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: gloria y debacle del Mozart de la música negra

Sly Stone en una imagen de Woodstock: 3 Days of Peace & Music, de Michael Wadleigh (1970). Imagen: Warner Bros / Cordon.

Ángeles con alas rotas

Si has visto la película Woodstock tal vez le recuerdes haciendo gritar “Higher!” a más de medio millón de espectadores; la impactante imagen de un músico en pleno éxtasis, transfigurado en profeta de las masas bajo una fantasmagórica luz purpúrea. Fue el primer hombre en la historia del espectáculo que manejó a su antojo una multitud semejante desde un escenario. Sí, él fue el primero, y lo hizo antes que los Rolling Stones, antes que Freddie Mercury, antes que AC/DC, antes que U2. En 1970 era capaz de vender millones de ejemplares de un simple recopilatorio y en 1971 podía hacer debutar su nuevo disco directamente en el número 1 de las listas. Sly Stone era el nuevo rey.

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Entre 1969 y 1973 la industria musical seguía cada uno de sus pasos al milímetro. Combinó soul, rock, y pop con una naturalidad sobrenatural…y cambió todos esos géneros para siempre. Incluso la todopoderosa y monolíticaMotown dejó que artistas como Stevie Wonder o Marvin Gaye experimentasen con nuevos estilos únicamente porque Sly lo estaba haciendo con éxito. Hubo un tiempo en que no sólo era uno de los talentos más brillantes y productivos de la música popular, sino que su fama estaba bien en consonancia: jugaba en la liga de los Beatles, de Jimi Hendrix, de James Brown. Sus mejores canciones no envidiaban la obra de nadie. Sus arreglos eran dignos de un genio. Era un visionario musical, un revolucionario. Lo cambió todo.

Mostró que se podía elevar el pop más intrascendente deDoris Day con la solemne profundidad del gospel, como en su alucinante versión deQué será, será. Que se podía hacer funk sin tener que imitar a James Brown: de hecho, buena parte del funk de los setenta sigue más los pasos de Sly que los del propio Soul Brother nº1. Y que el funk podía tener forma de balada sin dejar de ser funk (If you want me to stay). Incluso en una de sus canciones —bajo el enrevesado título Thank You (Fallettinme Be Mice Elf Agin)— apareció por primera vez algo tan importante como la técnica del“slap bass”, inventada por su entonces bajista : técnica fundamental que empezaron a imitar miles de bajistas en todo el mundo. Sly también fue el primer artista pop importante en publicar un LP donde la percusión electrónica tenía un papel primordial: hablamos del lejano 1971, una década antes de la explosión del techno.

Pero en 1975 —año en que publicó su último buen disco— la crítica y el público ya le habían dado la espalda cansados de su actitud errática y autodestructiva. Sly no se presentaba a los conciertos o se marchaba súbitamente del escenario tras cantar unas pocas canciones con evidente apatía. Aparecía completamente colocado en entrevistas televisivas. Muy ocasionalmente conseguía hacer recordar al arrollador Sly de los años 60 pero, por lo general, parecía una estrella fugaz que había ardido antes de tiempo: inconstante, desorientado, indiferente, huidizo.

En 1980 ya se le consideraba un caso perdido y, por si alguien todavía albergaba esperanzas en torno a él, Sly llegó al extremo de abandonar la grabación de su último LP dejándolo todo a medias. Se marchó del estudio sin previo aviso y estuvo ilocalizable durante meses para desesperación de la compañía discográfica, que no pudo encontrarle para obligarle a

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terminar el trabajo. Desde ese lejano 1980 Sly Stone nunca ha dado muestras de que su leyenda o su público le importen lo más mínimo. Algunas de sus esporádicas reapariciones en vivo han terminado en completo desastre, con un decadente y aletargado Sly murmurando incoherencias en el escenario e interrumpiendo a su propia banda para cambiar de canción inesperadamente o, sencillamente, haciendo sonar un iPod a través de los micrófonos en vez de tocar su propia música. El autor de varias de las mejores canciones del siglo XX, la bestia escénica que reinó enWoodstock , es hoy incapaz de garantizar siquiera un pequeño concierto nostálgico en condiciones; su desastroso comportamiento ha provocado incluso las lágrimas de algunos de sus músicos y la frustración de un público que sólo quería rendir tributo a su cada vez más olvidado ídolo.

La masiva adicción a la cocaína —que Sly arrastra desde 1970— y su confesa dificultad para manejar las presiones del éxito le hicieron destruir su propia carrera con verdadero empeño. Desde entonces y a lo largo de los años su nombre ha ido perdiendo resonancia pese a que, paradójicamente, su vieja música suena cada vez mejor, cada vez más inventiva, cada vez más emocionante. La influencia de su estilo está en todas partes. Algunas frases de sus canciones han pasado al lenguaje común del americano medio (como “different strokes for different folks”, convertida ya en refrán popular en los Estados Unidos) e incluso Barack Obama ha citado alguna de sus letras en discursos políticos. Pero cada vez menos gente sabe quién es Sly Stone o lo mucho que ha significado.

Probablemente el ciudadano de a pie sólo volverá a prestar atención a Sly el día en que muera y los medios decidan rememorar la relevancia que tuvo este individuo en la evolución de la música de nuestro tiempo; una relevancia difícil de exagerar. Pero no se puede culpar de esto a nadie excepto al propio Sly. Fue él mismo quien lo arruinó todo. DecíaTruman Capote que Dios no le da un gran talento a un hombre sin darle también un látigo con el que fustigarse, y pocos artistas han empleado el látigo sobre sí mismos con tanto ímpetu como Sly Stone.

Pero antes de que Sly nos deje definitivamente —dentro de mucho, espero— y de que por esa causa sea quizá redescubierto por el gran público, recuerda que lo has leído antes aquí: Sly Stone fue una de las figuras más importantes de la historia de la música. Y cuando digo de las más importantes, es de las más importantes. El que la gente quiera enterarse, eso ya es otro cantar.

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Si nunca le has escuchado, los discos básicos para empezar son: Stand (1969), There’s a riot goin’ on (1971), Fresh (1973), High on you (1975) y Greatest Hits (1970).

También recomendables: A whole new thing (1967), Dance to the music (1968), Life (1968)

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