Ser alguien

Porque mi madre me decía: Debes Ser alguien en la vida

Por: Armando Plata Camacho “El Chupo” Primera Edición 2006 AP Productions Inc 206 Triumph Dr. NW Atlanta GA 30327 USA (404) 351 9056 www.armandoplata.com [email protected] [email protected] ISBN Impreso por Gráficas de la Sabana Ltda. Impreso en - Printed in Colombia

Asesoría periodística y literaria: [email protected]

Ilustración portada: BUENA IMAGEN TELEVISIÓN DIGITAL www.buenaimagen.net

Distribución: John Plata Camacho. Teléfono (571) 283 63 17

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CONTENIDO

Prólogo por Julio Sánchez Cristo ...... 11 Todo y nada...... 15 Época escolar...... 20 Vivencias en Chocontá ...... 31 Los locos Plata ...... 43 Una nueva perspectiva ...... 52 Vitalia y el toreo...... 56

La Escuela Militar ...... 61 El temblor ...... 66 ¿Emboscada? ...... 72 De porte marcial...... 75 ¡Mucha chucha! ...... 82 Taca taca taca ...... 86 Andanzas y pilatunas ...... 91

De carne y hueso ...... 99 Cerca del micrófono ...... 109 La locura...... 117 Forjadores.. a los perros ...... 120 Todos “en todo” ...... 127 Primera Filmación ...... 131 En cartelera ...... 135 Cine y “Chiveo” ...... 137

¡Hollywood, allá vamos!...... 147 Miami ...... 147 West Florida ...... 158 Pandhandle de la Florida y Alabama ...... 165 New Orleáns, Lousiana ...... 168 Texas...... 172 Hemisfair 68 ...... 176 El río Grande...... 177 Sigue el tren...... 180 Hollywood por dentro ...... 183 Regreso triunfal ...... 187 De cal y arena ...... 196 Yes, sure ...... 198 Ábrete sésamo ...... 203 Penicilino y Aristóbulo ...... 211 A México ...... 219 Las cuñas...... 223 La chupeta y la turca...... 229 Envenenado ...... 233 Mandarinas para la cabeza ...... 237 Encuentro con el Maestro ...... 247 De una al altar ...... 251 Bromas que cuestan...... 255 El locódromo ...... 259 Algo escrito ...... 265 Primera caminata ...... 269 Golpes que enseñan ...... 271 La narración ...... 275 Dos sucesos inolvidables ...... 279 Música a la carta ...... 287 Tu y la música ...... 291 Contra viento y marea ...... 297 Tragedia y dolor...... 305 ¿Campeones? ...... 311

Zafarrancho...... 319 A la franja exitosa ...... 321

La gran aventura ...... 329 ¿El hombre mono? ...... 333 Se va el caimán ...... 336 Besos que enamoran ...... 344 ¿Fuiste tu Henry?...... 351 Gracias Capitán...... 354 Que bestia! ...... 357 Buscando la unión ...... 360 El mío es mejor ...... 363 Algo raro ...... 367 Sin plata ...... 371 La platica se perdió ...... 376 Prueba aún mas dura ...... 388

Vuelve y juega ...... 391 De nuevo el amor ...... 400 Viaje inesperado ...... 402 Hermano y socio ...... 413 Partido chévere ...... 414 Con todos los fierros ...... 416 La barrida ...... 420 El buchón... y un secretico ...... 423 Gira el armatoste...... 428 La carta que si envié ...... 431 ¿Gran auditorio? ...... 432 Taller de la música ...... 437 Cañando en serio ...... 442 Sueños y alucinaciones ...... 448 Paseo Bugueño ...... 452 Adiós, regreso y retoño ...... 456 ¡Gracias Dr. Belisario!...... 466 Des_armando el armatoste ...... 471 Complacencias musicales ...... 474 El gran William ...... 483 Je sei du la cho...con té, Messié ...... 487

¡A volar joven! ...... 495 De hostales ...... 505 Toneladas de Salmón ...... 509 El negro Billy... O’ra si es cier...to...... 516 En busca del trofeo... El buen Roberto ...... 520 Mandas, pitucos y cachilas ...... 524

Apuesta Doble ...... 531 ¡Zafa jirafa! ...... 535

Ser alguien Prólogo Por Julio Sánchez Cristo

Tres voces de la radio me han impresionado en Colombia: Otto Greiffestein, Julio Nieto Bernal y Armando Plata Camacho. Cuando estaba en el colegio en los años 70 y pasaba mis tardes de radio, soñaba cuando grande ser como ellos. Otto con una clase sin igual, Julio bien informado y Armando un gran creativo. A los dos primeros los tenía descartados, estaban muy lejos para mí, pero a Plata Camacho lo veía mas cerca, tal vez por su juventud, pero sobre todo por cada cosa que se inventaba al aire, que rayaba en la propia irresponsabilidad, y eso me seducía. Trataba de hablar como él, de peinarme a su estilo y de copiar sus pintas. Mi padre y su combo, leyendas de la radio y la televisión, observaban el potencial de este muchachito apasionado del cine, trajinador de la publicidad, locutor de la radio y promesa de la televisión. Eran otros tiempos donde el rating era solamente el talento y en el caso de este personaje había mucho, además de una voz pausada, potente y muy, pero muy comercial. Armando no se podía quedar quieto. Yo lo acompañaba a todo. Arrancábamos en la calle 22; primero en el edificio Distral, en la carrera sexta, y luego en el edificio del Señor Manrique en la carrera tercera; caminábamos muy rápido y nuestro patrullaje incluía obligatoriamente empanadas de la ventana de los chinos o de la cafetería de almacenes Ley. Casi todos los días íbamos a las oficinas de Películas Mexicanas, o a las del Sr. Jaime Joseph en la Metro Goldwing Mayer, a recoger fotos, brochures y con suerte discos de las bandas sonoras. Me llevaba a alguna agencia de publicidad, incluyendo a Atlas, su favorita, o a algún estudio de grabación, Ingesón o Suramericana, su favorito. Yo era muy feliz, me sentía ya grande y de la farándula. Siempre había algo para grabar donde “El turco” Enrique Paris, en la 19; por lo general promociones impecables, con unas fanfarrias irrepetibles que Don Enrique cuidaba celosamente. Ese estudio de Caracol Radio tenía un par de grabadoras Ampex de una calidad

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única. Íbamos mucho a cine: Al Mogador, al Cid, al Lux, al Lido, pero cuando íbamos al Olimpia a ver los trailers de las películas en las voces de John Gres y Carlos Montalbán, la emoción era total. ¡Qué sonido el de ese teatro!. Armando pasó por muchas emisoras, grabó todos los comerciales que pudo, estuvo en varias programadoras de televisión, pero la parte que a mí me tocó fue la más emocionante: Romper la radio musical. Se inventó de todo. Eran los años del Unicorn en la Noche con la música del Unicorn Club International, el sitio más bello que ha tenido Bogotá. De Emisoras Monserrate, este programa pasó a Emisoras El Dorado, a la misma hora, 9 en punto, como El Dorado en la Noche; y es entonces, cuando este hombre logra combinar la música mas soyada, tranquila o vanguardista, con textos mágicos improvisados que sencillamente le hablaban a la noche. Fueron sus mejores años de ensayista pero también de locura. Acababa de llegar una colección de discos de efectos especiales que servían para enlazar las canciones en un mix invisible del operador Gustavo Montes, y era cuando una canción de Emerson Lake and Palmer se fundía con una de Led Zeppelín, en medio del sonido del estrellón de un carro, la risa de un bebé o un aguacero. Ya después Armando no tenía problema en hacer el programa con una vaca, en directo desde una panadería, o desde el baño. En el medio le decían “El Chupo” por su juventud pero también por que le sacaba la piedra a los adultos, por irreverente y por arriesgado. Se metía en una cabina a romper el récord de locución atentando contra la salud suya y de todos nosotros. Armaba un Woodstock en Melgar, en un potrero lleno de culebras. Recuerdo que le serví de taquillero en un pick up chevrolet rojo; nunca vi tanto dinero junto en efectivo. Como Armando cuenta en este libro, un día decidió cumplir el sueño americano con un amigo y para ello se inventó atravesar Estados Unidos en bicicleta, sin conocer ese país, sin un dólar, sin hablar inglés y sin tener bicicleta. También se le ocurrió transmitir el recorrido de un nadador por todo el río Magdalena. Todas estas aventuras las narra casi de memoria, con nombres que solo él

12 Ser alguien recuerda como si los hubiera anotado desde hace más de 40 años para escribir su libro, en medio de todos estos viajes y de una explosión permanente de ideas. Debo destacar en Armando de lo que fui testigo: Su amor por el talento nacional. Gracias a él, a su cambio generacional para los medios y especialmente para la radio, los artistas nacionales eran ídolos. La manera como los promovía en cualquier emisora o en un concierto los mantenía vigentes. Sé que su pasión y gustos personales atravesaban las fronteras pero siempre estuvo al lado de Génesis, de Los Speakers, de Lukas, de Angelita, de los Flippers, y de los principales solistas nacionales. Y eso, es triste verlo hoy, si analizamos otros países donde sus figuras de hace 40 años, así no peguen éxitos, siguen vivas, respetadas e invitadas a todo: Rafael o Rocío Durcal en España, Lucho Gatica en Chile, Sandro en Argentina, Mina en Italia, Roberto Carlos en Brasil, los ejemplos son muchos. En Colombia no existen ya Claudia, Mario Gareña, Christopher, Oscar Golden, Harold, en fin, los que hicieron la historia. Si quieren cantar, lo tienen que hacer para nostálgicos colombianos en el exterior porque en su país no les paran bolas. Esta es una interesante recopilación de datos de la industria, enmarcados en la experiencia personal de un soñador, que unas veces con éxito y otras no tanto, le apostó a la vida. Hay datos novedosos que desconocía de su vida personal y que le dan aún mas valor a su carrera, como el hecho de haberlo tenido todo, perderlo y arrancar de cero; y su permanente gratitud familiar y a quienes le abrieron una puerta; en buena parte de eso esta hecha la vida, de un manotón de amigos, y eso ha dejado Armando por el camino. Tiene hasta una primicia periodística, y es que en una de sus páginas cuenta que un periodista le anticipó 24 horas, la bomba del DAS que cobró tantas vidas. Pero el resumen, muy personal, es que una anécdota que estaba más en mi memoria como ficción, después de leer estas gratas hojas, concluyo que fue cierta: En 1971, en la cafetería del teatro donde entregaban el premio Oscar, en Los Ángeles, California, se encuentran en la fila Steve McQueen y Jack Nicholson con Armando Plata, quien estaba cubriendo el certamen para Colombia. Los tres esperaban

13 ARMANDO PLATA CAMACHO reclamar algo de comer. Los actores leen la escarapela de nuestro locutor, le hacen conversación en medio español y le preguntan por nuestro país. “El chupo” cuenta el motivo de su visita y les expresa a estas dos glorias del cine su molestia con sus colegas “que él había traído desde Colombia para que le ayudaran en la transmisión”. Señala a dos personas que están a lo lejos y les dice a sus contertulios que esos dos viejitos lo tienen desesperado, ya que ni hablan Inglés, ni saben manejar, ni conocen Los Ángeles, y que a él le está quedando el trabajo muy pesado. Los dos colombianos eran: Enrique París y Julio E. Sánchez Vanegas, quienes en realidad eran los que estaban desesperados con Armando quien se había ofrecido al viaje precisamente por conocer Los Ángeles, hablar Inglés y manejar perfectamente, tres condiciones que no cumplía. Aventuras de reportero por el mundo, el primer intento de conquistar Estados Unidos, sus locas empresas, su vida en los medios y las continuas ganas de ser alguien están aquí explicadas de manera sencilla. Tengo entendido que su vida reciente y exitosa en Estados Unidos hará parte de otra recopilación donde también Armando ha cumplido su deseo de Ser Alguien.

Julio Sánchez Cristo Hotel Cape Grace Ciudad del cabo, Sur de África, 2006.

14 Ser alguien Todo y nada

Nací en Bogotá, Colombia, el 27 de julio de 1949 a las dos de la tarde, aunque en realidad me siento hijo de Chocontá. Fui bautizado en la iglesia católica de la Capuchina. Tengo muy clara la primera imagen de mi vida. Como en un sueño, alguien que se acerca y me da un beso mientras estoy acostado en una cuna. Por posteriores averiguaciones creo que la escena corresponde a una corta estadía de mi madre en el barrio Egipto de Bogotá, en casa de mi madrina Ángela de Ramos, justo antes de trasladarnos a la hacienda de mi padre en la región de Marquetalia. Era una gran extensión de terreno ubicado en la zona limítrofe de los departamentos del Tolima, Cundinamarca y Meta. En esa área se originó una triste época conocida como “La Violencia” que dejó un saldo aproximado de trescientos mil muertos. En Marquetalia nació el movimiento guerrillero de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, FARC. Mis primeros recuerdos son imágenes que van y vienen en mi mente. Me veo corriendo alrededor de una rústica casa de madera, con tablones horizontales, clavados por los cuatro costados, y con un techo de viejas láminas de zinc, bastante oxidadas. El piso, también de madera, está como a cincuenta centímetros del suelo, quizás para evitar la humedad y los insectos. Me siento montado en una mula, por un camino de herradura: a lado y lado de la vereda veo casas chamuscadas que según mi padre, habían sido incendiadas unos días antes por “la chusma”, como les decían a los bandoleros en ese tiempo. El sol es muy fuerte, y el contraste de colores de esas casas humeantes impregna mi retina como si fuese una fotografía sobre-expuesta. Por más de tres años, los primeros de mi existencia, vivimos en lo profundo del campo, en lo alto de una montaña de clima tropical, rodeados de selva y animales salvajes, de lindos amaneceres y tardes brumosas, con lluvias constantes, y escuchando horrendas historias de violencia y destrucción. El caserío más cercano se conocía como El

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Corregimiento y quedaba a cinco horas a caballo. Allá íbamos a hacer mercado todos los fines de semana y de paso a saludar a un dragoneante de la policía de apellido Ramírez, quien era la máxima autoridad del lugar. Cuando venía un cura católico escuchábamos la santa misa en un pequeño bohío. Cada mes bajábamos hasta Villa Rica, el siguiente pueblo, a tres horas extras de camino, desde donde podíamos poner una carta, llamar por teléfono, comprar medicinas o tomar un bus hacia la civilización. De esa época tengo, como si estuviera contemplando una pintura, otra bella remembranza de mi vida. Estoy sentado con mi padre sobre una enorme piedra; al fondo hay un abismo impresionante que me produce escalofrío. Las copas de los árboles y las nubes están a nuestro mismo nivel, como si voláramos sobre una alfombra mágica. Y ahí, abrazado al cuello de mi papá, don Luis Plata Poveda, entre juegos y sonrisas, aprendo las vocales, los números y mis primeras letras. Esos años me impactaron emocionalmente. La violencia era el tema del día. Cada rato pasaban recuas de mulas con gente muerta a machete, la mayoría de ellos asesinados con el horripilante “corte de franela”, o sea, personas degolladas a las que les sacaban la lengua por la garganta. Vivimos el terror de la noche oscura. Metidos debajo de la cama escuchábamos pasos de animal grande, disparos, truenos espantosos en medio de eternas tormentas, y violentas persecuciones políticas. Una tarde en la que inocentemente acaricié una linda culebra boa constrictor, aprendí a correr como un desesperado, y a gritar como loco, pidiéndole ayuda a mi mamá. Nuestra finca era una de las más bellas de la región. Simbolizaba el sueño de mi padre, quien era contador de la Texas Petroleum Company, había estudiado bachillerato en el colegio Camilo Torres, negocios en la Escuela Nacional de Comercio, y varios semestres de veterinaria en la Universidad Nacional de Colombia. La hacienda parecía una pequeña arca de Noé con vacas Normando, toros reproductores, bueyes, caballos, mulas, burros, gallinas, patos, pavos, conejos y perros. Don Luis había invertido su juventud, y sus ahorros, trabajando de sol a sol por más de quince años como “colonizador”. Los gobiernos de los presidentes Eduardo Santos,

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Alfonso López Pumarejo y Mariano Ospina Pérez “premiaban” a los colonos que deforestaban los campos para que entrara el progreso. Por cada fanegada que un colono cultivaba en pasto, tenía como recompensa una fanegada extra de selva virgen. Papá había trabajado bastante, pues para cruzar nuestra propiedad de lado a lado gastábamos un día a caballo. Mi madre, doña Rosa Helena Camacho, le dio todo su apoyo y sapiencia, pues conocía a la perfección los secretos del campo. También le alumbró, cada año, un hijo. Somos cuatro hermanos. Yo soy el mayor, Luis Carlos Armando, y en su orden siguen John Óscar, María Edith Norma Consuelo y Mary Rosa. Mi padre no participaba abiertamente en asuntos políticos aunque sí defendía con ardiente pasión su ideología conservadora. Luego del asesinato del líder liberal Jorge Eliécer Gaitán, el 9 de abril de 1948, episodio conocido como “El Bogotazo”, los odios políticos se polarizaron entre conservadores y liberales, comúnmente denominados godos y cachiporros. Don Luis era uno de los pocos godos en un territorio liberal. Comenzaron a hacernos la vida imposible con pequeños atentados y amenazas, hasta un día en que llegaron a matarnos. Doña Rosita, ya embarazada de mi hermana Consuelo, alcanzó a huir con nosotros, monte arriba, llevando consigo un pequeño bulto de ropa. A papá lo ultrajaron, y para hacerle más cruel su agonía, en lugar de fusilarlo, lo pararon atado de pies y manos sobre el borde de una silla, y con una soga alrededor de su cuello. Sus enemigos querían que al menor movimiento, tumbara la silla y cayera ahorcado. Los bandidos se fueron entre carcajadas y disparos al aire. Mi pobre viejo permaneció como media hora completamente petrificado. Por una providencia divina, un sacerdote pasó accidentalmente y al escuchar sus tenues pedidos de auxilio, lo rescató. Durante un mes permaneció escondido, hasta cuando pudo llegar a Villa Rica, y de ahí, posteriormente, a Bogotá. Entretanto, mi madre, abatida y sin dinero, albergaba la esperanza de volverlo a ver. Todos los días, religiosamente, lo esperó en la terminal de buses de Bogotá, mostrando una foto de don Luis a los choferes y ayudantes que cubrían la ruta al Tolima. El reencuentro fue muy tierno y dramático,

17 ARMANDO PLATA CAMACHO pero el episodio cobró consecuencias sicológicas en la vida de mi padre, quien muy pronto desarrolló cierta paranoia hacia la guerra.

1954 - Mis padres recién llegados de Marquetalia. Luis Plata Poveda y Rosa Helena Camacho. Mis hermanos John Oscar y Consuelo.

Como llegamos sin un solo peso, nos vimos precisados a instalarnos en los extramuros del Bogotá de 1953, en áreas de invasión, junto a centenares de familias desplazadas que entraban a formar parte del cordón de la miseria absoluta. Eran “alcobas” de menos de doce metros cuadrados, en condiciones infrahumanas. “Pero algo, es algo”, decía con cristiana resignación, doña Rosita. Un poco después tuvimos la suerte de pasarnos a otra pieza en un inquilinato del barrio Fátima, rodeado de potreros desolados, basureros y depósitos de materiales de construcción. En esos terrenos baldíos nacieron otras invasiones, que a la larga

18 Ser alguien se convirtieron en sectores no planificados, como ha sido en gran parte el crecimiento de las grandes ciudades de Colombia: barrios habitados por familias de muy bajos ingresos que ya cuentan con servicios mínimos de agua, electricidad, alcantarillado y transporte público; lugares que aún existen, como Tunjuelito, San Vicente Ferrer, Santa Lucía, El Carmen, San Carlos, Venecia, La Libertad y Muzú. Cabe recordar que para los primeros años de la década del cincuenta, el sur de Bogotá terminaba en el barrio Quiroga. El cambio tan drástico de estilo de vida que afrontamos afectó la salud de mi padre con fuertes ataques de asma. Lo único que medio lo calmaba era una medicina llamada Polvos del Dr. Himrod, que parecía como marihuana bien molida y olía bastante raro. Cada semana era crítica y la desesperación económica nos llevó a niveles insoportables. Por fortuna, recibíamos latas grandes de leche en polvo y quesos gouda, donados por el gobierno de Holanda, que repartía la Policía, como ayuda social. En 1954, Dios se apiadó de nosotros cuando don Luis logró un puesto como profesor de idiomas y matemáticas en la Normal Nacional de Quibdo, en el departamento de Chocó. Nos salvó el hecho de que papá había aprendido algo de inglés en la Texas Petroleum Company. Desde entonces, solo lo veíamos tres veces al año: en semana santa, en las vacaciones de junio, y en la Navidad. Vivir en un ambiente bajo, de pobreza absoluta y total ignorancia, es muy tenaz y deja sus secuelas. Quedé muy impactado por los altos niveles de agresividad del vecindario, por las continuas peleas que terminaban en muertes absurdas, por los chismes, las mentiras, el excesivo consumo de alcohol, la desconfianza generalizada, la deshonestidad y la vulgaridad. Era muy peligroso mirar a alguien a los ojos porque podía originar un conflicto. Doña Rosita hacía grandes esfuerzos para apartarnos de ese mundo. No comprendíamos por qué nos prohibía salir a la calle a jugar al aro, por qué no nos dejaba socializar con otros niños de la cuadra, y por qué no nos explicaba que quería decir, “guaricha malparida, siete leches remamada”, una frase que le habíamos escuchado a una señora conocida como “misiá Eloísa”. A pesar de semejante entorno, creo que nuestros padres nos hicieron la vida amable y en

19 ARMANDO PLATA CAMACHO el fondo la pasamos muy bien. No teníamos un parque pero disfrutábamos de enormes extensiones de tierra para elevar cometas y panderos: los hacíamos rústicamente, con papel periódico, cuatro pedazos de caña de bambú, un pegante de harina y azúcar conocido como engrudo, y una cuerda delgada llamada pita. Como cola estabilizadora les colgábamos trapos viejos y retazos. Algunos domingos comíamos al aire libre “piquete” de gallina, papas y arroz, íbamos al parque Nacional a jugar entre pinos y bellos jardines, o disfrutábamos de buenos espectáculos gratuitos en el teatro de la Media torta. Tengo varios “retratos” tomados sobre telones de pajaritos, montado en caballitos de felpa, luciendo ruanas y sombreros de charro mexicano; fotos que son de verdadera antología. Como buenos bogotanos, pagamos varias promesas en la iglesia del Divino Niño, en el barrio 20 de Julio. También, subimos en funicular al Santuario de Monserrate, y bajamos en teleférico. Cuando llovía, me gustaba revolcarme entre el barro, mientras mi madre almacenaba el agua en baldes, tarros de manteca y pequeñas ollas. Fui el “cocinero oficial” de la casa hasta que cumplí los 14 años. Era un experto en preparar “tetero” de aguadepanela y leche. Mi mejor plato era el arroz atollado, un experimento que más parecía un revuelto de cereales y papa. Nunca usamos reverbero de gasolina, por temor a que se estallara, como ocurría con frecuencia en el vecindario, accidentes que dejaron a decenas de niños horriblemente quemados y mutilados. Sabía fabricar excelentes reverberos de alcohol colocando sobre una tabla, una caja vacía de betún con cuatro puntillas a su alrededor.

Época escolar

En febrero de 1955 ingresé a primero de primaria en la escuela pública de Casa Blanca, una destartalada construcción de tres salones, con capacidad para cincuenta alumnos cada uno. Me gustaba, porque nos daban de “restaurante”, así llamábamos al refrigerio: banano, pan, bocadillo de guayaba, y leche; delicias que pocas veces veíamos en casa. Tan buena comida era parte de un

20 Ser alguien programa llamado Sendas, patrocinado por María Eugenia Rojas de Moreno Díaz, hija del mandatario de entonces, el general Gustavo Rojas Pinilla. Por esos días hice mis dos primeras apariciones en la televisión. Una, cuando filmaron la entrega de unos regalos de Navidad en la concentración escolar Nuestra Señora de Fátima, y otra, en el barrio Olaya Herrera, durante unos juegos ínter escolares. Hacía cualquier cantidad de monerías y muecas frente a la cámara para llamar la atención. Ese año nos movimos para el barrio El Carmen, donde descubrí la magia del cine. Las primeras cintas o películas que vi fueron las del famoso boxeador mexicano, Raúl “El ratón” Macías, y unos westerns de Gary Cooper. Salía de la sala feliz repitiendo la frase come on, “vamos”, y me sentía todo un vaquero de Texas girando un pedazo de madera, como si fuera un revólver calibre 38 de verdad. Cuando le pregunté a mi profesora por qué al teatro le decían tarro y a ciertas películas huesos, me contestó que ese no era un sitio para niños y que ese cine no era de buena calidad. Sin embargo, a pesar del consejo, continué yendo, pues me parecía que los colores sí se veían bien. Fue en el barrio El Carmen donde surgió espontáneamente mi vocación por la radio. Cada vez que doña Rosita me mandaba a la tienda de la esquina “a fiar un peso de pan”, tomaba el plato como si fuera el timón de un automóvil. Me sentía manejando un transmóvil de la radio RCN. Imitaba los cambios que se daban los locutores Carlos Arturo Rueda, Alberto Piedrahita Pacheco y Alberto “El patico” Ríos, los narradores estrella de la Vuelta a Colombia en Bicicleta. Cuando regresaba, le entregaba el pan a mi mamá, tomaba de nuevo el plato, y continuaba mi transmisión. Para 1956 nos trasladamos al barrio Claret, donde el párroco era un cura de apellido Marulanda que pedía todos los días y a toda hora, plata y más plata, para terminar un templo súper ostentoso que se levantaba en la mitad de nuestras casuchas a medio construir. Frente al nuevo inquilinato se reunía toda la “patota” de muchachos de la cuadra a fumar, o, simplemente a ver fumar. Una tarde tuve mi primera pelea a puños con un chico, tan flaco como yo, pero a quien yo “le había caído gordo” o sea bastante

21 ARMANDO PLATA CAMACHO mal. Me dio un golpe tan fuerte que de inmediato pensé que lo mejor era salir corriendo como años atrás, en el Tolima, cuando acaricié con inocencia aquella boa. El ambiente de ocio en ese barrio predisponía a la delincuencia. Los niños más pequeños queríamos ser como los grandes, hasta cuando supe que mis héroes eran nada más ni nada menos que los miembros de una tenebrosa banda de atracadores de bancos. Escondían en sus gabardinas ametralladoras y carabinas recortadas. Andaban armados o, como ellos mismos decían: mancados. Se ufanaban de sus fechorías y preparaban un nuevo golpe. Al principio me parecía increíble incluso saludarlos, pero cuando dos de ellos fueron dados de baja por la Policía, me entró un culillo tan grande que jamás los volví a determinar. Por fortuna, pronto nos pasamos a otra pieza cerca de la Escuela de Policía General Santander, frente al barrio Muzú. Esta vez era una habitación algo más confortable, con luz eléctrica y pisos de baldosín. Hice buena amistad con Miguel Bautista hijo de un famoso distribuidor de papa. Con Miguel, y mi hermano John, jugábamos a los espadachines usando pedazos de tubos metálicos. Todo iba muy bien hasta un día en el que le saqué medio ojo a John y le marqué la cara para siempre con una cicatriz en su ceja derecha. Después de ese tremendo incidente nos conformamos con juegos menos peligrosos: cinco huecos, golosa, trompos y carreras con tapas de bebidas gaseosas a las que les poníamos cáscaras de naranja. Jugábamos horas enteras en las aceras de las calles. Éramos tan pobres que no podíamos comprar un aparato de radio, y mucho menos de televisión. Oír radio, me absorbía, me transportaba. Me las ingeniaba para escuchar en las tiendas Así resolvemos su caso, un popular programa sobre problemas de amor; lloraba con la trama de la radionovela El derecho de nacer, y me emocionaba con las aventuras de Kabir el Árabe. ¡Cuánto anhelaba tener algún día mi propio radio receptor! Me molestaba la celebración del 28 de diciembre, día de inocentes, por las cosas grotescas que mucha gente hacía en los alrededores, como poner simulaciones de excrementos y orines en puertas y ventanas. Eran crueles cuando hacían llamadas falsas para dar noticias trágicas como la supuesta muerte de algún familiar

22 Ser alguien o de un conocido. Y a propósito de muertes, ese fin de año acompañé a mi abuela materna, doña Mercedes Camacho, en sus últimos días. Con mi madre viajamos de urgencia en autoferro, un tren eléctrico de dos vagones, hasta el pueblo de Ubaté. De ahí salimos en bus, falda arriba, hasta Carupa, el pueblo donde nació mi mamá. La abuela agonizaba de una amebiasis general. Los servicios del hospital, que más parecía un centro de primeros auxilios, eran precarios. Aún me pregunto por qué doña Mercedes, minutos antes de morir, me dijo susurrándome al oído: “Armandito, ¡pórtate bien en la vida!”. Luego del velorio, Alfonso Camacho, mi tío preferido, nos invitó a conocerle “su pedazo de tierra”, ubicado a día y medio de camino, muy cerca de San Cayetano, en los límites del nororiente de los departamentos de Cundinamarca y Boyacá. Ahí también vivían mis tías Ana Silvia y Nepomucena Camacho. Creí que era un viaje fácil. Sin embargo, el paso por dos enormes cordilleras conocidas como El crucero y Portachuelo, me llenó de pánico y terror. Era un lugar muy peligroso, con fuertes vientos encontrados y un camino de herradura fangoso, angosto y empinado. A las yeguas les taparon los ojos para que no se atortolaran. Alfonso contó que con frecuencia muchos animales caían al vacío. Pasé dos semanas fascinantes comiendo gallina y papa salada preparadas en fogón de leña, bañándome debajo de hermosas cascadas y nadando en los recodos de quebradas “ya creciditas”. Escuché emocionantes historias de fantasmas, de ánimas y espíritus. Le tomé un poco de miedo a la oscuridad porque decían que en las noches rondaba un personaje misterioso llamado “el coco”. En ese viaje conocí a quien, para mis cortos 7 años de edad, era la mujer con la cara más linda que había visto. Era una niña muy guapa, hija de mi tía Nepomucena. Quedé como bobo cuando la saludé y como desconocía el dicho popular, “entre más primo, más me arrimo”, no me atreví a decirle nada. Las cosas comenzaron a cambiar en 1957 cuando ya sabía leer y escribir de corrido. Devoré centenares de historietas de Tarzán, Dick Tracy, Roldán el Temerario, El Fantasma, La Mujer maravilla, El Santo, Pepita, Aquamán y muchos héroes más. La familia Plata Camacho obtuvo algo de intimidad al rentar una pieza

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“independiente” en la tienda y fábrica de dulces El Barrilito, en el barrio Inglés. Era un próspero negocio, propiedad de doña Carmen de Neira, una santandereana de armas tomar, o de “racamandaca”, por la fuerza de su carácter. A ella le debo mi debilidad por el dulce. En unas inmensas ollas de cobre preparaba menjurjes de caña, colorante, leche, azúcar y almendras. Eran tan deliciosos que perdí tres piezas delanteras de mi recién estrenada dentadura, considerada por los odontólogos como dientes definitivos. Cuando mi padre venía a visitarnos desde Piedecuesta, Santander, donde trabajaba como maestro en la Normal Superior, se enfrascaba con los Neira en unas extrañas conversaciones sobre la mejor manera de preparar hormigas culonas. Alguna vez me dieron a probar esos insectos considerados por los expertos como afrodisíacos y auténtica joya exótica de nuestra comida típica. No me gustaron y me provocaron náuseas: sabían a arena salada chamuscada. Los domingos oía, a pedazos, los partidos de la era dorada del fútbol profesional colombiano con figuras inolvidables como Panzutto y Diestéfano. No fui gran fanático del balón pie aunque me gustaba bastante el equipo Millonarios, excepto cuando goleaba al “glorioso” Santa fe de Bogotá. A la vuelta de la esquina vivía una muchacha de apellido Samudio que me hacía sonrojar de pena cada vez que la veía. La timidez estaba arraigada en mi frágil personalidad. Me puse “tan rojo como un tomate” y “sudé petróleo” de la vergüenza, cuando mi madre nos obligó a vender arepas y medias en la plaza de mercado del barrio Santander. “Tienen que ganarse sus centavos si quieren ir a cine” nos respondió cuando con mi hermano John le pedimos dinero para ver la nueva película de Supermán en el cine Ideal de la avenida Caracas con calle tercera. “Ustedes deben ser productivos e independientes”, agregó. Días más tarde empecé a trabajar ayudando a repartir leche San Luis en los barrios Restrepo y Centenario. Me pagaban con un litro de leche pero debía devolver la botella, tan gruesa como un botellón. Ese año me ingresaron de caridad al hospital de la Misericordia para extirparme las amígdalas. Mientras refrescaba mi garganta con un helado, desde la ventana

24 Ser alguien del cuarto del sanatorio veía la marquesina del teatro Ideal anunciando el estreno de la famosa película El salario del miedo. Cómo no recordar ese 1957, si mi padre me llevó a Neiva a conocer a mi padrino de bautismo, un médico muy destacado: el doctor Jorge Rosillo Cañón. Fuimos en tren. Salimos a las seis de la mañana de la estación de la Sabana en Bogotá y llegamos a las once de la noche. Las primeras horas fueron emocionantes pero después del mediodía, el calor era insoportable y el viaje se volvió muy aburridor. Cada quince minutos había una parada. Los vagones se llenaban de vendedores ambulantes ofreciendo la misma comida: gallina, huevos, almojábanas, queso, bocadillos, fritanga y papa salada. Mi padrino era muy adinerado y solo manejaba carros del año. Por primera vez me subí a un auto particular, un Chevrolet 57 ¡completamente nuevo! Me parecía estar en una nave espacial por la cantidad de luces y comandos que tenía el lujoso automóvil. Cómo olvidar esa tarde en que me regaló una muda completa de ropa: unos bluyines que llamaban mamelucos, una camisa de pana, medias y un par de zapatos tractor que tenían suela ancha y unos carramplones (protectores) metálicos para más duración. Fue la única vez que vi a mi padrino en vida pues murió a los pocos años. Lo que sé es que esa ropa y su amabilidad me hicieron sentir muy feliz. Conocí a mi tío abuelo, Ramón Plata: estaba ciego y decían que era multimillonario pero muy tacaño. Saludé a mi tía abuela Felisa Poveda, una matrona gordotota, muy querida por la gente del departamento del Huila. Visité a los Salas, a las Dussán y a los Durán, otra rama de la familia Plata Poveda. Siempre hablaban de nuestros primos Hernando Durán Dussán y Rafael Poveda Alfonso como los hombres “de mostrar” y albergábamos la esperanza de que nos ayudaran a salir de la olla económica en la que estábamos. Desde ese viaje mi padre se ilusionó con recibir una gran herencia, historia que se extendió por muchos años. Luego de unos días de ensueño en Neiva, a orillas del río Magdalena en el sudeste de Colombia, regresamos a nuestra triste realidad en Bogotá.

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Ir al centro de Bogotá era una larga y dolorosa odisea. Montábamos en unas viejas y ruidosas chatarras convertidas en buses urbanos donde ponían a todo volumen la Voz de la Víctor o Radio Santa Fe con canciones de Matilde Díaz, Los Corraleros y Noel Petro y un programa que me parecía auténtico: La hora de los novios, con Rubicón, un locutor populachero típico. Lo transmitían los domingos a las seis de la tarde; era un directorio de páginas amarillas en el aire, edulcorado con canciones de antaño. Rubicón, con su mágica voz medio metálica, medio aflautada, locutaba sus anuncios con gran autenticidad. Éste me quedó grabado para toda la vida: “Por cortesía de Carbonería Santa Rosita presentamos el siguiente servicio social: doña María de Barragán invita a todos sus amigos y familiares a la santa misa por el alma de su señor padre don Luis Barragán a celebrarse en la iglesia del Voto Nacional este martes a las seis de la tarde. Por su asistencia le quedaremos eternamente agradecidos.” Y volvía repetir la frase final: “Le quedaremos eternamente agradecidos”. Oír radio era para mí como vivir un sueño en medio de la realidad. Entre frenadas y arrancadas de bus, muchas veces me dormí al ritmo de canciones tan populares como Palo, palo, palo bonito... Los barrios más elegantes por los que alguna vez pasé fueron Teusaquillo y La Soledad. Ver sus calles asfaltadas y esas casas tan bonitas, con bellos antejardines, era como estar en otro mundo, y de verdad que sí lo era, cuando lo comparaba con nuestro pobre y antiestético tugurio. No podía creer que existiera otra forma de vivir. Cuando fui a misa a la iglesia de Chapinero, me deslumbré al ver tanta gente adinerada y elegante que llegaba en automóviles negros, tan grandes como los de mi padrino en Neiva. Mi madre, una mujer de gran belleza física y espiritual, siempre decía que ser pobre era un estado transitorio. Recalcaba la importancia de mantener una actitud digna ante la vida y actuar siempre con total honradez y claridad. “Temporalmente somos pobres, pero honrados”, repetía con frecuencia. También me motivaba constantemente: “Armando, debes llegar a ser alguien”. Sus palabras son la fuente de inspiración de este relato autobiográfico.

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1958 - La familia Plata frente a la iglesia del barrio 20 de Julio en Bogotá. Luis Plata Poveda, Rosa Helena Camacho y sus hijos Armando, John, Consuelo y Mary Rosa.

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Mamá no fue una mujer letrada e ilustrada, pero poseía sentido común y una gran sabiduría elemental. Era muy dulce, tierna y cariñosa pero extremadamente severa a la hora del castigo. Nos corregía a base golpes de palo y muendas de rejo. Casi siempre se le iba la mano: alguna vez vistió de mujer a John para que aprendiera a hacerle caso. Este episodio bochornoso me impactó tanto que me sembró la idea de salir de casa lo más pronto posible e iniciar mi vida independiente. Doña Rosita por años mantuvo en secreto lo que en su mundo fue una verdadera tragedia: tener cuatro hijos sin estar bendecida por el santo Sacramento del matrimonio. Su lucha la vio coronada cuando logró “darnos un apellido” al casarse, de blanco y por el rito católico, con nuestro padre, en 1958. Esa hermosa historia de amor estuvo llena de grandes conflictos emocionales pues para casi toda la familia Plata, mi mamá no era la persona ideal, ni calificaba por ser de origen campesino. Para la familia de papá su relación era un absurdo sin sentido: No era posible que un señor de apellidos, un profesional, un intelectual y poeta se fuera a casar con una simple carupana, como consideraban a mamá despectivamente. Sin demeritar el gran talante espiritual e intelectual de mi padre, debo reconocer que la fuerza combativa de mi vida se la debo al tesón y a la constancia aprendida de mi madre. Para 1959 además de ser oficialmente Plata, tuvimos dos nuevos domicilios. El primero, una casa (¡por fin!) inmensa, que bautizamos cariñosamente como Los árboles. Tenía un gran solar, dos árboles gigantes a la entrada, un fregadero de ropa y pisos de madera. Subido como un mico en lo alto de esos árboles me sentía un señor hecho y derecho al fumar a escondidas cajetillas y cajetillas enteras de cigarrillos Hidalgos que don Luis traía desde Piedecuesta envueltos en bluyines marca El Roble y algunas cajas de aguacate, mango y chontaduro. Estudiaba quinto de primaria en la escuela pública de Matatigres, muy cerca del cementerio hebreo, con el profesor Zabulón Realpe Lazo, un educador de origen pastuso muy simpático que nos acolitaba muchas pilatunas excepto salir de cacería de ratones por los caños o matar pájaros con caucheras. Vivir en Los árboles fue mi encuentro directo con

28 Ser alguien la televisión, un aparato misterioso que proyectaba imágenes en blanco y negro el cual veía a veces asomado por una ventana de la casa del frente. Creo que el programa era TV Hipódromo o algo así porque no podía escuchar el sonido. Un acontecimiento trascendental en la familia fue cuando compramos en el almacén de remates La milagrosa, de la avenida Caracas con cuarenta y algo, un pedazo de sofá, una mesa de centro y un escritorio para hacer tareas. Terminé la primaria con muy buenas notas. Gracias a las ganancias de las arepas y las medias, logré reunir la cuota para el viaje de grado, una excursión de dos semanas en bus hasta Barranquilla, que me permitió descubrir la hermosura de nuestro país, sus regiones, su gente, su folclor, su comida y su inmensa riqueza ecológica. Nuestro segundo domicilio ese año fue una pieza grande al lado de una cancha de tejo en pleno Matatigres, un punto en el que convergían los trazados de las primeras calles y avenidas polvorientas cerca del cementerio del sur de Bogotá. Era un lugar desagradable y apestoso rodeado de aguas negras. Además decían que por ahí le daban “redoblones” a las mujeres que andaban solas, es decir las violaban entre varios hombres. Fue como estar dentro de una prisión porque nos encerraban para que no entráramos en contacto con la gente que venía casi todos los días a tomar cerveza y a jugar tejo hasta tarde de la noche. De lejos, y con mucha tristeza, veía una tienda donde alquilaban bicicletas y una fábrica de papa frita. Algún día aprenderé a montar, me decía, y seré como Ramón Hoyos, Roberto “pajarito” Buitrago o Efraín Forero, tres de nuestros grandes campeones colombianos. A Dios gracias vivimos ahí por pocas semanas pues mi papá nos tenía la grata sorpresa de haber sido nombrado profesor en el colegio Carlos Arturo Torres en Santa Rosa de Viterbo, Boyacá, para el año lectivo de 1960. Dejamos la gran ciudad por la provincia y en una destartalada camioneta trasladamos enseres e ilusiones. En el pueblo ya éramos parte de la gente de la sociedad junto al cura, el alcalde, el juez, el sargento, el médico, el dentista, el gerente de la Caja Agraria, el operador de Telecom y el distribuidor de cerveza Bavaria. La adaptación fue muy rápida y pronto estábamos jugando horas enteras en las tranquilas calles o viendo

29 ARMANDO PLATA CAMACHO cómo el viento pasaba a través de los orificios de un aparato que creaba cientos de bombas de jabón que se elevaban o explotaban sobre los techos de las casas en los alrededores del parque central. En Boyacá la luz era distinta, el contraste del paisaje era paradisíaco y el olor del campo era como una deliciosa mezcla de esencias de flores, eucaliptos y labranza recién arada. Santa Rosa de Viterbo era un pequeño valle rodeado de verdes montañas y dominado por un seminario jesuita llamado La Quinta, una planta de fermentación de cerveza, un tribunal superior de justicia y una cárcel bastante grande. Llegamos a una centenaria casa de adobe con amplios ventanales y un garaje esquinero en el que vendíamos carbón mineral. Adentro, teníamos un pequeño patio que llenamos con flores y ramas del monte. Detrás de la puerta principal clavamos una penca de sábila para espantar los malos espíritus, y a la entrada, debajo de una baldosa, enterramos varias monedas de cinco centavos para atraer la prosperidad. En Santa Rosa descubrí el teatro, el de los escenarios y el que hay que hacer para quedar bien. Como a veces no nos dejaban salir después de las siete de la noche, con mi hermano John nos volábamos a ver sainetes y comedias para mayores aprovechando que las ventanas de nuestro cuarto daban exactamente a la calle. También aprendí a saltar tapias. La Quinta estaba llena de novicios, perros furiosos y provocativos sembrados de manzana. Mi plan favorito era evadir la vigilancia y llenar una talega con fruta fresca. El nivel académico del Carlos Arturo Torres era muy alto porque compartíamos los mismos profesores de los seminaristas y porque el rector era buen amigo del Ministro de Educación de esa época, Gabriel Betancourt Mejía, (padre de la congresista, Ingrid Betancourt). Comencé a sentir una gran inclinación por la música desde que vi y escuché al Profesor Mancipe, una leyenda en la región en cuestiones de bandas, tiple, bandolas y guitarras. Los domingos sagradamente almorzábamos pepitoria de chivo donde Jesús Martínez, un carnicero que sabía cómo cuajar la sangre para que quedara en su punto y conocía el poder afrodisíaco de la arveja verde revuelta con cebolla bien picada. Con Jaime Velandia fundamos una nueva forma de entretenimiento sano y económico

30 Ser alguien que consistía en adivinar cuántos bultos y cuántas gallinas iban sobre el techo de una chiva F-300 de Transbolívar que cubría la ruta Bogotá, El Cocuy. Santa Rosa. Tenía sus cosas curiosas: el último viernes de cada mes como premio a los estudiantes con mejor nota en conducta, nos llevaban al teatro de la cárcel a ver viejas películas en 16 milímetros, de Cantinflas, los Tres Chiflados y Pedro Infante. La doble a Duitama en bicicleta era la máxima prueba de la semana deportiva y desataba pasión y polémica al punto que cuando uno de los González se la ganó, con varios compañeros dejamos de comprar salchichón y gaseosa en la tienda de sus papás pues lo vimos colinchado (ayudado) en la subida, pasando la curva de las termales. Desde esa época mantengo una gran frustración por no haber podido tocar las campanas de la hermosa catedral de Santa Rosa de Viterbo y aunque sabía de memoria los tres toques y retoques, ni el sacristán ni el señor del armonio pudieron convencer al padre Sanabria para que autorizara mi subida a las alturas del templo. Como compensación, el cura me nombró acólito asistente el primero de noviembre, día de todos los Santos; y como me la pasé de sol a sol rezando responsos en el cementerio, no fui a tres exámenes finales claves por lo que me tiré primero de bachillerato. La pérdida académica fue recompensada con el ascenso a acólito principal, con lo cual tenía asegurado un puesto en el jeep de la casa cural y el derecho de viajar por veredas y municipios cercanos ayudando en la recolección de diezmos y primicias en el nombre de Dios. Fuimos incluso hasta Tópaga y Cerinza, y viví muy orgulloso porque era uno de los pocos que conocía por dentro la casa donde había nacido el ex presidente de la República, general Rafael Reyes, patricio de la región. Esa dicha me iba a durar muy poco pues con la Navidad vendría otro cambio.

Vivencias en Chocontá

1960 continuaría en un pueblo bien frío, en los límites de Cundinamarca y Boyacá, llamado en la época de la independencia: Villa de Santiago de Chocontá, luego conocido simplemente como Chocontá.

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Provisionalmente nos instalamos en la portería del colegio Rufino de José Cuervo, uno de los más prestigiosos planteles educativos del departamento de Cundinamarca. Don Rufino fue el mayor filólogo de la lengua castellana; su obra Diccionario de Construcción y Régimen, terminada en el año 2000 por el Instituto Caro y Cuervo, fue galardonada con el premio Príncipe de Asturias. Luego, arrendamos un casarononón en la carrera 3 # 7-14 que tenía nueve habitaciones, patio interior, solar, una inmensa cocina y alberca; las paredes eran de barro pisado de un metro de espesor. Según los historiadores, en esa casa pernoctó el general Simón Bolívar durante la campaña libertadora. La dueña vivía al lado; era doña María Castro de Rubiano una matrona, ya en sus ochenta. Tenía como asistentes a Berta, una rolliza y muy atractiva joven de trece años, nacida en la ciudad de Guateque, Boyacá; y a sus padres Ana y Bernardo. Él era conocido como “Fosforito”, el sempiterno lustrabotas de la población. Fosforito era alto, espigado y de rostro colorado. Las lenguas viperinas de Chocontá decían que siempre usaba ruana larga, la cual le llegaba hasta los tobillos, para tapar un enorme racimo que bien llevaba como orgullo varonil. Fosforito embolaba diariamente a los notables de la ciudad y vivía enterado de todo tipo de noticias y chismes. Tenía una charla muy agradable y con sus clientes hablaba de política y economía con cierta propiedad; su oficina era un asiento metálico localizado bajo los arcos del pasillo de la alcaldía municipal junto al restaurante Roxy de la familia Garnica. La mirada pícara de Berta me fulminó y como ya era experto en sobrepasar paredes, muy pronto me vi saltando de zarzo en zarzo hasta sus brazos. Claro que a mis 11 años era más ruido que nueces aunque de vez en cuando nos dimos un pequeño beso. Así comencé mi largo y tortuoso curso de la vida para vencer la timidez porque era tal el pánico que me daba saludar a alguien que me pasaba de una acera a otra para evitar cualquier contacto. Berta se fue de mi vida el día que Fosforito se apagó para siempre a los pocos meses de nuestra llegada. Chocontá es como mi segunda cuna, la llevo en el alma por las grandes vivencias de mi pubertad. Allí repetí el primero de

32 Ser alguien bachillerato perdiendo tontamente, por primera y única vez, una materia que llamábamos “costura”: en realidad era escritura, basada en extensas planas de ceros y líneas, siguiendo el famoso método Palmer; la dictaba el profesor Octaviano Orjuela, quien una mañana se ofendió bastante porque alcanzó a escuchar cuando le dije a Jairo Álvarez Quintero (años después uno de los ingenieros constructores más destacados de Colombia): “¿Ya llamó a lista el calvo Orjuela?”. Desde entonces ninguno de mis trabajos fue de su agrado. Treinta años después conocí a su esposa, ya viuda, en el restaurante Monserrate de Miami y me comentó que Octaviano vivió muy orgulloso de mí; lástima que era demasiado tarde para saber si era por mi letra. En épocas de arriería, Chocontá además de ser capital de Provincia, era muy famosa por sus sillas de montar a caballo y otras obras de talabartería. Tuvimos el privilegio de conocer a don José Asensio, último descendiente de una conocida familia de artesanos que tenía su taller en plena calle real. También se conocía a Chocontá como la Capital internacional del ajo: se sembraba por todas partes, hasta en las huertas, entre hortalizas, arveja y maíz. Un personaje inolvidable era “El Muchacho Locho”, Neftalí Gutiérrez, dueño de un taxi tan engallado que lo llamaban “El charro”. Neftalí dejó de estudiar porque se ganaba hasta el 500% en cada carga de ajo que transportaba en su flota de camiones hasta la costa norte o Venezuela. En Chocontá hice realidad el sueño de tener mi propia bicicleta. No me fue tan mal: mi padre me regaló una cicla modelo exclusivo de la Caja de Crédito Agrario Industrial y Minero, el Banco Agrario del país; tenía manubrios “de turismo”, guardabarros, llantas gruesas y una armadura de hierro tan pesada que más parecía un tanque de guerra con asiento despedidor. Para medio avanzar me tocaba pedalear con mucha fuerza porque la llanta trasera estaba pegada a un dinamo que producía energía eléctrica para prender un reflector que solo alumbraba si se iba a alta velocidad; gracias a este esfuerzo pude desarrollar piernas de atleta. La fiebre por la bicicleta la calmé relativamente rápido y como recuerdo de esta etapa tan especial, conservo una fotografía a color

33 ARMANDO PLATA CAMACHO tomada por el señor Deaza, frente a la iglesia de la Virgen del Perpetuo Socorro, Patrona de Chocontá, en la cual hago piruetas sobre mi caballito de acero. Deaza era el fotógrafo del pueblo y trabajaba en llave con el periodista Rafael Corchuelo, corresponsal permanente del diario El Tiempo de Bogotá. Una vez instalado y con medio de transporte propio exploré todos los alrededores del pueblo comenzando por la catedral donde encontré a monseñor Jaime Delgado, un cura regordete, bajito, regañón y de tan mal genio que frecuentemente abofeteaba a los pecadores durante la confesión; usaba unos perfumes de pachulí tan concentrados que impregnaban el ambiente por varias horas. Era tan bravo que no me atreví a contarle sobre mi curriculum como acólito, ni mis sueños de llegar algún día a ser Diácono o, al menos, tener permiso para repartir el semanario El Catolicismo que editaba Acción Cultural Popular, una organización dedicada a alfabetizar campesinos. Monseñor Delgado, tenía una mirada penetrante e inquisidora tan fuerte, que me traumatizó al punto de que dejé de confesarme con él. Vivía con su hermana Maruja de Montejo y sus tres hijos; a ellos los envidiábamos porque eran los únicos que manejaban carro último modelo en el pueblo: era la familia más prestante del vecindario y habitaba un bello palacio conocido como la casa cural. Dando vueltas en bicicleta, cierto día llegué hasta el almacén de don Ramón Gómez —con quien trabé una ligera amistad—, distribuidor de Eternit y vendedor de materiales de construcción. Era un hombre preparado, agradable, de nariz grande y morada; saludaba a su clientela con entusiasmo y a todos les brindaba un extraño aguardiente que guardaba en un inmenso botellón lleno de yerbas y gusanos, al estilo del mejor tequila o mezcal. Un día nos sorprendimos con su muerte luego de un fulminante ataque de cirrosis: don Ramón era tan popular que a su entierro asistió más de medio pueblo. No fue difícil descubrir que casi todo el territorio de Chocontá era propiedad de un señor que decidía quién podría ser el alcalde y por dónde se debía trazar cualquier carretera o camino vecinal:

34 Ser alguien era don Domiciano Camelo, multimillonario agricultor que además tenía una inmensa ganadería de casta brava y quien por décadas fue el jefe del partido liberal en la región.

1962 - Mi primera bicicleta comprada en la Caja Agraria de Chocontá. Atrás se ve la casa cural y parte de la catedral.

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Casi todo el pueblo era liberal excepto mi padre y unos pocos quijotes que trataban de impulsar la presencia del partido conservador. Mi papá charlaba con frecuencia con Domiciano y por años lo trabajó para que fuera mi padrino de confirmación, en un acto de acercamiento político bipartidista. Domiciano Camelo aceptó a regañadientes y luego de la ceremonia religiosa me regaló una camisa. Después, poco me volvió a dirigir palabra. Mi primera fiesta fue una “Coca-Cola bailable” en la casa de Las Cacerolas, unas muchachas que, se decía, ilusionaban a los hombres pero a la hora de la verdad, nada de nada. Ellas importaban de Bogotá apretados trajes escotados de popelina, más atrevidos que los de la tienda de doña Maruja de León, otra importante comerciante de la ciudad. En esa fiesta, hice un ridículo estúpido cuando saqué a bailar a la chica más bonita y asediada del pueblo: Gilma Camelo Prieto. La tomé de los brazos, pero al contrario, con el brazo izquierdo en la cintura... Quería demostrarle mis incipientes dotes de bailarín al son de la música del torero-cantor Noel Petro que por esos días era un fenómeno nacional con su éxito Azucena, una canción que dice: Oye Azucena linda… quisiera darte un beso… tus ojos me enamoran… tu amor me tiene preso. La verdad es que no tenía la menor idea de bailar: Gilma quedó tan desilusionada que ni me atreví a decirle cuánto me gustaba y mucho menos sugerirle que dejara de interesarse por mi compañero de curso Héctor Arcenio Camelo, heredero de la fortuna y de las deudas de mi padrino, don Domiciano. Gilma Camelo fue la rompecorazones de Chocontá: me fascinaba su cara, la finura de sus modales y la suavidad de su voz; por cosas del destino, a los pocos años terminé casado con su hermana, Luisa Fernanda Camelo Prieto. Chocontá tenía su sitio prohibido: el Bar de Cayo. Era tan mal lo que hablaban mis padres del billar de Cayetano que por curiosidad terminé de narices atrapado en la magia de las carambolas a tres bandas. Mi maestro fue el “viejo soso”, una eminencia para el retro, que hacía series de cuarenta y cincuenta; cuando le llegaba la suerte, sus contrincantes se sentaban a esperar pacientemente mientras

36 Ser alguien balbuceaban entre dientes: “marrano gordo come y se echa”. Donde Cayito botábamos corriente y de vez en cuando el hombre nos vendía, por debajo de cuerda, uno o dos cigarrillos Pielroja y una cerveza. Una noche hubo un severo tropel y una bala perdida acabó con la vida del estudiante Pepe Moreno, hermano de mi compañero de curso Gonzalo Moreno; la tragedia fue un escándalo tan horrible que desde entonces el bar de Cayo se saló. Chocontá era una aldea muy aficionada a la tauromaquia. En los años cuarenta tuvo su propia plaza de toros: La Veracruz, una edificación redonda que quedaba a la entrada del pueblo, viniendo de Bogotá, justo donde comienza la calle real, frente a la panadería de los Fernández y a la bomba de gasolina de Argemiro Sarmiento. Con el tiempo, La Veracruz se deterioró pero dejó como legado una gran afición taurina, al punto que el pueblo tuvo su propio torero, un matador de apellido Cifuentes, que llegó a triunfar en plazas importantes de Colombia y Venezuela. En Octubre de 1961 se celebraron las Fiestas Patronales, una experiencia nueva para mí. Con una semana de anterioridad el padre de mi compañero de curso, Jairo Álvarez, apoyado por una cuadrilla de hombres cuajados, abrieron profundos huecos con enormes barretones, clavaron postes y amarraron cientos de maderos sin pulir, para construir el esqueleto de la monumental plaza de toros portátil, donde se realizarían varias corridas de la temporada. De la noche a la mañana, todas las calles aparecieron empapeladas con afiches, tipo funeraria, anunciando la presentación de Jaime Bojacá y de otros novilleros criollos que habían sobrevivido las ferias de Suesca y Villapinzón. Bojacá ya había impresionado por su temple como maletilla y se especulaba que lo llevarían como hombre de a pie para una corrida de postín de César Girón, la máxima figura en ese momento, en los llanos orientales. Al lado de la plaza, montaron una misteriosa tienda cerrada por todos lados con gruesos y viejos pedazos de carpa de camión. En secreto, mi amigo José Chicuasuque me confesó que ese era el puteadero, donde cabían hasta doce coperas con experiencia; la

37 ARMANDO PLATA CAMACHO cosa parecía como buena y me despertó la curiosidad de ver qué pasaba debajo de la carpa, pero era muy joven para que me dejaran entrar. Faltando dos días para comenzar las fiestas una camioneta de cerveza Bavaria promovía el concurso de la vaca lechera; tenía mucho éxito a pesar de que todos los años se lo ganaba doña Pinina de Reitz, propietaria de descomunales vacas Holstein de pura raza, las que tenían que bajar entre veinte peones porque no podían caminar de lo llenas de leche que traían las tetas. Las calles estaban repletas de vendedores ambulantes, tahúres, adivinos, charlatanes, rebuscadores, rezanderos, comerciantes y revendedores. Llamaba la atención la cantidad de puestos con atractivos juegos de sapo, tiro al blanco, guayabita, cacho, anclas, trompos, cola del burro, ruleta, naipe español y dados. Los tahúres promocionaban sus juegos de azar con simpáticas retahílas como ésta: —Arriba caimán goloso… que una mujer va nadando… cogerla la cogerá… pero comérsela, ¿cuándo? Alrededor del parque principal estaban los puestos de varios ilusionistas que adivinaban la suerte y descifraban los misterios del amor y el dinero. El negocio tenía éxito porque largas filas de campesinos incautos esperaban para conocer lo que el futuro les deparaba; entretanto, la gritería de los vendedores ambulantes se fundía con la dramática arenga de un culebrero que decía: —Quieta Margarita, culebra cuatro narices… que antes de nacer vos nació el redentor del mundo… ¡oh!… dame lo que te pido… que solo te pido la vida… de la cintura pa’bajo… de la rodilla pa’rriba. Bajo los arcos de la alcaldía se extendían hileras interminables de catres y mesitas adornadas con alfandoque, gelatina de pata, herpos, génovas, queso, bocadillo, dulces, garullas, panelitas de leche, tal cual artesanía, novenas, rosarios, escapularios, botellitas de agua bendita, cuadros del Sagrado Corazón y cientos de miles de estampas de la Santísima Virgen. Creo que faltaba la inefable camiseta con el letrero: “I love Chocontá”, adornada con un lindo corazón rojo.

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Cuando arrancaba la fiesta después de una ruidosa alborada de música y pólvora, se iban prendiendo casi todos los amplificadores de sonido, incluido el de la iglesia, que les ganaba en volumen y en distancia ya que era una planta de tubos bien potente, con cuatro altoparlantes ubicados en lo más alto de la catedral. Desde las cinco de la mañana llegaban caravanas enteras de buses, camiones y tractores venidos de todas partes, y como no había ni un semáforo, todo el pueblo era un completo parqueadero, donde sonaban al mismo tiempo decenas de bocinas y pitos. Tanto vehículo junto desinhibía a los peregrinos a la hora de orinar o defecar pues se escondían bajo cientos de llantas y carrocerías. A las nueve de la mañana ya no se podía caminar por las aceras. Había que saltar con mucho cuidado a través de los pocos espacios libres para evitar quedar “premiado” por la cantidad de heces. La enorme catedral estaba en sobrecupo con piadosos feligreses pagando sus promesas mientras afuera una enorme multitud luchaba cuerpo a cuerpo para tratar de llegar siquiera a las escalinatas del atrio principal. En el parque, la banda del municipio de Guatavita tocaba la misma canción durante quince minutos. Era algo así como un “paran pan, pun pun…” infinitamente encadenado. Con mi eterno compañero de maldades Uriel Garzón Suárez, intencionalmente comíamos naranjas y limones frente al hombre del trombón pues nos divertía comprobar que por un reflejo de la mente al pobre músico se le llenaba la boca de saliva hasta que se le salía en chorros por todo el instrumento. A la hora del almuerzo, la mezcla de olores era caótica cuando se destapaban miles de ollas y portacomidas con comiso; a la calle saltaban huesos de gallina, de marrano, pellejo de papa salada, cáscaras de aguacate y huevo, envueltos de mazorca y de tamal, así como cunchos de chirrinche —aguardiente—, chicha y guarapo. “Micaflaca” y “Doña Salud”, los reyes de la fritanga, no daban abasto vendiendo rellena, longaniza, papa criolla y bofe, y a su lado cuatro cocineras soplaban desesperadamente la candela pues un cliente se había quejado porque el caldo de claros (sangre) estaba un poco frío. El menú era suculento y variadísimo: sopa de pajarilla,

39 ARMANDO PLATA CAMACHO caldo de raíz, criadillas, jeta, orejas y patas de marrano, cubios, hibias, arracacha, guatilla, balúes, cuchuco con espinazo y mazamorra chiquita. La fiesta llegaba a su esplendor después de las tres de la tarde cuando se habían vaciado no menos de medio millar de petacos de cerveza y cien cajas de aguardiente. Estaba de paso en la panadería de doña Cecilia de Correal cuando una gritería me sacó a la puerta. Cuatro fondas más abajo dos hombres se batían a cuchillo por cualquier tontería. Se protegían el brazo izquierdo con sus ruanas mientras se gritaban, como poseídos, cualquier cantidad de vulgaridades. Una de ellas me pareció bastante simpática: “A usté… lo tengo pesado con mierda y todo”, lo que quería decir que tenía a su contrincante completamente medido, como a los cerdos, antes de ser degollados. Algunos vecinos se encerraron en sus casas, otros se fueron en burro. Los más acostumbrados a este tipo de combates se arremolinaron a prudente distancia. Quise correr pero me pudo más la maldita curiosidad. No quería ver, pero abría cada vez más los ojos; recordé la cantidad de cadáveres que vi durante la violencia en el Tolima pero morbosamente era consciente de que no los había visto morir. Los espectadores azuzaban como en una burda pelea callejera. A cada envión del arma, y a cada “viajao”, gritaban: ¡Olé!, como en los toros. A la misma hora, Jaime Bojacá, dos manzanas abajo, maldecía en la plaza de toros porque su novillo no arrancaba y estaba flojo de remos. A Jaime le decían: “¡Arrímese matador!”. Aquí los protagonistas de la bronca se evitaban. Nadie quiso tratar de conciliar en este conflicto porque a lo mejor salía mal librado por “meterse en lo que no le importa”. A mi lado alguien dijo: “Bonito el fierro” (cuchillo) y otro le replicó: “Sí, pero le queda grande”. En la plaza de toros el ejemplar respiraba con rabia sacando polvo de la arena. Frente a mí, los del duelo, acezaban cansados echando babaza blanca por la boca. Cuando parecía que el conflicto terminaría “por las buenas”, un chisguete de sangre saltó al vacío junto con dos botones de camisa. Bojacá agotó los tercios, amarraron su ejemplar y se lo

40 Ser alguien llevaron en un camión con seis cajones. Aquí al ganador la gente le gritaba: “Asesino”; allá: “Matador”. Días después se comentaba que las fiestas de ese año estuvieron regulares porque solo hubo cuatro muertos y una oreja. Esas festividades fueron la inspiración para más adelante desarrollar mi carrera como disc-jockey. Al atardecer aumentaban las solicitudes de complacencias musicales. Cada pieza costaba diez centavos y se tenía derecho, además de la canción, a enviar un mensaje más que telegráfico, a través de los altoparlantes. La discoteca eran enormes cajones repletos de discos de acetato, en 78 revoluciones, que se lavaban con agua y jabón para quitarles un poco el ruido. Era un diálogo de amor que se extendía hasta altas horas de la noche a través de las cornetas tipo RCA Víctor. Se escuchaban mensajes como éstos: “De Marina para Joaquín con todo cariño, la siguiente canción: Ojitos verdes”; “De la vereda de Hato fiero para la chata de mi vida: Clavelitos”. Había de todo, declaraciones, despecho, amistad, reencuentro, infidelidad, rencor, perdón y olvido. Entre tanto, a unos metros, confundido entre toldos llenos de gente, mercaderías y cerveza, estaba la famosa carpa del prostíbulo. Aunque era cosas de grandes, me las ingenié para ver lo que dejaban ver. Al frente había una fila de unos quince señores que miraban para todos lados, como “si nada”. De pronto, se escabullían y al rato salían contentos silbando, haciéndose los locos. Las ferias y fiestas se prolongaban por varios días y venían autoridades y personajes, incluido el gobernador. La casa de la cultura traía tunas, duetos y premiaba las mejores canciones campesinas. En el club de caza y tiro se mataban pichones. Del vivero de la entidad oficial, la CAR, salían cantidades de pinos recién transplantados, listos para reforestar las colinas, y al fondo tres obreros pesaban bultos y bultos de lana virgen proveniente de un exitoso concurso entre propietarios de ovejas. Lo único malo al terminar el jolgorio era la limpieza. Los presos maldecían su suerte lavando calles y llenando de porquería el platón de la única volqueta municipal. Una semana más tarde regresaba el olor de la normalidad.

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En casa, el mes de enero era de gran incertidumbre hasta que se conocía el colegio y la ciudad a donde sería trasladado mi padre. En 1962 lo enviaron, no muy lejos, al colegio Boyacá de Tunja, lo que nos permitió echar raíces en Chocontá. Fue un año definitivamente trascendental; por primera vez teníamos un radio propio. Era un transistor Sanyo de cuatro bandas, llamado peyorativamente “panela” o “ladrillo cuadrado”, con un compartimiento para baterías tan grande, que llevaba cuatro pilas por fuera, dentro de un tubo de plástico blanco. Las emisoras de Bogotá y las de onda corta entraban muy mal, con mucho ruido y estática. Asesorado por un conocido nuestro que arreglaba planchas y acababa de recibir un cartón como técnico de radio de la prestigiosa academia por correspondencia Hempill Schools, decidí construir una antena bipolar sobre el techo de la casa a fin de mejorar la recepción. Acabé con los pocos ganchos de ropa que había, para usarlos como un gran cable, de ocho metros, cuyas puntas clavé sobre dos platones de aluminio que a su vez estaban sostenidos por palos de escoba. Una especie de “mini antena parabólica”. Del “cable madre” pegué un alambre de menor calibre y lo bajé a través de las paredes hasta la antena del radiorreceptor. Desde ese día me conecté al mundo volando por el universo de las ondas hertzianas. Pasaba largas horas escuchando una a una todas las estaciones. Al amanecer y al atardecer la recepción era claritica, perfecta, como local. Quedé magnetizado por Radio Netherland de Holanda, la BBC de Londres, la Voz de América en Washington, Ecos del Torbe y Radio Rumbos de Venezuela; Nuevo Mundo, la Voz de Antioquia y Radio Pacífico de Cali, las tres grandes estaciones de la cadena Caracol de Colombia. Además de Radio Sutatenza y Radio Santa Fe de Bogotá. ¡Una verdadera maravilla! Enviaba cartas a todos los concursos que podía, y en mi clase le mostraba a mi compañero, Venancio Benavides, como gran trofeo, los boletines del programa radial “El mundo de la ciencia”, los que recibía semanalmente desde Oranjestaad, Aruba, sede de la Radio Netherland. Respiraba radio, comía radio, dormía radio. Llegué a saber de memoria todas las emisoras del dial con sus frecuencias y letras

42 Ser alguien de identificación. Casi que las distinguía por su sonido. Si estaba en la calle a las once de la mañana y oía a lo lejos una ranchera, me decía: “Esa es Radio Metropolitana transmitiendo Así canta México”. Por esos días se escuchaba como un manto, en todas partes, “Hacia un mundo mejor”, con Efrén Yépez Lalinde, y esperaba las 7 y 45 de la mañana para repetir con él su inconfundible saludo: “Marinos de Colombia, buen viento y buena mar”, con el cual iniciaba una sección dirigida a los colombianos residentes en el exterior, patrocinada por la Flota Mercante Grancolombiana. Mejor dicho, la radio me enloqueció en una dulce adicción para la toda la vida.

Los locos Plata

Y hablando de locos… a nosotros nos conocían en Chocontá como “Los Locos Plata”, un apodo muy incomodo de manejar que nos hacía sentir como personas excéntricas y exóticas en medio de la jungla campechana. Todo comenzó porque mis padres se peleaban con frecuencia y en alguna ocasión intercambiaron ollas y sartenes por el aire, chisme que rápidamente se propagó de casa en casa hasta algunas veredas cerca del pueblo de Villapinzón. También nos llamaban los locos porque el pueblo entero estaba cansado de escuchar a mi papá recitando sus poesías en todos los eventos públicos, desfiles y ceremonias de graduación. Con mi hermano John pagábamos escondederos a peso cuando anunciaba el estreno de un nuevo poema. Sentíamos el calor del ridículo ante la mirada suplicante de nuestros compañeros de colegio que nos enviaban tácitamente este mensaje: “Profesor Plata, gracias, pero no más, gracias”. La fama de locos aumentó una vez que estábamos representando una obra de teatro sobre el Imperio Romano, donde mi hermano actuaba como Cornelio Tácito y yo en el papel del joven Plinio. De pronto, mi papá entró abruptamente al teatro vestido de soldado, con un extraño traje militar de fatiga, de esos que se usan para camuflarse en pleno campo de batalla. Las risas burlonas de más de 400 estudiantes se escucharon hasta en

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Machetá, un pueblo ubicado a veinte kilómetros de distancia. Nos causó tanto impacto el episodio que desde entonces cuando quiero poner de mal genio a John le digo simplemente: “Hola, Tácito”. Fue en segundo de bachillerato cuando descubrí la importancia de las alianzas estratégicas y la diplomacia. Hasta Chocontá llegó el impacto de la famosa película “Amor sin barreras” (West side story) y pronto se gestaron cuatro grupos de poder o proyectos de pandillas. La más brava era la del “Loco Urrea”, hijo del único dentista de la ciudad, una verdadera leyenda por la antítesis del ejemplo a seguir: tomaba trago en exceso, era muy bueno para pelear a puño limpio, super mujeriego y con conexiones clave dentro de la gente dura y el hampa de Bogotá. El Loco Urrea repitió tantas veces el mismo curso que se envejeció viendo pasar numerosas promociones de bachilleres del colegio Rufino José Cuervo. El segundo hombre poderoso del pueblo era David Rincón Sánchez, cuya sola presencia física inspiraba temor y respeto. Tenía una mano multada por un juzgado por lo que solo peleaba con la mano izquierda. El juez dictaminó que si llegaba a usar la derecha lo encarcelaría por varios meses. David era un experto en asuntos judiciales. Con gran orgullo nos narraba las hazañas y victorias de su tío, el famoso penalista Ismael Rincón Samudio, y se transformaba hablando de demandas, presos, acusados, defensores, policías y bandidos. Soñaba con algún día ser escribiente, secretario de la corte o juez. Digamos que por conveniencia yo estaba asociado al grupo de “David el justiciero” pero nunca lo admití públicamente para evitarme problemas y conflictos de intereses. El tercer líder era Jorge Ramírez, un hombre de pocas palabras, mirada muy fija y profunda (o rieka como era el término de moda) sin nunca pestañear. Me gané su confianza y admiración cuando le “soplé” algunas respuestas clave en un examen de matemáticas. Varias veces me invitó a ser uno de sus muchachos, pero decliné tan amable ofrecimiento por culpa de su filosofía intransigente y conflictiva. No me inspiraba confianza que amarrara sus pantalones con un grueso cinturón cuya hebilla era la cabeza metálica de un

44 Ser alguien gran león. Además guardaba en su maleta de estudiante dos manoplas, especie de guantes de anillos de hierro hechos a la medida de sus dedos. Siempre manejé la relación con Jorge a prudente distancia y con “guantes de seda”. El cuarto bravucón era César Gómez hijo del profesor Joaquín Gómez, prefecto de disciplina y director del curso. César nos representaba ante las directivas del colegio, era muy fornido, levantaba pesas, hablaba fuerte y recio, y decía que no le temía a nada, ni a nadie. La fricción entre los cuatro bandos era más que frecuente y había días en que la atmósfera era tan tensa que hasta las moscas se salían del salón de clases para no hacer ningún ruido. Cualquier tragedia podía ocurrir. Fue entonces cuando en un momento de divina inspiración utilicé un gran recurso para romper el hielo, pacificar el ambiente y distensionar los ánimos: ¡mis pedos! Un pedo a tiempo era perfecto. Mis sonoros gases hicieron historia y aún hoy se comenta en las veredas de Chocontá cómo mi flatulencia desactivó una muy peligrosa confrontación entre cuatro nacientes pandillas al comienzo de los años sesenta. La vida del pueblo, apacible y rutinaria a veces, se rompía los fines de semana con nuestras caminatas a los baños termales de El Boquerón. Toda la familia salía la madrugada del sábado o del domingo con mochila al hombro, fiambre y los inolvidables “chingues” como llamábamos a los pantalones de baño. Gastábamos entre cuatro y cinco horas cruzando dos enormes colinas para luego descender a lo profundo de un enorme y hermoso cañón, donde brotaban del centro de la tierra borbollones gigantes de agua caliente azufrada, la que era canalizada para alimentar varias “piscinas” de las fincas de la región, como la de la familia de mi compañero de pupitre, Néstor Quintero. En realidad era un enorme hueco recubierto de piedra y lama verde, ubicado en el centro de una vieja arboleda. A veces el vapor del agua subía más de un metro y la temperatura era tan insoportable que echábamos a cocinar huevos de gallina. Comprábamos arepas de maíz, por docenas, y nos las comíamos con “refajo de 3-2-1”, la mezcla perfecta de tres cervezas, dos colas y una malta. Gritábamos, jugábamos fútbol, espiábamos a las

45 ARMANDO PLATA CAMACHO mujeres cuando se cambiaban de ropa y, al final de la tarde, terminábamos rendidos y con la piel completamente arrugada y blanca por los efectos de tanta humedad. Era entonces cuando venía la parte cruel del paseo. Muertos del cansancio y sin fuerzas teníamos que regresar a pie hasta Chocontá en un viaje de casi cinco horas de agonía, mal genio, maldiciones y ampollas en los pies. Inexplicablemente, hacia la mitad de la semana ya estábamos preparando un nuevo viaje a El Boquerón. En 1963 mi padre fue trasladado a Villavicencio como profesor del colegio Francisco José de Caldas. Uno de sus compañeros de trabajo era el conocido compositor de música llanera Miguel Ángel Martín, historia que papá nos contó muchas veces mientras entonaba los versos de su canción más popular, Carmentea, y cuyos versos dicen: “Cantar del llano/ cantar de brisas/ del río/ Ay Carmentea, tu corazón será mío!”. Al parecer los bellos llanos orientales colombianos, llenos de hermosas y provocativas Carmenteas, como que arreciaron la vena poética de don Luis Plata Poveda pues muy pronto publicó su muy anhelada colección de poemas románticos que tituló: Mensaje Primaveral. El gobernador del departamento del Meta de esa época, Ovidio Sarmiento Díaz y su Secretario de Educación, Antonio Mantilla, le editaron con gran pompa solo cien ejemplares de su obra, usando el viejo y rudimentario sistema de impresión esténcil, el cual más parecía una tipografía de la era paleolítica. Conservo como un tesoro ese cuadernillo de catorce páginas que según el prólogo es un breve itinerario de amor con declaración de sentimientos, memorias, espera y madrigal. Contiene un poema titulado “Tenis de mesa” el cual sospecho fue inspirado en una bella Carmentea a juzgar por la elocuencia de los versos:

—¿Quieres jugar conmigo tenis de mesa? —Tal vez sí, tal vez no: Está fea la tarde Y h a c e t a n t a p e re z a Bueno, espérame un instante

46 Ser alguien

Que a ponerme deportiva Voy a mi pieza

Esperando me quedo E imaginando estoy Con qué delicadeza Cambiará sus vestidos, Peinará su cabeza Y arrojará zapatos Con una gran destreza. Juvenil, deportiva Y adorable regresas —¿Bola de servicio? —¡No, no! empieza! Y como estás tan divina No puedo reprimirme De hacerte “trampulina”

Cero uno, cero dos, Son tantos bien marcados Que están a tu favor

Sobre la mesa suena Monorrítmico son Y como estás tan divina Encuentro muy gracioso Hacer más “trampulinas”

Por fin yo he logrado Que una bola cortada, Que una bola traviesa, Cerca de la malla quede Para verte inclinada En la actitud que rezas; De tu corpiño he visto La blanca espumarada;

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Y estoy feliz, dichoso, De verte fatigada De la campana suena El fatídico gong Sobre la mesa verde No se oye más ping-pong

Mantengo una gran admiración por mi padre, quien era un hombre culto que hablaba además del español, inglés, francés, latín y algo de griego. Era una especie de enciclopedia ambulante que gozaba compartiendo sus conocimientos con los demás. Le gustaba responder las preguntas a profundidad extendiéndose en el contexto del tema hasta que el oyente quedara satisfecho. Fue por ese 1963 que realicé mi primer viaje a los llanos orientales, a la finca de los Ramírez, dueños de un inmenso aserradero en el pueblo de Acacías, como cien kilómetros al sur de Villavicencio. Una gente sencilla, muy templada y trabajadora. Me enseñaron a rezar animales enfermos, y a cortarles en cruz, con un cuchillo, inmensos nacidos o “nuches” del que saltaban insectos en medio de sangre, pus y materia amarillenta. Pescamos cachamas tan grandes que la carne alcanzó para más de una semana. Asamos al aire libre carne de “mamona” como le dicen familiarmente a las terneras ya destetadas: una delicia culinaria que traspasó las fronteras con el nombre de “ternera a la llanera”. Talamos árboles, los cortamos y los arrumamos en bloques de dos por tres metros. Me encariñé tanto con un mono o mico de la raza tití, del tamaño de una muñeca de treinta centímetros de alto, que a la final los Ramírez me lo regalaron. Lo encadené y me lo traje al hombro mostrándolo como un gran trofeo. Las cosas comenzaron a complicarse después de que le di un banano, pues rápidamente orinó y defecó sobre mi espalda. Cuando regresé a casa, mi madre se enfureció tanto que le juré responsabilizarme totalmente del cuidado de mi mascota. La primera noche el monito gritó y chilló sin parar hasta el amanecer. Cuando volví verlo, en la mañana, estaba casi muerto

48 Ser alguien del frío: había olvidado que Chocontá es una ciudad de temperaturas cercanas al punto de la congelación. Para entonces, mi padre había comprado, para ahorrar dinero, una máquina de peluquear muy parecida a una cortadora de grama, en miniatura. No sé por qué se me ocurrió experimentar con el mico, pero lo cierto es que lo trasquilé verticalmente, desde la cabeza hasta la cola, a todo lo largo de su columna vertebral. Le hice algo así como un corte de cabello del tipo “indios Mow-hack”, pero invertido. A la noche siguiente, para evitar que llorara, lo acosté entre varias cobijas y le aflojé un poco la cadena. Fue un error garrafal ya que el bendito mico se escapó para siempre dejándome triste y desconsolado. Estudiaba tercero de bachillerato, ya llegaba a los 14 años de edad y mi pubis estaba “encañonando”, como si fuera un pollito, es decir, le afloraban las primeras raíces de vello. Un año inolvidable, porque en medio de una inocencia entrecortada descubría la maravilla de la sexualidad. Uriel Garzón, Carlos Cruz y yo andábamos para todas partes. Hablábamos a cada momento de mujeres e intercambiamos la escasa información al respecto, tomada de una publicación que circulaba clandestinamente, y que era la Biblia sobre el sexo: la revista Luz. La ignorancia era la mata de todo tipo de tabúes, mentiras, estereotipos, falsas creencias, mitos y distorsiones sobre la función del hombre y la mujer. Nadábamos en un conflicto de culpa creado por la profunda influencia religiosa católica, que nos hacia sentir miserables y pecadores, con tan solo tocar el tema. El morbo era el pan de cada día. Era la respuesta a una represión generalizada de nuestros guías espirituales, a la doble moral evidente en la sociedad, y a la actitud evasiva de los mayores para afrontar lo que era ya una realidad: la revolución sexual de los sesenta. Desprendíamos la página central de Luz y la pegábamos al lado de todas las “monas” que aparecían en almanaques dirigidos a camioneros; fotografías que adornaban casi todas las habitaciones de los jóvenes. Eran mujeres a medio vestir que hoy en día no despertarían ni un mal pensamiento, pero que en ese tiempo eran la fuente de inspiración para masturbarnos. Era tal la fiebre por

49 ARMANDO PLATA CAMACHO volver al orgasmo que hasta organizamos un concurso sobre el tema, en los alrededores de los tanques del acueducto municipal de Chocontá. El sitio era perfecto, tenía dos árboles frondosos desde donde podíamos advertir cualquier intruso. Ganaba el que terminaba en menos tiempo. Era cuestión de velocidad, bueno, ¡y de placer! Y así, en medio de un extraño curso de eyaculación precoz, inicié mi hiperactiva vida sexual. Semanas más tarde, Uriel, Carlos y yo nos enflaquecimos como zombis, ganándonos el apodo de “pajuelos” o masturbadores crónicos. Luego, para ganar peso, me confesé y me retiré temporalmente del grupo, para evitar caer nuevamente en la tentación de semejante pecado mortal. Tocando el tema de la confesión, reconozco públicamente que era una “caspa”, un loco de atar que gozaba haciendo diablura y media. Teníamos un compañero al que todos molestábamos porque era muy tímido y apocado: Francisco Umbarila. Vivía en el campo y con gran esfuerzo estudiaba su bachillerato. Era objeto de todo tipo de bromas y burlas, tanto, que le decíamos “El cocheche”, una palabra que creamos y que gracias a su sonoridad recitábamos en coro: Cocheche, Cocheche, Cocheche. No quería decir nada, pero en su momento lo decía todo. Francisco Umbarila era una alma de Dios, tranquilo, sereno y predecible. Por la mañana, antes de la formación general en el Colegio Rufino Cuervo, como autómatas abríamos los pupitres y, casi sin mirar, lanzábamos los libros y cuadernos. Ese día tendríamos zoología, y como un anticipo del comportamiento animal, se me ocurrió una broma bastante pasada de tono. Media hora antes de que llegaran los estudiantes, recubrí con plastilina las paredes metálicas internas del pupitre de Francisco para evitar que se saliera cualquier líquido. Luego lo llené con formol y sapos muertos que estaban en un frasco del laboratorio, listos para ser disecados en la clase. Umbarila llegó, sin mirar echó los cuadernos, y salió corriendo para el patio. Al regresar de la formación, en el salón reinaba un olor fétido y penetrante. Cuando Francisco se sentó y abrió su pupitre, gritó tan fuerte, que pensamos que se había muerto. Era un grito de horror, y de dolor. Sus cuadernos flotaban en un mar de sapos y químicos mientras todos le gritábamos: ¡Cocheche!. Me sentí como un héroe porque

50 Ser alguien jamás se supo quién fue el autor de semejante salvajada. He sobrellevado en silencio ese cargo de conciencia y cuánto daría porque la vida me diese la oportunidad de disculparme públicamente con mi compañero de estudios, don Francisco “Pacho” Umbarila, un hombre ejemplar que merece todo mi respeto y admiración. Rara vez llegaban a Chocontá espectáculos, y los pocos que se presentaban eran todo un acontecimiento. Una vez tuvimos una temporada de tres días de comedias y canciones bajo las carpas de un destartalado circo. Fue tal el éxito que los artistas se quedaron dos días más. Eran obras clásicas representadas con gran seriedad, profesionalismo y una magia única ante un público atento y agradecido. Cuando anunciaron una actuación del dueto cómico más popular de Colombia, Emeterio y Felipe, “Los Tolimenses”, los empresarios por poco se quiebran porque nadie creyó que fuera cierto. Les tocó desfilar en una camioneta por las calles y ahí sí el lleno fue descomunal. Una compañía de abonos químicos cada mes daba cine gratis en el parque principal. El telón era la pared del frente de la tienda de doña Carmen de Samudio. Los Tamayo, distribuidores de cerveza Bavaria, trajeron un gran desfile de tríos, cantantes, magos, payasos e ilusionistas, montados en la plataforma de un camión F-8. Fue su debut y despedida. Un sábado, día de mercado, desde las dos de la tarde, la multitud destruyó algunas bancas, pinos y flores. Después, el Concejo Municipal ordenó rediseñar el parque cambiando los jardines por una plazoleta de baldosín y losas de cemento. En ese 1963, Ignacio “Nacho” Martínez, arrendó el teatro Municipal y comenzó a programar muy buenos “dobles” todas las semanas. Eran dos largometrajes por cincuenta centavos y los miércoles a mitad de precio. Con mi amigo “El Mosco” Aguilar, pronto descubrimos una entrada secreta por detrás del telón y entrábamos sin pagar, hasta un día que la taponaron con ladrillo prensado. Pero quizás el espectáculo más inolvidable era el que hacían mis hermanas Consuelo y Mary cuando ensayaban en la casa varios bailes y cánticos en honor de la Santísima Virgen María. Para la

51 ARMANDO PLATA CAMACHO ocasión, mi madre les cosía a mano vestidos largos de popelina, lino y tul con fondos de crinolina. No se veían tan mal para ser confeccionados sin patrón de diseño, ni elementales conocimientos de modistería. Era un show presentado por mi papá con toda la seriedad del caso. Mientras ellas recitaban: “En este mes de mayo, María tiene flores, aquí las tienes madre, con todos mis amores”, de una canasta de fique lanzaban al aire pétalos de rosas y flores silvestres. Hacían unas extrañas genuflexiones y reverencias tan chistosas que nos provocaban un gran ataque de risa. Varias veces nos castigaron a John y a mí, porque entre sollozos, nos acusaban de que les habíamos arruinado su actuación. A decir verdad, era muy simpático verlas empacadas dentro de esos extraños trajes blancos y con sus cabezas adornadas por diademas de fresias, jazmines y margaritas.

Una nueva perspectiva

En octubre de 1963 llegó a Chocontá un delegado de la Central Católica de Juventudes buscando candidatos para un cursillo de líderes en La Capilla, una pequeña población ubicada al noroeste de Bogotá. Entre los seleccionados quedaron mis compañeros de curso Jairo Álvarez Quintero y Hugo Tamayo Botero. A última hora, Jairo no pudo asistir, y por esas cosas de la vida yo lo reemplacé. No estaba muy convencido de sacrificar parte de mis vacaciones de ese fin de año, y con algo de escepticismo, me fui el 7 de noviembre. Lejos estaba de imaginar que esa experiencia iba a cambiar drásticamente mi vida. El viaje fue muy pintoresco. Un tren, tirado por una locomotora de vapor, pasó por toda la gama de verdes de la Sabana de Bogotá hasta Facatativá. Luego desafió las montañas de los Andes, cruzando las estaciones de Albán, Cachipay, La Esperanza y La Capilla. Ahí estaba un impresionante centro de formación para la juventud, creado por el sacerdote católico Luis María Fernández a quien todos cariñosamente le decían “Pafer”. La primera frase de bienvenida me llamó poderosamente la atención. Jaime Rojas, director de la Escuela de Líderes dijo: “El que pasa por la Central nunca podrá ser igual: ¡o

52 Ser alguien se mejora, o se empeora!”. Dos años antes había hecho el mismo curso el famoso cura guerrillero Camilo Torres quien muriera poco tiempo después en combate con el ejército colombiano. La Capilla es un área de terreno montañoso, clima templado y lluvioso. En la parte alta estaba El Hotel, denominado así, porque en los años cincuenta el francés Pierre Dagué y su esposa habían acondicionado una gran mansión de 1900 como centro recreacional para la alta sociedad bogotana. Después, los Dagué se fueron para Cartagena donde fundaron el famoso hotel y restaurante Capilla del Mar. Esa mansión fue convertida en grandes salones de conferencias, comedores y centros de oración. Mas abajo, pasando la carrilera del tren, se encontraba La ciudadela de San Jorge, un extenso complejo de habitaciones, salas de conferencias, teatro, canchas de basketball, fútbol y más centros de oración. Un día típico comenzaba a las cinco y media de la mañana con un tremendo duchazo de agua fría y gimnasia de calentamiento. Luego teníamos una hora de reflexión espiritual, la Santa Misa, y más oración. El desayuno era suculento. “La madre Eucaristía”, una monja cubana bien gorda, regorda para ser más preciso, al frente de un verdadero cuartel de muchachas, preparaba deliciosas viandas, en especial unos huevos revueltos con jamón que sabían “a gloria” al mezclarlos con pan, mermelada y café con leche. De las nueve de la mañana hasta la una de la tarde teníamos conferencias. Después de almuerzo descansábamos por media hora. Luego practicábamos algún deporte. Hacia las cuatro de la tarde regresábamos a los salones de conferencias. Cenábamos a las siete de la noche. A las ocho comenzaba “la hora cultural”, con chistes, música, concursos de canto, poesía y pequeñas comedias. Ya a las nueve y media estábamos bastante cansados. Pero antes de pasar a nuestros aposentos teníamos otra media hora de oración. Era una muy agradable convivencia con un plan muy preciso de adoctrinamiento, basado en el principio del Papa Pío XII según el cual “al hombre hay que convertirlo de salvaje en humano y de humano en divino”. Se desarrollaba el principio filosófico de Ortega y Gasset de que no estamos solos, sino relacionados con todo lo que nos rodea. Se reiteraba la importancia de cimentar

53 ARMANDO PLATA CAMACHO nuestros valores humanos con base en el amor y la amistad. Se buscaba desarrollar integralmente al hombre como un triángulo conformado por cuerpo, alma y gracia. Éramos un grupo de amigos venido de todas partes, con un amigo común: Jesús. Detrás de bambalinas decíamos que “la carreta era chévere”, que “el cuento sonaba bien”, pero que a veces nos agotaba tanta oración. El curso de líderes de la Central Católica de Juventudes me dio otra dimensión de la vida, del papel que debemos desarrollar en favor de los demás y de la gran responsabilidad que conllevan todos nuestros actos. Hubo charlas clave, como una sobre la dignidad humana, base de la doctrina social cristiana, ofrecida por el conocido catedrático José Galat Noumer. Y otra sobre la excelencia personal con un famoso sicólogo y motivador mexicano. Fueron seis semanas de intensos estudios de filosofía y teología; con técnicas, tácticas y prácticas de apostolado. La idea de Pafer era transformar la sociedad latinoamericana con el esfuerzo del 1% de la juventud, con el aporte de cada uno de nosotros, quienes teníamos el privilegio de recibir sus enseñanzas. Nuestros maestros eran personas estupendas que a pesar de su sabiduría nos hacían sentir como parte de su grupo. Recuerdo con gran aprecio y admiración al ingeniero químico, Sven Cetelius, al filósofo Fernando Urbina y al sociólogo, Carlos Corsi. Años más tarde, Carlos llegó a ser Senador de la República por el grupo político Laicos por Colombia, y sacó adelante la Ley de la Juventud, aprobada por el parlamento en favor de las nuevas generaciones. La promoción de Líderes de 1963 fue muy especial porque contó con la presencia de estudiantes de México, centro y Sudamérica. Ya hacia el final, José Jiménez, popularmente conocido como Jota Jota, nos llevó a pie hasta la laguna de Pedro Palo en todo lo alto de dos inexpugnables cerros del municipio de San Antonio de Tena. Cuenta la leyenda que Pedro Palo era un indígena que tenía además de una pierna de madera, un inmenso tesoro, cuyo valor ni él mismo lo sabía. Los codiciosos conquistadores españoles lo persiguieron por todas partes para robárselo. El pobre cojo, al

54 Ser alguien sentirse rodeado, se refugió en la mitad de la laguna con todas sus joyas amarradas a su cuerpo. Y segundos antes de ser atrapado se hundió para siempre dejando a los españoles enloquecidos. Por algunos minutos tuvimos la brillante idea de regresar algún día a Pedro Palo para intentar recuperar el tesoro, pero pronto desistimos del proyecto ya que el agua era muy fría. Sin embargo, como premio a nuestro esfuerzo casi sobrehumano, pudimos contemplar por varias horas un paisaje de película: un lago encantador rodeado por altas montañas y nubes espesas. El viento era tan fuerte, que por momentos se llevaba las nubes dejando todo completamente despejado y, de repente, regresaba con más nubes quedando todo en blanco. En la Capilla fue la primera vez que escuché el término “comunicación de masas” y desde entonces comenzó a rondar en mi cabeza la idea de estudiar algún día, algo parecido. Para entonces la meta de vida era llegar a ser locutor de almacenes de cadena como los Ley, Vida y Tía, los más populares del momento. Me veía anunciando promociones de brassieres, artículos para caballeros o regalos para niños. Estar en una estación de radio era algo absolutamente inalcanzable para mí. Llegar a la televisión, ni pensarlo, ya que en Chocontá ese invento se conoció hasta 1970. Regresé al pueblo con muchas ínfulas de líder y con ganas de sentirme como todo un apóstol. Rezaba mañana, tarde y noche. Un día arrodillado en el altar central de la iglesia y orando en voz alta junto a mis amigos Julio y Jairo Murcia, le pedí a Dios que me concediera la dicha de visitar algún día a México. Tenía entre mis manos una camándula y una linda postal a color con fotos de la plaza Garibaldi y la bella Catedral de la Virgen de Guadalupe en Ciudad de México. Después, cada vez que veía fotos de otros países, comenzaba a orar y a rogar porque se me hiciera el milagrito de ir a esos sitios. Muy pronto comencé a viajar, pero no al exterior sino a los pueblos vecinos. Fui delegado a los juegos de Machetá de 1964 acompañando al equipo de fútbol del colegio Rufino Cuervo. Nos recibió el párroco, el padre Alfonso Palacino, quien nos distribuyó en diferentes casas de familia. Quedamos de subcampeones. Fue

55 ARMANDO PLATA CAMACHO mi debut como maestro de ceremonias y narrador deportivo. Por varios minutos transmití las incidencias del juego a través de un destartalado megáfono. Mis amigos se reían y entre burla y sorna me animaban para que siguiera divirtiéndolos mientras yo me sentía en la gloria. Meses más tarde me enviaron como representante del equipo femenino de basketball a los Juegos ínter diocesanos en la ciudad de Zipaquirá, cabecera de la provincia. “Mis chicas” hicieron un buen papel pero les faltó un poco más de enjundia y entrega. Durante la ceremonia de premiación me arrodillé y le besé la mano y el anillo al señor obispo, monseñor Buenaventura Jáuregui. Me presenté como “el líder católico de las juventudes de Chocontá”. Monseñor me dio una palmadita en el hombro y me dijo: —Sigue así hijo… ¡vas muy bien! Luego saqué pecho, respiré profundo y me sentí más cerca de Dios. Mis padres estaban felices por la vida espiritual tan santa que llevaba. Aparentemente era una “lámina” de muchacho.

Vitalia y el toreo

Con frecuencia, los Plata trasplantábamos retoños de hortalizas en nuestra huerta. Sembrábamos cebolla larga, cilantro, ajo, lechuga, acelgas, repollo, arveja, yerbabuena, perejil, papa sabanera, papa criolla y algunas matas de maíz. Abonábamos la tierra con estiércol de vaca, que recogíamos en las calles y en el solar de nuestra vecina, doña Carmen de Walteros. Matábamos babosas con cal. Se derretían entre el blanco de la caliza dejando un pequeño y efervescente charco de agua. Guardábamos lombrices, insectos, caracoles y papas podridas, con raíces, para utilizarlas como proyectiles en nuestras “batallas campales”. Atrincherados detrás de puertas y columnas, mi hermano John y yo nos lanzábamos esos y otros objetos mientras mis hermanas salían corriendo, angustiadas, buscando a mi mamá y a mi papá, quienes se habían ido para misa. Era adrenalina pura. Un golpe de

56 Ser alguien papa es seco, duele algo, pero es muy emocionante cuando estalla en mil pedazos. Llegamos a lanzarnos hasta una arroba del tubérculo en cada batalla. Tuvimos que parar este espectáculo de barbarie primitiva un día en que mi padre, rejo en mano, nos reveló un gran secreto familiar: Vitalia. —Hijos, nunca jueguen ni voten la comida. Millones de personas quisieran tener algo de lo poco que tenemos —exclamó indignado. Luego nos llevó a la alcoba principal, corrió un pesado chiffoniere y cuando haló un listón de madera, la parte inferior de la pared empezó a moverse: era una especie de puerta falsa. Era la entrada secreta a Vitalia. En su paranoia por una nueva guerra mundial contra el comunismo, el hombre había construido entre dos paredes una gran bodega con comida y todo tipo de provisiones para por lo menos dos años. Perfectamente distribuidos, había bultos de arroz, cientos de enlatados, pastillas para desinfectar agua, fríjol, linternas, baterías y medicamentos. Por eso mi padre la había bautizado como Vitalia, una palabra derivada del latín, que quiere decir vida y que, desde ese momento, también nos significó una lección inolvidable. A mis 14 años y medio de edad comencé a experimentar mis primeros cambios de voz. Seguía fumando a escondidas porque creía que así iba a tener una voz gruesa y profunda como de aguardientero. Cuando iba al baño colocaba sobre mi cabeza un balde de aluminio, el cual producía un gran eco, mientras leía noticias, recitaba poemas o imitaba los anuncios de la lucha libre que hacía el conocido locutor Paco Ujueta a través de la Radio Tricolor de Bogotá. Como ya habían trasladado a monseñor Delgado para otra parroquia, cada rato me ofrecía como voluntario para leer la epístola de la misa y así poder practicar frente al micrófono. Una voz que me impactó fue la de un famoso anunciador de apellido Johnson que alguna vez recorrió las calles de Chocontá promoviendo una campaña política. Johnson hablaba con mucha energía a través de un ruidoso sistema de amplificación amarrado al techo de un taxi Ford 48 bastante achacado.

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Además de locutor de almacenes de cadena pensé ser torero porque varias tiendas del pueblo estaban adornadas con motivos taurinos, fotos de Manolete, estoques, banderillas y afiches de inolvidables corridas de los diestros Antonio Ordóñez y Luis Miguel Dominguín. Además, porque a pocos kilómetros, en los alrededores de la laguna del Sisga, pastaban ejemplares de hasta quinientos kilos, bastante bravos y traicioneros, pertenecientes a las divisas de Nicasio Cuéllar y Domiciano Camelo. Yo tuve mi propio toro en casa. Practiqué con él muchísimos días buscando descifrar los secretos del arte de Cúchares. Varias camisas y chiros viejos sirvieron de capote. El ruedo era entre cuadrado y rectangular y formaba parte del zaguán de la casa. Mi ejemplar se llamaba Mi- luyo y embestía con fuerza y velocidad los primeros cinco minutos. Luego arrancaba a jetear, a aflojarse de remos y a lanzar mordiscos al aire y a mis tobillos. Fue un bello perro, híbrido de gozque y bóxer, que nos dio enormes satisfacciones y con el que hice realidad la fantasía de vestirme de luces, salir en hombros, cortar orejas y tal cual rabo.

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1964 – Chocontá. En plena faena del arte de cúchares, en casa, con “Miluyo”.

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Ser alguien La escuela militar

Para el final de 1964 un oficial del Ejército colombiano ofreció en nuestro curso una conferencia sobre la Escuela Militar de Cadetes la cual ya conocía porque tres años antes había asistido a la graduación de mi primo Jaime Plata Aguilar, como subteniente de infantería. Como quería estudiar en Bogotá e independizarme de mi hogar, ésta era la oportunidad perfecta; así que convencí a mi papá e ingresé como cadete, a quinto de bachillerato, justo al comenzar el año. Mi padre siempre había anhelado que alguno de sus hijos se entregara al servicio de la patria y el solo verme uniformado ya era para él una gran recompensa, por lo que no lo dudó y se endeudó hasta los tuétanos para pagar los enormes costos de matrícula y dotación. Cuando me dejaron en la Escuela, mi madre lloró como una Magdalena; me entregó un escapulario de la Virgen del Carmen; me bendijo doscientas veces y al final me sorprendió con su dulzura: una gran taza esmaltada, rellena de arequipe, mi dulce de leche preferido. Las dos filas de reclutas tenían más de tres cuadras de largo y daban la vuelta por la calle 80 y la carrera 36, en el barrio Río negro. Al pasar bajo la arcada de la guardia, un subteniente bastante agresivo me preguntó mi nombre, a lo que le respondí: —Armando Plata Camacho. De inmediato me pegó un grito impresionante y me dijo mirándome fijamente a los ojos: —Señor Plata, ese era su nombre en la vida civil. Ahora usted es el cadete 90, Plata Camacho Armando. Muerto del miedo le contesté: —Sí señor. Entonces el oficial se acercó a mi oído y exclamó a todo pulmón: —Sí mi teniente, cabrón; se contesta: ¡Sí mi teniente!

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Por algunos minutos un agudo silbido rondó mi cabeza, y como una dulce paloma llegué hasta el edificio de la Compañía Santander donde me quitaron toda la ropa, hasta quedar en calzoncillos. Estaba muy asustado, y tiritando, cuando un alférez ordenó: —Reclutas hediondos… pecuecudos y feos… ¡tenderse! Todos nos votamos al suelo y a quienes tenían la cola medio levan les dio patadas y sablazos. —Yo soy Dios… partida de maricones… Éste no es el colegio del hermano teto (Academia Militar San Jorge)… Ésta es la sagrada Escuela Militar… aquí vamos a volverlos hombrecitos… pedazos de… proyecto de cadetes… ¿Ustedes creen que soy una madre? …pues todavía no me escurre mierda por las tetas —concluyó. En ese momento comprendí que me había metido en la jaula del león y que era muy tarde para retractarme. Por la noche llegué al dormitorio con la ilusión de comerme unas buenas cucharadas de mi arequipe, el cual había escondido debajo de la almohada de mi cama. Lo busqué por todas partes, hasta debajo de la cómoda; se lo pregunté a varios compañeros, y todos negaron habérselo robado. Quedé tan triste y decepcionado que esa noche juré convertirme en un “auténtico ladrón” para vengar la dedicación culinaria de mi madre, así tuvieran que pagar justos por pecadores. Muy pronto vino la primera relación de Compañía, una especie de reunión general, en la que los comandantes pasaban revista de todos los artículos que debíamos tener, tales como: medias, pantaloncillos, pañuelos, furniture, guantes, camisetas, crema dental, botas, zapatos, correas, vestidos de campaña y fatiga, uniforme de salida, de parada, daga, riata, boina, cucarda, presillas, escudos, y pomada brasso para brillar las hebillas, entre otros. El día anterior a la revista, muchos reclutas lloraban de la angustia porque estaban descuadrados, o sea, les hacía falta una o varias cosas que misteriosamente se les habían desaparecido. Ahí fue cuando tuve mi desquite; me llegaron a pagar hasta cinco pesos por una camisa, setenta centavos por unas medias negras y dos con ochenta por un par de guantes inmaculadamente blancos. Tapado con pasto, debajo de un hueco de alcantarilla, y cerca de las caballerizas, tenía mi propia bodega con todo tipo de

62 Ser alguien prendas y artículos que me había robado, excepto munición o elementos de uso privativo de las Fuerzas Militares. Semanas más tarde supe que el mercado negro era una práctica común entre casi todos los cadetes. La inmersión en la vida militar tuvo una serie de ritos curiosos, como por ejemplo, el día en que nos purgaron con un amargo brebaje a base de quinina y hojas de paico, llamado quenopodio, el cual nos mantuvo en el baño las siguientes 72 horas. Tuve una diarrea incontenible y un rebote de estómago tal, que se murieron todas mis famélicas lombrices. —Expulsen todos los vicios de la vida civil, mis cadetes —decía sarcásticamente un sargento del servicio de sanidad, mientras nos entregaba dos grageas, y media copa del aceitoso purgante. Horas más tarde, un ayudante del departamento de servicios, trasquiladora en mano, nos quitó hasta el último pelo de nuestra abundante y grasosa cabellera. Desde de ese día, sentí mucho mas frío en el cuartel. Afortunadamente nunca tuve problemas a la hora de formar por orden de estatura, pues era el más bajito de la compañía, y el más flaco de toda la Escuela, junto a Gonzalito Canal, y mi hermano del alma, José Beltrán, hijo del general Ernesto Beltrán Rocha. En cambio, me tocó aprender con sangre el concepto de estar bien alineado. La primera vez que el comandante de mi pelotón, el teniente Carlos Castro García, me vio dos centímetros fuera de posición, me ordenó un castigo inolvidable: tuve que presentarme a las doce de la noche en la guardia, con diez cucarrones vivos, perfectamente alineados sobre un pedazo de cartón. Lo de los cucarrones no fue problema porque estaban en temporada; lo difícil fue alinearlos. Un cadete antiguo (más de un año en la Escuela) me pasó este dato que funcionó a la perfección: —Dibuja una línea, e inserta los alfileres por debajo del cartón para que puedas ensartar los cucarrones, en tres diferentes partes del cuerpo, cinco minutos antes de la revisión; eso sí, ten cuidado de no puyarles la cabeza, porque se te mueren.

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Mi teniente Castro nos hizo la vida miserable; le apodábamos El Chiquito Castro. Era cruel, arrogante e impredecible. Le temíamos porque era implacable en el castigo y poco o nada amigable; solo sonreía cuando expresaba sus comentarios sardónicos, plenos de ironía. En una ocasión me vio con la camisa desabotonada y le dio una rabieta tan grande, que por poco me manda al calabozo todo un fin de semana. En medio de su histeria, me ordenó presentarme en la guardia a la media noche, esta vez, con 150 botones blancos perfectamente cosidos, sobre dos hojas de papel higiénico mojado. Este sabio consejo de un cadete antiguo me salvó la vida: —Pega los botones primero y luego moja el papel rociándolo con spray. A las cinco de la mañana comenzaba un maratón de locos, con el toque de la Diana (señal para levantarse). Al compás del sonido rechinante de la corneta, salíamos disparados hacia las regaderas, donde un “delicioso” chorro de agua helada penetraba nuestros cuerpos como si fueran millones de alfileres. Era una prueba contrarreloj: solo había diez minutos para bañarse, secarse, afeitarse, cepillarse los dientes, arreglarse las uñas de las manos y los pies, peinarse y vestirse. Un pedacito de pelo en la nariz o en la barbilla, era motivo de una sanción conocida como La afeitada a Reyes la cual consistía en rasurar por varias horas la estatua del general Rafael Reyes o de otros próceres de la patria. Amarrarse las botas exigía tanta habilidad y destreza, que parecíamos veloces tejedores, usando cordones en vez de hilo. Al tender la cama, las colchas debían quedar tan templadas, que si un alférez le lanzaba una moneda, ésta tenía que rebotar hasta el techo. Las normas eran estrictas: el forro de la almohada nunca podía tener la más mínima arruga, la cómoda debía quedar milimétricamente ordenada, los zapatos brillantes como espejos, y jamás podía haber polvo, hilachas o basura. Cuando bajábamos a la primera formación del día, el que se quedara joche (rezagado) era sometido al implacable escarnio público. El nivel académico de la Escuela Militar era altísimo, exigente y competitivo; algunos de mis compañeros de salón ocuparon

64 Ser alguien siempre los primeros lugares de su promoción. Teníamos profesores universitarios que dictaban ciertas cátedras en la Escuela Superior de Guerra y en las mejores universidades de Bogotá. Estudiábamos de siete a once de la mañana, y de cuatro a siete de la noche. Atrás de nuestro salón de clases había una pequeña bodega llena de mapas, gráficos y otros tipos de ayudas para la enseñanza. Pronto la convertimos en nuestro “dormitorio” alterno; allí foquiábamos (dormir) por turnos, mientras otros alumnos se quedaban de centinelas. Me gustaba arroparme con unos grandes mapas, impresos sobre tela amarilla, que calentaban el cuerpo en minutos; como almohadas usábamos las botas. De lunes a viernes, a las once y media de la mañana, (excepto los jueves) teníamos relación, donde cinco pelotones formaban frente al comandante de la Compañía Santander, el capitán Hernando Negrete Castaño. Cada pelotón tenía su propio comandante que por lo general era un teniente efectivo. Las escuadras estaban integradas por doce cadetes. Desde Negrete hasta el último de los reclutas, quedaba enterado de los últimos acontecimientos; se aclaraban chismes y se anunciaban premios y castigos, según el orden del día. Negrete tenía unas respuestas muy originales. Cuando Pava Camelo Humberto, en medio de una relación le pidió permiso para ir a ver a su abuelita que estaba muy enferma, mi comandante le contestó: —¿Y es que usted es médico, cadete Pava? Días más tarde, Pava volvió a pedir permiso: esta vez para asistir al entierro de la abuelita. Negrete, fríamente le replicó: —¿Y es que usted es también sepulturero, cadete Pava? Pronto le comencé a desarrollar una gran apatía a estas famosas relaciones, por lo tediosas y extenuantes. Para tener una excusa perfecta y no asistir a las formaciones, me enrolé en actividades como: ayudante del teniente capellán Alberto Gómez Mejía, acólito, miembro de la banda de guerra, integrante del equipo de ajedrez y hasta auxiliar en la proyección de películas. Con el tiempo el capar (faltar) fila me saldría sumamente caro.

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El temblor

Mis primeras semanas como recluta fueron difíciles porque no tenía una buena condición física. Quedé relegado al infeliz grupo de los vaselinos, aquellos que siempre llegábamos de últimos, nos ahogábamos al correr y éramos pésimos para el salto del burro. Fui brutísimo para la gimnasia y las flexiones, tanto, que jamás logré tocar la barra con la barbilla. Era fatal para el orden cerrado y para memorizar las rutinas de los desfiles y paradas. Gasté tres meses para amansar las botas hasta que saqué costras en la planta de los pies, varios callos y un principio de juanete. Los cadetes antiguos, pero especialmente los alféreces, tenían mando sobre nosotros y nos trataban como animales. ¡Eran Dioses! Por algo llamaban al Club de alféreces, El Olimpo de los buitres. Insistían en que no nos era permitido, ni digno, mirarlos directamente a los ojos ya que podíamos quedar ciegos ante la luz infinita que expedía su ser. Por ningún motivo debíamos acercarnos a ellos a menos de dos metros de distancia ya que era casi un delito de lesa humanidad. Nos hacían sentir mucho menos que una cucaracha. La peor maldición era tener la vara cagada (caer mal). Un milagro y una bendición era tener vara (caer bien). Nos ordenaban las cosas más absurdas y nos humillaban a cada momento. Una vez tuve que gritar cien veces a todo pulmón: “Yo soy una güeva”, mientras me balanceaba colgado de un travesaño del bar, a la hora del recreo. Abajo había una fuente de agua luminosa y, claro, muy pronto me cansé y me caí, mojándome por completo, en medio de las risas de todos mis compañeros. En otra oportunidad tuve que hablar a solas con la estatua del general Atanasio Girardot por tres horas como castigo por haber ingresado a un salón sin haber pedido permiso antes, como era la norma cuando había un alférez adentro. Debíamos recitarles de memoria una famosa oración que decía: —Yo, recluta hediondo, pecuecudo y feo, que no merezco la lavaza para marranos que me trago. Oh, mi Alférez, ayúdame a ser digno de ti, con saltarines (saltos en cuclillas) fortalecerme y con tus castigos ayúdame a ser algún día, tan grande como tú.

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Las primeras noches alcancé a llorar y a creerme un perdedor, una güeva y un aborto de la naturaleza como me decía mi teniente Castro. Pero pronto me di cuenta de que a ellos también los trataron así y ahora simplemente se estaban desquitando con nosotros. “Ya me llegará mi turno”, pensé con cristiana resignación. A mi lado, mi lanza, (amigo) Jaime Pérez Villarreal me dio ánimo y me dijo: —Debes aprender todas las perradas para sobrevivir o si no te vas a joder. En el amor, en la milicia y en la vida triunfan los más perros. Jaime me abrió los ojos. Era consciente de mis limitaciones en lo físico y de mi potencial en lo intelectual, por lo que me propuse salir adelante y convertirme en uno de los mejores estudiantes de mi promoción. Logré las mejores notas en mis primeras evaluaciones, despertando de inmediato la atención de algunos profesores y el reconocimiento de mis compañeros de clase. Esta validación fue clave para orientarme hacia la nueva meta de mi vida: llegar a ser un militar especializado en asuntos de comunicaciones, relaciones públicas o algo parecido. A los 400 reclutas que entramos a cursar quinto de bachillerato nos llamaban ovejos, a los 200 que ingresaron ya bachilleres les decían recabros, y quienes habían perdido el año se conocían como paracaidistas. A un ovejo le tomaba cinco años llegar a ser subteniente, a un recabro solo tres. Los ovejos con apellidos de la A a la M eran de la compañía Bolívar, los de la N a la Z estábamos en la Santander, los recabros formaban en la compañía Girardot. Todas las mañanas trotábamos más de diez kilómetros alrededor de la Escuela y cantábamos corridos (himnos) como el que nos identificaba, el de los sufridos ovejos, el cual decía: Entrar pronto a la Escuela como ovejo es lo ideal, y no como los cabros y recabros a volar. Estamos como cinco años, como mil años, sin ascender, los ovejos tras los recabros, sin alcanzar. Por eso los ovejos de la Escuela Militar, somos los mas pendejos, los demás son Supermán.

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Cuando los buitres (alféreces) se rebotaban, un manto negro se posaba por todas partes como una maldición. Estábamos almorzando cuando Orlando Parra Martínez me dijo: —¡Parece que tembló! —No lo sentí, ¿sabes? —le respondí. Parra soltó una carcajada y dirigiéndose al resto de la mesa exclamó: —Oigan, la pelota del Plata no sabe qué es un temblor. Todos se mofaron de mí y dijeron casi al tiempo: —Mucho güevón. Segundos después alguien gritó: —¡Atención! Soltamos los cubiertos y nos pusimos firmes y quietos como estatuas. Por la puerta principal entró mi brigadier mayor, Encinales Arana Darío, uno de los alféreces más exitosos, temidos, corpulentos y arrogantes de la Escuela. A un cadete que estaba obstaculizándole el camino lo empujó con tanta fuerza que fue a parar envuelto en las pesadas cortinas de un gran ventanal. Avanzó dos pasos y con voz profunda, irónicamente arengó: —Buenas tardes mis cadetes, ¿están bien alimentaditos? Los veo gordos... rechonchos... simpáticos... mejor dicho, hechos unos nenés de la alta sociedad. Tenemos que bajar de peso, papitos. A partir de este momento entramos en servicios especiales… ya es hora de que hagamos nuestro primer zafarrancho del año… para comenzar, vuelta a la guardia… alféreces ¡impulsar! Salimos como una tromba; pero al pasar por la puerta del comedor, como cuarenta alféreces estaban alineados, listos a recibirnos con golpes de sable, sombrerazos, coscorrones y patadas. Unos encima de otros llegamos a la plaza de armas donde nos esperaba otro grupo de alféreces prestos a impulsar, es decir a correr detrás de nosotros empujándonos a base de látigo y sablazos. La guardia estaba como a un kilómetro, le dimos la vuelta, y justo ahí, un tercer grupo de alféreces nos siguió impulsando hasta que llegamos de nuevo a nuestra mesa en el comedor. Muchas jarras de jugo quedaron en el piso junto a platos rotos, sobras de arroz, papa, carne y algunos pedazos de pan con mantequilla. —Tienen tres minutos para terminar de almorzar y para dejar completamente limpio el comedor —ordenó Encinales.

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—Ya les traigo el postre, mis amores —concluyó con una sonrisa maliciosa. Exactamente a los tres minutos revisaron mesa a mesa. Aquellos que dejaron algunas migajas de pan en el suelo fueron castigados con un curso de bombillo (vestirse, desvestirse, acostarse y levantarse cada media hora, toda la noche, previa presentación al oficial de guardia). A cinco recabros que estaban masticando los sancionaron con dos días de calabozo. A mi amigo, Nelson Rodríguez Saavedra lo obligaron a arrodillarse sobre seis tapas de cerveza, colocadas boca abajo. Morado de la ira, contuvo la respiración y las lágrimas, mientras los bordes de las tapas le dejaban cicatrices de por vida. (Este castigo conocido como El Suplicio Chino tenía una variante inventada por el alférez de origen chocoano, Álvarez Copete, denominada El Miriñaque que consistía en arrodillarse sobre casquetes o vainillas de munición vacías). Acto seguido, mi brigadier mayor Encinales exaltó el orden y la limpieza en los dormitorios: —Señores, estoy profundamente impresionado porque las cómodas parecen verdaderas tacitas de plata cuidadas por monjitas de la caridad. Nos vemos en la plaza de armas en cinco minutos. Todo mundo en sudadera. Ah… dejen los dormitorios como siempre, bien bonitos. Esta vez los alféreces no nos impulsaron. Estaban frente a las entradas de la compañía recordándonos muy amablemente: —Pilas, que mi brigadier está puto. Nuestro dormitorio quedaba en el segundo piso. Al final de la escalera nos topamos con un espectáculo aterrador: catres boca arriba, cómodas por el suelo, colchones taponando las entradas, sábanas amarradas, colchas y zapatos amontonados, camisetas y medias revueltas, toallas en los baños, almohadas colgadas en las ventanas y calzoncillos extendidos. Parra Martínez entre risa y rabia me dijo: —Hermanito, éste es el temblor. A lo que le repliqué: —Temblor no... ¡terremoto! Como no bajamos a tiempo y reorganizarnos nos tomó más de una hora, Encinales Arana advirtió que esa noche las compañías

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Santander, Bolívar y Girardot saldrían para la playa. Entretanto nos mantuvo entretenidos haciendo lagartijas, saltarines, dando vueltas a las estatuas de los Generales, caminando en cuclillas y corriendo bajo la amable supervisión e impulso de los alféreces. Todo daba a entender que mi brigadier Darío, sí estaba indignado. Fue un día agotador. Caímos como piedras en la cama. A las dos de la mañana el corneta tocó la diana dentro del dormitorio (normalmente es afuera) y entre sueños, miré el reloj. —Es un error —pensé, y me di media vuelta arropándome un poco más. Otra vez sonó la corneta y de una quedamos firmes ante la grata presencia de Encinales y su combo, quien comentó: —Muñecos, buenos días. ¿Pensaron que me había ido sin despedirme? No, ni más faltaba. Tenemos que ir a la playa. Atención… firr. Cadetes, levantar el colchón… al hombro arr... salir al frente de la compañía… carrera marr…”. El frío era penetrante. Los focos de los postes del alumbrado público parecían planetas blancos en medio de la bruma densa. Nosotros lucíamos como marcianos descalzos en pijama. —Bajar las cómodas con todos sus enseres, ¡ya! —concluyó el futuro oficial. Varias veces sobre el asfalto tendimos y destendimos nuestra cama. También vaciamos y ordenamos la cómoda metálica de seis compartimientos, la cual estaba tan fría, como un bloque de hielo verde oliva. —Y bien, encantadores jovencitos, nos vamos de paseo por la playa (la grama). Cadetes, cerrar la cómoda. A la orden de Encinales, el sonido de medio millar de puertas fue como el de una caneca gigante de basura. Cuando gritó: —Vuelta a la guardia con las cómodas al hombro…Alféreces ¡impulsar! No sé por qué pensé en las catorce estaciones de Cristo cargando la Santa Cruz. Pisar el pasto, casi congelado, fue como caminar sobre tizones calientes, respirando niebla y exhalando vaho tibio. Cien metros más adelante, prado adentro, ya no sentía las piernas ni las manos.

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Me ayudó el hecho de venir de Chocontá y estar acostumbrado al frío o de lo contrario me habría despencado (desmayado); como sí les pasó a varios estudiantes de origen costeño. Otros fueron a parar a la enfermería con problemas renales, erupciones en la piel, resfriado y episodios de hipotermia. Las pijamas nos quedaron empapadas de sudor y rocío. Fue una experiencia cruel, fuerte y traumática. Reflejaba la filosofía de la época: la letra con sangre entra. Años más tarde el comando superior prohibió estos métodos de formación militar. Algunos integrantes de la vieja guardia criticaron la decisión argumentando que la milicia se había suavizado. Encinales ocupó el primer puesto del curso de 1965. Siendo oficial en servicio activo, se envainó (problemas) por abuso de poder, al usar a un soldado como caballo, dándole látigo y rayándolo con las espuelas de sus botas. El Ejército colombiano le dio de baja después de un sonado consejo de guerra.

1965 - “Recluta inmundo, pecuecudo y feo.” Escuela Militar de Cadetes. Ejercicios Militares en Santa Isabel, Tolima.

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¿Emboscada?

El primer semestre en la Escuela fue muy intenso en instrucción militar. Armamos, desarmamos, aceitamos y brillamos tantas veces nuestra arma de dotación, fusiles punto treinta, que al final lo hacíamos casi a ciegas. Luego de nuestra primera práctica de tiro al blanco en el polígono de la Escuela de caballería, con munición de verdad, no pude levantar mi brazo derecho del dolor debido a la cantidad de golpes de culata que recibí al disparar. Con el tiempo nos acostumbramos al ruido de las detonaciones, al olor de la pólvora y al silbido de los proyectiles en el aire. Podíamos distinguir fácilmente entre el sonido de una carabina, una ametralladora punto cincuenta, un revólver, una pistola o un simple disparo con munición de salva. Usando como material didáctico varios planos de topografía en relieve y algunos bultos rellenos de heno, los oficiales nos enseñaron las técnicas para lanzar morteros y granadas, así como la manera más efectiva de dominar al enemigo en un supuesto combate cuerpo a cuerpo usando fusiles con bayonetas encaladas. Finalizando mayo de 1965 toda la Escuela Militar se desplazó hacia el municipio de Santa Isabel, departamento del Tolima, en una larga caravana de camiones, para iniciar diez días de ejercicios de combate conocidos como La Campaña. Recibimos pastillas para purificar el agua, varias raciones de enlatados, una especie de mapa de la región y una hoja con instrucciones para sobrevivir. Nos deslizamos como anfibios entre charcos de aguas negras, caminamos sobre pozos de barro y arena movediza, escalamos torres construidas a partir de escaleras de lazos, aprendimos a no quedar atrapados entre cercas de alambre de púas, y vestidos con traje de fatiga probamos varios tipos de maquillaje, elaborados con betún negro, para luego mimetizarnos entre la naturaleza. Armamos varios vivacs con carpas y toldillos, construimos un rancho móvil para preparar nuestros alimentos y entre ramas y hojas de matas de plátano, abrimos varios huecos, como letrinas. Una tarde, luego de cinco horas de caminar alrededor del pie de monte, durante una práctica de patrullaje, encontramos a

72 Ser alguien nuestro comandante, teniente Carlos Castro García, asando varias aves al aire libre. Después de explicarnos cómo crear fuego frotando piedras sobre madera seca, muy amablemente nos invitó a comer. Hacía un sol infernal, la temperatura estaba en 39 grados centígrados y estábamos exhaustos. Yo me devoré una pierna, un pernil y un ala. Mi compañero de escuadra Humberto Pava Camelo (años después Senador de la República) me ofreció un poco de vísceras medio ahumadas, las que rechacé porque no me gustan. Al terminar, Castro pidió tapar con tierra las cenizas para no dejar rastros. Luego nos reunió alrededor de un montículo de piedras. —¿Les gusto la comida? —Sí mi teniente —respondimos casi en coro. —Me alegra muchachos... ¡buen provecho! Cadete Salas Ramírez José, levante las piedras —enfatizó el oficial. Cuando El largo Salas las separó, aparecieron pedazos de patas, garras, plumas negras, sangre y cabezas con picos largos. —Señores, cuando se tiene hambre se come lo que sea… Ustedes se acaban de devorar estos lindos chulos y gallinazos… ¡Bienvenidos al club de la buena mesa! —concluyó sardónicamente, mi teniente. Desconcertados nos miramos unos a otros, se nos revolvieron las tripas y comenzamos a trasbocar. Ya era tarde; por nuestro sistema digestivo circulaban fragmentos descompuestos de carroña asada. Y tal como lo había pensado antes, la carne sí estaba dura, un poco amarga y cauchosa. Al día siguiente iniciamos un ejercicio de reconocimiento de terreno el cual consistía en llegar hasta un punto determinado, en el menor tiempo posible. Desde tempranas horas, avanzamos en fila por la floresta, tomando nota de todos los detalles; y hacia las once de la mañana, fuimos los primeros en arribar a la meta: una preciosa cascada rodeada de maleza. Esperamos un rato y como no aparecían las otras patrullas, decidimos tomar un delicioso y refrescante baño, aprovechando un recodo del riachuelo. Algunos nos habíamos desvestido cuando sorpresivamente se escuchó un disparo. Por instinto todos nos botamos al suelo,

73 ARMANDO PLATA CAMACHO excepto dos de nuestros compañeros: Parra Martínez Orlando y Pinzón Espinel Carlos. Parra comenzó a llorar, a retorcerse y a gritar: - Ay jueputa, me dieron… ayyayy… mi rodilla… Dios mío, ¡ayúdame! Pinzón también se quejaba, y señalando hacia una de sus botas dijo: —Hermano ¡me quemaron… me quemaron! Yo me puse pálido, sentí mariposas volando por mi estómago y lo único que se me ocurrió fue echarle mano a mi casco y a mi fusil. Los segundos fueron eternos; perdimos la sensación del tiempo y el espacio. Entre gritos, órdenes y contraórdenes entramos en pánico: —¡La guerrilla! —No, son francotiradores… —No, son ladrones… —Dejen de mamar gallo… —¿Es de verdad? —Mierda, ¡nos emboscaron! Las voces se apagaron. Hubo un corto silencio, interrumpido por el aleteo de unos pájaros y otro quejido de Parra: —Me estoy muriendo… ¡ayúdenme! —No puedo pararme —agregó Pinzón, llorando. Caminando lentamente, de espaldas, y mirando hacia todas partes, nos fuimos acercando a nuestros compañeros. Poveda Fajardo Julio preguntó: —¿Qué pasó, Parra? Éste lo miró con dolor y le respondió quitándose las manos del pantalón: —¡Me volaron la rodilla! La sangre le brotaba entre astillas de hueso blanco y tejido gelatinoso. La bota del pie derecho de Pinzón, también rebosaba de sangre. Cuando se la quitamos, le faltaba más de la mitad del dedo gordo. —Hagamos una camilla urgente —sugirió Pérez Berrocal José Vicente, a lo que nos sumamos con Prieto García Jorge y Quiñones Toro Guillermo.

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Con varias cañas de bambú, lazos y carpas, improvisamos las camillas. Sí, las improvisamos, pues al levantarlas, se desmoronaron como arena porque las construimos con bambú podrido. Al parecer nuestros errores les provocaron más heridas a Parra y a Pinzón. Una vez les pusimos sendos torniquetes para pararles la hemorragia, fueron evacuados por helicóptero hasta el Hospital Militar de Bogotá. Entretanto, muy triste, cabizbajo y apesadumbrado, Perdomo Lozano Jorge, lamentaba su mala suerte, al disparársele, accidentalmente, un proyectil de su fusil punto 30. A Parra le reconstruyeron los meniscos, la rótula y parte del fémur. Después de varias operaciones volvió a caminar aunque con alguna dificultad. Se graduó de oficial y alcanzó a prestar varios años de servicio activo a pesar de vivir muy desmoralizado por este lamentable incidente. Las heridas de Pinzón Espinel fueron leves y meses más tarde fue dado de baja, en un histórico episodio que relataré más adelante.

De porte marcial

Luego de la campaña nos concentramos en la preparación de la ceremonia de entrega de dagas, un evento muy esperado por todos los reclutas, pues después de jurar bandera tendríamos tres días libres. Era nuestra primera salida en casi seis meses. Lustramos los zapatos; los dejamos como espejos. Planchamos los uniformes hasta borrarles las arrugas. Los guantes parecían un copo de algodón inmaculadamente blanco. Peinamos los penachos, ajustamos las riatas, brillamos las hebillas con pomada brasso, y cepillamos con Griffin All White (betún blanco) los cinturones y los morrales de parada. Ese primero de junio de 1965, día del Ejército y día de la Escuela Militar de Cadetes José María Córdoba, fue suntuoso. Desfilamos marcialmente por la playa frente al Presidente de la República, Guillermo León Valencia y a sus más de mil invitados. Presentamos una vistosa revista de gimnasia americana y gimnasia con armas. Izamos el pabellón nacional y frente a él, juramos ser sus soldados leales. A voz en pecho recitamos esta hermosa Oración a la Patria:

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Colombia patria mía, te llevo con amor en mi corazón. Creo en tu destino y espero verte siempre grande, respetada y libre. En ti amo todo lo que me es querido: Tus glorias, tu hermosura, mi hogar, las tumbas de mis mayores. Ser soldado tuyo es la mayor de mis glorias. Mi ambición más grande es la de llevar con honor, el título de Colombiano; Y llegado el caso, ¡morir por defenderte! En las graderías mi padre lloraba de alegría y orgullo mientras mi madre trataba de encontrarme entre centenares de cascos, idénticos y milimétricamente alineados. A su lado mis hermanos se veían bien presentados con ropa nueva sacada a crédito en el almacén de don Carlos Linares, en Chocontá. Cuando mi general, Guillermo Pinzón Caicedo, director de la Escuela, le entregó la copa Ahumada Guillén a Millán Pérez Fernando, como el mejor estudiante, me desinflé por completo, pues el hombre me ganó por centésimas de punto en álgebra y porque además era un bravo para la educación Física. Por la tarde, la ansiedad por salir se nos notaba a leguas. Nuestros corazones saltaban como el de los reos regresando a la libertad. Uno a uno íbamos pasando frente al comandante de guardia para una inspección final. A mí me tocó un teniente al que le tenía la vara cagada. Me miró de arriba a abajo. Me ordenó: —Guantes al frente. Los miró por todos lados, incluso se agachó un poco para verlos de abajo hacia arriba. Luego sacó un estilógrafo Sheaffer y lo presionó suavemente hasta que salió una gota de tinta negra. Cuando ésta cayó sobre mis guantes blancos, contraje el ano de la ira. —Mi cadete Plata, ¿usted cree que puede salir con unos guantes sucios? Me preguntó con una expresión inquisidora. —¡No mi teniente…! —le dije. —El hijueputa soy yo mi teniente —pensé.

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Luego di media vuelta y me dirigí a mi bodega de cosas robadas donde por fortuna tenía varios pares de guantes nuevos. Esperé el cambio de guardia y después salí feliz rumbo a Chocontá.

1965 – Con mi padre el día que me gradué como Cadete en la Escuela Militar.

Indiscutiblemente la experiencia militar me estaba transformando. Me sentía una persona más segura, independiente, respetuosa y en control. Y lo reflejaba al caminar, saludar, hablar e interactuar.

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Estaba orgulloso de lucir mi uniforme en público; de verme elegante y distinguido y de ser el centro de atracción. El traje de salida consistía en un pantalón marino, con una franja vertical roja a los lados, zapatos negros de charol, chaqueta verde de cuello alto con botonería dorada, guantes blancos y un kepis verde con visera negra brillante. Algunos ex compañeros del colegio Rufino José Cuervo, dueños de un humor ácido y corrosivo lo llamaron Vestido Papagayo por el contraste de sus fuertes colores tropicales. En Chocontá fue un éxito sin precedentes desde el primer momento y no me lo quité durante mis tres días de vacaciones, ni permití que mi hermano John se lo probara o se tomara fotografías junto a él. Con uniforme no me gustaba verme de perfil, pues me horrorizaba comprobar que el kepis me hacía ver muy cabezón, con una protuberancia occipital tan fuera de lo común, que parecía medio huevo. De regreso a la Escuela vinieron los ensayos para el gran desfile del 20 de julio, día de nuestra independencia. Fueron jornadas interminables de cinco y hasta seis horas de marcha, con fusil al hombro; al compás de tambores, bombos, platillos, trompetas, clarines, triángulos y marimbas de la banda de guerra. A veces, aprovechábamos cualquier parada para dormir de pie. Nos pegábamos hombro a hombro, hasta que cada escuadra formaba una línea compacta. Luego nos inclinábamos hacia atrás para que las bases de nuestros morrales quedaran engarzadas en los fusiles con bayonetas de nuestros compañeros de la segunda escuadra. A su vez, ellos se apoyaban igual en la tercera fila. Finalmente, los de la cuarta línea, se inclinaban hacia adelante para crear una fuerza sinergética, muy efectiva, a la hora de dormir. Nadie podía moverse y todos quedábamos unidos y compactos. Lo único malo era que cuando alguien se desmayaba, parte del pelotón caía como fichas de dominó. La parada militar del 20 de julio en Bogotá fue muy vistosa, pero larga. Desfilamos junto a los batallones de las Escuelas de Infantería, Artillería, Caballería, Ingenieros, Comunicaciones, Mecanizada, Policía Militar, Guardia Presidencial, Fuerza Aérea,

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Marina y Policía Nacional, entre otros. Nunca había visto tanto casco junto, ni tanta boñiga de caballo en las vías. Pasamos entre kilómetros y kilómetros de público entusiasta que nos aplaudía y vivaba. Desde lo alto de algunos edificios de la carrera 13, entre calles 72 y 19, nos lanzaron confetis, flores y pequeñas hojas de papel. De reojo alcancé a ver a grupos de colegialas que nos mandaban besos y miradas insinuantes. Delante de nosotros, una vieja caravana de tanques de la segunda guerra mundial expedía un humo y un hollín tan penetrante, que se nos enrojecieron los ojos y se nos ennegrecieron las fosas nasales. Cuando llegamos al palco de honor, un escuadrón de ocho aviones de combate pasó rasante dejando una estela de humo y un ruido ensordecedor. Solo después de soportar dos horas extras de discursos y condecoraciones, regresamos por la tarde a la Escuela donde nos esperaba el primer bocado de comida caliente del día. A partir de entonces nuestra participación en diferentes desfiles y eventos fue más frecuente. Para septiembre, nos invitaron a la inauguración de una estatua del general Rafael Reyes, en Santa Rosa de Viterbo. Habían pasado cinco años y era una buena oportunidad para reencontrarme con mis amigos de infancia y ex compañeros del colegio Carlos Arturo Torres. Pero, las cosas no se dieron. Llegamos a las dos y nos regresamos a las tres. Mi teniente Espinosa Arguello Carlos, comandante de la operación, nos dijo tajantemente: —Vinimos a lo que vinimos, jovencitos. No estamos aquí para socializar como reinas de belleza. Así que, ni modo de disfrutar lo que hasta ese momento parecía un buen chicharrón (misión). Mi padre y el director de la Escuela, brigadier general Guillermo Pinzón Caicedo, se hicieron muy buenos amigos a raíz de que a ambos les gustaba la poesía. Eso me ayudó a ganar un poquito de vara con algunos oficiales y alféreces.

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Finalizando 1965 tuvimos nuevos ejercicios de campaña. Esta vez en Los Montes de Almeida, llano adentro, entre San Martín y Puerto López, en el departamento del Meta. Por más de una semana don Luis Plata nos acompañó como invitado especial, con privilegios como el de pernoctar en el vivac del comando general, tomar whisky con los altos mandos, viajar en helicóptero, vestir trajes de fatiga y desplazarse en el jeep de mi general. Estábamos en una práctica con armamento semipesado, cuando de repente frenaron varios vehículos con soldados que sostenían enormes ametralladoras. Nos rodearon algunos escoltas con grandes radioteléfonos a sus espaldas. Me emocioné cuando los vi llegar. El instructor, mi teniente Adolfo Clavijo (apodado barbuquejo) dio un breve parte, sin novedad especial. Estábamos frente a mi general Pinzón Caicedo. Su presencia inspiraba respeto y autoridad. Tenía indiscutible don de mando. Era un líder nato. Llevaba un gran sol de oro en su gorra y en cada una de sus charreteras. Se desplazaba pausadamente, leyendo nuestros apellidos impresos sobre una franja de tela blanca adherida a nuestro field-jack a la altura de la tetilla izquierda. —¿Así que éste es tu hijo? —le preguntó a mi padre quien estaba varios pasos atrás. —Sí mi general… Él es mi Armandito. Quedé petrificado cuando Pinzón preguntó: —Teniente Clavijo… ¿cómo se desempeña el cadete Plata? —Bien, mi general… cuando quiere, es bastante espiritista… (dinámico) —le respondió con fuerza y temple. Pinzón se quedó mirándome fijamente a los ojos, hizo una pausa y exclamó: —Espero que sea un buen soldado de la patria y un buen colombiano. A lo que respondí con aguaje (energía): —Como ordene, ¡mi general! Al terminar la inspección, Pinzón Caicedo y su comitiva se alejaron en medio de inmensa polvareda. Mi padre a lo lejos me

80 Ser alguien guiñó el ojo con una sonrisa de enorme felicidad y satisfacción. En la tarde el viejo escribió este poema:

Cadete: Muchacho elegante, de porte marcial; Con aire tan serio, más que general; Desde mi ventana te miro bajar, Palpita mi pecho al verte pasar; Quisiera reír, Quisiera cantar; Y al final de cuentas Me pongo a llorar. Cadete: Vas para terreno, vas para ejercicios; Muchacho tan guapo jamás había visto; Tu por una senda, yo por un camino, Pero cada cual, fiel a su destino. Sé que eres muy vivo Y de gran talante; Mas no me conforma Saberte arrogante. Cadete: Con penacho airoso, si vas de parada Destello y bravura hay en tu mirada; Con ritmo perfecto marcas el compás, Muy cerca a tu lado yo quiero marchar, Darte un vaso de agua, Llevar tu morral Y como una hermana Tus pies enjuagar. Cadete: Célibe y valiente te quiere la Patria; Cuando esto recuerdo la vida se me agria; Llegará el día que seas oficial; Con chica bien guapa te irás a casar; En esta verdad

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No quiero pensar; Mas por hoy, siquiera ¡Vuélveme a mirar!

A mi hijo, Licenciado Luis Plata Poveda.

¡Mucha “chucha!”

Los últimos días de la campaña en Los Altos de Almeida fueron excesivamente lluviosos. Cuando regresábamos a Bogotá tuvimos que parar intempestivamente cerca de la base aérea de Apiay, en las afueras de Villavicencio. Como arreció, no alcanzamos a armar ningún vivac. Estábamos exhaustos. Todos los alrededores se inundaron y el nivel de las aguas alcanzó más de setenta centímetros de alto. Hacia la media noche hubo una gran tormenta eléctrica. Recuerdo que me asusté muchísimo pues pensé que en cualquier momento un rayo nos iba a electrocutar. Fue una auténtica noche de perros, a pesar de que tuve la suerte de encontrar un pequeño espacio debajo del guardabarros de la llanta delantera de un camión militar, donde logré meter la cabeza un buen rato, tratando de conciliar un poco de sueño, hasta que terminé mareado por el olor a gasolina y aceite que emanaba el motor. Solo hasta el mediodía logramos sacar del barro los vehículos que quedaron enterrados. Y ya, rumbo a la Escuela, tuve náuseas por la cantidad de curvas que tomó el camión, y por el olor insoportable de nuestra ropa y botas mojadas. En enero de 1966 dejé de ser recluta, con la llegada de nuevos estudiantes, entre ellos un muchacho igual de flaco a mí: José Beltrán. Muy pronto nos hicimos amigos. Me contó que era hijo del general Ernesto Beltrán Rocha, por esa época, director de la Industria Militar, miembro de importantes Juntas directivas y profesor universitario. Con José nos hicimos uña y mugre, al punto que en una salida me invitó a su casa en el barrio La Soledad de Bogotá. Me presentó a su padre: un hombre alto, elegante y de

82 Ser alguien mucho porte. Cuando me saludó de mano y me invitó a tomar un whisky, por poco me desmayo. Era la primera vez que tomaba whisky, y la primera vez que me daba la mano un General. —Tú eres Plata, ¿de dónde? —De los de Chocontá, mi general. —Aja… Pero los Plata vienen de Zapatoca, Santander, ¿verdad? —Eso dicen mi general. —Decime Ernesto… —Como ordene mi general. Estaba completamente atortolado, no coordinaba ninguna idea. Me parecía imposible ser amigo de un ¡general! Jamás pude decirle Ernesto. A lo sumo alguna vez le dije: Sí, señor. No sabía cómo actuar, pues me confundía la enseñanza de mis padres de jamás ser confianzudo, y de respetar siempre a las personas mayores en edad, dignidad y gobierno. Mi general fue muy especial y siempre me hizo sentir cómodo, de tú a tú. Su trato fue sincero y amable. Me mostró su colección de armas, sus condecoraciones y la foto de su difunta esposa. Sufría profundamente y en silencio su ausencia. En algún momento de la conversación, Beltrán Rocha me dijo estas palabras que marcaron para siempre mi futuro: —Armando, tienes mucho potencial y vas a hacer de tu vida lo que te propongas. Estoy seguro de que vas a triunfar… sé que saldrás adelante. ¡Cómo me agrada que seas amigo de mi hijo! Sentí tanta emoción al escucharlo, que sus palabras elevaron mi autoestima para siempre. Me hizo ver el horizonte y encendió una fuerza motivadora sin límites. En la casa de los Beltrán descubrí a Los Beatles. José y su hermano Carlos tenían todos sus discos. No entendía las letras pero me seducían las melodías y el ritmo. Ahí nació mi amor por el rock, una música que me llegó de inmediato porque la sentí diferente, libre y creativa. José también me enseñó un Long Play de Los Rolling Stones. Durante una comida conocí a Sandra y a Clemencia, las dos hermanas de José. Clemencia me fascinó al instante. Me pareció una mujer guapa, inteligente, con clase, simpática y distinguida.

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Quedé totalmente flechado. Estuve a punto de invitarla a salir pero me arrepentí por temor a que me rechazara pues la veía en un nivel social y económico muy superior al mío. En otra oportunidad José y su padre me invitaron un fin de semana a su finca de recreo ubicada en una bella meseta, entre Fusagasugá y Arbeláez, a cien kilómetros de Bogotá. El viaje lo hice en el carro asignado por el Ejército a mi general, un Mercedes Benz, verde oliva, del año. Me sentía viviendo una fantasía ya que era la primera vez que me subía a un Mercedes tan lujoso. La casa era muy pintoresca y estaba rodeada de varios viveros donde germinaban miles y miles de tallos de pino candelabro. Beltrán Rocha era amante de la naturaleza. También cultivaba flores y árboles frutales. Al atardecer del domingo, mientras subíamos las empinadas montañas de la cordillera Central de Los Andes, hacia El Alto de San Miguel, mi general sintonizó en el radio del carro un programa de música americana suave. Ahí fue donde descubrí la voz magnética y melodiosa del locutor Otto Greiffestein en su programa “La Hora del regreso” que se transmitía de seis de la tarde a siete de la noche, a través de la cadena radial Caracol. Su fraseo, su estilo y su muy particular manera de hablar rápidamente quedaron en mi memoria. Desde esa tarde, comencé a imitarlo, a hablar como él, y a presentar, imaginariamente, canciones como él. Definitivamente, Otto Greiffestein fue mi más temprana influencia como locutor. Y hablando de generales, en las primeras semanas de 1966 fue nombrado como director de La Escuela Militar, el general Hernando Currea Cubides, en reemplazo del general Guillermo Pinzón Caicedo. Currea llegó pisando fuerte. Era muy autoritario y le gustaba que sus subordinados tuvieran una imagen dura de él, al punto que muchos lo llamábamos, en voz baja, mi general comemierda. El nuevo año nos trajo a los cadetes otro comandante de pelotón, el teniente Adolfo Clavijo, apodado barbuquejo, un oficial mucho más simpático que El Chiquito Castro. Cuando Castro se despidió sentimos un gran alivio y estuve a punto de pagar una misa de acción de gracias.

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Clavijo tenía un agudo sentido del humor. Para los juegos ínter compañías me inscribió a la fuerza en el equipo de boxeo en la categoría del peso pluma. Con tan solo tres o cuatro clases y algunas horas de entrenamiento con peras y saltos de lazo, de la noche a la mañana me encontré en la mitad del ring frente a un público de quinientos cadetes. Mi primera pelea la gané por W ya que mi contrincante tuvo problemas de última hora. Automáticamente pasé a los cuartos de final: esta vez ante toda la Escuela. Mis compañeros me hacían barra, gritaban y me daban ánimo. Cuando llegó el momento de la verdad, quedé frío al ver a mi contrincante: un cadete costeño mucho más fornido que yo, y con un mayor alcance en sus brazos. Al sonar la campana, por poco me tragué el protector de los dientes. Hice un primer amague y recibí un derechazo que me zumbó la cabeza. Entonces riposté un poco y traté de jugar con la cintura. El hombre me contestó con un gancho a las costillas que me sacó parte del aire. Eructé. Le pedí a Dios que me diera la fuerza necesaria para resistir, al menos uno de los tres asaltos del pleito. Al minuto y medio ya estaba casi fuera de combate; acusaba falta de piernas. Con mi mano izquierda alcancé a parar un directo al hígado pero me entró un recto a la nariz. Fue sangre, sudor y mocos. Los cadetes se levantaron. Comencé a escuchar voces, como ecos del más allá. Ya iba a caer arrodillado sobre la lona cuando el árbitro, afortunadamente, paró la pelea. Me echaron agua helada y recobré algo de la vida. Al día siguiente, mi teniente Clavijo me dijo: —Plata, usted si es mucha chucha… ¡Dejarse ganar de un costeño! (los costeños tradicionalmente son grandes campeones de boxeo y magníficos beisbolistas). Aún tenía una pelea más para definir el tercer puesto. A Dios gracias mi contrincante se enfermó y gane otra vez por W. En los anales de los Juegos Ínter compañías de ese año quedé en el cuadro de honor como ganador de la Medalla de Bronce en la categoría pluma, con una derrota y “dos victorias”

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Taca taca taca...

Con el correr de los meses me fui acostumbrando a no asistir a las formaciones de la Compañía, antes de pasar a los dormitorios. Esa noche del martes 5 de abril de 1966, el cielo estaba muy oscuro, como presagio de unos días negros. Hacia las nueve y media me quedé en la sala de proyecciones del teatro empacando los últimos rollos de una película de guerra que habíamos proyectado. Bajé por la escalera central del cinema y me desplacé por entre los fríos y blancos pasillos de las aulas, a medio iluminar. Al fondo, divisé dos sombras que se movían sigilosamente. Avancé rápidamente y giré hacia una sección del viejo edificio conocida como la inspección de estudios. ¡Bingo! Ahí estaban cuatro de mis compañeros de escuadra, a saber: Perdomo León Anselmo, a quien cariñosamente le decíamos el largo, Pinzón Espinel Jorge, Reina Corredor Jaime y Pardo Cortés Jaime. ¿Qué hacen evadidos de la fila?. Nada —me contestaron medio sorprendidos, hablando en voz muy baja —No me crean marica. Ustedes están tramando algo. Reina, ¿para qué es ese destornillador? —No, para nada. Seguro —afirmó el cadete abriendo sus ojos azules, un poco desorbitados. —Estamos esperando a que pase la formación para irnos a dormir —replicó Pinzón. En la cara de Perdomo se asomó una risa maliciosa. —No me digan que… ¡mucha partida de locos! —les dije, mirando hacia un inmenso ventanal. ¿Se van a meter a la oficina de los profesores? Perdomo asintió moviendo la cabeza. —Lanza, solo estamos cambiando la previa de química —agregó el largo. —¿Y si los pillan? —No, ¡qué va!. Ya lo hemos hecho antes. A menos que usted nos sapié, ¡güevón! —comentó Pardo, con cierto aire de soberbia. —Hermano, no me ofenda. Yo no he oído, ni visto nada —les dije, mientras me iba retirando, caminando de para atrás.

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—Además, no tengo necesidad de cambiar la previa, me fue muy bien, creo que saco más de cuatro —afirmé, y rápidamente me perdí del panorama. Un minuto más tarde alcancé a escuchar el eco del ruido de un vidrio roto. —La cagaron —pensé. Preciso, los cuatro venían corriendo por entre los arcos de las aulas. Nuevamente nos encontramos, esta vez frente al bar. Reina estaba pálido y muy excitado. —¿Qué pasó? —Se me fue la mano con el destornillador y rompí el vidrio. —Se van a envainar. —No. Nos tiramos una buena perrada. Votamos una piedra adentro y recogimos la masilla del ventanal. No hay evidencias —dijo Pardo, con más soberbia que nunca. —¿Seguro que no los vieron? —Seguro, nadie. A esta hora no hay nadie —susurró Pinzón. Bueno, yo me piso. No los he visto, ni los conozco, mis cadetes. Como casi todas las noches ingresé al dormitorio por la puerta de atrás y dormí plácidamente, olvidando el incidente. El miércoles 7 fue un día normal. Me gustaban los miércoles porque nos daban de almuerzo albóndigas, papas al vapor, arroz, ensalada y aguacate. Por la noche fui a clase de ajedrez con el Gran Maestro Internacional, Miguel Cuéllar Gacharná. Era todo un campeón y un filósofo del deporte. Analizaba una jugada durante horas y horas hasta que quedábamos fundidos. Éramos cinco cadetes los que teníamos permiso, o disculpa, para no asistir, o llegar tarde, a las formaciones. Cambiábamos un tedio por otro. El jueves 8 me levanté con el pie izquierdo. Al rasurarme, me alcancé a cortar un barro bobo el cual sangró a pedazos, casi toda la mañana. A las once tuvimos relación en la plaza de armas. Mi general Hernando Currea Cubides (le decíamos Cu Cú) llegó con el ceño fruncido y vomitando fuego. Fue una sesión corta y lacónica:

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—Señores, a partir de este momento la Compañía Santander entra en servicio especial, y toda la Escuela Militar queda en acuartelamiento de primer grado, hasta nueva orden. Se jodieron las vacaciones de semana santa, fue lo primero que pensé. Bajo la acertada dirección de mi teniente Adrada Córdoba Norberto, nuevo comandante de nuestro pelotón, pasamos una deliciosa y divertida tarde llena de castigos, ejercicios extenuantes, lagartijas, saltarines, vueltas a las estatuas, poca comida y curso de bombillo. ¡Como en los viejos tiempos de reclutas!. Al otro día se celebraba el 9 de abril, una fecha histórica para los colombianos. Diecisiete años atrás había sido asesinado en Bogotá, el líder Jorge Eliécer Gaitán, generando una gran revuelta popular. Nosotros ese día teníamos la vida revuelta. Seguíamos acuartelados y en servicios especiales. Otra vez a las once tuvimos relación. La plaza de armas estaba llena a reventar, de bote en bote. No cabía un alma más. Mi general Currea había ordenado que asistiera todo el personal, incluido sanidad, administración, profesores, conductores, los cocineros del rancho y la banda de guerra. La voz de mi general Currea sonaba a través de los altoparlantes, imponente, enérgica y bastante histérica. Sus ojos estaban como en trance. Mientras golpeaba el atrio con su bastón de mando, exclamó: —Señores…nos hemos reunido hoy para asistir a una ceremonia muy especial. Éste es un acto extraordinario, que quiero que se quede para siempre en la memoria de todos ustedes, y en los anales de este templo de formación de los futuros oficiales del Ejército colombiano: la insigne Escuela Militar de Cadetes, José María Córdoba. Y para celebrarlo, quiero que pasen al frente los siguientes cadetes: Perdomo León Anselmo… Reina Corredor Jaime… Cuando Currea leyó el segundo nombre, una corriente de calor me invadió de pies a cabeza… Puta, ¿quién sapió, ¿quién? Pensé. Al mismo tiempo, reflexioné: yo no debo estar en esa lista... porque no participé…

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—Pinzón Espinel Jorge… Pardo Cortés Jaime… Cuando mi general hizo una pausa, dije: ¡Me salvé!. Luego cerré los ojos... —Y… ¡Plata Camacho Armando! —¡Dios mío! No puede ser… ¡No puede ser! —me dije. Sentí que la tierra me daba vueltas. Sentí pena de mí mismo… fue algo espantoso. Recordé la cara llena de orgullo de mi padre el día que juré bandera. Me quería morir, ahí, en el acto. No sé de dónde saqué valor para terciar mi fusil y en medio del estupor y la mirada compasiva de mis compañeros avancé camino al cadalso. Traté de mantenerme erguido. Sobre mi cabeza pesaba más la vergüenza que el mismo casco de guerra. Currea continuó: —Este grupo de cinco facinerosos ha cometido un acto cobarde e inconcebible. El martes por la noche se metieron a la inspección de estudios para cambiar sus exámenes de química. Rompieron los vidrios y trataron de despistarnos votando una piedra. Una idea muy peregrina y pecueca (tonta e infantil). Gracias a la información del alférez, Wiessner Durán Carlos, quien a esa hora estaba estudiando en el segundo piso, logramos establecer que por ahí merodeaban unos cadetes de la Compañía Santander por el color amarillo de las presillas (distintivo sobre las hombreras). Mi general continuó su discurso: —Quiero felicitar al mayor Jaime Roca San Miguel y al equipo de inteligencia del B-2 por su excelente trabajo investigativo para dar con esta partida de hampones. El cadete Perdomo León Anselmo fue el autor intelectual de este atentado irrespetuoso. Y el cadete, Plata Camacho Armando, uno de los cinco primeros puestos de la Escuela, es tan culpable como los demás, por cómplice. Los cómplices, cadete Plata, son tan delincuentes, como los mismos delincuentes. Ahora quiero que el corneta toque la despedida al amigo, el tema que se interpreta en los funerales militares. Y es que a partir de este momento, estos cinco descarados mueren para la vida militar... porque no merecen llevar ese uniforme… ni su arma de dotación… ¡ni siquiera sus botas! — concluyó, el comandante.

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Y ahí, frente a todas las compañías, frente a más de 1.200 personas, nos degradaron en una ceremonia sin precedentes en la que muchos de nuestros compañeros terminaron llorando. Nos dejaron en camiseta y en pantaloncillos. El acto de Currea, lleno de todos los elementos circenses del momento, fue muy comentado y creó el efecto disciplinario que esperaba. Perdomo León Anselmo regresó a Neiva, Reina Corredor a Chiquinquirá, Pinzón Espinel se quedó en Bogotá; Pardo Cortés se graduó como oficial de la Policía; y yo, me devolví para Chocontá. Nunca conocí los detalles de la investigación. Los cinco del patíbulo, jamás nos volvimos a encontrar en la vida. La expulsión de la Escuela Militar me dejó grogui. No tuve el valor civil de contarle a mi padre lo que había pasado. —¿Por qué vienes sin uniforme? —Porque me adelantaron las vacaciones, como premio, por sacar las mejores notas del curso… y pensé que era mejor estar un poco relajado —le contesté, tranquilamente. —Te felicito hijo. Vivo muy orgulloso de tus logros. ¿Qué piensas hacer en esta Semana Santa? —Reflexionar, papi… reflexionar. ¡Ah!… y montar en Go-Gó. En un viaje bastante exótico, de cinco días, por carreteras y viejos caminos de herradura, mi papá había traído al galope una vieja yegua desde San Bernardo, un pintoresco pueblo localizado a más de doscientos kilómetros de Chocontá. Había bautizado al pollino como La Yegüita Go-Gó, en honor al movimiento musical que hacía furor en ese momento en Estados Unidos y Europa. Incluso le había compuesto una parodia con la música de la conocida canción infantil “Tengo una muñeca vestida de azul”, que tenía un estribillo muy pegajoso, que decía: Tengo una yegüita llamada… Go-Gó Es un regalito que me dio… pa-pá Sabe ochenta pasos y baila mi-nué Cuando se le antoja baila cha cha chá Tacataca marcando el com-pás Taca taca taca para Cho-con-tá

90 Ser alguien

Días más tarde, mientras montaba por la vereda de Hatofiero, un mensajero de la oficina de correos le entregó a mi padre este telegrama: “Urgente. Señor Luis Plata Poveda y/o acudiente del ex cadete Plata Camacho Armando. Favor presentarse en el departamento de contabilidad de la Escuela Militar para liquidar las cuentas pendientes del mencionado ex cadete quien fue expulsado por mala conducta y atentar contra la honra de la institución”. Mi padre cayó en un completo estado de shock. Todas sus ilusiones se le esfumaron. Cuando regresé, estaba pálido, atolondrado, completamente devastado. —Hijo, explícame ¿qué es esto? Mi viejo me entregó el marconigrama. —Papi, fue algo estúpido. Caí por no delatar a mis compañeros, por no ser sapo. Luego, le narré todos los pormenores, mientras el hombre derrumbaba su humanidad sobre la poltrona de la sala. Lloramos juntos. —Hijo: esta es una dura lección en la vida. Me duele que no hubieras confiado en mí, ni me hubieras dicho la verdad el día que llegaste. Tú sabes que saqué todos mis ahorros para comprarte la dotación. También sabes que me endeudé de por vida para pagar la matrícula y la pensión. Debo decirte, con mucho pesar, que no puedo pagarte ninguna carrera universitaria. Quizás pueda obtener media beca en la Universidad Pedagógica de Tunja para que estudies una licenciatura y te dediques a la docencia. Trataré de conseguirte un cupo en el Rufino Cuervo para que finalices el bachillerato. Después, tendrás que arreglártelas, tú mismo. Yo te di todo lo que más pude, y lo echaste por la borda. Es tu responsabilidad y debes ahora afrontar las consecuencias — terminó diciendo mi viejo, con voz entrecortada. Desde ese día, y por varios años más, una adusta expresión de tristeza rondó el rostro de mi padre.

Andanzas y pilatunas

Gracias a una deferencia especial de Cornelio Roa Castillo, rector del Rufino Cuervo, continué sexto de bachillerato en Chocontá,

91 ARMANDO PLATA CAMACHO ese 1966. Pronto volví a la rutina de la vida de pueblo y a mis andanzas y pilatunas, como una que puso en aprietos, una vez más, a mi papá, recién trasladado de la Normal Departamental de Cáqueza. En una clase de Centro Literario, el profesor Luis Beltrán, nos explicó el valor que tiene la caricatura como representación crítica de ciertos hechos o acontecimientos de la vida real, y como tarea nos pidió hacer una sobre cualquier tema. A la siguiente semana, presenté el dibujo de un hombre gordo orinando frente a la puerta principal de un bar, y en un costado, pinté a un muchacho mirando con aire de sorpresa. Lo titulé: El Profesor y Nando. —Plata, sustente su caricatura —ordenó Beltrán. —Con mucho gusto. Este señor gordito es nuestro querido profesor Uriel Garzón, orinando borracho, frente a sus alumnos, en la tienda de los Fernández. Al comienzo hubo una gran carcajada pero pronto la frenaron en seco cuando se dieron cuenta que el hijo del profesor Garzón era uno de nuestros compañeros de clase. —Plata, esa es una falta de respeto con el profesor Garzón y su hijo —exclamó con bastante severidad el maestro. —Pues me da mucha pena profesor Beltrán pero yo solo estoy interpretando lo que usted nos dijo en clase… Que una caricatura tenía que ser desafiante, fuerte, mordaz… Que debía chocar, mostrar un hecho real y despertar conciencia crítica. Y todos sabemos que cuando el profesor Garzón se emborracha, se orina en cualquier parte. —Plata, siéntese por favor. Más tarde pasa a la rectoría —gritó Beltrán. El final de la clase fue bochornoso. Algunos compañeros aplaudieron mi desparpajo; otros me criticaron y me dijeron que era un cerdo. Uriel Garzón Suárez, hijo del profesor Garzón, me quitó el saludo por un buen tiempo. El chisme se regó como pólvora por todo el colegio y la tal caricatura se convirtió en el tema del día; todos hablaban de ella aunque pocos la habían visto.

92 Ser alguien

A mi padre también lo citaron a la rectoría. Frente a él y a un grupo de profesores me pidieron una disculpa pública, argumentando que la caricatura era ofensiva e impertinente y hasta me amenazaron con ponerme en matrícula condicional. Se formó un tremendo lío político. Mi padre finalmente terció en la disputa: —Hijo, reconozco que tienes una gran personalidad para enfrentar lo establecido, pero debes entender que hay normas y procedimientos que se deben respetar. Has ridiculizado públicamente a uno de tus superiores y el método que empleaste no fue el más afortunado. El episodio no pasó a mayores aunque sí dejó un desagradable sabor agridulce. Con el tiempo mi padre me confesó: —Armando, nos pusiste en aprietos. La junta de profesores del colegio analizó la caricatura y a todos nos pareció muy creativa. Te felicito… fue contundente, y creó el efecto que deseabas… pero te pasaste de tono. Esto es muy privado: el profesor Garzón fue amonestado por su mal ejemplo como educador… copia del incidente quedó en su hoja de vida… pero teníamos que salvarle el pellejo porque, ante los alumnos, él representa la autoridad. Mi regreso a la vida de pueblo en Chocontá estuvo salpicado de nuevas pilatunas. Era extremadamente inquieto y definitivamente quería ser el centro de atracción sin medir las consecuencias. Recoger en la calle tacos de pólvora de voladores sin explotar, se convirtió en mi nuevo pasatiempo. Llegué a coleccionar varias docenas. Eran pequeños bloques de pólvora negra recubierta con pedazos de papel periódico. Se conocían como bombas y tenían un orificio a los lados para que penetrara la mecha. Era muy divertido rociar un poco de esa pólvora en el piso, ponerle una piedrita encima y de repente taconear con fuerza para producir una explosión muy parecida al disparo de un arma de fuego de corto alcance. Me divertía ver la reacción de sorpresa de la gente. Algunos saltaban, otros corrían, unos gritaban, otros reían. Cierta mañana, mientras mis compañeros estudiaban para un examen parcial, yo me dediqué a hacer un caminito del diablo, es decir: a regar pólvora a través de los pupitres hasta llegar a un

93 ARMANDO PLATA CAMACHO viejo escritorio de madera donde se sentaban los profesores. Al final de la hilera deliberadamente puse dos tacos, de los grandes. Luego acerqué un fósforo encendido al comienzo de la pólvora y de pronto un brote de fuego y humo negro se extendió por todas partes dejando prácticamente a oscuras todo el salón de clases. Cuando la mecha encendida llegó a su final, los tacos explotaron haciendo pedazos el escritorio. El ruido fue ensordecedor. La onda explosiva rompió los vidrios de varias ventanas; un tablero y un Cristo se cayeron al suelo y la puerta de entrada al salón se alcanzó a averiar. Fueron segundos de locura, gritos, estornudos y confusión. Todo el colegio se paralizó y de repente cientos de estudiantes se aglomeraron alrededor de nuestro salón, el cual quedaba entre el comedor y los laboratorios de física y química. Mientras salíamos aturdidos, con la cara y la ropa tiznada, en medio del caos general, escuché todo tipo de rumores… —¿Qué paso? —¡Explotó el salón de química! —No, fue una olla a presión en la cocina —Eso parece más una bomba. —¿Hay heridos? —¡Estoy seguro que fue un cilindro de gas! Pronto llamaron al doctor Anwar Quintero, el único médico de la ciudad; al señor cura párroco, al padre Ciro Medina, al sargento Luis Pedraza —comandante del puesto de policía— y a Herminio, el conductor de la volqueta del municipio, por si había que transportar algún herido de emergencia al hospital. Edgardo Marcelo, el más gordo y el más viejo de mis compañeros, se desmayó del susto. Al mono Carlos Clavijo - le pisotearon las gafas y fue el último en salir a tientas, apoyándose en las paredes. Manuel Burbano y Gonzalo Moreno consiguieron un extinguidor de incendios y se metieron entre la humareda echando polvo químico. A medida que salía el humo se fueron aclarando las cosas. El prefecto de disciplina, el profesor Joaquín Gómez, en pocos minutos ya tenía un panorama completo de la situación. —Plata, ¿cómo se le ocurrió quemar el salón con pólvora?

94 Ser alguien

—Profesor, trataba de hacer un experimento y me falló. —¿Qué tipo de experimento, jovencito? —Bueno… este… pretendía probar cómo era el caminito del diablo y me falló. —El camino del diablo es usted, señor Plata... Debe responder por los daños a las paredes, el tablero, el escritorio, por paralizar las clases, atentar contra sus compañeros y alarmar al vecindario… —Profesor, lo que pasa es que yo creía que la mecha se iba a quemar lentamente, como en las películas… —No estamos en Hollywood, estamos en la vida real. Vaya báñese y lo espero en la rectoría. Entretanto, según me lo contó después mi amigo Héctor Triana, mi papá, en medio de la confusión, le preguntó a un alumno: —¿Ha visto a mi hijo? —A cuál profesor Plata, ¿al bonito o al inteligente? Triana dijo que mi padre miró al estudiante con rabia y desprecio mientras otros alumnos soltaron tremenda carcajada. —A Armandito —le dijo. —Ah, el inteligente… por ahí esta pagando escondederos a peso, porque como que dinamitó el salón de clase. Mi padre hablaba exageradamente acerca de sus hijos. Para él, mi hermano John era muy apuesto, y yo, muy inteligente; el tema era motivo de burla y chistes a sus espaldas. Esta vez fui sancionado con matrícula condicional y cero en conducta. Por algunas semanas mis compañeros no se sintieron cómodos con mi presencia y solo Guillermo Orjuela, Orjuelita, de vez en cuando me cruzaba palabra. El hecho de que mi padre fuera profesor del colegio me salvó de ser expulsado, pero la expresión de tristeza en su rostro continuó acrecentándose. Para poder recibir el grado de bachiller era requisito fundamental dar por lo menos cien horas de alfabetización. A mí me tocó en la cárcel municipal y en el Liceo Femenino del Sagrado Corazón de Jesús, propiedad de doña Lucila Barrero de Garnica. La cárcel quedaba entre el teatro del municipio y el restaurante símbolo de la ciudad: El Roxy, justo detrás de la alcaldía. El área me era familiar ya que por esos alrededores quedaba la puerta falsa

95 ARMANDO PLATA CAMACHO por la que años atrás entraba a cine sin pagar. Al comienzo estuve muy temeroso pero pronto entramos en confianza: los presos siempre fueron muy respetuosos y lo único que me pedían era que les llevara cajetillas de cigarrillos Pielroja o Nacional. —Buena esa viejo Armando, gracias por los rompepechos, me decían. La mayoría eran campesinos analfabetos. Penados con condenas de quince y veinte años de prisión por asesinatos, producto de riñas bajo los efectos del alcohol. Algunos estaban por abigeato, disputas de linderos y violencia doméstica. En el patio improvisamos un salón de clase y de manera informal les enseñé las primeras letras. Aunque el ambiente era de mucha pobreza material, la experiencia fue de inmensa riqueza espiritual. Lo que más querían era aprender a firmar y a leer. Me sentí muy a gusto como profesor pues descubrí que tenía mucha paciencia y una vocación innata para enseñar. Me emocionaba cualquier pequeño logro de mis alumnos y siempre vi en sus miradas un profundo agradecimiento. En cambio, dar clases a las sardinas del liceo me intimidaba. Primero, porque doña Lucila de Garnica andaba ojo avizor chequeando todos mis movimientos para proteger la integridad de sus muchachas. Segundo, porque sabían que como venía de la cárcel, a lo mejor traía algún tipo de malas mañas. Y tercero, porque ante las mujeres yo era extremadamente tímido. En el liceo di clases de inglés. Las cosas elementales: ¿How are you? ¿What time is it? One, two, three, y las conjugaciones de los verbos can y to be. Ahí pude comprobar el famoso adagio: “En el país de ciegos el tuerto es rey”. Pronto fui reconocido como un buen partido, por lo bilingüe. Una de mis alumnas llegaría años más tarde a ser mi primera esposa: Luisa Fernanda Camelo, hermana de Gilma Camelo, novia de mi amigo Héctor Arcenio Camelo, hijo de mi padrino de confirmación, Domiciano Camelo, el cacique del pueblo. El sábado 5 de noviembre de 1966 recibí el título de bachiller. Mis compañeros de clase en un gesto de perdón y olvido por todas mis locuras me eligieron para ser su vocero en la ceremonia

96 Ser alguien de graduación. Me fajé un tremendo discurso corregido y aumentado por la pluma brillante de mi padre. Prometí el oro y el moro a nombre de nuestra promoción. Hablé de las maravillas de nuestro sistema educativo, de la noble y mal remunerada misión de nuestros maestros y de los valores morales y espirituales transmitidos por nuestra institución: el Rufino José Cuervo. Luego de cinco horas y media de un extenuante programa lleno de poesías, bailes y más discursos, por fin recibí mi diploma. Fue un momento muy emotivo. Para muchas familias como la nuestra, era la culminación de años de esfuerzo para sacar adelante a sus hijos. Sabían que con ese título se les abriría el camino de la vida y que ganarían un mejor estatus dentro de la sociedad colombiana, a pesar de que solo unos pocos privilegiados podrían continuar sus estudios superiores en la universidad. Mi padre me dio un gran abrazo y me deseó lo mejor de lo mejor, en lo que a partir de ese momento sería mi propia responsabilidad en la vida; y a pesar de que siempre anhelé ser una persona independiente y autónoma, un frío me pasó por el estómago, al estar frente a mi nueva realidad. —Mi Armandito, ahora sí… con su cartón va a ¡ser alguien en la vida! —le comentaba mi madre a doña Chucha, la señora María de Jesús de Navarrete, una de sus mejores amigas, dueña de una gran tienda de abarrotes y quien casi siempre nos fiaba los mercados.

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Ser alguien De carne y hueso

La primera meta que me propuse fue ingresar a la facultad de Bellas Artes de la Universidad Nacional de Bogotá y si más adelante llegaba a conseguir un buen trabajo, entonces estudiaría locución que era en realidad lo que me gustaba. Fue fácil obtener un cupo para Bellas Artes pues solo nos presentamos doscientos aspirantes, entre ellos, Amparo Pérez, con quien hice una rápida amistad. (Amparo, luego se convirtió en una gran figura de la televisión colombiana). Como alternativa, Amparo pensaba estudiar periodismo en la Universidad América. Ella me sugirió que me inscribiera en la Universidad Javeriana para una nueva carrera técnica llamada Comunicación Social. Gracias a mis contactos en la Central Católica de Juventudes, a mediados de noviembre logré una entrevista con el decano de comunicación, el padre jesuita, Rafael Valserra. Todo estuvo muy bien hasta cuando me comentó que el semestre costaba cerca de siete mil pesos, más o menos diez salarios mínimos de la época. Como una excepción me autorizó a pagar en tres contados, si conseguía el dinero. Estaba en una encrucijada: la Nacional o la Javeriana. Educación oficial o privada; pintor o locutor. Me pasé a vivir al barrio Ciudad Berna, al sur de Bogotá, a la casa de mi prima Ana Rosa Camacho y su esposo Rosendo Rojas. Su ayuda y cariño fueron vitales para mi despegue. Ahí estuve horas enteras viendo televisión y escuchando programas de radio. Fue tanta la fiebre que me desató la radio que en varias oportunidades fui hasta el radioteatro de la emisora Nuevo Mundo, localizado en la calle 19 # 8-48, a ver en vivo y en directo la realización de La hora Maizena, La hora Phillips y Los Chaparrines. Sentado, como público, veía a los animadores Julián Ospina, Carlos Pinzón, Jorge Antonio Vega, José Alarcón y Ernesto Rojas Ochoa. Eran mis ídolos puestos en un gran pedestal, verdaderos dioses, personas sobrenaturales poseedoras de un halo mágico, figuras míticas extraterrenales con las que me era imposible departir.

99 ARMANDO PLATA CAMACHO

La cabina del control de audio se podía apreciar a través de un gran ventanal ubicado en el segundo piso, al lado izquierdo del escenario, dentro del radioteatro. Pronto logré descifrar el lenguaje corporal usado por los locutores y músicos que estaban abajo, con los operadores que estaban arriba. Era un maremágnum de gestos, muecas y figuras con las manos, para dar cambios, ir o salir del aire, pasar a comerciales o subir la señal de un micrófono. Una tarde tuve una visión fantasmagórica: parqueado frente al edificio del radioteatro estaba el transmóvil número uno de la cadena Caracol, el mismo que acompañaba a los ciclistas en las vueltas a Colombia. Era una camioneta Chevrolet 64, tipo ambulancia, con dos largas antenas amarradas a la puerta trasera y una gran abertura redonda en la mitad del techo. Media parte de ese círculo, la que daba al frente del vehículo, estaba protegida con un enorme plástico duro y transparente como el que usan los motociclistas para cortar el viento. Por ese hueco los locutores, sentados o parados, sacaban más de la mitad de su cuerpo y podían ver todos los eventos a mayor altura y con mejor vista panorámica; ese enorme orificio era conocido como la escotilla. Estaba anonadado contemplando por todas partes semejante nave. Con mucho respeto me acerqué al radiomóvil y a través de sus vidrios la vi por dentro. Parecía un submarino, con muchas más luces y botones que el automóvil de mi padrino de bautismo, Jorge Rosillo Cañón. Le habían quitado los asientos traseros y en sus paredes laterales descansaban amplificadores de tubos, más modernos que los de la iglesia de Chocontá. Entre cables y conectores vi algunas baterías de carro puestas en serie y empotrada contra la puerta trasera había una planta eléctrica además de una lámpara de gasolina, marca Coleman, y dos trozos de bayetilla roja ligeramente engrasados. Regresé a casa en trance; flotaba en el aire de la dicha. Esa noche le conté a Rosendo mi grata experiencia en la radio y el hombre me invitó a unas cervezas para celebrarla. Ana Rosa y Rosendo a pesar de sus limitaciones económicas, me regalaban para el bus y eran espléndidos anfitriones. Ana Rosa tenía un hijo de mi misma edad: Julio César Guerrero, un muchacho

100 Ser alguien muy simpático y agradable. (Una de las hijas de Julio César es la conocida periodista y politóloga graduada de la Sorbona de París, Katia Guerrero). Para ampliar la variedad del menú a la hora del almuerzo y para que me regalaran unos pesos extras, comencé a visitar con regularidad a otros familiares en Bogotá: los lunes, a mi tía Teresa Plata, a quien le gustaba la carne asada. El martes, a mi tía Carola Plata de Larrarte, quien hacía unas deliciosas brevas con arequipe. El miércoles, a mi tía Virginia Plata de Wesler, quien era un poco tacaña y servía las porciones muy medidas. Los jueves, a mi madrina de bautismo, Ángela de Ramos, de quien estuve platónicamente enamorado a pesar de que casi me triplicaba en edad. Y los viernes, a mi tío Antonio Plata Poveda, “Tuco”, un bohemio encantador. Fue justo el primero de diciembre de 1966 el día en que accidentalmente encontré una oportunidad para producir mis primeros pesos. Luego de un suculento almuerzo, mi madrina me dijo: —Armando, el próximo jueves ¿me puedes traer diez libras de carne de lomo de res? Me han dicho que la carne de Chocontá es muy buena. —Claro madrina, con todo gusto. Ángela me dio ochenta pesos en efectivo: setenta y cinco para la carne y cinco de propina. Ese fue el plante para lo que sería mi primer negocio. A pesar de que el precio de la carne en Chocontá era dos pesos más barata que la de Bogotá, convencí a uno de los más reconocidos matarifes del pueblo, para que me dejara la libra de lomo a cinco pesos, la costilla a cuatro con cincuenta y la carne gorda o con mucho hueso a cuatro pesos. Emocionado porque con el primer pedido de mi madrina había tenido una utilidad de treinta pesos comencé a visitar amigos y conocidos ofreciéndoles carne de primera a domicilio. Pronto tendría algunas contratas. Entre mis primeros clientes, además de mi madrina, figuraban mis tías; por la Central Católica de Juventudes, Pafer, Jaime Rojas, Carlos Corsi y Jota Jota; también el profesor Luis Gordillo, ex compañero de trabajo de mi padre. En ciernes tenía

101 ARMANDO PLATA CAMACHO unos pedidos “bastante grandes” de varios colegios de Bogotá. Estaba a punto de completar la primera cuota para ¡ingresar a la Universidad Javeriana!. La Navidad de 1966 sería una de las últimas que pasaría en casa. El 15 de diciembre los Plata fuimos a depredar los bosques circundantes a la represa del Sisga en busca de musgo, helechos, quiches, frailejones y ramas secas, para nuestro pesebre. Cada año, mi madre sacaba las mismas figuras desportilladas de los Reyes Magos, el Divino Niño, San José, la Virgen María, varias vacas sin cuernos y dos asnos a los que el tiempo les había roto la cola. Esta vez la gran novedad fueron unas luces intermitentes de colores que pusimos por encima de unos puentes y por debajo de caminitos de arena y piedra y que iluminaron el pesebre sin ninguna interrupción. Tener en casa servicio de electricidad en forma permanente fue un gran avance. La CAR había inaugurado la electrificación en todo el casco urbano de Chocontá. Antes, los dueños de un molino de harina proveían un muy mal servicio con luz de muy bajo voltaje que en las horas pico no alcanzaba a encender ni medio bombillo. Nosotros teníamos en casa un enorme elevador de corriente con el que subíamos algo la intensidad del alumbrado a la hora de la cena: lo llamábamos el Armatoste. Nos sentíamos arquitectos diseñando nuestro pesebre. Belén estaba representado por casas de cartón que trazamos sobre cartulina blanca y que coloreamos con anilina; algunas edificaciones eran de dos pisos y otras más parecían un condominio popular. Las calles las adornamos con unas diminutas figuras de animales, carros, aviones y muñequitos de plástico que venían dentro de las cajas de una sopa verde, con sabor a habas y coliflor, conocida como Durena. El pesebre lo construimos alrededor de un pino candelabro que nos regalaron en el vivero de la CAR y que insertamos sobre un balde lleno de tierra, boñiga y cal. Les quedó muy bonito, fue el comentario de la señora Concha, una vecina que vivía al frente y quien a los pocos meses se murió de vieja. En la noche del 7 de diciembre, como todos los años, hicimos candeladas: adornamos la fachada y las ventanas de la casa con farolitos de papel y velitas encendidas; quemamos en la calle varias llantas

102 Ser alguien de camión usadas; friccionando piedras sobre el asfalto detonamos muchos tacos de pólvora; y, de vez en cuando, encendimos largos y ruidosos caminitos del diablo. Del 16 al 24 de diciembre rezamos como autómatas el rosario y la novena del Divino Niño Jesús. Cantando villancicos éramos un desastre: a mi hermano y a mí nos daban unos ataques de risa nerviosa incontrolable que pronto contagiaban a mis hermanas. Entonces, mi padre se exasperaba y nos mostraba amenazante la correa de su cinturón como una advertencia de que nos daría unos severos lapos si continuábamos con esa guachafita, palabra que utilizaba para describir el desorden. Comimos como salvajes durante esos días. Casi todos los platillos eran dulces y postres preparados por mi mamá: natilla con dulce de mora, arroz de leche, mielmesabe, maizena, islas flotantes, cascos de guayaba, postre de natas, buñuelos, cocadas y unas colaciones que eran espectaculares recién salidas del horno pero que al otro día estaban tan duras que para comerlas había que rasparlas. Fueron muchos los amigos y parroquianos que llegaron a nuestra casa a dejarnos presentes, regalos, rezar, cantar villancicos tan bellos como Tutaina Tuturunaina y Nana nanita nana nanita eah… mi Jesús tiene sueño, bendito sea, bendito sea. El epílogo de la fiesta eran los juegos de aguinaldos, algunos de ellos con muchachas, como el SÍ y el NO (en el que se debía contestar NO a una pregunta afirmativa, o SÍ a una pregunta negativa) y Pajita en boca (se debía mantener un pedazo de paja en la boca), juegos que aún me gustan. El 25 de diciembre organizamos un paseo de olla a las Rocas de Suesca, un paraje exótico ubicado a treinta kilómetros de Chocontá, entre las poblaciones de Sesquilé y Santa Rosita, y en cuyos alrededores hay minas de carbón. Las Rocas de Suesca son grandes cuchillas de piedra talladas por la naturaleza que forman un cañón por donde pasa el ferrocarril de la Sabana. La zona está llena de extraños recovecos, cuevas húmedas y oscuras, y caminos que suben y bajan bordeando la montaña. Intentamos escalarlos pero nos venció la desagradable sensación del vacío. Fue un día típico de fin de año: completamente azul, sin nubes, con aire puro y fresco, con olor a eucaliptos y cebada. Durante el

103 ARMANDO PLATA CAMACHO almuerzo —un piquete de gallina sudada, yuca y huevo duro—, mi padre contagiado por la belleza del lugar nos habló sobre la obra del poeta tolimense Diego Fallon y nos recitó una de sus mejores creaciones titulada justamente, Las Rocas de Suesca. Por la tarde un ex alumno del colegio Rufino José Cuervo nos invitó a conocer las entrañas de una mina de carbón. Nos puso sobre la cabeza unos pesados cascos negros que tenían en su interior un compartimiento lleno de carburo y en el frente una linterna con una llama que iluminaba en la oscuridad. El olor a azufre era fétido y penetrante. El piso era fangoso y no había ningún punto de referencia por lo que pronto perdimos el sentido de orientación. Cuando salimos la intensidad de la luz nos dejó medio ciegos por algunos minutos. Al otro día, mi padre ordenó refaccionar la cocina de la casa y la adaptó para cocinar con carbón mineral en lugar de carbón de leña. Hay que estar con los cambios de la tecnología, nos dijo orgulloso, mientras medía la parrilla con un metro y hacía cálculos sobre el tiraje del buitrón. El hombre acondicionó un baño auxiliar como depósito permanente de carbón y pronto lo llenó hasta el tope con dos toneladas del mineral. Con el tiempo, las gruesas paredes blancas de la casa se tiznaron de negro y afuera las tejas de los techos vecinos se fueron paulatinamente tiñendo de hollín. Cuando las campanas de la catedral de Chocontá anunciaron la llegada de 1967 yo tenía 17 años y medio de edad. Intuía que podría ser un año clave en la búsqueda de mi independencia. Esa noche me comí dos docenas de uvas buscando la doble felicidad, y di dos vueltas a la manzana de mi casa, cargando a cuestas una vieja maleta de cuero marrón, como presagio de lo que sería más adelante una cadena interminable de viajes. Sí, viajes en bus entre Chocontá y Bogotá contrabandeando carne en maletas. Para las cuatro de la mañana ya estaba en el matadero viendo sacrificar las reses del día a pesar de me impresionaba la mirada angustiada de las vacas y los terneros degollados. Mientras aprendí a diferenciar entre un corte de carne de falda y otro de centro de cadera, mi proveedor aumentó la cantidad de hueso poroso, hasta un día en que el ecónomo del colegio San Viator me rechazó de tajo un pedido.

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—Don Armando, bájele al hueso y tráigame más pulpa, porque así no podemos —exclamó el hombre como ultimátum. Negocié entonces con otro matarife quien para hacerme cliente me dió hasta libras extras por cada compra. Mi negocio se volvió muy rentable con ventas de más de cien libras de carne por día y con utilidades en efectivo de miles de pesos al mes. Aprovechaba las primeras horas del día para leer y repasar los trabajos y tareas de la universidad, por lo que obtuve buenas notas en casi todas las materias. Hacia las seis de la tarde regresaba de Bogotá a Chocontá, contento, con plata en el bolsillo, buenos contratos y nuevos contactos. A la salida del pueblo había un retén del resguardo de aduanas cuya misión era evitar el contrabando de licores. Casi siempre viajaba en la última fila conocida como la banca de los músicos, para poder vigilar mi cargamento de carne. Prefería los buses de la Flota Alianza porque tenían un compartimiento de carga más grande en la parte de atrás y porque el bus que salía a las cinco de la mañana coincidía con el cambio de guardia de la aduana. Mis arrobas de carne las empacaba en bolsas plásticas dentro de maletas de cuero. Una mañana, me helé del susto cuando un grueso hilo de sangre apareció por debajo de los asientos del bus justo cuando los agentes iniciaron su inspección de rutina. Me imaginé retratado en primera página de todos los diarios con el título de “El descuartizador de Chocontá” ya que por esos días se hablaba mucho de “El descuartizador de Boston”, un asesino en serie que mató a más de una docena de mujeres. El agente miró mis maletas y preguntó: —¿De quién es este equipaje? —Mío, mi dragoneante —le respondí pegando mi cara sobre la malla protectora que dividía las secciones de carga y pasajeros. Me iluminó con una linterna y me dijo… —Usted viaja todos los días, ¿verdad? —A veces, mi dragoneante, a veces. El guardia movió otros costales y una canasta llena de gallinas para luego alejarse mientras el ayudante del bus cerraba la puerta

105 ARMANDO PLATA CAMACHO trasera y le echaba candado. Me salvó el hecho de que la sangre corrió de atrás hacia adelante debido a la inclinación del terreno, de lo contrario me hubiera metido en un problema serio ya que la carne era un artículo de primera necesidad que debía ser consumido únicamente dentro del perímetro de la población y por eso tenía un precio regulado. A raíz de este incidente pensé que con el tiempo debía cambiar de negocio. El nuevo año me trajo una conquista amorosa: la empleada del servicio de la sede principal de la Central Católica de Juventudes, una joven campesina, bien formada, morena y de ojos pícaros. Fue una gran promotora de ventas y a todos los directivos de la Central les decía que mi carne era muy buena, aunque nunca pudimos probarla. Como la Central quedaba en la esquina de la calle 39 con Avenida Caracas, muy cerca de la Universidad Javeriana, casi todos los días iba a saludarla, y mientras el padre Fernández, Pafer, celebraba la Santa Misa, nosotros aprovechábamos la ocasión para bajar al sótano, abrazarnos y darnos besitos picantones, caricias y esas cosas de muchachos. Nada más. En la Central me encontré con José Jiménez, Jota Jota, uno de mis instructores en el curso de líderes, dos años antes en la Capilla. Jota me habló acerca de un castillo abandonado, en la carrera séptima con calle 63, donde hoy queda el Club del Comercio de Bogotá. Quedamos de ir a verlo. Gracias a la venta de carne pude pagar el primer semestre en la Escuela de Comunicación Social de la Universidad Javeriana: una carrera de tres años, muy de moda entre las niñas de la clase alta bogotana; prácticamente una facultad femenina ya que solo éramos tres hombres entre cientos de lindas chicas, como las hijas de los ex presidentes Lleras, las Restrepo, descendientes de prestigiosas familias de Medellín; y las Melmerstein, judías multimillonarias, entre otras. A las pocas semanas me desilusioné del programa escolar orientado más a desarrollar una sólida estructura intelectual que a satisfacer mis expectativas de aprender locución para poder trabajar en los almacenes Ley. Casi todo era teoría, excepto la única vez que el padre Rafael Valserra nos llevó a una práctica en Radio

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Sutatenza, una emisora de Acción Cultural Popular que pretendía acelerar el proceso de alfabetización de las masas campesinas. El radioteatro era imponente, con capacidad para más de trescientas personas, excelente acústica, un diseño art deco y varios altoparlantes forrados en tela negra. Cuando llegué al cuarto piso entre en éxtasis: los micrófonos me hipnotizaron, di cientos de vueltas con la cabeza al ritmo de los carretes de las grabadoras de cinta magnetofónica y, de pronto, me fui en un delicioso sueño junto a miles de mariposas volando dentro de mi estómago. El cura Valserra nos explicó cómo se mezclaban los sonidos en la consola, cómo se pasaba de una tornamesa a otra para cambiar de música, y de qué manera se cortaban unas gigantes y pesadas placas de vinilo, conocidas como acetatos, en las que se grababan las propagandas. Luego entramos a la cabina de locución, donde sobre una mesa descansaban dos grandes panelas, como cariñosamente la gente de la radio denominaba a los micrófonos RCA. Valserra, nos enseñó la importancia de mantener una constante modulación de la voz frente al micrófono, y cómo manejar la distancia, acercándose un poco para hablar suave, o alejándose, al gritar. Después nos dio un texto para leer. Cuando llegó mi turno, sentí una barrera, un silencio: el tiempo se detuvo, me temblaron las piernas, perdí el control, tuve pánico, sudé y prácticamente me cagué del susto. Leí algo; no sé qué, cómo, ni cuándo. Fue una horrible agonía y, al final, con la cara enrojecida por el esfuerzo y la pena, quise llorar de la angustia. Al salir de la cabina, cabizbajo y derrotado me encontré con una salva de aplausos. ¡Mis compañeras de la universidad me estaban felicitando! —Tienes una voz muy linda —me dijo el padre Valserra. —Tienes mucho talento —agregó Luz Helena Restrepo. Pensé que era una broma hasta que Valserra se reafirmó en su comentario: —Armando, te felicito porque no leíste sino interpretaste el texto y eso es lo más importante. Pasé de la muerte a la vida y del infierno al cielo por el reconocimiento de mis compañeros, y una vez más sentí la fuerza

107 ARMANDO PLATA CAMACHO necesaria para seguir adelante en mi propósito de convertirme en un buen locutor. Acepte la invitación de José Jiménez, JJ, para conocer El Castillo de la calle 63 con carrera séptima. Era una auténtica casa de brujas de estilo inglés, ubicada en lo alto de un pequeño promontorio, al lado de una bomba de gasolina y frente a un supermercado Carulla recién inaugurado. Jota rentaba alcobas a estudiantes universitarios a precios irrisorios y lo que recaudaba se lo entregaba a un cura gringo que era rector del colegio Tihamer Toth, de Bogotá. Por dentro y por fuera, El Castillo era solo ruinas: paredes húmedas, pisos deteriorados, puertas que sonaban como en las películas de vampiros, olores de agua aposentada, baños rotos y calentadores oxidados. Sin embargo, reinaba un gran ambiente de camaradería entre los estudiantes que lo habitaban por lo que decidí pasarme a vivir ahí, a pesar de las incomodidades. Días antes se habían retirado unos muchachos chocoanos que casi se mueren por haberse tomado una botella de alcohol que confundieron con aguardiente. En El Castillo, conocido también como “la comunidad”, vivimos además de JJ, Diógenes Campos, estudiante de física; Rafael Vanegas, Armando Castro y Hugo Dávila, estudiantes de derecho; Román Restrepo, filósofo; Clímaco Maturana, educador, y Hugo Ferro, administrador de negocios. El cura ocasionalmente nos traía además de alimentos, martillos y puntillas para detener la caída de los techos. Vivía muy orgulloso de su obra y la quiso presentar a sus superiores. Un día cualquiera nos sorprendimos con la grata visita de dos obispos y varios de sus secretarios. Los Monseñores se fueron echando chispas porque encontraron afiches del Che Guevara, libros censurados, una película de cine erótico en 8 milímetros y panfletos revolucionarios. Luego, nos cortaron la ayuda y nos echaron a la calle. El incidente fue una buena oportunidad para dejar de vender carne y dedicarme a rentar alcobas para estudiantes. Me asocié con Hugo Ferro y arrendamos una casa cerca a la iglesia del Divino Salvador, en la calle 56 entre carreras 16 y 17. Allí empaquetamos

108 Ser alguien de a tres y de a cuatro estudiantes por alcoba, al estilo del peor inquilinato. Nuestros compañeros de El Castillo fueron nuestros primeros clientes. El sector era un punto equidistante de las principales universidades; tenía en los alrededores un buen cine: el teatro Santa Fe; un buen salón de billar y varios comederos populares. Tuvimos lista de espera de potenciales inquilinos para nuestra nueva residencia.

Cerca del micrófono

En mis últimos días como vendedor de carne, un ex compañero del curso de Líderes en la Capilla, Rafael Celis, me sugirió que me entrevistara con Rodrigo Ocampo Delgado, director de la Fundación Eladia Mejía. Ocampo necesitaba un periodista que le ayudara a contactar periódicos, revistas y emisoras para promover la creación de colegios cooperativos. Para motivarme, Rodrigo me ofreció el cargo de Director de Comunicaciones con oficina, teléfono, máquina de escribir y salario mínimo. Acepté de inmediato motivado más por el lujo de trabajar en escritorio, y porque me parecía increíble ver mi nombre impreso en las tarjetas de presentación. Rodrigo Ocampo Delgado era abogado, contador público y trabajaba en la Superintendencia Bancaria. Sentía a fondo los problemas sociales de nuestro país, en especial la falta de educación. Cuando vio un titular de prensa que decía: veinte mil niños no podrán estudiar bachillerato este año por falta de recursos, decidió llamar a su antiguo profesor y amigo, monseñor Rubén Isaza Restrepo, por esa época obispo auxiliar de Bogotá. Le pidió ayuda para crear una Fundación que sirviera de puente entre áreas marginadas y el Estado, para promover la educación secundaria. Rodrigo, que además había estudiado cooperativismo en México, diseñó entonces un sistema modelo que bautizó como Fundación Eladia Mejía, en homenaje a una célebre educadora del viejo Caldas. Rodrigo y su esposa, Stella Perdomo, comenzaron a visitar comunidades deprimidas económicamente, crearon cooperativas

109 ARMANDO PLATA CAMACHO con los padres de familia, les enseñaron los principios y bondades del cooperativismo así como algunas pautas sencillas de administración de empresas. Luego, esas asociaciones de padres de familia fundaron sus propios colegios y aunque eran entidades sin ánimo de lucro, cobraban una cuota muy baja por alumno para cubrir sus costos de mantenimiento. La Fundación Eladia Mejía, recibió muchas donaciones de muebles y materiales de enseñanza por parte de la empresa privada. También gestionó con éxito el nombramiento de rectores y profesores para sus colegios por parte del Ministerio de Educación Nacional. Llegó a tener catorce colegios cooperativos. Uno de ellos, el cooperativo del centro, en plena calle de El Cartucho, fue montado con la ayuda y protección de prostitutas, ladrones y drogadictos. Otro, el cooperativo La Chacua, en la zona rural de las poblaciones de Soacha y Sibaté, al sur occidente de Bogotá, se construyó adaptando cajas de cerveza como pupitres para los salones de clase. La sede de la Fundación quedaba en la carrera 4ª. con Avenida Jiménez, en pleno centro de Bogotá, en un edificio donde en el primer piso recibían los clasificados del periódico El Espectador. Nuestra oficina colindaba con la del periodista Alfonso Castillo Gómez, autor de la muy leída columna de humor, Coctelera, que publicaba el diario El Espectador. Coincidimos varias veces en el ascensor, lo saludaba, pero me inhibía para iniciar una conversación formal con él, por temor a ser inoportuno. Lo admiraba por su ingenio para encontrar significados absurdos, irónicos, sarcásticos, satíricos, burlones o de doble sentido, a palabras comunes de nuestro idioma. Aún me gusta su definición de Antropólogo: Persona que estudia el significado de los logotipos en los antros del polo. Luego de mi primera experiencia frente al micrófono en Radio Sutatenza seguí buscando nuevas oportunidades para aprender locución. Logré una entrevista con Alfonso Gaitán, dueño de La Voz de La Víctor, uno de los estandartes de la radio en Bogotá. Gaitán me permitió realizar algunas prácticas, sin pago, los domingos a las siete de la mañana. Como al lado de sus oficinas

110 Ser alguien quedaba el edificio Murillo Toro, sede del Ministerio de Comunicaciones, visité la sección de Licencias y me presenté ante doña Isabelita, un personaje que podía ser el Hada Madrina o La Cuchilla de los aspirantes a locutores con licencia. Había varias categorías, y obtener una licencia de locutor “de primera” era un procedimiento largo y dispendioso. Los requisitos incluían: certificado judicial, acta de nacimiento, partida de bautismo, certificados de estudios, pago de impuestos, fotografías y varias recomendaciones, entre otros. Además se tenía que aprobar dos exámenes: uno de historia y reglamento de la radiodifusión colombiana, y, otro, de aptitudes artísticas frente al micrófono. Conclusión: salí desilusionado. Los estudios de La Voz de la Víctor quedaban dos cuadras adelante del tercer puente de la autopista, al norte de la ciudad. Para entrar había que atravesar un enorme potrero lleno de perros bravos, vacas, caballos y gallinas. Una antena de cien metros se elevaba majestuosa en la mitad de un maloliente lodazal rodeado de pasto quicuyo cuyas raíces se entrelazaban con las de los sauces llorones y los siete cueros, los árboles típicos de la región. Al ingresar a la sala de control me llevé una mala impresión por lo antiestética y rudimentaria: eran equipos de los años treinta arrumados y desvencijados, tornamesas con bases de aluminio oxidadas, paños protectores roídos, conexiones de micrófonos mal soldadas, cables amarrados con cinta aislante negra cuya goma acumulaba añejas capas de polvo. Un escenario muy distinto al que había visto antes cuando iba a los estudios de Caracol como espectador. No fui muy bien recibido por la gente que trabajaba allí. De inmediato, me inundó la sensación de que ya le había pasado el tiempo a esa empresa que fue el símbolo de la radio en nuestro país por más de cuatro décadas. Solo fui dos domingos a hacer prácticas y en ambas ocasiones salí deprimido, pero ya me había picado el virus del micrófono. Seguí estableciendo contactos: conocí a Alfonso Abril, un operador de audio muy hábil que trabajaba en Suramericana de Grabaciones. Nos identificamos de inmediato; le gustaba experimentar con sonidos, con ecos, con reverberaciones, pegar

111 ARMANDO PLATA CAMACHO canciones que tuvieran el mismo ritmo para hacer un popurrí, y se sentía supermán manejando una enorme grabadora Telefunken de cinta magnetofónica. Allí pasé horas enteras viéndolo trabajar. Suramericana de Grabaciones quedaba al fondo de un gran parqueadero en la carrera 8 entre calles 18 y 19 de Bogotá, a una cuadra de la sede de Caracol Radio. Eran dos estudios: el pequeño, donde trabajaba Alfonso, y el grande, donde se grababa música, a cargo de Armando Benavides. Sus instalaciones en contraste con La Voz de la Víctor eran las más modernas del país. Sin lugar a dudas, era el lugar predilecto para grabación de comerciales de radio y televisión y la producción discográfica. Fundada por el ingeniero alemán Heis Von Rutherg, Suramericana era la única planta con cortadora de discos análogos Preston, sincronizadores de audio para películas marca Siemmens, micrófonos Neuman, Sennheiser y la sensación del momento: una consola de mezcla y grabadora de cuatro canales. El audio era para Heis Von Ruthberg solo un hobby; se había establecido en Bogotá después de la Segunda Guerra mundial como representante de la compañía, Ascensores Sthal. La crema y nata de la música popular desfilaba diariamente por los estudios de Suramericana de Grabaciones: el trío Los Isleños; el cantante cubano y empresario artístico René Cabel; el director de orquesta Ramón Ropaín; grupos de rock como Los Speakers, The Young Beats de Roberto Fiorilli, Siglo Cero, Time Machine, Los Danger Twist, Los Yetis, Malanga, Columna de Fuego, Los Bi-Vox y Los Ampex; el arreglista Armando Velásquez, el presidente de Peer International Ramón Paz; estrellas como Julio Bovea y sus Vallenatos o Los Corraleros del Majagual; los primeros vallenatos grabados por la disquera CBS con Jorge Oñate; Los Gaiteros de San Jacinto; agrupaciones corales como Las Voces de Colombia y el Quinteto de Álvaro Dalmar; productores discográficos como Santander Díaz con su nueva revelación: Claudia de Colombia; realizadores de pistas de audio para programas de televisión, entre ellos los Hermanos Sarmiento, coordinadores del exitoso show El Club del Clan con sus artistas Jairo Alonso Vargas, Margie, Paco y la estrella pop Vicky, con su reciente éxito Llorando Estoy; músicos como

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Ferdy Fernández: Fernando Córdoba, Oscar Lasprilla, Humberto Monroy, Yamel Uribe, Rodrigo García, Plinio, Amparito, Mario Renée, Jaime Rodríguez, Manuel Galindo, Margalida Castro, Marco Giraldo, Esteban Cabezas, Adolfo Castro, Cipriano Hincapié, Leonor Gonzáles Mina, Jairo Gómez; la aspirante a cantante, Magda Egas; El productor musical Edgardo Hozzman con sus artistas: Paola, David Parales, Maria Cristina, Silva y Villalba, Jimmy Salcedo, Maricela y Joe Madrid; El Zar de la venta de discos en Colombia Eduardo Calle, dueño de la cadena Bambuco, casi siempre acompañado de su asistente “El Gato” Ortiz; y un joven genio: el director artístico de CBS, Francisco Zumaqué, entre otros. Alfonso Abril grababa los mejores comerciales de radio y televisión para Publicidad Camilo Salgar Jaramillo, Atlas, Rep, Par, Época, Sancho y Promotora de Propaganda, empresas líderes del mercado en ese momento. Acompañando a Alfonso vi trabajar a figuras de la locución como Juan Harvey Caycedo, Hugo Alberto Munker, Sofía Morales de Pérez, Jorge Antonio Vega, José Alarcón Leal, Lilia Boada Escobar, Lucy Colombia Arias, José Alarcón Mejía, Juan Caballero Morcillo y Hernán Castrillón Restrepo. De vez en cuando, Alfonso me daba la oportunidad de practicar locución leyendo los textos de los comerciales que dejaban en el estudio esos locutores que yo consideraba “de verdad.” En Suramericana aprendí más locución que en la Universidad Javeriana. El contacto indirecto con la producción musical en Suramericana también me despertó el interés por conocer más acerca de los artistas, en un momento en que la sociedad se impactaba por la aparición del hippismo, las drogas, el rock y los conciertos de música pesada. Yo quería saber todo sobre el espectáculo. Comencé a coleccionar Pantalla, un semanario de farándula editado por el periodista Ignacio Montoya Posada, conocido popularmente como ”Mantequillo”. Me aficioné a los programas radiales que presentaban las nuevas producciones discográficas. Diariamente recorría el dial para escuchar en 1020 AM al popular locutor Carlos Pinzón, quien hacía historia con su frase “Los dos pegaditos” la cual decía al introducir dos canciones

113 ARMANDO PLATA CAMACHO de éxito, seguidas. (Carlos Pinzón y la conocida animadora de televisión, Gloria Valencia de Castaño, crearon por esos días La Bomba, una discoteca, bajo la carpa de un circo, que se llenaba de bote en bote todos los fines de semana con la presentación de los primeros grupos rock de Bogotá). No me perdía una sola emisión de Radio Lente, con Hernán Restrepo Duque, un musicólogo fuera de serie, cuyos programas a altas horas de la noche en la cadena radial Caracol eran de abrumadora calidad informativa. Gracias a otra gran voz, Jimmy Reisback, conocí la música de los años cincuenta en Estados Unidos y descubrí el twist, el rock, el go-gó y la nueva ola. Pero, el locutor que más me impactó fue sin lugar a dudas, Alfonso Lizarazo, un joven santandereano que era un verdadero fenómeno de audiencia con su programa Juventud Moderna, a través de Radio 15, una emisora de la cadena Caracol. Lizarazo fue uno de mis primeros retos en mi incipiente carrera en la radio: cierto día conocí, en Emisora Horizonte 540 AM, al disc-jockey Raúl Roland, a quien le pedí una oportunidad para participar en su programa de las tardes: Una Hora con los ídolos. Roland, para zafarse de mí, me dijo: —La única forma de ingresar, es si logras una entrevista exclusiva con Alfonso Lizarazo. Una exigencia prácticamente imposible de cumplir porque Lizarazo tenía fama de no conceder reportajes. De todas maneras, llamé a la oficina de Alfonso y me presenté ante su secretaria como Reportero de Radio Netherland de Holanda. Le expliqué que el fenómeno de su jefe había traspasado las fronteras por lo que la radio, para la que yo supuestamente trabajaba, quería rendirle un homenaje. Al día siguiente, Lizarazo me recibió en su estudio y grabé con él una conversación de más de media hora (en esa ocasión conocí a José Sánchez, un operador de audio que años más tarde me ayudaría en un momento clave de mi carrera). Luego edité el reportaje en el estudio de Alfonso Abril. Saqué las frases en las que mencionaba Radio Netherland y las reemplacé por en exclusiva para el programa de Raúl Roland.

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Cuando Raúl Roland lo escuchó, no lo podía creer: Alfonso Lizarazo también era su ídolo y siempre había querido conocerlo personalmente. Bastante impresionado, Roland me preguntó: —Armando, ¿cómo lo lograste? Con total tranquilidad le respondí: —Muy sencillo, don Raúl, el señor Lizarazo lo admira mucho a usted. Con frecuencia escucha su programa. La dicha de formar parte del programa de Raúl me duró muy poco pues el director de la estación, Santiago Munévar Silva, me exigió la licencia de locutor para continuar en el aire. Varias veces intenté iniciar el trámite para obtener mi licencia ante el Ministerio de Comunicaciones, pero el solo hecho de pensar en tanto papeleo y en los exámenes, me desanimaba. Con la Fundación, seguí contactando emisoras en busca de espacios gratuitos o entrevistas para que mi jefe, Rodrigo Ocampo, promoviera sus colegios cooperativos. El tema fue poco atractivo para los directores de noticias. Solo dos estaciones, Emisora Mariana 1380 AM y Radio Kennedy 1480 AM, nos regalaron algo de su programación semanal. La Emisora Mariana quedaba en los altos de la iglesia de San Agustín, en la calle 7ª. con carrera 7ª., al lado de un edificio donde funcionaban los Ministerios de Educación y Hacienda. Nos asignaron un programa a las siete y media de la noche, después de la transmisión del Santísimo Rosario. En Mariana conocí a un locutor invidente muy simpático y genuino representante del pueblo, apodado El Ciego de Oro, Libardo Rodríguez. Poseía un tono de voz bajo y un fraseo lento y cadencioso, muy particular. Presentaba música campesina e improvisaba sus anuncios comerciales con chispa e ingenio. A pesar de su limitada instrucción era un comunicador nato que llegaba a sus oyentes. A Radio Kennedy solo fuimos un par de veces con Rodrigo, pues los estudios quedaban bastante lejos del centro de la ciudad, y su raquítica señal solo cubría unas pocas cuadras a la redonda. Así, fui pasando los meses de mediados de 1967, rodando y rodando por estaciones pequeñas, promoviendo la Fundación, conociendo algunos personajes del medio y participando en proyectos de bajo calibre.

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Un hecho inolvidable fue el día que el locutor de Radio Sutatenza, Guillermo Castellanos Díaz, me invitó para que lo acompañara a los estudios de la Televisora Nacional, en la calle 24 entre carreras 5ª. y 7ª., donde leía un breve informativo. Al llegar al estudio, volví a sentir esa extraña sensación de frío en el estómago, mezcla de ansiedad y emoción, al verme rodeado de cámaras, reflectores y micrófonos. Observar a Guillermo leer noticias en cámara tuvo un efecto mágico en mí. Es un privilegio tener un amigo así, pensé. Luego puse a Guillermo, imaginariamente, en todo lo alto de un pedestal del Olimpo de los Dioses, al lado de todos mis ídolos: los locutores de la radio. A duras penas terminé el primer semestre de comunicaciones en la Universidad Javeriana. Tuve buenas notas excepto castellano, dictado por Gonzalo González, un profesor de origen español extremadamente estricto. Me gustaba filosofía y letras con monseñor Mario Revollo, quien años más tarde fue cardenal primado de Colombia. Otra cátedra agradable era historia del arte con nuestro decano, Francisco Gil Tovar. Algunas clases eran interesantes, otras demasiado aburridas. El entusiasmo por continuar la carrera lo fui perdiendo a medida que ganaba algún dinero y conocía más gente de la radio. Fue en los primeros días de junio de 1967, justo después de un examen de Ética y comunicación con el profesor Antonio Cacua Prada, cuando armado de un valor inusual tomé la decisión más difícil y trascendental hasta ese momento de mi vida: retirarme de la universidad. Estaba absolutamente seguro. Hablé con la secretaria de la facultad, Gilma Girón, y le expresé mi desacuerdo con el programa académico: —Gilma, me parece que hay mucha teoría y poca práctica. —Aparentemente Armando, pero te estás estructurando intelectualmente. —Gilma, definitivamente quiero ser locutor y mi futuro está en los estudios de grabación y no en los salones de clase. —Bueno, si esa es tu decisión, lo único que te deseo es que tengas mucha suerte. Recuerda que ésta será siempre tu casa. Gilma me dio la mano mientras en su mirada le noté mucho escepticismo.

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La locura...

Mi tía Teresa Plata era todo un personaje: soñaba con irse de Colombia, casarse con un extranjero y recorrer el mundo, a pesar de ser poco agraciada, bajita y algo pasada de kilos. Para 1967 rondaba los 59 años de edad. Con un poco de sigilo y hablando del tema en voz baja, un día me invitó a su oficina en la Registraduría Nacional del Estado Civil y me reveló su plan para irse del país. Me dijo al oído: —He trabajado como una esclava por muchos años en la Registraduría para terminar de cancelar la hipoteca de mi casa, que es tu casa, para pagar un curso de inglés y para inscribirme en un Club Internacional de Amigos por correspondencia. Quiero encontrar el príncipe de mis sueños: por allá en las extranjas hay mucho viejo solo, acomodado, que necesita compañía. Para mis adentros pensé que la locura definitivamente era un patrón común de la familia Plata. —Claro tía, muy buena idea. Déjame hablar con mi papá que incluso tiene un tocadiscos, de esos que vienen con radiola incluida, en el que podrías escuchar los discos Long Play del curso de inglés. —¿Verdad mijo? ¿Será que Luis me lo regala? —No creo tía, pero déjame intentar conseguirte un buen precio. A los pocos días vinimos con mi papá a entregarle el equipo de sonido. En agradecimiento, Teresa me invitó a vivir permanentemente en su casa; así que decidí retirarme de la sociedad que tenía con Hugo Ferro, la pensión para estudiantes universitarios en el barrio Divino Salvador, y me trasladé a mi nuevo domicilio en Teusaquillo. La tía se tomó la cosa del inglés en serio: noche a noche repitió y repitió la primera lección hasta que el disco se rayó. Era común que se quedara dormida mientras en el tocadiscos sonaba y sonaba el mismo corte hasta el nuevo día. Fue un asunto obsesivo y algo fastidioso. Teresa desarrolló una pronunciación terrible y para que supieran de sus progresos con esa lengua, en la mitad de cualquier conversación mezclaba palabras de los dos idiomas en un

117 ARMANDO PLATA CAMACHO espanglish rarísimo e imposible de comprender. Después, se compró unos vestidos sastres negros, ligeramente atrevidos para la época, se cambió de look y se mandó hacer dos moñas de pelo negro para una sesión de fotografías. Ordenó medio centenar de copias, tamaño cédula, para adjuntarlas a los formularios de amor por correspondencia que diariamente enviaba a sus posibles príncipes consortes en Canadá, Estados Unidos, México y Centroamérica. Yo le traduje montones de cartas y le manejé el archivo de su correspondencia. Como en esa época el correo se tardaba de cuatro a cinco semanas, con frecuencia se perdía la continuidad de los temas que trataba en las cartas con sus candidatos. La mayoría de las misivas, adornadas con palomas, flores y corazones, trataban las mismas tonterías: ¿Dónde vives? ¿Cómo es el clima? ¿Cuál es tu signo zodiacal? ¿Cuál es tu platillo favorito? ¿Cuáles son los colores de la bandera de tu país? ¿Dónde aprendiste inglés? Ciertos prospectos del Club de Amigos eran muy jóvenes para Teresa; otros eran muy sinceros y narraban los padecimientos de sus enfermedades o confesaban abiertamente sus limitaciones físicas. —No mijo, yo no quiero convertirme en enfermera. A ese mejor ni le conteste —me repetía con frecuencia. Cierto día nos llamó la atención una carta con un mensaje corto y al grano: Tengo 69 años, soy viudo, toda mi vida he vivido en el campo, a cien millas de Lethbridge, un pequeño pueblo en el estado de Alberta, Canadá. Busco una compañera de buen corazón que quiera compartir conmigo las labores agrícolas en mi granja. Interesadas por favor escribirle a Joe. Con la carta venía la foto a color de un señor de pelo blanco de típico aspecto anglosajón. —Se ve un viejo interesante. ¿Dónde queda le... leb... lebri..leeee..... —Lethbridge, tía. —Eso, Lebrije. —En Canadá, tía... —Sí mijo pero ¿en qué parte?

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Luego de varios minutos localizamos el pueblo en un tomo de la enciclopedia Collier. —Tía, está al sur de Calgary... en la mitad de prácticamente nada nada... casi no hay ciudades en los alrededores... —Contéstele y dígale que me interesa, mándele la foto y dos pétalos de rosa; uno nunca sabe. —Tía, ¡pero Canadá es muy frío! —Carajo contéstele, no se ponga con exigencias. Teresa Plata mantuvo comunicación con varios candidatos hasta que se decidió por un costarricense con el que se casó por lo civil en San José. La relación no funcionó y pronto se separó. Después de esa experiencia negativa en su vida sentimental Teresa volvió a contactar a Joe y a los pocos meses se fue para Canadá. Joe era dueño de cientos de hectáreas de cultivos y le había dicho la verdad: en efecto, toda su vida la había pasado entre tractores y cultivos. Teresa y Joe vivieron diez años alejados del ruido y del acelere de la civilización en medio de un inmenso bosque de pinos candelabro. Con el tiempo, ella lo convenció para que vivieran en el pueblo y se mudaron a una casa justo al frente del hospital de Lethbridge. Cuando Joe cumplió 80 años lo obligó a montar por primera vez en avión y lo llevó a Nueva York, Panamá y Colombia. Cuando el hombre se murió, a los 93 años, Teresa ferió las tierras y la casa y con ese dinero viajó cinco años por todo el mundo como una reina; se dio todos los lujos que quiso. El día que agotó el último centavo se presentó ante un consulado canadiense y pidió ayuda para regresar a su pueblo. La internaron en el hospital geriátrico de Lethbridge y exactamente diez años después de la muerte de Joe, ella murió también a los 93 años. Cumplió todos sus sueños excepto el de hablar bien el inglés. La última vez que la llamé por teléfono en el año 2001, le pregunté: —Tía ¿cómo estas? —Las dos y cuarto —me contestó. Donde Teresa viví desde mayo del año 67. A casa venía cada semana una jovencita a arreglar los cuartos y a lavar la ropa; era algo coqueta. Nos hicimos amigos, pero no íntimos, ya que siempre hubo un “no sé qué “ entre nosotros, desconfiaba de su energía.

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No sé si fue una coincidencia pero de mi cuarto un día desaparecieron dos sacos, dos camisas, dos pantalones y dos corbatas, todos aún sin estrenar. Era la primera ropa fina que había comprado en mi vida con mi propio dinero. Los había admirado muchas veces en la vitrina de Pierre, un almacén de ropa de marca ubicado en la esquina de la calle 24 con carrera 7ª., en el mismo edificio donde por esos días se fundó la Asociación Colombiana de Locutores, donde funcionó RTI, Caracol Televisión, Radio 1020 y los estudios de grabación de sonido Cigacol. No tuve tiempo de desempacarlos. Los dejé sobre mi cama. Cuando regresé se los habían robado. Todos los indicios apuntan hacia la joven mucama coquetona porque desde ese día dejó de venir a trabajar. Ese robo me dolió mucho, especialmente el de una chaqueta de paño espina de pescado con la que pensaba impresionar a mis compañeras de universidad.

Forjadores... a los perros

En la Fundación Eladia Mejía, Rodrigo Ocampo me presentó a su hermano Wilmar, dueño de Forjadores del Progreso un programa de publi-reportajes en radio. Wilmar entrevistaba a gerentes y ejecutivos sobre los productos y servicios de sus compañías y les cobraba de acuerdo a los minutos que estuvieran en el aire, formato bastante rentable porque los invitados se extendían hablando maravillas de sus empresas. El programa se transmitía en Emisora Horizonte, la radio que me había sacado del aire por no tener licencia de locutor. Wilmar Ocampo tampoco la tenía, pero como pagaba su horario la estación se hacia la de la vista gorda. Comencé a trabajar con Ocampo como vendedor y así conocí a Abelardo Ramírez, un joven que me enseño a aproximar a los clientes, cerrar ventas y lo mas importante: A cobrar. Hicimos un equipo imbatible que nos dio buenos ingresos. Además de vender, escribía las preguntas, presentaba, grababa y editaba el programa. Alguna vez Santiago Munévar Silva, Gerente de Horizonte, me comento:

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- A Usted como que lo conozco... - Si, en el programa de Raúl Roland, de donde usted me sacó. Ahora trabajo con Wilmar Ocampo - Ah.. muy bueno, están haciendo un buen programa... deberían comprar mas horas. Desde entonces Munévar me miro con respeto y con los años nos hicimos amigos. Uno de mis primeros clientes fue George Vlasack, un checo, dueño de un restaurante de comida europea cerca del Hotel Continental, en la Avenida Jiménez entre carreras tercera y cuarta. Le pasaba anuncios y el me daba suculentos almuerzos, le promocionaba el Hotel Guadaira de Melgar y me pagaba con habitaciones los fines de semana. Quedó tan agradecido con el programa que lo guardó en cinta magnetofónica como un trofeo, y como él, numerosos clientes quedaron encantados. El formato era un golpe directo al ego. Conciente del éxito, Wilmar Ocampo y sus hermanos Samuel y Homero, extendieron el concepto del programa en prensa, al reproducir la emisión de la radio. Nuestros vecinos y conocidos de El Espectador, aprobaron la idea y Forjadores del Progreso se volvió una sección paga dentro de la pagina económica del periódico. Varios clientes pautaron paginas para celebrar su aniversario, la compra de nuevos equipos o el lanzamiento de nuevos servicios. Con Abelardo nos inventamos ciclos para rendir un merecido homenaje a los sectores automotriz, textilero, mercantil, bancario, etc. El cuento funcionó la mayoría de las veces aunque hubo clientes que se negaron a pagar porque consideraban que se merecían el homenaje; entonces Wilmar ni corto ni perezoso, se pagaba por derecha y nos descontaba el valor de esas facturas de nuestras comisiones de venta. La pérdida mas grande la tuve en Armenia en Diciembre de 1967 cuando el dueño de un taller metal mecánico compró dos páginas para destacar la ampliación de su fabrica y luego se perdió del panorama. Cuando nuestro abogado lo abordó para cobro jurídico argumentó que no había firmado ningún contrato, como en efecto había ocurrido por una ligereza de

121 ARMANDO PLATA CAMACHO mi parte. Quede en bancarrota. Terminé durmiendo en una banca del parque Simón Bolívar, triste y desanimado. Dias antes, intencionalmente me cambié el nombre para impresionar a una chica muy bonita llamada Gloria, que vivía cerca del estadio de Fútbol. Me presenté como Ernesto Rojas Ochoa, locutor de la cadena Caracol. Esa mentira se me volvió un dolor de cabeza. Salimos tres veces y aunque notaba interés de su parte tuve que dejarla porque me atormentaba que descubriera la verdad. Dos décadas después regresé a Armenia a transmitir el Reinado Nacional del Café por televisión y una señora me preguntó si Armando Plata era mi nuevo nombre artístico, o seguía siendo Ernesto Rojas Ochoa, a lo que respondí: - No señora, pero sabe una cosa, con frecuencia nos confunden. Salvo el incidente financiero, tengo un grato recuerdo profesional de Armenia ya que en Radio Ciudad Milagro hice mi primera transmisión a control remoto; visité el periódico Diario del Quindío y conocí a su director Byron Valencia, -con los años un destacado cronista político-; Entré por primera vez a un club social: el Club América; y me hice amigo de Carlos Raeder un odontólogo y empresario artístico que en ese momento estaba de gira con el Ballet de Maria Rosa. Con Carlos fui al viejo circo teatro El bosque un auditorio de madera tallada de singular belleza arquitectónica que lamentablemente no se conservó. Ver a María Rosa fue un acontecimiento por su escultural figura y fuerza escénica en sus estampas flamencas. Entre bambalinas recuerdo la figura espigada de su esposo el torero colombiano Oscar Cruz. La pareja era la comidilla de la prensa del corazón por un romance turbulento que sostuvieron antes e casarse. Las pérdidas de Armenia afectaron mi relación con Wilmar y me obligaron a buscar nuevos rumbos. Pero, no hay mejor motivador de ideas que la necesidad de subsistir. Se me ocurrió entonces proponerle a Antonio Piñeros Corpas, Presidente del canódromo de Bogota, la transmisión por radio las carreras de perros. La idea era incrementar la afición por los canes, lo que me permitió conocer a fondo el mundo de los criaderos de perros de carreras o kennels. Los galgos son animales muy delgados que

122 Ser alguien desarrollan grandes velocidades en la pista, y no es para menos: Los sueltan hambrientos detrás de un simulacro de conejo mecánico el cual nunca alcanzan; los canes llevan bozales para protegerse de los mordiscos pues quieren comerse unos a otros. Dos estaciones de radio se interesaron en mi proyecto: Mil veinte y la Voz de Colombia 650 AM. Sus gerentes Oscar Arango Flores y Víctor Londoño no aceptaron la propuesta de cedernos el tiempo sin costo y compartir los ingresos por publicidad; solo querían una suma fija como pago. A la larga, Arango de 1020, me dio una tarifa muy baja e inicié la transmisión de seis carreras los sábados y domingos. Me tocó hacer de operador, locutor y vendedor. Creía que la afición por las carreras de caballos podía ser igual a la de los perros. En Colombia era muy popular el juego del cinco y seis, en el que se ganaban sumas millonarias al acertar los ejemplares ganadores de cada jornada. Los mejores narradores eran Alberto Díaz Mateus, Julio Nieto Bernal, Gonzalo Amor, Manuel Escobar Martínez y Jorge Garzón Vargas. Desde Chocontá sabía algo de caballos: Un día envié un crucigrama hípico al periódico El Tiempo y me gané dos pesos porque lo resolví correctamente, incluso publicaron mi nombre, hecho que me hizo sentir orgulloso ante mis compañeros de clase. El reto de transmitir carreras de perros fue más difícil de lo que originalmente había pensado. Requería de mucha agilidad mental, memoria y por sobre todo precisión. Cada galgo llevaba sobre su cuerpo una especie de chaleco de tela, con un color —conocido como divisa— que identificaba el criadero al que pertenecía. Durante la narración, a duras penas alcanzaba a deducir el nombre de los perros por los colores de sus divisas, pero los malditos iban a tal velocidad que cuando terminaba de anunciar los primeros cuatro puestos, ya eran otros animales los que iban en la punta de la competencia. Las llegadas eran un dolor de cabeza; casi siempre arribaban en grupos de seis a siete ejemplares, con distancias milimétricas entre sí. Teníamos que esperar de tres a cinco minutos para conocer el resultado del fotofinish, algo poco atractivo para el oyente. Fue muy difícil conseguir patrocinadores. Las pocas ventas publicitarias que logramos fueron de empresas a las que

123 ARMANDO PLATA CAMACHO les interesó anunciar solo por hacer relaciones públicas con los directivos del Canódromo de Bogotá. A pesar de que se le hizo un gran lanzamiento publicitario, la novedad de las carreras de perros duró pocas semanas. No pegó porque el público calificó el evento como “algo aburrido y sin el glamour de la hípica”. El nivel de apostadores se redujo dramáticamente, el canódromo entró en severos problemas financieros y el multimillonario proyecto terminó en medio de un escándalo de prensa con acusaciones y peleas entre los socios: como perros y gatos. Para colmo de males, la sociedad protectora de animales denunció graves episodios de crueldad por parte de los preparadores de los galgos lo cual desató una ola de indignación y rechazo. El litigio entre los accionistas duró varios años. Al final, sobre las ruinas de lo que fue un bello e imponente escenario, se construyó la urbanización El Batán, a la altura de la calle 127, abajo de la autopista norte. Después de esta experiencia poco exitosa en el Canódromo, hacia finales de mayo de 1968, Rodrigo Ocampo y su esposa Stella, me invitaron a un bazar organizado por el colegio cooperativo del barrio La Fragua, al sur de Bogotá. Era un domingo, como a las tres de la tarde. El sol caía y hacía un poco de viento que atizaba el fuego en algunos toldos donde se asaban mazorcas y esos chorizos que venden los padres de familia para recolectar fondos para sus escuelas. Me presentaron a Caty de Gracia, una mujer muy activa, gestora de la cooperativa, líder comunal y ficha clave de los políticos en esa área de la ciudad. Después del saludo protocolario a la señora Gracia, mi mirada chocó con unos ojos negros, grandes y coquetos: una sonrisa pícara y provocativa me sedujo al instante mientras la electricidad del amor recorría mi cuerpo con un corrientazo de fuerza magnética que comenzó arriba y terminó abajo. —¿Cómo te llamas? —le pregunté mirándola fijamente, revelando mis intenciones. —Patricia Gracia —me contestó, revelando las suyas. Luego se acomodó gran parte de su frondoso pelo negro que le caía de izquierda a derecha sobre su rostro. Me miró de

124 Ser alguien reojo, cerrando un poco los párpados, como queriendo fulminarme con su energía. —Y tú ¿quién eres? —Armando Plata. —Me lo imaginé. Rodrigo y Stella hablan mucho de ti. —¿Bien o mal? —¿Tu qué crees? —Bien. Soy un ángel bueno. —¿Para qué? —Para proteger y amar almas nobles y bellas, con mucha gracia, como tú, Patricia Gracia. —¿Eso le dices a todas? —Si todas fueran como tú, tendría que decirlo. Fue un amor a primera vista, mi primera novia oficial. Dos veces a la semana nos veíamos en la sala de su casa, con chaperones a bordo: sus padres, sus hermanos y Mayito, una prima costeña que a veces venía de visita desde Nueva York. Darnos besitos era toda una odisea por la cantidad de curiosos que casi siempre teníamos a nuestro alrededor. “Mucha ropa extendida”, decíamos cuando no podíamos hablar por teléfono con cierta privacidad. Patricia terminaba bachillerato en el colegio de La Presentación de la calle 14 con carrera 13, en el centro de Bogotá; era una buena estudiante y una estudiante buena a sus 17 años de edad. Para julio de 1968, conocí a Carlos H. Vanegas, un vendedor de publicidad muy hábil que realizaba un negocio algo parecido al de Willmar Ocampo Delgado: en lugar de vender infomerciales por radio, vendía solo avisos de prensa para lo que llamaba sus Páginas Comunitarias. La idea le funcionaba cuando algunas compañías querían conmemorar su aniversario de fundación o cuando ciertos constructores inauguraban obras de envergadura. Con el visto bueno del presidente o el gerente de esas empresas, Vanegas obtenía el listado de los proveedores de servicios, compañías y personas que formaron parte del proyecto. Luego diseñaba un aviso, por lo general del tamaño de una página, con un titular central que decía: “¡Orgullosamente celebramos nuestro… aniversario!” o “Inauguramos esta otra gran obra de…”.

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La presión de grupo le daba resultado a Vanegas ya que la mayoría de proveedores y empresas involucradas en el proyecto se sentían comprometidas a anunciar, más por cortesía que por beneficio de su inversión publicitaria. Y Vanegas eso lo explotaba a la perfección: llegó a cobrar hasta dos veces del valor normal de la tarifa del periódico en sus páginas, y un poco más por ubicar algunos avisos cerca del nombre de la empresa homenajeada. Carlos H. Vanegas tenía carisma, sentido del humor y una personalidad arrolladora. Me invitó a colaborar con su compañía, Press Publicidad, ubicada en la carrera 11 con Avenida Jiménez, frente al parque de San Victorino. Acepté trabajar con él, sin desvincularme de Willmar Ocampo Delgado y sin dejar de colaborar con la Fundación Eladia Mejía. Además de vender, Vanegas me encargó la revisión de la armada de nuestros avisos en los talleres del periódico El Tiempo que por esa época quedaban en los sótanos del edificio de la Avenida Jiménez, esquina con la carrera séptima, donde también funcionaban sus oficinas de redacción y publicidad. Fue una experiencia enriquecedora. Allí aprendí parte de la elaboración de un periódico. Edgar Córdoba, jefe de la sección de armada, de quien me hice buen amigo, me enseñó sobre los múltiples tipos de letra que se usan para las publicaciones, sobre las picas —tamaño de las letras— y sobre las columnas que conforman una página: en esos años eran ocho, hoy son seis. Como no existía aún la técnica de impresión por rotativa offset las páginas se armaban manualmente, como en las tipografías. Publicar una fotografía implicaba un proceso largo y costoso: del negativo se sacaba una copia; luego, mediante varias reacciones químicas, se quemaba una plancha de plomo; después, ésta se ajustaba al tamaño del diseño de la página. Los textos se ordenaban en bloques de acuerdo con el tamaño de las columnas y se les daba aire —espacio— a lo largo y a lo ancho, con unas barritas de plomo. Los textos los revisaban los correctores quienes tenían una habilidad extraordinaria para leer las letras al revés ya que así salían de los moldes tipográficos. Siempre admiré la forma como trabajaban los correctores.

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La gente de la armada del periódico trabajaba a gran velocidad pues la primera edición debía imprimirse antes de las doce de la noche. El ambiente era ruidoso; se respiraba un olor extraño, producto de la mezcla de químicos, tinta, cigarrillo y el vapor que salía de las calderas que contenían plomo derretido, usado por los linotipistas para crear las barras de textos. Por las principales estaciones de trabajo pasaban permanentemente los hermanos Hernando y Enrique Santos Castillo, propietarios de El Tiempo, revisando los titulares, el contenido y la diagramación. Varias veces los vi editando artículos y cambiando noticias a última hora, lo cual era una verdadera tortura para linotipistas y armadores porque prácticamente les desbarataba todo su trabajo. Las largas jornadas que pasé en El Tiempo supervisando avisos, me permitieron ver un medio de comunicación diferente al de la radio y me sembraron la inquietud de conocer más a fondo el periodismo escrito.

Todos “en todo”

Para finales de 1968 la moda de los jóvenes de Bogotá era usar pelo largo, bastante largo, lo cual desataba la ira de los padres de familia acostumbrados hasta el momento a que sus hijos lucieran presentables. El movimiento hippie que había nacido unos años atrás en San Francisco, California, estaba en todo su esplendor y la moda era experimentar con todo tipo de drogas mientras se escuchaba a gran volumen los nuevos discos de los grupos de rock de Inglaterra y Estados Unidos. Desde el primer momento me gustó el ritmo, la fuerza y la sencillez del rock; me parecía muy magnética la música de The Who, Led Zeppelin, The Animals, Jimmy Hendrix y Janis Joplin, a pesar de que no entendía las letras de sus canciones. Varios grupos locales ofrecían conciertos en teatros, discotecas, al aire libre y en el refugio hippie de Lijacá, al norte de la capital. Entre los artistas más conocidos figuraban: Los Flippers, Malanga, Los Speakers, La Banda de Marciano, Belcebú, Limón y Menta y Karne Dura. Eran tríos o cuartetos conformados por batería, bajo

127 ARMANDO PLATA CAMACHO y guitarra; tenían amplificadores de menos de cien vatios de potencia y engrandecían las voces con unas gigantescas cajas negras, marca Losdernan, fabricadas en Medellín. Algunos grupos tenían su propio juego de luces: una serie de bombillas caseras de cuarenta y sesenta vatios, de colores amarillo y rojo, como esas que identifican los burdeles y bares de mala muerte. El menú de las drogas que se consumían en Bogotá era bastante variado: marihuana, hashis, opio, ácido lisérgico LSD, peyote, cocaína, hongos alucinógenos, cacao sabanero —un derivado del árbol de borrachero del cual también se extrae la escopolamina, conocida como burundanga—, anfetaminas y bifetaminas tales como: Diasepán, Ceconal, Apacil, Qualudes y Mandrax. En las noches de rumba, a las altas horas de la madrugada, se acostumbraba tomar Coca cola con Mejoral o Aspirina para evitar el sueño; también se decía que fumar cigarrillos Luckie Strike con un poco de telarañas emborrachaba rico; esta mezcla era conocida como la traba de los presos. Algunos jóvenes gringos que estuvieron en Colombia con los Cuerpos de Paz iniciaron las excursiones purificadoras a Silvania (Cundinamarca), La Miel (Caldas) y el Caquetá. En poco tiempo Los Maestricos estadounidenses —expertos en drogas— popularizaron estos nuevos destinos turísticos pues como por arte de magia se corrió la bola de que en esas zonas del país crecían los mejores hongos alucinógenos del planeta. De boca en boca se recomendó el consumo de los hongos de cagajón de vaca; esos de aspecto feo y coloración blanca que se elevan a varios centímetros de altura como si fuera una explosión atómica. Se ingerían con leche condensada o con una gaseosa Colombiana porque según decían los maestricos: They had terrible after taste (mal sabor). Como la información y cultura sobre las drogas sicotrópicas que se manejaba en ese momento era clandestina, subterránea, imprecisa y escasa, sucedió lo inevitable: cientos de accidentes por sobredosis. Algunos muchachos murieron por intoxicación de psylocibina —uno de los componentes químicos de los hongos— y otros porque se equivocaron y consumieron los que nacen en el pasto, que son letales.

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El consumo exagerado de estos champiñones gigantes envió a más de uno a casas de reposo y clínicas siquiátricas, y los más afortunados quedaron con afecciones hepáticas severas o con lesiones cerebrales de por vida debido a la cantidad de neuronas que quemaron. En la región del río La Miel, a cuatro horas de Bogotá, cerca de La Dorada, se conocieron otros casos de jóvenes que murieron ahogados, en accidentes de tránsito o intoxicados, luego de haber consumido hongos. Sobre el tema se escribieron canciones; una de ellas decía en su estribillo: “Es que miles de caminantes con su morral a la espalda… al río de La Miel han venido… porque la ciudad los cansa” Otro destino turístico de moda para los consumidores de droga, este un poco más sofisticado y costoso, era la región selvática del Caquetá y el Amazonas. Allá, donde el oxígeno es más puro y la civilización aún no ha contaminado las aguas, cientos de extranjeros y nacionales viajaron para tomar un brebaje mágico llamado Yagé. “El Yagecito”, contaban los maestricos, era toda una experiencia sicodélica, esotérica y sobrenatural; tenían que ayunar y vomitar, hasta limpiar de todo residuo alimenticio de su sistema digestivo, para poder tomar su pócima de yagé. Luego, asistidos por un chamán, participaban en ritos indígenas que duraban varios días en los cuales se purificaba el alma y se desdoblaba el espíritu. Algunos de los gringos, un poco demacrados, decían que su cuerpo se les había convertido en un tipo de materia flácida, como la de un molusco, y que llegaron a ver su otro yo. La ambivalencia de no poder determinar cuál de las dos imágenes que estaban viendo correspondía a su verdadero ser, les provocaba un estado de paranoia total. Por esos días se rumoró con mucha insistencia que el cantante Mick Jagger, del grupo británico The Rolling Stones, estaba de incógnito en la región del río Amazonas purificándose con Yagé. Purificar el alma fue la meta de la juventud que vivía bajo la filosofía hippie que pregonaba hacer el amor y no la guerra, un postulado de paz y hermandad que fue dando sus resultados: de repente miles de jóvenes llevaban consigo para todas partes

129 ARMANDO PLATA CAMACHO voluminosos tomos de la Sagrada Biblia; entretanto, en sus hogares, sus padres se sentían orgullosos y felices por la inclinación religiosa de sus hijos. Las Biblias impresas en papel de arroz siempre estaban agotadas en las librerías por la inusual demanda de la nueva generación de creyentes hasta que se descubrió por qué tanta fe: el papel de arroz era el más apropiado para elaborar cigarrillos de marihuana. Ciertos viajeros que pasaron por Bogotá hablaban de un pueblo mágico llamado Real Catorce, en el estado de San Luis Potosí, México. Según ellos, se trataba de un hermoso villorio —años después en ese sitio se filmó la película The Mexican con Julia Roberts y Brad Pitt—, a donde llegaban jóvenes suecos, franceses, ingleses, alemanes y estadounidenses para consumir un cactus alucinógeno, muy popular entre los indios Huicholes, conocido como botones de peyote. Según los historiadores, los botones de peyote tienen propiedades curativas y eran utilizados por los Aztecas para mantener el pescado fresco en las largas travesías que hacían para llevarlo del puerto de Veracruz hasta Tenochtilan. En Bogotá a veces se conseguía peyote fresco y era considerado un verdadero “bocatto di cardinalli” para los maestricos. A propósito del tema, mi padre temeroso de que cayéramos en el vicio de la droga constantemente nos repetía esta frase: —No quiero que fumen marihuana, se vuelvan comunistas o escuchen los discursos de Fidel Castro. Papá era godo, ultra godo; sobre el tema de las drogas fue determinante e inflexible y eso me ayudó enormemente en la vida porque con frecuencia tuve que alternar con personas que tenían adicciones al alcohol y a sustancias químicas. Por esos días, cuando me ofrecían un bareto (cigarrillo entero de marihuana) o una chicharra (colilla), tenía sentimientos encontrados: quería probar para estar en la onda al igual que mis amigos, pero, de repente, me atortolaba, temblaba del susto y en mi mente retumbaban las palabras de mi padre como un eco. Al final respondía: —Gracias brother, más tarde, estoy llevadísimo.

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Primera filmación

Mi jefe, Carlos H. Vanegas, no fumaba marihuana pero en cambio le encantaba tomar trago. Tenía un canje publicitario permanente con el Grill Mario’s, un bar de regular categoría que quedaba en la calle 58 entre carreras 13 y Avenida Caracas. Un viernes Carlos me dijo: —Esta noche tenemos una filmación. Tienes que acompañarme para que cargues los equipos y las luces. —Listo, Carlos. ¿A qué horas? —A partir de las doce de la noche comienza la función. —¿Dónde? —En Mario’s. —¿Función? —le interrogué. —Sí, es un show. Los equipos no eran gran cosa aunque en ese momento me parecieron la gran maravilla porque me estaba aproximando por primera vez al mundo del séptimo arte. Eran una cámara de cine Arriflex que usaba película de 16 milímetros; tenía tres lentes que giraban al presionarlos, lo que permitía que la toma fuera más lejana o más cercana, y las luces consistían en solo una lámpara de tungsteno amarrada a una base metálica oxidada. Vanegas se sentía un auténtico director de Hollywood y se transformaba con solo ver sus equipos. —Una cámara abre muchas puertas y te da poder —decía orgulloso—. Solo hay que saber usarla —remataba con algo de suficiencia. Esa noche llegamos al grill en taxi, al filo de la media noche. —Don Carlos, bienvenido —le dijo un portero uniformado con un traje rojo pálido, un poco raído por el tiempo. —Buenas noches, ¿cómo está la cosa? —preguntó Carlos. —Bien, todo listo, como siempre —contestó el portero. Cuando pasamos la pesada puerta metálica de la entrada, una ola de calor, humo de cigarrillo y aroma de aguardiente llenaba el pasadizo. Un disco de Los Graduados cantado por Gustavo Quintero, sonaba a todo volumen; no se veía casi nada. Varias

131 ARMANDO PLATA CAMACHO personas nos saludaron a gritos. El gerente del sitio muy amablemente nos llevó hasta un reservado especial para seis personas. —Les presento a mi asistente de cámara, Armando Plata —Mucho gusto —dije tímidamente. —¿Entonces qué Don Carlos, lo mismo? —preguntó un mesero. —Sí, con hielo. Al fondo varias parejas bailaban muy amacisadas. Media hora más tarde Carlos me ordenó preparar las luces para iniciar la filmación y me dio algunas instrucciones técnicas: —Lo más importante es que mantengas la luz a la misma distancia y sigas los movimientos que voy haciendo con la cámara. Estaba muy emocionado…era mi primera filmación. El grill no era muy grande y tenía una pequeña pista de baile con una plataforma de madera elevada a unos veinte centímetros del nivel del piso. Uno de los meseros anunció por los parlantes el show central de la noche: Adriana y su baile exótico. Una chica rolliza de unos 20 años se paseó por algunas mesas y luego saltó a la tarima al ritmo de una música de saxo. Vanegas comenzó a rodar. La mujer se fue desvistiendo lentamente hasta quedar en cueros. —Ooops, esto esta como bueno —pensé, mientras ajustaba la posición de la luz. Luego sonó una especie de fanfarria musical y del fondo apareció otra mujer, un poco más delgada. Hizo lo mismo: se quitó toda la ropa. Vanegas se acostó bocarriba sobre la plataforma para hacer una toma contrapicada de las dos bailarinas. Me vi en aprietos para iluminarlas bien pues si me acercaba podía quemarles las pantorrillas con la lámpara que estaba bien caliente. Pero la exótica Adriana y su amiga Marleny estaban peores, ardían. Entre aplausos y gritos de los asistentes se besaron e hicieron la mímica de tener sexo sobre el escenario, llegaron a la línea que divide lo erótico de lo evidente. El público pedía más y más; ellas sabían lo que hacían y gozaban provocándolos. La filmación duró unos quince minutos. Carlos H. Vanegas también gozaba siendo el centro de atracción del lugar: a veces se contorsionaba más con la cámara que las mismas bailarinas.

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Cuando regresamos a la mesa, un poco sudorosos, varias muchachas se sentaron con nosotros. —¿Quién es el pelao? —preguntó una. —Mi asistente de cámara —contestó Carlos. —Parece virgo —dijo otra. —De las orejas, tal vez —contestaron otras en coro y luego soltaron una sonora carcajada. —Está bueno el flaco —susurró otra, mientras me deslizaba su mano bastante bien arriba de la rodilla. Esa noche supe que Mario’s era un cabaret que se había ganado una excelente reputación por tener siempre buen hembraje. A las muchachas les pagaban un porcentaje según las copas o botellas de licor que consumieran los clientes, como en las ferias y fiestas de Chocontá. En el segundo piso, al lado de la oficina del administrador, había un lugar destinado únicamente para clientes muy especiales: era un gran sofá donde se podía tener sexo. Esa noche no pasó nada de nada con ninguna de las chicas del cabaret porque Carlos se emborrachó bastante. Me tocó llevarlo hasta su casa ubicada en los edificios del Centro Antonio Nariño, muy cerca de la Feria Exposición Internacional de Bogotá. Al día siguiente le pregunté cómo le había parecido mi trabajo como iluminador durante la filmación. Vanegas soltó una enorme carcajada y me respondió: —¿Cuál filmación? —La de anoche. —Armando, no sea güevón. Eso se llama cámara rusa: cuando uno hace el simulacro de filmar pero en realidad la cámara no tiene rollo… No olvides que una cámara abre muchas puertas… y si se sabe manejar bien, abre muchas piernas, jajajaja… —Carlos, ¿pero si el cliente se da cuenta o luego te pide ver la película? —Ah, bueno, en ese caso se argumenta que el rollo se veló en el laboratorio y que lamentablemente se debe repetir toda la filmación. Desde ese momento, le perdí la confianza a Carlos y pensé que su conducta antiética a la larga podría ocasionarnos problemas con los clientes.

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Pronto comencé a frecuentar el Grill Mario’s para agotar el canje publicitario que ese negocio tenía con la empresa de Carlos H. Vanegas. El acuerdo se limitaba únicamente al consumo de licores y no incluía los favores sexuales de las chicas, aunque ellas con frecuencia nos daban buenos descuentos por ser clientes especiales vinculados al mundo del cine. El gerente del local era un hombre desparpajado y dicharachero al que le gustaba hablar en voz alta sobre sus más recientes adquisiciones femeninas a las que coloquialmente describía como mi nuevo ganado. —La mona se llama Lucero —decía—. Está buenísima; todavía no ha pasado por las armas… con la que sí estuve anoche fue con Yolanda, la flaca… tiene hueso matador y unas tetas grandes. —¿Y qué tal la otra, la de pelo liso? —le pregunté alguna vez. —No, esa no se la recomiendo, es peche’tabla polvoeboba: mejor dicho, mal polvo. —¿Y la de blusa azul? —Esa hembra es candela… le gusta hablar por Todelar… le fascina el micrófono... (sexo oral) y es chiquitera (sexo anal.) Cierta noche nos reunimos en Mario’s un grupo de amigos entre quienes se encontraba el campeón nacional de Tenis de Mesa de esa época, José Pérez. Al calor de unos whiskies hablamos de todo un poco hasta que nos trabamos en una discusión bizantina: como mis argumentos no convencieron a Pérez, comenzó a vociferar cualquier cantidad de vulgaridades y me dio una bofetada. Los ánimos se encendieron y yo le contesté con una patada. Se armó la gresca y entre puñetazo y puñetazo terminamos dándonos trompadas en la calle. Era una típica fría noche bogotana; había llovido bastante y en el asfalto, sobre varios charcos de agua, se reflejaban las titilantes luces de neón del grill. —¿Entonces qué flaco hijueputa y desnutrido? —me dijo José en tono agresivo— ¿Quiere que le acabe de dar su tunda? —Eso lo veremos maricón de mierda —le contesté, mientras trataba de recordar las lecciones de boxeo que tomé cuando era cadete de la Escuela Militar. Puse los brazos en guardia y lancé mi primer derechazo directo a la mandíbula. El hombre lo esquivó

134 Ser alguien mostrando unos magníficos reflejos; luego dio un paso atrás, tomó impulso y se vino contra mí como un toro furioso. Del impacto caí al piso y del golpe quedé sin aire. Traté de levantarme pero en cuestión de segundos, José me dio una andanada de golpes por todas partes del cuerpo; enseguida, me agarró del pelo y como si fuera una pluma, me levantó y me tiró con fuerza dentro de una maloliente caneca de basura llena de desperdicios. Me tomó algunos minutos salir de la caneca debido al intenso dolor que sentía en la espalda, la cabeza y las piernas. Tenía raspaduras en las rodillas y los codos. De mi camisa blanca solo quedaba el cuello y uno de los puños; lo demás eran hilachas untadas de barro y sobras de comida. Qué espectáculo más degradante, pensé, mientras algunas personas me retiraban del área aconsejándome dejar de pelear para evitar una desgracia. Eran las cuatro de la madrugada. Muerto del frío, ensangrentado y derrotado me subí a un bus y camino a casa, me prometí nunca más volver a Mario’s y no volver a pelear a puño limpio en mi vida. Semanas más tarde me encontré con José Pérez en el Ranking Club de la carrera 7 entre calles 19 y 20; se disculpó conmigo y me dijo: —Hermano qué pena, fueron cosas de tragos… La verdad es que no quise darte en la jeta más duro porque somos amigos…No sé si lo sabes, yo soy cinturón verde de karate.

En cartelera

Los últimos meses del 67 fueron de mucha actividad debido a mis trabajos en Forjadores del progreso, la Fundación Eladia Mejía y Press Publicidad. También, porque decidí no vivir más en casa de tía Teresa en el barrio Teusaquillo y trasladarme al centro de Bogotá. Gracias a una oportuna recomendación de mi amigo Abelardo Ramírez logré que me alquilaran una pieza en unas residencias ubicadas en la carrera 7 entre calles 20 y 21, un lugar muy apetecido y difícil de conseguir. Ahora podía desayunar en La Sultana, una famosa cafetería, que quedaba al lado de mi edificio, donde se reunían artistas, toreros, músicos, periodistas y

135 ARMANDO PLATA CAMACHO profesionales de la lucha libre, como King Kong, una corpulenta figura del ring que se fue apagando lentamente en una pelea que perdió frente a una diabetes galopante. A pocos pasos de La Sultana, diagonal al parque de Las Nieves, quedaba El Floridita donde casi todas las tardes religiosamente hacía una fila de quince minutos para tomar una deliciosa taza de chocolate santafereño con pan, queso y mantequilla. Mi vida fue un poco más divertida al vivir en esa área de la carrera séptima. Iba a cine con más frecuencia a salas de estreno cercanas como los teatros Colombia (luego, Jorge Eliécer Gaitán), México, Metro, Mogador; y cinemas con programas dobles como el Lux y el Faenza. Además, si quería participar en una buena tertulia, el sitio era El Cisne en la calle 24 con carrera septima, un inmenso local frecuentado por pintores, políticos, escritores y hippies. Recuerdo que pasaba un personaje enigmático que todos los días hacía recorrido por restaurantes, cafeterías y salas de billar: era un hombre bajito, de contextura menuda que siempre vestía de negro, usaba sombrero y debajo del brazo cargaba un maletín de cuero café. Entraba a los sitios revisando mesa por mesa, como si estuviera buscando a alguien en particular. Su mirada era fría, distante e inexpresiva; jamás saludó, dirigió palabra o siquiera pidió un vaso de agua. A la gente le causaba curiosidad su extraño proceder, tanto que lo apodaron “Manix”, nombre del detective de una serie de televisión que buscaba incansablemente a un asesino. Tambien se le conoció como “El fugitivo.” En enero de 1968 me reuní con el joven aspirante a periodista Guillermo Rodríguez para diseñar un programa sobre las películas en cartelera. Guilermo haria la parte critica y yo la locución y las ventas. Rodríguez hacia sus primeros intentos para ingresar al medio y al poco tiempo se convirtió wn un excelente reportero de la cadena radial Caracol y un conocido comentarista de toros. Alfonso Abril, en Suramericana de Grabaciones, nos ayudó a realizar un demo que quedó muy impactante por la cantidad de efectos de sonido y cortes musicales que utilizamos de fondo para nuestros comentarios acerca de las estrellas del séptimo arte. Con la colaboración de algunas empresas distribuidoras de películas

136 Ser alguien obtuvimos en cinta magnetofónica varios trailers y avances de los próximos estrenos narrados por John Gres y Carlos Montalbán (hermano del actor Ricardo Montalbán), dos locutores magistrales cuyas voces se escuchaban en todas las salas de cine desde México hasta La Patagonia. Eran verdaderos maestros de la locución: decían los textos de tal manera que te envolvían en la historia. Me impactó tanto el estilo de John Gres que deliberadamente empecé a imitarlo; lo escuchaba cientos de veces y luego repetía exactamente las mismas frases, con la misma cadencia. John Gres marcó mi camino como locutor. El demo del programa que titulamos La cartelera de la semana, nos abrió algunas puertas: Jorge Antonio Vega, director de Radio Guadaira 1180 AM, lo escuchó y lo programó para los sábados por la mañana. En Radio Guadaira trabajaba como locutor un muchacho flaco y dicharachero, ya reconocido como compositor talentoso: Héctor Ulloa, —luego conocido como El Chinche—, y su tema musical Cinco Centavitos era un éxito nacional. A Hernando “El Pote” Molina, gerente de Radio Mundial 1480 AM le pareció muy buena idea pasar un programa de cine y nos dio una hora los domingos. Allí conocí a Edgar Restrepo Caro, un locutor de Anserma, Caldas, muy aficionado a la música rock (con quien más adelante promoví conciertos y discos) al periodista Eduardo Lozano que después fue destacado reportero de Radio Sucesos RCN, y a Héctor Velásquez Laos y Marina Veslin, dos voces que alternaban la locución con esporádicos papeles en . El programa lo ubicamos también en La Voz de la Víctor y en Radio Latina 1510 AM, emisora del político Samuel Moreno Diaz. Fue el primer experimento de radio con el que pretendíamos producir, vender y compartir utilidades con las emisoras. Después de diez emisiones nos desanimamos porque no vendimos un solo anuncio. Alfonso se aburrió de grabar sin recibir un peso y Guillermo quería hacer una crítica de cine más profunda, sin presiones ni compromisos de tipo comercial.

Cine y “Chiveo”

Semanas más tarde Carlos H. Vanegas de Press Publicidad me regaló un pasaje para viajar a la isla de San Andrés en el que sería mi primer viaje en avión. Familiares de Carlos, de apellido Guttman,

137 ARMANDO PLATA CAMACHO me recibieron y me atendieron a cuerpo de rey. El señor Guttman tenía varios almacenes de electrodomésticos y era muy respetado por los isleños. Una tarde, alquilé una motocicleta de bajo cilindraje y di algunas vueltas entre la ciudad y el montículo de San Luis. De pronto, la llanta delantera quedó atascada en un hueco y salí disparado por los aires para caer sobre el pavimento. Rodé algunos metros sobre pequeños fragmentos de piedra: me raspé las manos, los codos, las piernas y las rodillas; comencé a sangrar bastante. La gente se aglomeró a mi alrededor y rápidamente me llevaron de urgencia al hospital. Sentía un dolor salvaje por todas partes, especialmente en la pierna izquierda donde un pedazo de piedra había alcanzado a rayar la tibia. Me internaron por dos días. Afortunadamente no iba a gran velocidad. Esa noche, una de las enfermeras me prestó un pequeño radio transistor de pilas y me dediqué a recorrer el dial en onda corta para escuchar emisoras de otros países: la Radio Nacional de Cuba entraba perfectamente, al igual que la Voz de América, Radio Canadá, la BBC y la Emisora del Vaticano. Pasé a la banda de AM y entre ruidos y estática identifiqué una estación de Costa Rica que estaba transmitiendo un programa que me llamó poderosamente la atención; se llamaba Gira el disco, avanza el cine. El formato era relativamente sencillo: el tema musical o soundtrack de una película, una breve reseña de un filme en cartelera, datos curiosos, noticias de las estrellas, llamadas telefónicas con preguntas triviales y el sorteo de entradas gratuitas para los oyentes. Entre una sección y otra del programa, los teatros anunciaban sus próximos estrenos y se emitían propagandas de bebidas y productos que se expendían en las dulcerías de los cinemas. Cuando regresé a Bogotá me entrevisté con los gerentes de las distribuidoras de películas y les propuse que me apoyaran para sacar adelante mi nuevo programa que se llamaría: Gira el disco avanza el cine, con un formato idéntico al que había escuchado en San Andrés. Jaime Joseph de la Metro Goldwing Mayer me dio varios discos, entre ellos la música de Los Cañones de San Sebastián. Arturo Berg,

138 Ser alguien de la Warner Brothers, me explicó qué era un press kit (material de prensa) y me ofreció sin costo hacer varias exhibiciones exclusivas para los oyentes de mi programa. Jaime Bowley, de Cine Colombia, me entregó en cinta magnetofónica el sonido de una entrevista con John Wayne y un libreto con las preguntas y respuestas traducidas al español. Jaime Giraldo Zuluaga, de Películas Mexicanas, me dio unas fotos de Arturo de Córdoba y dos afiches para rifar en el programa. Era increíble la cantidad de material promocional que tenían esas compañías. En pocas semanas tenía varios discos L.P. de futuras películas, obras de Broadway, afiches, libros, biografías, grabaciones con escenas de las cintas y algunas entrevistas con estrellas de Hollywood. Por esos días había una radio muy potente que había consolidado gran audiencia por su programación de música adulta contemporánea en inglés y en otros idiomas, dirigida a las clases media y alta: Emisoras Monserrate 650 AM. Su fundador, el talentoso locutor y empresario Julio Sánchez Vanegas la había vendido hacía poco tiempo a la cadena Todelar. Me parecía que era la estación perfecta para mi nuevo proyecto por lo que pedí una cita con su director y gerente, Bernardo Tobón Jr., más conocido como Bernardito. —Si viene a pedir puesto, hable con Gonzalo Ayala —me contestó la secretaria. —No, quiero hablar con don Bernardo sobre un negocio que es muy bueno para la emisora. Tengo varios clientes de la industria del cine que desean anunciar y solo quieren pautar en Emisoras Monserrate porque dicen que es la mejor —le respondí. —¿Plata me dijo su apellido? Tobón me dio el horario de los domingos a las nueve de la mañana y autorizó tres promociones diarias anunciando el programa. Me daban crédito como presentador y director: ¡mi nombre aparecería en una de las emisoras con más prestigio en Bogotá! Guauu, no lo podía creer… ¡me iban a escuchar en Chocontá! Haber presentado un “concepto diferente” fue la clave para este gran logro en mi incipiente carrera. Me di cuenta de lo

139 ARMANDO PLATA CAMACHO importante que es aproximarse a los medios de comunicación como un “especialista” ya que por naturaleza es una industria ávida de nuevas ideas y nuevo talento. Promover películas en la radio, actividad que hasta ese momento inexplicablemente nadie había realizado, fue mi caballito de batalla para establecer y consolidar rápidamente mi imagen como comentarista de cine. Para 1968, la Cadena Todelar fundada por los hermanos Tobón de la Roche, de ahí su nombre, era la segunda empresa radial con más de cincuenta estaciones que cubrían casi todo el territorio Colombiano. En Bogotá, tenía dos sedes: una en la carrera 8 entre calles 17 y 18, donde operaban Emisoras Monserrate, Radio Tequendama y La Voz de Bogotá; y la casa matriz ubicada en la esquina suroccidental de la calle 19 con carrera 5ª, desde donde transmitían Radio Continental y Radio Cordillera; todas eran estaciones de AM pues aún no existían emisoras comerciales en la banda de FM. Cada semana grababa: Gira el disco, avanza el cine, en los estudios de cualquiera de las dos sedes, según la disponibilidad de los equipos. Esto me permitió conocer a diferentes operadores de audio como Kike Aguilar, cariñosamente apodado el hijo meritorio de Chocontá; Tito Rincón, un verdadero artista para editar; y a Gilberto Fonseca Osorio, un joven de mi misma edad con quien más adelante compartimos una tremenda aventura. En Todelar pasaba horas esperando poder participar en cualquier programa. Alejandro Pérez Rico, excelente productor y locutor, a quien algunos colegas peyorativamente llamaban “La Bestia Bramadora” por su estilo de hablar fuerte e intenso, me pidió que le hiciera comentarios de cine en un magazín dominical que dirigía los fines de semana. También me llamó como super- numerario para hacer turnos de reemplazo en Radio Cordillera, una emisora de música popular que solo pasaba las canciones más solicitadas por su audiencia. Fue en Cordillera donde aprendí a chiviar, o sea el arte de enamorar a las oyentes que llamaban a pedir canciones. Era una práctica común entre todos los locutores y los radio operadores: charlaban por horas con sus conquistas, que luego incluían en la lista de “material disponible” para pasar un buen rato.

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En efecto, las voces de los locutores despiertan ciertas fantasías en algunas mujeres y eso lo pude comprobar porque a los pocos días de estar en el aire ya tenía mi pequeño grupo de admiradoras. Lo que comenzaba como una charla casual sobre temas intrascendentes siempre terminaba en temas sexuales. Con una de mis primeras oyentes hablé más de dos meses. Fue un romance singular. Cuando la concretaba para que nos conociéramos personalmente, siempre tenía una disculpa o surgía algún inconveniente. Insistí y la presioné tanto, que cuando la amenacé con terminar nuestra relación aceptó que nos encontráramos la tarde del día siguiente, en punto de las cinco, en la primera banca, a mano izquierda, a la entrada de la iglesia de La Veracruz, en la carrera 7ª con Avenida Jiménez. Con algo de ansiedad y un poco de nerviosismo llegué puntualmente para conocer mi nueva conquista. Ahí estaba ella, a las cinco en punto, arrodillada, orando piadosamente. Era la única feligresa en esa banca: tenía un pantalón azul, tal como lo habíamos acordado. Me acerqué despacio y me arrodillé a su lado. Sin mirarla, le pregunté en voz baja: —Hola… ¿eres tú? —Sí, mi amor —me contestó con su voz andrógina. Cuando giré para verla me impacté al ver que se trataba de un joven afeminado que me miraba con cierto grado de ternura. —Al fin… ¿verdad? —me dijo suavemente. —¡Ooops… mierda…la cagué! —fue lo único que atiné a pensar. Traté de mantener la calma para no evidenciar mi desconcierto. —Armando, tienes una voz muy linda —me dijo con la misma sensualidad que usaba por teléfono. —Gracias… oye, ¿de verdad te llamas Maribel? —Bueno, ese es mi nombre artístico…Si te hubiera dicho que me llamaba Gustavo no hubiéramos hablado tan rico… —Perdona… pero me engañaste…siempre pensé que eras una mujer —le comenté con firmeza. —¡Qué pena, pero yo me siento muy mujer! —replicó, pasándose las manos por la cintura.

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—Ahora entiendo por qué no querías que nos viéramos … —Ay sí…es que siempre se pierde el encanto… ya me pasó con Kike Aguila, con Milton Marino Mejía y Mejía, con Gonzalo Ayala…y con otros de sus amigos de la radio. Cuando regresé a la emisora noté ciertas miradas cómplices y sonrisas burlonas entre mis compañeros de trabajo (pienso que ellos posiblemente sabían que me había entrevistado con Maribel). No quería alborotar avisperos al comentarles que ya sabía que Maribel en realidad era un hombre. El hielo se rompió cuando Kike Aguilar luego de contestar una llamada grito sarcásticamente: —Armando, te llama tu novia, Maribel. Al fondo alguien que no pude identificar dijo: —Otro que cayo por pipi-suelto… ¡mucho güevón! Mi breve paso por Radio Cordillera tuvo otra nota simpática: durante un reemplazo que le hice a Eduardo Aponte Rodríguez (años más tarde, uno de los mejores lectores de noticias de Colombia) pasé al aire una llamada de un oyente con un desenlace muy peculiar: —Buenas tardes, ¿quién habla? —Misael González. —¿Qué canción quiere escuchar señor González? —La copa rota, con Alci Acosta. —Con mucho gusto… ¿de dónde nos llama? —¡De la puta mierda! —dijo antes de colgar el teléfono. A lo que contesté mecánicamente: —¡Radio Cordillera se escucha en todas partes! Afortunadamente esa frase que era el slogan de la emisora, la cual repetíamos constantemente, me sacó del problema. A medida que hacía más turnos de reemplazo y participaba en más programas en Todelar fui dejando mis otros trabajos en Press Publicidad, la Fundación Eladia Mejía y Forjadores del Progreso, para dedicarme por completo a la radio. Las horas se me iban volando viendo grabar a Ernesto Rodríguez Vanegas, quien en un inmenso estudio ubicado atrás en un segundo piso, en la sede de la carrera 5 con calle 19, daba vida a innumerables historias de amor y dolor, pasión y ternura, odio y perdón.

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El estudio constaba de dos cuartos separados por una pared de vidrio. En uno de ellos, Rodríguez Vanegas mezclaba el sonido de las voces con música y algunos efectos. Al frente, había dos grandes micrófonos sobre dos “piañas” o bases metálicas y a su alrededor una tropa de actores se disputaba un pequeño espacio para leer su parlamento o texto. A un lado, estaba un cajón de madera lleno de arena, pedazos de piedra y vidrio, cortezas de coco, tubos metálicos, papel celofán, baldes con agua, pitos, matracas, lazos, fuelles, vasos, pocillos y utensilios de cocina; elementos que eran utilizados para crear diferentes efectos de sonido. Cuando el narrador leía: —Y los caballos se fueron acercando a la casa... —Manuel Ignacio Vanegas, uno de los expertos en crear efectos, frotaba dos cortezas de coco sobre la arena y producía un sonido exacto al de los cascos. Una vez vi y escuché cómo simular el sonido de un incendio: Manuel Ignacio frotó a prudente distancia del micrófono dos hojas de papel celofán, que sonaban como cientos de ramas y leños ardiendo. Todelar era la emisora de los sueños y había llegado a capturar gran parte de la audiencia popular en Colombia gracias a las radionovelas. Por sus estudios desfilaban a diario los actores y actrices más famosos, al igual que periodistas, vendedores de publicidad y locutores. Al frente, en diagonal, había un pequeño local en el que religiosamente se reunían en tertulia los viejos actores: Carlos Alfonso Muñoz (padre del actor Carlos Muñoz), Julio Laurín y Héctor Lechugo; se fumaban varios cigarrillos Pielroja y se tomaban de dos a tres tintos mientras esperaban el momento de regresar a trabajar. En otra mesa desayunaba el joven subdirector del Noticiero Todelar de Colombia, Antonio Pardo García, a quien vi dejar sin probar una cacerola de huevos revueltos porque tuvo que salir corriendo para atender una noticia extra de última hora. Un cliente ocasional del sitio era Fulvio González Caycedo, el escritor de radionovelas de más éxito en los años cincuenta y sesenta, quien competía de tú a tú en calidad y sintonía con el

143 ARMANDO PLATA CAMACHO célebre autor cubano Félix B. Caignet, creador del legendario clásico del género: El derecho de nacer. Fulvio, se fumaba en serie hasta tres paquetes de cigarrillos frente a su máquina de escribir Remington y tecleaba como chuzógrafo las historias más entretenidas que hacían soñar, reír y llorar a millones de oyentes; vivía en Cali pero con frecuencia venía a Bogotá para aprobar y supervisar el elenco artístico de una de sus nuevas obras. El corazón se me paralizó el día que conocí a mi héroe de la infancia Gaspar Ospina, la voz de “Kalimán, el hombre increíble”. Gaspar era el protagonista de los dramatizados estelares de Todelar, la máxima figura del radioteatro. Junto a él estaba Esther Sarmiento de Correa, una dama de gran carácter, poseedora de una voz de registro bajo ideal para personajes siniestros, era la estrella de la serie de televisión Yo y Tu donde interpretaba el personaje de doña Esthercita, una señora de la rancia estirpe bogotana. Con ellos, también conocí a Erika Krump, Alicia de Rojas, Gilberto Puentes, Lucy Colombia Arias, Flor Vargas, Pedro Montoya y Betty Valderrama, integrantes del selecto grupo de voces Todelar en radionovelas. Me sentía la persona más afortunada por el tener el privilegio de conversar animadamente con el joven periodista Jorge Enrique Pulido —asesinado veinte años más tarde durante la guerra del narcotráfico—, a quien muchos envidiaban porque había ingresado como mensajero y ya era la mano derecha de Alberto Giraldo, el director general de noticias. Algunas tardes de sábado esperaba la llegada del narrador hípico Alberto Díaz Mateus para saludarlo. Venía siempre acompañado de Gonzalo Amor, un comentarista de caballos de origen argentino. Los dos hacían un programa que pronosticaba los ejemplares ganadores en las carreras que se realizaban en el Hipódromo de Techo. Como permanecía muchas horas rondando por los estudios de Todelar, los grabadores comenzaron a recomendarme ante los directores de dramatizados para hacer “bolos” o pequeños papeles como actor. Mi debut fue en el programa La ley contra el hampa, que escribía y dirigía Jorge Zuluaga, quien años más tarde se consagró como El Topolino Zuluaga en el mejor programa cómico de la televisión: Sábados Felices.

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En La ley contra el hampa, casi siempre me tocaba trabajar con un joven que decía que más que actor, quería llegar a ser guionista, y me contaba acerca de la trama de una obra que pensaba escribir sobre los conflictos internos de las familias latinas: era Julio Jiménez, quien luego lograría su meta de escribir telenovelas de gran impacto, al punto de ser declarado el mejor libretista de la televisión colombiana en las décadas de los setenta y los ochenta, con obras de suspenso, intriga y personajes perversos como el protagonizado por Teresa Gutiérrez en La Abuela. Alrededor de julio de 1968, los compañeros de trabajo en Todelar ya me conocían como el hombre del cine. En ocasiones les regalaba entradas de cortesía, afiches o los invitaba a proyecciones privadas de los próximos estrenos aprovechando mis buenas relaciones con las distribuidoras de películas y dueños de teatros.

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Ser alguien Hollywood, allá vamos!

Miami

Durante una visita casual a la oficina de Luis Jiménez, gerente de Universal Pictures, vi un folleto muy vistoso sobre las atracciones de Ciudad Universal en Los Ángeles, California. Me impactaron tanto unas fotografías de los estudios donde filmaban las películas, que le mencioné a Luis la posibilidad de hacer más adelante uno de mis programas desde Hollywood. Jiménez, muy amablemente me ofreció hacer una carta de presentación, si en efecto viajaba a Estados Unidos. Salí de su oficina tan obsesionado con el tema que me propuse sacar adelante la idea. Arturo Berg de Warner Brothers y Jaime Dávila de Columbia Pictures también me prometieron cartas de recomendación. Posteriormente, mientras grababa Gira el disco, avanza el cine, le ofrecí al operador de audio Gilberto Fonseca, pagarle el pasaje si me acompañaba a Hollywood. Gilberto, que tenía algunos pesos ahorrados, decidió posponer su matrimonio y se integró al proyecto. Luego, logré convencer a Jaime Llano, gerente de Aerocóndor, para que nos diera dos tiquetes Bogotá-Miami-Bogotá, en canje por propaganda dentro del programa. Pensaba que ya en Miami era muy fácil hacer lo mismo con la empresa de buses Greyhound para el trayecto hasta Los Ángeles. En cuestión de semanas estábamos en el aeropuerto Eldorado. A mis padres les dije que había sido invitado para conocer Hollywood. Mi madre lloró un poco más que el día que me dejó en la Escuela Militar años atrás y me volvió a dar más de cincuenta bendiciones; toda mi familia vino a despedirme desde Chocontá y se notaba lo orgullosos que se sentían de mis logros; mi hermano John me dijo que mi programa en Emisoras Monserrate se oía perfectamente en Chocontá y que lo estaban amplificando en la droguería de los Rodríguez y en el restaurante Roxy.

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La familia de Gilberto Fonseca también salió a despedirlo y cuando entrábamos a emigración escuché largos gemidos y llanto, como si se tratara de un funeral. Yo llevaba cerca de trescientos dólares y en la misma maleta que usé para transportar carne empaqué las cartas de presentación para visitar los estudios de cine. Despegamos el jueves 8 de agosto de 1968, a las nueve de la mañana. En el aeropuerto de Miami, el oficial de inmigración me preguntó mi domicilio en Estados Unidos a lo que respondí: —Hotel Di Lido, en Miami Beach. Fue lo primero que se me vino a la mente; lo había visto en anuncios publicados en la sección internacional del periódico El Tiempo y me pareció buena idea registrarnos ahí. —La tarifa es de setenta y cinco dólares la noche, más impuestos —dijo el recepcionista—. ¿Cuántas noches? —Tres por favor —afirmé, masticando el poco inglés que sabía y tratando de impresionar a Gilberto que no hablaba absolutamente nada. —¿Podría tener una entrevista con el gerente del hotel? Dígale que es de parte del periodista de Todelar, Armando Plata —agregué. El hotel era absolutamente precioso, una verdadera joya del art deco; estaba considerado en el momento como uno de los dos mejores de la ciudad junto al Fontainblue. Fonseca un poco preocupado me confesó: —Armando, yo no traje mucha plata, a mí me parece que este hotel es muy caro. —Fresco, mañana encarretamos al gerente y hacemos un canje. Ese primer día fue como llegar al cielo: calles amplias, limpias, buses modernos, carros nuevos, edificios bien pintados, poca gente en las calles, sol y mucho orden. La reunión con los directivos del hotel, dos días después no fue muy productiva: solo logramos que nos dieran un pequeño descuento y un día extra de alojamiento. Todo nos parecía demasiado costoso y al hacer la conversión de dólares a pesos nos daba angustia porque el dinero se estaba agotando rápidamente; además, teníamos que encontrar otro sitio para dormir.

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Tampoco tuvimos éxito cuando fuimos a la terminal de buses de Greyhound a proponer nuestro canje publicitario para continuar hasta Los Ángeles. El administrador de esa empresa nos dio la mala noticia de que los presupuestos de publicidad se destinaban con un año de anterioridad y que debíamos hablar con la oficina central localizada en otro estado. Infructuosamente traté de convencerlo de la gran audiencia de Todelar y el impacto de mi programa. Con el rabo entre las piernas, salimos a deambular por las calles de Miami sin ninguna orientación. Hacía un calor infernal: la humedad era tan alta que la ropa se pegaba a la piel y la sensación de bochorno nos produjo chacuana. Estudiamos con Gilberto varias posibilidades para continuar nuestro plan hasta que concluimos que regresar a Colombia defraudaría a nuestras familias y les causaría más lágrimas que las derramadas cuando nos despidieron en el aeropuerto. Pensamos en trabajar, ¿pero en qué? ¿Lavando platos? ¿Como lustrabotas? ¿Tal vez en un supermercado? Era difícil conseguir empleo sin tener papeles en regla y las pocas oportunidades se las disputaban los cubanos refugiados que día a día llegaban de la isla en condiciones dramáticas... De pronto, el panorama se iluminó: ¡en radio! En Miami, pocas emisoras transmitían en castellano. Estuvimos en una en la que toda su programación estaba dedicada a hablar contra Fidel Castro, por lo que pensamos que no era el sitio indicado para ofrecer nuestros servicios. Luego, fuimos a la WFAB 990 AM, La Fabulosa, una estación ubicada en Biscayne Boulevard entre las calles 10 y 11, cerca de Venetian Causeway, una avenida que une el centro de la ciudad con Miami Beach. Nos recibió Omar Merchán, un joven locutor de origen cubano que mostró mucho interés por conocer sobre la radio en Colombia; era el disc-jockey de moda con su programa Los pegaditos, que ocupaba el primer lugar en sintonía. Estuvimos en ese espacio como sus invitados y hablamos sobre la cumbia y otros ritmos de nuestro país; después, lo acompañamos a un estudio donde grabó unas promociones para Sábados Alegres, un programa donde registraba el hit parade de la semana y los nuevos estrenos musicales. Pasamos tan agradable que se nos olvidó el propósito de nuestra visita: buscar trabajo.

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—Feliz fin de semana, muchachos —nos dijo cuando nos despedimos en la recepción. —Por aquí, a sus ordenes —concluyó Merchán. El lunes por la mañana nuestras arcas estaban vacías y en cuestión de horas teníamos que salir del hotel; estábamos en una situación crítica que no sabíamos como afrontar. Bastante preocupados, nos sentamos en una de las salas de espera de la lujosa recepción del hotel Di Lido. La gente, vestida a la moda, pasaba frente a nosotros como sombras; varias lámparas de Baracat le daban al ambiente un toque de exuberante elegancia; al fondo, cerca de un pasillo donde estaban los ascensores, se destacaba un póster iluminado en neón que decía: Welcome to The USA. —¿Y ahora qué hacemos? —me reclamó Gilberto ansiosamente. —No sé hermano. Hablemos con el portero. ¿Te parece? Abordamos a un señor como de 50 años que resultó ser como el ángel de nuestra guarda. Le contamos nuestra historia con pelos y señales; al final nos recomendó: —Cuando tengan hambre vayan a The Salvación Arma… Para dormir, les recomiendo una iglesia ubicada en el centro de la ciudad que tiene un refugio de paso llamado La hermandad y el amor. Dejamos las maletas con el conserje y nos fuimos a conocer el refugio. El guardia de seguridad nos informó que solo abrían hasta las ocho de la noche. Entretanto, fuimos a la radio de Omar Merchán y no lo encontramos. Tenía el día libre. Para ahorrarnos el dinero del bus nos fuimos caminando por la avenida Venetian Causeway de regreso a Miami Beach. Habríamos avanzado medio kilómetro cuando vi una muchacha muy bonita en un paradero de buses; era bastante guapa. Aunque seguimos de largo, cada diez pasos volteaba a verla pues sentía un intenso deseo de regresar a saludarla, tanto, que le comenté a Gilberto: —Esa muchacha esta muy bella, regresemos y hablémosle. —No, caminemos más bien que falta mucho para llegar al hotel —me contestó con un poco de mal genio. —Si quieres, sigue que ya te alcanzo —le comenté, y me regresé. Fonseca dudó un poco, avanzó unos metros y también regresó.

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—¿Hola, cómo estas? ¿Cómo te llamas? —Judy ¿and you? —Armando… Él es Gilberto… —Nice meeting you —contestó. A partir de ese momento la conversación fue una mezcla de inglés, español y señas. A Judy le contamos nuestra historia, pero le agregué una mentirilla piadosa que le abrió el corazón: —Me robaron la billetera en el centro de Miami con más de cuatrocientos dólares en efectivo. Somos periodistas de cine y “así sea en bicicleta” haremos todo lo que sea posible para llegar a Hollywood. —Oh, my God…tomorrow Newspaper Miami Herald amigo mío habla spanish help usted señor. Judy escribió en una tarjeta: Mario García y un número telefónico. Cuando llegó el bus, Judy se despidió con una linda sonrisa. Esa mujer se fue dejándonos un halo de esperanza y un bello sentimiento de gratitud. Hacia las siete y media de la noche regresamos al refugio de paso de La hermandad y el amor. En los alrededores deambulaban numerosas personas de mal aspecto, algunas con mochilas al hombro, otras empujando carros metálicos, como los de los supermercados. Frente a la entrada principal estábamos medio centenar de hombres y mujeres, casi todos, con la misma expresión de cansancio y tristeza en el rostro. Cuando ingresamos al dormitorio Gilberto me miró con ira, como queriendo culparme por la situación tan desagradable que estábamos viviendo. Eran dos inmensos salones con varias hileras de camarotes metálicos de doble piso; sobre cada cama había una sábana, una almohada y una toalla mediana. El baño era un espacio abierto, lleno de duchas, orinales, sanitarios, espejos y dispensarios de papel higiénico, jabón y champú; todos teníamos que hacer nuestra higiene personal y otras necesidades frente a los demás. Solo se permitía la entrada hasta las nueve de la noche y la levantada sería en punto de las seis, pues una hora más tarde cerraban las instalaciones.

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Aunque el sitio era limpio, varias personas a nuestro alrededor dejaban mucho que desear en su aspecto personal: algunos eran alcohólicos, drogadictos, vagabundos profesionales, desempleados, prostitutas, gente sin casa y ex presidiarios. Los colchones eran delgados y descansaban sobre una malla con resortes que cedían ante el peso del cuerpo creando un arco irregular, por lo que amanecimos bastante cansados y con dolor de espalda. Tampoco pudimos conciliar el sueño: primero, por temor a que nos robaran nuestras pocas pertenencias y, segundo, porque toda la noche escuchamos un constante concierto de ronquidos y diferentes tipos de tos. De todas maneras, fuimos muy afortunados por no pasar la noche a la intemperie. A las siete de la mañana fuimos al Salvation Army a desayunar: tomamos café con leche y donuts; era la primera vez que las probaba y me fascinaron. Creo que me comí por lo menos media docena antes de salir para las oficinas del periódico. El periodista Mario García nos estaba esperando. Era un cubanazo que ya sabía de nuestras penurias por boca de Judy: ella le había comentado que necesitábamos unas bicicletas para continuar nuestro viaje hasta California, tema que le parecía curioso. Mario nos invitó a una sala privada de conferencias donde revisó nuestros pasaportes y llamó a Radio Continental en Bogotá para comprobar que en efecto trabajábamos con Todelar. Luego, nos ofreció café y más donuts; y le pidió a Jay Spencer que nos tomara varias fotografías. El jueves 15 de agosto de 1968 apareció el reportaje en la edición vespertina de The Miami Herald, conocida por esa época como The Miami News. El titular a cinco columnas decía: “Van hacia el Oeste, pero… no tienen bicicletas”. Debajo salió una fotografía a tres columnas en la que aparecíamos Gilberto y yo señalando en un mapa la ruta de nuestro viaje de costa a costa por Estados Unidos. La historia de inmediato llamó la atención del recién posesionado jefe de Policía de Miami, quien aprovechó la ocasión para promocionarse, al decir que lamentaba lo que nos había

152 Ser alguien sucedido y que a nombre de la ciudad nos entregaba dos bicicletas. El sheriff convocó a la prensa y frente a las cámaras de los canales locales nos entregó una cicla de turismo alemana, de tres cambios, para Gilberto, y otra cicla de carreras con diez cambios, para mí. Ese día, aparecimos en todos los noticieros de la ciudad y de la noche a la mañana nos convertimos en centro de atracción. Un periodista del Canal 2 afiliado a NBC nos entrevistó en directo y nos dio su teléfono privado para que lo mantuviéramos informado de los pormenores de nuestro viaje. Por su parte, Omar Merchán nos entregó a nombre de sus oyentes unos cuantos dólares, dos pares de anteojos y una caja de herramientas para arreglar bicicletas. Hasta ese momento no teníamos la más mínima idea en qué nos estábamos metiendo. Solo nos agradaba la forma como algunas personas reaccionaban: —¿De Miami a Los Ángeles en bicicleta? ¡Oh. My God! —¿Are you sure guys? —Tengan cuidado con los carros. La aventura comenzó el miércoles 22 de agosto de 1968 a las ocho de la mañana, cuando el director de noticias de la WFAB, La Fabulosa, Sergio Vidal Cayro, y el periodista cubano Tomás García- Fusté nos dieron la señal de largada frente a la sede de la emisora. Fue un momento muy emocionante, con aplausos y voces de aliento. Una oyente nos dio una bolsa con sánduches cubanos media luna, de jamón y queso, y algunas frutas; otra, nos regaló un crucifijo y cuatro botellas de agua. En la emisora dejamos algunas de nuestras pertenencias y el resto las acomodamos en la parte trasera de las bicicletas. Tomamos la calle ocho del South West rumbo a la ciudad de Naples que queda al otro lado de la península del estado de la Florida. En media hora ya estábamos en las afueras de Miami, que por esos días terminaba en la Avenida 67, en los alrededores del aeropuerto internacional. Pronto ingresamos a la carretera 41 que atraviesa una zona pantanosa conocida como Los Everglades: la carretera pavimentada era lo único firme en medio de las miles de fanegadas repletas de lodo, maleza, culebras, cocodrilos y otros reptiles peligrosos.

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Hacia las nueve y media de la mañana ya nos había pasado la euforia de la salida: estábamos cansados, totalmente empapados en sudor y el sol comenzaba a hacer sus primeros estragos en nuestras blancuzcas piernas pues habíamos cometido el error de usar pantalonetas. Paramos un buen rato en una pequeña isla de cemento que protegía unos transformadores eléctricos. El ambiente era de total soledad y a veces se escuchaba el aletear de algunos pájaros. De vez en cuando pasaban carros. El cielo era azul y hacía un calor desesperante. Gilberto en un tono ligeramente agresivo me dijo: —Uy hermano, esto está muy berraco. —Fresco, es tan solo el primer día —le respondí, ocultando mi natural preocupación. Sacamos un mapa de la Florida para saber cuánto habíamos avanzado. Estábamos cerca de Frog city, la ciudad de los sapos. Solo llevábamos doce kilómetros y aún faltaban ciento cuarenta para llegar a Naples y más de cinco mil para Los Ángeles. Hacia las once de la mañana continuamos la travesía a paso lento y bajo una temperatura de 38 grados centígrados. El asfalto proyectaba una resolana infernal. A lo lejos, la recta parecía interminable y el vapor del calor formaba una capa de gases que hacía ver el horizonte borroso, como una ilusión óptica. Pedalear se nos hizo cada vez más difícil, hasta que nos dimos cuenta que era imposible seguir transportando tanto peso, por lo que paramos para discutir qué era lo estrictamente necesario para llevar. Solo nos quedamos con un par de camisas, medias, pantalones e interiores; lo demás, con mucho pesar, lo tuvimos que botar a un caño del Tamiami Canal, nombre con el que también se conoce esa carretera de Miami a Naples. Más tarde, cuando fuimos a almorzar, nos llevamos la desagradable sorpresa de encontrar los sánduches descompuestos por acción del calor, y, para empeorar la situación, la llanta delantera de la cicla de Gilberto se pinchó. Tratamos de arreglarla sin éxito y, al final, cicla al hombro, nos fuimos caminando hasta una bomba de gasolina que quedaba unos kilómetros más adelante, frente a la

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Reservación Indígena Miccosukee. Ahí gastamos nuestros últimos dólares en comida, el arreglo de la llanta y la compra de unas entradas para un espectáculo en el que unos indios desafiaban al ritmo de la música, los tenebrosos colmillos de unos feroces cocodrilos. Cuando el sol bajó un poco, proseguimos nuestro viaje hasta una pequeña cabaña de madera en el área de Monroe Station. Era un restaurante de dos pisos construído en forma de pirámide a la que rodeaba un corredor de baldosín y protegía, en la parte de atrás, una cerca metálica que contenía la agreste vegetación de Los Everglades. Arribamos como las seis y media de la tarde; solo había dos luces prendidas: una en la puerta principal, donde titilaba un aviso de neón en letras rojas que decía Closed, y otra, en la parte de atrás, que medio iluminaba el corredor. No teníamos otro sitio mejor que ese para dormir. El baldosín era frío y nos ayudaba a refrescar nuestras rojizas y quemadas piernas que ya acusaban algunas ampollas. Al llegar la noche todo empeoró: miles de mosquitos prácticamente se robaron la luz de la bombilla dejando el corredor casi en tinieblas, mientras el croar de las ranas y otros animales salvajes se volvió más fuerte. Al principio, tratamos de espantar los moscos batiendo hojas de papel periódico; después, intentamos alejarlos con humo de cigarrillo hasta que agotamos una cajetilla de Marlboro; al final, exhaustos, vencidos y somnolientos, no tuvimos más remedio que entregarles nuestros cuerpos y nuestra sangre. Como a la media noche desperté a Gilberto. Estaba acostado en posición fetal con tres sapos gigantes sobre su cuerpo, uno de ellos encima de su cabeza. Fue tal la impresión que sentí cuando lo vi así, que esa imagen grotesca ha perdurado toda mi vida y viene a mi mente cada vez que escucho su nombre. Creo que ésta ha sido la peor noche de mi vida, más desagradable aún que la que pasé durante la inundación en la Base Aérea de Apiay, cuando era cadete de la Escuela Militar, o la noche que dormí en una banca del parque Simón Bolívar en Armenia, cuando hacía Forjadores del Progreso.

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Al otro día, una señora que hacía el aseo en el restaurante nos despertó para pasar el trapero en el área donde estábamos acostados. Teníamos el cuerpo adolorido y lleno de picaduras de mosquito; amanecimos de mal genio y fue la primera vez que intercambiamos algunas palabrotas con Gilberto. A las siete de la mañana abrió el restaurante. Uno de los empleados fue muy compasivo y nos regaló café, tostadas y jugo de naranja; era evidente que no teníamos dinero y nos daba vergüenza pedir comida. Continuamos nuestra ruta hacia Naples de manera bastante penosa; a cada pedalazo sentíamos un enorme tirón en la piel debido a las quemaduras del sol en las piernas, y, para acabar de completar, a mí me dolían las nalgas por el roce del asiento de la bicicleta. En ese segundo día de travesía nos tocó afrontar una peligrosa prueba de la madre naturaleza: una típica tormenta en el estado de La Florida. Hacia las primeras horas de la tarde, el cielo empezó a tornarse negro; las densas nubes fueron descendiendo hasta casi tocar el suelo. El viento fue tomando fuerza y, al rato, se nos hizo muy difícil avanzar. Pronto comenzaron a caer decenas de rayos con violentas ráfagas de luz blanca; el estruendo de los truenos se hizo cada vez más frecuente con un centelleo de nunca acabar. Muertos de miedo, sin saberlo, estábamos en la mitad de la región con más precipitación eléctrica del mundo. Las primeras gotas de lluvia nos cayeron como maná del cielo: agua helada que nos llenaba de energía; era un obligado baño refrescante para nuestros olorosos cuerpos. De pronto, el chaparrón ganó tanta intensidad que nos era imposible ver a más de un metro de distancia. Empezó a caer granizo; algunos bloques de hielo eran del tamaño de un huevo. El piso se volvió blanco y resbaladizo. Una tracto mula pasó a nuestro lado, tan rápido, que nos vació una enorme cantidad de agua y la fuerza del viento que dejó fue de tal magnitud, que nos sacó volando de la carretera: milagrosamente no nos paso nada. Nerviosos y a la buena de Dios, paramos a la vera del camino hasta que amainó la tempestad. La carretera quedó anegada con fragmentos de hojas, raíces y tallos. Sobre la última hora de la tarde, a lo lejos, distinguimos una

156 Ser alguien chimenea de la que salía un largo hilo de humo blanco. Apretamos el paso hasta que llegamos a una pequeña casa que vendía comida caliente y tenía una especie de bar. Realmente estábamos muy agotados cuando saludamos al dueño, un hombre de aspecto bonachón que nos reconoció de inmediato: —¿Ustedes son los muchachos que van para Hollywood en bicicleta? —Sí, señor —respondimos a dúo. —Yo los vi en la televisión y en el periódico… Es un largo y peligroso viaje... —Y muy difícil por la lluvia, los carros y el hambre... — interrumpí, insinuándole que nos regalara cualquier bocado. El buen samaritano nos abrió su corazón y su casa. Nos abrazó citando algunos fragmentos de la Biblia, nos dijo que éramos sus invitados, nos llevó hasta una casa-apartamento que quedaba detrás de su negocio y nos regaló camisetas blancas recién planchadas. Luego, nos preparó dos exquisitas y gigantescas hamburguesas de carne y queso que se esfumaron en segundos al igual que varias tazas de té. El hombre se sentía orgulloso de tenernos como sus huéspedes y así se lo hizo saber a sus clientes: —¡Hey, muchachos, estos son los famosos ciclistas que van para California! Él me sugirió que les mostrara el artículo del Miami Herald. Los gringos leían un poco del reportaje y luego exclamaban: —It’s a looong ride! Algunos nos miraron como bichos raros, otros nos hicieron algunas preguntas. Antes de irse, varios nos regalaron una cuantas monedas; todos se despidieron con la misma frase: —Good Luck, guys. En esa oportunidad me di cuenta que mostrar la publicación del periódico convocaba ese espíritu de caridad que todos llevamos dentro. De hecho, esa noche íbamos a dormir como lirones, entre sábanas blancas y colchas tan suaves como copos de algodón.

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Bastante recuperados y con la moral en alto nos despedimos de la gente del área de Ochopee, muy agradecidos por su hospitalidad. Al partir, nuestro anfitrión nos dio el número telefónico de una familia colombiana que vivía en Naples para que la contactáramos. La mañana estaba fresca y presagiaba un buen clima. Al filo del mediodía ya estábamos en la reservación indígena Royal Palm Hammock, un punto donde la carretera se divide hacia Marco Island, Godland y Naples. Era un buen lugar para almorzar y por eso buscamos el mejor restaurante. Llegamos a la entrada y pedimos hablar con el gerente, a quien le mostramos nuestro artículo del Miami Herald. —Señor, no traemos mucho dinero… pero ¿podría darnos un poco más de comida por un dólar? —pensé que esa era una forma más sofisticada de pedir ayuda. - Por supuesto, tomen asiento. Tal como lo imaginamos, el gerente comenzó a mostrarle el periódico a empleados y clientes. De nuevo, éramos motivo de comentarios y admiración; algunos curiosos comensales se acercaron para darnos ánimo y dejarnos sobre la mesa algunos dólares. Una vez más comprobamos que mostrar el artículo era un excelente recurso para obtener ayuda económica inmediata, atenciones, comida y hospedaje sin costo. Ésta estrategia nunca nos falló.

West Florida

El viernes 24 de agosto, como a las cinco de la tarde entramos a Naples. Nos había tomado andar tres días en bicicleta, lo que normalmente se hace en una hora de automóvil. Contactamos a la familia colombiana que nuestro anfitrión nos había mencionado: el señor era muy amable, su esposa y sus hijos sabían de nuestro viaje porque nos habían visto por televisión y estaban muy ansiosos de atendernos; incluso nos habían preparado un delicioso sancocho de pescado. La familia nos obligó a quedarnos en su casa el fin de semana.

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El sábado, a primera hora, fuimos a la sede del principal diario de la ciudad. The Naples Daily News donde nos hicieron una nota que titularon: Gran hazaña de dos periodistas latinos, la cual fue publicada al día siguiente. También estuvimos en el Canal 4, en un programa de entrevistas y visitamos una emisora de música pop donde hablamos de nuestro viaje. Los colombianos nos llevaron a Islas of Capri en Marco Island para presenciar una carrera de lanchas con motores fuera de borda; recorrimos las principales calles de Naples, su incipiente zona turística y sus playas sobre el Golfo de México. Desde Naples les enviamos por correo a nuestros amigos y familiares la misma tarjeta postal: una foto a color de la sede del Banco Naples Federal Savings, que estaban regalando en un punto de la ciudad llamado cuatro esquinas. La familia conocía a un sacerdote, también colombiano, que oficiaba en una parroquia de la ciudad de Fort Myers, nuestra próxima escala. El cura les confirmó que nos estaría esperando. Fue un viaje corto, por terreno plano, que nos llevó por diminutos poblados como Barefoot Beach Preserve, Bonita Shores, Lakes Park y South Fort Myers. Nos quedamos en la casa del sacerdote colombiano, quien se portó a las mil maravillas: nos regaló ropa, unos cuantos dólares y dos banderas grandes de Estados Unidos. —Si ponen las banderas en la parte de atrás no los van a atropellar —nos dijo con aire paternal. Luego se quedó pensando, hizo un gesto y nos pregunto: —¿Tienen radio? —No, su reverencia. —Tengan, llévense este aparato que les va a servir de compañía; tienen que comprarle pilas. Era un radio de buen tamaño, sonido y volumen, que acomodamos atrás entre la silla y la parrilla de carga de mi bicicleta. —Pasen buena noche… ah, y no olviden rezar el Santo Rosario, para que les vaya bien —concluyó. En la edición del periódico local, al día siguiente, apareció una breve reseña sobre nuestra “atrevida aventura”, así la titularon, con base en la información suministrada por el cura a un reportero del diario de Fort Myers.

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Partimos temprano para Port Charlotte, nuestra siguiente escala por las tierras del oeste de la Florida. Ahora, pedalear escuchando radio fue mucho más agradable: la canción de moda era “Let It Be” de The Beatles y las emisoras la transmitían a cada momento. Cuando pasábamos por un pueblo llamado Lakeville, vimos a la distancia a un joven agitando en forma desesperada una bandera de Colombia: el muchacho lucía una vistosa camiseta del Teletigre, el canal local de Bogotá. Sorprendido y lleno de profunda emoción patriótica le comenté a Gilberto: —Hermano, es increíble lo que estamos haciendo. Somos noticia en todas partes, hasta en Colombia; mira… mandaron a un reportero del canal 9, del Teletigre. Paramos a saludarlo; era un muchacho rubio, alto y delgado que hablaba bastante bien el español. —Llevo varias horas esperándolos… me alegra conocerlos personalmente. Me gusta su historia y quiero saber más detalles… —Claro, con mucho gusto, lo que quiera —acotó, Gilberto. Nos dijo que lo siguiéramos hasta su casa y se montó en un automóvil último modelo. Nos ofreció almuerzo; nos mostró fotografías de su familia, varios trofeos que había ganado como jugador de fútbol americano y una extensa colección de cajas de fósforos. Nos hizo bastantes preguntas sobre la planificación y logística de cada etapa y la relación de los cambios de las bicicletas, temas sobre los cuales no teníamos la más mínima idea. Luego de media hora de charla, me atreví a preguntarle: —Perdona, ¿a qué hora vas a filmar? No queremos presionarte, pero tenemos que partir para Port Charlotte, antes de que nos agarre la noche. —¿Filmar? —preguntó extrañado. —¿Acaso no eres periodista del Teletigre? —Oh, no —el hombre se echo a reír—. Lo que pasó fue que estuve de vacaciones en Bogotá hace un año y unos amigos me llevaron a un programa musical llamado “El vaya-vaya” en el canal 9 y ahí me regalaron esta camiseta. —Ah… yo creía… bueno, yo pensé que eras corresponsal del Teletigre —le comenté, manifestando mi decepción. Entretanto, Gilberto también comenzó a reír y sarcásticamente agregó:

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—Vaya vaya…sí, El vaya-vaya… buen programa, nunca me lo pierdo. Lo animan Hugo Alberto Muncker y Jaime Martínez Solórzano… pasan música go-gó y ye-yé. Nuestro amigo disfrutó la confusión un rato más; luego nos despidió con el tradicional: Good Luck. Me fui de Lakeville con la nota baja luego de semejante ridículo. Gilberto no desaprovechó la ocasión para mofarse y hacer una aguda crítica: —Oiga hermano, aterrice, dizque famosos… Jajaja… cuál camarógrafo… cuál enviado especial… bájele a esos delirios de grandeza. Bien entrada la tarde, pasamos por un puente sobre el río Peace que une a la ciudad de Punta Gorda con Charlotte Harbor. Recién habíamos alcanzado el casco urbano cuando dos patrullas del Highway Patrol prendieron sus luces azules y rojas y nos detuvieron: —Su identificación, por favor —dijo un policía alto y fornido. Su compañero estaba atrás, alerta, en actitud defensiva, con su mano derecha sobre un arma. Le entregamos nuestros pasaportes y unos artículos de prensa. Por radio hicieron algunas consultas y en una actitud más amable se acercaron: —Así que van para California… No sé si lo saben, pero en Florida es prohibido andar en bicicleta por las autopistas de alta velocidad o highways. —Sí, señor agente; por eso no nos hemos metido en la I-75 — respondí. —A esta hora es muy peligroso que anden en bicicleta, por eso los detuvimos. ¿Hacia dónde se dirigen? —No tenemos aún un sitio para pasar la noche, quizás en Salvation Army —comenté. Para nuestra sorpresa, nos enviaron a pasar la noche en una clínica de reposo. El centro siquiátrico lucía como un hotel de cuatro estrellas con todo tipo de comodidades. Nos registraron como pacientes temporales remitidos por la policía. Nos asignaron un cuarto pintado de blanco que no tenía ventanas, el techo era alto y las luces estaban empotradas dentro de las paredes. Cuando

161 ARMANDO PLATA CAMACHO entramos a la habitación, el empleado cerró la puerta y le puso un candado por fuera; solo a la mañana siguiente lo volvió abrir para despertarnos. Dormimos en una celda de seguridad en la que en ocasiones encerraban pacientes con episodios de comportamiento agresivo. Nuestra siguiente jornada fue de Port Charlotte a Sarasota pasando por las poblaciones de Venice, Laurel, Osprey, Vamo y Siesta Key; una región plana y pintoresca, con hermosos paisajes de playa, arena, palmeras y ensenadas. A medida que fuimos pasando más tiempo en la carretera, ganamos mayor confianza y agilidad para andar con tráfico pesado; también aumentamos la velocidad y logramos un promedio de cincuenta kilómetros al día. Llegamos temprano a la ciudad de Sarasota. Visitamos el Herald Tribune, donde registraron nuestro paso con una simpática nota periodística en la que resaltaban nuestro esfuerzo por conquistar el oeste. El periódico se encargó de hablar con los directivos de un colegio presbiteriano para que nos permitieran pernoctar en los dormitorios de la villa olímpica. De Sarasota salimos bien temprano para Saint Petersburg. Originalmente queríamos llegar hasta Tampa pero la policía vial no nos dio permiso para pasar por el Sunshine Skyway, uno de los puentes más espectaculares del mundo, que une a esas dos ciudades. Considerada como una gran obra de ingeniería, el Sunshine Skyway tiene de más de treinta y siete kilómetros de largo, de los cuales veintiséis son sobre el agua; en algunas partes, la carretera se eleva a más de cien metros sobre el nivel del mar para permitir el paso de buques de gran calado. Las autoridades también nos negaron el acceso al puente que une Terra Cela con Maximo Park, en las afueras de Saint Petersburg, porque consideraron que era un trayecto muy riesgoso y prefirieron llevarnos en sus patrullas. En Saint Petersburg, nos quedamos en la sede local de la Asociación Cristiana de Jóvenes, conocida por sus siglas en inglés como YMCA; un centro cultural y deportivo con todo tipo de facilidades para practicar deportes al aire libre o bajo techo, como

162 Ser alguien atletismo, fútbol, tennis, basketball, natación y gimnasia, entre otros. Un noticiero de televisión local nos entrevistó y el diario Saint Petersburg Times publicó en la edición del sábado 31 de agosto, una fotografía, de tres columnas por veinte centímetros de alto, con el título: Hollywood, Here They Come - Hollywood (ahí van). Una pareja de televidentes luego de ver nuestro reportaje nos alojó en su casa, localizada en Clearwater, ciudad costera a pocos kilómetros de St. Petersburg. Era un matrimonio en sus setenta que nos ofreció una deliciosa cena con comida casera típica del sur de la Florida. Al final de la velada nos regaló una cámara fotográfica, con flash incorporado, la gran novedad del momento. En Clearwater pasamos un buen fin de semana. Aprovechamos para descansar, tomar un buen baño de mar y pasear por un largo muelle de madera. Nos impresionó de Clearwater, la cantidad de personas mayores que salían a hacer ejercicio; era un pueblo para personas retiradas al que bautizamos como “Puerto arrugas”.

La siguiente parada fue en New Port Richey, luego de una jornada corta con algo de lluvia y bastante sol. Habíamos ingresado al Condado de Pasco, una región del centro de la Florida con grandes plantaciones de naranja. Nos quedamos a dormir en las camas de una pequeña clínica. Los siguientes tres días fueron muy difíciles porque llegó el primer terreno montañoso y aún no estábamos preparados para realizar semejante esfuerzo. A medida que avanzábamos hacia el norte, hacia una zona conocida como El Panhandle, encontramos menos pueblos, y lo poco que veíamos a lado y lado de la carretera, eran largas hileras de frondosos árboles cargados del naciente cítrico. Una noche la pasamos en el campamento obrero de Fanning Springs y, la otra, en otro campamento de Salem. Cuando arribamos a Perry, un pueblo de tres mil habitantes conocido como la capital maderera del área, nos volvió el alma al cuerpo. La policía local nos consiguió alojamiento en los pisos bajos de una catedral presbiteriana. Al principio estuve un poco prevenido porque pensé que allí me iban a convencer de que me cambiara de religión; pero no, el pastor protestante resultó ser

163 ARMANDO PLATA CAMACHO una persona muy amable que ni siquiera tocó el tema. Ese día, me di cuenta de que tenía prejuicios por las personas que profesaran una creencia distinta de la católica, apostólica y romana, actitud que tuve que revisar más adelante en mi vida... Desde Perry le escribí a mi madre el 3 de septiembre de 1968 la siguiente postal: Querida mamacita: Estoy bien contento, no he tenido problemas, no siento hambre, estoy limpio, te pienso mucho, todo muy lindo, muchos besos, estoy juicioso. Armando. Cuatro semanas después de haber arribado a Estados Unidos estábamos entrando a Tallahassee, la capital del Estado de la Florida. Tengo un mal recuerdo de esa ciudad: al llegar desde Perry, tuvimos que pedalear en subida por una inmensa y larga avenida que termina exactamente al frente del Capitolio. Fue tal el esfuerzo, que pensé seriamente en retirarme. Gilberto, que tenía mejor estado físico que el mío, terminó extenuado acesando bajo las gradas de la enorme edificación, sede del Congreso estatal. Salvo ese pequeño detalle, la pasamos muy bien: salimos en todos los noticieros de televisión, y The Tallahassee Democrat, en su edición del viernes 6 de septiembre, publicó una foto con la siguiente leyenda: Se necesita una sombrilla mágica - Armando Plata (17) a la izquierda y Gilberto Fonseca (23) a la derecha, observan un mapa de carreteras frente al Capitolio en su ruta hacia Hollywood para ver a “Mary Poppins”, mejor conocida como Julie Andrews. (Los detalles de la historia aparecen en nuestra edición dominical). En Tallahassee recibimos, por primera vez, noticias de nuestros familiares y amigos. Las cartas, enviadas por correo desde Colombia, estaban dirigidas al Comandante de la policía, con una nota que informaba en qué fecha aproximada pasaríamos a recogerlas. El método nos funcionó a la perfección. Lloramos de la emoción leyendo y releyendo las sentidas líneas escritas por nuestros seres queridos; fue una conexión afectiva muy oportuna pues ya acusábamos nostalgia por la falta de nuestro hogar y nuestros amigos; algo que los gringos denominan “home-sick”.

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Hasta ese momento, nuestro viaje siempre fue paralelo a la costa del Golfo de México. Ahora, teníamos que tomar una decisión clave: Seguir bordeando el mar o internarnos en tierra continental. Nos decidimos por la segunda opción. Salimos hacia Marianna, por vías alternas, debido a que la policía no nos permitió tomar la super- carretera interestatal 10. Ese día, recorrimos cerca de cien kilómetros a través de plantaciones de maíz y trigo, con algunos tramos de terreno destapado. No se veía un alma en los alrededores; a lo sumo, encontramos una veintena de camionetas con platón de carga, y dos tractores. Almorzamos en una casa-trailer localizada en la rivera del río Apalachicola. Mariana, es un pueblito donde prevalece la vida tranquila, muy tranquila, la música country y los recuerdos de la Batalla de Mariana durante la Guerra Civil de Estados Unidos; por eso, como un homenaje a los miles de soldados que dieron su vida, se alza en lo alto de una colina un obelisco con un mirador. Cuando llegamos, estaban celebrando su feria agropecuaria. Conocían nuestra aventura por los medios y pronto se regó en el pueblo la noticia de nuestra presencia. Nos invitaron a ver un desfile de bandas de guerra de colegios y una presentación de chicas bastoneras en el estadio municipal. Una joven muy guapa después nos invitó a cine: vimos la película Madigan, protagonizada por Richard Widmark y Henry Fonda. Creo que era sobre un detective pues nunca entendí la trama porque hablaban muy rápido y mi inglés era muy pobre. Gilberto se durmió.

Pandhandle de la Florida y Alabama

Llegamos a la conclusión de que habíamos cometido un error al tomar tierra adentro, así que nos dirigimos hacia Panama City Beach, de regreso al Golfo de México. No fue nuestro día. En una postal que le envié a mi novia Patricia Gracia el 9 de septiembre de 1968, le escribí: Patricia: fue un día desastroso. Comencemos: como a los cinco kilómetros me caí, me raspé las piernas, me quemé otra vez con el sol; a los veinte kilómetros otra caída y esta vez mi mano quedó

165 ARMANDO PLATA CAMACHO sangrando; una volqueta de obra nos llevó a una clínica, me pusieron vendas y continuamos. La carretera mala. Llegamos aquí a las seis de la tarde, cansados; para completar, se rompió una rueda de la bicicleta y tendremos que parar un día. Por ti, dedico todo esto amorcito. Armando. Panama City Beach es uno de los destinos más populares de los jóvenes durante las vacaciones de abril, conocidas como “Spring- brake.” Sus playas de arena blanca son catalogadas como las más bellas de la unión americana; según los científicos, su blancura se debe a sedimentos de cristales de cuarzo procedentes de los montes Apalaches que se filtraron dentro de la tierra hace cientos de años y que resurgen en esta zona. Nos quedamos en un motel a la orilla del mar, justo en el área del Miracle Strip Amusement Park, un parque de diversiones muy vistoso. A pesar del cansacio, estuvimos casi hasta la medianoche montando en montaña rusa, rueda de Chicago, carros chocones y otras atracciones mecánicas. Al día siguiente, un disc-jockey de una radio nos entrevistó en su programa, luego nos llevó a un taller para reparar las ciclas y de paso nos mostró algunos sitios turísticos de la ciudad. La edición vespertina del Panama City Herald publicó una foto en la que aparecimos sobre nuestras bicicletas: luzco guantes, anteojos y gorra, todos de color negro; la gorra me queda apretada y tiene, en la frente, el logotipo de Batman. El título de la foto fue “Peddling Plata and Friend”. En “Noticias de la noche” del canal 12, contamos anécdotas de nuestra travesía. Continuando por las costas del Golfo de México, nos encaminamos hacia Fort Walton Beach, otro puerto turístico, a ciento treinta kilómetros al oeste de Panama City Beach, en el área de Costa Esmeralda. Fue la etapa en la que recorrimos más kilómetros en un día, hasta ese momento. La brisa, el mar y la calidez del paisaje, nos parecieron más atractivos que los inhóspitos parajes de los días anteriores. En Fort Walton Beach visitamos el Gulfarium, un parque que exhibe una gran variedad de especies de la vida marina, donde vimos un espectáculo de chicas haciendo acrobacia sobre ski y unos divertidos números de delfines saltando a través de aros.

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Nuestra siguiente parada fue en la ciudad de Pensacola, a la que llegamos luego de atravesar dos largos puentes en concreto: el primero, entre Santa Rosa Island y Gulf Breeze, y el segundo, de cinco kilómetros de largo y cuatro carriles, desde Gulf Breeze hasta Pensacola. Pensacola es el extremo noroccidental del estado de la Florida que colinda con Alabama. Pensacola es una ciudad con gran desarrollo, gracias al enorme turismo y a la economía que genera la Base Naval; se le conoce como la ciudad de las cinco banderas. En lo profundo de su bahía descansan los restos de tres galeones hundidos por un violento huracán en 1559, cuando el conquistador español, don Tristán de Luna y Orellano, intentaba establecerse en la región. Se dice que las calles de Pensacola están llenas de fantasmas por la cantidad de muertos que hubo cuando los indios Apaches-Bravos se enfrentaron a las tropas americanas, durante la Guerra Civil. En Pensacola dormimos dos noches en una estación de bomberos. Como siempre, fuimos al periódico y a la televisión locales. Para entonces, ya contábamos con una buena colección de recortes de prensa, muy útil a la hora de pedir apoyo para nuestro viaje.

“El trayecto hasta Mobile, Alabama, fue agotador”, escribió el periodista Albert H. Hanneman en The Mobile Register, el sábado 14 de septiembre de 1968. En su artículo, Hanneman agregó: “Ambos muchachos estaban cansados y sedientos ayer viernes por la tarde, pero se veían entusiastas y dispuestos a continuar. No somos ciclistas profesionales, repitió varias veces Armando Plata, quien habla suficiente inglés para hacerse entender; Fonseca, por su parte, lo habla poco, pero carga un diccionario español-inglés. El viernes por la noche se hospedaron en el Mobile Rescue Mission, 206 State St. Planean salir hoy para Gulfport, Mississippi, y en dos o tres días más, esperan llegar a Nueva Orleans. ¿Estamos muy lejos para llegar allá? Preguntó Plata. La meta de Plata y Fonseca es llegar a Hollywood para entrevistar a las grandes luminarias del cine”. Salimos de Mobile muy temprano en la mañana camino a Gulport, Estado de Mississippi, por la carretera 9.;íbamos un poco

167 ARMANDO PLATA CAMACHO nerviosos porque por esos días se habían presentado violentos disturbios raciales en el sur de Alabama. Nos daba la sensación de que algunos paisanos nos miraban como bichos raros. Por coincidencia, en las primeras horas de la tarde, cerca del Puerto de Pascagoula, unos jóvenes “redneck” pasaron a alta velocidad e intencionalmente nos acercaron su camioneta pick-up cargada de madera; la ráfaga de viento pasó por nuestro lado como un fuetazo; logramos esquivar el vehículo pero rodamos por un terraplén hacia una pequeña zanja. Fue miedoso. Los muchachos se alejaron entre risas y burlas, celebrando nuestra caída; parecía que iban bajo la influencia de las drogas o el alcohol. No nos pasó nada, solo nuevas raspaduras en los codos y rodillas. Manejando mucho más a la defensiva arribamos a Biloxi, el primer puerto, justo al pasar la frontera de Alabama con Mississippi. Ahí descansamos un rato. En Biloxi se comienza a notar la influencia de la cultura francesa en esta región de Estados Unidos; se evidencia en la arquitectura de las casas y edificios, en el nombre de las calles y en la comida. Una de sus atracciones, amén de sus bellas playas, es la cacería de patos en diciembre y enero. Biloxi es considerada la ciudad con más enlatadoras de ostras y langostinos del mundo; por sus calles principales hay tiendas de antigüedades y productos para la pesca deportiva. Hacia las ocho de la noche, con el último resplandor de la luz del sol, alcanzamos a llegar a Gulport, donde nos alojamos en una casa para desamparados de Salvation Army.

New Orleáns, Lousiana

En medio de un día con alguna lluvia y bruma partimos de Gulfport con destino a New Orleans: pasaríamos del estado de Mississippi al de Lousianna. La jornada fue larga y pesada porque en esta región, el tráfico por la carretera 90 es bastante congestionado. Para las tres de la tarde arribamos a Pearlington, el límite exacto de los dos estados. Quizás estábamos muy ansiosos por llegar a New Orleans pues la distancia nos pareció una eternidad. Luego de dos intensos

168 Ser alguien chaparrones y en medio de espesas nubes negras que oscurecieron casi por completo el horizonte, fuimos entrando por el área metropolitana: eran las nueve de la noche, y aún nos quedaban varias millas para alcanzar el centro de la ciudad. Fuimos los últimos de la larga fila de desamparados para entrar al hospedaje de beneficencia municipal, posiblemente el más sucio y desagradable de todos los que visitamos. Éramos cerca de un centenar de personas esperando por una cama gratuita para dormir. La mayoría de nuestros compañeros estaban bastante borrachos; portaban botellas de alcohol en chuspas de papel y otros, al parecer, estaban trabados con marihuana pues entre las sombras se destacaban sus ojos azules, desorbitados e inyectados de sangre. New Orleans es un vistoso puerto fundado en 1718, a lo largo de la desembocadura del río Mississippi, justo al sur del romántico lago Pontchartrain. Es una pintoresca ciudad prácticamente rodeada de agua. En una curva del río Mississippi, esta ubicado el Barrio Francés o French Quarter, el epicentro turístico de la ciudad, donde se encuentran famosas atracciones como el cabildo, la catedral de San Luis y Jackson Square. La arquitectura de esta zona es fascinante y única, por eso millones de visitantes se deleitan fotografiándola todo el año. Por sus calles, todos los días, desfilan bandas de Dixieland que interpretan magistralmente la música de los años veinte. En cada rincón hay bares y tabernas donde tocan talentosos grupos de jazz, soul y blues. Cada rato, al frente, por el río, pasan antiguos barcos de vapor impulsados por paletas de madera, repletos de personas disfrutando de la rumba; uno de los más vistosos es el Paddlewheeler Creole Queen. Al otro día, luego de nuestra acostumbrada visita a periódicos y emisoras, recorrimos el centro histórico, almorzamos y anduvimos por las calles, sin rumbo fijo. Fue entonces cuando nos ocurrió un agudo percance: avanzábamos a mediana velocidad por las calles del centro, siempre cargados un poco hacia el carril de la derecha donde estaba parqueada una larga fila de automóviles, cuando, de pronto por la acera izquierda vi una joven bastante atractiva. Me quedé viéndola fijamente y la seguí con mi

169 ARMANDO PLATA CAMACHO mirada como en un paneo cinematográfico; simultáneamente, a mi derecha, un conductor salía de su vehículo. De repente sentí un gran golpe, salí despedido de mi bicicleta y caí sobre el pavimento: me había estrellado contra el borde de la puerta del carro. La llanta delantera de la cicla se explotó, el rin y los rayos quedaron completamente doblados y el manubrio se torció. En segundos, varias personas se acercaron a ayudar, menos la muchacha que me distrajo y por la cual me accidenté. Medio groggy escuchaba voces que decían: —No se levante… ¿Le duele algo? … ¿Podemos ayudar? ¿Está bien? Intente pararme pero un coro gritó: —No, no. Espere a que lleguen los paramédicos. Gilberto muy preocupado me abrazó y me dijo: —Hermano, tranquilo que ya viene una ambulancia. El dueño del automóvil se veía muy apenado; con frecuencia repetía, lo siento… Lo siento mucho. Llegué a pensar que en realidad estaba muy mal herido, pero lo extraño era que no sentía un gran dolor. Contrariando a la audiencia me levanté y di algunos pasos: solo me había raspado un poco el codo; al parecer, la llanta amortiguó la fuerza del choque. A los dos minutos llegaron los paramédicos en una ambulancia, una maquina de bomberos y, a gran velocidad, tres patrullas de policía que bloquearon el tránsito. Era como en las películas, luces y ruidos por todas partes: ese exagerado show me puso más nervioso que el mismo golpe y llegué a pensar que me iban a deportar. Después de un minucioso examen de los paramédicos y un sencillo interrogatorio por parte de la policía, el episodio terminó sin problema. Entonces, aprovechamos la curiosidad del público para mostrar nuestros periódicos y así recoger algunos dólares en efectivo. Por tres días disfrutamos de New Orleans y sus encantos. El cónsul de Colombia en esa ciudad, Roberto García Archila, nos localizó luego de leer una nota sobre nuestro viaje en el periódico. El diplomático nos pareció un personaje un poco excéntrico;

170 Ser alguien quería conocer nuestra aventura con pelos y señales, se notaba que los vivía y los disfrutaba. Nos confesó que era un ciclista frustrado y que le fascinaría hacer un recorrido similar algún día. Nos invitó a almorzar a un buen restaurante en el centro de negocios de New Orleans, nos compró una llanta de repuesto y pastillas de frenos para las bicicletas y, al final de la tarde, nos puso en contacto con una familia colombiana que amablemente nos alojó en su casa esa noche. —Traten de no quedarse en esos sitios para desamparados, son muy peligrosos y jartos —nos dijo, con un marcado acento típico de los cachacos bogotanos—. Berraca vaina la que están haciendo —agregó. Me entregó una tarjeta personal con su teléfono privado y en el respaldo escribió: “Papá, atiende a estos muchachos que tienen una historia genial. Roberto”. —Mira, papá es Roberto García Peña, el director de El Tiempo. Voy a hablar con él para que les hagan una nota bien simpática cuando regresen a Bogotá… Hola, no se pierdan y llámenme de vez en cuando para saber cómo les va. ¡Feliz viaje! Ah, y no se vuelvan a estrellar. Chao. De New Orleans salimos rumbo a Baton Rouge, una ciudad con una gran influencia multicultural, capital del estado de Lousianna. Esta zona fue descubierta hacia el año 1500 por el conquistador español Hernando de Soto quien llegó en busca de oro. Casi doscientos años después, el comerciante en pieles Rene-Robert Cavelier la redescubrió y le puso el nombre de Lousianna, en honor al rey de Francia de esa época, Luis XIV. Según la leyenda, los exploradores franceses encontraron un árbol inmenso, un ciprés de color rojo, que bautizaron baton rouge, bastón rojo, y en sus alrededores surgió la ciudad. Después de la segunda guerra mundial, Baton Rouge se convirtió en un gran centro industrial, con grandes empresas petroquímicas, de aluminio y astilleros. Al día siguiente tomamos la carretera 190, con destino a Opelousas, una ciudad pequeña del “País Cajun”, una región considerada como el corazón de la cultura francesa, donde la

171 ARMANDO PLATA CAMACHO comida es picante y la música que predomina es la Zydeco y la Cajun. La mañana era húmeda y brumosa. Por un buen trayecto encontramos que la neblina se fundía con largas hileras de humo blanco expulsadas por inmensas chimeneas de varias refinerías; en el aire se sentía un olor a azufre y petróleo quemado que nos alcanzaba a fastidiar. Pero, a pesar de la incomodidad, el viaje lo amenizamos escuchando emisoras locales de música country que pasaban constantemente canciones de Patsy Kline, Ray Orbison y Elvis Presley, entre otros. En Opelousas dormimos en la cárcel del pueblo. Fue muy simpático: el comandante de la policía local nos ofreció una celda para dos personas y aunque sabíamos que era un carcelazo de mentiras, no dejó de ser un poco raro pasar la noche entre barrotes y con un retrete al frente nuestro. Fuimos los únicos “detenidos” ese día: entramos a las siete de la noche y nos dieron la libertad a las siete de la mañana. La puerta metálica de la celda la cerraron con candado; las camas eran bastante duras y frías porque el colchón estaba puesto sobre una plancha de cemento y el aire acondicionado lo habían graduado a baja temperatura. Lo que sí estuvo caliente fue una severa discusión con Gilberto que por poco termina en puños. Llegamos a Opelousas con los ánimos muy caldeados: Gilberto quería regresarse para Colombia y estar con su novia, decía que por mi culpa había gastado sus ahorros y que lo había metido en una verdadera “vacaloca”. Yo argumentaba que estábamos viviendo una experiencia única que bien valía la pena afrontar. Ese día nos dimos cuenta de que éramos dos personas con temperamentos opuestos y con diferentes maneras de ver la vida.

Texas

Sin dirigirnos una sola palabra, partimos de Opelousas hacia Orange, Texas. Como a las tres horas de viaje volvimos a discutir. Gilberto se sentía frustrado y sin ningún interés por continuar. Le argumenté que llevábamos un buen trayecto, que habíamos recorrido Florida, Alabama, Mississippi y Lousianna y que estábamos a las puertas de

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Texas; que no valía la pena claudicar. Él insistía en regresarse para Colombia; yo le pedí que recapacitara su decisión y le advertí enfáticamente que yo seguiría hasta el final. Luego, por primera vez en nuestra aventura, lo dejé atrás y pedaleé solo un buen tramo. Más adelante, Gilberto me alcanzó y continuamos como si nada hubiera pasado. No volvimos a tocar el tema, ni a pelear. Al pasar la frontera entre Lousianna y Texas sentimos un cambio: estábamos en Orange, la puerta de entrada al oeste americano, la tierra que ha inspirado cientos de películas de vaqueros. Orange recibió su nombre en 1836, cuando Texas ganó su independencia de México. Allí a los nativos descendientes de familias mexicanas les llaman pochos y hablan una combinación de inglés y español conocida como spanglish texano. Orange tiene un pasado de sangre y devastación: quedó destruida durante la Guerra Civil, luego, por más de una década, se le consideró Reino del terror por la cantidad de bandas de forajidos al margen de la ley, que asolaron la región. Y para completar, en 1865, Orange fue arrasada por enormes tormentas e inundaciones. Hoy, es un puerto estratégico sobre el río Sabine, con un gran volumen de carga de algodón, madera, ganado y productos agrícolas. Nos pareció una ciudad muy tranquila. En Orange, nos quedamos en una casa de caridad manejada por la iglesia bautista. El viernes 27 de septiembre de 1968 entramos a Houston, después de una etapa que nos llevó desde Orange por las pequeñas ciudades de Beaumont, Liberty, Dayton y Barret, a lo largo de la carretera 90. Estábamos en la cuarta ciudad de Estados Unidos y la más grande de Texas. La policía nos ubicó en la sede de la YMCA y nos entregó correspondencia enviada desde Colombia. Por una carta de mi padre me enteré, entre otras cosas, que nuestra historia había sido publicada en los periódicos El Espectador y El Vespertino de Bogotá; que en Chocontá me consideraban un héroe; que Alejandro Pérez, director de Todelar, había propuesto que todos los empleados de la cadena radial donaran dos dólares cada uno como ayuda para nuestra aventura; y que mis hermanas Mary y Consuelo recibirían el Sacramento de la Confirmación el 2 de octubre, con motivo de la visita pastoral a Chocontá del obispo de Zipaquirá, monseñor

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Buenaventura Jáuregui. La carta terminaba con una súplica de mi papá para que le enviara una tarjeta postal a las señoritas profesoras de la Escuela Normal de Villapinzón: al parecer era muy importante para los colegas de mi papá recibir una de nuestras postales y el viejo se sentía muy feliz de tener un hijo tan destacado a “nivel internacional”.

1968 - De costa a costa en bicicleta por Estados Unidos. Artículo aparecido en The Houston Chronicle. Fotografía con lente “ojo de pescado”.

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El periódico The Houston Cronicle le asignó a uno de sus fotógrafos un reportaje gráfico en los principales sitios de la ciudad. El hombre, que por esos días estaba estrenando un nuevo lente llamado Ojo de Pescado, se enloqueció y nos hizo fotos desde todos los ángulos, especialmente en el centro histórico de la ciudad: allí se acostó en la mitad de la calle para lograr un efecto de fondo con los edificios. También nos llevó al parque Hermann donde nos fotografió con teleobjetivo. Orgulloso de su trabajo, nos regaló algunas copias, varias de las cuales fueron publicadas en otros periódicos, días más tarde. Permanecimos en Houston dos días más, tiempo que aprovechamos para conocer el Astrodome, en su momento el único estadio cubierto del mundo, el Campo de la Batalla de San Jacinto, donde Texas se independizó de México, y el buque de guerra Texas.

Hemisfair 68

Luego de Houston seguimos para Columbus, Texas, por la supercarretera 10, tramo que cubrimos sin ninguna dificultad a pesar del intenso tráfico. Columbus es un pueblo muy bonito a orillas del río Colorado; se le conoce por sus robles centenarios y por estar rodeada de muchos árboles de Magnolia. Allí pernoctamos en una casa de familia. Al anochecer del lunes 30 de septiembre, estábamos en el casco urbano de San Antonio, Texas, muy emocionados, porque por esos días se realizaba en esa ciudad la Feria del Mundo, conocida como Hemisfair 68, donde numerosos países presentaban sus más importantes avances científicos y tecnológicos. Nos alojamos en la sede local de Salvation Army. Muy temprano, a la mañana siguiente, fuimos a la oficina de prensa de la Hemisfair y nos acreditamos como periodistas. El departamento de Relaciones Públicas nos contactó con algunos medios de comunicación y con la delegación colombiana que tenía un stand patrocinado por la Federación Nacional de Cafeteros. Pronto, nos convertimos en otra atracción más de la feria y nos llovieron invitaciones, tanto, que nos quedamos toda la semana disfrutando a cuerpo de rey.

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San Antonio Express, el principal periódico local, resumió así nuestra visita: “Dos jóvenes colombianos están en Hemisfair 68, luego de un gran esfuerzo para llegar y un esfuerzo mucho mayor para irse”. IBM nos llevó a su stand, donde estaba presentando una máquina de escribir eléctrica con un novedoso sistema de impresión que reemplazaba las teclas tradicionales por una esfera giratoria: nos tomaron fotos y repartieron un boletín de prensa con el título: Ciclistas colombianos, camino a Hollywood, prueban el sistema IBM Rotativo. Cuando subimos a la Torre de las Américas, nos sentimos en el tope del mundo. La torre, es una gran estructura de cemento de doscientos cincuenta metros de alto, con ascensores panorámicos a su alrededor; y, en todo lo alto, tiene un restaurante giratorio, varias antenas de comunicación y un observatorio con una vista espectacular. La Torre de las Américas, ubicada en el corazón de la feria, simboliza el progreso logrado por Estados Unidos gracias a la confluencia de civilizaciones en el hemisferio occidental. La oficina de turismo nos regaló un tour por la ciudad: visitamos la Plaza del Álamo, el sitio más popular de Texas, donde ciento ochenta y nueve soldados murieron el 6 de marzo de 1836, tras repeler varios ataques de las Fuerzas Armadas Mexicanas al mando del general Santana; en la plaza, se encuentra la catedral de la Misión de San Antonio de Valero, conocida como El Álamo, uno de los monumentos más fotografiados de la nación americana. También hicimos el tradicional paseo por el río, otra de las obligadas atracciones cuando se visita San Antonio. Navegamos en pequeñas balsas a través de frondosas hileras de exuberante vegetación y jardines de imponente belleza; después, caminamos por sendas de baldosín, adornadas con plantas ornamentales, hasta llegar a un inmenso centro comercial lleno de tiendas y restaurantes, donde presenciamos un espectáculo de música y baile folclórico latinoamericano que finalizó con un imponente mariachi sinfónico. En el parque, nos hicimos amigos de una de las guías de turismo, una joven no muy agraciada físicamente, pero muy simpática, de

176 Ser alguien origen México-americano. Ella nos invitó a cenar a su casa y nos presentó a sus padres. Por la noche, me entregó un papelito, y me dijo que lo leyera antes de acostarme. Decía: “I am fall in love with you”. Con Gilberto buscamos en el diccionario que quería decir la expresión fall in love with y entonces entendí que la chica se había enamorado de mí. Gilberto, sarcásticamente, comentó: “Ya lo veré mañana con esa gorda”, afirmación que me desanimó por completo para volverla a ver.

El río Grande

La pausa de casi una semana en San Antonio, afectó el ritmo de nuestra aventura. Cuando partimos hacia Uvalde, las piernas no nos respondieron como en jornadas anteriores. Fue una etapa dura debido a las altas temperaturas, a lo agreste del terreno y a las distancias entre un pueblo y otro; tomamos la carretera 90 que va por la mitad del desierto. Entre las poblaciones de Hondo y Sabinal, no encontramos ni una sola bomba de gasolina. El tráfico era muy escaso y las rectas parecían columpios interminables, con largas subidas y bajadas. Nuestro esfuerzo fue recompensado con la oportunidad de apreciar unos paisajes absolutamente majestuosos bajo cielos perfectamente azules y transparentes que nos permitían admirar grandes distancias del sur de Texas, un territorio conquistado a sangre y fuego por los vaqueros en la época del oeste. “Bienvenidos a la capital mundial de la miel de abeja” decía una valla ubicada en la periferia de Uvalde; también es conocida por ser la cuna de los más famosos ladrones de trenes de Estados Unidos, los hermanos Newton. Tuvimos gran apoyo de la policía local. Nos dieron alojamiento y varios consejos prácticos, como iniciar nuestra jornada a las seis de la mañana, no pedalear entre las doce del día y las tres de la tarde debido a que la temperatura en esa zona alcanza más de 40 grados bajo la sombra, y llevar una pequeña nevera de icopor con enlatados, frutas, dulces y cuatro cantimploras de agua. También, nos regalaron una carpa y un colchón inflable para acampar en caso de necesidad.

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—No se alejen nunca de la carretera principal, la asfaltada: se pueden perder para siempre —nos advirtió el sheriff. Para nuestra próxima etapa hasta Eagle Pass, Texas, tuvimos que tomar la carretera 83 dirección sur, hasta La Pryor, y de ahí, la 57 dirección suroeste, hasta la frontera con México. Ese día, sí nos atortolamos de verdad; estuvimos completamente solos en el desierto. Apenas pasó un carrotanque y no vimos una sola persona o siquiera un animal. Al mediodía, armamos la carpa cerca de unas piedras y un cactus. Estuvimos muy atentos a ver culebras o escorpiones; afortunadamente no pasó nada pues le tengo fobia a los reptiles. El silencio era sepulcral, lo cual nos acentuó más la sensación de soledad. Después de un rato, anhelábamos escuchar cualquier ruido; entonces prendimos la radio. Esa experiencia nos dejó bastante preocupados pues, en adelante, eso era lo que nos esperaba hasta llegar a California: dos mil kilómetros de desierto. Al filo de la noche llegamos a Eagle Pass, Texas, un pequeño puerto sobre el río Grande, en la frontera con México, frente a la ciudad de Piedras Negras, estado de Coahuila. En esta región predominan los corridos, las rancheras, los tacos y las enchiladas. La policía de caminos, conocida como Los Rangers, con frecuencia comprueba el estatus migratorio de las personas y son muy comunes las redadas en busca de indocumentados. Dormimos en una casa de caridad. De Eagle Pass, nos dirigimos por la carretera 277 y 90 hacia nuestro próximo destino: Sanderson, Texas, a dos días en bicicleta. La ruta incluía pasar por Quemado, Ciudad Del Río, el lago Amistad y Comstock. Nuestro paso por Del Río nos dejó la agradable sensación de ver un pueblo con calles y edificios bien mantenidos, con todos los detalles originales de la época en que fue construido, con calles anchas y bien demarcadas, donde todo se mantiene intacto, como si no hubiera pasado el tiempo. A pocos kilómetros de Del Río, encontramos el lago Amistad, considerado un verdadero paraíso para los amantes de la pesca y

178 Ser alguien los deportes acuáticos por sus cristalinas aguas; y un santuario arqueológico con más de cuatrocientas cuevas, tumbas e inscripciones indígenas. Recorrer parte del lago nos tomó cerca de dos horas; en algunas partes, la autopista lo bordea, en otras, hay puentes monumentales de varios carriles que lo atraviesan. Hicimos varias paradas para admirar el paisaje y para refrescarnos con un delicioso baño de agua dulce bajo el intenso sol del desierto. Pero no todo fue dicha. Los siguientes kilómetros hasta Comstock fueron un suplicio: una tormenta de arena y polvo nos golpeó de manera implacable, nos hizo toser, maldecir y llorar; los diminutos granos de arena formaron una gruesa capa amarilla y rojiza sobre nuestra humanidad y sobre nuestros anteojos. Ya entrada la tarde alcanzamos el pueblo, donde hay algunas bodegas de carga, y ahí, en una de esas bodegas, unos operarios nos permitieron pasar la noche entre contenedores de mercadería. El siguiente tramo de Comstock a Sanderson fue igual de difícil por las permanentes ventiscas de arena y tierra. Varias veces nos tocó esperar hasta que bajara la intensidad del viento; la fuerza de la arena al pegar en el rostro pica y al mezclarse con el sudor, forma una mascarilla que quema. Parecíamos dos indefensas criaturas de barro color ladrillo tostándose al aire libre. Luego de varias horas de batalla, a duras penas llegamos hasta la única casa a decenas de kilómetros a la redonda: una bomba de gasolina en un punto llamado Dryden, donde se unen las carreteras 90 y 349. La construcción semejaba un rancho de espanto, con paredes y techos de madera a punto de caer. El hombre que nos atendió hablaba un inglés con acento texano, tan enredado, que solo a señas dedujimos que estábamos bastante lejos de Sanderson; por lo tanto, volvimos a pedalear con enjundia, como desesperados, para evitar que la noche nos agarrara en el desierto, solos, en la mitad de un mar de cactus, porque en esa zona de Texas, a cada dos metros, crecen cientos de miles de esas plantas, con sus raíces fibrosas y sus troncos llenos de largas y afiladas espinas. A la hora del crepúsculo, en la estación de policía de Sanderson, nos quitamos del cabello y de la ropa, varias libras de arena y tierra.

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Después, pacientemente lavamos y aceitamos nuestros oxidados caballitos de acero y evaluamos con Gilberto los riesgos de continuar desierto adentro. Estábamos a mitad de camino de El Paso, la próxima gran ciudad, y si el desierto de Texas es inclemente, el de Nuevo México y Arizona es mortal; de ahí su nombre: el Valle de la Muerte. Teníamos dos alternativas: seguir de héroes buscando una tumba, o cambiar de medio de transporte para lograr nuestro objetivo de llegar a Hollywood. Y no era que no quisiéramos seguir en bicicleta, de hecho nos encantaba la aventura y la pasábamos muy bien, pero el paso del desierto requería de una mayor logística y seguridad. El sentido común nos decía que tarde o temprano podríamos terminar muy mal en la región más despoblada del país.

Sigue el tren...

Decidimos entonces continuar en tren y, esa misma noche, después de comprar algunas latas de sopa Campbell, pan y refrescos, nos fuimos para la estación de Sanderson, donde encontramos a dos jóvenes indocumentados de El Salvador que acababan de pasar la frontera y esperaban un tren de carga con dirección a Houston. —Tengan cuidado porque la policía los puede joder —nos advirtieron—. Son cerdos, te roban y luego te deportan. —Tenemos papeles —les dijimos. —No importa, los cabrones te cagan, son de puta madre, te montan un caso como ladrones de carga —agregaron. —Tenemos periódicos que demuestran que somos periodistas… La policía nos ha ayudado —les contestamos. —Allá ustedes. Si se van, móntense en los vagones centrales que tienen estacas… casi siempre van vacíos. De noche son muy fríos, pero son los más seguros… No se les ocurra subirse en vagones con compuertas metálicas que se ajustan por fuera, podrían quedarse encerrados, horas, días o meses… Súbanse cuando haya pasado la inspección, casi siempre, un minuto antes de partir… Traten de bajarse rápido y eviten viajar de día, hace

180 Ser alguien mucho calor, hay bastante vigilancia y demasiado tráfico en la terminal. Suerte, colombianos. —Gracias, lo mismo. Seguimos al pie de la letra el consejo de nuestros amigos y ubicamos un vagón de estacas sin carga. Tenían razón, eran los más seguros: esos coches construidos con listones de madera, colocada horizontalmente, tenían espacios de diez centímetros por donde podíamos ver a nuestro alrededor. No fue fácil llegar hasta la línea de vagones caminando en la oscuridad entre rieles, piedra y durmientes; creí que el corazón se me iba a salir de los nervios. Para poder subir al tren, tuvimos que desarmar las bicicletas y escalar con ellas hasta un espacio reducido entre el techo y la pared de listones. Cuando el tren comenzó a avanzar, nos sentimos más tranquilos y seguros, respiramos profundo y nos acomodamos para tratar de descansar. Afuera no se veía nada, el viento penetraba entre los listones, el ruido de las ruedas era constante y a medida que avanzaba la noche sentíamos más frío. Dormimos muy poco. Hacia las seis de la mañana arribamos a El Paso, Texas. El sargento Paul López y el capitán Lloyd Peterson organizaron una colecta entre sus compañeros del departamento de policía de El Paso: nos entregaron cerca de cien dólares; además, nos brindaron todo su apoyo, nos entregaron nuevas cartas enviadas desde Colombia, nos mostraron la ciudad y nos llevaron a algunas estaciones de radio y televisión. En los reportajes dijimos la mentira piadosa de que seguíamos en bicicleta. El jueves 10 de octubre de 1968 el periódico El Paso Herald-Post, publicó una nota que finalizó con este comentario: “Planeo escribir un libro acerca de nuestro viaje y los Estados Unidos, dice Plata. Nunca soñé que podría hacer un viaje tan largo en bicicleta.” En la sede local de la YMCA, donde nos estábamos alojando, conocimos a un sacerdote de origen español cuya parroquia quedaba exactamente en la frontera, frente al puente que comunica El Paso con Ciudad Juárez. El cura nos recogía en las mañanas y pasábamos con él todo el día en la casa cural o nos

181 ARMANDO PLATA CAMACHO invitaba a eventos de la comunidad. En esa semana, se realizaban los Juegos Olímpicos en México y se transmitían en televisión: por primera vez a color en Estados Unidos. No nos perdimos semejante acontecimiento y seguimos numerosas competencias, incluida la ronda semifinal de los diez mil metros planos en la que participó el atleta colombiano Álvaro Mejía Flórez. En El Paso nos quedamos ocho días; ya poco nos preocupaba continuar el viaje en bicicleta. Nuestra próxima parada sería Tucson, Arizona. Fue un trayecto corto que también hicimos en tren: salimos de El paso a las nueve de la noche y llegamos a las siete de la mañana. Nos atrevimos a viajar subrepticiamente en un vagón metálico sin carga, ante la imposibilidad de encontrar uno de estacas. Afortunadamente las puertas del coche permanecieron abiertas todo el trayecto; estábamos dispuestos a entregarnos a los inspectores de seguridad, si era necesario, antes que permanecer escondidos corriendo el riesgo de quedar encerrados. No tuvimos ningún contratiempo, excepto algunos minutos de tensión cuando paramos en Santa Fe, Nuevo México, pasada la media noche. Tucson es una ciudad que conserva intacta su herencia cultural latina; se ve en las construcciones, artesanías y costumbres de su gente. En 1775 se fundó The Tucson Presidio, una cárcel en la mitad del desierto, y a su alrededor creció el pueblo, que fue parte de México hasta 1854, cuando lo compró Estados Unidos. Hoy es una próspera región con cientos de resorts, campos de golf y casas de retiro. The Arizona Daily Star, principal periódico de Tucson, nos hizo un reportaje que salió publicado el 19 de octubre. Dos días después, a través de la policía local, recibimos una llamada telefónica: —¿Es usted, Armando Plata, uno de ciclistas colombianos que vienen para Hollywood? —Sí, como no. —Mire, le habla el director de Relaciones Públicas de Warner Brothers en Burbank, California. Hemos leído su historia en The Arizona Daily Star y hemos quedado muy impresionados. Al

182 Ser alguien principio pensamos que era una mentira, pero después de confirmar con nuestro gerente en Colombia, Arturo Berg, en efecto hemos encontrado en nuestros archivos una copia de una carta que él les dio para visitar nuestros estudios. Desde ya, cuenten con todo nuestro apoyo, considérense nuestros invitados una vez lleguen a Los Ángeles… hotel… transporte… comidas… Wow, ¡qué historia tan especial! —Gracias, muchas gracias —contesté absolutamente emocionado. Llegué a pensar que era una broma hasta que me dio su teléfono y otros detalles de la invitación. Quisimos salir de inmediato para Hollywood, pero pensamos que era mejor quedarnos unos días más en Tucson para que no resultara obvio que estábamos viajando en tren. A las ocho de la noche del 24 de octubre de 1968, hicimos la última etapa de nuestra travesía hasta Hollywood a bordo de un tren de carga que iba para Santa Ana, California. No tuvimos otra alternativa que viajar en la plataforma de un vagón destapado, y algo oxidado, porque no encontramos ningún otro coche disponible. Fue un viaje incómodo por las fuertes corrientes de viento y el frío de la noche. Un poco antes del alba, estábamos en Yuma, un punto donde convergen las fronteras de Arizona, California y México. Hacia las siete de la mañana pasamos por Indio y antes del mediodía ya estábamos descendiendo en la terminal de carga de Santa Ana.

Hollywood por dentro

Warner Brothers, en efecto, nos había reservado una habitación en un hotel del centro de Los Ángeles. Era uno muy parecido al hotel Di Lido de Miami Beach. Estuvimos allí por cinco días. Como siempre, visitamos varios periódicos y canales locales de televisión; uno estaba afiliado a la cadena SIN, (Spanish International Network) que años más tarde se convirtió en Univisión. El domingo 27 de octubre, en la página siete de la segunda sección del periódico La Opinión, apareció una fotografía en la cual el sheriff del condado de Los Ángeles, Peter J Pitchess, nos

183 ARMANDO PLATA CAMACHO entrega un paquete de correspondencia enviada desde Colombia y en donde se menciona nuestra hazaña de haber recorrido gran parte de la unión americana en bicicleta. Warner Brothers nos envió al hotel una limosina negra, con chofer uniformado, el día que fuimos a visitar sus estudios en Burbank. Dentro del vehículo, había una gran selección de licores, dulces y revistas. Íbamos vestidos con los mejores chiros donados por Salvation Army. Con Gilberto nos reíamos nerviosamente y no podíamos creer los cambios repentinos de nuestra vida que bien parecían un cuento de hadas. Los estudios en los que se hacen las películas son enormes hangares donde se construyen grandes escenografías. Cuando se traspasan las gruesas compuertas de la entrada, uno siente que el mundo fantástico de los sueños se hace realidad. La primera estrella que saludamos fue Robert Mitchum quien estaba filmando unas escenas en un bar del oeste para la película Young Billy Young. Todos los actores y extras vestían trajes de la época y las coristas eran modelos bastante atractivas; al fondo un pianista improvisaba figuras de música rag mientras un batallón de técnicos media la distancia entre la cámara y los actores con decámetros, de esos que se utilizan en topografía. Con Mitchum hablamos unos dos minutos; nuestro anfitrión le comentó nuestra historia y a cada momento respondía, “Great, great, oh, great”. Se despidió de nosotros con una sonrisa, un poco forzada, y nos dijo “Good job, guys”. No nos permitieron grabar ninguna entrevista para nuestro programa de radio porque está terminante prohibido, ni nos permitieron usar nuestra cámara fotográfica: es la política general de todos los estudios cinematográficos; ellos suministran el material audiovisual que los medios de comunicación pueden reproducir. Almorzamos con una rubia despampanante que era la superestrella del momento y un nuevo símbolo sexual: Kim Novak, quien se mostró muy simpática con nosotros y a través del intérprete le contamos varias anécdotas que celebró jocosamente. Me llamó poderosamente la atención que a ninguno de los más

184 Ser alguien de doscientos trabajadores que estaban almorzando en la cafetería del estudio les llamó la atención la presencia de la Novak; en cambio, yo estaba deslumbrado. Al día siguiente, nos llevaron a un set construido en exteriores, donde estaban filmando El gran robo del banco, otro western, con el actor Clint Walker como protagonista. Era una enorme calle llena de almacenes, tabernas, funeraria y banco; afuera, un grupo de entrenadores le sacaba brillo a las hermosas pieles de por lo menos una docena de caballos, mientras técnicos en maquillaje pintaban de negro los cascos de los corceles y les peluqueaban sus crines. La cámara iba montada sobre una plataforma metálica de dos metros cuadrados al final del brazo de una grúa, parecida a las que usan las empresas de energía eléctrica para hacer reparaciones en las calles. Alrededor de la cámara estaba el foquista, el director de la película y el camarógrafo: los hombres, armados de intercomunicadores, ensayaban los movimientos de la cámara, pedían a los tramoyistas rectificar el ángulo de ciertas luces, e instruían a los operarios de la grúa sobre la velocidad con la que debían subir o bajar la plataforma, para lo cual, los técnicos agregaban o quitaban bloques de acero en un compartimiento que servía como contrapeso. Yo seguía absorto los paneos de la cámara y me imaginaba subido en la plataforma, con megáfono en mano, dirigiendo la película. En el set de El gran robo del banco, también conocimos a otras estrellas como Claude Akins, Akim Tamiroff, Sam Jaffe y el comediante Zero Mostel. Nuestros anfitriones en Warner Brothers se comunicaron con sus colegas de Universal Pictures para que nos invitaran a conocer sus instalaciones. Por casualidad, el gerente de Estudios Universal era un cartagenero, Luis Calvo, quien de inmediato nos autorizó tres días extras de hotel y viáticos. En Estudios Universal vimos la filmación de otras películas con Clint Eastwood, Julie Andrews, Paul Newman, Sydney Poitier y Kirk Douglas; nos mostraron varias salas de edición y presenciamos algunos espectáculos en vivo. Al terminar nuestra visita, Calvo nos regaló el tiquete aéreo para regresar de Los Ángeles a Miami.

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Cuando se acabaron esos días mágicos de atenciones y lujos, pasamos a un motel de mala muerte, ubicado en Hollywood Boulevard y Western Avenue, un sector de travestis, cine porno, expendedores de droga y hippies. Como un presentimiento de los posibles peligros a los que podríamos estar expuestos en Hollywood, mi padre en una de sus cartas me escribió: “Consejo: como en los Estados Unidos hay muchos vicios especialmente los relacionados con drogas, yerbas y estupefacientes, te recomiendo que te cuides mucho pues ha habido casos en los cuales el paciente ha quedado enviciado sin ser su voluntad y sin saber quién lo envició, pues a través de quien le ofrecía o vendía los cigarrillos obtuvo el vicio. Los Beatles, por ejemplo, ya son unos desgraciados porque están enviciados; eso dice la prensa. En todo caso es mucho más feliz el modesto ciudadano que pasa por la calle o labora en el campo que el príncipe del arte séptimo, pictórico, poético o político. Y como estos vicios tuvieron origen en la universidad, las gentes incautas los creen muy buenos. Hay que ver el estado de enervante emotividad, próximo al homicidio o al suicidio cuando el vicioso no consigue su satisfacción. El éxito que obtiene el vicioso pasa a los tres o cinco años y después queda hecho un bagazo. Recuerda siempre lo bueno que es tener una aptitud física aceptable como para pasar el desierto. No vayas a considerar este consejo como si lo diera a un vicioso. Soy tu papá y debo mostrarte siempre el buen camino y sobre todo prevenirte de los males que te pueden aparecer en él”. Gilberto, muy afectado por el cambio de ambiente que estábamos experimentando, decidió regresar de inmediato a Colombia, mientras yo me quedé varias semanas conociendo Los Ángeles. En ese tiempo, contacté a un compañero de la Escuela Militar, Nelson Rodríguez Saavedra, quien me llevó a El Planetario, Mc Griffith Park, Beverly Hills y Disneylandia; también fui a los estudios de NBC, Columbia Pictures y Paramount Pictures. Por gestión de la cónsul de Colombia, Clara Muñoz de Just, pasé a vivir en casas de varios compatriotas y conseguí un trabajo como

186 Ser alguien recolector de platos en un restaurante italiano, con un salario de dos dólares por hora más un porcentaje de las propinas. Con ese dinero, compré algunos regalos para mi familia y pagué el exceso de equipaje de la bicicleta. Al final de noviembre de 1968 regrese a Bogotá, cargado de recortes de periódicos e inolvidables experiencias.

Regreso triunfal

La recepción en Todelar fue fuera de serie: para mis colegas era un pequeño héroe. Gilberto ya les había contado los pormenores de nuestra aventura, pero querían conocer más detalles: ¿Cómo es la vida en Hollywood? ¿Las tetas de las actrices sí son de verdad? ¿Robert Mitchum fuma marihuana?: eran algunas de las preguntas más frecuentes de mis compañeros. Pero no todo fue almíbar: mi novia Patricia Gracia me había dado Calabazas, a pesar de que le había enviado numerosas tarjetas postales, la noticia fue un duro golpe emocional porque tenía planes serios con ella. A los pocos días, el director de El Tiempo, don Roberto García- Peña, me recibió en su oficina. —Así que usted es uno de los chinos que se fue a aventurar a Estados Unidos. —Sí señor, su hijo le envía ésta tarjeta desde New Orleans… Luego de leerla, con una sonrisa paternal me dijo: —Tiene que echarle el cuento a Jaime, con todos los detalles… Don Roberto, por un intercomunicador, llamó a uno de sus asistentes, el periodista Jaime González Parra. —Jaime, venga que le tengo una historia simpática. El lunes 2 de diciembre de 1968, en la página cuarta de la tercera sección, El Tiempo publicó un reportaje de casi media página, titulado: Deportistas a la fuerza. Extraña aventura de dos jóvenes colombianos en EE.UU. En el artículo, ilustrado con una gran foto tomada en Houston, aparecemos de medio perfil sobre nuestras bicicletas. En la gráfica, se puede apreciar el gran tamaño de las banderas de Estados

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Unidos que llevábamos en la parte trasera de las ciclas, así como cantimploras y otros objetos personales. Al final, Jaime González Parra escribió: “La bicicleta será conservada por Luis Armando en su casa como recuerdo. ¿Participaría en una vuelta a Colombia? —Ni muerto —dice—. No sería capaz ni de recibirle la bicicleta a “Cochise”…

1968 - El Tiempo, 2 de Diciembre. El artículo que me abrió las puertas para ingresar a la televisión.

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La trascendencia de este reportaje le daría un vuelco total a mi carrera y a mi vida: Ese lunes, recibí una llamada telefónica: —Armando, le habla Maruja Pachón de Uribe, me gustaría invitarlo a mi programa de televisión Soy Aficionado. ¿Podría venir a mi oficina en Promotora de Propaganda? —Con mucho gusto, señora. El programa de media hora, con la conducción del locutor Hugo Alberto Munker, resultó muy entretenido por las anécdotas que comentamos, las fotografías, los recortes de prensa, las banderas, la carpa y la bicicleta. Promotora de Propaganda era una pequeña productora de televisión y agencia de publicidad dirigida por Pablo Uribe Henao y su esposa Maruja Pachón. Además de Soy Aficionado, tenían el programa Lo que veremos en cine, los domingos a las seis y cuarenta y cinco PM, en el canal 7, el único que cubría todo el país. Después de la entrevista, le propuse a Pablo una idea para comercializar Lo que veremos en cine, aprovechando mis contactos con las distribuidoras de películas. El programa tenía poca sintonía y arrojaba pérdidas debido a que su formato era de crítica y análisis cinematográfico, tema poco atractivo para la gran masa. Pablo me nombró director y presentador de Lo que veremos en cine y me dio vía libre para promocionar la cartelera de nuevos estrenos; regalar fotos, afiches, entradas de cortesía; presentar documentales sobre cómo se hacen las películas y algunas entrevistas con estrellas. De esta manera ingresé a la televisión colombiana hacia finales de 1968. Afortunadamente en poco tiempo logramos equilibrar los costos y obtener mejores números en las mediciones de sintonía. Como premio, Pablo me contrató en calidad de presentador de Soy Aficionado, en reemplazo de Munker, quien se fue para otra empresa como locutor de noticias. El estar “al aire” con dos diferentes programas semanales, me dio una rápida figuración en el medio y llamó la atención de figuras prominentes como Julio Nieto Bernal, quien se convirtió en mi

189 ARMANDO PLATA CAMACHO mentor. Julio también tenía un programa sobre cine en El Teletigre, canal que solo se veía en Bogotá, y me pidió que le colaborara en su comercialización, trabajo que me permitió además de un ingreso extra, desarrollar una gran amistad con él. Para mí era increíble poder hablar de tú a tú con uno de mis ídolos y, aún más, tener el privilegio de trabajar y recibir de él, mucha orientación profesional. El primer semestre de 1969 fue de ensueño en vida: con más frecuencia la gente se quedaba mirándome a donde quiera que iba; algunas muchachas se acercaban a saludarme —lo cual me ruborizaba debido a mi timidez e inseguridad— y por primera vez, alguien me pidió un autógrafo. Sin embargo, cuando iba a Chocontá, nadie me reconocía porque aún no llegaba a esa zona la señal de Inravisión y cuando les comentaba a mis amigos que estaba trabajando como animador de televisión, pensaban que estaba bromeando. En esa época la televisión colombiana era en blanco y negro y los programas se hacían en vivo y en directo pues aún no se habían implementado las grabaciones en video tape. Las pocas transmisiones a control remoto eran acontecimientos extraordinarios que implicaban el desplazamiento de numeroso equipo técnico y humano con costos exorbitantes. Se usaba la técnica del cine en 16 mm para grabar en exteriores algunas entrevistas y documentales con sonido directo. Los camarógrafos de cine eran considerados profesionales de primera línea y en el medio era “un lujo” trabajar con Alfredo “El Conejo” Corchuelo, un hombre con tal dominio de la luz, que ajustaba el diafragma de los lentes a puro ojo, sin utilizar el exposímetro, y sus filmaciones eran de buena calidad técnica. La transmisión de los comerciales de televisión era un procedimiento muy rudimentario, plagado de errores y defectos técnicos; el sonido y la imagen se sincronizaban en el aire pues se enviaban aparte el audio y el video. Cuando el operador del control maestro gritaba: 3-2-1… Ruedaaa, el encargado del proyector de cine rodaba la imagen mientras el técnico de sonido accionaba la palanca de play de una grabadora con el audio del comercial en cinta magnetofónica.

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Los comerciales eran películas de treinta segundos, en 16 milímetros, con escenas que estaban unidas con cinta pegante transparente, y como algunas de estas uniones no quedaban bien hechas, al momento de ir al aire se atascaban en los proyectores; entonces, los televidentes veían la misma secuencia titilando por unos segundos, mientras continuaba el sonido. Después la imagen quedaba en blanco. También podía ocurrir lo contrario: mientras estaba en el aire la imagen, de pronto el sonido cambiaba de velocidad y las voces se escuchaban como si fueran marcianos. Inravisión tenía dos sedes en Bogotá: Una localizada en la calle 24 entre carreras 7ª. y 5ª., y otra en la calle 26 con carrera 50. Casi todos los programas se hacían y se emitían en la sede de la 24, en los bajos del edificio de la Biblioteca Nacional. El jefe de estudios era Abraham Saltzman, un ejecutivo con una gran visión de la industria de la televisión que tuvo el valor de enfrentarse a las agencias de publicidad obligándolas a producir en Colombia el ciento por ciento de sus propagandas. Para entonces, las agencias que representaban cuentas multinacionales, pasaban comerciales hechos en otros países y a lo sumo les cambiaban una escena. La decisión de Saltzman impulsó el desarrollo de la producción del cine publicitario en nuestro país. Sin embargo, al poco tiempo, algunos directores inescrupulosos comenzaron a firmar contratos con las agencias de publicidad asegurando que habían viajado al exterior para filmar comerciales con talento colombiano, cuando en realidad se trataba de producciones realizadas en el extranjero por extranjeros. Abraham Saltzman además creó una oficina de control técnico y artístico, a cargo de Fernando Alford y Gabriel Quimbaya, encargada de aprobar los guiones antes de que fueran filmados y de darle el visto bueno a los anuncios antes de salir al aire. Ésta dependencia, indiscutiblemente, logró elevar el nivel de calidad de los comerciales. A Alford y Quimbaya se les conoció como “las terribles cuchillas de la televisión” porque no hicieron ningún tipo de concesiones.

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1969 - Mi primer programa de Televisión: “Lo que veremos en Cine”. Promotora de Propaganda. En compañía de Daniel Corredor mi primer profesor de producción.

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Por esos años, la industria de la televisión en nuestro país era incipiente y empírica y se daban casos curiosos como el de los Productores de televisión. Era el trabajo más apetecido y al que pocas personas podían aspirar; en realidad, las funciones de esos supuestos productores, al tenor de los estándares internacionales, correspondían a las de un operario técnico. Un verdadero productor de televisión es quien financia o administra los pormenores logísticos de un proyecto televisivo; pero los productores de esa época, eran técnicos que frente a un switch- board decidían que cámara iba al aire, ordenaban el tipo de toma a los camarógrafos, daban instrucciones a los operadores de audio y video; además eran el único puente de comunicación con el coordinador de estudio y el control maestro. Estos hombres orquesta acapararon las funciones de por lo menos cinco personas que en otros países son necesarias para la emisión de un programa. Éstos, mal denominados, productores obtuvieron un poder de decisión impresionante ante las empresas concesionarias de espacios de televisión, conocidas como programadoras, otro híbrido de la televisión de Colombia del cual hablaré más adelante. Las programadoras solo podían contratar a los pocos productores autorizados por Inravisión, quienes imponían sus condiciones y criterio en la realización de los programas. Llegaron a ganar salarios exorbitantes y algunos fueron considerados dioses del medio, y se comportaban como tales. Carlos Uribe Díaz, “El Majo”, era el productor de Lo que veremos en cine. Yo temblaba cada vez que tenía que reunirme con él debido a mi ignorancia sobre la realización de programas de televisión, y al aire de superioridad y arrogancia manifiestas en sus respuestas. Por el contrario, mi asistente de dirección, José Daniel Corredor, un muchacho muy sencillo y despierto, fue quien me enseñó todo lo que necesitaba saber en ese momento sobre producción, desde cómo hacer un libreto hasta cómo manejar la secuencia y el ritmo de un programa. El día de mi debut frente a cámaras me dio pánico escénico, especialmente en los segundos previos a ir al aire, cuando el coordinador de estudio, en tono fuerte e intimidante gritó:

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—Preparados…cuatro…tres…dos… Por lo general no dicen: Uno, ya que el talento cuenta mentalmente “uno…cero”; y cuando se prende la luz roja de la cámara, se comienza a hablar. Esos segundos fueron eternos; sentí que me desconectaba de la realidad y que había entrado a un túnel oscuro donde no había ni tiempo ni espacio. Me bloqueé mentalmente, sudé, perdí el control, entré en pánico y quedé petrificado. Como el estudio estaba en silencio, cuando empecé a hablar, creí estar hablando solo, como un loco; vi a los camarógrafos y a los técnicos del estudio como fantasmas inquisidores que juzgaban cada palabra y cada uno de mis movimientos. Pero, a medida que fue pasando el tiempo, entré como en un trance: me llené de una embriagante sensación de placer al comunicarme con esa hipotética persona, o millones de personas, que seguramente estaban sintonizando mi programa. Y de una manera mágica y espontánea me fluyeron las palabras; y hable, y hable, y quise seguir hablando, hasta que entre sombras, al lado de la cámara, alcancé a ver la silueta del coordinador de estudio que movía desesperadamente su brazo para indicarme que debía cortar, que quedaban solo diez segundos para ir a un corte comercial. Ese día degusté el elíxir de estar en cámara y reconfirmé que la comunicación era el campo en el cual quería estar por el resto de mi vida. “El Majo” Uribe, también era el productor de Soy Aficionado, un programa de variedades y entrevistas dirigido por Maruja Pachón de Uribe y Luis Enrique “El Loco” Osorio. Se transmitía los martes a las seis y media de la tarde, en el Canal 7, también conocido como la Cadena Uno. Aunque mi trabajo era solamente presentar grupos musicales y jóvenes cantantes de los principales colegios de Bogotá, mi deseo por aprender me llevó a descubrir el mundo de lo técnico. Me hice amigo de varios ingenieros de Inravisión que me enseñaron desde cosas básicas como el funcionamiento de una cámara o los tipos de iluminación para lograr una imagen perfecta, hasta aspectos un poco más complejos como los pasos que da el

194 Ser alguien audio y el video para que llegue a los aparatos receptores. Este conocimiento me ayudó bastante para saber aprovechar los recursos técnicos disponibles, a la hora de escribir o dirigir futuros programas de televisión. También me interesé en aprender sobre otros asuntos claves como el diseño y montaje de escenografías, actividad muy creativa y de gran esfuerzo manual. Uno de mis maestros fue Gustavo Pizarro, quien junto a Eduardo Gutiérrez, eran considerados los líderes del negocio; tenían sus bodegas en la misma sede de Inravisión en la calle 24, donde hoy queda el Museo de Arte Moderno. “Una escenografía sin una buena utilería es como un caldo sin sustancia” me decía Manuel Espinosa, “Manuelito”, el encargado del departamento de utilería; era una Biblia ambulante que sabía exactamente dónde estaba ubicado cualquier elemento, grande o pequeño, necesario para ambientar cualquier decorado. A sus setenta y tantos años, manejaba de memoria miles de artículos como lámparas, ceniceros, libros, teléfonos, mesas, sillas y repisas. Algo que me impresionó enormemente era que por esa época la mayoría de técnicos y artistas, después de sus programas, salían religiosamente a “chupar” trago a los bares que quedaban al frente, práctica que con los años acabó con la carrera y la vida de gente muy talentosa y que a otros los dejó sumidos en el alcoholismo, la ruina y la drogadicción. Para marzo de 1969, acepté un trabajo de medio tiempo como asistente de publicidad en Francia Films y Exhibidores Asociados, una empresa de Jaime Rey Lara y Ricardo Saldarriaga que importaba películas de Europa. Este cargo me ayudó a conocer a los dueños de los teatros más importantes de Bogotá, a los gerentes de otras distribuidoras de películas y a aprender a manejar presupuestos de publicidad. Mi permanencia allí fue una experiencia interesante y de gran responsabilidad. Me correspondió lanzar media docena de Espagueti-Westerns, filmados en Italia y España, con actores hasta ese momento desconocidos en Colombia, como Fernando Sancho y Franco Nero, quienes, luego, se volvieron ídolos populares.

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Entre las películas que ayudé a convertir en éxitos de taquilla estaban: Z, del director griego Constantino Costa-Gavras; Saco y Van Setti (con mi compañero de trabajo Juan Manuel Luna la bautizamos como Meto y van Ochi); Blow-Up, de Luis Buñuel, y un “super hueso” titulado Shako, con Sean Connery y Brigitte Bardot, una película que logramos vender con una fórmula química que funcionó: 007 + BB = TNT.

De cal y arena

Como mis ingresos estaban mejorando ostensiblemente, me pasé a vivir a un confortable apartamento en la calle 21 entre carreras 4ª. y 5ª., en el centro de Bogotá. En este lugar hice reuniones muy amenas a las que asistieron colegas como el actor Pedro Montoya —quien años más tarde se consagró con su interpretación de Simón Bolívar—, el compositor Alex González, el cantante y arreglista Harold Orozco, y el aspirante a locutor René Figueroa, entre otros. El plan bohemio consistía en escuchar música de Los Beatles y Los Rolling Stones, declamar poemas de Pablo Neruda o Federico García Lorca, echar chistes, oír las nuevas composiciones de Harold y Alex y comer pizza; todo esto matizado con aguardiente y a veces uno que otro barillo —yo aún no fumaba—, que escondíamos dentro de un tarro de Milo. Mis vecinos vivían desesperados con estas rumbas y llamaban a la policía para que nos obligara a bajar el volumen de la música. Tenían toda la razón: los bajos sonaban por todas partes desde que instalé unos parlantes de catorce pulgadas dentro de unos inmensos barriles de madera; los benditos baffles retumbaban y hacían vibrar las paredes. A comienzos de julio de 1969 ocurrió otro evento trascendental para el despegue de mi carrera: Julio Nieto Bernal me postuló ante la presidencia de Caracol Radio como posible reemplazo del locutor Ernesto Rojas Ochoa, quien era el anchor del programa La Gran Revista Nacional del Deporte, los domingos por la tarde.

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Me pidieron hacer una prueba grabada en el estudio de Eduardo Sánchez, a quien ya conocía cuando le hice aquella entrevista a Alfonso Lizarazo, supuestamente para Radio Nederland de Holanda. El apoyo y la dirección de Sánchez fueron claves para que mi demo impresionara a los directivos de la cadena. Él me orientó sobre cuál era la técnica para “cantar” un gol, y cómo hablar con emoción al momento de dar los cambios a los narradores de fútbol en los diferentes estadios del país. Gracias a ese demo y a la recomendación de Julio Nieto Bernal, ingresé como locutor de planta de la más importante cadena radial de Colombia: Caracol. Ese logro fue algo que jamás pasó por mi mente; y fue una extraña y curiosa coincidencia de la vida, pues iba a reemplazar a mi ídolo Ernesto Rojas Ochoa, la persona por la que me hice pasar, meses atrás, cuando intentaba conquistar a una muchacha en la ciudad de Armenia. Alguna vez, Julio Nieto Bernal me comentó que le fue muy difícil convencer a Eucario Bermúdez, director de Caracol en esa época, para que me escogiera como el anchor de La Gran Revista Nacional del Deporte, el programa de fútbol de más audiencia en Colombia, el cual se transmitía por más de cuarenta emisoras. En efecto, Eucario Bermúdez tenía razón: mi primera transmisión como anchor de deportes fue un tremendo fiasco. En la grabación de prueba sonaba con cierta autoridad para coordinar las transmisiones del fútbol, pero a la hora de la verdad, en vivo y en directo, yo evidenciaba una completa ignorancia del tema, además de una sobredosis de nerviosismo y un léxico cliché. Ese domingo todo me salió al revés: confundí los nombres de los equipos, di los marcadores al contrario y “canté” los goles sin fuerza; fue tan desastrosa mi actuación, que el propio Eucario suspendió su descanso dominical para venir al estudio y hacerse cargo del programa. Al siguiente día fui la comidilla de todos los compañeros de trabajo en Caracol. Armando Moncada Campuzano, quien era la estrella de la narración del fútbol y director nacional de deportes, de plano pidió mi cabeza. Eucario fue benevolente y me “degradó”

197 ARMANDO PLATA CAMACHO nombrándome locutor de Radio Reloj, una emisora musical donde solo tenía que dar la hora y los nombres de las canciones. Era un trabajo de poca monta comparado con la gran exposición que tiene un locutor de la cadena. Para algunos compañeros mi traslado fue considerado una humillación; sin embargo, para mí fue una tabla de salvación ya que esperaba que me despidieran de la compañía.

Yes, sure

No me había repuesto aún del impacto por mi mala actuación, cuando por los pasillos de Caracol apareció Julio Sánchez Vanegas, uno de los empresarios y locutores más famosos de la radio y la televisión de Colombia. Buscaba afanosamente un locutor que hablara algo de inglés y que tuviera visa vigente para viajar de inmediato a Estados Unidos. Alguien le sugirió mi nombre y me entrevistó: —¿Así que usted conoce Estados Unidos? —Sí señor… —¿Cómo está su inglés? —Very good. Sánchez Vanegas, llamó por teléfono a Manuel Drezner, propietario de Ingesón, el mejor estudio de grabación de sonido de Bogotá. —Armando, venga hable en inglés con el señor Drezner —me ordenó Julio. En ese momento quise que me tragara la tierra. Drezner me hizo algunas preguntas a las que le contesté: Yes… No… Sure… Ok… Good… Thank you… y Good Bye. Julio Sánchez regresó al teléfono y habló de nuevo con Drezner por unos minutos, luego me dijo: —Lo espero mañana, a las siete de la mañana, en el Aeropuerto Eldorado. Vamos para Miami a transmitir el concurso de Miss Universo. Usted va en reemplazo de Otto Greiffestein quien está enfermo. Vaya, hable con “El turco” París para saber qué tiene que llevar.

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(Años más tarde, me hice amigo de Manuel Drezner y en una oportunidad recordando ésta llamada de Julio Sánchez me dijo: “Me di cuenta que hablabas poco inglés pero pensé que era una buena oportunidad para un joven como tú, por eso le dije a Julio que eras la persona apropiada”). Siete meses después de mi aventura en bicicleta, viajaba de regreso a Estados Unidos en un vuelo en el que además de Julio Sánchez Vanegas y “El turco” París, iba un selecto grupo de periodistas colombianos para transmitir la llegada del primer hombre a la luna. Que un hombre por primera vez pisara la luna era algo absolutamente increíble. Este suceso aceleró la implementación técnica de nuestra radio y televisión, se construyeron rápidamente estaciones repetidoras para traer la imagen y el sonido desde Venezuela pues aún nuestro país no tenía su propia estación receptora de señal satélite. El presidente de RTI, Fernando Gómez Agudelo, el locutor Carlos Pinzón y un selecto grupo de ingenieros de Inravisión trabajaron intensamente para hacer realidad lo que hasta ese momento se consideraba un imposible. Lo más difícil fue montar los equipos en el Cerro de Jurisdicciones localizado en las gélidas e impenetrables cordilleras del norte de Boyacá y Santander. Esta gran proeza fue el principal tema de conversación en el avión durante nuestro viaje hasta Miami; los periodistas comentaban con orgullo todas sus peripecias para hacer posible lo que desde ya consideraban “la más espectacular transmisión de todos los tiempos”. Adelante, en primera fila, el periodista Alfonso Castellanos leía un enorme manual de la NASA con todos los datos de la nave espacial que iba camino a la luna. Castellanos comentó que moriría tranquilo si lograba entrevistar algún día a Neil Armstrong, el astronauta designado para ser el primer hombre en pisar la luna. Una vez en Miami, el grupo se dividió en tres: los que iban para el Centro espacial de Houston, Texas; los que seguían para Cabo Cañaveral en Orlando, Florida; y nosotros, que nos quedábamos para cubrir Miss Universo 1969.

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Nos alojamos en el hotel Sherborne de Miami Beach, a pocos metros del hotel Di Lido, al que llegamos con Gilberto Fonseca antes de nuestra aventura en bicicleta. Cuando nos estábamos registrando, Enrique París me tocó el hombro y me dijo: —Mire quién viene ahí… En medio de un tumulto de reporteros, cámaras y micrófonos sobresalía la corpulenta figura de Mohamed Ali, el campeón mundial de los pesos pesados, Cassius Clay. Desafiante, como era su estilo, contestó algunas preguntas y luego se alejó con su séquito de guardaespaldas. Durante una semana nos concentramos en el Jackie Gleason Theater for the Performing Arts, un precioso teatro de estilo art deco, localizado frente al Centro de Convenciones de Miami Beach. Fue una experiencia fuera de serie: ya estaba lista la escenografía, las luces y el sonido; por lo menos trescientas personas trabajaban en el proyecto. La sala de prensa era inmensa y tenía todas las facilidades del momento: máquina de escribir eléctrica, teléfono de tonos y télex para comunicación internacional. La cafetería era muy grande y había comida fresca a toda hora, desde frutas y refrescos hasta platos gourmet. Afuera, detrás del escenario, permanecían ancladas a la tierra varias tracto mulas que en realidad eran sofisticadas unidades móviles de producción de televisión; también estaban dos estudios portátiles de grabación de audio, con consolas de mezcla de sonido de cuarenta y ocho canales, instaladas dentro de dos camiones de por lo menos diez toneladas cada uno; y más atrás, en una zona de parqueo exclusiva, vi más de dos docenas de camiones, tipo trailer, con camerinos, equipos de maquillaje, técnicos de mantenimiento, vestuario y oficinas de producción. Los ensayos eran extenuantes: el espectáculo se repetía de principio a fin entre tres y cuatro veces al día; cualquier cambio en el libreto se notificaba de inmediato en hojas de color rojo que llamaban la atención; las sillas asignadas a los personajes tenían sus nombres para facilitar que los camarógrafos memorizaran su ubicación; la orquesta de cuarenta profesores tocaba en vivo por las tardes las mismas canciones; y los coreógrafos y sus asistentes

200 Ser alguien marcaban con cinta pegante blanca el área donde las reinas debían hacer sencillos pasos de baile. Julio Sánchez Vanegas, un hombre dicharachero, de apuntes espontáneos y con gran sentido del humor, pronto comenzó a burlarse de mí al darse cuenta que se había equivocado al llevarme a Estados Unidos pues ni hablaba un perfecto inglés ni dominaba las direcciones en Miami. —Usted me la hizo perfecto… debería dedicarse a dictar clases de inglés o a manejar taxi… —me decía con sarcasmo. Julio me bautizó como “El Chupo”, un apodo que llegó a ser más importante que mi propio nombre. Todo comenzó una tarde que se fue de bares con Enrique París. Como aún no tenía 21 años, la edad mínima requerida por ley en el estado de La Florida para tomar alcohol, me quedé en el hotel viendo televisión. —Cuando regrese le traigo una chupeta —me dijo, y desde entonces comenzó a llamarme “Chupeta”, después pasó a “Chupo” y al final del viaje: “Chupositorio”. Desde el primer momento, “El Chupo” me pareció un apodo espantoso y me fastidiaba que me dijeran así, pero se volvió tan popular que de tanto oírlo a regañadientes me fui acostumbrando. Miss Universo 1969 fue mi primera transmisión internacional. Éramos cerca de treinta locutores y periodistas de diferentes países del mundo con micrófono en mano dentro del auditorio. La cadena de televisión CBS fue la encargada de producir el evento. Además del video, nos proporcionó dos señales de audio: una con el sonido ambiente y otra con las voces del maestro de ceremonias Bob Barker y la comentarista June Lockhart. “El Turco” Enrique París, al frente de una pequeña consola de sonido, mezclaba esas señales con nuestra “traducción simultanea” y coordinaba por teléfono con el control máster en Bogotá los cambios para ir comerciales. Al comienzo tuvimos problemas con el audio, lo que sacó de casillas a Julio Sánchez, al punto que en dos ocasiones amenazó a los ingenieros de Inravisión con demandarlos por incompetencia profesional. Cada vez que “se caía” la señal, Sánchez Vanegas tomaba el teléfono y gritaba “Oigan hüevones, aunque sea pasen las cuñas de Jabón Lux, o si no, no va a haber con qué pagar esta mierda”.

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Entretanto, yo estaba deslumbrado con el espectáculo y a pesar de que lo sabía de memoria por tanto ensayo, viéndolo por televisión era algo mágico y cautivador. Algunas reinas se veían por cámara absolutamente divinas, mucho mejor que en persona. Cada vez que aparecía una nueva imagen en pantalla, me volteaba para descifrar qué cámara la estaba tomando; y cuando enfocaban al animador, miraba mi libreto para leer lo que previamente yo había traducido. Mucha gente llegó a pensar que yo era un “excelente traductor simultaneo” por la precisión de mi narración; lo que no sabían era que casi todo lo que se decía en el programa era parte de un guión rigurosamente escrito. Tuvimos una ubicación privilegiada pues quedamos en las primeras filas, a menos de dos metros del centro del escenario, al lado de la orquesta. Esa noche, por primera vez en mi vida, usé un smoking negro, con camisa blanca, corbatín y zapatos de charol, alquilados. Nos emocionamos bastante cuando la Señorita Colombia, María Margarita Reyes, quedó entre las quince semifinalistas. Luego disfrutamos un Medley fuera de serie, cantado por las reinas, que incluyó las canciones: La era de acuario; Deja que brille el sol; De verdad, verdad, mi mundo es triste; Volare; La chica de Ipanema; y Esos fueron, esos días, mi amigo. La esperanza de ganar nos duró muy poco porque María Margarita no quedó en el ramillete de las cinco finalistas. El jurado calificador integrado entre otros por el productor de Broadway, David Merrick; la fundadora de la casa de modelos Ford, Eileen Ford; el editor de periódicos de Brasil, Edilson Cid Varela Siqueiros; y Miss Universo 1962, Norma Nolan, de Argentina, consideró que el título era para la filipina Gloria Díaz, quien fue coronada como sucesora de la brasileña, Martha Vasconcelos. La velada terminó con el tema central: la noche maravillosa del año (It’s a wonderfull night of the year), y mientras la música sonaba de fondo con los créditos del personal técnico y artístico que participó en la producción, mis ojos se llenaron de lágrimas y le di gracias a Dios porque indudablemente para mí también fue una noche maravillosa.

202 Ser alguien Ábrete sésamo

De regreso a Colombia, luego de la transmisión de Miss Universo, en Caracol Radio ya era considerado por la mayoría de mis colegas como “El Internacional Armando Plata”. Julio Nieto Bernal me felicitó por mi capacidad para improvisar, y cuando le conté mi fracaso como coordinador de programas de fútbol, decidió abogar ante Eucario Bermúdez para que me dejara como locutor de planta en la cadena. —Tienes mucho potencial y una bonita voz pero debes practicar bastante, o de lo contrario, te vas a quedar dando la hora en Radio Reloj —fue su sabio consejo. Aunque nunca fui el santo de su devoción, Eucario aceptó la sugerencia de Julio Nieto y me puso a leer noticias en los horarios de menor sintonía. Para evitar errores, cada vez que yo tenía alguna duda, llamaba a Julio y le leía el boletín de noticias antes de ir al aire, y él me corregía la pronunciación de algunas palabras y me daba pautas sobre cómo mantener un ritmo y una entrega agradables. Otro método que empleé para aprender a leer fue “sacándole información” a mis compañeros de trabajo, en especial a Armando Osorio Herrera, considerado por todos los locutores como el maestro del medio. De Osorio aprendí la importancia de darle a la voz ciertas cadencias para evitar que la lectura se vuelva mecánica y monótona. —Para que el texto fluya de manera natural no acentúes las palabras, ni le des emoción al texto, solo deja que tu voz forme una especie de onda que sube y baja suavemente. Respeta las comas, los puntos y comas, los dos puntos, las comillas y los puntos suspensivos. Piensa en lo que dice el texto y no en cómo lo vas a decir —me explicó Armando cuando le pregunté el secreto de sus matices.

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Osorio Herrera leía a gran velocidad, rara vez se equivocaba y se le entendía todo claramente. —Debes tener una técnica especial —le comenté. —Es muy simple, tocayo —me respondió—. No comiences a hablar sin haber leído por lo menos uno o dos renglones adelante; y, de nuevo, métete en el texto, concéntrate en el texto; el texto es la estrella, no el que lee. Por varias semanas me dediqué a ensayar la lectura de noticias siguiendo las pautas y consejos de Julio Nieto y Armando Osorio. Todos los días, con un lápiz entre los dientes leía en voz alta, exagerando la pronunciación y la vocalización de cada palabra. Este ejercicio, un poco incómodo, me ayudó a mejorar la dicción. Meses más tarde, Eucario me permitió hacer El Reportar Eso, el más importante noticiero de Colombia, que se transmitía por cerca de cuarenta estaciones de la cadena radial Caracol. Esos noticieros eran preparados por un ejército de redactores bajo la dirección de Timo león Gómez y la supervisión de Álvaro Pardo García; y donde hacían sus pinos, dos destacados periodistas: Daladier Osorio y Juan Guillermo Ríos. A finales de 1969 me retiré de Francia Films para aceptar un trabajo de medio tiempo en Atlas Publicidad-JWThompson, como encargado del manejo de la cuenta de la cadena de cines de Camilo Akl. Mi nueva responsabilidad era preparar las campañas de lanzamiento de las películas de estreno en los teatros Bogotá, Ópera, Scala, Tisquesusa, Radio City y Libertador. Con frecuencia nos reuníamos con Camilo Akl y Mario Lega, dos inmigrantes de origen libanés que desarrollaron un grupo de inversión importante, con intereses en la construcción, el comercio y empresas de entretenimiento; y con Camilo Akl Moanack, para entonces uno de los jóvenes de más éxito en la sociedad bogotana que piloteaba su propia avioneta y manejaba el imperio de su padre. Con los Akl tuvimos varios éxitos de taquilla y sus teatros llegaron a ser los más rentables de la industria. El Scala era el único que proyectaba películas de 70 mm en pantalla gigante, sistema conocido como Cinerama. En el Ópera, se presentaban grupos de música colombiana en vivo, antes de proyectar películas; esto

204 Ser alguien disparó la popularidad de artistas como la cantante Leonor González Mina, “La Negra Grande de Colombia”, quien llegó a llenar la sala con su espectáculo por varios meses. También en el Ópera, la película italiana Dios, como te amo —protagonizada por Gigliola Cinquietti—, rompió todos los récords de asistencia en la historia al permanecer más de un año en cartelera. El Radio City y el Tisquesusa se posicionaron como las mejores salas de cine de estreno en Bogotá; y el Libertador, le dio auge a una serie de locales comerciales localizados en el pasillo del edificio Bolívar de la calle 63, entre carrera 13 y Avenida Caracas. Las oficinas de los Akl quedaban en el Teatro Libertador y ahí construyeron una pequeña sala donde hacíamos funciones privadas de las nuevas películas y a las que invitábamos a los principales críticos y comentaristas, como Julio Abril, Alberto Duque López, Julio Nieto Bernal, Hernando Salcedo Silva y Hernando Franco Bossa. A veces asistía el entonces editor del periódico El Tiempo, Hernando Santos Castillo, acompañado de su amigo, el promotor de eventos Humberto Caballero. Con Humberto, meses después, nos asociamos para desarrollar varios proyectos en los campos del cine y la música. Así, entre películas, avisos de prensa y programas de radio y televisión, finalicé 1969, con tres empleos: Promotora de Propaganda, Atlas Publicidad y Caracol Radio. Atlas era una de las tres más grandes Agencias de publicidad de Colombia y representaba a la multinacional, J.W. Thompson que tenía las cuentas mundiales de productos Lever, Kodak, Pan American, Johnson y Johnson, y Phillips. Atlas también manejaba millonarios presupuestos de los principales anunciantes locales. La agencia, fue fundada por Henry Rassmussen, un dibujante de origen alemán que llegó a destacarse como un excelente decorador de vitrinas. En los años cincuenta, el vitrinismo era vital para impulsar las ventas, y varios de los pioneros de la publicidad surgieron de esa actividad. Entre sus clientes, Rassmussen contaba con la fábrica de electrodomésticos Talleres Centrales, donde conoció a Jorge

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Valencia Torres, un dinámico ejecutivo encargado de la publicidad. Rassmussen lo hizo su socio y al cabo de los años, Valencia terminó siendo el dueño absoluto de Atlas, donde amasó una gran fortuna. Cuando ingresé a Atlas, los ejecutivos de cuenta eran Juan David Botero, Richard Musson, Bernardo Ramírez —ministro de Comunicaciones durante la presidencia de Belisario Betancourt— , Francisco Parra Medina y David Álvarez Ricardo. El primer chisme que escuché en los pasillos de Atlas, tenía que ver con la reciente salida de Henry Rassmussen y la llegada a la compañía de Juan David Botero, hermano del famoso pintor Fernando Botero. Como Rassmussen había dicho en su despedida que se iba a “dedicar a la pintura”, el comentario satírico era que Jorge Valencia Torres había logrado algo imposible: cambiar un Rassmussen por un Botero. Además de la publicidad, Valencia Torres era aficionado a los caballos pura sangre, al punto que gran parte de sus ganancias las destinó a desarrollar Potrero Chico, uno de los mejores criaderos de caballos de carreras en la Sabana de Bogotá, según los expertos. Otra pasión de Valencia eran los espectáculos musicales, para lo cual creó una infraestructura muy rentable: Valencia contrataba a precio fijo un número de presentaciones de las superestrellas más populares del momento. Luego, se las vendía, entre otros, a su cliente Phillips Colombiana para el programa en Caracol radio La Hora Phillips; a Noches de Colombia, un programa de televisión en el prime time de los domingos, donde Valencia tenía participación; y, finalmente, organizaba una gira de nivel nacional por hoteles, estadios y teatros, donde casi toda la taquilla era utilidad para él. En la década del sesenta y primeros años de los setenta, Colombia vivió una época de oro en cuanto a la presentación de artistas internacionales se refiere, gracias a Jorge Valencia, quien trajo a Agustín Lara, Luis Aguilar, The Platters, Antonio Aguilar, Lucho Gatica, Los Hermanos Castro, Leo Marini, Marco Antonio Muñiz, María Luisa Landín, Pedro Vargas, Miguel Aceves Mejía, Sonia “La única”, Joan Manuel Serrat, Rocío Dúrcal, José José, Julio Iglesias,

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La Tongolele, Sarita Montiel, Nelson Ned, Leonardo Fabio, Sandro, Los Hermanos Castro, Olimpo Cárdenas, Angélica María, Marisol, Joselito, La Tariacuri, José Alfredo Jiménez, Palito Ortega, Roberto Carlos, Javier Solís, Los Panchos, Olga Guillot, Cuco Sánchez, Alfredo Sadel, Billo’s Caracas Boys, Los Melódicos, La Sonora Matancera, Hugo del Carril, Daniel Santos, Celia Cruz, Nelson Pinedo, Aldemaro Romero, Lucho Bowen, Toña La Negra, Bienvenido Granda, Raúl “Shaw” Moreno, Fernando Valadés, Los Hermanos Arriagada, Julio Jaramillo, Enrique Guzmán, César Costa, Chabuca Granda, Alberto Cortés, Horacio Guaraní, Mercedes Sosa, Charles Aznavour, Nino Bravo, Gilbert Becaud, Armando Manzanero, Héctor Cabrera, Yaco Monti, Elio Roca y muchas figuras más. La sede de Atlas quedaba en la carrera 7ª. con calle 22, frente al Teatro Jorge Eliécer Gaitán y era además de una empresa de publicidad, el templo de los artistas, y el sitio donde prestantes hombres de empresa compraban hermosos caballos de carreras. Jorge Antonio Vega, director del departamento de radio y televisión de Atlas Publicidad —era uno de los animadores de La Hora Phillips, junto a José Alarcón Leal—, al saber que yo trabajaba en Caracol, me pidió el favor de que lo reemplazara porque tenía “compromisos etílicos impostergables”. Después fue Alarcón quien suplicó por lo mismo; y como los dos tomaban día de por medio, comencé a aparecer con cierta regularidad en el programa. Pronto Pedro Schurmann, presidente de Phillips Colombiana, le preguntó a Jorge Valencia: —¿Quién es esa nueva voz que está animando? —Es un muchacho que nos maneja los avisos de cine y que trabaja por la noche en Caracol… —Me gusta —dijo Schurmann—. Dígale que trabaje todos los días… —Listo don Pedro, le voy a subir cien pesos al chino —comentó Valencia. Así fue como ingresé al elenco de presentadores del mejor programa de música en vivo que se transmitía en directo desde el radioteatro de Caracol, el sitio en el que tres años antes, yo asistía como parte del público para admirar a mis ídolos del micrófono,

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Julián Opina, Carlos Pinzón, Jorge Antonio Vega, José Alarcón Leal y Ernesto Rojas Ochoa. La Hora Phillips era toda una institución: junto a las estrellas internacionales desfilaba lo más granado del talento colombiano: Víctor Hugo Ayala, Conrado Cortés, Lucho García, Régulo Ramírez, Luis Ángel Mera, Bovea y sus Vallenatos, Jaime Arroyabe, Alci Acosta, Jairo Alfredo Galán, Ricardo Fuentes, Óscar Agudelo, el trío Los Isleños, el trío Martino, Los Tres Hernández, Blanca Sierra, El Quinteto de Alvaro Dalmar, León Cardona, Alberto Osorio, Jaime Hernández, Mario Gareña, José Barros, Carlos Julio Ramírez, Los Hermanos Martínez, Garzón y Collazos, Jaime Llano González, Pacho Galán, Pedro Laza, Noel Petro, Marco Rayo, Los Corraleros del Majagual, Matilde Díaz, Wilson Choperena, Amparito Jiménez, Arnulfo Briceño, Armando Mejía, Luis Ariel Rey, Berenice Chávez, Alejo Durán, Don Américo y sus Caribes, Edmundo Arias, Lita Nelson, y muchos más. El programa tenía una orquesta de dieciséis instrumentistas y como directores estuvieron Manuel J. Bernal, Ramón Ropaín y Lucho Bermúdez. La Hora Phillips fue el semillero de nuevos artistas a través del concurso La Orquídea de Plata, el máximo galardón al que podían aspirar miles de aficionados de todo el país. Durante el año se realizaban eliminatorias regionales en las categorías de solistas, grupos y compositores. La final era un evento que acaparaba la atención de millones de personas y los ganadores recibían, además de un premio en metálico, el derecho a grabar un disco bajo el prestigioso sello Phillips- Polydor. De La orquídea de Plata Phillips surgieron Jimmy Salcedo y los Be Bops, Los Rivales, Eduardo Cabas, Los Caracoles de Oro, Silva y Villalba, Armando Velásquez, Manuela, Juan Peña, Claudia Osuna, el grupo Ellas, Totó “La Momposina”, Christopher, Graciela Arango de Tobón, Emilce Dávila y Jesús David Quintana, entre otros. Alfonso Escolar, gerente de la disquera Phillips-Polydor, y el disc- jockey Jaime Arturo Guerra Madrigal, capitalizaron el trabajo de promoción del concurso y lograron desarrollar con éxito la carrera artística de varios de los ganadores. Jesús David Quintana, apodado

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“El motilón de oro”, resultó un fenómeno comercial y alcanzó a conquistar algunos mercados de América Latina. Jimmy Salcedo llegó a ser un icono en la realización de programas musicales en la televisión de los años setenta. Eduardo Cabas y Graciela Arango de Tobón, fueron dos prolíficos compositores. Totó “La Momposina”, se convirtió en Europa en una reconocida estrella de la música folclórica al firmar con el exclusivo sello del inglés, Peter Gabriel. La última edición de La Orquídea de Plata realizada en 1971, terminó en escándalo por opiniones dividas entre los jurados, en medio de broncas y desórdenes en el Teatro Jorge Eliécer Gaitán. Se declaró ganadora a Claudia Osuna. Ese episodio, televisado en directo para el ámbito nacional, y la nacionalización de Phillips Colombiana acabaron de tajo con el concurso en del que tuve el privilegio de formar parte desde 1969.

1970 – Río de Janeiro. Con Roberto Carlos en los estudios de discos CBS.

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Ser alguien Penicilino y Aristóbulo

La mayoría de músicos y locutores antes y después de actuar en Caracol, vivían en el “Orines Hilton”, un bar situado a la entrada del Pasaje de las Nieves, por la calle 19, en el centro de Bogotá. Lo atendían, doña Rosa y su hijo adoptivo Pitirri. Fue bautizado con tan sonoro nombre, porque desde lejos se sentía el hedor de la úrea, el almizcle de la nicotina, el anís del aguardiente, el lúpulo de la cerveza y el aroma del café. El Orines Hilton vio nacer muchas canciones exitosas pero quizás la que más se recuerda es La piragua, del insigne compositor José Barros. El hombre estaba “piao” cuando comenzó a tararear: “…era la piragua de Guillermo Cubillos”… mientras sus compañeros de juerga lo acompañaban tocando cumbia con el culo de las botellas; y entre brindis y brindis nació el coro que dice: “Era la piragua…era la piragua”. Barros, a tientas garabateó las improvisadas estrofas sobre cualquier hoja de papel y días más tarde la grabó, convirtiéndose en uno de los tres temas más famosos de nuestro folclor. Doña Rosa, mantenía un libro de contabilidad lleno de cruces, rayas verticales y círculos: las cruces eran aguardientes; las líneas, cigarrillos; y los círculos, cervezas. De esa forma sabía qué y a quién, le había fiado. Rosa, para algunos era una vieja berrionda, de armas tomar, que se la pasaba cobrando; para otros era una pobre alma en pena, irremediablemente condenada a la quiebra. —Oiga maestro… cuándo me va a pagar, que tiene más cruces que un cementerio —se le oía decir con frecuencia—. O me paga o hijueputa, ¡cabras dan leche! En el Orines Hilton eran comunes las peleas entre los “garroteros” (seudo- representantes de cantantes nacionales) y los artistas, por malos entendidos en las liquidaciones de los contratos. Por lo general, los garroteros se perdían con el billete y, pasado un buen tiempo, volvían a aparecer en busca de talento nuevo para esquilmar.

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Todo Caracol, incluido su presidente, Fernando Londoño Henao, algún día entró al Orines Hilton o pasó por “El mosco zumbador”, un pequeño asadero de carne en la mitad de la plaza de mercado del pasaje de Las Nieves. Aristóbulo, un campesino boyacense —de dos metros de alto y más de cien kilos de peso— , era el dueño y siempre se encontraba rodeado de perros gozques, brazas, ceniza, carbón de palo y humo. Locutores, técnicos de sonido, periodistas, músicos, vendedores, secretarias, publicistas y altos ejecutivos de Caracol, esperábamos hasta media hora para sentarnos a devorar la carne de El mosco zumbador, siempre jugosa, tierna y con una sazón exquisita basada en ajo, sal, cebolla y mantequilla. Un martes cualquiera, hacia la una de la tarde, Aristóbulo libó la décima cerveza del día, sacó del fuego tres lonjas de lomo a medio asar y avivó la candela con un fuelle hasta que salió una inmensa llamarada. La cara se le puso roja, más roja que de costumbre y cuando fue a respirar, se le acabó el aire; trató de dar un paso atrás, pero la mole de su gigantesco cuerpo no le respondió. Entonces, torpemente, intentó aferrarse al último segundo de su vida pero se fue de bruces sobre la parrilla. La muerte de Aristóbulo cerró una época fascinante en la farándula criolla de los años sesenta y setenta, cuando el Orines Hilton y El mosco zumbador vivían de bote en bote con gente ávida de energía, aventuras de amor y con una sed insaciable; gente que a veces solicitaba los servicios médicos de emergencia de Otto Riaño, cariñosamente conocido con el mote del “Doctor Aguja”; también le decían Penicilino. El padre del Doctor Aguja fue un conocido y próspero farmaceuta al que le incendiaron su droguería durante el Bogotazo, el 9 de abril de 1948. Su hijo, Otto, heredó algunos conocimientos básicos para combatir con éxito enfermedades venéreas, y eso, le generó dinero extra. Otto Riaño era el portero de Caracol y en un baño cercano tenía su “consultorio” en donde atendía a decenas de hombres y mujeres del medio casi siempre “pringados” con gonorrea.

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En los días en que su clientela bajaba, el Doctor Aguja acostumbraba a saludar a sus pacientes promocionando nuevos medicamentos: —Hola mijo, ¿ya me olvido? Desde la última gonorreíta, ni más… Le cuento que me llegó Benzetazil de dos millones de unidades que mata ¡hasta la sífilis! Otto Riaño, curó mi primera gonorrea a los dos meses de estar en Caracol, cuando Araceli, una muchacha de cero en conducta que se sentaba en la tercera fila del radioteatro, me pringó. El episodio fue doloroso: sentí una picada horrible cuando fui a orinar, y con la micción un ardor atroz me taladró la uretra de principio a fin. Alarmado, le conté a mi colega Jorge Rangel Rengifo, quien me recomendó un tratamiento urgente con el infalible Doctor Aguja. —Venga paca’ papito le chuzo el culito —me dijo Riaño, sacando una jeringa de un frasco lleno de alcohol—. Se demoró en salir pringado, mijo… Todo el que llega a Caracol tarde o temprano termina metido con las putas de la calle 19… son las que me tienen el negocio lleno de clientes. Se me toma sin falta estas pastillas de Ampicilina, cuatro cada seis horas, y esta semana me trae el culito de nuevo pa’ aplicarle más ampolletas. Ah, y no vaya a pichar, ni a jartar, porque se corta el efecto de la penicilina —agregó. El ambiente de los locutores en Caracol era de permanentes bromas, algunas de ellas muy simpáticas y otras bastante pesadas. Una de las más memorables ocurrió durante una emisión de noticias que leían Armando Osorio y Eucario Bermúdez. Como los dos tenían fama de no equivocarse jamás, el narrador hípico Manuel Escobar Martínez, se propuso desconcentrarlos a como diera lugar. Manolo se bajó los pantalones y los pantaloncillos, se subió en una silla y puso el culo sobre el vidrio que divide la cabina de locución de la sala del control maestro. Yo estaba sentado cerca del operador de sonido y quedé en shock; varios redactores se cagaron de la risa y llamaron a sus colegas. En segundos se llenó la sala, pues nadie se quería perder tan inusual espectáculo. Osorio y Bermúdez seguían ensimismados en los

213 ARMANDO PLATA CAMACHO textos. En la sala, nos invadía el deseo morboso de que Armando y Eucario por primera vez cometieran un error. Escobar Martínez para llamar más la atención comenzó a bailar sensualmente frotando con fuerza el culo, el pene y los testículos sobre el vidrio, en una danza surreal que causó su efecto: Eucario titubeó y suspendió la lectura. Al descifrar lo que estaba pasando levantó la cabeza y perdidamente se echó a reír. Por su parte, Armando también se desconcentró y atónito soltó una soberana carcajada. El operador de audio como pudo cortó la señal del micrófono y se puso a pasar comerciales. En medio del frenesí, los aplausos y la tomadura de pelo, Armando Osorio y Eucario Bermúdez a duras penas lograron terminar el noticiero. Pero quizás la broma más famosa que se cuenta en Caracol la protagonizó la leyenda de la locución deportiva, Gabriel Muñoz López. Dicen quienes la vieron, que una tarde alguien estaba de espaldas con las piernas un poco abiertas, mirando por una de las ventanas que daban hacia la calle 19. Sigilosamente, Gabriel Muñoz se acercó por detrás, metió la mano entre las piernas del personaje y con fuerza le apretó los testículos. Feliz con la broma, Gabriel le dijo: —Ahora sí gran hijo de puta, grita si eres macho. La víctima escasamente alcanzó a gemir del dolor. Entonces, Muñoz López le acercó el cuerpo y comenzó a lamerle la nuca mientras le decía: —¡Movete maricón! De repente, Gabriel se dio cuenta de que se había equivocado. Estupefacto, escuchó la voz de Fernando Londoño Henao, presidente de Caracol, quien mientras se volteaba exclamó: —Gabriel, ¿qué le pasa? ¿Qué son esos comportamientos tan grotescos y vulgares? Avergonzado y compungido, Muñoz López se puso pálido, le pidió mil disculpas a Londoño y se salió inmediatamente del estudio. Fue tanta la pena que sintió que dejó de ir a trabajar por varios días. Cuando regresó, Gabriel lamentó el bochornoso incidente y jocosamente comentó: —Bueno, pensándolo bien, don Fernando Londoño, ¡no es tan güevón!

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En 1969, Caracol tenía además de La Hora Phillips, otros programas de radioteatro originados desde Bogotá como Los Tolimenses, La simpática escuelita que dirige Doña Rita y Los Chaparrines. En Medellín, en la emisora filial La Voz de Antioquia, se originaba a la una y media de tarde Las aventuras de Montecristo, con el mejor humorista colombiano de esa época: Guillermo Zuluaga, “Montecristo”. Yo que era un admirador incondicional de Los Tolimenses desde que se presentaron en el teatro municipal de Chocontá, lejos estaba de pensar que algún día sería animador de su programa. Jorge Ramírez, quien hacia el papel de Emeterio, y Lizardo Díaz, que hacia el de Felipe, eran muy divertidos dentro y fuera del escenario. Emeterio tenía un humor repentista con salidas magistrales; su personaje era el de un campesino de la región del Tolima-Huila, lleno de malicia, que llevaba casi todas las situaciones de la vida al sexo, con chistes de doble sentido. Por su parte, Felipe representaba al campesino ingenuo y preguntón del que se burlaba su compadre Emeterio. Los Tolimenses se presentaban impecablemente vestidos con alpargatas de fique amarradas con galón negro, pantalón blanco, camisas de colores fuertes, poncho terciado al hombro, pañoleta roja y sombrero de pindo. En su cintura cargaban un machete enfundado en una chuspa adornada con prensados de cuero crudo pintadas con los colores de nuestra bandera. Su espectáculo incluía coplas y canciones folclóricas interpretadas con tiple y guitarra y una sarta de chistes por lo general subidos de tono. Las señoras vivían horrorizadas por tanta vulgaridad pero no se perdían su programa para estar al día con sus disparatadas y groseras ocurrencias. En su vida privada también eran disímiles: Emeterio fue un solterón empedernido al que le gustaba la fiesta y el licor, mientras Felipe fue más organizado, siempre con la idea de sacar adelante su pequeña productora de cine. Felipe se casó con una de las mujeres más lindas del espectáculo en nuestro país, la actriz y bailarina Raquel Ércole, cuya belleza era comparada con la de Sophia Loren.

215 ARMANDO PLATA CAMACHO

Mi paso por el radioteatro de Caracol me permitió también formar parte de un programa en el que actuaban tres hermanos de origen ecuatoriano que estaban locos de remate: Víctor, Mario y Augusto, Los Chaparrines, quienes se tomaron todo el alcohol del planeta en el Orines Hilton, donde mantenían una mesa reservada. Su trago preferido era el “submarino”: aguardiente revuelto con cerveza y limón. Se parecían físicamente a los tres chiflados y su humor evocaba situaciones absurdas y ridículas de la vida diaria. Acompañé a Los Chaparrines en los dos últimos años de su programa, el cual se transmitía de lunes a viernes a las nueve de la noche, después de La Hora Phillips. En esos días ya se notaban los estragos de tantas visitas al Orines Hilton y el desgaste normal del formato de humor que en otra época les dio mucha fama y dinero. Al poco tiempo, Mario y Augusto murieron alcoholizados y Víctor, conocido como “El Patucho” Cabrera, esposo de la actriz Concha Poitier, se dedicó a manejar la carrera artística del cantante barranquillero, Alci Acosta. Los programas de humor le dieron mucha audiencia a Caracol; uno de ellos sobrevivió hasta la década de los ochenta: La simpática escuelita que dirige Doña Rita. El elenco incluía entre otros personajes a Armando Osorio Herrera como el maestro, Sofía Morales de Pérez como Doña Rita y Efraín Jiménez como “Calvete”, un estudiante bruto y desaplicado. Se grababa a las cinco de la tarde y se transmitía a las nueve de la mañana, de lunes a viernes. Quise ser el presentador de “La escuelita” pero nunca tuve la oportunidad. A veces me quedaba para ver la grabación y para cerrar los ojos y recordar esos personajes que fueron parte de la época cuando era estudiante de bachillerato en el Rufino José Cuervo de Chocontá. En 1972, como La Hora Phillips terminó en escándalo, Caracol la reemplazó con “El show de Hebert Castro, el hombre de las mil voces”, un programa de humor donde Castro interpretaba decenas de personajes con su mágica garganta. Hebert fue el rey de la sintonía de la noche por varios años más hasta que se retiró para regresar a Chile, su país natal.

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A medida que la televisión fue ganando audiencia los programas de radio teatro con artistas en vivo fueron desapareciendo. RCN tuvo su época de oro en los años 50 y 60 con espectáculos originados desde el Teatro San Jorge, ubicado cerca de la estación de la sabana en pleno centro de Bogota; Y Radio Santafé, la emisora que mas apoyó a los artistas de música folclórica andina, de donde surgieron figuras clásicas como Garzón y Collazos, Los Hermanos Martínez y Oriol Rangel, entre otros.

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Ser alguien A México

Otro de los viajes inolvidables en 1970 fue una invitación de la 20Th Century Fox para asistir en México a la premier latinoamericana de la película Hello Dolly, un musical protagonizado por Barbra Streissand, Walter Matthau y Michael Crawford. Justo un año después de mi aventura en bicicleta por Estados Unidos me encontraba en la primera clase de un vuelo rumbo a Acapulco. A último momento, me asignaron una suite especial ubicada en el penthouse del Acapulco Hilton, la cual estaba reservada para uno de los productores del filme que canceló su viaje. Cuando el botones abrió las cortinas, un fuerte rayo de luz iluminó la habitación que además tenía sala, oficina y un mueble con equipo de sonido y televisión. Al fondo, se veía la bahía de Acapulco, una de las más bellas del mundo. Esta imagen quedó para siempre en mi memoria, unida al hecho de que nunca antes había estado alojado en un hotel tan lujoso y mucho menos por tres días, como VIP, al mejor estilo del jet-set. Me recibió Bernard J. Flatow, vicepresidente de mercadeo de 20th Century Fox para América Latina: un americano que hablaba algo de español ya que su esposa, Consuelo, era mexicana. Entre los invitados estaba el conocido periodista peruano, Pepe Ludmir, quien era admirado internacionalmente por sus excelentes entrevistas bilingües con las estrellas de Hollywood. Ludmir preguntaba en inglés y luego traducía simultáneamente las respuestas, lo cual hacía que la charla no perdiera su ritmo, algo que él lograba con gran propiedad. A partir de ese viaje, con Pepe desarrollamos una gran amistad y más adelante nos volvimos a encontrar en otros eventos internacionales. La premiere de Hello Dolly fue un evento muy glamoroso al que asistió lo más granado del espectáculo de México encabezado por “La Doña”, María Félix, con quien hice una entrevista de varios minutos: lucía radiante, imponente, dueña de una belleza sin igual y de unos ojos negros impactantes. Durante nuestra filmación, su

219 ARMANDO PLATA CAMACHO esposo, un multimillonario de origen europeo, discretamente la acompañó detrás de cámaras. Ese día conocí a Raúl Velasco que para entonces era el presentador del Noticiero de las Estrellas, un programa de Televisa que meses más tarde dio origen a Siempre en Domingo, por varias décadas el programa musical de más sintonía en México. Al día siguiente, Bernardo J. Flatow nos invitó a El Mirador, el restaurante preferido del escritor Ernest Heminway en Acapulco, donde hay cantidad de fotografías del autor colgadas en las paredes, con personajes del deporte, la música y la política. El restaurante construido sobre un acantilado, queda frente a “la piedra de los clavadistas” desde donde jóvenes del área se lanzan al mar buscando propinas de los turistas. De regreso a Ciudad de México, fuimos invitados a la edición dominical de 24 horas con Jacobo Zabluvosky, el periodista más conocido de la televisión mexicana. Hablamos con Pepe sobre Hello Dolly y algunos aspectos típicos de nuestros respectivos países. Antes de comenzar el programa, Televisa estaba presentando La Santa Misa, en directo desde una catedral y me llamó la atención que incluían interesantes notas sobre la historia del templo, sus obras de arte, estilo arquitectónico y las tumbas de personajes famosos que se encuentran allí. Llegué a pensar que si algún día tenía mi propia productora, copiaría ese formato pues en Colombia hay muchas iglesias interesantes. Después, las veces que comenté esa idea en consejos de programación, les caía en gracia y luego me decían que estaba loco. Por la tarde, Bernardo nos invitó a un asado en su casa ubicada en la Colonia Polanco donde nos contó acerca de su vida en Carolina del sur y cómo antes de llegar Fox fue vicepresidente de mercadeo de Pepsi. Tenía una enorme biblioteca con algunos incunables, uno de ellos, dijo, era de un valor incalculable; además, coleccionaba todo lo que la prensa había publicado sobre las películas que él promovía en Latinoamérica y conservaba esos artículos de periódicos y revistas en enormes tomos muy bien encuadernados con tapas de cuero.

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Bernardo tenía conceptos muy claros sobre la importancia de publicitar las películas y decía que la exposición en los medios de comunicación era la clave para concentrar el interés del público: —Debe hacerse de manera agresiva y simultánea a fin de crear un boom. Si la campaña es contundente, la gran masa percibirá que lo que gira alrededor del filme es la moda, ese es el momentum. Sin embargo, el ciclo de la moda es cada vez más corto debido a la cantidad de estrenos y a las ingeniosas estrategias de publicidad de las productoras para vender más boletos. La gran ventaja que tiene la industria del entretenimiento es que a los medios les atrae el tema de los artistas por lo que reciben toneladas de prensa gratuita. Flatow tomó en sus manos un afiche a color de Hello Dolly para hablarnos del diseño y lo importante que es comunicar muchas cosas con pocas palabras y una imagen: —Cada póster es como un logotipo que implícitamente genera un mensaje de aceptación o de rechazo. En el cine estadounidense, los productores por lo general destinan entre el 20% y el 30% del costo total de la película para promoción, pero nunca se sabe qué va a funcionar; el gusto del público es lo más impredecible: podemos intuir ciertas cosas pero necesitamos suerte, se pueden limitar las pérdidas… —¿Y qué pasa con las utilidades? —le pregunté. —Bueno, en ese caso, no hay mejor negocio que el negocio del espectáculo —concluyó. Después de este viaje, pensé en las ironías de la vida; en cómo, en pocos meses, pasé del anonimato a ser reconocido como un “comentarista de cine” que vivía los privilegios y el boato de la industria del entretenimiento, mientras uno de mis ídolos, Hernando Salcedo Silva —crítico de cine del diario El Tiempo— luchaba por sobrevivir y por mantener a flote su gran obra: el Cine-Club de Colombia, donde exhibían películas de mucha calidad artística, al que asistían pocas personas. Salcedo, al igual que otros críticos, era visto con cierto recelo por las distribuidoras porque sus comentarios, por lo general, afectaban negativamente la taquilla de las películas. Esto me hizo

221 ARMANDO PLATA CAMACHO cuestionar si “hablar siempre bien” de un filme era ético, o no; cómo se afectaría mi credibilidad ante el público; el tipo de imagen que estaba construyendo y hasta dónde podía mantener mi independencia de criterio. Llegué entonces a la conclusión de que mi trabajo no era ni el de crítico ni el de lector de “gacetillas” de prensa; era más el de un periodista ligero con la misión de informar con ética e integridad, sin editorializar; y cuando recibí presiones para “ayudar películas con mala crítica” fui muy discreto en mis apreciaciones, dejando entrever que aunque no era una gran obra de arte, se le podía encontrar algún ángulo interesante como ocurre con todas las cosas de la vida. Incluso alguna vez dije: —Valdría la pena ver esta película de la que todo el mundo habla tan mal, para ver si es cierto o no.

222 Ser alguien Las cuñas

Hacia el final de 1970, incursioné en el mundo de “las cuñas” o locución de comerciales de radio y televisión, cuando Jorge Antonio Vega me llamó a grabar una propaganda para Almacenes Murcia en reemplazo de José Alarcón Leal. (En la década del sesenta, Vega y Alarcón fue la pareja de locutores comerciales de más éxito en Colombia). Además de la grata experiencia de trabajo, lo que más me gustó fue que en menos de cinco minutos me gané lo que Atlas Publicidad me pagaba en casi dos semanas de trabajo. Al poco tiempo, me enteré que Jorge Valencia Torres, dueño de la agencia, estaba vendiendo el carro de su hijo, un Opel Kapitan modelo 1954. —Don Jorge, ¿cuánto vale el carro? —Cincuenta y cinco mil pesos… —Uy, eso es mucho dinero para mí. (Yo ganaba mil pesos mensuales). —Cómprelo mijo, le doy plazo, y le puedo descontar de su sueldo —me dijo. —¿Podría bajarle un poco? —Lo mínimo son cincuenta mil. —Le propongo don Jorge, que me deje grabar los comerciales de la agencia y así le voy pagando más rápido. —¡Está bien, tenga las llaves! De inmediato, salí a manejar por las calles de Bogotá, sin tener licencia ni haber hecho un curso de conducción, y para acostúmbrame al tráfico me dirigí a la autopista norte de la ciudad donde provoqué algunos trancones, pues cada vez que hacía un cambio, el auto se me apagaba. Horas después, cuando había adquirido algo de confianza, decidí impresionar a mi ex novia Patricia Gracia y me dirigí a su casa para mostrarle mi coche nuevo. En la última curva, a pocos metros de su casa, al esquivar un hueco perdí el control del timón

223 ARMANDO PLATA CAMACHO y terminé contra un árbol. Del impacto se rompió el guardabarros, el foco izquierdo delantero y se sumió gran parte del capó. En segundos, los vecinos del lugar se agolparon alrededor del auto y me ayudaron a salir, pero, para colmo de males, Patricia llegó acompañada de uno de sus pretendientes. Esa fue la primera estrellada de varias que tuve con mi famoso Opel Kapitan. Gracias al negocio con Valencia, ahora podía grabar los comerciales de la agencia, pero tenía un gran problema: me faltaba experiencia y técnica para manejar la voz de manera profesional ya que mis pocos conocimientos de locución eran muy empíricos. Entonces, con mi amigo, el director de cine Gustavo Nieto Roa, nos inscribimos en el curso de canto operático del tenor Guillermo García Gómez, con la esperanza de aprender a “impostar la voz”. Aunque Gustavo se desanimó después de la primera clase, yo continué asistiendo, motivado más que todo por la necesidad de pagarle el carro al señor Valencia. El curso de García se basaba en desarrollar una buena técnica de respiración, la clave para que la voz se proyecte con poco esfuerzo. Uno de sus ejercicios consiste en cerrar los ojos y la boca presionando los labios, tomar bastante aire hasta llenar los pulmones, soltar el aire lentamente presionando el diafragma y producir el sonido mmmm, como si fueran muchas letras eme. A partir de ese sonido, García nos decía que imagináramos que esas emes se iban hacia la parte alta de la nariz, en lugar de salir por la boca y que tratáramos de ubicarlas en los senos frontales, en una cavidad membranosa conocida como la criba. García, también nos explicó: —Cuando logramos que la voz impacte la criba, la cavidad craneana entre los ojos y la nariz se convierte en un parlante natural que amplifica el sonido con gran calidad y volumen, pero si no lo colocamos en el punto exacto, la calidad de la voz se verá afectada. Durante varias semanas repetimos el mismo ejercicio hasta que logramos que con un poco de aire, y con un mínimo esfuerzo, la sonoridad de nuestras voces inundara el salón de clase con un gran volumen.

224 Ser alguien

En otra oportunidad Guillermo García Gómez nos dijo: —¿Saben por qué al nacer emitimos sonidos tan fuertes y tan agudos? Porque nacemos con una sonoridad natural que con el paso de los años la vamos perdiendo. La mayoría de las personas habla usando la garganta como caja de resonancia, por eso cuando hablan demasiado o cuando gritan, terminan roncos o sin voz. Los buenos cantantes de ópera proyectan la voz de tal manera que no necesitan micrófono pues utilizan sus resonadores naturales. Reeduquen su forma de respirar; practiquen todos los días el ejercicio de las emes y verán los resultados. Gracias a la técnica de García Gómez logre darle más cuerpo a la voz al hablar en tonos bajos, y a no esforzarme ni gritar en los tonos medios y altos. Jorge Antonio Vega fue otro de mis maestros. Alguna vez un poco molesto porque tener que repetir las grabaciones por mis continuos errores, me comentó: —La locución de comerciales es diferente a las noticias o al radioteatro. Antes de grabar debes entender el texto, dominarlo, determinar cuáles son las palabras clave del mensaje y acentuarlas; el compromiso es vender en pocos segundos la bondad del producto. Las grabaciones de Atlas Publicidad se hacían en los modernos y recién inaugurados estudios de sonido, Ingesón, propiedad de Manuel Drezner, el hombre que meses atrás aprobó mis conocimientos de inglés para viajar a Miss Universo en Miami. El estudio estaba localizado en el primer piso del Edificio Distral, en la calle 22 entre carreras 5ª. y 7ª. en el centro de Bogotá, y ahí mismo quedaban las oficinas de Producciones JES, la empresa de Julio Sánchez Vanegas que realizaba el exitoso concurso de televisión, Concéntrese. Ingesón desbancó a Suramericana de Grabaciones y se convirtió en el estudio de moda durante los años setenta. Allí me relacioné con productores de otras importantes agencias de publicidad, como Leo Burnett, Época, Sancho y Mc Erickson, quienes pronto me llamaron para grabar algunos de sus proyectos junto a locutores de propagandas muy consagrados como Otto Greiffestein, Juan Harvey Caicedo, Juan Caballero y Álvaro Uribe González.

225 ARMANDO PLATA CAMACHO

En 1970, trabaje más en radio y en publicidad que en televisión, debido a que en la nueva adjudicación de programas dejaron por fuera Soy Aficionado, y Lo que veremos en cine. A duras penas en el primer semestre, logré estar en el aire con una sección semanal sobre temas de cine, en Telediario 7 en punto, un noticiero dirigido por el periodista Arturo Abella. Hacia el mes de Julio, Carlos Trujillo Olarte me llamó para que hiciera “lo que quisiera” los domingos de cuatro a cinco de la tarde, pues su empresa Protón televisión, estaba medio quebrada con Domingos Circulares, un programa que no pegó. Se me ocurrió entonces, hacer un espacio de cero presupuesto con cantantes y grupos populares de tercer nivel que bauticé como Casino Musical. El compromiso era muy difícil porque mi competencia eran dos programas musicales de gran audiencia: Noches de Colombia, con Otto Greiffestein, y Estudio 15, de Alfonso Lizarazo. A Noches de Colombia iban todas las estrellas internacionales que traía Jorge Valencia, y Estudio 15, era, sin ninguna duda, el mejor programa de variedades de la televisión colombiana. Consciente de mis limitaciones me propuse hacer algo decoroso y aproveché la oportunidad para experimentar nuevas propuestas de iluminación, manejo de cámaras y escenografía. Hubo dos programas que llamaron la atención de los críticos por el esfuerzo. Uno, que realicé con la colaboración de varios ex compañeros de la Escuela Militar, donde logré entrar dos tanques de guerra medianos al estudio 5 de Inravisión, para promocionar el estreno de la película, de la Metro Goldwing Meyer, Donde las águilas se atreven: en ese musical todo el talento salió uniformado con prendas militares. Otro programa de impacto fue una revista de canciones y bailes populares de España que hice dentro de un tablao flamenco, el cual ambienté con decenas de barriles que me prestó la fábrica de vinos, Colvinos. Casino Musical tuvo su propio grupo de baile, integrado por seis simpáticas chicas, bajo la dirección de Francia Helena Cabana, una joven coreógrafa de bonita figura y gran dedicación. Cuando nos conocimos, la electricidad fue inmediata y sostuvimos un corto

226 Ser alguien e intenso romance que ella suspendió porque, según sus palabras, “yo era un picaflor, loco y peligroso”. A Casino Musical llegó un joven samario, estudiante de derecho, que aspiraba hacer radio o convertirse en actor; su nombre era Franky Linero. Nos hicimos muy amigos, tanto que compartimos la misma novia, en un curioso triángulo amoroso en el que todos estábamos felices y de acuerdo; beneficios de la época de los hippies donde se pregonaba el amor libre en medio de flores y mucha paz. Nuestro sueño se acabó el día en que Naty —así se llamaba nuestra preciosa y pícara puertorriqueña— se marchó de Colombia sin despedirse, dejándonos un gran vacío y el corazón roto. Con Franky estuvimos a punto de hacer una radio revista de espectáculos con el nombre de Cine 70, proyecto que no cuajó a raíz de que le presenté a Alicia del Carpio, directora de la comedia costumbrista Yo y Tú. Alicia, impresionada por la figura y el talento de Linero, lo contrató para el papel de “su esposo” en la serie, y la popularidad de Franky se disparó al punto que en cuestión de semanas se convirtió en una superestrella. Casino Musical salió del aire al finalizar el año, pues no fue adjudicado en la nueva programación de 1971. Sin embargo, lo recuerdo como el programa que me permitió iniciar mi carrera de realizador de musicales en televisión. En 1971, me vinculé a Caracol televisión como presentador y director de Cine Mundo, los martes a las seis y media de la tarde, en el canal 7. La empresa iniciaba operaciones bajo la dirección de Jorge Ospina y pronto nuestro programa consiguió la mayor audiencia en su horario. Entonces, logré que las distribuidoras invirtieran en avisos de prensa cada semana, para promover en las páginas de cine, el contenido de lo que iba a aparecer en Cine Mundo. Yo aproveché esta oportunidad para poner mi nombre bien destacado al lado de empresas como Columbia Pictures, Metro Goldwing Meyer, United Artists y Cine Colombia. Esta estrategia de publicidad ayudó a posicionar mi nombre en el medio y a ganar reconocimiento del público en general.

227 ARMANDO PLATA CAMACHO

1973 - Especial de Yo y Tú. Armando Plata, “El Gordo” Benjumea, Alicia del Carpio, Rosita Alonso, El “Culebro” Casanova y Pepe Sánchez.

Cine Mundo promocionó el estreno de decenas de películas exitosas como Las 24 horas de Le Mans, Tora Tora Tora, Shaft, El violinista en el tejado, Chisum y Doctor Zhivago, entre otras. Cuando en Buenos Aires se estrenó La hija de Ryan, recibí una invitación de United Artists para asistir a la premiere, pero justo días antes del viaje me enfermé y no pude ir al evento que contó con la presencia de la actriz Sara Miles y del director David Lean. En cambio, tuve la suerte de viajar a Los Ángeles a la cuadragésima primera entrega de los Premios Óscar de la Academia, los cuales fueron presentados en Colombia por Producciones Jes, la empresa de Julio Sánchez Vanegas.

228 Ser alguien La chupeta y la turca

Una vez más la vida me daba otra grata sorpresa: regresar a Hollywood, año y medio después de mi aventura en bicicleta, pero como periodista invitado junto a Julio Sánchez Vanegas y a Enrique “El turco” París, para transmitir Los Óscares. Fue un viaje muy agradable pues Julio como siempre fue espléndido en sus atenciones. Llegamos con una semana de anterioridad y nos alojamos en el lujosísimo Biltmore Hotel de Los Ángeles, ubicado a pocas cuadras del Dorothy Chandler Pavillion, el lugar donde se realizó la ceremonia. Comimos en los mejores restaurantes de la ciudad, y hasta vimos una película de cine rojo en una tienda porno en compañía del actor y locutor colombiano Jaime John Gil, amigo de Julio y residente de Los Ángeles; la película bastante “caliente” era la historia de dos mujeres muy enamoradas y estaba protagonizada por una pareja de chicas suecas. —Las suecas son buenísimas —dijo Jaime. —Y están de moda en todo el mundo —acotó Enrique. —Claro que la calidad de las películas en 8 milímetros es muy mala —comentó Julio—. Hay que adivinar dónde están las tetas —remató jocosamente. Luego, entre carcajadas y apuntes salimos a pasear por las colinas de Bel Air y ya al atardecer llegamos a Rodeo Drive, la famosa calle de Beverly Hills donde un par de zapatos cuesta no menos de quinientos dólares y un traje para caballero por encima de los cinco mil. En uno de los ensayos de la transmisión de los Óscares nos encontramos con Steve Mac Queen quien muy amablemente nos concedió un reportaje. Hablamos de su película Las 24 horas de Le Mans, y nos contó sobre su afición a las carreras de autos; no quiso responder preguntas sobre su vida privada, ya que por esos días se rumoraba que había salido de un centro de rehabilitación luego de un tratamiento de desintoxicación por abuso de

229 ARMANDO PLATA CAMACHO substancias químicas. Mac Queen lucía un suéter deportivo, bluyines, zapatos top siders y su pelo parecía recién cortado. Otra estrella con la que tuvimos la oportunidad de departir por varios minutos fue con Melvin Douglas, un veterano artista que estaba nominado al Óscar como mejor actor por su papel en Nunca canté para mi padre (I never sang for my father). Douglas hablaba algo de español y nos comentó que con frecuencia venía a Medellín a visitar a uno de sus hijos, casado con una chica paisa; cuando le pregunté cómo se llamaba ella, prefirió omitir su nombre. Lo que sí dijo era que admiraba los paisajes del valle de río Negro y que disfrutaba de alegres cabalgatas por las montañas de Antioquia. También hablamos brevemente con el actor y cantante afro americano Harry Belafonte, una celebridad del teatro musical de Broadway, quien en 1955 llegó a ser el primer artista pop en vender un millón de copias de su LP Calipso. NBC produjo la transmisión de televisión de los Óscares con un despliegue técnico mayor que el que hizo CBS para Miss Universo en Miami, el año anterior. Recibimos el libreto con una semana de anticipación, estaba dividido en varios segmentos, tenía más de trescientas páginas e incluía los textos que dijeron algunos presentadores como Bob Hope, Burt Bacharach, Harry Belafonte, Richard Benjamín, Jim Brown, Petula Clark, Angie Dickinson, Goldie Hawn, John Huston, Quincy Jones, Burt Lancaster, Steve Mac Queen, Ricardo Montalbán, Ryan O’Neal, Gregory Peck y Rosalind Russell, entre otras luminarias. Nos asignaron una cabina ubicada en la parte de atrás del auditorio desde donde teníamos una excelente vista panorámica de todo el escenario; era espaciosa y tenía varias líneas telefónicas. Con frecuencia, un técnico pasaba a preguntarnos si necesitábamos algo. El día del evento fue una locura por la cantidad de gente que desde la jornada anterior se apostó en los alrededores para ver la entrada de las estrellas. Nosotros llegamos hacia el mediodía y salimos como a las diez de la noche. Los Óscares de menor categoría los comenzaron a entregar a las tres de la tarde y a las cinco, hora de Los Ángeles, ocho de la noche hora de Nueva York, empezó la transmisión por televisión.

230 Ser alguien

El gran ganador fue Patton, que se llevó entre otros, el Óscar a la mejor película; al mejor actor: George C Scott; al mejor director: Franklin J Shaffner; y al mejor guión: Francis Ford Coppola. Como mejor actriz fue laureada Glenda Jackson por Woman in love. Los Beatles recibieron un Óscar por la banda sonora de Let it be. También fueron homenajeados Orson Wells, Frank Sinatra, la actriz Lillian Gish y el director sueco Ingmar Bergman; todos ellos asistieron, excepto Orson Wells, quien envió un mensaje pregrabado. La transmisión para Colombia fue todo un éxito y ayudó a consolidar mi imagen como “experto” en el tema del cine dentro del medio de la radio y la televisión, al punto que ese año recibí otras invitaciones para asistir a los festivales de cine de Cartagena, Panamá, Mar de Plata, Río de Janeiro y Tashkent, en la ex Unión Soviética. A la postre, solo pude ir a Cartagena y Panamá. Julio Sánchez Vanegas decidió parar algunos días en Ciudad de México, antes de regresar a Colombia. Nos alojamos en el exclusivo hotel Camino Real, en plena zona rosa; vimos un suntuoso espectáculo de música folclórica mexicana invitados por el cantante colombiano Lucho García, conocido en México como Lucho Gardel; y estuvimos en “el antro” del maestro Cuco Sánchez quien se fajó un inolvidable concierto con sus mejores canciones como Tú solo tú, Anillo de compromiso, Fallaste corazón y La cama de piedra. Otro día, Julio Sánchez nos comentó que quería que lo acompañáramos a saludar a uno de sus mejores amigos, invitación que en principio El Turco París y yo decidimos declinar porque estábamos un poco cansados, a lo que Julio nos respondió: —¡Par de maricas, levántense porque no los traje a engordar, ni a dormir, vienen conmigo y punto! Un poco aburridos llegamos a una empresa donde hicimos una antesala de varios minutos. Luego, un señor de cierta edad nos invitó a seguir a su oficina. —Mira, te presento a “Chupeta” y a “La Turca”, dos ejemplares perezosos que vienen a México a dormir —dijo Julio con su estilo siempre divertido y jocoso.

231 ARMANDO PLATA CAMACHO

—Mucho gusto señor —respondimos con cierta reverencia... Después, discretamente, nos sentamos en una pequeña sala auxiliar ubicada a pocos metros, mientras Julio y su amigo se pusieron a conversar. Más tarde, ellos se acercaron a unos monitores con imágenes de televisión en blanco y negro. A lo lejos alcancé a escuchar que el señor le dijo a Julio: —Mira, ésta es la imagen de Tijuana y ésta la de Monterrey. Yo continué leyendo un periódico mientras El Turco admiraba una colección de micrófonos. Al rato, por fin salimos a una inmensa avenida. —Ese viejo es un berraco, es un genio, a él se le debe que muchos artistas mexicanos hayan desarrollado su carrera, es la insignia de la radio y la televisión... —comentó Julio. —Y ¿quién es? —le preguntamos. —¿No saben quién es ese hombre, partida de ignorantes? !Es don Emilio Azcárraga Vidaurreta! —nos respondió emocionado. —Ah, muy bueno —le contesté por salir del paso. Al cabo del tiempo comprendí la dimensión de ese encuentro: habíamos estado con don Emilio Azcárraga Vidaurreta, fundador de la XEW, la cadena de radio más importante de México y creador de la cadena de televisión Televisa. Su hijo, “El Tigre” Emilio Azcárraga Milmo convirtió a Televisa en el mayor imperio de comunicaciones de América Latina en las décadas de los ochenta y noventa. Luego, su nieto Emilio Azcárraga Jean tomó las riendas del conglomerado familiar. Después de la transmisión de los Óscares Julio Sánchez Vanegas, me invitó a formar parte de su programa de televisión Tele-Jes, donde presenté una sección de cine y espectáculos. Por muchos años mantuvimos una gran amistad, y por lo menos una vez al mes almorzábamos en el restaurante La Barra, de la calle 22 entre carreras 9ª y 10ª, en compañía de Enrique “El Turco” París, Otto Greiffestein y Alfonso Lizarazo.

232 Ser alguien Envenenado

Alfonso era el ídolo de la juventud colombiana y todos sus programas eran exitosos. Había comenzado su carrera como operador de sonido y en pocos años era el director de Radio 15, y de los programas de televisión Juventud Moderna y Estudio 15. Lizarazo popularizó el rock de nuestro país y lanzó figuras tan destacadas como Pablus Gallinazus, Óscar Golden, Harold, María Elvira Cárdenas, Kenny Pacheco, Eliana, Los Speakers, Emilce, Christopher, Lyda Zamora y Los Flippers, entre otros. Alfonso era mi ídolo y siempre admiré su talento y capacidad para detectar lo que le gusta y lo que no le gusta a la gente. Los estudios de Radio 15 en Caracol quedaban al lado de la sala donde grababa Monitor. Esta cercanía me permitió socializar con algunos de los locutores y periodistas de la emisora como Gustavo Alfredo Noguera y Arturo Guerrero, productores del programa Debates de la Juventud; los hermanos Alfonso y Guillermo Parada, presentadores del Hit Parade de Estados Unidos; y Manolo Bellón comentarista experto en la música de Los Beatles. Cierto miércoles, Lizarazo me pidió que lo reemplazara como animador de Juventud Moderna, programa que se transmitía en directo en el Canal Nacional, desde los estudios de Inravisión del CAN, a las seis y media de la tarde. Cuando terminó el programa mi carro no funcionó por lo que el músico Carlos Cardona “Caliche” me dio un aventón hasta Caracol. En el vehículo iban algunos de los integrantes del conocido grupo “Los Flippers” quienes armaron un varillo de marihuana y se lo fumaron “con las puertas del carro cerradas” para que no se escapara ni un poquito de humo. Al principio les dije que no quería, pero a la final terminé fumando y “aspirando” dos buenas bocanadas de canabis, la que me produjo un fuerte acceso de tos. —Fresco con la tosedera… es que esta bareta es “Samaria Golden rompe-pecho” —dijo “Caliche”, con la voz entrecortada y ahogada.

233 ARMANDO PLATA CAMACHO

—¡Esta buenísima!… Entonces qué, don Armando… ¿le damos materile rile ro a esta chicharra? —me preguntó otro de los músicos. —Seguro —le dije, posando como todo un experto. Por dentro, me sentí culpable al recordar la frase de mi padre: —No quiero que seas comunista y mucho menos vayas a fumar marihuana. Pero ya era tarde, los benditos me habían “envenenado”. Me gustó el efecto: perdí la sensación del peso del cuerpo, me sentí flotando sobre una alfombra mágica a un metro de altura, las luces de la ciudad las vi como en cámara lenta, la música me pareció más espacial y pude distinguir con precisión el sonido de cada uno de los instrumentos, los colores lucían con más brillo y contraste, me dio hambre y sed, reí como nunca, el tiempo se me detuvo, cerré los ojos y el mundo me dio vueltas. Luego me dormí alucinando entre imágenes sicodélicas que se proyectaban en mi mente como si estuviera viendo una película en pantalla gigante. Yo iba en el asiento de adelante y solo recuerdo que “Caliche” me despertó del viaje cuando llegamos a la radio. Cuando me despedí, atrás, alguien dijo: —El hombre quedó bien… ¡bien torcido! Continué experimentando con marihuana por varios meses y siempre disfruté de su efecto, a plenitud. El lenguaje de “los colinos”, como le decían a los marihuaneros me pareció simpático y original pero lo que siempre consideré muy peligroso fue tener que pasar por “las ollas” para comprar “un cinco”, “un diez” o “una paca de veinte”, como se denominaba a los paquetes de cinco, diez y veinte pesos de yerba. Me dejé crecer el pelo y comencé a frecuentar el TPB, Teatro Popular de Bogotá, donde los lunes presentaban conciertos de grupos de rock como La Banda de Marciano. Mi mejor amigo de infancia, Uriel Garzón Suárez —hijo del profesor Uriel Garzón, a quien dibujé orinando en un bar de Chocontá, años atrás— fue el que me “pasó el dato” de los conciertos, los cuales se llenaban sin ninguna publicidad. Las trabas nos salían gratis por la cantidad de humo de marihuana que se respiraba en el teatro y porque “los

234 Ser alguien quenques” rodaban de mano en mano y de boca en boca sin distingo de clase social, orientación sexual, afiliación política, color de piel o creencia religiosa. Este nuevo estilo de vida me llevó a estar más cerca de la gente que frecuentaba el parque de la calle 60 entre carreras 8ª y 9ª en Chapinero, y sus alrededores, donde hippies de convicción como Manuel Quinto Peña y hippies vagos como Johnny Key, “Blacky”, lucían pintas estrafalarias combinadas con extravagantes zapatos de plataforma; donde poetas nadaistas como Gonzalo Arango o Jota Mario Arbeláez leían sus escritos frente a muchachos intelectuales ávidos de nuevas ideas; donde músicos de protesta como Humberto Monroy tocaban canciones de Cat Stevens traducidas al español; donde surgió el primer centro comercial hippie con almacenes llenos de extraños productos como incienso, “cueros importados” —rolling papers para fabricar varillos—, pipas de agua de todos los tamaños —conocidas como “bongs”—, mata-chicharras (roach clips), y lámparas fluorescentes de luz ultravioleta para ver en la oscuridad impactantes diseños en afiches y fotografías; donde jóvenes empresarios, como Manuel Cuervo, lanzaron los primeros almacenes de ropa de diseño atrevido que luego hicieron furor; donde cientos de artesanos vendían chaquiras, collares y prendedores de fique y plata; donde se conseguía la mejor música rock del mundo traída de contrabando; donde un ácido sunshine costaba cincuenta pesos; donde algunas parejas hicieron el amor en público sin que eso le importara a los demás; donde la policía se cansó de solicitar a los dueños de los negocios que bajaran el volumen de la música; donde la mayoría de los padres de familia se persignaba varias veces antes de pasar; y donde prácticamente todas las peluquerías y salones de belleza se quebraron. La 60 fue el primer centro de reunión de “los burros” (fumadores de marihuana) de Bogotá. Al comienzo, las autoridades lo consideraron como algo exótico, y hasta divertido, pero con el correr de los meses se les volvió un gran dolor de cabeza. A ciertas horas, difícilmente se podía pasar la calle por la enorme cantidad de jóvenes de pelo largo y muchachas en túnica o minifalda, muchos de ellos trabados o caminando como zombis.

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Ser alguien Mandarinas para la cabeza

En la 60, Humberto Caballero me propuso editar una revista trimestral, a todo color, con información sobre la escena fuerte del rock y el mundo del séptimo arte. Así surgió Rock-Cine Mundo. El lanzamiento lo hicimos con un concierto del grupo colombiano La Gran Sociedad del Estado, integrado por Arcesio Murillo, Luis Fernando Reyes, Marcianito, Yon Camargo y “El Abuelo” Carlos Osorio. La calidad gráfica de la publicación estaba asegurada ya que Caballero poseía una moderna litografía llamada Cannabis Afiches, además de una buena experiencia como promotor de eventos. Fueron portada: Leon Russell, líder del grupo “Perros rabiosos e ingleses”; Jimmy Hendrix, quien recientemente había muerto por sobredosis de droga; John Rubinstein, protagonista de Zacharias, el primer western electrónico; Joe Cocker, intérprete de la famosa canción Con una pequeña ayuda de mis amigos; Carlos Santana; Jim Morrison; y una ilustración de Submarino Amarillo, la clásica película animada de Los Beatles, entre otros. Cada ejemplar costaba diez pesos e incluía un póster gigante con los grupos rock del momento. Algunos de los colaboradores fueron Carlos Aramburu, Graciela Sánchez, el locutor y músico del grupo colombiano Génesis: Edgar Restrepo Caro, el crítico musical Álvaro Díaz, Enrique Pérez, Manolo Guzmán, y el pionero en programas de música pesada en radio: Gustavo Arenas, “El doctor rock”. Promovimos con éxito las premieres de varias películas como Shaft, con música de Isaac Hayes; Celebration at Big Sur, donde cantaron Joan Báez, Crosby, Stills, Nash and Young y Joni Mitchell; El marqués de Sade, del célebre director John Huston; La amenaza de Andrómeda, de Robert Wise; Las fresas de la Amargura y Gimme Shelter, de The Rolling Stones, entre otras.

237 ARMANDO PLATA CAMACHO

A pesar del entusiasmo, la gran receptividad del público, la permanente promoción en Cine Mundo, y una circulación certificada de veinte mil ejemplares, tuvimos que abortar el proyecto por la falta de apoyo de los anunciadores.

1971 - Carátula de la revista Rock - Cine Mundo Editada por Humberto Caballero.

238 Ser alguien

El rock era un tema tabú y quienes lo promovimos fuimos considerados como “personas perversas y sucias que están dañando a la sociedad”. Algunos curas desde sus púlpitos alertaron a sus feligreses para que no fueran a leer “las porquerías de esos mechudos sinvergüenzas y degenerados”. En medio de duras críticas, el rock en Colombia fue un movimiento contracultural que ganó su propio espacio, y más que una moda, fue la cachetada a la vieja generación que se percibía como apática, rodillona e hipócrita. Surgieron entonces comunas donde parejas jóvenes practicaban el arte del amor libre y su slogan era “Haz el amor y no la guerra”. Numerosas “nenas bien” se escaparon de sus hogares para empatarse con “chicos Don nadie, buenos para nada”. Por las calles de Colombia aparecieron muchachos con la cabeza rapada, y envueltos en túnicas amarillas que vendían incienso, mientras cantaban en coro: “Hare Krishna, Krishna Krishna, Hare, Hare”. Algunos hippies bien radicales se refugiaron en las montañas y no volvieron a saber nada más de la civilización del asfalto y el cemento; y ciertos adinerados sacaron sin permiso el carro de papi para ir a quemar adrenalina y bareta en la Avenida Pepe Sierra, el área donde vivía la gente influyente de Bogotá. En esos días, ciertos fines de semana después de la media noche, en la Pepe Sierra se realizaron numerosas carreras suicidas. Las aceras y la berma central de la avenida se llenaron de miles de almas en trance, y en medio del rugir de los motores, la fría noche se cubrió de blanco por el efecto del humo y la neblina. Fue un espectáculo inolvidable, donde la velocidad de los autos era directamente proporcional al “speed” de los espectadores. De pronto, esa salvaje sensación de libertad era interrumpida por la abrupta presencia de la fuerza pública, que, bolillo en mano, amenazaba con dispersar la multitud a golpes. Pero los hippies, y seudo hippies como yo, los desarmábamos con nuestra actitud de paz, amor, frescura y tranquilidad. Al final, solo éramos unos corderos mansos ajenos a ese tremendo alucine. “Carolo”, el hippie más famoso de Medellín, y mi socio en Rock Cine Mundo, Humberto Caballero, se dieron a la tarea de organizar

239 ARMANDO PLATA CAMACHO un modesto festival de tres días emulando la moda de los conciertos masivos como el que recientemente se había realizado en Woodstock, Estados Unidos. Con el apoyo de Álvaro Villegas Moreno, el alcalde de Medellín, lograron el permiso para hacerlo en las afueras del área metropolitana, en el Valle de Ancón, ubicado entre las poblaciones de Itaguí, Caldas y La Estrella. En televisión le hice algunas menciones al evento sin imaginar que la noticia del festival fuera a correr tan rápido y mucho menos que decenas de miles de jóvenes en todo el país se lanzaran a las calles, mochila al hombro, rumbo a la capital de Antioquia. El miércoles anterior al concierto, luego de presentar el programa especial de televisión de UNICEF, Los niños del mundo— el cual se originó en vivo desde la sede de Naciones Unidas en Nueva York, bajo la conducción del actor Danny Kaye—, salí de Inravisión rumbo a Ancón en compañía de mi amigo de infancia, Uriel Garzón. En esa época, se gastaban más o menos dos días para ir de Bogotá a Medellín y se debía pasar por Honda, Manizales, Pereira, Anserma y Ríosucio, entre otras ciudades. Para “entrar en la onda” nos dimos varios “toques” de marihuana. A la altura de Guaduas, decidimos pasar la noche dentro de mi auto oyendo música de Pink Floyd. A la tarde siguiente, ya estábamos en La Virginia, departamento de Risaralda. En una bomba de gasolina, un caminante de apellido Cruz nos suplicó que le diéramos un aventón, y para convencernos, nos ofreció un varillo de “punto rojo”, la yerba más poderosa del planeta. El atardecer era precioso, con enormes arreboles en tonos rojo y amarillo, un imponente telón de fondo para la majestuosa cordillera de Los Andes. Uriel iba adelante con los ojos “bandera” (rojos); atrás, Cruz dormía la traba. Un campero Lada nos rebasó a gran velocidad. Aceleré y lo volví a pasar; me pasó, y lo pasé, y así nos mantuvimos hasta llegar a la montaña. Ahí mi Opel humilló al campero que quedó rezagado en plena cuesta. Emocionado por “mi victoria” reduje un poco la velocidad pues las curvas eran bastante pronunciadas. De pronto, un camión que

240 Ser alguien bajaba se pasó a mi carril. Para evitar un choque de frente, viré bruscamente a la izquierda mientras frené en seco. El camión también alcanzó a frenar, pero patinó, dejando una gran estela de humo. El impacto fue inevitable. La llanta delantera del Opel se estalló, el capó y el guardabarros se arrugaron como un acordeón, y el vidrio panorámico explotó en mil pedazos. Del susto quedé pálido y en sano juicio. El conductor del camión, un campesino paisa, me dijo: —Hermano, qué pena. Uriel no podía salir del auto, la puerta de la derecha estaba más trabada que él. Mi amigo botaba sangre por la boca y su camisa blanca estaba llena de manchas rojas. —Mierda, se reventó por dentro —pensé—. Dios mío ayúdame... qué cagada —supliqué. —Jueputa... ¿qué pasó? —gritó Cruz, aturdido. La gente del campero Lada llegó y con una palanca de acero sacaron a Uriel y a Cruz. Uriel escupía más sangre. —Hermano, quédese tranquilo hasta que llegue una ambulancia. —Fresco viejo Armando que no me pasó nada, solo se me rompió un diente. —¿Seguro? —.Le revise los hombros y la quijada. —Ciruelas, viejo loco —me dijo. —¿Y usted, Cruz? —Tranquilo como Camilo, buen Armando. No me pasó ni mierda. —Qué susto tan malparido —exclamé en voz alta. El joven conductor del campero Lada me interrumpió: —Y estuvo de buenas don Armando, esta curva se conoce como “Tabla roja” o “Curva del diablo” y ha matado más gente que la mafia... de chepa no se fueron al precipicio... Mire ahí, detrás del matorral, y verá que hay un tremendo abismo, y al fondo, en medio de inmensas rocas, el caudaloso río Risaralda. Cerré los ojos y elevé una plegaria: —Gracias Dios mío por salvarme de este mierdero. Un poco más tarde, el conductor del Lada, un buen samaritano, nos ofreció llevarnos hasta Anserma. Sacamos nuestras pertenencias

241 ARMANDO PLATA CAMACHO del semidestruido Opel y lo dejamos abandonado a su mala suerte en el lugar del accidente. —Mucho gusto, Armando. Soy Jorge Iván Giraldo, lo escucho en Caracol casi todos los días y a veces veo su programa de cine. —Muy amable, Jorge... ¿A qué se dedica? —Le colaboro a mi padre en La Voz de Anserma, la emisora de Caracol en esta región. Somos los dueños. De aquí han salido buenos locutores, como Edgard Restrepo Caro que trabaja en Radio Mundial en Bogotá. ¿Lo ha oído? —Sí, lo conozco, tiene muy buena voz... Jorge, que coincidencia que una persona de Caracol nos haya ayudado en un momento tan difícil como este... Muchas gracias por habernos ayudado... y por haberse dejado ganar de mi Opel. —Jajaja... es con mucho gusto... ¿Van para Ancón? —Sí... parece que el concierto va a estar del putas... nos lo vamos a “sodar”. —Seguro, viejo Armando... medio pueblo viene “de rolling”, tirando infantería a la lata —comentó Uriel. Luego se secó con un pañuelo un hilo de sangre que aún le brotaba de la encía. A la hora de la cena estábamos en los alrededores del Parque Central de Anserma esperando un bus para seguir hasta Medellín. Todos pasaban repletos de muchachos. Entre la llegada de un bus y otro, jugamos varios “chicos” de billar en El Imperial, un club que quedaba en el primer piso del único edificio del pueblo, donde también funcionaba un hotel. A la media noche, un chofer de Flota Magdalena nos acomodó en los escalones de la puerta de entrada de un bus y ahí viajamos por cinco horas pegados y apachurrados como sardinas. Llegamos tan fundidos que terminamos durmiendo en el atrio de la Basílica Central. El viernes del concierto, Medellín amaneció con miles de hippies acostados en las calles. De la costa atlántica, los Santanderes, del interior y del sur del país llegaron hordas de caminantes sedientos de alcohol y hambrientos de sexo, drogas y rock and roll. El desfile de “pintas” hacia Ancón fue interminable. En medio su “soye”, algunos hacían la mímica de estar tocando un

242 Ser alguien interminable solo de guitarra, cantaban, hablaban a solas con los postes del alumbrado público, o entonaban melodías andinas con flautas, quenas y tambores, como preludio de un rito “bacano” para exorcizar un demonio colectivo. Muchos “manes” estaban bien “pasados” y los “pepos” más “colinos” llevaban días, quizás semanas, sin pasar por la ducha. Varias “jevitas” iban cero ropa interior; para qué, si “a la hora del té” era mejor así, sin tanto complique. Las matronas y patriarcas del lujoso barrio El Poblado quedaron en shock cuando sus hijos, con permiso o sin él, se fueron de camping para Ancón a armar vistosas tiendas de campaña, que “a la larga” fueron albergue y “cama franca” para cientos de “loquitos bien corridos”. La Iglesia Católica cuestionó al gobierno por haber permitido la realización de este evento y a través de un comunicado el arzobispo de Medellín, les suplicó a los padres de familia y a las autoridades competentes, “hacer todo lo humanamente posible para preservar la moral y las buenas costumbres de nuestra sociedad”. Pero la suerte estaba echada: cerca de ochenta mil “seres indeseables” que por tener pelo largo y barba parecían salidos de las cavernas, estaban ahí reunidos “listos a sodarse la nota... de una”. Fueron tres días de lluvia, algo de sol, mucho barro, cualquier cantidad de charcos, frío, calor, vapor, brisa, truenos, llovizna y niebla. En algunas ocasiones se fue el fluido eléctrico, lo que los organizadores interpretaron como un saboteo intencional de “fuerzas oscuras” para impedir la actuación de “esos horripilantes grupos de mechudos con música estridente”. Los recursos no dieron para construir un escenario adecuado, por lo que hicieron uno que parecía una casa hueca de dos pisos, sin paredes ni ventanas, con un techo de zinc sostenido en las esquinas por endebles estructuras de hierro. La música comenzó hacia las cuatro de la tarde y se extendió hasta la media noche, con la presentación de solo grupos colombianos de música pesada, tales como: Limón y Medio, La Planta, Aeda, Belcebú, Los Demonios de Cali, y las superestrellas: Columna de Fuego y La Banda del Marciano.

243 ARMANDO PLATA CAMACHO

A pesar de que la tecnología de los equipos de sonido y de las luces era primitiva, la gente bailó, gritó, se revolcó entre el barro y danzó como indígenas alrededor de fogatas. En general, la oscuridad fue la reina y la cómplice de la noche. Siluetas de cuerpos en armonioso movimiento se veían retozando entre árboles, piedras, pastizales y carpas. Ancón era un remanso de paz, música, y mucho amor. El sábado por la mañana el Valle de Ancón se llenó de bruma y de más pueblo, por lo menos cien mil personas. Una verdadera locura, pues los servicios sanitarios no estaban previstos para recibir tanta gente. Sin embargo, no hubo ningún incidente o algo qué lamentar. Las pocas casetas que vendían café y gaseosas agotaron su existencia en minutos, al igual que los “pushers” o vendedores de droga. Era común escuchar por los altoparlantes este tipo de anuncios: —Se informa a las pintas que quieran trabarse con Ácido Orange que se lo pueden comprar al viejo Pedro, el man de camiseta negra que está parado ahí junto a la caseta de Postobón... seguro... está garantizado para una buena tripiada. —Atención, se cambia una paca de sin semilla por una honguera. —¿Alguien tiene una mandarina (Mandrax) para darme en la cabeza? Esa mañana vi a mi colega Gloria Valencia de Castaño y a su camarógrafo haciendo un reportaje para su programa de televisión. Un contraste poco usual: Gloria, con su elegancia y sofisticación, tratando de entender un mundo tan rebelde, anticonvencional, anárquico y caótico. Gloria no aguantó mucho y se fue con sus corotos para otra parte. Yo también, al caer el sol. Preferí dormir en una cómoda cama del hotel Nutibara y no pasar la noche trabado debajo del escenario. Mis amigos Uriel y Cruz se quedaron en el cuento. A raíz del concierto, empecé a reflexionar si realmente quería experimentar con tanta locura. A veces me gustaba porque era la moda y todo el mundo lo hacía con la mayor naturalidad, pero en el fondo sentía que estaba entrando en un territorio

244 Ser alguien extremadamente peligroso, especialmente porque la marihuana era el primer paso para el consumo de drogas más “heavys”. La presión de grupo era intensa pues se glorificaba al más drogo, al que metiera más ácido, hongos, pepas o se “chutara” con heroína, perico o morfina. Para los “metelones bravos”, fumarse un varillo era algo “zanahorio” que “estaba en nada”. Al otro día salí para Anserma con muchos interrogantes. Recuperé los restos de mi carro y los dejé en un taller de mecánica en La variante, la avenida circunvalar del pueblo. Treinta y tres años más tarde, en Los Ángeles, mi amigo el camarógrafo Carlos Hoyos, me contó: —En esos días yo vivía en Anserma y todo el pueblo supo de su accidente. Aún más, la gente hizo romería para ver su carro y se echaba cruces de cómo fue que salió con vida. A los pocos días, durante mi trabajo como locutor en Caracol, tuve un incidente que reventó la olla a presión que llevaba por dentro a propósito del tema de la yerba. Había fumado un poco de bareta antes de la emisión de noticias de las nueve de la noche y cuando estaba leyendo, de pronto perdí la noción del tiempo y no sabía si lo que iba a leer ya lo había leído. Quedé perdido, quizás repetí la frase una o dos veces, no lo recuerdo. Lo cierto fue que al terminar el noticiero me di cuenta de que mi carrera estaba en riesgo y en ese momento tomé la determinación de dejar de meter, y así lo hice por muchísimos años, a pesar de que me dediqué de lleno a promocionar grupos de música rock.

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Ser alguien Encuentro con el maestro

En 1971, Inravisión estreno el primer sistema de grabación portátil de video, en blanco y negro, llamado cámara 3.000. Para operarlo se requerían cinco personas, sin contar el personal de talento: un camarógrafo, un sonidista, un operario de video, un ingeniero electrónico y el conductor del camión que transportaba el voluminoso equipo. Usaba cintas magnéticas de dos pulgadas de ancho que alcanzaban para almacenar solo quince minutos de imagen y sonido. Fue adquirido para las transmisiones de los Juegos Panamericanos que ese año se celebraron en la ciudad de Cali. El primer camarógrafo que manejo ese equipo fue Orlando Aristizábal y de inmediato adquirió el estatus de superestrella: trabajar con Orlando y su cámara 3.000 era el sueño de la gente de la televisión. Tuve el privilegio de realizar numerosos reportajes en exteriores con Orlando, entre los cuales recuerdo dos en especial: una carrera de bicicletas por las calles de Bogotá y una crónica sobre un barrio hippie llamado La Calle. Durante la prueba ciclística quisimos hacer algunas “tomas raras” cuando los pedalistas ascendían por la Avenida Circunvalar, a la altura de la Universidad Javeriana de Bogotá. Con Orlando íbamos sentados sobre la puerta trasera de una furgoneta encantados con los novedosos ángulos de cámara que estábamos logrando, material que sabíamos iba a impresionar a nuestra audiencia. En un pequeño descenso quisimos seguir al ritmo de los ciclistas y el conductor aumentó la velocidad hasta un punto que ya era demasiado rápido, entonces en medio del atortole Orlando gritó: —Hermano bájele, bájele... ¡bájele! El chofer instintivamente frenó, y nos disparó hacia delante, sobre la grabadora y los controles de video. La tan famosa cámara 3.000 se alcanzó a averiar y permaneció una semana en la “clínica” hasta que le cambiaron varios “chips”. Esa vez nos salvamos de caer al pavimento, y lo que son las ironías de la vida, veintitantos años más tarde, Orlando salió a hacer ejercicio en su

247 ARMANDO PLATA CAMACHO bicicleta de carreras por los alrededores de La Calera, y en una curva, pereció trágicamente arrollado por un camión. La segunda crónica, de la cual guardo un recuerdo singular, fue la que grabamos para un especial de Inravisión acerca de un sector comercial que estaba muy de moda. Se le conocía como La Calle, y quedaba detrás del Hotel Hilton, al lado del barrio La Perseverancia de Bogotá. Era cuadra y media de casas centenarias convertidas en discotecas, salas de teatro alternativo, tiendas de artesanía, librerías, boutiques de ropa hippy y almacenes con toda la parafernalia para el consumo de droga. En una de esas viejas casonas quedaba El Templo, una discoteca de rock subterráneo a la que para entrar, primero se tenía que pasar por un oscuro pasadizo en forma de túnel. Ahí entrevisté un personaje muy genuino al que le decían “El Maestro”, un joven rubio que solo vestía túnicas blancas y era uno de los fundadores del sector. Habló con la parsimonia y sapiencia de los profetas y caminó hacia la cámara como flotando en el aire. Dijo cosas coherentes e incoherentes; entre más incoherentes, mejor, iba de acuerdo al discurso de la época. Al final este ser “iluminado” se despidió con el símbolo de la paz. Dos décadas después, se destacó como el mejor editor de libros de Colombia: Benjamín Villegas. Los reportajes con la cámara 3.000 me dieron una buena exposición en el medio y me abrieron otra puerta: presentar notas sobre películas de estreno en EL ABC de la Mujer, un magazín que se transmitía de lunes a viernes a las seis y media de la tarde por el canal 9. La periodista Margarita Vidal era la directora, el actor Roberto Reyes uno de los presentadores y Edilberto Rojas Mosquera el director de cámaras. Otros colaboradores eran: la sicóloga María Isabel de Lince, guapa y talentosa profesional, de gran audiencia entre el público femenino por sus acertados conceptos sobre el manejo de las relaciones entre padres e hijos; y “La Gorda del ABC”, experta en asuntos de decoración para el hogar, ganadora de la distinción como “La comentarista del año”, según el periódico El Espectador. Algún día, uno de los invitados fue el actor Julio César Luna quien habló sobre la creación de un equipo de fútbol integrado por las principales estrellas de la televisión con el propósito de organizar

248 Ser alguien partidos con fines benéficos. Julio me invitó al primer entrenamiento que se realizó en los predios de la sede de Inravisión en el CAN, bajo la dirección técnica del argentino “El Cuqui” López. Asistimos: el torero Pepe Cáceres; los locutores Juan Harvey Caicedo, Jorge Barón, Armando Moncada Campuzano, Hernán Peláez, Otto Greiffestein, Alfonso Lizarazo, Alberto Piedrahita Pacheco, Juan Monroy, Pepe Cubillos, Hernán Castrillón y Fernando González Pacheco; los actores Álvaro Ruiz, Carlos Muñoz, Eduardo Vidal, Alberto Jiménez y el periodista deportivo Humberto Rodríguez Jaramillo. La pasamos de ataque, pues casi todos terminamos “cerca del infarto” debido a nuestra baja condición física. Lamentablemente, esa fue la única vez que jugué con el equipo y no pude continuar debido a mis compromisos de trabajo. El equipo “Estrellas de la Televisión”, se volvió muy popular y originó un fenómeno de masas sin precedente; llenó todos los estadios donde jugaron, paralizó el tráfico de todas las ciudades que visitaron y fue la atracción más taquillera del país. El presidente de esa época, Misael Pastrana Borrero, lo condecoró por llevar alegría a los pueblos y por su invaluable aporte cívico a nuestra nación.

249 ARMANDO PLATA CAMACHO Hernán Peláez, Alberto Piedraíta y Julio Sánchez Vanegas. Alberto Piedraíta y HernánJulio Sánchez Peláez, Otto Armando Greiffestein, Moncada Campuzano, Humberto Rodríguez 1972 - Primer equipo de Fútbol “Estrellas de la TV”. Arriba de izquierda a Arribaizquierda de TV”. la de “Estrellas Primer- 1972 Fútbol de equipo derecha: Juan Harvey Armando Caicedo, derecha: Plata, Cubillos, Pepe Jorge Barón, Jaramillo y el técnico“Cuqui” López. Abajo: Juan Monroy, Alfonso Lizarazo,

250 Ser alguien De una al altar

En un fin de semana de octubre de 1971, caminando por las calles de Chocontá me encontré con Luisa Fernanda Camelo, hermana de Gilma Camelo, uno de mis primeros amores platónicos. Luisa, a quien había conocido muy niña, ahora era una hermosa quinceañera de pelo crespo y unos fascinantes ojos color miel. Su timidez le daba un toque enigmático a su mirada, la cual quise registrar “para siempre” en fotografías. Bueno, esa fue la disculpa peregrina que le dije para verla más a menudo. Entre pose y pose, el clic del amor surgió entre nosotros, asunto que preocupó a su familia, pues decían que Luisa debía tener “mucho cuidado con esa gente de la radio y la televisión que es tremenda”. Mis visitas fueron con chaperona a bordo todo el tiempo para evitar que la llegara a “perjudicar”. Solo un mes más tarde, logré un primer beso tierno y corto, y una agarradita de mano. El 8 de diciembre de 1971, a las siete de la noche, en la iglesia de Santa María de Los Ángeles, nos casamos en una ceremonia que por poco no se realiza debido a que al padre Rafael García Herreros, se le olvidó ir. Días antes, en uno de los pasillos del canal 7, donde García presentaba El Minuto de Dios, habíamos acordado que celebraría la boda, pero nunca llegó. A última hora, uno de los curas auxiliares de la parroquia nos declaró marido y mujer frente a un reducido grupo de amigos y colegas del medio. Fueron padrinos, Alicia del Carpio, Isabel de Londoño —esposa del presidente de Caracol, Fernando Londoño—, Pacheco y Álvaro Ruiz. Al momento del brindis mi padre leyó un poema que escribió, titulado Relato Romántico, el cual finaliza así: Te casas, Luisa, con mi hijo, el mayor; Te casas, Armando con la hija menor de un hogar precioso. ¡Bendito El Señor!

251 ARMANDO PLATA CAMACHO

Por eso esta tarde aquí vuestros padres Con gusto alzamos, temblantes las manos Y henchidas de amor, Y emocionadamente os damos nuestra bendición. ¡Que vengan las copas! ¡Que venga el licor! La recepción la hicimos en la discoteca Topsy que quedaba en la Avenida Pepe Sierra con carrera 19, en el mismo sector a donde iba a ver las carreras de autos en la madrugada. La fiesta resultó bastante económica porque el empresario Edgar Molero Santander, me permitió pagarle con locuciones para sus negocios. Nos hicimos grandes amigos, y me nombró “la voz exclusiva” de sus discotecas Unicornio, Guadalajara, Topsy y Cabaret. Además, Molero le ordenó al administrador de su empresa, Julio César Olaya, que cada vez que fuera a sus negocios me dieran una buena mesa y que nunca me pasara la cuenta de cobro: claro, Edgar sabía que poco tomo licor. Pasamos la luna de miel en la pequeña y paradisíaca isla de Taboga, en Panamá, un hermoso lugar sobre el océano Pacífico donde no hay automotores. Nuestro matrimonio fue considerado como uno de los acontecimientos del año 1971 según la reseña anual del periódico El Espectador, escrita por los periodistas José Guerra y Álvaro Monroy Caicedo. Me nombraron El novio del año. Otros premios fueron: el actor Aldemar García, El marido del año; Una vida para amarte, La del año; Alejandro Michel Talento, El animador del año; la actriz Lyda Zamora, La madre del año; el Gordo Benjumea, La revelación humorística del año; Dora Cadavid, La actriz del año; y la cámara 3.000, El avance técnico del año, entre otros.

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1971 – El día de mi boda con Luisa Fernanda Camelo Prieto.

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Ser alguien Bromas que cuestan

En 1972 continué con mis trabajos permanentes en Caracol Radio, Atlas Publicidad y Caracol Televisión, pero una serie de “mamaderas de gallo” provocaría un importante cambio en mi actividad profesional. Me gustaba hacerle bromas a mis compañeros, una de ellas, casi enloquece al operador de audio José Alirio Ramírez. En una emisión de noticias, Alirio me abrió el micrófono y comencé a hacer la mímica de estar leyendo cuando en realidad no estaba diciendo nada. Para confundirlo más, intermitentemente pronunciaba fragmentos de frases en voz alta dando la impresión de que había un problema técnico. Ramírez pensó que se trataba de un corto en un cable y revisó las conexiones de su consola. Yo seguí con la mímica. Preocupado, Alirio pasó un comercial, vino rápidamente a la cabina a verificar la conexión de mi micrófono y regresó al control máster. Continué con la mímica. Alirio, desesperado, suspendió la emisión de noticias, puso un disco al aire y luego llamó al ingeniero de mantenimiento para informarle que el micrófono estaba dañado y sonaba entrecortado. En otra oportunidad, pasé por el Estudio A de Caracol donde se grababan las radionovelas, bajo la dirección técnica de César Mancipe. Como no había nadie en ese momento, me puse a jugar con unos botones de la consola de sonido. Oprimí un botón y se quedó bloqueado, oprimí otro y saltó el que había presionado antes. En total eran doce botones en línea, por lo que pensé: ¿Qué pasaría si los oprimo todos al tiempo? Lo hice, y se trabó el sistema. Intenté sacar los botones a la fuerza, infructuosamente. Me fui de ahí rapidito. Luego, vi a Mancipe reunido con varios técnicos desarmando la consola mientras maldecían al que la había dañado. Otra vez, cuando salía del control máster, donde se estaba transmitiendo un programa pregrabado sobre pronósticos de carreras de caballos, oprimí, sin que se dieran cuenta, un diminuto botón en la parte trasera de una grabadora magnetofónica. El

255 ARMANDO PLATA CAMACHO sonido se fue, pero la grabadora continuó andando normalmente. El operador de turno revisó los controles de su consola y no encontró nada anormal, llamó por teléfono a la sede de los transmisores que quedaba fuera de la ciudad y le confirmaron que allá todo estaba funcionando bien, excepto que no les llegaba la señal de audio. Preocupado, el operador puso música mientras chequeó una a una todas las conexiones del máster, y como no encontró ningún daño, puso las cintas del programa en una nueva grabadora, y la otra, la envió a reparación urgente. Recuerdo también una broma estúpida que le hice a mi colega y amigo Juan Guillermo Ríos, quien recién había llegado de Medellín y hacía sus primeros pinos como redactor de noticias. Era costumbre de los periodistas para ahorrar tiempo dejar lista en su máquina de escribir una hoja en blanco. Esto me dio la idea de redactarle un “documento público urgente” y dejárselo para que se riera un rato. El texto decía: “Yo, Armando Plata Camacho, identificado con la cédula de ciudadanía xxx, hijo epónimo de Chocontá, declaro bajo juramento que el ciudadano Juan Guillermo Ríos se come al presidente de la primera cadena radial colombiana, Caracol, —¿Cuál cadena?—, don Fernando Londoño Henao. Dejo constancia firmando a ruego con mi huella dactilar”. En efecto, cuando Juan Guillermo empezó a escribir encontró el mensaje, se cagó de la risa y se lo pasó a otro periodista, “El negro Meque”, quien tuvo la brillante idea de compartirlo con la sala de redacción al colocarlo en la cartelera del noticiero. Al rato el director de noticias, “El pájaro” Darío Hoyos, lo leyó, le pareció grotesco y se lo envió al presidente de Caracol con esta nota: “Don Fernando, mire lo que hace uno de sus locutores”. Una secretaria de gerencia me contó que el alto ejecutivo frunció el ceño al leerlo y citó en su oficina a Eucario Bermúdez para estudiar mi futuro en la empresa. Era obvio que este episodio me dejó en mala posición y esperé que en cualquier momento fuera despedido. Pero no, aparentemente me la perdonaron. A los pocos días, durante un breve descanso, con Jaime Cuervo (locutor de Radio Reloj), jugamos un poco de fútbol en los pasillos

256 Ser alguien del cuarto piso, donde quedaban los estudios de las emisoras. Improvisamos un balón con hojas de papel amarradas con cabuya. El piso de nuestra “cancha” era de vinilo y reflejaba las luces del techo casi como un espejo. Recién lo acaban de remodelar para impresionar a un grupo de publicistas que al otro día vendrían a visitar las instalaciones de la radio. Poco antes de ese importante evento, Jesús Álvarez Botero, vicepresidente de Caracol, al revisar que todo estuviera en orden encontró numerosas manchas en el piso. —Carajo, ¿quién putas dañó el piso? Miren esas manchas negras por todas partes... son como rayones hechos con tacones de caucho... ¡No hay derecho! Se cagaron en el arreglo de los estudios —vociferó “Don Chucho”. Investigaron y claro, don Armando Plata Camacho era uno de los responsables. La oportunidad era perfecta y Eucario, sin ninguna contemplación, me echó ipso facto. Cuando me lo notificó, entré en shock, no lo podía aceptar. ¿Fuera de Caracol? Imposible, no puede ser, hasta aquí llegó mi carrera, me decía. Un sentimiento de nostalgia me acompañó por varios meses y en ocasiones lloré de tristeza. Me propuse regresar algún día a trabajar en Caracol; volver se convirtió en una obsesión, en un reto personal: Caracol era mi casa, mi orgullo, mi todo. Me tomó diez años y muchas vueltas en la vida para conseguirlo.

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Ser alguien El Locódromo

Entre las vueltas que di está mi regreso a Emisoras Monserrate, de Todelar, donde hice Unicorn en la noche, un programa musical que fue muy bien aceptado por la juventud. Estaba patrocinado por la discoteca más exclusiva de Bogotá en esa época: Unicorn Club. (El Unicorn Club no tenía ninguna relación con la Discoteca Unicornio de mi amigo Edgar Molero. Los muchachos de clase alta le decían peyorativamente “el Unicornio lobo” para diferenciarlo. Por años, los dos lugares mantuvieron un juicio por la utilización del nombre). El Unicorn Club quedaba dentro del Parque del Museo del Chicó, en la calle 94 entre carreras 7ª y 9ª. Era una casa inmensa de estilo colonial, exquisitamente adaptada con varios salones de juego, comedor, pista de baile y bar. Tenía lo más reciente en equipos de sonido, luces y efectos. Pronto se convirtió en el lugar favorito de la alta sociedad bogotana. Fueron muy concurridos los beer parties de los sábados por la tarde, donde la muchachada “In” bailaba la música de moda al compás del rock, la salsa, el disco y el soul. Con frecuencia estaban de rumba grandes y chicos, entre ellos recuerdo a Andrés Pastrana, los hermanos Eduardo y Alberto Pizano, Emilio Sáenz, Luisa Fernanda Guerrero, Heidi Téllez, Tatiana Jaramillo, Marlene Henríquez, Dora Franco, La Tata Gutiérrez, Martha Lucía Gutiérrez, Ilva Tarud, Estrellita Nieto, Carlos Ardila, Julio Mario Santo domingo, Alfonso Giraldo, Bernardo Tobón, Carlos Cure, Juan David Botero, Jorge Valencia Torres, Alvaro Arango, Cecilia Valencia, Jorge Rassmussen, Alvaro Castaño Castillo, Gloria Valencia de Castaño, Eduardo Ramírez Villamizar, Maurice Ruben, Carlos Nieto, Fernando Botero, Alejandro Obregón, Sonia Osorio, Liliana Vallejo, Los Chehabar, Enrique Grau, Elizabeth Wessel, Ramiro Cárdenas, Laura y Nora Puyana, Juan Camilo Schrader, Jim Buendía, Ricardo Ronderos, Julito Sánchez Cristo, Enrique Iriarte, Juan Mario Acevedo y Ramiro Cárdenas. Eran famosas las picadas de papa

259 ARMANDO PLATA CAMACHO criolla, carne, salchichas, maíz pira y, por supuesto, la salsa golf: una mezcla de mayonesa y salsa de tomate, llamada así porque era muy popular en los clubes de golf. Estaba prohibido vender bebidas alcohólicas a menores de edad, pero de vez en cuando se colaba uno que otro refajillo y otras yerbas. Unicorn en la noche fue un programa novedoso que presentó por primera vez el concepto de “música Mix” o mezcla de canciones. El primer DJ fue Miguel Cantilo, un joven argentino que había trabajado en lujosas discos en La Recoleta y San Telmo, dos barrios turísticos de Buenos Aires. Traía decenas de primicias de grupos rock de Argentina, desconocidos en nuestro país, entre los que recuerdo: Sui Generis —integrado por Charlie García, Nito Mestre, Raúl Porcheto y León Giecco—, Los Abuelos de la nada, Litto Nebbia, Arco Iris, Pappo, Los Gatos, Moris, Luis Alberto Spinetta, Almendra, Manal y Vox Dei. Un gran aporte al éxito de Unicorn en la noche fue el excelente trabajo creativo del grabador de audio Tito Rincón, un hombre con un oído privilegiado que sabía en qué momento una canción podía empatar con otra sin que se notara el corte. Además, tenía una velocidad prodigiosa para mezclar efectos de sonido durante las canciones lo cual hacía que el programa fuera muy dinámico y moderno. A la hora de grabar, nuestros colegas de Emisoras Monserrate, La voz de Bogotá y Radio Tequendama, se acercaban al estudio, unos atraídos por el tipo de música de ritmo contagioso y otros para suplicar que bajáramos el volumen. Los estudios de las tres emisoras que formaban parte del Circuito Todelar (Todelar es la abreviación del apellido de los dueños: Tobón de la Roche). Entre los compañeros con los cuales teníamos que compartir el estudio donde grababa Tito Rincón, estaban el locutor Alberto Cepeda Zubieta y su socio Alejandro Bonilla, quienes realizaban Ejecutivos, un excelente programa de música suave y breves comentarios de actualidad; el ex sacerdote Javier Darío Restrepo, quien apenas empezaba a incursionar como periodista; Alberto “El Patico” Ríos García, simpático narrador deportivo; Enrique Pérez Ñeque, un jovial locutor que siempre me saludaba: “Joven, que

260 Ser alguien motivo tuvo que tuvo un tubo metido”; Gonzalo Ayala Naranjo, director de Radio Tequendama, que en ese momento le apostaba a un raro formato basado en nuevas canciones pop en inglés y español; Emiro Fajardo Ramos, locutor y periodista; y Yolián Londoño, hermano de la estrella de la narración de fútbol, Pastor Londoño Pasos. Como decían que la gente de Unicorn en la Noche estaba “corrida de la teja”, Tito Rincón bautizó su estudio como “El Locódromo” y mandó a hacer un pequeño aviso de bienvenida con ese nombre, el cual colgó en la puerta de entrada. La palabra Locódromo la aprovechamos para la presentación del programa cuyos textos decían: —La luna nos acompaña... y su luz nos ilumina... Buenas noches, los lunáticos les saludamos desde El Locódromo... También la incluimos en nuestros anuncios de prensa: “Bienvenidos al locódromo. Parece extraño pero nuestro mundo lo es. El Unicorn Club International lanza toda la energía del universo en el programa radial más audaz: Unicorn en la noche. Armando Plata Camacho, una de las voces más frescas del país, es el receptor de todas las sensaciones extraplanetarias en la mejor era de la humanidad: la era de acuario”. En este programa desarrollé un estilo de hablar pausado, suave y melodioso —a veces un poco meloso— que contrastaba con la fuerza y la estridencia de algunas canciones. Fue una propuesta distinta que generó bondadosos comentarios boca a boca por parte del público y en cuestión de semanas logramos una audiencia fiel que nos siguió todas las noches. Miguel Cantilo regresó a Argentina a los pocos meses y en su reemplazo el presidente del club, Hugo Herrera, nombró a Yezid Gómez, un joven y talentoso DJ que trabajaba como ayudante de Cantilo. Yezid vivía muy atento de estudiar la reacción del público con las canciones que ponía en el club, y fue un aporte clave para oxigenar el programa radial con música más popular que ya había sido probada con éxito. La primera vez que Julio Iglesias vino a Colombia se presentó gratis en el Unicorn Club, en una gira promocional organizada

261 ARMANDO PLATA CAMACHO por su disquera CBS. Era un cantante poco conocido que tenía un sencillo titulado La vida sigue igual, canción que pasamos algunas veces y que luego se volvió un tremendo superhit. Unicorn en la noche me ayudó a consolidar la imagen de lanza- discos y a establecer mejores nexos con la industria discográfica que ya empezaba a buscarme para que impulsara sus recientes lanzamientos. El sello Codiscos de Medellín lanzó al mercado dos recopilaciones con las canciones más populares del programa, entre ellas el famoso hit del pianista y compositor Billy Preston, titulado Nothing for Nothing. El primer disco LP de la serie Unicorn en la noche logró importantes ventas, el segundo no pegó tanto. Al terminar las grabaciones con Tito, por lo general pasaba por el Bolívar Bolo Club, un sitio muy concurrido por la gente del medio artístico donde tuve la ocasión de compartir agradables tertulias con personas como el magnífico actor Carlos Muñoz, el inquieto y excelente locutor bilingüe René Figueroa Salgado, los galanes de moda Alberto Jiménez y Aldemar García, y los actores Eduardo Vidal, Hugo Armando Higuera y Fernando Corredor. Después de haber permanecido en el aire por más de un año en Emisoras Monserrate, Unicorn en la noche llegó a su fin debido a recortes de presupuesto, según Paúl Correa uno de los socios del Club. No obstante, mantuve muy buenas relaciones con ellos y en ocasiones les animé desfiles de moda y algunos espectáculos con artistas en vivo. Julio Sánchez Vanegas al enterarse de la suspensión del programa me invitó a formar parte de su equipo de colaboradores de El dorado en la noche, un espacio musical algo parecido al del Unicorn. Julio recién acababa de comprar la frecuencia 1210 AM y estaba organizando la nueva Emisoras El dorado, con un formato basado en música en inglés, italiano, portugués y español, dirigido a las clases media alta y alta de Bogota. Hicimos varios programas memorables, la mayoría de ellos desde el baño de la estación. Eran muy locos: comenzaban con el sonido de una orinada en directo, luego con la descarga del tanque de agua, y una incoherente introducción que yo locutaba “sentado en el trono”. Todo lo anterior, en medio de novedosos efectos de

262 Ser alguien eco y reverberación que mezclaba magistralmente el operador Gustavo Montes. Sonaba bastante grotesco e irreverente pero al público joven le encantaba por lo anticonvencional.

1972 - El locódromo Todelar. Estudio de grabación de “Unicorn en la noche” con Yezid Gómez y el operador Tito Rincón.

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Ser alguien Algo escrito

En 1972, ocurrió un hecho que afectó positivamente mi carrera: las distribuidoras de películas decidieron no volver a publicar más avisos en los periódicos El Tiempo y El Espectador porque esos diarios aumentaron sus tarifas de publicidad. Los avisos del cine tenían un costo más bajo en comparación con lo que pagaban otros anunciadores porque era una pauta permanente y a los periódicos les convenía que sus lectores encontraran información sobre las películas en cartelera. Para manejar el conflicto, las distribuidoras fundaron una publicación gratuita llamada Cine-Guía que se entregó en las taquillas de los teatros. Era un plegable de cuatro páginas tamaño tabloide con un tiraje de doscientos mil ejemplares por semana. Además de avisos, incluía interesantes artículos sobre nuevas películas, entrevistas con actores y directores, un crucigrama, y caricaturas de Pepón. Jaime Giraldo Zuluaga, presidente de Películas Mexicanas, me nombró director. La impresión de Cine-Guía la hicimos en los talleres de Comunicadores, una empresa de Consuelo de Montejo quien además era la editora de un diario local llamado El periódico. Ahí conté con la valiosa asesoría del veterano periodista Antonio Cruz Cárdenas, quien me dio algunos consejos para mejorar la redacción de los artículos y agilizar la armada de mi publicación. Antonio ocasionalmente me publicaba algunas entrevistas con artistas locales en su diario. El trabajo con Cine-Guía fue un verdadero reto porque las distribuidoras no siempre entregaban su material a tiempo y además exigían que sus anuncios fueran ubicados en posición estratégicamente ventajosa dentro del periódico. En varias ocasiones hubo verdaderas peleas de perros y gatos para definir qué película aparecía en la portada. Pero al margen de estos inconvenientes, Cine-Guía cumplió su objetivo de informar, y con el correr de las semanas mejoró en contenido, diagramación y

265 ARMANDO PLATA CAMACHO distribución. “Mi hoja parroquial”, como jocosamente la llamaba, era una publicación digna que dio la sensación de estar en todas partes. Desde el comienzo del conflicto, los ejecutivos de publicidad de El Tiempo y El Espectador, y los distribuidores de películas, mantuvieron una posición arrogante e inflexible, ajena a cualquier acercamiento. Solo al año, cuando Cine-Guía se había consolidado en el mercado, intervino don Hernando Santos Castillo, director de El Tiempo, y se llegó a un acuerdo en el que las distribuidoras aceptaron un aumento mínimo en las tarifas de sus avisos, pero se mantuvo la diferencia de precio que debían pagar otros anunciadores. La gente del cine consideró el arreglo como un triunfo de “David contra Goliat”, y lo celebraron con gran júbilo. Jaime Giraldo agradeció mis servicios y me notificó el cierre definitivo de Cine-Guía. Como ya estaba picado por el bicho del periodismo escrito, contacté a Antonio Cruz Cárdenas y me vinculé a El periódico como colaborador de un nuevo suplemento semanal de noticias del espectáculo llamado Variedades, donde Cruz era el director. Fue uno de los primeros intentos de la prensa escrita para tratar de destacar la actividad de las celebridades locales en una separata de ocho páginas, impresa a color, tipo tabloide. Entre los artículos que escribí particularmente recuerdo uno con el ídolo del momento: la cantante Claudia de Colombia, el cual titulé: “No soy creída, es que soy diferente”, en el que revelé su edad, origen y cuánto cobraba por una presentación. Lo ilustramos con varias fotografías donde la joven artista luce muy sexy. También hice otros reportajes con “Las hermanitas Singer”, Ángela y Consuelo; el grupo rock Los Flippers; la orquesta Los Graduados; cantantes nuevos como Gustavo Gil, Carmenza Duque, Luis Gabriel, Gretta, Christopher, Billy Pontoni, Isadora y María Eugenia; la compositora Graciela Arango de Tobón; el dueto Ana y Jaime; una crónica sobre el programa de televisión El Club del clan, con Vicky, Paco, Beto, Marcel, Mariluz y La Gorda Bomba, Margie; y una nota con el pianista que acompañó a la mayoría de

266 Ser alguien artistas aficionados antes de que fueran conocidos: el maestro Ramiro Orozco Sarria. Este proyecto de El periódico no duró mucho tiempo y por razones de costos fue suspendido. Sin embargo, contribuyó para que a partir de ese momento otros diarios y revistas de nuestro país aumentaran el volumen de información sobre farándula que hasta entonces era escasa. A mí me permitió hacer nuevos contactos en el gremio y pasé a colaborar en el diario El Espacio.

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Ser alguien Primera caminata

Después de nuestra luna de miel en Panamá, Luisa y yo vivimos algunas semanas en casa de su tía Paulina de Martínez, y sus primos Enrique, Camilo y Diego, el barrio Quinta Paredes de Bogotá. Con Enrique, a quien le decían “Blue”, hablamos bastante de música y de su meta de llegar a ser un baterista de rock, sueño que hizo realidad una década más tarde con el grupo Traphico. Blue y Diego, en plena adolescencia, pasaban gran parte del día tocando flauta y escuchando canciones del grupo británico The Who. Luego, alquilamos nuestro primer apartamento en la carrera 30 # 51ª-36, frente al Instituto Agustín Codazzi. Algunos de nuestros vecinos eran la periodista Margoth Ricci, Mauricio Rodríguez — jefe de seguridad del presidente Misael Pastrana Borrero— y los Becerra, una destacada familia de músicos que tenía un coro de excepcional calidad artística. La convivencia con Luisa fue armónica y agradable en esos primeros años. Su temperamento tranquilo y su manera de ser la hacían una persona muy dulce y cariñosa. Éramos muy jóvenes: ella solo tenía 16 años, y yo 22. Lamentablemente, no estaba lo suficientemente maduro para afrontar mi compromiso de pareja y seguí siendo muy independiente, me dediqué más a mi profesión que a mi hogar. Salía muy temprano en la mañana y regresaba bien avanzada la noche, y la mayoría de los fines de semana los pasé viajando al interior del país. Tarde o temprano tendría que pagar las consecuencias. Un día, mi vecino Mauricio Rodríguez me invitó a participar en un proyecto de Andrés Pastrana, hijo del entonces presidente de la República. Me propuso que fuera el encargado de manejar los boletines de prensa de Camina por los que no pueden caminar, una caminata que se iba a realizar por las calles de las principales ciudades de Colombia, semanas más tarde. La primera reunión fue en el palacio de San Carlos, antigua sede de la casa presidencial. Andrés tenía el pelo largo y una barba

269 ARMANDO PLATA CAMACHO incipiente; era un muchacho de 17 años al que ya había visto de lejos rumbeando los sábados en el Unicorn Club. —La idea de la caminata es reunir la mayor cantidad posible de jóvenes para expresar nuestra fe en el futuro del país —me dijo mirándome fijamente a los ojos—. Va a ser algo multitudinario, como nunca antes se ha hecho... Dígame qué necesita y pongámonos a trabajar —concluyó. Además de jefe de prensa, terminé como asistente ad honoris de Andrés. Era el responsable de coordinar extenuantes y minuciosos preparativos, con numerosas reuniones, algunas de ellas en el apartamento de Eduardo Pizano, uno de los mejores amigos de Pastrana. Camina por los que no pueden caminar tuvo una respuesta sin precedentes entre la nueva generación de colombianos y fue el primer acto público en la naciente carrera política de Andrés Pastrana. Le sirvió para proponer su nombre, para ganar una buena imagen en los medios de comunicación y para capitalizar el evento en favor de su vida pública que, más adelante, incluyó ser alcalde de Bogotá y presidente de la República. Andrés quedó muy agradecido por mi colaboración y desde entonces me ofreció su amistad incondicional. Durante un coctel en el hotel Tequendama, me presentó a su padre, quien me trató con especial afabilidad. Me dijo que valdría la pena que estudiara una carrera en el exterior y me ofreció una beca de cinco años para estudiar dirección de cine en Checoslovaquia. Luego de sopesar los pros y los contra de irnos a vivir con Luisa a un país detrás de la cortina de hierro, decidimos quedarnos en Colombia para darle continuidad a mi carrera. Por Andrés, conocí a su hermano Jaime, quien era un fiel oyente de Unicorn en la Noche y le regalé una antología con los mejores temas musicales del programa.

270 Ser alguien Golpes que enseñan

Al terminar el año, de nuevo sentí los rigores de la inestabilidad laboral tan característica del medio artístico: los programas Cine- Mundo y El ABC de la mujer, no fueron adjudicados por Inravisión para la nueva programación de televisión de 1973. Aunque mantuve mis trabajos en Atlas Publicidad y el programa Unicorn en la noche, estos recortes afectaron sensiblemente mis ingresos y tuve que “reencaucharme” de nuevo. Esto lo tenía muy claro al recordar una charla que algún día tuve con Juan David Botero, uno de mis jefes en Atlas Publicidad. Botero me dijo: —Armando, una característica de los medios de comunicación es la permanente rotación del talento. Son como una licuadora por la que pasan muchas personas. Para permanecer vigentes, debes reinventarte en un proceso que se conoce como reengineering. La exposición en los medios te da una imagen, la que debes cuidar, desarrollar y posicionar como si fuera un producto. Tu futuro profesional depende del éxito o el fracaso de tu más reciente proyecto. A veces no hay una segunda oportunidad. La imagen es como un espejo: si se rompe, difícilmente podrá volver a ser la misma, así intentes unir los pedazos con el mejor de los pegantes. La gente te olvidará a las pocas semanas de salir del aire. Goza tu cuarto de hora, y recuerda que la fama es efímera. Siempre entrégate al máximo en todo lo que hagas, como si fuera tu último acto en la vida. Estas interesantes opiniones de Juan David, fueron de gran utilidad a la hora de tomar decisiones con relación a mi carrera. Hacia febrero de 1973 empecé a hacer una pequeña sección de cine en los noticieros TV Sucesos A3 y Vea Colombia Revista del Sábado, programas dirigidos por el veterano periodista Alberto Acosta. Eran dos de los informativos de más audiencia y en el que trabajaban figuras reconocidas como Yamid Amat, César Fernández, Ignacio Ramírez Pinzón, Sonia Gómez, Amparo Pérez y Luis Guillermo Vélez, entre otros reporteros y comentaristas. Hugo

271 ARMANDO PLATA CAMACHO

Alberto Muncker, Alberto Piedrahita Pacheco y Virginia Vallejo fueron algunos de los presentadores. Con alguna frecuencia me llamaron para hacer turnos de reemplazo hasta que me convertí en el locutor alterno del noticiero. Una noche me sucedió una anécdota muy simpática. Cuando el coordinador de estudio Ciro A. Linares, comenzó la cuenta regresiva de Para ir al aire, la primera hoja del libreto se me cayó al piso (no existía el telepronter), y en medio de la sorpresa me agaché a recogerla. Intenté agarrarla pero no pude porque estaba prácticamente pegada al suelo. Angustiado, lo seguí intentado mientras Linares decía: —Dos, uno, ¡Armando! Las primeras imágenes de esa emisión fueron las del atril de lectura y el logotipo del noticiero, en silencio y sin locutor. Entretanto, en la sala de producción el director de cámaras, Óscar Zúñiga, gritaba: —Carajo, ¿dónde está el locutor? Que hable. Ciro se acercó gateando y me ayudó a levantar la hoja, mientras me dijo entre dientes: —Estamos al aire, ya... ya... ¡levántate! Entonces, me incorporé lentamente y fui apareciendo en pantalla, despacio, como en un efecto especial, y para hacer más dramática mi entrada hice una pequeña pausa y saludé con algo de parsimonia. Por esa época, la columna de noticias del espectáculo más leída en Colombia era la de Juan Lumumba, escrita bajo ese seudónimo por el periodista Yamid Amat, en el diario El Espacio. Era una página donde aparecían despampanantes modelos semidesnudas, al igual que chismes, primicias y comentarios sobre personalidades, la mayoría de ellos sarcásticos, punzantes e irónicos. Yamid, que había hecho una brillante carrera como reportero en emisoras de Boyacá, era la pluma más temida del medio. Un día le dije a Yamid en son de broma: —¿Cuánto cuesta un comentario no tan cruel en tu columna? —Por lo menos dos mil pesos —me respondió. Una cifra muy alta, teniendo en cuenta que el salario mínimo era ciento cincuenta pesos mensuales.

272 Ser alguien

—¿Y recibes cheque o tarjeta de crédito? —Cheque está bien. Entonces, delante de varios colegas le giré un cheque del Royal Bank of Canadá por esa cantidad y se lo entregué entre risas y “mamadera de gallo”. Dos días después, Yamid publicó una copia del cheque con un comentario mal intencionado en el que sugería que yo lo había intentado sobornar. Esa noche, en el noticiero Vea Colombia Revista del Sábado en lugar de presentar mi sección de cine, mostré la columna de Yamid y le contesté públicamente, exigiéndole una rectificación. Amat me llamó furioso reclamándome por qué le había hecho eso, a lo que le respondí: —Porque se te fue la mano y aprovechaste la chanza para desprestigiarme. Yamid me dijo que en ningún momento esa era su intención a lo que le argumenté que lo publicado daba a entender todo lo contrario. Así que nos enfrascamos en una discusión de varias horas que finalizó en buenos términos. El incidente le causó un disgusto a las directivas del noticiero. Alberto Acosta nos advirtió que sus programas no eran para debatir peleas personales de sus colaboradores y nos amonestó.

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Ser alguien La narración

Leer noticias y comentar películas en televisión, también me ayudó a ser el narrador de un tipo de noticieros que se exhibían en las principales salas de cine de Colombia, como Noticiero Novedades, Cine Noticias y Actualidad Panamericana. Actualidad Panamericana era dirigido por el ex contralor general de la República, Antonio Ordóñez Ceballos, un hombre de una inmensa fortuna al que le gustaba el mundo del entretenimiento. Era dueño de la emisora Radio Guadaira de Bogotá y había fundado Cinematografía Colombiana, una empresa que pretendía impulsar la realización de películas. Sin embargo, la gente del medio comentaba que en realidad lo que le atraía a Ordóñez Ceballos era la proximidad con muy bonitas aspirantes a actrices, entre quienes, al parecer, tuvo mucho éxito, porque se hablaba de sus permanentes conquistas amorosas, y se decía que era un consumado playboy. La sede de Cinematográfica Colombiana quedaba en un edificio de cinco pisos ubicado en los alrededores de la cárcel Modelo, en el barrio Puente Aranda. Había sido diseñado técnicamente para albergar laboratorios de revelado, edición, masterización, sonorización y copiado, así como bodegas, salas de proyección y oficinas de administración. Pero la construcción se quedó en obra negra porque Ordóñez le prestó más atención a las actrices que al negocio. Para llegar a la sala de edición se debía pasar primero por varios salones oscuros con paredes sin pañete, fríos pisos de concreto a medio terminar, y cuartos que en lugar de ventanas tenían enormes huecos tapados con pedazos de plástico negro. La cabina de locución también estaba pintada de negro y había sido acondicionada acústicamente con bloques de acusticel, un tipo de cartón perforado que evita la reflexión de las ondas sonoras. Un asistente de Antonio Ordóñez me llamó para sustituir a Heliodoro Otero Chávez, uno de los mejores locutores y

275 ARMANDO PLATA CAMACHO narradores de documentales de nuestro país, quien por muchos años fue la voz de Actualidad Panamericana y Noticiero Novedades. Estos noticieros se filmaban en película blanco y negro de 35 milímetros y se proyectaban durante dos semanas en las pantallas de los principales teatros del país, antes de los tráiler de las películas de estreno. Era una versión criolla de los noticieros que en los años cuarenta producían los estudios cinematográficos de Hollywood. Contenía cuatro o cinco notas periodísticas, algunas de ellas con cierta connotación política. El ambiente de las instalaciones de Cinematográfica Colombiana no era precisamente el más acogedor para trabajar: era el resultado de una empresa desorganizada que dilató el pago de sueldos y prestaciones a sus empleados. Algunos trabajadores aceptaron recibir equipos de grabación y revelado como compensación en lugar de perder su dinero del todo. Ordóñez permitió a sus descontentos trabajadores continuar utilizando sus improvisados estudios. En ese sitio me relacioné con varios directores de cine y documentalistas como Carlos Mayolo, Luis Ospina, Jorge Gaitán, Ciro Durán, Mario Mitroti, Bella Mitroti, Joyce Durán y Alberto Giraldo Castro, quienes me comenzaron a llamar para que les narrara algunos de sus trabajos. Con el correr de los meses, estos directores me referenciaron a otros laboratorios y productoras de cine como Bolivariana Films, el primer laboratorio para revelado de cine a color que hubo en Colombia, gerenciado por Jairo Mejia; Producciones Mundo Moderno, primera productora de cortometrajes dirigida por mi amigo Gustavo Nieto Roa; ICODES, Instituto Colombiano de Desarrollo Social, empresa semiestatal de medios audiovisuales operada por Elmer Carrera; Corafilms, la mayor empresa de anuncios comerciales para las pantallas de los teatros de Cine Colombia, gerenciada por Hernando Díaz Cobo; y Cine Sistema, la competencia de Corafilms, recientemente fundada por Jorge Rodríguez. Un factor que contribuyó para establecer más contactos con los realizadores de comerciales fue el hecho de compartir mi oficina en Atlas Publicidad con Jorge Antonio Vega, director del

276 Ser alguien departamento de radio y televisión. Cuando los directores venían a la agencia a presentar su reel de trabajos, aprovechaba la oportunidad para ofrecerles mis servicios como locutor. Así aborde a Miguel Rodríguez, en ese momento la estrella de los comerciales, y quien había montado un moderno laboratorio de revelado en la carrera 13 entre calles 21 y 22. También ahí contacté a Julio Luzardo, Francisco Norden, “El Maestro” Guillermo Angulo, Antonio Montaña, El Chino Alfonso Carvajal y a los especialistas en dibujos animados, Jaime Molina y Nelson Ramírez. Un evento que me permitió llegar a otras personas clave dentro de la industria de los comerciales fue el Festival de Cine de Cartagena, el cual animé de 1971 a 1975. Paralelo al festival, se hacía una muestra de cine publicitario al que asistían ejecutivos, directores creativos y dueños de agencias. Allí conocí a Álvaro Arango de Propaganda Sancho, Pacho Robles de Par Publicidad, Gonzalo Mesa de Leo Burnett, Jorge Consuegra de Propanda Época, Guillermo Toro de Publicidad Toro, José Raventós de Puma Publicidad, Raphael de Nicolás de Colombo Suiza, Humberto Pérez de Pérez y Villa, Jesús Arnau de Arnau Publicidad, Jaime Gonzáles de Atenas Publicidad, Jaime Uribe de Uribe Asociados, Jorge Molina, Julián Arango, Julio Flórez, y otros más. Gracias a estos contactos, mas otros que establecí en los estudios de grabación, y a una permanente voluntad de trabajo, logré convertirme en uno de los cinco locutores que más comerciales grabamos entre 1971 y 1976 en Colombia, al lado de Juan Harvey Caicedo, Otto Greiffestein, Jorge Antonio Vega y Alberto Cepeda Zubieta.

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Ser alguien Dos sucesos inolvidables

Hacia junio de 1973, Francisco “Pacho” Parra Medina, mi jefe directo en Atlas Publicidad me ofreció la dirección y conducción de Vía libre, un magazín que iba de seis a nueve de la mañana, en Emisora Horizonte. El objetivo era informar permanentemente sobre el estado del flujo vehicular en los diferentes sectores de la ciudad, para lo cual Pacho contaba con el respaldo de la Secretaría de Tránsito y Transporte. Los oficiales de turno, conocidos como “Chupas”, reportaban en directo desde sus patrullas, y un periodista de la emisora daba informes desde un helicóptero que sobrevolaba la ciudad. Uno de los clientes que manejaba Parra, el constructor Luis Carlos Sarmiento Angulo, era el principal patrocinador. Pacho Parra tenía mucha experiencia en el tema del tránsito porque escribía una polémica columna en el diario El Espectador titulada Luces y Sombras de Bogotá. Además, era un enérgico policía cívico que con frecuencia se bajaba de su carro y, pito en mano, ayudaba a eliminar trancones en las vías. Otras veces, sacaba su libreta de partes para castigar a un infractor, hasta un día que casi lo mata un chofer atravesado. Iniciamos operaciones en la primera semana de julio en medio de una gran controversia porque varios sectores políticos pensaban que el alquiler del helicóptero se pagaba con fondos de los contribuyentes. También hubo críticas porque se decía que no era conveniente enlazar las frecuencias de radio de uso privativo del tránsito con una estación de radio comercial. Muchos enemigos de Pacho Parra a los que antes él había atacado en su columna, se vinieron lanza en ristre. Horizonte 540 AM era la primera frecuencia del dial y eso nos daba cierta ventaja para que el público supiera dónde ubicarnos, tenía una buena potencia pero era una radio de poca sintonía. El hecho de ser los primeros en utilizar un helicóptero en Colombia, nos permitió ofrecer a nuestra audiencia algo revolucionario,

279 ARMANDO PLATA CAMACHO comparable a las emisoras de países más desarrollados, donde la información desde el aire es algo cotidiano. El lunes 23 de julio de 1973, a las siete de la mañana, despegó del aeropuerto Eldorado nuestro helicóptero piloteado por el capitán Alberto Guinge. A bordo iban el periodista Humberto Pieschacón Carreño y un camarógrafo que debía hacer unas tomas de una de las urbanizaciones de Luis Carlos Sarmiento. Esa mañana saludé así: —Amigos, luego del anterior boletín de noticias con el periodista Domingo de la Espriella, les presento un poco de música del grupo británico, The Moody Blues. Lo dije con una inmensa sonrisa para sonar “bien amable” al aire. Entretanto, el operador de sonido de la emisora a través del sistema de intercomunicación me informó: —Lista la señal del aparato. —Y ahora damos Vía Libre al tránsito de Bogota, desde el helicóptero de Horizonte, Emisora colombiana... Humberto, buenos días, ¿dónde te encuentras? —Armando, buenos días, estoy en la calle 26 con carrera 13... Como siempre, veo un poco represado el flujo vehicular en dirección norte - sur... les recomiendo a los señores conductores tomar la Avenida Caracas si vienen hacia el centro. La ciudad amanece hoy un poco nublada, especialmente en el área que colinda con la torre de Avianca... Ahora nos dirigimos con el capitán Guinge hacia el centro... Aquí, desde el aire, aprecio algo... no sé... parece como una nube bastante oscura... no estoy muy seguro... Armando, estamos tomando un poco de altura y tratamos de acercarnos. parece como una columna de humo que sale de los pisos más altos del edificio de Avianca... Le estamos dando la vuelta al edificio... Oh, no... Dios mío, esto no puede ser posible... hay mucha gente en la terraza del edificio... mueven desesperadamente los brazos... tratan de decirnos algo... el humo se eleva por muchos metros... Atención, las ventanas están rotas... tal vez desde el piso treinta hacia arriba... La torre de Avianca tiene como cuarenta pisos, tal vez más... —Perdón Humberto —le interrumpí—. ¿Estás completamente seguro de lo que nos estás narrando?

280 Ser alguien

—Bueno Armando, esto parece un incendio... ¿verdad capitán? —Afirmativo —dijo Guinge. —Guillermo, por favor, quédate en el sector mientras alertamos a las autoridades —le rogué—. Atención a todas las patrullas... emergencia en el edificio de Avianca... Confirmado... Urgente... Un incendio azota los pisos superiores de la torre de Avianca, por favor no utilicen la carrera séptima y eviten transitar por la Avenida Jiménez... Unidades en el sector, repórtense, al aire, inmediatamente. A partir de ese momento la mayoría de las patrullas comenzaron a reportase, y sus señales de radio quedaron conectadas directamente a nuestra emisora. —Aquí, 32-A, a la altura de la carrera 3 con 17. Me dirijo hacia allá, cambio. —47-B, en la Jiménez con 11, recibido. —Unidad 12, reportando. Don Armando, estoy en la Plaza de Bolívar... veo humo. —Patrulla 61, Caracas con 19, rumbo al centro. —Aquí 77, les habla el comandante, todo el personal en estado de alerta... Por esta frecuencia, sigan mis instrucciones... Unidades cerca del área, desvíen el tránsito... despejen tres cuadras a la redonda el edificio de Avianca... atención central... —Diga mi comandante... —Comuníqueme con la Policía, Bomberos, Cruz Roja y la Defensa Civil —Como ordene mi comandante... —Armando, aquí de nuevo el helicóptero. El capitán Guinge tiene una idea... Adelante, capitán. —Gracias Guillermo. Atención a todos los pilotos de Helicol y la Fuerza Aérea: la mejor manera de evacuar a esta cantidad de gente es por medio de un puente aéreo hasta la Plaza de Bolívar... —Excelente idea capitán, vamos a implementarla, cambio — contestó un alto oficial en la Central de Tránsito. Un poco más tarde, Guinge intentó aterrizar sobre el edificio, pero la multitud en su desesperación trató de aferrarse a los estribos del aparato.

281 ARMANDO PLATA CAMACHO

—¡Por favor... aléjense que esta vaina se puede caer! —exclamó angustiado Pieschacón Carreño. Cuando Guinge elevó la nave, la esperanza de salvación para esas personas se fue a los cielos. Vía Libre, esa fatídica mañana de julio, se extendió todo el día y parte de la noche. Nuestra transmisión fue encadenada simultáneamente por RCN, Caracol, Todelar y Super. Era la primera vez que una emisora tan pequeña lograba una cobertura tan extensa de una noticia de tanta magnitud. La dinámica de nuestra transmisión con permanentes cambios a las patrullas, creó un efecto mágico para el oyente. Era increíble: teníamos señal desde las principales calles, avenidas, centros de salud, hospitales, anfiteatro, estaciones de policía y bomberos, Defensa Civil, Cruz Roja, la plaza de Bolívar y nuestro helicóptero. Santiago Munévar Silva, gerente y director de Horizonte, y gran parte de los trabajadores de la emisora salieron a la calle e hicieron muy buenos informes a través de walkie talkies. Fue una transmisión histórica que llamó la atención del medio periodístico, mejoró la imagen de nuestra estación y nos dio una enorme satisfacción profesional. Una experiencia muy gratificante por el tipo de servicio que le prestamos a la comunidad. La tragedia lamentablemente arrojó cuarenta muertos y un centenar de heridos, pero gracias a la oportuna intervención de nuestro helicóptero, al trabajo coordinado de los cuerpos de rescate y al valor de los pilotos encabezados los capitanes Alberto Guinge y Jaime Roberto Niño, logramos evacuar sanos y salvos a por lo menos medio millar de personas. Guinge fue condecorado dentro y fuera del país, y se le considera un auténtico héroe por su arrojo y valor al aterrizar en medio de densas columnas de humo. El hombre que dio la noticia, Humberto Pieschacón Carreño, infortunadamente pereció en un accidente de tránsito unos meses después cuando regresaba de Melgar. La coincidencia de que ese día también viajara en el helicóptero un camarógrafo, nos permitió filmar todo el suceso para el documental de Bolivariana Films, Crónica de un incendio, el cual, posteriormente, se presentó en las principales salas de cine del país.

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Cinco semanas después, el lunes 27 de agosto de 1973, hacia las siete de la mañana, nuestra nave volvió a despegar del helipuerto de El Dorado. La temperatura rondaba los cinco grados centígrados, caía una ligera llovizna y gran parte de los cerros al oriente de la ciudad estaban seminublados. En el primer informe, Humberto Pieschacón comentó sobre un trancón de tránsito a la altura de la carrera 13 con calle 57. Eran las siete y doce minutos, el audio sonaba muy claro aunque con un poquito de ruido de fondo producido por las aspas del helicóptero. De pronto, un efecto ensordecedor opacó la voz de nuestro periodista y la aguja de la consola del control máster de la emisora pasó a la zona roja que indica sobre modulación. Pieschacón alcanzo a decir: —¡Uy... que fue eso... por poco nos da! Luego hubo una pausa de tres segundos. De inmediato entré al aire: —Humberto, ¿nos escuchas? Humberto... Con la voz entrecortada Pieschacón contestó: —Armando, sí te escucho... Algo raro acaba de pasar, parece que hubo una explosión o algo así... Fue en la parte alta de la montaña, justo frente a nosotros, en el área del Hospital Militar. Hacia allá nos dirigimos, estamos relativamente cerca... El ruido fue horrible, sentimos como un temblor entre las nubes... fue algo súbito y muy rápido... Nos estamos acercando. Nuevamente hubo una pausa de varios segundos. —Aló Humberto, parece que hemos perdido tu señal. —Amigos oyentes discúlpenme... pero... ¡Estoy en shock! Esto es espantoso... ¡No puede ser! Acaba de ocurrir algo extraño en el cerro de El Cable... Veo algo negro y viscoso que baja por las rocas... y también una nube de polvo... parece ser un avión de carga. Entretanto, como una tromba entró al estudio el periodista Domingo de la Espriella. Me dijo al oído: —Hermano, salgo pa’llá como un tiro, me llevo dos walkie talkies. Llámate ya a la torre de control del aeropuerto. De nuevo volví a sentir adrenalina pura, como un mes atrás. —Torre de Control del Dorado, buenos días...

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—Estamos al aire en Vía Libre, de Emisora Horizonte... —¿Los del helicóptero? Muy bueno lo de Avianca. —Gracias, pero estamos en otra emergencia. Al parecer se acaba de chocar un avión contra el cerro del Cable... ¿Qué vuelos han despegado en los últimos diez minutos? —¿Cómo? ¿Está seguro? —Sí, mire, lo pongo en contacto con el helicóptero... —A medida que nos acercamos, se ve una inmensa nube de polvo, pedazos de plástico, fibra de vidrio, gran cantidad de basura, pequeños fragmentos metálicos que podrían ser pedazos del fuselaje... —Señor Pieschacón, ¿alcanza a apreciar algún pedazo del ala o la cola? —No, solo cosas pequeñas... ahora, estoy más cerca del pico de la montaña... Uy... ¡Hay un hueco enorme! Sí, es un avión, es un avión, confirmado, es un avión. Atención, detrás de la montaña hay pedazos grandes... veo un número siete... parece parte del ala... —Número siete, déjeme ver... siete... Vea, la única aeronave que haya despegado con una matrícula que tenga el número siete, es el HK 777... sí el HK 777, es un avión... comercial... de pasajeros. Para ese momento, las cadenas radiales RCN, Caracol, Todelar y Super, empezaron a reproducir nuestra transmisión, y varias agencias internacionales de prensa enviaron un flash de última hora con algunos detalles del accidente, citando a Vía Libre como la fuente de la información. En efecto, la nave accidentada era un Electra de Aerovías Cóndor S.A. Aerocóndor, con destino a Cartagena y Curazao, que llevaba cuarenta y tres personas a bordo entre pasajeros y tripulantes. Pieschacón, De la Espriella, Munévar y nuestros amigos los patrulleros del tránsito, hicieron de nuevo un cubrimiento periodístico fuera de serie. Horizonte capitalizó en imagen esta otra noticia de primera plana y nuestro programa ganó más credibilidad en el medio, apagando un poco el fuego de las críticas de los enemigos de Pacho Parra. Como corolario de esta serie de hechos periodísticos tan comentados, unos días después, el célebre astronauta John Glenn

284 Ser alguien piloteó nuestro helicóptero durante una corta visita que hizo a Bogotá. Glenn, fue el primer estadounidense en realizar un vuelo espacial alrededor de la órbita de la tierra en 1962. En esta etapa de mi vida profesional me sentí muy a gusto en el mundo de la noticia, pero el fantasma de la música y el espectáculo subconscientemente me llamaba, y un día recibí una oferta de Germán Tobón, imposible de rechazar: director de Radio Tequendama, la emisora musical más importante de Colombia

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Ser alguien Música a la carta

Radio Tequendama 770 AM, era un verdadero fenómeno de audiencia entre la gente joven de las clases media y baja y tenía cierta presencia en la clase alta. Era una emisora del Circuito Todelar con una excelente ubicación en el dial y una potencia de 30 kilovatios que le permitía llegar a la zona central del país, con muy buena señal. Su formato lanza discos era una mezcla de pop, rock en inglés y en español, y un tipo nuevo de canción romántica, diferente del bolero, que se conocía como balada. La fortaleza principal de Tequendama radicó en que todos los días estrenó una canción recientemente editada por las disqueras de Venezuela, México, Argentina, España, Italia, Francia, Estados Unidos, Chile, Brasil y Colombia. Fue la pionera en impulsar la “música para planchar” con figuras como José José, Camilo Sesto, Leonardo Fabio, Vicky, Angelita, Paul Anka, César Costa, Basilio, Boney M, Simón El Africano, Los Speakers, Carmenza Duque, Luz Amparo, Manolo Otero, ABBA, Sandro, Pecos Canvas, Emanuel, Juan Gabriel, José Feliciano, Emilio José, Dalida, Mocedades, Alberto Cortés, Tony Randall, Juan Bau, Leo Dan, Lucio Batisti, Danny Daniel, Génesis, Julio Iglesias, Mari Trini, Marisol, Tony Ronald, Roberto Carlos, Mariluz, Odiar José, Sabú, Jerónimo, José Augusto, Emilce, Los Flippers, Martha Isabel, Manuela, Maricela, Fausto, Lyda Zamora, Javier Ferreira, Marco Antonio, Laureano Brizuela, Braulio, María Eugenia, Massiel, Nícola di Bari, Raphael, Ernesto Satró, Kenny Pacheco, Gentino Hiparco, José Luis Rodríguez, Donald, Juan Peña, Jimmy Salcedo, Yolima Pérez, Christopher, Johnny Holiday, Lorenzo Santamaría, Nino Bravo, Charles Aznavour, Miguel Cantilo, Adamo, Leon Giecco, Hervé Villard, Paco Revuelta, Juan Erasmo Mochi, Billy Pontoni, Los Iracundos, Lucho Dalla, Nelson Ned, Palito Ortega, Enrique Guzmán, Gigliola Cinquietti, Romina Power, Marisol, Facundo Cabral, Dúo Dinámico, Rocío Dúrcal, Leo Dann, Pablus Gallinasus, María Elvira

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Cárdenas, Juan Pardo, Joan Manuel Serrat, Isabel Pantoja, Rocío Jurado, Yuri, Paloma San Basilio, Los Gatos, Massiel, Junior, Miguel Ríos, Jesús David Quintana, Óscar Golden, Angélica María, Los Pasteles Verdes, Clemencia Torres, Lucas, Punto Seis, Ángela y Consuelo, Dona Summer, Art Sullivan, Ana y Jaime, Yaco Monti, Jose Luis Perales, Alberto Vásquez, Angélica María, Raúl Santi, Nubes Grises, Rafaela Carrá, María Antonia García, Los Módulos, Los Prados, Tharsis, Blanca Luz, Ximena, Gretta, Isadora, Lyda Zamora, Claudia de Colombia, Claudia Osuna, Cuarta Generación, Mercedes Sosa, Eliana, Demmis Rousos, Luis Gabriel, Uno y Dos, Donald, Richard Cocciante y Silvio Rodríguez, entre otros artistas. Como un alto porcentaje de la programación de la emisora eran canciones exclusivas que aún no habían salido en Colombia, éstas se grababan en cartridges (cartuchos) y los discos originales los guardaba celosamente Germán Tobón en su oficina, bajo llave. Para evitar que la competencia las copiara del aire, en la mitad de cada canción se ponía la frase: “Cositas que nadie tiene”, la cual hizo carrera en Colombia como creación de Gonzalo Ayala Naranjo. (En realidad, esa frase yo la había escuchado años atrás en la emisora WFAB la fabulosa de Miami y es una creación del DJ Cubano Omar Merchán.) Gonzalo Ayala, magnífico locutor y actor, fue el primer director de Radio Tequendama, y a él se le debe la autoría de Pompín, un personaje caricaturesco que identificó La vitrina de éxitos de Pompín (El Top 30 de los temas más populares, por los 30 kilovatios más escuchados en toda la nación). Fue tan impactante la voz de ese muñeco que se convirtió en el símbolo de la estación, superando el nombre de la emisora, al punto que en las encuestas de audiencia, el público respondía: “Yo oigo a Pompín”. La voz de Pompín fue un secreto muy bien guardado por Ayala y el operador de audio, Tito Rincón, pues no permitieron que nadie más estuviera en el estudio a la hora de grabar. Solo cuando me posesioné como director, conocí la fórmula para hacerlo: la grabadora de cinta magnetofónica tomaba la voz a la velocidad de siete y media pulgadas por segundo y la reproducía a quince. Debía leer el texto muy despacio, exagerando la pronunciación

288 Ser alguien de cada sílaba, de cada fonema, para que al reproducirlo a alta velocidad se entendiera perfectamente y sonara como un ser espacial. Me fue muy difícil lograr el mismo sonido de Pompín, debido a que Gonzalo perfeccionó el personaje con unos matices de voz tan sutiles, que solo un actor experimentado como él, pudo dar. Mi Pompín nunca fue igual de bueno al original y lo único que se me ocurrió para diferenciarlo, fue conseguirle una novia entre los oyentes. En Tequendama, más que locutores había lanza discos, profesionales que creían en una canción, la impulsaban y la convertían en éxito de ventas y de radio. Fueron tantos los hits que Tequendama creo en esa época, que se posicionó como la estación musical más influyente de la industria, y todo lo que sonaba en Tequendama, tarde o temprano se escucharía en las otras emisoras. La Vitrina de éxitos de Pompín fue la guía para los directores de programación de emisoras musicales en el país. Entre los principales locutores estuvieron en Tequendama: Gonzalo Ayala, William Vinasco Ch., Enrique Ortiz Sánchez “Trapito”, Alberto Torres Durán, Edgar Troncoso, Francisco Restrepo Arroyabe, Ronald Ayazo, Sigifredo Vega, Juan Caballero Morcillo, Napoleón Vanegas, Lázaro Vanegas, Marino Recio, Jairo Vanegas, y, como supernumerario, un estudiante de derecho que luego fue presidente de la Corte Constitucional, José Gregorio Hernández.

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POMPIN inolvidable personaje radial creado por mi colega Gonzalo Ayala Naranjo.

290 Ser alguien Tú y la música

Pocas semanas después de posesionarme como director de Radio Tequendama, Eduardo Ruiz Martínez, presidente de ERM TV, me ofreció la dirección y presentación del programa Tú y la música. Eduardo era el concesionario de hora y media de televisión semanal en el canal nacional; ganaba toneladas de dinero con la serie Hawai Cinco Cero, pero perdía con el espacio musical. Originalmente Tú y la música estaban orientados a motivar a la juventud para que estudiara música, para lo cual el famoso maestro Luis Antonio Escobar, dictaba clases elementales de piano. La idea era buena para un canal educativo pero no competía como televisión comercial, de ahí que los ratings fueran muy bajos. —Tenemos que “soyar” la televisión. La juventud quiere rock y creo saber dónde podemos encontrar buen material —le dije a Eduardo. —¿Dónde? —En Estados Unidos. A través de la revista Billboard me había enterado de que el promotor Don Kirshner grababa los conciertos de las principales bandas de rock y los transmitía en algunos canales de televisión en Estados Unidos. Su programa, Don Kirshner Rock Concert, era un culto entre la juventud en las horas de la madrugada. En Miami, llegamos a un acuerdo con Viacom, la distribuidora del programa, y regresamos a Bogotá con trece horas de conciertos grabadas en cintas de video de dos pulgadas. Un verdadero banquete de música rock con grupos como The Rolling Stones, The Doobie Brothers, Johnny Winter, Steve Miller Band, Deep Purple,Cream, Yes, Emerson Lake and Palmer, The Doors, James Brown, Led Zeppelín, Santana y The Who, entre otros. Ruiz Martínez consiguió en canje con Chrysler-Colmotores un automóvil Simca último modelo para regalarlo entre nuestros televidentes. Lo mandamos pintar con diseños sicodélicos y luego lo usamos como gancho de una sugestiva campaña publicitaria

291 ARMANDO PLATA CAMACHO en periódicos y revistas, que decía: “Ven... Súbete a la nave más veloz del universo: Tú y la música”. Como el presupuesto para escenografía era muy raquítico, se me ocurrió usar elementos fuera de lo común para dar cierta ambientación. Para llamar la atención, antes de iniciar el programa, durante quince segundos transmitía este mensaje sin sonido: “Por favor súbale el volumen a su televisor”. Para rodar los créditos del personal técnico en la presentación y despedida, coloqué de fondo la imagen de una caja de dientes dentro de un vaso de agua, una calavera y un tenedor. En realidad eso no quería decir nada pero despertó la curiosidad del público por descifrar cuál era el mensaje subliminal y la simbología de esos extraños elementos. Como la televisión aún era en blanco y negro, diseñamos con Rafael Puentes una iluminación con un marcado contraste de luz y sombra que le dio al programa un toque gótico y misterioso, el cual iba muy bien con la música pesada. El programa se transmitía los miércoles de seis a seis y media de la tarde por el canal nacional. Además de las canciones de los grupos en concierto presentamos grupos de rock locales y noticias de interés para la juventud. A las tres semanas de estar en el aire, Tú y la música se convirtió en un verdadero fenómeno de audiencia debido a los bondadosos comentarios boca a boca de los muchachos; también, por el hecho de que para entonces la información sobre el rock era muy escasa en los medios de comunicación y una canción de éxito en Europa o Estados Unidos tardaba hasta tres meses para llegar a nuestro país. No existía el betamax, VHS, CD o DVD. Difícilmente se conseguían revistas o películas y las compañías disqueras nacionales de vez en cuando editaban en discos de vinilo algunos compilados con las canciones más conocidas de las grandes estrellas del rock. La respuesta de la audiencia fue abrumadora. Tuvimos que aumentar la capacidad de nuestro buzón de correo por la cantidad de cartas que recibíamos a diario. Eran mensajes muy sugestivos: —Viejo Armando, usted es el Rey de los Colinos. —¡Man, por fin algo que ver! —Le mando un poco de mi bareta para que se trabe.

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—Somos un combo de diez pintas de Medellín que capamos colegio para verlo. —Por favor, repitan la canción Angie de Los Rolling Stones, es del putas. —Dígale a mi papá que coma mierda, que me deje ver el programa. —¿Por qué no pasa canciones de Gary Glitter? —La Asociación de Padres de Familia del Colegio La Enseñanza protesta porque el señor Plata está corrompiendo a la juventud. —Armando Plata: usted es un mechudo, drogadicto degenerado que está llevando a la juventud a la perdición. —Señor director de Inravisión: No hay derecho a que esa porquería de música invada nuestros hogares. Saquen ya a ese miserable de Armando Plata. —¿Cómo así que le suban volumen al televisor? Mis hijos no hacen más que escuchar ese ruido infernal. Sean conscientes, acaben con esa estupidez. En medio de estas severas críticas de padres de familia y varios sectores conservadores de la sociedad, Tú y la música se posicionó como el musical más popular entre la gente joven. Quedamos perplejos cuando Humberto Arbeláez, presidente de Promec TV, le ofreció a Eduardo Ruiz Martínez el horario de los lunes de cinco y media a seis y media de la tarde por el canal nacional para transmitir el programa. Era increíble que una empresa con vínculos directos con el Opus Dei estableciera una alianza de negocios con nosotros. Pasamos de media a hora y media, cada semana. “El rock se tomó la televisión” fue la frase con la que titulé el boletín de prensa que enviamos a los medios anunciando el cambio de programación. Mi primera reunión en Promec fue con el sociólogo Jorge Yarce Maya quien supervisaba el contenido de la programación. Jorge pidió ser el codirector y copresentador del programa pero luego de tres grabaciones se cansó de la estridencia de la música y de ver tanto loco mechudo. Entre todos los grupos nacionales que promovió Tú y la música, se destacó Génesis, un quinteto de rock que tocaba una contagiosa

293 ARMANDO PLATA CAMACHO fusión de ritmos andinos. Cuando se hicieron conocidos cambiaron su nombre a Génesis de Colombia, para diferenciarse del legendario súper grupo británico Génesis del cual surgieron Peter Gabriel y Phil Collins. Desde el primer momento, Génesis de Colombia mostró un sonido propio con cierta magia, fuerza y electricidad en el escenario. Originalmente estuvo conformado por el colega locutor Edgar Restrepo Caro en la batería, el guitarrista Miguel Muñoz, Mario Zarasti en el bajo, el poeta Sibius como percusionista, el flautista Juan Fernando Echevarría, Tania Moreno en los coros y Humberto Monroy como voz principal y segunda guitarra. Solo me bastó escucharlos una vez para darme cuenta que tenían un enorme potencial: así que les propuse ser su manager. Grabamos un demo con dos canciones y se las envié a Humberto Moreno, gerente de Codiscos en Bogotá. Moreno las presentó a Guillermo Diez, presidente de la compañía en Medellín, quien con algo de escepticismo las editó en un disco de vinilo conocido en la época como un sencillo de 45 RPM. El tema principal era el pasillo Quiero amarte, y el respaldo, el currulao Don Simón. Promover grupos de rock-colombiano en español era una tarea de quijotes. Alfonso Lizarazo, Carlos Pinzón y Edgardo Hozzman eran de los pocos que lo habían intentado con relativo éxito pero las cifras de ventas de sus artistas eran raquíticas comparadas con las de la música tropical o la balada. En Radio Tequendama estrenamos Quiero amarte, con una agresiva rotación de quince veces diarias durante la primera semana, algo poco usual en nuestro medio, y para nuestra sorpresa, la canción comenzó a ser tocada por otras emisoras en todo el país, casi de inmediato. Luego, lanzamos Don Simón, un tema bastante pegajoso tocado con armónica, el cual impactó un poco menos que el primero. Emocionados por el resultado, la gente de Codiscos firmó con Génesis por tres años y rápidamente les produjo un disco larga duración. Este nuevo logro ayudó a consolidar mi naciente carrera como director de Radio Tequendama, director de Tú y la música, locutor y asistente de producción en Atlas Publicidad, y manager de

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Génesis. Pero sin lugar a duda, el hecho más importante de mi vida hasta ese momento, ocurrió el 24 de abril de 1974: el nacimiento de mi primera hija, Juanita Plata Camelo. Estaba en medio acelere grabando unos comerciales cuando me informaron que Luisa tenía contracciones. Salí como una tromba del estudio rumbo a la Clínica Palermo y cuando llegué, recién había pasado el parto. Mi suegra, Isabel Prieto de Camelo, mis cuñadas Myriam, Gilma Elvira y Martha Camelo Prieto fueron las primeras en felicitarme, así como mi colega Rene Figueroa Salgado. Quedé sin palabras cuando vi a Juanita por primera vez en los brazos de su madre. Sentí una emoción indescriptible y varias lágrimas empezaron a rodar por mis mejillas. Fue algo mágico y bello que le dio otra dimensión a mi vida y aumentó mi deseo por conquistar el mundo para brindarle a mi hijita todo lo mejor.

295 ARMANDO PLATA CAMACHO 1974 – Aviso de Tú y la Música en El Espectador. de Aviso 1974 –

296 Ser alguien Contra viento y marea

El tema de la música y el espectáculo le apasionaba a don Jorge Valencia Torres, presidente de Atlas Publicidad, y con alguna frecuencia me invitaba a su oficina para que le contara todos los chismes sobre la gente famosa de nuestro medio. En una de esas reuniones le hablé de una idea que tenía para el lanzamiento del primer LP del grupo Génesis. —Don Jorge, voy a hacer tres conciertos en el teatro Jorge Eliécer Gaitán. —¿Qué fechas? —Un lunes, en matinée, vespertina y noche. —¿De qué me estas hablando? —De tres conciertos de música rock el mismo día, don Jorge. —¿Vas a traer a los Beatles? —me preguntó con sarcasmo. —No señor, es un grupo de Bogotá que estoy manejando. —Armando, ponte a trabajar y deja de pensar en huevonadas. —Lo que pasa... es que ya firmé el contrato. —¡Pues paga una multa y así evitarás perder hasta la camisa! Salí de su oficina muy preocupado pues Valencia era el zar del espectáculo en nuestro país. Para estar más seguro, le pedí una segunda opinión a Hernando Gutiérrez Luzardo, presidente de Intercultura, la compañía que traía Carnaval en el Hielo, El Circo de Tihanny y The Globbe Troters a Colombia. —Es absurdo, Armando. Cancela el contrato, antes de que sea tarde. —Firmé por una participación del 70/30 sobre la taquilla y a lo mejor puedo conseguir un patrocinio —le repliqué. —Hazme caso, no lo hagas —enfatizó Hernando. Quedé abocado a una situación muy compleja. En el fondo soñaba hacer un gran concierto de rock a mi manera pero al mismo tiempo ponía en riesgo mi dinero y hacía caso omiso a las opiniones de mis mentores, Valencia y Gutiérrez. Pero pudo más la terquedad que la razón y me lancé al agua. Seguí adelante con mi idea de hacer tres conciertos, el lunes 24 de agosto de 1974.

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Lo primero que logré fue un acuerdo con Inravisión para que grabaran una de las presentaciones en canje por anuncios dentro de la programación del canal nacional. Luego, contraté a un joven aspirante a actor, Silvino Arturo Carrasco Triana, para que llevara a la gente de Génesis a emisoras, periódicos y revistas, con el fin de promocionar el show. Además, con la colaboración de Discos Bambuco, la mayor cadena de almacenes de música en esa época, repartimos miles de volantes anunciando el evento. También, decoramos la mayoría de sus vitrinas con carátulas del nuevo LP. Finalmente, en medio de las taquillas del Jorge Eliécer Gaitán ubicamos un aviso gigante que decía “Génesis en Concierto”. Una vez organizada la publicidad, me concentré en el proceso de producir un espectáculo que fuera muy atractivo y novedoso. Edgar Restrepo, Humberto Monroy, Tania Moreno y el pintor Jaime Rendón, hicieron un buen trabajo de vestuario con diseños inspirados en temas étnicos. Enrique Gaviria Pérez consiguió la mayor cantidad de parlantes y amplificadores que pudo y los conectó a una rústica consola shure de ocho canales, garantizando así un buen PSL (nivel de presión de sonido). José Sánchez, ingeniero de sonido de Estudios Ingesón fue el encargado de las mezclas. Marco Tulio Alarcón, jefe de tramoya del teatro, se fajó una iluminación bien corrida utilizando hasta el último foco de luz disponible. Pero, indiscutiblemente, lo mejor fueron los efectos especiales que mi amigo Edgar Molero Santander, trajo de sus discotecas Unicornio, Topsy y Cabaret. Los novedoso efectos que usamos por primera vez en un concierto incluyeron: el fog machine, un aparato al que le echábamos hielo seco para producir enormes chorros de niebla artificial; el rain machine, del cual salían miles de diminutas burbujas de jabón que al contacto con las luces de colores formaban un inmenso arco iris; el mirror ball, una enorme esfera llena de pequeños fragmentos de espejo, que al girar proyectan en el auditorio miles de luces blancas, como si fueran estrellas en la galaxia; la lámpara estroboscópica, un flash muy potente que produce asombrosos efectos parecidos a los de las descargas eléctricas y que hace que todo movimiento sobre el escenario parezca como en cámara lenta. La boletería, con precio de $ 40 y $ 20 pesos, la pusimos en venta el día del concierto para evitar que la fueran a falsificar. A las diez de la

298 Ser alguien mañana del 24 de agosto pasé a saludar a don Jorge Valencia a su oficina, la cual quedaba exactamente frente al teatro. —Don Jorge, ¿sabe qué? Me metí en lo que le conté el otro día. —¿Y cuándo es la vaina? —Hoy. —Pero no he visto nada de publicidad. —Con todo respeto señor, porque usted no es mi público objetivo. Valencia se sorprendió un poco y sonrió con cierta malicia. —¿Entonces cuál es su target? —La gente que esta al frente. Nos acercamos a un gran ventanal que daba a la carrera 7ª y observamos una inmensa fila de mechudos que daba la vuelta a la esquina de la calle 22. —Es un buen síntoma, manténgame informado. —Con mucho gusto. Le traje unos pases de cortesía don Jorge. Lo espero esta tarde. A las doce del día había otra cola, aún más larga, hasta más allá de la calle 23. A la una de la tarde las filas llegaban a la carrera 9ª. A las dos de la tarde, llegaron tres patrullas de policía, bolillo en mano. Un cuarto de hora después arribaron dos patrullas más. A las dos y media abrimos las puertas para la primera función y el teatro se llenó en minutos. Afuera, seguía llegando pueblo como moscas. En los camerinos, los músicos Mario Zarasty, Miguel Muñoz y Edgar Restrepo estaban muy ocupados matando una chicharra de Samaria Golden, sin semilla. —¿Un pitazo, viejo Armando? —Gracias hermano, pero estoy bien nivelado. No fui capaz de decirles que ya no metía. —Parece que va a estar buena la tocata y fuga —me dijo Restrepo con voz carrasposa y entre cortada, mientras tosía seguido. —Sí. Empezamos en cinco minutos —les dije—. Pilas. Métanle el culo y sódence la nota. Exactamente a las tres y media de la tarde, tal como decía el programa, salí al escenario. Un reflector de luz concentrada se encendió dejándome medio ciego por algunos segundos pero el sonido de más de dos mil doscientas gargantas me sacudió. Silbaban como enajenados, gritaban de todo, hasta viva Colombia, y pedían

299 ARMANDO PLATA CAMACHO música. Era mi primer concierto como promotor y mi primera experiencia como empresario artístico. Me sentía como el famoso empresario Bill Graham en el Fillmore Theater de San Francisco lanzando bandas de rock. Quería emular lo que veía en el programa de televisión Don Kirshner Rock Concert. Estaba tan emocionado al ver cómo un grupo nacional podía tener tanto poder de convocatoria a pesar de que unos pocos meses atrás era relativamente desconocido. Tuve aires de superioridad al tener como invitados especiales a mi hermano John, Hernando Gutiérrez Luzardo, Jorge Valencia Torres, varios periodistas y algunos de mis mejores amigos. Cuando se inició el espectáculo, con La cumbia cienaguera, Molero prendió la bola de espejos y la gente se enloqueció. Todo el teatro se puso a bailar sobre las sillas y al ver tanta algarabía le rogué a Dios que no las fueran a romper. El despelote fue adentro y afuera. Para las cuatro de la tarde, el transito de vehículos por la carrera 7ª fue prácticamente imposible por la cantidad de muchachos apostados sobre los andenes. Entretanto, alrededor del Jorge Eliécer Gaitán, los revendedores de boletas hicieron su agosto. Cuando finalizó el primer show se formó un enorme caos y un nudo gordiano en las puertas. Miles querían entrar a como diera lugar, algunos no pudieron salir y la mayoría no se quería ir. Casi todos los establecimientos comerciales del área cerraron sus puertas hacia las seis de la tarde, incluido un Almacén Ley. El tropel llegó a su clímax cuando se agotó la boletería para la última función. Traté de programar un cuarto concierto a la media noche pero los músicos me dijeron que estaban completamente mamados. No menos de cinco mil personas se quedaron sin poder entrar. A Dios gracias, al filo de la media noche comenzó a llover y eso ayudó a dispersar la multitud. Sin embargo, algunos inconformes comenzaron a lanzar piedras y a romper vidrios. El inventario de daños no fue tan grande, solo tuvimos que mandar reparar una docena de sillas y una puerta del teatro. Un amplificador de guitarra desapareció así como todas las fotos y afiches del grupo que pusimos en las paredes. La prensa registró el acontecimiento con buenos comentarios. El Tiempo le dio un titular a cuatro columnas y destacó el hecho de que Génesis impuso el record de taquilla para un espectáculo nacional,

300 Ser alguien en un día lunes. En lo económico, tuvimos utilidades, las cuales compartimos a satisfacción con Monroy y Restrepo, los dueños del grupo. El LP obtuvo muy buenas ventas ese año y uno de los temas, Cómo decirte cuánto te amo —canción original de Cat Stevens—, se convirtió en un clásico de la música romántica. Guillermo Diez, presidente de Codiscos, me dio carta abierta para producir otros artistas, y Jorge Valencia Torres de Atlas Publicidad, quedó tan impresionado que me “ascendió” del cuarto al quinto piso para estar más cerca de su oficina.

1974 - Apoteósica presentación de Génesis en el Teatro Jorge Eliécer Gaitán.

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Luego de este éxito el ego se me subió a la cabeza. Quise ver la frase: Armando Plata Presenta, de manera muy destacada, en toda la publicidad de mis futuros eventos. Me imaginé un aviso de una página anunciando muchos conciertos. Fue tanto lo que me motivó esa imagen que de inmediato “organicé” una gira de cincuenta shows por todo el país y parte de Ecuador. Pensé: ¡Génesis es un fenómeno y lo debo aprovechar ya! En efecto, el domingo 8 de septiembre de 1974, publiqué en el periódico El Tiempo un aviso de una página entera con un gran encabezado que decía: Armando Plata Presenta... ¡Génesis en Concierto! La lista de ciudades era impactante, treinta por ciento confirmado y setenta por ciento por confirmar. Entre las personas que participaron en la organización de este tour figuraban: Eduardo Santos, Enrique Gaviria Pérez y el cantante Harold Orozco, como técnicos de sonido; Edgar Molero Santander y Juan Valencia, en las luces y efectos; Carlos Hoyos, fotógrafo; Eduardo Correa Misas en la producción; y Germán Hernández Prieto como administrador. Por primera vez se hacía algo así con una banda de rock nacional. Di la impresión de ser el dueño de una gran corporación, cuando en realidad, con un gran esfuerzo pagué el aviso. Lo que más me interesó fue impresionar a mis amigos y figurar como “el magnate del entretenimiento criollo”. En el último párrafo de los textos del aviso incluí esta frase que el poeta nadaísta Gonzalo Arango, le dedicó a Génesis: “Guerreros del amor, la onda de Génesis es la onda de David, la onda Divina. Lo tienen todo para ser invencibles: juventud, arte, generosidad, idealismo, pureza, y una vocación que se confunde con la propia vida. ¡Salud juglares de la era atómica!”. La gira comenzó al día siguiente con tres nuevos conciertos en el teatro Jorge Eliécer Gaitán. Un fracaso total. Menos de mil personas. Me equivoqué en la publicidad pues la mayoría de los rockeros de esa época no eran lectores consuetudinarios de la prensa. Salimos para el viejo Caldas en un bus al que le quitamos más de la mitad de las sillas de atrás para llevar los instrumentos musicales y los equipos de sonido y luces. Jaime Hoyos Orrego,

302 Ser alguien nuestro socio en Manizales, hizo un magnífico trabajo de promoción. Llenamos el coliseo cubierto con más de cinco mil personas. En Pereira, nos fue más o menos: tres mil personas. En Armenia, bastante regular, solo dos mil almas en el circo-teatro El Bosque. Al llegar a Cali la contabilidad estaba casi en rojo. Sin embargo, mantuve la esperanza de una buena taquilla ya que nuestro promotor Alfonso Prieto conocía muy bien su ciudad. Hicimos cerca de cuatro mil personas, un poco más de la mitad de la capacidad del coliseo Evangelista Mora. En ese show conocí a un locutor que hacía sus primeros pinos y quien me colaboró con mucho empeño en la tarima: Ricardo Alarcón Gaviria, dos décadas más tarde: presidente de Caracol Radio y Televisión. En Cali, también nos presentamos en el hotel Intercontinental. Todo un fiasco. El poco público sofisticado que asistió, pensó que Génesis era un grupo de música colombiana tradicional. Cuando comenzó “el ruido de sus fastidiosas guitarras eléctricas”, se marchó. La actuación en el coliseo cubierto de Popayán fue otro desastre, a lo sumo entraron doscientas personas. Los siguientes conciertos fueron el teatro Pablo Tobón Uribe de Medellín con dos funciones diarias, viernes, sábado y domingo. Pensé que iba a repetir el éxito de la primera presentación en Bogotá, pero escasamente llenamos dos shows. En el coliseo Humberto Perea de Barranquilla tuve enormes pérdidas y para colmo de males, en Cartagena llovió dos días seguidos, así que cancelé el show en la antigua Plaza de Toros. Ese fue el puntillazo final que obligó a abortar el proyecto. La banda tenía público pero no era suficiente para sufragar los enormes costos del tour en las condiciones en que lo habíamos programado. Con gran pesar aceptamos que era muy arriesgado continuar dependiendo solo del ingreso por concepto de la venta de boletería. Regresamos a Bogotá y unos días después logré un contrato con el hotel Tequendama donde Génesis tocó durante una semana en el Salón Monserrate. Esto alivió un poco la situación económica del grupo.

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Ser alguien Tragedia y dolor

Luego de la gira de Génesis, la realización de conciertos se convirtió para mí en una actividad adictiva parecida a un juego de póquer sin fin. Cada espectáculo fue un reto continuo, lleno de imprevistos, que me permitió vivir el efímero elíxir del éxito y la agonía del fracaso. Durante un fin de semana en el hotel Guadaira de Melgar, mientras contemplaba la belleza del río Sumapaz que pasa a pocos metros, de pronto me di cuenta que había un terreno plano que parecía una isla de cinco fanegadas, rodeada de montañas. A la izquierda del río, estaba el puente de la Carretera Panamericana y un pequeño camino de herradura que servía como entrada al potrero. —Este sitio está perfecto para un concierto —pensé—. Detrás de las montañas está la Base Militar de Tolemaida y por ahí nadie se puede colar porque les dan bala. El potrero esta rodeado por el río y éste es tan caudaloso que inspira mucho respeto. Total, la única forma de entrar es pasando el puente. ¡Ahí pongo la portería, y ya está! Cuando me reuní con el alcalde de Melgar para obtener los permisos, me sorprendí cuando el burgomaestre me propuso que hiciéramos una sociedad de la que también formaría parte el presidente del Concejo municipal. Al comienzo me pareció un chantaje y les dije que no estaba bien visto que dos funcionarios públicos participaran de un evento comercial. Al final, acordamos que yo haría mi espectáculo y ellos tendrían las concesiones para la venta de alimentos y bebidas. Para promover el espectáculo en el que solo actuarían grupos nacionales, hice una alianza de medios entre el periódico El Espectador, mi programa Tú y la música, Radio Tequendama, e Inravision.

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El concierto lo bauticé “Rock de sol a sol”, con música desde las siete de la mañana hasta las siete de la noche, el sábado 30 de noviembre de 1974. Una frase que impactó en la publicidad fue: “Busque el sitio”, la cual despertó la curiosidad de los asistentes por preguntar el lugar del concierto. Entre los grupos que iban a actuar estaban: Génesis, Los Flippers, Los hijos del bosque, Terrón de sueños, Contrabando, Montes, Los Amerindios, Angelita, Lukas, Prana, Mangle, Silvano y su Apocalipsis, y Mr. Merlín y Albatros. Una semana antes del show, Génesis anunció en un comunicado de prensa que no tocaría en Melgar “porque estaban muy agotados”, noticia que me tomó por sorpresa. Luego supe que internamente había fricciones entre algunos de sus integrantes y cierto celo de compartir el escenario con otras bandas. A pesar de que les ofrecí más dinero y publicidad, Monroy y Restrepo declinaron mi invitación. Ese sería el primero de una serie de obstáculos que me tocó afrontar y que a la larga se convirtieron en toda una pesadilla. Otro acontecimiento inesperado ocurrió tres días antes del concierto, cuando todas las bombas de gasolina del país entraron en huelga por diferencias con el gobierno. Pensamos posponer, pero dilatamos la decisión porque existía la posibilidad de que de un momento a otro cesara el conflicto. Entretanto, a pesar de que no había suficiente transporte disponible por la falta de combustible, las carreteras se vieron inundadas de muchachos que venían a pie. La víspera del concierto el parque y todas las calles de Melgar estaban repletas de jóvenes buscando refugio para sus pies cansados, como en la impresionante escena de la película Lo que el viento se llevo, donde los cuerpos de miles de soldados muertos yacen al aire libre. Entretanto, adentro de las casas, los habitantes del pueblo armados con palos y machetes, hacían guardia para evitar que esa “horda de degenerados” fuera a entrar a sus huertas para robarles las frutas o sus pocas pertenencias de valor. También se evidenciaron las primeras manifestaciones de caos por la falta de suficientes baños públicos y la escasa vigilancia de la policía.

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Ese sábado me levanté muy temprano, con el pie izquierdo. Me puse una camisa blanca de lino con un extraño diseño sicodélico de serpientes en el cuello y los botones del frente. A las cinco de la mañana, Julio Sánchez Cristo, hijo de mi amigo Julio Sánchez Vanegas, comenzó a vender las boletas encaramado sobre el platón de una camioneta pick up roja. Cada entrada costaba solo veinte pesos, un precio muy económico. Al lado de Julio estaba como taquillero asistente Guillermo García, quien diez años después fue gerente de producción de Punch TV y Cromavisión. Con los primeros rayos de la luz del día, Arturo Astudillo, integrante del grupo Los Flippers y director artístico del concierto, revisó el montaje del escenario y prendió los amplificadores del equipo de sonido. A pocos metros, un grupo de braceros contratados por Coca Cola terminó de descargar cientos de cajas de gaseosa. Me demoré bastante para llegar al área del concierto por la cantidad de gente aglomerada frente a una cerca de púas, que servía como única puerta de acceso. A mi paso, escuché sonidos de flautas y ocarinas así como los gritos desesperados de algunos fanáticos que me decían: —¡“Hijueputa... hermano... abra rápido que ya salió el sol!” Recuerdo a un joven que me comentó en voz baja: —Uy viejo Armando, ¿me deja entrar con esta caneca? —¿Qué traes ahí? —Sopa de hongos de Santa Lucía. —Uy hermano, me da pena decirte que no —le contesté con firmeza—. Me queda muy berraco autorizarte porque me metes en problemas con la ley. —Hermanito es pa’cerme un billete... si quiere le doy un acidito, del bueno. —Gracias loco, pero estoy full. ¿Sabes qué? No te he visto, ni te he oído. Nos vidriamos, ¿bien? El hombre comprendió y se fue con su cocinado para otra parte. El espectáculo comenzó solo hasta las nueve de la mañana porque Astudillo tuvo algunos problemas con los músicos de Los hijos del bosque, el primer grupo en tocar. Para entonces, más de dos mil personas que ya habían entrado, gritaban en coro, ¡Música, Música, Música!

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Con los primeros acordes de las guitarras la multitud se enloqueció y la gente de la portería no dio abasto para contener sus empujones y patadas. La oportunidad la aprovecharon los más vivos para colarse. En medio del despelote, el alcalde me informó que no iba a llegar el refuerzo policial que habíamos pedido al Comando Central de El Espinal, por falta de gasolina. Además, me comunicó que los pocos agentes disponibles estaban patrullando las calles de Melgar, donde ya se habían reportado algunos asaltos a tiendas y almacenes. Ante esa situación, fuimos a pedir ayuda al Batallón del Ejercito de Tolemaida. Allí nos encontramos con la noticia de que todo el personal estaba en una práctica militar conjunta en los llanos orientales. Solo estaban algunos soldados asignados al servicio de guardia y el personal civil de administración. Luego sucedió algo muy grave. A pesar de que habíamos puesto numerosos avisos de advertencia de peligro, muchos jóvenes motivados por el placer de la aventura se lanzaron al río para entrar sin pagar. Voluntarios de la Cruz Roja, megáfono en mano, les suplicaron que se retiraran. Unos pocos les hicieron caso pero los demás en medio de su locura, continuaron. Solo lograron pasar los que sabían nadar muy bien, los otros, lamentablemente, se ahogaron. ¡Una verdadera tragedia! Vi morir a un joven al que se lo tragó la corriente en un recodo del río, debajo del puente. Su cuerpo apareció kilómetros más adelante, en un área conocida como el Valle de los Lanceros. En medio de la confusión, afloraron los chismes y las noticias. Se rumoró que por lo menos diecisiete personas se ahogaron... Que una pareja supuestamente murió a consecuencia de una mordedura de serpiente, cuando hacía el amor... Que un soldado le disparó a dos muchachos por traspasar el área militar... Que alguien se rodó por un precipicio, etc., etc. La Cruz Roja confirmó oficialmente tres personas ahogadas y una desaparecida. Al mediodía, la temperatura alcanzó los 40 grados centígrados y el sol canicular era insoportable. Como si fuera poco, el camión del hielo que estábamos esperando no pudo llegar por falta de combustible. En el concierto, Coca Cola vendía sus refrescos a dos pesos, sin refrigerar. Afuera, su competencia, Gaseosas Postobón, las puso a mitad de precio y bien frías. Esto hizo que la gente saliera en

308 Ser alguien masa para mitigar su sed pero se encontró con una multitud que quería entrar y no los dejó pasar. Se formó un trancón impresionante que dejó como resultado varias personas desmayadas con severos episodios de insolación. Para evitar más problemas, di la orden de suspender la venta de boletería y abrir las puertas de par en par. El tiempo me pareció eterno ese día. Lloré. Me dolió profundamente la absurda muerte de esas personas aún en la flor de su juventud, e indirectamente me sentí culpable de lo sucedido. Me pareció absurdo que el esfuerzo realizado para promover la música hubiera generado un efecto desastroso donde todo se me vino abajo, como fichas de dominó. El evento en lo económico fue un fracaso, y la taquilla escasamente alcanzó para pagarle a los músicos y al equipo técnico. Al finalizar el concierto el panorama no era el mejor: la cárcel, llena de detenidos; los negocios, cerrados; el cura párroco, hecho una furia; el alcalde y el presidente del Concejo, atortolados por su futuro político. Como era de esperarse, al otro día estalló un monumental escándalo de prensa que me dejó muy mal parado. Estos fueron algunos de los titulares de los periódicos: “Asalto hippie en Melgar”. “Orgía de rock y muerte”. “Cuatro muertos en el concierto de Melgar, organizado por Armando Plata”. “Dolorosa experiencia en Melgar”. “¿Un paseo zanahorio?”. “Nutrida asistencia al concierto de Melgar”. “Armando Plata, el causante de lo de Melgar”. “Armando está de reposo”. “¿Hippies muertos? ¡Que va!”. “Mi festival fue único: Armando Plata”. “El rock y otras yerbas”. Esta propaganda tan negativa definitivamente afectó mi imagen profesional. Hubo algunas críticas muy fuertes, como la del controvertido periodista de Radio Super, Jaime Arango, que pidió al Ministerio de Comunicaciones que se me cancelara la licencia de locución; o la de mi ex jefe, Arturo Abella, que calificó los conciertos de música rock como actos satánicos. Apenado y algo aculillado por semejante cagadón, me propuse salir adelante, limpiar mi imagen y no abandonar la idea de promover artistas rock vanguardia.

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1974 - Concierto de sol a sol en Melgar, en el que lamentablemente perecieron algunos asistentes.

310 Ser alguien ¿Campeones?

A las dos semanas del concierto de Melgar, organicé en el Unicorn Club International, la entrega de los premios “Pompín de Oro - Radio Tequendama 1974”, a la que asistió la crema y nata del espectáculo colombiano. Los ganadores fueron: Luis Gabriel, mejor cantante masculino del año; Génesis de Colombia, mejor grupo del año; Claudia de Colombia, cantante femenina del año; Augusto Calderón, periodista del El Espacio, mejor cronista de espectáculos. Ese día, frente a una veintena de periodistas de farándula, anuncié la realización del “Campeonato Mundial de Locución” con el propósito de batir un supuesto record en poder de dos locutores argentinos. La meta era hablar más de setenta y nueve horas y media seguidas, frente al micrófono. ¿Pero, sobre qué? He ahí la cuestión, por lo que convoqué a un grupo de colaboradores de la emisora para establecer un plan de posibles actividades que fueran muy entretenidas para la audiencia. Inicialmente mi compañero de micrófono iba a ser Enrique Ortiz Sánchez, “Trapito”, un locutor muy agradable que trabajaba en las tardes. La noche anterior al inicio de la prueba, Enrique se disculpó argumentando que su esposa le pidió no participar porque, según ella, “las personas que dejan de dormir por varios días corren el riesgo de quedar estériles”. Surgió entonces como reemplazo a última hora, William Vinasco Ch., un locutor poco conocido que estudiaba derecho y diplomacia en la universidad Jorge Tadeo Lozano. Mi relación con Vinasco era ligeramente distante porque desafiaba mi autoridad y siempre tenía una buena disculpa para llegar tarde a trabajar. A las seis de la mañana del viernes 18 de diciembre de 1974, en presencia de Juan Harvey Caicedo, presidente de la Asociación Colombiana de Locutores, se inicié la competencia. Se tocó el himno nacional de Colombia y un sacerdote bendijo el evento, a través de una llamada telefónica.

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Ese día el periódico El Tiempo publicó una nota a tres columnas, escrita por el periodista Germán Salgado, titulada: “Cuatro días hablando ante un micrófono... sin dormir”. En algunos apartes, Salgado destacó: “La lucha empezará a hacerse dramática la madrugada del sábado, cuando el cuerpo de los hombres empiece a pedir el descanso elemental con más apremio. En esos momentos Plata será asesorado por dos brujos de las selvas colombianas, quienes actuarán como intermediarios entre él y los espíritus. Vinasco invocará los espíritus directamente, aprovechando la potencia de la emisora. La cabina de locución fue especialmente adaptada e inclusive las sillas son ortopédicas. La alimentación consistirá en agua, vitaminas, miel de abejas, panela, verduras y frutas. Habrá control médico permanente. Dentro de los reglamentos de la competencia figura el de no utilizar estimulantes ni grabaciones; los locutores tendrán que hablar simultáneamente; habrá pesaje antes de iniciarse esta curiosa maratón y se permitirá el uso de anteojos oscuros para proteger la vista, lo mismo que luz indirecta en la cabina, la cual ya fue adaptada”. El artículo de Salgado finalizó así: “Por otra parte, los vestidos que utilizarán Plata Camacho y Vinasco Ch., serán por demás extravagantes: capa azul como el cielo infinito y african look como el África negra. Finalmente, los dos hombres contarán con breves minutos de descanso para necesidades fisiológicas, previa prescripción médica. La competencia terminará cuando alguno de los dos locutores se quede dormido con el micrófono en las narices... o no vuelva a salir del retrete”. Al iniciarse el maratón, el técnico de sonido Alfredo Zabala comentó que él también quería participar. Vinasco hábilmente discutió el tema al aire y durante algunos minutos los oyentes opinaron sobre si un operador de audio podía ser o no, Campeón Mundial de Locución. Al principio, le dijimos que sí, pero dejamos abierta la posibilidad de “revisar el caso ante las autoridades correspondientes”. Zabala, un joven de origen humilde, lloró de la emoción, prometió no dormirse y colaborar en todo lo que fuera necesario.

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Para mi sorpresa, a los pocos minutos de alternar al aire con William, me di cuenta que teníamos una química excepcional y un agudo sentido del humor, lo cual nos permitió tomar del pelo durante todo el campeonato. Lo que más disfrutamos fue desconcertar a la audiencia con nuestros comentarios disparatados que por momentos parecían tener lógica. Con el correr de las horas, algunas personas pensaron que nos estábamos volviendo locos como consecuencia de no dormir, y eso lo explotamos todo el tiempo para aumentar el interés de la audiencia. Otro elemento que le dio cierto nivel al campeonato fue la presencia permanente en el estudio de numerosos personajes del deporte, el espectáculo y la política. Abrimos un libro-minuta, en el que todos estos ilustres visitantes consignaron sus emocionados comentarios. Además, nos rodeamos de auténticos campeones como: Martín Emilio “Cochise” Rodríguez, record mundial de ciclismo; Helmuth Bellingrot, campeón olímpico de tiro; Rodrigo Valdés, Campeón Mundial Walter Jr. de boxeo, y Víctor Mora, campeón del maratón de San Silvestre, entre otros. También orientamos la prueba como un evento de ayuda a la comunidad y recaudamos algunos fondos para el Instituto de Adaptación Laboral, IDEAL, una organización de la cual formaba parte Cecilia Ángel, esposa de mi jefe, Jorge Valencia Torres. Al mediodía, algunos noticieros nacionales de radio y televisión dieron la noticia de que “dos jóvenes intentaban batir el record mundial de locución en la emisora Radio Tequendama de Bogotá”. Esto generó un volumen inesperado de llamadas de apoyo de diferentes regiones del país, incluso emisoras de la costa atlántica y Antioquia comenzaron a retransmitirnos parcialmente. La noticia se regó como pólvora, y lo notamos, porque paulatinamente fue aumentando la cantidad de público en el estudio. Entonces, decidimos cobrar la entrada a peso, dinero que donamos a IDEAL. Las colas eran enormes. La mayoría eran estudiantes con dibujos y lindos mensajes de apoyo. A las doce horas de estar en el aire llegaron las primeras cámaras de los noticieros de televisión, y en los pasillos de la emisora se apostaron varios periodistas y reporteros gráficos. Entrada la noche, la agencia de noticias española EFE, envió un cable a sus abonados en todo el mundo con detalles de mi maratón.

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La noticia fue tema para desarrollar en otros programas de radio, y algunos periódicos la reprodujeron al día siguiente en la sección de hechos curiosos. Pronto atendimos llamadas de apoyo de colegas en Chile, Panamá, México y España, quienes nos entrevistaron para sus emisoras. Germán Tobón Martínez y Gustavo Garay Yépez, directivos de Radio Tequendama, no cabían de la dicha ante la cantidad de prensa gratis que recibió la empresa. El evento fue creciendo en popularidad como una bola de nieve. Con Vinasco nos mirábamos con complicidad y risa para celebrar el efecto que nuestras ideas locas creaban en el público. Sabíamos que detrás del campeonato existía “un gran secreto” y nos habíamos comprometido a no revelarlo en mucho tiempo. Los detalles de ese pacto los conocerán más adelante, en este libro. Hacia la madrugada comenzamos a sentir los primeros efectos del cansancio y la falta de sueño. Colegas de la emisora La Voz de Bogotá, que quedaba en el mismo edificio, se turnaron para motivarnos y darnos apoyo moral. Llegamos a pensar que no íbamos a pasar del primer día y a través de la radio pedimos consejos para mantenernos bien física y sicológicamente, sin dormir. Urías Ocampo, uno de los oyentes, se ofreció voluntariamente para darnos masajes y comida balanceada. El hombre llegó con una camilla, un baúl repleto de menjurjes, aceites, cremas y gasa. Fue nuestro ángel guardián durante la prueba. Cada tres horas nos dio refrescantes baños con compresas de agua fría y caliente, así como deliciosos caldos y té de yerbas. Urías, años después, se hizo famoso como preparador físico de las candidatas a los reinados de belleza. Al segundo día, cometí una deliciosa imprudencia que por poco me cuesta el campeonato: hice el amor con una amiga en mi oficina. Fue algo apresurado. Cuando mis colaboradores notaron que me había desaparecido comenzaron a buscarme por todas partes temiendo que me hubiera quedado dormido. Regresé agotado y sin energía. Ocampo lo notó de inmediato y pensó que me había deshidratado. Le conté lo ocurrido, sonrió, y me dio una dosis doble de vitaminas, un plátano y un “caldo de gallina con reconstituyente”. A medida que pasó el tiempo, más personalidades vinieron a visitarnos. La máxima figura de la narración deportiva Carlos Arturo

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Rueda, se conmovió tanto con nuestra transmisión que donó una bola de béisbol firmada por algunos de jugadores de los Yankes de N.Y.; y el torero Pepe Cáceres, regaló el traje de luces que usó el día que tomó la alternativa. Éstos y otros objetos los subastamos entre los oyentes y el dinero lo entregamos a las directivas de IDEAL. Una llamada que nos gustó mucho fue la del humorista Humberto Martínez Salcedo quien privadamente nos felicitó porque estábamos haciendo, según sus palabras, “un gran sainete que evidencia lo folclórico que es el país”. De otra parte, el director y guionista de televisión Bernardo Romero Pereiro, nos abrazó emocionado y nos dijo: —El cuento que le están echando al pueblo es una berraquera. A las cuarenta y cinco horas, se nos ocurrió pedir leche de verdad, no rendida con agua. Ofrecimos un tiquete ida y vuelta a San Andrés a la primera persona que trajera una vaca al estudio y la ordeñara. Un cuarto de hora más tarde llegó el primer camión, luego cuatro más, todos con vacunos. Intentamos subir un ejemplar por las escaleras pero el animal se resistió. A los periodistas les pareció muy simpático este episodio y lo destacaron en sus crónicas. Otro momento inolvidable ocurrió cuando William “se voló” del estudio en una unidad móvil rumbo a cuatro vientos, un conocido sector de Bogotá, donde venden fritanga. Con varios expertos en nutrición discutimos “el peligro de la grasa de la rellena en el sistema digestivo de un futuro campeón mundial, y los posibles efectos adormecedores del cilantro”. William ignoró todas las recomendaciones y admitió públicamente que su único deseo era un suculento almuerzo lleno de colesterol, así le costara el título. Doña Tulia de Vinasco, madre de William, le suplicó al aire que dejara esos impulsos, pero mi compañero, que ya mostraba los devastadores estragos del prolongado insomnio, se fue a jugar tejo y a tomar cerveza en una cancha del barrio Restrepo. El público terció a favor de Vinasco y protestó enérgicamente cuando anuncié que se iba a ser descalificado por desobediente. En el último momento, William recapacitó, pidió perdón y regresó al estudio con una olla llena de tamales que le regaló una oyente. Cuando cumplimos sesenta horas, nueve de cada diez receptores de radio encendidos, seguían el campeonato. Nos faltaban solo

315 ARMANDO PLATA CAMACHO dieciséis horas más para batir la marca mundial. Aprovechando la euforia del momento, se me ocurrió hacer una rueda de prensa con la presencia de algunos de los periodistas más influyentes de esa época, como Elkin Meza, Alfonso Castellanos, Héctor Mora, Alberto Giraldo y Álvaro Monroy Caicedo. Fue la ocasión perfecta para dar mi versión sobre la tragedia ocurrida días atrás en el concierto rock de Melgar. Contesté todo tipo de preguntas y creo que logré mejorar un poco la mala imagen que gané con ese triste incidente. Esa noche quedé más tranquilo y con la conciencia en paz. A medida que se acercaba nuestra meta se nos hizo más difícil dominar el deseo de dormir, especialmente entre las dos y las tres de la mañana. Bautizamos este momento como “La hora crítica” y le pedimos a nuestros oyentes toda su energía positiva para superarlo. El amanecer fue grandioso por la permanente presencia de tríos y mariachis que vinieron a darnos serenata. Las ultimas tres horas fueron retransmitidas por casi todas las cadenas de radio y emisoras independientes del país, en un acontecimiento poco usual. La Asociación Colombiana de Locutores, el Círculo Colombiano de Artistas, el Sindicato de trabajadores de televisión, Acoteve, y otras organizaciones de la industria, nos enviaron canastas de flores y mensajes de felicitación. Una delegación de Chocontá encabezada por mis padres, el alcalde y varios ex compañeros del colegio Rufino Cuervo, a duras penas pudo entrar. Todos se sentían orgullosos de nuestro logro. A las setenta y nueve horas y media de maratón, el entonces director de Todelar, Alejandro Pérez Rico, hizo el conteo regresivo en medio de lágrimas, besos, gritos de felicidad, luces y el flash de numerosas cámaras: —Atención Colombia... faltan cinco segundos, cuatro, tres, dos, uno... Tenemos tres campeones mundiales de locución: William Vinasco Ch., Armando Plata Camacho y Alfredo Zabala. ¡Viva Colombia! De inmediato sonó el himno nacional y todos los asistentes lo cantaron llenos de júbilo. Luego, desde una ventana ubicada en un cuarto piso nos asomamos a la calle. Vimos a no menos de tres mil personas agitando pañuelos blancos. La multitud ocupaba gran parte de la carrera 8ª, desde la calle 16 hasta la 18. Algo apoteósico. Llenos

316 Ser alguien de satisfacción y regocijo, sonreímos con Vinasco. En nuestro rostro había una pícara expresión de incredulidad. Nos abrazamos y entre dientes murmuré: —¡Qué carreta tan brava, Campeón! Después de la celebración, continuamos en el aire con la intención de imponer nuestra propia marca. La emoción del triunfo nos dio un segundo aire para superar temporalmente el enorme cansancio y logramos completar un total de ochenta y seis horas frente al micrófono. Hacia las cinco de la tarde del lunes 21 de diciembre de 1974, salimos del estudio rumbo a la clínica Nuestra Señora de la Paz para una evaluación médica que por fortuna fue satisfactoria. En esa oportunidad en tono de sorna le preguntamos a una enfermera bastante atractiva si era cierto que tanto tiempo sin dormir nos iba a dejar impotentes, a lo que ella nos respondió: —Sí y hay pocas excepciones. —¿Y quedaremos locos? —preguntó William. —Más de lo que están. Al poco tiempo nos recuperamos y regresamos a nuestra actividad normal. William y yo nos volvimos amigos y hermanos inseparables. Siempre recordamos el “Campeonato Mundial de Locución” como uno de los mejores cuentos que hemos echado en nuestra vida. Desde el comienzo sabíamos que no existía ningún record. Acordamos que el evento no sería más que un show para encarretar a la gente y de paso promocionar la emisora. Nunca ha existido un récord mundial de locución avalado por la Organización Guinness, o por cualquier otra entidad rectora de marcas. La tal marca de setenta y seis horas y media fue idea de William, incluso quería que fuera de cien horas, lo cual me pareció muy exagerado y difícil de lograr. Cuando un oyente, durante la competencia, nos comentó que no encontraba en su colección de Records Guinness la marca de la cual hablábamos, rápidamente logramos darle la vuelta al tema y “misteriosamente” su llamada se interrumpió. El Campeonato Mundial de Locución no fue más que un rumor, una historia fantástica hecha realidad gracias a la amabilidad del público

317 ARMANDO PLATA CAMACHO y a la cobertura de los medios de comunicación. Lo que sí es cierto, es que nuestro evento motivó a otros colegas a hacer lo mismo. En Québec, Canadá, a los pocos meses, dos periodistas batieron “nuestro récord” al establecer una “nueva marca” de ochenta y siete horas, y según la Agencia France Press, el ministro de finanzas Raymond Garneau los felicitó por su magnífico triunfo. Una nota triste que empañó este peculiar episodio profesional fue la lamentable temprana desaparición de nuestro compañero Alfredo Zabala. Semanas más tarde, Alfredo regresaba a su casa en Fontibón, después de su turno en Radio Tequendama, cuando fue asesinado, al parecer víctima de un atraco.

1974 - Radio Tequendama. Campeonato Mundial de Locución. Al lado de William Vinazco Ch y el operador de audio Alfredo Zabala.

318 Ser alguien Zafarrancho

Aún con el recuerdo fresco del campeonato, en enero de 1975, inicié al mediodía en Radio Tequendama: Zafarrancho, un programa con artistas y celebridades invitadas. El nombre lo tomé del argot militar y significa desorden, patas arriba. Zafarrancho se volvió una palabra muy sonora que comenzó a estar en boca del público por la forma como se entrevistaba a los artistas cuando venían a lanzar sus nuevas producciones discográficas. El público era quien decidía, a través de llamadas telefónicas, si les gustaba o no la nueva canción. Los temas ganadores entraban en rotación en la emisora y los discos rechazados se rompían en el aire, y pasaban al cesto de la basura. Este procedimiento, un poco cruel, despertó el morbo del público por saber quiénes pasaban la prueba y quiénes no. Un episodio muy comentado ocurrió una vez, cuando la joven cantante colombiana Blanca Luz terminó llorando al aire, a moco tendido. Al respecto, Blanca Luz le dijo a la prensa: “Llegué al programa muy ilusionada porque creí que mi nuevo tema le iba a gustar al público. Armando lo escuchó y dijo que era una canción muy lenta y que mi voz se escuchaba sin vida y opaca, que me faltaba mucho para ser profesional. Fue una entrevista fuerte. Yo había trabajado bastante en el proyecto y al escuchar sus comentarios, me desilusioné, me dio tanto dolor que no resistí y me puse a llorar”. Me desconcertó la reacción de Blanca Luz y fue muy difícil en ese momento el manejo de la situación. No tuve la intención de ofenderla o hacerla sentir mal, por el contrario, la crítica era constructiva y tenía el propósito de elevar el nivel artístico de la producción musical pop del momento. Lo cierto fue que la canción no pasó porque el público la vetó. Veinte años después, Blanca Luz me comentó que Zafarrancho la motivó a intensificar sus estudios de música y canto. Otro programa inolvidable fue con la cantante samaria Ximena quien estaba en pleno apogeo de su carrera. Vino a estrenar El

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Secuestro, la versión en español de una canción francesa sobre una madre que recibe la noticia de que su hija ha sido secuestrada. El tema estaba bien producido, tenía interesantes elementos melodramáticos y un final feliz: el reencuentro de la niña con su familia. Sin embargo, en la letra de la canción no se hacía referencia al castigo para los secuestradores razón por lo cual argumenté que era una posible apología del delito. Promoví una campaña para que el tema fuera retirado del mercado. Se encendió una gran polémica que llegó hasta el Ministerio de Comunicaciones, que le pidió a la compañía de discos CBS que cancelara la promoción. Ocurrió entonces algo inesperado: la gente quería tener una copia de la canción y se dispararon las ventas de manera clandestina. La entrevista que causo más impacto fue cuando la famosa cantante Claudia de Colombia comentó que había sido coaccionada para cantar en favor de un partido político de Venezuela. Un diario capitalino registró así el hecho: “Diálogo tremendo... tremendo, ayer al mediodía, entre Claudia y Armando en Zafarrancho. —¿Claudia, por qué aceptó cantar para la campaña de Carlos Andrés Pérez? —Yo estaba allí y me ofrecieron cantar en algunas concentraciones políticas. Rechacé el ofrecimiento, pero los directivos de la campaña me advirtieron que si no cantaba no podía volver a hacerlo en Venezuela. —¿Hubo coacción? —Bueno... no... no sé. Lo cierto fue que yo también canté en las promociones políticas del otro candidato para que la gente entendiera que no estaba con ninguno de los dos... y que si canté, lo hice porque me contrataron”. La prensa opositora de Carlos Andrés Pérez capitalizó esta entrevista para demostrar los malos manejos de su campaña. Claudia de Colombia era en ese momento un verdadero ídolo popular en Venezuela. Zafarrancho solo duró un año porque después pasé a dirigir Radio Continental, la emisora matriz de la cadena Todelar. Recuerdo

320 Ser alguien mucho ese programa porque sacó a flote una faceta de mi vida profesional muy desagradable: el deseo de cuestionar por cuestionar, crear polémica, mostrar poder y ser el centro de atención, a como diera lugar. Después de ver llorar a Blanca Luz, de ver salir del estudio a muchos artistas frustrados, echando chispas, y de sentir que estaba generando miedo entre mis invitados, me di cuenta que estaba actuando llevado por la arrogancia y la prepotencia. Era hora de rectificar el camino y de generar una actitud más de acuerdo con mis principios y mis valores.

A la franja exitosa

Al comienzo de 1975 salió del aire Tú y la música al no ser adjudicado en la nueva programación. Una vez más quedé fuera de la televisión. A las pocas semanas, Alberto Peñaranda Canal, uno de los dueños de la compañía Punch, me contactó: —Armando, quiero que presentes y dirijas Mano a mano musical. —Honor que me hace don Alberto. ¿Desde cuándo? —Desde ya. Peñaranda, que había tenido alguna diferencia con Fernando González Pacheco, animador de ese programa, aprovechó esa coyuntura para hacer varios cambios. Mano a mano musical era el programa estelar de la televisión colombiana, los domingos de ocho a nueve de la noche en el canal nacional. La noticia de mi nombramiento fue una bomba en el medio. ¿Un roquero presentando música popular? Plata se juega su prestigio y su nombre, comentó el periódico El Espectador. Armando Plata en las Grandes Ligas, tituló la revista Cromos. Mi primera reunión fue con el director de cámaras Manuel Medina Mesa, otro de los socios de la empresa. —Me gustaría que hiciéramos un programa más moderno y dinámico —le dije. —O sea que lo que hacemos es viejo, antiestético, anquilosado y aburrido —contestó de manera agresiva. (Medina era una especie

321 ARMANDO PLATA CAMACHO de “Dios de la producción” y quienes trabajaban con él se sentían intimidados por su temperamento fuerte). —Lamento que usted haya interpretado así mis palabras. Lo que quise expresar es que los tiempos han cambiado y hay una nueva generación que desea una televisión menos rígida. —¿Llena de imágenes antiestéticas, puestas a la loca, sin sentido? ¿Es eso lo que llama moderno? —En parte sí, Manuel. Entre menos convencional, más atractivo para la gente joven; entre más creativo, mejor. Así marcamos nuestro territorio y desde ese momento mantuvimos una relación profesional muy respetuosa que dio como fruto una propuesta de televisión musical menos conservadora, con ingredientes visuales novedosos, bien balanceados. Mano a mano musical cambió su look y su formato, y se transformó en un concurso de canciones. Alberto Peñaranda implementó una idea ingeniosa para promocionar la nueva música producida en el país: un concurso que denominó La canción de medio año, en el cual veinte temas originales competían durante doce semanas por tan importante premio. Debían ser canciones recién lanzadas al mercado y las empresas de discos podían inscribir producciones de cualquier género, interpretadas por orquestas, duetos, tríos, solistas o grupos. Los ganadores eran seleccionados por el público a través de votos que se publicaban diariamente en el periódico El Espectador. Los televidentes podían enviar por correo cuantos votos quisieran para apoyar su canción. Entre más votos enviaba una persona, tenía más posibilidades de ganar magníficos premios. La canción que recibía menos votos en una semana quedaba fuera de la competencia. Recibimos no menos de medio millón de votos. Según algunos periodistas de farándula, los artistas y las disqueras fueron los que agotaron varias ediciones de El Espectador pues trataron desesperadamente de imponer sus canciones. Este campeonato musical tuvo buena acogida entre el público, aunque llovieron numerosas críticas por la permanente repetición de los temas, algunos lo llamaron Malo a malo musical.

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Participaron artistas como Emmanuel, Eliana, Lukas, Ximena, Uno y dos, Henry Castro, Marta Isabel, Terrón de sueños, Liz, Orlando Betancourt, Jorge Alberto y Jaime D’Alberto. Llegaron a la final las siguientes canciones: Libre y puro, interpretada por Liz; Santa Marta linda, con la orquesta Los Rivales; Niña latina, de Orlando Betancourt; Al cielo la llevaste, de Jairo Alberto; América india, de Lukas; Qué más quieren los señores, de Eliana; Himno al viento, del grupo rock, Terrón de sueños; y, Amarte hasta el final, con Marta Isabel. El tema ganador fue América india, del canta-autor Lukas, un artista muy talentoso de aspecto hippie, barba, pelo largo y un rostro algo parecido a la imagen que se tiene de Jesucristo. Cantaba con los ojos cerrados y una rosa en su mano derecha. Su desabrochada forma de vestir despertó el rechazo de los sectores más tradicionales de la sociedad y la aceptación inmediata de la gente joven; de hecho se convirtió en uno de sus ídolos. Alberto Peñaranda me dijo que Juanita, su pequeña hija, era una de sus más fieles admiradoras. El estribillo de la canción que dice “debes conocer... debes conocer América... debes conocer sus tierras”, se hizo muy popular. Conocí a Lukas un año antes de que ganara el concurso La canción de medio año. La monja italiana Piera Agostino, directora de la empresa de libros y música religiosa, Ediciones Paulinas, me lo presentó en Radio Tequendama. Me pidió que lo “sacara adelante” y que le buscara un contrato con una empresa discográfica más grande. Acepté ser su representante y lo programé en el concierto de Melgar y en Tú y la música. Con la ayuda de la hermana Piera, y el músico William Constain, hicimos una gira de conciertos por colegios de Bogotá y algunas ciudades cercanas. Ahí me di cuenta del gran carisma y potencial de Lukas y le propuse a Codiscos producir un sencillo para probar el mercado. Grabamos en los estudios Ingesón: Gitanos del sol y América india, dos canciones de corte pop-rock, orquestadas por el excelente arreglista argentino Quike Fernández, y el guitarrista Mario Cuesta.

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Antes de inscribir América india en el concurso, le conté a Alberto Peñaranda que podía haber un posible conflicto de intereses por ser yo el representante de Lukas. Alberto me dijo que si la canción ganaba era por elección popular y no por presiones. Así que le dio el visto bueno. La primera vez que el tema salió en el programa estuvo a punto de ser eliminada porque obtuvo la segunda más baja votación. Pero con el correr de los días fue ganando popularidad y entró a la radio. Cuando ganó, aumentaron las ventas. Codiscos me pidió que finalizáramos el LP lo más rápido posible y a las tres semanas ya estaba en los almacenes. Fue un éxito inmediato y llegó a vender sobre cuarenta mil copias, una muy buena cifra para ese estilo de música, lo que me dio más fuerza como productor ejecutivo ante la disquera. La carátula llamó la atención por su diseño: una acuarela de la artista Patricia Ariza que vista de lejos parecía la explosión de una bomba atómica; un poco más cerca era como un hongo, y, en detalle, se insinuaba un pene penetrando una vagina. De ese disco surgió otro éxito titulado Nueva York 1990, la historia de “los hombrecitos de color azul celeste” que invadieron esa ciudad para liberarla de tanta “polución espiritual”. Para respaldar el LP organizamos con Codiscos una pequeña gira de conciertos por algunas ciudades. Llenamos el teatro Tolima de Ibagué, el teatro Municipal de Cali, el teatro Fundadores de Manizales y el coliseo cubierto de Pereira. En Pereira tuve dos momentos desagradables. El primero fue con Guillermo Montoya dueño de Musicando, la compañía que contratamos para la amplificación de sonido. Montoya instaló unos amplificadores caseros de muy baja potencia que no cumplían los requerimientos mínimos para un concierto en el que había cuatro mil personas. (Una década más tarde, fui invitado por Montoya a la inauguración de su emisora Musicando FM. Luego, las autoridades locales lo vincularon con presuntos negocios del bajo mundo y al poco tiempo murió asesinado). El segundo momento desagradable ocurrió cuando Lukas se negó a cantar, víctima de una severa crisis nerviosa, al parecer

324 Ser alguien producto de un mal viaje. El hombre estaba muy trastornado y se sentó en posición fetal en una esquina del camerino. En vano traté de convencerlo para que cambiara de actitud y le hice ver que estaba poniendo en riesgo el futuro de su carrera. Con el promotor local, el dueño de la cafetería La fuente azul, le echamos un poco de agua fría en la cabeza. Lukas se puso agresivo. La gente estaba muy impaciente en las graderías. Lukas no quería reaccionar. De pronto, me armé de valor, tomé un palo de escoba, me acerqué y le dije: —Lukas, sale a cantar o lo saco a palo. Estaba decidido a darle. Lukas me miró con sus ojos desorbitados, y se calmó. Luego salió al escenario. Desde ese momento perdí el interés por promocionarlo pues me pareció poco profesional y sus reacciones impredecibles ponían en riesgo cualquier inversión. Cuando finalizó La canción de medio año, continuamos presentando artistas nacionales e internacionales en Mano a mano musical. Un programa que recuerdo fue el especial: Décimo aniversario de Discos CBS. En él participaron los cantantes colombianos más vendedores de ese sello, como Gretta, Marco Antonio, Gustavo Gil, Mario Gareña, María Antonia, Billy Pontony, Óscar Golden, Harold y Claudia de Colombia. En esa etapa de Mano a mano musical alterné con Jimmy Salcedo quien era el director musical del programa. Jimmy era una persona carismática, hábil para el manejo de las relaciones públicas, poco virtuoso como músico pero de un gran olfato para los negocios. Más tarde, montó su propia productora y creó El show de Jimmy, uno de los musicales de mayor audiencia en la televisión colombiana, al final de los años setenta. Para septiembre de 1975 lanzamos La canción de fin de año, con el mismo formato de la competencia anterior. Esta vez las disqueras inscribieron canciones con artistas más populares, como el compositor barranquillero Mario Gareña; el dueto de Ángela y Consuelo —conocidas como las Hermanas Singer, porque eran la imagen de las máquinas de coser Singer—; Luis Gabriel, compositor

325 ARMANDO PLATA CAMACHO y cantante de temas protesta; Ximena; Ana y Jaime, el dúo pop- rock más popular del país; Antonio del Vilar; el dueto de música rítmica Uno y Dos; y Henry XV, ex vocalista de la orquesta Los Ocho de Colombia, entre otros. La final acaparó titulares de primera plana por la pelea tan dura que dieron las canciones de Ana y Jaime, Luis Gabriel, Ángela y Consuelo, y Uno y dos. Por último, el público se inclinó por El viento, una producción inscrita por la empresa colombo- venezolana Discomoda, interpretada por Uno y Dos. El tema se escuchó algo en radio pero no fue el hit que se esperaba. Esto desanimó a Alberto Peñaranda y decidió suspender indefinidamente el concurso. También influyó en la decisión el hecho de que nuevamente la prensa criticó la repetición de la misma música durante tres meses. Mano a mano musical se mantuvo como el programa líder en la franja del prime time los domingos pero exigió gran parte de mi tiempo. Tuve que decidir si me retiraba de mis otros trabajos en Atlas Publicidad o Radio Tequendama. Muy a mi pesar salí de Atlas, aunque mantuve una permanente relación personal y de negocios con Jorge Valencia Torres, Juan David Botero, Bernardo Ramírez, Francisco Parra Medina y David Álvarez Ricardo. A propósito de Bernardo Ramírez, alguna vez me llamó a Radio Tequendama para perdirme un favor: —Armando, esta tarde voy tener una cita romántica en La Fogata. ¿Qué posibilidad tienes de programar música apropiada para ese momento? —Con mucho gusto. ¿Qué les gustaría oír? —Maestro, tú sabes más de eso. Ese día con la ayuda del programador musical de la emisora, Jairo Vanegas, seleccionamos las mejores baladas y nos fajamos un bloque de música absolutamente sugestivo para que ellos lo disfrutaran. Pasamos clásicos como El amor de mi vida, Love to love you baby, Candilejas, Bésame, Una vez más, Estar en ti, Tú y yo, Ay amor, etc. Puse una voz suave, tipo línea caliente 1-900, leí varios poemas y le pedí al operador de turno que pasara menos propagandas.

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Al rato pasó por el estudio Germán Tobón, gerente de la radio, y me dijo: —A qué hembra te estás encarretando, porque llevas más de una hora pasando solo canciones de cama. —Pero te gusta, ¿no? —Está bueno, pero pilas... recuerda que la programación debe ser variadita, no te vayas a cagar en la emisora. Para complacer a Tobón puse temas más movidos. Bernardo volvió a llamar. —Maestro, no cambie la música que estaba muy buena. ¡Todavía no hemos terminado! En diciembre de 1975, con Vicente Stamato y Juan Carlos Gallardo, organizamos la primera entrega de los premios Antena de la Consagración, en el Salón Rojo del Hotel Tequendama, la cual fue transmitida por la primera cadena de televisión. Fue un espectáculo tipo Hollywood: con alfombra roja, autos de lujo, hermosas modelos, luces y muchos fotógrafos. Asistieron más de mil personas. La revista Antena había sido fundada siete meses atrás por los periodistas Stamato (argentino) y Gallardo (boliviano), en sociedad con el controvertido empresario colombiano Luis Fernando Duque. Esta ceremonia de premiación sirvió de lanzamiento oficial del magazín. El objetivo de la publicación era cubrir todos los eventos del espectáculo local con un equipo de redactores muy ingeniosos, como Fernán Martínez Mahecha, Henry Holguín, Hermógenes Nagles, Alberto Duque López y Ligia Riveros, entre otros. Me gustó mucho ser el maestro de ceremonias de esta espectacular gala en la que por primera vez se reconoció el talento de personalidades de la radio, el cine, la música, las artes escénicas y la televisión Colombiana. Esa noche, el maestro Francisco Zumaqué dirigió una orquesta de cuarenta músicos. Estrenó una obra suya, bastante original, en la que fusionó ritmos colombianos con acordes de jazz y rock que despertaron los aplausos de la audiencia. Los ganadores del premio Antena de la consagración fueron: la

327 ARMANDO PLATA CAMACHO presentadora Gloria Valencia de Castaño; los periodistas Yamid Amat y Margarita Vidal; los cantantes Luis Gabriel, Claudia de Colombia y Jairo Alberto; los locutores Juan Harvey Caicedo, Gaspar Ospina, Hernán Castrillón Restrepo, Jorge Barón Ortiz, Alberto Piedrahita Pacheco, Eduardo Aponte Rodríguez, Alfonso Lizarazo, María Cristina Caicedo y Jairo Alonso Vargas; el actor Julio César Luna; la actriz Judy Henríquez; el humorista Guillermo Zuluaga “Montecristo”; el payaso Bebé; los directores de cine Ciro Durán y Mario Mitroti; la folclorista Delia Zapata Olivella y los productores de radio Enrique París Sarmiento y Alberto Upegui, entre otros. Esa noche me sentí en el cielo rodeado de tantas estrellas y en plena cúspide de mi carrera. Era muy afortunado al poder codearme con la crema y nata del entretenimiento en Colombia, la misma gente que unos años antes veía como ¡mis ídolos!

328 Ser alguien La gran aventura

1976 fue un año de cambios importantes en mi vida personal y en mi carrera. A comienzos de enero empecé a notar un distanciamiento incómodo con mi esposa Luisa Fernanda. Éramos muy jóvenes e inmaduros para entender y afrontar la gran responsabilidad que implica el matrimonio. Lo más importante que teníamos en común era nuestra pequeña hija, Juanita. Mi esposa era una mujer muy guapa dedicada a nuestro hogar. Yo, un loco de atar, más interesado en vivir aventuras extramatrimoniales que en mantener un hogar estable. En el orden de prioridades, mi trabajo ocupaba el primero, el segundo y el tercer lugar. La fama, el permanente asedio de mis admiradoras, el dinero y el poder me hacían creer que era una persona invulnerable y superior a todos los demás. Otro cambio ocurrió cuando Germán Tobón me trasladó a la dirección de Radio Continental, la emisora matriz del Circuito Todelar. Aparentemente fue un reconocimiento público a mi labor al frente de Radio Tequendama pues en el medio se creía que trabajar en una radio con proyección nacional era más importante que estar en una radio musical local. Mi nueva posición la consideré como un premio. Sin embargo, con el correr de los años me enteré que el cambio fue producto de dos factores: la presión de varias compañías disqueras que no se sentían cómodas con lo que pasaba en Zafarrancho, y el temor de Germán Tobón de que mis locuras en la programación finalmente afectaran los ratings de Tequendama. Mis nuevas funciones eran leer noticias y conducir un programa de servicio a la comunidad. Los primeros días me parecieron un poco aburridos y por momentos sentí deseos de regresar a los programas musicales, pero con el correr de las semanas me adapté a mi nuevo cargo. Todelar era la segunda cadena radial del país con cerca de setenta emisoras afiliadas. Su fuerte eran las transmisiones de

329 ARMANDO PLATA CAMACHO eventos deportivos y los noticieros. Sus estudios estaban ubicados en varias casas en los alrededores de la carrera 17 con calle 48 del barrio Palermo de Bogotá. Ahí me reencontré con viejos amigos y colegas como los periodistas Jorge Enrique Pulido y Juan Darío Lara; los locutores Alejandro Pérez Rico, Libia Boada Escobar, Pastor Londoño Pasos, Manolo Villarreal y Gustavo Torres Rueda; el técnico de sonido Enrique “Ricky” Williams; el escritor de radionovelas Fulvio González Caicedo; y el narrador hípico Alberto Díaz Mateus, en ese momento vicepresidente de la empresa. Pero lo que cambió por completo el rumbo de mi carrera, sucedió cuando recibí en radio Continental la visita de Álvaro Enciso, un joven promotor de espectáculos. —Armando, vengo a ver si te interesa promocionar a un nadador que conocí en Leticia. Álvaro me mostró las fotos en blanco y negro de un fornido joven en traje de baño. —Este muchachón —me dijo— es un putas para nadar. Todos los días atraviesa el río Amazonas desde Leticia hasta el puerto de Benjamín Constant en Brasil. Se llama Alberto Rojas Lesmes, pero le dicen “El Tarzán Colombiano”. El hombre es muy pobre y se gana unos pesos manejando una lancha. Armando, tengo una idea: ¿por qué no lo ponemos a nadar el río Magdalena? De inmediato salté de la emoción y se me iluminó el panorama. —Del putas, marica... qué idea tan berraca... listo hüevón, ¿Qué hay que hacer? —No sé, lo dejo en tus manos. Lo único que quiero es que me lleve en algo, si hay billete —concluyó Enciso. Tener un nadador atravesando el principal río del país era algo absolutamente fuera de serie y era perfecto para promocionar la imagen de Todelar como una empresa preocupada por los intereses de la comunidad. De hecho, venía pensando en hacer algún evento que llamara la atención nacional y esta idea de un Tarzán colombiano era más que oportuna. Con Jairo Tobón de La Roche, presidente de Todelar y Alberto Díaz Mateus, estudiamos la factibilidad técnica para poder transmitir a lo largo del río Magdalena toda la travesía del nadador. Jairo Tobón se

330 Ser alguien mostró muy interesado en la idea ya que era un hombre de grandes retos radiales; pero éste, en particular, era muy complejo: consistia en traer la señal de audio por frecuencia modulada desde zonas inhóspitas y lejanas, como el Bajo Magdalena y la Costa Atlántica, hasta Bogotá. Debido a que aún no se había implementado la tecnología de satélites, era necesario crear nuevos puntos de recepción y enlace de la señal en tierra. Una operación muy costosa, pero fascinante, para los hombres de radio que soñaban con traer sonido de alta fidelidad, en directo, desde ciudades como Cartagena, Barranquilla y Santa Marta. En esa época, las transmisiones de noticias o deportes desde la Costa norte de Colombia se hacían solo por teléfono. En la junta analizamos además los pro y los contra de este viaje y llegamos a la conclusión de que definitivamente era un proyecto con muchas posibilidades que bien valía la pena poner en marcha. Lo bautizamos: “Operación Rescate del río Magdalena”. Era nuestro deseo concentrar la atención de los principales sectores productivos del país a lo largo y ancho de esta región, que siglos atrás fue el epicentro de nuestro desarrollo, pero que con el paso del tiempo se quedó en el atraso y el abandono. Jairo Tobón siguió con marcado entusiasmo cada uno de mis planteamientos y estaba motivado para apostarle a este proyecto de radio que definió como algo descomunal. Jairo habló de la posibilidad de enviar por lo menos a cinco periodistas para hacer informes desde todos los pueblos y ciudades alrededor del río, y de instalar equipos de transmisión en lanchas, así como enlazar señales de walkie-talkies. —La oportunidad es perfecta para cagarnos en la competencia (las otras cadenas de radio) —afirmó Jairo. ¿Cómo la ve Alberto? —Puede ser un éxito comercial, don Jairo. Una especie de vuelta a Colombia, pero con un nadador. Una prueba por etapas, o algo así, muy radial. Tobón se fumó en ese momento por lo menos media cajetilla de cigarrillos. Se le notaba la euforia propia de los hombres de radio. Emocionado me hizo una pregunta suelta: —Armando, y usted ¿qué quiere con todo esto? La interrogante me tomó fuera de base y contesté con un chiste: —Don Jairo, en realidad... no sé... yo solo quiero que Todelar me dé una silla plegable... de esas que usan los artistas y directores de

331 ARMANDO PLATA CAMACHO cine... que diga en el espaldar: Armando Plata, Director —luego, solté una carcajada. Tobón se quedó pensando. Dio media vuelta. Después de una pausa larga dijo: —Vamos a ver que pasa —y dio por terminada la reunión. Quince años después, durante una convención de radio en Las Vegas, Alberto Díaz Mateus me confesó que a Jairo Tobón le había parecido muy estúpido mi chiste y que cuando yo había salido de su oficina le comentó: —La idea era excelente y Todelar se la iba a meter toda para sacarla adelante. Pero ese muchacho Plata es un imbécil, un tipo falto de seriedad. Conmigo no cuenta. Alberto, sáquele el cuerpo a ese proyecto. Ajeno a la reacción de Jairo Tobón seguí adelante con los preparativos de la prueba. Eran los primeros días del mes de abril de 1976. Me concentré en trabajar como nunca en esta idea de la que estaba completamente convencido, ya que vi la oportunidad de hacer realidad otro de mis sueños: crear un artista, un producto y una marca, a mi manera. Fundé el programa “Operación Rescate del río Magdalena,” a las nueve y treinta de la noche, por las treinta y cinco emisoras del Circuito Todelar. De esta forma, pude tener acceso directo a las personas u organizaciones que iba a necesitar para hacer realidad la travesía. Además, con la colaboración de los oyentes recordamos el papel protagónico que tuvo el río en numerosos hechos históricos, su música, anécdotas de pescadores, y las leyendas de dominio popular como: “Las ánimas en pena” y “La patasola”, etc. Lentamente junté las piezas de este rompecabezas. El primer logro importante fue la autorización de la Oficina de Prensa de la Presidencia de la República para que algunas noticias de nuestro evento fueran incluidas en sus boletines diarios. Esto le dio imagen y credibilidad al certamen. Luego, los gobernadores del Huila, Tolima, Caldas, Cundinamarca, Boyacá, Antioquia, Santander, Bolívar, Magdalena, Cesar y Atlántico, le enviaron a los alcaldes de las principales ciudades y pueblos, por los que pasa el río, una carta en la que declararon la “Operación Rescate del río Magdalena” como un certamen de interés para la comunidad.

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Al poco tiempo se integró al proyecto Édison Quiñones, médico de la Selección Colombiana de Fútbol, quien con la colaboración de Coldeportes diseñó un plan de entrenamiento para mantener a nuestro Tarzán en perfecta condición física. La Defensa Civil colombiana pidió a todas sus oficinas a lo largo del río Magdalena, prestar el apoyo que fuera necesario para asegurar el éxito y la seguridad de su compañero Alberto Rojas Lesmes. El nadador era miembro de la Defensa Civil en Leticia. El Ministerio de Agricultura y el INDERENA, Instituto Nacional de Recursos Naturales Renovables, donaron miles de árboles para ser sembrados por estudiantes de escuelas y colegios. También recibimos el concurso de otras entidades como la Corporación de Turismo, Telecom, las cooperativas de pescadores y varios fondos de promoción de desarrollo agrícola y ganadero. Las oficinas de los alcaldes alrededor del río Magdalena recibieron varias cartas en las que se les pedía toda su colaboración con la prueba; esto los obligó a convocar el apoyo de sus conciudadanos para organizar actos de bienvenida que los hicieran quedar bien ante sus superiores. De manera espontánea y ad-hoc se integró un equipo de colaboradores que se entregaron en cuerpo y alma a la causa, entre ellos, mi asistente Germán Hernández Prieto, primo de mi esposa Luisa, quien se encargó de las minucias administrativas; el periodista Jairo Sandoval Carranza, jefe de prensa; mi socio Álvaro Enciso, en publicidad y relaciones públicas; el cantante Henry XV, director de los eventos culturales y recreativos; el locutor Efraín Alberto González, coordinador de logística y transporte; y Frank Fonnegra, un masajista muy hábil.

¿El hombre mono?

El nombre de “El Tarzán del Amazonas” no me parecía el más apropiado para el nadador porque no lo asociaba con nuestra cultura. Por semanas estuve pensando en algo que fuera más atractivo, corto y sonoro. Surgieron entonces dos posibles nombres: Temblón, tomado de un pez de río; y Capaz, otro pez, con el que se prepara el famoso plato típico viudo de capaz.

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Una mañana cualquiera, casualmente discutí el tema con el aspirante a locutor Alberto Augusto Díaz, hijo de Alberto Díaz Mateus. El muchacho me dio una idea que me pareció muy acertada: —Por qué no le cambias a Capaz la letra zeta por una x, y acentúas la pronunciación en la primera a, para que suene como Cápax... Armando, si consultas el diccionario de raíces etimológicas encontrarás que Capax significa, el más fuerte, el más capaz. Así surgió el nuevo nombre artístico que le asignamos a Alberto Rojas Lesmes. (Alberto Augusto Díaz, quince años más tarde, se convirtió en un ídolo de la radio en Chicago y Texas, con El show de Alberto Augusto, uno de los programas más sintonizados por la comunidad mexicana). El 21 de mayo de 1976, Álvaro Enciso, Alberto Rojas y yo, firmamos un contrato de representación artística que en su cláusula quinta decía: La iniciación del presente contrato es con el evento deportivo de la travesía del río Magdalena a nado, comenzando el día 29 de junio, la cual tiene una duración de 23 días, terminando el día 20 de julio de 1976*. Para el presente se le cancelará una suma fija de veinte mil pesos. Además se le cancelará un veinte por ciento de las utilidades netas y de las ventas publicitarias del evento. Además, se le sufragará la alimentación, pasajes, hospedaje, servicio médico y medicinas. El artista-deportista, tendrá obligación de acatar las insinuaciones que a bien tengan los empresarios, como por ejemplo la colocación de cualquier prenda jean, pantalonetas, camisetas, etc. Los empresarios de común acuerdo con el atleta-artista, le subvencionarán el valor de un seguro de vida, a favor de la persona que él estime conveniente. *La prueba se prolongó hasta el 7 de agosto de 1976. El contrato lo redactó el abogado Óscar Gómez y fue uno de los primeros de su género en nuestro país, ya que por esa época no era muy común este tipo de acuerdos de manejo y representación.

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La noticia no pegó de inmediato. Un primer boletín anunciando la inminente llegada a Bogotá de “un fenómeno llamado Capax” tuvo poco eco en los medios de comunicación. Sin embargo, nuestro fenómeno tuvo una intensa actividad semanas antes de lanzarse al agua: después de un minucioso examen médico, el doctor Édison Quiñones lo encontró muy bien físicamente y solo tuvo necesidad de recetarle algunos suplementos vitamínicos para reforzarle el sistema inmune; un odontólogo le mejoró la sonrisa con un implante en los dientes superiores; y un estilista le dio un look más moderno, con un corte de cabello que le realzó su aspecto ligeramente indígena. Luego de una larga sesión de fotografía logramos cinco buenas fotos del nadador en vestido de baño, las cuales enviamos a los periódicos con un segundo boletín de prensa. De nuevo la receptividad de los medios fue bastante fría. La tercera rueda de prensa la hicimos al aire libre en el Parque de Los Periodistas, para presentar oficialmente a Capax y ahí sí tuvimos una mayor acogida. La revista Antena, escribió: “Atravesar el país nadando: ¡Que locura! Este miércoles pasado conocimos algo que en un comienzo nos pareció una chifladura. Vimos reunidos por primera vez a Goyeneche —el eterno candidato presidencial— con un aviso gigantesco que decía: “Es necesario pavimentar el río Magdalena”. Allí, en el Parque de Los Periodistas, estaban también: El artista colombiano —personaje típico bogotano— “Mister Solo” y Armando Plata Camacho quien le contaba a la gente de la prensa una aventura: La Operación Rescate del río Magdalena. Surgieron las preguntas y al final ya estaba todo acordado: Un hombre corpulento que no conoce a Bogotá, pero que es el más resistente nadador del mundo, seguirá a nado el curso natural de la cuenca hidrográfica y detrás de él centenares de embarcaciones, unas de la Cruz Roja, otras de la Defensa Civil, Armada Nacional y de muchas otras entidades que se han vinculado al evento”. La crónica de la revista Antena, terminó así: “El hombre se llama Capax y a su alrededor se hará una campaña cívica educativa para la conservación de los recursos naturales”.

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Para establecer los puertos a donde pensábamos llegar, calculamos que Capax podía nadar un promedio de cincuenta kilómetros diarios. Las fechas de salida y llegada fueron clave: el 29 de junio era perfecto para partir, ya que Neiva estaba celebrando su tradicional fiesta de San Pedro, y el 20 de julio era el ideal para terminar por ser el día de nuestra independencia. Con el itinerario de ruta ya definido, busqué nuestro propio medio de transporte. Le presenté el proyecto de viaje al representante de Motores Yamaha en Colombia y presidente de la firma Eduardoño, Eduardo Londoño. De inmediato me autorizó la entrega de una lancha con motor fuera de borda, para doce personas, en canje por publicidad. Todo lo teníamos aparentemente bien calculado, excepto los preparativos técnicos de Todelar para las transmisiones en directo desde el río. En vista de que pasaban los días y no había un plan de trabajo al respecto, confronté a los directivos de la empresa quienes se disculparon de participar “por motivos ajenos a su voluntad e imprevistos de última hora.” Esta noticia me afectó un poco pero ya era muy tarde para echar atrás. Estaba tan emocionado con esta nueva aventura que literalmente dejé mis otras responsabilidades para seguir adelante: le pedí a Armando Caicedo, gerente de producción de Punch, que me reemplazara en la realización de “Mano a Mano Musical” mientras estaba fuera de Bogotá.

Se va el caimán

Llegamos a Neiva con cuatro días de anticipación con el propósito de hacer un poco de publicidad. Repartimos miles de volantes, patrocinados por la Industria Licorera del Huila, anunciando la presencia de Capax, y la ceremonia de iniciación de la competencia. Durante el desfile de las candidatas al Reinado Nacional del Bambuco por las principales calles de la ciudad, logramos que Capax fuera sobre una máquina de bomberos. Nuestro hombre impresionó al público por su pinta: iba en traje de baño, sobre su

336 Ser alguien hombro llevaba terciada una serpiente boa constrictor de tres metros y en su boca mordía un inmenso cuchillo. Definitivamente, Capax era un producto con gran arraigo popular. El martes 29 de junio de 1976, a las ocho de la mañana, el obispo de Neiva ofició la Santa Misa en el Parque Monumento La Gaitana, y bendijo el comienzo de la Operación Rescate del río Magdalena. A la ceremonia, asistieron por lo menos tres mil personas, entre ellos los periodistas Sonia Gómez de TV Sucesos RCN, José Yépez Lema de El Espectador, Luis Eduardo Ruiz Rubio de Todelar y Gonzalo Castellanos de la revista Cromos; así como delegaciones de la gobernación del Huila, la alcaldía de Neiva, Incora, Inderena, Defensa Civil y otras organizaciones gubernamentales. Mi amigo Leo Cabrera del Instituto Huilense de Cultura, nos dio una medalla conmemorativa y leyó unos poemas alusivos al acto. Fue un momento muy emocionante. Minutos antes de que Capax saltara al agua se nos presentó un hombre con una canoa. —Señores, me llamo Iván González, vengo de Montería. Soy pescador del río Sinú y quiero hacer el mismo recorrido de Capax pero en esta pequeña embarcación. —Amigo, gracias por su colaboración, pero es muy tarde para incluirlo en los seguros de vida o accidente; tampoco podemos garantizarle alojamiento, comida y atención médica —le comenté. —Don Armando, por favor, déjeme ir... es una ilusión que tengo; mire, me vine desde la costa en bus... —Lo siento mucho pero no puedo hacer nada. Algunas personas que estaban escuchando la conversación comenzaron a gritar: —Déjelo ir... no sea malo. La presión del grupo fue creciendo. Álvaro Enciso me llamó aparte. —Hermano, si el hombre paga todo y no es una carga para nosotros, pues dígale que sí, a la larga es bueno, va a estar al lado de Capax todo el tiempo y uno nunca sabe. —Alvarillo, lo que pasa es que podemos meternos en un lío legal. Qué tal que se nos ahogue o se joda... nos lo achacan y pailas.

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Henry XV se acercó y con su estilo desabrochado expresó: —Frescos que no va a pasar nada. Esta nota es para gozar, no para padecer. Ese man se ve un duro para navegar... pillen la pinta que tiene. Nos puede servir en canti, déjenlo, y si jode mucho, lo zafamos de una. Lo seguí pensando un poco más. Tenía mis reservas. La gente seguía gritando: —¡Déjenlo... Déjenlo! No muy convencido regresé hasta el hombre de la canoa. —Amigo, usted va por su cuenta y riesgo. El muchacho de la costa, se transformó. Sus ojos se llenaron de lágrimas. —Don Armando, gracias, muchas gracias. Tenga la seguridad de que no lo voy a defraudar. No se imagina lo feliz que me siento. El hombre se dirigió al público y levantó la mano derecha en señal de victoria. Una salva de aplausos y gritos de alegría prácticamente lo ahogó. Capax oró por cinco minutos y se persignó varias veces antes de acercarse a un pequeño muelle de madera. Eran las nueve de la mañana. El día estaba bastante nublado, hacía algo de calor y la humedad era insoportable. La noche anterior había llovido sin cesar y el río estaba crecido. Inspiraba respeto. El agua era mansa en la orilla, más fuerte en el medio y turbulenta en el centro. Tenía un color amarillo. De vez en cuando se veían flotando ramas y grandes pedazos de árboles. El nadador besó la imagen de la Virgen del Carmen que llevaba en un escapulario colgado al cuello. Cerró los ojos, se acomodó su larga cabellera hacia atrás, inhaló una fuerte bocanada de aire y se tiró de cabeza. Permaneció más de diez segundos debajo del agua. Salió bien adelante. Giró su cuerpo, sacó la mano izquierda y saludó a la multitud que lo vitoreaba en las orillas. Iván González, el hombre de la canoa, comenzó a remar con fuerza, evitando los puntos rápidos del río. Su diminuta embarcación era de madera y lucía como un kayac. Para mayor estabilidad tenía un mástil de dos metros de altura y una vela de tela blanca con leyenda: Montería doscientos años. Para demostrar

338 Ser alguien su destreza hizo varias cabriolas y luego se le pegó a Capax como un perro guardián. Nuestra lancha iba llena y pesada. Fuimos a bordo: Luisa de Plata, Armando Plata, Germán Hernández, Henry XV, Álvaro Enciso, Efraín Alberto González, Frank Fonnegra, Jairo Sandoval Carranza, el periodista José Yépez Lema, el camarógrafo Mario González, y el capitán de la embarcación: un lanchero contratado por Yamaha. Todos llevábamos puestos flotadores salvavidas. Cuando la nave arrancó, la proa se elevó más de lo normal. Pensamos que nos íbamos a volcar. El maquinista redujo la potencia del motor y gritó: —Conserven sus puestos que no pasa nada —y sonrió. A la salida de la ciudad, pasamos por debajo del puente que comunica a Neiva con el interior del país. Se veía lleno de buses, camiones, automóviles, gente y más gente. González se acostó sobre la proa de la lancha y comenzó a rodar una toma en contrapicado con su cámara Arriflex de formato super 16 mm. Al verlo, recordé mi primera filmación en la casa de putas, en el Grill Mario’s seis años atrás. Las vueltas que da la vida, pensé. Mario González trabajaba como camarógrafo para Producciones Mundo Moderno, la empresa cinematográfica de mi amigo Gustavo Nieto Roa. Tenía la misión de filmar un documental con los principales detalles de nuestra aventura. El cortometraje, luego sería proyectado en las salas de cine. A lo largo del viaje no tuvimos una buena química y sentí que no era el santo de su devoción. Cinco embarcaciones nos acompañaron en la primera etapa de Neiva hasta el puerto de Aipe; uno de los botes era el del Inderena y llevaba un equipo de radio portátil, de banda media, con el que intentamos hacer algunos informes para los noticieros de Todelar. Funcionaba con varias baterías de carro puestas en serie. Las condiciones atmosféricas no fueron las mejores y cuando logramos establecer la comunicación con el máster de la emisora, nos dijeron que la señal de audio era ruidosa y distorsionada. Desde el primer momento Capax quiso demostrar que era un superdotado y, en efecto, lo era. Su ritmo durante los primeros minutos fue asombroso: brazadas largas, perfecto manejo de la

339 ARMANDO PLATA CAMACHO respiración y un movimiento armónico de piernas. Era todo un atleta. Conocía de memoria el río Amazonas alrededor de Leticia, una zona en la que convergen los límites de Colombia, Brasil y Perú. Pero aquí, el río Magdalena le tenía una primera sorpresa: la temperatura del agua. Capax comenzó a gritar cuando sintió el primer tirón de un calambre en la pantorrilla derecha. Iván González, el hombre de la canoa, lo auxilió de una y lo remolcó hasta la orilla. El nadador estaba pálido, congelado, entumido. Tiritaba. Se le veía adolorido. A nadie se le ocurrió pensar que en esta área, el río Magdalena es el depositario de cientos de quebradas y riachuelos que nacen en los gélidos páramos y nevados de las cordilleras central y oriental de los Andes colombianos. Como un rayo veloz, Frank Fonnegra bajó de la lancha su maletín con aceites, cremas y una toalla playera sobre la que se acostó Capax. —Tiene una bola muy grande... en la pierna —aclaró el masajista. —Denle un aguardiente —alguien sugirió por ahí. —No sean brutos, eso lo jode más... mejor un poco de caldo... o café —alguien aconsejó. —No tenemos nada caliente... solo sánduches y gaseosa —dijo Efraín. Frank siguió masajeando a Capax y le dio un poco de agua. Cabizbajo y preocupado, me fui con Álvaro Enciso a explorar el área. —Hermano, creo que este hombre no llega a Barranquilla. —Armando, tranquilo que Alberto es un berraco... mire, con ese calambre tan hijueputa como el de hoy, cualquiera se habría ahogado. —Sí, pero no podemos jugar al super héroe; ese loco podrá ser un putas, pero es humano. Además, le noto un deseo nato de figuración y eso es grave porque en cualquier momento puede cometer un error, una imprudencia, y chao pescao. —No conoces a Capax: es un superdotado. Fresco. —Álvaro, seamos claros: tú y yo sabemos que Capax es el gancho

340 Ser alguien de esta operación, de este espectáculo, y si algo le pasa, todo se nos derrumba como un castillo de naipes. No tomemos riesgos. —¿Qué propones? —Primero que todo, que solo nade a intervalos, para que descanse. Segundo, que siempre lleve una cuerda atada a la cintura Y tercero, debemos limitar el acceso de las personas a él. —¿Y eso para qué Armando? —Para crear misterio y ansiedad entre el público. Enciso, apliquemos el viejo principio del entretenimiento que dice: rodea tu producto de misterio y solo permite que el público lo vea en el escenario. La idea es que cuando llegue a los pueblos, lo vean un momento, luego lo escondemos en un sitio secreto y dejamos rodar ciertos chismes. —¿Chismes? —Si, cosas sin importancia: que esta deprimido... que tiene urticaria... que le molesta la oscuridad. Tonterías que despierten la curiosidad de la gente. Todos los días cambiamos de historias, y ya verás el efecto que eso causa. Retomamos nuestro viaje hacia Aipe, cuando Capax se recuperó del calambre. Ahora iba escoltado a la izquierda por nuestra lancha y a la derecha por la canoa. Entretanto, le comenté a Efraín Alberto González ciertas ideas para nuestro plan de hacer de Capax un producto con cierto “halo de misterio.” —Maestro, a partir de hoy eres el responsable de coordinar con los alcaldes nuestra llegada a los pueblos. En cada sitio pide que le tengan al nadador caldo de gallina caliente, dos frazadas y una bolsita plástica. —¿Bolsita plástica? —Sí, para coleccionar un poco de tierra de cada sitio. Efraín, también necesitamos que el sitio donde se aloje sea secreto y vigilado por la policía. Si podemos usar la maquina de bomberos sería muy bueno hacer un desfile por la ciudad. Ah, todos los chismes que puedas hacer rodar entre la gente, son bienvenidos. Luego hablé con Jairo Sandoval Carranza acerca del manejo de las historias de Capax en la prensa. Era un periodista educado, ecuánime e inteligente, recién egresado de la universidad. Jairo

341 ARMANDO PLATA CAMACHO vio en esta aventura la ocasión propicia para surgir, por eso “lo había abandono todo” para venir. —Hermano, tú eres la ficha clave en este proyecto. Debemos crearle a Capax una imagen que podamos explotar en tiras cómicas o en historietas de aventura. Aprovecha todas las cosas o hechos curiosos que veas, sin exagerar, y vuélvelas crónicas periodísticas interesantes. Las oficinas de Telecom van a estar abiertas hasta la medianoche para que puedas enviar boletines de prensa por telégrafo o hacer informes de radio por teléfono. (En esa época, las oficinas de Telecom atendían solo hasta las seis de la tarde). —Chévere. Traje un directorio muy completo de periódicos y emisoras, incluso hablé con algunos amigos que están interesados en que les envíe notas —afirmo Jairo, —Chino, tienes la oportunidad de reportar para todos los medios, excepto El Espectador y El Vespertino donde trabaja José Yépez Lema. —Fresco, me gusta este reto y creo que esta historia tiene tela para rato —enfatizó plenamente convencido. La calma del viaje se interrumpió cuando el lanchero exclamó: —Señores, ¡ténganse duro! —y aceleró el motor al máximo, sobrepasó a Capax y a Iván González. Avanzó unos veinte metros y desaceleró bruscamente. Giró la nave y la dejó de costado. —Don Capax, súbase rápido, y usted también, con su canoa — dijo. —¿Que pasa? —preguntó el nadador —Estamos cerca de un remolino. Tenemos que pasar por la orilla antes de que nos trague. Con mucho cuidado, nos alejamos de las corrientes concéntricas que giran a cierta velocidad. El remolino estaba localizado en una curva donde el río se angosta y forma un ángulo de noventa grados. Según el navegante, la fuerza del remolino es tan poderosa que succiona todo lo que pasa a su alrededor. —Es un cementerio natural. El que entra no sale, y si sale, es un finado —comentó con total frescura. Luego del susto, Henry XV confesó que estuvo a punto de cagarse en los pantalones, Yépez Lema quedó pálido del culillo y Germán Hernández se fumó un cigarrillo para calmar los nervios.

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Seguimos avanzando de sur a norte por el valle del río Magdalena, entre chistes y carcajadas. A la orilla izquierda, a lo lejos, estaba el desierto de la Tatacoa, una región árida donde abundan arañas, escorpiones, culebras cascabel, águilas, comadrejas y plantas típicas como el cactus. A la derecha, se podía apreciar una inmensa y productiva terraza agropecuaria con extensos cultivos de arroz y hatos ganaderos. El calor y la humedad invitaban a tomar un refrescante baño, pero no tuvimos el coraje de botarnos al agua y nadar al lado de Capax. Pasadas las cuatro de la tarde, a la distancia, divisamos dos botes con banderas de Colombia. Navegaban despacio, contra la corriente. Venían llenos de personas muy bien arregladas, como si fueran a una sesión solemne. Cuando llegaron, nos recibieron con pólvora. Un hombre, megáfono en mano, nos saludó: —Señores, como alcalde del municipio de Aipe, la capital del oro negro, me complace darles una cordial bienvenida. Esperamos que la pasen muy bien y los declaro ciudadanos aipeños. Les tenemos un asado huilense, achiras y nuestras bebidas típicas: la mistela y la sevillana. —Muchas gracias alcalde. ¿Cuánto hace falta para llegar? —Unos diez minutos. Pasando ese monte que se ve allá, en la margen izquierda, está Aipe. Un conjunto vallenato comenzó a tocar. De una de las naves nos mandaron dos medias canecas de guaro, claves para entrar en ambiente. Los notables del pueblo sacaron pecho y le tomaron fotos al nadador. Todos nos sentíamos un poco agotados. De Neiva a Aipe hay treinta y dos kilómetros por carretera, pero navegando, la distancia es un poco mayor por las curvas que da el río. La recepción fue suntuosa e inolvidable. Salieron a recibirnos por lo menos cinco mil personas. Capax caminó hasta la orilla rodeado por cientos de niños que querían estar cerca de él. Levantó las manos, se arrodilló, y besó la tierra, mientras la banda municipal interpretaba el Sanjuanero huilense, la canción más famosa de la región. Las calles estaban llenas de gente y de jinetes cabalgando sus hermosos ejemplares de paso fino. En medio de una salva de

343 ARMANDO PLATA CAMACHO aplausos, vítores, música y pólvora, avanzamos por una calle destapada hasta el parque central. Allí, las autoridades locales habían preparado un acto público con discursos, poemas y la actuación de grupos de baile típico. Para mi sorpresa, mis amigos los humoristas Emeterio y Felipe, Los Tolimenses, pasaron a saludarnos. Más tarde, en la casa de la cultura, asistimos a un foro en el que se discutieron algunos problemas del área. La noche la pasamos en la clínica del pueblo.

Besos que enamoran

Al otro día, dos noticias fueron registradas en los principales diarios del país: “Capax a punto de morir en un remolino” y “Calambres y el agua fría casi matan a Capax”. El trabajo periodístico de Sandoval daba sus primeros resultados: —Enviamos marconis a todos los periódicos y grabé informes para un resto de emisoras. Todos quieren más noticias, incluso algunos me dijeron que si podían venir —me informó Jairo. —Diles que sí, pero no olvides comentarles que lamentablemente no tenemos cupo disponible en la lancha. Luego de un desayuno bien templao, fuimos a un acto organizado por el Inderena en el que simbólicamente un grupo de personas, previamente seleccionadas, sembraron varias hileras de árboles. Antes de iniciar la segunda etapa entre Aipe y Natagaima, hablé en privado con Capax para comentarle sobre el plan para mejorar su seguridad en el agua, así como la importancia de dosificar sus apariciones en público. No estuvo de acuerdo en que lo atáramos a una cuerda. A lo demás contestó: —Sí señor —en lo que parecía, respuestas sin convicción. Frank Fonnegra mostró de nuevo su pasión y conocimientos como masajista: Embadurnó al nadador con una gruesa crema negra para protegerlo del frío, y lo dirigió en una rutina de ejercicios de calistenia antes de que regresara al agua. La salida fue emocionante. Personas con los ojos humedecidos por la emoción nos regalaron frutas, panela y queso. Nos alejamos

344 Ser alguien río abajo emocionados por sus efusivas manifestaciones de cariño y calor humano. Fue un trayecto largo, tedioso y monótono. En esta parte el río es ancho y la corriente débil. Avanzamos despacio. Nos sentimos solos en medio del agua y la vegetación. Al comienzo fue agradable pero con el transcurso del día el recorrido se tornó aburridor. Ese día, la gente del Inderena regresó a Neiva y ninguna otra embarcación nos acompañó. El sol fue inclemente y nos castigó a toda hora. Terminamos rojos, quemados y con ampollas en la piel. Habíamos cometido el error de viajar en una lancha descubierta. Capax se opuso a que lo remolcáramos con la lancha para avanzar a mayor velocidad. La mayoría de los habitantes de Natagaima se cansaron de esperarnos y regresaron a sus casas convencidos de que les habíamos hecho una broma. Arribamos al muelle del pueblo cuando ya las gallinas se habían acostado. La iluminación era mínima. Solo distinguíamos siluetas, entre ellas, la de la alcaldesa, una mujer en sus cuarenta, de complexión robusta. Estaba acompañada por el cura párroco, el notario y el tesorero municipal. —Natagaima los saluda y con orgullo abre sus puertas a tan ilustres visitantes —nos dijo la alcaldesa—. Pensábamos que llegaban a las cuatro de la tarde, pero no importa. Los invito a un acto oficial que tenemos para ustedes esta noche, en la sede del concejo municipal. La mujer se acercó a Capax y le estampó un sonoro beso entre la boca y la mejilla que sorprendió a los asistentes. —Usted es mi héroe. —Gracias —le respondió con humildad. Jairo Sandoval me picó el ojo, sonrió, y se fue para la oficina de Telecom. La reunión en el concejo fue muy concurrida. Uno de los concejales orgullosamente recordó que su ciudad fue la capital del Estado soberano del Tolima de 1863 a 1866, y que la zona es asiento de la reservación de los indios Natagaima, quienes le dieron el nombre al pueblo. Otro legislador destacó el enorme potencial turístico de la región, con atracciones como el cerro Pacandé, las

345 ARMANDO PLATA CAMACHO playas de Painima, así como varios baños termales y ríos de ostras dulces. Al final del acto, nos dieron un pergamino conmemorativo. Camino al hospital, donde nos quedamos a dormir, Capax me dijo que no se sentía bien y que prefería parar un día para recuperar fuerzas. A la media mañana del día siguiente, Germán Hernández me despertó. Traía consigo un ejemplar del periódico El Colombiano de Medellín. —¿Viste la noticia? —Aun no. El titular medianamente destacado, decía: “Alcaldesa se enamora de Capax. Con un beso apasionado, le dice que es su héroe”. Cuando lo leí me pareció ingenioso, pero luego me preocupé por la imagen de nuestra anfitriona. Pueblo chico, infierno grande, pensé. Pero, efectivamente, sí hubo alguna atracción mutua. Por eso, Alberto quería pasar más tiempo en el pueblo. ¿Qué pasó entre ellos? Reserva del sumario. Tuvimos un día delicioso. La población se alborotó cuando se confirmó nuestra presencia. Alrededor del hospital se formaron varias filas de personas que querían autógrafos o tomarse fotos con el nadador. Pero esta vez, logramos que se mantuviera alejado de la gente hasta las tres de la tarde, hora en que comenzó nuestro desfile por la ciudad. Fue una fiesta única. El deportista iba en un camión de estacas sin carpa, con su culebra y su cuchillo en la boca. A su lado, éramos treinta personas, incluida su admiradora, la banda del municipio y los invitados especiales. Capax disfrutaba el papel de ídolo. Su sonrisa era una descarga de electricidad para las mujeres, los hombres lo veían como “todo un varón” y los niños como Supermán. Salió mucha más gente que en Aipe. A nuestro paso, una estela de polvo rojizo se levantó por los aires calientes de la ciudad. Terminamos en el atrio de la iglesia, donde hicieron un acto folclórico en nuestro honor. Capax asistió solo unos minutos, luego nuestros muchachos lo escondieron con el apoyo de la policía local.

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—Mañana te voy a acompañar hasta Purificación —le dijo la alcaldesa. Ese fue el titular de prensa al otro día: “Alcaldesa se va detrás de Capax”. La Operación Rescate de río Magdalena tenía ahora un componente sentimentaloide que capturaba la atención de la masa. Desde ese momento, la prensa se mostró ávida de recibir todas nuestras noticias. Aún más, varios tabloides le confirmaron a Jairo Sandoval que la historia les estaba aumentando la circulación. El periódico El Espacio volvió a publicar una entrevista que el periodista Wilson Rey y el reportero gráfico Luis Enrique Rincón le habían hecho a Alberto Rojas Lesmes en Leticia, siete meses atrás. ¡Nosotros lo descubrimos! ¡Nosotros lo bautizamos El Tarzán del Amazonas!, titularon con orgullo. La etapa de Natagaima a Purificación fue un tramo bravo. El sol, una vez más hizo de las suyas. Además, el paso por el Cañón de Golondrinas fue tan peligroso que hasta el nadador prefirió ir en lancha para no desafiar a la madre naturaleza. En ese punto, el río se represa y forma olas de hasta dos metros de altura. El espectáculo es absolutamente bello, pero la fuerza incontenible de la corriente y el sonido del agua contra las rocas, intimidan. Para aligerar el peso de la nave, nos bajamos cinco personas e hicimos el trayecto a pie, bordeando el río. Por el camino nos encontramos con dos niños delgados y desnutridos. Hablamos con ellos y descubrimos con horror que vivían con sus padres en una cueva. Su cocina eran tres piedras, una vieja olla de aluminio y un lazo amarrado a una vara. De ahí colgaban un pedazo de hueso de vaca, el que presumiblemente le daba “sustancia” a la sopa. Ese fue el primer caso de miseria extrema, de muchos de los que fuimos testigos, a lo largo de nuestra intrépida travesía. Es impresionante la cantidad de familias que viven en la pobreza absoluta a orillas del río Magdalena, mucho más de lo que se puede imaginar. Hay áreas en las que el atraso, el abandono y la desidia oficial, son absurdos. Afectados por lo que vimos, regresamos a la barca. —Estoy friquiado —dijo Henry XV—. Hijueputas gobernantes los que tenemos.

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—Pilas güevón que la alcaldesa lo puede oír —le interrumpió Álvaro Enciso. —Me importa un culo, estoy emputado. Malparidos —gritó. —Tienes razón hermano —le dije y lo abracé—. Sé cómo te sientes porque yo también voy destruido. Lo poquito que estamos haciendo para llamar la atención, hagámoslo bien, no la vayamos a embarrar. Henry era un hombre noble, un niño grande y un artista muy sensible. Tenía una voz de tenor privilegiada y cantaba música lírica con una técnica impecable. Se hizo famoso como cantante de la orquesta Los Ocho de Colombia, pero su sueño era hacer una carrera como solista. Al comienzo de la travesía la piel de Henry era tan blanca como la leche, pero ahora, la tenía roja de la ira y achicharrada por el sol. Un kilómetro antes de llegar a Purificación, numerosos niños se lanzaron al agua para nadar junto a su ídolo, usando neumáticos como salvavidas. El momento fue inolvidable: el sol brillaba en el agua, iluminaba las espaldas de Capax, e Iván González, el hombre de la canoa, y las docenas de neumáticos de caucho negro, de los que sobresalían las diminutas cabezas de los inquietos muchachos. Capax recordó en ese momento parte de su infancia. No conoció a su padre, porque el hombre abandonó el hogar cuando su madre, dona Dioselina Rojas Serrano, aún estaba embarazada. Tuvo una niñez llena de conflictos, necesidades y penurias económicas. Solo pudo estudiar algunos años de primaria. A temprana edad, no tuvo más alternativa que salir a buscar trabajos menores para ganarse la vida y ayudar a su familia. Siempre sintió una especial atracción por la magia del agua. Aprendió a nadar a los cinco años. A los diez, ya desafiaba el turbulento río Putumayo. Cuando cumplió quince, se vino para Leticia atraído por la leyenda del río Amazonas. Sin embargo, sus recuerdos de esa ciudad no son los más agradables: la gente le echó piedra por deambular por las calles, descalzo, en pantaloneta de baño y con cuchillo al cinto. Trabajó como obrero raso. Sus amigos lo tildaron de loco cuando les comentó que tenía un sueño: atravesar Colombia de sur a norte por el río Magdalena.

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Llegamos a Purificación a las cuatro de la tarde, cuando había pasado la hora del bochorno. En esta región después del mediodía el calor es tan insoportable que los pobladores se resguardan bajo techo y toman una larga siesta. Este pequeño puerto fluvial está ubicado al suroriente del departamento del Tolima, en la margen izquierda del río Magdalena. Estas tierras eran dominio del cacique Yaporox cuando fueron descubiertas por don Sebastián de Belarcázar, en 1538. Nos recibieron de manera muy festiva con saludos en pancartas, pólvora y dos bandas musicales: la del pueblo y la del municipio de El Guamo. Vinieron delegaciones de pueblos vecinos como Saldaña, Chaparral y Ortega. La multitud era inmensa, quizá el doble de las anteriores. Capax salió caminando entre el agua, con un bastón de madera que alguien le dio para espantar rayas —son unos peces selacios que emiten una sustancia tóxica que quema el cuerpo humano— . Cuando llegó a la orilla, cayó de rodillas. Como si fuera el Papa, besó el suelo y recolectó una manotada de tierra. La puso en una bolsa que sostenía Efraín Alberto González. Luego besó a dos niñas vestidas con traje blanco largo, y guirnaldas de flores en su cabeza. Las doncellas sostenían una bandeja con una toalla playera y una taza de caldo caliente. La fuerza pública escasamente dio abasto para contener a la multitud. Capax se tomó la mitad del caldo, se metió en una ambulancia y salió con rumbo desconocido. Entre la gente circuló el rumor de que el deportista había llegado deshidratado y con cólicos, a lo que varias damas sugirieron que le dieran Coca cola o un té de malva. Cuando los pobladores ya estaban furiosos y desilusionados por no haber visto de cerca a su ídolo, el cura párroco anunció, por los altoparlantes de la iglesia, la presencia del atleta en el parque central de la ciudad. La gente corrió y llenó el sitio como nunca antes se había sucedido en toda la historia de este pueblo. Capax llegó a la plaza mayor en una máquina de bomberos. Con la mano izquierda sostenía la cabeza de su serpiente y con la derecha saludó a sus miles de admiradores. Un grupo de

349 ARMANDO PLATA CAMACHO adolescentes desafió el peligro y se colinchó alrededor del vehículo o se sentó sobre el capó. El conductor del automotor se vio en aprietos para avanzar sin atropellar a la multitud. En Purificación no hubo discursos, ni bailes, ni condecoraciones. Las autoridades locales hicieron un agasajo sencillo en la sede de la alcaldía donde declararon a Capax Hijo Adoptivo de la Ciudad. Durante el homenaje lo vi demacrado y bajo de ánimo. —¿Te pasa algo? —Don Armando, ¡tengo churrias!

1975 - CAPAX por el Río Magdalena. Fotografía publicada en El Espacio.

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¿Fuiste tú, Henry?

Uno de los titulares de prensa a la mañana siguiente fue: “Entre un mar de rayas, Capax llegó a Purificación”. Incluía una foto del deportista en actitud de espantar peligrosos bichos raros, con una vara larga. Algunos periódicos sensacionalistas afirmaron que el nadador había arribado al puerto “entre rayas, culebras y caimanes”. Nunca vimos ese tipo de animales. Esta noticia le dio a Capax una imagen casi sobrenatural, con un aura mítica propia de los superhéroes. Pero la realidad era otra: Capax afrontaba un delicado episodio de disentería amibiana, con severos dolores abdominales y diarrea. Los médicos le ordenaron total y absoluto reposo; le aplicaron potes de suero intravenoso y oral, y le recetaron pastillas de Amato de pirante y Metronidazol de 500 miligramos. Los días 2 y 3 de julio de 1976, nuestro Tarzán permaneció internado en el hospital, lejos del mundanal ruido, acompañado ocasionalmente por alguno de nosotros o por la alcaldesa de Natagaima. Jairo aprovechó esta coyuntura para enviar un boletín de prensa urgente, anunciando el posible retiro del deportista, dado su delicado estado de salud. La noticia desinfló a muchos de sus seguidores que lo vieron como un simple ser humano en estado de convalecencia. Capax se deprimió por el retraso en el itinerario de la prueba. Lloró algunas horas. —¡No puede ser que tenga tan mala suerte! —me dijo. —Tranquilo que primero está tu salud y si es necesario repetimos el evento cuando te sientas bien —le prometí. Pero Alberto era obstinado y decidido. Sesenta horas más tarde, se mamó de estar acostado y se fue para el río. “¡Si me muero, que sea en el agua y no en una cama!”. Así rezó el titular de prensa. Capax volvió por sus fueros con más ímpetu y berraquera. Con el ídolo en su elemento natural, la noticia ganó de nuevo interés. La siguiente etapa fue de Purificación a Girardot, con una distancia aproximada de cincuenta kilómetros. El nadador se fatigó

351 ARMANDO PLATA CAMACHO en algunos tramos y a regañadientes aceptó subir a la lancha para descansar. —Alberto, tome las cosas con tranquilidad. Literalmente no estamos imponiendo ningún récord —le sugerí—. En el fondo, esto, más que una prueba deportiva, es un espectáculo, y como tal, lo que importa es que llegues a las ciudades sano y salvo. —Don Armando, es que no quiero que después digan que no nadé todo el río Magdalena. —Capax, tú eres más que un nadador. Te estás convirtiendo en el ídolo que le hace falta a nuestra sociedad, en la representación viva del super hombre de la cultura colombiana. El atleta se quedó en silencio. Al cabo de un rato me comentó: —Don Armando, si quiere me devuelvo y nado el pedazo que hace falta. —No es necesario Alberto, vas muy bien. Más tarde, cuando estábamos entrando en territorio del municipio de El Espinal, un helicóptero del Ejército pasó a mediana altura. Nos llamó la atención porque regresó y comenzó a sobrevolar en círculos a nuestro alrededor. La nave tenía las puertas abiertas y en la distancia se veían tres o cuatro personas, incluido el piloto. Henry XV agitó una bandera de Colombia y luego levantamos las manos en señal de saludo. Posteriormente, nos enteramos que era el presidente de la República Alfonso López Michelsen, y el gobernador del Tolima, Carlos Eduardo Lozano Tovar. Capax continuó nadando despacio. Unos minutos lo hizo de espalda; otro rato, mariposa; a veces con “nadadito de perro”, y, al final, estilo libre. Este tramo fue tranquilo, excepto los últimos kilómetros, cuando paulatinamente notamos un fuerte olor a agua podrida. —¿Fuiste tú, Henry? —preguntó Jairo. —No, tiene el sello de los de Frank —dijo el cantante, muerto de la risa. —A mí me sacan de ese paseo —fue la respuesta de Fonnegra— . ¡Esa mierda es puro pedo químico! La carcajada fue general. El lanchero terció en la discusión y comentó que estábamos ingresando al delta del río Bogotá.

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—Creo que don Capax no debería nadar por ahí —fue su consejo. —Claro que no —fue el consenso general. Por el cuerpo del nadador bajó un líquido viscoso y fétido, de coloración entre azul y blanca. Daba asco. El masajista Fonnegra empapó una toalla con agua pura y le limpió la cara, y las manos. —Es muy triste ver cómo están nuestros ríos —murmuró el ídolo, y se sentó apoyando su cabeza en las manos. Pasamos luego sobre una parte donde el agua es entre gris y negra, donde una espuma babosa flota en medio de pedazos de envase plástico, piedras, troncos y animales muertos. Contaminada y repugnante, así es la desembocadura del río Bogotá: un absoluto muladar. Antes de Girardot, varios champanes repletos de campesinos se unieron a nuestra caravana. Con más frecuencia escuchamos los gritos de saludo de cientos de personas apostadas en las orillas. Un grupo de lanchas deportivas llegó raudo con chicos que las manejaban como bólidos. —¡No hagan olas muy fuertes! —les dijo nuestro lanchero. Le hicieron caso y se ubicaron detrás de nuestro bote. Al pasar una curva, un ferry de 16 metros de largo por 11 de ancho se acercó a nosotros lentamente. La nave había sido adaptada con un planchón de casi las mismas dimensiones en las que funcionaba un restaurante estadero. Estaba decorado para la ocasión con globos de colores, serpentinas y banderines. Más de un centenar de personas bailaban allí con la música a todo volumen. Cuando terminó una canción de Pastor López, el capitán nos saludó: —Señores, les habla el capitán Rafael Rozo. A nombre de los habitantes de los municipios de Girardot y Flandes, les decimos: ¡están en su casa! Ya eran las cinco de la tarde. El puente ferroviario que conecta el norte del país con el sur, estaba repleto de gente; y desde ahí, nos botaron flores y confetis en señal de bienvenida. Un nudo de emoción se nos hizo en la garganta. Los aplausos eran a rabiar. Llegamos al embarcadero turístico de la “Ciudad de las acacias” —como se conoce a Girardot—, en medio de una locura colectiva:

353 ARMANDO PLATA CAMACHO camarógrafos, fotógrafos, locutores, periodistas, todos, todos querían entrevistar a Capax. Pero, Efraín Alberto lo tenía bien preparado: un resto de efectivos de la policía “secuestró” al ídolo y lo llevó hasta una radiopatrulla que salió para el hospital. —El hombre tiene la pálida —les dijo González. Los colegas de los medios reaccionaron furiosos: —¡Hermano, no nos haga eso, que venimos desde Bogotá! —Es el colmo que nos dejen mamando. —¡Ese indio de mierda se nos volvió una diva! En la mitad del despelote, Jairo Sandoval les entregó un boletín de prensa que algunos recibieron de mala gana, incluso un periodista le gritó: —¡Métaselo culo arriba! Luego del chequeo médico, Capax pasó la noche en el hotel Tocarema, custodiado por la fuerza pública. Solo estuvo presente unos minutos en el coctel de recepción que organizó el alcalde en uno de los salones del mismo hotel.

¡Gracias, mi Capitán!

“¡El río Magdalena es una Alcantarilla!”, fue el titular de El Colombiano al día siguiente. El periódico paisa publicó un reportaje de dos páginas sobre nuestra travesía. Leyendo ese titular, me imaginé a Capax como la imagen publicitaria de la conocida crema Nivea. Visualicé al nadador en comerciales de radio, televisión y avisos de prensa, con testimonios como éste: “Nivea fue lo único que me ayudó a proteger la piel para desafiar la contaminación del río Magdalena. Nivea doble capa protectora para su piel”. Capax como marca tiene un extraordinario potencial de marketing, pensé, pero falta mucho para que llegue a donde quiero que esté. El capitán Rafael Rozo, un personaje local muy conocido como promotor turístico, se emocionó enormemente con la presencia de Capax. Esa mañana fue nuestro guía río abajo, en el tramo con destino a la población de Guataquí. Rozo vivía de vender licor y el famoso plato típico “Viudo de Capaz”, en su barcaza. Su experiencia como navegante en el río Magdalena se limitaba a trayectos cortos, inferiores a diez kilómetros desde Girardot.

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La salida fue una chichonera descomunal debido a la cantidad de público que salió a despedirnos. Rozo exigió que su nave fuera la primera, luego la nuestra, y más atrás, un sinnúmero de lanchas particulares. Se pegaron también a la caravana decenas de canoas, champanes y cientos de muchachos en neumáticos. Casi todos se regresaron después de media hora. El paraje en esta área es paradisíaco, lleno de vegetación espesa y rica en tonos de color verde. La corriente del río, casi imperceptible y sin olas, nos dio la sensación de estar en un oasis de total tranquilidad. El agua era un espejo, en el que se reflejaba la espectacular belleza del paisaje tropical. Pero la paz del ambiente cambió de súbito cuando una lancha con voluntarios de la Cruz Roja se adelantó, y se puso a la par de la nave del capitán Rozo. Discutieron algo, y le indicaron que se orillara a la derecha. De pronto, el bote de la Cruz Roja salió disparado por los aires, como a dos metros de altura. Cayó, se tambaleó, y volvió a saltar. Esta vez, al caer casi se vuelca. El motor sonaba como si estuviera a punto de explotar. Cuando la nave cayó por cuarta vez, la fuerza del impacto la mando a la orilla, contra la maleza. Nuestro lanchero reaccionó en segundos y ordenó: —¡Bótenle rápido un lazo a Capax y otro a Iván! ¡Agárrense duro que estamos entrando a un remolino ni el hijueputa! Mi mujer me miró aterrada, me abrazó, y empezó a llorar. Estábamos a pocos metros del centro de semejante peligro. El fenómeno natural emitió un silbido agudo y penetrante, giró igual que un tornado, y botó agua hacia arriba como si fuera un géiser. De pronto, el epicentro se hizo más grande y formó un hueco ancho y profundo. Luego, de manera inexplicable, se cerró abruptamente. ¡Algo atortolante, de verdad atortolante! Capax se amarró el lazo a la cintura y ayudó a salir a Iván González. Voltearon la canoa y se apoyaron sobre ella como su tabla salvavidas. Nuestro lanchero puso el motor a máxima potencia y luchó contra la corriente hasta que logró ponernos a salvo. Nos bajamos rapidísimo y nos fuimos caminando por entre la vegetación, tomados de la mano. Adelante iban Capax, Fonnegra e Iván, machete en mano, abriendo una trocha entre la maleza.

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¡Nos comimos la muerte! Sí, literalmente nos la comimos. Por un milagro salimos de las entrañas del remolino “Bizcochuelo”, uno de los más tenebrosos en el río Magdalena. Todo, debido a un error garrafal del querido capitán Rozo. La gente de la Cruz Roja le pegó una super puteada. El pobre viejo se sintió tan mal que se regresó para su tierra con el rabo entre las piernas. Nosotros también quedamos mal anímicamente. Continuamos nuestro viaje en silencio escoltados por la lancha de la Cruz Roja. Llegamos “achajuanados” a Guataquí, después de esa tremenda descarga de adrenalina. Guataquí, es un pueblo muy pequeño, localizado en la margen derecha del río y solo tiene dos mil habitantes. Pertenece al departamento de Cundinamarca. La poca gente que nos recibió nos trató con inmenso cariño y afecto. No esperaban que paráramos allá. Lo incluimos en nuestra ruta, porque varios de sus lideres cívicos fueron los primeros en contactarnos cuando recién iniciábamos el programa de radio Operación Rescate del río Magdalena, en Todelar. Esa tarde cumplimos la primera semana de aventura. Para celebrarlo, fuimos a la iglesia a darle gracias a Dios por su infinita bondad y protección. Más tarde, recibimos una bandeja de plata en la sede de gobierno local, degustamos una exquisita ternera a la llanera, y nos alojamos en una finca ganadera a orillas del río. Casi todos preferimos dormir en hamacas. Nuestra próxima parada fue el puerto de Ambalema, una ciudad que en el siglo XVIII y comienzos del XIX, se destacó como un importante centro tabacalero. A la entrada, apreciamos restos oxidados de vapores de esa época, en los que llegaban costosos productos europeos. La distancia desde Guataquí fue relativamente corta: cuarenta y cinco kilómetros. La recorrimos en cinco horas. Por fortuna, no tuvimos ningún incidente: más bien nos pareció bastante tediosa. Lo único raro fue que Henry XV se disfrazó de militar español, con botas largas, espada, saco rojo, charreteras y un sombrero de esos que usaba Napoleón. El cantante estaba cada día más chiflado: cuando llegamos a Ambalema, se paró en la proa, desenvainó la espada y gritó a todo pulmón:

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—¡Tierra! ; ¡Tierra pa’ las matas! Un millar de personas reunidas en el muelle le celebró el apunte y luego él se bajó repartiendo besos al aire. El casco urbano del puerto es un monumento nacional con casonas de estilo colonial llenas de hermosos e inmensos corredores rodeados de columnas. Visitamos la Casa Inglesa, una fastuosa mansión que tiene mármol de carrara por todas partes. La recepción fue multitudinaria y contó con delegaciones de otros pueblos del departamento del Tolima, como Venadillo, Lérida y la desaparecida Armero. A Capax lo “escondimos” en un lugar secreto y solo lo mostramos durante un cuarto de hora en el desfile por la calle central. La histeria del pueblo fue general. El nadador cada día era más popular.

¡Que bestia!

¡Capax, un ídolo indiscutible! Así enfocamos el nuevo boletín de prensa en el que resumimos los hechos más importantes de la aventura. El deportista había nadado trescientos sesenta kilómetros, llevaba treinta y seis horas en el agua, había estado tres veces a punto de morir, había sembrado más de mil árboles y su poder de convocatoria superaba las ciento cincuenta mil personas. El jueves 8 de julio de 1976, partimos de Ambalema muy temprano con destino a Honda. Henry XV continuó con sus delirios napoleónicos y llegó con un megáfono que le regaló el director local de Acción Comunal. Esta etapa fue igual de monótona a la anterior. Cometimos el error de no parar en la ciudad de Cambao. Como el río en este sector es más ancho y profundo, nuestro lanchero prefirió navegar por la margen izquierda y pasar de largo. Cambao está en la margen opuesta. ¡Quién dijo miedo! A los pocos minutos nos alcanzaron dos lanchas con un grupo de personas al borde de la histeria. —¡Señores, es el colmo que nos ignoren! ¡Cambao también es Colombia! ¡No nos van a dejar vestidos y alborotados! —Por favor mil disculpas, nos sentimos muy apenados por esta falla —le comenté al vocero de la comunidad.

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—Por si no lo saben, Cambao fue un puerto comercial muy importante. Antes de que se construyera el puente, todo mundo tenía que parar aquí y utilizar el ferry para pasar mercadería y vehículos al otro lado del río. ¡O entran a Cambao, o no pasan! —No, no señores, tranquilos, no hay problema; regresamos con ustedes inmediatamente. Por favor comprendan que fue un error involuntario —les aseguré. Ya en el puerto, justo sobre un pedazo de playa de río, nos recibieron tres ancianos tocando obras de Mozart, en violín. Estaban impecablemente vestidos a la usanza del siglo XVIII. Nos dedicaron valses, pasillos y bambucos. Henry XV se unió al grupo de venerables ancianos y cantó con ellos temas folclóricos de nuestro país. Al escucharlos, nos transportamos a esa época increíble de tertulia y veladas, cuando la rumba era llena de poesía, música, literatura, vino y aguardiente. Para Cambao era muy importante nuestra presencia. Habían engalanado las casas de la calle real con preciosos arreglos de flores del campo. En la residencia de uno de los personajes de la ciudad, nos ofrecieron un opíparo sancocho de pescado; y, al final, nos regalaron a cada uno, una canasta con frutas exóticas tropicales. Ahora con la panza llena, continuamos hacia Honda, conocida como la ciudad de los puentes, y disfrutamos el sonido de cada brazada de Capax sobre el agua, mientras dormíamos la siesta. De nuevo la multitud fue enorme. Salió a recibirnos gente de Mariquita y de todas las veredas y corregimientos cercanos. Un kilómetro antes de nuestro destino, llegó una lancha rápida con un oficial de la policía a bordo. —Están cerca del Salto de Honda. El río está un poco crecido y es peligroso —nos advirtió. Iván González, el hombre de la canoa, le dijo al uniformado que él de todas maneras pensaba pasar el salto, por su cuenta y riesgo. —No es conveniente —le contestó—, pero si lo hace, póngase un salvavidas. Iván continuó su camino sin hacerle caso mientras que Capax prefirió subirse a la lancha.

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La etapa culminó en el embarcadero que queda exactamente donde comienzan los rápidos. El Salto de Honda es un trayecto de tres cuadras, donde el río Magdalena baja progresivamente de nivel y la corriente choca contra las piedras. El sonido del impacto es majestuoso y relajante. Al final de la turbulencia está el centro del puerto. En febrero, en esa área, miles de pescadores vienen a sacar toneladas de bocachico en lo que se conoce como La subienda. Honda entera salió a las calles para atendernos. La ciudad en la época de la Colonia, fue uno de los principales enclaves comerciales, cuando todo llegaba al interior del país por río desde Barranquilla. El puerto fue en el siglo XVI centro del oro y de la plata, de comerciantes, de virreyes y encomenderos. En la época moderna, se convirtió en un gran destino turístico. La gente viene a admirar más de veinte puentes sobre los ríos Gualí y Magdalena, que conectan las principales calles de la ciudad. Iván González se persignó antes de entrar al Salto de Honda, luego tomó el remo firmemente entres sus manos y avanzó en zigzag hasta el centro de la corriente. Afiló sus reflejos y se dejó llevar por el curso del rápido. Los centenares de espectadores que lo vieron desde la orilla contuvieron la respiración para dar crédito a tan desafiante prueba. La canoa subía, bajaba, entraba y salía, entre las imponentes olas y golpes de agua brava. —¡Que bestia!, se va a matar —pronosticaron los nativos—. ¡Que Dios lo coja confesao! Iván, como buen maromero de río, supo conservar el centro de equilibrio, a pesar de los abruptos cambios provocados por la fuerza de gravedad y la inercia; y lo hizo con gran habilidad: el remo fue la extensión de sus brazos, y, en ocasiones, le sirvió de freno para retomar el control de su pequeña nave. No tardó más de un minuto para dejar al público perplejo y boquiabierto. —¡Usted es un berraco! ¡Iván, eres el putas de Aguadas! ¡Hermano, tienes las güevas bien puestas! —expresaron muchos de sus admiradores. Iván González hizo historia al sobrevivir el paso del Salto de Honda con su pequeña canoa. Lo recibieron con respeto, como héroe, como un duro que demostró coraje y sapiencia. Les dio una lección de canotaje y auto control.

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Jairo Sandoval envió un artículo sobre este hecho, pero la prensa le dio poca difusión. La estrella era Capax. A esta altura de la competencia, cualquier noticia que se enviara sobre el nadador comenzaba a ser oro en polvo para los medios. Por eso, hice un viaje relámpago a Bogotá, para hablar con varios directores de noticias a fin de intensificar la cobertura del evento, especialmente en la televisión. Alfonso Castellanos, director del Noticiero Suramericana —en ese momento, el más visto en el país—, me confirmó que le iba a “dar manivela” a la historia.

Buscando la unión

Cuando regresé a la competencia, Capax ya estaba en La Dorada, un puerto ganadero muy importante, famoso por su temperatura que llega a superar los cuarenta grados centígrados. Pertenece al departamento de Caldas y está ubicado en la margen izquierda del río. Al frente, se encuentra el municipio de Puerto Salgar, sede de la Base Aérea Germán Olano Moreno, también conocida como Palanquero. Según las autoridades, por lo menos ochenta mil personas aplaudieron al deportista desde que salió de Honda. Fue una etapa corta, de cuatro horas. En esta zona, la autopista Bogotá-Medellín va paralela al río, y a causa de la presencia del nadador, el tráfico automotor se paralizó por completo. —De lo que se perdió viejo Armando —me comentó Álvaro Enciso—. Hermano, hasta aviones de la Fuerza Aérea Colombiana salieron a saludarnos; pasaron rasantes como cinco veces. ¡Divino... Divino! —concluyó Álvaro, y se le aguaron los ojos. También me enteré que en La Dorada, Capax había tenido un incidente con Efraín Alberto González, porque el deportista estaba aburrido de “estar preso” después de cada etapa. —¡No me joda más que yo solo quiero estar con la gente! —le gritó el nadador, cuando Efraín le pidió que no se dejara ver de un grupo de personas que se agolpó en la casa donde estaba alojado. El deportista mostró una faceta de su personalidad que no le habíamos notado antes: agresivo y voluntarioso. Ya no era el

360 Ser alguien hombre sumiso y callado de las semanas anteriores, al contrario, su tono de voz era autoritario, como dando órdenes. —Don Armando, haga lo que quiera pero no voy a estar más escondido —me dijo Capax. En su actitud le noté resentimiento. Su decisión, unilateral y determinante, me dejó sin palabras. No había caso exponerle de nuevo la conveniencia “del encierro”. Capax ya no escuchaba argumentos. —Quiero que sepa —agregó— que acaba de llegar de Leticia mi primo Fabio Velásquez y él me va a acompañar de ahora en adelante. Además, quiero que venga una tía. —Alberto, lo de su primo me parece bien; incluso tenemos un cupo disponible en la lancha. Lo de su tía, con todo respeto, creo que es poco viable por ser una persona adulta y porque no podemos darle la atención que se merece. Capax se quedó pensativo y no dijo ni una palabra más. Desde ese momento, el ambiente se volvió tenso y se perdió un poco la camaradería de antes. Se crearon dos grupos: el primero, integrado por Álvaro Enciso, Jairo Sandoval, Frank Fonnegra, Henry XV, Efraín Alberto González, Germán Hernández y yo (Luisa, mi esposa se quedó en Bogotá cuando viajamos desde Honda); y, el segundo, conformado por Capax, Iván González, Fabio González, el camarógrafo Mario González y el periodista José Yépez Lema. El 11 de julio de 1976 partimos para Puerto Boyacá, una ciudad fundada en 1957, considerada la capital del Magdalena Medio. Está ubicada en la margen derecha del río: una zona rica en ganadería y explotación petrolera. Al frente se encuentra el poblado de Puerto Pita, donde se levanta una gran refinería. En general, ésta es un área despoblada donde el río es ancho y profundo lo que permite la navegación de planchones de mayor calado. La llegada fue muy emocionante en medio de las estrofas del himno nacional y la canción folclórica “Soy colombiano” entonada por miles de personas. La potente voz de Henry XV sobresalió entre todas porque le puso todo el volumen a su megáfono; escucharlo fue toda una tortura que nos dejó prácticamente sordos. Capax dejó de hacer el ritual de coleccionar la tierra de los nuevos puertos a los que llegábamos, como se lo habíamos

361 ARMANDO PLATA CAMACHO sugerido, y esta vez se quedó firmando autógrafos por más de una hora. Cuando pasó el entusiasmo los pobladores se fueron retirando, y al final, un grupo de niños lo escoltó hasta un taxi que lo llevó al hotel. El nadador vivió su éxtasis y sonrió todo el tiempo. Durante la cena, ordenó un pescado de tres libras, con plátano, yuca, aguacate; ah... y una cerveza bien helada. Ese día llegaron desde Bogotá el periodista Wilson Rey y el reportero gráfico Luis Enrique Rincón, enviados especiales del periódico El Espacio. Rey saludó al deportista efusivamente: —¡Campeón, como ha cambiado! Lo veo más delgado y más pintoso, la plata... la plata... parece que le ha ido bien desde que lo descubrimos. ¿Se acuerda? —Claro que sí, don Wilson. Rey, Rincón y Capax se encarretaron en privado un buen rato e hicieron varias fotos. Al nadador le fascinaba la vitrina: se transformaba frente a una cámara o a un micrófono; le encantaba ser el centro de atracción, y lo hacía bien, porque sabía darse al público, quizá en exceso. A Jairo Sandoval no le gustó mucho que yo le hubiera autorizado a El Espacio, esta nota exclusiva. —Armando, en qué quedamos. ¿Vamos a seguir creándole un cuento a Capax o lo vamos a dejar manosear de los medios? —Jairo, estas exclusivas de prensa son buenas, nos ayudan muchísimo. Lo de crearle al nadador un halo de misterio lo debemos suspender. Alberto no se siente cómodo “viviendo escondido”, y en el fondo tiene razón: no está preparado para asumir el papel de artista de manera profesional; solo quiere nadar. Lo del manejo de imagen no lo entiende. —¿Y la marca Capax? —Creo que va muy bien, se está posicionando más rápido de lo que pensamos. Es el valor agregado de esta hazaña que más adelante podemos comercializar como nombre para numerosos productos. Te imaginas, Gaseosas Capax para niños, Cuadernos Capax, Pantalones de baño Capax, revistas con Las Aventuras de Capax ¿Y qué tal un espectáculo llamado: Aprenda a nadar con Capax?

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—Armando, ¡eso necesita mucho capital! —No, nuestro negocio es muy sencillo: vendemos el uso del nombre por un porcentaje en la venta de los productos como regalía. —¿Y Capax si cooperará? —Excelente pregunta Jairo. El hombre está cambiando la percepción de las cosas. —¿Quieres decir que la fama lo esta mareando? —Sí, y es normal, debimos haberlo preparado sicológicamente para este momento. Ya es demasiado tarde. —¿Qué sugiere, jefe? —Tomar las cosas con calma, sortear la situación con diplomacia y evitar fricciones. Tenemos que llegar unidos a Barranquilla.

El mío es mejor

La décima etapa de nuestra aventura fue entre Puerto Boyacá y Puerto Nare, un área inhóspita, selvática y de clima malsano; aquí, a pesar de que las aguas son las propias para la pesca deportiva y el turismo ecológico, se nota muy poco desarrollo. Al llegar a Puerto Nare nos llamó la atención las enormes instalaciones de la fábrica de Cementos Nare, una empresa fundada en 1935 y una de las pocas alternativas de trabajo en la región. El recibimiento fue sencillo y emotivo. Poca gente salió al puerto porque no estaban muy seguros de la fecha de nuestro arribo. En esa época, las comunicaciones eran muy difíciles y solo había radioteléfonos en la alcaldía, la policía y la compañía de cemento. Telecom solo tenía una línea telefónica para servicio al público, y ese día funcionó a ratos, pues las llamadas se desconectaban al paso por la central telefónica de Puerto Berrío. Por la noche la pasamos regio: un grupo de obreros nos agasajó con un delicioso piquete de gallina de campo. Armaron carpas y prendieron varias fogatas. Una inolvidable cena bajo la luz de la luna llena, donde el humo de las hogueras alcanzó el cielo y se fundió con las nubes; fue una tenida con guitarra, canciones, guaro y pochola, hasta altas horas de la madrugada.

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El lunes 13 de julio de 1976, la prensa destacó unas declaraciones de Capax en las que dijo ser un fervoroso admirador del presidente de Colombia, Alfonso López Michelsen: “Es mi personaje preferido y mi mayor satisfacción sería que el primer mandatario me fuera a recibir cuando llegue a Barranquilla.” El nadador igualmente reveló: “Mi primer y único voto fue por él”. Estas afirmaciones publicadas en la primera página de varios periódicos incomodaron a varios sectores que consideraron que la política no tenía nada que ver con este evento. Ese mismo día continuamos nuestro recorrido con destino a Puerto Berrío. El trayecto fue relativamente corto y monótono. Llegamos hacia las dos de la tarde y gran parte del pueblo estaba esperándonos. No hubo desfile por las calles, ni actos oficiales. La única ceremonia de importancia fue la siembra de cientos de árboles en un predio cercano al casco urbano. Nos alojamos en un buen hotel en Puerto Berrío y nos acostamos temprano pues estábamos agotados después de la rumba de la noche anterior. Al otro día, justo al momento de partir para Barrancabermeja, ocurrió un incidente bastante extraño: un nadador de Puerto Berrío quería unirse a la prueba. Tenía el patrocinio de un conocido almacén de telas local, y el propio dueño del negocio —un hombre bajito, de aspecto rudo y carácter áspero— lo iba a acompañar hasta Barranquilla en su lancha particular. —Señor, con todo respeto, lo siento mucho pero no puede integrarse a nuestra caravana —le comenté en tono persuasivo. —¿Y por qué no? Mi nadador es más berraco que el suyo. Mire, anoche eché una apuesta con unos amigos... aposté un billete largo a que mi hombre también llega a Barranquilla. ¿Y sabe qué? ¡Voy a ganar! —Amigo, por favor comprenda que éste es un evento ya organizado. —Pues a mí me da mucha pena pero le va tocar sacarme a la fuerza... y si lo que quiere es tropel, usted dirá cómo es la vaina — respondió el hombre de manera intimidante. Luego le ordenó a un grupo de personas que parecían sus asistentes personales: —¡Preparen todo que nos vamos pa’ Barranca, gústele o no al señor Plata!

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El momento fue tenso y peliagudo. Le pedí a Capax que no se lanzara al agua hasta que yo hablara con el comandante de la policía. Después de escuchar mis argumentos el oficial le comentó al apostador: —Hermano, si lo que quiere es ganar la apuesta, pues hágase atrás... como a cien metros... ahí nadie le puede decir nada. El comerciante así lo hizo. Esperó que Capax iniciara la nueva etapa y luego se vino escoltando a su pupilo. En esta área del país la temperatura es infernal, ronda los cuarenta grados centígrados, el nivel de humedad es muy alto y hay bastante mosquito. Capax se subió a la lancha varias veces acusando agotamiento físico, pero el hecho de saber que tenía competencia le tocó el ego, y cada vez que regresó al río impuso un ritmo de brazadas más fuerte. Por eso, a pesar de que este era un trayecto largo logramos llegar a la región de Yondó —a una hora de Barrancabermeja— pasadas las tres de la tarde: un muy buen tiempo. Después de Yondó vivimos una completa locura: cientos de pescadores en sus canoas, tal vez mil, se sumaron a la caravana; decenas de niños en neumáticos, quizá más de cien, rodearon al deportista; motonaves particulares de todos los tamaños y colores se pusieron en fila india; veinte lanchas del Ejército, tipo asalto, formaron una escuadra detrás de nuestra nave; y para completar el soye: una fragata de la armada naval, con su tripulación impecablemente uniformada de blanco, nos recibió en las afueras de Barranca con varias salvas de cañonazos. Indiscutiblemente, este fue el mejor y más multitudinario recibimiento, pero también el más peligroso: varias veces estuvimos a punto de zozobrar en medio del caos y la confusión. Hubo un momento en el que por poco nos metemos debajo de un buque plataforma, de esos que transportan petróleo. La fuerza de la corriente y el poco espacio para maniobrar contribuyeron para que nuestra lancha rozara el casco del buque. Nuestro lanchero en una formidable demostración de dominio y pericia nos sacó del atolladero, evitando que la fuerza de succión que se forma alrededor del planchón nos aplastara.

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La emoción del momento fue alucinante: nunca antes en la historia de Barrancabermeja se había reunido tanta gente. Según las autoridades salieron más de ciento ochenta mil personas, la mayoría en trance y eufóricos; lloraban y trataban de sentir y tocar a Capax a como diera lugar; lo consideraban como el paliativo para sus problemas, como el Mesías que los iba a salvar de su miseria, ignorancia y falta de mejores alternativas. Pero Capax, el hombre de carne y hueso, continuaba con problemas de salud: los médicos del hospital departamental lo internaron para hidratarlo. Pasó la noche conectado a varios potes de suero y solo pocas personas pudimos estar a su lado. La orden de los doctores fue “reposo total durante los próximos tres días”. Al otro día, los directivos de Ecopetrol nos invitaron a un tour por sus imponentes instalaciones donde se refina el crudo. Más tarde, con Henry XV, fuimos al aeropuerto para recibir al periodista Jorge Consuegra, enviado especial de la revista Cromos, y pasamos un momento por Telecom donde hicimos unas llamadas a Bogotá. Ahí, Henry “se enamoró” de la operadora que lo atendió: era una preciosa morena, de pelo largo, ojos negros y mirada pícara. La miró fijamente, se le acercó y le cantó a todo pulmón “Il Amore” una preciosa tonada italiana. La telefonista se quedó sin palabras al ver que sus compañeras de trabajo sonreían ante tan inesperado espectáculo. —Bella mujer que Dios me ha enviado... ¡Serás mi esposa! Lo percibo, lo siento, ¡estas predestinada para mí! —le dijo el cantante. Le tomó la mano derecha, la besó con ternura mientras inclinaba su cuerpo hacia ella en señal de admiración. —¡Soy tuyo para siempre! —concluyó. Celebramos esta nueva ocurrencia de nuestro compañero con un gran aplauso y sonrisas. Henry quedó impactado: —Hermano, ella es la mujer que estaba esperando —me dijo camino al hotel— y te estoy hablando en serio. Fue cierto. El noviazgo duró pocas semanas. Henry la llevó al altar y formó una familia. Cuando regresé al hotel me esperaban en el lobby dos personas. —Sr. Plata, necesitamos hablar en privado con usted.

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—¿Pasa algo amigos? —Somos detectives del DAS —me mostraron sus placas—. Este asunto es confidencial: tenemos información confirmada sobre un complot para retener a Capax en el hospital. En cuestión de horas va a estallar una huelga de los empleados de ese centro. Quieren retenerlo para llamar la atención de los medios y de esa manera presionar una rápida negociación. Esta noche vamos a sacarlo del hospital y lo vamos a trasladar a un sitio seguro. —Agentes, ¿pero esto no es muy peligroso para la salud de Capax? —No se preocupe, el hombre está bien. En realidad nunca estuvo mal, fue parte del plan para retenerlo. —¿Y qué van a hacer? —Lo vamos a trasladar a esta dirección. Creemos que lo más conveniente sería que mañana, a primera hora, salgan de Barrancabermeja.

Algo raro

Así lo hicimos. Recién salió el sol partimos para Puerto Wilches. No hice ningún comentario sobre la operación de los detectives, ni le pedí detalles a Capax sobre cómo salió del hospital. Alberto se veía muy animado y con buen semblante, una muestra más de su impresionante capacidad de recuperación. A partir de esta etapa, otra lancha ingresó a la competencia: la de la prensa, en la que viajaron los periodistas Gonzalo Guillén, enviado por el periódico El Tiempo; Jorge Consuegra, de la revista Cromos; y varios reporteros gráficos que llegaron de Cali, Bucaramanga y Barranquilla. El trayecto fue relativamente corto y lo hicimos en cinco horas. Pasamos por una zona muy pintoresca llena de lugares muy hermosos, ideales para tomar fotografías; también vimos inmensas extensiones con cultivos de palma africana, y fincas ganaderas. La gente de Puerto Wilches nos recibió con mucho cariño. No hubo desfile por las calles de la ciudad, ni actos oficiales. El alcalde nos entregó una moción de bienvenida aprobada por el concejo municipal y nos alojó en diferentes casas de familia.

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Por la tarde, el periodista Gonzalo Guillén comenzó a entrevistar a cada uno de los integrantes de la caravana. Cuando habló conmigo, su primera pregunta fue: —¿Por qué una persona tan conocida en la radio y la televisión esta metida de lleno en esta aventura? —Por varias razones: porque me gusta la idea de llamar la atención del país sobre el río Magdalena, y de alguna manera colaborar en su recuperación; porque me parece fascinante el reto de viajar de Neiva a Barranquilla con un deportista como Alberto; y porque estoy haciendo de Capax un ídolo nacional. —Pero hasta ahora Capax ha sido la figura mientras usted ha estado detrás de todo esto. ¿Cuál exactamente es su relación con Capax? —Soy su promotor. Tenemos un contrato de representación y manejo —le respondí. —O sea que es como su empleado —afirmó Guillén. —Sí, recibe unos honorarios por la prueba y un porcentaje por posibles contratos en el futuro. —¿Me podría mostrar el contrato? —Con mucho gusto. Gonzalo lo leyó de cabo a rabo varias veces. —¿Así que usted es el dueño del nombre Capax? —Sí, ¿cómo le parece? —Interesante, gracias. La siguiente etapa fue entre Puerto Wilches y Bodega Central, un caserío de menos de trescientos habitantes. La pasamos muy mal porque nos equivocamos en la planificación. No llevamos alimentos, ni refrescos, creyendo que por el camino podríamos conseguir algún sitio para comer, pero no encontramos nada. A la hora del almuerzo, Capax e Iván González lograron atrapar algunos peces del río y los pusieron a asar en una improvisada fogata. Como no teníamos sal, ni condimentos, quedaron insípidos y algo quemados; solo probamos algún bocado para mitigar la horrible sensación del hambre. Llegamos a Bodega Central bien avanzada la tarde. El villorrio era una calle larga con algunas chozas de bareque y techo de paja.

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No había electricidad, ni alcantarillado. La pobreza era total y rayaba en la miseria absoluta. Sin embargo, la gente quería agasajarnos e intentaron sacrificar algunas de sus gallinas. No tuvimos el valor civil de permitirlo; solo les aceptamos café, bananos y chocolate. Fueron muy amables al permitirnos dormir en el suelo de sus alcobas, sobre la tierra, pues sus casas no tenían piso de madera, cemento o baldosín; ni toldillos contra los mosquitos. Entretanto, el otro nadador y su comitiva encabezada por el comerciante de telas de Puerto Berrío, durmieron en su lancha a prudente distancia del punto donde parqueamos nuestra nave. Los periodistas también pasaron las duras y las maduras. La incomodidad fue total: se llevaron la desagradable sorpresa de no encontrar provisiones, hotel, comunicaciones y ningún tipo de confort; por eso, decidieron continuar navegando hasta el puerto de San Pablo, al que llegaron sobre las nueve de la noche, muertos del hambre y del cansancio. Nuestra organización falló enormemente al no pensar en estos inconvenientes y al no darles el tratamiento al que ellos están acostumbrados. De Bodega Central nos dirigimos al día siguiente hacia San Pablo, un puerto localizado en la margen izquierda del río Magdalena, en el departamento de Bolívar. Antes de nuestra partida los pobladores nos regalaron panela, limones y bananos, alimentos que son la base de su dieta diaria. Los aceptamos con dolor y necesidad, a sabiendas del gran esfuerzo que hacían para complacernos. Al paso por el corregimiento de Cantagallo, Frank Fonnegra compró una barra de salchichón, pan y gaseosa, refrigerio que devoramos sin compasión como tentempié al mediodía. Capax, a pesar de estar un poco demacrado, siguió marcando el paso como si quisiera dejar atrás, de una vez por todas, al intruso nadador que intentaba hacerle contrapeso. Alberto con frecuencia miraba hacia atrás para constatar la distancia que los separaba y para reafirmar que en el agua nadie era mejor que él. La recepción en San Pablo fue muy alegre, con música vallenata y pólvora. Todo el pueblo salió al río y las campanas de la iglesia

369 ARMANDO PLATA CAMACHO repicaron sin cesar por varios minutos cuando el nadador pisó tierra firme. Capax llegó preocupado por la comida para su culebra y le pidió a su primo Fabio Velásquez que le consiguiera ratones y otros animalejos, preferiblemente vivos. Por la noche las autoridades locales nos invitaron a una auténtica parranda vallenata, la primera a la que asistía en mi vida: experiencia inolvidable por la increíble fuerza interpretativa del grupo que tocó. Era un trío de acordeón, guacharaca y caja, integrado por muchachos entre 18 y 20 años de edad. Sudaban como caballos y cantaban sin equipos de amplificación de sonido. —Como debe ser, compa, al natural —decían. Las muchachas del pueblo nos sacaron a bailar y el único que daba pie con bola era Iván González, el hombre de la canoa. El resto éramos un grupo insípido de cachacos que no teníamos la menor idea de los pasos del son, el paseo, el pase-bol y la puya, principales ritmos de la música vallenata. Pero nos divertimos de lo lindo escuchando las letras y el sentimiento de innumerables historias clásicas del Valle de Upar, La Guajira y la Costa Caribe, convertidas en canciones. En San Pablo, el periodista Gonzalo Guillén volvió a entrevistar a casi todos los integrantes de nuestra comitiva. Cuando lo saludé, me contestó de manera un poco hosca e indiferente, lo que interpreté como una reacción lógica a la cantidad de inconvenientes e incomodidades que vivió la prensa en esos dos últimos días. De San Pablo, Bolívar, partimos para el Puerto de Gamarra, departamento del Cesar. Nos dio cierta nostalgia salir porque queríamos seguir la parranda, pero aún nos quedaban muchos kilómetros para llegar a Barranquilla. El objetivo era arribar a ese puerto el 7 de agosto, día en que se celebra la Batalla de Boyacá y para cumplirlo teníamos que aprovechar los momentos de entusiasmo de Capax, y ese día el hombre se sentía muy bien. Un detalle que me llamó la atención fue que esa mañana vi al primo de Capax y a algunos periodistas charlando animadamente con el comerciante de telas de Puerto Berrío y su nadador. Mientras esa gente no interfiera con nuestra prueba, son libres de hablar con quien quieran, pensé.

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La etapa transcurrió sin ninguna novedad especial. Celebramos el hecho de haber cumplido más de quince días de aventura y de habernos recuperado de las jornadas con poca comida. Durante el trayecto, Jairo Sandoval me comentó que por lo menos ocho medios más estaban interesados en enviar periodistas para cubrir la prueba, y creía que la llegada a Barranquilla iba a ser algo descomunal que podría convocar por lo menos setecientas mil personas. —Puede ser —fue mi comentario. Luego le pregunté: —¿Te entrevistó Guillén? —Sí. ¿Sabes que lo sentí muy interesado en lo del mercadeo de Capax? Me preguntó qué hacías aquí, y que cuánto me estabas pagando. —Me imagino que le dijiste la verdad: ¡Cinco mil pesos! Jajá... ¡Jajá! Jairo, hay que colaborarle a Guillén y a todos los periodistas en lo que necesiten. Qué lástima que no tengamos billete para atenderlos bien. Nos faltó pensar en eso. —Sí, qué cagada. El recibimiento en Gamarra fue bueno. En los últimos kilómetros nos escoltaron cualquier cantidad de canoas, chalupas, buques de carga, remolcadores y lanchas deportivas. El ruido de los motores, las sirenas y los pitos de los barcos fue ensordecedor, pero a la vez, emocionante. Miles de sus habitantes nos aplaudieron en el malecón y luego organizaron un mini carnaval por las calles del puerto. Adornaron sus casas con la bandera de Colombia. Orgullosamente desfilaron frente a nosotros varios conjuntos folclóricos, grupos de baile ataviados con los trajes típicos de la región, conjuntos vallenatos, bandas municipales y decenas de artistas con tambores, flautas de millo y acordeones, quienes interpretaron cumbias, mapalés y porros.

Sin plata

La salida de la siguiente etapa, entre Gamarra y La Gloria, estaba prevista para las nueve de la mañana. Efraín Alberto González llegó al muelle con media hora de anterioridad para revisar el embarque

371 ARMANDO PLATA CAMACHO del equipaje. Más tarde, arribamos Henry XV, Germán Hernández, Álvaro Enciso, Frank Fonnegra, Jairo Sandoval y yo. El río estaba ligeramente crecido luego de una noche intensa de lluvia. Pasaron quince minutos, media hora, y no apareció Capax, ni su primo, ni el periodista José Yépez Lema, ni Iván González, el hombre de la canoa. —Efraín Alberto, ¿les reconfirmaste la hora de salida? —Sí, ayer por la tarde. —Qué raro, Capax es muy cumplido. Cuando completamos una hora de espera, le sugerí a Germán Hernández que pasara por el hotel para averiguar por qué se habían retardado mientras charlamos con algunas personas que esperaban ansiosas la salida del nadador. Cuando Germán regreso lo vimos bastante preocupado. —Les tengo malas noticias —nos dijo—. Capax y su gente se fueron del hotel anoche. —¿De rumba? —No, se chequearon y se fueron de la ciudad. —¿Cómo? ¿Para dónde? —No lo sé. En el hotel me dijeron que alguien los recogió en un carro hacia las siete de la noche. —Cómo así… ¿Para dónde se fueron?… hablemos con el alcalde… con el DAS… con la Policía… ¡alguien tiene que saber dónde están! En cuestión de minutos se conoció la noticia de la desaparición de Capax. Las emisoras pidieron la colaboración de la ciudadanía para localizarlo; la Policía y el servicio de inteligencia del Ejército iniciaron un operativo de búsqueda; y el alcalde de Gamarra llamó a sus colegas en las poblaciones vecinas para que le informaran sobre cualquier movimiento raro. En menos de una hora, las autoridades establecieron que Capax y varios de sus amigos estaban alojados en un hotel de Aguachica, Cesar, una población ubicada a treinta kilómetros de Gamarra. Allá les caímos de sorpresa. Capax recién se había levantado y estaba en compañía de su primo, de Fabio Velásquez, e Iván González, quienes se sorprendieron al vernos.

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—Alberto, ¿qué pasó? —Don Armando, no sigo más con ustedes. —¿Por qué? —Porque quiero seguir solo. —¿Solo? Capax, usted necesita un equipo, una organización. —Quiero seguir solo. —Usted ha visto el esfuerzo que hemos hecho. —Sí, y yo les he correspondido también… —¿Entonces por qué quiere seguir solo? —Don Armando, lo que pasa es que yo voy a seguir con otras personas. —¿Cómo? —Sí con otras personas. Luego Capax se quedó callado. Su silencio se prolongó bastante, lo cual nos pareció un siglo. —Le recuerdo que usted tiene un contrato con nosotros y tiene que cumplirlo. —¡Pues a partir de este momento considere que queda roto! —¿Roto? Capax, ¿qué le pasa? ¿Ha pensado en las consecuencias? —Don Armando, no quiero hablar más. —¡Alberto, por favor, esto no es un juego! ¡No sea irresponsable! Capax no musitó una palabra más y simplemente no quiso escuchar ninguno de nuestros argumentos. Después se fue del hotel. Regresamos a Gamarra con más preguntas que respuestas, con una sensación de derrota y decepción como si hubiéramos perdido a un hijo. —Hagámoslo echar a la cárcel —sugirió Fonnegra. —Frank, este es un asunto civil que difícilmente da cárcel. Llevarlo a juicio nos va a tomar mucho tiempo y dinero. —A mí me parece que Capax está loco, definitivamente se le subieron los humos a la cabeza —comentó Henry XV— y yo sé de locos, ¿o no? —Loco o no, Henry, lo preocupante es la responsabilidad contractual que aún tenemos. Me preocupa lo que le pueda

373 ARMANDO PLATA CAMACHO suceder en el futuro, si continúa nadando. Si le llega a pasar algo nos lo achacan. Tenemos que dejar constancia ante un notario de todo lo acontecido. Nos reunimos entonces con el alcalde de Gamarra, Genaro Muñoz Jiménez, y con el presidente de la Defensa Civil, Luis Alberto Giraldo. Los funcionarios quedaron perplejos con la decisión del nadador y se ofrecieron como intermediarios para cualquier conciliación. —Gracias señor alcalde, pero definitivamente Capax no quiere continuar con nuestra organización y es por eso que nos vemos en la obligación de hacer esta declaración oficial: “Ante usted, como máxima autoridad de la ciudad, queremos informarle que hoy 23 de julio de 1976, siendo las cuatro y treinta de la tarde, damos por terminada la Operación Rescate del río Magdalena”. Acto seguido, el burgomaestre nos interrogó bajo la gravedad del juramento en una declaración que fue transcrita textualmente por de la alcaldía, Jorge de la Peña. En el documento advertimos claramente que el nombre Capax era una marca de nuestro dominio, reserva y propiedad al tenor de las leyes comerciales de Colombia. Igualmente, consignamos nuestro rechazo a la forma descortés como el nadador abandonó Puerto de Gamarra, haciendo caso omiso a las atenciones preparadas por la ciudadanía y siendo el portador de las llaves de la ciudad. Cuando salimos de la alcaldía, con lágrimas, nos sentamos a charlar un buen rato en las bancas del parque del pueblo. Estábamos tristes, perplejos y confundidos. Nos sentíamos como novia abandonada en el altar, y eso que aún no habíamos asimilado por completo el impacto y las consecuencias de la noticia en nuestras vidas. —¿Y ahora qué? Sí, ¿y ahora qué? —nos preguntamos uno a uno. —Se nos acabó la película —dijo sabiamente Efraín. —Quedamos en el aire —agregó Jairo. —¡Indio tetra hijo de puta, re-malparido! —exclamó Frank a todo pulmón. —Es un malagradecido de mierda —afirmó Germán.

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—Nada sacamos con putearlo —comentó mi socio Álvaro Enciso. —¿Entonces qué, jefe pluma blanca? —preguntó Henry. —No tenemos otra alternativa que regresarnos hoy mismo para Bogotá —fue mi respuesta—, pero lo berraco es que no tenemos ni un puto peso. Aunque parezca mentira, esa era nuestra situación: no teníamos nada de dinero en efectivo, ni cheque, ni tarjeta de crédito. Estábamos más pelados que el culito del niño Dios; sin un solo chavo para comprar un pasaje en bus de Gamarra a Bucaramanga. Lo paradójico era que habíamos vivido durante veintiséis días un mundo irreal, lleno de fantasía, gracias a la amabilidad y al cariño de la gente, al esfuerzo de los alcaldes, a la cooperación ciudadana y al patrocinio de las empresas; disfrutamos la comodidad de buenos hoteles, fincas y el calor de hogar de numerosas familias; asistimos a banquetes, asados y múltiples actos de condecoración; sentimos la sensación del poder en medio del aplauso y la admiración de decenas de miles de personas; tocamos la sensibilidad de todos los sectores sociales y fuimos noticia y titular de primera página. Pero nunca tuvimos un peso, ni ganamos un solo peso. Nuestra ganancia fue la satisfacción y la felicidad de haber hecho algo fuera de lo común, de haber puesto a prueba nuestra capacidad para sacar adelante una idea quijotesca sin pensar en los caminos inesperados que tendríamos que recorrer. En lo personal, la aventura de Capax dividió en dos mi carrera y mi vida. Ese 23 de julio de 1976, derramé lágrimas de tristeza al descubrir quiénes convencieron a Capax de continuar su travesía, al margen de nuestra organización. Fue una especie de “conspiración” que se fraguó desde Barrancabermeja y en la que participaron el camarógrafo Mario González; los periodistas José Yépez Lema, Jorge Consuegra y Gonzalo Guillén; Fabio Velásquez e Iván González; y el comerciante de telas de Puerto Berrío que prometió ayuda financiera y apoyo logístico para terminar la prueba. Estos fueron algunos de los argumentos que convencieron al nadador a abandonarnos:

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—Capax, usted es un héroe y un símbolo nacional. No permita que un grupo de personas inescrupulosas lo exploten y se enriquezcan a costillas suyas. —Capax, todo lo que usted hace es noticia y cuente con nuestro apoyo. Usted lo que sabe es nadar, así que llegue hasta Barranquilla que luego las oportunidades le vendrán solas. —Capax, si lo que necesita es una lancha y gente que lo acompañe, tranquilo que lo que sobran son botes. —Capax, no se preocupe por el contrato que firmó. Nosotros consultamos con un abogado y ese es un documento chimbo que tiene poca o ninguna validez jurídica. Es un contrato leonino. A usted le pagaron una suma miserable si se tiene en cuenta la magnitud de su logro y la plusvalía que esto representara para usted en el futuro. Con el paso de los años logré entender por qué Capax tomó la decisión de abandonar nuestra organización: en realidad, lo que buscaba era alguien que le ayudara a ser conocido, y luego hacer las cosas a su manera, sin necesidad de un manager; por eso le molestó tanto que se le hubiera limitado el acceso al público. Este descontento, unido a la seguridad financiera que vio en el comerciante de telas de Puerto Berrío, crearon el marco ideal para que cambiara de bando, y de esta manera, generar un ambiente caótico frente a los medios de comunicación.

Esa platica se perdió

En Gamarra, cuando leí el titular de primera página en el periódico El Tiempo, me quise morir en el acto. Decía: “Operación Rescate del río Magdalena es una farsa”. Según el artículo escrito por el periodista Gonzalo Guillén, Armando Plata sacó a una persona de ascendencia indígena de su hábitat y lo trajo a la civilización con el único propósito de explotarlo comercialmente. Guillén también afirmó que la aventura fue un engaño para lanzar de manera disfrazada una marca comercial de su propiedad, utilizando al nadador para manipular la prensa. Como prueba del plan, Guillén hizo referencia al contrato que obligó a firmar al deportista, estipulando las pretensiones de mercadeo de la marca Capax.

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Leí la nota periodística muchas veces, palabra por palabra; y entre más la leía, más confundido quedaba por la interpretación que Guillén le había dado a mi trabajo. Bueno, es su punto de vista, respetable, aunque lógicamente no lo comparto, pensé. Si al menos me hubiera dado la oportunidad de mostrarle que no hice nada premeditado para explotar al nadador, sino que simplemente apliqué los principios utilizados en otros países en el manejo de imagen de talento, dentro de la industria del entretenimiento. Lo cierto fue que el impacto de esa nota de prensa fue devastador y me metió en un calvario que se prolongó por varios años. Viví una absurda pesadilla en la que ¡por dármelas de redentor, salí crucificado! Mi situación en Gamarra no podía ser peor: desprestigiado, en medio de la picota pública, sin un centavo, decepcionado y abandonado. Solo tenía el apoyo y la lealtad incondicional de un grupo de amigos que se la jugaron conmigo hasta el final. Algo que jamás olvidaré y por lo que siempre estaré eternamente agradecido. —Cuenta con nosotros, viejo Armando —dijo Frank Fonnegra, y me dio un gran abrazo. Luego se acercaron los demás compañeros. Formaron un círculo, me rodearon y me abrazaron. ¡Estábamos devastados! Lloramos de verdad, de tristeza y emoción. —Como dijo el virus: ¡Unidos hasta la muerte! —gritó Henry XV. Su salida jocosa nos provocó un ataque de risa nerviosa. —Hermano, así es la vida; la puta envidia, la enfermedad que más mata —comentó con rabia Efraín Alberto González. —Jefe, acuérdese que con el paso del tiempo la verdad saldrá a flote —puntualizó Jairo Sandoval Carranza. —Lo siento mucho, porque sé la ilusión que tenías en este proyecto —dijo mi asistente, Germán Hernández Prieto. —Armando, Capax no podrá salir a flote, sin nosotros. Llegará a Barranquilla, pero hoy se ahogó —sentenció mi socio Álvaro Enciso. —Muchachos. Gracias por este momento de solidaridad; no se imaginan lo reconfortante que es sentir el apoyo de personas como ustedes que no abandonan el barco y prefieren hundirse con su capitán. Solo les pido que no les guarden rencor a aquellas personas que de una u otra manera han afectado nuestras vidas. Esa tarde, la humedad relativa sobrepasó el noventa por ciento y la temperatura llegó a los cuarenta grados centígrados, lo cual hizo

377 ARMANDO PLATA CAMACHO que el calor en el Puerto de Gamarra fuera insoportable, tanto como el infierno que estábamos viviendo. Cuando pasamos por el hotel para recoger nuestras pertenencias, la mayoría de las personas que saludamos en el lobby estaban enteradas del escándalo, y nos miraron de arriba abajo, como escudriñando en busca de la verdad. Algunos lo hicieron de manera discreta y, otros, de forma burda y evidente. Fue una situación muy incómoda. Aunque era fácil intuir qué estaban pensando de nosotros, siempre mantuvieron las apariencias al hablarnos con una sonrisa fingida. Caminamos varias manzanas hasta la terminal de transporte de carga, donde hablamos con algunos conductores en busca de un viaje gratis hasta Bucaramanga. —Hermano, llevar a seis es muy berraco; traten de viajar en parejas —nos dijeron. —Saben que la empresa tiene prohibido abrir el compartimiento de carga —fue otro comentario. —Por qué no buscan un camión mediano de los que cargan cereales o verduras, pues a veces es más fácil conseguir con ellos un cupo que en una tracto mula —nos aconsejó un chofer experto. Llegó la noche y el único refugio disponible en el área era una bodega donde había toneladas de bultos de cemento, trigo, cebada y fertilizantes. Dos trabajadores estaban cargando un F-8. Les contamos nuestro drama. Algo habían oído de un loquito que estaba nadando hacía días, río arriba, pero habían estado muy ocupados. —Hermano, sacar p’al diario es muy hijueputa y si uno se pone a hablar mierda por ahí, se queda sin el pan y sin la arepa —nos dijo el ayudante secándose la frente con una bayetilla roja—. ¿Y es que ustedes de verdad están en la pitadora? -—Llevados de la malparida, brother; ¿por qué no nos da una manito? Hoy por mí mañana por ti —le dijo Frank al chofer, con perfecta voz y acento de los hombres de la calle. —Hermano, yo los llevo pero ustedes tienen que cargar el mionca... y el tebille que nos da el patrón, es nuestro business; sin nada de dolor. ¿Bien? —Negro, usted es un bacán. Listo, meto. Usted diga qué hay que hacer y nosotros metemos el culo.

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A cargar el camión se dijo. Trabajamos en grupos de a dos, a un buen ritmo durante los primeros minutos, después nos turnamos para descansar y tomar agua del tubo porque no teníamos ni para una gaseosa. Bultear tiene su ciencia, y acomodar la carga mucho más. Esa noche Fonnegra fue la estrella, no solo por su magnífico nivel de comunicación verbal con el chofer y el ayudante, sino porque mostró una capacidad física increíble, a pesar del hambre y el cansancio. Dos cosas nos ayudaron enormemente a acabar rápido: que la carga solo ocupó medio vehículo, lo cual nos permitió acostarnos a nuestras anchas, y que fueran de bultos de cemento en la base y sacos de grano encima, lo que hizo que los bultos se adaptaran con nuestro peso como “cómodos colchones ortopédicos”. Hacia las diez de la noche salimos para Bucaramanga agotados física y emocionalmente. Tratamos de dormir pero el peso del golpe recibido no nos dejó descansar; por el contrario, nos hizo recordar momentos inolvidables; y entre más anécdotas contamos, y más analizamos lo que pasó, más nos dolió ver que algo tan bello se nos escapó de las manos por estúpidos. —Debimos haber usado los mismos métodos de nuestros enemigos: calentarle el oído a Capax —aseveró Enciso—. La cagamos por pendejos, por inexpertos y por confiados. —Se nos creció el enano —acotó Henry XV—. Y como dice el adagio, nos pasó lo de “Cría cuervos y te sacaran los ojos”. —Difiero de ese concepto —dijo Sandoval—. Para mi Capax es un buen hombre, a pesar de su ignorancia. Lo que pasa es que ninguno de nosotros imaginó que esto se iba a convertir en una bola de nieve, incontrolable... ¡tanto, que nos pasó por encima! —¡Y nos volvió mierda! —rezongó Fonnegra. —Especialmente a mí —les dije—, pues últimamente vengo de cagada en cagada hasta la victoria final. Jajá. —¿Saben qué? Arrejuntémonos un poco para calentarnos que esta haciendo mucho frío —pidió Germán. —Pilas con la mariconería, güevones —exclamó Henry. Jajá... ja ja... Yo estoy tan pobre que lo doy por un calao... —¡Quién tiene un calao! —gritamos en coro—. Ja ja ja —¿Qué hora es?

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—Las cuatro y media de la mañana... —¿Por dónde vamos? —preguntó Jairo. —Cordillera arriba; nos faltan por lo menos cuatro horas de carretera. —¿Sabían que ésta es nuestra última noche juntos? Les voy a recordar toda la vida —dijo Efraín, con un nudo en la garganta. —Lindo detalle Efra, pero tratemos de dormir un poco para espantar esta pesadilla tan brava. Buenas noches, si pueden ser buenas —comenté. Mientras conciliaba algo de sueño, sentí el peso de un elefante gigante sobre mi pecho; y vi a dos obreros, cincel en mano, moldeando mi cabeza. En Bucaramanga las cosas fueron a otro precio. Luisa me envió un giro urgente con el cual pagamos los pasajes hasta Bogotá. Nos alcanzó para almorzar y comprar viandas para el viaje que íbamos a hacer durante la noche. Por la prensa nos enteramos que Capax regresaba a nadar dos días más tarde, hacia Puerto La Gloria. Lo iba a hacer en compañía de Iván González, sus familiares, y una corte de admiradores especialmente invitada por el comerciante de telas de Puerto Berrío. —Dios lo bendiga y que siga su viaje con éxito —dijimos de dientes para afuera, pero por dentro, nos estábamos muriendo de nostalgia, orgullo y dolor. —Es muy berraco que otros ganen indulgencias con avemarías ajenas, pero ya, ni modo, a lo hecho pecho —fue nuestra conclusión. En un acto medio masoquista compramos varios periódicos para guardarlos y quizá mostrárselos a nuestros nietos, algún día. No teníamos sentimientos de vergüenza, a pesar de que nos tachaban en todas partes de deshonestos, farsantes y explotadores. Al otro día, llegamos a la terminal de buses de Copetrán en Bogotá, que en esa época quedaba en la calle sexta con carrera 17, e hicimos una despedida simbólica. Dos días después nos volvimos a reunir para seguir lamentando lo sucedido y continuar lloviendo sobre mojado. Fue un duelo que nos tomó bastante tiempo aceptar. Mi familia estaba muy ansiosa por conocer detalles del conflicto debido a que todos sus amigos y conocidos les hacían la misma pregunta: ¿Qué pasó con Capax? En casa, Luisa recibió numerosas llamadas telefónicas pidiendo “más detalles del cuento que estaban

380 Ser alguien hablando por ahí.” En Chocontá, mis padres fueron bombardeados sin compasión con todo tipo de chismes. Los viejos solo acataron a responder: —Hace un mes que no vemos a Armandito, pero estamos absolutamente seguros de que él no hizo nada malo. El tema “del tumbe” se convirtió en la comidilla morbosa de prácticamente toda la Nación.

1975 – Equipo de colaboradores de la “Operación rescate del Río Magdalena”. Arriba de izquierda a derecha: El masajista Frank Fonnegra, el locutor Efraín Alberto González, el cantante Henry XV, CAPAX, el jefe de prensa Jairo Sandoval Carranza, Iván Gonzáles primo del nadador. Debajo de izquierda a derecha: Fabio Gonzáles familiar del deportista, mi socio Álvaro Enciso, Armando Plata, y mi esposa Luisa Fernanda Camelo. Fotografía publicada por El Espacio.

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El efecto del escándalo dio sus primeros resultados ante mis jefes. Cuando llegué a Todelar para reintegrarme a mi trabajo, el portero me entregó una carta en la que me notificaron que había sido reemplazado por “abandono del puesto”. Luego de una antesala de varias horas, el director de la radio, Alejandro Pérez Rico, me confirmó la decisión de la empresa, de manera seca y tajante: —Armando, lo siento mucho; te fuiste y nos dejaste a la deriva. —Pero si fue un evento para promocionar la radio... —Menos mal que a la empresa no le interesó tu idea de transmitir desde el río porque ya ves cómo terminó... —Alejo, necesito trabajar... —Pues no creo que sea con Todelar. Me disculpas pero tengo algunas cosas importantes que hacer. Suerte. En ese momento me di cuenta que las personas con las que hablaba reaccionaban igual: me evitaban, como si estuviera enfermo de lepra. En realidad sí estaba grave, era portador del virus del desprestigio social y profesional. Por eso, la mayoría de personas que hasta ese momento eran mis colegas y amigos, prefirieron alejarse para evitar ser juzgados de la misma manera. Una cosa es decirlo y otra es vivirlo. Sentir el rechazo, el abandono y el aislamiento de quienes por años te rodearon de elogios, aplausos y admiración es algo muy difícil de manejar; es como morir en vida; es como sentir que el mundo se te desmorona y cuando pides una mano para que te ayude, nadie te la da. Mi vida se fue desmoronando como un castillo de naipes. La carta que recibí de Punch Televisión era muy clara: “...por cambios en la política de la empresa, hemos tomado la decisión de cancelar su contrato como director y presentador de Mano a Mano Musical, a partir de la fecha”. Varias veces fui a las oficinas de la programadora para hablar con los directivos pero siempre me dijeron que “estaban sumamente ocupados”. Semanas después logré hablar con Armando Caicedo, gerente de producción de Punch, a quien le pedí que me reemplazara antes de partir para Neiva. —¿Que pasó tocayo? —me preguntó.

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—Pasando la prueba más dura de mi vida. Veo que ahora eres el presentador y director del programa. Por lo menos quedó en buenas manos... —¡Nunca igual a como tú lo hacías! —Gracias. Ha sido algo muy duro. —Para nosotros también. Era un riesgo muy alto apoyar a la persona símbolo del programa más importante de la televisión colombiana, metida en semejante lío. —Pero sacarme era como condenarme sin juicio. —Pero tú te lo buscaste, mi querido Plata Camacho, te fuiste a la loca. —Sí, di papaya, por güevón. Si llegas a saber de algo, tú sabes, necesito trabajar. —Lo veo imposible por ahora. Pero si sé de algo, te informaré. A partir de ese momento literalmente quedé sin trabajo. Con la poca liquidación de cesantías de Todelar atendí los gastos más apremiantes de mi hogar y me dediqué a buscar empleo. Fui a Caracol a hablar con Eucario Bermúdez, docenas de veces, pero jamás pasé de la portería. De tanto insistir un día milagrosamente me atendió al teléfono. —Déjame tu hoja de vida a ver qué pasa. Y no pasó. Y no volvió a pasar nada en mi carrera; ni comerciales, ni televisión, ni radio. Quedé completamente fuera del medio por varios meses. Simultáneamente con esta prueba tan dura de la vida, tuve que afrontar el hecho de que a la prensa nunca le interesó mi punto de vista. Excepto a los periodistas José Fernández Gómez y Héctor Mora Pedraza, quienes se atrevieron a mostrar la otra versión de la historia. En una edición especial de la revista Vea, que se agotó en minutos, Fernández Gómez contó con pelos y señales toda la odisea para convertir a Capax en leyenda, y elogió la manera tan creativa como se logró transformar a un buen deportista, en un icono nacional. Por su parte, Héctor Mora rechazó los argumentos de que Capax había sido explotado por un grupo de vivos y que la Operación Rescate del río Magdalena era una farsa. “Por el contrario, escribió

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Mora, se cumplió el objetivo de llamar la atención sobre la arteria fluvial más importante de Colombia, y nunca antes en la historia, nos habíamos interesado tanto en esa región” Capax llegó al pináculo de su vida el 7 de agosto de 1976. Ese día el país entero estuvo pendiente de las incidencias de la última etapa de su aventura, entre Calamar y Barranquilla. Varias emisoras de radio transmitieron en directo la prueba, y en la noche, los noticieros de televisión presentaron imágenes de impacto en donde se veía a la multitud dándole ánimo al deportista. En este día histórico, las autoridades confirmaron la presencia de por lo menos setecientas mil personas. Al otro día, los periódicos se desvivieron en elogios y le dedicaron al nadador la primera página, con titulares como éstos: “¡Llegó!” “¡Héroe Nacional!” “¡Hazaña sin precedentes!” “Capax, ¡increíble!” El presidente de la República Alfonso López Michelsen extendió una invitación pública para que el deportista fuera a almorzar a la Casa de Gobierno. A los dos días llegó a Bogotá acompañado de su séquito de colaboradores. Para entonces, el periodista Elkin Mesa comenzó a anunciar que haría una entrevista exclusiva con Capax, en vivo y en directo, a través de su muy conocido programa de televisión. Traté de abordar a Mesa por todos los medios para que me permitiera estar en ese programa, en el evento de que fuera a hablar de la Operación Rescate del río Magdalena; pero nunca contestó mis llamadas. En vista de su renuencia, como último recurso decidí esperarlo en los pasillos de la televisión, minutos antes de que entrara al aire. Meza me vio, me esquivó, siguió de largo, ordenó que no me permitieran entrar y se encerró en el estudio. Entretanto, sus ayudantes entraron a Capax por una puerta alterna para evitar que nos encontráramos frente a frente. Como era lógico, hablaron del escándalo y la sensación de impotencia al no poder comentar mi versión en ese momento, me generó un gran episodio de angustia y desgaste emocional. Durante el almuerzo con el Presidente, Capax le solicitó al primer mandatario que por favor le ayudara a “recuperar su nombre” pues Armando Plata lo tenía registrado y él necesitaba trabajar como Capax. López Michelsen comisionó como

384 Ser alguien negociadores del conflicto a Jesús Álvarez Botero, para entonces vicepresidente de Caracol Televisión, y a Guillermo “La Chiva” Cortés, socio de la revista Cromos y del equipo de fútbol, Santa Fe. Entretanto, yo venía haciendo contactos con abogados para entablar una demanda contra Capax por incumplimiento de contrato y el uso no autorizado de un nombre registrado comercialmente. Entre las personas con las que consulté el caso estaba mi ex jefe Jorge Valencia Torres, presidente de Atlas Publicidad. —¿Qué le pasó chino? —Don Jorge, una pesadilla de nunca acabar. Quebrado, desprestigiado y abandonado; y lo peor, me quieren quitar el nombre de Capax, justo cuando lo pienso comenzar a comercializar. —Dudo mucho que pueda comercializar esa marca. Me parece que el nombre Capax, perdió toda su imagen, fuerza, credibilidad e impacto, producto de la controversia. —Usted cree... —Sí, y veo muy arriesgado que una empresa invierta en una marca viciada por la polémica y las habladurías. Además, los conflictos legales generan inseguridad entre los inversionistas... —Don Jorge, pero debo luchar por lo que es mío... —Bueno, si quiere recuperar la tenencia del nombre, pues gástese una millonada en abogados. Ahora, si me pregunta ¿qué posibilidades comerciales tiene el nombre? Como tu amigo, te diré: Ninguna. —¿Verdad, don Jorge? —Sí, don Armando, su tal nombre Capax tiene muy poco o ningún valor comercial. Una lástima porque me gustaba la idea. El concepto del hombre que representaba a una de las multinacionales más poderosas en el mundo de la publicidad, J Walter Thompson, me cayó como un baldado de agua fría; y de una vez por todas me bajó de la nube. Todos los castillos en el aire que había armado y las posibilidades de volverme “multimillonario” licenciando la marca Capax, estaban ahora en el cesto de la basura.

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Jesús Álvarez Botero y La Chiva Cortés, me citaron a sus oficinas de la calle 19 con carrera 3ª, para comunicarme el deseo presidencial de llegar a un acuerdo “satisfactorio para las partes”, y evitar que la pelea por el nombre Capax se fuera a los tribunales. —Chupo —me dijo La Chiva— mire a ver cómo arregla la vaina por las buenas. El pobre indio lo que quiere es trabajar y que le digan Capax. —Chupito, mijo —agregó Chucho Álvarez—, yo sé que le metiste la ficha al proyecto y que te están echando el agua sucia, pero mira a ver cómo se pone de acuerdo con don Capax. —Además, Chupo, le contamos que estamos metidos en este chicharrón jarto por amabilidad del señor presidente de la República. ¿Qué crees que le podríamos comentar al doctor López? —Don Chucho y mi querido Guillermo, por favor infórmenle al señor presidente que sus deseos de un arreglo son como órdenes para mí; máxime cuando no tengo sino un profundo agradecimiento por toda la ayuda que su gobierno nos dio a través de diferentes organismos del Estado como la Corporación de Turismo, Telecom, Inderena, Incora, Defensa Civil, las gobernaciones y alcaldías. Quiero expresarles que en éste momento renuncio públicamente a la propiedad y manejo del nombre Capax. Álvarez y Cortés quedaron “gratamente impactados por mi decisión tan rápida y sensata”. —Don Chupo, carajo, usted es un tipo muy noble; si así fueran todos los acuerdos otro gallo cantaría —dijo La Chiva Cortés con marcado acento bogotano. —Vamos a redactar un documento y un boletín de prensa para finiquitar este impasse y le notificaremos a Capax que puede hacer uso del nombre como mejor le convenga —agregó eufórico Álvarez Botero. —Muchas gracias señores. Caso cerrado —les dije. Salí contento, con una sonrisa y un aire de picardía pues había aprovechado la oportunidad para quedar “como un príncipe”. Luego, me tomé una cerveza en el restaurante Anca 19, y reflexioné: ¡Qué cruel que el plan de Capax se haya afectado, pero más cruel va a ser la sorpresa para los que creen que cogieron el cielo con las manos!

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Una de las primeras personas que hizo negocios con Capax fue el actor colombiano Manuel Abondano, conocido en el mundo del cine como André Marquí. Se trasladó desde Los Ángeles a Bogotá, cuando vio la oportunidad de convertirse en su representante. Su primera idea fue editar “Las Aventuras de Capax”, una especie de fotonovela hecha en la selva. Marquí reunió a varios inversionistas y consiguió algún capital para sacar el primer número de la revista y hacer un pomposo lanzamiento. Según posteriores informes de prensa, André tuvo conflictos serios de finanzas con el nadador, las historias de las aventuras no le gustaron al público y las devoluciones crecieron exorbitantemente. Hacia el cuarto número, el proyecto finalizó en medio de un completo fiasco económico y artístico. Marquí, aún obsesionado con explotar la imagen del nadador, preparó otro producto: un programa dramatizado de televisión filmado en exteriores. La inexperiencia de Capax como actor, los altísimos costos de producción y la falta de magia en la historia fueron el puntillazo final para este otro estruendoso fracaso. Lo único que funcionó, a medias, fue el cortometraje “El viaje de Capax” realizado por la empresa de Gustavo Nieto Roa, Producciones Mundo Moderno. Filmado por el camarógrafo Mario González, el documental con una duración de diez minutos, se exhibió a las pocas semanas en las salas de Cine Colombia. Alcanzó a recaudar algún dinero, producto de un sobreprecio en las boletas; ingreso que escasamente le permitió a Nieto Roa sufragar los gastos de la producción. Luego de permanecer algunos meses en Bogotá a la espera de nuevas oportunidades, que nunca llegaron, Capax regresó a Leticia donde se dedicó a trabajar como guía de turismo y a manejar una lancha. De hecho, Alberto Rojas Lesmes se convirtió en una atracción del puerto, y la mayoría de los turistas que van al Amazonas quieren conocerlo, tomarle fotos y revivir anécdotas de su incomparable hazaña. Veinte años más tarde, hacia 1996, nos encontramos de manera accidental caminando por la carrera séptima, en el centro de

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Bogotá. La sorpresa fue mutua. Nos estrechamos la mano y tuvimos una conversación corta, pero formal. Nunca guardé malos sentimientos contra el nadador a pesar de las consecuencias adversas que este episodio tuvo para mi carrera. Con el correr del tiempo fui perdiendo contacto con los integrantes de mi equipo de colaboradores. Germán Hernández buscó un trabajo estable y se dedicó a su familia; Frank Fonnegra continuó como masajista; Henry XV se retiró de la música; Jairo Sandoval continuó su carrera como periodista y llegó a ser jefe de prensa del Palacio de Nariño; Álvaro Enciso se convirtió en promotor de espectáculos; y Efraín Alberto González siguió en la locución. Cada vez que escucho hablar del río Magdalena llegan a mi mente los más bellos recuerdos. Y como lo describiera magistralmente Gabriel García Márquez: “Si existiera una razón para volver a ser joven, sería para volver a navegar en bote por el Magdalena. Aquellos que no tuvieron la oportunidad de hacerlo en esa edad, no pueden imaginar lo maravilloso que fue”.

Prueba aún más dura

El final de 1976, y el comienzo de 1977, fue una época en la me llegaron de una, las siete plagas de Egipto. Recién había amainado la furia del escándalo de Capax, cuando la prensa hizo eco de un rumor que era vox populi dentro del fútbol profesional de Colombia: la estrella del equipo Millonarios, el jugador argentino Miguel Ángel Converti, y mi esposa Luisa, mantenían un romance. El primero en dar la noticia fue el conocido comentarista deportivo Jaime Ortiz Alvear (q.e.p.d.) Durante una transmisión radial desde el estadio “El Campín” comenzó a llamar a Converti, “El hombre de la chupa” en una burda referencia a mi apodo de “El chupo”. Luego, mi amigo William Vinasco me llamó por teléfono para comentarme “algo delicado”, y a la final, se hizo un ocho para soltar el chisme. Finalmente, el periodista de farándula Hermógenes Nagles, me contactó para conocer mi opinión al respecto:

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—Luisa y yo estamos separados. Por terceras personas me he enterado de ese rumor. Les deseo mucha felicidad —fue mi respuesta. Nagles publicó en la revista Hit una nota de alto contenido amarillista que tituló: Converti se robo a la mujer del Chupo Plata. La noticia fue primera página. Para promover esa edición, los editores de la revista lanzaron una gran campaña de publicidad con comerciales a través de la radio y la televisión. Cada vez que pasaban la propaganda con la frase “Converti se robó la mujer del Chupo Plata”, la piel se me erizaba en una rara mezcla de sentimientos que iban desde la ira hasta la tristeza. Me preocupé por el efecto que este nuevo escándalo pudiera tener en nuestra hija Juanita que para entonces tenía dos años y medio de edad. Una vez más, fui la comidilla morbosa del mundo del espectáculo y el tema de conversación de millones de personas en el país. Efectivamente, la relación con Luisa se había deteriorado desde hacía varios meses como consecuencia de mi falta de atención al hogar, de mis continuas infidelidades y de mi poco o ningún compromiso como pareja. Estaba pagando con sangre haberle dado más importancia a mi carrera, y a la figuración, que a mi familia. Fue una etapa muy dura en lo afectivo y en lo sentimental; especialmente, cuando tuve que afrontar el momento de la verdad: dejar a mi esposa, y a mi hija, en circunstancias poco agradables. Pasé unos días espantosos. Me deprimí; me aislé del mundo y sus alrededores. Me refugié en el campo: me fui a vivir a una pequeña finca que tenía en la vereda del Abra, entre Puente Piedra y Subachoque, en la sabana de Bogotá. Era una casa muy rudimentaria, donde solo había un catre y unas cobijas. Nada más. Ahí pase largas horas de profunda reflexión y análisis, escuchando el sonido del viento, los pájaros y el rumiar de las vacas. No quise hablar con nadie; ni saber nada, de nada. De vez en cuando iba a una tienda a comprar pan y salchichas. Me dejé crecer la barba y el pelo; y me bañé solo una vez, porque deseaba estar así, y porque el frío de la región era tan fuerte que rondaba los cero grados centígrados. Estaba tan sensible que cuando escuchaba en la radio cualquier canción romántica, si le ponía atención a la

389 ARMANDO PLATA CAMACHO letra, terminaba llorando como un niño; y si tatareaba la melodía, se me hacía un nudo en la garganta. Así estuve, abandonado a mi suerte durante dos semanas, hasta que me aburrí de no hacer nada. Regresé a la ciudad dispuesto a rehacer mi vida y a levantar urgentemente algunos pesos porque ya se me habían agotado los pocos ahorros que tenía. Además, porque necesitaba pagar un abogado para iniciar el proceso de separación de bienes, y de cuerpos, ya que por esa época en nuestro país no existía el divorcio. Afortunadamente, llegamos a un acuerdo civilizado con Luisa y en pocas semanas quedamos libres de nuestra responsabilidad civil. Ella se quedó con todos los enseres del hogar, una finca en la sabana y un estipendio mensual para sufragar los costos de educación y manutención de nuestra hija, Juanita. Yo me quedé con el carro y con mi compañía, Producciones Armando Plata, que en realidad era una figura legal, sin capital, ni activos, que me permitía hacer negocios como contratista independiente. Un cúmulo de errores y la inmadurez propia de la edad, llevaron al traste mi vida familiar; la separación de Juanita fue un capítulo angustioso en mi agitada vida emocional.

390 Ser alguien Vuelve y juega

La búsqueda de trabajo se convirtió en un verdadero dolor de cabeza: el rechazo de la industria fue total. La gente estaba más interesada en que les contara que había pasado con Capax, y con Converti, que en ayudarme. Nadie, absolutamente nadie, me dio otra oportunidad. Desesperado, contemplé la posibilidad de irme del país, pero eso era como claudicar y darle gusto a quienes querían verme acabado. Las deudas me comenzaron a asfixiar y la situación se me puso peliaguda. Como último recurso fui a pedirle un préstamo a mi ex jefe Jorge Valencia Torres, en Atlas Publicidad. Si me lo negaba, como plan B, le iba a pedir empleo. —¿Y como cuánto necesita mijo? —Bastante plata, Don Jorge, como quince mil pesos. —¿Y cuándo me los paga? —Lo más rápido posible. Se los respaldo con locuciones de comerciales. —No hay problema. Organízate y deja de meterte en tanta güevonada que no te produce nada —fue su consejo. El dinero me cayó del cielo. Lo puse en una cuenta y cada vez que tenía que girar algo, lo pensaba y sopesaba varias veces pues no quería volver a tener angustias económicas. A través de la prensa encontré una habitación amoblada, en la calle 100 con carrera 19, en el norte de Bogotá y allí me fui a vivir por unas semanas. La familia que me arrendó fue muy especial conmigo y me trató con aprecio y cariño. Pero al poco tiempo, mi amigo Germán Gamboa Galvis me sugirió que me pasara a vivir con sus tías Celia y María, quienes estaban rentando un segundo piso en la calle 86 con carrera 14, por un precio más económico del que estaba pagando. Las abuelas, en sus setenta, se portaron conmigo como dos verdaderas madres.

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—No queremos que se demore en el pago del arriendo, ni que llegue muy tarde por la noche, ni que venga borracho, ni que traiga mujeres —me advirtieron. Seguí buscando empleo sin éxito hasta un día en el que me puse a pensar, ¿y por qué no creo mi propio negocio? Por coincidencia, Óscar Gómez, el abogado que redactó el contrato de Capax, me ofreció una oficina en la calle 20 # 7-17, Plaza de las Nieves; en el mismo edificio donde funcionaban las oficinas de la empresa de espectáculos, Intercultura, y Almacenes Murcia, una distribuidora de electrodomésticos. —Armando, tiene todo: máquina de escribir, dos escritorios, dos teléfonos y una mini recepción; siga pagando los doscientos pesos de arriendo y quédese con ella —me dijo. —Listo Óscar. ¿Cuándo me paso? —Ya. Aquí están las llaves. Sacó unos papeles y se fue. Mi primer intento de negocio fue Discjockey Asociados, una empresa que pretendía vender discos por correo, siguiendo el exitoso modelo del Círculo de lectores. Me asocié con el crítico musical y banquero, Enrique de Vengoechea; el abogado Álvaro Moreno; y José Miguel de Paz quien por esa época era asistente de producción en RTI Televisión. Inicialmente nos orientamos al mercado de la música clásica. Editamos una revista catálogo, que denominamos Discjockey, y fundamos el programa Música Culta del Mundo, el cual se transmitió los sábados a las seis y media de la tarde, en la prestigiosa emisora HJCK. Nuestros primeros anunciadores fueron la cadena de almacenes de Discos Bambuco; Sonotec, distribuidores de los equipos de sonido Sanyo; Electra, una reconocida tienda especializada en música seria; y Órganos Yamaha. A los tres meses lanzamos un segundo catálogo aumentando la oferta con colecciones de jazz, rock, éxitos del hit parade, bandas sonoras de películas, música estilizada y popular. Luego, sacamos una tercera, y una cuarta edición final. Hicimos mucha promoción tratando de vender el concepto e insistimos en el proyecto casi un año, hasta que llegamos a la triste

392 Ser alguien conclusión de que nuestro país aún no había desarrollado la cultura de las compras por catálogo. La experiencia fue muy interesante pero poco rentable, por lo que de común acuerdo decidimos liquidar la compañía. A la par de Discjockey Asociados exploré la posibilidad de crear una empresa productora de comerciales en video, aprovechando que a finales de 1976, Caracol, RTI y Punch fundaron GRAVI, los primeros estudios de televisión a color en Bogotá. Es una buena alternativa frente al cine; es más económico y es más rápido, pensé. Contacté al gerente de Gravi, Hernando Díaz, y le propuse que me diera una comisión del diez por ciento sobre todo lo que mis clientes facturaran por servicios técnicos en sus estudios. Díaz aceptó de inmediato pues básicamente me estaba convirtiendo en un vendedor de su empresa. —Tenemos que mostrar los maravillosos recursos técnicos de tus estudios —le dije—, así que deberíamos hacer un demo para que las agencias de publicidad se familiaricen con la nueva tecnología del video a color. —¿Y qué necesita? —Primero que todo quiero conocer la tecnología a fondo y, luego, proceder a grabar un demo bien vendedor... —¿Cuántas horas de grabación y edición necesita? —No menos de cincuenta —respondí con firmeza. —Está loco, eso es mucho para un video de cinco minutos. —Ese es el estándar mundial para hacer algo bien impactante. ¡Usted tiene mucho que mostrar, señor Díaz! —Presénteme un story-board. —Perfecto, en tres semanas. Ah, me gustaría hablar con el ingeniero que más sepa de video a color. —Armando, tiene que contactar a Aurelio Valcárcel. Valcárcel me citó para hablar del proyecto, un domingo en la mañana, en un edificio recién construido, donde trabajaba mostrando apartamentos. Inicialmente, lo sentí poco interesado en comentar las minucias técnicas de la producción a color, pero cuando le comenté que yo creía que el video a color evolucionaría más rápido que el cine, le toqué el ego y nos encarretamos todo el día.

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—Aurelio, ¿te gustaría tener una pequeña participación en mi empresa? —Claro que sí, Armando, cuente conmigo. Y ¿cómo se va a llamar la productora? —Video Comerciales. —Berraco nombre —comentó. Aurelio me mostró todos los equipos de Gravi, que en ese momento era lo más avanzado en televisión a color: una auténtica novedad ya que la televisión colombiana aún era en blanco y negro. —Esta es la nueva familia de grabadoras de video en cintas de una pulgada. Mira —me explico—, tú puedes grabar, borrar o copiar una imagen automáticamente con total y absoluta precisión. ¿No es una maravilla? —¡Del carajo! —Mira esto, puedo congelar una imagen... y puedo grabar el audio en varios canales... por el canal uno puedo poner música... en el dos, efectos... y en el tres la voz de los actores o los locutores. —¡Qué maravilla! —estaba totalmente impresionado. —Ahora, vas a ver la vaina más increíble... se llama cromakey. —¿Cromakey? —Sí, la televisión a color funciona con tres colores primarios: el rojo, el verde y el azul. Son tres señales de video independientes que se combinan para dar la sensación del color. Cuando ponemos un objeto sobre un fondo, a base de uno de esos colores, preferiblemente el azul, podemos eliminarlo con el cromakey, y luego donde estaba el color azul puede aparecer otra imagen. Para demostrar el efecto, Valcárcel puso un vaso de agua sobre un fondo azul y lo tomo con una cámara, luego ajusto la señal con el cromakey, y el vaso quedó como suspendido en el aire. Después, proyectó la escena de un paisaje a través de un equipo conocido como tele-cine. —Armando, esto es mágico —comentó orgulloso—. Mira cómo el vaso parece como si fuera parte del paisaje. Con el cromakey una persona en el estudio puede aparecer como si estuviera en Cartagena, sin tener que viajar; solo necesitamos imágenes de la

394 Ser alguien ciudad y un fondo azul. El truco para que se vea real radica en una buena iluminación y una perfecta sincronización de los movimientos de cámara. La demostración de Aurelio me dejó descrestado. Para conocer más recursos del estudio hablé con otros técnicos, y al poco tiempo tenía un panorama general de lo que debíamos incluir en el video. Invité a mi amigo Germán Gamboa Galvis —sobrino de Celia y María, las dueñas de la casa donde estaba viviendo— a formar parte de la empresa como socio ya que tenía buena experiencia como director de cámaras en Inravisión, donde había trabajado en los años sesenta. Su aporte fue clave para la conceptualización del story-board. Germán era bastante hábil para vender y para el manejo de las relaciones públicas. La junta directiva de Gravi aprobó todos nuestros requerimientos técnicos y nos autorizó cincuenta horas de grabación y edición, más un presupuesto especial para escenografía, así como uniformes nuevos para el personal técnico. Tuvimos química desde el comienzo. Valcárcel mostró un talento innato para la experimentación técnica y, destornillador en mano, ajustó y desajustó las cámaras buscando diferentes tonos y efectos de color. El hombre se obsesionó con la iluminación hasta lograr una buena sensación de espacio y profundidad en el estudio. Por su parte, Germán Gamboa se concentró en la calidad de la fotografía hasta encontrar imágenes de buena factura estética y agradable composición visual, y, como buen relacionista, invitó a varios clientes potenciales a observar las sesiones de grabación del demo. El video resultó una interesante pieza promocional. Las primeras imágenes de la introducción fueron editadas al ritmo de la música disco, de moda en ese momento, y crearon una atmósfera de impacto. Luego hablamos sobre las bondades de la nueva tecnología del video para realizar comerciales y audiovisuales corporativos, e invitamos a los creativos de las agencias de publicidad a tener en cuenta esta técnica para sus futuras campañas. También destacamos el hecho de que Video Comerciales era la

395 ARMANDO PLATA CAMACHO compañía pionera especializada en la producción de videos a color, una alternativa perfecta para proyectos de presupuesto moderado. Al final del demo, mostramos paso a paso la aplicación del efecto del cromakey con imágenes surrealistas en las que un cigarrillo daba vueltas alrededor de la tierra, como si fuera una nave espacial y, de pronto, aterrizaba en la boca de una modelo. Nuestro primer trabajo fue la identificación visual de una nueva programadora llamada Uni-Exp Televisión, propiedad del empresario Nelson Gómez. Él nos pagó con muebles de oficina usados, y algunos pesos. El segundo contrato fue algo alucinante. Hicimos una presentación en Atlas Publicidad a los ejecutivos Richard Musson, Juan David Botero y Bernardo Ramírez, y quedaron tan impactados que nos encargaron la realización de cuatro comerciales para el lanzamiento de “Paquetacos de La Rosa”, una nueva galleta. Los presentadores del nuevo producto fueron Fernando González Pacheco, Alfonso Lizarazo y Virginia Vallejo. El contrato superó los seis millones de pesos, un montón de dinero para la época, lo cual nos capitalizó de inmediato, y así tuve la oportunidad de pagarle el préstamo que me había hecho meses atrás don Jorge Valencia Torres, presidente de Atlas. Con dinero en el banco las cosas fueron a otro precio: le cedí mi oficina de Discjockey Asociados a mi hermano John, para que montara JPC Publicidad, aprovechando mis contactos en la industria del cine. La compañía, de la cual también fui socio fundador, se especializó en la promoción y lanzamiento de películas de estreno. Trasladamos Video Comerciales al segundo piso de un edificio de la calle 19 con carrera 4ª, área donde estaban las sedes de Caracol Televisión, RTI TV, Punch TV, Par Publicidad, Estudios Gravi y varias revistas. A nuestro lado quedaban las oficinas de los periodistas Darío Hoyos Hoyos y José Infante Ferrucho, así como las del cantante de música llanera Luis Ariel Rey y el compositor Arnulfo Briceño. Video Comerciales ganó cierta reputación en el medio. Fuimos cuidadosos de no pisarle los talones a las productoras de cine publicitario. Por el contrario, numerosas personas involucradas en el negocio de la producción de comerciales con frecuencia nos visitaban para familiarizarse con nuestra técnica innovadora.

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Uno de los proyectos más interesantes que hicimos fue la realización de tres anuncios para esponjillas Bon Brill, con un personaje que en ese momento era el rey de la sintonía en la televisión de toda Latinoamérica: El Chapulín Colorado. Viajamos a los Estudios Televisa en Ciudad de México. Fuimos, el ejecutivo de cuenta Juan David Botero, la animadora de televisión Virginia Vallejo, el comediante Hugo Patiño, la actriz Dora Cadavid, y yo. Pasamos una semana regia y a cuerpo de rey. Nos alojamos en unas lujosísimas suites del hotel Sheraton María Isabel, en plena zona rosa de la capital mexicana. Juan David Botero, un hombre espléndido y consumado gourmet, nos invitó a cenar todas las noches a los mejores restaurantes. El que más me impresionó fue “La hacienda de los Morales”, por su arquitectura, servicio y delicioso menú. Trabajamos con Enrique Segoviano, el mejor director de cámaras de México, y su asistente Carmen Ochoa. Segoviano era un mago para crear efectos en video, en especial uno conocido como “La Chiquitolina”, en donde el Chapulín Colorado reduce su tamaño después de ingerir una pastilla. Ese efecto era el motivo central de los anuncios de las esponjillas. El diminuto Chapulín tenía que pasearse entre platos sucios, tazas, ollas y chorros de agua. Enrique ordenó pintar de azul todo el foro, tres de los Estudios Churubusco, un estudio muy grande en el que también se grababan telenovelas y programas musicales. Nos tomó varias horas de ensayo para lograr que el tamaño del Chapulín se viera perfecto entre tantos utensilios de cocina. En uno de esos ensayos, tuve el privilegio de dialogar por largo rato con Roberto Gómez Bolaños, el actor y escritor que creó la exitosa serie de televisión del Chapulín, de la que surgieron inolvidables personajes como don Ramón, la Chilindrina, el profesor Jirafales, Quico, dona Florinda y el señor Barriga, entre otros. Hablamos sobre los elementos que se deben conjugar para crear una situación humorística sana, simpática y divertida. Roberto dijo: —Contar chistes en televisión es relativamente sencillo, en comparación con lo complejo que es el humor. La mayoría de

397 ARMANDO PLATA CAMACHO escritores de este género, usan el doble sentido, la referencia sexual implícita o explícita, el juego de la tergiversación, los malos entendidos, la burla y la violencia, como detonadores de la risa. —Roberto, ¿cuál es la clave de su éxito para atraer personas de todas las edades en sus programas? —Armando, que mis personajes evitan traspasar la línea casi invisible de lo grotesco y lo vulgar. Escribo pensando en ese niño que todos llevamos dentro. Me gustan las cosas sencillas y elementales de la vida y eso es lo que mis personajes reflejan. Juego con la ironía, el sarcasmo, la ignorancia y la estupidez, sin ofender. Trato de que siempre haya un mensaje, una reflexión, una enseñanza y una moraleja. Las imágenes de los comerciales quedaron magníficas pero tuvimos que cambiar el sonido para cumplir con una norma que prohibía que un talento extranjero anunciara productos en nuestra televisión. El humorista Hugo Patiño dobló la voz del Chapulín en México, y lo hizo tan perfecto, que cuando presentamos los comerciales para su aprobación, fueron rechazados por Inravisión. El conflicto duró varios días y la junta que los revisó no nos creyó que la voz era la de Patiño. Les mostramos los tiquetes aéreos y algunas fotografías, y aún seguían reticentes. Solo cuando Patiño les hizo una demostración en un estudio de grabación, los aprobaron, dejando entrever ciertas dudas. Otro proyecto inolvidable fue el lanzamiento de Gard, un detergente de Colgate Palmolive. Nos ganamos el contrato porque cobramos menos de la mitad de lo que habían cotizado otras productoras por una secuencia de imágenes animadas. Y lo hicimos en tiempo récord, un día, mientras ellos pedían dos semanas. Video Comerciales se estabilizó económicamente en el primer año de operaciones y logramos alguna utilidad. Un cuarto socio ingresó a la compañía: el cantante Óscar Golden. Con él compartimos momentos muy agradables. Era una persona carismática y con gran sentido del humor. Religiosamente pasaba todas las mañanas a saludar, tomar café y botar corriente. Cuando se despedía jocosamente nos decía: —Bueno, me voy. ¡Les recuerdo que soy marica y mal cantante!

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Un día le pregunté: —¿Hermano, porque te despides siempre así? —Porque en este país la gente es muy chismosa y le gusta hablar mal de todo el mundo. Y antes de que comiencen a decir: Oiga, ese Óscar Golden sí canta muy mal... o... y es como loca: ¡Prefiero callarles la jeta! Germán Gamboa era un visionario con buenas ideas. Un día llegó emocionado porque había encontrado una pequeña finca que estaban vendiendo en el kilómetro cinco y medio, de la vía a La Calera. —¡Va a ser el sitio del futuro! Acuérdense de mí, hasta aquí va a llegar la rumba en Bogotá. Es una ganga, solo cuesta cien mil pesos —dijo bien convencido. Insistió tanto, que decidimos ir a ver el terreno que medía casi media fanegada de extensión, era en declive, y tenía una casa de madera de estilo inglés, con dos alcobas, un altillo y una chimenea. La finca estaba rodeada de eucaliptos, sauces y pinos; y quedaba pegada a la carretera. A pesar de que la casa estaba bastante deteriorada Gamboa repetía que era un buen negocio. Finalmente la compramos. Quedaba trescientos metros antes de llegar a un retén de policía en el Alto de La Calera. Gamboa llevó a varios de sus amigos, entre ellos el chef Segundo Cabezas, y un loquito apodado “El Buchón”, para que le aconsejaran qué negocio podría funcionar ahí. El consenso general fue un restaurante. Posteriormente, Germán presentó la idea en una junta. —Necesitamos mucho dinero para montar algo decente —le dije. —Pongamos un miniparque de diversiones, o una discoteca —comentó Aurelio. —Buena idea, pero cuesta más que el restaurante —argumenté. —¿Qué tal un asadero de carne los fines de semana? Hagámosle, así nos divertimos todos —sugirió Gamboa. —Me preocupa que no sabemos nada de ese negocio —le contesté. —Echemos para adelante. El que no arriesga un huevo no saca un pollo —insistió Germán.

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—¿Y qué nombre le ponemos? —preguntó la Golden (Así le decíamos cariñosamente). —Algo con La Calera —afirmó Aurelio. —La Calera... La cale... Qué tal, la ca... le... ta. Sí, la caleta —sugerí. —¿La Caleta? —Sí, la caleta, sinónimo de escondedero... —Un nombre simpático, ala —dijo Germán—. ¿Lo aprobamos? —¡Aprobado! Destinamos parte de las utilidades de Video Comerciales en la compra del terreno y el montaje de La Caleta. Comentaré más adelante qué pasó con este proyecto.

De nuevo el amor

En el ínterin del escándalo de Capax, mi separación de Luisa, y la creación de Discjockey Asociados y Video Comerciales, hubo otro hecho trascendental en mi vida: me enamoré de Myriam Guevara Sabogal. La había visto varias veces en el edificio de Atlas Publicidad. Trabajaba como asistente de la presidencia de Cocentral, una empresa distribuidora de ropa de Everfit, ubicada en el tercer piso. Le hablé por primera vez una mañana de lunes, muy temprano; en la esquina de la calle 24 con carrera 9ª, frente al teatro El Cid de Bogotá. —Oye, ¿cómo estás? No sé si me conoces, soy Armando Plata. Tengo un pequeño problema, no tengo dinero para pagar un taxi. ¿Me podrías, por favor, prestar veinte pesos? Myriam me miró sorprendida y me dijo que no tenía esa cantidad de dinero. —Mira, lo que pasa es que vine a filmar una película, ahí en ese local, donde queda La Casa del Gordo Benjumea, y salí sin darme cuenta de que no traía efectivo. Parece que pospusieron la filmación porque nadie contesta. Te prometo que en dos horas te pago. —Lo siento, pero no te puedo ayudar —me contestó. —¿Cómo te llamas?

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—Myriam. —¿Te puedo volver a ver? —Por qué no... llámame a este número. —¿De verdad no tienes dinero? —No. Adiós que voy a llegar tarde. En efecto, la filmación había sido postergada. Se trataba de unas escenas para la película “Esposos en Vacaciones” dirigida por mi amigo Gustavo Nieto Roa, en la que hice un pequeño papel como animador de un centro nocturno. Fue una experiencia un poco aburrida por lo lento que es el proceso de hacer cine. En el filme, que llegó a ser un tremendo éxito de taquilla en Colombia, también participaron actores como Lyda Zamora, Celmira Luzardo, Virginia Vallejo, Carlos Benjumea, Franky Linero y Otto Greiffestein. La primera vez que salí con Myriam Guevara la invité a ver un espectáculo organizado por mi colega y amigo William Vinasco en el Teatro Jorge Eliécer Gaitán. El sitio estaba repleto de jóvenes estudiantes que habían ido a hacerle barra a los artistas que participaban en El Disco de Plata, un popular concurso de música entre diferentes colegios de Bogotá. Cuando entré, William me saludó así desde el escenario: —Señoras y señores, en este momento llega acompañado de una preciosa dama, Armando Plata Camacho, alias “El Chupo”, una de las grandes figuras de nuestra televisión. Armando, recientemente se ha visto envuelto en escándalos como el de Capax... Y el del jugador de Millonarios, Miguel Ángel Converti, que le quitó la mujer. Escuchándolo, no podía dar crédito a la forma tan burda como me estaba presentando. Myriam me agarró muy fuerte del brazo y me dijo: —¿No dizque es tu mejor amigo? —Está mamando gallo... pero se le fue la mano —le respondí. —¡Me parece de muy mal gusto, contigo y conmigo! —Tienes razón, lo que pasa es que le gusta hacer bromas y jugar “al que sea más cerdo”, pero esto sí está espantoso. —¡Y sin clase! Subí al escenario hecho una cascabel, pero me tragué el veneno.

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Saludé al público con una gran sonrisa, felicité a William por el éxito de su concurso, y no le di ninguna trascendencia a sus comentarios. A palabras necias, oídos sordos, fue mi reflexión, y me propuse distanciarme de él. Sin embargo, con el correr del tiempo volvimos a ser los amigos inseparables de siempre. A pesar del chasco de nuestra primera cita, la relación con Myriam fue creciendo en intensidad y pasión, sin tener en cuenta los numerosos comentarios adversos de algunos de sus amigos y allegados. —¿Estás saliendo con ese loco? Myriam, ¡Pilas! —le decían—. Es un ladrón y un drogadicto terrible. ¡Ese tipo ha estado recluido varias veces en la clínica Uribe Cualla por sobredosis! Estás ciega porque estás enamorada, es mejor que te des cuenta ahora antes que sea demasiado tarde. La presión de las habladurías la obligo a confrontarme. —¿Armando, has estado en la Uribe Cualla? —Sí. Myriam se puso pálida y por poco se desmaya. Sus ojos se llenaron de lágrimas. —No lo puedo creer. ¿Cuántas veces? —preguntó sollozando. —Dos. —¿Dos? —Sí. Haciendo unos reportajes. —¿Reportajes? —Sí. ¿Por qué? —Porque me contaron que te habían llevado completamente intoxicado con droga. —No, cómo se te ocurre. Créeme, no meto ni aspirina. Compruébalo, si eso te tranquiliza. —No, creo en tu palabra.

Viaje inesperado

A mediados de junio de 1977, Maitland Prichet, gerente de la distribuidora de películas United Artists - MGM, me citó a su oficina en Bogotá para darme una buena noticia:

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—La compañía quiere que asistas los estrenos mundiales de dos de nuestras más importantes películas: una en Nueva York y otra en Londres. —Gracias Maitland. ¿Y para cuándo? —Para pasado mañana. A las cuarenta y ocho horas iba rumbo a la gran manzana en primera clase. No me atreví a decirle a Mike que ya no estaba en los medios y que no tenía ningún programa relacionado con el tema del cine, simplemente me relajé y dejé que las cosas siguieran su curso. En el aeropuerto Kennedy me estaba esperando una limosina que me dejó en el Waldorf Astoria, uno de los más exclusivos hoteles de Manhatan. El grupo de invitados no era muy grande: un comentarista de la Red O’Globo de Brasil, mi amigo Domingo di Nubila de la Gaceta del Espectáculo de Argentina, un representante de Venevisión, dos locutores de Australia, un reportero de NHK de Japón, periodistas del Corriere de la Sera de Milán, la revista Stern de Alemania y Le Monde de París, entre otros. La recepción fue fastuosa, como se acostumbra en el mundo del espectáculo gringo. Son fuera de serie: tienen planificado todo, minuto a minuto; te hacen sentir como si te conocieran de toda la vida y te llenan de detalles, desde una bienvenida personalizada hasta poner tu nombre en la silla del teatro. El “mero mero” de la promoción era Tito Alba, un dinámico publicista de origen panameño que nos invitó a un coctel privado en uno de los salones del hotel. —Señores, nos complace tenerlos en la capital del mundo. Dentro de tres días será la premier mundial de nuestra película New York, New York. —Todos aplaudimos—. Esta noche está con nosotros su director, Martín Scorcesse —más aplausos. Scorcesse pasó al podio y dijo: —Espero les guste esta historia de amor de posguerra. Luego Alba introdujo al saxofonista Clarence Clemons uno de los actores del filme e integrante de E Street Band, el grupo de la super estrella del rock, Bruce Springsteen. Más tarde, Tito explicó la mecánica de la sesión de entrevistas personales con Liza Minelli, la protagonista principal de la película:

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—Comenzaremos muy temprano, mañana. Primero la prensa local, luego Europa, Latinoamérica y Asia. Disfruten la fiesta. Trago va, trago viene, y la noche se hizo joven. De nuevo me sentí en el cielo en medio de verdaderas estrellas. Para las nueve de la mañana, Liza Minelli ya había hablado con ocho periodistas. Había dos sets de grabación idénticos, cada uno con dos sillas, una mesa, dos lámparas y una elegante cortina que servía de fondo. La famosa cantante pasaba de uno a otro, cada diez minutos; y entre entrevista y entrevista, dos maquilladores le retocaban su peinado y su maquillaje para que se viera aún más hermosa, con esos ojos grandes y expresivos, y esos labios voluptuosos que despiertan la fantasía de millones de espectadores en el mundo entero. Cuando uno de los guardias de seguridad me preguntó qué región de Estados Unidos estaba representando; tranquilamente les contesté: Columbia, por lo que me permitieron estar en el set junto a una docena de reporteros que esperaban su turno para hablar con la famosa estrella. Tito Alba nos recordó que estaban prohibidas las preguntas de índole personal y que la entrevista debía girar sobre la película New York, New York, exclusivamente. Bueno, para eso estamos aquí, fue mi analogía. Mi entrevista la hice en español. Escribí cinco preguntas en inglés en cinco hojas diferentes, y a cada hoja le puse un número de manera muy destacada: así Liza sabía de antemano a qué me estaba refiriendo mientras yo le hablaba a la cámara. Hablamos de lo que ha significado la ciudad de Nueva York para la familia Minelli, para su padre el famoso director de cine, el italiano Vincent Minelli; y para su madre, la leyenda del celuloide Judy Gardland. Le hice la pregunta obligada sobre su papel en New York, New York como la vocalista Francine Evans que se enamora del director de un grupo musical. Sonrió cuando le pregunté: —¿Qué tal besa Jimmy Doyle? (Jimmy es el personaje que encarna en la película el actor Robert de Niro y de quien ella se enamora). La tercera pregunta fue sobre la polémica alrededor de la canción principal de la obra de teatro New York, New York que

404 Ser alguien fue descartada para la versión fílmica por insistencia de Robert de Niro. La nueva canción New York, New York, a la postre se convirtió en una de los temas musicales más famosos en la historia. El legendario cantante Frank Sinatra hizo de esta canción uno de sus temas insignia, reconfirmando así que de Niro tenía razón. Antes de formular mi última pregunta, el coordinador de entrevistas ordenó cortar porque mi tiempo había terminado. Liza Minelli habló con tres periodistas más y se marchó, dejando a la prensa extranjera con los crespos hechos. Tuve la suerte de ser el único hispano que logró charlar con ella por lo que Tito Alba le pidió a los camarógrafos varias copias de mi reportaje para enviarlas a diferentes países de Latino América. Colegas de Venezuela, Argentina y España me preguntaron después como había logrado hablar con la Minelli, y yo les dije la verdad: —¡Estaba sentado con los periodistas gringos y de pronto dijeron Columbia y pase! En la tarde entrevisté a Martin Scorcesse, un talentoso director de Nueva York que ya había impresionado a Hollywood con varios de sus trabajos. Entre ellos, la edición del documental sobre el festival de Woodstock en 1970; la película Alicia no vive más aquí, que le valió la nominación al Óscar a la actriz Ellen Burstyn en 1974; y Taxi Driver, el filme clásico que lanzó al estrellato a Robert de Niro. Scorcesse me pareció una persona sencilla, tranquila y de pocas palabras. Durante la entrevista, él comentó las características principales de Francine Evans y Jimmy Doyle los personajes centrales del filme, interpretados por Liza Minelli y Robert de Niro. También amplió un poco el concepto de la frase, “Una historia de amor es como una canción, bella hasta el final”, utilizada por United Artist en los avisos de promoción de New York, New York. Y al final habló sobre algunas diferencias entre el cine que se hace en Los Ángeles y el que se rueda en New York. Durante mi corta estadía en Nueva York asistí a un concierto fuera de serie con uno de los grupos ingleses de música rock- progresivo más populares por esos días: Supertramp. Estaban promocionando su álbum Breakfast in America y varias de sus

405 ARMANDO PLATA CAMACHO canciones estaban en las listas del hit parade internacional. Fui con los periodistas de Venezuela. Tuvimos suerte de encontrar boletas, aunque las pagamos a precios de reventa. La música de Supertramp plena de melodías agradables y novedosos acordes de guitarras acústicas encendió la fiesta. En medio de la algarabía escuché suaves y continuas explosiones como si estuvieran destapando botellas de champaña. —¿Oye vale, qué es lo que suena? —le pregunté a uno de los colegas. —Chamo, esos son Poppers. —¿Poppers? —Sí, la droga de moda en las discotecas. Es un estimulante cardiaco que al inhalarlo te provoca un rush de sangre directo al cerebro que te deja high por varios minutos. —¿Y por qué suena? —Porque viene en tubitos, como las inyecciones, y cuando lo quiebras hace ese ruido. —Mierda, estoy desactualizado —le dije. La puesta en escena del concierto de Supertramp fue una obra de arte, en especial la iluminación. Me impactó un efecto en el que proyectaban los barrotes de la celda de una cárcel sobre un piano blanco, exactamente igual a la carátula de su disco Crime of The Century, que en 1974 vendió más de dieciocho millones de copias. Cerca del final del show, por la hilera donde estábamos sentados, una pipa con opio pasó de mano en mano y de boca en boca. Esta vez me dio asco echarme una aspirada por la cantidad de baba que tenía la boquilla del tentador objeto. La noche de la premier de New York, New York fuimos los primeros en llegar al teatro. No era un sitio grande. Estaba decorado con dos avisos gigantes con el nombre de la película. Al frente, dos potentes reflectores iluminaban el cielo. Nuestra acera estaba acordonada y vigilada por la policía. Del otro lado de la calle, numerosas personas caminaban rápido sin darle importancia al acontecimiento, mientras algunos curiosos avanzaban despacio observando los detalles.

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Fue una ceremonia sencilla y rápida. Un ejecutivo de la Metro Goldwing Mayer recibió una placa conmemorativa otorgada por las autoridades locales, y, de nuevo, el director Martín Scorcesse repitió que su película “era una historia de amor de posguerra”. Pensamos que iban a asistir Robert de Niro y Liza Minelli pero sus sillas, que tenían los nombres sobre el espaldar, permanecieron vacías durante la proyección. Hacia las diez de la noche, los productores del filme nos invitaron a una cena en un restaurante espectacular ubicado en uno de los pisos superiores del famoso edificio Empire State, desde donde pudimos apreciar toda la majestuosidad de la capital del mundo. Entre los asistentes estaban Lionel Stander y Barri Primus, coprotagonistas del filme, y Rita Moreno, la actriz puertorriqueña ganadora del Óscar de la Academia por Amor sin Barreras (West Side Story). Al otro día partimos para Londres en un vuelo de la antigua compañía BOAC, luego conocida como Brithish Airways. Aunque viajamos en primera clase, al llegar al aeropuerto Heathrow sentimos el efecto del cambio de hora y el cansancio natural después de tanto trajín. Durante el aterrizaje pude apreciar la enorme variedad de tonos de color verde que hay en los alrededores de Londres y lo parecido que es a la Sabana de Bogotá. Nos alojamos en el hotel Inter-Continental, en Hyde Park, el más prominente y famoso parque de la ciudad, cerca de las exclusivas tiendas Harrods, el Royal Albert Hall y el Kensington Palace. Tito Alba ofreció una recepción en un elegante salón del hotel, a la que asistió la prensa londinense. Alba mencionó algunos detalles del filme que íbamos a ver: —Señores, estaremos aquí en Londres durante los próximos tres días para la premier mundial de Un puente demasiado lejos. Ésta es una superproducción de Estados Unidos e Inglaterra en la que participan trece ganadores del Óscar de la Academia, entre ellos siete actores. La lista de estrellas en la película es interminable: Dick Bogarde, James Caan, Michael Caine, Sean Connery, Edward Fox, Elliot Gould, Gene Hackman, Ardi Kruger, Ryan O’ Neal, Robert Redford, Lawrence Olivier y Liv Ullman.

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—¿Tito, vamos a estar con todos ellos? —alguien preguntó. —Con algunos... y con el director Richard Attenborough, que como ustedes saben, es un hombre de gran trayectoria en el cine inglés. —¿Cuál es el tema de la película? —preguntó el argentino Domingo di Nubila. —Para que les hable un poco sobre eso, le cedo la palabra al señor Joseph Levine, productor del filme. —Amigos, gracias por su presencia. Les va a gustar. Es el recuento de un hecho histórico de la segunda guerra mundial conocido como la operación Market-Garden, en el que las tropas aliadas no lograron tomar varios puentes dominados por los alemanes. Por eso la titulamos: Un puente demasiado lejos. Levine después nos entregó unas carpetas lujosamente editadas con fotos, artículos de prensa, detalles de la producción, biografías y hechos curiosos del rodaje. El segundo día fue muy agradable. Nos ofrecieron un tour por la ciudad y nos llevaron a un castillo ubicado en las afueras de Londres. Yo estaba tan podrido del cansancio que dormí casi todo el recorrido. De regreso a la ciudad, por casualidad vi en un periódico el anuncio de un concierto del grupo Génesis. ¡Una buena oportunidad de ver al verdadero Génesis! Y sin pensarlo dos veces corrí a verlos. Me tocó en la última hilera, en la parte alta de un coliseo de deportes. Estaba completamente lleno. Era una noche memorable porque debutaba Phil Collins como baterista y cantante en reemplazo de Peter Gabriel. Había mucha expectativa por conocer el nuevo sonido de una de las bandas más populares del rock- progresivo inglés. La experiencia fue inolvidable. Todo, absolutamente todo, fuera de serie: sonido, luces, puesta en escena, efectos especiales, canciones y show. Collins se fajó un solo de batería de un cuarto de hora que levantó a todos los asistentes de sus asientos y de una vez por todas despejó cualquier duda de su calidad como músico. El día de la premier desayuné con el actor Michael Caine, un hombre flemático pero divertido, que para entonces ya había

408 Ser alguien filmado cincuenta y seis películas y había hecho quince especiales de televisión. Lucía joven y delgado, a pesar de sus anteojos de lente grueso que son como su sello característico. En la mesa estábamos di Nubila, Ralph Schneider de O’ Globo, y un periodista Japonés. Al lado, Richard Attenborough con otro grupo de reporteros, y al fondo Edward Fox. Luego pasamos a la sala de prensa donde pudimos hacer entrevistas frente a frente, o uno a uno, como dicen en Estados Unidos. Michael Caine habló sobre su caracterización del teniente coronel J.O.E. Vandeleur, uno de los comandantes de la fallida operación. El actor reiteró que Un puente demasiado lejos era un gran homenaje al valor de esos miles de hombres que dieron su vida por algo que estuvieron a punto de lograr. Al terminar la filmación le pregunté si me permitía tomarme una foto con él, y a pesar de estar prohibido, accedió con mucho gusto. Enseguida dialogué con Elliot Gould, por esos días recién separado de su esposa Barbra Streisand. Estuve a punto de tocar ese tema pero preferí seguir el protocolo sugerido por mis anfitriones y más bien le pedí que hablara de su papel como el coronel Robert Stout. Por razones de tiempo, Tito Alba decidió a última hora que yo hablara con Richard Attenborough en lugar de Edward Fox. Attenborough me pareció fascinante, de gran elocuencia y vivacidad. Dijo: —Este día lo he estado esperando con ansiedad porque el mundo va a revivir un episodio muy duro de nuestra historia: la derrota de una batalla, más no de la guerra. No tenía una idea exacta de la magnitud del personaje que había entrevistado. Con los años me di cuenta que Attenborough era un icono de la cinematografía en la Gran Bretaña, al que la reina Isabel más adelante nombró Sir y posteriormente Lord; que recibiría dos Óscares de la Academia por Gandhi como mejor director y mejor película; y que como actor se volvería famoso por su papel como John Hammon en Parque Jurásico. A las seis de la tarde tenía que estar en el bus que nos llevaría al teatro. Me quedaban pocos minutos y aún seguía buscando un maldito par de mancornas dentro de mi equipaje. ¡No la puedo

409 ARMANDO PLATA CAMACHO cagar, tengo que bajar así! Y así me fui. Al pasar por la recepción del hotel pedí dos clips, de los que se usan para sujetar papeles, y se los puse a los puños de la camisa. El cinema quedaba en un parque muy cerca de Picadilly Circus. El gentío era impresionante. Afuera tocaba la banda de la Fuerza Aérea Inglesa. A lado y lado del tapete rojo, docenas de cadetes impecablemente uniformados nos recibieron con una calle de honor. Tenían sus sables levantados, empuñados con la mano derecha, ligeramente inclinados hacia el frente, formando un arco iris de acero para que pasáramos por debajo al ingresar al teatro. Algo imponente. En la recepción del teatro habían varios paracaídas colgados y debajo de ellos, un grupo de personas en silla de ruedas. Eran auténticos supervivientes de la batalla que había inspirado la película; verdaderos héroes de guerra. Lucían orgullosos sus condecoraciones sobre sus pechos y cada uno portaba una bandera de la Legión Inglesa. Adentro, parte del auditorio estaba compuesto por veteranos de guerra, políticos, periodistas y funcionarios del gobierno. La ceremonia fue un poco larga. Discursos, placas, anécdotas, recuerdos y un minuto de silencio en homenaje a los caídos en acción. La película me pareció un poco lenta con impactantes escenas dramáticas. Un puente demasiado lejos recibió buena crítica y alcanzó un mediano suceso de taquilla, a pesar de su impresionante elenco de actores de primera línea. A las nueve y treinta de la noche, nos llevaron a una cena en el hotel Savoy, uno de los sitios más exclusivos de Londres. Éramos relativamente pocas personas, tal vez unas treinta. En la mesa central estaba Sir Harold Wilson, primer ministro del Reino Unido y líder del Partido Laboral. A su lado, el ministro de Defensa, altos oficiales, el señor Levine, los actores Anthony Hopkins, Michael Caine, Elliot Gould, Edward Fox y Richard Attenborough. En medio de tanta personalidad, me sentí muy incomodo porque pensé que se iban a dar cuenta de que en lugar de mancornas tenía amarrados los puños de la camisa con unos burdos alambres; por eso durante el brindis traté de no levantar demasiado la copa de champaña, y al comer evité estirar las manos.

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Luego de la premier, me quedé una semana más en Londres en casa de mi amigo el periodista Hugo Sabogal, un espléndido anfitrión. Estaba recién casado con una preciosa chica de origen yugoslavo, estudiaba fotografía y era colaborador en la sección de radio de la BBC. Cuando fuimos a los estudios de la emisora me presentó a uno de sus amigos, el escritor cubano Guillermo Cabrera Infante, con quien charlamos un buen rato acerca de la situación política en su país, su tema preferido. En la BBC, también me encontré con el conocidísimo locutor colombiano Bernardo Hoyos —en ese momento director de la prestigiosa revista inglesa International Management— con quien recordamos su época en La Hora Nacional de Diriventas, uno de sus exitosos programas en Caracol radio, en 1970. Gracias a los contactos de Hugo, pude asistir a la grabación del programa de televisión de la BBC: El TOP 10 Británico, donde se presentaron algunos de los artistas más populares del momento. Fue una experiencia memorable que me dio varias ideas que, posteriormente, pude aplicar en mi carrera en Colombia. Uno de los sitios que me subyugó de la capital británica fue Picadilly Circus, el punto de reunión de hippies, artistas, diseñadores y gente estrafalaria. En el área estaban los mejores almacenes de música y afiches, y ahí conseguí la colección completa de la música de Floyd, uno de mis grupos favoritos. De Londres fui a París por tres días. Me alojé en un hotelucho de quinta por razones de presupuesto. Mi habitación lucía como la celda de una cárcel, no tenía baño, olía a viejo y quedaba en un tercer piso. Me enamoré de la ciudad, de su arquitectura, de su música. Aquí tengo que volver algún día, me propuse. Recorrí a pie los Campos Elíseos y me senté una hora a admirar la Torre Eiffel. Le di la vuelta a la ciudad en metro y chapuceé las pocas palabras en francés que mi papá me había enseñado. Con nostalgia lo recordé y le envié una postal. ¡Viejo deberías estar aquí!, le escribí. La última escala de este viaje inolvidable fue Madrid. Tenía buenos contactos de empresarios de artistas españoles que había conocido cuando era director de Radio Tequendama. Les llamé y

411 ARMANDO PLATA CAMACHO se portaron a las mil maravillas. El representante de Rocío Jurado me invitó a un extraordinario concierto de su artista en uno de los mejores salones de espectáculos de la ciudad. Y el manager de Miguel Gallardo me llevó a Hispavox, la compañía de discos número uno de España, donde la cantante colombiana Clemencia Torres estaba grabando su éxito: Canción para una esposa triste. —Tu compatriota tiene mucho talento como cantautora — comentó. —Es uno de los pocos artistas de nuestro país que ha logrado internacionalizarse —le respondí. Madrid, otra ciudad que nunca duerme, me encantó por las tapas, el vino, la juerga, el arte, y, por supuesto, la radio. Cada vez que podía sintonizaba en un radio portátil: Los cuarenta principales, de la Cadena Ser. Me gustó el estilo de los DJ y su manera de presentar los discos, siempre con información actualizada. Visité la sede del periódico El Gran Musical, la guía obligada del espectáculo español para los lanza-discos de Latinoamérica. Ahí me entrevisté con Joaquín Luqui, un periodista que admiraba y al que leía con cierta frecuencia; luego me enteré que se le consideraba la Biblia del rock en su país. —¿Dónde puedo comprar música a bajo precio? —le pregunté. —En las tiendas de barrio —me sugirió. Buscando y buscando encontré a precios ridículos discos de Boston, Emerson Lake and Palmer, Yes, Miguel Ríos, y una verdadera joya discográfica: PFM Premiata Forniera Marconi, el mejor exponente del rock progresivo italiano. De regreso a Colombia, le ofrecí a varios noticieros y magazines de televisión las entrevistas con Scorcesse, Minelli, Gould, Attenborough y Caine. La respuesta general fue: “No se pueden transmitir porque Inravisión las considera propaganda... y usted sabe cómo es de cuchilla Gabriel Quimbaya”. El Ingeniero Gabriel Quimbaya, entonces jefe de los estudios de Inravisión, aprobaba la calidad técnica de los programas y comerciales antes de salir al aire, y podía rechazar cualquier programa que mencionara directa o indirectamente un producto o servicio. Era muy estricto, justo e insobornable, y puso a temblar a programadoras, productoras y agencias de publicidad.

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1977 - Londres. Entrevista con Elliot Gould protagonista de “A bridge too far” de United Artist.

Hermano y socio

Mi hermano John Plata Camacho trabajó sin descanso en 1977 para sacar adelante su agencia JPC Publicidad. Comenzó en la oficina de DJ Asociados, en el parque de las Nieves. A los pocos meses de iniciar operaciones ya tenía cuentas tan importantes como Columbia Pictures, United Artists, Metro Goldwing Mayer, Paramount, Exhibidores Asociados y los teatros de Camilo Akl. John había acumulado alguna experiencia como locutor en Ibagué, asistente de Julio Sánchez Vanegas en Producciones JES y operador de audio en La Voz de Bogotá. Se inicio en el campo publicitario manejando el departamento audiovisual de Corporación Publicitaria, una agencia que mi ex jefe Francisco Parra Medina recién había fundado en sociedad con uno de sus clientes: Luis Carlos Sarmiento Angulo. John aprendió rápidamente el negocio.

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—Armando, quiero independizarme y montar una agencia especializada en promocionar películas de estreno. ¿Cuento con tu respaldo? —Hágale mi hermano, tienes todo mi apoyo. Constituyó la compañía con su esposa Janeth Sánchez y me incluyó como socio con un treinta y tres por ciento de las acciones. Comenzamos con un capital muy bajo y la colaboración de Maitland Prichet de Artistas Unidos, nuestro primer cliente. Lejos estaba de imaginar el crecimiento exponencial de la nueva empresa. A los dos años, clasificó como la agencia número seis en facturación anual con el periódico El Tiempo. JPC Publicidad llegó a tener más de cincuenta empleados de tiempo completo y numerosos colaboradores ocasionales. John mostró una gran habilidad para vender costosas campañas de lanzamiento de las nuevas producciones cinematográficas. En ocasiones publicó avisos de una página anunciando el estreno de una película importante, algo descomunal, pues el tamaño máximo que se estilaba era de dos columnas por diez centímetros de alto. Como socios fuimos muy unidos a pesar de nuestra natural rivalidad como hermanos. Cuando viajamos a la convención mundial de la NAB (National Associated Broadcasters) de 1980, en Las Vegas, la pasamos como nunca. Fuimos a ver equipos de producción pues pensábamos licitar unos espacios de televisión, en Inravisión. John no me permitió gastar un solo dólar y me hizo grandes atenciones. Nos alojamos en el hotel Cesar Palace. Vimos el circo de Sigfried and Roy, la atracción número uno del momento, y el show de Wayne Newton, un conocido cantante de música country. —Hermano, gracias, porque me diste la mano cuando más lo necesitaba —me dijo con gran emoción durante una comida en un lujoso restaurante de comida francesa.

Partido chévere

Mi regreso a la radio fue gradual. Un año después de la aventura de Capax, Germán Tobón me permitió hacer un programa de “música pesada” en Radio Musical 1410 AM, todos los días a las

414 Ser alguien nueve de la noche. Era una emisora de baja potencia con una programación rock y pop, en español e inglés. Tobón la había adquirido recientemente y trataba de posicionarla entre la juventud. Como estaba comenzando, solo podía pagarme con cupos o sea con propaganda que yo tenía que conseguir. En realidad, las ventas no me interesaban; lo que deseaba era volver a estar frente al micrófono. Por esos días estaba de moda Clímaco Urrutia, un personaje de televisión creado por el talentoso actor y director de teatro Jaime Santos. Era una excelente caricatura de la clase política colombiana que gozaba de una gran popularidad, tanto, que el doctor Clímaco Urrutia se postuló a la presidencia de la República. ¡Si Clímaco se lanza, por qué yo no! Pensé, y comencé a promover en el programa de radio el PCC, Partido Chévere Colombiano, con una plataforma política que era una verdadera tomadura de pelo: los estudiantes menores de 18 años no deben pagar transporte urbano, ni entradas a cine o partidos de fútbol; el voto debe ser para mayores de 14 anos; y ¡la autoridad paterna debe cesar a los 15 anos! El cuento fue muy divertido y todas las noches entre una y otra canción los jóvenes oyentes opinaban sobre nuestro “nuevo ordenamiento social.” —La berraquera viejo Armando, por fin una pinta que nos representa, siga pa’lante —me decían. —¡Hermano, cuente con el combo del Quiroga! —Loco, si se lanza soy el primero en votar por usted. Un sábado organicé mi primera “manifestación” en un parque al sur de Bogotá a la que llegaron una docena de vagos y pepos del sector. —Brother, chévere que gane para que me dé un camello. —Man, ¿será que le puede levantar una recomendación a un hermano que quiere entrar a Telecom? Esas fueron algunas de las solicitudes de mis seguidores. Las “ideas” del PCC fueron ganando adeptos, incluso recibí una propuesta muy seria: —Armando, soy Fidel Mendoza, columnista del periódico El Espectador; vengo a proponerle una alianza política para respaldar su candidatura al concejo de Bogotá.

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—Fidel, gracias, pero esto es solo una mamadera de gallo. —No, de ninguna manera, usted tiene todo el perfil de un gran líder de la juventud. —Fidel, seamos claros: ¡No tengo ni la preparación, ni el interés, ni la capacidad para hacer política! —Piénselo y me llama. Lo pensé muy bien y llegué a una simple conclusión: Con esta joda del PCC es mejor no jugar. Así que de manera paulatina fui acabando con el tema. Mi paso por Radio Musical fue corto pero sustancioso. Lo disfruté tanto que una noche que se me ocurrió crear “el hit parade de las cinco rancheras más lobas de la historia”, una selección de las canciones mexicanas que a mi juicio eran patéticas por su letra y música. Al día siguiente, Gustavo Garay y Germán Tobón me llamaron la atención, preocupados porque le había cambiado el estilo musical a la emisora y eso confundía a los oyentes. —No volverá a ocurrir —les prometí. Unas semanas después, tuve que dejar el programa porque me fui envolviendo en proyectos que pensé iban a ser mas rentables

Con todos los fierros

En los primeros meses de 1978 pasó por Bogotá el grupo Italiano I-PO, muy popular en la escena Rock-Pop de Europa. Fui a verlos al Hotel Hilton en compañía de mi amigo Filippo Agostino. Nos llamó la atención la cantidad de equipos de luces y sonido que trajeron, bastante exagerado para una agrupación musical que solo había pegado un solo tema, la balada “Cuántos deseos de ella” - ¿Cuándo nuestros pobres grupos tendrán equipos así?” - Comentó Filippo - - El día que los inversionistas Colombianos se den cuenta que la música puede ser un buen negocio,” le respondí. Filippo soñaba con ser el mejor diseñador de efectos de luces del planeta. En su casa había construido a escala un escenario y le había adaptado una sofisticada parrilla de luces usando diminutas bombillas de linterna. Ahí ensayaba diariamente “su espectáculo”

416 Ser alguien al compás de la música de grupos como Pink Floyd, Emerson Lake and Palmer y Jethro Tull. La gira de I- PO fue un completo fracaso y el grupo se declaró en quiebra dejando todos sus instrumentos en el país. Filippo, vio la oportunidad de su vida para desarrollar una empresa de iluminación y sugirió mi nombre al representante del grupo como comprador potencial de esos equipos. El empresario era Luciano Bellorini, un Italiano que estaba casado con una joven de la alta sociedad de Medellín. - Luciano, ocho millones de pesos es una cifra exorbitante. - Armando, no es nada, te los vas a ganar en unas cuantas semanas. Tú eres la persona ideal para que te quedes con todo: Mira, son 20 Kilovatios de sonido, 100 kilovatios de luz, una consola de mezcla de 24 canales, veinte micrófonos, 2 spot-lights, un transformador de voltaje de 220 a 110, una batería, bajo, tres guitarras, dos pianos, sintetizadores, un gong y una veintena de amplificadores. - Haz un esfuerzo, sugirió Filippo. - ¿Cuánto es lo máximo que me puedes dar? - Bellorini, te vas a reír... a lo sumo dos millones de pesos... y te los pagaría en un plazo de dos años, de a ochenta mil pesos por mes. - Es muy poco. Súbele algo. - Imposible. Después de unos minutos, cuando me iba a despedir, Luciano sorpresivamente comentó: - Está bien Armando, ¡es todo tuyo! Mientras Filippo me abrazaba y saltaba de la felicidad, un frío me recorrió de arriba abajo pues presentía que me había metido en otra vaca loca. Era tarde para retractarme, pero al mismo tiempo, me parecía increíble ser el dueño de semejante equipo. Orgullosamente saqué pecho y pensé: Ahora sí van a saber quién es el empresario artístico Armando Plata Camacho. - Filippo, consíguete un camión para llevarlo. Fue mi primera orden. - ¿Camión?... No... ¡Una tracto-mula! ¿Y dónde lo dejamos? - Buena pregunta.

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Provisionalmente logré que el Padre-Rector del Colegio Cristo Rey, ubicado en el barrio 20 de Julio, me prestara una cancha cubierta de basketball para trasladar los equipos. La factura de la empresa transportadora superó los treinta mil pesos, un infierno de plata ya que el salario mínimo era de dos mil pesos. Así comenzó un calvario de gastos de nunca terminar. Nos demoramos dos días desempacando. Cables por aquí, cables por allá, amplificadores de potencia, cajas de herramienta, bafles de medias frecuencias, twitters y cabinas para bajos, platillos, redoblantes, tontones, charles, tambores, tumbadoras, sintetizadores, pianos, conectores, lámparas, bombillas, peañas, estrobos, y transformadores. Una verdadera caja de Pandora de la que salía más y más equipo, y una que otra desagradable sorpresa. La primera ocurrió cuando Filippo conectó el equipo. - Todo está listo, me dijo frotándose las manos de la emoción. - Echémosle candela, le respondí. ¡Y eso ocurrió literalmente! De los amplificadores saltaron chispas, de la consola de sonido salió humo, y el cable que alimentaba la corriente eléctrica comenzó a derretirse del calor. - Oiga Filippo marica, esto quedó mal conectado, pilas que todo se está quemando ¿Güevón que fue lo que hizo? - No sé... algo pasó... ¿dónde están los breakers? Antes de que llegáramos a la caja central una pequeña explosión dejó sin fluido eléctrico al colegio y sus alrededores. El cura bajó preocupado de sus aposentos. - ¿Están bien hijos? - Sí, padre, a Dios gracias. Solo fue un pequeño accidente. Ni tan pequeño. Varios circuitos integrados de la consola de mezcla de sonido se quemaron, así como casi todos los amplificadores de potencia y algunos parlantes. Tuve que contratar al Ingeniero Álvaro Amaya, Jefe de mantenimiento de Estudios Gravi, para que reparara el equipo. - Necesito por lo menos ciento cincuenta mil pesos para repuestos, comentó Amaya con total frialdad. Después le paso la cuenta por mis honorarios de acuerdo a las horas que gaste. Dos meses tardó el arreglo. Luego, arrendé una bodega, conseguí tres operarios y fundé la empresa Conciertos Limitada, con el

418 Ser alguien propósito de alquilar el equipo para espectáculos y eventos especiales. Las pérdidas al comienzo fueron enormes y ahí fueron a parar todas las utilidades que recibí de Video Comerciales y JPC Publicidad. Entretanto, seguí buscando una nueva oportunidad para regresar a la televisión y esta se me presentó a mediados de 1978, cuando Nelson Gómez, Presidente de Uni-Exp TV me llamó para reemplazar a Armando Caicedo como animador de “La Noche del Padrino”. Ese programa presentaba importantes personajes de la farándula que recordaban quién los había ayudado a surgir. Las ironías de la vida: Dos años atrás Caicedo me había reemplazado en “Mano a Mano Musical”, cuando el escándalo de Capax, y ahora era mi turno. Le cambié el nombre al programa por “El Personaje y sus éxitos” y lo convertí en un ameno espacio de entrevistas por el que desfilaron políticos, deportistas, actores, artistas y hombres de empresa. Recuerdo que ahí hice la entrevista más difícil de toda mi vida con el famoso ciclista Lucho Herrera. Fueron treinta minutos de tortura en la que solo me contestó monosílabos: Sí, no, tal vez. La respuesta más larga que me dio quizás duró ocho segundos. Llegó un momento en el que no supe qué más preguntarle, algo sumamente difícil de manejar porque no pude establecer un dialogo. “El personaje y sus éxitos” significó mi reencuentro con el medio televisivo, alcanzó modestos índices de sintonía y se caracterizó por “hacer confesar” a los invitados algunos pecadillos de sus vidas. En él tuve entrevistas muy agradables con Hernando Santos Castillo, Daniel Samper Pizano, Fernando Botero, Andrés Pastrana, Belisario Betancourt, Ernesto Samper y Gloria Zea, entre otros. Al poco tiempo de estar en el aire, Punch TV me contrató como animador de otro de sus programas insignia: “Qué pareja más pareja”, un concurso muy divertido. A las esposas primero se les hacían algunas preguntas, luego los esposos debían adivinar las respuestas, y viceversa. La pareja más compatible ganaba premios para el hogar.

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Me tocó reemplazar a Fernando Gonzáles Pacheco quien fue el presentador oficial de ese espacio por varios años. Fue un compromiso muy duro porque no tenía la experiencia necesaria para conducir este tipo de programas. Nunca me sentí seguro frente a cámaras y en más de una ocasión pensé en tirar la toalla. A Dios gracias, el programa terminó pronto y no fue adjudicado por Inravisión en la nueva programación de 1979.

La barrida

Luego de mi paso fugaz por Radio Musical, el bicho del micrófono me picó de nuevo. En Agosto de 1978, “El Loco” Álvaro Monroy Guzmán me nombró Director de Radio Fantasía, 1500 AM, una emisora que en ese momento era la sensación entre el público joven de clases media alta y alta, en Bogotá. - Venga y haga lo que quiera, me dijo textualmente. Usted es un hombre muy inquieto y eso me gusta. Comencé a presentar “Los Fantásticos de Fantasía” y “Los Fantásticos de Coca Cola”, dos programas con lo mejor del TOP 40 Rock-Pop de Estados Unidos. Igualmente, intensifiqué la rotación de las nuevas canciones que recién aparecían en las listas de la prestigiosa revista Billboard. De inmediato la emisora comenzó a escucharse un poco más y eso me puso muy feliz porque esta era una buena oportunidad para volver a despegar. Para hacerle un poco de publicidad a la emisora, invité al Periodista Hermógenes Nagles a conocer nuestras instalaciones. Nos publicó un reportaje en la Revista Hit en el que destacó mi regreso a la radio y el hecho de que como Fantasía era una pequeña empresa, además de Director, yo iba a ser programador, control, estafeta y hasta aseador. El fotógrafo Víctor Macaya me sugirió que me pusiera un delantal, y escoba en mano, posé para su cámara haciendo supuestas tareas de limpieza en la cabina locución, trapeando el piso y botando varios cestos de basura. Cuando la revista llegó a las manos de “El Loco” Álvaro Monroy, este se enfureció de tal manera que canceló mi contrato sin ninguna contemplación. Según un operador, Monroy se salió de casillas y gritó:

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- Chupo maricón, esta emisora no es una pocilga como usted la quiere hacer ver, por el contrario, siempre, siempre la he mantenido como una tacita de plata. Desde ese día, Monroy nunca me volvió a hablar, aun más, jamás me volvió a recibir en su oficina, ni a pasar al teléfono. Nagles, ni corto ni perezoso aprovechó la ocasión para publicar un nuevo reportaje que tituló: Otro caso para Ripley: El “Loco” Monroy echó al Chupo Plata por artículo de Hit. Hermógenes escribió entre otras cosas: A Armando Plata lo echaron cuando aún no había cumplido el mes de posesionado, su destitución fue fulminante. Cuando Hit habló con Monroy para el primer reportaje, textualmente nos dijo: “Armando es el nuevo dueño de Radio Fantasía y yo solo seré un mandadero suyo”. Ahora Monroy no quiere hablar con la prensa y está que arde de la ira mientras el pobre Chupo tiene el ánimo por el suelo. Este nuevo escándalo no pudo ser más inoportuno, justo cuando recién me estaba recuperando. Decidí entonces aceptar una propuesta de Jaime Hoyos Orrego para dirigir una pequeña emisora en Manizales y así alejarme del ambiente de la radio de Bogotá. Jaime había sido el promotor de mis conciertos con Génesis y Lukas en esa ciudad y habíamos establecido una muy buena relación personal y de negocios. Era el propietario de Radio Sintonía una estación independiente cuyos estudios estaban localizados en la vecina población de Villa María, Departamento de Caldas. - El reto es competir contra La Voz del Nevado de Todelar. No hay plata. Mire a ver qué puede hacer, me dijo. - Dame seis meses a ver qué pasa. La nueva programación de Radio Sintonía la lanzamos con un suntuoso espectáculo gratuito en la Plaza de Toros de Manizales, con artistas nacionales como Blanca Luz González, Franco Labrún, Manuela, El Cuchí, Diana María, José Antonio, Rafael Urraza, Mateo Balboa, Gloria Cristina, Alejandro de Campbell y Miguel del Monte. Los Directores de Orquesta Fernando Parra y Joe Madrid realizaron los arreglos musicales. El lleno fue monumental. La emisora comenzó a transmitir canciones de éxito y estrenos exclusivos de Pop y Rock en español e inglés; y durante los fines

421 ARMANDO PLATA CAMACHO de semana, Música Disco, que en ese momento era la moda con artistas como Donna Summer y Los Bee Gees. A pesar de tener una potencia y cobertura limitadas, llegamos a ocupar el segundo puesto de audiencia en la ciudad en cuestión de semanas. La vida apacible y tranquila de la región cafetera, la belleza del paisaje, la calidez humana de su gente, y la dulzura de sus mujeres, me atraparon, al punto que religiosamente viajaba cada dos semanas desde Bogota, y me faltó muy poco para terminar viviendo del todo allá. La experiencia de Radio Sintonía nos animó con Jaime Hoyos a promover la creación de la primera emisora de frecuencia modulada en ese Departamento. Invitamos como socio capitalista a Alberto Gallego Estrada, dueño de una mina de oro en la región de Marmato y propietario de la emisora La voz de Los Andes de Manizales. Al año, presentamos nuestra propuesta ante el Ministerio de Comunicaciones junto con estudios de factibilidad técnica, jurídica, económica y de programación. El apoyo político del Senador Víctor Renán Barco fue vital para que a mediados de 1979 el gobierno nos adjudicara la frecuencia que bautizamos como Caldas Estéreo FM. Viajamos a la convención de la NAB (National Asociated Broadcasters) en Las Vegas, donde compramos un transmisor de 10 Kilovatios, un sistema de grabación de audio y los equipos de la sala de control. El montaje de estos equipos y el acondicionamiento técnico nos tomó seis meses. Cuando iniciamos operaciones, el Ministerio de Comunicaciones no nos permitió transmitir un solo anuncio comercial hasta que completáramos siete meses de emisiones ininterrumpidas en el aire. Educar al público a sintonizar una emisora de frecuencia modulada fue un proceso lento y dispendioso. La gente por décadas solo escuchaba radio en AM y en ese tiempo pocos radios traían banda de FM. Para promover la sintonía de nuestra emisora. importamos cientos de receptores que posteriormente regalamos en sitios clave como supermercados, centros comerciales, almacenes y restaurantes. Las pérdidas superaron el doble de lo inicialmente presupuestado al finalizar el primer año de

422 Ser alguien operaciones, lo que generó cierta ansiedad y desconfianza en nuestro principal inversionista, Alberto Gallego. Los oyentes de Manizales fueron descubriendo la calidad del sonido del FM y comenzaron a escucharnos con más frecuencia. Pero, como éramos una marca nueva, con poco poder de recordación, a la pregunta ¿Qué emisora escucha? La gente respondía automáticamente: Transmisora Caldas, porque confundía nuestro nombre con el de la radio más importante de la ciudad. Por eso en las encuestas de audiencia no figuramos ni siquiera en la sección otras emisoras. En lo artístico fuimos un éxito, incluso de Caldas Stereo FM surgieron locutores de gran talento como Carlos Arturo Castaño, “El Bicho” Carlos Alberto Cadavid y Melkin Buitrago. En cambio, nuestro talón de Aquiles fueron las ventas de publicidad. Algunos anunciadores nos compraron comerciales más por amistad que por estar convencidos de que éramos un medio efectivo. Para colmo de males, la competencia bajó sus tarifas y ofreció “planes de inversión anual” con grandes descuentos, lo que desangró el exiguo presupuesto de los clientes. A duras penas logramos reducir un poco las pérdidas en el segundo año. Sin embargo, en los cócteles la gente nos felicitaba y nos veían como prósperos potentados que habían encontrado oro en el mundo de la radio. ¡No sabían la procesión que llevábamos por dentro!

El Buchón... y “un secretico”

Germán Gamboa Galvis y su esposa Leyda trabajaron sin descanso en el montaje del “Asadero de Carne La Caleta”, ubicado en el kilómetro cinco y medio de la vía a La Calera. El presupuesto que aprobamos en Video Comerciales escasamente alcanzó para construir una parrilla, comprar vajillas, mesas, utensilios de cocina, y medio acondicionar algunos cuartos como comedores. Motivados más por el deseo de pasarla bien que por las artes culinarias, dedicamos muchos fines de semana de 1978 a adobar carne, preparar papa salada, mazorcas, yuca, plátano asado, pollo a

423 ARMANDO PLATA CAMACHO la brasa y fritanga. Algunas veces, “La flor del trabajo” Oscar Golden estuvo al frente del negocio, y otras Aurelio Valcárcel manejando el bar. Por esos días, un quinto socio ingresó a la compañía: Miguel Salas, Director de Estudios de la Facultad de Sicología de la Universidad de Los Andes. A Salas le gustaba la producción de televisión por lo que compró algunas acciones de Video Comerciales. Con esa inyección de capital logramos mejorar un poco la apariencia de La Caleta, pero aun así, continuó siendo lo más aproximado a “un hueco.” Miguel hizo castillos en el aire sobre el futuro de su inversión y hasta sugirió que debíamos adquirir los terrenos aledaños para hacer un parque de diversiones con cuevas y casas subterráneas. Yo me dediqué a atender a la gente como mesero y en realidad disfruté del contacto con el público. Hice una campaña de publicidad entre amigos de algunas emisoras y periódicos y esto nos ayudó a tener una mayor afluencia de clientes. Algunos salían satisfechos y otros un poco decepcionados por la mala decoración del lugar. Las cosas funcionaron más o menos bien los primeros meses y alcanzamos el punto de equilibrio, pero cuando vino el invierno, el negocio se fue al traste. Hubo fines de semana en que ni siquiera pudimos operar por la lluvia y el frío. Germán Gamboa autorizó a su amigo “El Buchón” a vivir en La Caleta y de paso prestar sus servicios como vigilante. El hombre era una persona muy agradable pero le gustaba bastante el licor. Sucedió lo inevitable. Se perdió una botella, dos, media caja y cuando nos dimos cuenta El Buchón, haciendo gala de su apodo, arrasó con casi toda la existencia de whisky, aguardiente y ron. Nos tocó llevarlo de emergencia intoxicado al hospital. El manejo del restaurante se nos volvió un dolor de cabeza y las pérdidas comenzaron a aumentar. Como ya habíamos calmado fiebre decidimos cerrar a pesar de la férrea resistencia de Gamboa. La idea de mantener La Caleta a como diera lugar era su obsesión. Meses después, apareció un comprador que se enamoró de la propiedad y nos ofreció una suma diez veces mayor al valor original. Gamboa volvió a poner el grito en el cielo:

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- ¡Es un error garrafal! Me opongo. Esperemos unos años más y nos volvemos millonarios. Si tuviera dinero, la compraría ya! La junta directiva de Video Comerciales autorizó la venta por mayoría de votos. Gamboa se sintió bastante con la decisión y decidió buscar otros rumbos. El hombre tenía toda la razón, al poco tiempo, el sector se convirtió en el sitio de moda de la rumba en Bogotá y el valor de la tierra se multiplicó por cien. Justo antes del retiro de Germán Gamboa de Video Comerciales hicimos un trabajo muy importante para Chrysler-Colmotores en Noviembre de 1978. Nos citaron a la Agencia de Publicidad y antes de conocer el story-board firmamos un compromiso de confidencialidad para que no se filtrara ninguna información sobre el lanzamiento de un nuevo modelo de automóvil. Cuando vi el guión del comercial pensé que era sumamente difícil de realizar en video. El cliente quería que se viera en una sola toma, la ventana delantera derecha del vehículo, el automóvil de perfil y luego el carro de frente. Al final, en la parte superior de la pantalla, la marca en letras tridimensionales, con un efecto de rayos de luz - conocido como sparkling – a su alrededor. En ese tiempo no había en Colombia grúas para filmaciones, ni dollys para cámaras de video, ni steady-cam, ni jibs-cam, ni computadores para crear letras con volumen, ni filtros especiales para luz. Por eso, a pesar de estar frente a la posibilidad de obtener un contrato millonario, le dije a Aurelio: - Hermano, me parece que este comercial puede ser un dolor de cabeza. Pienso que no lo debemos aceptar. Aurelio, haciendo gala de su dominio técnico contestó con cierta prepotencia. - Tranquilo chupito que yo tengo un secretito. Como era mi socio y confiaba ciegamente en su sapiencia - a pesar de mis dudas- - lo respaldé, y aceptamos el trabajo. La primera sesión de grabación duró todo un Domingo y fue un completo fiasco. Aurelio colocó la cámara sobre un montacargas usándola como grúa. ¡Fue espantoso! Primero, porque como no sabíamos que el montacargas funcionaba con diesel, el estudio se llenó de humo, lo que nos provocó problemas para respirar. Segundo, porque los amortiguadores del montacargas

425 ARMANDO PLATA CAMACHO no fueron diseñados para las delicadas condiciones requeridas para filmar lo que creó movimientos abruptos de cámara cada vez que el vehículo arrancaba o paraba. Y finalmente, porque iluminar un automóvil es de lo más difícil por la cantidad de luces que se reflejan. Al final del día, Aurelio le pidió al cliente una semana más para solucionar las complicaciones técnicas. Al Domingo siguiente tuvimos otro ¡fracaso total! Carlos Díaz, Gerente de Publicidad de Chrysler, todo el tiempo se mostró angustiado y malhumorado porque la fecha de lanzamiento estaba cerca. De mala gana aprobó una toma que se veía más o menos, sobre la que intentamos sobreimponer la marca del auto. Aurelio mandó hacer el nombre en letras corpóreas de icopor pegadas sobre una tabla pintada de negro con algunos pequeños orificios alrededor de las letras. Por detrás de la madera puso varios spotlight para que a través de esos huecos se proyectaran rayos de luz. - ¿Y cuál es el secretito para que los haces de luz se vean como estrellas? Le pregunté intrigado. - Este. Me mostró un pedazo de media velada de mujer que luego puso sobre el lente de la cámara. Cuando lo gire, se verá el efecto. Me dijo. Pasaron varios minutos y no se vio nada, por el contrario, la imagen perdió definición. Aurelio siguió improvisando... hasta que completamente frustrado llegó a una simple conclusión: - Chupito, tenías razón, la cagué. Te quedé como un culo. Esta maricada solo se puede hacer en cine. El cliente se emberracó y amenazó con demandarnos. El chisme de nuestro fracaso se regó por todas las agencias de publicidad y Video Comerciales perdió confianza y credibilidad. Tuvimos que asumir todos los costos de alquiler de estudio y gastos de producción, lo que nos dejó bastante mal financieramente. Solo hasta que vendimos La Caleta quedamos a paz y salvo con nuestros acreedores. Este incidente afectó la relación de negocios con Aurelio quien un poco apenado decidió alejarse de la compañía. En medio del desastre y para bajar costos, nos integramos a las nuevas oficinas de JPC Publicidad, localizadas en la Diagonal 34 con Carrera 5ª, en Bogotá.

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Por unos meses más nos defendimos haciendo comerciales de poca monta, hasta que los 80’s recibimos dos estocadas mortales: Una, cuando Julio Sánchez Vanegas importó la mejor unidad móvil de producción de televisión a color, con una inversión de varios millones de dólares; Y luego, cuando RTI lanzó Producciones RTI, uno de los estudios más sofisticados del momento bajo la dirección técnica de nuestro exsocio, Aurelio Valcárcel. El publicista Carlos Díaz, murió a los pocos meses víctima de una crisis cardiaca.

1977 - GRAVI. Primer estudio de televisión a color en Colombia. Grabación de comerciales para Chrysler Colmotores. Atrás, a la derecha, se alcanza a ver a Aurelio Valcárcel Carroll.

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Gira el armatoste

La explotación comercial del equipo de sonido se convirtió en un elefante blanco. Era una tecnología europea en desuso con funciones muy limitadas. Los repuestos, además de costosos, eran difíciles de encontrar. Pero ya metido en el baile, tenía que salir adelante a como diera lugar. El objetivo de Conciertos Limitada fue mantener una permanente actividad para generar ingresos y amortizar la deuda con Luciano. Mi hermana Consuelo Plata, recién egresada como Publicista de la Universidad Central de Bogotá, ingresó a la compañía como mi asistente. Su trabajo y dedicación fueron valiosos en este tipo de empresa que se caracteriza por tener numerosos detalles antes, durante y después del espectáculo. Comenzamos a buscar grupos locales para hacer conciertos. En Watson Bar de la calle 84 con carrera 14 descubrimos al grupo “Bandido” que interpretaba canciones de moda de artistas como The Jacksons, Taste of Honey, Billy Joel, Chick Corea, Dona Summer, Los Beatles, Earth Wind and Fire, Dan Hartman, Airto y Toto. “Bandido” estaba integrado por Alexis Restrepo en la guitarra, su hermano Mario en la batería, Francisco Sánchez en los teclados, Álvaro Otero “El mono” en las congas y Lisandro Zapata en el bajo. Era un grupo bastante profesional con buena química en escena y magnífica calidad musical, en especial Los Restrepo, hijos del prominente Jurista Carlos Restrepo Piedrahita, ex-embajador de Colombia en Alemania y ex-presidente de la corte constitucional. Nuestra primera gira fue patrocinada por Cigarrillos Mustang. El 19 de Febrero de 1979, debutamos en la Plaza de Toros de Armenia; el 20 hicimos el Polideportivo de Pereira; y el 21 el Coliseo Cubierto de Manizales. A pesar de ser un grupo completamente desconocido logramos llenar más de la mitad del aforo en cada recinto, lo que animó a la compañía tabacalera a patrocinar más presentaciones. Con Bandido hicimos cerca de 60 conciertos en discotecas, teatros y auditorios de mediana capacidad.

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El concierto más memorable de esta agrupación fue el del 30 de Diciembre de 1979. El Periodista Harald Musikka Blum del diario El Pueblo tituló a ocho columnas: ¡Bandido enloqueció a treinta y cinco mil personas! En su crónica de una página, Musikka destacó: “Era el espectáculo en el que menos confianza tenía y mira el resultado” nos decía Hugo Molina, alto ejecutivo de Aguardiente Cristal, la empresa licorera que programó la noche de la Juventud en el marco de la vigésima segunda Feria de Cali. Como dato curioso, Bandido ganó popularidad tocando música de otros grupos (conocido en el argot musical como covers) y nunca les interesó grabar o hacer temas propios. El segundo grupo que contratamos fue Crash, integrado por Eduardo “El Sardino” Acevedo en la batería, Augusto Martelo en el bajo, Hernando Becerra en la guitarra, y Randy, un cantante de origen Hawaiano. Tocaban en “Doña Bárbara,” otro bar del norte de Bogota, donde hacían rock pesado en Inglés. Sus dos primeras presentaciones en el Coliseo El Salitre llevaron poco público, pero donde lograron mas seguidores fue en los barrios populares de la ciudad. Crash ofreció una treintena de conciertos los días Viernes y Sábado, a la media noche, en teatros como el Kennedy, Quiroga, Almirante, Faenza, Arte de la Música y Lux. A pesar de la hora casi siempre llenaban. La banda alcanzó a grabar un LP con el sello Fonovisión - Fundado por mi ex-asistente Enrique Gaviria Pérez - el cual no llegó a los almacenes de discos por diferencias contractuales. Montar estos conciertos fue un trabajo salvaje dado el volumen y peso de los equipos; nos tomaba como mínimo seis horas, sin embargo, nos llenaba de entusiasmo ver a los grupos actuando sobre el escenario con un muy buen respaldo técnico. Filippo se encargó de formar los primeros roadies profesionales del país, a los que les enseñó principios básicos de sonido, iluminación y electrónica. Más que un negocio, los conciertos fueron una actividad muy divertida. En ocasiones, al ver la poca capacidad económica de la gente, que literalmente no tenía como pagar la entrada, abríamos las puertas para disfrutar de auditorios llenos de público y energía.

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El Argentino Norberto Liberoff fue el primer Ingeniero de Sonido que trabajó en Conciertos Limitada. Era hijo de Alberto Liberoff, Gerente de Cinema Internacional, la distribuidora en Colombia de Películas Universal y Paramount. El muchacho estaba recién casado y necesitaba más dinero, por lo que vivía a la caza de nuevas oportunidades de negocio. Recién había ingresado cuando nos propuso comprar una Miniteca. - Mirá este aviso clasificado: Dos tornamesas, dos bafles, amplificadores, un mixer y varios efectos de luces por menos de tres mil dólares. Una ganga. ¿Que te parece a vos? - Querido, le respondí, muy bueno. Pero por favor, no más equipos. - Pará, pará. ¿Te imaginás nosotros haciendo fiestas? ¿Desfiles de modas? Che... metéte conmigo. - Norberto... estoy metido en mil cosas. No tengo tiempo.. - Armando, solo necesito que me ayudés a ratos... podemos poner la oficina aquí... al lado de tus equipos de Conciertos Ltda. - No tengo dinero. - Por la guita, no te preocupés. Papá Liberoff puso el dinero y le compró el juguete al nene. Norberto fue a Estados Unidos y trajo el equipo. Así nació la primera miniteca que hubo en Colombia, pero con un pequeño problema: un poco antes de tiempo. Fue una idea prematura pues no había cultura de fiestas con DJ, efectos, luces y sonido de discotecas. Liberoff Júnior luchó por todos los medios para imponer su miniteca y lo único que consiguió fueron contratos para bazares de barrio y algunos desfiles de modas. Entretanto, y de manera providencial, Jorge Ospina y Pedro José López, ejecutivos de Colombiana de Televisión me ofrecieron un horario para hacer un programa de relleno, que solo iba a estar en el aire unos pocos meses. - Armando, queremos combinar grupos de música pop locales con canciones de artistas internacionales. ¿Qué nombre se te ocurre? Preguntó Jorge. - ¿Cómo te parece: La Miniteca? Respondí cual rayo veloz. - ¿Eso qué es?

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- Algo así como... Discoteca portátil; muy de moda en Europa y Estados Unidos. - Diferente... Comentó Pedro José. Y así se quedó el programa: La Miniteca; una excelente oportunidad para promocionar el negocio de Norberto y de paso promover a Bandido y Crash. La Miniteca estuvo al aire de Mayo a Diciembre de 1979 en la primera cadena de televisión, los Domingos a las 6 de la tarde, con una producción relativamente sencilla: Pedro José, y su asistente Silvio Murillo, armaban “tortas” -canciones en serie- con base en el material de artistas extranjeros que nos enviaban las disqueras. Los grupos locales tocaban en vivo en un pequeño set. Fue el primer programa de “videos musicales” de nuestra televisión; bueno, en realidad de películas en 16 milímetros pues aún no se había desarrollado la industria del video. Lo que más gustó fue la selección artística: Programas inolvidables con The Village People - en pleno apogeo- y sus éxitos In The Navy, Macho Man y YMCA; Y conciertos con Los Bee Gees, Rod Stewart, Abba, Van Halen, Rush y Ami Stewart.

La carta que si envié

La relación con Myriam Guevara estuvo a punto de acabarse después de una pelea en la que nos distanciamos por unas cuantas semanas. Para recuperarla, no le escribí una carta sino una extensa súplica de amor que ocupó un pliego de cartulina de dos metros cuadrados. Algo tan mágico, que la hizo llorar a cántaros porque le pareció muy bonita. Como corolario tuvimos una fogosa reconciliación cuyo resultado conocí dos meses después durante una cena romántica: -Armando, te tengo una buena noticia: ¡Estoy embarazada! Me atraganté con una albóndiga mientras alcancé a balbucear: - Amor, te felicito. Nos casamos por lo civil en el Hotel Holiday Inn de Panamá, el 16 de Marzo de 1979, en una ceremonia que pretendió ser muy privada, salvo por la súbita presencia del Periodista Fernán Martínez

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Mahecha, Director de la Revista Antena. Alguien le pasó el chisme y se vino disparado a cubrir la noticia. Se dio sus mañas para localizarnos y llegó justo cuando comenzaba la ceremonia. Martínez tituló la nota: ¿Leyendo Prensa? Y la ilustró con varias fotografías, entre ellas una en la que aparecemos leyendo un periódico en plena luna de miel. Myriam fue una persona muy dedicada al hogar y nuestra relación floreció desde el comienzo con una convivencia armónica. Apoyó todos mis proyectos locos, excepto el de bautizar a nuestra hija con los nombres de Filomena Pancracia. ¡Esos nombres merecen cárcel! Fue su respuesta. Me tocó aceptar unos más convencionales: Marian Catalina. La nena nació el 31 de Agosto en la Clínica Palermo de Bogotá. Desde su infancia le notamos una marcada inclinación por la música rock; era lógico, si durante los meses que estuvo en el vientre de su madre escuchó a la fuerza todos los conciertos de Crash y de Bandido.

¿Gran auditorio?

Mi obsesión por emular al famoso promotor de rock Bill Graham me llevó a buscar un lugar donde pudiera presentar espectáculos para diversos tipos de público con regularidad. Busqué un teatro para arrendar pero ninguno estaba disponible porque en ese momento el cine era un gran negocio. Alguien me sugirió adaptar un pabellón de la Feria Exposición Internacional, lo cual me pareció apropiado por parqueo, iluminación y seguridad. Óscar Pérez Gutiérrez y Hernando Restrepo, los dos más altos funcionarios de Corferias, me dieron todas las facilidades para montar “El Gran Auditorio”. Me arrendaron un pabellón por dos meses para ver qué pasaba. Lo adaptamos con sillas y graderías de madera con una capacidad para tres mil personas. Filippo construyó un escenario de cien metros cuadrados e instaló los equipos de luz y sonido de Conciertos Limitada. Inauguramos el Domingo 9 de Septiembre de 1979, con un mano a mano entre Bandido y Crash, que anunciamos como el rock contra la música disco. Asistieron dos mil personas. Luego programamos “El

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Pachanga,” la famosa obra de café concierto escrita por David Sánchez Juliao, interpretada por Franky Linero. Nos fue como a los perros en misa; al igual que con un concierto de música Andina del Grupo Armazón. Probamos un espectáculo de humor con el excelente comediante Chileno, Lucho Navarro, y la taquilla escasamente llegó a quinientas personas. Hicimos una presentación de Fruko y sus Tesos y lo que recaudamos solo alcanzó para cubrir la mitad del caché del artista. Trajimos a Armando Manzanero, y el lapo fue fuerte, y en dólares. Finalmente, pensando en los niños, presentamos la obra “Pluff el Fantasmita”, dirigida por Mario Sastre. La entrada no llegó a cien personas. La idea no funcionó y con gran pesar abortamos la operación a las tres semanas. Las pérdidas fueron grandes, especialmente por los costos de la propaganda. Cometí el error de autorizar la publicación de numerosos avisos de prensa y comerciales de televisión, amparado en el hecho de ser socio de JPC Publicidad. Cuando llegaron las cuentas mi hermano John, con justa razón, me llamó al orden: - Armando, tus experimentos locos nos van a quebrar. - Tranquilo mijo, descuenta esas facturas de mis utilidades. - ¿Cuáles? Si ya no te quedan. No he hecho más que pagar cuentas desde que compraste ese berraco equipo de sonido. Entretanto, de regreso al mundo de la televisión, los últimos meses de 1979 fueron muy interesantes porque Inravisión inició el montaje de equipos para comenzar la transmisión a color en Colombia. Oficialmente el nuevo sistema se inauguró el primero de Diciembre de ese año, pero limitado únicamente a programas de origen extranjero. RTI, que en ese momento era la empresa líder en producción local, presionó mediante avisos de prensa para que sus programas fueran emitidos a color, de inmediato. Esta situación delicada aceleró la importación de equipos de las demás compañias, a las que no les convenía producir más en blanco y negro porque lógicamente el público iba a preferir ver sus programas con la nueva tecnología. Una de esas empresas era Colombiana de Televisión, gerenciada por mi amigo Jorge Ospina, quien me presentó a Jaime Grisales y

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Hugo Perilla, hábiles vendedores de publicidad. Eran dos ejecutivos jóvenes con deseos de comerse el mundo. Se dieron cuenta de que el formato de La Miniteca era bastante rentable porque era fácil de producir a color, con costos muy bajos, además ideal para publicitar productos para la gente joven. Era claro para ellos que el fenómeno de la música disco dominaba las listas de popularidad en el planeta. Así que buscaron programas musicales de ese género en Estados Unidos y compraron “Midnight Special”, presentado por el legendario Disc Jockey estadounidense, Wolfman Jack. Grisales y Perilla, me pidieron que re-editara ese programa sacando las presentaciones y entrevistas de Jack, y agregándole los videos de las canciones que me enviaban las compañías de discos locales, para - según palabras de Grisales - “de una hora, sacar dos.” Salimos al aire con el nombre de “Especial de Media Noche”, los Jueves a las 11 de la noche, en la Cadena Uno. En Enero de 1980, ya figurábamos con buena sintonía a pesar de estar en un horario fuera de la franja del prime- time. Para darle identidad al programa durante mis presentaciones puse de fondo el sonido de chicharras. Algunos críticos dijeron que eso tenia un doble sentido, porque en el argot de los fumadores de marihuana, chicharra es la colilla de un bareto. En realidad esa no fue mi intención, solo quería reiterar la atmósfera de la noche al aire libre. Debido al escaso presupuesto para escenografía en ocasiones puse gallinas vivas como decoración durante mis intervenciones en cámara, incluso mi ex-socio Aurelio Valcárcel una vez posó de perfil, de frente y recostado sobre un escritorio. ¡“Esta noche tenemos en el set un auténtico cuerpo humano que tardó millones de años en desarrollarse!” Dije como introducción. Los tres temas más transmitidos en Midnight Special fueron “My Sharona” de The Knack; “Le Freak” con The Chic; Y “Another brick on the wall” de Pink Floyd. Otros artistas inolvidables fueron Lionel Richie, Peaches and Herb, Gloria Gaynor, Anita Ward, Patty La Belle, Olivia Newton John, Blondie, The Doobie Brothers, Lipps, The Captain and Tennille, The Cars, Gary Newman, KC and The sunshine band, Christopher Cross, Billy Joel, Elton John, Kenny Rodgers, The Pointer

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Sisters, Aretha Franklin, Queen, Hot Chocolate, Michael Jackson, Bruce Springsteen, Andy Gibb, Led Zeppelin, ACDC; Y un especial con Hugh Heffner y Las Conejitas de Play Boy.

1979 – Especial de Media Noche. Colombiana de Televisión. Artículo publicado en la Revista Antena.

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Luego del enorme fracaso de El Gran Auditorio, con mi hermana Consuelo iniciamos las “Matinales para la Juventud”: Media hora de clips con canciones de moda y la presentación de un grupo local de rock en vivo en algunos teatros de Bogotá, otra forma de reciclar el material de La Miniteca y Midnight Special. El promedio de asistencia por función fue de 250 personas, lo suficiente para sacar costos, obtener una pequeña utilidad e incrementar nuestra clientela. Cierto Domingo en el Teatro Libertador de Chapinero, la lámpara del proyector de 16 milímetros en el que pasábamos las películas se fundió. Mientras uno de los asistentes fue a comprar una de repuesto, le pedimos al grupo que tocara; como su repertorio era de solo ocho temas, repitieron las canciones una y otra vez, y como no encontramos la bombilla dimos por terminada la función. Algunos asistentes insatisfechos armaron un tremendo tropel, rompieron varias sillas y varios vidrios. Con Myriam nos refugiamos en la taquilla cagados del susto; Un grupo de muchachos fuera de sus cabales forcejeó la puerta donde nos encontrábamos y gritaron: - Te vamos a dar chumbimba, hijo de puta, ladrón. Uno de los técnicos de Conciertos Limitada trató de persuadirlos: - Hermanos, frescos, el hombre les va a devolver el billete. - Qué va, la pinta dijo que iban a pasar ACDC y nos dejó mamando. Más locos se sumaron al grupo; la policía se tardó quince minutos en llegar, una espera angustiosa ya que los cerrojos de la puerta comenzaron a ceder. Cuando vieron la fuerza pública la turba se dispersó, pero antes me advirtieron: - ¡Te vamos a quebrar malparido! Consuelo tomó la amenaza en serio y me aconsejó suspender las matinales. Aprendimos que en estos casos es mejor devolver el billete.

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Taller de la música

En 1980, seguí jugando a ser un “magnate” del entretenimiento criollo y fundé más empresas a la loca, sin ningún estudio de mercado y sin tener la menor idea de administración. Pensé que sería muy chévere abrir un almacén de discos importados con las últimas novedades musicales de Europa y Estados Unidos, e invité a mi hermano John para que invirtiéramos en “El Taller de la Música”. Escogí un local en la Calle 88 # 14-13 que me pareció perfecto porque quedaba frente a un parque ligeramente escondido. ¡No pude haber hecho una peor elección! Una tienda de discos debe estar en un área con bastante flujo de gente ya que la decisión de compra de música es emotiva y espontánea. Mis hermanas Consuelo y Mary Rosa, así como mi pequeña hija Juanita a sus seis añitos, me ayudaron a forrar las paredes y a construir la estantería con madera de pino, de huacales; decoramos la tienda con afiches y fotos de artistas, trajimos de Estados Unidos más de un millar de LP con los éxitos del TOP 100 según los listados de la Revista Billboard; e hicimos una campaña de lanzamiento con avisos de una página a color en la Revista Cromos – Pagados en canje por trabajos en Video Comerciales -. El Taller de La Música atrajo clientes especializados pero no en la cantidad necesaria para que fuera negocio; cometí el error de creer que la mayoría del público vivía al día en cuanto a éxitos musicales se refiere. El inventario de música importada creció y creció hasta perder actualidad; géneros como el country y el soul no llamaron la atención. Otro problema fue el precio: casi el doble del valor de los discos editados en nuestro país; muchos clientes prefirieron esperar hasta que la música saliera en Colombia; solo un selecto grupo de conocedores del buen sonido hizo el esfuerzo por obtener copias extranjeras. Uno de nuestros buenos clientes fue Gloria Zea, a quien le fascinan los corridos de la Revolución Mexicana y las canciones románticas cantadas por Eva Garza. Nuestro mejor comprador fue Camilo AKL, propietario de una

437 ARMANDO PLATA CAMACHO cadena de cines de Bogota, quien pidió cerca de cincuenta discos por mes para estar “siempre actualizado”. Pero la mayoría de nuestros clientes dejaron de venir cuando notaron que reducimos las importaciones y que nuestro inventario era igual al de cualquier otro almacén. ¡Claudicamos! No pudimos competir con cadenas como Bambuco, La Rumbita, Prodiscos y Cardona Hermanos quienes controlaban todo el mercado; podían darse el lujo de bajar los precios a niveles imposibles para nosotros porque eran grandes distribuidores al por mayor y dueños de la mayoría de los almacenes de venta al detal; un perfecto monopolio. Esta experiencia me dio otra perspectiva de la industria de la música, un negocio que en esa época en Colombia estaba concentrado en pocas manos y en el que el pequeño comerciante tenía todas las de perder. También abrimos un segundo Taller de la Música en Manizales, el cual funcionó poco tiempo a pesar de que le hicimos bastante publicidad en Caldas Estéreo. El nombre, El Taller de la Música, me pareció que tenía pegue y sonoridad, y lo utilicé en un programa que me patrocinó Gaseosas Postobón por treinta y ocho emisoras de RCN, en 1980. Fue mi retorno a la radio en cadena, cuatro años después de haber salido del Circuito Todelar cuando me fui de aventura con Capax. El proyecto surgió espontáneamente en Medellín durante una reunión con Guillermo Prieto, Jefe de Publicidad de Postobón, y su asistente Piedad Gómez. Fui a venderles el patrocinio de varios conciertos de Crash y Bandido y terminamos hablando de un programa con las 10 canciones más populares de la semana. A Postobón le interesa un TOP 10 de rock y pop internacional, ¿le jalas? Preguntó Guillermo. ¿Cuándo arrancamos? Prieto escogió los Sábados de 9 a 11 de la mañana y aceptó que se llamara El Taller de la Música. Fue una propuesta vanguardista en una cadena que poco o nada transmitía este tipo de programas, con excepción de “El Mundo Índigo” una excelente producción de Luis Carlos y Mauricio Vélez para la agencia de publicidad Jaime Uribe y Asociados.

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Todo funcionó bien hasta un día en que le rendí un homenaje a John Lennon, asesinado una semana atrás en Nueva York por un fanático. Luego de hablar sobre su vida, su visión política revolucionaria y el mensaje de su canción “Imagine”, le pedí al operador Jaime Zuluaga que no transmitiera nada, durante un minuto, en señal de duelo. A los pocos segundos de silencio los radioteléfonos de comunicación interna de la cadena se congestionaron: ¡Jaime, que pasa, se cayo la señal! Alo Bogotá... pilas... ¿se fue la luz? Al minuto exacto volvimos al aire con la canción “Démosle una oportunidad a la paz” también de John Lennon. Entretanto recibí una llamada telefónica urgente de Jairo Tobón de La Roche, Vicepresidente Técnico de RCN. Su tono era muy enérgico. - ¿Porque ordenó apagar la cadena? - Don Jairo, no se apagó... solo pasé un minuto de silencio. - Sr. Plata, ¿Usted no sabe que en esos casos se transmite el sonido de una trompeta? - Lo que sucede... es que... se murió John Lennon... y el mundo esta de luto. Tobón que me tenía bronca desde cuando era Vicepresidente de Todelar, explotó: - ¡Qué John Lennon, ni qué mierda! ¿Usted no sabe que cuando un transmisor de radio esta prendido y no recibe ninguna señal de audio, se puede quemar? ¡Carajo, usted dejó sin señal 40 transmisores de 40 emisoras en todo el país... no sea irresponsable! Al poco tiempo Postobón me comunicó que por “reajustes en el presupuesto anual de publicidad” El Taller de la Música debía salir del aire. Desde entonces, en cada evento en el que hay un minuto de silencio me acuerdo de la vaciada y de la echada que me gané por culpa de John Lennon. También en 1980, con Consuelo probamos suerte con conciertos en el Teatro Arte de la Música, conocido en una época anterior como Teatro Comedia. Ubicado en la calle 62 # 10-65,

439 ARMANDO PLATA CAMACHO en pleno centro de Chapinero, era una sala art-deco ideal para espectáculos medianos; habíamos estado allí amplificando un concierto del cantante Christopher, el cual fue grabado por Punch TV. En esa ocasión, se nos quemó el equipo por un corto circuito provocado por diferencia en el polo a tierra entre la unidad móvil de televisión y nuestro sistema de amplificación. De nuevo el Ingeniero Álvaro Amaya hizo su agosto al repararlo. Me indigné tanto que puse a la venta el elefante pero nadie quiso alimentarlo; hasta le propuse a Filippo que lo arrendara, y su respuesta fue que prefería seguir de empleado. - En realidad disfrutaba de su pasatiempo y ganaba dinero sin ningún riesgo.

Para este proyecto en el Arte de la Música, contratamos a Augusto Gómez Valbuena como productor de espectáculos; venía precedido de una vasta experiencia en la realización de comerciales de televisión en Publicidad Toro, y era un buen creativo y diseñador grafico. Nos fue mal con el primer show: 40 Años de Jazz, con la pianista Jean Galvis, la baterista Pegi Drumgold, el guitarrista Gabriel Rondón, el bajista Luis Montero y el saxofonista Sergio Becerra. En 1975, la colombiana Jean Galvis había sido seleccionada por la Revista Time como una de las 12 grandes del Jazz en el mundo, pero en esta ocasión sus compatriotas no la acompañaron y la taquilla fue muy pobre, aunque la interpretación musical fue impecable y exquisita. Otro petardo comercial fue un recital de poesía con el actor y declamador Español Fausto Cabrera, - padre del director de cine Sergio Cabrera – al que asistieron solo 35 personas. Cabrera mostró todas sus dotes histriónicas con obras de García Lorca, Hernández, Machado, Neruda, Barba Jacob y León de Greiff. Un artista algo taquillero fue el canta-autor Español Rafael Urraza que llenó el Teatro Arte de la Música cuando lanzó su segundo disco titulado “Retratos” con el sello Phillips; era un personaje excéntrico y de temperamento difícil, al que le daban ciertas rabietas antes de salir al escenario; su estilo musical, una

440 Ser alguien mezcla de Serrat, Víctor Manuel y Alberto Cortés, era favorito de los universitarios. Cabizbajo y deprimido por mis continuos fracasos económicos, un día hice “una avionada” poco ética - de la cual no me siento nada orgulloso –, al capitalizar una campaña de publicidad que alguien estaba haciendo con avisos de prensa que decían: ¿La música colombiana ha muerto? Por coincidencia esa semana iba a presentar a Víctor Hugo Ayala con un recital de canciones folclóricas colombianas, por lo que el título de esos anuncios era perfecto para mi artista; y de una, sin pensarlo dos veces, publiqué avisos de prensa con este texto: “La música colombiana no ha muerto. Con Víctor Hugo Ayala resucita el sonido de tiples y bandolas, el ritmo de bambucos, guabinas, pasillos y torbellinos”. Cuando el dueño de la agencia de publicidad leyó mis avisos se desgarró las vestiduras y me confrontó: ¿Armando? - ¿Si, quien habla? Armando Caicedo Tocayo, ¿qué más? Hermano, estoy emputado contigo; te cagaste en mi campaña. - Uy que falla hermano... no sabía que era de tu agencia... No hay derecho… hemos invertido mucho dinero - ¿Y que iban a lanzar? - El nuevo plan de premios de la Lotería de Chiquinquirá - Por qué no pones a Víctor Hugo Ayala para promocionar tu producto... Es perfecto. - ¡Tienes coraje! Chupo marica, te voy a demandar. - Fresco tocayo... reconoce que me diste papaya. A pesar de esta “coincidencia” publicitaria, la taquilla de Víctor Hugo fue ridícula, en tres días no hicimos doscientas personas. Con Augusto y Consuelo llegamos a la conclusión que la música colombiana sí había muerto, por lo menos para nosotros, en el Teatro Arte de la Música. El doctor Gómez, - así le decía a Augusto- comentó: - Armando, lo tuyo es el rock; no abandones esa línea.

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Cañando en serio

En efecto, lo que mejor nos funcionó fueron los conciertos de Crash, Bandido, La Gran Sociedad del Estado y Terrón de Sueños, bandas con clientela fiel que los seguían a todas partes. A propósito de grupos, Bandido se nos subió de lote luego de su éxito en la feria de Cali. Quisimos contratarlos para una nueva gira pero sus exigencias fueron desproporcionadas por lo que buscamos una banda menos costosa. Apareció Traphico, una agrupación desconocida en la que uno de sus integrantes era Enrique “Blue” Martínez, primo hermano de mi ex-esposa Luisa; Era el grupo perfecto para un espectáculo con fuegos pirotécnicos que teníamos programado en el estadio de fútbol El Campin de Bogotá. Por primera vez un grupo Colombiano de rock iba a tocar en medio de luces de bengala, voladores, centellas, castillos, y decenas de explosiones más, preparadas por Don José Riaño, un famoso polvorero de Cucunubá, Cundinamarca. – En esa época Cucunubá era muy mentada como la tierra de los mejores polvoreros de Colombia -. Traphico estaba integrado por Miguel Ángel Alzate un bajista joven al que sus compañeros le decían “Remiendo”; Ernesto Rozo, ex guitarrista del grupo Cíclope; Vitali Druzhinin, un tecladista de nacionalidad rusa; y “Blue” Martínez que había tocado cuatro años con el grupo folclórico “Chimizapagua” Tres días antes del debut de Traphico, el entonces Alcalde de Bogotá, Diego Pardo Koppel me comunicó: - Mi querido Chupo, no puedes hacer el concierto en el Campin. Alcalde, me quiebro si lo suspendo... he pagado un dineral en seguros, publicidad... esta noche comenzamos el montaje de equipos. Lo siento, pero a pocas cuadras del estadio esta la embajada de República Dominicana la cual ha sido tomada por el M 19, y tienen como rehenes a numerosos embajadores y diplomáticos. Además, has anunciado fuegos artificiales; y si llegas a lanzar un solo volador, ¿te imaginas la balacera que se va a formar cuando los guerrilleros crean que es el ejército el que les está disparando? Tiene toda la razón. Pero, ¿me podría autorizar otro escenario? ¿Te parece bien la plaza de toros de Santamaría?

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Allá fuimos a parar con toda la parafernalia de nuestro circo. Los muchachos de Traphico ayudaron a montar el escenario y ensayaron toda la tarde. Cuando le pregunté a uno de nuestros asistentes, el samario Juan José Martínez, por el movimiento de boletería, su respuesta me desconcertó: Muy mal, chico, yo creo que ese grupo no lleva gente... éche... ¡no los conocen ni en su casa!. El comentario me quedó rondando, así que les pedí a Consuelo, Norberto Liberoff y Augusto Gómez que repartieran veinte mil entradas de cortesía en escuelas y colegios y universidades. La noche del espectáculo fue grandiosa. Los muchachos de Traphico tocaron sus composiciones y complementaron su show con obras de Los Beatles, Deep Purple, The Doobie Brothers, Peter Frampton, Gino Vanelli, Toto, Chuck Berry y Alan Parsons. Cuando prendimos los fuegos artificiales un grito de admiración se escuchó varias cuadras a la redonda y la fiesta se prendió. La mayoría del público quedó tramado y salió hablando maravillas del nuevo grupo; solo algunos expertos en rock lo consideraron un grupo del montón. Como lo esperaba, esa noche estuvo brujeando la gente de Bandido para ver cómo nos había ido sin ellos; y creo que les di una tremenda sorpresa: ¡En las graderías había más de doce mil personas! – No sabían que la mayoría había entrado sin pagar – El chiste me costó varios millones de pesos. ¡Las cosas que uno hace para satisfacer el ego! Hasta dónde tuve que llegar para mantener la imagen de éxito y de empresario de espectáculos fuera de serie. Quince días después, volvimos a presentar a Traphico en la premier de Kiss Contra Los Fantasmas, en el Teatro Embajador de Bogotá; una función especial que organizamos con Cine Colombia para promover el estreno de esa famosa película protagonizada por el legendario grupo Kiss. Mi hermana Consuelo consideró que el evento iba a atraer mucho público y me sugirió que las entradas fueran a $ 500 pesos, pero a mí me pareció un precio exagerado y las dejé en $150.00 Tenemos que salir de pobres – dijo - aprovechemos que este va a ser nuestro día. Y lo fue. Desde temprana hora la típica tribu de roqueros rondó la taquilla y en minutos la boletería se agotó. Llegó gente, más, y más

443 ARMANDO PLATA CAMACHO gente. A las seis de la tarde el tumulto copó la calle 24 desde las Carreras 5ª hasta la 7ª, algo que no se había visto desde el histórico concierto de Génesis en Agosto de 1974. Pedimos mas vigilancia policial y nos mandaron dos escuadrones antimotines equipados con cascos, escudos y todo tipo de elementos para controlar desórdenes. Abrimos las puertas a las 8 de la noche. Muchas personas que tenían boleta no pudieron entrar, del gentío tan berraco. Yo estaba extasiado por el éxito, y paranoico al ver tanto loco suelto. Cuando comenzó a tocar Traphico la reacción de la gente que se quedó por fuera fue peor que si se le hubiera negado la entrada al mismísimo demonio: Gritos, angustia, desesperación, empujones, rabia y dolor. La fuerza pública formó un cordón con sus escudos y levantó los brazos, bolillo en mano, listos a descargar toda su furia al que se atreviera a pasar. La horda enardecida los desafió: “Tombos malparidos”, les gritaron. Un veinteañero logró burlar el cerco policial y corrió hasta estrellarse contra un vidrio de la entrada principal; De la fuerza del impacto se cuarteó; El intruso cayó con la frente ensangrentada, se paró medio zombi, dio varios pasos atrás y se volvió a lanzar contra la puerta. Esta vez el vidrio sí se desmoronó. El hombre coronó: Pasó derecho y se metió al teatro. Su esfuerzo le abrió camino, y los ojos, a uno, dos, tres, diez, y veinte ansiosos espectadores más. Cundió el caos. La policía repartió bolillo de lo lindo, pero la voluntad de la masa fue más poderosa que la fuerza bruta: Los más débiles cayeron a tierra y los más fuertes llegaron hasta las puertas. Las barandas metálicas que protegían el acceso al parqueadero subterráneo cedieron ante semejante invasión humana; se rompieron; cayeron como dos metros, y con ellas, media docena de paisanos también se fueron al vacío. La policía hizo varios disparos al aire. La gente pagó escondederos a peso. Más disparos, más carreras, más caídas y más gritería. Un chico enardecido agarró una piedra, apuntó y le pegó a un policía por la espalda: El hombre terminó de rodillas, sin aire. Un compañero lo auxilió, mientras otros uniformados corrieron a agarrar al agresor que les resultó esquivo y correlón: Se fue hacia la carrera séptima, alcanzó la avenida, magistralmente toreó varios vehículos y se les perdió, calle abajo. Los policías frenaron en seco al ver tanto

444 Ser alguien tráfico automotor, excepto uno que siguió derecho: Su cuerpo cayó al pavimento, sin casco, y sin vida. Mientras tanto, un grupo de vándalos rompió, e intentó quemar, varios vehículos parqueados frente al teatro, carros de los técnicos de Inravisión que trabajaban en ese momento en la Cadena Uno de televisión. En la mitad del agite, un comandante entró desafiante y me ordenó suspender el espectáculo: Oficial, aquí hay dos mil personas aparentemente tranquilas... ni se le ocurra rebotarlos... Usted es el responsable de lo que pueda pasar... es su decisión. El policía consultó con sus superiores y pidió urgentemente tres tanquetas con mangueras de agua a presión para dispersar el motín de afuera. Debieron haberlas mandado antes – pensé. Cuando terminó “la premier”, los espectadores salieron somnolientos, pero rápidamente quedaron alerta para presenciar otro espectáculo: vidrios, sangre, zapatos, carteras, mochilas, puertas, ventanas y pedazos de baranda. Nos tocó responder por todos los daños: cincuenta y ocho sillas rotas, cinco lavamanos, nueve grifos de baño, y lo más costoso: un pedazo de telón que apareció cortado, al parecer con una navaja. La entrada fue magnífica pero las reparaciones se chuparon toda la utilidad. Consuelo, triste y aburrida me recalcó: Te advertí que pusieras la boleta a $ 500.00 pesos. ¡Cuándo vas a aprender!. - Nunca mija. Este negocio es muy tenaz: Malo si no viene gente y peor si viene mucha. 1980 fue el año de Traphico, un grupo que ascendió de la noche a la mañana, como un cohete, producto de un amor a primera vista luego de nuestro rompimiento con Bandido. Ernesto Rozo y Vitali Druzhinin eran el corazón y el cerebro de la banda. Dos creativos en busca de su propio estilo: Rozo, experimentaba mágicos riffs de guitarra que tuvieran impacto comercial, mientras Druzhinin hacía una música mas elaborada pues había estudiado ocho años en el conservatorio de Moscú. ¿Cómo llegó el Ruso a Bogotá? Todo un misterio: Se rumoró que era un agente de la KGB que se vino detrás de una Colombiana que lo tenía “encoñado”; lo que sí se supo fue que trabajó como obrero de la construcción, cotero, y profesor de música, antes de tocar con

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Traphico. Vitali soñaba con tener dinero y ser famoso, pero se sentía desubicado en un país capitalista del tercer mundo; y así lo reflejó en dos de sus composiciones: Confusión e Ilusiones, temas que le gustaron bastante al público. Después de la premier de Kiss, Traphico se encerró a ensayar por varias semanas hasta que completó su propio repertorio. Grabó un demo que llegó a las manos de la compañía de discos Sonolux, en Medellín. No sé cómo convencí a Sergio Verdugo, Eduvina Vásquez, y Milton Erre, para que les grabaran un LP; el hecho fue que se entusiasmaron con el proyecto y se mandaron la mano al dril. La metieron toda: Sesión de fotografía especial para la carátula, papel de lujo para la portada, miles de postales a todo color, dos ingenieros de grabación, coctel de lanzamiento, afiches, y lo más increíble: aviso de una página en la edición internacional de la revista Billboard, algo inimaginable para una agrupación Colombiana; un pantallazo que les costó tres mil dólares. El disco quedó decente pero le faltó un productor que sí supiera del cuento. – Liberoff y yo fungimos como productores - Hicimos lo que pudimos pero se nos notó la ignorancia. Las canciones más sobresalientes fueron: Henny, inspirada en una aventura del ruso con una modelo Cartagenera; War, una melodía de rock pesado; Bambuco Caucano, un tema en el que “Blue” Martinez dejó entrever sus vivencias hippies en reservaciones indígenas; e Ilusiones, la canción insignia de Traphico que promocionamos en radio, en conciertos y en Midnight Special. La luna de miel pasó cuando conocimos las ventas: A pesar del calor de la promoción, y el optimismo, el disco se enfrió en los almacenes. Promocionamos una segunda canción, sin éxito, y el LP se congeló. Luego de un tercer y último intento, las cifras no llegaron ni a disco de cobre. Este rotundo fracaso - otro en una larga cadena de desaciertos de Sonolux - precipitó la salida de su gerente general, Sergio Verdugo, un disquero que intentó hacer patria a costa de su cabeza, una crisis emocional y severos quebrantos de salud. – Sufrió un derrame cerebral a los pocos días -. Traphico siguió actuando esporádicamente hasta que se desintegró.

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1981 – Aviso publicado en la Revista Billboard por Sonolux. Arriba: Miguel Ángel Alzate y Ernesto Rozo. Abajo Vitali Druzhinin y Enrique “Blue” Martínez.

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Sueños y alucinaciones

A pesar de lo de Traphico, en 1980 el rock en Español estuvo a punto de despegar discograficamente en nuestro país gracias a un proyecto de Enrique Gaviria Pérez. Luego de trabajar como mi asistente en Tú y la Música y la gira de Génesis de 1974, Enrique, y el bajista de Génesis Mario Zarasty, se fueron a Nueva York a estudiar ingeniería de sonido, una carrera un poco exótica para la época. A su regreso se embarcaron en la construcción del estudio de grabación de sonido más moderno de Suramérica: Fonovisión – conocido después como Audiovisión, – localizado en la calle 177 con carrera 7ª, al norte de Bogotá. Fue diseñado por John Storyck, uno de los arquitectos más famosos del mundo que cuenta entre sus obras el Auditorio de Naciones Unidas, en Nueva York. Los cimientos de Fonovisión tienen un aislamiento especial de corcho para eliminar cualquier tipo de vibración o sonido externo y de esta manera garantizar una acústica casi perfecta. El plan original era construir dos salas, pero se quedaron cortos de dinero y terminaron solo una, en la que instalaron una consola Neve de 24 canales, con cableados en oro para garantizar una perfecta señal de audio. Robert Margaloff, Productor de Stevie Wonder y Devo, supervisó el montaje de los equipos; Ted Rothstein Ingeniero de Jimmy Hendrix, Pink Floyd y Studio 54, entre otros, calibró el sistema de monitoreo; Eric Cramer, Productor e Ingeniero de grabación de Yes, Led Zeppelín, Kiss, Match 20, The Rolling Stones y Los Beatles puso a funcionar el estudio e impartió un curso técnico de un mes; y el Guitarrista Eric Acosta, hizo el mantenimiento de equipos. El plan de Fonovisión era ofrecer “paquetes completos” a los grupos de rock más importantes del mundo y entre los prospectos más serios, estuvieron “a un pelo” de llegar a Bogotá The Rolling Stones, The Police y Pink Floyd. La vaina se jodió por las estrictas normas aduaneras del momento que dificultaron la importación temporal de varias toneladas de instrumentos y menaje de los artistas. Según Gaviria, Colombia era clave para atraer figuras “por razones obvias”: La rumba.

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En el ínterin de esas negociaciones, Enrique inició su sello discográfico Neón, con proyectos como la famosa canción: “Sí, sí Colombia... Sí, sí Caribe” de Francisco Zumaqué; Born, un excelente trabajo de rock progresivo con Jorge Barco y su grupo Ship; Un LP de música pesada de Crash; Kokoa, un grupo de jovencitos con mucha energía; OB&Co, Orlando Betancourt y Compañía; Alexis y Mario Restrepo – exintegrantes de Bandido-; La resurrección de Los Flippers; Tranvía, una banda rock de Eduardo Samper; Emilce Dávila, indiscutiblemente la mejor voz pop-rock en español de la década del 70; Lyda Zamora, Juan Erasmo Mochi, Vicky, Oscar Acevedo, Yolima Pérez, Michael Sasoon, y León del Toro, entre otros. Gaviria aprovechó la visita de artistas internacionales para dar fiestas y presentar su estudio; La mayoría, al calor de los tragos, terminó haciendo música improvisada -Jams- que quedaron registrados en grabaciones inéditas de Billy Preston, Paco de Lucía y José Feliciano. De Fonovisión surgieron excelentes productores e ingenieros como “El mono” Adolfo Levy, Bernardo Ossa y Juan Antonio “Toño” Castillo. Enrique Gaviria Pérez invirtió cientos de horas y millones de pesos de su sueldo, en su sello. Fue a la Feria de la Música, el Midem de Cannes, Francia, para intentar comercializar internacionalmente sus productos; pero cayó víctima de la telaraña de los tecnicismos legales a la hora de la distribución; la codicia de los representantes; y la falta de profesionalismo de algunos artistas. Además, entró en conflicto con sus socios por diferencias conceptuales en el manejo del negocio: Gaviria creía en la libertad artística mientras sus asociados querían que la empresa, y él como empleado, funcionaran igual que un robot. La pelea terminó mal y el estudio fue adquirido por el industrial Francisco Montoya, dueño de Prodiscos, quien lo usó para grabar salsa y vallenato. La mayoría de las cintas con las grabaciones del sello de Gaviria desaparecieron misteriosamente y nunca se supo qué pasó con ese valioso material. A raíz de la grabación del LP de Traphico me interesé en estudiar ingeniería de sonido y producción musical, y qué mejor profesor que mi amigo y compañero de squash, Enrique Gaviria. Además de su trabajo en Fonovisión, tenía un equipo pequeño de sonido

449 ARMANDO PLATA CAMACHO para amplificar espectáculos, el cual sonaba más fuerte y mejor que el mío, a pesar de su tamaño. Enrique me enseñó los principios básicos de la acústica; la variedad de micrófonos que hay, y su uso apropiado; y lo que más me interesó: el concepto de la mezcla de sonido en una grabación multicanal. Armando: el sonido en estéreo es como un arco iris de 180 grados que tiene dos canales; el canal izquierdo termina en la mitad, y la otra mitad es el derecho. A lo largo de ese arco imaginario puedes asignar diferentes instrumentos para dar la sensación de que están bien presentes, cerca de tu oído. También hay sonidos distantes que puedes colocar detrás del arco, a más o menos profundidad, usando efectos como la reverberación, el delay y los ecos. La combinación de sonidos presentes y lejanos, crea distintos planos sonoros en el espacio. Ese concepto de planos se conoce como: “La pared de sonido”, fue ideada por el productor Phil Spector, quien lo aplicó en la canción “Let It Be de Los Beatles”. Desde entonces La Pared es la base de la sonoridad del rock contemporáneo. A pesar de mis compromisos, destiné el poco tiempo libre que tenía para aprender más y más sobre sonido. Pasé numerosos fines de semana, y amaneceres, en los estudios de Fonovisión, experimentando diferentes tipos de mezcla: Una actividad absorbente y extremadamente creativa. La mezcla es un arte, es lo que le da al artista una característica, una identidad sonora, y en muchos casos, es la clave de su éxito, o su fracaso comercial. El sonido fue mi nueva pasión. Por fortuna tuve los juguetes para aprender, y la suerte de conocer a expertos en el tema. El profesor Gaviria también me mostró la técnica para hacer sonido en vivo, una especialidad igualmente fascinante, donde se juega con factores como la acústica – por lo general pésima – de los auditorios, el clima, las distancias, etc. - ¿Por qué los grupos muy profesionales usan tantos amplificadores de potencia, y parlantes, durante sus presentaciones en vivo? Porque la clave de un buen sonido no es el volumen sino la potencia: A más potencia, más PSL (Nivel de presión de sonido), menos volumen, menos distorsión y mejor calidad.

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Enrique me acompañó como Ingeniero en algunas giras que hicimos en Conciertos Limitada, contratados por los empresarios de José Feliciano, Paloma San Basilio, Menudo, Leonardo Fabio, el Reinado Nacional del Bambuco en Neiva, el Festival de la Canción Colombiana en Villavicencio, y el Festival Internacional de la Canción de Buga. Precisamente en Buga, en 1980, experimenté un viaje de ácido lisérgico: Estábamos de paseo por el lago Calima, invitados por los organizadores del Festival, cuando Enrique Gaviria me ofreció un poco de LSD. Hermano, me cago del susto- le respondí. Al comienzo me resistí, pero me sedujo la curiosidad al recordar que había leído en el libro de Irving Wallace, “Vida privada de grandes personajes”, que Walt Disney lo tomaba con alguna frecuencia. Si el hombre creó Dumbo, El Pato Donald y La Cenicienta, posiblemente bajo la influencia, vaya yo a saber qué pepera me puedo inventar, - Pensé -. ¿Se manda un cuarto? ¿No es mucho? No, eso es casi nada. Para mí fue una locura. En los primeros veinte minutos no tuve ninguna reacción, tanto que le dije a Enrique: ¡Me diste un placebo! Fresquéese de una, en cualquier momento se va. Así fue. Tuve la misma sensación de la marihuana pero mucho más intensa. Los sentidos se me agudizaron: El atardecer lo vi con tal intensidad que pude distinguir todos los tonos de un mismo color, fusionados con otros colores, en una amalgama deslumbrante, mágica y alucinante. El sonido lo escuché en perfecto estéreo: ahí sí entendí, en vivo y en directo, el cuento del arco iris, los planos, el espacio, los ecos, las reverberancias, y la tal pared. Regresé al Hotel Guadalajara y me sentí preocupado porque la fuera a embarrar o se dieran cuenta de mi estado; así que esa noche no acepté ninguna invitación. Quedé fascinado con la comida: mis papilas gustativas se dieron un festín de sabores exquisitos: sal, ajo, mantequilla, cebolla, condimentos; todos unidos

451 ARMANDO PLATA CAMACHO en un bocado que quise retener en mi paladar para siempre. Pasé a mi habitación a descansar. Cuando me recosté, el sonido del río Guadalajara fue como música relajante para mi mente: sentí la corriente del agua pasando de un oído a otro, bien despacio; vino, me arrulló y se fue al más allá; Pasé al baño y me miré al espejo: un Armando Plata frente a otro Armando Plata, ¿Cuál era quién? ¿Quién era cuál? ¡Me desprendí! En un trance que me pareció eterno fui del uno al otro, del otro al este, y del este al aquel. Para regresar, me agarré del lavamanos, abrí el grifo, y dejé que el agua se llevara la paranoia. La tripiada me dejó exhausto hasta la alborada. Buenos días Don Armando, ¿Qué tal el viaje? Indescriptible Enrique. Estoy muerto y confundido: Me perdí en la fantasía de nuestra realidad y la realidad de esa fantasía. Elevé al cubo mis cinco sentidos, ¿Son cinco verdad? ¿Te gustó? No me veo en ese estilo de vida. Calmé la curiosidad, pero prefiero no revolver el avispero de mi interior, ni desajustar más las tuercas de la caja encefálica, que de por sí, ya las tengo bastante desvencijadas. Nunca más volví a probar ácido en mi vida.

Paseo Bugueño

Al año siguiente, 1981, regresé a Buga como maestro de ceremonias de la gran final del Festival Internacional de la Canción, el cual por primera vez se televisó en directo para todo el país. Fue una noche desastrosa: Tuvimos un daño técnico y solo quedó funcionando una cámara, la que me estaba tomando. María Cristina Caicedo, mi compañera de animación, permaneció en los camerinos a la espera de un cambio para hacer algunas entrevistas. Henry Ávila, Coordinador de la transmisión, me dio la señal para que continuara hablando indefinidamente: Comenté apartes de la carrera artística de Raúl Rosero Polo, el conductor de la orquesta esa noche; de la expresiva cantante Caleña Noemí; de la artista Chilena, María Inés Naveillán; del cantautor ecuatoriano, El Indio Bravo Molina; Y de Beatriz Arellano, Gloria Perea, Luz Aída, Alexa y

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Alci Acosta, figuras invitadas del Festival. Llevaba hablando diez minutos y el problema técnico seguía, por lo que Henry Ávila desesperadamente me dijo que no parara; hablé de los jurados: El famoso Presentador del Festival de Viña del mar, Antonio Vodanovich; Sergio Reisemberg, Productor de TV Chile; El cuestionado empresario Antioqueño Félix Correa; El libretista de televisión Bernardo Romero Pereiro; Los compositores Jorge Villamil y Jaime R Echavarría; Los Disk-Jockey Hernán Restrepo Duque y Gonzalo Ayala; La cantante lírica Zoraida Salazar; Y las actrices Fanny Mickey y Judy Enríquez. ¡Qué noche! Veintidós minutos en cámara, haciendo radio, un verdadero adefesio. Uno de los peores programas de televisión en toda mi carrera, quizás, el peor. El diario El País de Cali registró así el hecho: “A pesar de tener tres meses de preparación resultó sumamente mal organizado el festival, con fallas comentadas por miles de televidentes, fallas ostensibles de sonido e imagen, así como de coordinación; además, resultó atroz la animación de Maria Cristina Caicedo y Armando Plata Camacho”. A raíz de esa falla, las directivas del Festival, le pidieron a los Chilenos Antonio Vodanovich y Sergio Reisemberg ideas para mejorar la calidad del evento. Ellos, que por años produjeron el Festival de Viña del mar y lo convirtieron en el mejor de América Latina, sugirieron la construcción de un auditorio más moderno y mejor acondicionado técnicamente. Un año después la ciudad inauguró la Concha Acústica de Buga, donde ahora se celebra la competencia musical en mejores condiciones. A propósito de Chile, en Febrero de 1981, fui invitado a la Teletón que organiza en ese país Mario Kreutzberger, Don Francisco. Asistí como manager del cantante Billy Pontoni. - En esa época nuestros artistas no eran conscientes de la importancia del manejo, por lo que Pontoni, a última hora, me pidió que me encargara de sus asuntos -. - ¿Estás seguro que quieres que te maneje? - Bueno... sí. - ¿Cómo es el negocio, Billy?

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- Te doy el 20 por ciento sobre los contratos, descontados los gastos de promoción. - Lo único que espero es que seas bien profesional. Comenzamos a trabajar desde el mismo momento en que pisamos territorio chileno. Organicé visitas a emisoras, revistas y periódicos. Quería que saliera alguna noticia a través de una agencia internacional de prensa: Fuimos a la UPI (United Press International) y hablamos con un periodista. Cuando nos preguntó el objeto de la visita, respondí a boca de jarro: - Billy quiere enviar un mensaje de solidaridad al pueblo latinoamericano en este momento en que Chile vive la Teletón. El periodista frunció el ceño, un poco desconcertado, e hizo dos preguntas más. Le dejamos una foto y un disco. Salí poco optimista porque me pareció impreciso el enfoque del reportaje. Para nuestra sorpresa, la UPI envió un cable que fue reproducido por la prensa extranjera, incluido nuestro país. ¡Bingo! Por lo menos la gente de Colombia supo que Pontoni triunfaba en Chile. Las actividades de la Teletón, fueron organizadas con todo lujo de detalles por el canal de televisión de la Universidad Católica. Me impactó su impecable coordinación técnica – nada que ver con lo de Buga -, el trabajo de cámaras, la perfección del sonido en directo, así como la continuidad del programa: En ese momento estaban muy avanzados en asuntos de televisión. Ahí visualicé que en Colombia éramos demasiado empíricos y me cuestioné por no haber continuado mis estudios en la Universidad Javeriana; fue un error- me dije -, pero nunca es tarde; a mi regreso me voy a volver un duro en producción. Terminó la Teletón y le sugerí a Pontoni que nos quedáramos dos días más para hacer promoción y contactos: al cantante no le entusiasmó la idea y prefirió arreglar un asunto sentimental, según deduje de sus kilométricas conferencias telefónicas de larga distancia. Le insistí y le presenté un plan de trabajo menos extenuante pero tampoco se animó. Su actitud no me dio una buena espina por lo que decidí no gastar más pólvora en gallinazos y hasta ahí llegó mi relación profesional con él. En efecto, de regreso a Bogotá, gran parte de 1981 y 1982 los dediqué a mejorar mis conocimientos técnicos para lo cual leí

454 Ser alguien manuales, libros especializados, y tomé cursos dictados por el Fondo de Promoción Cinematográfica, una entidad que se dio a la tarea de traer al país expertos en diferentes campos de la producción; estos oportunos seminarios le permitieron a decenas de personas empíricas como yo, aproximarse de una manera práctica al mundo de la producción del cine y la televisión. Los primeros dos cursos que hice fueron sobre: Creación de guiones técnicos y conceptuales, con lo cual puse en blanco y negro la metodología para contar historias. Después tomé un seminario sobre diseño de iluminación que complementó lo que había aprendido años atrás con Rafael Puentes, en Inravisión; técnicas que apliqué de inmediato en los conciertos. Aprendí fotografía en el Museo de Arte Moderno de Bogotá, con Antonio Castañeda, un artista del lente, experto en restauración de viejas placas fotográficas y daguerrotipos. Me enseñó a revelar películas en Blanco y negro, y a color, labor que me pareció artesanal y aburrida por lo que me concentré más en estudiar estética y composición visual. Antonio me recomendó “afinar el ojo” viendo obras de arte, en especial analizando el manejo del espacio, el color, la textura y el balance de elementos en las pinturas de los grandes maestros. Con el advenimiento de las cámaras portátiles de video pude desarrollar “mi propia fotografía” utilizando un recurso técnico denominado: ganancia en decibeles, el cual se usa para grabar en condiciones extremas de poca luz. La imagen que se obtiene con este proceso poco ortodoxo es de un color muy contrastado, parecido al granulado clásico de las primeras películas reveladas en technicolor. A partir de ahí, iluminé suavemente, forcé la resolución del video de la cámara con seis, nueve y hasta doce decibeles de ganancia, hasta que encontré imágenes que iban, desde texturas tipo pop-art, como los cuadros de Andy Warhol, hasta colores pasteles tenues apropiados para atmósferas intimas o nostálgicas. Otro truco que le dio “un look distinto” a mis producciones lo encontré al manipular la cámara durante el balance de blancos, un procedimiento conocido como white balance, en el que se

455 ARMANDO PLATA CAMACHO ajusta el color a los patrones estándar. En lugar de ajustar la cámara con una señal de color blanco, usé colores como el amarillo, el rojo y el verde. El resultado: un tipo de color sicodélico, que combinado con la ganancia en decibeles, dio un efecto de alto contraste apropiado para videos de música rock bien corridos. Estos desajustes intencionales dejaron perplejos a los camarógrafos que pensaron que yo les había dañado su equipo. Otro curso al que asistí y fue clave para aprender a comunicar con claridad una idea o una historia, lo dictó en Bogotá el laureado director Mexicano Jorge Fons, ganador de varios premios internacionales con sus películas: “Los Cachorros” – la obra de Vargas Llosa- y “Los Albañiles”. Una técnica muy casera que me ayudó a conocer los intestinos de la edición, fue ver cuadro a cuadro los trailers de las películas; Método con el que descifré cómo los editores de Hollywood creaban la sensación de un auto atropellando a una persona, la caída de un avión, o los golpes durante una pelea. Cuando se masificó el betamax y el VHS, seguí con esa técnica que me aportó buenas ideas para manipular el montaje de imágenes. La sed de conocimiento me llevó hasta la Universidad de Loyola Mary Mount de Los Ángeles, California, donde tomé varios cursos de extensión. El más interesante: “Una bolsa de trucos para directores,” con los estilos de dirección y compaginación imperantes al comienzo de los 80. Tanta carreta técnica despertó en mi un apetito voraz por realizar proyectos detrás de cámara, y entonces, me lancé a trabajar como camarógrafo, editor, escritor, y director, sin abandonar mi carrera en radio.

Adiós, regreso y retoño

El comienzo de 1981 me tenía reservado un acontecimiento muy difícil de afrontar: la muerte de mi padre Luis Plata Poveda, el 6 de Enero en Chocontá. Sufrió un súbito infarto al corazón después de almorzar, cuando caminaba por la vereda de Chingacío. Según algunos amigos, luego de un suculento asado campestre se sintió mareado y cayó semi-inconsciente en la mitad de un camino de

456 Ser alguien herradura. Lo trajeron de urgencia a la Clínica Shaio de Bogota, pero ya era demasiado tarde. La última vez que hablé con él fue por teléfono, tres días antes. Lo noté agotado, deprimido y triste: había tenido una fuerte discusión con mi madre. Sus palabras revelaban el estoico esfuerzo que hizo en su vida para cumplir con el mandato forzoso, impuesto por la iglesia católica, de preservar el sagrado sacramento del matrimonio, a toda costa, en una época en la cual era impensable la separación, y mucho menos el divorcio. Con voz profundamente afligida y desmoralizada, me dijo: - He resistido toda la vida al lado de tu madre con cristiana resignación, pero ya no puedo más, hasta aquí llegué. Y así fue: hasta ahí llegó; el viejo se cansó. Durante su funeral me atacó una extraña e incontrolable risa nerviosa, y un agudo sentido de humor cáustico; me negué a aceptar que fuera cierto su deceso. Con el paso del tiempo su ausencia se fue acrecentando y una enorme sensación de vacío se aposentó en mi alma. No nos dejó dinero, pero nos dio como herencia su ejemplo de persona recta, honesta, digna, y respetuosa. Fue un hombre con clase, conciliador, y responsable, al que le fascinaba la fritanga: aseguraba a pie junto, que la mejor, era la de Cáqueza, donde fue profesor en 1964. Sin embargo, esperaba toda la semana hasta que llegara el sábado, día del mercado en Chocontá, para pasar por el toldo de Doña Salud y Micaflaca a degustar plato y medio de longaniza; creo que tanta grasa y colesterol fue lo que lo mató: se comía más de medio metro en cada viaje, con ají y papa criolla. Ocasionalmente se mandaba sus whiscachos, y cuando estaba bien turuletico, le daba por recitar versos clásicos, o se sentaba, y de un jalón supuraba uno de sus poemas. Se me aguan los ojos cuando lo recuerdo llegando a la sede de Caracol en la calle 19 con Carrera 8; traía en una chuspa de papel de tienda dos docenas de ciruelas verdes y amarillas perfectamente lavadas y empacadas. - Este es el fruto de tu árbol, – decía – aún te quedan algunas que te las traeré en el próximo viaje, cuando estén maduras.

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Casi siempre me daba un detallado informe sobre el estado de los otros árboles de nuestra huerta casera, la producción de huevos de las gallinas y el tamaño de las hortalizas; me actualizaba sobre los chismes del pueblo, los saludos de mis admiradores y las novedades del Colegio Rufino José Cuervo; No se despedía sin antes recitar una o dos estrofas del Himno Rufinista que escribió en 1960, y del cual se sentía muy orgulloso, porque se había ganado cien pesos en un concurso promovido por el rector Cornelio Roa Castillo. Las estrofas dicen así: Yo Tengo el orgullo de ser Rufinista Y siento la vida bullir en mi ser Soy joven valiente me entrego a la patria Desde la mañana, hasta el anochecer Yo quiero ser sabio cual fue Don Rufino Que ame las letras sin desfallecer Que ame los cielos que ame los mares Que ame la tierra que me vio nacer. Mi padre, sufrió bastante cuando me echaron de la Escuela Militar, y de Caracol en 1971; aunque se sintió muy feliz por los logros de mi carrera. Sin embargo lamenté que mi padre no hubiera alcanzado a ver completamente como logré salír de las cenizas que me dejó la quemazón por lo de Capax. Tres meses después, hacia Marzo de 1981, el periodista Germán Manga le sugirió mi nombre a Alfonso Lizarazo como su compañero de fórmula para la conducción del programa Pase la Tarde con Caracol. Regresar a la cadena de la que salí echado por jugar fútbol, diez años atrás, era una meta que me había propuesto y estaba a punto de lograr. Cuando Alfonso - director del programa - me aceptó, sentí que había tocado el cielo nuevamente; pero mi felicidad duró pocas horas, porque trabajar a su lado fue una tarea muy compleja.

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1980 – Última foto de mi padre en vida, en compañía de mi hija Juanita Plata Camelo.

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1983 – Mi segunda esposa Myriam Guevara Sabogal y mis hijos Marián Catalina y Diego Christian Plata Guevara.

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El programa se transmitía de Lunes a Viernes de tres a seis de la tarde por cincuenta emisoras de Caracol en todo el país; cuando Lizarazo comenzaba a hablar, perdía la noción del tiempo, se engolosinaba en la palabra y se olvidaba por completo que tenía un equipo de colaboradores. Ocasionalmente nos dejaba participar. No me sentí haciéndole la segunda, sino la cuarta o tal vez la quinta. Varias tardes permanecí las tres horas sentado frente al micrófono sin hablar una sola palabra; era desesperante, tanto, que estuve tentado a renunciar; pero pudo más mi deseo de algún día volver a formar parte la primera cadena radial colombiana, así fuera manejando proyectos de menor importancia. Por eso, me aguanté el chaparrón, hasta que a los seis meses Alfonso renunció para atender varios proyectos de televisión, entre ellos, su programa Sábados Felices. Albergué la esperanza de llegar a ser el nuevo director, pero no, la cadena se decidió por Marco Aurelio Álvarez, un excelente locutor y animador de Bucaramanga, poseedor de un gran carisma, simpatía e increíble creatividad. Conocí a Marco en Barranquilla, donde realizó un trabajo estupendo como director de Universal Estéreo. Me lo había presentado Juan Carlos Boggie, un locutor que conducía por las noches un programa de rock muy original y absolutamente corrido de la teja. Marco Aurelio era conocido como promotor de grandes festivales y eventos, y buen entrevistador. Todos los locutores lo envidiábamos porque era amigo personal del legendario anunciador John Gres, y en alguna ocasión, me regaló un LP de poemas que le grabó en Nueva York. Cuando me enteré de su nombramiento en Pase la Tarde, me llené de expectativas porque sabía que alternaría con un talentoso hombre de ideas al que le gustaba la radio bien hecha. Cual sería mi decepción cuando noté que tenía el mismo patrón de Lizarazo, con una pequeña diferencia: ¡Marco me permitió hablar hasta dos minutos por hora! Llegué a pensar que tal vez no me gustaba estar en un segundo plano y que lo que quería era demostrar mis habilidades frente al micrófono. La dirección de Marco Aurelio duró un año, tiempo que esperé pacientemente hasta que se retiró para animar un concurso en televisión. Entonces, llegó mi turno: Me nombraron director, firmé contrato con Caracol, y despegué con

461 ARMANDO PLATA CAMACHO fuerza en el medio; esta vez, con total seriedad y dedicación pues ya había aprendido con sangre la lección. Simultáneamente, para oxigenar los temas de Pase la Tarde, ingresaron dos productoras: Alma Patiño de Vieira - hija del conocido comediante Hugo Patiño, El Príncipe de Marulanda -, y Martha Helena Vega de Forero. Con ellas formé un equipo de trabajo muy unido que nos permitió mantener los niveles de sintonía a pesar de la competencia tan salvaje de las otras cadenas. El formato de Pase La Tarde fue creado a finales de los 70 por Julio Nieto Bernal, y se ha mantenido con éxito por cerca de tres décadas. En Pase la tarde conocí a Jorge Veloza, Director de Los Carrangueros de Ráquira, una agrupación de música campesina, conocida como guasca. A pesar de ser exitosa en algunas regiones de Boyacá, esa música era poco atractiva para ser difundida por las emisoras populares. El primer periodista que habló del fenómeno de la guasca fue José Fernández Gómez quien los entrevistó en su programa de televisión; ahí los vi por primera vez. Me impresionó tanto lo genuino de sus letras y música que escribí un artículo para el periódico El Mural, - de circulación en todas las escuelas y colegios de Bogotá. – que titulé: Los Carrangueros, Los Beatles de Colombia. Mantuve el contacto con Veloza pues era muy amigo de mi hermana Consuelo. Cierto día el músico me trajo una cinta con diez canciones que recién había grabado. - Usté que sabe de esas vainas del disco porque no se queda con esta producción. – me comentó- - ¿Cuánto cuesta Jorge? - Pues deme un poco más de lo que gasté... serán cien mil pesos. Aunque el precio era un poco alto, tenía el dinero para comprarla; sin embargo, eran fondos que estábamos ahorrando con Myriam para adquirir un apartamento; Y como ella estaba a punto de dar a luz nuestro segundo hijo, Cristian, me pareció peligroso e irresponsable arriesgar el dinero de la familia, y con un gran pesar rechacé la oferta, aunque confieso que lo hice a regañadientes. - Jorge, de mil amores, pero no puedo. - ¿Y no tiene por ahí, algún amigo que le interese? Le escribí en una de mis tarjetas personales una nota para que fuera a visitar a Francisco Montoya, dueño de discos FM.

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Meses mas tarde, los Colombianos escuchamos hasta la saciedad una canción que se convirtió en el disco del año: La Cucharita. Todo mundo cantó: “La cucharita se me perdió... la cucharita se me perdió,” La producción vendió más de medio millón de copias e impuso el récord del LP más vendido en la historia de Colombia, desde “La Pollera Colorá”. ¡Y saber que la tuve entre mis manos! Sí, ¡La Cucharita! Cómo fui de bruto al haber dejado pasar el negocio de mi vida: Perfectamente me hubiera representado no menos de un millón de dólares de ganancia, con una cagada inversión de diez mil dólares. El único consuelo que me quedó fue la visión del éxito del grupo que predije en el artículo de prensa y cuyo titular a mucha gente le pareció exagerado: ¡Los Carrangueros, Los Beatles de Colombia! Dos noticias buenas y una mala ocurrieron al final de 1981. La primera buena: El nacimiento de mi hijo Diego Christian Armando, el Jueves primero de Octubre, en la Clínica del Country de Bogotá. Y La segunda: Un viaje a Lima, Perú, como delegado de nuestro país ante la comisión del Acuerdo de Cartagena, para discutir la realización de “Nuestra América”, una serie de programas de televisión orientados a la difusión del patrimonio cultural histórico y geográfico de los cinco países de la comunidad andina: Bolivia, Perú, Ecuador, Venezuela y Colombia. Durante una semana se estudiaron las propuestas de cada nación, y a la final Ecuador, después de un trabajo de cabildeo muy intenso, se quedó con el proyecto. El abogado y documentalista Freddy Helers Zurita lo dirigió, con el locutor Polo Barriga como uno de los presentadores. Fui en representación de Audiovisuales, la programadora del estado, por esos días bajo la gerencia del periodista Marcos Jara. La mala noticia: Especial de Media Noche, a pesar de tener buena sintonía, no fue adjudicado por Inravision en la nueva programación de 1982. Para no quedar por fuera de cámaras redoblé esfuerzos en Noviembre y Diciembre ofreciendo mis servicios en todas las programadoras. Finalmente, logré conseguir la presentación de Costas, Valles y Montañas, un programa documental sobre distintas regiones del país y su música folclórica, realizado por Punch TV. Nada del otro mundo.

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También obtuve la dirección y presentación de Fama, con Gran Andina de Televisión, un programa que se convirtió en mi mejor oportunidad para desarrollar todas mis inquietudes creativas como realizador. La empresa, propiedad del senador vallecaucano Fernando Sanclemente Molina, tenía como director de ventas a su sobrino Fernando Molina quien años después llegó a la presidencia de RCN radio. Desde el principio supe que Fama no iba a tener una audiencia multitudinaria debido a su horario: martes, 3 de la tarde. Estábamos colonizando una nueva franja de programación y ninguna empresa quería producir algo que implicara esfuerzo o inversión. Sin embargo, logramos permanecer en el aire los años 82 y 83, con un formato de entrevistas, canciones de artistas locales, y uno, o dos videos musicales extranjeros. Gran Andina contrató los servicios técnicos de JJV Televisión, un pequeño estudio de grabación con buenos recursos de producción. Estaba localizado en la carrera 7 con calle 27, en un edificio contiguo al Teatro Coliseo, un piso arriba de la sede de la Asociación Colombiana de Locutores en esa época. Algunas veces, antes de entrar a editar, vi en ese cinema películas clasificadas como triple x, de color rojo bien subido, que me ayudaron a llegar “con la mente fresca”. El estudio fue fundado por John Jairo Vásquez, un personaje que conocí una década atrás en Todelar cuando grabábamos con Tito Rincón, Unicorn en la Noche. Nos hicimos amigos y hermanos, y fui testigo de cómo creció su capital trayendo equipos de video de Estados Unidos; se diría que la gran mayoría de programadoras y productoras le compraron desde una cinta hasta sofisticadas cámaras o grabadoras. John, hablaba con un acento español que a veces me parecía reforzado; me dijo que era natural de Alcalá de Henares, cerca de Madrid, donde también nació Don Miguel de Cervantes Saavedra. No me resistí y le comenté que era el primer y único Español con un nombre tan paisa: John Jairo. Como camarógrafo y editor trabajaba un joven gringo llamado Dirk Lesko, quien vino con John Jairo por unos días, y terminó casado con una hija del famoso pintor Guillermo Acuña. Dirk era muy creativo y trabajador. Nos encarretamos tanto con el tema de la producción

464 Ser alguien que muchas veces trabajamos sin descanso por el simple placer de experimentar efectos e imágenes novedosas. En Fama hicimos los primeros videos musicales de numerosos artistas nacionales, la mayoría completamente desconocidos. Entre ellos, un joven flaco y frágil, recién llegado de Chiriguaná, Cesár, que terminaba de grabar la canción “Frío de ausencia”, tema que lanzamos en el programa, y después se volvió el hit más importante de un artista colombiano en Centro América, México y el mercado hispano de Estados Unidos; su nombre: Galy Galiano. También, dimos a conocer personajes cuya música era muy popular pero que no habían tenido la oportunidad de actuar en televisión; como el caso de Carlos Arturo, catalogado “El rey de las cantinas”; Rómulo Caicedo, la máxima figura de la música guasca cundi-boyacense; la negra Támara; y un nuevo grupo vallenato que estaba iniciando su carrera: El Binomio de Oro. También cabe mencionar que Fama siguió paso la paso la increíble historia del ex-vocalista de Los Hispanos, Rodolfo Aicardi, un suceso internacional fuera de serie. A Rodolfo se le apareció la virgen: Unos franceses vinieron al país a filmar unos comerciales para una marca de café de Nestlé, y a su regreso, durante la edición, buscaron una música de fondo para resaltar imágenes de la zona cafetera. Uno de los productores sugirió una canción que escuchó en un pueblo cuya letra hablaba acerca de una estudiante. Encontraron que el tema era “Colegiala” del compositor peruano Walter Bueno, interpretada por Rodolfo Aicardi y La Típica RA7. Tan pronto el comercial salió al aire, el público francés comenzó a pedir la canción en los almacenes de discos, y fue tal la presión, que una disquera lo lanzó al mercado. “Colegiala” entró a la radio y se convirtió en la canción del verano en Francia; luego el fenómeno se regó como pólvora por España, Italia, Bélgica, Portugal, Alemania y Grecia. Rodolfo Aicardi fue invitado por la televisión francesa para actuar en sus musicales como una verdadera superestrella, y en el excluviso Club Regine de Paris le entregaron el galardón como el segundo disco más vendido en Europa después de “Thriller” de Michael Jackson, el logro más importante de un cantante colombiano hasta ese momento. Fama me aproximó a la música popular y me hizo ver otras alternativas diferentes al rock: Formé una alianza estratégica con todas

465 ARMANDO PLATA CAMACHO las compañías de discos, quienes me entregaron todo su catálogo de artistas, sin costo, a cambio de promoción. Por Fama pasaron la mayoría de las estrellas de Sonolux, CBS, Codiscos, FM, Tropical, Victoria, Sonobosa, Orbe, Fuentes, Bambuco, Vergara y Daro. Fama nunca figuró en los ratings de audiencia pero me permitió expresar mis inquietudes creativas con imágenes; Me pulió como entrevistador, y me dio experiencia como director. El 22 de Mayo de 1982, la Tele Revista del periódico El Espectador publicó esta crítica que me llenó de satisfacción: “Fama es sin duda un experimento interesante que ha resultado gracias a su producción moderna, a su gran estética visual y al buen trabajo de cámaras y luces, y en el que se encuentran corregidos muchos de los errores y deficiencias que padecen nuestros musicales. Es un programa lleno de creatividad y buen gusto, que aprovecha la magia de los recursos técnicos e investiga nuevas formas. Como las buenas producciones musicales internacionales, Fama apela constantemente a la fantasía para complacer las exigencias de una juventud insaciable en cuanto a creatividad.” JJV Televisión fue mi segunda casa y allí pasé numerosas noches luego de terminar físicamente agotado después de largas sesiones de grabación y edición.

¡Gracias Dr. Belisario!

El trabajo incansable a veces da gratas recompensas: En 1982, luego de tres intentos, Belisario Betancourt fue elegido como Presidente de Colombia. Durante su campaña, el directorio conservador de Antioquia me contrató como maestro de ceremonias para un evento proselitista en la plaza de toros la macarena, en Medellín, para lanzar su candidatura. Ese día viví una aventura de ensueño, de la que cada vez que me acuerdo, me toco para saber que fue real... A la una de la tarde llegué a la plaza para hacer el chequeo de sonido. Entre las guías asignadas para atender a las personalidades vi a una joven como de veinte años, absolutamente esbelta, alta, ojos café, piel canela, cintura de guitarra y traste de guitarrón, voz

466 Ser alguien de nena consentida y mirada de tentación. Al vernos provocamos una tormenta eléctrica: - ¿Cómo estás? - Bien gracias. ¿Vos sós Armando Plata? - Si, me place conocerte. - Me gusta su voz, ¡lo felicito! - Gracias... ¿Solo la voz? - Bueno, también me despertás fantasías - ¿No serán mas bien pesadillas? - No, ¡de las buenas! - ¿Te gustaría hacerlas realidad? - ¿Seguro que podés? - ¿Te atreverías a seguirme? – Asintió -. Fuimos al hotel nutibara y volamos en las alas del amor hasta las cuatro de la tarde. Cuando regresamos, Belisario entraba a la plaza. Nuestra despedida fue abrupta: Se alejó con una sonrisa entre pícara y perversa, entre dulce y picante, entre satisfecha y coquetona; se perdió en la multitud. Vagamente recuerdo que habló de su padre como un prominente cacique político, pero no precisó de qué tribu; que estudiaba en la universidad, pero no hablamos de la carrera; solo sé, que no me dijo su nombre. ¡Gracias Dr. Belisario!. Hablando de mujeres hermosas, el 30 de Noviembre de 1982, el mundo artístico se impresionó con la temprana desaparición de la conocida actriz y locutora de comerciales Alcira Rodríguez. Tenia 36 años y estaba en plena flor de su juventud cuando la atacó una penosa enfermedad. Con Alcira trabajé durante mi época como animador de La Hora Phillips en Caracol en 1970. Ella era La Señorita Phillips, y todas los días se iba en uno de los transmóviles de la cadena a visitar la casa de un oyente, casi siempre en compañía del excelente animador José Alarcón Leal. La Rodríguez era la imagen de la marca Phillips, y cuando los oyentes contestaban correctamente sus preguntas, la empresa les regalaba neveras, licuadoras, radios y otros electrodomésticos, incluida la famosa lámpara Infra-phil, que se anunciaba como la panacea para quitar cualquier tipo de dolor. Alcira, una preciosa mujer de Chiquinquirá, Boyacá, de ojos expresivos y hermoso cuerpo, incursionó en la televisión como

467 ARMANDO PLATA CAMACHO actriz con mucho éxito y llegó a ser una auténtica celebridad al protagonizar una de las telenovelas más populares de los años setenta: “Una vida para amarte”, al lado del galán Aldemar García y el primer actor Alberto Jiménez. Alcira hizo en esa obra el papel de Jazmín que le representó el premio Ondra como revelación teatral. También obtuvo un éxito momentáneo como cantante, al lado del actor y locutor Ronald Ayazo con quien grabó la canción “Yo volveré.” Alcira Rodríguez fue la voz femenina y la actriz joven más reconocida de esa década. Otra figura que casi se muere ese año, pero de miedo, fue el cantante Jesús David Quintana. Me propuso que hiciéramos una gira por colegios y pueblos de Cundinamarca y Boyacá, a lo que accedí porque sabía de su gran trayectoria en el mundo discográfico. Así que le programamos en Conciertos Limitada actuaciones en Chipaque, Une, Cáqueza, Zipaquirá, Ubaté, Villapinzón y Chiquinquirá. Mi hermana Consuelo me comentó que el artista se desencajaba de los nervios antes de salir a cantar, lo que me pareció bastante inusual debido a la fama que gozaba como estrella de la música. Fui a verlo un domingo a las tres de la tarde, en el teatro municipal de Zipaquirá: la función estaba completamente vendida; había unas trescientas personas. En efecto, con los primeros acordes musicales del grupo acompañante, Quintana se puso pálido, sudoroso, y comenzó a llorar. Le dijo a nuestro utilero Romilio Cabra que suspendieran la presentación porque no se sentía en buenas condiciones para cantar. Se le veía tembloroso; ¡más que pánico tenía terror! Sus ojos estaban desorbitados y chillaba como un niño malcriado. Impactado por tan patética reacción, lo tomé del brazo. - Jesús David, soy Armando... tranquilízate, ¿que te pasa? - No me siento bien, ¿por qué no posponemos el espectáculo? - Porque tú eres la estrella y toda esta gente solo quiere verte a ti; Están ansiosos por escucharte y aplaudirte; mira... cuando lleguemos al escenario, mira bien al frente y arranca a cantar, ya te pasará. - ¿Verdad? - Sí, tranquilo... ven te acompaño Cuando llegamos al proscenio, Quintana intentó retroceder; entonces, lo agarré muy fuerte del brazo y lo metí prácticamente a

468 Ser alguien empujones al escenario. Hizo una actuación decorosa, aunque se le notó la inseguridad en sus movimientos, a veces un poco torpes; eso sí, cantó como los ángeles porque posee una hermosa voz. Terminó el espectáculo completamente lavado en sudor; lo notamos agotado por el esfuerzo y pálido por la cantidad de adrenalina que quemó. A los dos días, en Ubaté, volvió con otra de sus clásicos berrinches: Esta vez se demoró más de cinco minutos en salir a actuar hasta que Augusto Gómez lo sacó a empellones. Al día siguiente, en Chiquinquirá: ¡Simplemente no llegó a la ciudad! Todo un desastre. Nos tocó regresarle el dinero al público. Jesús David Quintana, no volvió a aparecer por la empresa ni siquiera para cobrar. En toda mi carrera nunca conocí a un artista tan talentoso con mayores ataques de pánico escénico. Regresando al mundo de la radio, en 1982 me asocié con el abogado Eduardo Ruiz Martínez, uno de mis grandes amigos, para gestionar la adjudicación de una frecuencia de FM en Bogotá. Con la experiencia adquirida con Caldas Estéreo, esta vez las cosas fueron más fáciles. Eduardo convenció a dos compañeros de colegio para que se unieran al proyecto: Jaime Lizarralde Lora, ex presidente de Celanese, y el poeta Jaime Fajardo. Luego de presentar los estudios de factibilidad técnica, jurídica, programación y financiera - Asesorados por la máxima autoridad en la materia, el Abogado Hediel Saavedra -, Ruiz y Lizarralde hicieron un magnífico trabajo de cabildeo, o lobbying como dicen los gringos, ante su amigo el Ministro de Comunicaciones “El Pato” Abello, quien nos adjudicó la frecuencia 101.9 FM. Quedamos felices y encantados de la vida porque pensamos que nos habíamos ganado el premio gordo de la lotería. Con Eduardo Ruiz viajamos a Las Vegas a la convención de radiodifusores, conocida como NAB, para ver lo más reciente en tecnología de transmisores de frecuencia modulada. Después, hicimos un circuito turístico en automóvil por Reno, Sacramento, San Francisco y Los Ángeles. Durante el viaje me habló sobre el daño que me podía causar fumar en cadena pues agotaba algo más de dos paquetes al día; fumaba Mustang, todo lo que quisiera, porque me los regalaba Protabaco, uno de los patrocinadores de

469 ARMANDO PLATA CAMACHO mis conciertos. Seguí el consejo de Ruiz y en el Barrio Chino de San Francisco tomé la sabia decisión de no volver a fumar; lo hice delante de él: voté a una alcantarilla mi último cigarrillo y le dije: - Gordo, si algún día vuelvo a fumar, tengo que regresar aquí para recoger esta colilla. Al principio sentí bastante ansiedad, pero el hecho de saber que llevaba horas, días, semanas, meses, y hasta años sin fumar, me hizo sentir orgulloso y me dio más fuerza para mantener mi determinación. A nuestro regreso buscamos capital de trabajo para montar la estación: necesitábamos más de treinta millones de pesos, un monto muy alto para nuestra capacidad financiera. Yo estaba fascinado con la idea de tener mi propia emisora y de hacer más de una locura para llamar la atención y lograr altos niveles de audiencia. Pero pasaron los meses y el dinero no apareció. Eduardo propuso la venta de los derechos de la frecuencia. Me opuse rotundamente, pero los otros socios aprobaron la idea sin ningún sentimentalismo. El comprador fue el grupo Radial Colombiano de Gilberto Rodríguez Orejuela. Había compartido con él cuatro horas cuando fuimos jurados del Reinado Panamericano de la Belleza, en el Hotel Tequendama de Bogota, meses atrás; incluso discutimos amigablemente porque él quería que ganara una candidata diferente de la mía. Al final del evento me dio una tarjeta de negocios que decía Banco de Los Trabajadores, Presidente. No tenia idea de quién era, ni me interesé en averiguar La transacción de la cesión de los derechos de la frecuencia la hicimos por diez millones de pesos. Con mi parte le compré un apartamento a mi jefe en Granandina de Televisión, el Senador Fernando Sanclemente Molina. La propiedad estaba localizada en La Torre del Bosque Izquierdo considerada como un pequeño Hollywood Colombiano pues ahí vivía el locutor Carlos Pinzón, el periodista Cesar Simmons Pardo, la presentadora Gloria Cecilia Gómez, las actrices Consuelo y Celmira Luzardo, el director de televisión David Stivel, y la animadora Virginia Vallejo. La amistad con Eduardo Ruiz fue una de las mayores influencias positivas para mi carrera y para mi vida personal; de él aprendí

470 Ser alguien muchas cosas: tenía modales finos, don de gentes, sentido del humor, y gran capacidad empresarial. Su programadora ERM TV trajo a Colombia la famosa serie Hawai Cinco Cero, y el excelente programa de humor “Chespirito”. Fue Notario Publico, miembro de numero de la Academia de Historia, Juez y Embajador en Australia. Murió en 1995. En la frecuencia 101.9 FM inicialmente operó Colmundo Radio; y en la década del 90, William Vinazco la compró y le cambió el nombre por Candela Estéreo.

Des_armando el armatoste

Después de 4 años de intenso trabajo, y más de quinientos espectáculos, logré pagarle los equipos a Luciano Bellorini. Fue una etapa económica crítica. Llegué al punto de no tener un solo peso para pagar la nómina de mis empleados, una situación demasiado estresante por la responsabilidad que sentía con sus familias. En medio de la crisis recuerdo un consejo muy oportuno que me dio mi contador: - Por qué no sale de tanto hueso y se queda con la carne pulpa. - Como en mis mejores tiempos en Chocontá -, Pensé. ¡Dedíquese a sus locuciones y a sus programas y olvídese de tanto negocio chimbo! Dicho y hecho: Me deshice de las empresas que me daban pérdidas y dolores de cabeza. Negocié mis acciones de JPC Publicidad con mi hermano, transacción que fue del completo agrado de mi cuñada Jeannette Sánchez, pues ella vivía fastidiada por tanto préstamo que yo hacía para respaldar las deudas de Conciertos Ltda.; Liquidé Video-Comerciales que ya estaba en estado preagónico; Acordé con los Liberoff cerrar La Miniteca; Salí de los instrumentos musicales, los pocos que quedaban, pues la mayoría desaparecieron de concierto en concierto; Ferié los equipos de luces y amplificadores, excepto un spotlight de dos kilovatios que era muy rentable porque lo alquilaban para desfiles de modas; Me retiré de Caldas Estéreo: mis socios Hoyos y Gallego me pagaron con un estudio de grabación de sonido el cual traslade a la sede de

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Acuario Stereo, una emisora que estaba montando mi amigo William Vinazco en Bogotá; Finalmente, saqué todos mis corotos de JPC y me reubiqué en el garaje de una casa en el Barrio Teusaquillo. Un día mi hermano John vino a visitarme a mi nueva sede y fue muy rudo en sus críticas: - Es el colmo que termines en este horrible galpón de gallinas: Tu carrera como locutor esta prácticamente acabada. - Hermano, solo sigo el consejo de mi contador de reducir costos al máximo. Tú deberías hacer lo mismo, le respondí. Pero no, John, por el contrario, se pasó a una sede más grande en el área de la Universidad Javeriana y aumentó su nómina de empleados. Desde entonces estuvimos un poco distanciados. Ubicado en “mi gallinero” intenté lanzar mi propio sello de discos, un sueño que acaricié por varios años. Produje las canciones “Fuiste un tonto” y “A Quién” con el Grupo Maíz. Esta banda estaba integrada por Humberto Monroy - ex vocalista de Génesis, el baterista Jorge Latorre, el guitarrista Camilo Ferrans, el poeta “Batier”, y el bajista Alfonso Chacón. Arranqué con el pie izquierdo: la banda no gustó, a pesar de que hicimos una buena campaña promocional en los medios. Lo único bueno fue que Monroy y Latorre decidieron revivir el Grupo Génesis y volvieron a tocar exactamente diez años después de su enorme suceso en 1974. Les firmé un contrato exclusivo por seis meses para hacer una presentación por día, en lo que se consideró algo inusual y arriesgado. Me asocié con Fanny Mikey para dar una corta temporada en el Teatro Nacional. Nos fue regular. A pesar de ser músicos muy profesionales y de tener un gran nombre se notó que el paso del tiempo les había hecho mella. Génesis reunió en tabernas y discotecas a muchos de sus antiguos seguidores que ahora lucían un poco más maduros y menos locos. Hicimos una gira ininterrumpida de conciertos durante dieciséis semanas, aprovechando la coyuntura de que cada barrio de Bogotá tiene su propio Centro de Acción Comunal, y ahí los programamos. Fue una experiencia fascinante por el contacto directo con el público, pero al mismo tiempo bastante peligrosa: en el barrio Los Laches unos

472 Ser alguien pandilleros rodearon el vehículo del perifoneo y de una se llevaron el sistema de amplificación. A ver papá, “se baja de equipo o se gana una mano de chuzo”, le dijeron a Luis Eduardo Hernández uno de nuestros técnicos de sonido y luces. Paradójicamente, esa noche llenamos el auditorio con ciento cincuenta personas. Mantener a flote esta operación fue una labor titánica debido a los bajos ingresos de los habitantes de esas áreas marginadas. Mucha gente llegó a la taquilla con unas pocas monedas en sus manos, o con alcancías vacías, implorando que los dejáramos entrar. El último concierto fue en el Coliseo Cubierto El Campín al que asistieron alrededor de ocho mil personas, un auténtico record si se tiene en cuenta que Génesis no tenía ninguna canción pegada en la radio y acababa de dar mas de cien conciertos en la ciudad. Terminamos agotados. “El negocio” de los conciertos estaba llegando a su final y hubo un hecho que llenó la copa: un grupo musical nos contrató para amplificar el sonido de un concierto de rock en el Teatro Faenza de Bogotá, un viernes a la medianoche. Nos pagaron doce mil pesos, una suma ridícula que acepté porque el palo no estaba para cucharas. Trabajé como utilero, cargador e ingeniero de sonido, es decir, antes, durante y después del espectáculo. Luego del show vino una película. Cuando terminó la función, como a eso de las tres de la madrugada, presencié una escena tan decadente que me alejó para siempre del mundo del rock: Vi a no menos de doscientos muchachos completamente drogados tendidos sobre las sillas del teatro; somnolientos unos, vomitados y cagados otros. En el baño encontré cuatro jeringas ensangrentadas y un grupo de zombis orinando como locos. - Dios mío, esto no es para mí.- reflexioné -. He dedicado cinco años de mi vida a promover el rock de mi país pero no puedo ser el promotor indirecto de tanta porquería. Sentí asco y repugnancia. Esa noche tomé la decisión de acabar con Conciertos Limitada. Solo me quedé con un gong Chino que alquilaba todas las semanas al concurso de televisión Compre la Orquesta. Por esos días, luego de meses de silencio, John me volvió a contactar. Se le veía triste y acontecido.

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- ¿Qué pasa mi hermano? ¡Me quebré! Varios clientes no me pagaron y me ahogué financieramente. - Lo siento mucho. Debiste haber seguido el consejo del contador. ¿Qué piensas hacer? - No lo sé. ¿Me podrías guardar unos escritorios en tu oficina? - ¿Oficina? Hermano; ¡tú bien sabes que este es un humilde “gallinero!” ¡No me joda! ¿Me los guardas o no? Si te sirve el galpón, envíalos sin problema.

Complacencias musicales

Dos decisiones poco afortunadas para mi carrera hice en 1984: La primera fue en Caracol Radio al aceptarle a Yamid Amat, Director de Noticias de la cadena, la conducción del programa “Hablemos de Música”. Yamid era Dios: Sus deseos eran órdenes, punto; y “había que quedar bien con él”, ¡siempre! Así que terminé trabajando las madrugadas de los Sábados y Domingos entre las doce de la noche y las cuatro de la mañana. Yamid Amat había iniciado cuatro años atrás la transformación de la radio con el programa 6 AM 9 AM, un noticiero donde era el anchor central, acompañado por los prestigiosos periodistas Antonio Pardo García, Alfonso Castellanos y Julio Nieto Bernal. Presentaba una noticia y luego la ampliaba desde la misma fuente del acontecimiento. Creó un tipo de radio especializada en localizar personajes para entrevistarlos por teléfono desde los sitios más remotos del planeta; formato que posteriormente fue mejorado por Julio Sánchez Cristo al darle un toque periodístico ligero, clave de su increíble éxito de audiencia. A pesar de lo infame del horario, en Hablemos de Música me dediqué a profundizar mis conocimientos sobre música con entrevistas a expertos, coleccionistas, músicos de profesión, arreglistas, periodistas, cantantes, empresarios, managers, productores, compositores y críticos. Con su valioso apoyo realicé ciclos sobre compositores clásicos, rock en español, Trova Cubana,

474 Ser alguien bandas sonoras de películas, obras de Broadway, música latinoamericana, folclore, tango, ritmos del caribe, rock metálico y otros temas más. Varios estudiantes de las facultades de comunicación de las universidades Javeriana, Sabana e Inpau hicieron la producción del programa, destacándose entre ellos Diana Sofia Giraldo, más adelante una reconocida y laureada periodista especializada en asuntos políticos. Hablemos de Música duró hasta mediados de 1986. Fue todo un verdadero sacrificio en lo personal pues pude haberle dedicado ese valioso tiempo a mi familia. Me molestó el frío de la madrugada, la eterna lucha contra el sueño entre las dos y las cuatro de la mañana, y el saber que tenia niveles ínfimos de audiencia. Un proyecto absurdo para“no quedarle mal a Yamid” La segunda mala decisión de 1984 fue por “no quedarle mal a Don Chucho”: Para la nueva licitación, Colombiana de Televisión presentó el programa “Joven Es”, orientado a destacar los valores artísticos de los jóvenes entre 13 y 16 años de edad. Simultáneamente, Datos y Mensajes – la programadora de Andrés Pastrana - propuso mi nombre como presentador y director de “Los diez mejores de la música” un resumen de las canciones más populares en Estados Unidos. ¡Sorpresa! Los dos programas fueron aprobados, pero con un pequeño problema: enfrentados a la misma hora. Joven Es en la cadena dos y el de Pastrana en la cadena uno. Tuve que decidirme por uno de los dos. Inicialmente acepté “Los diez mejores”, entonces, me llamó Jesús Álvarez Botero Gerente de Colombiana de Televisión y “me convenció”. Don Chupo, no me vaya a fallar que yo le metí la ficha a su programa. Le recuerdo que esa es su idea. Ante semejante argumento, hablé con Pastrana quien entendió la situación. Me preguntó si le podía sugerir el nombre de alguien que me pudiera reemplazar y le di el nombre de una colega de Caracol estéreo que hablaba muy bien Inglés y era muy bonita: Lina Botero, la hija del pintor Fernando Botero. Lina se volvió una celebridad con ese programa mientras a mí me tocó meterla toda para tratar de hacerle competencia con un programa de producción nacional.

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Joven Es fue la continuación de Fama por su estilo de producción: Una fotografía lo más glamorosa posible, y una edición dinámica, al ritmo del tecno-pop ochentero. Lo grabé en Estudios Provideo, propiedad del carismático empresario Santiago Leiva, quien montó un moderno centro de post producción en el antiguo Teatro El lago, área que luego se convirtió en un complejo de tiendas de productos para computación. En promedio gastábamos 16 horas de grabación y edición por programa, un poco alto para los presupuestos de la época; este privilegio lo obtuve gracias a la colaboración de Luis Estipanovich y Santiago Ortega, directivos de Provideo, quienes querían vender su empresa mostrando productos de alta calidad técnica. En Joven Es hicimos concursos de break-dance, un baile que estaba en apogeo y el cual me parecía muy peligroso porque los muchachos hacían piruetas girando el cuerpo sobre su cabeza. Me erizaba de pensar que en cualquier momento alguien se fuera a desnucar. Pero lo que le dio algo de interés a Joven Es fue el concurso “La sardina del año”, una muestra de aptitudes y belleza entre quinceañeras. Las eliminatorias y semifinales las hicimos en discotecas de diferentes ciudades y fueron promovidas por estaciones de radio locales. Como jurados invitamos personalidades del deporte, la política y el arte. Durante la semifinal de Santander, Edith de Serrano, esposa del dueño de Radio Bucaramanga Jorge Serrano, se entusiasmó con la idea de hacer la final en esa ciudad; Y en efecto, en Diciembre de 1984, los Serrano la metieron toda: trajeron desde Cartagena las carrozas del reinado nacional de la belleza, hicieron un monumental desfile por las calles de Bucaramanga, contrataron el Club Campestre para la ceremonia de coronación y ofrecieron una cena de gala para seiscientas personas. Esa noche alterné con un joven y entusiasta locutor que se volvió figura de nuestra televisión: César Ramírez. Con ese evento, le dimos entierro de primera al programa, pues a pesar de la pasión y entrega para tratar de hacer algo diferente, los números de sintonía de Joven Es siempre fueron infinitamente inferiores a los de Lina Botero con sus diez mejores de la música.

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En 1984 tuve otro gran fracaso: “Romántico”, un musical de televisión que no alcanzó a estar en el aire ni tres meses. La idea del programa nació en una charla con Jorge Ospina sobre el movimiento literario del Siglo dieciocho, conocido como el romanticismo, del cual surgieron escritores tan famosos como Friedrich Schiller, Johann Wolfgang Von Goethe, Charles Nodier y Víctor Hugo. - Hagamos un programa con gente de peso que hable sobre el romanticismo, me sugirió. - Pero con música Jorge, o si no es un bodrio espantoso. - Con piano... boleros... baladas... - ¡Y textos románticos! - Chupo, esta es una propuesta novedosa... un formato único y exitoso, enfatizó Ospina, considerado uno de los ejecutivos más brillantes de los medios en nuestro país. Así que entrevisté a lo mas granado de la clase política, económica, intelectuales y artistas sobre el tema del amor, la ternura y lo romántico; seleccioné un repertorio de canciones bien conocidas para ser interpretadas por tríos y grupos de cuerda; y leí fragmentos de autores y citas poéticas del género, ilustradas en pantalla con gráficos de la época y hermosas pinturas clásicas. El resultado: un híbrido sin pies ni cabeza que no gustó para nada, al grueso público le pareció aburridor. El horario, 6 de la tarde, no era para boleros, ni para música con guitarra, a menos que fuera eléctrica. La programadora AMD Alejandro Munévar Domínguez que le apostó ciegamente a “la genial idea” perdió hasta la camisa tanto que el último pago de mis honorarios se embolató para siempre en sus libros de contabilidad. En cambio un programa que comenzó sin ninguna pretensión y terminó siendo un gran éxito comercial y de sintonía fue “Sábados Latinoamericanos” de Cromavisión, una compañía recientemente creada por los vendedores de publicidad Hugo Perilla y Jaime Grisales. Ellos irrumpieron en el medio con mucha agresividad y llegaron a ser una de las cinco primeras productoras de televisión del país, al lado de Caracol, RTI, Punch y Producciones JES. Sus primeros impactos fueron: La telenovela mexicana “Los ricos

477 ARMANDO PLATA CAMACHO también lloran” protagonizada por Verónica Castro, Rogelio Guerra y Cristian Bach; Las peleas del entonces fenómeno del boxeo Mike Tyson; Y los partidos de fútbol de la Copa Intercontinental de Clubes.

1984 – Portada Tele Revista de El Espectador.

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Cromavisión tenía un horario poco rentable los sábados a las cuatro de la tarde, en la cadena uno, por lo que me contactaron para ver qué podíamos hacer. Con la experiencia y contactos adquiridos en los años anteriores con “Fama” y “Joven Es”, les propuse un musical con las canciones más populares del momento, desde Vallenato hasta pop y desde salsa hasta rock. Estábamos enfrentados a “Panorama”, un excelente magazín producido por Julio Sánchez Vanegas y dirigido por su hijo Julio Sánchez Cristo, quienes echaban la casa por la ventana: Contrataban estrellas internacionales de la música; tenían como presentadoras a las más hermosas modelos y reinas de belleza; Y contaban con corresponsales propios en varios países. El reto era muy berraco, pero Los Sánchez tenían su talón de Aquiles: a mi juicio, “Panorama” era sofisticado, elitista y muy para las clases media y alta. Habían dejado abierta una ventana hacia las clases media típica, y baja, o lo que muchos sectores arrogantes de nuestra sociedad colombiana llaman despectivamente “la grasa”. De nuevo hice una alianza estratégica con las compañías de discos quienes pusieron a mi disposición, sin costo, todo su catálogo de artistas populares. El primer golpe lo dimos con la “Música de Carrilera”, la preferida del entonces Presidente de la República Belisario Betancourt. Por primera vez el público vio a las archifamosas Hermanitas Calle, y a las Hermanas Vásquez, artistas que se escuchaban en todas las cantinas pero que nadie se atrevía a traer a la televisión porque eran “mañé.” Cantaron, entre otros de sus éxitos, “La Jarretona” y “La Cuchilla” cuyas letras son muy simpáticas y dicientes de nuestra cultura: Estoy ojihundido, en los meros huesos, toitico culiseco de tanto sufrir. Y vos jarretona, echando barriga, durmiendo con otro y burlándote de mí. Si no me querés te corto la cara con una cuchilla de esas de afeitar, y el día de tu boda te saco los ojos, te arranco el ombligo y mato a tu mamá.

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Las criticas llovieron por doquier. Algunos periodistas me preguntaron por qué había claudicado en mi cruzada por promover el rock nacional para terminar presentando esa espantosa música de cabaret. Les contesté irónicamente: “la carrilera es una forma de rock aunque no tenga el sonido de la guitarra eléctrica; ¡el rock es violencia, y no hay nada más violento que cortarle la cara a una persona con una cuchilla de afeitar!” Otro gran impacto de “Sábados Latinoamericanos” lo constituyó la Música Guasca. Para sacarme el clavo de mi error craso con Los Carrangueros de Ráquira, impulsé la carrera de un cuarteto llamado “Los Jeroces”, liderado por el cantante y compositor Jorge Guevara. Les produje el LP titulado “Mosaico Guascarrilero” que fue uno de los éxitos de fin de año en 1985 y que alcanzó a vender la no despreciable cifra de cincuenta mil copias. De ese trabajo surgió el término “Guascarrilera” para denominar la fusión de la guasca y la carrilera, palabra que se volvió un genérico dentro de la industria del disco. Los Jeroces fueron una semblanza de “The Village People” a la colombiana con un celador, un ciclista, un obrero de construcción y un campesino. Su segundo trabajo pasó sin pena ni gloria. El tercer acierto que nos ayudó a posicionar definitivamente el programa en el ámbito popular fue el vallenato y el merengue, dos géneros musicales considerados hasta ese momento “no dignos de estar en pantalla”. Lanzamos música de artistas como Fernando Villalona, Cuco Valoy, La familia André, Wilfrido Vargas, Alfredo Gutiérrez, Lisandro Meza, Dolcey Gutiérrez, Fruko y sus tesos, Joe Arroyo, Juan Carlos Coronel, El nene y sus traviesos, Otto Serge y Rafael Ricardo, Raúl “El Chiche” Martínez y Julio Rojas, entre otros. Cuando ya tuvimos imagen y reconocimiento, la mayoría de los cantantes internacionales que pasaron por el país para promocionar sus nuevos trabajos discográficos cantaron gratis, entre ellos Franco de Vita, Karina, Guillermo Dávila, Jordano y Chayanne. Nuestros números de audiencia subieron paulatinamente y Julio Sánchez Vanegas decidió trasladar su “Panorama” a otro horario. Cromavision también. Nos pasamos a la franja del Domingo, a las once de la mañana, en la cadena uno, enfrentados a los conciertos

480 Ser alguien de la Orquesta Filarmónica de Bogotá; una coyuntura afortunada que nos dejó prácticamente sin ninguna competencia. Cambiamos el nombre a “Domingos Latinoamericanos” y llegamos a tener 45 puntos de sintonía, algo absolutamente fuera de serie. Para Cromavisión fue un buen negocio no solo porque obtuvo sin costo el mejor talento popular sino porque implementó un novedoso formato de grabación donde cualquier sitio era válido como escenario: una calle, un parque, un árbol, un puente, una sala, una casa. Al momento de grabar, una vez instalada una pequeña unidad móvil, con tres cámaras, determinábamos las tomas con la mejor fotografía posible. Prácticamente sin ensayo, le grabamos a los artistas sus cuatro o cinco canciones más conocidas. Para no complicarnos con el sonido, usamos la técnica del play back - doblaje o mímica -. En Medellín, en los estudios de Discos Fuentes, Codiscos, Discos Victoria y Sonolux, llegamos a grabar un promedio de ¡cincuenta canciones por día! Si el artista no era bueno para doblar le hacíamos tomas lejanas para evitar que el público se diera cuenta. En realidad pensábamos que a la gente le interesaba más la canción que la perfección de su intérprete. Domingos Latinoamericanos salió del aire al final de 1985 al no ser adjudicado por Inravisión para la programación del año siguiente. Se le recuerda como uno de los programas que más ayudó a la difusión de la música popular en la década de los ochenta.

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1985 – Artículo sobre “Domingos Latinoamericanos”. Cromavisión. Revista Elenco. Periódico El Tiempo.

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El gran William

Por esos días de 1985, instalé un estudio de grabación de sonido en las oficinas de Acuario Estéreo, una emisora que mi amigo y “compinche de mil diabluras” William Vinazco Ch, estaba tratando de sacar adelante. Siempre admiré su tenacidad, inteligencia y sagacidad para los negocios. El montaje de Acuario fue toda una odisea por falta de capital de trabajo, tal como nos ocurrió con Eduardo Ruiz Martínez. Vinazco salía al aire con un transmisor “hechizo” de medio kilovatio para que el Ministerio de Comunicaciones no le quitara la licencia. La débil señal se escuchaba en unos pocos barrios de Bogotá y no podía vender comerciales porque estaba en la etapa de señal de prueba. Los únicos ingresos que William recibía para vivir y mantener su incipiente empresa eran por concepto de unas transmisiones de fútbol que hacía a través de la emisora 1020 AM. Fui su voz comercial durante los torneos de fútbol profesional de los años 85 y 86; los miércoles por la noche y los domingos por la tarde. Vinazco me bautizó como “el locutor más rápido del mundo” y pienso que también fui el más gritón. La pasamos increíble, mamando gallo todo el tiempo, incluso, compartimos algunas novias y amantes. De nuestro equipo de comentaristas de fútbol surgieron entre otros: Ricardo Mayorga, luego estrella de la cadena Univision en Estados Unidos; Manolo González “El Cañón del Cesar”, quince años después Director de CNN en Moscú; Ernesto Barrera - a quien Vinazco apodó “El inspector” porque hablaba como un inspector de obra negra -, dos décadas mas tarde director de deportes de Caracol Miami. Esta experiencia al lado de William fue vital para mi carrera en Estados Unidos donde llegué a ser narrador de fútbol femenino en las cadenas de televisión TNT y TBS; voz en español de Los Bravos de Atlanta y locutor del Campeonato de golf de la PGA. Vinazco tiene un sentido del humor magnifico y es un tomador de pelo fuera de serie; nos encantaba jugar “al más cerdo” y hacer todo tipo de bromas, una de ellas: recomendarnos mutuamente

483 ARMANDO PLATA CAMACHO aspirantes a artistas o vendedores de libros, o de tumbas. Una vez me envió un muchacho medio loco, sin ningún talento, que quería ser cantante; traía una nota escrita por William que decía: -“Campeón: ¡Te presento a mi amigo Rolando, futura estrella de la música! Luego de cantar varios de sus temas en mi oficina, me he convencido que es el talento perfecto que estabas buscando. ¿Te acuerdas que me comentaste que si alguna vez sabía de un cantante no dudara en enviártelo? Bueno, ¡Rolando es la figura perfecta!” Tu amigo del alma WV. Quise matarlo; ¡un auténtico sinvergüenza y descarado! Claro que mi venganza vino al poco tiempo cuando le envié un vendedor de tumbas, también con una carta de presentación: - “Estimado Señor Vinazco: Mi amigo Jaime Hormaza me ha ofrecido un plan para comprar una tumbas el cual estoy estudiando seriamente. Durante su visita, le comenté la idea que tienes de construir un panteón especial para toda la Familia Vinazco. Jaime está entusiasmado con el proyecto y te va a presentar un plan que por nada del mundo puedes rechazar”. Un abrazo AP. En las asambleas de la Asociación Colombiana de Locutores nos gustaba sabotear las listas de candidatos para elegir nuevo presidente ya que eran siempre los mismos nombres: Fernando Gonzáles Pacheco, Juan Harvey Caicedo, Gloria Valencia de Castaño o Alberto Piedrahita Pacheco. “Para sentar un precedente” yo pedía la palabra y candidatizaba al compañero y colega William Vinazco Ch. Acto seguido, él también pedía la palabra y proponía mi nombre. Minutos antes de iniciar la sesión habíamos colocado algunos improvisados carteles escritos a mano en papel tamaño carta, con el texto: Vote por Plata o Vote por Vinazco. Al final, el conteo de votos daba como resultado: por el Candidato William Vinazco, un voto; por el candidato Armando Plata, un voto. William era muy loco y me ponía en situaciones embarazosas: Cuando llegábamos a sitios concurridos como teatros, estadios o restaurantes, se apartaba y gritaba: - Armando Plata... Armando Plata, ¿tiene un ácido sunshine que me regale para darme en la cabeza? Necesito ponerme bien porque estoy perdiendo el sentido cenestésico... tengo los otolitos inflamados y solo con droga me nivelo.

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Otras veces gritaba: - Armando, ese perico que me dio esta muy cortado... no me hace nada. ¡Así no podemos, cambia de pusher! La gente nos miraba con asombro y disgusto. Algunas personas se daban cuenta que se trataba de una broma pero estoy seguro que muchos otros se quedaron con la duda. Jugar “al más cerdo” se volvió una tomadura de pelo, cada vez más subida de tono: predicamos en un bus intermunicipal y pedimos ofrendas para continuar “nuestra obra catequizadora”: ¿Tú lo conoces verdad? - Le dijo William a un campesino, mirándolo a los ojos en actitud intimidante – Él es el famoso Armando Plata Camacho y está aquí para que te conviertas. Arrepiéntete. Amén, le contesté. - Una moneda... cualquier donación, nos sirve. Pasamos por las bancas y recogimos algunos pesos. Después nos fuimos a tomar un refresco y a recordar la escena cagados de la risa. En otra ocasión paramos nuestros carros en la mitad de la vía, en la esquina de la carrera 24 con Calle 64, y nos bajamos a pelear: - Entonces qué Señor Plata... como se las tira de famoso tiene derecho de echarme el carro encima... - Deje de ser imbecil Señor Vinazco que usted lo que quiere es hacerse publicidad atacándome en público. La gente al vernos discutir se fue acercando, entre ellos un vigilante. - Mi teniente, le dijo William, arreste a este delincuente. - No soy teniente, contesto tímidamente el hombre. Entonces mi sargento, le gritó. No, yo no soy nada, respondió el uniformado. Cómo así, ¿con kepis y no es autoridad? Con razón este país esta jodido. Dígame ¿quién es su superior? El pobre hombre no supo qué responder. Cuando ya habíamos reunido suficiente gente y los autos detrás de los nuestros comenzaron a pitar, nos despedimos vociferándonos vulgaridades. Tres cuadras más adelante repetimos la escena. Luego nos reunimos para recordar, entre risas, la reacción y el desconcierto de la gente.

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Pero el juego de “los más cerdos” estuvo a punto de ocasionar una desgracia: una noche William venía bajando por la Carrera Quinta hacia la calle 26, en el Centro de Bogotá, cuando súbitamente me encontró parqueado en la mitad de una curva con las luces en flash. Afortunadamente alcanzó a frenar. Su auto dejó una enorme huella de llanta quemada sobre el pavimento. Vinazco venía acompañado de nuestra común amiga Jackie Haickal. Se bajaron pálidos del susto. Soltamos una carcajada nerviosa y prometimos no volver a hacer más chanzas pachunas. La instalación del estudio de grabación en la oficina de William la hicimos en un garaje que adaptamos gracias a la colaboración de mi hermano John, en plena recuperación de su quiebra. Un poco más tarde fundé el programa de radio “Música Moda y Mundo” con la idea de vendérselo a emisoras de pueblos en las regiones más apartadas del país, estaciones que no formaban parte de ninguna cadena radial. Logré afiliar más de treinta estaciones, entre ellas Malecón Estereo de Montería, Ecos de Pasto, Radio Furatena de Chiquinquirá y Espectacular Estereo de Tunja. El programa lo grababa los martes y desde el miércoles lo despachábamos en audio casetes en buses intermunicipales. Mi productora, reportera y escritora fue Liliana Tavera - hermana del conocido actor Horacio Tavera – que recién había terminado sus estudios de periodismo en la Universidad Inpahu. “Música Moda y Mundo” fue el primer programa en introducir un fenómeno musical que había comenzado en 1980 en Argentina: El Rock Nacional, posteriormente conocido como Rock en Español. A raíz de la “Guerra de las Malvinas” el gobierno de ese país prohibió la difusión de la música en Inglés a través de los medios de comunicación ya que la pelea era contra el Reino Unido. De la noche a la mañana una cantidad de grupos y artistas underground, medianamente conocidos por la gran masa, pasaron a primer plano al recibir una sobre exposición en la radio Argentina alcanzando niveles de verdaderas súper estrellas. Surgieron entre otros: Sui Generis, Charlie García, Nito Mestre, León Giecco, Celeste Carballo, Fabiana Cantillo, Fito Páez, Andrés Calamaro, Luis Alberto Spinetta, Juan Carlos Baglieto y numerosos grupos más.

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Una de las canciones insignia de nuestro programa fue el tema titulado “Nada Personal”, el primer gran éxito en 1985 de Soda Stereo, un nuevo grupo que experimentaba con novedosos sonidos techno en español. Otro artista que marcó una época fue Miguel Mateo quien había vendido más de medio millón de discos con su trabajo “Rockas Vivas”, y había llenado cuatro veces el coliseo Luna Park de Buenos aires con sus conciertos en vivo. “Música Moda y Mundo” fue un acertado experimento de radio sindicada. Alcanzó a durar dos años. Tuve que acabarlo a finales de 1986 por mis continuos viajes al exterior que me mantenían alejado del país por largas temporadas. Fue muy grato sentir el afecto y el cariño de los radiodifusores de provincia quienes me enviaron efusivas cartas de agradecimiento por las canciones de moda, entrevistas y saludos de estrellas, así como primicias musicales. Ellos estaban marginados por parte de las compañías de discos que no les enviaban muestras gratuitas de sus nuevos lanzamientos por ser mercados poco representativos o demasiado apartados. El programa lo repetían hasta cuatro veces por semana; y como dato simpático, la propietaria de Radio Garagoa, Boyacá, me enviaba como pago a través de la Flota Valle de Tenza, ocho mil pesos en efectivo, tres quesos y una docena de arepas de choclo (maíz.)

Je séi du la cho... con... té, Messié

En 1985 y 1986 volví a meter las patas al creer que lo sabía todo en el mundo del disco, simplemente porque dirigía un programa musical en televisión y mantenía un estrecho contacto con las empresas discográficas. A raíz del éxito que obtuve con la producción “Mosaico Guascarrilero” de Los Jeroces reactivé mi sello disquero. Como asistente y Director de Publicidad contraté a Leonidas Núñez Hernández un joven y talentoso locutor que se había destacado como promotor en CBS y Codiscos al lograr despegar la carrera artística de El Binomio de Oro y el Grupo Niche. Con las utilidades de Los Jeroces, financié la producción de un nuevo disco del cantante Lukas, todo un ídolo de la juventud en la mitad de los setenta. Camilo Ferrans y Juan José Arango hicieron los

487 ARMANDO PLATA CAMACHO arreglos musicales. La grabación la hicimos en los estudios de William Constain, un músico que había dirigido la banda de Lukas en su gira de conciertos por escuelas y colegios del país, una década atrás. Influenciados por los nuevos sonidos de los sintetizadores le dimos a las canciones un ligero toque tecno-pop que resultó muy agradable. El primer disco que lanzamos fue un sencillo en 45 RPM titulado “Mi gran loco y dulce amor”, una preciosa balada en la que canta el coro infantil del Colegio Divino Salvador de Bogotá. Para nuestra sorpresa, el tema pegó de inmediato y se convirtió en un auténtico número uno en el ámbito nacional, y se alcanzó a escuchar en Venezuela y Ecuador. Definitivamente, soy un genio como productor – Pensé – Si vendí cincuenta mil copias de Los Jeroces, y ahora, sesenta y seis mil sencillos de Lukas, ¡A lo que debo dedicarme es a producir artistas! Sin pensarlo dos veces firmé a Paco, un cantante de Medellín que financiaba sus producciones; Guillermo José Villamil, un banquero de Cali que también producía sus canciones; Los Pasajeros, un dúo de música country que cantaba en los buses; La Orquesta Dinastía de César Contreras; y Las Dos Marías, un dueto de música de Carrillera al que le grabé “El Mión”, la historia de un hombre al que le pegan varios balazos por orinarse en la calle. ¡Me engolosiné tanto con el éxito... que los resultaron fueron desastrosos! A pesar del trabajo intenso de Leonidas Núñez y el publicista Santos Moreno, no pegamos nada, no vendimos nada, absolutamente nada; Y eso que dimos lora en todos los medios: La canción de Lukas “Filomena”, fue tema de la telenovela de Colombiana de Televisión “Mi mujer es un conflicto”; Y para el lanzamiento del sello hicimos un cóctel en el estudio de William Constain al que asistieron periodistas, disc jockeys, un resto de políticos, entre ellos Andrés Pastrana, modelos y otras personalidades. Para abrirle mercado a mis productos, pensé que la mejor manera era ir a la Feria Internacional de la Música que se celebra cada año en Cannes, Francia, conocido como el MIDEM, por sus siglas en francés. Como no tenía dinero suficiente para un proyecto de tal magnitud le propuse la idea a John Jairo Estrada, un productor independiente que tenia el sello JJ Mundo, en Medellín.

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- Hermano, ¿Qué tal si montamos nuestro propio stand en Cannes, Francia? - Eso cuesta un huevo de oro, - me dijo -. - Intentémoslo John Jairo, el que no arriesga un huevo no saca un pollo. Echamos a rodar el proyecto y tres meses después estábamos en Europa. Eran los primeros días de Febrero de 1986 y estábamos a tres semanas de la feria. Antes de trabajar en el montaje del stand, nos dimos unos días de rumba por Pigalle, El Lido, Crazy Horse y Moulin Rouge, los cuatro más famosos cabaret de París, donde decenas de mujeres esculturales bailan con el busto al aire, en bola o con tangas diminutas. Hicimos el tradicional tour por el Río Sena, la Torre Eiffel, el Centro para las Artes George Pompidou y el Museo de Louvre. En Cannes nos alojamos en el ático de un hotel, a una cuadra del centro de convenciones, frente al mar. Me decepcioné de las playas de la famosa Costa Azul Francesa: ¡No son de arena sino de piedra! Nada que ver con las de Cartagena, Tolú o San Andrés. El frío era diez veces más penetrante que el de Chocontá. En una mañana de invierno una mucama nos despertó con una bandeja de pan croissant, mermelada y café con leche; la bendita mujer dejó un olor a axila tan penetrante que nos tocó abrir las ventanas de par en par para vomitar; como consecuencia nos ganamos un severo resfriado. Al otro día le pedimos que dejara la comida afuera, esperamos cinco minutos y salimos al pasillo a recoger los trastos con la nariz tapada. En la feria, nuestro stand quedó ubicado cerca de RCA y Deustche Gramophon, dos grandes trasnacionales de la música. Nos sentimos orgullosos de ser los primeros disqueros Colombianos en tener su propio puesto de exhibición de producto nacional. Alquilamos varias pantallas de televisión y proyectamos un audiovisual en inglés, que creo era bastante exagerado, pues anunciábamos “los mejores artistas de América Latina”. JJ Mundo promocionó producciones de la Orquesta de Edmundo Arias, Pacho Galán, Lucho Bermúdez y el Trío América; por mi parte, Los Jeroces, Lukas y Dinastía. El primer día nos pasó una anécdota muy simpática: Recibimos la visita de Jorge González, un joven promotor artístico de Bogotá;

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Conrado Domínguez, Gerente de Discos Fuentes; y Javier García, Gerente de Mercadeo. Los tres se sentaron en la sala de recibo. Estaban un poco cansados. Los reconocí al instante, pero ellos no, porque me había dejado crecer la barba y tenía una gorra de estilo Inglés. González me saludo y yo le contesté con acento entre Francés y Español. Me preguntó que de qué parte era; le contesté: - Je, sei du la cho, con... té... Messie. - González trató de continuar la charla, pero su léxico en francés era muy limitado. - ¿Messie, le , pro, voque, une periqué? - Jorge no entendió y contestó: Merci... merci - Voce... pare, ce, un mari, coné - ¿Pardón? González me miró sorprendido. - ¿Voce... Ser... Gon za lea? - González, sí Jorge González, mucho gusto. Me extendió la mano. - Oh la la... Gon zale... el ma ri que; Je ser le chupe, platé. - ¿El chupo? - Que hubo marique...gonzale...le mamé gallé...jeje jejé - Oiga chupo marica, ¿Qué hace aquí? - Bueno, tú sabes, haciendo negocios internacionales. González quedó impresionado, llamó a García y Domínguez. Nos encarretamos con el tema de proyectar nuestra música. Nos felicitaron por nuestro empuje y nos pidieron todo tipo de información para sopesar la posibilidad de regresar como exhibidores al año siguiente. Discos Fuentes había tenido un tremendo suceso en Europa con “Colegiala” de Rodolfo Aicardi, y ahora trataba de vender las producciones de Joe Arroyo y la Orquesta La Verdad. Pero en realidad éramos héroes con pies de barro: pasada la euforia del primer día vivimos una experiencia cruel cuando nos dimos cuenta que no teníamos producto. Habíamos ido sin videos de nuestros artistas; los afiches y las carátulas tenían un diseño primitivo; el sonido no era competitivo; la música era demasiado regional y sin la calidad interpretativa necesaria para llamar la atención del exigente público Europeo. Como consuelo de tanto esfuerzo, John Jairo logró que el grupo colombiano de salsa

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Yambeque fuera invitado al festival mundial de salsa en Alemania, el cual alternó con Celia Cruz, Edy y Charlie Palmieri y Tito Puente. Después de atender las sugerencias y las criticas de varios clientes potenciales llegamos a la conclusión de que estábamos en pañales y que habíamos hecho un verdadero oso. - Sólo una empresa mostró cierto interés en la música de Edmundo Arias y Pacho Galán, pero antes de negociar quería ver dos canciones del artista en video. Un mes después JJ Mundo produjo en Medellín y Cartagena los videos de las canciones “las cosas de la vida” con la orquesta de Pacho Galán y “la culebra cabezona” de Edmundo Arias. Luego los envió a Paris. A la final, el cliente dijo que no y esa platica se perdió. - John Jairo tomó el fracaso con tranquilidad a pesar de la gran inversión que hizo la cual superó los cincuenta mil dólares.- Mi contribución fue de completo apoyo moral - Para hacernos la vida un poco más amena, fuimos a varios espectáculos, entre ellos un concierto de Bonnie Tyler, The Kinks, The Fine Young Cannibals y Simple Red. Después salimos para Roma donde nos recibió el periodista Germán Manga, agregado Cultural en la embajada de nuestro país ante el gobierno Italiano. Pasamos cinco días excepcionales. Germán nos preparó un tour cultural por las catacumbas, el Museo de Arte del Vaticano, las ruinas, el coliseo, varios palacios, los mejores metederos para escuchar jazz y los restaurantes a donde va a comer el pueblo. En este viaje vi por primera vez un canal musical de cable que pasaba solo canciones las veinticuatro horas, un concepto que dos años después implementó con gran éxito en Estados Unidos MTV. (John Jairo Estrada continuó algunos años más con su sello JJ Mundo y grabó “El camino de la vida” con el Trío América. En una encuesta organizada por RCN el público la eligió como la mejor canción Colombiana del siglo 20.) Cuando González, García y Domínguez regresaron a Colombia hablaron maravillas de mi presencia en Cannes, chisme que se regó por emisoras y disqueras. Pero tantos bombos y platillos me ocasionaron más de un episodio de envidia: El más desconcertante ocurrió con un disco que compré por sugerencia de Leonidas Núñez y en el que invertí los últimos pesos que tenía. Era una

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“Champeta” interpretada por Coupe-Cloue, un artista haitiano que estaba empezando a pegar en las emisoras Olímpica Estéreo de Barranquilla, Cartagena y Bogotá. Cuando Alberto Suárez, Director Nacional de Programación de esa cadena radial supo que yo había comprado esa producción, la sacó inmediatamente del aire y quedé viendo un chispero. Ese fue el final de esta nueva etapa en el mundo del disco: Adiós a las utilidades de mis dos primeros y únicos hits. Quedé en la mitad del camino con sentimientos encontrados de éxito y fracaso. Llegué a la única conclusión de que el negocio del espectáculo es muy parecido al vicio del juego: Un éxito te sube el ego; un fracaso te lo desafía. Y ese fue el juego en el que me metí por muchos años para alimentar la falsa esperanza de recuperar mis pérdidas en el siguiente proyecto. Un juego en el que abrí un enorme hueco financiero que creía tapar con algunos supuestos éxitos pasajeros. Por el sifón eché cientos de millones de pesos únicamente para alimentar la estúpida ilusión de creer ser “el magnate del espectáculo Colombiano”.

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1986 – LOS JEROCES exitosa producción discográfica que originó el nombre genérico de Música Guascarrilera.

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494 Ser alguien ¡A volar joven!

En Abril de 1986 mi carrera dio un giro inesperado cuando Hugo Perilla y Jaime Grisales Santa me ofrecieron la Gerencia de Producción de su programadora Cromavisión, una buena oportunidad para combinar mi trabajo como talento al aire con labores administrativas, y de paso sanear mis deterioradas finanzas. La empresa estaba en su mejor momento con un grupo de ejecutivos dinámicos: Guillermo García, Director de Producción; Juan Manuel Camargo, Jefe de Estudios; Enrique Pieschacón Gerente Comercial; Pedro José López, Director de eventos especiales. Y talentos al aire como Humberto Salcedo Jr, Director de Cromadeportes; José Fernández Gómez, Director de Rápido-Rápido; Héctor Mora Pedraza, Director de Pasaporte al Mundo; y Alberto Giraldo, Director de programas periodísticos. Hacia final de año, Héctor Mora renuncia a Pasaporte al Mundo por diferencias contractuales con Perilla y Grisales, y muy molesto por el escaso presupuesto y la demora en los pagos que le hacía la empresa, aceptó una propuesta de Colombiana de Televisión para hacer “El mundo al vuelo” un programa de viajes parecido, patrocinado por Avianca. Conocidos periodistas se ofrecieron para reemplazarlo: Germán Castro Caicedo, su hermano Gustavo, y Carlos Gustavo Álvarez, por esa época Director de la revista Elenco del periódico El tiempo. El entusiasmo les llegó hasta conocer las condiciones de producción: Debían viajar con un camarógrafo, sin asistentes de producción, ni técnicos de sonido y luces. Nadie quiso medírsele a ese camello. La situación se nos tornó angustiosa en Cromavisión porque ya habíamos pasado al aire casi todos los programas grabados por Mora, antes de su partida, e Inravisión no permitió repetir programas anteriores. En medio de la crisis, el periodista Alberto Giraldo, - una década después protagonista del escándalo del proceso ocho mil por haber recibido dineros del cartel de Cali - no pudo grabar su programa de

495 ARMANDO PLATA CAMACHO entrevistas, así que me tocó improvisar algo a última hora para evitar una multa de Inravisión por no entregar el programa a tiempo. Providencialmente nos visitó Alejandro Muñoz, cariñosamente apodado “El Machorrito” y de una lo entrevisté sobre su vida y milagros. Como era un ingenioso comediante la charla resultó simpática con apuntes y salidas originales. Al otro día la entrevista fue el comentario general en la compañía y gracias a ese programa se me apareció el Espíritu Santo: - ¿Chupo, se le mide a Pasaporte al Mundo? – Me propuso Jaime Grisales Hice una pausa teatral de duda, antes de responder, para hacerme el interesante. (En realidad era lo que anhelaba. Veinte años atrás Mora y yo nos habíamos reunido para hacer una posible gira en Jeep por Suramérica, filmarla y venderla a la televisión. La idea no cuajó. Mora sin embargo, le dio una variante y creó el programa “Cámara Viajera” con el cual visitó más de ciento setenta países. Después le cambió el nombre a Pasaporte al mundo.) - ¿Y cuánto me van a pagar? – le respondí -. - Qué pregunta tan güevona, - dijo Hugo Perilla -. Usted sabe cuánto es lo que tenemos en el presupuesto... - Si, pero también sé cuanto se ganan, no me crean tan marica. - Lo toma o lo deja, - increpó Grisales -. - Lo tomo, pero si me dan doscientos dólares más por programa. - Hágale Chupo. Tiene que salir lo más pronto posible. Hable con Fidela, - la secretaria -, para que le hagan un adelanto; y pida los pasajes en American Airlines, o en Iberia, que son las empresas con las que tenemos canje. Salí de la oficina con el corazón a mil de la emoción, y del susto. Me había montado en un caballo muy arisco: ¡Solo tenia $1.000 dólares por programa para pagar hoteles, impuestos, comida, transportes locales, teléfono y todos los gastos de producción! Me fui para Guayaquil ese mismo día, en compañía de Jeannette Maldonado como camarógrafo. No teníamos la más mínima idea de lo que íbamos a hacer. Escogimos Ecuador por la proximidad y porque Mora lo había visitado varios años atrás.

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El reto era enorme: Héctor Mora había creado un formato documental con énfasis en lo histórico y lo cultural, y había sido galardonado varias veces como uno de los mejores realizadores de nuestra televisión. Lo mío tenía que ser diferente y me propuse buscar cosas curiosas, fáciles de realizar y que tuvieran cierta magia. Durante el vuelo me hice amigo de Maggie Villalobos – Hermana del DJ Alejandro Villalobos – quien me contactó con una amiga, dueña del mejor restaurante de mar en Guayaquil. Esa fue mi primera nota: La riqueza ictiológica del Ecuador gracias a la corriente de Humbolt en el Océano Pacifico. La mujer me preparó un show de mariscos absolutamente magistral. Con la ayuda del Consulado Colombiano en esa ciudad, contacté telefónicamente a los más prestigiosos periodistas de Ecuador a quienes les hice la misma pregunta: - ¿Si usted estuviera en mi posición, qué tipo de notas interesantes haría para mostrar a su país? Los tipos me dieron un montón de ideas y contactos. De esa manera descubrí un método de investigación de temas, rápido, sencillo y de gran valor periodístico, el cual fui perfeccionando de país en país. Entre tanto en Bogotá la noticia de mi nombramiento como Director de Pasaporte al Mundo se regó como pólvora y levantó una humareda de críticas ácidas y controvertidos comentarios entre el gremio periodístico. - ¡Cómo es posible que un locutor de rock y discjockey de música barata se las venga ahora a dar de periodista... hasta dónde hemos llegado... no hay derecho! Dijo Juan Gossain en su noticiero matinal por la cadena RCN. Una expectativa morbosa se generó en el medio por conocer el contenido del primer programa. Ajeno a la situación, el día de mi debut presenté ocho temas, de 3 minutos cada uno, así: - León Fevres Cordero cuenta la historia de dos Presidentes Colombianos que son descendientes directos del santo José Gregorio Hernández. - Estudiantes Colombianos denuncian violación del convenio educativo bilateral Andrés Bello.

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- La línea ecuatorial que divide el norte y el sur de la tierra. - El Maestro Oswaldo Guayasamín el pintor más famoso de Ecuador nos muestra su estudio y su galería. - Patricia Gonzáles, la máxima figura de la música romántica, nos canta un bolero en la zona histórica de Quito.. - El cementerio de Tulcán un parque de esculturas vivas hechas en pino. - La receta de una Cazuela de Mariscos levanta muertos, en el mejor restaurante de Guayaquil. - Colombianos destacados: Gonzalo Jiménez, El Rey de la Industria discográfica en Ecuador. Las embajadas y consulados en el exterior fueron clave no solo para hacer contactos sino para la selección de los personajes triunfadores dignos de mostrar; la idea era ofrecer una imagen distinta de la diáspora Colombiana. El tema tomó mucho interés y otros medios se sumaron a la idea, incluso la Revista Dinners promovió un concurso a escala mundial para seleccionar los colombianos más destacados en el campo artístico, intelectual, científico, empresarial, etc. A partir del segundo programa me propuse disfrutar al máximo cada reportaje y a jugar un papel más protagónico para contar con imágenes y sonido todas mis vivencias. Partí para Hollywood, California, con el camarógrafo Fernando Sepúlveda, quien al principio estaba feliz por la emoción del viaje y luego terminó arrepentido. Jamás imaginé un trabajo tan salvaje por tan poco dinero. – Me dijo una noche histérico y a punto de regresarse para Bogotá. Motivado por un sentimiento de nostalgia busqué los colombianos que estaban tratando de surgir en el mundo del cine y encontré al director Ciro Durán en el rodaje de una película de bajo presupuesto; a los actores Julio Medina y Rodrigo Obregón trabajando como invitados en una serie de detectives; al radio actor Carlos Pontón manejando su propio estudio de doblaje de sonido; y a una serie de jóvenes actrices aspirantes entre ellas a la bellísima Begoña Plaza: visité el famoso Teatro Chino; la calle de las estrellas; Sunset Boulevard; los Estudios Universal, Disney, Warner, Paramount

498 Ser alguien y Columbia, sitios que había recorrido quince años atrás cuando llegué en bicicleta. En los Ángeles entrevisté al ingeniero Antioqueño Álvaro Villa, un genio de la robótica que construyó numerosas atracciones mecánicas con animales que cantan. Sus trabajos están en los parques de Las Vegas, el del café en Armenia, y en los de Walt Disney en Orlando, Anaheim, Tokio y Paris. En San Francisco filmé El Día del Condón, en la Calle Castro, sitio de reunión de la comunidad gay de esa ciudad y en el que se repartieron más de medio millón de preservativos; visité el centro de asistencia para portadores del virus VIH - enfermedad en ese momento poco conocida y que ya había cobrado miles de víctimas entre la comunidad homosexual -; recorrí el Valle de Nappa donde están los más grandes cultivos de uva de Estados Unidos, entre ellos los viñedos de Gloria Ferrer, Julio y Ernesto Gallo, Los Sterling, y la mansión donde se filmó la serie de televisión Falcon Crest; me metí en una piscina de barro volcánico y me bañé en las aguas azufradas del Centro Terapéutico del Dr. Wilkinson, una atracción turística de un pequeño pueblo llamado Calistoga. En ese viaje conocí un personaje colombiano que había creado de la nada un gran imperio comercial: El Capitán Armando Echeverría Martín. Me contó cómo con ingenio, tesón y mucho trabajo llegó a tener medio centenar de agencias de viajes, con ventas diarias que superaban en ese entonces más de un millón de dólares. Fue un visionario que supo utilizar los nacientes medios de comunicación de la comunidad hispana de California, y como era un publicista nato, creó la imagen de un capitán de aviación sin ser piloto. Con el lema “Nadie vuela mas barato” le hizo creer a sus clientes que era dueño de la Aerolínea Panamericana cuando en realidad era solo una agencia de turismo. Llegó a controlar el mercado de pasajeros a México y Centroamérica al punto que las grandes líneas aéreas estadounidenses cedieron ante sus exigencias de ganar una mayor comisión si querían que les vendiera sus tiquetes. “El Capitán” Echeverría se encarretó tanto con la grabación de Pasaporte al Mundo que abandonó sus compromisos y por dos semanas nos ayudó en todo, hasta en cargar la cámara. Era un

499 ARMANDO PLATA CAMACHO anfitrión espléndido: Cuando su hija Claudia se casó en 1988 nos invitó con mi esposa Myriam y mis hijos Cristian y Catalina a Burbank, California; fuimos sus huéspedes por tres semanas. Nos hicimos grandes amigos. (En 1994, quise sorprenderlo con una visita de cortesía y pasé por Los Ángeles a saludarlo. Cuando lo llamé del aeropuerto para que me recogiera, su cuñada Olga Rivera me contestó: - ¡Armando hace unos minutos falleció de un infarto fulminante! Durante el velorio, Inés, su esposa, - de la cual yo no era el santo de su devoción -, me ratificó la amistad de la familia; Y las cosas del destino: dos años después nos casamos en Beverly Hills. Esa historia forma parte de un nuevo libro en el que cuento mi vida a partir de 1990 cuando emigré a Estados Unidos.) Volviendo al tema de Pasaporte al Mundo en Los Ángeles en 1986, tuve la oportunidad de retratar otro ángulo de la ciudad gracias a la colaboración de la policía del precinto de Rampart. Nos permitieron ir en una radiopatrulla durante varias horas para mostrar operativos anti-drogas en el west, - una de las zonas más peligrosas - ; vimos de cerca escabrosos casos de violencia doméstica; riñas entre pandillas; accidentes de tránsito; y en la madrugada: “El área prohibida del downtown ” donde miles de desamparados duermen en las calles. La policía nos dejó en un callejón oscuro y nos esperó a prudente distancia. - No vayan a prender las luces - nos advirtieron -. Fernando Sepúlveda temblaba del susto y protegía su cámara como si se la fueran a robar. Me acerqué a un grupo de vagabundos que buscaban calor alrededor de una fogata. - ¿Alguien habla Español? - Pregunté en voz alta -. Dos contestaron: Un Salvadoreño y un Mexicano. Les pedí permiso para grabar una entrevista. El Salvadoreño consultó primero con unos homeless gringos - al parecer los duros del combo - antes de aceptar hablar. Sepúlveda le puso doce decibeles de ganancia a la cámara. - La imagen se ve borrosa y con mucho ruido, como si fuera una película vieja, con mucho grano; no tiene la calidad suficiente para ir al aire - comentó preocupado -.

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- Fresco, es un documento periodístico válido, - argumenté -. - ¡Bajo tu responsabilidad! – Insistió Fernando -. El mexicano habló sobre su pesadilla como indocumentado. Había quedado lisiado por una caída cuando trabajaba como obrero en una construcción; no le pagaron indemnización por ser ilegal; se desmoralizó y la depresión lo llevo a meter crack (bazuco); estaba echado a la perdición. El Salvadoreño llevaba cuatro días en Estados Unidos y estaba “haciendo contactos” para ubicarse en la ciudad; estaba como high por la manera parsimoniosa de hablar. Un gringo habló con franqueza sobre el sistema americano y lo calificó de inhumano y cruel: - No tuve una familia funcional, ni calor de hogar; mi papá es alcohólico y drogadicto, y mi madre está seis pies bajo tierra – confesó, mientras sostenía una chuspa de papel amarillo que adentro tenía una botella de algo -. - Soy un exponente típico del “white-trash” (basura blanca) americano. De pronto, una piedra rebotó contra una caneca de la basura; y otra; y una botella; y dos; y gritos de “Get out fucking pinches hijos de la chingada” Sepúlveda dio un berrinche terrible; se echó sobre la cámara y gritó atortolado: - Yo me voy, no tengo por qué estar aquí. - Se le veía desencajado. - No vaya a apagar la cámara, por favor... ¡Capta este momento! - No, no, yo ya la apagué... vámonos... vámonos. La botella de alguna bebida alcohólica explotó sobre la hoguera porque una llamarada súbitamente alcanzó dos metros de altura; el ruido de la explosión nos impulsó a correr hasta el auto de la policía. Fernando Sepúlveda tomó el primer vuelo que encontró al otro día para regresar a Bogotá y no volvió a ofrecer sus servicios a Cromavisión. En realidad, más que un camarógrafo era el presidente de la compañía y había venido para visitar gratis otro país, darse el caché de ser el camarógrafo de Pasaporte al Mundo, y pasarla rico. Los siguientes programas los realizamos en Venezuela y Trinidad –Tobago con Mauricio Pinzón como camarógrafo. En Caracas grabamos un ensayo de la Orquesta Sinfónica Juvenil en el Teatro Teresa Carreño; entrevistamos al compositor de música

501 ARMANDO PLATA CAMACHO llanera Simón Díaz, autor de la famosa canción “Caballo Viejo”; al médico, arreglista y compositor Aldemaro Romero quien se sentó al piano e interpretó una pieza de la denominada Onda Nueva de la Música venezolana, - todo un hit en los años setenta -; recorrimos de cabo a rabo la ruta del metro, para entonces uno de los más bellos y limpios del planeta; hablamos con Jesús Soto, el artista venezolano que se internacionalizó con el llamado “arte cinético”, una técnica de superposición de elementos basada en espirales en fondos de madera que recrean movimientos ópticos; viajamos a la Colonia Tovar, un pueblo fundado en el siglo 18 por inmigrantes alemanes, tan auténtico que nos pareció estar de verdad en Europa; fuimos a los estudios de grabación de Sono-Rodven, donde un joven baladista nos presentó su primer sencillo titulado “Yo que Te amé” - era un tal Ricardo Montaner –, y donde una agraciada jovencita nos tarareó “Sé cómo duele”, su debut en el disco: era la cantante Karina que después se volvió un ídolo de la juventud. También en Caracas, encontramos a dos colombianos destacados: Los hermanos Ezequiel y Álvaro Serrano. Ezequiel, con su esposa Anita Valencia, - del dueto Ana y Jaime – triunfaban con el Grupo Medio Evo, el cual se hizo conocido entre la juventud pensante de Venezuela por sus letras irreverentes, cargadas de humor y sarcasmo acerca de las profundas diferencias sociales de ese país. Por su parte, Álvaro Serrano era el duro del sello Sono-gráficas y los artistas que estaba produciendo eran un boom continental dentro del pop y la salsa: Yordano, Franco de Vita, Guillermo Dávila y Frank Quintero. En Trinidad Tobago sentimos un poco el rigor de viajar con presupuesto limitado ya que es un país costoso. Nos alojamos en el Hotel Victoria, famoso en los años veinte pero un completo desastre a la hora de nuestro arribo: Se estaba derrumbando, olía mal, tenía racionamiento de agua y el aire acondicionado no funcionaba. Puerto España, la capital, es un sitio pintoresco rodeado de exuberantes colinas verdes conocidas como el Northern Range. En esa área esta ubicado el Fuerte del Monte San Jorge, un monumento histórico construido en 1770 el cual está bien conservado. Desde ahí hicimos unas tomas maravillosas de la bahía.

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Por todas partes notamos el vestigio de la dominación Inglesa que vivió Trinidad-Tobago por varios siglos, y eso lo plasmamos en imágenes de la Calle Abercromby; la Casa Roja - símbolo arquitectónico de la isla -; la Avenida Frederick; y los Jardines Botánicos Reales, lugar donde se celebran la mayoría de los matrimonios. Por esos días de Febrero de 1987 se estaba celebrando el carnaval anual cuya atracción central es el desfile y concurso de bandas de acero - conocidas como Steel-Bands - donde grupos de hasta cien músicos tocan calipso, soca y ritmos caribeños en barriles metálicos; ¡algo alucinante!. Los Trinitarios saben lo atractivo y genuino que es su espectáculo para los turistas y son muy celosos con los medios de comunicación. No permiten que se grabe, a menos que se les paguen onerosos derechos de transmisión. Después varios intentos y súplicas logramos persuadir a los directivos y nos permitieron hacer una nota no mayor de cinco minutos, justo lo que necesitábamos. Durante un ensayo del desfile hablamos con el director de la banda más grande, un moreno guapachoso y sabrosón. Le preguntamos si tenía en su repertorio alguna canción colombiana y nos fuimos de para atrás cuando nos dijo que sí: La pollera colora. - ¿La podrían interpretar la noche de la final? - Sí, ¿por qué no? ¡Bingo! Que emoción de patria tan hermosa la que sentimos al escuchar, y grabar, la famosa cumbia del Barranquillero Wilson Choperena interpretada por un centenar de músicos trinitarios en sus canecas de acero. La cónsul de Colombia - hija del Filosofo y Jurista Abel Naranjo Villegas - nos contactó con un ingeniero que nos llevó en lancha hasta una de las primeras estaciones de explotación de petróleo, mar adentro. Nos contó que en Trinidad y Tobago la Merrimac Oil Company perforó uno de los primeros pozos del mundo en 1857 y el país pasó a ser uno de los principales productores de hidrocarburos durante los siguientes cien años. En general la pasamos bien en este país, excepto por la comida que es muy condimentada, y por un plato de algas marinas que me mantuvo con problemas estomacales.

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La gira la finalizamos con una visita relámpago a Isla Margarita, un verdadero paraíso tropical al norte de Venezuela. Llegamos a Porlamar, capital del estado de Nueva Esparta, un sitio árido, rodeado de bellas playas, varios campos de golf, áreas con el viento perfecto para practicar el deporte del windsurf, y montañas de hasta mil metros de altura. Como teníamos poco tiempo, se nos ocurrió hacer un programa tipo-reality mostrando un recorrido en Jeep por la Isla. En Juan Griego, uno de los sitios históricos y turísticos más bellos y más visitados al extremo norte, presenciamos un inolvidable atardecer: el azul del cielo y del mar se fundió en el horizonte, mientras una escalera de sol rojizo proyectada sobre las olas, nos transportó al infinito. Por la noche, la oficina de turismo nos invitó a un restaurante típico donde degustamos un exuberante plato de langosta recién capturada, al calor de un buen ron caribeño y conocidas piezas del folclor venezolano interpretadas por un grupo local. Al día siguiente, fuimos al centro de la isla, una región poco habitada, donde los nativos preparan bocadillo de papaya, un suculento postre exótico; luego pasamos por pintorescos pueblos de pescadores y terminamos en el distrito comercial de Porlamar con cientos de tiendas de productos importados, libres de impuestos. Cuando regresé a Bogotá recibí una invitación del periodista Juan Gossaín para asistir a su noticiero de la mañana en la cadena radial RCN. - Armando, - dijo Gossaín al aire - en estos micrófonos fuimos sus duros críticos cuando conocimos que iba a realizar Pasaporte al mundo. Hoy queremos felicitarlo porque está haciendo algo diferente, con notas periodísticas interesantes, de verdad que nos ha sorprendido. - Juan, gracias por su bondadoso concepto el cual me hace sentir bien. Enseguida comentamos algunas minucias de los viajes y cuando me preguntó sobre cómo conseguía los temas en tan corto tiempo, le respondí: - ¡Tenemos un magnífico equipo de preproducción!

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De hostales

En Febrero de 1987, durante la planificación de mi primera gira por Europa, noté que los costos de hotel, transportes y comidas eran extremadamente altos, entonces contacté a la organización Hostales Juveniles – Internacional Youth Hostel Federation - para que me permitieran pernoctar en sus pensiones y de paso mostrar cómo los estudiantes pueden viajar con muy poco dinero. Me enviaron un libro con las direcciones de los sitios, mapas e indicaciones sobre trenes y metros urbanos, así como una carta en la que me informaban que habían hecho una excepción ya que esos lugares son para personas menores de 26 años. El precio promedio de cada noche era de 12 dólares e incluía un desayuno buffet. Solo encontré unos pequeños inconvenientes: levantada a las 6 de la mañana, habitaciones compartidas con cuatro personas más, baños comunitarios, no se podía dejar ningún equipaje y el registro de entrada era solamente de siete a ocho de la noche. En esas condiciones iniciamos un recorrido de casi cinco meses por el viejo continente en compañía de mi esposa Myriam y el camarógrafo Enrique Rodríguez. En Madrid el periodista Daniel Samper Pizano y su esposa Pilar Tafur me dieron numerosas ideas, temas y contactos para posibles notas. Una de ellas fue “El destape”, la transición de la España conservadora orientada por El Franquismo - la dictadura de Francisco Franco – a la libertad total que para muchos rayaba en el libertinaje. Filmé muchachos fumándose “un porro”, la venta de heroína en La Gran Vía, revistas con desnudos, anuncios de favores sexuales a domicilio y exposiciones de arte que antes estaban censuradas. Entrevisté al Director Nacional de Turismo. - ¿Cuál es el mejor restaurante de comida típica de España? - Sin ninguna duda, Casa Lucio, preferido de reyes y presidentes del mundo. - ¿Podría ponerme en contacto con él? - Claro que sí. En la noche, Lucio me recibió en un salón reservado con un show culinario de tapas y exquisiteces inimaginable: Entre los

505 ARMANDO PLATA CAMACHO muchos platos que degusté recuerdo “Los huevos de Lucio”, una tortilla de huevos estrellados sobre papa frita a la francesa con glorioso colesterol, y un arroz de leche batido a fuego lento por cinco horas que sabía divino: Una mezcla de pudín, natilla y maicena. Hablé con dos colombianos destacados: El periodista Carlos Illián, reconocido crítico taurino de España, quien me mostró todos los recovecos de la famosa Plaza de Las Ventas; Y el oftalmólogo Carlos Rincón Barreto, un médico de Ramiriquí, Boyacá, que pagó su carrera jugando billar y llegó a ser el dueño de la clínica de radiotomía preferida por el jet-set europeo y los jeques Árabes, donde cada operación para eliminarles la presbicia les costaba un ojo de la cara. Un reportaje que llamó la atención fue el de un barrio de Madrid donde todas las calles tienen nombres de pueblos y ciudades colombianas. Las respuestas de los chavales fueron muy simpáticas: - Por favor, ¿dónde queda Barranquilla? - Mire usté, avance una cuadra hacia arriba y a la izquierda la encontrará. - ¿Y Chocontá? - Ah, está un poco más lejos, como a tres cuadras al norte, al lado de... chi... chipa... chipáquira. ¡Hostia! ¡Qué nombre tan hortero le han puesto! Luego de treinta horas en tren llegamos a Roma. Fuimos a los tradicionales sitios turísticos, entre ellos uno en la Plaza Navona, donde un síquico leyó mi mano en cámara. El puesto de quiromancia quedaba exactamente frente a Café Colombia uno de los negocios más conocidos del sector. - Vas a tener una vida larga... tienes tres hijos... y dos matrimonios...... ésta línea me dice que antes de cuatro años te vas a divorciar... Cuando el adivino dijo eso nos miramos con Myriam y nos reímos de la estupidez que acabábamos de escuchar pues estábamos muy enamorados. - Veo que te vas a vivir a otro país... Nos volvimos a reír: mi situación en Colombia era más que privilegiada. Despedí la grabación con este comentario: - ¡Bueno, que más se puede pedir por una consulta que cuesta menos de diez dólares!

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(Yo no creo en brujas, pero que las hay las hay: En Enero de 1990 emigré a Estados Unidos y en 1991, exactamente a los cuatro años ¡nos divorciamos con Myriam!) En la capital Italiana también hice informes sobre el estado soberano del Vaticano, la guardia Suiza, curas y monjas que vienen a hacer estudios bíblicos a la Universidad Gregoriana, y una visita con Kelly Velásquez por el mercado callejero de flores, frutas y verduras. El periodista Augusto Calderón, cónsul de nuestro país, me colaboró con contactos y permisos para grabar en algunos sitios históricos. Precisamente en el coliseo romano, por ahí, en medio de cientos de turistas, nos encontramos con un joven vestido de centurión, sandalias, escudo, espada y casco: Un auténtico soldado de la época de Julio César. - A Chincue dolari la fotografía, dijo il homo: Vio la cámara de televisión y subió el precio a veinte; nos escuchó hablando en castellano y nos abordó... - ¿Como están? ¿Se van a tomar la fotografía? - De donde eres preguntó Augusto, - De Villavicencio... Colombia. ¿Y ustedes? - Colombianos también. - Uy que chévere ver compatriotas... - Y qué hace un llanero aguantando frío por aquí... - El rebusque hermano... usted sabe... - Venga me cuenta su historia para Pasaporte al Mundo... - Uy... no me vaya a filmar... no me vaya a encochinar... por allá dejé culebras y no quiero rebotarlas. Como parte de nuestro periplo por Roma, Augusto me sugirió ir al sitio donde nació el maestro Orestes Sindici, autor de la música de nuestro himno nacional. Esta ubicada en la Vía de la luce 27 donde Celso Loretti da Corleone, montó una trattoria. - ¿Escuchó hablar del Maestro Sindici? - Muy poco, ocasionalmente algún turista lo menciona. - Celso, ¿ha escuchado el Himno de Colombia? - Nunca. De Roma fuimos al puerto de Génova invitados por Columbus 92, organismo coordinador del quinto centenario del

507 ARMANDO PLATA CAMACHO descubrimiento de América. Su director nos mostró la casa donde nació Cristóbal Colón, convertida en monumento histórico y atracción turística; la ciudad antigua y el atracadero de barcos. Seguimos para Milán donde nos esperaba nuestra compatriota, la soprano Zoraida Salazar. Nos llevó a conocer el famoso teatro La Escala, templo de la ópera donde ella había cantado varias veces; Y al Domo, una de las tres catedrales católicas más grandes del mundo. Al lado, en un concurrido centro comercial, donde convergen los pabellones de lujosas tiendas, en el piso está dibujada la figura de un toro hecha con diminuto baldosín de colores. - Párate en los testículos, me dijo Zoraida - ¡Imposible! - Del toro, tonto... gira sobre los tacones varias veces para atraer la buena suerte... es la costumbre en Milán. Las siguientes dos semanas las pasamos en Suiza viajando en tren de un lado para el otro desde Berna, nuestro centro de operaciones. Al principio me impresionó el orden, el verde de los pastos, los bosques, las casas sin cercas y la uniformidad arquitectónica; con el pasar de los días el ambiente me pareció monótono y aburrido. Sin embargo, la experiencia en ese país fue intensa en trabajo y emoción periodística: Logramos que algunos ejecutivos hablaran sobre “el secreto” de la banca Suiza; En el museo de la relojería en La Chaux de Fons, un pueblo del cantón que limita con Francia, nos mostraron el reloj que marca la hora patrón del mundo el cual se atrasa una diez millonésima de segundo cada cien años; En la planta de Pathek Philippe vimos el ensamble de un reloj de lujo; Y cuando visitamos una casa típica del siglo 17 entendimos por qué los Suizos desarrollaron esa habilidad artesanal única para trabajar con tanta precisión y exactitud: permanecían hasta cinco meses encerrados debido a las inclemencias del clima. El embajador Alfonso Fidalgo Moreno localizó a dos colombianos excepcionales: Thelmo Muñoz y Carlos Ospina. Thelmo, un pastuso muy inteligente, director de la Unión Postal Universal, máximo organismo regulador de correos, nos permitió filmar los intestinos del sistema de selección y distribución de cartas más avanzado en

508 Ser alguien ese momento; y nos llevó a las bóvedas del museo filatélico donde se encuentra la primera estampilla utilizada por el hombre; la puso sobre mi mano y comentó: - Esta es una pieza de incalculable valor que quisieran tener millones de coleccionistas. Pero si Muñoz era un duro, Carlos Ospina era un súper teso: Ingeniero, Físico, director de la comisión Suiza de control nuclear y miembro de la comisión atómica mundial. Un científico de Bucaramanga, muy sencillo, de hablar pausado, que solo se exaltó cuando habló de la irresponsabilidad del gobierno ruso al ocultar la verdadera dimensión de la tragedia de Chernobyl en la que el recalentamiento de un reactor nuclear causó cientos de muertos, miles de heridos y contaminó con radiación parte de Europa. Nos llevó a un cementerio de cremación y depósito de desechos radioactivos donde usamos trajes protectores para entrar. Con el Doctor Ospina vivimos un momento emocionante un sábado a las 11 de la mañana: Cinco mil habitantes de Wurenlinger nos estaban esperando para grabar un ejercicio militar. Sonó una sirena y se abrieron varias compuertas gigantes por las que entramos a una ciudad subterránea dotada con camas, servicio de acueducto, sofisticados sistemas de comunicaciones e interconexión bajo tierra con otras comunidades. - Suiza es de los pocos países del mundo que están preparados para una guerra nuclear; todas las semanas religiosamente hacen este ejercicio, explicó el científico.

Toneladas de salmón

Proseguimos nuestro viaje hacia Copenhague, capital de Dinamarca, en medio de un frío insoportable en Abril de 1987. Entre las cosas que grabamos en esa ciudad fueron: una visita a los jardines y parque de atracciones de Tivoli el sitio más popular; Stroget, la calle peatonal más larga de Europa donde están las mejores casas del diseño danés tradicional y contemporáneo; la bolsa del mercado de pieles, negocio criticado por las organizaciones defensoras de animales por la crueldad como los matan; avances de la energía

509 ARMANDO PLATA CAMACHO eólica que aprovecha los vientos del atlántico norte en esa nación; el castillo de Hamlet; Malmo, puerto estratégico a la entrada del mar Báltico donde esta la estatua de La Sirenita, uno de los cuentos del más conocido escritor danés, Hans Christian Andersen. Como contraste incluimos dos historias de drogadicción y alcoholismo: El parque de los punk, con cientos de muchachos con extraños peinados de colores, vestimentas estrafalarias, tatuajes y accesorios incrustados en el cuerpo; allí un jovencito dio un emotivo testimonio sobre su ninguna vida familiar y por qué prefería a sus amigos de traba y borrachera en vez de estudiar. Era un domingo por la mañana y los chicos se veían bien, pero bien pasados de rumba: dormían espernancados sobre las bancas, fumaban de todo, retozaban, o vomitaban su alucinante coctel de alcohol y grageas. La segunda historia fue sobre Christiania, una inmensa ciudadela hippie localizada en un cantón militar que las fuerzas aliadas utilizaron durante la segunda guerra mundial. En los años sesenta, el aumento en el consumo de droga y alcohol disparó el crimen, entonces, el país como solución concentró en ese sitio a miles de loquitos para que tuvieran un territorio de acuerdo a su estilo de vida alternativa, con su propio reglamento, gobierno y hasta escuelas para sus hijos. El experimento funcionó y de allí surgieron talentosos médicos, abogados, economistas, artesanos, artistas, actores, escritores y poetas de pelo largo y aspecto descuidado a los que les vale cinco centavos la sociedad convencional. Las áreas de baños, dormitorios y restaurantes son comunes; tienen tiendas de comida macrobiótica, talleres y hasta su propio banco. Una muchacha Argentina fue nuestra guía y nos llevó hasta la oficina de administración. Durante el recorrido Enrique Rodríguez grabó clandestinamente el despelote en el que vive la gente y sus instalaciones. Un residente se la pilló y en tono enérgico con un arma en la mano, nos ordenó abandonar inmediatamente el barrio. La Argentina trenzó por nosotros y nos pidió apagar la cámara. - Aquí la mayoría detesta a la prensa porque casi siempre manipula la información de acuerdo a los intereses de los grupos económicos y políticos que representa, dijo la mujer. Uno de los jefes de Cristiania nos autorizó estar solo media hora, tiempo que empleamos para visitar una pequeña fábrica de muebles

510 Ser alguien y artículos ornamentales en hierro forjado. Ningún residente aceptó hablar en cámara, excepto nuestra amiga. Pedro López Michelsen, embajador ante el reino de Dinamarca, nos ayudó a seleccionar varios colombianos importantes, entre ellos: Alicia de Francisco, destacada investigadora del Calberg Research Center. En su oficina, en la sede de la famosa cervecería Calberg, nos mostró algunos de sus trabajos sobre cebada y lúpulo así como su mascota consentida: un poderoso microscopio electrónico que magnificaba imágenes cientos de veces. El otro compatriota fue Jorge Holguín, un bailarín y coreógrafo considerado genio de la danza moderna que llegó a ser un director protegido del Teatro Nacional de Dinamarca. Ensayaba el estreno de una obra suya con música de los Carrangueros de Ráquira, algo completamente insólito, bizarro y exótico en esas tierras. – La madre del artista me contó que Jorge murió a las pocas semanas del reportaje -. Cuando el programa sobre Cristiania salió al aire en Colombia, el embajador de Dinamarca envió una carta de protesta a los medios de comunicación aclarando que su país era más que droga y alcohol. Varios miembros de la comunidad danesa me declararon “persona no grata.” Antes de nuestra partida para Suecia, Myriam regresó a Colombia. La despedida fue tan romántica como en una clásica escena de película: Su rostro estuvo a punto de quebrar el vidrio de la ventana cuando los vagones se alejaron y nuestra mirada se esfumó en la distancia en medio de lágrimas y pucheros. Eran los primeros días de primavera y en Estocolmo permanecía la evidencia de un crudo invierno: nieve, lluvia, frío y densa bruma. Nos alojamos en un viejo barco de madera convertido en hostal estudiantil, anclado frente al más exclusivo sitio de la ciudad: El Gran Hotel, donde pasar la noche costaba cuatrocientos dólares mientras nosotros habíamos pagado treinta veces menos; con una ventaja: desde la mitad de la bahía podíamos admirar mejor la ciudad antigua y la imponencia del palacio real. Con Enrique comimos salmón y mariscos hasta que nos supo a cacho, era lo más barato. La veda de carne duró todo el tiempo que

511 ARMANDO PLATA CAMACHO estuvimos en los países bálticos so pena de pasar la noche en la cárcel o pagar en especie por falta de fondos. Tuvimos suerte con los temas que logramos: Un recorrido por el teatro donde se entregan los premios Nóbel, la historia del teléfono en el museo de la Erickson, cómo los Suecos celebran una despedida de soltero, el mito de las Suecas y el cine porno de los años sesenta, el sitio donde fue asesinado el primer ministro Olaff Palme, las primeras computadoras para taxis, la primera red de telefonía celular en el mundo, y el estudio de Carl Miller famoso escultor de esa nación. El encargado de negocios del consulado Hugo Sierra Serrano amablemente nos dedicó todo su tiempo y nos conectó con más compatriotas que dejan una buena imagen, como Cecilia Mora, una de las voces de Radio Suecia Internacional; Liliana Tovar-Ressle, merchant de art minimalista; Y el investigador médico Manuel Patarroyo - Hermano de Manuel Elkin – con quien visitamos el famoso Karoline Institute, uno de los templos científicos del mundo donde desarrollaba importantes trabajos sobre cáncer. En Estocolmo nos pasó algo simpático: Liliana Tovar y su esposo nos invitaron a una recepción en su galería; de regreso a nuestro alojamiento, Mr. Ressle preguntó: - ¿Hacia dónde nos dirigimos? - Al Gran Hotel. - ¡Uyuyui, exclamó Liliana, estamos en la crema de la crema! Al momento de la despedida el Señor Ressle insistió en que le diéramos el número de nuestra habitación. Como no tenía alternativa, respondí: - Mira, en realidad estamos durmiendo en el yate que está allá. De Suecia pasamos a Finlandia. Viajamos en un crucero de lujo de la compañía Viking que parte de Estocolmo en la tarde y llega a Helsinki al día siguiente. Una salida espectacular: pasamos por cientos de pequeñas islas, bosques y barrios con uniformes construcciones de madera. Fue nuestra primera experiencia en un barco tan inmenso con capacidad para dos mil pasajeros, siete pisos de camarotes, casino, teatro, piscinas climatizadas, salas de cine, discotecas y un centro

512 Ser alguien comercial. Las primeras horas quedamos descrestados pero ya al final sentíamos la claustrofobia. Al paso de la monumental mole vimos salir disparados, a los lados, millones de diminutos fragmentos de iceberg que quedaron flotando sobre inmensas olas de agua blanca. En la sala de comando, el Capitán nos mostró la compleja tecnología computarizada y sistemas de radar que se utilizan para navegar con precisión mar adentro; luego nos invitó a comer, y el menú para variar, fue salmón y mariscos. Durante el viaje me hice amigo de Heidi Verlo una atractiva joven noruega que atendía la ruleta en el casino; y me llamó la atención la cantidad de avisos de una cadena de cafeterías con el nombre y la bandera de Colombia. En Helsinki pasamos las duras y las maduras por culpa de la lluvia y el idioma donde casi todas las palabras en finlandés se escriben con las letras J, K, Q y vocales con diéresis imposibles de asociar con cualquier raíz griega o latina. El castellano se habla tan poco que hay clubes de personas que se reúnen cada dos semanas para practicarlo. Pasaron los días y no estábamos conformes con las notas que habíamos conseguido: El proceso de la papa para destilar vodka, la zona rosa, el teatro de la ópera, y Helsinki en tranvía. Hacía falta algo de más pegue. Recordamos entonces los avisos de la cafetería Colombia que vimos en el barco. Tiene que haber algo más detrás, pensamos, así que averiguamos con el embajador Alfonso Venegas quien nos llevó hasta el propio presidente de la compañía: - Nuestra familia ha estado en el negocio de las importaciones, dijo el empresario-, en 1911 mi abuelo, el señor Pallarj, comenzó a hacer contactos con Colombia para traer café... para 1918, como puede ver en este libro, ya teníamos un comercio regular importante... el viejo viajó a su país... se enamoró de su gente, de su tierra y de la arquitectura del eje cafetero... con el advenimiento de la segunda guerra mundial las cosas se complicaron comercialmente... nuestras tropas quedaron sitiadas e incomunicadas en el círculo polar ártico durante la ocupación rusa, fue algo atroz... ¿y sabe qué? La mayoría de los soldados finlandeses sobrevivieron tomando café enviado como regalo por el gobierno

513 ARMANDO PLATA CAMACHO colombiano... Ya se imagina el agradecimiento y el cariño que desde entonces Finlandia tiene con Colombia. ¡Por eso mi padre orgullosamente le puso a todos sus negocios, y productos, el nombre y la bandera de esa tierra maravillosa! Finlandia es un inmenso territorio de ríos y bosques con temperaturas extremas casi todo el año. Para conocer un poco más sobre la arquitectura de sus casas y la industria maderera viajamos hasta Shanko, un típico puerto, donde mostramos un aserradero, y un sauna, conocido invento de esa nación. La mayoría de las casas lo tienen y usan fogones de leña sobre piedra para generar el calor, de ahí que las paredes de los cuartos se vean ennegrecidas por la acción del humo y el hollín. En mi insaciable afán de protagonismo quise grabar la experiencia de un auténtico baño sauna junto a varios nativos: A los pocos minutos ya estaba medio asfixiado y tan asado como un pollo; en medio de ese calor infernal, me dieron un manojo de ramas con hojas que picaban peor que la ortiga. - Péguese duro para que le circule la sangre, me decían, con fuerza hasta que le broten vetas. Me encontraba a punto del desmayo cuando abrieron la puerta y salieron corriendo hacia el mar. El camino estaba cubierto de nieve. Los seguí. En cada pisada sentí punzones de agujas hipodérmicas taladrando el talón de Aquiles. Todos se echaron al agua. Yo lo intenté cinco veces pero solo llegue a la altura del dedo gordo; cuando metí parte del pie, instintivamente grité: - Ay jueputa... ¡Enrique, corte... corte! Una de las escenas más divertidas de pasaporte al mundo. La gira por los países bálticos finalizó en Noruega. De Helsinki regresamos en barco a Estocolmo y de ahí a Oslo en tren. Nos sorprendió la calidad y el lujo de los vagones noruegos, impecablemente mantenidos, con sillas iguales a las de la primera clase en un avión, y un magnifico servicio atendido por azafatas uniformadas al estilo de los años cincuenta. Fallamos en la planificación: Llegamos un jueves por la noche, comienzo de un fin de semana festivo largo en el que todo estaba cerrado hasta el martes y la actividad en Oslo era mínima. Enrique

514 Ser alguien prefirió quedarse en la recepción del hostal ojeando de adelante para atrás y de atrás para adelante un diccionario Inglés – Español. Yo aproveché el tiempo libre para visitar a Heidi Verlo, la amiga que había conocido en el casino del barco días antes. Me dio la sensación de que los noruegos son amables y les gusta comunicarse con personas de otras tierras, contrario a la imagen que se tiene de Los Vikingos. Justamente, asesorados por la encargada de asuntos consulares Nasly Lozano, hicimos un recorrido por sitios emblemáticos de la cultura noruega como: El Museo Vikingo, donde había tres Dakares o pequeñas naves de menos de 25 metros, en las que uno no se explica cómo los vikingos fueron capaces de navegar por mares tempestuosos hasta Grecia y según algunos historiadores hasta América; El museo de Edvard Munch donde vimos “El grito” su pintura más representativa; Y el parque de esculturas Vigueland, lleno de impactantes trabajos en piedra que algunos cuestionan porque son un homenaje a la supuesta superioridad de la raza aria. Desde Trynvannstarnet, el mirador más alto del norte de Europa a seiscientos metros sobre el nivel del mar, hicimos tomas panorámicas de Oslo, sus fiordos, colinas y bosques circundantes. Entre los colombianos en cargos importantes encontramos en el mayor astillero de Noruega a un ingeniero mecánico samario encargado del montaje de los cascos en inmensos buques de carga; Y a Reinaldo Noza, un ingeniero de petróleos de Sogamoso que dirigía desde el Puerto de Stavanger toda la producción de las estaciones de exploración off-share en el mar del norte. (Al poco tiempo, una de esas estaciones explotó y se hundió como consecuencia de una descomunal tormenta dejando un alto saldo de víctimas fatales.) De regreso de Stavanger nos detuvimos en un criadero de salmón en cautiverio cerca de la marina de un espectacular fiordo. Nos ofrecieron un plato de salmón LAKS y bacalao TORK dos maravillas de la cocina Noruega. Entrevistamos a Elvira, una campesina colombiana convertida en próspera costurera y dueña de un taller de alteraciones de ropa: - A la gente aquí le aburre cambiar un botón o cogerle el ruedo a una falda.

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- ¿Y qué es lo que más extraña de Colombia? La pregunta le cayó como una patada en el estómago. Elvira cambió su aspecto... se demoró en contestar y con un nudo en la garganta murmuró: - ¡El plátano y la yuca! Luego se echó a llorar.

¡El negro Billy... ‘ora si es cierto!

Luego de una interminable noche en tren arribamos desechos a Hamburgo procedentes de Oslo. El ruido del paso de los vagones sobre las juntas de madera que sostiene los rieles en el piso no nos dejó dormir, además a altas horas de la madrugada trasbordamos a un ferry gigante sin bajarnos de los coches. - ¡Esta vaina tan pesada se puede hundir! Pensé, y me atacó la paranoia, es un ataúd con las puertas de emergencia cerradas. Ya en Hamburgo, hicimos las visitas de rigor a los sitios turísticos: la Catedral de Saint Michael, la plaza central, y la sede de la alcaldía. Allí entrevistamos a dos directivos del partido verde considerado en ese momento como un grupo político con propuestas exóticas medio hipíes. Hamburgo, el puerto más importante de Alemania, estaba celebrando sus 798 años, oportunidad única para asistir a un carnaval acuático, en donde cientos de embarcaciones inundaron el cielo con potentes chorros de agua como tratando de contener lenguas de fuego entre las nubes, en el que miles de buques pesqueros hicieron sonar al tiempo sus ensordecedores sistemas de emergencia obligándonos a poner tampones de algodón para proteger nuestros oídos; y en donde decenas de remolcadores repletos de músicos, algo panzones, interpretaron música de acordeón y canciones típicas de la región de Baviera. Entrada la noche el evento concluyó con un fastuoso espectáculo de fuegos artificiales. Sobre el firmamento los alemanes pintaron una sinfonía de colores con miles de destellos y explosiones, una memorable celebración entre penetrantes esencias de cerveza del barril, salchichas y repollo agrio. A nuestro lado siempre estuvo nuestro anfitrión: un gigante de dos metros de altura que desesperado por su vida miserable en Buenaventura un día se escondió en un contenedor de carga y se la

516 Ser alguien jugó como polizón hasta coronar Hamburgo, donde ahora era una reconocida superestrella de la lucha libre. ¡Qué historia! La del negro Pedro Antonio Rentería Murillo conocido en el ring con el mote de Billy Samson: un coterráneo valioso, humilde, genuino, casado con una rubia despampanante, tan alta como él. Pedro cargó sobre sus hombros a su hija de cinco años durante todo el desfile, sin decir ni mú, como en sus viejos tiempos de cotero. En Hamburgo también encontramos otros compatriotas interesantes: un buzo que soldaba y reparaba embarcaciones varios metros bajo el agua. - Nos pagan bien porque tenemos las horas contadas. Es muy riesgoso, un error en la descompresión y chao pescado. Nos mostró su oficina: un deshuesadero de embarcaciones marítimas donde tenía escafandras, aletas, trajes protectores, gafas, relojes y otros instrumentos propios de su especialidad. Un tercer colombiano berraco lo descubrimos en una hacienda a hora y media de la ciudad de Dusseldorf: un paisa de edad mediana, domador, chalán y principal instructor hípico en uno de los criaderos más importantes del mundo. - De esta región salen los mejores ejemplares de paso, salto, y los caballos de carreras más apetecidos a escala internacional. - ¿Y cómo llegaste aquí? - Un día el patrón, el dueño de esta finca, estuvo en una feria equina en Antioquia, me vio montando y me trajo; Y aquí estoy... aprendiendo cada día más sobre estas bestias. El último tramo de esta primera gira por Europa terminó en París donde estuvimos una semana. Desde un bus de turismo grabamos en video las principales atracciones de la ciudad que posteriormente usamos de fondo para ilustrar los reportajes, técnica conocida en el medio de la televisión como imágenes de apoyo. Luego nos concentramos en localizar más colombianos de mostrar, labor en la que nos colaboró el cónsul en la ciudad luz: Carlos Delgado Pereiro. Encontramos a: Heriberto Cogollo, talentoso ilustrador, pintor y artista gráfico figurativo. Natural de Cartagena, ha hecho portadas para Time, Le Monde y Paris Match. Cogollo invitó a sus panas y amigos, los artistas Darío Morales y Luis Caballero, pero se encontraban fuera de la ciudad.

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También localizamos a Ignacio Gómez Pulido respetado fotógrafo en los círculos intelectuales de Francia; Iván Jiménez, director del mantenimiento técnico de la inmensa flota de aviones jet Boeing en el viejo continente; Y un muchacho de Cúcuta que trabajaba por propinas como mimo al frente del Centro George Pompidou, para pagar sus estudios en la famosa Escuela de Mímica Marcel Marceau. En París pasamos dos tardes fuera de serie: una en la casa del escritor y periodista Plinio Apuleyo Mendoza - y su esposa la pintora Patricia Tavera - con quienes agotamos varias botellas de vino y jarras de café, hablando de política y guerrilla, sus temas favoritos; y la otra, un privilegio único: ver pintar al Maestro Fernando Botero en su estudio. Botero fue muy deferente y nos concedió el reportaje por gestión de su hermano Juan David, mi ex jefe en Atlas Publicidad. Conservo como reliquia el libro Filosofía de la Creación escrito por Marcel Paquet que me regaló el maestro con la consabida dedicatoria. Enrique Rodríguez terminó el viaje agotado física y emocionalmente. Contaba las horas para regresar a su casa. - En mi vida vuelvo a trabajar con usted, me dijo el último día mientras grabábamos en Los campos Elíseos. - ¿La ha pasado mal? - Mal es el pico... esto es muy malparido: tuve que cargar cinco maletas repletas de cintas de video, transformadores de corriente, luces, cables, la grabadora, la cámara, las pilas y mi ropa... mamarme viajes de dos y tres días en tren, pasar días a medio dormir, comer a deshoras, aguantarle sus locuras, y para colmo de males, la poquita plata que me paga no me alcanza ni para llevarme un hijueputa vestido... ‘Ora sí es cierto... ¡No me crean tan güevon! Entendí la reacción de Enrique: una cosa era la imagen que proyectábamos en la pantalla y otra la realidad de trabajar detrás de cámaras con las físicas uñas. A pesar de las restricciones económicas los camarógrafos se peleaban por salir de viaje. - No importa, yo le cargo las maletas, comentaban. Con uno nuevo, nos embarcamos hacia Indianápolis, Estados Unidos, donde a las pocas semanas se iban a celebrar los Juegos Panamericanos. Allí realizamos un completo documental con los preparativos de la

518 Ser alguien ciudad, las principales atracciones, sus sitios de interés, la infraestructura para las transmisiones de televisión, el centro de prensa, los escenarios deportivos y los ensayos de la ceremonia de inauguración en el autódromo donde se corren las 500 millas. Seguimos para Miami donde grabamos el especial “Un día con el Happy Lora”, el famoso boxeador de Montería que se encontraba en la cresta de su carrera. A estas alturas, Julio de 1987, las historias de éxito de los colombianos destacados en el exterior eran bastante populares por lo que aprovechamos nuestra estadía en “la capital de Latino América” para encontrar gente valiosa, como: María Camila y Germán Leiva gestores de la Zona Franca, un mega proyecto de 10 fanegadas de construcción cerca del aeropuerto internacional; El médico Eliseo Cadena, importante cirujano del Jackson Memorial Hospital; George Peláez, productor de comerciales de cine y televisión; Daldo Romano, empresario artístico; William Albornoz, activista político; Fuád Revéiz jugador de Football Americano; Héctor Lombana, escultor, con obras como Los Zapatos Viejos ubicada en la glorieta que une a Coral Gables, Coconut Grove y Cocoplum, tres vecindarios exclusivos de Miami. Era el comienzo de un grupo de quijotes que iniciaban la presencia de la radio colombiana en Miami, y eso lo registramos porque con un gran esfuerzo y escaso capital estos comunicadores alquilaban algunas horas en emisoras de AM para hacer programas de música, noticias, información comercial y promoción de nuestros valores culturales. Entre ellos figuraban Ernesto Lasprilla, Tony Miranda, Alberto Macacio, Carlos Mejía, Noé Castro, Víctor Manuel Velásquez, Iván Nossa Cardona, Orlando López, Jaime Flores Juan Guillermo Múnera, Álvaro Botero, Roberto Bengoechea, Fernando Escobar Giraldo, Carlos López, Ruddy García, Félix Ospina, Hernando Díaz Cobo, Tulio Pizarro, Ligia Rey de Quintero, el actor Alberto Jiménez, el periodista Enrique Córdoba y mi ex jefe en Caracol, Eucario Bermúdez Ramírez. Una década más tarde las cadenas RCN y Caracol llegaron pisando fuerte a la Florida y nuestra radio se convirtió en la más escuchada en el área del gran Miami, de inmediato fue reconocida por su indiscutible calidad en un universo donde las producciones eran demasiado empíricas y pueblerinas.

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En busca del trofeo... y del buen Roberto

Los viajes por el mundo continuaron en Portugal. Esta vez con el camarógrafo Eduardo Gómez y la productora Ana Cristina Peña. Llegamos en pleno verano: Un acelere total, calores insoportables, empresas en vacaciones, chichonera de turistas con mochilas al hombro, y playas y trenes repletos de gente apretujada como sardinas. Sin embargo, la pasamos deli haciendo reportajes interesantes sobre el cultivo del corcho, un árbol que demora catorce años para dar su primera corteza; el Santuario de la Virgen de Fátima; la pesca del bacalao; una noche de guitarras, luces y fado; de tour por Estoril, Porto y Setúbal; una corrida a la portuguesa donde está prohibido matar a los toros; Lisboa antigua, el palacio de Belem y el monumento a los descubrimientos. El Cónsul Alonso Botero Isaza nos sugirió hablar con Sor Teresa Ospina Cárdenas, una octogenaria monja antioqueña que dirigía un ancianato de caridad que era una verdadera tacita de plata; y con Antonio Loreira Ferreira, conocido diseñador de alta costura. Su esposa, la colombiana Clara Currea organizó un desfile de modas en su atelier únicamente para nuestra cámara. Fuimos de vinos y tapas al mejor restaurante de comida típica de Lisboa, y en la mitad de la fiesta el Señor Morinha, dueño del lugar, se emocionó tanto con el reportaje que le hicimos que terminó entregándonos frente a sus clientes una simpática condecoración: la medalla al mérito culinario Casa Alfonsina. El siguiente tramo fue por la costa del sol, un hermoso paraje de playas, lujosos complejos turísticos y costosas urbanizaciones en el sur de España a donde la mayoría de los jubilados europeos anhelan pasar sus años de retiro. Llegamos a un chalet de estilo colonial propiedad del médico Carlos Rincón Barreto quien nos invitó para que filmáramos otra de sus cirugías de ojos con técnica de radiotomía con bisturí. Rincón, hombre exitoso deslumbrado con el glamour del jet-set, cobraba diez mil dólares por una operación de cinco minutos, y tenía un pulso único para hacer milimétricas incisiones: - Si la cago dejo ciego al paciente, comentó en la sala de su casa en Marbella mientras agotaba una botella de chivas.

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Carlos andaba rodeado de una corte de hermosas mujeres, admiradores y protegidos a los que ayudaba desinteresadamente; inmigrantes recién llegados, maletillas y novilleros. Uno de ellos: César Rincón. - Mañana vamos a navegar en mi yate por el Mediterráneo, anunció antes pasar a sus aposentos. La experiencia fue descrestante. Claro que el yate de Rincón era una lancha en comparación con las tremendas naves de los petroleros y multimillonarios que estaban anclados en la marina de Puerto Banuse. - Grabe esa con dos helicópteros en la terraza y la blanca al fondo que parece un trasatlántico a escala, ordenó nuestro anfitrión. Aquí la gente viene a mostrar el billete y de verdad que tienen pasta los cabrones, concluyó. Lo que es la vida: El negocio de Rincón se vino a pique cuando se inventaron las operaciones con rayos Láser. Quince años después en Miami me contó lo arrepentido que estaba de haber botado millones de dólares en parrandas y maricadas. Marbella como playa fue una decepción: No hay arena, ni amarilla ni blanca, solo sitios repletos de camastros sobre piedra ennegrecida por la lama y tal cual pedazo de arcilla, nada que ver con la belleza del caribe. La ciudad ha hecho un buen trabajo de mercadeo apoyado por las revistas del corazón que venden a Marbella como el destino preferido de las grandes celebridades. La noche es otra cosa: rumba a la lata, restaurantes a tope, discotecas por doquier, pushers haciendo su agosto, damas y damiselas de mala, buena y vida aburrida, tiendas abiertas hasta la madrugada y artistas callejeros pasando el sombrero. Ana Cristina encarretó al administrador de una señora discoteca y nos dejaron entrar a filmar el concurso anual del mejor culo masculino. Medio millar de mujeres al punto del orgasmo gritaban enloquecidas cuando los candidatos mostraban sus colas por una ventana del tamaño de un televisor de 23 pulgadas. El ambiente y las féminas estaban tan calientes que supuramos sudor de la cabeza a los pies. El ganador nunca mostró la cara, solo el culo, y como sorpresa: el otro lado del cuerpo, lo que desató una puja de manos ansiosas por agarrar el trofeo. De España pasamos a Austria luego de treinta y seis horas de tren por la ruta Málaga, Madrid, Paris, Viena. Nuestro objetivo era entrevistar

521 ARMANDO PLATA CAMACHO a Roberto Soto Prieto, cuestionado hombre de negocios colombiano presuntamente envuelto en la desaparición de doce y medio millones de dólares desde las oficinas del Banco de la República en Bogotá. Soto llegó a nuestra cita en el Palacio Belvedere en Viena, con decenas de hojas, carpetas y escritos sobre los verdaderos autores del robo; dueño de una personalidad absorbente, habló sin parar, completamente exaltado, - hiper como dirían los gringos, - tratando de demostrar su inocencia. Era hijo de Jaime Soto el periodista de radio y televisión más temido en los años sesenta y setenta por la agresividad de sus comentarios a través de su programa Contrapunto. A raíz del escándalo, el viejo Jaime se dedicó a escribir un libro para defender el honor y la dignidad de su hijo, con tan cruel coincidencia que días antes de su publicación, Roberto fue detenido por la policía alemana por supuestamente estar vinculado a una operación de narcotráfico. Este episodio precipitó la muerte de Jaime en medio de una inmensa agonía de tristeza y desolación. Roberto Soto Prieto estaba conectado con las altas esferas de los gobiernos de Alemania y Austria, y entre sus otros negocios era exportador de productos químicos a los países de la cortina de hierro. Gracias a sus influencias, Soto logró que nos abrieran el Museo de los Tesoros Austriacos para admirar una de las esmeraldas Colombianas más grandes del mundo: una hermosa y descomunal gema entregada por los conquistadores a los Reyes de España que pasó posteriormente a la Casa de Austria como parte de sus acuerdos dinásticos. Roberto también obtuvo permiso para que pudiéramos grabar el novedoso proceso de excavación de un túnel en la Ringstrasse - anillo central de Viena - por donde iba a pasar un tramo del sistema de transporte masivo. Los contratistas congelaban el suelo inyectándole nitrógeno líquido mientras poderosas dragas iban abriendo camino a gran velocidad, en un diámetro de doce metros. Nuestros días en Viena fueron gratos: hablamos con funcionarios de la oficina antidrogas de Naciones Unidas; notamos que el río Danubio no es azul sino gris; entramos a la casa de Johann Strauss; paseamos por los bosques; asistimos a dos conciertos con música de Mozart en el Palacio de Schonbrunn y en la Catedral de la Estefanía; y nos dijeron

522 Ser alguien que el baile del vals con el que sueñan millones de quinceañeras en el mundo entero, es un cuento multimillonario bien montado. Encontramos colombianos exitosos como una investigadora que esteriliza moscas para combatir de manera natural ciertas plagas en los cultivos; Orlando Rengifo, un diplomático que canta ópera; Jorge Álvarez, dueño de un exclusivo gimnasio deportivo en Viena; y Edmundo Taussig Shaw, veterinario barranquillero a cargo de los famosos caballos lippizaner, de la escuela de equitación española, popular atracción turística de Viena. Seguimos para Munich, sede de la BMW, cuyas oficinas tienen una arquitectura muy original: un edificio de círculos unidos en forma de pistón. En la Catedral de la Virgen oramos para que nos llegara un giro prometido por Cromavisión, antes de salir de Bogotá; en la plaza central de la ciudad, llamada Marienplatz, vimos el carrillón, un espectáculo de figuras medievales que giran al compás de la música y el tic-tac del reloj. A ciertas horas; nos deleitamos con el nadar de cientos de patos en los canales y estanques en el Palacio Barroco Nynphenburg; y quedamos boquiabiertos bajo la atrevida cubierta en forma de tienda, a 290 metros de altura, ubicada a la entrada del Parque Olímpico construido para los juegos de 1972. A propósito de esos trágicos juegos, nos alojamos en la Villa Olímpica, en el mismo edificio en el que un grupo de terroristas secuestró y dio muerte a varios atletas de Israel, hechos que se recrean en la película de Steven Spielberg: “Munich”. La ventana de nuestro dormitorio daba exactamente al frente del sitio donde el locutor Carlos Pinzón realizó en directo la transmisión histórica de ese nefasto episodio, a través de la cadena radial Caracol. Pinzón fue uno de los pocos periodistas que casualmente quedaron atrapados, micrófono en mano, en medio de la fatídica acción. Nosotros también quedamos atrapados en Munich durante una semana, más bien varados, pues Cromavisión nunca envió el dinero prometido. No tuvimos otro camino que abortar un viaje que incluía países como Hungría, Bulgaria, Rumania, Yugoslavia y Albania. En Bogotá el alegato con Jaime Grisales fue mayúsculo al dejarnos colgados de la brocha en Europa. - Hermano cómo nos hace eso, ¡No sea hijo de puta!

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- Fresco chino. Usted sabe como es este negocio... la gente se demora en pagar... fue su respuesta con una sonrisa cínica en el rostro. A Grisales, como a la mayoría de empresarios del medio en ese tiempo, les interesaba muy poco invertir en una buena producción de televisión; sus expectativas eran a corto plazo, dada la inestabilidad del negocio que siempre fue manejado al tenor de los intereses políticos del momento; de hecho tener un programa era parte del ponqué de prebendas del gobierno de turno. Además, ya se hablaba de la inminente privatización de los canales en los que Caracol y RCN, serían los únicos favorecidos dada su solidez financiera, dejando por fuera a medio centenar de pequeñas compañías productoras como la nuestra. - El futuro no lo veo muy claro, fue mi analogía. Armando: hay que buscar nuevos rumbos porque esta vaina va de mal en peor. Esa fue la primera bandera roja sobre el futuro y vigencia de mi carrera.

Mandas, pitucos y cachilas...

En Octubre de 1987 iniciamos con el camarógrafo Mauricio Pinzón una gira de diez semanas por algunos países de Centro y Sur América. En ciudad de Panamá hablamos con un nuevo cantante de Puerto Rico que estaba pegando la canción Fiesta en América: Chayanne; y con Hernán Posada un comunicador que hacía patria con su programa radial estampas colombianas. En Colón, el cónsul Alfonso Esquivel nos presentó a los ricos de la zona franca. Después de la entrevista nos contó lo peligroso que era el centro del puerto y cómo el auge de la delincuencia alejó el turismo. Luego nos invitó a un refresco. Entretanto, en un abrir y cerrar de ojos los muchachos le abrieron el carro y se llevaron todos sus objetos personales. A propósito de rateros, asistimos en Portobelo a uno de los más curiosos ritos católicos que confirma el conocido adagio: El que peca y reza, empata. Se trata de una multitudinaria peregrinación al santuario del Cristo Negro de Portobelo a la que llegan miles de personas para pagar mandas y promesas, entre ellas arriban cientos de malevos, sicarios, prostitutas y hampones de todos los calibres. Cada uno de estos personajes entra al templo caminando de rodillas y deja sobre la imagen de Nuestro Señor un objeto valioso producto de sus corones. Al terminar

524 Ser alguien la ceremonia, la iglesia queda llena de costosas ofrendas como cadenas de oro, diamantes, relojes, pulseras, anillos, collares, joyas, billeteras, espejos de carros, y proyectiles vacíos. A pesar de nuestra insistencia, el párroco del puerto declinó hacer comentarios al respecto. Pasamos a Lima, una ciudad caliente donde pocas veces llueve, por eso en sus cinturones de miseria miles de familias sin techo duermen bajo improvisadas tiendas hechas con una estaca y un pedazo de tela, mientras en barrios como Miraflores y San Isidro se alzan opulentos palacetes habitados por aristócratas conocidos como pitucos. Charlamos con el humorista peruano Luis Felipe Angell de Lama, más conocido como Sofocleto o Don Sofo, hombre que puso en aprietos a varios gobiernos con sus cáusticas, irreverentes y divertidas críticas; y con Mariela Trejos, la actriz colombiana que era toda una superestrella en Perú desde su actuación en la telenovela Simplemente María. La bohemia la vivimos en Barranco, un sector colonial transformado en antros, cafés, librerías, bailaderos, centros de poesía, teatro y conciertos. Preguntamos por el puente de la alameda que canta Chabuca Granda, y el puente de los suspiros, y la respuesta nos la dio Piedad de la Garza, reina eterna de la tenida; carismática octogenaria que esa noche esfumó dos paquetes de cigarrillos y resto de copas de pisco-sour. También mostramos la otra fiesta: la del pueblo-pueblo, las polladas de los chichódromos, donde cientos se reúnen para bailar salsa y la cumbia chicha, una variante lenta de nuestro ritmo insignia. Seguimos para Paraguay el país del pájaro chogüi, donde se conserva el ancestral rito del mate y el tereré: el momento en el que se chupa la bombilla dentro de la guampa con la mágica infusión fría o caliente de yerba mate, una ceremonia que reúne a los habitantes para charlar o hacer negocios; Paraguay la tierra que produce deliciosos espárragos y palmitos; donde crece silvestre el áloe vera, y la estevia, poderoso endulzante natural. A orillas del Río Paraná grabamos una cumbia con el Cuarteto Imperial, un grupo colombiano compuesto por ex integrantes de Bovea y sus Vallenatos que emigró para hacer futuro y se encontró con la gloria entre la pampa y la cordillera. Eran los Dioses de la música tropical en el cono sur.

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Pasamos por Ciudad Presidente Strossner - rebautizada Ciudad del Este cuando cayó el perenne dictador Alfredo Strossner – donde encontramos productos importados a mejores precios que en los dutty - free. Se nos fue la respiración al ver la mayor hidroeléctrica del mundo conocida como Itaipú, un mega proyecto binacional desarrollado por los gobiernos de Paraguay y Brasil que genera más electricidad que la de diez plantas nucleares juntas. Con cascos amarillos, anteojos protectores y arneses de seguridad nos subimos a una torre de control para grabar la majestuosidad de esta descomunal obra que empleó treinta mil obreros y gastó quince veces más cemento que el eurotúnel que conecta a Francia con la Gran Bretaña Y nos fuimos de para atrás con un sitio infinitamente grandioso construido por un ser superior hace doscientos mil años: las Cataratas de Iguazú. La maravilla de las maravillas, donde se siente el poder de la naturaleza y la diversidad de la vegetación subtropical. La recorrimos a pie desde los lados de Brasil y Argentina, y por aire en helicóptero. La experiencia máxima: Cuando el piloto entró a la garganta del diablo, giró el aparato a cuarenta y cinco grados y entramos en barrena hacia un arco iris de caleidoscópica belleza proyectado en una densa capa de niebla y rocío, producto de la violenta caída de las aguas. Completamente absorto por la hermosura de las imágenes que estábamos capturando pensé que nos estábamos arriesgando demasiado pues por unos eternos segundos quedamos desorientados; Ojalá no nos pase nada, me dije, pero si nos pasa, sería como morir en los brazos de Dios. Continuamos en bus camino al Gran Buenos Aires atravesando la pampa; llanos, veredas, Rosario y Santa Fe. Dos días sentados en un pullman hacen mella en cualquier humanidad y nosotros no fuimos la excepción. - Te ves podrido, me dijo el médico siquiatra Hernando Pastrana – Tío de Andrés – antes de un reportaje que le hice para conocer por qué hay tanto psicólogo y siquiatra en Argentina. Vencido el cansancio, nuestra estancia fue del putas: En el cementerio de la recoleta, Juan Gustavo Cobo Borda leyó uno de sus poemas; y en una banca del parque central en San Telmo el

526 Ser alguien cantante y animador Mario Clavel lloró recordando sus días como director de la Hora Phillips en la cadena Caracol. El periodista Pepe Romero, cónsul en Buenos Aires, nos sugirió ver un partido de polo en Palermo y uno de fútbol en la Bocanera, escuchar tango malevo en Boca y comer un bife de chorizo en la costanera: - Ah... pasen por el puerto viejo, filmen sus galpones, las estructuras de hierro y ladrillo de color ocre del siglo XIX; pilas que lo van a reciclar como oficinas, cines, restaurantes, bares, y viviendas... se va a conocer como Puerto Madero. Nos dimos un banquete de memorables reportajes con tres grandes estrellas de la música Argentina: En el Teatro Ópera, Marianito Mores, el autor de La Cumparsita, Adiós Pampa Mía y trescientas canciones más; en la sede de SADAIC, la sociedad de autores, Ariel Ramírez compositor de la célebre Misa Criolla; y en el Luna Park, una de mis entrevistas estrella: El maestro Ástor Piazzola. ¿Algo mas? Sí, una tarde de domingo en velero por Tigre, el delta del río de La Plata que forma cientos de pequeños islotes. De ahí salimos para Uruguay en una extraña nave con esquíes llamada aliscafo la cual flota sobre el agua a gran velocidad. Fueron dos estrepitosas horas de continua y brusca vibración, aún más intensa que las convulsiones del mal de sambito. Nos bajamos en Colonia, un puerto donde la mitad del parque automotor está compuesto por automóviles de los años veinte, treinta, y cuarenta, en perfecto estado; un sueño para cualquier coleccionista de carros antiguos y usados. - ¿Por qué hay tanto cacharro viejo? - Les llamamos Cachilas y es un residuo de la bonanza de la primera mitad del siglo veinte cuando Uruguay y Argentina alimentaron al mundo; está prohibido venderlas a extranjeros. Vuelve y juega: otro tramo en bus, hasta Montevideo, otra capital que conserva un estilo de vida muy europeo. Descomunal la parrilla del mercado del puerto: le caben por lo menos tres reses incluidos los chinchulines. Allá llegamos a la hora del almuerzo luego de una visita a la sede de ALALC, la asociación latinoamericana de libre comercio. - Si los argentinos comen carne, los uruguayos la devoramos, comentó un paisano y nos ofreció una deliciosa copa del vino de la casa, que es más bien el vino del mercado público.

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Camino a Punta del Este hay otra punta: Punta Ballenas, una linda bahía con hoteles, resorts, y una montaña de la que sobresale una exótica construcción de color blanco con recovecos que se pierden entre las rocas desafiando la gravedad. - Qué sitio mas corrido... ¿de quién es? Le pregunté a nuestro guía. - Se llama Casa Pueblo, es un hotel de don Carlos Páez Vilaro, un pintor loco... padre de uno de los sobrevivientes de los Andes... - ¿De los que se vieron abocados a un episodio de antropofagia? - De los mismos Subimos a Casa Pueblo. - ¿Está Don Carlos, o su hijo? - No, están de vacaciones en Europa.. Punta del Este es el balneario más costoso del sur del continente, con zonas residenciales bien diseñadas y elegantes, iguales o mejores que Coral Gables en Miami. La ocupación hotelera estaba llegando a su tope; comenzaba la temporada de diciembre de 1987. De regreso a Buenos Aires tomamos el Vapor de la Carrera un buque con incómodos camarotes que parte de Montevideo a las 7 de la tarde y llega a Argentina a las 9 de la mañana. - Aun nos queda una semana, vamos a Chile, le dije a William. ¿Y los tiquetes? Me preguntó. Tranquilo que yo encarreto al gerente de la Eastern. El gringo me autorizó dos pasajes a Santiago. - No se olvide darnos crédito, fue su única y lógica exigencia. En Santiago de Chile me recibió Juan Manuel Hernández, ex compañero de trabajo en Atlas Publicidad y en ese momento Presidente de la Agencia Leo Burnet. - Chupo, mañana le cuento qué vainas podemos mostrar de aquí. Y la mañana llegó, pero la oportunidad no. Jaime Grisales me llamó urgentemente desde Bogotá para informarme que Cromavisión entraba en liquidación porque solo les adjudicaron dos horas en la nueva programación. - ¿Y pasaporte al mundo? - Se acabó. El gordo Héctor Mora nos jodió; le dieron El Mundo al Vuelo con Colombiana de Televisión - ¿Y qué va a pasar con todo el material que grabé en este viaje?. - ¡Métaselo por el directo mijo porque este negocio se acabó!

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Confieso que quedé desubicado: Me había acostumbrado a los viajes, al boato y al aparente poder de la cámara. Ahora, de nuevo enfrentaba el predicamento de encontrar trabajo para mantener a mi familia, que entre otras cosas, poco me veía en casa. (Una de las cosas que mashe lamentado en mi vida fue haberle fallado a mis a mi hijos Juanita, Christian y Catalina en cosas tan trascendentales como acompañarlos a una competencia deportiva, llevarlos a un parque o alternar con sus amigos. Una persona que me ayudó mucho en su formación, además del excelente trabajo de sus respectivas madres, fue la educadora Gladys Hernández de Bravo propietaria del colegio bilingue John Dewey. Gladys fue una de las primeras en implementar un sistema educativo menos protectivo en el que los niños son independientes, toman sus propias decisiones, son concientes de su responsabilidad y afrontan las consecuencias de sus actos.) Cromavisión licenció gran parte de su personal y se dedicó a programar especiales los días festivos, uno de ellos fue Cromashow, musical del cual fui director y presentador; De otra parte, conseguí un programa de videos los miércoles a la una de la tarde en la cadena dos, con Datos y mensajes, bajo la dirección del periodista Aris Voguel; Y mi colega Jorge Barón eventualmente me llamó para que le reemplazara en la presentación de Embajadores de la Música Colombiana, y Nostalgia, dos programas de su empresa. Sobre mi trabajo con Jorge Barón tengo buenos y regulares recuerdos. Siempre admiré su gran capacidad como emprendedor pero me fastidiaba su estilo a la hora de pagar: Le gustaba llamar angustiado a sus proveedores de servicios para pedirles rebaja en los honorarios, que de por sí ya eran bajos. Jorge podía demorarse al teléfono el tiempo que fuera necesario hasta obtener un descuento y montaba dramáticas y conmovedoras historias sobre su situación económica. Las primeras veces me convenció, luego noté que la necesidad de establecer su superioridad era algo innato en su personalidad. Para compensar aumenté mi tarifa. Para redondear mis ingresos me dediqué a producir videos institucionales para empresas como la Industria Licorera de Caldas, Everfit y Cocentral, actividad que fue bastante rentable. Llegué incluso

529 ARMANDO PLATA CAMACHO a explorar la posibilidad de realizar audiovisuales combinando el video con la proyección de filminas, técnica conocida como multi-imagen. Viajé a Phoenix, Arizona, al Congreso Mundial de multi-imagen en compañía de Andrés Silva, un acomodado publicista de Anapoima que tenía un completo laboratorio fotográfico y los equipos para sincronizar diapositivas con el sonido. Andrés soñaba con ganar un premio internacional como realizador de multi-imagen y que el nombre de Colombia se conociera en ese campo. En Arizona vimos con Silva proyectos fuera de serie, en especial una producción sueca para el lanzamiento de un automóvil llamada extravaganza con juegos pirotécnicos, sesenta proyectores de filminas, diez pantallas de video, ballet, luces, y un sistema de sonido sensurround. Aunque me descrestó el concepto, lo sentí poco viable en nuestro país debido a los costos y a mi regreso preferí seguir con mis modestos videos corporativos. Cromavision ese año también me contrató para dirigir y animar las primeras transmisiones por televisión de los reinados de la feria de Manizales, la cosecha de Pereira, Nacional del Café de Armenia, La Chapolera de Calarcá y la Canción colombiana en Villavicencio. En estos proyectos trabajé con Karin Nader un médico de Pereira que abandonó el estetoscopio y la consulta clínica por lo que verdaderamente le gustaba: la buena fotografía en video. Karin con su empresa Televisar fue además de excelente videógrafo, el primer proveedor de servicios técnicos de televisión en esa región y uno de los gestores del cable en el viejo Caldas.

530 Ser alguien Apuesta doble

En Julio de 1988, Germán García y García propietario de Gegar Televisión, me propuso la animación de Domingos Gigantes, uno de los programas insignia del género concurso infantil. Mi compañera fue la conocida locutora de Medellín Vicky Trujillo, la supersónica. En mi afán de no perder vigencia cometí la ligereza de aceptar. Al programa ya le había pasado su cuarto de hora, y mi estilo como presentador no encajaba en ese formato que requería de alguien más enérgico, dinámico, con cierta dosis de empalago y provocación. Cada grabación fue una tortura para mí. Sin embargo, la relación de negocios con Germán dio un buen fruto: El festival de la canción de Viña del Mar. García y García era un hombre mayor de sesenta años enamorado de la música; había sido empresario de espectáculos, le gustaba descubrir talentos, tenía con Silvia Moscowitz una escuela para formar artistas, y soñaba con manejar una súper estrella. Un día se enamoró perdidamente de Edna Rocío, una agraciada jovencita de dieciocho años, integrante de su academia, y se casaron en medio de los consabidos chismes y habladurías de la farándula. García tenía contacto con festivales de canciones en algunos países y para lanzar a su nueva esposa pensó en Viña del mar, Chile. - ¿Cómo te parece la idea? - Excelente, le dije. - Consíguete los pasajes y yo corro con todos los gastos. Sometimos a consideración el tema Te propongo compuesto por Fernando Garavito, y fue aprobado por las directivas del festival. Saltamos de la dicha: Nos habíamos unido dos soñadores, dos hacedores de estrellas frustrados. Disfrutamos horas enteras haciendo cábalas y planes sobre cómo promocionar a Edna Rocío. Le dimos una apariencia juvenil moderna y mandamos hacer cajas enteras de afiches y tarjetas postales.

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Desde el primer momento tuve el pálpito de que la podíamos hacer y me preparé para ello con una mentalidad triunfadora, incluso arriesgando bastante al afirmar que íbamos a ganar. Le vendí la idea de transmitir en directo desde Viña a Ricardo Alarcón Gaviria, Presidente de Caracol: - Dame un tiquete a Chile como pago de mis honorarios y si ganamos me pagas el doble. - Aprobado. A Roberto Pombo, director del noticiero TV Hoy, y a Enrique Santos Calderón de El Tiempo les propuse una corresponsalía del festival, con la posibilidad de que me pagaran el doble si ganaba Edna. Aceptaron. Un mes antes del festival, final de Enero de 1989, llegamos a Santiago con el plan de visitar los medios de comunicación presentando a nuestra artista. La china tenia su pegue con el público masculino: su carita de yo no fui nos abrió puertas y compuertas; tenía agilidad mental, chispa, sentido del humor, simpatía, sexy, se movía más o menos en el escenario y cantaba afinada; en resumen: el package de un artista moderno en un ochenta por ciento. En la ruta hacia Viña del Mar colocamos afiches en bombas de gasolina, restaurantes y paradores turísticos; y ya en el puerto, inundamos los hoteles y lugares adyacentes con afiches, volantes y fotos, como en una campaña política. Edna saludó a los miembros de la prensa y a los caballeros les guiñó el ojo con picante y fina coquetería. En lo estrictamente musical fue decisiva la colaboración de Poncho y Pancho: Luis Poncho Venegas, productor y arreglista y Pancho Aranda, director de orquesta. El festival de Viña del mar celebraba sus treinta años y duró mas de una semana con competencias regionales, bailes típicos chilenos y rondas eliminatorias de las canciones internacionales. Edna se mostró nerviosa e insegura la primera vez que cantó Te propongo. - ¿Cómo la viste? Preguntó Germán preocupado. - Bastante regular. A García le chocó algo mi objetividad y comenzó a justificar la mediana actuación de Edna más como esposo que manager.

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La Quinta Vergara es un monstruo que acaba o consagra artistas y Edna quedó en el centro de la balanza donde una pequeña falla iba a provocar la rechifla de veinte mil personas. ¡Qué competencia tan jodida tuvo la colombiana! Especialmente la de un cantante africano que prendió las graderías con un seductor movimiento de caderas y un carisma que trastornó al público femenino. Esa noche el matrimonio García tuvo su pelotera: Germán la vació como papá furioso y Edna se petrificó como nieta achantada. La prensa fue benévola y ubicó a Te Propongo como la segunda canción favorita después del Africano. Germán apeló a la sensibilidad al comentar en las entrevistas sobre el gran futuro de la linda jovencita colombiana que estaba a punto de ganar. Al tercer día vino la primera ronda eliminatoria en la que solo pasaron tres canciones de ocho. Edna clasificó, al igual que el africano. Dos días después tendría que enfrentarse con los tres ganadores de la noche siguiente. El festival entró en su mejor etapa con la presencia de estrellas como Shirley Bassey, REO Speedwagon, Luis Miguel, Chayanne, Laura Brannighan, Wilfredo Vargas y Lucía Méndez.. Durante el concierto de REO Speedwagon me oriné de la dicha, no solo porque los pude entrevistar sino porque el ingeniero de sonido me permitió estar a su lado viéndolo mezclar en una consola de 48 canales. Para la semifinal, una costurera le subió dos centímetros a minifalda de Edna y un batallón de voluntarios entregó miles de hojas volantes con la letra de la canción, a la entrada de la Quinta Vergara. Era su última oportunidad y la pelada la echó toda y logró entrar a la gran final; pero el Africano seguía ahí, sobrado. A decir verdad, a estas alturas la canción del moreno estaba bien pegada en la radio y era la favorita del público. - ¿Chupo, qué se te ocurre para bajar al negro? - Germán, trabajemos el jurado. Durante la final éramos una mata de nervios. La transmisión por Caracol arrancó a las 8 de la noche, y con aparente calma, reafirmé el seguro triunfo de Colombia. Edna salió al escenario con una culi-

533 ARMANDO PLATA CAMACHO falda de fina seda blanca, un peinado leonado y tacones altos. Siguió al pie de la letra nuestras instrucciones: Cantar sonriendo y mirando fijamente a los ojos de los miembros del jurado presidido por Maurice Jarre, el famoso compositor ganador del Oscar de la Academia por Dr. Zhivago. De nuevo la actuación del artista africano fue espectacular, pero con un error: en medio del paroxismo expresó su sobradéz con movimientos que no denotaban humildad, como debe ser en estos casos. Cuando el animador Antonio Vodanovich iba a anunciar la Gaviota de Plata para el mejor intérprete, hizo una pausa larga, un desesperante bache de cinco segundos al aire. Cuando dijo: Edna Rocío, automáticamente pensé en los cheques más gordos que iba a recibir de El tiempo y TV HOY. El público se dividió en aplausos y chiflidos: los seguidores del morocho protestaron pero la potencia del sistema de amplificación del sonido los opacó. La angustiosa tensión continuó hasta el momento de conocer la canción que recibiría el máximo galardón: - El país ganador, dijo Vodanovich, es Colombia, con el tema Te propongo del compositor Fernando Garavito. Germán García salió disparado para el escenario, mientras yo, enredado entre cables y micrófonos, me despaché un discurso con toda la clásica prosopopeya veinte-juliera característica de nuestros políticos: lo habíamos dicho, lo habíamos pronosticado, primicia de Caracol, cosas así. Por primera vez Colombia ganaba los dos máximos premios; en 1974 la excelente cantante de Cali, Noemí, ganó una gaviota como intérprete. Epílogo de la historia: Te propongo no pegó en la radio. El matrimonio de los García terminó al año del triunfo. Edna Rocío lanzó un LP con Codiscos que fue un fracaso comercial y su carrera se eclipsó. Se casó con un diplomático gringo con quien vivió en Washington. Se volvió a separar. Intentó renacer en la música y en la actuación, con poco éxito. Germán García sufrió serios reveses económicos y de salud; salió de la televisión y dedicó sus últimos días a su otra pasión: la cría de perros en Gegar Kennels.

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¡Zafa Jirafa!

A mi regreso de Chile, entré a Caracol pisando fuerte: era el momento de reclamar mi cheque extra y de rematar la venta de un proyecto que durmió sobre el escritorio de la presidencia un par de meses. - ¿Cómo le quedó el ojo Dr. Alarcón? - Don Armando, lo felicito, usted es un mago. - Gracias, no eche en saco roto mi propuesta de lanzar una emisora para la gente joven. Me seducía la idea de destronar a la emisora de la Cadena Súper 88.9 FM, posicionada como la número uno entre los muchachos. Por esos días había reunido a mas de sesenta mil almas en el estadio El Campín durante el Concierto de Conciertos, el mayor espectáculo de rock de los años 80. Organizado por Felipe Santos y Armín Torres, se consideró el evento como una oportuna jugada política en busca del voto joven del entonces Alcalde de Bogotá, Andrés Pastrana. - Arranque con Radio Activa, me dijo Alarcón. - ¿Radio Activa? - Así se llama su proyecto. Me asignaron como oficina un salón inmenso en un edificio desocupado en plena zona industrial de Bogotá, en la Carrera 39 A # 16-31, donde iba a funcionar la nueva sede de Caracol. Los primeros días daba miedo entrar: No había agua, ni electricidad, solo una mesa y un teléfono. La cadena recién había adquirido a Radio Sutatenza, la emisora más poderosa de Colombia, con transmisores de 100 Kilovatios en AM y unas bodegas inmensas que fue a donde me enviaron. A las pocas semanas llegaron el gerente de producción Alberto Díaz Mateus y el arquitecto encargado de la remodelación de las nuevas instalaciones. Integré un equipo de estudiantes de diferentes facultades de comunicación para diseñar la programación de Radio Activa, hora a hora y día a día, teniendo en mente cómo dividir la audiencia de 88.9 FM y cómo ganar nuevos oyentes jóvenes. Me concentré en motivar a los vendedores de comerciales y acompañarlos a las Agencias de Publicidad para hacer presentaciones de lo que iba a

535 ARMANDO PLATA CAMACHO ser nuestra nueva radio. Intuí que mi futuro dependía más de la rentabilidad del proyecto que de los números de audiencia. Jorge Vargas, Vicepresidente de ventas, me dio un gran consejo cuando le pedí su apoyo: - Chupito, denos un buen producto y se lo taqueamos de propaganda. En la parte técnica buscamos lo más avanzado en consolas para disk jockey’s y fuimos con Alberto Díaz y Carlos Arturo Gallego a la exposición de productos para radiodifusores en Las Vegas. En la ciudad del pecado fuimos testigos con Alberto de un caso digno de Ripley, Aunque Usted no lo crea. Esta era la primera experiencia internacional de Carlos Arturo Gallego, un alto ejecutivo, paisa de pura cepa, que creía saberlo todo. Una mañana lo vimos agitado, pálido y sudoroso. - ¿Estás enfermo? Le preguntamos preocupados. - No, estoy como en un trance. - Póngase serio, dijo Díaz Mateus. - Mire hombre, esta convención si es la berraquera... imagínese que acabo de ver a su santidad el Papa Juan Pablo II. - ¿Al Papa? Gallego, ¡Por Dios! – comenté - El Papa es un jefe de estado y su presencia sería motivo de un impresionante operativo de seguridad. - Seguro que está aquí... ¡Yo lo vi! Estaba rodeado de guardaespaldas, monjas, sacerdotes y fotógrafos... a su paso... su presencia Divina iluminaba el pabellón... ¡Yo me conmoví y lloré de la emoción! Me arrodillé, le besé la mano y recibí su bendición. Mire, me dieron esta estampa de la Santísima Trinidad. - Mire Gallego, deje de ser tan montañero, increpó Díaz, lo que dice en Inglés, en esa tarjeta es: Sintonice Trinity el nuevo canal de cable. Su tal Papa es un doble y el séquito es un montaje publicitario para llamar la atención. - ¿Verdad? - Gallego, deje de ser tan pendejo. Remató Alberto. Apenado por semejante oso peludo, Gallego gritó: - No, no puede ser... Gringos triple hijos de la gran puta, como se atreven a jugar con la Santa Madre Iglesia.

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- Bueno, por lo menos te vas a salvar, dije entre risas y chacoteo. - Caracol si está muy mal de ejecutivos, concluyó asombrado Alberto Díaz Mateus. En la feria compramos consolas, micrófonos, equipos para crear efectos como voces de ultratumba o marcianos, los programas Rick Dees TOP 40 y Música Mix; Y un servicio de nuevos éxitos de Radio- Express para estar al día con los lanzamientos en Estados Unidos y Gran Bretaña. Ángel Becassino Publicidad y Mónica Cerniauskas, directora de marketing de Caracol, crearon piezas gráficas muy atractivas con el slogan Radio Activa te pone bien. Trabajar con Becassino fue una delicia porque nos identificamos en la búsqueda de avenidas de comunicación no convencional, y como artista integral que es, Ángel me ayudó a crear un formato ecléctico que potencialmente podía llegar a los jóvenes de todas las clases sociales; una propuesta que iba en contravía de la tendencia de segmentar la audiencia por estrato. La selección de voces y colaboradores la hicimos por química: Jorge Marín, Hernán Orjuela, Camilo Pombo, Carmen Rosa Franco, Aldo Castillo, Deysa Rayo, César Mancipe, Iván Valenzuela, Claudio Rojas, Carlos Alberto Acosta, Jimmy Piedraíta, Octavio Estrada, Michael Aldana, Félix Riaño y César Augusto “el tuto” Camargo. Radio Activa salió al aire 15 de mayo de 1989. El periódico El Tiempo la calificó como “Una jaula de locos chéveres” y comentó que las paredes de los estudios, pintadas con dibujos estrafalarios y graffittis, parecían mas una estación del subway de Nueva York que una emisora de radio, el reflejo de una locura cuerda. El lanzamiento del nuevo pop-rock-alternativo en español fue la base del formato: un sistema orientado a fabricar éxitos trabajando en llave con las empresas disqueras pero con independencia de criterio, sin recibir payola o aceptar prebendas. En cuanto a la música en inglés, francés, portugués e italiano, tomamos como base los listados de la revista Billboard y el periódico Melody Maker de Londres. La vida de una canción era corta, sólo se transmitían las mismas sesenta canciones. Todos los días se estrenaba un nuevo tema el

537 ARMANDO PLATA CAMACHO cual sonaba cada hora los siguientes tres días; luego la canción entraba en rotación durante una semana, doce veces diarias, y si la respuesta de los oyentes era buena, continuaba otra semana más, con doce repeticiones por día. Si la canción seguía pegando, ingresaba al listado del TOP 40 Radio Activa, si no, se le daba una última oportunidad antes de sacarla del aire. La idea era posicionarnos como la estación de música moderna más influyente del país y entre más canciones pegadas por Radio Activa sonaran en otras frecuencias, más lideres nos hacían; queríamos regresar al concepto original y a la esencia del disk-jockey: el locutor que cree en una canción y la promociona hasta llevarla a la meta, igual que en una carrera de caballos. La industria discográfica estaba fascinada con el plan y de inmediato nos ofreció sin costo: artistas internacionales para organizar conciertos, entrevistas exclusivas, concursos y prensajes especiales. La gente de la radio, acostumbrada a pasar por años la misma música y temerosa de arriesgar su sintonía experimentando con artistas desconocidos, decía que estábamos condenados al fracaso. Nuestra propuesta rompía ese paradigma porque pensábamos que cuando a alguien le gusta una canción nueva, la quiere escuchar hasta la saciedad, y Radio Activa calmaba ese apetito. Entre las 10 de la noche y las cinco de la mañana la programación era más experimental pues en estos horarios no hay mediciones de audiencia. Tres personajes ganaron popularidad en esa franja: Gustavo Arenas, El Doctor Rock, excelente promotor de heavy metal; Fernando Martelo, experto en música de Brasil; y Deysa Rayo, la hija del maestro Marcos Rayo, sensual compañera de los trasnochadores.

Las ventas fueron viento en popa, los clientes estaban satisfechos y yo me sentía en el curubito; pero tanta dicha no podía ser real: a los quince días de estar en el aire contratamos varias sesiones de grupo para investigar la penetración de la emisora en nuestro público objetivo. Algo parecido a un interrogatorio policial, en un salón rodeado de espejos, micrófonos y cámaras ocultas, donde una psicóloga especializada en comportamiento de consumo condujo charlas con oyentes representativos de diferentes estratos y edades.

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Los primeros resultados mostraron que Radio Activa gustaba en las clases alta, media alta, media típica y baja, tendencia que de seguir, predecía un interesante fenómeno de audiencia. Como quería estar en el aire con un programa los fines de semana, con la venia de Ricardo incluí en la investigación algunas preguntas sobre lo que la gente joven pensaba de Armando Plata como locutor, disk jockey y personalidad en el aire. Las respuestas no pudieron ser más elocuentes: - Es un viejo... Tiene voz de señor... ¡Uy que lata!... Es muy lento... Demasiado mamón... Pasado de moda... Zafa jirafa... Le gusta a mis abuelos, etc. Me impactó la sinceridad y crudeza de las opiniones. Fue algo bochornoso e incómodo, especialmente porque detrás de los espejos estaba Ricardo Alarcón y un grupo de altos ejecutivos de Caracol, escuchando y viendo las reacciones de los muchachos. Fue algo duro de aceptar, pero así son las etapas de la vida y los cambios generacionales. Consecuente con la desagradable e humillante situación, abandoné ipso facto mis deseos de hacer programas en Radio Activa, así fuera el chacho de la película. Segunda bandera roja en mi paso por los medios. Continué mi labor como ejecutivo: Con el patrocinio de Coca Cola, fundamos Radio Actividad, una página semanal en El Espectador con noticias, reportajes, concursos, letras de canciones y el listado del TOP 40. Una nueva investigación realizada en Julio de 1989 confirmó la tendencia de sintonía en todos los sectores sociales, lo que nos hizo quemar litros de adrenalina de sólo pensar que para fin de año tendríamos los números de audiencia de 88.9 FM. Alarcón, satisfecho con los resultados, me autorizó el montaje de Radio Activa en Medellín y Cali con miras a crear una cadena nacional: mi máximo sueño como hombre de radio. Pero un hecho repentino puso las cosas patas arriba: la Cadena Súper contrató a Múnera Eastman, el narrador estrella del fútbol en Medellín y el rey de la sintonía en el estadio Atanasio Girardot. Las dos cadenas entraron en guerra, con retaliaciones al mejor estilo del oeste: Ricardo, lleno de soberbia, ordenó sonsacar al precio que fuera a Tito López, el hombre clave del éxito de 88.9.

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Tito, además de un muy buen salario, pidió poder absoluto y se lo dieron. Cambió la planta de locutores de Radio Activa y con el apoyo de Carlos Arturo Gallego, quien me sacó de sus afectos después de la bendición papal en las Vegas, le dio entierro de tercera a nuestro formato y montó una programación igual a la de 88.9. - Ricardo, hemos invertido medio millón de dólares en el proyecto Radio Activa y lo estamos echando por la borda. Mira los estudios de penetración y las cifras de ventas... por favor - le supliqué -, esperemos hasta la próxima encuesta de sintonía. Su respuesta fue una bomba atómica: - Lo siento Armando, pero tenemos que frenar a Radio Súper. Tenía dos caminos: respaldarlo o renunciar, pero Alarcón encontró una solución intermedia y me nombró Director Artístico de Caracol, el cargo mas alto al que podía aspirar una persona del área de talento. En mi nueva posición alternaría con Yamid Amat, director de noticias, y Hernán Peláez, director de deportes. Estaba destruido emocionalmente, me había enamorado tanto del proyecto Radio Activa que sentía la pérdida de un hijo. Tercera bandera roja. Para sacarme el clavo fundé en la cadena básica el TOP 40 Caracol, los sábados de 2 a 6 de la tarde, un programa con las canciones más populares de la semana en las emisoras musicales de Caracol en todo el país. Los disk jockey de las estaciones de música tropical, salsa, vallenato, rock, pop y balada reportaban sus éxitos, y cuando le tocaba el turno a la gente de Radio Activa, sentía un fresco. El TOP 40 Caracol se convirtió en la versión criolla de la revista Billboard, con una página de noticias, entrevistas, letras de canciones y estadísticas, que aparecía todos los domingos en los principales periódicos de Colombia. A pesar de mi vigencia y aparente poder, estaba desmotivado y no veía con claridad la estabilidad de mi carrera y por ende el futuro de mis hijos Juanita, Catalina y Christian. Me pregunté ¿Por qué no vivir en una sociedad más avanzada como las que conocí durante mis viajes con Pasaporte al Mundo? España fue mi primera alternativa. Hablé con mi amigo el periodista Carlos Illián y me desanimó porque según sus palabras no veía un trabajo a la altura de mi calibre. Argentina, Chile y Francia estuvieron en la mira. Estados Unidos me

540 Ser alguien gustaba pero me daba susto pagar con sangre el servicio militar o sea las volquetas de mierda que comen con pala pequeña, millones de inmigrantes. En 1989, en plena guerra del narcotráfico, los trabajadores de los medios vivimos con pavor los atentados con bombas, el asesinato de numerosos colegas y la amistad corrupta de algunos compañeros con los capos de la mafia. En la oficina de al lado, un comentarista deportivo muy importante se jactaba de ser íntimo de Gonzalo Rodríguez Gacha, de visitar sus fincas en helicóptero, de rumbear duro y parejo, y de haber abogado con éxito para que le perdonara la vida a un director de noticias. Poca atención le presté a sus comentarios desabrochados hasta un día en el que me aterroricé al recordar que el buen fanfarrón había dicho horas antes: - Ojo, les advierto: mañana no vayan a pasar por Paloquemao porque va a haber un bombón, bom bom bum. El desalmado presuntamente conocía el plan que tenían sus amigotes de explotar un bus repleto de dinamita frente a la sede del DAS, terrible episodio en el que perdieron la vida más de sesenta personas. - Dios mío, qué clase de locura es esta, hasta dónde se han infiltrado. Es cierto que aunque estoy en un cargo muy admirado – pensé -, pero todo a la larga es un cuento y mi historia tarde o temprano va a terminar; y a esta silla llegará alguien más joven, mejor o menos preparado; qué importa, eso ya no es relevante. Armando, llegó la hora de salir del país. Sin reponerme de la paranoia, esa noche al pasar por una estación de gasolina en la calle 127 con Carrera 19, alcancé a ver el fogonazo de la explosión de otra bomba. Ese fue el detonante que precipitó mi deseo de emigrar. Me dio la pensadora. Una voz interna amiga me decía: es mejor que te retires a tiempo en el pináculo de tu carrera, que hacerlo después cuando venga la etapa de la lástima y la conmiseración. Estados Unidos te liberará del yugo de la fama que construiste en veinte años, serás alguien común y corriente, y tendrás tiempo para ti y tu familia..

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- ¿Y las hembritas? Preguntó cerebrito. - Es hora de que lo aquietes. Miedo interno entró al diálogo: Tendrás que lavar platos, volver a viajar en bicicleta de costa a costa, dormir en casas de desamparados, vivir esclavo de las tarjetas de crédito, dejar a tus amigos, tus raíces, tu familia. Estás loco, cómo eres de estúpido, abandonar el camino recorrido. Cuando regreses fracasado serás la burla de tus colegas. - Otro yo amigo, entró en la pelea: es ahora o nunca, tú puedes, esta no es la crisis de los cuarenta ni la del medio día, es la última oportunidad para reinventarte, demuéstrate que puedes SER ALGUIEN en la vida bajo cualquier circunstancia. Por una providencia del Ser Supremo, mi amigo Hernando Díaz Cobo, me ofreció montar Radio Klaridad, una emisora étnica dirigida a comunidad colombiana del sur de la Florida. - Vente para Miami y hacemos ochas y panochas, comentó en su tono valluno característico. - Puede ser, le dije haciéndome el difícil, hablamos de eso en quince dias durante el Festival OTI. Allá voy a estar una semana, desde el 15 de Noviembre, con el compositor Diego Delgado y su esposa Yolanda González, vamos en representación de Colombia con la canción El Artista. - No me vaya a salir calceto - Tranquilo Hernando, a lo mejor llegamos a un acuerdo, pido una licencia en Caracol y me quedo del todo trabajando contigo. El 6 de enero de 1990 a las 8 de la mañana en el aeropuerto El dorado, mi madre me volvió a dar tres mil bendiciones al igual que en 1965 cuando ingresé a la Escuela Militar. Myriam, Juanita, Christian y Catalina se quedaron en Bogotá. Cuando despegó el avión de Avianca rumbo a Miami, me toqué la cabeza e imaginariamente cambié el casete de mi vida: - No voy a pensar en lo que hice, ni en lo que fui, solo me concentraré en lo que voy a hacer: SER ALGUIEN.

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