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LXXX, n." 4 MADRID octubre-diciembre 1977

Rev. Arch. Bibl. Mus. Madrid, LXXX (1977), n.° 4, oct.-dic. REVISTA DE ARCHIVOS BIBLIOTECAS Y MUSEOS

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LXXX, n.o 4 MADRID octubre-diciembre 1977 1. S. B. N. 0034-771 X '

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Artes Gráficas Clavlleño, S. A.-Pantoja, 20.-Tel. 415 25 46.-Madrld LA PARTICIPACIÓN EXTRANJERA EN LA GUERRA DE GRANADA

POR ELOY BENITO RUANO

Sobre la procedencia local de los componentes del ejército de los Reyes Católicos en la guerra de Granada son múltiples los tra­ bajos publicados hasta la fecha, relativos a diversas regiones, pro­ vincias y ciudades españolas ^. Cabe, no obstante, esperar nuevas investigaciones en este sentido, ya que una elaboración del tema en su conjunto puede hacerse ahora en cualquier momento, a par­ tir de los datos recopilados por Miguel Ángel Ladero Quesada, en su importante libro Castilla y la conquista del reino de Granada ^. En este orden de cosas, uno de los aspectos quizá más intere­ santes de dicho tema, por razón de su diferenciación, sea el de la participación extranjera en la contienda. Aspecto que cabría encuadrar en otro y más ambicioso enfoque acerca de la trascen­ dencia universal que, tanto el desarrollo de la empresa como los resultados de ella, alcanzaron en su tiempo. Apresurémonos a especificar que no entraremos en disquisicio­ nes acerca de la consideración coetánea de la cualidad de «extran­ jeros», apenas esbozado aún su estudio para la Edad Media por

1 Algunos realizados o promovidos por el autor de estas líneas, como «Apor­ taciones de Toledo a la guerra de Granada», Al-Andalus, t. XXV, 1960, págs. 41- 70, y «Aportaciones de Madrid a la guerra de Granada», Anales del Instituto de Estudios Madrileños, t. VIII, 1972, págs. 15-103, o el estudio de María Jesús Suá- rez Alvarez: «Aportaciones asturianas a la guerra de Granada», Astuñensia Me- dievalia, 1, 1972, págs. 307-356. La obra del profesor Juan de Mata Carriazo His­ toria de la guerra de Granada, incluida en el volumen XVII de la Historia de España, dirigida por don Ramón Menéndez Pidal, contiene un completo estudio de las contribuciones sevillanas a la contienda, lo mismo que hace respecto a la capital murciana el libro de R. Bosque Carceller Murcia y los Reyes Católicos (Murcia, 1953). Un último trabajo aparecido hasta ahora sobre la materia es el de M. González Jiménez, «Aportación de Carmona a la guerra de Granada», en Historia, Instituciones, Documentos, pubis, de la Universidad de Sevilla, I, 1974, págs. 85-109. Y una reseña de algunos de los trabajos aqui citados y otros afines puede verse e cargo de Antonio Malpica en «Cooperación nacional a la guerra de Granada», Cuadernos de Estudios Medievales, I, Granada, 1973, págs. 148-151. 2 Universidad de Valladolid, 1967.

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el especialista John Gilissen '. En la circunstancia temporal y po­ lítica de la España de los Reyes Católicos habríamos de precisar distingos entre subditos castellanos y de la Corona de Aragón; en­ tre éstos (aragoneses, catalanes, valencianos) y navarros y por­ tugueses ; entre peninsulares de aquélla e italianos; entre éstos y los demás europeos, etc. Cualificaciones todas que nos apartarían de nuestro verdadero concreto objetivo. Con las excepciones oca­ sionales que en su respectivo momento se justificarán, nuestra atención se dirige, en general, hacia los extranjeros actualmente tenidos por tales en España, es decir, en su tiempo, hacia los naturales de los diversos reinos cristianos de Europa. A ellos iba especialmente dirigida la declaración de «cruzada» que para la empresa gestionaron desde el prinier momento sus promotores. Y la opinión tradicional, generalizada tanto entre historiadores antiguos como entre otros muchos recientes, es de que la respuesta europea a la convocatoria hispano-pontificia debió de ser masiva. Dirigida, en efecto, la bula Ortodocoe fidei «universos Christi- ñdeles... tam ab Ispaniam... quam ab aliarum nationum fidelibus pugnatores et bellatores aliaque auxilia», su éxito —escribe el me- jpr conocedor hispánico de la institución *—, al decir de algunos autores extranjeros, «fue asombroso. Millares de cruzados de Fran­ cia, Alemania, Inglaterra, Irlanda, Polonia y, sobre todo, Suiza, vinieron a pelear bajo el estandarte plateado de la Santa Cruz». Sin embargo, como reconoce el aludido historiador español, esta apreciación, recogida de obras como las de W. Th. Walsh y A. Brackmann ", puede ser exacta, pero desconocemos los fundamen­ tos en que se asienta. Ateniéndonos, por nuestra parte, a los datos fehacientes (testimonios de los cronistas, elementos documenta­ les), encontramos más bien una cooperación personal cuantitativa­ mente modesta, por no decir escasa, al menos en la proporción que entendemos hubiera debido esperarse de una Cristiandad cuyo flanco occidental se llamaba vehementemente a defender.

* Simplemente, «celui qui... n'est pas sujet du roí» («Le Statut des étrangers á la lumiére de l'Histoire comparativa», Recueüs de la Société Jean Bodin, t. IX, L'Etranger, Bruxelles, 1958, pág. 10). Aplicación de estos principios a la historia española por Rafael Gibert, «La condición de los extranjeros en el antiguo De­ recho español», en ídem, t. X, págs. 151-199. * J. Goñi Gaztambide: Historia de la huía de la cruzada en España, Vitoria, 1958, pág. 387. El texto citado de la de Sixto IV (10 agosto 14S2), en pág. 657. 5 Walsh: Isabel de España, trad. esp., 3.» ed., Santander, 1939, pág. 309. Bracmann: iDas mittelalterliche Spanien in seiner europaische Bedeutung», Ihero- Amerikanisches Archiv, 12, 1938, pág. 16. La participación extranjera en la guerra de Granada 681

Ha de reconocerse, no obstante, que, para aquellas fechas, la universalidad de destino de semejantes llamamientos pontificios constituía ya un verdadero tópico o fórmula cancUleresco-diplomá- tica, considerablemente descargado de eficacia. Tanto más en Es­ paña, donde la sacralización de la Reconquista por el respaldo papal poseía una larga, multisecular tradición °. La nueva cruzada hispánica significaba, por otra parte, en aquellos momentos (1482), una auténtica competencia a los designios antiturcos —ciertamen­ te, cada vez menos intensos, cada día más atenuados—, que, desde 1453, venía alimentando el Papado en orden a una soñada y ya irrealizable recuperación de Constantinopla '. Por lo demás, es evidente que los principales efectos persegui­ dos por los Reyes Católicos con la suplicada declaración de cru­ zada para su empresa, habían sido, en primer lugar, económicos, y, en segundo, de dedicación fundamentalmente «nacional», caste­ llana. En otras palabras: la consecución, mediante la pertinente bula, de las tercias y diezmos eclesiásticos de su propio reino para contribuir a sufragar los gastos de la guerra. Con todo, un primer testimonio objetivo de la presencia de núcleos extranjeros en las filas del ejército castellano, lo suminis­ tra el cronista Hernando del Pulgar, ya al describir los preptu-a- tivos de la campaña de 1488:

Vinieron —dice entonces— a seruir al Rey e a la Reyna una gente que se llamava los soyyos, naturales del rey no de Sueya, que es en la alta Alemana. Estos son ornes belicosos e peleauan a pie; e tienen propósito de no boluer las esptaldas a los enemigos, e jwr esta causa las armas defensiuas ponen en la delantera e no en otra parte del cuerpo, e por esto son más ligeros en las batallas. Son gentes que andan pwr las tierras a ganar sueldo e ayudan en las guerras que entienden que son más justas. Son devotos e buenos cristianos; tomar cosa por fuerza reputan a gran pecado *.

De la presencia de este primer contingente extranjero en la gue­ rra de Granada y de la fama de los suizos como soldados profe-

« C£. E. Benito Ruano: «España y las Cruzadas», Anales de Historia Anti­ gua y Medieval, Universidad de Buenos Aires, 1951-1952, págs. 92-120. Y, en ge­ neral, la obra ya citada del padre Gofii Gaztambide. ' Planteamiento claro del dilema —Granada o Constantinopla— que ya se ha­ bía dado en tiempo de Pío II y Enrique IV de Castilla, como puede verse en nuestro trabajo de ese mismo título publicado en Hispania, t. XX, 1960, pági­ nas 26T-S14. * Fernando del Pulgar: Crónica de loa Reyes Católicos, ed. y est. por Juan de Mata Carriazo, t. II, Guerra de GroTiada, Madrid, 1943, págs. 73-74. 682 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos

sionales creyó poder deducir, en el siglo pasado, uno de nuestros más caracterizados escritores de Historia Militar, cierta influencia decisiva del modelo helvético sobre la organización y funciona­ miento de los primeros ejércitos hispánicos modernos. Según él ', las «ordenanzas militares» aquí promulgadas en 1487 serían sólo un calco o imitación de anteriores reglamentos castrenses suizos. Tal afirmación, recogida por autores de esta nacionalidad, con­ dujo a alguno de éstos a concluir, sin duda un tanto abusivamente, que «los principios del convenio de Senpach (reglamento para la disciplina militar, fechado en 1393) guiaron los ejércitos de Es­ paña en la guerra Santa contra los moros a la toma de Granada» ^''. Lo que sí parece poder deducirse del texto de Pulgar más arriba transcrito es el carácter mercenario de la tropa helvética. Servi­ cio el suyo probablemente contratado y a sueldo, del que encon­ tramos inmediatos precedentes y consiguientes no menos bélicos, aunque sí más técnicos, en los casos individualizados de artilleros de nombre exótico y apellidos como «bretón», «borgoñón», etc. ^^. En todo caso, puede concluirse efectivamente que «las compa­ ñías mercenarias de suizos y algunos alemanes encontraron en la guerra contra Granada un campo apropiado para buscar tra­ bajo» ^^.

9 Conde de Clonard: Historia orgánica de las Armas de Infantería y Caha- üer(a españolas, t. II, Madrid, 1851, págs. 83-84. 10 Las afirmaciones de De Valliére: Honneur et fidelité, Histoire des Suis- aes au sereice étranger, Lausanne, 1940, págs. 80-81, y Von Mülinen; Oeschichte der Schioeizer Soldner bis zur Errichtung der ersten sterhenden Oardc 1497 (cap. «Scheweizer in Spanien», 1483), Berna, 1887, págs. 91-93, recogidas por A. Liebeskind Rivinus: «Las relaciones hispano-suizas en tiempo de D. Fernando el Católico»..., § otMercenarios» (suizos) al servicio de España», V Congreso de His­ toria de la Corona de Aragón, Estudios, t. II, Zaragoza., 1956, págs. 227-229.— Tanto la conclusión general expuesta como otras apreciaciones de dichos autores, relativas a aspectos muy concretos de táctica y maniobra militares son reducidas a más prudentes límites por M. A. Ladero Quesada, en su obra citada, CastiUa y la conquista del reino de Granada, pág. 145. 11 Lombarderos, polvoristas, salitreros, fundidores de cañones, maestres de fue­ go, llamados (algunos de ellos aproximativamente) Jorge, Guillermo, Nicolao, Fie­ rres, Peri Juan, Osner, Barverá, Simón, más «siete ayudantes de los franceses» y veintiún artilleros bretones mandados por el capitán Mentellin, aparecen en la documentación de esos años (1482-1485) como combatientes en Granada (Ladero: Oh. cit., págs. 124-125, y J. Arántegui y Sanz: Apuntes históricos sobre la Arti­ llería española en los siglos XIV y XV, Madrid, 1887, págs. 217-218). Pulgar con­ signa por su parte que en 1484 la reina «hizo venir de Francia e de Alemania» maestros artilleros que ya estaban en Córdoba durante los preparativos de las cam­ pañas de Alora y Setenil (Crónica, II, pág. 117). 12 Ladero, págs. 145-146. Este autor localiza su presencia en España entre 1482 y 1491, consignando los nombres de algunos de sus capitanes, tal como se trans­ criben en las cuentas de la Contaduría del Sueldo, conservadas en el Archivo Ge­ neral de Simancas. «Fácil es suponer —advierte— lo deformados que estarán estos La participación extranjera en la guerra de Granacta 683

Sin embargo, no debe rechazarse absolutamente el hecho de que la proclamación oficial de la empresa como «guerra santa», y su propia naturaleza de tal, ejercieran, más allá de los Pirineos, un indudable atractivo sobre mentalidades de exaltada piedad o aventurera condición. Pronto, jiunto a los núcleos helvéticos y a los profesionales de diversa procedencia citados, se localizan otros voluntarios extran­ jeros cuya motivación exclusivamente religiosa, como combatien­ tes, está documentalmente acreditada. Así, «pia deuocione motus», un tal «frater Joannes de Causach, monasterii Sancti Laurencii Ordinis Sanctissime Trinitatis in térra domini de Cándala siti», a quien, ya en julio de 1483, el Rey Católico expedía pasaporte de regreso a sus lares, luego que «cmn quindecim hominibus, copiis nostris se inmiscens, viriliter et strenue» luchara en Andalucía *'. En 1486 se fecha la venida a Granada de la personalidad, sin duda, más relevante de esta clase de voluntarios: Sir Edward Woodville, hermano de la reina Isabel de Inglaterra, esposa de Enrique VII. Este caballero, a quien las fuentes españolas llaman conde (earl) de Rivers y señor de Escalas (Scales) —atribuyéndole, por cierto, títulos que, en realidad, correspondieron a su hermano mayor Sir Anthony—, constituye un interesante espécimen de noble aven­ turero, más o menos «andante», de la época ^*. Combatiente en Bosworth, en la batalla que un año antes había costado la vida al sanguinario Ricardo III de Inglaterra, su presencia en Córdoba vino aureolada por su prestigio guerrero, la brillantez de su sé­ quito y la alteza de su alcurnia ; factores todos a los que los Reyes españoles correspondieron con la riqueza de sus obsequios, tanto de bienvenida, como —meses después— de adiós **. nombres tomados al oído por un escribano en alguna tienda del real» (loe. cit., nota 171). Advertencia que debe ser tenida en cuenta para la consignación que hagamos de la mayoría de los nombres extranjeros tomados de las fuentes coetá­ neas. 1' Antonio de la Torre: Documento» «obre reZacioneg internacionales de loi Beyes Católicos, t. I, Barcelona, 194f9, págs. 830-881. Diez días antes, el 12 del mis­ mo mes, había otorgado el rey salvoconducto análogo a nombre de Juan de Strabor, alemán (ibldem). 1* Hemos dedicado a su figura y actuación en España un pequeño estudio ti­ tulado «Un cruzado inglés en la guerra de Granada», Anuario de Estudios Medie­ vales, 9, 1974-1975. 1" Una lujosa cama y dos tiendas de campaña, cuatro caballos enjaezados y seis acémilas: «e sin dubda valía lo que la Reina le mandó dar más de dos mili doblas», calcula mosén Diego de Valera (Crónica de los Reyes Católicos, ed. y est. por J. de M. Carriazo, Madrid, 1927, pág. 201). 631 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos

Acompañó al inglés una tropa de su misma nacionalidad, que las fuentes divergen en cifrar desde «un lucido pelotón de fami­ liares armados» hasta «trescientos hombres artilleros e flecheros muy esforzados» *^; pero en la que son unánimes en destacar la presencia de los famosos arqueros británicos. La participación de esta fuerza en la toma de Lo ja (29 de mayo de 1486) fue esforzada y cruenta. Varios de sus componen­ tes (¿«algunos»?, ¿«tres o cuatro»?, ¿«veinte»?) ^' perdieron allí la vida, y hasta su mismo jefe resultó herido en el asalto, incluso, según Pulgar, por dos veces **. Otros cayeron prisioneros, ya en aquella jornada o en otras, como ejemplifica el caso de un tal Pedro de Alaman^, que capturado junto con un hermano y otros dos parientes, permaneció varios años cautivo en Fez, donde acabó casándose con la hijia de su patrón musulmán, a la que había conseguido atraer al Cristianismo ^'. Al mismo contingente debió de pertenecer otro tal Guillermo Marstun, «criado de la cámara del rey de Inglaterra, que vino a la conquista de Loja» ^''. Y, aunque, al parecer, al margen de los hombres de «Lord Scales», también «in ciuitate de Loxa aduer- sus infideles animóse certauit» un «Ubertus Stantum de Ybernia, regni Angliae», quien anteriormente en Tánger «viriliter se ha- buit», según había informado al Rey Católico, que le licenciaba el 8 de marzo de 1487, su colega el de Portugal ^^. La campaña de la primavera anterior fue, sin duda, una de las que más voluntarios extranjeros atrajeron a la guerra de Gra­ nada : «Vinieron —dice de ella Hernando del Pulgar— asimesmo, algunos franceses con deseo de seruir a Dios en aquella guerra» ^*. 1* Datos en el citado trabajo Un cruzado inglés..., nota 21. i' ídem, nota 24. i« Crónica, t. II, pág. 222. 19 A. de la Torre: Documentos..., t. III, Barcelona, 1951, pág. 323. 2" El obispo de Málaga don Pedro de Toledo, limosnero de la reina, le entregó como socorro diez florines porque se le murió un caballo yendo en peregrinación a Santiago, de regreso a sus lares. Constaba, al parecer, este dato en un Libro de los marai>edis que recibió Pedro de Toledo, de las penas de la cámara, del gasto deUos fasta fin de LXXXVII, manuscrito de 45 fols. que se conservaba en la Bi­ blioteca del Instituto Valencia de Don Juan y que el duque de Maura cita en su obra El príncipe que murió de amor (Madrid, 1944, págs. 6 y 102), diciendo haber­ lo tomado de la copia que del mismo hiciera la señorita María Elena Gómez Mo­ reno. Desgraciadamente, no he podido localizar el manuscrito en la institución men­ cionada, por lo que sucesivas noticias del mismo habré de hacerlas a través de la citada obra del duque de Maura. 21 A. de la Torre: Documento»..., t. II, Barcelona, 1950, pág. 400. Este caba­ llero regresaría de nuevo (o no llegaría a irse) para combatir ininterrumpidamente en España hasta la caída de Granada (vid. infra, nota 57). 22 Crónica, t. II, pág. 213. La participación extranjera en la guerra de Granacta 685

Y cabe suponer que se trataba de la hueste que, meses atrás, pen­ saba traer a España Philippe de Shaundé (Lord Schande, «Nican- deb) en versión española), señor francés al servicio de Enrique VII Tudor, a quien acababa de coadyuvar a instaurar en el trono británico. Anuncios en tal sentido, traídos hasta el puerto de Santa María por mercaderes procedentes de Inglaterra, había transmi­ tido al Rey Católico mosén Diego de Valera, en marzo anterior *^ ; aunque, de ser así, debe calcularse que su total no alcanzara la cifra de dos mil hombres que el referido personaje pretendía em­ barcar y que, de haberlo logrado, hubiera, sin duda, dejado huella más acusada en las fuentes españolas. A la cita de Pulgar más arriba consignada, se añade, al ser recogida también por Jorge Vigón en su obra El ejército de los Reyes Católicos ^^, que con estos franceses vino Gastón de Lyon, senescal de Toulouse ; pero en ninguna de las ediciones consulta­ das de aquella Crónica (Carriazo, II, 1943, pág. 213 ; BAE, t. LXX, pág. 433 ; Valencia, 1780, pág. 271), ni en lugar otro alguno, he podido constatar este dato, cuya procedencia tampoco el mencio­ nado autor, por mí consultado, recuerda '^. En cambio, Alonso de Falencia cita, por su parte, la venida, entonces, del «noble y esforzado señor de Pregi..., desde lejanas tierras, con escogidos compañeros». La llegada de éste fue posterior a la toma de Loja, en la que, como vimos, participaron tan activamente los hombres de «Lord Scales», y aun a la de lUora, efectuada nueve días después de aquélla (8 de junio); por lo que el cronista añade, suministrán­ donos así la procedencia de este nuevo núcleo: «Sintió mucho este caballero (el señor de «Pregi») no haber llegado antes a los reales, para alcanzar para los franceses igual lauro que los ingle­ ses ; que tal es la emulación que el espíritu guerrero despierta en los pechos de los valientes». Y añade: «La presencia de extran­ jeros en las operaciones de la guerra obligó a la Reina a visitar con más solicitud las poblaciones tomadas por Don Fernando» ^*. 23 De nuevo remitimos para las fuentes a nuestro trabajo Un cruzado inglés..., nota 15. 2* Madrid, Editora Nacional, 1968, pág. 145. 25 «Gastón de Lion..., que quelques modernes appellent mal-á-propos de León, était d'une famille originaire de Bearne. Gastón fut vicomte d'IUe et de Canet en Roussillon, et capitaine de cent lances.» Este dato sobre su existencia real y al­ gunos otros sobre su descendencia es cuanto hemos podido hallar hasta ahora acerca de tal personaje (Devic et Vaissette: Histoire Genérale du Languedoc, t. V, París, 1T45, pág. 83). 26 Falencia, Guerra de Granada, en ed. de la «Crónica de Enrique IV», B. A. E., t. 26T, Madrid, 1975, págs. 166-167 y 169. 686 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos

De los términos en que está redactada la anterior noticia cree­ mos poder deducir que el grupo de este inidentificado personaje galo estaría constituido tan sólo por otros cuantos caballeros, como él deseosos de pelear en tanto que paladines aventureros» frente a los moros ; y sería su condición social la que exigiese de la Reina esa mayor actividad, precisa para agasajarlos, como hiciera con el antes mencionado campeón británico. «Movidos por el ideal de cruzada» —comenta certeramente, a propósito de ellos, Ladero—, estos voluntarios «dieron más brillo y más gastos a la campaña de 1486» ''.

El hilo cronológico de nuestras noticias nos conduce transito­ riamente a la consideración de otro tipo de aportaciones extran­ jeras : las materiales; unas ciertamente efectivas, otras más o menos simbólicas, con que algunas potencias de la Cristiandad qui­ sieron subrayar su solidaridad, más política que militar, con la causa de los Reyes Católicos. Así, el envío por Moximiliano, «rey de romanos», hijo del emperador Federico III y futuro consuegro de los monarcas españoles, de «ciertas lonbardas e tiros de póluora con todos los aparejos que eran negesarios», en 1487 ^'. La escasez y necesidad de esta clase de pertrechos se iban a poner bien pronto de manifiesto, por otra parte, en el para en­ tonces ya establecido cerco de Málaga, que obligó a don Fernando a enviar diversas galeras en busca de pólvora, no sólo a los prin­ cipales puertos peninsulares —^incluso de la Corona de Aragón—, sino también de los reinos de Sicilia y Portugal ^®. Este, quizá, es el momento de consignar cómo, aparte el po­ sible resentimiento guardado hacia los monarcas españoles por el lusitano, a consecuencia de la pasada guerra de Sucesión caste­ llana, que inhibiera o yugulara en aquel reino cualquier posible iniciativa de cooperación militar, está el dato suministrado por Jerónimo Münzer, viajero por la Península a raíz de la guerra de Granada (1494-1495), quien, refiriéndose a sus comienzos, afirma que el marqués de Cádiz escribió a Juan II de Portugal, pidién­ dole auxilio tras la toma de Alhama; lo cual, sabido por doña Isabel, ésta rechazó totalmente tal posibilidad, afirmando: «Le-

sr Oh. cit., pág. 146. 28 Pulgar, II, pág. 291. Se recibieron en el real sobre Vélez Málaga el domin­ go 22 de abril (Valera, Crónica, pág. 226). 29 Pulgar, Crónica, t. II, pág. 301. Valera, Crónica, pág. 255. La participación extranjera en la guerra de Granada 687

jos de nosotros que los portugueses se lleven este honor; este asunto es nuestro, porque se trata de los nuestros» '". A la petición del Rey Católico en 1487, la respuesta positiva de su colega lusitano vino acompañada de solemne embajada, pre­ sidida por todo un secretario real. Ladero registra el gasto de 68.845 maravedís hecho entonces por la corte castellana sólo para adquirir una gran fuente de plata con que obsequiar a su hués­ ped ^^. En cuanto a la participación personal portuguesa en la guerra, apenas si hemos recogido otro nombre importante que el de don Alvaro, hijo del tercer duque de Braganza, que fuera ejecu­ tado en Evora por supuesta conspiración contra su rey, en 1484. Don Alvaro y la marquesa de Moya fueron confundidos con los monarcas castellanos por el moro que intentó asesinarlos en la tienda de éstos durante el cerco de Málaga, dejando al caballero portugués «a punto de muerte» ^^. Y es el asedio por mar y tierra de la capital malagueña el que nos lleva a referirnos al aspecto naval de nuestro tema. Naves genovesas participaron, ya desde años anteriores, tanto en el suministro del ejército, como en la vigilancia de las costas granadinas. Las carracas Santa María y Santa Brígida, propiedad de Micer Pascual Lomelin y Julián Grimaldo, respectivamente, sa­ bemos que patrullaron en 1484 las aguas del Estrecho al servicio de los Reyes ^^ ; y en 1487, los mercaderes genoveses Valián Sal- vago y Terino Negrón, probablemente residentes en Sevilla, se comprometían en esta ciudad a llevar cargamentos de harina al real sobre Málaga ^*.

30 Jerónimo Münzer: Viaje por España, trad. de J. López Toro, Madrid, 1951, pág. 49. 31 Costina y la conquista..., pág. 146, nota 176. 32 Crónica, II, pág. 136. Falencia, ed. cit., pág. 179. Acompañaba a don Alvaro su esposa doña Felipa, también portuguesa, incorporada al séquito de los reyes. Algunos nombres de soldados lusitanos asentados en Almería después de la con­ quista, véanse tn/ro, nota 45. 33 Archivo General de Simancas: Registro General del SeUo, t. III, Vallado- lid, 1952, núms. 2.691, 3.046 y 3.047. 3* Carriazo: Historia de la guerra de Granada, pág. 713. Un Damián Negrón había obtenido carta de ciudadanía castellana en 1485 por llevar viviendo allí, por entonces, más de cinco años. Y un Cristóbal Salvago, vecino de la misma ciudad, recibió en 14S9 y 1491 diversas comisiones de pesquisa que le encomendara como a subdito propio la Reina Católica (Tumho de los Reyes Católicos del Concejo de Seviüa, ed. dirigida por J. de M. Carriazo, t. IV, Sevilla, 1968, paga. 88-89, y t. V, 1971, págs. 284-285). Conquistada Málaga, «a los genoveses se les autoriza a labrar casas, como en tiempo de los musulmanes, en la ribera del mar, dándoles sitio los repartidores» (F. Bejarano: «Repartimiento de Málaga», Al-Andalus, XXXI, 1966, pág. 10); una especial merced conceden los reyes en la ciudad al comerciante de aquella nacionalidad Esteban de Bonora (id.. Id., pág. 6). 688 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos

El fundamental aspecto militar de este servicio marítimo fue, sin embargo, desempeñado por una flota que, a juzgar por las fuentes, podemos considerar hispano-italiana o, más exactamente, catalano-aragonesa-napolitana. El aprovechamiento, al menos, de sus naves, parece permanentemente alternativo, a lo largo de toda la guerra, ya en beneficio de la Corona castellano-aragonesa, ya de la napolitana. En efecto, tanto mosén Bernat de Villamarí, «capitá general del nostre maritim exércit», como Galcerán de Requesens, jefe de la escuadra que más duraderamente actuó en las costas gra­ nadinas, lo hicieron en calidad de subditos de lo que hoy llama­ ríamos «doble nacionalidad». Fernando el Católico utiliza los ser­ vicios de ambos de modo habitual, pero se ve obligado a justi­ ficar reiteradamente ante los reyes de Ñapóles (su hermana Juana y su primo Fernando I, bastardo de Alfonso V de Aragón) la ausencia de estos marinos y de sus barcos de los mares de Italia, donde a veces se hacía necesaria su presencia, ya con motivo del peligro turco o de conflictos con los venecianos. En 1486, por ejem­ plo, ruega a su pariente disculpe la venida y estancia del segundo de los almirantes citados —investido con el título italiano de conde de Trivento—, al que retiene con su flota «en nuestro servicio, en aquella costa de Granada donde mucho nos ha servido y nos sirve» ; sin embargo, dos años después todavía ha de insistir ante el de Ñapóles para que devuelva a su común subdito los bienes y tierras de que le ha desposeído en su reino, sin duda como re­ presalia a su larga desasistencia **. El servicio que, entretanto, prestara el noble catalán con na­ ves hispano-italianas a sus soberanos españoles había significado una eficaz contribución a la toma de Málaga, asedio al que ha­ bían concurrido también con sus naves y armas varios centenares de caballeros e hidalgos de Valencia, Barcelona y Zaragoza. De algunos da puntual cuenta Hernando del Pulgar ^* y acaso sea ésta ocasión de recordar la conveniencia de una investigación ad hoc acerca de la participación en todos los sentidos —personales, económicos, materiales— de los subditos y los estados de la Co- 35 Documentos de 23 de diciembre de 1486 y 18 de agosto de 1488 pubis, por A. de la Torre: Documentos..., t. II, pág. 851, y t. III, págs. 132-183. Otros do­ cumentos en este sentido, afectantes tanto a Requesens como a Vilamari, en (dem, t. I, págs. 250-251; t. II, 270 y 881, y t. III, pág. 48. 38 Don Juan Ruiz de Corella, conde de Cocentaina; don Juan Francés de Pré- xita, conde de Almenara y de Aversa; mosén Miguel de Brosquete; don Diego de Sandoval, marqués de Denia, y hasta 400 hidalgos naturales de aquellas tierras (Pulgar: Crónica, t. II, pág. 308). La participación extranjera en la guerra de Granada 689

roña de Aragón en esta empresa castellana, como ya se hiciera con otras de reconquista ^' y está por hacer, en general, con la del Descubrimiento y colonización de América. Citemos, siquiera sea de pasada, a este respecto, los datos so­ bre recaudación de la bula de cruzada en los reinos españoles de la Corona de Aragón y en Navarra, recogidos para toda la con­ tienda por el padre Tarsicio de Azcona ^*:

Reino de Aragón 26.020.874 mrs. Reino de Valencia 37.855.544 mrs. Reino de Mallorca 2.761.421 mrs. Principado de Cataluña 32.508 libras barcelonesas Reino de Navarra 658.946 libras barcelonesas

Y añadamos, también a título de dato aislado, el acuerdo to­ mado por las Cortes de Aragón en Zaragoza, en 1488, de entre­ gar a los Reyes la cantidad de 115.000 libras recaudadas por sisa en su tierra, a lo largo de tres años, «para la guerra de los moros» ^®. Tornando al sitio de Málaga, en el año anterior, no nos resis­ timos a reproducir aquí la vivida estampa testifical que nos trans­ mite, como desde una atalaya, el cura de los Palacios:

Por el cabo de la mar —dice—' estaba cercada Málaga con la armada del Rey con muchas galeras e naos e caravelas, en que avía mucha gente e muchas armas; e combatían la yibdad por la mar con los tiros de la pólvora. Era una gran fermosura ver el real sobre Málaga por tierra; e por mar avía una gran flota del armada, que siempre estava en el cerco, e otros muchos navios que nunca paravan trayendo mantenimientos al real *".

37 F. Sevillano Colom: «Las empresas nacionales de los RR. CC. y la aporta­ ción económica de la ciudad de Valencia» (Hispania, XIV, 1954, págs. 511-623). Entre los préstamos consignados en este trabajo figura precisamente uno de 35.000 florines otorgado en diciembre de 1489 para la toma de Baza (págs. 543-544). En otro orden de cosas puede servir de muestra el trabajo de M. Dualde Serrano: iSolidaridad espiritual de Valencia con las victorias cristianas del Salado y de Alge- ciras». Bol. Dir. Gral. Archs. y Bihls., IV, núm. 26, págs. 22-23. 38 Isabel la Católica. Eitudio crítico de «u nida y su reinado, Madrid, 1964, pág. 584. A estos conceptos hay naturalmente que añadir las contribuciones pedidas por los reyes y votadas por las Cortes de los respectivos reinos integrados en la Corona aragonesa, de las que hay constancia tanto en sus actas como en las propias crónicas castellanas. 3 9 Pulgar: Crónica, t. II, pág. 339. ^0 Andrés Bernáldez: Memorias del reinado de los Reyes Católicos, ed. y est. por M. Gómez-Moreno y J. de M. Carriazo, Madrid, 1962, pág. 181. 6Í)0 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos

Barcos entre los que debemos señalar las seis galeras de com­ bate del conde de Trivento, cuyo prestigio sobre los demás jefes navales era comúnmente admitido en el cerco *^. En tierra se localiza, en tanto, todo un plantel de artilleros y artificieros foráneos : Martín Copín, tirador de pertrechos; maes­ tro Guillen, polvorista; maestro Pedro, lombardero alemán; Pe­ dro Aunón, lombardero; Pierres de Bre, lombardero francés; Henry, francés; Adán Tres, ídem; Guillem Bretón, lombadero ; Juan de Ricart, lombardero; maestro Jain Picart, lombardero y afinador de salitre; Guillermo Leroi, fundidor de lombardas; maestre Nicolás de Berna, y maestre Sanceo Hanse, alemán, a quien apodaron el Quemado por haber quedado ciego como con­ secuencia de una explosión de pólvora *^. Otro «Georgius lombar- derius alamanus, vicinus loci de Calbo» se licenciaba en 1490, luego de haber participado, a lo largo de cinco años de campaña, en las conquistas de Málaga, Vélez-Málaga, Baza, Guadix, Alme­ ría y otras *'• La caída de la capital malagueña fue uno de los episodios más trascendentales de toda la contienda. Entre los 752 cautivos cris­ tianos que allí se redimieron, Jerónimo Münzer recuerda a «cierto alemán de Zurich, Enrique Murer, que padeció durísima esclavi­ tud durante cuatro años», luego de haber sido hecho prisionero en la guerra. Su testimonio concuerda exactamente con el de la carta comendaticia que Fernando el Católico le entregara a su liberación, autorizándole a regresar a su patria. En ella se leía que «Enricus Muri de Thurego, nacione alamanus, ... in bello quod in mauros granatinus prosequimur viriliter se habuit et deinde captiuos per quadriennium vel circiter penes ipsos mauros inhu- maniter detentus fuit» **. En cambio —consigna el mismo Münzer—, dos prisioneros lom­ bardos, que, junto con otros siete cautivos castellanos, habían

•*! «En cuanto a pericia marítima, era reconocida la superioridad del conde catalán», dice textualmente Alonso de Falencia (ob. cit., pág. 188). •*2 En el repartimiento de Málaga, una TCZ conquistada, se le otorgaron con este motivo una casa y diversas tierras y viñas que, años después, disfrutaba con su mujer, Margarita. Todos estos datos los consigna F. Guillen de Robles en su libro Málaga rmisulmana, Málaga, 1880, pág. 268, nota, tomándolos directamente de los «Libros del Repartimiento» de la ciudad. A la viuda de otro alemán ordenan los reyes en 10 de mayo de 1490 den los reformadores del Repartimiento en Málaga la mitad de los bienes que se habían adjudicado en la ciudad al matrimonio (F. Be- jarano : Repartimiento de Málaga, pág. 13). •*3 A. de la Torre: Documentos..., t. III, págs. 347-348. Carta comendaticia de 18 de octubre de 1490. ** Münzer: Ob. cit., pág. 59. A. de la Torre: Documentos..., t. II, pág. 465. La participación extranjera en la guerra de Granada G91

renegado de su fe en tierras de moros, fueron asaeteados y que­ mados sus cuerpos al ser conquistada Málaga por las fuerzas cris­ tianas **. En cuanto a los musulmanes allí capturados, fueron distribui­ dos entre los caballeros participantes en la victoria, «portugueses e de todas las naciones que vinieron a aquella guerra», dice Pul­ gar, señalando la presencia de estos extranjeros en el asedio **: treinta muchachas cautivas fueron, en efecto, remitidas como prueba de reconocimiento por esta cooperación al monarca lusi­ tano, así como otros muchos hombres y mujeres a la reina de Ñapóles y al Papa ". Esta actuación diplomática es muestra de la actividad inter­ nacional desplegada por los monarcas católicos en relación con la propia guerra, actividad que, como es sabido, no fue desatendida un momento por aquéllos a lo largo de los años que la contienda duró. Otra prueba de la misma es el reiterado movimiento de em­ bajadas extranjeras llegadas durante ese tiempo hasta los mismos campamentos andaluces donde los Reyes se encontraban, las cua­ les podrían testificar, de regreso a sus respectivos países, sobre el carácter, el esfuerzo y la necesidad de ayuda a la empresa en que los reinos cristianos de España se hallaban empeñados. En tal sentido pueden citarse las embajiadas de Carlos VIII de Francia y Matías Corvino de Hungría, desplazadas hasta la frontera en 1489, y de las que da cuenta Alonso de Palencia,

*s Münzer: Loe. cit. Es posible que otros alemanes que este viajero viese en 1494 en Almería, Andrés de Fulda (Hesse) y Juan de «Argentina» (Estrasburgo), fuesen también antiguos combatientes beneficiados en el arepartimiento» que siguió a la toma de la ciudad. El Libro de tal repartimiento, conservado en el Ayunta­ miento de la capital almeriense, registra a lo largo de sus páginas los siguientes asientos de nuevos vecinos extranjeros: Pedro de Abre (f. 138 vto.), Ginés Angeber (f. 119 vto.), Juan Aportogués, escudero de las guardas (f. 76 vto.); maestre Pe­ dro de Bres, tirador del artillería (ya mencionado entre los asediantes de Málaga); Juan de Bretaña, tirador (f. 185 vto.); Tomás Bretón, artillero (f. 186 vto.), Juan Dabre (f. 139), maestre Francisco de Olanda, del artillería (f. 189); Juan Inglés, Peti Juan, artillero tirador, también mencionado supra, nota 11), y Gonzalo de Santarem, espingardero (157 vto.). No recogemos los nombres de otros portugueses, napolitanos, franceses, etc., que, por figurar con sus respectivos oficios de labrador, zurrador, zapatero, tratante, hombre de la mar, etc., no parecen haber participado como combatientes en la con­ quista. Todos estos datos los debo a la profesora Cristina Segura Graiño, cuya tesis doctoral sobre el Repartimiento de Almería, con edición del ms. original, es de desear que vea pronto la luz pública. *» Crónica, t. II, pág. 885. *' Cincuenta esclavas a la primera, cien hombres al segundo (Pulgar, t. II, pág. 335). Documentos sobre este envío a la reina de Ñapóles, en A. de la Torre: Documentos.,., t. II, págs. 457-460. 692 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos

junto con la venida de nuevos caballeros procedentes de Ingla­ terra y Francia, «ansiosos —dice— de combatir contra los ene­ migos de Cristo». «Y seguramente —añade— hubiera acudido (además) considerable número de fieles, si el Papa no hubiese suspendido la indulgencia plenaria, en los años anteriores conce­ dida a cuantos contribuyesen al mayor éxito de la campaña» **. No creemos que esta suspensión fuera provocada por la ame­ naza que el Gran Soldán de Constantinopla había hecho llegar aquel año al Papa, conminándole con adoptar represalias hacia los cristianos residentes en su Imperio si no obligaba a los reyes de España a suspender su ofensiva contra los musulmanes gra­ nadinos. Con todo, el hecho es indicio —uno más— de la reper­ cusión internacional que la guerra suscitaba en toda Europa. Dos franciscanos, custodios del Santo Sepulcro, habían sido portado­ res de la misiva otomana al Pontífice y fueron transferidos sim­ plemente por éste (Inocencio VIII) a España, aunque esta vez no nos consta que llegaran hasta Andalucía. De su visita regresaron con la expresa reañrmación de los Reyes en sus propósitos re­ conquistadores, claramente manifestada, y la promesa de subven­ ción de mil ducados anuales a la conservación de los Santos Lu­ gares a su cargo *°. Por otra parte, los soberanos cuidaron siempre de mantener informadas de sus éxitos a las cortes europeas, en un esfuerzo por excitar su interés y solidaridad hacia una causa que, en más de un sentido, hubiera debido ser considerada como propia por la generalidad de la Cristiandad. Y así, al tiempo que fueron co­ municando, prácticamente al día, a las principales ciudades, mag­ nates y dignatarios de sus reinos, la ocupación de las plazas más importantes del nazarí, enviaron también cartas y embajadas de notificación a los soberanos y príncipes de Occidente, haciéndoles partícipes de los progresos de sus armas. De la toma de Baza, por ejemplo, fueron informados inmediata y directamente los re­ yes de Ñapóles y Bohemia, las reinas de Inglaterra y Hungría, el dux de Venecia, los duques de Baviera, Saboya, Este, Milán, Borgoña, Ferrara y Mantua, el marqués de Monferrato, las repú­ blicas de Florencia y Genova, etc., etc. ®".

** Falencia: t. III, pág. 228. He aquí un indicio de los efectos no sólo econó­ micos que, pese a lo apuntado por nosotros más arriba, seguía produciendo la con­ sagración oficial de la guerra como «cruzada», por la que tanto batallaron los Reyes en todo tiempo. *» Pulgar: t. II, págs. 395-398. 60 A. de la Torre: Documentos..., t. III, págs. 273-276. La participación extranjera en la guerra de Granada 693

El mismo día de su entrada en aquella plaza, por cierto (4 de diciembre de 1489), don Fernando armaba caballero, en presencia de la Reina, del cardenal de España y de la corte en pleno, a uno de los voluntarios extranjeros, el germano «Varranus de Boy- sech», a quien reconocía en el acto de la investidura que «adeo vos strenuum clarumque ostendistis, ut reliquos omnes ex terrarum nacionum milites in admiracionem adduxeritis». En la ceremonia actuó como padrino el marqués de Cádiz, quien ciñó al recién armado la espada, mientras los condes de Tendilla y Urueña le calzaban las espuelas '^. Al cumplirse la década del comienzo de las hostilidades, el cariz de la guerra era tan ostensiblemente favorable a las armas cristianas que no nos sorprende el licénciamiento casi masivo de combatientes europeos a lo largo precisamente de los meses (mayo, junio, julio) en que mayor actividad bélica habría de presumirse por parte del ejército portador de la iniciativa. Muchos de ellos hacían, de regreso a sus patrias, piadosa peregrinación a Com- postela, donde darían gracias al Apóstol por haberles sacado con bien de los azares de la guerra, al par que ganaban la indulgen­ cia cuyo tesoro —junto a algún azabache santiagués y algún curvo alfanje granadino— guardarían de por vida entre los mejores re­ cuerdos de su aventura hispánica. Las ilustrativas «cartas comendaticias» otorgadas por el Rey Católico a estos veteranos nos conservan, con su especial orto­ grafía aproximativa, los nombres de «Enricus Haxinger», «Ursus Stayar», «Hulis de Huelgon», el franciscano «Petrus de Dossa» y el magister «Joannes de Cierch», todos «nacionis Sueuiorum» y el último viajando al frente de un grupo de hombres a cuyo mando se había distinguido en las operaciones («fortiter preliando») ; to­ dos los cuales tomaban el camino de Galicia, en la primavera del año expresado, tras despedirse en el campamento granadino de El Gozco ^^. A ellos les seguían, ya entrado el verano, el capitán suizo Gaspar de Frey y «Johannes Celia, de Turrego», «Andreas

51 A. de la Torre: Ob. cit., t. III, págs. 276-277. Otro soldado militante en la hueste del marqués de Cádiz fue el londinense John Morton, socorrido después de su licénciamiento con cuatro florines por orden de la reina (tomamos el dato, procedente del registro del limosnero Pedro de Toledo, consignado en nuestra nota 20, a través del libro del duque de Maura allí citado, pág. 108). Ni de este inglés ni del germano armado caballero por el propio marqués de Cádiz, tras la toma de Baza, hay la menor mención en la «Historia de los hechos de D. Rodrigo Ponce de León, Marqués de Cádiz», publ. en Colección de documento» inéditoi para la historia de España, t. 106, Madrid, 1893, págs. 143-317. 52 A. de la Torre: Documentos..., t. III, págs. 400-401 y 409. 694 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos

Ruede, de Superiore Car5ania», ccjulianus Scaufar de Bernancia», «Matheus Sanche, de ídem», «Enricus Fabreas de Turrego» y «An- thonius de Paris», cuyos méritos contraídos en la tala de la Vega granadina exalta su salvoconducto real: «cdeuastando igne ferro- que aliquavias oppida et arces agri huius ciuitatis Granate, labo­ res perpessi sunt», dice de ellos ^^.

En cuanto a las noticias de los éxitos cristianos, eran, a su vez acogidas con fiestas y acciones de gracias a Dios en sus res­ pectivos puntos europeos de destino. Se conserva memoria, entre otras, de las organizadas en Roma al saberse las conquistas de Ronda (1485), Loja (1486) y Málaga (1487) ". Ninguna de todas estas nuevas pudo, naturalmente, parango­ narse con la que, al fin, proyectaron los Reyes con alborozo hacia Europa el 2 de enero de 1492. «La Cristiandad entera —escribe al respecto el padre Tarsicio de Azcona ^^— pudo asociarse go­ zosamente al triunfo castellano, tanto más que diversos pueblos europeos tenían representaciones guerreras en el campamento gra­ nadino. Se pueden identificar —asegura—, con perfecta documen­ tación, grupos de alemanes, suizos, franceses, borgoñones e in­ gleses». Últimos voluntarios foráneos de los que tenemos constancia y que, sin duda, tuvieron el privilegio de asistir a la que bien hu­ biera podido llamarse en la España de entonces «la mayor oca­ sión que vieron los siglos» —antes de Lepanto—, son, más o menos identificables por sus nombres, hasta veintiocho individuos procedentes de las más variadas regiones y ciudades de Ingla­ terra, Francia, Suiza, Alemania e Italia, licenciados, ya en Gra­ nada, entre los meses de febrero a junio de 1492 ^*. Cierra su nómina un viejo conocido: el caballero irlandés «Ombertus Stan- tum de Ybernia», acendrado cruzado que combatiera a los moros tanto en África como en España, «magno sudore propriisque armis et expensis»; el cual, pese a haberse despedido del ejército real

*3 ídem, t. III, pág. 422. Muchos de los individuos aludidos en esta nota y en la anterior son identiñcables con los que figuran en una relación de veintiocho «^ysos» conservada en el Archivo General de Simancas, Contaduría del Sueldo, leg. 85. La lectura de cuyos nombres difiere a veces, por nuestra parte, de la transcripción —y probablemente la grafía— aquí citada (cf. Apéndice). «* Gofti Gaztambide: Ob. cit., págs. 382, 385 y 387. ss Isabel la Católica..., pág. 526. "• Vid., al final, Apéndice. La participación extranjera en la guerra de Granada 695 en 1487, con propósito de volver a su patria, debió de renunciar, como dijimos, al viaje o bien regresar pronto para reengancharse, por cuanto su salvoconducto definitivo (Granada, 23 de junio de 1492) dice que «per annos sex continuos fortiter debellauit» *'. Testimonio directo de la entrada cristiana en Granada suminis­ tra uno de estos protagonistas extranjeros, probablemente venecia­ no, Bernardo del Roi, en carta dirigida a la señoría de su Repú­ blica y datada en la recién capturada ciudad, cinco días tan sólo después de su ocupación. Describe en ella con prolijidad el acceso a la Alhambra de la vanguardia castellana, y para que no quede duda de participación activa consigna: «Yo me encontré en todas estas cosas porque estaba con el dicho comendador (el santiaguis- ta don Alonso de Cárdenas, comendador mayor de León, que man­ dó aquella fuerza) desde la primera entrada en dicha fortaleza» **. Es también muy probable la asistencia a la entrega del conse- jlero italiano de los reyes, Pedro Mártir de Anghiera, de quien, aunque no se conserva descripción alguna de dicha entrada, existe, como es sabido, todo un Epistolario datado en los campamentos y en la propia ciudad de Granada inmediatamente antes y después del 2 de enero de 1492. Su autor se gloría en él de haber contribui­ do en cierto modo, con su acompañamiento y servicio a los reyes durante la campaña, a la conquista de la ciudad. Y de su propio testimonio se deduce que había ido escribiendo una especie de dia­ rio de operaciones de aquélla, el cual, por cierto, no se ha conser­ vado ^'. El Rey Católico comunicó personalmente la buena nueva al Pa­ dre Santo en carta fechada el mismo día de la entrega, que mere-

*' Cf. aupra, nota 21, y A. de la Torre: Documentos, t. IV, Barcelona, 1962, pág. 52. "8 Cf. María del Carmen Pescador del Hoyo: «Cómo fue de verdad la toma de Granada, Al-Andahis, t. XX, 1955, pág. 327, nota 76, y J. de M. Carriazo: Historia de ¡a Guerra de Granada, pág. 877. El original italiano de la referida carta se encuentra, según la autora citada en primer lugar (loe. cit., pág. 289), en la biblio­ teca de San Marcos de Venecia, códice 263, págs. 84-35, y fue publicado por M. Ga­ rrido Atienza en Las capitulaciones para la entrega de Granada, Granada, 1910, apéndice LXVIII, págs. 814-815. Creemos dudosa la existencia, con personalidad distinta de la del autor de esta carta, de otro italiano que se hubiera hallado, de existir, en idénticas circunstancias y peripecias y habría dirigido a cierto prelado romano una epístola muy semejante —creemos que simple versión distinta de la misma—, de la que existe copia en los archivos de Milán. La dualidad de personajes y testimonios es mantenida, no obs­ tante, con argumentos apreciables, por María del Carmen Pescador, de quien toma­ mos también estos datos (ob. cit., págs. 292-298). s» Epistolario de Pedro Mártir de Anghiera, est. y trad. por J. López de Toro, Madrid, 1955. Cf. especialmente págs. 171 y 177. 696 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos

ció, «de mandato expreso Sanctissimi domini nostri Pape», el ho­ nor de ser recogida, en sus propios términos castellanos, en los re­ gistros pontificios ^'^. Roma festejó dignamente el triunfo cristiano con solemnísimas celebraciones litúrgicas y representaciones teatra­ les, cuyos textos fueron escritos ex profeso para estos actos ®^. A usanza española, el cardenal valenciano Rodrigo de Borja, fu­ turo Alejandro VI, ofreció al pueblo romano una corrida de to­ ros ^^ La noticia se difundió rápidamente por Europa, a cuyas cortes cristianas se apresuraron asimismo a comunicarla los Reyes. Nue­ vas embajadas fueron llegando a Granada, portadoras de respues­ tas congratulatorias de sus respectivos soberanos. La del dux de Venecia fue recibida en la propia Alhambra por Isabel y Fernando a principios del siguiente mes de abril *^.

Estos son los últimos datos —materiales, objetivos— que en rápido rastreo hemos podido recoger acerca de la sensibilización y contribución consiguiente de la Cristiandad europea a la etapa final de la Reconquista española. Aunque seguramente no totales ni definitivos, sí creemos que suministran una imagen aproximada de lo que debió de ser esa «participación extranjera» en la guerra de Granada. Una empresa que, a priori, cabía suponer que hubiera debido aparecerse como gran designio común y solidario de los pueblos todos del Occidente europeo, pero en cuya realización bien puede apreciarse hasta qué

6" Arch. Castel Sant'Angelo, arm. IV-III-I, Pii II men., pág. 114. La publica A.

8* Cf. supra, nota 80. 65 Tema polémico éste, en el que, naturalmente, no hemos de entrar aquí, con sus argumentos controvertibles sobre la inhibición o la participación catalano-arago- nesa en ella, el monopolismo castellano de sus beneficios hasta el siglo xvni, etc. 66 La España del Cid, 4.» ed., t. II, Madrid, 194.7, pág. 635, refiriéndose a Fierre Boissonade: Du nouveau sur la «cCfcauson de Roland», París, 1923. Aunque más allá que éste habrían ido en sus apreciaciones Helferrich y De Clermont, al afirmar que «no hubo batalla librada por los españoles a los infieles en que la caba­ llería francesa no pudiera reclamar su parte de gloria» (Fueros Francos. Les com- munes frangaises en Espagne et Portugal, París, 1860, pág. 8). Un encuadramiento en sus verdaderos términos de la participación gala en ante­ riores siglos de la Reconquista española realizó, por fin, en 194P9, el llorado profesor Marcelin Defourneaux, en su libro Les frangais en Espagne ou XI et XII siécles, pendant le Moyen-Age, París, año cit. 698 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos

todas las connotaciones de esta clase de modernos cuerpos milita­ res de élite: voluntariedad, mercenarismo (caso de los contingen­ tes suizos), incentivo aventurero, idealismo exaltado (caso de los caballeros cruzados), bravura, indudable y aislada crueldad, pro­ pia de la guerra de su tiempo —y de todo tiempo—, etc.

APÉNDICE

NÓMINA DE COMBATIENTES EXTRANJEROS

Sin sugerir, ni por lo más remoto, que la que sigue pretenda ser una relación completa, ni siquiera aproximada, de la totalidad de sujetos extran­ jeros que combatieron en las diversas campañas de la guerra, enumeramos a continuación todos aquellos individuos de tal naturaleza y carácter cuyos nombres nos hemos topado a lo largo de esta investigación. Ensayamos al mismo tiemp» una intento de identificación nominal de cada uno, cuando ello es hacedero, rectificando, en la medida de lo posible, la equívoca consignación de muchos de tales nombres y la insegura lectura de algunas de sus grafías. Hacemos nuestra o rectificamos, en su caso, las precisiones apuntadas al respecto por don Antonio de la Torre y por A. Lie- beskind Rivinus en sus obras citadas en el texto. Y expresamos nuestra gra­ titud al profesor Robert Plotz, lector de alemán de la Universidad de Ovie­ do, por su colaboración en este empeño. Las referencias a las fuentes de donde extraemos cada uno de los datos va expresada numéricamente, conforme a la ordenación que sigue. Las pre­ cisiones bibliográficas de éstas están expresas en las notas a nuestro texto.

1. 1483: Julio, 22. Córdoba. ACÁ (Archivo de la Corona de Aragón), Reg. 3548, fols. 149V.-150. 2. 148T: Marzo, 3. Córdoba. ACÁ, Reg. 3550, fols. 9r.-v. 3. 1487: Octubre, 28. Ocaña. ACÁ, Reg. 8665, fol. lllv. 4. 1489: Diciembre, 4. Baza. ACÁ, Reg. 3645, fols. 244v.-245. 5. 1490: Junio, 30. Córdoba. ACÁ, Reg. 3550, fols. 228v.-224. 6. 1490: Octubre, 18. Córdoba. ACÁ, Reg. 3666, fols. 26v.-27. 7. 1491: Mayo, 4. Real del Gozco. ACÁ, Reg. 3666, 2.» numeración, fol. 28. 8. 1491: Junio, 3. Real del Gozco. ACÁ, Reg. 3666, 2.» numeración, fols. 37v.-38. 9. 1491: Julio, 10. Real sobre Granada. ACÁ, Reg. 3569, fols. 64r.-v. 10. 1492: Febrero, 16. Granada. ACÁ, Reg. 3569, fols. 113v.-114. 11. 1492: Marzo, 4. Granada. ACÁ, Reg. 3569, fol. 119. 12. 1492: Marzo, 81. Granada. ACÁ, Reg. 3569, fol. 122v. 18. 1492: Junio, 23. Guadalupe. ACÁ, Reg. 8667, fol. 369. Todas ellas citadas a través de A. de la Torre: Documentos...

14. AGS (Archivo General de Simancas), CMC (Contaduría Mayor de Cuentas), leg. 10« (datas de 1484 y 14«5). 15. ídem, id., leg. 108 (data de 1487 para gastos de 1486). La participación extranjera en la guerra de Granada 699

16. AGS, es (Contaduría del Sueldo), 1.» serie, leg. 35. 17. ídem, id., leg. 87, fols. itS. Todas ellas citadas a través de M. A. Ladero Quesada: Castilla y la con­ quista del reino de Granada y comprobadas personalmente con el original.

18. Libro de los maravedís que recibió Pedro de Toledo, de las penas de cámara, del gasto deUos fasta fin de LXXXVII (manuscrito extraviado de la Bibliote­ ca del Instituto Valencia de Don Juan, citado a través del duque de Maura, en su obra £1 principe que Tmiriá de avnor). 19. lÁbro del Repartimiento de Málaga (citado a través de F. Guillen de Robles: Málaga musulmana.) 20. Jerónimo Münzer: Viaje por España, ed. cit. 21. Mosén Diego de Valera: Epístolas, ed. de J. A. Balenciaga, Sociedad de Bi­ bliófilos Españoles, t. 16, 1878, págs. 91-96. 22. Alonso de Falencia: Guerra de Oranada. 23. Fernando del Pulgar: Crónica, según cita de Jorge Vigón: El Ejército de los Reyes Católicos. 24. María del Carmen Pescador del Hoyo: Cómo fue de verdad la toma de Gra­ nada. 25. E. Benito Ruano: Un cruzado inglés en la guerra de Granada. 26. Cristina Segura Graiño: Repartimiento de Almería.

Alanos Guillermos, Nicolaos, Fierres, etc., piarece evidente que deben sintetizarse con otros de nombres similares. No lo hacemos por no tener la prueba de esa casi evidencia.

Adán, ?oyso: 16. Enricus Fabreas: 9 y 16. Adán Tres, francés : 19. Enricus de Julianus, ciuitatis Coloniensis, Angelar, ?oyso (= Ansseler ?): 16. Imperii Alemanie, 12. Andreas, Rudo, o Ruede, de Superiore Enricus Muri de Thurego, nacione ala- Cárpanla: 9. manus (Heinrich Murer de Thurgau = Andrés Fanega, ?oyso (= Fanecker ?): Zurich) : 8 y 20. 16. Enrique de Caloña, foyso: 16. Andrés de Fulda: 20. Enriques Fabreos (vid. Enricus Fabreas). Anriques, ?oyso: 16. Enriques de Says, ?oyso: 16. Anthoni de Tamplus, ville de Perona: Escales, conde (vid. Woodville, Antho­ 11. ny). Anthonius de Paris: 9. Francisco de Olanda, maestre del arti­ Antonio Floquin, ?oyso : 16. llería: 26. Arbelis Fabra, civitatás Parisiensis, regni Frayle (El), «oyso: 16. Francie: 11. Gallan, ^oyso: 16. Ar^es Estaygar ( = Steiger ?): 16. Gascón, 5oyso: 16. Aydacar, coyso (= Heidecker o Heideg- Gaspar Parí (16) o Frai (= Freí ?), na- ger !•): 16. cionis sueuiorum, Capitaneo suyciorum: Bartholomeo Tranxes, Imperii Alemanie 8 y 9. (= Tranches ?): 11. Gastón de Lyon, senescal de Toulouse: Barverá, maestre lombardero: 17. 23. Benedicti Blancar, ciuitatis Friborensis Georgius alamanus, vicinus de Calbo (Friburgo): 12. (= Calw, Hanover -): 6. Benedictus Mans, oriundus ciuitatis Olm, Ginés Angeber: 26. regni de Suedem (= Ulm, Schwaben, Gonzalo de Santarem, espingardero: 26. Suabia): 10. Guillelmus Bosses, oriundus ciuitatis An- Bernardo del Roi: 24. degauensis, regni Francie (Ang^rs): Cábele, (oyso (= Kailer ?): 16. 10. 700 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos

Guillem Bretón, lombardero: 19. Joannes de Toyan, ciuitatis Maydeborch Guillen, maestro polvorista: 19. (= Magdeburg), ducatus Sacgonie, Im­ Guillermo, maestre lombardero francés: perii Alemanie: 12. U. Joannes Veyterville (= Watervill ?) Pe- Guillermo Leroi, fundidor de lombardas : trelingue: 12. 19. Joanne Villisetun, ciuitatis de Neuburch Guillermo Marstun (= Marstham f), cria­ (= Newbrigh) regni Eseocie: 11. do de la cámara del rey de Inglate­ John Morton: 18. rra: 18. Jorge, maestro lombardero : 17. Juan Dabre (= de Le Havre ?): 26. Henricus Haxinger (= Haschinger), na- Juan Inglés: 26. cionis sueuiorum: 7. Juan Aportogués, escudero de las guar­ Henry, francés: 19. das : 26. Holrrici Envert (= Ulricus Enbert), ville Juan de Argentina (Estrasburgo): 20. de Xuyce, diócesis Costexensis: 12. Juan de Bretaña, tirador: 26. Huel Riares Delque (= Wilhel Riars), Juan de Ricart, lombardero: 19. ?oyso: 16. Juan de Strabor (= Strassburg ?): 1. Hulis de Huelgon (= de Welden, de Julianus Scaufar (= Schaffer, Skauffer) Weillkein nacionis Sueuiorum) : 7. de Bemancia (= Berna): 9. Jacobi Lo Largo, civitatis de Santo Lodo, Martin Copin, tirador de pertrechos: 19. regni Francia (= Saint Lo): 12. Martin Jorge, fundidor, lombardero y Jain Picart, maestro lombardero y afi­ maestre de fuego, francés: 14. nador de salitre: 19. Matheus Sanche de Bemancia (= Mat- Jaro, goyso (= Harald, Harro ?): 16. thaus Santschi, Sanzer, Sanzer?, de Joannes Barberi, ciuitatis de Burgenbe- Berna): 9, 16. rri, regni Francie (= Bourges): 12. Mentellin, capitán de los artilleros bre­ Johannes Beches, ?oyso (= Weisser, tones : 14. Waitser ?): 16. Michael Camarlensis, ville Brucellensis Joannes Borgoñón, loci Sauonyii, duca- (Bruselas), ducatus Brabant, Imperii tus Burgundie (= Savona): 12. Alemanie: 12. Joannes Causach (= Kausach), monaste- Miquel Johannes, ^oyso : 16. rii Sancti Laurencii Ordinis Sanctissi- Nicandel (= Philippe de Shaundé, lord me Trinitatis in térra de Cándala si- Schande): 21. t¡: 1. Nicolao, maestro lombardero: 17. Joannes Celia de Turrego (= Hans Kel- Nicolás, maestre salitrero y polvorista, 1er de Thurgau o Thuregum, Zu- francés: 14. rich): 9. Nicolás de Berna, maestre: 19. Joannes de Cierch (= Zurich ?): 8. Ombertus o Ubertus Stantus de Yber- Joannes Grilbert (= Gilbert), ciuitatis nia, regni Angliae: 13. de Reyns, regni Francie (= Beims): Osner, polvorista francés : 14. 12. Payar, goyso (= Bayer ?): 16. Joannem Guinicium (= Guiñee), ciuita­ Pedro, maestro lombardero alemán: 19. tis de Rixmunt (= Richmond): 11. Pedro de Abre (= Le Havre): 26. Johannes Mete {= Metten ?): ?oyso: 16. Pedro Aunón, lombardero: 19. Joannes Mortimer, in sacris constitutio- Peri o Peti Juan, polvorista francés, ar­ nibus et in artibus bachalarius, ville tillero tirador: 14 y 26. Northanton (= Northampton), regni Petrel Ausur, foyso: 16. Anglie: 12. Petrel Coperel, ^oyso: 16. Joannes Rill (= RüU ?), ciuitatis de Petrus Alaman?, de Brujas: 5. Visenburch (= Weissenburg), imperii Petrus de Dossa (= Dessau ?), frater, Alemanie: 12. nacionis Sueuiorum: 7. Joannes de Sieris (vid. Joannes de Petrus Frimut, oriundus ciuitatis de Lu­ Cierch): 16. co, prouincia de Lusorcia (= Luga­ no ?): 10. Joannes Straynor, ciuitatis de Olm (Ulm), Imperii Alemanie (= Strainer): Fierres, lombardero francés: 14. 12. Fierres de Bre (= Brie, Pré), lombarde- La participación extranjera en la guerra de Granada 701

ro francés, maestre tirador del artille- Simón, maestre lombardero: 17. ría: 19 y 26. Thoma Bert, ciuitatia de Yorch (York), Pregi, señor de ; 22. regni Anglie ; 11. Rafaele militum, ciuitatis de Leyscia Thoma Lyl (Lyll), ciuitatis de Duran (Leeds): 11. (Durham): 11. Rodrigo de Colona, toyso : 16. ^^^^^ ^^^^ ^,j^ ^^^^^^ ^ ^ Docester): Rogenus Besul, onundus ville de Vinsor ^- ^ (Windsor), regni Angliae; 11. Roldan de La Sala, ciuitatis Burgen en Tomás Bretón, artillero: 26. Berris (= Bourges, Perry ?): 11. Ursus Stayar, nacionis Sueuiorum Sanceo Hanse (= Hansen ?) el Quemado, (^W. Arces Estaygar). alemán: 19. Varranus de Boysech (= Woyzeick), ger- Sancho (= Santzer ?), mo?o d'espuelas, mani gentis: 4. 9oyso: 16. Woodville, Anthony, lord Sca'es: 25.

NOTA.—El presente trabajo es el texto de la ponencia presentada por el autor al «Primer Congreso de Historia de Andalucía», celebrado en Sevilla-Córdoba-Málaga- Granada, en diciembre de 1976.

REPOBLACIÓN Y DESPOBLACIÓN EN ALMERÍA (1572-1599)

POB NICOLÁS CABRILLANA

Expulsados los moriscos de la actual provincia de Almería, en noviembre de 1570, la comarca, durante el año 1571, debía pre­ sentar un aspecto realmente dantesco ; buen número de pueblos, por haber estado habitados casi enteramente por moriscos, queda­ ron despoblados, ya que los pocos cristianos viejos que sobrevi­ vieron a la guerra se habían refugiado en las ciudades de Almería, Vera, Moj^car o . Más de ochenta lugares habían sido íntegramente vaciados de su población morisca en una de las ope­ raciones más dramáticas, más tristes de nuestra historia. Más de ochenta pueblos que veían caer sus casas, techumbres, puertas, pa­ redes, por la acción de los vientos, de las lluvias y de los aventu­ reros, que vagaban buscando posibles tesoros escondidos, o de las indómitas bandas de monfíes, que huían por las sierras como pe­ rros rabiosos. Durante varios meses, gran cantidad de haciendas, casas, hor­ nos, molinos, huertas, etc., que habían sido de los moriscos, per­ manecieron sin dueño jurídica y prácticamente, pues la Real Cé­ dula por la que Felipe II confiscó para la Corona los bienes de los moriscos expulsados del reino de Granada no se publicó sino el 28 de febrero de 1571 ^. Después de esto, todavía fueron necesa­ rias varias semanas para organizar el complicado aparato buro­ crático que había de ocuparse del repartimiento y repoblación del reino de Granada. En Madrid se constituyó una Junta de Minis­ tros del Consejo Real, de donde emanarían las complicadas órde­ nes que debían ser puestas en ejecución por la Junta de Población que residía en la ciudad de Granada. Ni que decir tiene que mu­ chas de las órdenes dadas desde Madrid eran difíciles de aplicar, inadecuadas y confeccionadas con vista a sacar el máximo fruto para el Real Tesoro. Ello no produjo sino pérdida de tiempo y de dinero, restando agilidad a la repoblación y desalentando a

1 Núñez de Prado, Manuel: «Relación auténtica de la creación de la renta de población del reino de Granada...» (Granada, 1758), pág. 81.

Rev. Arch. Bibl. Mus. Madrid, LXXX (1977), n.» 4, oct.-dic. . 701 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos

los posibles colonos, con lo que las haciendas de los moriscos, sobre todo las huertas y arbolados, se deterioraron por el abandono. La Junta de Población de Granada la compusieron el presidente de la Real Chancillería, cardenal don Pedro Deza, Juan Rodríguez de Villa Fuerte Maldonado y el corregidor de Granada Arévalo de Suazo ; figuraban como contadores Martín Pérez de Arrióla y Antonio Terradas, actuando como escribano real Fernando de Cas­ tro. La ingente labor a realizar no tenía más remedio que rebasar las posibilidades de estos meritorios funcionarios. Las operaciones eran complejísimas, pues el abandono que siguió a la deportación de los moriscos facilitó la tarea de algunos cristianos viejos, mu­ dando a gusto propio los linderos de las haciendas colindantes que habían pertenecido a los expulsados. Para poder confiscar los bienes moriscos había que empezar haciendo un apeo general de todas las casas, tierra calma o arbo­ lada, huertas, hornos, molinos de pan, almazaras, etc., conocer los derechos de agua que tenía cada propietario y las horas de riego que le pertenecían, los bienes que eran de propiedad eclesiástica, señorial, o del común de los municipios, etc. Tarea realmente titá­ nica que ha llenado nuestros archivos de una riquísima documen­ tación. Para llevar a cabo el proyecto, la Junta de Población envió por todo el territorio del reino de Granada diversas comisiones, presididas por un juez y un escribano, para apear, deslindar y repartir los bienes que habían quedado vacantes. Como sólo los moriscos conocían bien los linderos de las haciendas, los derrote­ ros de las aguas y la propiedad de las casas, hubo que recurrir a moriscos expulsados para que actuaran como peritos, «conoce­ dores» o «seises», en la compleja operación. Paradójicamente, el éxito de la empresa dependía de la buena colaboración de los de­ portados, y el rey tuvo que concederles salvoconductos especiales para que desde Castilla pudieran ir a sus antiguos pueblos de ori­ gen y asesoraran en el deslinde de las propiedades. Gracias a ello se han podido conservar los antiguos topónimos árabes, que se habrían perdido por completo al ser repoblado el país por indivi­ duos pertenecientes a otra cultura. Efectuado el deslinde, se hacían suertes, constituida cada una de ellas por una casa, un trozo de huerta, un trozo de tierra calma y un trozo de arbolado (olivos, morales, viñas, etc.). Cada suerte debía tener aproximadamente el mismo valor, y convocados todos los repobladores en la puerta de la iglesia del pueblo se verifi­ caba el sorteo por insaculación. Con la operación efectuada se con- Repoblación y despoblación en Almería (1572-1599) 705 feccionaba un «Libro de Apeo y Repartimiento», que pasaría al archivo de cada municipio, y un «traslado», que sería llevado a la Junta de Población, que constituye en la actualidad la rica serie de «Apeos» del Archivo de la Chancillería de Granada. El ca­ rácter público de las operaciones efectuadas hace que no podamos dudar de la veracidad de los datos, lo cual hace que los «Libros de Apeo y Repartimiento», conservados en los archivos del anti­ guo reino de Granada, constituyan, y no creo pecar de chauvi­ nista, una de las colecciones documentales más importantes de Europa por lo que al siglo xvi se refiere. La operación no tuvo el éxito esperado, pues en Madrid no tuvieron en cuenta algunos aspectos específicos de las diversas co­ marcas que habían de repoblarse. En la jurisdicción de Almería, debido a la inseguridad que ofrecían las costas y el continuo miedo a incursiones piráticas, ex­ tensas zonas quedaron completamente despobladas y los labrado­ res se agruparon en los lugares mejor situados. Asistimos a un caso interesante de concentración del habitat rural por razones defensivas ; la enorme distancia que separaba a los lugares repo­ blados dificultaba el comercio normal, y sus vecinos sufrieron un proceso de ruralización, aislados por los grandes vacíos del campo. En toda la bahía de Almería apenas si existía alguna fortaleza digna de tal nombre, fuera de la Alcazaba y castillo de San Cris­ tóbal, por lo que los nuevos pobladores fueron asentados en el casco urbano almeriense, a los que se les repartió las casas y ha­ ciendas de los trescientos vecinos moriscos expulsados, pero todo el campo de Almería y todo el campo del Alquián quedaron va­ cíos ; los lugares moriscos de Huercal, , El Alquián, Alhadra Alta y Alhadra Baja permanecieron despoblados, según lo estable­ cía la Provisión Real del 12 de noviembre de 1572 dirigida al doc­ tor Peñalosa *. Al peligro de ataques piráticos se sumaba en esta zona el in­ conveniente de que muchas fincas, que habían sido cultivadas por moriscos en calidad de «xariques», pertenecían a la Iglesia e ins­ tituciones religiosas y no podían ser repartidas ; los colonos cris­ tianos nuevos, explotados por los propietarios de las tierras, ha­ bían pagado rentas que de ningún modo aceptarían los nuevos pobladores. Los comisarios reales, no sabemos si con órdenes ex­ presas o no, llegaron a repartir a los nuevos colonos tierras que

* Archivo Histórico Provincial de Almería (AHP. Al). Repartimiento de Al­ mería. 706 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos pertenecían al Cabildo Catedral de Almería, y a los monasterios de San Francisco, de las Puras, de los trinitarios y de los domi­ nicos. Pero estas instituciones, asombradas de tan expedita e in­ esperada desamortización, acudieron reclamando sus derechos a la Junta de Población de Granada, para que les fueran devueltas sus heredades. En febrero de 1572 la comunidad del convento de la Santísima Trinidad extramuros de la ciudad de Almería, co­ munidad que había quedado reducida a dos frailes,

«estando ambos a dos juntos en el dicho convento a campana ta­ ñida como lo abemos de uso e costumbre de nos juntar...» otorgó poder ante el escribano público Alonso de Medrano para que el muy reverendo padre fray Diego López, procurador gene­ ral de la Orden, compareciera ante las autoridades reales de la ciudad de Granada y presentara las escrituras y contratos de cen­ sos perpetuos, abiertos y «tpor vidas» de las propiedades cultiva­ das por los moriscos expulsados de la jurisdicción de Almería

«y pedir se vean y den f)or buenos e que ningún juez ni jjersona no los arrieden, ni den de ninguna manera... y se devuelva al monasterio, como cosa suya propia las ya arrendadas por Su Ma- gestads ^.

Lo mismo hicieron los otros monasterios, pero no les fue muy fácil conseguir las ejecutorias, emanadas de la chancillería de Gra^ nada, que les permitieran recuperar las heredades repartidas. El Cabildo catedralicio tuvo que esperar hasta el 21 de marzo de 1578 para que el real mandamiento de restitución le autorizara a recu­ perar las haciendas que le fueron confiscadas por el rey tras la expulsión de los moriscos *. De todos modos, como consecuencia de la anterior, y super­ viviente, estructura de la propiedad de la tierra, algunas aldeas de la jurisdicción de Almería no se repartieron a nuevos colonos, y los materiales de sus casas derruidas habrían de servir para re­ parar las moradas de los lugares repartidos. En la antigua taha de Almejíjar, situada al oeste de la capital, limítrofe con la Al- pujarra Baja, la población quedó agrupada en Félix, quedando

3 AHP. Al. Pr. 77, fol. 17. * Archivo de la catedral de Almería. Inventario General de Haciendas, fol. 85 v. Repoblación y despoblación en Almería (167ÍÍ-1699) 707 despobladas Énix y Vícar, por encontrarse sólo a legua y media del Cañarete,

«que es donde de ordinario saltan los moros».

Estas tres entidades de población sumaban en 1561 doscientos seis vecinos '; en 1573 se repartió toda la taha a 39 familias cristia­ nas, y en 1576 no contaba más que 88, con sólo 59 personas ^. En la zona oriental de la jturisdicción de Almería no se repobló más que Níjar, con 100 vecinos, casados y solteros, de los que en 1574 no quedaban más que 65. Se dejaron despoblados los lu­ gares de Inox, Tarval, y Huebro; los dos primeros han desaparecido, y apenas queda memoria de su existencia; Turri­ llas y Huebro se repoblaron después de casi un siglo de aban­ dono ^ Estas cinco entidades de población sumaban 232 vecinos, casi todos moriscos, según una estadística de 1561 *. La razón que se alega para que tan enorme extensión pasara a ser disfru­ tada por sólo 65 familias fue

«por ser la hacienda poca».

El lugar de Tarval, que había tenido 14 vecinos moriscos, quedó convertido en simple cortijp destinado a la cría de caballos del rey. En la actualidad sólo un caserío, perdido entre agrestes y bellísimos picachos, nos recuerda la existencia de la aldea de Inox, de trágica memoria. También en el Río de Almería tenían muchas propiedades el obispo, el deán y cabildo y los conventos de Santo Domingo y las Puras, por lo que hubo que disminuir el número de repobla­ dores ; en 1576 había sólo 80 vecinos, casi todos solteros, pues sumaban 52 personas, en el lugar de Santa Fe, al que se le agre­ garon dos aldeas: Mondújar y Huéchar, que siguieron despobla­ das ; en Gádor se proyectó asentar 50 familias, en lugar de las 200 que había tenido antes de la rebelión, pero hubo que reba­ jar el número a 46, ya que los dominicos de Almería tenían allí muchas propiedades; en 1576, Gádor no contaba más que 46 ve-

5 Archivo General de Simancas (AGS). Contadurías Generales, Repartimiento de Tercias y Alcabalas, leg. 2804. ^ AGS. Cámara de Castilla, leg. 2201. J. A. Tapia, cronista de la ciudad de Almería, me ha dado a conocer la existencia de este legajo, del 2177 y del 2216, facilitándome copia de ellos; hago constar aquí mi mayor agradecimiento. •t AGS. Leg. 2201. * AGS. Repartimiento de Tercias y Alcabalas, leg. 2804. 708 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos

cinos (80 personas), y quedaban despobladas Rioja y Quiciliana. El mismo fenómeno observamos en , que logró repoblarse con 36 vecinos, casi todos soldados de la guarnición; y Alhamilla quedaron sin poblar, y en todo el distrito no se con­ taban más que 64 personas. El término de prosperó sensiblemente a lo largo de la década de los 70, pues los 20 vecinos de 1572, eran 43 en 1573 y 100 en 1576. A pesar de que el terreno no era de gran calidad, la población no sólo se sostuvo, sino que aumentó gracias a que en su castillo había permanentemente una guarnición compuesta por doce soldados y diez caballos con un cabo *. Gracias también a la ayuda que tuvieron de parte de la Real Hacienda, facilitando a los labradores préstamos de trigo y cebada con grandes facilida­ des de pago. Un protocolo otorgado ante el escribano de Almería, Alonso de Medrano, nos da a conocer los nombres de sus veinte primeros pobladores que aparecen firmando, el 2 de diciembre de 1572, una carta de obligación por la que se comprometían a pagar al señor Alonso Delgadillo, administrador de la Hacienda de Su Majestad en el partido de Baza y Guadix, 130 fanegas de trigo y 132 de cebada en grano, que confiesan deber de otras tantas que les han sido prestadas «de socorro» para la simiente de aquel año ". La taha de , rica en olivares, frutas y hortalizas en época de los moriscos, había tenido una población de 955 vecinos, dis­ tribuidos en 15 lugares; tras la expulsión, la zona sufrió una gran decadencia, pues sólo pudo ser repoblada con 194 vecinos, que en 1576, cuando fue visitada por Arévalo de Zuazo, se reducían a 183, a pesar de que cada repoblador recibió una casa para morar, veintiséis marjales de tierra de regadío, tres fanegas de secano, cinco marjales de viña, una onza de cría de seda y quince pies de olivos ^\ Pero esas ventajas se contrarrestaban con los mu­ chos inconvenientes que para los repobladores ofrecía el país ; la guerra encarnizada había destruido no sólo la riqueza, sino las mismas fuentes de producción; árboles talados, casas inhabita­ bles, huertos abandonados, resecos; de los trece molinos de harina existentes en 1568, o sea, antes de la rebelión, sólo uno podía moler; de las trece almazaras sólo quedaban dos. Los lugares de Pisuela, Castala, Rigualte, Ylar y otros quedaron despoblados *^.

» AGS. Leg. 2201. 10 AHP. Al. Pr. 77, fol. 131 v. 11 AGS. Leg. 2201, fol. 62. 12 Ayuntamiento de Berja (Almería). Libro de Repartimiento y Apeo. Repoblación y desx>oblación en Almería (1672-1699) 709

Se poblaron, además de Berja, Julvina, Pago, Capeilera, Al- caudique y Beniaxi; haciendo un solo término para Turón y Mur­ tas, y otro para Beninar, Darrical y Lucainena. O sea, volvieron a la vida municipal sólo nueve entidades de población, y ello gra­ cias a que la costa quedaba relativamente bien defendida por una guarnición que vigilaba continuamente en la torre de Zulbini, A pe­ sar de ello, la visita de 1576 no arroja más que 589 personas, que en ese año habían sembrado 687 fanegas. En el documento se nos dan las cifras de lo que valieron los frutos en años pasados *^, que presentan continuas fluctuaciones. Lo mismo ocurrió en la taha de Dalias; todos los hornos de cocer pan estaban arruinados y lo mismo las almazaras ; sólo fun­ cionaban dos molinos harineros de los 22 que tuvo antes de la rebelión. Tras la expulsión de unos 600 vecinos moriscos, queda­ ron despobladas las aldeas de Almacete, Almobara, El Marge y Obda, cuyos materiales sirvieron para reparar las casas de El Hi- zán, Celín y Ambroz, que se repoblaron **. En 1576 la zona arrastraba una vida lánguida, contando sólo con 88 vecinos, en lugar de los 600 que había tenido antes de la rebelión ^*. Lógico que así fuera, pues el rey exigía a cada repo­ blador un real de censo perpetuo anual por cada casa; por las tierras, huertas y otros heredamientos, la décima parte de los fru­ tos que cogieran; los olivares y morales, los diez primeros años, la cuarta parte, y de allí en adelante, el tercio ^®. Otro factor que influyó en el fracaso de la repoblación fue la poca seguridad que algunas comarcas ofrecían al campesino; ni qué decir tiene que el labrador que deseaba fundar un hogar y crear una hacienda necesitaba contar con unas condiciones que garantizaran para él y sus herederos el normal desarrollo de sus actividades y la conservación de su riqueza; en los lugares que carecían de la seguridad necesaria, los labradores debían afrontar una serie de gastos e inconvenientes, pues estaban obligados a velar de noche como centinelas, efectuar postas y rondas, tener siempre dispuesta media libra de pólvora y doce pelotas con su correspondiente cuerda; si era sorprendido sin estos aparejos, po­ día ser multado y encarcelado ". 13 AGS. Leg. 2201. 1* Ayuntamiento de Dalias (Almería). Libro de Apeos. El lugar de Ambroz se llamó después Dalias, tomando el nombre de toda la taha. Véase también J. A. Ta­ pia : Historia de la Baja Alpujarra, Almería, 1966. " AGS. Leg. 2201. 1* Ayuntamiento de Dalias (Almería). Libro de Apeos. " AGS. Leg. 2201. 710 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos

En las comarcas de Mojácar y Vera el miedo a los piratas ber­ beriscos, que podrían desembarcar fácilmente en La Granatilla, impidió la normal repoblación de sus tierras. En la jurisdicción de Vera quedaron despoblados dos lugares de montaña, Cabrera y Teresa, que habían tenido 50 vecinos mo­ riscos cada uno y que no han vuelto a la vida municipal. En 1578 se determinó repoblar Cabrera con 40 vecinos, pero nadie acudió, pues por ahí atravesaron los piratas que saltearon la villa de Cue­ vas. Tello González de Aguilar, comisario real, que visitó esas zo­ nas en diciembre de 1573, declaraba que para fijar la población en Cabrera había que establecer una cuadrilla de 40 soldados con su cabo;

«es gran cosa acabar de poblar (Cabrera) por ser el passo de los moros, j estando ptoblada no jxidrían entrar los moros a saltear sin ser vistos» ^*.

Estaba, pues, establecido un círculo fatídico; no se poblaba por miedo a las incursiones piráticas, y había incursiones piráticas por ser zona despoblada. Informaba también el visitador que convenía hacer un reducto para la seguridad de aquella comarca. No se hizo el reducto y Teresa y Cabrera continuaron despoblados durante el siglo xvi. En el siglo xviii eran simples cortijadas; en la parroquia de Ca­ brera se decía misa los domingos y festivos para los labradores de la sierra, pero en Teresa no había en ese siglo sino

«restos de cimientos y algunas paredes» ^'.

En 1578 estaban también despoblados otros dos lugares situa­ dos más al interior, pero en zona considerada igualmente «muy peligrosa», según el informe de Tello González de Aguilar ^' ; es­ tos lugares eran Bedar y Serena, que, y según cifras de 1561, ha­ bían tenido 86 y 80 vecinos moriscos, respectivamente *^. Se pro­ yectó repoblar sólo Bedar con 80 vecinos cristianos viejas, y dejar despoblado Serena, pero por miedo a los piratas nadie deseó ocu­ par aquellos lugares.

18 AGS. Leg. 2201. 1* Biblioteca Nacional de Madrid. Sección de Manuscritos. Diccionario de Te más López. *» AGS. Leg. 2201. 21 AGS. Contadurías Generales, leg. 2804. Repoblación y despoblación en Almería (1572-1599) 711

Años más tarde, el mismo comisario real redactaba el parte de defunción de estos cuatro pueblos moriscos con estilo lacónico:

«En la ciudad de Moxacar a dos días del mes de julio de mil e quinientos y setenta e seis años, Tello González de Aguilar mandó se ptonga en relación en como los lugares de Bedar y Serena, Te­ resa y Cabrera están despoblados, en lugares muy peligrosos»... ^^.

El miedo a las incursiones de los norteafricanos perduró mu­ chos años ; todavía en 1598 los 41 vecinos del lugar de re­ sidían en Mojácar, ciudad bien defendida por la naturaleza, y cada mañana se desplazaban a cultivar sus tierras, retornando de noche a Mojácar ^^• Otra zona altamente peligrosa por su inseguridad era la costa oriental de la actual provincia de Almería; Huercal y Overa tu­ vieron que unirse para poder sobrevivir a los ataques piráticos:

«y de causa destar los dos lugares en tierra peligrosa se mandó por el Consejo de Su Magestad que los veinte vecinos que a de aver en población perpetua en el lugar de Overa estén conjuntos con los vecinos del lugar de Huercal» ^*.

Las zonas montañosas del interior no eran más seguras que las costas desguarnecidas ; allí también se lleva a cabo la con­ centración de entidades de población para poder afrontar los ata­ ques imprevistos de las partidas de bandidos moriscos que mero­ deaban por las sierras ; su audacia y su perfecto conocimiento del terreno significaron un grave inconveniente en las operaciones de repoblación. La sierra de los Filabres se vio bastante afectada por estos monfíes desesperados, acuciados por el hambre, por los efectos psicológicos de haber sido derrotados en la guerra, por el dolor de haber perdido a sus mujeres e hijos, expulsados a Cas­ tilla o reducidos a esclavitud. La comarca de los Filabres cons­ tituía el señorío de don Enrique Enríquez de Guzmán, compuesto de trece lugares, cuya capital era , El Tahalí, como se lla­ maba en el siglo xvi. Las estadísticas atribuyen a estos trece lugares una población de 720 vecinos moriscos, o sea, antes de la rebelión; los efectos de la expulsión y las dificultades de la repoblación transformaron

2* AGS. Leg. 2201. 23 AGS. Leg. 2216. a* AGS. Leg. 2201, fol. 194. 712 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos

bastante el habitat rural de esta zona; por la pobreza de tierra, por el miedo a los bandidos y por el hecho de ser de señorío, pues es de suponer que los repobladores prefirieran los lugares de rea­ lengo. A pesar de los inconvenientes, en el año 1573 don Enrique Enríquez de Guzmán había conseguido asentar 40 vecinos en Tahal, y otros estaban alistados para repoblar los demás lugares. Pero el 16 de septiembre de 1573 hizo su aparición en la sierra un fa­ moso bandido morisco, El Xoraique, capturando diez pobladores de Tahal. El pánico se extendió a los lugares limítrofes, y huye­ ron todos los vecinos de los lugares de Cobdar y Lijar, pertene­ cientes ambos al señorío de don Alonso Carrillo Ramírez de Pe­ ralta ". Lo mismo ocurrió en , que quedó absolutamente des­ poblada ; este lugar era en el siglo xvi término y jurisdicción de Baza, y había tenido 70 vecinos moriscos. Los repobladores fue­ ron muy remisos en acudir a Laroya, no disponiéndose más que de 22 vecinos para todo el término, pero tras el ataque de El Xoraique, huyeron a Purchena, a Baza y a otras partes; todavía en 1576, cuando Tello González de Aguilar visitó la comarca. La- roya no era sino un montón de casas arruinadas. A pesar de que el presidente de la chancillería de Granada, don Pedro de Deza, se apresuró a enviar una cuadrilla de 20 sol­ dados y un cabo para elevar la moral de los repobladores, asus­ tados de la temeridad de El Xoraique, fueron tan escíisos los la^ bradores dispuestos a asentarse en la sierra de los Filabres que no pudo llevarse a cabo el repartimiento de las casas y haciendas confiscadas a los moriscos de la comarca; según lo establecido por Felipe II en las instrucciones para el repartimiento, debería contarse, al menos, con 240 vecinos para poderles distribuir las propiedades de los 720 vecinos moriscos expulsados, mas para toda la sierra de los Filabres no se contaba en 1576 sino con 102 pobladores, que fueron distribuidos de la manera siguiente: 44 en Tahal, 23 en Alcudia, 18 en y 17 en Senes. Todos los demás lugares del señorío de don Enrique Enríquez quedaron despoblados. Benálguacil Alto, Benalguacil Bajo y (que no hay que confundir con Alhabia del Valle del Andarax) fueron anexionados a Alcudia; Benitorafe, Jemecit Alto y Jemecit Bajo se unieron a Tahal, y seguían abandonados Benizalón, Benajau-

25 Vincent, Bernard: «Un modele de decadence: Le Royaume de Grenade dans le dernier tiers du XVI siécle». Actas de las I Jomadas de Metodología Apli­ cada de las Ciencias Históricas. Universidad de Santiago de Compostela, 1975, págs. 213-217. El estudio es magníñco, pero ha sido publicado sin notas. Repoblación y despoblación en Almería (1572-1599) 713 mil, Benimina y Castro. Como puede verse, excepto Castro y Be- nizalón, ninguno de los despoblados citados han vuelto a la vida municipal y de algunos se ha perdido incluso el recuerdo ^®. Antes de finalizar el año un nuevo acontecimiento desgraciado vendría a pertubar el proceso normal de colonización de la zona oriental de nuestra provincia; el 27 de noviembre de 1572 una flota pirata, compuesta de 14 galeotas y más de 500 arcabuceros turcos, asaltaron la villa de Cuevas, se llevaron más de 300 per­ sonas y murieron el alférez Arteaga y más de 10 escuderos. La noticia llenó de consternación a toda la comarca, principalmente a la vecina ciudad de Vera, desde donde don Luis de Leiva, te­ niente de la compañía del capitán don Luis de la Cueva, envió un correo urgente al presidente don Pedro de Deza. La noticia corrió como un reguero de pólvora ; las anotaciones que las auto­ ridades locales hacen sobre el documento entregado al escudero encargado de llevar el correo a Granada nos permiten conocer el itinerario y el «tiempo» histórico: a Mojácar llegó el sábado a la hora de vísperas; a Níjar, el domingo, a las ocho de la ma­ ñana ; Almería lo supo el domingo, a las dos de la tarde, y a Guadix llegó el martes 1 de diciembre. El 5 de ese mes el pre­ sidente, don Pedro de Deza, envió otro correo urgente, conteniendo una carta para Felipe II, que había de ser entregada «en su real mano». La situación que pintaba Deza no podía ser más pesi­ mista ; además de referir el triste suceso de Cuevas y que se cree que los asaltantes son turcos y genízaros de la guardia del rey de Argel, habla también de preparativos que se llevan a cabo en Tetuán para atacar nuestras costas y de una flota de 23 navios, que había sido vista el 24 de noviembre a siete leguas del Peñón, con intención de dar sobre Melilla y de allí sobre nuestro lito­ ral ^'. El alcalde Bonifaz le comunica también desde Vera que, al parecer, El Dogali se acerca, capitaneando una expedición pi­ rática *'. Tanta amenaza de piratas turcos y berberiscos, además de poner en entredicho la utilidad de la victoria de Lepanto, acon­ tecida sólo un año antes, desalentó a los nuevos pobladores, mu­ chos de los cuales abandonaron las suertes que les habían sido concedidas y buscaron tierras más seguras. Ya en noviembre de 1572 empezaba a resurgir la población de Huercal-Overa, pero

2« AGS. Leg. 2201. 27 AGS. Cámara de Castilla, leg. 2173. 28 AGS. Cámara de Castilla, leg. 2177. 71 i Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos

«al tiempo que vinieron los moros y se llevaron las Cuevas, de temor sacaron los pobladores sus mujeres y las llevaron a la ciu­ dad de Lorca».

Lo mismo hicieron los vecinos de Antas, que por miedo a los piratas se refugiaron en la ciudad de Vera, alegando que Antas había sido el paso por donde se llevaron a los pobladores de Cuevas. El informe que envió al Consejo Real, el 30 de diciembre de 1578, don Tello González de Aguilar alega que los lugares de Te­ resa y Cabrera están despoblados por estar situados

ocen parte muy peligrosa, y es la entrada de los moros piara sal­ tear, y entraron por allí cuando se llevaron las Cuevas» *'.

Otro foco de bandidismo en nuestra provincia lo constituía la sierra de Gádor, cuyas estribaciones, por la parte oriental, se ex­ tienden hasta el río Andarax y, por la parte occidental, se con­ tinúan con las Alpujarras. Este bloque compacto, conocido palmo a palmo por los bandidos moriscos, constituyó durante largos años un fatídico foco de irradiación de miedo y desconfianza entre los nuevos pobladores. En la zona limítrofe con la sierra de Gádor, algunos lugares estuvieron muchos años deshabitados, y otros que­ daron despoblados para siempre, aunque sus tierras fueron dis­ frutadas por los vecinos de los lugares más cercanos. Por razones defensivas se concentraron en Félix todos los nue­ vos pobladores de la taha, como se ha dicho, dejando sin habitar Vícar y Enix. En la taha de Marchena, que constituía toda ella el señorío del duque de Maqueda, todavía en 1574 quedaban sin poblar va­ rios lugares que llevaron vida próspera antes de la rebelión; el 17 de enero de ese año, Tello González de Aguilar, del Consejo de Su Majestad, hizo la visita de la taha, y en la villa de Hué- cija, capital del distrito, levantó acta de la inspección:

«primeramente se halló despoblado el lugar de Ragol, aunque está obligado a la población del un valenciano que se dize Villanueva y anda buscando pobladores. Ytem está despoblado ansimesmo el lugar de Alicún. Ansimesmo está despoblado el lugar de Alhama la Seca aunque están obligados a la población della Juan Navarro y Alonso Gallego, y andan buscando los pobladores... *°. 2 9 AGS. Leg. 2201, fols. 196 y 208. 30 AGS. Leg. 2201, fol. 295. Repoblación y despoblación en Almena (167%-1599) 715

Pero esta despoblación fue simplemente transitoria; en 1576 el lugar de Ragol tenía ya 32 vecinos; el de Alicún contaba 24, y Alhama, 7 ; en este mismo documento se hace notar que Alhama tuvo 50 vecinos moriscos, se repobló dos veces, y dos veces vol­ vió a despoblarse por dos razones: por estar en parte muy peli­ grosa y por carecer de agua. En el cercano distrito de Alboloduy, señorío de don Diego de Castilla, señor de Gor, asistimos también a una curiosa concen­ tración del habitat; la taha tuvo antes de la rebelión 800 veci­ nos, repartidos en los lugares de Al Hizán, Santa Cruz, Alhabia, Ruchuelos y Belebín; en 1574 se repoblaron sólo Al Hizán, con el nombre de Alboloduí, que antes había designado a toda la taha, y Alhabia, dejando sin habitantes todos los demás; Ruchuelos y Belebin quedaron despoblados definitivamente ^^. La Alpujarra Alta, encuadrada en la actual provincia de Al­ mería, estaba constituida por dos tahas o distritos: la taha de Andarax y la de Luchar. Tierras frías e inhóspitas, pero de be­ llos paisajes dominados por Sierra Nevada y Sierra de Gádor. Gracias al esfuerzo continuo de los moriscos, producían mucha seda y toda clase de frutos, y mucho ganado que bajaban en in­ vierno a los pastos cálidos del Campo de Dalias. Las entidades de población surgieron en los valles abrigados, unidos por el largo y dificultoso camino que sigue ordinariamente el curso del río Andarax. La más pobre de las dos tahas era la de Luchar, por lo que antes de la rebelión de 1568 no vivían en ella más que 20 vecinos cristianos, frente a las 658 familias moriscas que le atribuyen los documentos '^. La componían nueve entidades de población, siendo la más importante Canjayar, con 165 vecinos ^'. Los cua­ tro lugares más pequeños, más pobres y peor comunicados que­ daron despoblados. Entre Canjayar y existe una pobre cortijada, único recuerdo de lo que fue el lugar de Nieles, que había tenido 45 vecinos ; el cercano pueblo de , que tuvo 75 hogares moriscos, fue repoblado en 1574 con sólo 48 familias

31 AGS. Leg. 2201. *2 Archivo de la ChanciUería de Granada. Apeos: Taha de Luchar, núm. 49, planta 5, estante 0.2. 33 Mármol afirma que había en ella 17 lugares, citando Muleira, Cumantolo, Capileira de Luchar, Pago, Julina, Guibique, Beniniber y Rooches. No he podido identificarlos; posiblemente desaparecieron antes de 1569. Mármol Carvajal, L. de: Hiitoria de la rebelión y castigo de los moriscos del reino de Granada, BAE, XXL 716 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos y se dejaron sin habitar las dos aldeas cercanas de Bolinieva ^* y Antura ^^. No lejos de Almócita quedó abandonado el lugar de Bogoraya, cuyas tierras se dieron a censo perpetuo en 1574, repartidas entre y Almócita '*. De los doce pueblos que componían la taha de Andarax, cinco quedaron despoblados por falta de repobladores. Fondón había tenido 148 vecinos moriscos, algunos disfruta­ ban de gran prosperidad económica antes de 1568, y sus casas sólidas y elegantes pueden admirarse aún ; en 1572 se repobló con 44 familias que vinieron de Salamanca con el capitán Sotomayor. Se proyectó repoblar Benecid (Beniazis) con sólo 20 vecinos, en lugar de los 60 que había tenido, vecinos que habían de residir en Fondón

«hasta que la tierra esté segura», por el miedo a los ataques de los bandidos moriscos emboscados en la Sierra de Gádor; pero permaneció despoblado el lugar de Abenzuete, que, según el Diccionario Geográfico de Tomás López, había tenido 46 vecinos moriscos ; en 1574 su término fue agre­ gado a Fondón ". Laujar, que fue un próspero centro agrícola y artesano antes de la rebelión, al que los documentos atribuyen una población de 288 vecinos moriscos y 22 cristianos viejos, co­ noció, tras la expulsión, la consecuente merma y concentración del habitat; se le anejaron los términos íntegros de Hormica ^* y Ca- macin *' y la mitad del término de Guarros *", siendo disfrutada la otra mitad por Paterna. No lejos de Bayarcal se conservan restos de lo que fue el lugar

'* Mánmol: oh. cit., pág. 205, le llama Bolinevar; Gómez Moreno: De la Alpu- jarra, pág. 85, le nombra Bulineva y Molineba. Tomás López afirma que cerca de su emplazamiento había una fuente pequeña y una presa antigua de argamasa. »« AGS. Leg. 2201. '* Mármol, que le llama Bogairaira, afirma que está junto a una herrería, de donde se saca el hierro que extraen de una mina que está allí cerca. Mármol, ob. cit., pág. 205. En la actualidad se le llama Bucharacha. 3 7 AGS. Leg. 2201. 88 Hornyca (Fórmica, Hormical). Los datos referentes a este despoblado con­ signados en el Diccionario de Madoz, t. IX, pág. 229, no son exactos. Mármol, ob. cit., pág. 202, le llama Hormyca. '» Para Camacín véase Nicolás Cabrillana: «Almería en el siglo xvi: Moriscos encomendados», en Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, t. LXXVIII, 1-1975, pág. 57. •*• AGS. Leg. 2201 y Ayuntamiento de Laujar (Almería). Libro de Apeo y Repartimiento. Repoblación y despoblación en Almena (1572-1599) 717

de Iñiza, despoblado tras la expulsión de los moriscos, del que Madoz nos suministra curiosos datos *^ En él residían 30 fami­ lias moriscas en 1568 y sólo tres de cristianos viejos. Por razones defensivas y por falta de repobladores, la concen­ tración del habitat en el plano local fue paralela a la concentra­ ción de municipios en el plano comarcal. El actual pueblo de Pa­ terna ocupa el emplazamiento del antiguo barrio de Alcudia, pero el municipio morisco se componía de cuatro barrios : Alcudia, Ha- rat Alguacil, Harat Volot y Harat Aben Muza. El mismo fenó­ meno ocurre en el municipio de , que estaba constituido por otros cuatro barrios, cercanos entre sí: Haulin, Harat Al Haulo, Zocanes y Aben Omar *^, repoblándose sólo el primero con el nom­ bre de Alcolea. La visita que el comisario real Tello González de Aguilar llevó a cabo el año 1574, y a la que se ha aludido repetidamente, pone de relieve que los lugares de señorío tardaron más en repoblarse que los de realengo ; al parecer, los señores, que vieron con ma­ los ojos la expulsión de sus tierras de vasallos tan productivos como eran los moriscos, no pusieron mucha diligencia en colabo­ rar con el rey en la repoblación. Así, el conde de la Puebla, que tenía cuatro lugares: Gérgal, , y Febeire, aún no había repoblado su señorío en 1574 ; Tello González de Aguilar, que lo visitó en enero de ese año, hace constar en acta, otorgada ante el escribano público Bernabé Ruiz, que los cuatro lugares estaban despoblados, afir­ mando que la tierra es de buena calidad, pero

«El conde de la Puebla no haze diligencia ninguna que sea de provecho para la dicha población; conviene que Su Magestad le mande que pueble la dicha villa (Gérgal) y las demás, haziendo comodidad a los pobladores que vinieren de prestarles trigo y dinero para reparar las casas y desta manera se repoblará la dicha villa y las demás».

La visita tuvo su efecto y el 13 de julio de 1576 aparece Gér­ gal con 79 vecinos ; Bacares, con 88, y Febeire, con 8 poblado­ res ; meses más tarde éstos se trasladaron a Velefique y Febeire quedó definitivamente despoblado, reducido a simple cortijada. Otro señor, el marqués del Carpió, dueño de y Lubrín,

•*! Madoz, Pascual de: Diccionario geográfico-estadístico..., Madrid, 184(5-1850, t. IX, pág. 434. •*2 Ayuntamiento de Laujar (Almería). Libro de Apeo y Repartimiento. 718 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos

se muestra aún más reacio en repoblar sus tierras. Sorbas había tenido unos 200 vecinos moriscos y Lubrín 100, aproximadamente, pero la visita de Arévalo de Suazo, verificada el 8 de julio de 1576, arroja un balance descorazonador : Sorbas no tenía más de 35 ve­ cinos, y Lubrín, tres. El comisario real expone las razones cla­ ramente :

«por aver venido pobres y estar en tierra tan peligrosa, y aver los moros muerto algunos pobladores, y lo otro no aver querido el marqués favorecer a los pobladores, ni prestarles trigo ni dinero, ni sus gobernadores hazelles buenos tratamientos se an ido...» *^.

El 8 de enero de 1577, el Consejo de Población decide llevar a cabo el apeo y repoblación de los términos de Sorbas y Lubrín, nombrando una comisión presidida por el juez Antón de Pareja. El proyecto es notificado al gobernador de esas tierras de seño­ río, o sea, al representante de don Diego López de Haro y Soto- mayor, marqués del Carpió. Este, poco interesado en la repobla­ ción, apela ante el rey pretextando que no hay nadie que sepa aclarar qué hacienda era de moriscos y qué propiedades tenían los cristianos viejos. Gracias a ello, hasta enero de 1578 perma­ neció inactiva la comisión real, que ante las malas perspectivas que se le ofrecen proyecta repoblar Sorbas con 50 vecinos y Lu­ brín con 30. Nombrados los apeadores, se descubre, entre otras cosas, que en Lubrín sólo un cristiano viejo había tenido hacienda en la época de los moriscos, Juan de Alarcón, vecino de Mojácar, pero la iglesia poseía 188 olivos antes de la rebelión, de los que sólo están en pie 71; la guerra y ocho años de abandono habían cobrado funestos tributos. Ello hace poco atractiva la repobla­ ción, por lo que Hernando Alonso, natural de Villanueva del Arzo­ bispo, que era el obligado a traer los nuevos pobladores, no pudo presentar el 12 de febrero de 1578 más que una exigua relación de 12 vecinos presentes, en lugar de los 80 proyectados ; a pesar de ello se hicieron 80 suertes, premiándose a Hernando Alonso con siete partes. Durante los años 1578 y 79 acudieron 15 vecinos más, por lo que el 22 de diciembre de 1580 los 80 vecinos que componían el Consejo de Lubrín otorgaron al rey una escritura por la que se obligaban a pagar un censo perpetuo de 12.875 ma­ ravedís anuales **.

*3 AGS. Leg. 2201, fol. 221. ** Repoblación o Apeo de Lubrín. Folletín Amigo del Pueblo. Tip. Electra. Lubrín, Almería, 1924. Repoblación y despoblacián en Almería (1572-1699) 719

Pobreza de la tierra, peligro de piratas y bandidos, pero evi­ dentemente otro factor debió jugar en contra de la normal repo- blacinó del territorio almeriense: la decadencia demográfica que hacia 1576 afectaba ya a todo el Reino ; a pesar de las «franque­ zas» otorgadas por el rey a los emigrantes, muchos lugares no pudieron repartirse por no haber suficiente número de repoblado­ res, o sea, ni siquiera la mitad del número de vecinos moriscos que había tenido el término que se pretendía repoblar; otros mu­ chos lugares se repoblaron, haciendo caso omiso de esa cláusula, así, en el señorío del marqués de los Vélez se repobló con tres familias, y había tenido 70 vecinos moriscos ; Oria se repobló con sólo 10 cristianos viejos y había tenido 110 vecinos moriscos ; se dio a 12 repobladores, siendo así que, por haber tenido 40 vecinos moriscos, debía haberse esperado la lle­ gada de, al menos, 20 labradores ; en la desproporción es aún mayor, pues habiendo tenido 250 vecinos moriscos, se re­ pobló sólo con 50 inmigrados. En otros casos no se respeta tampoco la cláusula impuesta por el rey exigiendo que los repobladores no fueran originarios del reino de Granada; en los casos citados anteriormente, de los 12 ve­ cinos de Partaloa, dos eran del lugar de María, también del mar­ qués de los Vélez; igualmente eran de María siete de los diez repobladores de Oria. Se trata de simples trasvases de población, por lo que los campesinos tuvieron la oportunidad de mejorar sus condiciones de vida emigrando a tierras más ricas o menos peli­ grosas, pero demográficamente indican estancamiento o regresión de las regiones circunvecinas *'. Otro dato que corrobora la falta de gente en 1576 es que en la repoblación de , que entonces era término y jurisdicción de Guadix, se admitieron incluso mo­ riscos ; en la relación se mencionan Hernando, Franco y Diego de Baza, todos cristianos nuevos, un total de 16 «naturales» ; igualmente, en la repoblación de Armuña del Almanzora, capital del señorío de don Diego de Córdoba, se afirma que de los 43 ve­ cinos, 20 son «naturales». Otro importante señorío del río de Almanzora era el del mar­ qués de Villena y duque de Escalona, que estaba constituido por Serón, Tí jola, Aldeire y Bay arque; este último lugar continuaba despoblado en 1576, según certificó Tello González de Aguilar **.

45 AGS. Cámara de Castilla, leg. 2177. *6 AGS. Leg. 2201, fols. 125-184 y 805-820. 720 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos

Los RESULTADOS (1593-1599)

Con la repoblación se sientan las bases de un posible desarro­ llo de nuestra comarca, pero una serie de factores negativos im­ pidieron el normal desenvolvimiento económico y social. Los resultados de la repoblación podemos conocerlos gracias a la visita llevada a cabo por don Jorge de Baeza Haro, durante el año 1593; esta inspección fue mucho más completa que las rea­ lizadas en 1573 y 1576. En la visita de 1598 se consigna, pueblo por pueblo, el nú­ mero de vecinos con que se repobló nuestra actual provincia y el número de vecinos que efectivamente residían en ese año ; la cantidad de suertes que habían sido repartidas a cada labrador llegado, y el número de «ventajas» que disfrutaban; la cantidad de maravedís que estaban obligados a pagar como censo perpe­ tuo ; las casas que tenía cada población, y el estado en que se encontraban (buenas, reparadas y hundidas); la buena conserva­ ción o deterioro de las acequias, huertas, arboledas, viñas y de­ más cultivos. Se enumeran cuidadosamente los bienes de cada con­ cejo municipal: ejidos, baldíos, molinos de harina, almazaras, hor­ nos y rentas que producían. Hay curiosos datos sobre el estado de las iglesias parroquiales, su dotación, su arquitectura, así como ornamentos e imágenes. Se inquiere si cada ayuntamiento conser­ vaba el Libro de Apeo y Repartimiento que cada pueblo debía tener por mandato expreso del rey, y si en él se asentaban cada uno de los traspasos de propiedad que tenían lugar entre los ve­ cinos de la localidad. Se consignan detalladamente los ganados pertenecientes a los repobladores ; se hace un recuento minucioso de las armas que los vecinos estaban obligados a poseer y mantener en buen estado. Interesantísimo es el capítulo de agravios expuestos libremente al visitador real por cada vecino, capítulo que nos permite el estu­ dio, con bastante exactitud, de las causas de la decadencia de nuestra comarca. En una palabra, la visita de 1598 aporta unos datos de pri­ mera mano, que nos ofrecen toda clase de garantías, por haber sido recopilados con la colaboración directa y espontánea de to­ dos los vecinos *^. A grandes rasgos puede afirmarse que prosperan aquellas loca-

*7 AGS. Cámara de CastiUa, leg. 2215 y 2216. Repoblación y despoblación en Almería (1572-1699) 721 lidades en que el concejo de los vecinos administra debidamente los bienes comunales, sobre todo los bienes del Pósito, fundamen­ tales para la buena marcha de la agricultura, y decaen aquellos lugares en que los concejos han decaído por razones de diversa índole. Así, por ejemplo, Tahal es uno de los pocos pueblos que en 1593 tenía más vecinos de los que le habían sido asignados en el repartimiento de 1574, pues, además de las 47 familias que le correspondían, había siete familias «sin suertes», pero, como se hace constar en la visita de ese año,

«del Pósito se repartieron cuarenta y cuatro mil maravedís en pan amasado; con ello y con los ptastos de los lugares despoblados que se le anexionaron ¡wdían mantener un rebaño de 55 vacas y 1.320 cabras» **.

Si las suertes de los que emigraban eran disfrutadas equitativa­ mente por el resto de los vecinos que sabían afrontar la crisis, el lugar podía soportar los baches airosamente. Así, por ejemplo, en Urracal podían mantenerse 89 vecinos gracias a que se habían repartido las once suertes de los que se marcharon. Pero, desgra­ ciadamente, raro es el concejo que funciona con normalidad; mo­ linos caídos, almazaras derruidas, hornos inservibles... en muchos lugares todavía en 1593 persisten las ruinas heredadas de la gue­ rra civil. En Adra no residían en ese año más que 20 vecinos, pues de las cien suertes en que había sido dividido el término, un tal Diego Xuares había acaparado la mayor parte, en contra de lo estipulado en el repartimiento *'. En la decadencia de Tabernas, que no cuenta en 1593 más que 53 vecinos, se alega el tópico general de «peligro de moros», pero las declaraciones que varios vecinos hicieron al comisario real nos ponen de maniñesto que la causa de que falten más de 70 vecinos y de que casi todas las casas estén hundidas no son los moros, sino cristianos, cuyos nombres da: Juan de Arellano, jurado y escribano de Almería, Diego de Alpáñez, vecino y regi­ dor perpetuo de Tabernas, y el deán de la catedral, don Francisco de Villalobos; los tres actúan como auténticos dueños de la villa y han llegado incluso a desmantelar la fortaleza, y sus puertas, maderas y ladrillos han sido transportados en carretas hasta la

*8 AGS. Leg. 2215. *» AGS. Leg. 2216. 722 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos ciudad de Almería. Además de los abusos que los alguaciles de esta ciudad cometen contra los vecinos de Tabernas, denuncian que Juan de Arellano ha comprado muchas suertes contra lo orde­ nado en las leyes de población, estableciendo que cada vecino no tuviera más que una suerte. Los vecinos acaban pidiendo al comisario regio que excluya de la población a los inútiles, y que ordene que ningún vecino pueda tener más de la parte que le fue asignada en el reparti­ miento. A fines del siglo xvi la decadencia de la ciudad de Almería es lastimosa. Según la visita de 1593, unas 55 casas están hundidas,

«pues los pobladores por su pobreza no pueden levantarlas» '" ; la ciudad no cuenta más que 1.470 habitantes, que viven casi ex­ clusivamente de la agricultura, pues el comercio es prácticamente inexistente. Las quejas que los vecinos expusieron al visitador nos descubren el origen de tanta frustración ; la ciudad tiene pocos vecinos para sostener las cargas municipales que les imponen des­ consideradamente la pléyade de regidores, jurados, alguaciles, es­ cribanos, etc., que se han apoderado del gobierno municipal, pa^ rasitando sobre los empobrecidos habitantes. Los privilegiados de la sociedad almeriense hinchaban las filas de la burocracia y caían como langosta sobre los escasos recursos de la ciudad ; la clase privilegiada estaba constituida por los regidores, los cuales, a su vez, acaparaban y controlaban los principales cargos concejiles. Los regidores elegían de entre sus familiares al «alcalde de aguas», puesto fundamental en una economía esencialmente agrícola, sobre todo en una zona escasa de agua y cuya supervivencia dependía casi exclusivamente de los frutos de la tierra. Los alcaldes de aguas distribuían tan preciada fuente de riqueza entre sus favo­ recedores,

«y en esto han tenido y tienen gran desorden, con que ha padecido y padece la gente pobre...» que a su vez padecía por los incontables pleitos en que se veían envueltos por cuestiones de límites y horas de riego. Los intereses de familia impedían, pues, resolver un problema vital para los labradores, por lo que éstos propusieron una solu­ ción eminentemente democrática: los «diputados» debían ser ele- so AGS. Leg. 2215. Repoblación y despoblación en Almería (157^-1599) 723

gidos por los pobladores y de entre los diputados se nombraría un alcalde de aguas que no podría ser regidor, alguacil, escribano, ni procurador,

«ni hermano, ni cuñado, ni primo hermano de ninguno de los suso­ dichos» ^^. El alcalde de aguas juzgaría las causas, junto con el alcalde ma­ yor, sin intervención de los regidores. Los regidores controlaban también los abastos de la ciudad y manipulaban las «posturas», atribuyéndolas a sus paniaguados. Arruinada la agricultura, la plaga de escribanos, alguaciles y regidores trató de cebarse esquilmando a los mercaderes que arri­ baban al puerto, gravando de tal modo las importaciones que el tráfico marítimo llegó a ser insignificante. Raro es el pueblo de nuestra comarca en que los labradores no se quejjen al visitador real de la voracidad de los alguaciles, es­ cribanos, alcaldes mayores, caballeros de sierra, y tanto empleado de la justicia real que, cobrando excesivas costas, arruinaban a los pobladores. Los vecinos de Paterna manifestaron al inspector real, Baeza de Haro, que si continuaban tales desmanes «no podrían vivir aquí» **. Los de Fondón se quejan de que los procesan por causas insig­ nificantes y promovidas por denuncias injustas; por las mismas razones los vecinos de Alcolea señalan los abusos de los escriba­ nos Juan Dorado, Juan Rodríguez y Francisco Morales ; los la­ bradores de Abla y se ven enormemente perjudicados por las frecuentes visitas del alcalde mayor de Fiñana, pues los vecinos de estos lugares deben costear sus gastos y dietas. Refiriéndose a la visita de Canjayar, el comisario real afirma que «las justicias y escribanos de este jwrtido tienen a los pobladores tan pobres y vejados que si no se remedia se despoblará».

En efecto, Canjayar, que había sido repoblada con 71 vecinos en 1578, no tenía más que 51 en 1593. En ese mismo período de tiempo, y por las mismas razones, el lugar de Padules había perdido 20 ve­ cinos, tenía 12 casas reparadas, 14 buenas y 19 hundidas *'.

«1 AGS. Leg. 2215. «2 AGS. Leg. 2216. »s AGS. Leg. 2216. 724 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos

La Iglesia fue también motivo de queja; varias localidades de nuestra comarca reclamaron al visitador Baeza de Haro, en 1593, contra una serie de usurpaciones de bienes llevadas a cabo por altos representantes del clero. En Tíjola y Fines varios pobladores fueron desalojados de sus suertes por miembros de la catedral de Almería, sin alegar las ra­ zones que pudieran tener para ello; igualmente la catedral de Al­ mería se había apoderado, pretextando derechos antiguos pero sin probarlos, de ciertas suertes en la villa de Tahal; estos casos eran funestos para los labradores, pues, amenazados de excomunión, no solían acudir a los tribunales de justicia. Con la misma pena fue­ ron amenazados los vecinos de , a los que la Iglesia de Almería quitó el horno público y ciertas tierras, ale­ gando que eran bienes eclesiásticos por haber sido antiguos bie­ nes «habices» ^^. Por otra parte, el panorama religioso es tam­ bién desgarrador. La mayor parte de las iglesias están en ruinas, «en alberca», como dicen los documentos ; yerbajos y reptiles son testigos palpables del absentismo del clero y de la poca piedad de los feligreses. La mayor parte de las iglesias, después de vein­ ticinco años de acabada la guerra de los moriscos, carecen de imá­ genes, de altares, de ornamentos para el culto; incluso ciertas iglesias, como la de , estaban convertidas en apriscos para el ganado '^. Los señores territoriales no se pre­ ocupaban en absoluto de reconstruir los templos, a pesar de que cobraban la tercera parte de los diezmos eclesiásticos para esa ñnalidad ; paradójicamente, durante la época de los moriscos, las iglesias se habían mantenido en mejor estado. Las gestiones llevadas a cabo por el visitador Baeza de Haro fueron inútiles, pues el obispo de Almería alegaba que carecía de dinero para reconstruir las iglesias '*. En 1593, de los diez lugares que componían la taha de Marchena,

«ocho dellos tienen las iglesias hundidas».

En Senes, lugar del marqués de Alcalá, la iglesia continuaba arrui­ nada y se decía misa en la sacristía ,en la que apenas cabían diez personas. Lo propio acontecía con el templo parroquial de , perteneciente al duque de Pastrana ". A duras penas

5* AGS. Leg. 2215. «5 AGS. Leg. 2215. s« AGS. Leg. 2201. «7 AGS. Leg. 2215. Repoblación y despoblación en Almería (1572-1699) 725 se mantenía en pie la iglesia de Cobdar, pues la señora del lugar, doña Luisa de Muñatones, se negaba a llevar a cabo las repara­ ciones necesarias ^*. En la taha de Alboloduy, que en 1593 per­ tenecía a la diócesis de Granada, tampoco iban mejor las cosas; el arzobispo se había apoderado de las «suertes» de varios vecinos de Al Hizán y de Santa Cruz, pero nada hacía por reedificar los templos ; en Santa Cruz la iglesia estaba hundida y el culto de­ bía celebrarse en el viejo edificio morisco de Baños Públicos. Para remediar este desinterés por el culto, el visitador pro­ ponía al Consejo Real que el rey embargara las rentas que en los citados lugares tuvieran los señores para obligarles a reparar y labrar las iglesias °^. A la inseguridad endémica que sufría el país, a la dificultad de comercializar los productos del campo, a los abusos de buró­ cratas y señores, una nueva plaga vino a agravar la situación general. Para afrontar la grave crisis económica originada al país por los fracasos militares de Felipe II, sobre todo el proyecto de invadir Inglaterra, las Cortes reunidas en Madrid en 1589 conce­ dieron al rey el gravoso impuesto extraordinario de Millones, que había de caer sobre el reino de Granada como una pesada losa, amenazando con cegar las fuentes mismas de la producción. Si para toda la nación fue ruinoso el impuesto de Millones, mucho más había de serlo para un país que necesitaba protección para los pobladores, en lugar de nuevas cargas. La Junta de Población encargada de distribuir las cuotas de Millones, fijó a la Alpujarra y al resto de nuestra comarca la cuota más baja, consciente de su decadencia, pero aún con la tasa más baja los efectos negativos se hicieron notar de inmediato. El principal arbitrio que tenían los pueblos para afrontar el nuevo impuesto extraordinario era el arerndamiento de las dehesas mu­ nicipales, pero ello restaba a los labradores más pobres la posi­ bilidad de sostener sus cortos rebaños y, al carecer de este com­ plemento de la agricultura, muchos abandonaron sus parcelas y emigraron **". En las quejias dadas al visitador real en 1593 figura el impuesto de Millones entre una de las principales causas de decadencia de las localidades. Otros abusos cometidos por los señores territoriales son seña-

58 AGS. Leg. 2216. =9 AGS. Leg. 2215. ^o Castillo Pintado, Alvaro: «El Servicio de Millones y la población del reino de Granada en 1591», en Saitabi, revista de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Valencia, XI, 1961. 726 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos lados al comisario Baeza de Haro como causantes de la gran deca­ dencia que padecían algunas poblaciones; el lugar de Urracal, que era de don Andrés Serrano, no contaba en 1598 más que 89 vecinos, aunque había sido repartido a 50, porque el señor cobraba indebidamente las alcabalas ; Olula del Río, perteneciente al mismo señor, padecía tambiné una grave crisis, ya que el go­ bernador nombrado por don Andrés Serrano les exigía también el impuesto de alcabalas y

«cy los molestó y apremió con prisión», algunos se ausentaron, pero los más,

«por redimir tanta vejación», le otorgaron la obligación del pago de alcabalas ^^. Don Diego de Castilla causaba la misma vejación a sus vasallos de Albodoluy y Santa Cruz, cobrándoles indebidamente las alcabalas, e impi­ diendo que vendieran libremente los productos de su trabajo *^. Al parecer, muchas de las franquicias que Felipe II había pro­ metido a los pobladores que acudieran al reino de Granada que­ daron en letra muerta, pues los señores territoriales impedían en sus lugares el cumplimiento de las ordenanzas reales. En , los vecinos eran obligados a molturar las aceitunas en la almazara del señor, don Diego de Córdoba, cuyo gobernador impedía que las pudieran llevar libremente a otros molinos, co­ brándoles como maquila cuatro onzas de aceite por cada libra. Este mismo señor arrendaba indebidamente los «estancos» del pan, vino, aceite y carne del lugar de Lucar, en contra de lo estable­ cido al llevarse a cabo la repoblación °'. Como en plena Edad Media, los señores se empeñaban en man­ tener sus privilegios; el marqués de los Vélez pretendía mantener el monopolio de la explotación de la miel, impidiendo que los vecinos de Cantona pudieran tener colmenas ^*. La función repobladora, que durante la Edad Media había sido una de las pocas notas positivas de la nobleza, no tuvo su corres­ pondiente en la comarca almeriense, pues el feudalismo imperante en esta región fue particularmente funesto en el terreno demográ-

«i AGS. Leg. 2216. «2 AGS. Leg. 2215. 63 AGS. Leg. 2216. 8* AGS. Leg. 2215. Repoblación y despoblación en Almería (1572-1599) 727

fico, ya que los señores no sólo impidieron con sus excesivas car­ gas el normal crecimiento de la población, sino que en ciertas zonas fomentaron la deserción de los campesinos '*. De todos es sabido que la agricultura, antes de la invención de los abonos minerales, no podía prosperar sin el complemento de la ganadería, que proporcionaba al terreno el estiércol nece­ sario para restablecer su fertilidad. De ahí que las tierras de apro­ vechamiento comunal, los baldíos y ejidos, fueran imprescindibles para la economía de los labradores; pero en muchos lugares de nuestra comarca el señor solía arrendar los terrenos comunales a ganaderos foráneos, lo cual le proporcionaba una saneada fuente de ingresos, pero impedía a los rebaños de sus vasallos el nece­ sario disfrute de las hierbas. Los vecinos de Gérgal, Bacares, Vele- fique y Febeire se quejaron en 1593 al visitador Baeza de Haro de que el conde de la Puebla arrendaba los pastos de sus térmi­ nos a ganaderos de fuera. En la época de los moriscos estos cua­ tro pueblos llevaban una vida relativamente próspera porque los pastos de las cuatro localidades podían ser disfrutados por los re­ baños de los vecinos de cada una de las villas ^^. Lo mismo hacía el duque de Pastrana con los pastos de Uleila del Campo, loca­ lidad que padecía una emigración endémica porque

«los vecinos que asisten están muy pobres, y no tienen ganados, y se van y vienen cada día» *'. También en 1598 se quejan al visitador los vecinos de Cher- cos, pues el gobernador puesto por el marqués de Alcalá arren­ daba las hierbas comunales a rebaños que no eran del municipio, prometiéndoles que con esas rentas les ayudaría a pagar el im­ puesto de Millones ay no les ayuda» *'.

El caso de Lucainena de las Torres es mucho más elocuente. Cuando la visitó el comisario real, el 22 de marzo de 1598, estaba despoblada; todas las casas estaban caídas, excepto tres; la igle-

^5 La repoblación de muchos lugares de la comarca almeriense fue encomen­ dada a particulares: don Juan Pacheco y su mujer se comprometieron a repoblar la taha de Andarax, con 545 vecinos. Juan Navarro y Alonso Gallego se obligaron a repoblar Alhama la Seca. Un valenciano, llamado Villanueva, se comprometió a repoblar Ragol. AGS, leg. 2201. 66 AHP. Al. Repartimiento de Gérgal. 6" AGS. Leg. 2215. 68 AGS. Leg. 2215. 728 Bevista de Archivos, Bibliotecas y Museos

sia, sin puertas, estaba convertida en majada para los rebaños, y los olivos, almendros y morales estaban muy maltratados. La causa es la misma de los lugares antes citados ; el marqués del Carpió, bajo el pretexto de que «el lugar está cerca de la mar y en p)eligro de moros»,

arrendaba esas tierras, así como los ejidos de Sorbas y Lubrín, a ganaderos de Granada como Ruy Díaz de Mendoza del Con­ sejo Real, a los Peraltas, Salazar Alhedo, Santaolalla, regidores de la ciudad de Baza, a los Suárez de Segura de la Sierra, que enviaban rebaños de 600.000 cabezas de ganado cabrío, lanar, va­ cuno y caballar a invernar en los baldíos del «Estado» de don Diego López de Haro. En 1587 este señor cobraba dos reales por cada cabeza de ganado caballar, 60 maravedís por cada vacuno mayor; 34, el vacuno menor, y 10, el cabrío **. Estos nobles, convirtiendo buena parte de sus señoríos en de­ hesas para el ganado, supieron encajar el descenso demográfico sin ver amenazados sus intereses económicos, pero al impedir al campesino el libre aceso a los ejidos impidieron la normal repo­ blación de la comarca, ya que mermaban considerablemente los incentivos económicos de los labradores. La disociación entre la explotación agrícola, propia del vasallo, y la explotación gana­ dera, ejercida por el señor a través de los arrendamientos a gana­ dos foráneos, tuvo su inmediata repercusión en la baja vertical de la producción y su consecuente impacto en el descenso de la población. Otros nobles no supieron, o no pudieron, hacer frente a la cri­ sis demográfica. Un curioso protocolo, del 21 de diciembre de 1599, nos presenta a don Diego de Castilla, señor de la taha de Albo- loduy, otorgando poder a su criado Andrés Delgado, vecino de la villa de Gor, para que en su nombre

«pueda vender todos los pedazos de hazienda que tengo en esta taha del Boloduy, de abices y de otra manera, a la persona que le pareciere, de contado, al fiado o como bien visto le fuere» ".

En otro protocolo nos muestran al señor de Gor vendiendo tie­ rras a sus propios vasallos.

69 AHP. Al. Pr. 5.819. Registro de escrituras de Francisco Lucas Martel, 1589-1595. Sorbas y Lubrín. '"> AHP. Al. Pr. 212. Registro de escrituras de Ginés Arnaldos Martínez, Alboloduy, fol. 219. Repoblación y despoblación en Almería (1572-1699) 729

El marqués del Carpió considera más rentables los ganados que los hombres ; el señor de Gor vende sus tierras, acto también para­ dójico, pues la tierra era la base de la nobleza, pero éstos no son sino ejemplos de la larga serie de paradojas de que está lleno el siglo XVI, pues el Siglo de Oro, siglo de enormes miserias, es un siglo de paradojas.

IDENTIDAD HISTÓRICA DEL MESTIZO HISPANO-DíDIANO POR JUAN B. OLAECHEA LABAYEN BIBLIOTECA CBNTBAL DE MAJUMA

En los primeros años de la conquista americana, la Corona es­ pañola planeó su política social en el Nuevo Mundo en orden a los dos extremos étnicos del blanco y del indio. Pero pronto sur­ gió pujante el fenómeno del mestizaje, tan imprevisto como inevi­ table, que con el tiempo adquirió tal importancia en el cuadro demográfico de las Indias que las mezclas llegaron a superar en número a los europeos puros y al cabo de la dominación española se aproximaban, en conjunto con los mulatos, al 80 por 100 de la población total y en algunos países estaban cerca de constituir una mayoría absoluta. Pero, i qué era un mestizo ? ¿ Cómo debe ser interpretada esta palabra en el uso histórico? Para la perfecta comprensión de la historia social de la América española se hace no sólo conveniente, sino necesario establecer la identidad histórica del mestizo, o por lo menos —dada la dificul­ tad intrínseca de tal intento a causa de la variedad de aquellas tierras y de la mutabilidad del concepto en el tiempo— intentar aproximarnos lo más posible a la realidad. La necesidad de es­ clarecer dicho concepto se ve abonada en la misma Recopilación de Indias, cuando en una ley se expresa «que no se ordenen mesti­ zos ni ilegítimos», y en el mismo libro, y aun en el mismo título de la citada Recopilación, es decir, casi a renglón seguido, se viene a decir: «Que se ordenen los mestizos y las mestizas sean relipo-

DrFICULTADES DE TJNA DEFINICIÓN REAL

Desde el punto de vista biológico, la definición del mestizo no encierra, aparentemente, mayores dificultades. El mestizo, en un

1 Ji«coptlaci(5n de lat Leye$ de los üetnoi de las Indios, lib. I, tít. VII, le­ yes 4 y 7, respectivamente.

Reí). Arch. Bihl. Mut. Madrid, LXXX (1977), n.<> 4, oct.-dic. 732 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos sentido estricto biológico, es el individuo nacido de padre español y madre india o al revés. Biológicamente debe considerarse tam­ bién mestizo al que ha nacido de unos progenitores mestizos en el sentido estricto anterior, mas en este caso el concepto sufre ya alguna variación, pues aun teniendo una mezcla de sangre en pro­ porciones paritarias, como en el caso anterior, no existe en él el enfrentamiento de unos padres de raza diferente y su correspon­ diente choque cultural. Las dificultades se acentúan cuando la miscegenación de los progenitores se hace más heterogénea con la mezcla de las mez­ clas. A la combinación de paridad de sangre blanca o india se puede llegar igualmente cuando los padres están constituidos, res­ pectivamente, de una proporción inversa de dos tercios y un ter­ cio de la misma sangre. Y en este orden caben otras muchas posi­ bilidades de mezcla para abocar en el mismo resultado matemático de igualdad cuantitativa de sangre de una y otra raza. Tales indi­ viduos, ¿son mestizos en un sentido estricto desde el punto de vista meramente biológico ? Por otra parte, si la miscegenación provenía de varias genera­ ciones atrás, como tenía que ocurrir en estos últimos supuestos —supuestos reales y numerosos— se tropezaba con mayores obs­ táculos para calibrar la proporción exacta de hibridación, pues no era cuestión de que cada uno llevase colgando su genealogía racial como una ñlacteria o como una especie de estrella de David en un régimen racista cualquiera. No obstante, el antiguo ciudadano de la sociedad hispano-in- diana pretendió, por lo menos en teoría, resolver las dificultades casi insalvables en un orden general, de poner etiqueta a muchas de las posibilidades de miscegenación. A este efecto surgió en la América española una terminología ingeniosa y barroca que no es totalmente coincidente en todas las regiones y en todos los tiempos. Así de las distintas proporciones de cruzamiento de san­ gre española e india nacen 23 voces o denominaciones e incluyendo la mezcla de sangre africana con las otras dos da un total de 103, que enriquecen pintorescamente el vocabulario de la lengua española hablada en Indias ^.

2 En diversos museos de Madrid, Méjico y Viena se conservan varias series de cuadros de origen diverso que expresan gráficamente la complicada nomenclatura de los cruzamientos que representan a los dos padres racialmente distintos y al hijo producto de la mezcla. La nomenclatura se recoge sistematizada en J. Pérez de Barradas: Los mestizos de América, Madrid, 1948, págs. 183-194. En esta obra Identidad históñca del mestizo hispano-indiano 733

Un número tan elevado de denominaciones no podía ser del dominio común del pueblo, sino a lo sumo de los expertos, si los había. Por eso una lista tan compleja había de ser más erudita que real. Magnus Morner opina que, de todas las denominaciones existentes, junto a las básicas de español, mestizo, mulato, indio y zambo, las únicas utilizadas con frecuencia eran las de coyote y cholo, que designaban al mestizo oscuro y al castizo o mestizo claro, respectivamente ^. Sin embargo, fundado en testimonios au­ torizados, opino que el número de denominaciones de dominio pú­ blico puede ser ampliado algo más. Jorge Juan y Antonio Ulloa, por ejemplo, escriben:

«Es tanto lo que cada uno estima la jerarquía de su casta y se envanece de ella, que si por inadvertencia se les trata de algún grado menos que el que les pertenece se sonrojan y lo tienen a cosa injuriosa, aunque la inadvertencia no haya tenido ninguna parte de malicia, y avisan ellos al que cayó en el defecto que no son lo que les ha nombrado, y que no les quieran substraer lo que les dio la fortuna.»

Una de las razones de este celo, aunque no lo digan los ilus­ tres marinos citados, se fundaba en que, como veremos luego, al tercer o cuarto grado, según los casos, se salía de las castas para integrarse en el grupo de españoles. Sobre estos grados, incluyendo respecto a la mezcla de blanco y negro al mulato, tercerón, cuar­ terón y quinterón, dicen estos autores :

«Estas son las castas más conocidas y comunes, que provienen de la unión de unos y otros, y son de tantas esptecies y en tan grande abundancia que ni ellos saben discernirlas.»

Respecto a la mezcla de indio y blanco, los mismos testifican que ocurre igual que en el caso anterior, pero con la diferencia de que a la segunda o tercera generación se reputan por espa­ ñoles •*. pueden verse dispersas numerosas láminas reproduciendo los referidos cuadros y también en Revista de Indias, t. Vil, Madrid, 194«, núm. 26. 3 Magnus Moerner: La mezcla de razas en la historia de América latina, Bue­ nos Aires, 1969, pág. 65. •* Jorge Juan y Antonio Ulloa: Relación histórica del viaje a h¡ América Me­ ridional, t. I, Madrid, 1748, págs. 41-42 y 364. SB >i^ "• en H a> » ora 2 C»

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ALBINO CHINO (Méjico) QUINTERÓN DE MULATO (Perú) •BLANCO OCTAVON o A.

REQUINTERON DE MULATO (Perú) PUCHUELA DE NEGRO SALTA ATRÁS TORNA ATRÁS (Méjico) 736 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos

A pesar de tan abundante nomenclatura, la realidad de los cru­ zamientos era todavía más compleja, y por eso muchas veces no se disponía de una etiqueta para catalogarlos. Por ejemplo, de las 23 denominaciones que Pérez de Barradas recoge en su citada obra, todas menos una están compuestas de la mixtura de un elemento puro, blanco o indio, pero se desatiende la nomenclatura provenien­ te de las diversas mezclas entre sí. A ello se añade la dificultad re­ señada en analizar las proporciones mixtas de los individuos cuan­ do todavía brillaban por su ausencia los modernos análisis seroló- gicos que, por cierto, a pesar de todos los esfuerzos y avances cien­ tíficos, no nos dan siempre unas conclusiones seguras. A este efecto podría servir de criterio el fenotipo o caracteres fisiológicos externos. El color de un mestizo, según la descripción que hace Humboldt, es casi perfectamente blanco, y su piel de una transparencia particular. Su poca barba, manos y pies pequeños, y una cierta oblicuidad de los ojos, anuncian la mezcla de sangre in­ dia, más bien que la naturaleza del pelo. Pero si una mestiza se casa con un blanco, la segunda generación que resulta de esta unión apenas se distingue de la raza europea *. Los caracteres fisiológicos resaltan mejor cuando el elemento de hibridación era el negro, por tener rasgos más acusados en la an­ tropología morfológica respecto al color de la piel, textura del cabello y líneas faciales. Pero, de todas formas, éste era un criterio bastante elástico y expuesto, sobre todo en los grados biológicos fronterizos, a arbitrariedades y errores, por lo que en la práctica apenas podría ser aplicado, al menos como único elemento de apreciación en una sociedad tan abigarrada.

IMPORTANCIA DE OTROS FACTORES

De lo que acabo de decir se desprende la necesidad de comple­ mentar el criterio del fenotipo con otros elementos o factores no ya fisiológicos, sino socioeconómicos y culturales. Una nota distintiva muy generalizada de los mestizos constituía la ilegitimidad de nacimiento. En muchas épocas y lugares, mesti-

5 Los métodos y leyes que se han establecido en el campo serológico para el estudio de la miscegenación y su aplicación y resultados en Iberoamérica pueden verse en P. H. Saldanha: «Aspectos demográficos y genéticos del mestizaje en América del Sur», en Revista de Indias, t. XXIV, págs. 229-278. « Alejandro de Humboldt: Ensayo político sobre el reino de la Nueva España, t. II, México, 1941, pág. 140. Identidad histórica del mestiso hispano-indiano 787 zo e ilegítimo venían a entenderse como unos términos casi sinó­ nimos, y esta confusión de conceptos se refleja de algún modo en las mismas Leyes de Indias, si es que valen los ejemplos aducidos al principio. Pero como es fácil de comprender, la nota de nacimiento ilegí­ timo no sirve como criterio de diferenciación si se la toma aislada­ mente, pues los hijos nacidos fuera de legítimo matrimonio de am­ bos padres españoles o ambos indios no podían ser considerados mestizos; en términos filosóficos se diría que la ilegitimidad no era una criterio absoluto. No obstante, la condición social de un hijo natural de ambos padres blancos era más favorable que la de un mestizo ilegítimo, como lo da a entender el hecho de que los niños de padres desconocidos recogidos en los orfanatos y asilos estaban considerados legalmente blancos, a fin de evitar la posibilidad de que se les hiciera injuria considerándolos de una condición inferior a la que realmente tenían, conforme al universal principio jurídico de que en la duda hay que atenerse a lo favorable. Incluso parece que, por lo menos en lo que se refiere a Cuba y, por lo tanto, más bien a la mezcla de procedencia africana, la condición de un expó­ sito era en la práctica mejor que la de un hijo legítimo de color. Por eso muchas madres solían cambiar de parroquia para dar a luz e ins­ cribir a los hijos como expósitos antes que como legítimos de color ''. La situación particular de un mestizo varía según se halle o bien arraigado en la sociedad india materna y confundido con ella, o bien integrado en la sociedad familiar paterna y vinculado al grupo so­ cial de la misma, o bien, habiendo alcanzado cierta importancia numérica, constituya un grupo aparte. Pero, por lo común, el mestizo se hallaba desarraigado tanto de la sociedad materna india, a cuya integración no se resignaba, como de la sociedad paterna blanca, cuyas barreras se hacían más infranqueables a causa de su propio resentimiento. Como ser margi­ nado, estaba lejos de atemperarse a los formulismos y usos socia­ les de la clase dominante, lo cual, unido a la necesidad de satisfa­ cer sus necesidades materiales a base de aguzar el ingenio, la ausen-

' Richard Konetzke: «Documentos para la historia y crítica de los registros parroquiales en las Indias», en Revista de Indias, t. VII, pág. 583. En ocasiones se producían reacciones contra la humanitaria condición social de los expósitos. Por su calidad de tal, el claustro de la Universidad de San Carlos quiso despojar al clérigo José Félix Blanco, catedrático de latín de la misma, de sus hábitos y em­ pleos eclesiásticos, civiles y militares, pero una real cédula del año 1807 estableció que la calidad de expósito no debe servir de óbice para el desempeño de su pro­ fesión : «Documentos de otros archivos», en Boletín del Archivo General de la Na­ ción, t. XLIX, núm. 187, Caracas, 1959, págs. 209-241. 738 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos cia de estímulos humanos y una deficiencia real en el orden educa­ cional, producía en la referida clase la impresión de ser poco es­ crupulosa ; de ahí que los mestizos fuesen considerados como gente viciosa, dada a la vagancia y poco digna de confianza. A medida que aumenta su número, los mestizos van adquirien­ do poco a poco conciencia de clase y llegan a agruparse socialmen- te. Pero su agrupación se realizó en una escala social baja, aunque ciertos puestos, como de capataz en las fincas rurales o la habilidad especial en los oficios mecánicos podían otorgarles una posibilidad relativa de distinción. El referido agrupamiento tuvo que ser producido no solamente como un fenómeno natural de atracción mutua de gentes de la misma clase, sino también porque las capas mestizas fueron arrojadas hacia la periferia social al consolidarse la organización colonial a base de los conquistadores y sus descendien­ tes y los funcionarios llegados de la metrópoli, con lo que quedó es­ tructurado un régimen similar al de las castas '. El agrupamiento, naturalmente, no se realizó sólo en la clase entreverada, sino tam­ bién en las razas puras, al materializar las exigencias del hombre como ser social entre los sujetos más afines y unidos por unos inte­ reses comunes. En una situación de marginación y enfrentamiento más o me­ nos consciente, pero real, ante los dos elementos puros originarios, la agrupación de los individuos mezclados debió implicar por fuer­ za la adopción de unos rasgos culturales y sociales propios que los distinguían de las demás clases. El régimen de vida y de trabajo, las costumbres y la vestimenta, y en parte hasta las distracciones y el folklore llegaron a ser peculiares del grupo. A ello se unía el status social y legal en que se refugió el mestizo para conser­ var sus costumbres o modo de vida peculiares o le fue impuesto por el grupo dominante.

LOCALIZACIÓN GEOGRÁFICA

La contingencia del mestizaje biológico se realizó en todas aque­ llas partes donde fue posible el encuentro de las dos razas que la

* Ángel Rosenblat: La población indígena y el mestizaje en América, t. 11, Buenos Aires, 19S4i, págs. 11-12. Estudios genéricos realizados sobre el cruce bioló­ gico de dos razas han puesto de manifiesto que cuando los mestizos son pocos tien­ den a ser absorbidos por el grupo de uno de los progenitores, pero cuando aumentan en número se agrupan en una clase o casta: Harry L. Shapiro: Race miature, París, 1958, pág. 26. Identidad históñca del mestizo hispano-indiano 739

producían. Pero la intensidad y la importancia numérica de los en­ treverados estaban condicionadas principalmente por la mayor o menor posibilidad de realizar ese encuentro. En las zonas de po­ blación amerindia dispersa y huidiza esta contingencia se realizó esporádicamente por encuentros más o menos casuales o mediante el rapto de las mujeres indias, practicado al principio de la con­ quista por soldados aislados o por grupos no sujetos a la disciplina de un caudillo fuerte y firme, a imitación de las expediciones que con el nombre de fonsada o algarada se realizaban durante la recon­ quista peninsular para saquear y devastar el territorio enemigo. Como los grupos nómadas sólo se adaptaban excepcionalmente al intercambio ocasional y apenas al intercambio estable, la miscege- nación sistemática del español con la india se produjo en las regio­ nes de cultura indígena sedentaria, de manera que en el transcurso del tiempo fueron para el mestizaje decisivas las relaciones de los españoles con las poblaciones básicamente agrícolas. Esta es la ra­ zón por la que las mayores proporciones de mezcla de indio y espa­ ñol se han dado en las zonas de la América nuclear, o sea, precisa­ mente en aquellas regiones donde hallamos establecidas las altas culturas indígenas, es decir, Méjico y el antiguo Perú, sin excluir tampoco los altiplanos colombianos, donde, frente a una densa po­ blación nativa, se asentó un grupo relativamente numeroso de ori­ gen europeo. Pero, al contrario, el fenómeno del mestizaje tuvo poca repercusión en otras regiones habitadas por gentes nómadas, cuyo ejemplo más destacado podrían ser algunos de los actuales territorios de la República Argentina. Conforme a tales supuestos se dan también altas proporciones de mezcla en las regiones americanas, donde el indígena fue redu­ cido a poblamiento sedentario, como ocurrió en amplias zonas del Paraguay y Centroamérica y en una proporción menor en otras re­ giones. Sin embargo, cabe hacer la salvedad de que en las zonas tropi­ cales, sobre todo en las Antillas y la costa atlántica continental, la miscegenación se basó principalmente en el intercambio entre el es­ pañol y el negro, pues, por una parte, la convivencia con el indio fue corta y, por otra, la escasez de mano de obra indígena y el cli­ ma indujeron a los españoles a la utilización en gran escala del ele­ mento humano africano. Este hecho trajo, en consecuencia, la mez­ cla de la raza blanca con la negra, cuyo producto fue el mulato. En todo caso, dada también la escasez de mujeres negras, la india fue 740 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos

para el hombre negro un objeto de relación sexual, por lo que otro de los productos mezclados fue el zambo ^. De esta suerte, la mayor parte del mestizaje estable cristalizó en las zonas rurales, de modo que, una vez afirmada la conquista, el proceso de miscegenación urbano fue menos estable y más proble­ mático que el rural para el mismo individuo mezclado y para la sociedad desde el punto de vista del efecto de socialización. La conciencia constitucional mestiza que ha surgido en algunos países iberoamericanos no procede de este último, sino del mestizo rural cuando se ha afirmado entitativamente en la cultura y política na­ cionales y ha irrumpido en los centros urbanos '".

LAS CAUSAS DE LA FUSIÓN ÉTNICA

La política colonial española no previo en América la contin­ gencia del mestizaje ni, según las últimas conclusiones de los estu­ diosos, la fomentó, favoreciendo el matrimonio interracial fuera de algunos casos particulares. La Corona no pretendió nunca españo­ lizar a los indios por medio de la fusión étnica; al contrario, qui­ so lograr la separación de las dos razas, aunque en ello estuvo le­ jos de alcanzar un éxito completo. No obstante, la legislación espa­ ñola en general no coartó la libertad que debe imperar en una ins­ titución sagrada como el matrimonio cristiano, pero nunca sobre­ pasó los límites de la tolerancia. Las posiciones rígidas podían le­ sionar fácilmente el derecho natural, y ya Fernando el Católico se vio obligado a salir al paso de ciertas prohibiciones que existían en la Española proclamando los fueros de la libertad, y más tarde Felipe II ratificó la misma postura por una real cédula del año 1556 que quedó definitivamente incorporada a la Recopilación, autori­ zando a los indios e indias a casarse libremente entre sí o con es­ pañoles ". Como excepción a la regla, se prohibió en el Perú a los encomenderos casarse con indias, y un real decreto de 1776 pro-

9 El negro, para la mujer india, era de mayor atractivo sexual que el indio mismo. Además, el fruto de la unión, el zambo, quedaba libre de las cargas de los indios —tributo, etc.— y de la condición de esclavo por ser de madre libre. En 1540, la Corona hubo de prohibir el salvaje castigo de la castración que algunas ordenanzas municipales indianas tenían establecido contra los negros que forzaban a las indias : Moerner: La Corona española y los foráneos en los pueblos de indios de América, Estocolmo, 1970, págs. 94-104. 1* Claudio Eisteva-Fébregat: «El mestizaje en Iberoamérica», en Revista de Indias, t. XXIV, págs. 290 y 293. 11 Recopilación de Utí leyes de Indias, lib. VI, tít. I, ley 2. Identidad histórica del mestizo hispano-indiano 741 hibió en Venezuela los matrimonios entre blancos y personas de otras razas. Igualmente los funcionarios públicos estaban obligados a recabar una autorización especial para contraer matrimonio con mujeres indias, como lo demuestra el hecho de la existencia de li­ cencias para este fin en algunos legajos del Archivo de Indias co­ rrespondientes al final del período virreinal. La Iglesia, al contrario, tuvo que seguir otra política por la necesidad de combatir las unio­ nes ilegítimas existentes, por lo que siempre fomentó los matrimo­ nios mixtos ^^. No es, pues, por este camino de la política matrimonial de la administración española por donde se debe explicar el origen del impetuoso fenómeno del mestizaje, sino por otros factores que se pueden reducir a tres componentes históricos fundamentales:

1. Falta de mujeres españolas

La empresa americana era una aventura dura, cargada de ries­ go. Desde la salida del puerto de Sevilla, o de otro puerto peninsu­ lar, el peligro se cernía en forma de enfermedad por las condicio­ nes insalubres del viaje, en forma de naufragio o de corso o pirate­ ría. A la llegada al Nuevo Continente era necesario hacer un esfuer­ zo de adaptación. Con la mayor frecuencia seguían luego los largos viajes a escala americana, con sus incomodidades e igualmente con sus correspondientes peligros. Y acaso el término del viaje era una comarca todavía sin pacificar. Era ésta una empresa de hombres audaces y emprendedores más que de frágiles mujeres. Sin embargo, las autoridades españolas trataron por todos los medios de realizar la unión de las familias que se habían separado con motivo de la emigración a América del marido o del padre. Estos debían regresar a España después de cierto tiempo o llevar al Nuevo Mundo a sus esposas. Por supuesto en los casos en los que el hombre ejercía una función de cierto rango, la vigilancia sobre el particular se realizaba con mayor facilidad. En este sentido pro­ bablemente era a los encomenderos a los que más estrechamente se sujetaba al complimiento de las disposiciones ".

12 Konetzke: «El mestizaje y su importancia en el desarrollo de la población hispano-americana durante la época colonial», en Revista de India», t. VII, pá­ ginas 220-229. 13 Konetzke : «La emigración de mujeres españolas a América durante la época colonial», en Revista Internacional de Sociologia, año III, núm. 9, Madrid, 1945, pá^. 123-150. 71.2 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos

La perspectiva de encontrar la oportunidad para casarse hacía también que muchas solteras, al parecer con decidida vocación ma­ trimonial, se decidiesen a cruzar los mares. En unas líneas bien grá­ ficas, el dominico Remesal —cito de memoria— describe a las mu­ jeres españolas que Pedro de Alvarado había llevado para casar con sus colaboradores de la conquista de Guatemala, observando desde una sala, sin ser vistas, a través de la puerta entornada a los viejos soldados que iban entrando. A quien no era cojo o manco, le fal­ taba un ojo o una oreja, y ellas comentaban : «¿Con estos adefesios hemos de casarnos nosotras ?» ^*. Pero personalmente yo tengo que hacer un esfuerzo para pensar que todas aquellas solteroncitas, que dieron origen a la sociedad guatemalteca, fuesen unos decha­ dos de belleza. Hermosas podían ser acaso, aunque de fama dudosa, otras que iban a las Indias para probar fortuna, de modo que Cervantes ca­ lificó aquellas tierras como «añagaza general de mujeres libres», re­ sentido acaso por su fracaso en la pretensión de la plaza de conta­ dor del Nuevo Reino de Granada ". Por otra parte, está demostrado que la mujer española no se adaptaba bien al trópico ni tampoco a los altiplanos andinos, lo cual, junto a otros factores sociopolíticos, contribuía a apartarla del poblamiento inicial de América. Aquélla es una de las razones por las que sólo cincuenta y tres años después de la conquista pudo nacer un criollo en Potosí, ciudad situada a 4.800 metros de altura. Junto a esto es también cierto que el criollo no sobrevivía con fa­ cilidad y tampoco lograba engendrar con españolas en los altipla­ nos, mientras el mestizo se reproducía fácilmente. Si en 1588 no había más que 50 españolas en Chile y 800 mestizas, frente a 1.100 españoles, la proporción en las tierras aludidas no sería mucho más equilibrada. Así resulta que, en conjunto, según cifras obtenidas de

** La anécdota debió de hacer época, pues llegó también a oídos de Garcilaso, que la narra añadiendo que alguna de las muchachas dijo que se podía casar con ellos, porque, viejos y maltrechos, morirían pronto y entonces podrían buscar un buen mozo. Un capitán que, por estar cerca de la puerta, oyó la conversación, se fue a su casa y envió a llamar al cura para casarse con una india, mujer noble, en quien tenía dos hijos naturales. Quiso legitimarlos para que heredases na indios, y no el que se escogiese la señora, para que gozase de lo que él había tndsajado y tuviese a sus hijos por criados y esclavos. Algunos ha habido en el Perú, que han casado con indias, aunque pocos. Citado por Carlos Fereyra: Las hueüat de los cotiquistadores, Madrid, 1962, pág. 197. 1* Miguel de Cervantes Saavedra: El celoso extremeño. «Clásicos castellanos», t. 36, Madrid, 1917, págs. 88-89. El 10 de diciembre de 1512, Fernando el Católico disponía que, a pesar de que en la Española había muchas doncellas de Castilla conversas, se enviaran esclavas blancas porque la gente casaría antes con ellas: Colección Juan Bautista Muñoz (Academia de la Historia, Madrid), t. 90, fol. 110. Identidad histórica del mestizo hispaiw-indiano 713

los primeros años de la conquista, la proporción máxima de muje­ res españolas respecto a varones españoles nunca fue superior ai 10 por 100 ".

2. El prestigio del español

El conquistador español disfrutaba de un prestigio que le faci­ litaba la unión con la mujer india. Este factor apresuró la forma­ ción de uniones plurales de carácter informalmente polígino entre españoles e indias durante las primeras épocas. Y por supuesto también las uniones casuales. Pero no se trataba solamente del atractivo de la mujer india por el español, sino también del inte­ rés que los padres y parientes indígenas mostraban por estrechar los lazos mediante uniones sexuales. Desde Méjico hasta los territo­ rios de la Plata los mismos jefes indígenas ofrecían con frecuencia a sus hermanas e hijas nubiles, teniendo a gala emparentar con los españoles. Es válido el ejemplo de Pizarro, rehuyendo el matri­ monio con la hija y sobrina de Atahualpa, pero aceptando el con­ cubinato con ambas. Lo mismo se podría decir con más o menos variantes de la mayoría de los conquistadores, aunque uno de los ejemplos más típicos corre a cargo de Irala y de sus capitanes, que fueron tan pródigos en establecer los lazos de «parentesco» con los guaraníes que Alberto Salas llama, un tanto hiperbólicamente, al Paraguay «El paraíso de Mahoma» porque calcula que cada espa­ ñol tenía a su servicio 30 mujeres indias. Aunque esta cifra se con­ sidera exagerada por los historiadores, el hecho es que en 1575 los

16 Véase Esteva-Fábregat: «El mestizaje en Iberoamérica», en Revista de In- di(u, t. XXIV, págs. 288-294. En el Catálogo de pasajeros de Indias, publicado en lo referente al período 1509-1538, un 10 por 100 de las licencias de embarque corres­ ponden a mujeres: Catálogo de pasajeros de Indias durante los siglos 16, 17 y 18, redactado por el personal facultativo del Archivo General de Indias bajo la dirección de Cristóbal Bermúdez Plata, 3 t., Sevilla, 1940-1946. La fundación de Lima obede­ ció, en parte, al fracaso genitivo que el español halló en las alturas, más patente en Potosí que en Huancayo : Luis Alberto Sánchez: La literatura peruana. Derro­ tero para una historia espiritual del Perú, t. I, Asunción del Paraguay, 1951, pág. 87. Véase Nancy O'Sullivan-Beare: Las mujeres de los conquistadores. La mujer espa­ ñola en los comienzos de la colonización americana. (Aportaciones para el estudio de la trasculturación), Madrid (s. a.). Según un autor del siglo xvín, en cada des­ pacho de flota y galeones salían de España hacia el Nuevo Mundo más de 10.000 per­ sonas, un año con otro, sin contar las que salían incontroladas y de puertos extran­ jeros. De ellas apenas volvían de nuevo a la Península una tercera parte: Antonio Joseph Alvarez de Abreu: Victima legal, discurso único juridico-histórico-poUtico sobre que las vacantes mayores y menores de Indias Occidentales pertenecen a la Corona de Castilla y León con pleno y absoluto dominio, Madrid, 1769, pág. 117, núm. 220 (f). 744 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos

mestizos de esta región pudieron poner en armas a 8.000 hombres, mientras los españoles sólo podían aportar 200 ^'.

8. Pocas familias españolas

Durante la conquista y en la época inmediata subsiguiente no se llegó a formar un núcleo de familias españolas suficientemente numeroso y estable como para bastarse socialmente a sí mismo, de modo que, debido a esta insuficiencia social de mujeres españolas y a las instituciones favorables de la sociedad india, la mayor par­ te de las familias, legalmente reconocidas o no, que iban resultan­ do, eran derivadas de esta unión de hombre español y mujer india. Estas uniones y su progenie mestiza eran aceptadas con naturali­ dad en la convivencia social primitiva. Más tarde no ocurriría siem­ pre igual al encenderse el recelo de la clase criolla minoritaria ante la presencia dinámica de los grupos mestizos, que llegaron final­ mente a superar en parte y a desplazar a los intereses del európido o criollo en la dirección y sentimiento de lo iberoamericano. Supuestos estos factores, casi parece innecesario insistir en la cualidad donjuanesca del español, como lo hace Pérez de Barradas, subrayando la ausencia de prejuicios raciales en el hombre ibérico, que no sólo conquista reinos y pueblos, sino también mujeres in­ dias, de las que habían de nacer oleadas de mestizos que iban a transformar el cuadro demográfico racial del Nuevo Mundo ^*. Este

17 Alberto María Salas: «El Paraíso de Mahoma: Crónica del mestizaje en el Río de la Plata», en Revista de la Universidad de Buenos Aires, 5." época, año 11, Buenos Aires, 1957, págs. 541-542. Respecto a Francisco Pizarro, tuvo de su unión con doña Angelina, hija de Atahualpa, un hijo que se llamó don Francisco, y de doña Inés, hija de Huaina Cápac, una hija llamada Francisca, la cual casó con su tío Hernando, con el que tuvo tres hijos y una hija: Pérez de Barradas: Los mes. tizos, pág. 118. De los 84 hombres con los que Juan de Garay partió de la Asunción en 1578 para fundar Santa Fe, 75 eran paraguayos, hijos de indias guaraníes, «mu­ chachos y mal pertrechados». Igualmente Buenos Aires nace del concurso de 50 ó 56 hijos de la tierra paraguaya y de 10 peninsulares: Pereyra: Las hueUas, pá­ ginas 188-4. 18 Pérez de Barradas: Los mestizos, págs. 98-94. No se debe pensar que todos los mestizos eran hijos de padre español y de madre india. El caso contrario, aun­ que menos frecuente, no era del todo raro. Hubo hijos del amor y también hijos de la violencia. No faltaron ejemplos de mujeres blancas casadas con indios y a veces ellas solían ser raptadas en las incursiones guerreras que realizaban los pueblos sin someter o mal sometidos. Una de las presas más codiciadas por los indomables araucanos en sus ataques a las poblaciones españolas eran las mujeres blancas. El año 1600 se alzaron los indios quiriquires en las inmediaciones del lago Maracaibo, quemaron la población de San Antonio de Gibraltar, asaltaron a su encomendero Rodrigo de Arguelles y le robaron sus tres hijas. Los caciques vencedores hicieron Identidad históñca del mestizo hispano-indiano 745 autor cita como magníficos representantes históricos de Don Juan en su vida y a la hora de la conversión a don César Tavera en Mé­ jico y al virrey Solís en Nueva Granada. Podría citar también —aunque la conversión debió ser todavía más fulgurante que en Don Juan— el caso que cita Díaz del Castillo :

«E pasó un soldado que se decía Alvarez, hombre de la mar, natural de Palos, que dicen que tuvo con indias de la tierra 30 hijos e hijas en obra de tres años; murió entre indios en lo de Higue-

A pesar de esta interpretación de Pérez de Barradas, no parece tan claro que el mestizaje hubiese afluido tan pujante en ausencia de los condicionamientos o factores que he señalado, aunque hay que confesar que el riesgo de tener hijos con indias no retrajo mu­ cho al conquistador bélico o romántico español ^*.

LA MISCKGENACIÓN EN EL PERÍDO VIRREINAL

En la época posterior a la del descubrimiento y conquista, a la que denominamos período virreinal, algunos de los factores comen­ tados que facilitaban el mestizaje desaparecieron o sufrieron una importante transformación. Principalmente los núcleos urbanos vieron' consolidarse una sociedad europea o criolla más o menos nu­ merosa integrada por familias de origen español cuyos hijos e hi­ jas podían formar nuevas familias. Por eso la desproporción entre el número de hombres y mujeres blancos parece que dejó de exis­ tir dentro del mismo siglo xvi no solamente por el sabio equilibrio que ofrece la naturaleza en la distribución de ambos sexos, sino también porque en la continua emigración peninsular las mujeres de ellas sus mujeres; y cuando muchos años después fueron rescatadas, cada una de ellas trajo varios hijos mestizos. Pero un hermano de estas mujeres dio muerte a uno de dichos caciques prisioneros, a pesar de las súplicas que le hacía su hermana por la vida de su marido y padre de sus hijos. La crueldad del hermano fue mucho más allá. Juzgando una deshonra el mestizaje en su sangre, mató también a sus inocentes sobrinos: Carlos Siso: La formación del pueblo venezolano. Estudios tociológicot, t. I, Madrid, 1958, pág. 891. 1* Bernal Díaz del Castillo: Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, cap. 205, t. II, Madrid, 1983, pág. 539. 20 Enjuiciado por la Inquisición a causa de pronunciar una gran cantidad de blasfemias, el viejo conquistador Francisco de Aguirre, gobernador de Tucumán, confesó, entre otras cosas, haber declarado que «se hace más servicio a IHos en hacer metsizos que el pecado que en ello se hace». Moerner: La mezcla de razas, pág. 35. 71-6 Reiñsta de Archivos, Bibliotecas y Museos

se integraban cada vez en mayor número. Así tenemos constancia de que en algunos lugares el número de mujeres españolas llegó in­ cluso a superar al de los hombres ^\ Sin embargo, el mestizaje continuó subsistiendo. Casi de un modo oficial lo afirma el cosmógrafo medinense López de Velasco con los datos que recogió entre 1571 y 1574 para el Consejo de Indias:

«Hay, demás de los espjañoles que de estas partes han ido a las Indias, y de los criollos que de padres y madres españoles han nacido en ellas, muchos mestizos que son hijos de esjwiñoles y de indias o por el contrario, y cada día se van acrecentando más en todas partes» ^^.

No obstante, se puede asegurar que aquella turbulencia sexual de los tiempos de la conquista y la poligamia desenfrenada han desaparecido casi totalmente. Pero nacen otras circunstancias que facilitan la convivencia sexual entre las dos razas. Un modo de que los españoles obtuvieran mujeres indias eran las encomiendas. Por lo menos hasta las Nuevas Leyes (1542) los indios pagaban por lo general sus tributos al encomendero con días de trabajio. No es sorprendente que los encomenderos solicitaran criadas, que muchas veces se convertían en concubinas. Otras veces el pago del tributo se hacía en esclavos, e igualmente ocurría que los indios vendían esclavas a los españolas, hasta que las Nuevas Leyes prohibieron este tráfico. Sea que las hubieran obtenido por la fuerza, comprándolas o como regalo, los españoles de principios del siglo xvi vivían rodea­ dos de mujeres indias. A veces eran esclavas o siervas del tipo de

21 Así, por ejemplo, el año 1612, en el distrito minero de Pachuca, en Nueva España, el número de mujeres blancas superaba considerablemente al de hombres y, por lo tanto, «el mestizaje... no era un imperativo biológico y se realizaba en Pachuca por simple placer y por causas netamente económicas y sociales»; Miguel Othon de Mendizábal: «Los minerales de Pachuca y Real del Monte en la época colonial», en El trimestre económico, vol. 8, México, IQil, pág. 269. Citado por Moerner: El mestizaje en la historia de Ihero-Am^ica. Informe sobre el estado actual de la investigación, Estocolmo, 1960, pág. 31. 22 Juan López de Velasco: Geografía y descripción uniítersal de las Indias. Compuesta entre 1571 y 1574 y publicada por Justo Zaragoza, Madrid, 1894, pág. 43. Obsérvese el claro sentido de la palabra «criollo», en contraposición a lo que afirma Arrom de que desde fines del siglo xvi se aplica a todos los nacidos en América, sea cual sea su color; en el xix se reserva para los blancos, y en el xx designa a los naturales de alguna nación hispano-americana, en oposición a los que han nacido en otra de ellas: José Juan Arrom : «Criollos: definición y matices de un concepto», en Remsta Colombiana de Folklore, Bogotá, núm. 2, 1953, págs. 265-272. Referencia en índice Histórico Español, 1954, núm. 4.335. Identidad históñca del mestizo hispano-indiano 747

las llamadas «naborías» en las Antillas y «yanaconas» en el Perú; a veces, teóricamente eran servidoras libres. Este modo de vida producía a veces la impresión de un harén, aunque algunas narra­ ciones de la época parecen exageradas ^''. Pero mayor permanencia o generalización alcanzó la unión de hecho, más o menos estable, del español con una mujer de diferente clase. La institución de la barraganía ahondaba sus raíces en la Edad Media española, pero en América se veía favorecida por la relajación moral consecuente al contacto con una población indí­ gena de inferior cultura y por el régimen de castas a causa de la renitencia de muchos españoles a admitir un vínculo con las indias y a que éstas y las mestizas preferían unirse simplemente con un blanco a contraer matrimonio con un hombre de su clase. Richard Konetzke ha estudiado este punto y concluye que la barraganía llegó a extenderse enormemente en los vastos dominios del Nuevo Mundo, difícilmente accesibles a la intervención de las autoridades, lo cual lo confirman también historiadores de todos los países ^*. La barraganía era aceptada en la convivencia social sin mayor escándalo, pero estaba prohibida y perseguida no solamente por la Iglesia, sino también por el Gobierno, si bien la una y el otro que­ daban con frecuencia desbordados por la práctica general. Incluso no la dejaron de practicar algunos doctrineros que no llegaban a alcanzar el temple casi heroico que requería la observancia del ce­ libato en la soledad continua de elementos de la misma raza, aun­ que el cronista indio Guzmán Poma de Ayala sostiene en este punto evidentes exageraciones ^'. Los hijos nacidos de tales uniones, ya hombres, repetían el mismo procedimiento de los padres ; es decir, formaban familia en unión concubinaria con las indias y luego con las negras y sus res­ pectivas mezclas. Para compensar algunas desventajas había en las morenas mayor caudal de afectividad y mejor disposición para atender las necesidades del hogar. Y la costumbre se hacía cada vez más natural a medida que los hijos recibían en sus venas la sangre india o negra de su madre ^^, Y así, en oposición al matri­ monio legal o canónico, quedó instituido lo que los etnógrafos han venido a llamar modernamente matrimonio consuetudinario. Sería ingenuo pensar, por otra parte, que los referidos condicio-

23 Moerner: La mezcla de razas, págs. 34-35. 2* Konetzke; «El mestizaje y su importancia», en Revista de Indias, VII, pá­ ginas 220-229. 25 Siso: La formación del pueblo venezolano, t. I, pág. 388. 26 Siso: La fonnación del pueblo venezolano, t. I, pág. 189. 748 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos

namientos sociales hubiesen logrado relegar los contactos sexuales ocasionales entre los colores básicos de la paleta humana america­ na. aPor las muchas indias que hay ruines de sus personas», en ex­ presión de López de Velasco, o por otros factores económicos y so­ ciales, los mestizos venían al mundo en gran número sin que hu­ biese vínculo alguno canónico y ni siquiera extralegal entre los pa­ dres. En un informe que el Ayuntamiento de Méjico remite a Car­ los III el año 1771 se dice que, a pesar de la ausencia casi absoluta de matrimonios entre españoles e indias, la clase mestiza iba cre­ ciendo cada día como producto de las relaciones ocasionales e ilíci­ tas entre ambas razas ^^. No hace falta insistir demasiado para comprender la diferente situación social en que se desenvolvía un mestizo nacido en una unión estable y otro nacido como fruto de un encuentro ocasional. En el primero de los casos se produce un mestizaje biocultural es­ table, pyor el que el individuo vive en el seno de una familia absor­ biendo de los elementos espirituales del temple de los progenitores, principalmente del que ostentaba una cultura superior, y gozando comúnmente de la compañía de unos hermanos de la misma con­ dición, A través de esta célula familiar puede fácilmente integrar­ se en el grupo que forma su casta y constituirse en un miembro normal de su clase social. En el segundo caso ocurría algunas veces que, con ocasión del nacimiento de su hijo, los progenitores español e india decidían unir de hecho sus vidas, pero en general era la madre india la que tenía que acoger al hijo mestizo, el cual, para vivir en el ambiente materno, tenía que socializarse en la cultura india, pero sin verse del todo igual a los demás. Al tener que convivir en un grupo que no era el suyo, podían despertarse en él fuertes resentimientos con­ tra ese grupo, pero sobre todo contra el grupo hispánico. Así se constituía en un ser marginal a la sociedad y sin prestigio en las

2 7 Konetzke: «Sobre el problema racial en la América española», en Revista de Estudios Políticos, núms. 113-114, Madrid, 1960, pág. 183. La frase citada, de Wpez de Velasco, tiene sentido causal y por dicha causa dice que hay más mestizos que mulatos. El cosmógrafo medinense testifica también la existencia de numerosos hijos de negros e indias, que se llaman zambaigos, de los que asegura ser

comunidades indias y españolas, pues si bien emotivamente se en­ contraba más protegido en el grupo social de la madre, su ascenso a una clase superior no podía producirse más que mediante la identificación con la cultura paterna, cuyas puertas las veía fre­ cuentemente entornadas, si no cerradas. Esta situación indujo al mestizo, con frecuencia, a la formación simultánea de una cierta estructura de carácter disolvente y fluctuante. Como fruto que era de una unión casual, no institucionalizada, el entreverado venía a sentirse como una casta ilegítima resentida contra el tipo de socie­ dad y de hombre que le hacía considerarse ilegítimo ^*.

EL TÉRMINO DE MESTIZO

El problema del mestizaje no Uegó a plantearse, por lo menos de un modo general, hasta casi medio siglo después del descubrimien­ to de América. Por ser esto así, incluso la misma palabra amestizo» no parece que llegó a aplicarse a los hijos nacidos de español e in­ dia, o al revés, hasta unas fechas aproximadas al año 1538. Esta afirmación tiene a primera vista algo de sorprendente y bastante de comprometedora, de lo cual confieso que soy consciente. Pero debo declarar que en una investigación de largos años sobre estos problemas de miscegenación no he encontrado dicho término de «mestizo», hasta el referido año de 1533, a pesar de haber maneja­ do y hecho pasar por mis manos innumerables documentos y escri­ tos referentes a la empresa americana. Si la afirmación anterior tenía bastante de comprometedora, lo tiene más esta última de se­ ñalar una fecha, aunque sea aproximada, para el comienzo del em­ pleo del término referido en el sentido que tiene actualmente. Am­ bas afirmaciones quedan ahí, mientras un investigador más afor­ tunado no las desmienta o enmiende.

28 Véase Esteva-Fábregat: «El mestizaje en Iberoamérica», en Rev. de India», t. XXIV, pág. 292. E^ta situación sin raíces ni seguridad repercutió en el mestizo sicológicamente. Norman Martín explica cómo el mestizo novo-hispano «casi siem­ pre se encontró sin plaza, tanto en el plano económico como en el social, porque no siendo indio ni negro, aspiraba a ser blanco sin poder serlo». Y de la ociosidad impuesta nació en muchos casos las vagancia. F. Martín: Los vagabundo» en la Nueva España. Siglo XVI, Méjico, 1957. Referencia en Moerner: El mestizaje, pá­ ginas 86-87. La actitud recelosa y despreciativa de los mestizos se veía correspon­ dida no sólo por los españoles, sino también por los indios. A este respecto un pá­ rroco criollo escribía en 1696: «Desde el lance de Morgan acá no hay perro que le nazca al indio más retirado que no le llame Morgan o Inglés, cuando antes los lla­ maban Mestizos, por ser sus mayores enemigos.! Juan Pérez de Tudela Bueso: «Ideario de don Francisco Rodríguez Fernández, párroco criollo en los Andes (1696)», en .anuario de Estudios Americanos, XVII, Sevilla, 1960, pág. 74. 750 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos

Sería mucho pedir que un diccionario histórico fuese a precisar tan escrupulosamente el origen y sentido histórico de cada palabra no solamente en los autores de renombre, sino también en los do­ cumentos de archivo. Por eso poco nos sirven al caso ni el Tesoro de Covarrubias ni el Diccionario de autoridades. Este último, por ejemplo, define así la palabra «mestizo» :

«Adj. que se aplica al animal de padre y madre de diferentes castas. Viene del latino Mittus... Recop. de Ind., lib. I, tít. 7, 1.7. Encargamos a los Arzobispos y Obispos de nuestras Indias, que ordenen de sacerdotes a los Mestizos de su distrito, i concurrieren en ellos la suficiencia y calidades necessarias. Inc. Garcil. Coment., part. I, lib. 9, cap. 30. Después he sabido que se coge mucho lino; mas no sé quan grandes hilanderas hayan sido las Españolas, ni las Mestizas mis pwrientas, porque nunca las vi hilar, sino labrar y

En realidad la etimología descripta por el Diccionario de Auto­ ridades tiene una derivación intermedia en el término Mixticius, del latín tardío, que ya aparece en San Jerónimo y en San Isidoro. En la lengua de Oc, el antiguo mestitz significa vil, bajo, y el francés métis, en la acepción de raza, se emplea, desde 1721, como calco del castellano ^*. Pero por las autoridades citadas, las dos del siglo XVI, puede confirmarse que el término no se aplicó a la generación humana hasta después del encuentro del español con el amerindio, por lo que cuando en otro lugar Garcilaso afirma que dicho término «fue impuesto por nuestros padres», esto se debe entender en el sentido literal. Acaso fuese por escrúpulos y delicadeza por lo que no se que­ ría aplicar a la generación humana un término de sentido zooló­ gico o despectivo, pero el hecho es que en la época referida, en lugar de la palabra «mestizo» se emplea la expresión de «hijo de español habido en una india» o hijos de españoles habidos en in­ dias». El ejemplo más antiguo que puedo aportar es del año 1518, en una real cédula dirigida al almirante y jueces de la Española:

** Academia Etpañola. Diccionario de la lengua catteüana..., t. IV, Madrid, 1734; ed. facsímil, Madrid, 1969. El mismo define al mulato como «adj. que se aplica a la persona que ha nacido de negra y blanco, o al contrario». Y cita a Co­ varrubias para afirmar que se llamó así por comparación a la generación del mulo. '1 J. Corominas: Diccionario crítico etimoWgico de la lengua castellana, vol. III, Madrid, 1954., palabra mestizo. Identidad histórica del mestizo hispano-indiano 751

«A Juan García Caballero consentiréis traer a educar a Castilla dos hijos suyos que tuvo en una india, según él nos lo pide» ^*'.

Por el otro extremo, mi ejemplo se retrotrae hasta el año 1533, en otra real cédula a la que se impuso el encabezamiento : «Los hi­ jos de españoles habidos en indias sean recogidos», y cuyo texto es del tenor siguiente :

«Que los hijos de españoles habidos en indias sean recogidos para evitar que los sacrifiquen, y que los que constare tener padres hacendados, los recojan y mantengan, y a los huérfanos se les en­ señe un oficio, si son de edad, o se les encargue a los que poseen encomiendas para que los tengan hasta que sean mayores» **.

El primer texto en el que he encontrado el término de mes­ tizo se reduce al año 1583, pero parece que el mismo no se gene­ raliza hasta la década siguiente en toda la extensión geográfica del dominio español en América. Me veo obligado a observar que los testimonqios aportados al respecto sirven igualmente para pro­ bar que la expresión se refiere a hijios ilegítimos de progenitores de ambas razas. La primera mención aludida del año 1533 se encuentra en una carta que Francisco de Bernuevo dirige en un sentido moralizador el 26 de agosto desde la Española o Santo Domingo al Emperador:

«Aquí hai muchos mestizos hijos de españoles e indias, que generalmente nacen en estancias y despoblados» ^*.

La redundancia que se encuentra en la frase hace la impresión

30 Real cédula de 17 de enero de 1513, registro 4.°, fol. 70 v., en Colee. Muñoz, t. XC, fol. 114. 32 Real cédula de 3 de octubre de 1533 al presidente de la Audiencia de Mé­ xico : Disposiciones complementarias de las Leyes de Indias, Publicaciones de la Inspección General de Emigración del Ministerio de Trabajo y Previsión, t. I, Ma­ drid 1930, pág. 236. En los cronistas e historiadores primitivos de Indias se puede seguramente sacar la misma conclusión, si bien es verdad que son muy pocas las obras editadas antes de 1540. Entre ellas se encuentra la Historia de Fernández de Oviedo en sus doce primeros libros, que vieron la lus en 1535. En ellos no he en­ contrado la palabra mestizo, pero sí en la continuación, ya que en el libro L, cap. 29, habla de un mestizo en la relación de un naufragio oída en Sevilla en 1548 (Gonza­ lo Fernández de Oviedo: Historia Oeneral y Natural de las Indias, edición de la Academia de la Historia, t. IV, Madrid, 1857, pág. 588). A su vez. Gomara, por ejemplo, escribe de Diego de Almagro que «nunca fue casado, empero tuvo un hijo en una india de Panamá, que se llamó como él y que se crió y enseñó muy bien, mas acabó mal» (Francisco López de Gomara: Historia General de las In­ dias, I.» ed., Zaragoza, 1552, cap. CXLI). 33 Colee. Muñoz, t. 79, fol. 301- 752 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos

de que su autor consideraba necesario o conveniente explicar el término empleado. Parece que todavía pasan unos años más hasta insertar este término en la literatura oficial. El primer texto de este género en el que he podido encontrar el término de mestizo es el capí­ tulo 1.° de la Junta Eclasiástica de Méjico, de 1589, donde se acuerda:

«Y para el servicio de las parroquias (de indios) o ayuda de los tales curas pastores se ordenen de las cuatro órdenes menores de la Iglesia algunos mestizos e indios...» '*.

Al año siguiente, los obispos de la Nueva España pedían al rey que alcanzase bula de Su Santidad para poder dispensar de la ilegitimidad a los mestizos, a fin de ordenarlos de todas las órdenes sagradas por ser lenguaraces ^'. No puedo aportar un ejemplo procedente del Perú hasta el año 1541, cuando el bachiller Luis de Morales, clérigo, provisor de aquel reino, remite una información al Consejo de Indias en la que pide que, por resultar mal la mayor parte de los numero­ sos mestizos,

«se les envíe a España para deprender la doctrina e para que olvi­ den su naturaleza e las costumbres della hasta los veinte años de edad, a no ser que sus padres les pusiesen en manos de los sacer­ dotes a los varones y de señoras de buena reputación a las mu- jere» ".

Se trata, como se ve, igual que en la cita anterior de 1588, de unos hijos desatendidos por sus padres y que, en el segundo caso, deben, además, olvidar su naturaleza (ilegítima) y las costumbres de ella. De igual modo, respecto a Méjico, el Emperador, por disposi­ ción del 1 de mayo de 1543, integró en el Patronato Real

«el colegio de españoles, mestizos e indios de Mechoacan y el hospital de la misma ciudad, para que los estudiantes y los pobres

3* Joaquín García Icazbalceta: Don Fray Juan de Zumárraga, primer obúpo y arzobispo de México, t. III (doc. 87), México, 194.7, págs. 152-158. 3 5 Epistolario de la Nueva España (1505-1818), recopilado por Francisco del Paso y Troncóse, t. IV, México, 1989, pág. 13. 36 Archivo General de India» (= A. G. I.), Patronato, 185, ramo 24. Identidad históñca del mestizo hispano-indiano 753

fuesen más favorecidos, aceptando la cesión que de ellos hizo a la Corona su fundador el obisp» Vasco de Quiroga ^'.

Si el significado del término de mestizo en este caso, término que es el primero cronológicamente en ser insertado en la Recopi­ lación de Indias, pudiera provocar alguna duda, ella se resuelve con el documento de aceptación dirigido al citado obispo de los hospitales y del mencionado colegio de San Nicolás,

«donde los hijos de españoles legítimos y mestizos y algunos indios, fwr ser lenguas para que puedan mejor aprovechar con ellas, de­ prendan gramática y juntamente con ella los indios a hablar nues­ tra lengua castellana» ^*.

CONCEPTO DE MESTIZO EN EL SIGLO XVI

En estos momentos el término de mestizo se aplica a los hijos de español e india, o al contrario, nacidos, generalmente, fuera de legítimo matrimonio. Esta elucubración queda confirmada por So- lórzano Pereira cuando escribe que los obstáculos legales con que tropezaban los mestizos no provenían de su mezcla, sino de su condición de ilegítimos, y en otro lugar testifica que en las Cortes de Madrid y Roma el concepto de mestizo y de ilegítimo eran sinónimos ^°. Los mismos entreverados del Perú hablarán en un expediente de 1582, sobre el que deberé insistir más abajo, de su condición de ilegítimos, causada por el mestizaje. No pretendo afirmar que la ilegitimidad perteneciese a la esencia del mestizaje, pero sí llegaba a ser casi una propiedad al discurrir tan paralelos ambos conceptos que el uno evocaba al otro hasta el punto que el hijo legítimo de español e india, por lo menos integrado en la familia paterna, era admitido comúnmente como un miembro más en la sociedad española o blanca. El investigador sueco Morner ya ha intuido algo de esto al escribir:

«Cuando en los documentos se habla de españoles se incluye lo mismo a los peninsulares que a los criollos. Pero jMirece que también 3 7 Recopilación de ías Leyes de Indias, lib. I, tít. XXIII, ley. 12. 3* Documentoí inéditos referentes al ilustrlsimo señor don Vasco de Quiroga existentes en el Archivo General de Indias, recopilados por Nicolás León, Méxi­ co, 1940, pág. 35. 3 9 Juan de Solórzano Pereira: PolÜica indiana, lib. IV, cap. XX, párr. 5-17, t. II, Madrid, 1976, págs. 171-174. 751 Revista de Archwos, Bibliotecas y Musecs

se incluirían a los mestizos legítimos. Por otra parte se tiene la im­ presión de que la palabra «espwñol» se usaba en un sentido más amplio antes del tercer cuarto del siglo xvi y a partir del si­ glo xvni» *".

El dualismo inicial de la conquista entre los «españoles» o «cris­ tianos», por un lado, e «indios» o «naturales», por el otro, tuvo seguramente el efecto de integrar entre los primeros a los mesti­ zos presentados por su progenitor español en su propia sociedad. De las islas —escribe Carlos Pereyra— pasó a todo el continente uno de los factores de las nuevas sociedades, que fue el mestizaje. Legalmente, el hijo de español casado con india era español; so- cialmente, el bastardo del español también figuraba como español si el padre cumplía con sus deberes, como en el caso de Cortés y su hijo Martín el mestizo, en el de Pizarro y en el de Almagro, procreadores también de mestizos *\ Por otra parte, a estas alturas todavía, el término de mestizo debe entenderse en un sentido biológico estricto, pues no ha habido tiempo, por lo menos en lo que se refiere al continente —donde se plantea con más fuerza el problema del mestizaje que en las Is­ las—, para ulteriores mezclas, y, en consecuencia, tampoco ha surgido aún la gama de denominaciones para expresarlas, si bien el término de cuarterón ya comienza a figurar en la literatura una vez muy entrado el siglo xvi. Al llegar las generaciones sucesivas de miscegenación cabe que salten las sospechas sobre si el término de mestizo debe enten­ derse en su sentido biológico estricto o incluye igualmente otros grados posibles de mezcla. La cuestión más movida y más traída y llevada en torno a los mestizos es seguramente la que se refiere a la ordenación sacerdotal de los mismos, que ahora nos va a servir de apoyo para esclarecer este punto. El primer concilio pro­ vincial celebrado en la ciudad de Méjico el año 1555 excluye de las órdenes sagradas, amén de otros impedidos por el derecho canónico común, al que «fuese mestizo, indio o mulato». El tercer concilio celebrado en la misma ciudad en 1585 pretendió mantener la prohibición absoluta de ordenar «indios y mestizos, así descen­ dientes de indios como de moros en el primer grado y mulatos en el mismo grado» *^.

*• Moerner: La Corona española, pág. 118. ••1 Pereyra: Las hueUas de los conquistadores, pág. 162. <2 Sobre estos puntos puede verse mi trabajo «Los concilios provinciales de América y la ordenación sacerdotal del indio», en Bev. Española de Derecho Cañó- Identidad histórica del mestizo hispano-indiano 755

Cuando en 1578 Felipe II prohibió la ordenación sagrada de los mestizos, los peruanos afectados de esta medida se unieron para reclamar contra lo que consideraban una injusticia. Presen­ taron la reclamación correspondiente primero ante el concilio ce­ lebrado en Lima en 1582. Y después, una vez recabada la razón de parte del concilio, ante la Corona. El largo y profundo expe­ diente, mencionado poco más arriba, que ellos presentaron en el Consejo de Indias, esclarece igualmente la cuestión. Todos los re­ currentes son hijbs naturales de conquistadores más o menos co­ nocidos y de indias y las informaciones que presentan de diversas personalidades ofrecen la misma concepción del mestizo, enten­ dido en su sentido estricto de hijo de español e india, sin ir más allá ". Por otra parte, Solórzano Per eirá asevera que, al prohibirse la ordenación sacerdotal de los mestizos, se suscitó alguna vez la duda de si la prohibición incluía a los cuarterones (hijo de espa­ ñol y mestizo). Concretamente esta duda surgió a los capitulares de la catedral de Antequera de Méjico y el hecho dio motivo a una carta del rey dirigida a la Audiencia de Méjico en la que se expresa que no cabe culpar al mencionado cabildo por dudar de ello,

«pero porque no haya ocasión de que los virtuosos se desconsuelen y dexen de seguir el camino de la virtud, declaramos que lo que se dize de los mestizos, se haya de entender solamente como dicho es de india y español o española y indio y no con los demás que de éstos descendieren siendo hábiles y sufficientes».

La carta fue incluida por Solórzano en su Recopilación **. El mismo Solórzano, que identifica el concepto de mestizo e ilegítimo en su obra clásica. Política indiana, habla de una real nico, vol. XXIV, Salamanca, 1968, págs. 489-514. El Concilio Provincial de Santa Domingo, celebrado en 1622, se atiene todavía a este primer grado, al negar las órdenes sagradas a los indios y a los hijos de los indios, y «sólo permite el ascenso a las sagradas órdenes a sus nietos, es decir, a aquellos que han nacido de los que el vulgo llama mestizos» (Hugo Eduardo Polanco Brito: «El Concilio Provincial de Santo Domingo y ordenación de negros y de indios», en Rev. Esp. de Derecho Ca­ nónico XXV, págs. 699-700. •*3 Véase el expediente que se conserva en el A. G. I., Lima, 126. ** Solórzano Pereira: Libro primero de la recopilación de las cédulas, cartas, provisiones y ordenanzas reales, tít. VIII, ley 13, t. I, Buenos Aires, 1945, págs. 247- 248. Véase también Konetzke: Colección de documento» para la historia de la for­ mación social de Hispanoamérica, vol. I, Madrid, 1953, págs. 543-544, y Cedulorio indiano, recopilado por Diego de Encinas, edición facsímil de la única de 1596, Ma­ drid, 1945, pág. 173. 756 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos cédula del año 1587 en la que se renovaba la prohibición de or­ denar mestizos, pero con la declaración expresa de que no se in­ cluían los cuarterones *°. Prescindiendo de la situación de los mestizos respecto a su acceso a otros cargos e instituciones, juzgo suficientes los testimo­ nios aportados para demostrar que el concepto de mestizo em­ pleado en los documentos históricos del siglo xvi debe entenderse en el sentido de hijo natural o ilegítimo de español e india, y algu­ nas pocas veces al contrario **. Por otra parte, para los hijos de español y negra, o al contrario, existe el término de mulato, cuyo concepto es diferente y no está incluido en el de mestizo. Cuando se quiere incluir a ambas realidades deben expresarse las dos de­ nominaciones de mestizo y mulato, lo cual se puede encontrar con harta frecuencia en la literatura y legislación indianas.

LAS CASTAS AMERICANAS

A partir de las dos o tres últimas décadas del siglo xvi co­ mienza a cristalizar en la América española lo que se ha venido a llamar el régimen de castas, precisamente en el momento en que el conjunto de mestizos, mulatos y negros ha llegado a igua­ lar o superar en número a los blancos. El término de castas apli­ cado a la sociedad hispanoindiana solamente puede ser aceptado en un sentido impropio. Los sociólogos distinguen tres tipos prin­ cipales de estratificación social. En primer término está el sistema de castas, que se realiza cuando una sociedad está compuesta por grupos cerrados endogámicos, en los que la pertenencia es deci­ dida irremisiblemente por el nacimiento. La India ha constituido el prototipo de este sistema. En segundo lugar, el sistema de es- todos (o estamentos): sociedad jerárquica cuyos estratos están rí­ gidamente separados por la ley y las costumbres, y con frecuencia caracterizados por sus diferentes relaciones hereditarias con la tie­ rra (propietarios, arrendatarios o siervos). Aunque el status social es, en general, hereditario, la movilidad social vertical no está totalmente excluida. El prototipo de este sistema se encuentra

•*' Solórzano Pereira: Politiea indiana, respectivamente lib. II, cap. XXIX, párr. 23, t. I, pág. 216, y lib. IV, cap. XX, párr. 7, t. II, pág. 171. *8 Por ejemplo, en 1549 los mestizos fueron impedidos de manera perentoria para suceder a sus padres en las encomiendas. Sin embargo, López de Velasco dice de ellos : «No pueden tener indios, sino los nacidos de legítimo matrimonio» (López de Velasco: Geografía y descripción, pág. 43). Identidad histórica del mestizo hispano-indiano 757 en el feudalismo de la Edad Media. En tercer término está el sis­ tema de clases, basado principalmente en las diferencias económi­ cas sin restricciones legales a la movilidad social vertical. En la sociedad de clases económicas que poco a poco tomó forma en el mundo occidental durante los siglos xviii y xix, el status o prestigio del individuo ya no tiene la importancia decisiva que por encima de los factores económicos tuvo en el sistema de es­ tados, pero es todavía significativo *''. En realidad, pocas veces asumen las sociedades unas estratifi­ caciones fácilmente definibles, sino que en general presentan unas formas más o menos mixtas. En América española la sociedad quedó claramente dividida en diversos estratos en los que, a los elementos constitutivos y diferenciales normales de cada estrato, se debe añadir en un grado fundamental el elemento racial. Por eso la estratificación aquí se hace más difícil de definir y adopta unas formas más complejas, aunque a simple vista pueda parecer lo contrario. Los historiadores se hallan de acuerdo en llamar régimen de castas a ese sistema de estratificación. Con ello no hacen más que adoptar un término que usaron los mismos contemporáneos en América. Pero ellos emplearon este término principalmente para designar a ese abigarrado grupo intermedio que se situó entre el español y el indio. En las castas no se incluía al grupo blanco ni, a veces, tampoco al indio. Como de hecho los términos de estado y de clase no resultan más apropiados para aplicarlos al escalón amiento social hispano­ americano, la expresión de casta se hace admisible por lo menos en uno de los sentidos admitidos por el diccionario castellano como «parte de los habitantes de un país qhe gozan de distinta conside- rarión que los restantes». Pero, como vamos a ver seguidamente, estas castas no están desprovistas de cierta posibilidad de movi­ miento vertical, e incluso el elemento racial, a pesar de constituir uno de sus fundamentos básicos, no tiene un valor absoluto. La integración efectuada en el siglo xvi de los mestizos de origen legítimo o legitimado y ambientados en la cultura y socie­ dad españolas, ha tenido la virtud de inyectar la sangre india en la élite que se ha constituido rectora de aquella sociedad estruc­ turada en un régimen de castas. Como observa Konetzke, los mes­ tizos se incorporaron en una proporción considerable a la pobla-

*'' Kurt B. Mayer: Class and Society, Nueva York, 1955. El resumen está to­ mado de Morner: La mezcla de razas, pág. 21. 758 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos

ción blanca, la cual de otra manera no hubiera podido llegar a tener la importancia numérica que alcanzó **. En los primeros tiem­ pos esta fusión se realizó en todos los niveles del grupo hispano ; más tarde, principalmente en los niveles inferiores. Por eso la élite rectora, en cuanto que está frecuentemente sal­ picada de sangre india o negra, tiene que ser tolerante por un lado e intransigente por el otro en cuanto que tiene que conservar su posición privilegiada, que se vería comprometida con la apertura hacia las castas que por ley de osmosis tienden a nivelar las dife­ rencias. Esta situación, en algún grado trágica, se constituye en un equilibrio inestable que se balancea en un sentido o en otro según las posibilidades humanas de cada región y de cada tiempo. Donde no habitan los españoles puros, los mestizos culturizados se alzan con la dirección de la cosa pública y donde aquellos son pocos deben convivir codo a codo con estos últimos. Al no haber habido emigración blanca después de la conquista, estas posibilidades humanas se reducían en el Paraguay hasta el período final de la dominación española a la descendencia mez­ clada de los conquistadores y de las indias, la cual en su mayor parte había sido legitimada por los padres. Esta descendencia cons­ tituyó, en unión con la minoría blanca que se hallaba en una pro­ porción respectiva de quince a uno, la nueva sociedad española de la región. Según el testimonio de Azara, los llamados españo­ les del Paraguay y sus vecinos los habitantes de Corrientes pro­ cedían casi todos de la indicada descendencia. Entre tales «espa­ ñoles» se había impuesto la lengua materna, el guaraní, mientras que el castellano, que habían conservado como signo distintivo las primeras generaciones, se mantuvo posteriormente tan sólo en las personas instruidas y en los habitantes de la viUa de Curu- guaty. Estos «españoles» del Paraguay superaban, al decir de Azara, a los europeos y a los primitivos mestizos de Buenos Aires, que se habían mezclado con los europeos, en talla, proporciones, actividad y talento y hasta en la blancura de la piel y la elegan­ cia de sus formas *'. Sin embargo, en estas regiones donde no existía el problema del mestizaje en su sentido estricto, se discriminaba a los que tenían sangre africana en sus venas, pues Azara afirma que allí se llamaban indistintamente mulatos a todos los que hubiesen

*' Konetzke: «Sobre el problema racial», en Rev. de Estudios Políticos, nú­ meros 113-114, pág. 184. *» Félix de Azara: Viajes por América meridional, t. II, Madrid, 1941, págs. 67, 129 y 170. Identidad histórica del mestizo hispano-indiano 759 tenido un ascendiente negro en cualquier grado, aunque el mulato fuera enteramente blanco o rubio °''. Los españoles del Paraguay, en realidad mestizos biológicamente, y hasta cierto punto tam­ bién culturalmente, eran los más próximos portadores de la san­ gre y cultura europeas y de este modo se habían constituido en la élite rectora de la región escalando de hecho los grados del ejército y de la función pública ^\ Es decir, eran «españoles». En contraposición tenemos en Charcas y La Paz dos tipos de mestizos biológicos, el primero socialmente despreciable, a causa de ser, en sus principios, el producto de uniones vergonzantes ; y el segundo integrado en clase superior. De aquí resulta la distin­ ción que el historiador Finot descubre entre el mestizo y el cholo o mestizo común, resultado de uniones ilegítimas, irregulares, con mentalidad y cultura diferentes y criado en el abandono °^. El mismo estado de cosas se daba en Chile, donde el histo­ riador Encina trata de establecer una distinción entre la misce- genación con los indios chinea, de la cual salieron mestizos espa­ ñolizados, y con los araucanos o mapuches, la cual diera origen a mestizos indianizados. Otro investigador, Alvaro Jara, en un estudio sobre los asientos de trabajo para los vecinos no-encomen­ deros de la ciudad de Santiago, a fines del siglo xvi, supone que «españoles» que figuran en las listas de trabajadores no eran sino seudo-españoles, con alta probabilidad de ser mestizos españoli­ zados, mientras que los que figuran con expresa mención de mes­ tizos eran, a su vez, mestizos indianizados ^^, Parece que para mediados del siglo xviii los «mestizos» dejaron de existir para confundirse con los indios, pues no hay lugar para ellos en la descripción que hacen de Santiago los ilustres marinos Jorge Juan y Antonio de Ulloa, cuyo vecindario dicen que se componía de 4.000 familias, la mitad españolas de todas las jerarquías, y la otra mitad de castas, la mayor parte de indios, y las restantes de las originadas de negros y blancos ^^.

5" Azara: Viajes, t. II, pág. 171; Descripción e historia del Paraguay y del Rio de la Plata, t. I, Madrid, 1847, pág. 292. 51 Justo Pastor Benítez: «El primer gobernador criollo del Río de la Plata. Hernandarias», en Rev. de Indias, XXI, págs. 566-567. 52 Enrique Finot: Nueva historia de Solivia, Buenos Aires, 194€, pág. 81; Car­ los E. Corona Baratech: «Notas para un estudio de la sociedad en el Río de la Plata durante el virreinato», en Anuario de Estudios Americanos, VIII, págs. 68-69. 53 Francisco Encina: Historia de Chile, 1, Santiago, 1948, pág. 43; Alvaro Jara: Los asientos de trabajo y la provisión de mano de obra para los no-encomen- deros en la ciudad de Santiago, 1586-1600, Santiago de Chile, 1959, pág. 59; ambas referencias en Momer: El mestizaje, págs. 14-15. 5* Juan y Ulloa -. Relación histórica del viaje, III, pág. 332. 760 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos

En otras partes se hallaban en condiciones de conceder una mayor importancia al elemento biológico, pero siempre una im­ portancia relativa, no absoluta. En Venezuela, por ejemplo, la mayor parte de las familias que figuraban como blancas en los censos coloniales, sin excluir la familia de ilustre abolengo de Bo­ lívar, eran mestizas. Y lo mismo cabría decir de Quito y de otras partes **. En el Río de la Plata los mestizos que habían sido formados y reconocidos por sus padres entraron a mezclarse con las fami­ lias de la más pura sangre española. Al final del siglo xvi criollos y mestizos nutren las clases dirigentes del país, y a poco de co­ menzar el siglo XVII el Tucumán está gobernado por un mestizo °*. Pero a medida que transcurre el tiempo, aumenta la población europea y se diluye la sangre aborigen, crece el orgullo de los blancos frente a las castas y ellos tratan de evitar el contacto con la gente de color, no asimilada y constituida en grupo especial. El cabildo secular de Buenos Aires, por ejemplo, dispuso en algún caso que los niños mestizos y mulatos no asistiesen a la escuela con los hijos de españoles y de los indios ; incluso el gremio de zapateros publicó unas ordenanzas en aquella ciudad el año 1790, en las que se disponía poner maestros especiales para que los hijos de españoles pobres pudiesen aprender el oficio sin que «se rocen ni mezclen con los de otras castas °'. La misma impresión de régi­ men de castas se saca del estudio de Endrek sobre el mestizaje en Córdoba en los últimos años del período virreinal. Las castas, se­ ñaladas por su modo de vestir, se dedican a los oficios mecánicos y están alejiadas de la educación, sin participar, por tanto, en los estamentos eclesiástico y militar ^*. Igual que en Buenos Aires, los sentimientos discriminatorios, originados por el orgullo y por el celo de mantener la situación social privilegiada, se acrecientan en otros lugares donde se ha establecido un grupo blanco suficiente para bastarse a sí mismo y para regir la sociedad en los puestos de la función pública y

^^ Rosenblat: La población indígena y el mestizaje en Améñca, II, págs. 76-81; Siso: La formación del pueblo venezolano, pág. 435. ** Vicente D. Sierra: Historia de la Argentina. I, Introducción, conquista y población (1492-1600), Buenos Aires, 1956, pág. 558. *' Konetzke: «El mestizaje y su importancia», en Rev. de Indias, VII, págs. 232- 233. El número de indios y mestizos era ya allí muy pequeño. Su ocupación consis­ tía en trabajar de peón en los hornos de ladrillo,, haciendas y carreterías (Francisco Millau: Descripción de la provincia de Rio de la Plata (1772), Buenos Aires, 194iT, pág. 43. ^* Emiliano Endrek: El mestizaje en Córdoba. Siglo XVIII y principios del XIX, Universidad Nacional de Córdoba, Argentina, 1966. Identidad históñca del mestizo hispano~indiano 761 en los cargos de alguna significación en el campo civil, eclesiás­ tico o militar. Si los blancos se han situado en la clase superior de la sociedad, los elementos no blancos se ven obligados a ocu­ par, en cuanto grupo social o casta, los estratos inferiores, es de­ cir, los estratos que han dejado libres los blancos por no ser de su interés o por no poderlos alcanzar a causa de la insuficiencia numérica o de una evidente incapacidad. La sociedad, de este modo, se encuentra a sí misma estrati­ ficada en un régimen de castas en el que, además del elemento biológico, el elemento cultural y el económico adquieren una im­ portancia decisiva por caracterizar el contexto en el que se des­ envuelven las castas hasta el punto de superar muchas veces al elemento biológico por la movilidad existente.

DIFICULTADES DE DISTINCIÓN

Un religioso, fray Manuel Pérez, atestigua en un manual para párrocos de indios que publicó en Méjico en 1713 que en muchas partes en donde indios y españoles vivían mezclados, los párro­ cos ya no podían reconocer a los indios, porque ellos «muden su traje, poniéndose capote, dejando crecer la melena, y muchos de ellos poniéndose medias, con que se llaman mestizos» °'. La misma dificultad de distinguir entre indios y mestizos es comentada respecto al Perú por Dionisio Farfán, colector de ta- xas en la provincia de Chachapoyas, quien, después de afirmar que ha registrado más indios tributarios que su predecesor, escribe en un informe del año 1819 que este aumento hubiera sido más

59 Moerner: La Corona, pág. 145. De acuerdo con las fuentes históricas, sin embargo, era más común que los indios llevasen la melena larga. Así se comprende, por ejemplo, que se les aplicase el castigo legal de cortarles el pelo. Juan y Ulioa observan de la América del Sur que los naturales apreciaban mucho su pelo largo, que era oscuro, muy lacio, áspero y grueso. Para diferenciarse de ellos, los mestizos se lo cortaban todos: Juan y UUoa: Relación, I, págs. 370-371. En la ciudad de Coro, Venezuela, se originó un largo pleito porque un día del año 1761 apareció una mulata libre vistiendo un manto de seda con punta como vestían las nobles. Se trataba de Jerónima Garcés, de la casa de don José Antonio Zárraga, maestre de Campo. El alcalde de la ciudad prohibió a Jerónima vestir tal prenda y esto hirió el amor propio del maestre de Campo. Este elevó recurso al gobernador.quien le dio la razón alegando que en Caracas tal clase de gente vestía como quería. Pero entonces el Ayuntamiento recurrió a la Audiencia de Santo Domingo, la cual sen­ tenció que la mulata no tenía derecho a usar de semejante prenda. El protector de ella no se sintió satisfecho y llevó el pleito al Consejo de Indias, que, sin embargo, por sentencia de 18 de abril de 1764, confirmó la de la Audiencia dominicana: Archivo Histórico Nacional (Madrid), Sección de Consejo», leg. 20.754, núm. 8. 762 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos

considerable si muchos individuos que pasan por mestizos, siendo en realidad cholos —con mayor porcentaje, según la mente del colector, de sangre india que blanca—, no se hubieran defendido con tanto esfuerzo para substraerse del empadronamiento y librarse así del pago del tributo. Seguidamente dice :

«Inquirir sus generaciones fue una ocupación bien fastidiosa, en medio de la dificultad por conseguirlo. Porque hay muchos intere­ sados en que los cholos sean fixos, y grande el número de los que pasan por mestizos no siéndolos: libros (¿libres?) de tributo para el Rey... los cholos se hallan considerados por mestizos, y era ocioso el recurso a los libros parroquiales, para hallarse con la par­ tida de baptismo algún comprobante de la calidad del individuo. Así eran y son los libros y los curas... testigos ineptos para des­ cubrir y comprobar la verdad» *".

El pase que podríamos llamar fraudulento no se realizaba sola­ mente entre los indios y las castas, sino también entre éstas y los blancos. El vicario de Cumaná, dependiente del obispado de Puerto Rico, hablaba en 1787 de la fatal mezcla de los europeos con los naturales y negros, cuyos descendientes, para encubrir sus defectos, hacían inscribir las partidas de bautismo en los libros de españoles, substrayendo las notas de sus progenitores. Luego justificaban fácilmente con testigos estar tenidos por blancos, lo que prevalecía siempre a las justificaciones que se daban de con­ trario por seguir los jueces el principio legal de estar en materia de opiniones sobre la calidad a lo favorable. Cuando acompañaba cierto grado de cultura el pasar por español y ser considerado como tal se lograba con menor dificultad. De algo de esto se queja el gobernador de Soconuzes, don Bernardo Pérez del Pulgar, cuando

8" George Kubler: The iridian coste of Perú, 1795-191)0. A population study based upon tax records and census reports, Washington, 1952, págs. 36-37. La úl­ tima frase de la ineptitud de los curas para el registro parroquial de las castas está en contradicción con lo que dice Roncal que los párrocos eran expertos en las cla­ sificaciones raciales y fieles en la expresión de sus juicios; Joaquín Roncal: «The negro race in México», en The Hispanic American Historical Review, vol. 24, Durham, 1944, pág. 532. A Morner la afirmación le parece arriesgada, pues las investigaciones que él y su esposa realizaron en los archivos parroquiales en Méjico y Guatemala dieron una impresión contraria, notándose una evidente falta de normas para dicha clasificación: Moerner: El mestizaje, pág. 34. Esta falta de normas o de precisión parece más lógica para explicar las inexactitudes de los mencionados registros públicos que no la infidelidad general que atribuye a los párrocos una obra reciente: «Sobornaron a los sacerdotes locales para que regis­ traran a sus hijos como españoles en vez de mulatos o mestizos de piel blanca o hicieron cambiar más tarde los registros parroquiales»: Stanley J. y Barbara H. Stein: La herencia colonial de América Latina, México, 1970, pág. 113. Identidad histórica del mestizo hispano-indiano 763

en una larga relación que llegó a manos del presidente del Con­ sejo de Indias en 1673, escribía:

«En lo que toca a vecindades de españoles, negros, mulatos y mestizos, gente ladina y reputada la más por española...» *^.

Igualmente, en el padrón del Texcoco del año 1753 se advierte la misma dificultad de distinguir las castas y se expresa el temor de que una información rigurosa conduciría a descubrir manchas muy oscuras en familias bien admitidas que provocarían escanda­ losos expedientes que llevarían a juicios sin fin *^. Sin embargo, es de presumir que el grupo de familias bien ad­ mitidas, por tener los resortes de la sociedad en sus manos, tu­ viera más medios de defensa contra la irrupción de miembros pro­ cedentes de las castas, uno de cuyos medios eran, sin duda, las denuncias que tan frecuentemente llegaban a las autoridades con­ tra las pretensiones de algunos individuos a los que se acusaba de tener sangre inferior.

*i Juan B. Olaechea: «El negro en la sociedad hispano indiana», en Revista de Estudios Políticos, núm. 161, septiembre-octubre 1968, pág. 227. 62 «Las castas no había quien se atreva a distinguirlas. Esta sería una informa­ ción odiosa y tomándola rigurosamente se descubrirían en familias bien admitidas manchas muy oscuras que ha borrado el tiempo, resultando por precisión escanda­ losos expedientes que, convertidos en juicios ordinarios, nunca tendrían fin.» : Stein: La herencia, pág. 111. Los juicios ordinarios o pleitos a que alude el Patrón eran frecuentes en toda la extensión de la América virreinal por razón de la vileza e infamia de las castas. De ello se lamentaba a principios del siglo xix el coronel Castillo en una «Memoria sobre que conviene limitar la infamia anexa a varias castas diferentes que hay en nuestra América». Es ilustrativo a este respecto el famoso pleito de la nobleza de Pasto, relatado por Sergio Elias Ortiz: El caso fue que un escribano público dijo ante testigos que el clérigo de menores órdenes Tomás Delgado y Santacruz, personaje que se tenía como de la más encumbrada nobleza por sus dos apellidos, descendía de humildes cuarterones apellidados sim­ plemente Campañas. Saberlo el clérigo e irse como un rayo contra el indiscreto notario fue todo uno. Este, después de oír sin pestañear terribles resuellos, se rati­ ficó en que el quisquilloso seminarista no sólo descendía de los Campañas, sino tam­ bién de la india Leonor en ilícito ayuntamiento con un oscuro soldado de la con­ quista, Francisco Talavera, sin pergaminos ni hechos notables en su vida, si se exceptúa la conquista de la desprevenida india. Naturalmente, un Delgado y San­ tacruz tuvo que poner la queja en los estrados de justicia, pero ante el estupor del vecindario y la mal contenida furia de sus adversarios, el escribano probó, con el árbol genealógico y las citas de protocolos, la verdad de sus afirmaciones: Pérez de Barradas: Los mestizos de América, págs. 172-173. 764 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos

EL GRADO RACIAL

En la estratificación social o de castas que se estableció en la América española se conjugaron principalmente tres valores so­ ciales o elementos como notas distintivas de cada estrato o casta: El elemento racial, el elemento económico y el elemento cultural. Con estos ingredientes se implantó en el Nuevo Mundo el mismo sistema oligárquico que imperaba en Europa durante el antiguo régimen con las variantes propias impuestas por las características especiales de la tierra y sociedad americanas. No debe olvidarse que, aun cuando no hubiese existido allí nada más que un solo elemento racial puro, se hubiese establecido un régimen oligár­ quico y de grupos sociales. La función de la nobleza europea fue absorbida en América lógicamente por quienes se habían hecho con la conquista los dueños de la tierra y sus descendientes, a los que se agregó la emigración posterior española llegada con des­ tinos burocráticos o para el ejercicio de funciones lucrativas como el comercio. Las castas intermedias debieron acogerse a los oficios manuales o al arriendo de las tierras que pertenecían al dominio de los criollos y a veces al colectivo de los indios. El orden establecido no solamente no parecía injusto, sino era considerado necesario para la buena marcha de aquellos territo­ rios ultramarinos. Como en la República de Platón, cada clase, o si se prefiere, cada casta, tenía sus funciones propias y no se podía pensar en alterar el orden existente sin tentar contra los mismos fundamentos de la sociedad indiana. En este pensamiento coincidían el gobierno metropolitano, indiófilos caracterizados como el obispo Palafox y, lógicamente, el grupo oligárquico de espa­ ñoles y criollos considerados como el nervio y la levadura de la sociedad americana '^. El elemento racial no se interpretaba como un principio abso­ luto. En este particular se pueden señalar notables diferencias en­ tre la concepción ibérica y la sajona, por lo menos hablando en términos generales. En la América sajona el concepto de mulato carecía de contenido propio porque todo aquel individuo que tu­ viese un ancestro negro, por lejano que fuese, estaba también considerado como negro. En la América hispana, sin embargo, di­ fícilmente podía provocar trágicas repercusiones sociales el des-

63 Véase C. Pérez Bustamante: «El problema del mestizaje en Iberoamérica», en Revista de Indias, XX, 1960, pág. 233. Identidad histórica del mestizo hispano-indiano 765 cubrimiento de un matiz azulado en las uñas como signo de haber tenido un progenitor de raza negra, porque después de cierto pro­ ceso generacional de emblanquecimiento se dejaba de considerar legal y socialmente la mezcla lejana de sangre, lo que en el len­ guaje de la época se denominaba no ser descendiente «notorio» de indios y negros. El proceso de emblanquecimiento rara vez pasaba de la ter­ cera generación o grado con respecto a la sangre india y general­ mente llegaba hasta el cuarto grado con respecto a la sangre afri­ cana. A partir de esos grados se perdía ya la «notoriedad» de la descendencia india o negra más que biológicamente, legal y social­ mente, pues dicha «notoriedad» se interpretaba sin demasiado es­ crúpulo. El español americano o criollo no podía desdeñar sistemática­ mente a todo el que fuese sospechoso de llevar sangre mixta en sus venas, porque él mismo se sospechaba con frecuencia salpi­ cado de dicha sangre. En los primeros tiempos, la fusión se había realizado en todos los niveles sociales, sin exceptuar los más en­ cumbrados, y la sangre de la clase india, generalmente noble, ha­ bía venido a enriquecer linajudas familias españolas. Más tarde, la sociedad relevante criolla tuvo mayor cuidado por preservarse de la mezcla, pero ésta siguió subsistiendo en la clase llana espa­ ñola. De varios lugares de la América meridional visitados en su viajte científico, Juan y Ulloa observan la existencia de una élite endógama descendiente de los conquistadores y altos burócratas y también la de otra

«gente blanca, aunque pobre, o que están enlazadas con las castas, o tienen su origen en ellas; y assi participan de mezcla en la san­ gre ; {lero quando no se distingue ésta por el color, les basta el ser blancos, para tenerse por felices, y gozar de esta preferencia» °*.

De todas formas, la frecuencia de matrimonios desiguales, tanto en la Península como en ultramar, alarmó al ilustrado Carlos III, que quiso atajar con rigor los males que producían **. Otro factor que impulsaba al grupo blanco a la admisión de ciertos grados de mezcla era una especie de tradición peninsular en este aspecto. A los españoles embargó en los siglos pasados una honda preocupación por la pureza de la sangre fundada en motivos religiosos. Ellos sentían un profundo orgullo de no tener

8* Juan y Ulloa: Relación, I, págs. 41 y 368. 65 Konetzke: Colección, vol. III, t. I, págs. 406-4.13 y 438-442. 766 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos mezcla de sangre de moros o judíos, considerada infecta, pero se era y se consideraba ya cristiano viejo a la cuarta generación y la exclusión en los estatutos de limpieza de sangre no se exten­ día más allá de este grado **. Esta limitación encontraba también cierto fundamento en la misma política de la Iglesia romana, inspirada en la noción pau­ lina de neófito o nueva planta cristiana. El Papa Gregorio XIII había declarado que los mestizos debían ser considerados neófitos en cuanto a las dispensas en las causas matrimoniales. En 1698, la Sagrada Congregación del Santo Oficio juzgó, a raíz de ciertas dudas que se habían suscitado, que bajo el nombre de neófitos en ningún caso se comprendían los cuarterones y los puchueles. De donde se seguía que los que tenían una cuarta parte de san­ gre india y tres de europea no participaban de los privilegios de los neófitos ni de las limitaciones inherentes a esa condición, y mucho menos el que tenía una octava parte de indio y siete de europeo, como el puchuel *^. Si bien con límites mínimos, los cá­ nones eclesiásticos daban cierto fundamento para la diferenciación. Pero seguramente era la biología con sus leyes la que propor­ cionaba el fundamento más importante para el establecimiento de un límite de adscripción de los entreverados a la clase blanca, según los rasgos biológicos o fenotipo. Sin duda se podría exten­ der a otras partes lo que nuestros dos marinos, tan observadores de esta problemática socio-racial, expresan de Quito:

«Muchos mestizos parecen españoles en el color más que aun los legítimos españoles, por ser blancos y rubios; 7 así se conside­ ran como tales, aunque en realidad no lo sean» **.

Los rasgos biológicos, considerando las cosas con cierta laxi­ tud y generosidad, impuestas por las otras razones ya aducidas,

66 Antonio Domínguez Ortiz: Los judíos conversos en España y América, Ma­ drid, 1971, pág. 97. 67 Francisco Javier Hernáez, S. J.: Colección de Bulas, Breves y otros docu­ mentos relativos a la Iglesia de América y Filipinas, I, Bruselas, 1878, pág. 51. La real cédula impresa, fecha en Madrid a 31 de enero de 1703, remitiendo a las auto­ ridades de Indias los trasuntos de los breves de Su Santidad tocantes a éste y otros Dubios se halla en A. G. I.: Indif. General, pág. 481, lib. 45, fols. 247-246. 6* Juan y UUoa: Relación, I, 3«3. Estos autores no dejan de observar la im­ portancia de otros rasgos, además del color. También dicen de Quito que algunos mestizos no se distinguen de los indios por el color más que en que les sale la barba; por el contrario, otros degeneran en lo blanco y pudieran tenerse por tales a no ser por ciertas características de la frente, nariz y cabello que ellos describen : Idídem, pág. 864. Identidad históñca del mestizo hispano-indiano 767

venían a ser semejantes en el blanco puro y el blanqueado de su origen indio por tres generaciones. Así parece que queda indicada por la terminología usual y que está expresada en las series de cuadros que he mencionado más arriba, pues establecen que «de español y castiza torna a es­ pañol» ; es decir, que el hijo de un progenitor blanco y de un vas­ tago de español y mestiza es «español», según dos series que se cree proceden de Guatemala y Méjico, o se es «torna a español», según otra serie considerada de origen guatemalteco. Pero no faltan testimonios más explícitos de testigos contem­ poráneos que confirman esta hipótesis:

«Cásase una india con un español, que tal vez sucede porque se enredó con ella y quiere salir de aquel mal estado sin dejarla. Sus hijos salen más hábiles ix>r lo que participtan del padre ; los nietos salen mejores, los biznietos no se distinguen de los demás españoles» ^'.

Entre los mestizos, dicen nuestros socorridos marinos, se deben considerar las jerarquías como entre los descendientes de blancos y negros;

«pero con la diferencia de que salen más breve, y desde la segunda o tercera generación, que ya son blancos, se reputan por espa-

Sin embargo, en los extremos de mayor puritanismo se llega hasta el cuarto grado, o sea, hasta el tarabuelo indio, para ser considerado blanco. Este grado era requerido en los estatutos de algunas instituciones, colegios y hasta en algunas órdenes religio­ sas, por lo menos durante determinadas épocas '^. Seguramente eran las esferas más elevadas de la sociedad ame­ ricana las menos predispuestas a concesiones y menos generosas en este punto. En una representación que la ciudad de Méjico dirigió a Carlos III se manifiesta esta actitud más rigurosa al

8* Cardiel: Breve relación de las misiones del Paraguay, cap. V. Citado por Constantino Bayle, S. J.: España y la educación popular en América, Madrid, 1984, pág. 370. '"> Juan y UUoa: Relación, I, pág. 364. 71 Por ejemplo, en sendos capítulos provinciales que los franciscanos y domini­ cos celebraron en Lima en el año 1594 decretaron no admitir en la orden a los des­ cendientes de indios hasta el cuarto grado: Bayle: «España y el clero indígena en América», en Razón y Pe, Madrid, 1931, pág. 530; Salvador Velasco, O. P.: M Beato Martín de Forres o un hrote de hispanidad, Madrid, 1941, pág. 32. 768 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos

final de un párrafo que por rezar con toda nuestra cuestión y con­ servarse inédito me permito copiar íntegramente:

«El español que hubiera de mezclarse con indias, veería a sus hijos careciendo da los honores de los españoles y aun excluidos del goce de los privilegios concedidos a los indios. Lo mismo y con maior razón debe decirse en caso de que la mezcla se haga con negras, mulatas u otras castas originadas de ellas y así no hay por dónde sean regulares, y mucho menos tan comunes como pinta la malevolencia estas mezclas. Alguna ha havido de los españoles con indias en los primeros tiempos de la conquista, en que aún no se verificaban los poderosos retraentes que hemos referido; jiero aquellas mezclas fueron con las familias reales de la nación: mezcla que no se desdeña y con que altamente se ilustra mucho de la primera nobleza de España: mezcla que no ha influido vileza en el espíritu de sus descendien­ tes : mezcla que ya en la cuarta generación no se considera ni en lo material ni en lo pwlítico; pues quien de sus 16 terrenos abuelos, sólo uno tiene indio, es en lo natural y se considera para todos los efectos hábiles, español puro y limpio, sin mezcla de otra san- 72 gre» '•'. De alguna de las citas aportadas se desprende que el camino de blanqueamiento era más largo para los descendientes de la raza africana, seguramente porque les era más difícil salir de sus rasgos fenotípicos y quizás también porque la esclavitud les había señalado con el hierro de la vileza. Mas desde el punto de vista biológico se hacía necesario llegar hasta la cuarta o quinta gene­ ración para obtener la nombradía de español, prescindiendo siem­ pre de las frecuentes excepciones. Juan y Ulloa afirman que no se alcanzaba esta nombradía hasta el quinto grado en la América del Sur, pues aunque hablan

^2 «Representación de la ciudad de México a Carlos III defendiendo el derecho de sus naturales para desempeñar altos empleos y cargos» : Biblioteca del Palacio Real, Madrid, Miscelánea Ayala, t. 33, fol. 24 (sin fecha). La actitud recelosa de los criollos y su oposición a los peninsulares se inició ya desde el siglo xvi, pero fue acentuándose con el tiempo. En un informe secreto enviado al rey en 1764, el arzobispo de Méjico, don Manuel José Rubio y Salinas, escribía a este respecto: «Proviene en mi juicio la oposición de criollos a europeos de la diferencia que a primera vista se encuentra entre éstos y aquéllos. Como es tan difícil conservarse las familias blancas en estas partes de la mezcla de diversas calidades de gentes que resultan del blanco, negro, indio, chino y otras castas, de sus humores, costum­ bres y crianza dimana una natural visible discrepancia que conocida por los mismos patricios (criollos) les hace mirar de mal semblante a los puros europeos, sean espa­ ñoles o de otras naciones» : Biblioteca Pública de Toledo. Sección de Manuscritos, leg. 26, núm. 8. Identidad histórica del mestizo hispano-indiano 769

de Cartagena de Indias afirman que su exposición vale para Por- tobelo y otros lugares:

«Continuando en las otras especies de gente las que se originan de la mezcla de blancos y negros, podemos contar la primera la de los mulatos, tan conocida de todos que no necesita mayor expli­ cación. Después, la de los tercerones, que proviene de mulato y blanco, y empieza a acercarse a éste último color, aunque el color no disimula todavía su origen y calidad. Los quarterones entran después de los antecedentes, y como se dexa de inferir, provienen de blanco y tercerón, y luego los quinterones, de blanco y quar- terón. Esta es la última que participa de las castas de negro, y cuando llegan a este grado no es perceptible la diferencia entre los blancos y ellos, por color ni facciones, y aun suelen ser más blancos que los mismos españoles. La generación de blanco y quin­ terones se llama ya español, y se considera como fuera de toda raza de negro, aunque sus abuelos, que suelen vivir, se distinguen muy poco de los mulatos» '^.

En la Nueva España, según el testimonio de Humboldt, los descendientes de negros eran considerados españoles al llegar al cuarto grado:

«De la unión de un blanco con una negra nace el mulato. De la mezcla de un blanco con una mulata viene la casta de los cuar­ terones y cuando una cuarterona se casa con un europeo o un criollo, su hijo lleva el nombre de quinterón. El nuevo enlace de la raza blanca hace perder de tal modo el resto del color, que el hijo de un blanco y de una quinterona es también blanco» '*.

De lo expuesto en las líneas precedentes se puede decir, a modo de conclusión, que el concepto de mestizo en la acepción común incluye a aquellos descendientes de progenitores de raza europea y americana que llevan en sus venas un octavo, y en algunos ca­ sos un dieciseisavo, de sangre india y el resto de sangre europea. Por el otro extremo indiano los entreverados dejaban su condi­ ción mestiza al adquirir tres cuartas partes de sangre india, pues el cholo o coyote, engendrado de mestizo e indio, se ve obligado a pagar el tributo personal que incumbía a los naturales. Esta concepción no dejaba de ser arbitraria en cuanto que al mestizo le resultaba más fácil traspasar las fronteras de lo indio

73 Juan y Ulloa: Relación, I, pág. 41. 7* Humhwldt: Ensayo político sobre el reino de la Nuetia Eipcma, II, p&g. 141-. 770 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos

que las de lo español, pues se llegaba a la clase india con menor porcentaje de sangre indígena que el que requería de blanca para ser considerado español. Sin embargo, como no estaba en juego simplemente la raza biológica, sino la aptitud social respecto a la raza, las medidas objetivas no pueden ser consideradas mate­ máticamente, sino como una aproximación humana de las rela­ ciones entre las castas para establecer las pautas de convivencia y gobierno de los grupos '''. Dicho en otras palabras, los límites raciales de las castas no son herméticos, constituyen más bien una teoría, o mejor, una actitud ideal o mental sobre la que se im­ pone muchas veces una realidad diferente.

EL ELEMENTO POLÍTICO-ECONÓMICO

La clasificación de los estratos sociales o castas no podía ser abolida porque servía para mantener las diferencias entre los ni­ veles de la realidad social característica del antiguo régimen. Las castas tenían sus funciones propias dentro de la economía política de las provincias americanas y su supresión hubiera supuesto no solamente una revolución social, sino también un colapso econó­ mico, aunque fuese temporal. Si bien cada casta ocupaba un sec­ tor determinado en el campo laboral y económico, sus compo­ nentes podían emerger excepcional y aisladamente a un grupo superior al suyo, rompiendo la correlación que se había estable­ cido entre la escala económica y el color de la piel '^. Por ejem­ plo, si un mestizo, haciendo uso de su derecho nunca discutido de poseer bienes, lograba adquirir la posesión de un latifundio, quedaba con ello desligado socialmente de su casta y se aproxi­ maba al grupo de los terratenientes que pertenecían a la clase europea. Al estudiar el fuero militar en la Nueva España, McAlister se sorprende de que la clasificación de la milicia por castas o color no debe recibirse demasiado literalmente, pues desde la mitad del si­ glo xviii la mezcla ha ido tan lejos, que la distinción, basada ente­ ramente en la pureza de sangre o en cualquier género o grado de mezcla racial, era imposible de mantener. En concreto, la casta o el status de un individuo, según el citado autor, tiende a depender

75 Véase Kubler: The iridian coste, pág. 38. 76 Jean-Loup Herbert: Gwitemala: Una interpretación histórico-social, Méjico, 19T0, pég. 187. Identidad históñca del mestizo hispano-indiano 771

de su posición económica o social y muchas personas de origen in­ dio o negro pasaban por blancos o españoles. Aquellos que no eran de un «color achocolatado» se consideraban a sí mismos, y en la práctica eran considerados, como «españoles», y por eso el citado autor cree probable que muchas unidades designadas como blancas contuviesen una alta proporción de sangre mezclada '''', No cabe duda de que en los escuadrones militares de españoles existirían muchos individuos, quizás la mayoría, con sagre mezcla­ da en la proporción tolerada para admitirse como español. Incluso podían existir otros individuos con una proporción mayor de san­ gre de color, que habían ascendido por encima de la correlación biológica de su grupo, pero siempre serían eso, individuos o indivi­ dualidades más o menos numerosos, aunque con posición social o categoría de españoles por estar integrados en el grupo de estos últimos por alguna razón especial. A esta situación se podría apli­ car el principio sociológico de que la sociedad, en nuestro caso di­ ría que la casta, está constituida no por la suma de sus componen­ tes, sino por la totalidad ; es decir, que es la sociedad o la casta la que lleva en su integridad los elementos constitutivos, pero no cada uno de sus miembros. La pertenencia a una determinada casta no se rubrica por el hecho de que en un miembro concreto se realicen las características que definen a dicha casta, sino por la admisión en ésta de quien a ella se adhiere con cierta base, aunque quizá in­ completa, de afinidad u homogeneidad. Las funciones sociopolíticas de los mestizos como casta se des­ arrollaban en un nivel bajo. Cuando en las Cortes de Cádiz se dis­ cutió a propósito del artículo 22 de la Constitución, sobre la exten­ sión de los derechos civiles a otras clases de población, además de los indios, un diputado por América habló con pasión en defen­ sa de las castas, haciendo de ellas el siguiente retrato :

«El labrador, minero o industrial o manufacturero... son los que se llaman castas» ^*.

Pero la concreción del oficio dependía de otras circunstancias ge­ neralmente propias de cada región. La clase alta de Quito, por ejemplo, de no inclinarse a la Igle­ sia, vivía en la holganza a cuenta de las rentas de sus haciendas o chácaras, y, según Juan y Ulloa, los mismos españoles no querían 77 Lyle N. McAlister: The ccFttero Militan ín New , 176Í-1800, üaisne. ville, 1957, págs. 2-3. 7* Kubler: The iridian coste, pág. 4. 772 Revista de Archivos, Bibliotecoí y Museos

practicar, aun con peligro de caer en la miseria, ningún ejercicio mecánico, concibiéndolo como desdoro de su calidad. Entonces los mestizos, menos presuntuosos, se dedicaban a las artes y oficios, e incluso se permitían el lujo de escoger los de más estimación, como la pintura, la escultura, la platería y otros de esta clase, dejando a los indios los que consideraban no de tanto lucimiento '^'. Lo de los españoles pobres, sin embargo, no parece que debe tomarse dema­ siado literalmente, o al menos en un sentido general, pues el padre Recio, testigo contemporáneo de los citados marinos, escribe del Ecuador, y no de Lima únicamente, que los mestizos, mulatos y zambos, así como los españoles pobres, se aplicaban principalmen­ te al cultivo de la tierra y a la práctica de los oficios mecánicos *". En otros lugares, como en Lima, los europeos no desdeñaban de los trabajos mecánicos y lógicamente se desenvolvían mejor en el terreno económico, pues muchos de ellos habían logrado hacer fortuna por medio de su trabajo personal. Por otra parte, había en este lugar una mayoría de población de negros, mulatos y descen­ dientes de ellos que se dedicaban también a los oficios manuales y que monopolizaban, además, los trabajos del servicio doméstico. Entonces a los indios y mestizos no les quedaban apenas otras ocu­ paciones que trabajar en algunas chacharitas o sembrados, hacer cosas de barro y llevar a la plaza a vender los comestibles *^. Hablando en términos generales, los mestizos, en cuanto casta, quedaron encuadrados dentro de la categoría socioeconómica del pequeño labrador, artesano, trabajador de la industria o miembro de otra profesión no afecta a la tierra que equivalía a una clase ru­ ral media y urbana baja '*. Y si se quiere concretar y diferenciar más, los mestizos quedaron como artesanos, tenderos y arrenda­ tarios, y los mulatos como trabajadores manuales urbanos '^.

EL ELEMENTO CULTURAL

El elemento cultural venía a ser el tercer ingrediente distintivo de las castas. No trato de afirmar que en América hubiese tantas culturas como castas, sino simplemente que cada casta tenía sus

79 Juan y Ulloa: Relación, 1, págs. 365 y 371-372. 8* Bernardo Recio, S. J.: Compendiosa relación de la Cristiandad de Quito, Madrid, 1947, pág. 438. 81 Juan y Ulloa: Relación, III, pág. 71. '2 Kubler: The indian coste, pág. 86. 83 Moerner: La mezcla de razas, pág. 56. Identidad históñca del mestizo hispano~indiano 773

peculiaridades , que quizá ni siquiera llegaban a constituir una sub- cultura, pero servían para diferenciar y distinguir a los diversos estratos. Los mestizos tenían generalmente menos oportunidades que los blancos para el cultivo de las facultades intelectuales, que constitu­ ye imo de los valores más esenciales de la culttira. Los sociólogos han observado que los padres de alumnos de los estratos socialmen- te inferiores suelen manifestar poco interés en la marcha académi­ ca de sus hijos. Estos, a falta de ayuda y de la presión paterna, constituyen en general el peor grupo de rendimiento. Por otra par­ te, muchos colegios y universidades americanas cerraban sus puer­ tas a los miembros de las castas. Cuando uno de ellos, sin embar­ go, obtenía un grado académico o se distinguía por sus conoci­ mientos científicos era admitido en el grupo rector de la sociedad y como expresaban los diputados de América en las Cortes de Cádiz, los mismos virreyes y arzobispos no desdeñaban de honrarlos en su mesa. En cierto modo esta situación viene a ser natural, y se puede decir que su constante no ha variado. Hoy en día un universitario procedente de las clases bajas se eleva a una posición social supe­ rior. El saber ennoblece. Con relación de causa y efecto o sin ella, los mestizos se estratificaron como casta en el momento en que se les cerraban muchas puertas, y entre ellas las de la ins­ trucción superior. Por eso no es de extrañar que en cuanto casta quedasen relegados a un nivel inferior de instrucción, con lo que tuvo que resentirse notablemente el acervo cultural o, mejor, inte­ lectual constitutivo de la totalidad de la casta. Las series de cuadros del siglo xviii que se conservan sobre el cruzamiento de las razas en la América española presentan a las castas dentro de cierto contexto cultural. Aunque desde el punto de vista biológico algunos han querido desdeñar el valor histórico de tales representaciones pictóricas, no cabe duda de que envuel­ ven una intención por lo menos en cuanto se refiere a la configura­ ción de la vestimenta y de la profesión, indicada con las herramien­ tas pertinentes de su oficio. A falta de un estudio detenido sobre estos dos aspectos no puedo hacer, basado en este fundamento, más que unas afirmaciones generales, que se concretan y confirman por otras fuentes. En la mayoría de las regiones americanas las distintas castas se diferenciaban por el modo de vestir. El atuendo, lo externo de la persona, es hoy un medio de aparecer tal como se querría ser, pero 774 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos

antes expresaba más o menos exactamente lo que se era. Pero mientras este aspecto no tenía demasiada importancia en algunos lugares, en otros se tomaba muy en cuenta, hasta el punto que daba lugar a enconados pleitos y litigios, como aquel que en ter­ cera instancia llegó hasta el Consejo Supremo porque una mulata de Caracas se atrevió a presentarse en público con manto de punta, que era privativo de las mujeres españolas *^. Siguiendo a Jorge Juan y Antonio de Ulloa se pueden citar a Quito y a Lima como ejemplos de estas dos actitudes diferentes. En la ciudad andina, mientras los españoles acomodados vestían ostentosamente con telas finas y ricas, el vestuario de los mestizos era todo él azul y de paños de la tierra, y muchos de ellos andaban descalzos. Los españoles de baja esfera procuraban distinguirse de ellos bien por el color, bien por la calidad, pero comúnmente las diferencias entre unos y otros no eran grandes. Los indios, a su vez, llevaban una vestimenta más particular por lo corto y pobre. En Lima, sin embargo, a pesar de que gustaban vestir ostentosa­ mente, apenas había variaciones en este aspecto entre unas castas y otras **. El modo de vestir, pues, era un distintivo de las castas. El de­ jarse melena, llevar medias, ponerse determinadas prendas o paños de un color u otro diferenciaban entre sí en muchas regiones a los distintos estratos sociales. Por eso no andaba quizás del todo des­ caminado aquel fraile guatemalteco que en 1797 proponía que los indios y mestizos rurales fuesen «integrados» haciéndoles adoptar la ropa española **. Además de la vestimenta, en el capítulo de usos y costumbres había otras diferencias dignas de ser anotadas. Posiblemente una de las más importantes era el de la forma del matrimonio. Lo co­ mún en las castas intermedias, como ya queda dicho más arriba, era el matrimonio consuetudinario, es decir, la unión entre un hom­ bre y una mujer no sancionada por ninguna ley o autoridad civil o eclesiástica, sino por la costumbre o, mejor, por el hecho mismo. El compromiso de esta unión no vinculaba al hombre y a la mujfer más que ante sí mismos, y esta vinculación sin compromiso ajeno

** Véase el largo expediente en Archivo Histórico Nacional, Madrid, Seccidn de Consejos, leg. 20.754, núm. 8. 8S Juan y Ulloa: Relación, I, págs. 866-368 y 71-80. Pueden verse otros ejem­ plos sobre Concepción y Sontiago de Chile, en una situación intermedia entre los dos prototipos propuestos: Ibídem, III, págs. 306-307 y 332. Sin embargo, en Car­ tagena y otros lugares atlánticos de mucha densidad de raza africana, todos menos los negros vestían a la española: ibid., I, págs. 41-42. 8* Moerner: La mezcla de razas, pág. 67, nota 35. Identidad histórica del mestizo hispano-indiano 775

podía ser una de las razones de la generalización de aquella cos­ tumbre, aunque tenía el inconveniente de constituir una sociedad maternal en la que el padre se podía desligar fácilmente tanto de su mujer como de sus hijos, sin otra obligación futura que hacer muy de tarde en tarde un regalo a sus hijos. Otra de las razones del matrimonio consuetudinario era la eco­ nómica, pues uniéndose simplemente los dos, se ahorraban los gas­ tos de la fiesta y de la ceremonia de la boda. En esta situación, ade­ más, normalmente los gastos de la educación de la prole no eran precisamente cuantiosos. Efecto de toda esta práctica venía a ser la consideración de ilegítimos que ordinariamente se daba a los mestizos en su conjunto cuando ya se habían constituido como cas­ ta con las mencionadas características. En este mismo capítulo de usos y costumbres se pueden notar todavía ciertas peculiaridades entre las distintas clases sociales. En los siglos pasados y en América, al ser más acentuados los desnive­ les sociales y el aislamiento relativo, las peculiaridades de las cas­ tas debían por fuerza hacerse más notables. Las diversiones, por ejemplo, eran generalmente diferentes o al menos se organizaban con frecuencia por separado para los distintos grupos. En Caracas, Lima y otras partes las castas tenían sus propios bailes y bandas de música, aunque también solían acudir a ellos algunos españoles. La mentalidad clasista queda al descubierto en la descripción que hace un testigo de la celebración de cierto fasto político en la pri­ mera parte del siglo xviii, cuyos versos, después de narrar el rego­ cijo de los españoles, continúan :

A esta fiesta siguió la de la gente en quien naturaleza de mezcla se vistió, más que de gala, por lo que se señala en el variar la próspera riqueza de su virtud potente, aunque lo vario sea de una especie hermosa, y otra fea como en ésta se vido que lo feo en lo hermoso confundido, y lo hermoso en lo feo aumenta su recreo de ver conglutinado lo que fue blanco y negro en noguerado *'.

8 7 Rodrigo de Carvajal y Robles: Fiestas de Lima por el nacinüento del prin- 776 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos

Para poder salir de su estado social el mestizo debía desplegar mucho esfuerzo y no poco ingenio, pero muchos individuos, aunque aisladamente, habían trazado el camino. Otros, en cambio, no ma- manifestaban tanto afán de superación social, porque el ascenso debía realizarse sobre los módulos impuestos por los blancos, como el puritanismo en las costumbres, el deseo de consideración, la co­ rrección en el comportamiento, el interés por la educación y la for­ mación cultural de los hijos. Algunos de estos conceptos implica­ ban la pérdida de la libertad, mayor que la de los españoles, que gozaba el mestizo hispanoindiano. El ascenso era posible, aunque difícil. No hay, como subrayaba el profesor Pérez Bustamente en el XI Congreso de Ciencias Histó­ ricas, una categórica formulación de principios racistas que invali­ daran el postulado católico de fraternidad en los humanos o que cohibieran estrechamente las tendencias de las mixturas de san­ gres. El principio jerarquizante fue en teoría el de la «calidad» en el vivir, o de capacidad y nivel cultural, para decirlo en términos modernos. Y así la condición social heredada o adquirida jugó un papel esencial. Pero, por otro lado, esa noción jerárquica se involu­ cró íntimamente con premisas de superioridad española (europea) *'.

cipe Baltasar Carlos, Lima, 1632. Prólogo y edición moderna de Francisco López Estrada, Sevilla, 1950, pág. 97. '* Pérez Bustamante: «El problema del mestizajes, en Revista de Indias, XX, pág. 284. BERCEO ANTES DE 1780

(Continuación y fin) POK DANIEL DEVOTO

V

BEBCEO FUERA DE ESPAÑA

Las traducciones de libros españoles, y el testimonio de estu­ diosos extranjeros (basados, como debían hacerlo casi siempre, en autoridades españolas) agregan una más bien insospechada am­ plitud al renombre de un poeta prácticamente inédito. La quin­ cena de autoridades que aportamos (desconocidas todas, salvo un par de ellas) se agrupan por su diferente carácter (hagiógrafos, his­ toriadores de España o de su literatura, viajeros) que siguen un orden aproximadamente cronológico. 86. Yepes fue traducido al latín por el R. P. Thomas Weiss en 1648 \ pero esta traducción se limitó al comienzo de su Cró• nica, al igual que la traducción francesa de Dom Mathieu Olivier ^, interrumpida en el año 715, que es la misma fecha que sirve de límite a Weiss. La traducción de Dom Martin Rethelois, por el contrario, es integral ^, y, al parecer, la suya es la primera men­ ción de Berceo impresa fuera de España:

1 Chronicon genérale Ordinis S. Benedicti... Coloniae Agrippinae, apud C. Mu­ nich, 164«-1650. 2 vol. 2 Paris, impr. de D. Langlois, 1619-1623. 2 vol. La Bibliothéque genérale —que equivoca la fecha de Weiss (al652, 1653»)— cita, junto a la de Olivier, otra tra­ ducción incompleta, la de Dom Fran^ois Valgrave (t. III, pág. 270, art. Yepes). En Valgrave (mismo tomo, pág. 176) se explica que la traducción de Dom Olivier reco­ ge en parte el trabajo de éste, y en Olivier (t. II, pág. 858), que su labor fue in­ terrumpida en 1626 por la muerte. La Bibliothéque indica, en fin, que Dom Gabriel Bucelin abrevió la obra de Yepes (Annales henedictini... Aug. Vindel., typis J. Pretorij, 1656). Berceo no se nombra ni aquí ni en el Menologium henedictinum del mismo autor (Veldkirchii, apud H. Bilium, 1655), que en los pasajes relativos a San Millán (12 nov.) y Santo Domingo de Silos (20 dic.) reconoce su deuda con Yepes. 3 Chroniques generales de l'ordre de S. Benoist... traduites en Frangois par le R. P. Dom Martin Rethelois Abbé de S. Airig de Verdun de la Congregalion de

Bev. Arch. Bihl. Mus. Madrid, LXXX (1977), n.» 4, oct.-dic. 778 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos

Outre la tradition, les peintures & et les anciennes memoires de saint Fierre d'Arlance qui font foy de cette reuelation, nous auons l'histoire de saint Dominique de Silos redigée par escrit de la main d'un nommé Megia qui uiuoit presque en ce mesme temps, dans laquelle nous lisons les vers suiuants en langue vulgaire, les- quels bien que d'vne poesie grossiere & barbare, & qui apprestera á rire au lecteur, donnera les lumieres necessaires pour la confirma- tion de ce qui a esté dit. En uoicy la teneur. [Cita las dos coplas, con alguna errata.] De ees vers qui ne sont qu'une partie de ceux qui sont couchez dans la susdite histoire manuscrite, il apparoit euidemment... [lo que sigue se aparta de nuestro centro de interés].

87. Queda para el final una imitación de Yepes en la que el nombre de Berceo no aparece explícitamente, y cuya autora qui­ zás ignoraba también el nombre del poeta al que se estaba refi­ riendo (si tenía —y posiblemente no la tuviera^— conciencia de estar mentando a un solo y único poeta). En 1673 apareció el tomo sexto de L'Année benedictine, de la monja francesa Jacqueline Brouette de Blemur *, que contiene los meses de noviembre y di­ ciembre ; y en ellos, respectivamente, las vidas de San Millán (20-XI) y Santo Domingo de Silos (12-XII), siguiendo a Yepes. En la de este último se lee que

II plut á N. Seigneur de rendre notre grand Saint aussi illustre par ses miracles, qu'il l'étoit deja par l'excellence de ses vertus.

S. Vanne & S. Hidulphe. Citamos un párrafo del: Tome sixiesme. A Toul, par J. Laurent et J.-F. Laurent, 1667, pág. 260. Movido quizás por el luctuoso ejemplo de sus predecesores, Dom Rethelois co­ menzó su traducción por el t. III, a fin de que su trabajo, si él llegaba a morir an­ tes de haberlo terminado, fuera más útil que la simple corrección de una traducción ya existente (Segundo prefacio del F. I); y, en efecto, el primer tomo de su tra­ ducción completa lleva dos solas aprobaciones eclesiásticas: la española de 1611 y la aprobación francesa otorgada al primer volumen de Dom M. Olivier en 1619. Superior General de la Congregación de St. Vannes, Dom Martin Rethelois pronunció los votos en 1628 y murió el 9 de mayo de 1683 (BibliotMque genérale, t. II, 465). * L'ANNÉE / BENEDICTINE / OV / LES VIES / DES SAINTES / DE L'ORDRE / DE SAINT BENOIST / Pour tous les jours de l'année. / [Escudo.] / A PARÍS, / Chez LOVIS BILLAINE, au second pilier de la Grand' / Salle du Palais. / - / M.DC.LXVII. / AVEC PRIÜILEGE, SÍ APPROBATION. La obra apareció sin nombre de autor; cada tomo contiene dos meses. Los dos primeros volúmenes son del mismo año 1667; el tercero, del año siguiente; el cuarto y quinto de 1670; el último, de 1673, como se ha dicho. La Biblioth&que genérale de los benedictinos (t. I, pág. 130) informa que Marie- Jacqueline Boüete de Blémur [stc], de noble familia normanda, nació en Parfs en 1618 y tomó el hábito en la abadía de la Trinidad de Caen; «cette flUe laborieuse» murió en el primer monasterio del Santísimo Sacramento de París, el 24 de marzo de 1696. Berceo antes de 1780 779

On a composé trois Livres de cette vie en Vers, & un en Prese, oíi les lecteurs curieux pourront apprendre en détail le nombre des boiteux qu'il a redressez, & des autres malades qu'il a gueris, car nuUe infirmité ne resistoit h sa parole... [pág. 304].

88. Diez y seis años más tarde el mismo texto, con ligeras variantes, reaparece en la Vie des Saints de la misma autora ' ; la más importante lee:

... L'on a compwsé trois Livres en vers, & un en Prose de cette matiere, ou les Lecteurs pourront... [t. IV, pág. 472].

89. Los Bolandistas, al tratar de Santa Áurea ®, retraen el ladillo de Sandoval (núm, ) :

... in margine autem annotavit hanc historiam á Gonsaluo iti- dem monacho versibus illigata fuisse, quos ipsos noUemus deside- rari, pro eo quo similia uetistatis monumenta complectimur studio. [pág. 100].

90. Las Acta '' de Mabillon deponen la vida de Santo Do­ mingo de Silos según Grimaldo (tomándola del Martyrologio de Tamayo de Salazar), y se apoyan en Sandoval, Pellicer y Yepes ; este último suministra la mayor parte de las noticias sobre el Santo, así como la mención de Megía, corregido en Berceo gra­ cias a Nicolás Antonio:

Denique lauat [Antonius Yepezius] veterem poetam, qul versi­ bus hispánico idiomate exarati beati Dominici laudes cecinit pauUo 5 VIE / DES SAINTS, / TIRÉE / DES AUTEURS / ECCLESIASTIQUES, / ANCIENS ET MODERNES: / Divisée en quatre Tomes. / ...par S. I. de Blémur. / ... A Lyon, / Chez Fierre Valfray... / M.DC.LXXXIX. Este volumen lleva la vida de Sta. Oria, que faltaba en la compilación anterior. Los cuatro tomos son del mismo año 1689, los tres últimos «chez Antoine Tilomas». 6 ACTA SANCTORUM / MARTII / A lOANNE BOLLANDO S. I. / COL- LIGI FELICITER COEPTA. / A GODEFRIDO HENSCHERIO / ET DANIE- LE PAPEBROCHIO / EIUSDEM SOCIETATIS lESU / AUCTA, DIGESTA & ILLUSTRATA. / TOMUS IV... Antuerpiae, apud lacobum Meursium, anno M.DC.LXVIII. T ACTA / SANCTORUM / ORDINIS / S. BENEDICTI / IN SAECULO- RUM CLASSES / DISTRIBUTA. / SAECULUM VI. / QUOD EST AB ANNO CHRISTI M. AD MC. / COLLIGERE COEPIT DOMINUS LUCAS D'ACHERY, CONGREG. S. MAURI MONACHUS; / D. JOHANNES MABILLON & D. THEODORICUS RUINART, / EJUSDEM CONGREG. ILLUSTRARUNT, EDIDERUNTQUE CUM INDICIBUS NECESSARIIS. / PARS SECUNDA. / [palma] / LUTETIAE PARISIONUM. / SUMTIBUS CAROLI ROBUSTEL. VIA JACOBEA, / SUB ARBORE PALMA. / - / M.DCCI. 780 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos

post ejus obitum. Hunc poetam, qui allia ítem aliquot opuscula edi- disse fertur, Megiam appellat Yepezius post Ludovicum Arisium in Historia Abulensis urbis; sed hunc ipsum Gundisalvum de Ber- seo dictum & monasterii sancti ¿Emiliani monachum fuisse mo- net V. C. Nicolaus Antonius in Bibliotheca Hispana veteri, quam Romae anno MDCXCVI lucem asspicere jussit piae memoriae Car- dlnalis Aguirrius. [pág. 293].

91. La impostura sobre el monacato premonstratense de Santo Domingo de Silos resonó largamente fuera de España. Todavía en 1736 el canónigo de esta orden Charles-Louis Hugo, historiador de su religión, recoge la parte de la ficción relativa a Grimaldo:

Ita & penh ad verbum habet Grimaldo Benedictini Monachi Exi- liensis antiquissimus manuscriptus codex; «eodem, inquit, tempe­ re Dominicus de Guzman filius supra dicti Foelices & Joannae de Asá fit Canonicus in Monasterio de Lavid Ordinis Praemonstraten- sis, postea Oxomensem Ecclesiam reformavit, cum consensu & vo­ lúntate D. Didaci ejusdem sedis Episcopi *.

Es indudable que la mención de Grimaldo procede de Noriega, a quien el P. Hugo cita repetidamente en sus anales (cois. 166, 1180, etc.); la exclusión de Berceo puede explicarse fácilmente por la preferencia dada a un texto latino sobre un texto en len­ gua vulgar que hay que traducir o parafrasear. El Profesor Manning, en su importante estudio ya citado, re­ fiere cómo encontró, en una «historia de los monasterios premohs- tratenses en España, compilada en el siglo xviii por el obispo Charles-Louis Hugo, Ord. Praem.», el verso que termina la ter­ cera de las coplas publicadas por Noriega:

y de los Albigenses, que eran levantadas,

verso que yo había omitido en mi publicación anterior '.

8 Sacri et Canonici Ordinis Praemonstratensis Annales..., Pars Prima, tcanus II. Nanceii, apud Viduam Joan. Bapt. Cusson, & Abelem-Dionysium Cusson, 1736; col. 1129. Anuncia que combatirá, en sus Anales, las afirmaciones de los Bolandis- tas: véase, sobre Cuyper, más abajo. ' Manning, pág. 328-329. La Historia monasteriorum Ordinis Praemonstraten­ sis in regno Hispaniae, de Hugo, es hoy el ms. 993 de la Bibliothéque Municipale de Nancy; consta de 309 ff.,

92. Hugo no fue el único en recoger esta falsificación, que reaparece en el estudio del P. Bremond sobre la prosapia de Santo Domingo Fundador. En el capítulo X, destinado a examinar al­ gunos documentos antiguos que ilustran la nobleza del Santo, Bre­ mond considera dos que los premonstratenses alaban, posteriores al Santo, y que son «Grimaldo» y «Berceo», citado este último sin mencionar su nombre:

III. Aetatem sequentis monumenti certiorem putant alumni celeberrimae Praemonstratensis familiae. Illud ex Códice Secu- lo xni manu exarato refert (a) [Nota al pie: (a) In Chronicis Or- dinis Praemonstraten. Cap. vi. Num. CXII.] eruditus Manuel Gar- cia, Praemonstratensis Ordinis Ex-Generalis, Abbas Matritensis Monasterii S. Joachimi. Huius tenoris et:

De Santa Domingo vos quiero contar Que fiz mili miraglos por tierra, é por mar; Su Padre fue Felia: de los de Guzman: Su Madre fu [sic] Juana, que con gran afán Le parid en el dia del Señor San Juan,

Id est: De Sancto Dominico vobis narratum valim, quod sex- centis míraculis ubique claruit. Patrem habuit Felicem e Guzmana gente oriundum: Matrem vero Johannam, quae genuit ipsum die Sancto Johanni Sacra. Haec in Ms. Códice Seculi xiii haberi, docent Praemonstraten- ses. Si tamen ex Critices regulis urgeat Cuperus; non abs re futu- rum censerem, quod & Auctoris nomen, & Codicis manus diligen- ter expenderetur, ut de utriusque aetate magis constaret *".

La omisión del nombre de Berceo y la falta de precisiones so­ bre el manuscrito que contendría estos versos parecerían dar a entender que (quizás indirectamente) la edición de Vergara em­ pezaba a dar sus frutos: nótese además que Bremond cita al P. Manuel García (y también, en pág. 255, a «Petrus Joseph de Mesa Benites de Lugo»), pero no al P. Noriega, cuyo crédito es­ taba ya lejos de ser generalmente admitido.

10 DE / GUZMANA STIRPE / S. DOMINICI / Fundatoris Familiae Fratrum Praedicatorum / HISTÓRICA DEMONSTRATIO / [4 líneas más] / EDITA / A FR. ANTONINO BREMOND / [otras 3 líneas seguidas del escudo pontifical] / ROMAE, MDCCXL. / TYPIS HIERONYMI MAINARDI / — / SVPERIORUM PER- MI SSU. Pág. 102: «Caput x. Expenduntur quaedam alia vetera monumenta, quibus S. Dominici nobilitas probatur.»; subtítulos «III. & IV. Dúo, quae Praemons- tratenses laudant, expenduntur monumenta.» Lo citado corresponde a las págs. 103 y 104. 782 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos

93. El Profesor Manning ha descubierto, además, que las mis­ mas cinco líneas publicadas por Bremond reaparecen, tres lustros más tarde, en los Anales de la Orden de Predicadores publicados en Roma por Th. M. Mamachi ^*.

94. La Historia de Ferreras, traducida al francés por d'Her- milly, apareció en una espléndida edición en diez tomos ; el ter­ cero, de 1744, contiene la traducción de los pasajes citados, en orden inverso, porque el índice de escritores pasa a la cabeza del volumen: págs. Ivj (escritores españoles) y 235 (tránsito de Santo Domingo) ^^.

95. A la versión francesa siguió la traducción alemana, por Siegmund Jacob Baumgarten ^^. Los pasajes relativos a Berceo se encuentran en el t. III (1755), págs. 300-301 (óbito del santo) y 592 («Schriísteller»); el primero (línea inicial de pág. 801, y reclamo de la página anterior) lee, como es casi fatal, «González de Berceo» ; el segundo, con mayor modestia, «Gonzale».

96. Al año de su publicación, los Orígenes de Velázquez apa­ recen, en traducción ligeramente resumida, en el Journal Étranger de París ^*:

11 «Th.-M. Mamachi: Atinóles Ordinis Praedicatorum (Romae, 1756), p. 13.» (Manning, n. 4 de pág. 327, y pág. 827). 12 Histoire / Genérale / d'Espagne, / traduite de l'Espagnol / de / Jean de Ferreras; / Enrichie de Notes historiques & critiques, de Vignettes en / taille-douce, & de Cartas Géographiques. / Par M. d'Hermilly. / A Paris, Rué S. Jacques, chez: Charles Osmont, á l'Olivier; Jacques Clousier, á l'Ecu de Franca; Louis-Éstienne Gaueau, á S. Louis, vis-á-vis S. Yves. Los t. I y II son de 1742; los dos siguientes, da 1744; el resto (V-X) apareció en 1751. El nombre del poeta aparece francizado en «Gonzale de Berceo». 13 Johan von Ferreras / konigl. Bibliothecarií und Pfarrherrn von St. Andreas zu Madrid / Algeraeina / Historie von Spanien / mit / den Zusatzen / der fran- zosischen Uebersetzung / nebst / der Fortsetzung bis auf gegenwartige Zeit. / — / Erster Band. / Unter der Aufsicht und mit eine / Vorrede / D. Siegmund Jacob Baumgartens / herausgegeben. / [grabado] / — / Halle, / bey Johann Justin Gebauern. 1754. El vol. II es del mismo año; el III y al IV son de 1755; V y VI, de 1756; VII y VIII, de 1757; IX, de 1758; X, 1760; XI, 1762; XII, 1769; XIII y último, de 1772. 1* Journal Étranger; ouvrage périodique. Février, 1755, págs. 22-82; Mars, 1755, págs. 177-205; Avril, 1755, págs. 218-240; Mai, 1755, págs. 87-106; Juillet, 1755, págs. 150-155. En el número de Mai, 1760, págs. 198-199, se dan algunos datos biográficos sobre Velázquez: «L'Auteur est né á Malaga, d'une famille illustre, en 1727. Son pera était Don Fronfois Velasquez, onziéme saigneur de Sierra-Blanca & de Valdeflores, seigneuries données par les Rois Catholiques á Fierre Velasquez, aprés la Conquéte de Malaga, en reconnaissance da ses services & de caux de sa famille.» Berceo antes de 1780 783

Le plus ancien Poete CasUllan que nous connaissons n'as pas precede la fin du douziéme siécle, ou le commeneement du treiziéme. C'est Bonzalo de Berreo, natif du village de ce nom, & Moine du Monastére de S. Milán, dont les Archives font foi qu'il vivoit en 1211. (p) [(p) C'est ce que nous assure l'Auteur du Prologue, qui precede la vie de S. Dominique de Silos, publiée á Madrid, 1736. Mais D. Nicolás Antonio dans la Bibliothéque Hisp. Ant. lib. 7 cap. I dit qu'il étoit évident, jmr une relation envoyée du Monas­ tére de Silos, que ce Gonzalo de Berceo vivoit du temps du Roi Don Alonso VI, environ d'an 1080.] II écrivit et vers Castillans de douze & treize syllabes, les vies de quelques Saints, comme celle de S. Vincent Levita, celle de S. Milán, celle de S. Dominique de Silos; & un Poéme sur la Bataille de Simarcas [sic], remportée sur les Maures par le Roi Don Ramiro II de Lean. Ces Poésies, avec quelques autres du méme Auteur, se conservent manuscrites en deux tomes, dans le Monastére de S. Milán. On voit aussi quelques vers de Berceo sur le Sacrifice de la Messe, parmi les manuscrits de la Bibliothéque Royale de Madrid. De tous les Ouvrages de ce Poete, on n'a publié que la vie de S. Dominique de Silo's, tirée des Manuscrits du Monastére de S. Milán, & mise au jour, avec d'autres monumens qui regardent la vie de ce Saint, par Sebastien de Ver- gara. [Février, págs. 61-62]. ... Dans le Comte Lucanor, on trouve des Vers, non-seulement de douze, treize & quatorze syllabes, comme ceux du Moine Berceo, mais encoré des vers de dix syllabes, & des Coplas Castillanas de huit. [id., pág. 63]. M. de Velazquez nous fait regarder ce siécle comme l'enfance de la Poesie Castillanne. Les Poetes de ce tems manquoient, dit-il, de genie & d'invention; á peine s^avoient-ils rimer. II rapporte quelques-uns des fragmens dont on a parlé, pour achever de faire connoitre combien leurs productions étaient informes. Gondalo [sic'\ de Berceo commence ainsi la Vie de S. Domini­ que de Silos. [Siguen las coplas 1 y 2] «Au nom du Pére, qui fit toutes choses, & du Seigneur Jesus-Christ Fils de la Vierge glorieu- se, & du Saint Eprit [síc] qui est égal á tous les deux; je veux faire la prose d'un Confesseur. Je veux faire une prose en Vers Castillans; c'est dans cette langue qu'on se parle entre Voisins. Je ne suis pas assez lettré pour écrire en latin ; mais je suis trompé si mes vers ne valent bien un verre de bon vin.» La vie de Saint Vincent finit ainsi: [sigue la copla 489 de S. Millán']. «Celui qui fit ce Traite s'appeloit Gonzalo; il fut elevé des sa tendré enfance dans le Monastére de Saint Millan quoique natif de Berceo, patrie de Saint Millan. Dieu garde son ame de la puissance du peché.» {Id., págs. 76-78]. ... Les premiers Poetes d'Espagne n'étaient pas assez savans pour imiter la structure des vers Grecs & Latins, qu'á peine ils con- 784 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos

noissaient; témoin le Moine de Berceo, que nous avons fait connoi- tre, & qui dit au commercement de la vie de S. Dominique de Si­ los, qu'il se determina á coniíxjser son Poeme en vers Castillans, parce qu'il ignorait enti^rement la structure de la Poesie Latine (b). [(b) Voyez le premier Extrait dans le Journa[l] de Février.] [Avril, págs. 222-223], Les vers de treize & de quatorze syllabes sont les plus anciens en Espagne; puisque le Moine de Berceo, le Roi Don Alonso le Sage, & l'Infant Dan Manuel, s'en servirent dans le premier Siecle de la Poesie Castillane. Id., pig. 225]. Ce quatrain [de 1326, citado por Blas Ortiz] offre la méme rime que les vers de Berceo, dans les consonnances finales. [Id., pág. 280].

97. De la misma manera que en Francia, los Orígenes de Ve- lázquez se ofrecen al público alemán, en versión abreviada, por una publicación periódica hamburguesa '*. Los pasajes relativos a Berceo son los siguientes :

II. Ursprung, Wachsthum und Zeitalter der kastilianischen Poesie überhaupt. [pág. 479]. Der olteste kastilianische Poet, welchen wir kennen, hat nicht eher ais um das Ende des zwalften, und zu Anfange des drey- zehnten Jahrhunderts gelebet. Es war dieses Gonzalo von Berceo, von einem Flecken gleiches Namens gebürtig, und ein Monch im Kloster des heiligen Milán, vom welchem die geschriebenen Nachrichten dieses Klosters bezeugen, dass er im 1211 Jahre gele­ bet p). [p) Dieses versichert uns der Verfasser der Vorrede, welche vor dem Leben des heiligen Dominicas von Silos steht, dessen Ge- burtsort eben dieser Flecken Berceo war. Es ist dasselbe zu Madrid 1736 ans Licht getreten. D. Niklas Antonio aber spricht in der Bibliothek des 2. S. 2 B. 1 Hauptst. dass es aus einer von Kloster zu Silos eingeschickten Nachricht erhellete, dass dieser Gronzalo von Berceo zur Zeit des Koniges Don Alonzo des VI. ums 1080 Jahr gelebet.] Er schrieb in zwolf und dreyzehnsylbigten kastilianischen Versen das Leben einiger Heiligen: ais das Leben des heiligen Vincent Levita, des heiligen Milans und des heilen Dominicus von Silos; wie auch ein Gedicht wegen der Schlacht bey Simarkes [«te], welchen von dem konige Don Remiro II. von León wider die Mauren war gewonnen worden. Diese Gedichte, nebst einigen andern von eben diesem Verfasser, befinden sich in der Handschrift

15 Hamburgisches Magazin, oder gesammlete Schriften, aus der Naturforschung und den angenehmen Wissenschaften überhaupt. Hamburg und Leipzig, bey Georg Christ. Grund und Adam Heinr. Hollé.—Los Orígenes aparecieron en las siguientes entregas: XV (n.« 5): 451-497, 1755; y XVI {n.° 1): 8-25, 175ff. Berceo antes de 1780 785

in zweyen Theilen in dem Kloster des heiligen Milán. Man sieht auch unter den Handschriften des küniglichen Bochersaals zu Ma­ drid einige Verse von Berceo von dem Messopfer. Unter alien Wer- ken dieses Dichters hat man noeh keines ais das Leben des heiligen Dominicus von Silos dem Drucke überlassen. Es ist dasselbe aus den Handschriften des KIosters des heiligen Milans genommen, und nebsts andern Dankmalern, welche dieses Heiligen Leben betreffen, durch Sebastian von Vergara ans Licht gestellet worden. [págs. 481-482]. ... Die Geschlehte Alexanders des Grossen ist in eben der Vers- art, ais die Gedichte des Berceo, gesehrieben. [pág. 482]. ... Im dem Grafen Lucanor findet man nicht nur zwolf, drey- zehn, und vierzehnsylbigte Verse, wie des Monchs Berceo seine, sondern auch welche von zehn Sylben, und achtsylbigte kastilia- nische Strophen (Coplas), [pág. 483]. Herr von Velasquez stellet uns dieses Jahrhundert ais die Kind- heit der kastilianischen Dichtkunt ver. Die Dichter dieser Zeiten, spricht er, hatten weder Witz noch Erfindung; kaum konnten sie noch reimen. Um nun zu erweisen, wie ungestalt ihre Geburten waren, führet er einige Ueberbleibsel an, deren bereits gedacht worden. Gondalo von Berceo hebt das Leben des heil. Dominicus vott Berceo [«te] also an: [siguen las coplas 1 y 2, d. i.] «Im Ñamen des Vaters, welcher alie Dinge gemacht, und des «Herrn Jesu Christi, dem Sohne der glorreichen Jungfrauen, und »des heil. Geisles, welcher beyden gleich ist, will ich diess Gebeth «eines Bekenners verfertigen. Ich wiU ein Gebeth in kastilianischen «Versen machen, d. i. in derjenigen Sprache, welche man unter íNachbarn und guten Freunden redet. Ich bin nicht gelehrt genug, slateinisch zu schreiben; ich bin aber betrogen, wenn meine Verse »kein Glas guten Wein werth sind.» Das Leben des heil. Vincents endet sich so: [sigue la copla 489 de S. Millán.] «Der, welcher diesen Tractat machte, hiess Gonzalo; er ward »von seiner zartesten Kindheit an im Kloster des heU. Milán er- «zogen; wiewohl er eigentlich aus Berceo, dem Vaterlande des heil. Milán, gebürtig war. Gott bewahre seine Seele vor der Gewalt der Süade.» [págs. 493-494].

Y en el Register, al final del tomo XV (signatura Tt 3), figura

Gonzalo von Berceo, der alteste kastilianische Dichter 481

98. La reseña del Hamburgisches Magazin, como ha podido verse, está traducida a la letra de la del Journal Étranger, y lleva 786 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos

SU fidelidad hasta la conservación minuciosa de las erratas (Si- marcas, Gondalo), sin perjuicio de una cierta capacidad de in­ vención («Santo Domingo de Berceo»). La de otra publicación periódica alemana (Das Neueste aus der anmuthigen Gelehrsamkeit, de Leipzig) ", es, por el contrario, bastante más original en lo que respecta a Berceo, cuya producción acrecienta con gran libe­ ralidad :

Der alteste castilianische Dichter den man weis, Gonzalo de Bercio [stc] hat erst nach dem Ende des XIL Jahrhunderts ge- blühet; und ist also unserer Wolfframe von Eschenbach, Albrechts von Halberstad, Heinriche von Afterdingen [sic], u.a.m. Zeitge- noss gewesen; nachdem wir 400 Jahre vorher einen Ottfñed, vor 200 Jahren, und ferner zu Kaisers Friedr. des I. Zeiten einen Stricker; einen Heínñch von Veldecke, einen Winsbeck, und un- zahliche andre, gehabt hatten. Er hiess Gonzalo de Berzeo, und lebte 1211. und seine Gedichte liegen geschrieben au£ der Biblio- thek zu Toledo. Er erzahlt eine Reise, die er durch einen hohen Berg gethan, und was ihm mit einem Bauermagdchen begegnet ist; einen Streit des Don Careme, mit dem Don Carnaval, u.d.m. In einem andern machet er, zum Vortheile der kleinen Weiber vor den grossen, den Schluss so:

Sempre es mager chica, mas que grande nin major, Non es desegnidado de grand mel fer fuidor: Del mal tomar los menos, dicelo S( sabidor; Por ende de las mugeres, la menor es major. D.i. Weil das grosse Weibsbild nicht besser ist, ais das kleine: so ist es nach dem Rathe des Weisen klüglich, ein grosses Uebel zu fliehen, und das kleinste zu wahlen. Folglich muss man unter zween Weibern allemal dem kleinsten der Vorzug geben. Diess Jarhundert nun giebt Velasquez für die Kindheit der castilianischen Poesie an. [...] [i>ágs. 832-833].

99. Además de estas reseñas (más bien: de esta única reseña en tres aspectos), los Orígenes de Velázquez fueron enteramente traducidos al alemán por Johann Andreas Dieze, bajío el título

1* Esta publicación se imprimía en casa del conocido impresor Bernhard Chris- toph Breitkopf; la reseña traiciona su origen directamente francés en el encabeza­ miento del fragmento primero: «De la Poesie Castillane; par Dom Louis-Joseph Velasquez; Chev. de l'Ordre de S. Jaques, de l'Academie Royale d'Histoire, & celles des Inscript. & bellos Lettres de Paris», X, Wintermond 1755, págs. 745-752; las cabezas leen : «III. De la Poesie Castillane [a veces: Castellane] / par Dom Velas­ quez». El resto (XI, Wintermond 1755, págs. 830-835; II, Hornung 1756, pági­ nas 98-102; III, Lenzmond 1756, págs. 193-199) lleva títulos y cabezas en alemán. Berceo antes de 1780 787

de Geschichte der Spanischen Dichtkunst (Gottingen, bey Victo- rinus Bossiegel, 1769). Dieze cita en su prefacio los tres números que preceden (10-12; fol. 3v-4): a él debemos la indicación de los textos alemanes, cuya traducción califica de miserable («elend»). Los pasajes relativos a Berceo se encuentran en págs. 131-182 (págs. 84-35 del original español), 134 (id., 36), 147-149 (Id. 45-46), 270 (Id., 78), 272 (id., 80), 278 (id., 84), 520 (id., 172-173), y 521 (Id., 174). Las únicas diferencias apreciables entre el texto espa­ ñol y la traducción de Dieze se hallan en las págs. 133 (las poe­ sías de Berceo «se conservan MSS. en dos tomos», información ambigua que se traduce por «in einem aus zween Banden beste- henden Manuscript») y 149 («remata» mal traducido por «fángt... an»). Los fragmentos de Berceo van acompañados de su versión alemana en prosa:

Im Ñamen des Vaters, welcher alie Dinge geschaffen hat, und unsers Herrn Jesu Christi, Sohns der Glorreichen, und des heiligen Geistes, welcher beyden gleich ist, will ich von einem heiligen Bekenner eine Geschichte verfertigen. Ich will sie in unsener cas- tilianischen Sprache erzahlen, in welcher der gemeine Mann mit seinem Nachbar redet, denn ich bin nicht so gelehrt, sie Lateinisch zu schreiben, indessen wird sie doch, wie ich hoffe, ein gut Glas Wein werth seyn. [...] Derjenige, der dieses Buch geschrieben hat. heiss Gonzalo, er ward von seiner Kindheit an, in dem Kloster des heiligen Millan (Aemilianus) erzogen; er war aber von Berceo den Geburtsorte des heiligen Millan gebürtig; Gott bewahre seine Seele von der Gewalt der Sünde. [págs. 148-149].

Las numerosísimas adiciones del traductor, agregadas en notas al pie del texto de Velázquez, ocasionan la notable diferencia de paginación entre el original y su versión alemana; y ya Menén- dez y Pelayo señalaba, en su Historia de las ideas esttéicas en España (III, i, 897-398), la importancia de esta traducción, muy superior, gracias a esas mismas notas, a la obra original de Ve- lázques. Pero lo agregado, salvo en un caso (véase la n. 15 de nuestro apartado III, Pfandl), no se refiere a Gonzalo de Berceo.

100. Sommervogel cita, entre los que atribuyen la Paleogra­ fía al P. Burriel y no a Terreros, el elogio inédito del P. Aimerioh y un artículo aparecido en el Journal étranger, en 1760, págs. 201-202, a propósito de la reedición de 1758. La noticia del Journal étran­ ger tiene todo el aire de ser una retractación de otra similar apa- 788 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos

recida dos años antes. En efecto, las págs. 97-113 de la entrega de noviembre de 1758 comentan la separata de la reedición de ese año como si se tratara de una obra del P. Terreros indiscu­ tiblemente :

Le Spectacle de la Nature de Ai. Pinche a été traduit depuis peu en espagnol, mais á la Palaeographie Franfoise, on a substitué la Palaeographie Espagnole, dont on a fait un volume separé. C'est de cet ouvrage qu'on présente ici l'Extrait. ... Cependant la langue Espagnole avoit fait d'assez grans pro- gres au treiziéme Siécle, comme on le voit par le Poéme sur la vie de Saint Dominique de Silos, dont l'Auteur rapjx>rte ees vers de quatorze syllabes. [Cita las coplas 1 y 2, seguidas de su] TRADUCTION «Au Nom du Pere fit toute chose, »£í du Seigneur Jesus-Christ, fils de la glorieuse (Mane), y>Et de l'Esprit Saint leur égal, »Je veux faire la prose d'un saint Confesseur, »£í je vetuc la faire en langage Paladin, »Tel que celui dont parmi le peuple on se sert pour parler [a son voisin; y>Car je ne suis pas assez lettré pour faire d'autre Latín: •üCela vaudra bien, comme je erais, un verre de bon vin. II ne faut pas entendre par langage Paladin celui du Palais et de la Cour. Le terme de Paladino, selon le P. de Terreros, vient de Palam, & signifie Public. Ces vers prouvent done évidemment que la langue Castillane étoit celle du Peuple. [págs. 97 y 101-102].

La atribución al «Pere Etienne de Terreros y Pando» es cate­ górica, indicándose apenas al pasar, en la pág. 108, que Paloma­ res dibujó las planchas y que Burriel reunió los documentos «en la época en que de orden del Rey trabajaba en examinar los ma­ nuscritos de la Iglesia de Toledo». Todo el año 1760 abunda en cambio en noticias sobre el P. Burriel, con una profusión que no anda lejíos del desagravio. En marzo aparece el análisis de su Noticia de la California (págs. 157-194): el Abate Arnaud, que ñrma el tomo del Journal, posee una exposición original manus­ crita de los proyectos literarios del P. Burriel (pág. 159, nota). En mayo se publica la Lettre sur la littérature espagnole (el texto aludido por Sommervogel), que cubre las págs. 188-202 y en la que se citan, además de la Paleografía de Burriel «que le P. Te­ rreros avoit insérée dans sa belle Traduction du Spectacle de la Nature», la Retórica de Mayans, el t. XV de la España Sagrada Berceo antes de 1780 789 y los Orígenes de Velázquez. En septiembre comienza la publi­ cación de su Carta inédita al P. Rábago (del 27 de diciembre de 1752), en págs. 130-135. Y en octubre, terminada la Carta (págs. 187-207), se reproduce su «Informe de la Imperial Ciudad de Toledo... sobre igualación de Pesos y Medidas en todos los Reynos y Señoríos de Su Magestad...» (págs. 208-226).

101. El nombre de Berceo figura en Francia, ya en el último tercio del siglo xvii, unido al de un poema cuya autoría hará co­ rrer bastante tinta: el Alejandre. En el

CATALOGUE / DES LIVRES MANUSCRITS / Tres anti- ques & Curieux sur le Velin, & Papier;..., exiguo folleto cuyo eaiplicit lo localiza así:

Les Curieux qui desireront Voir les susdits Livres manuserits Anciens s'adresseront au Frere Eloy Augustin Dechaussé, Portier du Con [sic!] vent de la Croix Rousse. A Lyon, la página 16 comprende los

MANUSCRITS ESPAGNOL[S], PORTUGAIS & CATA- LANS, el quinto de los cuales es la

Historia d'Alexandro magno, por Gonzalo de Berceo ms. P, d'un car. anc. in-quartd.

Las noticias sobre este raro impreso no son escasas. Las más de­ talladas las proporciona M. Henri Martin ^': dice conocer cuatro ejemplares, tres in-4.'', de 17 páginas (uno, propiedad de M. Léo- pold Delisle, es el que utiliza para reeditarlo ; otro conservado en la Reserve de la Bibliothéque Nationale de París; el tercero in-

17 CATALOGUE DES MANUSCRITS / DE LA / BIBLIOTHÉQUE DE L'ARSENAL / PAR HENRI MARTIN / CONSERVATEUR ADJOINT A LA BIBLIOTHÉQUE DE L'ARSENAL / — / TOME HUITIEME / HISTOIRE DE LA BIBLIOTHÉQUE DE L'ARSENAL. Paris, Librairie Plon, E. Plon, Nourrit et Cié., 1899, págs. 245 y sigs. Conjetura, con M. Péricaud (Notes et documents pour servir á l'histoire de Lyon. Lyon, 184¿, pág. 133), que los A^stinos Descalzos hicieron imprimir el catálogo de sus manuscritos para venderlos, o quizás cafin qu'on vint les visiter et par ce moyen s'attirer des aum6nes». Es probable que se lo haya impreso poco después de 1667, fecha del Tesoro de las dos lenguas francesa y espa­ ñola, de Fr. Elego o filoi, que figura en él (págs. 2*5 y 246). 790 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos

serto en un manuscrito de la École de Médecine de Montpellier), y uno en octavo, de 37 páginas, incluido en el volumen 55 de la colección facticia de Mélanges littéraires de Lyon. Como se sabe, el manuscrito llamado «de París» o P. del Aleasandre es hoy el Ms. esp. 488 de la Bibliothéque Nationale de Paris ^'. 102. En la reseña del Parnaso español aparecida en el perió­ dico francés L'Espagne Littéraire ^', el párrafo de la introducción citado en nuestro núm. 69 se parafrasea como sigue: ... M. de Sedaño n'a donné aucune place dans cette Collection aux plus anciens Poetes espagnols. II en existoit cependant quel- ques-un des l'an 1080. Le premier que l'on connoisse est un Gonzale de Berceo, Moine du Monastere de Saint Millan. C'est du moins l'opinion du savant Don Nicolás Antonio. Mais on doit savoir gré á M. de Sedaño de n'avoir point fouillé dans les ruines de ees temps obscurs, d'autant plus qu'il s'étoit formé á Madrid, vers l'année 1750, une Société de Gens curieux qui avoient commencé une Collection de Poesies Espagnoles, en remontant jusqu'au Moine Berceo dont nous venons de parler. Mais comment ees antiques & informes essais auroient-ils pu se soutenir vis-a-vis des Chefs-d'oeu- vres du bel age de la Poesie en Espagne?...

108. Mi admirado amigo D. Antonio Rodríguez-Moñino me señala las págs. 225-226, en el t. II, del Nouveau voyage en Es­ pagne *":

18 Lo esencial de la historia ulterior de este manuscrito puede liallarse en el artículo de G. Baist: «Eine neue Handsschrift des spanischen Alexandre» (En: Romanische Forschungen, 6 (1891), 292), y en los preliminares de la edición del mismo por Morel-Fatio (Dresden, Max Niemayer, 1906), pág. xvii; hace referencia —como lo había hecho ya en sus Recherches... al pasaje citado por Bivar y a su copia por Pellicer. 19 L'Espagne littéraire, politique S^ commer^ante, ou Journal Espagnol & Por- tugais... (20 números en 4 tomos, 177*). Según Barbier (II: 174), es obra de Nic. Bricaire de La Dixmerie. Lo citado corresponde al t. I, n.° 5, pá^. 309-310; la reseña de los 7 primeros volúmenes del Parnaso Español comienza en la pág. 803; en el t. IV, n.° 16, pág. 18, se trata del vol. 8, y promete continuar. 2» NOUVEAU / VOYAGE / EN / ESPAGNE, / FArr EN 1777 & 1778; / Dans lequel on traite des Moeurs, du Carac-/tere, des Monumens anciens et mo- dernes, / du Ojmmerce, du Théatre, de la Légis-/lation des Tribunaux particuliers á ce / Royaume, & de l'Inquisition; avec de / nouveaux détails sur son état actuel, & sur une Procédure récente et fameuse. / — / TOME PREMIER. / — / [florón] / A LONDRES, / Chez P. ELMSLY, dans le Strand; / Et se trouve A PARÍS, Chez P. THÉOPHIUB BARROIS, jeune, rué / du Hurepoix, prés du Pont Saint-Michel. / -o— / M.DCC.LXXXII. [El t. II es del mismo lugar y año]. Hay segunda edición: A Londres, chez P. Elmsly, dans le Strand. Et se trouve á Liége, á la Société Typographique, 1788. 2 vols. El texto sobre Berceo ocupa las págs. 225-226, y el índice la pág. 365.. Según Brunet, este libro es obra de Jean-Fran?ois Peyron; sobre Peyron, véase Berceo antes de 1780 791

Le plus ancien poete Castillan connu est Gonzalo Berceo, né h Berceo, molne dans le monastére de saint Millan; il vivoit en 1211. Le sujet d'un des poemes qu'il nous a laissés est la vie du glorieux Confesseur saint Dominique de Silos. Si vous voulez juger de son style, voici les deux premieres strophes de son Poéme. [Las da en esjmñol, y agrega en nota su versión: «Au nom du piere qui fit tout, & de Jesus-Christ, fils de la Vierge, & du Saint-Esprit qui est égal á eux, je veux faire la prose d'un saint confesseur. «Je veux faire une prose en style Paladín, le méme dont on se sert pour parler á la ville; car je ne suis j)as assez lettrée pour em- ployer d'autre latin, & á ceci me suffira, je crois, un verre de bon vin.»]

Las fuentes de Peyron, como puede colegirse por las noticias que da, son «Velasquez & le fameux Pere Sarmiento» (según dice él mismo al final de este pasaje). Berceo reaparece en la Table des matiéres, pág. 867:

GONZALO BERCEO. Ancient poete Castillan. Morceau de ses poésies en Espagnol et la tradution.

104. Otro viajero, el inglés John T. Dillon, conoce a Berceo a través de las mismas fuentes que Peyron ^^:

The most antient poet known in Castille is not o£ a higher date than the beginning of the thirteenth century. This is Gonsalo Berceo, native of the town of Berceo, in Guypuscoa and a monk of the convent of St. Milán, from whose archives it appiears that he lived in 1220, he wrote the lives of St. Milán, St. Dominic of Silos; and other Spanish saints in verse of twelve, thirteen and fourteen syllables, as well as a poem on the battle of Simancas, where the Moors were defeated by Ramiro the 2d, king of León. These with some others are in manuscript, in the royal library at Madrid, but nothing more has been printed than his life of St. Do­ minic, wherein he acquaints his readers that he attempted his el artículo de Rodríguez Grahit aparecido en Les Langues Néolatines, enero 1959, p4gs. 69-71. 21 LETTERS / FROM AN / ENGLISH TRAVELLER / IN SPAIN, 1778 / QN THE ORIGIN AND PROGRESS / OF / POETRY / IN THAT KINGDOM... London, printed for R. Baldwin... and sold bay Pearson and Rollasson, Birming- ham, 1781. Blankenburg, en sus adiciones a Sulzer, dice que la información de estas 19 car­ tas procede de Velázquez, Sarmiento y el Parnaso Español, y que «podrían haber gido escritas en casa» (Friedrichs von Blankenburg Lítterarisclie Zusatze zu Johan George Sulzers allgemeiner Tlieorie dar schonen Künste..., Leipzig, in der Weidman- ninschen Buchhandlung, 1796; t. I, pág. 357; desconoce al autor de este libro aparecido anónimamente). 792 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos

poem, in Spanish, beint totally unable to perform it Latin. [Y da tres versos (copla 2, a-c) del Santo Domingo] [pág. 108-109].

Trata luego de métrica; en la pág. 114 da la consabida CUOT- teta monorrima latina, y en la 115 comenta:

This strophe preserves the same rhyme, as those of the monk Berceo, with respiect to the consonance of the four verses. [C£. Ve- lázquez, págs. 72-78].

Dillon, que conoce al Arcipreste de Hita a través de Velázquez (pág. 129), cita al «Father Sarmiento» en la pág. 49. Una treintena de años más tarde, en 1810, se publica en Pa­ rís un

ESSAI / SUR LA LITERATURE / ESPAGNOLE... A PA­ RÍS, / Chez CHARLES BARROIS, LIBRAIRE, / place du Car- rouzel, No. 26. / 1810.

Es, «con ligeras adiciones, la simple traducción» de la obra anóni­ ma de Dillon:

C'est au commencement du treiziéme [siécle] que vivoit le pre­ mier p)oéte connu en Castille, II se nommoit Gonzalo-Berceo, natif de Berceo dans le Guipuscoa, et moine du couvent de Saint-Mllan. II écrivit en vers de douze, treize et quatorze syllabes, la vie de Saint-Milán, celle de Saint Dominique de Silos, et de plusieurs autres Saints espagnols. II a laissé encoré un poeme sur la Messe, et un autre sur la bataille de Simancas, oü les Maures furent battus par Ramire II, roi de Léon. De tous ees ouvrages, la Vie de Saint- Dominique est le seul qui ait été imprimé. Gonzalo apprend á ses lecteurs qu'il a composé son poéme en espagnol, ne se sentant jwis le talent nécessaire pour l'exécuter en latin. oiQuiero fer una prosa en Román paladino j>En qual suele el pueblo fablar a vecino vCa non so tan ledrado por fer otro latino. [Y en nota: «Je veux faire un récit en Román ordinaire et dans la langue usitée entre les habitants du pays, car je ne suis pas assez savant pour le composer en latin.» II faut remarquer que le mot Román, devenu Romance, est le nom générique de la langue castillane.] Voici une autre pensée du méme pioéme qui n'est pías dépourvue de justesse dans l'expression et les images: «La cepa era buena emprendió buen sarmiento; vNon fue como canna que la toma el viento. Berceo antes de 1780 793

[En nota: «Le cep étoit bon, et le sarment vigoreux qu'il pro- duisit ne ressemble point á la canne légére qui cede á l'effort du moindre vent.»] Quelques-uns attribuent au méme Berceo le fameux poéme d'Alexandre... (págs. 38-39).

Es harto curioso que el autor de esta rapsodia (de Malmon- tet, según Barbier; Barthélemy Lecoulteux de Canteleu, Comte de Fresnelles, según Quérard) cite, sobre Velázquez y las Memo­ rias de Sarmiento, «un auteur moderne, le Pére D. Tommaso An­ tonio Sánchez, dans le prospectus d'un ouvrage qu'il comptoit rassembler ceux des poetes castillans antérieurs au quinziéme sié- ele» (pág. 57), y vuelva sobre «la coUection déjá citée des poésies castillanes antérieures au quinziéme siécle, par le P. Tommaso Antonio Sánchez» (pág. 71). Que su obra es apenas un plagio empeorado de Dillon lo proclama ya Thomasina Ross, traductora inglesa de Bouterwek ^^.

22 HISTORY / OF / SPANISH LITERATURE. / BY / FREDERICK BÜU- TERWECK. / TRANSLATED FROM THE ORIGINAL GERMÁN, / BY / THOMASINA ROSS. / WITH / ADDITIONAL NOTES BY THE TRANSLA- TOR. / — / LONDON: / DAVID BOGUE, FLEET STREET. / M DCCC XLVll. Véase las págs. 7-8 del «Preface»: iThe Enai tur la Littérature Espagnole, published in París in 1810, and which appears to have been well received by the French public, is a gross plagiarísm. It is, with some slight additions, merely the translation of an anonymous English work, entitled, Letter» from an English Traveüer in Spain, the epistolary form being dropped, and the materials transposed toT the purpose of concealing the theft»; agrega, en nota: (This book was written by Mr. Dillon, author of «Travels through », «History of Peter the Cruel», &C.)). 794 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos

VI

RECAPITULACIÓN

Los textos precedentes, cuyos autores pasan de la cincuentena, son —cronológicamente ordenados—, los siguientes ^:

1550 Hurtado de Mendoza (°°28) 1601 Sandoval (21) 1607 Ariz ("22) 1608 Amiax (81) 1615 Sandoval (°19) 1615 Gaspar Ruiz (° y °°24) 1617 Yepes ("18) 1618 Ck)pla del Privilegio (61) Antes de 1627 Martín Martínez (26-27) 1632 Martín Martínez (°°27) 1634 Sandoval (20) 1635 Bivar (36) 1642 Martín Martínez (°°26) 1649 Alonso del Corral (50) 1651 Bivar (35) 1651 Alonso del Corral (51) 1651 Ambrosio Gómez (29) 1658 Ambrosio Gómez (°17) 1655 Tamayo de Salazar (76) Desde 1657 Argaiz (16) 1659 Tamayo de Salazar (77) 1667 Yepes-Rethelois (86) Después de 1667 Catálogo de los Agustinos de Lyon (101) 1668 Bolandistas (89) 1669 Argaiz (16) 1673 Brouette de Blemur (87) 1675 Argaiz (16) 1676 Argaiz (15) 1677 Argaiz (°14) 1677 Maldonado y Pardo (41) Antes de 1684 Nicolás Antonio (13) 1686 Antonio de Heredia (78) 1688 Juan de Castro (°°23) 1689 Brouette de Blemur (88) 1 Se corrige aquí el yerro de la parte III de este estudio, donde se repitió el número 29, y cuyos artículos .ereferentes a Burriel y su Paleografía, se numeran ahora correctamente de 80 a 82. Berceo antes de 17^0 795

1696 Nicolás Antonio (°12) 1698 Apología por San Millán (62) 1701 Mateo de Anguiano (79) 1701 Mabillon (90) 1704 Mateo de Anguiano (80) 1704-1708 Ibáñez de Segovia (39) 1720 Perreras (56) 1723 Noriega (82) 1724 Mecolaeta (58) 1724 Juan del Saz (63) 1725 Medrano (84) 1725 López Agurleta (85) 1725-1727 Mecolaeta (59) 1728 Mecolaeta (60) Después de 1732 Sarmiento (5) Antes de 1734 Salazar y Castro (40) 1736 Vergara (°11) 1736 Charles-Louis Hugo (91) 1737 Mesa Benítez de Lugo (83) 1740 Bremond (92) 1741 Sarmiento (2 y 3) 1741 Mecolaeta (54) 1743 Sarmiento (2) 1744 Ferreras-d'Hermilly (94) Antes de 1745 Mecolaeta (52) 1745 Sarmiento (2) 1749 Nasarre (75) 1750 Sarmiento (4) 1751-1754 Luzán (67) 1752 Catálogo (54) 1753 Miraval y Casadevante (37) 1754 Velázquez (°10) Desde 1774 Catálogo D (47) 1755 Burriel (31) 1755 Sarmiento (6) 1755 Ferreras-Baumgarten (95) 1755 Velázquez-Journal Étranger (96) 1755 Velázquez-Doí Ncueste... (98) 1756 Velázquez-HambMrgíícfeeí Magazin (97) 1756 Mamachi (93) 1757 Mayans (68) 1757 Antonio Burriel (66) 1758 Burriel ("°°30) 1758 Burriel-Joumal Étranger (100) 1762 Sarmiento (7) 1763 Sarmiento (2) 796 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos

1767 Sarmiento (2) 1768 Parnaso Español (63) 1769 Benito de San Pedro (°°25) 1769 Velázquez-Dieze (99) Por 1770 Ibarreta (47) 17... Ibarreta (42) 17... Copias de Valladolid (43-46) Después de 1770? Catálogo E (48) 1771 Flórez (°8) 1772 Flórez (9) 1772 Gregorio Hernández (49) 1773 Búrriel (32) 1774 Parnaso Español-L'Espagne littéraire (102) 1774 Sedaño (72) 1775 Sarmiento (°1) 1775 Plácido Romero (53) 1775 Perreras (5 7) 1775 Trigueros (70) 1775-1779 Floranes (65) 1776 Trigueros (71) 1777 Ibáñez de Segovia (38) 1777-1778 Peyron (103) 1778 Dillon (104) 1779 Cerda (34) 1779 Sánchez (33) 1779 Floranes (64) 1780 Merino de Jesucristo (73) 1780 Gayoso (74)

Elencos como éste son por definición precarios; a veces un azar afortunado otorga lo que han negado muchas horas de bús­ queda : sólo la casualidad me puso en las manos la primera edi­ ción de Trigueros, cuyas obras vi luego citadas por Cotarelo y por Cueto en relación con Berceo; y esto sin contar las pistas que no han podido seguirse ^. Sería ilusorio imaginar que una lista

2 Sirva de ejemplo la nómina de obras hagiográficas que no lie podido consultar : las Acta Sanctorum, de Bartolomé Sánchez de Feria (1772); el santoral de Santero ¡ las obras que el índice histórico de Nicolás Antonio (t. II, pág. 615) cita junto a Gaspar Ruiz: las Noticias benedictinas de loannes de Cisneros; el De viris iüus- tribus Ordinis Benedictini de Franciscus Ibáñez, y la Historia del Monasterio de S. Miüán de la CogoUa, de Lujan Zapata (en cuya existencia no cree Muñoz y Romero, pág. 232 de la obra que se citará a continuación); los Scriptores Benedictini, obra inédita de Josephus Capelladas, citados por Plaine (V, i: 470); la Noticia de el monasterio de Sto. Domingo de Silos desde sus principios hasta el año de 157X, de Jerónimo de Nebreda («MS. inédito que, original, estaba en el archivo de Silos, y del cual no se conserva más que una copia. Obra que por cierto no menciona Berceo antes de 1780 797

como la que precede pueda suministrar conclusiones definitivas ; pero, tal como es, aparece sin embargo suficientemente nutrida y constituida por autores que se siguen en forma lo bastante ce­ rrada como para que pueda intentarse, sin excesivo riesgo, des­ prender de ella algunas consideraciones de valor general, que re­ flejen, por lo menos, el estado actual de este preciso problema de historia literaria. Berceo es, en su tiempo, un escritor indudablemente bien co­ nocido. Se lo copia bastante (hay noticia de varios manuscritos antiguos del Santo Domingo; del Sacrificio existían tres copias an­ tiguas hasta el siglo pasado, etc.); y, lo que es tan importante —o más— se lo imita: el Fernán González, el Libro de miseria de homne muestran incontestablemente su influencia, y los copis­ tas del Alewandre conocían también suficientemente a Berceo ^.

Castro en el prólogo y debió tenerla presente» : Manuel Martínez Añíbarro y Rives: Intento de un diccionario biográfico de autores de la provincia de Burgos. Madrid, impr. de M. Tello, 1889, pág. 371). Quizás hubiera en estas obras noticias sobre Berceo, como quizás las hubiera también en la Relación de Guijarro que cita [Cor­ tés-] Franckenau (pág. 163, n." 556). También hemos prescindido, en nuestra lista, de autores que con seguridad sabían de Berceo antes de 1780, pero —por lo que se nos alcanza— sólo lo citan después de esta fecha: Pérez Bayer, Fr. Liciniano Sanz. Y, por lo que respecta a la bibliografía moderna, no he podido ver la tesis de Scottie Mae Tucker: A hihliography of Spanish critieism, 1700-1800 (n." 8662 del Manual de bibliografía de Homero Serís). 3 La influencia de Berceo en el Fernán González ha sido reconocida desde hace tiempo: véase la edición de Marden (Baltimore-Madrid, 1904) y su reseña por J. D. M. Ford (En: MLN, 20 (1905), 51-54, en particular en pág. 52); el estudio general de G. Cirot («Sur le Fernán González. Le Poéme et la Chronique genérale». En: BHi, 33 (1931), 104-115), que llama a Berceo «modele» del autor del Poema; el prólogo de A. Zamora Vicente en su edición, págs. xii y xiii, y las notas en págs. 1, 2, etc. (Madrid, E^pasa-Calpe, 1946. Clás. cast., 128). — El libro de miseria de homne fue editado primeramente en el Boletín de la Biblioteca Menéndez y PeUyo por Miguel Artigas (1 (1919), 31-87, 87-95, 153-161, 210-216, 828-338; 2 (1920), 91-98, 154-168, 233-254); apareció luego en volumen. Véanse unos pocos casos de influencia de Berceo: Cristo es «alcalde derechero» (copla 459c; cf. Milagros, 244a; Signos, 49a); el infierno es «mala cena, mal ayantar» (copla 489d ; cf. Milagros, 429b; Signos, 40a). — Sobre el ms. P del Alexandre, véase nuestro n.° 101; lleva la copla: Sy queredes saber quien fiso este ditado Gonzalo de Berceo es por nombre clamado Natural de Madrid en Sant Mylhan criado Del abat Johan Sancho notario por nombrado. (Véanse a este respecto los trabajos de Brian Dutton, en especial su artículo «The profession of Gonzalo de Berceo». En : BuUetin of Hispanic Studies, 27 (1960), 137-145). El nombre de Berceo figura en una guarda del códice O del mismo poema (cf. Menéndez y Pelayo: Antologia..., t. II, pág. Ixxvi).—Algunos de los relatos religiosos del Libro de los E!cem.plos recuerdan bastante de cerca textos de Berceo (los núms. CCI y CCII parecerían venir de los Milagros VI y XV), pero lo más probable es que se trate de fuentes muy emparentadas, y la remisión al «libro de los Miraglos de la Virgen» no tiene por qué referirse al de Don Gonzalo: sirvan de moderadores los ejemplos CCXXII y CCCXXII, paralelos de otros milagros de 798 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos

Viene luego para él, como para casi toda la poesía medieval es­ pañola, un período de eclipse más o menos largo en el que los inventarios generales —Santillana, Argote de Molina, Saavedra Fa­ jardo— lo ignoran ; aún más tarde, Nicolás Antonio, que lo co­ noce mal pero que tiene noticias de su existencia, lo omite en el discurso preliminar de su Bibliotheca hispana *. Todavía en 1726 la tabla de autoridades del primer Diccionario de la Real

Santo Domingo de Silos, pero referidos el primero a San Gregorio, el otro al monje Isaac (cito por BAE LI, texto más a la mano que la reciente edición completa, págs. 461, 493, 494, 495, 496, 502, 511-512, 524). •* La Carta de Santillana al Condestable de Portugal —citada ya por Jerónimo Zurita: véase la noticia de Serrano y Sans en la Revista de Archivos, Biblioteca» y Museos, 3.* época, 3 (1903), 220— puede leerse en la edición de Luigi Sorrento. (En: RHi, 55 (1922), 1-49), más al día que las de Sánchez, Amador y Pastor- Prestage; sobre la falta de Berceo, véase Sánchez en nuestro núm. 33; y sobre su inesperable presencia, véase Mario Schiff: La bibliothéque du Marquis de San­ tillana (París, E. Bouillon, 1905), págs. Ixxiv (Santillana conocía «les procedes du Libro de Alexandre et sans doute aussi des autres oeuvres de Berceo») y 386-38T (Libro de Alexandre: Schiff da por buena la más que discutible atribución de esta obra a Berceo; cf. Ixxxii, nota 1, donde critica a Savj-Lopez y le aconseja más prudencia). El Discurso sobre la poesía castellana, de Argote de Molina, agregado al final de sus ediciones de Don Juan Manuel (1575; 1642), va a dar al Caxón de sastre del P. Nipho (t. III, págs. 217 y sigs., 1781); la mejor edición es la anotada por D. Eleuterio F. Tiscornia (Madrid, V. Suárez, 1926. Bibl. española de divulgación científica, VI). Véase, además, sobre los autores que cita Argote, el estudio de A. Millares Cario: «La biblioteca de Gonzalo Argote de Molina» (En: RPE, 10 (1923), 137-152). La edición tipo de la República literaria, de Diego Saavedra Fajardo (1612), es la de V. García de Diego (Madrid, La Lectura, 1922. Clás. Cast., 46). Saavedra Fajardo cita a Mena, Santillana, Garcisánchez, Costana, Cartagena «y otros» (pá- científlca, VI). Véase además, sobre los autores que cita Argote, el estudio de estrellero. No es raro que omita a Berceo, cuando «se hecha [sic] menos que no haga mención de Cervantes, siendo escritor original» (noticia de la edición de Fran­ cisco García Prieto. Madrid, en la impr. de B. Cano, 1788, pág. cix). Nicolás Antonio cita en su prefacio a Ansias Marcus y loannes de Mena, y casi a continuación vienen loannes Boscanus & Garsias Lassus (págs. [36] y [37]. Cf. Ma­ nuel Benito Fiel de Aguilar: La literatura española demostrada por el erudito D. Nicolás Antonio en el prefacio de su Biblioteca Nueva..., Madrid, Impr. Real, 1787); Alfonso el Sabio figura allí, pero no entre los poetas. Bien es cierto que se trata de un libro postumo, y puede haber una sensible diferencia de tiempo entre el prólogo y el cuerpo mismo de la obra (trátese de la parte dedicada a los autores más antiguos o a los más recientes). Pero casi la misma enumeración se lee (con la adición de Manrique, Cartagena y algunos otros poetas del siglo xv) en la primera edición de la Poética de Luzán (cf. el Diario de los literatos de España, 4 (1738), 18) y en sus Memorias literarias de París: «La Poesía vulgar Francesa, empezó como en Italia, y en España, después que la Barbarie hubo acabado de romper la Lengua, y la Poesia Latina. Quizá la Francia, y particularmente la Provenza, puede gloriarse de haver sido la primera á inventar, y cultivar la Poesía vulgar, y servido de modelo á otras Naciones. El Dante, el Petrarca, y otros Italianos; y en España Aunay Mare, Juan de la Encina, Juan de Mena, y otros, fueron dando esplendor á la vulgar Poesia en el siglo 14. y siguientes...» (cap. VIII: De la Poesía Francesa, y de su estado actual en París, págs. 69-70; cf. nuestro núm. 67). Berceo antes de 1780 799

Academia Española salta por encima de Berceo, aunque incluye, en prosa, el «Fuero Juzgo, Historia de Ultramar, y crónicas», y en verso el aAlewandre [del que sólo se conocerán, hasta finales de ese siglo xviii, cuarenta versos escasos], versos del Rey Don Alonso Décimo... Juan de Mena»: Juan de Mena, con el que ha de comenzar durante mucho tiempo la literatura española, vista desde dentro y fuera de España. Ya sea desconocimiento de su existencia en la mayoría de los casos, ya poca estima por su pro­ ducción en unos pocos de los otros (a juzgar por algunas de sus apariciones ulteriores), a Berceo no se lo cita prácticamente —por lo que sabemos— durante un largo período. En la mitad de «un siglo que tan poco se interesaba por la Edad Media», Juan Hurtado de Mendoza injerta un verso de Ber­ ceo entre sus propios endecasílabos. Dámaso Alonso, a quien aca­ bamos de citar y que es quien mejor ha estudiado a Hurtado de Mendoza, no conjetura siquiera cómo llegó éste a conocer a Ber­ ceo. Foulché-Delbosc, que se limita a volver a poner en circula­ ción una papeleta de Gallardo, afirma que «en cherchant bien on trouverait des mentions de Gonzalo de Berceo antérieures a 1550» (RHi, 35 (1915), 90). Es triste que Monsieur Kling no se haya tomado el trabajo de hacerlo, y que muchos de sus sucesores no lo supiéramos hacer mejor. Mención aparte merece el Profesor Brian Dutton, que tantas novedades ha aportado en las últimas décadas a los estudios berceanos: el Profesor Dutton ha demos­ trado que hacia 1510 —es decir, unos cuarenta años antes de la publicación de Hurtado de Mendoza, «Fray Gonzalo de Arre­ dondo, último abad perpetuo de Arlanza», se sirvió de la Vida de San Millán «al tratar de la batalla de Simancas en los capí­ tulos CXLIX-CLHI» de su Crónica... de... Fernán González '. Para tratar de descubrir las posibles «líneas de fuerza» de esta trans­ misión literaria, es menester reconsiderar cronológicamente los tex­ tos que conocemos.

Hacia 1510. Fray Gonzalo de Arredondo conoce y utiliza, como lo ha mostrado el Profesor Dutton, el tratado final de LM estoria de Señor Sant Millan, De como Sant Millan ganó los votos; en

5 Brian Ehitton: «Gonzalo de Berceo y la Crónica de Fernán González», de Arredondo» (En: Berceo, 19 (19S4), 407-417); véase también su edición de la Vida de San MiUán. Sobre el desconocimiento que de esta crónica podía tenerse en el siglo xvín, cf. la conclusión del Presentado Medrano en nuestro núm. 84, a pesar de la media docena de manuscritos señalados por Menéndez Pidal en sus Reliquias de la poesía épica española (Madrid, 1951, pág. 84), obra a la que remite Dutton (nota 1 de su pág. 407). 800 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos

su capítulo CXLIX refiere las señales sobrenaturales que prece­ dieron a la batalla, y sus efectos, siguiendo por su orden las co­ plas 878-393 del poema (artículo citado en nuestra nota 5, pági­ nas 410-411).

1550. Hurtado de Mendoza (°°28). Si este primer testimonio de nuestra lista general no queda ya tan aislado como cuando lo exhumó Foulché-Delbosc, conserva todo su interés. Proporciona, bien que diversamente escandido, un verso de la Vida de Santo Domingo de Silos (4b); menciona el nombre de esta obra; y si no declara expresamente el de su autor, alaba su sencillez y la sinceridad de su espíritu religioso, y lo denomina «un poeta mío español antiguo», inaugurando el uso de ese posesivo-afectivo que siglos más tarde resonará idénticamente en Antonio Machado.

1601. Sandoval, Fundaciones (21). Conoce la Vida de Santa Oria, obra de Muño, como Berceo la «puso en verso», y prosiñca el epitafio de la Santa; junto a «otras cosas de nuestra Fe» es­ critas por Berceo, registra la Vida de San Millán y el tratado de los Votos. En el estado actual de nuestros conocimientos, puede decirse que nacen de aquí varias aseveraciones erróneas que sona­ rán largamente en la crítica gracias a la inercia: la primera (que el poeta fue contemporáneo de Alfonso VI, «más ha de quinien­ tos años») la cortarán solamente las Memorias de Sarmiento (la edición de Vergara no será aceptada generalmente, frente al pres­ tigio de Nicolás Antonio). La segunda, que fue «monge», y «deste monasterio [de San Millán]» tendrá la vida dura a pesar de Sán­ chez : un sonado hispanista francés contemporáneo la seguirá usando bien avanzadito, y más que mediado, el siglo xx. Final­ mente, Sandoval desciende a Berceo, de «poeta mío», a «señalado en letras», y aun esto con su doble dubitación: debía serlo, en su tiempo. Su verso es malo, pero su testimonio bueno, y como tal lo veremos empleado durante largo tiempo: a pesar del entu­ siasmo del 98, más de una historia de la literatura retaceará hasta casi ayer el valor literario (y no histórico-literario) del primer poeta castellano.

1607. Ariz (°22). Si Hurtado de Mendoza (no sin habilidad) varía el metro del mester de clerecía, Luis de Ariz reorganiza diez tetrástrofos —del 260 al 271, con lagunas— del Santo Domingo en cinco y pico estrafalarias sextinas semiencadenadas. La atribu­ ción de estos versos a «Megía», recogida por algún otro erudito, Berceo antes de 1780 801 la discute Sánchez en el prólogo de su edición de Berceo: si en el texto usado por Ariz este nombre aparece como variante den­ tro del texto (como por ejemplo «Yo Gonzalo Megia...» en vez de «Yo Gonzalo por nombre»), habrá «algún fundamento para sospechar que el autor se llamó Gonzalo Megia de Berceo» (pág. v), pero si «se halla como final al pie del códice, debe creerse que no fue autor, sino copiante de la historia» (pág. vi) ; y todo esto «si Ariz habló con propiedad y conocimiento de la sobredicha his­ toria, lo que dudo» (p. v.), lo que parece compasarse muy bien con la peregrina distribución del texto en coplas de seis versos que no responden ni a la forma del poema ni a la disposición usual de los manuscritos del mester. Señala Sánchez, como lo señalará Fitz- Gerald, que las variantes del texto en estos versos «obligan a creer que Ariz no los tomó del mismo códice de S. Millan de que sacó Vergara la vida de Santo Domingo, ni tampoco del códice de Mont- serrate» (pág. v), que es el que perteneció a Salazar y Castro (nues­ tro n.° 40). No pocas de estas pretendidas variantes no parecen ser otra cosa que yerros de lectura o erratas de la impresión; alguna —«cumplillo»— suena más a fabla que a códice; alguna otra se­ meja más imbricación voluntaria de dos versos a fin de obtener un inicio cabal que variante lógica de un texto corrido: mientras la copla 260bc, como la da Sánchez, reza : «Dieronle otro precio Dios, & Sancta Maria, / Pusieron en su lengua virtud de prophecia», el fragmento de Ariz comienza: «Puso Dios en su lengua virtud de Prophecia», lo que verisímilmente aparece más como una compo­ nenda del transcriptor que como una variante que arrastraría a su vez otras variantes en el verso precedente y escamoteado; ya vere­ mos que otros escritores, Tamayo de Salazar por ejemplo, se per­ miten «mejoras» similares. Lo mismo cabe decir de las omisiones (copla 265, amplificación sobre el convento de San Pedro de Ar- lanza, que permite el enganche con la copla subsiguiente ; 268d-269, preparativos y convites de San García, fáciles de saltar; 270b y d, explicitación de los versos respectivamente precedentes que se man­ tienen), y de la sustitución del arcaísmo final, cosiment o consiment por un pseudo hápax más o menos emparentado con «benignidad» y que no casa ni léxica ni gramaticalmente con lo que precede ".

* La posibilidad de que Ariz disfrutara un manuscrito diferente de los conoci­ dos, hoy perdido, de la Vicia de Santo Domingo de Silos, aparece —como en el fondo le apareció a Sánchez— bastante incierta; véanse sus dudas: «Si Ariz no se hubiera contentado con inquietar la curiosidad del lector, si hubiera dado algunas señas del códice, de su antigüedad, y del parage donde se guardaba; y finalmente si hubiera declarado de que lugar de la historia constaba que el autor se llamaba 802 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos

1608. Juan de Amiax (81). Si bien no cita explícitamente a Ber- ceo, Amiar refleja un texto cuya traducción se atribuye tradicio- nalmente al poeta, y ni siquiera se atiene al original latino que transcribe, apoyándose al parecer en la prosificación de Sandoval: salvando el plural usado por Amiax, las diez palabras iniciales de ambas versiones son idénticas; otras cinco, «gran abstinencia en esta vida», lo son también; «coronar», «gloria» y «gozar» figuran (diversamente empleadas) en ambas versiones ; y la mayoría de es­ tas voces comunes proceden de la versión castellana adscrita en San Millán a Berceo.

1615. Sandoval (Historias, "19) retoma, ampliándolo, el pasaje del Santo Domingo que utilizó Ariz (dando ahora las diez y siete coplas, de la 261 a la 277) y precisando la errónea fecha asignada a su autor : «1062, Era 1100». Berceo es «Maestro», «Fray», «Teó­ logo» y «Poeta... muy estimado [de aquellos tiempos]»; su verso es «el mas heroyco q nuestros Castellanos vsauan», y se cita «por lo que merece su antigüedad». Contra lo que creyó Fitz-Gerald, no hay aquí ninguna apreciación literaria, sino una simple precisión de carácter métrico: «heroico» es el verso largo adecuado para la narración épica, el poema heroico o «heroica» : «heroicus versus» designa para los latinos el hexámetro (de antes de Quintiliano has­ ta después de Rengifo); «eroico» es para los italianos el endeca- sflabo blanco (y esta denominación pasa al verso español de once sílabas; ya en Argote), para los franceses el alejandrino (Jovella- nos también los denomina así) ; y para los ingleses el pareado de pentámetros yámbicos forma el «heroic couplet» tan usado por sus poetas del siglo xviii; al igual que Jovellanos, que adopta la voz para el alejandrino, el Pinciano preferiría este nombre —mejor que para el endecasílabo— para el metro castellano de arte mayor do­ decasílabo, y López de Ubeda llama «heroicos» a unos macarróni­ cos de catorce: Sandoval, pues, al decir «heroico» dice solamente «largo». En cuanto a las variantes del texto de Berceo, cabe decir casi lo mismo que para Ariz : «asinó por «asmó», «viuo» por «vieio», «bienes gente» por «bien e gent» son simples errores de lectura que

Megia», etc. (pág. v), coronadas por una alusión a los que tienen «mas de Arizes que de linces» (pág. vi). No me atrevo a proponer una explicación paleográflca de este nuevo apellido del poeta, pero la r del siglo xvii es muy semejante a una x, y un rápido apunte con t sin punto, y vocal final mal formada, pueden equivocar una B torcida con una M y forzar en la relectura —en el autor o el copista o tipógrafo de una obra postuma— un apellido más corriente, «Mexia», grafiado luego de manera más usual, con «g». Todo esto, bien entendido, es pura hipótesis, y va tub correctione etc. Berceo antes de 1780 80^ no presuponen una tradición diversa de la conocida, como la «acla­ ración» de «en siuuelque corral» en «en un grande corral».

1615. Gaspar Ruiz (°y°°24)) nos aporta el testimonio del interés despertado ya por la obra de Berceo : «muchas personas me an importunado que haga imprimir estos versos o parte de ellos» ; y entre la primera y la segunda parte de su propia vida de Santo Do­ mingo de Silos transcribe las 67 primeras coplas completas de la de Berceo (con omisión de las 61-63 y del verso 64d) y, algo entre­ sacado, el final del poema (coplas 754-777, salvando 759-760, 765- 767 y 771-775). Su juicio literario es empero más bien adverso: «la llaneza y poco aseo ('compostura, adorno') del verso podría mo­ ver a risa a algunos», aunque su devoción y antigüedad edificasen a otros. Este verso «antiguo» y de «poca policía» es «muestra de la poca poesía embuelta en mucha deuocion que nfa Castilla tenia en aquellos tiempos... en que los de nfa nación tenían mas de valien­ tes que de poetas, y gobernaban mejor la espada contra infieles que la pluma para versos», Gaspar Ruiz compensa un «dice el poeta» con «atendiendo a la grauedad del autor, corrijamos la risa que acaso nos puedan causar sus coplas, que por ventura», edulcora, «entonces debian ser en Castilla lo que agora las de Lope de Vega» (comparación que no está mal). Pero esta misma tosquedad de los versos corrobora su valor como testimonio : aporque en materia de historia, las coplas muy limadas siempre hicieron sospechosa la verdad». Y después de nombrar y caracterizar a Berceo citando algunas de sus obras («El maestre Don Gonzalo Berzeo, natural de Berzeo lugar de Rioxa; fue pió y muy denoto y aficionado a vidas de santos, como lo mostró escribiendo la vida de muchos santos en verso: particularmente la vida de nf o Padre Santo Do­ mingo de Silos: y la translación de San Felices confesor y maestro de San Millan: y otras que yo vi en el archiuo del monasterio de San Millan»), obtiene —con virtiendo en presente el «yazie» de la copla 59— la certidumbre de que Berceo fue contemporáneo de la canonización de Santo Domingo, puntualizándolo por la cita de las coplas 671-674. No es posible decidir hoy si este cambio de tiempo se realizó de buena o de mala fe : el segundo verso de la copla altera­ da aparece citado idénticamente dos veces, con sus dos versos ve­ cinos, sin que pueda afirmarse terminantemente si se trata de un cálculo pertinaz o de una lectura forzada por la convicción. Lo que sí interesa puntualizar muy particularmente es que el texto de Gas­ par Ruiz, utilizado —aunque inédito— por Vergara, por Juan de 801 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos

Castro, por Argaiz, por Yepes y por otros —quizás también por Sandoval—, abona definitivamente la falsa cronología de Berceo y parece ser el primero que incluye entre sus obras «la translación de San Felices confesor y maestro de San Millán», colocándola ex­ presamente entre las que él vio en el archivo de ese monasterio. Es probable que esta segunda afirmación sea tan falsa como la prime­ ra : Gaspar Ruiz dedica un largo párrafo a detallar la fecha exacta de la translación de San Felices para probar que Berceo escribía su Vida de Santo Domingo antes de ese acontecimiento, que fue «en tiempo del Rey Don Alfonso el sexto enel año de mili y nouenta que fue la era de mili ciento y veinte y ocho años, a seys dias del mes de Noviembre». Y añade: «Ansi costa déla historia desta trasla­ ción que escribió en prosa latina nfo mesmo monge don Grimaldo a petición del Abad del monasterio de San Millan... Esta historia vi y ley : y della saque su fecha que (como digo) fue a seys de Nouiem- bre de la era de mili ciento y veinte y ocho.» ¿ Por qué, en vez de referirse única y exclusivamente a Grimaldo, no da una muestra de esta traslación tal como la narró Berceo, lo que sería la mejor prueba de lo que viene afirmando, si verdaderamente la vio en el archivo de San Millán ? Suponiendo que la hubiese visto antes de haber notado su importancia, podía haber dado algún indicio tan­ gible de que la tuvo en manos (como lo hace, por ejemplo, Ibáñez de Segovia al mentar el manuscrito de los hagiógrafos de Santo Do­ mingo que sirvió a Fr. Ambrosio Gómez), citando un pasaje de ella, o dando cualquier referencia concreta sobre un poema que es, a fin de cuentas, la base de toda su argumentación, en lugar de apoyarse en una alusión pasajera a San Felices en la vida de Santo Domingo de Silos: Este desinterés del más interesado en probar la contemporaneidad de Berceo con la traslación de San Felices (lo que le servirá, apoyado en esta prueba falsa, para afirmar que Ber­ ceo alcanzó la canonizaxiión de Santo Domingo, cuatro años ante­ rior) no constribuye por cierto a fortalecer nuestra creencia en tal poema.

1617. Yepes (°18) afirma haber tenido en sus manos tres libros en verso con la vida y milagros de Santo Domingo de Silos, y no haber gustado sobremanera sus «versos barbarísimos», en el «estilo Poético mas grosero, que se ha compuesto en España» ; pero ha «querido aprovechar... de... estos versos (si lo son)», «porque deba- xo de aquella rustizidad y sayal, hombres graues y doctos há ha^ liado cosas de substancia, en que se aprouechar del». Y tanto como Berceo antes de 1780 805 de Berceo, parece Yepes aprovecharse de estos «doctos» : su «Me- gia» y el «vil cimenterio» le vienen de Ariz, como su «vivió muy cerca de aquellos tiempos» y su risum teneatis parecen venirle de Gaspar Ruiz. Antes de 1627, Martín Martínez (°°26 y "27) murió por esta fe­ cha, según Argaiz. En su Apología por San Millán, aparecida en 1632 y en 1642, transcribe las coplas 426-431 del poema de Berceo, cuya «historia de la batalla de Simancas» le parece «harto más verdadera que elegante» (opinión que compartirán, invertida, los historiadores ulteriores), pero concluye que «no son menos gracio­ sos todos quantos versos escriue este autor».

1635. Fray Francisco de Bivar muere el 8 de diciembre de este año (86). En sus comentarios a Marco Máximo (35), aparecidos en 1651, compara un fragmento del Alewandre con las coplas de igual metro en que «El Maestro don Gonzalo» narró la batalla de Siman­ cas y la vida de San Millán, remitiendo al parágrafo 13 de la Apo­ logía de Martín Martínez. Sin embargo, separa las dos obras y las localiza en la CogoUa: «bellum Septimanticum... & vitam S. ^mi- liani, quae in eius coenobio extant», ninguna de cuyas dos precisio­ nes (una falsa, y la otra verdadera) pudo encontrar en la citada Apologia.

1651. Fray Alonso del Corral, en el manuscrito último de su Vida de Santo Domingo de Silos (51), cita dos de los «sencillos versos» de Berceo (7ab), así como su testimonio sobre la canoniza­ ción del Santo. Dato tan importante como solitario: si Grimaldo fue «Contemporáneo de Sto Domingo de Silos», «Don Gon5alo Ver­ eco que le traslado... [en otro pasaje : «muchos años después q mu- rio»] fue algunos Años después Como se parece en el lenguage», más moderno que el de las Partidas «q fueron ducientos Años ade­ lante». El «Don» es seguramente todavía un «Dom», tratamiento de benedictinos, pero su fecha, y por consideraciones lingüísticas, se va ajustando ya a la realidad.

1651. Fray Ambrosio Gómez, en su Oración panegírica sobre el tránsito de San Benito (29), inserta, en honor del arzobispo de Burgos, cinco versos enteros y dos hemistiquios de la Vida de San­ to Domingo de Silos (copla 8ac, más el comienzo de d; 7ab y par­ te de c). Si Grimaldo escribió su historia latina exactamente 588 años atrás (es decir, en 1068), Berceo «sucedió poco después a la muerte de tan glorioso Padre» ; su verso es antiguo, pero la Uane- 806 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos

za afianza su verdad». Particularidad interesante, Gómez alaba a Berceo por comenzar invocando a la Santísima Trinidad, «que de los que escriben verdades cristianas, éstas son las Musas», opinión que podrá citarse en la conocida querella sobre mitología y poesía.

1653. Dos años más tarde, Gómez de Salazar retoma, en el pá­ rrafo 6 de su Moisés segundo ("17), lo que había dicho de Berceo en la Oración precedente, si bien abultando muchísimo su materia, en cantidad como en libre fantasía: afirma del poeta «que conoció á Santo Domingo, que le comunicó, y juntos vivieron en el Monaste­ rio de San Millan de la CogoUa» : hasta «fue amigo suyo», y que entre otras «vidas de los Satos en verso : la de San Millan compuso, la de su Maestro San Félix, la de Santo Domingo de Silos, y otras muchas que guarda en su Archivo el Convento Real de San Millan de la CogoUa». «Seysciétos años ha q escriuio D. Gonzalo Vereco» : dos años antes de afirmar esto, Gómez computaba los de Grimaldo en 583, subidos ahora a 585, de donde se sale que Berceo lo tradu­ jo quince años antes de que escribiera. (Bien es verdad que en nin­ gún lugar Dom Ambrosio Gómez sostiene la estricta relación de dependencia entre ambos textos). Más datos sobre el poeta se sa­ can de la copla final de la Vida de San Millón, y de la estrofa 59 del Santo Domingo, tal como la condicionó Gaspar Ruiz («que yaze en Bilibio...») y amputada de su verso final de la manera que éste la cita por segunda vez. Aunque sostenida por el mismo apa­ rato crítico que puso en pie Gaspar Ruiz —sin mencionarlo—, las conclusiones que de esta estrofa se sacan no son las mismas que obtenía Ruiz: «No pudo ignorar esta translación don Gonzalo, si viviera entonces... Auia fallecido sin duda quádo se celebró... pues quando escribía la vida de San Felices, yacia en Bilibio su cuerpo». ¿Cómo Gómez, que escribe una vida de Santo Domingo de Silos, y se sirve para ello de la de Berceo —^ya veremos en seguida cómo— puede atribuir a una «Vida de San Felices» la copla 59 de su Santo Domingo? Pues lo remacha aún: «Diez y siete años después que se trasladó Sato Domingo a la Gloria passó el Rey D. Aloso el Sexto las reliquias de San Felices de Bilibio al Monasterio de S. Millan. Pues algún tiempo antes auia escrito don Gonzalo la vida de S. Fe­ lices. Conuence a mi parecer el argumento». Nadie, que sepamos, ha reparado en esta metamorfosis —no sé si convincente— de la inasible «Traslación de San Felices» en Vida completa. El método de Gaspar Ruiz florece todavía más en manos de Gómez : «Pondera D. Gonjalo, q fué Santo Domingo al Monasterio de Cañas... El dize Berceo antes de 1780 807

que lo vio... "Sufrió en este comedio muchas aduersidades. / Yo Gongalo que fago esto a su loor, / Yo lo vi...»". La copla 109, trun­ cada y trucada, dice en verdad : «Yo la vi... / Una chica cocina de asaz poca labor, / Y escriben que la fizo esse buen confesor». Gómez menciona, sobre «el volumen, q me embió el Conuento de Silos», con los tres primeros biógrafos de Santo Domingo, la Vida de San Mi- llán, que «con las de otros Satos que compuso [Berceo], guarda el Archivo del Monasterio de San Millan, que se visto, y leydo algunas vezes.» Lectura sin mayor provecho estético, al parecer, por cuan­ to abundan en su prosa las expresiones «bárbaro verso», «barbaris- mo del verso», «incultas voces» (dos veces, y otra «incultos ver­ sos»), «estilo rudo del metro», «disuena en los oídos el verso». De suerte que Berceo, inexistente como poeta, interesa sólo histórica­ mente, pues sus «Versos. Si descubren antigüedades, poco importa que sean incultos.» Pero sucede que todo cuanto Ambrosio Gómez obtiene de él como testimonio histórico es históricamente falso. i Qué queda, pues, del pobre Berceo ? Para la óptica de Fray Am­ brosio Gómez, evidentemente nada. 1665. Tamayo de Salazar, en el tomo III de su Anamnesis (76) reencuentra, por puro azar, el adjetivo «sincero» que Hurtado de Mendoza empleó más de un siglo antes. Por lo demás, se reduce a copiar a Sandoval («asinó», «vivo cementerio») saltando alguna que otra copla (265, como Ariz ; 272-273; y el final, de 276 inclu­ sive en adelante), con algunas pocas variantes meramente gráficas, así como algunas otras destinadas a «mejorar» el texto: «De aque­ llos Cuerpos santos, que an tan gran imperio» (267b, en vez de «De aquellos santos Mártires, cuerpos de tan grá precio»), «Metiéron­ los en tumba firme de gana» (? 274c, en lugar de: «Metieron los en tumba firme e adornada» — Berceo lleva: «& adiana»), dan a las dos coplas una rima perfecta; se corrige «paso» (que es yerro de Sandoval) en «poso», y se introduce «famoso» donde se decía «fermoso» (268, a y c); y donde Sandoval leía —mal— «biene gen­ te», se adopta «toda gente». Este recuento hacemos para que se vea que la fidelidad de tipo paleográfico no se había introducido aún en la erudición de ese tiempo, y que si un texto nítidamente impreso era manejado con tantas libertades —aun reconociendo en muchas de ellas una buena intención literaria que llevaba a acla­ rar y pulir lo citado, completamente distinta de las distorciones testimoniales interesadas— es, en principio, un tanto ingenuo atri­ buir a manuscritos hoy desconocidos las variantes que presentan los textos antiguos citados: basten estos dos estados de una misma 808 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos cita (malas lecturas de Sandoval, cortes y mejloras de Tamayo) para aleccionarnos a este respecto. 1657-1675. Argaiz, en el tomo segundo de su Soledad laurea­ da (16), impreso en 1675 pero aprobado desde 1657, nombra a Gonzalo Vereo (sic), a quien han utilizado Yepes y Gómez: se tra^ ta, seguramente, de una cita de segunda mano. 1659. Tamayo de Salazar, en el tomo final de su Martyrologio, menciona un manuscrito del Santo Domingo localizándolo en Ma­ drid. Y —lo que es harto curioso— cita las coplas 1 y 3 del poema, saltando la segunda, aquella que contiene ese «vaso de bon vino» que llegará más tarde a ser la expresión más popularizada del poeta. Después de 1667. El catálogo de libros manuscritos publicado por los Agustinos Descalzos de Lyon (101) ofrece la primera pre­ sentación impresa de un problema que ocupará a la crítica duran­ te un par de siglos: el de la autoría del Libro de Aleosandre, atri­ buido a Berceo por el ms. P, hoy en la Bibliothéque Nationale de Paris. 1676-1677. Argaiz, en su Perla de Cataluña (*14-15), trata de Berceo apoyándose en Gaspar Ruiz («Monge de Santo Domingo de Silos, en la historia manuscrita del santo que tengo en mi poder») y en Yepes («en la vida de san Garcia, Abad de san Pedro de Ar- langa»). Su «ha seiscientos años que escriuió» y el hacerlo contem­ poráneo de sus fuentes latinas (aquí de Muño) suena además un tanto a Ambrosio Gómez. De Ruiz toma la fecha aproximada en que floreció, la translación de San Felices, y las coplas 1-8 y 757 del Santo Domingo (verso 1 a cojo, con jiz y no jizo, pero introdu­ ciendo las variantes de rigor en todo translado de este tipo). Con­ trasta con sus fuentes en su juicio sobre Berceo : «Fue Poeta Caste­ llano, ni se halla otro (que yo aya visto) que en vulgar aya escrito con aquel metro... y entre tanto que otro no sale a luz, tenga esta honra Don Gk)n5alo de ser el primer Poeta Castellano que se halla», porque escribió «con tan devota, y gustosa consonancia, que no dudo, que si todo el libro se imprimiera, fuera bien recibida, y lei- da una tan ilustre antigualla». Sabe, además, que el Santo Domin­ go se conserva en San Millán «y copiado en el Archivo de santo Domingo de Silos», nueva muestra del esfuerzo de la Orden por la difusión de sus antigüedades (como el préstamo del códice n.° 12 a Yepes y a Gómez, y del manuscrito de Ruiz a Argaiz). Berceo antes de 1780 809

1677. La biblioteca del Marqués de Montealegre parece haber contenido —según su catálogo publicado por José Maldonado y Pardo (41)— un manuscrito de la Vida de Santo Domingo. La im­ portancia de esta noticia es que nos permite ir perfilando, junto a una serie de ilustres benedictinos que aprovechaban los ricos archi­ vos de la Orden, el grupo de señores seculares que podían tener noticia de Berceo e incluso poseer copia de sus obras (Hurtado de Mendoza, Salazar y Castro, Ibáñez de Segovia). Antes de 1684. La Bibliotheca Hispana Vetus de Nicolás Anto­ nio ("12 y 13) merece parte de la crítica formulada por Fitz-Ge- rald: está, en efecto, plagada de errores, transmitidos —nos dice su autor— desde San Millán. A los heredados (Berceo fue monjp, floreció bajo Alfonso VI por 1081, y escribió la Vida de San Millán, la de Santo Domingo de Silos y un poema sobre la batalla de Si­ mancas) agrega lo suyo: de su producción sobresale la Vida de San Vicente Levita, que comienza con un verso del Sacrificio de la Misa, y termina con la copla del San Millán. Lo más positivo que nos da es el preguntarse —con muy buen sentido— por qué Ariz lo llamó Megía. 1686. Antonio de Heredia (78) traslada, como suele, a Yepes. 1688. Juan de Castro imprime, en su Glorioso taumaturgo (°°23) no menos de cuarenta y cuatro coplas del Santo Domingo de Silos, y si bien participa del común engaño sobre la época de su autor («esto nos dexó escrito Berzeo mas ha de 600. años») y procede, al transcribir su obra, con bastante liberalidad (o infidelidad), su en­ tusiasta opinión sobre el «Maestro Berzeo» —que es también el «Poeta Berzeo»— es clara y va claramente afirmada: lo da «con su mismo lenguage en gracia del lector, por lo saponado, y salado del verso», y «su saponado gracejo» ; y «sal» y «salado» puntúan casi cada una de sus citas. Sus notas, además, son oportunas y ati­ nadas. 1701. El P. Mateo de Anguiano, en su Compendio historial de la Rioja (79), cita a «Don Gonzalo Presbytero... Autor de mas de qui­ nientos años», a través de Martín Martínez. El siglo escatimado casi redondea bien la época verdadera del poeta. 1704-1708. D. Gaspar Ibáñez de Segovia (89) cita en sus Me­ morias... del Rey D. Alonso el Sabio (38; aparecen postumamen­ te en 1777) las cinco primeras coplas del Sacrificio de la Misa, cuyo 810 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos autor desconoce, según un códice que posee (el P. Sarmiento, pará­ grafos 583-584 de sus Memorias, restituye la obra a Berceo, hallán­ dose ya el manuscrito en la Biblioteca Real; Sánchez lo utilizó en su edición, y lo editó Solalinde en 1913). Ibáñez de Segovia vio ade­ más, tiempo antes, el ms. 12 de Silos de que se sirvió Ambrosio Gómez.

1720. Don Juan de Ferreras hace mención de Berceo en la Parte quinta de su Historia de España (56). Todo cuanto dice de él (de «Monge en el Monasterio de San Millan» a «Endechas dobladas») viene de Nicolás Antonio. (Véase más abajo, 1728).

1728. El P. José Esteban de Noriega, en su Dissertatio sobre Santo Domingo de Guzmán (82) hace circular cuatro coplas apó­ crifas sobre el nacimiento y educación primera del Fundador, atri­ buyéndolas a Berceo. 1724. Fray Diego Mecolaeta contradice a Ferreras en su Des­ agravio de la verdad (58) sobre la fecha del óbito de San Millán, valiéndose de los versos 368a parte de b (fundido con 364c) del poema de Berceo. Nueva muestra de cómo, al citar al poeta, se trastocaba libremente su texto. 1724. Fray Juan del Saz, en su Crónica de la España Emilianen- se (68), cita —como ejemplo de la devoción de los Condes de Cas­ tilla a San Millán— las coplas 488 y 447 del episodio de la batalla de Simancas versificado por Berceo, tomándolas del «folio 141. de sus Poemas»: nuevo ejemplo del acceso de los religiosos a los ar­ chivos de sus casas. 1725. El Presentado Fray Manuel de Medrano, en su historia de la orden dominicana (84), contrapone, a la falsedad publicada por Noriega, otra falsedad: la errónea fecha de 1080 alrededor de la cual floreció Berceo, y que lo hace anterior en un siglo al Santo fundador. 1725. José López Agurleta, en su Apología por el hábito de San­ to Domingo (85), destruye con argumentos filológicos la superche­ ría difundida por Noriega, que correrá sin embargo durante más de seis lustros por otros países de Europa (91-98). Entre 1725 y 1727 el P. Mecolaeta publica su Ferreras recon­ venido donde, para probar que los monasterios benedictinos fue- Berceo antes de 1780 811

ron dúplices hasta bastante después de la muerte de San Millán, recurre al testimonio de Berceo y cita seis estrofas y media de su Vida de Santa Oña (coplas 17, 20-21, 146, 148ab, 178-179). Y, lo que es mucho más interesante para nosotros, afirma que Ferraras ha leído este poema, «que copió del Códice que yo le di, para la librería del Rey» : un ejemplo más de la labor con­ tinuada de los benedictinos por la difusión de su patrimonio cul­ tural. 1728. El P. Mecolaeta, en su Ferreras contra Perreras, pun­ tualiza que cuanto éste estampó en su Historia sobre Berceo y otros escritores benedictinos procede de Nicolás Antonio. Después de 1732. Las Reflexiones sobre el Diccionario... que compuso la Real Academia Española en el año de 1726, del P. Sar­ miento (5) son posteriores a 1782, fecha de la publicación del t. III en que se contiene la voz ferropea, que el sabio benedictino co­ menta valiéndose de Berceo. Antes de 1734. Don Luis Bartolomé de Salazar y Castro, fa­ llecido ese año, legó al monasterio de Monserrate de Madrid su librería, en la que figuraba un manuscrito antiguo de la Vida de Santo Domingo de Silos, conservado hoy (después de algunas vi­ cisitudes), con los otros documentos de su rica colección, en la Real Academia de la Historia. No deja de tener carácter esta res­ titución a la Orden Benedictina de un manuscrito procedente, qui­ zás de manera directa, de sus propios archivos. 1736. El P. Sebastián de Vergara edita, en su Vida... de... Santo Domingo... de Silos (°11), el primer poema completo de Berceo que se haya publicado. Se sirve de él, además, para su propia biografía del Santo (incluso acusándolo de ciertas lagunas en esta materia). Por la primera vez se afirma en esta obra que «de el Archivo de San Millan consta vivia [Berceo] el año de 1211.» El P. Sarmiento —que es el «Amigo» a cuyas instancias se dan a la prensa los tres primeros biógrafos de Santo Domingo (cf. el núm. 7), corrigió las pruebas dé esta obra. 1787. Pedro José de Mesa Benítez de Lugo recoge, en su As­ cendencia esclarecida... de... Santo Domingo (88), y por lo de­ más muy tardíamente (doce años después de Medrano y de López Agurleta) los versos «de Berceo» impresos en el libro de Noriega. 1741. El P. Martín Sarmiento inicia, en septiembre de este año. 812 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos

la redacción de sus Memorias (2 y 3), continuada hasta 1748 y retocada en 1763 y 1767.

1741. A 20 de marzo de este año, el P. Diego Mecolaeta fecha su copia —incompleta, por lo menos hoy— de la Vida de San Millán (54). Antes de 1745. El P. Diego de Mecolaeta, que «Desde el año de 1737, hasta 1741, era Abad de aquel Monasterio» (San Millán de la CogoUa), dirige al P. Sarmiento, y probablemente desde allí, un análisis bastante detallado de los manuscritos antiguos de obras de Berceo conservadas en ese archivo (52 ; cf. Memorias, pará­ grafo 557, citado parcialmente aquí).

1749. En su prólogo anónimo a la reedición de las Comedias y entremeses de Cervantes (75), Blas Nasarre desliza el nombre de Berceo como atinente a la historia del antiguo teatro español.

1750. El P. Sarmiento extracta las «Voces y frases castella­ nas antiguas» que llaman su atención en las obras de Berceo; compara también la métrica del Alexandre (según el fragmento citado por Bivar) con la de Berceo y la del Poema del Cid, así como con la del Libro de Buen Amor. Después de 1751, antes de 1754. Ignacio de Luzán parece ha­ berse servido, para las notas que redactó en vista de una reedi­ ción de su Poética (67), del libro de Vergara: cita la Vida de Santo Domingo de Silos y resume correctamente la métrica de Berceo. 1752. El ms. 13149 de la Biblioteca Nacional de Madrid —cuyo conocimiento y descripción debo a la gentileza de Don José Ma­ nuel Blecua—, que comienza por la ya citada copia parcial del P. Mecolaeta, comprende también un «Catálogo de las obras poé­ ticas de D. Gonzalo de Berceo que se contienen en el Archivo de San Millán», con alguna noticia de su vida, fechado el año de 1752 (54): otra muestra más de la actividad de los benedic­ tinos en multiplicar, inventariar y difundir la obra del poeta. 1753. En sus adiciones a la traducción del Diccionario de Mo- reri (37), José de Miraval y Casadevante, a base de Bivar, da una disparatada noticia sobre Berceo, que «escribía [el Poema de Fer­ nán González]... por los años de 1140». Berceo antes de 1780 818

1754. En los Orígenes de la Poesía Castellana, de Velázquez (°10) se trata de Berceo, combinando los datos fidedignos de Vergara con los errados de Nicolás Antonio, al que sigue Velázquez para la mayor parte de su información (versos a la batalla de Siman­ cas diferentes del San Millán; Vida de San Vicente Levita con ejemplo y todo). Afirma por dos veces, una a propósito de Ber­ ceo mismo, y la otra uniendo los suyos con las moralejas del Conde Lucanor, que Berceo «escrivió en versos de doce, trece y catorce sflabas» (recuérdese el análisis similar, si bien más extremado aún, del P. Sarmiento). 1755. Primera edición de la Paleographia española de Andrés Marcos Burriel, puesta a nombre de Terreros (°°°30 y 81-82), que cita dos coplas del Santo Domingo según la edición de Vergara, y anota debidamente el sentido de la voz paladino, quizás criti­ cando la interpretación errónea que de ella da el P. Sarmiento (no debe olvidarse que casi toda la producción del docto polígrafo circuló manuscrita de manera muy amplia: Tomás Antonio Sán­ chez la conoció también antes de que se imprimiera). 1755. La carta del P. Sarmiento al P. Terreros sobre la Paleo­ grafía española... (6), que cita a Berceo y precisa la época en que vivió, debe ser anterior al volumen homónimo: su fecha y localización («Pontevedra y Enero 16 de 1755») instan a conside­ rarla más bien como respuesta privada referente al proyecto del libro que como una crítica del resultado ; lo mismo parece des­ prenderse del otro punto tratado en ella (la poesía en lengua ga­ llega), reflejado en la Paleografía, y combatido en ella como en las Memorias por Tomás Antonio Sánchez. 1757. Mayans propone, en su Retórica (68) mejorar «la harmo­ nía del verso» segundo de la Vida de Santo Domingo de Silos haciendo tetrasílabo a «gloriosa» y apocopando «fijo» en «ñ» (esta última operación, inspirada en el ejemplo de Mena, pasará de preceptista a preceptista —^Nebrija, Encina, Jiménez Patón, Lu- zán...— antes de dar en Mayans). 1757. El P. Antonio Burriel cita a Berceo como «el Poeta Cas­ tellano más antiguo, de que tenemos noticia», y remite para todos los demás al tratado de Velázquez. 1762 y sigs. El P. Sarmiento, en su Obra de 660. Pliegos (7), parte, como en sus Memorias, de la «carta o proemio» del Mar- 814 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos

qués de Santillana; y amplía más firmemente que en aquéllas la producción de Berceo, que podría ser el autor del Fernán Gon­ zález y del Alewandre: en el resto de su producción poética, «todos los asuntos son Eclesiásticos. Por eso puso Berceo su nombre. Y por no ser tales las historias de Alea¡andro, y de Fernán Gon­ zález, andan Anonymos.^y Confiesa sin embargo que sólo conoce estos dos poemas muy fragmentariamente. 1762. El prólogo del Parnaso Español (69) previene que esta colección renuncia a abarcar todo el campo de la poesía española, iniciada por Gonzalo de Berceo, «que vivía por los años de 1211; y si creemos a Don Nicolás Antonio, cerca de los años 1080». Dos notas de interés: una, la fuerza de lo ya aceptado durante casi dos siglos: al igual que Velázquez, el Parnaso apone los dos datos antagónicos sin decidirse por ninguno. La otra, la referencia al proyecto de «algunas personas eruditas... a la mitad del presente siglo» ^. 1769. El P. Benito de San Pedro transcribe, en su Arte del romance castellano (°°25), 17 coplas del Santo Domingo tomán­ dolas de Sandoval (viejo a la sazón un siglo y medio) y no de la mucho más cercana edición de Vergara. Sus notas dejlan harto que desear. Alrededor de 1770, fecha aproximada del Catálogo D del Ar­ chivo de Silos confeccionado por el P. Ibarreta (47), pueden agru-

' Véase la nota 17 a nuestro núm. 47, donde se citan los artículos de J. F. Yela y Fr. A. Andrés. El Ms. 110 del archivo de Silos, legajo 97, «Contiene originales del P. Domingo Ibarreta y todo lo que se relaciona con el Proyecto de la Diplomática Española. No están ordenadas las piezas y son mas de las enumeradas y repetidas las copias. Se completa con el ms. 116.». Interesan los siguientes documentos: «Junio 7 de 1770. El General de S. Benito propone a la Real Academia de la Historia por mano de su Illmo. Pr. Dn. Pedro Rodríguez Campomanes su Presid*» los monges de su congregación capaces de emplearse por ahora en la Diplomática por el orden siguiente...» Van en tres clases; en la primera figuran Sarmiento, Ibarreta, Anselmo Rodríguez, Pablo Rodríguez, Bernardo Salazar. «Año 1726. Dipl. esp., n.° 80. [Con lápiz, agregado: «publ. en Sem''" erud*"»]. Informe formado de orden del Rey por Dn. Stiago Agustín Ri6 [o RiolJ». Las fechas más repetidas en el legajo son 1770, 1772... Campomanes pide comu­ nicación en 1769; hay cartas de Ibarreta, 1771-1773, una receta para la tinta de los escritos que se han de grabar, tablas numéricas góticas y visigóticas, la inscripcóin —^tan discutida— del sepulcro de San Millán (tomada al parecer de las Fundaciones de Sandoval), inscripciones campanadas bastante numerosas, alguna de un instru­ mento ya fundido al colectarse estos papeles. La idea de coleccionar y proteger estos documentos no era nueva: véase la noticia de J. M. A [Ida] T[esán], «Un proyecto de Tamayo de Vargas» (impresión de libros de interés, en 1632, para que no se perdieran), aparecida en el Boletín de Ja Bihlioteca Menéndez y Pelayo, 21 (1945), 79-81. Berceo antes de 1780 815

parse el Catálogo E del mismo repositorio (48) —algo más deta­ llado en lo que concierne a los manuscritos antiguos de Berceo—, el de Gregorio Hernández, fechado en 1772 (49), la copia de Iba- rreta que ha servido de base durante casi dos siglos para toda la obra de Berceo, y que está lejos de haber perdido su interés (42) y las cuatro copias procedentes del archivo de Valladolid conser­ vadas en Silos (43-46). Estos trabajos muestran de qué manera todas las comunidades de la Orden —Silos, San Millán, Madrid, Valladolid— cooperaban en el inventario y difusión de sus monu­ mentos literarios : préstamo del ms. núm. 12 a Yepes, a Gómez, quizás a Ibáñez de Segovia, hasta su edición por Vergara; copia del Santa Oña destinada a la Biblioteca Real; cesión del manus­ crito de Gaspar Ruiz a diversos eruditos ; copias y apuntes de Mecolaeta y de Plácido Romero, coronado todo ello por el pro­ yecto —por desdicha fallido— de editar una diplomática española (véase la nota 7 del año 1762).

1771. El P. Flórez, en el tomo XXVI de su España Sagrada (»8), da dos coplas del Santo Domingo (667 y 668), a propósito de la canonización de Santo Domingo de Silos, pieza central del interés sobre Berceo y su valor testimonial.

1772. En el tomo siguiente de su obra (9), el P. Flórez se ex­ tiende más largamente sobre Berceo y su producción: cita diez de las coplas relativas a la translación de Vicente, Sabina y Cris- teta (226-275), y otras a propósito de San Liciniano, de Santa Oria, la que emparedó Santo Domingo, y de otros varios particu­ lares de la vida de éste, culminando, como era obligado, con su canonización. El valor testimonial de Berceo —colocado ya en su verdadera época— no puede recibir mejor consagración ; pero al mismo tiempo el Maestro Flórez afirma que lo que Berceo «escri- vió en verso... fue la cuna de la poesía Castellana», y que la suya «es la poesía mas antigua que hay en lengua castellana».

1774. López Sedaño, en carta del 20 de diciembre (72) afirma conocer al autor del Poema del Cid, con lo que «tenemos ya i¡us- tificado y descubierto el primer poeta castellano y fijado el origen de la poesía vulgar de que hasta ahora había estado en poessión Gonzalo de Berceo.»

1775. Aparecen, postumamente, las Memorias para la historia de la poesía y poetas españoles, del P. Sarmiento (*1). Es inne- 816 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos

cesario volver al resumen de lo que en ellas se dice de Berceo, expuesto ya al final de este mismo número *1; baste afirmw que, aun contando los yerros que le reprochará Sánchez cuatro años más tarde (el más grave de los cuales es el arbitrario —^y hasta estrafalario— análisis de la métrica de Berceo), constituyen el estudio más serio aparecido hasta entonces sobre Berceo y su obra, a enorme distancia crítica de todo cuanto las ha precedido (com­ páreselas, por ejemplo, con el esmirriado parrafito de Velázquez) y a muy poca de lo que serán los estudios definitivos de Sánchez. Recuérdese además el empleo que de ellas hace Carroll Marden, en su edición de los textos de Berceo por él descubiertos, para filiarlos adscribiéndolos a uno de los dos manuscritos perdidos de San Millán.

1775. La obra de inspección de los archivos de San Millán lle­ vada a cabo por Fr. Plácido Romero puede también calificarse de extraordinaria: la erudición moderna, después de dispersados los fondos de aquella corporación, sólo ha sabido agregar un do­ cumento a los copiosos que aquél había señalado *. El archivo de

« Sánchez publica, en el t. III de su Colección, págs. xliv-lvi, las noticias que le envía el P. Romero, en las cuales éste cita siete escrituras de hacia 1221, una de 1287, dos de 1240, una de 1242, y otra de 1246; agrega otra de 1264 en que se alude al testamento de Don Garci Gil, de quien Berceo fue «eso maestro de confession, h so cabezalero»; de la mención de un abad y un prior del Monasterio, el P. Romero deduce que debe fecharse este testamento entre 1236 y 1241 ó 2. La desamortización originó la pérdida de casi todos estos documentos, de los que se conserva solamente uno (véase la nota al núm. 96, escritura de 1242, era 1280, en el Índice dtado en la nota 29 de nuestros núms. 61-62; cf.: «Una de las escri- turas citadas por Fray Plácido, existe ahora en el Archivo de la Real Academia de la Historias, Amador de los Ríos: Hist. crtt., t. III, pág. 246, nota 1). Las escrituras de 1237, 1242 y 1246 fueron publicadas fragmentariamente, y según una copia moderna, por Narciso Hergueta (En: Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, 8.» época, 10 (1904), 178-179; cita en pág. 179 el «códice del Illmo P. Min- guella»). Don Ramón Menéndez Pidal volvió a publicarlas bajo los núms. 91, 94 y 95 en los Documentos lingüísticos de España, tomo I (y único. Madrid, Centro de Estudios Históricos, 1919), págs. 130-132, 135-136, y 186; agrega un nuevo docu­ mento, el núm. 87 (pág. 186), procedente del Archivo de la Catedral de Calahorra, de 1228: los archivos de la Rioja fueron explorados, para esta colecrión, por Na­ varro Tomás en 1912. (Cf. la noticia de Simón Díaz, según la cual Menéndez Pidal «Reproduce íntegramente los tres documentos publicados de manera fragmentaria por Hergueta», olvidando el cuarto, que es el único que la erudición moderna ha podido agregar: véase Sister Teresa Clare Goode: op. eit., pág. 4). Hay ahora nueva edición por el P. Joaquín Peña de San José: Documentos de S. Millán de la CogoUa en los que figura Don Oonzalo de Berceo (En; Berceo, 14 (1959), 79-93). Divrsas perspectivas ofrecen los trabajos de B. Dutton, a más de! ya citado sobre «The profession of Gonzalo de Berceo»: «¿Ha estado Gonzalo de Berceo en Silos?» (En: Berceo, 16 (1961), 111-114), y «Gonzalo de Berceo: unos datos biográficos» (En : Actas del Primer Congreso Internacional de Hispanistas, Ofxord, The Dolphin Book Co. IJtd., 1964). Berceo antes de 1780 817

Santo Domingo de Silos conserva sus Memorias para la historia de San Millán (58), datadas en 1775, donde aparecen dos noticias relativas a Berceo.

1775. La primera parte de El poeta filósofo, de Trigueros, apa­ reció anónimamente de 1774 a 1777. En el primer cuaderno, Tri­ gueros equipara su verso al pentámetro latino y lo considera como una novedad introducida por él; entre los comentarios que esta declaración suscitó (véase nuestro núm. 72) se destaca una carta de Pérez Bayer recordando el uso antiguo de este metro. En el mismo tercer cuaderno, de 1775 (70), en que se publica la carta de Pérez Bayer aparece la réplica de Trigueros manifestando que si bien obtuvo su pentámetro tratando de imitar el de Horacio, sabía de su antigua existencia en español y de su uso moderno en francés e italiano ; da ejemplos españoles antiguos y se extiende sobre Berceo, fluctuando (como los editores del Parnaso Español) entre la terminante afirmación de Vergara y el prestigio de Nico­ lás Antonio y lo difundido de su noticia tocante al tiempo en que vivió el poeta, y aun dudando si lo manifestado por Vergara no sería yerro de impresión por 1111.

Entre 1775 y 1779, Rafael Floranes se hace eco, en su Vida literaria... de... Pero López de Ayala (65) de las Memorias de Sarmiento y de su aplicación a Berceo del título de «Ennio de los españoles».

1776. En la Advertencia que precede a su Poema X, La Refle­ xión (71), Trigueros depone toda duda sobre la época de Berceo, también gracias a la lectiu-a de las Memorias de Sarmiento.

1779. Cerda y Rico escribe a Mayans, el 3 de agosto de este año, anunciándole que, después de editar el Poema del Cid en el tomo primero de su Colección, Sánchez la proseguirá con «el Monje Berceo» y otros poetas (84).

1779. En el primer tomo de su Colección (88) Sánchez anun­ cia, en efecto, la inmediata edición de «las poesías de Don Gton- zalo de Berceo», y consagra muchos párrafos de sus notas al proemio de Santillana a discutir varias afirmaciones de Sarmiento relativas al poeta: sobre la voz paladino (núms. 178-176) ; que Berceo no fue monje (187-188); acerca de su métrica (195-197); que el gallego no fue la lengua potéica primitiva de España (272 818 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos

y 277); compara también la antigüedad de Berceo con la de Al­ fonso el Sabio y la del Poema del Cid, y usa su texto para co­ mentar palabras y frases antiguas.

1779. Floranes —apoyado en las Memorias de Sarmiento— trata de Berceo en sus observaciones al t. I de la Colección de Sán­ chez (64).

1780. El P. Andrés Merino de Jesucristo, en su Escuela pa- leográfica (73) reproduce la cita de la Paleografía española de Burriel, criticando sin embargo la elección de un texto de Berceo, puesto que las coplas de un tardío romance sobre el Cid, dice, «son anteriores al Rey D. Alonso [el Sabio] más de cien años». No debemos reír demasiado alto de este procedimiento de crítica his- tóricoliteraria, en un todo semejante al que vienen empleando, de Milá hasta hoy, las mayores autoridades sobre el Romancero al clasificar y fechar los romances más por su asunto que por su antigüedad real.

1780. Gayoso emprende, en el núm. 74, y un poco a destiempo, la demolición del Arte del romance del P. Benito de San Pedro, señalando sobre todo sus yerros al citar y comentar un trozo de Berceo.

Como puede verse, manejan casi exclusivamente a Berceo, du­ rante siglo y medio, los historiadores, y en especial los historia­ dores de la Iglesia de España. Hay que llegar a mediados de la centuria siguiente, con Velázquez y Sarmiento, para ver a Berceo instalarse —con mayor o menor aprecio de su calidad literaria— en la historia de la poesía española. Paleógrafos, preceptistas y gramáticos reemplazan ahora a los hagiógrafos; y con este cam­ bio de auditorio, el valor testimonial del poeta va pasando de lo histórico a lo puramente lingüístico. La querella de los falsos cro­ nicones flota todavía en el aire (y no deja de ser sintomático que esta mengua de crédito sea contemporánea de un pastiche no des­ interesado) ; y sólo con Sarmiento se vuelve a dar a los textos de Berceo un valor de fuente histórica indirecta que ya no perderán. Como no podía dejar de suceder —la obra del poeta se con­ servaba, casi sin excepción, en los archivos de la Orden— dvu-ante un largo período a Berceo lo conocen y citan exclusivamente los benedictinos, y, de manera más localizada, los benedictinos de Berceo antes de 1780 819 la Rioja'. En este último período se multiplican los manuscritos del poeta, y los viejos códices se siguen cargando de rúbricas que facilitan su consulta, de anotaciones y de esclarecimientos. Reli­ giosos de otros institutos (Burriel, Flórez, Sánchez) toman el re­ levo de los benedictinos. Trataremos ahora de ordenar, siquiera sumariamente, los da­ tos que estos autores nos proporcionan sobre Berceo. a) Su nombre.—Hurtado de Mendoza que consigna, en nota marginal, el nombre de «aquel gracioso valenciano» Ausias March, designa a Berceo por una perífrasis. Sandoval lo llama «Don Gon­ zalo» sin más; Ariz aporta su perturbador «Megía» que, por en­ cima del mismo Sandoval («Gonzalo de Berceo») reaparece en Ye- pes y su copista Heredia ; Antonio recoge con un interrogante esta denominación, y Mabillon la descarta del todo. «Gonzalo» a secas reaparece en Martínez, Bivar, Anguiano y Miravel (que procede de Bivar que procede de Martín Martínez). El resto de los que lo mencionan lo llaman como lo llamamos hoy, «Gk»nzalo de Ber­ ceo» (a veces «Vereco» y, con errata, «Vereo») o —como Luzán— antonomásticamente «Berceo». b) Su estado.—El «maestro» de Sandoval perdura en Sando­ val mismo, Gaspar Ruiz, Martínez, Bivar (en español en medio del texto latino), Gómez, Castro y Anguiano. Tal es el título que el poeta se da a sí mismo (Milagros, 2a), y es, según Sánchez, «título que le correspondería por su sabiduría, y porque se ocu­ paría en la enseñanza de los fieles (II: vii). Menéndez y Pelayo ve en esta calificación su dignidad de «maestro en poesía» (Anto­ loga, II: xxxii). La voz ha sido aclarada por Solalinde: «no debe querer decir más que confesor, como lo atestigua el verso 492a

9 Muñoz y Romero, en su Diccionario hihliográfico-histórico, cita a Sandoval y Mecolaeta, y a Ambrosio Gómez, Juan de Castro, y Vergara j a los primeros en el artículo «San Millán de la CogoUa», provincia de León, pág. 282; y a los tres últimos en el artículo «Silos (Monasterio de), en la provincia de Burgos, pág. 2*9; omito solamente, por no ser benedictino, a Lupián Zapata, huésped temporal de Silos. La disposición de Muñoz y Romero es temática, pero otros repertorios regionales agru­ pan a nuestros autores de manera similar: Martínez Añíbarro incluye al P. Flórez —que tampoco fue benedictino—, a Ambrosio Gómez de Salazar y a Grimaldo o Grimoaldo (que, por considerarse contemporáneo de Berceo, ha cambiado a veces de siglo, como en Rodríguez de Castro, adelantándose hasta el decimotercero). La Memoria de los varones ilustres de la Rioja..., de Francisco Javier Gómez (Logroño, impr. del autor, 1884) incluye a Anguiano, Argaiz y Martín Martínez junto al projáo Berceo y a San Millán. 820 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos

de los Milagros y el documento de Garci Gil», en el que Berceo aparece calificado de «maestro de confesión» ^''. Berceo es «monje» para Sandoval —que también lo llama «teó­ logo y poeta», como Castro— y para quienes lo siguen; otros autores (Salazar y Castro, Terreras, etc.) le dan el tratamiento correspondiente de «fray». Lo común es adscribirlo al monaste­ rio de San Millán (Sandoval, Argáiz, Antonio, Vergara, Sarmiento, Velázquez); «doméstico», y «de nuestra casa» lo llama Mecolaeta. Gómez sabe, por el San Millán, que se crió en el convento de Suso. Parece desentonar Ferreras, que lo llama «del mismo mo­ nasterio» de Santo Domingo (esto es, en principio, San Sebastián de Silos); según Dom Férotin, Ferreras lo confunde con Grimaldo (o. c, pág. 289, nota 3) : no señala que en otro lugar, Ferreras lo dice monje de San Millán, donde Santo Domingo se ordenó («Vino a San Millán, logar bien ordenado, / Demandó la Mongia, dierongela de grado», 83bc) y donde Berceo convivió con él se­ gún Ambrosio Gtómez. Gayoso también lo llama «monge de Silos». Martínez y Anguiano lo dicen presbítero, esto es, 'acerdote, orde­ nado de misa'. Sarmiento señala que, sobre vestir la cogulla, «a lo menos consta que llegó a ser Diácono», afirmación que hereda Floranes. Sánchez muestra que, sobre diácono, fue en realidad pres­ bítero, como se desprende de la copla 208 del Duelo (Colección, I: 121, y II: vii), y destruye del todo la leyenda de su monacato *\

c) Su patria.—Montano y Sandoval son los primeros en ape­ llidar «Berceo» al poeta; Gaspar Buiz el primero en localizarlo con certeza, seguido de Gómez y de Argaiz; los que vienen des­ pués usan el topónimo como apelativo.

d) Su tiempo.—Para algunas autoridades (Hurtado, Ariz, Ta- mayo) Berceo es simplemente «antiguo». Sandoval lo hace con­ temporáneo de Alfonso VI y dice que conoció a los que se hallaron en la translación de San Vicente y sus hermanas. La antigüedad

10 Prólogo a su edición de los Milagros, pág. z (nota 8 de pig. ix); compárese, sin embargo, C

i* Todavía Juan Francisco de Masdeu, en el tomo XIII (España árabe, libro II) de su Hittoria crítica de España, y de la cultura española. Obra compuesta en Uu dos lenguas italiana y castellana... (Madrid, en la imprenta de Sancha), es decir, en 1794, al tratar del Siglo onceno, se ve obligado a especificar que cGundisalvo, natural de Berceo, Monge de San Millán, autor de varias vidas de Santos en verso castellano, tampoco puede pertenecer á esta época, aunque asi lo afirme Don Nicolás Antonio en virtud de relación habida del Monasterio; porque nuestra lengua, en el año que nombran, de mil ochenta, no estaba todavia formaida.x (p&g. IW).

10 822 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos

pero no nombra para nada a Berceo ^^. ¿Por qué esta diferencia de actitud frente a dos obras de un mismo autor, ya que ni Yapes ni Argaiz sienten empacho en citar a Berceo a propósito de Santo Domingo de Silos? Porque para todos ellos Berceo es contempo­ ráneo de este Santo, y cuanto dice de él está abonado por haber sido testigo presencial de su actividad, o procede del testimonio inmediato de los contemporáneos del santo. Su Vida de Santo Domingo de Silos es, por tanto, un documento histórico (y hasta se lo fuerza, a veces, a serlo, con ligeros retoques de su texto); su Vida de San Millán y la de Santa Oria, en cambio, no son más que traducciones: inútil tomarlas en consideración —teniendo en cuenta, además, su forma y estilo envejecidos y risibles— cuando se posee el testimonio de San Braulio y el de Muño, en aceptables latines, y de probada antigüedad. e) Documentos sobre Berceo.—Vergara citó, sin precisarlo, el auxilio del Archivo de San Millán para datar al poeta. Sarmiento da, gracias al P. Mecolaeta, noticia de siete escrituras que Berceo firma o confirma. Sánchez alude a las noticias verbales de escri­ turas de San Millán que debe a Ibarreta, y restituirá a Fr. Plá­ cido Romero el mérito de haber notado «que en las escrituras de aquel monasterio Don Gonzalo no firmaba entre los Monges, sino entre los Clérigos» ^*. f) Sus obras,—Contrariamente a nuestro sentir actual, según el cual Berceo es ante todo (y hasta únicamente) el autor de los Milagros —o, más exactamente aún, el autor de la Introducción de los Milagros de Nuestra Señora—, Don Gonzalo debe su noto­ riedad, durante mucho tiempo, casi exclusivamente a la Vida de Santo Domingo, cuyas fuentes latinas eran sin embargo conocidas: incluso Tamayo Salazar, editor de Grimaldo, afirma que Berceo tradujlo su Santo Domingo del latín ^''.

13 Dom Diego Martínez de Cisneros, O. S. B.: Anti-Ferreras, desagravios de Fernán González..., Madrid, en la of. de L. F. Mojados, 1724. 1* Véase la nota 8. Ciertas precisiones aportará todavía Fr. Plácido Romero: establece, por ejemplo —en su aporte al tomo III de la Colección de Sánchez, págs. xlii-xlix—, que el rey Don Fernando citado en la copla 869 de los Milagros es San Fernando, llevando la redacción del Milagro XXV más allá de 1252. (Lo que no contradice la identificación del Don Tello de la copla 325, anterior a VOS; no es éste el lugar de estudiar la figura de este Obispo, tratada en un par de estu­ dios magistrales). is De las fuentes de esta obra trata largamente Fitz-Gerald en su edición crí­ tica del poema (págs. xl-lx, cap. VI, «Sources de Berceo»); cita la frase de Vergara, parágrafo 5, y el pasaje en que Sánchez lamenta que Vergara no haya sido más explícito CColección, II: xx). Berceo antes de 1780 823

Sandoval menciona el San Millán y los Votos, con «otras cosas de nuestra fe» que no especifica, pero Martínez es el primero en citar algunos versos de este poema. Descontando la prosificación de su epitafio por Sandoval y Amiax, Anguiano es el primero en mencionar la Vida de Santa Oria, porque la cita de Bivar (pág. 565) no parece aludir a la Vida en romance, sino a la composición latina de Muño. El Marqués de Mondéjar, por último, tríinscribe el co­ mienzo del Sacrificio de la Misa sin relacionarlo con nuestro autor; ya Velázquez afirma que «Entre los Mss. de la Real Bibliotheca de Madrid hai otras Poesías suyas sobre el Sacrificio de la Missa». Todas las demás obras de Berceo (con excepción del Martirio de San Lorenzo), y alguna de ellas no muy cabalmente, las inventa­ riará el P. Sarmiento. Martínez es el primero en aponer la Vida de San Millán y el relato de la batalla de Simancas, sin que se pueda decir que las crea obras distintas. Lo copia Bivar; a Bivar lo leyó Nicolás An­ tonio, que hace del relato de la batalla un poema autónomo ; y quien confeccionó el índice de su Bibliotheca sacó de allí un apó­ crifo de segundo grado, el De promovenda pietate. Algo de esta autonomía de los Votos (para no nombrar a Perreras, que copia a Antonio, ni a Miravel, que sigue a Bivar) se perpetúa en Sar­ miento, que los llama «otro como poema aparte». Sánchez, en­ mendando los errores de Nicolás Antonio, dice con razón que «todo esto no es mas que una continuación de la vida y milagros del Santo» (Colección, II: xviii; si bien es cierto que «Berceo no escribió un poema sobre esta batalla, sino sobre los votos que los Castellanos hicieron al Santo...», su crítica de Martínez es quizá demasiado severa). Nicolás Antonio, leyendo mal de la translación de los márti­ res de Avila, produce que Berceo escribió una vida de San Vicente Levita; lo siguen Perreras y Velázquez. Sarmiento señala que la cuarteta que Nicolás Antonio cita como última de ese poema es la copla final del San Millán, y Sánchez completa el esclarecimiento añadiendo que el verso que Antonio pretende ser el inicial de la vida de San Vicente «el es primer verso de la copla 129. del Sa­ crificio de la Misa.» No es raro que Ferreras herede los dos poe­ mas hechizos de Nicolás Antonio ; sí es algo más extraño que Ve­ lázquez los consigne y dé al tiempo noticia del manuscrito del Sacrificio que se encuentra en la Biblioteca Real; en todo caso, la lista aberrante de Velázquez muestra que no conoció ningún manuscrito de las Memorias de Sarmiento. 824 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos

Queda aún la noticia de Gómez: que Berceo compuso una vida de San Félix, maestro de San Millán: sale —como el informe si­ milar de Argaiz, que dice que Berceo escribió la translación de San Félix— de una confusión entre Berceo y su pseudocontem- poráneo Grimaldo, engendrada por Gaspar Ruiz. Pero los tres ver­ sos que da Gómez como pertenecientes a esta vida son los versos a-c de la estrofa 59 del Santo Domingo, tales como los trae Ruiz (que, sin embargo, los cita como pertenecientes a este poema). Resta aún el problema de una obra al parecer perdida, de la que da cuenta el P. Justo Pérez de Urbel al transcribir una nota que se encuentra en uno de los manuscritos de la Vida de San MiUán procedentes del Archivo de Valladolid, nota posterior, como puede verse, a la edición de Vergara:

«Demás de estas obras escribió Berceo la vida de Santo Do­ mingo de Silos, ya impresa, y la historia de la traslación de Santa Sabina, Christeta y Vicente, que se entregó al monasterio de Ar- lanza, donde se puede buscar...» (BHi, 32 (1930), 15).

Relaciona el P. Pérez de Urbel esta nota con la Vida de San Vi­ cente mencionada por Nicolás Antonio y desechada por el P. Sar­ miento ; admite que pueda tratarse de las estrofas 262-276 del Santo Domingo, que tanta difusión tuvieron; pero cree que la corta extensión de este fragmento no permite considerarlo como parte desmembrable de un códice, y agrega que «Además, según parece en el siglo xviii, sólo en Arlanza podía encontrarse ese poemía [sic]». Examinando los testimonios que poseemos sobre esta cuestión, conocemos: 1) la nota publicada por el P. Pérez de Urbel. Se encuentra efectivamente al final del San Millán, en el folio 172 de una de las dos copias de este poema procedentes de Valladolid y conser­ vadas en Silos, y puede leérsela en nuestro núm. 46: continúa citando la Vida de Santa Oria y el Duelo. Se trata, pues, de un recuento de la producción de Berceo e indicaría que el San MiUán iba precedido de otras copias de obras del poeta («Demás destas obras, escriuio...»). 2) el ladillo pegado al vuelto de ese folio 172: «Parece, que en... Sylos está la vida de Sto. Domingo, y en Arlanza la Tras­ lación délos Martyres Vicente, Sabina, Christetes, y otros... y acaso en alguno de aquellos quadernos iria alguna cosa (si le faltare) del Martyrio de S' Lorenzo.» 8) la nota de la mano B en el Ms. 18 de Silos: «Traslación Berceo antes de 1780 825 de los mártires de Arlanza no se ha publicado aun según una nota que existe en el Archivo de Silos parece que dicha obra exis­ tió inserta en uno délos dos tomos de dichas obras que existían en S. Millan [¿y?] se arracó juntamente con la vida de Sto. Do­ mingo de Silos la cual vino al Archivo de Silos y sirvió a Vergara para su publicación, al paso que la otra se trajo al Archivo de Arlanza. Donde haya ido a pasar hoy dia? no se sabe...» (cf. nues­ tro núm. 52). El orden cronológico de estos tres testimonios parece ser el mismo que les hemos dado (1, 2 y 8). La primera nota, induda­ blemente la más antigua, enumera verosímilmente las obras de Berceo difundidas fuera del archivo de San Millán, donde forzo­ samente hubo de hacerse la copia: el Santo Domingo, ya impreso, y «la historia de la traslación de Santa Sabina, Christeta y Vi­ cente, que se entregó al monasterio de Arlanza», sin especificar su extensión. La nota 2 se basa en la anterior, o en una infor­ mación semejante, sin arriesgar una afirmación categórica: «Pa­ rece que... en Arlanza [está] la Traslación délos Martyres Vicente, Sabina, Christetes, y otros...i^, y a este aumento de contenido se agrega la mención de «aquellos quadernos», que puede referirse a los varios que debían formar el Santo Domingo, o a los que formaban ambos envíos; vaguedad, por lo demás, conforme con toda la información de la nota: «parece», «y otros» (¿qué otros ?), «alguna cosa (si le faltare) del Martyrio de S" Lorenzo». Lo me­ nos que puede decirse de quien la redactó es que no estaba muy al cabo de la materia tratada, en cuanto no sabía siquiera si el Martirio de San Lorenzo estaba entero o no. La tercera nota con­ vierte en certeza la sospecha de la segunda: la «Traslación... pe­ rece que... existió inserta en uno délos dos tomos de dichas obras que existían en S. Millán,... se arrancó juntamente con la vida de Sto. Domingo de Silos ...y... se trajo al Archivo de Arlanza». Podemos ir viendo cómo, después de 1786, el ectoplasma de un poema va ganando en densidad: de un «se entregó» (por copia separada, quizás, y al lado de otra obra «ya impresa», se cita entre lo que «escribió Berceo», y sin alusión alguna al desgaja- mientó de un códice para ninguna de las dos noticias) vamos a un «Parece... que según la cuenta llevaron originales délas obras del Poeta de Vereco», que —tras un nuevo «parece»— nos lleva al tajante «se arrancó» que provoca en el P. Pérez de Urbel la imagen de un poema abultando lo suficiente para ser parte des- membrable de un manuscrito. Que todo esto pudo no ser como 826 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos las tres noticias lo van gestando, lo demuestra quizás el catálogo de obras de Berceo conservado en el ms. 13.149 de la Biblioteca Nacional de Madrid. Fechado en 1752, este «Catálogo de las obras poéticas de D. Gonzalo de Berceo que se conservan en el Archivo de San Millan» (cf. nuestro núm. 55) consigna:

Del Sacrificio de la S. Missa de las señales previas al Juicio del duelo de la Virgen laudes de Cristo Glosa del Veni Creator y del Christe qui luz Milagros de la Virgen Vida de Sta Auria u Oria Vida de S. MiUán Votos de Castilla a S. Millán Pasión de S. Lorenzo = falta el fin Vida de S. Domingo de Silos = Llevóse a su Monst".

Sabemos por otra parte (véase nuestro núm. 52), gracias al P. Me- colaeta, que los dos manuscritos antiguos de obras de Berceo con­ servados en San Millán, uno en cuarto y otro algo más moderno en folio, no coincidían «en el orden de poner los tratados» ; y po­ seemos además, gracias a esa misma fuente, el contenido bastante detallado del tomo en folio, lo que nos permite afirmar que el catálogo de 1752 (con la misma exactitud relativa que el informe de Mecolaeta) se basa en el manuscrito en folio, afirmación corro­ borada por la nota final indicando en ambas descripciones la au­ sencia del Santo Domingo llevado a Silos. Mecolaeta agrega aún :

Itt" falta en deho tomo la traslación / [v°] de los mártires de Arlanza, que se llebó a aquel Monasterio, hasta aqui la nota.

A pesar de algún lapsus (los «laudes de Cristo» deben ser los «Loores de Nuestra Señora» ; falta el Ave Maris Stella entre el Veni Creator y el Christe qui lux es), el catálogo de 1752, más cuidado que la noticia de Mecolaeta si menos rico en citas, refleja también el contenido del manuscrito en cuarto, o, por lo menos, un cierto avance en el estudio del poeta: llama a la pieza inicial, correctamente, «Del Sacrificio de la Misa» —en el códice en folio falta el comienzo, y por consiguiente el título, y Mecolaeta se reduce a decirnos que «parece, q su asumpto se reduce á una ex­ posición de los Misterios de la Misa»—, y consigna el San Lorenzo que falta en la noticia de Mecolaeta. Este catálogo de 1752, el Berceo antes de 1780 827 más completo de los que detallan la producción de Berceo (olvida solamente uno de los tres himnos), no menciona para nada la «Tras­ lación de los Mártires de Arlanza» ni indica mutilación alguna salvo el desgajamiento del Santo Domingo (reconozcamos, de paso, que la posición del San Lorenzo permitiría aceptar la suposición de la segunda nota del San Millán de Valladolid: quizás al arran­ car el último poema, el cuaderno precedente quedase mutilado y pudieran perderse algunas de sus hojas). Resumiendo, la existencia de un poema completo sobre la trans­ lación de los mártires de Arlanza no parece tener una hase muy consistente. Su impacto sobre investigadores de hoy reposa sobre el malentendido fundamental por el que consideramos a Berceo idéntico a sí mismo a lo largo de la historia literaria. Al hablar de la translación, pensamos «poema» donde los eruditos del si­ glo XVIII pensaron «documento», y exigimos un «cuerpo desgaja- ble» en lugar de lo que la generalidad de nuestras autoridades ofrecieron a sus lectores : un testimonio, apoyado todo lo más en una decena y media de coplas que se siguen (o que se mondan si algunos de sus detalles no vienen totalmente al caso). Así con­ siderado, puede creerse que el traslado de los mártires se envió a Arlanza, donde la glorificación de uno de sus santos abades y la certificación de poseer las ricas reliquias consignadas en un pasaje del Santo Domingo tenían más importancia que un largo poema que diluyese en formas arcaicas (y por ello riesgosamente risibles) la translación de los tres santos hermanos «y de otros». Máxime cuando sabemos, por el testimonio de Yepes, que San Pedro de Arlanza no disponía de testimonios semejantes: «Para saber la certidumbre de la reuelacion que tuuo San Garcia fuera de la tradicon [sic'], y pinturas y memorias que ay en san Pe­ dro de Arlanza, me he querido esta vez aprovechar de vna his­ toria de santo Domingo de Silos...» y cita dos coplas de «Megía». Y quizás de aquí haya partido la solicitación de poseer la trasla­ ción de los Santos, que motivó el envío del texto de Berceo. g) Textos de Berceo citados.—Se ha dado en el texto, en cada caso, la lista de las coplas citadas por cada autoridad; las citas han procurado reproducir lo más escrupulosamente posible las lec­ ciones del original, sin intentar la más mínima corrección, a fin de que puedan ser útiles a los estudiosos que por ellas se interesen. Los textos citados se resumen así: Santo Domingo: coplas 1, 2, 8, 4b, 7, 8ab, 59, 108-109, 124-125, 180, 182-185, 187-189-199c-200ab, 218- 214, 220-22, 260od-277, 819a, 822, 825, 826d, 874, 877-886, 402a, 828 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos

420, 447b, 483-484, 496cd, 565-567, 581a, 667-674, 786b, 754-755, 757, 775b, 777.—Ftda de Santa Oria: 1, 2ab, 17, 20-21, 146, 148ab, 178-179, 204-205, Epitafio (prosificado, o dispuesto en versos).— San Millán: 1, 363ab-364c, 426-481, 4,89.—Sacrificio: 1-5, 129a, 288, 296-297.—Duelo: 1-3.—Signos: 1, 77.—Milagros: 866. Los más repe­ tidos, como se ha podido ver en las páginas que anteceden, son Santo Domingo 1 (declaración inicial), 261-277 (traslación de los mártires a Arlanza, 667-674 (canonización del Santo), y San Millán, 489 (declaración final). Es decir, que lo que más se cita de nuestro poeta se cristaliza en torno de los dos nudos de controversia de la historia religiosa de la Orden : uno, el del monacato de San Millán ; otro, la canonización no canónica de Santo Domingo de Silos, y sub­ sidiariamente lo que tocaba al linaje del Santo; en tercer término viene el comienzo del poema más difundido, como manera de dar a conocer su entrada en materia (así en Tamayo de Salazar y en Ar- gaiz; este último debió tomarlo de Gaspar Ruiz, que lo de como comienzo de una larga cita; así también en Velázquez) y la copla final del poema simétricamente difundido, en la que el «contempo­ ráneo» de Santo Domingo de Silos declina su identidad y condición.

h) Manuscritos.—Las variantes de los textos citados obedecen en general a unas pocas causas principales: la primera, las malas lecturas, seguidas o no de una racionalización parcial del sentido («asmó», que descompone su «m» en «in», «asinó» ; «bien e gent», que se torna «biene gente»); 2.*, el deseo de acercar el texto al lector común —^y a veces al mismo transcriptor— sustituyendo las voces anticuadas por otras más corrientes (tendencia constante de la tradición general manuscrita —-y a veces de la impresa—, bien atestiguada, además, en los propios códices antiguos de Berceo); 3.*, la voluntad de perfeccionar el texto —sustitución de las aso­ nancias, ya sean éstas originales o nacidas de alguna de las circuns­ tancias precedentes, por rimas perfectas, etc.—; 4.*, intención de abreviar lo citado saltando versos o hemistiquios, y ajustando tro­ zos originariamente separados; 5.', la necesidad de alegar autori­ dades que abonen lo que se quiere demostrar. A estos cambios se añaden los descuidos de los copistas y las faltas de impresión, a más de la acción incoercible de la grafía contemporánea sobre los textos antiguos **. Si sólo con exquisitas precauciones puede afirmarse que

1' Algunas de las consecuencias de estas causas han sido estudiadas por W. A. Beardsley (tAssumir or a sumir in Berceo's Sacrificio, quatrain 285?». En : Romanic Beview, 7 (1916), 226-228) y por Charles Carroll Marden (tFijo or futo in Berceo's Vida de Santa Orias. En: Modem Philology, 27 (1930), 441-448). El primer artículo Berceo antet de 1780 829

tal O cual cita procede de un manuscrito perdido o desconocido, pueden formularse, en cambio, algunas consideraciones de cierto interés. Los tres manuscritos antiguos del Santo Domingo (los de las Academias de la Lengua y de la Historia, y el utilizado por Ver- gara) parecen bastar para explicar la transmisión de ese texto (que­ de bien establecido que en esta materia, como en las demás, tie­ nen la última palabra color che sanno); las variantes de Ariz, co­ munes en su mayoría con las de otros textos, no autorizan a pen­ sar que utilizase un códice diferente de los que conocemos hoy (aunque subsiste, eso sí, su anómalo «Megía»). El P. Andrés men­ ciona «una copia del Archivo de San Martín, de la cual... no hay otra noticia» que las que dan Gómez y Tamayo Salazar, que la habrían utilizado (Notable manuscrito..., pág. 189). Tamayo cita la terce­ ra estrofa del poema, que no es de las más conocidas, y menciona un «docto Códice MS. Madridensi», sin más; y Gómez de Salazar, que dice haber leído a Berceo en San Millán, se refiere más de una vez al manuscrito que le enviaron de Silos, sin advertir ninguna que permaneciera éste en Madrid. Por su contenido (Grimaldo, Berceo, Marín) parece similar al manuscrito usado por Vergara, y es muy posible que se trate del mismo «notable manuscrito» ^^. Las dos noticias de mayor interés son Itis que se refieren a una copia moderna de Santa Oria, ejecutada para la Biblioteca Real en tiempos de Perreras (aún no aparecida), y la que hace proceder el códice incompleto del Sacrificio de la Misa de la biblioteca de Ibá- ñez de Segovia ^*. Merecen alguna atención las anotaciones marginales de los ma­ nuscritos más antiguos. Ya vimos que Mecolaeta se servía de una de ellas en su Desagravio, y no faltan las noticias modernas preci­ sas. Fitz-Gerald recoge las de los diferentes manuscritos del Santo Domingo; en su mayoría (págs. 23, 29, 82, 88, 40, 41, 50, 51, 58, estudia un caso de asimilación que opera sobre un copista antiguo; el segundo, la influencia de una grafía del siglo xvm al transcribir un poema medieval. 1^ Puede darse por seguro que el códice usado por Argaiz salió de Sik» y volvió a Silos siguiendo el mismo itinerario que el manuscrito de Gaspar Ruiz, en el que una nota reciente —del período en que los religiosos franceses repoblaron el Monas­ terio— manifiesta: «Ce ms. de l'Histoire de S. Dominique, était au Montserrat vers 1675 entre les mains du «Cronista de la Congregación» le P. Argaiz. (il écrivait alors l'histoire de Montserrat dans ce monastére.) vid. La Perla de Cataluña, p. 227. 439. 441». A lápiz, se agregó: «cf. p. 457». is Solalinde sólo dice de él que estaba en la Biblioteca Real ya en tiempos de Sánchez (cf. su edición del Sacrificio, pág. 14); no parece haber sabido que Veláz- quez y Sarmiento lo citaban ya. Como se dijo, Simón Díaz retrocede algo la noticia de Solalinde, manifestando que «Procede de la biblioteca de Felipe V». 880 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos

62, 67, 69, 71, 76, 79, 86, 92, 95, 114 y 120 de su edición) son meras rúbricas que auxilian la consulta de los códices marcando los pasa­ jes más salientes; pero otras revisten un interés mayor: la de pág. 15 (al verso 84a, «nouel Cauallero») equivoca una lectura para inscribirse en la corriente de exaltación del linaje del Santo: «Ca­ ballero noble es llamado S*" Dom° de este autor». La nota de pág. 20 a la copla 108 se refiere al «yo la vi» que lecturas anteriores habían equivocado en «yo lo vi» (aplicado al Santo, tornado así contem­ poráneo del poeta; o más bien viceversa): «Dice este autor que vio la yglesia de Cañas reparada por St. Dom"». En pág. xvii se registra una anotación cronológica: «Estos versos se escrivieron en la era de mili ciento y Beinte y ocho años, 4 años después de la ca­ nonización de Santo Domingo y alcázo a don Grimaldo é su vida» (véanse los pasajes referentes a Gaspar Ruiz y sus seguidores). La nota de pág. 118, en fin, ilustra un punto de liturgia: la copla 668 cuenta la venida del Cardenal Legado para celebrar un concilio; «Por esta razón» explica la nota «cantan Tibi Laus quando viene [el] captiuo». Pérez de Urbel, sobre lo ya citado, transcribe en su artículo del Bulletin Hispanique algunas anotaciones del ms. Ibarreta (pág. 7), y puntualiza detenidamente las correcciones de una copia de los Loores procedente del Archivo de Valladolid (págs. 10-14). Marden señala las glosas de los manuscritos del San Millán procedentes del mismo Archivo: «Una nota puesta al margen de la primera pági­ na de S [uno de los dos manuscritos vallisoletanos] declara que 'lo rayado significa lo singular de la voz'» {Cuatro poemas..., nota 2 de página 10 ; cf. también pág. 82 y la lámina que la enfrenta, para las anotaciones del otro manuscrito). Marden da también la nota del manuscrito Ibarreta sobre el San Lorenzo, falto de su final «que no se puede suplir por el otro códice» (id., pág. 12 ; también en Pérez de Urbel, pág. 7). En págs. 26-27 copia la enmienda a la co­ pla 59 del Santo Domingo («... San Felices... Que yace en Biliuio») : «Que yacie. Desto se collige que ha mas de 440 años que se escriuió este libro, porque los sobredichos años ha que fue trasladado el cuerpo del glorioso santo Felices y trahido a esta santa casa» ; como San Felices fue trasladado a San Millán en 1090 la anotación pare­ cería ser posterior a 1580 (recuérdese el razonamiento similar de Ruiz perpetuado por Gómez). Otra anotación importante para la cronología del poeta es la que se lee al final del Milagro de Teófilo: «Este Milagro es el ultimo en el otro códice, y assi le viene mejior la ultima copla de arriba [la estrofa 866, que corona toda la obra]» Berceo antes de 1780 831

(Cuatro poemas, pág. 71). Una nota indica que una hoja que falta puede suplirse por el otro códice (Veintitrés milagros, págs. 18 y 17); otra señala que Berceo «Vivia después de San Fernando en León» (id., pág. 18: véase la nota 14, sobre este descubrimiento de Fr. Plácido Romero), Alguna de estas notas parece posterior a la edición de Sánchez: «No falta hoja», en Santa Oria, rectifica la afirmación de ésta en II: 452, entre las coplas 134 y 185 : «Aquí falta una hoja en las copias modernas, porque falta en los códices del monasterio de San Millan.» El manuscrito de la Real Academia lleva más de una veintena de anotaciones no recogidas hoy ; muchas responden al espíritu de las biografías del Santo ; «Testimonium universalis canonizatio- nis S.P.N.Dominici» (véase la constancia con que los hagiógrafos reemplazaban por el asenso universal la falta de documentos refe­ rentes a su canonización, de Gaspar Ruiz al P. Flórez); otras acla­ ran voces en desuso: «calonges: canónigos, monges» (la misma aclaración en Juan de Castro) ; y todas testimonian la asidua aten­ ción con que se leían los viejos manuscritos del poeta, y reflejan al mismo tiempo la marcha de la erudición en el período que venimos estudiando. i) Versificación.—Como lo hace notar Dámaso Alonso, Hurta­ do de Mendoza transforma, con su diferente cuento de las sílabas, el alejandrino de Berceo en un endecasílabo. En efecto, el hiato obligatorio del verso de clerecía no podía sonar normalmente en los oídos de los siglos xvi al xviii. A falta de mejor denominación, se llama a estos alejandrinos peculiares «versos de arte mayor», cuan­ do no se los trata de «endechas dobladas» o «versos paladinos» o, simplemente, «heroicos» ; y a partir de Sarmiento se comienza a proclamar su mayor o menor regularidad. Corresponde a Sánchez (que recoge la denominación de «pentámetros» puesta en circula­ ción por Trigueros) el mérito de haber proclamado la completa re­ gularidad métrica de Berceo ; y tal es, en suma, la opinión de la crítica actual. j) Juicios.—Abre la serie Hurtado de Mendoza con su —según Dámaso Alonso— notable y «cariñosa mención de Berceo», poeta español sin arrebol ni dobleces, que alaba a Dios con amor sincero. Con Sandoval el clima es bien distinto: Berceo debía ser, en su tiempo, señalado en letras, pero Sandoval no parece opinar muy bien de las letras de ese tiempo: el verso es malo, y el poeta, si alcanza a decir lo dicen los documentos que emplea, lo hace tosca- 832 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos

mente. Gaspar Ruiz nos transmite el interés por conocer la obra de Berceo, pero su opinión no es altamente favorable : la mejor cuali­ dad del texto es la devoción, que quizás pueda contener la risa del lector. El Sandoval de 1615 no es mucho más benévolo que el de 1601: Berceo fue muy estimado otrora, y se lo allega por lo que merece su antigüedad; que su verso fuera «el mas heroyco q nues­ tros Castellanos vsauan» significa solamente que es el más largo, sin que sea por ello digno de una particular estima (cf. las ocho coplas del Fernán González que Sandoval cita en págs. 290-291, con la anotación: «Escriuianse antiguamente en estos versos, y otros mas toscos las historias de España»). Yepes es aún más duro: esos ver­ sos barbarísimos —si es que son versos, que cabe dudarlo— consti­ tuyen el estilo más grosero usado en España, y sólo pueden desper­ tar la risa. También para Martínez la obra de Berceo es más verda­ dera que elegante. Bivar (como antes Ariz) transcribe versos de Berceo sin opinar sobre ellos: no los censuran, pero no los alaban. Gómez abunda en la opinión de Sandoval, a quien cita, y en la de Ruiz, a quien no cita: Berceo, sobre piadoso, fue docto, pero su verso es bárbaro para el elegante siglo xvn, incultas las voces del poema (lo asegura varias veces), rudo el estilo del metro, destempla­ dos los versos : eso sí, el valor de su testimonio, en cuanto contem­ poráneo de Santo Domingo de Silos, está —como siempre— fuera de duda; y hay también lugar para la alabanza de aquellos siglos sim­ ples y sin aliño. Tamayo Salazar presenta ejemplos de este metro pío y corrupto para horripilación de sus lectores: harto mejor hi­ ciera en espulgarse los solecismos. Saltando los autores que hasta 1780 se sirven del testimonio his­ tórico de Berceo sin juzgarlo estéticamente ni bueno ni malo, un cambio neto en la apreciación del poeta comienza en el último ter­ cio del siglo XVII: Argaiz, Castro, Vergara, lo encuentran gustoso, salado, sazonado, chistoso, tan digno de transcribirse como de re­ tomarse en la prosa. Miravel —que quizás no sabía lo que quería decir, a juzgar por el resto de su prosa— llega a llamarlo «insigne poeta». Velázquez, inflamado por la pintura de los siglos oscuros, poco propicios al estudio, se deja engañar por el «ca non so tan letra­ do» : y es la primera vez que se oye este reproche, que repetirán ad naíiseam ciertos críticos del siglo xix. Quizás Berceo no fuera capaz de metrificar en latín (Pérez de Urbel y otros opinan lo con­ trario, y le prohijan algunas composiciones latinas que se copian en los viejos manuscritos) y, de ser esto cierto, ninguna falta hacía: Berceo antes de 1780 833 más que bastante hay con lo que nos dejó en castellano. Lo que es seguro es que sus críticos, obnubilados por el «no soy tan», sólo han reparado en el valor negativo de la frase sin querer advertir su contraparte positiva: el «no soy tan letrado como para...» supone un «pero sí soy asaz letrado como para dar esto que doy», clara­ mente implícito en la estrofa, que se corona además con ese «bien valdrá un vaso de buen vino», la expresión risueña del legítimo orguUo que experimenta el artesano consciente de lo que hace. En suma, que estamos ya —y es extraño que no se haya reparado en ello— en el mismo clima socarrón del Arcipreste, que se procla­ ma escolar muy rudo y no sabedor para citar a Aristóteles. Todas las autoridades de la segunda parte del siglo xviii con­ fieren a Berceo un lugar incontestable en la historia de la poesía castellana: lugar quizás más incontestable cronológicamente que poéticamente. Pero si hay reparos de orden estético, quedan sin formular. Y Sarmiento y Sánchez inauguran la apreciación cabal del poeta. Sarmiento sabe que para imprimir sus poesías (ya Castro y Ruiz sostenían que Berceo debía imprimirse) hace falta un mece­ nas y no un librero, ya que «no tendrían pronto despacho, por no ser acomodadas al gusto, y moda de estos tiempos». Pero la falta de aprobación del común se compensaría por la estima de los aficio­ nados a las antigüedades. Magro aprecio parecería, si no se lo com­ pletara por la comparación entre Mena y Berceo, con todas las ventajas para éste: «las famosas trescientas octavas» son también, como las obras de Berceo, de «metaphórico [voz que no parece laudatoria, en el siglo de Luzán y de la liquidación del barroco] y antiquado estilo». Berceo, si comparte las desventajas de un perío­ do poco conforme con el gusto actual, no desmerece frente a poetas que le son muy posteriores; además, es más numeroso, en los dos sentidos del vocablo: «que si sus poesías se redujleran a octavas, subirían á mas de mil y quinientas ; y que su estilo es mas antiqua­ do, mas puro, y mas sencillo [que el de Mena], presciendiendo de lo sagrado de sus asuntos». No es poca prebenda que lo llamen a uno el Ennio de España. Sánchez va todavía más allá. No le pidamos que sea nuestro contemporáneo —^bástenos con que sea nuestro maestro—. Los ad­ versarios de Berceo desfilarán uno por uno en el tomo II de su Co­ lección; y ya en el primero, el mismo P. Sarmiento —Sánchez no pierde ocasión de ajustarle las cuentecillas— recibe su varazo: si halló en Berceo versos de doce a dieciséis sílabas, «pudo haberlos 834 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos

hallado hasta de 18. como se verá después. Cosa que desacredita á un tan famoso poeta como Berceo, que compuso todas sus obras de versos no solamente armoniosos, sino de numero determinado de pies, y aun de silabas» (pág. 125); Sánchez vuelve por «el deco­ ro de este poeta» (pág. 129), que es el «poeta acaso el mas famoso de su tiempo» (118-119), y comienza así, por encima de algunas voces aisladas del siglo siguiente (y algunas del nuestro) el predica­ mento de Berceo, que continuará acrecentándose hasta hoy. i Cabe todavía intentar un resumen de este resumen ? En la crí­ tica antigua de Berceo hay un primer momento de utilización his­ tórica asidua y de escasa estimación artística: Sandoval, Yepes (cuya influencia traspasa las fronteras), Martínez, Gtómez, Tamayo de Salazar. En un segundo tiempo, los eruditos que lo leyeron con detención —Argaiz, Castro— conceden ya al poeta méritos de poe­ ta. El segundo cuarto del siglo xviii aporta los primeros datos his­ tóricos y literarios seguros sobre Berceo, gracias a la obra de los benedictinos de San Martín y Montserrate de Madrid, vinculados a los de San Millán y de Silos: Vergara, Mecolaeta, Sarmiento ^'; el nombre de Berceo suena ya por el extranjero, en traducciones de obras españolas, y los escritores eclesiásticos van siendo allí reem­ plazados por gaceteros y por relatos de viajeros interesados por las letras de España. Lo poco que queda por aclarar y corregir sobre Berceo lo proporcionan, en la segunda mitad del siglo, Ibarreta, Plácido Romero y Sánchez, que acarrea todas las noticias definiti­ vas y nos da la única edición conjunta del poeta que sea digna de tenerse en cuenta, cuyos méritos —a pesar de lo afirmado en con­ tra por algunos eruditos modernos— se va aquilatando con el tiem­ po. La mención de Berceo se torna desde entonces obligada para cuantos traten de la historia de la poesía castellana. ¿Qué conclusión última puede sacarse de este estudio sobre «Berceo in Spanish criticism before 1780» ? La paradójica conclu­ sión de que antes de 1780, en 1779, y con la sola excepción de sus relaciones con el Aleccandre (citado por Sánchez cuando sólo

1* El prestigio cultural de San Martín de Madrid suena en Gayoso, nuestro n." 74. De la casa y de su relación con la de Valladolid hablan Dom García M. Co­ lombas y Dom Mateo M. Gost: «... la casa de San Martín de Madrid, dada su si­ tuación privilegiada, se convirtió en residencia habitual del abad general de los benedictinos vallisoletanos; y al monasterio de San Martín fue trasladado asimismo el archivo en 1735. Desplazamiento infausto. En 1809, víctima, con el monasterio, de los tiempos revueltos que corrían, el archivo de la Congregación desaparecía casi completamente» (Estudios sobre el primer siglo de San Benito de VáUadolid. Mont­ serrat, 1951 (Scripta et documenta, 8). Berceo antes de 1780 835 conocía, a través de Bivar, un fragmento de esta obra), ya se había publicado cuanto se sabía de Berceo. Y la no menos sor­ prendente consecuencia de que lo que se sabía de Berceo en 1779 es exactamente lo que sabemos hoy sobre él, a casi doscientos años de iniciarse la publicación de Don Tomás Antonio Sánchez, bene­ mérito bibliotecario de Su Majestad.

ENSAYO DE UNA SISTEMATIZACIÓN TIPOLÓGICA DE LA CERÁMICA DE NECRÓPOLIS DE ÉPOCA VISIGODA *

POR RICARDO IZQUIERDO BENITO

Basándonos en las descripciones, a veces complementadas con dibujos y fotografías, que sobre algunas piezas de cerámica en­ contradas en varios enterramientos de época visigoda, se han pu­ blicado hasta ahora, intentamos establecer —con todas las difi­ cultades que se derivan al no poder contactar directamente con las piezas— un estudio tipológico de las mismas, referente a sus tipos de barro, decoración y formas. Los aspectos relativos a la dispersión geográfica, a la cronología y a la problemática de la terminología a emplear —desde el punto de vista artístico y arqueo­ lógico—, al referirnos al período de dominio político de los visi­ godos en la Península Ibérica, ya han sido abordados anterior­ mente por nosotros en un estudio acerca de un lote de 87 piezas de cerámica de esta época, pertenecientes a los fondos del Museo Arqueológico Nacional, que también quedan incluidos entre los ejemplares seleccionados para elaborar el presente trabajo **. Bajo la denominación de «cerámica de necrópolis de época vi­ sigoda», incluimos la serie de piezas de cerámica, de formas va­ riadas, que se han encontrado en el interior de algunas tumbas de esa época, colocadas con algún sentido ritual, al lado derecho de la cabeza del esqueleto. Normalmente, cada enterramiento so­ lamente contiene un ejemplar.

* Este estudio corresponde a la primera parte de nuestra Memoria de licencia­ tura, que, bajo la dirección de don Martín Almagro Basch, fue presentada en la Universidad Complutense, de Madrid, en abril de 1973, bajo el título La cerámica de necrópolis de época visigoda. La cerámica de necrópolis de época visigoda, inédita, del Museo Arqueológico Nacional. ** Izquierdo Benito, Ricardo: «La cerámica de necrópolis de época visigoda del Museo Arqueológico Nacional», en Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, Ma­ drid, 1977, LXXX, núm. 3, págs. 569-811. Las piezas del Museo Arqueológico Na­ cional, citadas en el presente artículo, corresponden a las estudiadas en el anterior.

Rev. Arvh. Bibl. Mu». Madrid, LXXX (1977), n.« 4, oct.-d¡c. 838 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos

MORFOLOGÍA : TIPOS DE BARBO

Las publicaciones de piezas de cerámica de necrópolis de época visigoda, generalmente no suelen hacer alusión a la calidad del barro de las mismas. A lo sumo, se limitan a indicar el color, sin especificar otras características *. Solamente los autores que publicaron el material de la necró­ polis de Pina de Esgueva (Valladolid), ante la gran cantidad de piezas de cerámica encontradas, hacen un pequeño estudio sobre el barro de las mismas. En cuanto a las piezas de la primera cam­ paña distinguían tres clases de barro ^:

«uno gris negruzco, bien cocido y muy frecuente. Dentro de él otro de j>eor calidad, pero bien cocido ; otro rojo, de peor calidad; y otro amarillo blanquecino, más típicamente bárbaro, pero es­ caso.»

Los hallazgos de la segunda campaña permitían señalar dos tipos ^ : «uno de vasijas negras; otro de vasijas rojas, en las que se puede distinguir desde un barro rojo intenso hasta un amarillo blancuzco. De barro rojo pueden distinguirse dos tipos: uno bien traba­ jado y otro, que por estar poco depurada la j>asta y no ser la cocción {jerfecta, se salta en láminas. Todos ellos llevan mezcla de arena, debido más a la impureza de la pasta, que al empleo de ella como desgrasante. La cocción es generalmente imp)er£ecta.»

Otra necrópolis que ha ofrecido gran cantidad de piezas de cerámica es la de Casa Herrera (Badajoz) ^, en las que se distin­ guen distintas tonalidades en cuanto al color del barro: rojizo, negro, marrón (con distintas gamas) y ocres. En cuanto a los ejemplares del Museo Arqueológico Nacional estudiados anteriormente por nosotros, presentan también distin­ tas coloraciones: negro, ocre, rojizo, gris oscuro, anaranjlado y amarillento.

* Para la ficha bibliográfica completa remitimos a la bibliografía que incluimos al final del artículo. 1 Villanueva, J.; Tovar, A., y Supiot, J.: Op. cit., vol. I, 1932-33, pág. 261. 2 ídem : Op. cit., vol. II, 1933-34, pág. 410. 3 Caballero Zoreda, Luis: «Casa Herrera», 1975. Ensayo de una sistematización tipológica de la... 839

Por todo ello, y de acuerdo con la somera descripción que ha­ cen otros autores de piezas encontradas en diversas necrópolis, po­ demos decir que, en cuanto a la coloración del barro, una vez cocido, predominan las siguientes tonalidades: una rojiza, otra blanquecina amarillenta, otra marrón, otra negra, otra ocre, otra gris y otra anaranjada, presentando cada una de ellas distintos matices. Por lo general, el barro suele ser de regular calidad, bastante mal decantado y la cocción imperfecta.

TIPOS DE DECORACIÓN

De todas las piezas de cerámica de época visigoda publicadas hasta el momento y consultadas por nosotros, aquellas que pre­ sentan algún motivo decorativo, éste suele estar realizado a base de una técnica de incisión, o molduras, salvo unos pocos ejem­ plares que presentan una decoración pintada. Generalmente, las incisiones son poco profundas y el trazo suele ser fino, realizado a peine. El tema decorativo, siempre geomé­ trico, puede extenderse por gran parte de la superficie de la pieza, aunque lo más corriente es que se desarrolle en su parte media o alta. Entre todas las piezas decoradas hemos podido distinguir los siguientes motivos decorativos :

A) Decoración de tipo inciso 1. Incisiones a peine, rectilíneas y horizontales : a) Incisiones finas poco profundas: Se presentan en grupos de cuatro o cinco incisiones, paralelas y muy juntas, y se desarrollan generalmente en la parte media de la panza y en el cuello. Ejemplares con esta técnica se encontraron en Herrera de Duero (Valladolid) *, San Pedro de Alcántara (Mála­ ga) ' y Pina de Esgueva (Valladolid) ^. También dos ejemplares del Museo Arqueológico Nacional presentan este tipo de decoración. —

4 Martín Valls, R.: Op. cit., fig. 28. 5 Hubner, W. : Op. cit., 1965, fig. 4, núm. 4, y fig. 5, núm. 1; Pérez de Ba­ rradas, J. : Op. cit., 1933, lám. XXIV, núm. 6. 6 Villanueva, J.; Tovar, A., y Suiriot, J. : Op. cit., 1982-83, fig. 4, pág. 268. 840 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos

b) Incisiones profundas: Se presentan en grupos de incisiones parelelas, algo separadas y profundas, lo que hace que el espacio comprendido entre ellas quede como en resalte, a modo de moldura. Se desarrollan siempre en la panza. Ejemplares característicos se encontraron en San Pedro de Alcántara (Málaga) '.

2. Incisiones a peine, onduladas o quebradas: Se presentan en grupos de tres o cuatro incisiones no muy pro­ fundas y se desarrollan alrededor de la parte alta de la panza y en el cuello. Ejemplares con esta decoración se encontraron en San Pedro de Alcántara (Málaga) *, Villanueva (Córdoba) ', Castiltie- rra (Segovia) ^"j Pina de Esgueva (Valladolid) *^ y Marugán (Gra­ nada) ^^.

8. Alternancia de incisiones a peine, rectilíneas y onduladas: Se presentan en grupos de cuatro o cinco incisiones horizonta­ les, que alternan con otros grupos también de cuatro o cinco inci­ siones onduladas, y se desarrollan en la parte alta de la panza. Ejemplares con este motivo se encontraron en Marugán (Grana^ da) ^', San Pedro de Alcántara (Málaga) ^* y Pina de Esgueva (Va- Uadolid) ".

4. Incisiones verticales: Se presentan en grupos de varias incisiones, que arrancan de la parte baja del cuello y llegan hasta la parte inferior de la panza.

7 Hubner, W.: Op. cit., 1965, fig. 5, núms. 2 y 3; gg. 4, núm. 5, y flg. 7, núm. 8. Pérez de Barradas, J.: Op. cit., 1933, lám. XIV, núm. 8. 8 Hubner, W.: Op. cit., 1965, fig. *, núm. 8. » AuUó CastiUa, M.: Op. cit., 1925, láms. VII, VIII y XIX. 10 Historia de España, dirigida por Menéndez Pidal, tomo III, fig. 64. 11 Villanueva, J.; Tovar, A., y Supiot, J.: Op. cit., 1982-88, flg. i, pág. 263. Nieto Gallo, Gratiniano: «Los fondos visigodos del Museo Arqueológico de Valla­ dolid», en Memorias de los Museos Arqtieológicos Provinciales, val. III, 1948, figu­ ras 20 y 22. 12 Zeiss, H.: Op. cit, 1934, lám. 28, núms. 8 y 12. 13 ídem: Op. cit., lám. 28, núm. 10. 1* Hubner, W.: Op. cit., 1965, fig. 7, núm. 2. is Nieto Gallo, G.: Op. cit., 1942, fig. 21. Ensayo de una sistematización tipológica de la... 841

Ejemplares con esta técnica se encontraron en Pina de Esgueva (Valladolid) ".

5. Bandas: Están formadas por dos incisiones paralelas, cuyo interior se decora con puntos o bien con pequeñas incisiones paralelas distan­ ciadas uniformemente. Se desarrollan por toda la superficie de la pieza, bien entrecruzándose o bien cortándose radialmente todas las bandas en el punto central del fondo. También en Pina de Es­ gueva (VaUadolid) " se encontraron ejemplares de este tipo. Todos estos motivos decorativos incisos son de tipo geométrico. Solamente se ha publicado una pieza procedente de la necrópolis de Pina

B) Molduras Este motivo decorativo se suele desarrollar en la panza o en el cuello, y en este caso, normalmente, de la moldura suele arrancar el asa. A veces también se presentan las molduras tanto en la pan­ za como en el cuello.

a) Molduras en la panza: Ejemplares de este tipo se encontraron en Pina de Esgueva (Va­ lladolid) ^'. Tres piezas del Museo Arqueológico Nacional también presentan esta decoración.

b) Molduras en el cuello: Ejemplares con este motivo se encontraron en San Pedro de Al­ cántara (Málaga) *', Baza (Granada) ", Pina de Esgueva (Valla- 1» Villaaueva, J.; Tovar, A., y Supiot, J.: Op. cit., 1982-38, flg. 4, pág. 2«8. 1^ ídem: Op. cit., 1932-88, fig. 4, pág. 263; 1933-84, fig. 2, pág. 40T. Nieto Gallo, G.: Op. cit., 1942, figs. 28 y 24. 18 Villanueva, J.; Tovar, A., y Supiot, J.: Op. dt., 1932-83, flg. 4, pág. 263. 19 ídem: Op. cit., fig. 4, pág. 268. 20 Hubern, W.: Op. cit., 1965, flgs. 4, núm. 4; 5, núms. 2 y 4, y 7, núm. 5. 21 Góngora y Martínez, M.: Op. cit., 1868, flg. 149. 842 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos

dolid) ^^, Marugán (Granada) ^^, Castiltierra (Segovia) ^^ y Casa Herrera (Badajoz) ^°. Asimismo tres piezas del Museo Arqueológi­ co Nacional presentan decoración de este tipo.

c) Moldura en panza y en cuello :

Ejemplares con esta decoración se encontraron en San Pedro de Alcántara (Málaga) ^*', Burguillos (Badajoz) ^'' y Pina de Esgueva (Valladolid) '\

C) Decoración pintada

Son pocos los ejemplares publicados que presentan este tipo de decoración. En la necrópolis de Pina de Esgueva (Valladolid) ^* apareció una pieza, de barro amarillento, con una decoración pin­ tada en negro. El motivo decorativo, geométrico, está formado por una serie de líneas gruesas verticales que arrancan del cuello hasta el fondo de la pieza, y también se desarrolla en las asas. Estas lí­ neas están cortadas por otras horizontales que dejan unos espacios que no se decoran, salvo los de la parte central, que se rellenan con puntos. El conjunto de la decoración está tratado con bastante im­ precisión. También en la necrópolis de Casa Herrera (Badajoz) ^° se en­ contró una jarrita de boca trilobulada, de superficie parda, con restos de pintura de color rojo. Debajo del pico se ve un adorno en forma de lentes y también unas pinceladas a modo de llamas. De las piezas pertenecientes al Museo Arqueológico Nacional,

22 Villanueva, J.; Tovar, A., y Supiot, J. : Op. cit., 1932-38, láms. XIV y XV y fig. 4; 1933-34, fig. 2. 23 Zeiss, H. ; Op. cit., 1934, lám. 28, núms. 8, 9, 10, 11 ,12, 13 y 14. 2* «Historia de España...», op. cit., tomo III, fig. 73. 25 Caballero Zoreda, Luis: «Casa Herrera», op. cit., 1975, fig. 40 (S.18.C.1), lám. XXXV F; fig. 4« (S.29.C.2), lám. XXXVI E; fig. 51 (S.43.C.1), lám. XXXVII B; fig. 52 {S.45.C.3), lám. XXXVIIC; fig. 57 (S.55.C.2), lámi­ na XXXVII F; fig. 63 (VII,4), lám. XXXVIII E; fig. 67 (S. VII.ll), lámi­ na XXXVIII G. 2« Hubner, W.: Op. cit., 1965, fig. 5, núm. 3. 2T Zeiss, H.: Op. cit., 1934, lám. 28, fig. 11. 28 Villanueva, J.; Tovar, A., y Supiot, J.: Op. cit., 1933-34, fig. 2, pág. 407. 29 ídem: Op. cit., 1932-33, fig. 4. 30 Caballero Zoreda, Luis: «Casa Herrera», op. cit., 1975, fig. 45 (S.21.C.1), lám. XXXVI C. Ensayo de una sistematización tipológica de la... 81-3 cuatro también presentan una decoración con pintura en rojo, irre­ gular y mal conservada. Es posible que estas decoraciones con pintura en vez de con­ sistir en un simple motivo decorativo representen alguna manifes­ tación de tipo ritual, cuyo significado se nos escapa, por no tener antecedentes de una decoración semejante. La cerámica pintada tiene sus antecedentes en la cerámica indígena, ibérica, que conti­ núa a lo largo de la dominación romana, para enlazar posiblemente con esta cerámica pintada de época visigoda. Los motivos de la cerámica indígena eran generalmente geométricos y con una sim­ ple función decorativa, al contrario de lo que ocurre en estas pie­ zas de época visigoda, en las cuales el motivo es nuevo, y por pro­ ceder de necrópolis es posible que tuviesen un simbolismo ritual.

TIPOLOGÍA DE LAS FORMAS

Basándonos en la serie de dibujos y fotografías y en las des­ cripciones que sobre la cerámica de necrópolis de época visigoda se hacen en las correspondientes publicaciones que hasta ahora hemos podido recoger, vamos a intentar elaborar un estudio tipológico acerca de las distintas formas que presenta dicha cerámica. Inclu­ yendo los ejemplares del Museo Arqueológico Nacional anterior­ mente estudiados por nosotros, son pocos más de 200 las piezas que conocemos. Al elaborar la tipología de las mismas hemos comprobado que se pueden señalar 19 formas distintas, con sus correspondientes va­ riantes, la mayoría perduración de formas anteriores y muy pocas suponen cierta originalidad. Algunas de ellas presentan pocos ejem­ plares, mientras que en otras las piezas son más numerosas o, por lo menos, los ejemplares encontrados y publicados hasta ahora. Al ir enumerando cada una de las formas hemos mantenido la forma 11 con la misma numeración de Lamboglia en su estudio so­ bre la térra sigillata clara ^\ Esta forma perdura en época visigo­ da, y por ello hemos preferido mantenerla con el mismo orden. Sin embargo, al colocar correlativa a ella nuestras formas 12 y 18, de la que son derivación, hemos tenido que trastocar las formas 18 y 15 de Lamboglia (cantimploras y biberones, respectivamente)

31 Lamboglia, N.: «Nuove osservazioni sulla térra sigiUata chiara (tipi A e B)», en Rivista di Studi Liguri, anno XXIV, n." 3-4, Bordighera. ídem: «Nuove osser­ vazioni sulla térra sigillata chiara (II), la ferro sigiUata ciara C», en Rivista di Studi Liguri, anno XXIX, n.» 1-4, 1963. 844 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos que perduran también en esta época, dándoles otra numeración compuesta, 6/13 y 7/15, para indicar el orden de la tipología de Lamboglia. Salvo nuestra forma 14, jarritas piriformes, imitación de las visigodas de bronce, todas las demás son derivación de for­ mas anteriores, de la cerámica romana. En una serie de mapas he­ mos ido señalando las distintas dispersiones que presenta cada una de las formas.

Forma 1.—Plato.

Son pocos los ejemplares de esta forma que se han encontrado en las necrópolis de época visigoda. Ello puede deberse a que este tipo de piezas no se depositaba comúnmente en las tumbas con un sentido ritual, al igual que el resto de la cerámica encontrada. Las formas de los platos son variadas, pero presentan en común el tener las paredes bastante altas, lo que hace que semejen cuen­ cos. El único ejemplar que presenta decoración apareció en la ne­ crópolis de Pina de Esgueva (Valladolid), la cual está formada por incisiones en bandas que se desarrollan en el fondo externo y en la mitad inferior de la pared. Ejemplares correspondientes a esta forma se han encontrado en la zona castellana: Pina de Esgueva (Valladolid) ** y Castiltierra (Segovia) ^^; en la región extremeña : Casa Herrera (Badajoz) '*, y en la andaluza: Villanueva (Córdoba) " (mapa 1). El mayor nú­ mero de piezas corresponde a la región castellana, repitiéndose va­ rias formas, mientras que en las otras dos regiones sólo se encontró un ejemplar en cada una de ellas. Esta forma podría considerarse, pues, como característica de la zona de la Meseta norte, región romanizada, lo cual se advierte en estos platos, cuyas formas derivan de los de época romana.

Forma 2,—Tapadera, Esta forma se presenta sin ejemplares, ya que auténticas tapa­ deras no se han encontrado. Solamente en la necrópolis de Castiltie­ rra (Segovia) apareció una jarra cubierta con un plato ^° que hacía

32 Villanueva, J.; Tovar, A., y Supiot, J.: Oy. cit., 1932-33, lám. XV. '3 «Historia de España...», op. cit., tomo III, figs. 66 y 68. ^•t Caballero Zoreda, L.: «Casa Herrera», op. cit., 1975, fig. 86 (S.8.A.1). 35 Aulló Castilla, M.: Op. cit., 1925, lám. IX. 3« «Historia de España...», op. cit., tomo III, fig. 68. Ensayo de una sistematización tipológica de la... 845

las veces de tapadera, pero en realidad no era una tapadera pro­ piamente dicha. Sin embargo, ello indica que debieron de existir piezas cubiertas con auténticas tapaderas, de las cuales, hasta el momento, no tenemos conocimiento de ningún hallazgo (mapa 1).

Forma 3.—Olla globular de boca ancha, sin asas.

Es una forma bastante corriente, que se encuentra en casi todos los cementerios de época visigoda. Se pueden distinguir dos grupos en cuanto a su forma: uno presenta la boca formada por un labio de sección cuadrada y sin que apenas se desarrolle un gollete, y otro que presenta la boca con un labio esvasado y con gollete. En los ejemplares con decoración incisa predominan los moti­ vos de líneas ondulantes o en zigzag ^^. Por ser una forma muy corriente se han encontrado ejemplares en todas las regiones principales (mapa 1). En la zona norte se en­ contraron en las necrópolis de Pamplona '* y de Albelda de Ire- gua (Logroño) ^'. En la región castellana, en Pina de Esgueva (Va- lladolid) *' y en Daganzo de Arriba (Madrid) *^. Los ejemplares de la región extremeña proceden de Alconetar (Cáceres) ^^ y de Casa Herrera (Badajoz) *", y los de la región andaluza, de Villanueva (Córdoba) •**. Es curioso señalar que en esta última región, la ne­ crópolis de San Pedro de Alcántara (Málaga), tan rica en hallazgos de cerámica, no ofreció ningún ejemplar de esta forma o, por lo menos, no se publicó. Un ejemplar del Museo Arqueológico Nacio­ nal también pertenece a esta forma.

37 Aulló Castilla, M.: Op. cit., 1925, lám. IX. Villanueva, J.; Tovar, A., y Supiot, J.: Op. cit., 1932-33, fig. 4, pág. 263. Nieto Gallo, G.: Op. cit., 194-2, fig. 20. 3« Ansoleaga, F. de: El cementerio franco de Pamplona, Pamplona, 1914, lám. III. 3» Taracena, B.: Op. cit., 1926, lám. XVIII, 2. *o Villanueva, J.; Tovar, A., y Supiot, J. : Op. cit., 1933-34, pág. 407, fig. 2. *i Fernández Godín, S., y Pérez de Barradas, J.: «Excavaciones en la necró­ polis visigoda de Daganzo de Arriba (Madrid), en Memorias de la Junta Superior de Excavaciones y Antigüedades, núm. 15, láín. XIV A. *2 Caballero Zoreda, L.: «Alconetar en la vía romana de la Plata. Garrovillas (Cáceres)», en Excavaciones Arqueológicas en España, núm. 70, 1970, figs. 41, 42, 44 y 45. «3 ídem: «Casa Herrera», op. cit., 1975, figs. 29 (IV.5.31), 31 (S.I.B.3.), 82 (S.2.B.8), 32 (S.2.C.11,) 38 (S.8.C.2), 4S (S.27.C.2), 47 (S.81.C.2), 48 (S.33.C.2), 50 (S.42.C.8), lám. XXXVII A, y 60 (S.59.C.1), lám. XXXVIII C. 4* Aulló Castilla, M.: Op. cit., 1925, lám. IX. 81-6 Revista de Archivos, Bibliotecas y Mxiseos

Forma J^.—Olla globular, de boca ancha, con un asa al borde.

En los ejemplares correspondientes a la variante A, sin piquera, la boca es circular y el asa tiende a sobresalir por encima de ella. Dos ejemplares procedentes de la necrópolis de Pina de Esgueva (Valladolid) ^' presentan una moldura en la zona media del cuello. Las piezas de la variante B, con piquera, tienen la boca trebo- lada y el asa tiende a sobresalir también por encima de ella. Algu­ nos ejemplares se caracterizan por tener mayor altura que los res­ tantes y ser de línea más esbelta *®. Solamente se conoce una pieza correspondiente a la variante C, con piquera vertical, procedente de la necrópolis de Pina de Esgue­ va (Valladolid) ". La boca es circular y por encima de ella sobre­ sale la piquera, de sección triangular, que baja hasta la mitad de la panza. Presenta una decoración incisa a bandas. Los ejemplares pertenecientes a la forma 4, en sus diferentes variantes, están concentrados, sobre todo, en las zonas del Norte, encontrándose en las principales necrópolis (mapa 2). También se han encontrado ejemplares en la región extremeña, en la necrópo­ lis de Casa Herrera (Badajoz), y en la andaluza, en Villanueva (Córdoba). Es una forma, por tanto, más característica de la mi­ tad norte de la Península. Los ejemplares correspondientes a la variante A se localizan en las zonas Norte (Pamplona) ^*, castellana (Pina de Esgueva) *' y andaluza (Villanueva) ^*'. Una pieza del Museo Arqueológico Na­ cional también pertenece a esta variante. La variante B ofrece mayor número de lugares : en la zona Nor­ te (Albelda de Iregua) ^\ castellana (Medina de Rioseco, Herrera de Duero y Cogeces de Iscar) '^ y extremeña (Casa Herrera) ^^. Dos ejemplares del Museo Arqueológico Nacional también pertenecen a esta variante.

*5 Villanueva, J.; Tovar, A., y Supiot, J.: Op. cit., 1932-33, láms. XV-XVl. 46 Martín Valls, R. : Op. cit., 1963, fig. 1. *7 Nieto Gallo, G. : Op. cit., 1942, flg. 23. 48 Mezquiriz, M.» A. : Op. cit., 1965, figs. 6 y 7. *9 Villanueva, J.; Tovar, A., y Supiot, J. : Op. cit., 1982-33, láms. XVI-XVIl. Nieto Gallo, G. : Op. cit., 1942, figs. 21 y 23. 50 Aulló Castilla, M.: Op. cit., 1925, láms. VII y IX. 51 Taracena, Blas: Op. cit., 1926, lám. XVIII 2. 52 Martín Valls, R. : Op. cit., 1963, figs. 1, 2 y 3. 53 Caballero Zoreda, L. : «Casa Herrera», op. cit., 19T5, fig. 37 (S.6.C.1), lám. XXXIV A, fig. 54 (S.46.C.2). Ensayo de una sistematización tipológica de la... 817

Forma 5.—Olla globular, de boca ancha, con dos asas. Solamente se conoce un ejemplar de esta forma. Se trata de una pieza procedente de Villanueva (Córdoba) °* (mapa 2), caracteri­ zada por tener el cuerpo ligeramente cilindrico, y las dos asas arran­ can del borde, formado por un pequeño labio de sección cuadrada. Tal vez esta forma, a pesar del único hallazgo, pueda conside­ rarse típica de la zona andaluza.

Forma ejlS.—Cantimplora. Dos ejemplares son los que se han encontrado, procedentes, res­ pectivamente, de San Pedro de Alcántara (Málaga) °* y de Pina de Esgueva (Valladolid) ** (mapa 3). Este último ejemplar no se con­ serva entero. Estas cantimploras se caracterizan por tener el cuerpo circular y aplanado, lo que hace que la pieza no tenga mucha cabida. El cuello es alargado y de su zona arrancan las dos asas, simétricas, que llegan hasta la parte superior del cuerpo. Es característico que en la parte baja presenten una pequeña crestería saliente, lo que hace que la pieza no se pueda mantener en pie y hubiera de estar colgada. Esta forma deriva desde el siglo i de la sigillata clara A ^^.

Forma 7/15.—Biberón. Solamente se conoce un ejtemplar, procedente de la necrópolis de Pina de Esgueva (Valladolid) ''. Esta pieza se caracteriza por tener el cuerpo horizontal y ligeramente cilindrico, estrechándose en sus extremos. En uno de ellos se cierra, mientras que en el otro se forma el pitorro. En la parte media del cuerpo, y verticalmente, se levanta un cuello, ensanchándose para formar la boca, de cuyo borde arranca el asa hasta el extremo cerrado del cuerpo. Esta pieza, para su utilización, habría de estar colgada. Se lle­ naría por la boca y con una ligera inclinación caería el líquido por el pitorro. 54 Aulló Castilla, M.: Op. cit., 1925, lám. IX. 55 Hubner, W.: Op. cit., 1965, fig. 6, núm. 3. 58 Villanueva, J.; Tovar, A., y Supiot, J.: Op. cit., 1933-34, fig. 2, pág. 407. 5 7 ídem: ídem, fig. 2, pág. 407. 848 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos

Al igual que la forma anterior, también ésta deriva de la sigilla- ta clara A '^ (mapa 8).

Forma 8,—Cazo con asa.

También de esta forma sólo se conoce un ejemplar, procedente igualmente de la necrópolis de Pina de Esgueva (Valladolid) "' (mapa 8). Se trata de un cazo de forma semiesferica con un asa la­ teral, que también podría servir como taza.

Forma 9.—Vaso troncocónico, con perforaciones en el labio para colgarlo.

Sólo se conoce un ejemplar, que procede de Alconetar (Caca­ res) °' (mapa 8). Por su forma, bien podría incluirse dentro de la forma 8, con las ollas de boca ancha, sin asas, pero por su posible uso merece una forma aparte. Las perforaciones que presenta en el labio indica que serían para colgar la pieza, la cual podría ser utilizada como incensario o como lámpara (se encontró entre los restos de una basílica). Esta pieza, por tanto, parece destinada para un uso litúrgico, no sabemos si sirriano o católico, y podría estar más extendida por la Península, aunque hasta el momento sólo se conozca este ejemplar.

Forma 10.—^Jarrita piriforme, de boca estrecha, cuello y sin asas.

Son cuatro los ejemplares que han sido localizados. La forma de la panza puede ser piriforme o ligeramente globular. El cuello suele ser cilindrico y no adquiere mucho desarrollo. La boca está formada por un pequeño labio de sección cuadrada. Los puntos de localización se centran en Pamplona '", Pina de Esgueva (Valladolid) "S Daganzo de Arriba (Madrid) '^ y Casa He­

ss ídem: Op. cit., 1982-33, lám. XVII. 59 Caballero Zoreda, L. : «Alconetar», op. cit., 1970, ñg. 40. «o Mezquiriz, M.» A. : Op. cit., 1965, fig. 4. 61 Villanueva, J.; Tovar, A., y Supiot, J.: Op. cit., 1933-34, fig. 2, pág. 407. 62 Fernández Godín, S., y Pérez de Barradas, J.: Op. cit., lám. XIV A. Ensayo de una sistematización tipológica de la... 849 rrera (Badajoz) *' (mapa 8). También un ejemplar del Museo Ar­ queológico Nacional pertenece a esta forma.

Forma 11.—Jarra piriforme, de boca estrecha, cuello y panza de­ corados con molduras o incisiones y asa a la moldura del cuello, más o menos perdida.

Esta forma deriva desde el siglo i de la sigillata clara A *^. La forma más pura sería aquella que presentase molduras en la panza y en el cuello, de las cuales arrancaría el asa. Pero en los ejempla­ res encontrados en necrópolis de época visigoda no se cumplen to­ talmente estas características, por ser ya más evolucionadas. Al­ gunos ejemplares presentan múltiples molduras en la panza y re­ medos de la moldura del cuello ^*. Otros mantienen la moldtira de la panza y del cuello, aunque ésta se desarrolla en la parte baja y no en la central, que es de la que tenía que arrancar °'. En el resto de los ejemplares ha desaparecido la moldura de la panza, conservándose, sin embargo, la del cuello. Es una forma to­ davía más evolucionada. La forma predominante es la piriforme, aunque algunas piezas presentan una panza globular. Algunos ejemplares están decorados a base de incisiones, que se desarrollan principalmente en la parte alta de la panza. En cuanto a su dispersión (mapa 4), la zona Norte no presenta ningún ejemplar y en la región castellana sólo se localizan en Pina de Esgueva (Valladolid) °®. En la región extremeña se conocen ejemplares procedentes de Burguillos (Badajoz) *' y de Casa He­ rrera (Badajoz) ^*. Es la región andaluza la que mayor número de hallazgos ha proporcionado, localizándose en las provincias de Gra­ nada : Baza ^^ y Marugán '"' y Málaga : San Pedro de Alcántara ''. Cuatro ejemplares del Museo Arqueológico Nacional también pertenecen a esta forma.

«3 Caballero Zoreda, L.: «Casa Herrera», op. cit., 1975, fig. 66 (VII, 9). «* Hubner, W.: Op. cit., 1965, flg. 5, núms. 2 y 8. *s Zeiss, H.: Op. cit., 1934, ftg. 11. Villanueva, J.; Tovar, A., y Supiot, J.: Op. cit., 1933-84, fig. 2, pág. 407. 66 Villanueva, J. ¡ Tovar, A., y Supiot, J.: Op. cit., 1988-84, fig. 2, pég. 407. 67 Hubner, W.: Op. cit., 196S, fig. 11. 68 Caballero Zoreda, L.: «Casa Herrera», op. cit., 1975, fig. 40 {S.18.C.1), lám. XXXV F¡ fig. 51 (S.43.C.1), lám. XXXVII B, y fig. 57 (S.55.C.2), lám. XXXVII F. 6» Góngora y Martínez, M.: Op. cit., 1868, fig. 149. 70 Zeiss, H.: Op. cit., 1934, lám. 28, núms. 8, 9, 10, 11 y 12. '1 Hubner, W.: Op. cit., 1965, fig. 4, núm. 4 y fig. 5, núms. 2, 8 y 4. 850 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos

Es lógico pensar que en su día aparezcan piezas que enlacen ti­ pológicamente con la producción anaranjada del siglo v d. C, y permitan establecer una mayor precisión cronológica.

Forma 12.—Jarra con asas al cuello, a veces con moldura.

Es un grupo bastante numeroso, en el que se distinguen dos va­ riantes según la forma de la panza: variante A, de forma cilindri­ ca o piriforme, y variante B, de forma globular o bitroncocónica. Los ejemplares pertenecientes a la variante A se caracterizan por predominar en ellos la forma cilindrica y presentar una moldu­ ra en la zona media del cuello, de la cual arrancan las dos asas si­ métricas, hasta la parte alta de la panza. En la variante B predomina la forma globular, con el cuello alar­ gado y moldura, aunque a veces puede faltar ésta ^^. Solamente se conoce un ejemplar procedente de San Pedro de Alcántara (Má­ laga) '^, que tiene forma bitroncocónica. Se caracteriza por tener la panza baja y el cuello muy alto, sin moldura, del cual arrancan dos asas simétricas. En los ejemplares con decoración, ésta está formada por incisio­ nes en la panza. Una pieza procedente de Pina de Esgueva (Va- Uadolid) ^* tiene la panza decorada con pintura. En cuanto a su dispersión (mapa 4), esta forma, de tradición romana, se encuentra en las principales necrópolis de la Península. En la región Norte se encontraron ejemplares en Pamplona '°; en la región castellana, en Pina de Esgueva (Valladolid) '* y Castiltie- rra (Segovia) " ; en la región extremeña, en Casa Herrera (Bada­ joz) ^*, y en la andaluza, en Villanueva (Córdoba) '*, Marugán (Gra­ nada)" y San Pedro de Alcántara (Málaga) *\ Tres ejemplares del Museo Arqueológico Nacional también pertenecen a esta forma. Las piezas de Pamplona se caracterizan por no tener moldura

'2 Mezquiriz, M.": Op. cit., 1965, figs. 1, 2 y 3. Pérez de Barradas, J. : Op- cit., 1933, lám. IV 3. Hubner, W. : Op. cit., 1965, fig. 7, núm. 8. '3 ídem : ídem, fig. 6, núm. 2. 7* Villanueva, J.; Tovar, A., y Supiot, J. : Op. cit., 1983-34, fig. 2, pág. 407. 75 Mezquiriz, M.»: Op. cit., 1965, figs. 1, 2 y 3. 76 Villanueva, J.; Tovar, A., y Supiot, J.: Op. cit., 1932-33, láms. XIV-XV y fig. 4; 1933-34, fig. 2. 77 «Historia de España...», op. cit., t. III, fig. 73. 78 Caballero Zoreda, L.: «Casa Herrera», op. cit., 1975, fig. 63 (VII, 4), lám. XXXVIII E. 79 Aulló Castilla, M.: Op. cit., 1925, lám. IX. 8« Zeiss, H.: Op. cit., 1984, lám. 28, núms. 18 y 14. Ensayo de una sistematización tipológica de la... 851

en el cuello, y lo mismo ocurre con varios ejemplares de San Pedro de Alcántara (Málaga). En las restantes necrópolis las formas son muy semejantes. Este tipo de jarritas deriva posiblemente de la forma 11 de la sigülata clara A en la tipología de Lamboglia **% ya que mantienen la moldura en el cuello. Estas jarritas, con dos asas, derivan asi­ mismo de las formas IX y X de la tipología de Salomonson *^ sobre al sigillata clara A/C del siglo ii. Y esta misma forma corresponde a la 28 en el estudio de Jacqueline Rigoir ^^ sobre las sigillatas pa- leocristianas grises y anaranjadas del siglo iv.

Forma 13.—Jarra con un asa a la mitad del cuello, sin molduras.

Esta forma deriva muy posiblemente de la 11, ya muy evolu­ cionada, que no mantiene ninguna moldura, pero el asa sigue arrancando de la mitad de la panza. La variante A agrupa a los ejemplares con forma piriforme, mientras que los de la variante B tiene la panza globular. La va­ riante C es muy curiosa, por ser de forma acampanada. Algunas piezas presentan decoración incisa en la panza. En cuanto a su dispersión (mapa 4), se observa que no es una forma muy común, ya que son pocas las necrópolis en las que se ha localizado, predominando en la región andaluza. La noza Norte no ofrece ningún ejemplar y en la zona castellana sólo se ha encon­ trado uno en Castiltierra (Segovia) **. La región extremeña tam­ poco ofrece ejemplares, y es en la andaluza donde se concentran : Villanueva (Córdoba) *', Montefrío (Granada) *** y San Pedro de Alcántara (Málaga) *'. Dos ejemplares del Museo Arqueológico Na­ cional también pertenecen a esta forma. Los ejemplares de la variante C, forma acampanada, proceden de San Pedro de Alcántara (Málaga) *"* y Atarfe (Granada).

81 Hubner, W.; Op. cit., 1965, fig. *, núm. 4; flg. 5, núm. 5; fig. 6, núm. 2, y fig. 7, núms. 5 y 3. Pérez de Barradas, J. : Ojp. cit., 1933, lám. XIV 3. 82 Salomonson, J. W. : «Spatroimsche rote tonware mit reliefverzierung aus Nordafrikanischen Werkstalten», separata de Bulletin Antieke Beschaving, XLIV, 1968. 83 Rigoir, Jacqueline: «Les sigillées paléochrétienncs grises et orangées», en OaUia, 1968, t. XXVI, fase. 1. ** «Historia de España...», op. cit., t. III, fig. 62. 8 5 Aulló Castilla, M.: Op. cit, 1925, lám. VIII. *6 Góngora y Martínez, M.: Op. cit., 1868, fig. 99. 87 Hubner, W.: Op. cit., 1965, fig. 4, núms. 1 y 2, y fig. 5, núm. 1. 88 ídem : ídem, fig. 4, núm. 1. 852 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos

Por ser una derivación de la forma 11, más simplificada, tiende a aparecer en los mismos lugares que ésta. Por ello también se podría pensar que su cronología sea posterior a la de la forma 11 y, por tanto, posiblemente del siglo vii.

Forma IJ^.—Jarra piriforme, imitación de las visigodas de bronce.

Esta forma podría considerarse como la más típicamente visi­ goda, ya que se imitan en cerámica los pequeños jarritos de bron­ ce que se utilizaban en época visigoda para funciones litúrgicas, no se sabe si bautismos o celebraciones eucarísticas u ordenamientos de diáconos. Es característico que a los jarritos de bronce les suele faltar el fondo, y ello se ha interpretado como que se hacía inten­ cionadamente para que no pudieran ser reutilizados. Pero lo más probable es que el fondo se haya perdido por haber estado mal soldado. La forma predominante en estas piezas de bronce es la piriforme, con un asa esbelta que arranca del borde hasta la mi­ tad de la panza, y con la característica de llevar unos pequeños apéndices salientes en la parte alta y baja del asa. Estos apéndices se siguen manteniendo en las jarritas de cerámica, las cuales tam­ bién suelen presentar un pie en la base. Posiblemente también este tipo de piezas de cerámica pudieron ser utilizadas en ceremonias litúrgicas. Según Palol *', los jlarritos de bronce pueden fecharse en la se­ gunda mitad del siglo vii; por lo cual, también a partir de esa fe­ cha pueden fecharse los ejemplares de cerámica. Solamente hemos localizado tres ejemplares procedentes de Pina de Esgueva (Valladolid) '" y San Pedro de Alcántara (Málaga) '\ Los ejemplares de Pina de Esgueva conservan los característicos apéndices salientes del asa. Uno de ellos ^^, de línea muy esbel­ ta y con pie, es el más semejante a los ejemplares de bronce. El de San Pedro de Alcántara, por el contrario, aunque mantiene el pie, sólo tiene un pequeño apéndice en la parte inferior del asa. Es posiblemente una forma más evolucionada.

*' Palol Salellas, P. de: Bronces hispanovisigodos de origen mediterráneo. I. Jarritos y patenas litúrgicos, C. S. I. C, Instituto de Prehistoria Mediterráneo, Barcelona, 1950. »» Nieto Gallo, G.: Op. cit., 19*2, figs. 19 y 24. 91 Pérez de Barradas, J.: Op. cit., 1933, lám. XIV, núm. 1. 92 Nieto Gallo, G.: Op. cit., 1942, flg. 24. Ensayo de una sistematización tipológica de la... 853

En cuanto a su dispersión (mapa 5), es lógico que se encuen­ tren en Pina de Esgueva, puesto que esta necrópolis es una de las más típicamente visigodas. Sin embargo, aunque San Pedro de Alcántara no se considera con fuerte tradición visigoda, también se encuentra un ejemplar entre sus hallazgos. La aparición de estas piezas en cerámica tal vez se deba a una falta de metales. Por haberse encontrado en enterramientos, es posible que su uso estuviese relacionado con alguna ceremonia li­ túrgica de tipo fúnebre, o bien que el enterramiento correspondiese a algún personaje religioso.

Forma 11/H.—Jarrita cuya forma es intermedia entre la núme­ ro 11 y la número 14.

Se trata de un grupo de jarritas, de tendencia piriforme, que presentan características comunes a esas formas. Así, de la forma 11 tienen en común el presentar molduras en la panza y en el cuello, pero, sin embargo, el asa no arranca nunca de éste, sino de la boca, que suele ser circular. Común con la forma 14, algunos ejem­ plares *^ conservan remedos de los pequeños apéndices salientes del asa, tan característicos de los jarritos de bronce. Como derivación de la forma 11 y al igual que la forma 18, su cronología podría situarse en el siglo vii, pero al derivar tam­ bién de la forma 14 debe fecharse en la segunda mitad de ese si­ glo. Sin embargo, el lapsus de tiempo entre el año 650 y el 711 parece demasiado corto, teniendo que suponer o una fecha ante­ rior para los prototipos metálicos o la utilización de la cerámica con posterioridad al 711. En cuanto a la dispersión geográfica de esta forma (mapa 5), también se encuentra en los mismos lugares que la forma 14, o sea, en Pina de Esgueva (Valladolid) y San Pedro de Alcántara (Málaga) y asimismo se conoce un ejemplar procedente de Casa Herrera (Badajoz) "*.

93 ViUanueva.J.; Tovar, A., y Supiot, J.: Op. cít., 1988-34, ñg. 2, pág. 407. Hubner, W.: Op. cit., 1965, flg. 4, núm. 5. 94 Caballero Zoreda, L.: «Casa Herrera», op. cit., 1975, fig. 67 (S.VIl, 11), lám. XXXVIII G.

12 854 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos

Forma 15.—Jarra con asa al borde y boca trebolada.

Es el grupo más numeroso, del que hemos localizado hasta 60 ejemplares. Las formas son muy variadas, algunas difíciles de precisar, pero predominan las piezas piriformes y globulares, que corresponden, respectivamente, a nuestras variantes A y B. Todos los ejemplares presentan en común el tener la boca trebolada, con piquera, y el asa al borde. La boca suele estar formada por un labio esvasado o de sección rectangular. Generalmente, no tienen cuello, sino un estrecho gollete. Las piezas con decoración, ésta suele estar formada por inci­ siones que se desarrollan en la parte alta de la panza. En cuanto a su dispersión geográfica (mapa 5), por ser una forma muy corriente, se localiza en las principales regiones, salvo en la del norte, donde no se ha localizado ejemplar alguno. Los ejemplares, dentro de su gran variedad, son muy semejantes en cada una de las zonas. Esta forma tiene también una ascendencia romana, de ahí que se encuentre en regiones donde la dominación romana fue más in­ tensa. En la región castellana, los hallazgos son muy numerosos, lo­ calizándose en Pina de Esgueva (Valladolid) °^, Castiltierra (Se- govia) °* y Duratón (Segovia) ''. La región extremeña ofrece ha­ llazgos en Valdíos de Portezuelo (Cáceres) '*, Mérida (Badajoz) " y Casa Herrera (Badajoz) ^''*'. La región andaluza también es abun­ dante en ejemplares, los cuales proceden de Villanueva (Córdo­ ba) ^"^f Marugán (Granada) ^°^ y San Pedro de Alcántara (Mála-

95 Villanueva, J.; Tovar, A., y Supiot, J. : Op. cit., 1932-33, fig. * y láms. XV a XVIII; 1933-34, fig. 2. Nieto Gallo, G.: Op. cit., 1942, fig. 22. »8 «Historia de España...», op. cit., t. III, figs. 61 y 64. 9^ Molinero Pérez, A.: «La necrópolis visigoda de Duratón (Segovia)», en Acta Arqueológica Hispánica, IV, 1948, lám. XXXIV, núm. 4. 98 Zeiss, H.: Op. cit., 1934, lám. 28, núm. 7. 99 Vázquez de Parga, L.: Op. cit., 1954, lám. XXXI, núm. 2. 190 Caballero Zoreda, L.: «Casa Herrera», op. cit., 1975, fig. 31 (S.1.C.5), lám. XXXIII Ci fig. 37 (S.7.C.1), lám. XXXIII F; fig. 39 (S.11.C.3), lám. XXXIV C; fig. 41 (S.20.C.13); fig. 42 (S.20.C.12), lám. XXXV G; fig. 45 (S.21.C.1), lám. XXXVI C; fig. 46 (S.2T.C.1), lám. XXXVI D; fig. 51 (S.43.C.2); fig. 52 (S.45.C.8), lám. XXXVII C; fig. 59 (S.57.C.2); fig. 61 (Vil, 2); fig. 61 (Vil, 1); fig. 62 (Vil, 8), lám. XXXVIH D. 101 Aulló Castilla. M.: Op. cit., 1925, láms. VII a X. 102 Zeiss, H.: Op. cit., 1934, lám. 28, núm. 18. Ensayo de una sistematización tipológica de la... 855

ga) *''^. Tres ejemplares del Museo Arqueológico Nacional también pertenecen a esta forma.

Forma 16.—Jarra con asa al borde y boca circular.

Es una forma semejante a la anterior, pero se diferencia de ella en que la boca es circular. Se pueden distinguir cuatro va­ riantes, según la forma de la panza, que puede ser: piriforme, globular, fusiforme o troncocónica. El labio suele ser sencillo, aun­ que a veces puede estar moldurado. En cuanto a su dispersión (mapa 5), ejemplares de esta forma se han localizado en la región extremeña, en Casa Herrera (Ba­ dajoz) "* y en la andaluza, en Fuentes de Andalucía (Sevilla). Asimismo, son varios los ejemplares del Museo Arqueológico Na­ cional que corresponden a esta forma: piriformes, globulares y fusiformes.

Forma 17.—Botella.

Es una forma parecida a la anterior, pero el cuerpo es largo y cilindrico, lo que hace que la pieza parezca una botella. La boca suele ser moldurada y de ella arranca un asa hasta la parte inferior del cuello. En Casa Herrera (Badajoz) "° se encontró un ejemplar de este tipo. También en el Museo Arqueológico Nacio­ nal, una pieza, procedente de Puerto Real (Cádiz), tiene esta forma. Para su dispersión ver mapa 5.

103 Pérez de Barradas, J.: Op. cit., 1933, láms. XXIV, núm. 6; XII, núm. 1; XIV, núm. 2, y XXIX, núm. 5. Hubner, W.: Op. cit., 1965, fig. 4, núms. 8 y 6; ñg. 6, núm. 1; fig. 7, núms. 1, 2 y 4. 10* Caballero Zoreda, L. : «Casa Herrera», op. cit., 1975, con forma piriforme: fig. 36 (S.5.C.1), lám. XXXIII D; fig. 40 (S.16.C.1), lám. XXXV D; fig. 41 (S.19.C.5), lám. XXXVI B; fig. 47 (S.81.C.4); con forma globular: fig. 39 (S.lO.C.l), lám. XXXV B; fig. 40 (S.12.C.1), lám. XXXV C; fig. 40 (S.17.C.1), lám. XXXV E; fig. 42 (S.20.C.13), lám. XXVI A; fig. 46 (S.29.C.2), lám. XXXVI E; fig. 52 (S.44.C.2); fig. 54 (S.46.C.1); fig. 55 (S.47.C.2); fig. 58 (S.56.C.4); fig. 59 (S.57.C.1), lám. XXXVIII A; fig. 60 (S.58.C.1), lám. XXXVIII B; fig. 64 (VH, 6), lám. XXXVIII F; fig. 66 (VII, 10); con forma fusiforme: fig. 48 (S.33,C.3)¡ fig. 49 (S.38.C.1), lám. XXXVI G; fig. 58 (S.56.C.5); fig. 59 (S.53.C.2); fig. 64 (VII, 5); fig. 65 (VII, 7); con forma troncocónica : fig. 37 (S.6.C.2), lám. XXXIII E; fig. 50 (S.42.C.2); fig. 57 (S.55.C.1), lám. XXXVII E; fig. 65 (VII, 8). IOS ídem: ídem, fig. 38 (S.8.C.1), lám. XXXIV B. 856 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos

Forma 18.—^Jarra bitroncocónica, sin asas.

Estos ejemplares se caracterizan por su forma bitroncocónica, con la panza ensanchada considerablemente en su parte central. En el fondo, generalmente se desarrolla un pequeño pie. No sue­ len tener cuello, sino un gollete y la boca puede ser estrecha o ancha. En cuanto a su dispersión (mapa 5), esta forma se encuentra exclusivamente en la región castellana y, sobre todo, en la necró­ polis de Castiltierra (Segovia) ^°°, donde se encontraron los ejem­ plares más típicos, ya que en Pina de Esgueva (Valladolid) ^"^ la forma es algo más evolucionada.

Como se puede comprobar, poca novedad supone esta tipolo­ gía en cuanto a la originalidad de sus formas, ya que la mayoría de ellas son perduración de formas anteriores, aunque algunas, ló­ gicamente, más evolucionadas. Como ya se ha indicado anterior­ mente, los visigodos apenas aportaron nada nuevo por lo que res­ pecta a la cerámica de necrópolis, sino que continuaron utilizando las mismas piezas que utilizaban los hispanorromanos en sus en­ terramientos. De nuestro estudio, parece que la forma 14 podría considerarse como la más típica visigoda, ya que es una imitación en cerámica de los jarritos rituales de bronce característicos de este período. La forma 11/14 también sería típica, aunque man­ teniendo algunos elementos de la 11, forma tardorromana, como las molduras en la panza. La forma 9, vaso troncocónico con per­ foraciones en el labio para ser colgado, supone una novedad, si no en cuanto a su forma, sí en cuanto a su posible utilización como incensario o lámpara. Las formas restantes, como ya se ha dicho, ya se conocían. Los posibles hallazgos que nos depare el futuro, harán que esta tipología elaborada por nosotros se complemente, o muy posiblemente, se rectifique. En resumen, la tipología de la cerámica de necrópolis de época visigoda, según este estudio elaborado por nosotros, quedaría así: Forma 1.—Platos. Forma 2.—^Tapaderas.

108 «Historia de España...», op. cit., t. III, figs. «T y 68. i«'' ViUanueva, J.; Tovar, A., y Supiot, J.: Op. cit., 1982-38, lám. XVII. Ensayo de una sistematización tipológica de la... 857

Forma 3.—Olla globular de boca ancha, sin asas. Forma ^.—Olla globular de boca ancha, con un asa al borde: Variante A.—Sin piquera. Variante B,—Con piquera. Variante C.—Con piquera vertical. Forma 5.—Olla globular de boca ancha, con dos asas. Forma 6ll3.—Cantimplora. Forma 7/15.—Biberón. Forma 8.—Cazo con un asa. Forma 9.—Vaso troncocónico, con perforaciones en el labio para colgarlo. Forma 10.—Jarra piriforme de boca estrecha, cuello y sin asas. Forma 11.—^Jarra de boca estrecha, cuello y panza decorados con molduras o incisiones y asa a la moldura del cuello, más o me­ nos perdida. Variante A.—Molduras en panza y cuello: a) Forma piriforme. b) Forma globular. Variante B.—Molduras en cuello : a) Forma piriforme. h) Forma globular. Forma 12.—Jarra con dos asas al cuello ; a veces con moldura. El cuello suele ser alargado. Variante A.—Forma cilindrica o piriforme. Variante B.—Forma globular o bitroncocónica: a) Con moldura en el cuello. h) Sin moldura en el cuello. Forma 13.—^Jarra con asa al cuello sin molduras: Variante A.—Asa a la mitad del cuello: a) Forma piriforme. b) Forma globular. c) Forma acampanada. Variante B.—Asa a la parte superior del cuello. Forma H.—^Jarra piriforme, imitación de las visigodas de bronce. Forma 4J/H.—Jarra cuya forma es intermedia entre la forma 11, con algunas de sus características (molduras en panza y cue­ llo) y la 14, de imitación de las visigodas de bronce. Forma 15.—Jarra con asa al borde y boca trebolada: Variante A.—Forma piriforme. Variante B.—Forma globular. 858 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos

Forma 16.—Jarra con asa al borde y boca circular: Vanante A.—Forma piriforme. Variante B.—Forma globular. Variante C.—Forma fusiforme. Variante D.—Forma troncocónica. Forma 17.—Botella. Forma 18.—Jarra bitroncocónica sin asas.

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ZEISS, M. : Op. cit.

SAN PEDRO DE ALCXNTARA (MXLAGA):

PÉREZ DE BARRADAS, JOSÍ : «Excavaciones en la necrópolis visigoda de Vega del Mar (San Pedro de Alcántara, Málaga)», en Memorias de la Junta Superior de Exca­ vaciones y Antigüedades, 1933. HüBERN, WOLFANG: «tZur chroHologischen gliederung des graberfeldes von San Pedro de Alcántara, Vega del Mar (provincia de Málaga)», en Madrider Mitteilungen, núm. 6, 1965. Ensayo de una sistematización tipológica de la... 861

A Forma 1. A Forma 2. O Forma 8.

1. Pamplona. 2. Albelda de Tregua (Logroño). 3. Pina de Esgueva (Valladolid). 4. Castiltierra (Segovia). 5. Daganzo de Arriba (Madrid). 6. Alconetar (Cáceres). 7. Casa Herrera (Badajoz). 8. Villanueva (Córdoba).

Afapa I.—Dispersión de piezas de cerámica de necrópolis de época visigoda correspondientes a las formas 1 (platos), 2 (tapaderas) y 3 (olla globular de boca ancha, sin asas). 862 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos

A sin piquera. Forma 4. A con piquera. A piquera vertical. Forma 5.

1. Pamplona. 2. Albelda de Tregua (Logroño). 3. Numancia (Soria). Ejemplares del Museo Arqueológico Nacional. i. Medina de Rioseco (Valladolid). 5. Pina de Esgueva (Valladolid). 6. Herrera de Duero (Valladolid). 7. Cogeces de Iscar (Valladolid). 8. Casa Herrera (Badajoz). 9. Víllanueva (Córdoba).

Mapa ¡.—Dispersión de piezas de cerámica de necrópolis de época visigoda correspondientes a las formas 4 (olla globular, de boca ancha, con un asa al borde) y 5 (olla globular, de boca ancha, con dos asas). Ensayo de una sistematización tipológica de la... 863

• Forma 6/lS. A Forma 7/15. k Forma 8. O Forma 9. # Forma 10.

1. Pamplona. 2. Pina de E^gueva (Valladolid). 3. Daganzo de Arriba (Madrid). 4. Alconetar (Cáceres). 5. Casa Herrera (Badajoz). 6. San Pedro de Alcántara (Málaga).

Mapa S.—Dispersión de piezas de cerámica de necrópolis de época visigoda correspondientes a las formas fi/18 (cantimplora), 7/15 (biberón), 8 (cazo con un asa), 9 (vaso troncocónico con perforaciones en el labio para colgarlo) y 10 (jarrita piriforme, de boca estrecha, cuello y sin asas). 861 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos

• Forma 11. • Forma 12. ^ Forma 18. 1. Pamplona. 2. Pina de Esgueva (Valladolid). 8. Castiltierra (Segovia). 4>. Casa Herrera (Badajoz). 5. Burguillos (Badajoz). 6. Villanueva (Córdoba). 7. Baza (Granada). 8. Montefrío (Granada). 9. Atarfe (Granada). Ejemplar del Museo Arqueológico Nacional. 10. Marugán (Granada). 11. San Pedro de Alcántara (Málaga).

Mapa 4—EHspersión de piezas de cerámica de necrópolis de época visigoda correspondientes a las formas 11 (jarra piriforme, de boca estrecha, cuello y panza decorados con molduras o incisiones y asa a la moldura del cuello, más o menos perdida), 12 (jarra con dos asas al cuello, a veces con moldura) y 13 (jarra con un asa a la mitad del cuello, sin molduras). Ensayo de una sistematización tipológica de la... 865

• Forma 14. D Forma 11/14. Forma 15. • Forma 16. A Forma 17. O Forma 18. I. Pina de Esgueva (Valladolid). 2. Duratón (Segovia). 8. Castiltierra (Segovia). 4. Valdíos de Portezuelo (Cáceres). 5. Mérida (Badajoz). 6. Casa Herrera (Badajoz). 7. Villanueva (Córdoba). 8. Fuentes de Andalucía (Sevilla). Ejemplar del Museo Arqueológico Nacional. 9. Marugán (Granada). 10. San Pedro de Alcántara (Málaga). 11. Puerto Real (Cádiz). Ejemplar del Museo Arqueológico Nacional.

Mapa S.—Dispersión de piezas de cerámica de necrópolis de época visigoda correspondientes a las formas 14 (jarra piriforme, imitación de las visigodas de bronce), 11/14 (jarrita cuya forma es intermedia entre la forma 11 y la 14), 15 (jarra con asa al borde y boca trebo- lada), 16 (jarra con asa al borde y boca circular), 17 (botella) y 18 (jarra bitroncocónica, sin asas).

LA KYLIX * DE MEDELLIN. UN ENSAYO DE INTERPRETACIÓN ICONOGRÁFICA Y COMERCIAL

POR RICARDO OLMOS ROMERA HCSEO ARQUEOLÓGICO NACIONAL

Consideramos de interés el replantear en esta nota algunos pro­ blemas iconográficos en torno a la kylix de Medellín, ejemplar al que G. Styl. Korrés dedicó en 1972 un documentado y sugerente estudio \ Dado que los resultados de sus investigaciones han sido publicados en griego moderno, resumimos aquí, para aquellos ar­ queólogos españoles no familiarizados con esta lengua, la exposi­ ción de sus puntos de vista, que en algún caso nos permitiremos glosar con anotaciones nuestras. Ya en una segunda parte incluiremos nuestras propias conclu­ siones, tratando de situar globalmente la kylix en su ambiente productor ateniense, deteniéndonos especialmente en su iconogra­ fía, que consideraremos bajo el punto de vista de las motivaciones comerciales y del entorno indígena tartésico-turdetano que acepta este producto griego integrándolo en su propio mundo de experien­ cias figurativas. Pero con antelación a todo ello debemos ofrecer una síntesis

• La palabra kyluc, término que en griego clásico se aplicó frecuentemente para designar a las copas con asas, posee en esta lengua género femenino (cf. el Lexicón de H. G. Lidell-R. Scott s. v. kylix con sólo un ejemplo excepcionalmente mascu­ lino). Dicha palabra aparece a veces documentada sobre las mismas copas y skyphoi, a los que designa indistintamente, y en ambos casos es siempre femenina (cf. María Letizia Lazzarini: «I nomi del vasi grece nelle iscrizioni dei vasi stessi», Arch. CÍOÍ8., 25-26, 1973-74, págs. 346 y sigs.). Sirva, a la manera de un ejemplo, la ins­ cripción sobre una copa ática dedicada a la hetera Filto (Smith: JHS, 6, 1885, págs. 371 y sigs.; P. Friedlander: Epigrammata, 1948, pág. 162, núm. 177). Un grafito en el pie del vaso nos habla en primera persona y en dialecto dorio: OIXTÓK; TÍjii xác; xaXái; á xúXi^ " itoixíXa «Soy la kylix de vivos colores de la bella Filto». No tiene, pues, justificación alguna el empleo de kylix con género masculino, tal como ha venido haciéndose en la literatura arqueológica en castellano. Una revi­ sión de la terminología de este campo científico basada en el griego resulta hoy día muy necesaria. Evitaríamos así las continuas anomalías y contradicciones lingüísticas —generalmente de transliteración y de transcripción— en que habitualmente incu­ rrimos en nuestras publicaciones de arqueología. ^ "AíitaXxoí" xaí "Opxto? Zsúi en Archeologikí Ephimerís, Atenas, 1792, pági­ nas 208-233, láms. 84i-87.

Rev. Arch. Bibl. Mus. Madrid, LXXX (1977), n.» 4, oct.-dic. 868 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos

sobre las características esenciales de la kylix, publicada deteni­ damente en dos ocasiones por M. Almagro Gorbea ^. Se trata de una copa de labio, fechable entre los años 560 a 550 a, de C, momento en el que no se ha fijado aún el canon definitivo de este tipo cerámico. De ahí Jas proporciones de su pie, distintas de lo habitual ^, y la forma de su labio, marcada­ mente saliente o evadido. Su decoración, de estilo caligráfico y miniaturista, corresponde plenamente al mejor momento creador de los llamados «Pequeños Maestros» "*. Clara conciencia de la ca­ lidad cerámica de esta obra, de una ligereza extraordinaria, la tu­ vieron ya sus autores —ceramista y pintor—, quienes nos dejaron escrita sobre la zona de las asas una leyenda en la que el mismo vaso alaba, en primera persona, su propia belleza ^. Ya en el segundo de los trabajos y basándose en el análisis

2 «Hallazgo de un kylix ático en Medellín (Badajoz)», en XI Congreso Nacional de Arqueología, Mérida (Cáceres), 1969, págs. 437-446, láms. I a IV. Para las vici­ situdes de su hallazgo, cf. especialmente págs. 437-9; el mismo autor: «La necró­ polis de Medellín (Badajoz)», en Noticiario Arqueológico Hispánico, núm. XVI 1971, págs. 161-202, láms. I-XII. Este es el artículo que citaremos en las notas sucesivas. 3 La altura del pie, 62 mm., es inferior a la del diámetro de la base del mismo, 74 mm., rasgo que lo acerca al canon de las copas de Siana. Cf. D. von Bothmer: «Five Attic Black-figured Lip-cups», en AJA, 66, 1962, pág. 255, en especial la descripción de la copa de Nearchos en el Museo de Nueva York. •* Detalle muy poco común en las copas de labio es la decoración de círculos concéntricos que decoran la base del pie. Los ejemplares conocidos corresponden a la época temprana de las copas de labio. Por el contrario, es un detalle habitual en los tipos de Siana y Gordion. Cf, J. Boardman: Athenian Black-figured Vases (abreviado, ABPV), 1974, págs. 32 (Siana cups) y 58-59 (Gordion cups). A los ejemplos de pies decorados con círculos que aduce Almagro Gorbea en el segundo de sus trabajos, pág. 169, hay que añadir aquí los citados por D. von Bothmer, 1. c.: una copa de Nueva York de Nearchos (núm. 61.11.2), un pie reutilizado en una copa de labio en el Louvre (F 97) y una kylix en Toulouse ñrmada por Hermógenes (núm. 26.177). Por otra parte, el marco del medallón de la kylix de Medellín, que consta de dos bandas circulares a uno y otro lado de una central de lengüetas decoradas por dos series de puntos contrapuestos, aparece igualmente en la copa de Toulouse firmada por Hermógenes, de fecha temprana, según Beazley: ABV, pág. 165. Vid. nota 58. * Vid. nuestra interpretación al final del trabajo (apartado IV). El tamaño relativamente grande de las letras es un rasgo asimismo característico de estas copas de labio tempranas. Cf. nuevamente el art. cit. de D. von Bothmer, pág. 255. For otra parte, vid. esta misma inscripción en una copa de Londres (frgs. B 601.10 y B 601.7), atribuida a Clitias y en la de Rodas 10527 (ABV, págs. 162 y 79). La lectura de la copa de Londres se debe a M. Robertson, en JHS, 71, 149, quien señala la existencia de un glicónico. Sobre este último punto es conveniente matizar que, si bien esta oración tiene efectivamente cabida en el ritmo del gliconio, aunque con la base iniciada por breve, resulta problemático el determinar aquí una posible intencionalidad rítmica, dado que para ello sería necesario contar con una secuen­ cia, con una repetición del esquema métrico. Agradecemos esta observación al pro- fesor M. Ruipérez, Universidad Complutense, Madrid. La Icylijc de Medelltn. Un ensayo de interpretación... 869

formal y estilístico de la kylix —junto con la luz que aportan sus más cercanos paralelos: copas de Rodas, Berlín y Londres *— logra discernir Almagro Gorbea la personalidad del alfarero que modeló la pieza. Se trataría de Eucheiros, como él mismo nos dice con claro orgullo de su filiación con Ergótimos, el autor del Vaso Franyois. Su firma, que aparece en las otras tres copas citadas, hubo de adornar también en su día la cara B de nuestra kylix '. En cuanto al artista que la decoró no sabemos su nombre, que no dejó impreso, pero sí podemos identificarlo, como hizo Alma­ gro Gorbea, aproximándola al Vaso de Rodas, obras del mismo pintor *. Gracias a este hallazgo español, conocemos ya con segu­ ridad la existencia de tres manos distintas que trabajaron a la par como pintores en el mismo alfar de Eucheiros: el Pintor de Eu­ cheiros, Sakónides y el Pintor de Medellín '. Decora la cara principal de la kylix un busto de Zeus soste­ niendo un haz doble de rayos en cada una de sus manos. En la cara B se conserva tan sólo la parte posterior de un caballo al galope y restos mínimos de un efebo que lo monta, así como el extremo de la clámide que viste, dirigida hacia atrás por la velo­ cidad de la carrera y por el viento. El medallón interior lo decoran dos gallos afrontados y hierá- ticos, fragmentariamente conservados. Esta representación nos acerca la copa —no genética pero sí ambientalmente— al tipo lla­ mado de Siana, así como a algunos paralelos cerámicos laconios ^°.

6 J. D. Beazley: ABV, págs. 162,1 (Rodas, de lalysos, núra. 1052T), 162,2 (Lon­ dres, B 4.17), 162,3 (Berlín, 1756, de Vulci). 7 Almagro Gorbea; O. c, págs. 174-75. 8 O. c, pág. 173. 9 Se viene con ello a confirmar la sospecha que tuvo Beazley: ABV, pág. 162, sobre la posibilidad de que, dentro de este grupo, trabajara una personalidad distinta que no pudo identificar él entonces claramente. Cf. asimismo Almagro Gorbea: O. c, pág. 178. 1* G. Styl. Korrés : O. c, pág. 208, n. 4. Sobre los gallos afrontados o luchando, vid. Ph. Bruneau, en BCH, 89, 1965, págs. 90 y sigs., y P. Coupel y H. Metzger: «La frise des 'coqs et poules' de l'Acropole de Xanthos», en RA, 1976, págs. 247 y sigs. Un gallo y una gallina afrontados aparecen en una copa de Siana de Kassel del Pintor C. Cf. R. LuUies, en CVA (1), pl. 29,1 (ya citado por Korrés); gallo y ga­ llina, ambos hacia la derecha, decoran la copa de labio publicada por 13. A. Amyx, en AJA, 66, 19^, págs. 229 y sigs., lám. 57. Sirviendo como base del medallón central de las hylikes laconias aparecen los gallos afrontados. Vid. ejemplos en C. M. Stibbe: Lakonische Vasenrruder dea 6. Jhdts. v Chr., Amsterdam-Londres, 1972, figs. 70,1 y 72 (ya citado por Korré). Ello nos plantea de nuevo el problema de las relaciones entre las copas de labio y las de Siana. Sobre este punto, J. D. Beazley: «Little master cups», en JHS, 52, 1932, págs. 167 y sigs., no manifiesta nada concreto. D. Kallipolitis-Feytmans: Révue Archéologique, 1972 (1), págs. 78 y sigs., ha de­ mostrado las relaciones entre ambos grupos : hay copas de Siana que imitan (o in­ tentan imitar) las copas de los Pequeños Maestros. Este tema de las relaciones entre

13 870 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos

La figura de Zeus, barbada y con largos cabellos, está vuelta hacia la derecha, como es habitual en las representaciones de este dios. Los haces de rayos que sostienen sus manos tienen forma de doble tridente; un segundo contorno, a la manera de alas, se dibuja sobre el rayo de la mano izquierda ". Su relación formal con el tridente de Posidón, que puede sugerir una primitiva indi- ferenciación originaria de ambos atributos ^^ —característica de algunos elementos iconográficos del mito griego en sus años de formación—, es sólo aparente '^. Es significativo en la figuración de este Zeus la posición de su brazo derecho: está doblado por el codo y la mano sobrepasa ligeramente la altura de la cabeza. El haz de rayos está orien­ tado hacia abajo y no horizontalmente, como sería de esperar en el caso de que el dios fuera a lanzar su arma contra algún perso­ naje concreto ^*. Pero sobre una posible relación temática con la cara B hablaremos más adelante en nuestro punto IV.

ambos grupos es ampliamente desarrollado por K. Schauenburg: «Zu attischen Kleinmasterschalen», en Archaologiacher Anzeiger, 1974, págs. 191 y sigs. Por su parte, P. Amyx, en AJA, 66, 1962, págs. 229 y sigs., ha tratado la relación del Pintor C y los Pequeños Maestros. Las relaciones entre la cerámica ática y la cerámica laconia de esta época ha sido establecida por C. M. Stibbe: O. c, pág. 29, nota 1 y pág. 174. W. Hornbostel: «Zwei neue Komastenschalen», en Preundesgabe für Wiüy Zschietzsmann, 1975, pág. 71, apunta la conveniencia de tratar el problema considerándolo globalmente dentro del conjunto de influencias mutuas entre unos y otros talleres más que desde el punto de vista, hasta hoy imperante, de una genética aislada de evolución en línea directa: «es ware der Untersuchung wert, ob auch der Formtypus der Siana- Schale Anregungen aus dem lakonischen Bereich bezogen hat». Para el influjo de la cerámica oriental vid. el reciente trabajo de D. A. Jackson : East Greek influence on attic vases, London, 1976, cap. IV, pág. 53. 11 G. Styl. Korrés: Op cit., pág. 209. El tipo aquí representado es el «pteróforo» o alífero, como denominará más tarde al rayo de Zeus el cómico Aristófanes (Aves, V. 1714.). 12 Así, G. Styl. Korrés: Op. cit., pág. 209, nota 5 con bibliografía. Parece atri­ buirse aquí a E. Simón (vid. nuestra nota 13) una opinión que, por el contrario, esta autora refuta. 13 Vid. la crítica a este punto de vista de E. Simón: Die Ootter der Griechen, 1969, pág. 82: «Der Dreizack ist nicht, wie früher Gelehrte annahmen, aus der orientalischen Darstellung des Blitzes entwickelt». En el tridente de Posidón ve E. Simón, siguiendo una antigua opinión de H. Bulle, simplemente un arpón. 1* En las representaciones que conservamos de Zeus interviniendo en un com­ bate suele aparecer el dios con el yugo de sus armas horizontalmente dispuesto en su mano levantada, significándose así, con este gesto claro, un ataque concreto e inmediato contra su contrincante. Cf. la copa de ülaukytes en Berlín núm. 1799, ABV, 164: Zeus interviene en el combate de Herakles contra Cieno. Existen tam­ bién, sin embargo, representaciones, en contextos no bélicos, en las que Zeus sostiene sus rayos horizontalmente, como si fuera a lanzarlos. Ex. gratia, la kylix de labio del Pintor de Phrynos en Londres, B. M., B 424, ABV, 169,3; J. Boardman: ABFV, fig. 123: Nacimiento de Atenea. La kylix de Medellín. Un ensayo de interpretación... 871

Nos interesa centrarnos ahora en la historia que ha trazado Korrés sobre este motivo iconográfico del supuesto Zeus «dípal- tos», una historia de raigambre oriental como la de tantos otros temas que invaden el mito y el arte griegos durante su período de gestación en el arcaísmo. El tema de la divinidad con un haz de rayos en cada mano se documenta ya en los cilindros-sello mesopotámicos desde el ter­ cer milenio a. de C. (fig. 2-4). La divinidad en estas tempranas representaciones es generalmente femenina. En estos cilindros-sello la diosa aparece, como señora de las fieras (potnia theron), de pie sobre el monstruo. Con ello se expresa su manifestación de poder y dominio sobre aquél '^. Este tema continúa durante el período neoasirio, donde el per­ sonaje, como dios de la tempestad, será ya siempre masculino '*. Lo encontramos asimismo documentado en el arte neohitita ''. Según Miss Lorimer, hubo de pasar dicho motivo al mundo griego por intermedio de las islas de Chipre y Creta, sobre todo durante la gran invasión de elementos orientalizantes en Grecia, que se inicia en el siglo viii a. de C. ". Una divinidad con el disco solar sobre su torso y con haces de rayos en sus dos manos sería el primer ejemplar realmente griego conservado ^^. Hasta aquí, muy brevemente esbozada, la historia pregriega, según Korrés, de este motivo iconográfico del Zeus «dípaltos». Junto con las representaciones figuradas conviene no olvidar las nume­ rosas narraciones míticas que circularían oralmente por aquellos años y que nos sugieren otra fuente básica para la penetración en Grecia de este motivo religioso. Conocidos son los precedentes anatólicos, como el Poema Celeste hurrita, de la Teogonia de He- síodo ^\ El combate, relatado asimismo por Hesíodo, que sostiene Zeus contra el monstruo Tifón ^^ es a su vez el contenido central del poema hitita de Ullikummi, motivo tal vez representado plástica­ mente en el siglo viii en un grupo de bronce griego hoy en Nueva

1^ G. Styl. Korrés: Op. cit., pág. 213, con abundante bibliografía y figs. 1 y 2. "i G. Styl. Korrés: Op. cit., págs. 216 y sigs., lám. 86 b. 1' G. Styl. Korrés: Op. cit., pág. 218, en Arslan- Tash, lám. 86 a (de claro influjo asirlo). 18 G. Styl. Korrés: Op. cit., pág. 218. H. L. Lorimer: AlzaXzoz , en BSA, 37, 1936/37, pág. 186. lí» G. Styl. Korrés: Loe. cit., fig. 7. 20 P. Walcot: Hesiod and the near East, 1966, págs. 27 y sigs.; G. Styl. Korrés: Op. cit., pág. 219. 21 Teogonia, vv. 820 y sigs. 872 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos

t^v- ^ í 1 M^^^

6o

Representación de la divinidad de la tempestad, con dos haces de rayos, en actitud de dominio sobre el monstruo: 1. Cilindro-sello de Vélez-Málaga (según Berlanga). J. M. Blázquez, Tartessos, fig. 1, siglo xiv a. C. 2. Cilindro-sello de Ur en Filadelfia (Univ. Museum) (Korrés, fig. 1). Hacia el afio 2300 a. C. 3. Cilindro-sello del British Museum, núm. 89.521 (Korrés, fig. 5). Primera dinastía babilónica. 4. Cilindro-sello de la Pier- pont Morgan Library (Korrés, fig. 2). 2840-2180 a. C. La kylix de MedelUn. ün ensayo de interpretación... 873

York ^^, si bien otros prefieren ver aquí la lucha del dios contra Cronos ^^ o de Heracles contra Neso ^*. La significación de este pa­ saje hesiódico es clara: la reafirmación definitiva que adquiere, tras la lucha, la soberanía de Zeus. Es éste un momento abiga­ rrado y dramático en la narración de Hesíodo. En la victoria final del dios de la Tormenta han jugado un papel principalísimo sus poderosas armas: «de su mano pesada partían volando los nume­ rosos rayos» ^^. Recordemos que también se nos sugieren las alas en los rayos del Zeus de Medellín ^'. Además del grupo en bronce de Nueva York ya citado se han aducido para el arte griego arcaico otras representaciones muy pro­ blemáticas de estos motivos hesiódicos. Por ejemplo, el aríbalo protocorintio del Museo de Boston, en el que Zeus va a aniquilar con uno de sus rayos a un centauro (Tifón ?) ^' ; o uno de los es­ cudos de Olimpia (mediados del siglo vi a. de C), donde el dios lucha igualmente contra «la terrible serpiente de Tifeo» **. Hemos de llegar, sin embargo, a la kylix de Medellín para encontrar el primer ejemplo definitivo en el arte griego de un Zeus con haces de rayos en una y otra mano, ¿Qué interpretación debemos dar, pues, a los motivos figura­ dos de esta pieza de Medellín? La representación del dios sobre esta kylix nos remite, según Korrés ^', al antiguo mito anatolio de la lucha y reafirmación de Zeus en su trono y más propiamente a alguno de sus combates contra los gigantes ". Pero, sobre todo, hemos de ver en su figuración (ver infra nuestro punto IV) la reafirmación que adquiere en el arte y en el pensamiento griego de estos años el poderío de Zeus, firme vigilante en el cumplimiento de la Justicia y de las Leyes, en cuyo trono se asientan. 22 Metropolitan Museum, 17.190. 20T2 (¡de Olimpia?). Un personaje barbado (¿Zeus?) lucha contra un centauro. La interpretación de este personaje como Tifón se debe a E. Buschor, en AJA, 38, 1934, págs. 123 y sigs. 23 J. Dorig y O. Gigon : Der Kampf der Odtter und Titanen, 1961, págs. 89 y sigs. 2-* K. Fittschen: Vntersuchungen zum Beginn der SagendarsteUungen hei der Oriechen, Berlín, 1969, págs. 119 y sigs., en especial pág. 125. Se trata extensamente aquí toda la problemática de estas representaciones. 25 Teogonta, 689 : ct xspctuvoi XOTSOVTO X^'po? <^™ ou^npffi 26 Vid. rapra, nota 11. 27 Korrés: O. c, pág. 220. Sin embargo, K. Fittschen: O. c, pág. 119, no considera adecuada esta interpretación de E. Buschor y de E. Kunze. Ver en Fittschen: loe. cit., bibliografía. 28 Teogonia, 825; Korrés: Op. cit., pág. 220. 2« Op. cit., pág. 221. 3* Esta interpretación nos parece muy problemática, basándonos en los escuetos datos de nuestra kylix. Problemáticos son tambin los precedentes que aduce Korrés, como el citado arriba de Boston (vid. nota 27). 874 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos

En la segunda parte de su trabajo dedica Korrés un estudio al Zeus Horkios (Protector de Juramentos), cuya imagen, hoy per­ dida, se erigía en el santuario de Olimpia ^\ Como en el Zeus de nuestra copa, ambas manos del dios blandían sendos rayos. El sen­ tido que para los griegos poseyó esta escultura desaparecida puede, tal vez, aproximarnos al contenido iconográfico de nuestra kylix. Pausanias, por quien conocemos su existencia, nos transmite que dicha estatua se erigía en el recinto sagrado, en el interior del Bu- leuterio, «de todas cuantas imágenes existen del dios la más terrible para perplejidad de hombres injustos. Lleva por sobrenombre Hor­ kios y en cada una de sus manos sostiene un rayo. Está estable­ cido que junto a él, los atletas, sus padres y hermanos, así como los entrenadores, juren, ante los despojos de un macho cabrío, que ninguna acción injusta realizarán durante el certamen olímpico (...). Y ante los pies del dios de los Juramentos reposa una tablilla de bronce : sobre ella queda escrito un dístico para infundir terror en los perjuros» ^^. Estos son los datos, harto problemáticos, referentes a una re­ presentación escultórica no conservada, de la cual ni se nos ha transmitido fecha aproximada que nos oriente ni el material si­ quiera en que fue construida. No sabemos tampoco si existió una imagen precedente en época arcaica y, si en este caso, un eco más o menos próximo de ella hemos de verlo en esta kylix ática de Medellín. Hasta aquí, guiados por el artículo de Korrés, la interpretación del Zeus «dípaltos» y Horkios. Sin embargo, su presencia en Es­ paña queda aún por justificar. Es ahora nuestra intención el tra­ tar de hacerlo apoyándonos en los datos expuestos que recogemos —en parte matizándolos, en parte ampliándolos— en las siguien­ tes conclusiones:

I.—EL ZEUS DE MEDELLÍN : PROTOTIPOS ORIENTALES

En la kylix de Medellín, la figura con dos haces de rayos re­ presenta claramente una asimilación al Zeus griego de la divini­ dad oriental —anatólica y siria— relacionada con las tormentas ^^.

^í Op. cit., págs. 225 y sigs., con abundante bibliografía. 32 Descripción, de Grecia, lib. V (Elide), 24, 9, 11. 33 E. Akurgal: Sp&thetithische Bildkunst, 1949, págs. 101 y sigs., donde se establece una clasificación en cuatro tipos figurativos. Vid. asimismo W. Orthmann: Untersuchungen zur spathethitiachen Kunst, Bonn, 1971, págs. 238 y sigs. La kylix de MedelUn. Un ensayo de interpretación... 875

Esta divinidad siro-hitita encuentra una gran expansión hacia el Occidente en el curso del segundo y, sobre todo, del primer milenio a. de C, como consecuencia de las relaciones humanas y del intercambio comercial durante este período en el Mediterrá­ neo '\ Asimilaciones a este dios se documentan en Grecia desde época temprana, no reduciéndose necesariamente al tipo «dípaltos» que vimos en el trabajo de Korrés y que parece ser tan sólo la reali­ zación específica de una representación más amplia extendida desde antiguo en el Egeo. Así, aparece ya, tal vez como importación hitita, en el mundo micénico ^' y se documenta en Olimpia du­ rante el período subgeométrico ^^ y en el arcaísmo ^', donde es modelada —ahora con seguridad— bajb las categorías figurativas típicamente griegas: se integra aquí, claramente ya, en la icono­ grafía de Zeus ^*.

3* J. E. Vorys: Tesup Figurines and Anatolian Art of the second miüenium B. C, Diss. Bryn Mawr CoUege, 1959; el mismo, Some hittite figurines in the Aegean, en Hesperia, 38, 1969, págs. 141 y sig. Sobre la expansión por el Medite­ rráneo occidental de este tipo, confróntese la figura en bronce de Hadad o Resef, encontrado en la costa sur siciliota, C. A. di Stefano: Brometti figurati del Museo Nazionale di Palermo, Roma, 1975, pág. I*, núm. 19, lám. V; según Tusa, en Riv. Studi Fenici, I, 2, 1973, págs. 173 y sig., se trata de «un prodotto deU'am- biente siriano della costa mediterránea». 35 J. Vorys Canby: Loe. cit., en Hesperia, 38, 19S9, págs. 141 y sig.: estatui­ llas de Tirinto y Nezero (Tesalia), que Vorys interpreta como una importación hi­ tita. Vid. asimismo E. T. Vermeule: Greece in the Brome Age, 1964, pl. XLVIll d, y R. Houston: «Near eastern forerunners of the striding Zeus», en Archaelogy, 15, 1962, págs. 176 y sigs., en especial págs. 180-1 (representaciones de Tirinto, Mice- nas, Délos y Creta): «Their presence in the mycenaean culture is more than casual.» Su aparición en el mundo micénico lleva a Houston a considerarlas como un proto- Zeus. 5^ P. Demargne, The Birth of Greek Art (traducido al castellano. El nacimien­ to del arte griego), 1964, págs. 312-3, figs. 407-9: primera mitad del siglo vil. P. De­ margne lo interpreta como un Palladion arcaico. Asimismo, vid. D. Collón: «The Smiting God», en Levant, IV, 1972, pág. 133 y nota 49. 3' P. Demargne: Op- cit., pág. 360, figs. 474-6: finales del siglo vil. La figura aparece aqui desnuda. 2* Sobre una continuidad entre las representaciones de época micénica y las figuraciones de la Grecia arcaica, vid. las matizaciones que lleva implícito el tra­ bajo de J. Vorys (cf. nota 34). Un esquema, fundamentalmente lineal, sobre la pervivencia de la iconografía del supuesto Proto-Zeus micénico parece deducirse en R. Houston: Op. cit., pág. 181: «Local Greek manufacture of these cult images (se refiere a los ejemplos de época micénica) made it possible for the motiv of the smiting god to survive the eventual breakdown of Aegean trade with the Levant at the end of the Mycenaean Age». Pero más que bajo las categorías de una evo­ lución lineal, creemos que el problema debe plantearse dentro de la trama de con­ tactos culturales de Grecia con el Oriente, primero en el segundo milenio a. de C. (mundo micénico), luego con el resurgir del comercio en el siglo vin a. de C., tras los siglos oscuros. Es decisivo aquí la determinación de la estatuilla de Tirinto como hitita, según J. Vorys. 876 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos

En alguna de las islas, probablemente Rodas —durante el Bron­ ce Final integrada en el mundo egeo-griego, pero que simultánea­ mente hubo de recibir los continuos estímulos culturales de Ana- tolia—, cabe situar con una gran verosimilitud el puente o camino por el que penetró, ya en el segundo milenio, la figuración de esta divinidad oriental en Grecia ^^. Su presencia debió permanecer vinculada a determinadas zonas geográficas, especialmente abier­ tas a este heterogéneo mundo orientalizante. Así, como Hadad si­ rio, aparece documentado en el Heraion de Samos *°. Así, pues, la plasmación de este dios en la kylix de Medellín no ha de interpretarse como un hecho insólito, privado de con­ texto religioso y cultural, sino que, por el contrario, se integra claramente dentro de la marcada corriente orientalizante de la Ate­ nas arcaica. Más adelante, en nuestro punto III, trataremos de situar con una mayor precisión algunos aspectos de esta copa den­ tro del marco de su contexto comercial. En lo que se refiere a su iconografía indiquemos tan sólo que se trata de un resumen, de una abreviación para el labio de una copa de la figura completa de la divinidad. El Pintor ha querido resaltar en ella aquello que resulta precisamente más significativo del dios de las tormentas : la expresión vigilante de su rostro —está inclinado atentamente hacia adelante con el ojo descomunalmente abierto y la oreja marcadamente resaltada y, sobre todo, la acti­ tud mostrativa, paradigmática, de sus brazos, dispuestos, simbó­ lica más que realmente, a lanzar uno tras otro los rayos alados. El brazo derecho, elevado y doblado por el codo, es el rasgo rele­ vante que nos lo encuadra en la serie oriental. Se evita intencio­ nadamente, en cambio, la representación de su figura completa**. El ceramista de estos años concibe, por lo general, a Zeus sen­ tado en un trono. Pero esta actitud diferiría del tipo oriental, de pie y avanzando, que aquí se imita.

39 J. Vorys Canby: Op. cit., pág. 147. *" U. Jantzen: Agyptische und orientdlische Bromen aus dem Heraion non Samos ( = Samos VIII), 1972, núm. B 1285, lám. 64 (según Jantzen, un Hadad sirio). *i Sobre la representación de cabezas de perfil en la cerámica arcaica, vid. la monografía de Otfried von Vacano, Zur Entstehung und Deutung gemalter Seiten- ansichtíger Kopfbilder auf sf. Vasen des griechischen Festlandes, Bonn, 1973. A Ly- dos y a Sakónides, compañero del pintor de Medellín, se retrotrae el tipo de bustos que decoran las kylikes áticas. Sobre su significado iconográfico, von Vacano tipi­ fica algunas representaciones sin acción, sin juego concreto en un episodio mítico. En esta serie anepisódica debe incluirse seguramente el busto del Zeus de Medellín. La kylix de Medellín, Un ensayo de interpretación... 877

II.—ICONOGRAFÍA DEL DIOS DE LAS TORMENTAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

La representación más antigua de esta divinidad en la Penín­ sula Ibérica se documenta ya posiblemente en el segundo milenio. El desaparecido cilindro-sello de Vélez-Málaga, que conocemos gra­ cias a un dibujo de Berlanga *^, habría que reconsiderarlo bajo esta nueva luz. La divinidad femenina, de pie sobre un león, que apa­ rece a la izquierda del dibujo (fig. 1), sostiene en ambas manos unos objetos que, interpretados hasta ahora como ramos de flo­ res *^, deberían considerarse más bien como el atributo de los ra­ yos del dios —aquí, diosa— de las tormentas en su manifestación de poder sobre la fiera. El cilindro ha sido fechado en la primera mitad del siglo xiv **, época demasiado temprana para haber lle­ gado entonces con los primeros colonizadores fenicios, lo que re­ quiere una explicación secundaria *'. Ya en el curso del primer milenio hemos de suponer que este tipo figurativo llegara con los estímulos orientales de manera con­ tinua al sur de España, arraigando especialmente en el mundo tar- tésico-turdetano. Esta región tartésica remodela y hace propia —como vimos que ocurrió paralelamente en Grecia— la figuración

*2 J. M. Blázquez Martínez: Tartessos y los orígenes de la colonización fenicia en Occidente, 2.» ed., 1975, pág. 23, fig. 1, con bibliografía. Esta interpretación es una sugerencia oral de M. Almagro Gorbea. *3 Así A. Blanco en Zephyrus, 11, 1960, págs. 151 y sigs., y J. M. Blázquez: Op. cit., pág. 23. ** J. M. Blázquez: Op. cit., pág. 24: el taller estaría en Siria más que en Chipre, donde estos sellos fueron imitados. *5 Pudo ser traído por los fenicios en época muy posterior a la de su fabricación, como sugiere J. M. Blázquez, op. cit., pág. 25. Habría que suponer en este caso un lapsus temporal de siete siglos. La proximidad geográfica con el asentamiento fenicio de Toscanos hacen, por otra parte, verosímil esta interpretación. De haber alcanzado la Península en el segundo milenio a. C. cabría situarlo, como un dato enigmático más, dentro del contexto de influjos orientales que trans­ mite el Egeo en esta época de contactos con Occidente. Vid. sobre este punto la síntesis crítica de Buccholz, «Agaische Funde und Kultureinflüsse in den Randge- bieten des Mittelmeers», en Archaologischer Anzeiger, 1974, págs. 825-462. En lo referente a España, pág. 857. Tal vez la problemática del cilindro-sello de Vélez-Málaga puede ponerse en re­ lación con las similares discusiones que tratan de justificar el hallazgo en la costa meridional siciliota de una estatuilla de Hadad fechable entre los siglos xm y xii (cf. nota 34). D. Harden, The Phoenicians, 1962, págs. 61-62, lo pone en relación con el comercio micénico; Tusa, en Riv. di Studi Fenici, 1, 2, 1978, pág. 173 y sigs., sostiene, en cambio, que se trata del único documento directo de la pre­ sencia fenicia en el Mediterráneo occidental en época tan antigua. 878 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos

de esta divinidad. El llamado guerrero de Medina de las Torres *® es, como ha señalado ya Collón^'^, Blázquez ''* y Almagro *" una re­ presentación —acaso indígena ^''— de este dios. Nicolini insiste en su datación arcaica ^\ Pero la penetración de este tipo no se limita al mundo siro- hitita del que debieron ser los fenicios los principales transmiso­ res. Bajo esta nueva luz iconográfica habría que reinterpretar otras importaciones griegas, como el llamado «guerrero» de Cádiz, una versión antropoplástica, desnuda, del dios de las tormentas ^^. Los dos orificios que se señalan en su gorro puntiagudo —la interpre­ tación griega de la tiara oriental— debieron de estar destinados a los cuernos que se indican con frecuencia en las representacio­ nes orientales de esta divinidad. Habría que reexaminar detenida­ mente el bronce para determinar su lugar de fabricación, hoy in­ seguro ^^. El influjo de esta figuración en la Península Ibérica debió ser grande. M. Almagro Basch prepara actualmente una monografía sobre la presencia de este dios en la Península Ibérica, tal vez a raíz de la figuración de algunos bronces de la zona tartésica °*. En cuanto a la kylix de Medellín se refiere, podemos compren­ der mejor así, bajo esta interpretación iconográfica, su presencia dentro del contexto cultural en el que aparece. El carácter orien- talizante de su figuración explica la permeabilidad de la zona ha-

••6 A. Blanco, en ArchEspArq, 77, 1949, págs. 282 y sigs.; J. M. Blázquez, op. cit., págs. 97 y sigs., considera que la pieza está fabricada en la Península y que, por otra parte, responde estilísticamente a influjos griegos venidos de Samos. Es fechada por este autor a finales del siglo vi. *' Collón: Op. cit., pág. 126, núm. 16 (fig. en pág. 125). Alude este autor a una figura sinnilar en el Algarve publicada por E. da Veiga: Antigüedades monu­ mentales de Algarve, vol. IV, Lisboa, 1891. Al igual que Collón, no lo hemos po­ dido comprobar. *8 «Bronces de la Mérida prerromana», en Augusta Emérita. Actas del bimile- nario de Mérida, 1976, págs. 11-18. *9 Bine oricntalisierende Bronzeskulptur aus der Gegend non Sevilla (en prensa). 50 G. Nicolini: Les Bromes figures des sanctuaires ibériques, París, 1969, pág. 56: «II présente trop d'affinités dans la facture genérale, l'attitude et le vétement avec les bronzes andalous pour le rejeter hors de la culture ibérique.» 51 Op. cit., pág. 46, nota 1 : fecha ante quem, siglo vi. A Blanco, en AEspArq, 76, 1949, págs. 282-4, figs. 1-3, lo consideró de los últimos años de la República. Posteriormente parece admitir su arcaísmo si atendemos a la referencia de J. M. Bláz­ quez, op. cit., pág. 98, que no hemos podido determinar. 52 A. García y Bellido, Hispania Graeca, II, págs. 114-5, lám. XLVI. 53 Según A. García y Bellido: Loe. cit.: «Una mala imitación, probablemente italiota, de un original griego de la segunda mitad del siglo v a. de C.» 5'* Agradecemos al profesor M. Almagro Basch esta referencia que ha com­ probado sobre algunos bronces del Museo Arqueológico Nacional y cuyas conclu­ siones están actualmente en proceso de estudio por dicho autor. La kylix de MedelUn. Vn ensayo de interpretación... 879

cia este producto peculiar. En la figura de Zeus pudieron ver transmisores y compradores una representación del dios de las Tor­ mentas, enraizado desde antiguo, según hemos visto, en esta zona tartésico-turdetana.

III.—ICONOGRAFÍA Y CONTEXTO COMERCIAL

El hecho de que la segunda copa atribuida por Almagro Gor- bea al Pintor de Medellín haya aparecido en lálysos (Rodas) (lá­ mina 2) puede ser un dato significativo, si lo interpretamos den­ tro de ese ambiente de apertura y de aceptación hacia la cerámica ática en el Mediterráneo oriental ^*. Los «Pequeños Maestros» en­ cuentran un mercado siempre abierto —además de Etruria— en el Levante ^^. Algunos alfares jonios llegan a imitar incluso es­ tos productos áticos ^''. Precisamente las copas tipo de Gordion, al que nuestro ejemplar de Medellín se aproxima tipológicamente en algunos rasgos ^*, reciben su nombre por este asentamiento en Frigia, donde aparecieron dos ejemplares ^°. Los influjos entre uno y otro mundo son mutuos y parece tarea vana tratar de establecer una filiación genética que explique, uní­ vocamente, la compleja maraña estructural en la que se desarro­ lló la producción de talleres locales durante la época arcaica. Con

55 El motivo de la kylix de Rodas, un Tritón o tal vez Nereo, anciana divini­ dad marina, parece, pues, apropiado para este mercado, a la vez oriental que marí­ timo. La aceptación de este motivo en la Grecia del Este es clara: aparece repre­ sentado en esta zona. Cf. la figura, muy similar, representada en el cuello de un án­ fora de Northampton en Castle Ashby. R. M. Cook: «A list of Clazomenian pottehy», BSA, 47, 1952, páps. 123 y sigs., y E. Walter-Karydi, en Samoa, VI, 1, núm. 932, lám. 129. Coincide esta figura con el Tritón de la copa de Rodas en de­ talles tan concretos como el del gesto, cargado de expresión, del brazo extendido o el de la otra mano, sin objeto aparente en la kylix ática, sosteniendo, en cambio, una corona en la pieza jonia. Vid., infra, nuestro punto IV sobre la iconografía. Para las relaciones entre la cerámica de Atenas y la de Rodas, cf. Ch. Kardara: «On Mainland and rhodian workshops shortly before 600 B. C», en AJA, 59, 1955, págs. 49-5*. 56 Cf. B. L. Bailey: «The export of attic black figure ware», en JHS, 60, 1940, págs. 60-70. Sobre la exportación al Levante en estos años, págs. 65 y 68 (Pequeños maestros). 5' Vid., sobre esta problemática, R. M. Cook: Greek painted pottery, 1966, págs. 130-1. Puede encontrarse una buena documentación gráfica en E. Walter Karydi: «Samische Gefasse des 6. Jahrhunderts v. Chr.» {= Samos, VI,1), 1973, pág. 128, ecKleinmasterschalen»». 58 Almagro Gorbea: Op. cit., pág. 172. Cf. la decoración, por ejemplo, con finas líneas de la base del pie. Cf. J. D. B«azley : JHS, 52, 1932, pág. 185, en las copas de Gordion, «the underside of the foot is usually decorated with lines; as in one or two lip-cups». Vid., mpra, nota 4, e infra, nota 64. 59 J. D. Beazley y H. G. G. Payne: JHS, 49, 1927, pág. 265. 880 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos

relación a la forma y proporciones de nuestra kylix ya hemos apun­ tado más arriba este problema *". Pues bien, de forma hipotética podemos suponer que el Pintor de Medellín decoró una y otra copa concibiéndolas ea; professo para su venta en unos mercados orientales ^\ Se ha demostrado en más de una ocasión la inten­ cionalidad iconográfica del artesano ateniense de cara a la expor­ tación ^^. En el caso de la kylix de Medellín, tanto la singular iconografía indicada como la peculiaridad técnica de reservar las carnaciones de Zeus sobre el fondo claro de la arcilla, señalán­ dose con una línea de contorno rostro, brazos y detalles anató­ micos —técnica tradicionalmente utilizada por los talleres rodios y de la Jonia "'— apuntan conjuntamente hacia esa intencionali­ dad del artista ático en «adaptarse» lo más posible al gusto y exigencias de los compradores °*. Baste comparar esta figura con el busto varonil sobre la espalda de un ánfora hallada en Myrina, hoy en el Louvre °', pieza estrechamente emparentada por su téc­ nica con los alfares rodios ^^ (lám. 1). Las similitudes de ambas figu­ ras son sorprendentes : en la figuración de Myrina el varón, asimis­ mo barbado y con una larga cabellera que cae sobre sus hombros, viste un chitón de manga corta con bordado de rombos. La expresi­ vidad de su rostro se manifiesta igualmente en el ojo, descomunal­ mente abierto, y en su oreja. Ambos brazos se elevan con viveza hacia lo alto *'. ¿ Se trata también de un Zeus ? La carencia de

«" Vid., supra, notas 3 y 4, así como la 10, sobre su relación con otros ta­ lleres. 61 La relación entre las actividades de los talleres y la exportación ha sido estudiada por R. M. Cook; «Die Bedeutung der bemalten Keramik für den griechischen Handel», en Jahrhuch des deutschen archaologischen Institutes, 74, 1959, págs. 114-123, en especial págs. 116-7. *2 L. Kahil: «Un nouveau vase plastique du potier Sotadés au Musée du Lou­ vre», en Revue Archéologique, 1972, pág. 284. El exotismo de las producciones de Sotades se explica por la clientela lejana para la cual trabaja:

símbolos asociados a esta figura nada permite determinar al res­ pecto. Pero sí nos parece claro que el vaso de Medellín ha sido concebido para este mercado oriental. Sin embargo, los interme­ diarios —no sabemos si los fenicios o los mismos samios o rodios— la trajeron a España. Algo parecido a lo aquí apuntado ocurrirá con las produccio­ nes cerámicas de la Atenas del siglo iv, cuya iconografía —ama­ zonas y grifos, mundo dionisíaco, Orfeo y los tracios, etc.— pa­ rece más propiamente concebida para los nuevos compradores del mar Negro, que para los caudillos iberos en España, a donde final­ mente se exportan. Pero en uno y otro caso nos encontramos que la Península los acepta al encontrar en estos productos un uni­ verso próximo de connotaciones similares, coincidentes tal vez por el mismo carácter periférico de sus culturas. En la iconografía tenemos un factor nada despreciable que in­ tervino activamente en esta compleja trama en la que se desarro­ lló el comercio de vasos griegos por el Mediterráneo durante la Antigüedad.

IV.—LA KYLIX DE MEDELLÍN : UNA APROXIMACIÓN GLOBAL EN su CONTEXTO ATENIENSE

Si el motivo representado en la kylix de Medellín muestra unas claras reminiscencias orientales —iconografía que hemos visto acep­ tada y asimilada por los griegos—, no cabe duda, por otra parte, de que la copa guarda un claro sabor ático, tanto en los detalles como en su conjunto. Trataremos de examinar aquí ese carácter ático al que nos referimos. Pretendemos con ello paliar la visión, tal vez excesivamente diacrónica y «genealogizante» que pudiera desprenderse de la primera parte de este trabajo, concretamente la referente al origen oriental de los motivos iconográficos del Zeus «dípaltos». La filiación, más o menos directa, que apuntó Korrés de la kylix con el ambiente hesiódico —la guerra de Zeus y los Gigantes *'— debe matizarse y tal vez sustituirse por una visión más sincrónica del problema: el ambiente artesanal de la cerá­ mica ateniense de estos años que logra imponer su supremacía en en él a un dios-montaña rodeado de dos genios con cabeza de pájaro. No conozco qué interpretación puede tener este gesto en las figuraciones de Aim-Dara. Sobre la iconografía del dios-montaña y su relación con el dios de las tormentas, cf. W. Ortmann: Op- cit., págs. 264 y 247. 68 G. Styl. Korrés: Op. cit., pég. 22. 882 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos

los mercados, pero que acepta, de otro lado, formas y sugeren­ cias figurativas de talleres rivales como los laconios o los del área griega del Levante (rodios y jonios). Ya hemos apuntado en di­ versos lugares algunas de estas influencias que confluyen en nues­ tra copa ®'. Pero al lado de esta aceptación de motivos foráneos se afirma en esta obra el carácter esencialmente ático de sus pro­ ductores, los artesanos del Cerámico. Son éstos los años de la expansión del yo lírico, del descubrimiento de la individualidad creadora. En nuestra copa veremos apuntar muchos de estos ele­ mentos del entorno cultural vivido entonces por Atenas. El carácter ático se manifiesta en primer lugar en el dialecto de la inscripción del vaso. Tan sólo una(s) década(s) antes se do­ cumenta en el Ática la grafía El para notar una E por alarga­ miento compensatorio, que aquí aparece en EIMI '"', Es un rasgo dialectal típico del ático. Por otra parte, el contenido de la leyenda nos sitúa en ese floruit, ya aludido, del orgullo creador del artesano ateniense. Es la misma copa quien nos habla en primera persona '*

KAAO]N: EIMI nOTEP(I)0[N

La posición del adjetivo xaXdv al comienzo de la frase es relevante y posee un valor claramente enfático. Fue su finalidad seguramente atraer el interés del comprador. A su vez, la leyenda sobre la cara B —perdida pero recons- truible a partir de la kylix hermana de Rodas ^^— hubo de insis­ tir en esta vertiente propagandística y publicitaria del objeto :

[ErXEPOS: EEOIESENEME]

patente tanto en la palabra éfié, variante tónica y, por lo tanto, enfática del pronombre personal, como en el nombre propio «Eu- cheiros». Dicho nombre (parlante, probablemente de oficio ''^) sig-

69 Vid, supra nota 60. '" K. Meisterhans: Gramnuitik der attischen Inschriften, Berlín, 1900, pág. 20, hacia el 570 a. C. (agradecemos la información de esta nota al profesor M. Ruipérez y al Seminario do Filología Griega que dirige). '1 Sobre la inscripción, vid. supra nota 5. En la omisión de la I debe verse tan sólo una falta del pintor. Estos errores son muy frecuentes en la cerámica. 72 Almagro Gorbea: Op. cit., págs. 174-5. 73 Eü)fEipo^ es la variante temática de Euyeip, documentada esta última forma en W. Pape-G. Benseler: Wórterbuch der griechischen Eigennamen, 1911, pág. 4S1. Entre éstos se cita a un escultor corintio (Plinio, 37, 12), el que inicia míticamente la actividad artesanal en suelo italiano. El artículo, clásico, de E. Frankel, en Pauly- LM kylix de MedelUn. Un ensayo de interpretación... 883

nificaría algo así como «el de la buena mano, el hábil o diestro», al igual que el de su padre «Ergótimos» —documentada sobre las kylikes de Berlín y Londres '*— aludiría a la honra o a la fama en el alfar de este ilustre ceramista. Más aporística consideramos la hipotética relación temática en­ tre las dos caras de la kylix ". Lo fragmentario de la copa no nos permite más que una simple exposición de conjeturas. En prin­ cipio no creemos necesario el considerar que el jinete que huye en veloz carrera sobre la cara B "^ es el destinatario directo de los rayos de Zeus ''''. Así parecen indicarlo, como arriba hemos dicho '*, la posición de los haces de rayos, orientados significati­ vamente contra el suelo, y, por otra parte, la misma represen­ tación resumida de la ñgura de Zeus. La sola figuración de su busto —se deja indeterminado si está sentado o de pie "— en lugar del cuerpo completo en acción, parece apuntar paralelamente a esa falta de intencionalidad episódica. En la temática de la kylix de Rodas, de este mismo pintor '", nos enfrentamos con una problemática iconográfica en cierto modo similar. Tampoco aquí es evidente una relación temática entre el

Wissowa, XVI, 1935, cois. 1611 y sigs., no hace referencia a estos nombres de oficio. Sin embargo, algunos nombres de artesanos parecen documentarse ya en época micé- nica. Cf. M. Lejeune: «Les forgerons de Pylos», en Mémoires de philologie mycé- nienne, 2.* serie, Roma, 1971, pág. 187: manasiwelío (Mvaat Fspfot;), pirovyeko (í>iXo FepYOí), referidos a broncistas. Agradecemos estas observaciones al profesor M. Ruipérez y al Seminario de Filología Griega que dirige). 74 Cf. nota 6. Para las inscripciones, vid. Almagro Gorbea: Op. cit., págs. 174-5. 75 Para la posición de Almagro Gorbea, op. cit., pág. 167. No puede determinar Almagro una relación temática concreta que, sin embargo, no descarta. Sobre la existencia de dicha relación en otras copas, vid. los ejemplos a los que remite este autor (notas 20, 25 y 26 de Almagro). 7 6 El motivo del jinete corriendo, asociado a veces a otra figura, se inspira en la cerámica corintia. Cf. J. D. Beazley: The Development of Attic Black Figure, 1951, pág. 22, y J. Boardman; ABFV, pág. 32. La representación del jinete puede tal vez justificarse por sí misma, aisladamente. Fue un motivo muy popular en la cerámica de Figuras Negras, dada su vinculación tan especial con el ambiente aris­ tocrático. En estas representaciones se mezcla con frecuencia el ámbito de lo mítico y el de lo cotidiano. Vid. T. B. L. Webster : Potter and Patrón in Classical Athens, 1972, cap. XIV, págs. 179 y sigs. 7 7 R. Houston : Op. cit. (en nota 35), con referencia a los bronces griegos con­ temporáneos, indica que «like the Syrian and Assyrian representations of the Storm god, the figures of Zeus seem to require no particular object of smiting». Resúmenes de escenas más complejas aparecen a veces en los vasos. Sobre los problemas de la narrativa arcaica, vid. N. Himmelmann-Wildschütz: Erzahlung itnd Figur in der archaichen Kunat. 78 Vid. supra texto relacionado con nota 14. 7 9 Vid. supra nota 41 y el texto relacionado con ella. 80 Almagro Gorbea: Op. cit., lám. V, págs. 174-7. 88 t Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos

personaje marino en la cara A *^ (lám. 2) y la escena, en la que al menos interviene un jinete al galope, en la B *^. La expre­ sión dialéctica de la mano extendida del Tritón o Nereo —un gesto de participación y de exhortación muy común en estos años *^— puede llevarnos, bien a postular una relación temática real con la cara B, relación que en este caso deberemos reconstruir imaginativamente y en consecuencia mantener bajo un signo de interrogante hasta que estudios posteriores corroboren o descarten la hipótesis que en la nota exponemos ** ; o bien, por otro lado, a considerar tan sólo en este ser fabuloso el resumen o abrevia­ ción de una escena más amplia, aquí sobreentendida (el rapto de Tetis por Peleo, por ejemplo) *°. El carácter pregnante y autónomo que posee la figura aislada en el arcaísmo, capaz por sí sola de

*i Sobre este personaje, vid. E. Brommer: Vasenlisten zur griechischen Hel- densage, 3.* ed., 1&73, pág. 143, quien prefiere denominarlo con el término neutro de «ser marino» (Meerwesen). Es significativo, apunta F. Brommer, la afición hacia este tema en época arcaica, así como su desaparición inmediatamente después. Debe­ mos preguntarnos qué relación guardó con la cerámica del Este. ¿No parece sinto­ mático el que aparezca este tema simultáneamente en la Atenas y en la Jonia, preci­ samente en estos años de contactos con Oriente? Sobre una posible vinculación del motivo con la situación política ateniense en estos años, vid. J. Boardman : «Herakles, Peisistratos and sons», en Revue Archéologique, 1972, págs. 59-60. 82 Si atendemos a la simetría exigida entre la leyenda de la zona de las asas y la escena del labio, casi una constante en estas copas axiabnente determinadas por las asas, hemos de postular necesariamente otra figura delante del jinete. Vid. sobre este punto, D. von Bothmer: «Elbows out», en Révue Archéologique, 1969 (1), pág. 18. Las poderosas asas llevan a la mirada a buscar un meridiano central. Para las excepciones que confirman la regla, vid. K. Schauenburg: Arcaologischer Anzei- ger, 1974, pág. 218, y Amyx: AJA, 66, 1962, pág. 229. *^ G. Neumann: Gesten und Gebarden ín der griechischen Kunst, pág. 41. Asimismo, K. Bogen : Gesten in Begrüssungsszenen, págs. de introducción sobre el problema del contexto y el sentido de los gestos, y E. Brandt: Gruss und Gebet, pág. 119, «Gebarde des Zuschauers und der Teilnahme». s** Es muy posible (vid. nota 82) que esta cara la decoraran dos jinetes al galope. Cabría pensar entonces en los Dioscuros, que en la cerámica ática se documentan en la segunda mitad del siglo vi. Sobre este tema, vid. K. Fittschen : Op. cit., pág. 163 y nota 798. Pero el joven conservado en esta kylix de Rodas no lleva la lanza con la que aparecen asociados los Dioscuros en los ejemplos áticos. La popularidad de este motivo fue grande en estos años, documentándose en el trono amicleo, donde se los describe simplemente como jinetes al galope: Pausanias, III, 18, 14 y el comentario a este autor de J. G. Frazer, vol. III, págs. 351-2. Su asociación con el mar (protectores de los navios) este tema conocido en los textos arcaicos, por ejem­ plo, en el himno a los Dioscuros de Alceo (Diehl, 78, Lobel-Page B 2 a). Cabalgan caballos de veloces pezuñas (áxuTcriSojv Ix'i'mtmv) y salvan en el mar a los hombres de una muerte triste apareciéndose sobre el mástil de los barcos. Sobre su epifanía vid. D. Page: Sappho and Alcaeus, An introduction, 1970, págs. 256-7. Dentro de lo problemático de nuestra representación, ¿no justificaría su presencia el gesto de Nereo, saludando apasionadamente el paso fugaz sobre el mar de estos jinetes? *5 Este motivo se concibe siempre en el arcaísmo y en el siglo v bajo el esquema agonal de una lucha a pie y con los cuerpos del varón y de la hembra generalmente entrelazados. Cf., para el repertorio, F. Brommer: Op. cit., pág. 321. La kylix de MedelUn. Un ensayo de interpretación... 885 desplegar en ocasiones su propio universo de connotaciones narra­ tivas, podría conferir una explicación a este personaje gesticulante. No es un caso aislado en las representaciones atenienses de la épo­ ca *°. Este gusto hacia una figuración aislada con escaso o nulo contenido episódico nos aproximaría una y otra copa del Pintor de Medellín a algunas representaciones de la cerámica del Este *'. Pero cabe también admitir otra opción que no desecharía lo anteriormente expuesto. En esta segunda aproximación situaríamos la copa de Medellín en el ambiente característico de la religión y de la moral solónicas vigentes todavía en la Atenas de mediados del siglo VI. Estas connotaciones ambientales han sido sugeridas en más de una ocasión por K. Schefold con relación a la cerámica de la época **. De este modo, el Pintor de nuestra kylix habría querido reflejar, junto con el motivo anecdótico de la divinidad oriental, la figura imponente y amenazante del padre de los dio­ ses : un Zeus arcaico, celoso vigilante del cumplimiento de las Le­ yes y guardador de la Justicia. No es otro el contenido que ins­ pira al legislador Solón en un conocido pasaje de su Elegía a las Musas *'. Entretejiendo en un complejo pero bellísimo estilo cíclico el tema de la injusticia —la hybris o el exceso— y el de la feli­ cidad humana, afirma Solón, con la gravedad que le confiere su sabiduría moralista:

No son perennes para los mortales las obras de la Injusticia. Al contrario, Zeus aguarda vigilante el final de todo lo que sucede. Y de repente —^al igual que el viento de la primaevra dispersa las nubes en un instante...—, de idéntico modo, sobreviene el castigo de Zeus. No se llena de cólera ante cada delito como un hombre mortal; pero aquel que tiene un corazón soberbio no le pasa inadvertido largo tiemj». A la postre, siempre se manifiesta su castigo: uno paga su culpa de inmediato; el otro, más tarde. Y a los que consi­ guen escapar para que no les roce el destino inminente de los dioses,

'^ Sobre los procedimientos narrativos de la figuración arcaica y la pregnancia de la representación aislada, cf. N. Himmelmann: Op. cit., pág. 79. *' Cf. el citado ejemplo clazomenio en nota 54 para la figura de Nereo. También, al parecer, sin valor episódico el personaje barbado de Myrina (nota 65). 8* «Das homerische Epos in der Antiken Kunst», en Wort und Bild, 1975, págs. 27 y sigs. (en especial la pág. 85); el mismo autor: «Poésie homérique et Art archaique», en Revue Archéologique, 1972, págs. 9-22. 89 E. Diehl: Ánthologia Lyrica Graeca, Solón fr. 1. En castellano véase la edi­ ción bilingüe y comentada de F. R. Adrados: Liricoa griegos, «Alma Mater», 1966, pág. 182.

14 886 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos

al final éste les alcanza siempre: hombres sin culpa i)agan estas acciones. O sus hijos. O el linaje venidero.

(Traduc.: R. Olmos.)

Al igual que en el pasaje de Solón no es necesario, pues, bus­ car en la representación de Medellín al enemigo concreto, con nom­ bre propio, que es aquí objeto de los rayos del dios. Pero sí cabe aplicar, de un modo genérico, el posible juego de relaciones que, de una forma más o menos consciente, aplicó aquí el artista. Aso­ ciaciones de analogía y, sobre todo, de polaridad, categorías una y otra que conforman de modo decisivo el pensamiento dialéctico del hombre griego durante el arcaísmo *". Una asociación de ana­ logía, trasladada al mundo no mudable de la naturaleza animal, nos lo ofrecen los dos gallos heráldicamente afrontados en el inte­ rior de la kylix: son símbolo, en las representaciones de estos años, del espíritu de la lucha ®^. Por su parte, el juego de los contras­ tes polares, que constatamos de un modo similar en las represen­ taciones cerámicas del arcaísmo *^, nos contrapondría la quietud atemporal de un Zeus amenazante con la figura, veloz y mudable, del jinete al galope: a la carrera apresurada del mortal se opone la espera, atenta y vigilante, del dios. Esta polaridad indicada pudo quedar a su vez resaltada por la inscripción del vaso. Invita a quien lo sostiene a una lectura continua girando el objeto entre sus manos. Las frases, yuxtapues­ tas, se requieren mutuamente, complementándose mediante el nexo (lógico y cíclico) de la causalidad:

9* G. E. R. Lloyd: Polañty and Analogy, Two types of argumentation ín early greek thought, Cambridge, 1966. La polaridad es una de las bases del pensamiento prearistotélico griego. Entre los conceptos polares cita por ejemplo Lloyd el de varón y hembra, izquierda y derecha, quietud y movimiento, claridad y oscuri­ dad, etc., que encontramos igualmente contrapuestos en la plástica de estos años. Sería de un gran interés un estudio que aplicara ampliamente estos conceptos, ana­ lizados ya en el pensamiento literario y filosófico fundamentalmente, al arte griego arcaico. Vid. nuestra aportación, citada en nota 92. En algún caso se ha iniciado la aplicación de estos conceptos a la plástica. Así, las ideas de H. Frankel: Die Zeitauffasíung in der archaischen griechischen Literatur, 1932, y Wege und Formen friihgriechischen Denkeni, 1955, aparecen recogidas con relación a las representa­ ciones de luchas en la cerámica del siglo vi en T. Holscher: Qriechische Historien- bilder des 5. und i. Jahrhunderts v. Chr., Würzburg, 1978, nota 55. 91 J. D. Beazley: The Development of Attic Black Figure, pág. 91. Recor­ demos la oposición de los gallos sobre las columnas de las ánforas panatenaicas, aso­ ciadas al mundo agonal de los festivales en honor de Atenea. *2 Vid. nuestro trabajo: «Die Einanhme von Oichalía», en Madrider Mittei- Itmgen, 1977 (en prensa), nota 87. La kylix de MedelUn. Un ensayo de interpretación... 887

Eucheiros me hizo (a mí) Hermoso vaso soy I (en consecuencia) ^ | (pues) ^ soy un hermoso vaso Eucheiros me hizo.

En resumen: la copa de Medellín nos sitúa en el abigarrado ambiente artesanal de la Atenas arcaica. Por un lado estuvo abierta a las influencias orientales y a la competitividad en el mercado. Por otro manifestó su individualismo creador desbordado y estuvo sujeta al espíritu limitativo de la nueva moral ateniense. En cuanto a su iconografía, el milenario dios de las tormentas, vencedor en el pasado de fieras y de monstruos, es aquí un Zeus vigilante de la hybris, propio del arcaísmo. A su vez es significativo que los pueblos tartésicos lo acepten y lo incorporen a su iconografía re­ ligiosa : no es ello sino una manifestación más de formas y de fun­ ciones que se muestran cambiantes, pero que en definitiva son du­ raderas.

P. S.—Estando en prensa este trabajo he podido conocer una estatuilla en bronce que conserva la Gliptoteca de Munich, pieza que es fechada por D. Ohly (Olyp- tothelc, Führer, 3.» ed., 1974., pág. 1») en el 580/520 a. C. El dios, barbado, con una rica cabellera ceñida por cintas y con la mirada atenta («nit sprühendem Blicli») lleva rayos en ambas manos. Tal vez, dice Ohly, ctengamos en él al Zeu$ de la Montaña del Lobo (Lykaion) que, como dios de la Tormenta, disfrutó de una pro­ funda veneración en la montañosa Arcadia peloponésica. En su honor debieron de celebrarse concursos atléticos». Estas anotaciones de Ohly son de gran importancia para la interpretación icono­ gráfica del Zeus Horkios de Olimpia y del Zeus de nuestra Kylix. Mayo 1977.

Lám. 1.—Kylix del cc-ramista Eucliriros hallada Í;II Medfllm. SSO-SfiO a. C. Zeus cnn rins liaccs rio rav<)s. 2.—Ánfora de Mvriiiii, ÍU- iiirdiaiii.s di-l ',if;l.i vi ;i. C. (M'fíi'iii Akiirfíiil. |'t.-rso- niijo barbado, con (niib(i>, br.'i/ns al/.iiilns (;ÍÍÍ\¡II1(Í;U1 Dricnlalr). Lííiii, '.i.—lícvLTso rctU'I!!n, Jinctt; al galope. >,';.. í.-!*^, í'^r^fw^ii,;;;- íi-^^-^ii^ín^-'s^í-^^'-^'if^its

Liiiii. i,—Kylix de Rodas, del Pintor de Medellíii: Tritón o N'eroo, con lii mano ^(;sticiilante. VARIA

«PRESENTE Y FUTURO DE LA CDU»

(Seminario celebrado en Madrid los días 12 y 13 de septiembre de 1977)

POR MANUEL CARRION

El hecho de que la FID/CCC celebrase este año en Madrid su asamblea anual durante los días 14-16 de septiembre, ha sido apro­ vechado para una reunión de estudios en torno al tema de la CDU (Clasificación Decimal Universal). La CCC (Comisión Central de Clasificación), órgano supremo encargado del mantenimiento de la CDU, reúne a un grupo de expertos, algunos de los cuales asis­ ten a título personal (seis) y otros dieciocho como representantes de ediciones en otros tantos idiomas. La reunión de este año tenía la singularidad de ser la última de esta Comisión, antes de pasar a llamarse FID/Asamblea CDU, mientras que el antiguo Grupo Ejecutivo pasará prácticamente a ser la verdadera CCC, pero in­ tensificando la presencia de los Comités de Revisión FID/C. La representación española en la CCC —el IRANOR a través de la CTT 50 «Documentación»— pensó que el esfuerzo que hu­ biera de hacerse para atender con ánimo hospitalario a los dis­ tinguidos colegas presentes en Madrid durante estos días, podría utilizarse para frutos capaces de ser aprovechados directamente —porque indirectamente lo aprovechan todos a través de las ta­ blas de la CDU— por un círculo más amplio de profesionales. El medio para ello habría de ser interesar a los organismos relacio­ nados con el mundo de las bibliotecas y de la documentación y convocar a bibliotecarios y documentalistas a una discusión en torno a temas fundamentales, interesantes y abiertos hacia el fu­ turo. Gracias al entusiasmo con que han respondido a esta idea la Comisaría Nacional de Bibliotecas y la ANABÁ ha sido posi­ ble realizar todo esto. Por parte extranjera han presentado ponencia los mejores es­ pecialistas en cada tema. Por parte española, se pensó en una representación de la Escuela de Documentalistas y en el repre­ sentante español en la FID/CCC. G. Lorphévre, presidente actual de la CCC y profesor de Cla­ sificación en Bruselas, enlaza directamente en su vida profesional con Otlet y La Fontaine, los transformadores de la DC en CDU, y dio una visión panorámica básica de la situación actual de la

Jí«i>. Arch. Bihl. Mus. Madrid, LXXX (197T), n.» 4, oct.-dic. S92 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos

CDU en el mundo. Isabel Fonseca, profesora de nuestra Escuela de Documentalistas, hizo un recorrido histórico sobre la CDU en España, demostrativo de que nuestra preocupación en este campo no ha sido ni escasa ni tardía. Todo esto sucedía el día 12. El día 13, los señores Schmidt (presidente electo de la nueva CCC y representante alemán en la actual) y De Wij!n (represen­ tante holandés) hablaron sobre las tendencias actuales dentro de la CDU, con especial detenimiento en el problema de la introduc­ ción de facetas en ella. Manuel Carrión (representante español en la CCC), al detenerse en el estudio de la «ambigüedad de la CDU», hizo un resumen de las críticas en torno a este sistema de clasi­ ficación, buscó las razones de estas críticas y apuntó los caminos posibles de solución. Del problema de la utilización de la CDU en los ordenadores se ocuparon los señores Sydler y Rigby. El primero insistiendo en las posibilidades que ofrece el ordenador para la edición de las tablas con su ayuda y en las ventajas de utilizar clasificaciones sistemáticas como la CDU frente a las que se basan en el lenguaje natural; el segundo, haciendo ver en un recorrido mundial cómo la CDU puede ser utilizada para los sis­ temas de información por ordenador y analizando el ejemplo prác­ tico de algunas realizaciones concretas en este campo. Por fin, el señor Scibor (representante de Polonia) hizo una exposición ver­ daderamente enciclopédica sobre la relación entre CDU y «the- sauri», tanto en la edición de índices de tablas CDU con forma de «thesaurus» como en la confección de concordancias entre CDU y ccthesauri» determinados. La asistencia al Seminario ha sido satisfactoria. Entre treinta y cuarenta profesionales, que además representaban distintos cam­ pos de aplicación (bibliotecas públicas, universitarias, nacional, organismos administrativos centrales) y que suponían la presen­ cia de escuelas de formación profesional (de Bibliotecarias de Ca­ taluña, de Documentalistas de Madrid), de responsables de la cla­ sificación de la bibliografía nacional (Servicio de Clasificación de la Biblioteca Nacional) y de las secciones de la Comisaría Nacio­ nal de Bibliotecas encargadas de la Normalización, creo que pue­ den considerarse suficientes. Con ellos y con sus intervenciones podemos hablar del éxito de este Seminario. Éxito que quedará asegurado si, por un lado, sirve para despertar ganas de profun­ dizar en un sistema de clasificación —prácticamente el oficial en España— que puede ser utilizado con cierta rutina, y, por otro, para impulsar las ediciones CDU en lengua española como instru­ mento básico del trabajo bibliotecario. ANTOLOGÍA BIBLIOGRÁFICA DE LA CULTURA ESPAÑOLA

POE MERCEDES DEXEUS

La Biblioteca Nacional, a través de las exposiciones que regu­ larmente ofrece, se propone difundir el conocimiento de sus valio­ sos fondos, que constituyen el más amplio testimonio de la cul­ tura española, mantenida viva por medio de los libros que cada perfodo histórico ha dado a la luz. La mayor parte de estas ex­ posiciones son de carácter monográfico, dirigidas en particular a los especialistas o interesados en aspectos culturales específicos. Recordamos, en el pasado curso, la de los manuscritos del Co­ mentario al Apocalipsis de Beato de Liébana, la de la obra de los científicos españoles de los siglos xvi y xvii, la de los libros de la Biblioteca del Marqués de Santillana, la conmemorativa del VII centenario de Jaime I el Conquistador. Pero es tradicio­ nal que en el «Día del Libro», la Biblioteca pretenda salir al encuentro de un público lo más amplio posible, eligiendo temas que, por su interés general, lo despierten entre los más y presen­ tándolos bajo una concepción claramente didáctica. El tema de este año ha sido muy amplio : la Cultura Española, por lo que se ha presentado en forma antológica. Se han buscado puntos claves y éstos han sugerido la figura de un personaje, un hecho histórico, una corriente de pensamiento o un estilo. En todo caso, el rótulo asignado a cada una de las vitrinas, que se refleja en el título de cada uno de los capítulos del catálogo de la exposi­ ción, no ha sido más que una sugerencia. El protagonismo ha co­ rrespondido a puntos sobresalientes de las diversas etapas de la cultura española en general. Por otra parte, conforme a la inten­ ción didáctica, antes aludida, se ha ofrecido una visión lo más actualizada posible de las manifestaciones culturales de cada época, obtenida por medio de la exposición de ediciones modernas y estu­ dios de las obras antiguas, del comentario que precede a cada uno de los capítulos del catálogo y de la bibliografía selecta sobre cada tema. La figura de San Isidoro de Sevilla centra la rápida visión

Rev. Arch. Bihl. Mus. Madrid, LXXX (1977), n.» 4, oct.-dic. 894 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos

sobre la alta Edad Media. Sus obras —Etimologías, Sentencias, His­ toria de los Godos— representan la aportación hispánica al con­ junto de los conocimientos de la época, una forma del pensamiento teológico cristiano y la curiosidad por la propia historia y se han expuesto junto a la colección de Concilios, de 1034, y un códice de la Lew Visigothorum, testimonios de la ordenación jurídica en los planos religioso y civil. El Cid Campeador evoca los avatares bélicos de la Reconquista. Junto al manuscrito del Poema de Mió Cid y la Crónica del si­ glo XV, códices litúrgicos y teológicos, completaban la imagen desde el ángulo de la vida monástica por el que discurría la actividad cultural. El libro de Las Peregrinaciones a Santiago —expuesta la edición de 1948 de la Escuela de Estudios Medievales—- es el tes­ timonio de las relaciones entre el mundo hispánico y el resto de Europa. Alfonso X personifica, por su directa intervención en los diver­ sos campos de la cultura, el nivel alcanzado por la fusión de las tradiciones árabe, judía y cristiana: los tratados de Astrología y Astronomía, derivados de la primera, la actividad literaria en sus vertientes histórica —destacando la conocida como Primera Cró• nica General, en la que da cabida a fuentes árabes y cantares de gesta castellanos— y lírica, en las Cantigas. Las bases para el proceso hacia un ordenamiento legal de concepción moderna se hallaban reflejados en los textos jurídicos, destacando entre ellos el manuscrito de las Partidas, del siglo xv, que perteneció a los Reyes Católicos. El ñn del medievalismo se evoca por el contraste entre las figu­ ras del arcipreste de Hita, clérigo goliardesco y casi juglar, y del Canciller López de Ayala, entre la creación vitalista vuelta hacia lo popular y el testimonio de la decadencia interna de los grupos que manejaban los hilos del poder. El aljamiado Poema de Yuguf, el Cancionero portugués de la Biblioteca Vaticana y el Cangoner deis Comtes d'ürgell, se han expuesto como muestra del rico y diverso conjunto de culturas que convivían en nuestras tierras. Al iniciarse la Edad Moderna se multiplican los testimonios, favorecidos por la difusión de la Imprenta. Entre el conjunto de obras que produjo el Humanismo de fines del siglo xv y siglo xvi, se eligieron las más representativas de sus asi>ectos ideológicos, filológicos —destacando la obra de Nebrija, que institucionaliza como lengua culta la castellana— y literarios —la Celestina—, cen­ trando la atención hacia las dos biblias poliglotas: la de Alcalá Antología bibliográfica de la cultura española 895

(1514-1517) y la de Amberes (1569-1578), no sólo por su signifi­ cación religiosa, sino como muestra del nivel alcanzado por nues­ tras universidades y centros de investigación y por la perfección tipográfica, que admiramos, sobre todo, en la de Alcalá, obra del impresor Arnaldo Guillen de Brocar. Presentar las obras y documentos más destacados sobre la con­ quista y colonización de América, hubiera bastado para realizar una exposición monográfica. La selección obligada ha tratado, en este caso, de no olvidar ninguno de sus aspectos clave: los testi­ monios de los protagonistas, la historiografía —Anglería, Díaz del Castillo, Antonio de Herrera—, las aportaciones indígenas —la obra del Inca Garcilaso, el manuscrito de Diego Duran, copiado por nativos y de gran interés por sus curiosas ilustraciones—, la cien­ cia —Fernández de Enciso, José de Acosta—, la labor coloniza­ dora desde los ángulos jurídico —Codicilo de Isabel la Católica, Leyes de Indias, etc.—, catequístico —Catecismo de Pedro de Gante, Manual de adultos— y cultural —Vocahulaño de Alonso de Molina— y la polémica obra de fray Bartolomé de las Casas. Resultado del desarrollo cultural del siglo xvi, consecuencia a su vez del imperialismo hispánico, es —cuando éste toca ya a su fin— el magnífico despliegue creador en el arte y las letras que conocemos como «Siglo de Oro». El Quijote —expuestas sus seis primeras ediciones, de 1605 a 1616, con una selección de las ha­ bidas en castellano hasta hoy, acompañadas de las más represen­ tativas obras en prosa que le precedieron y que de algún modo contactan con la de Cervantes— protagoniza el momento crucial del cambio de signo histórico y cultural. Sigue una selección de textos literarios del Barroco, realizada de forma que no quedara en testimonio de sí mismo, sino del entorno ideológico y social que lo impulsó. El siglo xviii, hasta hoy casi olvidado y cada vez más suges­ tivo para la crítica histórica actual, lo representaron el nombre de Jovellanos y la exposición de sus obras con las de Feijóo, Isla, Sarmiento, Tomás de Iriarte, Meléndez Valdés, Leandro Fernán­ dez Moratín y Macanaz, junto con las Instrucciones para redactar el Catálogo de manuscritos, tal vez obra de Juan de Iriarte, fecha­ das en 1762, como muestra de los trabajos realizados en la recién fundada Real Biblioteca, hoy Biblioteca Nacional, entre los ma­ nuscritos. La edición de la Bihliotheca Nova, de Nicolás Antonio, realizada por la Real Biblioteca e impresa por Ibarra, la primera edición del «Diccionario de Autoridades» de la Academia Espa- 896 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos

ñola y la España Sagrada, del padre Flórez, fueron algunos de los impresos exhibidos. El pasado siglo se ha centrado en una de sus figuras más atrac­ tivas para la mentalidad de hoy, Benito Pérez Galdós, que une en sus Episodios Nacionales una determinada forma de la narra­ tiva con el retrato social e histórico de una época. Sus obras se expusieron con una selección de las de los autores más represen­ tativos de las diversas corrientes y géneros literarios del siglo, sin pretender agotar, ni tan sólo en una rápida mirada, la rica com­ plejidad cultural que abre las puertas al actual período histórico. EXPOSICIÓN NACIONAL CONMEMORATIVA DEL VII CENTENARIO DE JAIME I EL CONQUISTADOR EN LA BIBLIOTECA NACIONAL

POR MERCEDES DEXEUS

La exposición dedicada a Jaime I el Conquistador, presentada en la Biblioteca Nacional entre los días 18 de marzo y 9 de abril de 1977, significó la participación del conjunto de los pueblos de España en la celebración del VII centenario de la muerte del famoso monarca catalano-aragonés. Entre los meses de julio de 1976 y 1977 han tenido lugar una serie de actos en diversos puntos de la antigua Corona de Aragón, que se iniciaron y finalizaron, en presencia de los reyes de España, en el monasterio de Poblet y en la ciudad de Valencia, respectivamente. Otras cuatro exposiciones precedieron a la de Madrid: Mont- pellier, Barcelona, Zaragoza y Valencia. Una selección de las pie­ zas exhibidas en éstas se recogió en la de la Biblioteca Nacional, con nuevas aportaciones, entre ellas la documentación conservada en el Archivo Histórico Nacional. A través de los documentos, las crónicas y los objetos artísti­ cos exhibidos, ilustrados por fotografías y gráficos montados en varios paneles, se podía reconstruir la genealogía, vida, empresas y —lo que es más importante— la política interior y exterior del Rei Jaume, el más popular de la dinastía catalano-aragonesa, a pesar de los duros juicios que han merecido algunos de sus actos de gobierno, sobre todo los referentes a la partición de sus reinos entre sus hijos. Popularidad que se explica por la atrayente figura del monarca, reflejada en su autobiografía del Llibre del Feits. De esta crónica se hallaba expuesto el códice de la Biblioteca Uni­ versitaria de Barcelona, mss. 1 (núm. 74 del catálogo) *, fechado en 1848, en letra gótica, que contiene la bella miniatura represen­ tando al rey con sus nobles en el banquete ofrecido en Tarragona por el mercader Pere Martell, donde, según la tradición tomada del

• Exposición JSacionál Conmemorativa del Vil Centenario de Jaime J el Con­ quistador. Biblioteca Nacional. Madrid, marzo-abril, 1977. Madrid, Dirección Gene­ ral del Patrimonio Artístico y Cultural, 1977, 44 págs., 1 h. con 14 lánis. fie». Arch. Bibl. Mus. Madrid, LXXX (1977), n.» 4, oct.-dic. 898 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos

Llibre, se decidió la conquista de Mallorca, exaltados los comensa­ les por las alabanzas que de la isla hizo el anfitrión. Otros textos de las diversas crónicas de los condes-reyes y particulares de Jaime I se hallaban también expuestos, procedentes de la Biblioteca Nacio­ nal, del Escorial y de Catalunya (números 72 a 83). El temperamen­ to de Jaime I, leal y generoso con sus vasallos y con los monarcas de los reinos vecinos —^recordamos la entrega sin condiciones del reino de Murcia, según lo pactado, a la Corona de Castilla, des­ pués de su conquista y repoblación, desoyendo a los nobles, que, según el Llibre del Feits, le aconsejaban «cobrar lo Rei los torts que el Rei de Castella li fa»—, contribuyó a crear, a través de la historia, el clima de afecto popular, así como su decisión y valen­ tía en la lucha, que dio como frutos más espectaculares la con­ quista de Mallorca, por la que agradecía a Dios que «ens ha donat regne dins mar, 50 que anc rei d'Espanya no poc acabar», seguida de las de Valencia y Murcia, con las que coronó la recuperación de las tierras de Levante para los reinos cristianos hispánicos. Tes­ timonios de estos hechos en la exposición los tenemos, entre otros, en los Repartiments, de Valencia (números 65 a 67), de Mallorca (números 68 a 70) y de Orihuela (número 71) y en la Capitulación de Valencia (número 21), de 28 de septiembre de 1238, con otros dos documentos, de 1289 y 1240 (números 22 y 23), concediendo, en el primero, franquicia de diversos impuestos a los valencianos y, en el segundo, a los mercedarios la iglesia del Puig de Santa María, lugar al que acudió Jaime I, después de haber jiurado no cruzar de nuevo el Ebro sin haber tomado la ciudad de Valencia, que cayó poco después. Son numerosos los documentos expuestos referentes a donacio­ nes y privilegios concedidos a particulares, templos, monasterios y villas ; de los últimos, muchos se hallan relacionados con las ins­ tituciones, cuyo desarrollo alcanza notable trascendencia bajo el reinado de Jaime I. En el aspecto jurídico merecen señalarse los textos de los famosos Furs de Valencia —dos manuscritos del si­ glo XIV (números 86 y 92 bis), el segundo de los cuales es el texto auténtico en valenciano de los Fueros de Jaime I y Alfonso IV, y la edición incunable de Valencia, 1482 (número 91 bis)—, los privilegios de la ciudad de Barcelona: el Llibre Verd (número 88) y el Llibre Vermell (número 89), los Usatges i Constitucions de Catalunya, edición incunable de Barcelona, 1495, y las glosas de Guillem Botet a las Consuetudines Ilerdensis y los Fori Aragonie, manuscrito del siglo xiv (número 87). Otros documentos son tes- Exposición nacional conmemwativa del VII... 899

timonio de la política monetaria (números 7, 32, 39, 56 a 58). De gran interés son los pactos con los nobles, cuyos levantamientos son de una intermitente constancia durante todo el reinado; entre este tipo de documentos indicamos el que hace referencia a la conocida como Pau d'Alcalá —fechado en esta villa el 1 de abril de 1227 (número 13)—, que pone fin a la revuelta de los nobles aragoneses, capitaneados por el infante Fernando, tío del monar­ ca. La política de enlaces matrimoniales practicada por Jaime I podía constatarse, en la documentación expuesta, por las dotes otorgadas a la reina Violante por su padre el rey de Hungría (número 18), a Constanza, esposa del infante don Pedro, por su padre Manfredo, rey de Sicilia (número 48) y a Isabel, hija de Jaime I, por Luis IX de Francia, como futura esposa de su hijo Felipe (número 49), matrimonio concertado por el tratado de Cor- beil, de 11 de mayo de 1258, una copia del cual podía verse en la exposición (número 47), estipulado por Luis IX y Jaime I, por el que, a cambio de la renuncia del francés a los derechos caro- lingios sobre los condados catalanes, Jaime I renunciaba a los su­ yos sobre la mayor parte de los territorios occitanos, que quedaron definitivamente vinculados a Francia. Entre los tratados con los monarcas vecinos, destaca por su trascendencia el tratado de Al- mizra, de 1244, del que se expuso una copia coetánea (número 29), entre Jaime I y el futuro Alfonso X de Castilla, estableciendo los límites de ambas coronas en los ríos Júcar y Segura, límites que marcaron la futura orientación de la Corona de Aragón hacia la conquista del Mediterráneo. Dos de los testamentos de Jaime I se mostraban en la exposi­ ción : el de 6 de mayo de 1232, fechado en Tarragona, en el que nombra a su hijo primogénito, Alfonso, heredero de todos sus rei­ nos (número 16), y el de 26 de agosto de 1272, en Montpellier, en el que instituye al infante don Pedro heredero de los reinos de Ara­ gón y Valencia y del condado de Barcelona y al infante don Jaime del reino de Mallorca y los condados de Rosellón y Cerdaña, otor­ gando diversas villas y lugares a los demás hijos. Otras piezas expuestas fueron el «Rollo de Poblet» con las ge­ nealogías de los condes-reyes de Cataluña y Aragón (número 98), una tabla representando a Jaime I, de autor anónimo valenciano (número 94), varios sellos originales y reproducidos con la figura del rey, su escudo y su supuesta espada. De gran interés arqueo­ lógico, los estucos procedentes de la primitiva sepultura del mo­ narca, destruida en el asalto de Poblet de 1885 (número 114) y 900 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos los frescos, de fines del siglo xiii, representando escenas de la con­ quista de Mallorca —la más mitificada, sin duda, de sus empre­ sas— recientemente hallados en Barcelona, en los palacios de Be- renguer de Aguilar y en el del Tinell. Entre las ilustraciones gráficas de los paneles, llamaban la aten­ ción un árbol genealógico de los condes y reyes de Barcelona, al­ canzando hasta el actual monarca Juan Carlos, un mapa de los territorios de la Corona de Aragón y otro de la expansión comer­ cial catalano-aragonesa en el Mediterráneo. Al fondo de la sala, la imagen de Nuestra Señora de las Victorias —talla del siglo xiii, posteriormente restaurada—•, que, cuenta la tradición, acompañaba al rey en todas sus conquistas. ULTIMA REFORMA ADMINISTRATIVA DE LOS ARCHIVOS. BIBLIOTECAS Y MUSEOS ESPAÑOLES

POR CARLOS RODRÍGUEZ JOULIA SAINT-CYR

Por real decreto del pasado 27 de agosto (aB. O. E.» de 1 de septiembre) se establece la estructura orgánica del recientemente creado Ministerio de Cultura, en el que quedan integrados los ar­ chivos, bibliotecas y museos españoles que, hasta dicha fecha, de­ pendían del Ministerio de Educación y Ciencia. De acuerdo con la nueva estructura administrativa y entre las nueve Direcciones Generales que abarcan las competencias y fun­ ciones atribuidas al nuevo departamento ministerial, dos de ellas corresponden a los órganos culturales que nos ocupan : la Dirección General del Patrimonio Artístico, Archivos y Museos y la Direc­ ción General del Libro y Bibliotecas. El texto del real decreto expresa así la organización y funcio­ nes de estas dos Direcciones Generales:

I. La Dirección General del Patrimonio Artístico, Archivos y Museos ejercerá las funciones de dirección, protección, inventario, restauración e incremento y difusión del patrimonio histórico-artís- tico, arqueológico, paleontológico y etnológico; la conservación, exploración e incremento de la riqueza documental; el régimen jurídico de protección de la propiedad artística, y el cuidado, do­ tación, instalación, fomento y asesoramiento de los museos y de las exposiciones. Estará integrado por las siguientes unidades: — Subdirección (Jeneral del Patrimonio Artístico, en la que se integran los Servicios de Inventario General del Patrimonio Cul­ tural, de Conservación y Restauración y de Ordenación de conjun­ tos y lugares histórico-artísticos.

Rev. Arch. Bihl. Mus. Madrid, LXXX (1977), n.« 4, oct.-d¡c. 15 902 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos

— Subdirección General de Museos, de la que dependerán los Servicios de Gestión de Museos y Exposiciones. — Subdirección General de Archivos, en la que se integran los Servicios de Organización y Gestión, y de Racionalización y Asis­ tencia Técnica. — Subdirección General de Arqueología. Dependerán de este Centro directivo los siguientes órganos: — Consejo Superior de Bellas Artes. — Junta de Calificación, Valoración y Exportación de obras de importancia histórica y artística. — Instituto de Conservación y Restauración de Obras de Arte. — Centro de Formación Documental. En general, cuantos Organismos, Centros y unidades adminis­ trativas dependían de la extinguida Dirección General del Patri­ monio Artístico y Cultural y se encuentren en el ámbito propio de la competencia de este Centro directivo. Quedan adscritos al Departamento, a través de este Centro di­ rectivo, los siguientes Organismos autónomos: — Patronato Nacional de Museos. — Patronato de la Alhambra y del Generalife.

II. Corresponde a la Dirección General del Libro y Bibliote­ cas las funciones de fomento e impulso culturales que afectan al libro, a las publicaciones unitarias y a las ediciones sonoras, y a las empresas editoriales y discográficas; la conservación e incre­ mento de la riqueza bibliográfica y su utilización en bibliotecas pú­ blicas y privadas; y el régimen jurídico de protección y de regis­ tro de la propiedad intelectual. Se estructurará en las siguientes unidades: — Subdirección General de Bibliotecas, con el Servicio de Di­ fusión y Lectura Pública. — Subdirección General del Libro, de la que dependerá el SCT- vicio de Promoción Editorial. — Subdirección General de Ediciones Sonoras. Dependerán de este Centro directivo la Hemeroteca Nacional y el Servicio Nacional de Restauración de Libros y Documentos. Quedan adscritos al Departamento, a través de este Centro directivo, los siguientes Organismos autónomos: — Instituto Nacional del Libro Español (I. N. L. E.). — Editora Nacional. Ultima reforma administrativa de los archivos... 903

Ambas Direcciones Generales contarán, respectivamente, con Gabinetes Técnicos, destinados a prestarles el debido asesoramiento en sus actividades.

* * *

Hagamos ahora una breve historia de las diferentes reformas administrativas sufridas por los archivos, bibliotecas y museos en lo que va de siglo. Hasta el 25 de agosto de 1939 dichos servicios culturales de­ pendían de la Dirección General de Bellas Artes del Ministerio de Instrucción Pública, llamado más tarde de Bducación Nacional y posteriormente de Educación y Ciencia. En la fecha arriba citada se promulgó, una ley creando la Di­ rección General de Archivos y Bibliotecas, quedando únicamente los museos dependiendo de la de Bellas Artes. Ahora bien, con el objeto de mantener la unidad del centenario Cuerpo Faculta­ tivo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos, los funcionarios del mismo que atendían a los museos pasaron también a depender administrativamente de la nueva Dirección General de Archivos y Bibliotecas. Se mantuvo esta organización hasta el año 1974, en el que, por decreto de 25 de octubre, se fundían las dos Direcciones Generales en una sola, con el título de Dirección General del Patrimonio Artístico y Cultural. Una orden ministerial de 7 de marzo de 1975 desarrollaba el anterior decreto y distribuía los cometidos del nuevo Organismo en una serie de Comisarías que venían a tener el ca­ rácter de Subdirecciones. Así, la denominada Comisaría Nacional del Patrimonio Artístico llevaba incluidas, entre otras, las fun­ ciones correspondientes a los archivos y patrimonio documental. La Comisaría Nacional de Museos y Exposiciones, con las com­ petencias que determinaba su título, y, finalmente la Comisaría Nacional de Bibliotecas, que estaba integrada por diferentes Ser­ vicios, tales como los de Lectura Pública, Información y Docu­ mentación Bibliográfica y, por último, el de Administración Bi- blioteearia. Con el actual traslado de los archivos, bibliotecas y museos españoles al nuevo Ministerio de Cultura, toda esta orga­ nización ha quedado derogada para dar paso a la reforma de que damos noticia al comienzo de este trabajb. A lo largo del período reseñado, es decir, desde 1989 hasta la fecha, los cargos de director general de Archivos y Bibliotecas y 904 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos director general de Bellas Artes fueron desempeñados por los si- guientes señores:

Directores generales de ArchlTOS Directores generales de Bellas Artes y Bibliotecas

D. Miguel Artigas (1989-1946). D. Juan Contreras y hópez de Ayala, D. Miguel Bordonau Más Marqués de Lozoya (1939-1951). (1947-1951). D. Antonio Gallego Burin D. Francisco Sintes Obrador (1951-1961). (1951-1956). D. Gratiniano Nieto Gallo D. José A, García Noblejas (1961-1968). (1956-1962). D. Florentino Pérez Embid D. Miguel Bordonau Más (1968-1978). (1962-1965). D, Joaquín Pérez Villanueva (1974). D. Eleuterio González Zapatero (1965-1968). D. Luis Sánchez Belda (1968-1974).

Directores generales del Patrimonio Artístico y Cultural

D. Miguel Alonso Baquer (1974-1976). D. Antonio Lago CarbaUo (1976-1977).

IMrectores generales del Patrimonio Directores generales del Libro Artístico, ArclÜTOs y Museos y Bibliotecas

D. Evelio Verdera y Tuells (1977). D. José B. Terceiro Lomba (1977). ADQUISICIONES NOTABLES DE LA BIBLIOTECA NACIONAL (IMPRESOS)

POB AMALIA SARRIA

Hace referencia esta nota a los ingresos notables por su rareza o por su interés temático. LEGADOS : Por este concepto ha ingresado la Colección Comln Colomer, reunida por don Eduardo Comín Colomer y donada a la Biblioteca por su viuda, doña Julia Martín. Contiene un número aproximado de 20.000 volúmenes, relacionados por su texto con la política española de los últimos tiempos, y varios miles de folle­ tos, carteles y recortes de periódicos. ADQxnsiciONEs: Aumentaron en estos últimos años los ingresos de obras raras como consecuencia de la política de adquisiciones de la Biblioteca Nacional para llenar lagunas en la producción bi­ bliográfica española retrospectiva, apoyada y complementada efi­ cazmente con la actuación del Centro del Tesoro Documental y Bibliográfico en su labor de recuperación para la nación española de colecciones bibliográficas que se dispersarían en ventas a par­ ticulares. Pueden ser citadas entre otras misceláneas, las adquisiciones globales de veinte piezas impresas en Mallorca, compradas a doña Ana Adrover Dávila y las treinta y dos obras pertenecientes a don Julio Jordana de Pozas, entre ellas un ejemplar rarísimo, aun­ que incompleto, de la Cárcel de amor de Diego de San Pedro, impreso en el siglo xvi. Especialmente ricas en impresos america­ nos y filipinos -^o de temática relativa a estas áreas geográficas— son las colecciones adquiridas a don Benito Ángulo, don Luis Bor­ dón Mesa y don Juan Martínez Ballester. El primero vendió a la Biblioteca —a través del Centro del Tesoro— dos lotes, el primero de cuarenta y seis opúsculos de gran rareza, muchos de ellos no descritos en repertorios; el segundo, compuesto de ciento veinti­ ocho ordenanzas, pragmáticas y folletos de temática americana de la época de Carlos III, algunos de ellos con firmas autógrafas. La

Rev. Arch. Bihl. Mu$. Madrid, LXXX (1977), n." 4, ocl.-dic. 906 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos colección vendida por don Luis Bardón se compone de sesenta y ocho folletos relativos a la independencia de América, especial­ mente a las repúblicas de Argentina y Méjico; destacan algunos impresos de la imprenta de los Espósitos de Buenos Aires, la pri­ mera que trabajó en esta ciudad. La imprenta hispano-americana del siglo actual está representada en las ciento treinta obras ad­ quiridas a don Juan Martínez Ballester. OBRAS NOTABLES : La colección de incunables se ha enriquecido con la incorporación de un Cicerón impreso en España. Se trata de la edición de las obras De natura Deorum. De divinatione. De legibus..., producto de dos imprentas a la vez: la de Bazalerius de Bazalerüs, de Reggio Emilia, y la

Dentro del tema de la literatura caballeresca figuran otras dos obras adquiridas a don Benito Ángulo. La primera de ellas es la Historia de la donzella de Francia y de sus grandes hechos, im­ presión de Felipe de Junta, en Burgos, en 1562; de esta edición se localizan actualmente dos ejemplares, el que se ha comprado para la Biblioteca Nacional y otro que se conserva en el Museo Británico. Perteneciente ya a la bibliografía del siglo xvii es la segunda de estas obras, la Historia de la donsíella Teodor, im­ presa en 1628, en Jaén, por Pedro de la Cuesta, en pliegos suel­ tos ; corresponde el ejemplar a una tirada popular desconocida por los bibliógrafos. Puede incluirse también en este grupo el Roman­ cero e historia del muy valeroso cavallero el Cid Ruiz Diaz de Vibar en lenguage antiguo, recopilado por Juan de Escobar, sa­ lido de la imprenta de la Santa Iglesia de Burgos, hacia 1660. La literatura religiosa del siglo xvi se ha enriquecido con ejem­ plares raros y alguno único, sin muestras anteriores en la Biblio­ teca Nacional. Es el primero el Libro de la Historia y Milagros de Nuestra Señora de Montserrat (Barcelona, 1514), obra atribuida a Pedro Alfonso de Burgos, y por Nicolás Antonio a fray Gonzalo de Sojo, con otro ejemplar en la Hispanic Society of America. En segundo lugar y en orden cronológico, mencionemos Las horas de Nuestra Señora con otros oficios y oraciones, impreso en París por Thielman Kerver en 1515. Ha de destacarse la Summa Sa- cramentorum Ecclesiae, de Francisco de Vitoria, adquirida a Bar- dón dentro del lote de obras hispano-americanas mencionado más arriba, aunque sin ninguna relación de tipo bibliográfico con él; impresa en Sigüenza por Sebastián Martínez, en 1562, no se co­ nocen ejemplares en otras bibliotecas españolas. Un ingreso repre­ sentativo de la difusión de la literatura ascético-mística española en Europa es el Rosario figurato delta Vergine Maris...daWopere del P. F. Lvigi di Granata... per... Andrea Gianetti, de la im­ prenta veneciana de Gioanne Varisco y compañeros, año 1578. Siguiendo el orden cronológico en el apartado de obras reli­ giosas, pero impresas en 1615, se destacan aquí las Litterae Apos- toUcae et varia privilegia Societatis lesv, publicadas en Roma, cuya adquisición está justificada por ostentar el ejemplar la firma autógrafa de don Francisco de Quevedo y Villegas. De distintas materias, aunque continuando en el siglo xvi, hay interesantes y valiosas compras, como los Estatutos de la Univer­ sidad de Salamanca de 15S8; dos ediciones filológicas del Brócense, ambas de gran rareza: Verae brevesque Grammatices Latinan Ins- 908 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos titutiones, impresión de los herederos de Sebastián Griphyus, en Lyon, en 1562, con adiciones manuscritas de la época, y la cuarta edición de esta misma obra, de Salamanca, por Matías Gast, en 1566 ; la primera edición de la Práctica civil y criminal e instruc- tio de scriuanos, de Gabriel de Monterroso y Alvarado, impresa en Valladolid por Francisco Fernández de Córdoba en 1563, no descrita en el Catálogo Colectivo de obras del siglo xvi existen­ tes en las bibliotecas españolas, y el Sumario y breve declaración de los diseños y estampas de la fábrica de San Lorenzio (sic) el Real del Escorial, de Juan de Herrera, impreso en Madrid por la viuda de Alonso Gómez, en 1589, del cual solamente se conoce un ejemplar completo que se custodia en la Biblioteca de Palacio. Curiosos impresos, valiosos por distintas circunstancias y edi­ tados en distintas fechas de los siglos xvii a xix, aligeran el tono de esta enumeración de obras. Son los Discursos sobre el arte del dangado y sus excelencias y primer origen, reprobando las accio­ nes deshonestas, compuestos por Juan de Esquivel Navarro y pu­ blicados en SeviUa por Juan Gtómez de Blas, en 1642, comprados a doña Antonia Osborne en 1975 ; Escudero y Gallardo describen esta edición utilizando el ejemplar que poseyó don Agustín Du­ ran ; la obra ha merecido el facsímil de la Asociación de Libreros y Amigos del Libro hecho en Madrid en 1947, en tirada de dos­ cientos ejemplares. Notable para el estudio de la industria de la seda en Valencia en el siglo xviii es la Instrucción metódica sobre los mueres, de Joaquín Manuel Fos, impresión de 1790, llevada a cabo en Madrid por la viuda de don Joaquín Ibarra. Importante para ilustrar un capítulo del teatro español es el ejemplar adqui­ rido a don Manuel José Ugarte (Jodoy de La lugareña orgullosa, comedia de Andrés de Mendoza, que fue estrenada en 1808 y se dio a la luz en la imprenta de Sancha; considerada esta obra plagio de El barón, de don Leandro Fernández de Moratín, el ejemplar está enriquecido con notas y apostillas marginales autó­ grafas de este autor y unas adiciones manuscritas en las que se ha copiado de la Vida de Moratín, de don Manuel Sil vela (ed. de Obras Postumas de Leandro Fernández dé Moratín, de 1867) la parte referente a las coincidencias de estas dos obras. Se cierra esta noticia de adquisiciones notables de la Biblio­ teca Nacional con la mención de tres obras impresas en América en los dos primeros siglos de actividad en el arte de imprimir eü aquel continente. Es la primera el Speculum coniugorum aeditum per F. Illephonsum a Vera Cruce, impreso en Méjico, en 1556, por Adquisiciones notables de la Biblioteca Nacional 909 su prototipógrafo Juan Pablos; José Toribio Medina localiza sola­ mente cinco ejemplares en el mundo de esta primera edición de la obra de fray Alonso de la Vera Cruz, uno de ellos de su pro­ piedad y ninguno en España. Sigue dentro de este grupo de bi­ bliografía americana la obra Mística Diana. Descripción panegírica de su nuevo templo que con la advocación de Nuestra Señora de la Antigua de Santa Teresa de Jesús de Carmelitas Descalzas erigió el fervoroso zelo del Capitán Estevan de Molina Mosquera, escrita por Felipe Santoyo e impresa también en Méjico, esta vez por Juan de Ribera, en 1684. Por último, el impreso peruano de 1612, Libro de la vida y milagros de Nuestro Señor lesu Christo en dos lenguas, aymará y romance, traducido del que recopilo el Licenciado Alonso de Villegas, una de las cuatro obras impre­ sas por Francisco del Canto para la Casa Profesa de la Compañía de Jesús de Juli (Chucuito), ciudad que figura como lugar de impresión, pero que pudieron ser impresas en Lima, donde tra­ bajaba esta imprenta por los mismos años (cf. José Toribio Me­ dina, La Imprenta en Lima, I, núm. 51).

ANÁLISIS RADIOGRÁFICO DE UN TINTERO CALIFAL

POR JUAN ZOZAYA y E. LLANGOSTERAS

Dentro de los trabajos que uno de nosotros viene haciendo, tratando de establecer una tipología de cerámica califa!, se pre­ sentó el problema de un tintero existente en el Museo Arqueoló­ gico Nacional, donde está registrado bajo el número 62.997 bis. Se trata de una pieza en cerámica, de pasta torneada rosa, bastante decantada, con degrasante vegetal, cocida por oxidación. Presenta su cuerpo una forma sensiblemente cilindrica, con fondo convexo. En su parte superior ofrece un resalte en el cual re­ matan cuatro asas de sección de apariencia circular. Las dimen­ siones conocidas son : alto, 7,6 cm. ; ancho, 5,75 cm. ; diámetro de boca, 2 cm.; profundidad interior, 6,15 cm. El exterior se encuentra decorado con un vidriado muy rico en sflice, pintado según la técnica comúnmente conocida como verde y manganeso, realizada «bajo cubierta» (lám. I). El problema fundamental que planteaba la pieza era lo estre­ cho de su conducto interior en la zona del gollete, hecho de tal manera que aparentemente quedaban unos senos a su lado com­ pletamente huecos. En la situación habitual de dibujar una pieza de este tipo, los procedimientos corrientes para averiguar la sec­ ción de la pieza eran inútiles. Por esta razón se decidió realizar una radiografía para ver el tipo de resultado obtenible. Se practicó la radiografía por el primero de los co-firmantes, jefe del departamento de rayos X de Kodak, en proyección late­ ral, apoyando sobre el chasis una protuberancia de pasta que sobresale en el tercio medio del cuerpo. Esta protuberancia se sitúa hacia la parte izquierda de la imagen (lám. II). La distancia foco-película fue de 1,80 m. Se utilizó una uni­ dad portátil de rayos X Unimax-Siemens, empleándose película Kodak X-omat/s y un chasis X-omatic con pantallas Regular. La película fue procesada en un procesador automático Kodak X- omat M6 AN de 90 segundos. La tensión utilizada fue de 70 Kv., y la intensidad, de 5 miliamperios, con un tiempo de 7 segundos (=85 miliamperios/seg.).

Rev. Arch. Bibl. Mut. Madrid, LXXX (1977), n.» 4, oct.-dic. 912 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos

La superficie externa del cuerpo es bastante lisa y ligeramente convexa. La interna, como se puede observar en la radiografía, es algo más irregular, especialmente en la base, haciéndose más lisa a medida que asciende hacia la boca. La pared derecha pre­ senta, casi en la totalidad, una línea más blanca, que nos indica poseer un revestimiento, posiblemente vidriado, ya que al tener mayor número atómico absorbe más rayos X que el resto del cuerpo. A la vista de la radiografía se puede apreciar que las paredes presentan un espesor que varía desde 3 mm. en el tercio supe­ rior hasta los 6 mm. del tercio inferior. La base es bastante regu­ lar y tiene un espesor que oscila entre 4 mm. en el centro y 5 mm. en la zona vecina a las paredes. El cuello interior, origen del problema y de nuestra experien­ cia, presenta un tubo interno que se dirige desde la boca hasta 29 mm. hacia el centro del cuerpo, estando, desde luego, abierto por los dos extremos. Es decir, la parte interior del gollete es de forma tubular, presentándonos paredes con un espesor de 8 mm. en su parte central y de 5 mm. en los extremos. Interiormente este tubo o conducto presenta un revestimiento vidriado similar al aplicado al resto del vaso. La anchura de este cilindro varía entre 21 y 22 mm. Su diámetro interno es bastante irregular. La altura máxima del cuerpo en su interior es aproximadamente de 58 mm. Merced a la imagen radiográfica se puede determinar la téc­ nica de factura empleada para hacer el tintero. Las etapas que­ dan muy claramente diferenciadas (fig. 1): a) Se hace, a torno, el cuerpo, dejando una apertura en su parte superior. h) Aparte se hace el cuello, siguiendo la técnica de cualquier gollete de pequeña redoma. c) Este pequeño cuello tiene el diámetro máximo tangencial externo correspondiente al mínimo íntegro del gollete del recipiente al cual va acoplado. Se desliza el gollete, dé forma tronco-cónica invertida, en la abertura superior, del cuerpo, hástá que su forma se aloja en la matriz. d) Se aplican las asas, que dispuestas, en planta, a 90 grados, unas detrás de otras hechas a mano. e) Se aplica el baño de solución acida para el vedrío, previa aplicación de la pintura. f) Se une el cuerpo con el disco suí>erior de la boca. Análisis radiográfico de un tintero califal 913

O 1 2 3 5cms L-i J I 1 I

Pig. 1. 914 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos

Todos estos datos ayudan a explicar la complicada técnica de factura de esta pieza, de la cual sólo conocemos tres paralelos posibles. El primero de los que citaremos es cerámico y se encuentra en el Museo de la Alcazaba de Almería, y ha sido publicado por Duda ^, si bien esta autora no interpreta este recipiente como tin­ tero, sino como «Kleine vase (für Rosenwasser, Parfüm, Tus- che) ?» ^. Opinamos que el diseño de la pieza es funcionalmente contrario a cualquiera de las asignaciones ofrecidas, ya que sus caracteres taxonómicos no corresponden con la posibilidad de as- persar o extraer el contenido volcando la pieza, pues el gollete prolongado hacia abajo lo impediría, depositándose el líquido en los senos formados entre el canal de entrada y la parte superior del vaso. Esta es una de las razones que tenemos para atribuir a esta pieza, así como a la de Madrid, la función de tintero. En la Península se encuentra también otro paralelo, esta vez metálico. Nos referimos a la pieza publicada por M. Almagro " procedente de Corberes (Rosellón), que básicamente presenta la misma forma, aunque el cuerpo es ochavado, en vez de cilindrico, como ocurre en los ejemplares citados anteriormente. Si bien Almagro lo considera califal, según se desprende del título de su comunicación, M. Ocaña, al hacer el estudio epigrá­ fico ^, piensa que pudiera tratarse de pieza datable en el siglo xi, en el supuesto de ser española, y en ese caso, toledana. Está claro que se deja abierta la posibilidad de que la pieza pudiera ser de importación. En caso de que fuera necesario asignarle fecha del siglo XI habríamos de ceñirnos o bien a época del califato (lo cual nos situaría entre el 1001 y el 1085 como máximo) o al pe­ ríodo entre el año último citado y el 1086 (correspondiente al período de los reinos de taifas). De ser importación pensamos cier­ tamente que sería raro que pudiera haber sido traída en fechas tardías, con la crisis del califato, salvo que hubiese sido impor­ tada a un reino cristiano. Mas convendría pensar, en todo caso,

1 D. Duda: «Die frfihe Spanisch-Islamisehe Keramik von Almería», en Madrider Mitteilungen, 13 (1972), pág. 372, fig. 9 c y lám. 78 a. 2 Passim. 3 M. Almagro: «El tintero árabe califal de la iglesia de Corberes (Rosellón)», en Crónica del VIII Congreso Arqueológico Nacional, Zaragoza, 1964, págs. 487-490, con versión diferente de la lectura de la inscripción en M. E. Gálvez: «Considera­ ciones sobre la inscripción del tintero árabe califal de la iglesia de Corberes (Rose­ llón)», en Bol Asesporien [BAEO], II (1966), págs. 192-196, que no entra, en cam­ bio, en los problemas de cronología o epigrafía, sólo de interpretación del texto. •* M. Almagro: Op. cit., pág. 490. Análisis radiográfico de un tintero califal 915

en que pudiese ser importación en época de 'Abd al-Rahman III al-Nassir (912-961), lo cual no es absurdo si se tiene en cuenta la cantidad de objetos importados en esta época ^, así como el poder económico y las relaciones comerciales internacionales del califato en ese momento. Mnalmente, el otro paralelo apareció en Irán, encontrándose en el Museo Irán Bastan de Teherán (Irán) ^. Está hecho en vi­ drio, y tiene ocho caras. Sus asas, del tipo comúnmente conocidas como de «suspensión», son parecidas a las de los ejemplares es­ pañoles, y pueden tener su precesión en un prototipo metálico, igual que las asas del tintero de Corberes. Esta pieza metálica aparentemente también explica el matiz «rico» de las piezas no metálicas: vidriado, vidriado con pintura de lujo y vidrio en las piezas restantes aquí descritas, así como el hecho de que la pieza irania tenga ocho caras. Entonces es necesario relacionar unas piezas con otras y esta­ blecer diferencias. Aparentemente hay dos grupos: piezas de cuerpo de ocho lados (cuerpo prismático) y piezas de cuerpo liso (cuerpo cilindrico), todas con asas de suspensión. Ciertamente es notoria la intención, por lo menos en la pieza de Madrid, de imi­ tar un prototipo metálico. Sin querer presuponer un contacto directo entre el artesano que hizo la pieza del Museo Arqueológico Nacional y los que hi­ cieron las demás piezas, pero tampoco sin excluir su conocimiento de otros prototipos similares, sugerimos que el grupo de cuerpo prismático sea anterior al de cuerpo cilindrico, y que desde luego son todos obra del siglo x. Quizás haya que fechar más estricta­ mente el primer grupo hacia época del reinado de 'Abd al-Rah­ man III (912-961), cabiendo la prolongación de su valor crono­ lógico a la época del reinado de al-Hakam II (961-976), con lo cual tendríamos una fecha dentro de la cual se puede situar la serie española, que puede ser posterior a la fundación de Madinat al-Zahra (986), coincidente con el esplendor del reinado del pri­ mer monarca citado.

5 Algunos de los cuales son de sobra conocidos, como el ciervo de Madinat al-Zahra, la caja de al-Mansuriya o los ejemplares de piezas en cristal de roca fati- míes. Otras, menos conocidas, han sido publicadas por J. Zozaya: «El comercio de al-Andalus con Oriente: nuevos datos», en BAEO, V (1969), págs. 191-199; ídem: «Chinese Porcelain in Caliphal Spain», en CoUoquies ín Art and Archaelogy in Asia, Londres, 1970, págs. 54-57; ídem: «Sobre una tipología y una cronología», en Archespart, LVII (1967), págs. 142-148. * Cf. D. Withhouse: «Excavations at Siraf. Sixth Interim Report», en Irán, XII (1974). Igualmente en el catálogo de la exposición tThe Arts of Islam.. Hayward Gallery, Londres, 1976, pág. 186, núm. 117. Otra, sin asas, de la colección de Mr. Derek Hill, con el núm. 118.

Liíiii, I. Lám. II. NOTAS BIBLIOGRÁFICAS

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ARCHIVO HISTÓRICO Y UNIVERSITARIO DE SANTIAGO. Santiago de Compostela: Inventario general del fondo de protocolos notariales de Santiago. Catalogado, inventariado y repertoriado por el Departamento de Historia Moderna de la Universidad de Santiago de Compostela. Santiago de Compostela, Universidad, 1976, 430 págs., 31 cm.

He aquí un trabajo estrictamente archivero realizado por un grupo de alumnos de una cátedra de Historia Moderna, bajo la dirección de su cate­ drático, Antonio Eiras Roel, en Santiago de Compostela. Es éste el que se encarga de explicarnos, en una amplia introducción, el ayer, el hoy y el mañana de los trabajos emprendidos, la formación del fondo sobre el que trabajan y la realización de este Inventario. De estas páginas iniciales brota la alegría de comprobar la salvación muy «in extremis» de unos fondos do­ cumentales importantes y la de comprobar la posibilidad de colaboración en campos profesionales colindantes; mana también la tristeza de ver cómo la salvación, por tardía, no ha podido ser completa, y de que no ha podido ser llevada a cabo por las manos profesionalmente más indicadas, a pesar de la colaboración y presencia de la antigua Dirección General de Archivos y Bibliotecas. Pero no haya duda: los fondos salvados y su presentación al mundo en este Inventario no pueden despertar más que alborozo. Los protocolos notariales de Santiago son uno de los seis grandes fondos documentales o secciones del Archivo Histórico y Universitario de Santiago, creado el 8 de noviembre de 1968, en virtud de las gestiones realizadas por la cátedra de Historia Moderna de la Universidad compostelana, y fueron incorporados a él en 1969, por obra de los esfuerzos de la misma cátedra. Esta se asegura así un excelente campo de entrenamiento y de trabajo cien­ tífico, a la vez que cumple una misión conservadora de importancia nacional. Las excelentes y ajustadas páginas de Eiras Roel nos dan una guía de este A. H. U. S. y se detienen, sobre todo, en los antecedentes de este Inven­ tario y en la serie de trabajos (recolección, ordenamiento —^pior escribanos y cronológicamente dentro de ellos— provisional, catalogación, numeración e inventariado de los legajos, repertoriado de las escrituras en ellos contenidas para la formación de un triple fichero: topográfico o, mejor, de lugares, cronológico y de materias). Termina describiendo los tijjos de documentos y haciendo notar su importancia ptara la investigación histórica. El Inventario propiamente dicho va ordenado por orden cronológico de escribanos y describe, numerándolos, 11.227 protocolos de 673 escribanos datados entre 1509 y 1899. La descripción se limita a la cubierta, al número de folios, al estado de conservación, al número de documentos —en los más antiguos no se da este dato— y a la nota de presencia de otro escribano en un mismo protocolo, cuando se da el caso. No se dan las dimensiones del 920 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos

documento ni, pwr supuesto, su contenido. El Inventario se limita, pues, estrictamente a lo que es, y no podemos hablar propiamente de catalogación. Esta tarea forma parte de la que aquí se llama «repertoriado» —de ella se nos dan algunas muestras fotográficas— y ha de llevar a desentrañar el con­ tenido de todo cuanto ahora tan someramente se describe. Suponemos que este trabajo habrá de sumarse a los proyectos de utilización de ordenadores para la explotación de fondos en los archivos españoles que traza la Comi­ saría Nacional de Archivos. El libro que nos ocupa termina con índices de escribanos (cronológico), cronológico año iwr año y de escribanos (alfabético). Como ilustración se nos dan algunos ejemplos de catalogación por mate­ rias. Es aquí donde habrá que proceder con el máximo rigor científico y tener en cuenta las pwsibles listas de encabezamientos o «thesauri» que hayan de utilizarse en una empresa de dimensión nacional, es decir, donde habrá que tender a normalizar el trabajo al máximo. Los ejemplos que se nos ponen en las páginas 16-17 son más bien claves de tipificación de documentos que encabezanñentos de materia («censo», «dote», «fianza»...). Esa, al menos, es mi opinión, dicha mientras no dejo de frotarme los ojos por la sorpresa y la alegría de que el poder expresarla se debe a que este Inveniaño existe.— MANUEL CARRIÓN.

BEINART, Haim: Records of the tñals of the Spanish Inquisition in Ciudad Real. Vol. II, The triáis of U9Í-1512 in Toledo. Jerusalen, The Israel Academy of Sciences and Humanities, 1977, XIII + 596 págs., 24,5 cm.

Es estudio iniciado hace ya varios años por el profesor Beinart sobre los procesos de los tribunales de la Inquisición de Toledo y de Ciudad Real, con­ servados en el Archivo Histórico Nacional; ofrece ptara nosotros un interés especial no sólo porque publica íntegramente una documentación valiosa i>ara la historia social y para la historia de las ideas de la España de finales del siglo XV y comienzos del xvi, sino ¡wrque, en realidad, inicia nuevo método de trabajo: El de la investigación regional. Documentos de la Inquisición se han editado muchos, pero i)or primera vez se editan completos y reunidos los relativos a un mismo grupo o comunidad de conversos, con lo cual se puede reconstruir la vida de los judíos en esa comunidad y estudiar el pro­ cedimiento judicial empleado por las autoridades cristianas en toda Es{>aña. Su proyecto de trabajo es ambicioso, aunque reducido a un ámbito geo­ gráfico muy definido, las provincias de Ciudad Real y Toledo, y a una época muy corta, de 1483, fecha de la creación del tribunal de aquella ciudad, a 1527, año en el que virtualmente desapareció la comunidad judía. En el volumen I de la serie, aparecido en 1974, se transcriben y estudian los 88 procesos incoados por el tribunal de Ciudad Real desde su fundación hasta 1485, en que fue transferido a Toledo. En el que ahora nos ocupa, con el mismo método, transcribe los 21 conservados en el archivo entre 1494 y 1512. Y en el volumen III aparecen los 16 expedientes que van de 1512 a 1527. Un cuarto volumen incorporará documentos y notas bio- Notas bibliográficas 921

gráficas sobre los conversos mencionados en los expedientes publicados en los volúmenes anteriores. En la publicación, cada proceso es una unidad que se presenta precedida de una breve introducción redactada por el autor, seguida de la lista de jue­ ces que intervienen en el proceso, de las listas de testigos y del texto com­ pleto, y rematada con un índice cronológico de todo el proceso. Se incluyen notas y aclaraciones cuando hacen falta. Es de destacar la escrupulosidad con que están hechas las transcripciones, dotadas de unos signos críticos que per­ miten hacerse una idea exacta del estado en que se encuentra el expediente. Con este trabajo, el profesor de la Universidad Hebrea de Jerusalén rinde un inestimable servicio a la historia española en el más amplio sentido de tal palabra, pues los documentos que transcribe son una cantera inagotable de noticias sobre la vida cotidiana de los españoles y sobre las ideas y creen­ cias que los animaban en el tránsito de la Edad Media a la Moderna.—h. S. B.

BRANCAFORTE, Benito (y Charlotte Lang Brancaforte): La primera tra­ ducción italiana del «Lazarillo de Tormes-a, por Giulio Strozzi. Raven- na, Longo [1977], 180 págs., 2 h. 21,5 cm. (L'Interprete.)

B. Brancaforte es un profesor de literatura española en Wisconsin bien conocido en España (Benedetto Croce y su critica de la literatura. Ma­ drid, Gredos, 197f!, y Francisco Cáscales: Tablas poéticas. Madrid, Clási­ cos Castellanos, 1975), que nos presenta ahora la primera traducción del Lazarillo al italiano —la primera y también la más completa—, realizada en 1608 por «Oiluigi Jzzortesse» (Giulio Strozzi, según consta pwr el pwe- ma griego acróstico de los preliminares), para templar y curar —y qué bue­ na medicina— los ocios y las melancolías de convaleciente del cardenal Es- cipión Borghese. No es demasiado madrugadora la traducción de Strozzi, pues que Lá­ zaro se veía ya con mucha letra impresa a cuestas desde la primera edición conocida de 1554 en Burgos, y había tenido tiempo para caer en el tre­ mendo índice de 1559 y para verse obligado a ediciones «castigadas». Con todo —y cuando ya andaba Don Quijote por el mundo—, aún era joven el camino de un Lazarillo que lo tiene eterno. La edición se basa en un manuscrito de Giovanni M. Bertini que lleva introducción de un tal Antonio Astudiglio Sivigliano (no identificado, y que acaso, según Brancaforte, sea el mismo Strozzi) y una serie de jjoemas laudatorios en latín, castellano y griego. Además de las noticias sobre el manuscrito, los editores nos dan en los prolegómenos conocimiento sobre características generales de la traducción (¡ojalá este capítulo fuera más largo, sistematizando toda la inmensa riqueza de observaciones contenidas en las notas finales, que van comentando los detalles de la traducción!), se detienen un tanto en descubrir lo que el traductor pule en todo cuanto pue­ da ir «contra la religión y la moral» (en realidad suena más bien a pruden­ cia de escarmentados ante simples irreverencias y desenfados) y nos dan 922 Revista de Archivos, Bibliotecas y Míisecs

una lista de traducciones y ediciones citadas. El texto se nos ofrece en espí­ ritu de fidelidad hacia el original, acompañado de notas a pie de página (reclamo alfabético) que dan las correcciones y enmiendas y de abundantísi­ mas notas finales (reclamo numérico) para señalar diferencias entre original y traductor o aclarar el texto italiano cuando se separa de los usos actuales. Es en esta última clase de notas donde aparece el cuidadoso trabajo de los editores, que conocen a la perfección el italiano y el español, y que pue­ den señalarnos las veces en que el italiano acierta y las veces en que la pro­ sa recortada del original y el humor tierno o seco se pierden por los sen­ deros del pleonasmo. Situado en los orígenes del realismo español, el La­ zarillo tiene prosa capaz de echar un pulso al traductor más lucido. Como banco de pruebas de las dificultades de la traducción, gallardamente supe­ radas, y como testimonio de cariño (tal aparece, sobre todo, en la introduc­ ción de Astudillo) por una obra básica de nuestra literatura, sea bien ve­ nida esta edición, hecha con rigor y acierto.—MANUEL CARRIÓN.

CARMONA DE LOS SANTOS, María Auxiliadora, y PARERA FER­ NANDEZ-PACHECO, María Esperanza: índices de los protocolos no­ tariales del Archivo Histórico Provincial de Cádiz. Cádiz, Instituto de Estudios Gaditanos, 1947. 429 págs.

Nos encontramos ante una obra producto, atento a los materiales y a la elaboración de la misma, que es ejemplo claro de colaboración variada en pro de la defensa y difusión del patrimonio documental de nuestro país. No se trata de un hecho insólito, bien es verdad ; pero tampoco tan frecuente y con tan positivo resultado como para que no tengamos que hacerlo pa­ tente. El que este libro de índices de unos fondos notariales esté ahora en nuestras manos se debe, como vamos a ver, al interés y al trabajo de espa­ ñoles de distinta ocupación y responsabilidad, a los que fue uniendo, en dis­ tintos momentos de su proceso integrador, el convencimiento de que produ­ cir y editar instrumentos de información de los fondos documentales gadita­ nos era una labor meritoria, necesaria y útil a la que había que dedicar no sólo el tiempo y el dinero, que son elementos primordiales, sino también los avances de la técnica informática para pierfeccionar y acortar el proceso de redacción. La primera de las etapas, como es natural en el orden del quehacer archi- vístico, fue la de recoger y ordenar la documentación. Esta tarea no se hu­ biera realizado tan provechosamente si el notario archivero gaditano no hu­ biera ayudado cerca de la Dirección General del Registro y Notariado para que los protocolos de la ciudad se integraran en el fondo propio del Archivo Histórico Provincial, como así fue. Se trataba de un gran monto de unida­ des, 5.951 (1531-1947), como vemos en el índice topográfico, que había que ordenar y describir para ponerlas a disposición de los consultantes. Esta segunda etapa, la de descripción, estaba a cargo de sólo dos perso­ nas: la archivera y su colaboradora ayudante de Archivos y Bibliotecas, Notas bibliográficas 923 que tenían que atender no sólo a los protocolos, sino también a los fondos de Hacienda. Ello significaba que la confección de, por lo menos, tres pape­ letas por unidad documental, su ordenación cronológica, tojwgráfica y ono­ mástica, realizada por los procedimientos manuales al uso, hubieran requerido un tiempo grande y notablemente superior al conveniente. Tiempo, por otro lado, que se hubiera visto mermado con el ingreso de nuevos fondos do­ cumentales. Por eso hay que destacar la decisión de la directora, María Au­ xiliadora Carmona de los Santos, de preparar un programa mecanizado de descripción de protocolos cuando estas técnicas no se habían utilizado toda­ vía en el país. Los datos que había que recoger x>ara el traslado a una ficha perforada eran sustancialmente los mismos que se contienen en las papeletas tradi­ cionales, pero la elaboración de los índices por medio del ordenador, que lo imprimía a la salida, significaba un tiempo de cincuenta y ocho minutos prara la opjeración final. El listado impreso, pjor otro lado, constituía una edición utilizable tanto en el centro como la base i>ara la imprenta. Ambas funcionarías elaboraron, corrigieren y prepararon el in-put de manera que con toda facilidad se obtuvieron los índices solicitados por el programa: el cronológico, el topográfico y el alfabético u onomástico de no­ tarios. Esta etapa terminada quedaba la tercera: la de la publicidad de la obra. Hay que mencionar la favorable acogida jx)r p>arte del Instituto de Es­ tudios Gaditanos, que aceptó incluir la obra en el programa de sus publica­ ciones, con lo que el tesoro de información que los protocolos de Cádiz re­ presentan está ya al alcance de todos los investigadores pwr medio de este volumen. Con ello se cerraba el ciclo completo, desde la unidad productora de la documentación, los notarios, a los propietarios finales del tesoro, las au­ toridades locales y los consultantes. En la gestión de cada etapa, pot otro lado, mencionamos el ajwyo de la Delegación del Ministerio de Educación y Ciencia, que hizo suyos los afanes de los archiveros p)ara el cumplimiento de su función en Cádiz. Contado el proceso de elaboración del trabajo, hay que destacar la im- iwrtancia del experimento como prueba de lo adecuado del manejo de las nue­ vas técnicas informáticas para el quehacer archivístico, pues sin restarle exac­ titud, orden y capacidad añade a los procedimientos manuales la rapidez de obtención de los resultados que, pwr añadidura, son impresos y pueden fá­ cilmente pwnerse al alcance de los consultantes, no sólo en el propio centro (como sucede con los índices de pjapwletas), sino que su edición los difunde a todos los lugares del globo. El ahorro en tiemp» de elaboración, que es considerable, se ve aumentado con la liberación de las consultas posteriores a la matriz fichero, fijada al tiemp» y al espacio. Por otro lado, este método de producción piermite, en ediciones poste­ riores, confeccionar los índices acumulativos, con lo que el intercalado de los índices primeros y segundos corre a cargo de la máquina y es automático. El quedar libre de esta tediosa y larga tarea piermite al archivero, como bien se entiende, seguir su labor de recogida de datos. Como se está efectuando 921' Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos

en Cádiz actualmente con nuevos protocolos recibidos, sin tener que pre­ ocuparse por el tiempo que consumiría la integración de los nuevos datos en el fichero general. Es fácil comprender, por tanto, los pjarabienes que el actual director del Archivo dedica en su introducción a todos los participantes en este proyecto, y especialmente a las autoras del trabajo, iniciativa que nosotros nos vemos también muy contentos de alabar aquí.—VICENTA CORTÉS ALONSO.

DIPLOMATABIO del cardenal Gil de Albornoz. Cancillería pontificia (1S61-1S6S). Presentación e introducción por Emilio SAEZ y estudio diplomático por José TRENCHS ODENA. Barcelona, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto de Historia Medieval, Universi­ dad de Barcelona, Departamento de Estudios Medievales (Monumenta Albornotiana). 1976, LXXVII + 570 págs., 28 cm.

El volumen de cuya aparición damos noticia, es el primero de un am­ bicioso proyecto que pretende publicar toda la documentación conservada en archivos italianos, españoles y de otros países sobre la vida del cardenal Gil de Albornoz, una de las personalidades clave en la densa historia del siglo xiv europeo. En este proyecto lleva ya diez años trabajando un conjuntado equijx) que dirige el profesor Emilio Sáez, alma e impulsor del mismo, y en su apoyo y soi»rte han intervenido varias instituciones españolas, empezando por la Escuela Española de Historia y Arqueología en Roma, del C. S. de I. C. De la labor realizada hasta el momento baste decir que el equipo de tra­ bajo ha revisado y recogido la información que interesaba a su objeto en todos los registros de la cancillería pontificia (aviñonenses, vaticanos y de súplicas) de los años 1316 a ISS*, lo que supone 495 registros; la casi tota­ lidad de la documentación de la Cámara Apostólica formada pwr 278 volú­ menes ; y varios millares de pergaminos, todo ello en el Archivo Secreto Vaticano. Ha recogido también todo lo que conserva la Biblioteca del Real Colegio de España en Bolonia, fundado, como se sabe, por el propio Albor­ noz bajo la advocación de San Clemente. La que se guarda en el «Archivio de Stato» de Orvieto, perteneciente a la legación del Cardenal. Y los archi­ vos Histórico Nacional, de la Corona de Aragón, de Protocolos de Barcelona, catedralicios de Cuenca y Burgos y Biblioteca Nacional y de El Escorial. Hay reunido, pues, un ingente material de trabajo, cuyo fruto sistemático es este primer volumen de Monumenta Albornotiana, pero que al mismo tiempo ha sido fuente para otras muchas publicaciones relacionadas más o menos directamente con la gran figura del Cardenal. La publicación de tan elevado número de documentos, de características tan variadas y de tan diversas procedencias, ha obligado a establecer un cri­ terio ecléctico en lo que a su presentación se refiere. Se ha decidido publicar en orden cronológico toda la documentación relativa a la época que vivió Notas bibliográficas 925 en España el Cardenal, es decir, hasta finales de 1350. Y agrupada por pro­ cedencias la posterior. El presente volumen abarca los años 1351 a 1353 y contiene los docu­ mentos procedentes de la Cancillería Pontificia, en total 493, transcritos ín­ tegramente, con una escrupulosidad rigurosa y con un aparato crítico verda­ deramente envidiable, que reseña cuanto puede interesar al investigador sobre el documento transcrito, tanto en ediciones y reseñas anteriores, como las características de su conservación. El Diplomatario va precedido de una Presentación debida a la pluma de Emilio Sáez, en la que se describe la amplitud del proyecto y se hace historia de su desarrollo, y de un Estudio Diplomático escrito pwr Trenchs Odena, estudio que, en realidad, es un tratado sobre la diplomática pontificia del siglo xrv, en el que se ponen de manifiesto las relaciones entre la Cámara Apostólica y la Cancillería Aiwstólica, en lo que a confección y expedición de documentos pontificios se refiere y sus respectivas organizaciones interiores y trámites en la génesis documental. El estudio es especialmente valioso para nosotros, por lo escasísima que es la bibliografía espwñola sobre la can­ cillería pontificia. Trenchs Odena demuestra que la conoce a fondo y nos brinda en estas páginas un servicio digno de toda alabanza. En la Introducción, de una manera concisa, se destaca la importancia de la documentación incluida en el Diplomatario y se explican las normas de edi­ ción y de transcripción seguidas en la publicación. Otro acierto de los edi­ tores, por cuanto estamos seguros sus normas servirán de modelo a futuras ediciones de este tipo. Lo mismo puede decirse sobre las normas para la confección de los índices onomástico y toponímico que encabezan a éstos. Para darse cuenta de la profundidad y conciencia con que han trabajado los colaboradores de la obra basta indicar los índices que acompañan a la edi­ ción del Diplomatario: de documentos (jior orden cronológico, con la fecha y el extracto que encabeza la edición de cada uno de ellos), onomástico y toponínimo, detalladísimos; general de materias (orden alfabético, con dis­ tintos tipos de letra para marcar las divisiones y subdivisiones); de asuntos relativos al cardenal (con la misma presentación que el anterior); de car­ gos, títulos y dignidades (útilísimo); de fuentes (con referencia a los regis­ tros y otras fuentes de los que se han extraído cada uno de los documentos publicados); de «incipit» y, finalmente, de ilustraciones. Como resumen puede decirse que es un trabajo que honra a la investiga­ ción histórica española y en especial al Departamento de Estudios Medie­ vales que dirige el profesor Emilio Sáez, muestra de lo que puede conse­ guirse cuando a la preparación p)ersonal se une el espíritu de colaboración en el deseo de hacer una obra bien hecha.—L. S. B. 926 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos

FERNANDEZ CATÓN, José María: Catálogo del Archivo del Monasterio de San Pedro de las Dueñas. León, Centro de Estudios e Investigaciones San Isidoro, Archivo Histórico Diocesano, 1977. 189 i>ágs. 24,5 cm.

Este catálogo es uno de los primeros y granados frutos de un mucho más amplio trabajo de revisión y ordenación de archivos medievales leoneses que aún se encuentran en los monasterios de origen, realizado durante varios años consecutivos por don José María Fernández Catón, que está realizando en este sentido una gran tarea. Lo conocido del monasterio de San Pedro de Dueñas, nacido en el si­ glo XI junto al célebre de San Benito de Sahagún, y bajo su influencia, y el hecho de haber permanecido en él la comunidad de monjas benedictinas in­ interrumpidamente desde su fundación hasta nuestros días, hacían esperar una gran riqueza de documentos medievales en su archivo, pero desgracia­ damente no es así. Causas exteriores e internas se han aunado para pro­ ducir daños irreparables en el archivo. La comprobación con los inventarios antiguos que se conservan demuestra que son muchos los documentos des­ aparecidos y muchos más los irremediablemente dañados por la humedad. Los propios inventarios se encuentran también tan deteriorados que no permiten la reconstrucción ideal del archivo. El documento más antiguo reseñado en el Catálogo es uno particular del año 1048, y en total son 93 los descritos comprendidos entre esa fecha y el año 1499. De ellos sólo 3 pertenecen al siglo xi, 17 al xn y otros 17 al xiii. A partir del siglo xrv empiezan a ser más abundantes, hasta alcanzar la ci­ fra total de 678 piezas las descritas en el Catálogo, que se cierra en el año 1899. Entre los documentos reales los hay de Alfonso VII, Fernando II, Alfonso X y Sancho IV. Una segunda parte de la obra se dedica a la descripción de los libros ma­ nuscritos de apeos, cuentas y, en general, administración de los bienes del monasterio. En total son 88 libros, que desde 1515 llegan a nuestros días. Las fichas catalográficas están redactadas con una técnica y una precisión que denotan de lejos la sólida preparación de archivero y de investigador a que nos tiene acostumbrados su autor.—L. S. B.

FRENZEL, Elisabeth: Diccionario de argumentos de la literatura univer­ sal. Versión española de Carmen Schad de Caneda. Madrid, Gredos [1976], XVII, 496 págs., 24 cm.

El propósito del libro (publicado acaso no muy justificadamente, si nos atenemos al contenido, al margen de la gran colección de Gredos) está bien claro: trazar una historia argumental de la literatura universal. La tarea exige anchura o amplitud en los conocimientos literarios y perspica­ cia para descubrir lo que la autora llama las «relaciones transversales» al Natas bibliográficas 927 realizar las distintas exposiciones arguméntales. Esto cuando se trata de hacer un estudio de conjunto y no de seguir la huella de un único argumento o de situarlo en la encrucijada de un autor determinado. Tal ha sido la mi­ sión de algunos libros, de muchos artículos y, sobre todo, de numerosas tesis durante los últimos cien años. Sobre esta base bibliográfica de un siglo, con la ayuda de obras de referencia (de mitología y de personajes histó­ ricos) y sobre la base de su propio conocimiento e ingenio, se escribe una obra cuya utilidad podemos asegurar por adelantado. En el futuro quien pretenda rastrear la evolución de un argumento, o mejor, de un motivo a través de distintos argumentos para establecer una trama doctrinal y crítica más profunda de la que puede caber en un diccionario, podrá hallar aquí un punto de partida. Sobre la distinción, ya habitual, de tema, motivo y argumento, se esco­ gen 300 m.otivos para seguir su elaboración argumental en la literatura de todos los tiempos, con un artículo para cada motivo en el que se estudian las fuentes, los contenidos y la evolución de los motivos, con una nota bibliográfica final. El texto, en cuerpo pequeño y a dos columnas, contiene mucha materia y en ésta, entre las exposiciones históricas y las referencias literarias, no faltan los apuntes críticos. Las entradas están ordenadas alfa­ béticamente casi siempre por un nombre propio que sirve de centro al mo­ tivo literario que se estudia. Con una traducción aceptable —impKJsible decir más sin el texto alemán pwr delante—, a la que habría que preguntar si se atiene siempre con rigor a la distinción tema-motivo-argumento o el porqué de la novedad de Ifi- genia entre los Tauros jwra un título tan conocido del teatro griego (pág. X) y con una bibliografía fundamentalmente alemana, como es natural, la aten­ ción a lo español es abundante por cuanto se refiere a personajes y a auto­ res. Más presente Calderón que Lope, aunque no sea más que por la abun­ dante presencia del primero en Alemania y por su tendencia a lo universal en los motivos, bien que el segundo se lleve la palma por la cercanía y variedad de los mismos. Un caso como el de Lope, que utiliza y hace rever­ decer, centenares de motivos, puede servirnos de piedra de toque ante una obra como ésta y ayudarnos a reducirla a su condición —y no es poco— de punto de partida para muchos estudios de literatura comparada. Los mo­ tivos que corren, por ejemplo, f)or la literatura española son muchos más. De la inmensa cantidad de motivos procedentes de la historia y de la le­ yenda (y prescindimos de los del folklore, que la autora deja de mano inten­ cionadamente) que se recogen en el romancero, pasan al teatro del Siglo de Oro y retoñan en el romanticismo, muchos faltan aquí. Y no hablo ya de motivos como el de Guzmán el Bueno, el pastelero de Madrigal, Macías el enamorado, el tributo de las cien doncellas, etc., etc., sino de otros motivos más universales, como pueden ser el del retablo de Maese Pedro, Gerineldo, el que da argumento a El mágico prodigioso y otros mu( hos procedentes de la fabulística universal que producen una rica tradición lite­ raria, sin contar con esa otra veta de «milagros» y «moralidades» de tan abundante descendencia. 9'28 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos

Pero claro está que uno no esperaba encontrarse aquí con la Peña de Martos, la judía de Toledo o el santo niño de La Guardia. Hubiera sido pedir demasiado a una obra que, limpiamente y confesando que se atiene en general a cuanto los demás han escrito, resulta útil para el investigador e imprescindible jiara la biblioteca pública.—MANUEL CARRIÓN.

INSTITUTO ESPAÑOL DE HISTORIA ECLESIÁSTICA. Roma: Antho- logica annua. Roma, Instituto Español de Historia Eclesiástica, 1974, 623 págs., 25 cm.

Esta publicación anual, constante si bien a veces perezosa, de la Iglesia Española de Montserrat en Roma, es una de las presencias españolas más significativas en la Ciudad Eterna, en la Roma plural: la de los estudios eclesiásticos, sobre todo de la historia de la Iglesia. Otras presencias las ofrecen el Instituto de Literatura Española, la Academia de S. Pietro in Montorio, el Colegio Español. Todo ello para mantener unos lazos histó­ ricos y culturales por muchas razones íntimos y para bien de las artes y de los estudios humanísticos de nuestra patria. El tomo 21 contiene dos trabajos en su sección de «Estudios»: «Antro­ pología de Aurelio Prudencio», por Joaquín Pascual Torro, tiene todos los caracteres de un frío trabajo académico. José María Martí Bonet escribe sobre «Las pretensiones metropolitanas de Cesáreo, abad de Santa Cecilia de Montserrat» un curioso artículo de la historia eclesiástica nacional diga­ mos «contestataria», en un capítulo en el que, a pesar de su falta de con­ sistencia histórica se pone de manifiesto, por un lado, la unidad de las tierras de España, de Tarragona a Galicia y, por otro, las ganas de actuar por cuenta propia frente a Roma. En la sección de «Notas», José Perarnau Espelt estudia «Los manus­ critos lulianos en las bibliotecas Casanatense y Angélica de Roma», en un trabajo que complementa la bibliografía luliana de Lorenzo Pérez, colega y amigo nuestro, y que es bastante más que una simple descripción codico- gráfica, al poner de relieve la importancia cultural de estos manuscritos como testimonio de presencia del pensamiento luliano en una época crucial (i>aso del siglo XV al xvi) del f)ensamiento humano. Lástima que el catalogador demuestre una cierta anarquía en la descripción (existen unas «Normas» españolas), en la tipografía y hasta, nos parece, en la terminología (al des­ cribir por «pliegos» el códice 1022 de la Casanatense). Juan López Martín ofrece «Don Pedro Guerrero: epistolario y documentación», más epistolario que documentación, con un conjunto de cartas bien anotadas, de correspon­ sales sumamente importantes (Juan de Avila, Vargas, Carlos V, Felipe II, Laínez, Francisco de Borja...) y de gran importancia i>ara entender el de­ sarrollo del Concilio de Trento y su reflejo inmediato en la vida jwstoral esp>añola. El artículo se complementa con un índice muy rico. Por fin, José de Olarra Garmendia (t) y María Luisa de Larramendi prosiguen la cata­ logación del «Archivo de la Embajada de Espwña cerca de la Santa Sede», Notas bibliográficas 929

recogiendo esta vez los documentos sobre «Representantes de España cerca de la Santa Sede» entre 1871 y 1880. La importancia histórica de estos documentos salta a la vista, aun prescindiendo de sorpresas como la de en­ contrarnos con José Zorrilla haciendo {wr allí trabajos de archivero en 1871. Cumple dar noticia de esta nueva aparición de ^. A. La historia y la cultura española no están completas sin que alguien tienda los puentes que pongan en comunicación constante los archivos italiano y vaticanos con nuestra patria.—MANUEL CARRIÓN.

INSTITUTO DE INFORMACIÓN Y DOCUMENTACIÓN EN CIENCIAS Y TECNOLOGÍA. Madrid: Catálogo conjunto de las revistas existen­ tes en las bibliotecas de los Institutos y Centros de Investigación Tec­ nológica del C. S. I. C. Madrid, ICYT, 1977. 593 págs., 21 cm., apais.

La información científica y técnica es imprescindible y cara. Para con­ seguirla al mejor precio urge un trabajo de coordinación entre todas las bibliotecas científicas, que dé como resultado una unificación de esfuerzos bien planificada. Como base y arranque, hay que partir de un sencillo in­ ventario bibliográfico que ponga ante los ojos de todos lo que hay en cada sitio y permita una racionalización de las adquisiciones. Esto y el intercam­ bio de información con los demás países son los frutos más inmediatos de un catálogo colectivo. Las bibliotecas de información tecnológica no son todas las bibliotecas científicas ni las veinte bibliotecas recogidas —i>ertenecientes a siete ciuda­ des españolas—, son todas las bibliotecas de información tecnológica. Pero constituyen una i>arte importante del campo que puede cubrir el ICYT, una de las tres ramas del sistema español de información científica y téc­ nica (las otras dos cubren la bio-medicina y las humanidades y ciencias so­ ciales). Es evidente que este trabajo no es más que un comienzo, puesto que obligación de los profesionales españoles es conseguir que los investi­ gadores tengan información y que el dinero español no se malgaste. El Catálogo, después de las notas previas y de la explicación de las abreviaturas y signos utilizados, ofrece alfabéticamente la lista de revistas —unas 5.600— y una lista clasificada por la CDU que remite a la página en la que la revista se halla descrita, con indicación de los años —comple­ tos o no— que comprende y de la biblioteca en que se encuentra. La publicación, que reproduce en «offseti la impresión de ordenador, resulta de buena lectura por los generosos blancos que se han dejado. Es fácil que un número que individualizase a cada título hubiese facilitado y simplificado la petición de información por parte de quien utilice este catá­ logo, pero también hubiese complicado la tarea de intercalación de nuevos títulos y de mantenimiento al día del mismo. No se puede tener todo. Trabajos como éste, sin mucha trompetería, son los que hacen avanzar la información científica y técnica. Un buen día cualquier facultad universi­ taria o escuela técnica se animará a incorporar el catálogo de sus revistas. 930 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos

Y resultará que tendremos —como se va consiguiendo en otros campos del saber— el catálogo colectivo esjjañol de las publicaciones periódicas.— M. CAREIÓN.

ITALIA. DIREZIONE GENÉRALE DEGLI ARCHIVI DI STATO: Guida delle fonti per la Storia delVAmerica latina esistenti in Italia. I. A cura di Elio Lodolini. Roma, Ministero i)er i beni Culturali e Am- bientali, 1976, XV + 403 p., 24 cm. (Publicazioni degli Archivi di Stato, LXXXVIII.)

La presente publicación está encuadrada dentro del amplio proyecto de la «Guía de fuentes para la Historia de las naciones» que programa y desa­ rrolla el Consejo Internacional de Archivos, bajo los auspicios de la UNESCO, cuya primera serie se dedica a las fuentes relativas a la historia de Ibero- América existentes en archivos europeos. En esta serie se han publicado ya los volúmenes que recogen la información de España (2 tomos). Bélgica, Países Bajos, Suecia, Dinamarca, Ciudad del Vaticano, Alemania (República Federal y República Democrática) y Gran Bretaña. Como se ve, la empresa es de una gran amplitud y aunque en sus prin­ cipios parecía muy ambiciosa, los frutos ya recogidos indican claramente que la colaboración internacional en el campo de los archivos es una realidad maniñesta. Por razones administrativas, la Comisión italiana encargada de la redac­ ción de esta. Guía ha preferido circunscribir su esfera de actuación a los archivos del Estado, dejando fuera a los archivos eclesiásticos, que han sido incorporados al volumen dedicado a los archivos vaticanos. En consecuencia, el volumen que ahora comentamos se refiere exclusivamente a lo que podría­ mos llamar archivos oficiales y a los particulares que por su importancia están sometidos a una cierta jurisdicción de las autoridades archivísticas del Estado. Incluye bibliotecas con fondos bibliográficos de especial interés para la his­ toria de América. Los archivos descritos en el presente volumen son el Central del Estado (Roma), la Sección Histórica del Archivo del Ministerio de Asuntos Exte­ riores, el «Ufficio» histórico de la Marina Militar, el Archivo del Estado de Roma, el Museo Central del «Risorgimento», el archivo, museo y biblioteca de la Sociedad Geográfica Italiana, el archivo histórico de la «Banca d'Italia», el de la Sociedad Dante Alighieri, el Capitolino y el de la Cámara de Comer­ cio de Roma. Entre las bibliotecas que describe en lo referente a fondos de interés para América, figuran la Nacional Central, la Angélica, la Casanatense, la Valli- celliana, la Universitaria Alessandrina, la de la «Accademla Nazionale dei Lincei» y la Lancisiana. Destaquemos que la sistematización de las descripKáones y la propia pre­ sentación de las mismas permiten reconstruir un cuadro organizativo de los Noftas bibliográficas 931 archivos itdianos, de gran utilidad para todos los historiadores y cuyo interés excede de lo puramente referido a las fuentes americanas. Al coordinador de todos estos trabajos de colaboración, profesor Elio Lodolini, hay que agradecer la jierfecta organización del volumen y la pre­ cisa nota informativa dedicada al conjunto de los archivos italianos.—L, S. B.

MENTRE, Mireille: Contribución al estudio de la miniatura en León y Castilla en la alta Edad Media (Problemas de la forma y del espacio en la ilustración de los Beatus [sic]). León, Institución Fray Bernardino de Sahagún [1976]. 192 págs., 3 hojs., 30 láms, 24,5 cm.

Este libro que ahora nos ofrece la Institución Fray Bernardino de Sa­ hagún, de León, es la tesis doctoral, traducida al castellano y revisada, de MUe. M. Mentré, quien ya nos había dado otros estudios j»arciales sobre la miniatura llamada mozárabe, publicados en revistas especializadas. La obra está dividida en dos partes: la primera de ellas, «Datos y coor­ denadas de la investigación», tiene el gran interés de ser un resumen y pues­ ta al corriente de todo lo conocido sobre la obra de Beato, tanto en el as­ pecto textual como en el artístico, o en el del significado del Comentario al Apocalipsis en su época. Ck)mo resumen actual de las investigaciones sobre los códices de Beato, la obra de M. Mentré es única, y en este asjjecto será de gran interés y utilidad para todos los apasionados del arte medieval his­ pano. A este libro le perjudica el haber aparecido inmediatamente antes del gran simposio sobre los códices de Beato celebrado en Madrid en noviembre de 1976, en que se estudiaron los diversos aspectos de estos códices, lle­ gando a conclusiones que en algunos casos invalidan la exposición de M. Men­ tré ; esto es especialmente significativo en lo relativo al estudio del texto de Beato, ya que la autora sigue la discutida tesis de Sanders sobre las suce­ sivas redacciones de la obra, simplificando un complejo problema de trans­ misión y circulación textual. ¥1 estudio de la ilustración resulta bastante más sólido, ya que se cuenta con el punto de partida de Neuss y con las aportaciones más recientes de Grabar, Dubler, Werckmeister, Guilmain, Schlunk, Williams, etc. Muy in­ teresante es el esbozo de estudio de los sistemas de ilustración e interrelación entre texto e imagen, en el que se demuestra que la autora —cosa no fre­ cuente— conoce bien el texto del Comentario. La segunda parte, «Elementos y conclusiones de la investigación», es la más personal de la obra y, por tanto, la que más se presta a discusión. Se es­ tudia en eUa la génesis y evolución del libro, ilustrado en Castilla y León, concentrándose especialmente en el grupo de los Beatos, dando especial importancia a los problemas de la estructuración de la forma y la construc­ ción del esijacio, las relaciones texto-imagen y la colocación de esta última. Según M. Mentré, la ilustración de los Beatos tendría su origen en un croquis explicativo situado al final de determinadas columnas de texto, y la 932 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos

ampliación de este croquis, adquiriendo su carácter figurativo y su colorido, habría dado acceso a la miniatura, a la que se van incorporando nuevos va­ lores de representación exegética y de autonomía espacial. Seguidamente exa­ mina cada uno de los códices p>or separado, estudiando los problemas de la forma y la composición en cada uno de ellas, extendiéndose incluso a los Bea­ tos no mozárabes (de los siglos XII y Xlll), rastreando en ellos los esquemas compositivos que pueden tener un origen más antiguo. Naturalmente, esta teoría sobre el origen de la ilustración es una pura hipótesis, aunque creo que puede aceptarse de momento hasta que se haga un estudio profundo de las relaciones entre texto e imagen, que queda todavía por hacer. Cabrían hacer varias objeciones a esta obra (algunas atribuciones a escritorios u orígenes de códices son discutibles), algunas de ellas de carácter metodológico; creo, por ejemplo, que es un error citar los manuscritos según las siglas de Sanders, cuando las de Neuss resfjonden a un catálogo más completo y son de uso más generalizado. Sin embargo, estimo que, en su conjunto, es una obra de considerable utilidad, ya que es el único estudio moderno que reúne en síntesis la pro­ blemática de la ilustración de los Beatos mozárabes, siendo de bastante inte­ rés tanto pxara el que se inicia en estos temas como para el especialista que quiera recordar algún aspecto o tener una visión de conjunto. Contiene abun­ dante bibliografía y 30 láminas en color y negro.—MANUEL SANCHEZ MA­ RIANA.

MOREIRA, Alzira Teixeira Leite: Inventario do fundo geral do Erario Regio. Arquivo do Tribunal de Cantas. Lisboa, 1977, XXIII + 177 pá­ ginas. 24 cm.

EU presente Inventario tiene un gran interés para los estudios de la his­ toria económica portuguesa de la segunda mitad del siglo xviii y primera del XIX, dado que se refiere a una de las secciones más ricas del Archivo del Tribunal de Cuentas, la de su antecedente inmediato, el Erario Regio. Reseña un total de 5.369 libros manuscritos, todos de carácter adminis­ trativo, de la gestión económica del Gobierno ptortugués. Van agrupados en grandes series, como las siguientes: Tesorería Mayor, Contaduría Gene­ ral de la Corte, Contadurías Generales de la ciudad de Lisboa y su término, de la provincia de Extremadura, de las Provincias del reino e islas Azores y Madeira, del territorio de Río de Janeiro, África oriental y Asia portu­ guesa; del África occidental, del Río y de Bahía y, finalmente, Tesorerías generales. La relación de libros manuscritos se completa y faculta con un índice onomástico, geográfico e ideográfico, que acrecienta el valor del Inventario. Añade también un capítulo con la bibliografía relativa relativa a la materia objeto del trabajo. Puede decirse, en resumen, que el Inventario constituye una buena ayu­ da para los estudios de historia de la economía en Portugal.—L. S. B. Notas bibliográficas 933

SÁNCHEZ BOSCH, Jorge (y Antonio Cruells Viñas): La Biblia en el libro español. Barcelona, Instituto Nacional del Libro Español, 1977, XX, 199 págs., 24 cm.

La clave de la bibliografía perfecta se halla en que alguien armado de buenos conocimientos en el camp» que pretenda abarcar la bibliografía y con instrumentos técnicos bibliográficos seguros, se acerque a las obras que trata de identificar primero, de describir después y, por fin, de clasificar. Uno sabe por experiencia que este ideal no es fácil de alcanzar. Un poco de todo esto lo voy recordando a proposito de la obra que tengo entre manos. Hay algunas cosas claras: Que han pasado muchas cosas desde que la Inquisición «auribus arrectis» vigilaba el sonido en español de las «tortoli- cas» y «gacelas» del Cantar de los Cantares, que han pasado algunas gene­ raciones de estudiantes por el Bíblico de Roma o la Escuela o Casa de San­ tiago en Jerusalén y que los biblistas españoles son en la actualidad legión. También han pwsado otras: Que la Biblia ha sido el mejor negocio editorial de los treinta últimos años y que estudiosos y editores —a veces coinci­ diendo— no han dejado pasar la ocasión de aprovechar la coyuntura, hasta el punto de que distintas versiones muy poco o nada disfrazadas han salido a la calle del brazo de distintos editores casi contemporáneamente. En este sentido, la Biblia ha sido un «libro de oro». Con todo, la mejor consecuen­ cia de todo lo que vengo apuntando es que ha sido posible un libro como La Biblia en el libro español, cuya simple presencia llena de gozo, por la abundancia bibliográfica que muestra y porque la buena disposición de la materia permite que los árboles dejen ver el bosque. Hace unos años, con motivo de la exposición bibliográfica «La Biblia en España», la Biblioteca Nacional soñó con hacer algo semejante desde otros supuestos; digo «soñó» porque en la Nacional la urgencia de los trabajos y de los días hace que cualquier plan se sumerja bien pronto en la laguna de los sueños perdidos. Vayamos al libro. Lleva una introducción de Miguel Cruz Hernández y, después de un prólogo que explica intenciones y ayuda a quien utilice la bibliografía, distribuye 2.377 asientos bibliográficos en nueve grandes ca­ pítulos: El texto bíblico (en cada uno de los idiomas pieninsulares, texto ori­ ginal y versiones antiguas), Origen e interpretación de la Biblia (un tanto discutible la introducción aquí de los diccionarios y enciclopedias). Comen­ tarios al Antiguo Testamento, Comentarios al Nuevo Testamento, La Fi­ gura de Cristo, El mensaje de la Biblia, Biblia e Historia (con arqueología y geografía bíblicas). Biblia y tradición. La Biblia en el presente (pastoral, liturgia, espiritualidad, catequesis, creación artística). Dos índices, uno de autores y otro de editoriales, completan la obra. ¿Misión cumplida? Si el INLE se proponía recoger todo lo que el mer­ cado español puede ofrecer de más actual (ya se nos avisa que se pwirte de 1956, es decir, desde la fecha no comprendida por la obra de Luis Amal- dich, Los estudios bíblicos en España, desde el año 1900 al año 1955), pwdemos decir que se ha conseguido plenamente. También se consigue dar la

17 934 Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos

impresión de rica realidad bibliográfica en este campo. La materia está dis­ tribuida con acierto (se sigue modelo tan autorizado como el del «Elenchus bibliographicus» de Biblica); ni tan detalladamente que el investigador se pierda, ni en grupos tan amplios que se conviertan en cajones de sastre. Es otro tanto a favor de este libro que se apuntan los autores del mismo. Desde un pmnto de vista bibliográfico hay muchas cosas que decir. La base de la investigación es bibliográficamente insuficiente: el ISBN, algunos catálogos comerciales y el antiguo Livros del mes. La Institución San Jeró­ nimo tenía obligación de haber llegado más lejos, a fin de que esta obra fuera una base bibliográfica de la que se pudiera partir con seguridad en el futuro. Y no ha sido así. Cuando se tiende a una rigurosa normalización internacional en la catalogación bibliográfica no se puede emprender una vía anárquica. Los datos que se nos dan en los asientos no son siempre los mismos; la puntuación para separar áreas bibliográficas, pwr ejemplo, no es uniforme; no hay un código fijo de abreviaturas (que, por lo demás, están también normalizadas internacionalmente); se dan datos tan inútiles como el peso o el precio sin asegurarnos de que es el actualmente vigente... No se nos dice si la edición que se cita es siempre la última (es evidente que no, en muchos casos, y baste el ejemplo de la gramática hebrea de Blas Goñi de 1919, cuando hay una quinta edición de 1958). Al comprobar, al vuelo, la descripción del número 222, me encuentro conque se nos da 1957 como año de edición en vez de 1956 y 208 páginas en lugar de 3 hojas, 206 páginas. Al agradecer a los autores el favor que nos hacen, me permito pedirles para nuevas ediciones un mayor rigor bibliográfico. Otros peros afectan ya a puntos concretos y siempre pueden ponerse en obras de este tipo. Se adopta un sistema de uno, dos o tres puntos para juzgar el nivel de las obras y se puede estar de acuerdo o no en muchos casos con el juicio concreto. Lo que sí parece más seguro es que los asien­ tos 81 y 33 suenan a adaptaciones y no a ediciones del texto bíblico, que el facsímil del «Beato» de Gerona no puede ir entre los textos del Apocalipsis, que la novela Pecado original, de Núñez Alonso, no parece tener lugar muy adecuado entre los estudios sobre el pecado original (!), que en «Historia del judaismo pwstbíblico» y «Literatura del judaismo postbíblico» no se recoge nada de la obra de Pilar León Tello, Julio Caro Baroja y de todos los estudios sobre la literatura «marrana». No nos asustemos: una bibliografía es una obra sumamente arriesgada y quienes hemos hecho algún trabajo en ese campo sabemos que cualquiera —en este caso ese cualquiera he sido yo— puede encontrar lagunas y defec­ tos. Probablemente es irremediable. También lo son las erratas (aunque en 180-184 se escapa cinco veces «Matritensia» —¿por «Matritensis» ?—). Si nos hemos permitido algunas observaciones, ha sido con la idea de contri­ buir a mejorar futuras ediciones de esta obra y de avisar a los investiga­ dores del verdadero alcance de la misma.—MANUEL CARRIÓN. Notas bihliográficas 935

SELIM, George Dimitri: American doctoral dissertations on the arah 'loorld, 1883-197J^. 2nd. ed. Compilad by... Washington, Library of Congress, 1976, XVIII, 173 págs., 23 cm. (5,75 |. Superintendent of Documents. Government Printing Office, Washington, D. C, 20402.)

Cada vez es mayor la importancia de las tesis doctorales y de otras pu­ blicaciones, si así puede llamárselas, académicas menores. Situada entre los materiales bibliográficos de difícil adquisición, no sólo resulta muy a menudo escabroso el acceso a su consulta, sino que ni siquiera resulta fácil su control bibliográfico. Las iniciativas en este campo se suceden y la LÍBER ha sido, probablemente, la que más recientemente (13-14 de febrero de 1975, en Estrasburgo) se ha ocupado del problema. Los Estados Unidos sienten la preocupación desde antiguo y la mejor prueba de ello no es tanto este catá­ logo que comentamos cuanto los títulos contenidos en la «Clave de símbolos de fuentes» que constituye uno de sus preliminares. Si la primera edición de esta obra contenía las tesis publicadas de 1883 a 1968, la segunda añade las aprobadas, en USA y Canadá, entre 1968 y 1974. En total 1.825 títulos de todos los campos del saber, que cubren geográ­ ficamente los países del Próximo Oriente y del norte de África, así como todas las comunidades que utilizan el árabe como lengua, las minorías que viven entre árabes y cuanto se refiere al Islam. Claro está que, retrosp»ectiva- mente, hemos de encontramos en los índices con muchos nombres españoles (Cuenca, Toledo, Córdoba, Granada...). La obra ha sido redactada por G. D. Selim, director de la Orientalia División de la L. of C, utilizando bibliografías ya existentes y hasta los mismos registros, naturalmente inéditos, de universidad. Se sigue un orden alfabético general por autores y los datos ofrecidos son los de autor, título, universidad, año de presentación y número de páginas y de signatura, siem­ pre que es posible. Un generoso —^no se duda a la hora de duplicar o tri­ plicar las entradas— índice de materias facilita el uso de la obra y asegura su utilidad. Aun con las limitaciones que implica el tratarse de una lista reducida a las universidades de USA y Canadá, no es preciso insistir en su condición de bibliografía especializada y en su importancia jiara las bibliotecas espa­ ñolas. Y bien claro está que, al correr de los próximos años, el mundo árabe —con su pasado, su presente y su futuro— irá ganando grados en las preocu­ paciones de los investigadores.—MANUEL CARRIÓN.

REVISTA DE ARCHIVOS BIBLIOTECAS Y MUSEOS

LXXX, n." 4 MADRID octubre-diciembre 1977

ÍNDICE

PAGS.

BENITO RUANO, Eloy: La participación extranjera en la guerra de Granada 679 CABRILLANA, Nicolás: Repoblación y despoblación en Almería (1572-1599) 703 OLAECHEA LABAYEN, Juan B.: Identidad histórica del mestizo his- pano-indiano 731 DEVOTO, Daniel: Berceo antes de 1780. V y VI partes (final) 777 IZQUIERDO BENITO, Ricardo: Ensayo de una sistematización tipoló• gica de la cerámica de necrópolis de época visigoda 837 OLMOS ROMERA, Ricardo: La kylix de Medellin. TJn ensayo de inter­ pretación iconográfica y comercial 867

\^ A R I A

C'ARUIÓN, Manuel: Presente y futuro de la CDJJ. (Seminario celebrado en Madrid los días 12 y 13 de septiembre de 1977) 891 DEXKUS, Mercedes: .liiíoío^rja bibliográfica de la cultura española ... 893 —: Eiposición nacional conmemorativa del Vil centenario de Jai­ me I el Conquistador en la Biblioteca Nacional 897 RODRÍGUEZ JOULIA SAINT-CYR, Carlos: Ultima reforma administrativa de los archivos, bibliotecas y museos españoles 901 SARRIA, Amalia: Adquisiciones notables de la Biblioteca Nadonal. (Impresos) 905 ZozAYA, Juan y E. LLANGOSTERAS : Análisis radiográfico de un tintero califal 911

NOTAS HIBI.IOGRÁKICAS 919