DTavaller i d S od loe dLkoetras w N° 45: 81-101, 2009U lrich Sc h m i d l en el Río d e la Pl ata : ui n ss a ne t0716-0798 n o g r a f í a …

Ulrich Schmidl en el Río de la Plata: una etnografía fundacional1 in the Río de la Plata: a Foundational Ethnography

David Solodkow Universidad de los [email protected]

El artículo explora el Derrotero y viaje a España y las Indias (1567) escrito por Ulrich Schmidl con el objetivo de reconstruir los modos en que se produce la invención et- nográfica de la alteridad indígena. Al mismo tiempo, revisa la estructura narrativa del texto y sus estrategias retóricas e ideológicas, en tanto que instrumentos indispen- sables para la fundación discursiva de la novedad territorial del Cono Sur (, y Brasil). Palabras clave: ego, etnografía, teratología, fundación territorial, conquista.

The article explores Derrotero y viaje a España y las Indias (1567) written by Ulrich Schmidl, with the objective of reconstructing the ways in which the indigenous otherness was produced through ethnographic devices. The article also revises the narrative structure of the text, and its rhetoric and ideological strategies, as indispensable tools for the discursive foundation for the territorial newness of the Southern Cone (Argentina, Paraguay and ). Keywords: ego, ethnography, teratology, territorial foundation, conquest.

Fecha de recepción: 13 de febrero de 2009 Fecha de aprobación: 12 de agosto de 2009

1 Este artículo forma parte del proyecto de investigación titulado: “Las huellas de la escritura etnográfica: alteridad e identidad cultural en las letras de América Latina (Siglos XVI al XIX)”. El proyecto se realiza dentro del Comité de Investigación y Creación (CIC) dependiente de la Facultad de Artes y Humanidades en la Universidad de los Andes, Bogotá, Colombia.

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Las memorias de Schmidl (1510-1581?) conocidas como Derrotero y viaje a España y las Indias (1567) dan cuenta de una variada serie de acontecimientos sucedidos durante la expedición de (1487-1537) al Río de la Plata (1536). En su Derrotero Schmidl nos informa sobre la nueva geografía descubierta, la fauna, la flora, episodios de antropofagia (europea e indígena), las luchas por el poder entre los mandos españoles, un detallado inventario etnográfico y los modos y estrategias de supervivencia del . El valor de este texto en el campo de la literatura colonial se relaciona con la intrincada construcción de una tropología del deseo (Andermann, Mapas 15) donde la imaginación, la ficción y la memoria –unidas por la potencia des- criptiva de una retórica fundacional del espacio-tiempo colonial– se conjugan para desplegar una de las primeras representaciones narrativas eurocentradas sobre el Cono Sur (Argentina, Paraguay, Uruguay y Brasil).

El presente estudio se basa en la exploración crítica del Derrotero de Schmidl con el doble objetivo de: 1) reconstruir los modos en que se produce la in- vención discursiva de la alteridad americana en correspondencia especular con el ego europeo y 2) revisar la estructura narrativa del texto en tanto que fundación discursiva de la novedad territorial del Cono Sur2. Mi intención es analizar los modos particulares y heterogéneos en los cuales tanto América como sus múltiples Otros fueron reconocidos, confrontados y representados dentro de la matriz etnográfica colonial. Analizaré las estrategias retóricas e ideológicas utilizadas para la construcción discursiva de la alteridad dentro de un proceso escriturario que intenta ordenar y explicar la novedad territorial bajo el comando de una pulsión antropológica. Pulsión que define la cons- titución subjetiva moderna de aquello que Enrique Dussel ha denominado el ego conquiro3.

1. La llegada al Mar Dulce de Solís

Aquello que hacia 1528 comenzó a conocerse como el Río de la Plata era una invención reciente: una proyección del deseo conquistador. Un río cuyas pla- teadas comarcas no eran sino sueños afiebrados en la mente de unos cuantos aventureros4. Ese río que a la llegada del Pedro de Mendoza, en 1536, ya se había metamorfoseado en imaginerías minerales, había sido en

2 Quiero agradecer las muy útiles e inteligentes sugerencias a este escrito realizadas por el profesor Carlos Jáuregui de la Universidad de Vanderbilt (Nashville, USA) y a la profesora Betty Osorio de la Universidad de los Andes (Bogotá, Colombia). 3 Fue Enrique Dussel uno de los primeros en señalar el surgimiento de esta nueva subjetividad producto de la conquista. Dussel define al ego conquiro como al “primer hombre moderno activo, práctico, que impone su individualidad violenta a otras personas, al Otro” (56). 4 Fue Luis Ramírez –expedicionario de la tripulación de Sebastián Caboto (1526)– el respon- sable de una fundación mitológica que se perpetuaría por décadas entre los conquistadores del Río de la Plata. Ramírez redacta un manuscrito conocido como Carta Ramírez (1528). Dicha carta sería –entre otros factores– la base informativa sobre las riquezas que impul- sarían hacia el Río de la Plata la expedición de Pedro de Mendoza. Ramírez dará cuenta de la existencia de una sierra de plata (Potosí) y de un supuesto rey blanco. El autor de la carta obtiene la información de relatos orales acerca del Imperio de los Incas que indios guaraníes habrían contado a los cinco náufragos de la expedición de Solís. Un extracto de la carta de Ramírez puede ser consultada en el libro de Horacio J. Becco Cronistas del Río de la Plata, 1994.

■ 82 Dav i d So lo d ko w Ulrich Sc h m i d l en el Río d e la Pl ata : u n a e t n o g r a f í a … el principio de la empresa conquistadora, simplemente, el Mar Dulce o Río de Solís5. Entre el arribo de Juan Díaz de Solís en 1516 y la llegada de la pode- rosa flota de Mendoza en 1536 median veinte años. Ese lapso de tiempo ha sido necesario y suficiente para que se opere una mutación nominal: un mar dulce ha pasado a ser un río de plata. Esta toponimia expresa los intrincados movimientos de una retórica del deseo responsable de movilizar la maquinaria de expansión colonial europea hacia los confines occidentales.

Tras dichas promesas metalíferas se lanzó un soldado alemán de bajo rango llamado Ulrich Schmidl. Al infatigable cuidado de sus notas debemos la factura de un pequeño opúsculo que lleva por título: Ulrich Schmidels Reise nach Südamerika in den Jahren [conocido en el mundo hispánico como Derrotero y viaje a España y las Indias (1567)]. El libro de este arcabucero alemán abarca el recuento de acontecimientos vividos por él –y el resto de la tri- pulación de Pedro de Mendoza– en los dieciocho años que duró su estadía (1536-1554) en los territorios actuales de Argentina, Uruguay, Paraguay y Brasil, del descubrimiento del estuario del Río de la Plata, de la fundación de Santa María del Buen Aire (hoy Argentina) y de Nuestra Señora Santa María de la Asunción (hoy Paraguay). Los primeros conquistadores que arribaron al Río de la Plata se encontraron, básicamente, con cuatro cosas: un desierto inacabable en el cual un vértigo horizontal abismaba la pupila, el hambre imposible de saciar, pobladores desnudos y un río sin orillas, parafraseando a Juan José Saer. La primera maravilla que la parte sur del continente americano ofrecía a la codiciosa mirada conquistadora era una cinta inconmensurable de agua marrón. Un territorio que, como señala Saer, se hallaba:

Desprovisto de árboles, de piedra, de fauna cinegética, de metales preciosos, en este lugar siempre se estaba de paso. Era pobre no únicamente por la ausencia de recursos que permiten sobrevivir, sino pobre en su aspecto, estéticamente pobre, con los dos desiertos, el terrestre y el acuático, yuxtapuestos casi sin solución de continuidad, como si en los límites de uno y otro la tierra chata se licuara y, casi del mismo color, se volviera un poco más inestable. (El río 44)

Veinte años más tarde del accidentado intento de Solís6 –luego de las ex- ploraciones de Magallanes (1519), Sebastián Caboto (1526), Diego García de Morguer (1526) y Martín Alfonso de Sousa (1530)­–, y con una flota diez veces mayor que la de este, hacía su arribo a la misma región un sifilítico aventurero en el ocaso de su existencia: el adelantado Pedro de Mendoza7.

5 Según el historiador Ricardo Carrasco, “A principios del año 1516, después de haber cos- teado la inmensa ribera brasileña [Solís] pasa la bahía de San Sebastián (Río de Janeiro) y el golfo de Santa Catalina, para seguir su derrotero meridional y llegar al cabo de Santa María (Montevideo) en los primeros días de febrero; se halla aquí, con la espectacular desembocadura de un río tan caudaloso como ancho, cuyas márgenes eran invisibles y con aguas no saladas; le llama Mar Dulce” (382). 6 Solís muere en este viaje “presuntamente” devorado por antropófagos. Motes tales como malogrado e infortunado, aplicado a Solís y su tripulación, fueron utilizados por los histo- riadores oficiales de la corona como Pedro Mártir de Anglería (De orbe novo) y Francisco López de Gómara (Historia general de las Indias y conquista de México, 1552). 7 De acuerdo con Julián Rubio: “La capitulación otorgada a Mendoza [21 de mayo de 1534] era amplísima, pues se le concedía la parte comprendida entre los paralelos 25 y 36,

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Sin embargo, el río al que llegaba Mendoza ya no era un Mar Dulce sino uno más prometedor y encantado: el Río de la Plata. El nombre de Río de la Plata es el último nombre de una vasta serie de bautismos toponímicos precedentes. Como bien señala Rubio:

El nombre que llevó el río cuya desembocadura descubrió Solís, sufrió varias e interesantes vicisitudes, hasta que definitivamente cristalizó su denominación de Río de la Plata. Nombre, sin duda, sonoro y agradable al oído, pero que expresa una idea falsa respecto a las extensas tierras que recorre en los múltiples afluentes que lo forman. El primer mapa fechado en que aparece la denominación de Río de la Plata es en el del veneciano Agnese de 1526 […] El primer documento en que aparece el nombre de Río de la Plata es en una declaración de un marino de la armada de Lisboa, prestada en 4 de junio de 1527, que dice ‘en el paraje del río de Solís, que dicen de la Plata’. (87)

Junto con la expedición de Mendoza arribó al Río de la Plata un barco procedente de Amberes (Flandes) en representación de los intereses de los banqueros y lobistas alemanes (Fugger, Welser, Neidhart, Schetz)8, los cuales habían sido responsables de la financiación de gran parte de los emprendimientos de la corona española en la empresa de la Conquista9. En dicho barco venía Ulrich Schmidl: arcabucero de profesión y conocido por ser el responsable de una de las primeras crónicas del Río de la Plata. Al decir de Edmundo

es decir, todos los territorios del Río de la Plata, con facultad de penetrar por ellos hasta hallar el Mar del Sur, en cuya costa se le daban doscientas leguas, empezadas a contar donde terminasen las otorgadas a Almagro en su capitulación, hacia el sur. Y, dicho está, que dentro de la denominación de Río de la Plata había que comprender los territorios bañados por el Paraguay y sus afluentes, pues a este río se le dio durante mucho tiempo el nombre de Río de la Plata […] La armada de Don Pedro de Mendoza [natural de Guadix] fue una de las más importantes de cuantas se organizaron para la conquista de territorios americanos. Posiblemente fueron once las naves; ocho que salieron de Bonanza y tres más que se incorporaron en las Canarias. De ellas, dos, la Capitana y la Almiranta eran de 200 toneladas, otras dos o tres que excedían de 100 toneladas, y las restantes que no alcan- zaban esta cifra” (102-06). 8 Para conocer las políticas internas y económicas entre los alemanes que rodeaban a Carlos V, el lector puede consultar la obra de Germán Arciniegas titulada Los alemanes en la conquista de América (1941, reimpresión de 1998). 9 Gracias a la edición de los viajes de Schmidl y Federmann realizada por Lorenzo E. López (1985) hoy tenemos una detallada información acerca de las relaciones financieras entre Carlos V y los banqueros alemanes. En esa introducción leemos: “Durante el reinado de Carlos V […] desde los pactos que posibilitaron la gobernación alemana de Venezuela al regreso de Schmidl del Río de la Plata, se establece una simbiosis económica entre el Emperador y sus banqueros […] Muchos banqueros mantienen relaciones con el Emperador. Entre los más poderosos hay que citar a los Fugger o Fúcares y los Welser o Belzares […] Concedió Carlos V a los Welser derecho a comerciar con Indias en 1525 en las mismas condiciones que a los castellanos y a tenor de esto fundaron factorías en Sevilla y Santo Domingo, a las que más tarde se incorporaría como responsable Ambrosio Ehinger, posteriormente gobernador de Venezuela. Tampoco fueron ajenos al negocio de esclavos y entraron en trato con flamencos de la corte favorecidos originariamente por el Emperador. Además de disponer de factorías y naves para el comercio americano y los negocios antes citados intervinieron en actividades mineras en La Española, donde pudieron tener lavaderos de oro, y en el beneficio de plata en Nueva España. El conocimiento que tuvieron sus factores de América, especialmente Ambrosio Ehinger, fue decisivo para gobernar Venezuela y ejercer allí no solo el comercio, sino las facultades de descubrir, poblar y gobernar” (11-12 y 16).

■ 84 Dav i d So lo d ko w Ulrich Sc h m i d l en el Río d e la Pl ata : u n a e t n o g r a f í a …

Wernicke10, el texto de Schmidl debe encuadrarse genéricamente como un Reisebuch, esto es, con un “libro de viaje” que tiene la particularidad de ser circular: partida desde un punto (Amberes / Cádiz / Sanlúcar / Canarias / Río de la Plata) y vuelta al punto original (partida desde San Vicente en Brasil / Lisboa / Cádiz / Amberes). Se trata de un relato que abarca, crono- lógicamente, los 18 años de estadía de este arcabucero en la parte sur del continente americano.

2. Teratología y etnografía

La teratología puede ser definida como el tratado sobre las anomalías o monstruosidades de los organismos animales o vegetales11. Algunos de los primeros conquistadores –como en el caso de Colón– trajeron consigo un gran archivo de lecturas teratológicas previas. Algunos de los textos que funcio- naron como sustrato para la portentosa imaginación de los conquistadores fueron los Viajes (Il Milione) de Marco Polo (ca.1254-1324), las Etimologías (ca. 627-630) de San Isidoro de Sevilla (560-636), la Historia natural de Plinio el viejo (23-79), las fantasías de John Mandeville (?-1372) sobre mitos asiáticos recopiladas en su Libro de las maravillas del mundo, Pierre D’Ailly (1351-1420) y su refutación de Ptolomeo, las cartas del famoso astrólogo florentino Paolo del Pozzo Toscanelli (1397-1482) y muchas otras fuentes constituidas por cartografía, mitología, archivos escolásticos y relatos de la Antigüedad clásica como el libro sobre las Metamorfosis de Publio Ovidio Nasón (43 a.C. 17 d.C.). Estos archivos imaginarios eran el background sobre el cual se contrastaba la nueva realidad de América. Como bien nos explica Palencia-Roth, esta pasión teratológica de los primeros relatos de la Conquista derivó en un procedimiento de doble identificación, esto es: una teratología de carácter biológico y otra de tipo moral:

En efecto, para justificar las acciones europeas en las Américas, se redefinió la naturaleza (no solo física sino moral) del nuevo hombre. Es más, estas atribuciones contribuyeron a un proceso bastante complejo de alegorización cultural del Nuevo Mundo. Tal proceso se basaba en las diferencias que se percibían entre lo humano y lo no humano, las cuales hacían parte de la tradición occidental de la monstruosidad, es decir, de la teratología. La tradición teratológica se articula primor- dialmente por medio de dos discursos: el uno biológico, que tiene

10 Wernicke, dado su conocimiento del alemán, nos otorga una pista importante en relación al tipo discursivo de este relato: “Un libro tal cual ha escrito Schmidl debía llamarse en su época un Reisebuch (libro de viaje) aunque tratara de aventuras de guerra. Del proemio se deduce que el autor ha estado indeciso sobre el título. El elegido por nosotros se ajusta a los términos de dicho párrafo. Empleamos la palabra de derrotero por la persistencia con que el autor desde las primeras hasta las últimas líneas ha establecido las distancias recorridas y conservamos la de viaje, si bien sabemos que reis en ciertos casos indica la marcha militar y era muy del léxico de los lansquenetes” (Derrotero, Introducción 16). 11 Como señala Palencia-Roth: “Generalmente, el monstruo –tera en griego, monstrum en latín– se parece al ser humano y al mismo tiempo se diferencia de él. El término tanto en griego como en latín (tera o monstrum) tiene connotaciones religiosas, sea en relación con los dioses paganos o con el dios cristiano. Teratúomai (lo mismo que teratologéo) se refiere al hablar sobre cosas maravillosas y teratología es una narración de monstruos o de maravillas” (40).

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que ver con la fisiología; el otro teológico, que tiene que ver con el comportamiento y la moral. (39-40)

Es posible afirmar que el mecanismo de doble identificación teratológico se halla presente en la narración de Schmidl pero, a diferencia de otras textua- lidades coloniales –Cristóbal Colón, Fray Marcos de Nizza, Pedro Mártir de Anglería–, notamos una suerte de mitigación de dicho mecanismo producida como consecuencia de las condiciones de supervivencia del conquistador. Una situación en la que el archivo clásico va siendo desmentido por el realismo del hambre, por el combate contra el indígena y por la falta de hallazgos maravi- llosos previamente sospechados. Tanto Schmidl como Domingo Martínez de Irala (1509-1556), Juan de Ayolas (ca. 1510-1538) y el resto de los soldados que fueron a conquistar el Río de la Plata, sencillamente, sufrieron un hambre espantosa que los obligó a realizar prácticas antropofágicas como veremos más adelante. El primer encuentro antropológico –en la secuencia textual– que narra Schmidl es el que tiene lugar con la tribu de los charrúas: “Estos indios andan en cueros, pero las mujeres se tapan las vergüenzas con un pequeño trapo de algodón, que les cubre del ombligo a las rodillas” (Derrotero 138)12. Primer modelo desde el cual la voz de la narración irá dando forma a las sucesivas descripciones etnográficas. Si nos detenemos por un segundo en este pasaje notamos que el campo de amplitud de la mirada es más bien estrecho con relación a la vastedad del territorio y la multiplicidad de etnias de la región13. Nótese que no hay ninguna referencia al paisaje aún. No hay nada para describir: los indios están en “cueros”.

Aquello que parece interponerse entre “lo real” y “lo imaginario” (entre el cuerpo y el discurso) en los textos etnográficos de la Conquista no es otra cosa que la mirada desde una escritura. Al que ve no se le impone nada, él impone, más bien, una distancia. Distancia basada en lo que Rolena Adorno denominaba una “focalización”, esto es, “la diferenciación y la relación entre el que ve, la visión que presenta y lo que es visto. Este sujeto colonial no se define según quién es sino cómo ve; se trata de la visión que se presenta” (56). Es importante entonces señalar la acción de ver (la observación del etnógrafo) como el encuentro suspendido entre dos términos separados por la presencia de una distancia. El acto de la observación etnográfica es el lugar donde el sujeto autorizado (el ego conquiro) se encuentra en la posición de

12 En adelante todas las citas del Derrotero corresponden a la edición de Lorenzo López (1985). 13 Para tener una idea aproximada de esta diversidad López nos ofrece un mapeo lingüístico de las poblaciones indígenas que Schmidl cita en su libro dividiendo las etnias en cuatro grupos mayoritarios: “En los de lenguas no agrupadas, las familias y lenguas Charrúa y Chaná en el Río de la Plata, así como Caingang en el Paraná medio. Macá, Entimaga, Ashushlay, Mataco, Chorote, Vilela, Sanavirón, y Comechingón en el Putumayo, Paraná y Paraguay; Querandí en el bajo Paraná. Zamuco, Guató, Chamacoco y Bororo-Otuké en el alto Paraguay. Entre los grupos lingüísticos menores: Mocoví y Abipón en el bajo Paraná, Toba en el Puntumayo, Guaicurú, con el Mbayá y Kadiweu en el Paraguay. De la familia Tupí-Guaraní: Tape, Carijó y Yetá en la costa. Nandeva, Guayaki, Chiripá, Guaraní y Mbayá en el Paraná; Tapieté Chiringuano y Chané en el alto Putumayo. Sirono, Guarayo y Pauserna en el Chaco boliviano. Finalmente, de la familia Arahuaca: Tereno y Guaná en el alto Paraguay. Chané en el alto Putumayo. Mojo y Bauré en el Chaco boliviano” (Alemanes en América, Introducción 29).

■ 86 Dav i d So lo d ko w Ulrich Sc h m i d l en el Río d e la Pl ata : u n a e t n o g r a f í a … atribuir sentido mediante la identificación clasificatoria solo posible a partir de la existencia de esa distancia (empírica y cultural). Como sugiere James Clifford, el etnógrafo se autoriza en la frase “estás allí....porque yo estuve allí” (142). El “ser” del Otro no puede sino emerger en una relación mediada por la escritura y separada por una distancia doble: aquella de la mirada y esa otra de la escritura. Como señala Jáuregui: “Son visiones imposibles, y sin embargo verosímiles, del lugar espacial, moral y político del colonizado, y a su vez, sitúan al colonizador en el lugar donde mirada, representación y poder se juntan” (“Brasil especular” 80).

Una de las características de la escritura de Schmidl –y de gran parte de las crónicas de Indias– es que procede por expansión descriptiva. Desde el grado cero de la pobreza y la desnudez su relato avanza hacia un significativo inventario etnográfico. Este mecanismo configura una metodología descriptiva que en vez de operar por acumulación o por repetición funciona, más bien, mediante una paulatina y creciente extensión del campo visual. Ello genera un efecto de expansión narrativa que va haciendo más y más abarcativo al relato –y más atractiva la lectura para el público europeo ansioso de relatos y leyendas– a medida que progresa la escritura (lo cual supone también el agregado fantástico de los editores)14. De este modo, el segundo encuentro de Schmidl con la tribu de los querandís, luego de la fundación de , ya ofrece al lector datos más amplios sobre vestimenta, número de habitantes, costumbres y hábitos:

Allí sobre esa tierra, hemos encontrado unos indios que se llaman querandís, unos tres mil hombres con sus mujeres e hijos; y nos tra- jeron pescados y carne para que comiéramos. También estas mujeres llevan un pequeño paño de algodón cubriendo sus vergüenzas. Estos Querandís no tienen paradero propio en el país, sino que vagan por la comarca, al igual que hacen los gitanos en nuestro país. Cuando estos indios Querandís van tierra adentro, durante el verano, sucede que muchas veces encuentran seco el país en treinta leguas a la redonda y no encuentran agua alguna para beber; y cuando cogen a flechazos un venado u otro animal salvaje, juntan la sangre y se la beben […] Cuando los dichos Querandís están por morirse de sed y no encuentran agua en el lugar, solo entonces beben esa sangre. Si acaso alguien piensa que la beben diariamente, se equivoca: esto no lo hacen y así lo dejo dicho en forma clara. (Derrotero 138-39)

La visión etnográfica se amplía y tenemos la primera operación de compara- ción, la puesta en funcionamiento del archivo previo, del símil etnográfico15: “vagan por la comarca, al igual que hacen los gitanos en nuestro país”. En

14 De acuerdo con Arciniegas: “un libro de viajes en donde estas cosas no se digan [las leyendas] no se cotizará en Europa” (151). 15 Existen varios pasajes de esta obra en los cuales se pone en funcionamiento la mecánica del símil etnográfico. Uno de estos pasajes, muy significativos por el valor que Schmidl le otorga a la artesanía indígena, es aquel que nos relata el encuentro con los jerús: “Las mu- jeres están pintadas en forma muy hermosa desde los senos hasta las vergüenzas, también de color azul. Esta pintura es muy hermosa, y un pintor de Europa tendría que esforzarse para hacer ese trabajo” (Derrotero 180).

87 ■ Taller d e Letras N° 45: 81-101, 2009 muchos casos, el hecho de no decir, de no contar, se halla asociado explí- citamente al resguardo de la propia moral conquistadora. En varias de las descripciones que Schmidl hace de las mujeres se niega a decir más de lo que deja expreso: “Las mujeres son bellas a su manera y van completamente desnudas. Pecan llegado el caso: pero yo no quiero hablar demasiado de eso en esta ocasión” (Derrotero 180). Aunque, casi a renglón seguido, agrega: “Estas mujeres son muy hermosas [tribu de los jerús], grandes amantes, afectuosas y de cuerpo ardiente, según mi parecer” (Derrotero 181). En el encuentro con los mbayas nos cuenta que: “Estas mujeres […] hacen la comida y dan placer a su marido y a los amigos de este que lo pidan; sobre esto no he de decir nada más por ahora. Quien no lo crea o quiera verlo, que haga el viaje” (Derrotero 198). A medida que avanza la narración crece la pulsión etnográfica del narrador. Y si bien, como ya he señalado más arriba, los rasgos teratológicos por efecto simbiótico con el ambiente y por el impulso propio de la supervivencia se hallan mitigados, sin embargo, los efectos y las impresiones producidas por el encuentro con los indígenas dejan marcas profundas en la escritura. Luego de la destrucción del campamento de Buenos Aires, Ayolas –quien ya ha suplantado en el mando al moribundo Mendoza– decide remontar el Paraná en busca de poblaciones que provean alimentación a la tropa. Es remontando el Paraná que se produce el encuentro con la tribu timbú:

Estos llevan en ambos lados de la nariz una estrellita, hecha de una piedra blanca y azul, y son gente de cuerpo grande y fornido. Las mu- jeres son horribles y, tanto jóvenes como viejas, tienen la parte baja de la cara llena de rasguños azules. La fuerza de los indios es mucha […] y no comen otra cosa que carne y pescado: en toda su vida no han comido otra comida. Se calcula que esta nación tiene como quince mil hombres, más bien más que menos; tienen canoas, iguales a esas que allá en Alemania se llaman barquillas y usan los pescadores. Estas canoas se hacen con un árbol y tienen un ancho de tres pies en el fondo y un largo de ochenta pies. Pueden viajar en ellas cualquiera sea el tiempo hasta dieciséis hombres y todos deben remar; tienen remos como los que usan los pescadores en Alemania, salvo que no son reforzados con hierro en la punta de abajo. (Derrotero 146)

Vemos cómo la pobreza del primer encuentro con los querandís –que se resumía a su desnudez– es ampliada con los detalles decorativos físicos, la alimentación, los medios de locomoción, etc. El horizonte de la mujer nativa como botín comienza a esbozarse. Empieza la selección estética de la mujer y la búsqueda de una mayor calidad en los productos alimenticios. Es por ello que el énfasis se pone –mediante la adjetivación– sobre estas mujeres que no son dignas del saqueo: “Las mujeres son horribles y, tanto jóvenes como viejas, tienen la parte baja de la cara llena de rasguños azules” (Derrotero 146). Con relación a la comida, Ulrich hace notar, con desengaño, que solo tienen “carne y pescado”. También observamos la necesidad de complementar la narración con imágenes que puedan ser accesibles a una posible audien- cia, de este modo, las canoas de los indios timbúes son similares a las de los “pescadores de Alemania”. Esta expansión discursiva se presenta como un recurso paralelo al repetido gesto hiperbólico de Schmidl con relación a las cantidades de nativos descritos: “eran como veintitrés mil hombres,

■ 88 Dav i d So lo d ko w Ulrich Sc h m i d l en el Río d e la Pl ata : u n a e t n o g r a f í a … y pertenecían a cuatro naciones” (Derrotero 143); “hasta encontrar una nación que se llama mapenis y son muchísimos […] se calcula que son cien mil hombres“ (Derrotero 152); “Así que los Carios nos divisaron, que eran como cuarenta mil hombres” (Derrotero 156). Este gesto hiperbólico está en estrecha relación con la construcción discursiva de la valentía y el coraje conquistador como veremos más adelante.

La pobreza territorial no alcanza a cuajar en una teratología maravillosa y es por ello que el Derrotero no puede ser incorporado en el conjunto de textos cuyos procesos de mitificación y ficcionalización –que tan acertadamente señalara Beatriz Pastor– otorgan la cifra del Otro bajo la caracterización de lo monstruoso. Probablemente el sueño aventurero de Schmidl ya ha sido desplazado, en el momento de la escritura, por una experiencia que des- miente lo fabuloso. A Schmidl no se le desborda el mundo nuevo, el lenguaje suyo no es hiperbólico en lo que se refiere al Otro sino en lo que respecta a sí mismo (hombría, coraje, valor). No se trata de negar el hecho de la exis- tencia de una mitología que anima la aventura y que circula por los puertos: desde La fuente de la eterna juventud hasta las Amazonas, las maravillas se acumulan16. Pero en el caso de Schmidl el haberse embarcado en lo que se supone que fue una de las expediciones más grandes desde el inicio de la Conquista para encontrarse con la hostilidad de unas gentes desnudas, el hambre y una tierra cuya exuberancia se limitaba a un río gigantesco, no colaboró en la expansión de una mitologización17.

La narración de Schmidl tampoco colaboró con un desborde lingüístico sim- plemente porque la tierra del estuario del Río de la Plata no tenía nada que ofrecer a la codicia conquistadora más allá de estas mujeres –feas al prin- cipio del relato y bellas y afectuosas hacia el final– que constituían el único botín posible y que más tarde servirían como fundamento a la mitología del “paraíso de Mahoma”. Al respecto, Jacques Lafaye señala que: “el Paraguay

16 Paul Groussac en su libro sobre la expedición de Mendoza tiene un capítulo titulado “La vida de la carabela” en el cual reconstruye las fabulaciones de los marineros durante la travesía: “En esos otros corrillos de popa, donde oficiales y pasajeros linajudos, con burla de las severas ordenanzas, barajaban los naipes hasta el amanecer, era donde se evocaban, entre dos manos de primera, las fulgurantes visiones de los tesoros esperados, no inferiores seguramente a los de la Nueva España y el Perú. Y ¡qué sorpresa incrédula para los jefes de la expedición y los nobles aventureros, a quienes sacara de sus solares en ruinas la sed codiciadora del precioso metal, si alguien les dijera que este tema favorito de sus coloquios era más ilusorio que las patrañas milagreras, con que las bandas de proa siquiera aliviaban un instante sus miserias, en espera del sueño profundo, dispensador del reposo y santo olvido!” (133). 17 Si bien es cierto que en el capítulo XXXVII Schmidl agrega un relato sobre las Amazonas, ello obedece a una finalidad discursiva, esto es, impresionar a la audiencia. Veamos el párrafo: “Entonces marchamos contra esas Amazonas. Tienen esas mujeres un solo pecho y se juntan y tienen comunicación carnal con sus maridos tres o cuatro veces en el año. Si entonces se preñan y nace un varoncito, lo envían a casa del marido; pero si es una niñita la guardan con ellas y le queman el seno derecho para que este no crezca y pueda así usar sus armas, los arcos, pues ellas son mujeres guerreras que hacen la guerra contra sus enemigos. Viven estas mujeres Amazonas en una isla, que es grande y está rodeada por agua y hay que viajar en canoas si se quiere llegar allá. En esta isla, las Amazonas no tienen oro ni plata, sino en tierra firme, que es donde viven los maridos; allí tienen gran riqueza y son una gran nación que tiene un gran rey llamado Iñis, como después nos dijo el Ortués” (Derrotero 182).

89 ■ Taller d e Letras N° 45: 81-101, 2009 recibió muy pronto el nombre de ‘Paraíso de Mahoma’; allí nació la visión ingenua del blanco mecido en su hamaca por bellas indias desnudas” (84)18. La pobreza del inventario se halla, luego, en consonancia con el deseo fraca- sado, con la falta de riquezas materiales. Es un texto en el cual la expansión paradójica de lo inventariado­ va acumulando una pobreza territorial que es decorada con esporádicos episodios de aventuras que no pasan de peleas con víboras, cocodrilos y de saqueos a indígenas desnudos. Se trata, al igual que en los Naufragios de Cabeza de Vaca, de una cancelación de la maravilla (véase Pastor)19.

El inventario etnográfico que construye Schmidl se compone primordialmente de una suerte de mapeo tribal en el que la mirada –ya desilusionada por la pobreza territorial– solo puede realizar un mapeo étnico y una catalogación zoológica. De este modo, van desfilando frente a la mirada del lector las diferentes etnias con sus atributos físicos y su capacidad de almacenamiento y producción alimenticia. Sin embargo, las características físicas del territo- rio no pasan desapercibidas para Schmidl y ellas son alcanzadas mediante la composición descriptiva de la fauna y la flora, como señala López: “La Relación de Schmidl es abundante en referencias más o menos ciertas y precisas en lo tocante al mundo de la naturaleza […]. Aparecen referencias a la mandioca, al maíz, al algarrobo americano y la aloja, su fermento […]. Es el mundo animal el que más claramente recuerda y da referencia al tapir (tapirus terrestris), al guanaco (lama guanacoide), a boas (constrictor cons- trictor) y anacondas (eunectes murinus), junto a los peces e insectos, como la nigua” (28). La característica de la descripción animal es que sobre ella se deposita una suerte de teratología20. La monstruosidad mitigada del Otro desplaza el alerta hacia la naturaleza: el peligro pasa, de este modo, del encuentro con “el” Otro al encuentro con “lo” Otro de la naturaleza animal. En el capitulo XXXV Schmidl nos cuenta su encuentro con la tribu a la que denomina como los yacarés:

18 Y agrega: “La unión entre los conquistadores y las indias revistió formas muy variadas, con frecuencia fue fugitiva, la violación pura y simple o el encuentro fortuito. Pero, también con mucha frecuencia, se instituyeron uniones relativamente estables, bajo la forma de concubinato oficial (barraganería) entre los españoles y sus amantes indígenas. El capitán general del Paraguay, Martínez de Irala, que murió en 1556, legitimó en su testamento a tres hijos y seis hijas que había tenido de siete indias diferentes” (85). 19 Como bien señala Beatriz Pastor: “Estas diversas voces narrativas [las del discurso con- quistador] se expresan en tres discursos fundamentales que articulan el discurso narrativo de la conquista. El primero es el que he llamado el discurso mistificador, y se define por una concepción del mundo y unos modos de representación que resultan en la creación de una serie de mitos y modelos que muy poco tienen que ver con la realidad concreta que pretenden relatar y revelar. Frente a este primer discurso mistificador, se van articulando progresivamente […] los dos grandes discursos desmitificadores […] el primero, cronológi- camente, de estos discursos es el que he denominado el ‘discurso narrativo del fracaso’; el segundo es el ‘discurso narrativo de la rebelión’” (introducción iv). 20 Teratología zoológica que comienza incluso antes de llegar a tierra firme: “En este mar se encuentran peces voladores que se llaman peces-sombrero, pues tienen sobre la cabeza un gran disco fortísimo que parece un sombrero de paja […] hay también otros peces que tienen sobre su lomo una cuchilla de hueso de ballena, y en español se llaman peces espa- das. También hay otro que tiene una sierra sobre el lomo, hecho de hueso de ballena, pez grande y feroz que en español se llama pez-sierra” (Derrotero 135).

■ 90 Dav i d So lo d ko w Ulrich Sc h m i d l en el Río d e la Pl ata : u n a e t n o g r a f í a …

Esta tribu se llama Yacaré por causa del yacaré, que es un pez que lleva un cuero tan duro que no se le puede herir con cuchillo o con flecha, es un pez grande que hace daño a los otros peces; los huevos los despide o pone sobre la orilla, a dos o tres pasos del río; estos huevos o simiente de este pez tienen gusto a almizcle […] Allá entre nosotros se cree que este pez yacaré es animal sumamente espantoso que envenena y hace gran daño en las Indias, y se dice que cuando este pez sopla su aliento sobre alguno, este debe morir: pero todo esto es fábula, pues si así fuera, yo mismo habría muerto cien veces, pues he cazado y comido más de tres mil de ésos. (Derrotero 179)

Sobre el peligro natural Schmidl construye su propia hombría y su miti- gada épica. El yacaré es un animal que no se “puede herir con cuchillo o con flecha” pero él ha “cazado y comido más de tres mil de ésos”. De esta manera, la teratología queda incluida pero supeditada al valor y al coraje de su narrador. ¿Qué audiencia toleraría un relato de viajes en el cual ni los indígenas ni la naturaleza ofrecieran peligros? ¿Cómo construir la memoria del yo sin que el eje a partir del cual se construye la descripción sea, preci- samente, el eje egótico? En este sentido, es interesante observar cómo dicho centro egótico (ego conquiro) que guía la narración se aleja o se acerca a la participación de los hechos relatados. Por momentos la voz narrativa se construye como un testigo participante de los hechos y, otras veces, como un testigo meramente ocular. Estas coordenadas egóticas se perfilan en el entramado mismo de la pulsión etnográfica la cual se define –como bien ha señalado Carlos Jáuregui– en una concepción triádica del estar, ver pero no ser. Si bien Jáuregui se refiere a otro alemán –Hans Staden (1526?-1576)–, su conceptualización es válida para el caso de Schmidl: “Este curioso papel de protagonista ajeno lo autoriza para ser testigo verdadero sin perder su distancia cultural y moral respecto de los salvajes desnudos, idólatras y antropófagos; él hace parte de la representación, pero no de la alteridad” (Canibalia 156). Cuando se trata de describir las bebidas fermentadas que los naturales preparan quienes las beben son “ellos”. Pero cuando la honra del escritor está en juego y cuando de la construcción del ego conquistador se trata asistimos a la transformación de nuestro protagonista: desde obser- vador distante –una suerte de etnógrafo ideal– hacia un participante activo que no solo se construye como ejemplo del coraje sino que también acude al gesto hiperbólico para mayor convencimiento de su audiencia: “pues he cazado y comido más de tres mil de ésos”.

Existen varios pasajes a lo largo de la obra en los cuales Schmidl se coloca a sí mismo como el ejecutor de ciertas acciones que, si bien no son determinantes para la construcción egótica de la hombría, contribuyen a matizar el relato con pasajes que deben haber sido de indudable interés para la audiencia de la época y que, por lo general, están relacionados con las rarezas naturales. En el encuentro con los mbayas, leemos: “Las ovejas son grandes como un muleto y los indios las usan para llevar pequeñas cargas; también cabalgan sobre ellas si es que se enferman durante el viaje. En una ocasión, no en este viaje sino en otra parte, yo mismo he cabalgado sobre una de ellas más de cuarenta leguas, cuando estuve con un pie enfermo” (Derrotero 198). En el encuentro con los macasís, Schmidl nos informa que:

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Entramos entonces al pueblo y allí vimos que los niños y también algunos hombres y mujeres estaban llenos de bichos. Estos bichos se parecen a las pulgas y se meten entre los dedos de los pies –con perdón sea dicho– y comiendo llegan hasta donde pueden y se convierten en un gusano grande, igual al que se encuentra en las avellanas. Se puede sacar ese bicho de la carne para que no haga daño; pero si no se saca a tiempo, puede comerse los dedos de los pies. (Derrotero 208)

El Almirante Colón describía en el Diario de su primer viaje haber oído la exis- tencia de cíclopes, amazonas y cinocéfalos (los hombres con cabeza de perro de los que hablaba San Isidoro de Sevilla); en el tercer viaje (1498-1500) opinaba que la tierra poseía la forma de una “teta de muger”21. El Capitán Cortés en su segunda carta de relación (30 de octubre de 1520) anotaba y describía haber visto una ciudad –la más grande del mundo en ese entonces– flotando sobre un lago junto a dos extrañas montañas que despedían humo y ceniza. Alvar Núñez (Comentarios, 1555) oyó, desde lejos, el rumor de lo que toponímicamente denominamos en el presente como La garganta del Diablo (hoy las cataratas del Iguazú en la provincia de Misiones, Argentina). La riqueza de estas impresiones contrasta ampliamente con la “supuesta” maravilla que viera el tercer cronista del Río de la Plata, una anaconda:

Mientras estábamos con esos mocoretás, casualmente encontramos en tierra una gran serpiente, larga como de veinticinco pies, gruesa como un hombre y salpicada de negro y amarillo, a la que matamos de un tiro de arcabuz. Cuando los indios la vieron se maravillaron mucho, pues nunca habían visto una serpiente de tal tamaño; y esta serpiente hacía mucho mal a los indios, pues cuando se bañaban estaba esta en el río y enrollaba su cola alrededor del indio y lo llevaba bajo el agua y lo comía, sin que la pudieran ver, de modo que los indios no sabían cómo podía suceder que la serpiente se comiera a los indios. Yo mismo he medido la tal serpiente a lo largo y a lo ancho, de manera que bien sé lo que digo. Los mocoretás tomaron ese animal, lo cor- taron a pedazos, que llevaron a sus casas, y se lo comieron asado y cocido. (Derrotero 151)

Nuevamente el coraje del conquistador es la piedra de toque que autoriza la proximidad del testigo: “Yo mismo he medido la tal serpiente a lo largo y a lo ancho, de manera tal que bien sé lo que digo”. Incluso este trozo del texto de Schmidl no hace sino repetir una larga e histórica lista de encuentros con animales portentosos que ya habían sido asentados en crónicas anteriores. El propio Colón cuenta en el Diario del primer viaje en la entrada correspon- diente al domingo 21 de octubre que: “vide una sierpe, la cual matamos y traigo el cuero a Vuestras Altezas. Ella como nos vido se echó en la laguna, y nos le seguimos dentro, porque no era muy fonda, fasta que con lanças

21 Dice el Almirante: “y por esto me puse a tentar esto del mundo, y hallé que no hera redondo en la forma que escriven, salvo que es de la forma de una pera que sea toda muy redonda, salvo allí donde tiene el pezón, que allí tiene más alto, o como quien tiene una pelota muy redonda y en un lugar de ella fuese como una teta de muger allí puesta, y que esta parte de este pezón sea la más alta e más propinca al cielo” (Varela, Textos y documentos 377).

■ 92 Dav i d So lo d ko w Ulrich Sc h m i d l en el Río d e la Pl ata : u n a e t n o g r a f í a … la matamos; es de siete palmos en largo; creo que d’estas semejantes ay aquí en estas lagunas muchas” (Varela 121-22)22. Una pobreza territorial que presenta a la nimiedad –una víbora– como la maravilla. Nimiedad sobre la que se impone el deseo del yo narrativo en tanto que garantía y justifi- cación de los episodios de riesgo sin los cuales el relato hubiese carecido de entusiasmo para cualquier audiencia.

3. Una narrativa del hambre: la inversión del canibalismo

Así han transcurrido varios días; muchos días. No los cuentan ya. Hoy no queda mendrugo que llevarse a la boca. Todo ha sido arrebatado, arrancado, triturado: las flacas raciones primero, luego la harina podri- da, las ratas, las sabandijas inmundas, las botas hervidas cuyo cuero chuparon desesperadamente. Ahora jefes y soldados yacen doquier, junto a los fuegos débiles o arrimados a las estacas defensoras. Es difícil distinguir a los vivos de los muertos. Manuel Mujica Laínez. “El hambre”23

El tópico obsesivo de la comida en Schmidl solo tiene parangón con los Naufragios y los Comentarios de Alvar Núñez Cabeza de Vaca (1507-1559). Tanto el relato de Schmidl como el de Alvar Núñez trazan un mapeo etno- gráfico con relación a los modos de alimentación de los nativos y, en ambos casos, el hambre es el fantasma que guía la narración. En el encuentro que tiene Alvar Núñez con los Iguaces describe en forma detallada las alternativas locales frente a la escasez:

Algunas veces matan algunos venados, y a tiempos toman algún pescado; más esto es tan poco, y su hambre tan grande, que comen arañas y huevos de hormigas, y gusanos y lagartijas y salamanquesas y culebras y víboras, que matan los hombres que muerden, y comen tierra y madera y todo lo que pueden haber, y estiércol de venados, y otras cosas que dejo de contar, y creo averiguadamente, que si en aquella hubiese piedras las comerían. Guardan las espinas del pescado que comen, y de las culebras y otras cosas, para molerlo después todo y comer el polvo de ello”. (Comentarios 89)

La falta de comida y los nimios hallazgos que de esta se hacían –las más de las veces por ofrendas de nativos– es uno de los tópicos obsesivos del libro

22 La hiperbolización de la naturaleza es un gesto repetido en la escritura de los cronistas. Enrique Planas comenta que: “Ruiz Díaz de Guzmán, otro cronista de la época, sostiene haber visto una serpiente de veinticinco pies de largo, gruesa en su parte media como un novillo. El mismo padre Lozano decía que existían culebras que se comían a los hombres, y pone como testigo al padre Ruiz de Montoya, quien afirma haber visto a una de ellas comerse a un indígena cuya estatura era de dos varas (cada vara mide 83,5 centímetros) y vomitarlo al otro día entero, pero con los huesos tan quebrantados como si lo hubiese molido” (62-63). 23 “El hambre” es uno de los relatos que forman parte de Misteriosa Buenos Aires (1985) de Manuel Mujica Laínez. Este cuento está basado en el relato de Schmidl y forma parte de una serie de relatos que mezclan historiografía e imaginación literaria en la siempre obsesiva intención de los escritores argentinos por dar forma creativa a una genealogía histórica de la fundación nacional.

93 ■ Taller d e Letras N° 45: 81-101, 2009 de Schmidl: “Además la gente no tenía qué comer y se moría de hambre y padecía gran escasez, al extremo que los caballos no podían utilizarse. Fue tal la pena y el desastre del hambre, que no bastaron ni ratas ni ratones, víboras ni otras sabandijas, hasta los zapatos y cueros, todo tuvo que ser comido” (Derrotero 141). El hambre es tan difícil de aplacar que se llega a la inversión del paradigma del salvaje versus el civilizado24. Los valores morales se ven absolutamente trastocados por efecto del hambre y por la proximidad de la muerte: “También ocurrió entonces que un español se comió a su hermano que había muerto. Esto ha sucedido en el año de 1536 en el día de Corpus Christi, en la referida ciudad de Buenos Aires” (Derrotero 141). Cuando el hambre arrecia y los conquistadores europeos comienzan a comerse entre sí el yo textual nos convence de que son “los españoles”, como opuestos a los soldados germanos, quienes se han vuelto antropófagos. Antropofagia europea que fue reproducida pictográficamente por el famoso editor germano Teodoro de Bry [ver Ilustración 1]25.

Son tan pocas las bondades ofrecidas por esta tierra que la locura y el es- panto logran disipar o transformar los esquemas morales y religiosos de los conquistadores. En tal sentido, el canibalismo como fuerza perturbadora de la visión europea ya no puede ser la piedra de toque que autorice la visión de un “horror”, puesto que son los propios españoles quienes se comen entre ellos a causa del hambre. El efecto del hambre sobre la conciencia moral es abrumador hasta el punto que la descripción de rituales caníbales por parte de Schmidl es llevada a cabo con el mismo desinterés con el que se describen las cosas más comunes: “Por aquél tiempo perecieron también unas veinte personas, que fueron muertos y comidos por los carios” (Derrotero 144). No existe la más mínima necesidad de adjetivar el hecho, de calificar el ritual, de recurrir a sentencias demonizantes:

El informe (en apariencia) ingenuo del mercenario alemán pone en cuestión la originalidad de la antropofagia y la convierte en un problema de traslados y transfiguraciones […] el caníbal no se explica, requiere de otra voz, la de un cronista con otras preferencias dietéticas para narrárselo a los otros no-caníbales. Este silencio de la voz antropofá- gica, sin embargo, hace que toda reflexión sobre la antropofagia sea necesariamente una crítica de su producción lingüística: un meta-

24 Con respecto a la relación existente entre salvajismo y canibalismo Carlos Jáuregui afirma: “El canibalismo ha sido un concepto fundamental en la definición de la identidad cultural latinoamericana desde las primeras visiones europeas del Nuevo Mundo como monstruoso y salvaje, hasta las narrativas y producción cultural del siglo XX en las que el caníbal se ha re-definido de diversas maneras en relación con la construcción de identidades (pos)colo- niales y posmodernas y ha ocupado numerosos debates académicos. La presencia mutante y a la vez constante del canibalismo, así como su centralidad en discursos de alteridad/ identidad, lo hace un tropo axial de la representación e imaginación de la identidad cultural latinoamericana” (“El plato más sabroso” 199). 25 Jáuregui nos explica que el editor Teodoro de Bry (1528-1598): “editó ocho tomos en francés, alemán, inglés y latín dedicados a los viajes y exploraciones europeas en América, que llegaron a catorce volúmenes después de su muerte, bajo la dirección de sus dos hijos Juan Teodoro y Juan Israel. De Bry fue víctima de la persecución religiosa contrarreformista y del imperialismo español en los Países Bajos; en 1560 tiene que huir de Lieja y se instala en Estrasburgo, de donde se traslada posteriormente a Frankfurt en 1570, fecha en que comienza la serie americana” (Canibalia 193).

■ 94 Dav i d So lo d ko w Ulrich Sc h m i d l en el Río d e la Pl ata : u n a e t n o g r a f í a …

Escena de antropofagia entre españoles en los campamentos de Pedro Mendoza26.

discurso. Es esta, también, la conclusión a la que llega Montaigne en su célebre ensayo que –como ha propuesto Michel de Certeau en una lectura aguda– no trata tanto de los caníbales como de su manera de esquivar continuamente su representación. (Andermann, “Antropofagia” 80).26

El hombre europeo en el Río de la Plata comienza a experimentar una trans- formación mental a partir de la cual los parámetros del viejo continente ya no son válidos para actuar en el Nuevo Mundo. El hambre y la necesidad de sobrevivir en un territorio hostil va transformando a los conquistadores en cazadores-recolectores, en caníbales, viven amancebados con indias y comen mandioca con pescado. Como señala Jáuregui:

Tanto Schmidl como Cabeza de Vaca están en los límites geográficos y simbólicos del imperio; en un espacio de representación donde los

26 Grabado realizado por Theodor de Bry en su América para ilustrar la crónica de Schmidl (249).

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intercambios entre la alteridad y la mismidad son intensos, y la frontera entre la una y la otra se desdibuja. El encuentro con el canibalismo es por lo menos incómodo, dado que ocurre dentro del sistema cultural de la identidad. La falta de juicio moral de Schmidl y Cabeza de Vaca sobre sus compañeros caníbales indicaría –si no una justificación tácita– que el canibalismo se explicaría en la catástrofe. (Canibalia 210).

Esta pérdida de los referentes culturales identitarios redundará en una te- ratología mitigada, puesto que ya no hay gran diferencia entre guaraníes y europeos. Los indios ya no pueden considerarse monstruos, ya no pueden ser “horribles caníbales”, so pena de que ello redunde en una auto-descripción27. Como bien señala Loreley El Jaber: “El cambio total de los paradigmas so- ciales y culturales que desaparecen ante el hambre es lo que maravilla al cronista y al lector. Los españoles se han vuelto antropófagos, se comen unos a otros; saciar su hambre es el único objetivo y los lazos de parentesco así como las reglas religiosas y morales se pierden ante la inminencia de la muerte” (102). A diferencia de Cortés, que va ingresando en territorio mexicano tras los indicios del oro y las piedras preciosas, la expedición de Mendoza debe internarse por el curso del río Paraná pero la búsqueda, esta vez, tiene otro propósito:

Y navegamos aguas arriba por el Paraná a buscar indios, para lograr alimentos y provisiones. Pero cuando los indios nos veían huían ante nosotros, y nos hicieron la mala jugada de quemar y destruir sus alimentos: ese era su modo de hacer la guerra. De este modo no encontramos nada que comer, ni mucho ni poco; apenas se nos daba a cada uno, cada día, tres medias onzas de biscocho. En este viaje murió de hambre la mitad de nuestra gente, de tal modo que tuvimos que regresar, porque nada pudimos conseguir en estas andanzas que duraron dos meses. (Derrotero 142)

Es tal el desastre y la desesperación por el hambre que las riquezas ima- ginarias que originaron el viaje deben transformarse en la materialidad, menos lujosa pero más preciosa, de la poca comida hallada. Ello motivará un cambio en los ejes de civilidad con el cual se concibe la alteridad: ya no se medirá la efectividad de lo civilizatorio en función de la organización político-administrativa, capacidad militar y formas del armamento, costum- bres morales, tipo de materiales para la construcción de la vivienda, etc., sino en función de la capacidad de almacenamiento, cantidad y calidad de la alimentación de las poblaciones nativas. De este modo, en el encuentro con la etnia más organizada de la región –y por ende la que poseía mayor cantidad de alimentos–, los guaraníes, Schmidl hace gala del paroxismo descriptivo: “Pues entre los Carios o guaraníes hallamos trigo turco o maíz, mandiotín, batatas, mandioca poropí, mandioca-pepirá, bocaja y otros alimentos, así como pescado y carne, venados, puercos salvajes, avestruces, ovejas indias,

27 Como bien señala Carlos Jáuregui: “El otro que el canibalismo nombra está localizado tras una frontera permeable y especular, llena de trampas y de encuentros con imágenes propias: el caníbal nos habla del Otro y de nosotros mismos, de comer y ser comidos, del Imperio y de sus fracturas, del salvaje y de las ansiedades culturales de la civilización” (Querella de los indios 62).

■ 96 Dav i d So lo d ko w Ulrich Sc h m i d l en el Río d e la Pl ata : u n a e t n o g r a f í a … conejos, gallinas y gansos, y otros animales salvajes que ahora no puedo describir” (Derrotero 154-55). Al observar todas estas maravillas alimenti- cias Schmidl nos cuenta que aunque los carios eran muchos y, en principio, hostiles, ellos no tenían la más mínima intención de retroceder, dado que: “La gente y la tierra nos parecieron muy convenientes, especialmente los alimentos; pues en cuatro años no habíamos comido pan sino que solamente con pescados y carnes nos habíamos alimentado” (Derrotero 156). El eje de la visión etnográfica de Schmidl tiene dos parámetros descriptivos principales: los cuerpos –fundamentalmente el cuerpo femenino28– y el tipo y la forma de los alimentos a consumir. El oro, la plata y cualquier otro tipo de fantasía enriquecedora deben sublimarse mediante la comida y las mujeres, como bien señala Loreley El Jaber:

La tensión establecida entre la proyección de los ideales y, lo que Rubiés denomina, el descubrimiento de la futilidad, no hace más que colocar a los españoles ante la necesidad de que el imaginario de éxito a alcanzar con el que zarparon no se resienta por completo. La tierra no les ha otorgado la riqueza por la que emprendieron el viaje pero les ha dado la posibilidad de vivir en el paraíso, una recompensa nada desdeñable si tenemos en cuenta que las mujeres indígenas no solo son mancebas de los españoles sino que también sirven como mano de obra al abastecer de alimento mediante su trabajo agrícola. El imaginario fabuloso y mercantil del conquistador ha encontrado un lugar donde realizarse. (103)

No hay posibilidad de alimentación si no hay indígenas y es por ello que el indígena ya no es un índice de orientación hacia la riqueza mineral sino una señal de proximidad con respecto a la comida. Esto hace que la catalogación etnográfica de Schmidl otorgue bondades o maleficios en función del recibi- miento alimenticio que las diferentes etnias hacían de los conquistadores. El indígena es una señal clara de la posibilidad de sobrevivir: “El tal Cheraguazú [jefe de los timbú] nos condujo a su poblado, y nos dieron carne y pescado hasta hartarnos; si este viaje hubiera durado diez días más, todos nos hubié- ramos muerto de hambre. Así y todo murieron, durante este viaje cincuenta de los cuatrocientos hombres” (Derrotero 146). Estos discursos etnográficos muestran una característica propia de la escritura colonial: la dis-locación. La dislocación debe ser entendida como un efecto de la escritura basada en una suerte de separación entre el sujeto que escribe y la escritura misma; pero también en función de la cultura de proveniencia del sujeto de la enunciación y el espacio (la territorialidad dislocada) que habita el Otro. Así el “salvaje” es traído al tiempo y al espacio de la escritura del etnógrafo, es transportado, traducido y representado fuera de su propia realidad, y reducido a los límites del espacio imaginario de la escritura y cultura propias del etnógrafo.

28 En el encuentro con los carios o guaraníes, Schmidl nos relata que: “También trajeron y regalaron a nuestro capitán Juan Ayolas seis muchachitas, la mayor como de dieciocho años de edad; también le hicieron un presente de siete venados y otra carne de caza. Pidieron que nos quedáramos con ellos y regalaron a cada hombre de guerra dos mujeres, para que cuidaran de nosotros, cocinaran, lavaran y atendieran a todo cuanto más nos hiciera falta” (Derrotero 157).

97 ■ Taller d e Letras N° 45: 81-101, 2009

Por lo general la escritura etnográfica está asociada al viaje, a la búsqueda de lo “extraño” que por ende se pre-asume como “diferente” (el a priori, el saber del archivo previo, el background cultural). Este proceso resulta en lo que Michel De Certeau llama una “retórica de la distancia” (69). La escri- tura etnográfica está constituida por una relación complementaria entre la “exterioridad” y la “interioridad”, entre el “ethnos” de partida y el “ethnos” de llegada, entre la cultura del observador y el conjunto de diferencias re- conocibles en la cultura del Otro. Ello obliga al escritor-etnógrafo a articular la oposición de esa diferencia empírica dentro del texto, a fijar los bordes internos de la exterioridad entre su propia cultura y el Otro. Esa tarea solo puede llevarse a cabo a partir de la nominación, de la fijación lingüística (del estereotipo)29, de aquello que De Certeau llama el locus proprius como oposición a su límite: “The play of discourse and words that produces this distancing also produces the space of the text: but it does not found it upon an authority or truth of its own […] it develops, in a fashion analogous to a textual critique, through a series of negative ‘tests’ […] which constitute lan- guage in its relation to that which it is unable to appropriate […] a linguistic labor thus produces the first figure of the other” (73).

La diferencia se halla allí “afuera”, en lo empírico de “lo real”, dispuesta sobre una gramática del desorden, sin embargo, esa diferencia liberada en la dispersión del mundo natural no puede por sí sola articularse en torno a una axiología (lo mejor, lo peor, lo más grande, lo más chico, lo más salvaje, lo más primitivo) que siempre es artificial y culturalmente construida. Es allí, en la configuración de un orden taxonómico en donde las diferencias desperdigadas –la diversidad caótica de la naturaleza– se congregan en los significados culturales, como señala Johannes Fabian: “Taxonomy, in the broad sense […] signals views of cultural knowledge in which language items representing such knowledge have their meaning only in terms, or as terms, of a system of classification” (31). Curiosa paradoja: el indígena se consti- tuye como la posibilidad concreta de supervivencia –fundamentalmente con relación a los recursos básicos de alimentación– en estrecha simultaneidad con su posibilidad contraria: el hambre, la amenaza, el miedo y, finalmente, la muerte. Carácter doble de la otredad que obliga a la renegociación per- manente de los signos, las señales y sus significaciones.

Observaciones finales

El texto etnográfico colonial disemina en su propia espacialidad una distancia y a la vez articula la diferencia: mientras más se escribe al Otro más lejos se encuentra el etnógrafo colonial de la presencia real de ese Otro y, cada vez, más cerca del “sí mismo” y de una imagen cultural (artificial e ideológica) del

29 De acuerdo con Homi Bhabha: “Un rasgo importante del discurso colonial es su depen- dencia del concepto de fijeza en la construcción ideológica de la otredad […] del mismo modo el estereotipo, que es su estrategia discursiva mayor, es una forma de conocimiento e identificación que vacila entre lo que siempre está en su lugar, ya conocido, y algo que debe ser repetido ansiosamente […] es la fuerza de la ambivalencia lo que le da al este- reotipo colonial su valor: asegura su repetibilidad en coyunturas históricas y discursivas cambiantes; conforma sus estrategias de individuación y marginalización; produce efecto de verdad probabilística y predictibilidad” (91).

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Otro. Cada trazo de su escritura inscribe con su materialidad la desaparición y la ausencia del Otro (la distancia). El Otro es –para utilizar una fórmula blanchotiana– la presencia de una ausencia mediada por el ego. La escritura etnográfica subordina la diferencia del Otro al espacio propio de la letra y a un campo de relaciones políticas. De este modo, el espacio del Otro, como sugiere De Certeau, se convierte en el espacio del texto, en una apropiación. La característica de esta escritura es entonces la inscripción temporal y es- pacial del Otro bajo la disposición del ego y la “autoridad” del etnógrafo30.

He pretendido evidenciar a lo largo de la exposición del presente trabajo que existe una inseparable relación entre dos polos –pobreza territorial y pobreza simbólica– que forman parte de un mismo eje: el telos conquistador fracasado. El texto de Schmidl es fundacional –al menos desde mediados del siglo diecinueve– de la historiografía argentina y, como tal, ha dado lugar a diferentes tipos de especulaciones, varias de las cuales acabaron en el interior de la literatura argentina (Mujica Laínez 1985, Saer, 1983 y 1991). La pobreza y la extensión territorial han sido obsesiones históricas tanto para los estadistas y políticos argentinos como para los historiadores y literatos desde Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888) hasta Martínez Estrada (1895-1964). Este mismo problema en el campo de la literatura se ha relacionado con la obsesión de poblar imaginariamente dicha extensión territorial: literalmente, de cubrirla con narraciones de todo tipo. Tal vez el Derrotero de Schmidl representa el primer modelo de esa obsesión por poblar narrativa y descriptivamente un territorio hostil y culpable de haber acabado con toda posibilidad de enriquecimiento personal y de allí su lugar, indiscutible hoy, en el canon de las literaturas fundacionales del Cono Sur. El hambre, la lucha constante contra el indígena que no se resigna a la domi- nación del europeo, la carencia absoluta de minerales y metales preciosos, la conflictividad por el mando y los cambios en los ejes europeos de civili- dad son todos elementos que colaboran con aquello que Beatriz Pastor ha calificado como el discurso narrativo del fracaso. Un fracaso que se cuida de perpetuarse en el olvido mediante la inscripción narrativa del ego conquiro conservado en la escritura. Una escritura que guarda la cifra constitutiva de ese yo que se anexa al flujo de la historia narrativa de la Conquista y que trasciende en audiencias europeas deseosas de oír novedades maravillosas sobre el continente americano. La imagen final que leemos es aquella de la hostilidad de una tierra que negando toda maravilla previamente imaginada transforma al conquistador en un conquistado del hambre.

30 De acuerdo con Clifford, “la escritura etnográfica pone en juego una estrategia de autoridad específica. Esta estrategia ha involucrado, clásicamente, la pretensión –incuestionada– de aparecer como el que proporciona la verdad en el texto” (145).

99 ■ Taller d e Letras N° 45: 81-101, 2009

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