Aves Enjauladas,De Antonio Torrente Fernández – 4º ESO
Total Page:16
File Type:pdf, Size:1020Kb
Aves enjauladas,de Antonio Torrente Fernández – 4º ESO Segundo Premio (categoría 2º Ciclo ESO) en el I Concurso de Narrativa del IES Nº 5 Prólogo 28 de Julio, Presentación/Despedida: Mi nombre es Rodrigo, tengo 15 años y actualmente vivo en Baltimore. Os preguntaréis qué hago tan lejos de España, mi país natal. Es por cuestión legal, mis padres se divorciaron hace unos 5 años y mi padre se quedó con mi custodia. Con él estoy casi todo el año, excepto un mes de verano, la verdad es que es un padre genial. De él heredé el pelo castaño, los ojos verdes y la altura. De mi madre heredé la miopía, por lo que llevo lentillas a diario, menos en casa donde acostumbro a llevar gafas. Este año volveré a España para pasar agosto con mi madre. Estoy un poco nervioso, esta vez será distinto de las anteriores. Mi madre se ha echado novio; cuando leí el e-mail donde me lo contaba no me lo podía creer. Espero que no se intente hacer el enrollado e intente sustituir a mi padre, solo espero eso. Dentro de dos días cogeré el avión, así que mañana iré a despedirme de todos mis amigos. Esta es la última entrada de mi blog, ¡no sabréis nada de mí durante un mes! Aves enjauladas Me encanta volar en verano, así es mucho más difícil que una tormenta provoque turbulencias y estrelle el avión. La sensación en mis tripas al aterrizar nunca cambia, angustia y emoción al mismo tiempo. Y la sensación al salir del aeropuerto y ver que no hay nadie esperándome tampoco cambia. Así que, como siempre, cogí un taxi y me dirigí a casa. Alicante en verano está lleno de gente, demasiada gente para mi gusto. Un viaje en coche, que en invierno solía durar 20 minutos, en verano duraba una hora. Cuando me planté delante de esa casa, “mi casa”, me sentí extraño. Dejé las maletas en el suelo y toqué al timbre: - ¡Mi niño! ¡Mi niño ha vuelto a casa! – Mi madre salió corriendo a abrazarme llorando. - ¡Mamá! Te he echado mucho de menos. – yo también la abracé, aunque con menos entusiasmo. - Hijo, que alto estás, hay que ver cómo se crece en América, ¿eh? – dijo mi madre mientras entraba mis maletas a casa. - Creo que influyen más los genes de papá que el país, de todas formas tienes razón. – le dije sonriendo. - Por cierto, cariño, tengo que presentarte a alguien. Te está esperando en la cocina. - Se trata de tu noviecito, ¿no? Espero que esté a la altura. – murmuré. Mientras me dirigía a la cocina mi cabeza se llenó de ideas sobre cómo sería el novio de mi madre. ¿Sería alto y generoso como papá? ¿Sería bajito y regordete? Me paré en el último instante, justo antes de doblar la esquina y ver el interior de la cocina. Respiré profundamente y empecé a contar…uno…dos… - ¡Machote! ¡Por fin te conozco! – me dijo el hombre cuando se abalanzó sobre mí y me estrujó en sus brazos. - ¡Eh, quieto ahí! ¿Quién te crees que eres? – le dije de un modo un tanto desafiante. - Ja,ja,ja. Tranquilo chaval, es mejor que nos llevemos bien, aunque solo sea por tu madre – me dijo mientras me despeinaba. “Es mejor que nos llevemos bien, aunque solo sea por tu madre” Esta frase me heló los huesos, no por su contenido, sino por su manera de decirla. Sonó tan autoritario que por un momento pensé que aquel que tenía enfrente era un sargento y no el nuevo novio de mi madre. Aquel hombre, de estatura media y con barriga cervecera me cayó mal desde el principio. En ese instante apareció ella: - Espero que hayáis hecho buenas migas – dijo mi madre sonriéndonos a los dos. - Por supuesto, Rosa. Tu hijo es encantador. – Se acercó a mi madre y le dio un beso. - ¿Y Tomás? ¿No ha vuelto de nadar? - preguntó mi madre. ¿Tomás? ¿Quién demonios era Tomás? ¿Otro nuevo inquilino en la familia? - Se me olvidaba decírtelo. Había pensado que Rodrigo podría ir a la playa por él, así de camino a casa podrían hablar y empezar a conocerse – dijo el hombre. - ¡Qué buena idea, Roberto! Yo iré preparando la cena, te quiero. – Le dio un beso y me dejó con Roberto en el salón. Roberto. Al fin conocía su nombre. Empezaba por “r”, como mi nombre, maldita coincidencia. - Bueno chaval, ya has oído, ve tirando para la playa a la zona frente a la hamburguesería. Tomás es rubio y tiene el pelo a lo “Andrés Velencoso”, como tú más o menos. De todas formas, si él te ve te reconocerá, hasta luego. – Al acabar la frase abrió una cerveza y se sentó en el sofá a ver la tele. No me lo podía creer. Me acababan de encasquetar un hermano, mi madre me podría haber avisado. Mientras me dirigía a la playa, iba pensando en qué iba a hacer este largo mes. Lo primero, llamar a mis amigos y quedar para ponernos al día. Seguro que mi madre me haría llevarme a Tomás conmigo y mis amigos. La playa. En Baltimore no teníamos de éstas. Cuando era pequeño y aún vivía, aquí acostumbraba a pasear por la playa de noche, es lo que más echo de menos cuando me voy de aquí. Por fin llegué a la hamburguesería. Me acerqué a la costa en línea recta y busqué a ese rubio de Tomás. Y ahí estaba él, un rubio que rondaba los 175 centímetros, de piel bronceada debido al sol del verano, un cuerpo medianamente trabajado y un bañador slip de los que marcan paquete. Sinceramente odio esos bañadores por esa razón, porque marcan paquete. Prefiero los boxer, con ellos te puede ir adonde quieras sin parecer un actor porno. - ¡Hermano! ¡Por fin has llegado! – Otro que se abalanzó sobre mí como un loco. Solo que esta vez él iba empapado, tropezó en la arena y se cayó encima de mí. - ¡Quita de encima! – Me levanté de la arena corriendo. - Lo siento, yo soy Tomás, el hijo de Roberto. – Me dijo con una sonrisa blanca de anuncio mientras me tendía la mano. - Sí, sí. Todo eso ya lo sé. Venga, vamos para casa. - Claro. El camino hacia casa fue extraño. Tomás intentó hablar conmigo, pero todas las conversaciones acababan en silencios incómodos. En general averigüé que Tomás tenía 16 años, cumplidos en marzo. Que le gustaban los deportes, la música, los videojuegos y los animales. Él de mí obtuvo respuestas breves. Al llegar a casa mi madre había preparado la cena, la mesa estaba puesta y Roberto seguía en el sofá. - Mamá, ya hemos vuelto – anuncié al entrar a casa. - Qué alegría, cariño. Lavaos las manos y sentaos a cenar. Subí al cuarto de baño de mi habitación y me llevé la gran sorpresa. En mi habitación había dos camas. No me lo podía creer, me tocaba compartir cuarto. Me aseé rápido y me esperé a que estuviéramos todos en la mesa para hablar. - Oye, mamá, ¿qué ha pasado con el cuarto de invitados? - A Roberto le pareció buena idea convertirlo en un despacho para él. - Pero no es justo. Yo no quiero compartir cuarto – le dije indignado. - Compartirás cuarto y ya está. Y si sigues, así te volverás antes de tiempo con tu padre – me dijo Roberto seriamente. Increíble. Mi madre cabizbaja y aquel hombre amenazándome. Y Tomás, bueno, él parecía no tener culpa de nada. Aquella cena terminó silenciosa, Roberto se fue al sofá de nuevo y los demás recogimos la mesa. Me fui a la ducha, me puse unos boxer y me acosté bocabajo sobre las finas sábanas de la cama. Tomás entró más tarde. - Oye, lo siento – me dijo en voz muy suave. - ¿Qué? – no entendía a qué se refería. - Siento el comportamiento de mi padre. Cuando mi madre vivía, él no era así. - Bah, tranquilo, paso de él. - Y siento haberte quitado algo de espacio en tu habitación. Intenté no tocar nada y dejarla lo más parecida a cuando llegué. No me había fijado, pero era verdad. Casi todo estaba igual que el año pasado, aunque había algo nuevo que me hizo no ver lo demás. - ¿Eso es lo que creo que es? – pregunté algo entusiasmado mirando la PlayStation 3 que había junto al televisor. - Sí, me tiré ahorrando bastante tiempo. ¿Echamos unas partidas? - Eso ni se pregunta – le sonreí. Jugamos durante algunas horas, aunque fueron pocas. Estaba muy cansado por el viaje. Así que quedamos en jugar al día siguiente. Me desperté aún de noche, Tomás escribía en una especie de diario alumbrándose con una pequeña luz para no despertarme. A la mañana siguiente, cuando desperté, oí el ruido del agua en la ducha de al lado. Fui al cajón del escritorio para coger el mp4 que me olvidé el año pasado y encontré su diario. La tentación me pudo, lo abrí y leí las últimas páginas. El grifo de la ducha se cerró, guardé el diario en su sitio y apareció Tomás con una toalla que le cubría desde la cintura a las rodillas. - Oye, Tomás, yo también lo siento – le dije un poco avergonzado. - ¿Por? – me preguntó mientras cogía la ropa del armario. - Siento lo de tu madre. Y siento no habértelo dicho antes. - Ah, tranquilo por eso. Entiendo que son demasiadas novedades de repente. Encontrarte con dos extraños en tu casa no es agradable, imagino. - Bueno, pongamos que solo hay un extraño – dije sonriendo. Tomás rió y entró de nuevo al cuarto de baño. En su diario leí que estaba contento de tener a alguien con quien hablar por fin, desde que su padre y él se mudaron aquí no tenía amigos.