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Edmundo Jarquín Calderón N 923.2 J 37 Jarquín Calderón, Edmundo Pedro Joaquín ¡Juega! / Edmundo Jarquín Calderón. – 2a ed. – Managua : Anamá Ediciones, 2018 334 p. ISBN 978-99924-75-63-8 1. CHAMORRO, PEDRO JOAQUÍN-1924- 1978-VIDA Y OBRA 2. NICARAGUA-HISTORIA- DICTADURA SOMOCISTA, 1944-1979 3. NICARAGUA-POLÍTICA Y GOBIERNO © Edmundo Jarquín Calderón, 2018 © anamá Ediciones, 2018 Segunda edición anamá Ediciones, 2018 anamá Ediciones Res. El Dorado No.187 Managua, Nicaragua Teléfono: (505) 2249-0597 E-mail: [email protected] Web: anamaediciones.com Levantado de texto / Cuidado de edición: Adriana Zea De conformidad con la ley se prohíbe la reproducción parcial o total de esta obra en cualquier tipo de soporte, sea este mecánico, fotocopiado o electrónico, sin la respec- tiva autorización del autor. Pedro Joaquín ¡Juega! Edmundo Jarquín Calderón A Marcos Tolentino Bárcenas Chamorro En cuanto a mí, busqué la libertad más que el poder, y el poder tan solo porque en parte favorecía la libertad Memorias de Adriano Marguerite Yourcenar Presentación Muchos fueron los amigos que mi esposo, Pedro Joaquín, tuvo a lo largo de sus cincuenta y tres años de vida. Uno de ellos fue un muchacho de Ocotal, Edmundo Jar- quín Calderón, o simplemente Mundo, como lo llamamos, con quien se identificó profundamente. En el mismo senti- do del humor –los chistes, bromas y carcajadas–, las mismas ideas, la misma preocupación por construir la Democracia en Nicaragua y liberarse de la larga dictadura somocista. Una mutua simpatía los llevaba y traía, los agitaba y em- pujaba a la acción. En los últimos años, cuando Pedro organizó la Unión Democrática de Liberación (UDEL), Mundo, ya profesional del derecho y la economía, fue uno de los secretarios políticos de esta organización y al mismo tiempo era su gran colabora- dor en el diario La Prensa, siempre por la misma causa. Para conmemorar en este año, 1998, el XX aniversario del asesinato de Pedro Joaquín, 10 de enero de 1978, Mun- do decidió hacer este retrato de Pedro: el político, periodista, escritor testimonial, narrador e inclaudicable opositor al so- mocismo. Él ha logrado hacer un Pedro muy cercano al que tengo en mi memoria y que llevo en mi corazón. Por eso, con mu- cho gusto y cariño escribo estas palabras al comienzo de este 9 libro, hoy cuando todos y yo, hemos cumplido los sueños de Pedro: Nicaragua ya es una República. Violeta Barrios de Chamorro, enero de 1998. 10 Introducción La vida de Pedro Joaquín Chamorro Cardenal (1924-1978) y la dictadura somocista en Nicaragua (1932-1979) fueron dos paralelas en tiempo y espacio. Pedro Joaquín nació en 1924, una década antes de que se iniciara la dictadura, pareciera que vivió para combatirla y su asesinato precipitó el fin de la misma, en julio de 1979. Poco de su vida puede explicarse al margen de la dicta- dura, y si bien la evolución de la misma no se explica a partir de su interacción con Pedro, ni mucho menos, en algunos de sus capítulos importantes –no solamente en su final– la figura de Pedro Joaquín adquirió verdadera relevancia histórica. Sus virtudes y defectos, fuerzas y debilidades, aciertos y errores, pasiones y vehemencias, alegrías y tristezas, su intransigencia y tenacidad, y las amarguras de sus soledades y aislamientos, así como las satisfacciones de los afectos y reconocimientos que recibió, solamente pueden entenderse en ese contexto. Es frente a la dictadura que se demarcó el periodista, el escritor testimonial, el narrador y el político que intento res- catar de mi memoria, de los textos, y de la memoria de otros, amigos y adversarios de Pedro Joaquín, a quienes entrevisté. Él fue una de las personalidades más polémicas, controversia- les, apasionantes, y sin duda,más importantes de la historia de Nicaragua en el siglo XX. 11 Su asesinato, el 10 de enero de 1978, ha sido considerado como el detonante de un proceso de conmoción social y polí- tica, de agudización de la crisis económica, de incremento del aislamiento internacional del gobierno de Anastasio Somoza Debayle y de expansión de la lucha armada del Frente San- dinista de Liberación Nacional, FSLN, que condujo al fin de la dinastía somocista. Pedro Joaquín había llegado a ser un símbolo moral y político de todas las resistencias que la dic- tadura había generado dentro y fuera de Nicaragua. Por eso su asesinato fue un catalítico de todas ellas. Pero la fuerza de ese detonante no se podría explicar únicamente por la fuerza convocante del símbolo que era Pedro Joaquín. Como lo veremos después, una serie de factores –pre- cipitados por el terremoto de 1972 y que se sumaron a los agravios dictatoriales acumulados durante 40 años– habían conducido a la dictadura dinástica a una situación de vulne- rabilidad: contradicciones con diversos sectores del empresa- riado –incluso con algunos de sus aliados–; la Iglesia Católica abiertamente se había distanciado; la expansión y el ascenso de la clase media se había interrumpido; a la vez, mayores rigores económicos y sociales se imponían a los amplios sec- tores populares; la lucha armada del FSLN desbordaba sus límites tradicionales y estrechos; la oposición política cívica se había nuevamente articulado en la Unión Democrática de Liberación (UDEL), de la cual Pedro Joaquín era el principal dirigente; y el infarto que Somoza Debayle sufrió el 25 de julio de 1977, desató pugnas sucesorias dentro de su propio régimen. Adicionalmente, el gobierno del Presidente Jimmy Carter, que se inició en enero de 1977, hizo de los derechos humanos uno de los ejes de su política exterior, y pese a las ambigüedades en el ejercicio de esa política, había restado a la dictadura parte de su tradicional soporte norteamericano, 12 lo cual, a su vez, disminuyó el apoyo a la misma en los otros gobiernos centroamericanos –algunos de ellos también dicta- duras militares– que resentían ocultamente el proconsulado que de la política de los Estados Unidos Somoza ejercía en la región. A principios de 1978 la dictadura somocista estaba in- dudablemente, en un ciclo bajo, porque los tuvo altos en tér- minos del apoyo que convocaba. Durante un largo período, pese a la obstinada resistencia de patriotas que siempre la re- pudiaron, la dictadura se benefició del amplio apoyo social y político derivado del acelerado proceso de modernización y crecimiento económico, aunque muy desigual en térmi- nos sociales, que Nicaragua experimentó especialmente en- tre 1950 y 1972. Pero siempre nepótica, dinástica, corrupta, cruel, presta a recurrir a la más brutal represión cuando lo ne- cesitaba: aunque a veces flexible, marrullera, populista y has- ta con giros antioligárquicos, forjando alianzas, engatusando, abriendo espacios, jugando a los acomodos internacionales –especialmente los de la política norteamericana–, cediendo temporalmente para recuperar fuerzas y consolidarse después. Hasta caer. Los nicaragüenses, que hemos sido una de las sociedades latinoamericanas más profunda y radicalmente desgarradas por nuestras pasiones y odios políticos, y por nuestras rivali- dades personales, familiares y regionales, que nos han condu- cido a los mayores excesos de guerras civiles e intervenciones foráneas –siempre, invitadas por, o al menos con la complici- dad de nosotros mismos–, hemos tendido a ver nuestra histo- ria con el prisma de nuestra radical intolerancia: hay historia liberal, en la que los villanos son los conservadores; historia conservadora, es decir, escrita por los conservadores, en la que 13 todos los males recaen sobre los liberales; historia antisan- dinista, en la que no cabe el menor asomo de bondad en la lucha del General Sandino y sus seguidores; finalmente, his- toria escrita desde la óptica del FSLN, en la que todo lo que no era FSLN era malo o inexistente. Si las generaciones actuales no toman apropiadas leccio- nes de esa recurrencia bárbara, y cortan con ella de un tajo asegurando que la construcción democrática que vive Nica- ragua no se revierta, entraremos al siglo XXI prisioneros de los fantasmas y horrores de nuestro nada envidiable pasado. Eso ocurrió en el tránsito del siglo XIX al siglo XX y eso podría ocurrir en el próximo cambio de siglo y de milenio si no aprendemos, especialmente, de la historia de la segunda mitad del siglo XX. A finales del siglo XIX, después de treinta años de progreso, no pudimos hacer el tránsito de la Repúbli- ca Oligárquica a una República más representativa, y deriva- mos a dictaduras y guerras civiles que frustraron el progreso alcanzado. Tenemos ahora una genuina oportunidad demo- crática. No debemos desaprovecharla. Los nicaragüenses debemos aprender que por culpa de todos Nicaragua ha perdido un siglo, sí, un siglo, en términos de su modernización política y por tanto de la posibilidad de convivir pacífica y democráticamente. Y aquí reside la expli- cación de nuestro atraso económico y de nuestros lacerantes problemas sociales. Como señala Arturo Cruz Sequeira, “la incapacidad de hacer la transición política a finales del siglo XIX, tal como ocurrió a finales de los años setenta de este si- glo, hizo que los logros económicos de los treinta años, como los del régimen de los Somoza, no fueran sostenibles”. 14 En uno de sus editoriales de los años sesenta, Pedro se interrogaba por las causas de nuestro atraso y reflexionaba de una manera que parece un mensaje para las generaciones que le han sobrevivido: ¿Por qué?... Porque nuestros administradores, autó- cratas, fueron incapaces por una parte de romper con el pasado, y por otra de administrar bien el presente... Ellos, como nosotros, son hijos del pasado; pero ellos se han quedado mirando hacia la Sodoma que fue el pasado, y por eso abordan el presente sin moverse, sin progresar, convertidos en sal. Nosotros no debemos mirar hacia atrás. Al contrario, debemos dejar nuestro pasado hundido en la oscuri- dad y comenzar a comprender, también, porque quie- nes no hacen eso pertenecen ya al pasado.