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: © Rose hall Rose © : Foto Seix Barral, (2014; y ha sido finalista y ha sido best seller seller best The Daily TelegraphThe Daily Caricatura del empresario New Statesman es un escritor y activista es un escritor , The Guardian El Establishment . Imagen de cubierta: de Imagen /Album Akg-images © c.1890. obra Rata Langa, de Arte y Diseño, Diseño la cubierta: Departamento de de Grupo Planeta Editorial Área 2015), convertido también en un en también convertido 2015), del libros elegido los mejores ha sido entre año por Awards. Book Political del televisión. El blog político político blog El televisión. británico 2013 el comentarista en lo nombró más influyente, más influyente el séptimo autor como y ha sido Unido Reino en la izquierda de Writer Young el Premio con galardonado Book. Political de la categoría en Year of the el primer libro, Su obrera clase la de La demonización Chavs: Award Book First Guardian fue finalista del libros los diez mejores uno de y elegido como año por del no ficción de Times Owen Jones Owen 1984. en Sheffield en nacido izquierdas de Colabora Oxford. en Historia Estudió medios como en Independent Seix Barral Seix Barral El EstablishmentEl Jones Owen Lacasta al desnudo

Owen Jones El Establishment

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Owen Jones El Establishment La casta al desnudo

Traducción del inglés por Javier Calvo

032-SXB-118651-EL ESTABLISHMENT.indd 5 11/03/15 20:16 Título original: The Establishment

© Owen Jones, 2014 © por la traducción, Javier Calvo, 2015 © Editorial Planeta, S. A., 2015 Seix Barral, un sello editorial de Editorial Planeta, S. A. Avda. Diagonal, 662-664, 08034 Barcelona (España) www.seix-barral.es www.planetadelibros.com

Diseño original de la colección: Josep Bagà Associats

Primera edición: abril de 2015 ISBN: 978-84-322-2470-6 Depósito legal: B. 5.621-2015 Composición: Ᾱtona - Víctor Igual, S. L., Barcelona Impresión y encuadernación: Cayfosa, S. L., Barcelona Printed in Spain - Impreso en España

El papel utilizado para la impresión de este libro es cien por cien libre de cloro y está calificado como papel ecológico.

No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal). Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra. Puede contactar con CEDRO a través de la web www.conlicencia.com o por teléfono en el 91 702 19 70 / 93 272 04 47.

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LOS ESCUDEROS

A primera vista (y a segunda), Paul Staines, de cuaren- ta y siete años, no parece lo que se diría un personaje ama- ble. Con un mechón blanco en plena raya de su tupido pelo negro, su aspecto recuerda a algo así como la versión masculina y dedicada a la política de Cruella de Vil. Mien- tras se bebe una copa de vino en un gastropub pijo de Is- lington, el rey de la blogosfera de derechas me dice en tono despreocupado, casi de pasada: «La democracia no me entusiasma». En la década de los ochenta, Staines era un joven fa- nático que se inspiraba en la cruzada de Margaret That- cher. «Creo que la amaba», me dice dejándose llevar por una emoción humana, algo nada frecuente en él. «La ama- ba», se reafirma. Hace tiempo que lo mueve un odio feroz a la izquierda. «Creo que vuestro credo es maligno», me dice sin ninguna ironía. Lo dice en serio. Después de leer en 1980, con trece años, La sociedad abierta y sus enemigos, de , un libro que sus admiradores consideran una defensa ardiente de la demo- cracia liberal contra las ideologías totalitarias, Staines de- cidió que era libertario, es decir, alguien que cree que el gobierno y el Estado son amenazas inherentes a la libertad individual. Ya de adolescente, Staines dice que estaba

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032-SXB-118651-EL ESTABLISHMENT.indd 31 11/03/15 20:16 «muy cerca de un montón de gente poderosa». Se convir- tió en el «chico del maletín» o el asistente personal de Da- vid Hart, asesor de Margaret Thatcher, cuyo activismo estaba sufragado en parte por . Staines se jacta de que Hart «financió el aplastamiento del Sindicato Nacional de Mineros durante la huelga de mineros de 1984-1985, una victoria decisiva del thatcherismo». Tanto Hart como Staines defendieron públicamente la venta de armas de Estados Unidos a la Contra, los brutales parami- litares de derechas que durante la década de los ochenta cometieron toda clase de atrocidades con total naturalidad durante su lucha contra el gobierno de izquierdas de los sandinistas en . Staines se pasó años trabajando de corredor de bolsa e inversor en la City de Londres, hasta que en 2004 —des- pués de demandar al promotor financiero de su fondo de inversiones— se vio obligado a declararse en bancarrota. Necesitaba una nueva aventura. Como los blogs todavía estaban en pañales, se adueñó del que demostraría ser un nuevo y lucrativo nicho de mercado: montaría una página web para denunciar a los políticos de una forma que hicie- ra parecer dócil incluso a la prensa sensacionalista. En ho- menaje a un hombre que en el pasado había intentado derrocar el régimen político, en un sentido completamen- te literal, Staines adoptó el seudónimo de Guido Fawkes. «Mi rabia contra los políticos es genuinamente sincera —me explica—. Odio a esos putos ladrones de mierda.» Para Guido Fawkes casi todo estaba permitido. En 2009 publicó una serie de correos electrónicos cruzados entre uno de los ayudantes de mayor confianza del por entonces primer ministro Gordon Brown, Damian McBri- de, y el exportavoz del nuevo laborismo, Derek Draper, en los cuales la pareja conspiraba para difundir rumores que desacreditaran a una serie de oponentes políticos. No está claro cómo Staines pudo hacerse con aquellos correos elec- trónicos. En las postrimerías del escándalo, destruyó el disco duro de su ordenador. Ahora me dice en broma que

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032-SXB-118651-EL ESTABLISHMENT.indd 32 11/03/15 20:16 su fuente fue «el servicio secreto irlandés; nos reímos de él, pero es el mejor del mundo». Las repercusiones de su re- velación fueron sensacionales. McBride cayó en desgracia y tuvo que dimitir; por su parte, el ya asediado Brown se hundió en la crisis política. Staines se protege de unas acusaciones de difamación potencialmente dañinas que podrían obligarle a ubicar el servidor de Guido Fawkes en el extranjero, en lo que él des- cribe como «un soleado paraíso fiscal corporativo». No es de extrañar que los políticos le tengan pavor. Y a él le en- canta esta reputación. «Creo que no refleja realmente quién soy, pero me gusta bastante.» Sin embargo, sería una equivocación pensar que Stai- nes está liderando una cruzada contra la élite dirigente de Gran Bretaña: nada más lejos de la verdad. De hecho, es un acérrimo escudero de los tipos más adinerados de la sociedad. O en palabras del propio Staines: «Yo defiendo a los plutócratas del mundo. Mi punto de vista es: “¿Acaso los plutócratas no han sufrido ya bastante?”». Y este apoyo absoluto a los intereses de los más ricos ocupa el lugar central del desprecio que le tiene a la democracia. «Desa- creditar a los políticos deslegitima lo que éstos pueden ha- cer —dice—. Fundamentalmente, se adecúa a mi plan de juego ideológico.» Para este portavoz de los «plutócratas», la democracia es una amenaza potencialmente mortal. «No me da los resultados que yo quiero, y además los pobres votan para robar a los ricos, lo cual no me parece una manera justa de hacer las cosas [...]. Y es que la democracia, cuando el derecho a voto es universal, siempre lleva a que los que no tienen nada roben a los que sí tienen.» Para explicar su objeción a la democracia, Staines hace una comparación que inquietaría a mucha gente. «Mira el apartheid. Era obvio que los blancos que lo controla- ban iban a organizar las cosas en su propio beneficio. Está claro, y lo hicieron, porque les habían quitado el poder político a los negros. A mí me parece obvio que en un

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032-SXB-118651-EL ESTABLISHMENT.indd 33 12/03/15 16:37 sistema donde todo el mundo puede votar y hay una dis- tribución desigual de los recursos, los que no tienen nin- guno van a votar para quitárselos a quienes los tienen.» La cosa no es tan simple, admite, pero solamente porque «el capital encuentra formas de protegerse de los votantes. El sistema norteamericano lo hace muy claramente, porque allí el dinero domina la política, y eso quiere decir que, aunque salga elegido algún demócrata ligeramente iz- quierdista, el sistema atempera siempre su deseo de redis- tribuir». Aunque sus opiniones pueden llevarlo a uno a pensar que Staines es un simple chiflado irrelevante, esto sería una gran equivocación. Se trata de un hombre bien conec- tado con ministros de áreas claves del gobierno y con de- rechistas de primera fila. Guido Fawkes figura siempre como el blog político número uno de Gran Bretaña, mien- tras que Staines tiene una columna en el periódico más leído del país, el Sun on Sunday. Su cruzada contra el ré- gimen político —no destinada a pedirles que rindan cuen- tas, sino a socavar la fe en el sistema democrático en sí— forma parte de un movimiento ideológico mucho más amplio. En las últimas tres décadas, se ha quitado riqueza y poder a la mayor parte de la población y se ha redistri- buido de forma sistemática entre quienes están en lo más alto. Esto no habría sido posible sin los firmes esfuerzos de sus escuderos.

Para entender los principios rectores del Establishment actual, tenemos que remontarnos a 1947 y a la soñolienta aldea suiza de Mont Pèlerin. Por aquella época, debía de resultar sorprendente la belleza del paisaje circundante: las vastas aguas del lago Lemán y la altísima cordillera de los Dents du Midi. En este idílico escenario, tal vez resultara fácil olvidarse de la muerte y de la destrucción que habían reinado en las inmediaciones de la neutral Suiza hacía ape- nas un par de años.

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032-SXB-118651-EL ESTABLISHMENT.indd 34 11/03/15 20:16 Mont Pèlerin fue el inesperado lugar de nacimiento de una contrarrevolución que un día barrería el planeta ente- ro. Durante los primeros días de abril de 1947, casi cua- renta intelectuales de todo el mundo occidental —entre ellos académicos, economistas y periodistas— llegaron al Hôtel du Parc del pueblo. Al cabo de una semana de de- bate riguroso y a menudo acalorado, el grupo de los allí reunidos acordó dictar sentencia sobre el nuevo orden glo- bal que acababa de surgir de la Segunda Guerra Mundial. «Los valores centrales de la civilización corren peligro —decía en tono condenatorio la Declaración de Intencio- nes del grupo—. Las condiciones esenciales de dignidad y libertad humanas ya han desaparecido de vastas zonas de la superficie de la Tierra.» Para estos pensadores, las raíces de la crisis estaban claras; las habían «propiciado la pérdi- da de fe en la propiedad privada y el mercado competiti- vo». Una vez sentadas las bases para una lucha generacio- nal en defensa de un capitalismo de libre mercado cada vez más asediado, nació la sociedad Mont Pèlerin. Fue idea del economista británico nacido en Austria, Friedrich Hayek. Mientras el Imperio nazi se desmoronaba a manos del Ejército Rojo y de las fuerzas occidentales, Hayek publicó una denuncia profundamente pesimista del mundo que él creía que llevaba emergiendo desde hacía, por lo menos, una generación. El abandono de la economía del laissez-faire —es decir, de la fe en que la prosperidad y la libertad dependían de que el Estado se retirara de la vida económica— amenazaba, según él, los cimientos mismos de la libertad: «Hemos ido abandonando progresivamente esa libertad en materia económica sin la cual, en el pasado, jamás han existido las libertades política y personal».1 Publicado a finales de la Segunda Guerra Mundial, el influyente libro de Hayek, Camino de servidumbre, fue un éxito espectacular. Se vendieron cientos de miles de ejem-

1. F. A. Hayek, The Road to Serfdom (Londres, 1944), p. 10. Traducido en España como Camino de servidumbre.

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032-SXB-118651-EL ESTABLISHMENT.indd 35 11/03/15 20:16 plares tanto en Gran Bretaña como en otros países occiden- tales. En abril de 1945, se publicó una versión condensada en el Reader’s Digest.2 La popularidad del libro no sirvió de consuelo a Hayek. A pesar del enorme interés que estaba suscitando su obra, le escribió a un correligionario: «No soy optimista sobre el futuro, ni mucho menos. Las perspecti- vas para Europa me parecen oscuras a más no poder».3 Hayek y sus seguidores eran reaccionarios en el senti- do más genuino de la palabra. Querían viajar en el tiempo de regreso a una supuesta era dorada que se había visto barrida por el trauma de la depresión económica de los años treinta y de la guerra global de los cuarenta. No se cortaban un pelo a la hora de definirse a sí mismos como «liberales a la antigua usanza». Tal como dijo Hayek en la sesión inaugural de la sociedad Mont Pèlerin, una de las principales tareas que tenían por delante era purgar «la teoría liberal tradicional de ciertos añadidos accidentales que se le han ido pegando a lo largo del tiempo».4 Sepul- tada en aquella jerga académica más bien árida, se encuen- tra toda una revelación acerca de cómo se veían a sí mis- mos los miembros de esta sociedad: seres ideológicamente puros embarcados en la misión de descontaminar su pro- pio sistema de creencias corrupto. Hayek creía que, hasta hacía poco, Occidente había es- tado «gobernado por eso que se denomina vagamente ideas del siglo xix, o bien el principio del laissez-faire»,5 el mo- delo al que él y sus seguidores conminaban a regresar. Éste, sin embargo, no era el liberalismo que a mediados del si-

2. Richard Cockett, Thinking the Unthinkable: Think-Tanks and the Economic Counter-Revolution, 1931–1983 (Londres, 1995), p. 100. 3. R. M. Hartwell, A History of the Mont Pelerin Society (Indianápolis, 1995), p. 24. 4. George J. Stigler, Memoirs of an Unregulated Economist (Nueva York, 1988), pp. 144-145. 5. Hayek, Road to Serfdom, p. 9.

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032-SXB-118651-EL ESTABLISHMENT.indd 36 11/03/15 20:16 glo xx se había llegado a asociar con la reforma social y la intervención estatal. Para el íntimo colaborador de Hayek, el economista estadounidense pro mercado libre Milton Friedman, la forma de liberalismo que ellos defendían era una corriente nacida a finales del siglo xviii y en el xix, y que «subrayaba la libertad como la meta última, y al indi- viduo como la entidad suprema de la sociedad». Lo que su idea de liberalismo representaba, por encima de todo, era «el laissez-faire en el propio país» y «el libre comercio con el exterior». O, por decirlo de otra manera, la disminución de la intervención estatal en los asuntos económicos.6 Sin embargo, en aquel nuevo mundo de posguerra —unos años que se han descrito adecuadamente como «el nadir de la ideología capitalista»—,7 Hayek, Friedman y otros liberales nostálgicos eran auténticos parias ideológi- cos. Se les consideraba, simple y llanamente, como unos «chiflados».8 La economía del laissez-faire, considerada la culpable de la Gran Depresión de los años treinta y del conflicto global que la siguió, y desautorizada todavía más por el éxito de la planificación estatal de los tiempos de guerra, parecía estar en la bancarrota ideológica. Por toda Europa occidental, millones de obreros radi- calizados por la experiencia de la guerra total exigían que la paz trajera consigo una serie de reformas sociales pro- fundas a expensas de las grandes empresas y de los ricos. Los partidos socialistas y socialdemócratas ascendían ful- gurantemente al poder, ya fuera dentro de coaliciones, o bien —como sucedía en Gran Bretaña, Suecia y Noruega— formando gobierno ellos solos.9 Amenazada por las pode-

6. Milton Friedman, Capitalism and Freedom (Chicago, 1962), p. 5. Traducido al español como Capitalismo y libertad. 7. Donald Sassoon, One Hundred Years of Socialism: The West European Left in the Twentieth Century (Londres, 1996), p. 140. Traducido al español como Cien años de socialismo. 8. The Economist, 23 de noviembre de 2006. 9. Sassoon, One Hundred Years of Socialism, p. 118.

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032-SXB-118651-EL ESTABLISHMENT.indd 37 11/03/15 20:16 rosas fuerzas de la izquierda, a la derecha apenas le quedó otro remedio que abandonar su tradicional defensa de la economía del laissez-faire; y lo hizo, hasta que casi tres décadas después, en los años setenta, un pequeño grupo de ideólogos aprovechó una oportunidad imposible de pasar por alto. En el corazón de ese proyecto, que remodelaría todo el Establishment británico, se encontraba un joven llamado Madsen Pirie.

Hoy en día, Pirie es un tipo risueño y excéntrico, con una pajarita de rayas que le da un toque gracioso. De entrada me lleva a almorzar, en parte para ver de qué pie calzo. Cuando lo entrevisto, sin embargo, lo hago en las despreo- cupadamente informales oficinas del Instituto Adam Smith, que está en una callecita situada a pocos minutos de la Cámara de los Comunes. Tiene unos modales vivarachos y hasta me regala unos libros de ciencia ficción que ha escrito; en lo alto de una escalera de caracol, un grupo de jóvenes y brillantes libertarios teclea furiosamente. Pero Pirie no es ningún hijo de la élite. Lo crio su abuela, que se ganaba la vida cosiendo redes de pescar en la sala de estar de su casa, cerca del pueblo costero de Cleethorpes, en Lincolnshire. Al parecer, aquella anciana, que ya había criado a varios hijos, le dejaba hacer lo que él quisiera. «Así se adquiere una mayor independencia —me expli- ca—. Si tuvieras que encontrar la razón de mi preferencia por la vida mental independiente, seguramente la encon- trarías en aquella experiencia formativa tan tranquila.» No recuerda una época de su vida en que no suscribiera sus opiniones libertarias. A los veintipocos años mecanografió un sumario de dos páginas de todas las cosas en las que creía, antes de descubrir que «John Stuart Mill lo había hecho mucho mejor hacía más de un siglo». A principios de la década de los setenta, Pirie estudia- ba cursos de posgrado de Filosofía en la Universidad de Saint Andrews, un centro con mucha solera de la política

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032-SXB-118651-EL ESTABLISHMENT.indd 38 11/03/15 20:16 estudiantil de derechas. Fue en aquella época cuando invi- tó a Karl Popper, uno de los fundadores de la sociedad Mont Pèlerin, a que fuera a dar una charla a sus compa- ñeros de facultad. De ahí, Pirie pasó a asistir a las reunio- nes de la sociedad, y así es como conoció a Friedrich Ha- yek y a Milton Friedman. «Hayek veía al socialismo triun- fando por todo el mundo, no solamente en los países comunistas, sino también en las democracias capitalistas», rememora Pirie. Tres décadas después de la Segunda Gue- rra Mundial, recuerda, Hayek y Friedman parecían más aislados que nunca, unidos tanto por convicción como por necesidad. «Hasta entonces casi se podía decir que habían estado luchando en solitario, cada uno desde su universi- dad o su país respectivo. Ahora, sin embargo, formaban parte de una organización que les daba la sensación de no estar solos, de ser parte de un movimiento.» Entre los lí- deres de Mont Pèlerin había poco optimismo. «Con la ex- cepción de Friedman, todos los demás eran pesimistas. La mayoría pensaba que estábamos en pleno declive de la historia. Creían que, como mucho, se podía aspirar a una economía mixta, en plan modelo escandinavo.» Mientras Pirie finalizaba su doctorado en Filosofía, en Gran Bretaña seguía gobernando el consenso socialdemó- crata que había establecido el gobierno laborista de Cle- ment Attlee en 1945. Este acuerdo era el puntal político del Establishment que por entonces gobernaba en la Gran Bretaña de la posguerra, donde a todos los políticos de los partidos importantes se les exigía que suscribieran una serie de preceptos básicos si no querían verse fuera de los límites de lo políticamente aceptable. Los sindicatos eran fuerzas poderosas a las que había que tener en cuenta. Du- rante la celebración de su centenario en 1968, el Congreso Sindical británico se jactaba de que ya no era «una peque- ña asociación de debate»; ahora se había convertido en el órgano de representación del sindicalismo, que participa- ba «en la confección de las políticas del gobierno» y «en la administración de los principales servicios sociales», y que

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032-SXB-118651-EL ESTABLISHMENT.indd 39 11/03/15 20:16 hablaba «de igual a igual con los portavoces de las grandes empresas del país».10 El tipo máximo del impuesto sobre la renta para los salarios del trabajo estaba en el 75 por ciento. Las industrias y los servicios clave eran de propie- dad pública. Fue una época que sigue poblando las pesa- dillas de los ideólogos del libre mercado contemporáneos. «¡Quiere usted llevarnos de vuelta a los años setenta!» es una réplica estándar que da la derecha a cualquier idea izquierdista, por tibia que sea; y, sin embargo, el consenso de aquella época produjo un aumento vertiginoso del ni- vel de vida, así como el mayor y más estable crecimiento económico que este país ha conocido nunca. En 1955, Tony Crosland —el padrino intelectual de la tradicional ala derecha del laborismo— escribió un libro que celebraba el «cambio a la izquierda en el equilibrio de la opinión electoral», un cambio que, recalcaba, era per- manente. Aquel triunfalismo socialdemócrata presagiaba el júbilo que manifestarían mucho después los ideólogos del mercado libre, a finales de la guerra fría. En la Gran Bretaña de la posguerra, explicaba Crosland, los conserva- dores estaban luchando por las elecciones «en gran medi- da proponiendo políticas que hace veinte años se asocia- ban con la izquierda y eran repudiadas por la derecha». El panorama había cambiado de un modo tan profundo que, según la dramática conclusión de Crosland, «resulta ma- nifiestamente impreciso llamar a la Gran Bretaña contem- poránea una sociedad capitalista».11 La tesis de Crosland se puede resumir así: «Hemos ganado». El triunfalismo de la izquierda iba acompañado de la desesperación de la derecha. «En la letra pequeña de la po- lítica, y sobre todo en sus acciones de gobierno, el Partido Conservador se limitaba a ir avanzando por escalas en la

10. TUC, The History of the TUC, 1868-1968: A Pictorial Survey of a Social Revolution (Londres 1968), p. 5. 11. C. A. R. Crosland, The Future of Socialism (Londres, 1956), pp. 61-62.

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032-SXB-118651-EL ESTABLISHMENT.indd 40 11/03/15 20:16 larga marcha hacia la izquierda», se quejaría más tarde Margaret Thatcher. Y citaba en tono de aprobación a su mentor, Keith Joseph —el defensor del libre mercado—, que decía que la política británica se había vuelto una «de- riva hacia el socialismo». En otras palabras, Joseph creía que Gran Bretaña se estaba moviendo de forma implaca- ble, y tal vez irreversible, en dirección al socialismo. Des- cribiendo el curso de la política de posguerra, Thatcher escribió que los conservadores «no movían ni un dedo» mientras «cada gobierno laborista desplazaba el país un poco más a la izquierda. Los conservadores se aflojaban el corsé socialista, pero nunca se lo quitaban».12 Pareció que surgía cierta esperanza para los seguidores de Hayek cuando, en plena carrera para las elecciones ge- nerales de 1970, el líder conservador Edward Heath inten- tó remodelar la línea política de su partido. Después de un debate celebrado en el hotel Selsdon Park de Croydon, Heath propuso una oleada de políticas promercado libre, incluidos recortes de impuestos y el rechazo del Estado. El laborista Harold Wilson caricaturizó aquel manifiesto conservador llamándolo el Hombre de Selsdon, en referen- cia al «Hombre de Piltdown» prehistórico, es decir, repre- sentándolo como algo retrógrado, primitivo y, encima, falso. Sin embargo, a la vista de la dura realidad económi- ca y del crecimiento del desempleo, el gobierno de Heath tuvo que abandonar de golpe el Manifiesto de Selsdon poco después de llegar al poder. «Después de un inicio reformista, el gobierno de Ted Heath [...] propuso, y a punto estuvo de implantarla, la forma más radical de so- cialismo que jamás había contemplado un gobierno britá- nico electo», escribió Thatcher, criticando a Heath por ofrecer «control estatal de precios y dividendos, y supervi- sión conjunta de la política económica a cargo de un or- ganismo tripartito que representaba al Congreso Sindical,

12. Margaret Thatcher, Margaret Thatcher: The Downing Street Years (Londres, 1995), p. 7.

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032-SXB-118651-EL ESTABLISHMENT.indd 41 11/03/15 20:16 la Confederación de la Industria Británica y al gobierno, a cambio de la aceptación sindical de su política de ingresos. Lo que nos salvó de esa abominación fue el conservaduris- mo y el recelo del Congreso Sindical, que al parecer no pudo creerse que su “enemigo de clase” estuviera dispues- to a rendirse sin presentar batalla». Mientras languidecía bajo este régimen recalcitrante- mente socialdemócrata, Madsen Pirie se sentía «un revo- lucionario, un radical y un rebelde». En Gran Bretaña, por lo menos, se había convertido en un representante crucial de la obra de Friedman y Hayek, y estaba decidido a hacer todo lo posible para atacar «la deriva al socialismo». «En un ensayo que escribí cuando estaba en Saint Andrews a principios de los años setenta, acuñé el concepto de deriva inversa para referirme al hecho de que nosotros teníamos que hacer algo parecido.» Pirie estaba decidido a aprender de sus enemigos, convencido de que si éstos podían esta- blecer un consenso, también lo lograrían él y sus correli- gionarios. Y eso mismo era lo que tenía planeado hacer. «En cuanto se nos presente la oportunidad de introducir cualquier reforma de mercado, tendremos que incorporar el apoyo de los grupos de interés para que nunca sea po- sible darle la vuelta a esa reforma.» Al terminar el doctorado, Pirie se fue a Estados Uni- dos, «sin dinero, sin trabajo ni perspectiva alguna», deci- dido a obtener un puesto en la universidad. Y resulta que terminó trabajando para el conservador Comité de Estu- dios Republicanos del Capitolio, liderado en aquella época por Edwin Feulner. Éste llegaría a encabezar la Fundación Heritage, un think tank de derechas diseñado para hacer avanzar los principios conservadores. La derecha estadou- nidense bullía de ideas y mostraba una determinación co- lectiva de darle la vuelta a lo que los conservadores consi- deraban el implacable declive de su país después de la guerra de Vietnam y su prolongado estancamiento econó- mico. En Reino Unido ya existían think tanks parecidos,

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032-SXB-118651-EL ESTABLISHMENT.indd 42 11/03/15 20:16 aunque a menor escala. A mediados de los años cincuenta se había fundado el Institute for Economic Affairs (IEA), que presentaba ideas promercado libre en medio de un clima político hostil. «A la gente del IEA se los considera- ba unos locos —me dice su actual director general, Mark Littlewood—. Se les atribuía cierta honradez intelectual, pero estaban a años luz del pensamiento dominante.» Lit- tlewood me cuenta la reacción que hubo cuando el IEA sugirió la abolición de los tipos de cambio. La propuesta se consideró «una locura absoluta. La idea de que el Estado llegara a abolir algún día los controles del cambio de su moneda era un delirio completamente descabellado. Y, por supuesto, ésa fue esencialmente la primera acción del gobierno de Thatcher». Asimismo, otro panfleto del IEA de la década de los sesenta sugería privatizar la indus- tria de las telecomunicaciones. La reacción, dice Lit- tlewood, fue parecida: a la gente del IEA la calificaron de «lunáticos» y «dementes totales». Lo que estaba intentando el IEA, en palabras de Lit- tlewood, era vencer «en el plano intelectual», en vez de «agitar letreros, repartir folletos y escribir eslóganes en pósteres». Haciendo alusión a la agencia publicitaria favo- rita de Margaret Thatcher, aquello no fue «un intento es- tilo Saatchi and Saatchi de cambiar la opinión pública». Fue un «trabajo académico e intelectual bastante profun- do». En aquel sentido, el IEA ya estaba trabajando en la «deriva inversa» de Pirie. «Thatcher llegó a ser primero líder del Partido Conservador y después primera ministra gracias a que el IEA le había allanado el terreno intelec- tualmente para posibilitar el cambio, y le había dado las ideas que necesitaba para su primer mandato.» Pirie está de acuerdo en que el IEA tuvo un papel im- portante a la hora de cuestionar el sistema político de la posguerra. «El IEA desempeñó una labor excelente de di- vulgar las ideas mercantilistas, sobre todo en las universi- dades.» Pero no bastaba con aquello. «Nosotros queríamos algo que impactara directamente sobre las políticas. Que-

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032-SXB-118651-EL ESTABLISHMENT.indd 43 11/03/15 20:16 ríamos formular una serie de políticas que alcanzaran ob- jetivos en materia de mercado libre.» A Pirie se le ilumi- nan los ojos y se le llena la voz de pasión. Nada en el mun- do lo emociona más que esto: la posibilidad de convertir ideas abstractas en políticas prácticas que transformen la sociedad. Para Pirie, no bastaba con convencer a los polí- ticos de que «las ideas promercado libre eran sólidas»: ha- bía que enseñarles cómo se podían implantar en el mundo real. «Había que producir ideas sencillas, que no solamen- te funcionaran en la práctica, sino que también los ayuda- ran a salir reelegidos —me explica—. Porque no tenía sen- tido que implantaran todas aquellas ideas, por sólidas que fueran, si en la siguiente elección los iban a borrar del mapa y todas sus medidas iban a acabar revocadas.» Aquélla era la misión de Pirie: derrocar el antiguo sis- tema y sentar las bases de uno nuevo. La estancia de Pirie en Estados Unidos coincidió con las celebraciones en 1976 del bicentenario de la Declara- ción de Independencia. Para los seguidores de la economía del mercado libre, también se celebraban los dos siglos de una fecha señera: la publicación del libro La riqueza de las naciones, del pensador escocés Adam Smith, que había planteado por primera vez algunas de las ideas que soste- nían al capitalismo. Junto con un colega, Eamonn Butler, Pirie decidió fundar un think tank nuevo. Así fue como nació el Instituto Adam Smith, en 1977 y en Londres. Pirie estaba decidido a enterrar el Establishment de la posguerra, pero no se esperaba la facilidad con que él y sus compañeros de fatigas iban a conseguir sus objetivos. «Confiábamos en que un par de políticas se implantaran y tuvieran éxito, y que ese éxito llevara a emprender más acciones; sería un proceso acumulativo —dice—. En aque- lla época no nos imaginábamos para nada el éxito total que iban a tener nuestras ideas.» El Instituto Adam Smith de Pirie iba a prosperar de una manera que él no podía prever ni en sueños.

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032-SXB-118651-EL ESTABLISHMENT.indd 44 11/03/15 20:16 A mediados de los años setenta, el consenso de la posgue- rra ya empezaba a tambalearse. El marco global de las fi- nanzas internacionales, es decir, el sistema de Bretton Woods, lo desmantelaron en agosto de 1971, y de forma unilateral, unos Estados Unidos apabullados por el cos- te de la guerra de Vietnam. Dos años más tarde, los paí- ses productores de petróleo anunciaron un embargo que causó una «crisis del precio del petróleo». La inflación se disparó por todo el mundo occidental mientras las econo- mías se estancaban. Los márgenes de beneficio se empe- zaron a desplomar. Para los escuderos de Mont Pèlerin, había llegado el momento. «Solamente una crisis, ya sea real o percibida, produce un cambio real —dice Milton Friedman—. Cuando llega la crisis, las acciones que se em- prenden dependen de las ideas que haya disponibles, [...] lo políticamente imposible se vuelve políticamente inevi- table.» Lo crucial aquí es que esta lucha ideológica reflejaba algo que estaba teniendo lugar durante aquella época en la sociedad británica. A medida que la inflación se ponía por las nubes y los sindicatos intentaban obtener subidas sala- riales que reflejaran el aumento del coste de la vida, una oleada de huelgas sacudió el país. Aquello culminó en el llamado Invierno del Descontento de 1978-1979, una ba- tería de acciones industriales que detuvo muchos servicios esenciales en varias partes del país. Pero, aunque ganó al- gunas batallas, el movimiento sindical entero estaba al borde de una derrota catastrófica. Gran Bretaña se estaba volviendo más y más receptiva a las ideas de los escuderos de Mont Pèlerin. Dentro de la oleada de nuevos think tanks que se crea- ron en la Gran Bretaña azotada por la crisis, surgió el Cen- tre for Policy Studies (CPS), fundado en 1974 por Marga- ret Thatcher y Keith Joseph —hijo de un rico magnate de la construcción y veterano ministro conservador—, dedi- cado a promover sus insurgentes puntos de vista derechis- tas. «Fue creado, en gran medida, con la intención de ser

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032-SXB-118651-EL ESTABLISHMENT.indd 45 11/03/15 20:16 revolucionario», dice el actual director del CPS, Tim Knox. «Si escuchas cualquier discurso de Keith Joseph de aquella época, verás que era un crítico feroz del consenso de me- diados de los años setenta, y las dificultades económicas de aquella época significaban que podía echar raíces una al- ternativa a aquel consenso. Cuando las cosas van mal, la gente está dispuesta a escuchar alternativas. Cuando todo va bien, ¿para qué marear la perdiz?» La idea de Milton Friedman de que hacía falta una gran crisis para transfor- mar la sociedad la compartían todos los escuderos del mercado libre de por aquel entonces. Nada más fundarse en 1977, el Instituto Adam Smith de Pirie inició una campaña incansable de agitación. Sus miembros no paraban de presentar peticiones a los políti- cos, tanto en sus despachos del Parlamento como en al- muerzos y conferencias. Escribían artículos en periódicos importantes, con la esperanza de que sus ideas captaran la atención de quienes tenían el poder, y también para esta- blecer relaciones estrechas con periodistas influyentes. «John O’Sullivan, primero desde el Telegraph y luego en el Times, podía normalmente colar alguna referencia a nues- tra última publicación, o bien convencer a alguno de sus colegas para que la cubriera», cuenta la historia oficial del Instituto Adam Smith.13 El instituto estaba transformando a toda una serie de periodistas en sus propios escuderos, encargados de divulgar su trabajo entre el gran público. Se estaban publicando artículos de primera plana basados en las investigaciones del instituto en periódicos como el Daily Mail. Por encima de todo, era un organismo ambi- cioso. «Nuestra meta era casi intentar crear otro consenso, o no exactamente un consenso, pero sí crear la impresión de que la historia avanzaba implacablemente en esa direc- ción», dice Pirie. Pronto aquello se convirtió en una ofensiva coordina-

13. Madsen Pirie, Think Tank: The Story of the Adam Smith Institute (Londres, 2012), p. 50.

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032-SXB-118651-EL ESTABLISHMENT.indd 46 11/03/15 20:16 da. El Instituto Adam Smith se unió al IEA, al CPS y a otras organizaciones promercado libre para fundar la Saint James Society, que tomaba su nombre del hotel Saint Ja- mes Court de Westminster, donde se habían reunido por primera vez. Empezaron a encontrarse para escuchar a los principales miembros del gabinete conservador, como Keith Joseph y Geoffrey Howe, que pronto se convertiría en el primer ministro de Economía de Thatcher. Sin em- bargo, pese a toda su energía y fanfarria, los escuderos no lo tenían nada fácil. «Por entonces había muy poca gente que creyera que las ideas promercado libre podían darle la vuelta a la situación en Gran Bretaña —escribiría Pirie más tarde—. Solíamos comentar que se nos podía meter a to- dos en un taxi, y que si éste se estrellaba, desaparecería todo el movimiento del mercado libre.»14 Sin embargo, aunque originariamente fueran muy po- cos, el logro de los escuderos fue trascendental. Ayudaron a convertir aquello que se consideraba absurdo y extrava- gante en el nuevo sentido común de la política, algo que en sus momentos más desesperados hasta a ellos les había parecido una tarea imposible. Suministraron aperturas po- líticas para una serie de estrategias que más adelante serían conocidas como las piedras angulares del thatcherismo: la privatización, la desregulación y los recortes salvajes de impuestos para los ricos. «Uno de los campos en los que trabajé, y en el que llegué a tener bastante influencia en la política conservadora con Nigel Lawson, fue la política de viviendas, y particularmente la venta de viviendas de pro- tección oficial», dice Mark Boleat, que en los años setenta era miembro del think tank conservador Bow Group. Por entonces, cuenta, la cuestión de poner en venta las vivien- das de protección oficial «era un campo de batalla entre la izquierda y la derecha. Ahora no lo es en absoluto. Ahora todo el mundo acepta que es una política perfectamente sensata».

14. Ibídem, p. 19.

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