Aves enjauladas,de Antonio Torrente Fernández – 4º ESO

Segundo Premio (categoría 2º Ciclo ESO) en el I Concurso de

Narrativa del IES Nº 5

Prólogo 28 de Julio, Presentación/Despedida:

Mi nombre es Rodrigo, tengo 15 años y actualmente vivo en Baltimore. Os preguntaréis qué hago tan lejos de España, mi país natal. Es por cuestión legal, mis padres se divorciaron hace unos 5 años y mi padre se quedó con mi custodia. Con él estoy casi todo el año, excepto un mes de verano, la verdad es que es un padre genial. De él heredé el pelo castaño, los ojos verdes y la altura. De mi madre heredé la miopía, por lo que llevo lentillas a diario, menos en casa donde acostumbro a llevar gafas.

Este año volveré a España para pasar agosto con mi madre. Estoy un poco nervioso, esta vez será distinto de las anteriores. Mi madre se ha echado novio; cuando leí el e-mail donde me lo contaba no me lo podía creer. Espero que no se intente hacer el enrollado e intente sustituir a mi padre, solo espero eso. Dentro de dos días cogeré el avión, así que mañana iré a despedirme de todos mis amigos. Esta es la última entrada de mi blog, ¡no sabréis nada de mí durante un mes!

Aves enjauladas

Me encanta volar en verano, así es mucho más difícil que una tormenta provoque turbulencias y estrelle el avión. La sensación en mis tripas al aterrizar nunca cambia, angustia y emoción al mismo tiempo. Y la sensación al salir del aeropuerto y ver que no hay nadie esperándome tampoco cambia. Así que, como siempre, cogí un taxi y me dirigí a casa. Alicante en verano está lleno de gente, demasiada gente para mi gusto. Un viaje en coche, que en invierno solía durar 20 minutos, en verano duraba una hora. Cuando me planté delante de esa casa, “mi casa”, me sentí extraño. Dejé las maletas en el suelo y toqué al timbre: - ¡Mi niño! ¡Mi niño ha vuelto a casa! – Mi madre salió corriendo a abrazarme llorando. - ¡Mamá! Te he echado mucho de menos. – yo también la abracé, aunque con menos entusiasmo. - Hijo, que alto estás, hay que ver cómo se crece en América, ¿eh? – dijo mi madre mientras entraba mis maletas a casa. - Creo que influyen más los genes de papá que el país, de todas formas tienes razón. – le dije sonriendo. - Por cierto, cariño, tengo que presentarte a alguien. Te está esperando en la cocina. - Se trata de tu noviecito, ¿no? Espero que esté a la altura. – murmuré.

Mientras me dirigía a la cocina mi cabeza se llenó de ideas sobre cómo sería el novio de mi madre. ¿Sería alto y generoso como papá? ¿Sería bajito y regordete? Me paré en el último instante, justo antes de doblar la esquina y ver el interior de la cocina. Respiré profundamente y empecé a contar…uno…dos… - ¡Machote! ¡ te conozco! – me dijo el hombre cuando se abalanzó sobre mí y me estrujó en sus brazos. - ¡Eh, quieto ahí! ¿Quién te crees que eres? – le dije de un modo un tanto desafiante. - Ja,ja,ja. Tranquilo chaval, es mejor que nos llevemos bien, aunque solo sea por tu madre – me dijo mientras me despeinaba.

“Es mejor que nos llevemos bien, aunque solo sea por tu madre” Esta frase me heló los huesos, no por su contenido, sino por su manera de decirla. Sonó tan autoritario que por un momento pensé que aquel que tenía enfrente era un sargento y no el nuevo novio de mi madre. Aquel hombre, de estatura media y con barriga cervecera me cayó mal desde el principio. En ese instante apareció ella: - Espero que hayáis hecho buenas migas – dijo mi madre sonriéndonos a los dos. - Por supuesto, Rosa. Tu hijo es encantador. – Se acercó a mi madre y le dio un beso. - ¿Y Tomás? ¿No ha vuelto de nadar? - preguntó mi madre.

¿Tomás? ¿Quién demonios era Tomás? ¿Otro nuevo inquilino en la familia?

- Se me olvidaba decírtelo. Había pensado que Rodrigo podría ir a la playa por él, así de camino a casa podrían hablar y empezar a conocerse – dijo el hombre. - ¡Qué buena idea, Roberto! Yo iré preparando la cena, te quiero. – Le dio un beso y me dejó con Roberto en el salón.

Roberto. Al fin conocía su nombre. Empezaba por “r”, como mi nombre, maldita coincidencia.

- Bueno chaval, ya has oído, ve tirando para la playa a la zona frente a la hamburguesería. Tomás es rubio y tiene el pelo a lo “Andrés Velencoso”, como tú más o menos. De todas formas, si él te ve te reconocerá, hasta luego. – Al acabar la frase abrió una cerveza y se sentó en el sofá a ver la tele.

No me lo podía creer. Me acababan de encasquetar un hermano, mi madre me podría haber avisado. Mientras me dirigía a la playa, iba pensando en qué iba a hacer este largo mes. Lo primero, llamar a mis amigos y quedar para ponernos al día. Seguro que mi madre me haría llevarme a Tomás conmigo y mis amigos.

La playa. En Baltimore no teníamos de éstas. Cuando era pequeño y aún vivía, aquí acostumbraba a pasear por la playa de noche, es lo que más echo de menos cuando me voy de aquí. Por fin llegué a la hamburguesería. Me acerqué a la costa en línea recta y busqué a ese rubio de Tomás. Y ahí estaba él, un rubio que rondaba los 175 centímetros, de piel bronceada debido al sol del verano, un cuerpo medianamente trabajado y un bañador slip de los que marcan paquete. Sinceramente odio esos bañadores por esa razón, porque marcan paquete. Prefiero los boxer, con ellos te puede ir adonde quieras sin parecer un actor porno. - ¡Hermano! ¡Por fin has llegado! – Otro que se abalanzó sobre mí como un loco. Solo que esta vez él iba empapado, tropezó en la arena y se cayó encima de mí. - ¡Quita de encima! – Me levanté de la arena corriendo. - Lo siento, yo soy Tomás, el hijo de Roberto. – Me dijo con una sonrisa blanca de anuncio mientras me tendía la mano. - Sí, sí. Todo eso ya lo sé. Venga, vamos para casa. - Claro.

El camino hacia casa fue extraño. Tomás intentó hablar conmigo, pero todas las conversaciones acababan en silencios incómodos. En general averigüé que Tomás tenía 16 años, cumplidos en marzo. Que le gustaban los deportes, la música, los videojuegos y los animales. Él de mí obtuvo respuestas breves. Al llegar a casa mi madre había preparado la cena, la mesa estaba puesta y Roberto seguía en el sofá. - Mamá, ya hemos vuelto – anuncié al entrar a casa. - Qué alegría, cariño. Lavaos las manos y sentaos a cenar.

Subí al cuarto de baño de mi habitación y me llevé la gran sorpresa. En mi habitación había dos camas. No me lo podía creer, me tocaba compartir cuarto. Me aseé rápido y me esperé a que estuviéramos todos en la mesa para hablar. - Oye, mamá, ¿qué ha pasado con el cuarto de invitados? - A Roberto le pareció buena idea convertirlo en un despacho para él. - Pero no es justo. Yo no quiero compartir cuarto – le dije indignado. - Compartirás cuarto y ya está. Y si sigues, así te volverás antes de tiempo con tu padre – me dijo Roberto seriamente.

Increíble. Mi madre cabizbaja y aquel hombre amenazándome. Y Tomás, bueno, él parecía no tener culpa de nada. Aquella cena terminó silenciosa, Roberto se fue al sofá de nuevo y los demás recogimos la mesa. Me fui a la ducha, me puse unos boxer y me acosté bocabajo sobre las finas sábanas de la cama. Tomás entró más tarde. - Oye, lo siento – me dijo en voz muy suave. - ¿Qué? – no entendía a qué se refería. - Siento el comportamiento de mi padre. Cuando mi madre vivía, él no era así. - Bah, tranquilo, paso de él. - Y siento haberte quitado algo de espacio en tu habitación. Intenté no tocar nada y dejarla lo más parecida a cuando llegué.

No me había fijado, pero era verdad. Casi todo estaba igual que el año pasado, aunque había algo nuevo que me hizo no ver lo demás. - ¿Eso es lo que creo que es? – pregunté algo entusiasmado mirando la PlayStation 3 que había junto al televisor. - Sí, me tiré ahorrando bastante tiempo. ¿Echamos unas partidas? - Eso ni se pregunta – le sonreí.

Jugamos durante algunas horas, aunque fueron pocas. Estaba muy cansado por el viaje. Así que quedamos en jugar al día siguiente. Me desperté aún de noche, Tomás escribía en una especie de diario alumbrándose con una pequeña luz para no despertarme. A la mañana siguiente, cuando desperté, oí el ruido del agua en la ducha de al lado. Fui al cajón del escritorio para coger el mp4 que me olvidé el año pasado y encontré su diario. La tentación me pudo, lo abrí y leí las últimas páginas. El grifo de la ducha se cerró, guardé el diario en su sitio y apareció Tomás con una toalla que le cubría desde la cintura a las rodillas. - Oye, Tomás, yo también lo siento – le dije un poco avergonzado. - ¿Por? – me preguntó mientras cogía la ropa del armario. - Siento lo de tu madre. Y siento no habértelo dicho antes. - Ah, tranquilo por eso. Entiendo que son demasiadas novedades de repente. Encontrarte con dos extraños en tu casa no es agradable, imagino. - Bueno, pongamos que solo hay un extraño – dije sonriendo. Tomás rió y entró de nuevo al cuarto de baño. En su diario leí que estaba contento de tener a alguien con quien hablar por fin, desde que su padre y él se mudaron aquí no tenía amigos. Él estaba muy ilusionado por conocerme y yo le traté un poco mal. Así que decidí invitarle a conocer a mis amigos. - Oye, mamá, voy a ir a ver a los chicos al “Calamar”. He pensado que Tomás podría venir conmigo. - ¿En serio? ¡Me alegra tanto que os llevéis bien! Os prepararé el desayuno, corre a asearte – me dijo mi madre mientras sacaba comida de la nevera.

Subí al cuarto de baño a asearme y a decirle a Tomás lo del “Calamar”. - Oye, ¿te apetece venirte al Calamar a conocer a mis amigos? - ¿De verdad? Claro que me apetece, desde que llegué aquí no he hecho ningún amigo – su voz sonaba apenada. - Pues ya está. Vamos a desayunar y después rumbo al Calamar. Ya verás qué chicas más guapas – le dije mientras le levantaba las cejas. Tomás rió y se fue a la cocina. Yo hice lo mismo cuando me vestí. Mi madre nos había preparado huevos revueltos, salchichas, bacon, chorizos… - Mamá, ¿y todo esto? - Hoy es tu primer desayuno aquí, tienes que desayunar fuerte para aguantar todo el día. ¿Desayunar fuerte? Con esto tenía para desayunar, almorzar y comer. Me senté al lado de Tomás y empezamos a devorar la comida. - Mamá, volveremos a la hora de comer, ¿vale? – le dije ya cuando me encontraba saliendo por la puerta de atrás. - Vale, tened cuidado, os quiero – gritó mi madre desde la cocina.

El Calamar era un pequeño bar situado a unas 4 manzanas de mi casa y cerquita de la playa. - Oye, Rodrigo, ¿cómo son tus amigos? – me preguntó Tomás algo nervioso. - Bueno, pues, no sé. Está Nico, que es el mayor. Él es el propietario del Calamar. Su novia, Lucía, es la camarera. Fernando es el listo, este año empezará bachiller. Marco es el graciosillo de turno. Y Eva…Eva es una diosa. Es guapa, lista, divertida y así podría seguir todo el día. Y está soltera – le dije a Tomás mientras le daba con el codo en el costado. - Ja,ja. Está bien saberlo. Gracias por el resumen – dijo sonriendo.

No les avisé de que había llegado a la ciudad, preferí darles una sorpresa. Toqué a la puerta y grité: - ¿Hay alguien decente que me atienda en este bar? - Esa voz… ¡Rodri! – Eva se abalanzó sobre mí, se ve que estaba de moda. - ¡Eva, cómo te he echado de menos! – la abracé muy fuerte. - ¡Pues anda que nosotros a ti! Voy a avisar a los demás. Por cierto, ¿quién es ese bombón? – Eva miró a Tomás. - ¿Bombón? Es Tomás, es hijo de…Es mi hermano – le sonreí, primero a Eva y luego a Tomás. - Bueno, luego me lo cuentas cuando estemos todos. Espera aquí, ¿vale? – se fue corriendo y chillando como una loca.

Eva no había cambiado nada desde la última vez. Bueno, nuestra relación había cambiado algo. El año pasado estuvimos saliendo, pero el día que tuve que volver a Baltimore decidimos cortar. En realidad, ella cortó conmigo porque no podía aguantar ver a la persona que quiere un solo mes en todo el año y yo corté con ella porque no la amaba. - Así que esa es Eva, parece maja – dijo Tomás mientras miraba el bar. - Ves, ya te lo dije. Conociendo a los demás seguro que nos dicen de cenar esta noche todos juntos en la playa, tú te apuntas, ¿verdad? - Vale, me vendrá bien socializarme un poco – sonrió.

Lo que más me gusta del verano es que la gente sonríe a todas horas. Mi madre, Tomás, Eva, mis amigos, yo, me imagino que será porque no hay agobios, solamente diversión. Mientras pensaba en eso aparecieron mis amigos. - ¡Rodri, valiente! ¡Mira que no avisarnos, como castigo la próxima vez que cantemos en el karaoke te pondré una canción romántica! – me dijo Nico tras abrazarme y despeinarme. - ¡No, por favor! ¡Canciones románticas, no! – dije riendo. - Oye, ¿Qué pasa? ¿No te acuerdas de mí? – Lucía me esperaba con los brazos en jarra y una ceja bajada. - ¡Cómo me voy a olvidar de ti, Vanesa¡ - dije bromeando. - Ja,ja. Qué gracioso - dijo Lucía mientras la abrazaba. - ¿Y Marco y Fer dónde están? - Se fueron al campo de Marco a ayudar a su padre. Volverán para mediados de mes – respondió Nico mientras sacaba unos refrescos y patatas. - Por cierto, chicos, os presento a Tomás. Tratadlo como si fuera de la familia, ¿entendido? Y nada de novatadas, Nico. - ¿Novatadas? ¿Yo? – dijo riendo.

Al principio el grupo estaba integrado por Nico y Marco. Luego Nico se enrolló con Lucía y al final acabaron enamorados. Cuando yo me uní a ellos, me gastaron una de esas bromas tan divertidas para los demás menos para quien la recibe: Lucía me tiró los trastos y Nico lo “descubrió”, por supuesto él lo sabía todo. Una noche vino con Marco a pegarme por haberle quitado la novia. Lucía decía cosas como: “Rodri me hace sentir mejor, con él he descubierto el amor”. Cuando yo no había hecho nada de nada, y menos con ella. Luego a Fer le hicieron algo parecido. Y a Eva no le hicieron nada, se ve que las mujeres tienen inmunidad.

Después de presentar a Tomás, estuvimos todos hablando. Yo les conté todo lo que había hecho este año y los demás hicieron lo mismo, incluso Tomás. La verdad que no sé por qué aún no conocía a nadie de aquí, con mis amigos cuajó muy bien. Al final quedamos en cenar esa misma noche en la playa, justo como había previsto. A la hora de comer Tomás y yo volvimos a casa. - Bueno, creo que has hecho muy buenas migas con todos – le dije feliz. - Sí, eso parece. Tus amigos son impresionantes, gracias por meterme en tu grupo – me sonrió.

Le devolví la sonrisa. Al llegar a casa el olor de la comida se percibía desde la puerta. Había hecho macarrones. - Mamá, ya hemos vuelto – grité al entrar. - Cariño, id comiendo vosotros. Yo me encuentro un poco mal – dijo mi madre desde su habitación en la planta de arriba.

Mi casa era así. Tres dormitorios arriba, cada uno con su cuarto de baño. Y abajo el salón, la cocina (donde comíamos) y un jardín en la parte delantera y trasera.

Nos sentamos en la mesa a comer, estuvimos hablando sobre lo que íbamos a hacer esa noche. Después me dirigí a mi cama y me acosté sobre las sábanas para echarme una siesta. Tomás se quedo escribiendo, tendría mucho que contarle a su diario. Cuando desperté, le propuse a Tomás ir a la playa. Aceptó. Pero esta vez le dejé uno de mis bañadores tipo boxer. Matamos el tiempo jugando con una pelota de plástico en el mar, peleándonos de broma y tomando el sol. - Oye, Rodrigo, gracias – me dijo mientras tomábamos el sol. - ¿Gracias, por qué? - Por portarte así de bien conmigo. Antes de que llegarás tú no tenía a nadie. - De nada, hombre. Pero deja ya de darme las gracias por todo, ¿vale? - Sí, tienes razón – dijo riéndose. Antes de que anocheciera volvimos a casa para ducharnos y cambiarnos de ropa. Después hice unos bocadillos y me dirigí, junto a Tomás, hacia la playa. Allí nos encontramos con el resto de la pandilla. Estuvimos charlando y jugando a las cartas mientras cenábamos. - Oye, chicos, ¿jugamos a la botella? – propuso Eva. - Oye, Eva, ¿no crees que somos grandecitos para esas cosas? – le contestó Nico. - ¡Por eso mismo! Solíamos jugar a la botella en noches de verano como esta cuando estábamos todos juntos, pero empezamos a dispersarnos y… - Vale, vale. No te pongas melancólica. – Nico la paró en seco. - ¡Sí! A ver quién empieza. – Giró la botella y ésta apuntó a Nico. - Vaya, qué suerte – dijo irónicamente. - Si te toca con Lucía, repite el tiro, ¿eh? Que si no son trampas, pillín – le dije riendo. Nico giró la botella y ésta apuntó a Eva. - Cuidadito qué haces con mi novio, Eva – dijo Lucía de cachondeo. - Venga, allá voy. – Nico cerró los ojos y la besó. - Pues es verdad que antes hacía más gracia – dijo Eva. - ¡Pues yo no voy a ser el único que pringue! Rodri, te toca. - No, gracias. Sabéis que no me van estas cosas. - Rodrigo – dijo seriamente Nico. Si Nico me llevaba por mi nombre, mala cosa, eso significa que se cabreaba de verdad. - Pues nada, a girar se ha dicho – puse la botella en movimiento. - Chicos, esta se repite, ¿no? – dijo Tomás, al que le había señalado la botella. - De eso nada, ánimo, valientes – dijo Eva. - Así es más divertido – resaltó Nico. - Pues yo no le veo la gracia. Somos hermanos – dije yo. - Cuando quieres sois hermanos, qué listo. ¡No hay excusas que valgan! –señaló Lucía.. - Bueno, cuanto antes lo haga mejor…Tomás, prepárate – le dije mirándolo a los ojos. Le di un pico rápido y breve. - ¡Eso no vale! Mi beso con Eva fue un beso de verdad, eso no cuenta – dijo Nico mirándonos. - ¡Dios, qué pesados! Os vais a enterar. Me giré, puse mi mano derecha sobre la mejilla derecha de Tomás, me acerqué y le di un morreo de esos de película romántica que duran 5 segundos como mínimo. Tomás no puso resistencia y se dejó llevar. - Chicos, ya basta. ¡Qué al final os va hacer falta una gomita! – dijo Eva riendo, mientras yo me seguía besando con Tomás. - ¿Contentos? Es la última vez que juego con vosotros – les dije riendo yo también. - Oye, chicos, yo me voy a casa que me encuentro un poco mal – dijo Tomás mientras se levantaba. - ¿Y eso? ¿Tan mal besa Rodri? – rió Nico, seguido de las chicas. - Tan gracioso como siempre, Nico. ¿Quieres que te acompañe, Tomás? – dije preocupado. - No, gracias. Disfruta de tus amigos. Nos vemos mañana. – Tomás desapareció entre la gente.

Después de que él se fuera, los demás nos fuimos a un pub a tomar algo y a bailar. Pero al poco rato me despedí y me dirigí a casa. Cuando llegué a mi habitación, Tomás ya estaba durmiendo. Me acosté en la cama, miré las estrellas por la ventana y me puse a pensar. Esa noche había pasado algo que se debatía en mi interior, la razón contra el corazón. Cogí mí mp4 y me puse a escuchar música. El modo Reproducción Aleatorio se puso a favor de mi corazón, por lo visto, y solo escogía canciones románticas que hablaban de personas que sufrían porque habían perdido al amor de su vida, bien por circunstancias de la vida o por no haberle dicho que lo amaban.

Al despertar encontré el mp4 tirado en el suelo, debí de tirarlo mientras dormía. El diario de Tomás estaba abierto sobre su cama, cogí un bolígrafo y me dirigí a escribir en él: “P.D: La próxima vez ciérrame y escóndeme. Atentamente, tu Diario.” Pero al cogerlo leí lo último que había escrito Tomás. Yo no fui el único que la noche anterior había estado pensado. Apareció Tomás detrás de mí. - ¡Buenos días, dormilón! – No se percató de que tenía su diario. - No es que yo duerma mucho, es que tú duermes muy poco – dije riendo mientras cerraba su diario y lo dejaba donde estaba. - Voy a desayunar, ¿te vienes? - Adelántate tú, yo voy a ducharme primero. - Vale. Hice como si no hubiera leído nada. Todo siguió igual día tras día. Menos en mi casa. Mi madre empezó a pasar mucho tiempo encerrada en la habitación, y Roberto cada día bebía más. Y ya se sabe lo que pasa, a Roberto lo despidieron del trabajo y por esto bebía más; mi madre le reprochaba lo de la bebida, y Roberto bebía más. Se formó una espiral que nadie sabía cómo parar. Y un día como otro cualquiera, le pegó. Le dio un puñetazo en la cara a mi madre. Y yo, lleno en odio, me dirigí por él. En realidad no quería darle un puñetazo, lo que yo quería era darle una paliza. ¿Pero dónde iba yo con 15 años a pegarle una paliza a un tío de unos 40 años que parecía un coronel? Hablé con mi madre para que lo denunciara, pero no quiso. Me dijo que Roberto le había pegado sin saber lo que hacía porque iba borracho, pero al día siguiente se disculpó y le prometió que no lo volvería a hacer. Mi madre se quedó más tranquila, pero yo no. Yo estaba en mi casa todo el tiempo posible, no quería dejarla sola con aquel desgraciado. Y Tomás, bueno, todos los días se disculpaba ante mí por su padre, él se sentía tan culpable como si él le hubiera pegado. Pero Tomás no tenía nada que ver con aquel hombre. Tomás era tan amable, tan encantador, que no tenía nada que ver con nadie que yo conociera. Y cada día que pasaba mi corazón ganaba batallas, en parte gracias a las cosas que Tomás escribía de mí en su diario.

Una noche me levanté y me dirigí al aseo a refrescarme un poco echándome agua a la cara. Y antes de volver a mi cama, me dirigí hacia el escritorio, cogí el diario de Tomás y me senté en su cama, a su lado. Observé cómo dormía, cómo respiraba. Incluso durmiendo era encantador. No lo pude evitar y le acaricie la mejilla izquierda. De pronto abrió los ojos: - ¿Qué ocurre? ¿Ha pasado algo grave? – dijo aún somnoliento. - Esto es lo que ocurre – le dije señalando el diario. - ¿Eso es…? !Mi diario¡ Espero que no hayas leído nada. – dijo preocupado. - Bueno, algo he leído y… - ¡Escucha! Lo siento, mañana mismo me iré con mis tíos del pueblo y te dejaré solo, ¿vale? Yo no quería, o sea, todo lo que has leído, olvídalo ¿vale? Él estaba demasiado nervioso. Yo sabía lo que él sentía por mí, pero él no sabía lo que yo sentía por él. Por lo visto pensó que iba a enfadarme. Así que mientras él seguía diciendo cosas sin sentido, lo besé. Sencillamente lo besé. Fue un beso como el de la playa, pero esta vez más largo y cargado de sentimientos. - Pero, entonces ¿tú sabes que yo soy…?¿Y sabes que…? - Mira, lo único que sé ahora mismo es que te quiero. Te quiero desde aquella noche en que te besé, te quiero desde aquella noche en la que descubrí quién soy de verdad, te quiero desde aquella noche en la que mi corazón latió por ti, te quiero desde aquella noche en la que mis ojos derramaron lágrimas por ti. Tras esto, Tomás me abrazó, me abrazó como nadie nunca me había abrazado. Lo miré a los ojos, estaba llorando, y nos volvimos a besar. Y allí, en su cama, alumbrados por las estrellas, dormimos abrazados.

Cuando me desperté, él seguía durmiendo, le di un beso y me fui a la ducha. Mientras me duchaba, se escuchó un golpe muy fuerte en la cocina. Bajé corriendo y me encontré a mi madre tirada en el suelo. - ¡Mamá, qué ha pasado! – grité preocupado. - Nada, tranquilo, hijo. He tropezado con la mesa – me dijo sonriendo. La ayudé a levantarse y miré a ver si tenía alguna herida. Tenía una, en la cara. Roberto le había vuelto a pegar. - Mamá, hay que denunciarle. - No sé de qué hablas. ¿Denunciar a quién? – se hizo la tonta. - Sé que Roberto te ha pegado otra vez, esto no puede seguir así. - Tranquilo, tonto, que no pasa nada. Roberto tiene problemas con el alcohol, pero cuando los supere todo volverá a ser como antes, ya verás. Y ahora corre a aprovechar el tiempo con Tomás. – Al final de la frase me abrazó. - ¿Cómo? – ahora yo me hice el tonto. - Anoche oí todo lo que le decías, no sabía que tenía un romántico empedernido en casa – me sonrió. - Gracias, mamá – le di un abrazo, esta vez con el mismo entusiasmo que ella.

Volví a mi habitación y me encontré a Tomás vistiéndose. - ¿Ha pasado algo? Me pareció oír un golpe – se acercó y me besó. - No, nada. Habrá sido fuera. – Prefería no decirle que su padre había vuelto a pegar a mi madre, eso sólo causaría otro día entero con Tomás pidiéndome perdón.

Estuvimos hablando sobre la noche mágica de ayer, y sobre cómo llevaríamos nuestra relación. - Mi madre lo sabe ya todo. No te importa, ¿verdad? – le pregunté con miedo. - Claro que no. ¡Por mí gritémoslo a los cuatro vientos! – Se asomó a la ventana y gritó. – ¡Estoy enamorado! - ¡Calla loco! No hace falta que lo sepa todo el país – dije riendo. - ¿Acaso te avergüenzas de mí? – dijo con voz chula bromeando. - Pues claro que sí. Son cosas de ser el guapo de la pareja, tú nunca lo entenderás – bromeé yo. - ¡Serás! – se abalanzó sobre mí tirándome a la cama y me hizo cosquillas. En ese momento apareció su padre, al parecer no había huido. - ¡Eh, qué coño pasa aquí! Mariconadas ni una, eh Tomás – gritó su padre desde la puerta. Roberto sabía que su hijo era gay y quería evitarlo. - Lo siento, papá. No volverá a pasar. – Tomás bajó la cabeza. - Más te vale. Más os vale, mejor dicho. La próxima vez que os vea será mejor que estéis haciendo cosas de hombres. – Bajó las escaleras. - Lo siento, Rodri. Se me olvidó mi padre. - No me habías dicho que tu padre además de machista fuera homófobo. – Aparté mi mirada hacia la ventana. - Perdón, quería contártelo, de verdad – me dijo triste, con los ojos a punto de estallar en lágrimas. - No, perdóname tú. Sé que no es tu culpa. – Cerré la puerta y le abracé con fuerza. – No pasa nada. Nos tenemos el uno al otro. Después de desayunar con mi madre al lado diciendo “¡Qué contenta estoy de que mis pequeñines se quieran tanto!” y pellizcándonos las mejillas, nos fuimos al Calamar. Allí nos encontramos a Eva sentada en el suelo, con los brazos cruzados y la cabeza agachada. Lucía estaba al lado, abrazándola.p Y Nico hablando por el móvil. Desconsolado también. - Chicos, ¿qué pasa? – Pregunté preocupado. - Son Fer y Marco…han tenido un accidente de coche. – Me dijo Nico entristecido. Tomás se fue a hablar con Eva y Lucía a intentar consolarlas, yo me quedé hablando con Nico. - ¿Qué?¿Es muy grave?¿Dónde están? – Las preguntas se mezclaban en mi mente. - Acaban de ingresarlos en el hospital, ahora estaba hablando con su madre. – Dijo Nico. - Pobre, debe de estar destrozada. Tenemos que ir al hospital cuanto antes. - Hasta mañana no nos dejarán verlos – me cortó Nico –. Será mejor esperar. - No sé, pero yo no me quedo tranquilo y sé que tú tampoco. Me da igual lo que digan, esta tarde me voy para el hospital. - ¿Qué piensas, que los demás no queremos verles? – me dijo Eva llorando –. No sirve de nada ir al hospital, les tendrán que hacer pruebas para ver qué se han lesionado y evitar traumas y esas cosas. - Al menos yo estaré en la puerta de su habitación cuando despierten y no tirado en el suelo lamentándome – dije con los ojos llorosos señalando a Eva. - Rodrigo, te estás pasando. Eva no tiene la culpa de nada – me reprochó Nico. - Así que tú también, ¿no? Todos pensáis quedaros aquí en vez de ir al hospital, pues ya está todo dicho. Vamos, Tomás. – Me dirigí hacia la puerta. - Verás, yo… Me paré en seco, no quería escuchar lo que iba a decirme, lo imaginaba. - Ir al hospital no serviría de nada, solo molestaríamos. Es mejor quedarnos aquí e ir a visitarles cuando podamos. - Tú...tú no… Abandoné el local, no quería que me viesen llorar. No solo me preocupaba el accidente de Fer y Marco, todos mis amigos parecían haber cambiado desde la última vez que les vi. Si esto hubiera ocurrido el año pasado, estoy seguro de que ya estaríamos todos en el hospital, pero ahora no era así. Tal vez yo hubiera madurado más que ellos, o justamente lo contrario. Tal vez yo no pensaba con claridad y las ideas recorrían mi mente sin orden alguno. Pero es que no podía más: mi madre era maltratada por un extraño para mí, yo descubría sentimientos nuevos hacia un chico (mi hermanastro además), Fer y Marco habían tenido un accidente de coche, acababa de discutir con mis amigos de toda la vida, y también con Tomás. Mi corazón parecía a punto de estallar, pero quedarme sentado en el bordillo de la calle no lo iba a calmar, así que partí hacia el hospital.

Cuando llegué allí me encontré con los padres de Fer en la puerta, él estaba fumando y ella llorando. Cuando me miraron noté odio en sus ojos. - ¡TÚ! ¡Maldito! ¡Mi hijo está muerto por tu culpa! – Me chilló su padre. - ¿Qué? ¿Fer está muerto? – El mundo se me echó encima. Fer, tan joven y lleno de vida…no podía ser. - ¡Sí, y todo por tu culpa! Ayer me llamó para decirme que se venía del pueblo para verte, ¡y mira ahora! ¡Mi pequeño está muerto! Y tú aquí como si nada. – El odio aumentaba en su mirada y su mujer no dejaba de llorar. – ¡Y ahora vete, no quiero que tu madre pase por lo mismo que estoy pasando yo! Venía solo para verme, y ahora estaba muerto. Su padre tenía razón, pero yo no podía hacer nada ya. Solo lamentarme. Me dirigí a mi casa; una vez allí me tiré en la cama y puesta la cabeza bocabajo en la almohada, chillé. Chillé por todo lo que había pasado, chillé por el sentimiento de culpa, chillé porque no me quedaban lágrimas que derramar.

Puse el móvil en silencio. Tomás me llamó unas cuantas veces, algunas veces lo ignoraba, otras le colgaba. Y allí estuve en la cama hasta que apareció él. - Rodri, ¿estás bien? – preguntó preocupado. - No es asunto tuyo – me giré para no verle la cara. - Escucha, siento lo de antes en el bar. – Se arrodilló al lado de mi cama y empezó a acariciarme el pelo –. Pero es que yo… - No hace falta que digas nada, es todo culpa mía. – Me giré y le contesté mientras aún hablaba. - No, tú no tienes culpa de nada – me miró a los ojos. - Te equivocas, Fer y Marco venían solo para verme. Si yo no hubiera venido, no habrían hecho ese viaje y Fer seguiría vivo. - Pero eso no es tu culpa. Son cosas de la vida, tenemos que aprender a convivir con ellas. – Me besó. - Lo importante es que nos tenemos el uno al otro, ¿recuerdas? Y también tienes a tus amigos. - Después de cómo los he tratado esta mañana, no creo – dije arrepentido. - Tonterías, fueron los nervios de la situación los que te descontrolaron. En momentos como estos necesitas a alguien que te entienda y que te anime. Y Tomás hacia eso y más. Ahora mi corazón no latía por él, él era mi corazón.

El día continuó triste. No hubo risas, no hubo juegos, casi ni comimos. Cuando llegó la noche, dormir no fue tarea fácil, al menos para mí. Aún con las palabras de apoyo de mi madre y de Tomás yo me seguía sintiendo culpable. A primera hora de la mañana una piedra con una nota (atada con una cuerda) entró por la ventana. La carta era del hermano de Fer, me citaba en el callejón de detrás de un bar esa misma noche. También me culpaba de la muerte de su hermano, y quería verme cara a cara para “hablar”. Pensé en no ir, pero recapacité. Yo me iba a sentir culpable toda la vida si no le pagaba la deuda a la familia de Fer, y que su hermano me diera una paliza era una forma de hacerlo.

Tomás despertó, así que escondí la nota donde pude, debajo de la cama. No quería meterlo en esto, él no tenía por qué sufrir daño alguno. - ¿Has dormido algo? – me preguntó somnoliento. - Claro. – Sonreí. – Después de desayunar vamos al Calamar, ¿vale? - Vale. Te quiero. – Me dio un beso y se metió a la ducha.

Mi madre no estaba en casa, así que hice tostadas para desayunar, aunque se me quemaron un poco. - La próxima vez las hago yo, ¿eh? – bromeó Tomás. - Eh, que tampoco me han salido tan malas. – Reí un poco, aunque sin muchas ganas. Tomás notaba que yo aún seguía triste, al fin y al cabo era normal. Nos dirigimos al Calamar sin más demora. Aquel día parecía un poco más animado, pero no mucho. - Oye, chicos – capté su atención –, siento mucho lo de ayer, en serio. - No pasa nada, todos estábamos mal. – Me abrazó Eva, luego se unieron los demás. - Chicos, ¡buena noticias! – Gritó Lucía. Vengo de hablar con los padres de Marco, dicen que está progresando adecuadamente. - ¡Menos mal! Mañana vamos a visitarle, ¿eh? – dije yo. Intentamos evitar el tema de Fer, necesitábamos animarnos un poco. Así que por fin les conté lo que pasaba entre Tomás y yo. - ¿Qué? ¿En serio? Es la última vez que voy a proponer jugar a la botella – bromeó Eva. - Ja, ja. Me alegro mucho por vosotros, chicos. Si yo ya notaba algo distinto… - dijo Nico. - Sí, sí. Eso dices ahora. Pero aquí nadie sabía nada – sonrió Lucía. - Oye, ¿y si esta noche hacemos algo en la playa en honor a Fer? – dijo Nico. Todos dijimos que sí. Aunque antes de la “fiesta” yo tenía pensado hablar con el hermano de Fer para aclarar las cosas, pero mi punto de vista había cambiado. Ya no iba para que me pegara una paliza, que es lo que el pretendía, esta vez iba a hablar. Quedamos en hacer la “fiesta” en la playa, donde la otra vez. Tomás y yo teníamos que llevar la bebida, esto significaba que me encontraría con el hermano de Fer cuando fuera a comprarla.

El día pasó lento, esperando que el reloj marcara las 20:00 para ir a comprar y encontrarme con el hermano de Fer. Le dije a Tomás que me acompañara, no había peligro de que él sufriera daño. Así que nos dirigimos hacia la tienda. Para llegar a ella tenía que pasar por delante del callejón donde había quedado con el hermano de Fer. Y lo que pude ver no me gusto nada: dos tíos con las cabezas rapadas y con bates y cadenas en las manos. Aquella cita era casi como un suicidio, pero quizá llevaran eso solamente para asustar. De todas formas, no podía arriesgarme a que le hicieran daño a Tomás, así que le puse una excusa para que se fuera. - Mierda, se me ha olvidado el dinero. ¿Te importaría ir por él, por favor? Estoy hecho polvo. - Tan joven y ya te falla la cabeza, ¡qué futuro me vas a dar! – bromeó Tomás –. Bueno, pues espérame – me besó antes de irse. Respiré profundamente antes de girarme hacia el callejón. Era demasiado tarde para arrepentirse, ya no podía escapar de mi destino. No me hizo falta entrar en el callejón, ellos salieron por mí. - Además de asesino también es maricón. Ya ves tú qué alegría – dijo el más alto. - Suéltalo, del puto asesino de mi hermano me encargo yo – nunca había visto al hermano de Fer, pero esto no me lo esperaba para nada. ¿Un cabeza-rapada? Creía que ya solamente existían los de las películas. - Escucha, tío – tartamudeé un poco –. Siento mucho lo de Fer, te lo juro. Pero… - ¡No tienes permiso para hablar! – De un puñetazo me tiró al suelo, escupí sangre. – Ahora vas a oírme. Mi hermano está muerto por tu culpa, ¿sabes? Y cuando me dirijo a hablar contigo civilizadamente te encuentro besándote con otro puto maricón, como si la muerte de mi hermano no hubiera significado nada, como si no hubiera motivos para estar triste. Y encima me interrumpes cuando hablo, los adolescentes de hoy en día sois unos putos maleducados. - ¡Qué me pegues una paliza no resucitará a tu hermano! ¡Y claro que estoy triste por su muerte, pero la vida sigue! – le grité cuando me levanté. El otro me enrolló la cadena al cuello y apretó. - ¿Notas cómo te falta el aire? ¿Notas la angustia? – sonrió de una forma macabra el de la cadena. - Mira, chaval. La muerte de mi hermano no va a ser la única, y la tuya tampoco, porque después iré por tu noviecito – me dijo mientras me agarraba la cara para que lo mirara a los ojos. Sacó una navaja del bolsillo y la deslizó por mi abdomen –. Aquí, aquí te haré el agujerito. De repente aparecieron Tomás y Nico con tres amigos más. - ¡Hijos de puta! ¡Dejarlo en paz! – gritó Nico mientras les lanzaba piedras. - ¡Cobardes! ¡Soltadle ya! – Tomás también lanzaba piedras al igual que los demás. Se abalanzaron sobre los dos atacantes, que me soltaron cuando vieron a cinco tíos corriendo contra ellos. Y salieron corriendo, no sin antes clavarme la navaja. Caí al suelo y Tomás se acercó corriendo. - ¡Rodri! ¿Estás bien? ¡Dios, estás sangrando! – cogió el móvil y llamó a una ambulancia. - Escucha, Tomás. Despídeme de los demás, dile a mi madre que la quiero mucho y… - mi voz se iba debilitando. - ¡No hables! Tranquilo, todo eso lo podrás decir tú. La ambulancia está de camino, te vas a poner bien – me dijo mientras me colocaba entre sus brazos. - Tomás, tú eres lo mejor que me ha pasado en la vida. Siento mucho haberte tratado mal, perdóname. - No hay nada que perdonar – me besó –. Tú eres la única persona que me ha hecho feliz, te lo debo todo a ti. ¿Y sabes qué es lo mejor? Que lo vas a seguir siendo pase lo que pase. Porque siempre vamos a estar juntos. Te lo – no pudo contener las lágrimas. - Juntos hasta el final… - Juntos por siempre. Y tras el mayor beso que jamás nos habíamos dado, mi luz se apagó. Allí, en sus brazos. Allí, junto a la persona que más he amado. Allí, junto a mi corazón.