Mossad La Historia Secreta GORDON THOMAS
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1 Mossad La historia secreta GORDON THOMAS http://www.librodot.com 2 Título original: Gideon 's Spies -Agradecimientos -EN ISRAEL Meir Amit-- Ariel Merari --Yaakov Cohén-- Reuven Merhav --Alex Doron-- Danny Nagier -- Ran Edelist Yoel ben Porat --Rafael Eitan-- Uri Saguy --Isser Harel-- Zvi Spielmann --David Kimche-- Barry Chamish y todos aquellos que siguen en activo y no pueden ser mencionados. --EN OTROS LUGARES David Kimche-- Madeleine More--l Mohammed al Fayed --Laurie Meyer --Sean Carberry -- Samir Saddoni --Sebastian Cody --Susannah Tarbush-- Carolyn Dempsey-- Michael Tauck-- Art Dworken Diana Johnson-- Heather Florence-- Richard Tomlinson --Amanda Harris -- Emery Kabongo-- Per-Erik Hawthorne-- Russell Warren--Howe Barry Chamish --Otto Kormek --Martin Lettmayer --Catherine Whittaker --John Magee-- Zahir Kzeibati --John McNamara-- Stuart Winter, cada uno jugó a su modo un papel. -Y LOS ÚLTIMOS, PERO NO LOS MENOS IMPORTANTES William Buckley , William Casey, Joachim Kraner ellos inspiraron la idea. Edith, por supuesto, y Tom Burke. Todo autor necesita un editor tranquilo, con visión de futuro, paciente, incisivo y apasionado por el libro. Tom fue todas esas cosas. No podría haber pedido más... y jamás recibí menos. Le debo mucho. Directores generales del Mossad 1951-1952 Reuven Shiloah 1952-1963 Isser Harel 1963-1968 Meir Amit 1968-1974 Zvi Zamir 1974-1982 Yitzhak Hofi 1982-1990 Nahum Admoni 1990-1996 Shabtai Shavit 1996-1998 Danny Yatom 1998-Efraim Halevy 1 --Detrás del espejo Cuando titilaba la luz roja del teléfono del dormitorio, se activaba automáticamente un sofisticado aparato de grabación en un apartamento de París cercano al centro Pompidou, en el bullicioso distrito cuarto. El técnico en comunicaciones israelí que había volado desde Tel Aviv para conectar la grabadora había instalado también la luz que servía para evitar que oír el teléfono a altas horas de la madrugada despertara las sospechas de los vecinos. El técnico era uno de los yahalomin, miembro de un equipo del Mossad que se encargaba de las comunicaciones seguras en los pisos francos de la agencia secreta de inteligencia de Israel. El apartamento de París era como todos, con la puerta principal a prueba de bombas y ventanas cuyos vidrios, al igual que los de la Casa Blanca, eran capaces de burlar los detectores. Había muchos así en las principales ciudades del mundo, de compra o alquilados por largos períodos. Muchos permanecían deshabitados durante largo tiempo, preparados para el momento en que fueran necesarios para una operación. Una de estas operaciones se había llevado a cabo desde el apartamento de París a partir de junio de 1997, época en que llegó monsieur Maurice. Hablaba un francés fluido con un leve acento centroeuropeo. A lo largo de los años, sus vecinos habían conocido a muchos como él: hombres, y a veces mujeres, que llegaban repentinamente, pasaban semanas o meses entre ellos y desaparecían sin previo aviso. Al igual que sus antecesores, Maurice había evitado con cortesía toda indagación sobre su persona o su trabajo. Maurice era un katsa, un agente del Mossad. Físicamente no llamaba la atención; incluso se había dicho de él que, en una calle desierta, habría pasado prácticamente desapercibido. Lo reclutaron en los buenos tiempos, cuando la 3 fama del Mossad era todavía legendaria. Descubrieron su potencial cuando, durante el servicio militar obligatorio israelí, tras el período de entrenamiento básico, fue destinado a inteligencia de las Fuerzas Aéreas. Se había destacado tanto por su facilidad para los idiomas (hablaba francés, inglés y alemán) como por otras cualidades: era hábil para rellenar los vacíos en el análisis de un caso, especular conclusiones y conocía los límites de las conjeturas. Pero, sobre todo, era un manipulador nato: sabía persuadir, engatusar, y en último término, amenazar. Desde su salida de la academia del Mossad, en 1982, había trabajado en Europa, Sudáfrica y Oriente. En repetidas ocasiones lo había hecho fingiendo ser empresario, escritor o vendedor. Había utilizado diversos nombres y biografías obtenidos del archivo que mantenía el Mossad. Ahora era Maurice, nuevamente un empresario. Durante sus numerosas misiones había oído hablar de las purgas en «el Instituto», el nombre por el que el personal se refería al Mossad: rumores dañinos sobre carreras malogradas y truncadas, de cambios en la cúpula. Cada nuevo director tenía sus propias prioridades pero ninguno había remediado la desmoralización de la agencia. La pérdida de moral aumentó con el nombramiento de Benyamin Netanyahu, el primer ministro más joven de Israel. Hombre de probada experiencia en inteligencia, se suponía que debía saber cómo funcionaban las cosas en la agencia; cuándo escuchar, hasta dónde llegar. No obstante, desde el comienzo, Netanyahu sorprendió a los agentes experimentados deteniéndose en detalles operativos. Al principio, esto se interpretó como un entusiasmo innecesario, una nueva escoba dispuesta a barrer hasta el último rincón para asegurar que no quedaran secretos por conocer. Pero las cosas adquirieron un tono alarmante cuando también la esposa del primer ministro, Sara, quiso husmear detrás del espejo en el mundo de la inteligencia israelí. Había invitado a su casa a agentes de alto rango para hacerles preguntas. Según ella, seguía el ejemplo de Hillary Clinton y su interés por la CÍA. En los pasillos impersonales del cuartel general del Mossad en Tel Aviv sonaron voces escandalizadas porque Sara Netanyahu había exigido ver los perfiles psicológicos de los líderes mundiales a quienes ella y su esposo recibirían o visitarían. En especial, había pedido detalles sobre la vida sexual del presidente Bill Clinton. También quiso revisar los legajos de los diplomáticos israelíes en cuyas embajadas residirían durante sus viajes al extranjero y se interesó en particular por la limpieza de las cocinas y la frecuencia con que se cambiaba la ropa de cama en sus suites de huéspedes. Estupefactos por sus demandas, los oficiales del Mossad le habían explicado a la esposa de Netanyahu que obtener información de esa índole no formaba parte de sus tareas de inteligencia. Algunos veteranos habían sido apartados de las labores centrales de inteligencia y asignados a operaciones de poca envergadura, que requerían poco más que inventar algo de papeleo, por lo general nunca leído. Al darse cuenta de que sus carreras se estancaban, habían renunciado. Ahora, dispersos a lo largo de Israel, ocupaban su tiempo en la lectura, principalmente sobre historia, e intentando aceptar el hecho de que ellos también eran cosa del pasado. Por todo esto Maurice se alegraba de estar fuera de Tel Aviv; en acción una vez más. La operación que lo trajo a París le había dado otra oportunidad de demostrar que era un agente cuidadoso y metódico, capaz de cumplir lo que se esperaba de él. En este caso la tarea era relativamente sencilla: no existía verdadero peligro físico, únicamente el riesgo de la vergüenza en caso de que las autoridades francesas lo descubrieran y lo deportaran discretamente, sin ningún escándalo. El embajador israelí sabía que Maurice se encontraba en París pero desconocía el motivo. Ésta era la práctica habitual: si las cosas salían mal, el diplomático podía alegar desconocimiento. La tarea de Maurice era reclutar a un informador. En el idioma esotérico del Mossad, esto se llamaba el «contacto frío», sobornar a un natural del país. Al cabo de dos meses de trabajo paciente, Maurice creía que estaba a punto de tener éxito. Su blanco era Henri Paul, asistente jefe del hotel Ritz de París, que además ejercía como chofer de los huéspedes célebres. 4 Uno de ellos había sido Jonathan Aitken, ministro del último gobierno conservador de Gran Bretaña. Aitken era el encargado de coordinar ventas de armas y había tejido una amplia red de contactos con vendedores de Oriente Medio. Esto había llevado a que World in action, un programa informativo de televisión, y el periódico Guardian hicieran públicos informes desfavorables sobre los vínculos de Aitken con hombres que no pertenecían normalmente al entorno de un ministro. Aitken presentó una demanda por calumnias e injurias. Quien había pagado los gastos de Aitken cuando éste se había hospedado en el Ritz para encontrarse con sus contactos árabes se había convertido en el eje central del juicio. Aitken declaró bajo juramento que su esposa se había encargado de la cuenta. A través de un tercero, el Mossad había hecho saber a los investigadores de la defensa que la señora Aitken no había estado en París. El caso se vino abajo. Así el Mossad, que durante mucho tiempo había considerado las actividades de Aitken una amenaza para Israel, lo destruyó de manera eficaz. En 1999, después de un largo juicio penal en Londres, Aitken fue declarado culpable de testificar en falso y sentenciado a prisión. Para entonces, su mujer lo había dejado, y el hombre que había recorrido los pasillos del poder durante muchos años se enfrentaba a un futuro incierto. Recibió el apoyo, si no la simpatía, de alguien inesperado: Ari ben Menashe. Un hombre que había sufrido los rigores de una cárcel neoyorquina después de su propia caída en desgracia como coordinador de inteligencia para el primer ministro Yitzhak Shamir. Esta posición le había valido un claro conocimiento de cómo funcionaba el Mossad y los otros servicios de inteligencia israelíes. Consideraba a Aitken «una persona consumida por su propia creencia de que podía ser más astuto que cualquiera. Pero cometió el error de subestimar al Mossad. Ellos no toman prisioneros». A diferencia de Jonathan Aitken, cuyo futuro después de salir de prisión resulta poco prometedor, Ben Menashe ha vivido una recuperación espectacular. En 1999 ya cuenta con una red de inteligencia bien establecida en Montreal, Canadá. Entre sus numerosos clientes hay varios países africanos y algunos europeos. Las multinacionales también solicitan sus servicios porque tienen la seguridad de que Menashe preservará su anonimato. Forman parte del personal varios ex oficiales del servicio de inteligencia canadiense y muchos otros que han trabajado en agencias israelíes o europeas.