Don Quijote y Sancho por tierras zaragozanas

1. Molino de . 2. Parque de Malanquilla, con la estatua a Don Quijote. 3. Vista general del pueblo. 4. Ayuntamiento de . 5. Molino de viento de Tabuenca. El viajero que en el propicio 2005 desee evocar las andanzas de don Quijote y su escudero probablemente ignore que no es preciso desplazarse hasta tierras manchegas para ver molinos de viento. Puede encontrarlos igualmente ˆeso sí, mucho más discretos que los de Consuegra o Campo de Criptanaˆ en suelo aragonés, como atestiguan los casos zaragozanos de Malanquilla, o Tabuenca. Quien, imbuido de entusiasmo quijotesco, decida visitarlos hará bien en guardarse de los catarros, que, según la doña Rodríguez cervantina, “en esta tierra de Aragón son tan ordinarios”. Claro que el genial ˆy muy irónicoˆ autor puso esta afirmación en boca de una pobre de espíritu cuyas palabras tampoco merecen demasiado crédito... Anécdotas al margen, lo cierto es que frente al trayecto del Quijote inicial, manchego por los cuatro costados, en 1615 Cervantes situaría amplios tramos de la segunda parte “en la mitad del reino de Aragón”, sin precisar más. Sí lo hizo, en cambio, el escritor que, un año antes y bajo el seudónimo de Alonso Fernández de Avellaneda, había firmado el Segundo tomo del ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. Está claro que ŒAvellaneda’ conocía bien las tierras que hoy se

y Sancho encuadran en la provincia de , acaso por ser él mismo aragonés. No lo sabemos, como no sabemos quién se escudaba tras el seudónimo. Pero entre los nombres que la crítica ha postulado con más sólidos argumentos figura Jerónimo de Pasamonte, un pintoresco soldado natural de , localidad muy próxima al monasterio de Piedra.

La pareja protagonista de ŒAvellaneda’ sigue a rajatabla la sugerencia de acudir a las justas zaragozanas que Cervantes había dejado como esbozo de trama para la tercera salida de sus personajes. Camino de Zaragoza, estos otros don Quijote y Sancho entran en el reino de Aragón por la ruta clásica que viene del centro peninsular. En la plaza de Ariza, el caballero, desengañado de Dulcinea y, por extensión, de todas las mujeres, planta un cómico cartel de desafío que no trae mayor consecuencia. Andante y escudero pasan luego cerca de y llegan hasta las proximidades de , donde

ras zaragozanas Sancho tiene un desafortunado encuentro en un melonar. Superadas, en fin, las tierras del Jalón, los personajes de ŒAvellaneda’ arriban a la capital del reino. Muchas son las cosas que en ella ven y viven don Quijote y Sancho, quienes sufren algunas burlas con ciertas dosis de gracia. Como la que organiza su anfitrión ocasional, don Carlos, que embromará Quijote al hidalgo picándole en uno de los puntos flacos de su locura. Nada mejor para tal fin que servirse de los tradicionales gigantes que, ya entonces, se sacaban a las calles de la ciudad en fiestas señaladas. De paso, ello le brinda a ŒAvellaneda’ la oportunidad de describir la plaza del Pilar con efusión devota.

Pero lo más sustancial de la estancia zaragozana de don Quijote y Sancho radica en la sortija a la que concurren los perso- por tier Don najes. Efectivamente, en una ciudad cuyas imprentas habían estampado tantos libros de caballerías ˆla primera edición conocida de Amadís de Gaula, por ejemplo- y aún continuaban haciéndolo, éste y otros “juego[s] de gente militar”, como los llamara Sebastián de Covarrubias en 1611, subsistían con un vigor que en otras partes había declinado ostensiblemente. El Coso ˆtodavía hoy una de las calles principales y más atractivas de Zaragozaˆ era escenario de fiestas y exhibiciones caba- llerescas de raigambre medieval, célebres en toda España. Una vez cumplido este rico periplo aragonés, Sancho y don Quijote volverán grupas hacia Castilla, retornando por donde han venido, sin que ŒAvellaneda’ se pare tan apenas a des- cribir la ruta que su lector ya conoce.

Hasta qué punto alteró Cervantes su plan de escritura a causa del libro rival no es cuestión fácil de esclarecer. Pese a lo que él mismo había apuntado en la primera parte del Quijote, Cervantes hace que los protagonistas, por desmentir a ŒAvellaneda’, eviten entrar en Zaragoza y enderecen sus pasos hacia Barcelona. Sí permite, en cambio, que don Quijote y Sancho deambulen por tierras que se presumen comarcanas de la capital aragonesa, e incluso que naveguen un brevísimo trecho por el Ebro, donde naufragan grotescamente y a punto están de poner colofón a sus aventuras. Salvados del per- cance, topan con unos duques que los alojan en su “casa de placer o castillo” y se divierten a su costa merced a tretas tan sugestivas como la bien conocida de Clavileño. Cervantes no declara quiénes son estos duques, que la erudición del Setecientos dio en identificar con los de Villahermosa: en consecuencia, , donde se alza el magnífico palacio del mismo título, y la vecina Alcalá de Ebro quedaban inscritas en el facticio itinerario quijotesco; aquélla como corte de los duques, ésta en calidad de modelo que habría inspirado a Cervantes los perfiles de la ínsula Barataria.

A la vuelta de Barcelona, los protagonistas atravesarán de nuevo las tierras de los duques, en cuya morada se reanudan las chanzas cortesanas y las farsas caballerescas. Pero los ánimos del señor y su escudero no están ya para esos lances. Urge el regreso a la patria chica en la misma medida en que apremia el desengaño. Poco después, el ignoto ˆpor más que algunos se empeñenˆ lugar de la Mancha acogerá la cordura y, con ella, el sosiego y la muerte del triste hidalgo.

JOSÉ ÁNGEL SÁNCHEZ IBÁÑEZ Universidad de Zaragoza

GRACIAS POR FELICITAR DE ESTA MANERA Desde AZP nos gusta destacar las buenas ideas. Por ello aplaudimos la original iniciativa que tuvo la Diputación de Zaragoza felicitando y deseando salud, cordialidad y tem- ple cívico para este año 2005, entregando un capítulo de la obra maestra EL QUIJOTE de Miguel de Cervantes Saavedra, en el cuarto centenario de la publicación de estas aventuras magistrales.

akí.67