Hiroshima, Truman
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Antología Hiroshima, Truman Ediciones Irreverentes ANTOLOGÍA Hiroshima, Truman Colección de Narrativa Ediciones Irreverentes Todos los derechos reservados. Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier procedimiento y el almacenamiento o transmisión de la totalidad o parte de su contenido por cualquier método, salvo permiso expreso del editor. De la edición: © Ediciones Irreverentes S.L. De sus respectivas obras: © Eduardo Galeano, Miguel Angel de Rus, Manuel A.Vidal, Andrés Fornells, Nelson Verástegui, Violeta Sáez, Pedro Amorós, Ricardo Cid, Julio Fernández, Elena Marqués, Carlos Ortiz de Zárate, Iván Teruel, Miguel Paz Cabanas, Francisco Legaz, Carmen Matutes, Víctor Bórquez Núñez, Alberto Bejarano, Kalton Harold Bruhl, Santiago García Tirado, Álvaro Díaz Escobedo, Pedro Antonio Curto y Tomás Pérez Sánchez. Del prólogo © Jorge Majfud Febrero de 2011 http://www.edicionesirreverentes.com ISBN: 978-84-96959-87-3 Depósito legal: Diseño de la colección: Absurda Fábula Imprime: Publidisa Impreso en España. ÍNDICE Los medios justifican los fines. Prólogo de Jorge Majfud . 7 Hiroshima y Nagasaki. Un sol de fuego de Eduardo Galeano . 13 Ferebee de Miguel Angel de Rus . 17 Un encuentro fortuito de Manuel A.Vidal . 25 Todos los muertos eran inocentes de Andrés Fornells . 43 Agapornis y bonsáis de Nelson Verástegui . 49 Senbazuru (Mil Grullas) de Violeta Sáez . 61 Misa de Nochebuena en Nagasaki de Pedro Amorós . 65 Hibakushas, la huella del pasado de Ricardo Cid . 73 Akiko de Julio Fernández . 79 El niño de Tinian que jugaba a la guerra sin saberlo de Elena Marqués Núñez . .. 83 Trinity, Little Boy y Fat Man de Carlos Ortiz de Zárate . 89 El fotógrafo de Nagasaki de Iván Teruel . 95 El documentalista de Miguel Paz Cabanas . 101 Arroz con pescado en Hiroshima de Francisco Legaz . 105 Nada que hacer de Carmen Matutes . 113 Las grullas de Víctor Bórquez Núñez . 127 El día que Oppenheimer lloró de Alberto Bejarano . 133 Una ofrenda de Kalton Harold Bruhl . 139 Tres formulaciones del cero de Santiago García Tirado . 143 Una testigo, muchos culpables de Álvaro Díaz Escobedo . 149 Balada de los amantes de Hiroshima de Pedro Antonio Curto . 163 Devuélvanme al infierno de Tomás Pérez Sánchez . 175 Los medios justifican los fines PRÓLOGO DE JORGE MAJFUD JORGE MAJFUD (Tacuarembó, Uruguay, 1969). Es Máster en lite- ratura y doctor en Filosofía y Letras por la Universidad de Georgia. Además de enseñar en University of Georgia, ha sido profesor en Lincoln University. Actualmente es profesor en Jacksonville University. Majfud ha recibido varios premios en concursos literarios interna- cionales. Entre ellos, Mención Premio Casa de las Américas, La Habana, Cuba 2001, por la novela La reina de América. Es colaborador habitual de los diarios «El País» y «La República» de Montevideo, «Milenio Diario» de México, «La Vanguardia» de Espa- ña, «Mundo» de Washington, «Monthly Review» y «Political Affaire» de Nueva York, y «El Nuevo Heraldo» de Miami, entre otros. Columnista de opinión del Programa de Radio Exterior de España «Sexto Continente». Es autor de libros como Hacia qué patrias de silencio (memorias de un desaparecido), Crítica de la pasión pura, El tiempo que me tocó vivir, La narración de lo invisible, Perdona nuestros pecados, y La ciudad de la luna. Ha aparecido en la Microantología del microrrelato II. Días atrás, cenando en casa de un profesor amigo, un ingeniero de la Universidad de Texas amablemente me reprochaba el hecho de haber cambiado la arquitectura por la literatura. El reproche no iba porque la historia hubiese perdido algo (nunca fui bueno ni en una cosa ni en la otra) sino porque el cambio parecía una crítica, si no una traición simbólica, de una especialidad hacia la otra. No voy a argumentar como Leonardo da Vinci que alguna vez consideró la pintura como un arte superior a la escultura, tal vez por razones personales, por cierta rivalidad con Miguel Ángel más que por convicciones intelectuales. Ninguna disciplina es superior a otra sino por lo que aporta a los demás, y tanto las ciencias como las huma- nidades tienen tanto para dar, empezando por no considerarse el ombligo de la existencia humana. Mi respuesta entonces fue apenas un recuerdo de algo que había escrito en alguna parte: «me cambié de disciplina cuando comprendí que la realidad estaba hecha más de palabras que de ladrillos». No era una buena razón personal, pero era una razón verificable, al fin y al cabo. Esta tarde me di una vuelta por la biblioteca principal de la uni- versidad. Me habían llegado unos libros y unos documentos que había pedido, las cinco mil páginas de la Investigación sobre Desaparecidos en Uruguay, entre otros. Aproveché para perderme entre los anaqueles. El silencio y el olor de las bibliotecas estimulan la curiosidad y la imaginación. Deam- bulé por la historia de la Rusia del siglo XIII, por la Francia de los cromañones, por la primitiva Teoría de la relatividad de Pointcaré, por una carta de Einstein al presidente de Estados Unidos, por la Segunda Guerra mundial. Entonces, inevitablemente, derivé a Hiroshima y Nagasaki. Recor- dé una discusión con alguien que defendía las bombas atómicas como 9 PRÓLOGO: LOS MEDIOS JUSTIFICAN LOS FINES necesarias para terminar la Segunda Guerra mundial. Creo que le propuse mudar el museo de Hiroshima a Washington o alguna parte del mundo donde sirviera para aprender algo. He discutido tantas veces de tantas cosas que ni me acuerdo de aquel sujeto de cachetes colorados y bigotes tipo Hulk Hogan. Me pregunto si yo los sigo o ellos me persiguen. No creo que fuese algún colega porque en esto no son muy originales. Todos han rechazado semejante acto de humanis- mo que puso fin a la guerra, evitando así la muerte de miles de inocen- tes si se hubiesen usado otros métodos más tradicionales. Bajé a la sala de archivos y leí las revistas de entonces. 1943, 1944, 1945. Febrero, marzo, abril. Las noticias de la guerra aparecían frag- mentadas entre los inevitables anuncios de felicidad, casi todos basa- dos en la proliferación tecnológica. Autopistas aéreas, automóviles con aire acondicionado. «Asado in the Argentine», por entonces reco- nocida en la publicidad como un «gigante industrial». Para bien y para mal los norteamericanos dieron forma a nuestro mundo posmoderno. Aun hoy sus obsesiones y fantasías renacen en los lugares más impensados del planeta bajo otras banderas. No obs- tante cada Atenas, cada Roma tiene sus desastres propios, sus catás- trofes difíciles de repetir. Difíciles, aunque no imposibles. El numero de Time del 13 de agosto apenas cita a Truman, según el cual «lo que se ha hecho [el 6 y el 9 de agosto] es el más grande logro de la ciencia en toda su historia» (p. 17). En su portada del 20 de agosto la revista recibía al lector con un gran disco rojo con fondo blanco y una X que tachaba el disco. No era la primera bomba atómica de la historia arrojada sobre una pobla- ción de seres humanos sino el sol o la bandera de Japón. En la página 29, un articulo bajo el título de «Awful Responsabi- lity» («Una responsabilidad terrible») el presidente Truman trazaba las líneas de lo que iba a ser más tarde el pasado. Como un buen hom- bre de fe siempre que es colocado por Dios en el poder, Truman 10 JORGE MAJFUD reconoció: «Le damos gracias a Dios porque esto haya llegado a nos- otros antes que a nuestros enemigos. Y rezamos para que Él nos pue- da guiar para usar esto según Su forma y Sus propósitos». En la inversión semántica de sujeto-objeto, por «esto» se refiere a la bom- ba atómica que «nos ha llegado»; por «nuestros enemigos», obvia- mente, se refiere Hitler e Hirohito; por «nosotros», a nosotros, los protegidos de Dios. No cabe duda que Hitler e Hirohito eran criminales. Criminales, asesinos desde un punto de vista humanista, secular. Desde un pun- to de vista religioso eran dos demonios. Uno de ellos cristiano, a su manera. A Truman, a quien se le puede reconocer parte de la libera- ción de Europa, deteniendo o mitigando así el holocausto judío, no se le acusa al mismo tiempo de criminal. Como en una telenovela, uno es bueno o es malo, pero no las dos cosas a la vez. Porque según la mentalidad religiosa judeocristianomusulmana los estados intermedios, la vida humana y el purgatorio, son temporales, casi inexistentes. No caben tonos grises; uno es ángel o demonio, está en el cielo o en el infierno. Por lo tanto, es natural que se pensara que Dios estaba de par- te de uno de los bandos y que haya sido partidario de arrojar un par de bombas atómicas («según Su forma y Sus propósitos») sobre ciu- dades llenas de hombres, mujeres y niños que solo haciendo un gran esfuerzo de imaginación, y con ayuda de la Santa Inquisición, podrí- amos atribuir alguna responsabilidad mortal. En la revista, ninguna mención al número de víctimas. Mucho menos a las víctimas. Apenas algunos porcentajes, que nunca dan una idea de la escala real del objeto medido en términos relativos. Por- que uno no puede ser un instrumento de Dios o del bien habiendo suprimido a tantos inocentes. Al menos que se compare Hiroshima y Nagasaki con Sodoma y Gomorra. En la Edad Media se exageraba el número de muertos en nombre de Dios. Ahora los números se han dis- parado a las nubes pero nadie habla de los muertos que convierten a un soldado en héroe y al comandante en líder espiritual. 11 PRÓLOGO: LOS MEDIOS JUSTIFICAN LOS FINES En el numero siguiente de Time, en un rincón de la pagina 92, unas líneas dan cuenta que junto con la desaparición del 30 % de Nagasaki, desapareció también la comunidad jesuita, la comunidad cris- tiana más antigua de Japón.