Cienciología, Una Religión De Ciencia Ficción
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SOCIEDAD Cienciología, una religión de ciencia ficción En marzo, HBO emitirá Going clear, el nuevo documental recién estrenado en el festival de Sundance que revela secretos sobre la Iglesia de la Cienciología y algunos de sus famosos seguidores, como Tom Cruise. Menos conocido para el gran público es Lafayette Ronald Hubbard, el prolífico escritor de aventuras interplanetarias inventor de uno de los movimientos religiosos más controvertidos de las últimas décadas, en cuyo credo el imaginario de la ciencia ficción ocupa un lugar de capital importancia. Pablo Francescutti 31/1/2015 09:00 CEST Iglesia de la Cienciología en Los Ángeles. / Pictorial Evidence De todas las maneras que tiene un escritor de ciencia ficción de alcanzar la fama, sin duda la más original fue la elegida por Lafayette Ronald Hubbard. No llegó a ella a través de sus numerosos relatos firmados con diversos pseudónimos (Rene Lafayette, Tom Esterbrook, Kurt von Rachen, Captain B.A. Northrup, Winchester Remington Colt), sino en su calidad de fundador de la Iglesia de la Cienciología. Y, aunque a primera vista ambas cosas no parezcan relacionadas, su capacidad inventiva de aventuras interplanetarias resultó decisiva en la génesis del credo cienciológico. De entrada, la ciencia ficción le proporcionó el trampolín desde el cual se SOCIEDAD lanzó al estrellato como profeta visionario. En concreto, fue en el número de mayo de 1950 de Astounding Science Fiction, decana de las revistas del género de Estados Unidos, en donde, con el artículo Dianetics: the evolution of a Science, presentó en sociedad su “ tecnología de curación espiritual”. En 1950, Hubbard presentó en sociedad su “tecnología de curación espiritual” en la revista decana de la ciencia ficción en EE UU La dianética tomaba de Freud la idea de la estructura tripartida de la mente y la premisa de que los problemas psicológicos se enraízan en el pasado, concretamente en la fase prenatal. Prometía eliminar las huellas dejadas por recuerdos traumáticos, los “engramas reactivos”, mediante una auditoría en cuyo curso el paciente, estimulado por un auditor, revivía los episodios negativos hasta borrar su impronta. Por si eso fuera poco, la nueva “ciencia de la mente”, al llevar el cerebro al nivel óptimo, impulsaría la evolución humana a un estadio superior, el Homo Novis. Al artículo le siguió un libro, Dianetics: The Modern Science of Mental Health, que vendió millones de ejemplares. El escritor creó entonces la Fundación de Investigación en Dianética, abocada a curar todo tipo de males psicológicos y psicosomáticos. La dianética se convirtió en la psicoterapia de moda. Sus contenidos de autoayuda aumentaron su tirón: cualquier par de amigos podía auditarse mutuamente; con 15 minutos de auditoría, afirmaba la publicidad, se obtendrían más beneficios que en cinco años en el diván. SOCIEDAD Portada de la revista en la que se publicó el artículo que popularizó la dianética de Hubbard. Hubbard llegó a auditar al novelista Aldous Huxley mientras reclutaba como auditores a los autores de ciencia ficción Theodore Sturgeon y A. E. van Vogt. El dinero entraba a espuertas, la gente pagaba por auditarse o por formarse como terapeutas. Mas el descontrol financiero, las peleas internas y la acusación de ejercicio ilegal de la psiquiatría acabaron con la Fundación. Hubbard perdió hasta el copyright del nombre dianética. No se desanimó; en 1954 relanzó su doctrina en Los Ángeles bajo otra denominación: Iglesia de la Cienciología (del griego “saber cómo saber”). Sus ambiciones eran ahora mucho más vastas: la dianética perseguía la salud física y mental; la cienciología, ‘‘estudio y manejo del espíritu en relación con sí mismo, los universos y la otra vida”, aspiraba a la salvación de cuerpo y alma. El cambio de objetivos vino teñido de misticismo. Hubbard pergeñó una teología protagonizada por los thétanos, entes que representan la dimensión inmortal de la persona. Tales espíritus venían encarnándose en seres humanos desde tiempo inmemorial. La salvación pasaba por lograr que el thétano propio se liberase de su carga negativa y adquiriera control sobre su entorno a través de un proceso de purificación corporal combinado con el estudio de los textos cienciológicos. SOCIEDAD La dianética se convirtió en la psicoterapia de moda; con ella, cualquier par de amigos en 15 minutos obtendría más beneficios que en cinco años de diván Así, lo que surgió como un tipo de psicología popular desembocó en un culto en toda la regla. Al dar el paso, Hubbard rompió con sus referentes, en particular con Freud, quien había tachado a la religión de ‘‘neurosis obsesiva universal de la humanidad”. Pero del maestro vienés nunca olvidó una lección: cobrar a buen precio la ayuda terapéutica. El pago por casi todos sus servicios distinguiría a la nueva confesión de las demás, asegurando su rápido enriquecimiento. La Ópera Espacial al altar Al distanciarse del psicoanálisis, Hubbard buscó otras fuentes de inspiración. Al meollo terapéutico de la dianética le añadió las ideas de la transmigración y de la salvación, como “limpieza del karma”, sacadas del budismo y el hinduismo. Pero, sobre todo, echó mano de un bagaje que conocía al dedillo: la ciencia ficción. De su acervo escogió algunos tópicos populares: la invasión alienígena, los universos lejanos y los seres con superpoderes adquiridos por medios técnicos o espirituales. SOCIEDAD Escena de una parodia musical de la Cienciología. En el centro una representación de Xenu, el malvado líder de la Confederación Galática que, según la iglesia de Hubbard, deportó a los individuos indeseables a la Tierra. El modelo narrativo de la Ópera Espacial le sirvió para incorporar dichos temas. La influencia del subgénero pródigo en peripecias cósmicas a cargo de héroes y archivillanos arquetípicos es patente en la historia de Xenu. Esbozada en una conferencia de 1967, cuando Hubbard habló a sus acólitos de un cataclismo ocurrido hacía 75 millones de años en nuestro sector de la Vía Láctea, cobró forma más tarde en un guión cinematográfico, Revolt in the Stars (1977). La trama se centraba en las fechorías de Xenu, el malvado líder de la Confederación Galática: enfrentado al problema de la superpoblación, el déspota no tenía mejor ocurrencia que deportar los individuos indeseables a la Tierra para, una vez desembarcados, exterminarlos con bombas H. Que no se trataba de un mero relato lo confirmaron miembros renegados de la iglesia de Hubbard. En los niveles avanzados de iniciación, revelaron, los neófitos aprenden que los thétanos no son sino los espíritus de las víctimas de Xenu, convertido de tal guisa en el Darth Vader del panteón cienciológico. Como almas en pena, los thétanos se vienen encarnando en las personas, SOCIEDAD trastornándolos con los engramas traumáticos de la masacre ocurrida hace 75 millones de años. Aunque se alejó de Freud, nunca olvidó cobrar a buen precio la ayuda terapéutica, y el pago distinguiría a la nueva confesión de las demás La Ópera Espacial inspiraba asimismo su Diccionario Técnico: la entrada Marcab Confederacy habla de una civilización interplanetaria de más de 200.000 años de antigüedad. Formada con restos de civilizaciones anteriores, en los últimos diez mil años cayó en una decadencia marcada por la afición a los “automóviles, trajes de ejecutivo, sombreros fedora, teléfonos, naves espaciales”, al punto de parecer “un duplicado desmejorado de la actual civilización estadounidense”. Otra entrada está dedicada a la Confederación galáctica Espinol; y otra a Helatrobus, una nación interplanetaria desaparecida hace billones de años. Hubbard, que aparcó su carrera literaria para volcarse a su apostolado, trasvasó su fecunda creatividad al evangelio cienciológico. Lejos de negar los ostensibles parecidos entre su dogmática y la ciencia ficción, los justificó argumentando que este género funciona como un mecanismo de reminiscencia colectiva de lo sucedido a los thétanos en la noche de los tiempos. Y así, con retales de ficciones y de diversas creencias se confeccionaron los artículos de fe de la cienciología. La jugada tuvo éxito: hoy sus portavoces dicen contar con diez millones de fieles –entre ellos celebridades como Tom Cruise, John Travolta, Isaac Hayes y Juliette Lewis– y más de seis mil templos, misiones y grupos en 150 países. Más reticentes se muestran a la hora de precisar el trasfondo económico de una fe que funciona como una multinacional presente en diversos rubros (editoriales, rehabilitación de drogodependientes, producción de audiovisuales y empresas) cuyos activos se valoran en muchos millones de dólares, aunque se ignora exactamente cuántos. De la literatura de masas a la mercadotecnia espiritual SOCIEDAD ¿Cómo pudo un escritor de un género menospreciado alzar semejante imperio? Ciertamente, nada parecía predestinarlo a ello. Nacido en 1911 en un hogar modesto de Nebraska, Hubbard se ganó la vida durante años produciendo relatos para revistas pulp, publicaciones de papel barato que gozaron en Norteamérica de enorme popularidad entre los años 20 y 40. Capaz de escribir entre 70.000 y 100.000 palabras al mes, se convirtió en el rey de la velocidad de los autores pulp. Tocó todos los palos: novelas del oeste, de misterio y de fantasía, aunque fueron las de ciencia ficción las que le hicieron popular. Ejemplos de ello son Final Blackout (1948) y To the Stars (1950), historias de héroes solitarios destinados a salvar el mundo con sus poderes mentales sobrehumanos. La Segunda Guerra Mundial interrumpió su carrera de escribidor a destajo. Durante su etapa en los marines se empapó de lecturas de psicoanálisis, hipnotismo, filosofía oriental. Una vez desmovilizado, regresó a California y, como a tantos veteranos, le costó readaptarse a la vida civil. En esos años se vinculó a la secta esotérica de Aleister Crowley, aficionada a ritos sexuales mágicos. L. Ron Hubbard en California, 1950. / Los Angeles Daily News Un lío de faldas acabó con la asociación, dirigida por un experto del Jet Propulsion Lab, aunque Hubbard sacaría provecho de lo aprendido, tanto en SOCIEDAD lo simbólico (la cruz de ocho puntos que adoptaría como emblema de su iglesia) como en la organización de una grey de creyentes.