San Simón Yehualtepec y su archivo municipal ADABI de México

María Isabel Grañén Porrúa Presidencia

Stella María González Cicero Dirección

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Jorge Garibay Álvarez Coordinador de Archivos Civiles y Eclesiásticos

María Cristina Pérez Castillo Coordinación de Publicaciones

Priscila Saucedo García Corrección de estilo

Rosa María García Hernández Formación San Simón Yehualtepec y su archivo municipal

Francisca Ramírez Sorensen Ramírez Sorensen, Francisca; San Simón Yehualtepec y su archivo municipal México: Apoyo al Desarrollo de Archivos y Bibliotecas de México A.C., 2014.

48 p.: il; 16 x 21 cm

ISBN: 978-607-416-304-9

1. Archivos. Historia. 2. Yehualtepec, 3. Cofradías. La Natividad de Nuestra Señora de la Concepción. Santo Entierro de Cristo. 4. Real Audiencia. Tierras.

Primera edición: mayo de 2014 © Apoyo al Desarrollo de Archivos y Bibliotecas de México, A.C. www.adabi.org.mx

ISBN: 978-607-416-304-9

Prohibida la reproducción total o parcial de la obra sin previa autorización de los autores

Derechos reservados conforme a la ley Impreso en México. Índice

Presentación 7

Introducción 9

Historia de Yehualtepec 15 Periodo Virreinal 15 Periodo Independiente 20

Cofradías 25 La Natividad de Nuestra Señora de la Concepción 25 Santo Entierro de Cristo 26

Abusos 29 A las tierras de la cofradía 29 De autoridad 33

Un descubrimiento inesperado 39

Conclusión 45

Fuentes 47

Presentación

Los archivos han sido prioridad para Apoyo al Desarrollo de Archi- vos y Bibliotecas de México, A.C. (Adabi) desde el inicio de sus actividades, sabemos que en ellos se resguarda la historia regional y la memoria histórica de sus pobladores. Todo comenzó en 2010 cuando Adabi trabajó en el rescate y organización del Archivo Municipal de Yehualtepec, Puebla. Sí, el rescate de un archivo comienza con su organización, pero no cul- mina ahí. En esta publicación Francisca Ramírez Sorensen nos presenta su trabajo de investigación sobre los documentos que resguarda el archivo, donde ofrecemos una aproximación más pro- funda que nos permite entender a la comunidad a través de los ex- pedientes en una forma más completa e integral, además de aportar conocimiento a la historia regional. Para comprender mejor el ori- gen de Yehualtepec y conocer la importancia de los manantiales, los jagüeyes, en general del agua para el asentamiento de la población; los sucesos durante el Virreinato y la Independencia; la administra- ción del gobierno; el quehacer de la Real Audiencia; y la importan- cia de las cofradías es necesario que el rescate se acompañe de estu- dios sobre los documentos del archivo. Por lo tanto, nos parece fundamental fomentar, con la publicación de este tipo de estudios, la investigación en los archivos municipales para valorar las fuentes primarias que se encuentran en estos fondos documentales.

Dra. Stella María González Cicero Directora de Adabi de México, A.C.

Introducción

“Un pueblo fundado al pie del Cerro Gordo entre unos jagüeyes” 1545-1821

La historia de un pueblo nunca está completa si no se ha hecho un estudio exhaustivo de los documentos custodiados en diversos pueblos, parroquias o incluso en las colecciones de las familias. Es en estos lugares donde el investigador puede ampliar sus conoci- mientos, para descubrir lo que en realidad ocurrió a pesar de lo expresado en los libros de historia. A veces la nueva información enriquece los datos, otras le da un matiz diferente a la realidad y lleva a nuevas explicaciones de eventos supuestamente conocidos. Con el fin de averiguar más sobre la historia de los Valles de Puebla y de Tehuacán me impuse la tarea de investigar y estudiar la docu- mentación de sus archivos municipales. No siempre es tarea fácil pues en algunos lugares los documentos han desaparecido por in- numerables causas. En un principio mi interés era descubrir la historia de Santa Cruz Tlacotepec —ahora Tlacotepec de Juárez— antes de la llega- da de los españoles. Pensé que en su archivo municipal encontra­ ­ría algo de información concreta, mas no fue así. Sin embar­go, por medio de entrevistas y comentarios me enteré que algunos pueblos circunvecinos sí tienen documentos antiguos en sus archivos. He ahí como llegué a San Simón Yehualtepec, Puebla y donde me recibió 10

Porción de los canales que llevaba agua a Yehualtepec desde los manantiales del Temazcal y del Ahuehuete.

amablemente su archivista y cronista, don Rogelio Rodríguez, quien además de darme acceso a los documentos me hizo el favor de llevarme a algunos de los lugares nombrados en ellos. Su colabo- ración ha sido invaluable y merecedora de toda mi gratitud. Los documentos de dicho archivo se han custodiado desde la fundación de este pueblo en 1545. Muchos están en condiciones muy precarias debido a su antigüedad, a las inclemencias del tiem- po y a la falta de conocimiento para su resguardo adecuado. No obstante, es posible su estudio lo que nos permite reconstruir la historia, conocer las realidades cotidianas que vivía el pueblo y re- conocer las acciones del Gobierno Virreinal. Casi de inmediato que comencé a revisar los documentos me quedé fascinada con el pasado de este pueblo callado, sereno, con 11

Antiguo jagüey en el centro de Yehualtepec, que fue destruido para construir la rotonda vehicular. determinación y fuerza de voluntad que defendió su individualidad y dignidad a través de varios siglos, condiciones y vicisitudes. Al poco tiempo de iniciar la investigación fue imprescindible realizar varios recorridos para ubicar algunos de los lugares mencio­na­ dos como los Teteles, el Camino Real, los diversos jagüeyes, algunos paredones, etcétera. Cabe señalar que varios sitios han cambiado de nombre o sencillamente han desaparecido, tal es el caso del pueblo de San Pedro que estaba dentro de la Hacienda de San Pedro al principio del siglo xix y que por el momento no hemos encontrado.­ Otros lugares han cambiado de nombre como San Miguel Zozutla que era conocido como San Miguel Vivorazo.1 El mismo San Simón

1 Archivo Municipal de Yehualtepec Puebla, Sección Gobierno, Serie Justicia, 1820, f. 6v. Detrás de la parroquia se encontraba el antiguo jagüey que fue destruido a causa del tránsito vehicular.

12 Yehualtepec ha sufrido cambios a través de los años; Don Antonio de Mendoza en 1545 lo nombra Xoaltepec, en los documentos pos- teriores aparece como Yoaltepec, y eventualmente llegó a conocerse por su nombre actual de: Yehualtepec. No me ha sido posible precisar el origen de los pobladores de este lugar por medio de los documentos. Pero, como se verá más adelan- te, es muy probable que sus líderes fueran personas cultas y de estirpe sacerdotal. Puesto que, los documentos nos presentan gente dedica- da al bienestar de grupos religiosos y sus propiedades. Por la cercanía de unos teteles —montículos arquitectónicos cubiertos por la tierra y vegetación de siglos o milenios—, posi­ ­ble­ mente de la época Periclásica, 200 a.C a 400 d.C., llamados Teteles de Trasquila el Viejo se considera que el pueblo podría tener una historia muy antigua. Éstos forman parte integral de los terrenos­ del común de Yehualtepec y junto con un lugar de adoración llamado Rincón de Xipe aparentan ser un sitio religioso pre­hispánico. Yehualtepec (N18°47’23” O 97°39’36”) enclavado al pie de la Cordillera del Monumento está en terrenos montuosos y pedrego- sos con vegetación predominantemente xerófila debido a que se encuentra en una región semiárida. Porción del canal que llevaba agua desde los manantiales del Temazcal y del Ahuehuete.

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Jagüey y canal alimentario en el poniente de San Simón, ambos destruidos.

Manantial El Ahuehuete Manantial El Temazcal

La siembra de maíz depende en gran parte de las lluvias de la tem- porada húmeda. Los campos de labranza están al sur y sureste del 14 pue­blo y de San Juan Ocotlán, que durante el Virreinato era un barrio de San Simón. Hace mucho tiempo, cuando emanaba suficiente agua de algu- nos manantiales en la cordillera, el Alchichipico, el Ahuehuete y el Temazcal los campesinos irrigaban sus campos con ella. Como se puede apreciar en las ilustraciones sus caudales han disminuido dra- máticamente hasta casi desaparecer. Ahora los campesinos depen- den del temporal y durante los meses secos se riegan los campos con agua del dren de Valsequillo. Aunado a esta situación es la pérdida, abandono o destrucción de los antiquísimos jagüeyes que abaste- cían al pueblo del agua necesaria para los hogares; humedecían la tierra a su alrededor; alimentaban al ganado y sustentaban el creci- miento de árboles y plantas para darle verdor y frescura al pueblo además de ser partícipes en el ciclo de agua para la región. Durante la época Virreinal estos jagüeyes sirvieron de puntos de referencia para determinar el valor de los terrenos en litigios o para la entrega de mercedes a las comunidades de San Simón Yehualte- pec, San Gabriel Tezoyuca y Santa Cruz Tlacotepec. Historia de Yehualtepec

Periodo Virreinal

Salvo en muy pocos casos, la información histórica que aquí se pre- senta proviene exclusivamente de los documentos custodiados en el Archivo Municipal de Yehualtepec. En 1545 a la corte del virrey don Antonio de Mendoza llegó una delegación del pueblo de San Simón Xoualtepec de la provincia de , el tenor de su visita era pedir al virrey la liberación de obligaciones que diversos grupos les estaban tratando de imponer. Su presentación debe haber sido conmovedora y convincente pues el señor virrey les extendió la siguiente carta:

Yo, Antonio de Mendoza, Vissorey y Gobernador y capitán general en esta Nueva España y Presidente de la Audiencia Real que reside etcétera. Que por cuanto de parte de los indios y común de naturales del pueblo de San Simón Youaltepec sujetos a Tepeaca me presenta- ron una presentación­ de los graves perjuicios molestias y vejaciones que reciben de lo que se hallan tan sumamente incomodos así de es- pañoles como de los indios que se nominan Caciques que por lo cual se hallan en animo de irse a de­sertar su pueblo y asentar su pueblo y así que como parte de ello está de suerte que para su remedio me pi- dieron les diese mi mandamiento de amparo­ para que dé dos sitios de estancias de ganado mayor, no se les pueda entrar ni entre españoles ni mestizos, caciques ni otras personas de cualquiera calidad y con- dición para que por este medio formalicen su pueblo y seguramente­ tengan el sosiego que han menester para su reducción­­ y congrega- ción, el cual tuve lo por bien. Por la presente mando a las justicias de Su Majestad a cuyo cargo vaya le la gobernación de ya no les moleste, ni hagan agravios a los dichos indios de San Simón Xoualtepec que se acaban de congregar y sosegar así en los servicios y mandamien- tos que los caciques asienten sobre ellos como de las tierras hasta de dos sitios para ganado mayor no se pueda hacer merced a español ni otras personas, ni caciques, sino que a los mismos indios como a 16 gente pobre funde sus barrios y pongan cofradías que para lo cual doy licencia a los dichos y pena de doscientos pesos la justicia que sobre ello hiciere cualesquiera diligencia, y no valga y en todo tiempo que se les ofreciere dichos naturales tomen posesión de ellos, les asista cualesquiera justicia que fuere requerida bajo de las mismas penas a virtud de este mi mandamiento de amparo ahora y para siempre ja- más. Hecho en la ciu­dad de México a diez y nueve de octubre de mil y quinientos cuarenta y cinco años = Don Antonio de Mendoza = Por mandado de su Señoría Ilustrísima Antonio de Turcios.1

Con la garantía de su libertad y una merced de tierra entre los ja- güeyes la gente de este pueblo se estableció y se fue desarrollando de acuerdo a sus deseos y necesidades con aparente éxito. Don Luis de Velasco, sucesor de don Antonio de Mendoza, 17 años des- pués no sólo refrendó su amparo y merced sino que al común le concedió otro sitio para su estancia en el Rincón de Coatepec: “[…] al norte con la cumbre de los cerros de prado y por el poniente con

1 Archivo Municipal de Yehualtepec Puebla (amyp), Sección Gobierno, SerieTierras, vol. 3, f. 1. los caciques de Tecamachalco y por el oriente con tierras de los caciques de Tlacotepeque”. Sin embargo en esta merced se estipula que las tierras mercedadas deben poblarse con 2 000 cabezas de ye- guas o vacas. Que nadie puede:

[…] vender, ni trocar, ni enajenar a persona alguna, ni a iglesia, ni monasterio ni a persona eclesiástica ni a los prohibidos en derecho, sino que el dicho pueblo lo hallan y tengan como cosas suyas propias, adquiridas con justo y derecho título.2

Deseosos de que sus tierras estuvieran bien delimitadas y reconocidas por todos, los alcaldes del pueblo: don Francisco de San Juan, don Esteban de San Pedro y don Cristóbal de la Cruz fueron a pedir al alcalde mayor en Tepeaca, don Pedro Ladrón de Guevara que fuera 17 a su pueblo a reconocer las tierras del título e hiciera el debido “amojonamiento” dándoles así formal posesión del mandamiento de amparo que les había hecho en su tiempo, don Antonio de Mendoza. En esta petición incluyeron los autos de información hechos por Mateo Xuárez, juez de comisión, y un mapa —hoy desaparecido— de dos sitios de tierras y estancias para ganado ma- yor. El reporte hecho al virrey dice:

Excelentísimo Señor: Mateo Juárez, indio principal del pueblo de Tecamachalco, juez de Comisión puesto a los presentes de Su Excelencia en cumplimiento del mandamiento de Su Excelencia que va al principio de este puesto, y de las diligencias con que va adjunta. Y anduve hasta dos leguas en contorno de dichas tierras. No contiene cosa en contra persona ninguna que de los mismos indios del pueblo de San Simón. Y dichas tierras son ásperas; sin agua[…].3

2 Ibidem, f. 1v. 3 Ibidem, vol. 2, f. 17-17v. A pesar de la descripción del terreno se realizaron los trámites nece- sarios y el amojonamiento se efectuó el 27 de mayo de 1560 frente a los caciques de Tlacotepec, Tecamachalco, Alseseca, San Gabriel, San Miguel y Todos Santos.

Salieron de la iglesia y cementerio y fueron hacia el sur hasta llegar a orillas del camino que viene de Tlacotepec a Tecamachalco [Camino Real] donde está una piedra labrada de cantería con una cruz y fecha pintada que citan los dichos títulos y ser la primera mojonera. Torcie- ron hacia el poniente a orillas del dicho camino a dar otro puesto que llaman el Jagüey de San Francisco en donde está otra piedra labrada con una cruz pintada. Luego, torciendo hacia el norte mirando a unos cerros a dar al barrio de San Francisco perteneciente al dicho pueblo de 18 San Simón que dista de la iglesia o ermita seis cuadras. Atrás está otra piedra labrada y de allí, siguiendo la derecha a dar al Rincón de Teca- machalco el Viejo a un ojo de agua que se dice Achichipico que es el lindero. Y está una piedra enterrada al pie de una palma los cuales cinco mojoneras y señales de firme señalan el sitio de ganado mayor que se le hizo merced al pueblo de San Simón Yoaltepeque pa[ra] que se funde el pueblo, y de los frutos gocen para siempre jamás según los títulos. Y por encima de los cerros no se sube por ser tan intransitables y ásperos. Y en las averiguaciones consta darles por linderos las mismas cumbres con los circunvecinos del otro lado como son San Martín de Prado en Ocotepeque, Las Lomas de Térmola y Cumbre de Cuatepeque.4

Como no pudieron terminar ese día continuaron el procedimiento de posesión del segundo terreno que al parecer estaba al oriente del presente pueblo.

Saliendo de la iglesia y yendo para hacia al sur mirando para el Ca- mino Real que viene de Tlacotepec para Tecamachalco y llegando

4 Ibidem, vol. 3, f. 7v-8. a su orilla a donde está una piedra de más de una vara cuadrada. En ella está pintada una cruz y número de la conquista. Y es la primera mojonera que señala el sitio para ganado mayor que se les hizo merced Su Majestad a los indios común y naturales del pueblo de San Simón para su comunidad y bienes, cofradías y barrios. Y yendo por dicho camino hacia el oriente hasta dar a un paraje que le llaman Otli y Xelhuilteitli que se aparta del camino que viene [de] Tlacotepec que va para Tecamachalco y se aparta para Tepeaca. Ahí se halla una piedra labrada de cantera. Será de una vara y cuarta que tiene textos y verbos pintada que es la segunda mojonera y en los dichos lindan con tierras de los indios del pueblo de San Gabriel Nextepec [Tezoyuca]. Torciendo por hacia el norte mirando a un tetele o Cuestillo que llaman “La Trasquila el Viejo” que es linde averiguado. Linda con los caciques de Tlacotepec. Y mirando para 19 el cerro de Ocotepeque y tuerce al Cerro de Lobo [¿] y la majada de Xometla hasta el paraje de Tímola. La puerta del cerro es Cuatepec entre los cuales está un pie hendido el sitio de ganado mayor per- teneciente al pueblo de San Simón Yoaltepec que se le hizo merced para la comunidad y cofradías.5

Siguió creciendo el territorio de Yehualtepec pues el Marqués de Falces le dio otra merced al pueblo de Youaltepec en 1566 que fue entregada por el comisionado de Tepeaca quien escribió:

[…]estando en el campo al pie de un cerro grande que llaman el Cerro Gordo, en medio de unos jagüeyes y es donde están cuatro palmillas juntas abajo del Sillarejo contenido en la dicha merced los dichos gobernador, alcalde y regidor mayor dijeron ser allí la parte y lugar donde se les ha de dar.6

5 Ibidem, f. 8v. 6 Ibidem, vol. 5, f. 1. Con este terreno la comunidad de San Simón Yehualtepec se extendió hacia espacios mejor adaptados para la cría de ganado mayor, que tenían jagüeyes y suficiente humedad para sostenerlos. Más allá del pastoreo y la agricultura los documentos no nos dicen nada de otras actividades que practicaran los pobladores. Tampoco mencionan si llegaron a tener las 2 000 cabezas de ganado mayor que había estipulado el virrey cuando les otorgó la primera merced ni dicen lo que hicieron con el ganado de haberlo tenido. El terreno es muy pedregoso y accidentado, así que no parece ser adecuado para este tipo de ganado, pero sí se presta para la cría de ganado menor. No está claro cuando empezaron a dedicarse a dicha actividad, pero indudablemente les resultó más fácil y beneficioso. Nunca más se vuelve a mencionar ganado mayor. 20 Sugerimos que los pobladores originales de Xoaltepec pudieron haber sido de una casta sacerdotal porque los documentos reflejan un gran interés en la religión, que se demuestra mediante la funda- ción y mantenimiento de las cofradías.

Periodo Independiente

En 1774 el virrey don Antonio María de Bucareli escribió que:

[…] habiendo ocurrido ante mí los naturales del pueblo de San Simón [en pro de Yehualtepec] de la jurisdicción de Tepeaca, haciéndome presente hallarse divididos del curato de Tla- cotepeque y que sin embargo estaban sujetos a este a excepción de la cobranza de tributos por tener ellos recaudarlos y que esta sujeción experimentan muchas incomodidades. Concluyeron en pedirme sir- viese relevarlos de ella y concederles licencia para que nombrasen go- bernador y demás oficiales de república para dicho, su pueblo por ser crecido su número de tributarios. Y que de la separación se seguía el menor perjuicio a los de Tlacotepec en cuya vista, previo pedimento del señor fiscal de Su Majestad, expedí despacho para que el alcalde mayor de aquella jurisdicción hiciese saber esta instancia a los de dicho pueblo de Tlacotepeque y les notificara que, en caso de con- tradicción ocurrieran a mejorarla a mi superior gobierno citándolos y emplazándolos.7

Como resultado de la investigación don Juan Domingo de la Viñe- ra reportó lo siguiente:

Excelentísimo señor: aunque no consta de este expediente el nú- mero de indios de que se compone el pueblo de San Simón Tepe- yahualco de la jurisdicción de Tepeaca pero, bien se manifiesta que es bastantemente crecido con el hecho constante de haberse, muchos años ha, ejercido su partido en doctrina separada de la del pueblo de Tlacotepeque y por lo mismo debe creer que por razón del número 21 de indios que con sus barrios goza no tiene embarazo el que puntual- mente se erija en separado gobierno como han solicitado por su escri- to de nueve de febrero de este año y más cuando según los informes de más diligencias a que se remite el alcalde mayor. De hecho han vivido separados, no solo en cuanto al entero de tributos, haciéndolo por sí y con dependencia del gobernador de Tlacotepeque sino en todo lo demás hasta elegir por sí mismos sus alcaldes sin reconocer con pensión ni servicio alguno dicho gobierno. De manera que según esto viene precisamente su pretensión a reducirse a que se aumente o crie un oficio con título de gobernador. Esta creación en el supuesto dicho de no perjudicar en nada el gobierno de Tlacotepeque que desde luego lo consiente ni tampoco perjudicar a los mismos pretendientes como que con independencia y sin comunicación con los de aquel gobierno logran, según las propias diligencias de tierras, aguas, mon- tes y pastos competentes solo ofrece el embarazo de que como que los gobernadores no pagan tributo y gozan de otras exenciones se perjudicaría en esto la Real Hacienda sin necesidad como que hasta

7 Ibidem, Sección Justicia, Serie Civil, 1774, f. 1v. ahora no la ha habido de tal oficio ni por su falta padecen algún daño los indios pretendientes. Pero como este embarazo se allana sin dejar de concederles el honor y gracia que solicitan de elegir gobernador con que se de este título al alcalde de primera elección sin aumentarse el número de los alcaldes que hasta ahora ha habido y de que cuando menos el pueblo principal habría gozado de estas exenciones estima el fiscal que Vuestra Excelencia, siendo de su superior agrado se sirva diferir en estos términos a la pretensión de los citados indios de San Simón aprobando por no ofrecer reparo y mandado guardar con su barrio de San Juan la alternativa que se propone y en que se han con- venido para la elección de gobernador en los términos dichos y que, para ello se les libre despacho correspondiente con inserción de esta respuesta y del precedente informe.8 22 Tomando en cuenta la actitud de los curas y de los gobernadores hacia la gente de Yehualtepec durante ese siglo no nos sorprende que estos últimos se hayan querido separar e independizar. Que- da claro que se habían fortalecido en varios aspectos, lo que les permitió gobernarse adecuadamente y sin violencia, tal como su- cedió en 1545. Al independizarse la gente de Yehualtepec comenzó a elegir a su gobernador, sus alcaldes y demás oficiales una vez al año. Hay sólo un documento al respecto pero, nos da una idea de cómo estaba cambiando el sistema central de Gobierno en México pocos años antes de la Independencia. Es probable que varios pueblos hubieran pedido y logrado su separación legal con alguna entidad mayor por- que este documento está, en su mayor parte, impreso con algunos espacios en blanco donde se insertaron los detalles individuales que están escritos a mano. A continuación referiremos el reporte que hizo el subdelegado del gobernador, intendente de Puebla y su provincia cuando fue a

8 Ibidem, f. 5v. confirmar la elección del pueblo en 1796 junto con el escriba­no real y público para otorgar mayor legalidad. Informa que a los oficia­les electos les dio posesión de sus empleos y sus correspondientes insig- nias (varas) haciéndoles las siguientes recomen­ ­daciones:

Cuidarán que los demás naturales sean bien tratados y asistan a la Doctrina Cristiana y Divinos Oficios haciendo que los niños no de- jen de acudir a la escuela que debe haber establecida en su pueblo; evitando las embriagueces y demás pecados públicos, castigando a los agresores como Su Majestad manda, no permitiendo se les echen de- rramas ni carguen por tamemes, que para ello y usar de la insignia que es costumbre. Les doy el poder y facultad que el derecho requiere.9

Esta última parte del informe es interesante pues reitera las condi- 23 ciones del buen gobierno, sin abusos ni vejaciones, por lo que los mismos ciudadanos habían buscado al independizarse.

9 Ibidem, Sección Gobierno, Serie Elecciones, 1796.

Cofradías

La Natividad de Nuestra Señora de la Concepción

La cofradía principal e indudablemente mejor documentada fue la de La Natividad de Nuestra Señora de la Concepción en 1588. Otra fue la del Santo Sepulcro de Cristo, Vida Nuestra, de ésta no tenemos mucha información excepto un folio, al parecer interme- dio pues no da fecha de inicio ni de término. La Cofradía de Nues- tra Señora de la Concepción se fundó con la anuencia de las autori- dades eclesiásticas de Puebla de los Ángeles y bajo la supervisión de la doctrina de Tlacotepec. El folio de la Cofradía de La Natividad de Nuestra Señora de la Concepción es un cuaderno cubierto con piel de venado que está en excelentes condiciones. La información abarca desde su fundación en 1588-1680 pero, por documentos posteriores se entiende que seguía activa a finales del Virreinato. De acuerdo con ese folio la cofradía comenzó con un pequeño rebaño de ovejas cuya lana se entregaba al beneficiado de Tlacote- pec para que la colocara en el mercado, a veces era incluso España. Mas no queda claro quién se quedaba con la ganancia ni cómo se repartía. En ocasiones los gastos reportados por los cofrades incluyen la compra de velas y cirios de España y de vez en cuando el gasto para alguna reparación a la iglesia o de paños de lana. Al beneficiado de Tlacotepec se le había dado bastante autori- dad sobre la cofradía, pero se excedió en sus demandas con los po- bladores de San Simón Yehualtepec ya que don Luis de Velasco, en 1590, le escribió una orden al delegado de Tepeaca para que le in- formaran que tenía prohibido exigirle a los indios beneficios y man- tenimientos, ya que el tenía un sueldo más que adecuado.1 No se menciona cuando recibió la cofradía su merced de tierra pero en 16062 invadieron sus tierras y los cofrades tuvieron que comprobar su derecho exclusivo a la propiedad; a través de los siglos los cofrades constantemente tuvieron que recurrir a las autoridades en la Audiencia Real para defenderlos. En el siguiente capítulo da- 26 remos dos ejemplos de dichos abusos: el caso de Antonio González en 1644 y el de Gertrudis Meza en 1754.

Santo Entierro de Cristo

Hay un folio en forma de cuaderno con el forro de cuero, amarillo muy duro, tanto así que dificultó la fotografía de sus hojas ya que tendía a cerrarse, que pertenece a la Cofradía del Santo Entierro de Cristo, Vida Nuestra. No contiene información de su fundación como lo hace el folio de la Cofradía de Nuestra Señora de la Concepción, su folio comienza en 1722 y termina en 1756, inicia con una lista de co- frades hombres y mujeres, posiblemente parejas. En la caligrafía y la ortografía se aprecia la poca experiencia y preparación académi- ca. A diferencia del folio de la Señora de la Concepción, en éste no hay evidencia de supervisión eclesiástica, aunque se nota mucha

1 Archivo General de la Nación, Indios, vol. 4, exp. 391. 2 Archivo Municipal de Yehualtepec Puebla (amyp), Sección Gobierno, Serie Culto y Templos, vol. 3, f. 26-27. devoción y esfuerzos por parte de los hermanos en llevar las cuen- tas correcta y claramente. Entre los cofrades de esta institución se encuentran personas de otros pueblos, Santiago Coatepec y Santiago Mucuilca, que ya no aparecen posteriormente, a quienes se refieren a ellos cariñosamen- te como “nuestros hermanos distantes”. Pese a que venían de otros lugares también tenían que dar su aportación a la cofradía. Esta generalmente era de una, dos o tres ovejas; también podían donar dinero en efectivo, semillas o cualquier cosa que pudiera utilizar la cofradía para sostenerse y beneficiar a la iglesia. Al comparar estas dos cofradías se aprecia una diferencia social y económica entre ellas. Para entrar a la de la Señora de la Concep- ción los cofrades tenían que pagar un peso y para esta última se conforman con uno o dos reales. Muchos de los cofrades de la pri- 27 mera llevan el título de “Don”, en la última sólo el nombre e inclu- so con apellido. Los cofrades tanto de la Señora de la Concepción como los del Santo Sepulcro eran principalmente hablantes nativos de otro idio- ma que no era español. Damos como ejemplos las siguientes expre- siones y deletreo de palabras sencillas: tualia por toalla; cobielta por cubierta y palia en lugar de palio. Muy curioso resulta leer como escriben algunos números. Por ejemplo en lugar de reportar 39 can- deleros lo hacen diciendo “un candelero falta para cuarenta”. Más adelante cuando reportan la cantidad de borregos dicen “trescientos y sesenta y más doce cabezas de ganado”.3

3 Ibidem, 1722-1756, f. 3.

Abusos

A las tierras de la cofradía

Hay indicaciones de que a mediados del siglo xvii los manantiales existentes en el Valle de Puebla y el de Tehuacán empezaron a efluir con mayores caudales que en años anteriores. Tal vez sea este el caso en la región de Yehualtepec porque se aprecia que las mercedes otorgadas y las ventas de tierras mencionan “suficiente agua para ganado” con mayor frecuencia. Desde luego que tales cambios en el medio ambiente mejoraron las condiciones de las tierras y de las zonas de pastoreo; un beneficio tanto para la po- blación de Yehualtepec como Yzotla —Yccoyacac de San Simón—, como se conocían las tierras de la cofradía. En estas tierras los rebaños crecían y se multiplicaban de tal manera que el terreno ya no alcanzaba para el pastoreo de todos los ganados comunales. Al principio hubo una invasión de terrenos por los mismos mayor- domos y diputados de la cofradía, quizá juzgaron que estaba bien llevar sus rebaños a pastar en esas tierras, pero causó gran indig- nación entre los otros cofrades quienes los acusaron ante las auto- ridades de Tepeaca. Éstos pusieron un alto a la situación sin ma- yores problemas. Antonio González

El caso de Antonio González Portugués y Francisco Ruiz Buen Cu- chillo en 1644 fue mucho más violento y complicado. Resulta que un domingo en la mañana unos transeúntes vieron que había unas personas conocidas que estaban midiendo las tierras de la Cofradía de Nuestra Señora de la Concepción. Al quedarse a observar notaron que además estaban cambiando el lugar de las mojoneras disminu- yendo así la extensión de sus tierras. Corrieron a avisar al mayordo- mo y a sus diputados, quienes al constatar lo que sucedía se fueron a Tepeaca a denunciar los actos. Esa misma tarde las autoridades arres- taron a varios hombres que habían participado en el acto, aunque aquí solamente hablaremos de los principales actores y responsables 30 del intento: Antonio González Portugués y Francisco Ruiz Buen Cu- chillo, quienes al día siguiente de su aprehensión y encarcelamiento negaron conocer los motivos de su arresto y suplicaron por su liber- tad. Al ser informados de sus atropellos todos apuntaron a Antonio como el incitador de todo. A todos los involucrados menos a Fran- cisco y Antonio se les dejó en libertad, ya que tenían que explicar sus motivos. Al cabo de unos días Francisco culpó a Antonio, quien se conformó con callar, pagar la condena y olvidarse de la situación. Resulta que Antonio era albacea de los herederos de un tal Juan Sánchez Bermejo quien en vida había tenido una hacienda colin- dante con las tierras de la cofradía. Durante los veintitantos años que habían sido sus vecinos jamás había tenido dificultades con la cofradía. Pero, de acuerdo con las declaraciones de Antonio y de Francisco, al morir Sánchez Bermejo y convertirse en albacea se dio cuenta de que había una anomalía en las medidas de la hacienda y por eso se avocó el derecho de cambiarlas. No era una razón aceptable y se les recordó a Antonio y a Ruiz Buen Cuchillo que, dicho sea de paso, era un agrimensor que este tipo de situación se corregía por la vía legal y no individual. Pero como la autoridad no podía retenerlos en la cárcel mucho tiempo se les advirtió de que no tenían que tocar las tierras de la cofradía y que podían llevar su causa a la Real Audiencia para defender sus accio- nes, lo que hizo Antonio. Al escuchar sus explicaciones la Real Audiencia optó por verifi- car sus alegatos y mandó medir las tierras de las dos entidades. Al final de la investigación se determinó que Antonio no tenía la razón y se dio por terminado el caso. Furioso y determinado Antonio metió su ganado en las milpas de la cofradía y las destruyó causán- doles cuantiosas pérdidas. Cuando le reclamó el mayordomo lo amenazó junto a sus cofrades de muerte si se quejaban. Por esos días andaba en Tecamachalco el obispo de Puebla, don Juan Palafox y Mendoza, a quien recurrieron los cofrades para quejarse de lo acontecido. Él los escuchó e indignado hizo suyo el caso y amenazó a Antonio con excomunión si no desistía 31 en sus esfuerzos de robarse parte del terreno de la cofradía. Al parecer mandó copia de su decisión a la Real Audiencia y ésta se la remitió a don Felipe IV. Después de leer el caso el monarca or- denó a Antonio dejara de vejar a los cofrades y su tierra o pasaría un largo tiempo en la cárcel. En realidad Antonio nunca dejó de decir que esas tierras eran los bienes de don Juan Sánchez pero, tampoco agredió más los bie- nes de la cofradía.

Doña Gertrudis Meza

El asunto legal que se entabló en 1745, entre doña Gertrudis de Meza y el común de Yehualtepec requirió la revisión de innume- rables escrituras, mercedes, vistas de ojos y entrevistas con el fin de que el licenciado defensor de indios pudiera proteger los terrenos de San Simón. El folio en que se encuentra este asunto contiene información de las tierras tanto de la cofradía como de Yehualtepec, desde su inicio como pueblo, lo que resulta muy útil para el investigador. El material es muy descriptivo sobre todo de las tierras, aunque hace mención de un mapa que no está en el archivo. La defensa que hizo el licenciado Chiribri de las propiedades de la cofradía se encuentra incluida:

[…] es el de la cofradía que está en el paraje de Yzotla de Dios y toma su denominación. El sitio de la comunidad es el mismo mercedado por el Excelentísimo señor Virrey Marqués de Falces a Bartolomé Mexia el año de mil quinientos sesenta y ocho; el que vino a recaer en Joseph de Arroyo y Doña Teresa Dávila en el que lo vendieron al común como se manifiesta por los títulos de este lugar hasta [1]618. Es sitio de la cofradía. Tiene a su favor el mandamiento de amparo del Excelentísimo señor Don Luis de Velasco del año de mil quinien- 32 tos noventa y seis y seiscientos cuarenta y cinco. [Agregó que] La merced y posesiones del sitio de la comunidad hoy día a la del paraje en términos del pueblo de Tecamachalco en un alto que está algo desviado del pueblo de Tecamachalco el Viejo en un Sillarejo que hace al pie de un cerro alto que llaman el Cerro Gordo en medio de dos jagüeyes donde están cuatro palmillas juntas abajo del Sillarejo cuyos jagüeyes y palmas denotan la posesión que el año de seiscientos y diez tomó en común.1

Doña Gertrudis refutaba cada argumento del licenciado mencio- nando que su padre le había dicho o que su abuelo le había comen- tado que desde tiempo inmemorial era propiedad de sus antepasa- dos. En efecto, sí habían sido dueños de los terrenos que ella reclamaba pero, sus abuelos se los habían vendido al común de Ye- hualtepec a finales del siglo xvii. El abogado mandó por las copias de dicha venta y confirmó que sin lugar a dudas las tierras disputa- das ya le pertenecían a Yehualtepec. Sin embargo, ella no lo aceptó y apeló a la Real Audiencia.

1 Archivo Municipal de Yehualtepec Puebla (amyp), Sección Gobierno, Serie Tierras, f. 4-4v. Como en el caso de Antonio Sánchez los abogados de la Real Audiencia hicieron una investigación exhaustiva. Durante las inves- tigaciones Gertrudis no pudo identificar bien los terrenos que recla- maba, ya que su localización se modificaba de acuerdo el humor con que ella se encontraba. Uno de sus argumentos o declaraciones más absurdas fue decir que por dichas tierras corría un río que lle- gaba hasta Guatemala. No le ayudó en nada que los testigos que ella presentaba mostraron una tendencia a inventar la realidad de acuer- do a sus habilidades o imaginación. Entonces, no sorprende que dicha entidad reconociera los terrenos como posesiones legales del común de Yehualtepec. No obstante, doña Gertrudis nunca quiso recibir los autos que se le llevaban a su casa, hasta el final siempre dijo que era víctima de una injusticia.2 33 De autoridad

La gente de San Simón desde su fundación en 1545, había declara- do que no estaban dispuestos a recibir vejaciones de caciques, espa- ñoles o mestizos. Al parecer estaban dispuestos a colaborar con su trabajo y mantenimientos, pero no lo estaban cuando su participa- ción se convertía en obligación, como se verá en los siguientes casos.

Condesa del Valle de Orizaba

Don Carlos, por la gracia de Dios Rey de Castilla, etc. = “Digo que se hallan (los naturales de San Simón) muy vejados de Juan López de La Rosa, español y cobrador de la encomienda de la Condesa de Orizaba quien contrata lo dispuesto por las leyes reales de Indias que persuadiéndose a que es juez de tributos les pide y a sé dar un topile y una molendera cada quince días los cuales obliga a que vayan al pueblo de Tecamachalco a donde asiste que está distante de mi parte

2 Ibidem, f. 5-7. donde les hace acarrear leña y servir en todo lo que se ofrece y que cobren hogar, cántaros y gallinas [y otras]cosas necesarias, sin pagar- les de que se siguen gravísimos daños y perjuicios porque desampa- ran sus casas y les roban. Y siguen otros graves daños irreparables por cuyas razones se prohíbe que los encomenderos vivan en los pueblos de sus encomiendas para que no sean gravosos a los naturales de ellas Y también se hallan molestados de los gobernadores del dicho pueblo de Tecamachalco porque les obliga a dar frutas, flores, ramos y maromas para el monumento y otras cosas para la comida de los pobres llegando el Jueves Santo, pollos, gallinas, huevos y otras cosas para las fiestas y publicaciones de las bulas con pretexto de que son para su tesorero y que es costumbre el que lo den. Siendo esta intro- ducción y corruptela que no debe permanecer porque fuera de estar 34 prohibidos por Vuestras leyes Reales los naturales de dicho pueblo de mi parte acuden a su curato y doctrina y en su iglesia hacen todas las cosas necesarias y siendo como es, cabecera separada de la de Te- camachalco no hay razón ni título alguno para que los gobernadores de ella los obliguen a nada de lo referido por lo cual = a Vuestra Al- teza pido y suplico se sirva de mandar se les despache recaudo para que la justicia del partido no permita que el dicho Juan López de La Rosa y los gobernadores y alcaldes y naturales del dicho pueblo de Tecamachalco cada uno por lo que les toca lo que va expresado les obliguen a dar el servicio, raciones y demás cosas expresadas si no fuere pagándoles.3

Este caso de abuso llegó a oídos del rey don Carlos II en 1700. Qui- zá porque involucraba a un miembro de la nobleza o porque los esfuerzos de la Real Audiencia para corregir los daños habían sido ignorados por los perpetradores. Se aclara que la condesa fue llama- da a cuentas y negó tener noticias de los maltratos que se habían llevado a cabo en su nombre. En cualquier caso, el monarca escribió

3 Ibidem, Serie Ordenanza, vol. 1, f. 1. una carta en que detalla los agravios hechos a los naturales de Ye- hualtepec y muestra su extremo descontento. Naturalmente que negaron las acusaciones de vejaciones a los naturales de San Simón pero, la evidencia contra Juan López de la Rosa fue demasiado contundente como para que lo salvara la ley. Por su parte la condesa, aunque negó haber ido al pueblo de San Simón y mucho más haber exigido algo a los naturales relata que en realidad ella sentía que tenía derechos porque “[…] aunque desde inmemorial tiempo y desde que se le hizo merced a mis antepasados se le han dado el tequio”.4 Aunque es verdad que en el pasado los condes del Valle de Orizaba habían tenido Tecamachalco en enco- mienda, Yehualatepec no formaba parte de esa entidad. Ni existe documento alguno en este archivo con evidencia de que Yehualte- pec hubiese sido en algún momento parte de alguna encomienda. 35 Estamos relativamente seguros de que la condesa sabía que Yehual- tepec nunca había formado parte de la encomienda de sus antepa- sados, pero que aún así le permitió a su cobrador y administrador ese derecho mientras no hubiera ninguna queja.

Reconstrucción de la Cárcel de Tepeaca

Unos años más tarde, en 1730, el alguacil mayor, don Gregorio de Prado y Zúñiga se vió en la necesidad de reparar las paredes de la Cárcel de Tepeaca porque se estaban cayendo, ya que debido al de- terioro tan grande temía que los presos pudieran escapar. Pero como no tenían sus cofres suficiente dinero para hacer las reparaciones necesarias, se le ocurrió resolver el problema ordenando al reparti- miento de indios de la región que hicieran una cárcel nueva y cus- todiarían a los presos durante la noche. Sin dejar de reconocer que la situación era verdaderamente im- perante, el defensor de los naturales de Yehualtepec se opuso al

4 Ibidem, f. 2v. repartimiento. Su argumento fue que no era justo pedir que todos los hombres fuertes y sanos de un pueblo lo abandonaran durante un período extendido, ya que en su ausencia las labores del campo sufrirían, la atención a los ganados también decaerían y los ladrones podrían aprovechar su falta para hacer de las suyas. Reconoció el defensor que en Tepeaca existían gastos sobresa- lientes y que sólo tenía el apoyo económico para pagar el agua que se canalizaba desde la para el resto del año y que no alcan- zaban los fondos para la reparación de la cárcel también. Sin embar- go, no estaba dispuesto a permitir el abuso a los naturales. Especial- mente a los de San Simón, ya que estaban colaborando con su tequio en la construcción de la Parroquia de Tecamachalco.5 Las discusiones siguieron, diez años tardó el argumento y en 36 1740 finalmente se llegó a un acuerdo en el cual, cada pueblo man- daría a Tepeaca a trabajar durante una semana a un hombre por cada 100 que tuviese. Como Yehualtepec tenía más o menos 200 tributa- rios comenzaron a ir dos hombres diferentes cada semana. De esta manera se cumplía con el tequio, sin poner en peligro sus hogares, ni descuidar sus parcelas o ganado.6 Suponemos que durante esos diez años se hicieron algunos remiendos al edificio donde estaba la cárcel.

Cateos en busca de pulque blanco

Este caso resulta singular por lo arbitrario, la palpable corrupción y abuso de autoridad. Aconteció que por esos mismos días don Gregorio de Prado y Zúñiga tomó otra decisión que no fue en absoluto popular. Dió la orden de que solamente se podía beber pulque en los puestos públi- cos que él pretendía establecer cerca de la plaza. A lo que siguió el mandamiento de catear las casas de los indios prohibiendo que

5 Ibidem, Sección Justicia, Serie Civil, 1730. 6 Ibidem, 1740. bebieran allí, ya que tendrían que salir a comprar el pulque a los puestos públicos, sin importarle que nunca antes hubieran existido. Al imponer sus órdenes comenzó el verdadero abuso. Todas las casas debían ser cateadas en busca de pulque blanco, si se descubría se aprehendía a los dueños y a cualquier persona que ahí estuviera aunque fueran convidados a beber, bajo la excusa de que habían contravenido a lo mandado, a todos llevaban a la cárcel y al salir pagaran lo que “era costumbre”.7 Al enterarse las autoridades en la Real Audiencia de estos atro- pellos y su arbitrariedad, mandaron pregonar varias veces pública- mente durante el día de feria y mercado que estaba en contra de esta decisión para que todos estuvieran al tanto. A partir de esto no se vuelve a saber nada de don Gregorio de Prado y Zúñiga en los documentos. 37

Bastimentos para el cura de Tlacotepec y para el Gobernador de Tecamachalco

La corrupción moral al parecer se posesionó de la gente con algo de poder durante el siglo xviii lo que molestó muchísimo al monarca español. En 1744 Carlos III escribió una carta reprendiendo varios de los abusos a sus súbditos de San Simón y de San Juan por parte del licenciado don Antonio Valiente, cura y beneficiado de la doctrina de Tlacotepec. En dicha misiva recordó que existían varias leyes estipu- lando que ningún eclesiástico o secular debía compeler ni apremiar a servicios personales involuntarios a los indios. También señaló que dichas leyes se habían establecido muchos años atrás y que el cura bien lo sabía porque la Real Audiencia se lo había recordado varias veces.

Era, para el monarca señal de desobediencia a su autoridad que el actual cura y los gobernadores de Tecamachalco y de Tlacotepec

7 Ibidem, 1732, f. 5v. siguieran tratando de obligar a los naturales a varios servicios y a hacer contribuciones arbitrarias durante el año pero, especialmente durante el Jueves y Viernes Santo con que habían de colaborar con dos reales cada uno a cualquier persona con túnica no habiendo sido jamás costumbre. Añadió que tenía información contundente de que el gobernador de Tecamachalco quería ejecutar lo mismo con otros servicios y pensiones aun cuando bien sabía que estaban aplicados en la fábrica de la iglesia de su pueblo. En su lista de atropellos recordó a todos los dirigente que estaba terminantemente prohibido que los naturales fueran llevados a otras partes ni tomar sus productos sin pagarles el justo precio. Tampoco había de apremiarlos a hacer ropa para los corregidores ni a los ministros de justicia, curas, ni personas que los administraran. 38 En particular la carta iba dirigida al licenciado don Antonio Valien- te, cura de la doctrina de Tlacotepec, el principal ofensor en vista del monarca. Le repitió las leyes incluyéndolas en la carta advirtién- dole que se abstuviera de pedir a los enunciados indios algún servi- cio personal involuntario o cargas y contribuciones indebidas como de las que ya se habían quejado. Le recordó tajantemente que su obligación era “atender a los naturales y los mirara con el amor y caridad a que está obligado por su pastoral oficio”.8 Terminó su carta don Carlos III estipulando las penas que im- ponía a quienes no cumplieran sus mandatos y siguieran incurrien- do en esos delitos. Éstas serían la privación de oficio en el cual in- fringieran las injusticias, más 1 000 ducados para la cámara y 500 a los indios. A los curas y ministros eclesiásticos se les recuerda que deben guardar la Ley 23, título 13, libro primero. Concluyó su carta advirtiéndole a la justicia que en caso de no hacer cumplir lo anterior tendrían que pagar 200 pesos para la cámara.9

8 Ibidem, 1744, f. 6v. 9 Ibidem, f. 7. Un descubrimiento insperado

Comenzamos este estudio con la sola intención de descubrir posi- bles nexos entre Yehualtepec y Santa Cruz Tlacotepec al principio de la época Virreinal. No obstante sin querer, descubrimos el lugar donde estuvo el pueblo antiguo de Tecamachalco el Viejo, que en la conciencia de la gente de esta zona tiene una connotación casi mí- tica que suele apuntar hacia algún lugar en la cordillera, aunque la ubicación varía dependiendo de quién habla. Desde luego que hay un sitio arqueológico en la cordillera de difícil acceso. Aunque es interesante por la estructura de sus teteles no creemos que pudiera ser la sede de un pueblo Posclásico porque, aparte de ser relativamente pequeño el espacio sobre el cerro en que se encuentra, no tiene las tierras necesarias para la agricultura. Posi- blemente haya sido el centro ceremonial del asentamiento físico de Tecamachalco el Viejo que creemos está en la ladera sur de la cordi- llera. Ahí se encuentran vestigios de un canal sencillo que baja del manantial Alchichipico un espacio que se utilizó para la prepara- ción de alimentos como lo demuestran los fragmentos de meclapi- lli, ollas de almacenamiento hundidas, pedazos de metate, etcétera. Cerca de estos restos está un jagüey seco y paredones de piedra de uno o dos edificios pequeños, donde se encuentran dos o tres montículos distribuidos. De ellos se desprenden muchos tepalcates que corresponden a diversos periodos prehispánicos, algunos son de calidad común mientras otros parecen ser de élite. No quedan vestigios de edificios caseros porque en esta pobla- ción la gente hacía sus casas de yzotes. Aunque éstas eran muy eficientes, su condición orgánica impedía que dejaran rastros evi- dentes en la superficie. Quizá algún trabajo arqueológico formal pueda hacer el estudio para determinar la extensión del territorio de este poblado. La manera en que descubrimos la ubicación de Tecamachalco el Viejo y su presencia, aunque pequeña, durante parte del Virrei- nato fue a través de los documentos del Archivo Municipal de Ye- hualtepec Puebla, por ejemplo en la sección Gobierno, serie Tie- 40 rras, vol. 3, foja 15 señala que al viajar por el Camino Real de Tecamachalco el Nuevo a Tlacotepec se pasaba por un lugar llama- do Tecamachalco el Viejo. En otro documento escrito por el licen- ciado Chiribrí en su reporte del litigio de tierras de Gertrudis Mesa vemos que:

[…] la merced y posesiones del sitio de la comunidad hoy día a la del paraje en términos del pueblo de Tecamachalco en un alto que está algo desviado del pueblo de Tecamachalco el Viejo en un Silla- rejo que hace al pie de un cerro alto que llaman el Cerro Gordo en medio de dos jagüeyes donde están cuatro palmillas juntas abajo del Sillarejo cuyos jagüeyes y palmas denotan la posesión que el año de seiscientos y diez tomó en común.1

Es probable que los pueblos de Tecamachalco el Viejo y el Nuevo formaran parte de un antiguo cacicazgo que tenía un centro ceremo- nial en la cima de un cerro adentro de la cordillera, como menciona- mos anteriormente ese lugar es de difícil acceso y el espacio para la

1 Archivo Municipal de Yehualtepec Puebla (amyp), Sección Gobierno, Serie Tierras, 1754. 41

Posible territorio del Altepetl de Tecamachalco el Viejo marcado en amarillo. práctica de la agricultura es escaso lo que sería insuficiente para el sustento de una población moderada. Los manantiales que hay en la cordillera cerca de éste centro corren hacia el sur, de tal manera que no podrían beneficiar a dicha población. Sin embargo, si los caciques de esa entidad tenían una o más casas principales en el Cerro de Asosutla, junto a la barranca, lige- ramente arriba de los llanos al sur y al pie de la cordillera, sus repre- sentantes o tlatoanis podrían haber vigilado los terrenos de cultivo junto con los maceguales y a la vez participar en el comercio con otras entidades de la región. No sería extraño que dichos señores hubieran sido los caciques contra quienes se revelaron los fundadores de Xoaltepec en 1545. ¿Será coincidencia que don Antonio de Mendoza decretara la re- ducción de poblaciones para formar congregaciones “de menos a más” precisamente ese mismo año en que recibió las quejas contra Xomolco Xantil conocido como “Santo”, entrada a la cueva en el acantilado.

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Personas mirando hacia adentro de la cueva en el Xomolco Xipe.

Paredón de lo que pudiera ser el terreno del antiguo Tecamachalco el Viejo. Fragmentos de dos mectlapilli cerca de una boca de olla almacenadora enterrada.

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Fragmento de un incensario de reciente hechura encontrado dentro de la cueva en el Xomolco Xipe. los caciques de Tecamachalco y de Tlacotepec? ¿Habría sido ese el momento idóneo para que varios grupos se liberaran de los yugos de sus respectivos cacicazgos? No tenemos respuesta contundente, sin embargo la gente de Xoaltepec aprovechó y se benefició del am- paro que don Antonio extendió. La pregunta que obliga al estudio de estos documentos es saber si las personas que pidieron su independencia eran dependientes o representantes de un grupo de élite que deseaba romper con los lazos de la autoridad indígena por razones que nunca sabremos. Es claro que el grupo que se presentó ante el virrey no fue uno de maceguales, porque mostraron demasiada seguridad en sí mismos e insuficiente temeridad para presentar sus deseos y las razones tras éstos. El sitio en el que habitaban indica que pertenecían a la anti- gua clase sacerdotal, ya que del lado poniente se encontraban dos cuevas —separadas la una de la otra— en distintos cerros. Una de ellas Xomolco Xipe, está en la boca de una barranca con ligeros escurrimientos arriba de la cueva; la otra Xomolco Xantil, se loca- liza en medio de un acantilado que forma un costado de la Barranca Acapulco. Ambos lugares todavía son vistos con respeto por la gente de Yehualtepec, incluso hoy en día llevan ahí sus ofrendas con incienso con el fin de hacer peticiones o rogativas. 44 Conclusión

Existen poblaciones que a través de los años, han custodiado sus documentos, lo cual nos alegra. En ellos podemos descubrir mu- cho, aunque no sea el tema en sí mismo podemos extrapolar no sólo eventos históricos sino de ecología, cosmovisión, cambios climáti- cos, crecimiento poblacional, enfermedades, etcétera. En los documentos resguardados por la gente de Yehualtepec se ha podido reconstruir varios aspectos de su pasado. Si bien admiti- mos que se necesita seguir estudiando, por el momento ya tenemos una idea del Preclásico tardío gracias a sus teteles y los vestigios de Tecamachalco el Viejo en la cordillera; de su historia antes de la llegada de los españoles y después de ella. La personalidad de un pueblo se refleja en su historia en este caso dispuesto a adaptarse a condiciones cambiantes de la naturale- za como la disponibilidad del agua, que en ciertos momentos fue casi imposible de adquirir. Sus documentos muestran a un pueblo con fe en un ser supremo al que rinden homenaje en cada paso de su vida, que supo defender sus derechos y su propiedad sin recurrir a la violencia y sólo con apego a la ley.

Fuentes

Archivo

Archivo Municipal de Yehualtepec, Puebla (amyp). Archivo General de la Nación (agn).

Bibliografía

Celestino Solís, Eustaquio y Luis Reyes García, Anales de Tecamachalco: 1398- 1590, México, Fondo de Cultura Económica, 1992. Cortés Espinoza Rogelio, Inventario del Archivo Municipal de Yehualtepec, Puebla, México, Apoyo al Desarrollo de Archivos y Bibliotecas de México, A.C., 2010. Guadarrama G. Francisco Xavier O. F. S., Crónica 1545-1985 de San Simón Ye- hualtepec, Puebla, Fundación de Pueblos y Templos de su jurisdicción, 1986. San Simón Yehualtepec y su archivo municipal de Francisca Ramírez Sorensen se imprimió en mayo de 2014 en Cerro de San Andrés 312, col. Campestre Churubusco, C.P. 04200, Coyoacán, México, D.F. El tiro consta de 150 ejemplares.