VII Congreso Con Portada(Patronazgos)
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Los patronazgos en la Región de Murcia Ricardo Montes Bernárdez (Coord.) Los patronazgos en la Región de Murcia VII Congreso de Cronistas Oficiales de la Región de Murcia 1ª Edición: Noviembre 2013 Patronazgos en la Región de Murcia Edita Asociación de Cronistas Oficiales de la Región de Murcia Copyright © Portada, Fulgencio Saura Mira, 2013 Copyright © de la edición Ricardo Montes, 2013 Copyright © de los textos los autores, 2013 Portada San Roque, Fulgencio Saura Mira Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación públi- ca o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la auto- rización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra. isbn: 978-84-15162-37-7 Depósito Legal: mu-1203-2013 Impreso en España - Printed in Spain Impreso y encuadernado por Nausícaä, s.L. [email protected] Índice El patronazgo religioso en la historia Juan González 11 Castaño Patronazgos en las grandes ciudades Murcia. Ricardo Montes Bernárdez 23 Cartagena. José Monerri Murcia 45 Lorca. Manuel Muñoz Clares 49 Orihuela. Antonio L. Galiano Pérez 65 Patronazgos pueblo a pueblo Abanilla. Juan Manuel San Nicolás y Eugenio Marco 73 Tristán Abarán. José S. Carrasco Molina y José D. Molina 87 Templado Águilas. Luis Díaz Martínez 97 Albudeite. Ricardo Montes Bernárdez 103 Alcantarilla. Fulgencio Sánchez Riquelme 109 Aledo. Juan Cánovas Mulero 117 Alguazas. Luis Lisón Hernández 125 Alhama de Murcia. José Baños Serrano 135 Archena. Manuel Medina Tornero 157 Beniel. Mª Ángeles Navarro Martínez 167 Blanca. Ángel Ríos Martínez 175 Bullas. Juan Sánchez Pérez 183 Calasparra. Francisco Casinello Martínez 189 Campos del Río. Matías Valverde García 197 Caravaca. José A. Melgares Guerrero 205 Cehegín. Abraham Ruiz Jiménez 215 Ceutí. José A. Marín Mateos 225 Cieza. Antonio Ballesteros Baldrich 235 Fortuna. Fulgencio Saura Mira 243 Fuente Álamo. Andrés Nieto Conesa 247 Jumilla. Antonio Verdú Fernández 255 Las Torres de Cotillas. Ricardo Montes Bernárdez 265 La Unión. Francisco Ródenas Rozas 273 Librilla. Fernando J. Barquero Caballero 281 Lorquí. Francisco García Marco 291 Los Alcázares. Ricardo Montes Bernárdez 301 Mazarrón. Mariano C. Guillen Riquelme 307 Molina de Segura. Antonio de los Reyes García 313 Moratalla. José J. Sánchez Martínez 321 Mula. Juan González Castaño 333 Ojós. Luis Lisón Hernández 339 Pliego. José Pascual Martínez 349 Puerto Lumbreras. Juan Romera Sánchez 357 Ricote. Dimas Ortega López 365 San Javier. Miguel Gallego Zapata 371 San Pedro del Pinatar. Luis Lisón Hernández 373 Santomera. Francisco Cánovas Candel 379 Torre Pacheco. Ricardo Montes Bernárdez 383 Totana. Juan Cánovas Mulero 389 Ulea. Joaquín Carrillo Espinosa 397 Villanueva del Río Segura. Ricardo Montes Bernárdez y 405 Luis Lisón Hernández Yecla. Miguel Ortuño Palao 411 Patronazgos en las pedanías Alberca de Las Torres. Juan Beltrán Arnáez 421 Baños y Mendigo, Corvera, La Murta, Valladolises- Lo 425 Jurado, Lobosillo y Los Martínez del Puerto. Antonio Almagro Soto Era Alta. José Alcaraz Cano 435 La Hoya. Lorca. Francisco Gómez Pérez 437 Nonduermas. Pedro Simón Muñoz 443 Puebla de Soto. Juan J. Franco Manzano 447 Sucina. Luis Lisón Hernández 455 El patronazgo religioso en la historia Juan GOnzáLEz CastañO Cronista Oficial de Mula Es sabido que, desde los tiempos más remotos de la Humanidad, el hombre, en su fragilidad, ha creído en dioses que cuidaran de sus vi- das y a los que acudía en momentos especialmente duros para su exis- tencia, caso de epidemias, hambrunas o en el supremo instante de la muerte propia o de sus seres queridos. El sentimiento religioso en la Antigüedad era consustancial con el ser humano. Ningún gobierno consentía que sus súbditos fueran ateos. Todos debían creer en los dioses, amarlos y hacerles ofrendas. De no hacerlo así, podían ser condenados a duras penas e, incluso, a muerte como enemigos del sistema, que entendía que las divinidades prote- gerían a los devotos y a sus ciudades siempre que éstos las respetaran, cumplieran con sus mandatos, les rezaran y ofrecieran presentes. En el Antiguo Testamento, un Yahveh amoroso hace llegar el maná a los israelitas para que puedan alimentarse todos los días de la sema- na, excepto el sábado, durante los cuarenta años en que anduvieron perdidos por el desierto. En un pasaje del Génesis no duda en probar la sumisión y obediencia del patriarca Abrahán al pedirle que mate y le ofrezca en sacrificio a su único hijo, Isaac, aunque, complacido por la voluntad de consumar el holocausto, lo cambie en el último instante por un carnero, al que inmola. Sin embargo se nos presenta como un dios colérico cuando el faraón no quiere acatar las peticio- nes que Moisés le hace en su nombre para que libere a los judíos de la esclavitud de Egipto. Para obligarle a aceptarlas envía siete plagas que conmueven la voluntad del rey y le fuerzan a dejarlos marchar. En la Grecia y Roma de la época clásica era corriente y normal que las ciudades se pusieran bajo la protección de dioses que favorecieran 11 lo s patROnazgOs En La región de muRCia a sus habitantes. Atenas designó por patrona a la virginal Palas Atenea, diosa nacida de la frente de Zeus y asociada a la guerra, las artes, la razón o la justicia, a la que construyó el hermoso templo del Partenón, decorado por Fidias, en cuyo interior colocó la imagen de la titular. Olimpia contó con la benéfica influencia del padre de todos los dioses, Zeus; lo mismo que Roma y el estado romano, que nombraron a Júpi- ter, la versión latina de Zeus, como su cuidador. Muchos municipios y colonias, en el momento de sus fundaciones, eligieron por patronos a genios, espíritus que poseían una concepción cercana a la que tienen los ángeles en la religión judeo-cristiana. Pese a que una vez que con Augusto se consolide el Imperio, sus representantes pasaran a gozar de la consideración de bienhechores de las ciudades. Los hogares griegos confiaban en Hestia, que velaba para que nun- ca faltara el calor en ellos. En Roma tomó en nombre de Vesta, la diosa de la fidelidad y de las viviendas, aunque los romanos poseyeron un conjunto de dioses menores y más familiares, conocidos como lares y penates. Los primeros estaban encargados de cuidar las casas, los caminos y a los viajeros que se arriesgaban a desplazarse por los ma- res. Eran reverenciados en pequeños altares en el interior de las casas, denominados lararia, por medio de menudas esculturas en madera, barro o confeccionadas en ricos metales. Los penates tenían la misión de vigilar que no escasearan los alimentos en las despensas. La publicación del edicto de Milán por Constantino el Grande, el año 313, concedió la libertad de culto en el imperio romano y fue el inicio del reconocimiento del cristianismo como su religión oficial, desterrándose la veneración a los dioses antiguos, que pasó a ser si- nónima de paganismo e idolatría, sus lugares sagrados destruidos o convertidos en iglesias y sus adoradores perseguidos como gentiles. Empezó a darse un importante culto a los mártires, cuyos santos cuerpos eran desenterrados de aisladas sepulturas o extraídos de las repletas catacumbas romanas para entronizarlos en templos y monas- terios hasta alcanzar la consideración de pilares de la nueva religión, nacida de un judío que había muerto en Jerusalén en el infame su- plicio de la cruz. Eran respetados como patronos de las ciudades en cuyas iglesias eran adorados, pues no en vano había escrito Tertuliano en su obra Apologeticum que la sangre de los mártires sería semilla de nuevos cristianos. En España alcanzaron gran predicamento entre los primeros se- guidores de Jesús los cultos a santa Eulalia de Mérida, ajusticiada en la 12 Vigi COn REsO de CROnistas OfiCiaLEs de La REgión… capital de la Lusitania en el año 304, y a san Vicente Mártir, muerto en Valencia a comienzos del siglo iV. Sin olvidar que, según una piadosa tradición, en Zaragoza, en el año 44, la Virgen María se había apareci- do a Santiago el Mayor sobre una columna para animarle en sus predi- caciones e indicarle que en ese sitio levantara una capilla en su honor. Por toda la Cristiandad eran muy venerados Jesucristo, María, ma- dre de Cristo, los doce Apóstoles y los primeros santos no muertos violentamente, muchos de los cuales fueron eremitas, sepultados en aislados emplazamientos, caso del etíope san Onofre o del español san Millán, anacoreta nacido en Berceo, La Rioja, en la segunda mitad del siglo V; de san Jerónimo, redactor de la Vulgata, y de san Agustín, obispo de Hipona, quien, con otros mitrados de los primeros tiempos del cristianismo elevados a los altares, gozaron de temprano culto en la Iglesia. Comenzó, entonces, una verdadera carrera, inacabada, por conse- guir trozos de santos cuerpos u objetos que hubiesen sido tocados o llevados por Cristo, por su Madre o por destacados mártires, los cua- les eran conservados en las capillas de los templos y en dependencias de palacios reales dentro de artísticos relicarios. Hacia finales del siglo Vii, según recoge William A. Christiam en un luminoso artículo1, en la Cámara Santa de Oviedo se hallaban, entre otras reliquias, restos del pelo, de la leche y de la túnica de la Virgen y la casulla original dada por Ella a san Ildefonso en el año 665, según el conocido milagro plasmado en la pintura española decenas de veces. En la catedral de la ciudad alemana de Colonia, desde el año 1164, cuando el emperador Federico Barbarroja los regaló a sus vecinos, se veneran los restos de los tres Reyes Magos, cuyos huesos se hallan dentro de una maravillo- sa arqueta dorada en forma de basílica, considerada una de las obras cumbres de la orfebrería medieval.