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ADOLFO BELOT QUINIENTAS^ MUJERES JFî- v: . UN HOMBRE SOLO

VERSIÓN CASTELLANA V'v. DE # EL COSMÓS. EDITORIAL _ -

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BIBLIOTECA 'wmo Rï'ko" «ME. 1625 MONTERREY, MEXÎCP MADRID EL COSMOS EDITORIAL "'»HCOTWS-SITITA MI3TFÍ-,"4V ^MU**'1"" ' ' O-^Ï JA A 'J J S 1890 ésaAnfr^fim ¿OTO? - J . H . A

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Es propiedad. Queda hecho el depósi- FONDO to que marea la ley. RICARDO OOVARRUBIAS

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BIBLIOTECA UNJV£T^rrARIA Madrid.—Imprenta do Fortanet, Libertad, 29. V . A. N . L: QUINIENTAS MUJERES

UN HOMBRE: SOLO

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UN PROYECTO

Isidoro, Clementinay Celestino Girodot en el país de las Treinta-y-seis Bestias

Tengo el propósito de narrar muy pronto mi viaje de París á Cochinchina, en forma nueva tal vez, dejando gran parte á la fantasía y al buen humor, sin apartarme, no obstante, de la verdad cuando se trate de pintar los países que he visitado y las costumbres de sus habi- tantes. A fin de dar más interés á mi relato, me ocul- taré todo lo posible, y dejaré hacer y hablar á un hombre muy conocido en el barrio del Odeon no de bitácora de á bordo y algunas notas que y de la Comedia Francesa, á Isidoro Girodot, á he tomado en el viaje. quien el ministerio de Marina, para librarse de En Saigon es donde comenzará él relato que él, encargó el año pasado de una comisión en lleva este título verídico, y aun inferior á la rea- Cambodge, el país de las Treinta-y-seis Bestias. lidad: Quinientas mujerespara un Tambre solo. Acompañado de su esposa Clementina y de su hijo Celestino, Isidoro Giródot YÍÓ, á su ma- nera, los mismos países que yo. Su manera debe ser la buena, y por eso le dejaré la pa- labra. Actualmente viajo solo. El relato siguiente es de los más fieles y menos fantásticos. Si asom- bra á veces es porque Cambodge, del que voy á ocuparme, es asombroso. Sólo se tratará aquí de este país. Pero me se- paran de él dos mil quinientas leguas marinas, y esto es una gran dificultad. No me encuentro con ánimos para vencerla, y además no quisiera usurpar sus derechos á Isidoro. Desde que cono- ció el testamento de su tio César Girodot, que le desheredó, su carácter atrabiliario ya, se ha he- cho más irascible aún. Me buscaría querella con el pretexto de que mermaré su éxito. Clementina y Celestino se pondrían de su parte. Tengo mie- do, y voy á limitarme á consignar el itinerario de París á Saigon. Para ello me bastarán el cuader»

ANTES DE LAS QUINIENTAS MUJERES

Pase Y. este capítulo: 1.° si está V. bien decidi- do á 110 ir jamás ni á Egipto, ni á las Indias, ni á Cochinchina; 2.° si le es á V. indiferente saber cómo se va; 3.° si le desagrada leer notas de viaje y un cuaderno de bitácora.

DE MARSELLA 1 PORT-SAID, 1.568 MILLAS. (La milla marina es de 1.852 metros.)

Salida de Marsella el miércoles 16 de Noviem- bre de 1887, al mediodía, en el Salazie. Este magnífico paquebot, de la Compañía de Mensa- jería» marítimas, se dirige á la Reunión, Sidney y Numea. Pero me dejará en el canal de Suez, veré de Egipto lo que pueda ver, y á las tres se- . . manas, poco más ó menos, me embarcaré en Ale- jandría en el 7o,7ig-Ts6, correo de las Indias, de la China y del Japón. Para empezar: tiempo nublado y lluvioso. Por y rogando á Dios que acogiese todas aquellas la noche el tiempo mejora y la brisa sopla del almas, mientras los cuerpos descendían poco á Noroeste. poco al abismo. A las cuatro de la mañana del jueves 17 atra- Hoy la mar está azul, asoleada, tranquila, y vesamos los Sanguinarios, á la entrada del golfo baña blandamente las rocas de Lavezzi. No se de Ajaccio, y á las seis estamos en el estrecho acuerda ja del mal que hizo. Como una loca que, que separa á Córcega de Cerdeña. Desde el puen- después de matar á su hijo, le mece y le arrulla, te, á donde me ha invitado á subir el comandan- sin tener conciencia de su delito. te Boulard, veo el pueblecillo de Bonifacio, Per- tusoto y la roca de Lavezzi, donde naufragó la Viernes 18.—Estamos frente á las islas de Li- fragata Semillaate. pari, tierras Volcánicas cubiertas de viñedo, con ¡Espantoso drama! Nadie lo presenció deBde graciosos pueblecillos de casas blancas y teja- la tierra próxima. Ninguno de los náufragos pu- dos rojos. El Estromboli y su penacho de humo. do contarlo. Todos perecieron: oficiales, marine- A las once entramos en el estrecho de Mesina, ros, soldados... mil hombres. Abrióse la mar y entre Italia y Sicilia, Caribdis y Scila; Reggio se cerró sobre ellos. Un grito de desesperación y en la costa de Italia. De frente Mesina, que se luego... nada. Pero algunos indicios permiten distingue con mucha claridad. Este tránsito en reconstituir la escena terrible y grandiosa que pleno día y con hermoso sol, merece seña- debió ocurrir antes de la catástrofe. A bordo iba larse. un obispo. Se ha encontrado su cuerpo revestido Salida del Estrecho. El Etna cubierto de nie- con las vestiduras sacerdotales. ¿Por qué? Por- ve. Pasamos cerca de la costa de Calabria. que sin duda á última hora los tripulantes, vién- dose irremisiblemente perdidos, le pidieron su bendición. Considerad la mar furiosa, el buque Cuaderno de bitácora: Tiempo nuboso, brisa de destrozado, los hombres prosternados, y el sa- NO. Mar bastante serena. Dos vapores en direc- cerdote, revestido como si oficiase en una igle- ción contraria. sia', extendiendo las manos, dando la absolución Sáiadó 19.—El islote de Gardo ó de Gozzo. La

8 18 ADOLFO BELOT. QUINIENTAS MUJERES PARA UN HOMBRE SOLO. 19

isla de Creta ó de Candía. Montañas grises de En cierta ocasión desembarcó un inglés en forma pintoresca. Sopla la brisa. Calais. Llegóse á él un pobre y le pidió limosna. El inglés cogió el cuaderno donde apuntaba sus Domingo 20.—No vemos tierra. Ejercicios á impresiones de viaje y escribió: «Francia, pue- bordo, de incendio y de embarcación. Por la no- blo de mendigos.» Luego, satisfecho, y seguro che, el comandante me lleva á visitar las cáma- de conocer bien nuestras costumbres, se volvió á ras de fundición. Un hervidero donde no pueden Londres. Si yo procediese del mismo modo, escri- vivir más que negros de Aden. ¡Pobres gentes! biría despues de dar un vistazo á Port-Said: «Este ¡Treinta ó cuarenta francos mensuales por lle- Egipto no tiene ningún carácter notable: barra- var tal existencia! Cuando llego al centro de la cas más bien que casas, aceras de madera, ca- cámara, á una señal del comandante ábrense lles polvorientas, tiendas pobres. Ningún indí- todos los hornos á la vez. ¡Qué calor! ¡La tem- gena; solo se ven griegos, italianos y algunos peratura sube de pronto 20 grados! Pero en turcos falsificados. En todas las esquinas, merca- cambio, ¡qué espectáculo más curioso! Brasas, deres de fotografías obscenas, cafés-conciertos fulgores rojizos; y los negros,completamente des- donde cantan de día y de noche, ruletas .de dos nudos, con palas, con biendos, corriendo del uno ceros para veinticuatro números, verdaderas cue- al otro horno, saltando, cantando, gesticulando. vas de ladrones», y me marcharía creyendo ha- Parece esto el infierno con sus demonios y todo. ber visto y juzgado bien el viejo Egipto de I03 Faraones y de las Pirámides. Por fortuna para él y para mí, pienso ir más lejos. Como me basta Lunes 21 —Buen tiempo, calma, mar tran- con media hora de paseo por Port-Said, para ha- quila. Nos acercamos á la costa de Egipto. Diví- cer tiempo entro en El Dorado, me voy á la sala sanse durante todo el día veleros y vapores. A de juego y pongo valerosamente dos francos al las nueve de la noche la máquina disminuye ve- 23. Salió. He ganado. Pero los banqueros sostie- locidad para recibir al piloto, y entramos en nen que he puesto mi dinero tardíamente.—«No Port-Said. dirian ustedes eso si hubiese perdido: se hubie- Mientras el Salazie se surte de carbón, bajo á ran embolsado mis dos francos. ¡No faltaba más tierra. sino que no me pagasen!» Grito tan fuerte, que • que, que se detiene un 4instante para dejarme me pagan y me vuelvo á bordo muy orgulloso trasladar con mi equipaje al vapor de la Compa- por mi triunfo. He ganado cuarenta y ocho fran- ñía del canal. M. Harel, yerno do M. do Les- cos en la ruleta de Port-Said. ¡Cosa nunca vista! seps, me acompaña, y, con la mayor amabilidad, Pero poco despues, ya en marcha, cuando ruego me evita las molestias de la aduana, lo que me al encargado del servicio que me cambie las dos permite tomar inmediatamente el tren para el monedas de oro con que me han pagado, me dice Cairo. que son falsas. Son puntos fuertes los tales di- Presentación álbrabim-Pachá, gobernador del rectores de garitos egipcios y muy estúpidos los canal, y á Linan-Bey, que estuvieron muy aten- que se acercan á semejantes ruletas. tos, y á Hubar-Pachá, primer ministro, en el tren. A la una de la mañana se apareja en el canal, Trayecto de los más pintorescos: el desierto, al resplandor de las luces eléctricas: curiosa na- la soledad, el vacío, y luego, sin transición, el vegación. campo de un verde oscuro, que tira á azul, y pueblos, pueblecillos, donde hormiguea multi- tud de gentes, de las que no conozco todavía ni DE POET-SAID 1 SUEZ (88 MILLAS). la posición, ni los diversos oficios, pero que me encantan por la variedad de sus trajes de todos Martes 22.—Navegamos por el canal. Desier- colores. to, arenales, colinas en el horizonte. Efectos de Llego al Cairo á las siete de la noche. espejismo. Una caravana de camellos qae viene Quince días en esta ciudad fantástica. Poco del Asia Menor. La casa construida por la em- es, hasta para verla superficialmente. Pero se peratriz Eugenia al inaugurarse el canal. En- aprovechan cuando está uno acompañado , y trada de lagos pequeños. Al mediodía divisa- acompañado frecuentemente, por el médico más mos, á nuestra derecha, á Ismailia, entre un conocido en el Cairo, y que mejor le conoce, el bosque de palmeras. Aquí me despido del sim- doctor Fouquct, y por un abogado tan notable pático comandante Boulard y de su hermoso bu- como M. Cartón de Wiart. Gracias á estos do» inteligentes y amabilísimos compatriotas be vis-. sas si es justo y virtuoso y practica la ca- ridad.» to mucho..., hasta cos*as que no se ven de or- dinario. Como ya he prometido, algún día las Y este otro: «La virtud no consiste en dirigir describirá Isidoro Girodot. Su mujer, Clementi- vuestro rostro al lado de Levante ó al de Po- ha, dirá cuáles fueron sus impresiones en un niente, ofreciendo á Dios, solo y único, las ado- harem. Yo, fiel á mi plan, sin salir de mi suma- raciones que le debéis. Nadie es virtuoso, sino á rio, me limito á la nomenclatura siguiente: La condición de socorrer por el amor de Dios á sus gran calle de Muski, la ciudadela con su es- prójimos, á los huérfanos, á los pobres y á los pléndido panorama, las mezquitas, los bazares, viajeros; de redimir á los cautivos, de practicar el Cairo antiguo, el barrio de las mujeres, el la oración, de dar limosna, de mostrarse pa Museo Boulac, Choubrah, el paseo á orilla del cíente en la adversidad, en los malos tiempos y Nilo, las tumbas de los califas, las Pirámides, en los tiempos de violencia.» la Esfinge, el palacio de la princesa Fathma... Y también: «Combatid, en el terreno de Dios, No acabaría nunca, y cierro la lista, aunque sin contra los que nos hagan la guerra,- pero no co- poder resistir al deseo de hablar un instante de metáis injusticias atacándoles los primeros, por- una fiesta que me ha llegado al alma. que Dios no ama á los injustos.» Una fiesta religiosa, por supuesto: el naci- Mahomet no olvida á las mujeres: miento del Profeta, según creo. En Oriente, to- «¡Oh, hombres, respetad á las mujeres! Pen- das las fiestas tienen un carácter más ó menos Bad que os han llevado en sus entrañas... Si te- religioso. Pero, ¡vaya una manera extraña y méis ser injustos, tomad pocas mujeres, dos ó burlesca de festejar á Mahomet, á ese sublime tres á lo sumo entre aquellas que os agraden. reformador tan mal comprendido por los cristia- Si aun así teméis ser injustos, casaos con una nos! al autor del Corán, donde se encuentran sola.» preceptos como los que voy á trascribir: • «La mujer debe cubriise púdicamente el roa- tro con un velo, á fin de evitar la calumnia y de «El hombre, cualquiera que sea su culto, ya conservar su honor.» sea musulmán, judío ó cristiano, es agradable á j)ios, que le considera digno de sus recompen- «Si vuestras mujeres cometen la acción infa- me del adulterio, apelad á cuatro testigos; y si vestida de diverso modo, pintarrajeada de todos sus testimonios están conformes para acusar á la colores; aldeanos y mercaderes, europeos ó indí- culpable, encerradla en una casa aislada hasta genas, casquetes, turbantes y sombreros. Los el día en que el arrepentimiento entre en su co- coches, que son muchos y forman varias filas, razón y la misericordia en el vuestro... Dios ama no pueden avanzar, á pesar de los gritos de los el perdón, porque es misericordioso.» sais, magníficamente vestidos, que les pre- Todo esto es muy cristiano. ¿No les parece ceden. á ustedes así? Con el pretexto do la religión, todas las mu- Y vuelvo á lo de la fiesta celebrada en honor jeres del Cairo, hasta las más enclaustradas, es- del hombre ó del semi-dios que dictó es*as leyes, tán aquí, en carruajes cerrados, acompañadas do por cierto tan mal observadas. un eunuco sentado á su lado, y otro á cada por- Son las nusve de la noche. A dos kilómetros tezuela. La familia del kedive, su mujer (en del Cairo, una gran planicie llena de pabellones, este momento no tiene más que una), y algunas barracas y tiendas de tela, alumbrada con faro- favoritas pasadas ó futuras, se distinguen por la les de cristal de colores y candilejas. Parece el forma de sus carruajes: grandes berlinas negras campo de una feria. tiradas por hermosos troncos. Llevan abrigos Los pabellones, adornados con arañas, hermo- sin mangas que disimulan sus formas. La cabe- sas alfombras, muchos amueblados con sillones za está cubierta por un velo blanco que no deja y mesas, tapizados con ricos paños, pertenecen ver más que los ojos, preciosos ojos negros, ras- al kedive, á los pachás ó á elevados personajes. gados, brillantes ó húmedos. Yo miro tanto Cada uno tiene el suyo. Es un deber, un lujo y como las conveniencias me lo permiten, mien- una distinción. Las tiendas están llenas de gen- tras sas coches y el mío permanecen detenidos te, de pequeños monumentos y de animales de por una especie de fantasía (1) que pasa: hom- azúcar. En las barracas, saltimbanquis, charla- tanes y tragadores de brasas y de escorpiones vivos. Y agitándose en medio de todo esto, una (1) Fantasías. Carreras en las fiestas de los árabes. (Nota muchedumbre compacta, oprimida, bulliciosa, del T.) bres con antorchas qne gritan y se agitan como 5 de Diciemlre.—Salgo para Alejandría en diablos: uno de ellos lleva el cuello y los brazos ferrocarril. Trayecto interesante y precioso. Cuatro días en Alejandría bien empleados, gra- rodeados de serpientes. Es un domesticador, se- cias á la amabilidad de M. Psaty. Otra vez mez- gún me dicen. quitas y bazares, pero muy inferiores á los del Con mil apuros he llegado cerca de una de las Cairo. La plaza de los Cónsules, el paseo á ori- tiendas de campaña, y gracias á mi acompañante llas del canal, el puerto, la población turca y el entro en ella. Hay allí reunidos unos cincuenta palacio de verano del kedive: Razel-Tin, el derviches que giran y aullan. El de más edad harem. permanece al frente de los demás, y les ajuda á cantar una larga letanía monotona, interrumpi- da de cuando en cuando por este grito: ¡Alah Viernes 9 de Diciembre.—k las tres me embar- hu! Mientras cantan, balancean la cabeza é in- co en el Yang-Tsé, correo de las Indias, la China clinan el cuerpo, y cada vez se acentúa más y el Japón. Tiempo hermosísimo. Excelente ca- este movimiento y va siendo más rápido. Y marote, donde iré solo durante toda la travesía. siempre ¡Alah hu! Ahora, álo3 cánticos suceden Débole á la recomendación de M. Ricard, agen- gritos que no tienen nada de humano, rugidos te principal de-las Mensajerías Marítimas. To- de animales feroces. Se han juntado; sus brazos dos, en esta poderosa Compañía, han sido ama- y sus hombros se tocaD; forman una cadena, y bilísimos conmigo, desde los jefes más elevados toda esa cadena, al mismo tiempo, retrocede, se hasta los agentes más subalternos, y en especial precipita hácia adelante y aulla su eterno grito: los comandantes y su estado mayor. Gracias á ¡Alah hu! ¿Cuándo se detendrán? Nunca. Su fa- ellos no he hecho lo que se llama un viaje; me natismo les sostiene, y no cesan. Caen extenua- he paseado, con todas las comodidades que pue- dos, espirantes, en una última convulsión y un den desearse, por estos magníficos países. último aullido: ¡Alah hu! Salimos de los canales de Alejandría, segui- Todo esto es muy curioso, pero termino como dos durante un rato por el vaporcito de la Com- empecé: debiera festejarse más inteligentemen- pañía citada. Una cáscara de nuez comparado te á un legislador del mérito de Mahomet. con el inmenso Yang-Tsé.

UN(VÉf?SÍOA£> SÉ Hum lÉ0ft eiBLíOTFCA U'-';, . . "ALFim R. VC3" noche, y que conmueve cuando se halla uno ya Costa de Egipto muy iluminada, pero le- lejos de su país. jana. Los lagos amargos, por donde caminamos á todo vapor duraute ocho millas. Llegada á la se- Sábado 10 .—A las cuatro de la mañana, á la gunda parte del canal. Disminuye nuestra mar- -vista elfaro.de Port-Said. Desembarco por se- cha (cinco millas por hora, á lo más, que es todo" gunda vez en este pueblecillo, que lia desperta- lo que permite el reglamento). do como por ensalmo desde que nuestro paque- bot empezó á distinguirse. Las tiendas y los ca- Domingo 11.—k las cuatro de la mañana, fés se han abierto. Los cantadores mayan, las Suez á la salida del canal, como está Port-Said ruletas giran, los tahúres roban. á la entrada cuando se viene de Europa. No te- Ta se ha provisto de carbón el Yang-Tsé. En nemos tiempo para saltar á tierra. Hay que con- marcha. Hóme aquí de nuevo en el canal,- pero tentarse con mirar con el anteojo esa pequeña ahora es el sol el que me muestra lo que antes ciudad árabe, dormida todavía, y en frente, un me mostró la electricidad. ramillete de tamariscos, que indica el emplaza- Estación de El-Kantara, á 26 millas. Deten- miento de la famosa fuente de Moisés. ciones en varios puntos para dejar paso á gran- A las siete volvemos á emprender la marcha, des paquebots que marchan en dirección inver- y penetramos en el estrecho que conduce pri- sa, buques de guerra italianos que vuelven de mero al golfo de Suez y luego al Mar Rojo. Masowah. Por la noche Ismailia, donde me de- tuve hace tres semanas. Desde ahora, todo cuan-

to vea será nuevo para mí. DE SUEZ k ADEN (1.317 MILLAS).

Encontramos el paquebot Irraonaddy, de la Altas montañas á la parte de Asia. El monte Compañía. Regresa á Francia y lleva encendi- Sinaí. Los Hermanos, tres islotes con un faro, dos todos los fuegos. Le saludamos haciendo al- á 90 millas de Suez. Dedalus á 102 millas. gunos disparos, y contesta á nuestros saludos. Misa á bordo en la batería. Por altar, tambo- Es un espectáculo precioso en la oscuridad de la rea cubiertos con banderas. Oficia uno de los sario; M. de Pejronny, tesorero general en Pon- misioneros que llevamos al Tonkin. Los demás dichery; señora y señorita Lacaze; dos oficiales le ayudan. Gran recogimiento. del Estado Mayor del general Bégin, y los capi- tanes Guyonnet y Malhonnet. El lector escla- Cuaderno cié bitácora: Buen tiempo, ligera bri- mará: ¿Qué me importa esa lista?... ¿Y para qué sa de NNO. Cala seca. la ha leído? Suya es la culpa. ¿No le recomendé que pasara este capítulo? Yó tengo gusto en con- Lunes 12 á jueves 15— Baen tiempo, ligera signar estos nombres. Me imagino así que me brisa Norte. Yarios vapores á la vista. Ya hace encuentro por algunos instantes entre todos es- calor, pero es muy soportable, aun en el Mar tos amables compañeros, de los cuales uno, ¡av! Rojo, en esta época del año. Sin embargo, los el último, va á morir al llegar al Tonkin. pasajeros lucen ya sus trajes de telas claras. Los chinos agitan durante las comidas el gran . Viernes 16.-Al ponerse el sol, la costa de abanico fijo que se llama panto. Se empieza Asia á la vista. Moka. El estrecho de Bab-el- también á hacer uso de los baños y las duchas. Mandeb. El islote de Perim... de los ingleses Algunos nombres de mis compañeros de via- por supuesto. En este camino de las Indias, todo je, de los que me han sido más simpáticos, y á es de ellos Les hemos dejado instalarse porto- quienes me ha parecido inspirar mayor simpatía. dos lados, y si tuviese tiempo, contaría cómo to- maron posesion de Perim. En primer lugar, mi antiguo amigo Sainte- Marie, un parisiense muy conocido, que se diri- Nos acercamos á Aden. Montañas de gran al- ge á Calcuta para establecer allí un Instituto tura magníficamente cortadas. A las tres, an- Pasteur; el comandante Lormier; el general de clamos. Inmediatamente el Yang-Tsé se encuen- división Bégin, que va á tomar el mando de las tra rodeado de piraguas de todas especies. Es tropas del Tonkin y Cochinchina; M. de Lidin, canoso ver á los negritos. ¡Excelentes nadado- comisario general de Marina,- Arrighi de Casa- res! Ocupo un puesto al lado de M. Arrighi en nova, funcionario de Correos; Furby, comisario nna de las embarcaciones de á bordo, el funcio- de á bordo; Melhi, médico; Guillot, otro comi- nario de Correos, y héme aquí entre grandes sa- coa amarillos que contienen pliegos, en camino para Steamer-Point,. el puerto ó ciudad que pro- DE ADICN 1 COLOMBO (2.100 MILLAS). cede á Aden, Luego -viajamos en un carricoche del país, por un camino polvoriento, árido, donde encon- Sábado 17.—Travesía del golfo de Aden. Nos dirigimos hacia la costa de Africa. tramos negros medio desnudos, con los cabellos teñidos de encarnado... (es una coquetería); ára- bes cubiertos con sus albornoces y algunas mu- Domingo 18.— Al amanecer, la tierra de los jeres, adornadas con cuentas de cristal y amule- Somális, arenosa, árida, un verdadero desierto. En el fondo, las montañas de Razfiló. A las diez, tos, á la puerta de sus cabañas; luego la ciuda- doblamos el cabo de Guardafuí, punto extremo dela, los soldados ingleses, las cisternas que no del Africa oriental. Este cabo es célebre por nu- merecen su reputación y la ciudad árabe suma- merosos naufragios, y entre ellos el de MeUong, mente pintoresca, con su marco de montañas. de las Mensajerías Marítimas, perdido el 18 de La comida, en casa del principal negociante Junio de 1877 al regresar de Sanghai. Tengo á del país, el Sr. Tian, que acaba de hacer la tra- la vista la narración inédita de uno de los pasa- vesía con nosotros. Por la tarde, paseo por los jeros... y deploro que no pueda tener cabida en barrios excéntricos, adonde no aconsejo á toduS este ligero resumen. que vayan. Sin embargo, se ven en ellos hermosas suda- Henos aquí ahora en pleno mar de las Indias, nesas de abultado pecho y anchas caderas. con una temperatura de 30 grados, poco más <5 Volvemos á bordo á las once de la noche, con menos, muy tolerable en el puente á la sombra mar bastante fuerte; la noche está muy oscura. de nuestra doble tienda, pero un tanto penosa en los camarotes. Yo no duermo ya en el mío; me Por fortuna, el Yang-Tsé está muy alumbrado y echo en el puente, como muchos pasajeros y pa- nos embarcamos sin accidente alguno. Se apa- sajeras, en mi gran sillón de paja, una verdade- reja á las dos de la mañana. ra cama sin colchones. Por la noche, á lo lejos, la isla de Socotora.

3 Del lunes 19 al jueves 22.—Nada á la vista. bueno! Arrebatado por el entusiasmo, iba á em- Baen tiempo. Mar tranquila. El viento NE. que pezar una descripción. Volvamos al extracto: reina en estos parajes desde Octubre á Abril es Paseo por la población, por los mercados, entre muy constante. cingaleses con tónicas de algodón blanco, mu- sulmanes con sus grandes gorros, malayos y Jueves 22.—A la una de la mañana se divisa naturales del Indostán con sus turbantes, una el faro de Minicoi, en el canal de los ocho grados, mezcla inconcebible de pobladores... una infini- sobre las Maldivias, un grupo de islas muy ba- dad de trajes y de colores. jas. Por convicción, siu informarme de ello, de- Com o en el Oriental Hotel, con algunos de mis claro que pertenecen á los ingleses, ó que sus companeros de pasaje. Es para mí una novedad habitantes les pagan algün tributo. esta comida en un salón inmenso, que los^- Por la tarde, nublado aclarando á ratos. A to, siempre en movimiento, ponen casi fresco. estribor un vapor camina á nuestro paso. Por la tarde, paseo bajo los soportales del ho- tel, llenos de tiendas. Los vendedores de jugue- Viernes 23.—Mejora el tiempo. Nos acercamos tes y de objetos de concha y de marfil son los á la isla de Cedían. Al mediodía se distingue. que más abundan. Cuidado con dejarse robar. A las dos entramos en el puerto de Colombo. Me acuesto en una espaciosa habitación del Desde hace muchos años estoy oyendo repetir Oriental Hotel, y como no tiene ventanas, sino que Ceylan es el paraíso terrestre. ¡Vamos de prisa al paraíso, puesto que se dignan admitirme mirme f* P°r ^ parte3> dcr- vivo en él! Una barca del país me conduce, por A1 dia siguiente, á las seis, salgo con Sainte- un mar muy movido, por más que desde hace Marie, en coche, para Mont-Lavinia, linda po- algunos años está Colombo protegido por un lar- blación á la orilla del mar. go dique. Y lo más bonito es el camino, rojo, de color de No me han engañado: esto es un paraíso, por ladrillo, como todos los caminos del país, y tam- las plantas, los árboles y las flores; un paraíso bién sus aldeas, sus casas, sus cabanas, entre co- bañado por el mar, los lagos y los ríos... ¡Está coteros, palmeras, enredaderas gigantescas, fio- res inmensas ele brillantes colores, y el continuo ir y venir por este camino de tantos indígenas, pintorescamente vestidos, á pie, á caballo y en DE COLOMBO 1 SINGÍAPOORE (1.580 MILLAS). carros de bueyes. Parecen mujeres, con las caras casi siempre Durante todo el día, del sábado 24, costeamos imberbes, sus grandes ojos lánguidos, sus fac- la isla; cocoteros, siempre cocoteros, bajo un cie- ciones finas, y el moño de sus cabellos prendi- lo azul, y en el horizonte elevadas montañas. do con una gran peineta de concha con muchas Me enseñan el pico de Adán, porque los ciuga- labores. leses sostienen que Adán y Eva habitaron aquel Después de desayunarnos en el hotel de Mont- país. No lo discuto y felicito á nuestros prime- Lavinia, regresamos por ferrocarril: ála izquier- ros padres por haber elegido tan bien el punto da el Océano Indico; á la derecha bosques de co- de su naturaleza. coteros atravesados por ríos y arroyos. Este paseo me hace entrar en ganas de llegar Del domingo 25 al martes 27.—Tiempo nubla- hasta Kandy, antigua capital de Ceylan, y atra- do, fuerte brisado Oeste. vesar una parte de esta isla maravillosa. Pero necesitaría un día, y el Yang-Tsé sale dentro de Miércoles 28.—Tiempo nublado, lluvia, brisa una hora. Tenemos el tiempo tasado. ligera. A las nueve de la mañana tenemos á la Se apareja á las dos de la tarde. vista la punta de Atc/iin, á la extremidad Norte Ha disminuido el número de pasajeros. Mu- de la isla de Sumatra; entramos en el estrecho chos nos han abandonado para tomar otro barco de Malaca. de la Compañía que les llevará á Pondichery, á Madras y á Calcuta. Jueves 29.— Horizonte cargado, calma. De Con gran sentimiento me he separado de mi madrugada, á la vista varias islas, verdaderos amigo Sainte-Marie y de M. de Peyronny. ramilletes en el mar.

Viernes 30.—Estamos en el estrecho de Sin- gapoore, una maravilla; á la derecha, islas muy sias, una rada inmensa, y por todos lados gran- bajas que parece que van saliendo del Océano á des y floridos árboles. medida que nos aproximamos; á la izquierda, la M. Villeroy, que tiene actualmnnte á su car- extremidad de la península de Malaca, sobre la go el consulado de Francia, es tan amable con- que se extiende Singapoore. migo que me acompaña al Jardín Botánico. Es Al mediodía, en la rada, y á las dos, en tier- maravilloso. La naturaleza es extravagante en ra. Por la vegetación, Ceylan acaso sea superior todos estos países. Nada la contiene, ni las du- á este nuevo país; pero como ciudad, Singapoore chas que diariamente le arroja el cielo. vale más que todos los Colombos del mundo. Por la tarde, después de comer en el hotel de La nueva capital de Ceylan es una pequeña Europa, una carrera á gran velocidad en peque- población inglesa y cingalesa, encantadora, ños cabriolets tirados por malayos (1). Atrave- graciosa, perdida, anégala en el agua y el ver- samos el barrio chino, la calle de los Pájaros y dor; Singapoore es una gran ciudad cosmopolita la de las Flores, donde aquí rumanas, más allá donde se han dado cita todas las razas del Asia chinas y más lejos lindas japonesas, nos dirigen y todas las sectas religiosas: malayos, chinos, sus más graciosas sonrisas. Una parada en el malabares, Parsis de Bombay, naturales del In- barrio de los negros para dar un vistazo á las dostán... Se hablan todos los idiomas; se vento- danzas de las que se dicen bay aderas. Estas son dos los trajes... y también todas las desnudeces: falsificadas. Ya veré despues las verdaderas. Y como en Ceylan, la cuarta parte de la población como en Singapoore hay para todos los gustos, lleva el tronco y las piernas desnudos, y otra al pasar veo una especie de concierto ó baile cuarta parte se contenta con una montera en la público, donde unas vienesas muy agradables cabeza y una corbata entre las piernas. Iba á de- cir unos calzoncillos, pero estos son muy gran- des para dar idea de mi pensamiento. (1) Como los poussepousse de lá Exposición, sólo que loa malayos de allá tienes el busto desnudo, mientras que los an- Un arrabal malayo constituye un arrabal de namitas de aquí visten trajes caprichosos, sumamente capri- la ciudad. Templos indios, pagodas chinas, un chosos, desconocidos en las Indias, en Cochinchin» y en el amontonamiento de casas, de edificios, de igle- Tonkin. cantan y bailan polkas y valses, con gran con- fresca. Un vapor á estribor en dirección con- tento de los indígenas. traria. Cambio de saludos con un vapor aus- La noche calurosa, á pesar de la inmensidad tro-húngaro. Estamos ahora en el mar de la de mi cuarto. Por la mañana, después de tomar China. la ducha, visito el jardín Wampóo, una de las curiosidades de Singapoore. Es la casa de recreo Del domingo 1° de Enero de 1888 al lañes 2.— de un chino riquísimo. Gracias á la recomenda- Fuerte brisa del NE. Mar gruesa. Cala seca. ción del señor Himekindt, pasajero del Yang- Tsé, me reciben muy bien, en ausencia del due- lunes 2.—Poco oleaje. Costeamos la isla de ño, muchos de sua servidores. El interior es cu- Poulo-Condor, donde Francia ha establecido una riosísimo: profusión de objetos de arte chinos,- en penitenciaría annamita. el jardín, árboles rarísimos. Algunos están po- A las ocho y media de la noche divisamos el dados de modo que representan formas huma- cabo de Santiago (más allá del río de Saigon). nas. Me gusta más lo natural. Ha llegado el mo- Recogemos el piloto y anclamos en la bahía de mento de volver á bordo. los Cocoteros. A las diez, se apareja y gobierna en el río con arreglo á las indicaciones del piloto. DE SINGAPOORE L SAIGON (645 MILLAS). Martes 3 de Enero.—A las seis de la mañana Sábado 21.—Nos hacemos á la vela con rum- llegamos á Saigon. bo á Saigon. También nos han abandonado al- Nuestra llegada está anunciada desde la vís- gunos viajeros para ir á Batavia (isla de Java). pera por la tarde, por dos despachos enviados Otros se han dirigido á Baugkolc, capital del desde el cabo de Santiago, concebido el primero reino de Siam. Esta Compañía de Mensajerías se en estos términos: «Correo á treinta millas», y el comunica con todo el Orienta y extremo Oriente. segundo: «Correo ancla.» Así es que, á pesar de lo matinal de la hora, Saigon nos espera. Las Cuaderno de bitácora-. Tiempo nublado, brisa barcas annamitas, los sampans rodean al Yang-

UNIVERSJOAS DE Ntt^o LEOK

"ALFom mm,r *wfe. 162S MONTCRftEY, MEXir.s Tsá y en el muelle los carruajes del país (Isido- calle Catinat, el teatro y la iglesia, bastaate es- paciosos. El paseo de la Inspección, muy fresco y ro y Moblé) nos ofrecen sus servicios. muy tranquilo, con sus aldeas annamitas que es- Saigon á vista de pájaro.i se viese uno tras- maltan el campo, el canal y el río que lo bañan de portado de pronto de Francia á Cochiucbina, ha- trecho en trecho; y la gran llanura de las Tum- biendo permanecido siempre en alta mar, creo bas, muy pintoresca. Pero en mi calidad de turis- que quedaría encantado á primera vista por el ta, lo que prefiero de Saigon es Cho-Sen, una pe- aspecto de Saigon y sua alrededores; pero el queña población chinesca , puramente chinesca, á dos kilómetros de la grande, y que parece recuerdo de los países visitados ja perjudica á destinada á englobar, á tragarse á su rival, sin nuestra colonia. confundirse con ella... por fortuna. En vez de la frondosa vegetación de Ceylan, Hago aquí punto. Este resumen ha resultado sólo se encuentra una copia. Es parecida, pero no es lo mismo. Se busca la vida, la animación más largo de lo que yo quería; y paso á las Qui- nientas mujeres para un hombre solo. de Singapoore, y Saigon parece adormecido. Si se trata de la variedad de trajes y de la riqueza de colores, la decepción es aún mayor. Los an- namitas van vestidos con el sampot nacional, gris, uniforme, y basta los chinos, en vez de sus preciosas túnicas de seda, usan ropajes de algo- dón azul poco vistosos. Hecha esta crítica , va- mos á loa elogios. Es todo lo gracioso que se puede imaginar el pueblecito de Saigon, muy alegre, con inmen- sos muelles y un magnífico puerto fluvial, que proporciona albergue á los buques de más porte. El palacio del gobernador y las plazas que le rodean, extensos y con hermosos jardines. La

I

Encuentro con un parisiense en Saigon, en la calle Catinat—Conversación sobre Cambodge; un mi- sionero tolerante; el bautismo fracasado.—El rey Norodom I.—Sus quinientas mujeres.—Las espo- sas legítimas, las favoritas y las esclavas.—Su residencia.

—Si quiere usted estar bueno (me dijeron al llegar á Saigon), levántese usted muy tempra- no, pasee hasta las diez, vuélvase usted á su ho- tel, y bajo ningún pretexto ponga los pies fuera, y menos la cabeza, á no ser cubierta con un cas- co ó una sombrilla, hasta después de las cinco de la tarde. Yo seguía á la letra estas prudentes recomen- daciones, y todas las mañanas, antes de encer- rarme por el resto del día, recorría la calle Cati- nat, única, donde á ciertas horas se nota algo de usted equivocado, forman parte del reino de actividad: el movimiento de una calle principal Siam; pero nada hay que le impida visitar la ca- en uní* capital de provincia de segundo orden. pital del reino cambodgiano: Phnom-Peuh. Algunos días después de mi llegada tuve el —¿Y qué hay allí de notable? placer de encontrar en uno de estos paseos ma- —En primer lugar, su situación sobre el Me- tinales á M. de X..., un parisiense muy pari- kong, uno de esos ríos gigantescos desconocidos siense, convertido en administrador de los ne- en Europa; luego su población, ciertamente su- gocios indígenas en Cochinchina. perior desde el punto de vista del tipo y de la Al poco rato me decía: forma á los annamitas; y, por último, Norodom, —¿No piensa usted aprovechar su estancia el rey de Cambodge. aquí para visitar el Cambodge? —¿Un monarca asiático? —Bien quisiera, respondí; pero me dicen que —Muy asiático, por más que á veces intenta hay ya sobrada agna en los lagos y ríos que con- vestir á la europea. ducen á las ruinas de Ang-Kor. —¿Y habla francés? —Es muy probable. La estación de las llu- —No, pero se puede conversar con él por me- vias, ó mejor dicho, según la pintoresca expre- dio de intérpretes. sión annamita: «la época en que el cielo baja,» —¿Cuál es su religión? ha terminado hace tiempo, y las vías fluviales, —El budhismo. únicas verdaderamente practicables en este país, —¿Y no han procurado convertirle? son algo peligrosas. Lo siento por usted; esas —Sí, el padre Guédon, un misionero muy par- ruinas son maravillosas desde todos los puntos ticular; pero tropezó desde el principio con una de vista. Belleza de situación, impenetrable vir- gran dificultad: el rey no quería renunciar á ginidad de los bosques inmediatos, arquitectura sus mujeres. espléndida y los recuerdos que esta evoca. ¡Qnó —¿Tiene muchas? pueblos habrán construido tales monumentos! —Nadie lo sabe con precisión, ni aun él. Los ¡A qué grado de civilización habrían llegado!... familiares del palacio sostienen que contándo- Pero volvamos al Cambodge. Convenido; no las todas, las de la víspera, las del día, y las del puede usted llegar hasta las ruinas, que, no está día siguiente, las que no esperan ya y las que tan! En París se vería uno algo apurado para alojar tanta gente. Norodom tendrá, sin duda, esperan, las que se deforman y las que se for- man, se llegaría próximamente ála cifra de mil más anchuras; un palacio... á mil y quinientas. —Un pueblo más bien, de quinientos metros de largo por trescientos de ancho, rodeado de —¡El efectivo de un regimiento! elevados muros ó de una espesa empalizada. Dos —Pero no hay más que cuatrocientas ó qui- casas de piedra, algunas de adobes, y luego ca- nientas en servicio activo. banas, chozas, gergones, como las llaman aquí, —Para un solo hombre debe bastar. construidas con tierra y hojas de palmera. —Esa era la opinión del padre Guédon, que En esta morada, que nada tiene de regia, pe- propuso un arreglo. El rey no quiso avenirse ro sumamente original, es donde vive la familia con él y el bautismo fracasó. femenina de Norodom; madre, hermanas, pa- —¿Y qué arreglo proponía? rientas y todas sus mujeres, las viejas, las jóve- —Que se redujesen las quinientas mujeres á nes, las activas y las pasivas. ciento. —Pero eso era incompatible con su religión. —¿Debe ser difícil vigilar á semejante bata- El cristianismo no admite la pluralidad de mu- llón? ¿Quién es el guardián? ¿Eunucos, sin duda? jeres. Sólo autoriza la unidad. —No. El eunuco, tal como nosotros entende- —Justamente, pero cien mujeres es la unidad mos esta palabra, el eunuco completo, ó mejor déla centena. Se puede jugar con las palabras dicho, incompleto, no existe ni en Cambodge ni y hacerle trampas al cielo, cuando se trata de en los reinos limítrofes. Es un producto del bautizar á un rey cambodgiano. Oriente, pero no del extremo Oriente. Los mari- —¿Y Norodom no aceptó la transacción? Cien .dos vigilan por sí mismos á sus mujeres, y esto mujeres es una cosa razonable. es tanto más fácil cuanto que, por lo general, —Pues á él le pareció poco para sí. «Pues para usan de la poligamia con moderación, y se con- eso ser soltero, célibe,» contestó en cambodgia- forman con una ó dos esposas. Sólo en los años no..., y se quedó con todas sus mujeres. buenos, cuando los negocios marchan bien, lie- —jNo está mal pensado, si es que no le moles- gan hasta tres, que es el número autorizado por la ley. Los príncipes, los altos personajes, los ricos suelen tener muchas más. Pero esas muje- SS::- res auxiliares, que generalmente se compran ó que se regalan, no tienen la categoría de propon (esposa). Son simples concubinas, mejor dicho, esclavas, llamadas mi-kM... ¿Le interesan á us- II ted acaso estos detalles? —Sí; lo confieso. Ya sabe usted, lo relativo á El cafó de Hermencio.—Diversas ocupaciones de mujeres... las mujeres en el harem.—La paliza.—Los móns- —Pues bien, continuaré. Pero son las diez, el truos reemplazando á los eunucos.—Precio de una sol empieza á calentar y la calle tiene ya po- mujer salvaje.—El adulterio y las penas aplica- das á los culpables.—El empalamiento considera- cos atractivos; entremos en casa de Hermencio. do bajo diferentes aspectos.

Al poco rato, en el café que hace esquina al muelle y á la calle Catinat, decía yo á mi que- rido administrador de negocios indígenas: —¿De modo qne las quinientas mujeres del rey Norodom son concubinas, mi-khás? No ten- drá, en realidad, más que tres mujeres legíti- mas, como previene la ley. —¡Oh!—me respondió M. X.—las leyes no se han dictado para un monarca asiático , un rey absoluto como Norodom, un autócrata , por no decir un déspota. Y además, ¿para qué había él de observarlas? Su pueblo, sus ministros, sus —Sí, sabe mezclar lo útil con lo agradable. mandarines, siempre prosternados, arrastrándo- Pero encuentro una dificultad. ¿Cómo se arregla se ante él, repiten en todos los tonos que es de con tantas para reconocerlas? Debe confundir esencia divina, «que desciende de los ángeles y con frecuencia sus nombres. del dios Vichnu.» Este estado de cosas le auto- —Para no confundirlos, se los ha suprimido y riza para proporcionarse tantas mujeres legíti- los ha sustituido por números. mas como quiera, y aun hay que agradecerle —Como en los baños. ¿Y no se quejan ellas que no quiera más. de que las numere de ese modo, tratándose de —¿Y cuántas se ha proporcionado? mujeres legítimas, de elevadas damas? —Durante mucho tiempo una sola le basté. —¡Oh, pueden quejarse cuanto quieran! El Era la hija del rey de Siam; pero éste, disgus- rey no haria caso ni de sus quejas ni de su cate- tado al saber que Norodom se habia sometido al goría, y para enseñarlas á mostrarse siejnpre protectorado de Francia, le reclamó su hija. contentas haría que trabasen conocimiento con —¿Y desde entonces?... el vergajo. —Norodom compensa la calidad por la canti- —¿tfil vergajo? dad: en poco tiempo, los iniciados afirman que —Sí, la paliza que representa un gran papel han contado once mujeres legítimas ó que se di- en Annam, Siam y Cambodge. cen tales. —¿Y es grueso el vergajo? —¡Cómo! ¿No ha completado siquiera la doce- —No; es bastante delgado y flexible: parecido na? Eso no es razonable. á las varas con que se sacude la ropa entre nos- —Pues ha llevado la razón hasta dar ocupa- otros. ción á cada una de estas grandes favoritas. Una —¿Y las pegan fuerte? dirige los almacenes dependientes del palacio, —Eso depende de la vieja que sacude... Las otra cuida de las cocinas, esta del teatro, la otra viejas son las que ejercen estas funciones. Ya se de poner en orden el guardarropa del rey. Ya ve lo he dicho á usted; Norodom sabe emplear á toda usted que esto está bien entendido. Norodom es BU gente... Cuando se entiende con ellas, tiene la hombre muy práctico. mano más ligera y sabe elegir los sitios mejores. —Pues qué, ¿hay sitios buenos para recibir —Todas esas mujeres que no tienen mis que vergajazos? un marido, y un marido de cincuenta años, se- —Los hay más ó menos: en los hombros ó en gún creo, ¿decís que se guardan por sí solas? los ríñones, es cosa pesada; más abajo, ya es to- —No, no he dicho eso. He dicho solamente lerable. que Norodom no teDÍa eunucos. Pero ha puesto —"No diga usted más; porque acabaría usted á sus mujeres bajo la vigilancia de los crommo- por decir que las agradaba. vangs,. guardianes que desempeñan las funcio- —No; pero no estaría usted en lo justo si juz- nes de los eunucos sin ser eunucos. gase mal de la paliza. Es útil, necesaria, cuan- —Eso es una imprudencia. do se trata de mantener el orden y la disciplina —No, el rey los elige entre sus mónstruos. entre tantas mujeres. Por más que se procure —¿Sus mónstruos? ocuparlas... —Sí. Todos los jorobados, los patizambos y los —En dar vergajazos. Y las que, en vez do mancos del reino le pertenecen. Los padres de un darlos, los reciben, ¿qué hacen de ordinario? contrahecho ó de un inválido le educan hasta —Un poco de cada cosa. Las unas, las escla- los diez ó doce años y luego se le envian á No- vas... que son las más numerosas, sirven á las rodom, que se encarga de su manutención y eli- otras. Las otras cantan, estudian música, forman ge entre todos ellos los mejores ejemplares de una orquesta. Por último, otras, en número de mónstruos para hacerlos guardianes del ser- más de doscientas, son bailarinas... ¡Un magní- rallo. fico cuerpo de baile! —Ya comprendo. Confía en el desagrado que Apoyándome sobre la mesita que me separaba sus imperfecciones han de inspirar á las señoras. de M. de X..., le dije: Hace de ellos, por decirlo así, eunucos morales... —De modo que todas esas mujeres, de las cua- Pero, ¿podrá confiar en ellos como en verdade- les muchas son jóvenes y bonitas, ¿no es ver- ros ennucos? dad?... —No siempre. El año pasado, una muchacha —Sí, tipos originales; Norodom es muy inte- lindísima agregadaal servicio de la Prea-Neang- ligente. Sucheat-Bopha... —¡Por Dios, qué está usted diciendo! ¡Me va tantas, paréceme que una mujer más ó menos... usted á volver loco con semejantes nombres! —Está usted en un error. Cuantas más se tie- —Cuestión de costumbre: yo los digo de corri- nen más se guardan... Así es que el rey puso en do. La Prea-Neang-Sucheat-Bopha es la directo- campaña á toda su policía. ra del teatro, sus trajes y accesorios. —¡Ah! ¿Tiene policía? Decía á usted que el año pasado, una de las —¡Ya lo creo! Y un ministro de Justicia, y un mujeres que estaban á sus órdenes se escapó Código de leyes, muy completo, que se titula el con un mórístruo. Prea-Thomma-Sat. — ¡Un mónstruo realmente! ¡Pobre mujer! —¿Y encontró la policía á los fugitivos? Para obrar así debía tener mucha necesidad... —Los salvajes los entregaron por cuatro bú- de ser infiel." ¿Sería algún jorobado? Los hay en- falos y un saco de sal. cantadores. —No me parece caro el precio, tratándose de —No; era un gemelo. una mujer de la corte. —Pero los gemelos no son mónstruos. —Bien pagado está tratándose de una mujer —Sí. En Cambodge, toda extravagancia de la desflorada. Ya sé que en París á veces suben los naturaleza se considera como una monstruo- precios en relación con el número de amantes, sidad. y que las que han tenido muchos se cotizan —Por fortuDa, en Francia no pasa lo mismo. más alto. Los salvajes piensan de otro modo: Yo he conocido dos hermanas gemelas adora- una linda virgen vale seis búfalos. Una viuda ó bles. ¡Quién había de decir que eran móns- divorciada no vale más que uno... y muchas ve- truos!... ¿Y qué fué délos dos infieles? ces el dueño tiene que quedarse con ella por no —En vez de traspasar la frontera y de refu- tener salida. giarse entre nosotros en Cochinchina, cometie- —Muy interesante es eso, muy instructivo; ron la imprudencia de ir á ocultaise cerca de Pero> ¿y los prisioneros? Sambor, entre los salvajes PhnoDgs. —Los llevaron ante Norodom, que, natu- —Pues qué,' ¿incurrió Norodom en la falta de ralmente, ordenó en seguida que los decapi- delicadeza de perseguirlos? Cuando tiene uno tasen. —¡"Naturalmente! ¡Penar con muerte el adul- tenida por la tablita, sobre la cual se encuentra terio! pronto sentada bastante sólidamente. —El adulterio cometido por una mujer del —Y hasta muy cómodamente. Ha estado us- rey. Esto es mucho más grave; crimen de lesa ted á punto de decirlo. Por mi parte, me parece majestad, ó más bien de lesa divinidad. Una un suplicio cruel, bárbaro. mujer del pueblo, de un funcionario, y hasta la —Cuestión de gustos. Los orientales y los ex- de un mandarin, libra mucho mejor. tremo-orientales no tienen el mismo modo de —¿Cómo? pensar y de sentir que los europeos. —Si se trata de la primera falta, le cubren la —Sin embargo, estoy seguro de que si le pre- cabeza con un cesto, le ponen flores silvestres gunta usted á una empalada, aunque sea del tras de las orejas, y la pasean por el pueblo al extremo-oriente... son del tambor, entre dos filas de soldados. —He hecho más que preguntar: he seguido —No es muy terrible el castigo. durante todo un día por una aldea de Cambodge —Las reincidentes incurren en pena3 más se- á una mujer puesta en el pico de un palo. veras. Les afeitan la cabeza, las fustigan con —Y qué, ¿lanzaba terribles gritos? disciplinas de cuero, y las empalan. —No; parecía dormitar, con los ojos medio —¡Las empalan! ¡E?o es la muerte! cerrados, las ventanillas de la nariz dilatadas, —No, si se procede con moderación; si el la boca entreabierta. Estaba muy bonita así, instrumento de suplicio, el palo, está bien en- fija en el palo, y yo absolvía á su amante. tendido. —Y la ley cambodgiana ¿le había absuelto — ¿Pues no es un madero terminado en como usted? ¿Acaso no se castiga al cómplice? punta? —Sí; pero mucho menos severamente que á la —ií; pero á unos quince, centímetros déla mujer. En general, sólo se le impone una mul- punta tiene una tablita que impide que el palo ta. Y para eso todavía el Código, el Prea-Thom- penetre muy profundamente donde ha de pene- ma-Sat, hace una porción de distinciones. trar. La paciente monta en el palo, se desliza —¿Usted las conoce? poco á poco tres ó cuatro pulgadas y queda de- —Muy imperfectamente; pero se hallan con- ^signadas con extensión en la obra que el lugar- teniente de navio Moura ha escrito sobre Cam- a" bodge. Nos la dejarán en el hotel del Universo, donde ya estará esperándome el almuerzo. ¿Quie- re usted almorzar conmigo? —Con mucho gusto. III

En casa de Olivier.—El Código cambodgiano.—El adulterio en familia.—Los hijos del rey y sus nu- merosas mamás políticas.—El segundo rey.—Una favorita condenada á palizas á perpetuidad y su cómplice á prisión y cadena.—La señora Cons- tans obtiene el indulto de dos prisioneros que ha- bían engañado á su padre.-El gato y el conejo.

Tres minutos nos bastaron para ir de casa de Hermencio á la de Olivier. Pero estos tres minu- tos me parecieron horriblemente largos, tanto me abrasaba el sol, á pesar de mi casco y mi sombrilla... sol de invierno, no obstante. ¡Esto promete para el verano! Como me había dicho M. de X... he encontra- do en el libro de Moura los datos que deseaba. Acaso me los hubiera suministrado más intere- santes, desde el punto de vista de la arqueolo- gía, de la religión y de la literatura; pero lo re- ADOLFO BELOT. 61 QUINIENTAS MUJERES PARA UN HOMBRE SOLO. 65 lativo á las mujeres me ha interesado siempre —Todo eso me parece juato y razonable—dije •vivamente, y como no se las puede conocer ni á M. de X...—pero me extraña que el rey Noro- aun de un modo superficial sino á costa de los dom se permita mandar que decapiten á sus mu- más profanaos estudios, sacrifico la literatura y jeres, cuando la ley sólo le autoriza para hacer la arqueología para estudiarlas mejor. que las empalen, y que corte también las cabe- Según Moura, la gravedad de la falta cometida zas de los amantes, cuando debiera conformarse por el hombre adúltero depende de la situación con imponerles una multa. ¿Cómo es que el pro- de su cómplice. Si ha tenido comercio ilícito tectorado francés ne le dirige sobre esto particu- con la primera de las esposas legítimas, con la lar advertencias y reconvenciones? que llaman la esposa mayor, paga una multa —Ya se las hemos dirigido. Ha contestado considerable; si se trata de la segunda esposa, que él no obraba á impulsos de los celos ni por la mediana, la multa se rebaja á la quinta par- crueldad, sino por sistema: que sus mujeres y te. El adulterio con la tercera mujer, cuesta sus servidores gozaban de grandes ventajas , y aún más barato. Esta multa queda en favor del debían ser castigados más severamente que los marido, y si no puede obtener el cobro, la ley le demás súbditos: que perdería todo su prestigio entrega á su deudor como esclavo. si aboliese en su harem la pena de muerte, que Pero el Código cambodgiano hace otras dis- es una prerrogativa regia. Por último, como uno tinciones, todavía más curiosas, entre el adulterio de nuestros plenipotenciarios insistiese, predi- consumado y el comenzado, en vías solamente. cándole indulgencia, humanidad y perdón , él, «Si alguno—dice el Código—coge las manos impacientado, exclamó en cambodgiano : «¡Qui- ó palpa el pecho de la mujer de otro, la abraza, siera yo ver cómo os manejábais si tuviérais que la besa, va á buscarla á su casa ó á un lugar guiar á quinientas mujeres!» El diplomático, aislado; si entra en su alcoba en ocasión de estar que no tenía más que una, y le guiaba á él, no solo con ella, paga una multa crecida. Pero si insistió. no ha hecho más que dirigirle palabras melo- —Me parece excesiva su discreción. Bien sa- sas, si no ha pasado de tener intenciones liber- bemos intervenir cuando se trata de cuestiones tinas, pagará sólo la mitad de la multa.» de dinero, de percibir algún impuesto que hu-

• 5 biese de cobrar el rey; lo mismo podríamos mez- —Sólo hasta los trece años, hasta el día en clarnos en sos asuntos caando acuerda con so- que les cortan los cabellos, ceremonia importan- brada ligereza una decapitación. tísima entre los cambodgianos. —Y nos mezclamos en ciertos casos, cuando —¿Y ese jóven precoz engañó á su padre á los los culpables valen la pena. Hace dos ó tres trece años? años salvamos la vida al hijo mayor del rey, —No, más tarde: cuando ya no habitaba en el y poco despues al hijo mayor, del segun- palacio, volvió á encontrar á su mamá política. do rey. —¿Y los sorprendieron juntos? —Pues qué, ¿hay dos reyes en Oambodge? —No; sólo sospechas, que Norodom se guardó —Sí; el que reina, y el que está en turno para bien de dar á conocer. Hizo llamar á su favori- reinar. El segundo es el hermano del primero, ta, y le declaró que no la amaba ya, y qae pen- porque la sucesión va de hermano en herma- saba casarla con uno de sus mandarines. no, por orden de edad. El rey... expectante, no —«¡Qué desgracia! exclamó estúpidamente la desempeña función alguna; no goza de ningún señora.—¡Un simple mandarín para mí! Si he te- poder. Bebe, come, duerme y se pasea de mujer nido la fatalidad de desagradaros, si no debo ya en mujer..., porque tienen también unas cuan- perteneceros, dadme al menos por marido á tas para ayudarle á esperar pacientemente el vuestro hijo mayor.»—¡Desgraciada—gritó No- trono...,.y eso es cuanto tiene que hacer. rodom—acabas de venderte! —¿Y qué falta habían cometido lo3 dos prín- —¿Y mandó que.Ja decapitasen? cipes salvados por Francia? —No; solo cien vergajazos... por aquel día. —Habían hecho el amor en familia. Esto e9 —¡Cómo por aquel día! ¿Ha vuelto á repetir? cosa muy común por allí. El hijo mayor de No- —Frecuentemente y durante mucho tiempo... rodom era amante de una de sus numerosas ma- Siempre que pensaba en ella, qne le acometían más políticas, la favorita del dia precisameute, los celos, ordenaba que la fustigasen. Pasados lo cual agravaba la falta. algunos meses, su amor se debilitó, sus celos de- —¿Según eso, los hijos del rey viven en el cayeron y desde entonces los vergajazos son harem? también menos numerosos, menos frecuentes... Nanea mujer alguna ha estado tan contenta ver caer ante ella las cadenas del prisionero por verse menos amada. regio. —Pero no me habláis de su amante, el hijo —¿Pues no han dicho los periódicos que libró del rey. á dos príncipes en un mismo día? —Yoy á ello. Para evitar el mismo castigo, —Sí; al hijo y al sobrino de Norodom, hijo del la paliza, que deshonra á los hombres y puede segundo rey de que os hablaba hace un mo- incapacitar para reinar á un príncipe cambod- mento. giano, recurrió al protectorado francés y obtuvi- —¿Por el mismo delito? mos la conmutación de la pena: la prisión, en vez —Precisamente el mismo, no; pero también del vergajo. por el amor en familia. Engañado por su prime- —¿Ha estado preso? ra mujer y su hermano menor, el joven príncipe —Sí, en el interior del palacio, en el primer hizo asesinar á la alcahueta... también las hay patio á la izquierda, frente á la sala del trono. en Cambodge, y en abundancia, que favorecía Como todos los condenados, llevaba una cade- sus amores... De aquí su prisión. na al pié y otra más delgada adherida á un Todos estos detalles, estas costumbres asiáti- collar. Por favor especial, el collar era menos cas, este semi-salvajismo acabó por interesarme, grueso que el de los demás prisioneros, y fo- y estaba ya casi decidido á seguir el consejo de rrado de casca para que no le hiriese en el M. de X... y á emprender mi viaje á Cam- cuello. bodge. —¡Los cuidados paternales!... ¿Y duró mucho —Pero no merece los gastos del viaje—dije— la prisión? si no he de ver á Norodom. ¿Está usted seguro —Dos años, desde 1886 á 1888, hasta en que de que me recibirá? la señora Constans, movida á compasión, solici- —Sí, atendida la cualidad de artista; porque tó el indulto del culpable. también él es artista... No se sonría usted. ¡Us- Norodom no podía negar nada á la esposa ted lo verá!... pero será preciso que solicite la del gobernador de Cochinchina y del Tonkin, audiencia nuestra plenipotenciario. Ya le he di- y la señora Constans tuvo la satisfacción de cho á usted muchas veces, y además usted lo

UNIVERSIDAD DÉ NUtVO ItOÍ;

IQTECÍ' ÜRF-' ** XMA '¿IFtfíW tU í:,.j" sabe, que Cambodge está bajo el protectorado En el mar de China esto tenía casi sabor lo- de Francia. cal... y era al mismo tiempo un recuerdo para —Sí, pero ignoro en qué consiste, con preci- la patria ya lejana, para nuestro querido Pa- sión, ese protectorado. rís, para nuestro buen barrio Latino de otros —Se lo explicaré á usted en pocas palabras... tiempos. Pero antes déme usted su opinión sobre este guiso. . —Riquísimo. No he comido nada mejor. —¿Y usted cree que esto es conejo? —¿Pues qué es? —Gato, mi querido amigo... un plato chino que tenía encargado á Olivier, que ha cumplido muy bien el encargo... Aquí, el gato, como ali- mento, no tiene mala reputación. —¡Bah! ni en Francia tampoco. Nuestras se- ñoritas le han rehabilitado con su aversión al conejo. A. cuatro mil leguas de Francia, cualquier cosa sirve con facilidad de broma, y nos reimos de esto, como quince dias antes me había yo reído cuando la alegre banda de jóvenes subco- misarios de marina que iba al Tonkin, cantaba sobre la cubierta del Tang-Tsé. «Es un chino de la China el que del barco salió buscando una mandarina en casa de la Moreau.» IV

De qué manera protege una gran nación á una na- ción pequeña.—La convención del 17 de Enero de 1884.—La lista civil del rey.—M. Piquet, mi- nistro plenipotenciario—Lo que cuesta el soste- nimiento de las mujeres del harem.—Decidida- mente voy á ver á Norodom I.

—Vea usted,—me dijo el administrador de asuntos indígenas,—lo que en el lenguaje inter- nacional se ha convenido en llamar protectorado; un pueblo pequeño llama en su auxilio á uno grande para librarse de que se lo coma un veci- no peligroso. Llega el gran pueblo, se instala en el pequeño, y en vez de dejar que se lo coma el vecino, se lo come él. —¿Desde cuándo protegemos ó nos comemos á Cambodge? —Desde 1853, época en que Norodom pidió al gobernador de Cochinchina., al almirante La Grandiére, que le defendiese contra Siam y un año. Pero en Cochinchina los gobernadores Annam, dispuestos á devorar á Cambodge. no duran más que lo que duran en Francia los Accedió á ello el almirante; pero nuestro con- ministros. Thomson sucedió á Le Myre de Vi- curso era entonces desinteresado. El emperador lers, y queriendo hacerse notable y contraer Napoleon III protegía gratuitamente. Durante más méritos que sus predecesores, preparó la algún tiempo también se mostró generosa la re- convención de 17 de Enero de 1884, que es una pública. Las Ordenanzas de 1877, inspiradas al verdadera toma de posesión de Cambodge por rey por el almirante Duperré y por el alférez de Francia. Según ella, en adelante nos pertenece- navio Moura, autor del libro que consultaba usted rá exclusivamente la administración del país; tace un momento, no contienen disposiciones que tendremos plenipotenciarios en todas las pro- tiendan á otro fin que al de mejorar la suerte de vincias, percibiremos los impuestos, y el rey no los cambodgianos: prohibición de vender como tendrá más que una lista civil. Norodom, herido esclavos á I03 prisioneros cogidos en los montes, en su dignidad, negóse á firmar. Rodeóse enton- procedentes de hordas salvajes; abolición de la ces su palacio, derribáronse las puertas del mis- esclavitud sin derecho á rescate; reglamentación mo, y, bajo la amenaza, firmó.. Ya conocéis esa de la justicia, etc. Pero después de todo esto, el historia: hizo mucho ruido en Francia y en el nuevo gobernador de Cochlnchina, Le Myre de Parlamento. Sin embargo, los cambodgianos no Vilers, impuso al rey una contribución anual de ratificaron la firma real: se sublevaron contra 60.000 piastras, con destino á gastos del protec- Norodom y contra nosotros. Atacaron los pues- torado. Norodomtrató de pagar, pero no pudo con- tos militares que Thomson había establecido por seguirlo. ¡Hay tan poco orden en su Hacienda todas partes. Mataron al oficial que mandaba en y le cuesta tan caro su harem!... Sambor. Sitiaron al plenipotenciario de Baph- Bajo pretexto de sacarle del apuro, Le Myre - nam. Pudiera haberse sofocado la sublevación; de Vilers.se ofrece á percibir, en lugar del rey, pero nos faltaban tropas, y sobre todo, dinero. las contribuciones indirectas, es decir, el opio, Nuestras vacilaciones nos perdieron, y en Ma- los alcoholes, los juegos, etc. Norodom se ve yo de 1885 los insurrectos penetraron en Phnom- obligado á aceptar, y todo marcha bien durante Penh y atacaron al protectorado. Nuestros sol- dados loa rechazaron, pero sólo de Phnom-Penh. sea cuatro millones de francos. Nosotros nos he- Continuó la guerra en todo el reino hasta que el mos quedado con el opio, los alcoholes y los de- Gobierno tuvo la buena idea de nombrar á rechos de exportación, que nos producen dos M. Piquet plenipotenciario general en Cam- millones ochocientos mil francos. Es lo que nos bodge (1). Muy diplomático, muy enérgico, cuesta el sostenimiento de las tropas y los gas- muy justo, y sobre todo, muy valiente, éste an- tos del protectorado. tiguo oficial de Marina comprendió que lo más —¿Y qué hace Norodom del millón y doscien- importante era pacificar el país, y para conse- tos mil francos restantes? guirlo, solo, sin escolta, le recorrió en todas di- —Lo que quiere. Sin embargo, puedo asegu- recciones, conversó con los insurrectos, ordenó rar á usted que no los ahorra. Desconoce la eco- á nuestras tropas que estuvieran tan sólo á la nomía, y una corte como la suya cuesta cara. defensiva', y suprimió la mayor parte de las —¡Ya lo creol ¡Alimentar á quinientas mu- guarniciones. jeres! Habiendo vuelto sano y salvo á Phnom-Pen'h, —¡Ah, si no fuera más que alimentarlas! La creyó deber hacer, por su parte, algunas conce- alimentación de cada mujer no le cuesta más siones al rey: no volvió á hablarle de la famosa que unos treinta francos al mes. Pero los rega- lista civil, tan humillante para un autócrata, y los, las alhajas, los perfumes, los trajes... le dejó percibir por sí mismo una parte de los —¡Se visten con este calor sofocante! impuestos. —Muy ligeramente, convengo en ello; basta —¿La parte mayor? el sampot nacional. Pero... todavía hay un pero... —No, la más pequeña. En Cambodge se re- Norodom se arruina con los trajes de sus bailari- cauda próximamente un millón de piastras, ó nas, trajes antiguos, de un lujo inaudito... ¡Ya los verá usted! —¡Cómo que los veré! ¿Usted cree que el rey va á dar una función para mí? (1) En el mes de Mayo del año 1889, mientras escribía yo es- te libro, M. Piquet fué nombrado gobernador de la Indo-China —Pienso, como ya he dicho, que el rey es un en reemplazo de M. Ricbaud. artista y que procurará complacer á otro artista. —Perfectamente. Hace usted qne me decida; iré. ¿Cómo se hace el viaje? —¿En qué dia estamos? —En sábado. —Esta noche, á las diez, puede usted embar- carse enfrente del hotel en el Attalo, paquebot Y de las Mensajerías fluviales. Le llevará á usted directamente á la capital de Cambodge, á Phnom- El Attalo. El gran río.—La montaña y la mujer Penh, á donde llegará usted el lunes á las ocho gorda.—La llanura y la mujer flaca.—La boca de de la mañana. Puede usted también ahorrarse las mujeres de la Indo-China.—Argucia de los maridos celosos. —Frialdad de la mujer india, una noche de viaje, durmiendo hoy en Saigon y comparada con la europea. —Superioridad del tomando mañana el ferrocarril, que le dejará en hombre con relación á la mujer.—Costumbres fe- Mitho, donde se embarcará usted á las once ele meninas.—Depravación masculina.—Llegada á la mañana.-. Cambodge. Yo, en el lugar de usted, me embarcaría esta noche, para admirar, al sol naciente, la entrada en Me-Kong. —Seguiré su consejo. Gracias. Gracias al director de las Mensajerías fluvia-N les, M. Arand, y al comandante inglés del Attalo, me alojo, no en un camarote, sino en una verdadera habitación á popa, en el puente. Un lecho provisto de su mosquitero, y enfren- te otro que me servirá de sofá, un tocador y... dos annamitas para servirme. El Attalo sale á la hora reglamentaria. Bajamos primero por el río de Saigon y lnego entramos en el Suarap, otro río—¡lo que es ríos no faltan en Cochinchina!—que nos lleva al mar sombra de los bananos, de un ramillete de arecas y de una teca gigantesca, el betel que sigue á las cinco de la mañana. todo á lo largo la empalizada y trepa por todo Dejamos el cabo de Santiago á la izquierda, lo que encuentra á su paso. El consumo del be- es decir, al Nordeste; seguimos la costa, y al sol tel está más extendido en el extremo Oriente naciente, como me habían dicho, entramos en el que el del tabaco entre nosotros. El hombre, la gran río del Cambodge, el Me-Kong ó uno de mujer y hasta el niño mascan constantemente sus afluentes, porque se pierde uno entre tantos su hoja, cubierta de cal viva y mezclada con ríos y arroyos: ¡agua, agua por todas partes... y fragmentos de nueces de area. ¿Qué placer pue- estamos en la estación seca!... ¿Qué ocurrirá en de producir esa masticación? Los indígenas la Setiembre, época de las inundaciones? encuentran agradable y hasta útil; les procura Y en todos estos países tan bien regados, en una salivación abundante que calma la sed, las riberas de todos estos grandes ríos y cana- conserva la dentadura y favorece la digestión. les, ¡qué vegetación, qué verdor, qué suavidad Aunque así sea, dejando aparte estas ventajas de colores 1 Aquí, inmensos arrozales entre bos- íntimas y absolutamente personales, ¡qué des- qnes de arecas y bananeros. Más allá, una agradable es para el europeo ver abrirse esas plantación de cafetales, cujas blancas flores grandes bocas pintadas de encarnado tras de se parecen al jazmíu de España. Luego, en pri- unos labios deformados por la acción de la cal! mer término, junto al río, cocoteros enanos y Y menos mal si los dientes estuvieran sólo teñi- bambús inmensos de suma elegancia, de cuyos dos de encarnado; pero los cambodgianos ele- troncos mismos brotan verdes hojas; la ortiga gantes y muchas mujeres á la moda, se sirven de China, que se cría en estado silvestre en los de un barniz negro, especial, y nos muestran terrenos húmedos y produce & los que saben dientes del más puro ébano. recolectarlas preciosos tejidos; las palmeras de agua, que sirven parala construcción de chozas, Nuestra repulsión en caso tal es invencible; de esas casas primitivas, tan conocidas en toda los indígenas lo saben, y M. Raúl Postel, en la ludo-China. En segundo término, plantaciones un interesante volumen que trata de Cochinchi- de morales y de tabaco, y al abrigo del sol, á la na, afirma que los maridos celosos obligan á sus 6 UNiVERSiDfiD DE NUEVO ItGSí BIBLIOTECA U'^'í-*». fi "ALFOMO ferro" ' 1625 MONTERREY. mujeres á masticar betel y á barnizarse los dien- mes, sin ondulaciones del terreno. Nada más tes para preservarlas de las audacias francesas. cierto. Pero ya se trate de las bellezas de la na- ¡Qué revolución se armaría en París si los mari- turaleza ó de las de la mujer, yo me acomodo á dos tratasen de emplear tales medios para ase- lo que me dan: un monte, una colina, una mon- gurar la fidelidad de sus mnjeres! Y después de taña seducen mi vista, lo mismo que la seduce todo, no sabemos lo qué ocurriría. Antes de de- una mujer en buenas carnes, de hombros redon- cidir, habría que verlo. Dientes bien colocados, dos, caderas pronunciadas y pecho saliente. Sin de un buen negro, tras de unos labios sonrosa- embargo, una hermosa llanura ó una mujer que dos, que dejasen paso de cuando en cuando á parece delgada, y aunque lo es en realidad, una lengüecita roja y biea afilada, quizá no fue- cuando no es exageradamente, tampoco me ran desagradables; y si una de nuestras más desagradan. Hace falta algo de eclecticismo en lindas mujeres elegantes quisiera introducir la viaje como en amor... Por eso admiraba, por el moda del barniz... Se pintan los ojos, la cara, y momento, las llanuras que se extendían ante hasta ciertas partes del cuerpo, según se dice. mí, los ramilletes de árboles que las cortaban ó ¿Por qué no pintarse los dientes? Cuestión de las cerraban en el horizonte y las plantas que costumbre y de latitud. A las mujeres de aquí se bañaban en el Me-Kong y venían á reflejarse les inspira un profundo desprecio la blancura en él. de nuestros dientes, y los llaman dientes de De vez en cuando, cada tres ó cuatro horas perro. una población á la orilla del río. He consignado los nombres de los árboles y En primer lugar, Mitho, unido á Saigon por de las plantas que me nombraban mientras el otra vía fluvial y un camino de hierro. Atíalo subia lentamente el río. Los escribía con El administrador de este hermoso país, M. Ni- mano distraida é insegura, porque no quería colai, sabe ya desde por la mañana, que re- perder nada del delicioso espectáculo que se cibió aviso, que voy á pasar por su pequeño desarrollaba ante mí. Sé muy bien que se me- reino; viene en persona á buscarme á bordo para nosprecian las riberas del Me-Kong, en la parte llevarme á almorzar á su residencia. ¡Ay! no que baña la Cochinchina, por ser bajas, unifor- puedo aceptar. No- había previsto tan buena for- tana, y he al almorzado en el AUaZe. Gracias, no siente hasta aversión hacia el europeo, y prefie- obstante, estimado señor, y crea que recordaré re siempre á un hombre de su casta al gentleman la atención. más apuesto y al más parisiense, al más escogi- Despues de Mitho, á las dos ó las tres de la do de los parisienses. Los hombres aficionados á tarde, Vinh-Long, que debe administrar actaal- galanteos y que andan siempre en busca de mente un hombre sumamente simpático, M. Boc- aventuras, de intrigas y de sucesos , deben quet, si es que no ha sido ya destituido por el borrar de su itinerario las provincias del extre- versátil Gobierno de Cochinchina, donde todos mo Oriente, desde Aden, Bombay ó Ceylan hasta se tienen envidia y se despellejan unos á otros. el Japón... exclusive. En primer lugar, lo que entre nosotros hemos A las seis, Sadec. Estas estaciones, estas para- convenido en llamar bello sexo, es, en el extre- das, acortan la jornada y son interesantes. Los mo-Oriente, incontestablemente el sexo feo: las annamitas, los malayos, los chinos y los mala- mujeres annamitas, malayas, cingalesas é in- bares que van á bordo abandonan precipitada- dias, por más que las haya bonitas, no valen mente el buque y dejan sus puestos á otros ma- ciertamente lo que sus maridos, desde el punto labares, á otros chinos y á otros malayos, eter- de vista plástico. Como ocurre en la mayor par- nos emigrantes que se encuentran á cada paso te de los animales, el macho es, en estos países, desde las Indias hasta el Japón. Se ha dicho, y indudablemente superior á la hembra. Solamen- aun se ha escrito, según creo, que los orientales te en China la mujer puede luchar con el hom- no viajan. ¡Qué error! Viajan mucho; emigran bre, y hasta vencerle; pero la victoria es fácil: á continuamente á los lugares donde sus indus- pesar de nuestra afición á lo chinesco, no otor- trias ó su comercio pueden prosperar. Solo que garemos jamás un premio de belleza á un chino. es de un país de Oriente á otro país de Orien- El verdadero aficionado hará, pues, mejor en te • á donde se trasladan; Europa y la misma quedarse en su casa que ir tan lejos á buscar ti- América les inspiran una especie de horror y pos de mujeres hermosas: nn día bueno, de tres aversión. El indio, á pesar de su aparente respe- á seis, en el espacio comprendido entre el bou- to, nos desprecia en secreto. La mujer india levard de los Italianos y la alameda de las Acá- cías, encontrará, seguramente, más lindas cabe- las pide que den una muestra de su habilidad, zas, y sobre todo caras más variadas que en diez queda uno desencantado. Y, al menos, ¿son bo- años en la Indo-China. nitas, como parece natural, dado su oficio? Muy ¿Es acaso que el Asia no produce muchachas pocas. Diría que ninguna, si no temiese agra- bonitas? Nada de eso. Pero los reyes, los prínci- viarlas. ¿Corrompidas, sin duda? El clima las pes, los rajahs y los mandarines se apoderan de induce á serlo: las hace indolentes y fáciles; pe- ellas, las hacen su3 esposas, sus concubinas ó ro en el ejercicio de su culto amoroso permane- sus esclavas y las ocultan mientras son jóvenes cen siempre naturales, por ignorancia ó por fal- y bonitas. Por exceso de prudencia, nunca las ta de afición á lo no natural... Se ha calumniado, sacan, y cuando ellas salen, por casualidad, se pues, al extremo Oriente. ¡Ignora muchos de los encapuchan y se esconden tras de la cortinilla vicios europeos!... de un palanquín ó da un coche, más por costum- ¡Ah, perdonen ustedes! Hablo de las mujeres, bre que por timidez, y sobre todo temiendo que no de los hombres. Estos lo han acaparado todo, las tomen por mujeres del pueblo ó de mala lo mismo la hermosura que la depravación, y el vida. que ha viajado mucho por la China, por ciertas Estas se hallan á disposición del que tenga partes de la India, por el Tonkin y entre los buena suerte, triste buena suerte sin ilusión po- annamitas, entre estos últimos sobre todo, no sible; porque por aquí, excepto en el Japón, no puede menos de reírse al oir hablar de la depra- existen entre esta gente las clasificaciones y ca- vación de los franceses. Europa, ténganlo uste- tegorías que en Occidente, y todas las mujeres des por seguro, es una buena persona comparada venales, sea el que quiera su precio, en piastras, con Asia. en rupias ó en sapecas, no tienen más que una Ruego que se me dispense esta larga digre- denominación que difiere según el idioma del sión. En algo hay que entretenerse en viaje país, pero que siempre tiene el mismo sentido. cuando se navega por un río tan poco accidenta- Yerdad es que á veces tratan de realzarse ha- do como el Me-Kqng. Sos aguas siguen bañan- ciéndose pasar por bailarinas, como algunas, en- do á Cochinchina. Pasamos ante Kau-Tau y tre nosotros, por artistas dramáticas; pero si se Tan-Thao, iluminados por grandes hogueras que encienden los indígenas para preservarse de los insectos, de las serpientes, del chacal y del ti- gre. Ta son las tres de la mañana cuando llega- mos á Yinh-Hua, la primera aldea cambodgiana. Al salir el sol, Banam se dibuja en la ribera de- recha del río. Por último, á las ocho anclamos en el inmenso eauce que forman los cuatro bra- YI zos del Me-Kong. Una chalupa de vapor, perte- neciente á la Compañía, viene á recoger la co- rrespondencia y los pasajeros, y algunos minutos Dos malas noticias.—En casa de Felicidad.—El después me encuentro en tierra, en la capital de doctor Ham.—Mi petición al rey.—Dificultad de Cambodge. despertarle.—Manera de hacerlo.—Vaga espe- ranza.—M. Orsini.—El Ayuntamiento (Hotel de Ville) y el error de dos ingleses.—Paseo en la chalupa del protectorado.—La flota del rey.—El faro sin fanal.—En las calles de Phnom-Penh.— Una boncería. — El paraíso cambodgiano y el nuestro.—La decapitación oriental y el cadalso en Francia.—Buena noticia.

Dos malas noticias me esperan á la llegada: el plenipotenciario M. de Champeaux, hombre muy simpático y que seguía tan parisiense co- mo antes á pesar de su larga permanencia en Indc-China, y cuyos buenos oficios pensaba uti- lizar, acaba de salir para Saigon en un paque- encienden los indígenas para preservarse de los insectos, de las serpientes, del chacal y del ti- gre. Ta son las tres de la mañana cuando llega- mos á Yinh-Hua, la primera aldea cambodgiana. Al salir el sol, Banam se dibuja en la ribera de- recha del río. Por último, á las ocho anclamos en el inmenso eauce que forman los cuatro bra- YI zos del Me-Kong. Una chalupa de vapor, perte- neciente á la Compañía, viene á recoger la co- rrespondencia y los pasajeros, y algunos minutos Dos malas noticias.—En casa de Felicidad.—El después me encuentro en tierra, en la capital de doctor Ham.—Mi petición al rey.—Dificultad de Cambodge. despertarle.—Manera de hacerlo.—Vaga espe- ranza.—M. Orsini.—El Ayuntamiento (Hotel de Ville) y el error de dos ingleses.—Paseo en la chalupa del protectorado.—La flota del rey.—El faro sin fanal.—En las calles de Phnom-Penh.— Una boncería. — El paraíso cambodgiano y el nuestro.—La decapitación oriental y el cadalso en Francia.—Buena noticia.

Dos malas noticias me esperan á la llegada: el plenipotenciario M. de Champeaux, hombre muy simpático y que seguía tan parisiense co- mo antes á pesar de su larga permanencia en Indo-China, y cuyos buenos oficios pensaba uti- lizar, acaba de salir para Saigon en un paque- bot con el que nos hemos cruzado hace una llinero, y para subirla hay que empezar por hora (1). echar de allí á las aves á bastonazos. Los Cuarr El mismo barco se ha llevado también, en di- tos son grandes, pero desaseados: las aves tie- rección á Cochinchina, á la dueña del único nen allí sus nidos. Junto al río, y entre todos es- hotel de Phnom-Penh, llamada Felicidad, á quien tos volátiles, los mosquitos deben ser aquí los las malas lenguas del país, quizá los preten- dueños del campo, y me apresuro á reconocer el dientes desairados, han dado el apodo de Faci- mosquitero. ¡Ay! lo primero que veo son dos ó lidad. tres enormes agujeros que pueden dar paso á una Algunos minutos de reflexión bastan para legión de insectos. tranquilizarme. M. de Champeaux, al abandonar ¡Bah! ¿Podía yo tener esperanza de encontrar á Phnom-Penh debe haber dejado en pos de sí en Phnom-Penh un hotel de primera clase? ¿No buenas tradiciones de hospitalidad, que sus su- debo darme por satisfecho con semejante posa- cesores no dejarán de seguir. da? Listo, á cepillarme un poco, y al protecto- Respecto á Felicidad, al marcharse, no es rado. Son las nueve, el sol abrasa ya , y dentro probable que haya cerrado su hotel. de poco estarán cerradas todas las puertas y Está abierto, y en él me instalo. El piso bajo enclaustrados todos los habitantes. puede pasar: la sala de un café y dos piezas que Mi buena estrella hace que me encuentre con sirven de comedores. Pero [valiente camino hay un compatriota, quiero decir, con un criollo que seguir para llegar á las habitaciones! ¡Un como yo, á M. Orsini, secretario general del portal lleno de gallinas y patos! Se han alojado protectorado-. En cuanto le dije mi nombre, me por todas partes, hasta en la escalera, ó más contestó que su casa era la mia; rehusé: que co- bien la escala que conduce al primero y único mería siempre con él; acepté: y que para el día piso. La escalera sustituye á los palos de un ga- siguiente iba á organizar un paseo en elefante, en elefantes reales, que Norodom tenía á dispo- sición del plenipotenciario. (1) Despues de escritas estas líneas, M. Champeaux ha —Los elefantes. Perfectamente. Gracias. Pero muerto en Marsella, al desembarcar del buque que le llevaba á Francia. ¿y el rey? pregunté. —¿Cómo el rey? preciso que la pida por escrito y que el rey lea —Tengo mucho interés en verle. mi carta, lo que no siempre es fácil, tratándose —Lo creo, pero él no lo tendrá en dar audien- - • de un original que come cuando tiene hambre y cia en este momento. duerme cuando tiene sueño, sin cuidarse de las —¿Por qué? horas de comida ni de descanso. —Está cansado. Estos días ha jugado mucjio —¡Muy bien entendido! al Ba-Quan, una especie de ruleta, sin ruleta, —Convengo en ello. Pero mi carta no llegará que le llevaré á usted á ver esta noche. á manos de S. M. ni hoy ni mañana, si le ha da- —Con mucho gusto iré. Pero ¿y el rey? do el capricho de acostarse. —Diríjase usted al jefe del despacho del ple- —¿No se le puede despertar? nipotenciario, al doctor Ham. Es muy querido —Imposible. El sueño de un rey cambodgia- y estimado de Norodom, y acaso obtenga lo que no es sagrado. A no ser en caso de un asunto usted desea. urgentísimo de suma importancia, nadie se Dos minutos después me presento ante el doc- arriesgaría á ello. tor, un alsaciano que, habiendo venido á Cam- —Pues bien: mi petición es urgente y de su- bodge con ánimo de pasar unos días, le habita ma importancia... para mí... Sólo que, para el desde hace diez años; habla la lengua del país buen éxito de mi pretensión, desearía que Noro- como un indígena, y nos ha prestado gran- dom no se despertase de mal humor. des servicios que tal vez no se le recompensarán —Respecto á eso, esté usted tranquilo. Cuan- jamás. do se decide despertar al rey, lo cual es cosa ra- Le expreso mi deseo, que ha llegado á ser una ra, Í.0 se encarga de ello el primer advenedizo. idea fija. Tan delicada misión se confía á la favorita del —¿Cuánto tiempo me da usted? me pregunta momento. el jefe del despacho —¡Ah! ¿Y cómo se las compone? —Veinticuatro horas. Me vuelvo á Saigon pa- —Trepa dulcemente hasta el lecho donde el sado mañana temprano. señor está tendido y le pone la mano sobre un pié. —Es muy poco. Para obtener la audiencia es —¿Y eso basta para despertarle? —Si es muy favorita acaso cuente con otros* - Norodom, que, en su género, es también un ar- tista muy original como rey absoluto, gran pro- recursos. pietario de mujeres, maestro de baile y director Su talento de despertadora consiste en evitar de escena. que el rey monte en cólera al abrir los ojos. —Pues bien, doctor; diríjase usted á una ver- —Verdaderamente, murmuró el doctor, tal dadera favorita, de -gran talento, que trasmita vez tenga usted razón. al rey la súplica de usted, ó mejpr dicho, la mía. Esta declaración aumentó mi audacia, y con- tinué: —¡Usted siempre con su idea! —Ya le he dicho á usted al empezar que es —Norodom, según usted me dice, se cree en el una idea fija. Me han vuelto la cabeza con No- deber de dar fiestas á los que hemos convenido rodom y sus quinientas mujeres. No be de vol- en llamar elevados personajes, gobernadores ó ver á Francia sin haberlas visto. subgobernadores. ¡Buen precedente! ¿Le desen- —¿A las quinientas? reda por eso de las ligaduras en que le hemos —Quinientas me bastarán, si son bonitas; pero envuelto poco á poco? ¿Le permiten que perciba tengo en ello mucho empeño, y, sobre todo, al por sí los impuestos? ¿Le es menos oneroso nues- cuerpo de baile. tro protectorado ? No , ¿verdad? Al contrario. —¡Ah! ¿También las bailarinas? Todo gobernador de la Indo-China que visita —Todas. Cambodge admira este espléndido país y sueña —Entonces no - es una audiencia lo que usted en convertirlo en anejo de Cochinchina. Nos- desea, sino una fiesta. otros, los artistas, ya es otra cosa. Se nos puede —Una buena fiesta no me desagradaría. recibir y festejar sin peligro.!, y con provecho. —Permítame usted que le diga que usted no ¿No fué el periodismo francés quien se indignó es uno de esos personajes oficiales á quienes No- el día en que los franceses abusamos de nuestra rodom se considera obligado á hacer los honores fuerza para invadir el palacio del rey y obligar- de su corte. le á firmar las famosas convenciones? Esa indig- nación ocasionó la de la Cámara, y si Norodom —No; pero soy un artista, y me han asegura- reina todavía, á nosotros nos lo debe. Si, como do que este título me sería de utilidad cerca de se dice, viene el próximo año á nuestra gran Ex- el Ayuntamiento , porque mi huésped une á las posición (1), ¿quién le presentará á los parisien- funciones de secretario general las de alcalde. ses? Los periodistas, los literatos de Francia. Este último cargo apenas le da que hacer : los Que nos dé, pues, fiestas, y mejores fiestas que á indígenas no comprenden la necesidad de un Re- todos esos gobernadores que pasan y repasan por gistro civil; y en cuanto á nuestros compatrio- su reino, más variables y más numerosos que sus tas, se guardan bien de hacer que se inscriban mojeres... y con menos atractivos. los matrimonios quo contraen en Asia : aquí se Decía yo todo esto con tal calor, que llegué á casan sin publicidad ni requilorios, y así les convencer, no al jefe del despacho del protecto- basta. Pero no por eso deja de haber en la calle rado, sino al doctor Ham, que nada tiene de ofi- mayor de Phnom-Penh una casa de dos pisos, lo cial, y á quien los diez años de Cambodge no que es raro, con muros que parecen verdaderos han hecho perder nada de su ingenio. muros, sobre los cuales sé lee: Hotel de Filie (Ayuntamiento). —Voy á hacer que despierte al rey su favori- ta más linda y más hábil, me dijo, y cuando Esta inscripción dió origen hace poco á un S. M. se digne recibirme le traduciré en cam- error divertido: dos ingleses que venían de Siam bodgiano su discurso de usted, que acaso le con- y de las ruinas de Ang-Kor, llegaron á Phnom- venza. Penh, empezaron á buscar una posada, y leye- Ta había yo conseguido un primer triunfo. El ron esta palabra: hotel, seguida de esta otra: asunto estaba en buen camino. No quedaba más villa. «Hotel de la Villa. Perfectamente; ya en- que esperar. contramos lo que buscábamos,» dijeron para sí, Almuerzo en familia en casa de M. Orsini, en y entraron inmediatamente en la casa, con sus maletines á la mano. En el piso bajo, entrando á la derecha, hay una puerta abierta que da acceso á una habitación. Instaláronse allí tranquilamen- (1) No viene; creyó poder obtener del Gobierno francés que le trasportase á Francia en nn buque del Estado y le alojase te. Después de haberse lavado, pensaron en al- durante su permanencia en París. El Ministerio no creyó que morzar. Debía ser la hora de la comida en mesa debía hacer este gasto tratándose de un rey que se halla bajo redonda, porque en un comedor que da al vestí- nuestro protectorado. ¡A.h, si no hubiese sido protegido ADOLFO BELOT. QÜIMENTAS MUJERES PARA UN HOMBRE SOLO. 99 balo vieron muchas personas sentadas y co- des barcos dorados y una especie de aviso en bas- miendo, servidas por chinos y cambodgianos, tante mal estado. Según me dicen, es la flota del mientras otros agitan el pania por encima de rey. Efectivamente, necesitaba una flota para su3 cabezas. Los ingleses, siempre impasibles, explicar su ministerio de Marina. ¿Habrá sido el se sentaron el uno al lado del otro, en un extre- ministro, ó más bien un europeo arruinado, pla- mo de la mesa, é hicieron signos tan expresivos, ga de este país, quien ha aconsejado á Norodom que los entendieron y se decidieron á servirlos. que construyese un faro en la proximidad del Después de almorzar durmieron la siesta, lue- río. Quien quiera que fuese, ello es que el faro go salieron á paseo, y después volvieron á co- se ha edificado con piedras magníficas. Pero fal- mer á la misma mesa, donde esta vez estaban ya ta á todos sus deberes de faro: no lace ni ha lu- puestos sus cubiertos, y, por último, se acosta- cido jamás. Consiste sin duda, y esta razón bas- ron en el cuarto en dos camas que ellos mis- ta, en la imposibilidad de encenderlo : no tiene mos habían elegido. fanal y un faro sin fanal... Sin embargo, No- Pero al día siguiente, á la hora de marchar- rodom había encargado uno grandioso á Fran- se, cuando quisieron pagar su cuenta, supieron cia. Llegó á Phnom-Penh,- pero por negligen- que no debían nada, porque habían comido en el cia... ¡oh, la negligencia asiática!... tardaron en Ayuntamiento, en casa del secretario general colocarlo en su sitio... y cuando por fin se deci- del protectorado, con funciones de alcalde, y no dieron á ponerlo, ya no estaba allí. ¿Qaé ha sido en la de Felicidad. de él? ¿Lo han robado? .Así se dice. Por mi par- El primer dia que pasé en Phnom-Penh lo te, lo dudo: he visto robar muchas cosas, pero el aproveché bien: paseo en chalupa de vapor, en fanal de un faro... Después de todo, en trozos, y ese gran álveo, esa magnífica rada de agua dul- tomándose el tiempo necesario... ce, ante la cual está edificado Phnom-Penh, mi- Cuando el sol, ya muy bajo en el horizonte tad en tierra, mitad sobre agua, con pilares, no puede jugarme malas pasadas, salgo de la porque en la estación de las lluvias ese río, in- chalupa de vapor, y bajo la dirección de mi menso ya, invade la ciudad y todo el país. huésped, M. Orsini, doy un paseo por la ciu- Me enseñan, á lo largo del río, piraguas, gran- dad. Una gran calle recta, con casas ocupadas por comerciantes. Más lejos el protectorado, que aquí á los maestros de primeras letras, y á ve- tiene buen aspecto, los cuarteles de nuestra in- ces, en su género, á los catedráticos de nues- fantería de marina, barracones de tablas, la de- tros Institutos. marcación cedida al obispo y á los misioneros, Me llevan á una de sus boncerías. Casa po- una iglesia de adobes encarnados, la casa del bre, de madera, elevada sobre largos maderos á segundo rey, y luego cabañas y chozas" rodea- dos metros del suelo, con un gran tejado en de- das de bananos, de palmeras, de árboles fruta- clive. CJna estrecha escalera conduce á ella. Dos les y de flores. Por todos lados malayos, chinos, perrazos flacos hacen la guardia al pie de la es- anDamitas é indios, más numerosos ya en Cam- calera. En el interior de la cabaña, esteras en bodge que los cambodgianos. Túnicas, vistosas vez de sillas; una especie de arca reemplazando fajas y algunos turbantes resaltan entre los ce- ® á los armarios, vestiduras colgadas y algunos nicientos trajes del Touki-n y de Annam. Los libros religiosos y de estudio, de largas hojas sacerdotes de Budha, los bonzos, con su gran de tallipot, especie de palmera que sirve para la túnica amarilla, son los que más animación escritura como el papirus del antiguo Egipto. prestan al cuadro. Recorren las calles, pidien- Junto á la boncería, las ruinas de un monu- do, porque no sólo no les está prohibida la men- mento construido, segün dicen, hace diez siglos dicidad, sino que es oficial, religiosa: no viven por una viuda llamada Penh, en descargo de los más que de las limosnas. Y por cierto bien se las pecados de su marido, á quien ella esperaba en- ganan: cuando terminan sus ejercicios religio- contrar sin duda en el paraíso, ó mejor dicho, sos, cuando han rezado á Budha, ó á Brahma, en uno de los innumerables paraísos de Budha. porque para nosotros, gentes superficiales, las En efecto, se pasa de un paraíso á otro, después dos religiones se confunden—el budhismo de los de diversas existencias terrestres y transforma- cambodgianos se parece al brahmismo de los ciones físicas para entrar, si se ha merecido, en indios, degenerado ó perfeccionado á su mane- el Nirvana, lugar de placeres y goces sin fin, y ra—cuando terminan sos ejercicios religiosos, sin cansancio: mujeres hermosísimas, innume- decíamos, los bonzos dan lecciones á los niños rables, de las que se puede usar y abusar sin de lectura, escritura y astronomía. Reemplazan decaimiento. Este es siempre el paraíso de Ma- homet, es decir, el paraíso material, camal, sa en pedir gracia. ¿Por qué tanto valor aqoí y que promete al hombre los placeres que él co- debilidad tanta entre nosotros? ¿Por qué sus noce y á que está apegado. Por eso ve llegar la asesinos saben expiar y morir? ¿Por qué los nues- muerte indiferente, y á veces gozoso, y la recibe tros no saben más que matar? ¿Acaso son más con soberano desdén y valor. valerosos los hombres en Oriente que en Occi- Compárese una ejecución capital en la plaza dente? No. de la Grande-Roquette con una decapitación en Pero la religión musulmana, la religión in- el extremo Oriente. Entre nosotros el miedo y dia, la mayor parte de las religiones asiáticas y el embrutecimiento, y alguna que otra vez no el africanas, prometen, para después'de la muerte, valor, sino la fanfarronada. Aquí la sangre fría, recompensas materiales conocidas. la tranquilidad completa, sin la menor afecta- » La muerte se convierte así en continuación de ción. Y, sin embargo, ¡qué muerte!... ¡Lenta, la vida: no hay más que pasar un mal rato, un terrible!... Un mal cuchillo, mellado, en vez de suplicio de algunos instantes y viene laego una guillotina, y frecuentemente aprendices de ver- nueva vida en la que cada cual vivirá según sus dugo que no saben su oficio... ¡Ni un grito, ni gustos como le acomode. Por el contrario, el una protesta!... paraíso de los cristianos es inmaterial; nadie Se ven dos, tres ó cinco, tendidos en tierra, sabe con precisión lo que allí pasa; ningún sa- alineados sobre un estrado, esperando á que el cerdote se atreve á definirlo. ¿Dónde está situa- sable suba y baje. Nada de aparato; nada de pre- do? ¿Qué se hace allí? ¿Cuáles son las delicias parativos. El verdugo se lleva un dedo á la boca, prometidas? Esta vaguedad, esta ignorancia, le humedece con saliva que enrojece el betel, y nos hacen menos indiferentes respecto á la luego, con ese dedo mojado, traza una línea so- muerte. Nosotros conocemos la tierra; pero no bre el cuello del paciente: allí es donde debe he- conocemos el cielo. Lo que hay de encantador rir el sable ó el cuchillo, para que la degollación en todos estos paraísos asiáticos es que cada fiel, sea completa. Si se pega fuera del punto marca- cada creyente puede forjarse uno á su capricho, do, hay que volver á empezar, y la víctima, siem- según sus gustos. pre arrodillada, nada dice, no protesta, no piern No se crea que Buda y los demás no prome- ten más que mojeres. El que no es aficionado á ella3 no está en modo alguno obligado á tener- las: no se les dan más que á los que las piden. Puede escogerse otra cosa, y aun no escoger na- da absolutamente, "vivir en absoluto reposo. Para éste, el Nirvana, que los cambodgianos desig- VII nan más frecuentemente con el nombre de Nip- peau, 6 sea el paraíso, es un palacio de oro y de cristal: para estotro, un salón de concierto, don- Tendré mi fiesta.—No toquéis... al rey.—El opera- de constantemente se oye música: por último, do contra su voluntad.—Una casa de juego.—El Ba Quan—La mona de un monarca polígamo y para otros el aniquilamiento, la nada; no más la de un clubista parisiense.—Las Treinta-y-seis- dolores físicos, no más dolores morales. Cada Bestias. cual fabrica de antemano su correspondiente pa- raíso, se prepara para vivir bien en él, y esto le decide á bien morir. Vuelvo para almorzar con mi huésped, al La buena noticia es la siguiente: el rey No- Ayuntamiento, donde me espera una buena no- rodom me recibirá mañana á las nueve de la ticia. noche y me obsequiará con la tan deseada fiesta, no bajo el inmenso cobertizo situado en el pri- mer patio del palacio, destinado á las grandes recepciones oficiales y á los regocijos públicos, sino en una sala menos vasta, dependencia de su morada particular, y donde de ordinario su cuer- po de baile danza únicamente para divertirle á él solo. Según el deseo mío, que tan galantemente le ha expresado el doctor Ham, y que él ha com-

UNIVERSMO 0F NUgVO LEOfr iOTrGA 'Airuh-W H'aYiS"

1625tíONTcftREy,M£X;ca prendido muy bien, se me tratará como artista á poner la mano en él, fuera para lo que fuese, y asistiré, más bien qne á una representación, á sin orden ó autorización suya. nn ensayo general. No todas las bailarinas ves- »Este exagerado respeto hacia la persona del tirán sus correspondientes trajes; pero veré los soberano, tiene sus inconvenientes; hé aquí un de más importancia, y podré así darme cnenta caso: en Julio de 1874, el rey volvía en coche de los demás. á su morada, cuando, al llegar á la puerta, los —No esperaba semejante éxito, sin preceden- caballos se espantaron y giraron rápidamente, tes, dijo, para concluir, el doctor Ham, No be escapados, en el primer patio del palacio. Los encontrado ninguna dificultad grave más que caballos, el coche y los que iban dentro, arras- en lo tocante á despertar al rey. No se había trados por la fuerza centrífuga, cayeron por tie- dormido hasta la madrugada, después de haber rra, y S. M. quedó tendido en el suelo sin cono- pasado la noche jugando y de haber perdido cimiento, y con graves contusiones. Encontrá- cinco mil piastras. Se temía que el despertar banse allí varios mandarines, con sns secreta- sería malo, y en palacio nsdie osaba penetrar en rios y servidores, pero nadie se atrevió á acer- su cuarto. carse á recoger á Norodom. Un europeo fué quien, avisado al efecto, condujo al herido á sus —¿Y se arriesgó la favorita? habitaciones. —Sí... después de muchas vacilaciones. |Ob, á no ser por ella, todavía estaría Norodom dur- »¡Considérese lo que ocurrirá cuando se trata miendo! de tocar á la cabeza del rey! Cortarle el pelo es A mí no me asombraba ya que el sueño del un asunto de Estado: los sacerdotes ponen al pe- rey inspirase tal respeto. En el salón de M. Orsi- luquero en los dedos gruesas sortijas antiguas, ni, antes de comer, había encontrado el libro con grandes piedras que encierran genios favo- de Moura, y recordaba haber leído las siguien- rables. Durante la operación, la música de los tes líneas: brahmas produce un estrépito infernal, á fin de «En Cambodge es donde puede decirse que la alejar á los espíritus malos. persona del rey es sagrada ó inviolable. Ningún »Para dar una idea de la sumisión de los cam- indígena, de cualquier clase social, se atrevería bodgianos á la voluntad real, citaremos un ejemplo muy característico y del cual hemos En la calle mayor, cerca de mi hotel y en la misma acera, una casa de dos pisos... por excep- sido testigos. Uu día, al oir Norodom al médico ción. de marina de la comandancia de Phuom-Penh hablar de operaciones quirúrgicas segaidas de Paso por delante de un pequeño mostrador, rápidas curaciones, manifestó deseo de presen- una oficina donde hay que darse á conocer, y en- ciar una operación de esta género. Como se tra- tro en una sala bastante espaciosa, mal alum- tase de encontrar á quién operar, el rey se acor- brada, triste. dó de que el mandarín encargado de las construc- En un extremo, una mesa cuadrada muy baja, ciones de madera, el luc etti rut, tenía en una una especie de camilla cubierta con esteras, an- mano dos pulgares superpuestos casi del mismo te la cual están agrupados los jugadores. Algu- tamaño. Mandó que le trajesen en seguida, para nos de estos están sentados en la mesa. ¡Oh! ¡En decirle que era absolutamente preciso que con- el extremo Oriente no se estorba en ninguna sintiese en dejarse cortar uno de los dos dedos. parte! La compostura, la corrección, dejan mu- ¡Ni un rayo que hubiera caldo á sus pies hubie- cho que desear. A lo mejor se tumban, ó bajo ra causado á aquel pobre hombre tan profundo pretexto de que hace calor, se desnudan, sin que terror como la brusca proposición del rey! Ale- á nadie le parezca mal. gó que aquella deformidad no le impedía, ni En la sala donde acabo de entrar no es tan poco ni mucho, para servir á S. M. Pero Noro- completo el desorden, gracias á la presencia de dom le interrumpió diciéndole : «Poco importa. algunos europeos: negociantes, agregados al Deseo que se haga ante mí una operación, y á ti protectorado, empleados de Aduanas, de Correos, te la han de hacer.» El mandarín se resignó en y otros. el acto, y al día siguiente le cortaban el dedo. ¡Pobres gentes! ¡Ir tan lejos, exponerse al ma- Pocos días después, le vimos curado y contento.» reo y á los ciclones, á las insolaciones, á las fie- Después de comer, cerca de las nueve, me bres y á la disentería para enriquecer á los chi- proponen que vayamos á la principal casa de nos, entregándoles la mayor parte de sus asig- juego de Phnom-Penh, el Monte-Cario del país. naciones tan penosamente ganadas! Porque los Acepto con mucho gusto. chinos son, por Bupuesto, los que tienen el ar- riendo de loa juegos en Cambodge y los que han muy chinesco. Es la sala reservada á Norodom establecido en Phnom-Penh el Ba-Quan, un jue- cuando le da gana de jugar al Ba-Quan, En este go como el bacarrat, la ruleta y el treinta y caso, manda avisar á los arrendadores del jue- cuarenta, en los que todos pierden, todos se go, y le preparan una partida bastante cara, en arruinan, á excepción de los banqueros. la que las pérdidas de cinco á diez mil piastras son frecuentes. El rey es buen jugador, y se rie Al menos, ¿es limpio el juego del Ba-Quan? aunque pierda; pero, según dicen, cuando re- ¿Se presta al robo? No me atrevo á asegurarlo; gresa á su palacio no está tan contento. Sus mu- pero á primera vista, por la primera impresión, jeres tienen que andar sobre un pie. ¿No ocurre prefiero las cartas y el cilindro de la ruleta á lo mismo entre nosotros? EL jugador que viene esas sapecas (1) esparcidas por la mesa, ocultas de coger una mona en su círculo suele no tratar luego bajo un tazón, y contadas con varitas. bien á su mujer. Los desahogos de Norodom tie- Sobre todo, desconfío de los chinos, que son nen una ventaja: la de recaer sobre quinientas los banqueros. Instintivamente, no puedo creer mujeres. No tiene que soportar cada una más en la honradez de los ciudadanos del Celeste Im- que una quinquagésima parte de su mal humor. perio. Hago mal, evidentemente; son rudos tra- El cálculo prueba claramente que la poligamia bajadores, y el trabajo es casi siempre sinónimo tiene algunas cosas buenas. de honradez. ¿Para qué quiere trabajar el que se dedica á robar? Al salir de la casa donde se juega al Ba-Quan, Después de ver el piso bajo, mis amabilísimos rogué que me llevasen al establecimiento desti- guías me conducen al piso principal, y me en- nado al juego de las Treinta-y-seis-Bestias. Ima- cuentro en otra sala de juego, desierta en este ginábame yo una especie de ruleta, en la que momento, pero mucho mejor amueblada que la los treinta y sei3 números estarían reemplazados de abajo, hasta con cierto lujo, con grandes por animales; pero pronto me convencí de que mesas barnizadas, camas, sillas, un conjunto estaba en un error. Las Treinta-y-seis-Bestias, que tanto habían de dar que hablar á nuestros diputados á mi regreso á Francia, es una lote- ría, una especie de apuesta, más bien que un (1) Sapéca-, moneda de escaso valor. (N. del T.) juego. Se toman billetes en los cnales están re- presentados los treinta y seis animales más co- nocidos en Cambodge, y en días determinados se verifica el sorteo. Si sale, por ejemplo, el ele- fante, el que tiene el elefante gana una suma en relación con su postura y la -de los demás juga- VIH dores. Ya es tiempo de que vaya á acostarme, y mis nuevos amigos son tan amables, que me acom- Los mosquitos y su afición á mí.—Uno de nuestros puestos en Cambodge.—Caza dramática del ele- pañan á mi posada, con la que yo no hubiera fante.—Los misioneros láicos.—El patio de Feli- dado seguramente. La encuentro herméticamen- cidad. te cerrada, y á no ser por un peluquero europeo, cuya casa es medianera con este hotel adorme- cido, y que tuvo á bien dejarme pasar por su trastienda, me hubiera quedado en la calle. Esto . Y cuando se entra, ¡qué trabajos para llegar es lo que nunca me permitirá comprender el á las habitaciones entre la oscuridad, y para su- por qué los europeos de Phnom-Penh han pues- bir la escalera que durante la noche sirve de to á la dueña de esta posada, á La hermosa Feli- dormitorio á las gallinas! cidad, el apodo de Facilidad... ¡Hay tanta difi- Gracias á una lámpara de petróleo que hay en cultad para entrar en su casa! mi cuarto, colocada sobre una mesa, consigo orientarme. El petróleo está muy en boga en nuestras posesiones del extremo Oriente. Algu- nas personas sostienen que su olor ahuyenta los mosquitos. Yo creo, sin embargo, que están en un error, y en Cambodge, al menos, esos in- sectos se habitúan al petróleo y hasta llega á agradarles, juego. Se toman billetes en los cnales están re- presentados los treinta y seis animales más co- nocidos en Cambodge, y en días determinados se verifica el sorteo. Si sale, por ejemplo, el ele- fante, el que tiene el elefante gana una suma en relación con su postura y la -de los demás juga- vm dores. Ya es tiempo de que vaya á acostarme, y mis nuevos amigos son tan amables, que me acom- Los mosquitos y su afición á mí.—Uno de nuestros puestos en Cambodge.—Caza dramática del ele- pañan á mi posada, con la que yo no hubiera fante.—Los misioneros láicos.—El patio de Feli- dado seguramente. La encuentro herméticamen- cidad. te cerrada, y á no ser por un peluquero europeo, cuya casa es medianera con este hotel adorme- cido, y que tuvo á bien dejarme pasar por su trastienda, me hubiera quedado en la calle. Esto . Y cuando se entra, ¡qué trabajos para llegar es lo que nunca me permitirá comprender el á las habitaciones entre la oscuridad, y para su- por qué los europeos de Phnom-Penh han pues- bir la escalera que durante la noche sirve de to á la dueña de esta posada, á la hermosa Feli- dormitorio á las gallinas! cidad, el apodo de Facilidad... ¡Hay tanta difi- Gracias á una lámpara de petróleo que hay en cultad para entrar en su casa! mi cuarto, colocada sobre una mesa, consigo orientarme. El petróleo está muy en boga en nuestras posesiones del extremo Oriente. Algu- nas personas sostienen que su olor ahuyenta los mosquitos. Yo creo, sin embargo, que están en un error, y en Cambodge, al menos, esos in- sectos se habitúan al petróleo y hasta llega á agradarles, De todos modos, parece que se encuentran la mesa y me pongo á ordenar mis papeles... bien en mi cuarto. Revolotean, zumban y me ¡Calle! una tarjeta de visita: «Huyn de Vernevi- pican en cuanto entro. Para que medie un obs- lle, jefe do escuadrón de artillería de Marina, táculo entre ellos y jo, me desnudo apresurada- encargado principal de negocios indígenas en mente y me meto bajo el mosquitero; pero ellos Cochinchina.» Tuve, últimamente, en Saigón el me ven, huelen mi carne fresca de europeo, y se placer de conocerle, y nos hemos dirigido algu- dicen entre ellos que el clima no me ha puesto nas cartas. aún enflaquecido, anémico; que mi sangre corre Ahora me acuerdo de que M. de Verneville es todavía -viva, ardiente, y que la saborearán con célebre en Annam, Cambodge y Cochinchina gusto y muy pronto. Con prudencia al principio por sus cacerías de elefantes... y el elefante me uno á uno, y lnego por compañías, por escua- interesa, puesto que he sido invitado á pasear- drones, por legiones, penetran bajo mi mos- me, por la mañana, en un elefante real. Si hu- quitero, gracias á los muchos agujeros que ya biese previsto el caso, ya hubiera hecho que me observé por la mañana. Yo me vuelvo, me re- hablase de esto el gran cazador qne me hubiera vuelvo, agito los brazos y las piernas y grito instruido acerca de los hábitos y costumbres de para asustarlos, como si me entendiesen. Nada mi montura. Pero ahora recuerdo que me ha consigo. No tienen miedo á nada los muy bribo- dado, autorizándome para publicarla, una carta nes. Vencido, extenuado por el cansancio, me que acababa de escribir á uno de sus amigos, á extiendo, qnedo inmóvil y cierro los ojos. Quizá M. Mercier, administrador auxiliar en Cambod- acabe por venir el sueño. Pero no viene. ¿Cómo ge, y, como él, cazador de elefantes en los días ha de venir con este calor, con este zumbido de despedida ó de vacaciones, como entre nos- constante y estando acometido por las hostilida- otros hay pescadores de caña en los domingos. des de tantos enemigos? ¡Ah, yo los ahuyentarél Copio esta carta, tal como fué escrita, sin No daré á los mosquitos cambodgianos el placer cambiar nada de su estilo, en toda su sencillez. de beber por más tiempo la sangre de un pari- siense. Salto de la cama, me visto, enciendo un Acaso algunas personas censurarán las faltas cigarro, y renunciando á dormir, me siento ante que en ella encuentren. Tanto peor para ellas. Otras más inteligentes, y para ellas publico la carta, se complacerán leyendo ese relato sin pre- del otro lado del valle. Deseo que me faciliten tensiones, sencillo, escrito ea país agreste, le- datos acerca del camino seguido por los elefan- jos, mny lejos de nosotros, á la vuelta de una ca- tes, porque principalmente por este lado es por cería terrible. donde han producido más estruendo la noche pasada. «El mea pasado los elefantes venían todas las »Los chams de Dong-Mé deben ser gentes noches á pernoctar cerca de nosotros; y eBta no- honradas, porque duermen el sueño de los jus- che se han acercado tanto, que les oímos cha- tos; no han oído nada. Los dejo después de al- puzar en el agua, bajo los árboles que limitan la morzar; pero en vez de seguir el sendero que abertura que he hecho practicar frente al pues- atraviesa el monte que usted conoce, mi querido to. Empiezo á temer por la seguridad de éste, Verneville, tomo el camino de los carros de bue- tanto más, cuanto que está construido en el em- yes y llego hasta el valle, en gran parte inun- plazamiento mismo de la aldea de Tan-Linh, dado y cubierto de altas hierbas. Sólo descu- abandonada á consecuencia de las visitas sobra- bro huellas abundantes de los enormes ani- do frecuentes délos tigres y de los elefantes.Mo- males. tivos tengo para temer que á estos últimos les dé »Fatigado por esta caminata, me vuelvo con el capricho de visitarnos en número considerable mi escasa tropa (aumentada con un cham, rico la noche próxima, y decido salir á su encuentro propietario de Dong-Mé que nos rogó que le per- el mismo día, con una escolta compuesta de mi mitiéramos acompañarnos) á la ladera del mon- cocinero, del miliciano Lám y del alcalde de te, donde hacemos alto bajo los árboles. Una Tan-Linh; total, cinco ó seis personas. hora después, volvemos á emprender la mar- »Nes trasladamos en seguida á Dong-Mé, un cha... Apenas empezamos á andar, distinguimos villorrio chana (1) situado en el camino de Bac, en el valle, á cien pasos de nosotros, dos mons-

(1) Log chama son los antiguos habitantes del Sur de la loe vencieron, se retiraron & Cambodge, donde se les respeta- Indo-Qhiaa. Después de larga» guerras con loa annamitas, que ron sus costumbres y sus prácticas religiosas. traosoS elefantes que pacen tranquilamente, sin »Antes de los dos últimos tiros, disparados sospechar nuestra presencia. para mayor garantía cuando ya estaba muerto, »Como estábamos rodeados de grandes árboles sólo había recibido dos balas, pero ambas le ha- entrelazados y gruesas enredaderas, donde po- bían herido mortalmente. La primera, mía, le díamos refugiarnos en caso de peligro, mando había herido por debajo de los ojos, en el naci- que toda mi gente se suba á un montículo de miento de la trompa, atravesándosela, así como termitas, que nos permite dominar las altas la mandíbula inferior, por debajo de la cual ha- hierbas, y doy la señal de fuego, mientras apun- bía salido. La segunda, del miliciano Lám, pues- to al elefante más corpulento. Mi puntería fué to que es bala de fusil Gras, había penetrado certera; el elefanta cae como una mosca, y sn por el oído en el cerebro, donde habíamos de en- compañero se aleja lanzando alaridos. Saluda- contrarle después. Son los dos puntos que usted mos su retirada con dos ó tres disparos bien di- me había ya designado como los más sensibles. rigidos, que le alcanzan indudablemente. Cami- Da aquí, indudablemente, la muerte y el des- na penosamente y le vemos caer repetidas ve- plome instantáneo del monstruoso animal. ces, y luego levantarse y esconderse entre las »El miliciano L&m dice que debemos perseguir altas hierbas, que pronto le ocultan á nuestra sin tardanza al segundo elefante , y mi escolta vista. toda no desea otra cosa. Pero es tarde, estamos »Nos dirigimos entonces hacia el elefante que ya cansados, y me parece imprudente seguir se desplomó á nuestros primeros tiros. No hace por esa inmensa llanura, recorriendo grandes movimiento alguno. Por prudencia le enviamos distancias sin encontrar siquiera un árbol para otras dos balas á la cabeza. No se menea; está refugiarse en caso de peligro. Creo, pues, deber bien muerto. May gozosos, nos abalanzamos á ordenar la retirada. Muy satisfechos de nuestro él y le examinamos. Es^tyi admirable elefante triunfo, nos volvemos á nuestro puesto, dejando adulto, que tiene magníficas defensas de un me- sobre el terreno á nuestra víctima, por no con- tro veinte centímetros de longitud y treinta y tar hoy con medios de trasportarla, y que pen- tres centímetros de circunferencia por la base, samos venir á recoger mañana por la mañana. según averigüé más tarde, midiéndolas. »Durante la noche, estrépito infernal á núes- tro alrededor. Son los elefantes todos de las mon- próximas. Se dan un festín: les he regalado toda tañas próximas. Bajan á la llanura para visitar la carne del elefante muerto la víspera, reser- al muerto y socorrer al herido. A pesar de nues- vándome sólo la cabeza y lospiés. Cabeza y piés tro cansancio, nos es imposible pegar los ojos. tienen tal pe30, que pasamos los mayores traba- »Al día siguiente, al amanecer, salgo con la jos para cargarlos en nuestros carros y llevár- misma escolta que la víspera, pero seguido de noslos triunfalmente á nuestro puesto, adonde nuestros carros y de toda la población de Tan- * no llegamos hasta el anochecer. Linh, hombres, mujeres y niños: quieren ver al »Eldía siguiente lo empleamos en arrancarlos animal, y llevan consigo cuantos carros y ces- colmillos, en limpiar y preparar los piés y en tos poseen para llevarse la carne. despellejar la cabeza, lo que no es floja tarea, »Al llegar, nos encontramos también con los como sabe usted muy bien. habitantes de Dong-Mé, que llegan de la direc- »Por la tarde recibo la visita de un cham de ción opuesta. Dong-Mé. Viene á participarme que se hadado »Mientras la gente se dedica á quitar la piel con la verdadera pista del elefante herido ante- al animal, busco con mis tiradores la pista del ayer. Le han visto entre un espeso arbolado pró- otro elefante, y la sigo hasta un macizo de bam- ximo á unos arrozales. büs próximo á Dong-Mé. Debe estar peligrosa- »Como al día siguiente es domingo, reúno mente herido: en tan corto trayecto cayó en toda mi gente y decidimos, de común acuerdo, cuatro sitios distintos. Desgraciadamente, en el salir al amanecer. cuarto sitio, donde pasó la noche junto á un »Durante la noche, los elefantes continúan montículo de termitas, se han juntado á él otros dando muestras de su furia en las cercanías. elefantes para socorrerle, y sus huellas son tan numerosas, que tomamos una pista falsa. »Al despuntar el alba nos ponemos en camino. Para no llegar cansados vamos en carros, por lo »Después de dos horas de una marcha inútil, que, y por ser muy dificultoso el tránsito por el volvimos á nuestro punto de partida y almorza- valle en la presente estación, no llegamos á mos alegremente á la sombra de copudos árbo- Dong-Mé hasta las nueve de la mañana. Des- les en compañía do las gentes de las dos aldeas pués de almorzar comienza la cacería. Durante muchas horas andamos desesperadamente entre paramos que era casi blanco... lo cual es raro. un insondable laberinto de plantas acuáticas, »Atacado de nuevo, se aleja más apresurada- enredaderas y hierbas inmensas, y sobre un sue- mente y se dirige á la parte arbolada y espesa lo inundado, donde nos hundimos á cada paso, de la ribera. Seguimos sus ensangrentados pa- á veces hasta la cintura. Muy penoso es esto, sos durante más de una hora, y ya creíamos que pero encontramos continuamente huellas del íbamos á alcanzarle, cuando se lanzó al rio y le paso reciente de numerosos paquidermos. atravesó á nado. »Salimos, por fin, de estas espesuras, para en- »¿Qué hacer? El río tiene cerca de treinta trar en un llano menos húmedo y menos pobla- metros de anchura y de quince á veinte de pro- do de hierba, donde al cabo podemos hacer pie. fundidad, y las lluvias le han convertido en to- Llegamos luego, cerca del Soug-Cat, á un plan- rrente. Nos es imposible atravesarlo á nado co- tío de árboles y bambús, y á poco de llegar mo el fugitivo, sobre todo á mí, que no sé na- olmos al que desde hace tanto tiempo busca- dar. Afortunadamente, uno de los chams que mos. nos sirven de guías nos ofrece ir á buscar bar- »Por fin le levantamos y le vemos alejarse, á cas á Bacninh, del otro lado. unos veinte metros de nosotros, á través de los »Vuelve dos horas después. Pasamos al fin árboles y los bambús. Como el lugar ofrece mu- el río, y seguimos la huella sangrienta. Sigue chos asilos para casos de apuro, doy la señal todavía por las hierbas y las gigantescas plantas de fuego y durante media hora hostilizamos á acuáticas que bordean todas las corrientes" de tiros al animal. Cae dos veces, vuelve á levan- agua de esta región, y luego atraviesa un admi- tarse, continúa su marcha, y, por último, se de- rable ramillete de elevadísimos árboles. Al salir cide á tomar el camino de la llanura. Seguimos de este bosque, el animal ha ido á arrojarse á un persiguiéndole y le enviamos una nueva descar- lago negruzco, tanto más sombrío cuanto que ga. Detiénese entonces bajo un árbol, á unos el sol empieza á ocultarse, y la tempestad que cincuenta metros de nosotros, y nos mira. se aproxima obscurece el cielo. »Es un elefante monstruoso, de enormes colmi- »Creo, pues, prudente dar la señal de retirada llos, j es el que herimos el otro día, porque re- y volvernos á nuestras piraguas con una lluvia torrencial. Nuestro pequeño ejército llega á la puesto, al que llego sin novedad al anochecer. aldea de donde salió esta mañana. Todos están jAy! Antes que yo ha llegado una triste nueva: mojados hasta la médula de los huesos, transi- el miliciano L^m ha sido muerto. dos de frío, rendidos y muertos de hambre. Pero »Pasado el primer momento de emoción pido los buenos habitantes del país, que me conocen que me den detalles, y hé aquí lo que dicen: por haber ido á trabajar al puerto, y que están »Al separarse de mí, á las diez, volvieron á avisados de nuestra próxima llegada, nos tienen encontrar la pista de ayer, que siguieron du- puesta lumbre y nos preparan sus gallinas más rante algún tiempo y que les condujo á un mon- gordas, ó mejor dicho, las menos flacas, y nos tículo de termitas, al pie del cual dormía el ceden también los mejores sitios de sus pobres elefante por tanto tiempo perseguido y que «abañas. Mis compañeros logran dormirse. Por creíamos ya muerto. Enloquecidos por nuestro lo que á mí toca, después de haber combatido triunfo anterior, no vacilan en subir al montícu- todo el día con el elefante, tengo que pelear toda lo, ante el que yacía su enemigo, le apuntan á la noche contra los mosquitos. la cabeza y le alojan tres balas á boca de jarro. Pero el animal se levanta aún y emprende la »Llegamos á la trágica jornada dol 29 de fuga á través de las elevadas hierbas, entre las Agosto. que cae al poco rato. Persígnenle todos y Lftm »Mal presagio; me despierto con un enorme le dirige un último tiro. forúnculo sobrevenido á consecuencia de las mar- chas por lugares húmedos de los días preceden- »Apenas acaba de disparar, el elefante, en tes. Observo luego que no me quedan cartuchos vez de huir, como siempre había hecho hasta de bala. Gasté ayer los diez últimos. Me decido entonces, se vuelve bruscamente, se precipita á volver á mi casa. Pero todos opinan que el ele- sobre L&m, le coge con la trompa por mitad del fante ha debido morir, durante la noche, en al- cuerpo, le arrebata, y cargado así, sigue lenta- gún lugar ignorado del bosque, por lo que en- mente su marcha por las crecidas hierbas. vío en su busca al miliciano Lám con algunos '»Lám, cuya situación es desesperada, pide de nuestros hombres. Salen muy animosos á las auxilio. Sus compañeros hacen una nueva des- diez de la mañana, mientras yo me dirijo á mi carga que sólo sirve para aumentar la ira del elefante. Se detiene, se apoya en un árbol, y dos, todavía tienen ánimos para abalanzarse á luego, lanzando á su enemigo al aire como una unos árboles, y desde ellos hacen algunos dispa- pelota, le deja caer ante sí y comienza á patear- ros que ponen en fuga á sus nuevos enemigos. le furiosamente. Al mismo tiempo levanta la »Mis pobres cazadores se hallaban en tal esta- cabeza por encima de las hierbas para buscar á do de estopor y de emoción cuando al volver al sus demás enemigos. Estos entonces, viendo puesto me refirieron estos detalles, que no vaci- que su compañero es hombre perdido, se refu- lé en creerlos, y con más motivo ahora que ya gian apresuradamente en los árboles próximos. he recorrido estos parajes. Desde allí ven cómo el terrible animal, loco de »Pronto los verá usted, usted que nada teme, ira, patea á Lám durante largo rato todavía, le y podremos dedicarnos á hermosas cacerías, gra- clava luego los colmillos y gira á su alrededor. cias á sa arsenal, que debe usted traer completo No se aleja hasta después de haberse asegura- y bien provisto de municiones. do bien de su muerte. »Conociendo el respeto que inspiran los muer- »Al volver de su espanto, los cazadores bajan tos á las gentes del país, decido ir á buscar al de los árboles y tratan de recoger el cuerpo de día siguiente el cuerpo de Lám, sin ocultar, sin su compañero. Recogen su carabina, su cartu- embargo, á mi pequeño ejército los peligros de chera, de la que pende todavía la mitad del cin- esta nueva expedición. En efecto, parece que turón partido en la lucha, y se disponen á lle- todos los elefantes del país han jurado vengar á varse en hombros el cadáver sangriento y muti- sus hermanos, el muerto y el herido; durante la lado, cuando uno de ellos, que estaba en obser- noche, bajan al valle, y tanto se acercan á nues- vación desde un árbol, les grita que el elefante tros caseríos, que temiendo que los invadan, vuelve sobre sus pasos y se aproxima á ellos. mando cargar las armas. Pierden el valor y la serenidad, y huyen hacia »No se confirman estos temores. Se limitan á el río. patear en el agua, en derredor de nuestras em- »Durante esta huida por un estrecho sendero palizadas y á dar con sus trompas esos famosos que costea un estanque, dos rinocerontes enor- golpes que tantas veces habrán resonado en sus mes les cierran el paso. Completamente aturdi- oídos de usted. »Por la mañana salimos en gran número, de- taba hace un momento junto á nuestra empali- jando el puesto custodiado tan sólo por dos ó zada, porque le escribo á usted durante la noche. tres hombres. Mi larga epístola ha sido interrumpida por dos »Las riberas del Langa, que pronto atravesa- alarmas: el golpe de la trompa de un elefante y remos, están literalmente deshechas por el pa- el alarido de caza de un tigre, á algunos metros so de nuestros enemigos. Han destrozado to- del puesto. La presencia del tigre en estos pa- das las plantas, y en algunos sitios anchos es- rajes no me extraña. Gracias á la caza que ob- pacios de más de ocho metros indican que cami- tuvimos el primer díá, aquí todo el mundo está naban de frente, unos al lado de otros. Desde curando al humo carne de elefante en vez del ayer han debido pasar por aquí centenares de pescado seco que nos habían prometido y que elefantes. no llega. Hay que añadir que el cadáver del »Cuanto más nos aproximamos al lugar donde miliciano Lám, recientemente enterrado cerca quedó el cuerpo de nuestro compañero, más au- del campamento, atrae á todas las fieras de las mentan las huellas. Las sendas y los caminos cercanías. están variados; nadie puede reconocerlos. A ca- da paso temo que nos ataquen. Pero no es así, y »Ta ve usted, querido amigo, que nos está us- ted haciendo mucha falta; así es que la noticiade al cabo de dos horas de marcha yo mismo descu- su próxima llegada me regocija muchísimo. Si bro el cadáver del pobre Lám. El terreno está el director del Interior, que tan aficionado es á furiosamente pisoteado á nuestro alrededor, y la caza y es tan inteligente en la materia, le cinco ó seis grandes vías nuevas, trazadas por los acompaña á usted á Cambodge, ¿no podría unirse elefantes, terminan en aquel punto. á usted para visitar este puesto debido á su ini- »Apresuradamente dispongo que coloquen en- ciativa? Me complacería mucho poderle demos- tre las mantas y esteras que llevamos el cuerpo trar que no he perdido el tiempo desde que salí de nuestro amigo, y le conducimos piadosamen- de Saigón. te al puesto. »Nuestra instalación está casi terminada, y »En cuanto al elefante herido, no he vuelto á cuando usted venga podrá alojarse en la caseta tener noticias de él, á no ser que sea el que es- principal. Sin embargo, debo confesar que está 9 completamente desamueblada. Por todo mobi- ñas posesiones del extremo Oriente. Así se darán liario tiene la camita de hierro donde duermo cuenta exacta lo que por aquí se llama un desde hace cuatro meses. Quizá sea ésta la me- puesto, es decir, un caserío, apenas una aldea, jor ocasión de amueblarla, para que pueda usted compuesta de algunas chozas, y cayos escasos encontrar en ella, después de las jornadas de habitantes—un francés y algunos soldados indí- marcha y de cansancio, á que sin duda va usted genas—se hallan expuestos á todos los peligros á estar condenado, el reposo necesario. y á todas las privaciones. Y no son poco dicho- »Resulta también de lo que acabo de escribir- sos cuando sólo .tienen que luchar contra el ca- le, que estamos insuficientemente armados con- lor, la humedad, la fiebre, los devoradores mos- tra los peligrosos huéspedes de estos parajés. quitos, los elefantes y las fieras. Basta que nues- Como usted sabe, al crearse las inspecciones fo- tros gobernantes cometan cualquier falta, un restales de Cochinchina, fué preciso dotarlas de tributo demasiado oneroso ó una debilidad, para armas de grueso calibre (carabinas para tigres que todos esos pneblecillos imperfectamente so- y elefantes). Más necesario aún que en aquellos metidos,-y que en el fondo nos detestan, se su- lugares es aquí estar provisto de ellas, pues bleven y los asesinen. nuestras dos últimas jornadas de caza han de- A pesar de esto, hombres jóvenes, llenos de mostrado la insuficiencia de la tercerola Gras, y salud, inteligentes, están dispuestos siempre á hasta la de mi fusil (calibre 12) contra los enor- ocupar esos puestos ignorados, tan lejos del mes animales que nos rodean, y que son mucho mundo civilizado. Son como misioneros láicos, más numerosos de lo que lo eran antes en Baria sostenidos por la idea de que lejos, muy lejos', y en Bienhoa.» enseñan á amar y á respetar á Francia, como' los otros, los verdaderos misioneros, enseñan á Al transcribir esta carta, he estado á punto de conocer y á amar la religión cristiana. Los olvi- extractarla ó darla por terminada desde la muer- damos con frecuencia. Sí, sucede que nuestra te del miliciano Lám; pero he reflexionado que administración ni siquiera se acuerda de enviar- * todos estos detalles merecen ser conocidos por les unos miserables muebles, armas, municiones, las personas que se interesan por nuestras leja- lo poco que piden. Ellos no nos olvidan; piensan siempre en la patria, tan lejana, que acaso no volverán á ver jamás. El autor de esa carta, M. Mercier, no ha vuelto á Francia. Al corre- gir las pruebas de este libro llega á mi noticia que ha muerto en Tan-Linh, en la frontera de • Annam. ¡Honremos su memoria! IX

Los elefantes del rey.—Sus amores.—Mis temores. Decididamente, vencido por el cansancio, iba —Dos lindas francesas.—El príncipe Enrique de al cabo, á pesar de los mosquitos, á dormirme en Orleans y su libro.—Bonzos y sacerdotisas.— mi sillón, cuando de pronto llega hasta mí un Mandamientos de Budharespecto á las mujeres, y gran clamoreo procedente del patio situado bajo su Manual de urbanidad. mis ventanas. Es el gallinero de Felicidad, que despierta á las primeras claridades del alba. Cuestión de costumbre, porque yo apenas distin- Cuando llegué al Ayuntamiento, ya nos espe- go, hacia el Este, por encima del río y de la lla- raban nuestras cabalgaduras: cinco hermosísi- nura, una raya blanca en el cielo todavía de un mos elefantes del país de los Tonorey Phluc, muy azul oscuro; pero no por eso dejan los gallos de grandes, muy costosos y muy estimados, según" dar los buenos días á las gallinas y los gansos á me aseguran, á causa de sus magníficos colmi- las gansas, y esos cumplidos, esas ternuras rui- llos. Sobre su inmenso lomo hay una albarda, ó dosas, me demuestran que toda nueva tentativa mejor dicho un colchón, sobre el que descansa de conciliár el sueño sería inútil. Nada me que- el palanquín ó jaula; es decir, un pequeño di- da que hacer más que procurar curarme las he- váu estrecho, cerrado en el fondo y cubierto por ridas que me han causado los mosquitos, mu- una especie de toldo hecho de estera. La capota darme é ir á casa de M. Orsini para que nos de- de nuestras victorias, á medio alzar, da de ello mos el paseo matutino que convinimos ayer. una idea bastante exacta. Entre la jaula y la cabeza del elefante á horcajadas sobre su poten- lomo del animal, como pudieran estarlo en su te cuello, el cornac (ó malmt, como le llaman en salón, tendidas sobre un diván. las ludias), con su túnica de seda, sus largos ca- Ellas son las que dan la señal de salida. Mi bellos anudados atrás, según la moda anna- coloso las sigue gravemente. Los otros tres vie- mita, y llevando en la mano una varita con nen luego, no menos gravemente, uno tras otro, gancho, que hace las veces de riendas, látigo y en formación india. espuelas, y sirve, cuando la palabra no basta, ¡Demonio, qué traqueteo! Pero me he balan- para dirigir, detener, hacer que vaya al paso ó ceado tanto durante mi vida por todos los mares, que marche al trote su colosal cabalgadura. El que me acostumbro pronto al movimiento. Y jefe de los cornaca, un mandarín, según tengo además, me encuentro aquí más firme de lo que entendido, debe precedernos á caballo. Está es- yo creía: si me caigo será por un accidente. perándonos, y nos invita á montar. ¿Cómo? Hay ¿Qué accidentes? ¡ Ah! pueden ocurrir de varias dos maneras: ó bien se apoya en la .cabeza del clases. Me acuerdo de algunos relatos, de cier- animal una escalerilla móvil, ó bien el mismo tas lecturas: en primer lugar, el elefante no elefante le sirve á uno de escalera: dobla su siempre tiene buen carácter. Aveces toma oje- pata derecha, que forma así un escabel, y á ve- riza á su jinete, le arroja al suelo,., le pisotea... ces le ayuda á uno con la trompa. Escojo la es- ¿Y quién puede responder de que ha de serle calerilla, y todavía pensando que el menor mo- simpático al elefante? Precisamente el que mon- vimiento del coloso hará que caiga de bruces..., to da señales de irritabilidad nerviosa, ó al me- y héme aquí arriba un tanto inquieto, lo con- nos de originalidad; si sus compañeros toman fieso, sin duda por la falta de costumbre. No por la derecha para evitar algún mal paso, él se obstante, me tranquilizo al ver á mis compañe- apresura á irse por la izquierda. Sus enormes ras de paseo: la graciosísima y encautadora hija orejas golpean el aire, su trompa se b .lancea, se de M. Orsini, y la lindísima esposa del jefe de agita, se repliega, se -prolonga continuamente. la aduana, Mad. Giafferi. Sin vacilación alguna Arranca de raíz cuantos bambús encuentra en se han subido cada una á su elefante, y parecen su camiüo, bambús de seis piés que hace trizas, . estar tan á gusto en su jaula, sobre el movible gracias á su magnífica dentadura. Por último, en -vez de pasar tranquilamente junto á lo3 cer- inteligentes animales, cuando se vive en su in- cados y empalizadas, se complace en derribar- timidad, y no resisto al deseo de tomar algunas los y desmenuzarlos. ¡Si me habrán dado un ele- líneas del libro Seis meses en las Indias, que aca- fante de combate ó un elefante verdugo de aque- ba de publicar el príncipe Enrique de Orleans. llos que los cornacs ejercitan, <5 mejor dicho, Es un libro delicioso: nuevo, verdadero, escrito ejercitaban no hace todavía veinte años, en es- con sencillez. Sólo me permitiré hacerle una pachurrar á un condenado con las patas ó en objeción bien nimia: el autor, al final del libro, atravesarle con sus colmillos! se embarca el 11 de Marzo de 1888 en el Tang- Puede también ocurrir que mi cabalgadura, Tsé, con rumbo al Japón. Evidentemente equi- sin tener mal carácter, sea sencillamente ena- voca la fecha, y hé aquí por qué: en 3 de Enero moradiza. No les pasa esto á los elefantes más de 1888.el Yang-Tsé me ha dejado en Saigón, y que una vez al año, y les dura una semana. no tenía tiempo para volver de Saigón á Yoko- Pero nada me prueba que no estemos en la se- hama, pasar allí doce días lo menos, volver á mana de los amores. En tales épocas, se vuelven Marsella, permanecer en el puerto una semana indóciles, intratables, y si no pueden enamorar próximamente, volver á salir y encontrarse el __ á una jó ven y linda elefanta cautiva como ellos, 11 de Marzo en Colombo, para recoger allí al se escapan á veces á los bosques en busca de príncipe. Creo que no tomará á mal esta ligera aventuras. Por un instante, mi imaginación me rectificación, que sólo prueba la minuciosa aten- ha transportado, sobre el lomo de mi elefante, á ción con que he leído Seis meses en las Indias, y través de las llanuras, las montañas, los lagos me permitirá citar este corto pasaje tan bien y los ríos de Cambodge. Esta delirante carrera estudiado: había durado ocho días, y... mi elefante seguía «El elefante no se contenta con hablar, razo- enamorado. En cambio yo no lo estaba. Noro- na y calcula; y pronto he de considerarlo tam- dom hubiera podido confiarme el empleo de bién desde otros puntos de vista. Así es que pro- guardián, ó de monstruo, en su harem. feso afecto á ese buen coloso, de cráneo bicor- El amor del elefante á su hembra me lleva á nudo, erizado por algunos pelos derechos, como pensar en la simpatía que pueden inspirar estos si fuese un anciano sabio... con sus grandes ore- jas, movidas constantemente á compás, y sus pesas y elevadas que cubren nuestras cabalga- maliciosos ojillos ocultos bajo espesas cejas. Si duras. Mad. de Giafferi quiere llevarnos á un se para uno á examinar su boca... que abre y bosque que dice saber y donde podremos tener cierra apretando los labios á la manera de los un descanso; pero el bosque no parece. ¿Estará viejos que se ban quedado sin dientes... y su más lejo3, lo habrán cortado, ó le habrá consu- larga nariz, siempre en movimiento, husmeando mido el fuego, lo cual no es raro? Tenemos que por todos lados, con disimulo, no puede uno regresar, sin detenernos, y el sol abrasa en el menos de echarse á reir. Y mucho más si se le juncal, á pesar del toldo y las cortinillas de nues- mira por detrás. Parece que lleva anchos panta- tra jaula. Nada tiene de particular: montado en lones arremangados que le molestan para an- un elefante, está uno más cerca del sol. dar. Se le figura á uno que le sobra piel al ver Al volver, tenemos un encuentro para mí muy la multitud de arrugas que se forman entre la interesante: ei -de algunos bonzos que vienen de primera articulación de las patas y el nacimien- pedir limosna en Phnom-Penh. Su traje gris con- to de la cola. ¡Y qué cómica resulta la tal cola trasta con el verdor del campo. Se compone de con el plumerito de largos pelos que la termina: una especie de túnica ó camisa, de una banda una verdadera escoba sujeta al extremo de una que va sobre el hombro izquierdo y de una capa larga cañal del más puro amarillo, que les sirve para embo- »Comprendo perfectamente que los indios ha- zarse arrogantemente y les da muy buen as- yan deificado á este admirable animal: su gi- pecto. Con la cabeza rapada, muy derechos, gantesca estatura, de una parte, y de otra su muy graves, caminan silenciosamente uno tras ojo inteligente, casi humano, han debido dar á otro, llevando bajo el brazo la escudilla de las un pueblo sencillo la idea de un «di03 maligno» limosnas. Los fieles pobres se la llenan de arrcz, que reúne todas las fuerzas de la materia y del de frutas ó de pescados salados. Les ricos de espíritu.» té, de azúcar, de tabaco y de betel. Nadie pien- Nuestro paseo por el campo, que debía ser sa en darles vino, ni licores, ni opio; cosas todas corto, va prolongándose. Atravesamos una aldea, que les están absolutamente prohibidas. y luego un juncal donde las hierbas son tan es- Deploro no haber encontrado ningún grupo de sacerdotisas. Se dice que en el país las hay Y Budha tiene pará sus sacerdotes otros dos- lindas, entre las viudas que han renunciado á cientos veinte mandamientos que me guardaré casarse... y no están enclaustradas. Habitan bien de citar. No he tomado nota más que de cerca de las pagodas y de las ¿bonzerías de los citados y los siguientes: hombres; pero viven en un estado subalterno, «No habléis cuando tengáis arroz en la boca.» una especie de servidumbre, preparando, condi- «No debéis producir ruido al masticar los ali- mentando los alimentos para los sacerdotes, mentos.» limpiando sus habitaciones, cosiendo sus ropas. «Procurad no mancharos los dedos.» ¿Son acaso más íntimas alguna vez las relacio- Como se ve, Budha tenía idea de las conve- nes entre bonzos y sacerdotisas? Nadie ha podi- niencias y de la corrección. do darme datos sobre el particular, y se com- prende: es tanto más difícil obtener de ellos con- fidencias sobre este punto, cuanto que su reli- Ya estamos de vuelta en Phnom-Penh á la gión prohibe á los hombres buscar á las muje- res, y á éstas tratar con los hombres. Los man- hora de almorzar. Lo hago bien: el elefante damientos de Budha relativos á sus religiosos abre el apetito. son terminantes: «No sigáis jamás el mismo camino que una religiosa, á no ser porque haya necesidad de protegerla.» «No descanséis nunca bajo un árbol á cuya sombra se encuentre una mujer.» «Si os veis precisados á hablará, una mujer, no habéis de pronunciar más de cuatro ó cinco palabras.» «Jamás tocaréis á una mujer. Nunca le estrecha- réis la mano. No rozaréis siquiera sus cabellos.» X

Pedidos de entradas para la función de esta noche. —En busca de una chaqueta.—El palacio del rey. —El salón del trono.—Cachivaches y obras de arte.—La justicia en Cambodge.—Los salvajes. —Diferentes clases de esclavos.—El ojo de buey. —Los lunares.

Durante el almuerzo hablamos de la fiesta que Norodom va á dedicarme esta noche: parece que la gente se ocupa mucho de tal función, no solamente en la... corte, sino también en la ciu- dad , y que muchas personas, residentes en Phnom-Penh, ó de paso por Cambodge, de- sean asistir á ella y se agitan para conseguirlo, tanto , qué algunas se han dirigido directa- mente á mí. A pesar de mi vivo deseo de com- placer á los europeos, respondo que creería fal- tar á todas las conveniencias si me permitiese repartir invitaciones, y remito á los solicitantes rentes. Por último se decidieron á decirme (lo al doctor Ham. Este, á su vez, les declara que el que no me tranquilizó en modo alguno): rey ha decidido que la fiesta sea íntima en abso- —Es que el rey, conocemos sus costumbres, luto y que no recibiría conmigo más que á vestirá de etiqueta para recibirle á usted... y, mi huésped, M. Orsini, que, como nuevo que en Cambodge, el traje claro no se usa más que es en el país, no ha sido presentado á él to- para visitas de confianza. Además, el color blan- davía. co es de luto, y para una fiesta... De pronto, á los postres, se me corta la pala- —¿Y qué hacer? bra á la mitad de una frase. — Le prestaremos á usted cualquier cosa. —¿Qué tiene usted? me pregunta M. Orsini. No se apure usted. ¿Es que hace mucho calor , verdad ? ¡ Nuestro Mi huésped y sus vecinos me trajeron fracs, criado agita tan suavemente el panha! levitas negras, americanas; pero, ¡ay! todo me —No es eso, respondí, sino que acabo de acor- estaba muy ancho, muy estrecho ó muy corto. darme de qué he venido á Cambodge con mi Por último, ya á las cinco, el doctor, que decidi- saco de noche nada más, y me he dejado en damente es mi salvador, encontró en su guarda- Saigón el frac. ¿En qué traje me voy á presen- rropa una chaqueta de alpaca que casi me estaba tar al rey? bien. ¡Pensar que se me presentaba tan buena —De levita. ocasión para utilizar mi traje negro, que no había —No la tengo. usado desde que salí de París y que me lo he —¿Pero tendrá usted una americana? dejado en el camino! Siempre pasa lo mismo. —No tengo más que otra chaqueta blanca Subo al coche con el doctor. Quiere que visite como esta, otro pantalón de cutí y mi casco. el palacio del rey... el palacio exterior... mien- Pensé que bastaría esto para un viaje de cinco tras llega la hora de penetrar en su residencia días, por un país que creía bárbaro, y que no lo privada. es, bien lo veo. Hénos aquí, en el Sur de la ciudad, en el ba- Nadie me respondió. Mi declaración había caí- rrio aristocrático, por decirlo así, exento de todo do como un jarro de agua fría sobre los concur- comercio y de toda industria, y habitado, según me dice mi guía, por mandarines, príncipes de —No; también sería una excepción. Preferiría la familia real, personas que tienen frecuentes alguna de la clase media... relaciones con el palacio real y cambodgianos —Aquí tiene usted la casa de un cambodgiano de pura raza y de buena posición. que tuvo la buena idea de asociarse con un chi- A lo largo de la calle, casi alineadas, algunas no para comerciar en té, y ha hecho una bonita casas aisladas de piedra y ladrillo, cubiertas fortnna. con tejas adornadas con trompas de elefante; y —¿Y vive con el chino? otras, las más, esparcidas, hechas con tierra, -No; se disolvió la sociedad. Yive solo, con con bambús ó con paja. su familia. —¿Me dejarán visitar una de esas casas? pre- —¿Y le encontraremos en casa? gunté al doctor. —Probablemente. Deben ser las cuatro, y es —Sí, si en ello tiene usted gusto. Conozco á la hora de la segunda comida. casi todos estos propietarios. —¿Cree usted que me recibirá? Prevendré á uno de ellos y... —Sí. Estamos en muy buena armonía. El año —Espere usted; no es eso lo que quiero. Si el pasado le libré de ir á presidio. propietario espera mi visita hará preparativos —¿Pues qué había hecho? para recibirme. No le sorprenderé... al natural, -Nada grave: una disputa con un sobrinito y mi estudio se resentirá de ello. del rey. —¿Y qué interés tiene eso? ¿No va usted á —¿Por qué está alzada su casa sobre grandes perder aquí un tiempo precioso? El palacio del maderos, edificada sobre esos postes? No me lo ex- rey es muy superior á todas estas casuchas. plico estando lejos del río y libre de inundaciones. —Convenido; pero estas casuchas, como usted —Sí; pero esa construcción preserva también dice, me mostrarán mejor las costumbres cam- de la humedad del suelo, de las serpientes y de bodgianas que la morada real, que es una ex- las fieras. cepción. —¡Fieras en Phnom-Penh! —Pues bien; ¿dónde quiere usted entrar? ¿En —Sí; á veces, por la noche, se ve un tigre casa de un mandarín? dándose un paseito por la ciudad.

UNIVERSIDAD DE RWVO lícrt la orientación, trace sobre el suelo signos má- Mientras conversábamos, examinaba yo la gicos, evoque al guardián de la tierra, vigile casa. después en las inmediaciones de la casa que —Es de aspecto pobre, dije. Un solo piso, y empieza á edificarse é impida que penetren en sin embargo, según U3ted dice, el dueño es rico. ella mujeres. —Y aunque fuera cien veces más rico, no por —¿Por qué las mujeres? eso tendría más pisos la casa. Un verdadero —¿Por qué en Francia, todavía en nuestros cambodgiano no admite sobre su cabeza más que tiempos, se teme el reunirse trece á la mesa? el cielo ó el tejado... Nuestras inmensas casas En Cambodge se tiene la persuasión de que si europeas no tendrían aquí ninguna probabilidad penetrase una mujer en un edificio sin concluir, de éxito. No babría medio de alquilar más que atraería la desgracia sobre los futuros habitan- el sexto piso. tes... ¡Y con qué cuidado se elige, y cómo se —¿Y hay alguna razón para ello? alza con todo miramiento la columna, la viga —Simple superstición... ¡ah! y no es la única. maestra, que ha de sostener el techo, en medio En la morada de un cambodgiano todo debe ser de aclamaciones y al son del tambor!... impar: una puerta ó tres puertas... una ventana ¡Y el gato!... Olvidaba el gato, que se intro- ó tres ventanas... Cuente usted... Esa escalera duce en seguida en la casa, en cuanto está con- que se alza ante nosotros tiene siete escalones... cluida, para preservarla de ratas y reptiles. Ins- esa escala móvil nueve pasales. talado el animal, el propietario puede al fin pen- —Efectivamente... pero no me parece menos sar en introducirse en su vivienda. Pero todavía desatinada la superstición del martes entre nos- tiene que llenar algunas formalidades. Los adi- otros. vinos y los bonzos, que desempeñan tan impor- —Sin duda... sólo que el cambodgiano, cuan- tante papel en este asunto, colocan junto á la do se trata de construir su morada, comete un puerta á un hombre de confianza, encargado de verdadero abuso de supersticiones... Se pasa sin preguntar al recién venido: arquitecto, pero necesita un hechicero ó un adivi- —«¿De dónde vienes, viajero?» no para que designe el día en que deben comen- La respuesta del dueño está ya marcada: zar los trabajos, elija el emplazamiento, indique —«Vengo de Lanca (así es como-designan los desnudo, como su amo, pero toda la parte infe- cambodgianos á la isla de Ceylan). Al atravesar rior del cuerpo oculta por un paño de color vivo. los mares, mi navio ha perecido. Un salón cuadrado, de regulares dimensiones. »He perdido todos mis bienes, ya no tengo asi- Colgadas de las paredes algunas piezas de telas, lo, y vengo á establecerme en esta casa inhabi- vestidos, sin duda. Por aquí, más que vestirse, tada, á la que traigo lo que he podido salvar del se envuelve la gente: el arte de costura es casi naufragio.» Después de esto es cuando puede desconocido. El techo tiene claraboya, para que entrar é instalarse en su casa... Ahora va usted pueda renovarse el aire. En el fondo hay un pe- á ver el interior de una casa... El dueño de ésta, queño estrado para el dueño de la casa y las vi- mi amigo Ta-Po, se pasea allá en su jardinillo... sitas de cumplimiento. Ta-Po me invita á que Voy á anunciarle su visita de usted. descanse; pero yo tengo deseo de verlo todo, y Un momento después, Ta-Po se acercaba 5 ruego á mi acompañante que le diga que prefie- mí, se inclinaba profundamente á la moda del ro... la continuación. país, una genuflexión más bien que un saludo, A la izquierda del salón hay otras piezas, se- y, por signos, me invitaba á que le siguiese. paradas por delgados tabiques de bambú, que Habíale yo sorprendido como deseaba... al natu- no llegan hasta el techo, con objeto también de ral: por todo ropaje llevaba el languti, especie que penetre mejor el aire... Si allí dentro dispu- de calzón muy anche que sólo cubre los muslos tan, ó estornudan, ó roncan, resuena toda la y el centro del cuerpo; las piernas, el tronco y casa, lo oye todo el mundo... Esas diversas cel- la cabeza, desnudos. das están habitadas por la familia del dueño, y Subimos por la escalerilla portátil, de nueve sirven también de almacenes para las provisio- pasales, y ya estamos en la casa... Delante de nes. Al otro lado del salón, á la derecha, está el la puerta de entrada, una especie de terrado de departamento de las mujeres, de los niños y de tablas que sirve de antesala y también de coci- las criadas. Comunica con el terrado. INo hay na, y á veces de retrete... Abrese la puerta una ventana, por la que entraría el sol; única- empujada por una muchacha bastante linda, mente unas aberturas cuadradas, parecidas á las una esclava probablemente; lleva el pecho casi de los buques, Por mobiliario, algunas camas de madera, —No lo olvide usted: tan sólo un vistazo. perfectamente resguardadas por mosquiteros, Ta-Po, á quien mi amigo habla aparte, paré- con un colchón muy delgado y una almohada ceme que al principio pone gesto avinagrado; muy dura. Los colchones están divididos en tres pero como debe tener algún nuevo pecadillo so- partes, que se repliegan una sobre otra; así es bre la conciencia, acaba por dejarse convencer que frecuentemente viaja cada cual con su col- por los razonamientos del doctor. Se acuerda chón, de muy fácil transporte. Ninguna butaca, que yo las vea, pero que no me vean ellas. El ninguna silla: en su lugar bancos adosados á los señor teme, sin duda, las censuras de su harem. tabiques, y taburetes de bambú. Por armarios, Su timidez favorece mis deseos : oculto invisi- grandes arcas de madera de alcanfor, excelente ble, no molestaré á esas señoras y las veré más preservativo contra los insectos. al natural. Siempre con mi manía. Pero todo esto parece que está deshabitado. Ta-Po me lleva por un pasillo, me coloca tras ¿Dónde estarán las mujeres de Ta-Po? Siendo rico, de un tabique y me muestra una estrecha aber- como lo es, debe tener por lo menos media docena. tura entre dos tablas mal unidas. Pronto ha —Están en una sala que no le han enseñado dado con esta abertura : acaso hará tiempo que á usted, me dice el doctor. la utiliza para vigilar á sus mujeres. —¡Oh, si pudiese echar por allí una ojeada! Desde mi observatorio) las veo á las cinco,— —Es difícil. No están las mujeres tan en- porque son cinco—perfectamente. Una de ellas claustradas como en Oriente...; pero un extran- tendrá unos venticinco años. Es casi la vejez en jero, que sólo se halla aquí de paso... este país, donde el sol madura las mujeres tan —Pues precisameute por eso. No tendría tiem- rápidamente como las frutas. Las otras cuatro po para ser indiscreto y referir lo que vea... son jóvenes, agradables, ya que no bonitas, y Además, considere usted que su amigo Ta-Po formadas ¡ya bien formadas!... Fácilmente se puede todavía merecer alguna vez ir á presidio advierte gracias á su descuido en el vestir, des- y recurrir á la protección de usted. cuido que nada tiene de indecente y que es muy admisible con este calor, en casa y entre —Sí; eso es lo que más le conmoverá... Yoy á amigas. hacerle presente su deseo. Así como los vestidos son escasos y íigeros, vi al entrar. Acaba de traerle la comida en una las alhajas son machas y pesadas: á lo largo del bandeja de madera barnizada. En fuentecitas de brazo, por encima y por debajo del codo, anillos, cobre veo pescado, carne de cerdo, pasteles y argollas de oro, gruesos brazaletes; de un hom- una pila dé bananos y guayabas. El arroz coci- bro á otro, cruzándose sobre el pecho, cadenas do y el maíz.tostado parece que sustituyen al macizas, y en las orejas pendientes enormes. paD; para bebida, agua pura en un vaso. No usa Todo ese metal las viste á medias y las mantie- para comer ni cuchara, ni tenedor, ni palillo, ne frescas. Por esto sin duda se atavían así aun como los chinos y los annamitas. Se vale senci- durante el día y estando en intimidad. lla y prosáicamente de su mano derecha. La La vieja de veinticinco años, sentada en un mano izquierda está considerada como impura: taburete, estira los brazos, se despereza, boste- no se sabe por qué; pero los brahmas lo decreta- za con toda su alma y me enseña los dientes, la ron así hace mucho tiempo. lengua y el paladar, rojos por el betel y la are- Dos 6 tres minutos me han bastado para ver ca á medio masticar. He visto bocas más apeti- todo esto y grabarlo en mi memoria. De buena tosas. La que está á su lado, que es muy joven, gana seguiría mirando, porque el espectáculo es se ocupa en alisar con la palma de la mano doa verdaderamente original; pero me he compro- grandes matas de cabellos muy negros y muy metido á no dar más que un vistazo, y observo peinados que le cubren las sienes y caen sobre que mi huésped, que continúa junto á mí, está las mejillas. La tercera y la cuarta, hermosas en brasas. muchachas, un tanto gordas, juegan al sjedréz. ¿Serán los celos la causa de su tormento? Creo El tablero, colocado en el banco donde están que no: más bien será el temor de que nos sor- sentadas, me parece casi como el nuestro, con prendan y le armen luego una tremolina. ¡Cinco la diferencia de que los peones están reemplaza- mujeres contra un hombre! ¿Qué podría hacer dos por barcas, y otra pieza que no he podido él, aunque estuviese provisto de un vergajo? reconocer, por un elefante. La última mujer de Le doy expresivas gracias, sin felicitarle por Ta-Po, que sin duda ha retrasado la hora de co- la hermosura y la juventud de las señoras, por- mer, come, servida por la hermosa esclava que que sé desde hace mucho que en Oriente tales cumplimientos son de muy mal gusto, y me des- pido de él. unas sobre otras. Esta arquitectura participa del Vuelvo al coche con el doetor, y pocos mo- estilo japonés, del chinesco, y sobre todo del mentos después llego á la residencia real, muy siamés, siendo no obstante cambodgiano, con- bien situada, lo bastante cerca del río para gozar servando el carácter propio del país. de sus ventajas, y lo bastante lejos para estar Una de estas techumbres recubre el salón del preservada de las inundaciones, ó mejor dicho, trono, que es grande, muy grande, y mucho de las crecidas periódicas. más largo que ancho. Me aconsejan que ande con cuidado, porque los pisos están agusanados, En el patio, donde nuestro carruaje penetra roídos por las termitas. El trono, de madera del por favor, por excepción, por pertenecer al doc- país, muy dorada, muy labrada, coronado por tor Ham, á quien todo el mundo sabe que el rey un dosel, da idea de la veneración religiosa que quiere y estima mucho, admiro desde luego el inspira á los cambodgianos el rey. Le colocan muro de grandes proporciones, con sus extraños sobre un trono elevado, grandioso, digno de un cortes y su gran puerta, que es muy curiosa; Dios. Pero también aquí se observa uno de esos pero una porción de casuchas, esparcidas, ver- contrastes tan frecuentes en los países orienta- daderas cabañas, sin arquitectura ni norma, les: al lado de esta obra admirable , de este tro- afea el conjunto. No obstante, junto á ellas se no, que es una verdadera maravilla, á lo largo ven otras construcciones originales. En éstas del inmenso salón, se ven muebles europeos, sin todo está sacrificado á la techumbre. El edificio forma, sin estilo, y que, sin embargo, le habrán parece desaparecer bajo inmensos tejados arre- hecho pagar á Norodom á precios fabulosos. mangados, si se me permite esta palabra que ¿Cómo es que á ninguno de esos reyes, de esos nada tiene de técnica. Quiero decir que los ex- virreyes, de esos príncipes de Asia y de Africa, tremos del tejado, en vez de inclinarse ó de bajar al tratar de amueblar sus moradas, se les ha hacia la tierra se elevan hacia el cielo. Otras ocurrido jamás la idea de dirigirse á un hombre techumbres, sobrecargadas de adornos broncea- de gusto, á un artista ó siquiera á un aficionado dos ó dorados y que terminan generalmente en álos objetos de arte? Se han entregado á aven- trompas de elefante, se escalonan apoyándose tureros, á simples negociantes, extraños á todo cuanto al arte se refiere y que no han pensado notoria injusticia cuando se les antoja. En Cam- más que en enriquecerse á costa de los que tal bodge á nadie se le corta la cabeza,# ni se le re- encargo les dieron. Los palacios de Túnez , de duce á prisión, ni se le impone una multa á no Turquía, de Egipto, de todo el extremo Orien- ser que él así lo quiera, es decir, á no ser que no te, están atestados de muebles de pacotilla, de sepa abrir á tiempo su bolsa, ó también si no tie- jarrones comprados en ferias y de péndulos de ne bolsa. Todo puede arreglarse entre jueces, zinc, dorados, siempre dorados, con un globo en condenados y defensores mediante especies. El la parto inferior. Los mismos prusianos vacila- dinero es inútil: se reemplaza por un búfalo, un rían en robar semejantes péndulos, ¡y bien sabe caballo, un borriquillo, una linda muchacha, ó Dios que no pecan por exceso de gusto! esclavos. En efecto, la esclavitud está de tal Junto á la sala del trono hay dos grandes co- modo arraigada en las costumbres cambodgia- bertizos, no puedo darles otro nombre. En el nas, que, á pesar de nuestros esfuerzos...—¿los primero se verifican las representaciones dramá- hacemos formalmente?—no desaparecerá en mu- ticas que se dan al pueblo, en ciertas épocas del cho tiempo. año, y cuando Norodom quiere honrar á algún En Phnom-Penh y en las poblaciones grandes elevado personaje. A una de estas fiestas fué á del país, no acostumbran á vender á sus seme- la que asistieron los Sres. Constans el mes pasa- jantes descaradamente en la plaza pública, en el do, y no censuro al rey por haber tenido la idea mercado,- pero bien sabe el comprador dónde ha de recibirme más íntimamente. de buscar al vendedor con su mercancía humana. En el otro cobertizo, abierto á los cuatro vien- Procede ésta, por regla general, de los lugares tos, da Norodom audiencia á los altos funciona- montañosos ó de los bosques situados al Nordeste rios y á veces á sus más humildes súbditos. En de Cambodge, y habitados todavía por salvajes. efecto, no se desdeña de transigir algunas dife- Véndense los unos á los otros, traficando el rencias, ó de fallar un pleito, y me aseguran que más fuerte con el más débil, ó bien se dejan co- de ordinario juzga con gran inteligencia é im- ger por sus vecinos, á quienes la caza del hom- parcialidad. Verdad es que sus magistrados or- bre les parece más productiva y menos peligro- dinarios se venden, y fallan á capricho y con sa que la del elefante y el tigre. Los salvajes samrés y los salvajesphnongs, que mitad de los habitantes va vestida, ó mejor di- habitan toda una región casi desconocida, más cho, desnuda, de igual manera. Estos salvajes no allá de Sambor, son muy apreciados por los tra- adoran á Buda ni á Brahma, ni tienen ninguna ficantes y compradores, y hay gran demanda de religión definida. Pero aun siendo así, ¿no su- ellos en la plaza. Sin embargo, el coste no es plen la religión con el culto de los antepasados, elevado: por un elefante de I03 menores, sin col- y no llevan presentes á los difuntos,' como nos- millos, pero bien formado, puede uno adquirir otros les llevamos coronas? Tienen, además, se- toda una familia, compuesta de marido, mujer é gún M. Mora, una idea bastante clara de la di- hijos. El papá y la mamá políticos se dan como vinidad, á la que consideran como una potencia, añadidura, sin aumento de precio; pero, por lo una fuerza, esparcida por todas las produccio- general, no los toman, y el yerno, separado de nes gigantescas ó raras de la naturaleza. Par- este modo de sus suegros, soporta la esclavitud tiendo de este supuesto, depositan ofrendas á los más alegremente. pies de los árboles más hermosos del bosque, so- bre, los troncos de los caídos, que tienen una Este calificativo humillante de salvaje, dado forma extraordinaria, sobre los grandes bloques por los cambodgianos á las hordas vecinas, que de alabastro, ó sobre los guijarros rodados que no deben ser muy inferiores á ellos, me extrañó, afectan formas curiosas. No saben oración algu- y quise saber si era merecido... He sabido que los na, ninguna fórmula invocadora, ningún himno. poros reprobaban la poligamia. También nos- En el momento de depositar la ofrenda, se con- otros, en Europa, la reprobamos, por más que la tentan con decir: «Te ofrezco esto...» Es una re- practiquemos. ¿Pasaremos por salvajes?... Tie- ligión sencillísima, conmovedora, y que vale nen horror al agua. Entre nosotros hay muchos tanto ó más que muchas otras. Bien mirado, á que experimentan la misma aversión... El traje mi juicio, esas gentes no son más salvajes que de los phnongs es de los más primitivos. Un trozo sus vecinos, y es una flagrante injusticia ven- de tela arrollado en forma de faja, que pasa bajo derlos como esclavos. los muslos, y cuyos dos extremos se sujetan en la cintura, constituye su vestido. Pero en Ceylan Es de advertir que los esclavos de origen sal- y Singapoore, en plena civilización inglesa, la vaje, esclavos de por vida, sin posibilidad de n rescate, no forman más qne nna clase, la menos veinte años de edad, está á la cabeza de cinco nnmerosa acaso en Cambodge. Porqne hay otras chicas y cuatro muchachos. Así es que todo dos: los esclavos del Estado ó del rey, que es lo cambodgiano, cuando levanta la mano,-se arries- mismo, pnesto que Norodom puede decir como ga á dejarla caer sobre una cabeza ó sobre una Lnis XIV: «El Estado soy yo;» y los esclavos espalda real ó cuasi-real. por deudas. Lá tercera y última categoría comprende los Los prisioneros de guerra y todos los que se esclavos por deudas: cuando habiendo toma- sublevan contra la autoridad real vienen á ser do una cantidad de dinero no se puede reem- esclavos del Estado. La pena no sólo es perpe- bolsar el capital ni abonar los intereses, se tua, sino que se continúa, se trasmite á los des- convierte uno en esclavo de su acreedor ó de cendientes, condenados también á pagar la fal- cualquiera, porque á veces se saca al deudor á ta de sus antepasados. Los esclavos de esta ca- subasta para pago de las costas del litigio. Por tegoría deben ser innumerables, puesto que to- el nombre, el curial, esa sanguijuela de nues- dos los miembros de la familia real están asimi- tros países, quizá sea desconocido en Cambodge; lados al rey, gozando de las mismas inmunida- pero, de hecho, indudablemente existe. Verdad des, por lo que el atentado contra sus personas es que tal esclavitud más bien parece servidum- se castiga con esclavitud á perpetuidad. Si se bre que no tiene carácter definitivo, y cesa el tratase de una familia ordinaria, compuesta de día en que el deudor puede librarse. Pero, ¿lle- unas cuantas personas, como las de Europa, to- ga á poder? Está establecido que todo lo que se davía podría pasar: todo cambodgiano se apre- rompe, todo lo que se de teriora en una casa rica, suraría á escapar en cuanto viese á un pariente lo han de pagar ó reemplazar los esclavos. Si del rey, y así jamás se expondría á cometer un son descuidados ó torpes, su deuda, en vez de atentado. Pero, ¿cómo reconocer á esos parien- disminuir, aumenta de día en día. La facultad tes? ¡Si se los encuentra uno á cada paso y sa- de rescate, exigida por Francia, no existe más len por todas partes! Por su parte, Norodom, que en nuestros tratados y probablemente jamás tiene ya más de sesenta hijos; cada uno de sus podrá el esclavo aprovecharse de ella, porque á hermanos tiene otros tantos; su hijo mayor, de pesar de la religión budista, basada en la igual- dad y la supresión de castas, los grandes y los quien no abandonó, como lo hicieron tantos fuertes nunca cesarán de oprimir á los pequeños otros, en 1884. y los débiles. Pero, ¿acaso es de absoluta nece- Me alejo con sentimiento de este gran patio, sidad ir á Cambodge para darse cuenta de esa donde se encuentra la mezcla de construcciones flagrante contradicción entre la religión de un diversas, confusas, que he tratado de describir. pueblo y sus costumbres? Está mal cuidado; la hierba crece por todas par- Al salir del cobertizo, bajo el cual se dignaba tes, el terreno es desigual, lleno de hoyos. Pero mi guía darme estas sumarias explicaciones, me ¡cómo se recrea la vista si se sabe mirar y ad- hizo notar diversas construcciones europeas, y mirar todo lo que vale y apartar los ojos de las particularmente un pabellón de dos pisos, con cosas de mal gusto! Además, este patio tiene estatuas y lámparas de bronce de pacotilla, todo, vida y animación. Sentados sobre la hierba, en naturalmente, muy admirado por los indígenas, piedras ó en la arena, vestidos de blanco, de y también por los franceses, que se imaginan gris, de encarnado ó de amarillo, se ven allí mi- estar viendo una villa de los alrededores de Pa- nistros, príncipes, mandarines, funcionarios di- rís. El rey pasa muchos ratos en este pabellón, versos, que esperan á que pase el rey, charlan- que comunica con la parte reservada del pala- do y murmurando. cio, donde penetraré esta noche, y es don- Parece que está uno en Versalles, en tiempos de ordinariamente da audiencia á los extran- de Luis XIV, en un ojo-de-buey al aire libre. Los jeros. mismos cortesanos van y vienen, las mismas pa- El sol se ha puesto hace rato, y hace rato siones se agitan. Solo que en el verdadero salón también que me hubieran echado de aquí, á pe- del ojo-de-buey no se veían más que altos perso- sar de mi cualidad de europeo y de la protección najes, y aquí, junto á un mandarín, pasa un del doctor Ham, si no me acompañase el tesore- hombre del pueblo, un obrero; porque, como ya ro del rey, que es uno de sus favoritos, Col de he dicho, este palacio es todo un mundo; aquí Monteiro, un mestizo, de origen portugués, muy se trata de toda clase de asuntos, y están repre- fino, honrado (lo que es raro entre los funciona- sentadas multitud de industrias. Me enseñan rios cambodgianos) y muy afecto 6 su señor, á fraguas, fábricas de alhajas y también talleres donde se acuña moneda con la efigie de Noro- grar su elefantito blanco, como lo tienen los re- dom I, rey de Cambodge... ¡Ah..., moneda de co- yes de Siam y de Annam. Se le preparó un gran bre solamente! S. M. quiso acuñar moneda de recibimiento, y todavía se habla en Phnom- plata y oro; pero le robaban las primeras mate- Penh de I03 honores que se le tributaron y de rias, y se hubiera arruinado de continuar acu- los regocijos y fiestas de todas clases que se ce- ñando. lebraron cuando llegó á la ciudad. A las siete estoy á la mesa en casa de M. Or- A la terminación de la comida, cambio mi sini. Comida alegre y afectuosa, como de cos- chaqueta blanca por la de alpaca, que me han tumbre. Me hacen que cuente mi visita al pala- prestado, mi casco por un sombrero bajo, pero cio, y me critican el no haber intentado ver el de color negro, puesto que el negro es correcto, elefante blanco. Como me ven desolado por tal y me dirijo á palacio en compañía de mi hués- olvido, mis huéspedes tratan de consolarme, ped y del doctor Ham, que se digna servirme á manifestándome que jamás ha existido un ele- la vez de introductor cerca de Norodom y de fante de verdadera blancura. Tan sólo tienen intérprete, un verdadero é inteligente intérpre- manchas grises en algunos sitios; en la frente, te, que traduce la idea cuando falta la expresión, á los lados de la cabeza, en las orejas, en la y facilita preciosas explicaciones..Tengo mucho trompa, ó cerca del rabo. En suma, en vez de gusto en decirle aquí que mi diversión ha sido decir un elefante blanco, sería más exacto decir duplicada gracias á él. Porque he visto y he un elefante con lunares. En efecto, en una piel comprendido lo que veía. blanca, el lunar es negro ó castaño; en una ne- gra es blanco ó gris. Sea como quiera, esas manchas visibles y bien situadas bastan para ha- cer de un elefante un animal sagrado que lleva suerte al reino que tiene la dicha de poseerle. Esta superstición está de tal modo arraigada en el país, que Norodom, mónos creyente que su pueblo, se ha dado muy malos ratos hasta lo- XI

La puerta de hierro.—El cortejo.—Deslumbramien- to.—El estrado.—Norodom. — Su retrato.—El lampista.—La sala de baile.—Foyer de las baila- rinas.—Palcos de las favoritas. —Orquesta de hombres.—Ante el rey no se anda, se arrastra uno.—Trescientas ochenta y seis mujeres.—Su traje, su retrato.—Las botas.de la guardia real. —El regidor del teatro.—Napoleón III y la em- peratriz Eugenia.—Norodom, artista.—¡Ya em- pieza!

Nuestro coche atraviesa el patio de Palacio, que visitó por la tarde, y se detiene cerca del pabellón construido á la europea, donde Noro- dom da audiencia de ordinario.. Nos apeamos: el tesorero del rey, Col de Mon- teiro, sale á nuestro encuentro y guía nuestros pasos (porque el patio no está alumbrado) hacia la gran puerta de hierro (¿es realmente de hier- m ro? No lo veo) que separa el palacio, propiamen- Todavía no me doy cuenta exacta: me parece te dicho, de la residencia privada. que esa muchedumbre, sentada en orden correc- A ambos lados de esta puerta, abierta de par to en gradas, y que ahora está de espaldas á mí, en par en este momento, están formados diver- se compone de mujeres, y de mujeres muy jó- sos personajes, oficiales, mandarines y minis- venes. ¡Eso es, eso es! Debe estar fuera todo el tros, vestidos con túnicas ó gabanes de paño harem. S. M. ha hecho bien las cosas. fino y pantalón nacional, el sampot, que es de Veo ante mí un estrado, para llegar al cual algodón ó de seda, sin botones ni corchetes, hay que subir algunas gradas. Me invitan á sa- arrollado alrededor de los ríñones y sostenido . bir y subo. Al llegar á la tercera grada se acer- por... la fuerza de la costumbre. Estos señores ca á mí un hombrecillo muy vivaracho, que na- llevan en la mano grandes candelabros de pla- da tiene de solemne ni aun de oficial, con traje ta, cuyas bujías, bajo bombas de cristal, se en- europeo, pero de época anterior á la nuestra: cuentran al abrigo del viento y de los mos- frac á la francesa, con botones de oro y pedrería, quitos. chaleco,"calzón corto de seda, medias blancas, Mi cortejo se pone en marcha, y, por más que zapatos bajos con hebillas de diamantes. hago, me veo obligado á ir delante de todos, Me da los buenos días en francés, me pregun- puesto que decididamente es á mí, á un simple ta cómo estoy y me alarga la mano. Yo contes- novelista, autor dramático intermitente, perio- to: «Buenos días, muy bien,» y estrecho con dista á las veces, ni siquiera académico, á quien confianza la mano que me tiende, que induda- S. M. se digna honrar. blemente pertenecerá á algún importante perso- Damos algunos pasos por un paseo estrecho, naje de la corte. limitado por altas tapias, y, luego, sin transi- Luego me vuelvo hacia el doctor Ham, y le ción, nos encontramos en un gran recinto una digo al oído: especie de jardín: luces, instrumentos de músi- —¿Dónde está el rey? ca que tratan de afinar, ruido confuso de voces, —¡Pues si acaba de hablarle á usted y de es- ó de siseos más bien, y gente, mucha gente, á trecharle la mano! me responde. la izquierda, bajo una inmensa techumbre. —¡Ah, es él! para desempeñar sus funciones, anduviera como Entónces miro más atentamente á S. M., mien- todo el mundo; pero delante de un monarca tras le presentan á M. Orsini y da algunas ór- caníbodgiano no se anda, debe uno arrastrarse denes. sobre las rodillas: el encargado del alumbrado, Norodom debe pasar de los cincuenta. Es pe- tendido boca abajo, con su botella en la mano, queño y feo. Debo sacrificarlo todo á la -verdad. se arrastra desde uno á otro candelero, y para Pero ¡qué inteligencia en aquel rostro imberbe! echar el aceite, alza sólo la parte superior del ¡Cuánta malicia en aquella mirada que nada tiene de oriental, es decir, de adormecida! cuerpo. ¡Cuánta expresión en aquella boca grande, siem- El lado derecho del cobertizo donde me en- pre dispuesta á reir! A pesar de su corta estatu- cuentro, y que se llama Eung-Ban (cobertizo ra y de su vivacidad, su aspecto revela mucba para baile), está cerrado por un tabique. En el dignidad. Se conoce bien que está acostumbra- piso de-ahajo, tras del tabique que reemplaza á do á hacer que le obedezcan, que un pueblo en- nuestros bastidores, están las bailarinas dispues- tero se prosterna ante él. tas á entrar en escena. Tienen allí una especie de foyer. Eucima están los palcos de la familia Desde lo alto del estrado estudio ahora cuan- femenina del rey, de sus mujeres legítimas y de to me rodea. sus favoritas. Estos palcos están cerrados por Extraña sala de espectáculos: abierta á todos rejillas de madera, tras de las cuales, á veces, los vientos, como lo exige el clima, bajo una observando atentamente, se divisa un ojo ó un gran techumbre sostenida por pilares. J anto á dedo. estos pilares, inmensos candeleros plateados pa- De frente, al otro extremo del largo salón, la recidos á lo3 que se usan para los cirios en orquesta. Los músicos, vestidos con chaqueti- nuestras iglesias. Pero los cirios y bujías están llas y sampots de color oscuro, permanecen en reemplazados por gruesas torcidas empapadas pie, con los instrumentos entre las rodillas: tam- de aceite. A cada instante, un empleado del pa- bores de piel de serpiente, el prey-poc, especie lacio renueva el aceite contenido en una simple de flauta; el Pro, parecido al violoncelo, y el botella ordinaria, de las de litro. Nada más pri- cong, que se emplea solamente cuando se quiero mitivo... y nada tendría de nuevo si el empleado, meter macho ruido, cuando llega algún de- tán sentadas frente al estrado, en una gran tri- monio. buna abierta que tiene toda la extensión de la Ahora, el estrado donde be tomado asiento. Le sala y cuatro filas de gradas. Durante las cinco cubren esteras y tapices. En el centro, un vela- horas del espectáculo he contado repetidas ve- dorcito sobre el cual veo cajas de cigarros y co- ces el número de esas señoras, cuya mayor par- pas de Champagne que pronto llenarán. Sillones te supongo que serán señoritas, y la cifra de para M. Orsini, para el doctor Ham y para mí. trescientas ochenta y seis es rigurosamente En la misma fila, y en un sillón que rio es más exacta, lo cual prueba no me ha dado bien la elevado que los nuestros, el rey. Junto al sillón cuenta y me ha sisado ciento catorce mujeres. un sofá, donde se echa de ordinario cuando sus Verdad es que las bailarinas, á quienes no veo bailarinas bailan sólo para él, y donde acaba todavía, llenarán este vacío, y llegaré induda- casi siempre por dormirse. Tras del sofá ábrese blemente á mi cifra de quinientas, de la que una puerta qne comunica con sus habitaciones sentiría tener que retractarme. particulares. «Pero (me replican) la cantidad nada signifi- Bajo el estrado, los mandarines, los minis- ca; la calidad es lo importante. Díganos usted tros, los oficiales de alta graduación, sentados desde luego si son bonitas.»—En todo caso, son en el suelo. Si durante la velada se dirige Noro- jóvenes.—¿Todas?—Absolutamente todas: de dom á alguno de ellos, el poderoso personaje, catorce á dieciocho años. ante qnien el pueblo tiembla, vuélvese inme- En cuanto á darles un certificado de belleza, diatamente hacia el estrado, y, de rodillas, con no me atrevería á hacerlo sin entrar antes en de- los brazos extendidos y la cabeza baja, escucha talles. Su tez es de color de bronce claro, mucho lo que S. M. se digna decirle. Preciso es ver- menos cobrizo que el de las mujeres indias, java- lo para creer en ese respeto exagerado y hu- nesas y annamitas; la de algunas no es más que millante. mate, pero esto es excepcional. Tienen el crá- neo pequeño y la frente un poco deprimida. Los He reservado para lo último las mujeres de cabellos, muy negros y muy recortados, me han Norodom. parecido abundantes, gracias á los excelentes En número de trescientas ochenta y seis, es- gemelos qne el rey me ha dejado. No paede es- hace un año que las dejé; pero en el momento en tar más amable. que las miraba eran sumamente agradables. El Continúo el retrato con método, siguiendo de betel, la areca, el cigarrillo y el cigarro no ha- arriba abajo. Los ojos, por lo general, son ne- bían marchitado aún sus labios sensualmente gros ú oscuros. He visto, sin embargo, algunos gruesos y sus dientes bien alineados y blancos. pares garzos, azul oscuro y hasta tirando á ver- Bajemos: cuello grueso, demasiado corto; des. La mirada es viva, sin ese decaimiento, esa hombros anchos y llenos. En casi todas, á pesar languidez de los ojos orientales. El extremo de su edad, está ya formado el pecho. Por cier- Oriente se parece en algunas cosas al Occidente. to que sólo se ve de él una parte, el lado dere- En cuanto á la nariz, igual diversidad. Las hay cho ó el izquierdo... no me acuerdo ya; no pue- chatas, gruesas, y otras con las ventanillas de uno acordarse de todo, cuando tanto se ha muy abiertas, muy dilatadas: éstas, que abun- visto... La parte oculta, que puede adivinarse dan bastante, son rectas, aguileñas, y no sen- por relación con la otra, está cubierta con una tarían mal en un rostro parisieuse. banda. Los pómulos, generalmente salientes, ensan- Es imposible bajar más: la falda, el paño ó el chan un poco la cara, nada más que nn poco, sampot, recubre la parte inferior del cuerpo, y mientras que en las'annamitas la ensanchan mu- una pequeña balaustrada que hay delante de la cho. Las orejas... ¡caramba!... las olvidaba; he tribuna tapa también los pies. bajado mucho y hay que volver á subir... las Me dicen que son pequeños, pero un poco an- orejas, repito, son largas, gruesas y muy sepa- chos, y están desnudos... por supuesto; en Cam- radas de los temporales. No obstante... gracias á bodge sólo el rey tiene el derecho de calzarse. los gemelos he distinguido algunas bastante Actualmente ya se cometen algunas infrac- finas. Norodom, que me parece un inteligente, ciones. Se ven algunas babuchas y sandalias; debe haberlas ya reparado, entre la multitud... también algunos zapatos se muestran tímida- y sin gemelos. En cuanto á todas esas bocas de mente; pero, con rarísimas excepciones, las mu- catorce á dieciocho años, yo no sé cómo se pon- jeres del harem guardan la buena tradición. drán más adelante, cómo se habrán puesto desde Además, los zapatos y botinas las molestarían 12 indudablemente, á juzgar por los soldados de la un pobre europeo monógamo? ¿Querrá inspirar- guardia real á quienes se ha creído conveniente me envidia ó hacerme honor? ¿O estarán esas se- darles botas, y que se las quitan para llevarlas á ñoras como yo, de simples espectadoras, espe- la espalda, en cuanto salen de Phuom-Penh. Su rando la función prometida? Nada de eso. Como imaginación está tan imbuida por la idea de que me dijeron, y he repetido en las primeras pági- no deben estar calzados ante el rey, que al prin- nas de este libro, Norodem ocupa, utiliza á todas cipio, durante el primer año, en cuanto Noro- las mujeres de su harem, y de las más jóvenes dom se acercaba á un centinela, éste, en vez de ha hecho coristas. Dentro de un instante acom- presentarle las armas, se apresuraba, por respe- pañarán con la voz á los músicos y las bailari- to, á quitarse las botas. nas; y con trocitos de madera, que chocan unos Volviendo á la tribuna de las trescientas contra otros, marcarán el compás y completarán ochenta y seis mujeres, y dejando aparte sus la orquesta. bellezas y sus defectos, de que ja he procurado El regidor del teatro de S. M., función impor- dar idea, declaro que vistas á la vez, tomadas tante, que confiere al que la desempeña el título en conjunto, con su traje pintoresco, sus bandas de mandarín, corre con apresuramiento desde y sus paños de brillantes y variados colores, ad- nuestro estrado, donde el rey le comunica sus miran y encantan la vista. Jamás olvidaré este últimas órdenes, al pequeño foyer de las baila- golpe de vista, y aunque no hubiese ido á Cam- rinas. Su modo de correr es muy divertido: de bodge más que para gozar de él, no lamentaría rodillas, con el cuerpo inclinado hacia delante, el viaje. Quizá tras de mí venga otro, vea lo que los brazos extendidos y las manos apoyadas en yo he visto y quede menos satisfecho. Tanto el suelo, sólo se sirve, para avanzar, de las pier- peor para él: jes tan agradable admirar!... y si nas y los brazos. Por la gracia real, de bípedo uno no ha de admirar, ¡para qué andar tanto ca- se ha convertido en cuadrúpedo. mino! Norodom, mientras esperaba á que todo estu- Pero ¿es tan sólo para mostrármelo para lo viera dispuesto, se dignó ocuparse de mí; y que Norodom ha hecho que salga todo su ha- como las pocas palabras que me dijo en francés rem? ¿Habrá querido desplegar sus riquezas ante cuando llegué, eran las únicas que conocía, re- corrió al doctor Ham para preguntarme mi pues dije lo que sentía, debió conmoverle. Se edad. Contesté, aunque algo asombrado de tal ha acabado ya la frialdad entre nosotros: vamos pregunta, que no suele entre nosotros hacerse á divertirnos... como artistas. más que en la intimidad; pero el doctor me ad- Y un artista es (bien me lo habían anunciado) virtió que en Cambodge preguntarle á uno su el que ha estudiado profundamente la literatura edad, es darle una muestra de interés y sim- de los Klimers, los ilustres antepasados del pue- patía. blo cambodgiano, y há elegido entre las obras de Y pronto va á aumentarse el interés que S. M. éstos las más notables para hacer que las repre- me demuestra: mirando en derredor por el es- senten en su teatro. La literatura Khmers, que trado, me ha parecido reconocer en unos marcos indudablemente es de origen indio, no le ha bas- dorados los tan conocidos grabados del retrato tado. Sus estudios, sus investigaciones, compren- de Napoleón III y de la emperatriz Eugenia, por den también los textos primitivos en idioma Winterhalter. Como aun no ha comenzado el sánscrito, el Ramayana. De este inmenso poema . espectáculo, me levanto y me voy á mirarlos épico, por lo general difuso, hamacado episodios más de cerca. Al volver, el doctor Ham me pre- de una intriga fácil y, prescindiendo del diálo- gunta de parte del rey si he conocido personal- go, le ha reemplazado en todo lo posible por la mente al emperador y la emperatriz. Contesto danza y la pantomima. Hay que tener en cuen- que en Compiégne se habían representado algu- ta también que se ha separado de las costum- nas obras mías, y que yo había sido muy bien bres del teatro chino, y que ha suprimido los recibido; y que, prescindiendo de toda idea po- actores para dar todos los papeles, excepto los lítica, conservaba yo grato recuerdo de los dos de bufones, á muchachas jóvenes y bonitas. Le soberanos, que tan bien me acogieron. Según cuestan un dineral; convengo en ello. Yo no parece, una de las cualidades de Norodom, es la sostengo que Norodom sea económico, ni que de ser agradecido. El emperador Napoleón III le no pudiera emplear mejor su dinero: sólo digo protegió contra el reino de Siam, sin empobre- que es un verdadero artista, y por de pronto yo cerle ni humillarle. Se acuerda bien de ello, y no le exijo otra cosa. mi respuesta, que nada tenía de premeditada, Ya empieza. La orquesta me lo indica, pues el telón no se levanta por la sencilla razón de qne no lo hay. Las decoraciones y demás cosas que hemos convenido en llamar un teatro, tampoco existen. La obra va á representarse á nuestros pies, bajo el cobertizo, en el espacio comprendi- do entre el estrado y la gran tribuna de las mu- XII jeres. Las bailarinas ó Lakhons.—Sus maravillosos trajes. —Su rostro, su cuerpo.—Norodom, maestro de baile.—Los dos personajes principales.—Siamesas y javanesas.—Las javanesas de la Exposición.— La obra.—Risa del rey.—Champagne, sherry, eigarros.—Sigue el baile.—Las bayaderas celes- tes que han salido de sus tumbas—Estoy hipnoti- zado.—Me creo... un Dios.

Hélas aquí: salen lenta, gravemente, del fo- yer, y al llegar enfrente, ante el rey, se arrodi- llan, juntan las manos, se las llevan á la cabeza y se inclinan hasta tocar el suelo. Luego se levantan, y empieza á desarrollarse la acción del drama. Norodom encarga al doctor Ham que me ex- plique cómo la hermosa joven que va á la cabe- za del cortejo es una gran princesa que se pasea por su jardín con las que la acompañan.

UNIVERSAS DE NUfVO LEON BIBLIOTECA U^Vfñ^T^lA "ALFO^'foy^» ^ MONTERREY, MEXICS Doy las más expresivas gracias al rey... ¡Pero te vistoso, nada llamativo; colores indecisos si él supiera lo poco que me interesa el argu- para que resalten más el oro y las piedras pre- mento del drama! Toda mi atención y mis mira- ciosas. das son para las que lo interpretan. ¿Y el cuerpo que se mueve, que vive bajo Ante todo, ¡qué trajes tan maravillosos! No esos trajes? Bien formado, alto, joven, flexible, hablo sólo de su riqueza, de las piedras precio- con una gracia que tiene mucho de felina, una sas, zafiros, esmeraldas, rubíes, esparcidos por agilidad de fiera, de serpiente má3 que de todas partes con profusión y que hacen que mujer. chispeen las coronas, los cinturones y los cuer- ¿Y la cabeza? No es como la de las jóvenes pos de los vestidos. Me seducen principalmente de la tribuna de enfrente; el perfil es más fino, la forma, la originalidad, la rareza de esos ro- la nariz más afilada, los ojos más rasgados, la pajes... y sin embargo, paréceme haberlos visto mirada menos viv?, lánguida, velada, la boca ya... ¡Ah! sí, en los bajo-relieves de los anti- severa, sin sonrisa, un tanto malévola. guos monumentos de la India, de Siam y de Estas bailarinas, estas Lakkons, vienen de to- Cambodge. Norodom, inspirándose ea esas mag- dos los países; unas de Java, otras de China y níficas esculturas tan bien conservadas á pesar del Japón; la mayor parte, las más altas, las del transcurso de los siglos, ha vestido á sus bai- más ágiles, las más bonitas, son siamesas. El larinas nuevas, sus Lakhons, como vestían anti- color de la piel no es tan claro como el de las guamente las bayaderas celestes, las que dan- cambodgianas, es algo cobrizo, pero no se dis- zaban ante ídolos de los dioses. Es la copia fiel tingue más que en los brazos, en las piernas y de las mismas vestiduras y de los mismos ador- en los pies, descalzos; las bailarinas, sea por co- nos, collares, brazaletes, anillos. Quizá sean las quetería ó porque esté así mandado, se cubren alhajas de otros tiempos halladas en los sepul- el rostro con una especie de polvos de arroz. cros. Sólo el color de las ropas se diferenciará.- Esos polvos, ese tinte blanco, es lo que á veces El rey, á pesar de sus investigaciones, no ha po- les da el aspecto de aparecidas. dido averiguarlo; pero lo ha adivinado , porque Sin duda el rey, para que la ilusión sea más está perfectamente elegido : nada excesivamen- completa, ha querido que nos creyéramos en presencia de las bayaderas celestes muertas hace aleja otra vez para volver de nuevo. Estas co- tres mil años. ¡Oh, que aparecidas más lindas!... queterías, que duran muchísimo tiempo, no me ¡Y qué tipo es el tal Norodom I! No tiene bas- cansan, tan nuevas, hábiles y raras son. Con- tante con todas las mujeres de suTeino. Todos viene decir que el papel del príncipe lo desem- los años encarga á uno de sus adictos que vaya peña una deliciosa siamesa, de unos veinte años, á los países vecinos á encargar ó comprar algu- alta, bien formada, que lleva el cuerpo del na para renovar su cuerpo de baile. No exige vestido tan ajustado que parece pegado á la que sepan bailar. Al contrario, prefiere tener piel. discípulas, y las saca excelentes. Lo que quiere Un simple detalle indica que una desempeña ante todo es cosa buena y nueva. Ea su casa, en papel de hombre y otra de mujer: la princesa su teatro, las bailarinas no envejecen como en tiene los brazos desnudos, y los brazos del prín- la ópera. cipe están cubiertos por una tela de color de car- Continúa el drama lenta, muy lentamente... ne, de carne del país, bronceada. No vendrían mal algunos cortes en el reperto- Era cosa de ver á los dos, ó mejor dicho^ á las rio [indio, chino ó cambodgiano... Un príncipe dos, mirarse y luego volver la cabeza, acercarse que anda viajando... me dijeron su nombre y ya y después retroceder, sin separar los pies del no me acuerdo de él... ve á aquella princesa..., suelo, pero permaneciendo oscilantes, con todos cuyo nombre he olvidado también... que hemos los músculos de la pierna en acción... y las on- dejado paseándose por IOB jardines en compañía dulaciones serpentinas del torso, y los movimien- de sus servidoras. Se enamora de ella súbita- tos rítmicos de las caderas, y el brazo extendido mente, como en nuestras comedias de magia, y retorciéndose de tal modo que parece dislocado, quiere acercarse á ella para declararle su pa- y los dedos finos, separados, terminados en uñas sión. Pero á ella le parece que eso es llevar las inmensas, puntiagudas, encorvadas, garras en cosas demasiado de prisa, y se aleja. Desolación estuches de oro. del príncipe. Que se tranquilice: la princesa, Sólo las javanesas que vi ayer en la Exposi- siempre seguida de su cortejo, vuelve pronto ción podrían dar una idea de esta danza mara- sobre sus pasos, le mira con más simpatía, y se villosa, una idea muy vaga. Son verdaderas ja- vanesas y bailarinas, lo reconozco; pero por nin- sesperación de las servidoras que tan mal la han gún concepto tienen, ni con mncbo, el mérito custodiado. de las Lakhons de Norodom. No contaré el final de la aventura ni las de- Sin embargo, acabé por parecerme que la más escenas que representan ante mí sacadas del princesa abusaba de las coqueterías. Su enamo- Feasamutt y del ReamM, que no es má3 que un rado la agrada, es evidente. Entonces, ¿por qué arreglo al gusto cambodgiano del Ramayana no entenderse? Como me quedo algo distraído, el sánscrito. Por una delicada atención, y á fin de rey me pregunta si me aburro. Protesto en el darme una idea de la literatura dramática cam- acto, pero murmurando al oído del doctor: «Sólo bodgiana, el rey, en vez de disponer que se re- que me parece que la princesa se pone muchos presentase una sola obra, ha mandado que el moños.» espectáculo se componga de cinco ó seis episo- El rey desea saber lo que he dicho, y ruega al dios elegidos entre sus obras favoritas. Así he doctor que repita mis palabras. Un intérprete visto un poco de cada cosa: el drama, la come- cualquiera se hubiese limitado á traducir literal- dia, el género bufo, y doy por ello sinceras gra- mente la frase, y el rey no lo hubiera entendido; cias á S. M. Sólo me permitiré dirigirle una pero el doctor Ham, como hombre inteligente, censura: la de no haberme dejado la sangre fría reemplaza la alocución «ponerse moños», desco- necesaria para juzgar bien todos estos géneros nocida en Cambodge, por otra equivalente, de diferentes. Apenas había yo vaciado una copa de uso en el paí3. ¡Si hubiesen ustedes oído las car- Champagne, cuando me servían una de sherry, cajadas de NorodomI Sus mandarines, sus músi- y sucesivamente otra de Champagne, excelente, cos, sus trescientas ochenta y séis mujeres, sus á fe mía. En cuanto acababa el cigarro, el rey mismas bailarinas, á pesar de su impasibilidad, me ofrecía otro, un habano riquísimo, que saca- se han extremecido, por más que están acostum- ba de una caja magnífica. Yo, en apariencia, se- bradas á las carcajadas regias. guía muy tranquilo; pero como juez, como críti- co de teatro, creo que dejaba mucho que de- Después de reírse así, el rey da sus órdenes sear. para que se abrevie la escena y la princesa deja en seguida que la robe el príncipe, con gran de- ¿Era exclusivamente el Champagne, unido al sherry y los cigarros, lo que me abstraía? ¿No soluto, de un absolutismo que no conocemos ya me producían también las bailarinas, las Lahhons, nosotros, al Bon de aquella música primitiva, un efecto embriagador? Sin embargo, nada pro- salvaje, entre aquella corte prosternada, aque- vocativo en su mirada. Impasibilidad absoluta llas hermosas bailarinas muertas y aquel gran del rostro. Ni siquiera sonrisas. Ni un ademán harem, bien lleno de vida por cierto, creíame lascivo. Sólo movimientos extraños y casi siem- transportado á otra épeca, á otra edad. Quizá pre análogos. Nada nervioso, febril, excitante, por un instante, contribuyendo á ello el Cham- como en el baile español, por ejemplo; ni de pagne y la imaginación, creí ser alguna divini- frenético, de epiléptico, como en la danza de dad india, ante la cual danzaban las bayaderas ciertos negros. celestes. Pero el lujo inaudito de los trajes, el brillo hipnotizante del oro y de la pedrería, el rostro inmóvil, impasible de todas esas hermosas cria- turas, su palidez cadavérica, sus ojos lánguidos, medio cerrados y de los que sólo se ve lo blan- co, como en las muertas; sus labios entreabier- tos sobre dientes enrojecidos por el betel y que parecen sangrientos, esos movimientos unifor- mes, automáticos; esos brazos, esas muñecas, esas manos, esos dedos rígidos ó crispados, esas uñas gigantescas, que parecen haber arañado, despues de la muerte, en el sepulcro, todo eso tal vez se aproxima á la sensualidad, á una sen- sualidad refinadísima. Yo seguía allí en mi si- llón, fascinado por aquel espectáculo nunca so- ñado, arrullado por el coro de las mujeres, por sus cadenciosas melodías. Aliado de aquel rey ab- n

XIII

" é Me llaman á la realidad.—Se prohibe tocar.—Mis dos discursos al rey: el que pronuncio y el men- tal.— Norodom hace justicia á mi demanda.—Veo de cerca y toco.—La siamesa de los ojos verdes.— No es una aparecida.—Adiós, señoras.—El álbum del rey.—Su retrato sin diamantes.—Partida.— Vuelta á Saigón.

A las dos de la mañana salí de mi sueño: M. Orsini, sin duda menos hipnotizado que yo, se inclinó hacia mí y me recordó que yo era un simple mortal diciéndome al oído: —El barco en que va usted á marchar sale á las siete de la mañana. ¿No le parece á usted hora de irse á acostar? —¡Acostarme! ¡Y solo, solo, en el hotel, de sol- tero, después de pasar la velada entre tantas mujeres y con un rey tan polígamo! Después he

13 meditado mucho acerca de lo que hubiera pasa- mucho valor. Pero todo era falso: la seda, el do si le hubiese dirigido este discurso: «Gran oro y los brillantes. Desearía, pues, que se me rey : en Francia, en nuestros museos y nuestros permitiese admirar de cercando de esos magní- palacios, puede uno contemplar infinidad de ficos trajes, para poder decir en Francia, cuan- obras de arte, de objetos preciosos; pero hay ró- do regrese: «Allá, en el palacio del rey Noro- tulos que dicen : «Se prohibe tocar.» Lo mismo dom I, no hay nada falso, todo es de buena ley.» ocurre en vuestro palacio ; se admira, pero sólo El doctor repitió textualmente estas palabras ó á distancia. ¿No sería posible , por excepción, bien las arregló á eu modo, como había arregla- acercarse y tomar un poco para darse mejor do la locución «ponerse moños.» Ello fué que cuenta? ¡Oh! será discreto. No os pido, para es- Norodom, en vez de incomodarse, se echó á reir tudiarla bien, más que una sola de vuestras bai- otra vez, con más fuerza que antes, y se apresu- larinas. ¿Qué es eso para vos? ¡Teneis tantas, ró á dar órdenes para que quedase satisfecho mi aun sin contar á vuestras favoritas y vuestras deseo. trescientas ochenta y seis coristas de la tribuna Quedeme un tanto perplejo durante algunos de enfrente!» Tan buenos amigos éramos, que minutos, dudando si irían á presentarme uno de me hubiera contestado, de seguro : «Elija us- los trajes en cuestión, como una modista exhibe ted!... Y bien sé yo laque hubiera elegido... cier- un vestido para que se admire la tela ó la for- ta siamesa de ojos verdes, y bien formada... ¡tan ma Hubiera sido un desengaño; era el conteni- flexible!... Pero para dirigir mi pretensión al rey do lo que quería yo ver, el cuerpo, el ser que hubiera sido preciso que alguien hubiera queri- acababa de cubrir aquella envoltura. do traducirla, y el doctor Ham se hubiera nega- do á ello. Como que vaciló largo rato antes de Sin duda me había comprendido Norodom: al- decidirme á repetir á Norodom la frase siguien- zóse en seguida la cortina que separaba el estra- te, más reservada y más hipócrita: «Yo he dado do de las habitaciones particulares, y aparecie- á los teatros de París varias obras , entre otras, ron ante mí las tres primeras incluso la siamesa la Venus negra , en la que parecía que las baila- de los ojos verdes. A una señal de su amo avan- rinas llevaban riquísimos trajes y alhajas de zara y pude contemplarlas á mi gusto. Las telas eran magníficas. Los zafiros, los rubíes las esmeraldas y los diamantes, maravillosos. traducir lo que acababa de escribir yo, y No- Pero desdeñando todas estas riquezas, lo que t rodom, satisfecho sin duda del cumplido, me más admiraba yo eran todos aquellos rostros prometió en cambio su fotografía, con algunas adormecidos bace poco, despiertos ja, todas palabras escritas por él. Ha cumplido su pala- aquellas muertas resucitadas. Para comprobar bra, pues he recibido el retrato un mes después su vitalidad y persuadirme bien de que no me de mi llegada á Francia. No estaba rodeado de las había con aparecidas, llegué hasta poner brillantes, lo confieso, y no puedo quejarme de mano en una de ellas, y, por el calor de BU cuer- ello; el rey los guarda para sus favoritas y sus po, comprobé su existencia. Norodom, en vez de Lakhons..., y hace bien. enfadarse, seguía riéndose. ¡Ahj qué buen prín- cipe!. Pero no llevó más adelante su bondad y Después de despedirnos de S. M. hemos sido las tres bailarinas se alejaron gravemente, des- conducidos' á nuestros carruajes por los manda- pues de saludarme juntando las manos y lleván- riñes, con el mismo ceremonial que al llegar. doselas á la frente, y doblando las rodillas duran- He entrado en casa de Felicidad á las seis de te un segundo. Esto es muy respetuoso y muy la madrugada, tan dificultosamente como ayer. cambodgiano. Hubiera yo preferido menos res- Los mosquitos... y quizá el recuerdo de la sia- peto, de sabor local, y un poco más de libertad mesa de los ojos verdes, me han tenido desvela- parisiense. do. A las siete me despedía de mis queridos compatriotas, cuya afectuosa acogida no olvi- Esta hermosa fiesta terminó prosáicamente: daré jamás. Luego me embarqué en el Attdlo, y S. M. mandó traer un magnífico álbum y me bajé por el río por donde había subido tres días rogó que escribiera en él algunos renglones. antes. Aproveché la oportunidad para darle por escrito A la noche siguiente desembarqué en Mitho, las gracias por su recepción y decir con la ma- y por la mañana tomé el tren que por una vía yor sinceridad lo que pensaba de este rey, que preciosa lleva en tres horas á Saigón. es á la vez, según he visto por mí mismo, un verdadero artista. El doctor Ham se apresuró en esta ocasión á I

• DESPUES DE LAS QUINIENTAS MUJERES

i - DESPUÉS DE LAS QUINIENTAS MUJERES

Los lectores que han pasado el capítulo que se ti- tula Antes de las quinientas mujeres, deben pa- sar éste, que es el viaje de vuelta, con el mismo itinerario en sentido inverso, y algunas palabras en estilo telegráfico sobre Kandy, en la isla de Ceylán.

Salgo de Saigón en el paquebot de las Mensa- jerías marítimas el Ana. El comandante Yimont se ha dignado facili- tarme uno de los dos hermosos camarotes situa- dos junto al suyo, sobre el puente. Viajaré más cómodamente aún que en Yang-Tsé. Nos hacemos á la vela á la una de la madru- gada, durante la noche del sábado 14 al domingo 15 de Enero (le 1888. Llegamos al cabo de Santiago á las seis de la mañana. Nos dirigimos hacia Singapoore. Nombres de algunos pasajeros: M. Piquet, plenipotenciario que fué en Cambodge y subgo- bernador de Cocbinchina. Regresa á Francia, CUATRO DÍAS COMPLETOS DE SINGAPOORE L de donde no tardará en volver indudablemente COLOMBO, SIN CONTAR EL DE SALIDA NI EL con un cargo más elevado. Ocupa el otro cama- DE LLEGADA rote del puente al lado del mío. Es para mí gran fortuna teuer tal vecino. M. Villard, que acaba El mismo tiempo, hermosa mar. de desempeñar un destín oimpertante en Co- Llegamos á Colombo el domingo 22, á las chinchina. El doctor Jan, M. Corte, comandante cuatro de la mañana. No habiendo de salir has- de artilleros argelinos, el doctor Rossel, M. Huyn ta el día siguiente, tengo tiempo de ir á Kandy, de Vemeville, y el encargado de negocios indí- sueño que acaricio desde la primera vez que genas y gran cazador de tigres y elefantes, de pasó por Cejlán. quien he tenido antes el gusto de hablar. Un A las cinco y media, medio á oscuras todavía, afectuoso recuerdo á todos estos deliciosos y sim- salgo de mi camarote, dispuesto á bajar á tierra páticos compañeros de viaje. y prevenido para la calurosa jornada, tanto más Hemos hecho la travesía del cabo de Santiago calurosa cuanto que pienso verlo todo, ir á Kan- á Singapoore en dos días y medio,.con tiempo dy en el tren de la mañana y volver en el de la hermosísimo y mar tranquila. tarde, sin que haya que contar con siesta ni El martes 17, á las once de la noche, estamos baño á las horas de más calor. Por lo demás, mi á la vista de Singapoore. Anclamos en la rada. atavío es de los más primitivos; una camisola de Entramos en el puerto y se amarra á las cinco franela, ligera, una chaquetilla de tela blanca, de la mañana. abotonada hasta el mentón, lo que permite Salimos el mismo día á las cinco de la tarde prescindir de la camisa; un pantalón tan fino Magnífica vista al salir del puerto. como la chaqueta, zapatos bajos, de paño, y un casco, el casco indio, de corteza de árbol, con grandes rebordes por detrás para preservar la nuca. Me impaciento: loa pasajeros con quienes pien- yos, lagos, y á lo lejos, muy lejos aún, una lar- so ir á Kandy no están preparados todavía. ¡Si ga cadena de montañas perdidas entre lo azul perderé el tren! del cielo. Por fin vienen y me tranquilizan; los domin- En los senderos, eu los sonrosados caminos gos se sale una hora más tarde. que costea la vía férrea, muchachos jóvenes y Los bateleros del puerto, verdaderos salvajes, hermosos con largos cabejlos, y con vestidos de subidos en sus piragaas de balancín, se acercan colores vivos ó medio desnudos, sin que su des- á los costados del Ava y nos ofrecen sos servi- nudez tenga nada de chocante, caminan lenta, cios. ¡Oh! No se han declarado en huelga como gravemente como reyes de comedia; pero con lo están en el momento en que escribo estas lí- gracia natural. neas, en que evoco estos recuerdos, los cocheros Junto á un lago una porción de mujeres y de París. muchachas completamente desnudas. Sorprén- Partimos. Mi balancín se porta muy bien: solo delas el tren y se arrojan al agua por decoro. una ducha al entrar, lo que hice con mucha tor- Afortunadamente no hay mucha profundidad en peza. Pero, ¡la ha de secar tan pronto el sol! aquella parte, y nuestras indiscretas miradas di- Desde mi piragua paao á un coche- que nos lle- visan al vuelo lindas pechugas y bustos de bron- va en pocos minutos á la estación. ce claro. El tren nos espera: grandes vagones por don- Algunas estaciones están muy animadas. Los de circnla libremente el aire, y un comedor, lo habitantes del país me ofrecen cocos, bananos, que nos permitirá almorzar en ruta. y, sobre todo, flores. ¡V qué flores! Las hay tan Desde que salimos de Colombo un encanto, grandes como un ramillete. una orgía de vegetación. Verde sobre verde, flo- En la estación de Rartibukana dejamos nues- res de todos matices, sobre flores; palmeras, ba- tro vagón para pasar al Dining-car. naneros, cocoteros, bambús, plantas trepadoras, Almuerzo un poco tostado, medio inglés y confundidos, creciendo unos sobre otroa en mag- medio indio: el eterno Kari y una porción de nífico desorden. De cuando en cuando una lla- platitos fuertemente sazonados. Pero la cerveza nura, un arrozal, una aldea, abundantes arro- está bastante fresca, y el vino de palma, que me empeño en probar, me parece excelente. Por Las ruinas del palacio están realmente muy arrui- lo demás, hacemos poco caso del almuerzo, des- nadas, y el templo donde dicen que se conserva lumhrados como estamos por el hermoso paisaje un diente de Budha, no vale la pena del viaje. que se presenta á nuestra vista. En cuanto al diente, no le he visto... y me tiene Desde hace una hora ha cambiado de aspecto. sin cuidado. El tren sube, sube siempre. A nuestros piés, un Después de un momento de descanso en la ga- precipicio de trescientos ó cuatrocientos metros; lería de Queerís Hotel, donde una encantadora luego, abajo, grandes valles, arrozales, cultivos de serpientes nos muestra sus reptiles, tomamos de té, árboles, todavía árboles, pero de una ve- un carruaje para ir al jardín de Peradeniya. getación menos tropical, y á lo lejos montañas Valor se necesita, porque el sol abrasa. limitando el valle. Por un instante me ha pare- Primero el" lago, luego numerosas villas de cido que estaba en los Pirineos. Miro á la dere- ingleses ó inglesas que están de campo, precio- cha, miro á la izquierda, adelante, atrás y que- so camino, muy alegre, muy florido, y llegamos do maravillado. al jardín en cuestión. Según muchos cingaleses, Me enseñan una cascada, un ramo de flores en él y no en el pico de Adam es donde estuvo asombrosas, un ave gigantesca, un mono subido situado el paraíso terrenal. Bien está; á todo me á un árbol, y no sé hacia qué lado volverme. avengo. Pero la manzana me preocupa algo: no Después de habernos elevado hasta seiscientos hay ni un manzano en Ceylán. ¿Si se comerían metros, volvemos á bajar, y hénos ya en Kan- Adam y Eva un ananá ó un coco? De otra parte, dy. Decididamente, este camino de treinta le- me atormenta la idea de que nuestros primeros guas por el interior de la isla merece su gran re- padres fueran tan culpables: ¡por glotonería, putación. dar motivo para que los arrojasen de un lugar Y Kandy, la antigua capital de la isla de Cey- como Peradeniya! lán, ¿es digna de su renombre? No; es demasia- ¡Hé aquí ahora un despilfarro, una orgía, una do inglesa. Su lago no vale lo que el de Enghien. locura de la vegetación! Arbustos y plantas acuá- La ciudad de los indígenas no tiene el carácter ticas de forma y color extraños, y árboles ex- de los pueblos que hemos visto por el camino. traordinarios que la naturaleza ha debido crear en un día de delirio. Uno de mis acompañantes me enFeña un banano: me lo esperaba; el bana- ros, á consecuencia d* uu accidente ocurrido al no es de precisióo. Quien no lo ha visto, no ha buque del Estado Sckamrock, que, habiendo visto nada. A los que no lo conocen... y creo que salido de Saigóu ocho días antes que no.-otros y son muchos... les diré que es un árbol gigantes- con rumbo á Tolón, ha airibado á la costa en- co, que los indios consideran como sagrado. Sus tre Colombo y la punta de Gales, en la isla de ramas crecen horizontalmente, se doblan hacia Ceylán. El general de división Munier y varios la tierra, toman en ella raíces, y forman un nue- de sus oficiales, que ef Schamrock llevaba á vo tronco. El árbol revive por sí mismo: sus re- Francia, prefiriendo continuar el viaje en el toños, sus hijos, le dan nueva existencia y le ha- Ava, de las Mensajerías marítimas, se han em- cen eterno. barcado en él durante mi excursión á Kandy. Al principio me contrarió tal aumento de pasa- Sigo mi paseo por este jardín mágico y creo jeros, porque éramos ja bastantes. Pero des- estar soñando. Muchas veces dudo si estoy en la pués de conocer al general, lo único que he la- tierra, ó si, á fuerza de viajar, de ir siempre ade- mentado es que rehusase mi hermoso camarota lante, abré acabado por pasar á otro planeta, un sobre el puente, que mo apresnré á ofrecerle. planeta alumbrado y calentado por infinidad de ¡Qué hombre tan estimable y simpático! Con él soles. me pareció corto el resto del viaje. Hoy manda Sin vol ver á Kandy, llegamos á una estacién la división de Constantina. ¡Ah, si tuviese yo próxima á Peradeniya, y recorremos en sentido tiempo de ir á verle!... También han embarcado inverso el camino de esta mañana. Bien se pue- en Colombo el conde y la condesa Horace de de volver á verlo. Choiseul y M. de Marolles, que viene de Pon- Llegamos á Colombo á los siete de la tarde, á dichery, donde era tesorero general desde hace comer. Este delicioso viaje no ha durado más muchos años. que doce horas. Salimos de Colombo el Unes 23, á las seis de la mañana. Ha aumentado mucho el número de pasaje- noche, en el canal, cuando iba á Marsella. Hoy él vuelve, y á nosotros nos toca ir. SEIS DÍAS COMPLETOS, SIN CONTAR EL DE SALIDA y EL DE LLEGADA, PARA LA TRAVESÍA DE COLOMBO Domingo 29.-Se ve la costa de Aden desde L ADÉN. las ocho de la mañana. Entramos en la rada á las once de la mañana. Salimos de Aden el mis- Martes 24.—Sigue el buen tiempo, 364 mi- mo día, á las cinco. Grandioso aspecto de las llas. A consecuencia de una avería en la máqui- montañas al sol'Poniente. na, durante la noche del martes al miércoles, la marcha se acorta y no andamos más que 327

millas, y 322 al día siguiente. El viernes 27 vol- DE ADEN 1 SUEZ, TRES DÍAS COMPLETOS, SIN vemos á las 351 millas. Al sol Poniente, la isla CONTAR EL DE SALIDA NI EL DE LLEGADA. de Socotora, en la costa oriental de Africa. Se divisa el Cachemyr de la Peninsular. A las once y media de la noche subo sobre cu- bierta para ver las luces de Perim, á la entrada Sáiado 28 — A las seis de la mañana, el cabo del Mar Rojo. Pa30 estrechísimo. Como la bru- Guardafuí. Al regresar, se da uno cuenta con ma es muy espesa, disminuímos la velocidad, y más facilidad del naufragio del Meüong y de nuestra sirena muge constantemente. Gracias á tantos otros. Existen, por decirlo así, dos cabos estas precauciones, el Ava pasa á una respeta- Guardafuí. Cree uno haber doblado el primero, ble distancia de varios buques. y va á caer en los escollos del segundo. Seguimos la costa durante toda la mañana; Lunes 39—Durante todo el día islotes á la bella brisa, hermosa mar. vista, á estribor, hacia la costa de Arabia. A las diez y media nos encontramos con el Martes 31.-325 millas desde el dia anterior vapor Fraonaddy, de la Compañía, que pasa á Nuestra marcha ha disminuido. Viento fuerte cien metros de nosotros. Magnífico espectáculo. pero buen tiempo. ' Es el paquebot con el que nos cruzamos por la Miércoles 1° de Febrero.— Nos despertamos en el estrecho de Snez. Tierra á ambos lados; pare- ce que navegamos por un gran río. Varios va- DE SUEZ Á PORT-SAID , VEINTIDÓS 1 VEINTI- porcitos hacia la costa. A las diez y media, un CUATRO HORAS, CAMINANDO DE NOCHE. buque inglés ps»sa á 200 metros de nosotros. Sa- ludos recíprocos. La vista del Estrecho es mag- Entramos en el canal. Navegamos durante nífica; las montañas muy iluminadas. Antílamos toda la noche, gracias á la electricidad. Es un en la rada de Suez á las cinco. La Sanidad egip- espectáculo que no me canso de mirar desde lo cia nos tiene en observación durante veinticua- alto de la cubierta; parece que se navega por un tro horas, bajo pretexto de que hemos estado en río azul claro, rodeado de copos de nieve. comunicación con el anejo de Bombay, donde ha habido algunos casos de cólera. Enarbolamos el pabellón amarillo de cuarentena. Sábado 4.—A.1 despertar, hace tiempo que he- Permanecemos en la rada todo el día 3. En- mos pasado Ismailia. Sólo nos separan de Port- tretengo el tiempo en admirar las rosadas mon- Said 20 millas. tañas que nos rodean, y del lado de Suez el ex- A l*s diez, durante el almuerzo, pasamos al tremo del canal, donde se ve á cada momento Natal de la Compañía, que se ha detenido. A las entrar y salir nuevos navios. Parece que cami- cuatro llegamos á Port-Said. nan sobre arena. A las dos, un buque francés de Salimos á las tres. gran porte sale del canal. Los de á bordo reco- nocen inmediatamente al Annamila, buque del Estado, que se dirige á Saigón. DE PORT-SAID k ALEJANDRÍA, DOCE HORAS PRÓ- Nos es sumamente agradable verle pasar sólo XIMAMENTE. á algunos metros del A va; pero á nuestro estado mayor le parece imprudente que pase tan cerca. A las cinco aparejamos. A las tres de la mañana en Alejandría. A las seis entramos en el puerto. ' • Domingo 5.—Tiempo brumoso, lluvia. A las tramos en el estrecho de Mesina. Hermoso sol, diez se apareja. deliciosa jornada.

Jueves 9.—Desde por la mañana, se divisan

DE ALEJANDRÍA I MARSELLA, CUATRO DÍAS COM- las costas de Cerdeña. Nos dirigimos hácia las PLETOS, SIN CONTAR EL DE SALIDA NI EL DE bocas de Bonifacio, á pesar del mistral que so- LLEGADA. pla muy fuerte, y parece que nos aconseja to- mar el otro camino, por el Norte de Córcega. Se ve el mástil y una parte de la proa del buque in- Mar agitada. glés Oguilvie, que naufragó delante del faro , el 8 de Enero último, despues de haber pasado yo Lunes 6.—Viento fuerte, mala marj sin em- por vez primera el Estrecho. bargo, por la tarde mejora algo. No hemos an- Mal fin de jornada, mala noche. Por fin, á las dado más que 272 millas del domingo al lunes. cuatro deia mañana, la mar se calma. Al salir el sol estamos á la vista de Marsella. A las seis Bel 'martes 7 al miércoles 8.—Sigue el mal anclamos en el puerto. tiempo. El viento ha saltado al NE. Frío, lluvia. Habiendo salido de Saigón el domingo 15 de La mar may fuerte. En el cuaderno de bitácora Enero, llegamos el viernes 10 de Febrero, á se lee lo siguiente: «Cielo claro, fuerte viento las diez de la mañana, ó sea á los veintiséis N.-NE.j violentas ráfagas. Mar muy gruesa. El días, con veinticuatro horas de cuarentena, vein- buque cubierto frecuentemente por las olas.» ticuatro de escala en Colombo, algunas averías Por la noche, á pesar de estar muy acostum- en la máquina y mal tiempo en el Mediterráneo. brado (á los veinte años había atravesado ya Verdad es que el Ava está mandado por el lu- cuatro veces el Atlántico), me es imposible lle- garteniente de navio Vimont, que sin cesar se gar á mi camarote y me acuesto abajo, en la sala ocupa de su buque, sin descuidar, no obstante, común. á sus pasajeros... de los que algunos, como yo, El miércoles, 8, á las seis de la mañana, en- vienen á ser sus amigos. He conr-.loído: he intercalado como deseaba mi viaje á Catubodge entre i-s dos itinerarios. Si á nadie le sirviesen, á mí" al menos me ayu- darán á recordar todas las etapas de este deli- cioso viaje, qae me pareció mny corto.

LA PALOMA

V ra BE LIS QUINIENTAS HDJERES PAR& ÜR HOMBRE SOLO

jNW£R*** | y lÉBiT'"" • s ..MJPOW» ^ UNWERMDAÍÍ DE N»W0 LEÓN BIBLIOTECA UNítfátfmNA "ALFGP) RtW •ía. 1625 MONTERREY. MEXICO He conr-.loído: he intercalado como deseaba mi viaje á Catubodge entre i-s dos itinerarios. Si á nadie le sirviesen, á mí" al menos me ayn- darán á recordar todas las etapas de este deli- cioso viaje, qae me pareció moy corto.

LA PALOMA

V ra BE LIS QUINIENTAS HDJERES PAR4 ÜH HOMBRE SOLO

jNW£R*** | y lÉBiT'"" • s ..MJPOW» ^ UNWERMDAÍÍ DE N»W0 LEÓN BIBLIOTECA UNítfátfmNA "ALFGP) RtW •ía. 1625 MONTERREY. MEXICO I

Ocurría esto en la aldea de Morelles, tina tar- de de Enero, á eso de las cinco, en la cocina de la posada de Jaan Clavé, tabernero y coseche- ro. Clavé, que acababa de llegar de la viña, se calentaba junto al hogar, con cara seria y gesto avinagrado, mientras su mujer preparaba la cena, y su hija Arsenia, hermosa morena de dieciocho años, ponía la mesa. Marcháronse al aproximarse la noche cuatro ganapanes que ju- gaban al billar en la habitación de al lado, que- dóse sola la familia, y suscitóse una disputa re- lativa á I03 adoradores de Arsenia, y particular- mente á cierto Vicente Minaut, con quien, por lo visto, se comprometía ella. —No se habla de otra cosa, dijo Clavé, y tiempo 63 ya de que esto acabe. Te prohibo que vuelvas á hablarle. —¡Ab¡, es M. Pié-Rondal! exclamó Clavé le- —No viene aquí jamás», ni aun los domingos, vantándose y llevándose respetuosamente la con los demás jóvenes. mano al gorro. —Porque le puse un día á la puerta de la calle, —El mismo, amigo, dijo el recien llegado, y se acuerda de ello. Pero otros sitios hay: en el y vengo á pediros cena y cama para esta baile, donde solo danzas con él, y en la tertu- noche. lia de la Vinette, donde está siempre pegado á Y al decir esto, se desembarazaba de los arreos tu silla y habíándote al oído. de caza, apartaba con el pie á los perros y pre- sentaba al fuego su plácido rostro adornado con* —Pero, querido, estoy allí yo, dijo la señora patillas que empezaban á encanecer. Clavé. M. Pié-Rondal era un honrado abogado ins- —Sí, ¡buena garantía! Ya sabemos tus com- crito desde hacía cuarunta años en el colegio de placencias. Cuando las mujeres no coquetean su pueblo natal, que, contando con un regular por su cuenta, su mayor placer es ver cómo co- patrimonio, y siendo célibe por sistema, había quetean sus hijas. abandonado poco á poco los negocios para en- —Después de todo, exclamó Arsenia, ¿qué es tregarse exclusivamente á sus aficiones domi- lo que tienes que censurar á Vicente? nantes: la caza y la arqueología. La primera de —Pues le censuro... que su padre está arrui- estas pasiones le había hecho recorrer durante nado. No me acomoda, ¿lo entiendes? que mis todo el día un bosque que poseía en las cerca- bienes sirvan para pagar las deudas de los Mi- nías. La segunda, la arqueología, le llevaba á naut. Pero no, no ha de ser así. aquel pueblo y á aquella posada. En aquel momento llamaron á la puerta, y La señora Clavó añadió á la cena preparada cesó la cuestión. unas lonjas de jamón y una tortilla, y se ofre- —Adelante, gritó Clavé. ció á servir aparte, en su habitación, á M. Pié- Abrióse la puerta, y entró un hombre de unos Rondal; pero éste prefirió comer en familia, por- sesenta años, en traje de caza, escoltado por dos que, según dijo, quería que Clavó le diese cier- galgos corredores, tan enlodados como él. tas noticias. En efecto, en cuanto estuvieron á la mesa, se de Anccerre, á partir de la época en que termina informó de si había en el pueblo una familia la obra del presbítero Lebeuf. Pues bien, como apellidada Minaut. Al oir este nombre, que re- precisamente me ocupo del mismo asunto, com- cordaba la reciente disputa, Arsenia y su ma- prenderéis cuánto me interesa recoger las notasy dre se pusieron coloradas y Clavé frunció sus documentos que babía éi coleccionado. ¿Pero espesas cejas. dónde están? He rebuscado inútilmente en los —Ciertamente, respondió, hay Minauts aquí, archivos públicos y en las colecciones particula- y maldita la falta que hacían. res... y por fin he pensado que el cura Minaut, —¡Ah! ¿Andáis enredado con ellos? al huir de Francia, debió confiar lo que más en —Casi, casi. En fin, mañana podréis ver, si aprecio tenía, y por consiguiente sus manuscri- gustáis, á Félix Minaut y á Vicenta, su hijo. tos, á alguien de su familia—á su hermano qui- —¿No hay más en el país? zá—de quien los actuales Minaut serán descen- —No... y es muy bastante. dientes. ¿Os parece que esa familia habrá con- —Indudablemente es muy bastante, dijo son- servado cuidadosamente tal depósito? riendo M. Pié-Rondal, si, como supongo, son Clavé no tenía idea alguna sobre el particu- descendientes de los sobrinos del cura Minaut, lar. Sólo sabía que los Minaut pertenecían á una vicario de San Ensebio, que emigró durante la antigua familia, considerada en el país en buena revolución... porque ya sabréis que el cura Mi- posición, y hasta rica. Por desgracia, Félix Mi- naut era originario de Morelles. naut se había entrampado y arruinado en el co- —Lo ignoraba en absoluto. mercio de ganados, y, teniendo ya sin duda al- —Vamos al caso, porque eso se remonta á le- go trastornada la cabeza, se dedicaba, para janos tiempos. Sí, continuó Pié-Rondal, el cura rehacer su fortunav á buscar tesoros en su bo- Minaut era paisano vuestro. Un hombre de no- dega. table talento: siendo todavía muy joven compu- —¿V quieren que entregue mi hija al hijo de so un Tratado de disciplina eclesiástica, y, lo que ese hombre? ¡Jamásl gritó Clavó, dando un pu- es mucho más interesante para mí, emprendió la ñetazo en la mesa. continuación de la Historia de la ciudad y diócesis M. Pié-Rondal ae explicaba, después de oir Durmió mal: las pesquisas á que pensaba de- esto, la amargura de las anteriores frases de su dicarse al día siguiente le preocupaban. A media huésped. noche un ruido que se oyó hacia el jardín le des- —Si él no te ha pedido nunca mi mano, dijo pertó. Se levantó, abrió la ventana y á pesar de Arsenia mirando fijamente á su padre. la oscuridad pudo distinguir un mozo vestido —Porque sal?e que no acogería bien su pre- con blusa que huía atravesando el jardín, mien- tensión. No, espera á que estés comprometida tras que, no lejos de aquel lugar, la hermosa hasta el punto de que no pueda yo negarme. Arsenia cerraba discretamente el balcón. ¡No lo esperes! Suceda lo que quiera, jamás con- Este descubrimiento que nada tenía que ver sentiré. con la arqueología, le escandalizó un tanto, y La disputa iba á reproducirse; pero M. Pié- comprendió que una muchacha contrariada en Rondal intervino, y los apaciguó lo mejor que su inclinación no cede en un punto más que pudo. No obstante, Clavé insistía acerca de las para apoyarse en otro. imprudencias de su hija. —Figuráos, dijo, que en el baile nunca baila más que con ese Vicente Minaut. —Pues bien, dijo resueltamente Arsenia, BÍ esto te disgusta, no volveré al baile. —¡Bah!... ¿Ni á casa de la Vinette? —Tampoco; Pasaré la velada aquí con mi madre. Era esta una sumisión edificante. La señora Clavé abrazó con ternura á su hija, mientras Mr. Pié-Bondal las felicitaba, y Clavó dejaba es- capar un gruñido de satisfacción. Después de cenar M. Pié-Rondal, que estaba cansado, dispuso que le enseñasen su habita- ción, y en cuanto llegó á ella se acostó. fi. 1; •

n Si '

Ül I» 1S1í Al día siguiente, por la mañana, M. Pié-Ron- il! dal hizo que le indicasen la morada de los Mi- naut. Estaba situada en un extremo del pueblo , so- bre una ligera eminencia: era de construcción antigua, precedida de un patio grande y rodea- da de dependencias casi derruidas. A un lado elevábase un gran palomar , falto de habitantes desde hacía mucho tiempo, pero rematado en lo alto por la inevitable paloma de barro cocido. Aquel conjunto podía haber constituido en otro tiempo una especie de casa solariega; pero se hallaba ya tan degradado , aquellos muros car- comidos y ruinosos mostraban tal incuria y mi- seria , que la peor casa del pueblo podía pasar por un palacio comparada con aquella vivienda. que venían de debajo de tierra, como si alguien Pié-Rondal divisó, en el interior del patio, á un se dedicase á minarla casa. robusto mozo de veintidós años, ocupado en car- Preguntó qué significaba aquello. gar un carro de estiércol, y creyó reconocer en —Es mi padre, que trabaja en la bodega, con- él al galán de quien había oido hablar la pasada testó Vicente. noche. Y mandó á su hermanillo que avisase á Mi- -Hay quien ha dormido mal esta noche y naut que un señor deseaba verle. cree que vos habéis madrugado mucho. Después de lo que había oído el día anterior, Turbóse el joven, que era, en efecto, Vicente no le costó trabajo á M. Pié-Rondal adivinar de Minaut. qué trabajo se trataba. —¡Cómo, señor! ¿Erais vos? balbuceó. Hízole esto temer un mal recibimiento: los —Sí; yo era. ¡Vamos! Estad tranquilo; yo na- buscadores de tesoros no gustan de ser inte- da diré. Pero, ¡caramba! tened más prudencia, rrumpidos en sus tareas. porque si Clavé hubiera estado en mi lagar... Quedó , pues , agradablemente sorprendido ¿eh?... no tiene buenas pulgas. cuando un momento después vió entrar á un Vicente lo sabía mejor que nadie. Dió las gra- hombre de unos cincuenta años, no sombrío y cias con una expresiva mirada á M. Pié-Rondal, exaltado , como él esperaba , sino tranquilo , de y le invitó á que entrase en la casa. ojos inteligentes y dulces , vaga sonrisa en los La habitación donde le introdujo era una vasta labios, y en toda su persona una especie de dis- cocina, ahumada, alta de techo, y en ella, sen- tinción natural perceptible hasta bajo sus gro- tado ante lamesa, un muchacho de catorce años seros vestidos manchados de tierra. se disponía á atar sus libros para ir á la escuela, M. Pié-Rondal, después de disculparse, habló mientras su madre, mujer alta, seca y ya rugo- de sus estudios arqueológicos y del cura Minaut, sa, cuidaba de que cociesen al fuego de sar- cuyos manuscritos buscaba. Añidió que, ha- mientos unos salvados para las aves. biendo éste nacido en Morelles, debía ser pa- M. Pié-Rondal iba á explicar el objeto de su riente de las personas del mismo apellido que visita, cuando llamaron su atención unos golpes habitaban aún en aquel pueblo. —Era tío mío, hermano de mi abuelo. —¿Y no encontrásteis nada? —¡Ah! ¡Perfectamente! Entonces ha debido —Nada, absolutamente. dejaros papeles... —Es extraño. Y sin embargo, ¿estáis seguro —En efecto, pero bien pocos quedan... Están de que hay dinero oculto aquí? á vuestra disposición. —Sí, señor; al menos en cuanto puede uno es- M. Pié-Rondal dió Jas gracias expresivamen- tarlo de una cosa certificada por persona fide- te, y añadió: digna. Sobre todo, juzgad vos mismo si tengo ó —Posible es que mis investigaciones puedan no razín. servir de ayuda á las que practicábais vos ahora Minaut invitó á su interlocutor á que se sen- mismo. tara; y después de avivar el fuego, que se ex- —¡Ah! exclamó Minaut, ¿os han hablado tinguía, continuó: de eso? —Hace de esto mucho tiempo; tenía yo doce —Sí, y además, al entrar aquí, he oído cavar ó trece años, pero me acuerdo como si hubiera en el sótano. pasado ayer, cuando oí á mi abuela, Bentada —Era yo. No tengo por qué ocultarlo. Yo sé en el mismo sitio en que estoy yo ahora, decir- que por alguna parte en esta casa ha sido enter- nos á todos: rada una cantidad de consideración por mi «Hijos míos, no vendáis esta casa hasta tanto abuelo y ese mismo cura Minaut de que ha- que hayái3 encontrado el dinero que en ella blábais, y me he propuesto descubrirla. hay escondido, una cantidad considerable, os —¡Muy bien! Pero si el cura Minaut fué quien lo aseguro, y que vale mucho más que la casa la enterró, debió tomar sus precauciones para misma.» Decía esto por centésima vez, y como que no quedase perdida para su familia; proba- mi padre, algo incomodado, le preguntara en blemente, dejaría alguna nota, una indicación qué lugar se hallaba aquel tesoro, ella movió cualquiera. tristemente la cabeza, diciendo: «No debo, no —No, señor. Claro es que por esa misma ra- puedo decíroslo; pero aquí hay dinero, estoy se- zón no empecé mis trabajos sin haber hojeado gura: buscadlo.» antes todos los papeles que hay en la casa. —¿Vuestra abuela era entonces muy anciana? —Comprendo. Sí, señor; era anciana, pero Del cura no había noticias , ni nunca se han conservaba bien sus facultades intelectuales y tenido después. En cuanto á mi abuelo, varias no chocheaba. Además, si bien no podía deter- veces discutieron él y su joven esposa acerca minar el sitio, hablaba de ciertas circunstancias del precio de los biene8 vendidos , y él le decía muy verosímiles. En la época de la revolución que el dinero estaba en lugar seguro... no lejos mi abuelo y el cura Miuaut acababan de heredar de aquí... no en casa del vecino, segur aviente. esta casa y las propiedades á ellaaaejas, mucho 0.4 cito sus expresiones tales como mi abuela más importantes entonces que actualmente. El nos las refería más de cuarenta años después. cura, perseguido por negarse á prestar el jura- Nunca dió más explicaciones, fuera porque te- mento exigido á los sacerdotes, se decidió á emi- miese una indiscreción involuntaria de su mu- grar. jer, fuera porque no quisiese disponer de un Previendo además que la persecución no pa- secreto que no era sayo solamente. ¿Había de raría en esto, persuadió á su hermano á que ven- prever él lo que ocurrió? Su hermano, cuyo re- diese la mayor parte de la herencia común. greso esperaba, no volvió; y él, poco tiempo des- Realizóse esta venta; ¡imagináos en qué con- pués, un día que paseaba en coche por el bosque, diciones! Ellos querían metálico y el dinero an- volcó el carruaje y él cayó debajo de una rueda: daba muy escaso. Sin embargo, se realizó, y el le trajeron moribundo á casa, donde espiró sin producto, es decir, unos cuarenta mil francos, haber podido pronunciar ni una palabra. fué enterrado por los dos hermanos en un lugar Lo dejo á vuestro juicio : ¿estoy fuera de ra- de la casa en que nos encontramos; luego, el zón? ¿Se me debe tratar de visionario y loco, cura partió. como hacen mis convecinos? Las precauciones no eran exageradas. Herma- —No, contestó M. Pié-Rondal; esos datos me no de un emigrado y conocido él por sus opinio- parecen dignos de crédito, y sólo me extraña nes monárquicas, mi abuelo fué reducido á pri- que hayáis aguardado hasta ahora para compro- sión y sus bienes secuestrados; pero sobrevino barlos. la reacción y le pusieron en libertad. —¡Ah, señor! Estad seguro de que las exca- Poco después, á principios del 9o, se casó. vaciones que actualmente estoy practicando no son las primeras.la mi abuela hizo que arañasen Rondal. Enseñadme los papeles del cura Mi- la superficie de esa misma bodega que cavo yo naut: no sé por qué se me figura que encontra- ahora, hasta dos piés de profundidad. Mi padre se remos en ellos alguna indicación que os será de dedicó al corral de'las ovejas, y yo hace veinte utilidad. años levanté el piso de los establos y cuadras. Levantáronse, y Minaut comenzó á subir, con ¡Cuánto habremos removido aquí desde hace se- su interlocutor, una vieja escalera de piedra, de tenta años! Despechado, acabé por dejarlo, y pasales desgastados que conducía al granero. me dediqué al comercio. Si me hubiera enrique- cido, es probable que no hubiese vuelto á hacer nuevas excavaciones; me hubiera limitado á trasmitir á mis hijos el enigma que nos atormen- ta duranté tres generaciones. Pero lejos de enri- quecerme, he contraído deudas, y... os lo digo enconfianza, temo que me expropien mis acree- dores. ¿Comprendéis? ¡"Ver vender por una mez- quina cantidad esta casa que contiene un te- soro!... Es gran suplicio pensar: «Me bastarían doce ó trece mil francos para salir de apuros, y hay aquí una cantidad doble ó triple, que me pertenece, que está al alcance de mi mano, qui- zá bajo la piedra de este hogar... ¡Pero no, des- graciado, no la encontrarás; seguirá perdida para tí y para tus hijos, y cualquier extraño será quien se aproveche de ella!» Minaut estaba muy conmovido, y sus ojos se arrasaron en lágrimas. —¡Vamos! No 03 desesperéis, le dijo M. Pié-

Mí ni

Llegaron á un- cuarto donde Minaut encerraba el grano y que servía al mismo tiempo de des- ván. En un rincón, frente á la ventana, había un arca grande sin tapa que contenía, confandi- dos, libros y papeles, y M. Pié-Rondal empezó en seguida á explorarla. Tuvo el sentimiento de comprobar que no ha- bía más que papeles de la familia , escrituras, contratos diversos, viejísimos todos, muy vene- rables, pero sin el menor valor arqueológico. En cuanto á los libros, unos cincuenta próximamen- te, por más que hubiesen pertenecido en su ma- yor parte al cura Minaut, cuyas iniciales tenían, tampoco ofrecían gran interés. —Ahora, dijo M. Pié-Rondal á Minaut, vamos á lo que os importa. Habréis examinado ya estos suradamente hacia la mesa, desató la correa, papeles, superficialmente, como acabo de hacer- cogió uno de los libros, revestido de un sólido lo yo; eso no basta. El cora Minaut preveía las forro de pergamino, y presentándosele á Tienni, visitas domiciliarias, los registros, y si dejó aquí le preguntó bruscamente: algún documento relativo al dinero que acababa —¿De dónde has cogido esto? de enterrar, debió reservarlo, de tal suerte, que Tan sorprendido quedó el chico, que dejó caer su secreto no quedase á merced del primer ad- el bollo. venedizo; por consiguiente, nos falta mirar todo —Son mis Trozos escogidos de lectura, bal- esto escrupulosamente. buceó. Empezaron la tarea. Repasaron papeles y li- —Pero este forro, ¿de dónde lo has sacado? bros con el mayor cuidado, página por página. Tienni confesó llorando que lo había cogido M. Pié-Rondal llevaba la minuciosidad basta en el granero. romper las pastas de algunos libros sospe- —¡Tunante! exclamó Minaut. chando que pudieran ocultar alguna nota secre- M. Pié-Rondal había echado ya una ojeada al ta. Nada encontraron, y despues de dos horas de pergamino. inútiles investigaciones, abandonaron el grane- —Está escrito en latín, dijo, y probablemente ro, despechados y transidos de frío. * por el cura Minaut. ¡Yeámoslo! Mientras se calentaban en la cocina y M. Pié- El chico había forrado á conciencia sus Trozos Rondal pensaba en si la indicación que buscaban • escogidos de lectura. Primero había humedeci- habría sido confiada á un objeto menos perece- do en agua el pergamino para ponerle flexible, dero que una hoja de papel, el hijo pequeño de y luego, aplicándole sobre el libro, había reple- Minaut, Tienni, llegó de la escuela con su pa- gado los bordes en el interior de la pasta. quete de libros, que colocó sobra la mesa, para En un momento quedó destruido todo su tra- tomar de manos de su madre un bollo de leche. bajo. Una de las páginas del pergamino conte- Quiso la suerte que los ojos de M. Pié-Rondal nía un contrato de arrendamiento fechado en se fijasen maquinalmente en el paquete. 1774, y relativo á un prado que la familia Mi- De pronto se estremeció, y dirigiéndose apre- naut había vendido en 1842. Por ^Mfe^ta^ _

BIBLIOTECA 'WQWü mw MONTERREY, MEXK» página era la que había aplicado Tienni sobre M. Pié-Rondal se había inclinado sobre el ma- su libro y la que, preservada de todo contacto nuscrito, escrutando con la mirada, raspando exterior, conservaba clara y perfectamente le- con la uña, murmurando sílabas extrañas: Ter... gible la escritura del notario. ¿Pero qué impor- ter... sí, es una r... nat... nat... ¿qué es lo que taba aquel contrato sin objeto ya? Lo esencial dice después? era descifrar la nota latina escrita en el rever- Y toda la familia, con los ojos fijos en él, espe- so. ¿Cómo conseguirlo bajo las manchas de tin- raba ansiosamente, guardando el más profundo ta y de otras diversas materias acumuladas allí silencio. durante dos meses que hacía que andaba el libro De pronto, se irgsió exclamando: en manos del colegial? —¡Ya di con ello! ¡Terra natali, la tierra na- Sin embargo, M. Pié-Rondal no desesperó. tal!... ¡Es aquí en esta casa! El principio de la nota, replegado en el inte- —¡Bien!, dijo Minaut, que apenas respiraba; rior del libro, había estado suficientemente pre- pero, ¿en qué lugar? servado; podia leerse. Yerdad era que la cuarta —¡Oh, esperad!... Distingo aquí el principio línea que había estado precisamente en el filo de una palabra. de la pasta estaba borrada casi por completo, Y volvió á su tarea deletreando. pero las líneas siguientes dejaban entrever al- —Cot... coi... no, es una l... col..., eso es; pero gunas sílabas, y, al final, se distinguía aun cla- hay una i más lejos, y en seguida ari... ¡Victo- ramente parte de la firma, J. Min... ria!, exclamó; sí, indudablemente es eso: \colvm- —¡Es del cura Minaut! exclamó M. Pié-Ron- bariuml dal. ¡Escuchad! añadió, volviendo de pronto la — ¿Y qué quiere decir eso? preguntó Mi- vista á las primeras líneas de la nota; sí... eso naut. es... Meos fraíisque mei nummos... ¡Se trata del —¡Ah! Eso quiere decir, amigo, que el dine- tesoro que buscáisl ro que buscáis está en vuestro palomar. Minaut y su mujer, así como Vicente, que —¡Ya sé lo bastante! exclamó Minaut. ¡Pron- acababa de entrar, lanzaban exclamaciones de to, mi azadón! sorpresa y alegría. Y se dirigió hacia la puerta. —Esperad un poco, dijo M. Pié-Rondal dete- niéndole. El resto de este escrito, si consigo descifrarlo, nos dirá en qué parte del palomar... —Me es igual. Os repito que ya sé lo bastan- te. ¡El palomar! ¡Tan bestia he sido que no lo he adivinado! Es el único sitio donde no se han IV practicado excavaciones. Ahora ya tengo el di- nero, y, añadió alargándole la mano, haya poco ó mucho, la mitad os pertenece. —¡Oh! De ningún modo, no puedo aceptarlo. — ¡Bueno! Eso ya lo veremos. Mientras tanto, acabad de descifrar ese enigma; me parece muy M. Pié-Rondal se apoyó sobre la mesa y púso- bien, pero lo que me habéis dicho me basta. ¡A se á estudiar de nuevo y con ardor el perga- la tarea 1 mino. Y salió dirigiéndose ála bodega á recoger sus Después de tres horas de lavatorios, raspadu- herramientas. ras y laboriosos esfuerzos, logró descifrar una Dos minutos después llegaba al palomar y le parte de la nota escrita por el cura Minaut, y, acometía vigorosamente. terminado este importante trabajo, tradujo la nota como sigue: «Víctima de la persecución, y á punto de abandonar mi querida y desgraciada patria, confío el dinero de mi hermano y el mío á la tierra natal... coHmbarium (palomar). . . .

con la esperanza de que será hallado algún —Esperad un poco, dijo M. Pié-Rondal dete- niéndole. El resto de este escrito, si consigo descifrarlo, nos dirá en qué parte del palomar... —Me es igual. Os repito que ya sé lo bastan- te. ¡El palomar! ¡Tan bestia he sido que no lo he adivinado! Es el único sitio donde no se han IV practicado excavaciones. Ahora ya tengo el di- nero, y, añadió alargándole la mano, haya poco ó mucho, la mitad os pertenece. —¡Oh! De ningún modo, no puedo aceptarlo. — ¡Bueno! Eso ya lo veremos. Mientras tanto, acabad de descifrar ese enigma; me parece muy M. Pié-Rondal se apoyó sobre la mesa y púso- bien, pero lo que me habéis dicho me basta. ¡A se á estudiar de nuevo y con ardor el perga- la tarea 1 mino. Y salió dirigiéndose ála bodega á recoger sus Después de tres horas de lavatorios, raspadu- herramientas. ras y laboriosos esfuerzos, logró descifrar una Dos minutos después llegaba al palomar y le parte de la nota escrita por el cura Miuaut, y, acometía vigorosamente. terminado este importante trabajo, tradujo la nota como sigue: «Víctima de la persecución, y á punto de abandonar mi querida y desgraciada patria, confío el dinero de mi hermano y el mío á la tierra natal... coHmbarium (palomar). . . .

con la esperanza de que será hallado algún día, con aynda del cielo y gracias á este escrito esparcidas, que ningún sentido apreciable pro- trazado con lágrimas, por aquellos de los nues- ducían, y que ni siquiera podía asegurar que tros qne sobrevivan á esta tormenta, que permi- fueran indudablemente exactas. te Dios por nuestros pecados, pero que sin duda Así que, al volver á ver á Minaut, iba pensa- no querrá que sea eterna. tivo y enojado. »A nato J. Ch. Dom. nostro MDCCLXXXXIII Minaut, al contrario, gozoso, alegre, había ya Decemb. XXI a Die. quitado del suelo del palomar diversos utensi- »J. MINATTUS, lios que le ocupaban, y se disponía á levantar »Injuratus sacerdos.» el embaldosado. »Año de Nuestro Señor 1793, á 21 de Di- —¡Un momento! dijo M. Pió-Bondal; hay que ciembre. razonar la obra y ver hacia qué punto debeis di- »J. MINAUT, rigir vuestras investigaciones. »Sacerdote injuramentado.» —¿Habéis descubierto alguna otra cosa en el pergamino? De modo que, salvo un ligero vacío, M. Pié- —No, por desgracia... Cuando más, indicios Rondal había llegado á reconstituir, la nota del de indicaciones... En fin, jozgad vos mismo. cura Minaut. Pero por extraña fatalidad, hallá- Minaut, despues de cir leer á su interlocutor, base precisamente ese vacío en la parte del tex- preguntó si, aparte de la palabra colimbarium to donde, según todas las probabilidades, estaba (palomar) que aparecía claramente, las letras y indicado el lugar donde se encontraba escondido sílabas esparcidas en el pasaje truncado podrían el tesoro. Y eso que solo Dios sabe la tensión de significar algo. todas sas facultades con que examinó el malha- —¡Oh, sí! Pueden significar algo... y aun de- dado pasaje. masiadas cosas, porque parecen contradecirse. Anhelaba poder decir á Minaut: —«Bascad De todos modos, es evidente que ha querido de- ahí;» y después de algunos azadonazos ó marti- signarse el sitio del palomar donde se ha ocul- llazos, ver chispear las monedas de oro. tado el tesoro. Mas ¡ay! tan sólo había reunido algunas letras —Es probable. me basta. Estad tranquilo, removeré tan bien mi —Ahora bien; la primera sílaba que encontra- palomar de un lado á otro, que, ó suelta el dinero mos es sol... ¿Sol? ¿Qaé qaiere decir eso? Evi- que se le confió..., ¡ó el diablo me lleve! dentemente no es sol, solis, el s

mmor la casa, y que un hombre bastaba para aquél. Abril, y Minaut, después de haber cavado el En realidad, Minaut se había dedicado solo á piso en el interior del palomar, en una profundi- la persecución del tesoro, y no quería ceder á dad de cincuenta centímetros, nada había des- nadie, ni aun á su propio hijo, el honor de en- cubierto. No estaba por eso desanimado, solo contrarlo. que lamentaba no haber profuñdizado más. En tanto, "Vicente y Arsenia continuaban vién- —Pues qué, ¿vas á continuar?, le preguntó dose secretamente, y muchas veces discutían Vicente. sobre el cambio que nn hallazgo importante de- —Sin duda. ¿Por qué no? bía producir en las ideas de Clavé. La joven no —Porque, desgraciadamente, lo probable es participaba, acerca de este particular, de las que no haya nada ahí. Al menos espera á ver ilusiones de su novio. otra vez á M. Pié-Rondal. —No confíes en eso, decía; mi padre te tiene —¿Para qué? entre ojos. Trabajo te había de costar volver á —Acaso haya logrado descifrar el pergamino. su gracia. —No. Me hubiera escrito ó hubiese venido, —Pero razonemos, replicaba Vicente. ¿Por como me prometió. Yo le predije que antes lle- qaé me rechaza? Porque mis padres están arrui- garía yo con mi azadón que él con su anteojo, y nados... Supongamos que una venturosa casua- cumpliré mi palabra. He reflexionado y pien- lidad restableciera nuestros negocios y nos so abrir una zanja exterior por el lado del hiciera más ricos que él. patio. —Claro que no le sería indiferente, contesta- —Lo que piensas hacer es una gran impru- ba ArseDia; pero aunque es avaro, le repugna dencia. parecerlo, y no querrá que se diga que cede á —¿Te bromeas? consideraciones de dinero. —No. Esta pared, socavada por ambos lados, Tales ideas daban en qué pensar á Vicente. puede derrumbarse; no está ya muy segura. Pero el tiempo pasaba y no se veían señales de —¡Bah! que los sentimientos de Clavé hubiesen de ser —Te lo ruego, deja eso. Verás cómo te ocurre puestos pronto á prueba. Llegaba el principio de alguna desgracia. —Eso es cuenta mía; ocúpate tú de lo que te poco después, se abría la ventana de Arsenia. Entonces comprendió: sin duda era Vicente. atañe. —¡Ah, bribón, canalla! gritó. Era esta de esas determinaciones contra las Y al mismo tiempo se lanzó hacia él, armado que no hay lucha posible. Así lo comprendió Vi- de un garrote. cente, y además, sucesos imprevistos vinieron á distraer su atención del peligro á que su padre Vicente, asustado, quiso volver sobre sus pa- se exponía tan obstinadamente. sos; pero tenía cortada la retirada. Entonces Ya recordarán los lectores cómo Arsenia y él trepó por el tronco del peral, se agarró al sa- se veían secretamente: por la noche, Vicente, liente de la ventana, y ayudado por Arsenia, saltaba la tapia, atravesaba el huerto de Clavé y entró en la habitación de ésta. llegaba hasta debajo de la ventana de la joven, —¡Bueno! gritó Clavé; aguarda un poco, que •y luego se subía al tronco de un peral que toca- abora nos veremos. ba en la pared. Por supuesto, Clavé no sospe- Y entró en la casa. chaba nada; pero una mañana notó huellas de En la escalera encontró á su mujer, que le pasos en un campo qus había arado el día antes. esperaba temblorosa, con una laz en la mano. Le sorprendió mucho: ni su mujer ni su hija ha- —Ven y alúmbrame, le dijo. bían bajado al huerto, y, de otra parte, no veía El cuarto de Arsenia daba al descansillo de nada que pudiera hacer caer en tentación á los la escalera. merodeadores. Alzó el picaporte; pero la puerta, cerrada por el interior, no se abrió. Para esclarecer aquel misterio, emboscóse á la noche siguiente en un cobertizo próximo. No —¡Ah, esas tenemos! gritó... ¡Espera! tuvo que esperar mucho tiempo. A las diez oyó- Y, retrocediendo un paso, se lanzó contra la puerta, dando tan rudo golpe con la espalda, se un ruido; luego, un hombre, á quien la que la puerta crugió sordamente, pero sin rom- oscuridad tío le permitió reconocer, penetró perse. en el huerto. Su primer impulso fué lanzarse sobre él y apalearle, pero se contuvo. Vió Iba á repetir la operación, cuando oyó des- que el hombre se acercaba á la casa y que, correr el cerrojo, y la puerta se abrió. Arsenia estaba en pie delante de él, en acti- —Puedes matarme, pero no cederé, dijo Arse- tud firme y resuelta. La apartó bruscamente; nia, sin retroceder ni un paso. con una mirada escudriñó el cuarto, y luego, Clavé fué quien se detuvo. «¡Qué cabeza, vo- de pronto, dirigiéndose á la ventana, se inclinó ciferaba, qué cabeza!» E interiormente no po- escuchando: un ruido de pasos que se alejaba día menos de admirar á la que así le resistía, di- le indicó que Vicente acababa de irse por don- ciéndose con amargura y orgullo á la vez: «¡Có- de había venido. mo se parece á mí!» —¡Ya volveré á encontrarte!—gruñó. Por fin, temiendo sus arrebatos, y no sabien- Y luego añadió, volviéndose hacia su hija: do qué resolución tomar, 'abandonó el campo, —Ahora nosotros. ¿Conque esos son los ofi- dejando la conclusión para el día siguiente. cios que desempeñas?. . —¡Bueno, basta! dijo. Ya tenemos bastante —¿Qué oficios? por esta noche. Mañana por la mañana hablare- —¿Tienes la desvergüenza de recibir galanes mos de eso. Acuéstate, y antes de dormir procu- en tu cuarto? ra reflexionar. Vamos, dijo á su mujer. —Yo no recibo galanes. Esta es la primera Esta, antes de salir, dijo á su hija con tono vez que Vicente pone los piés en esta habita- suplicante y cariñoso: ción. —Niña mía, obedece, te lo suplico. Y articuló estas palabras tan claramente, que Arsenia abrazó tiernamente á su madre, pero Clavé casi lamentó su injuriosa acusación. sin que su actitud indicase que estuviera dis- puesta á ceder. —¡Está bien! dijo, quiero creerte; pero paré- Clavé empezó á pasearse por su cuarto medi- ceme que te tenía prohibido que le vieses ni le tando los medios de reducir á Arsenia á la obe- hablases. diencia, y, en todo caso, de impedir las escan- —Es verdad, te he desobedecido; pero le dalosas citas que acababa de sorprender. Imagi-' amo, y, quieras ó no, me casaré con él. nó sucesivamente tapiar las ventanas, tener en- —¡Desgraciada! cerrada bajo llave á su hija, poner trampas en Y Clavé, furioso al verse así desafiado, se el huerto y buscar quimera á Vicente y dejarle aproximó á su hija en ademán amenazador. tan mal parado que no se atreviera á volver á salir de sa casa. Todo ello era muy exagerado y poco práctico. Entonces pensó si la ley no le ofrecería algún anxilio. Sobre la chimenea tenía nn grueso volumen titulado Los cinco Códigos del reino, precedidos de la ley fundamental, que consultaba en los ca- VI sos difíciles, y también como aficionado, porque tenia instintos curialescos. Cogióle y comenzó á hojearle. A fuerza de rebuscar, dió con cierta ar- tículo 377, del cual le pareció resultaba que, por acuerdo del presidente del tribunal, oído el parecer del promotor, podía hacer que encerrar Hé aquí lo que había ocurrido. sen á su hija durante seis meses. Luego que salió su padre, Araenia, fatigada —¡Esto es lo que necesito 1 pensó. por la lucha que con él acababa de sostener, de- jóse caer sobre una silla, pensando con espanto Y después de señalar la página, fuese á en las fatales consecuencias de aquella aventu- acostar. ra. Tenía por evidente que su padre no se do- M día siguiente se vistió de prisa, y armado blegaría; que, por el contrario, se redoblaría su de su Código, se dirigió al cuarto de su hija. aversión hacia Vicente y que hallaría el medio Abrió la puerta, no sin cierta emoción, pero de impedir sus citas: veíase ya siendo víctima se detuvo estupefacto: la cama estaba intacta y de un espionaje incesante, de censuras y hasta en el cuarto no había nadie. de malos tratos; porque Ciavé, en sus raptos de cólera, no se contenía. Absorta estaba en tan tristes reflexiones, cuan- do su nombre, pronunciado en voz baja, hizo que se estremeciera. Alzó los ojos, y á pesar de 17 la obscuridad distinguid el rostro de Vicente por —Sí. Se comentará; tú quedarás comprometi- encima del saliente de la ventana: Arsenia co- da, perdida tu reputación, convenido. Pero ¿qué rrió h*eia él. te importa todo eso si tienes confianza en mí y —¡Cómo! ¿Eres tú? le dijo. ¿No temes que te me amas? sorprenda mi padre? —No se trata de mí. Lo peor que puede ocu- —No... habla más bajo... Acaba de apagar la rrirme es que mi padre haga que me busquen, luz y meterse en la cama. que me cojan y que me traigan por fuerza á su —¿Estás seguro? casa... No estaré en ella mucho tiempo: donde —Sí, he colocado en su ventana esta escalera quiera que estés sabré encontrarte. Pero ¿tú sa- que encontré en el cobertizo. bes á lo que te expones? —¡Ten cuidado! Quizá sea astucia suya. —¿A qué? —No; después de lo ocurrido, no puede su- —Yo estoy bajo la autoridad paterna, que en- poner que haya tenido yo la audacia de volver. tablará querella contra tí por rapto de una me- —¡Verdad es! ¿Y cómo te has atrevido? nor... Según parece, esss cosas se castigan. Y no —No había salido del huerto. Estaba ahí dis- hay que esperar su perdón: no se apiadará. puesto á acudir si te maltrataba. Vicente guardó silencio durante un momento, —¡Gracias! le dijo ella estrechándole la mano. y luego respondió: Por desgracia, esto no ha acabado: mañana em- —¡Ajajá! ¿Acaso no estás tú en libertad? Pues pezará de nuevo y siempre. No podremos volver qué, ¿te hago yo fuerza?... A mí se me antoja á vernos. marcharme de Morelles para ir á establecerme á —Arsenia, ¿estás decidida á todo para librar- otra parte. Creo que estoy en mi perfecto dere- te de esa persecución? cho. Y á tí te da el capricho de seguirme, de ir —Sí. adonde yo vaya. ¿Qué quieren que yo le haga? —Pues bien; abandonemos el país esta misma ¿Puedo yo acaso impedírtelo? noche, y huyamos juntos. —Verdad es, dijo ingenuamente Arsenia. —Ya había yo pensado en ello; pero ¿has me- —Ahí tienes á Marcelo Beau y á Fanny Cro- ditado las consecuencias? de, su prometida, que van juntos á París á tra- bajar en los jardines. Ella es menor de edad, menos. No quiso separarse de sus padres sin in- como tú, y no se casarán hasta ei invierno que formarles, no de viva voz, lo que hubiera oca- viene. Sin embargo, nadie les dice nada, y todo sionado observaciones y discusiones, sino por el mundo encuentra esto muy natural. Precisa- medio de unas cuantas líneas que escribió apre- mente deben salir esí.a noche, con los Roubláu, suradamente y que, al entrar en el cuarto de su Gagni y su mujer, los dos Pernet y otros varios. madre, trató de deslizar bajo la almohada sin El padre Vallot los llevará en su carro hasta la que ella lo notase. A pesar de todas las precau- estación del ferrocarril. ciones, la buena mujer se despertó. Si á nosotros nos pareciese bien unirnos á ellos —¿Eres tú, Vicente? Muy tarde vuelves, dijo. y á ellos ir en nuestra compañía, ¿qué mal ha- —Sí, madre; pero voy á acostarme: duér- bría? ¿Quién podrá sostener que soy yo el que mete. Y la besó tiernamente en la frente, mien- te robo, y no Roublán ó Pernet, ó el mismo pa- tras estrechaba la mano de su padre, dormido. dre Vallot? Cuando se hubo reunido á Arsenia, apresuróse Arsenia quedó convencida con estos razona- á conducirla á casa del padre Vallot, donde de- mientos. bía estar todo preparado para la marcha. En —En efecto, dijo, ¿y por qué no hemos de ir efecto, en el patio estaba enganchado el carro, con ellos? y ya estaban allí casi todos loa viajeros. —Iba á proponértelo. Salen á las dos. Todos se admiraron al verlos, y luego los acla- —¡Pues á escape!... No hay tiempo más que maron gozosos cuando Vicente anunció que ellos para coger algunas ropas y hacer un lío. también iban á París á trabajar en los jardines. Diez minutos después se hallaban en la calle Todo el mundo conocía los amores de los dos apresurando el paso, conmovidos y un tanto in- jóvenes, y por consiguiente, la causa real de su quietos, pero orgullosos de aquella calaverada viaje. que los unía para siempre. —¡Bravo, Arsenia, bravo, Vicente! exclamó Vicente dejó un momento á Arsenia para en- uno de los Pernet. ¡Se va á divertir el viejo trar en su casa y coger algunos objetos y el di- Clavé! nero que tenía, unos cien francos poco má3 ó Clavé no tenía simpatías en el pueblo; así fué —¿Qué es lo que te trae?—le preguntó á su que hasta la estación del ferrocarril hubo un vez. concierto de risas y bromas sobre la cara que —¡Domonio! Ya puedes figurártelo, tu hijo • pondría al ver que le habían robado su hija. Vicente. ¡Buenos jaleos arma! Yo sigo una bro- Lo que experimentó por la mañana al ver el ma como cualquiera; pero esta me parece algo coarto desierto, fué una violenta cólera. Desató- pesada. se en imprecaciones contra Arsenia, porque no —¿Qué broma? ¿Qué es lo que tienes que de- podía caberle duda de que se había escapado; la- cirme de Vicente? escalera apoyada en la ventana y la puerta del —¡Ea, no te hagas el tonto! Arsenia está aquí huerto abierta, estaban allí para atestiguarlo. en tu casa. Cuando la cólera le permitió reflexionar, se —¿Arsenia, tu hija? dijo: «Se habrá refugiado en casa de los Minaut. —Sí; la reprendí algo agriamente ayer y ha Todos están de acuerdo. Quieren comprometer- querido refugiarse aquí de acuerdo con Vicente. la para que no'pueda negársela. ¡Que aguarden! Todo eso está muy bien; pero no me parece con- Lo esencial es sacarla de allí sin escándalo, y veniente que se prolongue. antes de que la noticia corra. ¿Cómo lograrlo?» —No entiendo lo que me quieres decir. Pronto formó su plan: presentarse eu casa de —¡Ah! ¿no lo entiendes?... ¿Dónde eetá ahora Minaut, fingir que no tomaba el asunto en serio, tu hijo? tranquilizar á Arsenia, llevársela, y cuando la tuviera en su poder, castigarla sin piedad. —En la cama, supongo, porque volvió anoche Encontró á Minaut levantado ya y "ocupado en muy ta.'de. BU ordinaria tarea. —¿Me permites que vaya á decirle dos pa- —¿Qué tal va eso?—le dijo;—¿encuentras te- labras? soros? —¡Y cuatro, si quieres!... ¡Vaya una his- Minaut frunció el entrecejo. No quería á Cla- toria! vé, que le trataba de visionario, y además des- Y recogió tranquilamente su azadón. deñaba á su hijo. En vez de contestar á la pre- Clavé entró en la casa. Dirigió las mismas gunta : preguntas á la esposa de Minaut, y ésta, que no había visto todavía la carta de su hijo, contestó trabajo que dar á tu hija, que la envías á traba- poco más ó menos lo mismo que su marido. jar á los jardines, á París? Fuéronse al cuarto de Vicente y la señora Mi- Clavé se estremeció; ¡aquello era una revela- naut quedó tan sorprendida como Clavé por no ción!... Pero el tono de Vallot le ofendió. encontrarle allí. Pero éste, convencido de que —¿Y qué? Si la hubiese mandado, ¿qué mal todos estaban de acuerdo para burlarse de él, no habría en ello? Y á tí ¿qué te importa? pudo contenerse. —¡Oh, nada absolutamente! Solo que admiro —¡Está bueno! exclamó; creen que van á lo- la precaución que has tenido de enviarla acom- grar la hija riéndose del padre... ¡Estáis frescos, pañada de Vicente. Así, al menos, tienes la se- amigaitos! Yo os haré reir de otra manera. Yo guridad de que BÍ se pone enferma tendrá quien os enseñaré lo que cuesta el arrebatar á una jo- la cuide. ven del domicilio paterno. Clavé, no podiendo soportar con sangre fría Minaut, al oir sus gritos, se aproximó y le dijo tales sarcasmos, se alejó apretando los puños. fríamente: De otra parte, ya no necesitaba saber más: se —Clavé, estás armando aquí escándalo, y te trataba de un rapto, y los dos fugitivos iban á recomiendo que nos dejes en paz. * París. —Bueno; á la justicia será á quien tendréis Llegó á su casa murmurando: que responder; voy á entablar querella. —¡Bueno! Corred, amiguitos, y burláos de —Pues entáblala, y cuanto antes... ¡Ya tar- mí. Yo sabré alcanzaros, y al freír será el reir. das mucho! ^ Minaut estaba pálido de cólera. Clavé, que no quería riña con é), se batió en retirada y salió de la casa gruñendo amenazas. En la calle encontró al padre Vallot, que vol- vía con su carro de la estación del ferrocarril, y le dijo en tono burlón: —¿Cómo es eso, Clavé? ¿No tienes en tu casa VIP

A la puerta de su casa vió á su mujer. Des- pués de haberse enterado de la ausencia de Ar- senia y la salida matinal de su marido, esperaba en la mayor inquietud. Acaso hubiera pasado junto á ella sin dirigir- le la palabra; pero cometió ella la imprudencia de dirigirle una tímida pregunta; y como sobre alguien había de descargar su cólera, hízola re- caer sobre su esposa. —¡Lo que ha hecho tu hija!—exclamó.—¡De- bes hablar y estar orgullosa de ella! No bastaba con recibir á su amante, y esta noche se ha fu- gado con él; están en camino de París. ¡ Corre I tras ella! Conque ya sabes lo que ha hecho tu hija. 268 ADOLFO BELOT. LA PALOMA. 269

Siguió hablando y repitiendo á cada instante g'anchar las muías á un arado y dispuesto á las palabras tu hija, pronunciadas con desdén. salir al campo. Esto constituía en él una manía: si alguna vez —Siento molestarte, le dijo; pero necesito dis- alababa las cualidades de Arsenia, decía á boca traerte de tus tareas un momento. llena: «mi hija»; pero en caso contrario, no era —Sí, dijo Saccaud sonriendo, ya me figuro de hija más que de la señora Clavé. qué se trata. Censuró duramente,..á la pobre mujer por ha- —¡Ah, ya sabes!... ¿Es delicioso, verdad? ber trasmitido malos instintos á su hija, por ha- —¡Bah! Por ahí había de acabar. Vendrás á berla echado á perder con su mimo y por haber arreglar lo de las proclamas... puesto que tu protegido sns amores con Minaut: probablemen- hija ya no puede casarse más que con Vicente. te tendría ella conocimiento de las citas y las —¿Te burlas de mí? Bien sabes que nunca favorecería... ¡qué indignidad! ¡Acaso fuera quise oir hablar de tal matrimonio. cómplice del rapto! Guardóse bien la pobre mujer —Sí, pero después de lo que acaba de pasar... de protestar contra tales acusaciones, temiendo —Razón demás para oponerme. ¡Pues no fal- irritarle más, y se contentó con llorar y gemir. taba más! ¿Te parece que se obtiene de mí lo —¡Sí, llora ahora! Eso todo lo remedia... Yo que se desea por semejantes procedimientos?... voy á procurar que al menos no se hayan bur- ¡Vaya, entremos en tu casa! lado de mí impunemente. —¿Para qué? Encerróse un rato en su cuarto, consultó su —Para presentar una denuncia. Código y descubrió entonces que los raptos de —¿Eso quieres? menores estaban rigurosamente penados. «Con- —Sin duda. No le saldrá á Vicente el asunto fío, decía para sí, en que Vicente sufriráel máxi- tan bien como se imagina. ¡Ea! ¿vienes? mum de la pena. ¡Vaya! A la alcaldía á prestar —¡Vamos, Clavé, reflexiona un poco! declaración.» —No hay para qué reflexionar. ¿Quieres ad- El alcalde, un honrado labrador llamado Sac- mitir mi denuncia ó no? Si no te sientes con áni- caud, era uno de sus vecinos más cercanos. En- mos para redactarla, iremos á buscar al maestro. contróle en el patio de su casa ocupado en BU- —Dejemos al maestro en paz, dijo Saccaud un tanto picado. Yo mismo escribiré perfecta- Pero, al llegar, j uzgó conveniente visitar pri- mente tu denuncia si juzgo que hay méritos mero á M. Pié-Rondal y pedirle consejo. para admitirla. M. Pié-Rondal, al verle, se acordó del proble- —¿Cómo admitirla? Ese es tu deber. ma que no había podido resolver en Morelles, y —Es posible; pero también lo es el hacerte se informó de si Minaut había descubierto algo algunas observaciones. ¡Vamos, Clavé, hable- en sus excavaciones. mos sin regañar! Te opones obstinadamente á —¡Ah, sí, el famoso tesoro!—contestó Clavé ese matrimonio, ¿tienes alguna razón? Los dos con sarcástica y desdeñosa sonrisa,—¡buena bro- jóvenes están encariñados, y buena prueba de ma está! ello han dado hoy... En suma, ¿qué tienes que —No; os aseguro que me parece cosa for- decir de Vicente? Buen carácter, formal, traba- mal. jador... Te desafío á que encuentres en el país —¿Sí? Pues nadie lo creería, á juzgar por los otro de mejores condiciones. Ya sé, ja sé que resultados. Mejor hubiera hecho Minaut en ca- Minaut no ha hecho gran negocio en su co- var sus viñas que su corral. Pero no es de eso de mercio y hasta que tiene algunas deudas; lo que se trata. pero... —¡Ah!... ¿Pues de qué? —¿Debo entregar mi hija á Vicente, verdad? Clavé relató su desventura y terminó consul- —¡Caramba, esa es mi opinión! tando sobre lo que debería hacer. —Pues bien, guárdatela. Hasta la vista. —Muy sencillo, buen amigo, contestó M. Pié- —¿Adonde vas? Rondal. Cuando dos muchachos se quieren y —A otra parte: á buscar á alguien que me han cometido una calaverada de ese género, no atienda y que no se burle del dolor de un padre queda más que avisar al juez municipal y al ofendido. cura y regularizar su situación con un matrimo- Y salió majestuosamente del patio, volvió á nio en legal forma. su casa, enganchó el caballo al tilbury y se di- Escandalizóse Clavé al oir tal respuesta. rigió á la ciudad, decidido á presentar querella —¡Cómo, vos también! ¡Valiente consejo me ante el juzgado. dáisl • —El mismo que os dará cualquier hombre cuentra? ¿Ha de cuidar más la policía que vos sensato é imparcial. mismo de vuestros más caros intereses? ¿Cómo —¡En seguida!—exclamó Clavé.—¡Iba yo á no habéis salido ya para París? aceptar por yerno á un picaro que desafía mi —¡Oh, de ningún modo!—dijo Clavé.—Arsenia cólera y se burla de mí, al hijo de un loco arrui- no ha necesitado de mi compañía para irse, y nado, que se pasa el tiempo buscando tesoros en puede pasarse sin ella para volver. No he de ser vez de trabajar útilmente!... Me señalarían con yo quien dé el primer paso. No, no. ¡Jamás des- el dedo en el país, y tendrían razón. cenderé yo hasta ese punto!... ¡Es fuerte cosa! —-No : dirán que sois un buen padre, que ha ¡Todo el mundo se pone contra mí; yo soy el que olvidado sus resentimientos para no pensar más obra mal según parece!... Pues bien, que quede que en la dicha de su hija... No creo que eso os impune el delito de Vicente, consiento en ello; convenza; en fin, podéis hacer lo que os acomo- pero que mi hija no vuelva jamás á mi casa de. ¿Y .qué es lo que pensáis, entonces? puesto que ha huido de ella... ¡que no vuelva á Clavé explicó su3 intentos: presentar querella pedirme un pedazo de pan, porque no lo tendrá! y hacer que Vicente fuera detenido y condena- ¡Ya la conozco, y reniego de ella! do. En cuanto á su hija, traerla por la fuerza y M. Pié-Rondal se esforzó en vano para cal- obtener contra ella la reclusión por algunos me- marle. Nada quiso oir, y salió del despacho del ses, como corrección paterna. abogado repitiendo con acento trágico: —Ya veo el proyecto, amigo Clavé,—replicó —¡Para lo sucesivo estoy solo! ¡Ya no tengo M. Pié-Rondal;—pero dudo que podáis llevarle á hija! cabo. —¡Cómol La ley está en mi favor, la conozco. —Vicente Minaut encontrará personas que la conocen mejor que vos y que sabrán defender- le... En cuanto á vuestra hija, á quien queréis traer á casa entre dos guardias, ¿por qué no vais á buscarla vos allí donde sabéis que se en- ís —

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M. Pié-Rondal no dió á estas palabras más importancia de la que merecían. Lo que más le afectó, fué el mal éxito de los trabajos de Mi- «i naut. ¡Qué desgracia no haber podido descifrar I 1IÍ>l por completo el maldito pergamino! Caatro me- p ses, á su vuelta de Morelles, se lo había ense- 1 i - ñado á dos amigos sujos, y por más que echó ¡ i im É» los tres «con gran refuerzo de lentes,» como dice Rabelais, no habían podido reconstituir el texto. 19 1 También entonces, cuando salió Clavé, sacó HH del cajón de la mesa el manuscrito y le exami- 1 flBn N. nó de nuevo; pero no tardó en reconocer su im- potencia. t .r«» - _ B! v —Y, sin embargo, decía para sí, hay aquí una indicación. ¿Cómo es que Minaut, que ha - .*! • i • ,!¡ S ' .

R . - ' v • ». VVi ' • V"í |Br debido explorar su palomar, no ha encontrado ñada discusión relativamente á una docena de nada? ¿Deberá suponerse que el dinero escondi- monedas de cobre llenas de cardenillo, que, se- do habrá sido hallado y cogido por un extraño ó gún M. Pié-Rondal, se remontaban á la época de por un criado? Carlovingio, mientras que su «querido maestro» Aferróse á esta suposición, y pensó que sería sostenía que erau del tiempo de Enrique II. una obra de caridad sacar á Minaut de su ingra- Una mañana que acababan de discutir sobre ta tarea; pero consideró al propio tiempo que es- el particular, M. Pié-Rondal, obligado como tas manías resisten á los mejores razonamientos siempre á batirse en retirada ante los argumen- y son incurables. Arrojó el pergamino al fondo tos de su antagonista, desdobló el periódico de del cajón, resuelto á no volver á ocuparse de tal la localidad y dirigió á él distraídamente la asunto. vista. A mediados de Junio recibió la visita de De pronto lanzó una exclamación de dolorosa M. Prevotin, arqueólogo como él, pero algo más sorpresa. entendido. M. Prevotin habitaba en París; esta- —¿Qué es eso?—preguntó M. Prevotin. ba en relaciones con algunos miembros del Ins- —¡Oh, pobre Minaut, qué desgracia!... ¡To- tituto, sección de inscripciones, era individuo mad, mi querido maestro, leedme esto! de multitud de sociedades científicas y había es- M. Prevotin cogió el diario y leyó: crito diferentes obras. En resumen, M. Pié-Ron- Nos escriben de Morelles: dal reconocía su superioridad de tal manera, «Un lamentable suceso acaba de sumir en el que rara vez le llamaba «mi querido amigo,» mayor desconsuelo á una de las familias más sino casi siempre «mi querido maestro,» con una estimadas de nuestro pueblo. M. Félix Minaut, mezcla de familiaridad y de respeto. labrador de Morelles, sobrino del cura Minaut, Cuando hacía alguna excursión científica por vicario que fué de San Eusebio de Auxerre, per- provincias, á no ser que el rodeo fuese muy suadido por tradiciones de familia de que su tío grande, no dejaba nunca M. Prevotin de ver á había enterrado una considerable cantidad de su colega, que siempre tenía que darle cuenta dinero en su casa en la época de la primera Re- de alguna novedad. Esta vez sostuvieron empe- volución, resolvió descubrir el tesoro. Ya había practicado investigaciones en dife- palomar acababa de desplomarse, y no veía á su rentes sitios, cuando á fin de Enero último, el marido! Gritó, pidió auxilio, llegó gente por to- palomar situado en el extremo del corral, á la dos lados, y después de dos horas de trabajo, lo- izquierda, le fué especialmente recomendado, graron encontrar el cuerpo de Minaut; ¡pero hor- según lo que aparecía de un documento de in- riblemente mutilado!... ¡Ya no era más que un contestable valor, por M. P.-R., uno de nuestros cadáver! sabios arqueólogos.» Renunciamos á describir el dolor de la viuda M. Prevotin se interrumpió para dirigir una y del hijo menor de la víctima: el mayor, ausen- mirada interrogadora á su amigo. te desde hace dos meses, quizá ignore aún la fa- —¡Sí, sí!—dijo éste,—jo soy; pero continuad, tal noticia. Ayer se celebraron los funerales: os lo suplico. toda la población do Morelles asistió, dando M. Prevotin prosiguió: muestra con su recogimiento de la dolorosa «Minaut, muy confiado, dirigió sus investiga- simpatía que le inspira la desgraciada fa- ciones por aquel lugar. Exploró las paredes del milia.» palomar, y luego, no habiendo encontrado nada, se puso á cavar el suelo en todos sentidos, pro- —Y á mí también, mi querido maestro, me produce esto grave disgusto; porque al fin jo fundamente. Tales excavaciones hacían temer fui quien indicó á Minaut el palomar. el inminente derrumbamiento de las paredes. —No es culpa vuestra si no tomó las debidas Varias veces los vecinos de Minaut, que toma- precauciones. ban interés en sus trabajos, le habían advertido que tuviese cuidado no le ocurriera una desgra- —Indudablemente... pero si yo me hubiese cia; pero él no hacía caso alguno de estas ad- equivocado... ¡Pero no!—añadió vivamente,—no vertencias. Por último, el sábado pasado suce- hay duda posible; he leído colmiíaritm... Por lo demás, vedlo vos mismo. dió la catástrofe temida. A las nueve de la ma- ñana oyóse un siniestro estruendo; la mujer de Dirigióse apresuradamente á su mesa y sacó la nota del cura Minaut. Minaut salió precipitadamente de la casa... ¡Considérese su terror! ¡Una de las paredes del —¿Qaé pergamino es ese?—preguntó M. Pre- votin. —¡Ah, es verdad! No os lo lie dicho... Pues —Cierto que no es fácil. Sin embargo, con pa- bien, querido maestro, escuchad. ciencia, y por deducción... Y le refirió su viaje á Morelles, su visita á —Bueno, pues tomad. Ahí tenéis las letras los Minaut, sus infructuosas pesquisas en el que he logrado sacar de ese pasaje,—dijo M. Pié- arca, y luego el inopinado descubrimiento de Rondal, mostrándole un pedazo de papel pren- aquel pergamino, adaptado, á guisa de forro, á dido con un alfiler al pergamino.—Hallad el sen- un libro del joven Tienni... tido, si podéis. —No veo aquí más que un contrato antiguo —Nada cuesta intentarlo. de arrendamiento, dijo M. Prevotin. Hallábase altamente excitada la curiosidad —Sí, pero volved la hoja... ved al reverso, de M. Prevotin. Quería penetrar aquel enigma, aquí... esa nota en latín. cuya averiguación acababa de costar la vida á —¡Ah, ah! En efecto, está en latín, aunque un hombre. no de Cicerón. —Dejadme esta nota, dijo; voy á estudiarla —Poco importa, con tal que se pueda enten- solo, con la cabeza despejada. der. Se trata, como véis, de una cantidad guar- Retiróse á su cuarto é inmediatamente aplicó dada, escondida. al pergamino diversos reactivos, de los cuales —Sí; nummos terree natali credo. llevaba siempre provista la maleta. Pero nada —¡Bieu! ¿Y luego? consiguió: las letras que faltaban habían des- —¿Luego?... ut... col... lar... tari.,. Sí, lo que aparecido por el desgaste del pergamino. Con- decís vos, coluvibarium... ó columbario... palomar, formándose, pues, con los datos que le había es verdad. facilitado su huésped, examinó atentamente el —Luego tenía yo razón al decir que el tesoro pergamino, midió los intervalos que separaban estaba en el palomar. las letras, é imaginó mil combinaciones para —Segfiu y conforme: sería preciso completar llenar aquellos huecos de modo que formasen la frase. palabras, una frase, sentido, en fin. —Sin duda, y no deseaba yo otra cosa; pero Al cabo de dos horas, M. Pié-Rondal entre- intentadlo á vuestra vez, mi querido maestro. abría curiosamente la puerta, preguntando: —¿Qué hay? despertó sobresaltado por redoblados golpes en —¡Dejadme, por Dios!—exclamó el sabio im- la puerta de su alcoba. paciente. —¿Quién va? M. Pié-Rondal no se ofendió. Conocía la tena- — Yo, Prevotin; á escape, levantaos, nos cidad de su querido maistro, y sabía que no ha- vamos. bría quien le hablase mientras no hubiese re- —¡Que nos vamos!... ¿á dónde? suelto el problema ó hubiese desistido. —A ese pueblo... á Morelles. Tenemos que Mucho trabajo costó conseguir que bajase á comprobar... comer por la noche. —¡ Ah! ¿Habéis encontrado una explicación? Comía maquinalmente, sin decir una palabra. —Sí, y creo que buena. De pronto se estremeció, y mirando fijamente á —¿Cuál? sn amigo, —Ya veréis. Sólo para ese pobre Minaut ha —¡Ahí... ¿No había una paloma de barro en sido lamentable que no haya caído en mis manos lo alto del palomar?—preguntó. ese pergamino ocho días antes. —Sí... al menos creo haber notado... Por más que Pié-Rondal preguntó, nada más —¡Ah, eso es! ¡Bravo! quiso decirle. Se levantó, tiró la servilleta y subió precipi- — Ya os explicaré allí, sobre el terreno. Pron- tadamente á su cuarto. to hemos de verlo; pero os lo snplico, andemos M. Pié-Rondal se quedó con la boca abierta, listos. Es preciso que estemos allí antes del me- preguntándose: ¿Qué diablos querrá hacer con dio día. la paloma de barro? —¡Ah! ¿Y por qué antes de medio día? A las diez, al acostarse, miró á la ventana de —Ya, ya lo vereis. su «querido maestro» y vió luz. Mientras el ama de gobierno iba á buscar un —¡Ah, ah! dijo con secreta satisfacción; pa- coche, se desayunaron apresuradamente. A las rece que no es la cosa tan sencilla... tampoco cinco y media se pusieroa en camino. él... Pues yo voy á dormir tranquilamente. Se equivocaba. A las cuatro de la mañana Í!:

IX

El tiempo estaba magnífico; pero el calor era sofocante, y era de temer una tempestad. M. Prevotin quería llegar cuanto antes. Por lo demás, á pesar de las preguntas de su compañe- ro, se negaba á explicarse, ya porque no estu- viese completamente seguro de su descubri- miento, ya porque meditase una especie de efec- to teatral en el lugar de los sucesos. A las diez y media llegaron á lo alto de la co- lina de Morelles. El camino era escarpado y es- taba lleno de barrancos, por lo cual se apearon. En una viña que lindaba con el camino estaban trabajando una mujer y un muchacho, que in- terrumpieron sus faenas para saludarles. M. Pié- Rondal reconoció á la viuda de Minaut y á su hijo Tienui. La mujer en mangas de camisa, con acaba de ocurrir no penséis en nuevas investi- un jubón corto, los piés descalzos, los cabellos gaciones; pero tranquilizáos, las que voy á pro- en desórden, la piel curtida y agrietada; el chico poneros están exentas de peligros... al aire li- con un pantalón hecho pedazos y el cuerpo des- bre, en medio de vuestro patio. nudo y negro como un tizón. Aquellos dos infe- M. Pié-Rondal, asombrado, miró á su amigo. lices se entregaban, bajo un sol implacable , á —Sí, insistió éste, en medio del patio, porque • rudos trabajos que aniquilan á los hombres más el palomar está al Mediodía... robustos. ¿Comprendéis ahora?... ¿No? ¿Todavía no? —iCómo! ¿Sois vos? exclamó Pié-Rondal lleno Pues bien, venid... En cuanto á vos, buena de compasión. ¿No teméis mataros y matar á mujer, ignoro lo que podrá valer ese tesoro, vuestro hijo? pero los azadonazos que vais á dar serán por lo —•¿Qaé queréis, señor? No hay otro remedio. menos tan productivos como los que deis aquí. No estamos ya en la casa más que Tienni j yo. La viuda de Minaut se decidió. Anudóse al —Sí; jasó que vuestro hijo Vicente... y tam- cuello un mal pañuelo negro, que era lo que in- bién hemos sabido la desgracia ocurrida. dicaba su luto, y seguida de su hijo, echó á an- La pobre mcjer suspiró y bajó los ojos. dar tras del carruaje. —Precisamente esa misma noticia, continuó Por el camino refirió detalladamente la catás- M. Pié-Rondal, que leímos ayer en los periódi- trofe; y como M. Pié-Rondal se asombrara de cos, es la causa de nuestro viaje; íbamos á vues- que pudiera ya dedicarse al trabajo, le con- tra casa. Mi amigo M. Prevotin desea hablaros. testó: La viuda de Minaut dirigió á los dos hombres — Es que nosotros no podemos amortiguar una mirada tímida y casi horrorizada. nuestras penas sin hacer nada. —¿Queréis hablarme aún del dinero escondi- Impacientábase luego al pensar si su hijo ma- do? dijo. ¡Oh, no! no volvamos á hablar de ello; yor Vicente habría ó no recibido la carta que le bastante mal nos ha ocasionado ya. había dirigido, ó si estaría malo. Le esperaba Intervino M. Prevotin. anhelante, y ya debiera haber llegado. —Comprendo,—dijo,—que después de lo que M. Pié-Rondal procuró tranquilizarla. Extra-

UNIVERHDAp DE WtífVQ IfO K BIBLIOTECA Uí^ ^. , "¡rnm ^3.1625 MONImm,IKm fiábale, sin embargo, que la ausencia de Vicen- amoríos. Debía, pues, estar seguro de que Vi- te se prolongara tanto. cente no nos había consultado para dar ese paso. —Yo creía terminado ya ese asunto. Creí que Le hemos escrito reprendiéndole; pero ¡qué ade- Arsenia estaría ya en casa de su padre, y conve- lantamos, el mal estaba ya hecho! Ahora preci- nido el matrimonio, si no se babía llevado á so es que sigan ambos donde están, puesto que efecto. Clavé no quiere saber nada. —¡Ah, caballero! No conocéis á Clavé: ba ju- —Tranquilizáos,—dijo M. Pié-Rondal;—si esto rado no ceder, y no cederá, estad seguro. El día que vamos á intentar da resultado, no tardará que fué á consultaros , regresó al pueblo como en cambiarla situación: no sería la primera vez un furioso: su mujer intentó hacerle algunas que el dinero arreglara las cosas. observaciones, y hasta se dice que la maltrató. —¡Ah, señor, Dios os oiga! Pero lá desgracia Sacaud y otros vecinos han tratado después de me persigue tan encarnizadamente que no me esto de llamarle al orden; pero les ha despedido atrevo á esperarlo. con cajas destempladas. En cuanto á nosotros, Hablando de este modo, habían llegado á Mo- nos tiene un odio mortal. ¡Sólo Dios sabe lo relles. que ha dicho de nosotros y qué de amenazas nos Los escombros de la pared que había aplasta- ha dirigido! Que iba á procesarnos, que acabaría do á Minaut estaban aun esparcidos por el sue- de arruinarnos... Cuando ha ocurrido la desgra- lo. Sin embargo, á pesar de haber cedido una de cia á mi pobre hombre, se ha dicho que él se ha- las vigas que lo sostenían, el tejado del palomar bía alegrado. estaba intacto y M. Prevotín sonrió con satisfac- —¡Uh, eso es indigno! ción al ver la paloma de barro que lo coro- —Os aseguro que acaso sea el único de More- naba. lles que no ha asistido al entierro. Pero, ¿de —¡Bien!—exclamó,—¿qué hora es? dónde proviene ese odio? pregunto yo. Bien le- —Las once y cuarto. jos de inclinar á Vicente á que buscara á Arse- —¡Muy bien! nia, hemos tratado siempre de disuadirle de ello Dicho esto, comenzó á mirar por el suelo como sabiendo que á nada bueno conducirían esos si hubiera perdido algo. —¿Qué buscáis?—preguntó M. Pié-Rondal. de su amigo comenzó á trepar por la escalera. —La sombra de esa paloma de barro qae está Al llegar al tejado, fué levantando tejas pará en lo alto del tejado... ¡Hura! exclamó de pron- abrirse paso por él, y fijando los pies sobre las to, ¡no la veo! El sol está demasiado alto en la latas á la manera de los albañiles, llegó á lo alto estación presente y la sombra se proyecta sobre del palomar. Entonces levantó la paloma de el tejado. Al medio día estará menos oblicuo barro y colocó en su lugar, todo lo perpendicu- aún, ¿qué hacer? larmente que le fué posible, el varal que había Reflexionó un instante; después, dirigiéndose llevado y cuya sombra vió proyectarse en la á Mad. Minaut que contemplaba todo esto con tierra, un metro más allá de la sombra del borde dolorosa estupefacción. del tejado. —Pronto,—dijo,—dadme una escalera, una Se apresuró á bajar y sacó el reloj. Eran las escalera alta, que llegue al tejado. doce en punto. —¡Cómo! ¿Vais á subir á esas alturas, á ries- Marcó cuidadosamente, por medio de estacas go de estrellaros? dijo M. Pié-Roudal. que había hecho preparar á Tienni, los dos —Es preciso. ¡Ea! démonos prisa. extremos de la sombra formada por el varal; Las dos escaleras que encontraron en la gran- luego ató una á otra las dos estacas, por medio ja eran demasiado cortas; pero M. Prevotín unió de un hilo bien tirante, que prolongó en seguida la una á la otra y liándolas fuertemente con en línea recta hasta los dos tercios del patio, cuerdas: donde lo fijó por una tercera estaca. —Ayudadme á colocarlas sobre la pared, dijo. Luego, cogiendo el azadón de Tienni se puso La operación se realizó, no sin dificultades; á cavar ligeramente, siguiendo la línea marca- pero al fin la extremidad superior de la escale- da por el hilo. Bien pronto encontró, casi á flor ra fué apoyada en el alero del tejado. de tierra, uno de esos gruesos guijarros negruz- En todos estos preparativos habían empleado cos, bastante raros en el país, y se lo señaló con cerca de media hora. la punta del azadón á Mad. Minaut, diciéndola: M. Prevotín cogió un varal de más de tres me- —Cavad aquí; vuestro tesoro está bajo esta tros de largo, y sin atender las observaciones piedra. X

Tienni y su madre, admirados, permanecían inmóviles con los brazos colgando. —¡Qué! ¿No me habéis entendido?—dijo el se- ñor Prevotín;—os repito que el dinero está aqní, bajo este guijarro... Cavad, apartadlo. No hay ningún peligro en ello; podéis cavar con toda seguridad. Tienni se decidió á hacerlo, después de haber consultado con la mirada á su madre, y ésta co- gió también au azadón y se puso á ayudarle. —Querido maestro, dijo M. Pié-Rondal, no he querido interrumpiros hasta ahora; pero ¿ten- dríais la bondad de explicarme cómo habéis lle- gado á esta solución... que, confío en que, para dicha de estas pobres gentes, resultará acer- tada? 294 ADOLFO BELOT. LA PALOMA. 295

—Con mucho gusto,—contestó M. Prevotín;— por la cima del tejado. Pero ¿dónde colocar al es muy sencillo: vais á verlo. observador? Como el palomar es más elevado Sacó de su bolsillo el pergamino, y extendién- que todo cuanto le rodea, en cualquier punto dolo ante los ojos de su amigo, prosiguió: que pongáis al observador, el radio visual irá á —¿Cuáles son en este pasaje truncado las sí- perderse entre las nubes. Es, pues, absoluta- labas que tienen una significación indiscutible? mente preciso que ese radio parta de más alto. ¿Fastigno es verdad? Es decir, fastigium, Y más alto, ¿qué e3 lo que hay? Nada, no sien- el tejado, la cumbre... ¿A. quién se le ha de do el sol. ocurrir esconder un tesoro en un tejado? No, en —¡Oh, pues eso! Tratase de la sombra produci- primer lugar, sería difícil, y en segundo, im- da, ai sol, por la cima del tejado. Tenemos la prudente. Luego aquí se trata del tejado tan confirmación de esto por las dos letras siguien- solo como medio de transición y por correspon- tes: Ir..., las cuales, indudablemente, no perte- dencia con un punto determinado... Pero es necen á imbrex, teja, ni á imbra, lluvias, sino á vaga la palabra tejado. ¿Qué parte del tejado? umbra ó más bien á umbram, sombra. Las cuatro ¿Uno de los aleros, ó el vértice? Esto es impor- letras dispersas que siguen, pr-i-t, forman parte tante... Pues bien, á continuación habéis visto de un verbo que completa la frase, por ejemplo, estas tres letras, al-t, la l separada de la por projicit... Me diréis que la sombra cambia... consiguiente no es altum. Pero si se llena el —Efectivamente, según la hora y la estación. hueco con una a, ¿por qué no ha de ser alatum?... —Bien; pero el cura Minaut lo previó todo. ¡A.h! pues eso es, la cumbre alada..., forma poé- Ved las letras que preceden á fastig: med, di, tica de designar la paloma de barro que remata ¿qué pueden querer decir, á no ser med fia), di el palomar. ¿No recordáis mi emoción cuando se (ej... á medio día, á las doce de la mañana? me ocurrió esta idea? Es que me ponía sobre la —Bueno; ¿pero la estación? pista. —¿La estación? ¿De qué fecha es este escrito? En efecto, es evidente que el tesoro se en- 21 de Diciembre de 1793: 21 de Diciembre, épo- cuentra en el lugar donde termina el radio vi- ca del solsticio de invierno. ¿Os pareceré teme- sual que parte del ojo del observador pasando rario por interpretar lo que sigue de este modo? lio (c) soli (stitial) temp (o) r (e), en este tiempo de jaban con fe, pero sin adelantar mucho en aquel solsticio. Indudablemente, eso es, y la frase que- terreno cascajoso; además, la piedra, á medida da completa. Ahora tradozco: El sitio en que el que se descubría, iba apareciendo tan volumino- palomar, en este tiempo de solsticio, a medio día, sa que parecía difícil levantarla. proyecta la sombra de su cimbre alada. —¡No importa!—dijo M. Prevotín;—entre los Ahí teneis por qué tenía yo empeño en llegar cuatro malo ha de ser que no lo consigamos. aquí antes del medio día. En cuanto á la prolon- ¡Animo! gación de la sombra en la época del solsticio de De pronto, Tienni y su madre tiraron los aza- - verano, confieso que lo he obtenido por un pro- dones y corrieron hacia la puerta del corral. cedimiento bastante inexacto; pero me bastaba, Acababa de entrar un hombre: era Vicente Mi- atendiendo á que el cura Minaut debía haber naut. puesto alguna señal en el terreno. En efecto, no Arrojáronse llorando unos en brazos de otros y me ha costado gran trabajo dar con esa piedra, permanecieron estrechamente abrazados. La- de la que quizá no haya otro ejemplar en este mentáronse después de la catástrofe tan inopi- patio... y bajo la cual está el hallazgo, respondo nadamente ocurrida, y luego mediaron explica- de ello. ¿Teneis alguna objeción que hacerme? ciones sobre la tardanza de Vicente, que había —Ninguna, á no ser la de que el cura Minaut estado ausente de París unos días bascando un obraba con gran imprudencia al enterrar así su trabajo más lucrativo y había recibido la carta tesoro, en un corral y á las doce del día. el día anterior. —De ningún modo. Señaló el lugar á las doce Tales expansiones eran tan naturales, que los del día; pero hasta la noche no vino á cavar la dos arquéologos, á pesar de su impaciencia, no fosa y á enterrar su dinero. trataron de interrumpirlas. Vicente las puso —Mi querido maestro,—dijo riéndose M. Pié- término. Preguntó á su madre en voz baja lo Ron dal,—para todo tenéis respuesta, y creo que que significaba la presencia de aquellos señores; los hechos os darán la razón. En fin, pronto he- y, luego, sin esperar la respuesta, reconociendo mos de verlo. á M. Pié-Rondal, se dirigió á él y le dijo con Acercáronse á Tienni y á su madre que traba- tristeza; —¡Qué lástima que no quitáseis de la cabeza —¡Ah, bien decía yo!—exclamó. á mi padre aquella quimera! Y dando otro golpe más violento, hizo que sal- —Decid más bien,—respondió M. Pié-Rondal, taran algunas monedas de oro que brillaron so- —que fué lástima no haber podido indicarle el bre la tierra removida. lugar preciso donde estaba oculto el tesoro. Hoy Oyóse una triple exclamación de sorpresa y ya es conocido. ¡Mirad, ahí está! alegría. —¡Cómo! ¿Bajo esa piedra? —¡Oh, si estuviese aquí mi pobre marido!— —Alzadla,—dijo M. Prevotín.—Yo afirmo que exclamó la viuda de Minaut dejando correr su el tesoro está debajo. llanto. También Vicente tuvo un momento de duda y de vacilación; pero era tan poca cosa lo que le Vicente había cogido la mano á M. Prevotín, exigían, que para acabar con aquel asunto y no y se la estrechaba con efusión, no encontrando volver oir hablar de él, cogió uno de los azado- palabras para demostrarle su gratitud. nes y se dedicó á continuar el trabajo de su ma- —¡Está bien!—dijo el sabio, conmovido por dre y su hermano. A los dos minutos había aca- esta demostración;—pero no hemos terminado; bado. Faltaba sólo levantar la piedra. Pero M. hay que acabar de sacar eso y poner vuestro te- Pié-Rondal y su amigo se habían provisto el uno soro en seguridad. de un palo y el otro de una barra de hierro y los Vicente recogió las monedas esparcidas entre utilizaban como palancas. Con tal empuje, la el polvo, y luego acabó de sacar el cacharro, piedra se movió y salió al fin. del que sólo la tapadera se había roto por los golpes dados por M. Prevotín. Era una vasija —¡No hay nada!—exclamó Tienni, que seguía atentamente la operación. ordinaria, de pequeñas dimensiones, pero llena de luises hasta los bordes. Costóle algúD trabajo —¡Es imposible!—dijo M. Prevotín.—¡Cavad más! á Vicente levantarla. Llevóla á la casa, y vació su contenido sobre la mesa. Y al mismo tiempo golpeaba violentamente El brillo y el sonido de aquel metal, al caer, con la punta de la barra en el fondo del hoyo. llenaron de gozo á la viuda de Minaut y sus hi- Un ruido de cacharros rotos resonó. jos, pero casi al mismo tiempo acordáronse del precio á que habían adquirido tal hallazgo, y arrasáronse sus ojos en lágrimas. L03 dos sabios se encargaron de contar el te- soro: había en luises de oro cuarenta y tres mil y algunos centenares de francos. Mucho trabajo les costó defenderse contra la insistencia de la viuda y de Vicente, que, en su XI gratitud, querían á todo trance hacerles aceptar una parte de su fortuna. —Guardadla toda,—dijo M. Pié-Rondal á Vi- cente,—y aún así no es seguro que baste para que Clavé os conceda la mano de su hija. Vicente escribió á Arsenia para informarla de Fué esta la única consideración que pudo mo- lo que ocurría y exhortarla á que cobrase áni- derar la insistencia del joven. En cnanto á la mos. Después, y al cabo de gran rato de reflexio- negativa de Clavé, se creía en condiciones de nar, se persuadió de que podía, sin inconvenien- poderla vencer en adelante. Sin embargo, no te alguno, dar por sí mismo los primeros pasos debía estar del todo tranquilo acerca de esto, cerca de Clavé. pues indicó que agradecería vivamente la inter- Esto recuerda la escena de Molière, cuando cesión de M. Pié-Rondal en su favor, cerca del Leandro se presenta anunciando que acaba de irascible labrador. «recibir cartas comunicándole la noticia de que Con el mayor gusto se hubiera encargado el su tio ha fallecido y que él es el heredero de todos bueno de M. Pié-Rondal de esta misión; pero su sus bienes»; á lo cual contesta el bueno de Gé- compañero se negaba á continuar allí é insistía ronte: «Caballero, me consta de un modo abso- en abandonar inmediatamente á Morelles. Ha- luto que sois muy virtuoso y os concedo la mano bía descifrado el escrito del cura Minaut, re- de mi hija, con la mayor alegría del mundo.» suelto el problema, y creía que nada les restaba La situación era la misma; pero era muy du- que hacer allí. doso que el desenlace revistiera igual sencillez. precio á que habían adquirido tal hallazgo, y arrasáronse sus ojos en lágrimas. L03 dos sabios se encargaron de contar el te- soro: había en lnises de oro cuarenta y tres mil y algunos centenares de francos. Mucho trabajo les costó defenderse contra la insistencia de la viuda y de Vicente, que, en su XI gratitud, querían á todo trance hacerles aceptar una parte de su fortuna. —Guardadla toda,—dijo M. Pié-Rondal á Vi- cente,—y aún así no es seguro que baste para que Clavé os conceda la mano de su hija. Vicente escribió á Arsenia para informarla de Fué esta la única consideración que pudo mo- lo que ocurría y exhortarla á que cobrase áni- derar la insistencia del joven. En cuanto á la mos. Después, y al cabo de gran rato de reflexio- negativa de Clavé, se creía en condiciones de nar, se persuadió de que podía, sin inconvenien- poderla vencer en adelante. Sin embargo, no te alguno, dar por sí mismo los primeros pasos debía estar del todo tranquilo acerca de esto, cerca de Clavé. pues indicó que agradecería vivamente la inter- Esto recuerda la escena de Molière, cuando cesión de M. Pié-Rondal en su favor, cerca del Leandro se presenta anunciando que acaba de irascible labrador. «recibir cartas comunicándole la noticia de que Con el mayor gusto se hubiera encargado el su tio ha fallecido y que él es el heredero de todos bueno de M. Pié-Rondal de esta misión; pero su sus bienes»; á lo cual contesta el bueno de Gé- compañero se negaba á continuar allí é insistía ronte: «Caballero, me consta de un modo abso- en abandonar inmediatamente á Morelles. Ha- luto que sois muy virtuoso y os concedo la mano bía descifrado el escrito del cura Minaut, re- de mi hija, con la mayor alegría del mundo.» suelto el problema, y creía que nada les restaba La situación era la misma; pero era muy du- que hacer allí. doso que el desenlace revistiera igual sencillez. Apenas hubo abierto Vicente la puerta de Clavé, Le acosaron á preguntas los curiosos conveci- cuando éste se levantó bruscamente preguntán- nos, y refirió cómo el tesoro buscado en vano dole qué quería. El joven presentó sus excusas por su padre, acababa de ser al fin descubierto. y le rogó que tuviese la bondad de escucharle; Hubo entre los presentes un movimiento de sor- pero Clavé, convencido de que iba á abordar la presa, reemplazado bien pronto por una sonrisa cuestión de frente, le intimó á que se retirase, de compasión, porque cada cual pensó para sí y como el otro no obedeciese todo lo de prisa que había heredado la locura de su padre. que él deseaba, cogió una estaca que tenía —¡Ah! ¿no lo creéis?—les dijo;—pues bien, al alcance de la mano, y le obligó, amenazando venid conmigo y veréis qué pronto os convencéis descargarla sobre él, á batirse en retirada. Des- de que es cierto lo que os digo. pués de lo cual cerró vivamente la puerta del Orgulloso de podérselo demostrar, y abrigan- patio, dándole con ella en los talones. do además la idea de que con ello se iba á ven- Esto produjo una ligera alarma en la calle. gar de los desdenes de que había sido objeto su Acudieron los vecinos, y, entre ellos, Sacaud, pobre padre, al ser tratado de visionario buscador el alcalde de Morelles, quien increpó á Vicente de tesoros, se encaminó, poniéndose á la cabeza por haberse presentado tan de improviso en casa del acompañamiento, hacia su casa; al pasar por de un hombre tan ofendido y cuyo violento ca- el patio les mostró el hoyo de donde había sido rácter conocía. desenterrado el tesoro, y en seguida el tesoro —¡Bahl que me hubiera dejado explicarme, mismo esparcido en el cajón de una vieja y car- exclamó Vicente. Con dos palabras que le hu- comida cómoda. biera dicho, hubiéramos quedado de acuerdo. —¡Vamos áverl—exclamó lleno de emoción.— —¿Crees tú que te hubiera concedido la mano ¿Diréis ahora que sueño? de Arsenia? Los caritativos vecinos permanecieron por al- —¡Diantrel ¿por qué no? Me la ha negado gunos instantes como desvanecidos, fascinados, porque era pobre; ahora tengo más dinero que por el brillo del oro. él, y, según esa caenta, ahora debiera ser yo Después, habiéndole preguntado alguien de quien se hiciera valer. entre ellos qué suma representaría r.quel mon- t<5n de monedas, respondió con desdeñoso tono muy en serio. Acabo de ver por mis mismos ojos qne no lo sabía con exactitud, lo cual hizo que las monedas de oro; tiene un cajón lleno de los vecinos estimaran el hallazgo en el doble, ellas. Yo no las he contado; pero apostaría, sin por lo menos, de su valor. ningún inconveniente, á que hay allí de cin- —Tranquilizáos, Vicente,—dijo Sacaud;—voy cuenta á sesenta mil francos. á ver á Clavé, y tus asuntos no tardarán en arre- —¡Oh, oh! ¡Eso es magnífico! glarse. —Te digo que lo he visto yo; por consecuen- Faé, en efecto, á ver á Clavé aquella misma cia, no hay por qué dudarlo. tarde. Este le recibió muy mal. —Sino lo dudo;- pero vamos á ver, ¿qué es lo —Sospecho á lo jjue vienes,—le dijo;—mejor que tratas de demostrarme con eso? hubiera sido que te quedaras en tu casa. —Trato de demostrarte... que si no te guia —¡Vaya, hombre, no te precipites! Se escucha más que el interés, Vicente vale hoy tanto como á las gentes antes de incomodarse con ellas; eso tu hija, por lo menos. debe ser siempre lo último. —¡Cómo! Vale mucho más, y me asombra el —¡Ea! pues habla. que aún piense en ella. —Has hecho muy mal en recibir á Vicente —¡Vuelta con las burlas! ¿Consientes en con- como le has recibido hace poco. No venía á mo- cederle su mano, ó no? lestarte el pobre muchacho; venía, por el con- —No... ¡Pues qué, crees que porque haya en- trario, á darte una noticia que te interesa casi contrado cuatro miserables monedas de oro en tanto como á él, y que debe cambiar tu conduc- un rincón! .. ta para con él. —Te he dicho que cincuenta mil francos, por —¡Bah! ¿Qué noticia es esa? lo menos. —El tesoro que Minaut se mató á buscar (y —Pongamos que sean cien mil francos, un digo se mató porque, en efecto, le costó la vida, millón si quieres. ¿En qué puede variar eso mi como todos sabemos), acaba de ser descubierto. conducta? —¡De veras!... Me alegro mucho de ello. —Sin embargo, veamos, amigo Clavé... por —Mira, no lo tomes á broma, pues te lo digo consideración á tu hija, por... —¡Mi hija! No la conozco ya. ¡Ya no es mi satisfechos de su trabajo y deseaban seguir con hija! ella durante todo el año. No obstante, Vicente Como Sacand intentara hacerle algunas ob- quería llevársela á Morelles, no á casa de su pa- servaciones, le interrumpió con sequedad: dre, que la rechazaría brutalmente, sino á la su- —No prosigas, te lo suplico, y no vuelvas á ya, con su madre, que la consideraba como nue- hablarme de ello si no quieres que regañemos. ra, hasta tanto que á Clavé pluguiese regulari- Cuando Vicente supo el resultado de esta en- zar su situación; pero ella rechazó tenazmente trevista, quedó desolado. Sacand le animó cuan- tal ofrecimiento: en primer lugar, porque se to pudo. avergonzaba de volver á Morelles en tales con- —No te inquietes por eso, le dijo: no es más diciones, y además, porque Clavó juzgaría esto que el primer impulso, y era de esperar; ya va- como una especie de reto y sería más implaca- riará. Cuando le dije que tu hallazgo valía unos ble que nunca. Las razones eran de peso y Vi- cuarenta mil francos, ya notó, á pesar de su tes- cente lo comprendió así. tarudez, que la noticia le causaba alguna im- —¿De modo que vamos á seguir separados? presión. Dejémosle reflexionar tranquilamente. —Es preciso. Tú, mientras tanto, dedícate á tus asuntos: Despidiéronse desanimados y melancólicos. cambia tu oro viejo por el nuevo; paga á los Vicente, en cuanto regresó á Morelles, pagó acreedores de tu padre; compra alguna finca; á todos los acreedores de su padre, compró al- haz valer tu dinero; lúcele todo lo posible... gunas tierras que le convenían y las pagó al Mucho me sorprendería que, dentro de un mes, contado. Clavé, como todo el pueblo, supo estos no anduviera Clavé rondándote solícito. detalles; y además, de ve?, en cuando, no deja- Tranquilizóse algo Vicente y siguió el con- ba Sacand de repetírselo. sejo. —Y bien, ¿qué prueba eso?—decía Clavé. Para cambiar la moneda tuvo que ir á París, —Eso prueba que lo que te dije es cierto. ¡Vi- lo que le proporcionó ocasión de ver á Arsenia. cente tiene el gato!... y ya verás otras cosas. Teníanla empleada como á Gagni y su mu- —Me aburres; déjame en paz. jer, unos jardineros de Arcueil, que estaban muy Y Clavé le volvía bruscamente la espalda. Esta insistencia, un tanto irónica de Sacaad, nar. Después de todo, el amo era él, y no tenía no era acertada, sino contraproducente. que recibir órdenes de nadie. Fueron alborotán- Un día vió Clavé albañiles y carpinteros ocu- dose cada vez más, y llegaron á tal punto, que pados en reparar la casa de Minaut. Esto le irri- Clavé juzgó prudente alejarse por temor de fal- tó extraordinariamente. tar, según dijo, al respeto que debía á su hués- -íQué estúpido.'-gruñó;-porque tiene cua- ped. tro cuartos mal adquiridos se da tono como si edificase un castillo. Sin duda cree que va á —¡Qué hombre más testarudo!—esclamó Pié- darme en cara con eso. Rondal encogiéndose de hombros. Y se alejó-encogiéndose de hombros. Salió á la calle, donde Vicente le esperaba Así siguieron las cosas hasta fines de Setiem- con impaciencia, y le contó el fracaso de su ten- bre, época en que M. Pié-Rondal fué á cazar á tativa. Morelles. El abogado, á quien Vicente rogó que —¿Qué medio emplear ahora?—preguntó el probase una última tentativa cerca de Clavé, se joven. Yo no encuentro ninguno. admiró de que el asunto no estuviese aún arre- —¡A fé mía, ni yo tampoco, pobre mozo! glado. En aquel momento vieron á la esposa de Cla- vé que se acercaba á ellos con precaución. —¡Cómo!—dijo.—¿Todavía sigue con su rigor? —¿Qué hay?—preguntaron los dos. Pues le veré y le hablaré fuerte. —Creo que no vais por buen camino, contestó —Os suplico que le tratéis con miramiento. ella en voz baja. Nada conseguiréis atacándole —No, no... nada se obtiene con miramientos de frente. de semejantes caracteres. Dejadme, ya le trata- ró como merece. —¿Pues qué haríais vos? preguntó Pié-Rondal. En efecto, llamó aparte á Clavé y le censuró Aproximóse á ellos, y mirando á hurtadillas con energía su obstinación, que nada justifica- por temor de ser'sorprendida, les habló durante algunos momentos. ba; pero él se atrincheró en sus derechos de pa- dre de familia, y recordó la ofensa que se le ha- Luego, al oir la voz de Clavó que ia llamaba, bía inferido, y que no creía conveniente perdo- entró precipitadamente en la casa. XII

Desde aquel día, la actitud de Vicente respec- to á Clavé cambió completamente. No volvió nunca á poner la cara afligida y tímida que pr>- nía cuando por casualidad le encontraba, sino que adoptó más bien un ademán decidido, frío y hasta altanero. Clavé, que lo notó, frunció sus espesas cejas; pero Vicente no pareció parar mientes en ello. Manifestóse claramente este antagonismo al celebrarse la subasta de un prado que codiciaba Clavé, y que Vicente, sin interés conocido, pujó con obstinación. A cada postura de su rival, Cla- vé hacía un gesto de impaciencia y de ira. Por fin el prado fué adjudicado á Vicente. —Yo no soy como esos locos que compran las cosaa en doble de lo que valen,—dijo Clavé en que está cansado de tus sofiones; que después de voz alta, al salir. todo, bien se merece él tu hija, y que puedes —Yo no soy como esos avaros qne quieren ad- guardártela. En cuanto á él, creo que no tarda- quirir las cosas á mitad de precio,—respondió Vi- rá en casarse en otra parte. cente en el mismo tono. —¡Voto al infierno! Quisiera yo ver eso. Clavé se volvió furioso. —Ya lo verás. —¿Eso lo dices por mí? No tardó en hablarse en el país de la asidui- —¿Por quién ha de ser? dad de Vicente cerca de una solterona, fea y Para evitar la disputa medió, entre otros, Sa- necia, pero rica; poco después, Gagny y su mu- caud, que se llevó á Clavé, no sin que les costase jer regresaron de París, y refirieron que habían trabajo. dejado á Arsenia triste y desesperanzada, por- —¡El insolente!—gritaba Clavé. que Vicente no contestaba á sus cartas y parecía —Dispensa; pero tú fuiste el que empezó. haberla abandonado. —Yo no me dirigía á él. Además, yo soy viejo —¡Luego era cierto!—exclamaba Clavé.—¡In- y me debe respeto. Si espera conquistarme por fame! tales procedimientos... No le desagradaba que Arsenia sufriese de re- —¡Oh, eso le tiene sin cuidado! sultas de su imprudencia : nada más justo, se- —¿Cómo que le tiene sin cuidado? gún él; pero que Vicente se permitiese desde- —Sí; maldito lo que se cuida ya de Arsenia. ñarla", lo consideraba como un insulto que no —Pues qué, ¿había de cometer la infamia de podía dejar impune. abandonarla después de lo ocurrido? Un día que soñaba en los medios de vengar- —¡Qué demonie! ¡Como persistes en negár- se, sorprendió á su mujer ocupada en leer un sela! papel. Ocultóle ella en cuanto le vió; pero él —Yo tengo mis razones; pero él no es lo mis- quiso enterarse, y ella acabó por dárselo: era una mo; su deber es permanecer fiel á aquella á quien carta de Arsenia. comprometió. —¿De modo que estás en correspondencia con —Pues entiende las cosas de otro modo. Dice tu hija? —-No. Ha sido únicamente que la mujer de La carta terminaba con tiernas expansiones, Gagny me envió esta carta el otro día. ¡Estaba y luego, debajo, se leía esta postdata: leyéndola otra vez!... ¡Pobre Arsenia mía! «¡Ay! la conducta de Vicente tiene su expli- Y se llevó el pañuelo á los ojos. cación. Es un desquite. Pobre, le despreciaron; Clavé recorrió rápidamente la carta, interca- rico él ahora (¡oh, rico!) desprecia á su vez. Que lando sus reflexiones. no trate mi padre, á quien esta injuria ofende «Causábala al principio gran tristeza verse como á mí (verdad es) de obligarme (¿á qué?): sola y tan alejada de su madre...» (¡Caramba! en primer lugar, no quiero que Vicente vuelva ¿Y quién tiene la culpa?...) «luego el arrepentí1 á mí por fuerza: tengo dignidad: (bien): ade- miento por la conducta que había observado: más, ¿quién puede ni poco ni mucho contra él? era muy culpable.» (Por fin, conviene en ello.) Nadie absolutamente.» «¿La perdonaría su padre algún día? No lo es- —¡Ah! gritó Clavé; ya te haré yo ver si pue- peraba: ¡era tan severo, tan inflexible!» (¡Soy un do ó no puedo nada contra él. Prepara mi ma- tigre, según parece!) «Y sin embargo, estaba leta, dijo á su mujer; me marcho á París. bien cruelmente castigada, y precisamente por —Pero, ¡por Dios! aquel á quien todo lo había sacrificado.» (¡Ah, —Anda lista. ab!) «Vicente había ido á París, pero ella no le Se fué, en efecto, aquella misma noche. había visto. Tres cartas le había escrito y no Al día siguiente volvió, trayendo á Arsenia, había obtenido contestación.» (¡Hola! Eso te es- ruborosa y ceñuda: durante todo el viaje habían cuece.) «¿La abandonaría acaso? Al pensar en venido en perpetua disputa, que continuó en la esto, sus ideas se extraviaban y se volvía casa. loca...» (¿Eh? no seas bestia..) «Pero no; su pa- —Te digo que te casarás con él,—repitió dre le había trasmitido algo de su valor y su Clavé. energía...» (Exacto.) «Tendría fuerza para re- —No, jamás. Después de lo que ha hecho, le signarse con su suerte, y el desprecio que tal desprecio. infamia había de producirla, la curaría de su amor.» (Bien.) —Despróciale, poco me importa; pero te has de casar con él: yo te obligaré á ello. —No me obligarás... ni á él tampoco. encargándose, según dijo, de presentarla él mis- —¡Oh, él corre de mi cuenta!... A eso voy. mo al juzgado y apoyarla. Luego añadió: Y, en efecto, se fué á buscar á Vicente. Ya se —Y no es esto todo. Evidentemente ese teso- puede imaginar lo que le dijo: recriminaciones ro que ha encontrado es lo que, ha enloquecido á y hasta injurias. Vicente permaneció impasible. Vicente: hay que herirle en lo que, según pare- —¿De modo que te niegas á reparar tus ce, le es más querido, en su fortuna. yerros? —¿Y cómo? —Ea absoluto. —Con una demanda de indemnización de per- Al oir esto Clavé, estuvo á punto de pegarle; juicios que le arruine... Treinta mil francos. pero el joven guardaba un ademán tan fríamen- —¿Por qué no cincuenta mil? te resuelto, que se contuvo. Salió mascullando —Tenéis razón, bien los vale. Desde mañana sordas amenazas. tendrá Vicente noticias de vos por medio del al- ¿Pero qué hacer? Evidentemente, no quedaba guacil. más que un camino que seguir, el que había Clavé volvió á su casa gozoso y confiado. pensado al principio y del que le habían disua- Al otro día supo que Vicente había recibido la dido: la vía judicial. En esta ocasión esperaba visita de un alguacil; y, dos días después, que ha- que nadie desaprobaría su conducta. bía ido á la ciudad, de donde había regresado En efecto, M. Pié-Rendal, á quien fué á con- muy taciturno. fiarse, censuró enérgicamente á Vicente: consi- —¡La cosa marcha!—pensó. deró qae aquello era una indignidad apenas A los pocos días parecióle que el joven trata- creíble. ba tímidamente de acercarse á él; pero le volvió —¿Me aconsejaréis aún la moderación y los desdeñosamente la espalda. miramientos?—preguntó Clavé. Por último, al domingo siguiente, Sacand se —Ciertamente que no; y debéis emplear el presentó en casa de -Clavé, como encargado de mayor rigor. presentar proposiciones de arreglo. Redactó inmediatamente una querella por —¡Ah, ah! Parece que ha cambiado de modo de rapto de una menor, que hizo firmar á Clavé, pensar, dijo Clavé. ¿Y qué proposiciones son esas? Sacaud explicó entonces-que Vicente reconocía —Basta,—dijo Clavé.—Si hubiera otro medio que había cometido faltas qae podían acarrear- de borrar tus majaderías, puedes estar seguro de le una condena, pero que la cantidad reclamada que mi hija no sería para ti; pero, en fin, serás por Clavé le parecía excesiva, y que creía mos- mi yerno, puesto que es preciso... Y, ahora, sea- trarse generoso ofreciendo diez mil francos. mos buenos amigos, y dejemos lo pasado. Al oir estas palabras, fué prega Clavó de vio- Y cogiéndole de la mano, le llevó al cuarto de lenta cólera. ¡Conque no se trataba más que de Arsenia. discutir sobre la cantidad! Lo que ante todo se Esta, al ver á Vicente, se levantó encoleriza- pedía era una reparación, y sólo había una posi- da é hizo ademán de huir. ble, el matrimonio,- pero ésta la exigía absoluta —¡No, padre mío!... Ya no le amo; se ha con- ó inmediatamente. ducido indignamente conmigo. Sacaud se retiró confaso, con la cara avina- —Verdad es; se ha conducido como un pillo; grada de un embajador cuya misión ha fraca- pero viene á implorar tu perdón. ¡Ea, mucha- sado. cho, de rodillas! El mismo volvió á los pocos días á anunciar Y deteniendo á Arsenia con una mano, con la que Vicente se rendía á discreción y consentía otra obligó á Vicente á arrodillarse. en casarse con Arsenia. Hízolo éste de buen grado; pero la joven nada —¡Hace bien!—dijo severamente Clavé;—por- quería oir. que yo no le hubiera guardado ninguna consi- —No, padre; no le creo. No viene más que deración... ¿y por qué no viene él? porque te tiene miedo. —Ya comprenderás que no se atreve... —No digo que no. Pero, á pesar de eso, es sin- —Pues qué, ¿me como yo acaso á la gente? cero; te respondo de ello. ¡Y pobre de él si no Dile que le espero. lo fuera!... Os dejo. Desenredad vuestros asun- Fué Vicente, y Clavé tuvo la magnanimidad tos como gustéis; pero de todos modos, á poner- de no tratarle mal, si bien fué preciso que el jo- se de acuerdo, y pronto. ven confesase humildemente su falta y mani- Y salió triunfante. festase la firme resolución de repararla. Mientras llegaba el día de la boda, iba pun- tualmente el novio á hacer la corte á su futura; A pesar del luto, todavía reciente, de los Mi- y si algún día se retrasaba, Clavó le esperaba naut, quiso que las bodas se celebrasen de un con gesto avinagrado. modo extraordinario, echanda la casa por la ven- Una noche, por broma, le pidió que retirase tana; era su frase. Hubo durante tres días una la querella y la demanda de indemnización. serie de festines homéricos, interrumpidos tan —¡Ah, tunante; te veo venir! Todavía qaieres solo por bailes para los jóvenes y juegos de nai- escapar. No; esa querella seguirá.suspendida so- pes para los viejos. bre tu cabeza. ¡Te tengo cogido y no te soltaré! M. Pié-Rondal asistió el primer día á esta Al celebrarse el contrato, se mostró fastuosa- fiesta de familia. Delante del cubierto le habían mente liberal y constituyó una gran dote á su puesto una enorme fuente de confitura, que re- hija para humillar á su yerno. presentaba un palomar rematado por una mag- Por fin llegó el día de la boda. Al rayar el nífica paloma de azúcar. Era un obsequio ale- alba ya estaba Clavé en pie, despertando á to- górico. dos, dando disposiciones , gritando porque no se hacía nada. Dirigiéronse á la alcaldía, yendo Clavé á la cabeza de la comitiva. Daba orgullosamente el brazo á su hija y se volvía de vez en cuando, como un sargento cui- dando de sus soldados, para ver si le seguía la FIN larga fila de invitados. En la alcaldía se inco- modó porque Sacaud ao se había puesto la ban- da: en la iglesia le pareció que los sacerdotes no acababan de salmodiar. Al medio día volvieron á casa. —Tuja es,—dijo Clavé,—echando á su hija en brazos de Vicente; hazla feliz, porque si no, ¡ja lo sabes, estoy yo aquí!... ¡Ahora, á comer!

ai SUPLEMENTO AL CATÁLOGO DE LAS OBRAS QUE SON PROPIEDAD 1887 1887 •V- EL COSMOS EDITORIAL

BB. UU. DE EXPOSICIÓN LITERARIO-ARTÍSTICA 1885 MADRID, 1884-85

CASA FUNDADA EN 1883

PREMIADA en la Exposleldn Llterarlo-Artfstloa de Madrid (1884-85) oon diploma de primera oíase, y osn la medalla de Instruooldn Públloa y el Busto del Libertador por el Boblerno de los Estados Unidos de Venezuela

«ADRID, ARCO DE SANTA MARÍA, 4, MADRID

1890 PRIMERA PARTE ARCO DE SANTA MABÍA, 4, BAJO.—MADBID 3

LITERATURA OBRAS DE JULIO CLARETTE OBRAS DE ADOLEO BELOT (1) (DE LA ACADEMIA FRANCESA) Loca de amor.—Versión castellana de Juan J. de Juan Momas.—Versión castellana de P. San Ro-, la Cerda: un tomo en 8.° mayor de 384 páginas, 2,50 pe- mán: un tomo en 8.° mayor de 320 páginas, 2,50 pesetas setas en rústica. en rustica. La culebra (continuación de Loca de amor).—Ver- Noris.—Costumbres del día.—Versión castellana de sión castellana de Juan J. de la Cerda: un tomo en 8.° C. F.: un tomo en 8.° mayor de 383 páginas, 2,50 pese- mayor de 652 páginas, 2,50 pesetas en rústica. tas en rústica y 3 en tela. Las corbatas blancas.—Versión castellana de La fugitiva.—Versión castellana de Miguel Bala: Angel de Luque: un tomo en 8.° mayor de 332 pági- un tomo en 8.° mayor de 436 páginas, 3 pesetas en rús- nas, 2,50 pesetas en rústica. tica y 3,50 en tela. La explotación del secreto (continuación de La querida.—Versión castellana de Angel de Lu- Las corbatas blancas).—Versión castellana de Pedro que: dos tomos en 8.° mayor de cerca de 700 páginas Nésgra: un tomo en 8.° mayor de 352 páginas, 2,50 pe- entre los dos tomos, 5 pesetas en rústica y 6 en tela. setas en rústica. El Señor Ministro—Novela parisiense.—Versión La pecadora.—Versión castellana de P. San Ro- castellana de Angel de Luque: dos tomos en 8.° mayor mán: un tomo en 8.° mayor de 346 páginas, 2,50 pesetas de cerca de 700 páginas entre los dos tomos, 5 pesetas en rústica y 3 en tela. en rústica y 6 en tela. Una luna de miel en Monte-Cario.—Ilustrada Santiaguito.—Versión castellana de C. Vidal: un con varias láminas.—Jugadores.—Salón y mesas de la tomo en 8.° mayor de 380 páginas, 2,50 pesetas en rús- ruleta y del treinta y cuarenta del Casino de Monte- tica y 3 en tela. Cario.—Aventuras curiosas y divertidas de dos recién Un diputado republicano (Michel Bertbier).— casados.—Su estancia en Monte-Cario.—Guia del via- Versión castellana de C. de Torre-Muñoz: un tomo en 8.° jero y del jugador en aquella localidad.—Medios infali- mayor de 820 páginas, 2,50 ptas. en rústica y 3 en tela. bles de perder el dinero.—Consejos que servirán acaso Una mujer de gancho.—Versión castellana de para ganar, ó al menos para defenderse: 3 pesetas en r. San Román: un tomo en 8.° mayor de 332 pági- rústica_y_3,50 en tela. nas, 2,50 pesetas en rústica y 3 en tela. Melinita.—Versión castellana de H. Regin: un tomo El último foso.—Versión castellana de un redac- en 8.° mayor de más de 300 páginas, 2,50 pesetas en tor de EL COSMOS: dos tomos en 8.° mayor, de más de rústica y 3 en tela. 700 páginas entre los dos tomos, 5 pesetas en rústica Quinientas mujeres para un hombre sólo.— y 6 en tela. Versión española de En COSMOS EDITORIAL: un tomo Roberto Burat.—Versión castellana de Miguel en S.° mayor de 340 páginas, 2,50 pesetas en rústica y 3 Bala: un tomo en 8.° mayor de 416 páginas, 2,50 pese- en tela. tas en rústica y 3 en tela. El Príncipe Zilah.—Versión castellana de un re- dactor de EL COSMOS: un tomo en 8.° mayor de 348 pá- (1) Los pedidos de estas obras se dirigirán ai Administrador ginas, 2,50 pesetas en rústica y 3 en tela. de EL COSMOS EDITORIAL, Arco de Santa María, 4, bajo, Madrid, acompañando el importe ea letras de fácil cobro, libranzas del Los amores de un interno.—Versión castellana Giro mutuo, sellos de Correos de la Península ó billetes de los de Max. M. Velázquez: dos tomos en 8.° mayor de 760 Bancos de España, Inglaterra ó Francia; pero en el caso de enviar páginas entre los dos tomos, 5 pesetas en rústica y 6 sellos ó bnietes.es preciso certificar las cartas. Si por circunstan- en tela. < cias especíalos rw fuera posible el envío de fondos bajo ninguna La casa vacía.—Versión castellana de Teodoro de do las formas citadas, consúltese á la casa ó indicará otros medios la P. Belmonte: un tomo en 8.° de 401 páginas, 2,50 pe- á vuelta de correo. setas en rústica y 3 en tela. 4 KL COSMOS EDITORIAL

¡Candidato!—Versión castellana de Miguel Bala: un tomo en 8.° mayor de 404 páginas, 2,50 pesetas en de F. Norberto Castilla; un tomo en 8.° mayor de 370 rústica y 3 en tela. páginas, 2,50 pesetas en rústica y 3 en t 'la. El hermoso Solignac.—Versión castellana de EL lía novela de un joven Pobre.—LA CONDESITA. COSMOS EDITORIAL: dos tomos en 8.° mayor de cerca —Versión castellana de F. Norberto Castilla: un tomo de 700 páginas entre los dos tomos, 5 pesetas en rústi- en 8.° mayor de 412 páginas, 2,50 pesetas en rústica ca y 6 en tela. y 3 en tela. El viajero.—LA PARTIDA DE DAMAS. — ONUSTA.— OBRAS DE JORGE OHNET ALEE.—Versión castellana de C. de Ochoa: un tomo en Lise Fleuron.—Versión castellana de José de Ola- 8.° mayor de 360 páginas, 3 pesetas en rústica y 3,50 en ye: un tomo en 8.° mayor de cerca de 500 páginas, 3 pe- tela. . setas en rústica y 3,50 en tela. El de Julieta.—CARIBDIS Y SCILA.—EL El gran margal.—Versión castellana de J. de la CURA DE BOURRON.—Versión castellana de C. Vi- Cerda: un tomo en 8.° mayor de 480 páginas, 3 pesetas dal, 1,50 pesetas en rústica. en rústica y 3,50 en tela. Honor de artista.—Versión castellana d9 EL COS- Las señoras de Croix-Mort.—Versión castella- MOS EDITORIAL: un tomo en 8-° mayor, 3 pesetas en rús- na de Carlos de Ochoa y Madrazo: un tomo en 8.° ma- tica y 3,50 en tela. yor de 300 páginas, 3 pesetas en rústica. Negro y rosa.—Versión castellana de Carlos de OBRAS DE EMILIO GABORIAU Ochoa: un tomo en 8.° mayor de 328 páginas, 3 pesetas Matrimonios de aventura.—Versión castellana en rústica y 3,50 en tela. de Angel de Luque: un tomo en 8.° mayor de 350 pági- Ultimo amor—Versión castellana de EL COSMOS nas, 2,50 pesetas en rústica y 3 en tela. EDITORIAL: un tomo en 8.° mayor de cerca de 350 pá- Los hombres de paja.—Versión castellana de ginas, 3,50 pesetas en rústica y 4 en tela. Angel de Luque: un tomo en 8.° de 336 páginas, 2,50 pe- setas en rústica y 3 en tela. OBRAS DE ALEJANDRO DUMAS El dinero de los otros (continuación de Los hom- Paulina.—Pascual Bruno—Versión castellana bres de paja).—Versión castellana de C. Vidal: un tomo de D. E. de O.: un tomo en 8.° mayor de 415 páginas, en 8.° mayor de 320 páginas, 2,50 pesetas en rústica 3 pesetas en rústica y 3,50 en tela. V 3 en t-r-la. Amaury.—Versión castellana de C. Vidal: un tomo El proceso Lerouge.—Versión castellana de Joa- en 8.° mayor de 432 páginas, 2,50 pesetas en rústica quina Balmaseda: un tomo en 8.° mayor de 420 pági- y 3 en tela. nas, 2,50 pesetas en rústica y 3 en tela. OBRAS DE OCTAVIO FEUILLET (La vida infernal).—Pascual y Margarita.—Ver- (DE LA ACADEMIA FRANCESA) sión castellana de P. San Román: un tomo en 8.° ma- La muerta. — Versión castellana de Carlos de yor de 424 páginas, 2,50 pesetas en rústica y 3 en tela. Ochoa y Carlos Frontaura: un tomo en 8.° mayor de 331 (La vida infernal).—Lía de Argeles (continuación páginas, 3 pesetas en rústica y 3,50 en tela. de Pascual y Margarita).—Versión castellana de P. San Román: un tomo en 8.° mayor de 470 páginas, 2,50 pe- Los amores de Felipe.— Versión castellana de setas eñ rústica y 3 en tela. Miguel Bala: un tomo en 8,° mayor de 350 páginas, 2,50 (La cuerda al cuello).—El incendio de Valpinson. pesetas en rústica. —Versión castellana de Ricardo de Vargas: un tomo Un matrimonio en la aristocracia.—Versión en 8.° mayor de 400 páginas, 2,50 pesetas en rústica. castellana de Miguel Bala: un tomo en 8.° mayor de (La cuerda al cueUo).—El veredicto.—Versión cas- 312 páginas, 2,50 pesetas en rústica. tellana de R. de Vargas: un tomo en 8.° mayor, 2,50 pe- El Conde Luis de Camors.—Versión castellana setas en rústica. Los amores de una envenenadora.—Versión KL COSMOS EDITORIAL ARCO DE SANTA MARÍA, 4, BAJO.—MADRID 7

castellana de Antonio Sendras Burrn: un tomo en 8.» Indiana.—Versión castellana de D. Eugenio de mayor de 350 páginas, 2,50 pesetas en rústica y 3 en Ochoa (de la Real Academia Española): un tomo en 8.° mayor de 368 páginas, 2,50 pesetas en rústica y 3 en (Loa esclavos de París).-!*os delatores.—Versión tela. castellana de Joaqiiina Balmaseda: un tomo en 8® ma Juan de la Boca.—Versión castellana de C. San yor 3 pesetas en rústica y 3,50 en tela. Román: un tomo en 8.° mayor de más de 340 pági- (¿os eselavos de Pam).—Los secretos de la casa nas, 2,50 pesetas en rústica y 3 en tola. S«lnSlTPd°.Ce-Versión castellana de JoagS Mauprat. —Versión castellana de EL COSMOS EDI- mO mayor 3 esetas en TORIAL: un tomo en 8.° mayor dq 500 páginas, 3 pesetas yf?0 en S¡a ° ^^ ' P en rústica y 3,50 en tela. 113—Versión castellana: dos to- mos en 8.° mayor, 5 pesetas en rústica y 6 en tola. OBRAS DE PAUL BOURGET El crimen de Oreival—Versión casteuSa de Mentiras.—Versión castellana de H. Giner de los ? Joaquina Balmaseda: dos tomos en 8." mayor RÍOS: un tomo en 8.° mayor de 355 páginas, 2,50 pesetas en rústica y 3 en tela. ENTRE LOS DOS TOMOS 5 tes svss tír* - P-sks Cruel enigma.—Versión castellana de C. Vidal: La canalla dorada—Versión castellana de doña un tomo en 8.° mayor de 290 páginas, 2,50 pesetas en rústica y 3 en tela. Sfr^f Btlmafedt: ídem íd"íd" de má* de 650 pá- gmas entre los dos tomos, 5 pesetas en rústica y 6 en Un crimen de amor.—Versión castellana de F. de Madrazo: un tomo en 8.° mayor de 323 páginas, 2,50 pe- 11 MSJRSÍ* Coutanceau.-Versión española de setas en rústico y 3 *n tela. Miguel Bala: un tomo en 8.° mayor cerca de 400 pá- El Discípulo.—Versión castellana de Antolin San ginas, 3 pf sitas en rustica y 3,50 en tela. Pedro: un tomo en 8.° mayor de más de 320 páginas, 3 y 3,50. OBRAS DE JORGE SAND OBRAS DE PIERRE LOTI Mi hermano Ivés.—Versión castellana de Antolin E a 1 ,Iam aran

de más de 300 páginas, 2,50 pesetas en rústica y 3 e* rique Meric: dos tomos en 8.° mayor, de más de 600 pá- ginas entre los dos tomos, 5 pesetas en rústica. "La confesión de Claudio.—Versión castellana de * SsTntey TJ-ISZ™. Angel de Luque: un tomo en 8.° mayor, de 380 pági- nas, 3 pesetas en rústica y 3,50 en tela. P^BUAS DE ANBUÈ THEUEIET La fortuna de los Rougon.—Versión castellana de Juan de la Cerda: dos tomos en 8.° mayor, de cerca cáno yHoW°5 fcI6^ casteUa^ de A. Vas- de 700 páginas entre los dos tomos, 5 pesetas en rústica y 6 en tela. La conquista de Plassans.—Versión castellana de Juan de la Cerda: dos tomos en 8.° mayor, de 700 en tela. P^nas, ¿,50 pesetas en rústica y 3 páginas entre los dos tomos, 5 pesetas en rústica y 6 en tela. Aueta Micoulin.—Versión castellana de Félix del Valle: un tomo en 8.° mayor, de 356 páginas, 3 pesetas en rústica. La caída del Padre Mouret.—Versión castella- na de J. Tadince: dos tomos en 8.° mayor, de 700 pági- nas entre los dos tomos, 5 pesetas en rústica y 6 en tela. Magdalena Ferat.—Versión castellana de Enri- que Martínez: un tomo en 8.° mayor, de 444 páginas, 3 pesetas en rústica y 3,50 en tela. Cuentos á Ninon.—A Ninon.—Simplicio.—El tar- jetero de baile.—El ideal de amor.—El bada amorosa.— e8 a ¡Sangre!—Los ladrones y el asno.—Hermana de los t^sSf^S^rlr^ P Sola de An- rústica y 3 entela 8-° mayor, 2,50 pesetas en pobres.—Aventuras de Sidonio el grande y del peque- ño Mederico.—Versión castellana de A. Mira: un tomo ^MaíeSS^eSj^ en 8, . en 8.° mayor, de 350 páginas, 3 pesetas en rústica y 3,50 ma en tela. teoSPnrf?la!~VTió° «WTSMA de En COSMOS Nuevos cuentos á Ninon.—Un baño.—Las fre- . p'tera^^rde 320 pàginaï^O sas.—El gran Michú.—El Ayuno.—Los hombros de la Marquesa.—Mi vecino Santiago.—El paraíso de los V Ón espaSola oSK? EniTo^uT^;r TÍ tatos.—Lilia.—La leyenda del Capita azul del amor.— 11 herrero.—La crisis.—La aldeilla.—Recuerdos.—Las Pesetas en rúsfe y B e^teîa ^ 2,50 cuatro jornadas de Juan Gourdon.—Versión castella- na de Siró García del Mazo: un tomo en 8.° mayor, de OBRAS DE EMILIO ZOLA 370 páginas, 3 pesetas en rústica y 3,50 en teia. Los misterios de Marsella.—Versión castellana de F. de Madrazo y Alvarez Veriña: dos tomos en 8.° P 8 ent re 3 dos sS ÍS. - fe tomos, 6 pesS en rSca mayor, de más de 730 páginas entre los dos tomos, 5 pe- setas en rústica y 6 en tela. La tierra. — Versión castellana de León Ballcag: en Stica °° PágmaS 8ntre los dos tomos, 5 pesetas tercera edición, en un solo volumen de más de 500 pá- ginas, minuciosamente corregida, 4 pesetas en rústica El vientre de Paris.-Versíón castellana de En- y 4,50 en tela. OBRAS DE VARIOS AUTORES licenciado Barbadillo: un tomo en 8.° mayor de 524 pá- ARAMIS.—Literatura de Bonafoux: un tomo 8 ginas, 2¡50 pesetas en rústica. pesetas en rústica. ' 'EQA DE QUEIROS —El primo Basilio: versión ARAMBILET.—Agnes: narración del día: un tomo castellana de un aprendiz de hacer novelas: dos to- en 8.° mayor, 1 peseta en rústica. mos en 8.° mayor de cerca de 900 páginas entre los dos ARMONICUS.-La Gioconda: ensayo crítico ana- tomos, 5 pesetas en rústica. lítico sobre La Gkoconda, ópera de A. Ponchielli: 0,50 EDMOND.—La leñadora: versión castellana de pesetas en rustica. Miguel Bala: un tomo en 8.° mayor de 436 páginas, 2,50 BA_RBEY D'AUREVILLY.—Lo que no muere: pesetas en rústica. versión castellana de Ricardo Pérez: un tomo en 8 ° ENAULT.— Gabriela de Celestange : versión mayor de 496 páginas, 2,50 pesetas en rústica. castellana de A. de Luque: un tomo en 8.° mayor de .BOUVIER — Las borgoñas del día: versión 432 páginas, 2,50 pesetas en rústica. castellana de Angel de Luque: dos tomos en 8.° mayor ENNERY.—El Príncipe de Moria: versión cas- de cerca de 1.000 páginas entre los dos tomos, 5 pese- tellana de Ricardo de Hinojosa: un tomo en 8.° mayor tas en rustica. ' de 384 páginas, 2,50 pesetas en rústica. CANOVAS DEL CASTILLO (Antonio).-La cam- FLAUBERT (Gustavo ). —Salammbó: versión pana de Huesca: Crónica del siglo XII. un tomo, 5 ue- castellana de A. Mora: un tomo en 8.° mayor de 348 pá- setas en rustica. 1 ginas .2.50 pesetas en rústica y 3 en tela. CAÑIZO—Justicia y Providencia: novela de EORTUNIO.—La Virgen de Belem: versión cas- costumbres: un tomo en 8.° mayor de 432 páginas. 2 50 tellana de Carlos B. Eigueredo: un tomo en 8.° mayor pesetas en rústica. ' ' de 400 páginas, 2,50 pesetas en rústica. CARMEN SILVA. (S. M. la Reina de Rumanía).- GALERIA DE DESGRACIADOS. — (Poesías por Flores yperlas—Versión castellana de D.a Fausti- varios escritores y escritoras): un tomo en 8.°, 1 peseta nabáenz de Melgar: un tomo en 8.» mayor de más de en rústica. ^ÍTT?\nc?s' 2,50 Pesetas en rústica y 3 en tela. GAUTIER.—Fortunio. La muerta enamora- CUBAS.—El ángel del presidio: novela: un tomo da: versión castellana de un aprendiz de estilista: un en 8.° mayor, 1,50 pesetas en rústica. tomo en 8.° de 372 páginas, 2,50 pesetas en rústica. IDEM.—La mortaja de limosna: novela: un IDEM.—Novelas cortas: (El vellocino de oro.— ta™ en 8.° mayor, 1,50 pesetas en rústica. El nido de ruiseñores. —Una noche de Cleopatra.—El LUEM.—El panal de miel: un tomo en 8.° mayor perrito de la Marquesa.—El Rey Candaule.—La cade- de oM páginas, 2,50 pesetas en rústica. na de oro): versión castellana de un aprendiz de esti- lista: un tomo en 8.° mayor de 332 páginas, 2,50 pesetas ESCOGIDAS de Balzac, en rústica. Hoffmann Edgard Poe, Scholl, etc., etc.: un tomo en ^w^ím^f0 págmas, 2,50 pesetas en rústica. HOUSSAYE—La comedianta: versión castella- -UMittLI (Eduardo).—Las represalias de la vida: na de un redactor de El Cosmos: un tomo en 8.° mayor versión castellana de Miguel Bala: un tomo en 8.° ma- de 400 páginas, 2,50 pesetas en rústica. yor de 416 páginas, 2,50 pesetas en rústica. LA CERDA.—El gran problema: un tomo en 8.° -Uiy^Fli (Alberto).—Como en la vida: versión mayor de 416 páginas, 2,50 pesetas en rústica. castellana de EL COSMOS EDITORIAL, 3 pesetas en rústi- ÍDEM.—La tela de araña: (Historia de una mu- ca y ¿,50 en tela. jer): un tomo en 8.° mayor, 1 reseta en rústica. Desaparecido—Versión castellana de EL COSMOS LOPEZ GUIJARRO. — Tierra y cielo: un to- ÉDITORIAL: un tomo en 8.° mayor 3 pesetas en rústica mo, 3 pesetas en rústica. y o,ou en tela. MAHALIN.—La bella horchatera: versión cas- DICKENS.—Días penosos: versión castellana del tellana de J. Olave: dos tomos en 8.° mayor de cerca de 800 páginas entre los dos tomos, 5 pesetas en rústica. ZACCONE.—Los dramas de la Bolsa: versión MALOT.—Zyta la saltimbanquis: versión caste- castellana de Faustina Sáez de Melgar: un tomo en 8.° llana de Angel de Luque: un tomo en 8.° mayor de 360 mayor de 436 páginas, 2,50 pesetas en rústica. páginas, 2,50 pesetas en rústica y 3 en tela. WÍLKEE COLLINS.—¿Señorita ó señora? (Un MUSSET.—La confesión de un hijo del siglo: drama de la vida privada): versión castellana de Angel versión castellana de Ricardo Gil: un tomo en 8.° ma- de Luque: un tomo en 8.° mayor de 344 páginas, yor de 320 páginas, 2,50 pesetas en rústica y 3 en tela. 2,50 pesetas en rústica y 3 en tela. ORTEGA MUNlLLA. — Orgía de hambre: un IDEM.—El aparecido.—Versión castellana de tomo en 8.° mayor de 448_págs-, 2,50 pesetas en rústica. E. Godínez: un tomo en 8.° mayor de 324 páginas, OSSORIO Y BERNARD.—Cuadros de género 2,50 pesetas en rústica y 3 en tela. trazados á pluma: un tomo en 8.°, 2 pesetas en rús- La pista del crimen.—Versión castellana de EL ica- COSMOS EDITORIAL: dos tomos en 8.° mayor, 5 pesetas IDEM.—Romanees de eiego. (Poesías): un tomo en rústica y 6 en tela. en 8.°, 1 peseta en rústica. IDEM.—Viaje crítico alrededor de la Puerta del Sol: un tomo en 8.°, 2 pesetas en rústica. PIERRE SALES.—¡Incendiario! Versión caste- SEGUNDA PARTE llana de Antolín San Pedro: un tomo en 8.° mayor de cerca de 400 páginas, 2,50 pesetas en rústica y 3 en tela. MEDICINA R1V1ERE— El combate de la vida: versión cas- tellana de Pedro Sañudo Autrán: tres tomos en 8.° ma- CHARCOT.—Lecciones sobre las enfermeda- yor de 1.200 páginas entre los tres tomos, 7,50 pesetas des del sistema nervioso, dadas en la Salpítriére, en rústica. coleccionadas y publicadas por Bourneville. Traduci- SIMON (Julio).—Dios, patria y libertad: ver- das de la última edición francesa, por D. Manuel Flo- sión castellana de J. Orellís: un tomo en 4.° de 328 pá- res y Plá, 1882: dos tomos en 4.° con 68 figuras interca- ginas, 5 pesetas ,en rústica. ladas en el texto y 21 láminas cromo-litografiadas, con SOLES EGUILAZ.—En el quinto cielo: un tomo cerca de 1.100 páginas entre los dos tomos, 26 pesetas en 8." mayor de 428 páginas, 2,50 pesetas en rústica. en rústica y 29 en pasta. TOLSTOI (Conde de).—La guerra y la paz: tres FONSSAGRIVES (obra de texto).—'Tratado de volúmenes en 8.° mayor de cerca .de 1.200 páginas- en- materia médica, traducido y anotado por el doctor tre los tres, 6 pesetas en rústica y 7,50 en tela. D. Francisco Javier de Castro, con una introducción TRUEBA—El gabán y la chaqueta: dos tomos de su traductor: tres tomos en 4.° con más de 2.000 en 8.° mayor de más de 700 páginas entre los dos to- páginas de lectura y profusión de grabados intercala- mos, 5 pesetas en rústica. dos en el texto, 30 pesetas en rústica y 34,50 en pasta. VEGA (Federico de la). — Menudencias filosófi- IDEM.—Tratado de la higiene de la infan- cas.—Carta8 á Severo Seralín: un tomo, 4 pesetas en cia, traducido y anotado por D. Manuel Flores y Plá: rústica. un tomo en 4.° de 720 páginas, 10 pesetas en rustica ULBACH.—El suplicio de im padre ó la con- y 11,50 n pasta. fesión de un sacerdote: versión castellana de Car- IDEM.—Higiene y saneamiento de las pobla- los Nésgra: un tomo en 8.° mayor de 436 páginas, 2,50 ciones: versión castellana del doctor Eduardo Blanco pesetas en rústica. Vázquez: un tomo en 4.° de cerca de 600 páginas, 6 VASCANO.—Javier Malo: un tomo en 8.° mayor pesetas en rústica y 7,50 en pasta. de 464 páginas, 2,50 pesetas en rústica^ IDEM (obra de texto).—Formulario terapéutico X ***—Al lado de la dicha: versión castellana de parauso de los prácticos: versión castellanade don Enrique Nésgra: un tomo en 8.° mayor de 356 pági- Hipólito Carilla y Barrios: un tomo en 8.° mayor de 50® nas, 2,50 pesetas en rústica. PáfAPPniT?f8etTa3 en.^tícay 6 en pasta (agotado). das por el Dr. Dumontpallier, seguidas del estudio ex- JACCOUD.—Lecciones de Clínica Módica, da- perimental sobre la Metaloscopia y la Metaloterapia fiwwL? HosP,lfcal d® & Kedad (primera serie, años del doctor Burq: versión castellana de D. Manuel 1883-84): versión castellana de D.Esteban Sánc¿ez de Flores y Plá: un tomo en 4.° de más de 200 páginas, 3 Ocaña: un tomo en 4 ° con 12 grabados intercalados en pesetas en rústica y 4,25 en pasta. el texto y cerca de 600 páginas, 12,50 pesetas en rústica y 14 en pasta. ]SnmEZ.—Estudio médico del veneno de la 8 tarántula, según el método de Hahnemann, prece- ftl C^fS ^ Clínica Médica, dadas en dido de un resumen histórico del tarantulismo y taran- el Hospital de la Piedad (segunda serie, años 1884-85): tismo, 1864: un tomo en 4.° mayor de más de 200 pági- versión castellana de D. Javier Santero: un tomo en 4.° nas, 5 pesetas en rústica y 6,50 en pasta. coán 36 grabados intercalados en el texto y cerca de 700 VEKDOS—Acción terapéutica del alcohol en P $í£s l2,50 pesetas en rústica y 14 en pasta. las pneumo y cardiopatías agudas: obra premia- IJEM.-Lecciones de Clínica Médica, dadas da por la Real Academia de Medicina y Cirugía de en el Hospital de la Piedad (tercera serie, años 1885-86): Barcelona: un tomo en 8.° mayor de 250 páginas, 2 pe- versión castellana de D. Javier Santero: un tomo en 4.° setas en rústica y 3 en pasta. con db grabados intercalados en el texto y cerca de 700 AUDHOUI. — Tratado de las enfermedades P £fta,8 T J^W 14 ^ pasta. del estómago: versión castellana de H. Carilla: un «AJN i MÍO (obra de tofo;.—Elementos de hieie- tomo en 8.° mayor de 424 páginas, 2,50 pesetas en rús- f lTlJada 7 V^ca: ¿os tomos en 4.° con mis de tica y 3,50 en pa9ta. 1.400 páginas entre los dos tomos, 20 pesetas en rústica MARISCAD (Nicasio).—Higiene de la vista en y ¿o enpaeta. las escuelas: obra laureada por la Sociedad Españo- POUILLET. Estudio médico-filosófico sobre 8 1 8 CÍ lsa los la de Higiene en el concurso público de 1887: forma un i™^* ' ^ . " ?' síntomas, las conse- tomo en' 8.° mayor de 232 páginas, ilustrado con 11 cuencias y el tratamiento del onanismo en la fotograbados, 2 pesetas en rústica y 3 en paita. mujer:im tomo en8° mayor de más de 200 pági- Tratado de Medicina legal, de jurispruden- Pesetas en rústica y 3,50 en pasta. ^ cia médica y de toxicología, por Legrand du Sau- espermatorrea: Tratado de las pér- lle, médico del Hospital de la Salpétriére de París, pe- didas semmales traducido de la última edición france- rito de los Tribunales, miembro fundador de la Socie- sa. un tomo en 8.° mayor de más de 300 páginas, 2 50 dad de Medicina legal, etc., etc.; Georges Berryer. peseta? en rú-tica y 3,50 en pasta. ' ' abogado del Tribunal de apelación de París, y Gabriel . IDEM. Tratado de los flujos blenorrágicos. Pouchet, profesor agregado de la Facultad de Medici- contagiosos, agudos y crónicos del hombre y na de París, jefe del laboratorio del Hospital de Saint- de la mujer, por el útero, la vulva, la vagina v Louis, perito de los Tribunales, etc., etc.: Obra premia- accidentes y de sus complica- da por el Instituto de Francia. Traducida, anotada y ciones, seguido de un estudio de los flujos 5 8 0 los aumentada con la legislación médico-legal española, í^™ « ? contagiosos por órganos geni- la inglesa y las de las diferentes Repúblicas america- ía n pV08/^ S6XOS: versión casteUana del doc- E U ardo lanco: 1111 tomo nas, comparada y comentada por el Dr. D. Teodoro ? f - ? en 8.o mayor de cerca Yáñez y Font, profesor de Medicina Legal y Toxicolo- de 600 págmas 4nietas en rústica y 5 en pasta gía en la Facultad de Medicina de la Universidad Cen- LUJ^M —Estudio médico-psicológico sobre tral, socio de varias Academias científicas nacionales y extranjeras; D. Carlos Núñez y Granés, licenciado en Derecho civil y canónico y en Derecho administrativo, abogado del ilustre Colegio de Madrid, exdiputado ¿ Cortes, etc., y D. Eduardo Blanco, exmédico forense. metaloterapia ó el burquismo, conferencias da- La obra forma cuatro magníficos tomos en 4.®, con EL COSMOS EDITOBIAL cerca de 3.000 páginas de clara y compacta lectora, y se vende en Madrid en EL COSMOS EDITORIAL, Arco de Santa María, 4, bajo, y en las principales librerías de Madrid y provincias, al precio de 50 pesetas en rús- tica, y 56 en pasta española. . . Deseando esta empresa facilitar la adquisición de tan importantísima obra, ba resuelto venderla por to- mos en la siguiente forma: El que desee adquirirla de este modo,- remitirá al Sr. Administrador de EL COS- MOS EDITOBIAL 12 pesetas 50 céntimos, importe del tomo I, y además 75 céntimos de peseta para el certifi- cado, si fuese de provincias, y recibirá dicho tomo cer- tificado á vuelta de correo. Cuando le parezca oportuno volverá á remitir á dicho Sr. Administrador otras 12 pesetas 50 céntimos, importe del tomo II, con otros 75 céntimos para el certificado, y recibirá dicho tomo en la misma forma, y así sucesivamente hasta que haya adquirido los cuatro tomos de que consta la obra. NOTA. A Ultramar se envía franca de porte por 55 pesetas, siendo en rústica, y por 60 pesetas en pasta. Üannal de técnica anatómica, que comprende todas las materias de la asignatura de Disección, por D. Federico Olóriz Aguilera, catedrático por oposición de Anatomía descriptiva en la Facultad de Medicina de Madrid, y exayudante disector y exprofesor de Disec- ción en la de Granada. La obra forma un magnifico tomo en 4_.°, con más de 900 páginas de lectura, siete magnificas láminas autotí- picas, y cerca de cien grabados intercalados en el texto. El precio de esta obra es el de 20 pesetas en rústica y 22 en pasta española, en Madrid y provincias. Los pedidos de estas obras se dirigirán al Adminis- trador de EL COSMOS EDITOBIAL (Arco de Santa María, 4, bajo, Madrid), acompañando el importe en libranzas ó letras de fácil cobro, sellos de correos de la Península ó billetes de los Bancos .de España, Inglaterra ó Fran- cia; pero en el caso de enviar sellos ó billetes es preciso certificar las cartas. Si por circunstancias especiales no fuera posible el envío de fondos bajo ninguna de las formas expresadas, consúltese á la casa y esta indica- rá á vuelta de correo otros medios.

MADRID, 1890.—Manuel G. Hernández, impresor de la Real Casa Libertad. 16 duplicado.—'Teléfono 934