Conferencias. Tomo 11/4. 1659
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VICENTE DE PAÚL OBRAS COMPLETAS TOMO XI VICENTE DE PAÚL OBRAS COMPLETAS SAN VICENTE DE PAÚL TOMO XI. CONFERENCIAS 4 2 Mayo 1959 - 19 Diciembre 1659 Trad. de A. Ortiz sobre la edición crítica de P. Coste. Ediciones Sígueme – Salamanca : 1974. [Adquiridos todos los derechos por Editorial CEME, en 1982]* ________ * Las cifras entre corchetes indican el número del documento en la edición francesa de Coste, el tomo y las páginas. Siendo la base de la traducción española la edición de André Dodin: Entretiens spirituels aux missionnaires, Paris , Du Seuil, 1960, el orden de la edición de Coste es alterado. (N. del E.) Sacerdotes de la Misión. Bajorrelieve en madera policromada (fi- nales del siglo XVII). En la iglesia de Nuestra Señora de Blugose. 127 [204, XII, 211- 227] * CONFERENCIA DEL 2 DE MAYO DE 1659 SOBRE LA MORTIFICACION (Reglas comunes, cap. 2, art. 8 y 9) El padre Vicente exhorta a la compañía a la práctica del re- nunciamiento. Invita especialmente a los misioneros a re- nunciar al afecto desordenado a los parientes. Diversos medios para trabajar en esta completa renuncia de sí mismo. Hemos llegado, hermanos míos, al octavo capítulo de las máximas evangélicas, que es el siguiente: Puesto que Jesucristo ha dicho: “El que quiera venir en pos de mí, re- nuncie a sí mismo y lleve su cruz cada día” 1, y san Pablo añadió con este mismo espíritu: “Si vivís según la carne, moriréis; pero si, por medio del es- píritu, mortificáis los movimientos de la carne, viviréis” 2, todos trabajarán cuanto puedan en esto, o sea, en la mortificación continua de su propia voluntad y de su propio juicio y de todos sus sentidos. Si el artículo noveno no dice lo mismo, al menos se le parece mu- cho; dice así: Igualmente todos renunciarán al afecto inmoderado a sus parientes, se- gún el consejo de Jesucristo, que excluye del número de sus discípulos a to- dos aquellos que no odian a su padre, a su madre, a sus hermanos y her- manas, y que promete el ciento por uno en este mundo y la vida eterna en el otro a quienes los hayan dejado por seguir el consejo del evangelio; ha- ciéndonos ver de esta forma el gran obstáculo que el ________ * Las cifras entre corchetes indican el número correspondiente a la confe- rencia en la edición francesa de Coste, el tomo y la página. Los números de las conferencias en español coinciden exactamente con los de la edición Dodin. N. del E. Conferencia 127. — Manuscrit des conférences. L. Abelly nos conserva una redacción bastante diferente de esta conferencia, de la que ha publicado la mayor parte: o.c., lib. lll, cap. 19, p. 286 s., 289 s.; cap. 8, sec. 2, p. 84 s. cap. 13, sec. 1, p. 202. 1 Mt 16,24. 2 Rom 8.13. 511 apego a la carne y a la sangre supone para la perfección cristiana. Sin em- bargo, no hay que dejarlos de amar, pero con un amor espiritual y según el espíritu de Jesucristo. Este es, hermanos míos, el tema de la conferencia de esta tarde, que habla por sí mismo. Esta regla es tan evidente e inteligible que me pare- ce que probaría vuestra paciencia hablando de una cosa tan clara y que sería oscurecer su sentido empeñarme en añadirle nuevas ideas. Se trata de un consejo que les da nuestro Señor a quienes desean se- guirle, a quienes se presentan a él para eso. “¿Queréis venir en pos de mí? Muy bien. ¿Queréis conformar vuestra vida a la mía? Perfectamen- te. Pero ¿sabéis que hay que comenzar por renunciar a vosotros mis- mos y seguir llevando vuestra cruz?” 3. Pues bien, esto no se les concede a todos, sino a unos pocos; de ahí que muchos millares de personas, que le seguían para escucharle, lo abandonaron y se retiraron, por no ha- ber sido encontrados dignos de ser sus discípulos, ya que no lo seguían dispuestos de la manera con que nuestro Señor decía que había que es- tarlo. No estaban en la disposición de vencerse a sí mismos. “Yo lo quie- ro, les decía, seguidme; pero hay que hacer dos cosas: la primera, re- nunciar a vosotros mismos, esto es, dejar al viejo Adán; y la segunda, lle- var vuestra cruz, y esto todos los días 4. Y sobre este fundamento, mi- rad a ver si sois capaces de seguirme y de permanecer en mi escuela”. Por tanto, hay que renunciar a sí mismo; se trata de una necesidad pa- ra el que quiera ser discípulo de este divino maestro. Hemos de ver de cuántas maneras renuncia uno a sí mismo; lo que voy a decir, lo sacaré en parte de la misma regla, que señala cuatro, y en parte de san Basilio, cuya lectura es muy interesante en este caso. Así pues, ¿qué es lo que quiere decir renunciar a sí mismo? La regla nos dice que es renunciar a su juicio, a su voluntad, a sus sentidos y a sus parientes. ¡Qué vida, padres, esa de renunciar a sí mismo por amor de Dios, acomodar su juicio al del prójimo, someterse por virtud a los su- periores, atenerse ________ 3 Mt 16,24. 4 Cfr. Lc 9,23. 512 todos al juicio que Dios tiene de las cosas! Esto es lo que hacía nuestro Señor. Por juicio se entiende la ciencia, la inteligencia, el entendimiento. Pues bien, el Hijo de Dios quería que se supiese que él no tenía juicio propio, que su juicio era el del Padre por medio de estas palabras: Mea doctrina non est mea, sed ejus qui misit me 5, mi conocimiento y mi enten- dimiento no son míos, sino de mi Padre; yo me fijo en el juicio que él ha- ce de las cosas y juzgo de la misma forma 6. ¡Hermanos míos! ¡Herma- nos míos! ¡qué ventaja para un cristiano someter sus luces y su razón por amor de Dios! ¡Qué maravilla! Esa fue la práctica de nuestro Señor: re- nunciar a su propio juicio. ¿Quién renuncia mejor a sí mismo que el que somete su juicio? Se plantea una cuestión, y cada uno expone su parecer. Pues bien, para renunciar a sí mismo en esta ocasión, no hay que negar- se a decir lo que uno piensa, sino que hay que someter sus razones, y el que tiene el juicio sumiso prefiere seguir el juicio de los demás antes que el suyo. Nuestro Señor, que era la misma sabiduría, no hace uso de su jui- cio, sino que se somete a su Padre. Y nosotros, para ser verdaderos mi- sioneros y discípulos suyos, hemos de someter el juicio a Dios, a nuestras reglas, a la santa obediencia y a todos los hombres, por medio de la con- descendencia; en eso está la virtud. Como os decía hace poco, san Vi- cente Ferrer opinaba que el medio para santificarse era acomodarse al juicio de otro, renunciando al nuestro. Así pues, ajustemos nuestro jui- cio, lo mismo que nuestro Señor, al juicio de Dios, tal como lo conoce- mos en las sagradas escrituras. No hagamos ningún uso del nuestro, a no ser en los asuntos en que ni nuestras reglas ni los superiores digan algu- na cosa. Entonces, in nomine Domini, podremos formar nuestro razo- namiento según el sentido más conforme con el espíritu del evangelio. Renunciar a su voluntad: Quae placita sunt el, facio semper 7; yo ha- go siempre la voluntad de Dios. Esto es lo que decía y hacía la misma sa- biduría, nuestro Señor, su Hijo. Si quisiera su divina bondad conceder- nos la gracia de hacer siempre ________ 5 Jn 7,16. 6 Jn 5,30. 7 Jn 8,29. 513 la voluntad de Dios, de las reglas y de la obediencia, entonces seríamos dignos de estar en su escuela; pero mientras que sigamos nuestra pro- pia voluntad, Señor mío, no estaremos en la debida disposición para se- guirte, ni tendremos ningún mérito para soportar nuestras fatigas, ni par- ticipación contigo, mientras que sucederá lo contrario si realmente re- nunciamos a nuestra propia voluntad por amor de Dios. La tercera cosa que hemos de mortificar son nuestros sentidos exte- riores e interiores; hemos de vigilarlos continuamente y procurar suje- tarlos a Dios. ¡Miserable de mí! ¿cómo me atrevo a hablar así, estando tan alejado de esta práctica y disipado continuamente en mi vista y mi oí- do, y tan sensual en mi gusto? Concédeme la gracia, Dios mío, de per- donarme el pasado y de mortificarme en el futuro. La curiosidad por ver es frecuente y peligrosa; y me siento tentado por esta pasión. La curio- sidad por oír, ¡cuánta fuerza tiene también en el espíritu! Si algunos se dejan llevar por estos deseos desarreglados de la vista y del oído, tienen que rezarle mucho a nuestro señor Jesucristo, para que les conceda la gracia de renunciar a ello. La curiosidad perdió a nuestro primer pa- dre, y él efectivamente se habría perdido si no se hubiera encontrado a sí mismo por la penitencia, como se dice en la Sabiduría 8, La curiosidad en el tacto puede tener también malas consecuencias. Pues bien, habrá que velar mucho sobre nosotros mismos, para no soltar nunca la brida a estas pasiones, ni dar contento a nuestro sentido. La regla dice también una cosa que parece dura, pero ante la que he- mos de bajar la cabeza; el Hijo de Dios ha dicho claramente que, para re- nunciar a nosotros mismos, hemos de odiar a nuestros padres 9; esto ha de entenderse, en el caso de que ellos nos quieran impedir seguir tras de él; pues cuando nos llevan a él, o nos dejan seguirle, no pretende que los odiemos, sino sólo cuando nos apartan de él; entonces, qui non odit pa- trem suum et matrem et uxorem et filios et fratres et sorores, adhuc au- tem et animan suam, non potest meus esse discípulus 10; el que no odia a su padre, a su madre, a su es- ________ 8 Sab 10,1.