Tarzán, Y El Imperio Perdido

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Tarzán, Y El Imperio Perdido Edgar Rice Burroughs Tarzán, y el imperio perdido I Nkima danzaba excitadamente sobre el hombro moreno y desnudo de su amo. Parloteaba y chillaba mirando alternativamente a Tarzán a la cara, como interrogándole, y después hacia la jungla. -Algo se acerca, bwana -dijo Muviro, subjefe de los waziri-. Nkima lo ha oído. -Y Tarzán -declaró el hombre mono. -El oído del gran bwana es tan fino como el de Bara, el antílope prosiguió Muviro. -Si no lo hubiera sido, Tarzán hoy no estaría aquí dijo el hombre mono con una sonrisa-. No habría llegado a la edad adulta si Kala, su madre, no le hubiera enseñado a emplear todos los sentidos que Mulungu le dio. -¿Qué es lo que se acerca? -preguntó Muviro. -Un grupo de hombres -respondió Tarzán. -Tal vez no son amistosos -sugirió el africano-. ¿Aviso a los guerreros? Tarzán miró alrededor del pequeño campamento donde una veintena de hombres luchadores estaban preparando su colación nocturna y vio que, como era costumbre entre los waziri, tenían sus armas preparadas y a mano. -No -dijo-. Creo que será innecesario, ya que esta gente que se acerca no viene con sigilo como lo haría un enemigo, ni su número es tan grande como para que les temamos. Pero Nkima, pesimista nato, esperaba lo peor, y a medida que el grupo se acercaba su nerviosismo iba en aumento. Bajó de un salto del hombro de Tarzán al suelo y dio varios brincos; luego, volvió junto a Tarzán, le cogió el brazo y trató de hacerle poner en pie. -¡Corre, corre! -gritó en el lenguaje de los monos-. Se acercan extraños gomangani. Matarán al pequeño Nkima. -No tengas miedo, Nkima -respondió el hombre mono-. Tarzán y Muviro no permitirán que los extraños te hagan daño. -Huelo a un tarmangani extraño -insistió el animal-. Hay un tarmangani con ellos. Los tarmangani son peores que los gomangani. Vienen con palos de trueno y matan al pequeño Nkima y a todos sus hermanos y hermanas de la selva. Matan al mangani. Matan al gomangani. Lo matan todo con sus palos de trueno. A Nkima no le gusta el tarmangani. Nkima tiene miedo. Para Nkima, como para los demás pobladores de la jungla, Tarzán no era un tarmangani, no era un hombre blanco. Él era de la jungla. Era uno de ellos, y si le consideraban algo distinto a simplemente Tarzán lo clasificaban como un mangani, un gran simio. El avance de los extraños ahora era audible para todos los integrantes del campamento. Los guerreros waziri miraron hacia la jungla, en la dirección de donde procedían los sonidos, y después a Tarzán y a Muviro, pero cuando vieron que sus jefes no estaban preocupados, prosiguieron su tarea tranquilamente. Un alto guerrero negro fue el primero del grupo que apareció a la vista del campamento. Cuando vio a los waziri se detuvo, y un instante después un hombre barbudo se paró a su lado. Por un instante, el hombre blanco examinó el campamento y luego avanzó haciendo la señal de la paz. Desde la jungla le siguieron una docena de guerreros o más. La mayoría eran porteadores, y no se veían más que tres o cuatro rifles. Tarzán y los waziri se dieron cuenta enseguida de que era un grupo reducido e inofensivo, e incluso Nkima, que se había retirado a la seguridad que le ofrecía un árbol cercano, mostró su desprecio correteando sin miedo hasta su amo y subiéndose a su hombro otra vez. -¡Doctor von Harben! -exclamó Tarzán, y el extraño barbudo se aproximó-. Al principio apenas le he reconocido. -Dios ha sido bueno conmigo, Tarzán de los Monos -dijo von Harben tendiéndole la mano-. Venía a verte y te he encontrado dos días completos de marcha antes de lo que esperaba. Vamos tras un carnicero de ganado -explicó Tarzán-. Ha venido varias noches aquí y ha matado algunas de las mejores piezas de nuestro ganado, pero es muy astuto. Debe de tratarse de un león viejo para superar en ingenio a Tarzán durante tanto tiempo. Pero ¿qué le trae a la tierra de Tarzán, doctor? Espero que sea sólo una visita de vecindad y que no tenga ningún problema, aunque su aspecto indica lo contrario. -Yo también desearía que fuera una visita amistosa y nada más -dijo von Harben-, pero, en realidad, estoy aquí para pedirte ayuda porque tengo problemas muy serios, me temo. -No me diga que los árabes han vuelto a venir a buscar esclavos o a robar marfil, o que los hombres leopardo acechan a su gente en los caminos de la jungla por la noche. -No, no es nada de esto; he venido a verte para un asunto más personal. Se trata de mi hijo, Erich. No le conoces. -No -dijo Tarzán-, pero está usted cansado y hambriento, ordene a sus hombres que acampen aquí. La cena está preparada; mientras comemos, me dirá de qué manera yo, Tarzán, puedo servirle a usted. Mientras los waziri, obedeciendo las órdenes de Tarzán, ayudaban a los hombres de von Harben a preparar su campamento, el doctor y el hombre mono estaban sentados en el suelo con las piernas cruzadas y comían los toscos alimentos que el cocinero waziri de Tarzán había preparado. Tarzán se dio cuenta de que la mente de su invitado estaba llena de las preocupaciones que le habían llevado en busca del hombre mono, y por esto no esperó a terminar la comida para abordar el tema, sino que urgió a von Harben a continuar su historia enseguida. -Deseo explicar algo antes de contarte el motivo de mi visita -comenzó von Harben-. Erich es mi único hijo. Hace cuatro años, a los diecinueve, terminó su curso universitario con honores y recibió su primer título. Desde entonces ha pasado la mayor parte del tiempo prosiguiendo sus estudios en diversas universidades europeas, en las que se ha especializado en arqueología y el estudio de lenguas muertas. Su única afición, aparte de la materia que ha elegido, ha sido escalar montañas; durante sucesivas vacaciones de verano escaló todos los picos alpinos importantes. »Unos meses atrás, vino a visitarme a la misión e inmediatamente se interesó por los diversos dialectos bantúes que las diferentes tribus de nuestro distrito y de los adyacentes emplean. »Mientras realizaba su investigación entre los nativos, se encontró con esa vieja leyenda de la tribu perdida de los montes Wiramwazi, con la que todos estamos tan familiarizados. Su mente de inmediato quedó imbuida, como ha ocurrido con la mente de tantos otros, con la creencia de que esta fábula podría derivar de unos hechos reales y que, si lograba seguirle la pista, tal vez encontrara descendientes de alguna de las tribus perdidas de la historia bíblica. -Conozco bien la leyenda -declaró Tarzán-, y como es tan persistente y los detalles de su narración por parte de los nativos son tan circunstanciales, he pensado que me gustaría investigarla, pero hasta ahora no me ha surgido la necesidad de acercarme a los montes Wiramwazi. -Debo confesar -prosiguió el doctor-, que yo también he tenido ganas muchas veces. En dos ocasiones he hablado con hombres de la tribu bagego que vive en las laderas de los montes Wiramwazi, y en ambos casos me han asegurado que en algún lugar de las profundidades de esa gran estribación vive una tribu de hombres blancos. Estos hombres me dijeron que su tribu ha comerciado con esta gente desde tiempo inmemorial y me aseguraron que a menudo habían visto a miembros de la tribu perdida comerciando pacíficamente y durante las incursiones guerreras que los montañeros de vez en cuando efectuaban sobre los Bagego. »El resultado es que cuando Erich sugirió realizar una expedición a los Wiramwazi yo más bien le animé, ya que estaba bien preparado para emprender la aventura. Su conocimiento del bantú y su intensa, aunque breve, experiencia entre los nativos le supuso una ventaja, que pocos estudiosos provistos de educación tienen, para aprovechar semejante expedición; y su considerable experiencia como escalador le mantendría, me parecía a mí, en buena forma durante la aventura. »En conjunto me parecía que él era un hombre ideal para dirigir la expedición, y lo único que lamentaba era que yo no podría acompañarle, pues me era imposible en aquellos momentos. Le ayudé todo lo que pude en la organización de su safari y en el equipamiento y aprovisionamiento de éste. »No ha transcurrido suficiente tiempo para haber concluido ninguna investigación y regresado a la misión, pero hace poco me dijeron que algunos miembros de su safari habían regresado a sus aldeas. Cuando quise entrevistarles me esquivaron, pero me llegaron rumores que me convencieron de que no todo iba bien con mi hijo. Por tanto, decidí organizar una expedición, pero en todo mi distrito sólo pude encontrar a estos hombres que se atrevieran a acompañarme a los montes Wiramwazi, los cuales, según aseguran sus leyendas, están habitados por espíritus malignos; porque, como sabes, consideran que la tribu perdida de los Wiramwazi es una banda de fantasmas sedientos de sangre. Vi con claridad que los desertores del safari de Erich habían difundido el terror en toda la región. »Dadas las circunstancias, me vi obligado a buscar ayuda en otra parte y, naturalmente, en mi perplejidad, me he dirigido a Tarzán, Señor de la Jungla... Ahora ya sabes por qué estoy aquí. -Le ayudaré, doctor -dijo Tarzán cuando el otro hubo terminado de hablar. -¡Bien! -exclamó von Harben-; sabía que lo harías. Tienes aquí unos veinte hombres, calculo, y yo tengo unos catorce. Mis hombres pueden hacer de porteadores, mientras que los tuyos, que están reconocidos como los mejores luchadores de África, pueden servir de askaris.
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