.. Julio de 1933 AMaRICA CINTRAL

Revista mensual Ecleslbtlca de la Arquidl6cesis de San Jos6 de

Director: Red.cto.eo: P.e."o. Lic. Carlo. Me••• e. B. Todoo 101•• ce.dote. de l. A."aldl6ce.l. "D. qale ••• m.ad •• oa. t••••• lo•• l. DI.eccI60. Toda eol."0 •• eI6. debe.' remltlHe .ateo Admlolot.acl6a: Pa.acio Arz."'o,a', Soa Joo' JL del 15 de e.da mel.

Contenido: Pi,lna

La pereza no es pobreza • . P. Claudio Botaños A. 185

La muerte aparente.-Conferencia del 12 -de Julio 1933. P. Rubén Odio. 189

Anselmo Llorente y Lafuente. •. P. Vietor Sanabria. 198

Indice de los capítulos del libro del P" Sanabria 212

Intenci6n del Apostolado - Mes de Agosto. Por los Pre- lados y Pastores constituidos en la Jerarquia Ecle- siástica.. P. Oscar J. Trejos. 215

Notas y Comentarios: La Conferencia del Clero. P. Carlos Meneses B. 218

La Fiesta de San Vicente en el Seminario . 218

Un timador clerical . 219

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REP. DE COSTA RICA Julio de 1933 AMERICA CENTRAL

Revista mensual Eclesiástica de la Arquidiócesis de San José de Costa Rica

Director: Redactores: Pre sbe , Lic. Carlos Menescs B. Todos 108 secerd o ree d e la Arquidl6cesis que quieran mandar SUB tra baioa a la Oirecci6h. Toda colaboración deberá rerutetrse antes Administración: Palacio Arzobispal, San José J L del 15 de cada me s.

La pereza no es pobreza En esta época de meditadas confusiones, cienos predica- dores (a los que justamente debemos incluir en el grupo de los falsos profetas) quieren pasar lo malo por bueno. La pereza, por ejemplo, que es vicio capital, preséntanlo algunos como po- breza de la buena, de aquella pobreza que Cristo recomendó y ante todo, practicó. Pero, una cosa es pereza y otra pobreza. Pereza no es igual que pobreza. No hay que confundir y menos estimular aquel vicio, premiándolo cual si se tratara de esta virtud. Pereza es el descuido en que viven tantos que parecen pobres, y son más perezosos que pobres. Perezosos son los que viven como marranos, pudiendo te- ner higiene. Perezosas son las familias que habitan una casa asquerosa, en perpetua e indecente mezcla con animales inmundos, trajea- dos con vestidos sucios, hediondos a mugre; porque ¿qué les cuesta barrer la más modesta choza con una escoba de yerbas, construir una pocilga con una empalizada traída del monte ve- cino, lavar con la debida frecuencia la ropa, atender al aseo personal, mediante un gasto insignificante en jabón ordinario? No hay necesidad de ninguna erogación para vivir higiénica- 186 EL MENSAJERO DEL CLERO

mente, para gozar de salud y bienestar. En Costa Rica, espe- cialmente en las aldeas, nada de esto es difícil. Muchas veces ese hombre de pantalones llenos de roza- duras, esa mujer de bata raída, ese rapaz cubierto de andrajos podrían estar decentes, con gastos que puede soportar el más diezmado bolsillo, si a todos los cuidados dichos, se agrega el de remendar a tiempo, el de zurcir, etc., habilidades que cues- tan sólo un poco de diligencia aprenderías. Para estar decentes bastaría que dejaran la pereza a un lado y pusieran en práctica las indicaciones que les hacen vecinos francos y enérgicos que contemplan con repugnancia la inacción y decaimiento de quie- nes desconocen por completo la importancia del orden y del aseo, ese orden y ese aseo que lo mismo pueden tenerlo los capitalistas en sus lujosas quintas que el más pobre de recursos en su humilde vivienda, porque eso no cuesta sino un poco de amor a la limpieza y a la decencia. Perezosos son aquellos peones que pueden tener una buena extensión de tierra fértil cultivada de maíz, frijoles, papas, plá- • tan os, yuca, camote, etc. y no la tienen por no tomarse el tra- bajo de sembrar y de cuidar lo sembrado. Hacendados hay que dan a sus peones tierra para que la cultiven y alguna vez de- ben obligarlos a trabajar en lo que será de provecho exclusivo del mismo peón, 'para que la parcela señalada a determinados peones no siga inculta año tras año. Hemos mencionado expresamente a los hacendados que dan a sus peones trabajo bien renumerado, casa y tierra para que la cultiven y se aprovechen de las cosechas que recojan; y así hemos asegurado implícitamente que hay, al menos, al- gunos hacendados que no son malos, que no son como los pin- tan los comunistas, es decir, que hay hacendados que no sólo no tienen la culpa de la pobreza, sino que la combaten por to- tos los medios, llegando hasta el punto de meterse a bravos con los peones que son más perezosos que pobres. El comunista habla de tierras acaparadas por los dueños de latifundios y ciertamente hay algunos que han despojado inícuamente, a cambio de pequeñas deudas (que no guardan proporción con el valor del terreno), a quienes son honrados, laboriosos, dignos de toda protección. Los acaparadores de esta laya están bien señalados en todos los vecindarios. Pero todos EL MENSAJERO DEL CLERO 187 los grandes propietarios no tienen estos procederes. Sería gro- sera injusticia envolver con esta negra responsabilidad a todos sin distinción. Hasta los oprimidos saben que hay excelentes ricos. Además, los propietarios de grandes extensiones de terre- no, por mucho espíritu de acaparamiento que tengan, no pue- den arrebatarlas (así como suena) a los propietarios en peque- ño que no quieran vender, porque nadie puede obligarlos a vender. Si venden es porque libremente quieren vender. Sólo excepcionalmente puede haber engaño, violencia, presión que coarte la libertad de cada 'ciudadano para hacer como mejor le plazca. La regla es que vende el que quiere. Pero el comunismo astuto, que se sabe de memoria los cuenteciros en que aparecen los ricos-sin exceptuar a nadie- como lagartos y dragones de feísima catadura y peores entra- ñas; para ese comunismo ciego y malvado, los pobres, por el hecho de ser pobres, son acreedores a que se les dé todo, tam- bién las tierras y las casas de los ricos, pero no tanto la tierra y las casas de los lugares apartados, sino las tierras y las ca- sas en las proximidades de los centros de población, para que los pobres no sean privados del cine, de la retreta, del paseo por parques y plazas urbanas; para que los pobres no sean ale- jados de la tertulia. ¿Quién no comprende que ésta es la añagaza con que el comunismo embauca a los cándidos que todavía después de tan- ta engañifa, creen en los que buscan votos para escalar diputa- ciones y otros lucrativos puestos públicos, donde los modernos redentores pueden darse la gran vida, sin importarles (ni entonces ni ahora) un bledo si los votantes la están pasando bien o mal? Los ricos, por el hecho de ser ricos, según el comunismo, son unas fieras contra los cuales es deber conspirar, aunque la fortuna que tienen la hayan amasado con el sudor de su fren- te y después de muchísimos años de paciente ahorro. Los ricos, por serIo, son malos por los cuatro costados, porque así lo quieren los voceros de Stalin, quienes para ser justos en sus prédicas, debieran diariamente estar mezclados entre labriegos, tomando parte en sus trabajos (y no sólo es- cribiendo y hablando), dando ejemplo a sus camaradas de un amor al proletariado 'que no existe sino de dientes afuera. y después de los ricos, son malos todos los que reco- miendan el respeto a la propiedad privada, porque eso es con- tM EL MENSAJERO DEL CLERO tribuir al fracaso de los proyectos comunistas, porque así se les va de la mano la soñada diputación o puesto público a que le han puesto los ojos. Si los comunistas tuvieran en mira hacer bien al pobre, sin segunda intención, antes se preocuparían por quitara tantos holgazanes, que se titulan pobres, los vicios que los han arrui- nado material y moralmente: el alcoholismo, la prostitución, el despilfarro, el afán de gozar de los buenos y también de los malos placeres; les enseñarían a vivir con decencia, con aseo, con orden; les inclinarían a la laboriosidad. Pero nada de ésto les preocupa. Al contrario. Necesitan los más holgazanes, porque son los que disponen de más tiem- po para cometer toda clase de diabluras, porque son los más belicosos, los más altaneros, los que gritan más; porque son los que más les ayudan a hacer propaganda a base de ruido. Hablando como hablan a favor de los proletarios y de los trabajadores, y en perjuicio del rico, sin piedad ni excepción, estimulan el peor de los vicios sociales: la ociosidad; promue- ven el pillaje, autorizan el robo, entronizan la demagogia y exci- tan al libertinaje, en todas sus formas. Para ser bueno, según el comunismo, hay que ser pobre ... de dinero y de moralidad. Para ser malo, según los rojos, basta haber trabajado honradamente mucho o poco tiempo y tener algún ahorro. Según los soviéticos no hay más virtud que la pobreza, es decir, candidez que permita a los directores subir hasta don- de aspiran; aunque esa pobreza sea, como es en multitud de casos, efecto de dos o más vicios; aunque esa pobreza signifique prácticamente pereza, despilfarro, desvergüenza. Según el comunismo los pobres, así sean los más gran- des pícaros, deben unirse para echar abajo a los ricos (ellos los llaman régimen capitalista), aunque a esta última clase per- tenezca la gente más honrada, la más morigerada de costum- bres, la que produce más, la que anda más lejos del mangoneo público, la que contribuye con toda clase de impuestos. Si no es así, explíquense mejor los señores del comunis- mo, para ver si pueden desvirtuar las quemas de templos y conventos, los asesinatos de obispos y sacerdotes, y muchas otras noticias que nos llegan a menudo del paraíso comunista ya instalado en Rusia, Méjico y España. C. B. A., Presbo. EL MENSAJERO DEL CLERO 189

Conferencia leída por su autor el Presbo. don Rubén Odio en la Asamblea del Clero, celebrada el 12 de Julio de 1933 La muerte aparente ante la ciencia y la práctica Sacramental de la Absolución Por fortuna para mí, la importan tí sima cuestión práctica, ob- jeto de la presente conferencia, ha sido ampliamente dilucidada por eminentes médicos y teólogos hace ya tiempo, y así no me queda más trabajo que el de repetir lo que ellos han publicado como resul- tado de sus estudios. Seguiré principalmente al P. Ferreres en su tratadito: "La muerte real y la muerte aparente con relación a los Santos Sacramentos", 4~ edición, publicada en Madrid, 1911, cuya doctrina resume el unismo Padre en su Teología Moral, 1920, sin alteración ninguna. Es decir que no había por entonces, (ni hayal presente, que yo_ sepa) nuevos descubrimientos que contradigan o modifiquen las opiniones allí sustentadas y demostradas. Para proceder con orden trataré de resumir en primer lugar lo que sobre la muerte aparente enseña la Medicina moderna, para de- ducir después de esos principios las reglas prácticas que hayan de seguirse en cuanto a la práctica sacramental de la absolución.

La muerte aparente ante la ciencia

ya no es ninguna novedad para nadie, que se ha dado no pocas veces el caso de volver a la vida, personas que se tenían por eviden- temente muertas, y que estas aparentes resurrecciones han suce- dido aun después de sepultado el supuesto cadáver. Lo que demues- tra que es posible una vida latente en organismos, que presentan todos los caracteres de haberse extinguido en ellos toda función vital. Pero experiencias repetidas, han venido a demostrar que ese estado en que perdura un resto de vida en el hombre, después de haber exhalado el último suspiro, tiene lugar regulartmente en todos

UNIVERSIDAD DE COSTA RICA Centro de Investigaciones ~ ., 22322 Historicas de ~ América Central (!j.llAe. '1 8 MAR 2013 CENTRO DE DOCUMENTACION 190 EL MENSAJERO DEL CLERO los casos de muerte; variando tan sólo la duración y la intensidad de esa vida latente, de manera que, mientras en algunos es posible, sirviéndose de medios adecuados, volver a provocar el funciona- miento de la máquina del cuerpo y restituir al paciente por más o menos tiempo al uso de sus facultades y aun al goce de perfecta sa- lud, en otros, a pesar de todas las diligencias esto no sería posible a causa del atrofiamiento de los órganos, y al agotamiento de los elementos indispensables para la vida. Con otras palabras: la vida no se termina en el hombre en el momento vulgarmente llamado de la muerte, o sea cuando se le ve expirar, sino algún tiempo después. A este espacio que media entre el momento de expirar y la definitiva extinción de toda vida, es a lo que se llama estado de mueróe aparente. Durante ese tiempo a pesar de haber cesado las grandes fun- ciones que sostienen la vida, es decir la respiración y la circulación, los tejidos del cuerpo siguen viviendo a costa de las reservas orgá- nicas acumuladas en ellos. Si, mientras tanto, se puede llegar a provocar una reacción en los sistemas respiratorio y de la circula- ción de la sangre, la vida continúa. Pero si no, al no llegar a los tej idos los elementos indispensables para vivir, una vez agotadas las reservas que tenían, tiene que sobrevenir la definitiva parali- zación de toda vida orgánica, destruyéndose inmediatamente la unidad del cuerpo, al perder sus diferentes partes las relaciones que mediaban entre sí. Es evidente que en este caso falta la forma il1- [ormans , es decir el alma, mientras que en el primero no consta, por lo menos, que falte. De lo dicho se podrá comprender el porqué de la gran. dificul- tad que presenta, aun para los médicos, el constatar la muerte en un caso concreto con entera certeza. Pues partiendo del supuesto de que ordinariamente la vida persiste después del último suspiro, y aun puede perdurar algún tiempo después del paro del corazón, ¿ cómo podrá saberse el momento preciso en que se extinga por com- pleto, y la muerte aparente ceda su lugar a la muerte real? EL MENSAJERO DEL CLERO tlH

Problema ha sido este muchísimas veces agitado por las Aca- dornias y Facultades de Medicina, y que han tomado por su cuenta a resolver eminencias en dicha ciencia. Pero que, después de mu- chas tentativas, continúa hasta la fecha prácticamente insoluble; porque la única señal cierta de muerte real, no es permitido espe- rarla, cual es la corrupción cadavérica. Y, por otra parte, es poco útil para el asunto que nos ocupa, ya que cuando ésta se presenta la muerte real ha invadido el organismo hace ya muchas horas; y así será siempre imposible determinar en el momento oportuno si se trata de muerte aparente, o si ya el sujeto es incapaz de recibir sa- cramentos, por haber pasado ya su alma a las regiones de la eter- nidad. Convieneri los doctores hoy en día en afirmar que el paro del corazón no es señal cierta de nnuerte, si no cuando se prolonga por 20 o 2S minutos. De modo que si se puede demostrar que la circu- lación de la sangre ha cesado durante ese tiempo, podría tenerse una probabilidad muy cercana a la certeza de la realidad de la muerte. Pero aquí otra grave dificultad, sobre todo para los que no somos médicos: el paro del corazón no puede constatarse con la simple auscultación y mucho menos con sólo tomar el pulso, pues ha suce- dido a veces que después de que parecía indudable a los mismos médicos, se ha encontrado al hacer la autopsia, que el corazón fun- cionaba todavía, con movimientos tan débiles que eran completa- mente imperceptibles en lo exterior. Por consiguiente, mucho menos podrá decidirse la certeza de la muerte por el experimento del espejo aplicado a la boca o nariz del presunto cadáver, ni por el rostro hipocrático, ojo cadavérico, etc. La rigidez cadavérica, que se presenta por lo general de dos a seis horas después del momento llamado de la muerte, constituye, en sentir de Icard y otros, un signo bastante cierto de la realidad de la muerte. Pero tiene el inconveniente de poder ser confundido por los profanos en el arte médica, con la rigidez que se presenta, antes de la muerte en los atacados de ciertas enfermedades, con té- tano, asfixia, etc. 192 EL MENSAJERO DEL CLERO

El ya citado Dr. Icard propone para constatar la muerte el unedio de la reacción sulfhídrica, que se basa en el hecho de que, en cuanto comienza la corrupción cadavérica, se produce en abundan- cia en los pulmones el ácido sulfhídrico. De modo que aplicando a las fosas nasales una moneda de plata previamente lavada de toda sustancia grasienta, se formará al contacto con dicho ácido el sul- furo de plata, tomando la moneda color negro-gris. Este método indicaría según él que ya se ha iniciado la corrupción, mucho antes de que pueda ser perceptible por las señales corrientes que la hacen conocer. Pero tiene, según otros médicos el inconveniente de que el ácido sulfhídrico, parece haberse demostrado, que se forma también en el estómago del hombre vivo, en ciertas enfermedades, y esto podría prestarse a fáciles equivocaciones. Los demás medios propuestos, como las inyecciones de fluo- reseeina, que siendo una materia muy colorante, si hay algún movi- miento en la circulación de la sangre tiñe los ojos de color verde esmeralda y la piel de amarillo intenso; la aplicación de la radio- grafía, etc., sobre no ser del todo infalibles, tienen para nosotros el inconveniente de ser impracticables en la mayoría de los casos, en los que necesitaríamos un medio fácil y rápido para tener una presunción de certeza al administrar los sacramentos al aparente- mente unuerto. No habiendo al presente este medio, tenemos que concluir que en la práctica debemos proceder apoyados en las opiniones de la ciencia, y juzgar en cada caso por lo que ha sucedido en otros se- mejantes, qué podemos y debemos hacer. Es evidente que las reservas orgánicas de que hablábamos más arriba, que permiten la continuación de la vida después del momento llamado de la muerte, o sea en que el hombre parece morir, tienen por fuerza que ser mayores, cuando la 'muerte sobreviene súbitamen- te, encontrando los órganos en pleno vigor, que cuando una larga enfermedad ha ido consumiendo poco a poco el organismo, los órga- nos se encuentran atrofiados e imposibilitados para su funciona- miento, y las energías vitales están a punto de agotarse del todo. EL MENSAJERO DEL CLERO 193

Esto explica por qué ha sido posible, en casos de muerte repen- tina (aparente), como en ahogados, asfixiados, víctimas de un ataque, o de enfermedades de curso rapidísimo, volver a la vida después de muchas horas. El P. Ferreres cita ejemplos de ahogados vueltos a la vida por medio de las tracciones rítmicas de la lengua, después de tres, cuatro y hasta dieciséis horas. Son infinitos, dice el Dr. Blanc, citado por el mismo Ferreres, los soldados heridos, que ha- biendo muerto (aparentemente) de hemorragia, han vuelto a la vida después de dos, cuatro y hasta doce días, de muerte aparente. Zacchias en su obra "Quaestiones médico-legales", asegura haber vuelto a la vida personas, a quienes se tenía por muertas, des- pués de dos o tres días de hallarse en ese estado, víctimas de ataques o enfermedades agudas. Ahora tratándose de enfermedades crónicas y de la muerte pre- cedida de un estado agónico más o menos largo, es natural que la muerte real no se hará esperar mucho tiempo después de la apa- rente. Con todo; el Dr. Laborde en su obra "Les tractions rythmées", trae numerosos ejemplos de personas vueltas a la vida, mediante su procedimiento de las tracciones rítmicas de la lengua, aun después de tres horas de unuerte aparente, producida por enfermedades de larga duración, como la neumonía, tuberculosis pulmonar y otras por el estilo. Lo que demuestra que aunque no se hubiera empleado el medio indicado, muy probablemente la vida hubiera continuado por algún tiempo latente, quizá por una hora o más. Lo cual hace opinar a algunos médicos que probablemente en todos los casos, aunque no se practiquen las tracciones rítmicas, o aunque se practiquen sin resultado, la vida latente persiste por un espacio bastante imayor de media hora, tratándose de enfermedades crónicas. Que cuando se trata de accidentes o ataques, ya vimos que la muerte aparente suele durar muchas horas y aun días enteros, antes de llegar la definitiva extinción de la vida. Término medio entre ambas clases de muerte, normal y repen- tina, ocupa la de aquellos en que, víctimas de grave enfermedad, sobreviene a la enfermedad que padecen algún accidente que llega a 194 EL MENSAJERO DEL. CLEIW

producir la muerte (aparente), antes de lo que era dado esperar; para estos casos, opina el benedictino P. Feijóo que puede presu- mir sc que viven aun después de dos o tres horas. Como regla práctica propone el Dr. Bassols, que puede tenerse como probable que un hombre vive, mientras no se haya presentado la rigidez cadavérica , regla confirmada por el Dr. Louis, quien atestigua haber constatado durante muchos años en más de 500 casos de muerte, que la flexibilidad de los miembros es una de las seña- les, por las que puede juzgarse que la vida latente dura todavía. O si se quiere una norma más fácil (porque ya vimos que la rigidez cadavérica puede ser confundida en algunos casos), podemos asentar, que tratándose de ataques, accidentes, o enfermedades ra- pidísimas, debe suponerse posible la vida aun después de muchas horas de haber ocurrido la muerte aparente; y si se diera el caso, aun después de un día o de una noche entera y aun más tiempo, no presentándose la señal infalible de muerte que es la corrupción, no podría asegurarse que el paciente haya muerto de veras. Si la unuer te ha sobrevenido a causa de una enfermedad larga, pero de un modo inesperado, es decir acelerada por alguna causa ex- traña a la enfermedad, pod ría alargarse el período probable de muerte aparente hasta unas tres horas. y aun en el caso de muertes normales, ocurridas después de larga enfermedad, y de una agonía más o menos prolongada, puede presurnirsc por lo menos con alguna probabilidad, que el sujeto vive, aunque haya pasado más de media hora del momento de expirar. Réstanos ahora aplicar estos principios a la

Práctica Sacramental de la Absolución

Siendo los actos del penitente, es decir, la confesión dolorosa de los pecados, cuasi-materia del Sacramento de la Penitencia, es.

difícil explicar C61110 puede ser válida la absolución de un hombre destituido de los sentidos, como lo es siempre el aparentemente muerto. Si antes de perder el uso de sus facultades expresó el deseo de confesarse, y esto lo atestiguan los presentes al confesor, no hay EL MENSAJERO DEL CLERO 195

dificultad ninguna para comprender que se verifican las condi- ciones requeridas para que la absolución valga. Pero si la muerte sobrevino por un ataque '\ otro accidente, y sobre todo si el paciente no era persona de prácticas cristianas, de modo que ni en el momento de perder el conocimiento, ni antes hubiera podido manifestar su intención y deseo de recibir este Sacramento, no se ve cómo pueda decirse que concurra con la absolución la manifestación de las dis- posiciones interiores indispensables, en todo caso, para recibir váli- damente la absolución sacramental, Ballerini opina que los actos del penitente no son necesarios sino como disposición requerida para la validez, pero que no es indispensable algún signo exterior que las haga conocer, cuando esto no es posible. Y asi explica que es lícita la absolución. siempre que se pueda tener alguna probabilidad, si- quiera tenue, de que el penitente haya formado en su interior la atrición de sus pecados, es decir, siempre que no conste lo con- trario. Sea como quiera, lo cierto es que hoy día es práctica universal dar siempre la absolución a los moribundos destituidos del uso de los sentidos, y como tales habrá que tratar, porque lo son, a los apa- rentemente muertos. Por supuesto, siendo posible, se administrará siempre en estos casos en seguida la Extrema Unción, sobre cuya validez no existen tales controversias; y aun es probable, que su efecto no se malogra ni en el caso de que falte la debida disposición, si después se quita el óbice por un acto de atrición. Antes de proceder a la administración de dichos Sacramentos debe sugerirse al oído del paciente un breve acto de contrición, pues la experiencia enseña que algunas veces conservan los aparente- mente muertos ese sentido. Y luego debe procederse sin demora a dar la absolución y la Extrema Unción con la fórmula brevísima: "Ego te absolvo ab om1libus censuris et pecca/is") etc. y "Per islam snnct a»: unotionemindulgeat tibi Dominus quiquid deliquisti Amen") con la única unción en la frente. Porque es completamente incierto cuál sea el momento de la muerte verdadera, y así toda demora com- 196 EL MENSAJERO DEL CLERO

prometería quizá la validez de los sacramentos, y 10 que es más, la suerte eterna de aquella alma. La absolución debe administrarse bajo la doble .condición: "si vi'vis et es dispositus"; la Extrema Unción sólo bajo la condición: "si vivis", porque la segunda condición "si es dispositus", si se aña- diera, privaría al sacramento de la posibilidad de la reviviscencia de que hemos hablado antes. Viniendo ahora al punto, a mi parecer, de mayor importancia en la cuestión propuesta: ¿ Cuándo se puede y se debe administrar la absolución a una persona que, por cualquier motivo, ha muerto (o así se cree), sin recibir a su tiempo los Santos Sacramentos? En general puede decirse que, siempre que haya alguna proba- bilidad, aunque tenue, de que tal persona esté muerta sólo aparen- temente. La razón es que en vista de la gravísima y hasta talvez extrema necesidad, es lícito exponer el Sacramehto a peligro de nu- lidad, por aquello de que "Sacramenta propter homines". Lo que equivale a afirmar, según lo expuesto arriba, que, en la práctica, a) siempre que nos hallemos ante un caso de muerte repentina, o muy rápida, aunque hayan trascurrido muchas horas, a no ser que se hayan presentado ya los primeros síntomas de la corrupción, de- bemos dar la absolución bajo la doble condición antes dicha. b) Si la muerte se ha presentado inesperadamente en un enfermo de grave enfermedad, sin que ésta haya pasado por su curso ordinario, de- bemos absolver al supuesto muerto aun después de dos o tres horas de haber exhalado el último suspiro. e) Y si por un descuido la- mentable sucediera 'morir alguno pasando por todos los estados que preceden ordinariamente a la muerte, sin haber recibido los Sacra- mentos, y nos suceda llegar cuando hace media hora, tres cuartos y hasta una hora después del fallecimiento, en el sentido ordinario de la palabra, todavía entonces podemos y debemos administrar este Sacramento, pues quedaría siempre alguna posibilidad de que no hubiera llegado efectivamente la muerte real. Antes de concluir me permitiré exponer lo que a mi pobre pa- recer debe advertírsele a los fieles a propósito de la muerte aparente ~1..MENSAJERO DEL CLERO 197 y la obligación de procurar la recepción de los Sacramentos antes de morir. En primer lugar nos tocará más de una vez advertir a gentes que 10 ignoran, el peligro de enterrar como muerto, a un vivo; y procurar, en casos de accidentes o muertes repentinas, que se deje pasar tiempo antes de la sepultura, para evitar este peligro. El Dr. Laborde, citado por el P. Ferreres añade que en tales casos no de- biera sepultarse a nadie, sin haberle practicado por un tiempo consi- derable (2 o 3 horas), las tracciones rítmicas de la lengua; que con- sisten en tomar la lengua del paciente con un pañuelo y tirar de ella fuertemente hacia adelante y luego volverla hacia atrás, como unas quince o veinte veces por minuto, imitando los movimientos de la respiración. Medio sencillo, que ha devuelto a la vida a numerosas personas que, de otra Imanera, hubieran sido enterradas vivas, o hubieran muerto realmente, cuando todavía era muy posible con- servarles la existencia. Además me parece que había de instruirse al pueblo sobre la probabilidad que existe de que la muerte real Se presente por regla general algún tiempo después de haber expirado el enfermo, y que este tiempo es bastante considerable en casos de muerte repentina, de accidentes o de enfermedades agudas, y advertirle en consecuen- cia que no por haber dado apariencias de haber muerto una persona, ha cesado la obligación de llamar al sacerdote para administrar los Sacramentos. Sino que cuando por cualquier causa sucediera no haber llamado a su tiempo, entonces habría que hacerlo, pues queda- ría alguna probabilidad de poder auxiliar aquella alma, quizá en extrema necesidad, es decir en inminente riesgo de condenación eter- na. No omitiendo, por supuesto, advertir, que los Sacramentos así administrados son muy dudosos, y que por lo tanto queda siempre la gravísima obligación de procurar se reciban cuando el enfermo tiene todavía el uso de sus facultades mentales. y ahora, aunque debiera ser yo quien contestara y no quien preguntara, permítaseme terminar pidiendo el parecer de mis ilus- trados oyentes sobre la cuestión siguiente: ¿ Está obligado el cura 198 EL MENSAJERO DEL CLERO

de almas a administrar los Sacramentos necesarios en estos casos, en que su efecto es tan dudoso, como en el de los aparentemente muertos, con g1'ave incomodidad, como sería la de un largo camino, o de levantarse durante la noche? Me parece que sería muy laudable hacerla en todo caso, pero no sabría decir si hay obligación de justicia, y en caso de ¡ia.berla si es o no grave, tal obligación,

RUBÉN Ouro Ll., Presbo. Pacayas, Julio de 1933.

Anselmo Llorente y Lafuente

Con este título acaba de publicar el Presbo. Dr. don Víctor Sa- nabria M., un interesante volumen de 403 pág inas en 16 capítulos y un apéndice con importantisimos documentos de la época, abar- cando su estudio todo el episcopado del Primer Obispo de Costa Rica, el Ilmo. y Rvmo. Monseñor don Anselmo Llorente y Lafuentc. Des- figuraríamos el trabajo del Padre Sanabria si intentáramos un co- mentario a esta obra de inapreciable valor histórico. Hay que leer el libro para darse cuenta de las bellezas que encierra. Sólo la competencia de un historiador como el Padre Sanabria ha podido ofrecemos este precioso volumen en que campea la erudi- , ción poco común al comentar cada acontecimiento en el fecundo y difícil episcopado de Monseñor Llorente. Queremos trascribir en las páginas de este MENSAJERO el último capítulo y el índice general del libro del Padre Sanabria. Ojalá que su lectura entusiasme a nues- tras compañeros y adquieran esta obra magnífica del humilde y mo- desto historiador. EL MENSAJERO DEL CLERO fe.icita cordialmente al estimado amigo Presbo. Dr. Sanabria y le envía sus voces de aliento para pro- seguir el arduo camino de las investigaciones históricas que tantos' triunfos le están proporcionando. EL MENSAJERO DEL CLERO 199

CAPITULO XVI Erecciones de parroquias.-Edificación de la .- Asociaciones piadosas.- Predicación y enseñanza catequistica : promoción de la piedad entre el clero; veneración y respeto a la Santa Sede.-Legislacióri diocesana.e-c-Imposición de pe- nas.-Muerte del Ilmo. Sr. Llorente. l.-El Derecho Canónico impone a los obispos la obligación de erigir nuevas parroquias conforme lo requieran las necesidades de los fieles. Durante su episcopado el Ilmo. Sr. Llorente erigió las siguientes parroquias: En la provincia de San José, las parroquias de : San Vicente (14 de diciembre de 1863) ,-segregada. de la iglesia de San Juan, --dentro de cuyo territorio quedó comprendido el barrio de San Isidro de la Arenilla y que comenzó su vida eclesiástica indepen- diente desde' el 19 de enero de 1864; Guadalupe, llamado también' barrio de San J osé, por decreto del 11 de octubre de 1856; Y San Juan por decreto del 2 de enero de 1865. En el pueblo de San Juan desde 1837 residía un sacerdote con el carácter de coadjutor terri- torial dependiente del cura de San José. En el barrio de San Pedro del Mojón se creó una filial de la parroquia de San José en octubre de 1863. Por decreto del 28 de setiempre de 1865 se obligó al cura de Pacaca a encargar la administración eclesiástica de , Ílamado también Cola de Paya, y del barrio de los a un coadjutor terri torial. fue erigida en 1853 (1). En la provincia de Cartago se elevó, con fecha 30 de diciembre de 1868, la antiquísima tenencia de cura de los Tres Ríos a la cate- goría de parroquia, y por decreto del 21 de octubre 1861 se creó la filial de San Rafael de Cartago que desde el 19 de enero de 1867 tuvo, por disposición expresa del Obispo, licencia para llevar libros parroquiales. En la provincia de Heredia se crearon las parroquias de: San Antonio de Belén, como filial de Heredia, el 30 de junio de 1862 y

(1) Desamparados era filial de San José desde 1825. En hubo sacerdote desde 1845; en Santo Domingo de Heredia 'desde 1849, en Atenas desde 1846, en San Ramón desde 1848, en San Vicente desde 1851, en Grecia desde 1847, en Puntarenas desde 1850. 200 EL MENSAJERO DEL CLERO como parroquia independiente desde el 27 de diciembre de 1867. Santa Bárbara, creada por decreto del 17 de marzo de 1852, gozó de independencia de la parroquia de Heredia desde el 11 de agosto del año citado; Santo Domingo de Heredia, por decreto del 23 de agosto de 1854, sobre cuyos límites se suscitó una disputa enojosísima entre la autoridad eclesiástica y civil, como se ha dicho en su respectivo lugar; y San Isidro de Heredia, constituída filial de Heredia por decreto del 13 de agosto de 1866. Las parroquias creadas en la provincia de Alajuela fueron es- tas : San Pedro de la Calabaza o de Poás, por decreto del 26 de marzo de 1857-que surtió pleno efecto desde el 7 de diciembre siguiente-, erigida en filial de Alajuela, y desde la demarcación de limites en 1862 considerada como parroquia formal; Grecia, por decreto del 8 de agosto de 1854; Naranjo, separada de la parroquia de Alajuela con el carácter de filial en 1865; San Ramón, erigida por decreto del 12 de setiembre de 1854; Palmares, creada filial de San Ramón el 7 de noviembre de 1866 bajo el patronato de San Anselmo en me- moria del Santo Patrono del Ilmo. Sr. Llorente, y San Mateo en 18S9 elevada al rango de parroquia. Hasta el 19 de junio de 1854 los pueblos de Turrialba y Na- ranjo (Juan Viñas) estuvieron agregados al curato de Cartago; en esa fecha fueron 'agregados al curato de Tucurrique. Pero ya el 11 de noviembre de 1864 el P. Pedro Quezada expuso la necesidad de separar Turrialba de Tucurrique; en consecuencia se puso un sacer- dote residente en .Turrialba, y se le encargó la administración de Tucurrique, hasta marzo de 1870 en que se adjudicó el cuidado de ese último pueblo al cura de Or05i. Las petciones que desde 1853 hacían los vecinos del pueblo de Aserrí para que se les nombrase un sacerdote que los administrase con independencia de , fueron resueltas favorablemente en 1865. Los pueblos de la costa atlántica, Matina y Moin, no estuvieron suficientemente bien aten- didos. En 1841 el Presidente Carrillo había ordenado al Vicario Fo- ráneo que enviase allá al cura de Tucurrique; esa visita, hecha por el P. Aniceto Chacón, duró unos 60 días. A 22 de marzo de 1851 EL MENSAJERO DEL CLERO 201 e el Gobierno ordenó que se erigiese una iglesia en Matina; en virtud de esa disposición, se edificó una ermita en el "centro de la pobla- ción en el barrio de Bonilla". En 1864 el jefe político de Moín se queja de que hace cinco años no llega ningún sacerdote; ~l último que había llegado había sido el P. Francisco Calvo en 1858; en con- secuencia se ordenó al cura de Turrialba que visitase periódica- mente aquellos vecindarios. 2.-El terremoto del 18 de marzo de 1851 causó muchísimos daños en las iglesias de Alaj uela y Heredia, bastantes en las de San J osé y pocos en las de Cartago, aunque en esta última ciudad eran todavía muy visibles los daños del terremoto del 41. El Ilmo. Sr. Llorente en su testamento dejó una parte de sus bienes para favo- recer las iglesias pobres que estuviesen en construcción, lo que de- muestra que tomaba muy a pechos la edificación de las casas de ora- ción. Sin embargo, ninguna edificación eclesiástica le interesó tanto como la de la Iglesia Catedral que, según las descripciones de la

época, no guardaba ninguna relación COl} la dignidad del título ea- tedralicio que se le había atribuído en la Bula de erección de la diócesis (2). Después de una inspección ocular practicada por don Juan Rafael en 6 de agosto de 1851, se acordó construir la Catedral desde sus cimientos, resolviéndose igualmente que se cons- truyese antes una iglesia., la del Sagrario, al norte de la Catedral para alojar la parroquia y el Cabildo mientras tanto. Los planos del Sagrario, trazados por el ingeniero don Francisco Kurtze de orden del Gobierno, estaba.n terminados el 28 de febrero de 1855, cuando el Obispo decretó la edificación, para la cual el Presidente Mora dió de su propio peculio una fuerte suma de dinero. El 28 de mayo de 1855 el Gobierno decretó la edificación de la Catedral y nombró una Junta Edificadora. Una casa belga o francesa presentó un proyecto y un presupuesto, por cierto muy

(2) Cfr. sobre el edificio de la Catedral un interesante artículo del P. Rosendo Valenciano en "Mensajero del Clero", mayo de 1914, y en "Revista de Costa Rica", año II, un valioso estudio del Lic. Conzález Viquez, intitulad.o "San José y sus comienzos", ps. 33 y 65. 202 EL MENSAJERO DEL CLERO subido, pero la guerra y las penurias que la siguieron obligaron a desistir I de la idea. Algo, sin embargo, había que hacer en la Ca- tedral cuyos pilares estaban en tan mal estado que muchos técnicos juzgaban que fácilmente podía desprenderse la techumbre. En 1857 se hizo el cambio de pilares, trasladándose mientras tanto el Cabildo a la Iglesia de la . El destierro del Obispo y los acontecimientos políticos de los años siguientes fueron causa de que no se volviese a pensar en la reedificación tantas veces decretada. A 30 de setiembre de 1862 el gobernador de San José, don Ramón Quirós, a nombre del Muni- cipio exponía al Gobierno que era de urgente necesidad comenzar desde luego la edificación de la Catedral "construída hace treinta y cinco años y que hoy día es el sarcasmo de nuestra religiosidad y el baldón de la República". A consecuencia de esta iniciativa el 1S de octubre de 1862 se reunió en el Seminario la Junta Piadosa, nom- brada por el Gobierno, bajo la presidencia del Obispo, que delegó sus derechos en el P. Ramón María González. El 27 del mismo mes y año el Prelado dirigió una pastoral a todos los diocesanos solici- tando la cooperación general para la realización de la magna obra. uevamente las conmociones políticas impidieron seguir adelante en los propósitos formulados tantas veces. En 1866 el estado de la Catedral era tan ruinoso que el Gobierno y el Obispo hicieron una nueva tentativa; se encargaron los planos al ingeniero don Miguel Velázquez y por medio de circulares a todas las autoridades de la República se pidió la cooperación de todas las parroquias; Mons. Llorente obtuvo de la Santa Sede la facultad para gravar los bene- ficios eclesiásticos en favor de la construcción proyectada. Tal vez el "sarcasmo de nuestra religiosidad" hubiera perdurado muchos años más, si en julio de 1871 los peritos o técnicos nombrados para examinar la construcción no hubiesen declarado que irremisiblemente se hundiría el techo al cabo de pocos años, quizá al cabo de pocos me- ses. El 1\l de agosto de 1871 el Obispo, oído el parecer del Cabildo, dispuso quitar la techumbre, pasar el servicio de la Catedral a la Iglesia de la Merced y la parroquia al Sagrario, y nombró una "J unta EL MENSAJERO DEL CLERO 203

Consultiva y Económica", presidida por el Vicario General y cons- tituída .en esta forma: vocales los PP. Carlos María Ulloa y Juan Pablo Salazar, los señores don Leoncio de Vars y don Alejo] imé- nez; secretario don Ecequiel Herrera; prosecretario don Francisco Quesada y tesorero don ] uan Salazar. En la reconstrucción de la Catedral se conservaron los muros antiguos, pero todo el maderamen se renovó; esta obra se debe, en su mayor parte, al celo y desinterés del Sr. Deán D. Domingo Rivas que después de muchas inquietudes y no pocos sinsabores vió coronada su obra en 1878. 3.-El termómetro que nos permite conocer hasta qué punto va arraigando la piedad cristiana y la religiosidad entre el pueblo es la fundación y florecimiento de las cofradías, hermandades, ter- ceras órdenes y demás asociaciones piadosas similares. En 1851, cuando Mons. Llorente se hizo cargo del gobierno diocesano, ya no había en la diócesis cofradías al estilo de las antiguas, con excep- ción de algunas parroquias del Guanacaste. En ese tiempo estaban mas o men:os florecientes la tercera orden de San Francisco, las co- fradías del y de la Merced, las hermandades de San] uan de Dios y algunas otras que podríamos llamar locales. La Tercera Or- den de San Francisco reconocía como sus principales centros a Barba y Cartago; desde antiguo entre esas dos mesas o directivas existían enojosas cuestiones de competencia y legitjmidad. En 1861 con au- torización del General de los Franciscanos se estableció la Tercera Orden de San Francisco, y el P. Benito Sáenz reclamó para la mesa de su presidencia la centralización n Heredia, por carecer los otros centros de erección legítima, según afirmaba. Así quedaron las cosas hasta 1868 en que el P. Ramón María González obtuvo facul- tades personales del Ministro General de los Franciscanos para erigir la Tercera Ol'den en cualquiera iglesia. Mons. Llorente prestó todo el apoyo de su protección a los terciarios de Cartago y contri- buyó generosamente para las obras de edificación de la iglesia de San Francisco. La organización de las asociaciones del Sagrado Corazón de ] esús es obra del Sr. Obispo. Antes de 1851 casi solamente en la 204 ÉL MENSAJERO DEL CLERO

iglesia de San Juan del Murciélago, consagrada al Sagrado Cora- zón, y entre los miembros de la familia Calvo (la del Ministro don Joaquín Bernardo), se practicaban actos especiales de culto en honor del Sagrado Corazón de Jesús. Con motivo de la proclamación dog- mática de la Inmaculada Concepción-festejada con toda pompa en la Catedral, con asistencia de todas las autoridades-, se despertó con extraordinario empuje la devoción a María Irnnaculada y se es- tablecieron las primeras asociaciones de Hijas de María, uno de cu- yos principales promotores fue el P. Carlos María Ulloa. En varias parroquias fue muy popular la asociación del Sagrado Corazón de María; entre los seglares fue apóstol de ella don Vicente Herrera, No faltaron tampoco hermandades organizadas para dar culto a San J osé, a Ntra. Señora del Rosario, y al Dulce Nombre. La antiquí- sima cofradía de la Vera Cruz tuvo un momentáneo esplendor en Barba y en Heredia. Por sabido se calla que Mons. Llorente fue singularmente de- voto de la Virgen de los Angeles, Patrona de Cartago y de Costa Rica. Dice la tradición que siempre que iba a Cartago pasaba a "saludar a la Señora". Es, sin embargo, inexplicable que no hiciera nada por levantar la an tigua cofradía de N. Señora de los Angeles. El P. Juan Andrés Bonilla (20 de junio de 1851), mayordomo ge- neral de fondos píos de Cartago, suplicó al Vicario Capitular P. del Campo que "por la grande devoción que tienen los habitantes de esta República a la Sagrada Imagen de Ntra. Señora de los Angeles", instituyese una henmandad. El •Vicario reservó al Ilmo. Sr. Obispo la resolución definitiva, pero como el mayordomo auxiliar de N. Se- ñora de los Angeles, don] oaquín Estanislao Carazo presentara los documentos del archivo en que constaba que desde 1653 estaba apro- bada la cofradía, el P. del Campo (24 de julio de 1851), la declaró subsistente decretando que mientras llegaba el Sr. Obispo, a quien el mayordomo consultaría las reformas convenientes, se continuasen observando las primitivas reglas o estatutos. No obstante, nada se hizo para reorganizar la cofradía. EL MENSAJERO DEL CLERO 205

El Ijmo, Sr. Llorente consagró la Iglesia de los Angeles en 1854; debió ser antes de mayo puesto que en los libros de cuentas aparecen las partidas correspondientes en el apunte de dicho mes. En ello se había empeñado el mayordomo P. Juan Andrés Bonilla. El 21 de enero de 1862 el Cabildo Lateranense concedió a la iglesia de los Angeles los títulos basilicales (3) ; como se deja entender fue el Prelado el que hizo la petición correspondiente. Hasta entonces la atención del Santuario de los Angeles estaba recargada en el cura, que ocasionalmente enviaba un sacerdote ,o iba personalmente a celebrar las funciones. Esto no podía bastar para reanimar el culto y promover la devoción. En diversas ocasiones' los vecinos de los Angeles habían pedido un capellán para el San- tuario. Finalmente en agost9 de 1870 el Sr. Obispo nombró el pri- mer capellán que lo fue el P. Juan Ramón Acuña. 4.-Mons. Llorente no fue gran predicador ni gran orador, en, el sentido.en que las personas del mundo suelen entender esos tér- minos. Pobre era el caudal de su voz, sencilla su palabra y muy co- rriente su exposición. Mi palabra, podía repetir el Prelado, no des- cansa en la persuasión de la humana sabiduría; predicaba para ins- truir, para dirigir y para corregir, no para deleitar. Procuraba que el desarrollo de sus pensamientos estuviese al alcance de todas las capacidades. Con muchísima frecuencia predicaba en la Catedral, y durante las visitas canónicas formales o para administrar el sa- cramento de la confirmación no dejaba de cumplir con ese deber episcopal. No se habían establecido los catecismos dominicales; por consiguiente la predicación parroquial debía ser arite todo catequis-' tica. Huelga decir que el Prelado fue implacable con aquellos pá- rrocos que no cumplían con la exactitud debida tan estrecha obliga- ción. Muchas veces intervino con los comandantes de las tropas para que los ejercicios militares que se solían hacer los domingos se aco-

(3) Cfr. "Monografía del Santuario de Ntra. Señora de los Angeles" de don Eladio Prado, p. 86, Y en "El Mensajero del Clero", agosto de 1926 un artículo de V. Sanabria. 20& , EL MENSAJERO' UEL CLERO modasen en horas 'que'no impidiesen a los reclutas la' asistencia a las explicaciones parroquiales. . _ Como pastor y eri virtud de las atribuciones que le daba el Con- cordato desplegó particular vigilancia sobre la enseñanza doctrinal que se impartía en las escuelas. El texto en uso era, desde antiguo; el del P. Ripalda para los niños, y la explicación del P. Mazo para los catequistas y maestros. En 1861 (agosto) el gobernador de San ] osé remitió al Prelado un texto de catecismo para que se aprobara y publicara; Monseñor no accedió porque dicho texto "a más de ser muy diminuto, en algunas explicaciones se aparta del sentido de los teólogos que son los intérpretes de la ley cuando la Iglesia aprueba sus interpretaciones" ; después de observar que el Ripaldaestaba ad- mitido en todos los obispados de Centro América y que los catequis- tas y maestros podían consultar las explicaciones de Mazo" del P. Astete, de Bossuet, etc., añadía: "estamos resueltos a que en todas las escuelas de los católicos encomendadas a nuestro cuidado pasto- ral sirva de texto para la doctrina el Ripalda que siempre se ha usado". Mons. Llorente promovió la cultura y la piedad entre 'sus sa- cerdotes aun antes de comenzar el funcionamiento del Seminario. A los clérigos que le servían de pajes aconsejaba con la palabra y con el ejemplo, les hacía preguntas sobre las materias estudiadas, les proponía casos de conciencia. Desde 1852, según escribía al De- legado Apostólico, había establecido en "la capital conferencias se- manales presididas por él, a las que debían asistir todos los ecle- siásticos cuyas ocupaciones lo penmitieran. Igualmente, la peni- tencia que imponía a los saeerdotes suspensos que pedían su rehabi- litación, era la práctica de los santos ejercicios espirituales bajo ,la dirección de los sacerdotes de más probada virtud. En las visitas pastora1es pedía, para examinarlos, los Breviarios, y j ay! del pobre señor cura que o no tuviese breviario o no 10 tuviese señalado en la fecha respectiva. Con igual diligencia pedía los apuntes de misas.' Otro detalle más para demostrar los ingeniosos medios de' que se valía 'para promover el amor al' estudio entre sus sacerdotes., Nin-, EL MENSAJERO DEL 'CLERO 207 guna dispensa se tramitaba en la Curia Eclesiástica si había de- fectos en la redacción o en el cómputo de los impedimentos; irremi- siblemente 'se devolvía con el "no procede". Parecida suerte corrían aquellas comunicaciones que o no venían con el debido aseo o cuya redacción fuese enormemente insoportable. No podemos dejar de consignar que desde 1855, año en que remitió 250 francos, comenzó a enviar, según sus posibilidades, al- gunas limosnas para el Instituto de Africa. Del respeto y veneración del-Prelado ala Santa Sede y en es- pecial al Santo Padre dan fe todos sus escritos. A más de eso, ha- biendo tenido conocimiento de los tristísimos acontecimientos que afligían a Pío IX y de las estrecheces económicas a que se veía: re- ducido, exhortó a los fieles a que contribuyesen con sus limosnas para el Obolo de San Pedro. E16 de julio de 1860, correspondiendo a la excitativa del Delegado de Méjico, escribió una delicádísima carta a Pío IX, a nombre del Cabildo, de los sacerdotes yde todos los diocesanos, en la que manifestaba la f inmisima adhesión de esta parte de la grey a la Cátedra de San Pedro y la sincera participación en todas las penas y amarguras que acongojaban el corazón del Pon- tífice. S.-Los obispos son legisladores en sus diócesis sobre todas aquellas materias que el Derecho Canónico determina. En el Apén- dice (4) se publica la nómina casi completa de todas las disposi- ciones dictadas por el Obispo en -orden a la disciplina del clero, a la piedad cristiana, a la administración eclesiástica y al desempeño del ministerio parroquial. En esa forma Mons. Llorente echó los ci- mientos de nuestra legislación diocesana, que aun en la actualidad no hace más que reproducir casi al pie de la letra los decretos ante- riores al 71. Merecen particular mención los decretos referentes al modo de llevar los libros parroquiales. Estos durante la colonia debían llevarse en papel sellado; la república adoptó idénticas dis- posiciones, pero en 1852 el Ilmo. Sr. Obispo obtuvo que el Gobierno

(4) Cfr. Apéndice, Documento .XIV. '208 EL MENSAJERO DEL CLERO renunciara a ese gravamen y desde entonces todos los libros. parro- quiales se llevaron en papel simple; quedaron exceptuadas de esa regla las certificaciones de cristiandad por ser documentos de valor legal ante los tribunales. Después de la independencia las partidas de los libros parroquiales continuaron con la misma redacción usual, pero en realidad río había un formulario único para toda la diócesis. El primer paso para alcanzar esta uniformidad lo dió en Centro América el Ilmo. Sr. Dr. Antonio Larrazábal, titular de Comana, cuando en 31 de diciembre de 1843 y en su carácter de Provisor de Guatemala, publicó el "Prontuario" o instrucción sobre administra- ción de los santos sacramentos. En 1849 el Ilmo. Sr. Viteri y Ungo publicó el prontuario del Sr. Larrazábal en la "Instrucción para la celebración de los matrimonios publicado por el Excmo. e Ilmo. se- ñor don Jorge Vi teri y U ngo, Obispo de Nicaragua". Con este mismo título hizo Mons. Llorente la reproducción del folleto del Sr. Viteri, publicada en Costa Rica el 10 de enero de 1853 con la adición: "adaptada, y mandada observar por el Ilustrísimo señor Dn. An- selmo Llorente y Lafuente para el Obispado de Costa Rica, des- pués de haberla conformado a la legislación de la República". Este folleto tiene 32 páginas y se publicó "para cortar los abusos que se han introducido en la administración del sacramento del matrimo- nio", y se le dió el carácter de estatuto sinodal. Salvo algunas pe- queñísimas variantes, el Sínodo de 1881 (S) adoptó en todas sus partes el referido estatuto sinodal. 6.-Revolviendo los papeles correspondientes al período epis- copal de Mons. Llorente nos encontramos, con bastante frecuencia, con imposiciones de penas de suspensión y aun de excomunión ma- yor. Vayan de ejemplo algunos casos. En la circular del 23 de marzo de 1869 se decreta la excomunión: ipso facto contra los que hagan daño a los postes del telégrafo. En otra circular, del 20 de octubre de 1868, se suspende la jurisdicción de los párrocos de modo que no

(5) Cfr. "Sínodo Diocesano", de 1881, San José, Imprenta del Correo Español, pgs. 10, 25, 27, 31, 36,.39, 98, 101, 10,2 Y 145. EL MENSAJERO DEL CLERO 209

puedan asistir válidamente a los matrimonios si antes no se han publicado las amonestaciones y no se han llenado los demás trámites. Desde luego era una disposición absurda; alguien elevó el caso al conocimiento de la Santa Sede y el 18 de febrero de 1869 se le in- dicó al Prelado que se había extralimitado en el uso de sus poderes. Nadie podía negar la bondad del fin que se proponía el Obispo, a saber, terminar de una vez con los matrimonios llamados por Sor- presa o clandestinos, pero no basta la honestidad del fin para justi- ficar los medios. Nunca podremos lamentar lo bastante que entre el Ilmo. Sr. Obispo y el ilustre Padre José Brenes no hubiesen existido relacio- nes, ya no decimos cordiales pero ni siquiera oficiales. En Guate- mala el P. Llorente no había querido dar testimonio en favor del P. ] osé Brenes cuando éste quiso recibirse de abogado; presumiendo el Sr. Brenes que el Prelado no le admitiría a la ordenación, se ads- cribió al obispado de Nicaragua y aquí lo ordenó Mons. Viteri. Vino después a Costa Rica y sin saber cómo ni por qué se creyó víctima de las intrigas de los sacerdotes parientes de Mons. Llorente. En un sermón predicado en Cartago, el P. Brenes criticó muy acerba- mente que a los extranjeros se les llamara "machos"-como si no tuvieran alma humana y racional-por el simple hecho de no estar bautizados en la Iglesia Católica; el P. Anselmo Sancho delató el caso al Sr. Obispo, se instaló un tribunal, el acusado se defendió con toda brillantez y quedaron pulverizadas las acusaciones; el Dr. Rivas absolvió de toda culpa al presunto reo. Supuesto el carácter nervioso y excitable del P. Brenes, esas y otras ocurrencias debían llevarlo a violencias extremas: en 1867 publicó un folleto contra el Obispo en el que con estricto orden lógico enumera sus quejas y critica acerba- mente a su superior; éste lo suspendió y en adelante fue imposible llegar a una reconciliación. Otro folleto, quizá peor que el primero, escrito por el P. Brenes, fue decomisado por las autoridades por sú- plicas de la Curia Eclesiástica. N o hemos de juzgar de las cosas pasadas con el criterio de los tiempos presentes. Así era ~l estilo, así era la costumbre. Peores, 210 EL MENSAJERO DEL CLERO mucho peores cosas leemos en las pastorales y decretos de los obis- pos anteriores. Si fuéramos a tomar al pie de la letra las palabras conminatorias de aquellos Prelados es más que posible que dos ter- ceras partes de la población de Nicaragua y Costa Rica incurrieran en excomunión mayor y murieran en ella; dos tercios de nuestros antepasados vivían, por tanto, en perpetua excomunión, y casi todos los sacerdotes de aquellos tiempos eran suspensos y por añadidura irregulares. Así era el sistema antiguo; el tribunal de Dios se en- cargaba de hacer las liquidaciones y esa justicia río falla. 7.-El 18 de agosto de 1871 asistió Mons. Llorente a la inau- guración de los trabajos del ferrocarril en la ciudad de Alajuela en donde administró también el sacramento de la Confirmación. Allá, según parece, contrajo la enfermedad que lo llevó al sepulcro. Vuelto a San José firmó todavía algunas disposiciones y tomó cama. El acta de defunción (6) firmada por los médicos de cabecera, doc- tores don José María Montealegre y don Andrés Sáenz, hace constar que el Prelado murió a las seis de la tarde del 22 de setiembre de 1871, a causa de "neumonia tifoidea". El 17 de setiembre, Mons. Llorente sintiéndose ya muy enfermo, a las 12 del día "con palabras claras y en su sano juicio" delegó las sólitas al Cabildo delante del P. José Zamora, Rector del Seminario, y de don Vicente Sáenz. Con toda devoción y recogimiento recibió el Santo Viático que le administró el Dr. Rivas, cayó después en un delirio "prolongado y locuaz"-como se expresa el Dr.. Castro--durante el cual "ninguna palabra impura, ninguna ofensa a su prójimo llegó a proferir". A las 11 del día del 24 de setiembre se le hicieron los funera- les en la iglesia de la Merced, que servía por entonces de Catedral. a los que asistió el Gobierno "profundamente conmovido por tan la- mentable pérdida, junto con todos los empleados civiles y militares residentes en la Capital"; hubo "inmensa concurrencia". El "luto se extendió en todo el país", señales "inequívocas de qu.e la Dió-

(6) Archivo EcL T. 139 n. 147. Murió en la antigua casa del Correo ocupada antes por las oficinas de la United. EL MENSAJERO DEL CLERO 211 cesis conocía el mérito de su Prelado y de que Costa Rica compren- día lo grande de su pérdida". El Venerable Cabildo Eclesiástico, en la sesión del 28 de se- tiembre de 1871, eligió Vicario Capitular al Dr. don Domingo Ri- vas, nombrado desde el 28 de marzo anterior deán de aquella respe- table corporación. Al mes siguiente fue desterrado el arzobispo de Guatemala, Mons. Piñol... Se desataba la tempestad sobre la Iglesia de Centro América ... Los venerables restos de nuestro primer Obispo fueron deposi- tados provisionalmente en el altozano de la Catedral, el mismo día 24 de setiembre. En 1879 la familia instó para que se cumpliese el acuerdo del Cabildo ql¡le disponía trasladar las cenizas del Prelado a la Iglesia Catedral. El 7 de julio de 1882, a las ocho de la noche se abrió el sarcófago. Presidía el acto del reconocimiento el Ilmo. Sr. Bernardo Augusto Thiel, segundo Obispo de Costa Rica. Re- conocido el cadáver se vió que conservaba casi intactas las facciones, sobre todo en la parte superior del rostro. A instancias de los so- brinos del Ilmo. Sr. Llorente, se le quitaron un anillo y un pectoral con que había sido sepultado. Acto seguido se depositó el cadáver en el presbiterio de la Catedral, en la nave del Evangelio ...eran las diez de la noche. Años más tarde se colocó una lápida encima de la fosa con la siguiente leyenda:

HIC IN DOMI TO QUIESCIT ILMUS. AC. RMUS. DMNS. ANSELMUS LLORENTE LAFUENTE 1. HUIUS DIOECESEOS EPISCOPUS NATUS XI ANTE CALENDAS MAII AN. MDCCC RENUNCIATUS EPISCOPUS IV ANTE IDUS MAII AN. MDCCCLI CONSECRATUS EPISCOPUS VII ANTE IDUS SEPTEMBRIS AN. MDCCCLI OBIIT IX ANTE CALENDAS OCTOllRIS AN. MDCCCLXXI VIVAS CUM DEO PASTOR AMANTISSIME R. 1. P. 212 EL MENSAJERO DEL CLERO

El Directorio de la Arquidiócesis de San José consigna así el episcopado del Ilmo. Sr. Llorente en la "Serie de los Obispos de Costa Rica": 1. ANSELMO LLORENTE y LAFUENTE, 10 de abril de 1851; t en San José el 23 de setiembre de 1871.

Fin

INDICE

CAPÍTULO 1 La independencia y la Iglesia (11). Organización eclesiástica de la América Central (12). La Vicaría Foránea de Cartago (13). Los Vicarios Foráneos entre 1800 y 1850 (14). Ojeada general sobre la situación reli- gi osa entre 1821 Y 1850 (1 7) .

CAPÍTULO II Primeras tentativas para obtener la erección de la diócesis en Costa Rica (25). Erección del Obispado en 1825 (26). ";estiones de 1837 a 1849 (30). Candidatura episcopal del Padre Anselmo Llorente y Lafuente (37).

CAPÍTULO III La Santa Sede reconoce la República de Costa Rica (43). Expedición de la Bula "Christianae Religionis" (44). Análisis de la Bula de erección (46). Ejecución de la Bula (48). Mons. Viteri desconoce la ejecución de la Bula (SO). La Sede del Obispado y delimitación con Nicaragua y Co- lombia (54).

CAPÍTULO IV Número de sacerdotes en 1851 (57). Instalación de la oficina de la Vi- caría Capitular (58). Situación creada por la Bula (59). El Reglamento de Hacienda y la administración de bienes eclesiásticos antes de 1851 (59). El Gobierno rehusa aceptar la sentencia del Arzobispo GarcÍa Peláez (64). El año de la V,icaría del P. del Campo (67).

CAPÍTULO V El Obispo Llorente juzgado por el Dr. Castro (69). Nacimiento, fa- milia, estudios y ministerios sacerdotales del P. Anselmo Llorente (77). Ilus- tración, formación, carácter, mentalidad y aficiones del primer Obispo (85). Descripción de Thomas Francis Meagher (93).

CAPÍTULO VI Consagración episcopal de Mons. Llorente (97). Su llegada a Costa Rica (100). Toma de posesión y primeros actos de gobierno (102). Vicarías foráneas : el primer Delegado Apostólico (103). El Gobierno reconoce a la EL MENSAJERO DEL CLERO 213

Iglesia la libre administración de sus bienes (105). La cuesnión de los diez- mos (107). El tratado con España y la consolidación de los fondos píos (110).

CAPÍTULOVII Razón del método en la exposición (115). Celebración del Concordato (116). Religión del Estado y los cementerios; la tolerancia y libertad de cultos (117). La enseñanza y la religión; la censura de Iibros (126). El pase, placet, Exequátur (127). Supresión del diezmo (131). El derecho de pa- tronato (132). Los concursos, régimen del Seminario, libertad en la elec- ción del Vic. Capitular; el fuero eclesiástico (134). Capacidad jurídica de la Iglesia; establecimiento de comunidades religiosas y propagación de la fe (137). El juramento constitucional; los clérigos y la política (138). Preces por la nación; privilegios 'castrenses (140), Dudas en la aplicación del Con- cordato (141).

CAPÍTULOVIII El Cabildo en las peticiones de erección de diócesis (143), El Concor- dato y el Cabildo (144). Instalación del Cabildo (145). Estatutos y patrón de Cabildo (146). Unión de la parroquia del Sagrario con el Cabildo (147). Suspensión y reinstalación del Cabildo (15 O). Servidos prestados por el Cabildo y los capitulares (151).

CAPÍTULO IX Fundación de la Casa de Santo Tomás (153). Erección de la Universi- dad (154). El programa de Estudios (154). Beneficios prestados por la Universidad (155). El título pontificio (156). El exequátur del breve pontificio (158). Los grados eclesiásticos en la Universidad (159).

CAPÍTULO X Instrucción y formación del clero después de la independencia (161). Edificación del Seminario (164). Gestiones para entregar el Seminario a religiosos y reglamentación del Dr. Rivas (168). Entrega del Seminario a los Paulinos; legados para el Seminario; el Colegio Pío Latino (171).

CAPÍTULOXI La Jerarquía Eclesiástica centroamericana en 1853 (173). Llegada de los jesuitas desterrados del Ecuador (174). La primera visita canónica (180). Las Vicarías del P. Llorente y del P. Flores; nombramientos de Curia (181). La renuncia del Obispado en 1854 (181).

CAPÍTULOXII El periodismo antes y después de 1850; ataques del "Eco del Irazú" (185). El Obispo y la Campaña del 56 (187). El cólera, la procesión del Dulce Nombre (194). Aplicación del Breve del 16 de mayo de 1853 (197). Nuevo Vicario General; segunda visita canónica (198). 214 EL MENSAJERO DEL CLERO

CAPÍTULOXI II

El de San Jua1\. de Dios (199). El impuesto sobre 105 curatos (200). Situación política (201). Notas cruzadas entre el Obispo y el Go- bierno (202). El destierro del Obispo (204). Mons. Llorente en Nicara- gua; sucesos de Costa Rica (207). Regreso del Prelado (211). El P. Rai- mundo Mora (216). Moraleja histórica (217).

CAPÍTULOXIV Condiciones políticas entre 1860 y 1871 (219). Condenación de Mora (223). Nuevos Delegados Apostólicos (223). Visita ad Limina de 1861 (224). El Vicario Dr. Rivas; oficiales de la Curia (224). Tercera visita pastoral (226). El liberalismo y la masonería, pastorales contra la maso- nería (228).

CAPÍTULO XV El Obispo Auxiliar (243). Cenerosidades del Obispo en favor de la mujer costarricense; las betlemitas (247). Mons. Llorente y los francisca- nos (249). Viaje al Concili-o Vaticano; testamento del Obispo (251).

CAPÍTULOXVI Erecciones de parroquias (259). Edificación de la Catedral (261). Aso- ciaciones piadosas (263). Predicación y enseñanza catequística; promoción de la piedad entre el clero; veneración y respeto a la Sana Sede (266). Le- gislación diocesana (268). Imposición de penas (269). Muerte del Ilmo. Sr. Llorente (270).

APENDICE l.-DOCUMENTOS VARIOS

l.-Comunicación del Cabildo de León a la Asamblea Constituyente de Costa Rica con motivo del nombramiento de obispo y erección del obispado en Costa Rica (275). Il.-Varios documentos sobre erección de diócesis: A) Informes (278); B) Carta del Presidente Castro a Pío IX (284). III.-Bula de erección de la Diócesis de Costa Rica: Texto castellano (286); Texto latino (287). IV.-EI Obispo de Nicaragua desconoce la toma de posesión de la Vicaría Capitular hecha por el P. José Gabriel del Campo el 2 de febrero de 1851 (308). V.-Sacerdotes en Costa Rica en 1851 (3 de febrero) (317). VI.-Resolución del Arzobispo García Peláez sobre admi- nistración eclesiástica (318). VIL-Bulas de nombramiento del Ilmo. señor Llorente (319). VIIL-Ataque al Gobierno y su defensa en la cuestión de diezmos (327). IX.-A) Acta de instalación del Venerable Cabildo Ecle- siástico de San José (332); B) Nómina de Capitulares del Venerable Ca- bildo de San JQSé entre 1853 y 1871 (333). X.-EI Gobierno y la renuncia del Obispado (335). XL-Alocución del Ilustrisimo señor Obispo a las tropas del Ejército Expedicionario (336). XIL-Comunicaciones entre el Obispo y el Gobierno con motivo del decreto del 29 de setiembre de 1858: EL MENSAJERO DEL CLERO 215

1 Protesta del señor Obispo por el decreto del 29 de setiembre de 1858 (338); II El Presidente consulta al Congreso (339); III El sefior Obispo consulta al Cabildo (340); IV Dictamen del Cabildo (341); V El Ministro pide copia del dictamen del Cabildo (" 4 3) ; VI Dictamen de la Comisión del Con- greso (343); VII El Congreso aprueba el dictamen de la Comisión (347); VIII El Presidente manda revocar la circular del 16 de diciembre (348); IX Decreto de expulsión del Ilmo. señor Llorente (349); X El Ilmo. señor Obispo contesta la carta del Presidente en la que manda retirar la circular del 16 de diciembre (351); XI Autógrafas al Vicario Calvo (352); XII De- creto llamando al Ilmo. Sr. Obispo al seno de su grey (354). XIlI.- Testa- mento del Ilmo. señor Llorente (354); XIV.-Indice de la~ Pastorales, Edictos y Circulares de la Autoridad Eclesiástica publicados entre 1851 y 1871 (357).

Intención del Aoostolado - Mes de Agosto Por los Prelados y Pastores constituidos en la Jerarquía Eclesiástica

¿Quiénes ·son éstos?

Con el nombre de Prelados se conoce principalmente a los Obis- pos y a los que ejercen el Supremo Gobierno en la Iglesia de Dios, los cuales son a la vez los primeros Pastores de la Grey. del Señor. Pero además de ellos hay en la Santa Iglesia otros Pastores subor- . dinados, que son los Curas Párrocos y los Sacerdotes que tienen cura de almas a los cuales debemos también incluirlos en la intención de este mes.

Importancia de esta intención

N uestro Señor Jesucristo en los tres años de su vida pública dedicó un cuidado especial y ocupó la mayor parte de su tiempo en instruir y formar a los Apóstoles que habían de gobernar la Iglesia. Por ellos y por su santificación rogó también de un modo especial ; y al estar con ellos por última vez en su vida mortal, hizo en la última Cena una conmovedora y larga oración a su Padre pidiéndole que los guardara y los santificara en la verdad. 216 EL MENSAJERO DEL CLERO

y con razón dedicó Nuestro Señor tanta atención a los Após- toles, porque de la santificación de ellos habrá de depender la santi- ficación de los pueblos. Ellos según la frase del Salvador, debían ser la luz del mundo y la sal de la tierra, de modo que si esa luz se apagaba o esa sal se volvía insípida, el mundo quedaría a oscuras y no podía librarse de la corrupción. Los Apóstoles eran como las primeras brasas de un incensario sobre las que convenía soplar para que se encendiesen más y acabas en por encender él¡ los demás carbones apagados. Eran también, según la expresión del Apóstol San Pablo, las piedras fundamentales del edificio de la Iglesia, sin tener las cuales bien escogidas y asentadas era locura pensar en levantar la casa. Toda la edificación, pues, de la Iglesia y la obra de la salvación del mundo dependía de que hubiera buenos Apóstoles. y en nuestros días igualmente podemos decir que de los Sacerdotes y de los Obis- pos buenos depende la conservación de la fe y el florecimiento de la vida cristiana; así como de los no buenos depende en gran parte la perversión de las sociedades cristianas.

¿Qué cosas se deben pedir por los Prelados y Pastores?

Lo primero que se ha de pedir es que sean los verdaderamente llamados por Dios. Nos cuenta el Santo Eva.ngelio que cuando Nuestro Señor j e- sucristo quiso escoger a los Apóstoles, se retiró a un monte y pasó toda la noche en oración, y cuando amaneció escogió entre sus dis- cípulos los que quiso. Escogió doce a los que llamó Apóstoles. Esta conducta de Nuestro Señor en la elección de .os Apóstoles, queriendo que a ella precediese una noche de penitencia y de ruegos a su Padre Celestial, nos debe hacer ver lo mucho que a Nuestro Señor le in- teresa la buena elección de los Prelados y Sacerdotes. Esta dicha de tener buenos Obispos y Sacerdotes es una gracia que se ha de ob- tener de Dios a fuerza. de oraciones y sacrificios. Lo segundo que se ha de pedir a Dios es que derrame sus gra- cias sobre sus escogidos y los disponga a desempeñar fielmente su EL MENSAJERO DEL CLERO 217 ministerio. De esto tenemos un hermoso ejemplo en toda la Ig:esia Apostólica reunida con la Santísima Virgen en el Cenáculo para implorar de Dios la efusión del Espíritu Santo de un modo especial sobre los Apóstoles para que fueran ellos los testigos de la verdad de Jesucristo en todo el mundo. Y cuando empezaron las primeras per- secuciones vemos de nuevo a la Primera Iglesia, pidiendo a Dios en sus reuniones que diera a los Apóstoles la gracia de predicar con toda confianza y devoción la Palabra Divina. Luego los mismos Apóstoles, y San Pablo de un modo especial continuamente están suplicando a los fieles la ayuda de sus oracio- nes para que sea fructuoso su ministerio y su predicación.

Necesidad de rogar por los Prelados y Pastores en nuestros tiempos

Esta necesidad de rogar por los Prelados y Sacerdotes la com- prendieron muy bien los santos. Así a esto dedicaron su vida Santa Teresa de Jesús y Santa Te- resita del Niño Jesús. Y después casi todos los santos de nuestros tiempos han tenido como una señal característica su devoción al .Papa y su adhesión a los Obispos y el fervor con que por ellos han elevado sus oraciones al Cielo. Nadie tiene tanta necesidad de ora- ciones como el Soberano Pontífice y los Obispos sobre los cuales pesa la solicitud de todas las Iglesias y de todas las almas. Hagamos pues por ellos en este imes nuestras oraciones con todo fervor y hagámoslas ante todo por aquellos Obispos que en ciertas partes del mundo encuentran tantas persecuciones y con- trariedades, persuadidos de que con esto hacemos una de las obras más agradables al Sumo Sacerdote y Pastor de nuestras almas Cristo Jesús. O. J. T. 218 EL MENSAJERO DEL CLERO

Notas y comentarios

La Conferencia del Clero

El 12 de Julio se verificó la Conferencia mensual del Clero, con asistencia de buen número de sacerdotes. Presidió el Excmo. señor Arzobispo Monseñor Castro. El Presbo. don Rubén Odio leyó urla muy bien preparada disertación acerca de la «Muerte aparente y los últimos Sacramentos». Estamos en este punto con la tesis del Padre Ferreres, S. j. El único signo de la muerte cierta, es la corrupción del cuerpo. Siempre con la condición de «si vivis» se puede absolver y ungir mientras no exista la corrupción de la materia. El Excmo. señor Arzobispo dió lectura a la correspon- dencia cruzada entre él y el Excmo. señor Nuncio de Su San- tidad, relacionada con las peregrinaciones a Romá con ocasión del Año Santo. Mantiene el señor Arzobispo su tesis primitiva de conservarse al margen de estos movimientos, prometiendo, una vez organizada la peregrinación, hacer constar que se trata de peregrinos que con ese cár acter van a Roma. Salva así Su Excelencia la responsabilidad que pudiera tocarle ante cualquier contratiempo que presentara en el curso de la pere- grinación. lntelligenti pauca. Somos TICOS ..'... Yeso basta. Creemos que Monseñor Castro, que bien conoce su gente, procede con admirable prudencia en este particular. Por otro lado nuestros ECONOMISTAS cimarrones y liberales no han levantado la grita, hasta ahora, por el ORO que se va con .Ios peregrinos..... Pero si la primera Autoridad Eclesiástica recomendara tales «caravanas», ya veríamos y oiríamos los rayos y centellas.

La Fiesta de San Vicente, en el Seminario

Regiamente festejaron los R. R. P. P. Paulinos a' su Padre y Fundador, el 19 de los corrientes. En la Misa Solemne estuvo presente el Excmo. señor Nuncio de Su Santidad Monseñor Chiarlo, y asistió de semipontifical el Excmo. señor Arzobispo Monseñor Castro. Cantó las glorias de San Vicente EL MENSAJERO DEL CLERO 219

el M. I. señor Canónigo Dr. Borge, en forma admirable y con altura de doctrina muy a tono con su ilustración distin- guida. Hubo muy lujosa asistencia de sacerdotes: 46 fuimos huéspedes ese día de los buenos hijos de San Vicente. El señor Rector del Seminario Presbo. don Juan Koch y los Padres Profesores atendieron de manera generosa y herma- nable a los amigos allí reunidos. Nos hizo mucha falta la tra- dicional VELADA. Por este año, la perdonamos. Que no nos falte en los años venideros. Renovamos a los Padres Paulinos, con ocasión de la fiesta de San Vicente, el cariño y la gratitud que guardamos con todo respeto a los que formaron nuestros corazones e ilustraron nuestras inteligencias hasta vernos Sacerdotes del Señor.

Un timador clerical

Queremos llamar la atencion a nuestros muy estimados compañeros acerca de un TIMADOR que se ha dado a la tarea de visitar a los señores sacerdotes con el fin muy hu- mano de sacarles unos cuantos coloncejos para sus necesidades de la vida. Se presenta como un hombre rico, hijo de una madre rica y ofreciendo ricos presentes a la Iglesia y al señor Cura. Ofrece mil, dos mil, cinco mil colones para el Templo; . le ofrece al párroco la leña del año, la leche de toda la vida, el café del futuro, etc., etc., y luego viene el sablazo, tan ad- mirablemente dirigido, que a estas horas varios «dei nostri» cayeron en la trampa. Un estimable compañero nos contó que él tuvo la debilidad de darle veinte colones. Otros muchos tuvieron la dicha de capear el golpe y salieron ilesos en la refriega. Alerta, pues, con los timadores. C. M. B.

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