Lo Sublime Y La Subversion Barroca
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Lo sublime y la subversión barroca “Hay quienes mientras leen un libro van evocando, cotejando, suscitando emociones de otras lecturas. Esa es de las más delicadas formas de adulterio”. (Ezequiel Martínez Estrada) 1 “Ningún prejuicio más ridículo que el prejuicio de lo SUBLIME”. (O. Girondo) Al igual de lo que sucede con la mayoría de las instituciones de nuestra cultura, la literatura – como el derecho, la lengua, la historia y las formas de religiosidad- es sometida a procesos que se ordenan en torno a la sacralización y la desacralización. Ello es válido para justificar los dos epígrafes que dan inicio a este artículo. El primero de ellos –extraído por E. Rosenzvaig de E. Martínez Estrada- funda una metáfora de la literatura vinculada al matrimonio; al comparar la lectura con el adulterio –una de las contingencias del matrimonio- hace ingresar lo instituido en el ámbito de lo contingente, lo que constituye su negación. En cuanto al segundo epígrafe, puede decirse que la literatura –como institución de nuestra cultura- funda categorías de lo bueno y de lo bello –casi una concepción tomista- y en torno a ellas organiza un canon. El canon –aunque parezca irreverente- está fundado en el prejuicio de lo sublime. Los interrogantes que motivan, entonces, este exordio pueden resumirse a esta serie de preguntas: ¿qué es lo sublime en nuestra literatura? ¿Cuáles son los textos sacralizados? ¿Cuáles son los procedimientos –y los textos- que desmontan lo sublime en la literatura argentina? Propongo, en primer lugar, el análisis de cuatro textos que pueden agruparse en binomios. El primero de dichos binomios está constituido por fragmentos de Facundo , de Domingo F. Sarmiento y de Tadeys, de Osvaldo Lamborghini. El segundo binomio contiene los cuentos “El Aleph” de Jorge Luis Borges y su versión (o inversión, o subversión) anagramática “Help a él” de Rodolfo Enrique Fogwill. 1 Citado por Eduardo Rosenzvaig en Compacto deseo de conquistar América. Universidad Nacional de Tucumán. 2007. Pág. 262. Lo sublime y lo profano Aunque tal vez medien algunas diferencias, he de equiparar lo sublime con aquello que ha sido sacralizado, pues ambos términos comparten una serie de características que funcionan como rasgo distintivo: son construcciones culturales; son fenómenos fuertemente consolidados; y, por ello, tienden a resistir cualquier forma de discusión. Veremos que dicha reticencia al cuestionamiento va a determinar que cualquier operación tendiente a poner en duda estos sistemas ideológicos no podrá resolverse sino en términos de una cierta violencia que –podremos comprobar- habita en el espacio de lo profanatorio. La profanación de estos ítems culturales es de suma importancia puesto que la clave de ella es la lectura (o la relectura). Ello cobra un sentido especial si consideramos, por ejemplo, la redefinición del término religión propuesta por el filósofo italiano Giorgio Agamben. Toda forma de religión implica la escisión del espacio de los objetos en una esfera de lo sagrado –aquello que pertenece a la divinidad- y lo profano, lo que pertenece a los hombres. La religión sustrae cosas, lugares y personas de la esfera de lo humano y las transfiere al espacio de lo divino. Esta operación, que marca el límite entre lo sagrado y lo profano como elementos característicos de un sistema religioso, es lo que funda las categorías de lo sublime. En este sentido, como afirma Giorgio Agamben, el término religio no deriva de religare , es decir, aquello que re-liga, que une el espacio del hombre con lo divino. Para el filósofo italiano, autor de Profanaciones, religio deriva de religere [re-leer], lo que hace referencia a un escrúpulo y observancia permanentes de las reglas que separan el espacio del hombre del espacio divino: Profanar significa abrir la posibilidad de una forma especial de negligencia, que ignora la separación o, sobre todo, hace de ella un uso particular. El pasaje de lo sagrado a lo profano puede, de hecho, darse también a través de un uso (o, más bien, un reúso) completamente incongruente de lo sagrado. (Agamben, 2005:99) En este sentido, vuelvo al epígrafe de Ezequiel Martínez Estrada: la relectura que media entre un texto y otro que sirve como precedente se sirve de la misma lógica que la del adulterio. El adulterio no es otra cosa que la traición a una tradición. ¿Qué es –o en todo caso- qué constituye la tradición en la literatura argentina? ¿De qué manera podemos ver en ella los rasgos de un sistema religioso? Pensar la religiosidad no es pensarla en clave de una tradición judío cristiana, pues conllevaría a una excesiva limitación y atentaría contra el objetivo de este trabajo. Puede pensarse en cambio en religiones como las de la antigüedad clásica, basadas no solo en el culto a los dioses, sino también en la sacralización de los héroes. Nuestra cultura –si bien se dice cristiana y occidental- guarda con celo las formas del culto a lo heroico por medio de la creación de un verdadero Olimpo de héroes nacionales que son celebrados en las fiestas patrias. No solo son sagrados –y por lo tanto indiscutibles- los héroes: es sagrada, además, la esfera de objetos u obras que a ellos es atribuida. Así, se rinde culto a la bandera; se etiquetan avenidas con nombres de batallas; se nombran poblados con apellidos precedidos de rangos militares, los actos escolares poseen una estructura cercana a lo litúrgico… Pero nos interesa el culto rendido a un héroe en especial, uno que –al igual que el cristianismo con su eterna batalla entre el bien y el mal- instaló una dicotomía maniquea que ha cifrado gran parte de los debates en la Argentina hasta nuestros días. Si preguntáramos a cualquier persona habituada a la reflexión acerca de la cultura (un historiador, un filósofo, un sociólogo o un crítico literario) cuál es la obra insoslayable de la literatura argentina, todos habrán de responder –seguramente- Facundo . El debate en torno al eje civilización/barbarie se ha apropiado de los rasgos de la lucha entre el bien y el mal; el texto de Sarmiento habilita por si mismo su lectura en términos religiosos si tenemos en cuenta su íncipit , que funciona como una fórmula invocatoria: Sombra terrible de Facundo, voy a evocarte, para que, sacudiendo el ensangrentado polvo que cubre tus cenizas, te levantes a explicarnos la vida secreta y las convulsiones internas que desgarran las entrañas de un noble pueblo. Tú posees el secreto: ¡revélanoslo! Diez años aún después de tu trágica muerte, el hombre de las ciudades y el gaucho de los llanos argentinos al tomar diversos senderos en el desierto, decían: "¡No; no ha muerto! ¡Vive aún! ¡El vendrá!". ¡Cierto! Facundo no ha muerto; está vivo en las tradiciones populares, en la política y revoluciones argentinas; en Rosas, su heredero, su complemento: su alma ha pasado a este otro molde, más acabado, más perfecto; y lo que en él era solo instinto, iniciación, tendencia, convirtióse en Rosas, en sistema, efecto y fin. 2 2 Sarmiento, D. F. Facundo. Ed. Kapeluz, Buenos Aires, 1995. Pág. 53 La dicotomía entre civilización/barbarie entendida en clave del tópico religioso de la lucha entre el bien y el mal está inscripta ya en esta invocación. Es la lucha entre los ideales que constituyen al “hombre de las ciudades” y al “gaucho de los llanos argentinos”. Nótese que Sarmiento no habla del “hombre de las ciudades” y “el hombre de los llanos argentinos”. La denominación de “gaucho” rebaja la condición humana del habitante de las pampas y lo hace depositario del mal. Es justamente esto lo que ha sido sometido a una operación de sublimación en el texto de Sarmiento. Es lo que a continuación veremos en dos prólogos de J.L. Borges. Borges, sacerdote Si atendemos a los conceptos de Agemben tratados más arriba, puede afirmarse que los límites que marcan la distancia entre lo profano/adúltero y lo sagrado ( sacer )/sublime deben ser custodiados por alguien que desempeñe una suerte de labor sacerdotal. Respecto a los textos de Sarmiento, esta labor fue eficazmente desempeñada por Borges. En 1944, la editorial Emecé publica Recuerdos de provincia de Domingo F. Sarmiento precedida por un prólogo de Borges. En una reedición de dicha obra –fechada en 1974- Borges anota, casi con tono admonitorio “Sarmiento sigue formulando la alternativa: civilización o barbarie. Ya se sabe la elección de los argentinos. Si en lugar de canonizar el Martin Fierro, hubiéramos canonizado el Facundo, otra sería nuestra historia y mejor.” 3 Para que esta sentencia quede firmemente sentada, Borges la repite, casi textualmente, en el prólogo a Facundo , también fechado en 1974: No diré que Facundo es el primer libro argentino; las afirmaciones categóricas no son caminos de convicción sino de polémica. Diré que si lo 3 Jorge Luis Borges Obras Completas IV . Emecé, Buenos Aires, 2007. Pag 148. Este comentario de Borges a propósito de la “elección de los argentinos” tiene un viso paradójico. Borges mismo perteneció a una corriente que buscó conformar –a tono con los debates del centenario de la patria- el ideario del ser nacional a partir de la literatura. Este debate fue uno de los que mayor incidencia tuvo en la conformación del canon literario y la figura que eligieron como insignia fue Martin Fierro. De todas formas, la discusión sobre la conformación de un ser nacional y el rol de Borges es mucho más amplia y compleja. Recomiendo leer Beatriz Sarlo, Borges, un escritor en las orillas , Buenos Aires, Ariel, 1995. hubiéramos canonizado como nuestro libro ejemplar, otra sería nuestra historia y mejor. 4 En estos prólogos, Borges liga nuestro destino como pueblo a la elección o no de un canon – Facundo-; le atribuye a la obra y al sistema de ideas de Sarmiento una función casi mágica.