A 500 años del descubrimiento del Río de la Plata

Encuentro de Culturas en la Banda Oriental

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Intendente Departamental de Maldonado Ing. Enrique Antía

Secretario General Dr. Diego Echeverría

Director General de Cultura Prof. Jorge Céspedes

Sub Director General de Cultura Dr. Fernando Cairo

Director de Programación Prof. Valentín Trujillo

Director de Educación Prof. Andrés Rapetti

Encargado Departamento de Bienes Culturales Lic. Martín Ferrario

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© 2017, Intendencia de Maldonado

Diseño: Martín Ferrario

Corrección: Lic. Nadia Pereira

Coordinador General: Dr. Fernando Cairo

Ilustración tapa: Mapa Paraguay o Prov. de Rio de la Plata cum regionibus adiacentibus Tucuman et Sta. Cruz de la Sierra, Amstelodami Excudebat Ioannes IanBonius, c. 1600.

Prohibida la reproducción total o parcial del presente libro sin autorización expresa y por escrito de la Intendencia de Maldonado ().

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Introducción

Durante el año 2016 se conmemoró el quinto centenario del descubrimiento del Río de la Plata, también denominado «Encuentro de culturas en el Río de la Plata».

La Intendencia de Maldonado quiso adherir a tan importante conmemoración, promoviendo actividades culturales que sirvieran —a la vez— para rendir homenaje a tan magno aniversario y para reflexionar sobre un hecho histórico que cambió para siempre la situación de nuestra región.

El Río de la Plata y sus circunstancias sirven como excusa, una vez más, para vincularnos y profundizar nuestros conocimientos sobre nuestra propia identidad.

No debemos olvidar que este encuentro de culturas, ambas tan viejas como ricas en pasado, provocó una simbiosis en la que primó la aculturación de la más débil. En todo caso fue este mestizaje que originó nuestra actual cultura dándole carácter e identidad propios a un conglomerado humano protagonista de muchos de los

5 cambios que la humanidad ha experimentado en los últimos cinco siglos.

Fue así que, a partir de febrero de 2016 hasta el presente, la Intendencia, a través de la Dirección General de Cultura, organizó una interesante muestra museográfica sobre la Isla Gorriti en uno de los locales de la ex estación Ancap de la avenida Gorlero. En dicha exposición se exhiben objetos históricos hallados en la Isla Gorriti y que son demostrativos de hechos ocurridos en los últimos siglos en la misma. Dicha muestra ha sido visitada por cientos de personas interesadas en nuestro patrimonio cultural.

El 2 de febrero de 2016 —fecha del descubrimiento—, se organizó una visita guiada a la isla, a la cual concurrieron más de 600 personas. La Intendencia previamente limpió, recuperó y hermoseó la isla, recicló los sitios históricos y naturales; luego costeó el cruce, un refrigerio y proporcionó guías profesionales a los visitantes. Vecinos y turistas disfrutaron la isla, recorrieron los lugares históricos, visitaron sus bosques, gozaron de sus playas, y conocieron su interesante historia.

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Durante los meses de febrero y marzo de 2016 se organizó una exposición denominada «500 años», que convocó obras de destacados artistas nacionales (Nelson Ramos, José Gamarra, Rimer Cardillo, Anhelo Hernández, Nazar Kazanchian, Pablo Uribe, Gustavo Tabares y Marcelo Puglia), así como también la exposición de materiales indígenas y europeos del siglo XVI. Todo como forma de dar a conocer las distintas culturas que fueron protagonistas de los hechos, y también distintas posturas de artistas que los interpretaron.

También durante el año 2016 se convocó a 500 artistas plásticos a confeccionar entre todos un gran mural. Fue así que la Intendencia le entregó a cada artista un lienzo para que —en tema libre— reflejara su creación artística. Fue así que se logró —mediante la unión de los lienzos— conformar un magnífico mural que se exhibió durante varios meses en el salón de exposiciones del edificio de la ex Ancap. La exposición permitió conocer el nivel artístico de nuestra sociedad a través de sus representantes y de distintas técnicas. Dicha muestra será exhibida en otros departamentos del país.

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La Intendencia también apoyó el hermanamiento realizado entre las ciudades de Lebrija y Punta del Este, forjando un vínculo espiritual y cultural muy enriquecedor.

Como corolario de las actividades culturales previstas, la Intendencia de Maldonado ha realizado esta publicación. La misma contiene distintas visiones e interpretaciones académicas sobre un hecho histórico acontecido en nuestra región y que resultó determinante para su futuro. Y pretende enriquecer la reflexión en torno al descubrimiento y a sus consecuencias.

Vaya pues en este trabajo colectivo, no solo nuestro agradecimiento a los autores que generosamente contribuyeron con sus conocimientos a conformarlo, sino también nuestro anhelo de que sirva para que reflexionemos sobre nuestro origen, nuestra identidad y el futuro de nuestra sociedad.

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Las disputas entre dos imperios coloniales y el Río de la Plata.

Prof. Andrés Noguez Reyes

San Carlos, 1977. Egresado de profesorado de Historia del Instituto de Profesores «Artigas» (2002) y de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la UdelaR en 2012. Docente del CERP del Este en Maldonado. Subdirector del Liceo Nº 1 de San Carlos (Maldonado). Ha publicado varios trabajos sobre historia local.

La Época Moderna fue tiempo de cambios significativos para lo que hoy conocemos bajo la denominación de Europa Occidental y también para un continente que esos europeos cristianos no conocían: América.

Ese continente, que fue denominado con el nombre de Américo Vespucio, sintetiza el encuentro de culturas que no se conocían hasta el 12 de octubre de 1492, cuando Cristóbal Colón encontró nuevas tierras creyendo que había descubierto una ruta marítima que permitía arribar a las Indias, tierras muy valoradas por los europeos.

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Intereses políticos, económicos y religiosos se conjugaron para que dos unidades políticas en construcción, España y Portugal, se disputaran el control de rutas marítimas, tierras y riquezas.

En tiempos en que las decisiones de orden político y militar se justificaban en nombre del Dios Cristiano, los portugueses y españoles encabezados por sus monarcas, impulsaron los viajes de descubrimiento.

En busca de nuevas rutas

En este contexto es que navegantes europeos, impregnados por el espíritu aventurero característico del Renacimiento, se lanzaron en busca de nuevos horizontes que les permitieran alcanzar riquezas y honor. Los adelantos científicos y tecnológicos financiados por burgueses dedicados a actividades mercantiles y bancarias, explican que los europeos rompieran el cerrojo de temor a navegar fuera del área correspondiente al Mar Mediterráneo y se fueran acumulando conocimientos en referencia a la navegación.

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Portugal desde fines de la Edad Media e inicios de la Época Moderna fue construyendo un imperio comercial dominando las costas de África para llegar a la India y a las islas de las Especias. Pero el cambio sustantivo en la competencia por los descubrimientos geográficos europeos lo propició el descubrimiento de América en 1492. Este significativo hecho ejemplifica en forma excelente la conjunción de factores económicos, científicos, tecnológicos, culturales y políticos. Ellos se acumularon para favorecer la concreción del pensamiento del navegante genovés Cristóbal Colón, quien sostenía que navegando hacia el oeste llegaría al Sudeste Asiático. Para viabilizar la expedición que demostraría la teoría de Colón fue fundamental el proceso político que permitió la unificación de los reinos de Aragón y Castilla por medio de la unión por matrimonio. En 1497 Fernando de Aragón e Isabel de Castilla accedieron a sus respectivos tronos y unificaron esfuerzos para competir con Portugal por el descubrimiento de nuevas rutas comerciales que aportaran riquezas a sus reinos. La recompensa fue el encuentro de un continente no conocido por los europeos y que

11 transformaría a partir de fines del siglo XV a dos tierras y en especial a sus habitantes, Europa y América.

El Tratado de Tordesillas

Las disputas emprendidas entre Portugal y Castilla por los derechos jurídicos sobre las tierras descubiertas por Colón hicieron intervenir a la autoridad pontificia, llegándose luego de negociaciones a la firma de lo que se denominó Tratado de Tordesillas.

Las decisiones papales no convencieron y se debió hacer uso de la negociación directa, lográndose que el 7 de junio de 1494 en Tordesillas se firmara el acuerdo entre las autoridades de Portugal y Castilla. En lo sustancial, el Tratado de Tordesillas resolvió en forma jurídica la controversia sobre los futuros descubrimientos. Se estableció una línea de demarcación a 370 leguas al oeste de las islas de Cabo Verde, quedando la parte occidental para Castilla y la oriental para Portugal. Se estableció que los descubrimientos realizados o a realizarse por los portugueses hacia el este de esta línea les correspondería, así se hallasen en los parajes norte o sur de la demarcación

12 y lo propio ocurriría con los efectuados o a efectuarse por los castellanos hacia el oeste. El tratado fue sometido a la Santa Sede, y el Papa Julio II lo consagró en la bula Ea quae pro bono paxis, del 24 de enero de 1506.

En el derecho internacional se contraponen dos teorías: la del hallazgo o descubrimiento y la resultante de la previa demarcación fijada por un tratado de límites, en este caso el de Tordesillas, de 1494. Teniendo en cuenta esta puntualización que realiza el investigador Varese y las negociaciones y tratados mencionados, la realidad histórica indica que las disputas continuaron y que el marco jurídico establecido no logró ordenar la expansión que por «tierras desconocidas» portugueses y castellanos realizaron durante el siglo XVI. En especial este tratado no fue obedecido por los portugueses, ejemplo de ello fue la expansión ilegal que realizaron en tierras de Brasil, corriendo hacia el oeste el límite establecido por Tordesillas entre tierras de Portugal y España en América.

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Carrera de Indias

En el empeño por organizar la expansión emprendida en el año 1503 se creó la Casa de Contratación, organismo estatal encargado del comercio con las nuevas tierras descubiertas (además de América incluía Canarias y Berbería) en régimen de monopolio para la Corona española. Se estableció en Sevilla porque era un puerto interior salvaguardado de los ataques marítimos extranjeros y de los piratas, donde se podía alistar con comodidad las embarcaciones y donde había numerosas casas de negocio extranjeras. Lo expresado refleja la significación económica que adquirieron las nuevas tierras descubiertas para la Corona española e indirectamente para el resto de la burguesía europea que centraba fuertes expectativas con respecto al potencial de explotación de riquezas de estas tierras. A su vez es muestra de la competencia leal y desleal que experimentó el imperio español durante los siglos XVI, XVII y XVIII por otros países europeos.

La Casa de Contratación también se ocupó de autorizar y transportar los pasajeros que iban al «Nuevo Mundo», desde los altos funcionarios hasta los emigrantes, con la

14 intención de realizar un control de carácter estatal. Y en especial, para el tema que nos encontramos estudiando, asumió el control de la llamada «Carrera de Indias».

Esta institución se encargó de organizar los «nuevos descubrimientos» con la intención de que las empresas emprendidas tuvieran éxito. Para ello debía buscar los barcos adecuados, los pilotos más expertos y las tripulaciones idóneas. Se creó el cargo de piloto mayor, funcionario que tenía como misión evaluar a los pilotos para probar su idoneidad para realizar las empresas de ultramar.

El hombre europeo se obsesionó por encontrar oro y plata en la inmensa geografía de los nuevos territorios que les deparaban un mundo absolutamente desconocido. El Río de la Plata fue zona de competencia entre los dos grandes imperios coloniales, debido a que el encuentro de un canal o estrecho interoceánico permitiría superar la barrera continental de América interpuesta en la ruta occidental hacia la India y las islas de la Especiería.

En la competencia entre estos imperios coloniales existía un continuo espionaje, donde agentes intentaban lograr

15 información trabajando al servicio de la Corona portuguesa o de Castilla. El logro de información fidedigna era muy codiciada por asesores de los gobierno para poder planificar las empresas con el objetivo de lograr nuevas rutas comerciales y el encuentro de nuevas riquezas.

El investigador Rolando Laguarda Trías estableció que la primera expedición con destino al Río de la Plata partió de Lisboa en el último trimestre de 1511 decidida por el monarca portugués Manuel I, quien había sido informado de los planes de expedición de Juan Díaz de Solís al servicio de la Corte de Castilla, por la ruta del Cabo de Buena Esperanza hasta las Molucas, con el fin de afirmar en ellas el dominio castellano teniendo en cuenta las jurisdicciones hemisféricas resultantes del Tratado de Tordesillas.

La expedición portuguesa estuvo compuesta por dos carabelas al mando del Capitán Diego Ribeiro, llevando como pilotos a Rodrigo Álvarez y a Juan de Lisboa. Ribeiro desembarcó con un grupo de tripulantes en la bahía de Todos los Santos, falleciendo a manos de los nativos del lugar. El mando de la expedición lo asumió el

16 escribano Esteban Froes o Flores, quien continuando con el viaje llegó a Punta del Este, que denominó Cabo del Buen Deseo, siguiendo hasta lo que luego sería Colonia del Sacramento. De ese viaje quedará el topónimo de isla de Flores como vestigio de aquella primera presencia europea en esta zona geográfica. Flores con la nave capitana en el viaje de regreso llegó a la isla de Santo Domingo impulsado por los vientos, siendo apresado por las autoridades españolas. Juan de Lisboa, en cambio, pudo regresar a Portugal en octubre o noviembre de 1512.

Un nuevo descubrimiento sirvió de argumento de peso para que Portugal y Castilla continuaran con sus intenciones de encontrar un canal que lograra salvar la barrera del continente americano en la ruta marítima hacia Oriente. El 25 de setiembre de 1513 Vasco Núñez de Balboa al servicio de la Corona de Castilla, descubrió el Océano Pacífico que él denominó Mar del Sur. Este hallazgo demostró que Asia era una unidad geográfica diferente a América.

Es de significativa importancia establecer que en estos tiempos de viajes exploratorios, de espionaje entre

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Coronas, de espíritu aventurero y afán de riqueza, el hombre europeo del Renacimiento se encontró también impulsado por la necesidad del conocimiento científico basado en un paradigma racional, estando abocado a la construcción de una cartografía integral del planeta Tierra.

En esa búsqueda por encontrar un paso entre los océanos Atlántico y Pacífico, los portugueses volvieron a planificar un viaje secreto al Río de la Plata. En esta oportunidad fue el piloto Juan de Lisboa que llegó a estas latitudes en 1514.

Juan de Lisboa expresó en sus apuntes: «… una punta o lugar que se adentra en el mar...». Ese lugar al cual se hacía referencia se encontraba situado al sur del cabo del continente africano de Buena Esperanza, es decir que Juan de Lisboa hacía referencia a Punta del Este, ubicada a los 34º 58’ Sur. La expedición siguió hasta Colonia del Sacramento, retornando luego a tierras lusitanas.

La invención y utilización de la imprenta permitió que los nuevos conocimientos y noticias logradas por los hombres imbuidos en la atmósfera europea del Humanismo se difundieran con relativa rapidez. Es de esta

18 forma que, junto al espionaje, los círculos que rodeaban a las autoridades de gobierno de Lisboa y de Castilla se enteraran de las novedades de ultramar y que éstas sirvieran de insumo para planificar nuevas expediciones. El viaje al Río de la Plata liderado por Juan de Lisboa apareció nombrado en el boletín denominado Nuevas Noticias de la Tierra del Brasil. Teniendo en cuenta esta información es que Juan Schöner diseñó en su globo terráqueo, aparecido en 1515, al continente americano dividido por un canal interoceánico a la altura del Río de la Plata, dando un enfoque equivocado de la geografía de la región.

Juan Díaz de Solís y el descubrimiento del Río de la Plata

Las noticias llegadas a la Corte de Castilla de dos viajes realizados por tripulaciones al servicio de la Corte de Lisboa, hizo decidir a Fernando de Aragón a realizar una expedición con destino al Río de la Plata.

Esta expedición de carácter secreto, comenzó a planificarse luego de resolverse los problemas dinásticos

19 generados por el fallecimiento de Isabel de Castilla, sucedido a fines del año de 1504.

Se conoce como Junta de Toro a la celebración de las reuniones de las Cortes sucedidas en enero de 1505 en la localidad de Toro, donde se aprobó el testamento de Isabel y se reconoció a Fernando de Aragón como Príncipe Regente de la Corona de Castilla. En la Junta de Toro se decidió nombrar una junta de pilotos para retomar y acelerar las expediciones, teniendo en cuenta el rezago en la competencia frente a la Corona de Lisboa. Para ello se logró la participación del florentino Américo Vespucio y de Vicente Yáñez Pinzón.

La Junta de Pilotos encomendó a Yáñez Pinzón y a Vespucio instrumentar una expedición cuyo objetivo sería encontrar un pasaje entre los océanos Atlántico y Pacífico. Esta decisión avalada por Fernando de Aragón se encontraba fundamentada en la teoría esgrimida por Américo Vespucio de que las tierras descubiertas por Cristóbal Colón constituían un nuevo continente, en oposición a lo sostenido por el marino genovés, que murió

20 expresando que había llegado a las Indias. La realidad indicó que el acertado era Vespucio.

La real cédula del 13 de marzo de 1505 dictada por Fernando de Aragón estableció el carácter de la expedición de la cual se encargarían de planificarla y organizarla Américo Vespucio y Yáñez Pinzón. A mediados del año 1507 la Corte de Castilla fue trasladada a la localidad de Burgos, donde Fernando convocó a una nueva junta de pilotos, a la cual junto a Américo Vespucio y Yáñez Pinzón se integraron Juan de la Cosa y Juan Díaz de Solís.

A principios de febrero de 1508 en presencia de Fernando de Aragón, su secretario Lope de Conchillos, el obispo de Plasencia Juan Rodríguez de Fonseca y los pilotos con anterioridad nombrados, se tomaron las siguientes resoluciones:

- la creación del cargo de piloto mayor de la Casa de Contratación, asumiéndolo Américo Vespucio.

- la creación de dos gobernaciones en tierra firme: la de Urabá, al mando de Alonso de Ojeda y la de Veragua, a cargo de Diego de Nicuesa.

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- el envío de una expedición al norte de Veragua en busca de un canal interoceánico entre los continentes de América y Asia, al mando conjunto de Juan Díaz de Solís como piloto y Vicente Yáñez Pinzón como capitán en tierra.

El 8 de octubre de 1515 zarparon del puerto de Bonanza en la barra de Guadalquivir, tres pequeñas naves que transportaban aproximadamente a sesenta hombres, expedición al mando de Juan Díaz de Solís y que llegaría el 2 de febrero de 1516 a lo que él denominó Puerto de Nuestra Señora de la Candelaria, conocida en la actualidad como Puerto de Punta del Este. La denominación se basó en el calendario litúrgico según el cual la Virgen de la Candelaria tiene su festividad el 2 de febrero, y por entonces se celebraba especialmente en las islas Canarias, en especial en Tenerife. El nombre de Candelaria deriva del término candelero o candela y hace referencia a la luz que guía el camino de la redención.

La expedición tocó tierra en América a la altura del cabo San Roque en Brasil, continuando su recorrido hacia el sur,

22 llegando a lo que denominó Juan Díaz de Solís Cabo de Santa María, la actual Punta del Este.

Juan Díaz de Solís creyó haber encontrado el tan ansiado canal interoceánico, navegando por lo que los nativos del lugar denominaban Paraná Guazú que significa «río ancho como mar». Díaz de Solís atendiendo a las características del agua «tan espaciosa y no salada», lo denominó Mar Dulce.

El 2 de febrero de 1516 Juan Díaz de Solís dio orden de anclar las naves integrantes de la expedición en aguas de Nuestra Señora de la Candelaria. Luego de su paso por Punta del Este prosiguió la marcha, costeando la orilla norte del río hasta una isla que llamó de San Gabriel, trasladándose luego a otra a la cual denominó Martín García en honor a un despensero de la tripulación que falleció y que sepultó allí.

Es importante destacar que Juan Díaz de Solís se dio cuenta que el canal interoceánico, objetivo de su expedición, no se hallaba en esa zona y que la realidad indicaba que se encontraba en un río. Junto con dos oficiales reales y seis marineros, se trasladó desde la isla a la

23 costa para conocer a los nativos del lugar, pues había observado de acuerdo a lo expresado por el cronista Antonio de Herrera y Alcedo: «muchas casas de indios y gente, que con mucha atención estaba mirando pasar el navío y con señas ofrecían lo que tenían poniéndolo en el suelo; quiso en todo caso ver qué gente era esta y tomar algún hombre para traer a Castilla».

En tierra en inmediaciones del arroyo denominado de las Vacas, de acuerdo a lo expresado por los historiadores Reyes Abadie y Vázquez Romero, los guaraníes emboscaron, atacaron y dieron muerte a Juan Díaz de Solís y a sus acompañantes, quedando con vida el grumete Francisco del Puerto quien viviría varios años entre los nativos.

Ante la muerte de Juan Díaz de Solís, Francisco de Torres asumió el mando de la expedición, decidiendo el regreso, pero deteniéndose en la Isla de Lobos para hacer charque con sesenta y seis lobos que cazaron y llevándose sus pieles.

El 14 de octubre de 1516 la tripulación llegó a Sevilla luego de experimentar un nuevo accidente.

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El después de la muerte de Juan Díaz de Solís

Con esta expedición liderada por Juan Díaz de Solís, con final fatal para él y ocho europeos, se inició el encuentro de culturas en las costas del Río de la Plata. Las certezas acerca de esta expedición en términos históricos son pocas debido a la muerte de Solís y a que hasta la actualidad se encuentra extraviado el libro de bitácora. Lo significativo es que a partir de este momento y en un lento proceso, las tierras de la Banda Oriental fueron frecuentadas primero por navegantes, luego por faeneros y por último se establecieron poblaciones que se fueron radicando especialmente en las costas del territorio.

La posibilidad de que en estas tierras pudieran existir metales preciosos hizo que se buscara en posteriores expediciones una sierra o montaña de plata que fue producto de las averiguaciones realizadas por europeos con nativos del lugar, que hacían referencia a lo que luego se concluyó era el cerro Potosí.

Fue Hernando de Magallanes en expedición exploratoria de circunvalación de la Tierra, el responsable de establecer

25 que el Mar Dulce o Mar de Solís es fluvial. Partiendo de Sanlúcar de Barrameda el 20 de setiembre de 1519, los expedicionarios costearon África hasta Sierra Leona, desde donde emprendieron viaje a Brasil, para luego llegar al Río de la Plata y durante varios días explorar sus costas. Corresponde al capitán Juan Rodríguez Serrano descubrir para conocimiento de los europeos el que en la actualidad denominamos río Uruguay y que los nativos del lugar llamaban Uruay.

La expedición abandonó las costas del Río de la Plata para viajar hacia el sur, descubriendo el estrecho que lleva el nombre de Magallanes, quien luego murió producto del ataque sufrido a manos de los nativos de la isla de Mactán ubicada en Filipinas. El 7 de setiembre de 1522 la única nave que logró regresar al mando de Juan Sebastián Elcano, remontaba el Guadalquivir desde Sanlúcar. La expedición encabezada por Magallanes arrojó los siguientes resultados: confirmó la esfericidad del planeta Tierra, estableció una nueva ruta a las Islas de la Especiería y condicionó la necesidad de afianzar el dominio castellano en tales regiones.

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De tierras de «ningún provecho» a «minas de carne»

Las disputas entre portugueses y españoles por el dominio de las tierras del Plata, en especial de lo que se denominó la Banda Oriental se desarrollaron pese al marcado desinterés expuesto por las autoridades castellanas al saberse que en esta región no existían metales preciosos. Fueron los portugueses los que dotaron de significado a este territorio, valorando su riqueza ganadera y sus puertos naturales ideales para el tráfico comercial. En los hechos y desconociendo el plano jurídico que establecía el Tratado de Tordesillas, los lusitanos siguieron avanzando, fundando en 1680 Colonia del Sacramento en tierras pertenecientes a la Corona castellana.

Estas tierras de la Banda Oriental denominadas «sin ningún provecho», por no contener metales preciosos, símbolo de riqueza para los europeos de inicios de la Época Moderna, comenzaron a tener utilidad para la Corona española en el siglo XVIII, y en especial en su segunda mitad en el marco de las denominadas Reformas Borbónicas, donde de «tierras de ningún provecho»

27 pasaron a tener una significación geopolítica para detener el avance portugués sobre el sur del Imperio colonial español en América y ser concebidas por los europeos como «minas de carne». En este contexto se desarrolló un proceso de poblamiento que se inició con la fundación de San Felipe y Santiago de (proceso fundacional que abarcó los años 1724 a 1730), San Fernando de Maldonado (1755) y San Carlos (1763).

Todas estas fundaciones implicaron grandes sacrificios de los primeros pobladores y fundadores de estos poblados que en nombre del rey se asentaron en estos lugares dejando sus tierras de origen, sin saber que eran el germen de pueblos que con el paso de los años y siglos lograrían sobrevivir para luego mantenerse y desarrollarse, siendo identidades colectivas con una fuerte impronta local.

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Resignificación de la memoria y valoración de nuestro patrimonio

Lo expresado lo debemos vincular con lo planteado por el historiador británico Eric Hobsbawm quien expresó: «… Después de todo, la relación del pasado y el presente es esencial en las preocupaciones tanto de quienes escriben como de los que leen historia. Ambos desean, o deberían desear, comprender de qué forma el pasado ha devenido en el presente y ambos desean comprender el pasado, siendo el principal obstáculo que no es como el presente (…). En todos nosotros existe una zona de sombra entre la historia y la memoria, entre el pasado como registro generalizado, susceptible de un examen relativamente desapasionado, y el pasado como una parte recordada o como trasfondo de la propia vida del individuo...».

Lo expuesto lo debemos relacionar con lo que plantea el historiador francés Pierre Norá quien en breves palabras define las relaciones entre memoria e historia: «… La memoria es la vida. Siempre reside en grupos de personas que viven y, por tanto, se halla en permanente evolución. Está sometida a la dialéctica del recuerdo y el olvido,

29 ignorante de sus deformaciones sucesivas, abierta a todo tipo de uso y manipulación. A veces permanece latente durante largos periodos, para luego revivir súbitamente. La historia es la siempre incompleta y problemática reconstrucción de lo que ya no está. La memoria pertenece siempre a nuestra época y constituye un lazo vivido con el presente eterno; la historia es una representación del pasado».

Los seres humanos por naturaleza integramos colectivos y en esos grupos de forma individual o asociada, realizamos acciones que cuando se desarrollan de manera positiva, generan un legado para futuras generaciones. Ejemplos hay miles en la historia de la humanidad que incidieron en el desarrollo de comunidades. Citemos tres ejemplos que sintetizan lo expuesto: llegada de la expedición de Juan Díaz de Solís al Río de la Plata (1516), la introducción de ganado vacuno a la Banda Oriental realizada por Hernando Arias de Saavedra (1611-1617), fundaciones de San Fernando de Maldonado realizada por José Joaquín de Viana (1755) y San Carlos por Pedro de Cevallos (1763). Cada uno de los hechos históricos citados implicó la visión individual o grupal de hombres que

30 dejaron un legado para nuestra comunidad basado en el sacrificio, esfuerzo y capacidad de superación personal.

Ubicados en las primeras dos décadas del siglo XXI y separados por la distancia en el tiempo, hoy como ciudadanos integrantes de una comunidad en desarrollo y proyección al futuro, debemos de rememorar los hechos y procesos históricos que han ido cimentando nuestro presente con la intención de resignificar nuestra identidad local.

En tiempos en que la información del presente nos abruma, producto del desarrollo tecnológico, donde con gran facilidad nos podemos comunicar con diferentes partes del mundo e interactuar, es necesario valorar y resignificar nuestro pasado para fortalecer nuestra identidad.

Hombres como Juan Díaz de Solís deben de ser valorados en su contribución para lo que luego con el paso del tiempo, se constituyó en una comunidad que se ha empeñado por desarrollarse en los planos cultural y material. Por eso es necesario teniendo presentes las palabras del historiador Hobsbawm establecer un diálogo

31 entre presente y pasado, interrogando a ese pasado, siendo conscientes que la labor de los historiadores es fundamental a la hora de construir la memoria colectiva, pero también estando atentos al decir del historiador Norá que «la historia es la siempre incompleta y problemática reconstrucción de lo que ya no está».

Los colectivos humanos al igual que los individuos con el paso del tiempo, recuerdan y olvidan y es necesario conservar y divulgar el patrimonio en el presente y también para las generaciones del futuro. Con respecto al patrimonio cultural, la UNESCO expresa: «… El patrimonio cultural no se limita a monumentos y colecciones de objetos, sino que comprende también tradiciones o expresiones vivas heredadas de nuestros antepasados y transmitidas a nuestros descendientes, como tradiciones orales, artes del espectáculo, usos sociales, rituales, actos festivos, conocimientos y prácticas relativos a la naturaleza y el universo, saberes y técnicas contemporáneas vinculadas a la artesanía tradicional...».

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La UNESCO señala que el patrimonio cultural es viviente y al mismo tiempo, representativo y basado en la comunidad.

Es necesidad que nuestra comunidad salvaguarde nuestro patrimonio como forma de fortalecer nuestra identidad. La construcción de la memoria colectiva contribuye en forma determinante a la construcción y reconstrucción de nuestra identidad que es algo vivo, en continua transformación y que se debe de vivificar apelando a nuestro patrimonio.

Teniendo en cuenta lo expresado, es necesario hacer mención al monumento a Juan Díaz de Solís, obra del escultor José Luis Zorrilla de San Martín que se encuentra ubicado entre las paradas 23 y 24 de playa Mansa. También es importante recordar que el 2 de febrero de 2016 el Municipio de Maldonado desarrolló en la playa de Las Delicias, la recreación del desembarco de Juan Díaz de Solís sucedido el 2 de febrero de 1516 en lo que él bautizó como Nuestra Señora de la Candelaria.

Tanto la obra escultórica citada como la recreación del desembarco, son formas de construir nuestro patrimonio

33 que nos identifican como comunidad y que contribuyen a desarrollar nuestra memoria colectiva.

Es trabajo de todos los días tanto a nivel público como privado elaborar estrategias para conservar y revitalizar nuestro patrimonio que es fundamental para construir, reelaborar y fortalecer nuestra memoria colectiva y nuestra identidad local.

BIBLIOGRAFÍA

Hobsbawm, Eric. La era del Imperio. 1875-1914. : Crítica, 1998.

Lucena, Manuel. Atlas histórico de Latinoamérica. Desde la

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Los dos descubrimientos del Río de la Plata

Dr. Mario A. Scasso Burghi

Doctor en Medicina (UdelaR), posgrado en Medicina Interna (UdelaR), Miembro de la Comisión de Patrimonio del departamento de Maldonado desde el año 2000. Concejal del Municipio de Maldonado. Historiador, ha realizado numerosas investigaciones referidas a la historia local y nacional.

Se expondrán dos hechos históricos relevantes para la integración global de estas tierras y se dejarán planteadas interrogantes al lector sobre la repercusión de los mismos en su quehacer cotidiano. Es explícita la no neutralidad del

35 autor frente a las posiciones adoptadas, ahora será tiempo de la reflexión del ciudadano del siglo XXI.

El primer descubrimiento del Río de la Plata

¿Quién fue el primer «descubridor» europeo del Río de la Plata?

Es decir, ¿quién fue el primer navegante o mejor dicho el primer comandante de una expedición que proveniente de Europa nos integró al mundo conocido? El inicio de la globalización mundial.

¿El mundo conocido por quién? Por la civilización que originó nuestra cultura, la cultura europea mediterránea y latina, de la cual proviene nuestra lengua, nuestra etnia enormemente mayoritaria, nuestra forma de comer, de ser, de pensar, de sentir, de razonar, nuestras religiones, todas originarias en torno al Mar Mediterráneo.

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El primero sin duda fue Américo Vespucio, un italiano, pero él en realidad se reconocía como florentino. La Italia del Renacimiento, o sea la de su época era una expresión geográfica, no política.

Había nacido en Florencia el 9 de marzo de 1454, su nombre era Amerigo Mateo Vespucci. En latín se leería como Americus Vesputius. Su apelativo era el de su abuelo paterno, deriva del godo: Amalarico (Amaury, Aymerillot).

La Florencia del Renacimiento en plena eclosión del capitalismo y la economía monetaria apoyada en el florín, gobernada por los Médicis, banqueros, comerciantes, industriales en textiles, terratenientes, tuvieron el monopolio de la alumbre, con intereses y sucursales en toda Europa. Además de la economía y de la banca, fueron los gobernantes de Toscana, mecenas y protectores de las artes y de las ciencias, manejaban todos los resortes del poder, fueron militares, eclesiásticos (obispos y papas), sus mujeres sirvieron de enlace con las casas reinantes europeas, en especial con Francia.

Américo Vespucio provenía de una familia ligada a los Médicis. Su padre Nastagio era notario público (escribano)

37 y lo fue de la Signoria (Señoría: el gobierno de Florencia). Su tío abuelo Giuliano Vespucci fue gonfaloniero. Su educación se vio influenciada por sus tíos: Fray Giorgio Antonio, hombre humanista, instruido, que lo puso en contacto con el ambiente de la cultura florentina, con el latín, con la astronomía y la cartografía; su otro tío Guido Antonio era jurista y político, fue embajador de Lorenzo de Médicis ante el Rey Luis XI de Francia y ante la Santa Sede.

A la embajada en París lo llevó como secretario, lo que lo puso en contacto con la diplomacia florentina y francesa (1478-1482).

En una Florencia en plena transformación económica, artística, cultural, humanística, protagonista del ascenso de la burguesía, que tenía solo una población en el entorno a los 40.000 habitantes, se codeó en sus calles con diversos personajes florentinos de trascendencia mundial: Donato di Betto Bardi (Donatello) (1386-1466), escultor; Paolo Uccello (1396-1475), pintor; Paolo dal Pozzo Toscanelli (1397-1482), geógrafo; León Battista Alberti (1404-1472), arquitecto; Piero della Francesca (1416-1492), pintor;

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Antonio dal Pollaiuolo (1432-1498), pintor y escultor; Andrea Verrocchio (1435-1488), escultor y pintor; Sandro Botticelli (1444-1510), pintor; Lorenzo de Médicis (1449- 1492), el Magnífico, su gobernante; Doménico Ghirlandaio (1449-1494), pintor; Leonardo da Vinci (1452-1519), pintor, escultor e inventor; Jerónimo Savonarola (1452- 1498), místico y gobernante; Juan Pico della Mirándola (1463-1494), humanista, director de la Academia; Miguel Ángel Buonarotti (1475-1564), escultor, pintor y arquitecto; Francesco Guicciardini (1483-1540), historiador, Juan de Verrazzano (1485-1528), navegante.

A la vuelta de Francia entró al servicio de Lorenzo de Médicis (el Popolano), primo del Magnífico, casado con una Appiano, parienta de los Vespucci. Fue el «intendente de su casa», en su nombre y por su encargo recorre Italia en pos de sus intereses comerciales y en 1489 es enviado a Sevilla, para supervisarlos. Nuevamente en 1491 es enviado allí junto al representante de Lorenzo, Juanoto Berardi. Sevilla era una importante plaza comercial, intermediaria del eje: Lisboa (puerto atlántico) y Valencia (puerto mediterráneo) del comercio africano (oro, marfil, pimienta, esclavos), exportación de lana, punto de partida del

39 comercio con las islas Canarias, recién finalizada la conquista entre 1402 y 1496.

Asiste al nacimiento de la España unificada, modelo del estado moderno, de la mano de sus reyes Fernando e Isabel (los Reyes Católicos)

Berardi y su empresa se encargan de la financiación de parte del aprovisionamiento de las flotas que armó Cristóbal Colón en 1492 y 1493 (la primera y la segunda expedición) para explorar la ruta marítima hacia el oeste del Atlántico. Se conoce que mantuvo una estrecha y cordial amistad con el marino genovés y se tiene noticia de prolongadas conversaciones sobre la navegación y los territorios descubiertos contagiándose con el fogoso espíritu de Colón.

La muerte de Berardi en diciembre de 1495, el principal socio comercial de la firma y el fracaso económico de las empresas colombinas, que al no encontrar las riquezas en metales preciosos que se auguraban, ni tampoco estados económicamente significativos para el comercio y que los «indios» que se remitían a Europa no se pudieron comercializar como esclavos por la prohibición de los

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Reyes Católicos, quebraron las empresas que habían invertido «a cuenta» de los logros económicos y comerciales previstos inicialmente.

Paralelamente en Florencia había sido derrocado el gobierno de los Médicis por la prédica de Savonarola, contra el espíritu materialista de acumulación de riquezas y disminución de los valores cristianos medievales, rompiéndose los vínculos político-económicos con la sede de su empresa.

A los 43 años no había nada que lo atara al comercio y en 1497, contagiado del entusiasmo colectivo que reinaba en España, se embarca en una expedición organizada por el rey Fernando para la exploración de las tierras descubiertas en las Indias, al mando de Vicente Yánez Pinzón y en forma conjunta con Juan de la Cosa. ¿En qué papel integró Vespucio esta expedición con un marino avezado y con un cartógrafo? ¿Fue como cosmógrafo y piloto? Con ella recorrió la costa de Centroamérica, fueron los primeros que avistaron la «tierra firme» del continente y determinaron que Cuba era una isla.

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En 1499 en otra expedición con patrocinio real (Fernando no se estaba fiando de las exploraciones colombinas y quería tener información independiente) se embarca con Alonso de Hojeda y Juan de la Cosa. En esta ocasión recorrieron la costa norte de Sudamérica: Guayanas, Venezuela y Colombia.

Durante esta expedición Vespucio realizó determinaciones de las longitudes geográficas en el Cabo de la Vela (Venezuela), valiéndose de observaciones astronómicas: la conjunción de la Luna con Marte (23 de agosto de 1499). Comparando la hora en que la vio y la hora que estaba registrada en que ocurriría la conjunción en el almanaque de Regiomontano para el meridiano de Nuremberg, había una diferencia de más de cinco horas y media, determinando entonces que la distancia era de 82° entre los dos puntos. Colón había efectuado una determinación similar en La Española durante un eclipse de sol. Pero las conjunciones de los planetas con la Luna son mucho más frecuentes.

Vespucio efectuó también interesantes descripciones sobre los habitantes de la «tierra firme», de tipo

42 antropológico y etnográfico, y sobre las costas y adyacencias de tipo geográfico y cartográfico, que lo revelan como un espíritu sensible e instruido.

El tercer viaje

De regreso a Sevilla en 1500 fue llamado por el Rey Manuel I de Portugal «el Afortunado».

¿Por qué Portugal requirió los servicios de Vespucio?

Portugal era el país europeo que había apostado a un desarrollo tecnológico similar en nuestro tiempo a la computación. Había establecido a instancias de un príncipe de la Casa Real de Avís, Enrique «el Navegante» (1394- 1460), una escuela de navegación en Sagres, cerca del Cabo de San Vicente en el extremo sur del frente atlántico del país. Allí se reunieron marinos genoveses y florentinos, navegantes del Mediterráneo, cartógrafos y geógrafos y astrónomos alemanes. Éstos desarrollaron técnicas de navegación que en conjunto con la utilización de embarcaciones con innovaciones en el diseño: quilla, timón articulado, con aparejo doble en el velamen; velas cuadradas para marchar con viento en popa y triangulares

43 para navegar con viento en contra; la utilización de la brújula, el cuadrante, el astrolabio y mayor volumen de carga; les permitieron lograr el dominio del Océano Atlántico. Ésto impuso una revolución en las técnicas de navegar, antes limitadas por la violencia o la falta de los vientos, la pequeñez de los navíos, la poca seguridad de los mapas, que imponían una navegación costera y la posesión de una cadena de puertos de avituallamiento, es decir de ulteriores bases. Impusieron la navegación de altura. Así alcanzaron las Islas Azores y las Madeira, bordearon la costa desértica del África del norte, alcanzando el Cabo Verde en 1445, las islas de Cabo Verde en 1460, llegaron al Golfo de Guinea pasando el Ecuador en 1471 y doblaron el Cabo de Buena Esperanza con Bartolomé Días en 1486, llegando finalmente a la India con Vasco da Gama en 1498.

En el hemisferio norte se determinaba la latitud (posición norte-sur) por la altura de la Estrella Polar.

Al cruzar el Ecuador y no ser visible esta estrella se planteó el problema de cómo determinar la latitud. El Rey Juan II de Portugal designó una junta presidida por el

44 astrónomo de Nuremberg Martín Behaim, quien bajó hasta el hemisferio sur bordeando África. Determinaron el cálculo de la latitud por la altura angular del sol al mediodía (en su punto más alto). Pero al variar el sol en altura fuera del Ecuador según las estaciones, se determinaron tablas de declinación en las cuales se calcularon previamente para cada latitud la altura angular del sol en cada día del año. Conocían entonces la latitud, la dirección y evaluaron la velocidad. Más difícil de evaluar era la longitud (posición este-oeste).

Al conocerse que Vespucio conocía un método que permitía determinarla con relativa frecuencia se les presentó la solución de un problema.

El 7 de junio de 1494, España y Portugal concertaron en Tordesillas un meridiano que significó una partición de «caminos en el mar», es decir de rutas marítimas. Esta línea de Tordesillas pasaba a 370 leguas al oeste de las islas de Cabo Verde.

Luego que Vasco da Gama regresara de la India en 1499, se preparó una segunda expedición al mando de Pedro Álvares de Cabral. Éste para evitar las calmas ecuatoriales

45 navegó al oeste de las islas de Cabo Verde, encontrando una tierra el 22 de abril de 1500 a la que llamó Tierra de la Santa Cruz, por ser el día del Viernes Santo, en lo que hoy es Porto Seguro en Brasil. Según sus determinaciones de las distancias con el tiempo de navegación estimaron que estaban dentro de las 370 leguas de las islas de Cabo Verde.

Desde allí enviaron una nave a Lisboa para dar aviso de este descubrimiento.

El meridiano de Tordesillas ya no separaba aguas, separaba también tierras.

Es así que el Rey de Portugal decide convocar a Américo Vespucio, que respondió al llamado del monarca abandonando Sevilla, ¿sin tener presente la rivalidad hispano-portuguesa? De cualquier forma para un florentino el compromiso con el adversario era habitual. El llamado real era para integrar una expedición que ya estaba conformada y que partió casi inmediatamente de Lisboa el 10 de mayo de 1501 al mando de Gonzalo Coelho o de Gaspar de Lemos, integrada por tres carabelas. Ésta no consta en los documentos oficiales, Portugal quería

46 averiguar primero hasta dónde llegaban sus posesiones en ese territorio descubierto, ¿isla o tierra firme? y segundo cuán lejos estaban los «castellanos» de sus apostaderos de la India.

Extrañamente la expedición no se dirige en forma inicial hacia la Tierra de la Santa Cruz, hacia fuera de las islas de Cabo Verde, sino que se dirige costeando África hacia el Cabo Verde, fondeando en el Puerto de Bezeneghe (actual Dakar) en junio de 1501, donde aguardaron a las naves de Álvares de Cabral que retornaban de la India. Seguramente recibieron informaciones en particular de Gaspar da Gama, un judío converso con vasta experiencia geográficas en la navegación del Océano Indico. Hizo determinaciones de la longitud de las islas de Cabo Verde, indispensables para sus futuras mediciones.

Partieron desde este punto hacia el territorio a explorar y luego de una prolongada navegación por causas climáticas adversas arriban a la costa del actual Brasil a la altura del cabo San Roque, el 16 de agosto de 1501, día de San Roque, en el extremo nororiental del Brasil, nombre que se

47 conserva, al igual que los siguientes en la costa brasileña, señal de que fueron determinados oficialmente.

Se dirigen hacia el sur alcanzando el 28 de agosto el Cabo San Agustín (día del Santoral) donde se realizan determinaciones de la latitud y se nota que la costa se dirige hacia el oeste. El 4 de octubre se llega a la boca de un río que se denomina San Francisco (por el día de este santo) y el 1° de noviembre arriba a la Bahía de Todos los Santos (actual Bahía).

El 21 de diciembre llegan al Cabo de Santo Tomé (día de Santo Tomás) y el 1° de enero a la Bahía de Río de Janeiro (río de enero) y el 6 de enero (Día de Reyes) a Angra dos Reis.

Continuando hacia el sur la costa se dirigen más pronunciadamente hacia el oeste y llegan a la isla de San Sebastián (el 20 de enero) y al Puerto de San Vicente (el 22 de enero) junto al actual Puerto de Santos (ambos días correspondientes del Santoral).

En un lugar al sur del actual estado de San Pablo en un punto que denominaron Cananor, hoy llamado Cananeia (Cananea), Vespucio efectuó mediciones que seguramente

48 había ido repitiendo durante su travesía costeña, para determinar la longitud geográfica del lugar por su cálculo astronómico. Allí llegó a la conclusión de que por ese lugar pasaba la línea de Tordesillas, el meridiano a 370 leguas de Cabo Verde. Lo admirable es que la determinación tiene diferencias menores al grado con la línea real. Allí se erigió un padrón (padraõ), es decir un hito demarcatorio, de mármol, con el escudo portugués tallado, que actualmente se conserva en el Instituto Histórico y Geográfico Brasileño.

Se tuvo conocimiento de que hacia el sur se estaría navegando en aguas españolas.

La orden del rey Manuel era viajar hacia el sur «tanto como puedan aguantar las naves».

Entonces los capitanes y el comandante de la expedición acordaron trasladar el mando a Américo Vespucio. La situación era clara, una expedición portuguesa navegaría en aguas españolas, si iba comandada por un portugués, si eran avistados por navíos hispanos, las represalias de la cancillería española serían diferentes si el comandante fuera un florentino.

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El interés de Vespucio era claramente de investigar esas dilatadas costas y también buscar la comunicación con el «Sinus Magnum» (Golfo Grande) que Ptolomeo decía que bañaba las costas orientales del Asia.

Estuvieron en Cananor varios días, con el fin de realizar las observaciones astronómicas y los cálculos para determinar la longitud geográfica del lugar y para reaprovisionar las naves para proseguir la exploración hacia el sur.

El 15 de febrero comenzaron a descender frente a la costa que mantenía una leve inclinación hacia el oeste, hasta que llegaron a una punta rocosa en que la costa se dirigía por primera vez claramente en dirección este-oeste, desde el inicio del viaje. Se encontraban a 35° de latitud sur, casi a la misma altura que el Cabo de Buena Esperanza en África. Probablemente éso les hizo pensar de que se encontraban frente a la misma situación geográfica, es decir en un pasaje que les comunicaba con el mar hacia el oeste y le pusieron el nombre de Cabo del Buen Deseo (actual Punta del Este). Seguramente se detuvieron en la bahía que se encuentra al oeste del Cabo y con la

50 protección de la isla en aguas tranquilas descendieron en nuestra costa para cargar agua fresca en la Cañada de la Aguada entre las dunas de arena. Serían aproximadamente los últimos días del mes de febrero de 1502.

Al adentrarse en el estuario y comprobar que se trataba de una gigantesca corriente fluvial le pusieron el nombre de Río Jordán. Esto que es sostenido por Roberto Levillier y por Germán Arciniegas, no está de acuerdo Rolando Laguarda Trías. Tampoco este último está de acuerdo con lo que Américo Vespucio describe en su carta como el Pináculo Detentio (en latín) o Pinachullo Detentio (en toscano) o Pináculo da Tentacao (portugués), se refiera al Cerro de Montevideo (que sí lo sostiene Levillier y Arciniegas). Si se refiriera al Pináculo de la Tentación, puede relacionarse con la tentación de Satanás a Cristo: «lo llevó a un monte alto y le mostró los reinos del mundo y la gloria de ellos» y en verdad como accidente geográfico el cerro se destaca en la planicie circundante, siendo un excelente punto de observación y desde el río es un hito notable. Este relato evangélico está mencionado en la liturgia del primer domingo de Cuaresma (mediados de febrero a principios de marzo). Coincide con un tiempo de

51 navegación a vela estimado en 15 días desde Cananor. Pero la otra acepción en latín es detención, lugar donde se detuvieron (en la bahía junto al cerro).

Buenaventura Caviglia y Laguarda Trías refieren que el origen del nombre Montevideo, se encuentra en una inscripción que dejara Vespucio en una roca en la falda del cerro (cosa habitual en los navegantes), que decía: V(esputius) I(nvenit) DI 1501. Es decir Vespucio descubrió en 1501. Por esto los navegantes que lo sucedieron, llamaron al cerro Monte Vidi. ¿Por qué 1501 y no 1502? Américo Vespucio era florentino y en Florencia el año civil comenzaba el 25 de marzo, es decir que en los primeros días de marzo para él estaba a fines de 1501 (Calendario de la Encarnación: 25 de marzo día de la festividad religiosa).

Había recorrido en su viaje paralelo a la costa unas 750 leguas romanas, es decir unos 5.000 km., según su estimación. En el estuario del Plata cumplió 48 años. Frente a nuestras costas caviló seguramente que dada la extensión de lo recorrido, ésto era un continente.

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Desde aquí se dirige hacia el sur y recorre siguiendo la costa en una dirección cada vez más sudoeste, 500 leguas romanas más, es decir 3.300 km., por las inhóspitas costas patagónicas hasta el 3 de abril, a la altura de los 50 o 52° de latitud sur. Difiere en las cartas esta determinación, probablemente por la nubosidad del cielo debe haber sido difícil hacer observaciones astronómicas. En este punto las tormentas y los vientos fríos y contrarios y la ausencia de puertos naturales lo obligan a retornar el 7 de abril. Anotó observaciones ese día, sobre que la noche duró 15 horas, constatando el otoño austral desde un punto jamás alcanzado por un navegante europeo hasta ese momento.

Toma un rumbo hacia el noreste atravesando el Atlántico hasta la costa africana a la altura de Sierra Leona, a donde a arriban el 10 de mayo de 1502, seguramente facilitado por vientos del sur, ya bajo el mando portugués nuevamente. Allí se reabastecen y queman una de las carabelas que estaba en mal estado luego de la dilatada navegación. Desde allí surcan hasta las Islas Azores y retornan a Lisboa el 7 de setiembre de 1502.

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Américo Vespucio le informa a don Manuel sobre la extensión de la tierra que podían reclamar los portugueses y que las costas recorridas estaban situadas muy lejos de la India.

El primer informe no pudo complacer al rey al conocer que el territorio se prolongaba por lo menos hasta los 50° latitud sur sin que tuviera fin, es decir que no podía reclamar la posesión completa de las tierras descubiertas por Cabral. Se le retuvieron los diarios y las cartas. Los conocimientos geográficos eran la clave del comercio y la riqueza de Portugal, eran secretos de Estado. Manuel tenía en su memoria el Tratado de Tordesillas: todo lo que uno de los monarcas encuentre en las exploraciones en el territorio del otro, serán posesión del otro.

Es entonces, en 1503, que envía una carta en latín a Lorenzo di Pier Francesco de Médicis (el Popolano), la que posteriormente denominaron del «Mundus Novus». Este personaje había retornado a Florencia luego de la ejecución de Savonarola en 1498 y estaba de nuevo al frente de sus negocios. En esta carta le relata su viaje y la conclusión de que el territorio que recorrió es un Nuevo Mundo, se trata

54 de la cuarta parte del mundo «la quarta pars mundi»: Europa, Asia, África y la Cuarta. Luego de recorrer una costa de más de 8.000 km.(1250 leguas romanas) ésto era un continente, lejos del Asia por los datos recibidos de Gaspar da Gama. Las conclusiones fueron importantes, por primera vez se mencionaba ésto.

España no tenía interés en hacer constataciones de este tipo en vida de Colón y de sus descendientes directos que le podían reclamar a su gobierno, amparados en las capitulaciones firmadas antes del primer viaje. Le siguieron diciendo obstinadamente «Las Indias».

Portugal quería ocultar la información en su beneficio.

El nombre de América

Américo Vespucio realiza otro viaje para Portugal en 1503, al mando de Fernando de Norohna, en la que se descubre la isla que lleva este nombre, frente a las costas del Brasil y recorrieron en forma mucho más limitada su costa. También en este caso los mapas de anotaciones quedaron en el poder de los portugueses en 1504.

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Una segunda carta: «la lettera» (la carta, en toscano), fue enviada desde Lisboa luego de este segundo viaje portugués (su cuarto viaje trasatlántico). Su destinatario era un amigo de Vespucio: Pedro Soderini, Gonfaloniero Perpetuo de Florencia, que ejercía el poder luego de la caída de Savonarola. En esta segunda carta relata sus cuatro viajes. Ambas cartas fueron impresas, la segunda traducida al latín y se divulgaron por toda Europa, difundiendo las conclusiones de Vespucio. El florentino respaldado por una Florencia que quería honrarse honrando a un compatriota, logra dar a conocer al mundo sus descubrimientos.

En 1507 en el monasterio de Saint Dié en los Vosgos, en la Lorena (San Deodatus de Ververs), en la actual Francia, en ese tiempo en el Sacro Imperio Romano Germánico, los monjes cartógrafos al componer los nuevos mapas con los descubrimientos conocidos y a la vista de las descripciones y conclusiones del escrito traducido al latín de Americus Vesputius, escriben sobre las nuevas tierras el nombre de América. Este nombre de las tierras continentales que fue colocado sobre lo que actualmente es América del Sur, en el plano del monje cartógrafo

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Martín Waldseemuller, se hace popular y a partir de 1538 en mapas sucesivos se extiende a toda la tierra continental.

En 1505 Vespucio retornó a Sevilla, sin recibir las esperadas recompensas portuguesas. Había muerto la reina Isabel en 1504. Colón muere en 1506, antes le recomienda a su hijo Diego a Vespucio como «mucho hombre de bien». Se hace ciudadano de Castilla con el objeto de poder embarcarse en una nueva expedición. La muerte de Felipe I «el Hermoso» (setiembre de 1506), esposo de Juana «la Loca», frustró sus planes. El Rey Fernando, que reasume como regente, lo nombra en 1507 en la Casa de la Contratación de Sevilla para preparar las armadas que partían hacia «Las Indias». En 1508 recibe el nombramiento de piloto mayor de la Casa de Contratación. Su trabajo consistía en examinar y graduar los pilotos, en censurar las cartas e instrumentos de navegación y confeccionar el Padrón Real: modelo por el cual se debían regir las cartas de navegación.

Tenía constituido un hogar con una sevillana, María Cerezo. Falleció en Sevilla el 22 de febrero de 1512. Tenía 57 años.

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Fue un hombre que nunca aspiró a la fama ni a la gloria como Colón, más parece un burgués con apetencia a disfrutar de la vida como experiencia, un hombre del Renacimiento.

¿Cómo se definiría a Vespucio en el siglo XXI? No fue un notable marino italiano, otros fueron más famosos: Cristóbal Colón (genovés), los Gaboto o Caboto o Cabot, Juan y Sebastián (venecianos) al servicio de Inglaterra y España, Juan de Verrazano (florentino) al servicio de Francia. El método astronómico que utilizara para determinar longitudes fue olvidado. No fue un exitoso comerciante, ni acumuló riquezas, vivió sus últimos años de un cargo administrativo. Fue una mezcla de todos sus oficios: cartógrafo, astrónomo, navegante, comerciante, empresario, conductor de hombres en la búsqueda de sus objetivos. Participó del capitalismo comercial de los Médicis (el trueque de mercaderías por numerario) y luego envuelto en el capitalismo de estado de Portugal y España.

Fue un florentino, un italiano, un europeo occidental de fines del siglo XV, del Cuatrocento, un hombre diferente al medieval, individualista, con la aspiración más o menos

58 conciente que en la plenitud de su razón, poderío y goce material y físico, confía su desarrollo a sus propias fuerzas y se preocupa más en conocer y conquistar la naturaleza y su entorno por la ciencia y la técnica puestas a su alcance, que en alcanzar los fines absolutos medievales (salvación, bondad). Tiene también otro sentido de la trascendencia individual.

Este hombre y su generación continental, dotados del espíritu, de los métodos y de la aspiración de conocimientos universales, emprendieron el camino que los llevarían en el devenir de los siglos subsiguientes (XVI al XIX), a conseguir la unión de los miembros de la gran familia humana, hasta entonces dispersos y evolucionando en forma independiente los unos de los otros. Ésto llevaría al predominio europeo en el mundo y consiguientemente a globalizarlo.

Ninguno de los exploradores de su época comprendió jamás el significado completo de sus logros, frecuentemente los confundieron, sus motivos fundamentales no iban más allá de las veces de la riqueza y el poder. Su impulso era el deseo de triunfar y una

59 ambición implacable, conducidos por una destreza de navegación de primera magnitud.

Vespucio en su lugar, fue un hombre del Renacimiento, con aspiración de conocimientos universales, que le llevaron a deducir y divulgar una conclusión que a otros se les escapaba por razones políticas, intelectuales o tecnológicas. Por esto el cura que lo bautizó en Florencia el 18 de marzo de 1554 le puso un nombre a un continente, que en realidad los monjes de Saint Die lo inventaron. Desde entonces nuestro continente se llama América.

A pesar de ésto y que además es el nombre del estado más poderoso de nuestro mundo, Estados Unidos de América, no conozco que en lugar alguno de él se encuentre una estatua de Américo Vespucio.

A pesar de que fue el descubridor del Río de la Plata y el primer marino que comandó una escuadra que visitó la Bahía de Maldonado y descubrió la Punta del Este y ¿nombró? a Montevideo, solo existe una calle de una cuadra que desemboca en la Avda. Millán en nuestra capital.

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En los 500 años del descubrimiento del Río de la Plata (marzo del 2002) nadie lo recordó, seguramente el vendaval económico se llevó el recuerdo.

En el entorno de los 260 años de la fundación de Maldonado y de los 500 años del viaje de Solís que realmente dio noticias al mundo de la existencia del que se llamaría posteriormente Río de la Plata, merecería recordárselo.

El segundo descubrimiento del Río de la Plata

Quinientos años del dos de febrero de 1516.

El dos de febrero de 1516, una flota española integrada por tres carabelas, arriba a esta bahía al mando de don Juan Díaz de Solís. Éste había nacido en Lebrija, Sevilla, de familia asturiana. Tenía por entonces unos sesenta años y era un experimentado marino designado piloto mayor de Castilla. Había zarpado de Sanlúcar de Barrameda en la boca del Guadalquivir, el 8 de octubre de 1515 con 60 tripulantes. Había realizado la travesía en 117 días, todo un récord para la navegación a vela. El mandato real de la

61 expedición era descubrir las tierras al sur de las portuguesas, por las que debía pasar sin desembarcar en ellas, llegar al paso del Océano Atlántico al Mar del Sur (Océano Pacífico), «a espaldas de la Castilla del Oro» (Panamá).

Esta bahía está formada por la costa arenosa, dos puntas rocosas y una isla poblada de palmeras, enmarcadas en extremos rocosos y restingas. Este espejo de aguas tranquilas, protegidas del oleaje del mar, permitió con suficiente profundidad, anclar a la «armada», precedida de botes con sondas. Descubren en la costa una corriente de agua dulce, próxima al fondeadero, que formaba una laguna entre los médanos costeros y la barra de arena formada por el oleaje. Desembarcan en esa playa con botes que podían ser embicados en la arena, evalúan el agua apropiada para rellenar las barricas de la provisión de los navíos.

La costa que venían siguiendo, desde la isla de Santa Catalina, no le había procurado ninguna situación similar de protección para estas tareas. A los 35 grados de latitud sur, y «por dentro» de «las Islas de Lobos»; encuentran una

62 afilada punta llana y rocosa que se adentraba en el mar, constituyendo un accidente notable. Percibieron que desde ella, el perfil de la costa que tenía una dirección oblicua desde el norte hacia el sur hacia el oeste, cambiaba para orientarse desde este –oeste, en forma horizontal. Ésto fue suficientemente notable para que en el día de Nuestra Señora de la Candelaria se denominase con ese nombre a la bahía y a la punta rocosa, cabo de Santa María.

Se decidió, en este lugar, tomar posesión de estos territorios, por las buenas características del puerto con aguas protegidas y profundas. El país aledaño se mostraba como una interminable sucesión de médanos de arena costeros, que precedían a praderas verdosas y al fondo, en el horizonte, se veían sierras redondeadas, que se adivinaban como pedregosas.

La ceremonia por la que se reclamaban las tierras a nombre de los reyes de España, doña Juana, reina propietaria de Castilla; y de don Fernando, su padre, rey de Aragón (en realidad había fallecido en enero de 1516, pero era ignorado por los marinos), era presidida por el comandante de la armada don Juan Díaz de Solís y el

63 estado mayor de su armada. El escribano Alarcón, asentó en los documentos el acto de posesión, mientras los marinos erigieron una cruz, en un médano de arena elevado frente a la playa, tocaron las trompetas, dispararon los cañones de las carabelas, desplegaron las banderas y estandartes. Los tripulantes desembarcaron, reclamaron gritando los nombres de sus reyes, estas tierras para ellos y cortaron a golpe de espadas ramas (que en este caso serían matorrales de espina de cruz, que eran la principal vegetación costera).

Los charrúas que presenciaron el desembarco y la ceremonia, en bandas de alrededor de 40 individuos, tenían sus paraderos en la base de la península, cerca de la actual cañada de La Pastora y en las Piedras del Chileno, junto a la Laguna del Diario. Si fueron sorprendidos por el aspecto de los marinos, éstos los fueron aún más, al presenciar la salutación lacrimosa con la cual los recibieron, el barbote en el labio inferior de los hombres semidesnudos y la amputación de los dedos de las manos de las mujeres, por el luto de los familiares.

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La ceremonia de colocación de una cruz, fue refrendada por una misa, celebrada por el capellán de la armada. Eso era inevitable, pues la expansión ultramarina del Reino de España, a pesar de constituirse de una empresa nacional propia, tenía el apoyo, en su «título de conquista», de la justificación de la expansión de la fe cristiana. Es decir, que cuando España levanta la cruz para fijar sus dominios, también lo hace como justificación de la conquista. La Iglesia, colaboró con la conquista, evangelización, poblamiento y educación de las Indias.

Este hecho significativo que se ha tratado modernamente de olvidar y menospreciar, a pesar de que se hayan utilizado argumentos, a lo largo del siglo XX y del XXI, como: «custodia del patio trasero», «conquista del espacio vital», «defensa del mundo libre», «defensa del socialismo» o «defensa contra el terrorismo».

Sin embargo la fe cristiana, aportó al Nuevo Mundo, ideas básicas insustituibles y fundamentales, como que todos los hombres son iguales ante Dios, la tolerancia y el amor al prójimo (al próximo), la esperanza de un mundo mejor, la idea de que el hombre tiene un libre albedrío para

65 actuar en su vida, del que luego debe rendir cuentas a la divinidad.

¿Encuentro de dos culturas?

En estas tierras, la promocionada idea del encuentro de dos culturas, es falso. Nuestra cultura es europea, el idioma que hablamos es el castellano, que nos une desde el sur de los Estados Unidos, a la Tierra del Fuego, la tecnología que utilizamos se basó en un desarrollo primigenio europeo. La conquista de estos países significó la primera vez que la humanidad se integró, desde su dispersión inicial. No estamos hablando aquí de civilizaciones como la mejicana, la maya o la andina. De la cultura indígena local, los charrúas, apenas nos quedan las boleadoras como características de estos cazadores - recolectores que la habitaban y ya no se utilizan. He oído falsamente hablar de miles de indígenas que habitaban este suelo, la cultura nómade de subsistencia, de cazadores de venados, ñandúes y mulitas, recolectores de brotes de ceibos y en la costa pescadores, recolectores de mariscos y cazadores de lobos, hacían imposible que la población total fuera mayor de 4.000 o 5.000 individuos extendidos entre el sur del río

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Ibicuí y la costa platense atlántica, con un promedio de vida inferior a 30 años, en un estado de civilización de 8.000 años de diferencia con respecto a la que traía la civilización mediterránea que descubría nuestras costas.

Los marinos advirtieron aquí que el color del agua del mar empezaba a cambiar y que perdía salobridad, evidenciando la desembocadura de un gran curso de agua fluvial. A pesar de que no se veía la costa opuesta lo concibieron como río y le pusieron el nombre de Río de Santa María, verdadero «Mar Dulce» al que luego se llamará Río de la Plata.

De las denominaciones que colocó Juan Díaz de Solís durante su viaje de descubrimiento, unas pocas han llegado hasta nuestros días, purgadas por los siglos, éstas son las islas de Castillos, las islas de Torres, que era uno de sus pilotos, ambas en las costas rochenses, las barrancas de San Gregorio en la costa de San José, avistadas el día correspondiente del santoral 12 de marzo y la isla de Martín García ubicada en el Río de la Plata, entre Colonia y Buenos Aires, quien era el despensero de la expedición que fue allí enterrado. El 15 o 16 de marzo Solís y algunos de

67 sus marinos morirían en el primer tributo de sangre al «encuentro cultural» en las costas del actual departamento de Colonia a la altura de Punta Gorda.

Desde el descubrimiento esta bahía solo fue un punto de escala de los viajes marítimos que se internaban en la cuenca o salían de ella hacia el océano o de los que seguían hacia el sur a rodear el continente. La introducción de ganados vacunos por Hernandarias, en 1611, es decir 100 años después del descubrimiento, fue para poder asentar pobladores en el territorio y sostenerlos económicamente. Paralelamente las vacas y los caballos cambiaron la subsistencia y la motilidad de los indígenas locales.

La Candelaria

¿Por qué la denominación de «Bahía de la Candelaria»? Al ser descubierta el 2 de febrero, día de la Virgen de la Candelaria, en el santoral cristiano ¿Qué significa esto? Se trata de una fiesta con significación judeocristiana muy antigua, porque en realidad es la fiesta de la purificación de la Virgen, es decir, 40 días median desde el 25 de diciembre, día en que se conmemora el nacimiento de

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Cristo, al 2 de febrero. En realidad son los 40 días del puerperio ritual judío. La purificación era el rito que marcaba el final del puerperio, en el cual la mujer se presentaba al templo con su hijo, como lo determinaba la tradición judía, llevando el rescate por el hijo varón primogénito. Desde el Éxodo, la última plaga para Egipto significó la muerte de todos los primogénitos egipcios. En su lugar los judíos sacrificaron un cordero y señalaron con sangre el dintel de sus casas para mostrar que el cordero había sido inmolado y así el ángel exterminador no pasaría por ellos. Desde entonces el hijo varón era rescatado con un cordero por las familias pudientes; las familias pobres lo hacían con una tórtola, es decir, con una palomita. La representación más antigua de la Virgen de la Candelaria muestra a María con el Niño en brazos y una canasta con dos palomitas. La otra palomita que lleva era para el sacrificio de la purificación. Esta fiesta litúrgica fue instituida en el año 492 por el Papa Gelasio I.

El nombre la Candelaria alude a que cuando Simeón toma al niño en brazos en el Templo dice «Tú serás la luz que alumbre a las naciones». Por esto, en los primeros siglos de la era cristiana se conmemoraba con una

69 procesión de velas, representando la luz que iluminaría el mundo. Por eso en otras representaciones el Niño lleva una vela y a veces la Virgen también. Es la representación que nos viene de las islas Canarias, donde es su patrona. En toda nuestra la cuenca del Plata y en toda la América española, la Virgen de la Candelaria tiene significaciones muy especiales. Es la patrona de Cartagena de Indias, denomina al barrio colonial más hermoso de Santa Fe de Bogotá, es la Virgen de Copacabana, en una península espectacular sobre el lago Titicaca, (precisamente en aymara, Copacabana quiere decir «vista hermosa»), y ella misma es la representación que está en el barrio de Copacabana, sobre una playa de Río de Janeiro, y en Paraguay en uno de los más antiguos templos franciscanos de la periferia de Asunción está como Nuestra Señora de Capiatá. Candelaria, cerca de Posadas, en la provincia de Misiones () era la capital y centro geográfico de las misiones jesuíticas occidentales y orientales. Como se puede ver encontramos a esta Virgen de antiquísima tradición en toda la América española.

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Los guaraníes, nuestro verdadero pasado indígena

Otro capítulo diferente sería el de los guaraníes, que se habían introducido como una cuña, siguiendo los ejes de los ríos Paraná y Uruguay, entre los pámpidos, charrúas al este y querandíes al oeste. Tenían una organización cultural muy superior, fueron los responsables de la muerte de Solís y sus compañeros, en un ataque por sorpresa. La antropofagia ritual a la que fueron sometidos era una forma idealizada de adquisición de las virtudes de los enemigos vencidos. Eran fundamentalmente agricultores, tenían un desarrollo urbano fijo, habían desarrollado la alfarería y el tejido del algodón.

Sobre ellos se desarrolló en el curso de la conquista, la actividad misionera, fundamentalmente de los jesuitas, «la Compañía de Jesús», que fue en realidad un ejército de misioneros. San Ignacio de Loyola, señalaba que: «el objetivo último de toda misión es la evangelización, su requisito básico es el fomento del progreso económico y social, y como tal su más poderoso instrumento es la educación espiritual, temporal, rural e industrial». El éxito de los jesuitas se debió además a su genio administrativo y

71 que los misioneros reclutados de todos los países de Europa, eran a su vez expertos educadores, ingenieros, arquitectos, agricultores, artesanos, médicos, farmacéuticos, militares, músicos y en fin, artistas. También, que la consideración de que la evangelización exigía la previa promoción de mejores condiciones de vida de los indígenas, y por otra parte su defensa contra las bandeiras paulistas, para capturar esclavos para las plantaciones de caña de azúcar y cafetales, y contra los encomenderos asunceños y correntinos, para los cuales los indígenas constituían una fuente de mano de obra barata y servil. A ello se debe la adopción del idioma guaraní como el instrumento de catequización, y su escritura. Los jesuitas fueron los primeros cartógrafos del interior de nuestro país, al que llamaban «la Vaquería del Mar», y a ella es a dónde venían a realizar los arreos de ganado para provisión de las misiones, que en el siglo XVIII llegaron a alcanzar los 150.000 habitantes. De ellos nos vienen los nombres de nuestros ríos, cerros y cuchillas: Yaguarón, Yí, Daymán, Arapey, Queguay, Tacuarembó, Paysandú, Cuñapirú, Tupambaé, Aceguá, Carapé, Aiguá. No existe ningún nombre charrúa en nuestra geografía.

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Luego de la expulsión de los jesuitas, los guaraníes fueron el principal contingente de las fuerzas artiguistas acaudillados por Andresito, contra su enemigo secular, los portugueses. A principios del siglo XIX, la población la Banda Oriental alcanzaba los 30.000 habitantes, las Misiones eran cinco veces más pobladas. Los lusitanos durante la extensa guerra, entre 1816 y 1820, destruyeron y arrasaron los pueblos cristianos de las Misiones Orientales, incluidas las iglesias: San Francisco de Borja, San Nicolás, San Luis Gonzaga, San Lorenzo, San Juan Bautista, San Miguel y Santo Ángel y las occidentales del río Uruguay, Santo Tomé, Santos Reyes de Yapeyú, San Carlos, La Cruz, Apóstoles, San Francisco Javier y Santa María la Mayor. Cometieron el verdadero genocidio indígena de guaraníes cristianos, que se llevó a cabo en nuestras tierras, tan olvidado políticamente. Sí conviene políticamente achacarle a Rivera el exterminio de 300 charrúas «hombres de lanza», olvidando los centenares de muertos anotados en los partes de victoria de los portugueses como combatientes, ejecutando a los prisioneros y heridos, en las olvidadas batallas de Ibiracoy, Carumbé, Arapey, Catalán, Itacurubí, Santa María y Tacuarembó. Pero éso puede

73 englobar a los brasileños, que aún se llevaron como esclavos a los prisioneros paraguayos en la guerra de la Triple Alianza, lo que, además de las matanzas, llevó al despoblamiento del Paraguay, como los portugueses lo hicieron con las Misiones.

Los guaraníes fueron la base de nuestra población indígena, fundamentalmente en los departamentos de Artigas, Tacuarembó y Durazno, que fue donde se asentaron en las poblaciones fundadas por Rivera, Bella Unión, Tacuarembó y Durazno, con los que cruzaron el Ibicuí hacia el sur luego de la Campaña de las Misiones de 1828. Además constituyeron el núcleo de las fuerzas de Rivera que actuaron en Salsipuedes.

Del contingente de población guaraní que trajo el mariscal De Viana al reubicar la población de Maldonado en 1757, ninguno sobrevivió a las epidemias de viruela que los diezmaron junto a un puerto ultramarino y a un lugar de concentración de tropas, expuestos a los contagios. Para 1780 ya no quedaban indios aquí, a pesar de que alguna historiadora mencionara la «Indiana Maldonado». Ignoro el destino de los indios misioneros (llamados por los

74 españoles «tapes») que trajo Viana para los puestos de su estancia «La Mariscala», pero aún persisten arroyos con el nombre «de los Tapes» en el departamento de Lavalleja.

A los 500 años

¿Qué significó la llegada del europeo para nosotros? Significó la entrada a la historia y que desde ese momento comenzó a llegar gente de nuestra civilización, de nuestra lengua: desde Europa y particularmente desde las islas Canarias, las que constituían el escalón entre nosotros y Europa. De ahí es que viene nuestro idioma característico, por ejemplo el hablar con la «y» griega, al decir llueve. Fue el ingreso del sur del continente americano a la globalización geográfica y económica que nos integró al mundo conocido a través de las vías marítima y fluvial.

Punta del Este es la puerta del Río de la Plata, es la entrada a la desembocadura de todos los ríos de la cuenca platense. También somos la entrada y la salida de la

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Hidrovía. Pensemos que el agua de Punta del Este está formada por la mezcla del Océano Atlántico con la que ha bajado de los Andes por el Pilcomayo, entre Potosí y Sucre recorriendo tierra boliviana, pasando entre Argentina y Paraguay desembocando en el Río Paraguay frente a Asunción. Pensemos que el Río Paraguay viene por el Pantanal, desde el corazón del Mato Grosso; el Río Paraná viene desde el Planalto brasileño bajando por la llanura mesopotámica argentina y desde la Sierra Do Mar baja el río Uruguay; todas estas aguas se juntan aquí con el océano. Esta es la reflexión, ¿adónde tenemos que mirar para colocar nuestros objetivos turísticos, nuevas gentes que lleguen a nuestras costas? Tenemos regiones en nuestra propia cuenca del Plata que hemos ignorado, tenemos ciudades como Santa Cruz de la Sierra cuya meta turística es el Caribe o el Brasil y no somos nosotros que estamos más cerca. Tenemos países como Chile, cuyos destinos turísticos extra fronteras no somos nosotros y es por ello que tenemos que plantearnos salir a buscar otros mercados turísticos.

En esta época de descreimiento, que nos quejamos de ausencia de valores, de falta de respeto a las normas, de

76 que solo tenemos objetivos materiales, con ausencia de trascendencia espiritual y temporal.

Conmemoramos con Solís a la primera misa en nuestra tierra, el primer acto de fe cristiana, de donde partió el mensaje: todos somos iguales, lo importante es la verdad y la justicia, la tolerancia, la vida es un don divino, no codiciarás los bienes ajenos, no robarás y no matarás, no mentirás ni levantarás falso testimonio, tuvo en sí un valor cultural intrínseco.

¿Tiene valor cultural para nosotros festejar Iemanjá? La diosa del mar, divinidad de los negros africanos esclavizados en Brasil, que la conmemoraban en la playa de Salvador de Bahía, frente a la iglesia de Nuestra Señora de la Candelaria.

En fin, es cuestión de valores conmemorar los 500 años del descubrimiento, de la globalización, de la evangelización.

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La Banda Oriental en el sistema de Tordesillas

El viaje del Juan Díaz de Solís, descubrimiento español en la trama de intrigas internacionales

Lic. Alicia B. Otero Mera

Mag. José María Olivero Orecchia

Alicia B. Otero Mera, Licenciada en Historia, Universidad de la República (UdelaR). Miembro del Departamento Técnico del Museo Nacional de Artes Decorativas (1985-91) y del Museo Nacional de Artes Visuales (1991-96), investigadora de la División Historia del Depto. de Estudios Históricos del Estado Mayor del Ejército (1996 en adelante). Ha participado de diferentes conferencias y seminarios sobre museología, conservación e historia militar. Socia fundadora de la Asociación de Amigos de las Fortificaciones. Autora de numerosos artículos, así como diferentes libros sobre historia uruguaya. En el año

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2011 obtuvo en coautoría el premio de ensayo histórico 200 años del Ejército Nacional y el premio Ensayo Histórico Literario 1811 +200 de El País con el ensayo Artigas Esquivo, una nación en busca de un héroe, publicado en 2012.

José María Olivero Orecchia. Licenciado en Historia, Universidad de la República (UdelaR) y Magíster en Historia (Universidad de Montevideo), profesor de Historia Militar y Conflictos Armados (IMES) y profesor Militar (IMES). Jefe de la División Historia del Depto. de Estudios Históricos del Estado Mayor del Ejército (1997 en adelante). Miembro correspondiente del IHMA. Ha participado de diferentes conferencias y seminarios sobre museología, conservación e historia militar. Autor de numerosos artículos así como diferentes libros sobre historia uruguaya, entre ellos Campaña Militar de 1897 y Del Portulano a la Carta esférica: Cartografía y Navegación. En el año 2011 obtuvo en coautoría el premio de ensayo histórico 200 años del Ejército Nacional, y el premio Ensayo Histórico Literario 1811 +200 de El País con el ensayo Artigas Esquivo, una nación en busca de un héroe, publicado en 2012.

El cronista español Antonio de Herrera en Historia General de los hechos de los Castellanos en las Islas y Tierra Firme del Mar Océano, obra también conocida como las Décadas,

79 publicada entre 1601 y 1615, refería en su Década 2, libro 1, capítulo 7 en forma simple el arribo de Solís a Maldonado, donde establecía la posesión española de estas tierras por primera vez en la historia:

«dando vifta a la Isla de San Sebaftian de Cádiz, adonde citan otras tres Islas, que dixeron de los Lobos, i dentro el Puerto de Nueftra Señora de La Candelaria, que hallaron en 35- Grados: i aqui tomaron pofefion por la Corona de Caftilla; fueron á furgir al Rio de los Patos, en 34 Grados , i vn tercio : entraron luego en vn Agua, que por fer tan efpaciofa , i no falada , llamaron Mar Dulce, que pareció defpues fer el Rio , que oi llaman de la Plata, i entonces dixeron de Solis»

La expedición de Juan Díaz de Solís dejó una memoria indeleble en el Río de la Plata, fue el primer explorador español en la región, recaló en Maldonado, reconoció a Punta del Este como una referencia geográfica insoslayable para los navegantes, y luego continuó su ruta hasta su muerte aparentemente en la costa del actual departamento de Colonia.

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Este viaje no fue una pieza única, sino una parte de un proceso mayor, la bahía de Maldonado ocupó un rol destacado, signado por la lucha de imperios que intentaban encontrar el pasaje interoceánico entre el Atlántico al Pacífico. Fue éste un proceso anterior, contemporáneo y posterior al propio viaje de Solís, donde éste dejó su huella. Desde el descubrimiento de América por los españoles hasta la década de los treinta en el siglo XVI pasamos de un desconocimiento absoluto del Río de la Plata a los intentos de ocupar el nuevo territorio, encontrándose en el centro cronológico de este proceso la expedición de Juan Díaz de Solís.

La búsqueda del paso hacia las Especierías

Una vez descubierta una nueva ruta al oeste a través del Atlántico, poco a poco, y en sucesivas expediciones se concluye que se llegó a un nuevo continente cuando ya estaba firmado el Tratado de Tordesillas. Tanto España como Portugal realizan en este entorno una política de exploraciones que dieran contenido al gran vacío de informaciones que había sobre este espacio.

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Esto no es solo una necesidad geográfica, poco a poco se conoce con un nuevo continente, que se expresa oficialmente como una realidad separada de Asia. Este proceso se inicia con el mapa realizado por Martin Waldseemuller en 1507 para acompañar una Introducción a la Geografía.

Allí por primera vez, parte del nuevo continente es referido como «América», su mapa resulta revelador pues al realizarlo este cartógrafo franco alemán no tomó en cuenta, para dividir las zonas de soberanía, establecidas en las Bulas de Alejandro VI ni en el Tratado de Tordesillas, sino que toma en cuenta las zonas descubiertas respectivamente por castellanos y portugueses. A los primeros adjudica el Caribe, sus islas, y la zona de tierra firme que está situada al norte de Sudamérica hasta la línea aproximada del paralelo de 20º. Al sur de esta línea, en la cual podemos incluir la Banda Oriental del Uruguay aún por descubrir, considera que se

82 trata de territorio lusitano, lo que simboliza con banderas y buques de esta nacionalidad. Es precisamente a esta última zona que denomina específicamente «América». Este tipo de consideración, que imaginaba la posesión de cada país según lo descubierto efectivamente y no en relación a derechos adquiridos por un tratado, dejaba las zonas no exploradas en libre acceso de otros competidores. Se indicaba claramente que el problema de fronteras de América, que si bien se centró en la pugna de España y Portugal, no dejó de lado posibles intereses de terceros países, que a su vez buscaban sus propias ventajas.

Desde el punto de vista de España y Portugal, el emergente continente americano se encontraba dividido por una línea divisoria exclusiva, sobre el cual sin embargo se discutía el lugar por donde pasaba.

En las etapas iniciales, ambos países centralizaron el conocimiento geográfico de sus exploraciones, manteniendo sus documentos secretos, o al menos intentándolo. La mejora de los métodos de navegación, para optimizar el uso de las rutas y la localización certera de los lugares que se exploran, y la cartografía, para

83 trasladar los datos a un mapa bidimensional, hacían de los conocimientos adquiridos elementos imprescindibles.

El conocimiento cartográfico: un arma de poder

El primero en organizarse fue Portugal, quien se aprovechó que desde 1482 contaba con la «Casa de Gime, Mina e India», que atesoraba el «Padrâo Real», o mapa realizado en base a los datos traídos por los exploradores u obtenidos por espionaje de viajes realizados por otros gobiernos, el cual continuamente era renovado.

Para España, se debió esperar al año 1503, con la «Casa de Contratación», 11 años después de realizado el viaje descubridor de Cristóbal Colón, 9 años desde el Tratado de Tordesillas, inspirada en la experiencia portuguesa. Esta nueva institución estaba encargada del control técnico, judicial, fiscal y científico de todas las relaciones entre América y España. Situada en Sevilla, a partir de 1717 pasa a Cádiz, siendo finalmente suprimida en 1790. Entre sus funcionarios llegó a contar con un cosmógrafo mayor, encargado, a partir de 1523, con la contratación del

84 portugués Diogo Ribeiro, de la confección y conservación de la cartografía, indicando en las cartas la versión española de la línea de Tordesillas, y un piloto mayor de Indias, el cual debía formar navegantes y expedir títulos para los mismos. En esta institución, Amerigo Vespucci fue el primer piloto mayor en marzo de 1508 como consecuencia de las Juntas de Navegantes de Toro y Burgos, donde se trató la posibilidad de explorar un paso que llevara a las islas de la Especiería. Esta Casa es parte de un proceso que llevará al descubrimiento y conversión en frontera de la zona del Río de la Plata. El piloto mayor, en origen, era el encargado de realizar el Padrón Real, mapa oficial y secreto que incorporaba los nuevos descubrimientos, estando todo barco español obligado a enviar copias de sus documentos a la vuelta de sus viajes a la región. Debemos marcar que los tres primeros Pilotos Mayores, estuvieron en directa relación con el conocimiento del Río de la Plata, pues luego de Vespucci, quien aparentemente recorrió la zona al servicio de Portugal, fue nombrado nuestro reconocido Juan Díaz de Solís, español o portugués, no se tiene seguridad de su origen, quien oficialmente descubrió esta región. A su vez a Solís, le sucedió el veneciano Sebastián

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Gaboto, quien exploró en profundidad la cuenca inferior del Río de la Plata.

Desde 1572 se estandariza el sistema, los pilotos y cosmógrafos de la Casa de Contratación se reunían los lunes y viernes para tratar sobre las novedades que se tuvieran en las exploraciones a través de los diarios de navegación. Si se acordaba que resultaban de valor, los nuevos datos se incorporaban al Padrón Real.

Lamentablemente los primeros Padrones Reales, tanto los de Portugal como de España, no han llegado hasta la actualidad, en cambio sí nos llegaron copias y bocetos de los mismos, obtenidas por regalo, espionaje o mera casualidad al sobrevivir el paso del tiempo. Ejemplos destacables son el mapa «Cantino», pieza portuguesa obtenida por espionaje, así como el boceto de Padrón de Juan Vespucci de 1526, o el planisferio «Salviati» conservado en la Biblioteca Laurenciana de Florencia, pieza c. 1527, regalada por el emperador Carlos V al cardenal epónimo. A este podemos sumar una fuente de 1513 basada en información portuguesa y española, como su mismo autor lo establece, pero que resulta a primera

86 vista más que exótica, dando origen a numerosas interpretaciones: la sección que se conserva del mapamundi del almirante turco Piri Reis.

Mapa de Cantino - Siglo XV

Las primeras exploraciones

Las exploraciones en el área del Río de la Plata comenzaron por dos causas fundamentales:

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 Descubierta la condición de América como un continente interpuesto entre Europa y Asia, se debía encontrar un paso interoceánico. Esta búsqueda era especialmente urgente para España, que no contaba con la posibilidad de circunnavegar África.

 La otra causa relacionada con la anterior, fijar qué territorios correspondían a cada Corona, elemento esencial para dilucidar, de localizarse, a quién pertenecía el referido paso interoceánico.

A estos elementos originales se agregó rápidamente la búsqueda de riquezas, en especial de la «Sierra de la Plata», versión para esta región de las leyendas de fabulosas riquezas minerales, oro, plata y piedras preciosas según el caso que se repitieron en todo el continente. Como consecuencia de los aspectos considerados, no pasaron muchos años sin que comenzaran los viajes de exploración.

A esta primera etapa siguieron los asentamientos iniciales y muy precarios en el Río de la Plata, buscando una vía de acceso a las minas de plata que se creía existían en esta región, origen del sugestivo nombre Río de la Plata.

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No fueron los españoles los primeros visitantes de la región, los portugueses consideraron que esta zona se encontraba dentro de sus posesiones, realizando expediciones que en muchos casos tenían un carácter secreto, tanto para reservarse la información sobre la riqueza y viabilidad de la toma de posesión efectiva, como para evitar reclamos españoles. El secreto de las exploraciones portuguesas no indica necesariamente que se considerara que estos territorios no les correspondían, sino que se buscaba fijar si estos en realidad estaban dentro de su soberanía. En este sentido, los mismos españoles también dudaban con respecto a su soberanía sobre extensas zonas. Este tipo de posibilidades se observa, convertida en una aparente realidad en el mapa Cantino, donde se marca una línea de Tordesillas que beneficia a los portugueses en cuanto expresa su abrupto viraje de la costa sudamericana hacia el este en un área en la cual en realidad se orienta hacia el suroeste, entrando en el hemisferio español.

En este ámbito, se pueden considerar una unión de razones, en la que convergían los intereses particulares con la necesidad de explorar si realmente los territorios

89 quedaban fuera o dentro de su demarcación. Súmese a esto el siempre conveniente uti possidetis iuris, no aceptado por el Tratado de Tordesillas y no utilizado por muchos años en las negociaciones posteriores, pero que en casos específicos podía servir para negociar, como ocurrió en el tratado de 1750

El cuestionado viaje vespuciano

Se ha discutido largamente sobre la expedición portuguesa, considerando su ruta real, en la cual participó Amérigo Vespucio de 1501-1502. Modernamente se ha considerado que el florentino habría pasado por el Río de la Plata y llegado hasta las costas patagónicas, visión enfrentada a la interpretación basada en la célebre Lettera vespuciana, según la cual en latitud 35º sur, que es la del citado río, habría tomado rumbo sureste alejándose océano adentro para luego de pasadas estas latitudes retornar a la costa.

La presencia de esa expedición en tierras rioplatenses fue utilizada por los mismos portugueses en el temprano siglo XVII en su defensa de la legalidad de la fundación de la

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Colonia do Sacramento, a la cual consideraron dentro de las fronteras de Tordesillas: al derecho legal por el tratado se sumaba la toma de posesión efectiva de la zona platense realizada a partir del descubrimiento vespuciano.

Considerando el interés que el tema tomó modernamente, tenemos en especial la ya clásica e influyente obra del investigador y geógrafo argentino Roberto Levillier que ha formado discípulos y seguidores. En 1948, publicó un extenso libro en dos tomos América la bien llamada, utilizando una abundante documentación y cartografía antigua como respaldo del trabajo realizado. Al principio su obra fue bien recibida por los entendidos, pero un estudio más exhaustivo mostró ciertas incongruencias, empezando a surgir así las críticas. Se llegó a cuestionar la objetividad del autor, diciendo que adaptaba algunos mapas y corregía sin fundamento crítico documentos buscando que estos coincidieran con sus ideas. De esta forma Levillier identifica al Río Jordán como Río de la Plata y al Pinácullo Detentio como el cerro de Montevideo, el río San Antonio es el cabo San Antonio, el río Cananea, punto sur de la expedición de Vespucio se encontraría entre 45 y 47º sur.

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Demostrando sin embargo que la discusión no está cerrada, otros investigadores, a pesar de criticar la obra de Levillier, consideran que la presencia vespuciana en el Río de la Plata fue real. Entre ellos se destaca el investigador uruguayo Rolando Laguarda Trías, que en su obra El hallazgo del Río de la Plata por Amérigo Vespucci en 1502, publicada inicialmente en 1982 avala la teoría, pero partiendo de parámetros metodológicos diferentes, donde se acentúa el estudio de los mapas de comienzos del siglo XVI en base a su estructura y su contenido, en especial la toponimia.

Continúan las expediciones

Retomando el hilo cronológico, la siguiente expedición europea al Río de la Plata, realizada entre los años 1511 y 1512 en búsqueda de un pasaje interoceánico, también habría sido portuguesa. Al mando accidental de Esteban Froes, y documentada en el libro realizado sobre el tema por el historiador Rolando Laguarda Trías, habría pasado por estas costas, dejando como posible recuerdo el topónimo que define la isla de Flores, cerca de

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Montevideo, nombre atribuido tradicionalmente a la expedición de Gaboto.

Esta expedición, cuyos integrantes fueron aprehendidos por autoridades españolas en su retorno, pudo a su vez haber sido la fuente de la información transcrita en La Nueva Noticia de la Tierra del Brasil, de carácter anónimo, publicado en alemán a comienzos del siglo XVI. Por otro lado, este mismo documento sería la fuente de información que aparece en la Loqulentissima quedam térrea totius descriptio y en el globo terráqueo del geógrafo alemán Juan Schöner de 1515, donde se observa un pasaje interoceánico a 42º sur, en el área cercana al Río de la Plata.

Para ese momento, el conquistador español Vasco Nuñez de Balboa había demostrado —en los hechos— el hasta ese momento hipotético océano que se interponía entre Asia y América.

Puede existir aún otro viaje secreto al Río de la Plata pues tradicionalmente las noticias del mapamundi de Schöner también se han atribuido a la expedición portuguesa a cargo de Juan de Lisboa en 1514. Armada

93 por el comerciante Cristóbal de Haro, éste actuó en Portugal previo a su pasaje a España en 1517, donde constituirá un importante apoyo de la expedición de Hernando de Magallanes. Precisamente, la información obtenida por esta expedición, que quedó solo a la entrada del Río de la Plata, precisamente en el área de Maldonado, habría dado fundamentos al proyecto de Magallanes que esperaba encontrar un canal interoceánico, que finalmente halló bastante más al sur.

Luego de esta sucesión de acciones lusas, encontramos la primera referencia de una expedición española que tocara la región del Río de la Plata en el viaje del piloto mayor español Juan Díaz de Solís, quien suscribió con la Corona española una Capitulación, por la cual debía llegar al paso del Sur y rodear América hacia la Castilla de Oro, o sea la actual Centroamérica. Este es el descubrimiento oficial del río de la Plata como tal y de la aparición del Cabo Santa María de la Candelaria como referencia del viraje que debía realizarse para entrar a él.

Expedición compuesta por tres pequeñas naves, zarpó del puerto de Bonanza el 8 de octubre de 1515, luego de

94 tocar el cabo San Roque en el actual Brasil llegó a lo que hoy conocemos como Punta del Este, que fue llamada Cabo de Santa María, el 2 de febrero de 1516, el vecino puerto de Maldonado fue denominado como Nuestra Señora de la Candelaria. La expedición costera continúo hasta la localidad donde luego se fundó la Colonia del Sacramento, sin que quedaran referencias de su pasaje por Montevideo. En esa zona, justamente, luego de nombrar a las islas de Piedras (hoy San Gabriel y otras menores aledañas) y Martín García (la última por su despensero, muerto y enterrado en ese lugar), Solís desembarcó en tierra firme con dos oficiales reales y seis marineros, siendo muerto por los nativos, salvándose solo el grumete Francisco del Puerto. Éste se incorporó a la vida de los indígenas uniéndose luego a la expedición de Gaboto.

Una vez finalizada esta fallida expedición, se debió esperar hasta el viaje de Hernando de Magallanes para que pisasen esta banda nuevamente, la expedición magallánica buscaba un paso a través del Nuevo Mundo para establecer si las Molucas se encontraban en el lado español del antimeridiano de Tordesillas. Partió de Sanlúcar de Barrameda el 20 de septiembre de 1519, el 10 de enero de

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1520 divisaron una elevación a la que le pusieron el nombre de Monte Vidi, primera referencia al cerro de Montevideo, altura topográficamente relevante para los marinos que siguen la costa y buscan puntos de referencia.

La expedición ancló en el actual arroyo San Pedro, desde donde la nave Santiago, al mando de Juan Rodríguez Serrano navegó por el río que los nativos llamaban con un nombre que para oídos europeos sonaba a Uruguay, el cual ha dado nombre a este país.

Luego de corroborar la expedición de Magallanes que el Río de la Plata no es el pasaje interoceánico, se continuó la exploración al sur saliendo de nuestro foco de atención.

El comienzo de la actividad española, no implicó que los portugueses abandonasen sus operaciones de reconocimiento de la región. Antes de la visita de la expedición de Sebastián Gaboto, por lo menos arribaron una vez más con la exploración al mando de Cristóbal Jaques, en 1521, que dejó en la toponimia identificatoria de la región la repetida isla de Jaques que apareció posteriormente en numerosos mapas de esta zona.

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Ante el fracaso de las conversaciones en Elvas-Badajoz entre España y Portugal por la situación de las islas Molucas, el 24 de julio de 1525 partía desde La Coruña la expedición de siete naves y 450 hombres al mando del designado capitán general de la Armada y capitán general y gobernador de las Islas Molucas fray García Jofre de Loaisa, e integrada también como piloto mayor por Sebastián Elcano. Ambos personajes morirán en la expedición. De ella prácticamente no ha quedado memoria en la historia del Río de la Plata, signada por un fugaz pasaje por la región en diciembre de 1525 bajando desde la costa del Brasil y avanzando hacia el pasaje transoceánico descubierto previamente por Magallanes.

Al año siguiente, los españoles penetraron nuevamente en esta región. El 3 de abril de 1526 partió también de Sanlúcar de Barrameda con tres naves la expedición al mando del piloto mayor Sebastián Gaboto para intentar la circunnavegación de América intentando repetir nuevamente el viaje de Magallanes. Desviada la expedición una vez conocidas las historias referidas a grandes riquezas en el interior del continente al recalar en la isla de Santa Catalina (Gaboto le da el nombre por su esposa), el jefe de

97 la expedición desobedeció las órdenes de la Corona española A partir de ese momento, y hasta su retorno a España, los integrantes de la expedición se dedicaron a explorar el territorio platense en búsqueda de la Sierra de la Plata. En este ámbito, el 6 de abril de 1527 Gaboto arribó al actual arroyo de las Vacas, en la costa de la Banda Oriental, al cual llamó puerto de San Lázaro, fundando allí un fortín y punto para reparación de las naves, primer asentamiento permanente, si bien efímero en ese territorio. A continuación pasó a explorar especialmente la zona del Paraná donde fundó el fuerte de Sancti Spiritus sobre el Carcarañá.

A esa expedición también corresponde el honor de haber bautizado como Río de la Plata a este estuario mientras profundizaba la exploración de los ríos Paraná y Uruguay. Sebastián Gaboto al cual se le había sumado la empresa del portugués al servicio de la Corona española Diego García de Noguer, volvió a España en 1530 para justificar su desobediencia, reforzando la leyenda referidas a la riqueza de la zona, a pesar de los pobres productos que llevaba a su retorno.

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Sobre el territorio recién recorrido y explorado, y el conocimiento real del mismo, nos queda un elemento cartográfico de gran valor, realizado por el cosmógrafo mayor Alfonso de Santa Cruz, quien participó de la expedición de Gaboto, que presenta algunos aspectos de particular interés.

Luego de este breve análisis queda interrogarse si se tenía real idea de la zona por donde pasaba la frontera hispano- portuguesa.

Por lo estudiado hasta el momento podemos considerar que la situación seguía en una nebulosa en la cual ni siquiera cada estado había tomado una posición definitiva. Como un buen ejemplo de esta situación tomemos al

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ámbito de la cartografía y la definición, por ella, de las soberanías española y portuguesa. En el mapamundi de 1544, aparentemente el único que se conservaría de la importante obra de Sebastián Gaboto, queda claramente establecido que consideraba al territorio del Río de la Plata dentro de la demarcación española. Sin embargo, no debemos olvidar que esta zona, aún en las fuentes españolas, presenta dudas sobre su soberanía. Tomando un documento de origen español, de carácter oficial, en el mapamundi, boceto de Padrón Real, realizado por Juan Vespucci, sobrino de Américo, en 1526, si se traslada las 370 leguas desde las islas Cabo Verde, toda la región del Río de la Plata quedaría bajo soberanía portuguesa. Podemos comprender mejor, luego de estas referencias, las dudas que asaltaron al propio Magallanes con respecto a la posesión de las nuevas tierras en 1520.

Sin embargo estas dudas iniciales rápidamente se resuelven para España con una demarcación que establece la frontera en una zona lejana a esta región. Ya a comienzos del siglo XVII, en las Décadas de Herrera quedaba clara una frontera que pasaba por la zona de San Vicente. Sin embargo, las autoridades españolas, llegado el

100 momento aceptaban otras opciones: frente a las reclamaciones portuguesas fundadoras de la Colonia do Sacramento en 1680, negaron sus planteos, pero aceptaron una frontera en la actual Punta del Este en Maldonado.

Retornando a las primeras décadas del siglo XVI, el otro protagonista de las exploraciones, Portugal, no se mantuvo inactivo. Como se ha referido las exploraciones portuguesas habían actuado al borde del secreto, intentando demarcar sus territorios, así como hallar posibles riquezas y zonas estratégicas por las cuales valiera la pena litigar. Para este momento se dieron los primeros intentos de toma de posesión.

Casi en el mismo año en que parte la expedición de Sebastián Gaboto de retorno a España, se produce la misión portuguesa al mando de Martín Alfonso de Souza (1530), acompañado por su hermano Pero Lopes. Compuesta por cinco naves y 400 soldados y marinos, se realizaba bajo el nombre del rey de Portugal, que para ese momento había realizado la primera división en capitanías de sus posesiones americanas. Con esta medida administrativa, unida a la exploración y toma de posesión

101 de Martín Alfonso, se intentaba revertir la casi inexistente ocupación del Brasil por un Portugal que había estado concentrado en Asia. Al efectivizar su dominio en los territorios americanos, incluso poblar donde fuese posible, los lusitanos evitaban la piratería de palo Brasil y la tentación de que otra nación, se temía especialmente por los franceses, se estableciera en ellos.

Llegada la expedición a las costas platenses el 8 de octubre de 1531, su misión incluía delimitar los territorios portugueses según el Tratado de Tordesillas, considerándose que esta región se encontraba dentro de sus fronteras. Costeando el litoral hacia el sur, y luego de sufrir una fuerte tormenta cuando se encontraban cerca de la boca del Río de la Plata, la flota fue obligada a realizar operaciones de reparación en las naves utilizando como base de operaciones la Isla Gorriti. Allí, en el puerto de Maldonado, ante esta situación, en el consejo de pilotos y maestres convocado por Martin Alfonso se consideró que el Río de la Plata era muy peligroso debiendo continuar una sola nave. Como consecuencia el resto de la expedición permaneció en la zona. La colocación de los padrones de posesión portugueses en la costa de la Banda

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Oriental debía ser llevada a cabo solo por un bergantín con 30 hombres al mando de Pero Lopes. Como ya expresamos, la función de la nave enviada quedaba muy clara: establecer los símbolos de la soberanía portuguesa en la zona, con lo cual parten «… a poner unos padrones y tomar posesión de dicho río por el Rey nuestro señor…».

Cerrando esta sección se debe considerar cómo se desarrolló a partir de esta expedición el tema platense en la Corona portuguesa. Considerando que este período constituye un punto de referencia en el marco de la interpretación geohistórica realizada por los portugueses a lo largo de su confrontación con los intereses españoles se consideró que la margen oriental del Río de la Plata constituía la demarcación sur de sus posesiones. Este límite se complementaba hacia el interior siguiendo el curso de los ríos Uruguay o Paraná.

La expedición de Martín Alfonso de Souza, no solo fue importante para las reivindicaciones portuguesas, sino que marcó un momento de inflexión en la política española del momento, llevando a la época de los adelantados. La información de la importante expedición portuguesa de

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Martín Alfonso, unida a datos previos de otras que habían penetrado en una región que la Corona española consideraba como propia, había llevado, a nivel de la diplomacia entre ambos países, a una situación de tensión en la cual España decide la toma de posesión efectiva de la región. El 31 de agosto de 1531 se suscribe la Real Cédula destinada al embajador español Lope Hurtado de Mendoza, para que se informe si es cierto que de las carabelas que el rey de Portugal envió al Brasil y Río de la Plata, dos volvieron con oro. En ese año 1531, sin fecha, un requerimiento enviado por el embajador español Lope Hurtado de Mendoza a la corte portuguesa en nombre de su soberano, establece claramente que por los viajes de Solís, García y Gaboto, los dos últimos con una permanencia de tres años en el Río de la Plata explorando el río y sus afluentes, su estado tenía prelación en esta región que consideraban propia. Como consecuencia se solicita que no se envíen más armadas a esta región y si en ese momento hay alguna allí, se la haga retornar. La respuesta del monarca portugués en ese momento, enviada a través de embajador de esa nación en España, Álvaro Méndez de Vasconcelos, intenta crear la duda con respecto

104 a las aseveraciones españolas, considerando que la región había sido descubierta hacía muchos años por vasallos portugueses, si bien establece que le han dicho que un tal Solís lo hizo para España hace muchos años. Se busca en consecuencia complejizar la discusión y no dar los alegatos españoles como certeros. Buscando detener una escalada diplomática sin embargo el monarca lusitano acepta que se retiraría si la precedencia fuera española.

Esta actitud no significó un retroceso en la posición portuguesa.

A su vez, llegado el momento por parte de los portugueses de plantear estos territorios a nivel cartográfico, indudablemente el territorio quedaba en su porción de América, realizando incluso, algunos de los cartógrafos, un activo «enderezamiento» de la costa americana para asegurar esta situación. Tomemos tres expresiones de este país, considerando en dos de ellos la división política.

Un ejemplo clásico es el del portugués Fernando Vaz Dourado, que en sus diferentes cartas presenta las características de la cartografía de su país de origen, donde

105 el Río de la Plata se considera dentro de las fronteras propias.

Políticamente, el territorio de la Banda Oriental era incorporado al sistema territorial portugués, englobaban dentro de la capitanía de San Vicente, que correspondía a los hermanos Alfonso y Lope de Souza o la separaban de ésta bajo la denominación de Capitanía del Rey.

Para el primer caso tenemos el conocido mapa realizado hacia 1574 por el cartógrafo Luis Texeira, perteneciente a la conocida familia que sirvió tanto al rey de Portugal como de España (donde era conocida como Tejera). Esta pieza, que se conserva en la Biblioteca de la Ajuda en Portugal, nos muestra una estructura de capitanías que se extiende hacia el interior utilizando el Paraná como frontera hasta ser incluido en los territorios portugueses al bifurcarse con el río Paraguay. Con respecto a la capitanía do Rey, ésta no aparece, pero el cartógrafo debe extender de 3 a 4 veces, según el caso, la extensión de la capitanía de Lopo (sic) de Souza sobre la costa con respecto a las otras capitanías.

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Con respecto a la capitanía do Rey, como establece el ex gobernador de la Colonia de Sacramento Sebastiâo de Veiga Cabral:

«Conforme a carta Geral do Orbe q’ fez o Cosmographo Bartolomeu Velho no anno de 1562 por orden do Sor. Rey D. Joâo 3º, e o Atlas Universal, se divide o Brazil em 15 capitanías, das cuais a ultima se chama de El Rey q’ incluino as fertillissimas terras, fundamento total do meo assumpto, corre seg,do Guilhermo Blaeu, Pedro Planio e moitos autros, des.le o Rio de Cananea the ao Cabo das Areas ou Bahya de S. Mathias como resolveo Philippe 3º.»

Resulta importante también la referencia al cartógrafo portugués Bartolomeo Velho pues en su mapamundi de 1561-62 encontramos una de las expresiones de la Isla Brasil en relación a la línea de Tordesillas, envolviendo en su marco el Río de la Plata.

Si bien las disputas tratadas continuaron con variantes, es a partir de los adelantados que España toma un nuevo impulso en el dominio del Río de la Plata, y obliga a Portugal a tomar medidas contrarias.

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Las disputas hispano portuguesas, como sabemos, continuaron hasta el inicio del siglo XIX, disputa en la cual el viaje de Solís, que pautó el Cabo de Santa María, hoy Punta del Este, como punto de referencia de todos los navegantes, no fue olvidado, convirtiéndose cada tanto en una referencia de dominio por los españoles y de rechazo por parte de los portugueses. Cuando se funda la Colonia del Sacramento y ésta es tomada por los españoles, obligando a una reunión de lusitanos e hispanos para defender sus derechos, sobre la propiedad del Río de la Plata y sus tierras aledañas, Portugal hacía retrotraer al período inmediatamente anterior a la expedición de Martín Alfonso en 1531, un consenso hispano – portugués inicial que en realidad nunca existió, por el cual Solís y su viaje, había sido rechazado por la Corona española. En el Alegato portugués anónimo por la posesión de la Colonia del Sacramento se da un sentido vindicativo de la posesión portuguesa a las acciones tomadas por la expedición de Gaboto. Según esta versión, tan alejada de la realidad según la visión española, éste habría llegado con la expresa orden de reparar la violación de soberanía cometida por

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Juan Díaz de Solís quien había hecho actos de posesión soberana, según decían, en la isla de San Gabriel:

«Continuando su viaje llegó Gavoto con efecto a el rio / de la plata; subio a San Gabriel, y reconociendo que eran tierras de Portugal, y la prohibición que llevaba en su regimiento / paso adelante y edifico una fortaleza en la mar / gen occidental del rio de la plata, que aún oy conserva el mismo nombre de su fundador».

A pesar de los deseos y protestas portugueses, la toma de posesión por España realizada por Juan Díaz de Solís en Maldonado, inició una sucesión de eventos que llevaron a que hoy el Uruguay sea lo que es, y el departamento de Maldonado ocupe el puesto de importancia que merece en este hecho. La persistente persecución del poniente

Arq. Francisco Bonilla

Nacido en Pan de Azúcar y viviendo alternativamente entre esa ciudad y la de Maldonado, se traslada a Montevideo, donde se graduó como arquitecto y actualmente reside.

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Fue secretario ejecutivo de la Comisión Especial Permanente de la Ciudad Vieja de Montevideo y posteriormente, director de la Unidad del Patrimonio de la Intendencia de Montevideo.

Actuó como coordinador de la primera y la tercera edición de la Guía Arquitectónica y Urbanística de Montevideo, publicación de la AECI y la IMM.

Algunos de sus trabajos han sido publicados en el extranjero, destacándose el capítulo sobre la Ciudad Vieja de Montevideo en el libro Centros Históricos de América Latina y el Caribe, publicación de UNESCO, BID, Ministerio de Cultura y Comunicación de Francia y FLACSO – sede Ecuador (2001).

En los últimos años su actividad se ha centrado en una investigación en torno al Tratado de de 1750, sus consecuencias y la problemática de sus elementos demarcatorios.

Es consultor Senior de UNESCO para temas de patrimonio.

El presente trabajo pretende aportar antecedentes que aunque en ocasiones remotos, entendemos contribuyen a una mejor comprensión de los hechos que tienen su centro en el arribo de Solís a estas latitudes. Se da cuenta de la incertidumbre general que rodea el asunto de los descubrimientos y sus protagonistas, intentando a su vez dar una idea de los riesgos que implicaba lanzarse al mar

110 con medios precarios, instrumental elemental, documentación muchas veces engañosa y sabiendo de relatos fantásticos capaces de amedrantar a varios. Pero también y sobre todo, se bucea en las motivaciones que dieron lugar a los hechos. Privilegiando lo contextual frente a lo episódico. Se trata de Solís y sus circunstancias.

«… el Maluco, adonde se dice que vamos, el clavo, la pimienta, el azafrán, la canela,

para regresar lo más ricos y títulos y gobernaciones, y hasta honores sin cuento...».

Baccino, Napoleón. Maluco: la novela de los descubridores.

Mitos, leyendas, ilusiones. La esquiva verdad

Las crónicas de los descubridores contienen en ocasiones relatos harto fantasiosos donde abundan enormes monstruos marinos capaces de destruir una nave de una sola dentellada, terribles dragones y seres de aspecto humano pero con un solo ojo o con orejas tan grandes que

111 podrían ser usadas como saco de dormir.

No es raro que detrás de esta actitud se encuentre la intención de atraer la atención de un relato, agigantar arteramente los méritos de los expedicionarios que regresaban de largos viajes y también generar temores que desalentaran a quienes se mostraran de alguna manera como competidores en esta carrera por llegar antes donde se suponía o se tenía certeza había algo de valor.

Para el caso que nos ocupa, no resulta ocioso advertir que también la ausencia de documentación suficiente o al menos consistente, hace posible que aún hoy permanezcan en el misterio la forma en que se desarrollaron determinados hechos o simplemente acceder a un dato específico. Solo por entender que se presta para

112 presentarlo como ejemplo de lo dicho, podemos ver lo dificultoso que puede resultar conocer cosas aparentemente tan sencillas como el lugar de nacimiento de algunos descubridores, hecho que suponemos en ocasiones promovido por los propios protagonistas. Como veremos más adelante, Juan Díaz de Solís es un ejemplo de esta circunstancia y nos resulta suficientemente singular como para mencionarlo. Más aún el caso de Cristóbal Colón donde la creencia más extendida lo da como genovés, aunque en los últimos tiempos ha crecido la hipótesis que lo cree nacido en la isla de Ibiza. Se asegura sí que hablaba en castellano «con cierto acento portugués» y escribía en esa misma lengua pero usando «giros propios del catalán». Otro tipo de situación, bastante reiterado, lo constituye el de Américo Vespucio, quien a pesar de tenérsele como poseedor de tan grandes méritos navales como para influir en el nombre de un país y aún dar nombre a todo un continente, sus relatos a menudo notoriamente fantasiosos e incongruentes, han sido puestos bajo sospecha, añadiendo también su cuota de confusión.

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De quedarnos con las versiones simplificadas y dadas por totalmente ciertas de algunas historias que desde época escolar venimos escuchando, arriesgamos caer en creer en lo que nunca aconteció. El carácter secreto que llegaron a tener algunas expediciones, sobre todo de Portugal, hacen todavía más denso el velo que oculta también lo que en realidad ocurrió por desconocer o al menos poseer escasa información y no siempre de fiar.

Una cartografía que estuvo durante siglos lejos de la realidad y las limitaciones derivadas del escaso e impreciso instrumental de navegación disponible, hicieron algo más imprecisas situaciones en las cuales a menudo no se sabía cómo llegar donde se pretendía, ni se podía especificar dónde se había llegado. La navegación se debió hacer primero «costa a la vista» o mediante la llamada «navegación por estima», sistema complejo basado en cálculos logarítmicos de las distancias recorridas que daba pobres resultados tanto por la forma en que se obtenían los datos, como por la incidencia de vientos y corrientes. Por último cabe citar a la navegación astronómica, la que gracias a la creciente introducción de instrumentos, fue aportando sucesivas mejoras. De todos modos, por mucho

114 tiempo no fue posible por ejemplo la determinación de la longitud de manera fiable y además para ello se dependía de que se dieran muy particulares condiciones astronómicas. Para establecer completamente las coordenadas de un punto determinando la necesaria y esquiva longitud, hacía falta encontrar un mecanismo preciso y posible de ser utilizado bajo cualquier circunstancia. Ello recién vino a ocurrir con la fabricación de un reloj de precisión o cronómetro por parte del relojero inglés John Harrison en 1761, aunque la extensión de su uso se hizo esperar un poco.

El llamado de Asia: El valor de las especias

Colón aseguraba haber llegado a destino solo gracias a las sagradas escrituras, aseveración que podemos poner en duda. Resulta improbable no conociera al menos los relatos de Marco Polo o los escritos del sabio griego Ptolomeo. Cuando en las Capitulaciones de Santa Fe, que formalizaron la aventura de Colón, se dice que se le envía para explorar «lo que (se) ha descubierto en las mares oçéanas», parece darse pie a la llamada teoría del prenauta, en

115 la cual nuestro personaje habría contado a su vez con cierta información dada por un moribundo marino portugués o vizcaíno al que una serie de circunstancias fortuitas habrían hecho derivar su nave hacia unas islas muy alejadas de Europa, refiriéndose tal vez a las del Caribe. Agreguemos que se presume con razón que también tenía una copia del mapamundi de Toscanelli (1474), a quien se considera pudo haber incluso conocido.

Toscanelli, que no sabía ni imaginaba la existencia del continente americano y suponía que el mundo era más pequeño, representó a Japón (Xipango) aproximadamente cerca de América Central. Por tal motivo, Colón habría creído que había arribado no solo al continente asiático el

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12 de octubre de 1492, sino además a la propia Xipango cuando tuvo oportunidad de viajar a Cuba a poco de su llegada a una de las islas de las Bahamas (Guanahaní). Buscaba en esa otra isla mayor el oro que se decía allí abundaba. Para su decepción en esa isla no encontró tal cosa. Y por supuesto, tampoco especias. Como es sabido, el almirante de la Mar Océana, murió sin saber el continente que había descubierto.

La preferencia por el uso de especias en la gastronomía venía creciendo en Europa desde la Edad Media y su precio era significativamente alto debido al largo viaje que se debía hacer para llegar al Viejo Mundo desde la lejana Asia. Para ello se había establecido una ruta en gran parte terrestre, que en algunos sectores se vinculaba con la de la seda. La caída de Constantinopla en manos de los turcos otomanos en 1453 complicó la situación y la ruta quedó prácticamente en manos de los árabes que cuidaban celosamente de la misma, repercutiendo esto en un encarecimiento de unos productos que eran muy caros. La pimienta negra venía de la India y el precio de una bolsa pequeña de la misma podía equivaler a lo que ganaría un trabajador a lo largo de toda su existencia. De las Islas

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Molucas llegaba el clavo de olor la nuez moscada. Con el clavo traído por la expedición Magallanes–Elcano que completó por primera vez la vuelta al globo terráqueo, aún con sus costosísimas pérdidas, logró obtenerse saldo económico positivo. En esas mismas islas crecía la nuez moscada, cuyo precio era superior al oro en peso.

Buena parte de las expediciones, entre las cuales en principio la de Colón, tuvieron su origen en llegar a la India, a la China y a las Islas Molucas o de la Especiería (también conocidas como Islas del Maluco) a través de rutas alternativas a través del mar. Para efectivizar estas

118 empresas era necesario establecer una suerte de contrato entre la corona y el navegante responsable, lo cual daba lugar a las llamadas capitulaciones, de cuyos extensos y siempre complejos textos surge como factor común un claro interés por la obtención de bienes traídos de las tierras destino de dichas expediciones. En las ya mencionadas Capitulaciones de Santa Fe, vinculadas al primer viaje de Colón, se establece traer de Oriente mercancías, especies, oro y seda. Para el viaje de Solís, del que nos ocuparemos más adelante, se expresa como objetivo principal la búsqueda en América de un paso a la Especiería navegando hacia el oeste. En el caso del viaje que emprende Magallanes y que completa Elcano, se menciona en las respectivas capitulaciones que «en las islas del Maluco hay la especiería», de donde obviamente se esperaba se regresase, como aconteció, con un cargamento de los preciados aderezos. A Gaboto se le indica volver cargado de especies, piedras preciosas, oro y seda, reiterando sin demasiadas variaciones las mismas ambiciones puestas de manifiesto en anteriores capitulaciones. Las especias, siempre presentes. Obsérvese la enorme influencia que llegaron a tener unas costumbres

119 gastronómicas afianzadas en Europa en los viajes de los llamados descubridores.

Las empresas impulsadas por la Corona española que hemos mencionado, forman en muchos casos parte de una carrera para llegar a las tierras donde se encontraban los citados objetos de deseo antes que los portugueses, quienes ya habían logrado avances en llegar a iguales destinos rodeando el continente africano. Vasco da Gama alcanzó una primera meta al arribar no sin pocas dificultades a la India en 1498, logrando así modificar en parte las reglas de juego que regían hasta entonces en el tráfico de algunas especias, en especial el de la ya citada pimienta, obteniéndose así ganancias del 400 %. Pero para los españoles la carrera no había concluido.

La referencia del meridiano de Tordesillas. Sus antecedentes

Tras el viaje de Colón y aprovechando la circunstancia que había sido elegido papa el valenciano Ricardo Borgia, el que había tomado el nombre de Alejandro VI, los reyes católicos influyeron sobre el mismo para que emitiera una

120 bula que concediera derechos a éstos en cuanto al descubrimiento realizado. Existían compromisos mutuos entre las partes que favorecían lo pretendido. Se ha dicho que fue un acuerdo entre un papa corrupto y unos reyes ambiciosos. Bajo la presión y posterior fiscalización de los reyes católicos, el papa emitió en 1493 una serie de bulas, conocidas como bulas alejandrinas, de las cuales la denominada Breve Inter caetera II es la que nos interesa por fijarse en ella un meridiano distante 100 leguas de cualquiera de las islas de Azores y Cabo Verde, al oeste del cual lo descubierto o a descubrir será de los reyes de Castilla y León. En dicha bula no se menciona a Portugal. El antecedente inmediato de dicho documento lo constituye una cédula real donde dicho meridiano pasaba por las islas nombradas y no a 100 leguas de allí. Obsérvese que el meridiano a que refería el texto papal, adolecía de una notoria imprecisión para su fijación.

La bula fue firmemente rechazada por el rey Juan II de Portugal, quien aducía que la misma desconocía el Tratado de Alcaçobas de 1479 en el que se había acordado un reparto de las zonas de influencia del Océano Atlántico muy diferente, reclamando por tanto para Portugal lo que

121 quedara por debajo de las islas Canarias. Los reclamos lusitanos forzaron una negociación de varios meses en la localidad de Tordesillas, España.

Durante ese período se puso en funcionamiento una red de espionaje por parte de Portugal para conocer cómo iba evolucionando la opinión de los monarcas españoles en dichas negociaciones. No fue la primera ni la última actitud de este tipo que tomaron cualquiera de estas coronas a lo largo de los años, implicando para ello a veces a personajes tan célebres como Juan de la Cosa. Finalmente el 4 de julio de 1494, los representantes de ambas coronas firmaron lo

122 que se conoce como Tratado de Tordesillas, por el cual básicamente se desplaza el meridiano establecido por la ya descrita bula alejandrina, situándola ahora a 370 leguas al oeste de las islas de Cabo Verde, comprometiéndose cada una de las partes a no invadir la zona correspondiente a la otra, otorgándose sin embargo como excepción el derecho a las naves españolas de transitar por el área portuguesa, siempre que dichas naves se dirigiesen a las tierras del Nuevo Mundo. Se solicitó al papa la ratificación del tratado, lo que no hizo Alejandro VI sino Julio II en 1506, aunque a nadie pareció inquietar dicha postergación.

A modo de resumen, podríamos decir que el Tratado de Tordesillas significó una ganancia para Portugal, adentrando sus dominios en tierras de Brasil. Pero mantuvo imprecisiones similares a las que adolecía la bula que le precedía al no especificar cuál de las islas de Cabo Verde se debía tomar como referencia ni qué tipo de leguas debían utilizarse. A ello se deben agregar los problemas que se mantenían para determinar adecuadamente distancias en alta mar. No obstante las dificultades técnicas que presentó en su aplicación y de sus reiteradas violaciones generalmente intencionales, el

123 tratado tuvo una vigencia de 256 años. En efecto, con la intención de poner fin a las largas las disputas que suscitó, recién fue sustituido por el Tratado de Madrid de 1750, por el que se decidió proceder a tomar referencias físicas de carácter geográfico y a la instalación de marcos fronterizos, de los cuales se conservan en nuestro país vestigios de tres de ellos.

Si bien el mapa de Juan de la Cosa de 1500 (testigo presencial de la llegada de Colón a América) es el primer documento cartográfico donde se representan las nuevas tierras descubiertas con aparente independencia de Asia, no puede decirse a ciencia cierta que la línea que algunos creen corresponde al meridiano de Tordesillas realmente represente ese límite, entre otras razones por ausencia de cualquier explicitación al respecto.

No es el caso del llamado mapa de Cantino de 1502, a veces admirado sobre todo por su valor artístico. En el mismo, el citado meridiano está expresado de manera destacada y acompañada de un texto al respecto. Se destaca además en ese documento un continente africano dibujado con un considerable acercamiento a la realidad,

124 así como la costa de Brasil con vistosas referencias a su flora y fauna, continuando la tradición de los llamados mapas portulanos.

El buscado paso hacia el continente asiático. Los intentos de Solís.

Dos hechos podrían haber sido las principales causas para que el rey Fernando tomara nuevo impulso en la búsqueda del paso entre el Mar del Norte y el Mar del Sur por occidente, según las denominaciones usadas entonces para los océanos Atlántico y Pacífico, respectivamente: la llegada del portugués Vasco da Gama a la India y los rumores que hacían mención del hallazgo de tal comunicación interoceánica por parte de dos navegantes

125 portugueses, lo que nunca pudo ser confirmado. Reunidos por el monarca en 1508 un grupo de geógrafos y marinos en Burgos, se organizó una expedición al Caribe ese mismo año que en la que participó Solís, no logrando el objetivo perseguido.

La noticia del descubrimiento del Océano Pacífico por el experimentado marino español Vasco Núñez de Balboa en 1513 a la altura de Panamá, debe haber reanimado nuevamente el interés del rey Fernando para retomar la hasta ahora fallida iniciativa. Fallecidos Vicente Yáñez Pinzón, Juan de la Cosa y Américo Vespucio, el monarca español visualiza como único candidato para retomar las acciones a Juan Díaz de Solís, a quien pone al mando

126 de la nueva expedición con el cargo de piloto mayor que hasta entonces detentaba el florentino.

Su experiencia como marino debe haber sido especialmente valorada para sobreponerse a la fama que pesaba sobre él. Estando el servicio de Portugal cometió algunos delitos que produjeron su huida para siempre de allí, participó en negocios más bien turbios en las costas del sur de España y según el célebre historiador británico Hugh Thomas, habría mandado asesinar a su esposa. Era conocido además por su carácter irascible y haber participado en varias rencillas con gente de mar, entre ellos con Vicente Yáñez Pinzón.

Sabemos que Solís se hizo a la mar con tres naves en Sanlúcar de Barrameda el 8 de octubre de 1515 con la principal misión de descubrir el tan buscado paso para llegar a Asia navegando con rumbo al oeste, pero también entre otros, para tratar de determinar con mayor precisión la posición del meridiano de Tordesillas al que antes nos referimos. La crónica oficial de esta expedición estuvo a cargo del cronista e historiador Antonio de Herrera y

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Tordesillas a partir de las declaraciones de Francisco de Torres, uno de los pocos sobrevivientes del nada agraciado viaje. Tal crónica la constituye la Historia general de los hechos de los castellanos en las islas y tierra firme del mar océano. El diario de viaje de Solís jamás fue encontrado.

Por aquella época, se daba prioridad a la navegación costera, no mostrándose en general interés en adentrarse ni colonizar los territorios que se iban observando durante el viaje. El descubrimiento del Río de la Plata con su correspondiente acto de toma de posesión, constituye una excepción que podemos relacionar con la búsqueda del citado paso o bien asociado a razones de índole práctica que más adelante se detallan. Cabe preguntarse cuál sería la documentación que poseía Solís para su viaje, que suponemos en principio provista por la Casa de Contratación de Sevilla. Si bien es probable que haya tenido a la vista los antes mencionados planos de Juan de la Cosa (1500), así como el más perfeccionado de Cantino (1502), nos permitimos suponer contaba con un ejemplar o copia del muy difundido en su momento mapa de Waldseemüler de 1513, en el que aparecen por primera las tierras descubiertas como un continente separado de Asia,

128 al que se le asignaba el nombre de América, en honor al célebre marino florentino, denominación que curiosamente desaparece en un trabajo posterior del mismo cartógrafo alemán.

Podríamos incluso citar el enigmático plano de Piri Reis, también de 1513, de origen otomano, donde parece mostrarse a Sudamérica, aunque sin comunicación con el Océano Pacífico y aparentemente unido a otros territorios, aspecto que en el más técnico de Waldseemüler se deja sin aclarar.

Además de lo dicho hasta ahora, nos detendremos en pocos aspectos de la epopeya de Solís, en especial en

129 aquellos que además de haber tenido una especial trascendencia, han dado lugar a más de una interpretación, así como en otros especialmente llamativos.

La localización del desembarco en el puerto que bautizaron «de la Candelaria» el día 2 de febrero de 1516

Salvo la hipótesis de que el desembarco se realizó en la bahía de Montevideo, dos lugares se muestran como posibles puntos de llegada y no podemos ocultar que ello generó algunas diferencias al momento de conmemorar los 500 años de este acontecimiento asociado al descubrimiento oficial del Río de la Plata que Solís llamó Mar Dulce. Uno de esos sitios es Punta del Este, mientras que el otro es frente a la Cañada de la Aguada, a metros de la parada 23 de la llamada Playa Mansa.

Solo se tienen registros de abastecimiento de agua potable anteriores a la llegada a estos parajes por parte de la expedición en tres lugares: a su partida, en las islas Canarias y en la Bahía de Guanabara. Recordemos a su vez la escasa capacidad que poseían las naves para el depósito

130 de toneles o «pipas» y que si tomamos como respetada en este caso la tradición largamente conservada de que un porcentaje de esos toneles se reservaba para transportar vino, podemos hacernos una idea de la necesidad de un nuevo reabastecimiento. Y así se hubiera dado para ello otra oportunidad y la necesidad no hubiese quizá sido tan perentoria, difícilmente se desaprovecharía. Si los cronistas cuentan que en la llegada al lugar descubierto se llevó a cabo tal tarea y considerando que el curso de agua citado es el único en esos parajes, resulta bastante sensato presumir que el mentado reabastecimiento se efectuó en el mismo lugar donde el protocolo básicamente indicaba una declaración de toma de posesión, corte de vegetación circundante y colocación de una horca como símbolo de ostentación de poder. La localización antes mencionada cuenta además con la ventaja de protección frente a los vientos predominantes (de ahí el topónimo «Playa Mansa»). Un solo desembarco para los dos hechos.

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La muerte de Solís

Si los relatos y comentarios hasta acá consignados tienen en muchos casos la particularidad de referirse a hechos más bien confusos y dar lugar a interpretaciones diversas, la muerte de Solís es de los ejemplos donde más se observan esas circunstancias, constituyendo un verdadero compendio de hipótesis que se ramifican y difieren significativamente entre sí, algunas de ellas con tinte de fábula.

Luego de llegado Solís a una isla que bautizó Martín García en recuerdo del despensero de mismo nombre al que allí se dio sepultura, se quiso desembarcar en tierra firme. Y aquí comienzan a surgir nuevas discrepancias entre las historias, ya que si bien la versión históricamente más aceptada ha sido que tal desembarco se produjo en las cercanías del paraje conocido como Punta Gorda en el departamento de Colonia, ha tomado fuerza la versión defendida por el antropólogo Daniel Vidart que tal desembarco se efectuó en la orilla de enfrente. Luego se produce una inusitada floración de versiones de lo que ocurrió, bajados a tierra firme Solís con alguno de sus

132 hombres ese fatídico 20 de enero de 1516, día en que al decir del escritor argentino José Luis Borges con negra ironía, «Solís ayunó y los indios comieron». Hoy es ampliamente aceptado que tales indios no fueron charrúas como se dijo durante mucho tiempo, sino guaraníes. Hay investigadores que se alinean con el antropólogo Renzo Pi Hugarte, quien supone que bien pudo tratarse no exactamente de guaraníes, sino de pueblos guaranizados. Solo nos detendremos en dos de las tantas versiones relacionadas con lo ocurrido en aquella ocasión, por revestir ambas curiosidad y hasta inverosimilitud, advirtiendo que desde ellas se abren a su vez diversidad de historias con diversidad de interpretaciones. Un árbol particularmente frondoso.

Al grumete Francisco del Puerto, bajado a tierra con Solís y otros marinos, los indios le habrían perdonado la vida en virtud de su corta edad y por no ser un guerrero, en la exitosa emboscada que se dice tendida por aquellos con posterior ritual de antropofagia. Con una imaginable desesperación, Del Puerto queda en tierra contra su voluntad ante el abandono de quienes pudieron regresar a los botes de manera despavorida. Llama mucho la atención

133 el hecho de que quien vivió en un territorio prácticamente deshabitado tuviera la suerte de ser encontrado por la expedición de Gaboto más de diez años después de los luctuosos hechos antes citados. En contra de lo que podría suponerse, nunca fue llevado a España por haber nuevamente desaparecido, siendo sospechado de traición con quien lo encontró, en favor de unos indios con los cuales al parecer se encontraba ya identificado. Este personaje no figura en la crónica de Antonio de Herrera y Tordesillas pues allí se expresa que del ataque de los indios no hubo sobrevivientes y es recién por el citado Gaboto que se sabe del mismo.

Guardamos para el final, más bien por su carácter más bien pintoresco, la desconcertante versión dada por el jesuita irlandés Lucas C. Marton en su obra Yumaranei en el siglo XVIII, donde asegura que Solís nunca bajó a tierra cuando el trágico episodio —aunque sí algunos de sus hombres— y que luego de una discusión con su cuñado Francisco de Torres (segundo al mando) y con toda la tripulación, Solís fue abandonado en una pequeña embarcación. Luego habría convivido con una indígena junto a la cual dice Marton tuvo descendencia. Según este

134 relato, Solís habría recién fallecido en 1552 con 82 años y sus restos descansarían en el Cerro Piedras de Afilar, a pocos metros de lo que se conocía entonces como «El Cono».

Volvamos a las naves, donde el cuñado de Solís, Francisco de Torres, habiendo o no sido muerto y despiezado nuestro piloto mayor por parte de los indios, se hizo cargo de la expedición y se decidió colectivamente la vuelta a España, donde se arribó el 4 de setiembre de 1516. El regreso fue por demás azaroso, contribuyendo a que esta expedición se convirtiera en una de las más penosas y frustrantes que haya acometido la Corona española.

Cabe citar que el hallazgo del tan buscado paso interoceánico, se concretaría recién el 1º de noviembre de 1520 durante la expedición de Magallanes (1519 – 1522), quien continuó con rumbo al oeste. Muerto el marino portugués al servicio de la corona española en Filipinas, queda a cargo Elcano para, como ya antes quedó consignado, completar la primera circunvalación al mundo, demostrando ya de manera irrefutable la redondez de nuestro planeta.

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El predescubrimiento del Río de la Plata

Algunos investigadores, entre los que corresponde destacar especialmente al uruguayo Rolando Laguarda Trías, han puesto marcado empeño en dilucidar un asunto que quizá no haya tenido la difusión que parece merecer: el predescubrimiento del Río de la Plata. Si bien prestó en principio particular atención a un viaje realizado por Vespucio en 1501 – 1502, este autor así como otros, han también hecho mención a otras visitas a este estuario antes que Solís. Haremos a continuación una breve enumeración de estas expediciones, en el entendido de que en este trabajo colectivo se desarrollará el tema in extenso por parte de autores con amplio conocimiento del mismo.

1501 – 1502. Viaje de Américo Vespucio en una expedición al servicio de Portugal y bajo el mando de Gonzalo Coelho, en el cual bautiza al Río de la Plata como Río Jordán. En esta expedición, a la cual el historiador antes mencionado le dedicó el libro Pre descubrimiento del Río de la Plata por la expedición portuguesa de 1501 -1502 (1973), el navegante italiano habría incluso alcanzado las Islas

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Malvinas. Tales méritos se los atribuye Vespucio a sí mismo en una carta al también italiano Pietro Soderini, fechada en Lisboa en 1504. No podemos de todos modos dejar de recordar que en sus relatos, Vespucio no siempre resulta creíble, entre otros aspectos por lo confuso de sus textos y la inclusión de algunos rasgos fantasiosos.

1512 – 14. Por iniciativa del rey Manuel I de Portugal, parte de Lisboa el Heraldo Real Diogo Ribeiro. Muerto éste por indígenas, la expedición queda bajo la jefatura de Esteban Froes (o Flores) quien habría llegado al Río de la Plata. Más concretamente, se cita al Cabo Santa María (Punta del Este) en la boca de dicho estuario. Se dice que de este viaje tuvo noticias el rey Fernando, lo que habría agregado una nueva razón para encaminar el viaje que iniciaría luego Solís. El propio Laguarda Trías hace mención al libro Lendas da India (siglo XIX) de Gaspar Correia, en el que curiosamente se consigna que el piloto portugués João de Lisboa (que también habría estado presente en el viaje antes citado), previamente a participar en la expedición de Magallanes, hizo algunos viajes a Brasil en los que pudiera haber llegado al Cabo Santa María en fechas no demasiado separadas de las de Froes. Siempre

137 según el libro mencionado, João de Lisboa habría alcanzado una latitud que dista de la correspondiente a lo que se conocía como Cabo Santa María. El historiador portugués Texeira da Motas ha puesto en duda el valor documental de lo dicho por Correia, entendiendo que no es posible dar certezas de nombres, fechas ni longitudes sobre lo supuestamente hecho por João de Lisboa en ese supuesto viaje.

El carácter secreto y sigiloso que tuvieron estos viajes, responde a que con los mismos se superaba el límite impuesto por el Tratado de Tordesillas para la navegación de embarcaciones portuguesas. Estos viajes tenían carácter exploratorio y solo el de Solís debe tomarse como el del verdadero descubrimiento del Río de la Plata, por ser la primera expedición documentada, denunciada y hecha con toma de posesión. O sea que si bien podría llevar en el fondo razón la aseveración de algunos historiadores acerca de que tanto Colón como Solís «fueron los últimos en llegar», ello no quita la dimensión histórica que les corresponde a cada uno de estos navegantes.

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Comentarios finales

Permítasenos a modo de epílogo enunciar unas conclusiones que implican una mirada reflexiva sobre todo lo vertido en este trabajo.

Efectos que se vuelven causas (como productos que se transforman en insumos en una cadena productiva) y que más tarde vuelven a ser efectos, forman parte de una recurrente secuencia dialéctica que puede observarse no solo en los episodios acá referidos, sino a lo largo de toda la historia de la humanidad. La incorporación y mejora de instrumentos para la navegación astronómica y de la cartografía, permitieron avances en los viajes que a partir de las experiencias obtenidas en los mismos, y significaron progresos en la navegación. Para saber dónde se estaba y cómo llegar a los destinos que planteaban algunas misiones, las que hemos podido observar marcaban una reiterada intención de llegar a lugares de los cuales extraer productos para vender a buen precio. Un mercado que surtió siempre de ideas así como de ambiciones a los hombres.

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A riesgo de ser interpretado como producto de un irreverente reduccionismo histórico, nos permitiremos parafrasear en parte a Churchill y aventurar la idea que nunca un limitado grupo perteneciente a clases pudientes de algunas regiones del continente europeo, por su refinado gusto en cuanto al uso de condimentos, tuvo consecuencias tan vastas y trascendentes a lo largo del mundo.

La economía, a través del comercio de las especies y la política, mediante las condiciones impuestas por el Tratado de Tordesillas en un reparto planetario del mundo entre España y Portugal, marcaron profundamente los derroteros seguidos por las embarcaciones salidas de aquellos reinos, con todas las implicancias que hemos visto ello significó, entre otras la llegada de Solís a nuestras costas hace 500 años.

Al pasarse de los descubrimientos a la conquista, los metales preciosos como el oro y luego la plata, toman la posta en el primer puesto de relevancia, dejando bastante de lado la significación que habían tenido las especias.

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El tender a observar los hechos referidos de manera fragmentaria y simplista, puede llevar a que no nos sea posible percibir las cuerdas que movieron a hombres y naves como parte de un complejo proceso regido por esas dos causas de permanente presencia en la dinámica de las sociedades, contribuyendo a perdernos en un engañoso laberinto de novelescas aventuras desprovistas de ataduras con su correspondiente contexto histórico.

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La expedición de Juan Díaz de Solís en la bahía de la Candelaria

Juan Antonio Varese

[email protected]

Nació en Montevideo (Uruguay) el 11 de Junio de 1942. De profesión escribano público. Periodista, investigador, fotógrafo, escritor. Miembro de la Academia Uruguaya de Historia Marítima y Fluvial, de la Liga Marítima y de ICOM. Autor de los siguientes libros: El candombe (1992) y Memorias del tamboril (1996), en coautoría con Tomás Olivera Chirimini; De naufragios y leyendas en las costas de Rocha (1993); Las recetas del Valiza (1994); Viaje al antiguo Montevideo (1997), en coautoría con el pintor Carlos Menck Freire; Memorias de José María Silva, el fotógrafo de Gardel (1997); Memorias de Aguas Dulces, Valizas y Cabo Polonio (1998), en coautoría con Humberto Ochoa Sayanes; El naufragio de la Vigilante (1999); Historias y leyendas de la isla de Flores (2000), en coautoría con Eduardo Langguth; Rocha, tierra de aventuras (2001); De náufrago a pionero (2002); Faros del Uruguay (2006); ADES. Medio siglo de salvamento en aguas uruguayas (2006); Montevideo bajo bandera británica (2007), A orillas del descubrimiento (2012), en coautoría con Valerio Buffa y Alejo Cordero; Los viajes de Juan Díaz de Solís y el descubrimiento del Río de la Plata (2016), entre otros.

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Con motivo de cumplirse el quinto centenario del hecho histórico de la llegada del piloto mayor Juan Díaz de Solís al Río de la Plata y de la toma de posesión del puerto de Nuestra Señora de la Candelaria, bahía de Maldonado, en nombre de la corona de Castilla, emprendí la tarea de enfocar la atención en la figura del piloto y su tiempo, sus viajes, sus compañeros de ruta, logros y fracasos, en especial respecto de la expedición emprendida en el año 1515 con rumbo al sur del continente americano con la finalidad de encontrar un pasaje hacia el suroeste.

Lo que en principio parecía una tarea simple, porque se trataba de un personaje sobre quien estaba casi todo dicho y no había, salvo la gloria del descubrimiento y su ignominiosa muerte a manos de los indígenas, episodio casi único en la época y la zona, nada interesante que agregar, se fue transformando a lo largo de los textos y documentos de época, de una visita a Sevilla y demás localidades andaluzas vinculadas con el tema y del contacto con historiadores españoles y portugueses, estos últimos vinculados al Archivo de la Torre do Tombo, en una investigación apasionante. Las dudas y los interrogantes se colorearon con los matices del rico entorno de los

144 personajes y de las luchas hegemónicas entre España y Portugal por alcanzar el legendario Maluco, La Meca de las especias, por una ruta distinta a la tradicional, lo que terminó por desembocar en un mundo nuevo.

Vemos entonces que Juan Díaz de Solís, oriundo del Reino de Portugal, partió dos veces a refugiarse en Castilla donde construyó una nueva vida ―incluso se decía orgulloso de haber nacido en la villa de Lebrija― donde fue nombrado piloto mayor del reino el 25 de febrero de 1512 a la muerte de Américo Vespucio, por decisión directa de Fernando el Católico.

Como marco de referencia podemos decir que Díaz de Solís tuvo el privilegio de vivir en uno de los momentos más emocionantes de la historia: el pasaje de la época medieval a la moderna, cuando se ampliaron los horizontes geográficos conocidos a la par que se descubrían nuevas tierras y se entraba en contacto con otras civilizaciones.

Lo maravilloso de este tipo de investigación es que, una vez enfocado el estudio en un personaje y su tiempo y analizado en el contexto de quienes lo rodearon, empiezan a aparecer datos y motivaciones poco conocidas y

145 acontecimientos que se hilvanan unos con otros como las cuentas de un collar. Y a veces se llega a conclusiones distintas a las del punto de partida, con lo que la historia se enriquece y colorea como la más bella e imprevista de las aventuras.

Vamos a centrar nuestro capítulo en la expedición que partió del puerto de Lepe el 8 de octubre de 1515 y llegó al Río de la Plata en enero de 1516 y lo haremos en base a dos conceptos fundamentales:

- Que no fue la primera en llegar al Paraná Guazú, como llamaban los indígenas al Río de la Plata, por cuanto le habían precedido al menos dos expediciones enviadas en secreto por cuenta del Reino de Portugal: la de Gonzalo Coelho y Américo Vespucio de 1501/02 y la de Esteban Froes y Juan de Lisboa de 1511/12. Esto no impide que podamos considerar a Juan Díaz de Solís como el «descubridor» oficial, por cuanto fue el primero en hacer público el descubrimiento. Según el historiador Rolando Laguarda Trías, el concepto descubrir se integra con dos elementos: el hallar y el darlo a conocer públicamente. Juan Díaz

146 de Solís selló con su propia muerte la noticia del hallazgo y el viaje realizado.

- Que en base a modernos conceptos historiográficos es preferible no emplear el término descubrimiento sino el de encuentro de culturas. Lo que habilita una visión más amplia para interpretar la llegada de los europeos al continente americano y el contacto con sus variadas civilizaciones, en un contexto antropológico de contacto e interacciones.

Capitulaciones

En realidad, más que capitulaciones, en este caso se trató de un asiento, un texto más directo y vertical redactado y preparado por Fernando el Católico en su carácter de regente y su secretario Lope de Conchillos con fecha 24 de noviembre de 1514. Posteriormente el piloto Díaz de Solís aceptó y firmó dicho documento, siendo curiosamente esta firma la única fidedigna que se le conoce.

En un documento aparte el monarca nombraba dos funcionarios que integrarían la expedición y que cumplirían la misión de controlar los intereses reales: el factor

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Francisco de Marquina y el contador y escribano Pedro de Alarcón.

El libro de bitácora

El libro de bitácora que debió llevar el piloto mayor durante el viaje, tanto como su continuación de la mano y letra de su cuñado Francisco de Torres, su sucesor en el mando, fue buscado durante siglos por historiadores antiguos y modernos, españoles y americanos. Lástima la pérdida, porque debió contener valiosas anotaciones sobre la travesía, las distancias recorridas, la posición de los astros y la descripción de accidentes geográficos, fechas y nombres del santoral y hasta alguna observación de carácter privado que hubiera pintado con vida y color el relato de la expedición.

Seguramente se encuentre traspapelado en alguna de las miles de carpetas que ocupan los archivos de Simancas o de Indias, producto de alguna travesura de los duendes que suelen pulular en los repositorios y bibliotecas. Para colmo tampoco se han encontrado las actas de inspección y los interrogatorios que los oficiales de la Casa de Contratación

148 efectuaban a las expediciones que retornaban, medida rigurosamente cumplida con toda nave que volvía de regreso y anclaba en las aguas del Guadalquivir.

Tal vez algún día la casualidad permita que aparezcan la bitácora o las actas entreveradas en alguna carpeta de nombre distinto, pero mientras tanto debemos recurrir a la descripción de los cronistas de Indias, en especial a la del cronista mayor don Antonio de Herrera y Tordesillas, autor de la Historia general de los hechos de los castellanos en las islas y Tierra Firme del mar Océano que llaman Indias Occidentales, conocido como Décadas y a la descripción del historiador y recopilador Martín Fernández de Navarrete, autor de la monumental Colección de los Viages y Descubrimientos que hicieron por mar los españoles, dividida en cinco tomos y en cuyo tercer libro (capítulos 44 y 45) comenta la expedición de Solís tomando como base la descripción de Herrera. Sin embargo no se trata de una mera transcripción sino que Navarrete precisa y amplía algunos detalles con la perspectiva de quien ha podido cotejar una vasta sucesión de documentos.

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La versión de Herrera, a diferencia de las de cronistas anteriores, resulta más completa y con detalles que permiten suponer que pudo haber tenido a la vista la bitácora original del piloto o la narración de alguno de los tripulantes, o por lo menos las actas levantadas al regreso de la expedición, documentos que debieron extraviarse desde entonces, tal como lo suponemos nosotros y lo entienden a texto expreso el historiador chileno José Toribio Medina y el americanista español Julián María Rubio.

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Conforme al texto de Herrera, la expedición de Solís se hizo a la vela desde la villa de Lepe el 8 de octubre de 1515. Más precisamente debe entenderse que zarpó de la localidad de El Terrón, recodo del río Piedras próximo a Lepe y cercano a su desembocadura en el Atlántico. Curioso el hecho de que no haya partido del puerto de Sevilla o de Sanlúcar de Barrameda, donde se contaba con mayores facilidades de maniobra y cargamento, pero se explica y justifica en la necesidad de evitar el espionaje de los embajadores portugueses en la figura de Solís, tanto que ya habían hecho fracasar una expedición anterior hacia el Maluco en el año 1512, terrible afrenta que todavía resonaba en los oídos de Fernando el Católico y de Díaz de Solís, por obra de las quejas y reclamaciones de Manuel el Afortunado de Portugal, quien a instancias de su embajador Mendes de Vasconcelos se había enterado del viaje y utilizó todos los medios disuasorios para cancelarlo. El Terrón era una pequeña localidad de pescadores y por lo tanto era fácil de vigilar la llegada de espías o de extranjeros.

Otro argumento a favor de la partida desde allí puede haber sido la cercanía de Lepe, lugar de nacimiento de Ana

151 de Torres, segunda esposa de Solís, y de Francisco de Torres, su cuñado y segundo en el mando de la expedición.

El día anterior a la partida todo Lepe participó de la fiesta que suponía un acontecimiento como el de despedir una expedición. La pequeña capilla batió las campanas a vuelo y el sacerdote ofició una misa solemne donde comulgaron los tripulantes a coro junto con sus familiares y amigos. Don Fernando había enviado un representante para saludar y despedir en forma personal a todos los expedicionarios, en compañía del oficial de la Casa de la Contratación que ese día había dejado su adusto semblante de controlador para sumarse a los adioses. Ana de Torres, con un hijo prendido de la falda y el otro en sus brazos, y la señora de Francisco de Torres con sus numerosos niños, continuaron agitando la mano en señal de despedida hasta que las pequeñas naves se perdieron en el horizonte.

La primera escala, como era habitual, se cumplió más de veinte días después en el puerto de Santa Cruz de la isla Tenerife. De allí, según Antonio de Herrera, tomaron rumbo al oeste, hacia la costa de Brasil, en demanda de Cabo Frío, situado en 22 grados y medio de la equinoccial.

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No se mencionan fechas, por lo que es menester suponerlas por el santoral. Llegados al río de Genero (de Janeiro), que hallaron en 22 grados y un tercio, continuaron hasta el cabo de Navidad en costa del nordeste al sudeste con tierra baja, no parando hasta el río de los Inocentes, que está en 23 grados y un cuarto y luego fueron en demanda del cabo de la Cananea, que está en 25 grados.

De allí tomaron la derrota hacia la isla de la Plata (seguramente Santa Catalina) que está en 25 grados, de donde prosiguieron hasta la llamada bahía de los Perdidos, donde durante el regreso naufragó una de las naves. Pasaron luego por el cabo de las Corrientes y fueron a surgir en una tierra a los 29 grados.

¿Habrá tenido Solís presente algún comentario que suponemos pudo haberle hecho Américo Vespucio sobre su viaje de 1501/02? De seguro que en la Junta de Burgos de 1508, o tal vez en algún encuentro posterior, hayan conversado del tema y el viejo piloto haya contado su vivencia anterior. O tal vez años después, cuando Solís fue nombrado piloto mayor, haya podido revisar los papeles y

153 anotaciones de Américo en compañía de Juan Vespucio, su sobrino, en la que existirían referencias sobre el gran río que su expedición bautizó como Jordán, en homenaje al río sagrado de la Tierra Prometida. Seguramente contaba también con alguna confidencia o adelanto sobre el río y cabo de Santa María de labios de Juan de Lisboa o de alguno de los marineros que integraron la expedición portuguesa secreta de 1511. No lo sabemos oficialmente, pero es posible suponerlo porque también en aquellos tiempos, además de las precauciones oficiales de cada corona, los datos corrían con abundancia en los bodegones y mancebías, tanto de Sevilla como de los otros puertos castellanos.

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Desembarco en la Candelaria

Hacia fines de enero de 1516 la pequeña flota navegaba en las proximidades de las costas de Rocha. Después de casi cuatro meses en altamar se imponía la necesidad de hacer un alto antes de continuar la búsqueda del estrecho hacia la Mar del Sur.

Era una radiante tarde de verano cuando divisaron, frente a una amplia ensenada, la imponencia granítica de una isla que parecía un castillo abandonado, la que por su similitud con el islote ubicado frente a la ciudad gaditana

155 mereció ser bautizada con el nombre de San Sebastián de Cádiz.

En la lejanía norte se divisaba la línea de la playa, un cinturón de arena y aún más lejos la presencia verde oscura de la vegetación. De un lado del horizonte sorprendía la elevación de un médano y del otro, hacia el poniente, se erguía un cabo de recostadas rocas de granito; según la toponimia actual el cerro de la Buena Vista y el Cabo Polonio, al que protegían tres islotes habitados por lobos marinos y gaviotas. Probablemente se hayan detenido algunos días para explorar la zona, puesto que en enero la placidez del clima se proyecta en la tranquilidad de las aguas, pero carecemos de datos al respecto.

En la madrugada del 2 de febrero pasaron cerca de otra isla, más extensa que las anteriores y también habitada por huestes de lobos que se recostaban al sol, peligrosa durante la noche y más por estar precedida de una peligrosa línea de restingas, que afortunadamente delataban las rompientes. Nos referimos a la Isla de Lobos.

Desde allí la costa se orientaba decididamente en dirección al poniente. Hacia tierra firme se observaba una

156 punta rocosa protegida por una isla cubierta de palmas, las actuales Punta del Este e Isla Gorriti. La península entre rocas y arena que hallaron en 35 grados de latitud sur se prolongaba a lo largo de una bahía semicircular de largo seno que iba a rematar en otra punta que se orientaba hacia el sur con decidido aspecto de cetáceo. Entre ambos extremos divisaron una ensenada al abrigo del este y sudeste y con buen fondeadero, el primero que encontraban después de centenares de millas recorridas desde el llamado puerto de los Patos, frente a la isla de Santa Catalina. Un regalo del suelo, un refugio natural después de largas jornadas de costas planas y arenosas sin entrantes ni salientes que permitieran un cobijo contra temporales y tormentas. Ya habían pasado 117 días desde la partida de Lepe, tiempo razonable por tratarse de una travesía afortunada, con alto porcentaje de vientos propicios y poca demora en las aguas ecuatoriales.

La voz del piloto mayor se hizo sentir estentórea en la orden de dirigirse a tierra tras haber anotado con mano firme el nombre de Nuestra Señora de la Candelaria en el libro de bitácora, donde anotaba religiosamente las mediciones, las distancias recorridas, las profundidades y los detalles

157 más salientes de la tierra y el mar. Según el calendario que colgaba de la recámara, la fecha correspondía la festividad de la Virgen de la Candelaria, nombre que eligió para bautizar el privilegiado lugar y del que tomarían posesión en nombre de la Corona de Castilla.

De las tres carabelas descendieron varios hombres, más de una veintena en total, deseosos de tomar contacto con la tierra, pisar suelo firme y hundir las plantas en la arena. Una necesidad ancestral el deseo indefinido de estirar las piernas, buscar agua natural, practicar la caza o recolectar frutas frescas, las que a esta altura del viaje equivalían a su peso en oro.

En la playa se reunieron en grupo improvisado el capitán Díaz de Solís, su cuñado Francisco de Torres, el capellán, el factor Francisco de Marquina y el contador y escribano Pedro de Alarcón, estos últimos funcionarios elegidos por el rey y de obligada presencia en todo desembarco, de buena gana tres marineros a los que se les había encomendado la tarea de portar e izar el pendón real, que traían cuidadosamente plegado en un arcón, y el ayudante de cámara, que por su buena voz le habían encomendado

158 los cánticos religiosos y ahora la de recitar los pregones. Una docena de marineros, algunos con armas y otros con barriles completaban el cuadro. Pedro de Alarcón, en nombre y representación de los intereses del rey y como escribano, era el encargado de controlar la ceremonia de toma de posesión. En un arcón cubierto de pedrería guardaba una copia de las instrucciones recibidas, redactada con toda la cuidada caligrafía y minucia de su espíritu burocrático. Dada la solemnidad del acto, de seguro el más importante de su misión, le recordó a Díaz de Solís los pasos que debía cumplir conforme a las capitulaciones:

«La manera que habéis de tener en el tomar de la posesión de las tierras é partes que descubriéredes ha de ser que estando vos en la tierra ó parte que descubriéredes, hagáis ante escribano público, y el más número de testigos que pudieres é los más conoscidos que hubiere, un acto de posesión en nuestro nombre cortando árboles é ramas é cavando é haciendo, si hobiere disposición, algún pequeño edificio e que sea en parte donde haya algún cerro señalado o árbol grande, é decir cuantas leguas está

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de la mar, poco más o menos, é a que parte é que señas tiene[…]».

La ceremonia comenzó con la bendición del capellán que clavó una cruz de madera seguida de una misa solemne. A continuación Solís, Marquina y Alarcón se encargaron del acto de toma de posesión en nombre de Fernando de Aragón y de la Corona de Castilla. Como en el entorno no había cerro destacado ni árbol que sobresaliera, hubo de levantarse un mojón de piedras a modo de padrón y extremar la anotación de las coordenadas, lo que verificaron en ajustado croquis con descripción del lugar, a lo que siguió el izamiento del pendón real y el recitado del pregón al son de una trompeta. No fue posible la construcción de edificio alguno, salvo el referido mojón que se improvisó con piedras del lugar y sobre el que se clavó una cruz y una espada en señal de dominio.

Después de todo ello, Díaz de Solís, como capitán y juez de su majestad, hizo construir una horca para reafirmar la posesión que le estaba ordenada, como símbolo de autoridad y justicia sobre los súbditos:

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«[…] e haced allí hacer una horca é que algunos pongan demanda ante vos é como nuestro capitán o juez lo sentenciéis é determinéis de manera que en todo toméis la dicha posesión, la cual ha de ser por aquella parte donde la tomarédes é por todo su partido é provincia o isla, e déllo sacaréis testimonio signado del dicho escribano en manera que faga fée».

La ceremonia finalizó con la redacción del acta levantada por el escribano Alarcón y firmada por todos los presentes, con lo que quedaba cumplido otro de los requisitos de la ceremonia: la firma de varios y reconocidos testigos. El acta, documento de indudable valor histórico, tampoco ha aparecido en los archivos españoles no obstante la intensa

161 búsqueda a la que fue sometida.

Esa misma noche, a bordo de las carabelas, hubo cena con general regocijo a pesar los precarios medios de los que disponían. Seguramente haya corrido una doble ración de generoso vino de Andalucía como festejo del que fueron partícipes todos los tripulantes, conforme a su rango y condición.

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Pocos días después Díaz de Solís ordenó que las dos naves de mayor calado quedaran fondeadas en la bahía de la Candelaria y partió a bordo de una carabela de velas latinas y menor porte, rumbo a explorar las aguas del río como mar que se abría ante ellos. Como buen piloto no quería arriesgar la totalidad de las naves ante un destino incierto y unas aguas que se iban tornando demasiado tranquilas para tener rango de océano o mar abierto. Tomó entonces rumbo al interior del río, a cumplir su fatídico destino.

Después de saborear el agua y haber tomado cuenta de su falta de salinidad y pérdida de profundidad, intuyeron que estaban ingresando en un gran río inmensamente ancho al que llamaron Mar Dulce. Años después y en honor a su descubridor el nombre sería cambiado por el de río de Solís y finalmente, después de la expedición de Caboto, pasaría a llamarse Río de la Plata.

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¿Quién era Juan Díaz de Solís?

Dr. Fernando Cairo Sola

Nació en Maldonado el 10 de julio de 1961. Profesión: abogado. Ha realizado diversos trabajos de investigación sobre historia local y regional (Maldonado). Ha publicado las siguientes obras: Comentario Histórico-Jurídico de la Ley de Creación del Pueblo de Punta del Este (1987); Conmemoración de los Cuatrocientos Años del Descubrimiento de América (1892) en Maldonado, Pan de Azúcar, Rocha y Castillos (1992), Sucedió en Punta del Este…y otros aportes para la historia del Balneario (1994); Punta del Este…más de 100 veranos (2007) Libro oficial de los Cien Años de Punta del Este; Retrospectiva. Crónicas de Maldonado (2009); Retrospectiva. Crónicas de San Carlos (2014). Desde el año 2015 se desempeña como Subdirector General de Cultura de la Intendencia de Maldonado. «La mayor cosa, después de la creación del mundo, sacando la encarnación y muerte del que lo crió, es el descubrimiento de Indias.»

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Francisco López de Gómara (1511-1560)

Efectivamente, tal como lo afirma la cita de López de Gómara, el hallazgo del Nuevo Mundo fue un acontecimiento excepcional, que revolucionó la historia del mundo conocido hasta entonces. Notables cambios en las ciencias (en la geografía, en la astronomía, en la cartografía, en la navegación, en los conocimientos de nueva flora y fauna), en la filosofía (ante la aparición de un nuevo ser: el aborigen americano y su inclusión en el sistema cristocentrista europeo), en la política y en el derecho (preeminencia en la apropiación y pertenencia de las nuevas tierras), en la economía (mediante la abundancia del oro y de la plata circulante).

En el marco de la conmemoración de los quinientos años del descubrimiento oficial del Río de la Plata -un enorme hito en la historia americana y regional- nos interesa conocer la vida del piloto mayor Juan Díaz de Solís, jefe de la expedición que realizó el viaje transocéanico que determinó el encuentro de culturas en nuestra comarca.

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A diferencia de otros conquistadores y célebres navegantes, poco se sabe de su persona.

Nacimiento

Se ignora exactamente el año y el lugar de su nacimiento. Se cree que nació en el año 1470.

Tradicionalmente se lo considera oriundo de Lebrija (en la provincia española de Sevilla), aunque en ese lugar no se ha podido encontrar su partida de bautismo (lo cual no resulta extraño, ya que las partidas parroquiales comenzaron a ser obligatorias a partir de 1564 por orden del Concilio de Trento). Por esta posición se inclinan los cronistas de indias: Pedro Mártir de Anglería, Gonzalo Fernández de Oviedo, Francisco López de Gómara, Bartolomé de Las Casas y Antonio de Herrera.

Sin embargo a partir de fines del siglo XIX nuevas investigaciones sostuvieron documentadamente que su nacionalidad era portuguesa. Tal lo que surge de cuatro documentos determinantes en este cambio de posición. El primero de los documentos es del 29 de octubre de 1495, y por el mismo los Reyes Católicos Isabel y Fernando, cumpliendo con un pedido del Rey de Portugal Juan II,

166 ordenan la detención y secuestro de todos los bienes de «… Juan Díaz, piloto, llamado Bofes de Bagazo, natural de su reino de Portugal, andando en compañía de ciertos franceses, robaron una carabela del dicho Rey, que venía de la Mina, en que robaron más de 20.000 doblas, al cual dicho piloto se dice que cupo su parte de este dinero, y que ha sabido que está en nuestros reinos…».

El segundo de los documentos resulta de los Comentários do grande Afonso de Albuquerque, quien fuera virrey de la India. Afonso d´Alborquerque era el capital del navío Cirne, en el que figuraba como piloto Joam de Solis. El capitán dejó constancia que, el 5 de abril de 1506, estando pronto para partir a la India del puerto de Belém (Portugal), el piloto Joam de Solis no se presentó para el viaje como debía hacerlo (el viaje se retrasó por dicha razón). Tal lo recogido por el historiador portugués Luciano Pereira da Silva en 1922: «… e ficou Afonso d´Alboquerque que era capitán do Cirne em Belem, esperando por um piloto que nam tinha, por aver dous dias que Joam de Solis, que con elle avia dir por seu piloto, fogiera pera Castella, por matar sua moler…».

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El tercer documento (en realidad son tres pero que tienen una unidad temática) lo constituyen tres cartas: dos de Joao Mendes de Vasconcelos, embajador de Portugal ante la corte de España, y dirigidas al Rey Manuel de Portugal; y otra de este último dirigida al Rey Fernando de España. Mendes de Vasconcelos, quien, tras reunirse con Díaz de Solís en 1512, intentó infructuosamente que regresara a Portugal y se pusiera al servicio de su Rey, frustrando así el viaje previsto por entonces por la Corona española al Nuevo Mundo. En ambas epístolas, y la enviada por el Rey Manuel a su suegro el Rey Fernando, se establece que «Joao Diz» (o también nombrado como «Jam Dias de Solis») era súbdito portugués (a quien el ofuscado embajador consideraba además un portugués ruin y traidor), y que no quería regresar a Portugal porque temía ser capturado por los crímenes cometidos.

El cuarto documento a considerar, lo es la Real Cédula del 22 de febrero de 1517 dictada por el nuevo rey Carlos I que ordenaba realizar un informe sobre la expedición de Juan Díaz de Solís, a pedido del rey de Portugal (que ignoraba el acaecimiento de la muerte del piloto), que aseguraba que «Joán Diez de Solis, portugués, vino

168 huyendo a estos reinos de Castilla desde Portugal por muchos crímenes y excesos que allá había hecho» (tomado de la obra de Juan Antonio Varese) y que había invadido sus dominios y que en sus tierras había cargado «palo Brasil», reclamando su devolución. Efectivamente, ya asesinado Díaz de Solís en el Río de la Plata, al regreso de la expedición ésta había recalado en una factoría portuguesa ubicada en el litoral atlántico —dominios de Portugal— y había cargado quinientos quintales de madera (palo Brasil, caesalpinia echinata) en forma ilegítima.

Cabe destacar los documentos analizados, y algunos de ellos parcialmente transcriptos, provienen todos de Portugal o son respuestas a provenientes de ese reino, y tienen especial interés que la nacionalidad del piloto fuera la portuguesa, ya que, al ser súbdito de esa Corona, le permitiría a ese Estado tener jurisdicción sobre su persona, y, a la vez, en el intrigante ambiente diplomático de entonces, ejercer mayor presión sobre los reyes españoles (los reyes de ambos reinos estaban emparentados, el rey Fernando era suegro del rey Manuel). Conviene también señalar que Díaz de Solís había cumplido servicios de

169 navegación en Portugal, poseyendo conocimientos sobre las rutas portuguesas y sobre su flota y estrategias (datos estos que eran secreto de Estado).

También es posible que el piloto se declarara oriundo de Lebrija en España para ocultar su pasado y evitar ser extraditado a Portugal.

Vida familiar

Aparentemente Díaz de Solís estuvo casado dos veces.

La primera vez lo hizo con una portuguesa cuyo nombre se ignora, y a la cual —aparentemente— dio muerte, debiendo huir de Portugal por esa razón. La segunda vez lo hizo con Ana de Torres Marmolejo, procedente de Lepe, habiéndose casado a fines del año 1511 o principios de 1512. Con ella tuvo dos hijos: Diego, nacido el 7 de marzo de 1513, y Luis, nacido en 1516. Ana era hermana de Francisco de Torres, que participó en la expedición de 1515 de Díaz de Solís, y fue quien asumió el mando de regreso a España una vez que aquel fuera asesinado.

En documentos de época surge que Díaz de Solís tenía dos hermanos: Blas y Francisco.

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Blas Díaz era también piloto, trabajó en la Casa de la Contratación, y se preparaba para participar de la expedición a América en 1515, pero falleció el 28 de abril de 1514.

Francisco De Coto, era medio hermano de Díaz de Solís, inicialmente iba a participar de la expedición de 1515, pero finalmente permaneció en Sevilla. Fue nombrado interinamente piloto mayor el 27 de julio de 1515, y se desempeñó en dicho cargo hasta febrero de 1518, cuando fue sustituido por Sebastián Gaboto.

Expediciones

Díaz de Solís trabajó en Portugal por cuenta de la Casa de India, habiendo navegado por las costas de África y Asia a su servicio.

En 1508 el rey Fernando decidió el envío de una expedición al Nuevo Mundo a cargo de Juan Díaz de Solís como piloto y de Vicente Yáñez Pinzón como capitán de tierra. Su misión consistía en hallar un canal interoceánico

171 que le permitiera a la flota española llegar a las islas de las Especias.

¿Cómo surge el nombre de Díaz de Solís para integrar esta expedición? Aparentemente por recomendación de los oficiales reales de la Casa de la Contratación. Estos conocían que se trataba de un experimentado marino, y que había navegado por las costas de África y Asia oriental por cuenta de la Casa de India en Portugal. Según consta en Real Cédula del 2 de marzo de 1508 (en Archivos Oficiales de la Casa de la Contratación de Sevilla) era «persona de mucha ysperiencia».

El 29 de junio de 1508 partieron del puerto de Sanlúcar de Barrameda Juan Díaz de Solís y Vicente Yañez Pinzón, en las carabelas Magdalena y San Benito. Una vez atravesado el Océano Atlántico y llegados al mar Caribe, siguiendo las instrucciones de las capitulaciones de 23 de marzo de 1508, se dirigieron «al norte y hacia occidente en busca de un pasaje o canal abierto», fue así que la expedición recorrió las costas de Honduras, Guatemala, Belice, y parte de México (llegaron hasta los 23 grados y medios de latitud norte). Al regreso del viaje a Sevilla, Díaz

172 de Solís fue tomado prisionero (había regresado sin su carabela y había fundido sin autorización objetos de oro, sin haberlos llevado para el reparto real). Varios cargos le fueron instruidos, y el piloto permaneció en prisión más de dos años (noviembre de 1509 a agosto de 1511), hasta que fue absuelto e indemnizado.

Tras su liberación Díaz de Solís comenzó a trabajar en la Casa de la Contratación en Sevilla, en tareas de cartografía.

El 25 de marzo de 1512, tras la muerte de Américo Vespucio, Díaz de Solís ocupó el cargo de piloto mayor (fue el segundo en hacerlo desde la creación del cargo). Por entonces residía en la localidad de Lepe.

Ese mismo año el rey Fernando, en nombre de su hija Juana, le encomendó la demarcación de las fronteras con Portugal en los mares de Asia sudoriental, suscribiendo las correspondientes capitulaciones. Lamentablemente la expedición se suspendió en setiembre de 1512, ante las presiones diplomáticas y políticas de Portugal.

Sin embargo, historiadores de la talla de Francisco Bauzá, seguramente basándose en la referencia realizada por Francisco López de Gómara en su Historia natural de las

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Indias de 1552, afirmó que pese a la cancelación del viaje, se llevó a cabo otro secreto y sustitutivo, con destino al sur del continente americano. Y en esa oportunidad Díaz de Solís habría predescubierto el Río de la Plata. Por tres peticiones formuladas por Díaz de Solís al rey Fernando podemos conocer parte de su conducta y aspiraciones.

Curiosas peticiones

En 1513 solicitó al rey los bienes de un hombre que se había suicidado sin dejar descendientes. Al igual que en la actualidad, cuando una persona fallece sin herederos (herencia yacente), sus bienes pasan al Estado. El rey accedió a su solicitud por Real Cédula del 24 de diciembre de 1513 y le concedió los bienes del difunto.

Una segunda solicitud fue que lo autorizara a sacar libremente de Granada o Andalucía 300 cahíes (conjunto de fanegas) de trigo para venderlas en otras regiones.

La tercera de las mercedes solicitada en 1513 —la más extraña— consistió en la posibilidad de administrar un prostíbulo en la ciudad de Segovia.

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¿Será que el rey lo compensó con estas mercedes por su prisión injusta durante dos años y la suspensión de su viaje de 1512?

La expedición al Río de la Plata

En 1513 Díaz de Solís vivió en Lepe, y en 1514 se mudó a Lebrija.

En abril de 1514 se conoció que Vasco Núñez de Balboa había descubierto en 1513 un océano desconocido, que denominó «Mar del Sur», y que no era otro que el Océano Pacífico. Urgía entonces encontrar un pasaje que uniera ambos océanos. El rey Fernando decidió entonces, el 24 de noviembre de 1514, una serie de «instrucciones» que ordenaba una nueva expedición: «El Rey. Lo que es asentado y concertado con vos, Juan Díaz de Solís, mi piloto mayor en el viaje que por mi mandato habéis de hacer es ir a descubrir por las espaldas de castilla del Oro y

175 de allí en adelante es lo siguiente…». (A continuación empezaban a enumerarse las instrucciones).

Claramente Díaz de Solís debía descubrir nuevas tierras y hallar el tan buscado pasaje que permitiera a España una nueva ruta a las islas de la Especiería.

«… La manera que habéis de tener en el tomar de la posesión de las tierras y partes que descubriereis ha de ser que estando vos en la tierra o parte que descubriereis, hagáis ante escribano público, y el más número de testigos que pudiereis y los más conocidos que hubiere disposición, un acto de posesión en nuestro nombre, cortando árboles y ramas y cavando y haciendo, si hubiere disposición, algún pequeño edificio, y que sea en parte donde haya algún cerro señalado o árbol grande, y decid cuántas leguas está de la mar, poco más o menos, y a qué parte y qué señas tiene y haced allí hacer una horca y que algunos pongan demanda ante vos y como nuestro capitán y juez lo sentenciéis y determinéis de manera que en todo toméis dicha posesión, la cual ha de ser por aquella parte donde la tomaréis y por todo su partido y provincia o isla, y de ello

176 sacaréis testimonio signado de dicho escribano, en manera que haga fe…».

Luego de los intensos preparativos —que se realizaron en secreto—, el 8 de octubre de 1515 desde Lepe, partió la expedición que descubriría el Río de la Plata. También se produciría, en febrero de 1516, su trágica muerte en las costas de Colonia (Uruguay).

Bibliografía

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Madero, Eduardo. Historia del puerto de Buenos Aires: descubrimiento del Río de la Plata y sus principales afluentes, y fundación de las más antiguas ciudades, en sus márgenes. Buenos Aires: La Nación, 1902.

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Zea, Leopoldo (compilador). El descubrimiento de América y su sentido actual. Tierra Firme, 1989.

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La patria de Juan Díaz de Solís Cultura artística en el Reino de Sevilla entre 1470 y 1516

Lic. Ignacio J. López Hernández

Lic. Manuel Gámez Casado

Ignacio J. López Hernández: Licenciado en Historia del Arte por la Universidad de Sevilla -España- (2012), Máster en Patrimonio Artístico por la misma universidad (2013) y Titulado Profesional de Música por el Conservatorio Profesional de Música Francisco Guerrero de Sevilla (2010), actualmente cursa el doctorado de la Universidad de Sevilla, siendo contratado por el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte dentro del programa de Formación del Profesorado Universitario (FPU) como miembro del Departamento de Historia del Arte de la universidad hispalense, donde imparte docencia. Ha dictado diversas conferencias y publicado trabajos sobre temas histórico-patrimoniales.

Manuel Gámez Casado: Graduado en Historia del Arte por la Universidad de Sevilla. Máster en «Patrimonio artístico andaluz y su proyección Iberoamericana». Actualmente cursa el doctorado en Historia en dicha institución, donde desarrolla una tesis doctoral sobre

179 los sistemas defensivos españoles del Caribe sur durante la segunda mitad del siglo XVIII, centrándose fundamentalmente en el estudio de la ingeniería militar de las principales ciudades de Tierra Firme. Forma parte de proyectos y grupos de investigación coordinados por el Catedrático Dr. D. Alfredo J. Morales, participando en diversos congresos y seminarios sobre la materia americanista. Ha pronunciado diversas conferencias y publicado trabajos sobre temas histórico- patrimoniales.

De entre las muchas consideraciones que se congregan en esta publicación conmemorativa en torno a la figura del gran descubridor del Río de la Plata, no podemos dejar atrás la referida al estudio de la tierra que lo vio nacer y en cuyo contexto se darían todos y cada uno de los condicionantes que motivarían tan destacado acontecimiento. Hablar de la Sevilla de Díaz de Solís es referirse a uno de los principales centros políticos, comerciales, económicos y culturales de todo el orbe, cuya entidad jurisdiccional se extendía por las actuales provincias de Huelva, Sevilla, Cádiz, Badajoz y parte de Málaga. Aunque en estas líneas nos ocuparemos principalmente de Sevilla y Lebrija, como principales centros vivenciales del descubridor, debemos advertir

180 como todo el territorio se vería marcado con huella indeleble a partir de la nueva realidad que se impuso en el mundo en el crucial año de 1492. Así, ha de apreciarse el desarrollo general que supuso para las poblaciones que jalonaban el curso navegable del Guadalquivir y las inmediaciones de su desembocadura, en torno a cuyas costas se apostaron numerosos marinos buscando una oportunidad de integrar algunas de las expediciones rumbo al Nuevo Mundo. Igualmente, en ciudades de tradición marinera, caso de Lepe, habitaron experimentados nautas que acompañaron a los oficiales en las expediciones indianas (1). Varios serían de hecho los leperos que integrarían la expedición de Díaz de Solís rumbo al ignoto paso transoceánico, en cuya derrota hallaría el que denominó «Mar Dulce», allá donde encontraría la muerte en 1516.

181

Lebrija, cuna del descubridor

Todavía hoy no queda cerrado completamente el debate en torno al origen de Juan Díaz de Solís, cuyo nacimiento la historiografía ha ubicado tanto en Portugal, corona a la que sirvió desde joven, como en Lebrija. Es así que, mientras nuevas pesquisas no desvelen documentos más concluyentes, en este trabajo damos por buenas las citas de cronistas de Indias como López de Gómara o Gonzalo Fernández de Oviedo, quienes tuvieron a Solís por lebrijano (2). Esta antigua consideración parece refrendarse con las conclusiones a las que llegó Julián María Rubio según el estudio del testamento otorgado en Lebrija en 1499 por Fernando García, quien lega un carabelón a Juan Díaz, a quien podemos identificar con el ilustre marino (3). Según el cruce de datos aportados por diferente

182 documentación, se data por consenso su nacimiento en torno al año de 1470.

La Lebrija de Solís fue por tanto aquella aún ligada a los esquemas sociales y culturales del mundo bajomedieval, en la que sin embargo comenzaban a despuntar signos de una madurez intelectual propia de la advenidera cultura del Renacimiento, introducida en el Reino de Sevilla por contacto directo con el mundo italiano. Sin duda, el mayor representante de esta nueva intelectualidad castellana será el también ilustre lebrijano Elio Antonio de Nebrija, nacido apenas treinta años antes que Solís, y al que le sobrevivió otros seis más. A Antonio de Nebrija le debemos la redacción y publicación de la primera gramática de la lengua castellana, impresa en Salamanca en 1492. A la fama de tratarse del autor de la primera reglamentación de una lengua vulgar en Europa se le añade la de ser docto en estudios de cosmografía, filosofía, teología e incluso botánica, lo que lo constituyó como uno de los primeros humanistas de Castilla (4). No es este espacio para tratar de esta figura universal, quien a pesar de partir pronto de Sevilla hacia Salamanca y Bolonia, siempre

183 quedó vinculado a su Lebrija natal, de la que tomó su nombre.

La patria de Nebrija fue asimismo la de Díaz de Solís, la del paso del siglo XV al quinientos, etapa marcada por un paulatino crecimiento demográfico que la hará rebasar los límites de la antigua ciudad medieval. Su origen fundacional lo hallamos en la Nebrisa que Plinio y Silio Itálico ubicaron en el límite de los esteros del estuario del Betis (5), en la ladera norte del cerro de San Benito, allá donde Nebrija ubicó un primitivo culto a Baco, cuyos vestigios arqueológicos permiten hoy remontarnos a culturas turdetanas (6). Por su parte, el germen urbano de la ciudad del XV se asienta en la Lebrija romana, a la que debemos presuponer un desarrollo importante dado su privilegio de municipio de derecho romano con ceca propia. Aún pervivían en pie restos de esta ciudad en tiempos de Solís, según refiere indirectamente desde Nebrija Juan de Mal Lara al ocuparse de la ciudad dentro de los fastos por el recibimiento que hizo Sevilla a Felipe II: «Fue celebrada de los romanos con muchos edificios y piedras antiguas, que se han hallado de los Elios y Elianos, clarísimas familias de Roma, como afirma Antonio de

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Lebrija en el prólogo que hizo sobre su arte, a la serenísima reina doña Isabel. Y hasta ahora hay un arco y figuras en la plaza de la mesma villa» (7). Probablemente estos vestigios se circunscribían a la primitiva cerca romana reformada en época almohade, que hasta finales del XV ceñía la estrecha trama urbana, y entre cuyas puertas se encontraba el referido arco, posiblemente coincidente con la que salía hacia Sevilla (8). Por ella debieron entrar los Reyes Católicos en su camino desde Sevilla hacia Sanlúcar de Barrameda en 1477, para lo cual se engalanaron calles y se remozaron los espacios por donde había de transitar la comitiva real (9). No sería aventurado pensar que un Solís aún niño asistiera a tan destacado acontecimiento.

Por entonces Lebrija comenzaba a despertar del letargo medieval, impulsada por el nuevo desarrollo agrícola de la comarca que la convertirá demográficamente en una población en expansión: desde el padrón de 1484, cuando contaba la vecindad con 3.244 habitantes, y hasta la muerte de Solís, el censo ascenderá hasta los 3.600, en una superficie de poco más de ocho hectáreas acotadas por la muralla (10). Por entonces se comenzará a rebasar este límite con la formación de un cinturón de parcelaciones

185 adheridas al contorno norte, sur y oriental de la cerca, tanto por el interior como al exterior de la villa, tranzando así el sentido de la expansión de la ciudad extramuros a lo largo del siglo XVI (11).

Quedaba por su parte imposibilitada la extensión por occidente por donde cae bruscamente el terreno hacia la cuenca del Guadalquivir. Aprovechando este desnivel y la posición dominante sobre todo el valle se erigía el castillo de la ciudad sobre un saliente rocoso. A falta de noticias hemos de presuponer aquí la primitiva defensa romana sobre la que se configuraría la obra medieval de tapial, con intervenciones almohades y sobre todo de época de Alfonso X (12). Tan solo contamos hoy día con restos del aljibe y un pequeño lienzo de muralla, que en origen recorría jalonado de torreones el perímetro de la montaña. El conjunto, muy deteriorado ya en la segunda mitad del siglo XVIII por efecto del terremoto de 1755, sería parcialmente derruido a fin de reaprovechar sus materiales para la construcción del nuevo campanario de la torre de la iglesia parroquial (13). Muchos de los muros y torreones que permanecieron serían reaprovechados por las tropas francesas durante la Guerra de la Independencia para

186 atrincherarse (14). Cuatro décadas más tarde sería demolido la mayor parte del conjunto por peligro de derrumbe.

Hoy aislada, aunque inicialmente formando parte de este recinto, se levanta la iglesia de Santa María del Castillo, cuyo origen remonta la tradición a la antigua mezquita de la alcazaba islámica, que sería cristianizada tras la conquista de la ciudad por Alfonso X (15). La iglesia mudéjar actual se data en el último cuarto del siglo XIV, y aunque se desarrollaron obras y reformas en siglos posteriores, sobre todo en la cubierta, debió ser la fábrica actual análoga a la de tiempos de Solís (16). Se trata de una construcción de tres naves separadas por arcos de herradura apuntados y enmarcados por alfiz apoyados sobre pilares.

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Cada una de las naves se corresponde con una capilla de la triple cabecera de la iglesia, a las que se acceden por sendos arcos de medio punto para las laterales y uno apuntado para la central, espacio donde se venera la virgen del Castillo, obra del último cuarto del siglo XIV, aunque muy retocada en fecha posterior. Esta imagen, junto a un interesante Crucificado articulado del siglo XVI, son las únicas de la iglesia que hoy reciben culto desde época de Solís. Se trató de la primitiva parroquia de la villa, estatus que perdería en favor de la iglesia de Santa María de la Oliva, motivo por el cual, poco después de la muerte del descubridor, la diócesis instaba a la parroquia a realizar labores de limpieza y consolidación de sus muros, dado el abandono del que fue víctima a comienzos del siglo XVI (17). Precisamente la iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Oliva se constituye desde entonces como el principal hito artístico y monumental de la ciudad. Junto con la ermita del Castillo, supone uno de los principales exponentes de la arquitectura mudéjar sevillana configurada en torno al arco de herradura apuntado, una tipología edilicia que, pese a tener un referente tan directo en la antigua aljama de Sevilla, en pie hasta mediados del

188 siglo XV, apenas generaría unos pocos ejemplos, solo presente también en la provincia en Sanlúcar la Mayor y Carmona, además de en la iglesia de San Marcos de la capital (18). La fábrica primitiva se construyó en el siglo XIII en tiempos de la repoblación de la ciudad por Alfonso X, aunque transformada y remodelada entre el último cuarto del siglo XV y finales del siglo XVI. De la iglesia mudéjar del XIII y principios del XVI se conservan hoy los cuatro primeros tramos de las tres naves, configurados por la intersección de arcadas perpendiculares que arrancan de pilares cruciformes, generando así 16 espacios independientes cubiertos por bóvedas sobre trompas con labor de lacería de ladrillo (19). La solución resulta especialmente interesante por no concebir un espacio longitudinal a la usanza tradicional, conectando, como apreciaría Velázquez Bosco, con una tipología cercana, salvando la escala, a la mezquita-iglesia del Cristo de la Luz de Toledo (20). Desde 1475 y durante la mayor parte del siglo XVI se sucederán los trabajos de ampliación de la cabecera, donde se añadió un tramo más por cada una de las naves laterales y dos en la central, conformando el último la capilla mayor.

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Este nuevo sector es el que mejor representa el tránsito desde los últimos resabios de la arquitectura gótica al Renacimiento, con la presencia aquí de nervaduras en la capilla mayor conviviendo con bóvedas vaídas casetonadas. Las obras se iniciarán a instancias del Arzobispado por su maestro mayor Francisco Rodríguez, sucediéndole a partir de 1503 otros maestros como Miguel Ayllón y Hernán Ruiz II, a quien se debe la proyección de la sacristía concluida en 1583 (21). Completaba el conjunto en tiempos de Solís el claustro de planta cuadrada, obra iniciada y concluida durante el último cuarto del siglo XV, aunque muy

190 reformada en épocas posteriores (22). Redefinen el aspecto actual de la fábrica las obras llevadas a cabo con motivo de los destrozos ocasionados por el terremoto de 1755 llamado de Lisboa, momento en el que se construirá el campanario siguiendo el modelo de la Giralda de Sevilla.

El crecimiento poblacional y la paulatina importancia de la ciudad desde el último cuarto del siglo XV se traduciría en otras fundaciones religiosas que irían tomando forma a lo largo del siglo XVI. Así desde 1493 se expidió cédula para la fundación de un convento de la Orden Tercera de penitencia de San Francisco, germen de la actual iglesia de Santa María de Jesús, filial de la Parroquia de la Oliva. Igualmente, por entonces se oficiaba en la iglesia de San Sebastián, donde el mismo año de la muerte de Solís se pide licencia para la habilitación de un emparedamiento de penitencia por parte de varias religiosas de la ciudad (23).

La Sevilla humanista de Juan Díaz de Solís

Difícil tarea resulta describir la Sevilla conocida por Juan Díaz de Solís, habida cuenta de la trascendencia histórica y cultural de las personalidades allí concentradas. Todavía en

191 el despuntar del quinientos, refieren los anales de la ciudad que representantes de las familias nobiliarias hispalenses acompañaban al rey católico en su lucha contra los últimos levantamientos musulmanes (24). Esta empresa política de tradición bajomedieval, contrastaba con la modernidad gubernamental requerida para controlar el territorio de ultramar recién descubierto por el almirante Cristóbal Colón. Del mismo modo, la economía feudal fue sustituida por un naciente capitalismo, basado en intercambios comerciales entre la península y el Nuevo Mundo. Este creciente mercado permitió adquirir productos hasta ahora desconocidos en uno y otro lado del Atlántico, iniciando un tráfico mercantil en el que las únicas monedas eran el oro y la plata (25). Precisamente, dichos metales eran abundantes en América, por lo que la explotación de sus minas por los españoles supuso el enriquecimiento de la Corona. Este beneficio se particularizó en Sevilla, cuyo puerto, al ser interior y el principal del Guadalquivir, fue designado como puerta de Indias. Asimismo, la fundación por los Reyes Católicos en 1503 de la Casa de la Contratación convirtió a dicha urbe en el eje administrativo de todo el país, obteniendo el monopolio

192 del comercio indiano y consolidando una transformación cultural que la asomaba al Siglo de Oro (26). Prueba de ese renacer humanístico fue la fundación dos años más tarde de la Universidad de Sevilla por Maese Rodrigo Fernández de Santaella tras la promulgación de una bula por el papa Julio II, convirtiéndose en una de las primeras instituciones docentes de toda la nación (27). A ella se le sumaron los Estudios de San Miguel, Santo Tomás y, ya a fines de siglo, las fundaciones de enseñanza jesuitas, completando un entramado de instituciones universitarias que contribuyeron al acercamiento del Humanismo a las élites sociales.

Este cúmulo de novedades generó un ambiente tan diverso como enriquecedor en la ciudad hispalense. Tras las arribadas de los galeones, se descargaban en el muelle los productos exóticos que eran vendidos a una clientela procedente de todos los rincones del imperio. No obstante, Sevilla no fue únicamente un puerto de entrada. Desde aquí salieron numerosos viajeros, conquistadores y aventureros que, con la intención de emular a Cristóbal Colón, pretendían descubrir nuevos territorios para la Corona. Para ello, se organizó un sistema de flotas que

193 regulase la partida de las cuantiosas expediciones, caso de la ordenada por los Reyes en 1493 a Juan Rodríguez de Fonseca, quien debía realizar los preparativos desde Sevilla. También desde el puerto hispalense partió Nicolás de Ovando en 1502 junto a treinta y dos naves y acompañado por el dominico Fray Bartolomé de las Casas (28). Es el mismo caso de la expedición capitaneada por Pedrarias Dávila con destino a la «Castilla del Oro» en 1514, de la que formaban parte los mercaderes genoveses Agustín Vivaldo y Nicolás Grimaldo, el hidalgo Diego Márquez o el portugués Juan de Tavira (29). Esta confluencia de personajes generó una sociedad heterogénea y caótica, inabordable para el visitante y engorrosa para el sevillano, que evocaba a la «Nueva Babilonia» que más tarde describiría Lope de Vega.

Este nuevo panorama condicionaría la llegada de novedades técnicas y corrientes de pensamiento que generarían un amanecer cultural proyectado a todos los ámbitos del arte. Desde mediados del siglo xiv, la sociedad hispalense inició un acercamiento a diversas corrientes estéticas llegadas desde otros puntos de Europa, con la intención de devolver a la ciudad el orgullo civil logrado en

194 otros tiempos. Esta burguesía, enriquecida gracias al comercio y representada por los Enríquez de Ribera, sustituyó a familias como los Ponce de León en los cargos de gobierno, necesitando de una proyección de su poder mediante el uso de la imagen. Por ello, protegieron a artistas foráneos formados en la estética alla antica y promovieron la introducción de un nuevo estilo en un contexto acostumbrado a la tradición gótica. Esta modernización fue favorecida por un incesante tráfico de estampas, relatos y descripciones que detallaban las últimas creaciones de los grandes artistas del Renacimiento italiano, pues el propio don Fadrique Enríquez de Ribera mantuvo una estrecha vinculación con la familia Médici, se integró en los círculos neoplatónicos florentinos y visitó Jerusalén y Roma, alcanzando un refinamiento visible en las obras locales por él patrocinadas. En Sevilla germinaba un ambiente alejado de la concepción del viajero alemán Jerónimo Munzer, quien en 1495 afirmó que la ciudad estaba llena de recuerdos árabes. Tan solo varios lustros más tarde, el embajador veneciano Navagero calificó el ambiente sevillano como el más semejante al de las ciudades italianas, denotando un distanciamiento de lo

195 medieval como génesis de una centuria fructífera para las artes (30). Este cambio de mentalidad se manifestó en reuniones en las que artistas, oradores, músicos, humanistas y aristócratas intercambiaban pareceres e ideas, como germen de las tertulias que frecuentaron a lo largo de la centuria intelectuales como Mal Lara, Arias Montano o Fernando de Herrera.

No obstante, no deja de ser paradójico que a pesar de la transformación cultural que se atisbaba desde los últimos años del siglo XIV, la principal construcción fuese la Catedral gótica.

El edificio fue iniciado en 1402 para sustituir al antiguo, instalado en las naves de la mezquita almohade,

196 concibiéndose en planta de salón, de cinco naves cubiertas con bóvedas de crucería, siendo la central más alta y ancha, capillas entre los contrafuertes, tres entradas en los pies, dos en el crucero y otras dos en la cabecera. En el exterior, se suceden una serie de arbotantes y contrafuertes en consonancia con la estética gótica predominante en todo el conjunto (31). Al frente de las obras se sucedieron varios arquitectos durante el cuatrocientos, destacando la producción del maestro Carlín, constructor de las portadas menores del templo. En el tránsito hacia el siglo XVI, otros culminaron las labores principales, como Simón de Colonia, quien finalizó la capilla de la Virgen de la Antigua, o Alonso Rodríguez, el cual cerró el cimborrio en 1506. No obstante, pasado cinco años, la caída de uno de los pilares produjo el derrumbe del crucero, encargándose de su reconstrucción el arquitecto Juan Gil de Hontañón, para cuya empresa fue asesorado por Enrique Egas y Juan de Álava. Junto a estos trabajos, Hontañón trazó las capillas de alabastro de la Inmaculada y la Encarnación, parejas a las que años más tardes realizó Diego de Riaño utilizando los modelos clásicos (32).

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A esta línea estética respondían las obras efímeras de las fiestas organizadas por las instituciones locales, cuyos diseños supusieron un adelanto en la renovación producida desde los primeros años del siglo XVI. Al utilizarse materiales baratos para la construcción de los arcos triunfales, exequias o monumentos, los artistas tenían la posibilidad de experimentar con nuevos esquemas y motivos tomados de libros y grabados llegados desde otros puntos. De entre todas las celebraciones, destaca la entrada del rey Fernando en 1508, para cuyo recibimiento se alzaron una serie de arcos triunfales a través del recorrido desde la puerta de la Macarena hasta la Catedral. Estas arquitecturas temporales no solo ofrecían novedades en su composición, sino que acogían un programa iconográfico que alababa al rey católico mediante multitud de relieves y pinturas debidas a varios creadores. Entre ellos destaca un desconocido pintor apellidado Villegas, a quien se deben varios de los pendones que decoraron las naves utilizadas por Magallanes en sus viajes, y por cuya actitud ha sido considerado como uno de los primeros pintores de la ciudad en reclamar su arte como de categoría liberal según la tradición humanista italiana (33).

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Singular protagonismo tuvieron algunos escultores llegados desde Francia a fines del siglo XV. Es el caso de Lorenzo Mercadante de Bretaña, quien al realizar los relieves para las portadas catedralicias del Bautismo y del Nacimiento demostró un dominio superior de la técnica en relación a otros escultores locales, caso de Pedro Millán (34). Igualmente, el sepulcro del cardenal Cervantes, sito en la capilla de San Hermenegildo, es ejemplo del dominio del alabastro por parte de este escultor. La obra ofrece un programa iconográfico en el que se unen los escudos heráldicos, imágenes de profetas y temas alusivos al difunto. De forma paralela, los artistas italianos favorecían los encargos de las familias hispalenses con sepulcros, retratos y portadas renacentistas que debieron suponer una novedad en los primeros años del quinientos. Entre ellos, destaca el del cardenal Diego Hurtado de Mendoza, esculpido por Domenico Fancelli en 1508 e instalado en la capilla de la Virgen de la Antigua. A partir de este hito, se inició una continua importación de piezas de mármol de Carrara, financiadas por destacadas familias sevillanas en emulación de los grandes humanistas europeos. Prueba de ello son los sepulcros de don Pedro Enríquez y su esposa

199 doña Catalina de Ribera, realizados por los escultores italianos Pacce Gazzini y Antonio Maria Aprile da Carona (35). A este último, se debe la portada del palacio familiar, denominado comúnmente como Casa de Pilatos, resuelta según los modelos conocidos por el marqués de Tarifa en su viaje por Italia entre 1518 y 1520. En su trayecto visitó, entre otros edificios, la Cartuja de Pavía, donde el repertorio decorativo clásico es empleado sobre una estructura gótica. Este mismo esquema sigue el frente del palacio sevillano, tomado como punto de partida de la escuela renacentista local y precedente de la producción de arquitectos como Hernán Ruiz II a fines del siglo (36).

A la generalización de la estética italiana contribuyeron otros encargos nobiliarios, caso de los relieves y azulejos pintados debidos a Francisco Niculoso Pisano que se encuentran en conventos y parroquias hispalenses. Entre ellos destacan la portada del monasterio de Santa Paula o el sepulcro de Íñigo López en la iglesia de Santa Ana de Triana. La producción de Pisano se consolidó tras la ejecución del oratorio privado de los Reyes Católicos en el Cuarto Real Alto del Alcázar, considerada como una pieza clave en el cambio de siglo (37). Estas obras, junto a los

200 relieves llegados a la catedral procedente del taller de los Della Robbia, produjeron una ruptura con la antigua tradición mudéjar en favor de una nueva técnica de cerámica pintada (38). A partir de aquí, fueron abundantes los talleres locales que se dedicaron a fabricar objetos cuyas decoraciones asentaron la estética italiana.

La presencia de Pisano supuso una renovación de las formas pictóricas sevillanas, pues se preocupó no solo de cuestiones técnicas, sino también de avanzar en otras de referentes a las proporciones y perspectivas. Precisamente de esto último carecían las composiciones de los artistas locales hasta principios del siglo XVI, pues las pinturas de Juan Hispalense aún incluían fondos dorados que acentuaban la falta de volumen y eliminaban la idea de espacio. No obstante, y partiendo nuevamente de lo visto en Italia, pintores como Juan Sánchez de Castro o Alejo Fernández introdujeron fondos de arquitectura a través de las normas de perspectivas derivadas de la tradición libresca italiana, contribuyendo a abrir un nuevo horizonte estético que después ampliarían pintores como Pedro de Campaña y Luis de Vargas (39). Fue precisamente el carácter multicultural de la Sevilla de principios del siglo

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XVI lo que permitió esta confluencia de estéticas y creaciones. La apertura de la ciudad, su vinculación con el Nuevo Mundo y su interés por evocar un pasado mítico glorioso, explica que Carlos I la eligiese para celebrar su matrimonio con Isabel de Portugal, momento de singular trascendencia en la vida sevillana, pues logró reunir a políticos, literatos, artistas y músicos prodigiosos, representantes del Humanismo europeo.

NOTAS

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(3) BELLIDO, José. La Patria de Nebrija (Noticia Histórica). Madrid, 1945, pp. 131-132. El autor asimismo cita como fuente

202 de la información la obra de RUBIO, Julián María. La Exploración y conquista del Río de la Plata. Paraguay, 1942.

(4) PERONA, José. Antonio de Nebrija: Lebrija (Sevilla) 1441 ó 1444 - Alcalá de Henares 1522. Murcia, 2010.

(5) CORTÉS Y LÓPEZ, Miguel. Diccionario geográfico-histórico de la España Antigua Tarraconense, Bética y Lusitana. Madrid, 1836, vol. 3, p. 218.

(6) CARO BELLIDO, Antonio. Lebrija. La ciudad y su entorno. I (Prehistoria y Protohistoria). Lebrija, 1991, pp. 30-31.

(7) MAL LARA, Juan de. Recibimiento que hizo la muy noble y muy leal Ciudad de Sevilla a la C.R.M. del Rey D. Felipe… Estudio, edición y notas Manuel Bernal Rodríguez. Sevilla, 1992, p. 115.

(8) BARROSO VÁZQUEZ, Mª Dolores. Patrimonio Histórico Artístico de Lebrija. Lebrija, 1992, p. 11.

(9) BELLIDO, José. La Patria de… op. cit., pp. 43-44.

(10) Véase CARO CALS, Juan Antonio. La población de Lebrija (Sevilla) en el último cuarto del siglo XV. Seguimiento del padrón de vecinos de 1484. Cuadernos de Genealogía, nº15, 2014, pp. 9-32; El segundo censo corresponde al realizado en 1534. FERNÁNDEZ CHAVES, M. F. La Villa de Lebrija a

203 finales del reinado de Felipe III. El padrón de Bula de Santa Cruzada de 1620. Revista de Humanidades, 2009, nº 16, p. 64.

(11) CARO CALS, Juan Antonio. El crecimiento urbano de Lebrija (Sevilla) en el siglo XVI. Revista de Estudios Andaluces, nº 28, 2011, pp. 97-99.

(12) BARROSO VÁZQUEZ, Mª Dolores. Patrimonio Histórico… op. cit., p. 17.

(13) BELLIDO, José. La Patria de…op. cit., pp. 66-67.

(14) Plano del Castillo de Lebrija, Cartoteca del Centro Geográfico del Ejército. Ar.G-T.7-C.3-456. (15) BARROSO VÁZQUEZ, Mª Dolores. Patrimonio Histórico… op. cit., p. 35.

(16) MORALES, Alfredo J., et al. Guía Artística de Sevilla y su Provincia. Sevilla, tomo II, 2004, p. 102.

(17) BARROSO VÁZQUEZ, Mª Dolores. Patrimonio Histórico… op. cit., p. 35.

(18) ANGULO ÍÑIGUEZ, Diego. Arquitectura mudéjar sevillana de los siglos XIII, XIV, y XV. Sevilla, 1983, pp. 98-102.

(19) Véase CÓMEZ RAMOS, Rafael: Arquitectura Alfonsí. Sevilla, 2001, pp. 27-30.

(20) VELÁZQUEZ BOSCO, Ricardo. El Monasterio de Nuestra Señora de la Rábida. Reed. Valladolid, 2008, pp. 79-87.

204

(21) MORALES, Alfredo J. Hernán Ruiz el Joven. Madrid, 1996, p. 77.

(22) MORALES, Alfredo J.; et al. Guía Artística… op.cit., pp. 92-93.

(23) BELLIDO, José. La Patria de… op. cit., pp. 87 y 91.

(24) ORTIZ DE ZÚÑIGA, Diego. Anales eclesiásticos y seculares. Tomo III. Reed. Sevilla, 1988, pp. 177- 179.

(25) DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio. Orto y ocaso de Sevilla. Sevilla, 1974, pp. 21-22.

(26) LADERO QUESADA, Miguel Ángel. La Casa de la Contratación de las Yndias en sus comienzos: la tesorería de Sancho de Matienzo (1503-1511). En: AA.VV. La Casa de la Contratación y la navegación entre España y las Indias. Sevilla. 2003, pp. 53- 65.

(27) SÁNCHEZ HERRERO, José. Julio II y la fundación de la Universidad de Sevilla. En: AA.VV. La Universidad de Sevilla, 1505-2005: V centenario. Sevilla. 2005, pp.19-39. Sobre Maese Rodrigo Fernández Santaella, véase HAZAÑAS Y LA RÚA, Joaquín. Maese Rodrigo Fernández Santaella, fundador de la Universidad de Sevilla. Sevilla, 1900.

205

(28) ESLAVA GALÁN, Juan. Una encrucijada humana. En: MARTÍNEZ SHAW, Carlos (ed.). Sevilla. Siglo XVI. El corazón de las riquezas del mundo. Sevilla, 1993, pp. 28-29.

(29) MENA GARCÍA, Mª del Carmen. Pedrarias Dávila o «la ira de Dios»: una historia olvidada. Sevilla, 1992, pp. 37-39.

(30) LLEÓ CAÑAL, Vicente. Nueva Roma. Mitología y Humanismo en el Renacimiento sevillano. Sevilla. 2011, pp. 6-31.

(31) FALCÓN MÁRQUEZ, Teodoro. El edificio gótico. En: AA.VV. La Catedral de Sevilla. Sevilla, 1991, pp. 133-171.

(32) RODRÍGUEZ ESTÉVEZ, Juan Clemente. El maestro Alonso Rodríguez. En: ALONSO RUIZ, Begoña (ed.). Los últimos arquitectos del gótico. Madrid. 2010, pp. 271-363.

(33) LLEÓ CAÑAL, Vicente: Recibimiento en Sevilla del Rey Fernando el Católico (1508). Archivo Hispalense, nº 188, 1978. pp. 9-23. Este pintor desconocido ha sido considerado por Serrera como el padre de Pedro Villegas Marmolejo. SERRERA, Juan Miguel: Pedro Villegas Marmolejo. Sevilla, 1976. p. 11.

(34) Véase PÉREZ EMBID, Florentino. Pedro Millán y los orígenes de la escultura en Sevilla. Madrid, 1972.

(35) MORALES CHACÓN, Alberto. Escultura funeraria del Renacimiento en Sevilla. Sevilla, 1996, pp. 34-42. En este sentido, se

206 destaca el enterramiento de Baltasar del Río en la Capilla Scala, pues a pesar de pertenecer a una fecha más reciente, supuso el culmen de la estatuaria funeraria renacentista sevillana. HERNÁNDEZ DÍAZ, José. Retablos y esculturas. En: AA.VV. La Catedral… op. cit., p. 263.

(36) Consúltese ARANDA BERNAL, Ana María. Una Mendoza en la Sevilla del siglo XV: el patrocinio artístico de Catalina de Ribera. Atrio: revista de historia del arte. nº 10-11. 2005, pp. 5-16. La traza «a la romana» de esta portada contrasta con las formas mudéjares del interior del palacio. Se cita esta casa como ejemplo de las otras coetáneas que jalonan el urbanismo sevillano. Más información aporta FALCÓN MÁRQUEZ, Teodoro. Casas Sevillanas desde la Edad Media hasta el Barroco. Sevilla. 2014.

(37) MORALES, Alfredo J. Francisco Niculoso Pisano. Sevilla, 1991, pp. 49-62.

(38) HERNÁNDEZ DÍAZ, José. Retablos… op. cit., p. 257.

(39) VALDIVIESO, Enrique. Historia de la pintura sevillana. Sevilla, 1992, pp. 26-55.

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Visión geopolítica de Europa en el inicio del siglo XVI

Dr. Jorge Enrique Méndez

Nacido en Montevideo en 1940. Es abogado, docente universitario, periodista y conferencista. Fundador de la Academia de Geopolítica y Estrategia. Autor de las siguientes obras: La Guerra de las Malvinas (1982), Iberoamérica: angustia del futuro (2001), La Guerra que se viene (2003), Macroética y Microética (2005), Geopolítica de la Guerra (2011), y 50 preguntas sobre Geopolítica y sus posibles respuestas (2016).

Europa hacia el Nuevo Mundo

La política de Holanda se concentró a lo largo de los siglos XVI y XVII en extenderse por todo el mundo a través de la navegación, a la vez que los portugueses con Enrique El Navegante iniciaban desde el sur de Portugal la navegación por la costa occidental de África como primer paso de sus aspiraciones de conquistar el Lejano Oriente.

En sus objetivos, Holanda llegó a disponer de una enorme flota comercial y militar; esta última igualaba y aún

209 superaba a todas las demás flotas del resto de las naciones de Europa Occidental hasta que la Inglaterra de Oliverio Cromwell decidió que el dominio de los mares debía ser el principal objetivo estratégico del Imperio Británico, lo que así sucedió desde el 1694.

No obstante, Holanda se convirtió en una gran potencia mundial antes que Inglaterra, sobremanera luego de crear la Compañía de la Indias Orientales primero, y poco después la de las Indias Occidentales, ambas en el correr del siglo XVI y con el objetivo de apropiarse de cuantas tierras pudiera en todo el planeta, combatiendo para ello con los demás países europeos. Fueron las primeras empresas integradas con capitales del Estado y de los ciudadanos.

Portugal y Holanda hacia Brasil

Luego del Tratado de Tordesillas de 1494, los portugueses organizaron la conquista y colonización de Brasil, comprendiendo a cabalidad que tenían todas las posibilidades de ir extendiéndose o con la diplomacia o

210 con los cañones hacia territorios respecto de los cuales ellos sabían que no les pertenecían.

Para tales conquistas, fue un elemento fundamental del Imperio Portugués Enrique El Navegante y la Escuela de Navegación de Sagres, que permitió a Bartolomé Díaz en 1488 llegar al sur de África y desde allí hacia las Indias Orientales. En 1498 Vasco da Gama arribó a Calcuta, lo que dio inicio al Imperio colonial de Portugal por todo el mundo.

En el 1500, Alvares Cabral descubrió Brasil y el monarca portugués Juan II comenzó la colonización de estas tierras, estableciéndose en San Salvador de Bahía en 1549. Ya en 1502 Américo Vespucio había descubierto Río de Janeiro.

En 1623 los holandeses desembarcaron en el norte de Brasil, de donde fueron expulsados poco después por los portugueses (lo que aun hoy se continúa festejando cada año en todo Brasil).

Pero ante la reacción militar de Portugal y la necesidad de retirarse consecuentemente de Bahía, los holandeses se fueron hacia el norte de la América meridional y se instalaron en Guayana, cumpliendo así su larga y decidida

211 vocación colonialista, que la llevó a poseer tierras en esta América, en África y en Asia (de donde fueron echados por los japoneses durante la 2ª Guerra Mundial).

España hacia América Meridional

Durante el reinado de Felipe II (mediados del siglo XVI), se inició la ocupación de los territorios de América del Sur, se fundaron las ciudades más importantes (Asunción, Buenos Aires, Santiago de Chile, Montevideo) y se produjo la expansión naval en el Pacífico.

Cuando por el Tratado de Tordesillas España y Portugal se repartieron el Nuevo Mundo, las demás potencias europeas no aceptaron quedar fuera del reparto de la «torta» de la riqueza, por lo que Inglaterra y Francia organizaron la Guerra de Corsos con el objetivo de apoderarse de cuanto pudieran del Nuevo Mundo, lo que lograron con creces con la directa colaboración de grandes piratas, como Drake y Morgan. En realidad, la piratería fue el común denominador de la mayoría de las expediciones organizadas por las monarquías de Holanda, Inglaterra, Portugal y Francia. Lo malo es que tal política, pero con

212 más naciones, no ha variado mucho en los primeros 16 años del siglo XXI.

Trascendencia de la teoría mercantilista

La apetencia de poder por las riquezas —sobre todo de América— se basó en la teoría mercantilista, según la cual la posesión de metales preciosos —oro y plata— constituía la base de la prosperidad de una nación, y así posibilitarle el autoabastecimiento con el fin de evitar las importaciones de productos imprescindibles. Se caracterizó por una fuerte intervención del Estado en la economía, coincidiendo con el desarrollo del absolutismo monárquico. Esta teoría llevó a las potencias europeas al control de la moneda y de los recursos naturales, naciendo entonces la protección de la producción local de la competencia extranjera, lo que en los primeros 16 años del siglo XXI también continúa a través de aranceles externos y de la Organización Mundial de Comercio. Con estas instituciones, las grandes potencias desarrollaron —y desarrollan— políticas proteccionistas de sus manufacturas desde aquella época, pero también en el siglo XX y lo que

213 va del XXI, en perjuicio de las incipientes naciones de Hispanoamérica y de África.

La teoría mercantilista partía de la base de que la riqueza de las naciones debía impedir la exportación de metales preciosos, a la vez de posibilitar la multiplicación de los ingresos fiscales con el fin de llegar a la formación de Estados-nación poderosos, como finalmente sucedió hasta después de la 2da. Guerra, en que el mundo se dividió entre Estados Unidos dominando a Occidente y Rusia (URSS entonces) haciendo lo propio en Oriente. En vez de cinco grandes potencias controlando al mundo (Inglaterra, Holanda, España, Francia y Portugal), cuatro siglos después lo lograron solo dos.

Esta forma de ver la economía de las naciones a través de la teoría mercantilista prosperó en Europa Occidental durante 300 años, lo que significa que fue la base de los conflictos entre las grandes potencias entre los siglos XVI, XVII y XVIII, cuando se comprendió que la riqueza de las naciones podía derivar de otras circunstancias más allá de los metales preciosos (fisiocracia y neoliberalismo: no

214 intervención del Estado en la economía, la mano invisible de Adam Smith).

España fue la nación que mayor cantidad de oro y plata recibió del Nuevo Mundo, y fue la única de la Europa dominante que no solo no se enriqueció sino que permitió —por una especie de ceguera intelectual de sus estrategas— que esos metales pasaran de España hacia Inglaterra y Francia, por consecuencia de haber priorizado los españoles con ambos metales la construcción de Iglesias, de grandes mansiones y enormes monumentos, cuando debieron ser la base de una industrialización, como en cambio lo lograron sobremanera los ingleses y los holandeses, siendo los iniciadores del Segundo Orden Económico Mundial (Historia de la Globalización, Tomo II, Aldo Ferrer).

Ello les permitió pasar por encima de una España que se fue quedando sin su imperio por el avance arrollador de Gran Bretaña y Francia.

Las tierras sin ningún provecho

215

Los territorios del Río de la Plata, que carecían de oro y plata, fueron considerados por mucho tiempo como «tierras sin ningún provecho» hasta 1616 (exactamente 100 años después de la llegada de Díaz de Solís al Río de la Plata), cuando Hernando Arias de Saavedra (Hernandarias, primer gobernador criollo por haber nacido en tierras americanas), introdujo ganado vacuno en la Banda Oriental dando comienzo así a la «Vaquería del Mar», con lo que se designó a la nueva riqueza que aportó el negocio de los cueros y luego el de las carnes saladas.

La conquista del Río de la Plata se inició hacia 1534 y estuvo motivada en la necesidad de los portugueses de encontrar un camino hacia Perú desde la región platense que les permitiera explotar las riquezas que los españoles lograron con la captura del inca Atahualpa, que asombró a toda Europa. Para impedir el objetivo portugués, la Corona envío al Plata una expedición a cargo de Pedro de Mendoza como Adelantado. En 1536 Mendoza fundó Buenos Aires, y para llegar al corazón de América navegando por los ríos Uruguay y Paraná en busca de metales preciosos, designó a Juan de Ayolas, quien fundó Asunción, primer centro de la colonización del Río de la

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Plata, siendo Buenos Aires su puerto de salida, ciudad esta última que culminó su fundación en 1580.

A partir del siglo XV finalmente las culturas de Europa y de América se vincularon, pero a través de la conquista, de los valores culturales europeos y del sometimiento de los indios. Y mientras los pueblos originales de esta América más desarrollados se adaptaron a la cultura española, los menos evolucionados fueron desapareciendo.

Sin embargo, el mestizaje de Mesoamérica determinó el nacimiento de una nueva sociedad diversa de la europea, en que se hizo sentir la influencia de la cultura indígena en el folklore, la religión, las artes y las creencias. Estas prácticas llegaron a influir en el cristianismo, dando lugar al surgimiento de Hispanoamérica como una entidad político-social-cultural que se fue implantando poco a poco a través de la injerencia de un elemento novedoso, como fueron los criollos. Estos eran descendientes de españoles nacidos en América Meridional, que se sintieron desplazados y marginados por la Corona, la que otorgó todos los privilegios a los nobles llegados de España, relegando injustamente a los españoles americanos. Ellos,

217 en consecuencia, decidieron reivindicar sus derechos, dando lugar finalmente al proceso de la independencia de estas colonias de España a partir de los primeros años del siglo XIX.

De manera similar esto aconteció en Brasil, donde la identidad de ese pueblo —mezcla de blancos con indios y con negros, y de estos entre sí— llevó a la independencia de Portugal en 1822.

Europa en los siglos XV y XVI

A partir del siglo XV, comenzó el auge de las grandes monarquías, la consolidación capitalista, el Renacimiento y la Reforma de Lutero y Calvino. Esta última creó el mayor cisma religioso dentro de la cristiandad.

Los descubrimientos geográficos de ese siglo fueron el resultado de condiciones económicas determinadas por el nacimiento del capitalismo en Europa (Historia de la Globalización, Aldo Ferrer).

218

Por su lado, el Renacimiento de los siglos XII y XIII generó enormes beneficios, y los capitales consiguientes fueron aportados para las empresas que giraban alrededor de la navegación hacia el Nuevo Mundo, así como para satisfacer los reclamos provenientes de las elites europeas, que colmaban sus refinados gustos con piedras preciosas, sedas del Lejano Oriente, perfumes y especias.

El comercio de estos productos estaba en manos de venecianos y turcos. Estos últimos controlaban las zonas de abastecimiento, que eran el Océano Índico, el Mar Rojo y Egipto, mientras que los venecianos controlaban la zona mediterránea hacia Europa Occidental.

Los romanos habían designado a este espejo de aguas como «Mare Nostrum» para darle el gran significado estratégico que tuvo después de la creación de Roma (año 753 AC) hasta el descubrimiento del Nuevo Mundo por Colón (1492), cuando la historia del mundo se desplazó hacia el Océano Atlántico.

Tanto el oro, la plata, como las especias fueron los principales recursos que determinaron los viajes para el descubrimiento de nuevas rutas hacia las Indias Orientales,

219 con el objetivo de impedir la intermediación de los turcos y posibilitar a las monarquías europeas poseer la mayor parte de las riquezas que les permitieran continuar financiando a los viajes marítimos hacia el Nuevo Mundo, por un lado, y llegar al autoabastecimiento por otro. Para ello, las Coronas española, portuguesa, inglesa, holandesa y francesa respaldaron a los navegantes dispuestos a enfrentar los riesgos que significaba entonces hacerse hacia un mar aún desconocido.

Pero fue la monarquía española de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón la que vio, con más claridad que los demás reyes europeos, el ofrecimiento de Colón. La aceptación por estos monarcas de las ideas del genovés acerca de un mundo redondo que llevaría al Oriente navegando hacia Occidente, fue a la postre lo que permitió a España llegar a América antes que sus competidores y organizar a través de la conquista y colonización de estas tierras, el imperio donde «…jamás se pone el sol», en épocas de Carlos V y su hijo Felipe II (Aldo Ferrer. Historia de la Globalización, T. I.).

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No obstante, como hemos visto, ingleses y franceses se las ingeniaron para quedarse en el transcurso del tiempo con las riquezas que iban llegando a España, mientras esta nación comenzaba lenta pero seguramente un declive que culminó con la Guerra Civil de 1936 al 1939, cuando la recientemente creada república española fue derrotada por el fascismo franquista, que retornó a la monarquía.

La importancia de la técnica naval

Los descubrimientos sobre la navegación (brújula, timón, astrolabio, sextante), fueron de origen chino. Simplemente los europeos se trajeron todos esos inventos revolucionarios para Occidente desde el siglo XVI, sin pagar un solo centavo por los derechos de patentes de invención a sus reales inventores. Y lograron derrotar a China durante las Guerras del Opio desde la primera en 1838, gracias al uso de la pólvora y de los cañones instalados sobre los buques de guerra. Pero ambos inventos también fueron de origen chino. Con ellos Inglaterra se hizo dueña de los mares y Europa pudo ingresar en el Renacimiento. Y por efecto de los

221 nacionalismos racistas, llegaron sin más al eurocentrismo, con el que dominaron al resto del mundo desde el siglo XV hasta después de la 1ª Guerra Mundial (1914-1918), momento en que fueron sustituidos (hasta ahora) por el naciente y poderoso Imperio norteamericano.

El Nuevo Mundo

Con las carabelas —navíos rápidos y seguros— luego de 1492 Colón continuó la búsqueda de las especias (aún ignoraba que lo que había descubierto era un nuevo continente).

De esa época data el descubrimiento de Norteamérica por Juan Gaboto, veneciano que navegó en nombre del monarca inglés, por lo que esas tierras pertenecieron al Imperio británico.

Fue durante esos viajes que comenzaron a constatarse las diferencias geográficas entre los territorios americanos con el de las Indias. El primero en expresarlo fue Américo Vespucio (en cuyo homenaje estos territorios fueron bautizados como «América»), quien los definió como «Nuevo Mundo». Ello fue confirmado por Vasco Núñez de

222

Balboa al atravesar el istmo de Panamá en el año 1513 y llegar al Océano Pacífico, lo que permitió concluir en que era posible continuar la ruta hacia Oriente por mar. Esta circunstancia hizo concluir a algunos españoles que estos nuevos territorios constituían un obstáculo en la ruta hacia las Indias.

En estas circunstancias, el Río de la Plata es descubierto por Solís, quien ingresó por el Plata creyendo que podía ser el canal interoceánico, llegó a la isla Martín García (se le puso tal nombre en homenaje a un marinero de Solís que falleciera entonces) y se supone que llegó a la actual Colonia (el libro de bitácora de ese viaje se extravió), donde fue atacado y muerto por los indígenas.

Pero desde entonces la región comenzó a ser explorada por los españoles, en especial por Hernando de Magallanes y Sebastián Elcano (1519-1522), siendo este último el que por primera vez en la historia efectuó la circunnavegación de la tierra.

Al descubrirse el oro y la plata en tierras mexicanas y peruanas (con Cortés y Pizarro), ello determinó que esa región del Nuevo Mundo se convirtiera en una

223 importantísima fuente de riquezas para España, iniciándose poco después la conquista de América de manera sistemática.

Pero el viaje de Juan Díaz de Solís fue considerado como un intento fallido de encontrar un canal interocéanico hacia las Indias, aunque el viaje de Magallanes incorporó a la historia del Río de la Plata una descripción detallada de nuestras costas (Lincoln Maiztegui. Orientales).

Magallanes también exploró el Río de la Plata en 1520, llegando uno de sus oficiales a la actual Fray Bentos navegando por el río Uruguay.

El viaje de Gaboto en 1526 señaló el inicio de la conquista, porque este navegante se internó por los ríos de la Plata y Uruguay. Al cabo de tres años regresó a España, informando a la Corona sobre las enormes riquezas de estas tierras, lo que determinó el inicio del dominio español sobre el Plata y las culturas autóctonas. La conquista española fue un hecho continental que afectó en un lapso de 50 años del siglo XVI a la casi totalidad de los pobladores originales de América. Y dio lugar además al prejuicio racial, en la medida que los conquistadores

224 exhibieron como modelo único de cultura la de Europa y sus valores, despreciando a las indígenas. Lo mismo hicieron en el resto del mundo ingleses, franceses y holandeses (L. Maiztegui, ob. cit.).

El prejuicio racial distinguía a los blancos, a los indios, a los negros y a los mestizos, sistema discriminatorio en que los blancos disponían de todos los privilegios, mientras que los indios quedaron detrás y los negros en el fondo por su condición de esclavos (Antropología de los pueblos iberoamericanos, Juan Comas, España).

Las misiones jesuíticas

De todas las órdenes religiosas que llegaron a América (domínicos, franciscanos, jesuitas, agustinos), fueron los jesuitas los que realizaron una verdadera misión evangelizadora de enorme trascendencia en esta parte de América, sobre todo en Paraguay. Las misiones permitieron a los indios organizar su propia administración, trabajar la tierra de manera colectiva, limitar la jornada de trabajo y hasta aprendieron a defenderse de las incursiones de los bandeirantes, bandidos

225 brasileños cuyos objetivos eran obtener indios para esclavizarlos y todo el oro que pudieran.

Las principales producciones en las misiones fueron el algodón y la yerba mate, que se comercializaban con grandes beneficios para la Compañía de los Jesuitas. Además hubo imprentas, escuelas y enseñanza del arte, escultura y pintura, lo que posibilitó la construcción por parte de los indios de grandes obras arquitectónicas. Las misiones fueron el mayor esfuerzo de los jesuitas para impedir los abusos de los colonizadores respecto de los indígenas, cuyo antecedente más directo fue la obra de Fray Bartolomé de las Casas a favor de los indios y en contra de los encomenderos. La misión más antigua fue la de San Borja, en territorio actual de Brasil (1625), que en esa época correspondía a las Misiones Orientales, reivindicadas por Artigas en las Instrucciones de 1813 como territorio de la Provincia Oriental.

La Administración desde España de las colonias americanas

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La Corona española en el inicio no envió a sus ejércitos ni comprometió sus riquezas para la conquista y colonización de América, sino que en vez permitió un sistema por el que los particulares contrataban con la monarquía las Capitulaciones para el cumplimiento de ciertos servicios públicos, siempre en nombre de la Corona. Ésta solo se hacía cargo del control de la empresa privada, mientras que los particulares debían hacerse cargo de financiar las expediciones corriendo con todos los riesgos, armar sus barcos y marineros, y avituallar las naves. El título de Adelantado les permitía recibir cargos políticos y militares, derecho a construir fortalezas, gobernar los territorios descubiertos, repartir tierras e indios, acuñar moneda y eximir del pago de ciertos impuestos, todo lo cual les otorgaba a los Adelantados un enorme poder. A cambio, los Adelantados debían ceder a la monarquía la quinta parte de todas las riquezas que pudieran descubrir, que se llamó el «quinto real».

Esta forma de encarar la conquista y colonización del Nuevo Mundo se basó en la visión entonces vigente en Europa de convertir a la Corona en una institución absolutista, lo que se extendió hasta que a inicios del siglo

227

XIX. Napoleón «barrió» prácticamente con todas las monarquías (salvo la británica), las que desde entonces hasta hoy dejaron la impronta absolutista para convertirse en constitucionales, es decir, limitadas por normas jurídicas de rango superior, en que los reyes ya no reinan sino solo representan simbólicamente al Estado.

Cuando España comprendió la enorme trascendencia económica de los territorios conquistados desde el siglo XVII en adelante, sustituyó el sistema de las Capitulaciones por uno nuevo de funcionarios directamente designados por la Corona para actuar en América en su exclusivo nombre.

No obstante el nuevo régimen de administración colonial, lo cierto fue que los conquistadores debieron enfrentar selvas, pantanos, montañas, ríos de gran caudal, salvajes que resistieron la conquista y que tenían a su favor el conocimiento de la región, además de ser mucho más numerosos que los españoles. Pero éstos disponían de tres herramientas formidables: el caballo, las armas de fuego y la táctica militar derivadas de una larga tradición europea.

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La Guerra de Secesión

En 1700 falleció Carlos II, último rey de la dinastía de los Habsburgo. Los pretendientes al trono fueron Felipe de Borbón —apoyado por la Francia de la misma dinastía— y Carlos de Habsburgo, a quien apoyaron Inglaterra, Portugal, Austria y Holanda, lo que dio lugar a la Guerra de Secesión entre 1702 y 1713. La guerra terminó con el Tratado de Utrecht y determinó que el trono de España fuera asumido por Felipe V de Borbón. Pero Inglaterra se tomó entonces debidas compensaciones: España debió cederle Gibraltar (aun hoy el Peñón pertenece a Gran Bretaña) así como el monopolio del tráfico de esclavos hacia América (ambos terribles negocios), mientras que Portugal volvió a recuperar la Colonia del Sacramento. Es simple así saber quién ganó esa guerra.

Por su parte, Felipe V introdujo reformas basadas en la liberalización del comercio entre España y sus colonias: sustituyó el sistema de flotas y galeones por el de navíos de registro y autorizó el tráfico comercial entre los virreinatos, (el del Río de la Plata con capital en Buenos Aires fue creando en 1776 por el rey Carlos III). Pero sin embargo,

229 pese al libre comercio así implantado, España logró que el comercio con las colonias permaneciera como antes, es decir, dentro del monopolio exclusivo y excluyente. Pero esta política falseadora llevó a la larga —inicios del siglo XIX— a la independencia de las colonias americanas en base a las reivindicaciones de las burguesías portuarias criollas (L. Maiztegui ob. cit.).

Los puertos de América

El monopolio requería puertos únicos en América, de tal forma que la Corona habilitó a Veracruz en Nueva España, a Cartagena de Indias en Nueva Granada y a Portobelo en el istmo de Panamá.

Para fines del siglo XVI, Sevilla había logrado que se prohibiera el comercio entre las ciudades de la costa del Pacífico y Oriente, así como el comercio entre Europa y América del Sur vía Buenos Aires. Por consecuencia, para arribar al Río de la Plata era necesario llegar por barco atravesando el Océano Atlántico a los tres puertos antes nombrados (Veracruz, Cartagena y Portobelo), viajar desde Perú por tierra llevando las mercaderías por lugares

230 inhóspitos a lomo de burro, cuando ello pudo solucionarse navegando por el Atlántico desde Sevilla directamente hasta Buenos Aires o Montevideo. Pero todo fue en aras de las pingües ganancias para los comerciantes de Sevilla, y luego para los de Cádiz (Sevilla debió ser sustituida por Cádiz cuando el río Guadalquivir comenzó a hacerse innavegable por el lodo).

Sin embargo, Sevilla, Sanlúcar y Cádiz tuvieron el monopolio de la navegación atlántica debido a que la Corona y sus asesores calcularon muy bien que si los barcos hubieran zarpado desde el norte de España, por ejemplo desde La Coruña, el viaje hubiera demorado más tiempo, de tal manera que la elección de Sevilla como puerto de salida respondió a una lógica geográfica. Además, Andalucía era una zona muy rica en agricultura y apta para aprovisionar a las flotas.

Toda la infatigable actividad de los conquistadores para llegar hacia el corazón de América meridional durante los siglos XV, XVI y XVII determinó en el largo plazo la determinación del Imperio británico de apoderarse de las riquezas que España extraía de América. Para ello, crearon

231 el «Plan para la Política Exterior en Occidente» (John Elliott, Los Imperios del Mundo Atlántico).

Los duros términos de Evo Morales en 2013

En la reunión de jefes de Estado de la Comisión Europea celebrada el 20 de julio de 2013 (Bruselas), el Presidente de Bolivia Evo Morales tuvo palabras muy duras para los europeos, quienes quizás por primera vez en 500 años, lo escucharon decir entre asombrados e indignados estas realidades:

«El hermano europeo me explica que toda deuda se paga con intereses, aunque sea vendiendo seres humanos y países enteros sin pedirles consentimiento. Yo los voy descubriendo. También yo puedo reclamar pagos e intereses. Consta en el Archivo de Indias, papel sobre papel, recibo sobre recibo y firma sobre firma, que solamente ENTRE LOS AÑOS 1502 y 1660 LLEGARON A SAN LUCAR DE BARRAMEDA 185 MIL KILOS DE ORO Y 16 MILLONES DE KILOS DE PLATA»

232

(mayúscula nuestra). Agrega luego: «Esos 185 mil kilos de oro y 16 millones de kilos de plata deben ser considerados como el primero de muchos otros préstamos amigables de América, destinados al desarrollo de Europa. Lo contrario sería asumir la existencia de crímenes de guerra, lo que daría derecho no solo a exigir la devolución inmediata, sino la indemnización por daños y perjuicios». Y más adelante expresó: «Por eso, al celebrar el Quinto Centenario del Empréstito, podremos preguntarnos: ¿Han hecho los hermanos europeos un uso racional, responsable o por lo menos productivo de los fondos tan generosamente adelantados por el Fondo Indoamericano Internacional? Deploramos decir que no. En lo estratégico, lo dilapidaron en las batallas de Lepanto, en armadas invencibles, en terceros Reichs y otras formas de exterminio mutuo, sin otro destino que terminar ocupados por las tropas gringas de la OTAN, como en Panamá pero sin canal».

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Conclusiones

Es posible concluir que la llegada de Juan Díaz de Solís en 1516 al Río de la Plata —pese a su temprana muerte en manos de los indios— y la información posterior sobre las riquezas de esta región y sus posibilidades comerciales, posibilitó su conquista y colonización, poblada por tribus que no solo no se sometieron sino que incluso llegaron a luchar junto con Artigas en la gesta autonómica iniciada en 1811 (Artigas y su hijo el Caciquillo. Carlos Maggi, 2000).

Quizás si hiciéramos justicia, el Río de la Plata debiera llamarse en adelante Río de Solís.

BIBLIOGRAFÍA

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Encuentro de culturas y algo más

Mtro. Gonzalo Abella

Montevideo 1947. Docente y escritor. Maestro de escuela desde 1967. Maestría en Educación con mención en Investigación Educativa (CIEP-IDRC) 1994. Exiliado entre 1976 y 1984. Ha publicado las siguientes obras: Artigas mitológico, Historia diferente del Uruguay, Educación, resistencia y cambio social, Mitos, leyendas y tradiciones de la Banda Oriental, Aparicio Saravia, el traicionado, Desde otros ojos, Profética, La Leyenda de Soledad Cruz, Orientalitos, Páginas del Año 11, Bolívar: independencia y lucha social, Educación Ambiental; entre otros.

Antes de 1492 nuestra tierra no era un rincón aislado y desconocido. Podían serlo en aquellos tiempos un valle oculto entre altas montañas o un rincón selvático de difícil acceso; pero las praderas platenses eran, y habían sido por milenios, zonas de confluencia y encuentros. Hay huellas de peregrinaciones andinas y de visitas constantes de los

237 pueblos de la selva húmeda subtropical, especialmente parcialidades de la macro etnia guaraní.

Y si somos más precisos en cuanto a migraciones antiguas, nuestros pueblos originarios del ecosistema de pradera, incluyendo la macroetnia charrúa que incluye bohanes y minuanes, y también los no charrúas como chanás, arachanás y yaros, alguna vez, hace quizás 10.000 años, también fueron inmigrantes. Se les llamó pueblos originarios porque su cultura se desarrolló o se adecuó en interacción con el ecosistema local.

El encuentro de culturas fue, entonces, algo usual y permanente en esta tierra que era de fácil acceso por mar, por tierra y por el sistema fluvial.

Miremos el mapa continental. Si le llamamos «América Latina» ya estamos excluyendo a los pueblos originarios y los afroamericanos, precisamente porque su origen no es latino. Podría argumentarse la raíz latina de las lenguas hoy dominantes, pero eso excluiría al Caribe anglófono y a inmensas multitudes que usan el castellano como segunda lengua, o ni siquiera la entienden. Es mejor llamar a nuestra tierra continental, incluyendo sus archipiélagos, por

238 uno de sus nombres originarios: la Tierra de Abyayala. Pero el nombre no es lo esencial.

Lo esencial es saber que había vínculos permanentes entre los pueblos de la montaña, de la selva, de las islas y de los llanos. Y sin duda, contactos intercontinentales, más regulares por el Pacífico que por el Atlántico. Los españoles ya en 1515 aprovecharon el conocimiento de las corrientes oceánicas que tenían nuestros pueblos originarios para inaugurar un viaje comercial anual, regular, entre la costa peruana y Filipinas. De este comercio provienen los «mantones de Manila» que lucían las damas de la aristocracia madrileña y colonial.

La estética maya y azteca es totalmente diferente a la andina. Las serpientes emplumadas de los templos mayas tienen mucho mayor parentesco cultural con el barroco de los dragones chinos que con el sobrio monumentalismo preincaico en Tiwanaku o Machu Picchu. Y sin embargo en pleno corazón andino, las «diabladas» de Oruro son festivales chinos apenas modificados.

En Australia se encontraron relictos de tabaco Virginia, que llegaba hasta los nativos de Queensland. Y la Isla de

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Pascua, llamada Rapa Nui por los isleños vecinos, era llamada te pi t te ho’ o (ombligo del mundo) por los aborígenes australianos, que la recuerdan en leyendas sobre los dreaming times de sus ancestros, y que describen los enormes mohái de la isla con hogueras en sus cumbres, faros para el intercambio de semillas y del territorio adecuado para las prácticas de reciprocidad.

Los intercambios precolombinos por el Atlántico son más conocidos. Desde los aztecas a los pueblos del sur, todos conservaban leyendas de hombres rubios y mujeres hechas con luz de luna y leche, cuyo cabello evoca los penachos de la espiga del maíz. En la cultura guaraní, se mantiene la leyenda del jasy jateré, el duende hijo de la Luna, de cabellos de Sol.

Las relaciones entre los pueblos eran fraternas. El intercambio y la reciprocidad eran la norma. Así el maíz se adoptó como planta sagrada desde el far west hasta la selva austral, y el tabaco desde Norteamérica al mundo guaraní, y la papa del sur de Chile se adaptó a los Andes. La yerba mate llegó a la pradera oriental por reciprocidad hace 4.000

240 años y se re-sembró en la sierra del Yerbal olimareña. La coca, cultivo tropical, fue muy utilizada en la montaña.

Solo los imperios, como el Inca o el Azteca, o el terrorismo de estado de la última época maya ya en su declive, cambiaron esta fraternidad por la opresión y la violencia. Pero las comunidades y sus federaciones siguieron siendo las relaciones de producción predominantes en la selva, en el llano, en los archipiélagos y aún en gran parte de las altas montañas.

Y desde 1492 todo cambió. Pero no fueron las culturas europeas las que trajeron la opresión, el genocidio y la esclavitud. Cultura viene de cultivo, y los verdaderos cultivadores inmigrantes no vinieron a oprimir sino a edificar nuevos horizontes para sus familias. La cultura inmigrante nos trajo el trigo, la manzana, técnicas de construcción campesina, hábitos y vestidos, rueca y arado, verbo y músicas nuevas. Y todo se puso a dialogar y a intercambiar con las culturas nativas y la de los esclavizados.

La barbarie la trajeron los conquistadores europeos, no los inmigrantes. Los conquistadores venían dejando una

241 estela de muerte y horror que había empezado 500 años atrás con el saqueo de la llamada Tierra Santa en las primeras cruzadas, que había seguido en la región francesa de Languedoc contra bons chrétiennes y albigenses, y que había hecho arder en la hoguera a templarios y hombres y mujeres con pensamiento libre. La Iglesia a su servicio había creado la Inquisición. Llamada realmente la Congregación del Santo Oficio, la Inquisición se instaló tempranamente en Lima y desde allí ejerció su temida vigilancia. Pero su objetivo principal en Abyayala no era quemar indios infieles en la hoguera, lo que también hizo cuando lo juzgó necesario para la salvación de sus almas. Su objetivo principal era que las tierras, las minas, los frutos de Abyayala, quitadas a los pueblos originarios, no cayeran en manos de herejes, ni de árabes y judíos disfrazados de cristianos, ni de personas poseídas que hacían tratos secretos con el Diablo. El propio virrey de Lima temía al Inquisidor, especialmente si debía ocultar en su árbol genealógico algún «cristiano nuevo» convertido en tiempos lejanos.

En el siglo XVIII los tratados europeos establecían que la mayor parte de Abyayala era territorio español o

242 portugués. Pero en los hechos los conquistadores controlaban menos de la tercera parte de Abyayala. Había zonas de montaña y de selva donde la invasión no había llegado. Los imperios precolombinos sucumbieron rápidamente, ante la indiferencia de los pueblos oprimidos, pero las comunidades resistieron y resisten. En las praderas, que era el ecosistema más desprotegido ante la acción militar invasora, los pueblos adoptaron rápidamente elementos de los invasores. Así, por ejemplo, los pueblos de la pampa, de la pradera oriental-entrerriana y el far west, adoptaron rápidamente el caballo a su vida y a su guerra defensiva.

Hubo grandes zonas donde las culturas se encontraron pero por fuera de la ley colonial. Los llanos del Orinoco y el mundo gaucho fueron ejemplos de estos encuentros en libertad. Recuérdese que el alambrado de los campos, freno y control del colectivismo difuso y multiétnico de estas zonas, solo fue posible por 1870, en tiempos de José Pedro Varela.

Por eso el cristianismo rural de este mundo mestizo tiene elementos indígenas y africanos escondidos en la doctrina

243 y en el ritual, y hasta creencias europeas precristianas que los inmigrantes humildes trajeron casi de contrabando.

El Río Paraguay desemboca en el Paraná, y éste a su vez en el Paraná Guasú que ahora llamamos Río de la Plata porque por él viajaba la plata del Potosí boliviano hacia «la Mar Océana» y hacia España. Los paraguayos dicen que hacia el mar van las lágrimas de toda la entraña continental, pero que los costeños ya no sabemos verlas.

Quizás en verdadero encuentro de culturas se de cuando volvamos a advertirlas.

Por el Río de la Plata, relatos y paisajes.

Arq. Fernando Britos Di Clemente

Egresa como Arquitecto de la Facultad de Arquitectura de la UdelaR. Egresa como Técnico en Diseño de jardines de la Escuela Municipal de Jardinería de la Intendencia de Montevideo. Desde 1996

244 es Docente en la Escuela Municipal de Jardinería. Es Miembro fundador de la Asociación Uruguaya De Arquitectura De Paisaje (AUDADP).Miembro de la Internacional Federation of Landscape Architects (IFLA). Miembro de la International Council on Monuments and Sites (ICOMOS). Miembro Experto del Comité Internacional Científico sobre Paisajes Culturales. Desde 2013 es Presidente de la Comisión Asesora Patrimonial del Municipio de Santa Lucía.

Río de la Plata: nuestra geografía, nuestro paisaje

«Somos lo que la geografía ha querido que fuéramos», nos expresa Isidro Más de Ayala (Montevideo, 1899-1960) (1).

Indudablemente el Río de la Plata y su litoral son una permanente referencia de todo aquel que se acerca a nuestro país, a nuestros paisajes. Diferentes relatos y descripciones que los involucran, buscan caracterizar y definir la mayoría de las cualidades locales.

También expresa que «… nuestra existencia la hemos vivido a lo largo de la costa oriental del Río de la Plata, viendo pasar a los grandes barcos y, a veces, subiendo a

245 ellos para ver cómo eran las costas de otros países y de otros hemisferios».

En el prólogo de su libro Y por el sur el Río de la Plata (1) comparte una interrogante en la cual adjudica al Río de la Plata ciertas influencias en nuestros comportamientos:

«¿Cómo queréis que nosotros, los que tenemos al sur el Río de la Plata, mar nervioso, que se sacude como un león atado a la costa, cómo queréis, repito, que tengamos la serenidad —madre del orden y de la euritmia— que tuvieron los griegos, cuyo mar —medida de todas las cosas— no se altera jamás…».

Nuevamente refiriéndose al Río de la Plata nos dice que es «… amigo y enemigo, a un tiempo, él es a la vez, nuestro orgullo y nuestro destino. En él esta la razón de nuestra independencia como nación. Por el mar han llegado los conquistadores, los colonizadores, la cultura y los sabios».

José María Reyes (Córdoba del Tucumán 1803 - Montevideo 1864) (2) en el comienzo de su publicación Descripción geográfica del Territorio de la República del Uruguay

246 comparte una interesante descripción paisajística que la expresa de esta manera:

«Embellecen ese panorama horizontes más vastos que se renuevan sin cesar en su largo trayecto, y en donde la perspectiva se presenta unas veces, matizada con selvas y praderas, de entre las cuales salen de la tierra, picos y colinas, de que surgen luces y sombras con tal simetría de colores y de líneas, ligados con tan afortunada combinación en medio de una bóveda celeste, serena y templada, cual la que caracteriza la atmósfera de las márgenes del Plata, y se verá que nada hay comparable a un suelo semejante más que el de la Italia o de la Grecia».

Una particular realidad geográfica descripta a través de sensibles apreciaciones de carácter paisajístico. Donde al final se otorga a esta descripción una notable relevancia, comparándola con apreciadas realidades «de la Italia o de la Grecia».

Algunos años más adelante, el antropólogo Daniel Vidart (Paysandú, 1920) (3) a través de sus pioneras publicaciones, destacados artículos y libros en los que aparecen valiosos conceptos y definiciones sobre el paisaje

247 uruguayo, expresa que: «el paisaje uruguayo es una entidad geográfica, confluencia de la geografía física y la geografía humana, como el escenario de un gran diálogo que como dice Hegel, entre la Naturaleza y el Espíritu. Existen elementos primarios del paisaje, relieve, flora, fauna, estado peculiar de la atmósfera».

Estas «peculiaridades» o «elementos primarios» de nuestro paisaje llamaron siempre la atención de los viajeros que navegaron frente a nuestras costas, en especial las del Río de la Plata, y de otros más audaces que se desplazaron por sus suaves y ondulados paisajes. Estos viajeros nos dejaron por escrito, impresiones y relatos en los que desde sus culturas intentaron describir nuestro paisaje, en la mayoría de las situaciones desde la costa montados en sus embarcaciones.

Vidart define (4) que «el relieve del Uruguay comparado con el del resto de América resulta atípico y marginal. La nuestra no es una tierra dramática sino una tierra apacible. Todo el país o casi todo, es una penillanura, una sucesión de ondulaciones suaves, gráciles, de plasticidad femenina. Dicha penillanura configura el horizonte familiar de las

248 cuchillas. Los geólogos hablan en este caso de un relieve senil o epilogal, limado por el desgaste de los milenios.

Nuestras serranías de color apagado no sobrepasan los 500 metros de altura, no son una barrera para el paso de los hombres, los animales o los meteoros. No configuran obstáculos. Llanuras y penillanuras configuran un relieve manso, a la medida del hombre».

En enero de 1767, Antoine-Joseph Pernety (Francia, 1716-1796), conocido como Dom Pernety, se acerca a nuestras costas formando parte de la expedición a la Patagonia del francés Louis Antoine de Bougainville (1711-1829).

Dom Pernety observa y expresa que «el terreno de los alrededores de Montevideo es una llanura que se pierde de vista. El suelo es de tierra negra, fuerte y produce abundantemente no bien se realiza el más ligero cultivo (…)

… sin embargo no hay árboles, los que únicamente se encuentran en las márgenes de los ríos».

Si bien podemos afirmar que un gran porcentaje de la superficie de nuestro territorio era el dominio indisputado

249 de la pradera, al igual que lo observación que realizó Dom Pernety, podemos afirmar que los árboles se concentraban en los montes de los ríos y en las hendiduras de las sierras.

Uruguay del punto de vista de su geología es una «encrucijada», un «muestrario de eras», un muestrario de terrenos. Estas definiciones se comparten con la flora, la fauna, el clima, todos «insignes decoradores» de los aspectos morfológicos del paisaje como lo expresa Vidart.

Todo el territorio uruguayo es una zona de transición entre «los macizos del sur brasilero y las llanuras de la Pampa». Y esto sorprendió a los viajeros.

Nuestro cielo, nuestra bóveda celeste, nos regala paisajes que pueden deslumbrar a cualquier viajero. Auguste Saint Hilarie (Francia, 1779-1853) botánico y explorador francés en sus relatos Viagem ao Río Grande do Sul (1820-1821) describe nuestro cielo de la siguiente manera:

«… El aire de alegría que reina en esta región se debe, tal vez y en parte, a la idea de riqueza y abundancia que sugieren tan excelentes praderas y en parte, también, al color del cielo que es de un azul suave extremadamente agradable a la vista, y a la luz, que sin deslumbrar como en

250 los trópicos, tiene un esplendor y un brillo desconocidos en el norte europeo».

Los paisajes que el relieve determina y que la flora caracteriza, poseen un definido cromatismo sensorial que los hacen destacar. Amarillo en las dunas del Atlántico y el cinturón de playas platenses; diferentes tonos de verdes en los bañados, en los pastos más duros, en los campos; gris y ocre en las serranías peladas.

Vidart (4) comparte que nuestro paisaje no brilla con «estridencias tropicales», no existen contrastes de colores, sino como él mismo expresa «es un país de matices y rincones».

Podemos por lo tanto definir que nuestro paisaje, sobre todo el del litoral platense, «son sobre todo vivencia, cotidianidad, escenario de nuestra aventura humana».

Los aventureros viajeros que llegaron a nuestras costas, así lo vivieron, así lo expresaron.

Río de la Plata: «Descubrimiento y encubrimiento»

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«En medio de tan vasto escenario inanimado, podríase ser llevado a decir que la tierra, como en los días primeros del Génesis, está desordenada y vacía. Todo era yermo, inánime, solitario» (5).

Tzvetan Todorov (6) afirma que «lo divino, lo natural y lo humano, fueron los ejes sobre los que giró la empresa del llamado descubrimiento de América».

Explica que lo divino será ante todo «el prisma del cual Colón interpreta lo Natural y lo Humano».

Colón «no va al encuentro de lo desconocido, sino al encuentro de sus preconcepciones».

Él observa e interpreta a través de sus creencias y solo en función de ellas.

Así «descubre el paraíso terrenal».

Cristóbal Colón (muere en 1506) nos expresa que, aún cuando no hubiera ninguna recompensa material para sus travesías, la sola posibilidad de observar las bellezas de estas tierras, lo verde de sus bosques y los diversos colores de los pájaros, ya constituía en sí una recompensa. La pasión por la naturaleza de este navegante europeo

252 quedará de manifiesto en sus diarios de viaje, llenos de descripciones detalladas de animales y plantas.

Sus «preconcepciones» determinan que Colón percibiera al «Otro» de una manera etnocéntrica, proveniente de la convicción de superioridad que el europeo tenía.

«Colón descubrió América, pero no a los americanos».

Para Colón los nativos no eran más que parte del paisaje natural del Nuevo Mundo, una determinante convicción europea de su superioridad cultural.

Sus «preconcepciones» son el paraíso terrenal.

Daniel Vidart (7) nos expresa que «el tema del Otro, es esa temible y a la vez despreciable criatura configurada por el extranjero, el enemigo, el infiel, el bárbaro o el salvaje, instalados en escenarios desmesurados o malignos —la selva, el desierto, la estepa interminable—...».

Vidart remarca el papel protagónico de naciones «centrales», del punto de vista político y cultural ya que descubrimiento, conquista y colonización fueron impulsados por el protagonismo de Occidente. Él mismo formaliza la expresión «encuentro-desencuentro».

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«… Escenario físico de una peripecia humana signada por el encuentro-desencuentro entre los naturales de América y los navegantes llegados desde la Península Ibérica.».

En nuestro continente se desarrolla una «historia de los centripetismos reclamados por los pueblos que se sienten elegidos por Dios para imponer 'su' orden en el mundo».

A partir de estas circunstancias da comienzo un intenso «proceso de develamiento por parte de los exploradores, invasores y emigrantes transatlánticos» que al arribar a nuestras costas nos dejaron un conjunto de documentos escritos.

Más allá de la «utilidad cronológica y geográfica» que poseen estos documentos escritos,

«permiten comprobar, a poco que se les analice desde el punto de vista antropológico, la carga de imprecisiones, fantasías y falsas ideas que se interpusieron entre la realidad de las cosas y las mentes de aquellos testigos foráneos. Dichos preconceptos, errores o meras suposiciones, como veremos luego, deformaron, tergiversaron y al cabo descalificaron lo visto y lo oído en

254 la Banda Oriental del río Uruguay. La mirada de occidente tergiversó la realidad nativa en los inicios de la penetración europea», expresa Daniel Vidart.

El «descubrimiento» y «encubrimiento» se desarrolla a la misma vez.

Quizás la mirada de estos aventureros estaba acostumbrada «a la luz de otros cielos y a la realidad de otras culturas». Ésto, en algunas situaciones no le permitió detenerse en detalles fundamentales. En otras situaciones «vio lo que quiso o pudo 'ver', en el sentido de que 'ver' es la posibilidad de captar lo esencial de esa realidad que se ofrece en una simple mirada».

Vidart afirma que estos relatos y valoraciones paisajísticas son la visión de quienes embarcados solamente recorrieron nuestros litorales sin atreverse a recorrer los diferentes paisajes que tierra adentro se le ofrecían.

Río de la Plata: «Mar dulce»

«En busca de los precursores, figura la desafortunada expedición de Solís, cuyo nombre fue Juan Díaz, si era

255 español, o Dias, si era portugués, ya que este es aún un tema controvertido.» (7)

Antes de la expedición de Juan Díaz de Solís (1470- 1516), otros marinos llegaron a nuestro «río como mar». Prueba de ello es el nombre de las «islas de Flores», nominada en 1511 por la expedición del capitán Edgardo Ribeiro a cargo de Esteban Flores. También el mapa de 1520 debido al cartógrafo alemán Johannes Schöner (1477- 1547), pionero en la elaboración de mapas de globos terrestres, evidencia esta afirmación. En este mapa aparece dibujado el Río de la Plata y escrito el nombre Pinaachullo Detentio, primera denominación que recibe el cerro de Montevideo.

El florentino Américo Vespucio (1454-1512) en 1502 llega primero al estuario y lo nomina como río Jordán.

Tras la muerte de Vespucio en 1512, Juan Díaz de Solís es nombrado piloto mayor de la Casa de Contratación del reino de Castilla.

«Juan Díaz de Solís es un avezado marino y es escogido por la corona española para efectuar un viaje secreto en

256 busca del paso entre los grandes océanos. Había que ganarle de mano a los portugueses». (7)

En el estuario que se conocería como Río de la Plata, durante el siglo XVI y después del viaje de Sebastián Gaboto (1477-1557), los intereses de los reinos de España y Portugal sufrieron una serie de fracasos. Las expediciones de Juan Díaz de Solís, de Sebastián Gaboto y de Juan Ortiz de Zárate (1510-1576) fueron un fracaso. No pudieron encontrar lo que venían a buscar: un paso hacia «las espaldas de Castillo del Oro» o un camino hacia la Sierra de Plata.

Tampoco pudieron organizar la ocupación de estos territorios americanos.

La expedición de Fernando de Magallanes (1480-1521), al no encontrar el canal interoceánico en esta zona del continente americano, se alejó rápidamente de estas aguas.

La expedición de los hermanos Martim Afonso de Souza (1500-1564) y Pero Lopes de Souza (1530-1578) fue derrotada por las tempestades del «río como mar».

Daniel Vidart (7) nos relata que «Indios bravos, tempestades marinas y 'tierras de ningún provecho'

257 cortaron las manos largas de los aventureros españoles y portugueses que amenazaban hacer pie en el territorio de la Banda Oriental para 'colonizarlo'.

La expedición de Solís no constituye un eslabón suelto. Forma parte de una cadena de navegaciones que los portugueses y españoles, en celosa competencia emprendieron para buscar el paso hacia el Maluco, el paraíso asiático de las especies.

Pimienta de la India, nuez moscada y canela de Ceilán, clavo de las Molucas y jengibre era lo demandado por Europa. Provenían de las zonas tropicales de Asia, y sus precios se dispararon después de la toma de Constantinopla por los otomanos en 1453».

La pequeña flota de Solís, 3 barcos y solo 60 hombres, zarpó el 8 de octubre del año 1515 desde Sanlúcar de Barrameda en España. Previa escala en las islas Canarias tocó la costa americana a la altura del cabo San Roque en Brasil.

Luego la flota se dirigió al sur, viajó y exploró la costa hasta Punta del Este en Uruguay, donde dejó dos de sus naves. Con la de menor calado siguió bordeando el litoral

258 costero, llegando en febrero de 1516, al estuario del Plata, que llamó «Mar Dulce».

Solís llegó por primera vez a Punta del Este un 2 de febrero de 1516 para tomar posesión de estas tierras en nombre del Rey de España y bautizando el lugar bajo el nombre de Puerto de Nuestra Señora de la Candelaria. Finalmente en 1907 recibe en forma oficial el nombre de Punta del Este, denominación atribuida por ser la punta este de la bahía de Maldonado.

Solís, que lleva el real encargo de encontrar «el paso hacia el Maluco», navegó hacia el oeste por el misterioso río Jordán, primera denominación cartográfica del Río de la Plata y que figura en mapas de la época.

Exploró la costa norte del río hasta la desembocadura del Uruguay, descubriendo una isla, que fue denominada Martín García debido a que en ella fue enterrado el cadáver del cocinero de la expedición, que llevaba ese nombre.

La flota navegó hasta las costas del actual departamento de Colonia, aunque algunos autores han interpretado los imprecisos datos astronómicos y geográficos y sitúan el

259 desembarco en diversos puntos de la costa, en Maldonado, en Montevideo o en el arroyo Solís Grande.

La información de estos sitios de desembarco no se parece a lo relatado por Francisco de Torres, sobreviviente de la expedición de Solís, en España.

Vidart (7) nos relata «que la historia tradicional, pese a las variantes, coincide en que la isla de Martín García fue llamada así porque en ella sepultaron a un miembro de la expedición. También tiene unánime acuerdo en el posterior desembarco de Solís acompañado de un puñado de hombres. Todo esto desemboca en el dramático episodio de su muerte a manos de los aborígenes. Esta muerte y la parcialidad indígena que lo ultimó así como el tratamiento que recibieron los cadáveres, fueron motivo de controversia en base a escuetos datos o fantasiosas narraciones que transmitían los exploradores primerizos del mundo americano.

Pero esta expedición es una historia de decepciones y fracasos, que retrasó por casi dos siglos la presencia de los soldados hispánicos en nuestro territorio».

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Ante el fracaso de la expedición de Solís, se preparó una nueva para explorar las costas americanas y encontrar el paso que abriera el deseado camino a las Indias.

Fue Fernando de Magallanes (Portugal, 1480 – Filipinas, 1521), portugués al servicio de España, quien el 20 de setiembre de 1519 partió de Sanlúcar de Barrameda al mando de 5 naves con una tripulación de 265 hombres.

Los portugueses se embarcaron y atravesaron las aguas del Atlántico y se abrieron camino hacia el Sur, encontrando condiciones diferentes. No había navegantes tradicionales que pudieran informar acerca de vientos y corrientes, ni sobre el paisaje de la costa donde extensiones considerables carecían de carácter distintivo y estaban erizadas de ocultos peligros, además de la población hostil que no invitaba a acercarse.

«La flota siguió el camino recorrido por Solís; exploro minuciosamente el Río de la Plata y descubrió el río Uruguay, navegando frente a Buenos Aires. Finalmente descubrieron una profunda entrada en la costa sur del continente. Se estaba frente al anhelado paso hacia el Océano Pacífico». (7)

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Vasco Núñez de Balboa (España, 1475- Panamá, 1519) atravesando el territorio del istmo de Panamá, descubrió un mar el 25 de setiembre de 1513. Lo denominó «mar del Sur». Éste se ubicaba detrás de las tierras descubiertas por Colón, ratificando por lo tanto que la tierra descubierta por aquel era un nuevo continente.

Unos años más tarde, Magallanes durante su expedición a Filipinas y las Molucas, le dio el nombre de Pacífico por encontrar aguas tranquilas durante la mayor parte de su viaje desde el estrecho de Magallanes.

Gregorio Funes (Argentina, 1749-1829), conocido como el Deán Funes, en 1816 expresa que no pudo ser más acertado el nombramiento de Solís como piloto mayor.

«Solís se entregó sin precaución en los brazos de una amistad aún no probada, y dio a costa de su vida una lección, con que deben escarmentar los temerarios. Con pocos compañeros, y todos desarmados, saltó en tierra, más bien como si fuese a insultar la fortuna, que a reconocer el terreno. Se hallaba ya fijado el período de sus días. (…) Los mataron y comiéndolos a la vista de la carabela, gustaron todo el fruto de su perfidia».

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Vidart considera que Funes nos ofrece «una peculiar versión de aquella trágica jornada».

En cuanto al sitio de desembarco Funes acepta la versión de Félix de Azara (España, 1742-1821). Éste indica el desembarco a orillas de un arroyo entre Maldonado y Montevideo, que por ese acontecimiento se llama de Solís.

El historiador argentino Juan Manuel De la Sota (muerto en 1858) expresa que «… quiso Solís reconocer el país y bajó a tierra: los indios, que tenían emboscados muchos flecheros, cuando lo vieron desviado del mar, dieron en ellos, mataron a Solís, al factor Marquina, al contador Alarcón y a otras seis personas, a quienes cortaron las cabezas, las manos y los pies; y asando los cuerpos se los comían con horrenda inhumanidad».

Las primeras expediciones de Solís y Magallanes, fueron seguidas por las del español Gaboto y la del portugués García de Moguer, que continuaban buscando la Sierra de Plata.

«Ambos armaron sus expediciones al Maluco y ambos torcieron su rumbo en procura de la Sierra de Plata, cuyo acceso estaba facilitado, así lo creían, por los tributarios

263 fluviales del Mar de Solís, que tenían sus fuentes en el corazón de América.»

García de Moguer y Gaboto elaboran relatos en muchos documentos, sobre las tierras y habitantes indígenas del área. Esto nos permite considerar un vasto panorama paisajístico y humano del área.

Debemos considerar que Solís no fue el primero en llegar, sino el descubridor oficial del Río de la Plata. Fue el primero que lo hizo en forma oficial y pública, tomando posesión para la Corona de Castilla y en nombre de Fernando el Católico, como lo comenta Antonio Varese (8).

El relato sobre el viaje de Solís en los primeros días de febrero de 1516 expresa que «la costa dobla hacia el oeste dando lugar a un inmenso estuario de unas aguas que cambian del verdoso al color rubio barroso, el piloto mayor ordena probar el líquido, y tiene un sabor dulce y esta condición le otorga el nombre de Mar Dulce, más tarde cambiado por río de Solís.»

Esta denominación no triunfa o permanece, al imponerse el mítico nombre de Río de Plata.

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Finalmente dice el relato que Solís desembarca en la margen izquierda del arroyo de las Vacas en Carmelo o en inmediaciones de Punta Gorda.

Solís descubrió y designó con sus actuales nombres, diversos accidentes geográficos, tales como el «Cabo de Santa María» (puerto de Punta del Este), y las «Islas de Torres, Martín García y San Gabriel» frente a la costa del actual departamento de Colonia. Solís denomina «río de los Patos» al río Santa Lucía.

Sebastián Gaboto entre 1526 y 1527 remontó el curso del río de Solís, al que bautizó Río de la Plata en virtud de la ilusión perseguida.

Finalmente después de todas estas peripecias y aventuras, la colonización de nuestro territorio fue emprendida por los animales y no por los hombres.

Los ganados enviados por Hernando Arias de Saavedra (Asunción, 1561 – Santa Fe, 1634), conocido como Hernandarias, desde la otra banda del río Uruguay entre 1611 y 1617 y escapados de las estancias misioneras en 1638, generaron el primer impacto en nuestro paisaje y su posterior transformación.

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Río de la Plata: mapas y nominaciones

Los mapas son una representación geográfica de una parte de la tierra, o parte de ella, en una superficie plana. Un mapa es un conjunto de particularidades que presenta un terreno según su configuración superficial.

La elaboración de mapas exactos del mundo es el resultado de la íntima colaboración de astrónomos, matemáticos y topógrafos. Representación geográfica, en la que se da información relativa a esta ciencia.

La topografía se define como arte de describir y delinear detalladamente la superficie de un terreno.

En la Edad Media, por falta de instrumentos precisos la navegación se realizaba principalmente a lo largo de las costas. Se preferían las direcciones escritas a las cartas, sobre todo porque éstas no podían ser muy exactas.

«Los mapas medievales no eran un ejercicio de cartografía sino un libro de pintura por las deformaciones de países, mares, ríos y montañas. El mapa estará lleno de dibujos y descripciones de monstruos y maravillas. Esta práctica continúa hasta fines del siglo XVII. (9)

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Los primeros mapas del continente americano presentaban una amplia información expresada en sus líneas de costas. El resto del continente al igual que los actuales océanos, eran vacíos que presentaban ilustraciones de seres mitológicos o monstruosos.

La imaginación o el desconocimiento del viajero inventa temerosos paisajes.

Un mito obsesionó la imaginación en la Antigüedad y a la Edad Media, y persistió hasta los tiempos modernos. Una tradición que se refiere a que en el horizonte o más allá había islas en las que se disfrutaba un clima perfecto y tenía recursos de oro y plata, donde los hombres vivían en una paz utópica.

Los romanos creyeron que los Campos Elíseos se localizaban en las Islas Canarias o Afortunadas. Los Campos Elíseos eran una de las partes de los Cielos. Por extensión a dicho lugar mitológico, se llama también así a cualquier sitio delicioso. Es una de las denominaciones que recibe lo paradisíaco en la mitología griega; el lugar sagrado donde las «sombras» (las almas inmortales) de los hombres y mujeres virtuosos y los guerreros heroicos han de pasar

267 la eternidad en una existencia dichosa y feliz, en medio de paisajes verdes y siempre floridos, bajo el sol, por contraposición al Tártaro (donde los condenados sufrían eternos tormentos).

Otra denominación en la mitología griega para la región de los Campos Elíseos es la de Islas Afortunadas o de los Bienaventurados.

Siglos más tarde la leyenda de la existencia de la isla Antilia, relacionada también con una isla de las Siete Ciudades, rica en metales preciosos y habitada por descendientes de refugiados que huían de las invasiones bárbaras intrigó a los portugueses que viajaron en busca de ella.

Antilia era una de las metas secundarias de Colón en su primer viaje.

Hacia 1300, como consecuencia del gran progreso alcanzado en las cartas de navegación, la cartografía empieza a salir de la «edad tenebrosa».

La expansión ultramarina, generó reales avances de la cartografía.

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Entre 1492 y 1498 se abrió ruta marítima hacia las Indias, Vespucio aportó más información sobre el nuevo continente y en 1500, Pedro Alvares Cabral (Portugal, 1467 -1520) descubrió Brasil.

Nos expresa Germán Arciniegas (Colombia, 1900-1999) (10), que los mapas «son un espejo de quienes lo crearon».

Reiteramos: los europeos inventan América desde su perspectiva eurocéntrica.

Los nativos tenían una perspectiva antropocéntrica, «los mapas indígenas se conciben y se realizan a partir del punto donde se encuentra el informante: él es el centro.»

Para los nativos «los sitios geográficos así como los seres humanos y la fauna, no están arriba, debajo, o a sus lados, simplemente los rodean.»

Las distancias están indicadas en día de trayecto a pie. La escala humana es la medida única y realista del espacio.

«Los europeos se afanaron por cubrir todo lo que pudiera ser una expresión de hombre americano. Proceso de cubrimiento se basaba en imponer sistema económico, un dogma religioso, un tipo de arquitectura. Se suprime al

269 hombre mismo. Se sepultaron las piedras. Cambio de color en el paisaje».

Los europeos al llegar conocieron apenas uno de los variados paisajes que los indígenas construyeron, «el de los últimos 500 años» (11).

«Nuestro nativo ha sido especialmente gráfico en la toponimia de su escenario.

(…) ha hecho las denominaciones de los lugares geográficos de acuerdo con sus sentidos, y ¡qué sencillos y humildes resultan estos nombres!

Nombres ligados con la fauna o al nombre de simples pobladores o muchas veces señala una acción. Nombres sencillos y que carecen de énfasis».

Finalmente «los conquistadores que vinieron después llegaban con la obsesión de minas y metales, y en los nombres que dieron a estuarios, ríos, regiones e islas aparecen sus apetitos y ambiciones: Río de la Plata».

La etimología es la rama de la lingüística encargada de estudiar y descifrar las palabras. La etimología tiene la difícil tarea de encontrar el significado, razón de ser, forma de expresarse y adaptación a las diferentes culturas.

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Isidro Más de Ayala (12) expresa que «la primera denominación culta recibida por el Río de la Plata fue la de Río Jordán, dada por la expedición de Coelho en la que venía Vespucio en 1502, y por ello Varnhagen sugiere que debieron entrar en sus aguas el 13 de enero, día del bautismo de Cristo» en el río Jordán.

La primera denominación en nuestro territorio fue la de Pinaculo Detentio en 1520, puesta al cerro de Montevideo. Era el pináculo ante el cual se detuvieron las carabelas.

En 1521 aparece por nuestras costas el noble y marino portugués Cristóvão Jaques (1480-1530), tras el Mito de las Sierras de Plata.

El embajador español en Lisboa en 1524 le envía un informe al emperador Carlos V. En dicho informe le relata que hacía tres años un piloto castellano había navegado por la costa del Brasil y 350 leguas más, «hallando un río de agua dulce, maravilloso, de anchura de 14 leguas y que allí los indígenas le dieron noticia del lugar donde extraían oro, plata y cobre, que era una montaña que se extendía 300 leguas…».

271

En 1527 Gaboto denomina isla de las Palmas a la actual isla Gorriti, por el dominio del único vegetal de porte existente en la misma. En el mismo año García de Moguer denomina al Río de la Plata como Río de Aos (ao: perro de agua).

«Esta tierra descubrió Juhan de Solís en el año de 1515 ö 1516 donde ahora está Sebastián Caboto en una casa fuerte que allí hizo. Es tierra muy dispuesta para dar pan y vino en mucha abundancia. El río es muy grandísimo y de mucha pesquería. Creen que hay oro y plata en la tierra adentro». En 1529 lo expresa Edgardo Ribeiro en su diario de viaje, piloto mayor del Reino por mandato del rey Carlos V.

«Espantados de la hermosura de esta tierra y tan pasmados que no nos acordábamos de volver», expresa en su diario de viaje López de Souza en 1531.

En 1578 el corsario inglés Francis Drake recala en la Bahía de Maldonado para abastecerse y denomina a Punta del Este como Cabo de la Alegría. Su hermano John Drake encalla su barco en un banco de arena del Río de la Plata y ese banco se denomina Banco Inglés.

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Una Real Orden de Felipe II de 1608, decide «reducir» los indígenas en vez de eliminarlos.

En 1611 Hernandarias desembarca vacunos en las bocas del río Negro, islas del Vizcaíno y Lobos. En 1617 desembarca vacunos, cabras y chivos en las zonas de San Gabriel y Colonia.

También en 1617 Buenos Aires fue designada capital de la Gobernación del Río de la Plata.

Y en 1638, 1.500 vacas se abandonan en las Misiones.

El paisaje que los aventureros viajeros observaron y relataron, comienza una etapa de transformaciones culturales. Esas «tierras sin ningún provecho» no serán las mismas. Tampoco será lo mismo lo que vieron desde sus barcos, o lo que fue relatado o descripto.

Unos años después Félix de Azara, un buen observador que transita por el paisaje al borde del Río de la Plata, en sus partidas por la campaña desde 1781 y hasta 1801, lo describe así: «como el país es llano, podía con frecuencia fijar con la brújula el rumbo directo de un punto a otro entre dos latitudes observadas, lo cual me permitía calcular cómodamente la diferencia de longitud. De esta manera es

273 como he procurado determinar siempre la posición de todas las alturas o puntos notables, porque marcando a continuación, con la brújula, estos lugares cuya latitud me era conocida encontraba fácilmente, por el cálculo, su diferencia de longitud».

NOTAS

(1) Más de Ayala, Isidro. Y por el Sur el Río de la Plata. Montevideo: Arca, 1969.

(2) Reyes, José María. Descripción geográfica del territorio de la República del Uruguay, Tomo 1. Montevideo: Biblioteca Artigas – Colección de clásicos uruguayos, 1960.

(3) Vidart, Daniel. Uruguay 67, El Paisaje uruguayo. Montevideo: Alfa, 1967.

(4) Vidart, Daniel. La Trama de la Identidad Nacional, Tomo 1: Paisaje uruguayo. Montevideo: Ediciones de la Banda Oriental, 1997.

(5) Más de Ayala, Isidro. Y por el Sur el Río de la Plata. Capítulo: Los nombres de nuestra geografía, p.28. Montevideo: Arca, 1969.

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(6) Garduño, Everando. La Conquista de América. El problema del otro. Tzvetan Todorov. Artículo. México, SciELO. Unam, 2010.

(7) Vidart, Daniel. Cuando el Uruguay era sólo un río. Montevideo: Ediciones B, 2016.

(8) Varese, Juan Antonio. Los viajes de Juan Díaz de Solís y el descubrimiento del Río de la Plata. Montevideo: Ediciones de la Banda Oriental, 2016.

(9) Crone, G. R. Historia de los mapas. Madrid: Fondo de Cultura Económica, 2000.

(10) Arciniegas, Germán. América, Tierra Firme. Buenos Aires: Sudamericana, 1966.

(11) Consens, Mario. El Pasado extraviado. Montevideo: Linardi y Risso, 2003.

(12) Más de Ayala, Isidro. Y por el Sur el Río de la Plata. Montevideo: Arca, 1969.

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Algunas consideraciones poco frecuentes sobre la relación entre la navegación y la conformación de la sociedad uruguaya

Dr. Antonio Lezama Astigarraga

Nació el 17 de agosto de 1955 en Montevideo. En 1979 obtuvo el título de profesor de Educación Media en la especialidad de Historia, en el Instituto de Profesores «Artigas» y en el año 1983 su doctorado en Arqueología en la Êcole des Hautes Ètudes en Sciences Sociales de Paris. Docente investigador de Nivel II de la ANII, con dedicación exclusiva en la Universidad de la República, profesor agregado del

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Departamento de Arqueología del Instituto de Antropología. Allí crea en el año 2000 el Programa de Arqueología Subacuática. Desde setiembre de 2009 organiza, en el Centro Universitario de la Región Este de la Universidad de la República, un Centro para la Investigación del Patrimonio Costero, a través del cual impulsa una experiencia renovadora para la academia por su integración de actividades de investigación, docencia, extensión y gestión patrimonial.

La historia del territorio uruguayo está fuertemente determinada por sucesos que se vinculan con la navegación de sus aguas, tanto oceánicas como de la cuenca del Río de la Plata.

He dicho «territorio uruguayo» y no «Uruguay», porque la ciencia histórica consiste en el esfuerzo por encadenar lógicamente causas y consecuencias y, como buena parte de esas causalidades sucedieron antes —e incluso mucho antes— de que nos conformáramos como nación, no es apropiado utilizar ese último término.

Comenzaré, muy rápidamente porque tengo que recorrer 12 mil años de historia, por el principio, cuando se inicia la ocupación humana del territorio. Aquí, como al resto de América llegaron, en esos lejanos tiempos en que la tierra

277 estaba sometida a lo que se conoce como el último período glaciar (el Pleistoceno) y, cuando en estos territorios todavía habitaba la llamada «megafauna», animales de grandes dimensiones: como el mamut, el mastodonte, el gliptodonte, el perezoso gigante, el tigre de dientes de sable y el caballo. Esos primeros pobladores eran grandes cazadores y se aprovecharon de una fauna que no estaba preparada para enfrentar un enemigo altamente especializado.

El resultado es doble y cargado de consecuencias. Por un lado el rápido poblamiento —con bajísimas densidades de población— de un continente vacío de humanos y, simultáneamente con el cambio climático caracterizado por el recalentamiento del planeta y el comienzo de una nueva era (el Holoceno), y, por el otro, la extinción, hace unos 9 mil años, de la megafauna que les había servido de alimento principal.

La extinción llevó a la necesidad de explorar nuevos recursos y, por esa vía, se empiezan a conformar en el escenario sudamericano dos grandes regiones con

278 desarrollos desiguales, regiones que, a la larga, serán determinantes de nuestro destino.

Empecemos por nuestro territorio. Los habitantes de esta región prehistórica —que denominaremos «atlántica» y que se extiende desde la provincia de Buenos Aires hasta el Caribe y desde el Atlántico a los contrafuertes andinos— se caracterizarán por asegurar su subsistencia, en un lento proceso que lleva milenios de desarrollo, mediante una combinación de recursos que provienen de la pesca, la recolección, la caza y cultivos de tipo hortícola. Según las características del medio en que se encuentren (selvas, praderas, costas) unos grupos pondrán el acento más en un recurso que en otro. La clave de ese desarrollo es que se basa en un equilibrio muy fino entre la cantidad de recursos obtenidos y el esfuerzo social necesario para lograrlo. Con el esfuerzo puesto en juego para obtenerlos, los recursos son limitados —como los recursos son limitados la sociedad que los obtiene no puede pasar de ciertos límites—, como no pasa de ciertos límites, sus esfuerzos tampoco y, por consiguiente, los recursos que obtiene son limitados, y etc.

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La otra región prehistórica es la «andina», refiriéndome esencialmente a los Andes del centro y norte. Allí la búsqueda de nuevos recursos pondrá su acento en la domesticación de plantas, de la que lograrán el desarrollo de una verdadera agricultura basada en el maíz y la papa. Pero también en la domesticación de animales, lo que les permitirá contar con una verdadera ganadería en base a la cría de llamas y alpacas. Estos avances tecnológicos generan las condiciones para un desarrollo permanente de las fuerzas productivas: a más esfuerzo, más producción, más gente, más esfuerzo, etc. Condiciones que, probablemente estimuladas por desde algunas zonas en que la concentración de recursos posibilitó la vida sedentaria y el aumento de la demografía, provocaron, desde hace unos 4 mil años, el surgimiento y desarrollo de sociedades estratificadas —las llamadas «altas culturas»— las cuales, ya en una dinámica que podríamos llamar «moderna», en la que se retroalimentan los estímulos sociales con los ideológicos, generaron un desarrollo de las técnicas y de las artes, capaces de sustentar un crecimiento del sistema en todos los planos. De esas técnicas, porque será determinante de nuestra historia, destaco solamente

280 aquí la metalurgia, en la que alcanzaron, con la salvedad de no haber dominado la fundición del hierro, un dominio completo.

Así, gracias al trabajo de las herramientas de bronce y al amparo de las armas del mismo metal, las élites andinas, disfrutarán de joyas de oro y de una extraordinaria vajilla y esculturas de plata que harán que, en las distantes regiones de la región «atlántica», circularan las leyendas de «el Dorado» y del rey «Blanco».

También, hace alrededor de 4 mil años, las cosas cambian en la región «atlántica». Allí, seguramente impulsados por la omnipresencia del agua —sumen ustedes a los miles de kilómetros de costa oceánica la existencia de inmensas cuencas que vinculan todo el subcontinente, Magdalena, Orinoco, Amazonas y Río de la Plata— se generaliza el uso de la navegación de cabotaje —sin alejarse de las costas— fundamentalmente en canoas monoxilas —trabajadas en el tronco de un solo árbol—.

Es ya, a partir de ese momento, que la navegación empieza a actuar como un factor determinante de nuestra historia. En primerísimo lugar porque es un factor que

281 pesa a lo largo de toda la consiguiente historia del territorio, porque, de una manera revolucionaria, transforma lo que hasta entonces eran obstáculos —las grandes cuencas fluviales que mencionamos— en vías de comunicación. Toda esa vasta región será, siempre a grandes rasgos, el territorio de las lenguas arawakas. En particular —y ya refiriéndome en particular a la región sudatlántica— posibilitando la existencia de lo que los colonizadores llamarán la «lengua general», el tupí-guaraní, una herramienta de comunicación que permite, como el inglés actual, que los habitantes se comuniquen, aunque tengan sus propias lenguas, a través de toda la región.

No hay «lengua general» sin comunicación fluida y no hay comunicación fluida, en una región donde todo son costas o cursos de agua, sin la navegación. Esa comunicación será, a su vez, la clave de lo que podemos llamar la identidad cultural de la región, aspecto que será fundamental cuando queramos entender el proceso de inserción de los invasores europeos. Esa identidad cultural se reconoce arqueológicamente en la relativa uniformidad de las tradiciones cerámicas a lo largo de las grandes cuencas (siempre hablando en términos generales); o en la

282 presencia de objetos exóticos a centenares de kilómetros de distancia como nuestro «antropolito de Mercedes». Pero también se descubre a través de los testimonios etnohistóricos (las descripciones que hicieron los primeros habitantes europeos de estas regiones). Pondré un ejemplo recogido de la expedición de Sebastián Caboto, quién fue el primero en circular extensamente por la cuenca del Plata entre 1527 y 1530, cuando éste, encontrándose en el río Paraguay, recibe información de una canoa de indios que venían del río «Uruay» (Uruguay), a donde habían ido a «contratar» (comerciar) sus productos.

Ya había señalado que, económicamente, en la región, en términos generales, todos hacen más o menos lo mismo. El intercambio que posibilita la navegación refuerza esa situación y, de alguna manera permite la complementación de recursos y los necesarios intercambios genéticos para la reproducción de la especie. A su vez, ese mismo intercambio, al equilibrar -proveyendo de recursos- las tensiones sociales, refuerza la estabilidad del sistema y genera un fuerte contraste entre la casi inmutabilidad arqueológica (son mínimos los cambios en los artefactos y en los tipos de asentamientos que se pueden reconocer) de

283 esta región en comparación con el extraordinario desarrollo de la región «andina».

Esa comunicación, a su vez, supone el permanente intercambio de informaciones haciendo que, como ya mencioné, en toda la región se conociese la existencia del fabuloso reino de los incas y su mitológico «Rey Blanco».

Los habitantes de la región «atlántica» son casi todos «guerreros», ese es el nombre que se auto adjudican guaraníes, tupíes o charrúas, si a esto sumamos que poco pueden obtener como botín de los combates entre ellos — ya señalamos su relativa pobreza— y que la circulación en canoas permite llegar hasta los contrafuertes andinos, pronto se producirá una mezcla explosiva que determina la reiterada organización de expediciones de saqueo de los dominios del Inca, como testimoniaron los primeros europeos que, como náufragos, desertores o desterrados, vivieron en estas costas antes de que se produjeran, en la década de 1530, las primeras expediciones conquistadoras.

La principal ruta fluvial para aproximarse a los dominios incaicos —y de allí tomará su nombre actual— es nuestro

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Río de la Plata y, ese hecho, signará nuestro destino histórico.

En 1527 llega a las costas sudatlánticas la expedición de Sebastián Caboto. Éste, desde que toca las costas del Brasil, entra en contacto con alguno de los pobladores europeos que mencionamos anteriormente y, gracias a éstos, se entera de la existencia del «Rey Blanco» al interior del continente. Su estadía en Santa Catalina en donde se encuentra con los conocidos como «náufragos de Solís», sobrevivientes a la pérdida de una embarcación de aquél —en algún punto entre el Plata y Santa Catalina— quienes no solo disponían la misma información, sino que poseían algunos objetos de plata y oro, producto de una de las expediciones de saqueo al incario organizadas por los guaraníes.

Con las pruebas a la vista y el argumento de que, entrando por el Paraná Guazú, que los españoles llamaban «de Solís» y los portugueses ya habían empezado a llamar «de la plata», iba a poder cargar directamente la plata en sus barcos, no le faltó más a Caboto para desobedecer sus órdenes (debía seguir la ruta de Magallanes) y dedicar 3

285 años a intentar, infructuosamente, llegar hasta la «Sierra de la Plata» por la vía de la cuenca del Plata. Agrego que las joyas que le proporcionaron los náufragos fueron las únicas que obtuvo en su intento y que, agradecido por haber sobrevivido, donó a la iglesia de Sevilla a su regreso a España, donde quizás se encuentren hasta el día de hoy.

La fracasada expedición de Caboto, determinará, sin embargo, al confirmar que esa es una vía posible de acceso a los metales preciosos, el destino de la región que, desde entonces, deberíamos llamar «la cuenca de la plata».

Inmediatamente a la llegada de Caboto, en el mismo 1530, los portugueses, que ya tenían su sospecha de la ruta fluvial vía el Plata, envían la expedición de Martim Affonso de Sousa, con el descarado propósito de fundar un establecimiento para controlar la entrada al río. La pérdida a la entrada del Plata de la «Nave Capitana», en la que iba el propio De Sousa, motivará el abandono de esa localización y su cambio, ni más ni menos, por la localidad de «San Vicente», el puerto más cercano al lugar donde luego surgirá la ciudad de San Pablo, el único punto estratégico en el que, con alguna dificultad (hay 700 metros de

286 desnivel) puede, desde el Atlántico, alcanzarse la cuenca del Río de la Plata.

La expedición portuguesa desencadena la inmediata reacción española —la desembocadura del Río de la Plata caía claramente en la parte castellana del tratado de Tordesillas— alarmados por la posibilidad de perder una nueva fuente de riquezas y, porque todavía ignoraban que la «Sierra de la Plata» y el recién descubierto «Perú», eran la misma cosa. Para ello destacan la expedición de Pedro de Mendoza, primer «adelantado» del Río de la Plata, que, con la ineficiencia típica del reino castellano, recién llegará a nuestras costas en 1536.

Para que se entienda mejor la gravedad de las circunstancias en juego en los dos reinos, ambas expediciones, la portuguesa y la española, fueron las más importantes que enviaron a América durante el proceso de descubrimiento y conquista. Martím Affonso y Pedro de Mendoza fueron los únicos personajes de la alta nobleza en participar de esta aventura y ambos, sobretodo Mendoza, contaron con importantes recursos humanos y materiales.

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Pero lo más singular es que ambas fracasan, ninguna llega a la «Sierra de la Plata», Affonso debe contentarse con dejar un puñado de hombres al pie del planalto —a cargo de Joao Ramalho, desertor portugués que desde hacía décadas vivía en el lugar y estaba emparentado con los caciques locales— y Mendoza, peor aún, muere en el intento junto con 1400 de los 1800 hombres que había embarcado, obligando a los 400 sobrevivientes a buscar refugio junto a los indios guaraníes de la localidad indígena de Lambaré, en donde ahora está la ciudad de Asunción.

La navegación y sus fracasos siguen marcando la conformación histórica de la región. Los sobrevivientes de ambas expediciones constituirán una curiosa sociedad mestiza —que obnubilados por el discurso de la «conquista», hasta ahora hemos visto como «española» y «portuguesa»— en la que predomina el carácter prehispánico y en las cuales, durante décadas, en un aislamiento casi absoluto del mundo europeo, ambos contingentes culturales coincidirán en el propósito de intentar llegar a las riquezas de los Andes.

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Por el lado español, esas expediciones que partían de la rebautizada «Asunción», terminarán por encontrarse con las avanzadas españolas de la conquista del Perú, encuentro que tuvo como efecto, en palabras de los propios paraguayos, el de «desencantar la tierra». No sería por allí que se conquistaría al «Rey Blanco».

Por el lado portugués, la alianza con los indios de Piratininga —donde se ubica la actual Sao Paulo— desencadenará un proceso de trascendentes consecuencias, tanto para el Río de la Plata como para la conformación del propio Brasil, con las llamadas bandeiras (la acción de levantar banderas para convocar un ejército, potestad real que los paulistas, en una clara muestra del escaso valor que aquella tenía, se auto adjudicaron). Estos ejércitos privados se dirigirán hacia el oeste, siguiendo en canoas los cursos de agua de la cuenca del Plata, teniendo siempre, como objetivo último, la llegada a la fuente de metales preciosos. Pero, mucho más trascendente para la historia del Brasil, es que consolidarán allí, gracias a ese permanente ejercicio militar y al botín (bajo la forma de indios esclavizados) que van logrando, un centro de alta densidad demográfica —en la relativa despoblación de la región— al que deberán

289 recurrir todos los expedientes portugueses para instalarse en la serie de localidades portuarias que caracterizarán a la que, entonces, se conocerá como Costa del Brasil.

A su vez, la navegación de la Costa del Brasil será clave para entender la siguiente fase del desarrollo histórico rioplatense. Allí se conjugarán los diversos intereses que van entrando en juego.

Por un lado, como ya lo he mencionado, no debe perderse de vista que esta costa forma parte del circuito de circulación náutica prehistórica, que era recorrida en canoas de norte a sur y de sur a norte y que serán esas mismas poblaciones indígenas las que habiliten, bajo diversas formas de alianza el uso de sus extraordinarios puertos naturales por parte de los portugueses. Como en toda Iberoamérica, sin población indígena, no hay «colonización» europea. Por otro lado, para los portugueses de Portugal, fracasado el intento de llegar a la «Sierra de la Plata», no solo la «Costa del Brasil», el territorio sudamericano en su conjunto, carece de interés económico frente a lo que para ellos significa el «Estado de la India», el comercio de las especias que hacían dándole la

290 vuelta al África. Sin embargo, es por la propia importancia de la ruta africana (la «vuelta de África») que, en su viaje de ida, se pega peligrosamente a la costa sudamericana, que Portugal debe, imperativamente ocupar los puertos del Brasil que, de otro modo, serían ocupados por potencias navales enemigas.

Para ello, contando con un estado económicamente débil que ha basado su extraordinaria expansión territorial en la participación de intereses privados, debe motivar la instalación de éstos en la «Costa del Brasil». Fracasado el intento de lo que se conoce como «Capitanías», descubre, en una afortunada coincidencia, la posibilidad de la explotación del «oro blanco», el azúcar, que no solo crece extraordinariamente bien, sino que, a relativo bajo costo, puede producirse gracias a los esclavos negros que se traen del África. Comienza entonces el ciclo del azúcar, introduciendo la navegación del tráfico de esclavos, de azúcar y de mercaderías vinculada a ésta.

Es entonces, a fines del siglo XVI, y a raíz del establecimiento de ese tráfico en la Costa del Brasil, que la navegación vuelve a determinar nuestras circunstancias

291 históricas. Sucede que, mientras se desarrollan estos procesos, la región andina, que habíamos abandonado en la prehistoria, es ocupada por los invasores españoles. Éstos, luego de repartirse un inmenso botín, buscarán el origen de esos metales y descubrirán, en 1545, las minas del «cerro rico de Potosí». Potosí era, literalmente, una montaña de plata y, casualmente, está situada sobre un afluente del Río de la Plata.

La puesta en explotación del Potosí, hará que sus mineros, interesados en sacar la plata hacia Europa, procuren «abrir las puertas a la tierra», es decir encontrar el camino más corto hacia el océano. El conocimiento del establecimiento español en Paraguay y de la (relativa) proximidad geográfica de Potosí con el Río de la Plata, hará que sea hacia allí que se organice esa búsqueda.

Ésta motiva la exploración del trazado de posibles caminos entre Córdoba, hasta donde se transitaba por los «caminos del Inca» y el Plata y la fundación, organizada desde Asunción, de Santa Fe, en 1573, sobre el Paraná y la refundación de Buenos Aires, en 1580. Queda así abierta la ruta de la Plata.

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Ruta que, tan rápidamente como fue abierta, será prohibida por las autoridades españolas. Sin entrar en detalles, diré que las cantidades de metales preciosos que se sacaron del Perú y el descubrimiento de la existencia de minas que podían mantener ese abastecimiento, trastornó a la monarquía española que creyó que aquel manantial inagotable era la solución definitiva a su crónico déficit fiscal. La estrategia elegida para asegurarse que esa plata llegue hasta el gobierno es el control estricto de toda su ruta, control que, con los rudimentarios medios de la época, solo puede intentarse haciéndola pasar toda por el Callao, el puerto de Lima, sede del gobierno colonial y dirigirla hacia el Caribe en donde es transportada a España por el sistema de flotas y galeones.

Ruta marítima que condena la posible salida por Buenos Aires y vuelve a determinar nuestro destino histórico. Es que, al igual que los portugueses y la costa del Brasil, España, sabiendo que desde Buenos Aires se llega fácilmente al Potosí, ya no podrá abandonar ese puerto que sería inmediatamente ocupado por otro. A su vez, la existencia de una ciudad puerto y su ventaja económica en relación al circuito oficial determina, por las inexorables

293 leyes de la economía, que por aquí, clandestinamente, nunca deje de fluir la plata.

Pero, si bien hay una ley económica que así lo determina, la realidad histórica de ese contrabando debe adoptar, para concretarse, facetas reales. Alguien lo hace, lo carga, lo lleva, lo distribuye, lo intercambia por algo que debe ser cargado, distribuido, etc. Es aquí que entra en juego, fundamentalmente, sin perjuicio de otros actores venidos directamente de Europa, la Costa del Brasil y la producción de azúcar.

Sucede que, en el mismo año que se produce la refundación de Buenos Aires, la monarquía portuguesa queda acéfala y serán los reyes de España que, hasta 1640, asuman esa función. Si bien nunca se fusionaron en un solo reino, los asuntos sudatlánticos quedarán en ese período esencialmente a cargo de Portugal. La «flexibilidad» en los controles que de ello deriva permitirá que los portugueses del Brasil se instalen masivamente en Buenos Aires, localidad que, de hecho, pasa a ser el último (o primero) puerto de la Costa del Brasil.

294

Es que el negocio del azúcar brasileño, que necesita destinar buena parte de sus beneficios a los recursos necesarios para el abastecimiento de esclavos, se beneficiará notablemente con la incorporación al circuito comercial de la plata del Potosí, relativamente mucho más barata que la que se obtiene por la venta del azúcar en el mercado europeo.

A su vez, Potosí —que ya se beneficia utilizando el puerto de Buenos Aires por ser el camino más corto y por la elusión de las cargas fiscales— situado en un páramo a 4.200 metros de altura, en donde no hay nada más que mineral de plata, necesita todo para su funcionamiento. En ese «todo», en particular de productos derivados de la industria del azúcar, como son las aguardientes y los dulces, necesarios para enfrentar los rigores del clima, pero también de otros productos que provienen del Brasil. Dentro de ellos, el más importante es el hierro, imprescindible para mantener funcionando al «Cerro Rico», ya que no solo se precisa en forma de herramientas constantemente utilizadas para hacer los socavones y extraer el mineral, sino que también debe usarse, en

295 cantidades significativas, en el proceso de purificación de la plata mediante el método de la amalgama.

De este modo, durante dos siglos, el hierro de la Costa del Brasil, incipientemente producido localmente o importado a mejores precios desde Europa; el azúcar de los ingenios que se extienden desde Recife hasta San Vicente, y sus derivados, fundamentalmente producidos en el área paulista; así como los esclavos negros demandados para el servicio de las élites coloniales hispanoamericanas; circularán, de norte a sur, en una navegación de cabotaje, recorriendo sus múltiples puertos, en embarcaciones de tamaño medio, con dos mástiles y poco calado, que pronto se conocerán como «zumacas», hasta alcanzar el puerto de Buenos Aires, de donde retornarán a sus puertos de origen, cargadas de plata, harinas y cueros.

Es esa navegación, sin perder de vista la ocasional presencia y demanda de productos similares por parte de otros actores, principalmente holandeses, ingleses y franceses, la que delinea los trazos fundamentales de la sociedad rioplatense. Es por ella —oficialmente por impedirla— que se desarrolla localmente el aparato

296 administrativo colonial, con sus jefes y sus funcionarios. Es por ella que se construyen fortificaciones y se mantienen cuerpos de ejército. Es teniéndola por objetivo que se organizan empresas comerciales. Que se crían mulas y bueyes para el traslado de los productos desde y hacia Potosí y que se asientan estancias con ese propósito. Es por ella que se plantan trigales y se muele harina. Es por ella que se talan árboles para hacer tablas para fabricar carretas y embarcaciones. Por ella que se construyen depósitos, supuestamente para contener solo cueros. Es por ella que se organizan las grandes vaquerías, la caza del ganado salvaje por su cuero, práctica que fomenta el desarrollo del gaucho y otros habitantes de la campaña. Es ella que dinamiza la actividad del pequeño comercio, que requiere animales para el abasto, ropas, etc.

Toda una dinámica económica cuyos extremos —y sus grandes beneficios— solo están claros para unos pocos pero de la que, consciente o inconscientemente, participa toda la sociedad rioplatense. Son sus circunstancias particulares las que explican, como veremos, la ocupación colonial del territorio uruguayo y la forma en que ésta se dio.

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Es que, a partir de 1640, cuando Portugal se independiza de España y los portugueses vuelven a convertirse en «enemigos», las cosas se complican para que la población de ese origen —y es bueno recordar que estamos hablando muy mayoritariamente de «portugueses del Brasil» y no de Portugal— siga organizando el contrabando desde el propio puerto de Buenos Aires. Es necesario encontrar otra alternativa y ésta se decanta con la fundación, en 1680, de Colonia del Sacramento, en la otra orilla del Río de la Plata, en el puerto natural más cercano a la propia Buenos Aires.

La Costa del Brasil incorpora así un nuevo puerto. La importancia de la «Colonia» y, tras ella, del significado e importancia de ese comercio clandestino, se demuestra con la energía que pusieron unos en erradicarla y otros en conservarla, pese a encontrarse, en este último caso, a miles de kilómetros de su base de apoyo más cercana. La absurda discusión sobre el verdadero emplazamiento de la línea de Tordesillas o los argumentos sobre las «fronteras naturales» buscada por Portugal, pierde sentido cuando recordamos que España ofreció, mediante el tratado de «Permuta» o de «Madrid», de 1750, todas las tierras hasta

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Santa Catalina, que le correspondían por el Tratado de Tordesillas, incluidas las «Misiones del Paraguay» a cambio de la famosa «Colonia» y que Portugal, en el mismo episodio, hizo todo lo posible para que ello no sucediera, como no sucedió.

Es para impedir que los portugueses consoliden su situación en la «Colonia» que se fundan, en los otros dos puntos de la costa en que hay puertos naturales utilizables, Montevideo y Maldonado. Y esto recién sucederá en 1725, en clara demostración de la permanente connivencia de las autoridades locales con los contrabandistas, cuando el gobernador de Buenos Aires, Bruno Mauricio de Zavala fue amenazado por propio rey con mandarlo engrillado a España.

Desde entonces se pretenderá la misión imposible de que Montevideo sea un enclave español, encargado del control del Río de la Plata y de su navegación, inserto en una región estructurada en torno al tráfico clandestino. Algo se avanzará en ese sentido con la instalación allí del apostadero naval, del servicio de correos y, sobre todo, con el decreto de la «libertad de puertos», que permite el

299 comercio directo entre los principales puertos de América y de España, pero todas esas medidas son tardías y no fueron suficientes para evitar el desenlace provocado por las guerras napoleónicas.

Nuevamente, con las guerras de la independencia que se suceden como consecuencia de la invasión de España por parte de Napoleón Bonaparte y la desaparición de su capacidad de controlar los territorios americanos, la navegación vuelve a ser la clave de nuestro destino.

Para entenderlo es imprescindible recordar que la relajación de los controles coloniales que suponía un ambiente volcado al contrabando no solo determinó una creciente preponderancia brasileña —Brasil no era en su origen más que una delgada línea de costa que se extendía entre Santa Catalina y el Amazonas y durante ese período extendió su dominio hasta el arroyo Chuy— sino que permitió que todas las potencias navales, fundamentalmente ingleses y franceses, frecuentaran estos puertos y se ligaran, de una manera u otra a la posibilidad de explotar sus ventajas comerciales.

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La primera en reaccionar a la participación española en las guerras napoleónicas es Inglaterra, ya en 1806, cuando España y Francia todavía eran aliadas y ambas participan juntas en la batalla de Trafalgar, de la que resultará el dominio británico de los mares, cuando lleva adelante una expedición de conquista del Río de la Plata, nuestras conocidas «invasiones inglesas»; expedición a la que se asocian cerca de un centenar de embarcaciones mercantes. Fracasada la empresa por causa del inesperado patriotismo de los rioplatenses, los ingleses se deciden por lo que es ya su principal estrategia de desarrollo, el libre comercio, en la que los precios y no las armas deciden de los beneficios comerciales. El libre comercio requiere, como base imprescindible para poder sostenerse, la independencia de estas regiones del Reino de España y, como complemento directo, la libre navegación de los ríos.

No es el lugar aquí de entrar en detalles sobre la injerencia de Inglaterra en el proceso de independencia, lo fundamental es tener claro que siempre fue guiada por los dos principios que acabo de mencionar y que su colaboración u oposición con los diferentes protagonistas

301 locales dependió siempre de las chances que veía a la aplicación de aquellos.

De la sucesión de acontecimientos y de la diversa suerte de sus propósitos resulta la evidencia, para los ingleses, ahora acompañados por los franceses y los norteamericanos, de que el control de la navegación de la cuenca del Plata, si se quiere circular libremente por sus ríos, no puede quedar en manos de un solo país. De ello resultará primero el apoyo a la intervención portuguesa/brasileña y, fracasada ésta, el apoyo a la creación de un país independiente en su desembocadura (ya habían apoyado la independencia de Paraguay, aguas arriba), la República Oriental del Uruguay, nosotros.

No entro en cuestiones sobre si, sin el apoyo de Inglaterra no hubiésemos sido igualmente independientes —me consta que tanto argentinos como brasileños estaban cansados de nuestra rebeldía y consiguiente permanente fábrica de costosos conflictos y, sobre todo, la certeza de Buenos Aires de que no iba a poder conservar sus ventajas económicas y políticas si seguían existiendo dos puertos en la propia Argentina— pero no hay dudas que, otra vez, la

302 navegación fue, en aquellas circunstancias, determinante en la conformación de nuestro devenir histórico.

Volvamos a la navegación, ahora ya con el Uruguay independiente. Todavía conocerá algunas décadas de florecimiento hasta finales del siglo XIX. La navegación permitirá la comunicación con las poblaciones del litoral, de Rocha a Salto y la circulación de productos y gentes. Asimismo, el puerto de Montevideo será, durante algunos años más, un centro de distribución de productos hacia las regiones cercanas. Ese aparente desarrollo naval nos llevará, en un arranque de entusiasmo basado en la suposición de que íbamos a ser una de las puertas de entrada al continente, a reformar el puerto de Montevideo, dándole dimensiones, para entonces, continentales.

Eso era no ver que, con el transcurso del siglo XIX, pese a las dispendiosas guerras civiles que los afectaron, todos los, hasta entonces, pretendidos países de la región, fueron transformándose en tales. Esto es contar con una administración que llega a todo el territorio, una moneda, unas leyes y un sistema de comercio e inversiones que se va amoldando a ella. El desarrollo del ferrocarril, que

303 como elemento de comunicación/cohesión interna acompaña este proceso, hará el resto. En cada una de las naciones los productos concurren cada vez más hacia SUS —con mayúscula— puertos, donde el Estado controla la entrada y salida de productos. Cada una moderniza sus terminales portuarias. Cada vez más los productos del litoral argentino se encaminan hacia Buenos Aires, mientras que los productos «gaúchos» van hacia el puerto de Río Grande.

Montevideo, con su propia flota de cabotaje arruinada por el ferrocarril, se transforma así en el gran puerto del pequeño comercio exterior uruguayo. Las dificultades que para nuestro desarrollo hemos conocido a lo largo de todo el siglo XX son un buen testimonio de ello.

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Una mirada al Río de la Plata desde el patrimonio industrial

Prof. María Julia Burgueño

Nació el 23 de diciembre de 1958 en Montevideo (Uruguay). Profesora de Historia. Historiadora. Egresada del Instituto de Profesores «Artigas» de Montevideo. Cursó en Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación (UdelaR). Obtuvo Diploma en Historia, Cultura y Patrimonio del Centro Latinoamericano de Economía Humana (CLAEH). Especializada en Patrimonio Industrial. Integrante del Instituto Histórico y Geográfico del Uruguay. Docente de Historia y Ciencias Sociales en Institutos de Formación Docente, de Educación Secundaria pública y privada de Uruguay. Docente de Patrimonio Cultural y Diseño de Circuitos histórico-culturales en la Universidad del Trabajo del Uruguay- Instituto Tecnológico Superior. Conferencista y ponente en Congresos y Seminarios en Uruguay, Argentina, Cuba, México y España, sobre temas históricos y patrimoniales. Ha publicado trabajos de investigación histórica, turística y patrimonial.

«El agua es la fuerza motriz de toda la naturaleza».

Leonardo Da Vinci

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El Río de la Plata y el patrimonio industrial es un dúo poco común de considerar y hasta podría decirse que se suele mirar con indiferencia. Pero en verdad necesita de una valoración significativa para entender la identidad del Uruguay desde la «Banda Oriental pradera, frontera y puerto» a la actualidad.

Algunas aclaraciones iniciales

La noción de patrimonio se problematiza en nuestra sociedad globalizada, porque no solo se refiere a la administración territorial de los bienes culturales, sino también a la puesta en valor de ellos, incluidos en procesos de apropiación muy significativos para la sociedad, que van siendo entendidos como referencias culturales. Tanto ha sido así, que el deseo de preservar el patrimonio se ha extendido a todo el mundo como nunca antes había sucedido en la historia de la humanidad. Todo ello a pesar de las amenazas constantes para el legado del patrimonio mundial que llegan de la mano de la globalización, de la economía y la revolución tecnológica e informática,

306 acompañadas por delirios de dominación de diferentes manifestaciones.

Documento pionero y fundamental para la definición, caracterización, gestión y preservación del patrimonio es la Convención sobre la protección del patrimonio mundial, cultural y natural, adoptada por la Conferencia General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) para la Educación, la Ciencia y la Cultura de 1972.

Junto a otro de los organismos de referencia en estos temas, como lo es el Consejo Internacional de Monumentos y Sitios (ICOMOS), que planteaba por 1999: «En estos tiempos de creciente globalización, la protección, conservación, interpretación y presentación de la diversidad cultural y del patrimonio cultural de cualquier sitio o región es un importante desafío para cualquier pueblo en cualquier lugar».

La conciencia patrimonial es un fenómeno antiguo — desde los griegos en adelante— que ha llevado a los distintos pueblos del mundo a adoptar distintas estrategias de preservación. En la medida que ésta se ha ido difundiendo, se ha descubierto que la conservación por la

307 conservación es un absurdo. Por lo que se ha debido pensar en nuevos usos para el legado preservado. Un tema de discusión permanente en el ámbito académico.

Patrimonio ha adquirido un carácter polisémico, aunque tiene una raíz común de su origen etimológico latino. Proviene de patrimonium, que significa «bien heredado, que se transmite de padres y madres a hijos». Vinculado también al otro concepto de la civilización romana, el de pater familias, del cual derivarán los conceptos de padre y patronímico. Desde el punto de vista jurídico, se entiende por patrimonio los bienes que se poseen, que se heredan de los ascendientes, por lo que significaría todo aquello que se traspasa en herencia. Pueden ser objetos materiales o no, espirituales y abstractos.

«En definitiva se trata del eje axiológico que une el ánima del ser sensitivo con el animus ideativo y volitivo del deber ser».

Hoy no se puede desconocer la necesidad de un aggiornamento del concepto. ¿Se tendría que hablar de patrimonio o patrimonios? Esto se debe a la consideración y el respeto a la diversidad cultural, porque el patrimonio

308 es el relato de los diferentes grupos, las diferentes historias que van dando también diferentes sociedades en el ámbito mundial. También porque se lo diferencia en material e intangible.

Al decir del historiador francés Pierre Nora: «En veinte años el patrimonio ha experimentado una inflación o, mejor dicho, una explosión que ha desembocado en una metamorfosis de la noción».

En conclusión llana y lisa, la definición de patrimonio está sin duda en constante cambio.

A estas básicas consideraciones teóricas se suma que en diferentes ámbitos, tanto académicos como empresariales, comienzan a interrelacionarse algunos conceptos como son los de patrimonio, historia y territorio.

El tema del patrimonio siempre está vinculado al concepto temporal, de transferencia en el tiempo. Allí está la asociación directa con la historia. Vinculación por la acción del hombre en el tiempo. La historia es la que contribuye a cuestionar, promover y legitimar la multiplicidad de lecturas que un bien patrimonial puede tener.

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También en el análisis del tema patrimonial, se hace imperioso una revisión del concepto de territorio y su vinculación directa a aquél.

Porque tanto a escala internacional, nacional o local, el concepto de patrimonio aparece indisolublemente ligado a la interacción a lo largo del tiempo, de las comunidades, con el soporte físico en el que se asientan

Partiendo del concepto de que «El territorio en sí, como dimensión física y como construcción cultural es patrimonio», entendemos que aparece indisolublemente ligado el soporte físico a la interacción de las comunidades que en él se asientan a lo largo del tiempo.

La primera acción en esta vinculación patrimonio- territorio, es la de interrogar a este último, para que desde su comprensión se puedan ir estableciendo criterios que permitan ordenarlos y así fortalecerlos para poder recibir nuevos desafíos.

«Re proyectar el territorio exige conocer su código genético, entenderlo a partir de su estructura formal, de su imagen física y de su construcción histórica. La forma del territorio constituye un compendio de la historia de su

310 transformación y en ella conviene fundamentar su proyecto».

Con la finalidad de agrupar los distintos tipos de bienes patrimoniales, y así hacer más fácil su reconocimiento, estudio y valoración, se clasifican en diferentes tipos. Básicamente en cultural, natural y cultural/natural. Patrimonio tangible e intangible.

El patrimonio industrial es mucho más que fábricas

A finales del siglo XVIII surge en Francia el término patrimonio industrial, como reacción al «vandalismo revolucionario», con un fuerte aire del Romanticismo.

En el siglo XIX fueron incorporándolo Inglaterra, Suecia y Portugal (en este último es donde aparece la expresión «arqueología industrial» en 1896).

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En Inglaterra por 1950 comienza el debate de distintas expresiones del patrimonio, tal el caso de bien cultural para no seguir identificándolo solamente con «monumento».

Aquí es de destacar al fotógrafo especializado en obras arquitectónicas Eric de Maré y a los investigadores Michel Rix, Arthur Raistrick y por supuesto Kenneth Hudson, a quien se le debe la definición clásica de arqueología industrial: «el descubrimiento, catalogación y estudio de los restos físicos del pasado industrial y de los medios de comunicación» (1963).

Así como al otro pionero y estudioso del tema, August Buchanan, quien centra el análisis conceptual del patrimonio industrial en la valoración del significado de sus vestigios en el contexto de la historia social y tecnológica.

En la década de 1970 Italia irá consolidando su preocupación del patrimonio industrial con estudios sistemáticos referidos a su conservación y recuperación.

La creación en 1978 del Comité Internacional para la Conservación del Patrimonio Industrial (TICCIH) dará su

312 definición más acabada. En la Carta de Nizhny Tagil definió:

«Patrimonio industrial se compone de los restos de la cultura industrial que tengan un valor histórico, tecnológico, social, arquitectónico o científico. Estos restos consisten en edificios y maquinaria, talleres, molinos y fábricas, minas y sitios para procesar y refinar, almacenes y tiendas, lugares donde se genera la energía, transmite y se usa, el transporte y toda su infraestructura, así como los lugares utilizados para actividades sociales relacionados con la industria, tales como la vivienda, el culto religioso o la educación».

A partir de los años ’70 (siglo XX) comenzaron a desarrollarse nuevas concepciones museísticas con el fin de recuperar el patrimonio industrial europeo. Fundamentalmente en Gran Bretaña, Bélgica, Alemania, Francia y España (especialmente en Cataluña, País Vasco y Asturias).

Así también comenzaron las jornadas, encuentros y congresos relativos a este tema. Académicos de todas partes del mundo y de distintas disciplinas comenzaron a

313 investigar y discutir sobre esta temática. También se iniciaron las experiencias turístico-patrimoniales, de tipo minero- industrial y de los ferrocarriles.

Al respecto las Jornadas Internacionales de Industria, Cultura y Naturaleza (INCUNA) realizadas en Gijón (Asturias-España) han sido pioneras y determinantes en esta problemática, con la edición de «… boletines, libros, revistas, soportes multimedia y cualquier otro tipo de medios audiovisuales e impresos», pues entre sus objetivos está «el estudio, la conservación, la preservación y valorización de los patrimonios en su interrelación e historia con las personas y el territorio». Así como «fomentar actividades que contribuyan al conocimiento de la historia técnica, económica y social, de la arquitectura, arte y de la memoria del trabajo, a partir del estudio y puesta en valor del patrimonio industrial tangible e intangible o inmaterial, tales como congresos, seminarios, cursos y todo tipo de eventos». En donde se ha conocido, discutido y acordado sobre patrimonio marítimo, fluvial y pesquero, paisajes culturales y patrimonio industrial, patrimonio inmaterial e intangible de la industria, en la industria cinematográfica, del agroalimentario, metalúrgico,

314 arquitecturas, ingenierías y culturas del agua, entre tantos otros, desde su inicio en 1999.

En el campo de la valoración del patrimonio industrial es por demás pertinente la apreciación de quien fuera presidente de TICCHI y director por más de tres décadas del Museu de la Ciència i de la Tècnica de Catalunya, el ingeniero industrial Eusebi Casanelles, al expresar: «La importancia del patrimonio industrial se basa en dos grandes valores: el de ser testimonio del mundo del trabajo y de la vida cotidiana de una época que cambió la humanidad y el de ser un documento que sirve para entender mejor como se vivía y se trabajaba en esta época. La información que disponemos de ellos es la que determina su valor de testimonio y de documento».

La investigación y valoración del patrimonio industrial en Uruguay comienza en las últimas décadas del siglo XX. El establecimiento de un marco institucional y legal para esta temática patrimonial aún está en sus inicios.

Se podría decir que es «un patrimonio que subvaloramos».

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La Declaratoria de Unesco como Patrimonio de la Humanidad al Paisaje Cultural Industrial Fray Bentos es una puesta en valor real del patrimonio industrial, en la región del bajo río Uruguay

El Paisaje Cultural Industrial Fray Bentos que «incluye el Frigorífico Anglo y el llamado Padrón 70, que abarca la planta fabril, el muelle desde donde partían hacia el mundo los productos cárnicos, el barrio obrero, los corrales de ganado, los campos de pastoreo, casa de los gerentes con su casa de visitas, el entorno donde están enclavadas la cancha de golf y el club de tenis, los predios naturales de gran extensión por donde cruza la ruta panorámica que une Fray Bentos y al barrio con el más importante balneario de agua dulce —Las Cañas— y lugares naturales de reserva de fauna y flora nativa, es uno de los más importantes hitos históricos y patrimoniales del Uruguay».

El Río de la Plata: un enclave estratégico en el Atlántico Sur

El Río de la Plata sigue siendo estudiado con detalle y acierto por diferentes investigadores, desde diferentes

316 disciplinas. Sus características geomorfológicas y geográficas con su valor histórico y sociológico así como su importancia geopolítica en esta región de América del Sur nos llevan a una reflexión constante en todos los campos del saber académico pero también económico y político.

Recibió distintas denominaciones a lo largo del tiempo, cargadas de contenido económico y cultural. Así lo conocemos como «río ancho como mar», «Mar Dulce», «Río de la Plata». Denominaciones variadas y enriquecedoras para un mismo accidente geográfico, que con rigor geográfico es un estuario.

El Río de la Plata es un fuerte elemento geográfico que debe ser considerado como el principal tema subyacente en cualquier tipo de investigación de los procesos humanos que se han dado en esta zona de América del Sur.

Con el río Uruguay —el «espinazo» de la región rioplatense— constituyen los nervios motores del poblamiento, del comercio y la industria en la articulación

317 de un sistema de vida institucional de los dos territorios que ocupan sus márgenes: Argentina y Uruguay.

Hoy es una demanda poner en valor al Río de la Plata desde el patrimonio industrial en directa vinculación como patrimonio fluvial.

Para lo cual la siguiente definición es muy pertinente: «el concepto patrimonio industrial ha incorporado en los últimos tiempos la necesidad de una visión del paisaje, del espacio, de los procesos y sistemas, del patrimonio inmaterial y de las redes lineales históricas, por tanto no se habla exclusivamente en los trabajos de un objeto aislado en su aplicación al territorio, bien de un edificio fabril o de una máquina o de un espacio portuario meramente, sino de una globalidad de aspectos que atiendan a una visión diacrónica y sincrónica para conocer causas, procesos de la producción y de la industria en términos más rigurosos y precisos».

En este sentido, la globalidad de aspectos nos la brinda el Río de la Plata, al considerarlo la «boca de entrada» al corazón de América del Sur. En un proceso comercial y

318 productivo desde su descubrimiento a principios del siglo XVII hasta hoy.

Esta región platense, particularmente la Banda Oriental, respondió a una economía «mirando hacia afuera», ante las demandas del comercio internacional que siempre la vio como abastecedora de materia prima. Un tema de larga duración en su historia.

Es aquí donde se ha plasmado a partir de mediados del siglo XIX, una íntima relación entre Europa y el Río de la Plata en lo económico y social como consecuencia de la explotación de recursos agroalimentarios.

Patrimonio industrial y Río de la Plata, un dúo demandante

El Río de la Plata posee una muy rica variedad de patrimonio industrial.

Sus atracaderos, muelles y ciudades-puertos, con los establecimientos fabriles de toda índole en distintos momentos históricos, amerita una mayor intervención para identificar, registrar, clasificar y ponerlo en valor mediante

319 estudios históricos, arqueológicos, recuperación de la memoria popular, etc.

Palabras claves que podríamos identificar en patrimonio: natural-cultural-industrial-tangible e intangible.

Todo ello de la mano de los inmigrantes, diferenciados en el tiempo, en dos etapas, por el número de sus integrantes, la condición socio-económica con la que llegan, las causas de su emigración y hasta su saber, sea artesanal o académico.

Es así que podemos considerar también al Río de la Plata como «un río vivo», que recibe miles de inmigrantes que llegan desde los inicios del siglo XVI —particularmente españoles y portugueses—, pero que desde la segunda mitad del siglo XIX —el empuje decisivo fue a partir 1860—, británicos, italianos, franceses, catalanes, vascos y más tarde rusos, judíos, alemanes, sirios-libaneses, entre tantas otras colectividades de todos los rincones de Europa y el Mediterráneo oriental.

En esta segunda etapa se conjugan inmigrantes y población local hospitalaria con un Estado proteccionista pero ávido de modernización, impulsores del nacimiento

320 de industrias vinculadas a la producción ganadera como los saladeros y frigoríficos, así como la industria textil.

Ejemplos abundan a lo largo de sus márgenes. Uno de ellos, el saladero de Samuel Lafone de 1841 en la ciudad de Montevideo en relación directa con el Pueblo Victoria, conocido popularmente como La Teja, puede considerarse paradigmático.

En las últimas décadas del siglo XIX, el patrón de comercio internacional que predominaba ofreció la oportunidad de que Uruguay se convirtiera en un proveedor de bienes primarios como carne, cueros y lana, y surgieran también otras industrias, como aquellas vinculadas al consumo doméstico.

Estos desarrollos industriales ampliaron, diversificaron y acumularon tanto experiencia como recursos, utilizando materia prima nacional (como en las industrias que procesaban el vino, curtiembres o calzado) o extranjera (como en las tejedurías, fábricas de papel o mueblerías) con mano de obra de inmigrantes europeos, en su gran mayoría. Porque los maestros y oficiales italianos, alemanes y suizos, dominaban todos los oficios, resultando una

321 comprobable proliferación de talleres y de toda clase de industrias en el ámbito rioplatense.

Así, la producción de harina, el gran complejo productivo que integraban molinos, panaderías y fábricas de fideos como golosinas, fósforos, jabones, bebidas sin alcohol y tabacos.

Aquí Colonia puede ser un ejemplo muy evidente a través del estudio y puesta en valor de las actividades en Nueva Helvecia-Colonia Suiza con la producción cervecera que es para la región un recurso cultural de gran significado en la memoria colectiva, tanto los testimonios materiales como inmateriales. Siendo una de las primeras actividades productivas de comercialización de sus procesos económicos regionales desde 1868 según algunos historiadores locales.

Pero lo es sin duda en Puerto Sauce – Juan Lacaze, desde los Saladeros a las industrias de agroalimentación, las textiles –principalmente la antigua fábrica La Industrial y la papelera. Por todo lo que se puede afirmar que las fábricas en Juan Lacaze son «el alma del lugar».

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No menor es el tema de las industrias que crecieron al servicio de las demandas y necesidades del ferrocarril. «La producción uruguaya encontró en los rieles y el puerto un canal privilegiado de vinculación con el mercado mundial».

Todas estas industrias antes mencionadas, se pueden considerar una industria temprana que aseguraron la existencia de condiciones de viabilidad física y económica, así como una estructura social en el Uruguay, que posibilitó el de la industrialización consolidada de mediados de la década de 1930.

El fuerte impulso industrial que recibió el Río de la Plata por las guerras mundiales y la coyuntura internacional demandante de materia prima de alimentación y consumo de necesidades básicas, que en particular una Europa en guerra no podía ofrecer, se suma, terminada la Segunda Guerra Mundial —al diluirse los obstáculos para un normal abastecimiento de insumos, materias primas y maquinarias— a un crecimiento del mercado interno y a una política de incentivos y transferencias de recursos del Estado uruguayo. Período que recibe en la historiografía nacional la denominación de «neobatllismo».

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Sin duda en el período 1930-1955 se dio un proceso de industrialización que cambió estructuralmente la economía del Uruguay.

Este «boom industrializador» se ubicó particularmente en Montevideo, Colonia y Paysandú.

En el ámbito del Río de la Plata, un ejemplo a tener en cuenta en este período es la fábrica Sudamtex (acrónimo de Sudamérica Textiles) en Colonia del Sacramento, que finalizó su producción en el 2007.

Fue una empresa textil, especializada en la elaboración de tejidos e hilados a partir de la combinación de materias primas naturales y sintéticas, inaugurada a fines del año 1945, como consecuencia del proyecto de expansión de la firma norteamericana United Merchants and Manufacturing Co (UM & M) que a los dos años, el 15 de noviembre de 1947, lanzó al mercado la producción del primer metro de tela.

Su edificio fue construido por Christiani & Nielsen, empresa que tuvo varias obras de este tipo industrial en Uruguay, donde por ese tiempo de la construcción de Sudamtex trabajaba el ingeniero civil Eladio Dieste .

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La fábrica Sudamtex llegó a ocupar 45.000 metros cuadrados de superficie, con una ubicación estratégica, por su cercanía al Río de la Plata, tanto a su costa como al puerto. Lo que le permitió abastecerse de agua para su producción así como de fuel-oil, a través de cañerías conectadas directamente a los barcos que llegaban al puerto de Colonia.

Con personal local —que en períodos de bonanza llegó a ser de 1.900—, técnicos de origen europeo y norteamericano.

El Río de la Plata y el río Uruguay serían —otra vez como en siglos anteriores— las vías de comunicación e intercambio de la región platense con el mundo.

Este nuevo modelo económico, caracterizado como industrialista, pre-agrícola y re-distributivista, tenía su éxito y sustentabilidad en los logros de productividad y a la dinámica del sector exportador.

El Río de la Plata continúo convirtiéndose en «boca de entrada» de población y trabajo.

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A modo de conclusión

El epígrafe de este trabajo nos sugiere una «reflexión en voz alta» sobre la importancia significativa de la valoración del patrimonio industrial y el Río de la Plata.

La puesta en valor —que es sin duda una construcción social muy importante en el proceso de patrimonio— va de la mano de su activación. Es un proceso que depende de varios actores buscando un consenso, un acuerdo. Es una negociación al fin, de varias partes o «espacios claves».

Éstos son la academia y los especialistas, el Estado, la sociedad civil, la comunidad que convive con el bien patrimonial.

El conocimiento crítico y la apropiación consciente por las comunidades de su patrimonio, son factores indispensables en el proceso de preservación sustentable de esos bienes, así como en el fortalecimiento de los sentimientos de identidad y ciudadanía

En el patrimonio industrial se necesita un trabajo de equipo multidisciplinario serio y comprometido, en el que

326 cada comunidad donde se encuentra ese bien patrimonial se vea identificada y se sienta involucrada.

«La educación patrimonial es un instrumento de 'alfabetización cultural' que hace posible en el individuo hacer la lectura del mundo que lo rodea, llevándolo a comprender el universo sociocultural y la trayectoria histórico-temporal en que está inserto. Este proceso lleva al refuerzo de la autoestima de los individuos y comunidades, y a la valorización de la cultura… comprendida como múltiple y plural».

Por demás pertinente es la expresión de Paulo Freire: «Educar no es someter, es concienciar», por lo que se considera un compromiso el abordar la enseñanza del patrimonio de una manera significativa para el reconocimiento, toma de conciencia y sensibilización de su valor. Con el objetivo de fortalecer la identidad cultural. Convencidos que la transformación de un bien en un signo social es un fenómeno que nace de múltiples interpretaciones, siendo la construcción colectiva de una determinada cultura y durante un determinado periodo de tiempo. Pero no pensando en pasado sino en futuro.

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Al decir del economista Miguel Ángel Álvarez Areces «tratando, como es una constante en las activaciones patrimoniales de 'dar futuro' a nuestro pasado».

Haciéndonos eco de las investigaciones de patrimonio del arquitecto Nery González, entendemos como pasos fundamentales el conocer, aprehender y valorar el patrimonio.

Así entonces, la puesta en valor del Río de la Plata como patrimonio fluvial industrial, integrador de sociedades humanas, de actividades económicas y culturales, lo convierte en un elemento de la necesaria afirmación de nuestra identidad.

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Las artes visuales en los 500 años Martín Ferrario

Martín Ferrario (Maldonado, 1982) Diplomado en Gestión Cultural del Centro Latinoamericano de Economía Humana, especializado en gestión patrimonial e historia del arte. Formado en gestión de proyectos, Museología y Producción creativa audiovisual. Responsable de cultura del Municipio de Garzón y José Ignacio hasta 2015. Desde 2015, responsable del área de Bienes Culturales de la Dir. Gral. de Cultura de la Intendencia de Maldonado. Integró el Consejo Departamental de Cultura hasta 2016. Desde 2008 es productor independiente, locacionista y asistente de producción de proyectos audiovisuales. Organizador y productor de eventos culturales, como conferencias y festivales de música, cine y cortometrajes, entre otros. Curador y montajista de muestras y exposiciones como el “Gran Mural de los 500” de la que participaron 500 artistas plásticos y fotógrafos. Co-curador de la exposición “500 años” (Feb. 2016). Curador de la exposición sobre los “160 años de la Masonería en el Uruguay” (Nov. 2016).

Con motivo de conmemorarse los 500 años de la llegada de Juan Díaz de Solís al Río de la Plata, en el marco de lo

330 que se dio en llamar «Encuentro de Culturas», desde el área de Bienes Culturales de la Dirección General de Cultura de la Intendencia de Maldonado surgieron dos propuestas que buscaron privilegiar a las artes plásticas y visuales como protagonistas en esta conmemoración. Ellas fueron la exposición «500 años» y el «Gran mural de los 500».

La exposición «500 años», que se llevó a cabo entre el 19 de febrero y el 31 de marzo de 2016 en Casa de la Cultura de la ciudad de Maldonado, propuso desde el punto de vista expositivo, conjugar tres conceptos distintos en un solo escenario: lo nativo, lo foráneo y lo contemporáneo. Pero dicha propuesta no solamente radicó en el concepto expositivo, sino que buscó privilegiar la mirada reflexiva del arte contemporáneo y la revalorización de elementos histórico patrimoniales. Todo lo cual habilitó a contemplar, dentro de un mismo espacio de exposición, tres dimensiones temporales diferentes, desdibujando la tradicional visión museística, donde predomina la clasificación sistematizada que desvincula estas expresiones entre sí, dejando de lado la riqueza del

331 diálogo que existe entre las diferentes expresiones culturales y artísticas. La mirada del arte contemporáneo interroga o dialoga con las diferentes versiones sobre el proceso histórico que nos agrupa. Para ello se invitó a participar a artistas que con su obra se acercan a alguno de los temas generales de la propuesta expositiva: la cartografía, lo nativo, lo foráneo, lo natural, el pensamiento crítico, o la recuperación histórica. La exposición propició un marco pedagógico a través de visitas guiadas que fueron programadas durante las semanas siguientes al comienzo de clases con más de quince escuelas de Maldonado participantes. La exposición fue visitada por más de 2.300 personas, siendo una de las más concurridas en la historia del museo San Fernando. La curaduría de esta exposición fue realizada en conjunto con el Lic. Gabriel Lema, Coordinador de la Escuela de Artes Plásticas y Visuales de la Intendencia Departamental de Maldonado.

Artistas intervinientes:

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Anhelo Hernández nació en 1922 en Montevideo, Uruguay. Entre 1935 y 1941, estudió escultura y dibujo con Alberto Savio, discípulo de Aristide Maillol. En 1941, ingresó a la Escuela de Artes Aplicadas y estudió con Antonio Pena, Edmundo Pratto y Federico Moller De Berg. En 1942 ingresó como alumno de cuarto año a la recién formada Escuela Nacional de Bellas Artes y asistió al taller del escultor Severino Pose. A finales de 1942 ingresó al Taller de Joaquín Torres García, del que formó parte hasta la muerte del maestro en 1949. En 1947 realizó su primera exposición individual como miembro del Taller Torres García en el Club Tacuarembó (Tacuarembó). En 1969 obtuvo por concurso, la beca de la Unión de Artistas Plásticos de Uruguay para estudiar y trabajar en la Escuela Superior de Arte de Berlín, donde su mentor en los estudios de grabado fue el Profesor Arno Mohr. Entre 1944 y 1953 trabajó como profesor de dibujo en el Liceo Departamental de Tacuarembó. Entre 1954 y 1957, como profesor de dibujo en la Escuela Industrial de San Ramón, Canelones.

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En 1976 partió al exilio en México donde, durante 11 años, Anhelo trabajó como portadista para Siglo XXI Editores. De 1983 a 1987 fue también profesor de la División de Postgrado de la Escuela Nacional de Artes Plásticas, UNAM, México. En 1989 ingresó por concurso como profesor Grado 5 al Taller Fundamental de Libre Orientación de Estética del Instituto Escuela Nacional de Bellas Artes – IENBA, Montevideo. En 2003 recibió el Premio Figari a la trayectoria. El 2 de diciembre de 2005 fue declarado Ciudadano Ilustre por la Junta Departamental de Montevideo. Falleció en Montevideo el 11 de marzo de 2010.

Gustavo Tabares nació en 1968 en Montevideo, Uruguay. Artista visual, curador y docente. Estudió en la Escuela Nacional de Bellas Artes, Universidad del Trabajo del Uruguay (UTU) en Artes Gráficas; con Hugo Longa, Rafael Courtoisie, Carlos Capelán. Codirector de la galería Marte Upmarket (2005-2010), posteriormente Centro Cultural Marte. Expuso desde 1990 de manera individual y colectiva en el medio local y en el exterior:

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Museum of Latin American Art, California (EEUU), Colección Engelman-Ost, Montevideo, entre otras. Recibió el Premio Paul Cézanne y el Premio Salón Municipal (1992). Fue diseñador de montaje en la Bienal de Venecia (2009) y director artístico de la Bienal de Montevideo (2012). Ha obtenido premios y menciones como: Premio a la Formación, 1992; Salón Municipal, Museo Juan Manuel Blanes, Montevideo; Nuevo Premio «Paul Cezzane», 1992-Museo Nacional de Artes Visuales, Montevideo. Sus obras figuran en colecciones públicas como el Museo de Arte Contemporáneo de Montevideo y la Embajada de Francia en Uruguay, y la Colección Engelman-Ost; y en colecciones privadas en Argentina, Uruguay, Brasil, España, Francia y Estados Unidos.

José Gamarra nació en 1934 en Tacuarembó, Uruguay. Estudió en la Escuela de Bellas Artes donde recibió enseñanzas de Vicente Martín. En 1959 obtuvo la beca del Museo de Arte de Río de Janeiro para trabajar en grabado con Johnny Friedlaender e Ibere Camargo. En 1960 se instaló en Brasil trabajando como profesor de

335 pintura y frescos en el Instituto de Arte Contemporáneo. En 1963 se instaló en Francia donde vive y trabaja desde entonces. Tuvo su primera exposición individual en el Ateneo de Montevideo en 1947. Desde 1959 ha realizado numerosas exposiciones personales en galerías y museos en Montevideo, Buenos Aires, Rio de Janeiro, San Pablo, Santiago de Chile, New York, Londres, Manchester, Vermont (USA), Haarlem (Holland), Amsterdam, Rotterdam, Tourcoing (Francia), Santa Fe de Granada (España), La Habana, Bogotá, Cali, Birmingham, Michigan, Coral Gables (USA) y Panamá. Su obra se encuentra en museos en Rockefeller Foundation en New York, Collection Banque Rotschild en Zurich, Museum of Modern Art en New York, University of Texas Art Museum en Austin, Museo d’Art Moderne en Paris, Museum Hedendaags Kunst Utrecht en Holanda, Museo de Artes Visuales en Montevideo, Museos de Arte Moderno de Río de Janeiro y de San Pablo. Fundación Torcuato di Tella y Fundación Pipino y Marques de Buenos Aires, Museo de las Américas de Managua, y en prestigiosas colecciones públicas y

336 privadas en Uruguay, Chile, Argentina, Brasil, Colombia, Venezuela, Perú, Cuba, Panamá, Francia, Inglaterra, Holanda, España, Italia, Estados Unidos, México, Nicaragua.

Nazar Kazanchian nació en 1939 en Montevideo, Uruguay. Estudió en la Facultad de Arquitectura y Facultad de Humanidades y Ciencias. Cursó historia del arte con Romero Brest en Buenos Aires, Argentina. En el Instituto del Diseño el Arte Textil con Ernesto Arostegui y en la Escuela Superior de Bellas Artes (Polonia). En 1989 Textil en Metales (Arline Fish) en la Universidad Skidmare College Saratoga Spring, Nueva York. Tuvo su primera exposición importante en el año 1972 en la Universidad de la República de Montevideo y en el mismo año en la 1era Bienal de Textil en Montevideo. Otras exposiciones importantes en Galería Guingnard de Porto Alegre, Galería Sol en Buenos Aires. Bienal de Lausanna en sus ediciones VI-VII-XI-XII-XIV, en Suiza. En el año 1975 participó del 1er Encuentro Textil Uruguayo-Brasilero en Montevideo. En 1978 formó parte de los artistas invitados a participar de la exposición

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ARENA organizada por la Liga de Fomento de Punta del Este. Ha obtenido diversos premios y distinciones entre los que se destacan Beca Artes Jóvenes C.A.P. (Comisión de Artes Plásticas), Concurso Knoll, Bienal de Salto y en varias ediciones del Salón Municipal de Montevideo. Su obra se encuentra en diversas colecciones en Uruguay, Argentina, Brasil, España, Estados Unidos, Londres, París, Paraguay y Chile.

Nelson Ramos nació en 1932 en Dolores departamento de Soriano, Uruguay. En 1951 ingresó a la Escuela Nacional de Bellas Artes donde recibió la formación de Ricardo Aguerre, José María Pagani, Felipe Seade y Vicente Martín. En 1953 creó, junto a Raúl Catellani, Glauco Teliz, Bolívar Gaudín, Yamandú Aldama, Silvestre Peciar y Pascual Gríppoli, el grupo La Cantera, cuyo nombre alude a las canteras del ferrocarril de Las Piedras. En 1959 obtuvo una beca para formarse en Río de Janeiro con Iberé Camargo y el grabador Johnny Friedlaender y colaboró como ilustrador de diarios y

338 publicaciones brasileños. En 1962 recorrió España, Francia e Italia gracias a una beca del Ministerio de Educación y Cultura de Uruguay. Desde los años 1960 comenzó a explorar los objetos cotidianos por medio de instalaciones. Fundó en 1971 el Centro de Expresión Artística (CEA) donde durante más de 30 años formó a numerosos artistas. En los años 1970 su investigación se centró en pinturas blancas cortadas por líneas hasta que, en los años 1980, la línea se transformó en materia: palitos, papeles, cajas, en composiciones volumétricas. En 1963 y 1985 representó a Uruguay en la Bienal de San Pablo, en 1991 en la IV Bienal de La Habana y en 1997 en la XLVII Bienal de Venecia. En 1996 recibió de parte del Banco Central del Uruguay el Premio Figari por su destacada trayectoria y aporte al arte visual uruguayo. Falleció en Montevideo en el año 2006.

Pablo Uribe nació en 1962 en Montevideo, Uruguay. Estudió arquitectura en la Universidad de la República y artes visuales con Guillermo Fernández. Participó de diversos talleres, entre los que se destacan: Intervenciones

339 urbanas, dirigido por Antoni Muntadas; Teoría de la imagen, a cargo de Vincent Delpeux; Taller de video, dictado por Marcel Odenbach; y de la clínica Informe de campo, a cargo de Justo Pastor Mellado. Ha realizado catorce exposiciones individuales y participado en más de cincuenta muestras colectivas en Uruguay, Perú, Brasil, Argentina, México, Suecia, Venezuela, Italia, Francia, Alemania y Estados Unidos. Representó a Uruguay en varias oportunidades, entre las que se destacan: 53º Bienal de Venecia, Italia; Afuera! Arte en Espacios Públicos, Córdoba, Argentina; II y IV Bienal del Mercosur, Porto Alegre, Brasil; Bienal de Grabado de Buenos Aires, Argentina; VII Bienal de La Habana, Cuba; Bienal Internacional de Estandartes, México; V Bienal Vento Sul, Curitiba, Brasil. En el año 2001 el Ministerio de Educación y Cultura le otorgó el Gran Premio Nacional de Artes Visuales por el tríptico Prueba de cielo. Fue invitado al II Festival de Arte Multimedia en Belfort, Francia; al Intermodem Intermedia Festival en el Modem Art Centre, Debrecen, Hungría; a la residencia del Latin American Roaming Art (LARA) en Colombia, y

340 recientemente al 33º Panorama da Arte Brasileira en el Museo de Arte Moderno de San Pablo, Brasil.

Rimer Cardillo nació en 1944 en Montevideo, Uruguay. Se graduó de la Escuela Nacional de Bellas Artes de Uruguay en 1968, realizó estudios de posgrado en Alemania en la Escuela de Arte y Arquitectura Weissenssee de Berlín y en la Escuela de Arte Gráfico de Leipzig entre 1969 y 1971. La labor docente ha estado presente en su carrera artística desde la década de 1970 en el Club de Grabado de Montevideo y diversos talleres en Uruguay y Estados Unidos, fue maestro de artistas que han logrado desarrollar una sólida trayectoria personal como Gladys Afamado, Margaret Whyte y Marco Maggi, entre otros. Es profesor titular de la Universidad del Estado de Nueva York en New Paltz, donde tiene a su cargo la dirección del Departamento de Artes Gráficas. En 1997 le fue otorgada la Beca Guggenheim. En 2001 representó a Uruguay en la Bienal de Venecia. En 2002 recibió el Premio Figari en reconocimiento a su trayectoria. En 2004 fue galardonado con el Chacelor's

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Award y el Premio a la Investigación Artística y Científica. Expuso en el Binghamton University Art Museum (2013), Medieval Trinitarian Templespace del Museo Kiscell, Budapest, Hungría (2010), entre otros destacados museos y galerías en diversos países. En 2003 fue invitado por la Tate Modern de Londres a dar una conferencia y presentar un video sobre sus creaciones. En 2004 el Museo de Arte Samuel Dorsky de SUNY New Paltz organizó la primera retrospectiva de la obra de Cardillo. En 2011 el Nassau County Museum of Art de Long Island realizó la exposición retrospectiva «Jornadas de la memoria», que incluyó obras realizadas por el artista a lo largo de cuatro décadas.

Marcelo Puglia, Nació en Maldonado, 1956.

Exposiciones Individuales-2016 Frontera Seca, Museo “R. Francisco Mazzoni”, Maldonado. Arquitectura Luso- Brasileña en Uruguay, AMEC Espacio Cultural, Maldonado. 2015 Arquitectura Luso-Brasileña en Uruguay. La Lupa Libros, Montevideo, Museo del Patrimonio Regional, Rivera. Frontera Seca. Escuela Rural N° 85, Altos del Perdido, Soriano. Museo

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Municipal “Dr. L. Roselli”, Nueva Palmira. Museo Histórico Casa de Rivera, Durazno. Museo del Patrimonio Regional, Rivera. AMEC Espacio Cultural. 2014- Frontera Seca. Al Pie de la Muralla Espacio Cultural. Arquitectura Luso-Brasileña en Uruguay. Museo Regional Carolino. 2013- Arquitectura Luso-Brasileña en Uruguay (Fotograma 2013) Museo “R. Francisco Mazzoni”. De cerca y de lejos, Museo “R. Francisco Mazzoni”. 2012- De las vaquerías al alambrado. Galería Jacksonville. Al mismo tiempo. Galería Jacksonville. 2011- Al mismo tiempo. Al Pie de la Muralla Espacio Cultural. Museo “R. Francisco Mazzoni” (Fotograma 2011) De las vaquerías al alambrado. Museo Dr. Fernando Gutiérrez, Trinidad. Escuela Rural N° 85, Altos del Perdido, Soriano. Teatro Gral. Artigas, Cardona. Escuela Hogar, Miguelete. Liceo Daniel Armand Ugón, Valdense. Casa de la Cultura, Mercedes (Bicentenario). Faros del Uruguay, Casa de la Cultura. 2010- De las vaquerías al alambrado, CERP, Rivera. Centro Universitario, Rivera. Faros del Uruguay, Al Pie de la Muralla Espacio Cultural 4793 km2, Galpón del Molino Espacio Cultural, Garzón. Casa de la Cultura, Maldonado

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(Día del Patrimonio) Arboretum Lussich, Punta Ballena. 2009, 4793 km2 Al Pie de la Muralla Espacio Cultural. De las vaquerías al alambrado, Museo Regional “R. Francisco Mazzoni”. Museo Municipal “Dr. L. Roselli”, Nueva Palmira, Casa de las Artes, Fray Bentos. 2008- De las vaquerías al alambrado. Al Pie de la Muralla Espacio Cultural, Casa de la Cultura, Artigas. 2007- De cerca y de lejos, Discount Bank, Punta del Este. 2006- Patagonia Sur, La Lupa Libros. Colaboraciones: El País Cultural: N° 890 / Noviembre 2006. Revista Dossier: N° 20/2010 N° 17/2009 N° 7/2008 N° 6/2008 N° 5/2007. Libro: “400 años de Historia de la Ganadería en el Uruguay”. Aníbal Barrios Pintos. Ediciones Cruz del Sur, Montevideo 2011.

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El «Gran mural de los 500» Otra de las iniciativas fue la idea de confeccionar una gran mural mosaico compuesto por 500 obras, donde se invitó a participar a 500 artistas plásticos de todo el país y la región para que —con total libertad temática y de técnica— plasmaran su impresión sobre este acontecimiento. Por parte de la organización se le proveyó a cada uno de los artistas un lienzo de 30x40 donde debieron realizar el trabajo, contando incluso con escultores que apelando a la creatividad buscaron dar versatilidad a ese soporte para llevar a cabo su obra. Dado que fue una tarea de largo aliento, en febrero 2016 se realizó el lanzamiento de la propuesta y se presentó — ya terminado— en fecha del 109 aniversario de la ciudad de Punta del Este —5 de julio de 2016— en el Complejo Cultural Gorlero (Ex ANCAP). Es plan es que el mural recorra el resto de los departamentos de la República. El montaje final abarcó una superficie de aproximadamente 70 metros cuadrados, pudiendo adoptar diferentes conformaciones según el lugar de exposición, lo que lo torna muy versátil.

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Se trató de un importante ejercicio colectivo demostrativo del actual nivel de nuestros artistas en nuestra sociedad, y que permite dar a conocer su arte y creaciones en una muestra muy especial. Es de destacar el trabajo que realizó desde la Dirección General de Cultura un equipo de funcionarios liderado por el Subdirector General de Cultura Dr. Fernando Cairo, el autor de esta nota Martín Ferrario (curador) y el galerista Sr. Sebastián Manuele Guria que actuó como coordinador general, que hicieron posible la concreción del proyecto y la exhibición del mural. También es de destacar muy especialmente la buena disposición de los artistas que, expresándose libremente, asumieron el desafío y compartieron generosamente su creación, y que también donaron sus obras a la Intendencia de Maldonado para que formaran parte del singular mural. También se recibió un amplio respaldo y colaboración de parte del Municipio de Punta del Este. La Dirección General de Cultura está orgullosa de haber podido concretar este ambicioso proyecto y hoy exhibirlo a la comunidad.

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ÍNDICE

Introducción………………………………………5

Las disputas entre dos imperios coloniales y el Río de la Plata.

Prof. Andrés Noguez Reyes………………………..9

Los dos descubrimientos del Río de la Plata.

Dr. Mario A. Scasso Burghi………………….…...36

La Banda Oriental en el sistema de Tordesillas.

El viaje del Juan Díaz de Solís, descubrimiento español en la trama de intrigas internacionales.

Lic. Alicia B. Otero Mera y Mag. José María Olivero Orecchia…………………………………………....81

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La persistente persecución del poniente.

Arq. Francisco Bonilla……………………………113

La expedición de Juan Díaz de Solís en la bahía de la Candelaria.

Juan Antonio Varese……………………….……..145

¿Quién era Juan Díaz de Solís?

Dr. Fernando Cairo Sola…………………….……165

La patria de Juan Díaz de Solís. Cultura artística en el Reino de Sevilla entre 1470 y 1516.

Lic. Ignacio J. López Hernández y Lic. Manuel Gámez Casado……………………………………………181

Visión geopolítica de Europa en el inicio del siglo XVI.

Dr. Jorge Enrique Méndez…………………..……211

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Encuentro de culturas y algo más.

Mtro. Gonzalo Abella……………………..……...241

Por el Río de la Plata, relatos y paisajes.

Arq. Fernando Britos Di Clemente………………..249

Algunas consideraciones poco frecuentes sobre la relación entre la navegación y la conformación de la sociedad uruguaya.

Dr. Antonio Lezama Astigarraga……………….…283

Una mirada al Río de la Plata desde el patrimonio industrial.

Prof. María Julia Burgueño………………..………313

Las artes visuales en los 500 años.

Martín Ferrario………………………….………….339

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