Catálogo París Pese a Todo
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PARÍS PESE A TODO ARTISTAS EXTRANJEROS 1944-1968 La exposición París pese a todo. Artistas extranjeros, 1944-1968 cierra el año 2018 en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía con una extensa investigación en torno a la heterogénea escena artística parisina de las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial. El foco de la muestra se sitúa, por una parte, en la complicada situación de Francia, afanada en recuperar su hegemonía cultural y recomponer con ello su identidad nacional y su influencia en el nuevo orden geopolítico de bloques que comienza a forjarse. Por otra, y de manera particular, en la producción de aquellos artistas extranjeros que se dan cita en la capital contribuyendo a generar un clima estimulante y productivo, poblado de intensos debates y propuestas plurales. La producción cultural del París diverso y en continua transformación de la posguerra ha sido a menudo desplazada en favor de la escena neoyorkina, tanto gracias a una hábil política de propaganda estadounidense, que conjuró a buena parte de la crítica, el mercado y las instituciones, como con posterioridad, de la mano de la historiografía del arte canónica y apoyada en la celebración de nombres propios e instantes concretos. Tachadas de secundarias, menores o derivativas, las prácticas artísticas del París de estos años, como las del alemán Wols, el holandés Bram van Velde o la portuguesa Maria Helena Vieira da Silva, entre muchas otras, carecieron de la imagen cohesionada y unitaria que presentó la Escuela de Nueva York a través del expresionismo abstracto y de su figura faro: Jackson Pollock. Por el contrario, en París convivieron y se discutieron multitud de lenguajes y posicionamientos plásticos: eran comunes y prolíficos los debates entre figuración y distintos tipos de abstracción, como la lírica o la geométrica; también entre diversas corrientes, como el informalismo, el surrealismo o los incipientes experimentos de arte cinético; entre la Escuela de París, que buscaba integrar las referencias foráneas con un cierto racionalismo y savoir faire parisino, y aquellas trayectorias más personalistas; o las diferentes concepciones en torno al papel del artista, que iban de la exaltación de la libertad individual al compromiso político y social. 2 El arco temporal de la muestra comprende más de dos décadas, que arrancan con el célebre Salón de Otoño de 1944, año de la Liberación de París, convertido en símbolo de la anhelada reconstrucción cultural, y que finalizan en Mayo del 68, anuncio de un cambio de paradigma a escala internacional con epicentro en la capital francesa. Son los años de la Guerra Fría, de la incipiente sociedad de consumo, del paso del modelo de producción fordista a la economía de servicios, pero también de los movimientos por la independencia de protectorados y colonias, y del cuestionamiento de los grandes relatos unívocos y lineales. En este marco cambiante y sugestivo, la comunidad diversa de artistas extranjeros que nos ocupa buscó la libertad y las condiciones propicias para la experimentación y el intercambio de ideas, enfrentando también desilusiones, tensiones y conflictos. La exposición toma el pulso a todas estas cuestiones a través de una representativa selección de más de cien artistas con estilos y medios muy diversos, que abarcan pintura, escultura, fotografía y cine, junto con un extenso apartado de documentación en el que destacan las principales publicaciones del momento, como Art d'aujourd'hui, Arts o Présence Africaine, vehículos esenciales para la efervescente actividad crítica del momento. Por último, queda agradecer la colaboración del gran número de instituciones, coleccionistas y otros agentes culturales de diferentes geografías, cuya implicación ha posibilitado la reunión de este conjunto heterogéneo de obras y materiales de archivo. Desde estas líneas se desea reconocer su participación y su ilusión en esta suerte de vista panorámica en torno a la excitante y agitada escena artística del París de posguerra. José Guirao Cabrera Ministro de Cultura y Deporte 3 Sabemos que los relatos del arte canónicos se organizan en torno a la celebración de nombres propios, ya sean autores o, en este caso, escenarios culturales privilegiados. En este sentido, podríamos describir la historia del arte occidental de la segunda mitad del siglo XX como un movimiento direccional, sin interrupciones ni fallas, que tras la Segunda Guerra Mundial nos conduce de París a la nueva capital del arte moderno, Nueva York; de un anciano Henri Matisse recortando papeles en la cama para sus papiers découpés a un enérgico Jackson Pollock de pie en su estudio trabajando en un inmenso lienzo. Conforme a esta lógica, todo aquello que no forma parte del centro pasa a ser periférico, secundario, derivativo o, sencillamente, es excluido. La exposición París pese a todo. Artistas extranjeros, 1944-1968 parte precisamente de aquello que las historias del arte unívocas y lineales omiten: sus rupturas, divergencias y discontinuidades. Después de que las imágenes de Auschwitz circulasen por buena parte del continente europeo, el filósofo judío alemán Theodor Adorno afirmaba que escribir poesía se había convertido en un acto de barbarie. La escena artística del París de la segunda posguerra está marcada por el desencanto y el pesimismo colectivos tras la constatación del fracaso de las utopías vanguardistas previas, lo que condiciona de manera determinante la producción cultural y filosófica de las décadas siguientes. Los numerosos y variados intentos de recomponer la maltrecha identidad nacional francesa, tras la humillación que había supuesto la ocupación nazi, se dirimen bajo la amenaza latente de un nuevo conflicto bélico que polariza a escala global las posiciones ideológicas en el reciente orden geopolítico de la Guerra Fría. En este contexto parecen existir únicamente opciones de tipo binario: capitalismo o comunismo; expresionismo abstracto o realismo social. Sin embargo, este mismo París asiste a la intensa y heterogénea actividad creativa de un nutrido grupo de artistas extranjeros, llegados a la ciudad por motivos y con aspiraciones dispares, cuya pluralidad de lenguajes y enfoques desafía la rígida dialéctica de bloques impuesta. 4 La exposición indaga en esas otras formas de imaginación y caminos intermedios que tuvieron lugar al margen de las corrientes dominantes tanto en el marco internacional como local, fuera de la denominada Escuela de París y del apoyo de la crítica y las instituciones, analizando las retículas políticas, sociales y económicas en las que participaron, y también aquellas que condicionaron su recepción y estudio a lo largo del tiempo. Como apunta su comisario, el historiador del arte Serge Guilbaut, una pregunta fundamental que recorre la muestra atañe a las dinámicas de legitimación de las prácticas culturales y los aparatos ideológicos que las orientan y que condicionan las distintas historias y teorías del arte. En relación con ello, la exposición plantea diálogos entre propuestas y trayectorias diferentes en base a otra suerte de afinidades o tensiones que van más allá de las categorías nacionales, estilísticas o formales. Se busca así establecer claves de lectura alternativas que incorporen figuras y enunciados con alcances y repercusiones dispares, a fin de plantear una aproximación poliédrica y plural de estos años. En esta línea, los ensayos de Tom McDonough y de Amanda Herold-Marme para la presente publicación recogen los casos de dos artistas españoles, Pablo Picasso y José García Tella respectivamente, que a pesar de compartir una complicidad ideológica encontraron sendas de trabajo y recepciones muy diferentes. La elección de este caso de estudio centrado en las propuestas de los artistas extranjeros complejiza y diversifica los ejes y las relaciones transatlánticas del arte de este periodo que a menudo han tenido a París y a Nueva York como interlocutores únicos. La producción heterogénea, pero también las diferentes circunstancias vitales de estos creadores, especialmente de aquellos no occidentales y en particular los provenientes de territorios por entonces sujetos al régimen colonial francés, desvelan otra serie de vínculos, posiciones y luchas. Estos artistas anhelaron no solo la consecución de un arte que pudiese situarse sin complejos dentro de los debates creativos internacionales, sino también la resignificación de sus diferentes tradiciones e identidades más allá de los mitos y estereotipos que la modernidad occidental había generado en las primeras vanguardias. Su objetivo era componer una modernidad 5 propia que interpelase en «pie de igualdad» el arte europeo y estadounidense, como apunta en su ensayo Maureen Murphy, ejercicio no exento de dudas, conflictos y negociaciones. Por su parte, el texto de Isabel Plante fija su atención en el extenso y activo grupo de artistas latinoamericanos relacionados con la escena del arte cinético en París. A través de un estudio de corte genealógico, la autora cuestiona los relatos eurocéntricos a este respecto que han invisibilizado la influencia que tuvieron en Europa las experimentaciones previas del arte madí en América Latina. La muestra finaliza con una fecha significativa, el año 1968, índice de un cambio en la imaginación colectiva que puso en cuestión de manera irreversible los relatos unívocos y monolíticos de la modernidad occidental, abriendo el espectro de voces, epistemologías y sensibilidades. Las calles de París fueron escenario privilegiado de movilizaciones masivas y transversales que demandaban una transformación integral de la sociedad,