Romero, Alejandra Libro de Resúmenes del V Congreso Nacional de Conservación de la Biodiversidad / Alejandra Romero ; Andrea Roche ; Fausto Firstater ; editor literario Alejandra Romero ; Andrea Roche ; Fausto Firstater. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Fundación de Historia Natural Félix de Azara, 2017. Libro digital, PDF

Archivo Digital: online ISBN 978-987-3781-36-0

1. Biodiversidad. 2. Actas de Congresos. I. Romero, Alejandra, ed. Lit. II. Roche, Andrea, ed. Lit. III. Firstater, Fausto, ed. Lit. IV. Título. CDD 333.9516

Libro de Resúmenes Para la inclusión de un trabajo en el libro de resúmenes se debieron cumplir los siguientes requisitos: El primer autor de la ponencia debió estar inscripto y haber pagado la inscripción correspondiente. El resumen haber sido corregido por un revisor y haber sido aprobado para su presentación en alguno de los dos formatos: oral o póster. Debió ser expuesto fehacientemente durante el V Congreso Nacional de Conservación de la Biodiversidad. Debió cumplir con los límites de presentación establecidos por autor: cada expositor pudo presentar como máximo dos trabajos.

En caso contrario, no ha sido incluido en el Libro de Resúmenes. Prólogo

El primer Congreso Nacional de Conservación de la Biodiversidad (CNCB) fue realizado en noviembre del año 2004, por la Fundación Azara, la Fundación Temaikén y la Universidad CAECE. La organización de este Congreso Nacional se vio interrumpida desde su última edición en 2010, por lo que con la nueva edición de 2017 se pretendió dar continuidad a la iniciativa a fin de seguir brindando un marco de discusión en el ámbito nacional sobre la Conservación de la Biodiversidad.

La vida ha existido en la Tierra desde hace 3500 millones de años. Más del 95% de las especies que habitaron este planeta se han extinguido. ¿Por qué nos preocupan tanto las tasas de extinción y la conservación de la biodiversidad? Sí, la extinción de especies es una parte natural de la historia de nuestro planeta, pero ha sido como resultado de las actividades humanas que esa tasa de extinción se ha incrementado al menos 100 veces en comparación con la tasa natural.

El beneficio que muchos humanos han obtenido a partir de la modificación de los ecosistemas naturales y el aumento en el comercio internacional ha sido enorme, pero otros muchos humanos han sufrido las consecuencias de la pérdida de la Biodiversidad y la falta de acceso a los recursos que sustentaban sus formas de vida. Estos cambios en los ecosistemas han perjudicado principalmente a las personas con menores ingresos, con menor capacidad de adaptarse a estos cambios, y que no sólo deben afrontar pérdidas económicas por esa falta de recursos sino también sufrimiento por desastres naturales.

Hay un diagnóstico común en relación con el aumento de la tasa de extinción de especies (la sexta extinción masiva, según prominentes pensadores actuales), pérdida de biodiversidad por cambios en el clima y por destrucción de hábitats, contaminación y también, invasión de especies. Frente a este diagnóstico común hay dos corrientes opuestas, una más optimista (Peter Kareiva , entre los más encumbrados ) y otra más conservadora (Michael Soulé, entre los más notables). Mientras en una línea se argumenta que la conservación requiere ir más allá de la creación de áreas protegidas, y sostiene que los ecosistemas son resilientes a la perturbación y que no son irreparablemente dañados por cada pequeño impacto antropogénico, sino que pueden seguir conservando biodiversidad y produciendo bienes y servicios; del otro lado, está la convicción de que las cosas salvajes y los ambientes tienen un incalculable valor intrínseco, tan importante como el valor de la humanidad.

De ambas corrientes puede deducirse que la naturaleza (y la biodiversidad) deben ser protegidas y conservadas tanto por su propio bien como por razones utilitarias. Es cierto que la creación de más y más áreas protegidas, sobre todo si son pequeñas y/o ubicadas en los sitios menos ocupados por actividades humanas, o determinadas por la existencia de una o pocas especies carismáticas, o sin considerar la ocupación ancestral de comunidades originarias, o vitales corredores en el hábitat, no tendrá grandes efectos en la conservación de la Biodiversidad. Si nos referimos a los ambientes marinos muchas veces la creación de áreas protegidas (AP) no ha hecho otra cosa que concentrar el esfuerzo pesquero fuera de esas AP, lo que ha contribuido por un lado a sobredimensionar los efectos de su creación, y por otro a incrementar la vulnerabilidad de los ecosistemas fuera de las AP. Tanto en los ambientes terrestres como acuáticos se ha demostrado que la creación de AP ha tenido un efecto limitado. De igual manera, sobreestimar la resiliencia de los ecosistemas puede llevar a un comportamiento despectivo con la naturaleza. Por su parte, pretender que la naturaleza quede intacta o se protejan sólo unas pocas ramas del árbol de la vida (muchas veces las que más convocan a almas caritativas de gran poder adquisitivo), o para regocijo espiritual de unos pocos que pueden acceder a esa magnificencia, además de ser una pretensión anacrónica, tampoco servirá de mucho.

Se ha definido a la era actual como el Antropoceno. Este planeta es el que es porque nuestras sociedades lo han hecho así. Nosotros los humanos, como individuos y sociedades, moldeamos este planeta mientras estamos ocupados en nuestros propios planes, y es cierto, las sociedades actuales están transformando el mundo a tasas y escalas sin precedentes, como no lo ha hecho ninguna otra especie hasta ahora. A lo largo de milenios de cambios sociales y evolución cultural, las sociedades humanas han acumulado capacidades culturales que les han permitido ser muy buenas en hacer que la naturaleza trabaje para ellas. Esta es la naturaleza del Antropoceno.

Algunas cosas están cambiando, la idea de llamarle asesino a un pescador (como en la letra de Silvio Rodríguez) o bandido (como en varias publicaciones científicas de conservación) va superándose de a poco. Ni el pescador es un asesino ni el hombre transforma todo en un desierto. A pesar de los cambios que los humanos hemos hecho y seguimos haciendo, la biofilia es básica para la psicología humana, tal vez tan arraigada como nuestra necesidad de ser social. Y ahí tenemos una oportunidad: podemos repensar nuestra relación con la naturaleza. ¿Será mejor crear más y más pequeñas islas en AP, o lo será que las actividades humanas se realicen con una mirada diferente (y una gestión diferente) con un compromiso distinto en esa relación sociedad naturaleza? Si la ciencia no llega al manejo, es probable que la gestión sea de corto plazo, con el riesgo incluso de que obedezca a rápidos y oportunistas intereses de las corporaciones. Ciencia y manejo deben ir de la mano. En Argentina somos muchos los investigadores que deseamos ser escuchados por las autoridades ambientales provinciales, hemos tenido y tenemos la mejor voluntad de colaborar en cuestiones de gestión del ambiente y los recursos. En los países desarrollados, se gastan ingentes sumas de dinero para la construcción de estructuras de ocio y de bienestar humano, y también como si ese fuese el objetivo, se gastan también enormes cantidades de dinero para destruir esas mismas estructuras. Nosotros, países en desarrollo, no podemos darnos ese lujo, será mucho mejor pensar en el largo plazo, plantados sobre decisiones muy bien tomadas. Debemos transitar la democracia de la conservación (y la democracia del desarrollo) construyendo una visión que deje de lado el esquema de decisión top-down (de arriba hacia abajo) y considere los derechos humanos y la biodiversidad en sí misma. Es difícil encontrar una visión común sobre qué hacer a futuro cuando cada postura (la optimista moderna y la pesimista más tradicional) busca argumentos para fortalecerse internamente, autoconfirmándose de manera sesgada.

Abogo por un cambio de comportamient