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DIPUTACION PROVINCIAL DE OVIEDO

BOLETIN DEL INSTITUTO DE ESTUDIOS ASTURIANOS

(SUPLEMENTO DE CIENCIAS)

Año I OVIEDO Núm. II SUMARIO

Páginas

Problemas y posibilidades de la agricultura asturiana, por Gabino Figar Alvarez ...... 3

Estudio geológico de las sierras de la Coruxera, la Mostayal y Monsacro, por N. Llopis Lladó ...... 29

El servicio geológico de las “hulleras de la cuenca del norte y del paso de Calais (H. B. N. P. C.)”.—Francia, por J. A. M ar­ tínez A lvarez ...... 159

B ibliografía crítica ...... *r...... 171

Biblioteca geológica de A sturias ...... 180

Una especie forestal, que interesa introducir en los- montes de Asturias, por José Javier Nicolás Isasa ...... 193 DIPUTACION PROVINCIAL DE OVIEDO

BOLETIN DEL INSTITUTO DE ESTUDIOS ASTURIANOS

(SUPLEMENTO DE CIENCIAS)

Año I OVIEDO Núm; 11 Depósito Legal. O 43—1958

IMPRENTA "LA CRUZ".- SAN VICENTE. 8.—OVIEDO PROBLEMAS Y POSIBILIDADES DE LA AGRICULTURA ASTURIANA

POR

GABINO FIGAR ALVAREZ INGENIERO AGRONOMO

INTRODUCCION

Dentro del conjunto de la Economía Nacional de marcado signo agrícola, con cerca del 50 % de la población activa dedi­ cada a la agricultura, y las 2/3 partes de nuestra balanza de exportación cubiertas por productos del campo, presenta Astu­ rias, sometida a un intenso proceso de industrialización, una economía de claro signo industrial, que no impide que la rique­ za del campo siga teniendo una gran importancia absoluta y re­ lativa, como se deduce considerando que el valor de las tierras, edificios y ganados es del orden de CINCUENTA MIL MILLO­ NES DE PESETAS; que más o menos vinculados al campo viven 120.000 fam ilias que suponen cerca de 40 % de nuestra población total; y qu¡e el valor anual de sus producciones se es­ tima de 3.500 MILLONES DE PESETAS, cifra que se aproxima bastante a la de 4.000 millones en que se valora la producción de nuestras minas de carbón. Con lo anteriormente expuesto, queda bien patente la impor­ tancia político-económico y social de la riqueza agrícola y nos indica el acierto de vuestro profesor D. Teodoro López Cuesta, que incluyó ten el Seminario de Economía Política de Oviedo, conferencias sobre la Agricultura de Asturias. En este trabajo trataré yo de exponer los rasgos esenciales, los problemas estruc­ turales, y las posibilidades técnicas, que en una visión de con­ junto nos ofrece el campo astur.

^ RASGOS ESENCIALES

EL MEDIO

Por sus condiciones de medio, la agricultura de Asturias se caracteriza por los factores siguientes: topografía muy acci­ dentada, que produce un gran predominio de las tierras pen­ dientes sobre las llanas. Tierras pobres en cal, de fertilidad natural media. Clima templado y lluvioso, con una precipitación de 1.000 litros año, bien distribuida desdie el punto de vista agrícola. Como consecuencia de la acción conjunta de estos factores, las producciones del suelo se orientan de un modo natural, hacia las praderas, pastos y plantaciones arbóreas, representando la superficie labrada, menos del 10 % de la total, contra el 40 % de España: lo que da a nuestra agricultura un marcado carác- } ter espontáneo, casi de simple recogida de frutos naturales. Podemos por tanto afirmar, que Asturias con 1.000.000 de Has. es pais de bosques y praderas, en el que existen (redon­ deando cifras)

80.000 H as de labor 500.000 ” de pastos y prados. 200.000 ” de arbolado y 300.000 de terreno im productivo, del que una parte,

unas 150.000 Has. deberán ser repobladas, 50.000 no parecen tener aprovechamiento rentable, y unas 30.000 Has. se estiman — 5 —

de posible utilización para la agricultura (praderas principal­ m ente). La gran superficie de pastos y praderas, 500.000 Has. en rela­ ción con la de labor, (80.000 Has.) hace que nuestra agricultura tenga una marcadísima resultante ganadera. Las labores de cultivo se efectúan con gran esmero, siendo numerosas las que se ejecutan con el empleo de útiles ma­ nuales. La productividad de la mano de obra, resultante de dividir el valor de las producciones brutas, por el número de unidades de trabajo empleadas, es muy baja, lo que hace disminuir la nenta provincial por cabeza, El empleo de semillas seleccionadas y abonos minerales, que miden el grado de evolución y de progreso de una agricul- tura, es relativamente bajo, con índices que varían del 5 al 10% en sem illas y del 20 al 30 % en abonos, observándose no obstante una fuerte tendencia al aumento. La ganadería en lento proceso de mejora, está falta de cali­ dad y homogeneidad, siendo difícil su especialización por lo obligado de su empleo para las labores del campo, ocupando, sin embargo Asturias con sus 500 millones de litros de leche, el primer lugar de España. La tierra se explota en régimen de empresa familiar, exis­ tiendo en muy pequeña proporción el obrero agrícola asala­ riado. El número de explotaciones campesinas, ya hemos dicho que es de unas 120.000, cuya distribución sobre el territorio provincial, adopta una disposición mixta entre el Caserío ais­ lado o su agrupación ien Pueblos o Aldeas, j El 80 '/< de las explotaciones tienen una superficie de 3,00 Has., cantidad de terreno insuficiente para la vida de una fa­ m ilia. La tierra está m uy dividida, calculándose existen 1.500.000 parcelas. El estado de la propiedad viene sufriendo una favorable evolución, que va conduciendo a los colonos hacia la propiedad de la tierra quie cultivan. Se calcula que en régimen de arren­ damiento se explota un 25 % de la superficie total. Finalmente, para completar este cuadro esquemático de nuestra agricultura, diremos, qu¡e las explotaciones son autár- quicas de fuerte autoconsumo, y de ciclo herméticamente cerra­ do; en las que los alimentos, las semillas y los estiércoles para la fertilización de las tierras, se producen y en su mayor parte se consumen, dentro de la propia explotación, con arreglo a unas normas inalterables, no faltas de racionalidad, que se han ido transmitiendo de generación en generación. En resumen, nuestro actual sistema agrícola, en lento pro­ ceso de mejora, acentuado en estos últimos años, puedie con­ siderarse técnicamente sub-desarrollado, con buenas posibili­ dades potenciales, y con una base estructural imperfecta, como vamos a analizar a continuación.

ESTRUCTURACION DE LA AGRICULTURA

Desde el punto de vista estructural, nuestra agricultura pre­ senta graves deficiencias, muy difíciles, por no decir imposibles de corregir, al menos a corto plazo, y que habrán de gravitar durante muchos años, desfavorablemente, sobre la productivi­ dad de nuestro sistema agrario. Esto es tanto más de lamentar, cuanto que nuestra integra­ ción, habrá de exigirnos unos precios en consonancia con el resto de los países europeos con producciones similares a las nuestras y que cuentan con agriculturas mucho más perfeccio­ nadas.

DEFECTOS

Los defectos de estructuración más graves son: Por un lado la excesiva división de la tierra, que ocasiona la atomización y dispersión parcelaria. Y por tanto, el pequeño y muchas veces ínfimo tamaño de las Explotaciones Familiares.

DIVISION PARCELARIA

La gran división y dispersión parcelaria, hace que existan en Asturias más del millón y medio de parcelas, y que cada agricultor tenga repartida la escasa tierra que cultiva, como término medio, en 12 parcelas diferentes, separadas entre sí y también de la casa de labor. Creemos de interés analizar las causas que han conducido a esta situación, para poder determinar sobre una base realis­ ta, el alcance de las posibles soluciones o remedios. A primera vista, aparecen dos grupos de causas: unas de carácter permanente, debidas a la naturaleza del medio y por lo tanto inmodificables. Y otras imputables al juego de los factores humanos.

CAUSAS NATURALES

La gran cantidad de accidentes naturales, consecuencia de una topografía tan accidentada como la nuestra, y la gran diver­ sidad de cultivos y aprovechamientos espontáneos, han ido esta­ bleciendo una primera división de la tierra, que pudiéramos llamar geográfica, en gran número de trozos o polígonos natu­ rales, sobre los que han venido actuando, a través de los tiem­ pos, las acciones imputables al hombre.

^EVOLUCION DE LA PROPIEDAD i ■ Sobre esta primera delimitación geográfica se ha desarro­ llado todo un proceso histórico de la evolución de la propiedad, que partiendo del régimen de explotación pastoril, de tipo Celta comunal, pasando por el colectivismo agrario, iniciado en la Reconquista; por el posterior reparto de la tierra entre la noble.- za y la Iglesia; por el establecimiento de los Mayorazgos y otras vinculaciones y por las leyes desamortizadoras... llega hasta el afianzamiento de los colonos en el disfrute de las tierras, y culmina en nuestros días, con el lento y deseable proceso que va conduciendo al agricultor hacia la propiedad de la tierra que cultiva.

CAUSAS HUMANAS

Y, ya sobre la división geográfica, y la distribución de la propiedad, la permanencia en el campo de los excedentes de población, y el sistema hereditario igualatorio, (que hace que las fincas se dividen en tantas porciones como herederos) ha sometido a las tierras a un implacable proceso de parcelación, que si no ha sido más intenso, es debido a la existencia de los arrendamientos, que al transmitir íntegros las fincas y case­ rías las ha protegido de su mutilación. Por otra parte, el constante crecimiento de la población ru­ ral, la escasez de tierras y la falta de otras actividades ajenas a las agrícolas, donde pudiera ser empleada la mano de obra sobrante, fuá provocando un desordenado proceso colonizador, motivado por la imperiosa necesidad de subsistir, y que condujo a la roturación de montes y praderas, creando nuevas y desor­ denadas parcelaciones.

RESUMEN

Resumiendo. La acción conjunta de los factores señalados: accidentes y obstáculos naturales; presión demográfica; rotu­ raciones desordenadas; transmisiones hereditarias, igualatorias, operaciones de compra y venta; y la variada y compleja situa­ ción de la propiedad, con doble dominio del propietario y del colono, han conducido a una tan caótica distribución de la tierra, que constituye un verdadero rompecabezas de muy difícil re­ composición INCONVENIENTES

La división, dispersión y distanciamiento de las parcelas en­ tre sí y su alejamiento de la casa de labor, desorganizan la agricultura de tal modo, que impiden una racional explotación del suelo. Se ocasiona, por la falta de método y orden en los trabajos, una pérdida extraordinaria de tiempo, convirtiendo al agri­ cultor víctima permanente de los desplazamientos inútiles en un verdadero empresario del tiempo perdido, o en el mejor de los casos en un forzado excursionista profesional. Se imposibilita el empleo de maquinaria moderna; se pro­ duce con frecuencia el empotramiento de unas parcelas en otras, quedando muchas sin accesos directos, lo que trae con­ sigo tener que establecer forzadamente, en todas ellas, la misma alternativa de cultivo. Se ocasiona considerable pérdida de terreno a lo largo de las sebes o linderos, calculándose que en nuestra provincia quedan substraídas al cultivo unas 10.000 Has, con una produc­ ción bruta de más de 50 millones de pesetas. Se dificulta la realización de trabajos de mejoras colectivas: (caminos, defensa de márgenes, drenajes, regadíos, así como los tratamientos masivos contra las plagas del campo) por ser nu­ merosos los agricultores afectados, a los que es difícil poner de acuerdo. A estas desventajas, deben añadirse las que provienen del gran número de pleitos y cuestiones suscitadas alrededor de lindes, riegos y servidumbres, lo que trae como consecuencia, aparte del correspondiente quebranto económico, el que se vea perturbada la paz y la tranquilidad de espíritu en los pueblos.

SOLUCIONES

La solución de este problema presenta dos aspectos o fa­ cetas: — 10 —

Por un lado, deberá atajarse :el mal impidiendo la realización de nuevas divisiones, procediendo al mismo tiempo, a la reunión o agrupación de las fincas o parcelas de cada agricultor.

* UNIDADES MINIMAS

Para contener el mal, ha sido dictada la Ley de Unidades Mínimas de Cultivo, que trataba de impedir la división de fin­ cas cuya superficie en Asturias fuese inferior a 60 áreas. Y decimos que trataba, porque la Ley de Unidades Mínimas no ha tenido efectividad práctica en nuestra Provincia. No nos atrevemos a puntualizar las causas o razones de su incumplimiento, pero si diremos, que no todas son imputables al atraso, a la codicia o a la ignorancia del agricultor. Sería de desear se exigiese el cumplimiento de la citada Ley, para lo cual debería crearse un clima, un necesario estado de conciencia, mediante la oportuna propaganda, dirigida no sólo a los agricultores, sinó también a los diversos sectores profesio­ nales implicados ien estos problemas que crean las operaciones particionales. Nos resulta descorazonador ser testigos impotentes de la bárbara matilación de tierras y explotaciones, pues nos asalta la fundada duda, de quién irá más aprisa, si los Servicios del Es­ tado, que con la colaboración de nuestra Diputación, van a ini­ cia ren Asturias la labor concentradora, o si por el contrario ganarán la partida las causas ya señaladas en su sección destruc­ tora. No debemos permanecer indiferentes, ente la situación pa­ radójica, de que al mismo tiempo que el Estado realiza un enor­ me esfuerzo de ordenación agrícola, que supone un gasto de varios cientos de millones para la economía nacional, se per­ mita continúe un activismo proceso desintegrador de la pro­ piedad rural. Porque una cosa sería admitir la división de la herencia entre todos los herederos, destruyendo una unidad de expío- — l i ­ tación, lo que ya es cuestión grave, y otra, el que las particio­ nes se realicen, dividiendo además cada finca por sí, lo que aparte de grave resulta inadmisible, por ilegal e innecesario.

PROCEDIMIENTOS

Los procedimientos para llevar a cabo la agrupación de par­ celas, pueden ser directos, o concentración parcelaria propia­ mente dicha... o indirectos: cambios libres y ventas de parce­ las ; permutas y ventas obligatorias, etc. Para realizar la concentración en una zona o comarca, basta que la soliciten del Servicio correspondiente el 60$ de los agri­ cultores. Las tierras a concentrar quedan a disposición del Servicio, que paralelamente al agrupamiento, realiza diversas mejoras territoriales (tales como regadíos, defensas de márgenes, cie­ rres, etc.) garantizando siempre el acceso directo, a cada una de las parcelas resultantes.

VENTAJAS

Las ventajas, consecuencia de la concentración parcelaria, son tan evidentes, que no precisan de mayor aclaración, sobre todo, después de haber estudiado con anterioridad, los diversos inconvenientes. Diremos sin embargo, que en las explotaciones concentra­ das, se observa un aumento de las producciones, una disminu­ ción de los gastos, y concretamente una elevación de la pro­ ductividad de la mano de obra, con índices de mejora que pue­ den llegar hasta el 250 c/< con el empleo de tractores. Por otra parte, el contacto con los elementos de progreso, introduce en la vida de los pueblos un espíritu de superación, un cambio de mentalidad, que permite sacudir en corto plazo. la rutina secular, lo que grantiza a las unidades racionales de — 12 — explotación así creadas, contra futuras y siempre amenazado­ ras desmembraciones.

SITUACION NACIONAL

Ha sido tal el éxito, tan favorable la acogida dispensada pol­ los agricultores, a este formidable método de mejora, que actual­ mente existen en España un número tan elevado de peticiones, que el Servicio de Concentración está prácticamente rebasado. Se calcula que en nuestra nación es preciso concentrar 8 mi­ llones de Has. Se llevan concentrados o están en proceso de concentración unas 400.000, y las nuevas peticiones se acercan al millón de Has. En el programa nacional de inversiones figura para el año 1960, 80 m illones de pesetas p ara concentrar 60.000 Has. Como se ve, las necesidades son tan superiores a los medios, que será preciso arbitrar más recursos y buscar nuevos métodos de actuación.

SITUACION EN ASTURIAS

Por lo que respecta a nuestra Provincia, la situación actual y las perspectivas son poco alentadoras, pues a causa de diversas dificultades, no existe todavía en los medios relacionados con el campo, el ambiente necesario. Creada recientemente la Delegación Astur-Leonesa del Ser­ vicio de Concentración Parcelaria, hay en la provincia vecina, solicitudes que afectan a unas 40.000 Has. y en Asturias tan sólo se han tramitado tres o cuatro peticiones de concentración, que representan 400 Has., es decir 100 veces menos.

DIFICULTADES EN ASTURIAS

¿A qué se debe esta desproporción en el número de peticio­ nes? Empecemos por decir que en Asturias el problema no es tan sencillo como en Castilla, por ejemplo, donde la agricultura — 13 — está organizada por pueblos, y las fincas con características muy homogéneas y con limitado número de cultivos, no ofrecen mayor dificultad para su agrupación. En cambio en nuestra provincia el problema se presenta bastante más complejo. La clasificación de las fincas, fundamental en esta clase de operaciones, ofrece una gran diversidad, una enorme gama de variables y matices. Las condiciones físicas del medio, topografía, exposición, fertilidad, etc. hacen que la calidad intrínseca de las tierras y co­ mo consecuencia su calificación, vaya cambiando a cada palmo de terreno. Fácil es comprender el importante esfuerzo que se requie- — 14 —

re para vencer esa fuerte resistencia de tipo sicológico, robus­ tecido, no debemos ocultarlo, por graves, reales y muchas veces j insuperables obstáculos de orden físico, jurídico y operativo; dificultades que no se escapan al claro juicio de nuestros cam­ pesinos, tan cargados de suspicacias y recelos, pero llenos tam­ bién de hondas y agudas reflexiones. Esto explica, como ya habíamos adelantado, que el ambiente A i r en Asturias sea tan poco propicio y que, en contraste con la lluvia de peticiones registradas en otras regiones de España, haya entre nuestros agricultores, en muchas ocasiones, no sólo acusada indiferencia, sinó también franca oposición. Para no despeñarnos por el tobogán del pesimismo, apresu­ rémonos a advertir que hasta la fecha no se ha realizado nin­ gún estudio serio del problema, ni se ha efectuado la debida propaganda. Tenemos la seguridad de que, pese a. las serias dificultades y limitaciones expuestas, atacando el problema en forma, directa, habrán de lograrse eficaces resultados. Así por ejemplo, en el concejo de Tineo, se ha conseguido la tramitación de varias peticiones, habiendo publicado ya el Boletín Oficial, los correspondientes Decretos para la concen­ tración en varios pueblos. De la realización de las operaciones ya en marcha, habrán de obtenerse consecuencias del más alto valor práctico, parí la determinación de posibilidades, ritmo de trabajo y costos por Ha. y demás coeficientes técnicos, de aplicación en nues­ tra provincia. Servirán también dichas concentraciones, una vez termina­ das, de magnífico y eficaz elemento de propaganda, como ejem­ plo a imitar por otras zonas de Asturias. Estamos seguros de que a la vista de las indudables venta­ jas que podrán ser apreciadas directa y personalmente por los agricultores, en las visitas y excursiones que a los pueblos con- — 15 — centrados realicen, serán muy numerosas las peticiones que habrán de tramitarse.

SUPERFICIES CONCENTRABLES

<’En nuestra provincia, las grandes concentraciones por tér­ minos municipales completos, como se ejecutan en otras regio­ nes de España, no parecen realizables. > Las condiciones particulares de nuestro medio natural cial, tan repetidamente señaladas, nos obligan a actuar con dades operativas más reducidas, homogéneas y manejables. En una primera etapa, debería comenzarse por la concen­ tración de las tierras de cultivo, que se encuentran agrupadas en vegas o erías, por la mayor facilidad que presentan técni­ ca y sicológicamente para la realización de los trabajos; y también por el mayor interés práctico y económico, consecuen­ cia de su mayor intensidad productiva. Un cálculo efectuado, más como hipótesis de trabajo, que con rigor estadístico, nos llevaría a estimar relativamente fácil y posible, al menos técnicamente, la concentración de unas 140.000 Has., es decir el 40% aproximadamente de la superficie agrícola de la provincia.

PLAZOS Y COSTE

¿Qué tiempo y qué coste requeriría la concentración de esas 140.000 Has.? Los trabajos en el Servicio de Concentración se encuentran organizados en Brigadas, calculándose para Asturias un coefi­ ciente de trabajo por Brigada de 1.000 Has. año y un coste de 1.500 ptas. la Ha. Resulta por lo tanto que una hipotética Brigada (en Asturias no tenemos ninguna), tardaría 140 años en realizar la concen­ tración de las 140.000 Has. consideradas como teóricamente po­ sibles. — 16 —

Esto en el supuesto —lo que es mucho suponer— de que la. pulverización de la propiedad, cuya acción no es hipotética, si­ no desgraciadamente real, permanente y continuada, no acabe antes por atomizar la tierra, ya en la actualidad como hemos señalado excesivamente parcelada. Vemos por lo tanto, que para este problema, aparecen muy remotas las posibilidades de una solución práctica, a través de los métodos que se vienen siguiendo, de alcance muy limitado. Se hace preciso buscar nuevos procedimientos: estimular mediante propaganda educativa la indivisión ; fomentar los cam­ bios voluntarios de parcelas; eximir del pago de Derechos Rea- les y de inscripción registral determinadas operaciones; apo­ yar operaciones particulares de concentración como las logra­ das por los vecinos de Villaporó (Tineo) que por sus propios medios derribaron cercas y juntaron fincas, lo que tiene gran valor, como síntoma precursor del empleo de más ágiles mé­ todos. Y en un plano más elevado, estudiar las posibilidades que Sociedades Privadas, bajo control y con subvenciones de orga­ nismos oficiales, contraten directamente con los agricultores, la concentración de sus tierras. La gran demanda existente, el alto nivel de rentabilidad de las operaciones, la madurez que los agricultores de zonas pro­ gresistas de España van alcanzando, permitirán de este modo, dar a los presupuestos oficiales, forzosamente limitados, un ma­ yor campo de acción. Creemos que el tema merece un estudio a fondo, y que el Servicio de Concentración Parcelaria, que tan meritoria labor está llevando a cabo, podría realizar un nuevo y total replantea­ miento de la cuestión. Será a nuestro juicio necesario, en el futuro, coordinar la concentración con el establecimiento y conservación de verda­ deras Unidades Familiares Rentables. — 17 —

MINIFUNDIO

/E s corriente creer que la concentración parcelaria resuelve el problema del minifundio y esto no es así.^y ^La concentración parcelaria agrupa parcelas dispersas, me­ jora notablemente los rendimientos de las explotaciones, pe­ ro no aumenta sensiblemente el tamaño de las mismas^ De tal suerte, que si un agricultor tenía insuficiencia de tie­ rra antes de la concentración, continuará siendo igualmente minifundista después. Organizada la agricultura en régimen familiar, las causas analizadas anteriormente, gravitación del exceso de población y el nefasto (desde el punto de vista técnico), repitámoslo una vez más, sistema hereditario, ha ido reduciendo el tamaño de uestras explotaciones a unos límites tan bajos, que el 80% alo tiene una superficie media de 3,00 Has. cantidad insufi- _iente para su debida rentabilidad. Este problema de la baja rentabilidad de las pequeñas ex­ plotaciones, es tema muy de actualidad en todos los países de Europa donde la rápida evolución técnica, las crecientes necesi­ dades de los sectores agrícolas y la industrialización, ponen en peligro la existencia de las empresas agrícolas familiares.

LA EXPLOTACION FAMILIAR

^ La organización de la agricultura en empresas familiares, contando con tierra suficiente, constituye un medio ideal de explotación de la tierra, que ofrece muchas más ventajas que inconvenientes. La empresa agrícola así concebida, forma una de las bases más sólidas de la estabilidad política y social de la nación. La familia propietaria campesina, goza de un sólido y seguro bienestar, y en ella se conservan y transmiten las virtudes tra­ dicionales de la raza. En la explotación familiar, queda eliminado el perturbador factor social de lucha entre el obrero y patrono, fundiendo en uno solo estos dos elementos, el capital y el trabajo, de la pro­ ducción. El equipo laboral integrado por la propia familia, emplea con generosidad su esfuerzo, estableciéndose una directa y estimu­ lante proporcionalidad, entre trabajo y beneficio. Por el mismo motivo, el tipo de explotación familiar tiene un sorprendente poder de adaptación que la hace resistir, sin mayor quebranto, las crisis más diversas; cualidad que por otra parte explica soporten sin protestas, injustas o desfavorables si­ tuaciones. Disponiendo de tierra y capital suficiente les están permi­ tidos la adquisición de maquinaria y el empleo de modernos mé­ todos de cultivo, incorporándose fácilmente a la marcha del progreso. Y por último, garantizada de este modo su adecuada rentabi­ lidad, hacen posible la formación por el ahorro, de un cierto capital, que permite la transmisión integra de la explotación familiar, mediante el establecimiento de las correspondientes compensaciones. — 20 —

Ahora bien, todas estas ventajas, según disminuye el tama­ ño de las explotaciones familiares, van perdiendo su importan­ cia relativa, ante la suma de inconvenientes que van surgiendo. Y así vemos que en las pequeñas explotaciones los gastos fijos son muy elevados ; el equipo familiar de trabajo es rígido, y al no poder ser empleado, por falta de tierra, todo su potencial, ocasiona ese paro oculto, que constituye enfermedad congèni­ ta de la pequeña explotación. El valor de las tierras es elevado. El modesto agricultor, para completar su explotación, tiene sed de tierra, la que paga a precios muy altos, en contraste pa­ radójico con el incompleto aprovechamiento de sus altas poten­ cialidades productivas. Las edificaciones, las instalaciones y la maquinaria resultan muy onerosas, por su fuerte gravitación sobre la unidad de tie­ rra productiva y sobre la riqueza creada, recargando como con­ secuencia los costes de producción. La necesidad de emplear los animales como elemento de trac­ ción, produce un estrangulamiento en el engranaje productivo de la empresa, por falta de calidad y eficacia del ganado con­ siderando como máquina transformadora. Además, la pequeña explotación emplea pocas materias pri­ mas, existiendo una fuerte desproporción entre el capital terri­ torial y el capital de empresa. Desde el punto de vista de la Economía Nacional, nuestras pequeñas explotaciones, de raíz eminentemente autárquicas, aportan pocos productos a los circuitos comerciales. Cerca del 60 % de su producción es consumida en la propia finca, lo que les da el carácter de empresas casi de subsistencia por su fuerte autoconsumo. Por otra parte, el pequeño agricultor cuenta con pocas fa­ cilidades de crédito, al que es poco aficionado, entre otras co­ sas, por el temor de no poder devolverlo; y está, por su aisla- — 21 —

miento y por su individualismo, en malas condiciones para com­ prar y vender con acierto. Empapado de una profunda mentalidad minifundista, de un auténtico complejo de inferioridad, tiene poco espíritu para lu­ char en defensa de sus intereses y para tratar de elevarse de condición. ^ Tan esto es así, que uno de los aspectos que más nos sor­ prende en nuestra actuación profesional, es la ausencia casi total de ilusiones, el escepticismo, la indiferencia, y la resigna­ ción del modesto agricultor, que como no sea a base de una pro- yj paganda casi suplicante, realizada a domicilio, no solicita, ni pide nada de nada... Ni semillas selectas a precios reducidos, ni sementales, ni ejemplares de la más alta calidad... Ni anti­ cipos, ni créditos, ni cursillos, ni enseñanzas..^ Todo este estado de cosas, todos los inconvenientes técni­ cos, económicos y sociales reseñados, explican claramente que las explotaciones familiares, por debajo de ciertos límites, no sean rentables, ocasionando un permanente déficit contable, un verdadero déficit oculto, que el campesino, poco acostumbrado a echar cuentas, no percibe, pues se conforma con unos modestos ingresos, que confusamente engloban la renta de los capitales y la retribución que a él y a su familia le corresponde por su esfuerzo personal. Esta penosa situación de las pequeñas empresas, se confirma con el Estudio Económico de una Explotación Media de 3 Has., situada en zona netamente rural. El esquema final es bien sencillo: La producción bruta total es del orden de las 40.000 pesetas. Los gastos de los capitales, cultivo y amortizaciones ascien­ den a 20.000 pesetas. La diferencia entre 40.000 pesetas de la Producción Bruta y las 20.000 pesetas de los gastos, es la que corresponde a la remuneración anual de las dos uniades de trabajo que fija la explotación: el padre y el hijo llamado a suceder. — -2 2 —

Vemos que como retribución, corresponde por unidad labo­ ral la cifra de 10.000 pesetas, cantidad muy baja, como baja es también su productividad, ya que la riqueza bruta creada por obrero agrícola al año es tres veces inferior a la que crea el obrero minero en nuestra provincia. Necesario es añadir, sin embargo, que la comunidad familiar cuenta algunas veces con ingresos o jornales de actividades complementarias: repoblaciones, obras públicas, pequeñas in­ dustrias rurales, etc. que aunque pueden aliviar y de hecho así ocurre, la crudeza del panorama apuntado, no mejora sus­ tancialmente la difícil situación, que condena a un importante sector de nuestra población campesina a un nivel de vida real­ mente bajo.

SOLUCIONES

Analizadas las graves deficiencias a que conduce el mini­ fundio, verdadero cáncer que corroe y destruye la célula orgá­ nica de nuestra agricultura, que es la empresa familiar, pase­ mos a exponer las soluciones más o menos teóricas, que inspi- J radas bajo el lema de “MENOS AGRICULTORES Y MEJOR 1 AGRICULTURA” puedan ofrecerse desde el punto de vista del planificador, para conseguir, con el aumento del tamaño de las Explotaciones una mejora de la baja productividad de nuestra mano de obra campesina.

NUEVOS PUESTOS DE TRABAJO

Dichos procedimientos podrían consistir: En una disminución de la Población Agrícola con creación de Nuevos Puestos de Trabajo por un lado, y en el Agrupa- miento o Concentración de Explotaciones, con modificación del Sistema hereditario por otro. ¿Como el exceso de población agrícola es una de las causas — 23 — determinantes, parece lógico buscar nuevos puestos de trabajo para dar salida y ocupación tanto al excedente actualmente existente, como al que se produzca por crecimiento demográ­ fico de la población ^ La descentralización de la industria diseminándola en el me­ dio rural, no parece solución aceptable, puesto que la tenden­ cia actual es la contraria, y se caería para la industria en el mis­ mo mal que trata de evitarse en la agricultura. El establecimiento de nuevas industrias en el campo, solución ideal, requiere la existencia de materias primas. ^La industria de artesanía, hoy por hoy, no pasan de ser un lugar común. ^ Y las industrias de transformación agrícola no resolverían tampoco el problema, pues requieren un número muy reducido de obreros.

AUMENTO DEL TAMAÑO DE LAS EXPLOTACIONES

Para conseguir el aumento de las explotaciones se ofreceD tres vias de ataques convergentes: Evitación del proceso de destrucción. Agregación o incorporación de nuevos terrenos. Y Concentración o Agrupación de Explotaciones propiamen­ te dicha.

EVITACIONES DE LA DIVISION

El problema de la división de Unidades de Explotación, está íntimamente relacionado con la modificación del sistema he­ reditario. Es este, problema muy complejo y siempre de permanente actualidad, hasta el extremo de que casi se ha convertido en otro lugar común de Congresos, conferencias y asambleas relaciona­ das con las cuestiones agro-sociales. — 24 —

En efecto, es muy frecuente ver escrito como conclusión de los mismos, que debe favorecerse la formación, conservación y transmisión íntegra por herencia del patrimonio familiar, de­ clarándolo inembargable e indivisible... con lo que parece apun­ tarse a un resurgimiento del Mayorazgo. Este tema es, a nuestro juicio, de gran interés y debería ser estudiado a fondo por un equipo de juristas, sociólogos, técnicos y economistas.

AGREGACION DE NUEVOS TERRENOS

La agregación de nuevos terrenos puede conseguirse median­ te la adquisición por el Estado de las fincas que vayan que­ dando libres, para su posterior venta o cesión a explotaciones insuficientes, y también por la distribución o puesta en rendi­ miento, de los terrenos de Monte de los Ayuntamientos o del propio Estado, más que para establecer nuevos colonos, para mejorar los exiguos ingresos de los ya existentes.

CONCENTRACION DE EXPLOTACIONES

La CONCENTRACION DE EXPLOTACIONES puede tener ^ el siguiente planteamiento teórico: Partiendo de la superficie agrícola de la Provincia. Fijando la superficie de la Unidad Mínima Rentable, para DOS UNIDADES DE TRABAJO, resultaría por simple división distribuida la tierra en un determinado número de Explotacio­ nes. Por ejemplo, si en Asturias existen 120.000 explotaciones de 3 Has. y la superficie mínima rentable fuese de 5 Has. resultará un coeficiente de reducción de 3/5. Es decir que las 120.000 explotaciones, q uedarían reducidas a 72.000 desapareciendo las 48.000 restantes. — 25 —

& RESUM EN

Fácilmente se comprende el esfuerzo de imaginación que es ne­ cesario hacer para lleg ar a esta m asiva reducción de 48.000 explo­ taciones, en la que culminaría todo un proceso ordenador estruc­ tural de nuestra agricultura; proceso que habría de exigir pre­ viamente, la solución del problema de acceso a la propiedad, que afectaría a 80.000 Has. con un valor de 6.000 m illones de peseetas... la concentración parcelaria, que le llevaría a una Brigada 140 años de trabajo; no sin antes haber conseguido, que no es poco conseguir, que por unos y otros se hubiese pues­ to punto final al actual y activo proceso desintegrador de la propiedad.

TESIS

Para no perder contacto con la realidad, después de esta fa­ tigosa excursión planificadora, realizada en el reino de la fanta­ sía, tomemos tierra para decir, y esto puede constituir la tesis de éste trabajo, que hoy por hoy y ya en el campo de las actuaciones prácticas y concretas, la única solución posible para aliviar los problemas que plantea el exiguo tamaño de las explotaciones, consiste en su perfeccionamiento técnico, buscan­ do en la intensificación y mejora de los cultivos, una compen­ sación a la falta de terreno.

POSIBILIDADES

Ya en este camino y en contraste con las sombiías perspec­ tivas estructurales, somos en cambio rotundamente optimistas, por lo que se refiere a las buenas e inmediatas posibilidades que la aplicación de los modernos adelantos que la técnica ofre­ ce, para conseguir un notable incremento de la renta provincial agraria. Nuestra directa experiencia profesional así nos lo confirma, — 26 — y nos permite insistir en la necesidad de que sin más dilaciones se intensifiquen en la debida escala, las correspondientes actua­ ciones. En efecto, si hemos visto en los Concursos de producción de patatas, cifras de 40, 50 y hasta 60.000 kg. por Ha. cuatro veces superior a las medias...... Si hemos controlado muchísimas producciones de maíz de 6.000. 7.000 y hasta 8.000 kg. por Ha. dos y tres veces supe­ riores a las normales... lo que ha hecho que este discutido cul­ tivo, acusado siempre de falta de rentabilidad, haya pasado a ser francamente rentable...... Si hemos controlado praderas naturales, bien abonadas con aumentos de producción del 100%, y en operaciones de sie­ ga se vienen empleando pequeñas máquinas que realizan por jornada la labor de 10 obreros... Si con alfalfa y praderas artificiales hemos alcanzado ci­ fras fabulosas, según opinión de los propios agricultores, cuatro y cinco veces a las de las naturales . . . . Si hemos registrado en vacas sometidas a los mismos cui­ dados e idéntico régimen alimenticio, diferencias o aumentos del más del 50'/?, que suponen 1.500 litros por cabeza...... Si en modestos gallineros rurales, bien atendidos se des­ echan gallinas con puesta de 200 huevos, por considerarlas fal­ tas de calidad productiva, cuando las puestas medias en Astu­ rias son de 80 huevos año...... Si nuestras pomaradas bien establecidas y cuidadas pue­ den triplicar la producción... y empleando buenas variedades duplicar y hasta triplicar el precio. ...Si estamos viendo que en las plantaciones arbóreas de eu- caliptus, realizadas como si se tratara de un esmerado cultivo de huerta, llegan a conseguirse crecimientos de 30 m/3 año. Si en terrenos de monte, poco antes improductivos, se han alcanzado de 8 a 10.000 unidades forrajeras por Ha., confirm ando — 27 — que para la moderna agricultura se va estrechando cada vez más el concepto de terreno improductivo... Si en una palabra, y esto es lo que realmente importa, así como RESULTANTE ECONOMICA, del complejo proceso de una Explotación y como consecuencia de la mejora conjunta, simultánea y paralela de todos los factores que la inte­ gran, hemos visto duplicarse producciones y beneficios, sin au­ mento de tierra, con las mismas unidades de trabajo y con un discreto aumento de capital circulante... Si este hecho que queremos destacar como conclusión de la mayor importancia, de la máxima trascendencia social y del mayor interés práctico, se ha producido dentro de los medios que un labrador de mediana cultura e iniciativa, puede reali­ zar por sí, de modo inmediato... Si además y ascendiendo en el orden organizativo, hemos pasado de la parcela o cultivo aislado, a la explotación, y hemos conseguido que en numerosas Parroquias Tureladas, los índi­ ces de progreso hayan llegado al 80%, apreciándose una eviden­ te y palpable mejora en el nivel conjunto de la producción y en el bienestar colectivo...... Si todo esto es así... y nosotros lo respaldamos con nuestra plena responsabilidad profesional...... ¿No resulta acongojante ver toda una inmensa, fabulosa riqueza de varios miles de millones de pesetas, perderse por fal­ ta de movilización de nuestros recursos naturales y del potencial humano existente? ¿Nos damos cuenta de lo que supondría, para nuestra Provin­ cia, si paralelamente al vigoroso resurgir industrial, pusiéramos rápidamente en rentabilidad toda la riqueza potencial de nues­ tro campo? — 28 —

INVERSIONES

Sería necesario para ello realizar las debidas inversiones in­ sospechadamente rentables, para estimular la investigación y l¡a enseñanza agraria y para fomentar el espíritu Cooperativista y de Asociación. De esta manera, haremos bueno ya que no el lema de “ME­ NOS AGRICULTORES Y MEJOR AGRICULTURA”, que hoy por hoy no pasa en nuestra provincia de ser una utopía, otro más modesto y más a nuestro alcance inmediato y que podría consistir en: MEJOR AGRICULTURA CON LOS MISMOS, PERO ME­ JORES AGRICULTORES. ESTUDIO GEOLOGICO DE LAS SIERRAS DE LA CORUXERA, LA MOSTAYAL Y MONSACRO

POR

N. LLOPIS LLADO

INTRODUCCION

El desarrollo que en los últimos veinte años ha tomado la in­ dustria minera en Asturias, hace que sea urgente la elabora­ ción de trabajos geológicos modernos que puedan servir de base a la Minería, puesto que si se repasa la bibliografía geológica existente sobre esta región, una de las más interesantes de la península, enseguida se echa de ver los trabajos fundamentales, sobre los que se sustentan los conocimientos que constituyen la base de nuestra cultura geológica sobre Asturias, son a todas luces anticuados, puesto que fueron elaborados en una época en que la Geología estaba lejos de vislumbrar los horizontes ac­ tuales. Por esto diversos organismos, dándose cuenta de esta necesidad han creado comisiones para iniciar esta labor, como la Comisión de Estudios Geológicos de Asturias, surgida en el Ins- titulo Geológico y Minero de España o han encargado a diversos geólogos, trabajos detallados, como los iniciados por el Patro­ — 30 — nato “Juan de la Cierva” del Consejo Superior de Investiga­ ciones Científicas en la cuenca carbonífera (115). La Excma. Di­ putación Provincial de Asturias, celosa del desarrollo de la cultura y de la economía asturianas me ha encargado la direc­ ción de la formación de una serie de “Monografías sobre Geolo­ gía de Asturias”, trabajo que en realidad fué comenzado en 1949, bajo la iniciativa: y protección del Excmo. Sr. D. Paulino Vigón y que continúa en la actualidad, como exponente del acierto de los actuales dirigentes de nuestra Diputación Provincial. No obstante, por una serie de lamentables circunstancias, la labor iniciada con todo entusiasmo en 1949, no comienza a dar frutos hasta hoy, con la publicación de la presente memoria. Once años, han pasado pues, desde que se iniciaron los trabajos de campo hasta el momento en que damos a la imprenta el original; once años, durante los cuales se ha progresado en el conocimiento de la Geología asturiana. Esta larga espera, hace que el mapa que acompaña a esta memoria, impreso en 1950, nace ya viejo, falto de actualidad y necesitado de una concien­ zuda revisión. El texto, en cambio, (no hay mal que por bien no venga), se ha beneficiado con la dilación, puesto que durante estos años, mis conocimientos sobre la geología de Asturias han ido en aumento y en este aspecto puedo ofrecer hoy, una obra m ucho m ás acabada que en 1950. P o r o tra p a rte en este lapso de tiempo han aparecido otros trabajos sobre Asturias (G. 1) (G. 2) (M. 4) que conciernen a regiones limítrofes, y es­ pecialmente uno de ALMELA y RIOS (A. 5) acompañado de un mapa geológico a la escala 1:50.000 que comprende la ma­ yor parte de la región estudiada en esta memoria. Ello resta novedades a mi trabajo, pero le sirve en cambio, para ampliar las observaciones de aquellos autores, puesto que tanto nuestra cartografía geológica, como nuestras observaciones de campo han sido hechas con un detalle mucho mayor, por exigirlo así la escala (1:25.000) con lo que hemos trabajado. Todo esto hace que mapa y memoria no se hayan elaborado - 31 - bajo un mismo plan puesto que están separados por ocho años de estudios y publicaciones; advertencia necesaria puesto que forzosamente el lector ha de notar diferencias notables entre ambos. Pláceme pues, ante todo, dar las gracias de una manera es­ pecial al Exmo. Sr. D. Paulino Vigón, verdadero iniciador de esta obra; a la Exma. Diputación Provincial que la anima y continúa, así como a todos los buenos amigos y compañeros del Grupo de Montañeros Vetusta de Oviedo, que por primera vez me guiaron por estas maravillosas montañas, puesto que sin su ayuda franca y desinteresada, no hubiera podido realizarse.

I. SITUACION DE LA REGION ESTUDIADA Y PROBLEMAS PLANTEADOS

Al SW. de Oviedo y delimitadas en su líneas generales por las vaguadas del Trubia, del Nalón y de La Foz, se levantan un conjunto de ásperas serranías, de complicada geografía, avan­ zadillas septentrionales de la mole del Aramo (1.782 m. en el pico Gamoniteiro), que pueden designarse colectivamente con el nombre de sierras de La Coruxera, la Mostayal y Monsacro, por constituir los núcleos orográficos más destacados, especial­ mente los dos últimos. Las serranías comprendidas entre el Nalón y el Trubia apa­ recen muy bien diferenciadas orograficamente según dos esca­ lones: 1. Zona septentrional cuyas altitudes máximas rebasan ape­ nas los 750 m. (Sierra de Guanga; Plantón, 747.; Peña Rey, 765 m .; Novalinos, 751 m .; Coruxera, 551 m.; Panxeranda, 558 m.), y 2. Zona meridional, cuyos macizos sobrepasan los 1.000 m. (M onsacro, 1.048., La- M ostayal, 1.304 m.). La alternancia de zonas calizas y pizarreñas de plasticidad morfológica diferente, da a esta región un relieve extremada­ — 32 —

mente variado y a veces de difícil recorrido. Lo propio ocurre en el interior de los macizos calizos a consecuencia del des­ arrollo que presentan las formas cársticas, de manera que al in­ terés geológico que ofrece la región se aúnan el atractivo que presentan el relieve y el paisaje. Estas serranías están modeladas sobre un conjunto de haces de pliegues orientados netamente W 30 N en la región septen­ trional, tomando dirección N-S. en la mitad meridional; nos halla­ mos pues en pleno “arco astúrico” (A. 3) (A. 4) (C. 10) (D. 7) (C. 2) (C. 1-2) y precisamente allí donde se inicia la gran curvatura, que da a los Hercinides astures un sello tal de originalidad que los hace inconfundibles con ninguna otra región hercinica hispa­ na y aún europea. Este “arco astur” que por sus características ha llamado la atención a todos los tectonicistas que han abordado problemas de tectónica hispánica (A. 4) (C. 10) (G. 7) (H. 1) (C. 2-3-4)(C .1-2) o regional, nos ofrece multitud de incógnitas, a consecuencia del desconocimiento que tenemos de su estructura de detalle; mucho se ha escrito sobre este gran accidente de primer orden de la tectónica peninsular, pero nunca se ha iniciado un estudio de detalle del mismo, que permita conocer su estructura in­ terna, el estudio tectónico de sus elementos estructurales y el desarrollo estratigráfico de los materiales que lo integran, úni­ ca manera de poder llegar a conclusiones generales sobre el mismo. El desarrollo del “arco astúrico” es enorme, puesto que inte­ resa a casi todo el centro y occidente de Asturias, comprendien­ do la cuenca minera ; es necesario por tanto deslindar el pro­ blema general en una serie de problemas parciales, cuyas con­ clusiones nos lleven sucesivamente al conocimiento de la es­ tructura de conjunto. De aquí, pues, que este primer ensayo téctónico representan la primera aportación al conocimiento detallado de este “arco astúrico”. Los motivos de haber elegido esta región, como punto de — 33 -

-Situación de la zona estudiada, en el ánibiio a»tunai»o — 34 — partida para este estudio, son varios: 1. La presencia de caliza de montaña con potencias moderadas, que permite un des­ arrollo armónico del plegamiento y facilita el análisis tectónico; 2. La diversidad de terrenos interesados en el plegamiento con estilos tectónicos internos específicos, permite darse cuenta de la variabilidad estructural en cada caso particular; 3. Su posición en la proximidad del reborde occidental de la cuenca carbonífera, permite entresacar observaciones de interés para esta y 4. La proximidad a la capital permite un análisis relati­ vamente cómodo y meticuloso. Las mayores dificultades que en el orden tectónico nos han planteado este estudio han dimanado del desconocimiento estra- tigráfico que se tenía: sobre esta región lo que nos ha obligado a construir las primeras escalas estratigráficas detalladas, espe­ cialmente por lo que al devónico se refiere, puesto que ni en los estudios de Adaro (A. 2) (A. 3) ni en los trabajos de sus antece­ sores (B. 1) (B. 4) (S. 2) (S. 5-6) (M. 3) ni de sus sucesores (G. 1) (G. 2) (G. 7) (M. 4) se encuentran referencias precisas sobre el devónico de esta región. En la mencionada memoria de Almela y Ríos (A. 5) no se hace tampoco incapié en el devónico y se representa en el mapa con un solo color. Los problemas que nos hemos pues, planteado en este estudio son los siguientes: 1. Estudio detallado de la estratigrafía del devónico y de sus relaciones con los afloramientos de los alrededores de Ovie­ do procurando deducir el tipo de cuenca de sedimentación devónica. 2. Estudio de la tectónica, de los accidentes hercinianos y al­ pinos, es decir de la estructura interna de esta porción de “ar­ co astúrico”. 3. Reconocimiento y valoración de las riquezas de la gea de la región estudiada. Para esta investigación ha sido necesario levantar el mapa geológico a la escala 1: 25.000, a que antes se ha hecho a lu sió n ; — 35 —

dicho trabajo se efectuó en 1949 y 1950; la elaboración de los perfiles y los trabajos complementarios que conciernen al texto se ha hecho en numerosas excursiones posteriores durante los años 1951-52-53 y 59.

I. ESTRA TIG RA FIA

A) La base del paleozoico.

Los materiales más antiguos que aparecen en esta zona son las capas de cuarcitas, areniscas y conglomerados de grano me­ dio de tonos generalmente muy claros, blancos o amarillentos, que colectivamente se conocen con el nombre de cuarcitas ar- moricanas. Estas complejas hiladas pertenecen al Arenig y cons­ tituyen el basamento sobre el que se apoyan los terrenos del paleozoico superior, en todo el centro y oriente de Asturias. El conocimiento petrográfico y paleogeográfico de estas lla­ madas “cuarcitas” es uno de los problemas de mayor interés que nos ofrece la estratigrafía asturiana pero en la zona reco­ nocida, estos materiales tienen muy poca extensión y gran uniformidad petrográfica, que no permiten abordar problemas de carácter más general.

B) El devónico.

a) Caracteres generales.

Los materiales devónicos se apoyan directamente sobre las cuarcitas del Arenig, como es norma general en la mayor par­ te de la región central de Asturias. Una laguna estratigráfica de cierta importancia se establece, pues, entre el Arenig y el devónico. A consecuencia del carácter extrusivo de los anticli­ nales de cuarcita armoricana, no hemos encontrado ningún pun­ to donde la base del devónico se apoye normalmente sobre di­ cha cuarcita, pero el desarrollo estratigráfico y el carácter tec­ tónico nos indican que dicha base no puede estar muy lejos. En — 36 —

zonas inmediatas a la reconocida por nosotros (Peñaflor-Grado) el devónico comienza como siempre con las areniscas ferrugino­ sas gedinienses y se apoya sobre pizarras probablemente go- thlandienses. El devónico de la zona estudiada comprende tres unidades desde el punto de vista petrográfico: 1. Serie inferior formado por areniscas rojas, pizarras abi­ garradas, cuarcitas y dolomías, con capas de areniscas ferru­ ginosas todo de tonos abigarrados y de carácter predominante mente continental o litoral. 2. Serie marina, formada por calizas, margas y pizarras con dolomías, con numerosos fósiles neríticos y en un conjunto de tonos gris amarillentos, claros en general. 3. Serie superior formada por pizarras, areniscas y dolo­ mías, con algunos bancos de cuarcitas y areniscas ferruginosas de características petrográficas, coloración y facies muy seme­ jantes a la serie inferior. Estas tres grandes unidades, son fáciles de distinguir en el terreno al primer vistazo, y facilitan su delimitación, pero en­ torpecen en cambio grandemente la elaboración de una escala estratigráfica, puesto que, como suele suceder a menudo, no so­ lo no se corresponden con unidades estratigráficas, sino que su espesor y facies varían considerablemente dificultando el aná­ lisis estratigráfico. Estas variaciones que encontramos en la zona estudiada, son propias de todo el ámbito asturiano de tal modo las mismas dificultades encontraron los precursores de cono­ cimiento geológico de Asturias y en su consecuencia las series estratigráficas resultantes están llenas de lagunas y omisiones. Esta dificultad llega a tal extremo que la estratigrafía del devónico constituye todavía uno de los principales problemas estratigráficos de Asturias y solo puede resolverse utilizando los métodos de Estratigrafía comparada y la formación de ma­ pas geológicos detallados. Ello es la causa de que exista una ver­ dadera confusión en la delimitación y clasificación de las ca­ racterísticas locales de este devónico y lo que obliga a los pre­ cursores del conocimiento de la geología asturiana a prodigar los nombres locales, que sirven de base a las series estratigrá- - 37 —

íicas y que aumentan el confusionismo, puesto que en su ma­ yor parte solo son válidos para la localidad de donde proceden. Así, nombres como “caliza de Ferroñes”, “caliza de Nieva” “areniscas de Candás” “caliza de Candás”, raramente pueden apli­ carse fuera de estas localidades, pues dichas rocas sólo existen en ellas, pasando lateralmente a otras series estratigráficamen- te equivalentes, pero petrográficamente distintas. La serie estratigráfica básica, que hasta ahora ha servido de base a todos los estudios sobre el devónico asturiano fué to­ mada casi integramente por Barrois (B. 1) en la región litoral que en su esencia corresponde a la síntesis que últimamente ha­ ce De Sitter (S. 7) quien añade las aportaciones paleontológicas de Delepine (D. 4) (D. 5) y de Comte (C. 3) (C. 5-6-7-8) y a la que añadidas algunas observaciones nuestras es como sigue:

Eifeliense superior o C (Equivalente a la Areniaca de Gosseletia). Du

Eifcliense medio o B (equivalente a la caliza de Moniello). LIICIICIISC II D, n [ Eifeliense inferior o A (equivalente a la caliza de Arnao). \ D 4 Emsiense \ . (equivalente a la caliza de Ferroñes). ÍSiegeniense C ^

D3 /

¡egenien^e > (eqU¡vaiente a |a caliza de Nieva).

Siegenieiise A . (eq H¡va|ente a la arenisca de Furada)

Gediniense Di / Este esquema no está suficientemente elaborado para poder realizar un estudio de conjunto del devónico cantábrico, puesto que como ya hemos dicho estos niveles tienen solo un valor muy local y en su mayor parte cuando nos alejamos unos kms. de la localidad tipo hay que buscar las equivalencias estratigrá- ficas en otras zonas distintas; en realidad solo es válido para la zona septentrional del litoral asturiano. Por este motivo pro­ ponemos para el devónico inferior y medio de Asturias la si­ guiente nomenclatura elaborado sobre aquellas bases funda­ mentales (LL. 6). — 38 —

/ Areniscas de Candás. —150-200 m. Pizarras y Fenieniense areniscas ferruginosas de facies similar a la ge- r diniense, sin fósiles. Neodevónico b) 25 m. calizas con Sp. VerneuilU y Frasniense S. comprimatus (B ouchardi ).

Caliza de a) 75 m. Caliza gris con corales: Candas P achypora y Pachyphyllum, Athy- ris concentrica, Stringocephatus B urtin i y Cupressocrinus crassus.

c) A renisca de G osseletia ( = N a ra n co )\ 400 m. de areniscas rojas y verdes, alternando con pizarras negras y calizas pizarreñas con bra- quiópodos y corales ( Gosseletia devónica, Pro- ductus murchisonianus, Chonetos minuta , Or- this opercularis etc.

b) Caliza de Moniello, 50 m. caliza azul oscura y caliza pizarreña con corales. El nivel azul oscuro tiene cristalitos blancos de calcita di­ Mesodevónico Givetiense seminados. Contiene Calceola sandalina y a veces Orthis, Strophemena, Sp. concentricus, Sp. aculeatxis Cyrtina heteroclita, Athyris con­ céntrica.

a) Caliza de Arnao, 100 m. de pizarras alternan­ do con calizas delgadas e intercalaciones de pizarras rojas con Sp. paradoxus , Sp. cultri- jugatusy Atrypa reticularis7 Pentamerus ga- leatus y capas rojas de crinoides ( H adocrinas hispaniae) y briozoos.

Calizas de Ferroñes, 200 m. calizas bastas y du­ ras alternando con pizarras oscuras en el techo 15 m. de caliza dolomítica. Contiene Sp. paradoxus, Athyris concéntrica, A. phalae- na, A. Ezquerrae y Phacops latifrons. Cobleciense Pizarras y calizas de Nieva. 150 m. de caliza ne­ gra, margosa con vetas de calcita blanca y Eodevónico pizarras, con S. hystericus. Areniscas con S. hystericus y S. arduensis. ÏArenisca 200 m. Areniscas ferruginosas, pi­ de Furada Gediniense zarras y cuarcitas alternantes. — 39 —

b) Historia. **■ **■ « Las primeras ideas concretas sobre el devónico asturiano datan de Schulz (S-2) (S-3) (S-4) (S-5), como las de todo el resto de la Geología de Asturias; en un trabajo reciente so­ bre el reborde meridional de la cuenca carbonífera asturiana, hemos dado un resumen histórico (LL-5) acerca de la geología de dicha cuenca, que en sus líneas generales es aplicable a todo el ámbito asturiano y aún cántabro-leonés por lo cual nos aho­ rraremos su repetición en esta memoria y remitimos allí al lec­ tor. Sucesivamente, Schulz (S-2) (S-5) Barrois (B-l), Adaro (A-3) (A-4) se han ocupado del devónico del centro de Astu­ rias; Delepine (D-3) (D-4) D-5) y Conte (C-3) (C-4) (C-5) (C-6) (C-7) (C-8) (C-9) han dado notas estratigráficas y paleontoló­ gicas de gran trascendencia e interés. Recientemente García Fuente nos habla del devónico de Teverga (G-l) (G-2) colindan­ te con la región por nosotros reconocida y Almela y Ríos (A-5) la omiten casi totalmente, concentrando su atención en el car­ bonífero.

c) Descripciones locales.

Los afloramientos devónicos de la zona estudiada se presen­ tan a manera de tres grandes manchones alineados de SW. a NE. como toda la estructura y cortadas transversalmente por las tres grandes arterias fluviales que recorren esta zona, el Nalón, el Caudal, y el Trubia; el manchón septentrional ocupa el ángu­ lo NW. de la zona cartograíiada; el manchón central se extiende desde la cumbre de la Coruxera hasta la Manjoya; el manchón meridional, en fin, contornea los picachos de La Mostayal y Monsacro y se bifurca al llegar al Caudal, hacia el NE. hacia Telledo y hacia el SE. hacia La Foz.

1. El devónico de la zona septentrional.

En la gran curva que describe el ferrocarril de S. Esteban de Pravia, entre las estaciones de Caces y Trubia, la trinchera corta una serie devónica muy clara, en contacto mecánico con — 40 — las pizarras westfalienses y con la caliza de montaña. Este de­ vónico está plegado en anticlinal y la charnela se ve muy bien a un centenar de metros de la salida W. del túnel. En un recorrido de unos 300 m. puede obtenerse un buen corte del flanco E. del anticlinal.

Techo: caliza viseense. 100-110 m. Tram o de areniscas ferríferas alternando con capas delgadas en cuarcitas y tramos de pi­ zarras. (Arenisca de Gosseletia) Arenisca del Naranco.

50-50 m. Alternancia de calizas grises y calizas piza­ rreñas en capitas de 0,01 m. y menos, sin fó­ siles. 60 m. Calizas gris azuladas, bien estratificadas, con­ pactas, con cristalitos de calcita blanca, dis­ persos en la masa (Caliza de Moniello). 10-12 m. Pizarras versicolores y amarillentas, alternan­ do con dolomías amarillentas en capas de 0,1- 0,2 m. 15 m. Pizarras amarillentas. 35-40 m. Calizas dolomíticas amarillas y calizas grises rosadas. 8 m. Margas pizarreñas rojizas. 5-6 m. Calizas dolomíticas amarillentas. Margas muy calizas, amarillentas y rojizas con crinoideos y briozoos (Caliza de Arnao).

Esta serie sin ser típica ni rica en fósiles permite ser identi­ ficada perfectamente como eifeliense, puesto que la caliza de Moniello es inconfundible y corresponde al nivel de Calceola sandalina de Eifel. Esta caliza de Moniello es muy constante en casi todo el devónico asturiano y sirve de capa-guía. Tam­ bién es reconocible la caliza de Arnao (Eifeliense inferior D.t) — 41 - en la serie de margas rojizas con la acostumbrada fauna de brio- zoos y crinoideos. Este conjunto está plegado en anticlinal y se repite ya en

SE-NW

Fig. 2.—Corte del Eifeliense, en la gran curva del Nalón cerca de Caces.

1. Margas rojizas y amarillentas con crinoideos y briozoos (caliza de Ar- nao); 2. Margas rojizas con crinoideos (caliza de Araño); 3. Margas pizarreñas rojizas; 4. Pizarras versicolores y dolomías amarillentas al­ ternantes; 5. Pizarras versicolores; 6. Caliza grisazulada con cristalitos de calcita (caliza de Moniello); 7. Alternancia de calizas grises y calizas pizarreñas en capitas de 0,01 m.; 8. Areniscas de Gosseletia. Alter­ nancia de areniscas rojas ferruginosas, areniscas amarillentas veteadas de rojo, pizarras versicolores y cuarcitas delgadas.

los limites de la zona estudiada; es posiblemente en esta zona donde Almela y Rios (A-5) han reconocido la siguiente fauna.

Comboplyllum Marianum. H aim e. Pentremites Paületei. V ern. Poteriocrinus sp. (tallos). Fenestella antiqua, G old. Rhynchonella Pareti. V ern. Leptaena Murchisoni Vern d’Arch Stropheodonta murchiso- n i V. A.) (1). Athyris Ezquerrae. V ern Anathyris ezquerrai V. A.). (2). que no hemos encontrado en nuestro sector.

(1) Leptaena Murchisoni V. A. fué el nombre dado por Verneuil y Archiac a este estroíeménido. Ya Barrois en 1882 lo asimiló a S. Murchi­ soni. aceptado luego por Mailleux en 1936. (2) Anathyris ezquerrai V. A. equivale a Athiyris Ezquerra Bayle; suponemos sea esta la especie a que se refieren Alíñela y Rios, — 42 -

Estas capas van orientadas de NE a SW. y se las encuentra con igualdad de características, aunque sin cortes tan limpios, en el alto de Pazaranda y a lo largo del cordal que desde este punto desciende a Perlin. Otro buen corte de la misma serie, nos lo ofrece el margen E. del valle del Trubia entre Perlin y S. Andrés, a lo largo de la línea del ferrocarril minero; este corte es mas complejo por comprender el substrato de cuarcitas armoricanas que tiene una tectónica complicada. Siguiendo la línea de dicho ferrocarril minero, a partir del puente sobre el Trubia que acaba frente a la iglesia de Perlin, la trinchera corta sucesivamente las siguientes capas al SE.:

Calizas rosadas con crinoideos (caliza de Arnao). Estas capas afloran cerca de la iglesia de Perlin. 8-10 m. Dolomías amarillentas y pizarras versicolores. 10-12 m. Calizas gris oscuras, negroides, fétidas.

Estas calizas forman una charnela anticlinal vergente al NW. es decir, que la serie anterior está invertida y por tanto, dichas calizas ocupan una posición estratigráfica inferior a la caliza de Arnao por lo que tal vez puedan ser equiparadas a las calizas de Ferroñes o de Nieva; de lo que parece haber duda es de que el límite cobleciense-eifeliense está en la serie de dolomías ama­ rillentas que separa la caliza de crinoideos de la caliza negra. Siguiendo la línea del ferrocarril la trinchera, muestra plie­ gues y roturas que complican la estratigrafía, pero las capas afectadas por estos accidentes son las mismas ya indicadas. En las vertientes del Pico del Cuito, antes de entrar en el Barranco de Curito, aparece otra charnela anticlinal en una serie dolomítica de 40-50 m. de potencia visible, que se hunde casi verticalmente en el margen NW. de dicho barranco; en el otro margen aparecen ya areniscas rojas ferríferas y pizarras buzando fuertemente al SE. y al parecer concordantes con la se­ rie dolomítica. Un poco más allá en la vertiente del Monte del - 43 —

Bescón. aflora ya la cuarcita armoricana sin contacto visible con el devónico. Es difícil situar estatigráficamente la última serie de are­ niscas ferruginosas y de dolomías; los primeros por la conver­ gencia petrográfica que existe entre las capas ferríferas del gedi- niense y las del eifeliense, lo que las hace fácilmente confundibles; la serie dolomítica por existir series semejantes o muy parecidas a distintos niveles estratigráficos. Provisionalmente situaremos pues la serie ferrífera en el eifeliense superior o C. (D-6) a pe­ sar de su proximidad a. la cuarcita armoricana y las dolomías inmediatas en el eifeliense medio o B (D-5) (zona alta de la caliza de Moniello). Esta situación provisional puede aceptarse por el momento dada la importancia de las “extrusiones” de la cuarcita armoricana, que como veremos en la parte tectónica, pueden haber laminado todo el devónico. Estas laminaciones, producidas por las “extrusiones” de la cuarcita armoricana hacen difícil establecer una buena serie estratigráfica y más aún su comparación con la vecina serie de Caces. Así pues, en el margen oriental del Trubia no vuelven a aparecer series normales hasta S. Andrés, en el flanco S. de la última extrusión de cuarcita. Allí, cerca del Puente de la carre­ tera sobre el Trubia, y en la trinchera del mismo ferrocarril mi­ nero, tras las últimas casas de S. Andrés aparecen las cuarcitas armoricanas; un poco más al S. aflora el devónico, sin que el contacto sea limpio, pero hace suponer un carácter mecánico, no solo el estilo tectónico de las cuarcitas armoricanas, sino tam­ bién la ausencia de buena parte del devónico inferior. Siguiendo dicha trinchera del ferrocarril hacia el S. se ob­ tiene la siguiente sucesión:

Muro: Cuarcita armoricana. Zona cubierta de coluviones y praderas. 40-50 m. Calizas grises en lajas, con lumaquelos de bra- quiópodos y briozoos, conteniendo Schizophoria vulvaria S c h lo t; Acrospirifer pellicoi V. et Arch. (caliza de Ferroñes). — 44 -

50-60 m. Calizas y dolomías alternantes, con dominio de dolomías. 1 m. Lumaquela de crinoideos. 40-50 m. Calizas grises m argosas con hiladas pizarreñas. 35-40 m. Alternancia de areniscas amarillentas rojas, pi­ zarras rojas y dolomías amarillentas. 5 m. Arenisca amarillenta. 30-35 m. Pizarras grises alternando con dolomías. 5 m. Caliza gris compacta. 50-60 m. Alternancia de calizas grises y calizas rojas con crinoideos; en la parte alta, caliza gris azulada con cristalitos de calcita (Calizas de Arnao y Moniello). 10 m. Caliza gris de pátina amarilla con vetas blan­ cas, azoica.

Los dos últimos tramos se explotan en cantera, entre el puen­ te del ferrocarril y la curva de la carretera, el tramo de Moniello forma una pequeña garganta en el río Trubia. Estas calizas de Moniello, tienen aspecto algo distinto de las típicas; son me­ nos uniformes de color y alternan en la base con calizas versi­ colores con crinoideos que deben de representar el nivel de Arnao: este tramo calizo debe comprender pues el eifeliense A y B (D-4-D-5). En cuanto a las capas inferiores, deben de si­ tuarse íntegramente en el cobleciense como lo acredita la fauna de las calizas lumaquélicas de la base de esta serie: Schizophoria vulvaria Schol. y Acrospirifer pellicoi V. et Arch. se encuen­ tran corrientemente en el ¡emsiense de la Cordillera cantábrica; el primero tiene su repartición vertical desde el siegeniense su­ perior D;) hasta el eifeliense inferior D,, ambos inclusive; en cuanto a A. pellicoi se le encuentra comunmente en el siege­ niense, hasta la base del emsiense (D3-D3); la base de la se­ rie de San Andrés ha de corresponder por consiguiente al sie­ geniense superior (D3) y al emsiense (D3) las capas de dolo- LA M IN A I

Lapiaz en las calizas de montana de la vertiente E. del Aramo. LA M IN A II

Pliegues disarmónicos en las calizas viseenses de la vertiente W. del Monsacro cerca de Cordal largo.

Un detalle de los pliegues disarmónicos anteriores. — 45 — mias, pizarras, areniscas y calizas que tienen por techo la cali­ za de Arnao. La línea de Cordales que desde la Sierra de Buanga se di­ rige hacia el NW. hasta Camales, pasando por Perlavia, está for­ mada integramente por el devónico. La carretera que desde Trubia asciende a Perlavia corta la serie eodevónica durante el

C. Cuarcita armoricana. Devónico: 1. Calizas grises siegenienses con Schizophoria vulvaria, Acrospirifer pellicoi (Caliza de Ferroñes); 2. Ca­ lizas y dolomías alternantes; 3. Emsiense: lumaquela de crinoideos; 4. Calizas grises con hiladas pizarreñas; 5. Areniscas amarillas, rojas, pi­ zarras y dolomías; 6. Arenisca amarilla; 7. Pizarras grises alternando con dolomías; 8. Eifeliense inferior: caliza gris compacta; 9. Eifeliense inferior y medio: calizas grises y rojas con crinoideos en la base y ca­ liza gris azulada (caliza de Moniello) en la parte alta; 10. Caliza gris azoica; 11. Eifeliense superior: pizarras abigarradas; 12. Areniscas amarillentas; 13. Pizarras abigarradas; 14 Areniscas ferruginosas; 15. Carbonífero inferior. Caliza viseense. km. 1-2; son capas de areniscas rojas y pizarras versicolores; en el km. 3 penetra en las capas marinas coblecienses, formadas por pizarras, dolomías y calizas alternantes. Entre Camales, La Pereda y Perlavia, se cortan las mismas capas plegadas: en es­ te recorrido destacan dos elementos petrográficos: calizas ta­ bleadas con lumaquelas de braquiópodos y calizas margosas ro­ jas con crinoideos llevan algunas intercalaciones de pizarras ca­ lizas grises y rojizas de poca potencia, pero el elemento petro­ gráfico dominante es la caliza. El paquete de estratos que casi siempre se repite en los pliegues, está formado de abajo a arri­ ba p o r: - 46 -

25-30 m. Calizas lumaquélicas con braquiópodos. 40-50 m. Pizarras y dolomias amarillentas. 10-12 m. Calizas margosas rojas con crinoideos y briozoos.

En las lumaquelas de braquiópodos hemos reconocido las si­ guientes especies:

Schizophoria vulvaria. Scholt. Stropheodonta Murchisoni Vem. et Are. Leptaena cf. Sedgivicki Vern, et Are. Acrospirifer pellicoi Vern et Are. Acrospirifer paradoxus Schloth. Spirifer Sp. Athyris concéntrica von Buch. A thyris sp.

Schizophoria vulvaria Schoth. es el braquiópodo mas abun­ dante en estas lumaquelas. El conjunto de esta fauna coloca es­ tas capas en el siegeniense-emsiense (D¡¡ DH) tal vez el eifelien- se inferior. En cuanto a la caliza margosa roja con crinoideos es equiparable a la caliza de Amao del eifeliense inferior (eife- liense A=D4). En la cabecera del arroyo de Buanga y en las vertientes orien­ tales del pico Grandamiana hay una zona de fracturas que di­ ficulta la obtención de buenas series estratigráficas; un poco más al SE. por debajo de las calizas lumaquélicas siegeniense- emsienses (D j-D j) aparece una serie de calizas y dolomias que se apoyan normalmente sobre una serie de pizarras, areniscas y cuarcitas delgadas que pueden colocarse tal vez en el gediniense. En la vertiente SE. de la Sierra de Buanga, entre Castañedo del Monte y el Pico del Plantón hay una serie bastante comple­ ta que puede seguirse en sus líneas generales; es la continua­ ción hacia el SW. de la serie de San Andrés, pero aquí la ex­ trusión de cuarcita de la Sierra de Buanga ha respetado la ma­ yor parte del devónico, sin duda por corresponder a una zona — 47 — mas alta del accidente, donde la laminación fué menos intensa. La sucesión que puede obtenerse aquí, es la siguiente:

/’ l 'l A Ai ' V i

Fig. 4.—Corte del devónico de las vertientes SE. de la sierra de Buanga. C. Cuarcita armoricana. D. Gediniense: 1. serie de pizarras abigarradas, cuarcitas delgadas y areniscas rojas; 2. Siegeniense: dolomías y piza­ rras abigarradas alternantes; 3-3’. Siegeniense-Emsiense, Capas de calizas lumaquélicas (caliza de Ferroñes) alternando con pizarras, y con dolomías en la parte superior; 4. Caliza de Arnao. Elfeliense A.; 5. Caliza de Moniello, eifeliense B.; 6. Serie de areniscas rojas ferruginosas, amari­ llas y pizarras abigarradas intercaladas. Arenisca de Gosseletia, eife­ liense C.; V. Caliza viseense y caliza de montaña.

Muro: Cuarcita armonicana. Contacto mecánico. 150-200 m. Pizarras abigarradas, areniscas y cuarcitas al­ ternantes (Gediniense-cobleciense) (Dv Di). 50-60 m. Dolomias y pizarras alternantes (Siegeniense). 60-70 m. Calizas margosas lumaquélicas y calizas com­ pactas. Contienen la misma fauna de braquió- podos ya indicada y además Spiñfer sp. (S ie­ geniense-Emsiense (Djj Da ). 50-60 m. Pizarras y dolomias amarillentas (Emsiense D P). — 48 —

15-20 m. Calizas margosas rojo vinosas con crinoideos (Eifeliense inferior) (D ,). 50-60 m. Caliza gris azulada con cristalitos de calcita (Eifeliense medio) (D¿). 60-70 m. Dolomías y calizas dolomíticas (D-). 70-80 m. Serie de areniscas, pizarras abigarradas y are­ niscas ferruginosas (Eifeliense superior) (DG"). Techo: Caliza roja viseense.

Esta serie, aunque no puede reconocerse en sus detalles, es la mas completa de todo el devónico de la zona septentrional de la región estudiada. Un poco mas al SW. en la Sierra Pedrisca está afectada por pliegues y fallas que rompen la continuidad estratigráfica y la hacen de difícil estudio. 2. El devónico de la zona central. Los afloramientos devónicos de la zona central, son poco ex­ tensos, formando dos estrechas fajas cerca del Nalón y algunas manchitas aisladas hacia el SW. que aparecen en las laminacio­ nes tectónicas o en los ejes de los anticlinales. En la garganta de las Xanas, cerca de Villanueva de Proaza, corta dos anticlinales de caliza de montaña en cuyo núcleo aflo­ ra el eifeliense superior (Dtí) con sus capas de areniscas ferru­ ginosas y pizarras abigarradas que sirven de muro a las cali­ zas rojas del viseense; también un poco más al NE. al N. de Do- sango, hay otro afloramento con las mismas características en la prolongación del eje de uno de los anticlinales de las Xanas. Al NE. de Tuñon en Las Carangas, aparece de nuevo el Ei­ feliense C en una fuerte laminación, entre la caliza de montaña y las pizarras westfalíenses. El afloramiento, es muy confuso y sólo aparecen en él, cantos de areniscas ferruginosas y hierros oolíticos que se sigue por el camino de Tenebredo hasta medio km. al E. de Tuñón. En las vertientes NE. de los cerros de La Coruxera aparece un manchón algo mas extenso que cruza el Nalón y muere bajo - - 49 el cretácico de La Manjoya, formando las vertientes SE. de la Sierra de Peñavis. Descendiendo de la cumbre de La Coruxera hacia Coto- monteros, el camino corta un afloramiento formado por una serie alternante de pizarras muy friables azuladas y blanqueci­ nas en capas de 0,02 a 1 m. con pizarras arenosas y areniscas intercaladas; hay un nivel de arenisca ferrífera. El conjunto está cortado por numerosas dislocaciones ortogonales a la es­ tratificación con zonas de brechificación y filitización. Aunque no hemos hallado fósiles en ellos, todas estas capas deben ser referidas al eifeliense C, dada su proximidad a la caliza de mon­ taña que forma el armazón de las Sierras de La Coruxera y de L avares. El Nalón, cerca de Fuso, corta la prolongación de estas capas que forman las vertientes meridionales de Peñavis. Tampoco la estratigrafía es nada clara en toda esta zona a pesar de que el contacto con el carbonífero es normal. En el camino de la ermita de Santa Agueda, al N. de Quintanilla puede verse la siguiente serie:

Techo: Caliza roja viseense. 70-80 m. Areniscas rojas ferruginosas, areniscas amari­ llentas y pizarras abigarradas. que deben ser referidas igualmente al eifeliense C, es decir equivalente a las areniscas del Naranco (arenisca del Naranco (= arenisca de Gosseletia).

a . El devónico de la zona meridional

Es un amplio manchón irregular que contornea los macizos de La Mostayal y Monsacro. El Nalón y el Caudal, cortan la apófisis NE, la más próxima a los afloramientos de la Vega de Palomar. El ferrocarril a Madrid, situado en el margen derecho del I

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Nalón, desde el cruce de la carretera de La Manjoya, hasta cerca de la estación de Las Segadas, permite dar un buen corte al devónico.

Techo : Caliza roja viseense buzando al SE. la serie está invertida.

10-12 m. Arenisca roja en lajas. 25-30 m. Pizarras rojas y margas abigarradas (Eifelien- se C). 5 m. Arenisca roja ferruginosa, muy compacta 90-100 m. Dolomías y calizas dolom íticas grises, en bancos de 0,2 a 1 m. (Eifeliense B). 50-60 m. Calizas grises de pátina amarillenta con filones de calcita (Eifeliense B).

Sobre estas capas se regulan las dolomías y las areniscas en sentido inverso por estar situadas en un eje sinclinal. Al otro lado del Nalón, en Entrepuentes, puede hacerse un corte seme­ jante y lo mismo en la carretera y ferrocarril de San Esteban de Pravia a Mieres entre los kms. 18-20 de la carretera. Después de la estación de Soto aparecen las areniscas y pizarras del ei­ feliense C, sobre las que se superponen (en vii'tud del régimen invertido ya indicado) las dolomías amarillentas en capas de 0,4-0,5 m. con más de 100 m. de potencia total. Poco antes de llegar al túnel aparecen calizas en bancos de 0,5 a 1 m. con pá­ tina amarillenta, pero de sección gris, en las cuales se ha perfo­ rado el túnel de Morcín; en la salida S. de dicho túnel hay calizas amigdaloides rojas semejantes a las viseenses, pero que sin duda han de equipararse a las calizas de Arnao. Ya se ha in­ dicado que a veces hay una convergencia petrográfica entre la caliza de Arnao y la viseense. Parte del resto de la serie devónica se corta en anticlinal, en la ribera de los Molinos, hasta Roces; pero en esta zona la carretera tiene pocas trincheras y no hay buenos cortes; en — 51 — cambio el recorrido del camino de Soto a Telledo por el cordal, permite obtener una idea más acabada de este devónico. Desde lo alto del cerro de El Carbayedo y cuando el camino desciende hacia la ermita de San Nicolás, aparece el contacto del eifeliense B con una serie de areniscas rojas, dolomías en capas delgadas y pizarras abigarradas; el contacto es mecáni­ co y en él se encuentran una brecha formada por cantos de are­ niscas y areniscas ferruginosas cementadas por una pulpa arci- llosa-arenosa amarillenta; las calizas buzan al N. 80-85.°. La serie inferior está formada por areniscas rojas y cuarcitas incli­ nadas 70° al N. y en la base aparece una capa de caliza dolo- m ítica. En el Collado de Tellego, los suelos cubren el substrato, pero aparecen afloramientos en los cimientos de las casas al pie del camino son pizarras versicolores y areniscas rojas en capas delgadas, muy replegadas que un poco más al S. toman clara­ mente buzamiento S. muy constante y aparecen intercalacio­ nes dolomíticas; estas dolomías, en capas delgadas, llegan muy cerca del techo de la caliza viseense en la base del cerro del Gato, de tal modo que la potencia de las areniscas rojas ferru­ ginosas del eifeliense C, no pasa aquí de 12-15 m. en total: Este conjunto de observaciones, permite deducir que el am­ plio collado de Tellego es el eje de un sinclinorio de flancos petrográficamente asimétricos en los que puede deducirse la siguiente sucesión:

Flanco de San Isidoro

Techo: Caliza roja viseense 50 m. Areniscas ferruginosas, pizarras abigarradas y areniscas amarillentas (Eifeliense C). 90-100 m. Dolomías y calizas dolomíticas grises (eifelien­ se B). 50-60 m. Calizas grises de pátina amarillenta (Eifelien­ se B). - 52 —

150 m. vistos. Pizarras abigarradas, areniscas rojas en bancos delgados y capas de dolomias amari­ llentas delgadas.

Flanco de Tellego

Techo: Caliza roja viseense. 10-12 m. Areniscas rojas y pizarras abigarradas (Eife- liense C). 300 m. Pizarras abigarradas, areniscas rojas en ban­ cos delgados y capas dolomias amarillentas en eos delgados.

Entre uno y otro flanco media poco más de 1 km., lo que permite llegar a, la conclusión de que el Eifeliense B, está re­ presentado en el flanco de Tellego, por la parte alta de los 300 m. de pizarras abigarradas, areniscas y capas dolomíticas y que la base de estas mismas capas debe representar con toda probabilidad el Eifeliense A y el cobleciense. Parece existir, pues, de N. a S. un acusado cambio lateral de facies que transforma rápidamente los elementos neritoides, re­ presentados por las lumaquelas de braquiópodos coblecienses y los bancos de calizas eifelienses, en capas de marcado aire con­ tinental o litoral. Esta transformación se acusa ya en Soto y aún en Vega del Palomar con el empobrecimiento de las facies calizas, hasta su desaparición en Tellego. Idéntica transformación sufren todos los elementos petro­ gráficos superiores al gediniense, a medida que nos desplaza­ mos hacia el SW. de tal modo que la considerable reducción en potencia y aún desaparición de los potentes bancos de calizas coblecienses y eifelienses, se manifiesta claramente en la pérdida de energía del relieve y al paisaje abrupto de la caliza sucede en una amplia zona situada entre el Monsacro, La Mostayal y las Sierras de Peñerudes y Navalinos, una zona de cerros ma­ duros alomados, en los que la homogeneidad petrográfica no - 53 — permite resaltes ni asperezas. En efecto, los cortes seriados que pueden obtenerse ascendiendo por la carretera de Soto a Peñe- rudes y la Piñera son bien explícitos. En la gran curva de la carretera, cerca de Argame, aunque el devónico aparece muy revuelto tectónicamente, puede obte­ nerse la siguiente sucesión:

Techo: Caliza viseense. 40 m. Serie detrítica del eifeliense C formada por Areniscas rojas y blancas. Pizarras abigarradas 6-7 m. Arenisca ferruginosa. Pizarras abigarradas, areniscas y cuarcitas del­ gadas, alternando. 10-12 m. Calizas grises con cristalitos de calcita blanca (Eifeliense B = caliza de Moniello). 15-20 m. Calizas dolomíticas amarillentas con Schizopho- ria vulvaria. Schlot., Acros pirifer pellicoi. Vern. et Arch. y el acostumbrado cortejo de braquio- podos, esparcidos en la roca sin formar lumaque- las (Siegeniense C-Emsiense). 20-25 m. Dolomias gris amarillentas en bancos delgados alternando con niveles pizarreños (Siegeniense B). Muro: Pizarras abigarradas, areniscas amarillentas y ro­ jizas en capas delgadas y delgados lechos de do­ lomías alternando.

En este primer corte se observa una marcada reducción de los horizontales calizos fosilíferos con desaparición de algunos de ellos, como el del Eifeliense A (caliza de Arnao) que no he­ mos visto. Los lumaquelas de braquiópodos del Siegeniense C- Emsiense, han desaparecido prácticamente, puesto que los esca­ sos lechos predominantemente dolomíticos, representan en reali­ - 54 — dad, una degeneración de las ricas hanatocenosis que se encuen­ tran más al N. Ascendiendo por la misma carretera entre el km. 2,2 y el collado donde se asienta el caserío de la Carrera de Arriba, a pesar de la complicación tectónica puede obtenerse un resu­ men de la estratigrafía que es la siguiente:

Techo: Caliza viseense (el paquete devónico está en parte invertido). 25-30 m. Areniscas amarillentas y rojas, areniscas ferru­ ginosas que pasan a hierros oolíticos” ; pizarras abigarradas (Eifeliense C). 10-12 m. Calizas grises com pactas (E ifeliense B ¿). 12-15 m. Calizas dolomíticas amarillentas con restos de braquiópodos (Siegeniense C-Emsiense). 30-35 m. Dolomías gris amarillentas, alternando con pi­ zarras grises y abigarradas. (Siegeniense B ?). 10-12 m. P izarras abigarradas con un banco de 2-3 m. de arenisca roja. 25-30 m. P izarras arcillosas am arillas con aspecto de se- piolita.

Estas pizarras amarillas forman el eje de un sinclinal de detalle en la curva del km. 3,7, poco antes de alcanzar el collado de la Carretera de Arriba. Este nuevo corte nos indica que la facies nerítica, del cobleciense-eifeliense tan clara hacia el N.

PUMARIM

Fig. 5 .—Corte geológico entre Morcín y Santa Eulalia. Devónico. 1. Pizarras verdosas y rojizas; 2. Areniscas; 3. Dolomías ama­ rillentas; 4. Serie de areniscas blancas, rojas y ferruginosas y pizarras rojas del eifeliense superior. Carbonífero. 5. Calizas rojas amigdaloides y pizarras rojas viseenses; 6. Caliza de montaña. Caliza negra con vetas de calcita blanca. - 55 — y NE. va borrándose poco a paco hacia el SW. para dar paso a un régimen cada vez más paracontinental. Si desde la Carrera de Arriba se sigue la carretera a La Pi­ nera se corta la misma serie en sentido inverso, pues entre am­ bos caseríos hay un sinclinorio que repite los mismos horizon­ tes ; únicamente se nota la ausencia total de los horizontes cali­ zos, de tal modo que cerca de La Pinera, se corta la misma serie en sentido inverso, pues entre ambos caseríos hay un sin­ clinorio que repite los mismos horizontes; únicamente se nota la ausencia donde afloran de nuevo las capas de areniscas del Eifeliense C.; el Eifeliense B está representado por alguna muy delgada capa de caliza (de 0,1 a 0,3 m.) intercalada en una for­ mación muy homogénea integrada por una alternancia de piza­ rras grises y abigarradas, areniscas y dolomías delgadas. Esta­ mos sobre el mismo régimen que más al NE. al otro lado del Cau­ dal, hemos reconocido ya en Tellego. Entre la carrera de Arriba y La Roza, en la entrada de las gargantas del rio Barrea, en el caserío de La Carrilona, puede reconstruirse otro corte a menos de 1,5 m. del anterior.

Techo: Caliza viseense. 5-6 m. Areniscas amarillentas. 10-15 m. Areniscas rojas ferríferas alternando con piza­ rras abigarradas (Eifeliense C). 6-7 m. Calizas grises estériles (Eifeliense B?). 12-15 m. Pizarras grises y dolomías alternantes. 5-6 m. Calizas cristalinas y rosadas con pátina gris. 5-6 m. Pizarras grises alternando con calizas grises or- ganógenas con restos detríticos indeterminables. 3-4 m. Calizas con briozoos y coralarios (Eifeliense A?) 10-12 m. Calizas grises (Cobleciense?). 20-25 m. Pizarras arcillosas am arillas con aspecto de se- piolita. Muro: Pizarras abigarradas y grises alternando con delga- gados lechos de dolomias. - 56 -

En este conjunto es difícil ya reconocer el devónico medio, n¡ paleontológica ni petrográficamente ; no obstante, no cabe du­ da que en este paquete ha de estar representado todo el eife­ liense y el emsiense por lo menos, pues constituye el límite y paso hacia las formaciones netamente paracontinentales de más hacia el SW. y S. En efecto, en Peñerudes, Artoso y Dosango, este paquete se simplifica progresiva y rápidamente hasta diluirse en una, masa muy homogenea, formada por una sucesión de areniscas rojas y amarillas, pizarras abigarradas y grises, dolomías delgadas y aún algunos bancos muy delgados de calizas estériles que for­ man el conjunto de relieves de la Piñera, La Carbayona, San Sebastian, La Roza y Morcín. El mínimo desarrollo de la facies caliza corresponde a la zona entre El Artesu y Dosango, pues en este último punto vuelve a engrosar y en la entrada de la garganta de las Xanas se encuentran ya claramente representados las lumaquelas de braquiópodos emsienses. En La Roza aparece una nueva sucesión:

Techo: Caliza viseense (la serie devónica está invertida co­ mo ocurre a todo lo largo de la Sierra de Peñarudes. 20-25 m. Areniscas ferríferas, pizarras abigarradas y are­ niscas ferruginosas (Eifeliense C). 15-20 m. Pizarras amarillentas. 5-6 m. Caliza gris con microfauna. 2 m. Pizarras grisáceas friables con disyunción asti­ llosa. 5 m. Pizarras amarillentas limoníticas. 0,6 m. Dolomía. 1.5 m. Pizarras blancas. 0,5 m. Brecha de dolomía (probablemente es una brecha tectónica). 1.6 m. Pizarras amarillentas. 6 m. Dolomía. - 57 -

1,2 m. P iz a rra s blancas. 0,3 m. Nueva brecha dolomítica idéntica a la anterior. 2 m. Pizarras. 5.6 m. Pizarras rojas y azuladas. 5.6 m. Dolomia (el límite con la capa anterior es tectó­ nico). 2 m. P iz a rra s rojas.

Desde Peñerudes por el camino de La Mostayal tenemos una esta zona, sucesión caracterizada por su esterilidad biológica y por el dominio de las coloraciones abigarradas sobre las grisá­ ceas del devónico nerítico. Des Peñerudes por el camino de La Mostayal tenemos una sucesión mucho más completa que comprende todo el devónico del sinclinorio de Pedroveya.

Techo: Caliza viseense. 30-35 m. Areniscas y pizarras del Eifeliense C. 8-10 m. Pizarras amarillentas y abigarradas. 5-6 m. Calizas grises (probablemente Eifeliense B). 200 m. Alternancia de pizarras abigarradas, areniscas delgadas y bancos de 0,2 a 0,6 m. de dolom ías 10-12 m. Calizas am arillentas. 30-40 m. Visibles pizarras abigarradas, areniscas y dolo­ mías.

En esta serie está representada todo el Eifeliense y Coble- ciense por lo menos parte del siegeniense y el emsiense pero no es posible precisar los niveles dada la uniformidad petrográfi­ ca y la ausencia de faunas. Lo propio ocurre un poco más hacia el SW. en Navalón, y donde el contacto de la caliza viseense con el devónico es la arenisca roja de 12-15 m. de potencia y que representa como siempre la arenisca de Gosseletia, es decir el Eifeliense C ; la serie del eifeliense C no se ve completa en este punto por encontrarse muchos coluviones que ocultan el subs- — 58 — tracto, pero no cabe duda que debe ser idéntica a la serie de m ás al N. En la base del macizo de La Mostayal, la serie devónica es muy clara y regular, formada por 200 a 500 m. de areniscas ro­ jizas pizarreñas en bancos de 0,5 a 2 mm. alternando con capas de pizarras azuladas y blanquecinas de entre 0,5 y 5 m. de poten­ cia hay también capas de pizarras muy delgadas. En la parte alta de la vertiente, los coluviones cubren de nuevo el substrato, pero se nota que aumenta el carácter de­ trítico del material aunque no llega a tener nunca las caracte­ rísticas del otro lado del valle en el Nalón. En el contacto con las calizas viseenses, parece establecerse un tránsito insen­ sible, que no se vé en la zona de Peñerudes y Dosango. El deta­ lle es el siguiente:

Techo: Caliza viseense. 2 m. Arenisca compacta. 1-2 m. Calizas blancas. 5- m. Arenisca blanca y roja muy alterada. que se apoya sobre las capas ya, indicadas; estas calizas blancas no se encuentran en ningún punto en la zona septentrional. Al SE. del Alto de Navajinos, entre el Artosu y Dosango, la serie caliza llega a desaparecer completamente de tal modo que los paquetes de pizarras rojas y abigarradas, areniscas y dolo­ mías que forman la parte fundamental de la estratigrafía de es­ ta zona, se ponen directamente en contacto con la serie detrítica del Eifeliense C, al que sirven de muro. Entre Dosango y Las Xanas, reaparece la facies caliza; en el trayecto entre Peña del Rey y la entrada de dicho barranco de Las Xanas, puede reconstruirse el siguiente corte:

Techo: Caliza viseense. 25-30 m. Areniscas rojas alternando con pizarras abiga­ rradas. - 59 —

5-6 m. Capa de arenisca ferruginosa (hierro oolítico). 8-10 m. Pizarras y areniscas rojas (Eifeliense C). 12-15 m. Pizarras grises alternando con capas de dolomías de 0,4 — 0,8 m. 10-12 m. Calizas grises con cristalitos de calcita blanca (Eifeliense B). 15 m. Calcoesquisto con Acros pirifer paradoxus, Un- cinulus orbignyanus y Atrypa reticularis (Eife­ liense A).

Falla con repetición del Eifeliense B. Es en esta falla donde emerge una fuente al lado de la cual está emplazado un primi­ tivo molino hoy abandonado. Por debajo de estas capas (encima en realidad, puesto que hay inversión estratigráfica) aparece la potente serie de dolomías, pizarras y areniscas de Pedroveya de la que ya hemos hablado, que debe comprender todo el coble- ciense. En la vertiente SE. de Peña Rey, la estratigi'afía es muy pa­ recida pero en el contacto de la caliza de montaña con el devóni­ co hay una falla que ha hecho desaparecer el vísense y la totali­ dad del eifeliense C y parte del B. En las vertientes del Aramo, que miran hacia Pedroveya. la estratigrafía es la misma que al pie de la Mostayal, lo que puede comprobarse ascendiendo por el camino de Pedroveya a la Braña de Gameo; antes de alcanzarla se corta el contacto devónico-carbonífero que tiene características idénticas al ya descrito más hacia el NE. en el camino de El Navalón a Braña Fé (La Mostayal). Esta serie de cortes de NE. a SW. por el borde septentrional de la zona devónica meridional, ponen en evidencia que desde el valle del Caudal hasta las vertientes del valle de Proaza hay un claro cambio lateral de facies que transforma los depósitos marinos del cobleciense y del eifeliense A y B en sedimentos pa- racontinentales en los que predominan los episodios detríticos — 60 — litorales. Pero lo propio ocurre hacia el S. y SE. como ya se ha visto en Tellego y como puede comprobarse recorriendo el Va­ lle de La Vara, en especial sus vertientes septentrionales. En efecto en la confluencia de dicho valle con el Caudal, la ca­ rretera de Parteayer, entre los kms. 11 y 13, proporciona cortes muy interesantes. Siguiendo dicha carretera desde la estación de Parteayer hacia Santa Eulalia de Morcín se corta primera­ mente la caliza de la montaña; al llegar a un brusco recodo en el km. 11, 4—11,5 se puede reconocer el siguiente corte, estando la serie en inversión estratigráfica. buzando todo el SW.

Techo: Calizas viseenses. 8 m. Areniscas rojas y amarillentas alternando con pi­ zarras rojas (Eifeliense). 30 m. (Cubiertos de coluviones y vegetación que deben coresponder al resto de las areniscas del Eifelien­ se C). 10 m. Pizarras amarillentas en capas de 0,05 m.—0,1 m. alternando con pizarras rojas. 5 m. Pizarras negroides sabulosas. 10 m. Pizarras verdosas y rojizas abigarradas. 1,5 m. Caliza dolomítica. 10 m. Pizarras rojas.

Estas pizarras se encuentran ya en las primeras casas de San­ ta Eulalia; tampoco aquí se reconoce el eifeliense B. por debajo de la serie detrítica del Eifeliense C. El cuaternario del valle de La Vara interrumpe la serie estratigráfica, pero más al S. entre las últimas casas de Santa Eulalia y el puente colgante, puede obtenerse otro corte. Las capas están verticales, de lo cual pue­ de deducirse una pequeña sucesión que sin duda, complementa a la anterior; ESTRATIGRAFIA COMPARADA DEL PALEOZOICO DELOS ALREDEDORES DE OVIEDO SIERRAS DE LA CORUXERA. LA MOSTAYAL YM0NSACP0

Figura 6' — 61 —

Techo: Caliza viseense. 80 m. Areniscas rojas y amarillentas alternando con pizarras rojas y abigarradas; en esta serie está comprendido ampliamente todo el corte ante­ rior. 15-20 m. Areniscas amarillentas, dolomias delgadas y pi­ zarras rojas alternando. 20 m. Pizarras rojas y verdosas. 6-7 m. Areniscas. 10-12 m. Dolomias y calizas rojizas.

Tampoco aquí puede reconocerse mas que el Eifeliense C. Si desde Morcín se sigue mas al S. ascendiendo por el camino de Calvin y Figares, pueden completarse los cortes de la carrete­ ra con una serie de pizarras abigarradas muy friables, fuerte­ mente replegadas, con disarmonia absoluta con las líneas maes­ tras de plegamiento. Estas pizarras llevan intercaladas algunas capas delgadas de dolomías. Es muy difícil evaluar con exacti­ tud la potencia de esta secie, cuya parte visible no pasará de 200 m. En el cero de Figares, hay contacto del Eifeliense C con la caliza viseense; como en el valle de Pedroveya y sobre todo como en Tellego, es muy aparente la notable reducción de po­ tencia del Eifeliense C, que no pasa de 10-12 m. A lo largo del valle de La Vara, siguiendo preferentemente la carretera de Santa Eulalia a San Sebastián, se corta el devó­ nico formado por idénticos elementos estratigráficos. En la par­ te inferior del valle los depósitos cuaternarios cubren el subs­ trato, pero más arriba aparece formado por pizarras rojizas y versicolores que contienen lechos de areniscas amarillentas y blanquecinas y delgadas capas de calizas. En la revuelta del Reguero de La Carolina, la trinchera corta una sucesión bastan­ te clara a lo largo de unos 50 m. De arriba a abajo es como si­ gue; — 62 —

12-15 m. Areniscas amarillentas. 0,5 m. Calizas blancas. 8-10 m. Areniscas amarillentas y pizarras ropizas. 1,5 m. Calizas blancas. 3-4 m. Areniscas blanquecinas y pizarras rojizas. 0,8 m. Calizas blancas. Areniscas amarillentas y pizarras.

Este conjunto forma una charnela sinclinal en el cerro de La Colina. La identificación precisa de este conjunto es práctica­ mente imposible, pero si puede admitirse que se trata de niveles equivalentes a las facies calizas coblecienses o eifelienses de más al N. Siguiendo la carretera, en La Roza, el substrato está enmas­ carado por un depósito de brechas de elementos de caliza de más de 1 m. de lado unidos por un cemento travertínico. En to­ do este largo trozo de carretera que pasa por Gardeo, hasta San Sebastián aparecen constantemente los mismos elementos es- tratigráficos de La Colina, complejamente plegados y fractura­ dos. Hasta las cercanías de San Sebastián no puede obtenerse ningún corte estratigráfico más o menos complejo. En la última gran curva de la carretera antes de llegar a San Sebastián, a lo largo del Km. 5-6 una vez pasado el puente del Bco de La Vara y sobre más de un centenar de metros se corta de abajo a arriba la siguiente sucesión:

1 m. Calizas blancas. 2.5 m. Pizarras versicolores. 2 m. Calizas blancas. 2 m. Areniscas blancas. 0,8 m. Pizarras abigarradas. 2 m. Areniscas blancas. 1.5 m. Pizarras abigarradas. 1 m. Areniscas blancas. 0,5 m. Pizarras abigarradas - 63 -

5 m. Areniscas amarillentas. 4 m. Pizarras negras y versicolores. 3 m. Areniscas rojas. 1 m. Areniscas amarillentas. 0,6 m. Pizarras abigarradas. 2.5 m. Areniscas amarillentas. 0,6 m. Pizarras abigarradas. 1,8 m. Areniscas amarillentas. 1 m. Calizas blancas. 2 m. Areniscas amarillentas. 5 m. Pizarras negras y versicolores. Contacto mecánico. 4 m. Calizas grises. 2 m. Pizarras abigarradas. 1.5 m. Pizarras negras y versicolores. 2 m. Calizas dolomíticas. 8-10 m. Areniscas amarillentas con algunas capas de piza- zarras rojas intercaladas.

Estas últimas capas de areniscas y calizas se repiten, por pliegues antes de llegar a las Escuelas de S. Sebastián. Las mis­ mas dificultades nos encontramos para hallar la filiación exac­ ta de estas capas, que formando múltiples pliegues se extien­ den hacia el N. enlazando con las series de La Piñera y hacia el SW. entre el carbonífero del Aramo y el del Monsacro. La vasta zona devónica comprendida entre las Sierras de Pe- ñerudes, del Aramo y del Monsacro, tiene pues una estratigra­ fía muy uniforme, pobre en fósiles, en la que son difíciles de di­ ferenciar los diversos horizontes y aún los pisos del devónico tienen un carácter marcadamente específico; sobresale en toda la zona, la ausencia de facies neríticas calizas o su considerable reducción. Estas circunstancias conducen a comparar estos se­ dimentos con las series de arenisca roja antigua (old red sands­ tone) del devónico inglés, aunque evidentemente su significa­ — 64 — ción estratigráfica y sobre todo tectónica y paleogeográfica sea distinta. En el valle de La Foz, afluente del caudal que une a este río la cuenca de Riosa, aparecen en la caliza de montaña, dos armó­ nicos anticlinales en cuyo núcleo aflora el devónico. En la en­ trada de la garganta de la Puente, en contacto con la caliza, de montaña, la carretera corta las siguientes capas:

Techo: CaJiza viseense. 35-40 m. Serie de areniscas rojas y pizarras abigarradas del Eifeliense C. 4-5 m. Dolomias. 3 m. Calizas grises compactas. 4 m. Calizas dolomíticas. 3 m. Dolomias.

En esta serie reaparecen los elementos calizos por debajo del Eifeliense C, aún cuando solo están representados por elemen­ tos casi exclusivamente dolomíticos; un ligero cambio parece iniciarse pues hacia el S. con tendencia a recuperar la hegemo­ nía caliza durante el eifeliense B. En el anticlinal mas septentrional, o anticlinal de Les Ma­ tes, puede obtenerse una serie más completa recorriendo la ca­ rretera y la trinchera del ferrocarril minero de Riosa; en la sa­ lida S. del túnel de este ferrocarril, frente a Les Mates, se cor­ tan las siguientes capas:

Techo: Caliza de montaña. 6 m. Arenisca blanca. 10-12 m. A reniscas am arillentas y rojizas poco coheren­ tes (Eifeliense C). 10 m. Dolomias amarillentas con algunos bancos del­ gados de areniscas intercalados. 15 m. Calizas dolomíticas alternando con areniscas ro­ jas y amarillentas. 30-40 m. A reniscas am arillentas m uy com pactas. 8 m. Visibles. Calizas dolomíticas; — 65 —

Esta serie está invertida a consecuencia de la vergencia. N. del pliegue; buza hacia el S. de 35 a 45°. Tampoco aquí pueden identificarse los horizontes eifelienses B, aunque el Eifeliense C, parece estar invadido por la facies dolomítica. En el valle de La Foz, se acusa una marcada diferencia estratigráfica con res­ pecto a la zona de Morcín y de la Piñera, aunque continúan las divergencias de facies con respecto al devónico más septentrio­ nal.

d) Estratigrafía comparada y relaciones mutuas.

1. Posición estratigráfica y facies.

Para Adaro (A-4) como para sus predecesores (B-l) (S-2) los materiales de la zona estudiada en este trabajo comprendían todo el devónico, puesto que situaba las areniscas ferruginosas y pizarras abigarradas de la parte alta en el Fameniense. Sam- pelayo y Patac, siguieron el mismo criterio (H-3) (H-4) (P-2) hasta los estudios de Delepine (D-4) (D-5) quien basándose en sus determinaciones paleontológicas compara las areniscas del Naranco a las areniscas de Gosseletia del Eifeliense superior (=Eifeliense C). Estos estudios hacen rejuvenecer considera­ blemente todos los materiales devónicos del S. de Oviedo, pues­ to que aún cuando en ellos no hayamos encontrado las Gossele­ tia devónica ni otras formas características, no cabe duda alguna que la zona ferrífera superior es idéntica a la del Naranco y ha de situarse por lo tanto en el Eifeliense C. Por otra, parte en la zona septentrional de la región estudiada en las Sierras de Perlavia y de Busero, el Eifeliense B, está bien caracterizado y lo propio pasa con el cobleciense, de ma­ nera que para colocar en el Fameniense las areniscas superio­ res habría que suponer la existencia de una laguna eifeliense B-Fameniense de la que no hay ninguna prueba. No obstante no extraña, que dichas areniscas hubiesen sido colocadas en el de­ vónico superior, cuando se observa la íntima relación que existe — 66 — entre el lecho de las areniscas y la base de la caliza de viseense; en algunos puntos se diría que existe una transición lenta de una a otra formación como ocurre en el reborde septentrional de La Mostayal y en la carretera de Parteayer, cerca de Santa Eulalia. Aún los mismos, Almela y Rios (A-5) al reconocer la fauna de Caces, se extrañan de que, tratándose del devónico me­ dio, esté tan próximo a la base de la caliza de la montaña. El devónico superior no llegó a sedimentarse en el centro de Asturias; el eifeliense C, netamente regresivo representa la última fase litogenética devónica, genuinamente asturiana; hay que llegar al límite del Cantábrico, hasta Arnao y Candás o cruzar la divisoria y penetrar en León para encontrar el devó­ nico superior. Las capas datadas paleontológicamente llegan únicamente al siegeniense C ( = caliza de Ferroñes); por debajo de las capas de lumaquelas de braquiópodos aparece en nuestra zona una se­ rie de areniscas, cuarcitas y pizarras que recuerdan mejor la facies de la arenisca de Furada (= gedinense — siegeniense A) que la serie caliza de Nieva (= Siegeniense B). Esta caliza de Nieva, parece pues, faltar en la zona del Aramo o en todo caso puede encontrarse representada por el techo de la serie samí- tica y pelítica inferior que por su posición atribuimos al gedi- niense o tal vez a las capas dolomíticas que se le superponen y que sin la referencia paleontológica alcanzan hasta la base del Siegeniense C. Pero si la estratigrafía del reborde NW., aún a pesar de estas lagunas, aparece bien definida por los ricos horizontes fosilí- feros coblecienses y eifelienses, no ocurre lo propio en la zona de Morcín-La Piñera, donde según se ha visto la facies neríti- ca y recifal dominante entre el Siegeniense C y el Eifeliense B, ambos inclusive, es sustituida por un conjunto de depósitos sa- míticos y pelíticos, con breves episodios dolomíticos interestra- tificados que acusan un marcado cambio en las condiciones de sedimentación, una zona con dominio de aportaciones terrígenas, PERLA VIA-CACES-PEDROVEYA-LA PJÑERA-TELLEGO-MORCIN-LA FOZ t r a m o s

Costa baja en zona de clima desértico o paradesértico D6 Zona continental desértica.

Zona litoral. Parageosinclina! marino. Ds

Zona de arrecifes de corales (CFavosites, Caíceoía , etc.). Cuenca continental con frecuentes intrusiones mari­ d 4 TIPOS Parageosinclinal marino nas (cuenca parálica) Zona de arrecifes de briozoos y DE crinoideos. O' CUENCA Zona litoral. Parageosinclinal marino. Frecuentes emergencias. d 3j

Parageosinclinal marino Zona neritica Cuenca parálica Ds

Zona litoral de arrecifes. Parageosinclinal marino. d 2

Cuenca intracontinental desértica o paradesértica. D/

Zona litoral de costa baja. Parageosinclinal marino. Dx — 68 - mientras en el NW. la litogenésis era fundamentalmente or- ganógena; la diferencia más acusada en la facies la encontramos en las localidades de Perlavia y La Piñera, como puede verse en el siguiente cuadro. No cabe duda por consiguiente que se establece un marcado cambio lateral de facies del NW. a SE. desde Perlavia a la Pi­ ñera y de NW. a SW. desde el Caudal al valle de Proaza, que parece indicar la existencia de un área más elevada donde la sedimentación era predominantemente terrígena. Adaro (A-4) comparaba las “facies rojas” del devónico asturiano con el “Oíd red sandstone” inglés; en realidad la compareción no puede ser más justa, pues si bien es cierto que estos depósitos no tienen la misma significación paloegeográfica que las “Areniscas rojas antiguas” no por ello dejan de tener con las mismas marcadas convergencias. La diferencia fundamental estriba en que, mien­ tras en Inglaterra la sedimentación del “Oíd red sandstone” es una litogénesis subsidente a la estructogénesis de Paleoeuropa determinada por la surrección de las Caledónides, en Asturias se trata de un fenómeno puramente local aunque probablemente sinorogénico. Varias circunstancias corroboran esta convergen­ cia.

1. Empobrecimiento progresivo de la fauna, simultanea- mente al cambio lateral de facies. Ausencia total de fauna en el centro de la zona afectada. 2. Presencia de facies subcontinentales de tipo terrígeno. 3. Presencia de facies netamente contimentales tal vez de tipo desértico (cuarcitas del Naranco). 4. Reducción de potencia de todo el devónico en el mis­ mo sentido de los cambios de facies. 5. Homogenización progresiva de los sedimentos devó­ nicos desde el Eifeliense B, al Cobleciense, ambos inclusive. — 69 —

Estas circunstancias permiten admitir la existencia de una “facies Oíd sandstone”, localizada en el espacio durante todo el devónico en la zona de la Pinera y Valle del Morcín y cir­ cunscrita al Eifeliense C y al Gediniense y base del Cobleciense en el resto de la zona estudiada. Es necesario por lo tanto, admitir, en el S. de Oviedo, la existencia de dos dominios sedimentarios distintos: el NW. de facies predominantemente nerítica y el centro y SE. de caracter paracontinental, dominio de la facies “Oíd red sandstone”.

2. El desarrollo de las facies y tipo de cuenca.

Las características petrográficas y biológicas del devónico y sus variaciones permiten obtener una idea bastante completa de las circunstancias geográficas en que se realizó la sedimentación; no obstante, las variaciones de facies han sido frecuentes y acusadas, no solo en el espacio sino también en el tiempo que obligan a la subdivisión de los pisos y subpisos en tramos para poder comprender claramente los diversos episodios de la his­ toria sedimentaria de la región. Sobre la cuarcita armoricana aparecen en la zona NW. las capas de areniscas ferríferas, cuarcitas y pizarras abigarradas que comprenden el gediniense y parte o todo el siegeniense A. El tramo inferior (D^ es evidentemente distinto del supe­ rior (D ’ ). Las areniscas ferruginosas ricas y pobres nos ilus­ tran acerca de la existencia de playas amplias rodeadas de coli­ nas de poca altura de un país de clima extremadamente seco, capaz de proporcionar las hematites de las oolitas y del cemento; no oostante en la Sierra de Buanga, único punto donde afloran las capas ferríferas geodinienses no hemos visto hierros ooli- ticos; las muestras recogidas son areniscas compactas esté­ riles ; no obstante en otras semejantes de regiones vecinas (Gra­ do, Trubia, etc.) se encuentran fragmentos de Orthis sp. y Spi- rifer sp. aisladas, que acreditan que dichas areniscas se depo­ — 70 - sitaron sobre una plataforma litoral formándose la arenisca con los materiales terrígenos. Este régimen de costa baja persiste durante todo el tramo Al comenzar D/ la región continental marginal estaba muy profundamente degradada y sus relieves debieron estar muy próximos a la senilidad como parecen acre­ ditarlo las pizarras abigarradas y las cuarcitas, algunas de las cuales son netamente de génesis intracontinental como parece acreditarlo la presencia de estratificaciones cruzadas y el ca­ rácter extremadamente pulimentado y redondeado de sus gra­ nos, reconocible a pesar de la recristalización; todo ello puede tal vez indicar un régimen disértico que estaría muy de acuerdo con las características climáticas bajo las que se depositaron las areniscas del tramo Dt. En el Siegeniense B, el régimen sedimentario cambia total­ mente ; el reborde litoral se hunde, la abrasión marina debió ser muy intensa y una costa acantilada sembrada de arrecifes ocupa todo el ámbito reconocido; las dolomías que forman el tramo D2 son bien explícitas a este respecto pues son ortodo- lomias, congénitas con la sedimentación prototipo de esta clase de materiales (Cayeux) (Vatan). Piero este régimen litoral es sustituido en el Siegeniense por la caliza de Ferroñes que representa una zona, litoral también pero algo más alejada de la costa; este régimen algo más profundo se desarrolla en el borde NW. de la zona estudiada, mientras en el centro y SE. co­ mienza una sedimentación paracontinental en la que sin duda existen una serie de episodios netamente continentales; las are­ niscas abigarradas, las pizarras abigarradas, las arcillas sepiolí- ticas, las cuarcitas delgadas son buena prueba de ello; los fre­ cuentes episodios dolomíticos intercalados nos indican que todo este conjunto sedimentario no está lejos del litoral. Este régimen es oscilante de tal modo que en el emsiense superior ocupa de nuevo todo el ámbito de la zona estudiada. La caliza de Arnao inaugura un régimen recifal más estable que comienza con sus “selvas” de crinoideos, corales y de brio- — 71 zos ( F avosites . Fenesírellina , etc.) y se estabiliza en la caliza de Moniello D.-, testigo del desarrollo que tomaron los corales en el devónico medio. Pero en el centro y SE. persistía el mismo régimen del coble- ciense inferior, es decir el mismo tipo de cuenca de aire pará- lico, situada en las proximidades del mar, del que sufría frecuen­ tes invasiones representadas por los episodios dolomíticos.

DOMINIO MARINO DOMINIO CONTINENTAL

EIFELIENSE C

SIEGENIENSE B

SIEGENIENSE A

EN SIENSE

SIEGENIENSE C

EIFELIENSE B

EIFELIENSE A

GEDINIENSE

te el devónico

El ciclo sedimentario termina con el depósito de las arenis­ cas ferríferas, pizarras abigarradas y cuarcitas del Eiíelien- se C, que atestiguan un cambio violento en las condiciones am­ bientes. La sedimentación devónica lleva pues un ciclo litogenético completo, entre el gediniense y el eifeliense C, caracterizado por los cambios bruscos en las condiciones de sedimentación, deter­ minados por frcuentes y rápidas epirogénesis que modifican vio­ lentamente tanto la topografía del macizo marginal emergido como las características y profundidad del zócalo de la cuenca de sedimentación. No se aprecian en este ciclo, las series es- — 72 —

traligráficas continuas y diferenciadas de un ciclo normal, sino que de unos a otros tramos se reconocen fuertes discontinui­ dades; en la región central y SE. una serie comprehensiva, muy monótona se desarrolla desde el siegeniense B al Eifeliense B, ambos inclusive. Este ciclo se desarrolla en un fragmento de cuenca sedimen­ taria de carácter siempre muy litoral, cuyas máximas profundi­ dades no pasan de 100 m. durante el siegeniense C-emsiense, existiendo episodios claramente continentales en el centro y S. durante los cuales el territorio llegó a emerger totalmente; no sabemos si esta tierra era más extensa hacia el S. ni que rela­ ciones pudo tener con los macizos emergidos más extensos del W. (Zona de Salas). Como en la mayoría de las cuencas, la cuenca sedimentaria devónica tuvo características diferentes en el espacio y en el tiempo, como puede apreciarse en el siguiente cuadro.

C) El carbonífero

En la zona estudiada, el carbonífero ocupa tanta extensión como el devónico; el dominio pertenece a la caliza de montaña y sobre ella se desarrollan, como siempre ocurre en Asturias, (LL-1) los relieves más destacados de la región. Schulz (S-2) (S-4) Paillete (P-l) Barrois (B-l) Adaro (A-4), Sampelayo (H-3) (H-4) y Patac (P-3) han mencionado sucesivamente el carbo­ nífero de esta zona aunque siempre fué de pasada, sin estudio sistemático alguno. Adaro cartografió a la escala 1:100.000 parte de esta región los trabajos más recientes son los de Jong- mans y Wagner (J-l) (J-2) (J-4) y (J-5) ya mencionado, que se ocupa en especial del carbonífero. Al comenzar nuestras inves­ tigaciones sobre la regón, multitud de afloramientos westfa- lienses eran desconocidos; Almela y Rios en su mapa a 1: 50.000 representan ya la mayoría de estos afloramientos aunque los contornos no son muy precisos y en algunas zonas se ha repre- PERLAVIA LA PINERA

NIVELES PETROGRAFIA FAUNA PETROGRAFIA FAUNA

45*50 m. Areniscas amari­ d 6 130 m. Areniscas amarillen­ llentas, pizarras abigarra­ E 1FE U E N SE tas, pizarras abigarradas y das y areniscas ferrugino­ C (Arenisca de areniscas furruginosas. Gosseletia) sas.

200-250 m. Calizas dolomí- d 5 ticas, calizas compactas E1FELIENSE Coralarios grises con cristalitos de B (Caliza de calcita, pizarras grises, do­ Moniello) 250-300 m. Areniscas, piza­ lomías (caliza de Moniello) rras abigarradas y dolo­ mías delgadas alternantes, d 4 15-20 m. Pizarras abigarra­ AUSENTE EIFELIENSE Crinoideos y Briozoos Sin fauna. das y calizas margosas A (Caliza de Hodocrinus bispattiae rojas. Arnao)

«V 20 m. Pizarras abigarrdas y Scbizopboria tiulvarià Schotl. EMSIENSE dolomías delgadas. Jlcrospirifer peíHcoi V. et Arch. Stropheodonta Wurcbisotii V .A . £eptaena cf. Sedwicbi V. A. id. d 3 80 m. Calizas lumaquelicas, Jcrospirifer paradoxtis SIEGENIENSE calizas margosas y piza­ À tbyris concentrica C (Caliza de rras (Rica fauna). i Ferroñes)

40-50 m. Dolomías amari­ AUSENTE D, llentas y delgadas, bancos SIEGENIENSE de pizarras grises y amari­ b a?) llentas.

NO SE CONOCE D. 140-150 m. Cuarcitas delga­ SIEGENIENSE das y pizarras abigarradas A (?) ] alternantes.

D i 30-40 m: Areniscas amari­ GEDINIENSE llentas y ferríferas. - 74 — sentado como westfaliense, el devónico (anticlinal de Palomar). Hay que advertir que la escala 1:50.000 mitad de la nuestra permite un detalle mucho menor y que la plantilla topográ­ fica que utilizaron aquellos autores, con equidistancias de 100 sin hidrografía y con la planimetría solo esbozada, no ofrece garantía alguna de exactitud, debiéndose a esto sin duda las profundas diferencias que se observan entre la cartografía pre­ sentada por aquellos autores y la nuestra. La mayor parte del carbonífero de nuestra región está for­ mada por la caliza de montaña que constituye la orla montañosa que rodea por el NW. la cuenca carbonífera central, uno de cu­ yos extremos NW. asoma por el SE. al pie del Monsacro. En los ejes de los sinclinares de la caliza de montaña se han conser­ vado multitud de cuencitas de pizarras westfalienses a que an­ tes hicimos alusión.

a) La caliza viseense

En nuestra zona como en el resto de Asturias sobre las capas devónicas aparecen las típicas calizas rojas, tableadas, amig- daloides ricas en tallos de crinoideos ( Poteriocrinus ) y en go- niatítidos llamadas calizas “griotte”, “griotas” por algunos au­ tores españoles por su parecido con las clásicas “griottes” de los Pirineos, si bien allí corresponden al devónico superior. La fau­ na de goniatítidos coloca sin duda alguna estas calizas en el viseense. (B-2) (B-3). En uno de sus últimos trabajos sobre As­ turias, Delepine (D-2) describe del valle de Proaza, la siguiente fauna encontrada entre Entrago y Teverga:

Goniatites falcatus. Roem. G. granosus. Portt. G. striatus. Sow. Pronorites cyclolobus Phill.

De estas especies G. falcatus y G. striatus son propias del viseense superior subzona III, de los autores alemanes; esta - 75 - circunstancia hizo suponer a Delepine que el techo de la caliza “griotte” debe de estar situada en el límite entre el viseense y el namuriense ; el paso al devónico es insensible y aún parecen exis­ tir horizontes de transición como ya hemos indicado, de tal mo­ do que se justifica plenamente la antigua atribución al devó­ nico superior de las capas del Eifeliense C (= arenisca de Gosse- letia). Ya se ha visto como estas “zonas de transición” son especial­ mente claras a lo largo de las vertientes N. y NW. del Aramo y de La Mostayal. También en la carretera de Parteayer a Santa Eulalia hay un contacto muy explícito:

Techo: Caliza de montaña (caliza negroide con vetas de calcita espática). 12-15 m. Calizas rojas amigdaloides con tallos de crinoi- deos. 10-12 m. Caliza gris azulada en capas de 0,1-0,2 m. ♦ 50 m. Caliza roja amigdaloide con tallos de crinoideos alternando con pizarras rojas y en capas de 1-2 m. Muro: Areniscas rojas del Eifeliense C.

La caliza viseense tiene pues aquí cerca de 80 m. de potencia y facies pizarreña en parte. Esta tendencia al paso a pizarras rojas, la encontramos en casi jtoda la caliza viseense de esta zo­ na ; únicamente que las potencias son casi siempre pequeñas. En las charnelas anticlinadas del barranco de Las Xanas, también aparecen pizarras rojas con crinoideos y goniatítidos mal conservados entre los que se reconnocen fragmentos de Goniatites granosus Port. intercalados con la caliza roja amig­ daloide. También en la carretera de Proaza a Trubia Km. 7,3 en una pequeña cantera al pie de la carretera hay pizarras rojas y verdes con crinoideos en la caliza viseense; la caliza a veces Sf hace muy esquistosa y se transforma en pizarras; en esta 76 —

cantera se hallan junto a los crinoideos Goniatites granosas Port. G. subcircularis M iller y P ronorites sp. No obstante el perfil indicado de Santa Eulalia no es norm al; la serie frecuente es la siguiente:

Techo: caliza de montaña. 12-15 m. Calizas rojas am igdaloides con crinoideos y go- niatítidos. 8-10 m. Calizas grises tableadas en capas de 0,5 a 0,2 10-12 m. Caliza gris azulada en capas de 0,1-0,2 m. M uro: Eifeliense C.

Esta sucesión sirve pues constantemente de tránsito entre el devónico y la caliza de montaña. Otras veces, más raras, la caliza viseense está silicificada; en­ tre los planos de estratificación aparecen finas bandas de cuarcina, a veces corneanas jaspeadas y nidos y nodulos de silex; cerca de Castañedo del Monte, en Sierra Pedrisca el viseense está totalmente silicificado y profundamente tranformado. En el Na- ranco, en el alto de la carretera de Brañes hemos visto silicifi­ caciones parecidas con hermosos estilolites. Tanto estas formas aberrantes como las variaciones de po­ tencia y de características petrográficas de este tramo nos indi­ can que, dentro de su constancia, los caracteres de la caliza vi­ seense no son tan persistentes como podría creerse al primer vis­ tazo ; incluso en algunos puntos llega a desaparecer; esto nos indica que en realidad, la caliza viseense forma una sólida uni­ dad petrográfica y estratigráfica con la caliza de montaña de la que es inseparable bajo todos los puntos de vista; la caliza de montaña comienza en realidad, pues en el viseense.

b) La caliza de montaña

La caliza viseense constituye la base de una potente forma­ ción caliza llamada por Barrois (B-l) “caliza de los cañones” por — 77 — formarse en ella los más espectaculares gargantas de Asturias. Más tarde fué llamada por Adaro (A-4) “caliza de montaña”, por analogía a la caliza de la misma edad del NW. de Europa, nombre que ha prevalecido; también la denominó el mismo autor “caliza metalífera” por la frecuencia con que en ella se encuentran yacimientos de metales diversos, hierro, cobre y man­ ganeso principalmente. En un trabajo reciente (LL-5) hemos indicado las caracterís­ ticas generales que presenta en Asturias esta caliza de montaña y por tanto remitimos allá al lector. En la región estudiada, la caliza de montaña presenta bastante uniformidad, pues sus potencias oscilan constantemente entre 200 y 250 m. Como dice muy bien Almela y Rios (A-5) las potencias de este tramo son engañosas, pues está siempre muy plegado y a veces, siendo di­ fíciles de discernir los pliegues, el observador tiene tendencia a aumentar considerablemente el espesor. En la entrada del barranco de las Xanas, entre la carretera de Proaza, d(¿nde aflo­ ran las pizarras westfalienses y el primer anticlinal con núcleo devónico, de las Xanas, puede medirse exactamente el espesor que en este punto es de 250 m. En multitud de otros lugares se reúnen condiciones óptimas para realizar estas mediciones, como puede verse en nuestro mapa, (LL-5) pudiéndose asegurar que en esta zona la potencia no llega nunca a los 300 m. Hay que rectificar pues en este sentido las cifras anteriores. (G-l) (G-2). La facies de esta caliza tampoco es uniforme; los 250 m. tota­ les pueden repartirse en general de la siguiente manera:

Muro: Caliza viseense. 40-50 m. Calizas grises bien estratificadas. 25-30 m. Calizas negroides, fétidas con vetas de calcita blanca. 180 m. Calizas grises compactas dolomíticas, mal estra­ tificadas. - 7 8 —

La máxima potencia corresponde a una masa de caliza gris blanquecina, dolomítica, mal estratificada que constituye la ca­ liza de montaña por excelencia, que casi siempre alcanza el techo de la formación. No obstante hay una marcada tendencia en la masa principal a. transformarse cerca del techo en calizas organógenas, sean negras fétidas semejantes a las de la base, sean margosas en cuyo caso contienen a veces ricas faunas. Pa­ rece pues existir una tendencia a la substitución del régimen recifal representado por la caliza dolomítica, por otro algo más prc.fundo del que serían testigo ya las calizas fétidas, ya las lumaquelas terminales. Las últimas ideas sobre la caliza de montaña en general emitidas por Wagner (*) no están de acuerdo con la realidad. Dejamos para otro trabajo más general, nuestras consideraciones sobre este asunto. En la aldea de Latores, entre Fuso y La Manjoya, está bien representada la facies margosa lumaquélica, en la, que aparecen bancos de branquiópodos asociados a crustáceos, crinoideos y moluscos. La serie estratigráfica terminal de la caliza de mon­ taña es allí la siguiente:

Techo: Pizarras westfalienses. 20-30 m. Calizas grises, estériles compactas. 2 m. Lumaquelas gris de branquiópodos, crustáceos, crinoideos y moluscos. 5 m. Caliza gris con branquiópodos y crinoideos for­ mando nidos. 15 m. Calizas grises con nidos de crinoideos y algunos braquiópodos. 20 m. Calizas grises con crinoideos escasos y disper­ sos. 20-30 m. Caliza negroide fétida. 15 m. Caliza gris compacta estéril. 30 m. Caliza gris con fusulínidos.

(*) R. H. Wagner: Flora fósil y estratigrafía del carbonífero del NW. de España y Portugal. Est. Geol. vol. XV n. 41-44. págs. 393-420, 5 figs. Madrid, 1959. — 79 -

Esta serie representa en realidad la mitad superior de la to­ talidad de la caliza de montaña. En los 2 m. de lumaquelas de braquiópodos de la parte alta hemos recogido una rica fauna en la que Mr. Delepine (D-6) quien amablemente la ha estudia­ do, ha reconocido las siguientes especies:

Braquiópodos: Orbiculoidea sp. Y. Thomas. Derbya hindi. Streptorynchus myatchkovensis Schizophoria resupinata, Martin Schizophoria sp. (ejemplares jóvenes) Rhipidomella Michelini Chonetes eg flem ingi Productus puctatus Martin P aff. sulcatus P. hermosanus P. semireticulatus P. inflatus P. undatus P. plicatilis P. transversalis Tchern. P. aculeatus P. eg. Cora d’Orb P. eg. Costatus P. aff. undatus P. m inutus P. elegans P. scabriculoides P. concinnus ? (valva ventral). Linoproductus tenuistriatus L. cora d ’Orb Juresania cf. ovalis D. et C. Marginifera pseudoplicatilis 8 0 —

M. pusilla Schellw. Cancrinellci cancriniformis Avonia equidnifornis G rabau Spirifer rockymuntanus Marcou 5. pavlovi Stuck S. pinguisiformis Semichatov Neospirijer cameratus M artin N. triplicatus Spiriferina sp. Martinia glabra M artin. Brachythyris asturica nov sp. Reticularia lineata M artin R. elliptica Phillips Athyris ambigua cf. Rhyncophora Nikitini Diclosma vesiculare de kn. Diclosma sp. Moluscos: Posidonella aff. vetusta Pseudomusium fibrillcscen Allerisma walkeri Entalis sp. P latyceras sp. Ptychomphatus sp. Bulim orpha sp. Loxonem a sp. Strasarollus sp. Macrochilina sp. Briozoos Crinoideos.

En 1943 Delepine (D-2) había reconocido en lugares próxi­ mos (Entrago y Teverga) una fauna parecida aunque menos rica, en la que encontraba: — 81 -

Schizophoria resupinata M artin Schizophoria plicata D elipine Productus punctatus M artin P. aculeatus var. radialis Delep. P. cf. transversalis Tchernychen Probiscidella fasciculata Delepine Marginifera pusilla Schllw Diclasma o Sem inula Spirifer rockymuntanus Marcon var hispanicus Delep Martinia glaba M artin Reticularia cf. elliptíca Phillips P ugnax cf. osagensis Swallow P ugnax sp. Brachymetipus uralicus De Vern. Aviculo pecten sp.

Esta fauna es muy parecida a la anterior, pues muchas es­ pecies son comunes en ambas; fué la primera fauna caracterís­ tica encontrada en la caliza de la montaña, que permitió a Dele­ pine llegar a la conclusión de que el techo de dicha caliza era ya moscoviense y en su consecuencia la sedimentación de las piza­ rras hulleras había comenzado ya entrado el westfaliense. En el valle del Caudal, cerca de Morcín y frente al puente colgante del km. 12,5 de la carretera de Riosa, la caliza de mon­ taña comienza también con calizas negras fétidas: la serie está invertida pero la sucesión es la siguiente:

Muro: Caliza viseense. 25-30 m. Caliza negra fétida con vetas de calcita blanca 50 m. Visibles, calizas marmóreas rosadas con grandes nidos de espato calizo.

En esta zona, pues, la caliza de montaña está profundamen­ te transformada, recristalizada, fuertemente marmorizada con separación de gruesos cristales de calcita. Esta es una facies muy - 82 - particular, que pocas veces hemos visto; no así la recristaliza­ ción y formación de calcita espática que en otras ocasiones acompaña a diversos minerales como a la fluorita en el valle de Proaza y al cobre gris en otras zonas fuera de la región es­ tudiada.

c) Los fenómenos de dolomitización

La caliza de montaña está en ocasiones fuertemente dolomi- tizada la roca se carga de carbonatos magnésicos, toma color amarillento sucio y aspecto brechoide en superficie y amarillo claro y finamente cristalino en la fractura fresca. Acompañan frecuentemente a estas dolomías nidos y masas arriñonadas, a veces de gran extensión, de calcita espática y de dolomita cris­ talizada, que casi siempre ocupan las zonas centrales del man­ chón dolomítico. Estas manchas dolomíticas, no tienen contornos regulares ni están circunscritas a un determinado nivel de la caliza de mon­ taña ; aunque su mayor dispersión corresponde a los 180 m. ter­ minales de calizas dolomíticas compactas; sus limites son, por el contrario, extremadamente irregulares, extendiéndose lo mis­ mo en sentido vertical que horizontal. Por su forma y caracterís­ ticas de yacimiento se echa enseguida de ver que no se trata de ortodolomias, congénitas a la sedimentación (C-ll) (T-2) sino de paradolomias, generadas mucho después de la sedimentación y aún del plegamiento de las calizas. Aunque la mayoría de los autores modernos que han estudiado los fenómenos de dolomi­ tización, están de acuerdo acerca de que el 90%> de las dolomias existentes son ortodolomias (C-ll) (G-8) (1-5) (R-3) (R-4) (T-2) (T-3) y representan facies recitales o litorales por lo menos, ri­ cas en algas u otros organismos capaces de fijar la magnesia, todos aceptan igualmente la posibilidad de la existencia de para­ dolomias, de origen hidrotermal o teletermal, en las cuales la — 8d — mayor parte del magnesio sería endógeno. Algunos citan casos en que por su forma de yacer, la genésis de la dolomia no pue­ de explicarse de otro modo. Esto es para nosotros el único origen posible de las zonas de dolomitización de la caliza de montaña, puesto que en el estado actual de nuestros conocimientos sobre la dolomitización, no se encuentra otra explicación más satisfactoria. Por otra parte no repugna admitir un origen teletermal a esta dolomía cuando se la ve casi siempre ligada a los yacimientos de cobre, hierro en­ dógeno, manganeso metasomático y a los nidos de calcita epi- génica cuyo origen ha de estar estrechamente relacionado con la dolomitización. Provisionalmente admitiremos, pues, que la do­ lomitización de la caliza de montaña es un fenómeno de metaso- matosis producido por fenómenos teletermales. Los fenómenos de dolomitación no son muy importantes en la zona de La Coruxera y La Mostayal; la mayoría son zonas poco extensas; donde aparecen manchones mejor definidos y mas ex­ tensos es en el macizo del Monsacro, especialmente en su vertien­ te septentrional y en el valle suspendido donde están construi­ das las ermitas. Estas zonas son las únicas que se han represen­ tado en el mapa. Existen otras manchas muy reducidas en las vertientes orien­ tales de Sierra Pedrisca, sobre el valle de Proaza, y pequeños manchones de pocos metros de superficie se encuentran profu­ samente repartidos por todos los afloramientos de caliza de mon­ taña. En la zona estudiada, la dolomitización es un fenómeno poco notable; tal vez de aquí procede la escasez de yacimientos mi­ nerales en esta caliza. No es esta zona la más apropiada para afirmar la denominación de “caliza metalífera” que dió Adaro a la caliza de montaña (A-4), como ya se ha dicho, por la riqueza de su contenido mineral. — 84 -

d) Las pizarras westfalienses.

Sobre la caliza de montaña se superpone como siempre en As­ turias (A-2) (A-3) (A-4) (B-l) (D-8), (P-5), el conjunto de piza­ rras que fueron llamadas “hullero” por Adaro (A-4) y que cons­ tituyen ya sedimentos westfalienses (G-7) (H-l) (H-4) (J-2) (J-4) (LL-5) (P-5). Como ya hemos dicho, la mayoría de estos manchones eran desconocidos antes del trabajo de Rios y Almela (A-5) ya indica­ do. Como nuestras correrías por esta zona comenzaron mucho antes que las de aquellos autores, fué grande nuestra sorpresa al encontrar magníficos sinclinales de caliza de montaña con núcleos de pizarras westfalienses, allí donde los mapas de Adaro (A-3) (A-4) y sus sucesores (G-7) sólo señalaban una masa com­ pacta de caliza de montaña. Para Adaro la cuenca carbonífera estaba perfectamente delimitada por el NW. por la prolonga­ ción oriental de la masa de caliza de montaña del Monsacro, señalando únicamente el westfaliense de la cuenca de Proaza como una apófisis septentrional del carbonífero de Riosa. Tam­ poco Almela y Rios (A-5) hablan de estos afloramientos aunque los han cartografiado. En realidad, la cuenca carbonífera se prolongaba por encima en las actuales sierras de La Coruxera, La Mostayal y Monsacro que constituían el substrato de la misma; la multipartición de estos sedimentos fué consecuencia del plegamiento primero y de los sucesivos ciclos de erosión que han actuado sobre la región, después (LL-1). Por otra parte la mayoría de estos retazos westfalienses son de poco interés estratigráfico por estar formados por tramos muy reducidos y muchas veces desaparecidos en parte a consecuen­ cia de laminaciones tectónicas. Estos afloramientos westfalienses están distribuidos según dos grandes unidades: 1. La banda de caliza de montaña del centro de la región y 2. La zona del SE. — 85 —

1) Las capas del sinclinal de Las Caldas.

Entre las calizas de Las Caldas y el macizo de Peñavis, se establece una pequeña cuenca sinclinal ocupada por las pizarras westfalienses. En Latores, por encima de la caliza de montaña con la fauna moscoviense ya citada, aparece una serie de piza­ rras y areniscas grises micáceas muy plegada y fracturada por pequeñas fallas que introducen una verdadera confusión y difi­ cultan la estratigrafía. El borde NW. del sinclinal es más regular y aunque muy re­ cubierto de vegetación, puede obtenerse, con algunas lagunas, la siguiente sucesión:

Muro: Caliza de montaña. 50-60 m. Pizarras negras y grises micáceas con delga­ das capas de areniscas de 0,05-0,1 m. in terca­ ladas. 8-10 m. T ram o de areniscas en capas de 2-3 m. con pi­ zarras delgadas intercaladas. 80-100 m. Pizarras grises y areniscas alternantes. 12-15 m. Segundo tramo samítico con pizarras arenosas y micaceas delgadas, intercaladas. 100-110 m. P izarras grises micáceas. 10-12 m. Tercer tramo semítico en cuya parte alta hay lechos de sapropelitas y una capa de hulla de 0,05-0,1 m. que originaron infructuosos tanteos m ineros. (¡0 m. Visibles, pizarras micáceas.

En el túnel de Las Caldas, del ferrocarril Vasco-Asturiano, poco antes de la estación de Fuso, se cortan algunas capas del tramo inferior que permiten obtener algo mas de detalles. El contacto con la caliza de montaña es mecánico, pero la base de la formación no puede estar muy lejos. La sucesión es allí la sig u ie n te : — 86 —

Muro: Plano de falla en la caliza de montaña. 10-12 m. Areniscas misáceas grises con lechos delgados de pizarras intercaladas. 80-100 m. Pizarras grises micáceas y delgados lechos de areniscas. 15-20 m. Segundo tramo de areniscas equivalente con to­ da probabilidad al 2.° tramo del flanco NW. 100 m. Pizarras grises micáceas. Areniscas del borde NW. del túnel.

En su conjunto el sinclinal de Las Caldas tiene el aspecto de presentar gran regularidad estratigráfica. La vegetación y los suelos impiden obtener, en esta zona un detalle mayor.

2. La p7-olongación SW. del sinclinal de Las Caldas y la zo­ na de Proaza.

Las capas westfalienses del sinclinal de Las Caldas cruzan el cuaternario del Nalón y se prolongan hacia el, SW. por las vertientes NW. de la Sierra de La Coruxera y alcanzan el valle de Proaza en Tuñón, donde terminan. En la vertiente septentrional de La Coruxera, siguiendo la lí­ nea eléctrica de Siones puede cortarse una buena sucesión estra­ tigráfica invertida:

Muro: Caliza de montaña. 12-15 m. Areniscas amarillentas micáceas muy compac­ tas. 60-70 m. Pizarras grises micáceas con nodulos de limo­ nitas resultantes de la hidratación de piritas. 100-100 m. Areniscas en capas de 0,2-0,5 m. am arillentas, muy claros, alternando con pizarras negras y grises micáceas. Pizarras negras micáceas. - S7 -

A 2 kms. mas hacia el SW. en La Rodada (Las Carangas) hay, otro corte menos completo; en contacto mecánico con el devó­ nico aparece un paquete de 80-100 m. de potencia formado por pizarras y areniscas alternantes que tiene el mismo aspecto que el tramo superior del corte anterior. Las pizarras tienen nodulos de pirita. En las vertientes occidentales del valle de Proaza, frente a Tuñón puede obtenerse un corte semejante al de La Coruxera. Aqui es donde terminan las capas de sinclinal de Las Caldas, apareciendo la terminación sinclinal en las vertientes de la co­ ta 530, próxima a Castañedo del Monte. Un poco mas al S. comienzan las capas de la cuenca de Proa­ za enmascaradas por los aluviones de la vaguada y por los co- luviones de las vertientes. Estos depósitos enmascaran profunda­ mente los sedimentos westfalienses que por su caracter plástico forman depresiones en las cuales se acumulan los derrubios. En las vertientes de Sierra Pedrisca sobre La Espina hay un aflo­ ramiento que permite obtener un corte defectuoso con el agra­ vante de que las capas westfalienses tienen muchos microplie- gues:

Muro: Caliza de montaña. 20 m. Areniscas compactas y lechos de pizarras cerca del techo. 50-60 m. P izarras con lechos m uy delgados de areniscas. 50-60 m. A lternancia de pizarras micáceas y areniscas am arillentas micáceas en bancos de 0,3-0,5 m.

En cambio, al E. de Proaza, el sinclinal de Teordia muestra buena parte de los sedimentos de la cuenca de Proaza. Siguendo el camino de herradura que parte del Km. 13,2 y cruzando los aluviones del río Trubia, se dirige a Teordia, una vez cruzada la barra de caliza de montaña de El Arbeyal, corta una serie de capas de las que, aunque con algunas lagunas, puede deducirse la siguiente sucesión: — 8 8 —

Muro: Caliza de montaña. 90-100 m. Pizarras grises micáceas con nodulos de pirita y algunas ligeras intercalaciones de areniscas muy delgadas. 8-10 m. Tramo samítico formado por areniscas grises micáceas con lechos de pizarras interestratifi- cados. 20-25 m. Pizarras grises micáceas, nodulosas. 10 m. Segundo tramo samítico muy parecido al ante­ rior. 40-50 m. Pizarras grises micáceas, alternando con arenis­ cas am arillentas en bancos de 0,2-0,3 m. 4-5 m. Caliza gris. 30-40 m. Pizarras grises micáceas algo arenosas.

El sinclinal de Teordia nos ofrece el corte más completo de esta zona y que nos ilustra además acerca de los cambios de fa- cies que deben haber presidido la sedimentación del westfalien- se, puesto que la caliza gris, situada a 10 m. escasos del techo de la caliza de montaña, no aparece en el anticlinal de Las Caldas- Tuñón y debe de tener su equivalente en alguno de los tramos allí reconocidos.

3) El Sinclinal de La Manjoya.

En la entrada meridional del túnel de la Manjoya, por deba­ jo de los sedimentos cretácicos, aparece un paquete de rocas westfalienses en contacto por falla con la caliza de montaña de Ferreros; tampoco el margen SE. del sinclinal es normal, de ma­ nera que no conocemos el muro de esta formación. La trinchera del ferrocarril a Madrid, entre la ya indicada entrada del túnel y el Km. 133, muestra una serie de capas muy replegadas en las cuales es posible establecer la siguiente sucesión de abajo a arriba: - 89 -

30-40 m. P izarras pardo am arillentas. 50 m. Pizarras grises micáceas alternando con arenis­ cas en capas de 0,1-0,2 m. 6-7 m. Pizarras alternando con cuarcitas en capas de 0,01 m. 1 m. Caliza gris.

Esta estratigrafía incompleta es cuanto poseemos del sincli- nal de La Manjoya, difícil de relacionar sin fósiles, con su ve­ cino de Las Caldas.

4) El Sinclinal de La Moriera.

En el margen opuesto a] gran meandro del Nalón, frente a Morcín, entre las cumbres de el Gato y de Castiello, hay un sin­ clinal suspendido sobre el que están instaladas las aldeas de La Mortera y Les Liñades. Las capas de este sinclinal están algo comprimidas y los contactos con la caliza de montaña son me­ cánicos. Esto explica que las capas del flanco S. sean predomi­ nantemente samíticas, mientras las del N., son pizarras, sin per­ juicio de que pueda existir un cambio lateral de facies de unas o otras. Por este motivo no nos atrevemos a establecer una su­ cesión estratigráfica, pudiendo indicar únicamente que la forma­ ción sobrepasa los 300 m. de potencia y comprende dos series: una inferior predominantemente pelítica de 120 m. y otra infe­ rior en la que alternan pizarras grises micáceas con gruesas bancadas de arenisca.

5) El reborde septentrional de la cuenca de Ríosa.

Contorneando el borde meridional del macizo del Monsacro, aparecen los depósitos westfalienses de la cuenca de Riosa. Por el reborde occidental, formando el Cordal Largo y las vertien­ tes S. del valle de La Vara, la serie pizarreña está en contacto por falla con la caliza de montaña. Las capas normales se en­ cuentran en el borde meridional del Monsacro, especialmente — 90 — claros a la salida de la garganta de La Foz. Allí la serie nos parece absolutamente normal a pesar de que Almela y Rios (A-5) indican en su mapa un contacto mecánico, también Wag- ner (J-4) cree en una dislocación; es cierto que casi siempre en­ tre las pizarras y las calizas de montaña hay resbalamientos y despegues, pero estos no tienen el valor de fallas, puesto que no alteran en absoluto la estratigrafía; sobre este punto volvemos a insistir en el capítulo de Tectónica. Recorriendo los caminos inmediatos a la carretera hasta un poco al S. del Lugar de Abajo, y las vertientes septentrionales del Monsacro, puede reconstruirse la siguiente serie:

Muro: Caliza de montaña. 35-40 m. P izarras grises micáceas, algo arenosas, cerca del techo. 4-5 m. Capa de arenisca gris amarillenta compacta. 40-50 m. Pizarras grises micáceas arenosas. 3-4 m. 2 a. capa de arenisca compacta. 20-25 m. Nuevo tram o de pizarras arenosas m icáceas. 4-5 m. 3 a. capa de arenisca com pacta. 30-4 m. P izarras oscuras. 150 m. Areniscas en bancos de 0,1-0,2 m. alternando con pizarras negras arenosas micáceas.

En la trinchera del ferrocarril, y a partir de la cantera que explota la caliza de montaña, el contacto calizas-pizarras es tam­ bién normal y la sucesión que puede obtenerse siguiendo la trinchera hacia el S. es la siguiente:

Muro: Caliza de montaña: 5 m. Pizarras oscuras. 3 m. Calizas grises. 3 m. Pizarras amarillentas 4- 0-2 m. calizas con crinoi- deos. 1-5 m. Caliza gris. 10 m. Pizarrilla oscura replegada. 2 m. Pizarra amarillenta arcillosa. 4 m. Arenisca amarillenta, - 91 —

Esta capa está casi vertical y fracturada por el S. Sigue una charnela sinclinal en areniscas amarillentas y pizarras, y a con­ tinuación, el flanco S. de este sinclinal está formado por:

Fig. 8. Contacto de la caliza de montaña con las pizarras westfalienses en la trinchera del F. C. minero a la salida de la garganta de La Foz (Riosa) 1. Caliza de montaña. 2. Pizarras obscuras. 3. Calizas grises. 4. Pizarras amarillentas con 0,2 m. de caliza gris con entroques de crinoideos. 5. Ca­ liza gris. 6. Pizarras obscuras muy replegadas. 7. pizarras amarillenta arcillosa. C. Coluviones. Las capas están representadas a rigurosa escala.

5 m. Pizarras oscuras. 0,8 m. Caliza gris. 10 m. Pizarras negras con capitas y amígdalas de caliza. 1,5 m. A ren isca p izarreñ a. 10 m. Pizarras negras con capitas de arenisca. 3 m. Areniscas amarillenta.

Estas areniscas forman una charnela .anticlinal en cuyo nú­ cleo hay pizarras negras; el flanco S. de este anticlinal repite la serie anterior casi exactamente hasta el final de la trinchera. Estas observaciones permiten casi asegurar que el techo de la caliza de montaña sirve de muro, normalmente, a la base de la serie de pizarras; es mas, las capas de calizas de la base de esta serie parecen indicar una transición sedimentaria del ré­ gimen calizo al pelítico-samítico de la cuenca de Riosa; las pri­ meras dislocaciones aparecen en la trinchera a 30 m. de la cali­ - 92 — za de montaña y no alcanza a la cantera hasta por lo menos a 150 m. de la caliza. Los trabajos aún inéditos de Julivert (J-5) en la cuenca de Riosa, descubren una compleja tectónica de fallas dentro de la masa de pizarras, que rompe la continuidad estratigráfica; es a 11 i, pues donde hay que buscar, como ya hemos indicado en otra ocasión (LL-9) las anomalías estratigráficas que encuentran

Fig. 9.—Estructura de la masa de pudinga de Lugar de Abajo. 1. (5 m.) Areniscas obscuras. 2. (6 m.) Pudinga. 3. (2 m.) Pizarras obs­ cura con flora. 4. (8 m.) Pudinga de cantos de cuarzo de hasta 0,2 m. 5. (1 m.) Pizarras con nodulos de limonita. 6 (4 m.) Arenisca micácea. 7. Pudinga cuarzosa de cantos de hasta 0,4 m. 8. (7 m.) Areniscas y pizarras nodulosas. 9. (2 m.) Pudinga. 10. (4 m.) Areniscas. 11. 4 m.) Pu­ dinga. 12. (10 m.) Areniscas con lechos de pudingas. 13. (7-8 m.) Pizarras finas carbonosas. 14. (2 m.) Arenisca compacta.

Jongmans y Wagner (J-4) (K-3) (LL-9) en un estudio de la cuenca de Riosa y que pueden aceptarse, aun admitiendo la normalidad del contacto caliza-pizarra en el N. del Monsacro. En las últimas casas del lado S. del Lugar de Abajo, cuan­ do se inicia la subida de la carretera aparecen las capas de pu­ dingas que Adaro denominó “pudinga base del inframedio”. En­ tre las últimas capas indicadas y esta pudinga hay una laguna que no hemos podido llenar. Como observan muy bien Almela y Rios (A-4), no se trata de una masa de pudinga compacta, sino un tramo detrítico forma­ do por capas de elementos de grosor diferente, como puede verse en un perfil obtenido en los últimos metros del techo de este tramo, de N. a S.; LAM INA III

El macizo de La Mostayal por su cara E. desde las vertientes del Aramo. Caliza de montaña plegada y fracturada por el margen E.

Los pliegues del valle de La Foz desde la cumbre del Monsacro. En pri­ mer término caliza de montaña. L A M IN A IV

Valle de Proaza cerca de Tuñón. Sinclinoriou aehq pizarras «■ y areniscas westfalienses con flancos de caliza de montaña.

^ alle de Proaza en Villanueva de Proaza; sinclinorio de pizarras y are­ niscas westfalienses con flancos de caliza de montaña. - 93 -

5 m. Areniscas oscuras. 6 m. Pudingas cuarzosas de grandes elementos. 2 m. Pizarra arenosa con restos de flora. 8 m. Pudinga de cantos de hasta 0,2 m. 1 m. Pizarra con nodulos de limonita. 4 m. Arenisca. 15 m. Pudinga cuarzosa de elementos de hasta 0,4 m. 7 m. Areniscas alternando con pizarras nodulosas. 3 m. Pudinga. 4 m. Areniscas. 4 m. Pudinga. 10 m. Alternancia de areniscas con lechos delgados de pu­ dingas. 8 m. Pizarras carbonosas. 2 m. Arenisca compacta.

Estos 80 m. eminentemente detríticos, constituyen el límite de nuestras investigaciones por la cuenca de Riosa; la brevedad de las mismas, la pequeña extensión reconocida y la extensión y complejidad de dicha cuenca de Riosa, hacen que no podamos obtener conclusiones sobre la misma, que hay que reservar para un estudio del territorio situado al S. del Monsacro.

e) Estratigrafía comparada.

1. Posición estratigráfica de las capas carboníferas. Como hemos indicado en un trabajo reciente (LL-5), la falta de concordancia preside los intentos de correlación de las capas carboníferas, tanto en los ensayos de índole general, como en los trabajos estrictamente locales. No quisiéramos caer en el mismo error, pues estamos expuestos al mismo al intentar situar las capas reconocidas dentro de la moderna estratigrafía del carbonífero (J-3). Nuestras investigaciones en el carbonífero, no nos han su­ ministrado huellas fósiles más que muy raramente: ausencia — 91 - de restos vegetales en las capas westfalienses de los sinclinales reseñados. Unicamente poseemos como punto de partida de nues^ tras consideraciones estratigráficas, la fauna de la caliza de mon­ taña de Latores. Barrois (B-l) situaba la caliza de montaña en el dinantiense sin más precisión. Adaro (A-4) siguió el criterio de aquel autor y de este modo vino renominándose la caliza de montaña (C-10) (D-14) (P-2) (H-l) (H-3) hasta Delepine (D-2), quien en 1943, al describir las faunas ya indicadas, sentó la edad moscoviense pa­ ra el techo de esta caliza. Muchos autores españoles (M-4) (M-5) (G-l) continuaron usando la denominación de dinantien­ se y nosotros mismos, siguiendo su criterio, la empleamos antes de conocer personalmente los problemas de la geología asturia­ na (LL-7) (LL-8). La fauna de Latores viene a constituir un nuevo punto de apoyo para cementar el descubrimiento de Delepine. No parece caber, pues, duda, acerca de que en el valle de Proaza y región del SW. de Oviedo, el techo de la caliza de montaña es mosco­ viense y que dicha caliza debe ser considerada como una serie comprehensiva que abarca desde el viseense hasta por lo menos el 'equivalente marino del westfaliense A ; es decir, se trata de la caliza moscoviense, tan extendida por el NW. de Europa y Rusia. En su consecuencia es lógico suponer que los tramos inferio­ res del anticlinal de Las Caldas se hayan sedimentado ya bien entrado el westfaliense y que por lo tanto la serie de pizarras al­ ternando con areniscas de los sinclinales d-s la caliza carbonífera y las mismas capas de la base de la cuenca de Riosa, han de si­ tuarse ya, por lo menos, en los tramos medios o altos del west­ faliense B. Esto no está conforme con la opinión provisional de Almela y Rios (A-5) que rejuvenecen considerablemente todas las capas de la cuenca de Riosa, pues colocan toda la caliza de montaña en el viseense, lo que nos parece insostenible, no sólo por las razones ya indicadas dimanadas de la fauna de Latores, - 95 — sino porque además, las faunes de la caliza “griotte” acusan ya el viseense superior y no sería lógico que los 250 m. de caliza que se superponen representaran el techo del viseense. Almela y Ríos (A-5) siguiendo este criterio colocan a los tra­ mos “Entre Calizas” y “Generalas” en el namuriense y hacen comenzar el westfaliense A en la pudinga de Lugar de Abajo, a unos 400-450 m. por encima del techo de la caliza de montaña. En cuanto a la controversia suscitada por el trabajo de Jog- mans y Wagner (J-4) sobre la edad de las capas del reborde sep­ tentrional de la cuenca de Riosa, con intervención de Kindelan (K-3), dimos ya nuestra opinión en 1958 y remitimos alli al lec­ tor interesado (LL-9).

III. TECTONICA.

A) La estructura de la Coruxera en el ámbito tectónico as­ turiano.

La mayoría de los accidentes tectónicos que determinan la estructura de las Sierras de la Coruxera, La Mostayal y Mon- sacro, son pliegues hercinianos. Aún cuando en otros trabajos (LL-2) (LL-3) (LL-5) hemos puesto de manifiesto el interés que tienen en Asturias las fallas alpídicas, a las que se había dado poca importancia o se habían confundido con formas hercinia- nas; en la zona que nos ocupa, la tectónica alpídica tiene poco desarrollo, pues apenas si está representada por algunos escasos accidentes que no solo no determinan rasgos estructurales de primer orden, sino que, ni siquiera llegan a enmascarar la tectó­ nica herciniana. Los pliegues hercinianos se desarrollan pues armónicamente, alineados de NE. a SW. y torciendo acusadamente hacia el S. en el borde meridional donde toman rectamente dirección N-S. Ya hemos dicho que este haz de pliegues forma parte importan­ te del complejo de los Hercínides astures, puesto que está si­ - 96 — tuado en la parte superior o N. de la gran dobladura o rodilla astúrica. Por este motivo los rasgos esenciales de estos pliegues, especialmente su orientación y desarrollo horizontal han sido ya entrevistos por la mayoría de los autores que han tratado, en su conjunto de las grandes líneas tectónicas de Asturias (B-l) (C-10) (M-5) (D-4) (S-9) (G-7) (A-4); en cambio nunca se hizo un análisis detenido de esta interesante estructura, pues ni aún en el trabajo de Almela y Ríos (A-5) se dan detalles sobre la misma; los cortes geológicos, trazados de manera esquemática solo dan idea de la estructura de conjunto, lo propio que la des­ cripción tectónica que los acompaña. Asi pues a pesar de esta im­ portante aportación a la tectónica asturiana, todavía estas sie­ rras ofrecen un magnífico campo de investigación tectónica, cu­ ya descripción vamos a intentar.

B) Las grandes unidades hercinianas de plegamiento.

Las unidades tectónicas vienen a coincidir en sus líneas ge­ nerales, con las unidades estratigráficas ya indicadas, puesto que la tectónica es fundamentalmente diferencial y el modela­ do de las estructuras es ante todo función de las características mecánicas de los materiales afectados por el plegamiento. Es­ tructuras y estilos tectónicos se localizan, casi siempre perfec­ tamente diferenciados, sobre los conjuntos petrográficos, en su consecuencia pueden delimitarse las siguientes zonas tectóni­ cas de NW. a SE.:

1) Zona de pliegues y extrusiones en el silúrico y devó­ nico del margen NW. 2) Zona central desarrollada predominantemente en la caliza de montaña. 3) Gran sinclinorio de La Piñera modelado fundamental­ mente en las facies litorales y paracontinentales del devónico. 3) Zona de pliegues del SE. que forma el reborde sep­ tentrional de la cuenca de Riosa. - 97 —

Estos elementos estructurales de orden superior dentro de la tectónica regional, coinciden aproximadamente con las grandes líneas de plegamiento entrevistas por Adaro (A-4); en otras ocasiones hemos indicado ya (LL-1) (LL-5) que la cartografía geológica de Adaro no pudo hacerse en sus detalles por no dis­ poner de una base topográfica de precisión y el mapa planimé­ trico de Schulz no tenía ni la escala adecuada, ni el detalle exi­ gido para un trabajo tectónico meticuloso ; no nos cabe la menor duda de que si Adaro hubiera dispuesto de nuestro mapa topo­ gráfico a 1:50.000, actualmente tendría Asturias un mapa geo­ lógico de primerísima categoría, que por desgracia no poseemos. Por esto Adaro solo pudo representar las unidades tectónicas fundamentales y por esto sus elementos tectónicos son casi siem­ pre pliegues compuestos, susceptibles de ser resueltos en otros mas elementales por un análisis tectónico mas detallado.

C) La mecánica de los sedimentos y sus reacciones ante el plegamiento.

La complejidad estratigráfica que hemos visto tenía la zona de la Coruxera tiene una honda influencia en la estructura re­ sultante. Desde las cuarcitas armoricanas que forman el zócalo del paquete sedimentario en el que se desarrolla el plegamiento, hasta las capas de pizarras y areniscas westfalienses que for­ man el techo se intercalan una serie de materiales de caracte­ rísticas mecánicas distintas, dentro de las dos grandes unidades estratigráficas formadas por el devónico y la caliza de montaña. La cuarcita es el elemento mas rígido de todo el paquete y lo comprueba su comportamiento tectónico anómalo ; el devó­ nico es un conjunto asaz heterogéneo no solo en sentido verti­ cal sino horizontal dados los cambios laterales de facies que exis­ ten entre la zona masiva del NW. y el dominio paracontinental del centro y SE. El devónico tiene toda una tectónica interna específica, disarmònica con el resto del plegamiento consecuen­ cia de la heterogeneridad de los materiales que lo forman, pues exceptuando el paquete terminal de areniscas ferríferas eife- lienses, que tiene bastante regularidad, el resto lo integra un — 98 — conjunto petrográfico asaz heterogéneo para dar formas tectóni­ cas regulares. La caliza viseense es también un sedimento mecánicamente anómalo, puesto que el caracter tableado de sus estratos y espe­ cialmente su situación por debajo de la ingente masa de caliza de montaña le hacen reaccionar disarmónicamente con el con­ junto del plegamiento. La caliza de montaña, en cambio es la capa rectora, que con­ diciona el plegamiento ; gracias a ella los elementos tectónicos se alinean con cierta rigidez y sirve de molde y guía a los terre­ nos que la circundan ; es el esqueleto tectónico del enorme cuer­ po del plegamiento asturiano ; cuando falta esta caliza, sobre­ viene el desarreglo del plegamiento y la tectónica toma, en su conjunto un caracter disarmònico : es el fenómeno que se obser­ va en la cuenca de Riosa, donde el plegamiento se desarrolla dentro de la masa de pizarras, areniscas, pudingas y calizas del­ gadas del westfaliense, sin elemento rector alguno que dirija el modelado tectónico ; Almela y Ríos se extrañan (A-5) de que a pesar de la violencia que observan en los detalles del plega­ miento, se mantengan rígidas las alineaciones tectónicas ; es en esta tectónica diferencial generada por la heterogeneidad pe­ trográfica pero sostenida por la caliza de montana, donde hay que buscar la explicación de esta estructura. Con este conjunto pueden hacerse por lo menos tres grupos de materiales ordenados con arreglo a su coeficiente de elastici­ dad y de mayor a menor rigidez.

Elementos rígidos Elementos semirígidos Elementos plásticos

Cuarcitas armoricanas Calizas viseenses Conjunto de facies «Olo- red sandstone» del cen­ Caliza de montaña Calizas y dolomías co- tro de la región. blencienses. Conjunto de pizarras y are­ Areniscas eifelienses nisca westfalienses. Pizarras arcillosas devóni­ cas en general. Como ya hemos indicado en otro lugar (LL-5) esta clasi­ ficación solo puede aplicarse a la tectónica herciniana, cuando el material recién sedimentado tenía sus características mecáni­ cas específicas. Mas tarde el plegamiento y las sucesivas epiro- génesis, inhabilitaron a la masa astúrica para nuevos plegamien- tos y de aquí la génesis de roturas durante la orogenia alpídica (LL-3) (LL-1). Estas rocas ’’paracratógenas” no eran ya aptas para nuevos plegamientos al finalizar los tiempos paleozoicos.

D) La tectónica local.

a) La estructura del valle inferior del Trubia.

Entre S. Andrés y las proximidades de Trubia, el río Trubia o valle de Proaza hiparte un conjunto de pliegues edificando asi dos serranías: las sierras de Armada y Buanga en su margen W. y las de Busero y Pazaranda en el margen E.

1) La estructura de las sierras de la Armada y la extrusión de Buanga.

A lo largo del cordal de la Armada, desde La Mata hasta la Peña del Molar se corta el devónico muy regularmente plega­ do, formando un conjunto de pliegues de estilo jurásico, de ejes verticales, avergentes y de desarrollo muy armónico; estos plie­ gues están modelados en la facies caliza coblenciense-eifeliense que gracias a su relativa rigidez, sostiene la armonía del ple­ gamiento ; estos pliegues no aparecen seccionados en ningún punto sino que se deducen de los cambios de buzamiento y de la repetición de los niveles estratigráficos; únicamente un poco mas al E, la carretera de Trubia a Perlavia, cerca de La Parada corta el eje de uno de estos anticlinales que pasa por Camales (anticlinal de Camales). En la vertiente SE del cerro de La Armada (512 m.) apare­ ce una primera rotura derivada de la laminación del flanco in­ — 100 — ferior de un anticlinal vergente al NW. Ya en las vertientes NW. del mismo cerro, hay otro pliegue del mismo estilo ver- gente al NW. pero sin rotura de flancos. Desde La Mata al cerro de La Armada parece existir pues una progresiva intensidad del esfuerzo tectónico, toda vez que la estructura se desarrolla siempre sobre el mismo tipo de materiales. En efecto, descendiendo desde la cumbre del cerro de La Armada a la vaguada del arroyo de Bunga se cortan las capas de pizarras y cuarcitas del devónico inferior extremadamente plegadas; la estructura se resuelve aqui en un conjunto de plie­ gues de diversas jerarquias, especialmente apretados en la ver­ tiente SE. del barranco, al aproximarse a la masa cuarcitosa de las cumbres de Buanga, que aqui forman la Peña del Molar. En las inmediaciones de dicha cuarcita las pizarras se tectonizan de tal modo que forman micropliegues muy apretados y la roca se transforma en una tectónica. El contacto del devónico con la cuarcita armoricana es me­ cánico; la cuarcita tiene numerosas superficies de resbalamien­ to y espejos de fricción; las capas de cuarcita buzan fuertemen­ te al SE, de manera que no cabe duda acerca de la tectónización del contacto; el borde SE. de la Peña del Molar tiene en cam­ bio aire de normal, pues las capas del devónico inferior se dis­ ponen muy regularmente por encima de la cuarcita y 'esta mis­ ma tiene un buzamiento hacia el SE. sensiblemente concordan­ te con el devónico. No obstante tampoco aqui el contacto es en­ teramente normal, pues ha habido un ligero resbalamiento o des­ pegue que se acentúa progresivamente hacia el NE. de tal modo que al llegar al Trubia, el gediniense y la base del coblenciense han desaparecido y la cuarcita se pone directamente en contacto con las dolomías coblencienses del nivel D3 Hacia el SW. todavía es mas ostensible a pesar de que se conserva la serie del devónico inferior; en el collado de La Ma­ yada al SW. del Pico del Plantón, la cuarcita armoricana se ex- trangula bruscamente, reapareciendo un poco mas al SW. en - 101 -

Grandamiana y en las vertientes occidentales del cerro cota 663. Esta estructura nos indica que la aparición de estas cuarcitas en pleno devónico es un fenómeno de “extrusión” semejante a los descritos por Viennot (V-2) en los Pirineos occidentales y a los reconocidos por Ashaner (A-8) y por Solé y Llopis (S-10) en las Gabarras al E. de Gerona. El caracter perforante del núcleo del anticlinal de cuarcitas es aqui muy claro y a ello se debe la irregularidad de los afloramientos. Las condiciones petrográfi­ cas para la génesis de este accidente han sido óptimas, pues la cuarcita armoricana es un elemento muy rígido que soportaba las pizarras, areniscas y cuarcitas delgadas gedinienses, conjun­ to extremadamente plástico; durante el plegamiento, el núcleo del anticlinal de cuarcita armoricana ha perforado fácilmente la plástica cobertura gediniense; esto explica la presencia de tec- tonitas en el gediniense de las proximidades del contacto con la cuarcita armoricana y la progresiva complicación tectónica des­ de La Mata al Montón. La influencia de estas extrusiones se deja sentir también en la sierra de La Pedrisca, donde la litofacies caliza mesodevónica está fracturada y en contacto anormal con la caliza de monta­ ña ; es muy probable que estas fallas sean repercusiones del accidente de Buanga, sin que esto pueda ser obstáculo para que se hayan movido nuevamente durante la orogenia alpina. La vertiente W. del bajo Trubia está integrada por los ele­ mentos tectónicos siguientes:

1.° Zona de pliegues rectos armónicos, de estilo jurásico de Perlavia que de NW. a SE. comprenden:

Anticlinal de La Mata. Sinclinal del cerro cota 437. Anticlinal de la Parada en cuyo núcleo aflora el gediniense. Sinclinorio de Perlavia. — 102 —

2." Zona de pliegues isoclinales, vergentes al NW., de La Armada que comprende los siguientes elementos:

Anticlinal de la cota 496 que se prolonga hacia Sama de Grado donde aflora el gediniense. Sinclinal del cerro de La Armada, en la caliza ei- feliense, cuyo flanco SE. está roto por una frac­ tura.

3.° Complejo de pliegues y tectonitas del Bco. de Buanga, desarrollados, parte en las dolomías eifelienses, par­ te en las pizarras y cuarcitas gedinienses.

4." Extrusión de la sierra de Buanga con núcleo de cuar­ cita armoricana y flancos de pizarras gedinienses.

5.“ Serie devónica isoclinal, buzando al SE. del flanco SE. de la extrusión de Buanga.

6.a Complejo de fracturas de Grandamiana, satélites a la extrusión de Plantón-Grandamiana.

2) Las sierras de Buseco y Pazaranda.

En el margen E. del Trubia se prosigue la estructura de la sierra de Buanga ; los pliegues de La Armada pasan por el N. de Perlin y llegan al otro lado del valle, fuera de la zona estudiada. Siguiendo el ferrocarril minero desde Perlin hasta San An­ drés se corta la prolongación NE. de las extrusiones de Buanga. Entre el puente de Perlin y el Km. 2 se cortan pliegues isoclina­ les vergentes al NW. modelados en el devónico; una charnela muy clara aparece en las calizas de la primera curva del ferro­ carril; antes de llegar a la segunda curva se encuentra una zo­ na de fracturas que probablemente se han desarrollado en los flancos de un sinclinal bastante apretado y en la entrada del Bco. del Curito aparece una doble chamela sinclinal-anticlinal ; — 103 — todos estos pliegues se modelan en las dolomías mesodevóni- cas; hay una marcada tendencia a verger hacia el NW., especial­ mente en las charnelas más próximas a Perlin. En la vertiente SE. del Bco. del Curito aparece la cuarcita armoricana extrusiva; no es la prolongación del anticlinal ex- trusivo de Buanga, sino un elemento satélite mas septentrio­ nal que por su posición podría tal vez relacionarse con el aso­ mo extrusivo de la cota 663 al N. de Gradamiana; el núcleo ex- trusivo de cuarcita armoricana aparece sobre un recorrido de menos de 300 m. elevándose a un centenar de metros sobre el valle; el borde SE. de esta extrusión es una fractura casi verti­ cal contra la que chocan violentamente, buzando al NW. las areniscas rojas gedinienses. Mas allá de la gran curva del Km. 3 aparecen de nuevo charnelas muy claras en las dolomías mesodevónicas, pero el carácter armónico de estos pliegues está turbado por numerosas fracturas de detalle que provocan desarreglos estratigráfícos y tectónicos. Antes de llegar a Pedregal en el Arroyo del Barguero, aparece una segunda extrusión de cuarcitas; en el contacto falta casi todo el devónico inferior; en el reborde SE., el contacto es muy claro en las últimas casas de S. Andrés; alli las dolomías mesodevónicas se apoyan sobre la cuarcita armoricana con apa­ riencia de normalidad absoluta; el contacto es muy engañoso y se estaría tentado a creer en una laguna local de no conocer se la estructura de Buanga y la del flanco NW. del mismo anti­ clinal. La caliza y la dolomía, poco receptivas a los plegamientos in­ tensos, han resbalado, sin plegarse ni romperse sobre el techo del anticlinal extrusivo quedando en posición aparentemente normal. Ni en las cumbres de la sierra de Burelo ni en las ver­ tientes de Paceranda, lo propio que en el vaqe del Nalón en­ tre Caces y Trubia, hay señal alguna de las violentas extrusiones de Perlin; la tectónica se desarrolla con un estilo perfectamen­ te armónico, condicionada sobre todo por las calizas eifelienses — 104 — que son las rectoras de la estructura. En cambio en la vertiente NE. del valle de Proaza, las mismas calizas y dolomías, tienen las huellas de dos momentos diastróficos generadores de su ac­ tual estructura; una fase de plegamiento regular, de estilo ju­ rásico y una fase de rotura producida por la extrusión de la cuarcita armoricana. Estos dos momentos están superpuestos en las calizas situadas en las inmediaciones de la extrusión pe­ ro no aparece la fase de rotura en los pliegues alejados de la misma. Esto nos indica que la extrusión fué algo más tardía en relación al plegamiento del devónico, pues las charnelas de es­ te están cortadas por las fracturas satélites a la extrusión. En realidad las cuarcitas armoricanas deben de constituir un anti- clinorio, habiéndose formado las extrusiones gemelas de Perlín- S. Andrés a expensas de dos elementos del mismo. En la estructura de las sierras de Buseco, hay que considerar pues la vertiente SW. prolongación de la tectónica de Buanga y la vertiente del Nalón. En la primera se advierten de NW. a SE. las siguientes zonas:

1.a Zona de pliegues y fracturas de Perlín-Bco. del Cu- rito, integrada por:

Anticlinal de Perlin, vergente al NW., cuya char­ nela está modelada en las calizas mesodevónicas. Pliegues fracturados de Arzanil que aparecen en la 2.a curva del ferrocarril. Charnela anticlinal-sinclinal del Pico del Curtido.

2.a Extrusión del Bco. del Curito, con núcleo de cuarcita armoricana. 3.a Sinclinorio fracturado del km. 3, formado por cuatro

charnelas rectas, enmascaradas en parte por las ro­ turas. 4.a Extrusión de Pedregal, con núcleo de cuarcita armo­ ricana. — 105 —

5.a Flanco SE. de la extrusión de Pedregal formada por las dolomías mesodevónicas.

En el cordal de la sierra de Buseco y en las vertientes del Nalón solo se advierten los pliegues de la cobertera de las ex­ trusiones, que no está afectada, en absoluto por las mismas, como ya se ha indicado; alli se desarrolla pues un país de plie­ gues de estilo jurásico, del que es prototipo el anticlinal del Km. 29 del ferrocarril Vasco entre Caces y Trubia.

b) El anticlinorio central de caliza de montaña.

El centro de la región estudiada está ocupado por una ban­ da de caliza de montaña que se extiende desde el valle del Nalón por el NE. hasta el de Proaza al SW. Esta banda está in­ tegrada por una estructura asaz compleja que en su conjunto constituye un anticlinorio que separa la zona devónica del NW. del sinclinorio de La Piñera, situado al SE.

1. Lai sierra de Peñavis y sus accesorios.

El anticlinorio central comienza al NE. del Nalón donde for­ ma la sierra de Peñavis y los relieves accesorios que aparecen tanto hacia el NW. formando los cerros de los alrededores de Las Caldas, como hacia el SE. para constituir los pequeños re­ lieves de El Condado y Pereda. El núcleo del sinclinorio lo forma la vertiente SE. de la Sie­ rra de Peñavis donde afloran las areniscas y pizarras del eife- liense C; la culminación máxima del eje del .anticlinorio no coincide con la máxima altura topográfica a consecuencia de la mayor plasticidad para el modelado que tienen las areniscas y pizarras eifelienses, en relación con la caliza de montaña. Ascendiendo desde el túnel de Las Caldas a, la cumbre de Peñavis y cortando luego estructura y topografía hasta Quinta- niella o Bueño puede verse como la masa de caliza de montaña i — 106 - de Peñavis está plegada en un doble pliegue anticlinal-sinclinal; en realidad esta doble charnela deriva de una simple flexión, cuyos labios están fuertemente inclinados hacia el NW. dando la impresión de dos charnelas anticlinal y sinclinal. En realidad, en Peñavis la flexión primitiva ha sido comprimida lateralmen­ te y los labios han perdido su paralelismo dando un pliegue mo- noclinal algo apretado. Como ya veremos este tipo de estruc­ tura es muy frecuente en la caliza de montaña. Como consecuencia de la misma el flanco NW. del pliegue monoclinal se hunde bajo las pizarras westfalienses, mientras en el SE. aparece la caliza viseense y a continuación el eifelien- se C. En la zona NE. de la Sierra, en las cercanías de La Man- joya el anticlinal cuyo núcleo es el devónico de Peñavis, está completo gracias a la aparición de la faja de caliza de montaña Bu eño-F erreros. El contacto NW. del pliegue de la sierra de Peñavis con las

i ii------1------1------* Fig. 10.—Cortes geológicos del macizo de Peñavis.

D-Areniscas y pizarras del Eifeliense C Ci Caliza viseense; Cs- Caliza de montaña C9 Pizarras y areniscas westfalienses Q-Coluviones — 107 —

pizarras westfalienses de Las Caldas, es mecánico, como puede verse muy bien en las inmediaciones del túnel, próximo a la estación de Fuso; al NW. de este contacto se desarrolla el sin- clinal de Las Caldas formado por pizarras westfalienses en el cual probablemente existen pliegues accesorios que le dan ca­ rácter de sinclinorio; en el cruce de carreteras de Las Caldas a Oviedo y al Apeadero aparece el flanco NW. del sínclinal formado por la caliza de montaña. El sinclinal de Las Caldas es pues un pliegue de núcleo complejo, limitado al SE. por el ac­ cidente del reborde septentrional de Peñavis y ligeramente ver- gente hacia el NW. Al SE. del eje tectónico de Peñavis aparece una nueva cuen­ ca sinclinal, fosilizada casi totalmente por los depósitos cretá­ cicos ; no obstante a lo largo de la trinchera del ferrocarril de Madrid, entre la salida S. del túnel de La Manjoya y el caserío de Entrecuevas, puede verse la estructura de este pliegue, puesto que la trinchera ha sido excavada en las capas carboníferas por debajo del cretácico. Esta trinchera muestra que dicho pliegue es también un sinclinorio de orden inferior puesto que las piza­ rras westfalienses con sus cambios de buzamiento y repetición permiten delimitar tres o cuatro charnelas: en el extremo NW. de la trinchera cerca del contacto con la caliza de montaña apa­ recen capas calizas que no se encuentran en el resto del corte. Los límites de este sinclinorio que llamaremos de Entrecuevas, son mecánicos; el borde NW. es una falla alpídica N 10 E que corta la prolongación oriental del pliegue de Peñavis poniéndola en contacto con el cretácico; en la base del labio hundido, el westfaliense está también en contacto anormal con la caliza de montaña; el túnel de La Manjoya fué excavado precisamente en la brecha de falla, lo que ha ocasionado bastantes derrum­ bamientos y dificultades en la circulación. El borde meridional es un contacto mecánico herciniano que se establece entre las pizarras y la caliza de montaña, y como siempre resulta un flan­ co casi normal pues el valor del desplazamiento es exiguo,

1 - 108 —

En su conjunto, en el borde NE. del Nalón, el gran anti­ clinal central está formado de NW. a SE. por los siguientes ac­ cidentes :

1.° Anticlinal de Las Caldas en la caliza de Montaña. 2." Sinclinal de Las Caldas, en las pizarras westfalienses. Pliegue con tendencia a verger hacia el NW. 3.° Monoclinal de Peñavis, separado del anterior por un contacto mecánico; pliegue en la caliza de montaña. 4." Anticlinal de Santa Agueda, con núcleo de Eifeliense C y contactos mecanizados en parte. 5.° Anticlinal de Ferreros en la caliza de montaña. 6.° Sinclinorio de La Manjoya en las pizarras westfalien­ ses formado por lo menos por cuatro pliegues de or­ den inferior. 7.° Monoclinal de Las Segadas; pliegues semejantes al de Peñavis cuyo flanco SE. es cabalgado ligeramente por el Eifeliense C.

En todos estos pliegues no se observan vergencias definidas, especialmente en la zona mas oriental; en la cumbre de Peña- vis en cambio y en el sinclinorio de Las Caldas, hay una marcada tendencia de los accidentes a verger hacia el NW. aunque sin decisión.

2. El anticlinal de las Sierras de Puerto y Paceranda.

El macizo de caliza de montaña de Puerto, es la prolonga­ ción, en el margen SW. de] Nalón, de los pliegues de Las Cal­ das. A lo largo de la línea del ferrocarril Vasco, en los alrede­ dores del Km. 28, cerca de Caces aparece el puente NW. de este macizo, formado por un accidente violento, aunque poco visible, que superpone la caliza de montaña a las pizarras westfalienses. Este accidente es una 'escama derivada de un sinclinal de cali­ za de montaña con núcleo de pizarras westfalienses, vergentes — 109 — al NW., en el flanco inferior ha habido la laminación de parte de la caliza de montaña; en el superior la desaparición de dicha ca­ liza ha sido completa, puesto que la caliza viseense del núcleo del pliegue anticlinal subsiguiente se apoya sobre el westfa- liense; de no aparecer el sinclinal westfaliense, el conjunto daría la impresión de normalidad, pues no solo en la otra mar­ gen del Nalón aparecen las calizas eifelienses B, en apariencia normal, sino que en el mismo ferrocarril Vasco, cerca del túnel de Fansorda ya se ha visto en la estratigrafía que aparece una sucesión normal entre el devónico y el carbonífero. En realidad el accidente se introduce en la caliza de montaña por debajo de Siones, donde aparecen retazos mecanizados, de areniscas eife­ lienses en los que hay que reconocer la cicatriz del accidente. Todavía al S. de Siones, en La Vallina, el contacto entre la caliza de montaña y el devónico es mecánico, continuándose la línea de contacto anormal hasta el collado de Paceranda donde ter­ mina. Desde Buseco hacia el SW., cortando el valle de Proaza asistimos ya a la mayor normalidad entre devónico y carboní­ fero. El contacto de Paceranda constituye pues la terminación SW. del gran accidente de Caces, cuyo mayor desarrollo debe de encontrarse hacia el NE. en el margen septentrional del Nalón. El anticlinorio de Puerto termina en el margen SW. del Proaza en las inmediaciones de Castañedo del Monte donde se conjuga con los pliegues de la masa de caliza de montaña mas meridional.

3. El sinclinorio de Tuñón.

Desde Puerto, al pie del Nalón hasta Tuñón en el valle del Proaza una larga y estrecha banda de pizarras westfalienses separa los macizos calizos de Puerto-Las Carangas y Navalinos- Coruxera. Se trata en realidad de la prolongación hacia el SW. del sinclinorio de Las Caldas. Las características tectónicas de este sinclinorio son muy in­ — 110 — constantes a consecuencia de la plasticidad de las pizarras west­ falienses colocadas entre los dos macizos calizos marginales; esta circunstancia hace que los contactos entre la caliza de mon­ taña y las pizarras westfalienses sean rara vez normales; en general existe un “resbalamiento” o “despegue” de poca impor­ tancia sin laminación ni desaparición de paquetes, que da la apariencia de una tectonización mas importante que la real. No obstante en algunos puntos la mecanización de los contactos tie­ ne importancia y aparecen cabalgaduras de poco desarrollo de la caliza sobre las pizarras westfalienses. Estos accidentes se producen indistintamente en ambos margenes del sinclinorio pe­ ro siempre tienen carácter muy local y poco desarrollo. En Puerto aparece un sinclinal recto laminado por el flan­ co SE. Esta laminación es la continuación hacia el SW. del accidente frontal de Peñavis, pero no se prolonga mucho hacia el SW. pues a la altura de Los Llanos el contacto es per­ fectamente normal y el sinclinal tiene una cierta vergencia ha­ cia el SE. Entre La Coruxera y El Valle el pliegue se complica tomando el aspecto de un doble sinclinal de ejes convergentes hacia el centro; el margen fracturado es ahora el de El Valle, donde la caliza de montaña cabalga fuertemente las pizarras westfalienses que buzan hacia el NW. hundiéndose bajo la ca­ liza de montaña. Un poco más hacia el SW. en Valdecarneros el contacto sep­ tentrional vuelve a ser normal, desarrollándose en cambio la cabalgadura en el borde SE., en Peña Constancias. Aqui el acci­ dente es más complejo puesto que entre las pizarras westfalien­ ses y la caliza de montaña aparece un retazo bastante extenso de areniscas eifelienses que nos indica que el flanco superior de caliza de montaña del sinclinorio ha sido totalmente lami­ nado ; el mismo accidente, desplazado transversalmente por una falla alpidica, puede seguirse por la vertiente meridional del valle de Tuñón hasta la vaguada del Proaza. Entre Las Carangas y Tuñón el sinclinorio se enriquece con - 111 - numerosos elementos que le dan características de auténtico sinclinorio, terminando en las vertientes de Castañedo del Mon­ te bipartido por un anticlinal de caliza de montaña. Como se ve pues, de NE. a SW., entre el Nalón y el Proaza, el sinclinorio de Tuñón se complica progresivamente pasando de ser un sinclinal sencillo en Puerto a un auténtico sinclinorio en Tuñón. Las cabalgaduras y despegues marginales se relevan alternativamente en ambos flancos del accidente y tienen muy poco desarrollo longitudinal. La forma más complicada es la de Peña Constancio, donde aparecen las areniscas ferríferas eife­ lienses.

h) El haz de pliegues de La Coruxera.

El núcleo fundamental del anticlinorio central de caliza de montaña, lo constituye un complejo conjunto de pliegues que forman las sierras de La Coruxera, La Mortera y El Navalón. La primera es la continuación de las estructuras de la vertiente SE. de la sierra de Peñavis que cortan el Nalón y llegan hasta las inmediaciones de Lavares. La sierra de La Coruxera es en realidad un anticlinorio de caliza de montaña, vergente al NW. y fracturado por su eje de tal modo que el núcleo formado por areniscas eifelienses y do­ lomías y pizarras versicolores, cabalgan ligeramente a la ca­ liza de montaña. Entre el Nalón y Los Llanos el contacto es nor­ mal y aparece la sucesión ordinaria formada por areniscas eife­ lienses, caliza viseense y caliza de montaña, el conjunto buzando hacia el NW. Pero en las inmediaciones de Los Llanos, el con­ tacto devónico-carbonífero toma posición vertical y se lamina la caliza viseense, de tal modo que en la cumbre, el devónico ca­ balga claramente a la caliza de montaña. Este accidente constituye en realidad el frente NW. de una serie de pliegues que se desarrollan entre La Coruxera y El Hequejo y que de NW. a SE. son los siguientes: — 112 —

1. Cabalgadura de la Coruxera, ya indicada. 2. Sinclinal de la vertiente SE., pliegue recto con núcleo de caliza de montaña y flancos de arenisca eifeliense. 3. Anticlinal de Lavarejos, ligeramente vergente al SE. modelado en las areniscas ferríferas eifelienses. 4. Sinclinorio de La Mortera, desarrollado en la caliza de montaña, formado por cinco pliegues sinclinales y otros tantos anticlinales, sensiblemente isoclinales ver- gentes al NW. 5. Contacto de El Requejo. Zona de inversión de la ca­ liza de montaña que sirve de núcleo al devónico. Es aqui donde empieza el gran anticlinorio devónico de La Piñera.

Este conjunto de pliegues se prolonga tanto hacia el NE. como al SW. Hacia el Nalón, uno de los anticlinales del sinclino­ rio de La Mortera muestra su núcleo devónico apareciendo las calizas coblencienses en Vega de Paloma. La tectónica de los núcleos devónicos de los anticlinales del haz de La Coruxera es específica y difiere fundamentalmente de la estructura mucho más regular de la caliza de montaña. El camino de La Coruxera a Cotomonteros, corta algunas zonas del núcleo devónico del anticlinal fracturado de La Coruxera y de­ ja ver una estructura extremadamente compleja determinada sobre todo por la heterogeneidad petrográfica de dicho devónico formado por pizarras abigarradas, areniscas y cuarcitas delga­ das. Estas capas devónicas están especialmente tectonizadas, en los ejes de los anticlinales laminados entre los flancos de cali­ za de montaña.

5. La prolongación SW. de los pliegues de La Coruxera.

Desde las cumbres de La Coruxera hacia el SW. se prosigue la misma estructura hasta el valle de Proaza. Unicamente que — 113 — los ejes de los pliegues, netamente orientados de NE. a SW. en toda esta zona, tuercen suave pero marcadamente hacia el S. al llegar al Barranco de Las Xanas. Es aquí donde se inicia la cur­ vatura hacia el S. del arco astúrico en esta región. El accidente frontal de La Coruxera, llega hasta Cotomon- teros, donde está estrechamente relacionado con la ya indica­ da cabalgadura de Peña Constancia. Es posible que dicha ca­ balgadura, releve al accidente de La Coruxera perdiéndose en las inmediaciones de Turón. Asi pues entre el valle del Proaza y el contacto con el gran sinclinorio de La Piñera aparecen una serie de pliegues que aunque indudablemente constituyen la prolongación SW. del haz de La Coruxera, aparece este conside­ rablemente modificado. En Vega Veneiras aparecen terminaciones periclinales en la caliza de montaña testigos accidentales del anticlinorio de Puejos. Estas terminaciones forman parte de un haz de pliegues “en cascada” que aparece entre Tenebredo y el Alto de Navali- nos; son pliegues isoclinales claramente vergentes al NW. des­ arrollados en plena caliza de la montaña. No obstante en los ejes de algunos sinclinales se han conservado las pizarras y are­ niscas westfalienses como en el sinclinal de Adriano y su pro­ longación en la desembocadura del barranco de las Xanas. Otras veces, allí donde la erosión ha excavado profundamente la estructura aparecen charnelas anticlinales en cuyos núcleos se encuentran las areniscas eifelienses. Tal ocurre en la espec­ tacular garganta de Las Xanas que corta dos bellas charnelas anticlinales que forman parte del ya indicado haz de Navali- nos. Este barranco ofrece uno de los cortes estructurales más claros de esta zona y las mencionadas charnelas son tan paten­ tes que pueden ser puestas como ejemplos didactivos. Al entrar en la cabecera del Bco. de Las Xanas y en las vertientes SE. de Peña Rey al contacto de este conjunto de pliegues con el anticlinorio de la Piñera es extremadamente complejo en sus detalles, pues la normalidad que se observa en todo el contac­ — 114 —

to desde el Nalón a Navalinos es substituida bruscamente en Dosango por una fractura que pone en contacto el haz de plie­ gues de Navalinos desarrollados en la caliza de montaña y en las areniscas eifelienses, con las lumaquelas coblencienses (ca­ lizas de Ferroñes). En la entrada del Barranco de Las Xanas, las dolomías apa­ recen fuerte y disarmonicamente plegadas en las proximida­ des del accidente. A la altura del Barranco de Las Xanas el análisis estruc­ tural permite reconocer de NW a SE. los siguientes elemen­ tos:

Al W. del Valle de Proaza:

1. Anticlinorio complejo de Sierra Pedrisca que cons­ tituye la prolongación meridional de los accidentes de Las Carangas. 2. Sinclinorio de La Espina que ocupa parte del tal- weg del Proaza, prolongación meridional del sincli­ norio de Tuñón.

Al E. del Valle de Proaza:

3. Complejos de pliegues “en cascada” de Las Xanas, formado por elementos isoclinales ligeramente vergen- tes al WNW. 4. Accidente de la entrada del barranco de Las Xanas- Peña Rey.

Todavía mas al S., al E. de Proaza aparece en m itad de esta estructura el amplio sinclinorio de Teordia, accidente casi vertical, ligeramente vergente al W. que por su posición repre­ senta probablemente la prolongación meridional del sinclinal de Adriano. Se trata de un sinclinorio simétrico que se en­ sancha hacia el S. fuera de la zona reconocida. A la altura de Proaza aparecen pues de W. a E. los siguientes elementos tectónicos: - ib ' -

1. Sinclinorio de Proaza formado por pizarras y arenis­ cas westfalienses, conjunto de pliegues apretados, lige­ ramente vergentes al E. 2. Anticlinal del Arbeyal, formado por una bóveda sen­ cilla de un pliegue recto, en las calizas de montaña, que emergen a manera de cresta en el margen E. del valle. 3. Sinclinorio de Teordia ya descrito. 4. Haz de pliegues de Las Xanas-Navalinos, desarrolla­ do en la caliza de montaña de las vertientes W. del Pico Serrandi. 5. Accidente del contacto con el devónico, prolongación meridional de la fractura que comienza en Dosango.

c) El anticlinorio de La Piñera y sus accesorios.

El tercer elemento estructural de orden superior de toda esta región lo constituye el anticlinorio de La Piñera y sus elemen­ tos accesorios, conjunto de pliegues de distintas jerarquías que ocupa casi la mitad del conjunto montañoso reconocido. A con­ secuencia de estar constituido en buena parte por pizarras y areniscas versicolores el relieve de esta zona es alomado, de fá­ cil recorrido y sede de una intensa ocupación humana; solo los macizos calizos de La Mostayal y Monsacro realzan el pai­ saje. Todo ello hace que el análisis ¡estructural detallado sea difícil pues los cultivos y los suelos enmascaran gran parte de los afloramientos. Las interpolaciones del trazado de las capas en el mapa, han sido frecuentes por estos motivos.

1) El frente septentrional y la estructura interna.

Entre el Nalón y Dosango, el contacto del anticlinorio de La Piñera con el complejo de pliegues de La Coruxera es de extremada uniformidad y regularidad. A consecuencia de la vergencia NW. de los pliegues el devónico se apoya ligera­ — 116 — mente sobre la caliza de montaña; esta inversión estratigráfica es el carácter distintivo del contacto de ambas unidades tectó­ nicas. En el extremo occidental este contacto normal se trans­ forma en contacto tectónico, ya descrito en el apartado anterior. En realidad en esta zona, el anticlinorio de La Piñera pierde su carácter típico para complicarse con la adquisición de nue­ vos elementos estructurales. En el interior, el anticlinorio está bipartido por la zona sinclinal de La Piñera en cuyo núcleo aparece la caliza de mon­ taña formando el vértice de Roces; este sinclinal divide por la tanto el conjunto del sinclinorio en una región septentrional que se desarolla paralelamente al contacto N. y otra meridional menos regular que constituye el cuerpo del sinclinorio. La región septentrional tiene una estructura bastante regu­ lar, entre Peñerudes y las vertientes septentrionales de La Mos- tayal aparecen únicamente una serie isoclinal inclinada al S. en la que es preciso ver un anticlinal decapitado por la excavación del valle y vergenfce al N. Esta interpretación es necesaria aun­ que no hayamos visto ninguna charnela, ni se repita claramente la serie estratigráfica, dada su opinión entre las bandas de are­ niscas eifelienses y caliza de montaña de Peñerudes y La Mos- tayal. Este anticlinal se prolonga claramente hasta Pedroveya donde se complica, no solo en la proximidad del contacto tec­ tónico de Las Xanas-Peña del Rey, sino también hacia el S., ha­ cia la Rehollada donde se resuelve en varios pliegues accesorios. También hacia el E. sufre complicaciones la sencilla esti'uc- tura de Peñarudes, puesto que entre el contacto septentrional y el sinclinal de Roces aparece una tectónica bastante complica­ da en la que abundan los elementos disarmónicos. Un conjun­ to de pliegues de orden inferior y de micropliegues integran su estructura en anticlinorio cuyos detalles son difíciles de dilu­ cidar. Los elementos rígidos de esta tectónica son las delgadas capas de dolomías que se pliegan disarmonicamente en relación con las pizarras abigarradas mucho más plásticas. Este estilo — i ir — tectónico cruza el Caudal y continúa en la plataforma de Telle- go- En la zona SE. del anticlinorio de La Piñera la estructura es mas complicada pero al estilo tectónico es el mismo puesto que se desarrolla sobre los mismos elementos petrográficos. Asi pues entre el sinclinal de Roces y el valle de Morcín aparecen una ser de pliegues de orden inferior de vergencias aberrantes y en todo momento, de modelado condicionado por la petro­ grafía, en las capas calizas y dolomíticas algo potentes los plie­ gues son mas laxos con tendencias jurasicoides, mientras que en las capas de dolomías delgadas, son fuertemente apretados, disarmónicos y en ocasiones fragmentarios. La carretera de Morcín a S. Sebastián permite entrever algo de esta estructura, también perceptible a lo largo de los caminos y “caleyas” que unen los múltiples caseríos de esta zona. El contacto de estos accidentes con la caliza de montaña del Monsacro no es visible a consecuencia de los coluviones que cu-

S i-N W

Fig. 11.—Despegue entre paquetes de areniscas y calizas y otros de pi­ zarras en las inmediaciones de San Sebastian (Carretera a Morcín). a. Areniscas amarillentas. c. Calizas blancas; p. pizarras negras y rojizas. bren las vertientes septentrionales de este monte. Asi pues no hemos podido ver la banda de caliza viseense indicada en el mapa de Almela y Ríos (A-5) que se ha dibujado contorneando por el N. e] macizo del Monsacro; si dicha caliza existe debe de encontrarse oculta por aquellos coluviones pues no aparece en ningún punto de estas vertientes. Por otra parte, las ver­ — 118 —

tientes, NE. están en contacto por falla con el devónico como puede verse en las inmediaciones de El Carbayín; es un acci­ dente alpidico de dirección NW-SE, que forma un sistema con sus análogos de Figares y La Bierza, que describiremos opor­ tunamente. En la cabecera del Valle de Morcín el anticlinorio de La Pi- ñera está en contacto por falla con el westfaliense de la cuenca de Riosa que forma las vertientes septentrionales del Cordal Largo. En su conjunto pues el anticlinorio complejo de La Piñera puede considerarse integrado de N. a S. por los siguientes ele­ mentos tectónicos:

1. Inversión estratigráfica del contacto septentrional. 2. Anticlinorio Tellego-Pedroveya, formado por pliegues de orden inferior, apretados y de vergencias indecisas aunque con tendencia N. A. la altura de Peñerudes es un anticlinal sencillo. 3. Sinclinal de Roces en cuyo núcleo aparecen las are­ niscas eifelienses y las calizas de montaña. Es un plie­ gue laxo, netamente vergente al NNW. 4. Anticlinal complejo de La Piñera, de características idénticas al de Peñerudes. 5. Sinclinal de La Colina, pliegues laxo, recto, gracias a la abundancia de calizas y dolomías en eje. 6. Anticlinorio complejo de Morcín-S. Sebastián, forma­ do por pliegues de vergencias indecisas, fuertemente apretados y disarmónicos.

El anticlinorio de La Piñera es, sin duda alguna, el elemento tectónico más complejo de toda la región estudiada.

2. El pliegue de La Mostayal.

El esbelto macizo de La Mostayal constituye la avanzadilla septentrional de la larga sierra del Aramo, a la que está unido — 119 — por el collado del Pan de las Forcas. En realidad el plegamiento de La Mostayal está incluido dentro del conjunto del anticlino- rio de La Piñera y constituye la prolongación natural del sin- clinal de Roces. Se trata pues de una masa de caliza de monta­ ña colocada entre dos bandas anticlinales devónicos; el anti- clinorio de Pedroveya y el de S. Sebastián. No obstante, tanto por su complejidad tectónica como por su posición topográfica,

N

i

S Fig. 12 —Proyección estereográfica de los planos axiales de los pliegues hercinianos de la zona de La Coruxera, La Mostayal y Monsacro O Planos axiales • Planos de cabalgaura o contactos mecánicos El sentido de la vergencia queda perfectamente definido en el diagrama por la concentración o «enjambre» de vergencias dominantes desligada de la zona deprimida de La Piñera, merece capítulo aparte. Almela y Ríos (A-5) admiten que la Peña de La Mostayal (=La Vara en el mapa Nacional 1:50.000) está formada por una cubeta sinclinal muy laxa por su borde N. mientras que se plie­ — i 20 —

ga brusca y acusadamente por el SE. En electo, en todo el re­ borde N. y NW. las capas de caliza viseense se apoyan regular­ mente, inclinadas entre 20 y 30 hacia el SE. Sobre las arenis­ cas eifelienses; no obstante esta normalidad es engañadora, pues cuando se penetra en el macizo enseguida se echa de ver la accidentación tectónica es mayor que ascendiendo a La Mosta­ yal por la Braña de la Vega, por ejemplo, los buzamientos se hacen mas fuertes oscilando entre los 45 y 50°; lo que origina un sistema de cuestas en las que destacan las capas mas duras. Esta serie isoclinal ha de estar forzosamente plegada, pues de lo contrario habría que admitir para la caliza de montaña en esta zona una potencia de más de 1000 m. siendo así que no pasa de 250 m. como ya se ha indicado en la parte estratigráfica ; además los cambios de buzamiento, perfectamente ostentibles hacen pensar en la presencia de pliegues que darían a La Mos­ tayal carácter de sinclinorio. Por otra parte, en el núcleo de esta estructura aparecen las pizarras westfalienses formando un sinclinorio de característi­ cas muy parecidas a los accidentes análogos descritos en las zo­ nas de Puerto y Tuñón; este sinclinal es bastante complejo en sus detalles y su estructura no puede ser ajena a la del substra­ to, de caliza de montaña aun teniendo en cuenta las diferencias petrográficas generadoras de tectónica diferencial. El sinclinal de la Mostayal está cortado bruscamente por su flanco E. por una larga falla alpídica N10-20E. que sin duda es la prolongación del gran accidente que limita por el E. la sierra del Aramo, y que se prosigue varios Kms. hacia el S. de la zona estudiada. El contacto con el devónico del anticlinorio de La Piñera, no es normal pues por el E., con lo que se rompe el elegante desarrollo de los pliegues de toda esta zona meri­ dional. En la zona SW. de La Mostayal, en Andruas y Canal Seca, donde aparece el indicado sinclinorio de pizarras westfalienses, — 121 - los elementos estructurales del macizo son los siguientes de W. a E.: 1. Flanco normal devónico-caliza viseense-caliza de mon­ taña. 2. Sinclinal del collado de Canal Seca, pliegue muy re­ gular ligeramente vergente al NW. 3. Anticlinal de Canal Seca, charnela de caliza de mon­ taña. 4. Sinclinorio de Andruas, formado por lo menos por dos sinclinales de orden inferior. 5. Anticlinal de El Mosquil, en la caliza de montaña, lí­ mite septentrional del Aramo. 6. Sinclinal de Braña Fe, pliegues complejos de las piza­ rras westfalienses. 7. Falla del contacto con el devónico.

El sinclinal de Braña Fé, contornea por el N. el anticlinal de El Mosquil sirviendo de molde a una terminación periclinal y enlazando al W. con el sinclinorio de Andruas. El macizo de La Mostayal propiamente dicho, que se desa­ rrolla un poco mas al N. no puede ser ajeno a esta estructura, aunque como ya hemos dicho no se perciban charnelas claras, puesto que es la prolongación natural hacia el NNE. de estos accidentes y por consiguiente el conjunto de pliegues de An­ druas refuerza la idea de la existencia en La Mostayal de un sinclinorio establecido en pleno complejo de pliegues de La Piñera.

3. El haz de pliegues del Monsacro y el reborde de la cuen­ ca de Riosa.

El macizo del Monsacro, constituye el límite meridional del anticlinorio de La Piñera al que separa de la cuenca de Riosa. Es un relieve modelado en la caliza de montaña con estructura asaz compleja, - 122 —

Para Almela y Ríos (A-5) sería un sinclinorio fuertemente replegado cortado por su borde meridional por una fractura que lo separaría del westfaliense de la cuenca de Riosa. Esta inter­ pretación es aceptable en parte, pues los detalles de la estruc­ tura son mucho mas complejos. Ascendiendo el Monsacro por el camino normal de Morcín a las ermitas, cerca de Panieales se corta el contacto de la caliza de montaña con el devónico; este contacto debe ser una frac­ tura NW-SE. puesto que no aparecen las calizas viseenses y las capas de caliza de montaña buzan fuertemente hacia el NW. chocando con el devónico, formado por pizarras versicolores y dolomías delgadas. El contacto septentrional, ya hemos dicho que está enmas­ carado por coluviones, pero los buzamientos son también N. y pueden verse claramente en la zona de zig-zag del sendero que asciende a las ermitas; aqui no aparece, pues, clara, la no­ ción del sinclinorio superior por Almela y Ríos (A-5). Solo en la vertiente W. aparecen las calizas viseenses, fuertes y disar­ mónicamente plegadas, de tal modo que los cantiles de La Fa- yona descubren charnelas, delgadas y altas algunas de mas de 100 m. La caliza de montaña, en su base, está también afectada por estos pliegues, pero no asi en su parte alta cuya estructu­ ra es mucho mas regular. Hay por tanto una fuerte disarmonía entre la caliza viseense y la caliza de montaña, por otra parte muy frecuente en todas las zonas de plegamiento intenso, aun­ que en ningún punto la hemos visto a esta escala gigantesca. Estos pliegues tienen clara dirección NW-SE es decir transver­ sal a las alineaciones normales en toda la región que como he­ mos visto son de rumbos NE-SW y N-S en Proaza. Por otra parte esta dirección anómala la toman también la terminación del anticlinorio de La Piñera en las vertientes de La Foz y sus repliegues accesorios, lo que parece indicar que nos hallamos en una zona de disarmonía de primer orden, tal vez a consecuen­ cia de la posición en la zona de torcedura del “arco astúrico”. — 123 —

La vertiente meridional del Monsacro sirve de límite sep­ tentrional a la cuenca de Riosa; el contacto de la caliza de montaña con las pizarras westfalienses es normal a todo lo lar­ go de las vertientes del Monsacro, lo propio que en la entrada de la garganta de La Foz. Le llamamos normal aun cuando en realidad exista un despegue entre la caliza y las pizarras, des­ pegue sin desaparición de elementos estratigráficos, tal como ya hemos dicho que ocurría en el sinclinal Puerto-Tuñón. En las cercanías del antiguo Tejar del Collado de Covariella al pie del cantil de La Fayona, el contacto es muy claro; las calizas de montaña buzando al S. se hunden claramente bajo las piza­ rras westfalienses sin señales de diastrofismo; lo propio ocurre a la salida de la Foz donde la disposición es la misma, sin se­ ñal alguna de falla; mas al E. fuera de la zona cartográfiada, co­ mienza en cambio una cabalgadura (LL-4) de la caliza de mon­ taña sobre el westfaliense que llega a cubrir parte del westfa- liense D, según lo ponen en manifiesto las últimas investiga­ ciones de Jongmanns y Wagner (J-4). Resulta pues dificultoso admitir que este contacto tan claro y normal sea una fractura, especialmente de la importancia de la admitida por Almela y Ríos (A-5). En cambio en el extremo SW. del macizo, existe en efecto una falla alpídica NW-SE, pa­ ralela a la del borde NE. que pone en contacto la caliza de mon­ taña con el westfaliense. Todas estas circunstancias parecen indicar que el límite sep­ tentrional de la cuenca de Riosa tiene una estructura asaz com­ pleja, que solo puede dilucidar un estudio tectónico, estrati- gráfico y paleontológico muy mínucuoso.

4 La estructura de La Foz y la terminación SE. del anticli- norio de La Piñera.

Los accidentes tectónicos situados mas hacia el SE. en la región estudiada aparecen cortados por la garganta del río de - 124 —

La Foz que procedente de Riosa tributa al Cauda] cerca de Morcín. Esta garganta permite reconocer una zona de interesante tectónica por estar excavada en la curvatura de los haces de pliegues de la charnela del “arco astúrico”. La caliza de mon­ taña con su robustez acostumbrada y consiguiente resistencia al plegamiento enmascara el desarrollo de esta flexión en la mitad N. de la garganta, pero mas al S. la dirección corta varios plie­ gues anticlinales en cuyos núcleos afloran las areniscas eifelien- ses y las pizarras versicolores y dolomías de La Piñera. El accidente mas septentrional es el anticlinal de Porriman que atraviesa transversalmente el valle desde La Collada al caserío de Porriman. Es un anticlinal recto ligeramente vergen- te al N. que va precedido de una serie de pliegues accesorios de orden inferior en la caliza de montaña del flanco septentrional. A este pliegue sucede el sinclinal de Panizales cuya terminación periclinal se encuentra en esta aldea prolongándose hacia el SE. por la cota 569. Cerca de La Puente, el valle corta el anticlinal complejo de El Pradiquín, elegante pliegue vergente ligeramente hacia el NW. como todos los anteriores: el valle de El Pradiquín afluente de La Foz, se ha excavado en el eje de este anticlinal descubriendo los detalles estructurales. Este conjunto de acci­ dentes termina con la flexión de La Foz, cuyo flanco S. se hunde hacia el S. bajo las pizarras westfalienses de la cuenca de Riosa. El valle de La Foz corta pues de N. a S. los siguientes plie­ gues:

1. Complejo de la caliza de montaña, de la mitad N. del valle. 2. Anticlinal de Porriman, con núcleo devónico. 3. Sinclinal de Panizales, en la caliza de montaña. 4. Anticlinal complejo de El Pradiquín, con núcleo de­ vónico. 5. Flexión de La Puente, CORTES GEOLOGICOS. DE LAS SIERRAS DE LA CORUXERA LA MOSTAYAL Y MONSACRO — 125 -

Los anticlinales de Porrimán y de El Pradiquín constituyen en realidad la terminación SE. del gran anticlinorio de La Piñera, cuyos elementos hundiendo sus ejes progresivamente hacia el SE. desaparecen bajo la caliza de montaña. Solo en los puntos optimos de dirección, afloran las capas devónicas en los ejes de anticlinales. El anticlinorio de La Piñera termina aquí bien modestamente al lado del importante desarrollo que tiene unos Kms. mas al W.

E) El desarrollo espacial del plegamiento y tectónica com­ parada.

La distribución de los afloramientos y de las estructuras, nos ilustra acerca de la distribución espacial de los acciden­ tes tectónicos. De NW. a SE. desde el valle del Proaza al de La Foz se van encontrando cada vez materiales mas modernos con sus estructuras especificas: cuarcitas armoricanas extrusivas en Buanga, calizas devónicas jurasicoides en La Armada, plie­ gues de la caliza de montaña entre el Nalón y el Proaza, la amplia zona de disarmonía del anticlinorio de La Piñera y las pizarras westfalienses de la cuenca de Riosa. Esta disposición nos permite estudiar el desarrollo del plegamiento no solo en el plano sino también en profundidad. Los ejes de los pliegues van dirigidos casi rigidamente de NE. a SW. en la mitad septentrional de la zona estudiada; tales son los arrumbamientos de las sierras de Armada y Buanga, Coruxera, Peñerudes, Peñavis y Tellego. En la mitad meridional se inicia una ligera torsión de los pliegues que culmina en el cuarto SW. de la zona estudiada, tomando los rumbos recta orientación N-S., como ocurre en el sinclinal de Teordia. En el SE. en cambio aparecen los arrumbamientos del Monsacro y de La Foz. Esta anomalía se debe como ya hemos indicado a una disar­ monía de primer orden provocada por la torsión del “arco astú- — 126 — rico”, puesto que el pliegue del Monsacro formado por la caliza de montaña, colocado entre las masas plásticas del anticlinario de La Piñera y del westfaliense de la cuenca de Riosa se ha deformado fuerte y disarmónicamente quedando en posición aberrante con respecto al regular trazado normal del plegamien­ to. La tectónica también disarmònica y extremadamente com­ pleja en sus detalles del reborde meridional del anticlinorio de La Piñera es también función del mismo fenómeno, puesto que la caliza del Monsacro al situarse en su actual posición trans­ versal con relación al plegamiento debió producir un conjunto de compresiones locales anómalas sobre el plástico paquete de pizarras devónicas. A la causa general (torsión del “arco astú- rico”) hay que añadir la causa local (composición del Monsacro) ; la combinación de ambos produjo los efectos de tectónica dife­ rencial que han quedado impresos en la estructura del anticli­ norio de La Piñera. Esta teoría es tanto mas conveniente a la explicación de esta estructura, cuanto que más al E. de la zona estudiada en la sierra de Mandorrón los arrumbamientos vuelven a ser nor­ males y las calizas de montaña y aún el devónico llegan a ca­ balgar al westfaliense como ya indicamos en otra ocasión (LL-2) (LL-4) ; según las determinaciones paleontológicas de Jongmanns y Wagner (J-4) la cabalgadura llega al westfalien­ se D. Los ejes de los pliegues se mantienen casi siempre a la mis­ ma altura de W. a E. Unicamente en las inmediaciones de la extrusión de San Andrés se ha producido una elevación muy lo­ cal sin repercusión ostensible en los accidentes vecinos. Hacia el S. y hacia el SE. parece que existe en efecto, una auténtica de­ presión de los ejes pues es allí donde se desarrolla mas amplia­ mente los sinclinales westfalienses de Teordia y Andruas y la cuenca de Riosa que no son, en realidad, sino apófisis de la Cuenca Central asturiana. Cuando consideramos el desarrollo del plegamiento en pro- — 127 - fundidad salta a la vista la existencia de cuatro zonas tectóni­ cas con estilos propios, caracterizados por la existencia de ma­ teriales de resistencia distinta al plegamiento que da al conjun­ to un marcado carácter anisótropo; esta anisotropia petrográ­ fica condiciones la generación de una tectónica en “Stockwerk” en la que pueden distinguirse cuatro zonas o pisos de estructu­ ras que de abajo a arriba son las siguientes:

1. Zona inferior de “tectónica extrusiva” representada por los anticlinales perforantes de cuarcitas armoricanas. 2. Zona intermedia desarrollada en el devónico y que por sus diferencias plásticas ha de escindirse en dos re­ giones: a) Región NW. desarrollada en las calizas, de plie­ gues generalmente laxos, de tendencias jurasi- cides. b) Región SE. desarrollada en la serie de facies “old red sandstone” con plegamiento disarmò­ nico, extremadamente apretado y complejo. 3. Zona supramedia, de pliegues laxos, jurasicoides o en cascada, modelados en la caliza de montaña. 4. Zona superior, fuertemente disarmònica en general, de los sinclinales westfalienses y de la cuenca de Riosa.

Esta zonación de estructuras es tanto mas ostentible cuan­ to que las diferencias petrográficas entre los materiales de ca­ da zona, son muy acusados. Por otra parte la tectónica en “stockwerk” es un rasgo común y enteramente normal a todas las zonas del centro de Asturias donde la cuenca sedimentaria ha sufrido pocos cambios desde el Arenig hasta el westfaliense ambos inclusive (LL-5). La disección fluvial muy intensa en esta región ha favore­ cido evidentemente la exhumación de las estructuras ; numerosos ciclos de erosión se han sucedido durante el terciario, degradan­ do fuertemente el relieve que está netamente invertido como lo — 128 — acreditan los sinclinorios suspendidos de Roces, Monsacro y La Mostayal (LL-1). Acusadas diferencias estructurales se registran pues, en la región NW. y en la SE. En esta última, la presencia de los ele­ mentos petrográficos plásticos del “oíd red sandstone” y la torsión del “arco astúrico” han determinado la generación de formas tectónicas que difieren profundamente de las normales en el plegamiento de esta región, representados por los pliegues del NW.

F) Análisis tectónico. Escalas y jerarquías de elementos tec­ tónicos.

Ya hemos indicado en otros trabajos (LL-1) (LL-5) que los elementos tectónicos de la estructura herciniana no fueron re­ presentados en el mapa de Adaro (A-3) (A-4) donde solo apa­ recieron las grandes estructuras o formas tectónicas de primer orden; tampoco en el mapa de Almela y Ríos (A-5) se distinguen con claridad las estructuras a consecuencia de que el devónico ha sido representado con un solo color y lo propio se ha hecho con el westfaliense aun cuando figuren en este último algunas indi­ caciones petrográficas. No obstante como las modificaciones estructurales generadas por los movimientos orogénicos alcanzan a todos los elementos de la corteza desde los grandes megaformas de los macizos mon­ tañosos hasta la intimidad de las texturas de las rocas, el aná­ lisis tectónico detallado nos revela una gama de formas tectó­ nicas que forma parte importante de la estructura de la región y que en ocasiones son elementos preciosos para la clara com­ prensión de su historia tectónica. En la zona estudiada por nosotros no pueden distinguirse megaformas o formas regionales, pues todo conjunto forma par­ te en realidad de un robusto haz de pliegues que limita por el NW. la Cuenca Central asturiana y por lo tanto se halla en el — Í29 - límite de dos megaformas elementales de la montaña asturiana: la Cuenca Carbonífera y su aureola de pliegues.

.a) Las formas tectónicas de primer orden.

Esta aureola de pliegues periféricos a la Cuenca Carbonífera asturiana está integrada por elementos de primer orden cuya existencia hemos ya indicado al iniciar el análisis regional; son los grandes elementos tectónicos que fueron representados en los mapas de Adaro y los que en realidad constituyen iel cuerpo de la estructura. De NW. a SE. en la región estudiada aparecen los siguientes elementos de orden superior:

1. Anticlinorio del NW. integrado por las sierras de Ar­ mada y de Buanga en cuyo eje aparecen los anticlina­ les extrusivos de cuarcitas armoricanas de las sierras de Buanga y S. Andrés. 2. Sinclinorio central Nalón-Proaza, formado fundamen­ talmente por caliza de montaña en cuyo eje se esta­ blece el sinclinal de Tuñón-Proaza formado por piza­ rras westfalienses. 3. Anticlinorio de La Piñera que comporta los pliegues de Roces y de La Mostayal, elementos ambos, de un seno sinclinal desarrollado en el eje del anticlinorio. 4. Plegamiento desarmónico del Monsacro y su prolon­ gación por el borde septentrional de la Cuenca Cen­ tral Asturiana.

El límite meridional de este último elemento de primer or- microtectónicos y deformaciones texturales.

b) Los elementos tectónicos.

En otra ocasión hemos considerado como “elementos tectó­ nicos” aquellos accidentes discernibles en los afloramientos, es decir a la escala humana. Su desarrollo estara pues compren­ - 130 - dido entre pocos metros y mas de un centenar. Son los acci­ dentes que aparecen en las canteras, en las trincheras de ca­ rreteras y ferrocarriles, en las profundas gargantas que cortan la estructura. Representan formas de Mesotectónica inter­ medias entre los accidentes de orden superior y los elementos microtectónicos y deformaciones textuales.

1. Los principales tipos de pliegues.

La diversidad petrográfica de la zona estudiada ha origina­ do una gran variedad de estilos y tipos de elementos tectóni­ cos, cuya génesis está siempre condicionada por la resistividad orogénica de las rocas en las que se modelan. La existencia de una tectónica en “stockwerk” nos ilustra ya acerca de la diver­ sidad tectónica que debe comprender la estructura de esta re­ gión.

Pliegues armónicos jurasicoides.

El material mas apto para dar un plegamiento regular y ar­ mónico, es indudablemente la facies caliza cobleciense-eifelien- se de la zona NW. Las hiladas de calizas y dolomías alternando con margas y pizarras, originan paquetes de sedimentos de plas­ ticidad media y en conjunto de gran isotropía. Ello hace que so­ bre estos sedimentos se modelen pliegues muy regulares, rectos o isoclinales de ejes poco inclinados, como ocurre en la región del bajo Proaza, sierras de La Armada y Pazaranda donde la armonía preside la estructura.

Pliegues de la caliza de montaña.

También la caliza de montaña por su compacidad y resistencia al plegamiento, da pliegues laxos jurasicoides; no obstante lo­ calmente aparecen accidentes aberrantes como el complicado pliegue del Monsacro formado por un doble anticlinal-sincli- nal de planos axiales sensiblemente verticales. La doble forma f3'r - anticlmal-sinclinal, mas sencilla, es muy frecuente en la caliza de montaña, tanto que bien podemos decir que es el elemento fundamental, especialmente en las zonas de potencias modera­ das como la región que nos ocupa. En efecto es muy frecuente encontrar en los afloramientos, fajas o bandas de caliza de montaña que separan una zona devónica de otra de pizarras westíalienses; cuando los contactos son normales la “caliza grio- tte” sirve de límite entre el devónico y caliza de montaña; es­ ta presenta siempre un doble pliegue anticlinal-sinclinal que en esencia sirve de una flexión apretada e inclinada en el sentido de la vergencia general. Este tipo de estructura es típico del ple­ gamiento herciniana de la caliza de montaña y bien puede de­ nominarse “estilo asturiano”.

Pliegues disarmónicos.

En contraposición a los elementos armónicos ya indicados aparecen también marcadas disarmonías. Dejando a un lado el plegamiento de las pizarras westíalienses en relación con los “estratos tectónicos” inferiores, la disarmonía mas espectacular nos la ofrece la “caliza griotte”, formada por bancos delgados, poco resistentes, colocados entre dos masas potentes y resisten­ tes al plegamiento: las areniscas ferríferas del eifeliense y la caliza de montaña. En las vertientes occidentales del Monsacro, la erosión ha proporcionado un buen corte de estas capas com- juntamente plegadas; allí la disarmonía tiene gran desarrollo, apareciendo pliegues estrechos y rectos de mas de 15 m.

2. La tectónica interna del devónico.

Los pliegues devónicos tienen a menudo una estructura in­ terna asaz compleja a consecuencia sobre todo de la heteroge­ neidad petrográfica de estas capas; en los núcleos de los ele­ mentos estructurales se desarrolla una “tectónica diferencial” integrada por pequeños elementos que aparecen a la escala del 132 afloramiento y aun más pequeña, en disarmonía con el acci­ dente principal; los cortes de detalle del devónico, estudiados en zonas excepcionalmente favorables permiten apreciar este conjunto de accidentes de “pequeña tectónica”. En la carretera de Riosa, entre Santa Eulalia y las últimas casas de Morcín puede verse un conjunto de accidentes desarrollados en la ter­ minación periclinal del anticlinorio de Morcín: son un conjun-

2 2 ,, 3 FutNTE

Fig 13.—Tectónica interna del Eifeliense medio en la carretera de Morcín a San Sebastián 1.—Pizarras abigarradas. 2.—Calizas grises. 3.—Areniscas amarillentas. to de roturas derivadas de pliegues que en conjunto tienen aire sinclinal y se apoyan sobre las areniscas ferruginosas eifelienses en posición invertidas. La facies “old res sandstone”, rica en episodios petrográfi­ cos de muy diversa cohesión es muy favorable para el desa­ rrollo de esta clase de accidentes; en la carretera de Morcín a San Sebastián pueden estudiarse dislocaciones de este tipo. En esta tectónica son frecuentes los despegues y roturas entre materiales de diferente grado de plasticidad; en las inmedia­ ciones de la aldea de San Sebastián, la carretera corta un pa­ quete de areniscas y calizas en contacto mecánico con una serie de pizarras versicolores: la masa calizo-arcillosa mas com­ pacta se ha deslizado sobre las pizarras arcillosas que le sirven de lubricante. Otras veces las presiones y tracciones de los campos de — 133 - fuerzas desarrolladas en medio tan anisótropo, se manifiestan en la aparición de esquistoidad local, como puede verse en el ba­ rranco de La Vara, entre Morcín y San Sebastián, en la serie de pizarras negras y rojizas alternando con areniscas y calizas

Fig. 14 —Tectónica interna del eiíeliense superior en la trinchera del camino de Fuso a Cotomonteros, ver­ tiente SW. de la Coruxera 1.—Areniscas ferruginosas. 2. —Pizarras azuladas y blancas. b . B recha. f. Z o n a d e fililización.

en capas muy delgadas, que forma el flanco inferior del des­ pegue que se acaba de describir; la esquistosidad es transver­ sal a la estratificación y está condicionada por los bancos del­ gados de areniscas y calizas muchos menos plásticos.

3. Los contactos diferenciales.

Una de las formas mas frecuentes en la región estudiada es el despegue de los contactos de series de estratos de plasticidad diferentes; es uno de los fenómenos que se acaban de des­ cribir, en pequeña escala, en la tectónica interna del devónico. En efecto, aparte de los deslizamientos entre estratos de un mismo paquete propios de las presiones y tracciones in­ ternas de las masas pétreas en vía de plegamiento, aparecen siempre despegues en los contactos de paquetes de caracterís­ ticas petrográficas distintas; es el fenómeno que la escuela francesa ha descrito con el nombre de ‘"decollement”, tan fre cuente en las zonas alpinas. Estos despegues son sobretodo espectaculares en los con­ — 1 34 —

tactos entre la caliza de montaña y las pizarras westfalienses; el techo de la caliza ofrece una magnífica superficie de resba­ lamientos y la base de la serie de pizarras constituye un con­ junto de plasticidad óptima para resbalar sobre el muro de ca­ liza ; a la salida de la garganta de La Foz, que limita por el N. la cuenca de Riosa puede verse uno de estos fenómenos entre la caliza de montaña y las pizarras westfalienses; también en el largo sinclinal formado por un núcleo de pizarras y areniscas westfalienses y flancos de calizas de montaña que se extiende desde el valle del Nalón al de Proaza; todos estos despegues han sido representados como fa­ llas en el esquema geológico de Fig. 15.—Esquislosidad transversal a Almela y Ríos (A-5), siendo asi la estratificación, desarrollada en la que son en realidad fenómenos serie de pizarras abigarradas de San Sebastián (Morcín) secundarios inherentes al plega- 1.—Areniscas amarillentas. miento, que no tienen ninguna 2.—Pizarras abigarradas. influencia en el normal desa­ rrollo de la estratigrafía. Tam­ bién García Fuente (G-l) (G-2) sigue el mismo criterio en sus notas sobre Teverga y Proaza, pues ello es sin duda debido a la rapidez con que dichas observaciones han sido realizadas y a la falta de un meticuloso análisis de las estructuras. Estos despegues son pues, verdaderos “contactos diferencia­ les’’ fruto de una tectónica diferencial perfectamente definida y constituyen un sello de neta originalidad y aun de toda Astu­ rias, puesto que son accidentes normales en las estructuras her- cinianas cantábricas.

4. Las extrusiones. Las extrusiones fueron descritas por primera vez por Vien- not (V-2) en los pliegues alpídicos de los Pirineos occidentales — 13$ - y asimilados posteriormente a los mismos multitud de acciden­ tes que habían sido interpretados de muy distintas maneras. Ashauer y Teichmüller, y Solé y Llopis (S-10) reconocieron estos accidentes en el paleozoico de la provincia de Gerona (A-8). En la zona estudiada los contactos entre las cuarcitas ar- moricanas y el devónico superpuesto son siempre mecánicos; falta en dichos contactos, los materiales gothlandienses que apa­ recen un poco mas al W. como se deduce de los trabajos de García-Fuente (G-l) (G-2), pero esto no es indicio del carác­ ter tectónico del contacto, pues el gothlandiense parece desapa­ recer hacia el E. puesto que no se cita en los trabajos del cen­ tro y E. de Asturias y por otra parte en la zona oriental de Asturias la caliza viseense se apoya directamente sobre las cuarcitas armoricanas (M-5) (LL-2) (LL-5) (J-6). Las disloca­ ciones que ponen en contacto cuarcitas y devónico son bien cla­ ras en las trincheras del ferrocarril minero de Teverga entre Perlín y San Andrés y el carácter extrusivo de las cuarcitas es bien manifiesto. En San Andrés, en la zona situada, entre los dos puentes de la carretera, la trinchera del ferrocarril mues­ tra un contacto entre la cuarcita y las dolomías coblencienses, que puede parecer normal al primer vistazo; no obstante no cabe duda que se trata de la bóveda del anticlinal extrusivo de cuarcitas que roza, sin alterarlas tectónicamente, las dolo­ mías coblencienses, con laminación de la base del devónico.

G). Vergencias y estilos tectónicos.

El análisis tectónico que precede permite obtener algunas conclusiones concernientes a las vergencias y estilos tectónicos. En general, en todo el conjunto plegado hay una reiterada tendencia a verger hacia el NW., especialmente en la zona cen­ tral de la parte estudiada. Los elementos del corte II, son no­ tablemente vergente al SE. En la mayor parte de los cortes se observa un notable cabeceo de los planos axiales de los plie­ gues, pero ello no logra enmascarar la vergencia dominante ha- — m e ­

cía el NW. En la zona de Santa Agueda (corte III) y de Sienrra (corte IV) hay pliegues marcadamente vergentes al SE. En el Monsacro las localizas de montaña se pliegan de manera anó­ mala, vergiendo al SE. y aun en El Valle (Siones) (corte IX) tienen carácter extrusivo, divergiendo netamente y cabalgando fugazmente sobre las pizarras westfalienses. En general pues, las vergencias se dirigen al NW. pero hay una marcada tendencia a la disarmonía, provocada probable­ mente, tanto por la anisotropía tectónica de los paquetes de materiales plegados como por la posición del conjunto de los haces de pliegues dentro del plegamiento general de los Her- cinides astúricos. En efecto, si observamos las vergencias ge­ nerales de los Astúrides, vemos que estas se dirigen hacia el interior del arco astúrico, especialmente en la región occidental (entre Grado y el Eo), mientras que las de la región de La Mostayal-Aramo, vergen hacia el exterior de este arco. Esta con­ vergencia de los sistemas de pliegues asturianos plantean proble­ mas tectónicos que no pueden resolverse en el estrecho marco de este estudio, pero que se comentarán en el capítulo de Tecto- génesis. La anisotropía tectónica de los materiales plegados, tiene también una decisiva influencia en las vergencias y sobre to­ do en los estilos tectónicos, hasta el punto de que cada sistema estratigráfico tiene un estilo propio y en su conjunto aparece una tectónica en “Stockwerk”, que ya hemos descrito en otras ocasiones y que caracteriza el tipo de plegamiento de los Astú­ rides; en efecto, mientras el substrato visible formado por las cuarcitas armoricanas tiene un estilo extrusivo, el conjunto devónico se pliega en general en estilo jurásico o isoclinal, mien­ tras las calizas de montaña, aunque plegadas en estilo jurá­ sico o jurasicoide, muestran frecuentemente el doble pliegue anticlinorio-sinclinorio, derivado de un pliegue monoclinal, tan característico de la caliza de montaña, que ya hemos dicho bien puede ser denominado “estilo astúrico”. — 137 —

En su conjunto aparecen pues una serie de pisos de esti­ los tectónicos, que forman la típica estructura en “stockwerk” y que de abajo a arriba son los siguientes:

1. Estilo extrusivo, desarrollo en las cuarcitas armori- canas. 2. Estilos jurásico e isoclinal propio del conjunto devó­ nico. 3. Estilo disarmònico en las calizas viseenses, especial­ mente desarrollado en la base del Monsacro. 4. Estilos jurasicoides y “astúrico” de las calizas de mon­ taña. 5. Estilo isoclinal apretado en las pizarras westfalienses.

El conjunto de estos estilos tectónicos revela que este frag­ mento de los Astúrides forma parte de un país de plegamiento de tipo alpino, en todo comparable a la estructura de los Piri­ neos terciarios o de la zona subalpina de los Alpes.

H) Los accidentes alpídicos.

La tectónica herciniana está casi intacta ; los accidentes al­ pídicos que en otras regiones de Asturias (LL-5) (LL-3) tritu­ ran, a veces, totalmente la tectónica herciniana, enmascarando su desarrollo espacial, están representados aquí, únicamente por algunas roturas, que apenas rompen la neta continuidad de los accidentes hercinianos.

a) El accidente de La Manjoya y sns satélites.

En la zona NE. de la región, se (encuentran un pequeño gru­ po de accidentes alpídicos de los cuales el más importante es la falla de La Manjoya. Se trata de una rotura, bien visible al N. de Ferreros y en especial en la trinchera y túnel del ferrocarril de Gijón a Madrid, que pone en contacto los pliegues de la vertiente meridional de Peñavis (eifeliense C, caliza de — 138 —

montaña) con el aptiense. A lo largo de la trinchera del ferro­ carril. desde el Km. 133 hasta el túnel, puede verse el west- faliense subvertical. arrasado, cubierto en discordancia por las calizas, arenas y arcillas aptienses. El aptiense buzando ligera­ mente al NW. choca bruscamente, en la entrada del túnel con la caliza de montaña y con el eifeliense. Actualmente la falla solo es deducible por la posición de

Fig. 16.— Contacto del cretácico con el carbonífero en La M anjoya Carbonífero. 1. Caliza de montaña. 2. Areniscas micáceas amarillentas. 3. Piza­ rras negras. 4. Areniscas y pizarras negras. 5. Calizas grises delgadas Cretácico. Aptiense a. (3 m.) Arenas amarillentas, b. (5 m.) calizas grises, c. (15- 20 m.) Arenas amarillentas, d. (5 6 m.) arcillas, e. Arenas amarillentas.

ambas formaciones, pero en 1949 y 50, cuando se comenzaron es­ tas investigaciones, se estaba iniciando el revestimiento del tú­ nel y eran visibles 2 m. de brechita formada por elementos de ambas formaciones, asi como las diaclasas satélites y brechifi- cación del aptiense. En dichas obras del túnel debieron de exis­ tir serios problemas, toda vez que la perforación se hizo a lo lar­ go del plano de falla. El salto de la falla en el túnel es del or­ den de los 200 m. y su dirección N10E. Al otro lado del Nalón, al SW. de Castañedo aparece la con­ tinuación del accidente, cortando los pliegues hercinianos del cerro Aguda. Otras dislocaciones satélites de orientación N-S y N 10 W. aparecen en la carretera de Peñerudes, cortando la zona de contacto eifeliense-caliza de montaña, pero son pe­ queñas fracturas de poco salto, sin influencia alguna en la es­ tructura, - 139 -

b) Las fallas de la zona meridional.

El otro conjunto de accidentes alpídicos se encuentra en el borde S. y SE. de la zona estudiada; el contacto de las calizas del Aramo con el devónico de La Piñera es una larga falla de m as de 1000 m. de salto, orientada N10-20E., es decir sen­ siblemente paralela a la de La Manjoya, con desarrollo de do­ velas accesorias como la de La Vera; el labio hundido de esta falla es el macizo de La Mostayal, aunque la denudación invir- tiendo el relieve, haya dado la hegemonía topográfica al labio hundido; la época de la denudación es algo antiguo, tal vez plio- cena, puesto que sobre el labio elevado, formado por devónico morfológicamente mas plástico se modeló la penillanura par­ cial de 600 m. (LL-1) probablemente pliocena. El contacto del devónico de la Piñera con las capas westfa- linese de la cuenca de Riosa, que se encuentra en las vertientes NW. del Cordal Largo es también una falla de dirección N30-35E., que forma parte de un sistema de fracturas ortogonales que ori­ ginan cuñas de westfaliense dentro del devónico; el contacto de las calizas del Monsacro con el westfaliense del Cordal Lar­ go es una falla N40W., del sistema ortogonal. Otros pequeños elementos aislados de este mismo sistema, aparecen en el barranco del Pozón, al S. de Santa Eulalia, en­ tre el Nalón y el río de La Foz y entre Las Carangas y Cotomon- teros al NE. de Tuñón. Sobre la edad terciaria de estos accidentes no parece que pue­ dan caber dudas, puesto que no solo son netamente renegados en relación con las alineaciones hercinianas, sino que en La Manjoya cortan el cretácico y su prolongación hacia el N., les permite juntarse con las roturas de fallas del Naranco que cortan también al ludiense-sanoisiense (LL-10). Estas circunstancias permiten aceptar la edad alpídica de todas las fallas de tipo germánico que cortan las alineaciones hercinianas de Asturias; mientras no aparezcan pruebas en contra. — 140 —

I.) Las diaclasas.

Las zonas de materiales de cierta rigidez del plegamiento como las cuarcitas y las calizas de montaña son ricas en sis- emas de diaclasas limpias y constantes que permiten un estudio meticuloso. En el resto de las formaciones, devónico y pizarras westfalienses, son menos claros. En especial las calizas de mon­ taña permiten una observación muy meticulosa. En las calizas de Peña vis, cerca de Fuso, pueden reconocerse dos grandes conjuntos de diaclasas:

1 . Leptoclasas, muy apretadas de formas y direcciones aberrantes, muchas veces fracturadas, siendo entonces microfallas de 2 a 5 cm. de salto, casi siempre tienen rellenos de calcita blanca. Son frecuentes las formas “plumosas” y de “desgarre”. 2. Diaclasas, bien definidas, con grandes intervalos (de 0,5 a 1 m.) constituyendo cuatro sistemas: N-S. horizontal o inclinado 10.°E. W20N., vertical. NW-SE. vertical o inclinado 70-80E. o 80 W., con variaciones N40W y aún N30W. E40N. vertical o inclinado 70-80 W. con tendencia a variar hacia el NE.

Esas diaclasas están a menudo, cortadas por las leptoclasas anteriores, especialmente por los sistemas de desgarre. Los grandes sistemas de diaclasas 2) deben de interpretarse como los sistemas longitudinal (N-S) y transversal (W20N) y en aspa (NW-SE y E40N) primitivos de las calizas de montaña, como parece corroborado su posición con respecto a la estrati­ ficación, especialmente la del sistema N-S, horizontal, cuando las capas están verticales y ligeramente inclinadas en los buza­ mientos de 70-80", es decir, ortogonal a la estratificación. Por AIA V LAMINA

Uní de los anticlinales del Barranco de las Xanas. Char­ Caliza de montaña en el Barranco de las Xanas. Nivel medio nela de calizas viseenses y areniscas del eifeliense C. de calizas listadas con mieroestratiíicación. — 141 — otra parte las leptoclasas de desgarre, cortan estos sistemas lo que acredita por tanto su origen posterior. Todo hace suponer, pues, que las diaclasas 2) fueran las pri­ mitivas de la caliza de montaña, anteriores al plegamiento y originadas por una fase premonitoria, mientras que las lepto­ clasas 1) son acciedntes estrechamente ligados al plegamiento N

Fig. 17.—Proyección estereográfica de los sis­ temas de diaclasas de las calizas de montaña de Peñavis (Fuso) Las calizas son verticales o subverticales y es­ tán orientadas entre E 20 N. y E 40 N. accidentes sincinemáticos, que cortan a los sistemas previa­ mente formados. Ambos grupos de diaclasas según esto, son de edad hechi- niana. No aparecen huellas de otros sistemas más modernos, lo que plantea el problema de la influencia que las fuerzas alpídicas tuvieron sobre estos materiales: es posible que las lineas de - 142 — falla alpídicas se hayan establecido sobre estos antiguos siste­ mas de diaclasas, como parece corroborarlo la coincidencia de NS direcciones entre el sistema denominante NW-SE y el haz de fallas alpídicas del mismo rumbo. En cambio las mallas más importantes, de direc­ ción N-S y N10-20E., no coinciden con los sistemas hercinianos toda vez que las dia­ clasas N-S. son hori­ zontales o subhori- zontales. Parece, pues, como si la tectónica germá­ Fig. 18.—Sistemas de diaclasas en la caliza de nica de edad alpídi- m o n ta ñ a d. Sistemas aberrantes, de desgarre, ca, hubiese utiliza­ p. Planos de estratificación. do aquellos acciden­ tes hercinianos cuyas direcciones se prestaban a un rejuvenecimiento cinemático, an­ te los esfuerzos alpídicos, como ocurrió con el sistema NW-SE; en cambio las fallas N-S, son formas neoformadas, renegadas con las diaclasas hercinianas de la misma orientación (sistema N-S, horizontal o subhorizontal).

IV.—TECTOGENESIS Y FASES OROGENICAS

Del estudio de las características tectónicas que acabamos de hacer podemos extraer los datos necesarios para hacer un intento de ensayo tectógenetico. La región es excesivamente re­ ducida, para no tener que extenderse por campos más amplios; 143 - de aquí que las ideas que siguen puedan hacerse extensivas a todo el centro de Asturias y han sido elaboradas con otros da­ tos obtenidos en áreas no pertenecientes a esta zona,

A) Las fases orogénicas y las sinorogenias hercinianos.

El contacto más antiguo que aparece en esta región es el de las cuarcitas armoricanas con el devónico; pero este contac­ to no es normal en ninguno de los afloramientos reconocidos; ya hemos dicho que en el valle del río de Proaza, los anti­ clinales de cuarcitas armoricanas son extrusivos y en discor­ dancia mecánica con el devónico; no obstante, al N. de Astu­ rias, entre Gijón y Avilés y en Grado (Peñaflor), el devónico se apoya normalmente sobre el silúrico: en Peñaflor entre la la base del devónico y el techo de cuarcita armoricana, hay una hilada de 40-50 m. de pizarras negras o negroides en lajas, a veces ampeliticas que pueden equivaler a las pizarras del Llan- deilo o pizarras de Luarca, considerablemente reducidas de potencia. Tampoco se conoce con precisión la cronología de las capas inferiores del devónico, si aceptamos con otros autores (A-4) (B-l) su edad gediniense, aparece entonces una laguna estratigráfica Llandeilo medio-gediniense provocada por una sinorogenia de edad caledoniana, pero indiscutiblemente ante­ rior a la fase tectónica, desarrollada entre el Asghilliense y el Llandovery, que revela la generación de un amplio geoanticli- nal que se iniciaría en la zona central de Asturias, elevándose progresivamente hacia el E. mientras la zona occidental (al W. del paralelo de La Espina), continuó siendo cuenca de sedimen­ tación durante todo el ordoviciense. Existe pues en Asturias una sinorogenia sárdico-érica que deformaría progresivamente el zócalo de la cuenca sedimentaria asturiana, mientras en el nor­ te de Europa, tenían lugar las fases tacónicas, ardénica y érica del plegamiento caledoniano. Durante el devónico continúan en el centro y norte de Eu­ — 144 —

ropa los movimientos orogénicos, neocaledónicos y paleoherci- nianos, pero no parecen haber afectado a Asturias, puesto que las secuencias sedimentarias devónicas no revelan perturbacio­ nes notables en el desarrollo litogenético. Unicamente aparecen alternancias de litofacies marinas y paracontinentales que acre­ ditan ligeras oscilaciones epirogenéticas del zócalo de la cuenca de sedimentación ; estas oscilaciones culminan en el eifeliense B, con un movimiento epirogenético positivo, que elevando el zó­ calo de la cuenca origina la regresión del eifeliense C ; con el depósito de las areniscas ferruginosas (areniscas del Naranco) superiores; la cuenca sedimentaria retrocedió entonces hacia el NE. quedando reducida a una estrecha zona entre Avilés y Gijón. Este movimiento revela por lo tanto una nueva sinoro­ genia que coincide aproximadamente con la fase devónica del plegamiento paleoherciniano, pero indudablemente le precede en algunos siglos geológicos. AI depositarse las primeras capas viseenses, el eifeliense C, formaba el zócalo de la cuenca de sedimentación; he aquí la concordancia de dicho eifeliense C con el viseense, que pue­ de verse muy bien en todo el reborde NW. de La Mostayal; esta concordancia implica pues la laguna estratigráfica eifelien­ se C-viseense producida por la sinorogenia “devónica media”. La sedimentación viseense se continúa en el namuriense con el depósito de la caliza de montaña sin solución aparente, de conti­ nuidad. Tampoco se percibe discontinuidad entre la caliza de montaña y las pizarras y areniscas westfalienses, aunque en rea­ lidad no conocemos la edad precisa de estas pizarras nj tampoco la exacta posición estratigráfica del techo de la caliza de mon­ taña ; no puede por lo tanto asegurarse que no esté representada en esta masa de sedimentos, alguna sinorogenia correspondiente a alguna de las fases orogénicas desde la bretónica a la érica. Al terminar el westfaliense, aparece la fase orogénica más antigua que puede reconocerse en Asturias; la fase astúrica, correspondiente del plegamiento herciniano principal de Astu-^ - 145 rias y autora de la estructura de plegamiento de las sierras de La Coruxeda, La Mostayal y Monsacro; en nuestra zona no es

ARENIG

LLANDEILO fases la c ó n ic a CARADOC a rd é n ic a è ric a GOTHLANDIENSE

GEDINIENSE

COBLENCIENSE

EIFEL1ENSE

GIVETIENSE d e v ó n ic a - m e d ia NEODEVONICO m á rsic a VISEENSE

NAMURIENSE

WESTF ALIENSE a s tu n c a ESTEFAN1ENSE

Fig. 19.—Orogénesis y sinorogénesis paleo­ zoicas en Asturias entre el silúrico y el es- te fa n ie n se posible datar exactamente el momento de plegamiento astúrico; Wagner en Palencia (W-2) la sitúa entre el estefaniense A y el — 146 —

B, contra el criterio clásico que la colocaba entre el westíaliense D y el estefaniense A. En resumen, pues, la historia tectónica herciniana de nuestra región puede sintetizarse en las siguientes fases:

1. Litogénesis de las cuarcitas armoricanas y de las pi­ zarras de Luarca (Arenig-Llandeillo). 2. Sinorogenia tacónica-érica que aborta la litogénesis del Llandeilo por epirogénesis positiva responsable de la laguna Llandeilo-gediniense. 3. Epirogénesis negativa pre-gediniense. 4. Sinorogenia “devónica-media”-mársica, que origina la regresión del eifeliense C y la emersión del territorio en el devónico superior. 5. Epirogénesis negativa pre-viseense. 6. Litogénesis viseense-namur-westfaliense. 7. Orogénesis astúrica.

Del análisis de esta larga evolución paleogràfica pueden deducirse dos conclusiones de importancia general: l.1 Que desde el Arenig al westfaliense inclusive, solo am­ plias deformaciones epirogenéticas perturbaron la sedimenta­ ción de la cuenca asturiana y que por tanto los plegamientos caledonianos no afectaron estos materiales. 2.° Que los momentos de epirogénesis positivas con genera­ ción de geoanticlinales coinciden con las fases orogénicas cale- dónicas y hercinianas de Europa central y septentrional, mien­ tras que las epirogénesis negativas, corresponden a los momen­ tos atectónicos de aquellas regiones.

B) La orogénesis alpídica.

Desde la orogénesis Astúrica el territorio permaneció emer­ gido y sometido a la ablación hasta el trias, en cuyo momento la cuenca pirenaica alcanza el paralelo de Avilés. De todos - 147 - modos la litogénesis mesozoica no llegó a esta zona hasta el aptiense como parecen acreditarlo los sedimentos de La Man- joya. La orogénesis alpídica de Asturias y por tanto de esta zona, es una orogénesis de antepaís. Material hemicratógeno rodeaba a la cuenca pirenaica en el momento del plegamiento. El maci­ zo asturiano sometido a compresiones y distersiones se rompe y fractura originando los accidentes de estilo germánico ya des­ critos. La posición cronológica de estos accidentes debe de situarse con toda probabilidad más allá del sanoisiense, puesto que en la cuenca de Oviedo las fallas del mismo estilo cortan a las capas supraludienses, probablemente senoisienses. En otros trabajos hemos asignado edad sávica o mejor antillica a la tectónica ger­ mánica de Asturias (LL-2) y LL-10) criterio que seguimos man­ teniendo.

RESUMEN Y CONCLUSIONES

Los materiales más antiguos de la región son las cuarcitas armoricanas que afloran en los ejes de los anticlinales extrusi- vos. Estas cuarcitas sirvieron de zócalo a la cuenca de sedimen­ tación devónica, tal vez, después de un fugaz depósito de ampe- litos gotblandienses. Las capas devónicas comprenden desde el gediniense al eifeliense C ; durante el cobleciense-eifeliense B un cambio lateral de facies aparece muy claro de NW. a SE., pasándose de un régimen netamente nerítico en el NW. a un do­ minio paracontinental en el SE. La sedimentación carbonífera comenzó en el viseense, después de un largo período de emersión que comprendió desde el eifeliense C al viseense medio. Un regimen nerítico-litoral se impone entre el viseense y el westfa- liense, durante el cual se deposita la caliza de montaña; sigue a esta el régimen parálico del westíaliense. Este conjunto de materiales fueron plegados durante la oro­ genia astúrica después de una larga preparación epirogenética — i 48 — que en realidad comienza ya en el cámbrico ; las fases de ple- gamiento caledonianas y hercianas pre-astúricas del N. de Eu­ ropa están representadas aquí por sinorogenias responsables de las lagunas estratigráficas, silúrico-gediniense, eifeliense C- viseense. La principal fase de plegamiento fué la astúrica, que en esta zona debe de continuar situándose entre el westíaliense C y el estefaniense A. El plegamiento originó un conjunto de pliegues en stockwerck 1. Extrusiones en la cuarcita armoricana ; 2. Pliegues jurasicoi- des con compleja tectónica específica, en el conjunto devónico ; 3. Capa de pliegues disarmónicos del viseense: 4. Estilo “asturia­ no” en la caliza de montaña (doble pliegue acostado e inclinado, anticlinal-sinclinal): 4. Tectónica disarmónica en las pizarras westíaliense. Las vergencias tienden a dirigirse hacia el W., es decir hacia el exterior del “arco astúrico” lo que plantea el problema del antepaís del plegamiento, puesto que son generales en los Her- cinides astúricos, las vergencias hacia el interior del arco. La tectónica alpídica ha tenido poca influencia en la estruc­ tura del conjunto de la región. Solo algunas zonas como La Man- joya, han sido afectadas por fallas de edad probablemente post- sanoisiense, que ponen el contacto del paleozoico con el aptiense.

RÉSUMÉ

Les roches les plus anciennes de la région sont les quartzi- tes armoricaines qui affleurent dans les axes des anticlinaux ex- trusiis. Elles ont été le socle du bassin de sédimentation devo- nien, peut être après un mince dépôt de schistes gothlandiens. La devonien comprend des couches qui vont du gedinien jusqua l’eifelien C ; pendant le coblencien-eifelien on remarque un chan­ gement de faciès, d’un régime néritique développé dans le NW. à un domaine paracontinental qu’on trouve au SE. La sédimen­ tation carbonifère a commencé au viséen après une longue pé­ riode d’émersion qui comprend depuis l’eifelien C jusq’au viséen. Un régime néritique-litoral s’impose entre le viséen et le west- — 149 — phalien, pendant lequel se dépose le calcaire de montagne; en­ suite apparaît le régime paralique du westphalien. L’ensemble des matériaux a été plissé pendant l’orogénie asturienne, après une longue préparation épirogénétique qui, en réalité, commence déjà dans le cambrien. Les phases de plisse­ ment calédoniennes et hercyniennes pré-asturique du N. de l’Europe, sont représentées en Asturies par des sinorogénies res­ ponsables des lacunes stratigraphiques siluro-gédinienne, eife- lien C-viséen. La principale phase de plissement a été l’asturienne, qui doit être placée dans cette région entre le westphalien C et le sté- phanien A. Le plissement a donné lieu à un ensemble de plis en stok- werck: 1. Extrusions dans les quarzites armoricaines; 2. Plis jurassicoïdes dans le devonien, avec un complexe tectonique différentiel interne ; 3. Couche de plis disharmoniques du vi­ séen ; 4. Style “asturien” dans le calcaire de montagne (double pli serré et incliné, anticlinal-synclinal) ; 5. Tectonique dishar­ monique dans les schistes westphaliens. Les déversements ont tendance à se diriger vers l’W. C’est à dire, vers l’extérieur de l'aarc asturien” ce qui pose le pro­ blème de la position de l’avant-pays, car les déversements dans les Hercynides asturiennes sont, en général, vers l’intérieur de l’arc. La tectonique alpidique a eu peu d’influence dans la struc­ ture de l’ensemble de la région. Uniquement certaines zones comme celle de La Manjoya ont été affectées par des failles d’âge probable post-sanoïssienne qui mettent en contact le paléo- zoïque avec l’aptien.

SUMMARY

The most ancient materials of the region are the Armorican Quartzibes which crop out in the axes of anticlinal extrusions. These quartzites served as a socle for the basins of silt, perhaps after abtemporary deposit of Gothlandian ampelites. The Devonian measures comprise from the Gedinian to the — 150 —

Eifelian C ; in the Coblensian-Eifelian B a lateral change of fa­ des is very evident from NW. to SE., changing from a purely neritic system in the NW. to a paracontinental region in the SE. The sedimentations began in the visean, after a long period of inmersion which lasted the Eifelian C until the mid- visean period. A neritico-littoral system intervenes between the visean and the Westphalian, during which the mountain limestone is deposited; this is follewed by the parallel system of the Westphalian system. This collection of materials was folded during the Asturian orogenesis after a long epirogenetic preparation which in reality is already baginning in the ; the phases of Caledonian and Hercinian (pre-Asturian) folding of the N. of Europe are represnted here by synorogeneses responsible for paraconfor- mities silurico-gedinian, Eifelian C, and C-visean. The principal phase of folding was the Asturian, which in this bait must still be regarded as between the Westphalian C and the Stephanian A. The folding caused a juxtaposition of folds in stockwerk: I. Extrusions in the Armorican quartzite; 2. Jurassicoid folds with complex specific structure, in the Devonian mass; 3. Disharmonic folds of the visean period; 4. “Asturian” style in the mountain limestone (a sloping double fold, anti-cline- syncline, 4. Irregular structure in the slate, Westphalian. The slopes tend to be directed towards the W., that is to say towards the outside of the “Asturian arc”, which poses the pro­ blem of the forenland because the slopes in the asturian hercy- nian mountains tend, in general, towards the inside of te arc. Alpine tectonic has little influence on the structure of the region. Only certain areas like La Manjoya have been affected by faults probably of post-Sanoisian date, which make a contac between the and the Aptian. BIBLIOGRAFIA

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POR

J. A. MARTINEZ ALVAREZ

INTRODUCCION

Subvencionados por la Comisaría de Protección Escolar del Ministerio de Educación Nacional, realizamos una estancia de dos meses de duración en el Servicio Geológico de las “Houillè­ res du bassin dïi Nord et du Pas-de-Calais (H. B. N. P. C.)” y sus diversas dependencias de la región norte-occidental de Fran­ cia. De la doble finalidad con que fué proyectada la estancia en este centro: 1) Conocimiento de las técnicas actuales de corre­ lación de las series carboníferas desde el punto de vista aplicado y 2) Conocimiento de la distribución y organización del propio Servicio Geológico, creemos interesante dar a conocer un es­ quema compendiado de la segunda de estas cuestiones. La per­ fección de este Servicio dentro de los semejantes de la nación francesa, al tiempo que su nacimiento y pujanza reciente, a re­ sultas de unas circunstancias que parecen repetirse ahora en España, entendemos que dá a esta noticia actualidad. — 160 —

Al tener que hacer mención a este Servicio Geológico, no podemos menos de recordar el cúmulo de atenciones recibi­ das ; nuestro agradecimiento, pués, a los elementos rectores de la H. B. N. P. C. y muy en particular al director del Servicio Geológico, Dr. A. Bouroz; director del laboratorio, Sr. P. Dolle y jefe del servicio de estudios cartográficos Sr. Stievenard.

El Servicio Geológico. Organización General.

Este Servicio adquiere pujanza en los últimos años, en rela­ ción con la concentración de ciertas concesiones y, principalmen­ te, debido a la nacionalización de todas las explotaciones de la cuenca. El Servicio Geológico, cuya central se encuentra en Douai, polariza los trabajos geológicos de superficie y profun­ didad de cada unos de los distintos grupos mineros, estando así mismo en íntima conexión con las oficinas locales y central de trabajos del fondo y las correspondientes de programación de trabajos del fondo. El fin buscado, mediante estas coordinacio­ nes, es el de adquirir una máxima efectividad en la resolución de los problemas, generales y locales, relacionados con la cuen­ ca y su explotación. Los fines propios del servicio se compen­ dian en los aspectos siguientes:

1—Reconocimiento de la cuenca. 2—Evaluación de las reservas futuras explotables. 3—Ayuda a la explotación de las capas de carbón contri­ buyendo al reencuentro de las mismas.

A fin de llevar a buen término estos problemas el Servicio cuenta con la siguiente organización:

A.—Departamento central de estudios geológicos ; de él de­ penden todos los departamentos y en particular, tiene anexas las siguientes secciones: — 161 —

—Sección de cartografía general de la cuenca. —Sección de sondeos superficiales de la cuenca. —Sección de cartografía general de fondo de la cuenca. —Sección de reservas.

B.—Departamento de laboratorios ; depende del central y tiene las siguientes secciones:

—Sección de paleontología. —Sección de petrología sedimentaria. —Sección de química.

C.—Departamentos geológicos de cada grupo minero ; depen­ den del central y tienen cierta autonomía para los problemas propios de cada grupo. Tiene cada uno las siguientes secciones:

—Sección de topografía del fondo. —Sección de cartografía geológica del fondo. —Sección de sondeos del fondo.

Además y esto contribuye en gran medida a la efectividad del Servicio, mantiene una efectiva y leal colaboración con la Universidad y laboratorios especializados de la misma, para ciertos problemas que se salgan de la técnica normal. Esta suti­ leza en la visión de los estructuradores del Servicio, permite que este sea un organismo efectivo desde el punto de vista aplicado, al tiempo que un continuo laboratorio y campo de experimen­ tación para los “teóricos” de la geología. Cumple así este cen­ tro, de una manera perfecta, la doble finalidad de la aplicación e investigación, siendo este la causa del porqué sus técnicas son siempre recientes y no, como suele ocurrir con bastante fre­ cuencia, rutinarias y anticuadas.

El departamento Central de Estudios Geológicos.

Este departamento canaliza, como ya habíamos anticipado, todos los datos geológicos con el fin de poder establecer los — 1(>2 -

inform es respecto a los distintos problemas de la cuenca y ex­ plotaciones ; informes que, después, serán sometidos a los ser­ vicios generales de programación de trabajos de fondo, para su consideración en los diversas trabajos que se quieran realizar. Las misiones particulares de cada sección de este departamento, las recogemos a continuación.

—Sección de Cartografía general de la Cuenca. —La misión de la misma es la de reunir los diversos datos en un mapa gene­ ral de la cuenca. Misión de la misma es, también, el estableci­ miento de la serie de cortes generales que, han de permitir de­ finir la tectónica de la cuenca y sus diversos sectores. Ocupa­ ción suya de la misma forma, y no menos importante que las anteriores, es la de recopilar todos los datos estratigráficos, con el fin de establecer unas series estratigráficas médias de las distintas zonas de la cuenca. El fruto de la labor de esta Sección lo constituyen, aparte de una serie de mapas inéditos a diversas escalas, la publicación de su “Cartes des zones stratigraphiques a la cote moins 300” a escala 1:50.000, la serie de cortes a diversas escalas de la cuenca y su “Tableau stratigraphique” a escala 1:5.000.

—Sección de sondeos superficiales. —La labor encomendada a esta Sección es la de reconocimiento subterráneo de las diver­ sas zonas de la cuenca, en la medida en que las diversas necesi­ dades la van precisando. Para desempeñar esta función el Ser­ vicio cuenta con tres sondas, que se encuentran continuamente trabajando. Las sondas son de muestra continua, lográndose un rendimiento del 90%. En el caso de que las labores de reconoci­ miento rebosen la capacidad de estas máquinas, la compañía con­ trata el resto de los sondeos a diversas casas comerciales. Las muestras extraídas por la sonda son estudiadas a pie de má­ quina, diariamente, por un geólogo y los diversos datos reco­ gidos, enviados al Departamento Central; las diversas mués- -- 163 — tras problema, se envían al laboratorio con el fin de proceder a su ulterior estudio. La misión final de este servicio es pués, la de recoger de las muestras de la sonda datos de índole diversa, paleontológica, sedimentológica y tectónica que permitan el tra­ zado de un corte subterráneo de los terrenos. Todos estos datos inéditos se conservan en los archivos del departamento.

-—Secciones de cartografía general de fondo y de reservas .— La misión encomendada a la primera de estas, es la de recopilar todos los datos de la explotación con el fin de plasmarlos, con posterioridad, en una serie de planos de las distintas plantas de explotación. Estos servirán de base para los posteriores cálcu­ los de reservas, de los distintos grupos o de la totalidad de la cuenca. Los datos de estas cubicaciones, puestos a disposición de la superioridad, son revisados anualmente en relación con las nuevas labores de reconocimiento verificadas.

Departamento de laboratorios.

Tiene por objeto estudiar las muestras problemáticas envia­ das desde los distintos lugares de reconocimiento. La labor com­ pendiada de las diversas secciones del Departamento es la si­ guiente:

—Sección paleontológica. —En la misma existe un pequeño museo-colección de las especies más normales de la cuenca. De la misma forma cuenta con un personal que clasifica las mues­ tras más frecuentes. Esta Sección mantiene un estrecho contac­ to con los diversos especialistas de flora y fauna carbonífera de las Universidades de Lille y París. En otro sentido realiza una in­ teresantísima labor investigadora al facilitar muestras y ayuda económica a los diversos investigadores de la flora y fauna car­ bonífera. Muestra de esta meritísima labor realizada lo consti­ tuyen la publicación, bajo sus auspicios, de una serie de mo­ — 164 —

nografías paleontológicas encaminadas a formar un atlas de la flora carbonífera de la cuenca. Las técnicas palinológicas no las descuidan, de tal forma que, en la actualidad, se encuentran trabajando con gran intensidad, en colaboración con los laboratorios especializados de la Uni­ versidad de Lille, para desentrañar la primera serie caracterís­ tica para la cuenca, basada en estos datos.

—Sección de petrología sedimentaria .—Esta sección de una gran efectividad dispone de un magnífico laboratorio para ob­ tener láminas delgadas en serie. Este laboratorio con solamente dos ayudantes, logra hacer una media de 120 preparaciones del­ gadas cada dos días; lo que supone una media de 30 prepara­ ciones por jornada y por persona. Cada una de las muestras que de los diferentes puntos de la cuenca llega al laboratorio sufre un doble proceso de prepara­ ción y estudio. El proceso de preparación abarca las siguientes facetas:

1—Obtención de tres secciones delgadas de cada muestra según sus tres ejes. 2—Obtención de un cubo de la muestra para la determi­ nación del procentaje cuarzo/feldespato. 3—Separación de minerales pesados.

El proceso de estudio comprende la determinación de las tres secciones delgadas de la muestra junto con el procentaje cuarzo/feldespato y minerales pesados. Los resultados son archi­ vados, una vez dados a conocer al Departamento Central, y las muestras también. El laboratorio cuenta con un documentadí­ simo archivo de preparaciones correspondientes a los distintos trabajos realizados. Los estudios petrológicos se dirijen fundamentalmente ha­ cia los “tonstein” e intercalaciones de areniscas, como elementos - 165 — de los que este Servicio está obteniendo datos insospechados, en el sentido de correlaciones estratigráficas. La colección de “tons­ tein” es documentadísima y única por lo que hace referencia a esta cuenca.

—Sección química.—A esta sección le están encomendadas fundamentalmente dos misiones: 1) Análisis de las muestras de los distintos carbones y 2) Preparación de muestras para los estudios palinológicos.

Departamentos geológicos de cada grupo.

En cada grupo minero existe un departamento geológico, al servicio directo de las necesidades del grupo y en íntima rela­ ción con el departamento central. Cada uno de estos departa­ mentos locales suele llevar anexos las siguientes secciones:

—Sección de topografía del fondo. —Encargada de los levan­ tamientos topográficos de las labores, misión desempeñada por un topógrafo bajo la dirección, en la mayor parte de los casos, de un geólogo.

—Sección de cartografía geológica del fondo. —Encargada de tomar, diariamente, los datos geológicos puestos al descubierto a resultas de las labores de reconocimiento por galería. Esta mi­ sión suele ser desempeñada por el topógrafo de la galería y su­ pervisada por un geólogo.

■—Sección de sondeos del fondo. —Encargada de resolver los diversos problemas de la explotación, al tiempo que del cono­ cimiento de cotas inferiores con el fin de proceder al trazado de pisos inferiores. Existen varias sondas, adaptadas a estas carac­ terísticas encargadas de esta misión. La toma de muestras, co­ mo en las sondas usadas para la superficie, es continua obtenién­ dose una recuperación de muestras de un 90%. El diámetro de — 166 —

la muestra es inferior al obtenido por las máquinas que trabajan en superficie.

* * *

La conclusión que nos surge de la visita a este Servicio Geo­ lógico es doble. Por una parte expresamos nuestra sorpresa ante la matización de este Servicio, en lo que hace referencia a las relaciones del mismo con las Universidades y otros centros de investigación especializados. Pensamos que esta es la más lógica de las maneras de coordinar las misiones de ambos or­ ganismos, en pro de sus respectivas funciones. La existencia de estos Servicios Geológicos nos hace, una vez más, meditar en el enorme problema que nuestras explotaciones carboníferas tiene planteado, en el sentido de encauzar, por buen camino, la realidad de sus necesidades geológicas. Los es­ fuerzos hechos por las entidades interesadas en los problemas geológicos no tienen el efecto que, las apremiantes necesidades del momento, requieren. Un espejo semejante al que, escuetamente, acabamos de des­ cribir en nuestro vecino país, no es, creemos, una comparación odiosa si de ella extraemos lo substancial, es decir la convicción de la necesidad de estos Servicios y la convicción de la responsa­ bilidad que nos incumbe de conseguir una estrecha colaboración entre las distintas entidades que se ocupan de los problemas del carbón. BIBLIOGRAFIA

A continuación recogemos algunas de las principales y últimas pu­ blicaciones debidas a este Servicio Geológico y su personal, tan inte­ resantes para el conocimiento de esta cuenca carbonífera del norte de F ra n cia .

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Comienza el trabajo con algunos datos geográficos generales de la cuenca del Duero, y con otros de mayor detalle en lo referente al área investigada. Comprende esta una superficie superior a los 6000 Km2 si­ tuados al Sur de la Cordillera Cantábrica, entre los ríos Pisuerga y Ca- rrión. Aquí incluye observaciones propias sobre geografía humana. A continuación hace algunas referencias a trabajos previos que terminan con una lista bibliográfica de los mismos. Es en el capítulo III donde entra en la materia eje del trabajo y que podemos dividir en cuatro partes independientemente del capitulado es­ tablecido por el autor: a).—Trabajos de campo realizados durante los veranos de 56-58 en los que establece las facies de Cuevas, Vega de Riacos, Carrión de los Condes, Relea, Páramos. Zorita y sedimentos recientes. Para datar al­ gunas de estas facies se guía de trabajos paleontológicos de otros auto­ res. Las restantes solo quedan indicadas como anteriores o posteriores a aqu ellas. b).—Trabajos de laboratorio. Los realizó sobre más de 600 muestras siguiendo los métodos normales (tamaño, forma de los granos, Índice de redondeamiento, asociaciones minerales, tipos de minerales arcillosos, etc.). c).—Confección de datos geomorfológicos basados en las observaciones propias y su encuadre en las hipótesis generales de la cuenca del Duero. — 172

Le dá aquí una mayor extensión al problema de las rañas y al moldea­ do cuaternario. d).—Estudio de correlaciones entre el relieve y el paleoclima de las Sierras Cantábricas por un lado, y las facies de sedimentación por otro. O mejor dicho, la deducción del paleoclima y del relieve de aquellas elevaciones teniendo en cuenta las distintas facies sedimentarias de la cuenca. A lo largo de estas partes el autor va sacando consecuencias que al final resume en ingles, esperanto y español. Las facies denominadas de Cuevas están en su mayor parte inte­ gradas por conglomerados calizos y areniscas depositados en climas cá­ lidos-húmedos de tipo monzónico, y se encuentran desnivelados por efec­ tos tectónicos. Las de Vega de Riaco son conglomerados de cuarcitas y arenas lo que indica un cambio en la fuente suministradora de material con la desaparición de las calizas secundarias y el afloramiento del pa­ leozoico inferior. El paleoclima continúa cálido y húmedo. Las facies de Carrión de los Condes están datadas mediante fósiles, lo mismo que las de Relea consideradas como del Pontiense. Las de Zo­ rita no son si no facies laterales de aquella. También son del Pontiense las llamada de los Páramos que montan encima de las anteriores. Encontramos el dato interesante de una división climática del Pon­ tiense. Para el tramo inferior el autor le atribuye unas características similares a las del Vindoboniense mientras que en el superior el clima se hizo más húmedo impidiendo la formación del yeso sustituidos por la típica caliza de los páramos. Posteriormente a estos depósitos el área estuvo sometida a largos procesos de erosión, sobrevino la fase orogénica rodánica en la orla mon­ tañosa, la inclinación de la cuenca hacia el Oeste y un aplanamiento ge­ neral durante todo el plioceno. Los depósitos cuaternarios estudiados inclinan al autor (de acuerdo con investigadores anteriores) a admitir solo dos períodos glaciales: el penúltimo y el último. Deduce también que la Cordillera Cantábrica nunca estuvo reducida a una penillanura durante el período de sedimentación que estudia así como que en la cuenca existió siempre un cierto desagüe puesto que no aparece la halita. C rítica: Mas que abordar un problema y tratar de aclararlo, el autor estudia una región (sin que sea unidad morfológica, petrológica o sim­ — 173 plemente geográfica) y trata de obtener consecuencias de sus observa­ ciones. En este sentido es un trabajo clásico de tesis, y no queremos po­ nerle reparos a su concepción, pues nos llevaría a una crítica general sobre mucha labor investigadora que queda fuera de lugar en estas no tas. Si queremos hacer notar la gran ambición del autor en cuanto a las consecuencias que obtiene, son muchas y se extienden a una area dema­ siado grande y a un período de tiempo muy dilatado. A nosotros nos pa­ rece que algunas conclusiones han de ser comprobadas por estudios si­ milares en zonas próximas o bien por trabajos de otra índole sobre la cuenca del Duero y Sierras Cantábricas. Por otra parte nos hubiese gustado una cartografía a escala mayor con límites más precisos de las distintas facies y algunos cortes genera­ les de las mismas, lo que nos ayudaría grandemente a interpretar mu­ chos datos indicados en la literatura del Trabajo. L. C. G. DE FIGUEROLA (Oviedo)

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Los autores citan el hallazgo de una formación periglaciar, que datan como prerisiense, en el Km. 555 de la carretera de Madrid a La Coruña. Está formada por una serie de lechos alternantes y lenticulares de cantos de tamaño diverso, con materiales arenosos y arcillosos. Esta formación presenta señales de alteración en clima cálido, en sus lechos inferiores, al tiempo que, en su conjunto, trazos de micropliegues. El depósito en su totalidad parece corresponder a un criocoluvión. J. A. MARTINEZ-ALVAREZ (Oviedo)

teixeira, c..; L’évolution dn territoire portugais pendant les temps anté-mésozoíques. Bol. Soc. Geol. Portugal, vol. XIII, pp. 229-255, Porto, 1959.

El territorio portugués está constituido por tres tipos de terrenos: 1.° Terrenos antiguos en los que predominan rocas eruptivas y metamór- - Ú 4 — ficas y que ocupan la zona occidental del macizo Hespérico, 2.° Terrenos Meso-cenozoicos que ocupan los lados occidental y meridional del país, y 3.° D epósitos m odernos de co b ertera. El trabajo de Teixeira se ocupa de la evolución del territorio portu­ gués hasta la formación del Macizo Hespérico. De cada complejo o sistema hace una reseña rápida citando algunas localidades, su extensión, descripción geológica, petrográfica y paleonto­ lógica y hace algunos cálculos sobre la edad. Relacionando todos estos datos llega a conclusiones sobre el lugar que ocupaba determinado pun­ to de Portugal durante un período o piso con relación al mar. La evolución admitida por Texeira puede resumirse así: Durante el período gerogiano el territorio meridional de España y Portugal formaban parte de un geosinclinal y a lo largo de éste piso hay variaciones de sedimentación y episodios eruptivos diabásicos. Al final del Gergiano y principios del Acadiense se desarrollan arre­ cifes de Arqueociátidos. Por el estudio de estos arrecifes se llega a la conclusión de que el SW. de Portugal y España emerge. En el Cámbrico superior hay un movimiento de regresión que provo­ ca la emersión de una gran parte de la Península, estando esta regresión en relación con la orogenia sarda. El Ordovicense comienza con una transgresión y al final del Silúrico hay una fase emergente. En el Mesodevónico se reconoce en el núcleo cristalino de Evora otra emersión que es consecuencia de movimientos orogénicos y también cier­ ta actividad eruptiva. El fin del Devónico coincide con un movimiento de regresión. El Tournaisiense corresponde a una fase de regresión y durante el Na- muriense y Moscoviense el mar tiende a cubrir el Sur de Portugal pero al final de este último, el país tiende a emerger. Parece que durante el Viseense y Moscoviense hubo inestabilidad en las condiciones de sedimentación, consecuencia de las primeras fases de la orogenia herciniana y hubo erupciones magmáticas sobre todo en la región Evora-Beja. Al final del Westfaliense el mar cubría aún las regiones del Sur, pero ya entonces, y a principios del Estefaniense, la Península soporta la fase astúrica de la orogenia herciniana, abandonando el mar el Sur del país y el Macizo Hespérico se consolida, - 17 5 -

Sigue un largo intervalo de fuerte erosión y subsecuentes a la oroge­ nia se manifiestan importantes intrusiones graníticas. Este estudio constituye una exposición resumida. Le acompañan ma­ pas esquemáticos y fotografías. A nosotros ha llegado sin bibliografía. Es obvio que es de interés para los geólogos españoles. j. m u la s (Oviedo)

pannekoek, a. j.: La sedimentación alrededor de cadenas mon­ tañosas con ejemplos del Norte de España. Rev. Geographica, año VI, págs. 28-44, Zaragoza, 1959.

Utilizando el análisis de conglomerados y el estudio de las litofacies se puede obtener información de las condiciones reinantes en el área de depósito de los sedimentos clásticos y también de su área de alimentación, y además permite conocer la evolución postorogénica de una cadena mon­ tañosa, pues a veces los sedimentos depositados en el antepaís consti­ tuyen el único registro. Pannekoek comienza haciendo una crítica de ambos métodos procu­ rando marcar sus limitaciones y numerosos estudios hechos por ilus­ tres investigadores en los Alpes, los Andes y otras cadenas montañosas son citados y discutidos. La Península Ibérica es muy apropiada para la aplicación de los mé­ todos por el hecho de que la mayor parte de las cadenas montañosas están rodeadas por cuencas rellenas de depósitos continentales terciarios constituidos por derrubios derivados de estas montañas. Toma como ejemplos: La vertiente meridional de los Pirineos Cen­ trales y Orientales, los depósitos terciarios de la parte oeste de la cuen­ ca del Ebro y del Nordeste del Duero y los depósitos terciarios situados a lo largo del borde Sur de la Cordillera Cantábrica. En la presentación de estos ejemplos es de destacar que se apoya en gran parte sobre estu­ dios realizados por geólogos españoles. No da conclusiones definitivas aunque hable basado en los métodos y los estudios de otros geólogos, de episodios de elevación, plegamiento, erosión y depósito, etc., que corresponden a determinados períodos o pisos. — 176 -

Termina afirmando que para alcanzar resultados más decisivos se requiere mayor número de investigaciones sobre granulometria, morfo- metría, morfoscopia, estadística, etc. Ello permitirá conocer la historia postorogénica de estas montañas. Fotografía, mapas y esquemas provisionales y una detallada bibliogra­ fía completan el trabajo. j. m u l a s (Oviedo)

nedelorf, m. h. : Structure and sedimentology of the upper car- boniferous of the upper pisuerga valleys, cantabrian moun- tains, Spain. 100 págs., 9 fotos., 20 dib., 1 mapa., 3 cortes. Lei- den, 1960.

Comienza esta tesis doctoral, después de una breve introducción, con la presentación de la estratigrafía de la zona estudiada. Las rocas en los valles del tramo superior del río Pisuerga son de edad westfaliense su­ perior y estefaniense A, con predominio de las pizarras sobre las are­ niscas, calizas y algunos afloramientos graníticos. Las capas de carbón contienen antracita, semiantracita y hulla. A continuación hace una división de los sedimentos carboníferos en tres asociaciones lito-estrati- gráficas. En el capítulo de tectónica se detiene en el estudio de las fases orogénicas que han afectado a la zona, concluyendo el mismo con la descripción de las principales unidades estructurales. Seguidamente pasa a un meticuloso estudio de la formación de las areniscas con estratifi­ cación cruzada, en consideración a las variaciones de las corrientes y a los cambios del nivel. En los capítulos sucesivos trata de las estructuras sedimentarias, que divide en dos grupos atendiendo a las facilidades de estudio. Con el estudio de las direcciones de paleocorríentes concluye esta interesante y detallada tesis doctoral. Como complemento le acompaña un minucioso mapa de la región estudiada, a escala 1 :25.000.

j . v a l d e s (Oviedo) — 177 — vidal box, c.: La estructura geológica de la cuenca del no Sil en el segmento comprendido entre El Bierzo y Laceana, . León Bol. R. Soc. Esp. Hist. Nat. Tom. LVIII. Núm. 1. 10 págs., 1 corte., 8 fots. Madrid, 1960.

La base de este trabajo radica en un perfecto corte geológico a lo largo del valle del río Sil, en la comarca comprendida entre El Bierzo y el valle de Laceana, en la Cordillera Cantábrica. Después de una clasifi­ cación morfo-tectónica de los relieves de la región, comienza la descrip­ ción detallada de los distintos accidentes y estructuras que imperan en esta zona leonesa. Los terrenos afectados que se han reconocido comien­ zan en el acadiense, con la caliza dolomítica, continúan con las cuarcitas y pizarras del silúrico inferior y discordante se encuentra el carbonífero con su conglomerado basal, sus areniscas y pizarras. Los depósitos detrí­ ticos de Paramo del Sil son depósitos de tipo “raña” y en ellos distin­ gue dos niveles, situados a 860 m. y 1.000 m. Este complejo detrítico es equivalente al encontrado en el borde septentrional de la fosa del Bierzo. Estos depósitos de íacies “raña" están fosilizando una gran línea de ro­ turas, que han originado las distintas fosas terciarias, como claramente se ven en el corte geológico. Acompañando al mismo se reconstruye gráficamente, en sus distintas fases, la historia geomorfológica de la co­ m arca. j. v a l d e s (Oviedo)

m o s s i n , j. j . : Geomorphological Aspects of the Pisuerga Draina ge Area in the Cantabrian Mountains (Spain). Eduord Ijdo N. V. 286-406 págs. Leiden. 1959.

Se trata de una investigación geomorfológica, en la región del sis­ tema hídrico Pisuerga-Camesa-Rubagón. La zona de estudio escogida, permite hacer una geomorfología diferencial del mayor interés, entre el modelado de los sistemas fluviales de la Meseta, y el de los ríos cantábri­ cos; los primeros, de largo curso y escasa pendiente; esto es, justamente de opuestas características a las de los ríos jóvenes de la vertiente cantábrica. Por otra parte, la cuenca del Camesa, permite asomarse al alto valle — 178 — del Ebro, con lo que en resumen, tres estilos geomorfológicos pueden ser comparados. La cartografía ha sido realizada sobre el mapa nacional de escala 1 :50.000. En cuanto al aspecto sedimentológico, se ha realizado un concienzu­ do estudio de los materiales, por los métodos usuales en esta técnica, determinando, índices de desgaste, redondez, granulometría, minerales pesados, etc. Después de una breve revisión de la Geología de la zona, particu­ larmente polarizada, como era de rigor, al aspecto petrológico, el autor pasa al estudio de la alteración y denudación de los diversos materiales considerados, y a reaccionar este desigual comportamiento de los mate­ riales frente a los agentes erosivos, con la formación de pendientes. Los fenómenos de glaciarismo y periglaciarismo, no podían tampoco ser olvidados en un estudio de esta índole, y efectivamente merecen también, sucinta, pero atenta consideración. Puede decirse que en este punto, se entra en la médula del trabajo, con un estudio detallado y concienzudo de las terrazas de los ríos Pisuer­ ga, Rubagón y Camesa; investigación que abarca con análoga fortuna los aspectos geomorfológico y de la petrología sedimentaria. El trabajo se continúa en un estudio sobre superficies de planación, en referencia a la Penillanura Fundamental de la Meseta, y se concluye en un substancioso resumen morfogenético, en el que se predicen dos captu­ ras : una del Rubagón-Camesa, del sistema del Pisuerga, por un afluente del Ebro; y otra del tramo alto del Ebro por el Besaya, como conse­ cuencias evidentes de la superior potencia erosiva de los ríos de perfil más juvenil.

j. c a s i e l l e s (Oviedo) hernandez-pacheco, f.. y asensio amor, i.: Materiales sedimenta­ rios sobre la rasa cantábrica: II. Ti’amo comprendido entre la ría. de Foz y el casco urbano de Burela. Bol. Real Soc. Esp. Hist. Nat. Sección Geológica. Tomo LVIII, n. 1, pp. 73-83. Ma­ drid, 1960.

Consideran la rasa como resto de una extensa penillanura litoral, anterior al Pleistoceno, y actualmente destruida en gran parte. — 179 —

Esta plataforma, debido a su poca altura, fué invadida por el mar durante los períodos interglaciares, lo que motivó cambios en las facies de los sedimentos. Esta plataforma desaparece al penetrar en el macizo granítico de Lugo. Con objeto de estudiar la génesis de los sedimentos reales los autores un estudio sedimentológico de los mismos. Por la representación de los índices morfométricos y granulométri- cos, tanto en los cantos como en las arenas, se deduce un origen con­ tinental, fluvial, que solo esporádicamente presenta algunas anomalías indicando su origen marino. Estas anomalías las suponen originadas por las fases posibles de invasión marina durante los períodos interglacia­ res, motivada por movimientos eustáticos. L. SANCHEZ DE LA TORRE (Oviedo) BIBLIOTECA GEOLOGICA DE ASTURIAS 1900-1950

A

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( c o n t in u a r a ) Pseudotsuga Menziesii (Mirbel) Franco

UNA ESPECIE FORESTAL, QUE INTERESA INTRO­ DUCIR EN LOS MONTES DE ASTURIAS

POR

JOSE JAVIER NICOLAS ISASA

INGENIERO DE MONTES

Numerosos montes de Asturias están siendo repoblados últi­ mamente con especies arbóreas. Aunque existan valiosos árbo­ les indígenas, es sobradamente conocido el éxito que se ha ob­ tenido con ciertas especies exóticas, en especial con el Eucalyp- tus globulus y con el Pinus radiata. Sin embargo existen todavía muchos terrenos rasos en los que no resulta aconsejable intro­ ducir estas especies y en los que los árboles que crecen espon­ táneamente no pueden considerarse como económicamente ren­ tables. Por ello interesa ensayar especies forestales que en otros países están acreditadas como buenas productoras de madera. Una de tales especies es el llamado abeto de Douglas, que por la relativa rapidez de su desarrollo y la calidad de la ma­ dera que de él puede obtenerse, ha sido empleado ya por fores­ tales de muchos países, incluso de España. Parece indiscutible el interés de llevar a cabo serios ensa­ - 194 - yos con este árbol en las plantaciones que se están efectuando en los montes de Asturias. A fin de poder familiarizarnos con el abeto de Douglas he­ mos intentado reunir en el presente trabajo datos que se en­ cuentran dispersos en una serie de publicaciones, las cuales se citan al final, así como algunos resultados o detalles que pudi­ mos observar en los primeros ensayos de introducción de la es­ pecie en Asturias. No obstante debemos tener en cuenta que muchas de las características de los árboles de esta especie que lleguen a prosperar en nuestros montes tendrán que diferir, en mayor o menor grado, de las que presentan los ejemplares de abeto de Douglas nacidos en su área natural o los obtenidos por re­ población en otros países con climas y suelos muy distintos a los de nuestra región.

NOMBRE CIENTIFICO. SINONIMOS Y NOMBRES VULGA­ RES DE ESTA ESPECIE.

El árbol maderable de mayor importancia económica en el Oeste norteamericano es una de las especies del género Pseu- dotsuga que según recientes investigaciones realizadas por J. do Amaral Franco debe llamarse Pseudotsuga Menziesii (M irbel) Franco. Sin embargo el nombre de Pseudotsuga taxifolia (Poir.) Britton se encontraba tan profundamente arraigado entre los forestales americanos, que estos se resisten a admitir el uso del binomio establecido por Franco, aunque reconocen su indiscu­ tible corrección de acuerdo con el vigente código de nomencla­ tura botánica. Recientemente ha solicitado el Consejo de la So­ ciedad de Forestales Americanos (Society of American Fores- ters) que representa a casi diez mil afiliados, que se mantenga para esta especie el nombre de Pseudotsuga taxifolia (21). Según Franco pone de relieve el nombre de Abies taxifolia Desí. (1804) hace ilegítimo el de Abies taxifolia Poir, (1805), - 195 - ya que el primero fue referido al Pinus Picea L. Basándose en el epíteto legítimo más antiguo establece el que debe conside­ rarse como nombre correcto (13) (14) (31) *. El nombre de Pseudotsuga Douglasii Car. ha sido el que du­ rante muchos años daban los forestales españoles a esta espe­ cie, y bajo tal denominación se cita en numerosos textos; tam­ bién lo han empleado en otros países de Europa, pero refirién­ dose preferentemente a la raza de la costa del Pacífico (3). El nombre vulgar más frecuente dado a este árbol es el de abeto de Douglas (Douglas fir, Douglas spruce), pero también es corrientemente conocido bajo los nombres de abeto rojo (red fir), abeto amarillo (yellow fir). O simplemente se da a su madera el nombre de abeto. Otro nombre corrientemente em­ pleado es el de pino del Oregón, en especial cuando se trata de madera elaborada (19) (36). Gayer decía que la mayor parte de la madera exportada bajo el nombre de Pitch pine era de esta especie (15). En traducciones españolas de libros ameri­ canos o en obras de autores sudamericanos esta especie es de­ signada a veces como falso abeto o como spruce Douglas. La subespeeie m acrocarpa del Sur de California recibe el nombre de abeto de pina gi-ande (bigcone spruce) (18) (19).

AREA NATURAL

El abeto de Douglas se presenta, formando extensas masas puras o en mezcla con otras especies, en una región de América del Norte que abarca desde el estado canadiense de Columbia Británica por el Norte hasta las montañas de Méjico por el Sur y desde las Montañas Rocosas por el Oriente hasta la costa del

(*) Tenemos que agradecer al insigne Botánico M. Laínz. S. J.. la critica hecha a muchos de los conceptos recogidos en este trabajo y que dió lugar a que introdujésemos modificaciones en el mismo. En especial debemos agradecerle el habernos proporcionado material bi­ bliográfico sobre nomenclatura botánica. — 196 -

Océano Pacífico por el Occidente (fig. 1). Dentro de su área natural este árbol entra a formar parte de muy diversos tipos de bosque, por lo que atendiendo a sus características más ge­ nerales, distinguiremos varias regiones de su área natural. Ta­ les regiones no coinciden con las que forestalmente se suelen

(Tornado de “USEFUL TREES OF THE UNITED STATES”. No. 12)

Figura 1.—Area natural del abeto de Douglas. - 1.97 — reconocer en América del Norte.atendiendo al conjunto de los caracteres ecológicos, ya que en el presente caso solamente nos interesa diferenciar las masas forestales en las que la Pseudotsu­ ga entra a formar parte.

I.—Región costera del Pacífico. —Se extiende desde la Isla de Yancouver hasta las proximidades de la bahía de Monterrey; y desde las cumbres de la Cordillera de las Cascadas y de la Cadena Costera, hasta el Océano Pacífico. Se trata de una re­ gión de grandes precipitaciones, que oscilan entre los 1000 y 3000 mm, con lluvias bien distribuidas durante el año. Las nieblas son relativamente frecuentes, en especial en la parte más meridional y las temperaturas suaves incluso en la parte más septentrional de la región, donde el clima se halla modifi­ cado por la corriente cálida de Kuro Sivo (38). Excluyendo las exposiciones de alta montaña puede decirse que en esta re­ gión la temperatura mínima media de invierno es de —l.°C y la máxima media del verano es de 13.“ C, pudiéndose tomar como tem p eratu ras extrem as de la —18.“C y de 38."C. Tiene para el Oeste americano una significación climática análoga a la que para España tiene la región cantábrica, aunque la vegetación sea muy diferente en composición y en características. Los suelos de la zona costera tienen bastante profundidad y muchos de ellos están formados por tierras de aluvión. Se tra­ ta de suelos similares a los pardos forestales del Norte de Eu­ ropa y en algunos puntos presentan marcado carácter podsólico. En general están bastante influenciados por el clima (34). El abeto de Douglas puede vivir tanto sobre gravas, como sobre m argas y sobre cenizas volcánicas (12). En toda la región costera los bosques se caracterizan por su exuberancia. En la parte más septentrional dominan las si­ guientes especies: Picea sitchensis, Tsuga heterophylla, Tsuga mertensiana, Thuia plicata y Abies granáis; el abeto de Dou­ glas se presenta en esta región húmeda más bien como una es­ pecie subclimácica, dominante en la etapa regresiva que sigue — 198 — a los incendios forestales. También en los rasos ocasionados por las cortas “a hecho" de grandes extensiones de bosques y en las parcelas más secas o cuyo suelo está más deteriorado, el pino del Oregón se establece con preferencia sobre sus asociados regio­ nales, que son más umbrófilos y exigentes en humedad del suelo. En la parte más meridional de la zona costera de bosques aparece, como otra de las especies dominantes, el Chamaecyparis laivsoniana ; en la zona de nieblas frecuentes de California el abeto de Sitka se ve desplazado por la Sequoia sempervirens (25) (38). El abeto de Douglas tiene en todos estos bosques una gran importancia relativa, desde el punto de vista maderero. Se le considera como la especie maderable que actualmente presenta mayor interés en los estados de California, Oregón y Washing­ ton (24) (36). Como ejemplo puede citarse que en los bosques situados en las laderas occidentales de la Cadena Costera, den­ tro de la llamada subregión de la Sequoia sempervirens, se es­ tima que las existencias maderables son de unos 325 millones de metros cúbicos, de los cuales unos 186 millones de metros cúbi­ cos son de Pseudotsuga Menziesii y unos 92 millones de metros cúbicos son de Sequoia sempervirens, por lo que en conjunto las dos especies representan el 85% de las existencias maderables de tales bosques (7). En la región costera el abeto de Douglas vive desde el ni­ vel del mar hasta los 1500 metros de altura. En estos bosques es donde su crecimiento resulta más rápido y donde algunos árboles alcanzan alturas de noventa metros y diámetros nor­ males de tres metros. Estas son dimensiones excepcionales, pero resulta relativamente frecuente encontrar árboles de esta es­ pecie de sesenta metros de altura y con diámetros normales de dos metros o dos metros y medio (36). Con las favorables con­ diciones de clima y suelo que concurren en estos bosques cos­ teros no es extraño que el crecimiento de la especie sea aquí mucho más rápido que en sus otras subáreas de habitación. Su — 199 — madera adquiere características especiales y ha venido a cons­ tituir una verdadera raza diferenciada que se conoce con el nom bre de Pseudotsuga verde o de la costa; na es muy resis­ tente a las heladas, por lo que para repoblar terrenos situados en zonas con inviernos rigurosos suele emplearse planta de la raza de las Montañas Rocosas con preferencia sobre la planta que procede de la costa (22).

II.—Región montañosa del Noroeste. —Otra de las grandes formaciones vegetales de América del Norte en la que tiene gran importancia como especie dominante el abeto de Douglas, es la zona de bosques que se extiende desde los estados de Idaho y Wyoming hasta el interior de Columbia Británica a lo largo de las Montañas Rocosas septentrionales y de las laderas orientales de los Montes de las Cascadas. Estos bosques apare­ cen en una zona bien delimitada por la altura, que va aumen­ tando según decrece la latitud, y se presentan inmediatamente por debajo del bosque subalpino. Se trata de una zona en la qu'e la estación de crecimiento es de dos a cuatro meses más corta que en la costa, los inviernos mucho más duros y la precipitación anual m'edia comprendida entre los 600 y 1000 mm, aunque en al­ gunos puntos aislados pueda ser muy superior a estas cifras. En las partes de esta zona menos alejadas de la costa apa­ recen todavía pies de Tsuga heterophylla y Thuia plicata, pero su proporción es cada vez más pequeña según se penetra hacia el interior. En cambio aparecen como especies principales L arix occidentalis, Pinus montícola y Abies granáis. Más al Este y al Sur predominan las masas puras o mezcladas de Pinus contorta var. latifolia (sinónimo var. m urrayana ), Pinus ponderosa y de diversas especies de piceas y abetos, además de la Pseudotsuga que aparece en todos estos bosques (38). En esta región el abeto de Douglas no representa el papel de especie xerófila frente a los otros árboles dominantes, como ocurre en los bosques costeros. Aquí, con clima más seco y de — 200 —

temperatúras más extremadas, busca los suelos más frescos y húmedos, huyendo de las solanas y zonas demasiado expuestas, que son ocupadas por los pinos. Su crecimiento es más lento y la resistencia de las plantitas a las heladas aumenta. La ma­ dera es menos elástica que la procedente de la costa.

111.—Región montañosa central.—En las montañas de Colo­ rado y Utah el abeto de Douglas está íntimamente ligado con el pino amarillo ( Pinus ponderosa ) cuyos aprovechamientos al­ canzan un volumen en el Oeste americano sólo aventajado por el de la Pseudotsuga. Este pino, también de' amplia difusión en la mitad occidental de América del Norte y que llega a adquirir una altura de 70 m, es una especie heliófila y mucho menos exigente 'en humedad del suelo que el abeto de Douglas; es fre­ cuente encontrar magníficos pinares en sitios donde la precipi­ tación anual no es superior a 450 mm. En las Montañas de Co­ lorado es muy corriente ver que las laderas orientadas al Nor­ te están pobladas por Pseudotsuga , mientras que las solanas soportan masas más o menos claras de pino amarillo. Otras es­ pecies importantes en estos bosques son Abies granáis y P inu s contorta var. latifolia, siendo las masas de este pino típicas de las parcelas donde la vegetación climax ha desaparecido a con­ secuencia de los incendios (33) (38).

/V.— Región montañosa del Sur. —En su zona más meridional (Nuevo Méjico, Arizona y Norte de Méjico) el abeto de Douglas se presenta por encima de los 2000 metros. En estas montañas se convierte en especie francamente de sombra que necesita durante sus primeros años de un dosel arbóreo que amortigüe los rayos solares y dificulte la evaporación de la humedad del suelo (38). En esta zona aparece asociada la Pseudotsuga con varias es­ pecies, principalmente con Pinus ponderosa, Populus tremuloi- des y diversos pinos de importancia local. Ejemplares de abeto de Douglas, en mezcla con otras especies (Pinus ponderosa, Pinus lambertiana y Abies concolor), en las proximidades de Mount Shasta (California). Al fondo un observatorio del servicio de incendios forestales. Foto F. GIL.

Explotación forestal de un bosque de abeto de Douglas situado al Norte del estado de California. Foto J. T. N - 201 -

V.—Región montañosa de California. —En California, además de en la zona costera del Norte y del Centro del estado, el abeto de Douglas crece en la Sierra Nevada a altitudes com­ prendidas en tre 1000 y 2000 m asociada con Pinus ponderosa , Pinus lambertiana, Abies concolor y Libocedrus decurrens (33) (39). Se reproduce bien en estos bosques y está considerada en ellos como la especie de más valor comercial entre las distintas que forman la masa regenerada que sigue a las cortas “a hecho”, o como también se llama “masa del segundo crecimiento”, ya que todavía no han sido cortados por segunda vez estos magníficos bosques (39). En las montañas del Sur de California la Pseudotsuga está representada por la subespecie macrocarpa, que tiene piñas de tamaño doble del de las que produce la forma típica (19). Se presentan en esta zona ejemplares aislados de esta subespecie hasta los 2000 m de altura sobre el mar, pero formando bosque­ tes de alguna importancia aparece únicamente en las laderas orientadas al Norte y por debajo de los 1000 m (18). Es parti­ cularmente frecuente en las montañas de San Gabriel y San Bernardino, situadas al Este de Los Angeles. Muchísimos ejem­ plares de inigualable belleza han sido destruidos en años re­ cientes por incendios forestales que tuvieron su origen en los chaparrales de esta zona (27). La subespecie macrocarpa tiene un crecimiento normalmente lento, aunque en plantaciones realizadas en localidades parti­ cularmente favorables se han apreciado crecimientos anuales individuales hasta de 30 cm durante los primeros años (18). Los suelos en los que se presenta el abeto de Douglas en todas estas regiones montañosas del interior son de las más di­ versas características y no parece que el árbol tenga marcada preferencia por ninguno de ellos. Han sido poco estudiados hasta el m om ento (34). — 202 —

RAZAS

Dentro de la especie Pseudotsuga Menziesii cabe distinguir varias razas que corresponden a las diferentes subáreas donde crece naturalmente este árbol. En general suele hablarse de tres razas: la verde, la azul y la gris. La raza verde, también llamada de la costa, corresponde a la región del litoral Pacífico y es la que presenta mayor inte­ rés por su crecimiento rápido; tiene las hojas de un verde más o menos oscuro. Para algunos constituye la variedad Douglasii Car. La llamada raza azul, glauca o del interior corresponde a las montañas situadas en el límite más oriental de la especie; a pesar de ser más rústica que la raza verde, pues posee mayor resistencia a las heladas y tiene menos exigencias respecto a humedad, resulta de menor interés para repoblar con ella, ya que se obtienen árboles de menor desarrollo, peor porte y creci­ miento sensiblemente más lento. Tiene las hojas más cortas y de color azulado; son más parecidas a las de los verdaderos abetos. Se la sue’e llamar variedad glauca. Mayr. En la deno­ minada raza gris, también conocida como variedad caesia Schwer., suelen incluirse una serie de tipos intermedios entre los dos anteriores y con características menos acusadas (3) (15) (36) (37) (*).

(*) Pocos días antes de imprimirse este trabajo nos enteramos de que Janchen en su “Catalogus Florae Austriae” —Fascículo 1.", pág. 80, año 1956— considera como especie autónoma la Pseudotsuga glauca Mayr (e incluye en la sinonimia la var. caesia Schwer.). Sin embargo las que Janchen considera especies, a saber P. Menziesii y P. glauca, son tan similares entre sí, que se explica que su autonomía no esté acep­ tada universalmente. Parece ser que quién propugnó recientemente la escisión de la es­ pecie íué F. Flous —Revisión du genre Pseudotsuga — Trav. Lab. Forest. Toulouse, 2. 1936. cuad ern o 4.". a rt. 2. N osotros ya hab íam o s red actad o el presente trabajo considerando la P. glauca como raza de la P. Men­ ziesii cuando tuvimos conocimiento de tales obras, que evidentemente deben tenerse en cuenta ni trntnr de la sistemática de este género. — 203 —

Tiene gran interés el elegir la raza apropiada para cada lugar que se pretenda repoblar; muchos de los fracasos acae­ cidos en los ensayos de repoblación con esta especie se deben a no haber seleccionado convenientemente la raza (12). En As­ turias, para altitudes inferiores a los mil metros, interesa acli­ matar exclusivamente la raza de la costa del Pacífico, que puede adaptarse a las condiciones climáticas de nuestra provincia y que es a la vez la de mayor rendimiento económico.

CARACTERISTICAS ESPECIFICAS

El abeto de Douglas es un árbol de porte magnífico y for­ ma cónica cuando aparece aislado; pero como frecuentemente vive en gran espesura suele tener grandes fustes muy rectos, con la ramificación a mucha altura por haber perdido las ramas inferiores. Bajo su dosel hay una semioscuridad en los días más despejados casi comparable con la que reina en los bosques de Sequoia sempervirens (27). Su raíz principal se desarrolla rápidamente, alcanzando una profundidad de 10 a 20 cm el año que nace la planta. Por esta razón compite ventajosamente sobre la Tsuga y la Thuia en el Oeste americano cuando tienen que implantarse nuevamente en terrenos descubiertos cuya capa más superficial se seca durante el verano, ya que los árboles últimamente citados tie­ nen un sistema radical más somero y un crecimiento más lento, por lo que se pierden muchas plantitas durante la estación se­ ca del primer año. La corteza es bastante compacta, no deshila.chable y pre­ senta unas costillas verticales, marcándose entre ellas profun­ das fisuras. Es bastante gruesa y tiene un color marrón-ahuma­ do (27) (36). Las ramillas presentan las hojas esparcidas alrededor de su eje, pero sin embargo tienen estas últimas cierta disposición pscudodística, ya que se revuelven quedando casi dispuestas — 204 - en forma plana. La longitud de las hojas oscila entre 2 y 3 cm y su anchura es de unos 2 mm. Presentan un bonito color verde oscuro en la raza de la costa y algo azulado en la del interior; son aplanadas, romas en el ápice y presentan dos líneas más claras por el envés, análogas a las de las hojas del pinabete (Abies pectinata). El follaje es bastante denso y desde lejos pro­ duce una impresión de intenso brillo por efecto del reflejo del sol (19) (27) (36). Los amentos masculinos son axilares; los sacos polínicos es­ tán coronados por un saliente en forma de uña y la dehiscencia es oblicua, siendo esta última una de las características ge­ néricas. Los amentos femeninos son erectos y aparecen en las extrem idades de las ram illas o en las axilas (19). Las piñas son colgantes, oblongas, de 5 a 12 cm de largo; cuando se abren su diámetro mayor tiene de 3 a 4 cm. Son de color marrón-rojizo o canela y poseen escamas anchas, poco gruesas y redondeadas por su ápice. Las brácteas son franca­ mente exertas, bilobuladas y con una especie de aguijón en la escotadura que presenta entre los dos lóbulos de su extre­ midad. Sin embargo en la subespecie del Sur de California (s s p. macrocarpa ) las brácteas sobresalen muy poco o nada, excepto las inferiores que pueden sobrepasar hasta en 2 cm la longitud de la escama. El número de piñas que produce el árbol es en general muy elevado; maduran en el otoño del primer año (8) (19) (36). Las semillas tienen de 3 a 6 mm de largo y poco menos de ancho; pueden permanecer en reposo en el suelo del monte hasta seis años, esperando a que las condiciones sean propicias para la germinación, tiempo doble al período en que se calcula el reposo máximo de la semilla de uno de sus asociados, la Tsuga heterophylla (38). La germ inación es bastante rápida y tiene lugar durante la primera parte de la temporada. En el vivero forestal de Infiesto (Asturias) la germinación de la semi­ lla sembrada en primavera desde el año 1955 ha venido resul­ — 205 — tando excelente, sin que influyese en ello el que se tratara de semilleros instalados en terrenos cuya roturación se había efec­ tuado recientemente o de parcelas cultivadas desde antiguo. En 1955 se observó una gran diferencia entre el momento en que comenzaron a germinar las primeras semillas y el momento de germinación de las últimas, siendo este período de diferencia de casi un mes. Esta diferencia se ha apreciado en años posteriores en forma más o menos acusada, pero posiblemente quepa atri­ buir esta variación más que a las semillas a las característi­ cas del terreno. No obstante Littlefield afirma que se ha podido comprobar en viveros del estado de New York que esta especie produce una elevada proporción de semillas que dan lugar a ver­ daderas plantas enanas, las cuales nunca llegan a convertirse en árboles de valor comercial (22). Posiblemente estos ejempla­ res sean los procedentes de las semillas que más tardan en ger­ m inar. Tiene gran importancia la profundidad a la que se entierra la semilla, pues si se la hace variar desde 13 mm a 100 mm la germinación desciende del 93% al 17%, según estudios reali­ zados por Hofmann (17). Este mismo investigador, estudiando la capacidad germinativa de las semillas y el crecimiento de las plantitas respecto a la altitud en la que vive el árbol padre del cual proceden, llegó a los siguientes resultados para el abeto de Douglas (5):

Crecimiento en mm. de Metros de altitud a que °/o de germinación las plantitas durante el viven los árboles padres de la semilla 1 « año

150 53,8 40 800 44,1 40 900 39,0 38 1150 26,4 33 Tabla 1

Según datos recopilados en 1954 por el Comité de Regene­ ración Forestal del Estado de California, se llega a la conclusión de que entre las especies maderables que pueblan sus bosques, — 206 - los pinos y el abeto de Douglas producen anualmente cantidades de semilla muy variables, mientras que otras especies tales co­ mo A bies concolor y Libocedrus decurrens tienen una produc­ ción anual de semilla mucho más uniforme. También se ha comprobado que la semilla de Pseudotsuga Menziesii es m ucho menos consumida por aves y roedores que la de los pinos cali- fornianos Pinus lambertiana y Pinus ponderosa (2). El abeto de Douglas es una especie que requiere cierta hu­ medad relativa del aire y no soporta en absoluto la acción del viento seco (8). Tampoco se adapta a situaciones sometidas fre­ cuentemente a la acción del viento, como suele ocurrir en las cumbres y en ciertos puntos del litoral. Las plantas pequeñas suelen sufrir enormemente por efec­ to de las heladas retrasadas que tienen lugar a principios de primavera, en especial las plantas de la raza de la costa; por eso se debe evitar colocarlas en lugares encajonados, que son los que se ven más afectados por este tipo de heladas. Las me­ jores situaciones para repoblar con esta especie son las de me­ dia ladera (22). Son también sensibles a las heladas tempranas y sólo en ocasiones en las que concurran determinadas circuns­ tancias sufren por efecto de las heladas invernales. La raza del interior soporta mejor las bajas temperaturas. El granizo puede dañar e incluso partir su guía terminal (3). Ocasionalmente puede verse afectado este árbol por las nevadas. Se trata de una especie de relativa tolerancia respecto a la sombra, especialmente durante los primeros años, pues de adul­ ta se convierte en un árbol francamente heliófilo. De sus asocia­ dos más frecuentes son mucho más tolerantes las especies de Picea, Tsuga, Thuia y los verdaderos abetos, mientras que son más heliófilas las especies Pinus ponderosa, Pinus contorta var. latifolia y los alerces. Observaciones realizadas en un vivero de Arizona dieron como resultado que el abeto de Douglas alcan­ zaba un desarrollo máximo a media sombra y que en el monte prosperaba mejor el repoblado bajo una cubierta de álamos tem­ - 207 -

blones (Populus tremuloides ) que en terreno descubierto (38). Esto puede ser debido no sólo a la disminución de la intensidad luminosa, muy considerable en Arizona que constituye casi el límite Sur de la especie, sino también a la disminución de la evaporación de las capas superiores del terreno, factor impor­ tante en este clima que resulta bastante xérico para el abeto de D ouglas. En cambio ya dijimos al hablar del área natural, que en su zona más septentrional se presenta la Pseudotsuga como especie heliófila. Stoddart, citando otro trabajo de D. C. Ingram (Vege- tative changes and grazing use on Douglas fír cutover land), di­ ce que el pastoreo puede actuar beneficiosamente facilitando la reproducción de esta especie, ya que elimina la vegetación her­ bácea y subfrutescente que supone una seria competencia para las plantitas de Pseudotsuga. También afirma el mismo autor que se ha llegado a la conclusión de que la reproducción de es­ tos bosques cuando se cortaban “a matarrasa” era prácticamen­ te igual lo mismo si se imponía un riguroso acotamiento a toda clase de pastoreo que si se pastaba intensamente el terreno después de la corta; como necesariamente un pastoreo intensivo tiene que ocasionar la desaparición de muchos ejemplares del repoblado, sólo cabe explicarse el que no se vea afectada la reproducción por el hecho de que otras plantitas de PseudotsiLga, que sin el pastoreo habrían sido eliminadas por competencia, son capaces de sobrevivir al suprimir el ganado la cubierta herbá­ cea y parte del matorral. Por esta misma razón estima Stoddart que si el pastoreo se ejerce en forma moderada, es decir si el ganado no produce un pisoteo intenso del terreno ni se ven pre­ cisados los animales a ramonear, sino que solamente pastan las especies de consistencia herbácea, se consigue un repoblado de abeto de Douglas un 20% mayor del que se obtiene cuando el terreno no se pasta en absoluto después de la corta (33). En los bosques de la sierra californiana, el repoblado de esta especie puede sufrir enormemente por la competencia que i — 208 — le hace el repoblado de Libocedrus decurrens, árbol que tiene la particularidad de producir enormes cantidades de semilla con gran frecuencia. Pero si el abeto de Douglas resiste la com­ petencia durante los primeros años, queda ya definitivamente implantado porque el libocedro tiene un crecimiento mucho más lento y además se pierden durante su primera edad gran número de plantitas nacidas, sin que se sepa exactamente el verdadero motivo de ello (39). En la costa de California el abeto de Dou­ glas splo puede vencer la competencia del repoblado de Sequoia sempervirens en sitios deteriorados o demasiado secos para aquella especie. Requiere suelos húmedos, pero con buen avenamiento; no soporta el exceso de humedad en el terreno. Por ello no puede desarrollarse convenientemente sobre suelos que tengan una capa arcillosa impermeable a poca profundidad. No vive bien en los suelos pobres; es más exigente que cualquiera de nuestros pinos. Pero tampoco soporta suelos ex­ cesivamente pesados, pues necesita que estén bien aireados. No prospera en terrenos muy calizos. Sobre suelos arcillosos las plantitas presentan enseguida sín­ tomas de clorosis, pues las hojas nuevas amarillean y termi­ nan por caer, siendo el crecimiento de los brotes muy reducido. En cambio se alarga el período de crecimiento, con lo que au­ menta el riesgo de que la planta se vea afectada por las hela­ das ta rd ías (3). Los árboles de esta especie adquieren tallas hasta de noven­ ta metros en la zona del Pacífico y de cuarenta y cinco metros, como máximo, en el interior; pero no debe pensarse que en las repoblaciones que se efectúen con esta especie van a lograr­ se árboles de tamaño ni siquiera aproximado al que ha alcan­ zado el pino del Oregón en los bosques vírgenes. El crecimiento es muy rápido durante los primeros cincuen­ ta años, aventajando en este aspecto a las especies P inus pon- — 209 -T

Jerosa, Picea sitchensis, Abies granáis y sobre todo al iioo- cedro (38) (39). En cambio su crecimiento es más lento que el de las se­ quoias, Abies concolor y Pinus lambertiana ; este último pino tiene una madera excelente y es también de porte elevado, ya que alcanza alturas hasta de setenta y cinco metros. Según Gross los crecimientos observados en repoblaciones realizadas con abeto de Douglas en la Isla Victoria (Argenti­ na), fueron pequeños durante los tres primeros años, pero des­ pués se notó que las plantas se desarrollaban bien cuando es­ taban sobre suelo no muy seco, dando brotes anuales hasta de setenta centímetros de longitud (8). La madera de abeto de Douglas producida durante la época de rápido crecimiento es marrón rojiza o rosada y en una lon­ gitud de cinco centímetros tomada sobre el radio aparece un número de anillos que oscila entre seis y doce. Gayer hace no­ tar que esta madera recuerda a la del tejo (15). La madera de la época en la que el crecimiento es más lento presenta un color marrón amarillento y suele haber de treinta a sesenta anillos en cada cinco centímetros de radio. Según estudios realizados por Gohre el grosor de los anillos anuales disminuye desde el centro hacia el exterior de la si­ guiente forma:

Espesor del anillo anual Distancia a! centro Clll cm

0,4 3 0,3 6

0,2 7

Tabla 2

Gohre (Die Douglasie und ihr Holz) también deduce que, con relación a 1a. edad, el espesor de los anillos anuales varía de la siguiente forma: - 210 —

Edad a la que se forma 1 Diámetao normal del Espesor del anillo anual el anillo árbol con corteza Años cm cm

25 13,1 0,26 45 27,2 0,35 65 38,2 0,27 75 41,8 0,18 Tabla 3

Para las repoblaciones de abeto de Douglas efectuadas al Oeste del Elba calcula Knigge un espesor medio de los anillos anuales de 3,13 mm y un espesor m áxim o de 12,18 mm. W. Knigge estima (Untersuchungen über die Beziehungen zwischen Holzeigenschaften und Wuchs der Gastbaumart Dou­ glasie) que en el segundo y tercer decenio de la vida del árbol se suele formar mayor cantidad de madera de primavera y por ello resulta más ancho el anillo anual (29). A. J. Stamm, estudiando la longitud de las fibras de varias maderas de coniferas americanas valiéndose de diversos proce­ dimientos, obtuvo para la madera de pino del Oregón los si­ guientes resultados, después de realizar novecientas mediciones:

Mínimo Medio Máximo mm mm mm

Medición microscópica...... - ‘ 3,2 — Electro-osmosis...... 3,5 3,8 5,2 Altura alcanzada en capilares...... - - 4,9

Tabla 4

L. E. Wise y sus colaboradores han determinado una rique­ za del 50% de celulosa pura en el serrín del abeto de Douglas, tratado por clorito sódico a 70° C o a 80" C durante cuatro horas y después separando las hemicelulosas de la holocelulosa en atmósfera de nitrógeno, y sometiendo a sucesivos lavados con una lejía de potasa al 5'/ primero y después al 24'/ (20), — 211 —

A fin de poder comparar los valores obtenidos en el aná­ lisis de la madera de abeto de Douglas y de otras coniferas ame­ ricanas, transcribimos la tabla que figura en la —Tecnología de la Madera ------de F. Kollmann. (Tabla 6). Beauverie estima que la densidad de la madera del pino del O regón varía en tre los valores 0,809 y 0,841, sin duda refirién­ dose a la madera de otoño (4). Según Gohre la densidad de esta madera puede estimarse en 0,524 g/cm:i, es decir que resulta superior a la del pino silvestre (Pinus silvestris): en cambio Klauditz y Stolley (Untersuchungen über das Holz von ver- schiedener Standorten in Niedersachsen) obtuvieron unos valo­ res para la densidad de 0,51 y 0,71 g/cm;;, cifra muy elevada debido a que estudiaron piezas que tenían una gran cantidad de madera de otoño y esta tenía una densidad bastante alta. En las investigaciones llevadas a cabo por Gohre se obtuvo para la madera de primavera un peso específico comprendido entre 0,29 y 0,33 g/cm ’ y para la de otoño com prendido entre 0,75 y 0,86 g /c m :i, m ientras que K lauditz y Stolley encontraron valores tan altos como 1,18 g/cm:;para la densidad media de la madera de otoño. Para el primero el cociente entre densidades de la madera de primavera y la de otoño se expresa por la re­ lación 1: 2.8 mientras que para el segundo el valor del cociente es 1: 2,65 (29). Según investigaciones realizadas por M. Y. Pillow y R. F. Luxl'ord el peso específico aparente para la madera de prima­ vera en esta especie es de 0.29 g/cm:i mientras que el de la made­ ra de otoño es de 0,82 g/cm:l, por lo que la relación entre am­ bos pesos es de 1: 2,8. Es una de las relaciones más altas de las que consigna Kollmann en la tabla de promedios del peso es­ pecífico aparente para madera de primavera y de otoño de distintas especies que figuran en su obra —Tecnología de la M adera (20). En general se ha visto que el clima y el suelo influyen en la densidad; también influye la edad del árbol. Igualmente 212 — se ha comprobado que la densidad varía con el mayor o menor espaciamiento de los árboles, aumentando para los dominados, y que crece con la altura del tronco. También aumenta de la médula al exterior (29).

q¡B «9 /,*> /./ A2 /.■} /A % , s

lo g a r itm o e fe f o Á ia n o c ib c f / o n x w É v t r

Figura 2.—Relación entre resistencia eléctrica y grado de hu­ medad para la madera de abeto de Douglas, según C. G. Suits y E. Dunlap. (Adaptación del gráfico que figura en la —Tecnología de la Madera— de F. Kollmann).

El peso específico aparente varía también con el espesor del anillo anual de crecimiento, aumentando cuando su grosor varía desde 5 mm hasta unos 8 mm y disminuyendo a partir de este último grueso (20), — 213 —

Los valores del peso específico obtenidos por Trendelenburg en la región costera del Pacífico oscilan entre 414 y 474 g/cm3, mientras que el obtenido por Gohre en Alemania es de 448 g/cmB. La resistencia a la compresión alcanza valores de 470 Kg/cm2 según Kollmann 528 Kg/cm2 según Gohre y 519 Kg/cm2 según los estudios realizados en Norteamérica. A Gohre se deben tam­ bién los siguientes valores: Resistencia a la penetración en las apeas de mina, de 337 a 420 Kg/cm2; resistencia a la tracción, de 775 a 1333 Kg/cm-; resistencia a la flexión, 980 Kg/cm2 (superior a la del Pinus silvestris). Para Kollmann este último coeficiente vale solamente 790 Kg/cm-, Gohre calcula, por fin, en 278 Kg/cm2 el coeficiente de resistencia al rajado; está con­ siderada como una madera que raja fácilmente, lo que la hace inútil para algunos empleos (29). La resistencia eléctrica varía según C. G. Suits y E. Dunlap, en la forma que se expresa en el adjunto gráfico, para los dis­ tintos contenidos de humedad de la madera de abeto de Dou- glas (fig. 2). La resistencia óhmica de esta especie, según ensayos reali­ zados por Stamm en probetas cúbicas de 5 cm de arista de ma­ dera con el 15,3'/ de humedad, es la siguiente; (23).

i Resistencia longitudinal...... 11 Mu í Radial .... 21 MÜ Resistencia transversal.... , r Tangencial 23 M»

Tabla 5

Es una de las especies en las que se ha comprobado que sus maderas dan a veces extractos ácidos que frecuentemente pro­ ducen corrosión en las partes metálicas que están en contacto suyo. Otras maderas consideradas como frecuentes productoras de tales extractos son las de Thuia plicata, de Quercus petraea y Quercus robur (20). - 214 —

El corte en la madera verde de abeto de Douglas se oscu­ rece rápidamente por el efecto del aire (20). En algunos árboles de esta especie se forman pequeñas bol­ sas planas dentro de un anillo de crecimiento anual. La pared interior de estas bolsas no se convierte en duramen sino que conserva el color claro de la albura. Su origen 'es atribuido por A. Frey-Wyssling a las fendas producidas en el cambium del árbol como consecuencia de los movimientos tangenciales, oca­ sionados por la acción del viento. Las bolsas se llenan de resina que fluye por los canales resiníferos radiales interrumpidos por las grietas formadas. La resina contenida en las bolsas de los abetos de Douglas recibe el nombre de bálsamo del Oregón. (20) (26). La longevidad estimada para esta especie es de un millar de años (36). Es, junto con las sequoias, una de las especies que más luz ha proporcionado para 'el conocimiento del clima de Norteamérica en siglos pasados (años de sequía, de grandes precipitaciones, etc.) mediante el estudio de ios anillos de crecimiento. En Alemania consideran que este árbol alcanza su plenitud a los 80 años. En Norteamérica se acepta el criterio de que a los 200 años de edad este árbol entra en franca decaden­ cia (3).

APROVECHAMIENTOS

El volunien de aprovechamientos de esta especie crece de un año para otro y constituye, juntamente con el pino amarillo del Oeste (P. ponderosa ), la base de la industria maderera de América occidental. En la actualidad sus aprovechamientos en los Estados Unidos son sólo aventajados por los del llamado pino del Sur, denominación del mercado maderero que no co­ rresponde a una sola especie arbórea sino que comprende va­ rias agrupadas bajo el mismo nombre. En el año 1938 se esti­ mó que las existencias de abeto de Douglas en los bosques norte- TABLA 6.—ANALISIS DE MADERAS DE CONIFERAS AMERICANAS (según figura en la TECNOLOGIA DE LA MADERA de F. Kollmann)

Componentes Picea Pseudotsuga Pinus Pinus £ a rix Sft/H0ííJ (°/Q de la sustancia seca) canadensis Jlienziesii palustris ponderosa occtdenialis sempervirens

Agua ...... — __ — 6,42 — 9,68

Cenizas ...... 0,31 0,38 0,37 0,46 0,23 0,21

Resina, grasa (extracción con éter) ...... 1,36 1,02 6,32 8,52 0,81 1,07

Metoxilo ...... 5,30 4,95 5,05 4,49 5,03 5,21

Acido acético (según Schorger)...... 1,59 1,04 0,76 í ,09 0,71 1,08 i

Pentosanos ...... 10,39 6,02 7,46 7,35 10,80 7,80

Metilpentosanos...... 3,55 4,41 3,60 1,62 2,81 2,75

Celulosa ...... 61,85 61,47 58,48 57,41 57,80 48,45 ;

— — — 26,65 — 34,21

1 pentosanos ... 9,63 5,34 7,71 6,82 8,94 7,40

i metilpentosanos ... 0,72 J,20 1,16 1,98 1,19 2,09 En la celulosa .. < i a -celulosa...... — — •— 62,10 — 78,81

\ -celulosas ----- ——— 40,69 — 21,19 — 216 -

americanos ascendían a 1203 millones de metros cúbicos. De esta cantidad el 87'/ correspondía a los Estados de Washington y Oregón; el 10'/ a California y sólo el 3'/ a la región de las Montañas Rocosas (36). Sin embargo se ha comprobado poste­ riormente que en realidad el volumen de esta especie existente en California es muy superior al que correspondería al 10% consignado, e igualmente ha de serlo la cifra atribuida a los bosques de las Rocosas. Desde la última Guerra Mundial los aprovechamientos de masas puras o mezcladas de abeto de Douglas en las Montañas Rocosas y sobre todo en California han ido creciendo rapidísi-

AVUU ÍM OMPtA. o e ooarezA n./2% 7TSM04 £ tH£>USTif/A¿ 23,15% 20 8/ PCU0 '9.7S PQ3 P.Ci/3 □ rASUcLAS J CNMQUCiALes y &Q*OGS /4.9/ P. CVS.

/7jots I I n e i u x A s i/ a p í a i \____\StkA#*ss\i ysokPfs e.8S * cua

At'3 □ HfcXJArt MfcoRr. » f J > C4Bos U 9A&.P.C9 A /o 42% £>£CfP/UO CfP/ CVS 937 P Figura 3.—Diferentes desperdicios y clases de tablones producidos al serrar madera de abeto de Douglas. (Promedio de 20 serrerías). (Tomado de la obra “Productos Forestales” de A. J. Penshin. E. S. Na­ rrar. W. J. Baker y P. B. Proctor). — 217 - mámente hasta conseguir ponerse en el año 1951 a la cabeza de las especies maderables aprovechadas. En California alcan­ zaron ese año la cifra de 378.000 m etros cúbicos, lo cual supuso un porcentaje del 33 '/ de la producción maderera del Estado, con un aumento del 50'/ sobre la producción del año 1949 (7). Como consecuencia del creciente interés de esta especie, en los laboratorios de la institución California Forest and Range Experiment Station se realizan desde el año 1951 estudios sobre el peso específico de la madera de abeto de Douglas, su utilidad para fabricar tablero contrachapeado y se investiga sobre la or­ denación de las cortas en los bosques de esta especie. También se han acometido estudios sobre los tratamientos selvícolas que deben dispensarse a los bosques de Pseudotsuga, especialmente a los regenerados naturalmente después de las cortas intensivas realizadas antiguamente. Estas masas re­ generadas tienen cada día mayor importancia relativa por la superficie de bosque que ocupan. En 1945 se estimaba que en la llamada región del abeto de Douglas los bosques explotados hasta aquella fecha ocupaban una superficie de cerca de cuatro millones y medio de hectáreas mientras que la extensión cu­ bierta por bosque virgen había descendido a unos tres millones y medio de hectáreas (11). Se trata de una especie que da un alto rendimiento de transformación, ya que los árboles, en el momento de ser cor­ tados, presentan fustes limpios y de gran longitud. En el ad­ junto gráfico puede verse que de un estudio verificado en vein­ tinueve serrerías se dedujo que el rendimiento en tablón resulta para este especie del 51% .(26) (fig. 3).

APLICACIONES

Las aplicaciones de la madera de pino del Oregon son múlti­ ples. Está considerada como más duradera que la del pino sil­ v estre (Pinus silvestris) y tanto como la del alerce (Larix deci• — 218 - dua). Tiene gran importancia como madera de construcción; es la especie más empleada para este uso en el Oeste americano, donde tanto se edifica a base de madera. Su importancia como madera de armar, la ha adquirido por su relativa dureza, resis­ tencia y buena conservación combinadas con un peso moderado; también es debido a que se puede obtener de sus árboles vigas hasta de 0,2 metros cuadrados de sección por 18 m de largo (26) (36). Es una madera muy utilizada para la construcción de ripias. Otro uso corriente de esta madera es para la fabricación de escaleras portátiles que hayan de tener gran resistencia y en cambio no tenga excesiva importancia el que no resulten lige­ ras (26). Constituye una de las especies más empleadas en Norteamé­ rica para postes de líneas telefónicas y de transporte de energía eléctrica, juntamente con los llamados pinos amarillos del Sur (P. Taeda, P. echinata, P. palustris y P. caribaea), el cedro rojo del Oeste ( Thuia plicata) y el cedro blanco del Norte (Thuia occidentalis), así como el Pinus contorta var. latifolia. También se emplean postes de esta madera para construcción de cercados y vallas. Se utiliza mucho en la zona costera del Pacífico para pilotes de cimentación, de pasarelas, de puentes y de toda clase de caballetes; para este empleo suelen tratarse previamente las piezas a fin de conseguir su preservación (26). En las Montañas Rocosas es uno de los árboles preferidos para obtener piezas de entibación minera, pues está considerada como una de las maderas que más duran entre las corriente­ mente empleadas (especialmente la procedente del corazón del árbol): con todo lo más frecuente es que las piezas de madera de entibar sean tratadas con fungicidas antes de emplearlas en la mina. No sólo se emplea en las minas de las Rocosas, sino que tam­ bién en las del Este de los Estados Unidos se están usando cantidades crecientes de madera de Pseudotsuga. Ha su sti­ - 219 — tuido a otras maderas duras (locales o importadas) en diversas zonas mineras del país, a medida que se han ido agotando las reservas de aquéllas (26) (36). Es una madera que avisa cla­ ramente antes de la rotura, lo que la hace especialmente ade­ cuada para su empleo como madera de entibar (29). De las clases de madera transformadas en traviesas de ferro­ carril que fueron tratadas con fungicidas en Norteamérica, pre­ viamente a su colocación, ocupó la del abeto de Douglas en el año 1951 el segundo lugar, después de la madera de roble, que incluye diversas especies americanas, en especial el roble rojo (Quercus rubra). Presenta aceptables condiciones de resistencia al desgaste, a la compresión, al movimiento lateral y arranque de clavazón, a la flexión. Y puede ser fácilmente tratada con los fungicidas que corrientemente se emplean (26). De este árbol se obtienen maderas aptas para la construc­ ción de embarcaciones (8). Es una de las más importantes especies americanas produc­ toras de chapa; está clasificada entre aquellas que deben des­ enrollarse en frío, pues si se tratan previamente las rollas con vapor o con agua caliente, la chapa que se obtiene presenta una superficie vellosa y fibrosa. Más del 80'/ de las llamadas chapas de madera blanda de Estados Unidos son de Pseudo- ts u g a ; en el último año de la segunda Guerra Mundial las ins­ talaciones dedicadas a la transformación de la madera de esta especie pudieron producir más de 650 millones de metros cua­ drados de chapa al año. Esta chapa se destina casi exclusiva­ mente a la fabricación de contrachapeado para construcciones e interiores, empleando como adhesivo principalmente la cola de soja. El contrachapeado de esta especie utilizado para exteriores tiene una larga duración, aun cuando tenga que mojarse y se­ carse alternativamente; se emplea en la construcción de te­ jados, tabiques y en obras subterráneas. También se emplea en interiores para pavimentos, como forro para ser cubierto - 220 — con enlucido y sobre todo en paneles de cara vista, que conve­ nientemente acabada constituye un buen elemento decorativo. El contrachapeado de esta especie se usa también mucho como madera de encofrar toda clase de obras y piezas hechas con hormigón y para paneles de casas prefabricadas. La producción anual de este contrachapeado triple de 9,5 mm es de más de cien millones de metros cuadrados, procedentes de unas cua­ renta fábricas emplazadas en los estados de California, Oregon, Washington y Columbia Británica; durante el año 1942 la pro­ ducción se elevó a ciento sesenta millones de metros cuadra­ dos (26) (36). Otro uso de esta madera es para tonelería; en el Oeste ame­ ricano se fabrican toneles con duelas y fondos de Pseudotsuga, en los cuales se transporta salmón, fruta y otros muchos pro­ ductos naturales e industriales; sin embargo cuando deben servir de envase de alimentos humanos hay que tratar sus in­ teriores para que no les transmitan sabor ni olor. Con esta ma­ dera se hacen igualmente bocoyes para el transporte de tabaco y tanques o tinas para el almacenamiento de diversos líquidos (26). Se ha empleado bastante en Canadá y Estados Unidos para fabricación de tubos de madera usados en conducciones hi­ dráulicas (20). Con fibra de madera de Pseudotsuga se fabrican aislantes del calor y del sonido utilizados en construcción. Su corteza se está estudiando como posible materia prima para la obtención de taninos y fue también ensayada como fuente de un sustitutivo de corcho granulado cuando se creyó posible en Norteamérica durante la segunda Guerra Mundial el que se plantease el pro­ blema de la supresión de importaciones de corcho de la región mediterránea. También se han obtenido numerosos productos derivados de la corteza de la Pseudotsuga, los cuales tienen las más variadas aplicaciones como absorbentes para explosivos, como ingredientes activos de los adhesivos fenólicos, como ingre­ dientes para la manufactura de resinas íenólicas, como agentes - 221 — acondicionadores en polvos insecticidas y como compuestos de ignición en la fabricación de cerillas (26). El serrín de abeto de Douglas se usa algo para embalar frutas, aunque se prefiere el serrín procedente de otras maderas más blancas e inodoras. Según estudios realizados en los laboratorios de Productos Forestales de Canadá, 'el valor térmico de la madera de abeto de Douglas es de 5100 kilocalorías por kilogramo de madera secada al horno, mientras que el promedio para maderas duras es de 4700 kilocalorías. Teniendo en cuenta que la antracita da 7100, el carbón de piedra bitum inoso 7300 y el petróleo b ru ­ to 10800 kilocalorías por kilogramo, podemos deducir que el valor de esta especie como leña es grande. El peso y el valor calórico de esta especie para una cantidad de 2,26 metros cúbicos de madera verde y secada al aire ( 209 ? de humedad), son los siguientes:

Calor útil; millones de Equivalente en toneladas Peso en kilogramos kilocalorías de carbón de cok

En verde Secada al aire En verde Secada al aire En verde Secada al aire

1446 1085 7,2 10,0 0,59 0,82

Tabla 7

En los estados del Noroeste americano funcionan numero­ sísimos quemadores de serrín destinados a calefacciones do­ mésticas ; la mayor parte del serrín que se quema en ellos es de Pseudotsuga (26). Incluimos al final de este apartado una tabla en la que figura el poder calorífico del serrín húmedo de distintas coniferas americanas (20) (Tabla 8). El abeto de Douglas se emplea para la obtención de pastas alcalinas, en unión de otros pinos, abetos y alerces americanos. Han llegado a alcanzarse rendimientos de 190 litros de al­ cohol por tonelada seca de madera de Pseudotsuga. — 2 2 2 —

Se obtiene de esta especie el llamado bálsamo del Oregón, oleoresina similar al bálsamo del Canadá; se forma en cavida­ des que aparecen en los árboles sometidos a la acción de fuer­ tes vientos. Es menos viscoso, tiene un índice de acidez muy su­ perior al del bálsamo del Canadá (pues a veces llega a 150) y tiene un índice de refracción bastante inferior, por lo que no se usa en preparaciones microscópicas. (26). Se utiliza mucho el abeto de Douglas como árbol de Navidad, ya que tiene un porte muy bonito y sus hojas se conservan du­ rante bastante tiempo en los arbolillos o ramas después de haber sido respectivamente arrancados o cortadas. Es el prin­ cipal árbol navideño del Oeste de Estados Unidos, pero también se cultiva en viveros del Este para dicho objeto (22) (27). Este aprovechamiento tiene gran importancia para un pue­ blo, como es el norteamericano, tan amante del árbol de Navi­ dad, lo que da lugar a que existan por todo el'país innumerables viveros y plantaciones dedicadas exclusivamente a este fin. A veces los árboles de Navidad proceden de entresacas efectuadas en repoblaciones jóvenes de esta especie.

ENFERMEDADES Y PLAGAS

Aunque son raras las enfermedades bacterianas que sufren las coniferas, existe una causada por el Bacterium (Phytomo- nas)Pseudotsugae Hansen et Smith, el cual produce tumores en los abetos de Douglas cuando crecen en cerrada espesura sobre terrenos excesivamente húmedos. Puede ocasionar la muerte del árbol atacado, aunque sólo sea indirectamente, pues al restarle vigor le sitúa en condiciones de inferioridad respec­ to a las otras especies asociadas que pueden llegar a eliminarlo por competencia. El Adelopus Gaumannii Rohde es un hongo que causa la defoliación del abeto de Douglas de las razas del interior. En la zona del Pacifico parece ser que se presenta como enfermedad TABLA 8.-PODER CALORIFICO DEL SERRIN HUMEDO DE DISTINTAS CLASES. (Según J. H. Jenkins y F. W. Guernsey) (Tomado de la TECNOLOGIA DE LA MADERA de Franz Kollmann)

Humedad de la madera Poder calorífico referida al Peso específi­ ( h u y Serrín de Almacenamiento del co aparente Peso seco Absoluta­ serrín Peso húmedo Mojado en estufa mente seco u°/° V o Kg m3 Kcal/Kg Kcal.Kg • x , 0

/ Almacenado reciente 59 37,0 281 5110 3220

t 1 año bajo cubierta 58 36,5 277 5060 3210 Abeto de Douglas.... J 1 año a la intemperie 85 46,0 325 5000 2700 / 2 años a la intemperie 167 62,5 464 4780 1790

\ 5 años a la intemperie 285 74,0 628 4670 1210

Reciente 108 52,0 345 4720 2270 Jsuga beteropbylla Sarg. j i 1 año a la intemperie 170 63,0 446 4670 1730

Tbuia plicátil D. Don .... Reciente 77 43,5 216 5390 3040

Abeto de Sitka (Picea sit- 2340 Reciente 92 48,0 266 4500 »

> — 224 — benigna, por lo que se considera que la raza verde es más resis­ tente a este agente patógeno. Puede identificarse la enfermedad que causa no sólo porque las ramas presentan una cantidad de follaje muy inferior al normal, sino también porque en las ací- culas aparece una banda negra a cada lado del nervio medio, bandas que resultan apreciables con ayuda de una lente. No se conoce medio eficaz para combatir la enfermedad, pero en Dinamarca se han obtenido formas resistentes a estos ataques. El Polyporus Schiveinitzii Fr. causa la destrucción de mu­ chas repoblaciones de pino del Oregon y de otras coniferas cuan­ do se han efectuado sobre terrenos llanos y mal drenados, que posean una capa arcillosa a escasa profundidad, y en los que el agua permanezca con frecuencia sobre la superficie. Las acículas de los árboles atacados recientemente están amari­ llentas y son anormalmente cortas; más tarde se vuelven ma­ rrones y acaban por caerse. Los árboles terminan por morir o por lo menos se debilitan tanto, que los temporales los quie­ bran o desarraigan. Para combatir esta enfermedad se reco­ miendan labores para airear el suelo y corregir su defectuoso avenamiento. Existen varios hongos causantes de la pudrición de la ma­ dera de los abetos de Douglas de edad avanzada. En los estados de Washington y Oregon se considera que esta especie debe cortarse antes de los ciento cincuenta años pues posteriormente los árboles entran en decadencia y es probable que se originen enfermedades causantes de pudriciones de su madera. En oca­ siones el ataque de estas enfermedades da lugar a la destrucción, en el plazo de cincuenta años, de casi una cuarta parte de la madera de sierra existente en un bosquete de edad avanzada. El pino del Oregon presenta la particularidad de que la se­ milla de los árboles atacados por pudriciones tiene un poder germinativo aceptable, por lo que resulta una práctica común el reservar los ejemplares sin valor comercial como árboles — 225 — padres para conseguir la regeneración natural después de la corta. Las pudriciones de la madera de esta especie en los bosques americanos están causadas principalmente por cuatro especies de hongos: Fornes Pini, F. Laricis, F. Roseus y Polyporus Schiveinitzii. Del último, ya hemos hablado anteriormente. El Fom es P ini (Thore) Lloyd es el que causa mayores daños en los bosques de abeto de Douglas. Da origen a una coloración rojiza en el corazón del tronco; más tarde aparecen manchas blanquecinas y líneas marrones o de color oscuro en la madera atacada. El Fomes Laricis (Jacq.) Murr. produce unas manchas marrón rojizo en la madera de los árboles de edad avanzada. La otra especie del género Fom es ocasiona también la des­ trucción de la madera, pero no es tan de temer como el F. Pini. Otros hongos que producen ataques a bosques de abetos de Douglas son: Poria Weirii Murr., que causa al principio una reducción en el crecimiento del árbol y en la producción de piñas, más tarde se nota que clarea el follaje y por fin el pino del Oregón termina por morir; Amillaria mellea Fr., que ocasio­ na el que parte o la totalidad del follaje se vuelva marrón y que produce una decoloración en la madera, principalmente en los árboles atacados ya por otros agentes o que viven en malas condiciones; y Polyporus anceps Pk., que causa pudriciones en el tocón y en el extremo del fuste. Una fanerógama parásita, el Arceuthobium Douglasii Engel, vive sobre el pino del Oregón pudiendo ocasionar apreciables da­ ños, sobre todo en bosques situados en terrenos secos, ya que resta crecimiento al árbol y le debilita pudiendo dar lugar al ataque de otros agentes e incluso ocasionar la muerte de las plantas jóvenes (3). De los ataques por insectos que sufre el pino del Oregón deben citarse los debidos a las siguientes especies: Dendroctonus Pseudotsugae Hopk., llamado Douglas fir bee- tle; produce galerías a lo largo del tronco, principalmente en — 226 — los árboles debilitados o recién apeados, con preferencia en situaciones secas. Vespamina novaroensis Hy. Edew., llamado Douglas fir pich moth. Su ataque da lugar a extravasaciones de resina como con­ secuencia de las galerías que practica en el tronco. Gelechia periculella Busck. Este lepidóptero mina las ra­ millas de los abetos de Douglas en Oregón y California. Laspeiresia laricana Busck. Produce daños con el cambium de los árboles de esta especie en todo el Oeste americano. Orgya antiqua L. Es un lapidóptero defoliador que ataca pre­ ferentemente a las frondosas, pero en ocasiones también afecta a las coniferas. Se ha observado su ataque al abeto de Douglas en los bosques de Columbia Británica (Canadá) (1) (6). Ocasiona serios daños a los bosques de esta especie el insecto llamado spruce budworm por los forestales americanos y que también ataca al Pinus ponderosa, P. attenuata, Abies concolor, Picea Engelmanii y otras coniferas (35). En la siembra de abeto de Douglas realizada en el vivero de Infiesto durante el año 1959 se obtuvo mal resultado por estar atacada la semilla, que había sido importada de Francia, por un himenóptero, el Megastigmus Spermotrophus Wachtl. No se pudo tratar la semilla previamente pues cuando se tuvo conoci­ miento de que estaba atacada, ya se había sembrado. A pesar de haber tratado las eras con una solución de H. C. H. al 15% no se obtuvo ni la centésima parte de la planta de abeto de Dou­ glas que se esperaba conseguir teniendo en cuenta la cantidad de semilla empleada. Posiblemente fuera debido a que el tra­ tamiento se aplicó demasiado tarde.

TRATAMIENTO DE LA MADERA

La madera de pino del Oregón, de densidad bastante alta y duramen bien diferenciado, está considerada como muy dura­ dera (20). Sin embargo muchos de los productos maderables ob­ — I ' l l — tenidos de esta especie son tratados con fungicidas previamen­ te a su utilización. En Europa se considera que los antisépticos de disolvente acuoso son más apropiados para la impregnación de madera de Pseudotsuga que los de tipo oleaginoso (29). En Norteamérica suelen tratar mediante calentamiento en creosota a presión ordinaria los postes y traviesas de esta es­ pecie y bajo vacío (procedimiento Boulton) los postes de esta m ism a m ad era (23). Para el secado de la madera de abeto de Douglas en autoclave de inyección, figuran en la obra de J. B. Martínez —Conserva­ ción de Maderas—, los tiempos de duración que se consignan en la adjunta tabla y que se refieren al tratamiento «n el que la madera se calienta en creosota (23).

TABLA 9.—SECADO DE LA MADERA DE ABETO DE DOU­ GLAS EN AUTOCLAVE DE INYECCION. (Tomado de la obra —Conservación de maderas— de J. Benito M artínez).

Temperatura Producto °C Duración lloras

Postes Max.: 104° Max.: ilimitada* A la presión atmosférica. . . . Traviesas Max.: 99° No limitada* Min.: 88° Min.: 35 Bajo vacío (procedim. Boulton). Postes | Max.: 104° Max.: 60

(*) Hasta que se ha extraído de las traviesas la cantidad de agua necesaria para lograr una penetración satisfactoria del antiséptico.

ENSAYOS DE REPOBLACION

Al incrementarse durante los últimos años el volumen de aprovechamientos realizados en los bosques de abeto de Dou- — 228 — glas y comprobarse las múltiples aplicaciones de su madera, se han comenzado a estudiar en Norteamérica diversos métodos de repoblación con esta especie. En los parques nacionales Tri- nity y Six River (California) se realizan ensayos de regeneración natural y artificial de esta especie después de las cortas efec­ tuadas “a matarrasa”. En el Centro de Investigaciones Forestales de Berkeley se están llevando a cabo ensayos de defensa de las semillas y plantas jóvenes en las siembras y plantaciones de Pseudotsuga, en busca siempre de medios que resulten a la vez eficaces y económicos. Estos estudios son bastante recientes y no se ha llegado todavía a conclusiones definitivas. Se suele recomendar la siembra de unas 150 semillas por cada pie cuadrado de semillero (0,0929 metros cuadrados) para así obtener en esta superficie unas 65 plantitas (32). Esto equi­ vale a emplear, como mínimo unos 20 gramos de semilla por metro cuadrado de semillero. La siembra debe hacerse a fines de invierno. En las repoblaciones se recomienda utilizar planta que haya estado un año en el semillero y otro en el criadero; deben adop­ tarse densidades de repoblación comprendidas entre los 1110 y 1740 hoyos por hectárea, y efectuarse entresacas cuando la ma­ sa adquiera una densidad excesiva. Este árbol no medra satisfac­ toriamente en terrenos empradizados, si no se elimina previa­ mente el tapiz herbáceo. En Inglaterra se ensayó con éxito en 1822 esta especie, que fue traída de Columbia Británica (Canadá). Posteriormente se intentó introducir en otros países europeos, principalmente en Suecia, Dinamarca, Alemania y Francia. Ya Gayer, a fines del siglo pasado, hablaba de las posibilidades de introducción de esta especie en los montes de Alemania y hacía notar la mayor resistencia a las heladas que presentaban los ejemplares de la variedad azul del interior de Norteamérica respecto a la de los ejemplares de la variedad verde de la costa del Pacífico (15). Ac­ tualmente existen en Alemania importantes repoblaciones de - 229 — esta especie, que se conoce con el nombre de Douglasie, y cada día despierta mayor interés el estudio de sus métodos de cultivo y de las posibles aplicaciones de su madera. Existen también im­ portantes repoblaciones en el Sur de las Islas Británicas, en re­ giones que cuentan con una precipitación anual superior a 1150 mm, en laderas bien drenadas y sobre margas arcillosas situadas en lugares abrigados (12). Parece haber dado buen resultado en el Sur y en el Occidente de Australia, en situaciones del in­ terior, con precipitaciones invernales comprendidas entre los 890 y 1000 mm. También se ha repoblado utilizando el abeto de Douglas en Nueva Zelanda y en América del Sur, en la Isla Victoria situada en el lago de Nahuel Huapi de los Andes argen­ tinos, a escasa distancia de la frontera con Chile (8) (12). Parece ser que existen pequeñas repoblaciones de cierta an­ tigüedad en algunos montes de las provincias orientales de la región cantábrica, pero no conocemos la existencia de estudios publicados en los que se recojan los resultados de estos ensayos. El primer estudio realizado en España sobre una masa adul­ ta de abeto de Douglas del que tenemos noticias, es el llevado a cabo por el ilustre Ingeniero de Montes A. Pellón en el monte Zubizabala, situado en términos de Ceánuri (Vizcaya). En este monte existe una masa mezclada de pinos ( P . silvestris, P. nigra, P. radiata y P. attenuata), abetos (Pseudotsuga Menziesii y Picea Abies=excelsa), alerces (Larix leptolepis), cipreses de Lawson (Chamaecyparis laivsoniana) y varias frondosas ( Quercus ru­ bra, Castanea crenata y Fraxinus angustifolia), introducidas to­ das ellas por repoblación artificial en un terreno del Cretáceo constituido por pizarras arcillosas; el monte está a unos 600 o 700 metros sobre el mar y las precipitaciones anuales son superiores a 1000 mm, estando bien repartidas durante el año. Las nieblas son frecuentes. Los abetos de Douglas de mayor edad tienen actualmente 33 años. A. Pellón, tras cuidadosos estudios, ha calculado como tur­ no probable para esta- especie el de 50 años, dado el compor­ — 230 — tamiento del árbol en el monte y la actual demanda de produc­ tos maderables. Al mismo tiempo ha podido confirmar el inte­ rés que tiene esta especie para las repoblaciones de la región cantábrica. En Asturias, aparte de algunos ejemplares plantados en par­ ques y jardines, se ha empezado a ensayar el pino del Oregón como especie forestal durante el año 1955. En el Vivero Central de Infiesto donde se sembró, se obtuvo una buena germinación, aunque pudo observarse, en el momento de germinar las semi­ llas, la diferencia a la que antes aludimos. En la primavera siguiente la mayoría de las plantas tenían de 20 a 25 cm de al­ tura y una gran vitalidad. Se observó también que las plantas desarrollaban bastante la raíz principal durante el primer año. A partir de 1956 se han hecho ensayos de repoblación en montes públicos y particulares, llegándose a la conclusión de que los mejores resultados se obtienen con planta de dos años, plan­ tada a raíz desnuda, en suelos húmedos pero con buen avena­ miento. Hemos comprobado que se trata de una especie algo más exigente que los pinos, en lo que a suelo se refiere; pero que tampoco soporta los terrenos excesivamente arcillosos. Los mayores crecimientos se han obtenido en la repoblación de Puerto Sueve de Parres, en donde desde el segundo año la planta creció unos 40 cm anuales. Se trata de una parcela cuya roca madre es arenisca, está orientada al Sur y su altura sobre el m ar es de 440 m. Los corzos, venados y rebecos han atacado en algunos casos las repoblaciones Pseudotsuga mordisqueando los brotes ter­ minales, que luego escupen sin ingerirlos. Pero no parece que en Asturias hayan ocasionado daños de consideración, a pesar de existir una población de caza mayor bastante densa en los montes donde se han realizado los ensayos de plantación; posi­ blemente se deba a la preferencia de estos animales por las especies indígenas, como son el haya, roble, abedul, fresno, arce y otras. Desgraciadamente cabe sospechar que conforme pase el — 231 — tiempo estas frondosas serán más escasas y a la vez los animales se irán habituando al sabor del follaje de Pseudotsuga, por lo que no sería raro que los daños por este factor fuesen en au­ m ento. En Norteamérica se ha comprobado que al concurrir una po­ blación de ciervos excesiva en los montes de Oregón, se ocasio­ naba la pérdida del ramaje inferior de los ejemplares jóvenes de Pinus ponderosa y Pseudotsuga Menziesii, a causa del inten­ so ramoneo de estos animales (10). En Alemania se recomienda para proteger las repoblaciones de esta especie, los tratamientos con sustancias repelentes para la caza mayor que se indican en el adjunto cuadro, en el que se expresan también los procedi­ mientos de aplicación y la cantidad de sustancia que en cada caso hay que utilizar para conseguir un tratamiento eficaz de un m illar de p lantas (28). (Tabla 10). Otro daño importante que se ha observado en las repobla­ ciones de Asturias ha sido el producido por el frotamiento de las cornamentas contra las plantas jóvenes. El ataque de liebres y conejos no es un problema de con­ sideración por el momento, ya que no abundan estas especies animales en la provincia. Es posible que si se intentase repoblar mediante siembras directas en los montes de Asturias resultaría un serio inconve­ niente la abundante población de roedores. Modernamente se ha llegado a la conclusión de que las re­ poblaciones de abeto de Douglas requieren la práctica de la poda artificial por resultar excesivamente lenta la natural (20). Con entresacas convenientemente graduadas y podas artificiales se ha llegado a aumentar la producción en cantidad y calidad de madera de forma considerable. — 232 -

TABLA 10.—SUSTANCIAS EMPLEADAS EN ALEMANIA PA­ RA EVITAR EL MORDISQUEO OCASIONADO POR LA CA­ ZA EN LAS REPOBLACIONES DE PSEUDOTSUGA MEN­ ZIESII (de la obra DIE HEGE de F. von Raesfeld).

Procedimientos de Cantidad necesaria para Sustancias empleadas aplicación tratar un millar de plantas

/ Hausmittelgemisch.. Inmersión y procecimien- tos especiales de extensión ( Ferosal-Hoechst ....

Pulverización...... H T 1 ......

Procedimientos especiales ( Nowaks FCH 60 I... de extensión ...... { Nowaks TF 5 ...... / RVS...... Cepillo de púas aguzadas.. | Spangol-V ...... ( P 20-Schacht......

/ Vistrafaser...... J H a n f ...... \ Glaswolle ......

INTERES QUE PARA ASTURIAS PRESENTA ESTA ESPE­ CIE

Aunque en Asturias no existen coniferas espontáneas, pues incluso el llamado pino del país ( Pinus Pinaster) ha sido intro­ ducido artificialmente en épocas no muy remotas, de las conife­ ras ya aclimatadas ( Pinus Pinaster, P. radiata y P. silvestris) se obtiene una madera de características generales inferiores a la que podría obtenerse de repoblaciones convenientemente trata­ das de abeto de Douglas. El éxito inicial obtenido con el abeto de Douglas en los ensayos de repoblación en la provincia de Oviedo, el desarrollo satisfactorio de este árbol en otros puntos de la región cantá­ brica y los múltiples empleos que puede darse a su madera, obli­ gan a considerar a la Pseudotsuga Menziesii como una de las es­ — 233 — pecies forestales exóticas que más interesa aclimatar en nuestros m ontes. Las posibilidades de esta especie en el Norte de España pa­ recen muy grandes, pues existen todavía importantes superfi­ cies rasas de condiciones apropiadas para el desarrollo de la Pseudotsuga. Creemos que podría resolverse con esta especie el problema que ha surgido en la repoblación de la vertiente septentrional de la Cordillera Cantábrica al comprobarse que existe una faja de terreno donde el pino insigne ( Pinus radia- ta) ya no medra convenientemente, por excesiva altura sobre el nivel del mar, pero que todavía no es apropiada para el desa­ rrollo del pino silvestre ( Pinus silvestris). También creemos que es una especie interesante para repoblar los rasos y calveros de los hayedos inferiores de la región cantábrica, siempre que se tenga en cuenta que si bien durante su primera edad admi­ tiría cierta sombra, a los pocos años aumentan considerablemen­ te sus exigencias de luz; de esta forma se conseguirían masas arbóreas compuestas por bosquetes de haya y bosquetes de Pseudotsuga, que resultarían de mucho mayor rendimiento que las masas puras de haya. Parece ser que en Europa la Pseudotsuga no ha dado hasta ahora el resultado que de ella se esperaba obtener cuando se comenzó a introducir (9). Ello puede ser debido a la natural de­ silusión subsiguiente a unos primeros años de excesivo optimis­ mo, pero de todas formas esta especie sigue mereciendo la aten­ ción d>e los repobladores centro-europeos. En Alemania han comprobado que las repoblaciones hechas con pino del Oregón dan rendimientos en madera dobles a los que pueden obtenerse de los bosques de pino silvestre (Pinus silvestris) (29). En la región cantábrica no solamente concurren factores ecológicos distintos de los del centro de Europa, sino que tam­ bién disponemos de menos coniferas espontáneas y menos reser­ vas de madera, por lo que el abeto de Douglas puede tener aun mayor interés en las provincias españolas septentrionales que — 234 —

en otros países europeos. En especial tiene interés su introduc­ ción para una provincia con abundantes explotaciones mineras, como es Asturias, debido a las magníficas cualidades que como madera para entibar presenta el pino del Oregon. Antes de efectuar extensas repoblaciones con esta especie convendría realizar mayor numero de ensayos en pequeñas par­ celas situadas a diferentes alturas sobre el nivel del mar, con distintas orientaciones y sobre suelos diversos. Será imprescindible conocer la procedencia de la semilla ob­ tenida, para seleccionar adecuadamente las razas apropiadas para repoblar a distintas altitudes y exposiciones. Por último, creemos especialmente importante el que lleguen a publicarse los resultados obtenidos por meritorios forestales españoles en los ensayos de repoblación con esta especie que han efectuado en diversos montes de otras provincias del Norte de España. BIBLIOGRAFIA

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