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4-1-2008 Qubit 33 Cubit

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Scholar Commons Citation Cubit, "Qubit 33 " (2008). Digital Collection - Science Fiction & Fantasy Publications. Paper 33. http://scholarcommons.usf.edu/scifistud_pub/33

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Índice:

1. Murió Arthur C. Clarke, maestro de la Ciencia ficción. 2. Arthur C. Clarke. Wikipedia, la enciclopedia libre. 3. La estrella. Arthur C. Clarke 4. El centinela. Arthur C. Clarke 5. Entrevista a Sir Arthur C. Clarke: “La Humanidad sobrevivirá a la avalancha de información” por Nalaka Gunawardene 6. La última orden. Arthur C. Clarke 7. Crimen en Marte. Arthur C. Clarke 8. Frases célebres de Arthur C. Clarke 9. Que te vaya bien mi clon. Obituario a Arthur C. Clarke. Por H2blog. 10. Los nueve mil millones de nombres de Dios. Arthur C. Clarke 11. Sección cine: Filmografía de Arthur C. Clarke 12. Historia del cine ciberpunk. 1993. New Dominion Tank Police. 8 Man Alter. Guyver 2. Robocop 3.

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MURIÓ ARTHUR C. CLARKE, MAESTRO DE LA CIENCIA FICCIÓN Publicado el 21 Marzo 08

El martes 18, falleció Arthur C. Clarke. Autor del relato El centinela, que sirvió de base para el guión-novela que llevaría al cine como 2001: Odisea del Espacio. Científico, sentó las bases para las órbitas geoestacionarias (órbita Clarke en su honor) de los satélites; en los 1960 fue comentarista para la CBS de las misiones Apolo que llevaron al hombre a la Luna en 1969.

Nota de La Nación (Argentina)

COLOMBO, Sri Lanka, 19/mar/08.- El escritor británico Arthur C. Clarke, cuya obra hizo aportes tanto a la ciencia ficción como a los descubrimientos científicos, falleció ayer, a los 90 años, en un hospital de la capital de Sri Lanka, donde residía desde 1956. En los últimos tres meses, Clarke había sido hospitalizado en varias ocasiones debido a insuficiencias respiratorias.

Entre los más de 90 libros que escribió en su prolífica carrera literaria, Clarke -que había recibido el título de caballero inglés en 2000- es autor de “El centinela”, el relato que Stanley Kubrick llevó al cine como 2001: Odisea del espacio . Además, Clarke fue matemático y físico, sentó las bases de los satélites en órbitas geoestacionarias como centros de telecomunicaciones y se desempeñó como comentarista televisivo de las misiones Apolo a la Luna.

Clarke nació el 16 de diciembre de 1917 en Somerset, Inglaterra, y fue desde niño un aficionado a la astronomía. Su familia se mudó a Londres en 1936 y Clarke se unió enseguida a la Sociedad Interplanetaria Británica -que presidió durante dos períodos años más tarde y cuya sede central terminó instalada en su casa- y comenzó a escribir ciencia ficción. 4

Durante la Segunda Guerra Mundial, Clarke sirvió en la fuerza aérea británica como especialista en radares y participó en el desarrollo de un sistema de defensa con esa tecnología. En 1945, en un artículo científico planteó por primera vez la idea de que los satélites podían ser centros de telecomunicaciones. Estos trabajos le valieron varios reconocimientos, entre ellos que la Unión Astronómica Internacional bautizara Clarke a la órbita geoestacionaria a 36.000 kilómetros sobre el Ecuador.

Después de la guerra, Clarke realizó estudios en física y matemática y simultáneamente comenzó a escribir ciencia ficción. Su primer relato, “Partida de rescate”, se publicó en 1946.

Su nutrida obra literaria -que destaca el optimismo por el progreso científico, los encuentros con culturas superiores y su interés por los fenómenos paranormales- lo convirtió en un gran divulgador. En los 50, sus obras fueron de tipo humanista- utópico, como El fin de la infancia , La ciudad y las estrellas y “El centinela”, de 1951. El éxito del film, que ganó un Oscar, fue tan grande que Clarke convirtió el relato en una novela que llamó igual que la película. A ese libro le siguieron tres más de la misma serie.

Perfil político

En 1969, cuando era considerado el principal profeta de la era espacial, Clarke se unió a la cadena CBS para narrar junto al astronauta Wally Schirra la llegada del Apolo a la Luna. Años después tuvo el mismo papel en las misiones Apolo XII y Apolo XIV.

En los 70 se destacaron Cita con Rama -que abrió una serie que tuvo tres libros más- y Fuentes del paraíso , ejemplos de la llamada “ciencia ficción dura”. Una última etapa, a fines de los 80 y los 90, se caracterizó por un perfil más político y social, como en Factor detonante o Sismo grado 10 .

Desde 1956, Clarke vivía en Sri Lanka, siguiendo su interés por la exploración submarina. En 1998, el diario The Sunday Mirror divulgó acusaciones de pederastía en su contra, que nunca se confirmaron. En 1953, Clarke se casó con la norteamericana Marilyn Mayfield, pero el matrimonio duró sólo seis meses.

Clarke había aprendido tanto de la ciencia como había contribuido a difundirla: “Si algo sabemos de la historia de los descubrimientos es que, en el largo plazo, las profecías más arriesgadas son ridículamente conservadoras”, escribió.

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Arthur C. Clarke De Wikipedia, la enciclopedia libre

Sir Arthur Charles Clarke, más conocido como Arthur C. Clarke (16 de diciembre de 1917, Minehead, Inglaterra - 19 de marzo de 2008, Colombo, Sri Lanka), fue un escritor y científico británico. Autor de obras de divulgación científica y de ciencia ficción, como El centinela o Cita con Rama y co-guionista de 2001: Una odisea del espacio.

BIOGRAFÍA

Nació en Minehead, Somerset. Ya de pequeño mostró su fascinación por la astronomía, con un telescopio casero dibujó un mapa de la Luna. Terminados sus estudios secundarios en 1936, se traslada a Londres. Durante la Segunda Guerra Mundial, sirvió en la Royal Air Force (Fuerza Aérea Real) como especialista en radares, involucrándose en el desarrollo de un sistema de defensa por radar, y ejerciendo como instructor de la naciente especialidad. Concluida la guerra, publica su artículo técnico Extra-terrestrial Relays, en el cual sienta las bases de los satélites artificiales en órbita geoestacionaria (llamada, en su honor, órbita Clarke), una de sus grandes contribuciones a la ciencia del siglo XX. Este trabajo le valdrá numerosos premios, becas y reconocimientos.

En ese período estudia matemáticas y física en el prestigioso King's College de Londres, estudios que finalizó con honores. También ejerció varios años como presidente de la Sociedad Interplanetaria Británica (BIS), hecho que demuestra su gran afición por la astronáutica. En 1957 como parte del comité británico acude a Barcelona para el VIII Congreso Internacional de Astronáutica, momento que coincide con el lanzamiento del Sputnik I por parte de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. 6

Su fama mundial se consolidó con sus intervenciones en la televisión: en la década de los '60, como comentarista de la CBS de las misiones Apolo; y en la década de los '80, merced a un par de series de televisión que realizó.

También son conocidas sus famosas leyes de Clarke, publicadas en su libro de divulgación científica Perfiles del Futuro (1962). La más popular (y citada) de ellas es la llamada "Tercera Ley de Clarke": Toda tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la magia.

Desde 1956 y hasta su fallecimiento vivió en la isla de Sri Lanka (antigua Ceilán), en parte por su interés por la fotografía y la exploración submarina, en parte por su fascinación por la cultura india. El periódico sensacionalista Sunday Mirror lo acusó de vivir en Sri Lanka por otra razón: la facilidad para practicar la pederastia en aquel país. Él negó las acusaciones y amenazó con emprender acciones judiciales, cosa que finalmente no hizo para evitar gastos millonarios. Según declaró en una entrevista, siempre ha tenido una especial antipatía hacia los pederastas, por lo que pocas acusaciones le podrían resultar más repugnantes. Estas difamaciones no probadas no impidieron que se le otorgara el título de caballero de la Orden del Imperio Británico en 1998. Las autoridades de Sri Lanka, después de haber iniciado una investigación, reivindicaron también su buena fama. También en su honor prestó su nombre a un asteroide, 4923 y una especie de dinosaurio ceratopsiano, el Serendipaceratops arthurcclarkei descubierto en Inverloch, Australia.

Falleció la madrugada del miércoles 19 de marzo de 2008 a las 01:30 hora local (21.00 GMT del martes) en Colombo (capital de Sri Lanka), debido a un paro cardiorespiratorio. Clarke y la ciencia ficción

Comenzó a escribir ciencia ficción al finalizar la guerra. Su primer cuento publicado fue Partida de Rescate, que apareció en el número de mayo de 1946 de Astounding y que le sirvió como punto de partida de una fructífera carrera. Entre sus primeros relatos destaca El centinela (""), que sirvió de base para su novela 2001: Una odisea espacial (1968) y para la película del mismo nombre del director Stanley Kubrick.

Se pueden diferenciar claramente tres etapas en su producción:

• Las novelas utópico/humanistas de los '50, principalmente El fin de la infancia, La ciudad y las estrellas y la propia 2001: Una odisea espacial. • La rigurosidad científica de los '70, por la que será incluido entre los autores de ciencia ficción dura, con obras como Cita con Rama y sobre todo Fuentes del paraíso. • Una última etapa a finales de los '80 y en los '90, donde Clarke comparte la coautoría de sus principales títulos, cerrando grandes sagas (RAMA y 2001), y viéndose un perfil claramente político/social como en Factor Detonante o Sismo Grado 10, sin perder el carácter de obra de ciencia ficción.

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ESTILO

Muchos de sus relatos iniciales giran alrededor de una trama científica, a la que gustaba de adornar con un final sorprendente. Resuelve la mayoría de sus obras con un tono generalmente aséptico, sin florituras ni artificios, dejando que sean las ideas encerradas las que mantengan la atención del lector. Este estilo sólo se rompe para permitir cierto grado de fino humor elaborado.

En cuanto a sus temas, giran en torno a dos ideas fundamentales: optimismo por los beneficios del progreso científico (por lo que destacó en una época de cierto desaliento tras el lanzamiento de las bombas atómicas), y el encuentro con especies y culturas superiores (siempre en un tono muy paternalista). Como divulgador científico, ha sido siempre comparado (y equiparado) por su claridad y amenidad con otro coetáneo: Isaac Asimov.

OBRA

Novelas

Odisea espacial

1. 2001: Una odisea espacial (1968) 2. 2010: Odisea dos (1982) 3. 2061: Odisea tres (1987) 4. 3001: Odisea final (1996)

Cita con Rama

1. Cita con Rama (1973) 2. Rama II (1989, con ) 3. Rama revelada (1991, con Gentry Lee) 4. El jardín de Rama (1994, con Gentry Lee)

Otras novelas

• Preludio al espacio (1951) • Las arenas de Marte (1951) • Islas en el cielo (1952) • El fin de la infancia (1953) • Claro de Tierra (1955) • La ciudad y las estrellas (1956) • En las profundidades (1957) • Naufragio en el mar selenita (1961) • Regreso a Titán (1975) • Fuentes del paraíso (1979) • Cánticos de la lejana tierra (1986) • Venus Prime (1987) • Tras la caída de la noche (1990) (con Gregory Benford) 8

• El espectro del Titanic (1990) • El mundo es uno (1992) • El martillo de Dios (1993) • Luz de otros días (2000) (con ) • El ojo del tiempo (2007) (con Stephen Baxter)

Colecciones de relatos

• Expedición a la Tierra (1953) (incluye El Centinela) • Alcanza el mañana (1956) • Cuentos de la taberna del Ciervo Blanco (1957) • Relatos de diez mundos (1961) • El viento del Sol: relatos de la era espacial (1972) • Cánticos de la lejana Tierra (1990)

Divulgación

• El mundo es uno (1992): Sobre la historia de las telecomunicaciones.

PREMIOS

• Nebula de 1973, Hugo, Locus y John W. Campbell Memorial de 1974 a la mejor novela por Cita con Rama. • Hugo de 1980 a la mejor novela por Fuentes del paraíso.

Las tres leyes de Clarke: Cuando un anciano y distinguido científico afirma que algo es posible, probablemente está en lo correcto. Cuando afirma que algo es imposible, probablemente está equivocado. La única manera de descubrir los límites de lo posible es aventurarse hacia lo imposible. Cualquier tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la magia. 9

La estrella Arthur C. Clarke

Solemos alardear de conocer el Universo mejor de lo que lo conocemos realmente... aunque hay ocasiones en que topamos con cosas que ponen en entredicho nuestras creencias más básicas. Y, a veces, hasta la fe en Dios puede tambalearse. Arthur C. Clarke, acaso más conocido por su novela 2001: Una odisea del espacio, Ganó su primer premio Hugo por el relato que sigue.

Hay tres mil años luz hasta el Vaticano. En otro tiempo creía que el espacio no podía alterar la fe; y lo creía al igual que consideraba fuera de duda el que los cielos cantaran la gloria de la obra de Dios. A la sazón he visto esa obra y mi fe se encuentra considerablemente minada.

Contemplo el crucifijo que pende en la pared de la cabina sobre el ordenador Mark VI y por primera vez en mi vida me pregunto si no será un símbolo vacuo.

No he hablado con nadie todavía, pero la verdad no puede ocultarse. Los datos existen para que alguien los observe, registrados como están en millas incontables de cinta magnética y miles de fotografías que llevamos de regreso a la Tierra. Otros científicos las interpretarán tan fácilmente como yo; más fácilmente, sin duda. No soy quien para simular la manipulación de la verdad que tan pésimo prestigio proporcionó a mi orden en los días pasados.

La tripulación está ya bastante deprimida; me pregunto cómo se tomarán esta última ironía. Pocos de cuantos la componen tienen una fe religiosa, y, no obstante, no se aprovecharán de este arma definitiva usándola contra mí; guerra privada, honrada pero fundamentalmente seria, que ha tenido lugar durante todo el trayecto desde que salimos de la Tierra. Era divertido tener a un jesuita de Primer Astrofísico. El doctor Chandler, por ejemplo, nunca pudo asimilarlo del todo (¿por qué serán ateos tan notorios los hombres entregados a la medicina?). A veces me encontraba ante el tablero de observación, donde las luces permanecen siempre amortiguadas y el resplandor de las estrellas con gloria inalterada. Se me acercaba entonces y se quedaba contemplando el exterior por la gran escotilla oval, mientras los cielos giraban con lentitud en torno de nosotros a medida que la nave se balanceaba de punta a punta con la escora que no nos habíamos molestado en corregir.

–Bueno, padre –acababa diciendo al final–. Esto prosigue una eternidad tras otra; acaso lo hizo Alguien. Sin embargo ¿cómo puede creer usted que ese Alguien ha de tener un interés especial en nosotros y en nuestro miserable mundillo? Esto es lo que no puedo entender –comenzaba entonces la disputa, mientras las estrellas y las nebulosas giraban en derredor de nosotros en silenciosos e infinitos arcos que se abrían del otro lado del plástico de la escotilla de observación. 10

En mi sentir, era la aparente incongruencia de mi posición lo que, de veras, divertía a la tripulación. En vano argumentaba yo con mis tres artículos en el Diario Astrofísico y mis cinco de Noticias Mensuales de la Real Sociedad Astronómica. Les recordaba que nuestra orden había conseguido no poca fama por sus trabajos científicos. Podíamos quedar pocos ya, pero desde el siglo XVIII habíamos hecho aportaciones a la astronomía y la geofísica que no podían ni siquiera evaluarse.

¿Dará al traste con mil años de historia mi informe sobre la Nebulosa del Fénix? Me temo, empero, que dará al traste con muchas más cosas.

No sé quién bautizó a la nebulosa con ese nombre que tan malo me parece. Si contiene una profecía, ésta no podrá verificarse hasta dentro de mil años. Hasta la palabra «nebulosa» es equívoca, ya que el Fénix es mucho más pequeño que esas magníficas acumulaciones de gas (la materia de las estrellas nonatas) que se esparcen por toda la longitud de la Vía Láctea. En escala cósmica, por supuesto, la Nebulosa del Fénix es una cabeza de alfiler, una tenue cáscara de gas que rodea a una estrella única.

O lo que queda de esa estrella...

Mientras se alza por encima de las líneas del espectrofotómetro, la rubensiana pesadez de Loyola parece burlarse de mí. ¿Qué habrías hecho tú, Padre, con este conocimiento que me ha sobrevenido, tan alejado del pequeño Mundo que era todo el Universo que tú conociste? ¿Habría triunfado tu fe en la prueba, como la mía ha fallado ante ella?

Miras en la distancia, Padre, pero por mi parte he ido más allá de lo que pudieras haber imaginado cuando fundaste nuestra orden hace dos mil años. Ninguna otra nave investigadora ha ido tan lejos de la Tierra; nos encontramos en las mismísimas fronteras del Universo explorado. Nos propusimos alcanzar la Nebulosa del Fénix, lo conseguimos, y regresamos con el conocimiento sobre nuestros hombros. Desearía liberar mis hombros de esa carga, pero en vano te invoco a través de los siglos y los años luz que se alzan entre nosotros.

Las palabras son transparentes en tu libro de reglas:

AD MAIOREM DEI GLORIAM

dice el mensaje, pero se trata de un mensaje en que ya no puedo creer. ¿Habrías seguido creyendo tú de haber visto lo que hemos encontrado?

Por supuesto, sabíamos lo que era la Nebulosa del Fénix. Todos los años, sólo en nuestra galaxia explotaban más de cien estrellas, aumentando durante horas o días su fulgor en miles de veces antes de sumergirse en la muerte y la negrura. Son las novas ordinarias, las consabidas catástrofes del Universo. He registrado los espectrogramas y curvas de luz de docenas de ellas desde que comencé a trabajar en el observatorio lunar.

Pero tres o cuatro veces cada mil años tiene lugar algo distinto junto a lo que hasta una nova palidece con total insignificancia.

Cuando una estrella se convierte en supernova puede, durante un breve instante, apagar el brillo de todos los soles de la galaxia. Los astrónomos chinos detectaron una en 1054 sin saber de qué se trataba. Cinco siglos más tarde, en 1572, estalló una supernova en Casiopea con tanto brillo que fue visible a la luz del día. En los mil años transcurridos desde esa fecha han tenido lugar tres explosiones más.

Nuestra misión era visitar los restos de una catástrofe tal para reconstruir los sucesos que la habían precedido y, de ser posible, saber la causa. Nos adentramos con cautela en las capas concéntricas de gas que habían estallado tres mil años antes y que se encontraban todavía en expansión. El calor era inmenso y radiaba aún con feroz luz violeta, demasiado tenue empero para hacernos daño. Cuando la estrella explotó, sus estratos exteriores habían irrumpido hacia arriba con velocidad tal que habían salido por completo de su campo de gravitación. Hoy forman un caparazón hueco tan grande que puede abarcar mil sistemas solares, rodeando lo que brilla y arde en su centro y que no es sino el objeto fantástico que es ahora la estrella: una masa blanca, más pequeña que la Tierra, pero con un peso un millón de veces mayor. 11

Las capas de gas brillante nos rodeaban y desvanecían la noche normal de los espacios interestelares. Volamos en el interior de una bomba cósmica que había detonado milenios atrás y cuyos fragmentos incandescentes eran todavía metralla. La inmensa escala de la explosión y el hecho de que su onda expansiva hubiera alcanzado ya un volumen de espacio de muchos billones de millas, despojaba a la escena de todo movimiento perceptible. Un ojo desnudo tardaría décadas antes de captar un movimiento en las torturadas espirales de gas; sin embargo, la sensación del estallido lo dominaba todo.

Habíamos comprobado nuestra dirección primaria horas antes y nos encaminábamos despacio a la pequeña estrella que teníamos al frente. Había sido un sol como el nuestro en otro tiempo, pero había despilfarrado en pocas horas la energía que habría mantenido su brillo durante un millón de años. A la sazón se encontraba como un tacaño desplumado que escatimara sus recursos en un intento de reparar su pródiga juventud.

Seriamente, nadie esperaba encontrar planetas. Si alguno había habido antes de la explosión se habría convertido en ráfagas de vapor y su substancia se habría confundido con la estructura de la estrella misma. Pese a todo investigamos rutinariamente, como siempre que nos aproximábamos a un sol desconocido, y dimos con un Mundo diminuto que daba vueltas en torno de la estrella a una distancia inmensa. Tenía que haberse tratado del Plutón de aquel desvanecido sistema solar, dando vueltas en las fronteras de la noche. Demasiado lejos del sol central para haber conocido la vida, su distancia misma lo había salvado del destino que sin duda habían seguido todos sus compañeros.

Los fuegos de la explosión habían afectado su capa rocosa y quemado la costra de gas helado que en sus días lo habría cubierto. Aterrizamos y encontramos la bóveda.

Sus constructores habían hecho seguramente lo mismo que habríamos hecho nosotros. La señal monolítica que se erguía sobre la entrada era a la sazón una masa fundida, pero desde que tomamos las primeras fotografías desde lejos supimos que aquello había sido obra de la inteligencia. Poco después detectamos la capa de radiactividad que había quedado enterrada en la roca. Aún cuando el pilón que descollaba sobre la Bóveda hubiera sido destruido, esta capa habría permanecido, inmóvil, pero como faro eterno que llamaba a las estrellas. Nuestra nave descendió hacia aquel gigantesco ojo de buey como una flecha corre hacia la diana.

El pilón tenía que haber tenido una milla de altura cuando fue construido, pero a la sazón parecía un cabo de vela que hubiera sido derretido y convertido en amasijo de cera. Nos costó una semana pasar por la capa rocosa fundida, ya que no teníamos las herramientas apropiadas para el caso. Nuestro programa original había sido dejado de lado; aquel monumento solitario, que hablaba de un trabajo realizado a una distancia tan grande del sol destruido, sólo podía tener un sentido. Una civilización que había sabido cercana su muerte había alzado su último adiós a la inmortalidad.

Habríamos tardado generaciones enteras en examinar todos los tesoros que encontramos en la Bóveda. Ellos habían tenido mucho tiempo para prepararla, ya que el sol había tenido que dar sus primeros avisos muchos años antes de la explosión final. Todo lo que habían querido preservar, todos los frutos de su genio, lo habían llevado a aquel Mundo distante en los días que habían precedido al fin, esperando que cualquier otra raza los encontrara y no hiciera caso omiso de ellos.

¡Si hubieran tenido un poco más de tiempo! Podían viajar con soltura de un planeta a otro, pero todavía no habían aprendido a salvar los golfos interestelares; y el sistema solar más cercano se encontraba a cien años luz de distancia.

Aun cuando no hubieran sido tan intranquilizadoramente humanos como mostraban sus esculturas, no hubiéramos podido menos que admirarlos y lamentar su destino. Habían dejado miles de registros visuales y máquinas para proyectar éstos, junto con elaboradas instrucciones gráficas de las que no resultaba difícil deducir su lenguaje escrito. Examinamos muchos de aquellos registros y revivimos con ellos por vez primera en seis mil años la calidez y hermosura de una civilización que había tenido que ser superior a la nuestra de muchas maneras. Acaso habían dejado memoria sólo de lo mejor. Pero sus mundos eran encantadores y sus ciudades habían sido construidas con una gracia que se relacionaba con la de cualquiera de las nuestras. Las contemplamos en pleno funcionamiento y escuchamos su habla musical a través de las centurias. Recuerdo todavía una viva escena: un grupo de niños en un banco de extraña arena azul jugaban con las olas como los niños juegan en la Tierra. 12

Y hundiéndose en el horizonte, todavía cálido, amable y vitalizador, se encontraba aquel sol que pronto habría de trocarse en traidor y de olvidarse de toda aquella felicidad inocente.

Posiblemente, de no haber estado tan lejos de la Tierra y de no habernos encontrado por ende tan propensos a la soledad, no nos habríamos conmovido tanto. Muchos habíamos visto ruinas de antiguas civilizaciones en otros mundos, pero nunca nos habían afectado tan profundamente.

La tragedia era única. Para una raza, sucumbir y decaer era una cosa, como las naciones y las culturas habían hecho en la Tierra. Pero ser destruida tan completamente en pleno florecimiento, sin dejar supervivientes... ¿cómo podía conciliarse ello con la misericordia de Dios?

Mis colegas me preguntaron esto y les di las respuestas que supe. Acaso tú lo habrías hecho mejor, Pader Loyola, pero nada he encontrado en los Ejercicios Espirituales que pueda servirme. No habían sido malvados; no sé a qué dioses adoraban, si acaso adoraban a alguno. Pero los he visto después de muchos siglos y he contemplado durante largos instantes el empeño que pusieron en su último esfuerzo por preservarse mientras ese empeño era iluminado por el sol que estaba amenazado.

Sé las respuestas que me darán mis colegas cuando regrese a la Tierra. Dirán que el Universo no tiene propósito ni plan, puesto que cada año explotan cien soles, en este mismo instante hay una raza en algún lugar del espacio que se encuentra en trance de extinción. Tanto si ha obrado bien como si ha obrado mal en el curso de su existencia, ello no cuenta a la hora definitiva; no hay justicia divina porque no hay Dios.

No obstante, por supuesto, cuanto hemos visto no prueba nada. Quien argumentase así estaría sometido a las leyes de la emoción, no de la lógica. Dios no necesita justificar sus actos ante los hombres. Aquel que hizo el Universo puede destruirlo cuando quiera. Es una arrogancia – peligrosamente próxima a la blasfemia– el decir lo que puede y no puede hacer.

A pesar de los mundos y las civilizaciones incluidas en esta consideración, podría haber aceptado este razonamiento. Pero hay un punto en el que la fe más profunda se resquebraja y, a la sazón, una vez hechos mis cálculos, he alcanzado ese punto.

Antes de llegar a la nebulosa nos era imposible decir cuándo se había producido la explosión. No obstante, a la sazón, gracias a la evidencia astronómica y a los registros encontrados en el planeta superviviente, he podido fechar la catástrofe con precisión. Sé en qué año llegó a la Tierra la luz despedida por aquel estruendo colosal. Sé con qué brillantez lució en los cielos terrestres la supernova cuyo cadáver relampagueaba mortecinamente tras nuestra nave. Sé también lo que ocasionó un resplandor a poca altura, antes del alba, brillando como un faro en el oriente.

Razonablemente no puede haber dudas; el viejo misterio está resuelto por fin. Sin embargo... Señor, había tantas estrellas que pudiste haber usado...

¿Qué necesidad había de llevar a aquellas gentes a la destrucción y de que el signo de su aniquilación resplandeciese sobre Belén? 13

El Centinela

Arthur C. Clarke

El Centinela está considerado, y con justicia, uno de los mejores relatos de Clarke, y aparte sus propios méritos tiene en su haber el haber dado origen a una película clásica del género: el inolvidable 2001 de Kubrick. Clarke, que para muchos es un pésimo novelista pero un magnífico escritor de relatos cortos, es el autor más científico del género, aunque ello no presupone que sea el más académico, puesto que sus ideas son a menudo atrevidas y muy poco ortodoxas a la luz de la ciencia tradicional.

La próxima vez que vean la luna llena allá en lo alto, por el sur, miren cuidadosamente al borde derecho, y dejen que vuestra mirada se deslice a lo largo y hacia arriba de la curva del disco. Alrededor de las 2 del reloj, notarán un óvalo pequeño y oscuro; cualquiera que tenga una vista normal puede encontrarlo fácilmente. Es la gran llanura circundada de murallas, una de las más hermosas de la Luna, llamada Mare Crisium, Mar de las Crisis. De unos quinientos kilómetros de diámetro, y casi completamente rodeada de un anillo de espléndidas montañas, no había sido nunca explorada hasta que entramos en ella a finales del verano de 1966. Nuestra expedición era importante. Teníamos dos cargueros pesados que habían llevado en vuelo nuestros suministros y equipo desde la principal base lunar de Mare Serenitatis, a ochocientos kilómetros de distancia. Había también tres pequeños cohetes destinados al transporte a corta distancia por regiones que no podían ser cruzadas por nuestros vehículos de superficie. Afortunadamente la mayor parte del Mare Crisium es muy llana. No hay ninguna de las grandes grietas tan corrientes y tan peligrosas en otras partes, y muy pocos cráteres o montañas de tamaño apreciable. Por lo que podíamos juzgar, nuestros poderosos tractores oru- ga no tendrían dificultad en llevarnos a donde quisiésemos. Yo era geólogo —o selenólogo, si queremos ser pedantes— al mando de un grupo que exploraba la región meridional del Mare. En una semana habíamos cruzado cien de sus millas, bordeando las faldas de las montañas de lo que había antes sido el antiguo mar, hace unos mil millones de años. Cuando la vida comenzaba sobre la Tierra, estaba ya muriendo aquí. Las aguas se iban retirando a lo largo de aquellos fantásticos acantilados, retirándose hacia el vacío corazón de la Luna Sobre la tierra que estábamos cruzando, el océano sin mareas había tenido 14

en otros tiempos casi un kilómetro de profundidad, pero ahora el único vestigio de humedad era la escarcha que a veces se podía encontrar en cuevas donde la ardiente luz del sol no penetraba nunca. Habíamos comenzado nuestro viaje temprano en la lenta aurora lunar, y nos quedaba aún una semana de tiempo terrestre antes del anochecer. Dejábamos nuestro vehículo una media docena de veces al día, y salíamos al exterior en los trajes espaciales para buscar minerales interesantes, o colocar indicaciones para guía de futuros viajeros. Era una rutina sin incidentes. No hay nada peligroso, ni siquiera especialmente emocionante en la exploración lunar. Podíamos vivir cómodamente durante un mes dentro de nuestros tractores a presión, y si nos encontrábamos con dificultades siempre podíamos pedir auxilio por radio y esperar a que una de nuestras naves espaciales viniese a buscarnos. Cuando eso ocurría se armaba siempre un gran alboroto sobre el malgasto de combustible para el cohete, de modo que un tractor solamente enviaba un SOS en caso de verdadera necesidad. Acabo de decir que no había nada estimulante en la exploración lunar, pero, naturalmente, eso no es cierto. Uno no podía nunca cansarse de aquellas increíbles montañas, mucho más abruptas que las suaves colinas de la Tierra. Cuando doblábamos los cabos y promontorios de aquel desaparecido mar, no sabíamos nunca qué esplendores nos iban a ser revelados. Toda la curva sur del Mare Crisium es un vasto donde veinte ríos iban antes al encuentro del océano, alimentados quizá por las torrenciales lluvias que debieron haber batido las montañas en la breve época volcánica cuando la Luna era joven. Cada uno de aquellos valles era una invitación, retándonos a trepar a las desconocidas tierras altas de más allá. Pero aún nos quedaban más de cien kilómetros por recorrer, y no podíamos hacer otra cosa sino contemplar con nostalgia las alturas que otros deberían escalar. A bordo del tractor seguíamos la hora terrestre, y exactamente a las 22.00 enviábamos el mensaje final por radio, y cerrábamos para el resto del día. Fuera, las rocas ardían todavía bajo el sol casi vertical, pero para nosotros era de noche hasta que nos despertábamos ocho horas más tarde. Entonces uno de nosotros preparaba el desayuno, se oía mucho zumbar de máquinas de afeitar eléctricas, y alguien siempre ponía en marcha la radio de onda corta de la Tierra. En realidad, cuando el olor del tocino frito comenzaba a llenar la cabina, era a veces difícil no creer que estábamos de regreso en nuestro propio mundo, todo era tan normal y casero, excepto por la sensación de poco peso y por la extraña lentitud con que caían los objetos. Me tocaba a mí preparar el desayuno en el rincón de la cabina principal que servía de cocina. Después de tantos años, recuerdo aún vívidamente aquel instante, pues la radio acababa de tocar una de mis melodías favoritas, el viejo aire galés, «David de la Roca Blanca». Nuestro conductor estaba ya fuera en su traje espacial, inspeccionando nuestras bandas oruga. Mi ayudante, Louis Garnett, estaba de pie delante, haciendo algunas anotaciones en el diario de a bordo del día anterior. Mientras estaba de pie junto a la sartén, esperando, como cualquier ama de casa terrestre, que las salchichas se dorasen, dejé que mi mirada se pasease distraídamente por las paredes de la montaña que cubría todo el horizonte meridional, extendiéndose hasta perderse de vista hacia el este y el oeste, por debajo de la curva de la Luna. Parecían estar a unos dos kilómetros del tractor, pero sabía que la más cercana estaba a treinta kilómetros de distancia. En la Luna, como es natural, no hay pérdida de detalle con la distancia, nada de aquella neblina casi imperceptible que suaviza las cosas distantes de la Tierra. Aquellas montañas tenían tres mil metros de altura, y se erguían abruptamente desde la llanura, como si en edades pasadas alguna erupción subterránea las hubiese empujado hasta el cielo a través de la fundida corteza. La base de incluso la más cercana, estaba oculta de la vista por la pronunciada curvatura de la superficie del llano, pues la Luna es un mundo muy pequeño, y el horizonte estaba a solamente tres kilómetros del punto en donde me hallaba. 15

Alcé los ojos hacia las cumbres que ningún hombre había escalado aún, cumbres que, antes de llegar la vida a la Tierra, habían contemplado cómo los océanos en retirada se hundían sombríamente en sus tumbas, llevándose con ellos la esperanza y la temprana promesa de un mundo. La luz del sol batía aquellos baluartes con un resplandor que hería los ojos, y sin embargo, muy poco por encima de ellos las estrellas brillaban fijamente en un cielo más negro que el de una noche de invierno en la Tierra. Apartaba yo la mirada cuando capté un brillo metálico en lo alto de una arista de un gran promontorio que se proyectaba hacia el mar, a unos cincuenta kilómetros hacia el oeste. Era un punto de luz sin dimensiones, como si una estrella hubiese sido arrancada al cielo por una de aquellas crueles cumbres, y me imaginé que alguna superficie lisa de roca recogía el resplandor del sol y lo reflejaba directamente hacia mis ojos. Tales cosas no son raras. Cuando la Luna está en el segundo cuadrante, los observadores en la Tierra pueden ver a veces cómo las grandes cordilleras del Oceanus Procellarum arden con una iridiscencia azul-blanca, al incidir sobre ellas la luz del sol y saltar de un mundo a otro. Pero tuve la curiosidad de saber qué clase de roca era la que tanto brillaba, y subí a la torrecilla de observación e hice girar ha- cia el este nuestro telescopio de diez centímetros. Pude ver lo suficiente para ser tentado. Claros y bien definidos en el campo visual, las cumbres de las montañas parecían estar a solamente un kilómetro, pero lo que fuera que captaba la luz del sol era aún demasiado pequeño para ser resuelto con detalle. Y sin embargo, parecía tener una elusiva simetría, y la cumbre sobre la que se elevaba era extrañamente plana. Contemplé largo rato aquel resplandeciente enigma, forzando mis ojos hacia el espacio, hasta que un olor de quemado procedente de la cocina me indicó que las salchichas de nuestro desayuno habían hecho en vano su viaje de más de un millón de kilómetros. Toda aquella mañana discutimos durante nuestra marcha a través del Mare Crisium, mientras las montañas occidentales se iban elevando hacia el cielo. Incluso cuando estábamos buscando minerales en nuestros trajes espaciales, continuamos la discusión por la radio. Mis compañeros sostenían que era absolutamente cierto que no había habido nunca ninguna forma de vida inteligente en la Luna. Los únicos seres vivientes que habían alguna vez existido allí, eran unas cuantas plantas primitivas y sus antepasados algo menos degenerados. Lo sabía tan bien como cualquier otro, pero hay ocasiones en que un científico no debe temer hacer el ridículo. —Escúchenme —dije al fin—, voy a subir allá arriba, aunque solamente sea para tranquilidad de mi conciencia. Aquella montaña tiene menos de cuatro mil metros de altura — es decir, solamente setecientos para la gravedad de la Tierra— y puedo hacer el recorrido en veinte horas a lo sumo. En todo caso, siempre he tenido ganas de subir a aquellas cumbres, y esto me proporciona una excelente excusa. —Si no te rompes la cabeza —dijo Garnett—, serás el hazmerreír de la expedición cuando volvamos a la Base. Desde ahora en adelante aquella montaña probablemente se llamará «La Locura de Wilson». —No me romperé la cabeza —dije firmemente—. ¿Quién fue el primero en ascender a Pico y a Helicon? —¿Pero no eras bastante más joven en aquellos tiempos? —preguntó suavemente Louis. —Eso —dije con gran dignidad— es otra razón más para ir. Aquella noche nos acostamos temprano, después de conducir el tractor hasta un kilómetro del promontorio. Garnett iba a venir conmigo a la mañana siguiente; era un buen alpinista, y me había acompañado con frecuencia en tales hazañas. Nuestro conductor estaba más que satisfecho con quedarse a cargo de la máquina. A primera vista, aquellos acantilados parecían completamente inaccesibles, pero para cualquiera que tenga la cabeza firme, es fácil trepar en un mundo en donde todos los pesos son solamente el sexto de su valor normal. El verdadero peligro del alpinismo lunar estriba en un 16

exceso de confianza; una caída de cien metros en la Luna puede matar con tanta seguridad como una veinte en la Tierra. Hicimos nuestra primera parada sobre una repisa a unos mil metros sobre el llano. La ascensión no había sido muy difícil, pero mis miembros estaban algo rígidos por el desacostumbrado esfuerzo, y me alegré del descanso. Podíamos todavía ver al tractor como si fuese un pequeño insecto metálico allá a lo lejos, al pie del acantilado, e informamos al conductor sobre la marcha de nuestra ascensión antes de partir de nuevo. De hora en hora nuestro horizonte se fue ensanchando, y una porción cada vez mayor de la llanura se fue haciendo visible. Podíamos ahora ver hasta ochenta kilómetros a través del Mare, incluso las cumbres de las montañas de la costa opuesta, a más de ciento sesenta kilómetros. Pocas llanuras lunares son tan planas como el Mare Crisium, y hasta podíamos imaginarnos que había un mar de agua y no de roca a tres kilómetros por debajo de nosotros. Solamente un grupo de agujeros de cráteres hacia el final del horizonte estropeaba la ilusión. Nuestro objetivo seguía invisible sobre la arista de la montaña, y nos orientábamos por medio de mapas empleando la Tierra como guía. Casi exactamente al este de nosotros, aquel gran creciente de plata pendía bajo sobre la llanura, ya muy en su primer cuadrante. El sol y las estrellas seguirían su lenta marcha a través del cielo y acabarían por desaparecer de la vista, pero la Tierra siempre estaría allí, sin moverse nunca de su lugar fijo, creciendo y menguando a medida que iban pasando los años y las estaciones. Dentro de diez días sería un disco cegador que bañaría aquellas rocas con su resplandor de medianoche, cincuenta veces más brillante que la luna llena. Pero teníamos que salir de las montañas mucho antes de la noche, o nos quedaríamos en ellas para siempre. En el interior de nuestros trajes estábamos confortablemente frescos, pues las unidades de refrigeración combatían al feroz sol y extraían el calor corporal de nuestros esfuerzos. Rara vez nos hablábamos, salvo para comunicarnos instrucciones de escalada, y para discutir nuestro mejor plan de ascensión. No sé lo que pensaba Garnett, probablemente que aquella era la aventura más descabellada en que se había metido en su vida. Yo casi estaba de acuerdo con él, pero el gozo de la ascensión, el saber que ningún hombre había pasado antes por allí y la sensación vivificadora ante el paisaje que se ensanchaba, me proporcionaba toda la recompensa que necesitaba. No creo haberme sentido especialmente agitado cuando vi frente a nosotros la pared de roca que había antes inspeccionado a través del telescopio desde una distancia de cincuenta kilómetros. Se hacía llana a unos veinte metros sobre nuestras cabezas, y allí, sobre la meseta, estaba lo que me había atraído a través de todos aquellos desolados yermos. Casi con seguridad no sería sino una roca astillada hacía siglos por un meteoro en su caída, con sus planos de escisión nuevos y brillantes en aquel incorruptible e inalterable silencio. No había en la roca dónde asirse con las manos, y tuvimos que emplear un pitón. Mis cansados brazos parecieron recobrar nuevas fuerzas cuando hice girar sobre mi cabeza el ancla metálica de tres dientes y la lancé en dirección a las estrellas. La primera vez no agarró, y volvió cayendo lentamente cuando tiramos de la cuerda. Al tercer intento los tres dientes se fijaron fuertemente, y no pudimos arrancarlos aunando nuestros esfuerzos. Garnett me miró ansiosamente. Comprendí que quería ir primero, pero le sonreí desde detrás del vidrio de mi casco, y denegué con la cabeza. Lentamente, sin apresurarme, comencé la ascensión final. Incluso contando mi traje espacial, aquí solamente pesaba unos veinte kilos, de modo que me icé con las manos, sin preocuparme de utilizar los pies. Al llegar al borde me detuve y saludé a mi compañero, luego acabé de subir y me alcé, mirando frente a mí. Deben comprender que hasta aquel momento había estado casi convencido que no podía encontrar allí nada extraño ni desacostumbrado. Casi, pero no del todo; había sido 17

precisamente aquella duda llena de misterio la que me había impulsado hacia adelante. Pues bien, no era ya una duda, pero el misterio apenas había comenzado. Me encontraba ahora sobre una meseta que tendría quizá unos treinta metros de ancho. Había sido lisa en un tiempo —demasiado lisa para ser natural—, pero los meteoros en su cara habían marcado y perforado su superficie en el transcurso de incontables inmensidades de tiempo. Había sido aplanada para soportar una estructura aproximadamente piramidal, de una altura doble de la de un hombre, engastada en la roca. Probablemente ninguna emoción llenó mi mente durante aquellos primeros segundos. Luego sentí una inmensa , y una alegría extraña e inexplicable. Pues yo amaba a la Luna, y ahora sabía que el musgo rastrero de Aristarco y Eratóstenes no era la única vida que había soportado en su juventud. El viejo y desacreditado sueño de los primeros exploradores era cierto. Al fin y al cabo, había habido una civilización lunar, y yo era el primero en encontrarla. El hecho que había llegado quizá cien millones de años demasiado tarde, no me perturbaba; era suficiente haber llegado. Mi mente comenzaba a funcionar normalmente, a analizar y a formular preguntas. ¿Era eso un edificio, un santuario o algo para lo cual mi lenguaje carecía de palabra? Si un edificio, ¿entonces por qué había sido erigido en lugar tan inaccesible? Me preguntaba si podría haber sido un templo, y me imaginaba a los adeptos de algún extraño sacerdocio clamando a sus dioses que les salvasen, mientras la vida de la Luna refluía con los agonizantes océanos: ¡clamando en vano! Adelanté una docena de pasos para examinar más de cerca aquello, pero un cierto instinto de precaución me impidió acercarme demasiado. Sabía algo de arqueología, e intenté adivinar el nivel cultural de la civilización que había alisado aquella montaña, y levantado aquellas brillantes superficies especulares que deslumbraban aún mis ojos. Los egipcios pudieron haberlo hecho, pensé, si sus trabajadores hubiesen poseído los extraños materiales que esos arquitectos, mucho más antiguos, habían empleado. Debido al pequeño tamaño de aquel objeto, no se me ocurrió pensar que quizá estaba contemplando la obra de una raza más adelantada que la mía. La idea que la Luna había poseído alguna inteligencia era aún demasiado inusitada para ser asimilada, y mi orgullo no me permitía dar el último y humillante salto. Y entonces observé algo que me produjo un escalofrío por el cuero cabelludo y la espina dorsal, algo tan trivial e inocente que muchos ni siquiera lo hubiesen notado. Ya he dicho que la meseta presentaba cicatrices de meteoros; estaba también cubierta por algunos centímetros del polvo cósmico que está siempre filtrándose sobre la superficie de todos los mundos donde no hay vientos que lo perturben. Y sin embargo, el polvo y las marcas de los meteoros terminaban abruptamente en un círculo que incluía a la pequeña pirámide, como si una barrera invisible la protegiese de los estragos del tiempo y del lento pero incesante bombardeo del espacio. Algo gritaba en mis auriculares, y me di cuenta que Garnett me había estado llamando desde hacía algún tiempo. Me dirigí vacilante hasta el borde del acantilado, y le señalé para que viniese a unirse conmigo pues no osaba hablar. Luego volví al círculo señalado sobre el polvo. Recogí un fragmento de roca y lo arrojé suavemente hacia el brillante enigma. No me hubiese sorprendido si el guijarro hubiese desaparecido en aquella barrera invisible, pero pareció tocar una superficie lisa, hemisférica, y resbalar suavemente hasta el suelo. Supe entonces que estaba contemplando algo que no tenía equivalente en la antigüedad de mi propia raza. Aquello no era un edificio, sino una máquina, que se protegía con fuerzas que habían desafiado a la eternidad. Aquellas fuerzas, cualesquiera que fuesen, operaban aún, y quizá me había acercado ya demasiado. Pensé en todas las radiaciones que el hombre había capturado y dominado durante el pasado siglo. Podía muy bien ser que estuviese ya tan 18

irrevocablemente condenado como si hubiese entrado en el aura silenciosa y mortífera de una pila atómica sin protección. Recuerdo que entonces me volví hacia Garnett, quien se me había reunido y estaba de pie e inmóvil a mi lado. Parecía haberse olvidado de mí, de modo que no le perturbé, sino que me dirigí hacia el borde del acantilado, esforzándome por ordenar mis pensamientos. Allá abajo estaba el Mare Crisium, extraño y misterioso para la mayoría de los hombres, pero tranquilizadoramente familiar para mí. Levanté los ojos hacia la media Tierra, yaciente en su cuna de estrellas, y me pregunté qué habrían cubierto sus nubes cuando esos desconocidos constructores habían terminado su trabajo. ¿Era la jungla llena de vapores del Carbonífero, la desolada costa sobre la cual debían trepar los primeros anfibios para conquistar la Tierra, o, antes aún, la larga soledad precursora de la llegada de la vida? No me pregunten por qué no adiviné antes la verdad, la verdad que ahora parece tan obvia. En la primera exaltación de mi descubrimiento había asumido sin titubear que aquella aparición cristalina había sido construida por alguna raza perteneciente al remoto pasado de la Luna, pero de repente y con avasalladora fuerza, se hizo en mí la certeza que esta era tan extranjera a la Luna como yo mismo. En veinte años no habíamos encontrado otros vestigios de vida sino unas cuantas plantas degeneradas. Ninguna civilización lunar, cualquiera que hubiese sido su fin, podía haber dejado no más que un solo testimonio de su existencia. Miré nuevamente a la brillante pirámide, y me pareció aún más remota que todo lo que se relacionaba con la Luna. Y de repente sentí que me estremecía con una risa alocada e histérica, ocasionada por la exaltación y el exceso de fatiga; pues me había imaginado que la pequeña pirámide me hablaba diciéndome: «Lo siento, pero yo tampoco soy de aquí.» Hemos tardado veinte años en quebrantar aquella invisible coraza y en llegar a la máquina del interior de aquellas paredes de cristal. Lo que no podíamos comprender, lo rompimos al fin con la salvaje fuerza de la energía atómica, y ahora he visto los fragmentos de aquella hermosa y resplandeciente cosa que encontré en la montaña. Carecen de sentido. Los mecanismos —si es que en realidad son mecanismos— de la pirámide, pertenecen a una tecnología que se encuentra mucho más allá de nuestro horizonte, quizá a la tecnología de las fuerzas parafísicas. El misterio nos obsesiona tanto más ahora que los otros planetas han sido alcanzados, y que sabemos que solamente la Tierra ha sido el hogar de la vida inteligente. Ni tampoco ninguna civilización perdida de nuestro propio mundo pudo nunca haber construido aquella máquina, pues el espesor del polvo meteórico sobre la meseta nos ha permitido calcular su edad. Estaba ya allí, sobre su montaña, antes que la vida hubiese emergido de los mares de la Tierra. Cuando nuestro mundo tenía la mitad de su presente edad, algo procedente de las estrellas pasó a través del Sistema Solar, dejó aquella señal de su paso, y prosiguió su camino. Hasta que la destruimos, aquella máquina seguía cumpliendo la misión de sus constructores; y en cuanto a esa misión, he aquí lo que yo presumo: Hay cerca de cien mil millones de estrellas en el círculo de la Vía Láctea, y hace mucho tiempo que otras razas en los mundos de otros soles deben haber alcanzado y superado las alturas que nosotros hemos alcanzado. Piensen en tales civilizaciones, lejanas en el tiempo, en el resplandor mortecino que siguió a la Creación, dueñas de un Universo tan joven que la vida había llegado solamente a un puñado de mundos. De ellas hubiese sido una soledad que no podemos imaginarnos, la soledad de dioses que buscan a través del infinito, y que no encuentran a nadie con quien compartir sus pensamientos. Debieron haber estado buscando por los racimos de estrellas del modo que nosotros rebuscamos por entre los planetas. Debía haber mundos por todas partes, pero debían estar vacíos, o poblados de cosas rastreras y sin mente. Tal era nuestra propia Tierra, con el humo de sus grandes volcanes que manchaba aún su cielo, cuando aquella primera nave de los 19

pueblos de la aurora llegó desde los abismos de más allá de Plutón. Pasó los helados mundos externos, sabiendo que la vida no podría desempeñar parte alguna en sus destinos. Se detuvo entre los planetas interiores, calentándose al calor del Sol y esperando a que comenzasen sus historias. Aquellos vagabundos debieron haber contemplado la Tierra, que giraba en la estrecha zona entre el hielo y el , y debieron adivinar que era el favorito entre los hijos del Sol. Aquí habría inteligencia; pero tenían incontables estrellas delante de sí, y quizá nunca más volviesen por aquí. Y así fue que dejaron un centinela, uno de los millones que han dispersado por todo el universo, para que vigilen los mundos con promesa de vida. Era un faro que a través de las edades ha venido señalando pacientemente el hecho que nadie lo había descubierto. Quizá comprenderán por qué fue colocada aquella pirámide de cristal sobre la Luna en lugar de sobre la Tierra. A sus constructores no les interesaban las razas que estaban aún luchando por salir del salvajismo. Solamente les interesaría nuestra civilización si demostrábamos nuestra aptitud para sobrevivir, cruzando el espacio y escapándonos así de nuestra cuna, la Tierra. Ése es el reto con que todas las razas inteligentes tienen que en- frentarse, más tarde o más temprano. Es un reto doble, pues depende a su vez de la conquista de la energía atómica y de la última elección entre la vida y la muerte. Una vez que hubiésemos superado aquella crisis sería solamente cuestión de tiempo el que encontrásemos la pirámide y la abriésemos. Ahora habrán cesado sus señales, y aquellos cuyo deber sea éste estarán dirigiendo sus mentes hacia la Tierra. Quizá deseen ayudar a nuestra joven civilización. Pero deben ser muy, muy viejos, y los viejos tienen con frecuencia una envidia loca de los jóvenes. No puedo nunca mirar la Vía Láctea sin preguntarme de cuál de aquellas compactas nubes de estrellas vendrán los emisarios. Si me perdonan un símil tan prosaico, diré que hemos roto el cristal de la alarma de bomberos, y no nos queda más que hacer sino esperar. Y no creo que tengamos que esperar mucho.

Frases celebres de Arthur C. Clarke

"Que inapropiado llamar Tierra a este planeta, cuando es evidente que debería llamarse Océano." "Puede que nuestro papel en este planeta no sea alabar a Dios sino crearlo." "Cuando un científico prestigioso pero anciano afirma que algo es imposible, lo más probable es que esté equivocado." "Esta es la primera época que ha prestado mucha atención al futuro, lo cual no deja de ser irónico, ya que tal vez no tengamos ninguno." "El futuro no es ya lo que solía ser."

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Entrevista a Sir Arthur C. Clarke: “La Humanidad sobrevivirá a la avalancha de información”

Por Nalaka Gunawardene

Sir Arthur C. Clarke es conocido como el más grande de los escritores de ciencia ficción y un viviente visionario de nuestros tiempos. Su obra durante las pasadas seis décadas —más de 100 libros, 1000 artículos e historias cortas- no solo ha ayudado a la humanidad a encontrar su camino en tiempos de cambios rápidos, sino también ha discutido las implicaciones sociales y culturales de la tecnología. En 1945, con tan sólo veintitantos años, fue el primero en proponer el concepto del uso de redes de satélites en la órbita terrestre para la televisión y las comunicaciones. Su visión se convirtió en realidad a mitad de los años 60, y dentro de una misma generación, la Humanidad ha llegado a confiar de forma crítica en las redes de satélites de comunicación colocados en lo que actualmente se conoce la Orbita Clarke, alrededor de 39600 kilómetros sobre la Tierra. Sus libros de ciencia ficción y los hechos de la ciencia han inspirado a generaciones de astronautas, científicos e inventores tecnológicos. Entre ellos está Tim Berners-Lee, el ingeniero informático británico que inventó la World Wide Web, inspirado por un relato que Clarke escribió en sus años de adolescencia ('Marque F para Frankenstein'). En la víspera de la WSIS (La Cumbre mundial sobre la Sociedad de la Información) y días antes de su 86 cumpleaños, Sir Arthur C. Clarke ha conversado con el escritor científico Nalaka Gunawardene en su casa de Colombo, Sri Lanka. Usted inventó las comunicaciones por satélite e inspiró la WWW mediante uno de sus relatos cortos. ¿Se pregunta sobre las fuerzas y procesos que Ud. Ha ayudado a desencadenar? Como le he dicho, si yo no hubiera propuesto la idea de los satélites de comunicación geosíncronos en 1945, alguien lo habría hecho tarde o temprano. Era un concepto bastante obvio. Yo no esperaba ver que los satélites de comunicación se convirtieran en una realidad en tan sólo dos décadas. Pero como especie tenemos un profundo deseo de comunicarnos —luego si algo es tecnológicamente viable, lo conseguiremos tarde o temprano. Si usted duda de esto, solo tiene que pensar en cuán rápido se ha extendido Internet. A veces pienso en cómo pasábamos el tiempo libre antes de que llegaran la televisión por satélite e Internet... y entonces me doy cuenta de que he pasado más de la mitad de mi vida en los 'tiempos oscuros'! Los satélites, la televisión, Internet, los teléfonos móviles, correo electrónico —todo ello es la respuesta tecnológica al profundamente arraigado deseo humano 21

de comunicarnos y acceder a la información. Una vez alcanzado un progreso sin precedentes en el campo de las comunicaciones durante el último medio siglo, debemos parar a pensar en las implicaciones sociales, culturales e intelectuales de lo que hemos creado. Usted ha sido un ardiente defensor del uso de la televisión por satélite para la educación y la información. ¿Cree que los canales por satélite de hoy día cumplen las expectativas?

Sin duda alguna, la televisión es el más maravilloso de los medios de comunicación jamás inventado —puede ser usado para educar, informar, entretener e incluso inspirar. Pero gran parte del contenido de la televisión se ha ganado justamente su etiqueta genérica, el 'Gran Vertedero'. Pero no estoy me extrañan los ataques a la televisión debido a algunos programas verdaderamente espantosos. Creo que todos los programas de televisión tienen algún contenido educativo. El tubo de rayos catódicos —y ahora la pantalla de plasma- es una ventana abierta al mundo. Muchas veces es una ventana tenebrosa, pero poco a poco he llegado a la conclusión de que haciendo balance, incluso la mala televisión es preferible a ninguna televisión en absoluto. Obviamente, tenemos que trabajar muy duro para mejorar el contenido de los programas de televisión. No hace mucho tiempo, tuve la reconfortante tarea de usar enlaces de satélites para dirigirme a Rupert Murdoch y Ted Turner (¡aunque no al mismo tiempo!). Les di algún consejo sobre el buen y el mal uso de la televisión por satélite. Recuerdo que hace muchos años, un primer ministro británico había acusado a los magnates de los periódicos de disfrutar del 'privilegio de la ramera a lo largo de los tiempos —poder sin responsabilidad', yo diría hoy, que la pantalla de televisión es más poderosa que la noticia impresa, y digan lo que digan, la responsabilidad debería figurar siempre como resultado final. ¿Defiende usted una regulación más estricta de la televisión por satélite e Internet? Creo que es tecnológicamente imposible para ningún gobierno poder controlar (directamente) transmisiones procedentes de la órbita terrestre. Algunos países han prohibido las antenas parabólicas privadas, otros han experimentado con el bloqueo de Internet, pero a largo plazo la gente encontrará maneras ingeniosas para esquivar estos controles. No, la prohibición no es la respuesta. Ya que frecuentemente sufrimos el azote de la contaminación de la información, encontramos difícil imaginar su incluso más mortal opuesto —la carencia de información. Me siento muy molesto cuando escucho discusiones — normalmente de aquellos que han sido educados más allá de su inteligencia- sobre las virtudes de mantener felices a las personas dejándolas en la ignorancia. Sobre la idea de mantener a la televisión al margen, déjeme citar una fuente inesperada. Durante los últimos años 50, South África fue el único país rico en el mundo que no tenía una televisión nacional. El ministerio a cargo de las emisiones rechazó inexorablemente tenerla. "La televisión significará el final del hombre blanco en África", dijo. Esto fue una observación extremadamente perspicaz. Desde su punto de vista, el ministerio estaba perfectamente en lo cierto. Si el lápiz es más poderoso que la espada, la cámara puede ser más poderosa que ambos. No me sorprendería si todos los gobiernos, tanto si son liberales o no, hicieran algún intento de controlar —o manipular- lo que aparece en la televisión. Pero los satélites de comunicación e Internet han hecho mucho más difícil para los gobiernos realizar una censura. ¿Está usted totalmente opuesto a cualquier forma de censura? La censura es un fenómeno complejo, y es difícil hacer un juicio generalizado. Hay veces en las que, en el interés de la mayoría, algún tipo de censura puede ser usada durante un tiempo. Realmente, hay asuntos sobre los que virtualmente todo el mundo está de acuerdo en censurar. 22

Pornografía sádica, incitación a la violencia contra minorías raciales o étnicas son dos ejemplos. Pero lo que no podemos hacer es luchar por una sociedad de la información sin permitir el libre flujo de información, lo cual es un primer requisito. Simplemente tenemos que convertirnos en mejores gestores, navegadores y usuarios de información —digamos que lo que necesitamos es madurez en el tratamiento de la información.

La Era de la Información ha abierto muchas puertas para nuestras mentes ávidas por explorar. Ahora, la cuestión no es tanto '¿Qué información quiero?', sino '¿Qué información es la que no quiero?'. Nunca antes en nuestra historia hemos sido capaces de disfrutar de tan tremenda cantidad de esa sencilla y humana libertad de elección. Ahora nos enfrentamos a la responsabilidad de discernir. Tal y como nuestros antepasados sabían perfectamente que nadie les iba a forzar a leer una biblioteca completa con miles de libros, nosotros estamos dando la alarma inicial del peso absoluto de la información disponible —y entendiendo que no es la información en sí misma lo que determina nuestro futuro, sino solamente el uso que podemos hacer de ella. Con lo cual usted confía en que la Humanidad sobrevivirá a la actual avalancha de información. Sin duda alguna. Hay quien está genuinamente alarmado por la inmensa cantidad de información disponible para nosotros en Internet, la televisión u otros medios. Para estas personas, puedo ofrecer un pequeño consuelo, sugiriéndoles que se pongan en el lugar de nuestros antepasados en el tiempo en que fue inventada la imprenta. 'Oh, Dios mío!, exclamaban, 'ahora podrá haber miles y miles de libros. ¿Cómo los vamos a leer todos?' Sorprendentemente, la historia nos ha enseñado que nuestra especie sobrevivió a la primera avalancha de información, y podríamos decir, incluso, que avanzó gracias a ella. No estoy demasiado preocupado con la proliferación de información si se usa con el propósito para el que se ha creado. La tecnología conlleva una responsabilidad que estamos obligados a considerar. ¿Qué hay de la División Digital que las Tecnologías de la Información y las Comunicaciones han ayudado a crear? Una preocupación grande es que no todos nosotros tenemos los mismos beneficios de estas tecnologías. La revolución en las comunicaciones ha pasado de largo de decenas de millones de personas, y algo se debería hacer al respecto. Estamos alcanzando el punto en nuestra evolución tecnológica en el que podemos —y debemos- dedicar más tiempo y recursos a resolver problemas como la pobreza, pérdida de la privacidad y la desigualdad. Virtualmente todo lo que deseamos hacer en el campo de las comunicaciones es en este momento tecnológicamente posible. Las únicas limitaciones son financieras, legales o políticas. En un tiempo, estoy seguro, la mayoría de estas también desaparecerán — dejándonos únicamente con las limitaciones que nuestra propia moralidad nos imponga. ¿Espera realmente que los líderes políticos y empresariales de hoy día tomen decisiones y elecciones moralmente correctas? Bien, esperemos que lo hagan, en el interés de todo el mundo!. Frecuentemente me describo a mí mismo como optimista. Yo creía que la raza humana tenía el 51 por ciento de posibilidades de supervivencia. Desde el fin de la Guerra Fría, he revisado esa estimación al 60 o el 70 por ciento. Tengo una gran fe en el optimismo como una filosofía, si simplemente nos ofrece la oportunidad de cumplirnos profecías. 23

La Era de la Información ofrece mucho a la Humanidad, y me gustaría pensar que vamos a remontar los desafíos que presenta. Pero es vital recordar que la información —en el sentido de los datos en bruto- no es conocimiento; que el conocimiento no es sabiduría; y que la sabiduría no es perspicacia. Pero la información es el primer paso esencial para todo lo demás. ¿No es un peligro que las herramientas tecnológicas pueden hacer creer a los que toman decisiones que las máquinas pueden resolver todos los problemas?

Seguro. Los ICTs deberían ser una parte de una solución muy amplia que necesita ser aplicada con cuidado y atención. Las tecnologías de la información y las comunicaciones deberían ser parte de la solución, pero no la única solución. Siempre ha habido discrepancias en el mundo —la división digital es sencillamente la última manifestación- Creo que tenemos que dar algunos pasos atrás desde la bomba digital, y primero intentar saltar a la 'División Analógica', que por tanto tiempo ha afectado a las comunidades y países menos preparados. Un ordenador en cada aula es una meta noble —siempre que haya una aula física en primer lugar. Un ordenador multimedia con conexión a Internet tiene un uso muy limitado en una escuela cuyos techos tienen goteras -o que ni siquiera tienen techo. La máxima prioridad en estos casos es tener la infraestructura básica y los profesores adecuados. Y tenemos que ser cuidadosos para no crear nuevos problemas mientras resolvemos los ya existentes. La era de la información ha sido dirigida y dominada por una pequeña armada de individuos que han reformado nuestro mundo más rápido que cualquier líder político jamás lo ha hecho. Y esta ha sido la parte fácil. Ahora tenemos que aplicar estas tecnologías para salvar vidas, mejorando las viviendas y sacar a millones de personas de la miseria y el sufrimiento. En otras palabras, nuestro objetivos debe ser redirigidos de los — al débil. ¿Qué mejoras tecnológicas puede prever en el futuro próximo en las Tecnologías de la Información y las Comunicaciones? Es difícil pensar en algo que no vayamos a ser capaces de hacer con estas tecnologías en el futuro próximo —cuando todo nuestro actual hardware está conectado mediante constelaciones de satélites en órbita. Por supuesto, como las memorias y los anchos de banda siguen creciendo, seremos capaces de hacer las mismas funciones más rápidamente y mejor, aunque algunos cuellos de botella deberían ser solventados. Veo el reconocimiento de voz como el mayor paso hacia delante —que también superarán las actuales limitaciones de alfabetización y harán los ICTs verdaderamente accesibles para millones de personas. Los sistemas de reconocimiento de voz que se están poniendo en uso evita los teclados a los usuarios, y pueden dictar órdenes directamente. Pero estos sistemas todavía tienen algunas limitaciones: mientras son muy valiosos para los que trabajan solos, ¡imagínese el caos que se puede generar en una oficina llena de gente hablando! Además, el software tiene que competir con una enorme diversidad de acentos en los que se habla un mismo lenguaje. No puedo resistirme a citar mi propio primer intento de configurar uno de los mejores sistemas que hay en la actualidad. Cuando dije 'Ahora es el momento para que todos los buenos hombres vengan a ayudar al grupo', el programa reveló su impresionante vocabulario con una sorprendente incorrección política: 'Ahora es el momento para que todos los hombre buenos vengan a ayudar al apartheid'1

1 (NdT: En inglés, el programa confundió las palabras party —grupo- y apartheid)

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Pero es sencillamente una cuestión de tiempo antes de que la capacidad mejore, y las aplicaciones de reconocimiento de voz proliferarán. Mejores y más sensibles sistemas de reconocimiento de voz allanarán las dificultades actuales y nos harán menos dependientes de los teclados. ¿Qué viene después? ¿Ordenes directas desde el cerebro? Sí, el dispositivo input-output definitivo ignoraría todos los órganos sensitivos del cuerpo y proveería señales directamente al cerebro. Exactamente cómo se conseguirá es cosa de los bioingenieros, pero en '3001: La Odisea Final', describí precisamente un dispositivo de ese tipo, a quien llamé 'Braincap'. Un factor que podría retrasar su implantación a nivel general es que el que lo lleve puesto probablemente tendría que ser completamente calvo para poder usar el casco herméticamente cerrado. Por lo que la fabricación de peluquines se convertirá en un gran negocio en algunas décadas.... Finalmente, como escritor, ¿cómo cree que las ICTs cambiarán el uso del lenguaje? Los cambios son más perversos y más dramáticos de lo que nos damos cuenta. Yo no envío mensajes de texto por teléfono móvil, pero entiendo que eso ha dado lugar a la aparición de nuevas abreviaciones en Inglés. Los ordenadores han generado palabras y frases en nuestro lenguaje, las cuales han sido — carentes de significado tan solo hace unas pocas décadas. ¿Podrían haber entendido nuestros abuelos tu angustiado grito de socorro "Mi laptop ha petado?" Y ¿qué habrían hecho ellos con palabras como 'megabytes', 'hard drives', 'back ups' o 'Googling? Toma, por ejemplo, el uso principal de la palabra 'bota' (en inglés 'boot') en la actualidad. Según la leyenda IT, el nombre 'bota' fue transformado en un verbo cuando se hizo necesario darle la patada a un ordenador contumaz para ponerlo en su sitio. Y tenemos otro ejemplo de una palabra familiar que ha cambiado su significado completamente —¿Qué habría pensado una madre de principios del siglo XX si le dijera que su nieto pasaría la mayoría de su tiempo —en el trabajo y también en los juegos- acariciando a un ratón?

por Nalaka Gunawardene | Traducción de Jaime Paz tomado de http://seniorstoluca.blogspot.com/

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La Ultima Orden Arthur C. Clarke

-...Os habla el presidente. El hecho de que estéis oyendo este mensaje significa que ya he muerto y que nuestro país ha sido destruido. Pero vosotros sois soldados... sois los más adiestrados de toda nuestra historia. Vosotros sabéis obedecer órdenes. Ahora tenéis que obedecer la más dura que jamás habéis recibido... ¿Dura? Pensó el primer oficial de radar amargamente. No; ahora sería fácil, dado que habían visto la tierra que amaban abrasada por el fuego de multitud de soles. Ya no cabían las vacilaciones ni los escrúpulos de que la venganza de los dioses cayera igualmente sobre inocentes y culpables. Pero, ¿por qué, por qué se había dejado para tan tarde? -...Sabéis con qué propósito se os designó girar en una órbita secreta al otro lado de la Luna. Consciente de vuestra existencia, pero sin poder estar nunca seguro de vuestra situación, el agresor dudaría en lanzar un ataque contra nosotros. Vosotros estabais destinados a ser la suprema fuerza disuasoria fuera del alcance de las bombas sísmicas que podían triturar los misiles enterrados en los silos y aplastar los submarinos nucleares que merodeaban por el lecho marino. Aún quedabais vosotros para replicar, en caso de que todas las demás armas nuestras fueran destruidas... Como lo han sido, se dijo el capitán. Había visto apagarse las luces una a una en el cuadro de operaciones, hasta que no quedó una sola. Muchos, quizá, habían cumplido con su deber; de no ser así, no tardaría él en completar la misión que hubieran dejado a medias. Nada de lo que hubiera resistido el primer contraataque sobreviviría después del golpe que se disponía a dar él. 26

-...Sólo por accidente o por un acto de locura podía empezarse la guerra, ante la amenaza que vosotros representabais. Esa ha sido la teoría en la que hemos apostado nuestras vidas, y ahora, por razones que nunca sabremos, hemos perdido la partida... El jefe astrónomo dejó vagar su mirada por el pequeño portillo que tenía a un lado, en el cuarto de control central. Sí; desde luego que habían perdido. Allí estaba la Tierra, suspendida en un espléndido creciente plateado, recortándose sobre un fondo de estrellas. A primera vista, nada parecía haber cambiado; pero si se miraba por segunda vez, se veía que no era así... porque su lado nocturno no estaba completamente a oscuras. Punteando su superficie, brillando como una fosforescencia maligna, se elevaban los mares llameantes de lo que habían sido las ciudades. No eran muchos ahora, porque quedaban pocas sin arder. La voz familiar seguía hablando todavía desde el otro lado de la tumba. ¿Cuánto haría, se preguntaba el oficial de transmisiones, que se había grabado este mensaje? ¿Y qué otras órdenes selladas contendría la computadora superhumana del fuerte, que ya no escucharían jamás porque se referían a situaciones militares que no se podían volver a suscitar? Hizo retornar su espíritu de los mundos que podían haber sido para enfrentarlo con la aterradora y aún inimaginable realidad. -...Si hubiéramos sido derrotados, pero no destruidos, habríamos podido utilizaros como elemento de negociación. Ahora, hasta esa pobre esperanza se ha perdido... y con ella se ha perdido también el último fin por el que habéis sido destinados aquí, en el espacio. ¿Qué quiere decir?, pensó el oficial de armamento. Evidentemente, era ahora cuando había llegado el momento de su destino. Los millones que habían muerto, los millones que deseaban haber muerto... todos serían vengados cuando los negros cilindros de las bombas giganton cayeran en espiral sobre la Tierra. Casi pareció que el hombre que ahora había regresado al polvo había leído sus pensamientos. -...Os preguntareis por qué, ahora que ha sucedido todo esto, no les he dado orden de contraatacar. Se lo voy a decir. Ahora ya es demasiado tarde. La fuerza disuasoria ha fallado. Nuestra patria ya no existe, y la venganza no puede devolver la vida a los muertos. Ahora que ha sido destruida media humanidad, destruir la otra mitad sería una locura impropia de seres inteligentes. Las disputas que nos dividían hace veinticuatro horas ya no tienen ningún sentido. En la medida en que lo permitan vuestros corazones, debéis olvidar el pasado. Vosotros tenéis técnicas y conocimientos que necesitará desesperadamente el planeta destrozado. Utilizad las dos cosas sin escatimar esfuerzo, sin amargura, con el fin de reconstruir el mundo. Os previne que vuestra misión sería difícil, pero ésta es mi última orden. Lanzareis vuestras bombas al espacio y las haréis estallar a diez millones de kilómetros de la Tierra. Esto demostrará a nuestro antiguo enemigo, que está recibiendo también este mensaje, que habéis renunciado a vuestras armas. Luego tendréis una cosa más que hacer. Hombres del Fuerte Lenin, el presidente del Soviet Supremo os desea buena suerte y os ordena que os pongáis a la disposición de los Estados Unidos.

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Crimen en Marte Arthur C. Clarke

- En Marte hay poca delincuencia - observó el inspector Rawlings con tristeza -. En realidad, éste es el motivo principal de que regrese al Yard. De quedarme aquí más tiempo, perdería toda mi práctica. Estábamos sentados en el salón del observatorio principal del espaciopuerto de Phobos, mirando las grietas resecas por el sol de la diminuta luna de Marte. El cohete transbordador que nos había traído desde Marte se había marchado diez minutos antes y ahora iniciaba la larga caída hacia el globo color ocre que colgaba entre las estrellas. Media hora más tarde, subiríamos a la nave espacial en dirección a la Tierra..., planeta en el que la mayoría de pasajeros nunca habían puesto los pies, si bien aún lo llamaban «su patria» - Al mismo tiempo - continuó el inspector -, de vez en cuando se presenta un caso que presta interés a la vida. Usted, señor Maccar, es tratante en arte, y estoy seguro que habrá oído hablar de lo ocurrido en la Ciudad del Meridiano hace un par de meses. - No creo - dijo el individuo regordete y de tez olivácea al que había tomado por otro turista de regreso. Por lo visto, el inspector ya había examinado la lista de pasajeros; me pregunté qué sabría de mí y traté de tranquilizar mi conciencia, diciéndome que estaba razonablemente limpia. Al fin y al cabo, todo el mundo pasaba algo de contrabando por la aduana de Marte... - La cosa se acalló - prosiguió el inspector -, pero hay asuntos que no pueden mantenerse en secreto largo tiempo. Bien, un ladrón de joyas de la Tierra intentó robar del Museo de Meridiano el mayor de los tesoros... la Diosa Sirena. - ¡Eso es absurdo! - objeté -. Naturalmente, no tiene precio... pero no es más que un pedazo de roca arenisca. Lo mismo podrían querer robar La Mona Lisa. - Eso ya ha ocurrido también - sonrió sin alegría el inspector -. Y tal vez el motivo fuese el mismo. Hay coleccionistas que pagarían una fortuna por tal objeto, aunque sólo fuese para contemplarlo en secreto. ¿No está de acuerdo, señor Maccar? 28

- Muy cierto - aseguró el experto en arte -. En mi profesión, hallamos a toda clase de chiflados. - Bien, ese individuo, que se llama Danny Weaver, debía recibir una buena suma por el objeto. Y a no ser por una fantástica mala suerte, habría llevado a cabo el robo. El sistema de altavoces del espaciopuerto dio toda clase de excusas por un leve retraso debido a la última comprobación del combustible, y pidió a varios pasajeros que se presentasen en información. Mientras esperábamos que callase la voz, recordé lo poco que sabía de la Diosa Sirena. Aunque no había visto el original, llevaba una copia, como la mayoría de turistas, en mi equipaje. El objeto llevaba el certificado del Departamento de Antigüedades de Marte garantizando que «se trata de una reproducción a tamaño natural de la llamada Diosa Sirena, descubierta en el mar Sirenium por la Tercera Expedición, en 2012 después de Cristo (23 D.M.)» Era raro que un objeto tan pequeño causara tantas discusiones. Medía Poco más de veinte centímetros de altura, y nadie miraría el objeto dos veces de hallarse en un museo de la Tierra. Se trataba de la cabeza de una joven, de rasgos levemente orientales, con el cabello rizado en abundancia cerca del cráneo, los labios entreabiertos en una expresión de placer o sorpresa... y nada más. Pero se trataba de un enigma tan misterioso que había inspirado un centenar de sectas religiosas, haciendo enloquecer a varios arqueólogos. Ya que una cabeza tan perfectamente humana no podía ser hallada en Marte, cuyos únicos seres inteligentes eran crustáceos... «langostas educadas», como los llamaban los periódicos. Los aborígenes marcianos nunca habían inventado el vuelo espacial, y su civilización desapareció antes de que el hombre apareciera sobre la Tierra. Sin duda, la Diosa es ahora el misterio Número Uno del sistema solar. Supongo que la respuesta no la obtendrán durante mi existencia..., si llegan a obtenerla. - El plan de Danny era sumamente simple - prosiguió el inspector -. Ya saben ustedes lo muertas que quedan las ciudades marcianas en domingo, cuando se cierra todo y los colonos se quedan en casa para ver la televisión de la Tierra. Danny confiaba en esto cuando se inscribió en el hotel de Meridiano Oeste, la tarde del viernes. Tenía el sábado para recorrer el museo, un domingo solitario para robar, y el lunes por la mañana sería otro de los turistas que saldrían de la ciudad... »A primera hora del domingo cruzó el parque, pasando al Meridiano Este, donde se alza el museo. Por si no lo saben, la ciudad se llama del Meridiano porque está exactamente en el grado 180 de longitud; en el parque hay una gran losa con el Primer Meridiano grabado en ella, para que los visitantes puedan ser fotografiados de pie en los dos hemisferios a la vez. Es asombroso cómo estas niñerías divierten a la gente. »Danny pasó el día recorriendo el museo como cualquier turista decidido a aprovecharse del valor de la entrada. Pero a la hora de cierre no se marchó, sino que se escondió en una de las galerías no abiertas al público, donde estaban disponiendo una reconstrucción del período del último canal, que por falta de dinero no habían terminado. Danny se quedó allí hasta medianoche, por si todavía había en el edificio algún investigador entusiasta. Luego abandonó el escondite y puso manos a la obra. - Un momento - le interrumpí -. ¿Y el vigilante nocturno? - ¡Mi querido amigo! En Marte no existen esos lujos. Ni siquiera hay señal de alarma en el museo porque, ¿quién quiere robar trozos de piedra? Cierto, la Diosa estaba 29

encerrada en una vitrina de metal y cristal, por si algún cazador de recuerdos se entusiasmaba con ella. Pero aun en el caso de ser robada, el ladrón no podría ocultarla en ninguna parte, y, claro está, todo el tráfico de entrada y salida de Marte será registrado. Esto era exacto. Yo había pensado en términos de la Tierra, olvidando que cada ciudad de Marte es un pequeño mundo cerrado por debajo del campo de fuerzas que la protege del casi vacío congelador. Más allá de las protecciones electrónicas existe sólo el vacío altamente hostil del exterior marciano, donde un hombre sin protección moriría en pocos segundos. Y esto facilita las leyes de seguridad. - Danny poseía una serie de herramientas excelentes, tan especializadas como las de un relojero. La principal era una microsierra no mayor que un soldador, con una hoja sumamente delgada, impulsada a un millón de ciclos por segundo, gracias a un motor ultrasónico. Cortaba el cristal o el metal como mantequilla... y sólo dejaba el corte del espesor de un cabello. Lo importante para Danny era no dejar rastro de su labor. »Ya habrán adivinado cómo pensaba operar. Cortaría la base de la vitrina y sustituiría el original por una de las copias de la Diosa. Tal vez transcurriesen un par de años antes de que un experto descubriera la verdad, y entonces el original ya estaría en la Tierra, disimulado como una copia, con un certificado de autenticidad. Listo, ¿eh? »Debió ser algo espantoso trabajar en aquella galería a oscuras, con todos aquellos pedruscos de millones de años de antigüedad, todos aquellos inexplicables artefactos a su alrededor. En la Tierra, un museo ya es bastante siniestro de noche, pero... es humano. Y la Galería Tres, donde está la Diosa, resulta especialmente inquietante. Está llena de bajorrelieves con animales increíbles luchando entre sí; parecen avispas gigantes, y la mayoría de paleontólogos niegan que hayan existido alguna vez. Pero, imaginarios o no, pertenecieron a este mundo, y no trastornaron tanto a Danny como la Diosa, que le miraba a través de las edades, desafiándole a que explicara la presencia de ella allí. Y esto le daba escalofríos. ¿Cómo lo sé? El me lo confesó. »Danny empezó a trabajar con la vitrina con el mismo cuidado con que un diamantista se dispone a cortar una gema. Tardó casi toda la noche en rajar la trampilla, y amanecía cuando descansó, guardándose la microsierra. Aún faltaba mucho que hacer, pero la parte más penosa había terminado. Colocar la copia en la vitrina, comprobar su aspecto con las fotos que llevaba consigo y ocultar todas las huellas le ocuparía gran parte del domingo, pero esto no lo inquietaba en absoluto. Le quedaban otras veinticuatro horas y recibiría con agrado la llegada de los primeros visitantes del lunes, momento en que podría mezclarse con ellos y salir de allí. »Fue un tremendo golpe para su sistema nervioso, por tanto, cuando a las ocho y media abrieron las enormes puertas y el personal del museo, ocho en total, se dispusieron a iniciar el día de trabajo. Danny corrió hacia la salida de emergencia, abandonándolo todo: herramientas, la Diosa... todo. »Y se llevó otra enorme sorpresa al verse en la calle; a aquella hora debía estar completamente desierta, con todo el mundo en casa leyendo los periódicos dominicales. Pero he aquí que los habitantes de Meridiano Este se encaminaban hacia las fábricas y oficinas, como en cualquier día normal de trabajo. »Cuando el pobre Danny llegó al hotel ya le aguardábamos. No hacía falta ser un lince para comprender que sólo un visitante de la Tierra, y uno muy reciente había pasado 30

por alto el hecho que constituye la fama de la Ciudad del Meridiano. Y supongo que ustedes ya lo habrán adivinado. - Sinceramente, no - objeté -. No es posible visitar todo Marte en seis semanas, y nunca pasé del Syrtis Mayor. - Pues es sumamente sencillo, aunque no podemos censurar excesivamente a Danny, puesto que incluso los habitantes del planeta caen ocasionalmente en la misma trampa. Es una cosa que no nos preocupa en la Tierra, donde hemos solucionado el problema con el océano Pacífico. Pero Marte, claro está, carece de mares; y esto significa que alguien se ve obligado a vivir en la Línea de Fecha Internacional... »Danny planeó el robo desde Meridiano Oeste... Y allí era domingo, claro... y seguía siendo domingo cuando lo atrapamos en el hotel. Pero en el Meridiano Este, a menos de un kilómetro de distancia, sólo era sábado. ¡El pequeño cruce del parque era toda la diferencia! Repito que fue mala suerte. Hubo un largo momento de silencio. - ¿Cuánto le largaron? - inquirí al fin. - Tres años - repuso el inspector. - No es mucho. - Años de Marte..., casi seis de los nuestros. Y una multa que, por exacta coincidencia, es exactamente el precio del billete de regreso a la Tierra. Naturalmente, no está en la cárcel... pues en Marte no pueden permitirse tales gastos. Danny tiene que trabajar para vivir, bajo una vigilancia discreta. Les dije que el museo no podía pagar a un vigilante nocturno, ¿verdad? Bien, ahora tiene uno. ¿Adivinan quién? - ¡Todos los pasajeros dispónganse a subir a bordo dentro de diez minutos! ¡Por favor, recojan sus maletas! - ordenó el altavoz. Cuando empezamos a avanzar hacia la puerta, me vi impulsado a formular otra pregunta: - ¿Y la persona que contrató a Danny? Debía respaldarle mucho dinero. ¿Le atraparon? - Aún no; la persona, o personas, han borrado las huellas completamente, y creo que Danny dijo la verdad al declarar que no podía darnos ninguna pista. Bien, ya no es mi caso. Como dije, regreso al Yard. Pero un policía siempre tiene los ojos bien abiertos... como un experto en arte, ¿eh, señor Maccar? Oh, parece haberse puesto un poco verde en torno a las branquias. Tómese una de sus tabletas contra el mareo espacial. - No, gracias - repuso el señor Maccar -, estoy muy bien. Su tono era desabrido; la temperatura social parecía haber descendido por debajo de cero en los últimos minutos. Miré al señor Maccar y al inspector. Y de pronto comprendí que la travesía sería muy interesante.

“Que te vaya bien, mi clon” 31

Abril 17, 2008 El obituario de Arthur C. Clarke que escribí para la revista Arcadia de este mes. h2blog

El viaje final

Arthur C. Clarke, uno de los más reconocidos escritores de ciencia ficción de todos los tiempos, visionario, físico, matemático, inventor del concepto de satélites geoestacionarios de comunicación (la órbita de Clarke fue bautizada en su honor, al igual que una nave espacial, un asteroide y hasta una especie de dinosaurio), y fuente de inspiración para millones de científicos –entre ellos Tim Berners-Lee, que inventó la World Wide Web inspirado en su cuento “Marque F. para Frankenstein”–, murió el pasado 19 de Marzo debido a un paro cardiorrespiratorio en su casa de Sri Lanka, donde había vivido desde 1956.

Sir Arthur Clarke, que nació en Inglaterra, participó en la segunda guerra mundial, y fue nombrado en 1998 Caballero del Imperio Británico, había cumplido 90 años el pasado diciembre. Ese día dijo que no se sentía ni un día más viejo que cuando cumplió 89, y pidió tres deseos en voz alta: que la Sri Lanka étnicamente dividida encuentre la paz, que el mundo adopte recursos de energía más limpios, y que los seres extraterrestres nos den una señal inequívoca de su existencia. “Siempre he creído que no estamos solos en el universo”, dijo Clarke, sentado en la silla de ruedas a la que había estado anclado desde hacía años debido a los efectos del Síndrome Postpolio.

Y ahora Arthur C. Clarke, “padre de la revolución satelital”, “poeta laureado de la era espacial”, comentarista de la misión Apolo a finales de los 60s y presentador de dos series de televisión sobre misterios de la ciencia, está muerto. Arthur C. Clarke está muerto y su ADN viajando a algún lugar del espacio. No es metáfora: una muestra del pelo de Sir Arthur Clarke hizo un vuelo suborbital el año pasado. Cuando el vuelo finalizó, la cápsula fue recuperada, y ahora el pelo se dividirá en dos partes: una para enviar a la luna en los próximos años con el vuelo del Premio Google Lunar X, y otra para un viaje más largo al espacio profundo. La propuesta, que hace parte del proyecto Team Encounter para enviar muestras de ADN a las estrellas, fue aceptada con gusto por Clark, quien dijo: “algún día, una súper civilización podría encontrar esta reliquia perteneciente a una especie desaparecida y yo podría existir en otro tiempo”. Clarke especulaba que de esta forma podía recrearse un ser física y mentalmente, y junto a la muestra de ADN, adjuntó una nota escrita a mano: “que te vaya bien, mi clon”.

Buzz Aldrin, uno de los astronautas que caminó en la Luna en la misión Apolo 11, dijo que: “la visión positiva del futuro de Sir Arthur entusiasmó a generaciones con respecto a la exploración espacial, e inspiró a millones de personas a ejercer carreras científicas”. La NASA también dijo que una multitud de jóvenes fueron inspirados por su “visión optimista de cómo los viajes espaciales podrían transformar sociedades, economías y al mismísimo ser humano”. Y tal vez ninguna civilización extraterrestre lo clone, pero sus ideas seguirán palpitando y respirando en la cultura, y el mundo que 32

se imaginó cada vez se hará más real. El concepto del ascensor espacial, popularizado en su novela Fuentes del Paraíso (1979) como una eficiente alternativa a los cohetes, se ha convertido en un nuevo campo de estudio en la ciencia. Y sus más de 100 obras (entre las que se destacan “Cita con Rama”, “El Fin de la Infancia”, “Los Nueve Mil Millones de Nombres de Dios”, “La Ciudad y las Estrellas”, y “Cánticos de la Lejana Tierra”) muestran las posibilidades de la innovación humana en términos de ciencia y tecnología, y los efectos de estas innovaciones en el hombre, llegando a preocuparse incluso por los aspectos espirituales.

Pero no hubo rituales religiosos de ningún tipo en el funeral de Arthur C. Clarke. Él sostenía que “la religión es un mal necesario en la niñez de nuestra particular especie”, y había dejado instrucciones para que en su funeral sonara la música de 2001: una Odisea del Espacio”, película cuyo guión escribió conjuntamente con el director Stanley Kubrick. Este guión, inspirado en el cuento “El Centinela”, exploraba, entre otras cosas, los efectos de una inteligencia artificial que adaptaba características humanas hasta el punto de tener miedo de que le borraran los recuerdos, el contacto de la humanidad con una inteligencia extraterrestre, y el lugar del hombre en el universo, en un viaje desde el espacio conocido hasta el infinito: un lugar extraño y simbólico donde el protagonista experimenta un encuentro con lo divino.

Paralelamente al guión, Arthur C. Clarke escribió la novela “2001”, a la que le siguieron “2010”, “2061” y “3001: La Odisea Final”. Clarke fue un escritor muy prolífico, y su última novela, “”, co-escrita con Frederick Pohl, será publicada este año.

“Algunas veces me preguntan cómo me gustaría ser recordado”, dijo Sir Arthur Clarke en su último cumpleaños. “He tenido una carrera diversa: escritor, explorador submarino, promotor espacial y divulgador científico. Y de todas ellas, desearía ser recordado como escritor: uno que entretuvo a sus lectores y que, espero, logró estimular su imaginación”.

Tomado de http://www.proyectoliquido.net/h2blog 33

Los Nueve Mil Millones De Nombres De Dios Arthur C. Clarke

-Esta es una petición un tanto desacostumbrada- dijo el doctor Wagner, con lo que esperaba podría ser un comentario plausible-. Que yo recuerde, es la primera vez que alguien ha pedido un ordenador de secuencia automática para un monasterio tibetano. No me gustaría mostrarme inquisitivo, pero me cuesta pensar que en su... hum... establecimiento haya aplicaciones para semejante máquina. ¿Podría explicarme que intentan hacer con ella? -Con mucho gusto- contestó el lama, arreglándose la túnica de seda y dejando cuidadosamente a un lado la regla de cálculo que había usado para efectuar la equivalencia entre las monedas-. Su ordenador Mark V puede efectuar cualquier operación matemática rutinaria que incluya hasta diez cifras. Sin embargo, para nuestro trabajo estamos interesados en letras, no en números. Cuando hayan sido modificados los circuitos de producción, la maquina imprimirá palabras, no columnas de cifras. -No acabo de comprender... -Es un proyecto en el que hemos estado trabajando durante los últimos tres siglos; de hecho, desde que se fundó el lamaísmo. Es algo extraño para su modo de pensar, así que espero que me escuche con mentalidad abierta mientras se lo explico. -Naturalmente. -En realidad, es sencillísimo. Hemos estado recopilando una lista que contendrá todos los posibles nombres de Dios. -¿Qué quiere decir? -Tenemos motivos para creer- continuó el lama, imperturbable- que todos esos nombres se pueden escribir con no más de nueve letras en un alfabeto que hemos ideado. -¿Y han estado haciendo esto durante tres siglos? -Sí; suponíamos que nos costaría alrededor de quince mil años completar el trabajo. 34

-Oh- exclamó el doctor Wagner, con expresión un tanto aturdida-. Ahora comprendo por qué han querido alquilar una de nuestras maquinas. ¿Pero cuál es exactamente la finalidad de este proyecto? El lama vaciló durante una fracción de segundo y Wagner se preguntó si lo había ofendido. En todo caso, no hubo huella alguna de enojo en la respuesta. -Llámelo ritual, si quiere, pero es una parte fundamental de nuestras creencias. Los numerosos nombres del Ser Supremo que existen: Dios, Jehová, Alá, etcétera, sólo son etiquetas hechas por los hombres. Esto encierra un problema filosófico de cierta dificultad, que no me propongo discutir, pero en algún lugar entre todas las posibles combinaciones de letras que se pueden hacer están los que se podrían llamar verdaderos nombres de Dios. Mediante una permutación sistemática de las letras, hemos intentado elaborar una lista con todos esos posibles nombres. -Comprendo. Han empezado con AAAAAAA... y han continuado hasta ZZZZZZZ... -Exactamente, aunque nosotros utilizamos un alfabeto especial propio. Modificando los tipos electromagnéticos de las letras, se arregla todo, y esto es muy fácil de hacer. Un problema bastante más interesante es el de diseñar circuitos para eliminar combinaciones ridículas. Por ejemplo, ninguna letra debe figurar mas de tres veces consecutivas. -¿Tres? Seguramente quiere usted decir dos. -Tres es lo correcto. Temo que me ocuparía demasiado tiempo explicar por qué, aun cuando usted entendiera nuestro lenguaje. -Estoy seguro de ello- dijo Wagner, apresuradanente- Siga. -Por suerte, será cosa sencilla adaptar su ordenador de secuencia automática a ese trabajo, puesto que, una vez ha sido programado adecuadamente, permutará cada letra por turno e imprimirá el resultado. Lo que nos hubiera costado quince mil años se podrá hacer en cien días. El doctor Wagner apenas oía los débiles ruidos de las calles de Manhattan, situadas muy por debajo. Estaba en un mundo diferente, un mundo de montañas naturales, no construidas por el hombre. En las remotas alturas de su lejano país, aquellos monjes habían trabajado con paciencia, generación tras generación, llenando sus listas de palabras sin significado. ¿Había algún limite a las locuras de la humanidad? No obstante, no debía insinuar siquiera sus pensamientos. El cliente siempre tenia razón... -No hay duda- replicó el doctor- de que podemos modificar el Mark V para que imprima listas de este tipo. Pero el problema de la instalación y el mantenimiento ya me preocupa más. Llegar al Tíbet en los tiempos actuales no va a ser fácil. -Nosotros nos encargaremos de eso. Los componentes son lo bastante pequeños para poder transportarse en avión. Este es uno de los motivos de haber elegido su máquina. Si usted la puede hacer llegar a la India, nosotros proporcionaremos el transporte desde allí. -¿Y quieren contratar a dos de nuestros ingenieros? -Sí, para los tres meses que se supone ha de durar el proyecto. -No dudo de que nuestra sección de personal les proporcionará las personas idóneas.- El doctor Wagner hizo una anotación en la libreta que tenía sobre la mesa- hay otras dos cuestiones... - Antes de que pudiese terminar la frase, el lama sacó una pequeña hoja de papel. -Esto es el saldo de mi cuenta del Banco Asiático. -Gracias. Parece ser... hum... adecuado. La segunda cuestión es tan trivial que vacilo en mencionarla... pero es sorprendente la frecuencia con que lo obvio se pasa por alto. ¿Qué fuente de energía eléctrica tiene ustedes? 35

-Un generador diesel que proporciona cincuenta kilovatios a ciento diez voltios. Fue instalado hace unos cinco años y funciona muy bien. Hace la vida en el monasterio mucho más cómoda, pero, desde luego, en realidad fue instalado para proporcionar energía a los altavoces que emiten las plegarias. Desde luego - admitió el doctor Wagner-. Debía haberlo imaginado. ------La vista desde el parapeto era vertiginosa, pero con el tiempo uno se acostumbra a todo. Después de tres meses, George Hanley no se impresionaba por los dos mil pies de profundidad del abismo, ni por la visión remota de los campos del valle semejantes a cuadros de un tablero de ajedrez. Estaba apoyado contra las piedras pulidas por el viento y contemplaba con displicencia las distintas montañas, cuyos nombres nunca se había preocupado de averiguar. Aquello, pensaba George, era la cosa más loca que le había ocurrido jamás. El "Proyecto Shangri-La", como alguien lo había bautizado en los lejanos laboratorios. Desde hacía ya semanas, el Mark V estaba produciendo acres de hojas de papel cubiertas de galimatías. Pacientemente, inexorablemente, el ordenador había ido disponiendo letras en todas sus posibles combinaciones, agotando cada clase antes de empezar con la siguiente. Cuando las hojas salían de las maquinas de escribir electromaticas, los monjes las recortaban cuidadosamente y las pegaban a unos libros enormes. Una semana más y, con la ayuda del cielo, habrían terminado. George no sabía qué oscuros cálculos habían convencido a los monjes de que no necesitaban preocuparse por las palabras de diez, veinte o cien letras. Uno de sus habituales quebraderos de cabeza era que se produjese algún cambio de plan y que el gran lama (a quien ellos llamaban Sam Jaffe, aunque no se le parecía en absoluto) anunciase de pronto que el proyecto se extendería aproximadamente hasta el año 2060 de la Era Cristiana. Eran capaces de una cosa así. George oyó que la pesada puerta de madera se cerraba de golpe con el viento al tiempo que Chuck entraba en el parapeto y se situaba a su lado. Como de costumbre, Chuck iba fumando uno de los cigarros puros que le habían hecho tan popular entre los monjes, que, al parecer, estaban completamente dispuestos a adoptar todos los menores y gran parte de los mayores placeres de la vida. Esto era una cosa a su favor: podían estar locos, pero no eran tontos. Aquellas frecuentes excursiones que realizaban a la aldea de abajo, por ejemplo... -Escucha, George -dijo Chuck, con urgencia-. He sabido algo que puede significar un disgusto. -¿Qué sucede? ¿No funciona bien la maquina? -ésta era la peor contingencia que George podía imaginar. Era algo que podría retrasar el regreso, y no había nada más horrible. Tal como se sentía él ahora, la simple visión de un anuncio de televisión le parecería maná caído del cielo. Por lo menos, representaría un vinculo con su tierra. -No, no es nada de eso. -Chuck se instaló en el parapeto, lo cual era inhabitual en él, porque normalmente le daba miedo el abismo-. Acabo de descubrir cuál es el motivo de todo esto. -¿Qué quieres decir? Yo pensaba que lo sabíamos. -Cierto, sabíamos lo que los monjes están intentando hacer. Pero no sabíamos por qué. Es la cosa más loca... -Eso ya lo tengo muy oído -gruñó George. -...pero el viejo me acaba de hablar con claridad. Sabes que acude cada tarde para ver cómo van saliendo las hojas. Pues bien, esta vez parecía bastante excitado o, por lo menos, más de lo que suele estarlo normalmente. Cuando le dije que estábamos en el ultimo ciclo me preguntó, en ese acento inglés tan fino que tiene, si yo había pensado alguna vez en lo que intentaban hacer. Yo dije que me gustaría saberlo... y entonces me lo explicó. -Sigue; voy captando. 36

-El caso es que ellos creen que cuando hayan hecho la lista de todos los nombres, y admiten que hay unos nueve mil millones, Dios habrá alcanzado su objetivo. La raza humana habrá acabado aquello para lo cual fue creada y no tendrá sentido alguno continuar. Desde luego, la idea misma es algo así como una blasfemia. -¿Entonces que esperan que hagamos? ¿Suicidarnos? -No hay ninguna necesidad de esto. Cuando la lista esté completa, Dios se pone en acción, acaba con todas las cosas y... ¡Listos! -Oh, ya comprendo. Cuando terminemos nuestro trabajo, tendrá lugar el fin del mundo. Chuck dejo escapar una risita nerviosa. -Esto es exactamente lo que le dije a Sam. ¿Y sabes que ocurrió? Me miró de un modo muy raro, como si yo hubiese cometido alguna estupidez en la clase, y dijo: "No se trata de nada tan trivial como eso". George estuvo pensando durante unos momentos. -Esto es lo que yo llamo una visión amplia del asunto -dijo después-. ¿Pero qué supones que deberíamos hacer al respecto? No veo que ello signifique la más mínima diferencia para nosotros. Al fin y al cabo, ya sabíamos que estaban locos. -Sí... pero ¿no te das cuenta de lo que puede pasar? Cuando la lista esté acabada y la traca final no estalle -o no ocurra lo que ellos esperan, sea lo que sea-, nos pueden culpar a nosotros del fracaso. Es nuestra máquina la que han estado usando. Esta situación no me gusta ni pizca. -Comprendo - dijo George, lentamente-. Has dicho algo de interés. Pero ese tipo de cosas han ocurrido otras veces. Cuando yo era un chiquillo, allá en Louisiana, teníamos un predicador chiflado que una vez dijo que el fin del mundo llegaría el domingo siguiente. Centenares de personas lo creyeron y algunas hasta vendieron sus casas. Sin embargo, cuando nada sucedió, no se pusieron furiosos, como se hubiera podido esperar. Simplemente, decidieron que el predicador había cometido un error en sus cálculos y siguieron creyendo. Me parece que algunos de ellos creen todavía. -Bueno, pero esto no es Louisiana, por si aún no te habías dado cuenta. Nosotros no somos más que dos y monjes los hay a centenares aquí. Yo les tengo aprecio; y sentiré pena por el viejo Sam cuando vea su gran fracaso. Pero, de todos modos, me gustaría estar en otro sitio. -Esto lo he estado deseando yo durante semanas. Pero no podemos hacer nada hasta que el contrato haya terminado y lleguen los transportes aéreos para llevarnos lejos. Claro que - dijo Chuck, pensativamente - siempre podríamos probar con un ligero sabotaje. -Y un cuerno podríamos. Eso empeoraría las cosas. Lo que yo he querido decir, no. Míralo así. Funcionando las veinticuatro horas del día, tal como lo está haciendo, la máquina terminará su trabajo dentro de cuatro días a partir de hoy. El transporte llegará dentro de una semana. Pues bien, todo lo que necesitamos hacer es encontrar algo que tenga que ser reparado cuando hagamos una revisión; algo que interrumpa el trabajo durante un par de días. Lo arreglaremos, desde luego, pero no demasiado aprisa. Si calculamos bien el tiempo, podremos estar en el aeródromo cuando el último nombre quede impreso en el registro. Para entonces ya no nos podrán coger. -No me gusta la idea -dijo George-. Sería la primera vez que he abandonado un trabajo. Además, les haría sospechar. No, me quedare y aceptaré lo que venga. ------Sigue sin gustarme -dijo, siete días mas tarde, mientras los pequeños pero resistentes caballitos de montaña les llevaban hacia abajo por la serpenteante carretera-. Y no pienses que huyo porque tengo miedo. Lo que pasa es que siento pena por esos infelices y no quiero estar 37

junto a ellos cuando se den cuenta de lo tontos que han sido. Me pregunto como se lo va a tomar Sam. -Es curioso -replicó Chuck-, pero cuando le dije adiós tuve la sensación de que sabía que nos marchábamos de su lado y que no le importaba porque sabía también que la máquina funcionaba bien y que el trabajo quedaría muy pronto acabado. Después de eso... claro que, para él, ya no hay ningún después... George se volvió en la silla y miró hacia atrás, sendero arriba. Era el último sitio desde donde se podía contemplar con claridad el monasterio. La de los achaparrados y angulares edificios se recortaba contra el cielo crepuscular: aquí y allá se veían luces que resplandecían como las portillas del costado de un transatlántico. Luces eléctricas, desde luego, compartiendo el mismo circuito que el Mark V. ¿Cuánto tiempo lo seguirían compartiendo?, se preguntó George. ¿Destrozarían los monjes el ordenador, llevados por el furor y la desesperación? ¿O se limitarían a quedarse tranquilos y empezarían de nuevo todos sus cálculos? Sabía exactamente lo que estaba pasando en lo alto de la montaña en aquel mismo momento. El gran lama y sus ayudantes estarían sentados, vestidos con sus túnicas de seda e inspeccionando las hojas de papel mientras los monjes principiantes las sacaban de las maquinas de escribir y las pegaban a los grandes volúmenes. Nadie diría una palabra. El único ruido sería el incesante golpear de las letras sobre el papel, porque el Mark V era de por sí completamente silencioso mientras efectuaba sus millares de cálculos por segundo. Tres meses así, pensó George, eran ya como para subirse por las paredes. -¡Allí esta! -gritó Chuck, señalando abajo hacia el valle-. ¿Verdad que es hermoso? Ciertamente, lo era, pensó George. El viejo y abollado DC3 estaba en el final de la pista, como una menuda cruz de plata. Dentro de dos horas los estaría llevando hacia la libertad y la sensatez. Era algo así como saborear un licor de calidad. George dejó que el pensamiento le llenase la mente, mientras el caballito avanzaba pacientemente pendiente abajo. La rápida noche de las alturas del Himalaya casi se les echaba encima. Afortunadamente, el camino era muy bueno, como la mayoría de los de la región, y ellos iban equipados con linternas. No había el más ligero peligro: sólo cierta incomodidad causada por el intenso frío. El cielo estaba perfectamente despejado e iluminado por las familiares y amistosas estrellas. Por lo menos, pensó George, no habría riesgo de que el piloto no pudiese despegar a causa de las condiciones del tiempo. Esta había sido su última preocupación. Se puso a cantar, pero lo dejó al cabo de poco. El vasto escenario de las montañas, brillando por todas partes como fantasmas blancuzcos encapuchados, no animaba a esta expansión. De pronto, George consultó su reloj. -Estaremos allí dentro de una hora -dijo, volviéndose hacia Chuck. Después, pensando en otra cosa, añadió-: Me pregunto si el ordenador habrá terminado su trabajo. Estaba calculado para esta hora. Chuck no contesto, así que George se volvió completamente hacia él. Pudo ver la cara de Chuck; era un ovalo blanco vuelto hacia el cielo. -Mira - susurro Chuck; George alzó la vista hacia el espacio. Siempre hay una última vez para todo. Arriba, sin ninguna conmoción, las estrellas se estaban apagando. 38

FILMOGRAFÍA DE ARTHUR C. CLARKE

2001: UNA ODISEA DEL ESPACIO (2001: A )

Dirección y producción: Stanley Kubrick. Paises: Reino Unido / USA. Año: 1968. Duración: 139 min. Interpretación: Keir Dullea (Dr. David Bowman), Gary Lockwood (Dr. Frank Poole), William Sylvester (Dr. Heywood R. Floyd), Douglas Rain (voz v.o. HAL 9000). Guión: Stanley Kubrick y Arthur C. Clarke; basado en la historia "El centinela" de este último. Asimismo dio origen a la novela 2001: una odisea espacial. Música: Selección de temas de música clásica. Fotografía: Geoffrey Unsworth y John Alcott. Montaje: Ray Lovejoy. Dirección artística: John Hoesli. Vestuario: Hardy Amies

1968: LA CONQUISTA DEL ESPACIO

El abatimiento que la preeminencia soviética provocaba en los EE.UU. se tornó en obsesiva proyección de espectaculares designios: la construcción de bases en el espacio, la llegada del hombre a la Luna o a Marte.... En medio de tal crispación irrumpe el film de Kubrick, que, lejos de ser acogido como el antídoto a su aflicción, cosecha infinidad de rechazos, acreditando su incomprensión. La detracción crítica se basa, no sólo en el carácter subversivo de una historia de ciencia ficción, sino también en su trascendencia social. Y es que el escepticismo que el director manifestaba sistemáticamente hacia la institución político-social adquiere en 2001 un cardinal protagonismo. En cierto modo, por tanto, 2001 sería acusada de contribuir, en plena carrera espacial, a la divulgación del espíritu de conspiración por parte del gobierno americano contra sus ciudadanos.

Como era de esperar, el cine de dicha época se dejaría influenciar por los propósitos ex- colonizadores de las potencias mundiales, siendo el género de ciencia ficción su principal consignatario. No obstante, el panorama cinematográfico es mucho más esperanzador. Durante la década de los 60’s, la ciencia ficción era aún un género prematuro que debía amamantarse de anteriores experiencias (en su mayoría correspondientes a la serie B), así como de los incipientes éxitos televisivos (Dr. Who, Perdidos en el espacio o la legendaria Star Trek). Sin embargo, pronto se abandonaría el carácter descuidado que rigiese durante los inicios del 39

género para empezar a realizar películas de gran calidad: Farenheit 451 (François Truffaut) o El planeta de los simios (Franklin J. Schaffner).

Pero, sin lugar a dudas la aportación más importante llegaría con 2001: una odisea del espacio. Su aparición cobraría una trascendencia inimaginable, pues ninguna de las originarias muestras había conseguido alcanzar tanto realismo como la obra de Kubrick; nunca antes el género de ciencia ficción había aspirado a tanto. Dicho director, sirviéndose de los mismos elementos que definieron su filmografía, consigue crear una película totalmente subversiva y reaccionaria al requerir la participación del espectador para descifrar sus claves y desarrollar sus ideas. Su sedición anularía el ingenuo ideal de diversión y entretenimiento sobre el que se asentó el género y acabaría siendo, por lo tanto, un imprescindible recurso para su maduración.

2001: UNA ODISEA DEL ESPACIO

La adaptación que Kubrick hace del relato de Arthur C. Clarke El Centinela, es probablemente el mejor ejemplo para intuir la singularidad con que el cineasta aplica un argumento previo. Y es que Stanley Kubrick, junto con Luchino Visconti, es probablemente el cineasta literario más insólito. Su singularidad a la hora de adaptar obras literarias radica en la aportación personal, asistida con la intención de justificar su distinción artesanal y la interpretación del tratamiento fílmico (redimido del compromiso al que la novela podría someterle).

Este comportamiento, que aparece ya en la adaptación argumental, gobernará durante todo el proceso fílmico. Stanley Kubrick se acoge al género como mero amortiguador ya que, al fin y al cabo, su interés reside en explotar las posibilidades ofrecidas por la realización. Obsesionado por controlar cada detalle de su obra, nunca hubiese dejado nada en manos del azar: desde la composición del plano o la fotografía, hasta las salas de exhibición, pasando por los decorados o el registro interpretativo. Sin duda, el perfeccionismo es uno de los principales distintivos de este realizador, encaprichado tanto por la polisemia visual de la escena como por la construcción narrativa de la historia (consumada en densos planos que acaban configurando el tempo, forzando así al espectador a compartir la aplacada fluidez con que avanzan los hechos).

La película, que, como describe Bordwell, arranca con uno de los emparejamientos gráficos más atrevidos del cine narrativo, es una sinfonía espacial en cuatro actos que toma como referente La Odisea de Homero. Un bello recorrido visual por el conocimiento humano, analizando su evolución desde el advenimiento hasta su , ilustrando la máxima de Asimov: El control de los humanos por parte de las máquinas es una nueva forma de ilustrar el mal de la sociedad contemporánea.

En el último acto, el hombre se proyecta hacia el universo para alcanzar la inmortalidad, descubriéndose así el mensaje nietzscheano. La búsqueda constante de un objetivo quimérico juega en la cinematografía moderna un papel importantísimo; tanto como en la obra de Kubrick. No obstante si el Rosebud de Welles o el Mc Guffin hitchconeano catalizan el movimiento del personaje, en los films de Kubrick la mediación del individuo para esforzarse en conseguir su objetivo no acaba siendo el motor de la historia, sino la voluntad de ésta. Es decir, el personaje no hace avanzar la historia según sus deseos, sino que, en base a un concepto más idealizado, parece ser el curso del argumento el que domina al personaje, accionándolo según su propósito. El sujeto acaba siendo una marioneta agitada por las leyes que rigen la historia, de forma que, si apeláramos al ocasionalismo de Malebranche, las acciones de los actores serían en gran medida placebos disfuncionales: una apariencia de participación coordinada, en última instancia, por la historia.

Así, se consigue dotar a 2001 de un halo absorto y simbólico que, inevitablemente, estimula la reflexión. Al mismo tiempo, deberíamos resaltar la concordia establecida entre música e 40

imagen como partícipe de la citada aureola mística (otorgando a la cinta una rítmica similar a las obras de Strauss o Ligeti).

Finalmente, quisiera acentuar el interés que Kubrick demostró por el arte, preñando cada una de sus películas con infinidad de influencias y referencias, desde la expresión pictórica y cinematográfica, hasta la literaria o mitológica (el propio Kubrick afirmó que "2001 es más una historia mitológica que una historia de ciencia-ficción").

En 2001 la influencia del minimalismo se aviene tanto al planteamiento fílmico lineal como a la composición escénica: anegada de formas rectilíneas, estructuras geométricas y colores primarios. Dicha iconografía conecta directamente con el arte minimal americano (Morris Louis, Kenneth Noland, Barnett Newman...) además de exhibir un interés especial por la psicodelia y el op art de los 60’s (Albers, Bridget Riley, Victor Vasarely, Yaacov Agam o Frank Stella). 2010: ODISEA DOS

Es la adaptación de la novela homónima de Arthur C. Clarke, que forma parte de una saga creada por el escritor compuesta por 2001: Una odisea espacial (1968), 2010: Odisea 2 (1982), 2061: Odisea 3 (1987) y 3001: Odisea final (1996). La película sigue de forma fiel lo narrado en la novela e intenta dar explicación y continuación a lo acontecido en la película 2001: Una Odisea del espacio (Stanley Kubrick, 1968), pero adoptando un estilo más clásico y convencional.

El realizar una secuela de 2001 supone por si misma una empresa descabellada, dada la imposibilidad de igualar a una de las obras más importantes de la historia del cine. Pero donde su director, , demuestra no comprender el verdadero significado de 2001, es que aquella carecía de un argumento definido, la película intentaba transmitir emociones y sensaciones a través de la imagen (y la música), sin pararse a contar una historia de forma lineal, tal y como el cine nos tiene acostumbrados. Era una experiencia tan increíble que lo peor que se podía hacer era realizar una secuela donde se le diese sentido y explicación a lo ocurrido en ella, cosa que hizo Hyams. Una vez dicho esto, es importante resaltar que la única forma de aceptar una película como 2010, es simplemente olvidar la película de Kubrick (aquellos que no la conozcan la disfrutaran todavía más), y tomarse el film de Hyams como una película de ciencia ficción independiente. Si se parte de ese punto, la película se presenta al espectador como una historia de ciencia ficción realmente apasionante y espectacular, cuyo estilo se enmarca en la ciencia ficción adulta, algo muy extraño en la época en la que realizó, donde imperaba la moda de La guerra de las galaxias.

Peter Hyams fue un director muy prolífico en la década de los 80. En su haber se hayan algunas películas realmente interesantes como Capricornio uno (1978), La calle del adiós (1979), Los jueces de la ley (1983), Testigo accidental (1990), The relic (1997) y la que es su mejor película, Atmósfera cero (1980). Inició su carrera en el cine como guionista, escribiendo el libreto de Perdida en la ciudad (Herbert Ross, 1971), posteriormente escribiría también Teléfono (Don Siegel, 1977) y Cazador a sueldo (Buzz Kulik, 1980), pasando 41

posteriormente a realizar sus propias películas como director. Hyams acostumbra a realizar también las funciones de director de fotografía, donde se destaca como un excelente profesional. Su primer trabajo en este campo fue con 2010, donde da lo mejor de si mismo en las escenas que acontecen en el espacio. Su estilo como realizador es el de un competente artesano, filma las películas de la forma más clara y correcta posible, sin demasiadas filigranas visuales, pero siempre con pulso firme y eficaz. En la década de los 80 realizó sus mejores trabajos, pero en los últimos años ha perdido fuelle, resultando sus últimas películas trabajos menores.

El proyecto de 2010 fue un encargo de la MGM a Hyams, quien recuerda la forma de como se vio involucrado en él "El presidente de la MGM me preguntó sobre hacer la película. Aquí está el libro de Arthur C. Clarke. Tiene que estar en cines en 17 meses desde ahora. Estaba petrificado, reacio e intrigado. Cuando leí el libro dije: Es un libro fascinante, pero hay cosas en él con las que no estoy de acuerdo. Si queréis que haga esta película, dos cosas tienen que suceder. Uno, Stanley Kubrick tiene que decir que está de acuerdo con ella. Él es Dios y yo no desagradaré a Dios. Dos, quiero cambiar la historia del libro. El libro estaba escrito sin política. Era 1984 y estaba Ronald Reagan. Quería hacer esta película sobre americanos y rusos que no se llevan bien, mientras que en el libro sí se llevvaban bien. Quería añadir algo de política arriesgada. Y él (presidente de la MGM) dijo estupendo. Preguntaron a Stanley Kubrick y él dijo ok".

Hyams tuvo varias conversaciones con Kubrick, quien hizo muestra de su fama de persona singular, tal y como recuerda Hyams "Arreglamos la primera llamada telefónica entre nosotros. Estaba en la oficina cuando la recibí la llamada y me puse en pie. Descolgué el teléfono. Kubrick no dijo hola, dijo: En Atmósfera cero conseguiste un plano que (...) ¿Cómo conseguiste eso?. Él habló sobre toda la mierda que tuvo que aguantar de la Unión Cinematográfica y de cómo no le dejarían entrar. Él me preguntaba sobre el plano, después sobre el plano y después sobre el plano. Estuve con él al teléfono casi 3 horas. Le conté todo y él a mi no me contó nada". Tiempo después volvieron a hablar cuando Hyams comenzó a tener dudas sobre como afrontar el proyecto "Stanley y yo hablamos bastante. Él fue muy amable y modesto. Estaba tan asustado antes de que empezáramos la película, que tuve un ataque de pánico. El presidente de la MGM me envió un libro con malas críticas de 2001. Todas esas personas que escribieron sobre el genial Stanley Kubrick y el clásico film 2001. Despellejaron 2001 cuando se estrenó. Recibió las peores y más crueles críticas. (...). Lo único importante al hacer 2010, fue realizar una película diferente a 2001, para que la gente no las pudiese comparar".

Hyams contó también con el beneplácito de Clarke a la hora de realizar la película. Ambos se comunicaban durante el rodaje mediante e-mails, estando Hyams en Hollywood y Clark en Sri Lanka. Por aquella época internet era prácticamente desconocido, lo que la convierte en la primera película en utilizar este tipo de comunicación. Gracias a esto, Hyams podía consultar con Clarke las dudas que tuviese durante el rodaje. Las transcripciones de los e-mails fueron publicados en 1984 como libro, de título The odyssey file. Tal era la aceptación por parte de Clarke hacia la película, que incluso realizó dos cameos en ella. Se supone que cuando Arthur C. Clarke y Stanley Kubrick escribieron conjuntamente el guión de 2001, Kubrick acercó el material hacia sus gustos e ideas, que no eran del todo del agrado de Clarke, por lo tanto cuando se inició el proyecto de 2010, Clarke intentó que esta nueva película fuera más cercana a sus ideas de como plasmar en imágenes el mundo que había creado.

Hyams reunió para la película a un grupo de excelentes actores entre ellos , John Lithgow, Helen Mirren, y Keir Dullea, repitiendo el papel del astronauta Bowman que ya había realizado en 2001. 42

Al comienzo del rodaje se encontraron con un problema, tras el rodaje de 2001, Stanley Kubrick hizo que los decorados de la película fueran destruidos, para que no pudieran ser usados posteriormente. Por lo tanto los directores artísticos de 2010 tuvieron que realizar una minuciosa reconstrucción de los decorados, intentando que se parecieran lo máximo posible a los de la primera película. Para realizar la reconstrucción de la nave Discovery tuvieron que recurrir a fotos existentes de la misma. A la hora de realizar el vestuario de la película se contrató a Patricia Norris (El hombre elefante, El precio del poder), quien para realizar los trajes espaciales de los astronautas americanos de forma realista, utilizó teflón como material principal, que costaba aproximadamente 191,47 dólares el metro.

Inicialmente la banda sonora debía componerla Tony Banks, miembro del grupo Genesis, pero su partitura fue dejada a un lado y se contrató a David Shire (Todos los hombres del presidente, Zodiac), quien recuerda como fue su trabajo en esta película "Me reuní con Peter Hyams y sin ninguna razón en particular decidimos trabajar en aquel proyecto. De hecho, 2001 tenía una banda sonora basada en música clásica y el resultado había sido magnífico. No obstante, Hyams quería algo diferente y me pidió escribir música original para aquella secuela de una película mítica. Empleé música electrónica en este caso en particular para que pareciera más futurista".

El resultado de la película es interesante y espectacular, mucho mejor de lo que se ha dicho de ella. Peter Hyams realiza aquí su mejor trabajo de puesta en escena, pocas veces se le ha visto la misma preocupación a la hora de contar una historia, empleando el tiempo preciso para desarrollarla, al igual que una gran preocupación por los encuadres. También éste es el mejor guión salido de sus manos, sólo se le vería tal acierto en Atmósfera cero y Testigo accidental.

La película contiene una alta carga moral. Nos habla de la convivencia pacífica entre los hombres de una forma un tanto plana y simple, pero no por ello deja de tener vigencia, sobre todo si tenemos en cuenta el tono excesivamente fascista del cine norteamericano de los 80, época en la que fue realizada la película. La trama política intenta emular a la "Crisis de los misiles cubanos", recordando los tiempos de la guerra fría, que a día de hoy ya ha quedado desfasada y no digamos en el año 2010. Dicho enfrentamiento entre los EE.UU. y la Unión Soviética, tan de moda en los 80, es uno de los puntos flojos de la película. Como lo son también, el dar respuestas a aquello que en la primera parte se había dejado a libre interpretación (el significado del monolito, las razones del fallo de HAL9000, los misterios de Júpiter, etc). Hay secuencias que no terminan de funcionar como las continuas transformaciones del espíritu de Bowman, pasando de ser "el niño de las estrellas" a un anciano, que recuerdan a las últimas imágenes de 2001, pero aquí realizadas sin el menor sentido del simbolismo o de la lógica, mostradas como si fuesen parte normal de la historia.

Como comenté al principio, si se hacen comparaciones con la película de Kubrick, el film de Hyams sale mal parado, sobre todo a la hora de juzgar la narrativa de ambas películas, original y arriesgada en 2001, simple y lineal en 2010. Pero dejando esto a un lado, hay que reconocerle a la película sus méritos, que no son pocos. La apuesta por una ciencia ficción adulta y seria, potenciando la historia por encima del espectáculo, con un ritmo lento y sosegado, que poco a poco nos va metiendo de lleno en la historia. Aunque curiosamente los mejores momentos de la película son los más espectaculares, la secuencia del frenado , la minuciosa llegada de los astronautas a la Discovery, la transformación final de Júpiter, el avistamiento de la nueva estrella desde distintos puntos de la Tierra, por sólo citar algunos, todos son momentos de gran belleza. Como comenté al principio, si se hacen comparaciones con la película de Kubrick, el film de Hyams sale mal parado, sobre todo a la hora de juzgar la narrativa de ambas películas, original y arriesgada en 2001, simple y lineal en 2010. Pero dejando esto a un lado, hay que reconocerle a la película sus méritos, que no son pocos. La apuesta por una ciencia ficción adulta y seria, potenciando la historia por encima del 43

espectáculo, con un ritmo lento y sosegado, que poco a poco nos va metiendo de lleno en la historia. Aunque curiosamente los mejores momentos de la película son los más espectaculares, la secuencia del frenado aéreo, la minuciosa llegada de los astronautas a la Discovery, la transformación final de Júpiter, el avistamiento de la nueva estrella desde distintos puntos de la Tierra, por sólo citar algunos, todos son momentos de gran belleza.

Merece también destacar la impresionante labor artística de la película, con esos increíbles decorados, tanto en la labor de reconstrucción de la nave Discovery, como los creados originalmente para la película, y los excelentes efectos visuales, que brillan con luz propia en los momentos finales de la película. De hecho, la película fue nominada a 5 Oscars técnicos en su momento, mejor dirección artística (Albert Brenner y Rick Simpson), vestuario (Patricia Norris), maquillaje (Michael Westmore), efectos visuales (Richard Edlund, Neil Krepela, George Jenson y Mark Stetson) y sonido (Michael J. Kohut, Aaron Rochin, Carlos DeLarios y Gene S. Cantamessa), pero no logró ganar ninguno.

En el momento de su estreno la crítica se cebó con la película, por realizar una secuela de la obra maestra de Kubrick. Pero contó con un gran éxito comercial, recaudando en los EE.UU. 40.400.657 dólares.

En definitiva, una película más que recomendable, a la que se debe dar una oportunidad y rescatarla del olvido en el que parece haber caído.

Curiosidades:

La voz del ordenador SAL9000 es la de Candice Bergen, quien aparece acreditada como Olga Mallsnerd.

La frase "Dios mío, está lleno de estrellas" no aparecía en la película 2001, pero sí lo hacía en la novela. En la novela, el monolito era encontrado en la superficie de la luna de Saturno, Jápeto, en vez de estar en el espacio cerca de Júpiter. Cuando Bowman sobrevuela el monolito, de pronto el monolito se convierte en un túnel infinito. Cuando esto sucede, él pronuncia la frase final: "El objeto es hueco... y sigue, y sigue... y... oh, Dios mío, ¡está lleno de estrellas!".

La nave espacial rusa "Alexei Leonov", recibe su nombre de un astronauta ruso, que fue la primera persona en caminar por el espacio. La estación espacial de rusa "Sergei Kirov" (la cual es nombrada por haber destruido un satélite americano) recibe su nombre de un líder Bolchevique, uno de los primeros en ser asesinados por orden de Stalin.

Imágenes de los dos cameos de Arthur C. Clarke. En el primero se le ve dando de comer a unas palomas delante de la Casa Blanca. En el segundo aparece como el Presidente de los EE.UU. en la portada de la revista Time, a su lado vemos a Stanley Kubrick como el Presidente soviético.

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Como comenté antes, Arthur C. Clarke en su novela 2001, situó el famoso monolito en Jápeto. Pero Stanley Kubrick eligió emplazar la historia en Júpiter y Europa. Tras el éxito del film, Clarke escribió 2010 y cambió la historia para que continuase con los hechos narrados en la película de Kubrick. (CITA CON RAMA)

Cita con Rama, del director David Fincher y prevista para el 2009, nos trasladará a un futuro situado a más de cien años, cuando un equipo de astronautas y científicos de la Tierra acude a explorar una gigantesca nave alienígena, de 40 kilómetros de largo y forma cilíndrica, que ha entrado en el sistema solar. La llegada al Sistema Solar, hacia el año 2130, del monstruoso Rama, plantea a los científicos de la Tierra una serie de enigmas a estudiar y resolver. ¿Se trata de un astro con luz propia?

¿Es acaso un meterorito escapado del cinturón de Van Allen, o es un vehículo espacial, una aeronave tripulada por seres de una suprema inteligencia o tal vez teledirigido desde algún planeta del Cosmos infinito?

Cosmonautas y hombres de ciencia, a la par, dedican todos sus esfuerzos, todos sus conocimientos, a encontrar la solución a tales enigmas, algunos de los cuales podrán aclararse mientras que otros seguirán siendo un misterio cuando Rama, esa verdadera incógnita volante, abandone nuestro sistema planetario para hundirse de nuevo en las procelosas profundidades del insondable espacio cósmico.

El guión estuvo a cargo de un equipo formado por Scott Brick, Andrew Kahng, Bruce C. McKenna y Stel Pavlou. Entre sus intérpretes principales estará Morgan Freeman.

OTRAS FILMOGRAFÍAS:

Rendezvous with Rama (2009) (próximamente) (novela) Rendezvous with Rama (2003) (Video) (novela) The Colours of Infinity (1995) (TV) (guionista) Trapped in Space (1994) (basado en el cuento "Breaking Strain") Arthur C. Clarke: Before 2001 (1993) (Video) (co-guionista) "The Twilight Zone" (1 episode, 1985) The New Twilight Zone (Australia) - Night of the Meek/But Can She Type?/ The Star (1985) TV episode (fragmento de su cuento "The Star") 2010 (1984) (novela) 2010: The Year We Make Contact 2001: A Space Odyssey (1968) (guión) (basado en el cuento "The Sentinel") 45

"Tales of Tomorrow" (1 episode, 1952) - All the Time in the World (1952) TV episode (guión) "Captain Video and His Video Rangers" (1949) TV series (episodios desconocidos) Captain Video (USA) Actor: 2010 (1984) como hombre en el parque Bench. 2010: The Year We Make Contact Baddegama (1980) como Leonard Woolf . Village in the Jungle (International: English title)

Apariciones personales: Vision of a Future Passed: The Prophecy of 2001 (2007) We Love 'The Sky at Night' (2007) (TV) 50 Terrible Predictions (2005) (TV) "The Sky at Night" (1 episode, 2003) - Mars, the Next Frontier (2003) TV episode To Mars by A-Bomb: The Secret History of Project Orion (2003) (TV) The 73rd Annual Academy Awards (2001) (TV) Best Original Screenplay Stanley Kubrick: A Life in Pictures (2001) "Letadlo" (1 episode, 2001) - Episode dated 24 January 2001 (2001) TV episode 2001: The Making of a Myth (2001) (TV) 2001: HAL's Legacy (2001) (TV) Arthur C. Clarke: The Man Who Saw the Future (1997) (TV) "The Works" (1 episode, 1997) - The Man Who Saw the Future (1997) TV episode Rama (1996) (VG) "This Is Your Life" (1 episode, 1995) - Arthur C. Clarke (1995) TV episode The Colours of Infinity (1995) (TV) Without Warning (1994) (TV) "Mysterious Universe" (1994) TV series Arthur C. Clarke: Before 2001 (1993) (Video) Brave New Worlds: The Science Fiction Phenomenon (1993) (TV) God, the Universe and Everything Else (1988) (Video) "World of Strange Powers" (1985) TV series 2010: The Odyssey Continues (1984) "Mysterious World" (1 episode, 1980) - The Journey Begins (1980) TV episode 46

HISTORIA DEL CINE CIBERPUNK

New Dominion Tank Police (1993)

Creada por Masamune Shirow (Ghost in the Shell, Appleseed, Orion, ...) Dominion Tank Police cuenta la historia de la división policial de tanques de New Port City. Mientras todo el hemisferio norte se encuentra bajo una nube bacteriológica que impide respirar al aire libre, la ciudad de New Port se enfrenta a una terrible ola criminal encabezada por Buaku y las gemelas gato Annapuma y Unipuma. Para combatirlos la policía dispone de una brigada especial, la sección 3, compuesta por un batallón de tanques con la impulsiva Leona Ozaki como última incorporación. Por desgracia las peleas entre la sección 3 y los secuaces de Buaku dejan la ciudad peor de lo que estaba, con lo que es difícil decidir quienes son más peligrosos, si los buenos o los malos. Leona Ozaki y su leal tanque modificado Bonaparte lideran al equipo frente a la amenaza de una serie de misteriosos atentados terroristas en los que se utilizan las últimas tecnologías. Pronto descubrirán que tras esos ataques se oculta la insidiosa Corporación Dai Nipón Gaiken, que amenaza con hacerse con el control de la ciudad a través de una nueva droga virtual. Pero con tanta artillería de alto poder destructivo a su disposición, ¿podrá Newport City sobrevivir a la destrucción y al caos causado por sus propios defensores?.. Dominion Tank Police es una comedia ligera y posiblemente una de las obras más divertidas y simples de Shirow, aunque esto no impide que el autor se explaye haciendo comentarios sobre armamento, ecologismo, política y demás temas tanto científicos como sociales. Esta serie, consta de 5 capitulos de unos 25 minutos cada uno. Puede considerarse como la continuación de los OVAs de Dominion Tank Police, de 1988. Mantienen el ritmo y el humor de los anteriores, aunque no debemos esperar una continuación de la historia anterior. Algunos de estos capítulos son individuales, mientras que otros continúan la historia de un capitulo al otro. No obstante, cada uno puede considerarse una historia independiente.

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FICHA TÉCNICA Título original: Tokusou Senshatai Dominion Títulos alternos: New Dominion Tank Police, Tokusô sensha-tai Dominion Formato: OVA Episodios: 6 Estudio: J.C.STAFF Dirección y Diseño de Personajes: Noboru Furuse. Guión: Mitsuo Mutsuki y Nemuruanzu. Director de Animación:Yoshino Yamakawa. Diseños Mecanicos: Akira Oguro. Diseño Artístico: Noboro Yoshida. Musica: Yoichiro Yoshikawa. ©1993 Masamune Shirow / Seishinsha / Plex.

8 Man After (1993)

8 Man After es una secuela de una serie de TV de los 60s titulada 8th Man. Un investigador privado trabajando en un caso de rutina es herido mortalmente por un criminal cibernético. El debe ser reconstruido para poder sobrevivir, así se convierte en el poderoso androide "Eight Man". Eight Man es un androide vigilante que lucha contra las pandillas cibernéticas de un Tokio futurístico.

El líder de una organización criminal que se hace llamar "The Puppet master" (el Maestro de las marionetas) esta proveyendo a las pandillas de la ciudad con 48

partes/cuerpos cibernéticos, además de un gran armamento que los hace mas fuertes incluso que la misma policía. Ahora solo Eight Man puede detener al Amo de las Marionetas y al mal que se oculta tras él.

FICHA TÉCNICA Título original: 8 Man After Títulos Alternos: AFTER, Cyber Desperado, Eight Man After Compañía: J.C.STAFF Director: Sumiyoshi Furakawa Guión: Yasushi Hirano (story), Kazumasa Hirai & Jirô Kuwata (characters)

THE GUYVER 2 (1993)

El Guyver retorna a su lucha contra las fuerzas diabólicas en The Guyver 2, una secuela del film de 1991. Al drenar una excavación arqueológica en las afueras de Utah, el Guyver descubre una nave alienígena repleta de armas capaces de destruir el mundo. Con la esperanza de toda la humanidad en sus manos, el debe afrontar la batalla final contra las fuerzas del diablo. Esta vez, el superhéroe más fuerte del mundo debe cambiar su destino para salvar el planeta de los villanos Zoanids.

FICHA TÉCNICA Título original: The Guyver 2 Duración: 127 Minutes Director: Steve Wang Actores: David Hayter, Kathy Christopherson, Bruno Giannotta 49

Robocop 3 (1993)

La primera película de Robocop fue terrorífica, absolutamente, innovadora. Robocop 2 resultó bastante floja, pero no tan mala como Robocop 3. La poderosa organización OCP ha transformado Detroit en una zona de guerra para reconstruir en su lugar la supermetrópoli Delta City. Pero sus planes se verán alterados por el “perfecto” oficial Robocop que abandonará la Policía de Detroit para unirse a un grupo de rebeldes que no están dispuestos a perder sus hogares. Sin la identidad que le confería el sólido guión de la película original, RoboCop no es más que un Harry el sucio de hojalata sin otra pretensión que cazar a todos los maleantes de la ciudad de Detroit. Una pobre producción que no es capaz ni de asegurar la vistosidad del espectáculo de acción, y un argumento que deja bastante que desear, son suficientes para hundir la tercera parte de las aventuras protagonizadas por el agente Alex J. Murphy. El film se rodó en 1991 pero la desaparición de la productora Orion retrasó su estreno dos años. Con antecedentes así se podía esperar lo peor.

FICHA TÉCNICA

Título original: RoboCop 3 Año: 1993 Compañía: Orion Pictures Corporation Director: Fred Dekker Guión: Edward Neumeier, Michael Miner Actores: Robert John Burke .... RoboCop Mario Machado .... Casey Wong Remy Ryan .... Nikko Jodi Long .... Nikko's Mom John Posey (I) .... Nikko's Dad