Benjamín Vicuña Mackenna
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Cristián Gazmuri Benjamín Vicuña Mackenna Benjamín Vicuña Mackenna nació Santiago en agosto de 1831, en la casa que había sido de los Carrera en calle Agustinas. Su primera niñez transcurrió en Llay-llay. Era hijo de Pedro Felix Vicuña, caudillo populista (pipiolo) y publicista valiente y audaz, pero soñador, confuso y algo desequilibrado, en todo caso, sin genio. Fue uno de los fundadores de El Mercurio de Valparaíso y entre sus múltiples avatares fue deportado al Perú en 1846 y encarcelado varias veces. Su espíritu inestable, así como su incansable anhelo libertario, se reflejaría en su hijo, con el cual llegará a hacer una tardía carrera política paralela. Por su padre, Vicuña Mackenna entroncaba con la más rancia aristocracia colonial así como la de la temprana república. Su abuela paterna era hija del marqués del Montepío, en tanto su abuelo Vicuña fue primer mandatario interino varias veces (en 1825 y 1829), por breves períodos. Por el lado materno era hijo de doña Carmen Mackenna, y nieto del caudillo de la independencia general Juan Mackenna O'Reilly, un irlandés de nacimiento y temperamento1. Su madre tenía un marcado tipo irlandés2. Quizá un estudio genético (de ser posible) de Vicuña Mackenna podría decirnos mucho. Pero, ¿puede hacerse algo? Difícil y mucho menos hoy, a más de cien años de su muerte. Estudió en Santiago en el colegio de José María Núñez y fue un mal alumno, como el mismo lo confiesa. Sólo destacaba en historia3. Al cumplir los diecisiete años, el año de 1848, comenzó a escribir sus: Memorias íntimas. ¡“Memorias” a los diecisiete años!, pero ¿qué hacer? Estaba enamorado -embriagado de amor, diríamos- y no se atrevía a contar su sentimiento a persona alguna. No dejaría la pluma hasta su muerte. El mismo año fue nombrado secretario de la "Comisión de Aconcagua", organización política liberal. Era ya un gran lector, casi un devorador de libros y sobre muchas materias, rasgo que conservaría toda su vida (llegó a leer hasta seis en un día), pero, en particular, de libros de historia. Según Galdames, en su adolescencia leyó a Lamartine, Chateaubriand, Villemain, Blanc y Mignet y otros; es muy probable que así haya sido4. Ya mostraba, asimismo un carácter rebelde e imaginativo y una gran sensibilidad romántica, que no perdería en su madurez. Perteneció Vicuña a la generación de 1848-1850 y sus ideas políticas y valores sociales fueron en buena medida los de ésta, aunque siempre con su toque personal. El mismo da los nombres de quienes la integraron: Lastarria; los hermanos Miguel Luis y Gregorio Víctor Amunátegui, Domingo Santa María, el presbítero Hipólito Salas, Manuel Antonio Tocornal, Salvador Sanfuentes, Juan N. Espejo, Manuel Antonio, Guillermo y Felipe Santiago Matta, Rafael Vial, Felipe Herrera, Eusebio Lillo, Ambrosio Montt, Francisco Marín, Mercedes Marín, Pedro Gallo, Jacinto Chacón, Santiago Lindsay, Víctor y Pío Varas, Francisco y Manuel Bilbao, Joaquín y Alberto Blest, Isidoro Errázuriz, Federico Errázuriz, Vicente Reyes, Ramón Sotomayor, 1 Ricardo Donoso, Vicuña Mackenna, Buenos Aires, Editorial Francisco de Aguirre, 1977, pp. 3-9 y 51. 2 Eugenio Orrego, Iconografía de Vicuña Mackenna Santiago, Universidad de Chile, 1939. vol. II, sin N° de pág. Foto CLXXIII. 3 Donoso, Vicuña Mackenna., p. 12. 4 Luis Galdames, Op. cit., p. 30. 1 Manuel Guerrero, Eduardo de la Barra, Santiago Arcos, Marcial González y Marcial Martínez5, además del propio Benjamín Vicuña Mackenna. Todavía no Diego Barros, quien, por ese entonces era todavía devoto católico y conservador, aunque después se identificaría con ella. También la integraban otros más jóvenes, los dos Arteaga Alemparte, Eduardo de la Barra e incluso José Manuel Balmaceda. ¡Que lista! Casi todos tendrían un futuro público en la historia de Chile. Aunque no lo confiesa, todavía extremadamente joven, fue, al parecer, “Girondino chileno” y se juntaba con varios de los jóvenes nombrados más atrás, en la redacción de el diario pipiolo El Progreso, a leer, en francés, la Historia de los Girondinos de Lamartine, obra llegada a Chile en febrero de 1848. La costumbre de leer en locales de periódicos era copiada de la Francia de entonces, aunque allá no se leía a Lamartine, cuyo libro era despreciado entre la intelectualidad seria6. Vicuña Mackenna, siempre hiperbólico, nos cuenta que "aquella obra inmortal tuvo en Chile, y especialmente en Santiago, una boga inmensa, cual no la ha tenido, ni la tendrá probablemente, libro alguno en lo venidero"7. Siguiendo por el mismo rumbo ideológico, en 1849, el joven Vicuña Mackenna, fue nombrado secretario del malogrado primer "Club de la Reforma" (“Club de la Patagua”, en boca de sus enemigos pelucones) y, en 1850, secretario del grupo Nº 6 de la combativa, al menos en el discurso, “Sociedad de la Igualdad”. Después del estado de sitio del 7 de noviembre de 1850, disuelta ésta, entró en la clandestinidad8. Ese mismo año escribió Vicuña sus primeros trabajos históricos, El sitio de Chillán en 1813 y La fundación del Instituto Nacional, en los cuales ya mostró su estilo vivo y animado. Además obtenía el grado de bachiller en la Facultad de Leyes y Ciencias Políticas, después de hacer estudios en la Academia de Leyes y Práctica Forense. Como alumno vivió un grave conflicto con el director de ésta, Juan Francisco Meneses, con motivo del nombramiento como ministro de Estado del conservador Máximo Muxica, que Meneses aplaudía ostensiblemente y el joven Vicuña rechazaba de la misma forma. Meneses logró que el Consejo Universitario lo autorizase para separar a Vicuña de la Academia; un escándalo mayor que trascendió a la prensa. Finalmente, Vicuña retornó a la institución después de la intervención del rector de la Universidad, Andrés Bello. El incidente radicalizó su postura política liberal y anti autoritaria. Por ese entonces, Vicuña, como toda la generación de juventud liberal a la que pertenecía, era una afrancesado, pero no extremo; nunca lo sería, su chilenidad telúrica se lo impidió. Prohibida la Sociedad de la Igualdad, participó activamente en el motín del 20 de abril de 1851, como ayudante de campo del coronel Pedro Urriola. Abortado éste, fue encarcelado, condenado a muerte y finalmente indultado. Escapó de la cárcel de Santiago, vestido de mujer, según se dice, y viajó a La Serena con José Miguel Carrera Fontecilla, su gran amigo, a pesar de las diferencias familiares (Luis Carrera había dado muerte, en un duelo, a su abuelo el general Juan Mackenna), transformándose en uno de los dirigentes del alzamiento armado, de septiembre de ese año, contra el gobierno de Manuel Montt9. 5 Gazmuri, El “48” chileno, cit. Cap. III, pp. 113-121. La mayoría de los nombres están tomados de Benjamín Vicuña Mackenna. Cfr., B. Vicuña Mackenna, Los Girondinos…, cit, p. 7. 6 Georges Weill, Histoire du Parti Républicaine en France (1814-1870), París-Geneve, Editorial Ressources, 1980 Chap. VI. 7 Benjamín Vicuña Mackenna, Los Girondinos…, p. 10. 8 Donoso, Vicuña…, p. 23. 9 Virgilio Figueroa, Diccionario histórico, biográfico y bibliográfico de Chile, Editorial Balcells y Co. 1931, vol. V, P. 1051 2 Fue gobernador revolucionario de Illapel por unos días. Formada una milicia, Vicuña, ignorante de toda teoría y sin experiencia militar, salió a su cabeza, para detener una fuerza gobiernista que se aproximaba, sufriendo una aplastante derrota. Otra, definitiva, que tuvo lugar cerca de la pequeña ciudad de Petorca, sepultaría a la fuerza contraria a Montt levantada en el Norte. Pero Vicuña no cayó preso pues se había adelantado hacia el valle de Aconcagua buscando nuevos aliados. El viaje se transformó, tras la derrota, en huida. Al romántico e imberbe hombre de acción, le habían dado una paliza, pero poco aprendió de ésta. Vicuña logró llegar a la casa paterna en Valparaíso, donde permaneció escondido. Decidió entonces -no tenía otra posibilidad- emprender un viaje al extranjero y en noviembre de 1852, de incógnito, zarpaba desde ese puerto hacia San Francisco, entonces un torbellino de actividad, sin mucha ley y poco Dios. Calificó la ciudad como la "la más curiosa y 10 extraordinaria en la faz del mundo habitado” y, sin duda fue la que más le gustó en los EE UU . En realidad, la asombrosa vitalidad y diversidad de la ciudad ha de haber congeniado con su personalidad. Recorrió parte de California y viajó a México, recién derrotado por los Estados Unidos, del cual deja una triste imagen (y en particular de sus indios, en los cuales veía sólo 11 un ejemplo de atraso y barbarie), para después emprender un largo viaje por EE UU y Canadá . Visitó Nueva Orleans, donde pudo apreciar la miseria de la esclavitud, subió por el Mississipi, conociendo Cleveland y Buffalo, llegó hasta las cataratas del Niágara, que lo decepcionaron. Las imaginaba más espectaculares y grandiosas... lo que no impidió que les consagrara en su Diario una suerte de himno. Luego viajó hasta Nueva York y Boston, donde se reunió con William Prescott a quien admiraba. Pasó por Washington, rumbo a Canadá (Quebec), volviendo luego a Nueva York. Allí se entrevistó con el general José Antonio Páez y a Antonio José de Irisarri. Ahora su juicio sobre Estados Unidos era más bien negativo, lo aburría, le achacaba falta de tradición cultural, corrupción, materialismo y egoísmo, aunque reconocía su potente empuje democrático y ser el símbolo de un futuro mejor. Los 12 llama “joven y omnipotente república” . Al parecer había leído a Tocqueville. En julio de 1853 se embarcó con Manuel Beauchef para Gran Bretaña, y desde allí, rápidamente, se trasladó a París, la ciudad de sus sueños y ensueños juveniles y principal escenario de las revoluciones liberales de 1848. Permaneció cuatro meses en la capital de Francia, la recorrió, con veneración, calle por calle. Asistió a conferencias de intelectuales, literatos y científicos, visitó museos, sociedades científicas y sitios reales, teatros y plazas, cementerios, palacios y universidad.