandes bibliotecas y coleccio- EL MONASTERIO DE LA CONCEPCIÓN BERNARDA: Se ubica en la nes de pintura, y fueron mecenas de las plazuela de santo Domingo, al comienzo de la calle a la que da nombre; artes y las ciencias. En Almagro, ellos y sus representantes tuvieron gran poder e fue edificado antes de 1750 y estuvo ocupado por monjas bernardas has- influencia y de ellas quedan vestigios ar- ta 1842. En ese año, el conde de Casa Valiente, descendiente de los fun- quitectónicos muy importantes: Iglesia de dadores, consiguió que revertiera en él la propiedad del inmueble y, al año san Blas, almacén de los Fúcares, casas siguiente, lo vendió. de los Wessel y de los Xedler... Mateo Ale- mán es el primero que emplea el sustanti- Actualmente no queda del edificio nada más que la iglesia y en un vo fúcar, convertido en nombre común, estado desastroso. Es muy sencilla y semejante a otras de la ciudad como para significar hombre extraordinariamente la de Santa Catalina, la Encarnación o el santuario de las Nieves. Está rico. Cervantes hará lo mismo en el capí- tulo 23 de la segunda parte del Quijote. cubierta con un una bóveda de medio cañón y, en el crucero, por una cúpula de media naranja. La fachada, sin adornos de ninguna clase, tiene *** *** ***

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dos portadas; sobre la principal hay una hornacina en la que aparece talla- da la imagen de San Bernardo de Claraval; por encima y sobresaliendo un poco del nivel del tejado, hay un mirador cerrado con una celosía. EL CONVENTO DE SAN AGUSTÍN: Lo que resta de él –la iglesia y la puerta del convento– se halla entre las calles de la Feria y de san Agustín. Se construyó –después de una agria polémica entre agustinos y jesuitas en la que mediaron el arzobispado de Toledo, las autoridades calatravas y las fuerzas vivas locales– en el primer cuarto del siglo XVIII. Con la des- amortización fue vendido a unos particulares especialmente desaprensi- vos pues se apresuraron a derribar el convento y pretendieron quemar los retablos para fundir el oro que los cubría. Una decidida actuación del ve- cindario evitó el desastre puesto que la iglesia fue recomprada por sus- cripción popular. La iglesia, semejante a la de San Bartolomé, tiene una nave principal y dos laterales más bajas con capillas en la planta baja y tribunas en la planta superior. Esta cubierta por bóveda de medio punto y cúpula de medio cañón. La portada de la iglesia, situada a los pies, es un arco de medio punto flanqueada por columnas decoradas con bajorrelieves. Sobre ella, dos angelillos sostienen una custodia. En las puertas están labrados el cora- zón en llamas y la mitra, símbolos de la orden de San Agustín. Estos mis- mos símbolos se repiten en la vecina portada del convento. Pero lo más notable de la iglesia es su decoración interior con pinturas al temple que cubren las bóvedas, la cúpula y parte del crucero y forman un abigarrado y atractivo repertorio de imágenes que se han clasificado en tres categorías: decorativas (grutescos, arquitecturas fingidas, hojas de acanto, flores, frutos, pájaros...), simbólicas (cáliz, paloma, pez, ancla, custodia, cordero...) y narrativas (visión y éxtasis de San Agustín, lavato- rio de los pies, San Agustín predicando...).

OTROS EDIFICIOS: EL CORRAL DE COMEDIAS: Desde la Edad Media hubo representa- ciones teatrales en iglesias, atrios y otros espacios públicos. El Concilio de Trento estableció normas más restrictivas y, durante los siglos en que el teatro hoy llamado clásico fue el espectáculo y la diversión popular por antonomasia, las funciones hubieron de refugiarse en los “corrales”, tam- bién por razones de utilidad práctica. Los “corrales” eran, en efecto, corrales o patios de las posadas que solían existir en cualquier pueblo o ciudad mínimamente importante. Su

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estructura, a base de corredores abiertos que permitían el acceso a las diferentes habitaciones, era fácilmente adaptable al uso teatral, pues bas- taba con habilitar un simple escenario en una de las paredes; además, se contaba con que las posadas eran, por definición, lugares a los que todo el mundo puede acceder. El Corral de Comedias de Almagro, que se empezaría a usar a finales del siglo XVI o principios del XVII, fue uno más de los numerosísimos que debió haber en toda España y no precisamente de los más grandes o mejor acondicionados. Actualmente, sin embargo, una circunstancia for- tuita y feliz le ha hecho sobresalir por encima de todos los demás: Es el único que ha llegado hasta nosotros intacto, en su cabal estructura primi- tiva. De ahí la enorme importancia que, como vestigio casi arqueológico de una época gloriosa de nuestra literatura, tiene en nuestros días. Por otro lado, Almagro le debe una buena parte de su popularidad actual y de su importancia como centro cultural y artístico. Se da, pues, una sugeren- te paradoja: Una construcción humilde, común, absolutamente anodina en su tiempo, ha llegado a eclipsar, al menos parcialmente, a todo un conjunto de construcciones levantadas expresamente con voluntad artís- tica y propósitos de notoriedad perdurable. Estudiemos esta cenicienta del patrimonio almagreño que, tocada por la varita mágica de la casualidad y la fortuna, es hoy su joya más preciada y su patrimonio más rentable. Seguimos, también en este caso, a Clementina Díez de Valdeón: El Corral de Comedias se halla en la Plaza. Abre su modesta puerta al lado de la portada espectacular de la casa del mayorazgo de Molina. A continuación de la puerta se halla un vestíbulo o zaguán empedrado de cantos rodados que, en tiempos, haría las veces de dormitorio común de los viajeros más pobres. Pasado el zaguán se encuentra el patio o Corral propiamente dicho. Su forma es rectangular con 16 metros de largo y 7,60 de ancho. En tres de sus lados está rodeado de galerías formadas por pies derechos de madera sobre basas de piedra, que soportan dos corre- dores. En el cuarto se ubica el escenario y, tras de él, las alcobas y otras dependencias del mesón. Debajo del escenario estaban las cuadras, con unas pequeñas troneras de ventilación que daban al patio mismo. En su función de “espacio escénico”, como ahora se dice, el corral estaba dividido en varios compartimentos que se correspondían con la posición social de las personas a quienes estaban reservados, pues, entonces como ahora, al teatro no sólo se iba a ver sino también a ser vistos y a hacer gala y ostentación del propio valer e importancia so- cial. En la parte opuesta al escenario se hallaba la cazuela, reservada

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exclusivamente a las mujeres del común, ya que regía una estricta di- visión por sexos; junto a la cazuela, al fondo de los corredores, se encontraban los aposentos, espacios cerrados donde se colocaban los personajes principales y sus familias e invitados; los corredores y el patio se llenaban de la gente corriente, al principio sin restricción alguna; más tarde, algunas familias de cierta entidad quisieron emular los aposentos reservados a la oligarquía y comenzaron a dividir los corredores para formar sus propios cuartos o atajos, lo que no dejó de ocasionar quejas y conflictos que fueron resueltos mal que bien por las autoridades de la orden de Calatrava. El escenario era absolutamente elemental: Apenas decorado, per- mitía a los autores y al público las más amplias licencias de la imagina- ción para situar las acciones en cualquier tiempo o lugar, próximo o lejano, suntuoso o paupérrimo, sin limitación alguna. Las funciones, que duraban dos o tres horas, comenzaban siempre con una loa o in- troducción a la que seguía la comedia. Las comedias tenían tres actos; entre el primero y el segundo se representaba un entremés; y entre el segundo y el tercero se cantaba una jácara. Quizás por la versatilidad del escenario, quizás por lo adecuado de los temas, quizás por la maestría de los representantes o, más probablemen- te, por la habilidad literaria de los autores, el teatro fue durante los siglos XVI, XVII y buena parte del XVIII el espectáculo más popular, seguido fervorosamente por un público amplísimo que abarcaba todas las catego- rías sociales. Las restricciones que los monarcas ilustrados del siglo XVIII pusieron a las representaciones teatrales tradicionales y la merma evi- dente de la calidad acabaron por ocasionar la muerte de esta diversión y, consiguientemente, de los espacios en que tenía lugar. El Corral de Comedias de Almagro debió perder su apellido (es decir, dejó de ser “de Comedias”, aunque continuó siendo corral) a finales del siglo XVIII, pues cuando en 1857 se justificaba la necesidad de un teatro para la ciudad, la memoria del antiguo corral se había perdido. Milagrosamente su estructura permaneció intacta, de modo que fue perfectamente posible su recuperación a mediados del presente siglo. En 1955 fue declarado Monumento Nacional. LA UNIVERSIDAD DE NUESTRA SEÑORA DEL ROSARIO: Fundada a instancias del clavero de la orden de Calatrava fray Fernando Fernández de Córdoba y asentada fuera del perímetro murado de la población, tuvo un complicado proceso de gestación que culminó con el comienzo de las clases en 1574. Estuvo encomendada desde su fundación a los frailes

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dominicos que en ella misma tenían también su convento. Fue clausurada en 1835, vendida en 1837, desmantelada a continuación y utilizada en usos muy diversos de los que la originaron –el último de ellos, hasta hace bien poco, fábrica de muebles–. Hoy sólo queda de ella el edificio de la iglesia, aunque en un estado lamentable. La iglesia, de una sola nave, con planta de cruz latina, crucero y ábside poligonal, combina los elementos góticos con los renacentistas. Posee cinco capillas. La cubierta, tenía la originalidad de combinar las bóvedas de crucería en piedra con el artesonado de madera. Actualmente quizás lo que más llama la atención del edificio son los escudos situados en su exterior, sobre todo uno espectacular del empera- dor Carlos V en la fachada que da a la calle del Colegio. También se repiten los de la orden dominica, los de Calatrava y los del fundador. Cabe recordar que, como miserables restos del expolio que sufrió el edificio, quedan dispersos vestigios en varios lugares: tablas del re- tablo en Calzada, la sillería del coro en Ocaña, el artesonado en Monterrey (México), una escultura del sepulcro de Fernández de Cór- doba en Madrid...

CALATRAVA LA NUEVA: El Sacro Convento de Calatrava la Nue- va, se encuentra situado en la cima del cerro el Alacranejo, en termino municipal de Aldea del Rey, en la carretera que une las poblaciones de Calzada de Calatrava con Puertollano, pasando por Villanueva de San Carlos. Este castillo está muy próximo al de Salvatierra, junto con el cual flanquea una de las más importantes vías naturales que cruzan Sierra Morena y unen la Meseta con el Valle de Guadalquivir. Ya desde épo- cas prehistóricas ambos lugares fueron elegidos por gentes de la Edad de Bronce para situar sus poblados como muestran los restos hallados en ambos castillos. El castillo se construyó a partir de la batalla de las Navas de Tolosa y sirvió de sede a la orden calatrava cuando ésta abandonó la fortaleza de Calatrava la Vieja, situada en la ribera sur del Guadiana, en un terreno pantanoso que, al parecer, resultaba malsano. El traslado de la orden se produjo en 1217; no obstante, las obras continuaron en él, puesto que en 1226 consta que aún no se habían concluido.

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A lo largo de los siglos fue objeto de distintos añadidos y reformas, siendo las más importantes en época de los Reyes Católicos y de Feli- pe II. Con el paso del tiempo, y dado que ya no era necesaria la función defensiva el Castillo-Convento se limitó a sus funciones religiosas, que- dando habitado por los frailes calatravos de clausura, si bien siempre hubo un alcaide y guarnición en la fortaleza. Todo el conjunto muestra un aspecto de gran solidez, está fabricado en mampostería de piedra y ladrillo. Tiene tres recintos amurallados, ocu- pando en total una superficie en torno a los 46.000 m2. Las murallas se asientan directamente sobre las rocas y siguen la dis- posición de las peñas. En la zona sur de la primera muralla se encuentra la llamada puerta del Sol, hoy muy modificada. Y siguiendo el lienzo de muralla nos encontramos con un portillo al oeste, otro al norte y una puer- ta unos metros más adelante que mira al este. Estas puertas y portillos tienen difícil acceso y se encuentran ocultos por esquinas y contrafuertes de las murallas. En la fachada principal se encuentra la Puerta de Hierro, y sobre ella dos aberturas que posiblemente se utilizasen para el paso de las cadenas en las maniobras de la pesada puerta, y dos grandes ventanas. Esta puer- ta nos permite el acceso a la fortaleza. Al norte del castillo se sitúa la iglesia. La fachada con los cuatro con- trafuertes cilíndricos y las almenas le confieren aspecto de iglesia fortifica- da. El imponente rosetón, realizado al igual que la puerta con roca volcá- nica, fue construido en época de los Reyes Católicos, para dotar el interior de mayor luminosidad, y sólo conserva de su primitiva decoración el naci- miento de los lóbulos. En él se insertaba una vidriera con los misterios de la Virgen y el escudo de Carlos I. El interior es un bello ejemplo de la arquitectura cisterciense que pre- sentaba características del arte gótico, si bien hay algunos elementos que se pueden enmarcar en la tradición románica. Consta de tres naves con tres ábsides que quedan insertados en la muralla, la nave central es de mayores dimensiones que las laterales. De los grandes pilares arrancan los nervios que forman la crucería de las bóvedas, quedando estas cerradas con ladrillo.

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LOS TEXTOS CAPÍTULO XI (I)

De lo que le sucedió a don Quijote con unos cabreros “CONTEXTOS” ue recogido de los cabreros con buen ánimo, y, habiendo Sancho lo “Un caldero al fuego, pieles de oveja ten- F mejor que pudo acomodado a Rocinante y a su jumento, se fue tras didas sobre el suelo, un vulgar dornajo y el olor que despedían de sí ciertos tasajos de cabra que hirviendo al una copa, “que era hecha de cuerno”, fuego en un caldero estaban; y aunque él quisiera en aquel mesmo punto conforman el decorado rústico que sirve de escenario al retórico discurso de don ver si estaban en sazón de trasladarlos del caldero al estómago, lo dejó de Quijote sobre la Edad de Oro y, en hábil hacer, porque los cabreros los quitaron del fuego y, tendiendo por el suelo juego de correspondencias, a una demos- unas pieles de ovejas, aderezaron con mucha priesa su rústica mesa y con- tración de las habilidades con el rabel del joven cabrero Antonio, que al cantar su vidaron a los dos, con muestras de muy buena voluntad, con lo que tenían. romance a Olalla prueba cómo “también Sentáronse a la redonda de las pieles seis dellos, que eran los que en la por los montes y selvas hay quien sepa majada había, habiendo primero con groseras ceremonias rogado a don de música”. Don Quijote, contra lo que es Quijote que se sentase sobre un dornajo que vuelto del revés le pusieron. su costumbre, acepta la realidad del mun- do de los pastores, y no precisa transfi- Sentóse don Quijote, y quedábase Sancho en pie para servirle la copa, que gurarla para la integración de la misma en era hecha de cuerno. Viéndole en pie su amo, le dijo: su propio universo caballeresco. La inmer- sión en el territorio de lo pastoril abre un —Porque veas, Sancho, el bien que en sí encierra la andante caballería y paréntesis en la sucesión de aventuras ca- cuán a pique están los que en cualquiera ministerio della se ejercitan de ballerescas que se prologará hasta I, 14. El presente capítulo ejerce la función de venir brevemente a ser honrados y estimados del mundo, quiero que aquí a marco respecto a los sucesos que se de- mi lado y en compañía desta buena gente te sientes, y que seas una mesma sarrollarán en los tres siguientes; crea las cosa conmigo, que soy tu amo y natural señor; que comas en mi plato y condiciones para la inserción, en el seno bebas por donde yo bebiere, porque de la caballería andante se puede decir de la fábula quijotesca, del episodio que va a venir a continuación. En el nivel del lo mesmo que del amor se dice: que todas las cosas iguala. discurso todo está puntualmente medido. No hay en este capítulo aventura alguna —¡Gran merced! —dijo Sancho—; pero sé decir a vuestra merced que que referir, pero la ausencia de acción la como yo tuviese bien de comer, tan bien y mejor me lo comería en pie y a compensa el narrador mediante un dina- mis solas como sentado a par de un emperador. Y aun, si va a decir verdad, mismo discursivo muy estudiado y ma- mucho mejor me sabe lo que como en mi rincón sin melindres ni respetos, gistralmente ejecutado a partir de ciertas simetrías y contrastes. Abriendo y cerran- aunque sea pan y cebolla, que los gallipavos de otras mesas donde me sea do el capítulo, sendas conversaciones forzoso mascar despacio, beber poco, limpiarme a menudo, no estornudar entre caballero y escudero enmarcan los ni toser si me viene gana, ni hacer otras cosas que la soledad y la libertad dos ejes discursivos del capítulo: el tra- bajo de elocuencia de don Quijote y el ejer- traen consigo. Ansí que, señor mío, estas honras que vuestra merced quiere cicio poético de Antonio. Y la simetría de darme por ser ministro y adherente de la caballería andante, como lo soy diseño que se evidencia en la estructura

Cuarto día - 147 - Ruta literaria El Quijote Castilla-La Mancha, 2005 general del capítulo gana todavía mayor siendo escudero de vuestra merced, conviértalas en otras cosas que me sean coherencia por medio de contrastes fina- de más cómodo y provecho; que estas, aunque las doy por bien recebidas, mente perfilados: las lecciones de caba- llería de don Quijote chocan con el “có- las renuncio para desde aquí al fin del mundo. modo provecho” que persigue Sancho, y continúan el perspectivismo dualista que —Con todo eso, te has de sentar, porque a quien se humilla, Dios le ya conocemos de capítulos anteriores; el ensalza. romance de Antonio niega con la puntua- lidad de una historia concreta la teoría Y asiéndole por el brazo, le forzó a que junto dél se sentase. general del discurso quijtesco, etc. (...) No entendían los cabreros aquella jerigonza de escuderos y de caballe- Lejos de ser un “inútil razonamiento” que “se pudiera muy bien escusar”, el discur- ros andantes, y no hacían otra cosa que comer y callar y mirar a sus huéspe- so de don Quijote sobre la Edad de Oro, des, que con mucho donaire y gana embaulaban tasajo como el puño. Aca- independientemente de cuál sea la inter- bado el servicio de carne, tendieron sobre las zaleas gran cantidad de bello- pretación que se haga sobre el abundante número de lugares comunes de la litera- tas avellanadas, y juntamente pusieron un medio queso, más duro que si tura renacentista que el caballero consi- fuera hecho de argamasa. No estaba, en esto, ocioso el cuerno, porque an- gue enhebrar en él, desempeña un impor- daba a la redonda tan a menudo, ya lleno, ya vacío, como arcaduz de noria, tante papel estructural, ya que pone en pie un horizonte de presupuestos y de expec- que con facilidad vació un zaque de dos que estaban de manifiesto. Des- tativas que marcarán la lectura de la ac- pués que don Quijote hubo bien satisfecho su estómago, tomó un puño de ción pastoril narrada en los capítulos si- bellotas en la mano y, mirándolas atentamente, soltó la voz a semejantes guientes”. Javier Blasco, en el volumen razones: complementario a la edición del Quijote dirigida por Francisco Rico. Instituto —Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quien los antiguos pusie- Cervantes y Editorial Crítica, Barcelona, 1998. ron nombre de dorados, y no porque en ellos el oro, que en esta nuestra edad de hierro tanto se estima, se alcanzase en aquella venturosa sin fatiga *** *** *** alguna, sino porque entonces los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío. Eran en aquella santa edad todas las cosas comu- nes: a nadie le era necesario para alcanzar su ordinario sustento tomar otro trabajo que alzar la mano y alcanzarle de las robustas encinas, que liberalmente les estaban convidando con su dulce y sazonado fruto. Las claras fuentes y corrientes ríos, en magnífica abundancia, sabrosas y trans- parentes aguas les ofrecían. En las quiebras de las peñas y en lo hueco de los árboles formaban su república las solícitas y discretas abejas, ofrecien- do a cualquiera mano, sin interés alguno, la fértil cosecha de su dulcísimo trabajo. Los valientes alcornoques despedían de sí, sin otro artificio que el de su cortesía, sus anchas y livianas cortezas, con que se comenzaron a cubrir las casas, sobre rústicas estacas sustentadas, no más que para defen- sa de las inclemencias del cielo. Todo era paz entonces, todo amistad, todo concordia: aún no se había atrevido la pesada reja del corvo arado a abrir ni visitar las entrañas piadosas de nuestra primera madre; que ella sin ser for- zada ofrecía, por todas las partes de su fértil y espacioso seno, lo que pudie- se hartar, sustentar y deleitar a los hijos que entonces la poseían. Entonces

- 148 - Cuarto día Ruta literaria El Quijote Castilla-La Mancha, 2005 sí que andaban las simples y hermosas zagalejas de valle en valle y de otero en otero, en trenza y en cabello, sin más vestidos de aquellos que eran menester para cubrir honestamente lo que la honestidad quiere y ha querido siempre que se cubra, y no eran sus adornos de los que ahora se usan, a quien la púrpura de Tiro y la por tantos modos martirizada seda encarecen, sino de algunas hojas verdes de lampazos y yedra entretejidas, con lo que quizá iban tan pomposas y compuestas como van agora nuestras cortesanas con las raras y peregrinas invenciones que la curiosidad ociosa les ha mos- trado. Entonces se decoraban los concetos amorosos del alma simple y sen- cillamente, del mesmo modo y manera que ella los concebía, sin buscar artificioso rodeo de palabras para encarecerlos. No había la fraude, el enga- ño ni la malicia mezcládose con la verdad y llaneza. La justicia se estaba en sus proprios términos, sin que la osasen turbar ni ofender los del favor y los del interese, que tanto ahora la menoscaban, turban y persiguen. La ley del encaje aún no se había sentado en el entendimiento del juez, porque enton- ces no había qué juzgar ni quién fuese juzgado. Las doncellas y la honesti- dad andaban, como tengo dicho, por dondequiera, sola y señera, sin temor que la ajena desenvoltura y lascivo intento le menoscabasen, y su perdición nacía de su gusto y propria voluntad. Y agora, en estos nuestros detestables siglos, no está segura ninguna, aunque la oculte y cierre otro nuevo laberin- to como el de Creta; porque allí, por los resquicios o por el aire, con el celo de la maldita solicitud, se les entra la amorosa pestilencia y les hace dar con todo su recogimiento al traste. Para cuya seguridad, andando más los tiem- pos y creciendo más la malicia, se instituyó la orden de los caballeros andantes, para defender las doncellas, amparar las viudas y socorrer a los huérfanos y a los menesterosos. Desta orden soy yo, hermanos cabreros, a quien agradezco el agasaje y buen acogimiento que hacéis a mí y a mi escudero. Que aunque por ley natural están todos los que viven obligados a favorecer a los caballeros andantes, todavía, por saber que sin saber voso- tros esta obligación me acogiste y regalases, es razón que, con la voluntad a mí posible, os agradezca la vuestra. Toda esta larga arenga (que se pudiera muy bien escusar) dijo nuestro caballero, porque las bellotas que le dieron le trujeron a la memoria la edad dorada, y antojósele hacer aquel inútil razonamiento a los cabreros, que, sin respondelle palabra, embobados y suspensos, le estuvieron escuchando. Sancho asimesmo callaba y comía bellotas, y visitaba muy a menudo el segundo zaque, que, porque se enfriase el vino, le tenían colgado de un alcornoque.

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Más tardó en hablar don Quijote que en acabarse la cena, al fin de la cual uno de los cabreros dijo: —Para que con más veras pueda vuestra merced decir, señor caba- llero andante, que le agasajamos con prompta y buena voluntad, quere- mos darle solaz y contento con hacer que cante un compañero nuestro que no tardará mucho en estar aquí; el cual es un zagal muy entendido y muy enamorado, y que, sobre todo, sabe leer y escrebir y es músico de un rabel, que no hay más que desear. Apenas había el cabrero acabado de decir esto, cuando llegó a sus oídos el son del rabel, y de allí a poco llegó el que le tañía, que era un mozo de hasta veinte y dos años, de muy buena gracia. Preguntáronle sus compañeros si había cenado, y, respondiendo que sí, el que había hecho los ofrecimientos le dijo: —De esa manera, Antonio, bien podrás hacernos placer de cantar un poco, porque vea este señor huésped que tenemos que también por los montes y selvas hay quien sepa de música. Hémosle dicho tus buenas habilidades y deseamos que las muestres y nos saques verdaderos; y, así, te ruego por tu vida que te sientes y cantes el romance de tus amo- res, que te compuso el beneficiado tu tío, que en el pueblo ha parecido muy bien. —Que me place —respondió el mozo. Y sin hacerse más de rogar se sentó en el tronco de una desmochada encina, y, templando su rabel, de allí a poco, con muy buena gracia, comenzó a cantar, diciendo desta manera: ANTONIO —Yo sé, Olalla, que me adoras, puesto que no me lo has dicho ni aun con los ojos siquiera, mudas lenguas de amoríos. Porque sé que eres sabida, en que me quieres me afirmo, que nunca fue desdichado amor que fue conocido. Bien es verdad que tal vez, Olalla, me has dado indicio

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que tienes de bronce el alma y el blanco pecho de risco. Mas allá entre tus reproches y honestísimos desvíos, tal vez la esperanza muestra la orilla de su vestido. Abalánzase al señuelo mi fe, que nunca ha podido ni menguar por no llamado ni crecer por escogido. Si el amor es cortesía, de la que tienes colijo que el fin de mis esperanzas ha de ser cual imagino. Y si son servicios parte de hacer un pecho benigno, algunos de los que he hecho fortalecen mi partido. Porque si has mirado en ello, más de una vez habrás visto que me he vestido en los lunes lo que me honraba el domingo. Como el amor y la gala andan un mesmo camino, en todo tiempo a tus ojos quise mostrarme polido. Dejo el bailar por tu causa, ni las músicas te pinto que has escuchado a deshoras y al canto del gallo primo. No cuento las alabanzas que de tu belleza he dicho, que, aunque verdaderas, hacen ser yo de algunas malquisto. Teresa del Berrocal, yo alabándote, me dijo: «Tal piensa que adora a un ángel y viene a adorar a un jimio,

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merced a los muchos dijes y a los cabellos postizos, y a hipócritas hermosuras, que engañan al Amor mismo». Desmentíla y enojóse; volvió por ella su primo, desafióme, y ya sabes lo que yo hice y él hizo. No te quiero yo a montón, ni te pretendo y te sirvo por lo de barraganía, que más bueno es mi designio. Coyundas tiene la Iglesia que son lazadas de sirgo; pon tú el cuello en la gamella: verás como pongo el mío. Donde no, desde aquí juro por el santo más bendito de no salir destas sierras sino para capuchino.

Con esto dio el cabrero fin a su canto; y aunque don Quijote le rogó que algo más cantase, no lo consintió Sancho Panza, porque estaba más para dormir que para oír canciones, y, ansí, dijo a su amo: —Bien puede vuestra merced acomodarse desde luego adonde ha de posar esta noche, que el trabajo que estos buenos hombres tienen todo el día no permite que pasen las noches cantando. —Ya te entiendo, Sancho —le respondió don Quijote—, que bien se me trasluce que las visitas del zaque piden más recompensa de sueño que de música. —A todos nos sabe bien, bendito sea Dios —respondió Sancho. —No lo niego —replicó don Quijote—, pero acomódate tú donde quisieres, que los de mi profesión mejor parecen velando que durmien- do. Pero, con todo esto, sería bien, Sancho, que me vuelvas a curar esta oreja, que me va doliendo más de lo que es menester.

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Hizo Sancho lo que se le mandaba, y, viendo uno de los cabreros la herida, le dijo que no tuviese pena, que él pondría remedio con que fácilmente se sanase. Y tomando algunas hojas de romero, de mucho que por allí había, las mascó y las mezcló con un poco de sal, y, apli- cándoselas a la oreja, se la vendó muy bien, asegurándole que no había menester otra medicina, y así fue la verdad.

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CAPÍTULO XII (I)

“CONTEXTOS” De lo que contó un cabrero a los que estaban con don Quijote

“El Quijote no habla solo de don Quijote y stando en esto, llegó otro mozo de los que les traían del aldea el Sancho. Los dos personajes predominan bastimento, y dijo: en la atención y en la memoria de los lec- E tores; pero soslayar los muchísimos ca- pítulos en los que están ausentes signifi- —¿Sabéis lo que pasa en el lugar, compañeros? caría falsear la trabazón de la novela y, lo que es más grave, su significado. (...) A —¿Cómo lo podemos saber? —respondió uno dellos. grandes líneas, el Quijote es una novela “ensartada”, a menudo interrumpida por —Pues sabed —prosiguió el mozo— que murió esta mañana aquel fa- interpolaciones narrativas que a veces moso pastor estudiante llamado Grisóstomo, y se murmura que ha muerto permanecen ajenas a la trama, a veces se de amores de aquella endiablada moza de Marcela, la hija de Guillermo el insertan en ella. Estas interpolaciones rico, aquella que se anda en hábito de pastora por esos andurriales. constituyen como cortes verticales en la horizontalidad seriada de las aventuras del —Por Marcela, dirás —dijo uno. caballero y de su escudero. Las modali- dades de inserción varían: se va desde el —Por esa digo —respondió el cabrero—; y es lo bueno que mandó en procedimiento del “manuscrito encontra- do” (Historia del “Curioso impertinente”) su testamento que le enterrasen en el campo, como si fuera moro, y que sea al de la narración que hace el protagonis- al pie de la peña donde está la fuente del alcornoque, porque, según es fama ta de la intercalación (la “Historia del cau- y él dicen que lo dijo, aquel lugar es adonde él la vio la vez primera. Y tivo”) o, en capítulos sucesivos, los pro- tagonistas (Cardenio y Dorotea), o un na- también mandó otras cosas, tales, que los abades del pueblo dicen que no se rrador (la historia de Marcela). La diversi- han de cumplir ni es bien que se cumplan, porque parecen de gentiles. A dad de actuación de las intercalaciones todo lo cual responde aquel gran su amigo Ambrosio, el estudiante, que depende claramente de un intento de “variatio”, pero se relaciona también con también se vistió de pastor con él, que se ha de cumplir todo, sin faltar la posible participación de los personajes nada, como lo dejó mandado Grisóstomo, y sobre esto anda el pueblo albo- de las intercalaciones en la trama princi- rotado; mas, a lo que se dice, en fin se hará lo que Ambrosio y todos los pal: Una participación a menudo ocasio- pastores sus amigos quieren, y mañana le vienen a enterrar con gran pompa nal (provocan la locura, o a veces la sabi- duría, de don Quijote, enriqueciendo y adonde tengo dicho. Y tengo para mí que ha de ser cosa muy de ver; a lo ahondando su casuística), a veces esen- menos, yo no dejaré de ir a verla, si supiese no volver mañana al lugar. cial (Dorotea, que acepta de buen grado el papel de Micomicona), y a veces inexis- —Todos haremos lo mesmo —respondieron los cabreros—, y echare- tente (“El curioso impertinente). (...) Si los mos suertes a quién ha de quedar a guardar las cabras de todos. relatos interpolados no son funcionales para la trama, lo son para la temática de —Bien dices, Pedro —dijo uno—, aunque no será menester usar de esa la novela. Sin necesidad de adentrarse en las disquisiciones de XVI sobre los géne- diligencia, que yo me quedaré por todos; y no lo atribuyas a virtud y a poca

- 154 - Cuarto día Ruta literaria El Quijote Castilla-La Mancha, 2005 curiosidad mía, sino a que no me deja andar el garrancho que el otro día me ros literarios, se advierte en seguida que pasó este pie. las interpolaciones tienen un elemento común, el amor, y pertenecen casi exclu- —Con todo eso, te lo agradecemos —respondió Pedro. sivamente al género pastoril o sentimen- tal, excepto la historia del cautivo, que es Y don Quijote rogó a Pedro le dijese qué muerto era aquel y qué pastora un relato de aventuras. Una primera aproxi- mación nos la puede ofrecer este aspec- aquella; a lo cual Pedro respondió que lo que sabía era que el muerto era un to: que tantos amores colman el vacío de hijodalgo rico, vecino de un lugar que estaba en aquellas sierras, el cual sentimientos dejado abierto por el culto había sido estudiante muchos años en Salamanca, al cabo de los cuales totalmente fantástico, cerebral, de don Quijote por Dulcinea. La concepción del había vuelto a su lugar con opinión de muy sabio y muy leído. amor que tiene don Quijote va, en efecto, mucho más allá de lo que se ha llamado —Principalmente decían que sabía la ciencia de las estrellas, y de lo que la “paradoja del amor cortés”, cuyas pasan allá en el cielo el sol y la luna, porque puntualmente nos decía el cris invocaciones exigen no ser satisfechas, y del sol y de la luna. son tanto más altas y más inspiradas cuanto más lejana, inalcanzable o de du- —Eclipse se llama, amigo, que no cris, el escurecerse esos dos luminares dosa existencia es la mujer (como preci- samente Dulcinea del Toboso). Don Qui- mayores —dijo don Quijote. jote, a diferencia de gran parte de los per- sonajes de las novelas, excluye con rigor Mas Pedro, no reparando en niñerías, prosiguió su cuento diciendo: casi monástico cualquier concesión a la galantería.” SEGRE, CESARE, Las estructuras —Asimesmo adevinaba cuándo había de ser el año abundante o estil. y el tiempo, Planeta, Barcelona, 1976. —Estéril queréis decir, amigo —dijo don Quijote. *** *** *** —Estéril o estil —respondió Pedro—, todo se sale allá. Y digo que con esto que decía se hicieron su padre y sus amigos, que le daban crédito, muy ricos, porque hacían lo que él les aconsejaba, diciéndoles: «Sembrad este año cebada, no trigo; en este podéis sembrar garbanzos, y no cebada; el que viene será de guilla de aceite; los tres siguientes no se cogerá gota» —Esa ciencia se llama astrología —dijo don Quijote. —No sé yo cómo se llama —replicó Pedro—, mas sé que todo esto sabía, y aun más. Finalmente, no pasaron muchos meses después que vino de Salamanca, cuando un día remaneció vestido de pastor, con su cayado y pellico, habiéndose quitado los hábitos largos que como escolar traía; y juntamente se vistió con él de pastor otro su grande amigo, llamado Ambrosio, que había sido su compañero en los estudios. Olvidábaseme de decir como Grisóstomo, el difunto, fue grande hombre de componer co- plas: tanto, que él hacía los villancicos para la noche del Nacimiento del Señor, y los autos para el día de Dios, que los representaban los mozos de nuestro pueblo, y todos decían que eran por el cabo. Cuando los del lugar vieron tan de improviso vestidos de pastores a los dos escolares, quedaron

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admirados y no podían adivinar la causa que les había movido a hacer aquella tan estraña mudanza. Ya en este tiempo era muerto el padre de nuestro Grisóstomo, y él quedó heredado en mucha cantidad de hacienda, ansí en muebles como en raíces, y en no pequeña cantidad de ganado, mayor y menor, y en gran cantidad de dineros; de todo lo cual quedó el mozo señor de soluto, y en verdad que todo lo merecía, que era muy buen compañero y caritativo y amigo de los buenos, y tenía una cara como una bendición. Después se vino a entender que el haberse mudado de traje no había sido por otra cosa que por andarse por estos despoblados en pos de aquella pas- tora Marcela que nuestro zagal nombró denantes, de la cual se había ena- morado el pobre difunto de Grisóstomo. Y quiéroos decir agora, porque es bien que lo sepáis, quién es esta rapaza: quizá, y aun sin quizá, no habréis oído semejante cosa en todos los días de vuestra vida, aunque viváis más años que sarna. —Decid Sarra —replicó don Quijote, no pudiendo sufrir el trocar de los vocablos del cabrero. —Harto vive la sarna —respondió Pedro—; y si es, señor, que me habéis de andar zaheriendo a cada paso los vocablos, no acabaremos en un año. —Perdonad, amigo —dijo don Quijote—, que por haber tanta dife- rencia de sarna a Sarra os lo dije; pero vos respondistes muy bien, porque vive más sarna que Sarra, y proseguid vuestra historia, que no os replicaré más en nada. —Digo pues, señor mío de mi alma —dijo el cabrero—, que en nuestra aldea hubo un labrador aun más rico que el padre de Grisóstomo, el cual se llamaba Guillermo, y al cual dio Dios, amén de las muchas y grandes rique- zas, una hija de cuyo parto murió su madre, que fue la más honrada mujer que hubo en todos estos contornos. No parece sino que ahora la veo, con aquella cara que del un cabo tenía el sol y del otro la luna; y, sobre todo, hacendosa y amiga de los pobres, por lo que creo que debe de estar su ánima a la hora de ahora gozando de Dios en el otro mundo. De pesar de la muerte de tan buena mujer, murió su marido Guillermo, dejando a su hija Marcela, muchacha y rica, en poder de un tío suyo sacerdote y beneficiado en nuestro lugar. Creció la niña con tanta belleza, que nos hacía acordar de la de su madre, que la tuvo muy grande; y, con todo esto, se juzgaba que le había de pasar la de la hija. Y así fue, que cuando llegó a edad de catorce a

- 156 - Cuarto día Ruta literaria El Quijote Castilla-La Mancha, 2005 quince años nadie la miraba que no bendecía a Dios, que tan hermosa la había criado, y los más quedaban enamorados y perdidos por ella. Guardábala su tío con mucho recato y con mucho encerramiento; pero, con todo esto, la fama de su mucha hermosura se estendió de manera que así por ella como por sus muchas riquezas, no solamente de los de nuestro pueblo, sino de los de muchas leguas a la redonda, y de los mejores dellos, era rogado, solici- tado e importunado su tío se la diese por mujer. Mas él, que a las derechas es buen cristiano, aunque quisiera casarla luego, así como la vía de edad, no quiso hacerlo sin su consentimiento, sin tener ojo a la ganancia y granje- ría que le ofrecía el tener la hacienda de la moza dilatando su casamiento. Y a fe que se dijo esto en más de un corrillo en el pueblo, en alabanza del buen sacerdote; que quiero que sepa, señor andante, que en estos lugares cortos “A partir del marco –espacial y literario- que pone en pie el capítulo precedente, de todo se trata y de todo se murmura, y tened para vos, como yo tengo para ahora se da comienzo al relato episódico mí, que debía de ser demasiadamente bueno el clérigo que obliga a sus de la historia de Grisóstomo y Marcela. feligreses a que digan bien dél, especialmente en las aldeas. (...) Por supuesto, los cabreros conocen bien los antecedentes de la historia de —Así es la verdad —dijo don Quijote—, y proseguid adelante, que el Grisóstomo y Marcela. Por el contrario, don Quijote los ignora, como los ignora el cuento es muy bueno, y vos, buen Pedro, le contáis con muy buena gracia. lector, y será la innata curiosidad del ca- ballero por lo “novelesco” el pretexto para —La del Señor no me falte, que es la que hace al caso. Y en lo demás que Pedro, la voz más autorizada entre los sabréis que aunque el tío proponía a la sobrina y le decía las calidades cabreros, tome la palabra y refiera los de cada uno en particular, de los muchos que por mujer la pedían, ro- pasos que han conducido la historia de los dos jóvenes a tan fatal desenlace. Se gándole que se casase y escogiese a su gusto, jamás ella respondió otra inicia así un relato con tres partes clara- cosa sino que por entonces no quería casarse y que, por ser tan mucha- mente diferenciadas: la noticia del mozo cha, no se sentía hábil para poder llevar la carga del matrimonio. Con que abastece a los cabreros sitúa el arran- que de la historia in media res; los ante- estas que daba, al parecer, justas escusas, dejaba el tío de importunarla cedentes serán referidos (para don Quijo- y esperaba a que entrase algo más en edad y ella supiese escoger com- te y para los lectores del libro cervantino) pañía a su gusto. Porque decía él, y decía muy bien, que no habían de por Pedro; y, finalmente, los consecuen- tes ocurrirán ante los ojos de aquellos que dar los padres a sus hijos estado contra su voluntad. Pero hételo aquí, inicialmente habían constituido el audito- cuando no me cato, que remanece un día la melindrosa Marcela hecha rio del cabrero. La historia se abre hacia pastora; y sin ser parte su tío ni todos los del pueblo, que se lo desacon- el pasado, pero se concluye en el presen- sejaban, dio en irse al campo con las demás zagalas del lugar, y dio en te. Referencia y presencia se combinan con habilidad, de manera que el relato guardar su mesmo ganado. Y así como ella salió en público y su hermo- queda incorporado al presente de las aven- sura se vio al descubierto, no os sabré buenamente decir cuántos ricos turas del caballero manchego”. Javier mancebos, hidalgos y labradores, han tomado el traje de Grisóstomo y Blasco, en el volumen complementario a la edición del Quijote dirigida por Francis- la andan requebrando por esos campos; uno de los cuales, como ya está co Rico. Instituto Cervantes y Editorial dicho, fue nuestro difunto, del cual decían que la dejaba de querer y la Crítica, Barcelona, 1998. adoraba. Y no se piense que porque Marcela se puso en aquella libertad *** *** *** y vida tan suelta y de tan poco o de ningún recogimiento, que por eso ha

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dado indicio, ni por semejas, que venga en menoscabo de su honestidad y recato: antes es tanta y tal la vigilancia con que mira por su honra, que de cuantos la sirven y solicitan ninguno se ha alabado ni con verdad se podrá alabar que le haya dado alguna pequeña esperanza de alcanzar su deseo. Que puesto que no huye ni se esquiva de la compañía y conver- sación de los pastores, y los trata cortés y amigablemente, en llegando a descubrirle su intención cualquiera dellos, aunque sea tan justa y santa como la del matrimonio, los arroja de sí como con un trabuco. Y con esta manera de condición hace más daño en esta tierra que si por ella entrara la pestilencia, porque su afabilidad y hermosura atrae los cora- zones de los que la tratan a servirla y a amarla; pero su desdén y desen- gaño los conduce a términos de desesperarse, y, así, no saben qué decir- le, sino llamarla a voces cruel y desagradecida, con otros títulos a este semejantes, que bien la calidad de su condición manifiestan. Y si aquí estuviésedes, señor, algún día, veríades resonar estas sierras y estos valles con los lamentos de los desengañados que la siguen. No está muy lejos de aquí un sitio donde hay casi dos docenas de altas hayas, y no hay ninguna que en su lisa corteza no tenga grabado y escrito el nombre de Marcela, y encima de alguna una corona grabada en el mesmo árbol, como si más claramente dijera su amante que Marcela la lleva y la me- rece de toda la hermosura humana. Aquí sospira un pastor, allí se queja otro; acullá se oyen amorosas canciones, acá desesperadas endechas. Cuál hay que pasa todas las horas de la noche sentado al pie de alguna encina o peñasco, y allí, sin plegar los llorosos ojos, embebecido y trans- portado en sus pensamientos, le halló el sol a la mañana; y cuál hay que sin dar vado ni tregua a sus suspiros, en mitad del ardor de la más enfa- dosa siesta del verano, tendido sobre la ardiente arena, envía sus quejas al piadoso cielo. Y deste y de aquel, y de aquellos y de estos, libre y desenfadadamente triunfa la hermosa Marcela, y todos los que la cono- cemos estamos esperando en qué ha de parar su altivez y quién ha de ser el dichoso que ha de venir a domeñar condición tan terrible y gozar de hermosura tan estremada. Por ser todo lo que he contado tan averi- guada verdad, me doy a entender que también lo es la que nuestro zagal dijo que se decía de la causa de la muerte de Grisóstomo. Y así os acon- sejo, señor, que no dejéis de hallaros mañana a su entierro, que será muy de ver, porque Grisóstomo tiene muchos amigos, y no está de este lugar a aquel donde manda enterrarse media legua.

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—En cuidado me lo tengo —dijo don Quijote—, y agradézcoos el gusto que me habéis dado con la narración de tan sabroso cuento. —¡Oh! —replicó el cabrero—, aún no sé yo la mitad de los casos sucedidos a los amantes de Marcela, mas podría ser que mañana topásemos en el camino algún pastor que nos los dijese. Y por ahora bien será que os vayáis a dormir debajo de techado, porque el sereno os podría dañar la herida; puesto que es tal la medicina que se os ha puesto, que no hay que temer de contrario acidente. Sancho Panza, que ya daba al diablo el tanto hablar del cabrero, solicitó por su parte que su amo se entrase a dormir en la choza de Pedro. Hízolo así, y todo lo más de la noche se le pasó en memorias de su señora Dulcinea, a imitación de los amantes de Marcela. Sancho Panza se acomodó entre Rocinante y su jumento, y durmió, no como enamorado desfavorecido, sino como hombre molido a coces.

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Capítulo XIII (I)

Donde se da fin al cuento de la pastora Marcela, con otros sucesos

“CONTEXTOS” as apenas comenzó a descubrirse el día por los balcones del oriente, cuando los cinco de los seis cabreros se levantaron y fueron a “La historia que se inicia en el capítulo an- M despertar a don Quijote y a decille si estaba todavía con propósito terior como relato se continúa ahora como vida, de modo que quienes hasta este mo- de ir a ver el famoso entierro de Grisóstomo, y que ellos le harían compa- mento eran solo parte del auditorio entran ñía. Don Quijote, que otra cosa no deseaba, se levantó y mandó a Sancho a formar parte de la materia misma de la que ensillase y enalbardase al momento, lo cual él hizo con mucha diligen- historia. Los papeles de emisor y recep- tor, que el relato de Pedro había estableci- cia, y con la mesma se pusieron luego todos en camino. Y no hubieron do con claridad, se confunden ahora y una andado un cuarto de legua, cuando al cruzar de una senda vieron venir y otra instancia pasan a ser, respecto a la hacia ellos hasta seis pastores vestidos con pellicos negros y coronadas las resolución de la historia, espectadores. Lo cabezas con guirnaldas de ciprés y de amarga adelfa. Traía cada uno un “oído” (en el capítulo anterior) abre el ca- mino a lo “visto (en este capítulo). Quie- grueso bastón de acebo en la mano. Venían con ellos asimesmo dos nes habían conocido el inicio de la histo- gentileshombres de a caballo, muy bien aderezados de camino, con otros ria de Grisóstomo y Marcela como relato tres mozos de a pie que los acompañaban. En llegándose a juntar se saluda- conocerán su desenlace como vida: ven- drán “a ver con los ojos lo que tanto [les] ron cortésmente y, preguntándose los unos a los otros dónde iban, supieron había lastimado en oíllo”. El binomio de que todos se encaminaban al lugar del entierro y, así, comenzaron a cami- vida y literatura, tan operativo desde el nar todos juntos. punto de vista temático en el Quijote, im- pregna también la disposición de los ma- Uno de los de a caballo, hablando con su compañero, le dijo: teriales de este episodio”. Javier Blasco, en el volumen complementario a la edi- —Paréceme, señor Vivaldo, que habemos de dar por bien empleada la ción del Quijote dirigida por Francisco tardanza que hiciéremos en ver este famoso entierro, que no podrá dejar de Rico. Instituto Cervantes y Editorial Críti- ca, Barcelona, 1998. ser famoso, según estos pastores nos han contado estrañezas ansí del muer- *** *** *** to pastor como de la pastora homicida. —Así me lo parece a mí —respondió Vivaldo—, y no digo yo hacer tardanza de un día, pero de cuatro la hiciera a trueco de verle. Preguntóles don Quijote qué era lo que habían oído de Marcela y de Grisóstomo. El caminante dijo que aquella madrugada habían encontrado con aquellos pastores y que, por haberles visto en aquel tan triste traje, les habían preguntado la ocasión por que iban de aquella manera; que uno dellos se lo contó, contando la estrañeza y hermosura de una pastora llamada

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Marcela y los amores de muchos que la recuestaban, con la muerte de aquel Grisóstomo a cuyo entierro iban. Finalmente, él contó todo lo que Pedro a don Quijote había contado. Cesó esta plática y comenzóse otra, preguntando el que se llamaba Vivaldo a don Quijote qué era la ocasión que le movía a andar armado de aquella manera por tierra tan pacífica. A lo cual respondió don Quijote: —La profesión de mi ejercicio no consiente ni permite que yo ande de otra manera. El buen paso, el regalo y el reposo, allá se inventó para los blandos cortesanos; mas el trabajo, la inquietud y las armas solo se inventa- ron e hicieron para aquellos que el mundo llama caballeros andantes, de los cuales yo, aunque indigno, soy el menor de todos. Apenas le oyeron esto, cuando todos le tuvieron por loco; y por averi- guarlo más y ver qué género de locura era el suyo, le tornó a preguntar Vivaldo que qué quería decir caballeros andantes. —¿No han vuestras mercedes leído —respondió don Quijote— los ana- les e historias de Ingalaterra, donde se tratan las famosas fazañas del rey Arturo, que continuamente en nuestro romance castellano llamamos «el rey Artús», de quien es tradición antigua y común en todo aquel reino de la Gran Bretaña que este rey no murió, sino que por arte de encantamento se convirtió en cuervo, y que andando los tiempos ha de volver a reinar y a cobrar su reino y cetro, a cuya causa no se probará que desde aquel tiempo a este haya ningún inglés muerto cuervo alguno? Pues en tiempo deste buen rey fue instituida aquella famosa orden de caballería de los caballeros de la Tabla Redonda, y pasaron, sin faltar un punto, los amores que allí se cuen- tan de don Lanzarote del Lago con la reina Ginebra, siendo medianera dellos y sabidora aquella tan honrada dueña Quintañona, de donde nació aquel tan sabido romance, y tan decantado en nuestra España, de “Fue el caballero a ver cómo enterraban Nunca fuera caballero a Crisóstomo, muerto de amores por de damas tan bien servido Marcela, y al ir a ello encontró a Vivaldo como fuera Lanzarote y platicó con él acerca de la caballería andante, profesión, si no tan estrecha cuando de Bretaña vino, como la de los frailes cartujos, tan ne- cesaria como ella en el mundo, donde con aquel progreso tan dulce y tan suave de sus amorosos y fuertes sólo el ejemplo de lo inasequible a los fechos. Pues desde entonces de mano en mano fue aquella orden de caba- más puede enseñar a estos a poner su llería estendiéndose y dilatándose por muchas y diversas partes del mundo, meta más allá de donde alcancen (...). Y entre ambas profesiones, la de pedir y en ella fueron famosos y conocidos por sus fechos el valiente Amadís de al cielo el bien de la tierra, y la de poner

Cuarto día - 161 - Ruta literaria El Quijote Castilla-La Mancha, 2005 en ejecución lo pedido creando, crean- Gaula, con todos sus hijos y nietos, hasta la quinta generación, y el valero- do, lanza en mano, el reino de Dios, so Felixmarte de Hircania, y el nunca como se debe alabado Tirante el cuyo advenimiento se pide en oración, no cabe primero ni segundo. “Así que Blanco, y casi que en nuestros días vimos y comunicamos y oímos al in- somos ministros de Dios en la tierra y vencible y valeroso caballero don Belianís de Grecia. Esto, pues, señores, brazos por quien se ejecuta en la tierra es ser caballero andante, y la que he dicho es la orden de su caballería, en la su justicia”, añadió don Quijote. ¿No es acaso, desgraciado Caballero, la cual, como otra vez he dicho, yo, aunque pecador, he hecho profesión, y lo raíz de tus proezas y de tus desgracias a mesmo que profesaron los caballeros referidos profeso yo. Y, así, me voy la par el noble pecado a través de cuya por estas soledades y despoblados buscando las aventuras, con ánimo deli- depuración te llevó a la gloria tu Dulcinea, esto de creerte ministro de Dios en la tie- berado de ofrecer mi brazo y mi persona a la más peligrosa que la suerte me rra y brazo por quien se ejecuta en ella su deparare, en ayuda de los flacos y menesterosos. justicia? Fue tu pecado original y el peca- do de tu pueblo: el pecado colectivo de Por estas razones que dijo acabaron de enterarse los caminantes que era cuya mancha y maleficio participabas. Tu don Quijote falto de juicio y del género de locura que lo señoreaba, de lo pueblo también, arrogante Caballero, se cual recibieron la mesma admiración que recibían todos aquellos que de creyó ministro de Dios en la tierra y brazo por quien se ejecuta en ella su justicia, y nuevo venían en conocimiento della. Y Vivaldo, que era persona muy dis- pagó muy cara su presunción y sigue pa- creta y de alegre condición, por pasar sin pesadumbre el poco camino que gándola. Creyóse escogido de Dios y esto decían que les faltaba, al llegar a la sierra del entierro quiso darle ocasión a lo ensoberbeció. Pero ¿es que no estaba en lo seguro? ¿No que pasase más adelante con sus disparates, y, así, le dijo: somos acaso todos ministros de Dios en la tierra y brazos por quien se ejecuta en —Paréceme, señor caballero andante, que vuestra merced ha profesado ella su justicia?” UNAMUNO, MIGUEL DE, Vida una de las más estrechas profesiones que hay en la tierra, y tengo para mí de don Quijote y Sancho, Espasa Calpe, que aun la de los frailes cartujos no es tan estrecha. Buenos Aires, 1952. —Tan estrecha bien podía ser —respondió nuestro don Quijote—, pero *** *** *** tan necesaria en el mundo no estoy en dos dedos de ponello en duda. Por- que, si va a decir verdad, no hace menos el soldado que pone en ejecución lo que su capitán le manda que el mesmo capitán que se lo ordena. Quiero decir que los religiosos, con toda paz y sosiego, piden al cielo el bien de la tierra, pero los soldados y caballeros ponemos en ejecución lo que ellos piden, defendiéndola con el valor de nuestros brazos y filos de nuestras espadas, no debajo de cubierta, sino al cielo abierto, puestos por blanco de los insufribles rayos del sol en el verano y de los erizados yelos del invier- no. Así que somos ministros de Dios en la tierra y brazos por quien se ejecuta en ella su justicia. Y como las cosas de la guerra y las a ellas tocan- tes y concernientes no se pueden poner en ejecución sino sudando, afanan- do y trabajando, síguese que aquellos que la profesan tienen sin duda ma- yor trabajo que aquellos que en sosegada paz y reposo están rogando a Dios favorezca a los que poco pueden. No quiero yo decir, ni me pasa por pensa- miento, que es tan buen estado el de caballero andante como el del encerra- do religioso: solo quiero inferir, por lo que yo padezco, que sin duda es más

- 162 - Cuarto día Ruta literaria El Quijote Castilla-La Mancha, 2005 trabajoso y más aporreado, y más hambriento y sediento, miserable, roto y piojoso, porque no hay duda sino que los caballeros andantes pasados pasa- ron mucha mala ventura en el discurso de su vida; y si algunos subieron a ser emperadores por el valor de su brazo, a fe que les costó buen porqué de su sangre y de su sudor, y que si a los que a tal grado subieron les faltaran encantadores y sabios que los ayudaran, que ellos quedaran bien defrauda- dos de sus deseos y bien engañados de sus esperanzas. —De ese parecer estoy yo —replicó el caminante—, pero una cosa en- tre otras muchas me parece muy mal de los caballeros andantes, y es que cuando se ven en ocasión de acometer una grande y peligrosa aventura, en que se vee manifiesto peligro de perder la vida, nunca en aquel instante de acometella se acuerdan de encomendarse a Dios, como cada cristiano está obligado a hacer en peligros semejantes, antes se encomiendan a sus da- mas, con tanta gana y devoción como si ellas fueran su Dios, cosa que me parece que huele algo a gentilidad. —Señor —respondió don Quijote—, eso no puede ser menos en ningu- na manera , y caería en mal caso el caballero andante que otra cosa hiciese, que ya está en uso y costumbre en la caballería andantesca que el caballero andante que al acometer algún gran hecho de armas tuviese su señora de- lante, vuelva a ella los ojos blanda y amorosamente, como que le pide con ellos le favorezca y ampare en el dudoso trance que acomete; y aun si nadie le oye, está obligado a decir algunas palabras entre dientes, en que de todo corazón se le encomiende, y desto tenemos innumerables ejemplos en las historias. Y no se ha de entender por esto que han de dejar de encomendarse a Dios, que tiempo y lugar les queda para hacerlo en el discurso de la obra. —Con todo eso —replicó el caminante—, me queda un escrúpulo, y es que muchas veces he leído que se traban palabras entre dos andantes caba- lleros, y, de una en otra, se les viene a encender la cólera, y a volver los caballos y tomar una buena pieza del campo, y luego, sin más ni más, a todo el correr dellos, se vuelven a encontrar, y en mitad de la corrida se encomiendan a sus damas; y lo que suele suceder del encuentro es que el uno cae por las ancas del caballo, pasado con la lanza del contrario de parte a parte, y al otro le viene también, que, a no tenerse a las crines del suyo, no pudiera dejar de venir al suelo. Y no sé yo cómo el muerto tuvo lugar para encomendarse a Dios en el discurso de esta tan acelerada obra. Mejor fuera que las palabras que en la carrera gastó encomendándose a su dama las gastara en lo que debía y estaba obligado como cristiano. Cuanto más, que

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yo tengo para mí que no todos los caballeros andantes tienen damas a quien encomendarse, porque no todos son enamorados. —Eso no puede ser —respondió don Quijote—: digo que no puede ser que haya caballero andante sin dama, porque tan proprio y tan natural les es a los tales ser enamorados como al cielo tener estrellas, y a buen seguro que no se haya visto historia donde se halle caballero andante sin amores; y por el mesmo caso que estuviese sin ellos, no sería tenido por legítimo caballe- ro, sino por bastardo y que entró en la fortaleza de la caballería dicha, no por la puerta, sino por las bardas, como salteador y ladrón. —Con todo eso —dijo el caminante—, me parece, si mal no me acuer- do, haber leído que don Galaor, hermano del valeroso Amadís de Gaula, nunca tuvo dama señalada a quien pudiese encomendarse; y, con todo esto, no fue tenido en menos, y fue un muy valiente y famoso caballero. A lo cual respondió nuestro don Quijote: —Señor, una golondrina sola no hace verano. Cuanto más, que yo sé que de secreto estaba ese caballero muy bien enamorado; fuera que aquello de querer a todas bien cuantas bien le parecían era condición natural, a quien no podía ir a la mano. Pero, en resolución, averiguado está muy bien que él tenía una sola a quien él había hecho señora de su voluntad, a la cual se encomendaba muy a menudo y muy secretamente, porque se preció de se- creto caballero. —Luego si es de esencia que todo caballero andante haya de ser enamorado —dijo el caminante—, bien se puede creer que vuestra mer- ced lo es, pues es de la profesión. Y si es que vuestra merced no se precia de ser tan secreto como don Galaor, con las veras que puedo le suplico, en nombre de toda esta compañía y en el mío, nos diga el nom- bre, patria, calidad y hermosura de su dama, que ella se tendría por dichosa de que todo el mundo sepa que es querida y servida de un tal caballero como vuestra merced parece. Aquí dio un gran suspiro don Quijote y dijo: —Yo no podré afirmar si la dulce mi enemiga gusta o no de que el mundo sepa que yo la sirvo. Solo sé decir, respondiendo a lo que con tanto comedimiento se me pide, que su nombre es Dulcinea; su patria, el Toboso, un lugar de la Mancha; su calidad por lo menos ha de ser de princesa, pues es reina y señora mía; su hermosura, sobrehumana, pues

- 164 - Cuarto día Ruta literaria El Quijote Castilla-La Mancha, 2005 en ella se vienen a hacer verdaderos todos los imposibles y quiméricos atributos de belleza que los poetas dan a sus damas: que sus cabellos son oro, su frente campos elíseos, sus cejas arcos del cielo, sus ojos soles, sus mejillas rosas, sus labios corales, perlas sus dientes, alabas- tro su cuello, mármol su pecho, marfil sus manos, su blancura nieve, y las partes que a la vista humana encubrió la honestidad son tales, según yo pienso y entiendo, que solo la discreta consideración puede encare- cerlas, y no compararlas. —El linaje, prosapia y alcurnia querríamos saber —replicó Vivaldo. A lo cual respondió don Quijote: —No es de los antiguos Curcios, Gayos y Cipiones romanos, ni de los modernos Colonas y Ursinos, ni de los Moncadas y Requesenes de Cataluña, ni menos de los Rebellas y Villanovas de Valencia, Palafoxes, Nuzas, Rocabertis, Corellas, Lunas, Alagones, Urreas, Foces y Gurreas de Aragón, Cerdas, Manriques, Mendozas y Guzmanes de Castilla, Alencastros, Pallas y Meneses de Portugal; pero es de los del Toboso de la Mancha, linaje, aunque moderno, tal, que puede dar generoso princi- pio a las más ilustres familias de los venideros siglos. Y no se me repli- que en esto, si no fuere con las condiciones que puso Cervino al pie del trofeo de las armas de Orlando, que decía: Nadie las mueva que estar no pueda con Roldán a prueba. —Aunque el mío es de los Cachopines de Laredo —respondió el caminante—, no le osaré yo poner con el del Toboso de la Mancha, puesto que, para decir verdad, semejante apellido hasta ahora no ha lle- gado a mis oídos. —¡Como eso no habrá llegado ! —replicó don Quijote. Con gran atención iban escuchando todos los demás la plática de los dos, y aun hasta los mesmos cabreros y pastores conocieron la demasia- da falta de juicio de nuestro don Quijote. Solo Sancho Panza pensaba que cuanto su amo decía era verdad, sabiendo él quién era y habiéndole conocido desde su nacimiento; y en lo que dudaba algo era en creer aquello de la linda Dulcinea del Toboso, porque nunca tal nombre ni tal princesa había llegado jamás a su noticia, aunque vivía tan cerca del Toboso.

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En estas pláticas iban, cuando vieron que, por la quiebra que dos altas montañas hacían, bajaban hasta veinte pastores, todos con pellicos de negra lana vestidos y coronados con guirnaldas, que, a lo que después pareció, eran cuál de tejo y cuál de ciprés. Entre seis dellos traían unas andas, cu- biertas de mucha diversidad de flores y de ramos. Lo cual visto por uno de los cabreros, dijo: —Aquellos que allí vienen son los que traen el cuerpo de Grisóstomo, y el pie de aquella montaña es el lugar donde él mandó que le enterrasen. Por esto se dieron priesa a llegar, y fue a tiempo que ya los que venían habían puesto las andas en el suelo, y cuatro dellos con agudos picos esta- ban cavando la sepultura, a un lado de una dura peña. Recibiéronse los unos y los otros cortésmente, y luego don Quijote y los que con él venían se pusieron a mirar las andas, y en ellas vieron cubierto de flores un cuerpo muerto, vestido como pastor, de edad, al parecer, de treinta años; y, aunque muerto, mostraba que vivo había sido de rostro her- moso y de disposición gallarda. Alrededor dél tenía en las mesmas andas algunos libros y muchos papeles, abiertos y cerrados. Y así los que esto miraban como los que abrían la sepultura, y todos los demás que allí había, guardaban un maravilloso silencio. Hasta que uno de los que al muerto trujeron dijo a otro: —Mirá bien, Ambrosio, si es este el lugar que Grisóstomo dijo, ya que queréis que tan puntualmente se cumpla lo que dejó mandado en su testamento. —Este es —respondió Ambrosio—, que muchas veces en él me contó mi desdichado amigo la historia de su desventura. Allí me dijo él que vio la vez primera a aquella enemiga mortal del linaje humano, y allí fue también donde la primera vez le declaró su pensamiento, tan honesto como enamo- rado, y allí fue la última vez donde Marcela le acabó de desengañar y des- deñar, de suerte que puso fin a la tragedia de su miserable vida. Y aquí, en memoria de tantas desdichas, quiso él que le depositasen en las entrañas del eterno olvido. Y volviéndose a don Quijote y a los caminantes, prosiguió diciendo: —Ese cuerpo, señores, que con piadosos ojos estáis mirando, fue depositario de un alma en quien el cielo puso infinita parte de sus rique-

- 166 - Cuarto día Ruta literaria El Quijote Castilla-La Mancha, 2005 zas. Ese es el cuerpo de Grisóstomo, que fue único en el ingenio, solo en la cortesía, estremo en la gentileza, fénix en la amistad, magnífico sin tasa, grave sin presunción, alegre sin bajeza, y, finalmente, primero en todo lo que es ser bueno, y sin segundo en todo lo que fue ser desdi- chado. Quiso bien, fue aborrecido; adoró, fue desdeñado; rogó a una fiera, importunó a un mármol, corrió tras el viento, dio voces a la sole- dad, sirvió a la ingratitud, de quien alcanzó por premio ser despojos de la muerte en la mitad de la carrera de su vida, a la cual dio fin una pastora a quien él procuraba eternizar para que viviera en la memoria de las gentes, cual lo pudieran mostrar bien esos papeles que estáis mi- rando, si él no me hubiera mandado que los entregara al fuego en ha- biendo entregado su cuerpo a la tierra. —De mayor rigor y crueldad usaréis vos con ellos —dijo Vivaldo— que su mesmo dueño, pues no es justo ni acertado que se cumpla la volun- tad de quien lo que ordena va fuera de todo razonable discurso. Y no le tuviera bueno Augusto César si consintiera que se pusiera en ejecución lo que el divino Mantuano dejó en su testamento mandado. Ansí que, señor Ambrosio, ya que deis el cuerpo de vuestro amigo a la tierra, no queráis dar sus escritos al olvido, que si él ordenó como agraviado, no es bien que vos cumpláis como indiscreto; antes haced, dando la vida a estos papeles, que la tenga siempre la crueldad de Marcela, para que sirva de ejemplo, en los tiempos que están por venir, a los vivientes, para que se aparten y huyan de caer en semejantes despeñaderos; que ya sé yo, y los que aquí venimos, la historia deste vuestro enamorado y desesperado amigo, y sabemos la amis- tad vuestra y la ocasión de su muerte, y lo que dejó mandado al acabar de la vida, de la cual lamentable historia se puede sacar cuánto haya sido la crueldad de Marcela, el amor de Grisóstomo, la fe de la amistad vuestra, con el paradero que tienen los que a rienda suelta corren por la senda que el desvariado amor delante de los ojos les pone. Anoche supimos la muerte de Grisóstomo y que en este lugar había de ser enterrado, y así, de curiosidad y de lástima, dejamos nuestro derecho viaje y acordamos de venir a ver con los ojos lo que tanto nos había lastimado en oíllo. Y en pago desta lástima y del deseo que en nosotros nació de remedialla si pudiéramos, te rogamos, ¡oh discreto Ambrosio!, a lo menos, yo te lo suplico de mi parte, que, de- jando de abrasar estos papeles, me dejes llevar algunos dellos. Y sin aguardar que el pastor respondiese, alargó la mano y tomó algunos de los que más cerca estaban; viendo lo cual Ambrosio, dijo:

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—Por cortesía consentiré que os quedéis, señor, con los que ya ha- béis tomado; pero pensar que dejaré de abrasar los que quedan es pen- samiento vano. Vivaldo, que deseaba ver lo que los papeles decían, abrió luego el uno dellos y vio que tenía por título Canción desesperada. Oyólo Ambrosio, y dijo: —Ese es el último papel que escribió el desdichado; y porque veáis, señor, en el término que le tenían sus desventuras, leelde de modo que seáis oído, que bien os dará lugar a ello el que se tardare en abrir la sepultura . —Eso haré yo de muy buena gana —dijo Vivaldo. Y como todos los circunstantes tenían el mesmo deseo, se le pusie- ron a la redonda, y él, leyendo en voz clara, vio que así decía:

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CAPÍTULO XIV (I)

Donde se ponen los versos desesperados del difunto pastor, con otros no esperados sucesos “CONTEXTOS”

“Ahora los dos personajes que centraban CANCIÓN DE GRISÓSTOMO la historia relatada por Pedro en el capítu- lo doce cobran de nuevo el protagonismo a que quieres, crüel, que se publique que les corresponde, relegando a los de- Y de lengua en lengua y de una en otra gente más a un segundo plano. La “Canción des- esperada” de Grisóstomo y el alegato del áspero rigor tuyo la fuerza, exculpatorio de Marcela constituyen los haré que el mesmo infierno comunique dos principales ejes discursivos de este al triste pecho mío un son doliente, capítulo y, a la vez, operan como cierre de la digresión episódica iniciada tres ca- con que el uso común de mi voz tuerza. pítulos antes. (...) El episodio se cierra con Y al par de mi deseo, que se esfuerza don Quijote actuando como juez, eximien- a decir mi dolor y tus hazañas, do a Marcela de toda culpa en relación con la muerte de Grisóstomo y sancio- de la espantable voz irá el acento, nando lo intachable de su conducta. Sin y en él mezcladas, por mayor tormento, embargo, el epitafio que Ambrosio man- pedazos de las míseras entrañas. da grabar sobre la tumba del muerto vuel- Escucha, pues, y presta atento oído, ve a dejar abierta de nuevo la cuestión de la culpabilidad. La vida se escapa a cual- no al concertado son, sino al ruïdo quier red teórico-literaria que pretenda que de lo hondo de mi amargo pecho, apresarla.” Javier Blasco, en el volumen llevado de un forzoso desvarío, complementario a la edición del Quijote dirigida por Francisco Rico. Instituto por gusto mío sale y tu despecho. Cervantes y Editorial Crítica, Barcelona, El rugir del león, del lobo fiero 1998. el temeroso aullido, el silbo horrendo *** *** *** de escamosa serpiente, el espantable baladro de algún monstruo, el agorero graznar de la corneja, y el estruendo del viento contrastado en mar instable; del ya vencido toro el implacable bramido, y de la viuda tortolilla el sentible arrullar; el triste canto del envidiado búho, con el llanto de toda la infernal negra cuadrilla,

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salgan con la doliente ánima fuera, mezclados en un son, de tal manera, que se confundan los sentidos todos, pues la pena cruel que en mí se halla para cantalla pide nuevos modos. De tanta confusión no las arenas del padre Tajo oirán los tristes ecos, ni del famoso Betis las olivas, que allí se esparcirán mis duras penas en altos riscos y en profundos huecos, con muerta lengua y con palabras vivas, o ya en escuros valles o en esquivas playas, desnudas de contrato humano, o adonde el sol jamás mostró su lumbre, o entre la venenosa muchedumbre de fieras que alimenta el libio llano. Que puesto que en los páramos desiertos los ecos roncos de mi mal inciertos suenen con tu rigor tan sin segundo, por privilegio de mis cortos hados, serán llevados por el ancho mundo. Mata un desdén, atierra la paciencia, o verdadera o falsa, una sospecha; matan los celos con rigor más fuerte; desconcierta la vida larga ausencia; contra un temor de olvido no aprovecha firme esperanza de dichosa suerte... En todo hay cierta, inevitable muerte; mas yo, ¡milagro nunca visto!, vivo celoso, ausente, desdeñado y cierto de las sospechas que me tienen muerto, y en el olvido en quien mi fuego avivo, y, entre tantos tormentos, nunca alcanza mi vista a ver en sombra a la esperanza, ni yo, desesperado, la procuro, antes, por estremarme en mi querella, estar sin ella eternamente juro. ¿Puédese, por ventura, en un instante

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esperar y temer, o es bien hacello siendo las causas del temor más ciertas? ¿Tengo, si el duro celo está delante, de cerrar estos ojos, si he de vello por mil heridas en el alma abiertas? ¿Quién no abrirá de par en par las puertas a la desconfianza, cuando mira descubierto el desdén, y las sospechas, ¡oh amarga conversión!, verdades hechas, y la limpia verdad vuelta en mentira? ¡Oh en el reino de amor fieros tiranos celos!, ponedme un hierro en estas manos. Dame, desdén, una torcida soga. Mas, ¡ay de mí!, que con crüel vitoria vuestra memoria el sufrimiento ahoga. Yo muero, en fin, y porque nunca espere buen suceso en la muerte ni en la vida, pertinaz estaré en mi fantasía. Diré que va acertado el que bien quiere, y que es más libre el alma más rendida a la de amor antigua tiranía. Diré que la enemiga siempre mía hermosa el alma como el cuerpo tiene, y que su olvido de mi culpa nace, y que, en fe de los males que nos hace, amor su imperio en justa paz mantiene. Y con esta opinión y un duro lazo, acelerando el miserable plazo a que me han conducido sus desdenes, ofreceré a los vientos cuerpo y alma, sin lauro o palma de futuros bienes. Tú, que con tantas sinrazones muestras la razón que me fuerza a que la haga a la cansada vida que aborrezco, pues ya ves que te da notorias muestras esta del corazón profunda llaga de cómo alegre a tu rigor me ofrezco, si por dicha conoces que merezco

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que el cielo claro de tus bellos ojos en mi muerte se turbe, no lo hagas: que no quiero que en nada satisfagas al darte de mi alma los despojos; antes con risa en la ocasión funesta descubre que el fin mío fue tu fiesta. Mas gran simpleza es avisarte desto, pues sé que está tu gloria conocida en que mi vida llegue al fin tan presto. Venga, que es tiempo ya, del hondo abismo Tántalo con su sed; Sísifo venga con el peso terrible de su canto; Ticio traiga su buitre, y ansimismo con su rueda Egïón no se detenga, ni las hermanas que trabajan tanto, y todos juntos su mortal quebranto trasladen en mi pecho, y en voz baja —si ya a un desesperado son debidas— canten obsequias tristes, doloridas, al cuerpo, a quien se niegue aun la mortaja; y el portero infernal de los tres rostros, con otras mil quimeras y mil monstros, lleven el doloroso contrapunto, que otra pompa mejor no me parece que la merece un amador difunto. Canción desesperada, no te quejes cuando mi triste compañía dejes; antes, pues que la causa do naciste con mi desdicha aumenta su ventura, aun en la sepultura no estés triste. Bien les pareció a los que escuchado habían la canción de Grisóstomo, puesto que el que la leyó dijo que no le parecía que conformaba con la relación que él había oído del recato y bondad de Marcela, porque en ella se quejaba Grisóstomo de celos, sospechas y de ausencia, todo en perjuicio del buen crédito y buena fama de Marcela. A lo cual respondió Ambrosio, como aquel que sabía bien los más escondidos pensamientos de su amigo: —Para que, señor, os satisfagáis desa duda, es bien que sepáis que cuando este desdichado escribió esta canción estaba ausente de Marcela, de quien

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él se había ausentado por su voluntad, por ver si usaba con él la ausencia de sus ordinarios fueros; y como al enamorado ausente no hay cosa que no le fatigue ni temor que no le dé alcance, así le fatigaban a Grisóstomo los celos imaginados y las sospechas temidas como si fueran verdaderas. Y con esto queda en su punto la verdad que la fama pregona de la bondad de Marcela, la cual, fuera de ser cruel, y un poco arrogante, y un mucho desde- ñosa, la mesma envidia ni debe ni puede ponerle falta alguna. —Así es la verdad —respondió Vivaldo. Y queriendo leer otro papel de los que había reservado del fuego, lo estorbó una maravillosa visión —que tal parecía ella— que improvisamente se les ofreció a los ojos; y fue que por cima de la peña donde se cavaba la sepultura pareció la pastora Marcela, tan hermosa, que pasaba a su fama su hermosura. Los que hasta entonces no la habían visto la miraban con admi- ración y silencio, y los que ya estaban acostumbrados a verla no quedaron menos suspensos que los que nunca la habían visto. Mas apenas la hubo visto Ambrosio, cuando con muestras de ánimo indignado le dijo: —¿Vienes a ver, por ventura, ¡oh fiero basilisco destas montañas!, si con tu presencia vierten sangre las heridas deste miserable a quien tu cruel- dad quitó la vida? ¿O vienes a ufanarte en las crueles hazañas de tu condi- ción? ¿O a ver desde esa altura, como otro despiadado Nero, el incendio de su abrasada Roma? ¿O a pisar arrogante este desdichado cadáver, como la ingrata hija al de su padre Tarquino? Dinos presto a lo que vienes o qué es aquello de que más gustas, que, por saber yo que los pensamientos de Grisóstomo jamás dejaron de obedecerte en vida, haré que, aun él muerto, te obedezcan los de todos aquellos que se llamaron sus amigos. —No vengo, ¡oh Ambrosio!, a ninguna cosa de las que has dicho — respondió Marcela—, sino a volver por mí misma y a dar a entender cuán fuera de razón van todos aquellos que de sus penas y de la muerte de Grisóstomo me culpan; y, así, ruego a todos los que aquí estáis me estéis atentos, que no será menester mucho tiempo ni gastar muchas palabras para persuadir una verdad a los discretos. Hízome el cielo, según vosotros decís, hermosa, y de tal manera, que, sin ser poderosos a otra cosa, a que me améis os mueve mi hermosura, y por el amor que me mostráis decís y aun queréis que esté yo obligada a amaros. Yo conozco, con el natural en- tendimiento que Dios me ha dado, que todo lo hermoso es amable; mas no alcanzo que, por razón de ser amado, esté obligado lo que es amado por hermoso a amar a quien le ama. Y más, que podría acontecer que el amador

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de lo hermoso fuese feo, y siendo lo feo digno de ser aborrecido, cae muy mal el decir «Quiérote por hermosa: hasme de amar aunque sea feo». Pero, puesto caso que corran igualmente las hermosuras, no por eso han de correr iguales los deseos, que no todas hermosuras enamoran: que algunas ale- gran la vista y no rinden la voluntad; que si todas las bellezas enamorasen y rindiesen, sería un andar las voluntades confusas y descaminadas, sin saber en cuál habían de parar, porque, siendo infinitos los sujetos hermosos, infi- nitos habían de ser los deseos. Y, según yo he oído decir, el verdadero amor no se divide, y ha de ser voluntario, y no forzoso. Siendo esto así, como yo creo que lo es, ¿por qué queréis que rinda mi voluntad por fuerza, obligada no más de que decís que me queréis bien? Si no, decidme: si como el cielo me hizo hermosa me hiciera fea, ¿fuera justo que me quejara de vosotros porque no me amábades? Cuanto más, que habéis de considerar que yo no escogí la hermosura que tengo, que tal cual es el cielo me la dio de gracia, sin yo pedilla ni escogella. Y así como la víbora no merece ser culpada por la ponzoña que tiene, puesto que con ella mata, por habérsela dado natura- leza, tampoco yo merezco ser reprehendida por ser hermosa, que la hermo- sura en la mujer honesta es como el fuego apartado o como la espada agu- da, que ni él quema ni ella corta a quien a ellos no se acerca. La honra y las virtudes son adornos del alma, sin las cuales el cuerpo, aunque lo sea, no debe de parecer hermoso. Pues si la honestidad es una de las virtudes que al cuerpo y al alma más adornan y hermosean, ¿por qué la ha de perder la que es amada por hermosa, por corresponder a la intención de aquel que, por solo su gusto, con todas sus fuerzas e industrias procura que la pierda? Yo nací libre, y para poder vivir libre escogí la soledad de los campos: los árboles destas montañas son mi compañía; las claras aguas destos arroyos, mis espejos; con los árboles y con las aguas comunico mis pensamientos y hermosura. Fuego soy apartado y espada puesta lejos. A los que he enamo- rado con la vista he desengañado con las palabras; y si los deseos se susten- tan con esperanzas, no habiendo yo dado alguna a Grisóstomo, ni a otro alguno el fin de ninguno dellos, bien se puede decir que antes le mató su porfía que mi crueldad. Y si se me hace cargo que eran honestos sus pensa- mientos y que por esto estaba obligada a corresponder a ellos, digo que cuando en ese mismo lugar donde ahora se cava su sepultura me descubrió la bondad de su intención, le dije yo que la mía era vivir en perpetua sole- dad y de que sola la tierra gozase el fruto de mi recogimiento y los despojos de mi hermosura; y si él, con todo este desengaño, quiso porfiar contra la esperanza y navegar contra el viento, ¿qué mucho que se anegase en la

- 174 - Cuarto día Ruta literaria El Quijote Castilla-La Mancha, 2005 mitad del golfo de su desatino? Si yo le entretuviera, fuera falsa; si le con- tentara, hiciera contra mi mejor intención y prosupuesto. Porfió desengaña- do, desesperó sin ser aborrecido: ¡mirad ahora si será razón que de su pena se me dé a mí la culpa! Quéjese el engañado, desespérese aquel a quien le faltaron las prometidas esperanzas, confíese el que yo llamare, ufánese el que yo admitiere; pero no me llame cruel ni homicida aquel a quien yo no prometo, engaño, llamo ni admito. El cielo aún hasta ahora no ha querido que yo ame por destino, y el pensar que tengo de amar por elección es escusado. Este general desengaño sirva a cada uno de los que me solicitan de su particular provecho; y entiéndase de aquí adelante que si alguno por mí muriere, no muere de celoso ni desdichado, porque quien a nadie quiere a ninguno debe dar celos, que los desengaños no se han de tomar en cuenta de desdenes. El que me llama fiera y basilisco déjeme como cosa perjudi- cial y mala; el que me llama ingrata no me sirva; el que desconocida, no me conozca; quien cruel, no me siga; que esta fiera, este basilisco, esta ingrata, esta cruel y esta desconocida ni los buscará, servirá, conocerá ni seguirá en ninguna manera. Que si a Grisóstomo mató su impaciencia y arrojado de- seo, ¿por qué se ha de culpar mi honesto proceder y recato? Si yo conservo mi limpieza con la compañía de los árboles, ¿por qué ha de querer que la pierda el que quiere que la tenga con los hombres? Yo, como sabéis, tengo riquezas propias, y no codicio las ajenas; tengo libre condición, y no gusto de sujetarme; ni quiero ni aborrezco a nadie; no engaño a este ni solicito aquel; ni burlo con uno ni me entretengo con el otro. La conversación ho- nesta de las zagalas destas aldeas y el cuidado de mis cabras me entretiene. Tienen mis deseos por término estas montañas, y si de aquí salen es a con- templar la hermosura del cielo, pasos con que camina el alma a su morada primera. Y en diciendo esto, sin querer oír respuesta alguna, volvió las espaldas y se entró por lo más cerrado de un monte que allí cerca estaba, dejando admirados tanto de su discreción como de su hermosura a todos los que allí estaban. Y algunos dieron muestras (de aquellos que de la poderosa flecha de los rayos de sus bellos ojos estaban heridos) de quererla seguir, sin apro- vecharse del manifiesto desengaño que habían oído. Lo cual visto por don Quijote, pareciéndole que allí venía bien usar de su caballería, socorriendo a las doncellas menesterosas, puesta la mano en el puño de su espada, en altas e inteligibles voces dijo: —Ninguna persona, de cualquier estado y condición que sea, se atreva a seguir a la hermosa Marcela, so pena de caer en la furiosa indignación mía.

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Ella ha mostrado con claras y suficientes razones la poca o ninguna culpa que ha tenido en la muerte de Grisóstomo y cuán ajena vive de condescen- der con los deseos de ninguno de sus amantes; a cuya causa es justo que, en lugar de ser seguida y perseguida, sea honrada y estimada de todos los buenos del mundo, pues muestra que en él ella es sola la que con tan hones- ta intención vive. O ya que fuese por las amenazas de don Quijote, o porque Ambrosio les dijo que concluyesen con lo que a su buen amigo debían, ninguno de los pastores se movió ni apartó de allí hasta que, acabada la sepultura y abrasa- dos los papeles de Grisóstomo, pusieron su cuerpo en ella, no sin muchas lágrimas de los circunstantes. Cerraron la sepultura con una gruesa peña, en tanto que se acababa una losa que, según Ambrosio dijo, pensaba man- dar hacer con un epitafio que había de decir desta manera: Yace aquí de un amador el mísero cuerpo helado, que fue pastor de ganado, perdido por desamor. Murió a manos del rigor de una esquiva hermosa ingrata, con quien su imperio dilata la tiranía de amor. Luego esparcieron por cima de la sepultura muchas flores y ramos, y, dando todos el pésame a su amigo Ambrosio, se despidieron dél. Lo mesmo hicieron Vivaldo y su compañero, y don Quijote se despidió de sus huéspe- des y de los caminantes, los cuales le rogaron se viniese con ellos a Sevilla, por ser lugar tan acomodado a hallar aventuras, que en cada calle y tras cada esquina se ofrecen más que en otro alguno. Don Quijote les agradeció el aviso y el ánimo que mostraban de hacerle merced, y dijo que por enton- ces no quería ni debía ir a Sevilla, hasta que hubiese despejado todas aque- llas sierras de ladrones malandrines, de quien era fama que todas estaban llenas. Viendo su buena determinación, no quisieron los caminantes impor- tunarle más, sino, tornándose a despedir de nuevo, le dejaron y prosiguie- ron su camino, en el cual no les faltó de qué tratar, así de la historia de Marcela y Grisóstomo como de las locuras de don Quijote. El cual determi- nó de ir a buscar a la pastora Marcela y ofrecerle todo lo que él podía en su servicio; mas no le avino como él pensaba, según se cuenta en el discurso desta verdadera historia, dando aquí fin la segunda parte.

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CAPÍTULO XXII (I)

De la libertad que dio don Quijote a muchos desdichados que mal de su grado los llevaban donde no quisieran ir “CONTEXTOS”

“Por su parte, también la aparición de la uenta Cide Hamete Benengeli, autor arábigo y manchego, en esta condena a las minas de Almadén tiene un C gravísima, altisonante, mínima, dulce e imaginada historia, que des- fin utilitario indudable, como lo señalan pués que entre el famoso don Quijote de la Mancha y Sancho Panza, su todos los autores: la falta de gente reque- escudero, pasaron aquellas razones que en el fin del capítulo veinte y uno rida en la mina para su recuperación, pri- mero, y después para el mantenimiento quedan referidas, que don Quijote alzó los ojos y vio que por el camino que de los niveles de producción de azogue llevaba venían hasta doce hombres a pie, ensartados como cuentas en una concertados en los sucesivos arriendos gran cadena de hierro por los cuellos, y todos con esposas a las manos; entre la corona y los Fúcares, hizo que en 1559 se solicitara desde el establecimien- venían ansimismo con ellos dos hombres de a caballo y dos de a pie: los de to manchego el envío de treinta condena- a caballo, con escopetas de rueda, y los de a pie, con dardos y espadas; y dos a galeras, a lo que el monarca con- que así como Sancho Panza los vido, dijo: testó que, si bien al parecer no serían úti- les, dada la calidad de la obra, se envia- —Esta es cadena de galeotes, gente forzada del rey, que va a las galeras. rían algunos para hacer la experiencia (...) “por cuanto por la necesidad que hay de —¿Cómo gente forzada? —preguntó don Quijote—. ¿Es posible que el ordinario de gente para que trabaje en el rey haga fuerza a ninguna gente? dicho pozo y fábrica, especialmente para sacar el agua, la cual no se halla todas las —No digo eso —respondió Sancho—, sino que es gente que por sus veces en el número y de la suerte que es menester, tuve por bien de acomodar al delitos va condenada a servir al rey en las galeras de por fuerza. dicho Marcos Fúcar con 30 galeotes de los condenados y que se condenasen al —En resolución —replicó don Quijote—, como quiera que ello sea, esta remo en mis galeras (Cédula de 25 de gente, aunque los llevan, van de por fuerza, y no de su voluntad . septiembre de 1566). En un primer momento, los reos se —Así es —dijo Sancho. enviaban desde la cárcel de Toledo, de entre los que allí se iban reuniendo con- —Pues, desa manera —dijo su amo—, aquí encaja la ejecución de mi denados por las diferentes justicias del oficio: desfacer fuerzas y socorrer y acudir a los miserables. reino a la pena de galeras y que espera- ban su partida en “cadenas” hacia los ar- —Advierta vuestra merced —dijo Sancho— que la justicia, que es el senales de marina. Pero (más adelante) mesmo rey, no hace fuerza ni agravio a semejante gente, sino que los casti- en las sentencias se impone expresamente la condena “a servir en las minas de ga en pena de sus delitos. Almadén”, pena que ha cobrado autono- mía aunque no existan para ella leyes dis- Llegó en esto la cadena de los galeotes y don Quijote con muy corteses tintas de las elaboradas para la pena de razones pidió a los que iban en su guarda fuesen servidos de informalle y galeras, y aunque se envíen en algunas

Cuarto día - 177 - Ruta literaria El Quijote Castilla-La Mancha, 2005 ocasiones forzados a Almadén desde las decille la causa o causas porque llevaban aquella gente de aquella manera. cárceles de Madrid y Toledo partidas de Una de las guardas de a caballo respondió que eran galeotes, gente de Su hombres condenados en principio a las galeras. Majestad, que iba a galeras, y que no había más que decir, ni él tenía más Incluso en muchas sentencias condena- que saber. torias a trabajos forzados en la mina se sigue recordando su origen en la pena de —Con todo eso —replicó don Quijote—, querría saber de cada uno galeras, con expresiones como la de que dellos en particular la causa de su desgracia. se castiga a los reos “al remo sin sueldo en la Real mina y pozo de los azogues de Añadió a estas otras tales y tan comedidas razones para moverlos a que Almadén”, o incluso a las “galeras y cru- le dijesen lo que deseaba, que la otra guarda de a caballo le dijo: jía de la villa de Almadén”, diferenciándo- se así de las condenas a las “galeras de —Aunque llevamos aquí el registro y la fe de las sentencias de cada uno agua”. PRIOR CABANILLAS, JULIÁN ANTONIO, La pena de minas: los forzados de Almadén, destos malaventurados, no es tiempo este de detenerles a sacarlas ni a leellas: 1646-1699, Universidad de Castilla-La vuestra merced llegue y se lo pregunte a ellos mesmos, que ellos lo dirán si Mancha, Ciudad Real, 2003. quisieren, que sí querrán, porque es gente que recibe gusto de hacer y decir *** *** *** bellaquerías. Con esta licencia, que don Quijote se tomara aunque no se la dieran, se llegó a la cadena y al primero le preguntó que por qué pecados iba de tan mala guisa. Él le respondió que por enamorado iba de aquella manera. —¿Por eso no más? —replicó don Quijote—. Pues si por enamorados echan a galeras, días ha que pudiera yo estar bogando en ellas. —No son los amores como los que vuestra merced piensa —dijo el “¿Qué importancia tenía, en la Edad Me- galeote—, que los míos fueron que quise tanto a una canasta de colar ates- dia y durante la primera mitad del siglo tada de ropa blanca, que la abracé conmigo tan fuertemente, que a no qui- XVI, el mercurio? Parece ser que, hasta entonces, las únicas aplicaciones eran las tármela la justicia por fuerza, aún hasta agora no la hubiera dejado de mi de extraer cinabrio, solimán y bermellón voluntad. Fue en fragante, no hubo lugar de tormento, concluyóse la causa, del mineral. En 1554, Bartolomé de acomodáronme las espaldas con ciento, y por añadidura tres precisos de Medina, un sevillano a quien algunos co- mentaristas consideran agente de los gurapas, y acabóse la obra. Fúcares, introduce en Nueva España la —¿Qué son gurapas? —preguntó don Quijote. amalgama del azogue con la plata. (...) El caso es que, de repente, el mercurio se —Gurapas son galeras —respondió el galeote. convierte en producto industrial de valor creciente. La corona se da cuenta de la El cual era un mozo de hasta edad de veinte y cuatro años, y dijo que era situación. No menos la perciben los natural de Piedrahíta. Lo mesmo preguntó don Quijote al segundo, el cual Fúcares. Ha llegado el momento de sacar de la mina el mayor rendimiento posible. no respondió palabra, según iba de triste y malencónico, mas respondió por Ya en 1559, un administrador de la mina, él el primero y dijo: Rótulo, tal vez también representante de los Fúcares, advierte que no hay bastante —Este, señor, va por canario, digo, por músico y cantor. número de obreros en la mina para que el rendimiento sea satisfactorio. Rótulo, tal —Pues ¿cómo? —replicó don Quijote—. ¿Por músicos y cantores van vez por sugerencia de Xedler propone al también a galeras?

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—Sí, señor —respondió el galeote—, que no hay peor cosa que can- rey que conceda a la administración de la tar en el ansia. mina treinta galeotes. Las negociaciones se prolongan y ya cuando la mina se halla —Antes he yo oído decir —dijo don Quijote— que quien canta sus definitivamente bajo la administración de los Fúcares, y en vista de que no se con- males espanta. sigue extraer ni el mínimo de azogue que se fija en el acuerdo con la corona, en fe- —Acá es al revés —dijo el galeote—, que quien canta una vez llora brero de 1566, el rey accede a que cierto toda la vida. número de delincuentes condenados a las galeras sea enviado a las minas de —No lo entiendo —dijo don Quijote. Almadén. Así es como Mateo Alemán en- tra en relaciones con los galeotes. (...) Mas una de las guardas le dijo: ¿Cómo iban a cumplir su condena los galeotes, según el asiento concertado —Señor caballero, cantar en el ansia se dice entre esta gente non santa entre los Fúcares y el rey? La duración de confesar en el tormento. A este pecador le dieron tormento y confesó su los trabajos forzados en la mina será igual al tiempo de condena que los galeotes delito, que era ser cuatrero, que es ser ladrón de bestias, y por haber confe- hubiesen de servir al remo. El documento sado le condenaron por seis años a galeras, amén de docientos azotes que real aclara que “no es nuestra intención ya lleva en las espaldas; y va siempre pensativo y triste porque los demás que (los galeotes) reciban agravio, aun- que el trabajo de las dichas galeras sea ladrones que allá quedan y aquí van le maltratan y aniquilan y escarnecen y mayor que el de la dicha fábrica (la mina)”, tienen en poco, porque confesó y no tuvo ánimo de decir nones. Porque pero desde 1566, año en que empiezan a dicen ellos que tantas letras tiene un no como un sí y que harta ventura tiene llegar galeotes a Almadén, hasta el mo- un delincuente que está en su lengua su vida o su muerte, y no en la de los mento en que Mateo Alemán realiza su visita, nada iba a ser más cruel que el tra- testigos y probanzas; y para mí tengo que no van muy fuera de camino. bajo en el pozo del azogue. Galeotes con- denados por rufianes, otros por hurto o —Y yo lo entiendo así —respondió don Quijote. por robo, algunos por crímenes de san- gre, moriscos procedentes del Albaicín, El cual, pasando al tercero, preguntó lo que a los otros; el cual de gitanos perseguidos por ladrones, bando- presto y con mucho desenfado respondió y dijo: leros y esclavos van a arrastrar sus des- dichadas existencias en el sombrío —Yo voy por cinco años a las señoras gurapas por faltarme diez subsuelo de Almadén en el último tercio ducados. del siglo XVI.(...) ¿Qué consecuencias podríamos sacar —Yo daré veinte de muy buena gana —dijo don Quijote— por para explicar, aunque con muchas precau- ciones y no sin timidez, algún aspecto de libraros desa pesadumbre. la creación del Guzmán? La respuesta in- mediata sería, sin duda, que en nuestros —Eso me parece —respondió el galeote— como quien tiene dineros documentos se halla la posible fuente del en mitad del golfo y se está muriendo de hambre, sin tener adonde com- episodio de los galeotes. ¿Son los de prar lo que ha menester. Dígolo porque si a su tiempo tuviera yo esos Mateo Alemán, los primeros que apare- cen en una obra literaria? Hasta cierto veinte ducados que vuestra merced ahora me ofrece, hubiera untado punto, sí.(...) Los primeros que aparecen con ellos la péndola del escribano y avivado el ingenio del procurador, en una novela no son tampoco los de de manera que hoy me viera en mitad de la plaza de Zocodover de Toledo, Mateo Alemán, aunque en la primera par- y no en este camino, atraillado como galgo; pero Dios es grande: pa- te se nos dice ya que Guzmán escribe su vida en galeras. Los primeros que se in- ciencia, y basta. corporan activamente a la ficción son los

Cuarto día - 179 - Ruta literaria El Quijote Castilla-La Mancha, 2005 galeotes del imitador o continuador Mateo Pasó don Quijote al cuarto, que era un hombre de venerable rostro, con Luján de Saavedra. La presentación que una barba blanca que le pasaba del pecho; el cual, oyéndose preguntar la este autor nos hace de los galeotes es muy breve. Habrá que esperar hasta que Mateo causa por que allí venía, comenzó a llorar y no respondió palabra; mas el Alemán nos dé el final de su segunda par- quinto condenado le sirvió de lengua y dijo: te en 1604 para recibir el clamor de los galeotes en su trágica circunstancia, con —Este hombre honrado va por cuatro años a galeras, habiendo paseado sangre, rebelión y traiciones. Y ¿son es- las acostumbradas, vestido, en pompa y a caballo. tos los galeotes que reaparecerían capi- taneados por Ginés de Pasamonte, en el —Eso es —dijo Sancho Panza—, a lo que a mí me parece, haber salido capítulo XXII de la primera parte del Qui- jote? Al menos se nos dice que Pasamonte a la vergüenza. ha escrito su vida, que no ha terminado de escribir porque su vida no ha termina- —Así es —replicó el galeote—, y la culpa por que le dieron esta pena es do –servidumbre de la autobiografía-, vida por haber sido corredor de oreja, y aun de todo el cuerpo. En efecto, quiero de pícaro triunfante frente a la biografía decir que este caballero va por alcahuete y por tener asimesmo sus puntas y de héroe, un héroe, como don Quijote, que sueña, desde el principio de su conver- collar de hechicero. sión a la caballería, con ser biografiado?” —A no haberle añadido esas puntas y collar —dijo don Quijote—, por BLEIBERG, GERMAN, El ‘Informe secreto’ de Mateo Alemán sobre el trabajo forzado en solamente el alcahuete limpio no merecía él ir a bogar en las galeras, sino a las minas de Almadén, Tamesis Books mandallas y a ser general dellas. Porque no es así como quiera el oficio de Limited, Londres, 1985. alcahuete, que es oficio de discretos y necesarísimo en la república bien *** *** *** ordenada, y que no le debía ejercer sino gente muy bien nacida; y aun había de haber veedor y examinador de los tales, como le hay de los demás ofi- cios, con número deputado y conocido, como corredores de lonja, y desta manera se escusarían muchos males que se causan por andar este oficio y ejercicio entre gente idiota y de poco entendimiento, como son mujercillas de poco más a menos, pajecillos y truhanes de pocos años y de poca expe- riencia, que, a la más necesaria ocasión y cuando es menester dar una traza que importe, se les yelan las migas entre la boca y la mano, y no saben cuál es su mano derecha. Quisiera pasar adelante y dar las razones por que con- venía hacer elección de los que en la república habían de tener tan necesa- rio oficio, pero no es el lugar acomodado para ello: algún día lo diré a quien lo pueda proveer y remediar. Solo digo ahora que la pena que me ha causa- do ver estas blancas canas y este rostro venerable en tanta fatiga por alca- huete, me la ha quitado el adjunto de ser hechicero. Aunque bien sé que no hay hechizos en el mundo que puedan mover y forzar la voluntad, como algunos simples piensan, que es libre nuestro albedrío y no hay yerba ni encanto que le fuerce: lo que suelen hacer algunas mujercillas simples y algunos embusteros bellacos es algunas misturas y venenos, con que vuel- ven locos a los hombres, dando a entender que tienen fuerza para hacer querer bien, siendo, como digo, cosa imposible forzar la voluntad.

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—Así es —dijo el buen viejo—, y en verdad, señor, que en lo de hechi- cero que no tuve culpa; en lo de alcahuete, no lo pude negar, pero nunca pensé que hacía mal en ello, que toda mi intención era que todo el mundo se holgase y viviese en paz y quietud, sin pendencias ni penas; pero no me aprovechó nada este buen deseo para dejar de ir adonde no espero volver, según me cargan los años y un mal de orina que llevo, que no me deja reposar un rato. Y aquí tornó a su llanto como de primero; y túvole Sancho tanta compa- sión, que sacó un real de a cuatro del seno y se le dio de limosna. Pasó adelante don Quijote y preguntó a otro su delito, el cual respondió con no menos, sino con mucha más gallardía que el pasado: —Yo voy aquí porque me burlé demasiadamente con dos primas her- manas mías y con otras dos hermanas que no lo eran mías; finalmente, tanto me burlé con todas, que resultó de la burla crecer la parentela tan intricadamente, que no hay diablo que la declare. Probóseme todo, faltó favor, no tuve dineros, avíame a pique de perder los tragaderos, sentenciáronme a galeras por seis años, consentí: castigo es de mi culpa; mozo soy: dure la vida, que con ella todo se alcanza. Si vuestra merced, señor caballero, lleva alguna cosa con que socorrer a estos pobretes, Dios se lo pagará en el cielo y nosotros tendremos en la tierra cuidado de rogar a Dios en nuestras oraciones por la vida y salud de vuestra merced, que sea tan larga y tan buena como su buena presencia merece. Este iba en hábito de estudiante, y dijo una de las guardas que era muy grande hablador y muy gentil latino.

Tras todos estos venía un hombre de muy buen parecer, de edad de “Este Ginés de Passamonte no es un per- treinta años, sino que al mirar metía el un ojo en el otro un poco. Venía sonaje inventado ni de ficción, sino un diferentemente atado que los demás, porque traía una cadena al pie, tan personaje histórico y real que Cervantes conoció en su juventud. Se trata del ara- grande, que se la liaba por todo el cuerpo, y dos argollas a la garganta, gonés Jerónimo de Passamonte, nacido la una en la cadena y la otra de las que llaman guardaamigo o pie de en 1553 cerca de Calatayud, y que en amigo, de la cual decendían dos hierros que llegaban a la cintura, en los 1571 se alistó en el Tercio de don Miguel cuales se asían dos esposas, donde llevaba las manos, cerradas con un de Moncada, en el cual también se en- cuadró Cervantes, y con él participó en la grueso candado, de manera que ni con las manos podía llegar a la boca batalla de Lepanto, en la acción de ni podía bajar la cabeza a llegar a las manos. Preguntó don Quijote que Navarino y en la conquista de Túnez. cómo iba aquel hombre con tantas prisiones más que los otros. Passamonte fue cautivo de los turcos en- tre 1574 y 1592, obligado a remar como Respondióle la guarda porque tenía aquel solo más delitos que todos los forzado en las galeras de los infieles, y otros juntos y que era tan atrevido y tan grande bellaco, que, aunque le sufrió toda suerte de penalidades, que

Cuarto día - 181 - Ruta literaria El Quijote Castilla-La Mancha, 2005 soportó con ánimos y valentía, y, ya en llevaban de aquella manera, no iban seguros dél, sino que temían que se libertad, escribió su autobiografía con el les había de huir. título de La vida y trabajos de Jerónimo de Passamonte. Cervantes, al situarlo en —¿Qué delitos puede tener —dijo don Quijote—, si no han merecido este capítulo del Quijote, mantuvo su ape- llido –nada corriente, por cierto y la ini- más pena que echalle a las galeras? cial de su nombre al llamarlo Ginés en vez de Jerónimo y reprodujo casi exacto el tí- —Va por diez años —replicó la guarda—, que es como muerte cevil. tulo de su autobiografía; pero lo denigró e No se quiera saber más sino que este buen hombre es el famoso Ginés de incluso lo calumnió al convertir su digno Pasamonte, que por otro nombre llaman Ginesillo de Parapilla. cautiverio de cristiano remando en gale- ras turcas en el de un malhechor que ha- —Señor comisario —dijo entonces el galeote—, váyase poco a poco y bía purgado sus delitos en las galeras de España. Ello revela un odio, sin duda na- no andemos ahora a deslindar nombres y sobrenombres. Ginés me llamo, y cido en los años que fueron compañeros no Ginesillo, y Pasamonte es mi alcurnia, y no Parapilla, como voacé dice; de milicia, que Cervantes conservó muy y cada uno se dé una vuelta a la redonda, y no hará poco. vivo y vació en este episodio del Quijote”. RIQUER, MARTÍN DE, Para leer a Cervantes, —Hable con menos tono —replicó el comisario—, señor ladrón de más Acantilado, Barcelona, 2003. de la marca, si no quiere que le haga callar, mal que le pese. *** *** *** —Bien parece —respondió el galeote— que va el hombre como Dios es servido, pero algún día sabrá alguno si me llamo Ginesillo de Parapilla o no. —Pues ¿no te llaman ansí, embustero? —dijo la guarda. —Sí llaman —respondió Ginés—, mas yo haré que no me lo llamen, o me las pelaría donde yo digo entre mis dientes. Señor caballero, si tiene algo que darnos, dénoslo ya y vaya con Dios, que ya enfada con tanto que- rer saber vidas ajenas; y si la mía quiere saber, sepa que yo soy Ginés de Pasamonte, cuya vida está escrita por estos pulgares. —Dice verdad —dijo el comisario—, que él mesmo ha escrito su histo- ria, que no hay más que desear, y deja empeñado el libro en la cárcel en docientos reales. —Y le pienso quitar —dijo Ginés—, si quedara en docientos ducados. —¿Tan bueno es? —dijo don Quijote. —Es tan bueno —respondió Ginés—, que mal año para Lazarillo de Tormes y para todos cuantos de aquel género se han escrito o escribieren. Lo que le sé decir a voacé es que trata verdades y que son verdades tan lindas y tan donosas que no pueden haber mentiras que se le igualen. —¿Y cómo se intitula el libro? —preguntó don Quijote.

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—La vida de Ginés de Pasamonte —respondió el mismo. —¿Y está acabado? —preguntó don Quijote. —¿Cómo puede estar acabado —respondió él—, si aún no está acabada mi vida? Lo que está escrito es desde mi nacimiento hasta el punto que esta última vez me han echado en galeras. —Luego ¿otra vez habéis estado en ellas? —dijo don Quijote. —Para servir a Dios y al rey, otra vez he estado cuatro años, y ya sé a qué sabe el bizcocho y el corbacho —respondió Ginés—; y no me pesa mucho de ir a ellas, porque allí tendré lugar de acabar mi libro, que me quedan muchas cosas que decir y en las galeras de España hay más sosiego de aquel que sería menester, aunque no es menester mucho más para lo que yo tengo de escribir, porque me lo sé de coro. “Ginés de Pasamonte se muestra primero —Hábil pareces —dijo don Quijote. como galeote, lo cual por cierto supone un contexto histórico contemporáneo bien —Y desdichado —respondió Ginés—, porque siempre las desdichas definido. Leemos que es el único entre los persiguen al buen ingenio. encadenados que tiene experiencia previa de la vida de galeras: Durante una conde- —Persiguen a los bellacos —dijo el comisario. na de cuatro años ya ha probado el sabor del bizcocho y del látigo. Condenado ahora —Ya le he dicho, señor comisario —respondió Pasamonte—, que se a diez años más, según el guarda es un vaya poco a poco, que aquellos señores no le dieron esa vara para que criminal habitual, peor que todos los otros maltratase a los pobretes que aquí vamos, sino para que nos guiase y lleva- juntos. Pero no lo vemos nunca a bordo de una galera; esa vida pertenece al pa- se adonde Su Majestad manda. Si no, por vida de... Basta, que podría ser sado del personaje y tal vez a un futuro que saliesen algún día en la colada las manchas que se hicieron en la venta, todavía desconocido. y todo el mundo calle y viva bien y hable mejor, y caminemos, que ya es De todos modos, es más fuerte la filia- ción literaria. Es probable que Cervantes mucho regodeo este. y Mateo Alemán tuviesen conocimiento Alzó la vara en alto el comisario para dar a Pasamonte, en respuesta de directo de los galeotes: Cervantes por su servicio militar en el Mediterráneo y en el sus amenazas, mas don Quijote se puso en medio y le rogó que no le mal- norte de África; Alemán por tratar con ellos tratase, pues no era mucho que quien llevaba tan atadas las manos tuviese cuando era juez de comisión y contador algún tanto suelta la lengua. Y volviéndose a todos los de la cadena, dijo: de resultas. En cuanto galeotes Ginés de Pasamonte y Guzmán de Alfarache son —De todo cuanto me habéis dicho, hermanos carísimos, he sacado en creaciones basadas en la realidad históri- ca, pero como prototipo literario la prece- limpio que, aunque os han castigado por vuestras culpas, las penas que vais dencia de Guzmán es indiscutible. a padecer no os dan mucho gusto y que vais a ellas muy de mala gana y Sabido es que Cervantes no nombra ni a muy contra vuestra voluntad, y que podría ser que el poco ánimo que aquel Mateo Alemán ni a su novela en el Quijo- te, sino que alude furtivamente a través tuvo en el tormento, la falta de dineros deste, el poco favor del otro y, de Ginés a “Lazarillo de Tormes y... todos finalmente, el torcido juicio del juez, hubiese sido causa de vuestra perdi- cuantos de aquel género se han escrito o

Cuarto día - 183 - Ruta literaria El Quijote Castilla-La Mancha, 2005 escribieren”. La filiación con Guzmán es ción y de no haber salido con la justicia que de vuestra parte teníades. Todo mucho más fuerte que la filiación con La- lo cual se me representa a mí ahora en la memoria, de manera que me está zarillo. Considérense las siguientes pala- bras: “Él mismo escribe su vida desde las diciendo, persuadiendo y aun forzando que muestre con vosotros el efeto galeras donde queda forzado al remo, por para que el cielo me arrojó al mundo y me hizo profesar en él la orden de delitos que cometió, habiendo sido ladrón caballería que profeso, y el voto que en ella hice de favorecer a los famosísimo... un hombre de claro enten- dimiento, ayudado de letras y castigado menesterosos y opresos de los mayores. Pero, porque sé que una de las de tiempo, aprovechándose del ocioso de partes de la prudencia es que lo que se puede hacer por bien no se haga por la galera”. mal, quiero rogar a estos señores guardianes y comisario sean servidos de Estas mismas palabras pueden aplicarse a Ginés de Pasamonte –salvo la frase desataros y dejaros ir en paz, que no faltarán otros que sirvan al rey en “castigado del tiempo”-; se refieren, por mejores ocasiones, porque me parece duro caso hacer esclavos a los que supuesto, a Guzmán de Alfarache. A Dios y naturaleza hizo libres. Cuanto más, señores guardas —añadió don Guzmán se le califica de “Proteus alter” Quijote—, que estos pobres no han cometido nada contra vosotros. Allá se (“Otro Proteo”) en una de las poesías pre- liminares, aludiendo con ello a los múlti- lo haya cada uno con su pecado; Dios hay en el cielo, que no se descuida de ples disfraces y papeles que adopta. Es- castigar al malo ni de premiar al bueno, y no es bien que los hombres hon- tos son los típicos del pícaro literario, he- rados sean verdugos de los otros hombres, no yéndoles nada en ello. Pido redados del embustero folclórico tradicio- nal; y así mismo son típicos de Ginés: en esto con esta mansedumbre y sosiego, porque tenga, si lo cumplís, algo que el breve espacio de su carrera que nos es agradeceros; y cuando de grado no lo hagáis, esta lanza y esta espada, con dado presenciar aparece sucesivamente el valor de mi brazo, harán que lo hagáis por fuerza. como galeote, escritor, ladrón, gitano, adi- vino y titiritero. Advertimos por otro lado —¡Donosa majadería! —respondió el comisario—. ¡Bueno está el do- que, a diferencia de lo que sucede con Guzmán y otros pícaros, no sabemos nada naire con que ha salido a cabo de rato! ¡Los forzados del rey quiere que le acerca de sus padres ni de sus moceda- dejemos, como si tuviéramos autoridad para soltarlos, o él la tuviera para des. mandárnoslo! Váyase vuestra merced, señor, norabuena su camino adelan- Como Guzmán y Lazarillo, Pasamonte es te y enderécese ese bacín que trae en la cabeza y no ande buscando tres pies autor de la historia de su propia vida. Pero se singulariza en un detalle pertinente: De- al gato. liberadamente se diferencia de ellos y de todos los autobiógrafos picaresco cuan- —¡Vois sois el gato y el rato y el bellaco! —respondió don Quijote. do se jacta de la superioridad de su libro.” RILEY, EDWARD C., La rara invención. Estu- Y, diciendo y haciendo, arremetió con él tan presto, que, sin que dios sobre Cervantes y la posteridad lite- tuviese lugar de ponerse en defensa, dio con él en el suelo malherido de raria, Crítica, Barcelona, 2001. una lanzada; y avínole bien, que este era el de la escopeta. Las demás guardas quedaron atónitas y suspensas del no esperado acontecimiento, pero, volviendo sobre sí, pusieron mano a sus espadas los de a caballo, y los de a pie a sus dardos, y arremetieron a don Quijote, que con mu- cho sosiego los aguardaba y sin duda lo pasara mal, si los galeotes, viendo la ocasión que se les ofrecía de alcanzar libertad, no la procura- ran, procurando romper la cadena donde venían ensartados. Fue la re- vuelta de manera que las guardas, ya por acudir a los galeotes que se desataban, ya por acometer a don Quijote que los acometía, no hicieron cosa que fuese de provecho.

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Ayudó Sancho por su parte a la soltura de Ginés de Pasamonte, que fue el primero que saltó en la campaña libre y desembarazado, y, arremetiendo al comisario caído, le quitó la espada y la escopeta, con la cual, apuntando al uno y señalando al otro sin disparalla jamás, no quedó guarda en todo el campo, porque se fueron huyendo, así de la escopeta de Pasamonte como de las muchas pedradas que los ya sueltos galeotes les tiraban. Entristecióse mucho Sancho deste suceso, porque se le representó que los que iban huyendo habían de dar noticia del caso a la Santa Hermandad, la cual a campana herida saldría a buscar los delincuentes, y así se lo dijo a su amo, y le rogó que luego de allí se partiesen y se emboscasen en la sierra, que estaba cerca. —Bien está eso —dijo don Quijote—, pero yo sé lo que ahora conviene que se haga. Y llamando a todos los galeotes, que andaban alborotados y habían des- pojado al comisario hasta dejarle en cueros, se le pusieron todos a la redon- da para ver lo que les mandaba, y así les dijo: —De gente bien nacida es agradecer los beneficios que reciben, y uno de los pecados que más a Dios ofende es la ingratitud. Dígolo porque ya habéis visto, señores, con manifiesta experiencia, el que de mí habéis recebido; en pago del cual querría y es mi voluntad que, cargados de esa cadena que quité de vuestros cuellos, luego os pongáis en camino y vais a la ciudad del Toboso y allí os presentéis ante la señora Dulcinea del Toboso y le digáis que su caballero, el de la Triste Figura, se le envía a encomendar, y le contéis punto por punto todos los que ha tenido esta famosa aventura hasta poneros en la deseada libertad; y, hecho esto, os podréis ir donde quisiéredes, a la buena ventura. Respondió por todos Ginés de Pasamonte y dijo: —Lo que vuestra merced nos manda, señor y libertador nuestro, es im- posible de toda imposibilidad cumplirlo, porque no podemos ir juntos por los caminos, sino solos y divididos, y cada uno por su parte, procurando meterse en las entrañas de la tierra, por no ser hallado de la Santa Herman- dad, que sin duda alguna ha de salir en nuestra busca. Lo que vuestra mer- ced puede hacer y es justo que haga es mudar ese servicio y montazgo de la señora Dulcinea del Toboso en alguna cantidad de avemarías y credos, que nosotros diremos por la intención de vuestra merced, y esta es cosa que se

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podrá cumplir de noche y de día, huyendo o reposando, en paz o en guerra; pero pensar que hemos de volver ahora a las ollas de Egipto, digo, a tomar nuestra cadena y a ponernos en camino del Toboso, es pensar que es ahora de noche, que aún no son las diez del día, y es pedir a nosotros eso como pedir peras al olmo. —Pues voto a tal —dijo don Quijote, ya puesto en cólera—, don hijo de la puta, don Ginesillo de Paropillo, o como os llamáis, que habéis de ir vos solo, rabo entre piernas, con toda la cadena a cuestas. Pasamonte, que no era nada bien sufrido, estando ya enterado que don Quijote no era muy cuerdo, pues tal disparate había acometido como el de querer darles libertad, viéndose tratar de aquella manera, hizo del ojo a los compañeros, y, apartándose aparte, comenzaron a llover tantas piedras so- bre don Quijote, que no se daba manos a cubrirse con la rodela; y el pobre de Rocinante no hacía más caso de la espuela que si fuera hecho de bronce. Sancho se puso tras su asno y con él se defendía de la nube y pedrisco que sobre entrambos llovía. No se pudo escudar tan bien don Quijote, que no le acertasen no sé cuántos guijarros en el cuerpo, con tanta fuerza, que dieron con él en el suelo; y apenas hubo caído, cuando fue sobre él el estudiante y le quitó la bacía de la cabeza y diole con ella tres o cuatro golpes en las espaldas y otros tantos en la tierra, con que la hizo pedazos. Quitáronle una ropilla que traía sobre las armas, y las medias calzas le querían quitar, si las grebas no lo estorbaran. A Sancho le quitaron el gabán y, dejándole en pelo- ta, repartiendo entre sí los demás despojos de la batalla, se fueron cada uno por su parte, con más cuidado de escaparse de la Hermandad que temían que de cargarse de la cadena e ir a presentarse ante la señora Dulcinea del Toboso. Solos quedaron jumento y Rocinante, Sancho y don Quijote: el jumen- to, cabizbajo y pensativo, sacudiendo de cuando en cuando las orejas, pen- sando que aún no había cesado la borrasca de las piedras que le perseguían los oídos; Rocinante, tendido junto a su amo, que también vino al suelo de otra pedrada; Sancho, en pelota y temeroso de la Santa Hermandad; don Quijote, mohinísimo de verse tan malparado por los mismos a quien tanto bien había hecho.

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CAPÍTULO XI (II)

De la estraña aventura que le sucedió al valeroso don Quijote “CONTEXTOS” con el carro o carreta de «Las Cortes de la Muerte» “El encuentro de este capítulo tiene lu- gar durante la semana de las fiestas del ensativo además iba don Quijote por su camino adelante, conside- Corpus Christi, la llamada octava del rando la mala burla que le habían hecho los encantadores volviendo Corpus, cuando las compañías teatra- P a su señora Dulcinea en la mala figura de la aldeana, y no imagina- les, tras haber actuado en las procesio- ba qué remedio tendría para volverla a su ser primero; y estos pensamien- nes de las capitales, solían llevar sus autos sacramentales a los pueblos de tos le llevaban tan fuera de sí, que sin sentirlo soltó las riendas a Rocinante, la comarca. el cual, sintiendo la libertad que se le daba, a cada paso se detenía a pacer la Todo en la descripción de la carreta de ac- verde yerba de que aquellos campos abundaban. De su embelesamiento le tores que se cruza en el camino de don Quijote pertenece a la esfera de la verdad volvió Sancho Panza, diciéndole: histórica, de forma casi documental. Exis- tió realmente el autor de comedias Andrés —Señor, las tristezas no se hicieron para las bestias, sino para los hom- de Angulo “el Malo”, cuya compañía era bres, pero si los hombres las sienten demasiado, se vuelven bestias: vuestra una de las más afamadas de la época; el merced se reporte, y vuelva en sí, y coja las riendas a Rocinante, y avive y auto sacramental de Las Cortes de la despierte, y muestre aquella gallardía que conviene que tengan los caballe- Muerte, que los actores acaban de repre- sentar, se puede identificar con una pieza ros andantes. ¿Qué diablos es esto? ¿Qué descaecimiento es este? ¿Esta- de Lope de Vega, cuyo texto ha llegado mos aquí o en Francia? Mas que se lleve Satanás a cuantas Dulcineas hay hasta nosotros, y la descripción del atuen- en el mundo, pues vale más la salud de un solo caballero andante que todos do de los faranduleros reproduce casi li- teralmente las indicaciones de vestuario los encantos y transformaciones de la tierra. del manuscrito lopesco. También el extra- ño personaje que aparece junto a la ca- —Calla, Sancho —respondió don Quijote con voz no muy desmaya- rreta –ese bojiganga que hace sonar unos da—. Calla, digo, y no digas blasfemias contra aquella encantada señora, cascabeles y esgrime un palo con unas que de su desgracia y desventura yo solo tengo la culpa: de la invidia que vejigas de vaca- procede de la viva reali- dad de la fiesta del Corpus. Se trata de me tienen los malos ha nacido su mala andanza. una figura carnavalesca, personificación —Así lo digo yo —respondió Sancho—: quien la vido y la vee ahora, de la Locura, que precedía a los carros durante las procesiones, asustando con ¿cuál es el corazón que no llora? sus saltos y con un palo a los espectado- res. Según la zona geográfica, se le co- —Eso puedes tú decir bien, Sancho —replicó don Quijote—, pues la nocía con el nombre de botarga, mojarrilla viste en la entereza cabal de su hermosura, que el encanto no se estendió a o moharracho. turbarte la vista ni a encubrirte su belleza: contra mí solo y contra mis ojos La inclusión de estos retazos de realidad contemporánea y la alusión al auto se endereza la fuerza de su veneno. Mas, con todo esto, he caído, Sancho, sacramental Las Cortes de la Muerte no en una cosa, y es que me pintaste mal su hermosura: porque, si mal no me son casuales. Es importante recordar que

Cuarto día - 187 - Ruta literaria El Quijote Castilla-La Mancha, 2005 el auto de Lope es la versión barroca de acuerdo, dijiste que tenía los ojos de perlas, y los ojos que parecen de perlas las antiguas Danzas de la Muerte antes son de besugo que de dama; y, a lo que yo creo, los de Dulcinea deben tardomedievales, y escenifica el encuen- tro entre el Hombre y las figuras del Dia- ser de verdes esmeraldas, rasgados, con dos celestiales arcos que les sirven blo, el Tiempo, la Locura y la Muerte, que de cejas; y esas perlas quítalas de los ojos y pásalas a los dientes, que sin le someten a grotesco juicio. El Hombre duda te trocaste, Sancho, tomando los ojos por los dientes. se salvará solo tras haber renegado de su loca vida. En el auto sacramental, además, —Todo puede ser —respondió Sancho—, porque también me turbó a aparece precisamente la figura carnava- lesca del botarga que representa, en la mí su hermosura como a vuesa merced su fealdad. Pero encomendémoslo pieza, el papel de la Locura. todo a Dios, que Él es el sabidor de las cosas que han de suceder en este Por tanto, lejos de ser una simple digre- valle de lágrimas, en este mal mundo que tenemos, donde apenas se halla sión costumbrista o un nostálgico ho- menaje al mundo de la farándula, el epi- cosa que esté sin mezcla de maldad, embuste y bellaquería. De una cosa me sodio se inscribe perfectamente en la pesa, señor mío, más que de otras, que es pensar qué medio se ha de tener trayectoria narrativa de la segunda par- cuando vuesa merced venza a algún gigante o otro caballero y le mande que te. Tras el preludio de Dulcinea encan- se vaya a presentar ante la hermosura de la señora Dulcinea: ¿adónde la ha tada, se va perfilando aquí la visión de una realidad paradójica, que pone en es- de hallar este pobre gigante o este pobre y mísero caballero vencido? cena, frente al loco, la imagen de su lo- Paréceme que los veo andar por el Toboso hechos unos bausanes, buscando cura, mientras asoman esos presagios a mi señora Dulcinea, y aunque la encuentren en mitad de la calle no la de muerte que irán jalonando el último viaje del caballero. conocerán más que a mi padre. Amohinados en una carreta, fuera del con- texto natural del teatro, los actores disfra- —Quizá, Sancho —respondió don Quijote—, no se estenderá el zados aparecen como un espejismo en el encantamento a quitar el conocimiento de Dulcinea a los vencidos y pre- adusto paisaje manchego. Esas imágenes sentados gigantes y caballeros; y en uno o dos de los primeros que yo venza desangeladas de un Rey, una Reina, un Cupido, la Muerte, agrupadas en una ca- y le envíe haremos la experiencia si la ven o no, mandándoles que vuelvan rreta conducida por el Diablo, parecen a darme relación de lo que acerca desto les hubiere sucedido. transformarse, por efecto de su mismo disfraz y del encuentro con el desquicia- —Digo, señor —replicó Sancho—, que me ha parecido bien lo que do caballero, en los protagonistas de una vuesa merced ha dicho, y que con ese artificio vendremos en conoci- paradójica danza de la Muerte, en cuyo miento de lo que deseamos, y si es que ella a solo vuesa merced se centro se hallan don Quijote y el bojigan- ga. Curioso encuentro: he aquí a un loco encubre, la desgracia más será de vuesa merced que suya; pero como la disfrazado de caballero andante frente a señora Dulcinea tenga salud y contento, nosotros por acá nos avendre- un actor disfrazado de loco, esto es, al mos y lo pasaremos lo mejor que pudiéremos, buscando nuestras aven- loco frente a su imagen emblemática. Rocinante huye asustado y cae con don turas y dejando al tiempo que haga de las suyas, que él es el mejor Quijote. La Locura “por imitar a don Qui- médico destas y de otras mayores enfermedades. jote y Rocinante” huye con su asno y cae. En una grotesca pantomima, el bojiganga Responder quería don Quijote a Sancho Panza, pero estorbóselo una repetirá, como en un espejo deformado, carreta que salió al través del camino cargada de los más diversos y estraños los gestos del caballero. Cuando más tarde, al comentar el turba- personajes y figuras que pudieron imaginarse. El que guiaba las mulas y dor encuentro, don Quijote observe que servía de carretero era un feo demonio. Venía la carreta descubierta al cielo “ninguna comparación hay que más al abierto, sin toldo ni zarzo. La primera figura que se ofreció a los ojos de vivo nos represente lo que somos y lo que don Quijote fue la de la misma Muerte, con rostro humano; junto a ella habemos de ser como la comedia y los

- 188 - Cuarto día Ruta literaria El Quijote Castilla-La Mancha, 2005 venía un ángel con unas grandes y pintadas alas; al un lado estaba un empe- comediantes”, no se dará cuenta de que rador con una corona, al parecer de oro, en la cabeza; a los pies de la Muer- el viejo tópico del gran teatro del mundo acaba de tener una de sus más paradóji- te estaba el dios que llaman Cupido, sin venda en los ojos, pero con su arco, cas aplicaciones”. Stefano Arata, en el carcaj y saetas. Venía también un caballero armado de punta en blanco, volumen complementario a la edición del excepto que no traía morrión ni celada, sino un sombrero lleno de plumas Quijote dirigida por Francisco Rico. Insti- tuto Cervantes y Editorial Crítica, Barcelo- de diversas colores. Con estas venían otras personas de diferentes trajes y na, 1998. rostros. Todo lo cual visto de improviso, en alguna manera alborotó a don *** *** *** Quijote y puso miedo en el corazón de Sancho; mas luego se alegró don Quijote, creyendo que se le ofrecía alguna nueva y peligrosa aventura, y con este pensamiento, y con ánimo dispuesto de acometer cualquier peli- gro, se puso delante de la carreta y con voz alta y amenazadora dijo: —Carretero, cochero o diablo, o lo que eres, no tardes en decirme quién eres, a dó vas y quién es la gente que llevas en tu carricoche, que más parece la barca de Carón que carreta de las que se usan. A lo cual, mansamente, deteniendo el Diablo la carreta, respondió: —Señor, nosotros somos recitantes de la compañía de Angulo el Malo. Hemos hecho en un lugar que está detrás de aquella loma, esta mañana, que es la octava del Corpus, el auto de Las Cortes de la Muerte, y hémosle de hacer esta tarde en aquel lugar que desde aquí se parece; y por estar tan cerca y escusar el trabajo de desnudarnos y volvernos a vestir, nos vamos vestidos con los mesmos vestidos que representamos. Aquel mancebo va de Muerte; el otro, de Ángel; aquella mujer, que es la del autor, va de Rei- na; el otro, de Soldado; aquel, de Emperador, y yo, de Demonio, y soy una de las principales figuras del auto, porque hago en esta compañía los pri- meros papeles. Si otra cosa vuestra merced desea saber de nosotros, pre- gúntemelo, que yo le sabré responder con toda puntualidad, que, como soy demonio, todo se me alcanza. —Por la fe de caballero andante —respondió don Quijote— que así como vi este carro imaginé que alguna grande aventura se me ofrecía, y ahora digo que es menester tocar las apariencias con la mano para dar lugar al desengaño. Andad con Dios, buena gente, y haced vuestra fiesta, y mirad si mandáis algo en que pueda seros de provecho, que lo haré con buen ánimo y buen talante, porque desde mochacho fui aficionado a la carátula, y en mi mocedad se me iban los ojos tras la farándula. Estando en estas pláticas, quiso la suerte que llegase uno de la com- pañía que venía vestido de bojiganga, con muchos cascabeles, y en la

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punta de un palo traía tres vejigas de vaca hinchadas; el cual moharra- cho, llegándose a don Quijote, comenzó a esgrimir el palo y a sacudir el suelo con las vejigas y a dar grandes saltos, sonando los cascabeles; cuya mala visión así alborotó a Rocinante, que sin ser poderoso a dete- nerle don Quijote, tomando el freno entre los dientes dio a correr por el campo con más ligereza que jamás prometieron los huesos de su notomía. Sancho, que consideró el peligro en que iba su amo de ser derribado, saltó del rucio y a toda priesa fue a valerle; pero cuando a él llegó, ya estaba en tierra, y junto a él Rocinante, que con su amo vino al suelo: ordinario fin y paradero de las lozanías de Rocinante y de sus atrevi- mientos. “Y cómo quiso castigar el Caballero a los Mas apenas hubo dejado su caballería Sancho por acudir a don Qui- farsantes, y le esperaron éstos en ala y jote, cuando el demonio bailador de las vejigas saltó sobre el rucio, y, armados de guijarros, y convenció San- cho a su amo, hombre cuerdo y sesudo sacudiéndole con ellas, el miedo y ruido, más que el dolor de los gol- al fin, de que no debía meterse con seme- pes, le hizo volar por la campaña hacia el lugar donde iban a hacer la jante tropa, pues entre todos los que allí fiesta. Miraba Sancho la carrera de su rucio y la caída de su amo, y no estaban, aunque parecían reyes, príncipes y emperadores no había ningún caballero sabía a cuál de las dos necesidades acudiría primero; pero, en efecto, andante. Y así don Quijote mudó ya de su como buen escudero y como buen criado, pudo más con él el amor de su determinado intento. Y al ver que Sancho, señor que el cariño de su jumento, puesto que cada vez que veía levan- por su parte, no quería vengarse fue cuan- do le dijo lo de: “Pues esa es tu determi- tar las vejigas en el aire y caer sobre las ancas de su rucio eran para él nación, Sancho bueno, Sancho discreto, tártagos y sustos de muerte, y antes quisiera que aquellos golpes se los Sancho cristiano y Sancho sincero, deje- dieran a él en las niñas de los ojos que en el más mínimo pelo de la cola mos estos fantasmas y volvamos a bus- de su asno. Con esta perpleja tribulación llegó donde estaba don Quijo- car mejores y más calificadas aventuras”. La del carro de la muerte parece una de te harto más maltrecho de lo que él quisiera, y, ayudándole a subir sobre las más heroicas que llevó a feliz término Rocinante, le dijo: nuestro hidalgo, pues en ella se nos mues- tra venciéndose a sí mismo con su cor- —Señor, el Diablo se ha llevado al rucio. dura. ¡Es que le pesaba sobre el corazón el encantamiento de su dama!” UNAMUNO, —¿Qué diablo? —preguntó don Quijote. MIGUEL DE, Vida de don Quijote y Sancho, Espasa Calpe, Buenos Aires, 1952. —El de las vejigas —respondió Sancho. *** *** *** —Pues yo le cobraré —replicó don Quijote—, si bien se encerrase con él en los más hondos y escuros calabozos del infierno. Sígueme, Sancho, que la carreta va despacio, y con las mulas della satisfaré la pérdida del rucio. —No hay para qué hacer esa diligencia, señor —respondió Sancho—: vuestra merced temple su cólera, que, según me parece, ya el Diablo ha dejado el rucio, y vuelve a la querencia.

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Y así era la verdad, porque habiendo caído el Diablo con el rucio, por imitar a don Quijote y a Rocinante, el Diablo se fue a pie al pueblo y el jumento se volvió a su amo. —Con todo eso —dijo don Quijote—, será bien castigar el descomedi- miento de aquel demonio en alguno de los de la carreta, aunque sea el mesmo Emperador. —Quítesele a vuestra merced eso de la imaginación —replicó Sancho— , y tome mi consejo, que es que nunca se tome con farsantes, que es gente favorecida: recitante he visto yo estar preso por dos muertes, y salir libre y sin costas. Sepa vuesa merced que, como son gentes alegres y de placer, todos los favorecen, todos los amparan, ayudan y estiman, y más siendo de aquellos de las compañías reales y de título, que todos o los más en sus trajes y compostura parecen unos príncipes. —Pues con todo —respondió don Quijote— no se me ha de ir el Demo- nio farsante alabando, aunque le favorezca todo el género humano. Y diciendo esto volvió a la carreta, que ya estaba bien cerca del pueblo, y iba dando voces, diciendo: —Deteneos, esperad, turba alegre y regocijada, que os quiero dar a en- tender cómo se han de tratar los jumentos y alimañas que sirven de caballe- ría a los escuderos de los caballeros andantes. Tan altos eran los gritos de don Quijote, que los oyeron y entendieron los de la carreta; y juzgando por las palabras la intención del que las decía, en un instante saltó la Muerte de la carreta, y tras ella el Emperador, el Diablo carretero y el Ángel, sin quedarse la Reina ni el dios Cupido, y todos se cargaron de piedras y se pusieron en ala esperando recebir a don Quijote en las puntas de sus guijarros. Don Quijote, que los vio puestos en tan gallardo escuadrón, los brazos levantados con ademán de despedir po- derosamente las piedras, detuvo las riendas a Rocinante y púsose a pensar de qué modo los acometería con menos peligro de su persona. En esto que se detuvo, llegó Sancho y, viéndole en talle de acometer al bien formado escuadrón, le dijo: —Asaz de locura sería intentar tal empresa: considere vuesa merced, señor mío, que para sopa de arroyo y tente bonete no hay arma defensiva en el mundo, sino es embutirse y encerrarse en una campana de bronce; y también se ha de considerar que es más temeridad que valentía acometer un

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hombre solo a un ejército donde está la Muerte y pelean en persona empe- radores, y a quien ayudan los buenos y los malos ángeles; y si esta conside- ración no le mueve a estarse quedo, muévale saber de cierto que entre todos los que allí están, aunque parecen reyes, príncipes y emperadores, no hay ningún caballero andante. —Ahora sí —dijo don Quijote— has dado, Sancho, en el punto que puede y debe mudarme de mi ya determinado intento. Yo no puedo ni debo sacar la espada, como otras veces muchas te he dicho, contra quien no fuere armado caballero. A ti, Sancho, toca, si quieres tomar la ven- ganza del agravio que a tu rucio se le ha hecho, que yo desde aquí te ayudaré con voces y advertimientos saludables. —No hay para qué, señor —respondió Sancho—, tomar venganza de nadie, pues no es de buenos cristianos tomarla de los agravios; cuan- to más que yo acabaré con mi asno que ponga su ofensa en las manos de mi voluntad, la cual es de vivir pacíficamente los días que los cielos me dieren de vida. —Pues esa es tu determinación —replicó don Quijote—, Sancho bue- no, Sancho discreto, Sancho cristiano y Sancho sincero, dejemos estas fantasmas y volvamos a buscar mejores y más calificadas aventuras, que yo veo esta tierra de talle que no han de faltar en ella muchas y muy milagrosas. Volvió las riendas luego, Sancho fue a tomar su rucio, la Muerte con todo su escuadrón volante volvieron a su carreta y prosiguieron su via- je, y este felice fin tuvo la temerosa aventura de la carreta de la Muerte, gracias sean dadas al saludable consejo que Sancho Panza dio a su amo. Al cual el día siguiente le sucedió otra con un enamorado y andante caballero, de no menos suspensión que la pasada.

- 192 - Cuarto día Quinto día La Solana Villanueva de los Infantes San Carlos del Valle

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La Ruta A SOLANA: Al norte del campo de Montiel se encuentra la locali- dad más poblada de esta comarca, con más de quince mil habitan- L EL AZAFRÁN Y LA ZARZUELA: Una de las tes. El pueblo se halla, efectivamente, en la solana de un áspero zarzuelas más conocidas es La rosa del cerro cuya topografía ha condicionado el desarrollo urbano. Este se confi- azafrán, que está ambientada en la Sola- gura en torno a la plaza mayor con calles estrechas, en cuesta, donde hay na donde el cultivo de esta especia es tra- excelentes ejemplos de arquitectura popular. dicional lo mismo que en otras comarcas manchegas. A partir de esta zarzuela, se En la plaza Mayor, el ayuntamiento, de mediados de siglo XVI, con ha creado en la localidad una Asociación porches adintelados. El resto de la plaza es más popular, con soporta- de amigos de la zarzuela que cada año organiza una Semana dedicada a este gé- les sostenidos por arcos de medio punto. nero lírico, con creciente éxito. El cultivo del azafrán fue introducido por También el la plaza está la iglesia de santa Catalina, en estilo gótico los árabes alrededor del siglo IX. El pri- tardío, construida entre los siglos XV y XVI, aunque con añadidos mer documento escrito que hace referen- renacentistas y barrocos. La fachada norte, con portada bajo un arco cia al cultivo del azafrán en la Mancha monumental recuerda a la de Villanueva de los Infantes, si bien no aparece en 1720. Este documento se en- alcanza su espectacularidad. La torre, a los pies del templo, es muy cuentra recogido en la obra de J.A. López de la Osa: «Cultivo del azafrán en la Sola- interesante: barroca, del siglo XVIII, con los dos cuerpos inferiores cua- na», manual divulgativo sobre la produc- drados y los dos superiores octogonales. ción del azafrán de 1897. En varias de las obras que datan de los La iglesia del convento de los trinitarios, fundada por san Juan Bau- siglos XIX y XX, aparece citado el azafrán tista de la Concepción, es barroca y responde a la tipología de los tem- de la Mancha como el de mejor calidad plos de esta orden (Infantes, Valdepeñas, Alcázar...) de España, y está abundantemente docu- mentado el cultivo inmemorial de esta es- La ermita de san Sebastián fue declarada monumento en 1982. Es pecia en muchos municipios de esta zona. gótica, del siglo XIV, y tiene techumbre mudéjar de taracea policromada, Como toda actividad enraizada en una so- incrustaciones de nácar y fondo de madera de ébano. ciedad, el cultivo del azafrán ha dado lu- gar a un vocabulario propio y rico en ex- Hay también algunas casas nobles como la de los marqueses de presiones; En el trabajo de M. Núñez y J.C. Conde, «El léxico del azafrán en el habla Casa Valiente o de don Diego, y algunas muestra de arquitectura in- manchega» (Al-Basit. Revista de Estudios dustrial. Albacetenses, 28. Albacete 1991), se in- cluye una amplia muestra de expresiones referidas al azafrán recogidas mediante encuestas. La tradición del cultivo del aza- frán en la Mancha está también presente en manifestaciones del folclore típico de la región, existiendo una jota manchega dedicada a este producto, en canciones o refranes y es el tema de ambientación de la zarzuela que lleva por título: «La rosa del azafrán» (libreto de F. Romero y G.

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Fernández Show; música de J. Guerrero; estrenada en Madrid en 1930). La relevancia de este cultivo dentro de las manifestaciones culturales manchegas se vuelve a poner de manifiesto con la Fiesta de la Rosa del Azafrán que se realiza en Consuegra (Toledo), con los concursos de monda que se celebran en la Solana (Ciu- dad Real) con motivo de sus fiestas pa- tronales o el Festival de la Rosa del Aza- frán de Santa Ana (Albacete) y en el fol- clore típico de la región. En algunos pueblos manchegos pervive la costumbre de regalar unas briznas de azafrán a la parejas de novios, como sím- bolo de los deseos de prosperidad. *** *** *** VILLANUEVA DE LOS INFANTES: La actual cabecera del Campo de Montiel es una localidad de poco más de cinco mil habitantes que se llamó LOS INFANTES DE ARAGÓN: Se llamó así la Moraleja hasta que, en el siglo XV, el infante don Enrique de Aragón la a los hijos de Fernando de Antequera, que emancipó de Montiel y la hizo independiente dentro del territorio de la fue elegido rey de la Corona de Aragón en orden de Santiago. Se llamó por eso Villanueva de los Infantes, tomando el llamado Compromiso de Caspe (1412) este apellido de quienes pusieron las bases para su engrandecimiento. al morir sin descendencia el rey Martín el Humano. Fernando era hermano del rey Desde principios del siglo XVI tiene el título de villa y, en 1573, se Enrique III de Castilla y fue regente de este convirtió en capital del Campo de Montiel. Durante los siglos XVI y XVII reino durante la minoría de edad de su sobrino Juan II. Los Infantes de Aragón, alcanzó su máximo esplendor como centro económico y cultural de la co- apoyados por su padre, no dejaron de marca y de esas épocas data la mayor parte y lo mejor de su patrimonio hostigar a su primo el rey Juan II durante artístico. toda su vida con objeto de acrecentar su poder y riquezas. Estos fueron los Infan- El día 8 de septiembre de 1645 falleció en ella don Francisco de tes de Aragón: Quevedo y allí está enterrado, aunque no se sepa a ciencia cierta dónde. Alfonso: Llegaría a ser rey de Aragón. Juan: Casado con Blanca de Navarra, fue En 1975 fue declarada conjunto histórico. rey consorte de Navarra y, tras la muerte de su hermano Alfonso, rey de Aragón. Entre sus monumentos merecen especial mención los siguientes: Sancho: Maestre de la orden de Alcántara a los diez años. PLAZA MAYOR: Es una de las más notables de Castilla-La Man- Pedro: Duque de Noto, murió joven en cha, sobre todo por la monumental fachada de la iglesia de san An- Italia. drés, que cierra su lado norte. En el este y en el oeste tiene soportales María: Reina de Castilla como esposa de de columnas neoclásicas que sujetan dos pisos, no de galerías corri- su primo Juan II. das como en otras plazas manchegas sino de balcones rematados por Leonor: Reina de Portugal como esposa del rey don Duarte. frontones triangulares. En el lado sur, sin soportales, se conservan al- Enrique: Es el que más nos interesa: gunas galerías de madera. Maestre de la orden de Santiago. Casado con su prima Catalina, hermana de Juan IGLESIA DE SAN ANDRÉS: San Andrés es el patrón de la localidad y II de Castilla. a él está consagrada una iglesia que verdaderamente tiene aires

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catedralicios por sus dimensiones y monumentalidad. La portada que da a Estos Infantes, poderosísimos, orgullo- la plaza es clasicista. Bajo un profundo arco de medio punto, dobles co- sos, sin escrúpulos, están retratados en lumnas sujetan un entablamento sobre el que se asienta un templete de las Coplas Jorge Manrique, como ejem- plo de lo poco que duran las glorias te- columnas jónicas y un frontón partido con el escudo de Felipe III y debajo rrenales: de él la imagen de san Andrés. “¿Qué se hizo el rey don Juan? A su izquierda hay una estatua de santo Tomás de Villanueva, el santo Los Infantes de Aragón, limosnero que llegó a ser arzobispo de Valencia y que nació en la vecina ¿qué se hicieron? ¿qué fue de tanto galán? localidad de Fuenllana, aunque sus padres eran de aquí y aquí se conser- ¿qué fue de tanta invención van las ruinas de su casa. como trujeron?” A la derecha de la portada, se levanta la torre, de estilo herreriano, (Jorge Manrique también estuvo relacio- dividida en cuatro cuerpos, que fue construida en 1683 nado don esta comarca del Campo de Montiel, pues su padre don Rodrigo fue Las portadas norte y oeste son platerescas y están bastante dete- comendador de Montizón y fundó la villa de Villamanrique). rioradas. *** *** *** En su interior la iglesia es gótica, con planta de cruz latina y bóvedas de crucería. Tiene varias capillas, dos de ellas con interesantes pinturas al fresco. En la capilla de los Bustos estuvo el enterramiento inicial de FRANCISCO DE QUEVEDO: El gran es- Quevedo. critor fue señor de la Torre de Juan Abad, en donde pasaba largas temporadas. Fue Es de notar un excelente púlpito plateresco con magníficos relieves en a morir a Infantes el 8 de septiembre de 1645. Su cadáver fue enterrado en la ca- sus cuatro caras. pilla de los Bustos de la iglesia de san Andrés. En el siglo XIX (otros dicen que ALHÓNDIGA: De la segunda mitad del siglo XVI, fue después cárcel y en el XVIII) fue desenterrado para enviar ahora casa de la cultura. Destaca en ella el patio de sólidas e impresio- sus restos a Madrid donde se quería nantes columnas y amplias arcadas. construir un panteón de hombres ilus- tres. La obra no cuajó y el cadáver de CASA DEL ARCO: Se llama así por el profundo arco de medio punto Quevedo anduvo rodando de almacén en que, a imitación del de la iglesia, ocupa toda la fachada y enmarca la almacén, y paró en el ayuntamiento de portada propiamente dicha. El patio interior es de columnas dóricas y ga- Villanueva de los Infantes hasta que al- guien piadosamente decidió enterrarlos lería superior cerrada. en la ermita del Cristo de Jamila de la propia localidad. Pero, aun así, hay quien CASA DE LOS ESTUDIOS: O colegio menor, de finales del siglo XVI. dice que estos restos tampoco son los En ella enseñaron los humanistas, más o menos famosos en su época, de Quevedo, pues al desenterrarlo se Bartolomé Jiménez Patón, nacido en Almedina, y Pedro Simón Abril, de juntaron huesos de distintos cadáveres Alcaraz, y dicen que también Quevedo. Su patio se sostiene en pilares de y la calavera, en concreto, correspon- poca altura, como los de la alhóndiga. dería a una mujer joven que conservaba toda la dentadura (¡!). Incluimos aquí dos ORATORIO DE SANTO TOMÁS: Conocido popularmente como “San- sonetos de don Francisco, uno dedica- do a la Torre de Juan Abad y otro, uno to Tomasillo” por su reducido tamaño y porque la imagen representa a de los muchos que compuso de esta te- santo Tomás cuando era un joven novicio, se sitúa enfrente de la que fue mática, relacionado con la muerte: casa de santo Tomás de Villanueva, y tiene una interesante portada barro- ca con decoración frutal.

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DESDE LA TORRE CONVENTO DE SANTO DOMINGO: Perteneció a los frailes domi- Retirado en la paz de estos desiertos, nicos, de los que era muy amigo Quevedo, que se retiró aquí a morir. con pocos pero doctos libros juntos, La celda de su muerte se conserva más o menos intacta. Lo que fue vivo en conversación con los difuntos convento se halla ahora dedicado a hospedería; la iglesia sigue abierta y escucho con mis ojos a los muertos. al culto. Tiene planta de cruz latina, una sola nave, capillas laterales, Si no siempre entendidos, siempre abiertos coro descansando sobre un arco rebajado, y una orientación muy poco o enmiendan o fecundan mis asuntos; usual puesto que está orientada hacia el sur cuando lo común, al me- y en músicos, callados contrapuntos al sueño de la vida hablan despiertos. nos hasta tiempos recientes, era orientar las iglesias hacia el este. En el exterior, portada de columnas jónicas y un templete con la figura de Las grandes almas que la muerte ausenta, de injurias de los años, vengadora, santo Domingo en actitud de predicar, subido en un púlpito. Frente a la libra, oh gran don José, docta la imprenta. portada, en el centro de la plazuela, un busto de Quevedo no demasia- En fuga irrevocable huye la hora; do notable. pero aquélla el mejor cálculo cuenta que en la lección y estudios nos mejora. IGLESIA DE LAS DOMINICAS: Es lo único que queda del antiguo convento, cuyo solar se ha convertido en mercado municipal. La igle- sia, dedicada a centro de exposiciones, está también orientada al sur y AMOR CONSTANTE MÁS ALLÁ cuenta con una fachada espectacular, con un estupendo relieve que DE LA MUERTE representa la Encarnación enmarcado, como si fuera un cuadro, por Cerrar podrá mis ojos la postrera una muy bien trabajada orla. sombra que me llevare el blanco día, y podrá desatar esta alma mía IGLESIA DE LA TRINIDAD: En la plaza de los Trinitarios, que es una hora a su afán ansioso lisonjera. de las más notables de la localidad. Tiene la típica portada de las iglesias Mas no de esotra parte en la ribera de la orden, barroca con elementos clasicistas. Fue fundada por san Juan dejará la memoria en donde ardía: Bautista de la Concepción, el famoso santo trinitario manchego. nadar sabe mi llama el agua fría y perder el respeto a ley severa. Además de las iglesias y edificios públicos, en Villanueva de los Infan- Alma a quien todo un dios prisión ha sido, tes abundan las casas nobles, con escudos en sus portadas o en las es- venas que humor a tanto fuego han dado, quinas, algunas de ellas verdaderos palacios, como médulas que han tan gloriosamente ardido, su cuerpo dejará; no su cuidado; PALACIO DE LOS MELGAREJO: Del siglo XVII, tiene una portada serán ceniza, mas tendrán sentido; clasicista, sencilla, con portada adintelada, de dobles columnas toscanas polvo serán, mas polvo enamorado. adosadas y entablemento dórico; el segundo cuerpo es de columnas *** *** *** jónicas. Es su interior, muy reconstruido, destaca el patio. CUARTEL DE LA ORDEN DE SANTIAGO: Se halla enfrente del pala- cio de Melgarejo, lo único que queda de él es la fachada con escudo e inscripción que recuerda su primitiva función. CASA DEL CABALLERO DEL VERDE GABÁN: Responde muy bien a la descripción que de la casa de don Diego de Miranda hace Cervantes en el capítulo XIII de la segunda parte del Quijote. Y los infanteños creen a pie juntillas que esta es la verdadera casa de aquel elegante y sensato caballero. Es una casa hidalga con portada de piedra, escudo, balcón corrido y patio típico.

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Enfrente de esta casa está el que llaman palacio del marqués de Camacho, que tiene un escudo doblado en la esquina. Y otras muchísimas casas con escudos (hasta doscientas) y una arquitectura popular muy destacable, que hacen de Infantes (como se llama a la localidad popularmente en la comarca) una verdadera joya. En las cercanías de la población se han hallado restos prehistóri- cos (en el cerro de Castellones), romanos (Jamila, puente sobre el río LAS NUEVAS POBLACIONES: Las llama- Jabalón), y, tal vez, un conjunto eremítico mozárabe en la cueva de la das “nuevas poblaciones” o pueblos crea- dos bajo la inspiración del ilustrado Pablo Mora. de Olavide, se crearon en la Mancha y Andalucía con objeto de formar de una sociedad modelo que sirviese de ejemplo tanto a los pueblos del entorno como al resto del país, mantener la seguridad y el orden público en el camino de Madrid a SAN CARLOS DEL VALLE: Es uno de los pueblos de colonización Andalucía, y poblar zonas desiertas. Todo que, durante el reinado de Carlos III, impulsó Pablo de Olavide, como ello mediante la admisión únicamente de Almuradiel (también en Ciudad Real), o la Carolina, la Luisiana o la población útil, el desarrollo de todos los Carlota (en Andalucía); por ello, su término municipal, segregado del ramos de la agricultura, el establecimien- de Alhambra, es totalmente circular. to de la industria y la dispersión de la po- blación por el campo. El pueblo se aglutina en torno a la plaza, que es una de las más *** *** *** bellas de la región. Es rectangular con soportales de columnas toscanas que sostienen piso de galerías corridas con dinteles y balaustres de madera; se accede a ella por tres arcos de ladrillo situados al norte, al sur y al este. En la plaza está la iglesia del Cristo (en la comarca al pueblo se le conoce con el nombre del Cristo del Valle) que es una maravilla del barroco final. La planta es de cruz griega, está cubierta con una cúpula ochavada, y la flanquean cuatro torres en sus ángulos con esculturas. Está construida en ladrillo con sillería de piedra en las esquinas y las portadas. La cúpula y los chapiteles de las torres son de pizarra. La portada oeste, que da a la plaza, semeja un retablo: bajo un gran arco, el cuerpo inferior es de columnas toscanas, y el superior de columnas salomónicas; en el centro, enmarcado, un relieve del Cristo. La porta- da sur tiene también un relieve de Santiago representado como Mata- moros.

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LOS TEXTOS

“CONTEXTOS” CAPÍTULO XVI (II)

“Don Quijote describe su oficio de caba- De lo que sucedió a don Quijote con un discreto caballero de la Mancha llero andante y esboza un retraro de su persona, a lo que responde don Diego con una descripción de su vida acomodada, on la alegría, contento y ufanidad que se ha dicho seguía don Quijo- discreta y medianamente generosa. Los C te su jornada, imaginándose por la pasada vitoria ser el caballero dos tienen una edad semejante, pero di- andante más valiente que tenía en aquella edad el mundo; daba por acaba- fieren marcadamente en los recursos de que disponen y en su vocación: más que das y a felice fin conducidas cuantas aventuras pudiesen sucederle de allí una simple conversación, se trata de un adelante; tenía en poco a los encantos y a los encantadores; no se acordaba conflicto soterrado: Es frecuente en las de los inumerables palos que en el discurso de sus caballerías le habían historias de héroes y santos enfrentarlos a otras posibilidades de vida, tentándolos dado, ni de la pedrada que le derribó la mitad de los dientes, ni del desagra- con una vida más segura y menos decimiento de los galeotes, ni del atrevimiento y lluvia de estacas de los esforzada. Don Quijote parece escuchar yangüeses; finalmente, decía entre sí que si él hallara arte, modo o manera con alguna pesadumbre la descripción de la vida de don Diego, que puede corres- como desencantar a su señora Dulcinea, no invidiara a la mayor ventura ponder a un ideal erasmista, pero se ríe que alcanzó o pudo alcanzar el más venturoso caballero andante de los cuando Sancho extrema considerando al pasados siglos. En estas imaginaciones iba todo ocupado, cuando Sancho rico caballero un santo. Son sospecho- le dijo: sas la elogiosa descripción que don Diego hace de sí mismo, así como su vestimen- —¿No es bueno, señor, que aún todavía traigo entre los ojos las des- ta, que a pesar de ceñirse en todo a la moda del momento, incluso con modera- aforadas narices, y mayores de marca, de mi compadre Tomé Cecial? ción, no deja de revelar, cierta vanidad y sugiere, por el predominio del verde –co- —¿Y crees tú, Sancho, por ventura, que el Caballero de los Espejos era lor asociado a lo erótico y a los bufones- el bachiller Carrasco, y su escudero, Tomé Cecial tu compadre? alguna extravagancia. Las limitaciones de la vida grata pero de escaso vuelo del —No sé qué me diga a eso —respondió Sancho—, solo sé que las señas Caballero del Verde Gabán se revelan in- que me dio de mi casa, mujer y hijos no me las podría dar otro que él mediatamente cuando cuenta que tiene un mesmo; y la cara, quitadas las narices, era la misma de Tomé Cecial, como hijo que se dedica a la poesía, vocación que deja a don Diego perplejo, pero que yo se la he visto muchas veces en mi pueblo y pared en medio de mi misma don Quijote defiende con elocuencia, de- casa, y el tono de la habla era todo uno. vuelto a un terreno en que supera en co- nocimiento y sensibilidad a su rico vecino —Estemos a razón, Sancho —replicó don Quijote—. Ven acá: ¿en qué manchego.” Randolph D. Pope, en el vo- consideración puede caber que el bachiller Sansón Carrasco viniese como lumen complementario a la edición del caballero andante, armado de armas ofensivas y defensivas, a pelear con- Quijote dirigida por Francisco Rico. Insti- tuto Cervantes y Editorial Crítica, Barcelo- migo? ¿He sido yo su enemigo por ventura? ¿Hele dado yo jamás ocasión na, 1998. para tenerme ojeriza? ¿Soy yo su rival o hace él profesión de las armas, *** *** *** para tener invidia a la fama que yo por ellas he ganado?

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—Pues ¿qué diremos, señor —respondió Sancho—, a esto de parecerse tanto aquel caballero, sea el que se fuere, al bachiller Carrasco, y su escu- dero, a Tomé Cecial mi compadre? Y si ello es encantamento, como vuestra merced ha dicho, ¿no había en el mundo otros dos a quien se parecieran? —Todo es artificio y traza —respondió don Quijote— de los malignos magos que me persiguen, los cuales, anteviendo que yo había de quedar vencedor en la contienda, se previnieron de que el caballero vencido mos- trase el rostro de mi amigo el bachiller, porque la amistad que le tengo se pusiese entre los filos de mi espada y el rigor de mi brazo, y templase la justa ira de mi corazón, y desta manera quedase con vida el que con embelecos y falsías procuraba quitarme la mía. Para prueba de lo cual ya sabes, ¡oh Sancho!, por experiencia que no te dejará mentir ni engañar, cuán fácil sea a los encantadores mudar unos rostros en otros, haciendo de lo hermoso feo y de lo feo hermoso, pues no ha dos días que viste por tus mismos ojos la hermosura y gallardía de la sin par Dulcinea en toda su entereza y natural conformidad, y yo la vi en la fealdad y bajeza de una zafia labradora, con cataratas en los ojos y con mal olor en la boca; y más, que el perverso encantador que se atrevió a hacer una transformación tan mala no es mucho que haya hecho la de Sansón Carrasco y la de tu compa- dre, por quitarme la gloria del vencimiento de las manos. Pero, con todo esto, me consuelo, porque, en fin, en cualquiera figura que haya sido, he quedado vencedor de mi enemigo. —Dios sabe la verdad de todo —respondió Sancho. Y como él sabía que la transformación de Dulcinea había sido traza y embeleco suyo, no le satisfacían las quimeras de su amo, pero no le quiso replicar, por no decir alguna palabra que descubriese su embuste. En estas razones estaban, cuando los alcanzó un hombre que detrás dellos por el mismo camino venía sobre una muy hermosa yegua tordilla, vestido un gabán de paño fino verde, jironado de terciopelo leonado, con una mon- tera del mismo terciopelo; el aderezo de la yegua era de campo y de la jineta, asimismo de morado y verde; traía un alfanje morisco pendiente de un ancho tahalí de verde y oro, y los borceguíes eran de la labor del tahalí; las espuelas no eran doradas, sino dadas con un barniz verde, tan tersas y bruñidas, que, por hacer labor con todo el vestido, parecían mejor que si fuera de oro puro. Cuando llegó a ellos el caminante los saludó cortésmen- te, y, picando a la yegua, se pasaba de largo, pero don Quijote le dijo:

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—Señor galán, si es que vuestra merced lleva el camino que nosotros y no importa el darse priesa, merced recibiría en que nos fuésemos juntos. —En verdad —respondió el de la yegua— que no me pasara tan de largo si no fuera por temor que con la compañía de mi yegua no se alboro- tara ese caballo. —Bien puede, señor —respondió a esta sazón Sancho—, bien puede tener las riendas a su yegua, porque nuestro caballo es el más honesto y bien mirado del mundo: jamás en semejantes ocasiones ha hecho vileza alguna, y una vez que se desmandó a hacerla la lastamos mi señor y yo con las setenas. Digo otra vez que puede vuestra merced detenerse, si quisiere, que aunque se la den entre dos platos, a buen seguro que el caballo no la arrostre. Detuvo la rienda el caminante, admirándose de la apostura y rostro de don Quijote, el cual iba sin celada, que la llevaba Sancho como maleta en el arzón delantero de la albarda del rucio; y si mucho miraba el de lo verde a don Quijote, mucho más miraba don Quijote al de lo verde, pareciéndole hombre de chapa. La edad mostraba ser de cincuenta años; las canas, po- cas, y el rostro, aguileño; la vista, entre alegre y grave; finalmente, en el traje y apostura daba a entender ser hombre de buenas prendas. Lo que juzgó de don Quijote de la Mancha el de lo verde fue que semejante manera ni parecer de hombre no le había visto jamás: admiróle la longura de su caballo, la grandeza de su cuerpo, la flaqueza y amarillez de su rostro, sus armas, su ademán y compostura, figura y retrato no visto por luengos tiem- pos atrás en aquella tierra. Notó bien don Quijote la atención con que el caminante le miraba y leyóle en la suspensión su deseo; y como era tan cortés y tan amigo de dar gusto a todos, antes que le preguntase nada le salió al camino, diciéndole: —Esta figura que vuesa merced en mí ha visto, por ser tan nueva y tan fuera de las que comúnmente se usan, no me maravillaría yo de que le hubiese maravillado, pero dejará vuesa merced de estarlo cuando le diga, como le digo, que soy caballero destos que dicen las gentes que a sus aventuras van. Salí de mi patria, empeñé mi hacienda, dejé mi regalo y entreguéme en los brazos de la fortuna, que me llevasen donde más fuese servida. Quise

- 202 - Quinto día Ruta literaria El Quijote Castilla-La Mancha, 2005 resucitar la ya muerta andante caballería, y ha muchos días que tropezando aquí, cayendo allí, despeñándome acá y levantándome acullá, he cumplido gran parte de mi deseo, socorriendo viudas, amparando doncellas y favore- ciendo casadas, huérfanos y pupilos, propio y natural oficio de caballeros andantes; y así, por mis valerosas, muchas y cristianas hazañas, he mereci- do andar ya en estampa en casi todas o las más naciones del mundo: treinta mil volúmenes se han impreso de mi historia, y lleva camino de imprimirse treinta mil veces de millares, si el cielo no lo remedia. Finalmente, por encerrarlo todo en breves palabras, o en una sola, digo que yo soy don Quijote de la Mancha, por otro nombre llamado el Caballero de la Triste Figura; y puesto que las propias alabanzas envilecen, esme forzoso decir yo tal vez las mías, y esto se entiende cuando no se halla presente quien las diga; así que, señor gentilhombre, ni este caballo, esta lanza, ni este escudo ni escudero, ni todas juntas estas armas, ni la amarillez de mi rostro, ni mi atenuada flaqueza, os podrá admirar de aquí adelante, habiendo ya sabido quién soy y la profesión que hago. Calló en diciendo esto don Quijote, y el de lo verde, según se tarda- ba en responderle, parecía que no acertaba a hacerlo, pero de allí a buen espacio le dijo: —Acertastes, señor caballero, a conocer por mi suspensión mi de- seo, pero no habéis acertado a quitarme la maravilla que en mí causa el haberos visto, que puesto que, como vos, señor, decís, que el saber ya quién sois me lo podría quitar, no ha sido así, antes agora que lo sé quedo más suspenso y maravillado. ¿Cómo y es posible que hay hoy caballeros andantes en el mundo, y que hay historias impresas de ver- daderas caballerías? No me puedo persuadir que haya hoy en la tierra quien favorezca viudas, ampare doncellas, ni honre casadas, ni socorra huérfanos, y no lo creyera si en vuesa merced no lo hubiera visto con mis ojos. ¡Bendito sea el cielo!, que con esa historia que vuesa merced dice que está impresa de sus altas y verdaderas caballerías se habrán puesto en olvido las innumerables de los fingidos caballeros andantes, de que estaba lleno el mundo, tan en daño de las buenas costumbres y tan en perjuicio y descrédito de las buenas historias. —Hay mucho que decir —respondió don Quijote— en razón de si son fingidas o no las historias de los andantes caballeros. —Pues ¿hay quien dude —respondió el Verde— que no son falsas las tales historias?

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—Yo lo dudo —respondió don Quijote—, y quédese esto aquí, que si nuestra jornada dura, espero en Dios de dar a entender a vuesa mer- ced que ha hecho mal en irse con la corriente de los que tienen por cierto que no son verdaderas. Desta última razón de don Quijote tomó barruntos el caminante de que don Quijote debía de ser algún mentecato, y aguardaba que con otras lo confirmase; pero antes que se divertiesen en otros razonamien- tos, don Quijote le rogó le dijese quién era, pues él le había dado parte de su condición y de su vida. A lo que respondió el del Verde Gabán: —Yo, señor Caballero de la Triste Figura, soy un hidalgo natural de un lugar donde iremos a comer hoy, si Dios fuere servido. Soy más que medianamente rico y es mi nombre don Diego de Miranda; paso la vida con mi mujer y con mis hijos y con mis amigos; mis ejercicios son el de la caza y pesca, pero no mantengo ni halcón ni galgos, sino algún perdi- gón manso o algún hurón atrevido. Tengo hasta seis docenas de libros, cuáles de romance y cuáles de latín, de historia algunos y de devoción otros; los de caballerías aún no han entrado por los umbrales de mis puertas. Hojeo más los que son profanos que los devotos, como sean de honesto entretenimiento, que deleiten con el lenguaje y admiren y sus- pendan con la invención, puesto que destos hay muy pocos en España. Alguna vez como con mis vecinos y amigos, y muchas veces los convi- do; son mis convites limpios y aseados y nonada escasos; ni gusto de murmurar ni consiento que delante de mí se murmure; no escudriño las vidas ajenas ni soy lince de los hechos de los otros; oigo misa cada día, reparto de mis bienes con los pobres, sin hacer alarde de las buenas obras, por no dar entrada en mi corazón a la hipocresía y vanagloria, enemigos que blandamente se apoderan del corazón más recatado; pro- curo poner en paz los que sé que están desavenidos; soy devoto de Nues- tra Señora y confío siempre en la misericordia infinita de Dios Nuestro Señor. Atentísimo estuvo Sancho a la relación de la vida y entretenimientos del hidalgo, y, pareciéndole buena y santa y que quien la hacía debía de hacer milagros, se arrojó del rucio y con gran priesa le fue a asir del estribo derecho, y con devoto corazón y casi lágrimas le besó los pies una y muchas veces. Visto lo cual por el hidalgo, le preguntó: —¿Qué hacéis, hermano? ¿Qué besos son estos?

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—Déjenme besar —respondió Sancho—, porque me parece vuesa mer- ced el primer santo a la jineta que he visto en todos los días de mi vida. —No soy santo —respondió el hidalgo—, sino gran pecador; vos sí, hermano, que debéis de ser bueno, como vuestra simplicidad lo muestra. Volvió Sancho a cobrar la albarda, habiendo sacado a plaza la risa de la profunda malencolía de su amo y causado nueva admiración a don Diego. Preguntóle don Quijote que cuántos hijos tenía, y díjole que una de las cosas en que ponían el sumo bien los antiguos filósofos, que carecieron del verdadero conocimiento de Dios, fue en los bienes de la naturaleza, en los de la fortuna, en tener muchos amigos y en tener muchos y buenos hijos. —Yo, señor don Quijote —respondió el hidalgo—, tengo un hijo, que, a no tenerle, quizá me juzgara por más dichoso de lo que soy, y no porque él sea malo, sino porque no es tan bueno como yo quisiera. Será de edad de diez y ocho años; los seis ha estado en Salamanca, aprendiendo las lenguas latina y griega, y cuando quise que pasase a estudiar otras ciencias, halléle tan embebido en la de la poesía (si es que se puede llamar ciencia), que no es posible hacerle arrostrar la de las leyes, que yo quisiera que estudiara, ni de la reina de todas, la teología. Quisiera yo que fuera corona de su linaje, pues vivimos en siglo donde nuestros reyes premian altamente las virtuo- sas y buenas letras, porque letras sin virtud son perlas en el muladar. Todo el día se le pasa en averiguar si dijo bien o mal Homero en tal verso de la Ilíada; si Marcial anduvo deshonesto o no en tal epigrama; si se han de entender de una manera o otra tales y tales versos de Virgilio. En fin, todas sus conversaciones son con los libros de los referidos poetas, y con los de Horacio, Persio, Juvenal y Tibulo, que de los modernos romancistas no hace mucha cuenta; y con todo el mal cariño que muestra tener a la poesía de romance, le tiene agora desvanecidos los pensamientos el hacer una glo- sa a cuatro versos que le han enviado de Salamanca, y pienso que son de justa literaria. A todo lo cual respondió don Quijote: —Los hijos, señor, son pedazos de las entrañas de sus padres, y, así, se han de querer, o buenos o malos que sean, como se quieren las almas que nos dan vida. A los padres toca el encaminarlos desde pequeños por los pasos de la virtud, de la buena crianza y de las buenas y cristianas costum- bres, para que cuando grandes sean báculo de la vejez de sus padres y glo- ria de su posteridad; y en lo de forzarles que estudien esta o aquella ciencia,

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no lo tengo por acertado, aunque el persuadirles no será dañoso, y cuando no se ha de estudiar para pane lucrando, siendo tan venturoso el estudiante que le dio el cielo padres que se lo dejen, sería yo de parecer que le dejen seguir aquella ciencia a que más le vieren inclinado; y aunque la de la poe- sía es menos útil que deleitable, no es de aquellas que suelen deshonrar a quien las posee. La poesía, señor hidalgo, a mi parecer es como una donce- lla tierna y de poca edad y en todo estremo hermosa, a quien tienen cuidado de enriquecer, pulir y adornar otras muchas doncellas, que son todas las otras ciencias, y ella se ha de servir de todas, y todas se han de autorizar con ella; pero esta tal doncella no quiere ser manoseada, ni traída por las calles, ni publicada por las esquinas de las plazas ni por los rincones de los pala- cios. Ella es hecha de una alquimia de tal virtud, que quien la sabe tratar la volverá en oro purísimo de inestimable precio; hala de tener el que la tuviere a raya, no dejándola correr en torpes sátiras ni en desalmados sonetos; no ha de ser vendible en ninguna manera, si ya no fuere en poemas heroicos, en lamentables tragedias o en comedias alegres y artificiosas; no se ha de dejar tratar de los truhanes, ni del ignorante vulgo, incapaz de conocer ni estimar los tesoros que en ella se encierran. Y no penséis, señor, que yo llamo aquí vulgo solamente a la gente plebeya y humilde, que todo aquel que no sabe, aunque sea señor y príncipe, puede y debe entrar en número de vulgo. Y, así, el que con los requisitos que he dicho tratare y tuviere a la poesía, será famoso y estimado su nombre en todas las naciones políticas del mundo. Y a lo que decís, señor, que vuestro hijo no estima mucho la poesía de romance, doime a entender que no anda muy acertado en ello, y la razón es esta: el grande Homero no escribió en latín, porque era griego, ni Virgilio no escribió en griego, porque era latino; en resolución, todos los poetas antiguos escribieron en la lengua que mamaron en la leche, y no fueron a buscar las estranjeras para declarar la alteza de sus conceptos; y siendo esto así, razón sería se estendiese esta costumbre por todas las na- ciones, y que no se desestimase el poeta alemán porque escribe en su len- gua, ni el castellano, ni aun el vizcaíno que escribe en la suya. Pero vuestro hijo, a lo que yo, señor, imagino, no debe de estar mal con la poesía de romance, sino con los poetas que son meros romancistas, sin saber otras lenguas ni otras ciencias que adornen y despierten y ayuden a su natural impulso, y aun en esto puede haber yerro, porque, según es opinión verda- dera, el poeta nace: quieren decir que del vientre de su madre el poeta natu- ral sale poeta, y con aquella inclinación que le dio el cielo, sin más estudio ni artificio, compone cosas, que hace verdadero al que dijo: «Est Deus in

- 206 - Quinto día Ruta literaria El Quijote Castilla-La Mancha, 2005 nobis”, etc. También digo que el natural poeta que se ayudare del arte será mucho mejor y se aventajará al poeta que solo por saber el arte quisiere serlo: la razón es porque el arte no se aventaja a la naturaleza, sino perficiónala; así que, mezcladas la naturaleza y el arte, y el arte con la naturaleza, sacarán un perfetísimo poeta. Sea, pues, la conclusión de mi plática, señor hidalgo, que vuesa merced deje caminar a su hijo por donde su estrella le llama, que siendo él tan buen estudiante como debe de ser, y habiendo ya subido felicemente el primer escalón de las ciencias, que es el de las lenguas, con ellas por sí mesmo subirá a la cumbre de las letras humanas, las cuales tan bien parecen en un caballero de capa y espada y así le adornan, honran y engrandecen como las mitras a los obispos o como las garnachas a los peritos jurisconsultos. Riña vuesa merced a su hijo si hiciere sátiras que perjudiquen las honras ajenas, y castíguele, y rómpaselas; pero si hiciere sermones al modo de Horacio, donde reprehenda los vicios en general, como tan elegantemente él lo hizo, alábele, porque lícito es al poe- ta escribir contra la invidia, y decir en sus versos mal de los invidiosos, y así de los otros vicios, con que no señale persona alguna; pero hay poetas que, a trueco de decir una malicia, se pondrán a peligro que los destierren a las islas de Ponto. Si el poeta fuere casto en sus costumbres, lo será también en sus versos; la pluma es lengua del alma: cuales fueren los conceptos que en ella se engendraren, tales serán sus escritos; y cuando los reyes y prínci- pes veen la milagrosa ciencia de la poesía en sujetos prudentes, virtuosos y graves, los honran, los estiman y los enriquecen, y aun los coronan con las hojas del árbol a quien no ofende el rayo, como en señal que no han de ser ofendidos de nadie los que con tales coronas veen honradas y adornadas sus sienes. Admirado quedó el del Verde Gabán del razonamiento de don Quijote, y tanto, que fue perdiendo de la opinión que con él tenía de ser mentecato. Pero a la mitad desta plática, Sancho, por no ser muy de su gusto, se había desviado del camino a pedir un poco de leche a unos pastores que allí junto estaban ordeñando unas ovejas, y en esto ya volvía a renovar la plática el hidalgo, satisfecho en estremo de la discreción y buen discurso de don Qui- jote, cuando alzando don Quijote la cabeza vio que por el camino por don- de ellos iban venía un carro lleno de banderas reales; y creyendo que debía de ser alguna nueva aventura, a grandes voces llamó a Sancho que viniese a darle la celada. El cual Sancho, oyéndose llamar, dejó a los pastores y a toda priesa picó al rucio y llegó donde su amo estaba, a quien sucedió una espantosa y desatinada aventura.

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CAPÍTULO XVII (II)

De donde se declaró el último punto y estremo adonde llegó y “CONTEXTOS” pudo llegar el inaudito ánimo de don Quijote con la felicemente “¡Ah, condenado Cide Hamete Benengeli acabada aventura de los leones o quienquiera que fuese el que escribió tal hazaña, y cuán menguadamente la en- tendiste! No parece sino que al narrarla te uenta la historia que cuando don Quijote daba voces a Sancho que soplaba al oído el envidioso bachiller San- C le trujese el yelmo, estaba él comprando unos requesones que los són Carrasco. No, no fue así, sino lo que pastores le vendían y, acosado de la mucha priesa de su amo, no supo qué en verdad pasó es que el león se espantó o se avergonzó más bien al ver la fiereza hacer dellos, ni en qué traerlos, y por no perderlos, que ya los tenía paga- de nuestro Caballero, pues Dios permite dos, acordó de echarlos en la celada de su señor, y con este buen recado que las fieras sientan más al vivo que los volvió a ver lo que le quería; el cual, en llegando, le dijo: hombres la presencia del poder incontras- table de la fe. O ¿no sería acaso que el —Dame, amigo, esa celada, que o yo sé poco de aventuras o lo que león, soñando entonces con la leona re- costada, allá en las arenas del desierto, allí descubro es alguna que me ha de necesitar y me necesita a tomar bajo una palmera, vio a Aldonza Lorenzo mis armas. en el corazón del Caballero? ¿No fue su amor lo que le hizo a la bestia compren- El del Verde Gabán, que esto oyó, tendió la vista por todas partes y no der el amor del hombre y respetarle y aver- descubrió otra cosa que un carro que hacia ellos venía, con dos o tres ban- gonzarse ante él? deras pequeñas, que le dieron a entender que el tal carro debía de traer No, el león no podía ni debía burlarse de don Quijote, pues no era hombre, sino moneda de Su Majestad, y así se lo dijo a don Quijote, pero él no le dio león, y las fieras naturales, como no tie- crédito, siempre creyendo y pensando que todo lo que le sucediese habían nen estragada la voluntad por pecado ori- de ser aventuras y más aventuras, y, así, respondió al hidalgo: ginal alguno, jamás se burlan. Los anima- les son enteramente serios y enteramente —Hombre apercebido, medio combatido. No se pierde nada en que yo sinceros, sin que en ellos quepa socarro- nería ni malicia. Los animales no son ba- me aperciba, que sé por experiencia que tengo enemigos visibles e invisi- chilleres, ni por Salamanca ni por ningu- bles, y no sé cuándo, ni adónde, ni en qué tiempo, ni en qué figuras me han na otra parte, porque les basta lo que la de acometer. naturaleza les da.” UNAMUNO, MIGUEL DE, Vida de don Quijote y Sancho, Espasa Calpe, Y volviéndose a Sancho, le pidió la celada; el cual, como no tuvo lugar Buenos Aires, 1952. de sacar los requesones, le fue forzoso dársela como estaba. Tomóla don *** *** *** Quijote, y sin que echase de ver lo que dentro venía, con toda priesa se la encajó en la cabeza; y como los requesones se apretaron y exprimieron, comenzó a correr el suero por todo el rostro y barbas de don Quijote, de lo que recibió tal susto, que dijo a Sancho:

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—¿Qué será esto, Sancho, que parece que se me ablandan los cascos o se me derriten los sesos, o que sudo de los pies a la cabeza? Y si es que sudo, en verdad que no es de miedo: sin duda creo que es terrible la aventu- ra que agora quiere sucederme. Dame, si tienes, con que me limpie, que el copioso sudor me ciega los ojos. Calló Sancho y diole un paño, y dio, con él, gracias a Dios de que su señor no hubiese caído en el caso. Limpióse don Quijote, y quitóse la cela- da por ver qué cosa era la que, a su parecer, le enfriaba la cabeza, y viendo aquellas gachas blancas dentro de la celada, las llegó a las narices, y, en oliéndolas, dijo: —Por vida de mi señora Dulcinea del Toboso, que son requesones los que aquí me has puesto, traidor, bergante y malmirado escudero. A lo que con gran flema y disimulación respondió Sancho: —Si son requesones, démelos vuesa merced, que yo me los comeré. Pero cómalos el diablo, que debió de ser el que ahí los puso. ¿Yo había de tener atrevimiento de ensuciar el yelmo de vuesa merced? ¡Hallado le ha- béis el atrevido! A la fe, señor, a lo que Dios me da a entender, también debo yo de tener encantadores que me persiguen como a hechura y miem- bro de vuesa merced, y habrán puesto ahí esa inmundicia para mover a cólera su paciencia y hacer que me muela como suele las costillas. Pues en verdad que esta vez han dado salto en vago, que yo confío en el buen dis- curso de mi señor, que habrá considerado que ni yo tengo requesones, ni leche, ni otra cosa que lo valga, y que si la tuviera, antes la pusiera en mi estómago que en la celada. “Las pruebas por las que pasan los caba- —Todo puede ser —dijo don Quijote. lleros andantes, según lo entendería don Quijote son parte de un proceso de depu- Y todo lo miraba el hidalgo, y de todo se admiraba, especialmente cuan- ración, de un afán de perfección, y reve- do, después de haberse limpiado don Quijote cabeza, rostro y barbas y ce- lan una voluntad utópica que asemeja los caballeros andantes a los santos y los lada, se la encajó, y afirmándose bien en los estribos, requiriendo la espada hace parte importante del esfuerzo civili- y asiendo la lanza, dijo: zador. Hay, sin embargo, notables diferen- cias que observar entre este capítulo y los —Ahora, venga lo que viniere, que aquí estoy con ánimo de tomarme modelos de su erudita fantasía. El camino con el mesmo Satanás en persona. y no el corazón del bosque, las fieras en- jauladas y no en libertad, lo innecesario Llegó en esto el carro de las banderas, en el cual no venía otra gente que del encuentro y no el peligro inminente, las invocaciones a la prudencia que ha- el carretero, en las mulas, y un hombre sentado en la delantera. Púsose don cen a don Quijote sus acompañantes, todo Quijote delante y dijo: ello reduce la mítica aventura a un episo-

Quinto día - 209 - Ruta literaria El Quijote Castilla-La Mancha, 2005 dio presentado con verosimilitud y realis- —¿Adónde vais, hermanos? ¿Qué carro es este, qué lleváis en él y qué mo. Los requesones que Sancho pone en banderas son aquestas? la celada y la indiferencia del león intro- ducen los elementos paródicos. Pero no A lo que respondió el carretero: puede cuestionarse el valor de don Quijo- te, que es exaltado por el leonero y mara- —El carro es mío; lo que va en él son dos bravos leones enjaulados, que villa a don Diego de Miranda. El encomio del caballero que hace en este capítulo el el general de Orán envía a la corte, presentados a Su Majestad; las banderas “autor”, encomio que llama la atención del son del rey nuestro Señor, en señal que aquí va cosa suya. “traductor”, ayuda a conformar la visión más positiva, profunda y compleja del —¿Y son grandes los leones? —preguntó don Quijote. personaje que emerge en la segunda par- te del Quijote.” Randolph D. Pope, en el —Tan grandes —respondió el hombre que iba a la puerta del ca- volumen complementario a la edición del rro—, que no han pasado mayores, ni tan grandes, de África a España Quijote dirigida por Francisco Rico. Insti- tuto Cervantes y Editorial Crítica, Barcelo- jamás; y yo soy el leonero y he pasado otros, pero como estos, ninguno. na, 1998. Son hembra y macho: el macho va en esta jaula primera, y la hembra en *** *** *** la de atrás, y ahora van hambrientos porque no han comido hoy; y, así, vuesa merced se desvíe, que es menester llegar presto donde les demos de comer. A lo que dijo don Quijote, sonriéndose un poco: —¿Leoncitos a mí? ¿A mí leoncitos, y a tales horas? Pues ¡por Dios que han de ver esos señores que acá los envían si soy yo hombre que se espanta de leones! Apeaos, buen hombre, y pues sois el leonero, abrid esas jaulas y echadme esas bestias fuera, que en mitad desta campaña les daré a conocer quién es don Quijote de la Mancha, a despecho y pesar de los encantadores que a mí los envían. —¡Ta, ta! —dijo a esta sazón entre sí el hidalgo—. Dado ha señal de quién es nuestro buen caballero: los requesones sin duda le han ablandado los cascos y madurado los sesos. Llegóse en esto a él Sancho y díjole: —Señor, por quien Dios es que vuesa merced haga de manera que mi señor don Quijote no se tome con estos leones, que si se toma, aquí nos han de hacer pedazos a todos. —Pues ¿tan loco es vuestro amo —respondió el hidalgo—, que teméis y creéis que se ha de tomar con tan fieros animales? —No es loco —respondió Sancho—, sino atrevido. —Yo haré que no lo sea —replicó el hidalgo.

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Y llegándose a don Quijote, que estaba dando priesa al leonero que abriese las jaulas, le dijo: —Señor caballero, los caballeros andantes han de acometer las aventu- ras que prometen esperanza de salir bien dellas, y no aquellas que de todo en todo la quitan; porque la valentía que se entra en la juridición de la temeridad, más tiene de locura que de fortaleza. Cuanto más que estos leo- nes no vienen contra vuesa merced, ni lo sueñan: van presentados a Su Majestad, y no será bien detenerlos ni impedirles su viaje. —Váyase vuesa merced, señor hidalgo —respondió don Quijote—, a entender con su perdigón manso y con su hurón atrevido, y deje a cada uno hacer su oficio. Este es el mío, y yo sé si vienen a mí o no estos señores leones. Y volviéndose al leonero, le dijo: —¡Voto a tal, don bellaco, que si no abrís luego luego las jaulas, que con esta lanza os he de coser con el carro! El carretero, que vio la determinación de aquella armada fantasma, le dijo: —Señor mío, vuestra merced sea servido, por caridad, de dejarme des- uncir las mulas y ponerme en salvo con ellas antes que se desenvainen los leones, porque si me las matan quedaré rematado para toda mi vida; que no tengo otra hacienda sino este carro y estas mulas. —¡Oh hombre de poca fe! —respondió don Quijote—, apéate y desunce y haz lo que quisieres, que presto verás que trabajaste en vano y que pudie- ras ahorrar desta diligencia. Apeóse el carretero y desunció a gran priesa, y el leonero dijo a grandes voces: —Séanme testigos cuantos aquí están como contra mi voluntad y forza- do abro las jaulas y suelto los leones, y de que protesto a este señor que todo el mal y daño que estas bestias hicieren corra y vaya por su cuenta, con más mis salarios y derechos. Vuestras mercedes, señores, se pongan en cobro antes que abra, que yo seguro estoy que no me han de hacer daño. Otra vez le persuadió el hidalgo que no hiciese locura semejante, que era tentar a Dios acometer tal disparate, a lo que respondió don Quijote que él sabía lo que hacía. Respondióle el hidalgo que lo mirase bien, que él entendía que se engañaba.

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—Ahora, señor —replicó don Quijote—, si vuesa merced no quiere ser oyente desta que a su parecer ha de ser tragedia, pique la tordilla y póngase en salvo. Oído lo cual por Sancho, con lágrimas en los ojos le suplicó desistiese de tal empresa, en cuya comparación habían sido tortas y pan pintado la de los molinos de viento y la temerosa de los batanes y, finalmente, todas las hazañas que había acometido en todo el discurso de su vida. —Mire, señor —decía Sancho—, que aquí no hay encanto ni cosa que lo valga; que yo he visto por entre las verjas y resquicios de la jaula una uña de león verdadero, y saco por ella que el tal león cuya debe de ser la tal uña es mayor que una montaña. —El miedo a lo menos —respondió don Quijote— te le hará parecer mayor que la mitad del mundo. Retírate, Sancho, y déjame, y si aquí muriere, ya sabes nuestro antiguo concierto: acudirás a Dulcinea, y no te digo más. A estas añadió otras razones, con que quitó las esperanzas de que no había de dejar de proseguir su desvariado intento. Quisiera el del Verde Gabán oponérsele, pero viose desigual en las armas y no le pareció cordura tomarse con un loco, que ya se lo había parecido de todo punto don Quijo- te; el cual, volviendo a dar priesa al leonero y a reiterar las amenazas, dio ocasión al hidalgo a que picase la yegua, y Sancho al rucio, y el carretero a sus mulas, procurando todos apartarse del carro lo más que pudiesen, antes que los leones se desembanastasen. Lloraba Sancho la muerte de su señor, que aquella vez sin duda creía que llegaba en las garras de los leones; maldecía su ventura y llamaba menguada la hora en que le vino al pensamiento volver a servirle; pero no por llorar y lamentarse dejaba de aporrear al rucio para que se aleja- se del carro. Viendo, pues, el leonero que ya los que iban huyendo esta- ban bien desviados, tornó a requerir y a intimar a don Quijote lo que ya le había requerido e intimado, el cual respondió que lo oía y que no se curase de más intimaciones y requirimientos, que todo sería de poco fruto, y que se diese priesa. En el espacio que tardó el leonero en abrir la jaula primera estuvo considerando don Quijote si sería bien hacer la batalla antes a pie que a caballo, y, en fin, se determinó de hacerla a pie, temiendo que Rocinan- te se espantaría con la vista de los leones. Por esto saltó del caballo,

- 212 - Quinto día Ruta literaria El Quijote Castilla-La Mancha, 2005 arrojó la lanza y embrazó el escudo; y desenvainando la espada, paso ante paso, con maravilloso denuedo y corazón valiente, se fue a poner delante del carro encomendándose a Dios de todo corazón y luego a su señora Dulcinea. Y es de saber que llegando a este paso el autor de esta verdadera historia exclama y dice: «¡Oh fuerte y sobre todo encarecimiento animoso don Qui- jote de la Mancha, espejo donde se pueden mirar todos los valientes del mundo, segundo y nuevo don Manuel de León, que fue gloria y honra de los españoles caballeros! ¿Con qué palabras contaré esta tan espantosa ha- zaña, o con qué razones la haré creíble a los siglos venideros, o qué alaban- zas habrá que no te convengan y cuadren, aunque sean hipérboles sobre todos los hipérboles? Tú a pie, tú solo, tú intrépido, tú magnánimo, con sola una espada, y no de las del perrillo cortadoras, con un escudo no de muy luciente y limpio acero, estás aguardando y atendiendo los dos más fieros leones que jamás criaron las africanas selvas. Tus mismos hechos sean los que te alaben, valeroso manchego, que yo los dejo aquí en su punto, por faltarme palabras con que encarecerlos». Aquí cesó la referida exclamación del autor, y pasó adelante, anu- dando el hilo de la historia, diciendo que visto el leonero ya puesto en postura a don Quijote, y que no podía dejar de soltar al león macho, so pena de caer en la desgracia del indignado y atrevido caballero, abrió de par en par la primera jaula, donde estaba, como se ha dicho, el león, el cual pareció de grandeza extraordinaria y de espantable y fea catadu- ra. Lo primero que hizo fue revolverse en la jaula donde venía echado y tender la garra y desperezarse todo; abrió luego la boca y bostezó muy despacio, y con casi dos palmos de lengua que sacó fuera se despolvoreó los ojos y se lavó el rostro. Hecho esto, sacó la cabeza fuera de la jaula y miró a todas partes con los ojos hechos brasas, vista y ademán para poner espanto a la misma temeridad. Solo don Quijote lo miraba atenta- mente, deseando que saltase ya del carro y viniese con él a las manos, entre las cuales pensaba hacerle pedazos. Hasta aquí llegó el estremo de su jamás vista locura. Pero el generoso león, más comedido que arrogante, no haciendo caso de niñerías ni de bra- vatas, después de haber mirado a una y otra parte, como se ha dicho, volvió las espaldas y enseñó sus traseras partes a don Quijote, y con gran flema y remanso se volvió a echar en la jaula. Viendo lo cual don Quijote, mandó al leonero que le diese de palos y le irritase para echarle fuera.

Quinto día - 213 - Ruta literaria El Quijote Castilla-La Mancha, 2005

—Eso no haré yo —respondió el leonero—, porque si yo le instigo, el primero a quien hará pedazos será a mí mismo. Vuesa merced, señor caballero, se contente con lo hecho, que es todo lo que puede decirse en género de valentía, y no quiera tentar segunda fortuna. El león tiene abierta la puerta: en su mano está salir o no salir; pero pues no ha salido hasta ahora, no saldrá en todo el día. La grandeza del corazón de vuesa merced ya está bien declarada; ningún bravo peleante, según a mí se me alcanza, está obligado a más que a desafiar a su enemigo y esperarle en campaña; y si el contrario no acude, en él se queda la infamia y el esperante gana la corona del vencimiento. —Así es verdad —respondió don Quijote—. Cierra, amigo, la puerta, y dame por testimonio en la mejor forma que pudieres lo que aquí me has visto hacer, conviene a saber: como tú abriste al león, yo le esperé, él no salió, volvíle a esperar, volvió a no salir y volvióse a acostar. No debo más, y encantos afuera, y Dios ayude a la razón y a la verdad y a la verdadera caballería, y cierra, como he dicho, en tanto que hago señas a los huidos y ausentes, para que sepan de tu boca esta hazaña. Hízolo así el leonero, y don Quijote, poniendo en la punta de la lan- za el lienzo con que se había limpiado el rostro de la lluvia de los reque- sones, comenzó a llamar a los que no dejaban de huir ni de volver la cabeza a cada paso, todos en tropa y antecogidos del hidalgo; pero al- canzando Sancho a ver la señal del blanco paño, dijo: —Que me maten si mi señor no ha vencido a las fieras bestias, pues nos llama. Detuviéronse todos y conocieron que el que hacía las señas era don Quijote; y perdiendo alguna parte del miedo, poco a poco se vinieron acercando hasta donde claramente oyeron las voces de don Quijote que los llamaba. Finalmente, volvieron al carro, y en llegando dijo don Qui- jote al carretero: —Volved, hermano, a uncir vuestras mulas y a proseguir vuestro viaje; y tú, Sancho, dale dos escudos de oro, para él y para el leonero, en recompensa de lo que por mí se han detenido. —Esos daré yo de muy buena gana —respondió Sancho—, pero ¿qué se han hecho los leones? ¿Son muertos o vivos?

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Entonces el leonero, menudamente y por sus pausas, contó el fin de la contienda, exagerando como él mejor pudo y supo el valor de don Quijote, de cuya vista el león acobardado no quiso ni osó salir de la jaula, puesto que había tenido un buen espacio abierta la puerta de la jaula; y que por haber él dicho a aquel caballero que era tentar a Dios irritar al león para que por fuerza saliese, como él quería que se irritase, mal de su grado y contra toda su voluntad había permitido que la puerta se cerrase. —¿Qué te parece desto, Sancho? —dijo don Quijote—. ¿Hay encantos que valgan contra la verdadera valentía? Bien podrán los encantadores qui- tarme la ventura, pero el esfuerzo y el ánimo será imposible. Dio los escudos Sancho, unció el carretero, besó las manos el leonero a don Quijote por la merced recebida y prometióle de contar aquella valerosa hazaña al mismo rey, cuando en la corte se viese. —Pues si acaso Su Majestad preguntare quién la hizo, diréisle que el Caballero de los Leones, que de aquí adelante quiero que en este se true- que, cambie, vuelva y mude el que hasta aquí he tenido del Caballero de la Triste Figura; y en esto sigo la antigua usanza de los andantes caballeros, que se mudaban los nombres cuando querían o cuando les venía a cuento. Siguió su camino el carro, y don Quijote, Sancho y el del Verde Gabán prosiguieron el suyo. En todo este tiempo no había hablado palabra don Diego de Miranda, todo atento a mirar y a notar los hechos y palabras de don Quijote, pare- ciéndole que era un cuerdo loco y un loco que tiraba a cuerdo. No había aún llegado a su noticia la primera parte de su historia, que si la hubiera leído cesara la admiración en que lo ponían sus hechos y sus palabras, pues ya supiera el género de su locura; pero como no la sabía, ya le tenía por cuerdo y ya por loco, porque lo que hablaba era concertado, elegante y bien dicho, y lo que hacía, disparatado, temerario y tonto. Y decía entre sí: «¿Qué más locura puede ser que ponerse la celada llena de requesones y darse a enten- der que le ablandaban los cascos los encantadores? ¿Y qué mayor temeri- dad y disparate que querer pelear por fuerza con leones?». Destas imaginaciones y deste soliloquio le sacó don Quijote, diciéndole: —¿Quién duda, señor don Diego de Miranda, que vuestra merced no me tenga en su opinión por un hombre disparatado y loco? Y no sería mu- cho que así fuese, porque mis obras no pueden dar testimonio de otra cosa.

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Pues, con todo esto, quiero que vuestra merced advierta que no soy tan loco ni tan menguado como debo de haberle parecido. Bien parece un gallardo caballero a los ojos de su rey, en la mitad de una gran plaza, dar una lanzada con felice suceso a un bravo toro; bien parece un caballero armado de res- plandecientes armas pasar la tela en alegres justas delante de las damas, y bien parecen todos aquellos caballeros que en ejercicios militares o que lo parezcan entretienen y alegran y, si se puede decir, honran las cortes de sus príncipes; pero sobre todos estos parece mejor un caballero andante que por los desiertos, por las soledades, por las encrucijadas, por las selvas y por los montes anda buscando peligrosas aventuras, con intención de darles dichosa y bien afortunada cima, solo por alcanzar gloriosa fama y durade- ra. Mejor parece, digo, un caballero andante socorriendo a una viuda en algún despoblado que un cortesano caballero requebrando a una doncella en las ciudades. Todos los caballeros tienen sus particulares ejercicios: sir- va a las damas el cortesano; autorice la corte de su rey con libreas; sustente los caballeros pobres con el espléndido plato de su mesa; concierte justas, mantenga torneos y muéstrese grande, liberal y magnífico, y buen cristiano sobre todo, y desta manera cumplirá con sus precisas obligaciones. Pero el andante caballero busque los rincones del mundo, éntrese en los más intricados laberintos, acometa a cada paso lo imposible, resista en los pára- mos despoblados los ardientes rayos del sol en la mitad del verano, y en el invierno la dura inclemencia de los vientos y de los yelos; no le asombren leones, ni le espanten vestiglos, ni atemoricen endriagos, que buscar estos, acometer aquellos y vencerlos a todos son sus principales y verdaderos ejercicios. Yo, pues, como me cupo en suerte ser uno del número de la andante caballería, no puedo dejar de acometer todo aquello que a mí me pareciere que cae debajo de la juridición de mis ejercicios; y, así, el acome- ter los leones que ahora acometí derechamente me tocaba, puesto que co- nocí ser temeridad esorbitante, porque bien sé lo que es valentía, que es una virtud que está puesta entre dos estremos viciosos, como son la cobardía y la temeridad: pero menos mal será que el que es valiente toque y suba al punto de temerario que no que baje y toque en el punto de cobarde, que así como es más fácil venir el pródigo a ser liberal que el avaro, así es más fácil dar el temerario en verdadero valiente que no el cobarde subir a la verdade- ra valentía; y en esto de acometer aventuras, créame vuesa merced, señor don Diego, que antes se ha de perder por carta de más que de menos, por- que mejor suena en las orejas de los que lo oyen «el tal caballero es temera- rio y atrevido» que no «el tal caballero es tímido y cobarde».

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—Digo, señor don Quijote —respondió don Diego—, que todo lo que vuesa merced ha dicho y hecho va nivelado con el fiel de la misma razón, y que entiendo que si las ordenanzas y leyes de la caballería andante se per- diesen, se hallarían en el pecho de vuesa merced como en su mismo depó- sito y archivo. Y démonos priesa, que se hace tarde, y lleguemos a mi aldea y casa, donde descansará vuestra merced del pasado trabajo, que si no ha sido del cuerpo, ha sido del espíritu, que suele tal vez redundar en cansan- cio del cuerpo. —Tengo el ofrecimiento a gran favor y merced, señor don Diego — respondió don Quijote. Y picando más de lo que hasta entonces, serían como las dos de la tarde cuando llegaron a la aldea y a la casa de don Diego, a quien don Quijote llamaba «el Caballero del Verde Gabán».

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CAPÍTULO XVIII (II)

De lo que sucedió a don Quijote en el castillo o casa del Caballero del Verde Gabán, con otras cosas extravagantes

“CONTEXTOS” alló don Quijote ser la casa de don Diego de Miranda ancha como de aldea; las armas, empero, aunque de piedra tosca, encima de la “¡Oh dulces prendas, por mi mal halladas, H dulces y alegres cuando Dios quería, puerta de la calle; la bodega, en el patio; la cueva, en el portal, y juntas estáis en la memoria mía muchas tinajas a la redonda, que, por ser del Toboso, le renovaron las me- y con ella en mi muerte conjuradas! morias de su encantada y transformada Dulcinea; y sospirando, y sin mirar ¿Quién me dijera, cuando las pasadas lo que decía, ni delante de quién estaba, dijo: horas que en tanto bien por vos me vía, que me habían de ser en algún día —¡Oh dulces prendas, por mi mal halladas, con tan grave dolor representadas? dulces y alegres cuando Dios quería! Pues en una hora junto me llevastes todo el bien que por términos me distes, »¡Oh tobosescas tinajas, que me habéis traído a la memoria la dulce llevadme junto el mal que me dejastes; prenda de mi mayor amargura! si no, sospecharé que me pusistes en tantos bienes porque deseastes Oyóle decir esto el estudiante poeta hijo de don Diego, que con su ma- verme morir entre memorias tristes.” dre había salido a recebirle, y madre y hijo quedaron suspensos de ver la Garcilaso de la Vega, Soneto X, en ‘Poe- estraña figura de don Quijote; el cual, apeándose de Rocinante, fue con sías castellanas completas’, Castalia, mucha cortesía a pedirle las manos para besárselas, y don Diego dijo: Madrid, 1972. *** *** *** —Recebid, señora, con vuestro sólito agrado al señor don Quijote de la Mancha, que es el que tenéis delante, andante caballero, y el más valiente y el más discreto que tiene el mundo. La señora, que doña Cristina se llamaba, le recibió con muestras de mucho amor y de mucha cortesía, y don Quijote se le ofreció con asaz de discretas y comedidas razones. Casi los mismos comedimientos pasó con el estudiante, que en oyéndole hablar don Quijote le tuvo por dis- creto y agudo. Aquí pinta el autor todas las circunstancias de la casa de don Diego, pintándonos en ellas lo que contiene una casa de un caballero labrador y rico; pero al traductor desta historia le pareció pasar estas y otras semejantes menudencias en silencio, porque no venían bien con el pro-

- 218 - Quinto día Ruta literaria El Quijote Castilla-La Mancha, 2005 pósito principal de la historia, la cual más tiene su fuerza en la verdad que en las frías digresiones. Entraron a don Quijote en una sala, desarmóle Sancho, quedó en valones y en jubón de camuza, todo bisunto con la mugre de las armas: el cuello era valona a lo estudiantil, sin almidón y sin randas; los borceguíes eran datilados, y encerados los zapatos. Ciñóse su buena espada, que pendía de un tahalí de lobos marinos, que es opinión que muchos años fue enfermo de los riñones; cubrióse un herreruelo de buen paño pardo, pero antes de todo, con cinco calderos o seis de agua, que en la cantidad de los calderos hay alguna diferencia, se lavó la cabeza y rostro, y todavía se quedó el agua de color de suero, merced a la golosina de Sancho y a la compra de sus negros requesones, que tan blanco pusieron a su amo. Con los referidos atavíos y con gentil donaire y gallardía, salió don Quijote a otra sala, donde el estu- diante le estaba esperando para entretenerle en tanto que las mesas se po- nían, que por la venida de tan noble huésped quería la señora doña Cristina mostrar que sabía y podía regalar a los que a su casa llegasen. En tanto que don Quijote se estuvo desarmando, tuvo lugar don Loren- zo, que así se llamaba el hijo de don Diego, de decir a su padre: —¿Quién diremos, señor, que es este caballero que vuesa merced nos ha traído a casa? Que el nombre, la figura y el decir que es caballero andan- te, a mí y a mi madre nos tiene suspensos. —No sé lo que te diga, hijo —respondió don Diego—; solo te sabré “Don Quijote y Sancho pasan cuatro días decir que le he visto hacer cosas del mayor loco del mundo y decir razones en casa de don Diego de Miranda, gozan- do de la amable atención de sus anfitrio- tan discretas, que borran y deshacen sus hechos: háblale tú y toma el pulso nes y de un maravilloso silencio que hace a lo que sabe, y, pues eres discreto, juzga de su discreción o tontería lo que de la casa un remanso en medio del ca- más puesto en razón estuviere, aunque, para decir verdad, antes le tengo mino, las ventas y las aventuras. Don Diego, con su astucia de labrador rico por loco que por cuerdo. medianamente culto, no consigue decidir si don Quijote es cuerdo o loco, aunque Con esto, se fue don Lorenzo a entretener a don Quijote, como queda se inclina por lo segundo. Pide a su hijo, dicho, y entre otras pláticas que los dos pasaron dijo don Quijote a don Lorenzo, que zanje el asunto, con lo que Lorenzo: revela su prudencia al no precipitarse a una conclusión y al delegar en su hijo, con —El señor don Diego de Miranda, padre de vuesa merced, me ha dado más estudios que él, esta averiguación. noticia de la rara habilidad y sutil ingenio que vuestra merced tiene, y, Don Diego y su hijo anticipan aquí a ge- neraciones de lectores y críticos que han sobre todo, que es vuesa merced un gran poeta. pretendido inclinar la balanza de uno u otro lado y han dado con un texto que se re- —Poeta, bien podrá ser —respondió don Lorenzo—, pero grande, ni siste a la definición. Cervantes incluye aquí por pensamiento. Verdad es que yo soy algún tanto aficionado a la poesía y modelos de una lectura discreta y ponde-

Quinto día - 219 - Ruta literaria El Quijote Castilla-La Mancha, 2005 rada que es capaz de distinguir la a leer los buenos poetas, pero no de manera que se me pueda dar el nombre entreverada locura de los lúcidos interva- de grande que mi padre dice. los, pero prefiere la apertura y el suspen- so de una contemplación hospitalaria al —No me parece mal esa humildad —respondió don Quijote—, por- rigor de un encasillamiento definitivo. Los poemas que Lorenzo lee –una glosa y un que no hay poeta que no sea arrogante y piense de sí que es el mayor soneto- se relacionan sutilmente con su poeta del mundo. contexto. Don Quijote, ante el escepticis- mo de Lorenzo de que haya habido o haya —No hay regla sin excepción —respondió don Lorenzo—, y alguno tal cosa como la andante caballería res- habrá que lo sea y no lo piense. ponde con insólita prudencia, contentán- dose con decir que ha habido caballeros —Pocos —respondió don Quijote—. Pero dígame vuesa merced: ¿qué andantes y que sería bueno volvieran a existir en el presente. Lorenzo no le con- versos son los que agora trae entre manos, que me ha dicho el señor su tradice directamente, pero en su glosa afir- padre que le traen algo inquieto y pensativo? Y si es alguna glosa, a mí ma que “cosas imposibles pido/ pues vol- se me entiende algo de achaque de glosas, y holgaría saberlos; y si es ver el tiempo a ser/ después que una vez ha sido/ no hay en la tierra poder/ que a que son de justa literaria, procure vuestra merced llevar el segundo pre- tanto se haya extendido”, lo que bien pue- mio, que el primero siempre se le lleva el favor o la gran calidad de la de leerse como un comentario a la impo- persona, el segundo se le lleva la mera justicia, y el tercero viene a ser sibilidad de la empresa de don Quijote”. segundo, y el primero, a esta cuenta, será el tercero, al modo de las Randolph D. Pope, en el volumen com- plementario a la edición del Quijote dirigi- licencias que se dan en las universidades; pero, con todo esto, gran per- da por Francisco Rico. Instituto Cervantes sonaje es el nombre de primero. y Editorial Crítica, Barcelona, 1998. «Hasta ahora —dijo entre sí don Lorenzo— no os podré yo juzgar *** *** *** por loco. Vamos adelante.» Y díjole: —Paréceme que vuesa merced ha cursado las escuelas: ¿qué cien- cias ha oído? —La de la caballería andante —respondió don Quijote—, que es tan buena como la de la poesía, y aun dos deditos más. —No sé qué ciencia sea esa —replicó don Lorenzo—, y hasta ahora no ha llegado a mi noticia. —Es una ciencia —replicó don Quijote— que encierra en sí todas o las más ciencias del mundo, a causa que el que la profesa ha de ser jurisperito y saber las leyes de la justicia distributiva y comutativa, para dar a cada uno lo que es suyo y lo que le conviene; ha de ser teólogo, para saber dar razón de la cristiana ley que profesa, clara y distintamente, adondequiera que le fuere pedido; ha de ser médico, y principalmente herbolario, para conocer en mitad de los despoblados y desiertos las yerbas que tienen virtud de sanar las heridas, que no ha de andar el caballero andante a cada triquete buscando quien se las cure; ha de ser

- 220 - Quinto día Ruta literaria El Quijote Castilla-La Mancha, 2005 astrólogo, para conocer por las estrellas cuántas horas son pasadas de la noche y en qué parte y en qué clima del mundo se halla; ha de saber las matemáticas, porque a cada paso se le ofrecerá tener necesidad dellas; y dejando aparte que ha de estar adornado de todas las virtudes teologales y cardinales, decendiendo a otras menudencias, digo que ha de saber nadar como dicen que nadaba el peje Nicolás o Nicolao, ha de saber herrar un caballo y aderezar la silla y el freno, y, volviendo a lo de arriba, ha de guardar la fe a Dios y a su dama; ha de ser casto en los pensamientos, honesto en las palabras, liberal en las obras, valiente en los hechos, sufrido en los trabajos, caritativo con los menesterosos y, finalmente, mantenedor de la verdad, aunque le cueste la vida el defen- derla. De todas estas grandes y mínimas partes se compone un buen caballero andante. Porque vea vuesa merced, señor don Lorenzo, si es ciencia mocosa lo que aprende el caballero que la estudia y la profesa, y si se puede igualar a las más estiradas que en los ginasios y escuelas se enseñan. —Si eso es así —replicó don Lorenzo—, yo digo que se aventaja esa ciencia a todas. —¿Cómo si es así? —respondió don Quijote. —Lo que yo quiero decir —dijo don Lorenzo— es que dudo que haya habido, ni que los hay ahora, caballeros andantes y adornados de virtudes tantas. —Muchas veces he dicho lo que vuelvo a decir ahora —respondió don Quijote—: que la mayor parte de la gente del mundo está de parecer de que no ha habido en él caballeros andantes; y por parecerme a mí que si el cielo milagrosamente no les da a entender la verdad de que los hubo y de que los hay, cualquier trabajo que se tome ha de ser en vano, como muchas veces me lo ha mostrado la experiencia, no quiero detenerme agora en sacar a vuesa merced del error que con los muchos tiene: lo que pienso hacer es rogar al cielo le saque dél y le dé a entender cuán provechosos y cuán necesarios fueron al mundo los caballeros andantes en los pasados siglos, y cuán útiles fueran en el presente si se usaran; pero triunfan ahora, por pecados de las gentes, la pereza, la ociosidad, la gula y el regalo. «Escapado se nos ha nuestro huésped —dijo a esta sazón entre sí don Lorenzo—, pero, con todo eso, él es loco bizarro, y yo sería mentecato flojo si así no lo creyese.»

Quinto día - 221 - Ruta literaria El Quijote Castilla-La Mancha, 2005

Aquí dieron fin a su plática, porque los llamaron a comer. Preguntó don Diego a su hijo qué había sacado en limpio del ingenio del hués- ped. A lo que él respondió: —No le sacarán del borrador de su locura cuantos médicos y buenos escribanos tiene el mundo: él es un entreverado loco, lleno de lúcidos intervalos. Fuéronse a comer, y la comida fue tal como don Diego había dicho en el camino que la solía dar a sus convidados: limpia, abundante y sabrosa; pero de lo que más se contentó don Quijote fue del maravilloso silencio que en toda la casa había, que semejaba un monasterio de car- tujos. Levantados, pues, los manteles, y dadas gracias a Dios y agua a las manos, don Quijote pidió ahincadamente a don Lorenzo dijese los versos de la justa literaria, a lo que él respondió que, por no parecer de aquellos poetas que cuando les ruegan digan sus versos los niegan y cuando no se los piden los vomitan, «yo diré mi glosa, de la cual no espero premio alguno; que solo por ejercitar el ingenio la he hecho». —Un amigo y discreto —respondió don Quijote— era de parecer que no se había de cansar nadie en glosar versos, y la razón, decía él, era que jamás la glosa podía llegar al texto, y que muchas o las más veces iba la glosa fuera de la intención y propósito de lo que pedía lo que se glosaba, y más, que las leyes de la glosa eran demasiadamente estrechas, que no sufrían interrogantes, ni dijo, ni diré, ni hacer nom- bres de verbos, ni mudar el sentido, con otras ataduras y estrechezas con que van atados los que glosan, como vuestra merced debe de saber. —Verdaderamente, señor don Quijote —dijo don Lorenzo—, que deseo coger a vuestra merced en un mal latín continuado, y no puedo, porque se me desliza de entre las manos como anguila. —No entiendo —respondió don Quijote— lo que vuestra merced dice ni quiere decir en eso del deslizarme. —Yo me daré a entender —respondió don Lorenzo—, y por ahora esté vuesa merced atento a los versos glosados y a la glosa, que dicen desta manera:

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¡Si mi fue tornase a es, sin esperar más será, o viniese el tiempo ya de lo que será después...!

Glosa Al fin, como todo pasa, se pasó el bien que me dio fortuna, un tiempo no escasa, y nunca me le volvió, ni abundante ni por tasa. Siglos ha ya que me vees, fortuna, puesto a tus pies: vuélveme a ser venturoso, que será mi ser dichoso si mi fue tornase a es. No quiero otro gusto o gloria, otra palma o vencimiento, otro triunfo, otra vitoria, sino volver al contento que es pesar en mi memoria. Si tú me vuelves allá, fortuna, templado está todo el rigor de mi fuego, y más si este bien es luego, sin esperar más será. Cosas imposibles pido, pues volver el tiempo a ser después que una vez ha sido, no hay en la tierra poder que a tanto se haya estendido. Corre el tiempo, vuela y va ligero, y no volverá, y erraría el que pidiese, o que el tiempo ya se fuese o viniese el tiempo ya.

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Vivir en perpleja vida, ya esperando, ya temiendo, es muerte muy conocida, y es mucho mejor muriendo buscar al dolor salida. A mí me fuera interés acabar, mas no lo es, pues, con discurso mejor, me da la vida el temor de lo que será después. En acabando de decir su glosa don Lorenzo, se levantó en pie don Qui- jote, y en voz levantada, que parecía grito, asiendo con su mano la derecha de don Lorenzo, dijo: —¡Viven los cielos donde más altos están, mancebo generoso, que sois el mejor poeta del orbe, y que merecéis estar laureado, no por Chi- pre ni por Gaeta, como dijo un poeta que Dios perdone, sino por las academias de Atenas, si hoy vivieran, y por las que hoy viven de París, Bolonia y Salamanca! Plega al cielo que los jueces que os quitaren el premio primero, Febo los asaetee y las musas jamás atraviesen los um- brales de sus casas. Decidme, señor, si sois servido, algunos versos mayores, que quiero tomar de todo en todo el pulso a vuestro admirable ingenio. ¿No es bueno que dicen que se holgó don Lorenzo de verse alabar de don Quijote, aunque le tenía por loco? ¡Oh fuerza de la adulación, a cuánto te estiendes, y cuán dilatados límites son los de tu juridición agradable! Esta verdad acreditó don Lorenzo, pues condecendió con la demanda y deseo de don Quijote, diciéndole este soneto a la fábula o historia de Píramo y Tisbe. SONETO El muro rompe la doncella hermosa que de Píramo abrió el gallardo pecho; parte el Amor de Chipre y va derecho a ver la quiebra estrecha y prodigiosa.

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Habla el silencio allí, porque no osa la voz entrar por tan estrecho estrecho; las almas sí, que amor suele de hecho facilitar la más difícil cosa. Salió el deseo de compás, y el paso de la imprudente virgen solicita por su gusto su muerte. Ved qué historia: que a entrambos en un punto, ¡oh estraño caso!, los mata, los encubre y resucita una espada, un sepulcro, una memoria. —¡Bendito sea Dios —dijo don Quijote habiendo oído el soneto a don Lorenzo—, que entre los infinitos poetas consumidos que hay he visto un consumado poeta, como lo es vuesa merced, señor mío, que así me lo da a entender el artificio deste soneto! Cuatro días estuvo don Quijote regaladísimo en la casa de don Diego, al cabo de los cuales le pidió licencia para irse, diciéndole que le agradecía la merced y buen tratamiento que en su casa había recebido, pero que por no parecer bien que los caballeros andantes se den muchas horas al ocio y al regalo, se quería ir a cumplir con su oficio, buscando las aventuras, de quien tenía noticia que aquella tierra abundaba, donde esperaba entretener el tiempo hasta que llegase el día de las justas de Zaragoza, que era el de su derecha derrota; y que primero había de entrar en la cueva de Montesinos, de quien tantas y tan admirables cosas en aquellos contornos se contaban, sabiendo e inquiriendo asimismo el nacimiento y verdaderos manantiales de las siete lagunas llamadas comúnmente de Ruidera. Don Diego y su hijo le alabaron su honrosa determinación y le dijeron que tomase de su casa y de su hacienda todo lo que en grado le viniese, que le servirían con la vo- luntad posible, que a ello les obligaba el valor de su persona y la honrosa profesión suya. Llegóse, en fin, el día de su partida, tan alegre para don Quijote como triste y aciago para Sancho Panza, que se hallaba muy bien con la abundan- cia de la casa de don Diego y rehusaba de volver a la hambre que se usa en las florestas y despoblados y a la estrecheza de sus mal proveídas alforjas. Con todo esto, las llenó y colmó de lo más necesario que le pareció, y al despedirse dijo don Quijote a don Lorenzo:

Quinto día - 225 - Ruta literaria El Quijote Castilla-La Mancha, 2005

—No sé si he dicho a vuesa merced otra vez, y si lo he dicho lo vuelvo a decir, que cuando vuesa merced quisiere ahorrar caminos y trabajos para llegar a la inacesible cumbre del templo de la Fama, no tiene que hacer otra cosa sino dejar a una parte la senda de la poesía, algo estrecha, y tomar la estrechísima de la andante caballería, bastante para hacerle emperador en daca las pajas. Con estas razones acabó don Quijote de cerrar el proceso de su locura, y más con las que añadió, diciendo: —Sabe Dios si quisiera llevar conmigo al señor don Lorenzo, para en- señarle cómo se han de perdonar los sujetos y supeditar y acocear los so- berbios, virtudes anejas a la profesión que yo profeso; pero pues no lo pide su poca edad, ni lo querrán consentir sus loables ejercicios, solo me conten- to con advertirle a vuesa merced que siendo poeta podrá ser famoso si se guía más por el parecer ajeno que por el propio, porque no hay padre ni madre a quien sus hijos le parezcan feos, y en los que lo son del entendi- miento corre más este engaño. De nuevo se admiraron padre y hijo de las entremetidas razones de don Quijote, ya discretas y ya disparatadas, y del tema y tesón que llevaba de acudir de todo en todo a la busca de sus desventuradas aventuras, que las tenía por fin y blanco de sus deseos. Reiteráronse los ofrecimientos y comedimientos, y con la buena licencia de la señora del castillo, don Quijo- te y Sancho, sobre Rocinante y el rucio, se partieron.

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CAPÍTULO LIV (II) “CONTEXTOS”

“...y, saliéndome de Granada, di en una Que trata de cosas tocantes a esta historia, y no a otra alguna huerta de un morisco, que me acogió de buena voluntad, y yo quedé con mejor, pa- esolviéronse el duque y la duquesa de que el desafío que don Qui- reciéndome que no me querría para más de para guardarle la huerta: oficio, a mi jote hizo a su vasallo por la causa ya referida pasase adelante; y cuenta, de menos trabajo que el de guar- R puesto que el mozo estaba en Flandes, adonde se había ido huyen- dar ganado. Y, como no había allí altercar do por no tener por suegra a doña Rodríguez, ordenaron de poner en su sobre tanto más cuanto al salario, fue cosa fácil hallar el morisco criado a quien man- lugar a un lacayo gascón, que se llamaba Tosilos, industriándole primero dar y yo amo a quien servir. Estuve con él muy bien de todo lo que había de hacer. más de un mes, no por el gusto de la vida que tenía, sino por el que me daba saber De allí a dos días dijo el duque a don Quijote como desde allí a la de mi amo, y por ella la de todos cuan- cuatro vendría su contrario y se presentaría en el campo, armado como tos moriscos viven en España. ¡Oh cuántas y cuáles cosas te pudiera caballero, y sustentaría como la doncella mentía por mitad de la barba, decir, Cipión amigo, desta morisca cana- y aun por toda la barba entera, si se afirmaba que él le hubiese dado lla, si no temiera no poderlas dar fin en palabra de casamiento. Don Quijote recibió mucho gusto con las tales dos semanas! Y si las hubiera de particu- larizar, no acabara en dos meses; mas, nuevas, y se prometió a sí mismo de hacer maravillas en el caso, y tuvo en efeto, habré de decir algo; y así, oye a gran ventura habérsele ofrecido ocasión donde aquellos señores pu- en general lo que yo vi y noté en particu- diesen ver hasta dónde se estendía el valor de su poderoso brazo; y así, lar desta buena gente. con alborozo y contento, esperaba los cuatro días, que se le iban hacien- Por maravilla se hallará entre tantos uno que crea derechamente en la sagrada ley do, a la cuenta de su deseo, cuatrocientos siglos. cristiana; todo su intento es acuñar y guar- dar dinero acuñado, y para conseguirle Dejémoslos pasar nosotros, como dejamos pasar otras cosas, y vamos a trabajan y no comen; en entrando el real acompañar a Sancho que entre alegre y triste venía caminando sobre el en su poder, como no sea sencillo, le con- rucio a buscar a su amo, cuya compañía le agradaba más que ser goberna- denan a cárcel perpetua y a escuridad eter- na; de modo que, ganando siempre y gas- dor de todas las ínsulas del mundo. tando nunca, llegan y amontonan la ma- yor cantidad de dinero que hay en Espa- Sucedió, pues, que no habiéndose alongado mucho de la ínsula del su ña. Ellos son su hucha, su polilla, sus gobierno (que él nunca se puso a averiguar si era ínsula, ciudad, villa o picazas y sus comadrejas; todo lo llegan, lugar la que gobernaba) vio que por el camino por donde él iba venían seis todo lo esconden y todo lo tragan. Consi- dérese que ellos son muchos y que cada peregrinos con sus bordones, de estos estranjeros que piden la limosna can- día ganan y esconden, poco o mucho, y tando, los cuales en llegando a él se pusieron en ala y, levantando las voces, que una calentura lenta acaba la vida como todos juntos comenzaron a cantar en su lengua lo que Sancho no pudo en- la de un tabardillo; y, como van crecien- do, se van aumentando los escondedores, tender, si no fue una palabra que claramente pronunciaba «limosna», por que crecen y han de crecer en infinito, donde entendió que era limosna la que en su canto pedían; y como él, según como la experiencia lo muestra. Entre ellos

Quinto día - 227 - Ruta literaria El Quijote Castilla-La Mancha, 2005 no hay castidad, ni entran en religión ellos dice Cide Hamete, era caritativo además, sacó de sus alforjas medio pan y ni ellas: todos se casan, todos multipli- medio queso, de que venía proveído, y dióselo, diciéndoles por señas que can, porque el vivir sobriamente aumenta las causas de la generación. No los con- no tenía otra cosa que darles. Ellos lo recibieron de muy buena gana y sume la guerra, ni ejercicio que dijeron: demasiadamente los trabaje; róbannos a pie quedo, y con los frutos de nuestras —¡Guelte! ¡Guelte! heredades, que nos revenden, se hacen ricos. No tienen criados, porque todos lo —No entiendo —respondió Sancho— qué es lo que me pedís, buena son de sí mismos; no gastan con sus hi- gente. jos en los estudios, porque su ciencia no es otra que la del robarnos. De los doce Entonces uno de ellos sacó una bolsa del seno y mostrósela a Sancho, hijos de Jacob que he oído decir que en- traron en Egipto, cuando los sacó Moisés por donde entendió que le pedían dineros, y él, poniéndose el dedo pulgar de aquel cautiverio, salieron seiscientos en la garganta y estendiendo la mano arriba, les dio a entender que no tenía mil varones, sin niños y mujeres. De aquí ostugo de moneda y, picando al rucio, rompió por ellos; y al pasar, habién- se podrá inferir lo que multiplicarán las dole estado mirando uno dellos con mucha atención, arremetió a él y, echán- déstos, que, sin comparación, son en mayor número. dole los brazos por la cintura, en voz alta y muy castellana dijo:

CIPIÓN.- Buscado se ha remedio para to- —¡Válame Dios! ¿Qué es lo que veo? ¿Es posible que tengo en mis dos los daños que has apuntado y bos- brazos al mi caro amigo, al mi buen vecino Sancho Panza? Sí tengo, sin quejado en sombra: que bien sé que son duda, porque yo ni duermo ni estoy ahora borracho. más y mayores los que callas que los que cuentas, y hasta ahora no se ha dado con Admiróse Sancho de verse nombrar por su nombre y de verse abrazar el que conviene; pero celadores prudentí- simos tiene nuestra república que, consi- del estranjero peregrino, y después de haberle estado mirando, sin hablar derando que España cría y tiene en su seno palabra, con mucha atención, nunca pudo conocerle; pero, viendo su sus- tantas víboras como moriscos, ayudados pensión el peregrino, le dijo: de Dios, hallarán a tanto daño cierta, pres- ta y segura salida. Di adelante. —¿Cómo y es posible, Sancho Panza hermano, que no conoces a tu vecino Ricote el morisco, tendero de tu lugar? BERGANZA.- Como mi amo era mezqui- no, como lo son todos los de su casta, Entonces Sancho le miró con más atención y comenzó a rafigurarle, y sustentábame con pan de mijo y con al- gunas sobras de zahínas, común susten- finalmente le vino a conocer de todo punto y, sin apearse del jumento, le to suyo; pero esta miseria me ayudó a lle- echó los brazos al cuello y le dijo: var el cielo por un modo tan estraño como el que ahora oirás.” CERVANTES, MIGUEL DE, —¿Quién diablos te había de conocer, Ricote, en ese traje de moharra- El coloquio de los perros, en ‘Novelas cho que traes? Dime quién te ha hecho franchote y cómo tienes atrevimien- ejemplares II’, Cátedra, Madrid, 1985. to de volver a España, donde si te cogen y conocen tendrás harta mala *** *** *** ventura. —Si tú no me descubres, Sancho —respondió el peregrino—, seguro estoy que en este traje no habrá nadie que me conozca; y apartémonos del camino a aquella alameda que allí parece, donde quieren comer y reposar mis compañeros, y allí comerás con ellos, que son muy apacible gente. Yo tendré lugar de contarte lo que me ha sucedido después que me partí de

- 228 - Quinto día Ruta literaria El Quijote Castilla-La Mancha, 2005 nuestro lugar, por obedecer el bando de Su Majestad, que con tanto rigor a los desdichados de mi nación amenazaba, según oíste. Hízolo así Sancho, y, hablando Ricote a los demás peregrinos, se apartaron a la alameda que se parecía, bien desviados del camino real. Arrojaron los bordones, quitáronse las mucetas o esclavinas y quedaron en pelota, y todos ellos eran mozos y muy gentileshombres, excepto Ricote, que ya era hombre entrado en años. Todos traían alforjas, y to- das, según pareció, venían bien proveídas, a lo menos de cosas incitativas y que llaman a la sed de dos leguas. Tendiéronse en el suelo y, haciendo manteles de las yerbas, pusieron sobre ellas pan, sal, cuchillos, nueces, rajas de queso, huesos mondos de jamón, que si no se dejaban mascar, no defendían el ser chupados. Pusieron asimismo un manjar negro que dicen que se llama cavial y es hecho de huevos de pescados, gran des- pertador de la colambre. No faltaron aceitunas, aunque secas y sin ado- bo alguno, pero sabrosas y entretenidas. Pero lo que más campeó en el campo de aquel banquete fueron seis botas de vino, que cada uno sacó la suya de su alforja: hasta el buen Ricote, que se había transformado de morisco en alemán o en tudesco, sacó la suya, que en grandeza podía competir con las cinco. Comenzaron a comer con grandísimo gusto y muy de espacio, sabo- reándose con cada bocado, que le tomaban con la punta del cuchillo, y muy poquito de cada cosa, y luego al punto todos a una levantaron los brazos y las botas en el aire: puestas las bocas en su boca, clavados los ojos en el cielo, no parecía sino que ponían en él la puntería; y desta manera, menean- do las cabezas a un lado y a otro, señales que acreditaban el gusto que recebían, se estuvieron un buen espacio, trasegando en sus estómagos las entrañas de las vasijas. Todo lo miraba Sancho, y de ninguna cosa se dolía, antes, por cumplir con el refrán que él muy bien sabía de «cuando a Roma fueres, haz como vieres», pidió a Ricote la bota y tomó su puntería como los demás y no con menos gusto que ellos. Cuatro veces dieron lugar las botas para ser empinadas, pero la quinta no fue posible, porque ya estaban más enjutas y secas que un esparto, cosa que puso mustia la alegría que hasta allí habían mostrado. De cuando en cuando juntaba alguno su mano derecha con la de Sancho y decía: —Español y tudesqui, tuto uno: bon compaño.

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Y Sancho respondía: —¡Bon compaño, jura Di! Y disparaba con una risa que le duraba un hora, sin acordarse entonces de nada de lo que le había sucedido en su gobierno, porque sobre el rato y tiempo cuando se come y bebe, poca jurisdición suelen tener los cuidados. Finalmente, el acabársele el vino fue principio de un sueño que dio a todos, quedándose dormidos sobre las mismas mesas y manteles: solos Ricote y “Amo y escudero, abandonado el ensue- ño de la ínsula Barataria, reemprenden su Sancho quedaron alerta, porque habían comido más y bebido menos; y apar- asendereado caminar, encuentran una tro- tando Ricote a Sancho, se sentaron al pie de una haya, dejando a los pere- pa de peregrinos-mendigos de nacionali- grinos sepultados en dulce sueño, y Ricote, sin tropezar nada en su lengua dad alemana entre los que se encontraba morisca, en la pura castellana le dijo las siguientes razones: disfrazado Ricote; reconoce a Sancho y le cuenta su historia: antes de que ven- —Bien sabes, ¡oh Sancho Panza, vecino y amigo mío!, como el pregón ciera el plazo dado para que salieran hizo un viaje fuera de España para reconocer y bando que Su Majestad mandó publicar contra los de mi nación puso adonde podía ir con su familia con más terror y espanto en todos nosotros: a lo menos, en mí le puso de suerte que seguridad; fue a Francia, “y aunque allí nos me parece que antes del tiempo que se nos concedía para que hiciésemos hacían buen acogimiento, quise verlo todo. Pasé a Italia y llegué a Alemania, y allí me ausencia de España, ya tenía el rigor de la pena ejecutado en mi persona y pareció que se podía vivir con más liber- en la de mis hijos. Ordené, pues, a mi parecer como prudente, bien así tad... porque en la mayor parte della se como el que sabe que para tal tiempo le han de quitar la casa donde vive y vive con libertad de conciencia”. Regresó disimulado entre una de las bandas que, se provee de otra donde mudarse; ordené, digo, de salir yo solo, sin mi so color de peregrinar a los santuarios familia, de mi pueblo y ir a buscar donde llevarla con comodidad y sin la españoles, disfrutaban de unas alegres priesa con que los demás salieron, porque bien vi, y vieron todos nuestros vacaciones y volvían con un buen puñado ancianos, que aquellos pregones no eran solo amenazas, como algunos de- de monedas. Su intención era sacar el te- soro que tenía enterrado y llevarse su fa- cían, sino verdaderas leyes, que se habían de poner en ejecución a su deter- milia a Alemania; pero mientras él hacía minado tiempo; y forzábame a creer esta verdad saber yo los ruines y dis- su gira europea, su cuñado, que era “fino paratados intentos que los nuestros tenían, y tales, que me parece que fue moro”, se llevó a su mujer y su hija a Berbería, a pesar de que ambas eran “ca- inspiración divina la que movió a Su Majestad a poner en efecto tan gallar- tólicas cristianas”. Sancho le da noticias, da resolución, no porque todos fuésemos culpados, que algunos había cris- se niega a compartir sus diligencias para tianos firmes y verdaderos, pero eran tan pocos, que no se podían oponer a recuperar los ahorros que pomposamente llamaba su tesoro, y se separan. los que no lo eran, y no era bien criar la sierpe en el seno, teniendo los En este relato hay elementos de asombro- enemigos dentro de casa. Finalmente, con justa razón fuimos castigados sa veracidad y realismo y otros que no lo con la pena del destierro, blanda y suave al parecer de algunos, pero al son tanto; es inverosímil que un morisco nuestro la más terrible que se nos podía dar. Doquiera que estamos llora- califique de justa la pena de expulsión; y también que una vez en Italia, traspasara mos por España, que, en fin, nacimos en ella y es nuestra patria natural; en los Alpes hacia Alemania; es dudoso que ninguna parte hallamos el acogimiento que nuestra desventura desea, y en tal cosa se le ocurriese a ninguno; tal vez Berbería y en todas las partes de África donde esperábamos ser recebidos, Cervantes buscó así una manera de ha- cer regresar a Ricote disimulado entre los acogidos y regalados, allí es donde más nos ofenden y maltratan. No hemos peregrinos tudescos; tal vez le tentó la idea conocido el bien hasta que le hemos perdido; y es el deseo tan grande que

- 230 - Quinto día Ruta literaria El Quijote Castilla-La Mancha, 2005 casi todos tenemos de volver a España, que los más de aquellos, y son de hacer un breve excursus sobre aquella muchos, que saben la lengua, como yo, se vuelven a ella y dejan allá sus libertad de conciencia que quizás él en secreto admiraba. Pero el ambiente de la mujeres y sus hijos desamparados: tanto es el amor que la tienen; y agora severa Augsburgo no podía tener nada de conozco y experimento lo que suele decirse, que es dulce el amor de la atractivo para un tendero manchego, aun- patria. Salí, como digo, de nuestro pueblo, entré en Francia, y aunque allí que allí pudiera hacer con toda seguridad sus zalemas, ayunos y baños rituales. En nos hacían buen acogimiento, quise verlo todo. Pasé a Italia y llegué a cambio son detalles tomados de la reali- Alemania, y allí me pareció que se podía vivir con más libertad, porque sus dad la ocultación de sus ahorros, la divi- habitadores no miran en muchas delicadezas: cada uno vive como quiere, sión religiosa en el seno de la familia y las propias dudas en que se debate Ricote, el porque en la mayor parte della se vive con libertad de conciencia. Dejé cual confiesa tener más de cristiano que tomada casa en un pueblo junto a Augusta; juntéme con estos peregrinos, de moro, “y ruego siempre a Dios me abra que tienen por costumbre de venir a España muchos dellos cada año a visi- los ojos del entendimiento y me dé a co- tar los santuarios della, que los tienen por sus Indias, y por certísima gran- nocer cómo le tengo que servir”. Tratán- dose de un morisco aragonés o valencia- jería y conocida ganancia: ándanla casi toda, y no hay pueblo ninguno de no este rasgo resultaría forzado; no así donde no salgan comidos y bebidos, como suele decirse, y con un real, por tratándose de Castilla la Nueva, entre cu- lo menos, en dineros, y al cabo de su viaje salen con más de cien escudos de yos moriscos medio asimilados tales si- tuaciones serían frecuentes. Dos partes sobra, que, trocados en oro, o ya en el hueco de los bordones o entre los del relato conmueven al lector y conmo- remiendos de las esclavinas o con la industria que ellos pueden, los sacan vieron, sin duda, también a su autor: la del reino y los pasan a sus tierras, a pesar de las guardas de los puestos y amargura infinita de los exiliados (“Doquie- ra que estamos lloramos por España; que puertos donde se registran. Ahora es mi intención, Sancho, sacar el tesoro en fin nacimos en ella y es nuestra patria que dejé enterrado, que por estar fuera del pueblo lo podré hacer sin peli- natural... es el deseo tan grande que casi gro, y escribir o pasar desde Valencia a mi hija y a mi mujer, que sé que todos tenemos de volver a España que los están en Argel, y dar traza como traerlas a algún puerto de Francia y de aquellos –y son muchos- que saben la lengua como yo, se vuelve a ella y dejan desde allí llevarlas a Alemania, donde esperaremos lo que Dios quisiere allá sus mujeres e hijos desamparados.”) hacer de nosotros. Que, en resolución, Sancho, yo sé cierto que la Ricota y la comprensión de los vecinos ante la mi hija y Francisca Ricota mi mujer son católicas cristianas, y aunque marcha de su hija. Este rasgo solo vale para los países castellanos. yo no lo soy tanto, todavía tengo más de cristiano que de moro, y ruego Nótese que Cervantes, por boca de Ricote, siempre a Dios me abra los ojos del entendimiento y me dé a conocer limita la posibilidad de regreso a “los que cómo le tengo de servir. Y lo que me tiene admirado es no saber por qué saben la lengua”. Esta condición precisa eliminaba a la mayoría de los valencianos se fue mi mujer y mi hija antes a Berbería que a Francia, adonde podía y a muchos aragoneses y granadinos, que vivir como cristiana. hablaban las lenguas romances poco y mal; y como eran mayoría, no es posible A lo que respondió Sancho: que el número de regresos clandestinos fuera elevado en cifras relativas, aunque —Mira, Ricote, eso no debió estar en su mano, porque las llevó Juan en términos absolutos se puede hablar de Tiopieyo, el hermano de tu mujer, y como debe de ser fino moro, fuese centenares y aún de millares.” DOMÍNGUEZ ORTIZ, ANTONIO y VICENT, BERNARD, Historia de a lo más bien parado; y séte decir otra cosa: que creo que vas en balde a los moriscos, Alianza, Madrid, 2003. buscar lo que dejaste encerrado, porque tuvimos nuevas que habían qui- tado a tu cuñado y tu mujer muchas perlas y mucho dinero en oro que *** *** *** llevaban por registrar.

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—Bien puede ser eso —replicó Ricote—, pero yo sé, Sancho, que no tocaron a mi encierro, porque yo no les descubrí dónde estaba, temeroso de algún desmán; y, así, si tú, Sancho, quieres venir conmigo y ayudarme a sacarlo y a encubrirlo, yo te daré docientos escudos, con que podrás reme- diar tus necesidades, que ya sabes que sé yo que las tienes muchas. —Yo lo hiciera —respondió Sancho—, pero no soy nada codicioso, que, a serlo, un oficio dejé yo esta mañana de las manos donde pudiera hacer las paredes de mi casa de oro y comer antes de seis meses en platos de plata; y así por esto como por parecerme haría traición a mi rey en dar favor a sus enemigos, no fuera contigo, si como me prometes docientos escudos me dieras aquí de contado cuatrocientos. —¿Y qué oficio es el que has dejado, Sancho? —preguntó Ricote. —He dejado de ser gobernador de una ínsula —respondió Sancho—, y tal, que a buena fee que no hallen otra como ella a tres tirones. —¿Y dónde está esa ínsula? —preguntó Ricote. —¿Adónde? —respondió Sancho—. Dos leguas de aquí, y se llama la ínsula Barataria. —Calla, Sancho —dijo Ricote—, que las ínsulas están allá dentro de la mar, que no hay ínsulas en la tierra firme. —¿Cómo no? —replicó Sancho—. Dígote, Ricote amigo, que esta ma- ñana me partí della, y ayer estuve en ella gobernando a mi placer, como un sagitario; pero, con todo eso, la he dejado, por parecerme oficio peligroso el de los gobernadores. —¿Y qué has ganado en el gobierno? —preguntó Ricote. —He ganado —respondió Sancho— el haber conocido que no soy bue- no para gobernar, si no es un hato de ganado, y que las riquezas que se ganan en los tales gobiernos son a costa de perder el descanso y el sueño, y aun el sustento, porque en las ínsulas deben de comer poco los gobernado- res, especialmente si tienen médicos que miren por su salud. —Yo no te entiendo, Sancho —dijo Ricote—, pero paréceme que todo lo que dices es disparate, que ¿quién te había de dar a ti ínsulas que gober- nases? ¿Faltaban hombres en el mundo más hábiles para gobernadores que tú eres? Calla, Sancho, y vuelve en ti, y mira si quieres venir conmigo,

- 232 - Quinto día Ruta literaria El Quijote Castilla-La Mancha, 2005 como te he dicho, a ayudarme a sacar el tesoro que dejé escondido (que en verdad que es tanto, que se puede llamar tesoro), y te daré con que vivas, como te he dicho. —Ya te he dicho, Ricote —replicó Sancho—, que no quiero: conténtate que por mí no serás descubierto, y prosigue en buena hora tu camino y déjame seguir el mío, que yo sé que lo bien ganado se pierde, y lo malo, ello y su dueño. —No quiero porfiar, Sancho —dijo Ricote—. Pero dime: ¿hallástete en nuestro lugar cuando se partió dél mi mujer, mi hija y mi cuñado? —Sí hallé —respondió Sancho—, y séte decir que salió tu hija tan her- mosa, que salieron a verla cuantos había en el pueblo y todos decían que era la más bella criatura del mundo. Iba llorando y abrazaba a todas sus amigas y conocidas y a cuantos llegaban a verla, y a todos pedía la enco- mendasen a Dios y a Nuestra Señora su madre; y esto, con tanto sentimien- to, que a mí me hizo llorar, que no suelo ser muy llorón. Y a fee que muchos tuvieron deseo de esconderla y salir a quitársela en el camino, pero el mie- do de ir contra el mandado del rey los detuvo. Principalmente se mostró más apasionado don Pedro Gregorio, aquel mancebo mayorazgo rico que tú conoces, que dicen que la quería mucho, y después que ella se partió nunca más él ha parecido en nuestro lugar, y todos pensamos que iba tras ella para robarla, pero hasta ahora no se ha sabido nada. —Siempre tuve yo mala sospecha —dijo Ricote— de que ese caba- llero adamaba a mi hija, pero, fiado en el valor de mi Ricota, nunca me dio pesadumbre el saber que la quería bien, que ya habrás oído decir, Sancho, que las moriscas pocas o ninguna vez se mezclaron por amores con cristianos viejos, y mi hija que, a lo que yo creo, atendía a ser más cristiana que enamorada, no se curaría de las solicitudes de ese señor mayorazgo. —Dios lo haga —replicó Sancho—, que a entrambos les estaría mal. Y déjame partir de aquí, Ricote amigo, que quiero llegar esta noche adonde está mi señor don Quijote. —Dios vaya contigo, Sancho hermano, que ya mis compañeros se rebullen y también es hora que prosigamos nuestro camino. Y luego se abrazaron los dos, y Sancho subió en su rucio y Ricote se arrimó a su bordón, y se apartaron.

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Sexto día Ruidera

Ruta literaria El Quijote Castilla-La Mancha, 2005

La Ruta UIDERA: La localidad de Ruidera, hasta hace poco perteneciente R a Argamasilla de Alba, es hoy un municipio independiente situado en el Campo de Montiel, en el límite entre las provincias de Ciu- dad Real y Albacete. Aunque en el pueblo se conservan algunos vestigios monumentales de interés (el más importante, la fábrica de pólvora que construyó Juan de Villanueva en el siglo XVIII, hoy ruinosa), lo que hace notable a Ruidera son las lagunas. El complejo de las lagunas de Ruidera es extremadamente importante por varias razones: el contraste que ofrece este paisaje lacustre con los de los ámbitos geográficos en que se inscribe (altiplanicie del Campo de Montiel y la Mancha); la riqueza vegetal y faunística que alberga; y el hecho de ser uno de los más grandes e importantes espacios lacustres europeos asociados a formaciones de toba. Las lagunas, que han sido consideradas tradicionalmente como el na- cimiento del río Guadiana, se tienen hoy como parte integrante de la cuenca del Alto Guadiana, cuya relación con el Guadiana propiamente dicho es indirecta. Desde luego, tampoco el Alto Guadiana nace en ellas, sino que la cabecera de éste es el río Pinilla que discurre por un valle amplio y poco encajonado en dirección SE-NO hasta la laguna Blanca. Esta es la prime- ROMANCE DE FONTE-FRIDA: Muy cerca ra de las lagunas de Ruidera si descontamos otras como Navalcaballo o de la cueva de Montesinos, en una pe- del Escudero que apenas son charcas ocasionales. queña elevación al borde de una antigua laguna colmatada, se hallan las ruinas del A partir de la laguna Blanca, el cauce se estrecha y ahonda y salva un castillo de Rochafrida (o Rocafrida, o desnivel de 120 metros en 25 kilómetros. A lo largo de este tramo las Rocafría), en un paisaje agreste, desola- do y evocador. A los pies del castillo hay lagunas se disponen escalonadas, vertiendo unas en otras, debido tanto a una fuente que llaman de Fonte-Frida (o la impermeabilidad del fondo como a la creación de barreras tobáceas o Fuentefría). Naturalmente, fuentes frías hay travertínicas construidas por la precipitación de carbonatos, que han ce- en España cientos. No incluimos, pues rrado, como presas, el cauce del río. aquí el romance de Fonte-frida porque esté relacionado con esta fuente o con este Morfológicamente se aprecia un nítido contraste entre las lagunas al- castillo sino porque es precioso. tas y las bajas. Las primeras (Blanca, Conceja, Tomilla, Tinaja, San Pedro, Menéndez Pidal dice que “en los autores Redondilla, Lengua, Batana, Salvadora, Colgada y del Rey) se singulari- de la antigüedad y de la Edad Media es celebrada la fidelidad de la tórtola viuda, zan por estos rasgos: presencia de altas y fuertes presas tobáceas que que se posa en las ramas secas para llo- remansan el agua formando masas lagunares bien nítidas y escalonadas, rar su dolor y enturbia el agua clara antes con cascadas entre ellas; encajonamiento en el valle con taludes y acan- de beberla”:

Sexto día - 237 - Ruta literaria El Quijote Castilla-La Mancha, 2005

Fontefrida, Fonte-frida tilados; mayor profundidad, que da un tono verdiazulado característico a Fonte-frida y con amor, sus aguas; anillo vegetal que las rodea y que continúa dentro de la laguna do todas las avecicas con diversas plantas acuáticas. Las segundas (Cueva Morenilla, Coladilla, van tomar consolación, si no es la tortolica Cenagosa) son más pequeñas, no cuentan con barreras tobáceas entre que está viuda y con dolor. ellas, su profundidad es muy escasa y fondo cenagoso, de modo que la Por allí fuera a pasar vegetación las cubre casi absolutamente sin que sea posible ver el agua. el traidor del ruiseñor; las palabras que le dice Entre unas y otras se halla el denominado “Hundimiento”, un con- llenas son de traición: junto de cascadas espectaculares en donde se han intentado diversos ”Si tú quisieras señora, aprovechamientos de la fuerza de las aguas: molinos, batanes, central yo sería tu servidor”. ”Vete de ahí enemigo, hidroeléctrica... malo falso, engañador; La vegetación de las lagunas es muy interesante: en los bordes de que ni poso en ramo verde ni en prado que tenga flor; las lagunas, besando el agua, se acumulan muy densamente los caña- que si el agua hallo clara; verales, masegares, y espadañales; en estos mismos bordes, el arbo- turbia la bebía yo; lado se reduce a olmos y álamos blancos; ya más lejos de las lagunas, que no quiero haber marido los árboles dominantes son la encina y la sabina albar; y donde estas porque hijos no haya, no; han sido aclaradas o eliminadas, aparece un denso matorral de no quiero placer con ellos, ni menos consolación. coscojas, espinos, aliagas... ¡Déjame, triste enemigo, En cuanto a la fauna, destacan algunos peces autóctonos como la malo, falso, ruin, traidor, que no quiero ser tu amiga; boga del Guadiana, el barbo, el cacho, el calandino, la pardilla, la colmilleja ni casar contigo, no! o el fraile, y otros introducidos como la anguila, la carpa, el gobio, el lucio, la trucha arco iris o el blacbás; hay también gran abundancia de anfibios: En MENÉNDEZ PIDAL, RAMÓN, rana de san Antón, rana común, sapo corredor, sapo común...; y reptiles: Flor nueva de romances viejos, galápago leproso, culebrilla ciega, salamanquesa común, lagartija colilarga, Espasa Calpe, Madrid, 1996. lagarto ocelado, culebra bastarda, culebra de escalera... Pero quizá lo *** *** *** más notable para el observador común sea la avifauna: entre las aves acuáticas, hay azulones, somormujos, fochas, avetoros, calamones...; entre los pájaros, carriceros, martines pescadores, bigotudos, zarceros, pitos reales...; entre las rapaces, aguiluchos laguneroos, águilas perdiceras...; entre las esteparias, perdices, gangas, sisones, alcaravanes, avutardas...; entre los mamíferos, hay jabalíes, zorros, gatos monteses, gran abundan- cia de conejos y liebres... Toda esta riqueza ecológica y paisajística está amenazada por proce- sos de edificación descontrolados, destrucción de vegetación natural para usos agrícolas o repoblaciones arbóreas con especies ajenas, construc- ción de playas artificiales, sobreexplotación del acuífero... Recientemente han sido declaradas parque natural y se han creado figuras legales para su protección. Pero, para no continuar con explicaciones demasiado áridas, inclui- mos a continuación dos capítulos de La ruta del Quijote, libro que vamos

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conociendo bien, dedicados a las lagunas de Ruidera y la cueva de Montesinos. El primero, Camino de Ruidera, describe muy bien la transi- ción entre la Mancha propiamente dicha y el campo de Montiel en cuanto se refiere al relieve, a la vegetación y a los usos del suelo. Para entender- lo bien hay que tener en cuenta que el valle que en él se describe, a partir del castillo de Peñarroya, ha desaparecido bajo las aguas del pantano de este mismo nombre. El segundo, La cueva de Montesinos se centra en los espacios que hay en los alrededores de las lagunas, con breves asoma- das a éstas:

CAMINO DE RUIDERA Las andanzas, desventuras, calamidades y adversidades de este cronista es posible que lleguen algún día a ser famosas en la historia. Después de las veinte horas de carro que la ida y la vuelta a Puerto Lápice suponen, hétenos aquí ya en la aldea de Ruidera –célebre por las lagunas próximas-, aposen- tados en el mesón de Juan, escribiendo estas cuartillas, apenas echado pie a tierra, tras ocho horas de traqueteo furioso y de tumbos y saltos en los hondos relejes del camino, sobre los pétreos alterones. Hemos salido a las ocho de Argamasilla; la llanura es la misma llanura yerma, parda, desolada, que se atraviesa para ir a los altos de Puerto Lápice; mas hay por este extre- mo de la campiña, como alegrándola a trechos, acá y allá, macizos de es- beltos álamos, grandes chopos, que destacan confusamente, como velados, en el ambiente turbio de la mañana. Por esta misma parte por donde yo acabo de partir de la villa, hacía sus salidas el Caballero de la Triste Figura; su casa –hoy extensa bodega- lindaba con la huerta; una amena y sombría arboleda entoldaba gratamente el camino; cantaban en ella los pájaros; unas urracas, ligeras y elegantes, saltarían –como ahora- de rama en rama y des- plegarían al trasluz sus alas de nítido blanco e intenso negro. Y el buen caballero, tal vez cansado de leer y releer en su estancia, iría caminando lentamente, bajo las frondas, con un libro en la mano, perdido en sus qui- meras, ensimismado en sus ensueños. Ya sabéis que don Alonso Quijano, el Bueno, dicen que era el hidalgo don Rodrigo Pacheco. ¿Qué vida miste- riosa, tremenda, fue la de este Pacheco? ¿Qué tormentas y desvaríos con- moverías su ánimo? Hoy en la iglesia de Argamasilla puede verse un lienzo patinoso, desconchado; en él, a la luz de un cirio que ilumina la sombría capilla, se distinguen unos ojos hundidos, espirituales, dolorosos, y una

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frente ancha, pensativa, y unos labios finos, sensuales, y una barba rubia, espesa, acabada en una punta aguda. Y debajo, en el lienzo, leemos que esta pintura es un voto que el caballero hizo a la Virgen por haberle librado de una “gran frialdad que se le cuajó dentro del cerebro” y que le hacía lanzar grandes clamores “de día y de noche...”. Pero ya la llanura va poco a poco limitándose; el lejano telón azul, gri- sáceo, violeta, de la montaña, está más cerca; unas alamedas se divisan entre los recodos de las lomas bajas, redondeadas, henchidas suavemente. A nuestro paso, las picazas se levantan de los sembrados, revuelan un mo- mento, mueven en el aire, nerviosas, su fina cola, se precipitan raudas, tornan a caer blandamente en los surcos... Y a las piezas paniegas suceden los viñedos; dentro de un momento nos habremos ya internado en los senos y rincones de la montaña. El cielo está limpio, diáfano; no aparece ni la más tenue nubecilla en la infinita y elevada bóveda de azul pálido. En una viña podan las cepas unos labriegos; entre ellos trabaja una moza, con la falda arrezagada, cubriendo sus piernas con unos pantalones hombrunos. - Están sarmentando -me dice Miguel, el viejo carretero-; la moza tiene dieciocho años y es vecina mía. Y luego, echando el busto fuera del carro, vocea, dirigiéndose a los labriegos: - ¡A ver cuando rematáis y os marcháis a mis viñas! El carro camina por un caminejo hondo y pedregoso; hemos dejado atrás el llano; desfilamos bordeando terrenos, descendiendo hondonadas, subiendo de nuevo a oteros y lomazos. Ya hemos entrado en lo que los moradores de estos contornos llaman “la vega”, esta vega es una angosta y honda cañada yerma por cuyo centro corre encauzado el Guadiana. Son las diez y media; ante nosotros aparece, vetusto y formidable, el castillo de Peñarroya. Subimos hasta él. Se halla asentado en un eminente terraplén de la montaña; aún perduran de la fortaleza antigua un torreón cuadrado, sóli- do, fornido, indestructible, y las recias murallas –con sus barbacanas, con sus saeteras- que la cercaban. Y hay también un ancho salón, que ahora sirve de ermita. Y una viejecita menuda, fuerte como estos muros, rojiza como estos muros, es la que guarda el secular castillo, y pone aceite en la lámpara de la iglesia. Yo he subido con ella a la recia torre; la escalerilla es estrecha, resbaladiza, lóbrega; dos anchas estancias constituyen los dos pi- sos. Y desde lo alto, desde encima de la techumbre, la vista descubre un panorama adusto, luminoso. La cañada se pierde a lo lejos en amplios

- 240 - Sexto día Ruta literaria El Quijote Castilla-La Mancha, 2005 culebreos; son negras las sierras bajas que la forman; los lentiscos –de un verde cobrizo- la tapizan a rodales; las carrascas ponen su nota hosca y cenicienta. En lo hondo del ancho cauce, entre estos paredones sombríos, austeros, se despliega la nota amarilla, dorada, de los extensos carrizales. Y en lo alto se extiende infinito el cielo azul, sin nubes. - Los ingleses -me dice la guardadora del castillo- cuando vienen por aquí lo corren todo; parecen cabras: se suben a todas las murallas. “Los ingleses –me decía don José Antonio en la venta de Puerto Lápice- se lle- van los bolsillos llenos de piedras”. “Los ingleses –me contaba en Argamasilla un morador de la prisión de Cervantes- entran aquí y se están mucho tiempo pensando; uno hubo que se arrodilló y besó la tierra dando gritos.” ¿No veis en esto el culto que el pueblo más idealista de la tierra profesa al más famoso y alto de todos los idealistas? El castillo de Peñarroya no encierra ningún recuerdo quijotesco; pero, ¡cuántos días no debió de venir hasta él, traído por sus imaginaciones, el grande don Alonso Quijano! Mas es preciso que continuemos nuestro via- je; demos de lado a nuestros sueños. El día ha promediado; el camino no se aparta ni un instante del hondo cauce del Guadiana. Vemos ahora las mis- mas laderas negras, los mismos carrizos áureos; acaso un águila, en la leja- nía, se mece majestuosa en los aires; más allá, otra águila se cierne con iguales movimientos rítmicos, pausados; una humareda azul; en la lonta- nanza, asciende en el aire transparente, se disgrega, desaparece. Y en este punto, en nuestro andar incesante, descubrimos lo más estupendo, lo más extraordinario, lo más memorable y grandioso de este viaje. Una casilla baja, larga, con pardo tejadillo de tejas rotas, muéstrase oculta, arrebozada entre las gráciles enramadas de olmos y chopos; es un batán, mudo, enveje- cido, arruinado. Dos pasos más allá, otras paredes terreras y negruzcas des- tacan entre una sombría arboleda. Y delante, cuatro, seis, ocho robustos, enormes mazos de madera descansan inmóviles en espaciosas y recias ca- jas. Y un caudal espumeante de agua cae, rumoroso, estrepitoso, en la hon- da fosa donde la enorme rueda que hace andar los batanes permanece calla- da. Hay en el aire una diafanidad, una transparencia extraordinarias; el cie- lo es azul; el carrizal que lleva al río ondula con mecimientos suaves; las ramas finas y desnudas de los olmos se perfilan graciosas en el ambiente; giran y giran las águilas, pausadas; las urracas saltan y levantan sus colas negras. Y el sordo estrépito del agua, incesante, fragoroso, repercute en la angosta cañada...

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Estos, lector, son los famosos batanes que en noche memorable, tanta turbación, tan profundo pavor llevaron a los ánimos de don Quijote y San- cho Panza. Las tinieblas habían cerrado sobre ellos el campo, habían cami- nado a tientas las dos grandes figuras por entre un arboleda; un son de agua apacible alegrólos de pronto; poco después, un formidable estrépito de hie- rros, de cadenas, de chirridos y de golpazos, los dejó atemorizados, suspen- sos. Sancho temblaba; don Quijote, transcurrido el primer instante, sintió surgir en él su intrepidez de siempre; rápidamente montó sobre el buen Rocinante; luego hizo saber a su escudero su propósito incontrastable de acometer esta aventura. Lloraba Sancho; porfiaba don Quijote; el estruen- do proseguía atronador. Y en tanto, tras largos dimes y réplicas, tras angus- tiosos tártagos, fue quebrando lentamente la aurora. Y entonces amo y cria- do vieron, estupefactos, los seis batanes incansables, humildes, prosaicos, majando en sus recios cajones. Don Quijote quedase un momento pensati- vo. “Miróle Sancho –dice Cervantes- y vio que tenía la cabeza inclinada sobre el pecho, con muestras de estar corrido...” Y aquí acaeció, ante estos batanes que aún perduran esta íntima y dolorosa humillación del buen man- chego; a la otra parte del río, vese aún espesa arboleda; desde ella, sin duda, es desde donde don Quijote y su escudero oirían sobrecogidos el ruido temeroso de los mazos. Hoy los batanes permanecen callados los más días del año; hasta hace poco trabajaban catorce o dieciséis en la vega. “Ahora – me dice el dueño de los únicos que aún trabajan-, con dos tan solo basta”. Y vienen a ellos los paños de Daimiel, de Villarrobledo, de la Solana, de la Alhambra, de Infantes, de Argamasilla; su mayor actividad tiénenla cuando el trasquileo se efectúa en los rebaños; luego, el resto del año, permanecen en reposo profundo, en tanto que el agua cae inactiva en lo hondo y las picazas y las águilas se ciernen sobre ellos en las alturas... Y yo prosigo en mi viaje; pronto va a tocar a su término. Las lagunas de Ruidera comienzan a descubrir, entre las vertientes negras, sus claros, azules, sosegados, lim- pios espejos. El camino da una vuelta; allozos en flor –flores rojas, flores pálidas- bordean sus márgenes. Allá en lo alto aparecen las viviendas blan- cas de la aldea; dominándolas, protegiéndolas, surge sobre el añil del cielo, un caserón vetusto... Paz de la aldea, paz amiga, paz que consuelas al caminante fatigado, ¡ven a mi espíritu!

AZORÍN, La ruta de don Quijote, Cátedra, Madrid, 1984

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LA CUEVA DE MONTESINOS Ya el cronista se siente abrumado, anonadado, exasperado, enervado, desesperado, alucinado por la visión continua, intensa, monótona de los llanos de barbecho, de los llanos de eriazo, de los llanos cubiertos de un verdor imperceptible, tenue. En Ruidera, después de veintiocho horas de carro, he descansado un momento; luego, venida la mañana, aún velado el cielo por los celajes de la aurora, hemos salido para la cueva de Montesinos. Cervantes dice que de la aldea hasta la cueva median dos leguas; esta es la cifra exacta. Y cuando se sale del poblado, por una callejuela empinada, tortuosa, de casas bajas, cubiertas de carrizo, cuando ya en lo alto de los lomazos hemos dejado atrás la aldea, ante nosotros se ofrece un panorama nuevo, insólito, desconocido, en esta tierra clásica de las llanadas; pero no menos abrumador, no menos uniforme que la campiña rasa. No es ya la llanura pelada; no son los surcos paralelos, interminables, simétricos; no son las lejanías inmensas que acaban con la pincelada azul de una montaña. Es, sí, un paisaje de lomas, de ondulaciones amplias, de oteros, de recuestos, de barrancos hondos, rojizos, y de cañadas que se alejan entre vertientes con amplios culebreos. El cielo es luminoso, radiante; el aire es transparen- te, diáfano; la tierra es de un color grisáceo, negruzco. Y sobre las colinas sombrías, hoscas, los romeros, los tomillos, los lentiscos extienden su ve- getación acerada, enhiesta; los chaparrales se dilatan en difusas manchas; y las carrascas, con sus troncos duros, rígidos, elevan sus copas cenicientas, que destacan rotundas, enérgicas, en el añil intenso... Llevamos ya una hora caminando a lomos de rocines infames; las coli- nas, los oteros y los recuestos se suceden unos a otros, siempre iguales, siempre los mismos, en un suave oleaje infinito; reina un denso silencio; allá a lo lejos, entre la fronda terrena y negra, brillan, refulgen, irradian las paredes nítidas de una casa; un águila se mece sobre nosotros blandamente; se oye, de tarde en tarde, el abaniqueo súbito y ruidoso de una perdiz que salta. Y la senda, la borrosa senda que nosotros seguimos, desaparece, apa- rece, torna a esfumarse. Y nosotros marchamos lentamente, parándonos, tornando a caminar buscando el escondido caminejo perdido entre lentiscos, chaparros y atochares. - Estas sendas –me dice el guía- son sendas perdiceras, y hay que sacar- las por conjeturas. Otro largo rato ha transcurrido. El paisaje se hace más amplio, se dilata,

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se pierde en una sucesión inacabable de altibajos plomizos. Hay en esta campiña bravía, salvaje, nunca rota, una fuerza, una hosquedad, una dure- za, una autoridad indómita que nos hace pensar en los conquistadores, en los guerreros, en los místicos, en las almas, en fin, solitarias y alucinadas, tremendas, de los tiempos lejanos. Ya, a nuestra derecha, la tierra cede de pronto y desciende en una rápida vertiente, nos encontramos en el fondo de una cañada. Y yo os digo que estas cañadas silenciosas, desiertas, que en- contramos tras largo caminar, tienen un encanto inefable. Tal vez su fondo es arenoso; las laderas que lo forman aparecen rojizas, rasgadas por las lluvias; un allozo solitario crece en una ladera; se respira en toda ella un silencio sedante, profundo. Y si mana en un recodo, entre juncales, una fuentecica, sus aguas tienen un son dulce, susurrante, cariñoso, y en sus cristales transparentes se espeja acaso durante un momento una nube blan- ca que cruza lenta por el espacio inmenso. Nosotros hemos encontrado en lo hondo de este barranco un nacimiento tal como estos; largo rato hemos contemplado sus aguas; después, con un vago pesar, hemos escalado la vertiente de la cañada y hemos vuelto a empapar nuestros ojos con la auste- ridad ancha del paisaje ya visto. Y caminábamos, caminábamos, caminába- mos. Nuestras cabalgaduras tuercen, tornan a torcer, a la derecha, a la iz- quierda, entre cimas, entre chaparros, sobre lomas negras. Suenan las es- quilas de un ganado, aparecen diseminadas acá y allá las cabras negras, rojas, blancas, que nos miran un instante atónitas, curiosas, con sus ojos brillantes. - Ya estamos –grita el guía de pronto. En la Mancha, “una tirada” son seis u ocho kilómetros; “estar cerca” equivale a estar a una distancia de dos kilómetros; “estar muy cerca” vale tanto como expresar que aún nos queda por recorre un kilómetro largo. Ya estamos cerca de la cueva famosa; hemos de doblar un eminente cerro que se yergue ante nuestra vista; y luego hemos de descender por un recuesto; después hemos de atravesar una hondonada. Y, al fin, ya realizadas todas estas operaciones, descubrimos en un declive una excavación somera abierta en la tierra roja. “¡Oh señora de mis acciones y movimientos, clarísima y sin par Dulcinea del Toboso”, gritaba el incomparable caballero, de hinojos ante esta oquedad roja, en día memorable, en tanto que levantaba al cielo sus ojos soñadores.

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La empresa que iba a llevar a cabo era tremenda; tal vez pueda ser esta reputada como la más alta de sus hazañas. Don Alonso Quijano, el Bueno, está inmóvil, arrogante, ante la cueva; si en su espíritu hay un leve temor en esta hora, no lo vemos nosotros. Don Alonso Quijano, el Bueno, va a desli- zarse por la honda sima. ¿Por qué no entrar donde él entrara? ¿Por qué no poner en estos tiempos, después que pasaron tres siglos, nuestros pies don- de sus plantas firmes, audaces, se asentaron? Reparad en que ya el acceso a la cueva ha cambiado; antaño –cuando hablaba Cervantes- crecían en la ancha entrada tupidas zarzas, cambroneras y cabrahígos; ahora, en la peña lisa, se enrosca una parra desnuda. Las paredes recias, altas, de la espaciosa bóveda son grises, bermejas, con manchones, con chorreaduras de líquenes verdes y líquenes gualdos. Y a punta de navaja y en trazos desiguales, in- ciertos, los visitantes de la cueva han dejado esculpidos sus nombres para recuerdo eterno. “Miguel Yáñez, 1854”, “Enrique Alcázar, 1851”, pode- mos leer en una parte. “Domingo Carranza, 1870”, “Mariano Merlo, 1883”, vemos más lejos. Unos peñascales caídos del techo cierran el fondo; es preciso sortear por entre ellos para bajar a lo profundo. “¡Oh señora de mis acciones y movimientos –repite don Quijote-, clarí- sima y sin par Dulcinea del Toboso! Si es posible que lleguen a tus oídos las plegarias y rogaciones deste tu venturoso amante, por tu inaudita belle- za te ruego las escuches, que no son otras que rogarte no me niegues tu favor y amparo, ahora que tanto le he menester!” Los hachones están ya llameando; avanzamos por la lóbrega quiebra; no es preciso que nuestros cuerpos vayan atados con recias sogas; no senti- mos contrariedad –como el buen don Alonso- por no haber traído con noso- tros un esquilón para hacer llamadas y señales desde lo hondo; no saltan anuestro paso ni siniestros grajos y cuervos, ni alevosos y elásticos murcié- lagos. La luz se va perdiendo en un leve resplandor allá arriba; el piso desciende en un declive suave, resbaladizo, bombeado; sobre nuestras ca- bezas se extiende anchurosa, elevada, cóncava, rezumante, la bóveda de piedra. Y como vamos bajando lentamente y encendiendo a la par hacecillos de hornija y hojarasca, un reguero de luces escalonadas se muestra en lon- tananza, disipando sus resplandores rojos las sombras, dejando ver la densa y blanca neblina de humo que ya llena la cueva. La atmósfera es densa, pesada; se oye de rato en rato, en el silencio, un gotear pausado, lento, de aguas que caen del techo. Y en el fondo, abajo, en los límites del antroso ámbito, entre unas quiebras rasgadas, aparece un agua callada, un agua

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negra, un agua profunda, un agua inmóvil, un agua misteriosa, un agua milenaria, un agua ciega que hace un sordo ruido indefinible –de amenaza y lamento- cuando arrojamos sobre ella unos pedruscos. Y aquí, en esta agua que reposa eternamente, en las tinieblas, lejos de los cielos azules, lejos de las nubes amigas de los estanques, lejos de los menudos lechos de piedras blancas, lejos de los juncales, lejos de los álamos vanidosos que se miran en las corrientes; aquí, en esta agua torva, condenada, está toda la sugestión, toda la poesía inquietadora de esta cueva de Motesinos... Cuando nosotros hemos salido a la luz del día hemos respirado amplia- mente. El cielo se había entoldado con nublajes plomizos; corría un viento furioso que hacía gemir en la montaña las carrascas; una lluvia fría, perti- naz, caía a intervalos. Y hemos vuelto a caminar, a caminar a través de oteros negros, de lomas negras, de vertientes negras. Bandadas de cuervos pasan sobre nosotros; el horizonte, antes luminoso, está velado por una cortina de nieblas grises; invade el espíritu una sensación de estupor, de anonadamiento, de no-ser. “Dios os lo perdone, amigos, que me habéis quitado de la más sabrosa y agradable vida y vista que ningún humano ha visto ni pasado”, decía don Quijote cuando fue sacado de la caverna. El buen caballero había visto dentro de ella prados amenos y palacios maravillosos. Hoy don Quijote redivivo no bajaría a esta cueva; bajaría a otras mansiones subterráneas más hondas y temibles. Y en ellas, ante lo que allí viera, tal vez sentiría la sorpresa, el espanto y la indignación que sintió en la noche de los batanes, o en la aventura de los molinos, o ante los felones mercaderes que ponían en tela de juicio la realidad de su princesa. Porque el gran idealista no vería negada a Dulcinea; pero vería negada la eterna justicia y el eterno amor de los hombres. Y estas dolorosas remembranzas es la lección que sacamos de la cueva de Montesinos.

AZORÍN, La ruta de don Quijote, Cátedra, Madrid, 1984

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LOS TEXTOS CAPÍTULO XXII (II)

Donde se da cuenta de la grande aventura de la cueva de Montesinos, que está en el corazón de la Mancha, a quien dio felice cima el valeroso don Quijote de la Mancha “CONTEXTOS” “Don Quijote, deseoso de visitar la cueva randes fueron y muchos los regalos que los desposados hicieron a de Montesinos, próxima a una de las la- don Quijote, obligados de las muestras que había dado defendien- gunas de Ruidera, donde nace el G Guadiana, consigue como guía al primo do su causa, y al par de la valentía le graduaron la discreción, teniéndole de un licenciado que antes había encon- por un Cid en las armas y por un Cicerón en la elocuencia. El buen Sancho trado en el camino, hombre pintoresco al se refociló tres días a costa de los novios, de los cuales se supo que no fue que Cervantes llamará simplemente el Pri- mo. Se trata de una especie de don Quijo- traza comunicada con la hermosa Quiteria el herirse fingidamente, sino te de la erudición, ya que este chiflado industria de Basilio, esperando della el mesmo suceso que se había visto: personaje está escribiendo un libro que se bien es verdad que confesó que había dado parte de su pensamiento a algu- llamará Metamorfoseos u Ovidio español, en el que explica quienes fueron la Giralda nos de sus amigos, para que al tiempo necesario favoreciesen su intención de Sevilla, los Toros de Guisando, la Sie- y abonasen su engaño. rra Morena, las fuentes de Leganitos y de Lavapiés de Madrid, etc.; y otro, titulado —No se pueden ni deben llamar engaños —dijo don Quijote— los que Suplemento a Virgilio Polidoro que, como ponen la mira en virtuosos fines. su nombre indica, pretende ser una conti- nuación de una obra muy leída, el De Y que el de casarse los enamorados era el fin de más excelencia, advir- inventoribus rerum del italiano Polidoro tiendo que el mayor contrario que el amor tiene es la hambre y la continua Virgilio (1470-1550), y en la que, entre otras cosas, piensa poner en claro “quién necesidad, porque el amor es todo alegría, regocijo y contento, y más cuan- fue el primero que tuvo catarro en el mun- do el amante está en posesión de la cosa amada, contra quien son enemigos do”. Este loco de la erudición hace muy opuestos y declarados la necesidad y la pobreza; y que todo esto decía con buenas migas con don Quijote, a quien toma en serio incluso cuando dice los intención de que se dejase el señor Basilio de ejercitar las habilidades que mayores disparates y de cuyo juicio no sabe, que aunque le daban fama, no le daban dineros, y que atendiese a duda jamás. Don Quijote y el primo son granjear hacienda por medios lícitos e industriosos, que nunca faltan a los tal para cual, y se avienen perfectamente. prudentes y aplicados. Afirma que “su profesión era ser huma- nista”, con lo que sin duda alguna, —El pobre honrado (si es que puede ser honrado el pobre) tiene prenda Cervantes, hombre de formación no uni- versitaria y que veía con sorna la erudi- en tener mujer hermosa, que cuando se la quitan, le quitan la honra y se la ción, se está burlando de los sabios de su matan. La mujer hermosa y honrada cuyo marido es pobre merece ser coro- tiempo. Es posible que con este estrafala- nada con laureles y palmas de vencimiento y triunfo. La hermosura por sí rio personaje Cervantes intente satirizar a algún erudito determinado, tal vez a Fran- sola atrae las voluntades de cuantos la miran y conocen, y como a señuelo cisco de Luque Faxardo, autor de un inte-

Sexto día - 247 - Ruta literaria El Quijote Castilla-La Mancha, 2005 resante libro titulado Fiel desengaño con- gustoso se le abaten las águilas reales y los pájaros altaneros; pero si a la tal tra la ociosidad y los juegos, que se pu- hermosura se le junta la necesidad y estrecheza, también la embisten los blicó en 1603”. RIQUER, MARTÍN DE, Para leer a Cervantes, Acantilado, Barcelona, 2003. cuervos, los milanos y las otras aves de rapiña: y la que está a tantos en- cuentros firme bien merece llamarse corona de su marido. Mirad, discreto *** *** *** Basilio —añadió don Quijote—: opinión fue de no sé qué sabio que no había en todo el mundo sino una sola mujer buena, y daba por consejo que cada uno pensase y creyese que aquella sola buena era la suya, y así viviría contento. Yo no soy casado, ni hasta agora me ha venido en pensamiento serlo, y, con todo esto, me atrevería a dar consejo al que me lo pidiese del modo que había de buscar la mujer con quien se quisiese casar. Lo primero, le aconsejaría que mirase más a la fama que a la hacienda, porque la buena mujer no alcanza la buena fama solamente con ser buena, sino con parecerlo, que mucho más dañan a las honras de las mujeres las desenvolturas y liber- tades públicas que las maldades secretas. Si traes buena mujer a tu casa, fácil cosa sería conservarla y aun mejorarla en aquella bondad; pero si la traes mala, en trabajo te pondrá el enmendarla, que no es muy hacedero pasar de un estremo a otro. Yo no digo que sea imposible, pero téngolo por dificultoso. Oía todo esto Sancho y dijo entre sí: —Este mi amo, cuando yo hablo cosas de meollo y de sustancia suele decir que podría yo tomar un púlpito en las manos y irme por ese mundo adelante predicando lindezas; y yo digo dél que cuando comien- za a enhilar sentencias y a dar consejos, no solo puede tomar un púlpito en las manos, sino dos en cada dedo, y andarse por esas plazas a ¿qué quieres, boca? ¡Válate el diablo por caballero andante, que tantas cosas sabes! Yo pensaba en mi ánima que solo podía saber aquello que tocaba a sus caballerías, pero no hay cosa donde no pique y deje de meter su “Si te empeñas en empozarte y hundirte cucharada. en la sima de la tradición de tu pueblo para escudriñarla y desentrañar sus entrañas, Murmuraba esto algo Sancho, y entreoyóle su señor y preguntóle: escarbándola y zahonándola hasta dar con su hondón, se te echarán al rostro los —¿Qué murmuras, Sancho? grandísimos cuervos y grajos que anidan en su boca y buscan entre las breñas de —No digo nada, ni murmuro de nada —respondió Sancho—; solo esta- ella abrigo. Tendrás primero que derribar ba diciendo entre mí que quisiera haber oído lo que vuesa merced aquí ha y cortar las malezas que encubren a la cueva encantada, o más bien tendrás que dicho antes que me casara, que quizá dijera yo agora: «El buey suelto bien desescombrar su entrada, obstruida por se lame”. escombros. Lo que llaman tradición los tradicionalistas no son sino rastrojos y —¿Tan mala es tu Teresa, Sancho? —dijo don Quijote.

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—No es muy mala —respondió Sancho—, pero no es muy buena: a lo escurrajas de ella. Los grandísimos cuer- menos, no es tan buena como yo quisiera. vos y grajos que guardaban la boca de esa sima encantada, y en la que fragua- —Mal haces, Sancho —dijo don Quijote—, en decir mal de tu mujer, ron sus escondrijos, jamás se empozaron ni hundieron en las entrañas de la sima, y que en efecto es madre de tus hijos. se atreven, no embargantes, a graznar di- ciéndose moradores de su interior. La tra- —No nos debemos nada —respondió Sancho—, que también ella dice dición por ellos invocada no es de ver- mal de mí cuando se le antoja, especialmente cuando está celosa, que en- dad; se dicen voceros del pueblo y nada tonces súfrala el mesmo Satanás. hay de esto. Con el machaqueo de sus graznidos han hecho creer al pueblo que Finalmente, tres días estuvieron con los novios, donde fueron regalados cree lo que no cree, y es menester empozarse en las entrañas de las sima y servidos como cuerpos de rey. Pidió don Quijote al diestro licenciado le para sacar de allí el alma viva de las creen- diese una guía que le encaminase a la cueva de Montesinos, porque tenía cias del pueblo. gran deseo de entrar en ella y ver a ojos vistas si eran verdaderas las mara- Y antes de hundirse y empozarse uno en villas que de ella se decían por todos aquellos contornos. El licenciado le esa sima de las verdaderas creencias y tradiciones del pueblo, no las del carbo- dijo que le daría a un primo suyo, famoso estudiante y muy aficionado a nero de la fe, tiene que derribar y cortar leer libros de caballerías, el cual con mucha voluntad le pondría a la boca las malezas que cubren su entrada. Cuan- de la mesma cueva y le enseñaría las lagunas de Ruidera, famosas ansimismo do lo hagáis os dirán que queréis cegar la cueva y taparla a los moradores de ella; en toda la Mancha, y aun en toda España; y díjole que llevaría con él gusto- os llamarán malos hijos y descastados y so entretenimiento, a causa que era mozo que sabía hacer libros para impri- todo cuanto se les ocurra. Haced oídos mir y para dirigirlos a príncipes. Finalmente, el primo vino con una pollina sordos a graznidos tales.” UNAMUNO, MI- GUEL DE, Vida de don Quijote y Sancho, preñada, cuya albarda cubría un gayado tapete o arpillera. Ensilló Sancho a Espasa Calpe, Buenos Aires, 1952. Rocinante y aderezó al rucio, proveyó sus alforjas, a las cuales acompaña- ron las del primo, asimismo bien proveídas, y encomendándose a Dios y *** *** *** despediéndose de todos, se pusieron en camino, tomando la derrota de la famosa cueva de Montesinos. En el camino preguntó don Quijote al primo de qué género y calidad eran sus ejercicios, su profesión y estudios, a lo que él respondió que su profesión era ser humanista; sus ejercicios y estudios, componer libros para dar a la estampa, todos de gran provecho y no menos entretenimiento para la república, que el uno se intitulaba el de las libreas, donde pinta setecien- tas y tres libreas, con sus colores, motes y cifras, de donde podían sacar y tomar las que quisiesen en tiempo de fiestas y regocijos los caballeros cor- tesanos, sin andarlas mendigando de nadie, ni lambicando, como dicen, el cerbelo, por sacarlas conformes a sus deseos e intenciones. —Porque doy al celoso, al desdeñado, al olvidado y al ausente las que les convienen, que les vendrán más justas que pecadoras. Otro libro tengo también, a quien he de llamar Metamorfóseos, o Ovidio español, de invención nueva y rara, porque en él, imitando a Ovidio a lo burles-

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co, pinto quién fue la Giralda de Sevilla y el Ángel de la Madalena, quién el Caño de Vecinguerra de Córdoba, quiénes los Toros de Guisan- do, la Sierra Morena, las fuentes de Leganitos y Lavapiés en Madrid, no olvidándome de la del Piojo, de la del Caño Dorado y de la Priora; y esto, con sus alegorías, metáforas y translaciones, de modo que ale- gran, suspenden y enseñan a un mismo punto. Otro libro tengo, que le llamo Suplemento a Virgilio Polidoro, que trata de la invención de las cosas, que es de grande erudición y estudio, a causa que las cosas que se dejó de decir Polidoro de gran sustancia las averiguo yo y las declaro por gentil estilo. Olvidósele a Virgilio de declararnos quién fue el pri- mero que tuvo catarro en el mundo, y el primero que tomó las unciones para curarse del morbo gálico, y yo lo declaro al pie de la letra, y lo autorizo con más de veinte y cinco autores, porque vea vuesa merced si he trabajado bien y si ha de ser útil el tal libro a todo el mundo.

“Desde el principio, don Quijote había aso- Sancho, que había estado muy atento a la narración del primo, le dijo: ciado su expedición a la cueva de Montesinos con el deseo de hallar el ma- —Dígame, señor, así Dios le dé buena manderecha en la impresión de nantial de las lagunas de Ruidera, como sus libros: ¿sabríame decir, que sí sabrá, pues todo lo sabe, quién fue el se nos recuerda dos veces antes de lle- gar. Nada tiene de caballeresca, y no di- primero que se rascó en la cabeza, que yo para mí tengo que debió de ser gamos de mesiánica, esta búsqueda con- nuestro padre Adán? creta. Se trata de encontrar un elemento empírico, físico y comprobable, acto este —Sí sería —respondió el primo—, porque Adán no hay duda sino que más propio de un explorador, un geógrafo tuvo cabeza y cabellos, y siendo esto así, y siendo el primer hombre del o incluso un turista entusiasta. Sin em- bargo, en el curso de su aventura en la mundo, alguna vez se rascaría. cueva, Montesinos le hace a don Quijote un relato patentemente fabuloso de los —Así lo creo yo —respondió Sancho—; pero dígame ahora: ¿quién fue orígenes (fuentes) de las lagunas y del río el primer volteador del mundo? Guadiana; explicación que él acepta, por supuesto. Como también el primo estu- —En verdad, hermano —respondió el primo—, que no me sabré deter- diante. minar por ahora, hasta que lo estudie. Yo lo estudiaré en volviendo adonde No puede ser casual que este joven de- tengo mis libros y yo os satisfaré cuando otra vez nos veamos, que no ha de chado de conocimientos librescos (“su profesión era ser humanista”) sea simbó- ser esta la postrera. licamente relevante para esta confusión de hechos empíricos y mito poético. (...) El —Pues mire, señor —replicó Sancho—, no tome trabajo en esto, que rasgo más destacado del primo es su fal- ahora he caído en la cuenta de lo que le he preguntado: sepa que el primer ta de todo sentido discriminatorio entre volteador del mundo fue Lucifer, cuando le echaron o arrojaron del cielo, ellos. No estoy seguro de la importancia de que llegue en una pollina preñada, pero que vino volteando hasta los abismos. sí de que sea tanto primo del victorioso disputador teórico, el licenciado, otro —Tienes razón, amigo —dijo el primo. “científico experto”, como “muy aficiona- do a leer libros de caballerías”. En el fon- Y dijo don Quijote:

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—Esa pregunta y respuesta no es tuya, Sancho: a alguno las has oído do su incapacidad discriminatoria es la decir. misma que la de don Quijote; difiere sólo en el grado, no en la esencia. Como él, —Calle, señor —replicó Sancho—, que a buena fe que si me doy a don Quijote no distingue entre un libro de caballerías, fundamentado en el mito poé- preguntar y a responder, que no acabe de aquí a mañana. Sí, que para pre- tico, y en los hechos histórico empíricos. guntar necedades y responder disparates no he menester yo andar buscando Esta incapacidad es núcleo y origen de ayuda de vecinos. su locura, y como tal, un tema importante –si no el principal- de la novela. Cervantes —Más has dicho, Sancho, de lo que sabes —dijo don Quijote—, que no denigra ni exalta uno a expensas del otro. Las transformaciones fabulosas tie- hay algunos que se cansan en saber y averiguar cosas que después de sabi- nen tan poco que ver con las fuentes de das y averiguadas no importan un ardite al entendimiento ni a la memoria. los ríos como los pesos y medidas con los héroes muertos o la devoción de los En estas y otras gustosas pláticas se les pasó aquel día, y a la noche se amantes. La tendencia a confundirlos y a albergaron en una pequeña aldea, adonde el primo dijo a don Quijote que la vez criticar esta confusión era común en la época de Cervantes; y su novela, desde allí a la cueva de Montesinos no había más de dos leguas, y que si aunque universal, está firmemente arrai- llevaba determinado de entrar en ella, era menester proveerse de sogas, gada en su tiempo.” RILEY, EDWARD C., La para atarse y descolgarse en su profundidad. rara invención. Estudios sobre Cervantes y la posteridad literaria, Crítica, Barcelo- Don Quijote dijo que aunque llegase al abismo, había de ver dónde pa- na, 2001. raba; y, así, compraron casi cien brazas de soga, y otro día a las dos de la *** *** *** tarde llegaron a la cueva, cuya boca es espaciosa y ancha, pero llena de cambroneras y cabrahígos, de zarzas y malezas, tan espesas y intricadas, que de todo en todo la ciegan y encubren. En viéndola, se apearon el primo, Sancho y don Quijote, al cual los dos le ataron luego fortísimamente con las sogas; y en tanto que le fajaban y ceñían, le dijo Sancho: —Mire vuestra merced, señor mío, lo que hace: no se quiera sepultar en vida, ni se ponga adonde parezca frasco que le ponen a enfriar en algún pozo. Sí, que a vuestra merced no le toca ni atañe ser el escudriñador desta que debe de ser peor que mazmorra. —Ata y calla —respondió don Quijote—, que tal empresa como aquesta, Sancho amigo, para mí estaba guardada. Y entonces dijo la guía: —Suplico a vuesa merced, señor don Quijote, que mire bien y especule con cien ojos lo que hay allá dentro: quizá habrá cosas que las ponga yo en el libro de mis Transformaciones. —En manos está el pandero que le sabrá bien tañer —respondió San- cho Panza.

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Dicho esto, y acabada la ligadura de don Quijote —que no fue sobre el arnés, sino sobre el jubón de armar—, dijo don Quijote: —Inadvertidos hemos andado en no habernos proveído de algún esquilón pequeño que fuera atado junto a mí en esta mesma soga, con cuyo sonido se entendiera que todavía bajaba y estaba vivo; pero pues ya no es posible, a la mano de Dios, que me guíe. Y luego se hincó de rodillas y hizo una oración en voz baja al cielo, pidiendo a Dios le ayudase y le diese buen suceso en aquella, al parecer, peligrosa y nueva aventura, y en voz alta dijo luego: —¡Oh señora de mis acciones y movimientos, clarísima y sin par Dulcinea del Toboso! Si es posible que lleguen a tus oídos las plegarias y rogaciones deste tu venturoso amante, por tu inaudita belleza te ruego las escuches, que no son otras que rogarte no me niegues tu favor y amparo, ahora que tanto le he menester. Yo voy a despeñarme, a empozarme y a hundirme en el abismo que aquí se me representa, solo porque conozca el mundo que si tú me favoreces no habrá imposible a quien yo no acometa y acabe. Y en diciendo esto se acercó a la sima, vio no ser posible descolgarse ni hacer lugar a la entrada, si no era a fuerza de brazos o a cuchilladas, y, así, poniendo mano a la espada comenzó a derribar y a cortar de aquellas male- zas que a la boca de la cueva estaban, por cuyo ruido y estruendo salieron por ella una infinidad de grandísimos cuervos y grajos, tan espesos y con tanta priesa, que dieron con don Quijote en el suelo; y si él fuera tan agore- ro como católico cristiano, lo tuviera a mala señal y escusara de encerrarse en lugar semejante. Finalmente, se levantó y viendo que no salían más cuervos ni otras aves noturnas, como fueron murciélagos, que asimismo entre los cuervos salie- ron, dándole soga el primo y Sancho, y se dejó calar al fondo de la caverna espantosa; y al entrar, echándole Sancho su bendición y haciendo sobre él mil cruces, dijo: —¡Dios te guíe y la Peña de Francia, junto con la Trinidad de Gaeta, flor, nata y espuma de los caballeros andantes! ¡Allá vas, valentón del mun- do, corazón de acero, brazos de bronce! ¡Dios te guíe, otra vez, y te vuelva libre, sano y sin cautela a la luz desta vida que dejas por enterrarte en esta escuridad que buscas!

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Casi las mismas plegarias y deprecaciones hizo el primo. Iba don Quijote dando voces que le diesen soga y más soga, y ellos se la daban poco a poco; y cuando las voces, que acanaladas por la cueva salían, dejaron de oírse, ya ellos tenían descolgadas las cien bra- zas de soga y fueron de parecer de volver a subir a don Quijote, pues no le podían dar más cuerda. Con todo eso, se detuvieron como media hora, al cabo del cual espacio volvieron a recoger la soga con mucha facili- dad y sin peso alguno, señal que les hizo imaginar que don Quijote se quedaba dentro, y creyéndolo así Sancho, lloraba amargamente y tiraba con mucha priesa por desengañarse; pero llegando, a su parecer, a poco más de las ochenta brazas, sintieron peso, de que en estremo se alegra- ron. Finalmente, a las diez vieron distintamente a don Quijote, a quien dio voces Sancho, diciéndole: —Sea vuestra merced muy bien vuelto, señor mío, que ya pensába- mos que se quedaba allá para casta. Pero no respondía palabra don Quijote; y sacándole del todo, vieron que traía cerrados los ojos, con muestras de estar dormido. Tendiéronle en el suelo y desliáronle, y, con todo esto, no despertaba; pero tanto le volvieron y revolvieron, sacudieron y menearon, que al cabo de un buen espacio volvió en sí, desperezándose, bien como si de algún grave y profundo sueño despertara; y mirando a una y otra parte, como espanta- do, dijo: —Dios os lo perdone, amigos, que me habéis quitado de la más sa- brosa y agradable vida y vista que ningún humano ha visto ni pasado. En efecto, ahora acabo de conocer que todos los contentos desta vida pasan como sombra y sueño o se marchitan como la flor del campo. ¡Oh desdichado Montesinos! ¡Oh malferido Durandarte! ¡Oh sin ventura Belerma! ¡Oh lloroso Guadiana, y vosotras sin dicha hijas de Ruidera, que mostráis en vuestras aguas las que lloraron vuestros hermosos ojos! Con mucha atención escuchaban el primo y Sancho las palabras de don Quijote, que las decía como si con dolor inmenso las sacara de las entrañas. Suplicáronle les diese a entender lo que decía y les dijese lo que en aquel infierno había visto. —¿Infierno le llamáis? —dijo don Quijote—. Pues no le llaméis ansí, porque no lo merece, como luego veréis.

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Pidió que le diesen algo de comer, que traía grandísima hambre. Ten- dieron la arpillera del primo sobre la verde yerba, acudieron a la des- pensa de sus alforjas, y sentados todos tres en buen amor y compaña, merendaron y cenaron todo junto. Levantada la arpillera, dijo don Qui- jote de la Mancha: —No se levante nadie, y estadme, hijos, todos atentos.

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CAPÍTULO XXIII (II)

De las admirables cosas que el estremado don Quijote contó que había “CONTEXTOS” visto en la profunda cueva de Montesinos, cuya imposibilidad y grandeza hace que se tenga esta aventura por apócrifa “Estamos dentro de un amplio realismo expresivo. Pero, de pronto, en el habla del caballero, o del escudero, o en mi- as cuatro de la tarde serían, cuando el sol, entre nubes cubierto, con tad de los discursos, aparece una expre- luz escasa y templados rayos dio lugar a don Quijote para que sin sión del hampa, o una fórmula notarial o mercantil, o varios versos, o una frase L calor y pesadumbre contase a sus dos clarísimos oyentes lo que en de nivel social o expresivo discordante, la cueva de Montesinos había visto; y comenzó en el modo siguiente: en una especie de extraña promiscuidad lingüística. —A obra de doce o catorce estados de la profundidad desta mazmorra, El relato de la cueva de Montesinos (II, a la derecha mano, se hace una concavidad y espacio capaz de poder caber 23), que es evidentemente la relación de un sueño, acumula recursos de este tipo. en ella un gran carro con sus mulas. Éntrale una pequeña luz por unos Juega con la tradición poética, pero es un resquicios o agujeros, que lejos le responden, abiertos en la superficie de la juego a la segunda potencia, porque don tierra. Esta concavidad y espacio vi yo a tiempo cuando ya iba cansado y Quijote, que hace el relato, cree a pie juntillas en esa tradición y en todo lo que mohíno de verme, pendiente y colgado de la soga, caminar por aquella ha visto, con su cruda mezcolanza de épo- escura región abajo sin llevar cierto ni determinado camino, y, así, determi- cas, sentimientos y usos. Acumula una né entrarme en ella y descansar un poco. Di voces pidiéndoos que no serie de detalles realistas o grotescos, descolgásedes más soga hasta que yo os lo dijese, pero no debistes de oír- desintegradores de lo poético. Montesinos se le aparece con un extraño atuendo de me. Fui recogiendo la soga que enviábades, y, haciendo della una rosca o seminarista: “hacia mí se venía un vene- rimero, me senté sobre él pensativo además, considerando lo que hacer rable anciano, vestido con un capuz de debía para calar al fondo, no teniendo quién me sustentase; y estando en bayeta morada que por el suelo le arras- traba. Ceñíale los hombros y los pechos este pensamiento y confusión, de repente y sin procurarlo, me salteó un una beca de colegial, de raso verde; sueño profundísimo, y cuando menos lo pensaba, sin saber cómo ni cómo cubríale la cabeza una gorra milanesa ne- no, desperté dél y me hallé en la mitad del más bello, ameno y deleitoso gra, y la barba, canísima, le pasaba de la cintura; no traía arma ninguna, sino un prado que puede criar la naturaleza, ni imaginar la más discreta imagina- rosario de cuentas en la mano, mayores ción humana. Despabilé los ojos, limpiémelos, y vi que no dormía, sino que medianas nueces, y los dieces asi- que realmente estaba despierto. Con todo esto, me tenté la cabeza y los mismo como huevos medianos de aves- pechos, por certificarme si era yo mismo el que allí estaba o alguna fantas- truz”. De la mitad del pecho de su grande amigo Durandarte había sacado el cora- ma vana y contrahecha; pero el tacto, el sentimiento, los discursos concer- zón, no con una daga, sino con “un puñal tados que entre mí hacía, me certificaron que yo era allí entonces el que soy buido, más agudo que una lezna”. aquí ahora. Ofrecióseme luego a la vista un real y suntuoso palacio o alcá- Durandarte, tendido de largo a largo en su sepulcro, tenía puesta sobre el lado del zar, cuyos muros y paredes parecían de transparente y claro cristal fabrica- corazón su mano derecha, “algo peluda y

Sexto día - 255 - Ruta literaria El Quijote Castilla-La Mancha, 2005 nervosa, señal de tener muchas fuerzas dos; del cual abriéndose dos grandes puertas, vi que por ellas salía y hacia su dueño”. Montesinos le había sacado mí se venía un venerable anciano, vestido con un capuz de bayeta morada con las propias manos el corazón, “que debía de pesar dos libras”. A pesar de lo que por el suelo le arrastraba. Ceñíale los hombros y los pechos una beca de cual se quejaba y suspiraba “de cuando colegial, de raso verde; cubríale la cabeza una gorra milanesa negra, y la en cuando, como si estuviese vivo”, y re- barba, canísima, le pasaba de la cintura; no traía arma ninguna, sino un citaba versos de su romance. Montesinos lo tranquiliza: “Yo os saqué el corazón lo rosario de cuentas en la mano, mayores que medianas nueces, y los dieces mejor que pude, sin que os dejase una asimismo como huevos medianos de avestruz. El continente, el paso, la mínima parte en el pecho; yo le limpié con gravedad y la anchísima presencia, cada cosa de por sí y todas juntas, me un pañizuelo de puntas” (=de encaje). Con sus lágrimas lavó de las manos la suspendieron y admiraron. Llegóse a mí, y lo primero que hizo fue abrazar- sangre que tenían de haber andado en las me estrechamente, y luego decirme: «Luengos tiempos ha, valeroso caba- entrañas de Durandarte; echó en el cora- llero don Quijote de la Mancha, que los que estamos en estas soledades zón un poco de sal, para que no oliese encantados esperamos verte, para que des noticia al mundo de lo que encie- mal y llegase amojamado a la presencia de Belerma. Desfila con sus doncellas la rra y cubre la profunda cueva por donde has entrado, llamada la cueva de misma Belerma, “cejijunta y la nariz algo Montesinos: hazaña solo guardada para ser acometida de tu invencible co- chata; la boca grande, pero colorados los razón y de tu ánimo estupendo. Ven conmigo, señor clarísimo, que te quie- labios; los dientes... ralos y no bien pues- tos”... En las manos, “un corazón de car- ro mostrar las maravillas que este transparente alcázar solapa, de quien yo ne momia, seco y amojamado”. Sus gran- soy alcaide y guarda mayor perpetua, porque soy el mismo Montesinos, de des ojeras y su amarillez no venían –ex- quien la cueva toma nombre». Apenas me dijo que era Montesinos, cuando plica Montesinos- “de estar con el mal mensil, ordinario en las mujeres, porque le pregunté si fue verdad lo que en el mundo de acá arriba se contaba, que él ha muchos meses, y aun años, que no le había sacado de la mitad del pecho, con una pequeña daga, el corazón de su tiene ni asoma por sus puertas”. grande amigo Durandarte y llevádole a la señora Belerma, como él se lo Guadiana, escudero de Durandarte, había mandó al punto de su muerte. Respondióme que en todo decían verdad, sido convertido por el mago Merlín en río, que de pesar se sumergía en las entrañas sino en la daga, porque no fue daga, ni pequeña, sino un puñal buido, más de la tierra, y la dueña Ruidera y sus siete agudo que una lezna. hijas y dos sobrinas, en lagunas de la Man- cha. En la cueva aparece la misma en- —Debía de ser —dijo a este punto Sancho— el tal puñal de Ramón de cantada Dulcinea, con las labradoras que Hoces, el sevillano. la acompañan en el Toboso, una de las cuales se acerca a don Quijote para pe- —No sé —prosiguió don Quijote—, pero no sería dese puñalero, por- dirle que le preste media docena de reales para remediar las necesidades de su se- que Ramón de Hoces fue ayer, y lo de Roncesvalles, donde aconteció esta ñora, y le ofrece en prenda el faldellín que desgracia, ha muchos años; y esta averiguación no es de importancia, ni lleva puesto, “de cotonía, nuevo”. Don turba ni altera la verdad y contesto de la historia. Quijote solo le pudo dar cuatro reales, que era todo lo que llevaba en el bolsillo. La —Así es —respondió el primo—: prosiga vuestra merced, señor don doncella se despide con una cabriola: “se levantó dos varas de medir en el aire”. Quijote, que le escucho con el mayor gusto del mundo. Cuando Montesinos le anuncia a Durandarte que ha llegado don Quijote, —No con menor lo cuento yo —respondió don Quijote—, y, así, digo después de quinientos años, para que el venerable Montesinos me metió en el cristalino palacio, donde en desencantarlos a todos, él lo pone en una sala baja, fresquísima sobremodo y toda de alabastro, estaba un sepul- duda: “Y cuando así no sea –respondió el lastimado Durandarte con voz desmaya- cro de mármol con gran maestría fabricado, sobre el cual vi a un caballero

- 256 - Sexto día Ruta literaria El Quijote Castilla-La Mancha, 2005 tendido de largo a largo, no de bronce, ni de mármol, ni de jaspe hecho, da y baja-, cuando así no sea ¡oh primo!, como los suele haber en otros sepulcros, sino de pura carne y de puros digo, paciencia y barajar”. Una expresión de jugador de naipes perdidoso, dicha por huesos. Tenía la mano derecha (que a mi parecer es algo peluda y nervosa, un paladín de la corte de Carlomagno. Y señal de tener muchas fuerzas su dueño) puesta sobre el lado del corazón; y enseguida, cuando Montesinos se atreve antes que preguntase nada a Montesinos, viéndome suspenso mirando al a comparar a su señora Belerma con Dulcinea, le interrumpe don Quijote: “¡Ce- del sepulcro, me dijo: «Este es mi amigo Durandarte, flor y espejo de los pos quedos, señor don Montesinos: cuen- caballeros enamorados y valientes de su tiempo. Tiénele aquí encantado, te vuesa merced su historia como debe!”. como me tiene a mí y a otros muchos y muchas, Merlín, aquel francés ¡Cepos quedos!, del lenguaje carcelario, se dirige al criminal que remueve los ce- encantador que dicen que fue hijo del diablo; y lo que yo creo es que no fue pos para huir (según Rodríguez Marín, se hijo del diablo, sino que supo, como dicen, un punto más que el diablo. El usaba en los juegos para que cada uno se cómo o para qué nos encantó nadie lo sabe, y ello dirá andando los tiempos, quedara en la posición en que lo sorpren- que no están muy lejos, según imagino. Lo que a mí me admira es que sé, día la exclamación). Las dos expresiones, la de los jugadores y la de los carceleros, tan cierto como ahora es de día, que Durandarte acabó los de su vida en mis tan reñidas con la tradición, con las cir- brazos, y que después de muerto le saqué el corazón con mis propias ma- cunstancias, con el lenguaje y el carácter nos; y en verdad que debía de pesar dos libras, porque, según los naturales, del hablante, rompen la solemnidad que toma a ratos la relación, y dan al conjun- el que tiene mayor corazón es dotado de mayor valentía del que le tiene to, como los detalles realistas y gotescos, pequeño. Pues siendo esto así, y que realmente murió este caballero, ¿cómo un aire a la vez de sueño y burla.” ahora se queja y sospira de cuando en cuando como si estuviese vivo?». ROSEMBLAT, ÁNGEL, La lengua del Quijote, Esto dicho, el mísero Durandarte, dando una gran voz, dijo: Madrid, Gredos, 1971. *** *** *** «¡Oh, mi primo Montesinos! Lo postrero que os rogaba, que cuando yo fuere muerto y mi ánima arrancada, que llevéis mi corazón adonde Belerma estaba, sacándomele del pecho, ya con puñal, ya con daga». Oyendo lo cual el venerable Montesinos se puso de rodillas ante el las- timado caballero, y, con lágrimas en los ojos, le dijo: «Ya, señor Durandarte, carísimo primo mío, ya hice lo que me mandastes en el aciago día de nues- tra pérdida: yo os saqué el corazón lo mejor que pude, sin que os dejase una “Y allí, en la cueva, gozó don Quijote de mínima parte en el pecho; yo le limpié con un pañizuelo de puntas; yo partí visiones que se dejan muy a la zaga a las con él de carrera para Francia, habiéndoos primero puesto en el seno de la más maravillosas de que otros hayan go- tierra, con tantas lágrimas, que fueron bastantes a lavarme las manos y zado, sin que sea menester repetir aquí lo limpiarme con ellas la sangre que tenían de haberos andado en las entrañas. de que, si a uno se le aparece un ángel en sueños, es que soñó que se le aparecía Y por más señas, primo de mi alma, en el primero lugar que topé saliendo un ángel. Invito al lector a que relea, en el de Roncesvalles eché un poco de sal en vuestro corazón, porque no oliese capítulo XXIII de la segunda parte el relato

Sexto día - 257 - Ruta literaria El Quijote Castilla-La Mancha, 2005 de las asombrosas visiones de don Qui- mal y fuese, si no fresco, a lo menos amojamado a la presencia de la señora jote y juzgando como debe juzgarse, por Belerma, la cual, con vos y conmigo, y con Guadiana, vuestro escudero, y el contento y deleite que de su lectura re- ciba, me diga luego si no son más fide- con la dueña Ruidera y sus siete hijas y dos sobrinas, y con otros muchos de dignas que otras no menos asombrosas vuestros conocidos y amigos, nos tiene aquí encantados el sabio Merlín ha con que dicen que Dios regaló a siervos muchos años; y aunque pasan de quinientos, no se ha muerto ninguno de suyos soñadores en la profunda cueva encantada del éxtasis. Y no sirve sino creer nosotros. Solamente faltan Ruidera y sus hijas y sobrinas, las cuales lloran- a don Quijote, que siendo el hombre inca- do, por compasión que debió de tener Merlín dellas, las convirtió en otras paz de mentir, afirmó que lo por él conta- tantas lagunas, que ahora en el mundo de los vivos y en la provincia de la do lo vio por sus propios ojos y lo tocó con sus mismas manos, y esto baste y Mancha las llaman las lagunas de Ruidera; las siete son de los reyes de aun sobre. Sancho quiso negar la verdad España, y las dos sobrinas, de los caballeros de una orden santísima que de tales visiones, y más cuando oyó decir llaman de San Juan. Guadiana, vuestro escudero, plañendo asimesmo vuestra a su amo que vio a Dulcinea encantada desgracia, fue convertido en un río llamado de su mesmo nombre, el cual en la moza labradora que aquél le había mostrado, mas don Quijote respondió cuando llegó a la superficie de la tierra y vio el sol del otro cielo, fue tanto sesudamente: “Como te conozco, Sancho, el pesar que sintió de ver que os dejaba, que se sumergió en las entrañas de no hago caso de tus palabras.” Ni debe- la tierra; pero, como no es posible dejar de acudir a su natural corriente, de mos nosotros tampoco hacer caso de palabras sanchopancescas cuando de cuando en cuando sale y se muestra donde el sol y las gentes le vean. Vanle rendir fe a visiones se trate.” UNAMUNO, administrando de sus aguas las referidas lagunas, con las cuales y con otras MIGUEL DE, Vida de don Quijote y Sancho, muchas que se llegan entra pomposo y grande en Portugal. Pero, con todo Espasa Calpe, Buenos Aires, 1952. esto, por dondequiera que va muestra su tristeza y melancolía, y no se pre- *** *** *** cia de criar en sus aguas peces regalados y de estima, sino burdos y desabri- dos, bien diferentes de los del Tajo dorado; y esto que agora os digo, ¡oh primo mío!, os lo he dicho muchas veces, y como no me respondéis, imagi- no que no me dais crédito o no me oís, de lo que yo recibo tanta pena cual Dios lo sabe. Unas nuevas os quiero dar ahora, las cuales, ya que no sirvan de alivio a vuestro dolor, no os le aumentarán en ninguna manera. Sabed que tenéis aquí en vuestra presencia, y abrid los ojos y veréislo, aquel gran caballero de quien tantas cosas tiene profetizadas el sabio Merlín, aquel don Quijote de la Mancha, digo, que de nuevo y con mayores ventajas que “En la historia que cuenta don Quijote al en los pasados siglos ha resucitado en los presentes la ya olvidada andante salir, resuenan múltiples ecos de la tradi- caballería, por cuyo medio y favor podría ser que nosotros fuésemos desen- ción literaria antigua. Si elaboramos la metáfora, podremos compararlos con los cantados, que las grandes hazañas para los grandes hombres están guarda- círculos concéntricos de las ondas sono- das». «Y cuando así no sea —respondió el lastimado Durandarte con voz ras al alejarse de su origen. Se identifican desmayada y baja—, cuando así no sea, ¡oh primo!, digo, paciencia y bara- claramente cuatro círculos. En el centro, jar.» Y volviéndose de lado tornó a su acostumbrado silencio, sin hablar próximas a don Quijote, se encuentran las figuras de Montesinos, Durandarte y más palabra. Oyéronse en esto grandes alaridos y llantos, acompañados de Belerma y los motivos asociados de los profundos gemidos y angustiados sollozos; volví la cabeza, y vi por las romances relacionados con este lugar paredes de cristal que por otra sala pasaba una procesión de dos hileras de concreto de la Mancha. En el siguiente círculo hay ecos de las novelas; estos son hermosísimas doncellas, todas vestidas de luto, con turbantes blancos so-

- 258 - Sexto día Ruta literaria El Quijote Castilla-La Mancha, 2005 bre las cabezas, al modo turquesco. Al cabo y fin de las hileras venía una más numerosos y amplios, pero más va- señora, que en la gravedad lo parecía, asimismo vestida de negro, con tocas gos y de menor precisión. En el círculo exterior los ecos son de la épica. Si bien blancas tan tendidas y largas, que besaban la tierra. Su turbante era mayor todavía distinguibles, se han vuelto aún dos veces que el mayor de alguna de las otras; era cejijunta, y la nariz algo más téreos y menos tangibles. Finalmen- chata; la boca grande, pero colorados los labios; los dientes, que tal vez los te, se pierden en algún punto de la lejanía mítica.” RILEY, EDWARD C., La rara invención. descubría, mostraban ser ralos y no bien puestos, aunque eran blancos como Estudios sobre Cervantes y la posteridad unas peladas almendras; traía en las manos un lienzo delgado, y entre él, a literaria, Crítica, Barcelona, 2001. lo que pude divisar, un corazón de carne momia, según venía seco y amoja- *** *** *** mado. Díjome Montesinos como toda aquella gente de la procesión eran sirvientes de Durandarte y de Belerma, que allí con sus dos señores estaban encantados, y que la última, que traía el corazón entre el lienzo y en las manos, era la señora Belerma, la cual con sus doncellas cuatro días en la semana hacían aquella procesión y cantaban o, por mejor decir, lloraban endechas sobre el cuerpo y sobre el lastimado corazón de su primo; y que si me había parecido algo fea, o no tan hermosa como tenía la fama, era la causa las malas noches y peores días que en aquel encantamento pasaba, como lo podía ver en sus grandes ojeras y en su color quebradiza. «Y no toma ocasión su amarillez y sus ojeras de estar con el mal mensil ordinario en las mujeres, porque ha muchos meses y aun años que no le tiene ni asoma por sus puertas, sino del dolor que siente su corazón por el que de contino tiene en las manos, que le renueva y trae a la memoria la desgracia de su mal logrado amante; que si esto no fuera, apenas la igualara en her- mosura, donaire y brío la gran Dulcinea del Toboso, tan celebrada en todos estos contornos, y aun en todo el mundo.» «Cepos quedos —dije yo enton- ces—, señor don Montesinos: cuente vuesa merced su historia como debe, que ya sabe que toda comparación es odiosa, y, así, no hay para qué compa- rar a nadie con nadie. La sin par Dulcinea del Toboso es quien es, y la señora doña Belerma es quien es y quien ha sido, y quédese aquí.» A lo que él me respondió: «Señor don Quijote, perdóneme vuesa merced, que yo confieso que anduve mal y no dije bien en decir que apenas igualara la señora Dulcinea a la señora Belerma, pues me bastaba a mí haber entendi- do por no sé qué barruntos que vuesa merced es su caballero, para que me mordiera la lengua antes de compararla sino con el mismo cielo». Con esta satisfación que me dio el gran Montesinos se quietó mi corazón del sobre- salto que recebí en oír que a mi señora la comparaban con Belerma. —Y aun me maravillo yo —dijo Sancho— de como vuestra merced no se subió sobre el vejote y le molió a coces todos los huesos y le peló las barbas, sin dejarle pelo en ellas.

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—No, Sancho amigo —respondió don Quijote—, no me estaba a mí bien hacer eso, porque estamos todos obligados a tener respeto a los ancia- nos, aunque no sean caballeros, y principalmente a los que lo son y están encantados. Yo sé bien que no nos quedamos a deber nada en otras muchas demandas y respuestas que entre los dos pasamos. A esta sazón dijo el primo: —Yo no sé, señor don Quijote, cómo vuestra merced en tan poco espa- cio de tiempo como ha que está allá bajo haya visto tantas cosas y hablado y respondido tanto. —¿Cuánto ha que bajé? —preguntó don Quijote. —Poco más de una hora —respondió Sancho. —Eso no puede ser —replicó don Quijote—, porque allá me anocheció y amaneció y tornó a anochecer y amanecer tres veces, de modo que a mi cuenta tres días he estado en aquellas partes remotas y escondidas a la vista nuestra. —Verdad debe de decir mi señor —dijo Sancho—, que como todas las cosas que le han sucedido son por encantamento, quizá lo que a nosotros nos parece un hora debe de parecer allá tres días con sus noches. —Así será —respondió don Quijote. —¿Y ha comido vuestra merced en todo este tiempo, señor mío? — preguntó el primo. —No me he desayunado de bocado —respondió don Quijote—, ni aun he tenido hambre ni por pensamiento. —¿Y los encantados comen? —dijo el primo. —No comen —respondió don Quijote—, ni tienen escrementos mayo- res, aunque es opinión que les crecen las uñas, las barbas y los cabellos. —¿Y duermen por ventura los encantados, señor? —preguntó Sancho. —No, por cierto —respondió don Quijote—; a lo menos, en estos tres días que yo he estado con ellos, ninguno ha pegado el ojo, ni yo tampoco. —Aquí encaja bien el refrán —dijo Sancho— de «dime con quién an- das: decirte he quién eres». Ándase vuestra merced con encantados ayunos

- 260 - Sexto día Ruta literaria El Quijote Castilla-La Mancha, 2005 y vigilantes: mirad si es mucho que ni coma ni duerma mientras con ellos anduviere. Pero perdóneme vuestra merced, señor mío, si le digo que de todo cuanto aquí ha dicho, lléveme Dios, que iba a decir el diablo, si le creo cosa alguna. —¿Cómo no? —dijo el primo—. Pues ¿había de mentir el señor don Quijote, que, aunque quisiera, no ha tenido lugar para componer e imaginar tanto millón de mentiras? —Yo no creo que mi señor miente —respondió Sancho. —Si no, ¿qué crees? —le preguntó don Quijote. —Creo —respondió Sancho— que aquel Merlín o aquellos encantado- res que encantaron a toda la chusma que vuestra merced dice que ha visto y comunicado allá bajo le encajaron en el magín o la memoria toda esa má- quina que nos ha contado y todo aquello que por contar le queda. —Todo eso pudiera ser, Sancho —replicó don Quijote—, pero no es así, porque lo que he contado lo vi por mis propios ojos y lo toqué con mis mismas manos. Pero ¿qué dirás cuando te diga yo ahora como, en- tre otras infinitas cosas y maravillas que me mostró Montesinos, las cuales despacio y a sus tiempos te las iré contando en el discurso de nuestro viaje, por no ser todas deste lugar, me mostró tres labradoras que por aquellos amenísimos campos iban saltando y brincando como cabras, y apenas las hube visto, cuando conocí ser la una la sin par Dulcinea del Toboso, y las otras dos aquellas mismas labradoras que venían con ella, que hallamos a la salida del Toboso? Pregunté a Montesinos si las conocía; respondióme que no, pero que él imaginaba que debían de ser algunas señoras principales encantadas, que pocos días había que en aquellos prados habían parecido, y que no me maravi- llase desto, porque allí estaban otras muchas señoras de los pasados y presentes siglos encantadas en diferentes y estrañas figuras, entre las cuales conocía él a la reina Ginebra y su dueña Quintañona, escancian- do el vino a Lanzarote «cuando de Bretaña vino». Cuando Sancho Panza oyó decir esto a su amo, pensó perder el juicio o morirse de risa; que como él sabía la verdad del fingido encanto de Dulcinea, de quien él había sido el encantador y el levantador de tal testimonio, acabó de conocer indubitablemente que su señor estaba fuera de juicio y loco de todo punto, y, así, le dijo:

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—En mala coyuntura y en peor sazón y en aciago día bajó vuestra mer- ced, caro patrón mío, al otro mundo, y en mal punto se encontró con el señor Montesinos, que tal nos le ha vuelto. Bien se estaba vuestra merced acá arriba con su entero juicio, tal cual Dios se le había dado, hablando sentencias y dando consejos a cada paso, y no agora, contando los mayores disparates que pueden imaginarse. —Como te conozco, Sancho —respondió don Quijote—, no hago caso de tus palabras. —Ni yo tampoco de las de vuestra merced —replicó Sancho—, siquie- ra me hiera, siquiera me mate por las que le he dicho, o por las que le pienso decir si en las suyas no se corrige y enmienda. Pero dígame vuestra merced, ahora que estamos en paz: ¿cómo o en qué conoció a la señora nuestra ama? Y si la habló, ¿qué dijo y qué le respondió? —Conocíla —respondió don Quijote— en que trae los mesmos ves- tidos que traía cuando tú me la mostraste. Habléla, pero no me respon- dió palabra, antes me volvió las espaldas y se fue huyendo con tanta priesa, que no la alcanzara una jara. Quise seguirla, y lo hiciera si no me aconsejara Montesinos que no me cansase en ello, porque sería en balde, y más porque se llegaba la hora donde me convenía volver a salir de la sima. Díjome asimesmo que andando el tiempo se me daría aviso cómo habían de ser desencantados él y Belerma y Durandarte, con to- dos los que allí estaban; pero lo que más pena me dio de las que allí vi y noté, fue que, estándome diciendo Montesinos estas razones, se llegó a mí por un lado, sin que yo la viese venir, una de las dos compañeras de la sin ventura Dulcinea, y llenos los ojos de lágrimas, con turbada y baja voz, me dijo: «Mi señora Dulcinea del Toboso besa a vuestra mer- ced las manos y suplica a vuestra merced se la haga de hacerla saber cómo está, y que, por estar en una gran necesidad, asimismo suplica a vuestra merced cuan encarecidamente puede sea servido de prestarle sobre este faldellín que aquí traigo de cotonia nuevo media docena de reales, o los que vuestra merced tuviere, que ella da su palabra de vol- vérselos con mucha brevedad». Suspendióme y admiróme el tal recado, y volviéndome al señor Montesinos, le pregunté: «¿Es posible, señor Montesinos, que los encantados principales padecen necesidad?». A lo que él me respondió: «Créame vuestra merced, señor don Quijote de la Mancha, que esta que llaman necesidad adondequiera se usa y por todo se estiende y a todos alcanza, y aun hasta los encantados no perdona; y

- 262 - Sexto día Ruta literaria El Quijote Castilla-La Mancha, 2005 pues la señora Dulcinea del Toboso envía a pedir esos seis reales, y la prenda es buena, según parece, no hay sino dárselos, que sin duda debe de estar puesta en algún grande aprieto». «Prenda, no la tomaré yo —le respondí—, ni menos le daré lo que pide, porque no tengo sino solos cuatro reales.» Los cuales le di, que fueron los que tú, Sancho, me diste el otro día para dar limosna a los pobres que topase por los caminos, y le dije: «Decid, amiga mía, a vuesa señora que a mí me pesa en el alma de sus trabajos, y que quisiera ser un Fúcar para remediarlos, y que le hago saber que yo no puedo ni debo tener salud careciendo de su agra- dable vista y discreta conversación, y que le suplico cuan encarecida- mente puedo sea servida su merced de dejarse ver y tratar deste su cau- tivo servidor y asendereado caballero. Diréisle también que cuando menos se lo piense oirá decir como yo he hecho un juramento y voto a modo de aquel que hizo el marqués de Mantua de vengar a su sobrino Baldovinos, cuando le halló para espirar en mitad de la montiña, que fue de no comer pan a manteles, con las otras zarandajas que allí aña- dió, hasta vengarle; y así le haré yo de no sosegar y de andar las siete partidas del mundo, con más puntualidad que las anduvo el infante don Pedro de Portugal, hasta desencantarla». «Todo eso y más debe vuestra merced a mi señora», me respondió la doncella. Y tomando los cuatro reales, en lugar de hacerme una reverencia, hizo una cabriola, que se levantó dos varas de medir en el aire. —¡Oh, santo Dios! —dijo a este tiempo dando una gran voz Sancho, ¿es posible que tal hay en el mundo y que tengan en él tanta fuerza los encantadores y encantamentos, que hayan trocado el buen juicio de mi señor en una tan disparatada locura? ¡Oh señor, señor, por quien Dios es, que vuestra merced mire por sí y vuelva por su honra, y no dé crédi- to a esas vaciedades que le tienen menguado y descabalado el sentido! —Como me quieres bien, Sancho, hablas desa manera —dijo don Quijote—, y como no estás experimentado en las cosas del mundo, to- das las cosas que tienen algo de dificultad te parecen imposibles; pero andará el tiempo, como otra vez he dicho, y yo te contaré algunas de las que allá abajo he visto, que te harán creer las que aquí he contado, cuya verdad ni admite réplica ni disputa.

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