Descargar Completo
Total Page:16
File Type:pdf, Size:1020Kb
CINE FINLANDÉS DE LOS AÑOS 90 Introducción La segunda mitad del siglo XX convirtió a Finlandia en una nación fronteriza. Sus transformaciones geopolíticas y aparente neutralidad lograron desestabilizar la identidad del país. El cine de los años noventa intenta documentar este fenómeno de desarraigo interno, mediante un realismo inquietante y minucioso. Los filmes de la época se concentran en una sociedad desmoralizada, que añora regresar a un pasado utópico e inalcanzable. Antecedentes: el carácter fronterizo de Finlandia y el cuestionamiento cinematográfico de la identidad nacional En 1948, Finlandia forma un tratado de amistad y cooperación con Stalin. El acuerdo, que respondía a beneficios económicos, provocó que el país se volviera un territorio fronterizo durante la Guerra Fría. Si bien no estaban dentro del Bloque del Este, tampoco se habían adherido a los ideales del Bloque del Oeste. Urho Kekkonen, el jefe de estado, sostuvo relaciones diplomáticas con ambas facciones y aprovechó la situación en beneficio de sus ciudadanos. El mandato del líder ofreció un enorme bienestar a la población, que dejó atrás su pasado agrícola y adoptó una forma de vida urbana, democrática e industrial. Desafortunadamente, la dimisión de Kekkonen en 1981 acabó con la prosperidad. Aunque el país aún sostenía su neutralidad, el gobierno soviético comenzó a inmiscuirse en la política del estado y consiguió grandes préstamos que tendrían un impacto negativo en la economía de Finlandia. La URSS deseaba reducir la influencia de Estados Unidos en su vecino, con el objetivo de que éste no se uniera a sus opositores. La turbulenta década de los ochenta fue testigo del nacimiento de un cine nacional, que se afanaba por ser crítico y quisquilloso. Comenzaron a surgir importantes talentos directivos: Perti Pasanen, Mikko Niskanen, Anssi Mänttäri, Heikki Partanen o Marku Lehmuskallio. También destacan Renny Harlin, quien obtiene visibilidad en el ámbito hollywoodense; Leonid Gaidai y Risto Orko, gracias a su Sin cerillas (1980); Rauni Mollberg con El soldado desconocido (1985) y su gran éxito en críticas y taquilla; y el equipo de Pirjolton Kasalo y Pekka Lehto. Mika y Aki Kaurismäki empiezan su trayectoria. Aki, en particular, consolida su estilo en los años ochenta y se posiciona como uno de los directores independientes más reconocidos del mundo. Algunas de las principales películas del cineasta son Sindicato de calamares (1985), la trilogía de Sombras en el paraíso (1986) y Ariel (1988). En todas ella puede verse la influencia de Jean-Pierre Mellville y Robert Bresson, ambos pertenecientes a la Nouvelle Vague. Los filmes del periodo suelen trabajar a través de personajes finlandeses. A pesar de que el adjetivo parece una característica obvia, es necesario mencionarlo, pues la construcción identitaria de los sujetos es un tema recurrente. No solo se trata de que el espectador observe las distintas peripecias con las que el protagonista se encuentra, se trata de que el ciudadano finlandés enfrente las adversidades de un mundo moderno que no le da importancia al pasado folklórico del país y, por lo tanto, desestabiliza la concepción comunitaria que la nación tiene de sí misma. Así sucede, por ejemplo, en las obras de Ere Kokkonen, donde Uuno Turhapuro, su héroe y estereotipo del hombre finlandés, es colocado en situaciones que estiran el patriotismo y llevan la romantización del imaginario rural a un extremo ridículo. Cine finlandés de los años noventa o la nostalgia mítica contra la posmodernidad Cuando la Unión Soviética cayó en 1991, Finlandia se liberó de su presión política. Sin embargo, el hecho también trajo consigo un cambio para la delimitación territorial del país y la perdida de los múltiples préstamos económicos que había contraído con la organización. La década de los noventa no fue nada fácil para la población. El bienestar de los ochenta se desvaneció poco a poco. El marco finlandés fue devaluado y el desempleo aumentó del 3% al 20%. La pobreza se arraigó en los barrios de las ciudades, mientras los políticos trataban de que la nación fuera aceptada dentro de la Unión Europea. Los ciudadanos comenzaron a emigrar a Suecia, pues la consideraban próspera y llena de oportunidades. Los problemas dieron lugar a una vergüenza pública, que renegaba de su identidad fracasada y se sentía inferior en comparación con otros países colindantes. A pesar de que no todos los miembros del gobierno estaban de acuerdo, Finlandia logró entrar a la Unión Europea en 1995. Gracias a ello, el país recuperó un poco de la estabilidad económica que había perdido en los primeros años de los noventa. Esto también permitió que la nación construyera una relación más abierta con la cultura occidental y el ámbito internacional. El bienestar se extendió rápidamente y su efecto más relevante fue la aprobación de una nueva constitución, que limitó algunas capacidades presidenciales y equilibró la balanza entre los poderes del líder de estado y el parlamento. El cine de los años noventa también experimentó una recesión, pues la industria se encontraba estancada y parecía incapaz de divisar un futuro. Por fortuna, La última boda (1995) de Markku Pölönen significó un nuevo despertar cinematográfico. La película, que era una oda agridulce a la vida rural y el imaginario de la nación, estableció los temas que regirían a las cintas de la segunda mitad de la década. Los directores pusieron mucha atención en la cultura laboral finlandesa, que se basaba en las virtudes de una existencia dura, pero ocupada. Sin una tarea que realizar, los ciudadanos se perdían y su moral era humillada. La identidad del individuo, construida mediante el propósito del empleo se desplomaba y, junto con ella, el ideal moderno de lo nacional, que se construía a partir de “dicotomías como atraso-desarrollo, urbano-rural, rico-pobre” (Moring, 2005). Ante esta incertidumbre aterradora, las cintas de la época se proponen hablar sobre la seguridad perdida, al rememorar un supuesto pasado dorado, donde se desarrolla una vida simbólica dentro de un plano mítico. Las transformaciones traumáticas del país se documentan. La confrontación transitoria entre la vida rural y la urbana adquiere gran importancia, y la primera de ellas se representa a través de imágenes canónicas y paisajes pintorescos y nostálgicos. Aunque la estrategia podría ser interpretada en términos de propaganda patriótica, el fenómeno más bien desea jugar con el concepto del nacionalismo, con sus límites y núcleos ideológicos. El renacer fílmico estableció un promedio de diez películas al año. Su financiamiento estuvo a cargo del Ministerio de Educación y la Organización Central de la Industria Cinematográfica. Además de la proliferación de cintas, el apoyo también ayudó a que diversas directoras pudieran edificar una carrera. Tal vez la más destacada de ellas fue Auli Mantila, quien saltó a la fama con The Collector (1997). Pero, sin lugar a dudas, el director de la época es Aki Kaurismäki. La fama de los ochenta le permitió continuar desarrollando obras que se alejaron de las normas de la industria y, aun así, ser bien recibido en los cines del país. Kaurismäki despreció las entregas anuales que los cineastas solían acordar con las grandes productoras hollywoodenses; que exigían trabajos rápidos y en serie. El cineasta se burla de las prácticas de la industria en la mayoría de sus obras. Su cine es polémico en cuanto a decisiones, estilo y manera de trabajar, la cual realiza de forma aislada durante la fase de escritura y posproducción. No inserta lecciones morales ni soluciones ideológicas en sus películas, tampoco juzga a los protagonistas de la historia. Intenta que la trama sea apenas perceptible y arroja los problemas de la narración a la cara del público. Tiene una predilección hacia los planos fijos, que se enfocan en la psicología de los personajes. Estos le exigen al espectador una gran empatía y crean un vínculo emocional con los protagonistas de los filmes. La relación nace a partir de un enamoramiento social, las situaciones y escenarios son tan realistas y comunes que es imposible que el espectador no se sienta identificado. Kaurismäki trata de explicar la soledad, desde diferentes puntos de vista y con matices sutiles, pues las historias suelen concentrarse en las vidas de los marginados o personas que se salen de las normas del sistema. La característica responde a las constantes auto referencias que el autor hace. Parece que desea encontrarse a sí mismo, o que está en una interminable búsqueda de algo que ya está en él. El silencio es una parte fundamental de su trabajo, así como los cuadros descriptivos, que cuidan cada detalle, y la aparición orgánica de elementos musicales. Los diálogos de sus guiones suelen ser parcos, pero esto no le impide conseguir un humor irónico y elegante, que se apoya en el alargamiento de situaciones absurdas y escenas con interpretaciones increíblemente naturales. Kaurismäki construye un universo de contrastes, imágenes saturadas y luces teatrales; que vuelve a un mismo estilo, cual artesano avocado que indaga y perfecciona su técnica (Deltell y Sahagun, 2017). Entre sus películas más famosas se encuentran La chica de la fábrica de cerillas (1990), Contraté un asesino a sueldo (1990), Agárrate el pañuelo, Tatiana (1994), Nubes pasajeras (1996) y Juha (1999). La chica de la fábrica de cerillas (1990) Título original: Tulitikkutehtaan tyttö Año: 1990 Duración: 69 min. País: Finlandia Dirección: Aki Kaurismäki Guion: Aki Kaurismäki Música: Reijo Taipale Fotografía: Timo Salminen Reparto: Kati Outinen, Elina Salo, Esko Nikkari, Vesa Vierikko, Silu Seppälä y Reijo Taipale Productora: coproducción entre Finlandia y Suecia; Villealfa Filmproductions, Finnkino, Esselte Video y Svenska Filminstitutet Género: Drama psicológico Premios: 1990: Premios del Cine Europeo: Nominación a Mejor película 1992: Círculo de Críticos de Nueva York: Nominación a Mejor película extranjera El filme cuenta la historia de Iris, una joven noble y solitaria que trabaja en una fábrica de cerillas para mantener a su cruel padrastro e indiferente madre.