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OF ILLINOIS LIBRARY

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INQUISICIÓN DE LIMA

POR

VICENTE F LÓPEZ.

TOMO PRIMERO

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(.aí;j.o> C.»..sa\am.k. ( kI'ITui; ;

Imprenta y librería de MAYO, Moreno "241

Plaz?, Moiiserrut. 1870.

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PREFACIO-

Cada obra tiene su momento en la vida del que la eje-

cutó, y su lugar preciso en la fecha que la vio nacer; así

es que al hacer una segunda edición de la ISovia del

Hereje hemos creido que mejor era conservarle su total

identidad con el texto publicado en el «Plata Científico

y Literarios . Reimprimimos por consiguiente la carta

dirijidaal Director de aquella Revista, con que el autor,

á manera de prólogo, hizo preceder la publicación de

su obra; y al reproducir el texto nos limitaremos á darle la corrección de que tuvo que carecer forzosamente al

primer tirado, que se estrajo de las pajinas del periódico referido.

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.

CARTA-PRÓLOGO

S"". D^ D. MiGiEL Navarro Viola.

Montevideo, 7 de Setiembre de 1854.

Mi querido amigo y compañero

Al deseo que vd. me ha mostrado de que haga preceder de un prólogo crítico la Novia del Herege, Yoy á contes- tarle con estos renglones que tal vez juzgue vd. buenos para suplir esa falta notada en la obra. Las tareas áridas y serias á que tengo que consagrar las horas activas de mis dias, no me dan tiempo para con- traerme á revisar esos manuscritos que fueron el fruto espontáneo de aspiraciones literarias que ya tengo aban- donadas. En nuestros países, como vd. sabe, no se puede IV LA NOVIA DEL HERK.IE vivir (le la literatura sino al través del diarismo-, forma por la que nunca he tenido vocación, ya sea por falta de ap- titudes para enredarme en la lucha de pasiones y de amor propio, á que él provoca, ya por huir de la necesidad en que habria caido de escribir sobre cosas aprendidas el dia antes, ó ignoradas del todo, como si siempre las hubiese sabido á fondo, supliendo el estudio sincero con la petu- lancia y el charlatanismo. Esos manuscritos que envío á vd. son, pues, viejos; ha- ce algunos años que fueron impresos en Chile como fo- lletín de un Diario. Le juro á vd. que si quisiera ahora ponerlos en estado de ser publicados con satisfacción mía, creería necesario borrarlos desde el principio y ha- cerlos de nuevo. Lo único que puedo decirle á vd. de esa obra, es que ha sido escrita con alegría de ánimo y con- ciencia-, y sise la mando ávd. en esa forma, que, con al- gún tiempo á mi alcance, hubiera podido perfeccionar, es porque le había prometido á vd. contribuir á su em- presa y no podia cumplirle de otro modo mi oferta. En un tiempo en que se esplotan tanto los malos lados de la prensa, séame permitido asegurar á vd. que si la Novia delHeregele parece digna de amenizar su Revista, la im- prima en el concepto de que yo no creo que pueda tener mas mérito que el empeño con que he procurado dar ver- dad histórica y local ala narración, modestia y buen sen- tido al estilo, y una decencia estrictamente moral á las si- tuaciones. Así es que lo único de que estoy seguro, es-. de que siendo ese un trabajo esencialmente americano en su fondo, y desprovisto en su estilo de toda clase de pre- tensiones, se escapa por ese lado á las ridiculas parodias de las pasiones, de las tendencias, y de los estilos exóti- CARTA-PROLOGO T eos, que tanto contribuyen á quitarnos el conocimiento y la conciencia de las sociedades de que formamos parte. La obra va llena de cosas que no habria dejado en ella si me hubiera puesto á retocarla. Pero le repito á vd. que ese habria sido un trabajo para el que no tengo tiem- po. Pudiera notarse en ella tal vez una que otra malicia del estilo ó de la situación, que podria parecer impropia de una pluma grave; pero, como estoy cierto que apesar de ello, esos rasgos son de una decencia intachable, é in- capaces de ofender el pudor de la virgen mas inocente, he preferido dejarlos sin tomarme otra precaución que la de declararle á vd. que la obra va tal cual fué concebida y ejecutada al calor de las risueñas impresiones de un espí- ritu, que joven entonces, creia navegar con la brisa del ingenio un lago adornado de hermosas y amenas perspec- tivas. Los años y la esperiencia se han encargado de ha- cer desaparecer la brisa y el agua; y he creido que habria sido un contrasentido querer corregir el canto espontáneo de la ilusión desde el árido banco del desengaño. Refle- xiono también, que nada hay tan justo como el conside- rar prescrita á los cuarenta años la responsabilidad de lo que fué escrito á los veinte y cinco; y esto aquieta mis es- crúpulos. La Novia del Herege está egecutada en perfecto acuer- do con las tradiciones americanas referentes al tiempo de la escena, que traté de estudiar bien antes de emplearlas como materia de mi trabajo. No por esto crea vd. que me olvido de que la Historia de la literatura no cuenta sino un solo Walter Scott; y yo sé bien ahora que no soy yo quien estoy destinado á repetir á Cooper en la República

Argentina, Guando uno es joven le son permitidos los VI LA NOVIA DEL HEREJE

ensueños; cuando uno deja de serlo, es feliz si puede re- cordarlos sin sonrojarse. Hacer revivir costumbres pa- sadas, galvanizar por decirlo así, sociedades muertas, es una empresa de alto coturno, para la que uno puede atri- buirse fuerzas en las ilusiones de su primera edad; pero que se debe renunciar en la segunda, á no haber lanzado como ensayo un Waverley. La Novia del Herege es pues el fruto de una ilusión renunciada. Si fuere leida con gusto, me alegraré por lo que eso pueda influir en el buen éxito de la distinguida empresa en que vd. se ha puesto-, no seria estraño eso, porque muchas veces sucede que es leida con gusto una obra des- provista de todo mérito literario; y destinada á ser olvi- dada dos dias después. Yo le doy á vd. mi manuscrito sin otra mira, pues si hubiera pensado publicarlo en el Rio de la Plata por mi propia satisfacción, lo hubiera hecho reimprimir antes de ahora en las infinitas ocasiones que he tenido de sa- carlo del olvido en que le acompañan algunas otras ten- tativas de su mismo género, de que vd. y otros amigos tienen algún conocimiento. Entusiasta desde mis primeros años por la lectura de todo aquello que tenia relación con la historia del Rio de la Plata, se puede decir que por mucho tiempo mi pla- cer favorito ha sido el estudio de cuanto documento rela- tivo á ella he podido haber á la mano; y como las peri- pecias de regla en nuestra vida me arrojaran á pasar mi juventud en otras Repúblicas de América, he podido aplicar la misma pasión á los mismos objetos y en ma- yor escala. Parecíame entonces que una serie de novelas destir CARTA-PRÓLOGO Vil nadas á resucitar el recuerdo de los viejos tiempos, con buen sentido, con erudición, con paciencia y consagración seria al trabajo, era una empresa digna de tentar al mas puro patriotismo; porque creia que los pueblos en don- de falte el conocimiento claro y la conciencia de sus tradiciones nacionales, son como los hombres despro- vistos de hogar y de familia, que consumen su vida en oscuras y tristes aventuras sin que nadie quede ligado á ellos por el respeto, por el amor, ó por la gratitud. Las generaciones se suceden unas á otras abandonadas á las convulsiones y los delirios del individualismo. Esta es quizas la causa de que Walter Scott y Cooper sean únicos en el mando moderno: es un hecho al menos, que los pueblos para quienes escribieron son los únicos en don- de se respetan las tradiciones nacionales como una creen- cia inviolable. Iniciará nuestros pueblos en las antiguas tradiciones, hacer revivir el espíritu de la familia, echar una mirada al pasado desde las fragosidades de la revolución para concebir la línea de generación que han llevado los suce- sos, y orientarnos en cuanto al fin de nuestra marcha, eran objetos que de cierto tentaban las candidas ambicio- nes de mi juventud. Pero era mas fácil concebir esos objetos que ejecutar la obra que debía producir el resultado. Se habría nece- sitado para ello grande ingenio y la consagración de un largo tiempo; y yo por mi parte tuve el buen sentido de reconocer muy pronto que me faltaba lo primero, y que mi primer deber era arrancarme á las amenidades del es- píritu para vivir de mi trabajo personal.

La Novia del Herege (si yo hubiera podido realizar en VIII LA NOVIA DEL HEREJE

ella mis ideas) habria tenido por objeto poner en acción los elementos morales que constituían la sociedad ame- ricana en el tiempo de la colonización. Habia escogido á Lima por teatro, porque aquella ciudad era la mas per- fecta espresion de todos esos elementos reunidos: era

por decirlo así el centro de vida que el gobierno español habia dado á todos los vastos territorios que se estienden desde Panamá hasta el Estrecho de Magallanes, y que es- tán limitados por los dos Océanos. Allí palpitaban los trozos del imperio de los Incas, y el pié de los triunfa- dores se hundía todavía sobre sus carnes. Una gran revolución, perdida ya en nuestros recuer- dos, vino á realizarse después; fué esta una revolución inmensa, de cuya vasta importancia solo puede juzgar quien compare las Leyes de Indias con las guerras del fa- moso don Pedro de Zeballos por arrojar á los Portugue-^ ses de la Colonia del Sacramento. Esta nueva peripecia había echado en mí mente los gérmenes de una nueva Novela, en la que la escena y el interés se habria trasportado al Río de la Plata, siguien-

do al espíritu vital que también habia empezado á emi-

grar de la fastuosa Lima.

¿ Pero que tienen que ver, se me dirá, las Leyes delu- días con las novelas y con don Pedro de Zeballos ? Mucho mas de lo que es presumible á primera vista, res- pondo yo. Por el código mencionado la Aduana esterior de las Provincias del Rio de la Plata estaba en el Tucuman, por- que aquella era la vía por donde ellos se surtían de mer- caderias europeas. Cada año partían de Cádiz dos flotas convoyando una infinidad de buques de comercio en don- CARTA-PROLOGO IX

de la Gasa de Contratación de Sevilla mandaba el surtido de los géneros que se necesitaban en América. Toda otra via estaba prohibida. Una de estas flotas iba á la costa de Méjico y á la costa de la Nueva Granada, dependencias en el princi- pio, del Vireinato del Perú, al que pertenecía también todo el Rio de la Plata. De esta última flota fluían todos los géneros que venían á surtir á las provincias que son Argentinas. Pero cuando la casa de Braganza se puso á la cabeza de la Insurrección del Portugal, apoyada directamente por la Inglaterra, la Francia, y la Holanda, que, sin una alianza formal como las que hoy se hacen, estaban en una especie de guerra normal contra la España, el co- mercio marítimo de estas naciones encontró una preciosa í)caslon para burlar las prohibiciones que la legislación aduanera de los españoles habla establecido al comercio con la América. Todo el territorio brasilero colonizado por portu- gueses, siguió el empuje de separación dado por la madre patria; y los bosques de la América repitieron el eco del grito de guerra lanzado en las orillas del Tajo. Dirigidos los portugueses por un Instinto mercantil lleno de pene- tración atravesaron el territorio, desierto entoces, que hoy forma la República Oriental del Uruguay, y levan- taron á diez leguas de la costa española las murallas de la

colonia del Sacramento. Vndi vez parapetados allí, pudie-

ron contar con que hablan dado el golpe de muerte al comercio de las dos flotas en que tanto se hablan afanado los Felipes de las Leyes de Indias. Los Ingleses, los franceses, los holandeses, cuyas fábri- X LA NOVIA DEL HEREJE cas cuya industria y cuya civilización se'habian alzado á una altura prodigiosa con los mismos elementos arrojados de España por el despotismo y la intolerancia, empezaron á echar centenares de cargamentos en las costas del Brasil desde donde eran trasportados hasta la Colonia. Muchas veces las espediciones originarias mismas venian hasta allí, á descargar y tomar sus retornos. Una vez puestos en esa situación, el contrabando lo-

cal se encargaba de hacerlos pasar hasta la otra orilla, desde donde subian hasta Lima misma con una mejora asombrosa en el precio sobre las espediciones del mo- nopolio. Así empezó á engrandecerse y á tomar vuelo la pobla- ción y riquezas de Buenos Aires. La población de Buenos Aires vino á ser, por medio de este cambio radical de las cosas, el centro, el nudo del comercio interior, con el esterior. La codicia de los comerciantes encontró medio de bautizar somo es- pañoles los géneros estrangeros para hacerlos atravesar todo el territorio, desparramando el bienestar y las ri- quezas por toda la via. En pago de esas espediciones venia también el producto de las minas y de la agricul- tura interior que servia á dar retornos. Por mas que la España dio le^es, no pudo contener el torrente. Las provincias del Rio de la Plata habían cambiado de frente-, lejos de venirles de Lima el soplo de vida, eran ellas quienes lo habían empezado á dar. Tuvo la España la fortuna de encargar entonces el Go- bierno del Rio de la Plata, que empezaba á hacerse muy delicado á causa de estas ocurrencias, al célebre don Pe- dro de Zeballos, oficial de mucho crédito en las guerras CARTA-PROLOGO XI

de Italia, y que á mucho valor personal reunía la volun- tad y el golpe de vista que hace á los grandes hombres. En dos dias comprendió él que el único remedio que aquel mal tenia era legitimar francamente los hechos consumados: es decir, abrir el Rio de la Plata al comer- cio europeo; pero destruyendo antes la Colonia del Sa- cramento, para arrancar á los portugueses el privilegio que esas murallas les daban de hacer ese comercio por su cuenta. Realizada la obra vendria ese tráfico á ha- cerse por intermedio de los españoles; y el Gobierno del Rey tendría como hacer positivas sus restricciones. Re- volución inmensa que basta por sí sola para asignar á qué altura estaban las ideas políticas de Zeballos. La Colonia fué arrancada dos veces por él á la corona de Portugal; y restablecida la España en la dominación esclusiva de las dos orillas del Rio, fué creado Vireinato de Buenos Aires todo el territorio que ha sido después República Argentina. Desde entonces, el comercio este^

rior ' se hizo libremente por el Rio de la Plata produ- ciendo en su tránsito las riquezas de las ciudades de Sal- ta, Córdoba, Tucuman y otras, que eran entonces cen- tro de una civilización y de una prosperidad sumamente notables. La ciudad de Buenos Aires, que habia estado muy lejos de fijar al principio la atención de la madre patria, debió á ese tráfico, solo su acrecimiento y su im- portancia: hasta que la guerra de la independencia, y la guerra civil después, le fueron quitando á pedazos los antiguos mercados del interior: que tantísimas ventajas

1. Cuando hablamos de comercio estertor hablamos del comercio con España hecho directamente, pues es sabido que estaba prohibido el CO' mercio libre con las demás naciones. XII LA NOVIA DEL UEREJE le produjeron y que tanto le prometían siempre para el porvenir. Esta revolución consumada por un hombre como Ze- ballos, que supo llenar la imaginación de los pueblos, por medio de guerras tan nacionales como aquellas, habría sido de cierto un vastísimo campo para la novela histó- rica. En ella habría podido hacerse servicios eminentes á la nacionalidad argentina reponiendo el espíritu de los pueblos, aturdidos por los escesos y las calamidades de las guerras incesantes, á la vía sana de su nacionalidad, y de su único desarrollo posible. El plan que en mis ilusiones juveniles me había traza- do no pecaba de cierto por estrecho ni por tímido; por- que cuando uno sale de la niñez se presume con fuerzas para todo, y no cuenta con los deberes serios de la vida que han de venir cada mañana á golpear sobre sus almo- hadas. Yo, pues, pretendía entonces consignaren \diNo- viadel Herege la lucha que la raza española sostenía en el tiempo de la conquista, contra las novedades que agi- taban al mundo cristiano y preparaban los nuevos ras- gos de la civilización actual: quería localizar esa lucha en el centro de la vida americana para despertar el sentido y el colorido de las primeras tradiciones nacionales, y con esa mira tomé por basa histórica de mi cuento las hazañas y las exploraciones del famoso pirata ingles Francisco Drake, tan célebre bajo el reinado de Isabel. D. Pedro de Zeballos, y las primeras guerras contra los Portugueses, me inspiraron el plan de otra novela en la que traté de desenvolver el profundo cambio que este grande hombre realizó en el comercio y la política colo- nial, de que antes he hablado. .

CARTA-PRÓLOGO XIII

Es sabido que el vireinato de Buenos Aires incluia las cuatro intendencias del Alto Perú, hoy Bolivia, en don- de habia una raza oprimida que descendía directamente de los pueblos Inca: raza industriosa y civilizada bajo cuyo trabajo habia florecido antes el pais. La opresión que sobre ella impuso la raza española, la redujo ala miseria y al servilismo; y fué tan dura, que produjo al cabo la insurrección formidable que lleva el nombre de Tupac- Amarú, con lo que acabó para siempre el espíritu indio en nuestro continente. Al frente de los indígenas, los españoles puros y los criollos, animados por el espí- ritu de raza, habían permanecido unidos; pero cuando el peligro común desapareció, empezaron á sentirse los gérmenes de la hostilidad entre los dos gajos La Inglaterra que habia crecido enormemente en po- cos siglos no cesaba de lamentar el resultado de las victorias de Zeballos, y codiciaba el Rio de la Plata como un canal para abrirse por el contrabando los mercados del Interior. Estas miras de su política, combinándose

con otras circunstancias, produjeron al fin las grandes tentativas de Berresford y Witelock, contra las que hizo un papel tan novelesco el célebre Liniers, que por sus hábitos y su genio, eraá la par que un hombre histó- rico distinguidísimo, un verdadero héroe de novela. Querer decir todo lo que un trabajo de esta clase hu- biera podido revelar en cuanto á la marcha del pais, y en cuanto á la revolución de Mayo, es inútil; pues no hay quien no sepa como se avivaron y se trabaron los odios entre europeos y patricios; entre los cabildos y las autoridades militares, después del segundo triunfo de

Liniers, ni quien ignore la marcha rapidísima de los XIV La novia del hereje

sucesos hasta el Veinticinco de Mayo de i 810. Sobre este fondo yo habia trazado y aun empezado á ejecutar un romance con el título de El Conde de Buenos Aires. Hecha la revolución se me ofrecían tres grandes faces. l^ El estado interior del país con respecto á los españo- les, que tratado por medio del gran complot conocido por Revolución de A haga, habria revelado el espíritu y las condiciones morales de la sociedad revolucionaria con las primeras erupciones de sus pasiones políticas; es- cogí por título de este trabajo el de Martin /, y perma- nece en bosquejo. 2^ La guerca esterior y de propaganda llevada por el general San Martin á Chile, y señalada con los famosos triunfos de Chacahuco y Maipu, me hicieron concebir un trabajo que vd. ha tenido en sus manos con el títu-

lo del Compitan Vargas, que es el que he dejado mas adelantado entre todos.

3*. La insurrección de las masas campesinas contra los gobiernos centrales, al mando de Artigas y de Ramí- rez que empezó á reducir á ilusión todos los proyectos de organizaciones políticas que se habían imaginado; que con el título de Guelfos y Gihelinos, tengo también bosquejado apenas. Usted vé que mi plan era vasto, y por lo mismo difí- cil de realizar. Ahinco y contracción no me hubieran faltado, me parece, si hubiera tenido tiempo y quietud de ánimo: dudo sí de que los resortes de mi inteligencia hubieran sido bastante finos, bastante elásticos para prestarse á la ejecución un tanto apropiada de trabajo tan variado y tan perspicaz. Por desgracia, no hay medio entre nosotros de sostener CARTA-PUOLOGO XV una literatura de este género: empeñarse en llevarla hasta esas alturas seria condenarse al martirio de Sísifo. A mi modo de ver, una novela puede ser estrictamen- te histórica sin tener que cercenar ó modificar en un ápice la verdad de los hechos conocidos. Así como de la vida de los hombres no queda mas recuerdo que el de los hechos capitales con que se distinguieron, de la vida de los pueblos no queda otros tampoco que los que dejan las grandes peripecias de su historia. Su vida ordinaria, y por decirlo asi familiar, desaparece, porque ella es como el rostro humano que se destruye con la muerte. Pero como la verdad es que al lado de la vida histórica ha existido la vida familiar, así como todo hombre que ha dejado recuerdos ha tenido un rostro, el novelista hábil puede reproducir con su imaginación la parte perdida creando libremente la vida familiar y su- getándose estrictamente á la vida histórica en las com- binaciones que haga de una y otra para reproducir la ver- dad completa. Pero, mi amigo, permítame V. que me contenga. Em- pecé esta carta en un rato de desahogo creyendo que no le escribiría á V. sino unos renglones, y me sorprendo de repente en el tren de un prólogo crítico como el que no quería emprender. Por lo que hace á los trabajos mas serios que V. me ha pedido para su Revista, créame V. que habría de- seado complacerle ofreciéndole algunos manuscritos de que yo mismo hago tan poco caso que nunca he tentado publicarlos; pero se opone á mi deseo un fuerte inconve- niente. Todo lo que podría dar á V. rola, como V. sabe, sobre cosas argentinas; y aunque son trabajos viejos, pues XYI LA NOVIA DEL HEREJE hace tiempo que he dejado de mano las tareas estériles déla literatura, parecerían escritos con intenciones ac- tuales, y estoy hastiado de las luchas mezquinas de la pa- sión. Déjeme V., pues, olvidarlos. Queda de V. como siempre afectísimo amigo y com- pañero.

V. F. López. LA NOVIA DEL HEREJE OLA INQUISICIÓN DE LIMA

CAPÍTULO I.

LIMA EN EL AÑO DE 1S7 8.

1.

No bien las carabelas de Colon habían echado en Amé-

rica el inquieto cargamento de bravos aventureros con

que hablan zarpado de las costas de Andalucía, cuando ya

resonó por el mundo la fama de las grandezas y de la opu-

lencia del Imperio de los Incas.

Decíase que montes de plata y rios de oro cruzaban toda

la tierra. Las perlas y los brillantes, las esmeraldas y los

rubíes esmaltaban todos los templos. El resplandor de

los preciosos metales que adornaban los palacios del Inca y de sus grandes, llegaba hasta las playas del mar de las 2 LA NOVIA DEL HEREJE

Antillas, y conturbaba con sus vislumbres la fantasía anhe- lante de aquellos intrépidos avaros que las pisaban por la primera vez.

Dotados del orgullo que convenia á la nación mas gran- de de la época, no habia hazañas que tuvieran por agenas de su temple, ni trabajos que no emprendieran para saciar la fiebre de las riquezas que enardecía su sangre. Hijos mimados de la fuerza, hermanos de leche del arcabuz y del mosquete, los tenientes de Gonzalo de Córdoba, adies- trados en el asalto y el saqueo de las ciudades de la Italia, ardían por demoler con la cruz de hierro de sus espadas ios templos de plata y los ídolos de oro del opulento Im- perio que se sentaba allá en las tierras interiores.

El ardor del fanatismo y la codicia eran como el ege de las pasiones indomables y enérgicas que animaban

á estos bravos desalmados y guerreros.

II.

La América habia pasado siglos enteros en el seno del

Océano, como la querida inocente y engalanada, que en el suave silencio de los bosques abandona sus encantos á un amante zeloso y prepotente. ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. 3

Pero la hora del rapto había sonado. La España y Colon habían triunfado del poderoso guardián; y domando la braveza de sus enojos, le habían arrancado el secreto de

sus encantos solitarios, i Victoria inmensa cuyo glorioso recuerdo jamás agotarán los siglos!

¿Quién podria mostrarme una fábula opulenta inven- tada por la fantasía del mas ardiente de los poetas, que rivalice en colores y prodigios con el descubrimiento y la conquista del Perú? Ni el séptimo cielo de Mahoma, ni el

Paraíso terrenal de Milton, hablaron ala imaginación de mayores profusiones ni de prestigios mas deslumbrantes que los que irradiaba el Templo del Sol y la corte de los

Athahualpas en los dias de la conquista.

El monarca que se sentaba bajo el centro mismo de la luz apoyando su cetro en lo empinado de los Andes, i parecía concretar en el mundo moderno las magnificen- cias tradicionales de los antiguos soberanos de Nínive y de Babilonia. Hijo de las razas de Semiramis y de Dario, se rodeaba del lujo de majestad de los viejos imperios de la Asia, para adorar como ellos al sol—origen de la luz y padre de los resplandores de la tierra.

1. Es sabido que la Corte de los Incas residía en Quito, ciudad situada en el centro de las cordilleras, y bajo la línea misma del Ecuador, 4 LA NOVIA DEL HEREJE

El territorio que gobernaba era inmenso, y las rique- zas que él derramaba á sus pies, inagotables. Los pueblos que le obedecian eran infinitos, variados, mansos, indus- triosos, inteligentes; pero aunque ricos y civilizados, es- taban desheredados de aquel rayo de porvenir y de vida eterna con que habían sido bendecidos desde el Gólgota los que habian creido en la palabra de Jesús.

Fugitivos quizá de las huestes de Alejandro, ó ruinas de algún otro trastorno de los que causan estas manos de hierro en el destino de las razas, habian venido á la tier- ra de su asilo condenados á ser devorados por los Pizarros y los Cortezes, herederos de la obra comenzada por aquel

grande demoledor del Mundo Antiguo.

III.

Pocos años bastaron á la España para ver colmada la

gloria de sus anhelos. El Nuevo Mundo le habia entre-

gado sus entrañas preñadas de riqueza. Tesoros fabulo-

sos, nunca vistos hasta entonces, atravesaban los mares

en mil galeones para nutrir la prepotencia con que cenia

al mundo entre sus secos brazos aquel fanático esqueleto ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. 3 del Imperio de los Césares, resucitado en España por

Carlos V y Felipe II.

El despotismo regio y la perseverancia con que los dis- cípulos de Torquemada perseguían toda chispa de liber- tad en las ciencias y en las ideas, acabaron por postrar envilecida á los pies del poder el espíritu de vigorosa aristocracia con que la nobleza española había aparecido en la madrugada de la historia moderna. Las clases me- dias tan dichosamente preparadas para la industria y la política por sus fueros comunales, habían sido barridas del suelo con su ilustración y con sus fábricas. Una her- mosa y adelantada agricultura cubría el suelo que había sido de los árabes; pero en aquella vegetación risueña, los frailes creyeron respirar el olor de la infidelidad y de la heregía, tomaron á escándalo los matices libres que el pensamiento del cristiano puede tomar al frente del progreso y de la civilización, y le sostituyeron el desier-

to, haciendo que la mejor parte de españoles huyese á millones de la patria por el crimen de no pensar como sus opresores querían que se pensase.

De todos los gérmenes de grandeza con que la España

había salido al mundo, no pudieron sobrevivir á esta po-

lítica funesta sino sus instintos religiosos y su bravura e LA NOVIA DEL HEREJE militar. Pero el espíritu de las tinieblas y la opresión hablan hecho que el sentimiento religioso se convirtiera degradado en un fanatismo ciego y turbulento sin elevar cion y sin caridad; y su bravura militar, despojada de los principios morales que hacen del hombre una criatu- ra de amor y de orden, no sirvió en el soldado español de aquellos tiempos sino para despertar los instintos de la destrucción y las pasiones del desorden, que engen- dran y fomentan las guerras de conquista. Vencer, sa- quear y oprimir, era el lema de sus banderas. A medida que la España se empobrecía, las poblaciones afluyeron

á los campos de batalla y á los conventos, buscando el pan ó la actividad á trueque de la esclavitud y de la guer- ra civil de que abnegaban. Durante este retroceso délos elementos vitales de la sociedad, fué que sobrevino el su- ceso extraordinario del descubrimiento y conquista del

Nuevo Mundo. Las masas de desvalidos que habían su- plantado á los ricos comuneros de la España, y el enjam- bre de ávidos cortesanos en que se había convertido la arrogante aristocracia, volvieron todos los ardores de su alma meridional al dominio y la esplotacíon de las tierras de oro.

Un ejército de frailes fanáticos y crueles tomó en sus .

ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. 7 manos la cruz cristiana, y como si fuera un estandarte de sangre la hizo el símbolo de la guerra y de la con- quista.

IV.

La dominación del Perú habia puesto en las manos de los Reyes de España el poder de dar la fortuna, y de engrandecer con sus gracias á los subditos de su corona.

Un empleo en Indias era una patente de riquezas. El sue- lo patrio estaba plagado de pretendientes á quienes devo- raba la sed de adquirirla: y á cada señal de la mano regia millares de nuevos aventureros se lanzaban, como halco- nes, con sus espadas á descubrir y conquistar nuevos cen- tros de opulencia.

Impertérritos y tenaces como los antiguos romanos de quienes descendían, los soldados españoles dieron cima en pocos años á la empresa de Colon.

Los primeros desafueros del triunfo fueron seguidos de turbulencias anárquicas y feroces en las que se cortaron las cabezas unos á otros sus caudillos

Pero serenados al fin estos desórdenes resultantes de 8 LA NOVIA DEL HEREJE la avaricia y la ambición por la intervención adminis- trativa del despotismo real, las cosas tomaron su curso estable y ordinario.

La voluntad regia vino á ser el resorte central de toda aquella máquina; y á cada uno de los movimientos con que la impelia desbordaban los tesoros que ella arrojaban los pies del Monarca.

Era así como el Rey de España, bajo cuya mirada tem- blaban todas la naciones del globo, no tenia mucho que cuidarse por los millones de escudos con que sostenia su prepotencia irresistible. La América le daba con que opri- mir á la Alemania y á la Francia, palpitantes debajo de sus pies: con que postrar á la Italia; con que arrojar al turco tras las fronteras de su barbarie; con que asolar las costas del pirata berberisco, y hacer de la rica Holanda el arsenal de sus flotas y de sus legiones.

Al mencionar solo de la España se pintaban la envidia y el terror en el rostro de los otros potentados: pocos le hacían frente, y por muy feliz se tenia el que la escusa- ba; pues tal era la grandeza de la Monarquía española bajo sus dos primeros Reyes de la Casa de Austria. (i

ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. 9

V.

Habia sinembargo un pueblo que si bien no podia pre- sentar escuadras á las escuadras españolas, ni ejércitos á los ejércitos, echaba encima de los galeones en que sus te- soros cruzaban el Atlántico bandadas de rapaces y astu- tos gavilanes. Los diestros pajarracos que se despren- dían de las costas nebulosas de Inglaterra hablan mostra- do desde el principio una astucia prodigiosa para clavar sus uñas en los ricos bageles de la España. Era en vano

que Felipe U se empeñara en espantar de las costas de sus

dominios á los corsarios insolentes de Inglaterra. Ellos

cortaban á todas horas algún pedazo de su real manto,

para ir á mostrarlo altivos en su nido, como un presagio

del dia futuro en que los pueblos ofendidos por tan tiráni-

ca supremacía debian pisar sus girones como alfombra de

sus pies.

Tal era la situación de las cosas allá en los años de mil

quinientos setenta y tantos, que es la época en que tuvo

lugar la conseja que voy á referir. ÍO LA NOVIA DEL HEREJE

Las empresas de los corsarios ingleses se habian limi-

tado en su principio á rapiñas hechas en el mar de los ga-

leones que navegaban; pero, como su audacia no habia

llegado hasta atacar los establecimientos coloniales, se

habia gozado siempre en ellos de una inalterable tran-

quilidad. Los que vivian en la costas del Pacífico parecían

sobre todo á cubierto de toda perturbación; porque la

navegación del Mar delSud y el pasage del Cabo de Hor- nos eran empresas que hasta entonces no había acometido

sino uno que otro de los mas célebres navegantes á costa

de padecimientos y peligros infinitos.

Empero, algunas veces los malditos hereges de Ingla- terra habian puesto en duda el felicísimo reposo que goza-

ban estos países después de las degollaciones en que su-

cumbieron los primeros caudillos de la conquista.

El mas famoso de todos los establecimientos coloniales

que la España tenia en la América del Sud era la Ciudad

de Lima: las riquezas territoriales deque estaba rodeada,

su hermosísimo clima, y la fama con que se habia inau-

gurado en la historia de la Conquista por los nombres

de los Pizarros y los Almagros, la hicieron en muy poco

tiempo la mas rica prenda del cetro español. La mayor

parte de las familias que ocupaban en Lima las primeras ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. 11

líneas de la sociedad estaban cercanamente emparentadas

con la primera nobleza española, y hablan venido á Amé-

rica premiadas por las hazañas con que sus gefes se ha-

bían distinguido en los campos de Italia ó de la Flandes.

El tono aristocrático dominaba en aquella nueva ciudad,

poblada de opulentos empleados de las Rentas Reales y de

pródigos mineros á quienes obedecían como esclavos mi-

llares de negros y de indios que hacían parte de su cau-

dal.

Lima era á causa de todo esto un emporio de riquezas y

de movimiento; y era quizas, después de Madrid, la única

rival de los prestigios y del lujo de Méjico entre las ciuda-

des españolas.

Poco hábiles los soldados españoles en las artes de la

construcción y de la decoración, porque para ellos habia

,dicho Virgilio como para los Romanos: \

"Hcec tibierunt artes, pacis imponere morem

"Parcere subjectis, et debellare superbos"

levantaban por todas las calles de Lima nuevos edificios

de una perspectiva singular y grotezca.

Habia una obra, que entre todas las que seegecutaban

en aquel tiempo, era la que traía mas alborotadas á las 12 LA NOVIA DEL HEREJE gentes de Lima; á saber la construcción de mi espléndido

puente de solidísimos materiales que echaban sobre el

cerrentoso Rimac. Un arco colosal seiíalaba las entradas de su rampa estensa, y cuatro enormes pilares sostenían

su centro. El lugar que hablan escogido para la obra no

podia ser mejor dotado de bellísimas perspectivas: los An-

des y el mar dominaban con su adusta sublimidad, las

formas principales de aquel cuadro matizado con las gra-

cias risueñas de los fértiles valles y de los caprichosos

picos de la montaña; el bullicio con que las corrientes

agitadas del rio embestían los pedrones que tapizan su

cauce, levantaba allí una de esas grandes é inesplicables

armonías que son como el himno salvage con que la na-

turaleza canta sus vastas soledades.

Todas estas circunstancias hacían que aquel sitio for-

mara por entonces el paseo predilecto de la elegante so-

ciedad de Lima.

Los galanes currutacos recien llegados de España se

distinguían por el paso de corte, garboso y solemne con

que andaban. Acostumbrados á lucirse en los paseos y

fiestas monacales de Madrid, hacían recibir en América

sus maneras como leyes del buen tono; y como todos

ellos eran, por lo regular, emplea,dosen las rentas, raro ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. 13 habría sido que les faltase con que gozar en Lima de una vida cómoda y lujosa.

Uno de estos caballeros, vestido como era de uso en aquel siglo, con pluma sobre el sombrero, capa corta, ju- bón y calzas, todo de ricos tejidos de las Indias Orien- tales, venia acercándose á los grupos reunidos á las ori- llas del Rimac, y luciendo con su buen porte, una rica es- pada de cristiano y-una lozana edad. Era mozo queá pe- nas pasaba de treinta años. A poco andar se encontró con un su amigo: reuniéronse cariñosamente, y comenzaron

á pasearse. El amigo, que se llamaba Gómez le dijo:

—No pensaba encontrarte hoy de paseo; creia que ma-

ñana se haria á la vela el buque, y te suponía muy ocupa- do en prepararte para el viage.

—Sí; lo estaba en efecto; y aún no he concluido. Pero veía la tarde tan hermosa que no pude resignarme á per- derla. Suponía que habría mucha gente ¿Has vis- to por ahí á doña María ?

—Hombre ! sí: por aquel otro lado anda con la madre; pero te aconsejo que no te les acerques pues parecen que van rezando un rosario, tan serias y adustas llevan las caras; y como la vieja es un pozo de devoción!. ... Di- cen que te casas muy pronto con la muchacha. Ella es i 4 LA NOVIA DEL HEREJE

linda pero tiene un defecto que hará feliz al que la pierda^

—Mientes 1 le respondió indignado el otro; no sé que

placer te procura el calumniar así á esa pobre niña.

—No te enojes, hombre 1 ... .te lo digo porque siendo

criolla y siendo limeña seria un milagro que no fuese ar-

tera y coqueta. No la ves ? parece una palomita llena de

miedo y de inocencia, y sinembargo yo te juro que es vi-

va y ardiente como buena americana. Te confieso. Ro-

mea, que no sé lo que vas á hacer de ese mueble cuando

vuelvas á la Corte. La madre está empeñada en hacerla

devota; pero el diablo me lleve siempre que la hija tenga

mucha vocación para monja. i

—Mira, Gómez; dejémonos de bromas. No continúes

habiéndome de esa manera si quieres conservar mi amis- tad. Te repito que no me gusta que nadie se meta así en mis cosas.

— ¿ Cuantas veces has hablado con Mariquita ? — Una.

—¿ Y como sabes que te quiere ?

—Gomo lo sabe un hidalgo de mi clase. Su padre me

la dá por esposa, y te juro que yo sé como recibirla. Si fuera cierto lo que tú dices de su natural, no te aflijas que ya sabré yo poner en orden las costumbres y las inclina- !

ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. 45 ciones de la muger que llegue á ser mia por la solemne bendición de nuestra Santa Madre Iglesia. O me voy, ó hablamos de otra cosa

—Sea I ¿ Qué noticias hay de la costa ?

—Ningunas: parece que la corte fué engañada. No se ve- rifica el aviso que nos dio; no sé si lo recuerdas, hace algu- nos meses que se nos dijo de Panamá que aquel famoso

i aventurero ingles llamado Francisco , el feroz herege que atacó ahora seis años las villas de Nombre de Dios y de

Venta-Cruz, situadas al otro lado del Itsmo, preparaba una nueva espedicion sobre estas costas. Nuestro salvador lo habrá hecho perecer, sin]duda; librándonos de tan hor- rible calamidad.

—Dios lo quiera ¿ te acuerdas del sermón que con ese motivo predicó nuestro padre Andrés ? célebre en su gé- nero, no es cierto?

tal ! — I Qué bruto es el fraile era un montón de absur- dos.

—Si, pero lo cierto es que produjo el efecto que se esperaba; no hay mujer ni zambo que no esté persuadido de que los buques de Francisco van tripulados de mons- truos idénticos al diablo que está á los pies de San Miguel

1. Francisco Drake, célebre marino del tiempo de Isabel de Inglaterra. .

16 LA NOVIA DEL HEREJE en la Capilla de los desamparados. Me parece que lo oyera todavía 1 con qué elocuencia y terrorismo el buen fraile

nos pintaba los cuernos, la cola y la piel azufrada de los

demonios que tripulaban los navios del heregel

—Bien me acuerdo! Mil veces estuve tentado de sacar

del error á la madre de Mariquita.

—Estoy cierto que madre é hija creen á puño cerrado las barbaridades del predicador. Pero tú que empiezas

a ser marido convendrás conmigo en que es bueno que

así lo crean para bien de la moral pública. Habrías he-

cho mal en decirles la menor cosa que las hubiese hecho

dudar, pues desde que el lobo de tu futuro suegro no lo ha-

para ello. cia, razones tendrá .

.i hay duda. —No , j.

' — ¿ Has hablado alguna vez con la muchacha ? i

—Si no supiera yo que tú has sido su pretendiente por algún tiempo, me admiraría tu tesón por hablarme

de ella.

—Pues sabe— que te lo preguntaba porque sé, que

apenas entras tú á la cuadra la echan para dentro.

—Así al menos lo hacían cada vez que tú hacías tu

visita.

—Y lo mismo hacen contigo. 47 ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. f

—Nada de estraño tendría, pues así lo exige el recato

' y la buena educación de una niña.

^. —Y mucho mas siendo hija de un padre que es un tipo

úe nuestros buenos viejos de Madrid tu futuro sue-

gro es hombre raro de veras; y yo no viviría una hora

con él: sieBftp^e serio y adusto, parece que nada mere-

ciera sus simpatías. No recuerdo haberle visto una mi-

rada af^e para su muger ó para su hija. No te enojes;

pero sabe que me han contado que te concedió la mano

de su hija saliendo de misa, y que te dijo — « Señor

Romea: he consultado con mi santo patrón si debo acce-

der al deseo que me ha mostrado vd. de casarse con mi

hija, y creo que él y Dios serán propicios á ese enlace.»

Agregan que lleno tú de alegría le quisiste decir que tu

amor por la muchacha era inmenso; y que él te tapó la boca con una furibunda peluca por haberle hablado de amor

en la puerta de la Iglesia.

—Preciso es que se componga de tontos tu sociedad

habitual para que pasen el tiempo en semejantes miserias.

—Pues dicen mas; y es — que escondiendo tu la ira

que te causara la insolencia del viejo, diste un grande

ejemplo de humildad á trueque de ser su interpósito he-

redero; que le tomaste la mano, y agachándote hasta el ! .

IS LA NOVIA DEL HEREJE

suelo le diste en ella un respetuoso beso». • • • -Yo que te conozco puedo calcular toda la borrasca que contenias

en tu alma. . . .Pero al fin ¿ á que hemos venido á Amé- rica? yo por mi parte, (y lo mismo eres tú) he venido á hacer fortuna para gozarla á mi modo ciando vuelva á

España: vivir como ese avaro de don F^lmií seria

D. Antonio Romea separó seriamente enfadado y dijo:

— i Por qué lado vas tú, Gómez ?...... ^7; -• ^^

—Por el que vayas tú, le contestó GOHterriendo.

— ¿ Tengo yo la culpa de que hayan salido desaira- das tus pretensiones en la casa de don Felipe Pérez

Gonzalvo para que me hagas así el blanco de tu y , maledicencia? Sobre todo, habla cóino Satanás de cuanto quieras; pero no hables mal en mi presen- cia de mi ge fe, porque eso dañarla mi fortuna y me veria obligado á delatarte. Don Felipe es un hombre

irreprochable ;

— ¿Y quién dice que no lo sea ? ¿ Crees tú que si no lo tuvieran por tal le habrían encargado de llevar cauda- les tan cuantiosos ? Cuando un hombre llega á tener una inmensa fortuna como la que él tiene, nadie se acuer- da de como la adquirió, ni nadie sabe como la aumenta . .

A otra cosal — me dicen que el San Juan de Onton ó LA INQUISICIÓN DE LIMA¿ -/^Í^' ¡^

( alias 6l^y|Mtt| Ue^ á bordo como diez millopes de

escudos rlIBHpsabérlo 1

^^.f-Muy poco menos. ; %

—Gáspital ¿y las pipas de ese néct# admiten cala-

dor?. . itiesen jio seria el viage una ruina

para- para tí. Yo supongo que el viejo,

erno, no seria al lado de las bolsas tan

ira los estraños. ... Se ha de ver apu-

á bordo de la hija, y de los caudales

—Mjra, Gómez, que tú te has hecho ya muy notable por

la livíaBl||M|^^s palabras y de tu conducta!

—HraH^Baas que hago no puedo conservar la

máscara ^^pllevas tan bien. g^

- —El dia que menos lo esperes has de tener algún dis-

gusto serio y grave: no será estraño que hayan ido que-

jas á España; te tienen por libertino. En la casa de doña María no te pueden ver, y me reprochan de cultivar tu relación; ten cuidado!

Al mismo tiempo en que Romea pronunciaba estas pa- labras, pasó raspando su brazo un bulto; que á juzgar por

ciertas exterioridades, no podia menos de ser un ente humano. El modo con que iba cubierto, mas bien diré— )

20 LA NOVIA DI;L HEREJE

SU trage, era lo mas es|raordij^|dc»HHÉ|odia ver-, del rostro que 1q llevaba no se veiam^ilRioli ni sobre- salían otras formas, que la cabeza, la esfera posterior del cuerpo y los pies. Era, pjies, un bulto mMidoen un saco angosto, y envuelto de tal modo que|fi(|f||^|p|^ia ver

en su cara un ojo negro que brillal

viveza del basilisco. Sus pasos eran

movimientos maliciosos iban dando

prendia cuanto veia, y que conocía

encontraba. Era, en fin, una tapada de las muSfias que

ya entonces cruzaban las calles y paseos de Lima.

Aunque no se sabe á punto fijo el otíMBHl^^^ ^^^~

tumbre singular, hay cronistas anti^fflHB^cdj^ano

Barco de Centenera, entre ellos) que dicen^que habien-

do sido obligados los indígenas del Perú á abandonar la

idolatría, tuvieron que salir de los claustros sus vestales;

que resistiendo ellas al principio andar descubiertas, y

dejarse ver del mundo, adoptaron un claustro personal

que las hiciera tan invisibles detras de él como las altas

murallas de sus conventos.

Quizá nace de tan santo origen el profundo é inviola-

ble respeto con que se ha tratado hasta nuestros días á

una tufada. *- D£ LIMA. 21

%t Sin eW^SÍ^S^

origen, S|||^^ corrompido; el hábito de las vestales,

tenia infihiSc^Ie aficionadas; pero no las tenian tanto

sus virtudes. Desde^quellos tiéáípog 3r

ma esta^^iÉtt^e álHiuchos Y!rtuo§os prelados; y, so-

padres de familia. *

l^^muy seriamente de reunir aquel gran

, al que el espíritu santo descendió

inable el eclipse total de las mugeres.

LaftJái^yaJpjST, empero, se insurreccionó contra la Igle-

sia; ypttesto que siguió con mas ardor que nunca, es li-

cito pres|t|jif

su 6S<^^fl^^|taÉ^ venerables prelados, que le hablan he- cho ta^||p|^tes de comprenderla. ^^- Como íbamos diciendo, una de estas tapadas pasó ras-

pando con Gómez y con don Romea; y como llevaba aire

tan suelto y espiritual, don Gómez, le dijo:

- —Adiós, perla!

—Sí! le contestó ella-, será porque voy dentro la con-

cha; pues en lo demás, no soy de las que se pescan, ca-

ballero! Don Gómez, aconséjele V. á su amigo que no sal-

ga al mar con perlas; porque los hereges son muy hábi-

les para pescarlas, y las buscan con frenesí. :!''': '•if^W.W-

22 LA NOVIA WX HEREJE

—Vayai dijo Romea, poco Mí^ les t^eMm tú, alma mia! al sacarte la costra que llevas no te hafíán mucho mal ¿ no es cierto ? te volverían á tu padre (el sol) y nada masl ^ I —Gomo no fuera al sol de España me da^rja la enhor rabuena!

—Hacia donde vas, estrella tan nubl »

— ¿ Le han dado á V. empleo en la'?jlip||pní? jíIut. guiera á Dios! para que pudiera saber pí^niediodel tor- mento lo que piensa doña Maria de su casamiento *éón

V. lie ama á V. que es horrorl

Al decir esto, soltó una espiritual y maliciosa carcajada; y como los dos amigos la hablan ido siguiendo mientras la hablaban, ella apresuró el paso, se enredó entre los grupos de gentes que ocupaban las basas del futuro puen- te, y logró perderse entre la multitud.

Gómez miró con ironía á Romea; pero compren- diendo que el malicioso dicho de la tapada lo tenia preo- cupado y de mal humor, guardó silencio caminando á su lado.

Empezaba ya á hacerse de noche. La ciudad de Lima, sobre todo la plaza, comenzaba á presentar aquella esce-

na animadísima que se repite todas las noches hasta el ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. 23 presente. La gente que venia del puente podia ver las fi- las de teas ardiendo que fileteaba los portales; y allí, el alegre y bullicioso hablar de las negras y negros, el chir- riar de la grasa hirviendo que preparaban para las fritu- ras, la afluencia de los compradores, y la diversidad de las castas, pues mezcladas andaban el altivo castellano con el cargado y francote catalán; el tosco gallego con el insolenteíJr afeminado zambo, el ardiente negro con el indio humillado. Lima empezaba ya á ser entonces la famosa Babel americana.

Los dos amigos que conocemos, se retiraban . calla- dos por en medio de esta escena de alboroto. Lo que iba á hacer el uno, nada nos importa por ahora para que nos tomemos el trabajo de seguirlo; el otro, don Antonio, se fué á recoger; pues muy de madrugada debia salir á embarcarse en el San Juan de Onton, navio cargado del oro que mandaban al Rey por via de Panamá.

El encargado de este caudal era don Felipe, pa- dre de doña Maria, quien llevaba también consigo á su familia. Don Antonio le acompañaba como emplea- do en rentas , colocado á su lado por el Virey para que le sirviera de oficial. Le dejaremos, pues, dor- 24 LA NOVIA DEL HEREJE

mir , Ó cavilar, hasta mañana para seguirlo en las , aventuras que pasaron por él desdo que se embarcó con la familia del adusto y respetable viejo de quien iba á

ser yerno. . , .

*'-:-

1' '^'

CAPITULO II

TRÁGICO FIN DE LA HISTORIA DEL REY DON SEBASTIAN Y DE

SU CABALLO BLANCO.

la noche en que hemos dejado á nuestros dos conoci- dos fué seguida de uno de aquellos dias tan comunes en

Lima que tienen un no sé qué de suave y melancólico con que hablan al alma ellenguaje interno del sentimien- to. El cielo tenia por delante un telón trasparente de nu- bes tupidas y delgadas que no permitía al ojo del hom- bre penetrar hasta el centro del espacio, ni agitarse en medio de su vasta sublimidad.

Una luz modesta y amortiguada comenzaba á blanquear todos los objetos, y hacia salir del seno de la oscuridad el panorama natural que rodea á la ciudad, cuando don

Antonio Romea, abriéndolas rojas colgaduras de damas- 26 LA NOVIA DEL HEREJE co que cerraban su muelle lecho, saltó de él y comenzó á vestirse á toda prisa. Gritó á su criado; le ordenó cargar las muías con su equipage, ensillar sus caballos, y tener- lo todo pronto para el momento de marchar á juntarse con la familia de don Felipe Pérez y Gonzalvo.

En toda la noche no habia podido pegar sus ojos el jo- ven español. Ya fueran las agitadas emociones, las cavi- losas dudas, los fantásticos proyectos que suscita un viage; ya, la ansiedad que producía en su corazón la cir- cunstancia de ir doña Maria en el mismo buque que él, donde, por consiguiente, no podia menos de tener oca- siones frecuentes de hablarla; ya, otras mil ideas risue-

ñas, ó alarmantes, de las que, aun hoy que se halla tan adelantado el arte de la navegación, asaltan sin poderlo remediar al hombre que se entrega al mar en medio de un tegido de maderos, el hecho es, que el señor Romea no habia podido pegar sus ojos, como se dice. Un mundo fantástico habia venido á cada instante á llamar sobre sus párpados, obligándolos á una vigilia continuada.

Entre las muchísimas cosas que atravesaban su imagi- nación, habia una que sin poderlo él evitar, se mezclaba con todas las otras; al menos, todas las otras venian á terminar con ponérsela por delante; y si nuestros lecto- •a?

Ó LA INQUISICIÓN DÉ LIMA. 27

res no se han olvidado de la tacada del puente, les será

fácil adivinar que esta maliciosa criatura era la que con

sus preñados dichos tenia en tan completa alarma el áni-

mo de aquel novio. Él se decía— c<¿ Cómo supo esa bruja

que doña Maria no me quiere, cuando ni yo mismo lo

puedo sospechar ? ¿ tendria acaso esa niña relaciones con

esa laya de gente ? ¿tendrá confidencias ? Oh 1 imposible 1

la austeridad y vigilancia de sus padres no le dejarian lu-

gar para ello, aun cuando fuese tan liviana que no conci-

biera toda la impropiedad y la indecencia de semejantes

amistades. No hay mas sino que esa bruja me ha querido

^.jalarmar: ha querido, por malignidad, hacerme una he-

^ rida de donde destilara sangre ¡perversal» — Concluía en

fisto de ponerse su capa y espada de viaje. Abrió su

puerta; dio sus órdenes al criado, y se puso sobre los lo-

mos de un rocin manso y tranquilo, en cuyos ojos amor-

tiguados se conocía que habia olvidado aun el andar de

galope, sostítuyéndolo con el tino necesario, para no des-

cuidarse jamás con el equilibrio de las piernas de su amo.

Ni mas ni menos que el que lleva un cántaro de agua so-

bre su cabeza, marchaba aquel caballo con aquel tan po-

co caballero.

El novio, don Antonio Romea, se puso pues en cami- *

, ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. 29 de hermoso blanco con dorados la inferior. Cuatro agu- jerillos á guisa de venlanas, guariiecidos de fuertes cris-

permitian espiar de adentro como desde un confeso- nario, el mundo de los vivos-, bajo' cuyas faces eran una

arñadm (como diría un romántico de buena fé) del espíritu de virtudes monacales que dominaban en aquella

época feliz de paz y benévola quietud. ^ '

Los balancines de los ricos estaban forrados por den- tro de riquísimo brocado de seda estampado con labores finísimas y brillantes representando las batallas del Cid contra los moros; los autos de fé del Santo Torquemada; las ^foliaciones de hereges del duque de Alba, y mil otras grandes tradiciones de la raza española. Pero la escena que mas preferencia tenia era el Arcángel

San Miguel pesando en su balanza el mérito de las áni- mas, y haciendo derrumbar entre las llamas del in- fierno á las que no eran bastante livianas para suMr al cielo: repito que por dentro y por fuera eran los dichosos balancines una espresion de la Sociedad; y como quien dice una literatura. Eran de verse por defuera las pin- turas y los bordados, las alegorías y los emblemas, los escudos y las guarniciones! Pero como me seria imposi- ble acabar de describirlos, si hubiera de ocuparme me- 3o LA NOVIA DEL HEREJE nudamente de todos sus curiosos accidentes, concluiré

(eso es lo mejor dirá el lector) por decir que todo el te- cho estaba fileteado de finas campanillas de plata y Qjfo, lo mismo que lo estaban los arrreos de las muías que los tiraban. Era así como al moverse una de estas andantes. orquestas, conturbaba el aire el bullicioso tintineo, que era para los oidos del fastuoso dueño la dulce sinfonía del orgullo. : «.*.

Dos literas, pues, como estas, eran las que se hallaban

á la puerta de la espaciosa casa de don Felipe Pérez y

Gonzalvo, Superintendente de los situados ' del Perú.

Un par de vigorosas muías estaba atado á cada una; y una docena de peones se ocupaban en acomodar en otras mu- las las cargas del equipage, para empezar á andar, cuan- do se mostró sobre su jaca el garboso don Romea.

Habia junto á las literas dos interesantísimas mugeres, que mostraban en su aire grande satisfacción y grande alegría. Veíase bien claro que aquellas dos niñas se ha- llaban en una de esas situaciones de escepcion que á la vez que animan el genio, aflojan la tirantez de los vín-

1 . situado se llamaba en el tiempo colonial á la masa de caudales que cada vireinato enviaba á las dos Flotas que cada año conduelan á España los retornos americanos. ;:- . ^r^m

-' -'-^''' í¿^--

31 : ^ ó LA INQUISICIÓN DE LIMA.

culos que suelen atar á los miembros inferiores de una

familia: el alboroto y la agitación del acomodo hablan

producido aquel descuido tan natural en tales circuns-

tancias, y los padres de la casa no hablan pensando en

vedar la puerta de callea la señorita doña Maria, hija

^ úbMC^ de don Felipe, ni á una preciosa y astuta zamba

^^ipie era la compañera de años y de emociones de la niña.

Ellas se hablan aprovechado de esta rara ocasión para to-

mar la puerta por suya, y hacer brincar sus fantasías

con sus miradas sobre todo lo que las rodeaban

' Ambas eran espirituales y picantes. Eran limeñas; y en cuanto á gracia y talento, todo está dicho con esto.

Doña Maria era una joven de diez y siete años. Con

verdad puede decirse que su rostro no presentaba nin-

guno de aquellos rasgos fuertes y pronunciados de la be-

lleza, que le dan el sello de la altivez. Pero no era menos

cierto que de el conjunto de su figura traspiraba un am-

biente de candor, y de astucia tan indefiniblemente mez-

clados, un aire de voluptuosidad suave y de viva inteli-

gencia, que hacian de la niña una tierna criatura llena de

promesas de amor y de abnegación. Teníalo que llama-

mos en América un lindo cuerpo: de su cintura suelta y delgada se desprendían las formas mas redondas y mas n LA NOVIA DEL HEREJE airosas que se pueden imaginar. Su pecho saliente y abovedado sostenia un cuello torneado y esbelto, corona- do por la bella cabeza, que, inclinada un tanto al lado izquierdo, completaba el aire extraordinario de gracia modesta que dominaba en su figura encantadora.

Aristóteles ha dicho que las bellezas del rostro huma- no consisten en las combinaciones de la línea curba. Que esto sea ó no cierto, el hecho es que las facciones de do-

ña Maria eran casi todas ovaladas y bellas. ,

Su tez no era blanca: era mas bien de un color som- breado pálido. Sus ojos eran negros, grandes y vivos: el brillo de su mirada se hallaba realzado por dos de esas melancólicas y misteriosas sombras que llamamos ojeras, y que tan profunda y tan ardiente ternura dan al ojo de la muger bella. Tenia una nariz muy fina graciosamente ondulada desde su arranque. La boca era pequeña. Sus labios un poco gruesos y notables; pero como eran cor- tos y del tinte de la rosa, servían al mayor esplendor de la fisonomía.

Si toda esta figura se coloca sobre dos pies pequeños y recogidos de una rectitud perfecta, habrá concebido el lector una idea aproximada de la figura de muger que llevaba en el mundo doña Maria. ó LA INQUISÍCION DE LIIÍIA. 33

Hemos dicho, que viva, sagaz y alegre como está, era una joven zamba que estaba en la puerta parada con ella.

Esta joven criada seguia todos los movimientos de su se-

ñorita: le hacia caricias, le daba besos con un cariño de- licioso, le tomaba las manos, y la hacia reir con mil di- chos graciosos y picantes que brotaban de su ingeniosa imaginación. Su tez era oscura, pero unida y abrillanta- da; cobriza, pero finísima y delicada: dos ojos preciosos y penetrantes daban una animación particular á su sem- blante: todas las demás facciones eran agudas y afiladas como su carácter; y como tenia habitualmente sobre su

semblante una sonrisa astuta y maligna, no podiá mirár-

sele á la cara sin notársele ál momento las dos filas estre-

chas y perfectamente iguales, que formaban sus blancos

y lindísimos dientes; accidente que daba á esa sonrisa

una gracia incomparable. Acababa esta interesante cria-

tura de bajar con un ligero salto del umbral á la vereda,

' cuando mirando á lo largo de la calle esclamó: — -Guay 1 señorita, allá viene el novio de su merced.

—Quién ? . . . . dijo doña Maria sorprendida.

—Don Antonio, señorita; mírelo su merced, viene so-

bre el caballo dando cabezadas á los dos lados, como las

balanzas de la pulpería. !

34 LA NOVIA DEL HEREJE

—Entrémonos 1 dijo la niña agitada.

—No, señorita ! veamos lo que nos di€e: háblele su

merced de las tapadas que andan por el puente. No I

mejor es que yo le saque la conversación I

—No ! no ! . . . . puede sospechar algo de la pobre

Mercedes. Mira que los españoles son desconfiados y sa-

gaces; y si talita ó mamita llegaran á saber algo mete-

rian á Mercedes de cocinera en un convento de monjas.

' —i Rico chuspe comerían las madres ! . . . . dijo la

zamba con donaire. —Entrémonos

—No, señorita 1 le respondía la gentil muchacha con

una voz insinuante y cariñosa: esperemos á su novio pa-

ra ver como nos saluda y qué nos dice.

Estaban ambas en esta lucha, cuando don Antonio se

acercaba. Obedeciendo á un impulso natural en su caso

se apuraba para llegar; pero no podia vencer cierta tur- bación que de mas en mas le ganaba quitándole toda se- guridad de si mismo.

Doña Maria habia tomado su aire de costumbre, enco- gido y un tanto mogigato. Vacilaba entre disparar para

1. Sopa hervida y muy condimentada que furnia en el Perú un plato sabroso, suculento, y en estremo popul ar. ! !

ó LA IN

Las circunstancias del encuentro eran ya tan urgentes que doña Maria tuvo apenas tiempo para decir á su criada:

—Por Dios ! no íe hables de la tapada

Y sin poder resistir mas, se dio vuelta y corrió para adentro. Sonaron en esto las llaves y pasadores de una puerta y apareció, serio y taciturno, don Felipe seguido de su devota costilla.

—Maria ! dijo esta con imperio.

—Señora ! contestó la niña con una voz insinuante é hipocritona.

— ¿ Que hacías en la puerta de calle, niña? ....

—La esperaba á V., mamita. —Y Juana?

—Ahí esta.

—I Que se entre al instante

Don Antonio llegaba al mismo tiempo, y al ver á toda la familia en el patio, se desmontó y se reunió á ella cuando don Felipe empezaba á rezar en coro una ora- 36 LA NOVIA DEL HEREJE cion, pidiendo á Dios su ayuda para el viage. Concluida la plegaria se santiguaron todos, y subieron á los balan- cines, remontándose ásujaca nuestro novio.

Iba en el primer balancin don Felipe con su hija; y en el segundo iba su muger con Juana sentada ásus pies.

Como el camino que tenian que hacer era tan corto, no es estraño que nada les sucediese en él digno de refe- rirse: nos contentaremos, pues, con decir que después de haber andado los dos balancines bamboleando sobre las piedras que lo cubren, y de haber hecho sonar á ca- da barquinazo sus numerosas campanillas, llegaron al

Callao, donde ya eran esperados por el capitán del San

Juan que ardia por hacerse á la vela en el momento.

Pocas horas después estaban ya todos á bordo: levanta- das las anclas desplegáronse las velas, y el San Juan co- menzó á ver correr sobre su izquierda las islas de San

Lorenzo, mientras que su proa cortaba las aguas del Pa- cifico con dirección al noroeste.

Doña Mencia Manrique (que asi se llamaba la digna muger de don Felipe Pérez) se mareó al momento, por lo que no pudo practicar aquellas largas y repetidas oracienes con que tanto ocupaba las horas de toda su familia. o LA INQUISICIÓN DE LIMA. 37

Don Antonio no habia logrado en los primeros dias ver realizadas sus halagüeñas esperanzas de conversa- ción y acomodamiento con su futura esposa; porque don

Felipe lo habia tenido siempre sobre los libros de cuen- tas, trabajando con aquella constancia imperturbable y nimia prolijidad, de uno de aquellos viejos españoles, que, cuando llegaban á sentarse con algún poder sobre una alma joven, la trataban como una piedra de molino trata á los granos de trigo.

Era así como doña María y su interesante zamba go- zaban en el mar de una libertad que hasta entonces no habían conocido; y como no habia que temer la puerta de la calle, ni la ventana, ni los galanteadores, ni las guiñadas, ni las esquelas, ni los recados, esa libertad les era tácitamente permitida por sus mismos guardadores.

Tres dias hacia que andaban así las cosas, y ya empe-

zaba á anunciarse la noche del cuarto día, cuando ocur-

rieron los sucesos que vamos á referir.

Aunque no habia oscurecido aún, sin embargo, la luna

se mostraba en el oriente perfectamente clara, y con

aquel color plateado y puro que la luz del día desfalle-

ciente imprime sobre su disco. Doña Mencia estaba en

eama muy afectada siempre de su cabeza. Don Felipe 38 LA NOVIA DEL HEREJE y don Antonio trabajaban como de costumbre en sus arre- glos de partidas y de cuentas. Doña María y su zamba co- menzaban á aburrirse yá, y á sentir aquel monótono desfallecimiento, aquel tranquilo desgano que un viage de mar infunde siempre. Para ellas, hablan perdido toda su novedad las ballenas y las gaviotas; y el triángulo espumoso de la proa no fijaba, como al principio, los lin- dos ojos de aquel par de bellas.

Resignadas al fastidio, contemplaban la inmensa bó- veda del cielo, y seguían los pliegues con que el viento se insinuaba en las altas velas del navio: porque este era el único cuadro sobre que podían fijar su vista.

Había junto á la entrada de la cámara un banco.

Doña María, vestida de blanco, estaba sentada en él:

Juana echada á sus píes, reclinaba la cabeza en las mue- lles rodillas de su amíta.

Apareció en estos momentos, con paso liviano y cau- teloso, como escapado de la cámara, el caballero don

Antonio, novio presunto de doña María. Bastaba mirar- le su semblante para conocer que su corazón latía mas

á prisa que de costumbre; algo de conturbado y de trémulo tenía en todos sus miembros, y no bien fijó sus ojos en la niña, que seguía reclinada sobre un codo con un aban- ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. 39 dono encantador, cuando se puso encendido como un niño que empieza á sentir los primeros sonrojos que ocasiona la sociedad de las mugeres.

Era indisputable que don Antonio estaba enamorado, que la mudez misma á que habia sugetado su pasión, le habia dado intensidad.

Reventando de desesperación al ver que los dias pasa- ban unos tras otro sin que él se hubiese hecho com- prender de su bella; indignado de su falta de valor para sobreponerse á su propia timidez, se habia creido un héroe por un momento y habia resuelto subir á decla- rarse á doña María; pero no bien habia puesto el pié en el primer escalón cuando un temblor involuntario se ha- bia apoderado de sus miembros confundiendo todas sus ideas, y le habia quitado el uso fácil de la palabra. Va- ciló en su marcha, se dirijió á la borda del buque, y como si se hubiese repuesto con un esfuerzo de voluntad, vino tímido como un perdiguero á sentarse al lado de su ídolo.

Esta se enderezó y compuso los vestidos con toda la maestrísima astucia que una niña de diez y seis años sabe desplegar en las luchas de un amor que no ha ava- sallado todavía.

Juana se levantó entonces con una finísima sonrisa j !

/

40 LA NOVIA DEL HEREJE como no habia tenido tiempo de lanzar su epigrama favo- rito, fué á recostarse en la borda fingiendo una prudencia preñada de ironía.

D. María tomó ventaja de la indecisión que dominaba k don Antonio:

— Usted querrá estar solo, le dijo levantándose con gentileza.

Pero don Antonio, que con este ademan se vio amenazado de un golpe mortal para las caras ilusiones conque habia subido, le tomó desesperado la mano (en los tiempos antiguos se enamoraba por las manos como en los tiempos modernos) y le dijo balbuciente:

—Solol no, señorita 1 la soledad me mataría! he venido para hablar con usted: no me deje usted solo por Dios

Las pasiones verdaderas tienen siempre su prestigio

momentáneo que las hace irresistibles; y doña María se sintió vencida en su misma indiferencia por aquel arran- que del sentimiento sincero de su prometido, retiró su mano con pudor y se volvió á sentar afectada y confundida ella también.

Si don Antonio hubiese sido uno de aquellos galanes avezados en el arte del querer, este era el momento supre-

mo para decidir la suerte á su favor; el alma de la mujer ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. 41

á quien amaba estaba como muchas veces suele estar el alma de las demás mujeres, en el estado de la cera pronta

á recibir la impresión que el artista quiera darle.

Pero don Antonio no era artista, y su amor inexpe- rimentado no podia luchar contra la indiferencia innata con que el corazón de doña María reflejaba su persona.

Habia vuelto á caer en la parálisis del sentimiento puro, y no sabia por donde empezar.

— I Qué hermosa es aquella estrella ! fué lo único

que se le ocurrió decir después de un rato de silencio, señalando al planeta Venus que brillaba sobre el hori- zonte.

Volviéndose Juana hacia él le dijo desde la borda.

—Pero si usted se descuida, señor, vá pronto á en-

trarse!

Y bastaron estas palabras dichas con mucha malicia

para que doña Maria se viese acometida de una risa

convulsiva que persistió á pesar de sus esfuerzos por

contenerla, y que no era sino una reacción natural de la

sorpresa y de la emoción nueva que por un momento la habia dominado.

—Qué cruel es usted, Mariquita, en reirse así de mí.

Je dijo don Antonio con humildad. ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. 42

—Ay, señor! no crea usted, por Dios, que me rio de usted! le dijo la niña con una seriedad forzada, ni yo mismo sé de lo que me rio.

—Se rie usted, porque no me ama! Pero si usted supie- ra lo que yo siento por usted; si usted supiera que la vida me seria aborrecible si no tuviera la esperanza de que usted me ame cuando conozca todo el ardor de la pasión que me hace su esclavo, estaria usted no risueña sino tré- mula y perdida como yo estoy.

Doña Maria se quedó callada por unos instantes incli- nando su bellísima cabeza sobre el tumente seno; y don

Antonio la devoraba tímidamente con sus miradas. Pero ella que veía á Juana por las espaldas sacudirse de risa también, le dijo con la misma inclinación al reír mal so- focada.

—Déjeme usted reir, por Dios ! no sé que hacer si no me rio.

—Bien, señorita: ríase usted; pero cuando usted acabe tenga usted la caridad de contestarme una palabra. No me la niegue usted! sea usted buena conmigo que tanto sufro por usted! ¿Ha pensado usted en que estamos des- tinados á unir nuestros destinos para siempre por medio del amor? ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. "43

—Señor Romea: mi padre me lo ha dicho; pero le he vistea usted tan pocas veces: tengo tan poca confianza con usted, que debo confesarle que hasta ahora no he querido cavilar en lo que usted me indica. Y la niña se reía á mas reir al ir diciendo estas palabras.

—Pero si usted me amase se sentirla usted atraída hacia mí.

—Ahí eso nó! dijo doña Maria con viveza; y repo- niéndose al momento agregó: pero no lo estrañe usted; me habla de cosas que son desconocidas; y volvía á reírse.

—Tengo que retirarme, Mariquita; dijo entonces don

Antonio con tristeza, porque su taita de usted me es- pera; y me voy con el desconsuelo de saber ya de cierto que le soy á usted indiferente. Al decir estas palabras don Antonio se levantó despechado, y bajando la esca- lera de la cámara dijo con los rasgos convulsivos de la cólera sobre su rostro — i Coqueta! — y con el mirar torbo de sus ojos parecía decir «día vendrá en que cambiarás tu risa por el miedo!»

Cuando doña Maria vio á don Antonio retirarse se sintió aliviada y oprimida al mismo tiempo. Tenía un se- creto pesar de haber ofendido, tal vez, á un hombre que 44 LA NOVIA DEL HEREJE le habia significado tanto amor, tanta bondad y tanta resignación.

Pero Juana vino en aquel mismo momento y deshecha

€íi carcajadas de risa dejó caer su negra cabeza entre las delicadas faldas de la niña.

Esta sin embargo ya no podia reirse con la misma espontaneidad; algo de serio habia pasado por su alma que la ponia pensativa; y no pudo menos que decir á Jua-

na con cierto tono indefinible de súplica — No rias asi,

por Dios! este hombre me ha dejado afectada!

— Guay, señorita ! le dijo la zamba con admiración

I cómo es eso ?

—Sí, Juana, te lo confieso; este hombre me ha dejado

llena de lástima ó de miedo, no sé lo que es!

—¿Y don Manuelito, señorita; qué diría si la oyese á

usted hablar así?

—No lo sé! pero en lo que me acaba de pasar hay algo

de grave que ha cambiado mi modo de ver las cosas, y me

está pareciendo juego de niños el cariño de don Manuel.

—Tate pues, niña, ya veo que el viaje váá darnos

que contar.

—Hace tiempo que lo he dicho: el Padre Andrés me

ha estado amonestando en las confesiones que ponga mis ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. 45 ojos en don Antonio: que Dios y mis padres me lo des- tinan para señor de mi alma y de mi vida; y tú sabes las durezas de que ha sido víctima mi primo Manuel.

Este hombre, Juana, dice que me ama. Dios, mi confesor, mis padres, me mandan ser suya; y sin embargo tu vés la humildad con que me ha hablado. Te juro que no sé lo que me pasal Yo siento que el cariño con que miraba á Manuel no me dá fuerzas bastantes para resistir á don Antonio; y ademas, acabo de comprender que no le tengo repug- nancia, dijo doña Maria con resolución.

—Pues, señorita: eso y empezarlo á amar es todo una

misma cosa I dijo Juana despechada.

Las dos bellas se quedaron absorvidas en un profundo silencio después de estas palabras.

Juana fué quien al fin lo rompió, diciendo como para

tener pretesto de conversar.

—Sabe, señorita, que seria chasco que nos encontrá-

semos con los herejes ? Si, como dicen, son hijos

del diablo y tienen su propia figura, no se les ha de

ocultar que este barco lleva muchísima plata. ¿ Y si

vienen, quién nos defiende ? ¡ Madre mia del Car-

men ! Si trajésemos un padre, ya seria otra cosa;

porque él los conjuraría. Pero aquí venimos desampa- 46 tA NOVIA DEL HEREJE

radas; y por lo que he visto este capitán y esta gente no han de estar muy bien con Dios.

—No digas eso, Juana 1

—Gomo no lo he de decir ? A mi me parece que

nuestro capitán y sus marineros son tan hereges y ju- díos como los mismos hereges. ¿ No oyó su merced las

maldiciones que echaba ese bruto el otro dia, cuando el

marinero que estaba sobre aquel palo no podia recoger pronto la vela ? Yo no habia oido jamás una boca mas mala*; si lo hubiera oido el amo ó la señora no nos hubie- ran dejado subir mas á tomar el aire.

—Esta gente siempre es torpe, Juana; y si así son los

cristianos ¿ como serán los hereges ? yo me morirla si

tuviese que verlos! ¿ De qué andarán vestidos, eh ? Que

cosa tan horrible serán; y dicen que no^hablan; que son

como los animales, que solo entre ellos se entienden, y que se comen á la gente. —Y sus buques, señorita, serán como este?

—No, muger ! como han de ser ! como te figuras que los buques de cristianos hayan de ser como los de los he- reges ?

—Y quién es el Rey de los hereges, niña?

—Quien sabe ! el otro dia le oí decir á tatita que era una ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. 47

muger muy enemiga de nuestro rey: una judia que anda

como los hombres montada á caballo, y en la guerra; que

mata á muchos de sus subditos y que ha degollado á una

reina preciosa ybuenísima, porque era cristiana. Pero

no sé como se llama.

—Se llama Isabel (dijo alguno por detrás de ellas con

^ una voz tosca y un acento conocidamente portugués) y

es ^cra como el diablo!

Las dos muchachas miraron hacia atrás sobresaltadas,

y se encontraron con un marinero que manejaba el ti-

món, y que al decir las palabras que quedan escritas,

tenia clavados sus ojos en las velas como si esto fuera

lo único que lo preocupara.

— ¿ Y usted la conoce ? le preguntó Juana con de- sembarazo.

—No I pero la conoce un hermano mió, marinero

como yo, que estuvo prisionero mucho tiempo en In-

glaterra.

— ¿ Y usted ha visto hereges ? le preguntó Maria.

—De cerca, nól porque las veces que los hemos encon-

trado en el golfo de Vizcaya les hemos menudeado tan- ta bala que han perdido el coraje de acercársenos. Pero, aunque no los haya visto, puedo jurar por Cristo que todo ?

48 La novia del hereje lo que ustedes estaban diciendo es fábula. Los hereges

son hombres como yo, señoritas ! los hay hermosos co- mo un roble, y sus mugeres son lindas como .

No por ser hijas del diablo (lo cual es cierto) dejan ellas de ser madres de bravos marinos y galanes caballeros.

Esas cosas que allá en tierra cuentan los frailes son pam- plinas buenas para ellos y para embaucar la gente que no

sabe lo que es mar. i Si digéramos los Moros ! eso ya

seria otra cosa ! estos sí que son retratos del diablo en

lo negro y en lo feo !

—Yo he visto muchos moros, dijo Juana.

— 6 Quién ? tú ?

—Sí, señor l pintados.

—Ahí eso sí: no estarías aquí, ni tendrías tan rosada

la boca si los hubieses visto de carne y hueso.

— ¿ Son muy malos ? preguntó doña María.

—Arre 1 Como el diablo !

— ¿Y cómo estuvo usted con ellos

—Vea usted! Yo fui con el famoso Rey don Sebastian á

pelearlos en su mismísima tierra para reducirlos á nues-

tra Santa Fé. Les dimos una gran batalla. Les matamos

gentes á millones. Pero el diablo los resucitaba á aque-

llos malditos en cuerpo y alma y les daba lanza y caballo ó LA INQUISrCION ErE LIMA. 49 para que volviesen á pelear. Todititos los santos del cielo, y todititos los diablos del infierno anduvieron en aquel dia á cual hacia mas milagros para los suyos. Pero, como nosotros éramos cristianos, no nos resucitaban para que ganásemos el cielo; mientras que á ellos el diablo prin- cipal les cerraba las puertas del infierno, de modo que no tenian mas remedio que volverse á la batalla quisieran que no quisieran. Allí nos estuvimos pues dándonos hacha y tiza y agrupados á nuestro Rey, que era un joven de lo mas guapo y gallardo que se puede ver. ¡Era de verlo correr de un lado á otro descabezando moros y chor- reando sangre impural Tanto pelear nos iba acabando po- co á poco; y no quedábamos ya sino unos cuantos vivos, cuando nuestro Rey desde lo alto de su caballo blanco co-

— la ellos! mo la nieve, nos dijo ¡Viva fé! ¡á y se metió en medio de los enjambres de moros. Todos íbamos á morir: nuestro Rey el primero! cuando se vio, señoritas, el mas grande de los milagros que haya hecho nuestra

Santísima Madre la Virgen de Mercedes. Don Se- bastian llegaba ya á las filas de los moros, cuando se abre en esto el cielo y vemos bajar un ángel dorado con alas de fuego, que alzándose al Rey con su caballo, se los llevó por el aire dejándonos á todos medio muertos de —

oO LA NOVIA DEL HEREJE espanto. Los moros se quedaron mirando, y nosotros también, hasta que el ángel, don Sebastian y su caballo se perdieron de vista éntrelas nubes. Viéndonos solos y sin Rey, nos entregamos: y como yo era marinero, dígeles

á los moros que tomaba partido con ellos; y me echa- ron á un corsario. Una noche estábamos á la capa es- piando un navio delante de Cádiz; yo estaba junto al timón; me bajé quedito por la borda, y á nado lle- gué á la costa. Me conchavé después en un barco que salia para América, y como sufrí tanto al pasar por el Cabo no he querido ya volverme, y

En esto estaba el portugués, cuando de arriba del palo mayor salió un grito agudo diciendo-.

— Una vela! •

—Por Cristo! dijo el del timón ¿qué será esto? —Serán loshereges, señor? preguntaron á un tiempo y espantadas doña Maria y Juana. Pero aún no habian acabado cuando apareció subien- do á brincos el capitán del navio, y empinándose sobre el techo de la cámara gritó: —¿Qué rumbo?

—A nosotros! contestó inmediatamente el del palo.

alando entonces el capitán soltar los rizos de todas las ! 'm:

o LA INQUISICIÓN DE LIMA. 51 velas, y reparando en las dos niñas que estaban aterra- das junto á él les mandó irse para abajo inmediatamente con un tono grosero é imperioso.

El marinero del palo volvió á gritar:

—Otra vela, con el mismo rumbo!

— ¿Que arboladura ? preguntó el capitán.

" ^No distingo todavía

El capitán dio una patada sobre la cubierta-, mandó cambiar el rumbo para tomar el viento á un largo; y co- menzó á pasearse cabizbajo á lo largo de su buque.

Antes de seguir narrando las consecuencias de este encuentro, es menester que volvamos á Lima. Habian ocurrrido allá, después de nuestra partida, grandes albo- rotos, que nos esplicarán probablemente el duro trance en que iban á verse nuestros caros navegantes. !

CAPITULO III.

í

¡ HA SiLIDO 1 GOD DAMN ! ! !

Como era de esperarse, la salida del San Juan de

Orton no se había mirado en Lima como un suceso dig- no de atención. Pero dias hacia que ya nuestro buque corria el mar, cuando se celebraba en la fastuosa catedral de Lima una gran misa con te-deum en festividad del natalicio de don Fancisco de Toledo, segundo Virey del Perú, á la sazón reinante. El concurso que atestaba la plaza y el templo era escogido é inmenso.

Oyese de repente un terrible alboroto de gritos deses- perados y alarmantes en la plaza. El tumulto se hacia por momentos mas grueso y aterrante; y entre las voces que el estruendo de la multitud dejaba percibir, se dejaban de cuando en cuando oir estas palabras — / Un chasqui '^' '#-K ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. 53

—A requipa J — / Los Herejes! —Francisco ! y se veia un agitado pelotón de hombres blancos y negros, y niños que empujándose en masa unos á otros rodaban por la plaza hacia la casa ó palacio del Virey.

El bullicio era tal, que la gente del templo cayó en la mas frenética ajitacion. Los altaresjaeron atropellados; las señoras y los hombres se revolvieron con una gran masa de plebeyos que había invadido el templo; y pocas fueron las que no se vieron holladas y destrozados sus ves- tidos en aquella escena de pánico universal. Fué preciso cerrar las puertas de la Iglesia, dejando dentro de ella un gran concurso de familias tanto mas lleno de espanto y de terror, cuanto que todos ignoraban allí completamente lo que ocasionaba aquel inmenso bullicio.

Las mugeres lloraban y se acogían á los altares. Los hombres permanecían indecisos. Los mas intrépidos querían salir á saber lo que sucedía mientras que los me- nos valientes se reunían en la sacristía y los patios de la iglesia al rededor de veinte ó mas sacerdotes que se pre- guntaban unos á otros ¿que hahia? sin poderse responder.

El peligro, aunque ignorado, parecía ser grande.

La gente de la plaza se había parado ya en las puertas del palacio del Virey esperando alguna noticia segura y !

54 LA NOVIA DEL HEREJE í -í^ auténtica. De repente salió á toda prisa del palacio un | hombre montado á caballo, y atropellando á la multi- tud la hizo abrirse como dos olas que se chocan y que al separarse muestran el fondo del abismo: tras de éste sa-

lió otro, y otro; gritando todos / los hereges están en la cos- ta ! vienen sobre nosotros

Poco después salió del palacio un fraile franciscano; llevaba como una cera el semblante, pálido y desencajado; los ojos parecían sumidos en el centro del cráneo; tenia la boca contraída y seca. Todos le dieron paso con res- peto, y así que se vio en la plaza se soltó á correr hacia la catedral. Una gran parte de la gente, parada en la puerta del palacio, lo siguió también corriendo tras de él sin saber por qué ni para qué. Mas él luego que llegó á una puerta chica que daba á un patio del edificio, la abrió, entró y la volvió á cerrar.

Al presentarse a la sacristía, los demás sacerdotes gri- taron: lEl confesor del Virey! ¡El Padre Andrés! y todos se agolparon sobre él para preguntarle la causa de aquel horrible alboroto; pero él nada podia responderles sino palabras cortadas, por que la falta de alientos le impedia hablar / Los hereges ! de requipa ! sobre el Callao! — ¡ A ¡

Drake ! .... y nada mas. '*'" ' ,. Ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. 55

Poco á poco se fué serenando, y pudo al fin re-

ferirles en sustancia que Drake con tres buques de

guerra habia entrado en Arequipa, saqueado los bu-

quecillos que estaban en el puerto y habia salido in-

mediatamente, con dirección al Callao; y que según

todos creian, marcharia de sorpresa sobre Lima para

saquearla. Tan asustados se pusieron todos con se-

mejante noticia, incluso el Señor Virey, que nadie

creyó imposible la realización de semejante empresa,

y quedan todos huir á las sierras abandonando la ciudad.

Sabido el caso de toda la población subió de pun-

to el terror y el conflicto. Por todas partes se veian

carruages, muías, caballos, y gentes con atados de

ropa que se salian al campo. Todo estaba en el

mayor desorden; y con el ruido que hacia la multi-

tud, era de oirse, para mayor espanto, el frenético

tocar de las campanas y el redoble de los tambores que

se rajaban para reunir gente de armas al rededor del señor Virey.

Los negros esclavos, al verse sueltos por el terror de

sus amos, cruzaban las calles por pandillas; y con una

bárbara algazara de alegría invocaban á Francisco y sus •i ' ;

56 LA NOVIA DEL HEREJE n- hereges como á salvadores, amenazando turbar el orden de un modo espantable. ^

Alguno de los que por allí andaban gritó que los buques ingleses se verian desde el Puente. Fué este grito como una chispa eléctrica que tocó y puso en movimiento á to- dos los cuerpos. Todos desaparecieron déla plaza, y se agolparon al lugar donde hoy se vé el magnífico puente del Rimac.

No habia entre aquella multitud quien no creyese dis- tinguir las sombras de los ingleses en el fondo del hori- zonte-, uno señalaba allí, otro aqui; aquel mas lejos, este

1. Para que no se me tenga por exagerado en esta verídica descripción que he hecho del espanto que causó en las costas del Perú y en Lima, la espedicion deDrake, copiarú lo que el buen Arcediano Centenera escribía pocos años después, y como quien dice á la vista de los sucesos. Lo tomo del canto XXII.

(i Las costas y tierra toda estremecia,

- Las nuevas por los aires retumbaban. ,

A Lima se despacha mensagero Por tierra de Arequipa; mas allega El Ingles al Callao de primero. Sin combate de mar y sin refriega: El puerto reconoce placentero, Y á las naves y barcos bien se pega A vista se nos pone y hace fieros, Y en tierra algunos buscan agugeros.

El de Toledo (a) á priesa hace gente; Tocábanse las cajas y campanas.

\a) Don francisco ríe Tolerío^ scgunrío Virey ríc( Peni. .

ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. ' S7 mas cerca; y el hecho era que nadie veia cosa alguna si- no los vapores de su propio espanto y ansiedad.

El Virey, con todos sus empleados corrían á caballo la ciudad, mostrando grande ahinco por reunir gente, dar órdenes y mandar chasques por todoelpais. Pero, al mismo tiempo, los sacerdotes reunidos en la sacristía de la Catedral, hablan resuelto una medida de defensa mas acertada, alcanzando del Reverendo Padre Andrés que predicara un sermón al pueblo reunido en el puente

á fin de infundirle el valor y el odio necesario para resistir y escarmentar á loshereges. Entretanto, nadie se había

Y cou temor y miedo el mas valiente Rereis cargar de liierro y partesanas El subdito temor tan de repente Causaba andar las gentes como insanas.

La turbación y espanto yo decilla: Aunque quiera hacer un largo cauto, No podré: cabalgaba uno sin silla, El otro aunque con silla con espanto.

Los negros la ocasión consideraron

Y acuerdan entre sí un ardid famoso

Pensando que francisco allí viniera Y en libertad á todos les pusiera.

Y fué concierto Iiecho de morenos Que al blanco tienen tantos desamores Cuanto son diferentes los colores. o8 LA NOVIA DEL HEREJE acordado del Callao; nadie se atrevía á ir allá; y habia quien creía que ya estaba en poder de los hereges.

El Padre Andrés, gefe de la Inquisición de Lima, ha- ciéndose seguir de cuatro hombres que cargaban una enor- me y altísima mesa, se dirigió al puente: llegó, la hizo po- ner en el centro del concurso, y subió áella. Todo quedó en el mas solemne silencio, ni mas ni menos que cuando

Eneas en presencia de la corte de Dido y de su hueste de troyanos, empezó su «infandum, Regina, jubes renovare dolorem.» La magestuosa y solemne figura del fraile, do- minaba en aquel momento de terror el ánimo de todos sus agentes.

Su palabra fué digna de la situación; y cuando después de haber pasado los fríos preliminares de toda arenga, en- tró con furia y con violencia en las cuestiones del momen- to; cuando despertó todas las preocupaciones populares para hacerlas servir á su intento; su figura respiraba un no sé qué de inspirado y de sublime que conmovió profun- damente á su auditorio. No quedó uno que no alcanzara

á ver aun mas allá del horizonte; que no distinguiera en el centro del mar los buques ingleses, y dentro de ellos bai- lando la sabática ronda mil espíritus del infierno, dirigidos por el mas horrible facineroso de todos ellos, el feo y y '¥.'W ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. o9

atroz Francisco Drake, sacudiendo con su enorme y pe- luda cola los rojos costados de su buque.

Acababa el Padre Andrés su violenta arenga, cuando se avistaron en el horizonte tres puntos perfectamente blancos. Un grito universal se alzól ¡Los hereges! El pa- dre se quedó frió, su rostro empalideció de nuevo, y como no tenia ya que hacer sobre su mesa, se bajó y de- sapareció entre el concurso general. Quizás se dijo para su coleto lo que un célebre ministro moderno al empezar

«na grande revolución — « Concluida la obra de la inteli- gencia, no me queda ya papel y lo mejores alejarse.» —

El hecho es que al grito de / ios hereges! que arrojó la multitud, el padre miró, vio y huyó.

Efectivamente Drake con sus tres buques estaba sobre el Callao.

Habia sabido en Arequipa por noticias tomadas de los indios y délos negros, que en el Callao estaba ya cargado y pronto para salir el San Juan de Orton y se habia diri- gido á toda prisa para sorprenderlo en el puerto y hacer sin estorbo la rica presa de las barras con que este buque iba lleno.

Mientras que la gente lo veía desde Lima, él caía sobre el Callao y abordando todos los buques que allí habia los 60 LA NOVIA DEL HEREJE saqueaba y los quemaba. Como la costa y la población del

Callao habia quedado desierta, Drake hacia en el puerto lo que queria. Furioso de que el San Juan hubiese es- capado de su ataque, y creyendo que lo hubiesen enga-

ñado en el aviso que le hablan dado, resolvió bajar á tierra para saquear y destruir la población. Esta era su empresa favorita; por que el odio á la España era su pa- sión dominante.

Verdad es, que tenia grandes motivos para ello: habia sido una de las muchas víctimas que había hecho en In- glaterra la influencia española en el poco tiem.po en que la Reina Maria Tudor estuvo casada con don Felipe de

España. No olvidaba jamás Drake las ofensas que habia recibido como protestante, ni las humillaciones que ha- bia impuesto á su raza el orgullo de un príncipe estrange- ro y déspota que jamás se saciaba de poder y de persecu- sion. En una bella biografía ' de este célebre marino,

que tengo á la mano, leo que en el tiempo de la persecu- ción de Maria, el padre de Drake tuvo que huir de Ingla- terra con su familia. Vuelto á la patria el hijo en el tiempo de Isabel; hizo una espedicion de comercio para una de las colonias españolas, donde acusado de contrabando le

i. Southey — .\av;il Histury. ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. 61 fueron descomisados sus bienes quedando en la mas com- pleta miseria. Lleno de rabia y de despecho volvió á su isla, y consultó á un célebre teólogo de entonces si esta- ba autorizado para piratear sobre los españoles vista la injusticia que le hablan hecho. El teólogo le contestó que con toda seguridad de conciencia podía hacerlo, ata- cando y saqueando los buques y las costas, cuantas veces pudiere y lo quisiere. Drake obtuvo entonces de Isa- bel una patente de corso para entregarse á la pasión favorita que habia nutrido desde su niñez; y sin mas poder que el de su inmenso odio enrostró al Potenta- do mas fuerte de su siglo, al que hacia temblar toda la

Europa.

Este era el hombre que acababa de entrar en el puer-

to del Callao.

No encontrando en él al San Juan de Orion, se dispo-

nía á bajar á tierra, cuando vio venir hacia sus buques

una especie de lancha angosta y pequeña, manejada por

un hombre. La mandó reconocer con uno de los oficiales

que traia á su bordo y que habiendo estado en España en

tiempo de María Tudor, hablaba bien en idioma cas-

tellano, como lo hablaban entonces todos los hombres 02 LA NOVIA DEL HEREJE de buena educación. El lanchon ingles se acercó á la em- barcacioncilla y vio sobre ella un negro joven, y des- pierto al parecer.

—¿Adonde ibas? preguntó el joven ingles al negro.

—A buscar á su merced.

—Quien eres?

—Un esclavo, señor*, mi amo acaba de huir del puerto, y yo me escondí para tomar partido á bordo de los buques ingleses; hace dos dias, señor, que salió un navio que llevaba mucha plata, vaya su merced á alcanzarlo: va con poca gente y no es ligero.

— ¿ Un navio ? dices. ¿ Como se llamaba ?

—No sé como se llamaba; pero, como mi amo es em- pleado en el puerto, yo estuve cargándolo también, y vi que llevaba mucha plata: hace dos diaque salió.

—Ven acá, dijo el joven ingles, pasa á mi bote. Mandó

á los marineros que virasen, se dirijió á toda prisa hacia el buque que montaba Drake, y subiendo á él, le dijo-

Almirante! el buque está en la mar! ha salido cargado de oro: he aquí un hombre que lo ha visto.

Drake que no habia perdido la esperanza de encontrar !

;í5^'-

Ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. 63 almacenadas en tierra las barras de oro y de plata que tanto habia saboreado, al oir que el buque habia partido, sin poderse saber su rumbo ni su destino, lleno de rabia esclamó:

! ! / Ha salido !... God damn CAPITULO IV.

PELIGROS QUE EN AQUEL Slf.LO CORRÍANLOS QUE SALÍAN AL

MAR CON ORO Y PERLAS.

Un momento de refleccion bastó para serenar al mari- no ingles del arrebato que le arrancara aquella habitual esclamacion, que le hemos de volver á oír antes deque se acabe este libro, en un momento de satisfacción y de venganza.

Una vez calmado, supo del negro todo lo que este pudo decirle; y se volvió al mar al momento con la esperanza de tomar al 5an Juan sobre el rumbo del noroeste. Su alejamiento dio á los limeños un gozo incomparable. Al distinguir perdiéndose en el horizonte las blancas velas de sus tres buques, como si fuesen las alas de tres gavio- ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. 6<5 tas, ellos calcularon bien que todos los peligros iban aho- ra á acumularse sobre el San Juan; pero esto les libraba

de un riesgo y agitación á que no se hablan preparado; y á trueque de la calma que se les dejaba para hacer apres- tos de guerra y fabricar corage, daban por menor daño

la pérdida del tesoro del Rey.

Drake corria en verdad sobre su presa. Sus buques eran veleros, y se hallaban tan bien tripulados como maneja-

dos; despachó uno de sus bergantines á cruzar sobre las costas de Chile en prevención de que el San Juan hubiera tomado este rumbo; mientras él con el otro bergantín y la goleta se dirigió á los mares del Istmo y costas occidentales de Méjico, desde donde habia resuelto volver cargado de riquezas por entre los mares de la Chin ay de la India: na- vegación admirable para[aquellos tiempos que solo un ge- nio como él era,pudolle var á cabo con un éxito completo.*

1. « También diré de aquel duro flagelo « Que Dios al mundo dio por su pecado,

<( El Drake que cubrió con crudo duelo

(I Al un polo y al otro en sumo grado.

« No es justo al enemigo que tenemos « Celarle sus hazañas y sus hechos

<- Y así j usto será que por olvido « No deje yo á Francisco y su grande hecho; «Pues que en aqae?tos tiempos ha venido ,

60 LA NOVIA DEL HEREJE

En la tarde del dia siguiente á su salida del Callao,

mientras que nosotros teníamos nuestra atención en el

San Juan, con la bella doña Maria y su zamba, oyendo

al marinero portugués, estaba ya el audaz corsario á pun-

to de tocar la realidad de sus doradas esperanzas.

Al primer anuncio de las velas que aparecían, el capi- tán del San Juan mandó subir toda la tripulación; hizo revisar sus doce cañones (pues el San Juan\os tenia, y por eso le llamaban también el cagafuego); mandó cerrar las escotillas, y dejar libre y espedita toda la cubierta sin olvidarse de ordenar á sus pasageros que apagasen todas las luces y se mantuviesen inmóviles en la cámara.

Precaución fué la de las luces que para nada le sirvie- ra ya, porque el diablo del herege lo habia olfateado, y le seguia el rastro con la seguridad tenaz de una ave de

rapiña. Sin embargo el marino español y su gente esta-

« Aqueste ingles y noble caballer)

«1 Mas era que piloto y marinero: « Por que era caballero y buen soldado « Astuto era, sagaz y muy artero, « Discreto, cortesano y bien criado, « Magnánimo, valiente y anim so, « Afable, y amigable y generoso.

Barco fíe i Centenera, canto XVíl. ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. 67 ban dispuestos á todo; y mas por orgullo y dignidad, que por guardar el dinero del Rey, estaban decididos á batir- se hasta el último trance en caso que fueran enemigos los buques que se habian avistado.

Entretanto, habia anochecido completamente, mas co- mo habia luna, no podíamos decir que hubiese oscureci- do. La claridad no era tanta tampoco que permitiera ver los buques que por la tarde habian aparecido en el hori- zonte. Corrieron, pues, algunas horas de ansiedad para la tripulación y pasageros del San Juan, durante las cuales todos hablaban bajo y guardaban sus puestos con aquella resignación y respetuoso silencio á que se acos- tumbran también los hombres de mar.

No se oia mas ruido en el buque que el que hacían los largos pasos con que el capitán, tomadas sus manos por detrás y metida la barba en el pecho, se paseaba á lo lar- go de la borda de babor. De vez en cuando se paraba y miraba las velas con inquietud, echando una feroz mal- dición cada vez que nolasveia muy tirantes. Otras ve- ces se arrimaba á la borda y se fijaba en el agua; y enton- ces, viendo la sombra del bergantín huir como si fuera el cuerpo aéreo de una fantasma sobre la movible y alu- cinante superficie de las aguas, se volvia satisfecho. Den- 68 LA NOVIA DEL HEREJE tro de la cámara estaban reunidos todos los miembros de la familia de don Felipe Pérez y Gonzalvo, y don Anto- nio con ellos; todos estaban llenos de pavor haciendo congeturas en voz baja, y asombrándose del oscuro abis- mo á cuyo borde se hallaban. Doña Mencia queria rezar, pero en vez de rezar lloraba. Maria estaba espantada; la zamba miraba á sus amos, y acostumbrada á depositar en su autoridad el cuidado de dirigirla, esperaba que de la adusta frente de don Felipe, ó de los caprichosos plie- gues que rajábanla cara de doña Mencia saliera algún re- curso repentino.

Reinaba, pues, un silencio sepulcral á bordo del San

Juan que no era perturbado sino por los trancos del ca- pitán y por los golpes con que de vez en cuando venian las olas á estrellarse contra los costados del buque, ha- ciendo crugir sus maderos.

De repente salió una voz de la cofa mas alta del palo mayor, y con aquel acento lánguido y lúgubre que la voz del hombre toma en las soledades del mar, dijo:

—Dos velas á babor !

Este grito difundió la inquietud por todo el buque.

Todos hundieron sus ávidas miradas en el vasto hori- . !

o LA INQUISICIÓN DE LIMA. 69 zonte, y se pusieron á escuchar anhelantes y sobresalta- dos.

—¿ Proa á nosotros ? preguntó el capitán

—Una corre al parecer sobre nuestro bauprés, y la otra sobre nuestra popa.

—¿ De qué fuerza parecen ser ?

—El que rompe nuestro bauprés es una goleta que riza el agua como el viento; se le vé apenas la borda; todo su casco parece una raya sobre el mar; y el que viene so- bre la popa es un bergantín como el nuestro.

—Ea, muchachos ! dijo el capitán; manos á la obrai preparad los cañones; cargadlos bien y teneos listos

A poco rato se mostraron ya los buques que causaban esta alarma. Los reflejos de la luna daban sobre sus ve- las, y hacian que se l^s viese como si fueran dos blan- cas garzas que volaran rozando las olas del mar. Todos los marineros del San Juan tenian fijos en ellos sus ojos viéndoles correr sobre su buque con un aire de in- solencia y de arrojo que los helaba.

El uno, que sin duda era mas chico que el San Juan, corria como una flecha á situarse por la proa del buque español; mientras que el otro, menos cargado de velas, y algo mas grande, maniobraba de modo á situarse sobre :

70 LA NOVIA DEL HEREJE

SU popa. El capitán del San Juan que era algo avisado, comprendió las intenciones de los que él suponía sus enemigos, y luego que los dos buques se separaron, va- rió el rumbo hacia el oeste y se alejó del mas grande pa- ra acercarse de improviso al otro, tomándolo solo por al- gunos instantes. ^ .

Los tres buques se veian ya perfectamente, y podian examinarse sin obstáculos, en todo su casco y su ta-. maño.

ün fogonazo repentino y el estruendo que hizo un ca- non disparado á bordo del bergantín enemigo, intimó al

San Juan la orden de detenerse. Este no la obedeció, por cierto, y siguió navegando con firmeza en su nueva dirección para aproximarse á su menor enemigo. La go^ leta se mostraba también decidida á no evitarle, y corría con intrepidez sobre el buque español; de modo que en un momento se halló el uno sobre el otro. El capitán del San Juan mandó descargar una de sus baterías.

Tronaron los seis cañones, á la vez pero el buquecillo destinado á recibir esta terrible granizada maniobró tan felizmente que todas las balas del San Juan pasaron al mar acertando á entrar tan solo una ú otra que rompió

- cuerdas y maltrató algunas velas. t ' !

ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. 71

Los dos buques estaban ya tan cerca que los españoles oyeron distintamente el grito de / viva la Inglaterra con que sus adversarios respondieron á la descarga; y antes que pudieran de nuevo cargar sus cañones, ya el buquecillo ingles atravesaba por la proa, y disparaba cuatro cañonazos que hicieron pedazos todo el bauprés y dejaron flotando los foques. Sobre esta descarga, siguió desde los palos una nueva granizada de tiros de mosque- tería que hicieron un notable daño matando é hiriendo

/"'- muchos marineros. '-',/.: -^.^::.- :pi^f>\-'-

Una desgracia tan corilpleta desconcertó un momento

á los españoles. Todo se revolvió, hubo voces, gritos y gran confusión, sin que nadie reparase que el enemigo maniobraba para presentar el otro costado y arrojar por

él una nueva granizada. Pocos momentos tardó en rea- lizarlo, pues la goleta era ágil como un pájaro, y se co- nocía que el marino que la manejaba á par de esperi- mentado era sagaz y pronto para aprovechar de sus ven-

-^-"^" •' '" '''^¿^^-'-'' tajas. -

Asi que hubo hecho su nueva descarga tomó el largo hacia el Leste dirijiéndose hacia su compañero.

El San Juan estaba casi totalmente inutilizado; mas no era esta la peor de sus desgracias, sino que el vallen- !

72 LA NOVIA DEL HEREJE

te capitán habia desaparecido. Todos le buscaban, y

nadie le encontraba. Uno de sus subalternos se acercó

á la cámara gritando con despecho para pedirle órdenes urjentes; pero entonces, el marinero portugués que ya

conocemos, y que estaba en el timón como antes, le dijo

con calma, y señalando al mar con la boca-.—

—Allá fué á dar

— ¿Cómo es eso? cayó al mar?

—Se lo llevó una bala partiéndolo por medio.

so- —Jesús 1 dijo el subalterno, y se quedó recostado

bre la meseta de la cámara como si estuviera abismado

en el dolor y desesperación que le causara la humilla-

ción de su bandera y la pérdida de un amigo á quien ha-

cia mucho tiempo que acompañaba.

Después de un rato alzó lacabeza, tomó lavocinay

dijo:

— «Atención! El capitán ha muerto, como un bravo

« español que era: ahora mando yo; y os juro que no hay

« m as que vencer ó seguir el ejemplo que él nos ha de-

c( jado.»

« I Ea ! ánimo , muchachos ! ¡ viva España ! ¡ viva

« la Fé!»

La goleta inglesa seguía alejándose ignorando todo el ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. 73 estrago que habia hecho en su enemigo y reputándose quizá débil para el abordaje, se retiraba á una distancia satisfecha de haber aprovechado tan bien su tiempo v sus maniobras. Su mira manifiesta era esperar al otro buque, ó bien esperar el dia para medir bien las fuerzas de su adversario, y saber á punto fijo el estado en que se ^ hallaba. .

El nuevo gefe del buque español sabia bien que no tardarla mucho en caer en manos de los ingleses. Toda la tripulación lo comprendía como él, y así es que fué muy poco el entusiasmo que infundieron sus altivas palabras.

Cerca ya de la madrugada que iba á poner fin á esta noche tan funesta para la gente del pobre buque espa-

ñol, se levantó hacia el Leste, y á corta distancia, un banco de niebla que envolvió y ocultó á los dos buques ingleses. Cuando amaneció, y cuando todos tendían su vista con ansiedad por el horizonte para descubrir el ter- rible enemigo en cuyas garras creian iban á caer, solo pudieron ver una faja de vapores blanquiscos interpues- tos entre el azul del cielo y el verde oscuro del mar. Así estuvieron un corto rato, hasta que el marinero portu- gués con su ordinaria calma y tranquila resignación dijo !

74 LA NOVIA DEL HEREJE

apuntando con el dedo á mas altura que la neblina.

' —Ahí vienen yá -

' — i Dónde ? dijo el nuevo capitán. .

—Por sobre el banco de neblina se ven dos altos y

gallardos palos que nos muestran el frente de sus hin-

chadas velas.

Efectivamente: por sobre la neblina aparecían los pa-

los y las bergas de un precioso bergantin. A poco rato

la espesa nube que cubria el Océano se entreabrió como el leve tul que se raja; y se pudo distinguir perfectamen-

te el gallardo porte de toda la embarcación. Venia na-

vegando á su lado la certera y ájil goleta que*habia cau-

sado tan grande estrago dentro del San Juan. Ambos

buques abrieron un poco las paralelas en que navegaban.

El bergantin rompia el agua como una bala, y al pasar á

estribor del San Juan despidió una andanada de seis caño-

nazos. El español le contestó con otros seis, no muy

mal recomendados que digamos; y que un poco antes

hubieran quizá servido para cambiar de suerte. Pero

ya era tarde 1 habia perdido el palo mayor con el timón,

y flotando al acaso, se hallaba ala merced de dos enemi-

gos provistos todavia de todas sus ventajas.

La confusión y espanto que la proximidad y la des- o LA INQUISICIÓN DE LIMA. 75 carga del bergantín causaron á bordo del San Juan de Or- ion impidieron que fuesen percibidos los maliciosos mo- vimientos de la goleta. Pero no bien se serenaron los áni- mos cuando se le vio, con sus ganchos de abordage, pren- dida como una araña al costado del San Juan, vomitando sobre el puente algunas decenas de intrépidos hereges en cuyos nerbudos brazos relucian las hachas y pistolas del combate.

Tocando ya por el otro costado, egecutaba el bergantín la misma operación.

El gozo del corsario ingles en aquel momento puede deducirse de estos versos del buen Arcediano Cente-

1^^'

-'': .-^ •' ' , nera. t:. . -i--': >r::-- '::;

- ; : ''San Juan de Orton,n&vio muy nombrado,

, í: "Con la plata del Rej' habia salido; "En breve el Luterano le lia alcanzado,

,'; J; "Y como de improviso le ha cogido.

"Aquesta fué la presa mas famosa , "Y robo que jamás hizo^un corsario: ""'Que es cosa de decir muy mostruosa "El número de plata; y temerario "Negocio nunca visto ni leido, '• "Que á un corsario jamás ha sucedido.

Los marinos del San Juan se hablan recostado sobre la popa con su nuevo capitán á la cabeza; y así que la 76 LA NOVIA DEL HEREJE

horda del herege puso el pié sobre su cubierta le arroja-

ron una descarga de arcabuzazos.

Los invasores recularon como por un súbito instinto

de miedo, dejando entre los dos campos los yertos cada-

veres de tres de los suyos. ^* CAPITULO V. :

EL AMOR NO ESTA TAN LEJOS DEL TERROR Y DEL ODIO COMO

ALGUNOS SE LO FIGURAN.

En este momento de miedo instintivo que suspendió por un instante aquella escena de matanza, saltó de la goleta inglesa, y se abrió pasó por entre el pelotón de he- reges que ya pisaba el puente del San Juan un joven su- mamente hermoso y bizarro. Armado de una espada gruesa y corta, que brillaba en sus manos, como si fue- ra de fuego: «i Ay del cobarde (dijo con el acento de la ira) que retroceda de un paso ante los enemigos de la

Inglaterra !» y con un arrojo lleno de fiereza salvó el espacio que lo separaba de los españoles esgrimiendo su arma con una agilidad inimitable. 78 LA NOVIA DEL HEREJE

Restablecíase así este combate atroz de la desespera- ción por una parte y de la embriaguez del triunfo por la otra, cuando los marinos del otro buque ingles se descol- gaban también como panteras sobre el puente del San

Juan, Al verlos, las facciones de nuestro joven revela- ron una ansiedad inesplicable; y su disgusto se hizo aun mas patente por el gesto de despecho que no pudo con- tener, cuando vio parado en lo alto de la borda, para sal- tar como los otros, á un hombre en cuyas -miradas y en cuyo empaque estaba impreso el sello del mando.

El rostro de este hombre, tostado por el sol y por las intemperies del mar, parecía tener el temple del bron- ce. Sus ojos penetrantes, negros y rasgados lanzaban por entre sus ricas cejas una mirada animada todavía por los rayos de una juventud vigorosa. Una cabellera negra y flotante, como la crin de un potro de la pampa, caía desparramada por sus dos hombros poniendo en relieve la frente espaciosa en cuyas líneas fugitivas se leían los signos de una audacia soberana.

Nuestro joven, como hemos dicho, lanzó á este perso - naje una mirada de despecho, y con una voz de trueno

1 » gritó: « I Cese el combate I ¡ Abajo las armas El tono de autoridad con que fué dado este grito debió ser !

ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. • 79 irresistible, pues todos se quedaron inmóviles, como movidos por un resorte. Volviéndose entonces al per- sonaje de la borda (que aun no había bajado, pues todo esto fué la obra de un instante que mis palabras alargan) le dijo con altivez:

— I Almirante: no bajéis ! La presa se me ha rendi- do yál

-"SSí —El enemigo os resiste todavia. Lord Henderson !

—Pues bien! milord, le contestó el joven con arro- gante ironía, si queréis vencer á mis rendidos, bajad

él el Francisco Drake ( pues era interlocutor de nues- tro joven) se dio vuelta hacia su buque con una sonrisa llena de indulgencia paternal; é iba ya á bajarse, cuando el comandante español le dijo acercándosele con entere-

za, « Esperad, señor inglés 1 una sola palabra 1 » y le disparó un pistoletazo á quema-ropa que hizo saltar de la cabeza erguida de Drake la gorra de terciopelo negro con tres plumas rojas que la cubria.

El español se dio vuelta entonces incitando á sus sol- dados al combate; pero aquel momento de reposo habia helado el ardor de los combatientes. Ninguno queria resistir mas, porque era ya inútil; lo cual, visto por el '

80 LA NOVIA DEL HEREJE bravo comandante, agarró su espada y partiéndola con las rodillas, la arrojó al mar.

El Almirante ingles se habia conservado impasible sobre la borda: miró de arriba á abajo á su agresor, y le dijo con calma: ,j^

—Eres bravo. Papista 1

—Pero tú eres afortunado. Judio 1

Cien cuchillos se alzaron á un tiempo para sacrificar al español: pero Drake les gritó con un gesto imponente:

—Deteneos ! Cuidado con hacer mal á ese hombre ! ^- Henderson 1 vos me respondéis de él.

—Con mi vida, Almirante, respondió el joven.

Drake saltó entonces á su buque; y lo mandó despren-

der del casco del 5an /wan.

Henderson era un joven rubio que apenas contaba

veinte y tres años. Su brillante cabellera caia á la moda

de aquel tiempo en tostados rizos sobre sus hombros.

Una tez limpia y rosada daba á sus miradas juveniles una

espresion particular de viveza y de petulancia amable.

Sus cejas eran como dos líneas rectas sobre sus ojos que

venian á borrarse en el delicado arranque de la nariz; y

1. Judio es la palabra con que el vulgo calificaba entonces A los protestantes. ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. 81

de SU boca, pulida como una obra de arte, y airosa-

mente entreabierta, salia franco y fácil el resuello de

su noble corazón. ¡í

Aquella era la primera acción de guerra en que se

encontraba cubierto con los colores de su patria. Algo

indómito todavía para la disciplina militar, sehabia irri-

tado con la sola idea de que Drake, dueño ya de una re-

putación colosal, tomase parte en la rendición del San

Juan, y sofocase con la gloria de su mombradía, la que

Lord Henderson creia haber ganado en aquella jornada.

Durante el combate el joven Lord no se habia ocupado

de otra cosa que de rivalizar con el buque de su gefe para

ser el primero en decidir y terminar la victoria.

Drake, que comprendía bien el carácter del joven

Lord, lo mimaba con gusto; y estaba muy lejos de tomar

ámal un ardor que le prometía ün poderoso auxiliar para

los fines ulteriores de su 'ambición marítima; porque

Henderson era hijo de un Par de Inglaterra de grande influencia en los consejos de Isabel. Justo es también que digamos que independientemente de sus motivos de

egoísmo, Drake quería á Henderson como á un hijo: él lo habia formado; él lo habia lanzado al mar; él era en

fin quien había enardecido su imaginación hablándole '

80 LA NOVIA DEL HEREJE bravo comandante, agarró su espada y partiéndola con las rodillas, la arrojó al mar.

El Almirante ingles se habia conservado impasible sobre la borda: miró de arriba á abajo á su agresor, y le dijo con calma: *

—Eres bravo. Papista 1

—Pero tú eres afortunado. Judio I

Cien cuchillos se alzaron á un tiempo para sacrificar al español: pero Drake les gritó con un gesto imponente:

—Deteneos 1 Cuidado con hacer mal á ese hombre 1

Henderson 1 vos me respondéis de él.

—Con mi vida. Almirante, respondió el joven.

Drake saltó entonces á su buque; y lo mandó despren-

der del casco del San Juan.

Henderson era un joven rubio que apenas contaba

veinte y tres años. Su brillante cabellera caia á la moda

de aquel tiempo en tostados rizos sobre sus hombros.

Una tez limpia y rosada daba á sus miradas juveniles una

espresion particular de viveza y de petulancia amable.

Sus cejas eran como dos líneas rectas sobre sus ojos que

venian á borrarse en el delicado arranque de la nariz; y

1. Judio es la palabra con que el vulgo caliñcaba entonces á los protestantes. ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. 84

de su boca, pulida como una obra de arte, y airosa-

mente entreabierta, salia franco y fácil el resuello de

su noble corazón.

Aquella era la primera acción de guerra en que se

encontraba cubierto con los colores de su patria. Algo

indómito todavía para la disciplina militar, se habia irri-

tado con la sola idea de que Drake, dueño ya de una re-

putación colosal, tomase parte en la rendición del San

Juan, y sofocase con la gloria de su mombradía, la que

Lord Henderson creia haber ganado en aquella jornada.

Durante el combate el joven Lord no se habia ocupado

de otra cosa que de rivalizar con el buque de su gefe para

ser el primero en decidir y terminar la victoria.

Drake, que comprendía bien el carácter del joven

Lord, lo mimaba con gusto; y estaba muy lejos de tomar

á mal un ardor que le prometía un poderoso auxiliar para los fines ulteriores de su 'ambición marítima; porque

Henderson era hijo de un Par de Inglaterra de grande influencia en los consejos de Isabel. Justo es también; que digamos que independientemente de sus motivos de egoísmo, Drake queria á Henderson como á un hijo: él lo habia formado; él lo habia lanzado al mar; él era en fin quien habia enardecido su imaginación hablándole 82 LA NOVIA DEL HEREJE de las sublimidades del Océano, y de lo fantástico y de lo grande de las aventuras de que es teatro.

Una rica gorra de terciopelo carmesí, de la que vola- ban hacia atrás tres grandes plumas rojas, brillaba sobre la cabeza juvenil de Henderson. Una blusa del mismo género, corta y airosa cubria con elegancia aquel su cuer- po ágil y esbelto como el tallo de un álamo: tenia ceñida la cintura con un cinturon de cuero de ciervo, guarne- cido de oro, en cuyo broche lucian dos perlas de gran precio. Pendia de su cuello una gruesa cadena de oro,

á la que estaba colgado un puñal italiano ricamente cin- celado; y por fin finísimos encages de Bruxelas adorna- ban su garganta, que era tan blanca y tan pulida como la de una doncella. ; /

Así que Drake separó su buque, Henderson se volvió al capitán español, (que permanecía fiero y sombrío so- bre la cubierta) le dijo con 'perfecta urbanidad: y -f

—Tened la bondad, señor, de pasar á bordo del ber- gantín en esa lancha que echan al mar; y que Dios os la

depare buena 1 Suttonhall 1 dijo llamando á un subal- terno que se le acercó corriendo, distribuid las guardias; asegurad el buque en todas partes, y haced desprender después la goleta, porque voy á la cámara á revisar los ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. 83 asientos para pasar á dar cuenta de todo al Almirante; y sin envainar la espada bajó las escaleras de la cámara dande toda la familia de don Felipe Pérez y Gonzalvo estaba en la mayor consternación.

Al sentir sus pasos el hielo de la muerte corrió por las venas de todos ellos. A'a creia doña María que se hallaba entre las garras de algún monstruo feroz y coludo, como los que habia visto tallados en los altares de Lima; y por un movimiento instintivo se cubrió el rostro con las manos.

Su madre estaba hincada esperando al vencedor para pedirle gracia para su hija: sus entrañas de madre habla- ban solas en aquel cruel momento.

Don Felipe, adusto y emperrado, ni se dignó siquiera levantar sus ojos del suelo donde los tenía clavados cuan- do el joven inglés se presentó á la puerta de la cámara.

Se quedó éste un poco sorprendido al encontrarse con toda aquella gente dande solo creia encontrar libros de asientos: pero reponiéndose al instante al reparar en las señoras, se alzó la gorra con gallardía y dijo en buen español con un tono sumamente insinuante:

—Salud, señores ! y alzando del suelo á doña Men-

cia Manrique, agregó: — i Os juro que nada tenéis que 84 LA NOVIA DEL HEREJE

temer, señora ! soj un caballero que conoce sus de- beres. :'-

La perfecta melodía de estos sonidos, y sobre todo el débil con que el sexo femenino se abandona á los impul- sos de la curiosidad, hicieron que doña María levantase su purísimo y lindo rostro para mirar al ente estraño que

así hablaba; y al verlo no pudo contener el ¡ ay ! de ad- miración que le arrancara la belleza del joven que tenia

- por delante. i

Aquello le parecía un sueño; y sus miradas inespertas y candorosas revelaban de mas en mas el predominio que estaban egerciendo sobre su ánimo la hermosura y la gentileza de aquel hombre. —Ohl Dios mió! este es

cristiano como nosotros 1 se decia. Juana estaba estu- pefacta, y tampoco podia comprender aquella estraña mistificación en que parecían envueltas. j

Hacia ocho meses que Henderson, arrancado á las dul- ces pasiones de la corte de Inglaterra, no veía en la es- pecie humana sino el rostro de sus toscos marineros.

Doña María era una bellísima criatura, como lo saben nuestros lectores-, ¿será pues de estrañar que el joven in- gles diese toda su voraz atención á aquel lindísimo ros- tro que se levantaba de entre las manos, tímido y lio- ó LA INQ¥ISICION DE LIMA. 85

roso, como la aurora de entre los vapores de la noche?

Henderson no podía dejar de mirarla; y á medida que

mas la miraba, mejor comprendía todo el efecto que su persona estaba produciendo sobre el corazón de aquella

niña. Cortesano y audaz por hábito y por naturaleza, es-

taba él mismo sucumbiendo, sin saberlo, á la satisfacción

halagüeña de estar gustando: raro es el hombre que no

es verazmente grato á la muger que se impresiona de

sus buenas dotes.

Hay algo de indefinido en la pasión del amor que irra-

dia como la luz ó se insinúa como la electricidad en un

solo momento. Sucede muchas veces que dos personas que se han visto durante mucho tiempo con la mas pa- cífica indiferencia, se sienten en un instante imprevisto repentinamente atacados de un amor ardiente. Otras ve- ces nace la pasión con la primera mirada; y nace esclusi- va y violenta haciendo comprender que todos los otros vínculos que hasta entonces habían ocupado el alma, eran hilos de seda comparados con los anillos de duro hierro de la nueva cadena.

Que el amor nace siempre de improviso y repentino, es, me parece, una verdad que está fuera de cuestión pa-

ra los observadores sinceros de la naturaleza humana. S6 LA NOVIA DEL HEREJE

Verdad es también que en el corazón de la muger que ama existe, como un grano dorado de salud, el bellísimo germen del pudor, que, reteniéndola en la conciencia misma de su pasión, la sustrae á la confesión íntima del poder que la somete, para preparar el desenlace del dra- ma psicológico por medio de una escala progresiva de

' confidencias y de concesiones.

Si tal es el amor real sobre que reposan los mas caros intereses de la sociedad humana, no seria jus- to calificar como licencia de novelista el carácter es-r pontáneo y repentino con que se produjo el gérmei^ de esa pasión entre el elegante Henderson y la bella

doña Maria. !

Sea sorpresa, ó la novedad de la situación; sea el mér.

rito personal que brillaba en aquellas dos figuras tan

vivaces y tan simpáticas, ó el contraste de las supersti-

ciones con las realidades; sea el prestigio que el ven-

cedor tiene siempre para la cautiva, y la cautiva para

el vencedor; sea en fin el destino que ninguna razón hay

para desterrar de la novela, puesto que nadie lo puede

desterrar del mundo; el hecho es que ambos jóvenes se

sintieron definitivamente atraídos por una mutua y dul-

ce impresión. Una mutua y dulce esperanza vino á real- ó LA INQUISICIÓN DE LIM4. 87 zar en el uno el precio de su victoria, yá sostituir en la otra el terror de la cautividad.

Apenas pudo reponerse Henderson de la sorpresa que le causara la vista de su bellísima prisionera, cuando to- mó delicadamente con sus manos á la madre, que conti- nuaba sollozando á sus pies, y la aquietó con tal urba- nidad que la pobre vieja se santiguaba á cada momento para arrojar de su alma los instintos de la gratitud y dei respeto, que estaban á punto de producirse en ella en fa- vor de aquel herege, de aquel renegado. Ella miraba en los encantos mismos de su figura una celada de Satanás.

Sabia que el diablo tenia un poder ilimitado sobre las formas terrenales, y no dudaba que toda aquella belleza de rostro y de talla no era mas que la máscara traidora del cornudo y coludo negro; escapado en aquel momento délas plantas de San Miguel.

—Santo bendito! repetía la vieja á cada instante; cruz! cruz! cruz! decía atrevesando sus dos primeros dedos de la mano derecha; y miraba de hito en hito á Henderson

esperanzada de verlo reventar y exhalarse en fétidos va-

pores al favor de esta santa evocación: tentaciones del in-

ferno! repetia; y no podia negarse á sí misma que Satanás .

88 LA NOVIA DEL HEREJE era en aquel instante un joven precioso y de una esqui-^ sita urbanidad.

Para terminar aquella situación transitoria el joven ingles dijo á don Felipe y á don Antonio.

—Señores, me placerla saber si alguno de ustedes tiene

á bordo de este navio algún cargo oficial.

Dop Antonio Romea miró á su principal, y como este continuase impasible y engestado, llevaba sus ojos del viejo español al marino ingles y de éste al viejo, síq atreverse á responder una palabra.

— Ustedes comprenderán, volvió á decir Henderson, que tengo serios deberes que desempeñar con respecto á este buque y su carga. Supongo que ustedes no eran mas que pasajeros en este navio; ¿no es así? agregó con una in- flexión de voz Benévola y marcada que denotaba la inten- ción deque los prisioneros se prevaliesen de este efugio.

—No, señor! contestó secamente don Felipe-, los dos somos leales servidores y empleados de nuestro Amo el

Rey de España y de las Indias, Rey de Sicilia y de Jerusa- lem, Gran Duque de Milán, Conde de Flandes, protector nato de la Fé Católica y perseguidor de la Heregía: here-

dero legítimo de la corona de Inglaterra. . . i

—Lo siento, señor! dijo el joven Lord afectando indi- ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. 89 ferencia; tened entonces la bondad de subir para poneros con los demás prisioneros.

La muger y la hija de don Felipe alarmadas con las pa- labras imprudentes que le hablan oido, creyeron percibir en los conceptos del oficial ingles una amenaza que les pareció tanto mas terrible cuanto que era mas vaga, y ambas se echaron á los pies del herege llorando.

—¿Qué le vais á hacer, señor oficial? decialaniña: te-

ned piedad por éll es un anciano; es mi padre I dejadlo con nosotrosl '

—Señorita! ¿qué pensáis que pueda hacerle yo?. . . . No

íemais nada, ¿Es vuestro padre?

—Oh, si, señor! dijo doña María bañando al joven con jina mirada anjelical.

—Pues os juro que está aquí tan seguro como yo mis- mo; nada mas necesito sino que os tranquilicéis; y me permitáis sacar de aquí todos los libros y papeles del bu- que, porque mi gefe ha detener ya por incomprensible mi demora en instruirlo de lo que se ha capturado. Sen- taos, señoras: permitidme concluir para dejaros solas y dueñas de esta cámara; y al levantar Henderson con sus manos á doña María palpitaba de emoción y de ternura.

—Señor oficial! dijo entonces don Felipe: los libros y .

>^ iíit.

90 LA NOVIA DEL HEREJE : los papeles que buscáis son mi propiedad. Con ellos debo yo responder ante mi Rey de los caudales en que merecí su exelsa confianza; y antes me quitareis la vida que re- cibir uno solo de mis manos, consagrando el insigne sal- teo que habéis hecho -^ ^í

Era la primera vez que hombre alguno dirijia á Hen-. derson palabras de este género con tono semejante. Al- tivo y fiero por carácter y por nacimiento, y en una edad en la que nada somete los ardores del enojo; no bien se vio provocado con aquella altanería, cuando olvidando las hipocresías de su urbanidad dio un terrible golpe con su guante de hierro sobre la mesa de la cámara; y con el gesto de la ira dijo:

—Voto al Papa! que si así me habláis, anciano!. . .

— Calla, salteador! calla, blasfemo! dijo con furia no menos profunda el viejo airado: vendrá una hora en que comprendereis, renegado, la justicia del cielo, y tendréis el galardón de las impiedades de que sois presa.

Es imposible concebir una sorpresa, un aturdimiento igual, al que se pintó en la mirada y en el gesto de Hen- derson cuando se sintió herido por tan crudas injurias.

Era un anciano indefenso el que lo provocaba, y el joven

ingles se quedó aterrado cuando se vio ya casi sobre él o LA INQUISICIÓN DE LIMA. 91 con SU puño de hierro levantado sobre aquella cabeza cu- bierta de canas.

El alarido que al ver esa acción lanzaron las tres" mugeres; las invocaciones religiosas y el llanto de

doña Maria, petrificaron al joven lord en aquella ter-

rible actitud; pero volviendo todo confuso [al uso de

su razón, bajó lentamente su brazo, y dijo con un marca- do remordimiento:

—Casi me habéis obligado á degradarme, anciano im-

prudente, con esas vanas provocaciones!..,, y ese joven

(dijo apretando con rabia los carrillos y señalando á nues-

íro novio;) ¿por qué no es él el que me ha provocado,

ya que es vuestro dependiente?

Don Antonio Romea habia estado encogido y cabizbajo

desde el principio de esta escena, y no respondió ni al-

zando la cabeza siquiera.

—Señoras 1 dijo Henderson después de una pausa diri-

giéndose con calma á doña Maria y á su madre: estoy

educado bajo el principio del santo respeto que se debe á

vuestro sexo, y no tengo rubor en confesaros que me re-

tiro vencido por vuestra presencia. Dios haga que el al-

mirante, á quien voy á dar cuenta de todo, no encuen-

tre digna de un severo castigo la terquedad de vuestro !

92 LA NOVIA DEL HEREJE padre; creed, señoras, que es á vosotras á quienes ofrezco este sacrificio de mi orgullo.

Henderson subió á la cubierta con el semblante des- compuesto, y gritó desde el alcázar de popa::

• : :w: r-. —Suttonhall I Suttonhall 1

El subalterno estaba al momento con su sombrero en- tre las manos delante del comandante.

—Poned dos centinelas en la cámara; bajad vos mis- mo á colocarlos, con la orden de que si alguno de los hombres que están en ella abriera algún cajón ó se mo- viera del lugar en que se sienta, lo aprisionen y conduz- can á la bodega. ir al bergantin. Mi lancha para i ^ -M —La tenéis pronta, señor, con seis remeros.

— Vijilad bien en el navio I mirad que los españoles son gente muy capaz de incendiarlo

—Perded cuidado, señor, que los conozco I CAPITULO VI.

EL LOBO VIEJO.

El aire pensativo y caviloso con que Henderson atra- vesó la cubierta del navio no disminuía en lo mínimo la marcial elegancia de su paso. Con la rapidez propia de su edad se descolgó desde la borda hasta su lancha, y vi- no á echarse en la popa como un león que descansa, á lo largo de un hermosísimo cuero de tigre africano ribetea- do y forrado de terciopelo punzó que le servia allí de ta- piz: apoyó su costado derecho en un rico almohadón de terciopelo blanco bordado lujosamente con hilo de oro, y se echó su gorra sobre los ojos para disminuir la im- presión que la luz del dia, reflejada por el mar, hacia so- bre ellos. ' 94 LA NOVIA DEL HEREJE a

El mar estaba quieto, y rizado apenas por la brisa tibia y excitante de los trópicos. Los navios ingleses, que po*

co antes habian parecido animados de las feroces pasio- nes que arrastran al hombre h la guerra y al esterminio,

flotaban ahora muellemente y como adormecidas por el

tenue balanceo de las olas.

La lancha de Henderson se desprendió del San Juan,

j al primer impulso que le dieron los marineros dejando

caer uniformemente sus remos sobre el mar, se deslizó

como un delfín sobre la superficie de las aguas, acercán-

dose al ((Pelícano,» precioso y velero bergantín montado

por sir Francisco Drake.

Al silbido agudo de un pito marino que resonó á bordo

del almirante, se vieron acorrer presurosos á la borda

varios marineros, que tiraron á la lancha la punta de un

cable por el cual quedó sugeta á la escalera de subida.

Henderson se incorporó, y conteniendo la vaina de su

espada con una mano, subió á largos trancos, apoyado en

la otra, las difíciles gradas de la escala y atravesó la cu-

bierta por entre bravos marineros que le hacian el res-

petuoso saludo de los militares.

Drake lo esperaba ya en la cámara: habia sobre la me-

sa dos bandejas: en una lucia un hermoso jarrón de fá- ! !

ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. 95

brica oriental, lleno de agua, al lado de una botella de

cristal rebosando de un clarísimo y puro brandy; y en la otra varios vasos abrillantados con unas cuantas botellas

de cerveza.

—Linda jornada, Henderson! le dijo el célebre Drake

á nuestro joven así que le vio aparecer: ya veis como yo no os engañaba cuando os decia que esta vida de aventu-

ras contra el bucéfalo del ante-cristo ' era de lo mas

ameno y lucrativo que un buen cristiano podia empren-

der. ¿Estáis satisfecho?.... Un marino que empieza

como vos habéis empezado, es un hombre de porvenir

Vamos, poned mas gotas de brandy en vuestro vaso; y

tomando él mismo la botella, llenó dos copas, dio una á

Henderson y levantando la otra mas alto que la cabeza

dijo: Proteja Dios á la Reina! y después de tocarla con

la del joven, las empinaron ambos sobre sus labios.

Bien: sentaos ahora y hablemos: supongo que habréis

vist o ya el total de la partida ? —No, milord

—¿ Qué diablos tenéis, Henderson ? estáis con un ges-

to que cualquiera creerla que los españoles os habían

1. Los protestantes llamaban entonces al Rey de España la Bestia del Antecristo, El caballo del Papa. Véase á D' Aubigae, Hist. de la Reforma. 96 LA NOVIA DEL HEREJE r. aboyado el costado de vuestra garza. Decidme, hombre, dijo Drake levantándose con una visible alarma ¿nos ha- bremos equivocado? no era ese el buque en que iba el

;vx I situado? 4

—Es ese mismo, milord: su bodega está llena de sa- cos de oro, pero no puedo ocultar á vuestra gracia que vengo preocupado, por lo que me acaba de suceder con un prisionero. Permitidme, milord, que os anuncie que con los caudales del Rey de España hemos tomado la fa- milia de uno de sus empleados.

j

—Sí; ya lo sabia. '

—Lo sabiais, milord? dijo Henderson con un aspm- bro profundo.

I —Es decir: sabia que esa familia debía haberse em- barcado en este navio y que forma parte de ella una be- llísima muchacha de diez y ocho años.

—Ahí dijo Henderson con el mismo aturdimiento;

¿tenéis entonces inteligencias en tierra?

—¿Y qué, no me bastaba para saber eso el negro que levantamos del Callao?

—Es verdad! dijo Henderson pensativo;. .. . pues el padre de esa señorita (agregó) tiene el alma de un mas- tín, y me acaba de pasar con él una cosa seria. ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. 97

—Creí que me ibas á referir algún conflicto con su novio.

—Con su novio, milord! ¿qué decis? ¿Es acaso su novio un mozo que acompaña al padre?

—Si se llama (dijo Drake hojeando un libro de apun- tes,) don Antonio Romea, es sin disputa el marido que su padre le destina.

—Y todo eso (dijo Henderson con una mirada llena de sagacidad) lo sabéis también por el negro que alzamos del Callao?

—Seria acaso estraño, Roberto?

—Seria casual al menos.

—¿Pero no os parece que habria en eso mas probabili- dad que en las inteligenicias de tierra que me suponéis?

—A deciros la verdad, tengo de vos, milord, tal idea, que lo mas audaz y lo menos probable es lo que en todos los casos me parece lo mas cierto.

Drake soltó una airosa carcajada, y le dijo-.— cuando avancéis mas en el camino que habéis emprendido, os ini- ciaré en toda la diplomacia que puede contener la cáma- ra de un buque: en esta atmósfera que os parece tan li-

mitada caben los interesas del mundo. . . . Mas, no nos 98 LA NOVIA DEL HEREJE distraigamos: ¿qué es lo que os ha pasado con don Fe- lipe?

; —¿Quién es don Felipe, milord?

—Pero ¿cómo quién es don Felipe? pues no me aca- báis de decir que os ha pasado con él una cosa seria?

—Ah!. ... ¿el anciano se llama don Felipe?. ... yo no lo sabia.

—Pues ya lo sabéis ahora.

—¿Y su hija, milord, como se llama?. . . . Veo que nada ignoráis de lo que yo os hubiera debido noticiar primero.

—Ah! ¿su hija, elr?. ... se llama doña Maria, y si queréis nombrarla á lo /tmeño debéis decirle Mariquita.

— ¡Me tenéis sorprendido, Milord 1

—Me diréis al fin lo que os ha hecho don Felipe? dijo

Drake á Roberto Hendersoncon una mirada preñada de malicia.

El joven le narró entonces lo sucedido y el riesgo en que se habia visto de romper el cráneo al anciano sober- bio. Cuando Drake lo hubo oido le dijo con buen hu- mor:

— No sabéis todavia el modo de hacer cuanto queráis con un viejo español. Me parece que habréis hablado o LA INQUISICIÓN DE LIMA. 99

mucho y hecho demasiados cumplimientos: los Españo-

les tienen un horror instintivo á todo lo que es agasajos;

les gusta que el enemigo ó amigo sea franco y de una pie-

za, que caiga pronto al terreno positivo de todas las si-

tuaciones, y vos habéis empezado probablemente por in-

dignar á don Felipe dirigiendo cumplimientos y tiernas miradas sobre su hija. Ya veréis como me porto yo: va- mos allá; es preciso trasbordar pronto la carga de ese cagafuego ó cagaoro (dijo Drake riéndose á carcajadas) para incendiarle y seguir nuestro crucero. Vais á ver con qué facilidad me traigo á don Felipe: vos no sabíais lo que yo sé, es avaro como un Onytre. Cuando yo me lo traiga aquí, haced que el resto de la familia se trasborde

á vuestro buque porque aquí me trastornarían el orden de mis trabajos, ademas de que pronto los echaremos á tierra.

—Gómol. ... no pensáis llevarlos á Inglaterra.

libre, —¡Dios me Roberto! .... y para qué?. . . . Nos basta con los zurrones, hijo miol

Henderson se quedó callado y pensativo. Drake volvió á llenar de brandy las dos copas; y con- vidando á Henderson con una de ellas:

—Bebedl le dijo: os habéis portado como un bravo!

i iOO LA NOVIA DEL HEUEJE doscientas mil libras por lo menos os van á tocar de la presa. ¿Creéis que me importan un bledo los registros

de ese viejo maniaco?. .. . No, Hendersonl aquí tengo

(dijo Drake golpeando sobre su cartera) un resumen exacto de todo.

—¿Os lo dio el negro también?. ...

—No, Roberto! me lo dio mi ingenio y mi política.

Ahora verán los que nos trataban de locos aventureros

en nuestra patria, todo lo que puede hacerse con volun-

tad y pertinacia. Vendrá un dia en que os revelaré el

misterio, y veréis con cuántos trabajos y con cuántas me-

didas me preparo estos golpes de fortuna. Vos sois mi

hijo, Henderson: y seréis el heredero de mi obra-, os he

visto en la acción, y os digo que nadie os igualará como

marino; ya veréis el ruido con que voy á volver vuestro

noble nombre á la corte de nuestra soberana! .... ¡Be-

bamos á vuestra gloria!

Un rayo de orgullo atravesó la fisonomía del joven lord

al oir estas palabras, y golpeando su copa sobre la de su

gefe, bebió.

—Vamos, Roberto, á ordenar el trasbordo; dijo Drake

levantándose y poniéndose su gorra. —Vamos, milord. ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. 101

Y ambos salieron de la cámara.

Al costado derecho del Pelícano flotaba una hermosa lancha, á la que Drake bajó mientras que Henderson iba

á tomar su asiento en la que lo habia traido.

Cuando Drake subió al navio capturado, arrugó de un modo formidable las cejas, pusotorba y feroz la mirada, y ordenó que se emprendiese el trasbordo con todas las lanchas y los botes délos tres buques.

Dejando á Henderson encargado de la inspección inme^ diata del trabajo, bajó á la cámara y entró sin saludar á

nadie.

—Señor Pérez! dijo encarando con imperio á don Fe-

lipe, (que lo miró sorprendido al oirse llamar por su

nombre) el caudal que veniais custodiando se trasborda

en este momento á mi buque.

—Desde que lo hacéis á fuer de salteador, yo no lo

puedo impedir.

—Pero como os voy á echar á tierra en la primera

costa en que toquemos, es necesario que veáis lo que os

tomo para que os pueda documentar en regla.

Estas palabras produjeron una revolución súbita en la

cara del anciano, que dijo con un visible interés-.

—¿Lo decís formalmente? 102 LA NOVIA DEL HEREJE

—¿Y porqué no?.. ..pudiera tocar mañana á algún

navio de vuestro amo, la fortuna de apresar alguno de los buques del rico Drake; y yo soy amigo de ofrecer revancha á mis enemigos; entonces presentarlas vues-

tra letra, y. . . . .

—Id en hora mala! y jugad con el diablo, si os place!

—Desconfiáis del poder de vuestro amo, para ester- minar á un pobre pirata como yo?

Don Felipe que habia vuelto á tomar su gesto torbo, no respondió.

—Mirad, anciano! le dijo Drake —reflexiono ahora

que es muy probable que todo el caudal que llevaba este

buque no fuese de solo tu rey: quizá habia alguna parte

vuestra y de vuestros amigos los comerciantes de Lima-.

estoes natural al menos-, y os voy á documentar por ei

doble de lo vuestro, y por lo que fuere de vuestros ami-

gos. Supongo que con un documento de mi puño y le-

tra os bastará para que se os indemnice de lo que habéis

sufrido en servicio de vuestro amo.

La fisonomía de don Felipe cambiaba de mas en mas.

La duda, el contento y la esperanza se disputaban el

hogar de sus miradas.

—Ya veréis qué certificados os doy! añadió Drake; y '

ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. 403 fingiendo al momento una resolución repentina hizo ademan de subirse á la cubierta.

—Esperad! le dijo con anhelo don Felipe.

Pero Drake se habia subido ya; y no pudiendo conte- ner el anciano su inquietud, lo siguió también dejando á su familia, con la esperanza de que Drake adelantase al- go mas la benigna generosidad de que parecia animado.

Drake estaba ya al lado de Henderson cuando don Fe- lipe le alcanzó.

—Decidme (le dijo este tomándole del brazo) ya que robáis tanto á mi rey, ¿porqué me robáis á mi también?

—¿Yo os robo? le dijo Drake mirándolo de arriba á

bajo. .

— Si me quitáis mi dinero, me robáis!

—¿Es acaso vuestro lo que sacáis al mar con la ban- dera de mi enemigo, del queme robó inicuamente sin riesgo ni razón? Podéis contar como vuestro lo que quitamos de vuestro rey á riesgo de nuestra vida, y con el derecho que nos dá la ley de las represalias? Por qué no os proteje él mejor de lo que veis?

Henderson habia escuchado con interés pero en si- lencio hasta entonces; tomando empero parte en la dis- cusión, dijo dirigiéndose á sugefe: .

104 LA NOVIA DEL HEREJE

^Milord! ¿tratáis de algún dinero perteneciente á este anciano?

—Él al menos se empeña, como veis, en salvarlo que dice que le pertenece, le respondió Drake.

—Pues, milord! (dijo Henderson levantando con no- bleza su cabeza) haced que ese dinero caiga en la parte de botin que á mí me toque, y devolvedlo porque yo re^ nuncio á él! ^Roberto!

—Si obrando así, estoy en mi derecho, dejadme ha- cer ámi antojo.

Drake calló, y volviéndose á don Felipe le dijo: —Ya veis, anciano, que para todo esto tenemos que

arreglar nuestras cuentas.

—Fácil es hacerlo pronto por los libros: todo está asentado en regla; os los voy á mostrar, dijo don Felipe

con rapidez.

—No tengo tiempo. Venid conmigo si queréis. ..

¿os espero? le dijo Drake haciendo ademan de bajar á su lancha.

Don Felipe no se hizo repetir dos veces la indicación; bajó presuroso á la Cámara, recogió todos sus libros, y salió cubriéndose la cabeza, cuando Drake tomaba asien- ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. 105 to ya á la popa de su lancha; la que así que bajó aquel, se separó del casco del San Juan en dirección al Pelícano.

El pirata inglés no era, en cuanto á bienes terrenales, de la misma escuela que el caballero é inesperto Hen- derson. No era pues liviana la tarea que el viejo español habia emprendido al consentir en debatir con él sus cuen- tas y las del comercio de Lima, Drake, ademas, tenia un interés positivo en llevarse á su bordo á don Felipe; porque este hombre era depositario por su empleo de una gran parte de las operaciones comerciales y fiscales del

Perú, de lo que el inglés pensaba aprovecharse sonsa- cándole diestramente los datos de que necesitaba para combinar sus futuras correrías.

De todos modos, nosotros vamos á retirar nuestra atención del Pelícano. Un debate sobre cuentas es de suyo demasiado anti-novelesco en este siglo, para que podamos pensar en que sus detalles interesen á alguno de nuestros lectores. En la novela, como en la histo- ria, el interés dramático délos sucesos es naturalmente viagero y emigrante; y doñaMaria acaba de ser trasbor-

dada con el resto de su familia á la agilísima goleta que

manda Henderson, blanco por ahora de todo nuestro drama. 106 LA NOVIA DEL HEREJE

Cuando concluyó el trasbordo de los zurrones de on- zas de oro y de pesos fuertes que constituían el carga- mento del San Juan, era ya de noche. Un viento recio que aumentaba por instantes, iba sucediendo ala bonanza que habia reinado por dos dias en j^aquellos pa-

rages, cuando el buque de Drake hizo la señal de ponerse

á la vela con rumbo al Golfo Darieno y costas del Istmo.

El casco del San Juan habia sido incendiado por los

marineros de la última lancha que se habia separado de

su costado; y en muy pocos instantes el fuego habia cre-

cido á términos que parecían subir hasta el cielo las vo-

races llamaradas que vomitaba el sombrío esqueleto del

navio.

El rumor colérico con que empezaban á agitarse las

aguas del Océano parecía venir como un rugido sordo

desde todos los horizontes alumbrados por el reflejo san-

guinolento del incendio.

Arrebatados entretanto por la fuerza del viento los

buques del herege, como dos blancas gaviotas, se aleja-

ban del trofeo ardiente de su victoria: silenciosos y re-

sueltos, como las aves de la noche, se les veía correr

sobre las aguas cual si llevasen la intención de hundirse

en las tinieblas impenetrables del horizonte. ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. 107

Drake se paseaba solitario y pensativo por el alcázar de su buque: su cabeza parecía inclinada por la grande- za de los proyectos que meditaba: se habia propuesto volver á Inglaterra por los mares de la China y de la

India.

Sin mas testigo de la audacia de sus miras que las ti- nieblas de la noche, brillábanle los ojos y se grababa en su semblante la intensa concentración de las potencias

que denota los grandes momentos de la actividad del alma: el mundo entero parecia concretado bajo la mira- da del célebre marino mientras que los golpes del viento hacian ondular las plumas de su gorra y flamear sus lar- gos cabellos.

El interés que inspiran los grandes hombres y las grandes empresas es un patrimonio de todos; y bajo ese punto de vista, que debe ser un dogma para el es-

critor de conciencia, seria un atentado de parte del no- velista adulterar el contenido deesa preciosa herencia

de la humanidad. Por lo que á mí hace puedo jurar á

mis lectores que he seguido paso á paso la historia de los acontecimientos que forma el fondo de mi trabajo.

No es una invención mia, nó, el orden de los sucesos

que se ha leido: y ese mismo Henderson cuya gentil fi- '

108 LA NOVIA DEL HEREJE gura está destinada á concentrar todo el interés nove- lesco de este escrito, se halla muy lejos de ser una mera ficción de mi fantasía.

1 Hablando de la empresa de Drako dicG uno d(3 los muchos biógra- fos en la Penny Cyclopedia. "Entre la gente que se embarcó con Drake '"Igentlemen and sailorsj habia variosjóvenes de las mas nobles familias

"de Inglaterra, que lo acompañaron movidos, no solo por la esperanza

"de botín, sino para instruirse en el arte de la navegación . Hicieron

"un inmen?o botín atacando y saqueando las costai de Chile y de 1 Perú "y apresando entre muchos otros el célebre galeón llamado: "El Caga- "fuego", rícamante cargado con caudales.' Henderson era uno de es- tos jóvenes, como después se verá. CAPÍTULO VIL

DESDE LOS TIEMPOS DE HOMERO Y DE VIRGILIO ES COSTUMBRE ENTRE LOS POETAS SERVIRSE DE LAS ESTRELLAS Y DE LAS TORMENTAS PARA ENREDAR LOS PLEITOS DE AMOR.

Doña Mencia, la buena muger de don Felipe Pérez y

Gonzalvo, estaba en una cruel alarma al verse separada de su marido. La imaginación le inspiraba los mas ridiculos temores; y no sabiendo como tener á raya su duelo, se abandonaba á los lamentos con tal estremo que traia no poco conturbado al pobre Henderson. Era en valde que el joven no cesase de hacerle las mas solemnes protestas de quietud: le aseguraba con su vida que don

Felipe estaba perfectamente bueno y tranquilo en el

Pelícano, pero nada conseguía porque doña Mencia llo- raba á su marido como muerto-, su hija creia en las pa- lio LA NOVIA DEL HEHEJE labras de llenderson; mas como veia tan afligida á su madre, lloraba también sin consuelo.

El estado del mar no permitía echar bote al agua.

Habla ademas cierta prisa intencional en la marcha del almirante; y las ocurrencias futuras van á justificar, se- gún creo, la sagacidad que él^ probaba al conducirse así. •

llenderson pasó en una grande mortificación la pri- mera noche de este crucero; así es que al día siguiente decidió ponerse al habla con el Pelícano para que do-

ña Mencia viese á su marido y pudiese asi resignarse á esta separación accidental.

Gomo Henderson estaba ya profundamente picado de su joven prisionera, nada deseaba menos que la oca- sión de separarse de ella. Las auras del mar son como las de los campos, y avivan de una manera extraordi- naria las impresiones del amor. El joven inglés no po- día resignarse á la idea de volver á verse solo dentro de su buque después de haberlo tenido alumbrado por el bellísimo rostro de la limeña. Seguro de que el mar no permitía trasbordos, y resuelto á mantenerse á dies- tras distancias en lo sucesivo para detentar su adquisi- ción, creyó que lo mejor era aprovechar del momento ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. 111 para tranquilizar á las damas: y con esa mira mandó hacer señales, que luego fueron comprendidas de su

El Pelícano manejó su marcha en consecuencia, para que la Isabel pudiese pasar á diez varas de su popa. - v -^ : .'_:

Doña Meacia y su hija vieron pues á don Felipe para- do en el alcázar del Pelícano con un semblante tran- quilo y libre de toda preocupación. Drake, á quien el cielo habia adornado de una galantería esquisita, puso afablemente una de sus manos sobre el hombro del vie- jo, y saludando con la otra á las señoras, les gritó con una voz sólida y vigorosa,

—Ya somos buenos amigos 1

El viejo español inclinó la cabeza en señal de asenti- miento, pero era clara la soberbia reserva en que dejaba

sus verdaderas simpatías por el nuevo amigo.

Los dos buques entretanto, pasada esta breve cerca- nía, apartaban ya su marcha, y alzados ó hundidos al- ternativamente por las continuas olas del mar, volvían

á tomar sus respectivas líneas como dos ballenas que

hacen silenciosas su camino.

Un momento bastó para que la reacción se produjera Mi LA NOVIA DEL HEREJE en el alma candorosa de la buena vieja. Apesar del ma- reo que la aquejaba, el gozo de haber visto contento y li- bre á su marido se sobrepuso á todo, y hasta sintió ape- tito de comer, por primera vez después que se habia embarcado. Henderson tuvo para con ella tantas y tan delicadas atenciones, que la buena señora (que al fin era muger é inclinada como lo son todas á la fé y á la benevolencia) empezó á dejarse ganar de cierta espe- cie de afecto por aquel ingles tan caballero.

Don Felipe tenia en efecto grandes motivos para estar satisfecho de Drake. No solo el herege lo habia docu- mentado en regla por toda la partida de barras que le habia tomado, sino que le habia asegurado el reembolso délas que á él le correspondían. Le habia hecho tam- bién la oferta formal de ponerlo en tierra en la primera ocasión, ó de trasbordarlo cuando menos al primer bu- que español que apresasen, dándole un salvo conducto que pudiera servirle de garantía en caso de un nuevo encuentro con la Escuna que cruzaba separada del almi- rante. Don Felipe no se habia hecho repetir dos veces estas ofertas, y tenia ya en su cartera todos los documen- tos relativos á su realización.

Drake le habia dicho que si la ocasión del trasbordo ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. |^ 113

era oportuna le entregaría los metales que lej debían ser devueltos para que los llevase consigo. Pero el viejo era demasiado astuto para aceptar sin maduro examen seme- jante liberalidad; si la aceptaba, observó, quedarla un tan- to comprometido con su rey y sus comitentes, pues era de inspirar dudas, y tal vez era mas que peligroso, re- gresar con lo suyo salvado, y lo ageno perdido. Convi- nieron pues, en que Drake pondría reservadamente en

Cádiz esos fondos sobre la casa genovesa Domingo Jor- dán Oneto y Compañía,' que como se verá mas adelan- te jugaba un rol extraordinario en los negocios de Amé- rica.

Don Felipe pensaba que con toda libertad de conciencia podia entrar en esta intriga cuyo único objeto era recibir lo restituido; pero no podia al mismo tiempo arrojar de su espíritu las vagas tribulaciones que se le venían de que si era descubierto el negocio, fuese desnaturalizado por la calumnia, y le trajese malas consecuencias. Preo- cupado y temeroso con estas dudas, las consultaba á ca- da instantante con Drake, estableciéndose así una ver- dadera confidencia entre ambos. Drake lo dejaba libre

1. Esta casa cuya razón social existe hoy en Cádiz, cuenta con 300 años de vida mercantil. 9 Ili LA NOVIA DEL HERKJE en el alma candorosa de la buena vieja. Apesar del ma- reo que la aquejaba, el gozo de haber visto contento y li- bre á su marido se sobrepuso á todo, y hasta sintió ape- tito de comer, por primera vez después. que se habia embarcado. Henderson tuvo para con ella tantas y tan delicadas atenciones, que la buena señora (que al fin era muger é inclinada como lo son todas á la fé y á la benevolencia) empezó á dejarse ganar de cierta espe- cie de afecto por aquel ingles tan caballero.

Don Felipe tenia en efecto grandes motivos para estar satisfecho de Drake. No solo el herege lo habia docu- mentado en regla por toda la partida de barras que le habia tomado, sino que le habia asegurado el reembolso délas que á él le correspondian. Le habia hecho tam- bién la oferta formal de ponerlo en tierra en la primera ocasión, ó de trasbordarlo cuando menos al primer bu- que español que apresasen, dándole un salvo conducto que pudiera servirle de garantía en caso de un nuevo encuentro con la Escuna que cruzaba separada del almi- rante. Don Felipe no se habia hecho repetir dos veces estas ofertas, y tenia ya en su cartera todos los documen- tos relativos á su realización.

Drake le habia dicho que si la ocasión del trasbordo ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. 113 era oportuna le entregaría los metales que le debían ser devueltos para que los llevase consigo. Pero el viejo era demasiado astuto para aceptar sin maduro examen seme- jante liberalidad; si la aceptaba, observó, quedaría un tan- to comprometido con su rey y sus comitentes, pues era de inspirar dudas, y tal vez era mas que peligroso, re- gresar con lo suyo salvado, y lo ageno perdido. Convi- nieron pues, en que Drake pondría reservadamente en

Cádiz esos fondos sobre la casa genovesa Domingo Jor- dán Oneto y Compañía,' que como se verá mas adelan- te jugaba un rol extraordinario en los negocios de Amé- rica.

Don Felipe pensaba que con toda libertad de conciencia podía entrar en esta intriga cuyo único objeto era recibir lo restituido; pero no podía al mismo tiempo arrojar de su espíritu las vagas tribulaciones que se le venían de que si era descubierto el negocio, fuese desnaturalizado por la calumnia, y le trajese malas consecuencias. Preo- cupado y temeroso con estas dudas, las consultaba á ca- da ínstantante con Drake, estableciéndose así una ver- dadera confidencia entre ambos. Drake lo dejaba libre

1. Esta casa cuya ra/.on social existe hoy en Cádiz, cuenta con 300 años de vida mercantil. •Mi LA NOVIA DKL HKREJt siempre para que eligiera lo que le pareciese mejor ase- gurándole que podia contar con la lealtad de sus ami- gos de Cádiz. Don Felipe se ratificaba con esto en el ar- reglo, pero volvia á cavilar sobre las consecuencias, y volvia á necesitar, para tranquilizarse, del consejo y de las palabras aquietantes de Drake; por cuya causa estaba

mas satisfecho de ir con él, que lejos de él.

Tres á cuatro dias pasaron sin que hubiese habido va-

riación visible en el orden de cosas que hemos pintado

dentro de cada uno de los dos buques ingleses.

Mas no habia sido lo mismo para el corazón de doña

María. Desde los primeros instantes de su conocimiento

con Henderson, habia notado ella la pertinacia de las

miradas con que este la perseguía. Esas miradas venian

sobre ella con una fuerza inesplicable: la herian, la pe-

netraban, la hacían enrojecer como si tocasen ardientes

la delicada niña de sus ojos. En el principio ella las ha-

bía esquivado bajando tímida y modestamente sus bellí-

simos párpados; pero aguijoneada por la curiosidad, mo-

vida por una emoción interna mas fuerte que su volun- tad, habia cedido á cada instante al deseo de sondar

aquel misterio, y habia encontrado siempre el ojo está- tico y fascinante del ingles, clavado sobre sus pupilas ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. 415 vacilantes. Era asi como habian concluido por mirarse uno y otro á cada instante.

Era suma la turbación que este drama mudo causaba en doña María. No podia ella negarse que estaba domi- nada é inquieta; mil cavilaciones vagas y singulares la asaltaban sin cesar, y las horas mismas del sueño habian venido á ceder su imperio á las agitaciones de aquella persecución tan tenaz y tan tierna al mismo tiempo. Sin que lo hubiese podido remediar habia venido á estable- cerse entre ella y Henderson una especie de inteligencia acordada por el lenguage supremo de los ojos.

Juana se habia apercibido muy pronto con su sagaci- dad ordinaria, de esta nueva situación de su señorita; y espiaba con anhelo un momento en que la madre durmie- ra para promover conversación sobre el asunto. No tar- dó en tenerla, y acercándose al camarote en que doña

Maria cavilaba, le dio un beso en las mejillas, y le dijo

á media VOZ:

—Con que tenemos grandes cosas?

—Grandes cosas? Cuales?

—Le parece que soy tonta?

—Bien seque no lo eres, Juana.

—Y por qué me lo quiere usted negar entonces? i 16 LA ^OVIA DEL llEHEJE

—Y qué te quiero yo negar, muger?

—Bien lo sabe usted! .... ¡No está enamorado de usted el inglesito?

—¿Te ha parecido asi deveras? preguntó doña María con Ínteres.

— ¡Vaya si me ha parecido! .... y tenga usted cuidado, porque don Antonio lo ha notado mejor que yó.

—Qué me Importa á mí de don Antonio!

—¿Como? .... eso quiere decir mucho! á decirle la ver- dad: me ha parecido que usted estaba tan enamorada de don Roberto, como don Roberto de usted, y de veras que los dos son un par de ángeles, agregó la zamba dando un nuevo beso á su señorita.

— Calla, muger! me dejas fria hablando asi; respondió la niña un tanto confundida.

—Mire eso! ¿y qué tiene?

— Tiene mucho, Juana. ¿Te parece que el señor

Henderson se habla de poner á quererme á mi?

— Y qué mas puede querer? muy honrado se hallaría en eso; apuesto á que en su vida ha visto una niña mas linda que su merced; le decía la zamba pasán- dole la mano sobre el cabello. ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. 117

—No delires, Juana!. .. .¡Me pacece que tiene mas

orgullo!

—Qué! . . . .cuando el pobre está allí todo el dia como

un tonto por mirarla á usted un momento!

— Querrá divertirse, hija. Ya ves que aquí no es es-

traño que se fije en mí desde que no tiene otras en quie-

nes fijarse.

— Usted misma no lo cree así; y estoy cierta que gusta usted de él; se le conoce á usted por encima de la ropa: ya le he dicho á usted que no soy tonta: déjese usted de

gazmoñerías conmigo, ¡ ingrata !

—Mira, Juana, no te lo quiero negar. Estoy pensati- va y muy inquieta con ese tesón que el señor Henderson tiene para buscar mis ojos. Hace días que no duermo, porque tengo dentro de mi alma un vacio, una cosa ines-

plicable. ¡ Tiene una figura tan bella ! unos modales tan delicados ! . . . . Deveras, hija, no sé lo que me pasa! y estoy en una cruel ansiedad sin que sepa por qué ni lo que quiero.

—Pero todo eso no es mas que amor, niña !

—No seas mala, Juana!. ... en vez de consolarme me matas: dijo la niña con tristeza.

—Y por qué, señorita?. ... ya verá usted cuando él —

118 LA NOVIA DEL HEREJE se esplique. Estoy tan cierta de que está loco por usted como de que estoy aquí.

Doña Maria se quedó en silencio, y como cavilosa: después de un rato, dijo-.

—Suponte que sea cierto ¿ qué barias tú ?

—Pues es buena la pregunta ! . . . . Eso se lo debe preguntar usted á este corazón; respondió la zamba po- niendo su palma de la mano en el pecho de la niña.

I Vamos, corazón I dijo con donaire, ¿gustas de que te

quiera? sí ó nó ?. . . . Dice que sí, señorita.

—Déjame, loca ! , . . . te juro que cuando pienso en es- to con calma me lleno de tristeza. Es imposible que

me quiera 1 Querrá divertirse ó pasar el tiempo.

—Es cierto que pensándolo bien (dijo Juana reflexio- nando) no puede ser de otro modo. Pero á su merced,

¿ qué le importa eso ?. . . . Es sabido que él, al fin, se ha de ir á su tierra y nosotros á Lima; pero mientras tanto, habrá tenido usted á sus órdenes un Lord de Inglaterra; y después habrá siempre tiempo para casarse con don

Antonio.

—Eso nó, Juana ! dijo con viveza doña Maria; mas

bien me baria monja !

—Y por qué ? No hace mucho que usted me decia ! !

o LA INQUISICIÓN DE LIMA. 119 que don Antonio no le inspiraba á usted repugnancia.

—Pero ahora me la inspira invencible ! y no me ca- saré nunca con él; te lo juro.

—No tiene usted necesidad de jurarlo. Bien sé que us- ted es hija de su padre cuando quiere.

—No me hables mas de eso, Juana ^

—Sí, hablemos del señor Henderson.

—Mira, que eres porfiada !. . . . solo en tu aprensión puede caber ese interés, que según tú, tiene él por mí.

—No, niña. ... no es aprensión, está enamorado de su merced.

—Y qué barias tú en mi caso ?

—Si yo fuese su merced (dijo Juana con un candor lleno de lealtad) no podria menos que amar á ese her-

moso caballero I . . . . Es tan lindo y tan gallardo

Doña María le apretó la mano con una sonrisa celes-

tial, y pareció absorta en una profunda cavilación; des-

pués de un rato, dijo-.

! quería, — ¡ Juana si te dijera que no lo mi corazón

me diría que mentía; pero mis labios se niegan al mis-

mo tiempo á asegurarte que lo quiero.

—Pues es curioso ! Ahí tiene usted un enredo que no

comprendo. .

120 LA NOVIA DEL HEREJE

—Y sin embargo, es la verdad.

— ¿ Y por qué no dice usted lo que el corazón le dicta ?

—Porque no puedo; no puedo, ni sé si me dice la ver- dad.

— Qué ! el corazón nunca miente.

—Te engañas ! á mí ya me ha mentido varias ve- ces. ..

—Picarona ! Don Manuelito ¿ eh ?

—No me pongas triste, Juana! Mira, si el Hen-

derson me quisiera. . . .por lo que hace á mí no puedo ne- garte que no he conocido un hombre que me guste mas.

—Se le conoce á usted á leguas.

Estaban á esta altura de su conferencia, cuando sa- liendo un tanto doña Mencia del letargo que la postraba, pidió un vaso de agua. Juana se la alcanzó con presteza; y luego que la buena señora hubo bebido dijo con un pro- fundo desfallecimiento:

— Qué horrible es esto ! tengo unas ansias de muerte.

—Ah, mamita, por Dios ! le dijo la hija con un veraz y tierno interés. ¿Por qué no sube usted un poco al ai-

re ? Haga usted un esfuerzo I dicen que la cama debilita, y que el aire libre es lo mejor para restablecerse. Yo también me siento muy mal aquí, tan encerrada! .

ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. 121

Juana, que estaba de pié delante del camarote de doña

Mencia, le hizo una picaresca guiñada a la señorita al oirle esta indicación. Pero doña María se puso seria co-

mo si se hubiese ofendido con esta interpretación escép- tica, de sus sinceras palabras.

—Es imposible, hija ! dijo doña Mencia; no puedo

moverme. Cada vez es mas fuerte el movimiento. . .

Vamos de mal en peor!

—Voy á ver, mamita, si pueden sacarla á usted un

poco en un sillón. ... Un poco de aire la vá á sanar.

Y la niña, ligera como una cierva salió al piso de la cá-

mara y subió á la cubierta.

Henderson se paseaba en este momento sobre su bu-

que con el aplomo de un marino. Doña Maria que al sa-

lir prendida por la escalera de la cámara lo vió| le dijo

con viveza: ^

—Señor Henderson l Señor Henderson ! mi mami-

la ....

Pero sin poder calcular bien las oscilaciones de la na-

ve, habia soltado su apoyo al salir, y un balance fuerte

vino á hacerle perder todo su equilibrio. Henderson, que

la habia visto llamándolo, venía lleno de gozo á recibirla;

pero al verla en riesgo de caer tuvo tiempo apenas para 122 LA NOVIA DEL UEHEJE

dar dos brincos y tomarla por la cintura entre sus bra-

zos, en el momento mismo en que la bella niña, arroja-

da por el movimiento que causaban las olas del mar, iba

á golpearse horriblemente sobre la borda del buque.

Algo de muy tierno y espresivo debió tener el apoyo

que ella encontró entre los brazos del joven inglés, pues

se puso encendida como una grana: quiso esquivarse con presteza, pero viendo que no podia sostenerse; retroce- dió apoyada siempre en el hombro de Henderson hasta el banco de popa donde se sentó confundida.

Un aire singular de satisfacción y contento iluminaba

en aquel momento el semblante del marino; y con una

sonrisa llena de gracia, dijo al dejar sentada en el banco

á doña María.

—Pensaba hace un momento en usted, señorita, sin

creer que el cielo había de colmar tan pronto mis espe-

ranzas.

—No comprendo, señor Henderson, lo que usted

quiere decirme Le agradecería á usted infinito que

me dejase retirarme.

—Sé muy bien. Mariquita, que tienen que ser muy

breves estos instantes de dicha suprema para mí ,

Pero permítame usted que los aproveche por lo mismo . ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. 123

Mi corazón se rasgaría si me viese condenado por mas tiempo á amar á usted en silencio.

—Ah, señor ! .... yo quiero bajarme al lado de mi mamita; (dijo doña Maria agitada por una viva emoción)

... .No puedo dar oido á esas palabras! Hizo la niña ade- man de levantarse; pero el movimiento del buque le im- pidió realizarlo.

—Sin embargo (dijo Henderson tomando un aire lleno de lealtad) le juro á usted por Dios, que amo á usted con toda la pureza de mi alma, y que mi vida seria un de- sierto si estuviese condenado á verla correr sin us- ted

Doña Maria se quedó callada.

—Nada me responde usted ? le dijo Henderson.

—Si usted supiera lo que sufro! le respondió la niña con una mirada angelical, me libraría usted de este martirio.

—Señorita! lo sé: no puede prolongarse por mas tiempo este momento celestial. Pero no puedo consentir

en perderlo sin jurarle á usted un amor eterno ! Y al de- círselo puso los labios sobre la mano de la joven.

—Es usted un atrevido i le dijo esta con enfado; al mismo tiempo que la lindísima lágrima del pudor empe- zaba á pender de sus párpados. 12't LA NOVIA DEL HEUKJE

— Nó! soy franco, soy sincero: obedezco á los impul- sos de mi alma como los siento; y le juro á usted que por nada en este mundo cambiarla la verdad de la pasión con que amo á usted: ella es mi bien y mi porvenir.

Crea usted lo que quiera; pero esté usted cierta de que ha de venir un dia en que ha de reconocer usted que cuando yo juro algo por mi honor, lo cumplo: por mi honor le juro á usted ahora que amo á usted con toda la lealtad de un corazón que no ha mentido nunca. Mire usted, ahí está el abismo, señalando al mar: sobre que paso mi vida. ¡Bien, pues! á dos pasos de la muerte, y en la flor de la edad, le juro á usted que no miento: que

la amo á usted con delirio. . . .¿Quiere usted, retirarse,

señorita? agregó llenderson tomando una actitud tran-

quila y triste.

—Temo que mamita estrañe mi ausencia Tenga

usted la bondad de ayudarme bástala escala.

—Tome usted mi brazo, Mariquita: al lado de él hay

un corazón que latirá siempre por usted: hay impresio-

nes que jamás se pierden, y las que usted me deja serán

eternas!

Llegaban con esto á la escalera; y haciendo llen-

derson un leve esfuerzo para contener la prisa que la ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. 125 niña poniaen descender, le dijo con una mirada de pro- funda ternura:

—Las que usted me deja serán eternas I No lo ol- vidará usted?

Doña María con los ojos en el suelo tendia á separar- se para bajar, pero Ilenderson sin retenerla la retenia y le repetía: ¿No lo olvidará usted?

La niña medio confusa le dijo entre dientes: nó!

—Bien puesl mire usted esa estrella que empieza á brillar á la caida de la tarde: vea usted los nubarrones que pasan sobre ella arrastrados por el viento de la bor- rasca, un momento después queda limpia y brillante co- mo antes: es el planeta Venus; es la estrella de los aman- tes: que jamás la vuelva usted á mirar sin que sea para usted un testigo de mi amor. Mil accidentes pueden alejarme de usted; pero piense usted siempre que en cualquier parte del mundo en que me halle; he de buscar en el horizonte esa estrella para unir sobre su luz mis miradas á las miradas de usted! y Henderson le soltó la mano que hasta entonces habia estrechado con ternura.

Doña María bajó con rapidez. C(>mo su madre esta- ba en un ansiosísimo letargo, no pudo reparar que la hija traía encendida la cara y los ojos tan brillantes como 126 LA NOVIA DEL HEREJE si estuvieran para caer lágrimas de ellos. Juana bien lo notó; pero siguió seria y callada delante del camarote de la señora.

« Un rato después apareció en la cámara el stewart de

Henderson diciendo que su señor pedia permiso á la se-

ñora para verla. Le fué acordado. Guando el joven

Lord entró, doña María se habia recogido á su camarote

y habia corrido las cortinas porque se sentia incapaz de

sostener la presencia de su pretendiente.

Henderson se acercó al camarote de la madre con una

esquisita urbanidad.

—Señora mia, le dijo, tenga usted la bondad de cederá

mis súplicas: lo que yo quiero dar á usted no es remedio;

es una bebida simple, de un gusto escelente, y que estoy

cierto dará á usted una mejoría muy notable.

—Yo lo baria, señor; pero me parece imposible

que pueda tomar nada. . . .estoy muerta. . . .

—Señora: bastarla que usted quisiera, tengo esperien-

cia de la eficacia del remedio que ofrezco á usted. Lo

voy á preparar; —después que usted lo tome sevá usted

á encontrar tan mejor que ha de decir que es brujería de

herejes; agregó el joven riendo con amabilidad.

La señora correspondió con una leve sonrisa. ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. 127

Henderson sacó entonces dos frasquitos, y de uno de

ellos llenó la mitad de una copa.

—Tome usted la copa, señora; téngala usted pronta

para beber, porque luego que yo agregue un poco de es-

te otro frasquito, Yá á levantarse como espuma, y es el momento de que usted beba con presteza: ¿ lo hará us-

ted?

—Sí, señor: respondió la señora.

En efecto: luego que Henderson agregó el líquido que

tenia en la mano al agua cristalina que se veia en la co-

pa que tenia la señora, bullió esta como si hirviera; y

doña Mencia la bebió.

—Estoy tranquilo ! ahora vá usted á mejorarse.

Un momento después convenia la señora en que las

ansias del estómago habían desaparecido; y como Hen-

derson le hubiera dicho que podía repetir por dos ó

tres veces la bebida, lo había hecho reponiéndose de mas en mas.

—Siento, la dijo Henderson, que el viento haya ar-

reciado, y que sea de noche; porque á no ser eso, le ro-

garía á usted que diese algunos pasos al aire para com-

pletar su mejoría.

Después de haberle hablado sobre otras cosas con el 128 LA ?sOTIA DEL HEREJE mismo tono de urbanidad y respeto, de haberle dicho que era de esperar que pronto pudiesen bajar á tierra, según lo habiaoido al almirante, y de haberla consolado sobre las contrariedades de la situación á que las forza- ba la suerte, el joven inglés se retiró protestándole ala señora una constante amistad; y diciéndole que le hacia recordará su madre, una santa y digna muger que ha- bla dejado ya de existir.

Estas astucias inocentes del buen trato, hablan cap- tado á Henderson los simpáticos sentimientos de la se-

ñora. No cesaba ella de lamentarse de que aquel cum- plido caballero fuera un hereje, y rogaba fervorosamen- te á Dios que lo convirtiera al buen camino antes de lla- marlo á su excelsa presencia.

Don Antonio venia una vez por dia á la cámara de las señoras. Oia, veia y callaba, con una impasibilidad ejemplar. Vi .,^ ^.

^'* "' ' 'f^S^. ^

-i-''- -^ -«^^ CAPÍTULO VIII. *

^^.r- IR POR LANA Y SALIR TRASQUILADO.

No bien se recobraron los limeños del pánico en que los habia echado la rápida aparición de Drake, cuando volviendo en sí sintieron la vergüenza de haberse deja- do insultar así por un aventurero que apenas tenia tres buquecillos pequeños, siendo ellos dueños de una po- blación rica y numerosa. Don Francisco de Toledo, el primero, animado del altivo temple de los Duques de Osu- na, y uno délos grandes mas distinguidos de España, se creia deshonrado con lo que habia sucedido, y hubiera dado cien vidas por castigar al maldito hereje que habia venido á echar dudas sobre su sangre fria y su poder.

Hallábase á la sazón en Lima don Pedro Sarmiento de 10 ,. 130 LA NOVIA DEL HEREJE ,

Gamboa, que era uno de los marinos mas distinguidos

y mas célebres del siglo. ' Animado de un ardoroso co- rage dedicó todos sus empeños á conseguir que se per- trechasen tres buques de los que Drake con su prisa de correr sobre el San Juan, habia dejado sin tocar en el puerto. ^: , 3; .

Sarmiento aseguraba que con ellos se lanzaría sobre el pirata y lo traerla vivo ó muerto á espiar su audacia en la plaza mayor de Lima.

Dotado de todas las exterioridades del ingenio; locuaz y entusiasta por temperamento, animado por aquel vi- gor indefinible que sostiene las resoluciones y las pala- bras délos hombres de genio y de saber. Sarmiento ha- bia agrupado á su alrededor en aquellos momentos de agitación, en que todos anhelábanla venganza, el áni- mo y el apoyo de cuantos personages habia en Lima ca- paces de egercer algún influjo en los negocios. Cada uno habia puesto en sus manos todos los recursos de que habia podido disponer; el virey el primero: así es que, tres días después del de la sorpresa realizada por

1. "In eminent Spanísh officcr'" — dice su rival Lord Ralcigh, que lo conoeió p.ersonal mente, en sus Memorias publicadas por Tyller Edim- burgh Cabinet Library N. = XT. ^M, Ó LA HíiifilSICION DE LIMA. 131

Drake, don Pedro Sarmiento saliadel puerto del Callao haciendo flotar el pendón de España en tres hermosos bergantines pertrechados á la ligera, pero atestados de bravos soldados que juraban todos, como su jefe, no

Tolver sin el pirata. ^ Una multitud inmensa de gentes que habia acudido de todas partes á la ribera, saludaba la partida de Sar- miento con grandes y bulliciosas demostraciones de en- tusiasmo y de confianza.

Estaban ya próximas á desaparecer en el horizonte las blancas velas del vengador del orgullo castellano, cuando por el lado de tierra se sintió un gran bullicio de clarines y atambores, que cambió el espectáculo para la multitud de curiosos que de todas partes seguia aflu- yendo al puerto del Callao, que contaba entonces con solo unas pocas chozas de población: —era el altivo Vir- rey de Lima, que venia á acamparse en el puerto á la cabeza del numeroso ejército que habia reunido.

Difícil seria decir el objeto sensato de semejante de- mostración contra los tres buquecillos del herege que de cierto no habian de volver ádar batalla. Pero, sea de esto lo que fuere, el hecho es que la satisfacción pública y el orgullo nacional habian subido de punto al ver los 132 LA NOVIA ÜEL :^|EREJE *

poderosos recursos, del Vireynato para impedir la re-

petición de insolencias como la de Drake.

Mas de dos mil hombres de á caballo, y como mil de

infantería bajaban ahora al puerto y se acampaban en sus

inmediaciones á las órdenes del de Osuna. * I

Pintoresco en sumo grado era aquel campamento; pe-

ro no amenazaba tanto á Drake como los quinientos

soldados que bajo las órdenes de Sarmiento volaban so-

bre él decididos á abordarlo átoda costa pues que no ha-

blan tenido tiempo de pensar en preparar sus buques

aun combate menos espuesto. -I

No pasaron muchas horas sin que el campamento del

Virey tomase todos los accidentes de la sociedad de Li-

ma. Los balancines y las literas se cruzaban en él visi-

tando á los opulentos empleados y rentistas del dia antes,

convertidos ahora en coroneles y edecanes. Tendidas

por el campo las comparsas, luego que cesó el ruido de

los clarines, se entregaban á la fiesta y al regocijo. Un

enjambre de zambos y mestizos de todos colores, de-

sembarazados y tunantes, recorría por todo aquello ven-

diendo comestibles y amasijos de todas clases con una

alboroto particular. . gritería y

1. López Yaz; Colcctioii de Hakhigt. vol lll p. 79L'. ó LA INmjISICIO?í DE LIMA. 133

Los grupos de oficiales y gentes nobles saboreaban en

unas partes los sabrosos manjares al lado de las bellas

que los visitaban; y en otras la vihuela garbosamente

rasgueada sobre sus cuerdas al mismo tiempo que tam-

IP- boreaban sobre su caja, lanzaba los exitantésy^ anima-

dísimos aires de la zambaclueca. Voces bellísimas se le

unian cantando los conceptos maliciosos y las provoca-

tivas interjecciones que forman la parte de la voz en es-

te baile inimitable; mientras que la ardiente chiquilla

á quien el verso en sus cadencias interpela sin cesar,

envuelta con donaire en las suaves y picantes ondulacio-

nes de su pañuelo blanco, seguia delante de su galán y

compañero el compás de aquella música incitativa, y se

entregaba á todas aquellas vueltas intencionales y blan-

dos ademanes que son inherentes á la coquetería de este

baile, africano por su origen, pero que ha sido idealiza-

do y pulido en Lima con tal arte que no puede com- prenderse ni imitarse en otra parte.

Cada pareja de bailarines tenia una rueda de espec-

tadores que con la voz y las palmas seguían el tamboreo

déla vihuela, animando así con un bullicio acompasa-

do el desarrollo de las gracias de la pareja.

Cuando vino la noche, mil fogatas se alzaron porto- 134 LA NOVIA DEL HEREJE do el campo: la alegría, el baile y el bullicio cobraron á

3u luz mayor animación; y los sonidos cadenciosos de la

Zambaclueca, parecian salir de todo el campo, lanza- dos con la vislumbre de los fogones, al cielo diáfano de« aquella tierra en donde el viento no bate jamás las lla- mas para quitarles su apacible irradiación; en donde las pasiones humanas viven al aire y á la luz porque no tie- nen que buscar en las profundidades del alma un asilo

contra las • M& intemperies del clima. , ^^>¡

Como sucede siempre en todos los grandes concursos y grandes fiestas, habia en la que describimos algunas personas que envueltas al parecer en el torbellino ge- neral, seguían en reserva la esplotacion de intereses ó pasiones meramente individuales.

Entre las muchas tapadas que andaban mezcladas en el bullicio nos fijaremos nosotros en una que recorria solícita todos los grupos que se divertían buscando desde la sombra algo, cuya falta parecía traerla muy cuidado- sa. Con el ojo ardiente cuya mirada salia por la estre- cha abertura de su manto, examinaba con avidez todos los grupos formados al rededor de los fogones y todas las personas con quienes se cruzaba en la obscuri- dad. Soportaba los requiebros y los dichos sin respon- . ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. 135

derlos, luchando en gracia, (contra el hábito de las tapa-

das) y parecía estar preocupada del solo anhelo de en- contrarlo que buscaba, '-^ft^

Habíase plantado en el centro de aquel campamento,

que mas bien parecía una romería, una tienda espaciosa

para don Francisco de Toledo, que ademas dedos fogo-

nes que había á su frente, estaba iluminada por dentro

con una hermosa araña de plata colgada de los maderos que sostenían el pavimento. Los personajes y fami- lias mas remarcables de la ciudad de Lima habían veni- do en sus mas ricos carruages á hacer la corte al podero- so Vire'j.* Entre muchos que seria inútil nombrar se hallaba también el venerable Alfonso Mogrovejo, Arzo- bispo de Lima, que era en verdad un santo varón nutri- do del verdadero genio del cristianismo, y grande por sus virtudes y su saber. El Virey lo tenia sentado á su lado y toda la compañía oía las palabras del viejo prelado con una veneración profunda.

Gomo era natural, una 'gran reunión de curiosos se apiñaba allí sin mas objeto que mirar aquella sociedad de personages; y nuestra tapada se acababa de arrimar al grupo de mirones, cuando con la perspicacia que pare- cía serle natural vio venir hacia ella, para entrar á la 136 LA NOVIA DEL HEREJE »' tienda del Virey, un fraile franciscano de mirada ceñu- da y ademan severo. Como si este encuentro la alar- mara hizo un ademan (imperceptible casi) para esqui- varse; pero, aunque varió de idea al momento, no pudo dejar de cerrar aun mas la abertura de su manto como en precaución de ser conocida; y luego que el fraile pa- só, ella lo siguió con una mirada llena de interés. Este seguia hacia la puerta del Virey con la intención de en- trar. Pero al llegar reparó en el Arzobispo, y con un gesto involuntario que denotaba sumo enfado, se dio vuelta para atrás y se alejó. '

La tapada se alejó también; y seguia examinando con su vista cuanto alcanzaba á distinguir. De repente se paró y clavó su ojo centellante en un hombre, del pueblo

al parecer, que montado con neglijencia en una muía marchaba tranquilamente por el campo. Luego que lo examinó bien á la distancia, se acercó presurosa á él

(siempre con la misma atención) y como si dudase toda- vía que fuese el que buscaba, le dijo:

— ¿ Mateo ?

El hombre se paró, miró con atención y dijo*.

— ¿ Quien canta ? ;

ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. 137

—Yol respondió nuestra tapada acercándose con con-

^ fianza. Vi * í..^.^;i .

' ' —¿ Sabéis quien soy ? le preguntó el interlocutor con pillería.

—Bájate que ando loca por tí. ':s(^k,-

—¿Sabéis quien soy? repitió el desconocido con el mismo tono. '"-

—Sí, hombre! Bájate te digo! :,^^

—Guando yo compro sandías, las aprieto ó las calo antes de recibirlas, ¿queréis?

- —Mateo! no estoy yo para bromas, dijo la tapada mos- trándose.

^Mercedes!

J^ —Bien pues! andaba loca por tí. ¿Estamos perdidos, no es Yérdad?

—¿Cómo? habrá habido aquí alguna cosa?

—¿De dónde vienes, que me lo preguntas?

—De Arequipa.

—Ah! dijo con satisfacción Mercedes: bájate y cuén- tame lo que sepas.

—Nó: sube tú enancas mas bien;. . . .volvámosnos á

Lima; y en el camino hablaremos. 138 LA NOVIA DEL HEREJE

La tapada montó en efecto; y luego que se pusieron en

marcha, le dijo su compañero:

—¿Por qué dices que estamos perdidos? *

—Porque van á tomar al hereje; y seremos descu-

biertos. , . ,,-..

—Patrañas 1 ¿Te figuras que con éste ejército van

á tomar barcos? Con este ejército nó; pero el General

Sarmiento se ha hecho á la vela con una escuadra que

lleva mil hombres para tomarlo.

—Deveras? . ;h,, —Oh!

—Gáspita: eso es distinto!. . . .Pues el platero geno-

ves de Arequipa no teme nada; y espera recibir noticias

de un momento á otro para entregarme mas dinero, ^v

—Será porque no sabe la salida del General. *

—Por cierto que no la sabia y estaba muy contento. —Pues yo estoy desesperada. Nos hemos metido en un enredo del demonio, Mateo! y al fin. . . .t

—No vayas tan ligero! dijo Mateo pensativo; elhere-

ge no es hombre de dejarse agarrar así no mas. Y des- pués de eso: aunque lo agarren, dicen que es un caballe- ro ¿y qué sacarla con delatarnos á nosotros pobres dia- blos? * • ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. 139

—Mira, Mateo: veo que puedes tener razón. Pero estoy inquieta; vamos á ver á don Bautista el boticario porque él debe saber á punto fijo lo que haya.

—Pues no vamos entonces á Lima porque acabo de

ver á don Bautista con el padre Andrés. ^'" —¿Don Bautista el Boticario? i

—El mismol y por mas señas le di las buenas noches: traigo aquí para él una carta del platero genovés, en que le dá orden de darnos cincuenta onzas, pero aun no

se la he podido entregar. •

' —Cincuenta onzas 1 si se me pasa el susto que he tenido, tendré que convenir en que no estamos mal pagados.

%—Cincuenta! sin contar diez que aquí traigo, y que el genovés me entregó en Arequipa. Con que ya vés!

—Magnífico! traelasl y la tapada recogió el dinero.

—Sabe algo el genovés déla familia, y de Mariquita?

—Te lo diré después, le respondió Mateo.

—¿Por qué?

—Cuando estemos solos en nuestro cuarto.

—Me parece que no hay razón para tener escrúpulos en recibir este dinero: viéndolo bien no es el hereje quien nos lo dá, sino dos católicos sin tacha como el Bo- 140 LA NOVIA DEL HEREJE " ticario y ol Platero; y si en esto hay pecado allá se la ha- yan ¿no te parece? El Boticario se confiesa cada sema- na con el padre Andrés. *'

—Y ademas de eso ¿como nos prueban? En todo caso nosotros no tendremos mas culpa que contar al

Boticario lo que averiguamos; y no nos han de quemar ^:m por eso. ;

; —Espera, dijo el hombre al pasar por un fogón: voy

á ver si está aquí todavia don Bautista; y bajándose de la muía se acercó á las personas que conversaban. Cuan- do la luz dio sobre su rostro nuestros lectores hubieran 1 podido ver que este hombre era un Zambo de figura bastante airosa, de color cobrizo, y en cuyas miradas se

podia conocerla saoacidad estraordinaria de su carácter, f

Los Zambos formaban entonces en Lima una dase do- tada de las prendas mas relevantes del ingenio natural.

Casi todo^eran vivos, audaces, y dueños de una esquisi- ta maestría para abrirse camino y prosperar. Eran in- troducidos é impávidos para tratar con sus superiores, y tenían muy formado yá el hábito de hacerse recibir y de imponerse en las casas principales.

Mateo se acercó con confianza á las personas que con- versaban con el boticario don Bautista y les dijo: .

s,

ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. " iH

—Caballeros I Caballeros! mi Zamba acaba de llegar

de Pizco, con una carguita del mejor aguardiente de la tierra y ¿quién quiere? ¿quién quiere? dijo pasando entre

todos sin esperar una respuesta

Los caballeros á quienes se dirijia lo miraroii|y lo de-

jaron hacer con indiferencia. El Zambo se retiró á una

distancia, y esperó.

En efecto, un momento después don Bautista se sepa-

raba de sus amigos y salia á lo oscuro suponiendo que el

Zambo lo esperaba. .

El boticario era un hombre como de cincuenta años

de edad, muy enjuto y encorbado. Su cuello era flaco y

solícito como el de un perro cimarrón y hambriento.

Tenia una nariz muy larga, y llena de gruesas protube-

rancias ebmo una mazorca de maiz con hijos. Sus ojos

eran chicos y redondos, apagados é inquietos; y como

si se movieran dentro de un bosque lanzaban de cuan-

do en cuando por entre las cejas negras y pobladas en

que estaban hundidos, miradas vagas, rápidas y fugaces

que parecían centellas, -^-^mmr-

Los labios, delgados y largos en demasía, estaban co-

mo comprimidos uno contra otro por una sonrisa forza-

da; eran descoloridos como la tez, por cuyas fibras cual- 442 LA NOVIA DEL HEREJE

quiera diria que corría una tintura de ocle en vez de san- gre. En sus chupados carrillos se veíanlos pasados des- trozos de la viruela, y un entorchado de lívidas arterias ocupaba su centro: dos orejas enormes doblaban sus pa- bellones bajo las alas de su sombrero. De sus hombros angostos se desprendían dos brazos de estraordinaria lar- gura con dos manos cuyos dedos parecían alambres, ó las articulaciones de un esqueleto terminados por uñas

' huesosas y puntiagudas como las del gato. '

Nadie sabia á punto fijo el lugar en que don Bautista había nacido. Pero como era un habilísimo farmacéutico pasaba en Lima por dueño de todos los misterios de la naturaleza que dan ó restablecen la salud, y había llegado á tener en aquel pueblo candoroso una IH>sicion sin rival que ponía á su disposición toda la intimidad de las familias. Él sabia dar herederos al que los deseaba; sabia perpetuar la juventud en el rostro del viejo; sabia hacer desaparecer del semblante del joven las señales traidoras de la disipación, con mil otras cosas y curaciones que lo hacían una verdadera potencia en aquella sociedad. Era admirable la devoción y la pureza de sus costumbres; y el curso de este libro re- velará un día lo que había de grande y de digno en esta ;ív Ó LA INQUISICIÓN DE LIMA 443

figura que quizás haya parecido demasiado ruin y des-

preciable.

Cuando el Boticario don Bautista se acercó á Mateo

miró con cuidado todo en rededor como para asegurar- :

;Se de que estaban solos, y viendo á la tapada sobre su

muía, dijo: » «^.

—Es Mercedes?

—Sí, señor, le respondió la zamba.

Volviéndose entonces al zambo le preguntó con inte-

^^-~:^>- rés: V:::.-

—¿ Cuándo has llegado ? ^ ¿ii^

—En este instante. ' :vA -^

—é Y sabia algo ya el amigo ?

—liada todavía: me ha encargado que diga á su mer-

ced qué pierda todo cuidado: que la primer noticia que

téngasela comunicará, y me ha dado un papel blanco

asegurándome que su -merced, al verlo, me dará cin-

cuenta onzas de oro.

—Traelo 1 dijo, tomándolo del zambo, y veremos. —Pero aquí me he encontrado á Mercedes medio

muerta de miedo, y con malas noticias, según dice.

—¿ Por qué, Mercedes ? dijo el boticario con cautela,

mirando á la tapada. l'*t LA NOVIA ÜEL HEREJE

—La salida del general Sarmiento t traer al Hereje

me hace temer que nos descubran. i

—Lesa! .... qué ! no hay mas que ir y traer ? i

—Llevan tanta gente, señor !

— Aunque llevaran el doble ! no es eso tan fácil como te lo figuras. Sabe ademas que con el entusiasmo se han olvidado de llevar víveres, y que no tardarán en vol- verse.' ;,

— ¿ Se han olvidado ?. . . . dijo la tapada con un inte- rés lleno de satisfacción. / ;^^^

—Tal es la cosa, hija ! le respondió el boticario rién- dose con gusto y con reserva. - 'M

—Entonces nada hay que temer 1 ¿ no es cierto ?

—Nada ! . . . . Pero ese miedo de que me habláis me

dá mucho que pensar, Mercedes!. . . . Nunca teiiig?^ mie- do, y recuerda siempre lo que voy á decirte: El miedo es el padre de todas las infamias del hombre: sin miedo, el hombre no seria bajo, ni bárbaro, ni cruel: sin mie- do no habria tiranos, ni maldades, ni corrupción sobre la tierra.... ¿De qué podéis tener miedo, vos, loca muger ? Pensáis que vuestro secreto y vuestra fortuna

1. El a.nU>v ¡xnónimo úc Drakc'n Circiimnaviíjntioii: Edunh. 1S27, pág.

07, dice — «TliC Si)a,ni;irds iii thcir conlidoaco nf ;ui ca^y victory liad iic-

« ^locled to takf provisidDs 011 boaid.» o LA INQUISICIÓN DE LIMA. 445

se hallan en manos de gente vil?. . . . ¿ Qué ganaría yo con llevaros á la hoguera del martirio si fuese descu- bierto ? ¿ Pensáis que quiero asociar mi destino al de vosotros ? Nó, mil veces nó ü! Lo que yo hago lo hago porque quiero vengar la causa de mi pais; porque al ver humillado el suelo en que nací bajo las alabardas de sus verdugos, he jurudo consagrar mi vida á su venganza

con los medios que encuentre ! Y sabed una vez por to- das: que entre vosotros, (que os vendéis al oro que pon- go en vuestras manos) y yó, hay un abismo que no será borrado por la mortaja de un mismo destino final. Los

cómplices de mis odios y yo tenemos el alma demasiado alta, pobre muger, para acordarnos de tí y de vuestro zambo con otro objeto que el de pagaros vuestros buenos servicios. . . . Andad á Lima, y dentro de una hora os pagaré el dinero que os debo, para que lo gocéis en paz,

buena pareja de tunantes ! El que corre peligro aquí soy

yo á causa de vosotros, y no vosotros á causa nuestra 1

Marchad, porque no quiero ir con vosotros.

Don Bautista se puso á caminar ápié hasta una rama-

da donde tenia su muía.

Los dos zambos (porque Mercedes lo era como Mateo,) tomaion también el camino de Lima. 11 !

146 LA NOVIA DEL HEREJE

— ¿ Has entendido ? le preguntó Mateo á su compa-

ñera.

—Cualquiera diría que este viejo es loco ! le respon-

dió ella. I Que me condene si he comprendido una pa-

labra 1 Sin embargo, me parece que ha dicho bien claro

que no seremos jamás descubiertos por él i

—Bien claro lo ha dicho; y que no tengamos miedo, sobre todo.

— ¿ Qué tienes aqui, Mateo, que me vá incomodando

tanto ?

I

—Un frasco áe pizco. !

! . . . . —Venga un trago ¡ que fino es ! dijo la zamba

después de haber multiplicado por cinco el trago que ha-

bia pedido. I ,

—Caramba que has tomado ! yo lo queria vender; pues por fino me lo dio el genovés de Arequipa.

—Todavía hay tiempo: con la cuarta parte de lo que

vale esto tenemos chicha para un mes. Mira I yo te lo

voy á vender ! vamos hacia la tienda del virey.

Preciso es que se sepa que la saya y manto era en el

Perú durante aquel tiempo una garantía de la libertad

de la palabra mucho mas eficaz que lo que es hoy la li- bertad de imprenta en el mundo moderno. Contra la !

ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. 147 palabra de la tapada no habia enojos ni violencias, ni juicios, ni tribunales, y del Virey abajo todos estaban su- jetos á las franquicias acordadas á este incógnito de la muger. En las fiestas, en las audiencias, y en todos los actos públicos, por fin, las tapadas rodeaban el asiento de los Vireyes, de los jueces, y demás personages princi- pales, tomaban los respaldos de sus sillones, y les arro- jaban al rostro sus dichos, sus reproches, sus burlas ó

sus alabanzas con una plena libertad. ¡ Estraordinaria condición de un pueblo que parecería una fábula (aun acreditada como se halla por los mas graves cronistas) si no hubiese durado hasta nuestros dias.

Guando Mercedes y Mateo estuvieron cerca de la tien- da del Virey, se desmontó aquella de la mala, y tomando el frasco de pizco, se dirijió ala tienda. Hallábase el Vi- rey tomando con sus amigos una cena nutritiva. Fué en

vano que el centinela hiciese intenicon de estorbar el

paso á la tapada; ella le hizo uno graciosa pirueta y se

entró con desembarazo, como muchas otras que ya la

hablan precedido en aquella noche misma.

—Pizco ! pizco I Exmo. señor ! es recien

traido de la costa por mi zambo: vale cuatro reales

cuatro reales ! Probadlo, señores ! les dijo alar- 148 LA movía del hereje gandules el frasco sin descubrir la mano que tenia deba- jo del manto.

—Es tuyo, que lo vendes ? le dijo un oficial detenién- dole la mano. — Mío y rico, señor ! respondió ella sin retirar la ma-

no. No me la apriete usted tanto, caballero ! agregó.

—Echad ! le dijeron algunos de los circunstantes po- niéndole los vasos.

—Poco á poco ! se me acabaria en pruebas, contra mi costumbre; dijo ella con malicia.

—Gómez, dijo el virey al joven de este nombre que conocemos, convertido á la sazonen edecán, pagada esa chuchumeca para que se retire; si no lo hacéis pronto

nos fastidiará con su pizco hasta mañana !

—Cuidado, Exmo. señor I que tengo algo que deci-

ros ! Algunas veces os he tenido en mis audiencias bus- cando gracias ! Mirad que me conocéis por haberos ser- vido siempre de lo bueno

—Salid picotera ! (dijo el virey con zonga) ya ibais á mentir ?

—Apostemos á que os digo cuando ? Pero no os asustéis, señor; solo quiero preguntaros si estáis comien- do por representación como gobernáis á Lima represen- .

ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. 149

tando á nuestro Rey ? Está salvado entonces nuestro

general Sarmiento que está ahora sin poder comer

por sí !

—No hay cosas en que no se metan estas brujas I dijo

el virey con enfado y á media voz Preguntadlo al

señor Arzobispo que es teólogo consumado; agregó al-

zando el tono con ironía.

—Señor Virey ! dijo el Arzobispo con mansedumbre:

por lamentable que sea la inadvertencia que esta muger

os echa en cara, debéis consolaros con la seguridad de

que los fieles servidores de Su Magestad van protejidos

por el que de siete panes hizo comida para cuatro mil

hombres. Muger (dijo interpelando á la tapada) igno-

ráis que quien habla con liviandad de lo que es en daño

de su rey y de su fé incurre en traición y sacrilegio ?. . .

La tapada se quedó aterrada y se salió aprisa olvidan-

do sobre la mesa el frasco de pizco.

El centinela que la vio salir desatinada le dijo con bur-

la al paso:

—Adiós, tocalla!

—Mire usted que me llamo Bárbara, le respondió ella.

— Y yo cordero! le replicó él. Era un aldaluz; y como habia hablado fuerte al lado mismo de la puerta, el diálo- 150 LA NOVIA DEL HEREJE go habia sido oido y festejado por los de adentro con grandes carjadas de risa.

—Llamadla! llamadla! le decian al centinela, para pa- garle su frasco!

—Tocallal tocalla! repetía el centinelti: venga usted que

han dado de valde su frasco! .... su frasco!

Pero la tapada no mostró la menor intención de vol-

ver; y cuando se reunió á Mateo montó callada en ancas

y le dijo ¡vamos! Por mas que el zambo le preguntaba el

precio que habia sacado por el frasco de aguardiente, ella

no quiso responderle, y le dijo que la dejara en paz.

Ambos entraron en Lima un momento después; y se

bajaron á la puerta de un cuarto á la calle. Mercedes

sacó de su bolsillo una llave y lo abrió. Enormes atados

de ropas blancas ocupaban todas las sillas, la cama y

los rincones; y una gran mesa, tendida como para plan-

char, tomaba todo el centro de la pieza en la que queda-

ba apenas lugar para dos ó tres braseros abultados ates-

tados de planchas. Mercedes era una planchadora:

personaje típico é importante de la ciudad de Lima, á

quien su familiaridad con todas las casas pudientes y con

los solterones currutacos, ponia en el centro de todas

las intrigas de la tierna pasión. !

ó LA INQUISICIÓN DE LIMA- 151

Mercedes aseguró la puerta por dentro y como el zam-

bo se había sentado en la cama, ella fué y se puso

á su lado.

—Díme ahora lo que te ha dicho el genovés, de la fa-

milia de don Felipe y de doña Mariquita.

—Me ha asegurado que nada les harán de malo, y que ya verás como vuelven contentos del herege; porque el herege es un gran caballero, que nada les quitará, y que los pondrá en tierra sanos y salvos con el mayor cui- dado.

—Dios lo quiera no podría nunca conformarme con haber sabido el peligro que corrían, y no habérselos advertido.

—Bastante hiciste I y el boticario se enfadó muy mu- cho por tus imprudencias.

—También dices bien! si ese imbécil de don Antonio hubiera tenido dos dedos de frente los habria hecho de- sistir del viage Pero el viejo se habia encaprichado! y no habia remedio. ... Ya es tiempo de que vas ácasa de don Bautista á recoger nuestro dinero; porque es necesario que lo enterremos antes de que venga el dia con lo demás.

—Me voy entonces ! . . . . En efecto, el zambo salió y 432 LA NOVIA DEL HEREJE poco rato después golpeaba suavemente á la puerta de la botica de don Bautista. Era esta botica un cuartito chi- quito, cuyas paredes estaban ocultas por los armarios donde tenia sus medicinas en pequeños y viejos cajoncitos

marcados con cifras y letras cabalísticas al parecer.

La tienda estaba seguida de una cuadra larga en donde habia una gran mesa y muchos estantes, llenos la

una y los otros de tarros de yerbas frecas unas y

secas otras, y de semillas, de frascos con líquidos,

todos mezclados con instrumentos, vasos y balanzas de

mil formas y lámparas de todos tamaños.

Don Bautista introdujo á Mateo por la tienda y hacién-

dole atravesar el elaboratorio que hemos descripto, lo

llevó á otro cuarto que se seguía donde tenia su cama el

farmaceuta en medio de un embrollo de huesos de anima-

les ó de gente, de piedras, de papeles con polvos de mil

colores, envuelto todo en telarañas y tierra como si hu-

biese estado allí desde el principio del mundo.

—Me habia olvidado, dijo el Boticario encendiendo

una lámpara de vidrio que parecía un soplete, de leer el

papelito que me entregaste; pero traje ya el dinero que te

ofrecí. Aquí lo tienes: espera ! leeré antes de contártelo.

Tomando entonces un platillo cuadrado del color de ó LA INQUISICIÓN DE LIMA 153

í la esmeralda y al parecer de cristal, lo puso sobre un

pié de bronce en que estaba montada una maquinilla como para tenerlo en perfecto equilibrio horizontal; y luego

que se convenció de que estaba así, estendió el papel echándole un líquido de color de naranja que al caer

exhaló un olor fuerte y nauseabundo. Tomó unas pinzas, sacó el papel después de un rato, bien mo- jado, lo estendió en un plato de metal, y lo puso

así al calor de la lámpara hasta 'que quedó seco. Le-

vantándolo entonces, ^Mateo pudo ver que estaba lleno

de gruesos garabatos del color del ladrillo, y quedó asombrado del mágico poder de aquellos dos hombres

que así se comunicaban.

Don Bautista leyó con atención.

—No me habías dicho que ya te había dado diez onzas.

—Pero esas onzas no fueron á cuenta de las cincuen-

ta; dijo el zambo vindicándose.

—Ya lo sé ! pero es bueno decírmelo todo; porque,

como tú lo ves, lo que no me digas lo he de descubrir

yo. Me dice también que Mercedes ha vuelto con las ma-

jaderías de tener temores por la suerte de don Felipe y

su familia. Dile á Mercedes que se guarde de andar ha-

blando de esto porque ella misma puede descubrirse !

154 LA NOVIA DEL HEREJE cuando menos lo piense, y que una vez por todas esté segura de que don Felipe estará pronto de vuelta, y sin quejas.

—Muy bien, señor

—Bueno 1 toma tu dinero, (dijo poniéndole al zambo en las manos un cartucho de onzas,) y vete ! CAPITULO IX.

" Os lo juro por el Cielo! " Amor é guerras de mar " Non se pueden hermanar " Sin traer habito de duelo." (Lope de Vega.)

—Que salga al fin de vuestros labios la dulcísima pala-

bra 1 le decía Henderson á doña María, mientras que la

Isabel impelida por un fresco viento del sudoeste volaba sobre la rizada superficie del Pacífico haciendo bullir las aguas que rompía con su proa.

Un sol hermoso y despejado empezaba á entibiar la at- mósfera vivificante de la mañana; y dando sobre las ve- las hinchadas de la nave llenaba de vida aquel estrecho mundo lanzado sobre los abismos por la industriosa osa- día del hombre. .

156 LA NOVIA DEL HEREJE

—Mirad que nuestros instantes son contados, agrega- ba Ilenderson: de un momento á otro voy á veros arre-

batar de mi lado; y ese rostro que estoy mirando con

el delirio del amor, esta mano que tan de mala gana

me abandonáis, van á convertirse en un recuerdo. .. .

I Ah I en un recuerdo, querida mia ! ¿sabéis lo

que es un recuerdo de amor verdadero ? Es la presen-

cia y la fuga elternativa de una idea: es el martirio del

ver y del no ver mezclados; es la esperanza combatida

por la decepción; es la sombra de la realidad diseñada y

borrada á cada instante por el tormento de la duda ! . ...

Este es, Maria mia, el amargo dolor que me

amenaza, y que no puede tardar en llegar. . . . Llegará; y veréis que tendré que resignarme á veros partir re-

frenado por la obediencia que debo al gefe que así lo ha

dispuesto. ... La primera oleada que separe el esquife

en que salgias de aqui pondrá entre nosotros el abismo

de lo infinito ¿Y nada me decis, Maria ?. . .

preguntaba el fino amante con una mirada llena de blan-

dura.

Doña María con su cabeza inclinada, parecía profun-

damente conmovida; tenia sus ojos clavados en el suelo ? .

ó LA INQUISICIÓN DE LIM4. 157 y el tenue temblor que recorría todo su cuerpo se trai- cionaba en una de sus manos que Henderson estrechaba con amor entre las suyas. Permanecía empero en una profunda mudez.

—Cuando vos salgáis de este buquecillo en que estáis prisionera ¿ qué consuelo me dejais, si me negáis la pa-

labra de fé que puede abrir mi alma á la esperanza ? . . .

Iré á tocar los lugares en que os sentabais; iré á besar la huella de vuestros piés: evocaré los prodijios de la fanta- sía para hacer revivir en mi espíritu vuestra imájen y tenerla perenne á mi lado. Pero vos habréis huido, y caeré sin cesar en el mismo delirio y en el mismo tor-

mento ! ¿No podré decirme al menos « sí, yo la

« he oído; me ha jurado que me ama-, me ha prometido

« que esperará los esfuerzos de mi voluntad y de mi co-

« raje para volver á encontrarla; y ella, mi María, que

« es un ánjel, no faltará á la fé dada que es la virtud del a cielo.» Hé aquí lo que quiero decirme cuando os ausen- téis: os habré oído; podré recordar algo de real con que ocupar el tiempo hasta que vuelva á encontraros; por

que, he de volver; ¡ oh ! sí, he de volver, ó he de moriros,

María 1 ¿Y nada me decís todavía ^'^^r^

—Y qué puedo deciros, por Dios! dijo al fin la niña ! !

458 LA NOVIA DEL HEREJE con una profunda y modestísima ternura .... ¿ Sé yó acaso si me decís la verdad ?

—Si os digo la verdadl. .. .¡Os juro que os la di- go! Pluguiera al cielo que el corazón tuviese un len- guage para este momento que os hiciera comprender- me! .... Os juro que os amo ¿ Cómo os lo diré para que me creáis ? Inspiradme, Dios eterno Os amo!

Veis 1 Os amaré mientras viva ! y esto es todo lo que atino á deciros con este labio que Dios ha dado al hom- bre tan estéril, tan tibio para espresarlas grandes pasio-

nes del alma ¡ Esperad 1 dijo, sacándose un anillo de oro enteramente liso que llevaba en la mano, y ponién- dolo á doña Maria: este anillo es un recuerdo de mi ma- dre, que era una santa muger, que está en el cielo. Sea

él, sea ella, queme oye en este instante, el testimonio de la verdad con que os digo, que os amo, y que volveré á encontraros sin ahorrar esfuerzos ni sacrificios ¿Me

eréis ahora, mi Maria ? decídmelo por fin ¿ me eréis ? l —Sí! contestó doña María con timidez y con recato.

— ¿ Me amareis ?

¿- —Sí

—Tendréis constancia y valor para esperar mi vuelta y mis esfuerzos? .

ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. 159

-Sí!

—Pero pensad que vais á volver á Lima. Vais á oir- nos calumniar por todas partes: todos á vuestro alrede- dor nos van á maldecir: vais á veros rodeada otra vez por los halagos de la atmósfera en que os habéis criado; y con todo eso no me olvidareis, María?

—Nunca mientras viva I . . .

—Dios os bendiga ! . . . .amadme mientras viváis co- mo lo decís; después de la muerte hay también una vi- da de amor y de unión para los que se han amado con virtud y con pureza.

Reparó en esto doña María la cabeza de don Antonio saliendo por una de las entradas de la cubierta y obser- vándola con un ojo ávido y estático. Doña María no pu-

do menos que dar un ¡ ay I acompañado de un ademan de terror.

— ¿Qué ? . . . .preguntó Henderson con inquietud.

Doña María, siempre inquieta le dijo: este anillo no tengo donde tenerlo me lo hallarían, y tendría mu- cho que sufrir; es preciso que os lo devuelva. Hender- son l -^

—No: guardadlo I espero que él os dé fé y fortalez|'

hasta que pueda yo venir en vuestro apoyo. !

160 LA ?^0V1A DEL HEREJE

—Creedme que la tendré sin él.

—No importa: guardadlo ! . ,,^s preciso que el espí-

ritu de mi madre, que para m/es el espíritu de la vir-

tud, vele sobre nuestros juramentos !

— I Bien ! os lo tomo i pero no puedo permanecer

aquí mas tiempo: no me detengáis: me voy.

Y la joven, llena de inquietud, sustrajo sus manos á

las de Henderson, para bajarse á la cámara donde esta-

ba su madre.

Doña Mencia dormía: Juana estaba haciendo una pe-

queña costura al lado del camarote que ocupaba su se-

ñora.

Doña María entró, y como se sentara inquieta y cabi-

losa contra una de las paredes déla cámara, Juana dejó

su costura y acercándosele, le dijo con picardía:

—Esto ya pasa de castaño oscuro, señorita ! dos con-

versaciones por día ! . . . .y van cinco días de repetición!

agregó mostrándole los cinco dedos de la mano.

! si ! le dijo la niña con im- —Ah, Juana ¡ supieras

presión seria ! Todo está consumado ! .... ¡ me he comprometido

: —Deveras? dijo Juana con asombro, y ambas se que-

daron pensativas. !

ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. i61

El silencio duró hasta que doña María dijo:

—No sé qué hacer de esta sortija que me ha obligado

á tomarle: ¿ cómo la oculto para que no me la descubran?

—Pensemos i Ya estoy I No hay mas que po- nerla en el santuario (y siguió Juana hablando con voz

tan baja que no pudo oírsele lo que decía) ¡ Hubiera

sido mejor no ir tan adelante I agregó.

— ¿Qué quieres? Lo amo tanto, que no he podido resistir á la pendiente que me arrastraba! y no te

cuento lo peor por no aterrarte !

— Qué cosa, niña? preguntó Juana con ansiedad.

—No ! prefiero que no lo sepas porque con solo repe- tirlo me lleno de pavor.

—Dios mió I ¿ qué ha hecho usted, niña ?

—Nada mas que lo que sabes ! .... te lo juro ! —Y entonces? diga usted por Dios, que no puedo

respirar

—Don Antonio me parece que me ha descu-

bierto !

La conversación fué aquí interrumpida por la voz cla-

ra de Henderson, que, con el tono imperioso del gefe, de-

cía sobre cubierta.

—Suttonhall!.... atención! hay señales enlaalmirantal IG2 LA NOVIA DEL IIEREJK

El subalterno acudió con presteza; sacó un libro gran- de y estropeado de una especie de alacenilla hecha en la meseta de la cámara, y tomando también un anteojo de larga vista se puso á observar.

En efecto: como á cuatro millas de la Isabel brillaban bajo los rayos del sol de la mañana, las blancas velas del

Pelícano que se avanzaba hacia la costa del Nordeste con la impávida gallardía del ave de quien habia tomado el nombre*- hacía un momento que una serie perpendi- cular de banderas flameaba en su palo mayor.

Suttonhall tomó nota de los números á que ellas cor- respondían en su libro y después que los descifró dijo*.

—Comandante: el almirante nos dá orden de reunir- nos, y anuncia que tiene una vela por la proa.

El golpe con que estas palabras cayeron sobre el cora- zón de Henderson paralizó por un instante sus latidos; y la palidez repentina que cubrió su rostro fué inmedia- tamente sucedida por el ardor de las mejillas y por lati- dos tumultuosos y violentos que le trabaron la respira- ción. Permaneció un momento indeciso sin poder fijar sus ideas; pero reponiéndose con voluntad, dijo sucesiva- mente:

—Largad la mayor ! soltad los juanetes I izad !

ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. 163

la cangrega La barra al viento ! Y la vivacidad

con que el joven comandante dio estas órdenes, produjo

sobre la tripulación un efecto completo.

Cuando las velas indicadas fueron sucesivamente ca-

yendo de sus vergas y se tendieron al viento, la goleta

apretó con mas fuerza y mas ruido sobre las aguas del mar. ""

El Pelicano bajó al instante sus señales, é izó sus jua-

netes poniéndose en la disposición elegante del buque

que dá la caza. Un cuarto de hora habia pasado apenas

desde que la JsaZíe/ volaba á toda vela, cuando ya pudo

verse desde su cofa una nave que navegaba hacia el nor- e te. Los buques del hereje eran demasiado veleros para

que no ganasen á cada minuto un rápido camino sobre

la nave que perseguían; y muy pronto la tuvieron cerca.

Brilló entonces en el costado del Pelicano una luz viva y

repentina como la del rayo: una esfera de humo blanco como la espuma rodó sobre la superficie del mar, abrién- dose al instante en círculos concéntricos, y los ecos del espacio repitieron el solemne estampido del canon.

Pasaron unos segundos sin que se notase el efecto de este lenguage inventado por la audacia del hombre. Pe- ro la precipitación con que el barco perseguido se cu- lO^t LA NOVIA DEL HEREJE brió de trapo, echando hasta sus alas y arrastraderas re- veló bien claro que quería probar la fuerza de sus talo- nes antes de resignarse al riesgo desconocido que le ama- gaba.

Al verlo tentar así la fuga, el Pelícano y la Isahel echa- ron sus alas á la vez como si hubiesen obedecido á la mis- ma voz; y unos minutos después los cañones del Pelí- cano repetían á menor distancíala misma orden, acom- pañándola con una misiva de hierro que fué brincando sobre la superficie del mar á pasar muy cerca del fugi- tivo.

Por lo que hace á esta vez, parece que el cañón del mas fuerte habló con su persuacion ordinaria; pues la nave perseguida aflojó á un tiempo todas las cuerdas de sus vergas; sus velas comenzaron a ondear contra los pa- los, y la presteza de su movimiento fué apocándose gra- dualmente hasta morir. Como en aquel tiempo ningún barco que no fuera español navegaba aquellos mares, era evidente que Drake había hecho una nueva presa, y que don Felipe había ya encontrado la nave en que debía re- gresar con su familia á la tierra española.

El Pelícano y la Isabel vinieron á detener su marcha como á cien varas del galeón español: dos lanchas llenas ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. 165

de gente se desprendieron del primero y abordaron la pre-

sa que era en efecto un inofensivo galeón de trasportes.

Desde que Henderson concluyó con los deberes oficia-

les que le hablan retenido sobre cubierta hizo saber á las

señoras que deseaba hablarlas.

Bajó á la cámara en consecuencia, y con un tono mo-

derado que ocultaba apenas la tristeza de su alma dijo

dirigiéndose á doña Mencia, que según las órdenes que

el Almirante le tenia trasmitidas debian prepararse las

señoras para ser trasbordadas al galeón, que acababan

de encontrar, en el cual seguirían su viaje hasta alguno

de los puertos de la costa, bajo un salvo conducto que

les daria el mismo Drake.

—Yo espero, señora, agregó Henderson con un tinte

perfecto de sinceridad y de sentimiento, que cuando os

halléis entre los vuestros querréis recordar siempre que

cualesquiera que sean los odios y las preocupaciones

que dividan nuestras dos razas, habéis encontrado entre

nosotros las virtudes simpáticas con que deben tratarse los cristianos; porque lo somos, señora, por mas que nos llaméis herejes y grasa de hogueras.

— ¡Ojalá que el cielo, para bien vuestro, os diera reli- jion, señor Henderson! 166 LA NOVIA DEL HEREJE

—Os juro que la tengo, señora! respondió este.

—Ah! sí: pero es la del diablo, dijo doña Mencia en- tredientes.

Su hija, mientras tanto, permanecía cabizbaja y pen- sativa al lado de la madre: y ni siquiera se le vio levan- tar sus hermosos y húmedos ojos, del suelo en que los tenia fijos, cuando Henderson se despidió diciéndoles que tenian prontos los botes para trasbordarse.

Henderson ordenó con sequedad que dijeran á don

Antonio que se aprontara también, y se puso á pasearse

silencioso y resignado por delante de la Cámara, mien- tras que los marinos sacaban el equipaje de las señoras

y lo llevaban alas lanchas. Doña Mencia subió poco

después apoyada de su hija y en Juana, prontas ya para

partir. Henderson se acercó á ellas urbanamente, y

tomando á la señora la condujo hasta la escala desde don-

de la hizo bajar al bote, con sus marineros, y con el

mayor cuidado. Volviéndose entonces á la niña, para

hacerla descender también, le tomó la mano y estrechán-

dosela con ardor y disimulo le dijo á media voz: ¿Juráis

serme fiel?

—Os lo juro! le dijo ella del mismo modo.

—Jurádmelo, por lo que mas querrais en la tierra! ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. 167

—Por vos! le dijo ella con una voz firme. Henderson

se quedó trémulo y Juana vino entonces ¿interponerse

entre el joven y don Antonio, con una prisa calculada

como para evitar que se apercibiese de este diálogo rápi-

do y solemne de los dos amantes. Cuando Henderson

vio desde la barca que doña Maria y Juana estaban ya

en el bote, se separó sin reparar en don Antonio, que al

pié de la escalera esperaba humildemente que le dieran

lugar para pasar. Henderson fué casi corriendo á la otra borda y bajó á brincos á su lancha, en la que seis

marineros comenzaron á remar hasta ponerla paralela

con la otra; ambas llegaron juntas al costado del Galeón

y Henderson se dedicó á desempeñar en la subida los

mismos deberes de urbanidad que habia desempeñado

en la bajada: * — Fwesíro para siempre!

— Sí: vuestra para siempre! le respondió ella; y estas

fueron las únicas palabras que los dos esposos pudieron

cambiarse, en momentos de ausentarse sin esperanzas.

Cuando Henderson subió halló á doña Maria y á su madre abrazadas ya de don Felipe. Las dos lloraban; pero el llanto de la niña parecía el desahogo violento de un dolor profundo mas bien que el resultado de una 108 LA NOVIA DKL HEREJE emoción. El viejo las sosteiiia contra su pecho con aquel rostro firme y severo que es i)ropio do un hombre de ánimo entero y de voluntad de hierro.

Drakc estaba allí también; pero tenia todos sus senti- dos en las hermosísimas barras de oro y plata que el ca- pitán español le estaba entregando.

Uno de los marineros ingleses que estaba registrando el buque, vino en esto trayendo en sus manos un mag- nífico Crucifico que habia encontrado.'

La cruz en que estaba elevada la imagen de nuestro

Salvador tenia como una vara de largo, y una y otra eran de purísimo oro trabajadas con un arte esquisito: gran- des esmeraldas, mezcladas con perlas y otras piedras no menos preciosas, estaban engarzadas en sus partes mas visibles; y las de los tres clavos eran tres brillantes de Una hermosura sin igual.

Al ver esta imájen en manos de los ingleses, don Fe- lipe y su mujer cayeron de rodillas y se cubrieron el rostro: Doña María se arrodilló como ellos pero diri- jió al mismo tiempo una mirada á Henderson que pare- cía una súplica suprema. Drake tomó el crucifijo, lo

1 From one of which was takcn silvcr and 300 pounds of gold, bcsidcs

íi golden crucifix withgoodlygrcat emeraudsset in it (Drakc Circumna- vif/alioit: Edinib. 1837.1 o LA INQUISICIÓN DE LIMA. 169

examinó con seriedad, y lo puso sobre la meseta de la

cámara al lado de dos jarrones de plata maciza con so- bre-puestos de oro finamente cincelados que hablan per- tenecido al piloto del Galeón. Henderson se acercó al

almirante y le dijo en voz baja:

—Milord: entre vuestros grandes méritos, no es el

menos grande el temor sincero de Dios que ponéis en

vuestras obras. La cruz del Salvador es para nosotros

un dogma como páralos papistas; y no obstante que,

miramos como una abominación el degradar ese santo

dogma á la imagen material que puede hacerse de él con

un pedazo de vil madera ¿no seria un grande acto

de justicia escluir de nuestros odios lo que forma la base

de nuestras dos creencias? '

—Ya lo habia pensado así, Henderson.

—¿Devolvereis por consecuencia ese símbolo del mis-

terio de nuestra redención?

—Sí, Roberto!

—Sois un grande hombre, Milord; pues no os olvidáis

nunca del Juez supremo de nuestros espíritus allá en lo

alto 1 y Henderson se retiró satisfecho.

Concluido el registro de la presa, Drake hizo pasar á

sus lanchas todas las riquezas que habia tomado dejan- 170 LA NOVIA DEL HEREJE do siempre sobre la cámara el crucifijo, y los dos jarro- nes; y cuando sus marinos hubieron bajado, no quedan- do á bordo si no él y Henderson, tomó el crucifijo, y po- niéndoselo entre las manos á doña Maria le dijo:

—Os encomiendo á vos, señorita, el cuidado de resti- tuirlo á su templo.

La joven miró confusa y sorprendida á su padre, sin atreverse á retener aquella prenda; pero don Felipe to- mó el crucifijo, le besó con una suma reverencia y hacién- dolo pasar de su muger ásu hija, todos hicieron lo mis- mo. Drake se habia vuelto entretanto hacia el capitán del Galeón, y le decia-.

— i No me dijisteis que estos jarrones pertenecían á vuestro piloto ?

— Si, señor! —Llamadlo.

—Camarada ! dijo Drake al piloto cuando se acercó: poséis dos hermosas alhajas. ¿ Cuanto os ha costado ca- da una ?

—Quinientos duros I respondió el piloto con enojo: era un catalán de traza airada y duro ceño.

—Pues quiero llevarme una para mi uso: tomad el di- nero (jue os ha costado; os dejo la otra; dijo el inglés ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. 171 contando y entregando al catalán una cantidad de onzas de oro.

El español tomó el dinero, y acercándose resueltamen- te á la borda, lo arrojó sobre los remeros del bote de

Drake, como si desdeñara (dice el cronista) deber algo al favor délos ingleses.^

Los marineros se pusieron á recojer con avidez, cre- yendo que fuera alguna dádiva por la estraordinaria blan- dura con que hablan procedido por la primera vez; Dra- ke se sonrió con menosprecio é hizo llevar uno de los jar- rones á su bote.

—Aun me falta hacer algo en vuestro favor: dijo Drake al capitán del Galeón, con una calma perfecta. Es muy

probable que encontréis al capitán Winter con uno de los buques de mi escuadra, y quiero daros una carta que le presentareis para que os deje libre en vuestro camino; traedme con que escribirla: y cuando fué servido, se in- clinó en la mesita de la Cámara y escribió la carta siguien- te, digna de trascribirse, por ser característica del hom-

^ bre y de la época:

1, Drake, Circuninavigation.

2, Testualmente tomada y traducida do la \arracion del piloto yuño da Silva, testigo ocular de los sacesos (Hackluyt's Collcction, Vol, 3. pág. 7li8.) 172 LA íNOvia del hereje

«Maese Winter: si cumpliese á Dios Señor nuestro poneros en el camino desta Nao que lleva por nome—

El grand Capitán del Sud, ruegoos que os trabajéis en pro de su Mayoral é de las otras gentes muchas que van dentro en ella, por cuanto soy tenudo de guardarles la promisión que de dello les tengo fecho con palabras de presente. Otrosi os digo: que si oviesses menester de basteceros con alguna de las cosas qiie van dentro en la nao fagáis paga della, en tomándola, con el precio del duplo á cuenta mia, é que porendc roguéis á vuestros homes, tomando mi nome, que non fagan á su bordo da-

ño ni malfetria: é assi este guisado pleito como otro cual- quiera que sea que en denante oviessemos fecho entra- mos, os lo pecharé, con la avenencia de Dios, entornan- do á Inglaterra amos los dos, maguer que finco en la dubda de que esta mi carta venga á vuestras manos. Soy en vuestro amor uno mismo, de la misma guisa que en denante, ó pido la grand merced de Dios é del Salvador del Mundo, que nos haya en su gracia é nos adelante por- que á él solo fagamos toda honra, é todo amor: é toda gloria. Al enviaros mis palabras desta guisa fablo en la misma razón con Mr. Thomas, éMr. Charles, é Mr. Gau- be, é Mr. Anthonie, é demás amigos buenos, pidiendo pa- ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. 473 ra ellos é nosotros la merced del que non ha comienzo, ni fin, ni ha en sí mensidad, é es poderoso sobre todas las cosas, é envió su fijo, nuestro Señor Jesu-Cristo, que por salvar el linaje de los homes recibió muerte é pasión.

Finco porende en la esperanza de que su bondad quiera desviar nuestros peligros, y de que si os acaesciera en- contraros en mal trance, cualquiera que el sea, no deses- peréis de la grande merced de Dios, que es infinita, por- que ella os salve é nos torne los unos á los otros en el puerto de nuestros votos. Enderezémosle con un cora- zón humilde toda gloria, é toda honra, é toda prez siempre por siempre: amen.

«Vuestro ansioso capitán que tantas inquietudes pades- ce á causa vuestra: Francisco Drahe.»

Drake dobló el papel y lo entregó al capitán del Galeón.

Henderson mientras tanto nopodia separar sus ojos de doña María. Comprendiendo no obstante de cuanto inte- rés era para la pobre niña que en aquellos momentos él supiese guardar la mas estricta prudencia estaba resuel- to á no hablarle una palabra mas, y se paseaba solitario

á la distancia.

Sintióse derrepente un sonido estraño y tan confuso en medio de los roncos resongos de la mar, que fué ape- 174 LA NOVIA DEL HEREJE

ñas para lodos como una percepción dudosa. Bastó sin- embargo para que Drake concentrase en él todos sus sen- tidos.

¿Era el eco del cañón, ó el lejano ruido de la tor- menta? • CAPITULO X.

ESTE DESENLACE, COMO MUCHOS OTROS, SOLO SIRVIÓ PARA

COMPLICAR MAS LOS SUCESOS DE LA VIDA.

Drake era un guerrero que vivia siempre desconfian- do del peligro, y precaviéndose de que algún riesgo su- perior á sus fuerzas y á sus medios viniese á sorpren- derlo. Velaba inquieto siempre, combinando los cál- culos de su astucia, y solo en las ocasiones indispensa- bles desplegaba los tesoros de audacia y de bravura con que la naturaleza lo habia dotado prodigiosamente.

Preocupado con el sonido que habia creido percibir en las lejanías del horizonte, se apresuró á bajar á sus lanchas. f i —Ahora, camaradas, podéis seguir viaje: dijo á los|

españoles con un tono jovial. . . .No os olvidéis de la ca-

i-

i- 176 LA NOVIA DEL HEREJE

rielad con que Drake trata ásus enemigos. ¡ Feliz viage, pues!

Los españoles no le respondieron.

—Tengo que hablar con vos, Henderson: venida mi lancha, dijo al bajar, con voz baja.

El joven lo siguió, y mientras que se sentaban ambos en la popa, el piloto del galeón se acercaba á la borda y diciéndoles eso habéis olvidado! les arrojó el jarrón de

plata que Drake le habia restituido. ' El jarrón vino á dar con fuerza sobre el hombro del almirante, cayendo después al piso del bote.

Henderson pegó un brinco lleno de furia

— Insolente ! dijo al mismo tiempo que tirando de la I espada se agarraba de una cuerda para saltar al Galeón.

Drake habia lanzado también una mirada de fuego en el primer instante Pero reponiéndose luego, contuvo

á su amigo:

—Algo es preciso perdonarle I dijo con templanza-, re- mad, hijos! dijoá los marineros; y la lancha se separó al instante del Galeón. Él entonces tomó el jarrón ar- rojado, y examinándolo con suma prolijidad, no cesaba de decir: bellísimo! bellísimo!

1. Drake circumnav. p. 09. !

ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. 177

—Vamos, Hendersonl agregó poniendo aun lado el

jarrón: en la guerra como en la guerra. . . . ¡ Vida nueva,

amigo mió I .... Ya lo veréis ! os voy á llevar por los mares de ia China y de la India; y os prometo que la pri- mer sultana que apresemos. ...

—No os chanceis, milord I le dijo Henderson inter- rumpiéndole: doñaMaria es un ángel puro como el pri- mer resplandor con que se anuncia la madrugada, y os juro que no la olvidaré por todas las sultanas presentes ó futuras *^

—Bah ! si supierais cuantas cosas aprende el

hombre á olvidar, no diríais eso I

—Os juro que á ella no la olvidaré

—Veo que aun os dura el viento de los juramen- tos, dijo Drake con un tono amable de burla; pero no obstante esos juramentos, la olvidareis para lle- nar los altos deberes que os imponen la patria y vuestro nombre. Ademas de que contra las pasiones imposibles el hombre debe un remedio eficaz á la in- finita bondad de su creador; y ese remedio es el olvido.

Soy un poco mas viejo que vos y os aconsejo que os curéis con él.

—No, milord ! Aun no me conocéis contra lo 13 178 LA NOVIA DEL HEREJE *• que parece imposible á los demás yo sé también osarlo to-

do como vos I

—Os engañáis: yo os juro que jamás he puesto en ries-

ge un solo cabello de mi cabeza por muger algunal ....

vlfc-

Mirad, pues, sí. .. .

—Decisbien,milord ! le dijo Henderson interrum-

piéndole: al honrarme comparándome á vos, me habia

olvidado de que tenéis el corazón del águila, mientras

que yo no soy sino un hombre que he sucumbido á las

pasiones que menospreciáis.

—No soy tanageno á esas pasiones, sin embargo, que

no comprenda lo natural que es para el corazón huma-

no, como para un navio, seguir por algún tiempo el im-

pulso de sus velas aun después de haberlas recogido

Oís? dijo Drake con interés y señalando hacia el Oes-

te otro cañonazo 1

—En efecto: respondió Henderson, parece un caño-

nazo !

— Oh! loes: no lo dudéis. Los españoles han salido

necesarimente del Callao á perseguirnos.

—A perseguirnos ! dijo Henderson con indigna-

ción Pluguiera al ciclo ([lie fuese ciurlu!. .. . Tongo !

o LA INQUISICIÓN DE LIMA. 179 hoy el alma con tal temple que os juro no serán ellos los

que me perseguirán.

—Vos, Henderson haréis lo que yo os mande: le dijo

Drake con tono de voz firme y pausada, y yo os digo que si Dios no me obliga á otra cosa, estoy resuelto á dejarme

perseguir.

—Y por qué, milord? le preguntó Henderson mostran- do el disgusto que le causaba esta resolución.

—Porque traen sus naves colmadas de gente; porque

si viniesen con una mas que nosotros no podríamos evitar

que nos abordaran, y aunque triunfáramos, qué Íbamos

á ganar de real t. .. . ¿Hacer matar esa brava y virtuosa

tripulación que nos acompaña, por el placer de ver las

llamaradas de un barco mas, incendiado ? .... No, Hen-

derson: es preciso que el valor sea reflecsivo para que sea

útil, y que sea útil para que sea glorioso. —Tendréis razón, milord; pero jamás me persuadi-

réis de eso. Aun no siendo Drake, me creeré humillado

el dia en que tenga de huir delante del pendón de

España.

—Bah La vanagloria no es la gloria, joven ! La gloria se gana haciendo, apesar del pendón de España, lo

que nosotros hemos heclio. Hemos atravesado desde 180 LA NOVIA DEL IIEHKJK

Inglaterra hasta las tinieblas del mar del Sur: hemos

asolado en toda su estension las costas que en uno y otro

mar tiene el enemigo: hemos sorprendido y mutilado

sus puertos, despojando los templos de sus ídolos, como

en Valparaíso, en Guatalco y en tantas otras partes: he-

mos apresado, hemos saqueado y hemos incendiado los

galeones en que navegaban sus riquezas; hemos difundi-

do el terror de nuestro nombre por toda la tierra que

pisa el español: y todo eso lo hemos hecho apesar del

pendón de España, abriendo la primer huella de un ca- mino en el que hombre ninguno ha puesto su planta to-

davía ! Cuando volvamos á Inglaterra colmados de riquezas, de descubrimientos y de renombre, ¿ eréis que el lustre de estos hechos lleva riesgo de empañarse por

haber dado la espalda á un combate estéril?. .. . La pri- mer bala que arrastráramos por orgullo ó por soberbia

(contra el mandato de Dios que nos impone ser humil- des) podría hacer fracasar esta tentativa de mi genio, en la que cifro mi honra y la gloria de Inglaterra! . . . .¿Me comprendéis?. .. .Es preciso que me obedezcáis ciega- mente, y que renunciéis por esta vez al ardor de vuestro corage.

—Milord: obedeceré ciegamente á vuestros mandatos. . .

ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. 481

Pero, jamás huiré con gusto delante del pendón de Es-

paña.

—No importa!. .. . otro cañonazo!. .. .sí: no tengo

duda, es la culebrina de bronce del Pasha la que habla.

Oh! yo oigo desde muy lejos la voz afligida de mis hijos! . .

Esos cañonazos aislados son señales que nos hace el Pasha

para que sepamos que lo persiguen. El Pasha como vos

sabéis debía venir á reunírsenos en este golfo: los espa-

ñoles han salido del Callao y lo persiguen: lo tengo aquí

(dijo Drake señalándose la frente) cgmosi ¡o viera!. . .

¡Gracias á tí. Dios mío! dijo alzándose su gorra. Es vi-

sible el favor de vuestro brazo, pues habéis querido po-

nernos en su camino para dar ayuda y socorro á nuestro

hermano, tu fiel servidor como nosotros! . . . Oidme bien,

Henderson! Si para desembarazar al Pasha tuviésemos

que batirnos por un instante, no os dejéis enredar en

la acción; procurad estar siempre al viento para tomar

el largo y retiraros: estad atento á mis señales mas

que á las maniobras del enemigo; y dejadme hacer. Os

repito que mi intención es evitar todo combate, si pue-

do; y abandonar las costas del Perú. No os alejéis de mí I y si algún suceso estroordinafio nos separase, ya lo

sabéis, cruzad al norte sobre las costas de California !

482 LA NOVIA DEL HEREJE donde nos reuniremos para salir al Atlántico por el Nor-

te ... . No os asombréis 1 ¡ confiad en mil

¡

—No me asombro, milord; pero estraño que prefiráis

ese camino extraordinario, al del Estrecho que ya cono- cemos.

—Para venir era bueno; para volver es el peor. La

costa toda está ahora en alarma-, todos los galeones es-

tán volando á sus nidos: y es mas que probable que los

españoles tomen el Estrecho antes que nosotros, para

esperarnos y anonadarnos. ... Lo mejor es pues lo que

os he dicho: lo tengo bien pensado: meteremos la mano

de paso en los tesoros que el español tiene en sus ricas

colonias de Asia; y le mandaremos noticias nuestras

después que lleguemos á Inglaterra. ¿ Me habéis com-

prendido, Henderson ? —Todo.

—Bien: al pié de la letra todo 1 dijo Drake con un ade-

man, de autoridad^

—Gomo me lo mandáis, milord

— Id ahora á vuestra nave, y poneos inmediatamente á lávela.

Mientras que Drake montaba al Pelícano, se dirijió

Henderson á h Isabel con toda I a presteza de sus remos. ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. 183

Un momento después estaban ya en marcha los dos bu-

ques del Hereje. La Isabel, como si quisiera juguetearse

con las olas del mar, recostaba sobre ellas su graciosa arboladura hasta tocarlas casi con sus vergas.

El torrente de espuma que marcaba su huella sobre el

Océano pasaba con furia á dos dedos de su borda de ba-

bor, mientras que los bravos marinos que la tripulaban, sentados en grupos por la otra borda, esperaban los su-

cesos con aquella flema grave que encubre el ardor de las pasiones del hombre de mar.

Inmóvil como una estatua, y apoyando su cuerpo en el

codo izquierdo, miraba Henderson el Galeón en que estaba doña Maria. Un nuevo cañonazo se hizo sentir en el ho- rizonte, y fué respondido con otro disparado á bordo del

Pelícano. Gomo una hora después aparecieron las blancas velas de un buquecillo. Drake no se habia engañado: era el Pasha. La escuadrilla española, improvisada por

Sarmiento, se distinguia persiguiéndolo á la distancia.

Es imposible pintar la vigorosa animación que la fiso- nomía de Henderson cobró con esta perspectiva: se ende- rezó como un álamo y con una voz llena de orgullo man-

dó izar en lo alto de la entena de popa los rojos colores de Inglaterra. i Si LA NOVIA DKL UKIUIJK

VA vioiito había dojaido nolablomenlc, y soguia apa- gímdoso (le mas oii mas como sucedo ordinariamente al medio dia en el mar de los trópicos; y apenas habia te- nido tiempo el Pasha de ponerse á navegar en la direc- ción que le indicaban las señales del Pelícano, cuando una calma completa se habia establecido ya en la atmos- fera del Océano. Las velas de los buques se balanceaban

á lo largo de los palos como laxas y fatigadas de la tarea, al paso que gruesas olas, sin dirección, ondulaban deba- jo de los cascos meciéndolos sin cesar con el movimien- to de la ebriedad. El primer viento que levantara allí la mano de Dios iba á decidir de la suerte de todos. Las dos escuadrillas se mecian inmóviles é impotentes, como á cuatro ó cinco millas de distancia una de otra; y el Ga-

león, poco antes despojado, se balanceaba también á la

vista de ambas.

Esta calma duró todo el resto del dia, hasta que vino la noche, y tomándolos á todos en esta situación, los en- volvió con el denso manto de sus tinieblas.

(( Un viento fresco del leste (dicela historia) se levan-

« tó cerca ya del amanecer. Los ingleses se aprovecharon

« de él para alejarse; porque no estaba en los intereses

" do Drako arriesgar un combate siendo su fuerza tan ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. \So

« inferior. Agrégase á esto que halagados los Españoles

« con un triunfo que les habia parecido facilísimo ba- tí bian incurrido en la imprevisión inesplicable de no

« embarcar los víveres suficientes para hacer la perse-

« cucion del Pirata. ' »

1. Drake's Circumnavi. pág. 67. CAPITULO XI.

ENTRA EL DIABLO Á INTERVENIR EN EL ASUNTO.

Sarmiento habia velado toda la noche sobre el puente

de su caravela. No podía perdonarse la fatal imprevisión

en que habia incurrido embarcándose sin los víveres

necesarios: y como era cosa que ya no podía remediar se desesperaba al ver que tenia por delante á los Herejes sin poder consagrarse á su persecución y esterminio.

Conocía también que era grave la imprudencia con que

habia aplazado el día de la retirada, seducido por la es-

peranza de un encuentro, ó por lo mortificante que le

era volver al Callao sin ninguno de los resultados que

sus compatriotas se habían prometido de su espedicion,

El temor do que las calmas so prolongasen ó se repitió- ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. 187 sen lo llenaba de fatales presentimientos, amenazando sus buques con el hambre que es el peor de los desastres

en que puede caer el navegante.

Mil veces en aquella noche, se le pasó por la mente,

asi como vaga tentación, la idea de arrojarse al mar por

despecho; pero le contenia la vista de tantos bravos co-

mo se hablan embarcado entusiasmados con la confian-

za que les inspiraba su renombre.

Cuando sintió la brisa del levante que sopló al amane-

cer, no pudo menos que dirigir al cielo una mirada de

gratitud: no se le ocultaba que esa brisa soplaba también

para Drake favoreciendo su escape; pero prefería á todo

la posibilidad de navegar hacia las costas.

Desde que apuntó la primer luz del dia. Sarmiento pu-

do ver las velas del Pirata muy distante yá y en rumbo

directo hacia el Norte. Como si esto le sorprendiese, las

observó con mucha atención clavando en ellas un ojo des-

confiado y reflexivo. Una idea súbita pareció atravesar

de pronto por su mente, y su fisonomía se animó también

como si recibiera el reflejo de un rayo de luz. — «No pen-

« seis que me engañáis, nó, pirata insolente (se dijo á

(( si mismo con el ademan de la amenaza). . . . ¿Finjis

« iros por el Norte, eh?. . . .Ya os comprendo-, en cuan- LA HEREJE 188 NOVIA DEL ,

« to OS veáis fuera de mi vista virareis al Sur. Pero, Dios

« mediante, yo sabré atajaros el paso! Sino sois pájaro ó

« brujo, será preciso que tarde ó temprano caigáis por

« el Estrecho y allí os daré yo noticias mias, maldito

« aventurero I » Su rostro y sus ademanes cobraron con estas palabras aquella animación, aquel apuro que se nota en los hombres de genio vivo cuando conciben de pronto un medio de lograr fines largo tiempo cour- trariados.

Sarmiento habia reparado desde el dia anterior al ga^ león español que tenia á la vista, y como los dos buques del herege hablan venido de la misma dirección, habia conjeturado con mucho acierto que ese galeón era nece- sariamente una de la muchas victimas que dejaba en aquellos mares la audacia de Drake. Esto no obstante, mi- ró aquella aparición como un favor del cielo porque tras- bordando á él parte de su gente é incorporándolo á su escuadrilla podia aliviar muchísimo el consumo de sus víveres.

Como el galeón se habia apercibido también del pen- dón de España que flameaba en las galeras de Sarmiento, hizo todo esfuerzo por reunírseles: y un rato de recípro- ca marcha bastó para que Sarmiento supiese los detalles -I

ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. 189

del apresamiento del San Juan de Orton, y los demás

cruceros de Drake, por boca de don Felipe.

Mientras que Sarmiento ponia en juego toda su habi-

lidad para abreviar el camino que distaba del Callao, el

Virey habia tenido la feliz ocurrencia de enviar en su

busca dos naves cargadas de abundantes víveres ' con

las que tuvo la dicha de encontrarse cuando mas preo-

cupado estaba por la inminencia del hambre. Fácil es

conjeturar el júbilo que este encuentro causó en la gente

de su escuadrilla: alentados todos, le instaban porque volviera sobre las huellas del Hereje; pero él se resistió á ello, no tan solo por las grandes dificultades que ofrecía su persecución después de tantos dias de alejamiento, cuanto porque Sarmiento estaba convencido de que Dra- ke buscaba ya la embocadura del Estrecho para salir al

Atlántico. Su plan era, pues, esperarlo en ese paso pre- ciso y anonadarlo de un modo infalible obteniendo el rescate de todo el botin que el Pirata hubiera hecho en las costas y mares del Perú.

Con esta idea. Sarmiento ardia por llegar al Callao y obtener el beneplácito del virey para ejecutar su gran plan.

1. Drakc's circumnavig. páj. C7. 190 LA NOVIA DEL HEREJE

Este general de la marina española era un hombre de muy amable compañía y de jenio muy festivo.

Desde que su ánimo perdió las preocupaciones amar- gas en que lo tuvo la falta de víveres, empezó á obsequiar con esmero ásus huéspedes y compañeros: todos los días los reunía en su mesa; y allí eran Drake y sus herejes los que hacían, por supuesto, el gasto de la conversación.

Don Felipe, que, como sabemos, era taciturno, casi nun- ca seguía la tertulia de la sobre-mesa; y mientras él no se levantaba don Antonio conservaba una actitud modes-

ta y humilde. i

Mas cuando el viejo le quitaba el estorbo de su presen- cia, el mozo cobraba bríos y emprendía ardorosas narra- ciones de su cautiverio, pintando individualmente á cada uno délos personajes de la escuadra de Drake.

—Miren ustedes: decía un día don Antonio después que don Felipe habia dejado la mesa; yo puedo hablar de todo esto con propiedad y con franqueza porque no ten- go cola de paja como otros. En mi vida he visto mons- truos de la laya: unos á otros se asaltan y se amenazan como una verdadera banda de salteadores. Guando se reparten el botin se atropellan, se muerden, se pu-

ñalean por las mejores partes. El jefe es un demo- ' .

ó LA INQUISICIÓN DE LIMA i91 nio encarnado, y roba á sus compañeros con el mayor descaro: eso sí, que cuando alguno corcobea lo cuelga al instante del pescuezo entre las vergas como lo hizo con el Teniente Dante.

—Qué sucedió con ese Dante? le preguntaron algunos de los circunstantes.

—Una cosa horrible, atroz! respondió don Antonio;

y cuidado que lo sé por uno de ellos mismos: es verdad

que el que me lo contó aunque es herege, daria un ojo

por ver á Drake conversando con las roldanas de su bu-

que: porque este malvado están feroz que todos á bordo

tiemblan de solo oirlelavoz, y andan allí comomugeres

á quienes hubieran puesto por castigo bajo del gobierno

de un demente. Pues bien! este facineroso tiene por favo-

rito ó un bandolero peor que él: es un tal Henderson; fí-

jense ustedes bien en el nombre; un tal Henderson; un

mozalvete que manda la Isabel, rubio como Judas, porque

como ustedes saben el misal dice: ruhicundum erat Ju-

das. Este mozalvete que no deja jamás el puñal, y que es

bárbaro como un tigre, es hijo bastardo del famoso Lei-

cester que como ustedes saben es el ...

Don Antonio se interrumpió al ver á don Felipe que ba-

1. Douglity. 192 LA NOVIA DEL HEREJE

jándose de la cubierta entraba en la cámara y tomaba

allí un asiento retirado.

Los demás, que no comprendían bien los motivos que

influían en la interrupción del narrador, le dijeron: \

—Vamos! continúe ustedl

Don Antonio trató deescusarse con palabras evasivas;

pero vivamente instado, dijo: i

—Según me han dicho los herejes, este Leicester lo

puede todo con la que ellas llaman su reina. Devorado

por las alarmas que le habia empezado á inspirar su rival el conde de Essex, hizo una tentativa para envenenarlo.

Daute que era íntimo amigo de este, supo el crimen y ha- bló del asunto con indignación; por lo cual se entendió

Leicester con Drake y lograron seducir á Daute con las esperanzas de las riquezas que les prometía este cruce- ro, dándole el mando de la Isabel. Guando estuvieron lejos en el mar, vino un dia Drake á la Isabel, y puso de capitán á su cómplice Henderson rebajando de piloto á

Daute; á los tres días lo prendió Henderson á pretesto de complot; y entre los dos cómplices le formaron causa y lo ahorcaron. Vais á ver aquí lo que son estos bandi- dos; porque os voy á referir un rasgo característico de la vida que llevan mezclando á todos sus nefandos crí- ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. 193

menes el de la impiedad y sacrilegio. Cuando Drake vio ahorcado á Daute se paró sobre la meseta de la cámara y dirigió un sermón á su gente invistiéndose y ungiéndose

á sí mismo de ministro del Altísimo. Lloró sobre el ca-

dáver de su víctima y peroró mas de una hora invocan-

do á cada paso el nombre de Dios y el de nuestro señor

Jesu-Cristo, como si él fuese cristiano y no se le estuvie-

se viendo allí mismo el rabo con que Dios ha estigmati-

zado á todos estos creyentes y secuaces del diablo ....

Pero volviendo á ese Henderson os diré que es el bandi-

do mas insolente que ustedes pueden figurarse. Él mis- .

mo, por su propia mano, cortó una oreja y un brazo, la lengua y una pierna del cadáver de Daute, y clavó estos

asquerosos despojos por la borda de su buque para es-

S ;' carmiento de las gentes. El mismo prake respeta y adu - la las feroces propensiones de este mozo; y yo mismo, yo mismo, señores, he presenciado una cosa de que no pue- do acordarme sin que las lágrimas de la indignación lle- nen mis ojos, dijo don Antonio poniendo trémula la voz, y cubriéndose la vista con las manos: he visto á ese ca-

chorro de ferinas razas. . . Ah! señores! ah! señores! .... qué momento aquel! .... lo he vi¿to levantar su bárbaro puñal para atrevesar el pecho del señor don Felipe, de \9\ LA MOYIA DEL IIEHEÍE •

I

este respetable anciano que tenéis delante, y que hubo de sucumbir á la vista de su muger y de su hija por sal- var los preciosos documentos del tesoro que le hablan

sido encargados! Les juro á ustedes que

—Usted está equivocado, Romea, le dijo don Felipe interrumpiéndole: ese mozo de quien usted habla no me amenazó con puñal ninguno en la ocasión esa que usted refiere ....

—Sí, señor: con una daga!. ... yo admiro la virtud cristiana con que usted, mi digno señor, no solo perdona sino que atenúa el crimen. Pero yo estoy resuelto á pro- mulgar en todo el ámbito de la tierra el nombre de Ilen- derson como el prototipo del diablo, de la ferocidad y de la herejía; para que en el orhe romano, ó español que es lo mismo, le quede votado un odio eterno y universal, y reciba algún dia en una hoguera el castigo de sus crímenes. ¿ Qué español me negará el juramento de este voto ? dijo don Antonio tomando una copa llena de jerez,y dirijiéndose á sus oyentes con un ardor es- traordinario.

—Ninguno!!! le respondieron todos alzando también sus copas.

— Juremos, amigos, por la cruz de estas espadas, odio .

ó LA INQUISICIÓN DE LIMA., 195 eterno al malvado Henderson, cómplice principal de los crímenes de Drake. ..^

— ¡ Odio á Henderson 1 dijeron todos y bebieron sen- dos tragos de buen vino de Jerez.

—Juremos vengar en él hasta la saciedad, la insolen- cia y la ferocidad con que ha tratado auno de los proce- res del vireinato! •

—Juremos! repitieron volviendo á beber.

Don Felipe estaba profundamente sorprendido de aquel brio y de aquella independencia que don Antonio habia desplegado por primera vez en su presencia. ^^^

La bulla de los brindis y los juramentos le habia im- pedido hablar, pero aprovechándose del primer momen- to de sosiego, dijo: ^^

—Todo eso. Romea, no le autoriza á usted para falsi-

ficarlos hechos: yo no he sido amenazado con puñal, se lo repito á usted: usted ha visto mal, y quizá ha sido cau- sa de eso el terror del momento.

—Es el terror del momento lo que ha impedido cono-

cer á usted, señor, el riesgo á que estuvo usted espues- to por salvarlos preciosos documentos de que era depo- sitario. Verdad es que con eso ha hecho usted un servi- cio eminente al Rey nuestro Señor ... 19G LA NOVIA DEL HEREJE

— ¿So salvaron los documentos? preguntaron Sar-

miento y los demás.

.^ — ¡ Toma si se salvaron ! respondió don Antonio. Se

salvaron por la estoica virtud de este anciano, impertur-

ble bajo la daga del asesino, virtuoso alli por el valor,

como virtuoso lo veis ahora para perdonar y atenuar los

crímenes de que fué víctima. Ni el puñal de Henderson,

ni las mil seducciones que puso en juego Drake fueron

bastantes para arrancarle ese sagrado depósito que tan-

to interesaba al tesoro del Rey conservar en secreto.

Después de la amenaza inútil, vino, señores, la seduc-

ción ¡ nada ! el depósito se salvó como lo sabréis

cuando lleguemos á tierra !

Don Felipe estaba trémulo de rabia al ver la impavi-

dez conque don Antonio estaba sosteniendo la conver-

sación sobre un tema tan vidrioso para él; pues es sabi-

do que él había entregado al fin á Drake todos sus libros

y documentos. Todos ellos le eran inútiles por cierto, des-

pués del asalto y del saqueo del San Juan, pero como los

que oían á don Antonio, concebían necesariamente ideas

muy distintas de esos papeles y de su triunfo en salvarlos

era inminente el riesgo en que le ponía de que en vez de

salvador de ellos, fílese á resultar negociador de la par- ó LA INQUISICIÓN DE LlMi. 197

le de su fortuna que habia estado comprometida, con las

demás circunstancias de sus conexiones con Drake du-

rante su cautiverio.

Él, empero, no sabia como descifrar las impertinen-

cias de don Antonio: no podia suponer que sus asertos

fueran hijos del malicioso plan de perderlo comprome-

tiéndolo en una posición insostenible, y lo atribula á la

ignorancia y al bajo deseo de adularlo, que don Antonio

le habia manisfestado siempre, en conformidad con la

costumbre de todos los que en aquel siglo venerable as-

piraban á ser yernos de algún viejo rico y concienzudo.

Esta creencia, sin embargo no disminuia la impacien-

cia que los asertos de don Antonio sublevaban en su áni-

mo; y lo que mas le preocupaba era que su dependiente

se diera por tan instruido de las seducciones de que él ha-

bia sido blanco. Mas, como no era posible hacer ca-

llar á don Antonio delante de oficiales y de gentes que le

escuchaban con anhelo y avidez cuanto era relativo á

Drake y á sus secuaces, y como el narrador habia sa-

bido interesar el patriotismo de sus oyentes, y no cesa- ba de ensalzarse á él mismo, don Felipe comprendió que lo mejor era dejarlo; por lo cual se levantó y fué á

pasearse de nuevo sobre la cubierta de la nave. 198 LA NOVIA DEL IIEHEJE

Don Antonio continuó liablando del tiempo de su cau- tiverio en el buque de Henderson, materialmente como si lo hubiese pasado en el infierno.

—Es cosa admirable, señores; decia á los circunstan- tes, volviendo á tomar el tono caloroso, con que habla- ba antes de que hubiese aparecido allí don Felipe: es

cosa admirable lo que sucede con estos herejes ! Pa- ra mi no hay la menor duda de que hereje y brujo son cosas que se dan la mano. Ese Henderson, señores, os en su figura natural el ente mas horrible que pueda imajinarse; pero tiene la virtud de mostrarse con mil y un rostro si se le antoja. De dia cuando tiene á quien seducir, por ejemplo, y bastante ha hecho por seducir á la linda hija del señor don Felipe (dijo bajando la voz) de dia, digo, suele aparecer como un joven precioso; pero entonces, es preciso repararle los ojos, se descubre en ellos un reflejo infernal, una luz interna como la del ga- to y el tigre; y los pies, aunque calzados con esmero, revelan por la agudez misma de sus formas que no son pies de gente, sino las corbas uñas del Diablo disimula- das con la posible perfección. De noche jamás duerme: porque os la hora on que evócalos espíritus infernales de quienes dej>endo; él tiene que consagrar toda la no- (3 LA INQUISICIÓN DE LIMA. 199

che al servicio del Diablo. . . .Yo hablo á ustedes, seño-

res, de lo que he visto con estos mismos ojos; y ahora

mismo, al recordarlo, me encrispo todo, todo de horror!

Cuando la gente se ha recojido, y las tinieblas de la

noche toman todo el solemne prestijio que les dá el si-

lencio universal, se oyen los pasos del hereje retumban- do sobre el buque con una cadencia indefinida y lúgu- bre: cualquiera diria al oirlos, que son golpes ó marti- llazos dados por un brujo ó por una ánima en pena sobre el ataúd de un condenado Un poco después, el re-

negado empieza á rujir allí solo sobre su buque; y como si le acometieran las convulsiones que el reprobo debe r tener cuando columbra el infierno desde su lecho de muerte, se pega con ferocidad sobre la -frente, levanta las manos al aire como si invocara las tinieblas, se tuer- ce los brazos, oculta su cara entre las manos, y vá como un loco á dejarse caer al fin sobre algún banco, donde se queda desfallecido y con su vago mirar fijo en las tablas del piso. Sus ojos empiezan á enrojecerse entonces hasta que so ponen como dos brasas de fuego en la oscu- ridad: silbos y aleteos estraños y horrorosos empiezan á

€Írseporlas vergas^el buque, y el endiablado se pone

á temblar de pies á cabeza como si tiritase de frio: mien- ! .

200 LA NOVIA DEL HEREJE

tras tanto el ruido del aire se aumenta y se acerca, como

61 fuese el de una bandada de pajarracos que se batiese sobre los palos luchando ferozmente unos con otros. . .

Ah! . . . .que espectáculo tan horrible, señores ! vosotros

que sois fieles católicos, comprendereis mis amarguras

al frente de semejante escena ! . . . . ¡ Noche horrible

aquella cuyo recuerdo jamás saldrá de mi alma ! . . . .Ha-

cia ya muchos minutos que yo no dormia aterrado por

este ruido infernal que bajaba hasta el vil camarote en

que esos perros me hablan echado; creia al principio que

aquello era alguna borrasca que se habia desatado sobre

el mar.

—Y no era otra cosa, señor Romea, le dijo con viveza

el general Sarmiento que lo habia escuchado con un

grande interés, hasta entonces.

— ¿No era otra cosa ? ¡ Señor General

—Por cierto ! . . . , si no era una tormenta, fué alguna

pesadilla que usted tuvo; dijo el General tomando un tra-

go de vino en su copa.

Don Antonio le fijó la vista y dijo meneando la cabe-

za: —Dice bien el Reverendo padre Andrés ! es una fa-

talidad; pero ello es cierto—que la sabiduría es madre de

la incredulidad: V. E., señor General, ha nacido católico —

ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. 20!

como nosotros, y no cree en el Diablo ni en los endemo-

niados por que no cree sino en lo que alcanza su ra-

zón I Vanitas vanitatum! como se lee en el mi- sal Yo no me atrevo, señores, á esplicar ni á

querer comprenderlos misterios del infierno: cuento lo

que he visto con estos mismos ojos I

—Seguid! seguid ! le dijeron los demás; y el Gene-

ral pareció duplicar su atención para escucharle. -

—Pues bien ! . . . . creyendo yo que se hubiera desen-

cadenado alguna borrasca bajé muy quedo de mi cama,

y atravesé por entre las hamacas de los herejes que ron-,

caban como bestias feroces; subí una escalerilla que da- --'^: íá-

ba á un agujero de la cubierta, y me quedé espantado al

ver lo que os he referido:—Henderson temblaba como

un azogado; sus ojos eran dos brasas que humeaban.

—Estarla fumando en su pipa ! le dijo el General in-

terrumpiéndole de nuevo.

Don Antonio fingió que no oia, y continuó diciendo

Un relámpago azufrado bañó el buque en este momento,

y pude ver que un enorme buho se habia desprendido de

entre el enjambre que coronaba los palos y se cernía so-

bre la cabeza del hereje bañándolo con una lluvia in-

munda: el hereje se fué poco á poco empinando; sus 202 LA .NOVIA DHL lIKUEJí:

piornas se cüiivirtioron on palas da chibato, y sus brazos tomaron la rormado los dol mono-, sus cabellos fueron enderezándose gradualmente hasta que se pusieron ver-

ticales como si fuesen de hierro, y separándose á uno y

otro lado de las sienes en dos porciones, se retorcieron

y tomaron la consistencia del cuerno; y una horrible co-

la empezó á desenvolverse por un lado y otro lado dan- do sendos chicotazos sobre las tablas de la cubierta. Una vez que estuvo trasformado así, empezó á dar brincos hasta las vergas; las velas todas se desataron, y todas * aquellas horribles figuras de buhos y de lechuzas, de la-

gartos y de murciélagos, de langostas y de vampiros, em-

pezaron á marinear la goleta como si fuesen su tripula-

ción ordinaria, al zumbar de los volidos y de los sil-

vos . . . .(•!).

Don Antonio tenia estupefactos á todos sus oyentes.

1, Esta narración se halla perfectamente fundada en las creencias y en las ideas de aquel siglo: la liacen muchos escritores como Sandoval y otros; y entre ellos la prohija el mismo Centenera diciendo: "¿Que diremos de aquel gran marinero "Gallego, que en tres dias vino ú España "De las Indias trayendo mal tempero, "Huracanes, tormenta muy estraña? "Ni gente de la mar ni pasajeros "Paraban; mas andaba gran compaña "De Diablos que las velas marineaban

"V la iiíive con fuorüa se llevaban. — —

ó LA INQUISICIÓN DE LIMA 203

Muchos de ellos que habían empezado á oírle con gran- de incredulidad habían ido entregándose gradualmente al prestigio sobrenatural de los sucesos que narraba, y le -^' escuchaban con sumo interés.

—Pero I ah, señores ! continuó diciendo con una voz hueca y gutural: me faltaba ver lo peor todavía!. .. .

Guando cesaron aquellos brincos que parecían la fiesta preparatoria del sabático concilio, el horrible Henderson se sentó en el suelo en medio de una rueda de aquellos espíritus feroces; y un silencio sepulcral reinó en ellos: se levantaron entonces dos enormes langostas, y parán- dose sobre sus patas prendieron sus dientes á las orejas de Henderson, que se puso á rechinar como un cochino maniatado, mientras que ellos le gritaban— c(¿ perdiste yá el alma de la muchacha ? ¿ Desempeñastes bien la co- misión de nuestro Padre ? ¿ La habéis endemoniado ?

< •• ^ "jta/'í/flCícoía.'- •el piloto les decia,

"Y ellos cavan el trinquete y la mcsana;

''Ysi les dice—afca!" -• -con porfía

"Amainan los traidoi'cs con gran gana.

"Y viendo que al contrario se hacia,

"Al contrario mandó y así fué sana

"Su nave por los Diablos marineada."

(La Anjciitina^ranfo A.) . 204 LA NOVIA DEL HEREJE

No todavía I» le respondía él; y cuando la ronda oyó aquella respuesta, se alzó furiosa y cayó á golpes y pico- tazos sobre el reprobo que estaba exánime y tendido so-

bre la cubierta. Levántate miserable ! le dijo el mas grande de los buhos, y ven á darme cuenta de los dones

con que te adorné ! ¿ Para que te di esos ojos de topacio con que brillas delante de las mugares ? —Para perderlas, amo mió!—Para que te di esas sortijas de cabellos rubios y lustrosos como la seda joyan- te?—Para perderlas ¡padre mío!—¿Para que te di en fin ese rostro y esas formas que yo llevaba cuando

el ? era ángel de la luz —Para perderlas i Rey mío !

—Ven, imbécil, á djrme cuenta de lo que has he- cho!—Nada, señor! nada, señor!» decía el repro-

bo revolcándose , mientras que toda la ronda sal- taba, brincaba y corría sobre él. Un silbo agudo atravesó el bullicio, y todos los demonios se quedaron clavados como si fuesen de piedra. Vi entonces que el que había silbado era el buho á quien Henderson ha- bia llamado su padre y que parado en una verga aletea- ba con un ruido espantable: todos los otros pajarracos volaron de la cubierta al verlo, y asentaron á su alredor por las cuerdas y las otras vergas. o LA INQUISICIÓN DÉ LIMA 203

—Quiero ser aun mas benigno contigo, hijo indigno

de mi grande Magostad! le dijo el buho á Hender- son, que conservaba todavía su figura de chibato: te

voy á prorogar el plazo-, pero mira que es la última próroga que te doy, y que concluida ella te arrastro de

nuevo á los abismos de donde te he sacado I El horrible

chibato se puso á temblar— ¿ Cuántos dias quieres para

hacer de ella la Novia del Hereje 1 le preguntó el buho.

Tres ! —Y son los últimos I le dijo el buho al mismo

tiempo que una luz repentina cayó sobre el chibato, y que una llama vaporosa como la del aguardiente, se apoderó de todo su cuerpo. Cuando yo miraba todo aquello con el terror que debe sentir el alma del conde-

nado á las puertas del infierno, recibí, no sé de quien, una fuerte patada en la frente que me hizo rodar sin sen-

tido hasta el fondo del barco.

El general Sarmiento no quitaba sus ojos investigado-

res de la cara de don Antonio: parecía que lo quisiese

fascinar; y de cuando en cuando hacia un gesto casi im-

perceptible de menosprecio.

—Pero bien ! le dijeron algunos de los oyentes á don

Antonio: ¿cual era el alma á quien el hereje debia per-

der? 20(> LV NOVIA DEL IIERE.IK

Al mismo ticmi)0 ([ue don Antonio les rospondia-.

—Ah, señores! eso no lo sé yo, el general decía seña- lando á don Antonio con un tinte ligero de ironía—La suya, señores! la suya! ¿cuál otra? y se reía con burla.

—V. E., señor General, le respondió don Antonio, se burlará de mí cuanto quiera; pero lo que yo he refe- rido es la verdad por desgracia mía!

—Y de otros! le respondió Sarmiento empinando el

último trago de vino que había en su copa, y levantándo- se para salirse. Uno de los marinos que quedaba sentado tomó entonces la palabra y dijo: — Pero usted, señor Romea, no nos ha dicho como acabó su aventura.

—Ya se los he dicho á ustedes: fui rodando sin sen- tidos hasta el fondo del buque-, y nada mas.

— ¿ Y después ?

—Después permanecí así hasta el otro día: cuando volví en mí tenia la cabeza dolorida y embargada

El general Sarmiento, al ver que don Antonio iba á continuar su historia, se paró en el primer escalón de la salida y se quedó escuchando.

—Muy dolorida ! repitió don Antonio sin ver que

Sarmiento lo escuchaba-, traté de salir á fuera: era un ó LA INQUISICIÓN DE LIMA 207 poco después de la aurora y apenas saqué la cabeza me quedé frió: el señor Henderson con toda su máscara de belleza estaba sobre cubierta; pero yo que lo habia visto al natural en la noche antes descubría en sus ojos y en su semblante los diabólicos rasgos del chibaíto: estaba para- do delante de doña María: (agregó el hipócrita bajando mucho la voz,) y ella con la candorosa inocencia que Dios le ha dado, parecía gozar de las urbanas palabras y corteses adema- nes con que el demonio la seducía. Arrebatado por el interés que me inspira la hija de mi protector, del que es todo para mi aun antes de mi padre, quise lanzarme

á revelarle su peligro; pero se volvió el hereje al mismo tiempo, me clavó sus ojos, que eran ya tales como en la noche anterior, y herido de nuevo, no sé por quien, vol- ví á rodar hasta el fondo del buque.

—Luego, la Novia del Hereje, de quien habia habla-

do el buho, era ella?. . . .dijeron algunos.

—Al menos, parece que á ella se referían en esa feroz evocación; pero por fortuna llegó á salvarnos el ínclito

Sarmiento antes de que el sacrificio estuviese consuma- do! y abundan en la tierra del Perú los Santos varones

que borrarán la pestífera huella que hayan podido dejar ¿08 La novia del hereje en nosotros los espíritus del infierno. Yo mismo, seño- res os jaro que contaré con la salvación de mi alma has- ta que una severa penitencia no me haya restablecido al camino del cielo por la comuniou con el cuerpo de nues- tro Señor Jesu-Cristo contenido en la hostia que el Sacer- dote consagra en el altar.

El general meneó la cabeza, comprimió los labios, y subió á la cubierta.

Halló en ella á don Felipe, que se paseaba taciturno; y acercándosele, le dijo con soltura:

—Usted conoce bien, señor Pérez, á ese mozo que si- gue á usted como dependiente?

—Mucho, señor General .... será el marido de mi hija.

—De su hija de usted? lo preguntó Sarmiento con asombro.

— Sí, señor: de mi hija. — Pues, señor: ahora comprendo menos su conducta; yo le iba á decir á usted que me habia parecido un tonto

ó un picaro: dos entidades muy peligrosas para tenerlas

cerca. . . .Pero si usted lo ha destinado para marido de su bella hija, debo haberme engañado, señor Pérez! agregó el General, y se alejó fumando con delicia en su larga pipa de ámbar, una gruesa carga de tabaco turco. ' CAPÍTULO XIf.

EL PADRE, EL NOVIO \ LA CRÍADA.

Las palabras francas del General Sarmiento no deja- ron de producir una viva sensación en el ánimo del an- ciano, no obstante la aparente frialdad con que él la di- simuló.

Aquel presentimiento espontáneo con que el corazón del hombre sagaz sabe señalar á un ingrato ó á un ene- migo aun antes que la razón pueda fundarse en el me- nor indicio, habia comenzado á inquietar el alma de don

Felipe. Él sentia, sin poder decir como ni por qué, que un secreto recíproco vagaba entre los dos ánimos, tra- yendo aquella situación desabrida que sirve de germen á las grandes enemistades; y no obstante el esfuerzo del juicio con que rechazaba esta cavilosidad de su suspica- IS álO LA NOVIA DEL HEREJE cia, era singular la porfía con que ella volvia á inquietar su mente. Llevaba su generosidad el viejo hasta supo- nerse así mismo como la única causa de este estado; él pensaba, que como el arreglo que haba hecho con Dra- ke para reembolsarse de sus fondos, lo reducía á una l)Osicion falsa y alarmante, nacia de ella, y no de su pa- ^ rásito, la desconfianza y el desabrimiento que él se ima- jinaba.

Las palabras que el General Sarmiento le habia arro- jado como de paso, le hirieron en lo vivo de su sensibi- lidad; pues fueron una especie de sanción estraña dada á sus dudas. El lo disimuló sin embargo, por aquella fir- meza innata propia de una alma bien puesta, que repug- na la confidencia de los primeros temores del corazón, como un acto de debilidad ó de imprudencia.

— Es preciso sondear con mucho tino este misterio:

se repetía el viejo sagaz mientras que continuaba pa- seándose sobre la cubierta.

Los oyentes de don Antonio se habían ido dispersan-

do poco á poco y saliéndose al aire, como es costum- . bre entre los navegantes después de comer. Don Anto-

los tan luego don nio salió al fin como demás; y como ;

'' Felipe le vio, lo llamó á sí. ó LA INQUISICIÓN DE LIMA* 211

—Me parece, Romea, le dijo, que no tardaremos mu- cho tiempo en llegar al Callao.

—Precisamente hoy mismo he hablado de eso con el piloto del buque; y su opinión es que mañana á mas tar- dar echaremos la ancla en el puerto; y usted, mi venera- do señor, tendrá el gusto de ver terminadas las crueles vicisitudes de este malhadado viaje.

— Hombre: quien sabe ! . . . . ¡Bien venido seas mal si vienes solo! decía Epitecto, el mas prácticode los mora- listas antiguos. Ya usted vé que volvemos diciendo he- mos sido robados ! á los que nos hablan encomendado la guarda de sus caudales: y por mas notoria que sea nues- tra inculpabilidad, el despecho y la desesperación de los arruinados ha de buscar sobre quien caer con razón ó sin

razón.

—Algo he cavilado sobre eso mismo, mi buen se-

ñor. ... no por mí que soy un pigmeo sin méritos y sin responsabilidades; sino por usted, señor, que cuando me

acuerdo de esos malvados salteadores, la indignación mas

profunda y la rabia y la furia se apoderan de mi alma y me hacen hablar como un demente. ... Yo que he co-

nocido á usted, señor, dueño de una modesta fortuna, sa-

ber como sé que le ha sido robada, que está usted arrui- 212 LA NOVIA DEL HEREJE I

nado, y que toda la desgracia de este viage vá á pesar so-

bre usted. ...

I

—Tanto como eso, nó. Romea 1 ¿ Por ventura tengo yo

la culpa de lo acaecido ? A nuestra salida nadie

sospechaba siquiera que hubiera piratas de este lado del

mar. En eso no tiene usted razón.

—Yo lo decia, señor, porque como usted se opuso

tanto á que el situado bajase por el Rio de la Plata,

como querian algunos interesados

Don Felipe no pudo menos de dirijir una aguda mira-

da sobre su presunto yerno, como si hubiera querido

l)enetrar con ella en el fondo de su alma, para saber si

esas palabras importaban la insinuación insidiosa de un

antecedente acusador.

,

—Es singular ! respondió: me habia olvidado de esa circunstancia que usted me recuerda-, y que fué apenas

una ligera discusión. Yo me opuse á esa innovación, es

cierto ! y me opuse porque esa es una corruptela de las leyes del Vireynato que hace tiempo empieza á ocupar

las cabezas de algunos especuladores sin probidad, para quienes el lucro legítimo ó ilegítimo es la razón su-

prema de todas las cosas. Me opuse: si, ^eñor !. . . . porque usted sabe muy bien que al Rio de la Plata . ! .

213 ; ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. ,

.- # - _

no vá flota alguna de Cádiz. ¿A qué iba allí, pues, esc

situado?

— Quién sabe, señor ! ¿ qué sé yo de estas gra-

ves cosas de gobierno ?

—Pues yo las sé y se las diré á usted iba á in-

vertirse en alguna de las especulaciones fraudulentas

que se empiezan á realizar con el estrangero en aquellas

costas; y que si el Gobierno no ataja vigorosamente serán

la causa de la demolición de nuestras leyes.

' —Señor: lo que usted dice es para mí, por solo ser

dicho por usted, la verdad digna de fé: yo tengo y ten-

dré siempre sus mismas opiniones, mi señor-, asi es que

no he pretendido negar ni remotamente las sabias razo-

nes que fundan la opinión de usted. . . .Si he menciona-

do ese recuerdo, ha sido porque como los que querían

eso, decianqueera solo poruña escepcion motivada en el temor de los piratas. ..

— Qué escepcion, ni qué escepcion, señor!. . . .Lases- cepciones, los pretestos con que se incurre en ellas son el principio de muerte de las Leyes antiguas y sólidas de

los Reinos. . . .Todo eso no era mas que un pretesto pa- ra una grande especulación de tejidos de algodón. Usted sabe muy bien que todo lo que se temia respecto de pi- 2rt LA NOVIA DEL HEREJE ' ratas era que alguna banda como la que el año pasado atravesó á pie el Istmo, hubiese construido y amarrado de este lado algún otro lanchon como aquel; y para eso salimos en el San Juan, que era mas que suficiente pa- ra conjurar ese peligro. Pero ¿quién soñó en encontrar buques de alta mar ? ¿ quién habló de una escuadra ?

¿ quién imajinó siquiera que hubiese sucedido lo que pa- reció siempre un imposible?

—Magallanes ya lo habia hecho .

—Pero habia sido para todos un milagro cuya repeti- ción nadie habia tentado. Y Magallanes lo habia hecho, porque, siendo subdito de nuestro Rey y señor, nada te-

nia que temer después de vencidos los riesgos del cami-

no ... . Otra cosa era venir como enemigo á emboscar-

se en un mar de esta naturaleza como ese audaz hereje

lo ha hecho ! Esto nadie lo pudo, "hasta ahora, imaji-

nar. ... A propósito de esto: dígame usted, señor Ro-

mea, ¿ como ha podido usted saber lo que aseguraba de

sobremesa acerca de las seducciones que Drake habia

practicado conmigo para sonsacarme los papeles y docu-

mentos del situado ? i i-

—Habré tenido la desgracia de enfadar á usted con es-

to ?. . . . Me arrenpetiria, señor, toda mi vida. ! *- -1-

Ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. 215

^ —No, señor ! no es eso. . . . pero como es una cosa á

la que yo mismo estoy ajeno, quisiera al menos poder de-

sengañar á usted y no ser objeto de alabanzas infundadas

é injustas.

—Oh 1 señor: eso es otra cosa ! la conducta de us-

ted es digna de toda alabanza. Esa firmeza I Señor 1

para arrostrar la saña de los bandidos, y para vencerlos

á fuerza de superioridad: es cosa que yo jamás crei ver,

mi querido señor ;

—No nos estraviemos, señor Romea I tenga usted la

bondad de decirme como ha podido usted saber que he

sido objeto de seducciones, y no estrañe usted mi curio-

sidad, pues que habiendo ido yo en un buque y usted en

otro, me confunde que usted se crea tan bien informado

á mi respecto.

—Ah ! no señor ! usted está trascordado: .... ¿ no re-

cuerda usted que fué delante de mí ?

—Delante de usted 1 •

Delante de mi fué que el salteador Drake le ofreció á

usted documentos de tal naturaleza que le facilitasen á

usted la cobranza de su dinero sobre las arcas del Rey....

i. No se acuerda usted, señor ?

—¿Sabe usted, que lo habia olvidado?. . . . dijo don 2I() LA iXOVIA DEL HEREJE

Felipe poniéndose pálido de cólera, pero disimulándolo

admirablemente con la suavidad de la voz. i

—Pues bien: fué por eso que usted siguió al Hereje,

mi buen señor, y que volvió después á sacar todos los

libros y los [tápeles del situado. ,

—Pues si usted me ha hecho la ofensa, Romea, de creerme capaz de usar de semejantes documentos para buscar la indemnización de mis pérdidas, me da usted el derecho de suponer que al recordar usted todo eso con tanta fijeza es porque no desdeñarla usted, si yo se lo

ofreciese, el carácter de socio mió en esa jestion. '

— Yo no puedo decir á usted otra cosa, mi buen se-

ñor, sino que mi veneración y amor por la persona de

usted, es ilimitada. Usted, señor, me ha prometido da

mano de su hija, y como usted no ignora que apenas em-

piezo mi carrera (aunque bien sostenido y con un seguro

al porvenir) , yo he creido siempre que darme usted esa

situación en su familia pensaba usted hacerlo de mo-

do que quedase decentemente asegurada la independen-

sia de la mia.

, — Si eso importa una exijencia. Romea, quedo entera-

do de ella; pero, ahora, dígame usted, francamente, la

queja que usted tenga de mi; ó de alguno de los mios. ó LA INQIISICION DE LIMA. 217

—Oh! Señor! no tengo ninguna.

— usted hija ? ¿ Le ha ofendido á mi :^

— Usted, mi buen señor, me ha prometido que será mi mujer; y no obstante los inconvenientes que preveo, en ello cifro mi porvenir.

— ¿ Qué inconvenientes son esos, Romea, de que me habla usted ahora por la primera vez ?

—El que mas me preocupaba es como se lo acabo de indicará usted, que soy un empleado pobre todavía.

—Pero está usted yá en carrera; y tiene usted favor, como usted mismo me lo decia.

—Es verdad, señor, pero antes de diez años es difícil que llegue á tener lo bastante para ser independiente; y diez años de pupilaje !. ... ya lo ve usted, mi señor*, es

una perspectiva. .. .

— l De cual pupilaje habla usted, Romea ?

—De aquel en que necesariamente cae un hombre po- bre y humilde, como yó, dijo don Antonio haciéndose el inocente, cuando entra en una casa rica como marido de * la hija única de ella.

— Usted conoce demasiado bien mi casa y á mi hija, para queme sea permitido tener por sincera semejante observación. Usted sabe que mi hija es modesta y hu- .

218 LA NOVIA DEL HEREJE mude por educación, y que jamás le hemos permitido lujo ni distracciones: es una criatura obediente, sumisa, y que no es capaz de exijír á usted, cosa ninguna sino un rincón en el hogar. Usted sabe bien que para eso la he educado. I

—Es verdad, señor, que en eso ha cifrado usted su es- mero. Pero usted sabe que la corrupción moderna es gran- de, y que las niñas no siempre son para los demasío que aparentan ser para sus padres., .y un marido, señor... es bueno que cuente para todo caso con independencia de posición.

—Bien, Romea I dijo don Felipe disimulando siempre su profunda indignación. Me voy á recoger. .. .pase

usted buenas noches 1

—Así las pase usted, mi señor ! le respondió Romea inclinándose con humildad. Mientras que el anciano bajaba á su camarote no podia menos que decirse á sí mismo— «Preciso es que haya aquí algún misterio. O este mozo me cree arruinado por el salteo que he sufri- do, ó tiene en su poder parte de mis secretos

¡ Quiera Dios que sea lo primero! . . . .Pero no hay duda, es un intrigante que forja algún plan de ingratitud: yo le tenia por humilde y bondadoso !!!....! Prudencia y cal- ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. 219

ma !. . . .El Padre Andrés me ha precipitado. . . .Este mozo no es lo que él me ha dicho, y yo he sido muy imprudente en haberlo aceptado por yerno antes de to- marme tiempo para conocerlo bien.»

Y al pensarlo, el sagaz anciano echaba sobre su sem- blante la capa impenetrable de austeridad que le era ha- bitual. Bajó ala cámara y tomando á solas á su mujer le preguntó sin preámbulos:

—¿ Qué desagrado ha ocurrido entre Romea y ustedes

durante el tiempo de nuestro cautiverio ? '

—Ninguno 1 le respondió Doña Mencia sorprendida de semejante pregunta; ¿y por queme lo preguntas ? agregó. .

—Cuando yo pregunto algo, dijo don Felipe, es por que quiero saber, y no por que quiera contestar. ¿Sa- bes tú si han tenido algún desagrado con la María ?

—Te puedo asegurar que ninguno. Ni se han habla- do siquiera; pues bien sabes que nuestra hija no habla jamás con hombres.

—Sin embargo, algo ha sucedido. . . Llámame á Juana y déjame solo con ella.

Juana vino en efecto: y haciéndola entrar don Felipe á su cuartejo, le preguntó de un modo imperioso y breve: !

220 LA NOVIA DEL HEREJE

— ¿ Qué disgusto ha tenido don Antonio con la

Maria ? '

—Ninguno, señor, dijo Juana, pero se puso tan páli-

da y tan turbada con este ataque repentino, que, domi- nada por la mirada fija y penetrante que don Felipe le

clavaba empezó á temblar. !

—Bribona 1 le dijo este con un enfado reprimido ¿te

has figurado que tú puedes engañarme ? i

—Señor ! . . . .por Dios ! . . . .le juro á su merced

dijo Juana juntando las manos.

—Silencio, demonio ! Baja la voz te digo ! le dijo

don Felipe poniéndole la palma de la mano sobre la bo-

ca: ó te hago azotar sobre cubierta, perra ale. ...

Juana se hincó de rodillas y sofocando sus sollozos, le

decía: no, mi amo, por Dios ! I

—Nada ! dime que le ha hecho la Maria á don Anto- nio? repitió el viejo con voz sofocada y alzando el dedo con un terrible aire de amenaza.

I

La muchacha se arrojó á sus piés; pero el anciano la

alejó de un punta pié. •

— Te digo que hables, perra muía, si no quieres tener

que arrepentirte

I

—Sí, amo mió. i)or Dios ! ya voy á decírselo todo cá su !

ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. 221

merced;. . . .pero créame, señor, que estoy inocente lo mismo que la niña. ...

—Habla despacio, anabolenal volvió á decir el viejo,

tapándole la boca á la muchacha, ó te deshago ! . . . .

— Sí, señor. . . .voy á hablar despacio; decia ella tem- blando y recogiendo toda la voz: muy despacio, señor. vea su merced .... Un dia subió la niña al aire á ^ no me acuerdo á qué don Antonio se le acercó, y la niña queria volverse á bajar )^on Antonio la agarró del brazo, y la hacia estar con él por fuerza....

Don Felipe apretó los dientes y los puños, y dio una vuelta rápida por el cuartejo: y como si no tuviera por donde salir volvió á pararse delante de Juana.

—Sigue ! le dijo con una voz impregnada de rabia comprimida.

—Perdón, señor ! yo no estaba, pero la niña me

lo ha contado

—Sigue, te digo

—Sí, señor: voy á seguir:. . . .la niña se queria ba-

jar.. . .créamelo su merced. . . .pero don Antonio ñola

dejaba, y al fin perdón, señor. . .le dio un beso y . . .

Don Felipe se dirijió con furia hacia atrás, rasgó con

sus manos el cortinado de la cama. ^J]

> ' •*(

i , u '

» ) !

Üái LA NOVIA DEL HEREJE

—La niña se puso furiosa, señor, y le dijo que solo por

fuerza la harian casar con él. . . .y así se lo dice siempre,

mi querido amo, haciéndole muchos desprecios Es-

to es lo que yo sé, señor ! no sé nada mas

se lo juro á su merced ! I

^ Don Felipe se habia dominado ya, y volviéndose á la

luchacha le dijo: Mientes ! tú sabes algo mas

—Nada mas, mi amo, se lo juro á su merced, decía

Juana bañada en lágrimas. . . .nada mas sino que don An-

tonio, por venganza le acumula una mentira, señor, á la

! pobre niña. Pero, señor ¡ por Dios créame su merced

que es una mentira infame ! ,

— Cual es esa mentira ? dijo el viejo con imperio.

—Que la niña Ah, señor ! es una mentira in-

fame !

! te los — Díla pronto ¡ demonio que rompo dientes si

precipitas. me I

—Sí, señor ya se la voy decir á su merced..,.

es que la niña ha tenido amores con el oficial inglés que

nos tenia prisioneras Pero señor I don Felipe

se agarró la frente con las dos manos y se quedó inmóvil

por un rato. Alzando después la cabeza: '

— ¡ Vete ! le dijo á Juana; ¡ cuidado con que hables una > *-

ó LA INQUISICIÓN DE LIMA 223 palabra de todo esto, ni contigo misma, por que si lo ha- ces, te hago quemar en medio de una plaza.

Juana salió temblando y bañada en lágrimas.

Ella sabia que habia dado un paso decisivo: ó habia puesto del lado de su señorita la buena causa, ó habia arrojado la primera chispa de un incendio cuya voraci- dad no podia graduar en aquel momento. CAPITULO XIII,

ITALIA M! ITALIAM. , . . !

I). Felipe Perezy Gonzalvo era un hombre prudente:

la falta de lealtad y de delicadeza que ya él habia colum- brado en el carácter de Romea, el cinismo con que este parecía resuelto á esplotar su posición, las fatídicas pa- labras del General Sarmiento, y sus propios presenti- mientos, le hacían sospechar alguna inicua intriga contra su quietud doméstica ó sus bienes. Tenia seriamente com- prometida su palabra en el casamiento de Romea con su hija, y era hombre de sacrificar no solo una hija sino veinte al desempeño de una obligación como esta, que en aquellos tiempos era altamente sagrada. El arreglo con

que Drake le habia favorecido, lo tenia también cada día mas inquieto: ó renunciaba á él, resignándose á perder , . ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. ááo tan gran parte de su fortuna como la que estaba compro- metida en el apresamiento del San Juan, ó persistía en dar los pasos convenidos para reembolsarse arrastrando los terribles peligros con que una intriga de este género podia envolver su suerte. La impavidez con que don An- tonio le habia dejado presumir que se hallaba iniciado en mucho de esto; las revelaciones de Juana, la incertidum- bre de lo que Romea hubiera podido descubrir en el buque de Henderson; todo en fin contribuía á sumirlo en las mas vagas tribulaciones; y al fin de muchas refleccio-

nes concluía por convenir en que lo mejor era guardar el mas estricto silencio y ver venir los sucesos para esquivar los peligros.

Las revelaciones de Juana lo tenian en una indignación

febril ¿ Era cierto que su hija se hubiese prestado

á las ternezas del lierege? Contra semejante crimen

que venia á agravar tanto su propia situación en el arre-

glo con Drake, apenas creiadon Felipe que fuera bastan-

te pénalas hogueras déla inquisicionl ¡su hija recibien-

do los galanteos de un salteador, de un pirata desco-

nocido, de un herege incorregible!. . . . Pero no. . . .la

conducta que don Antonio tenia con él era un dato que

hacía presumir á don Felipe que todo esto era una bár- lü 22G LA NOVIA DEL HKRE.IE bara calumnia para asegurar mejor los planes de intimi- dación con que Romea queria explotar el matrimonio proyectado; y no bien el viejo se habia fijado en esta idea, cuando venian á conturbarlo ciertas circunstancias

que él habia notado ya en el carácter de la muchacha: inclinaciones tiernas por ejemplo, blandura de alma para ceder al halago del cariño, benevolencia hacia los otros, y

fiereza falta de concentración en los afectos, falta de y ; de orgullo para repeler; y todo esto hacía pensar al vie- jo en la probabilidad de que don Antonio no careciese de motivos fundados para increpar coquetería y desvarios á

la conducta de su hija; tanto mas cuanto que su ausencia , habia alejado sus poderosos respetos. '

Pero ¿qué hacer? ¿cómo sondar todo el misterio?

Si don Anto nio fuese un hombre leal y puro, que no , hiciese presentir siniestras y ulteriores intenciones, nada mas fácil: bastarla entrar con franqueza en la averigua- ción de los hechos. Pero cuando se mostraba tan pron-

to para aprovecharlos en el interés de su egoísmo, era : imposible, sin una grave imprudencia; poner fé en su buen proceder y ayudarlo á obtener una verdad que po- ^

dia convertir, con su mal deseo, en fundamentos de :

acusación y de especulación. I ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. 227

Don Felipe concluía, pues, de todo— que lo mejor era observar, esperar, y escudarse con trabajos anónimos y reservados contra un peligro que se anunciaba asi por traición y deslealtad.

Don Felipe Pérez y Gonzalvo era un hombre avezado

en las intrigas á que dan lugar las deslealtades, las pasio-

nes y las rivalidades de la corte. Se habia alzado en el

favor del Rey por la gran pericia con que habia interve-

nido en el inicuo enredo con que Antonio Pérez, el fa-

moso privado de Felipe 11 que habiendo hecho matar á

Escovedo, vino á caer del poder, descubierto en sus

amores con la princesa de Eboli, querida del Rey. Don

Felipe Pérez y Gonzalvo habia tenido una parte muy

activa, como instrumento subalterno, en este episodio

tan célebre de la Historia de España; y debido á su estra-

ordinaria astucia, era, que habiendo caido víctima del

puñal ó de la inquisición todos los que habían poseído

los secretos del Rey ó de Antonio Pérez en este drama

tenebroso, que aun hoy día agita á los eruditos, ' él,

nuestro viejo, no solo se habia salvado, sino que habia

resultado rico, y favorecido con el empleo mas lucrativo

que había en Indias, después del de Virey.

1. Antonio Pérez y ffh'pe Segundo^ por Mignet, t. IIT. 22S LA NOVIA DEL HEREJE

Cierto es que al principio le había precedido y rodea- do una atmósfera indefinida de mala reputación-, el orí- gen de su fortuna inspiraba dudas y jestos á los que te- nían que humillarse ante ella. Pero todo había cedido

con el andar del tiempo á los prestijios de su elevada po- sición, al renombre de su caudal, y á una austeridad de costumbres extraordinaria: el velo impenetrable de gra- vedad que cubría siempre sus facciones; la competencia de sus juicios sobre las mas arduas materias, el tino de sus consejos y la modestia de tren que reunía á todas estas prendas, habían concluido por borrar hasta cierto punto los orígenes de su historia captándole el respeto general, en apariencia al menos.

No obstante todo esto, nuestro anciano conocía bien á su Rey. El sabia que Felipe 11 tenia bien pre- sente su diestrísima astucia de que le había dado prue- bas en servicio suyo, y que eso mismo era un motivo para que no le apartase ni por un instante su ojo perspi- caz. Sabia también que su envío al Perú con aquel empleo, era un honroso destierro para alejarlo de la vis- ta y tentaciones de la corte; y porque comprendía que dentro de todo esto se hallaba envuelto en un peligro permanente para él, era que había resuelto conjurarlo ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. 229 condenándose por toda su vida á la reserva, á la austeri- dad, al silencio y la prudencia.

Según todas las probabilidades, al dia siguiente debian echarla ancla en el puerto del Callao, y comenzar con su bajada á tierra las complicaciones de intereses y de pasiones que hubiera originado su encuentro con los he- rejes y el consiguiente despojo de los caudales que él conduela. Los sucesos iban pues á urgir, y mil cavila- ciones de un género raro agitaban la mente del anciano durante aquella noche de espectativa: se revolvía en su l^cho con una inquietud febril: sus párpados estaban se- cos y ardientes sin querer prestarse á la blanda com- presión con que en otras veces seles insinuaba el sueño, y su ojo centelleaba vivo y fogoso en medio de las tinie- blas que le rodeaban.

Todas las reminiscencias de su vida pasada parecían haberse citado á comparecer en su mente para este in- somnio; y cosas en que ni habla soñado cuando se habla entendido con Drake, le asaltaban ahora rápidas y liga- das con esta intriga haciéndole temer que sirviesen de datos para perderlo; y como don Felipe conocía la cruel suspicacia de Felipe Segundo, y sabia que este déspota astuto y desconfiado estaba al cabo de muchos de esos *C30 LA NOVIA DEL HEREJE ! antecedentes, se quedaba frió por momentos cuando la propia imaginación escitada por el desvelo le mostraba todos esos recuerdos vivamente ligados con las presen- tes ocurrencias.

Sus antiguas relaciones con Antonio Pérez, y un vín- culo lejano de parentesco con este valido, al que se atri- buyó su primera aparición en los negocios de la corte,

(muy negado después por él) se juntaban también para inquietarlo. Antonio Pérez, su primer protector habia

huido de España salvándose milagrosamente de la horca

y de la saña furibunda con que el Rey le comenzó á per-

seguir por el asesinato de Escovedo, desde que descubrió

la infidelidad en que la princesa de Eboli habia incurri-

do seducida por las gracias y prestigiosos talentos de

aquel tan libertino favorito. Felipe no habia cesado

de perseguirlo, y mil tentativas habia hecho para robar-

lo de Francia, y también de Inglaterra donde al fin ha-

bia tenido que asilarse el fugitivo como al único lugar

seguro para su persona.

Pero Antonio Pérez era un hombre inquieto, sin

creencias y sin principios, y el papel espectable que ha-

bia hecho en los grandes negocios del mundo, le procu-

raba elevadísimas conexiones en todas las cortes por don- ó LA INQLISICION DE LIMA. 231

de pasaba. En Inglaterra se habia ligado íntimamente

con Lord Leviester, y después con Lord Essex; y era fa-

ma entre españoles que las audaces tentativas que los

piratas ingleses realizaban sobre las costas y las colonias de España eran sugeridas y fomentadas por las relacio-

nes de este tránsfuga eminente. El hecho es que el

Conde de Essex trabó con él una amistad muy estrecha; y Essex, como es sabido, era el patronato declarado de las empresas de los corsarios célebres del tiempo— los

Hawkins, los Drake, los Gavendish y losRaleigh. Este poderoso valido de la Reina de Inglaterra, concibió tal amistad por Antonio Pérez que lo llevaba de compañero en todas sus partidas de placer y tenia en mucho la espe- riencia y el discernimiento del antiguo ministro de Fe- lipe II, cuya viva imaginación, vigoroso espíritu y apa- sionados consejos le agradaban en estremo.'

Todas estas complicaciones del acaso, por decirlo asi, venían á aumentar los temores y el cavilar de don Felipe que no ignoraba cuan bien impuesto de todo ello estaba el Rey, y cuan peligroso era para él que la calumnia ola sospecha cayera sobre un terreno, como este, én el que los pasados casos de su vida podían aparecer en una re-

1 Th.m.Bivch—ileinoirsoflhercignofquccnUlizabclli. 232 LA NOVIA DEL HEREJE '

lacion alucinante y falaz con lo que acababa de acon-

tecer, i

Llegó un momento en que fueron tan amargos los

sentimientos de su fantasía que como movido de un ter-

ror espontáneo, juntó las palmas de las manos y las di-

rigió hacia el cielo esclamando: «Seria preciso, Dios mió,

no creer en vuestra infinita clemencia para temer que

el enlace falaz de tan casuales circunstancias se realiza-

se! Yo os he ofendido mucho, Dios poderoso. Dios -

clemente. Dios bueno! Soy un pecador de enormes

faltas: el recuerdo de mis crímenes me aterra, Señor!...

Pero yo he creído, Dios poderoso, en vuestro perdón; y >

para obtenerlo me habéis visto consagrado al arrepenti-

« miento y ala austeridad! ¿Cómo seria posible que hu-

bieseis querido sorprenderme, señor, en el seno déla

confianza y cuando menos lo esperaba?. .. .No, Dios f

mió! no, Diosmio!». .. .esclamó y dejó caerla cabeza

sobre sus manos quedándose en un profundo y abatido

silencio. i

En esto percibióse un movimiento estraño de pasos y

el ruido de algunas palabras pronunciadas con animación

á media voz sobre cubierta; y casi al mismo tiempo se

sintió una persona que se acercaba á la puerta de la cá- o LA INQUISICIÓN DE LIMA. 233 mará en que ademas de don Felipe y su familia, dor- mian algunos otros y que alzando un poco la voz en me- dio de la oscuridad dijo con el acento del gozo: «Ita- liamprimus conclamatAchates.y)

Tengan la bondad nuestras bellísimas lectoras (y tam- bién las que no lo sean) de perdonarnos la falta de urba- nidad que hay siempre en hablar delante de gente una lengua que no es de todos entendida. Pero en el tiempo aquel á que pertenece nuestra historia era obli- gación general el saber latin, y todos, lo supiesen ó no, fingían al menos que lo entendían y lo hablaban.

No obstante esto algunos debian ir en aquella cámara que no sabian tal idioma, ó que por la sorpresa se olvi- daron de la petulancia con que debian ocultar esta igno- rancia; pues cuatro ó cinco voces salieron á un tiempo délo oscuro preguntando sorprendidos: — Qué? qué? — Qué? qué? — Videmus,

Italiam, Italiam primus conclamat Achates;. .. .les volvia á repetir la misma voz desde la puerta,

—¿Qué demonios está usted diciendo, hombre? dijo impaciente uno de los de adentro. ¿Hay algún peligro? .

234 LA NOVIA DEL HEREJE

— Vayase usted al diablo con su peligro!. .. .Señor

General! señor General! dijo el de la puerta. i

— Ya he oido, piloto! respondió el General: Italiam

Iwto socii clamore salutant!

—Bueno, bueno, mi general! tenemos una madrugada de oro.

—¿Y la brisa?

— Parece que quiere venir como mandada por los san- tos del cielo, Exelentísimo Señor! I

—Pues, piloto: digámosles entonces «Ferie viam vento facilem,et spirate secunda

—Bravo, mi general!

| —Se puede saber de qué diablos están ustedes hablan- do? dijo con enfado uno de los pasageros. '

—Que tenemos la tierra á la vista, amigo! le gritó el piloto y se retiró.

—Gracias á Dios ! repitieron muchas voces entonces, al mismo tiempo que el general atravesaba ya la cámara y subia á la cubierta de la caravela envuelto en una capa de cueros de cabra

; —Hermosísima madrugada ! dijo al respirar el aire de

avistó la la aurora, i Que tiempo hace que se tierra?

— i

(íQuum procul oscuros colleshumilemque videmus.

«Italiam!. . . .le respondió el piloto con un aire com-

pleto de buen humor.'

El general levantó su brazo derecho, y abriendo la palma de la mano buscó de donde venia la brisa. Va-

mos á tener una bellísima mañana para entrar, dijo.

Ah, si traído los I i hubiéramos algunos de piratas

—Otro día será otro día, General ! le respondió el pi-

loto-, y Dios sabe mas que nosotros ! Nos hemos librado del hambre, y eso basta para dar gracias al cielo.

El general se quedó callado.

Los pasageros y demás oficiales de la nave, alborota-

dos con el anuncio de estar la tierra á la vista, empeza-

ban á salir gozosos unos tras de otros á la cubierta; y no

pasó mucho tiempo sin que las señoras y Juana saliesen también á disfrutar de una vista de que hacia tanto tiempo

que carecían, y que tanto se ligaba á las grandes preocu- paciones que cada una llevaba en su propio espíritu.

Las costas del Callao se divisaban en efecto á lo lejos

1 . En el siglo XVI era un rasgo característic ) de la marina scrviiso de la erudición latina para espresar las peripecias de la navegación; y por eso hemos creído propio consignarlo aqui: como un ejemplo de esta verdad puede recordarse el (.Montevideo,» y mil otros que seria inútil consignar para probar cosa tan sabida de los estudiosos 236 LA NOVIA DEL HEREJE : -

como una faja oscura tirada sobre el mar allá en el ho- rizonte. De trecho en trecho se veian algunos picos de forma vaga é irregular alzarse sobre la línea baja y den- sa con se toda la costa. que marcaba .

Pasado el primer momento de la novedad, se fueron aburriendo poco á poco de contemplar aquella vaga in-

dicación de costa los mismos que habían acudido presu-

rosos al principio. Don Felipe Pérez y Gonzalvo era el

único entre todos que no había salido de su camarote.

El hecho es que los mirones fueron desertando poco

á poco de la borda, como lo hemos indicado, hasta que

nadie quedó allí sino doña María que recostada en ella, é

inmóvil parecía absorta en la contemplación de aquella

faja azulada que le cerraba el horizonte. Largo tiempo

hacia que estaba como clavada en aquel lugar, cuando

apareciendo don Antonio la vio y vino con paso cautelo-

so y leve á apoyar sus codos cerca de la niña que le rozó

el brazo con ellos.

Doña María miró con prontitud y cuando vio que era

don Antonio quien se le había puesto al lado no pudo

contener el ¡ ay ! que le arrancó su sorpresa. I

—No se alarme usted, Mariquita! Soy yo que ven-

go á conversar un poco con usted de cosas de nuestro ..

ó LA INQUISICIÓN DE LIMA 237 interés; dijo don Antonio con un tono entre amable y burlesco.

—¿Conmigo, señor?

—Con usted 1 ¿ por qué nó ? ¿ No ha de ser us-

ted ? No se vaya usted ! le dijo don Antonio casi con imperio y tomándola del brazo al ver el ademan de retirada que ella hizo cuando le oyó estas palabras

Es preciso que conversemos.

—Mire usted, señor Romea, que si usted no me suelta

voy á gritar ! le dijo la niña con una mirada llena de có- lera.

—Seria usted muy imprudente ! créamelo usted, pues me veria forzado á perderla á usted ¿ se ha olvidado us-

ted de todo lo que yo he visto ? de todo lo que yo sé ? . . .

¿ No reflexiona usted que dentro de pocas horas podré hablar de todo con el Padre Andrés, su confesor de us- ted, y hacerla conocer en toda Lima por la Novia del Hereje?

' * — Dios mió ! Es usted un infame !

Pero antes de que la joven pudiese proseguir, Juana

rápida y cuidadosa como un ángel de la guarda se le acer-

có diciéndole con un tono suplicante: ¿

—Señorita, por Dios, no meta bulla su merced 1 . . . .

.238 LA NOVIA DEL HEUEJK

I Oiga SU merced con amistad al menos al señor Romea. . mire usted que yo se lo ruego 1 y desapareció rápida

como habia aparecido, dejando á suamita en la mas con-

fusa ambigüedad.

—Ya usted vé, le dijo Romea reponiéndola en su

anterior posición cerca de la borda: ya usted vé co-

mo es indispensable que usted me escuche Y

esta vez, señorita, me acerco á usted seguro de que

no será el flujo de reir lo que me hará dejar su amable

sociedad. i

—Ni será tampoco el de llorar, le respondió la joven

tomando una actitud firme y resuelta, que hasta enton-

ces nadie le habia conocido, y que parecía haber sido un recurso reservado dentro de aquel notable corazón para

los momentos de prueba. '

— Tanto mejor, Mariquita pues de ese modo

podremos uno y otro usar de nuestra fria razón para

apreciar nuestros respectivos intereses. ; i

—Yo no tengo ningún interés común coa usted, se-

ñor, dijo doña Maria con entereza.

— Ohl usted se engaña; permítame usted recordarle las

mil razones que tenemos para considerarnos estrecha-

mente ligados: en primer lugar su taita de usted me ha !

ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. 239 dado SU palabra, y se halla comprometido á casarla á us- ted conmigo

Doña Maria fijó una mirada de indignación sobre Ro- mea: pero sus ojos estaban húmedos y centellantes como si el llanto estuviese en ellos para reventar. Romea

continuó diciendo sin turbarse-.— y su taita de usted es

hombre que consentirá primero en hacer arder toda su

casa antes que en faltar á una palabra de ese género.

Siendo usted mi esposa, no sé como puede usted decir

í^ que nada de común hay entre nosotros ;

—No se quejará usted de que me falta paciencia para

escucharle.

—Permítame usted continuar. Mariquita En se-

gundo lugar usted lo sabe. ... yo soy testigo de

los desvarios que ha tenido con el Hereje, con el mismo

que puso sus manos polutas y abominables sobre el ros-

tro de su venerable padre ... .

La niña se tomó las manos y apretándoselas contra el

pecho miró con ansia á todos lados y acabó por fijar sus

ojos llenos de lágrimas en el cielo. *

—Es en vano implorar al cielo, señorita ! le dijo don

Antonio. ¿ Cree usted, agregó, que en él pueda haber

protección para la hija que entrega su amor y las cari- 240 LA NOVIA ÜEL HEREJE

cias de su mano á un herege, á un salteador cebado en el

. . . ! . robo y en la matanza?. ¡ No, señorita i

Doña María se habia dominado; ya se había secado los

ojos, y habia vuelto á fijarlos con soberbia en don An-

tonio. ^ ¡

—En tercer lugar. . .decia este, no se lo diré á usted,

porque es mejor que lo reserve para otro tiempo.

— Concluya usted, señor. .. . ¿que es lo que usted

quiere por fin? ¿Cual es el cambio que usted me pide pa-

ra no perderme, hombre generoso ? i

— Nada: Mariquita I . . . . Pero siendo inevitable el qiie

usted sea mi muger en breve, lo que pido humildemen-

te á usted en recompensa del olvido á que daré las graví-

simas faltas que usted ha cometido, es que urja usted á

su padre para que acelere nuestro enlace diciéndole que

lo exige el bien la quietud la casa. y de ,

— ¿ Y porqué no lo hace usted, puesto que hasta ahora

ni usted ni él han tratado de eso conmigo? • m-f —Porque me conviene reservarle mi deseo; y á fé que pendiendo de mi silencio la suerte de usted es exigir

muy poco no pedir nada mas por guardarlo; pues que

me limito á una forma que en nada variará el resultado

final de las cosas Mire usted, Mariquita: después que !

ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. ! } 241

esté usted casada conmigo ha de comprender usted cuan

dichosos pueden ser los cónyuges que unen sus intereses #'con la bastante razón para conciliar sus recíprocas'pasio-

'" '•--"'-- '-:- "- ' : iig -.: ...,--.- .-tffetíút ^r-'. —No sé, ni quiero saber lo que usted quiere decir-

me ... . Pero una vez por todas quiero decirlo á usted

bien claro que antes moriré mil veces que casarme con

usted 1 ¡ Y tenga usted entendido que aunque mi padre

y todos los confesores del Perú quisieran obligarme, no

^ me he de casan -''-^r''^'^.. %: Y la joven resuelta y ligera como una ave que se esca-

pa de la mano de su aprehensor, sacudió su brazo y con

un paso animado se dirijió á la puerta de la cámara y bajó

antes de que don Antonio hubiera podido pensar siquiera

en retenerla.

La miró por un momento, como aturdido, y al verla

desaparecer se quedó pensativo. —Y sin embargo, dijo después de un rato, es preciso que don Felipe sea urgido por otro para que yo pueda

imponerle la ley, y emanciparme de su tiranía .... Tal

vez que yo haya andado demasiado ligero y poco diesi

en hablarle antes de que el terror y las influencias

hayan oprimido y doblegado ! , . . .Mejor hubiera sido 17 ^

€ -*pí^ 242 LA NOVIA DEL HEREJE menzar por instmir de todo al padre Andrés y recibir sus direccionesl.. Pero ya no hay remedio: lo he- cho, hecho; y tratemos ahora de sacar la ventaja que se pueda. ,

:««

^- -^á^,,

W- -^-J^í

C A P í T U L o X I V .

- .

DOS TEÓLOGOS Y UN BURRO. ;

' * ' JS. - ". " ^

- ' - . . 'i;

El favorable vaticinio que habia hecho el piloto de la

caravela capitana comenzaba á realizarse completamen-

te á medida que avanzaba el dia. Una hermosísima

brisa del sud-oeste, que según él venia de la mano délos

santos, se afirmaba de mas en mas sobre las costas; y la

escuadrilla del Brigadier Sarmiento corria á velas desple-

gadas hacia ellas. ^

La faja vaga y oscura con que la tierra se habia dise-

ñado en el principio se aclaraba por momentos subdivi- diéndose en grandes cuerpos de montañas elegantes,

que parecían tender una mirada magestuosa sobre 1; llanuras movedizas de la mar, desde el vasto pedest

^- -

^^p^__ 24^ LA NOVIA DEL HEREJE

que les servia de trono allá en el interior remolo de la

tierra americana. I

El gigantesco pico de La Viuda con su corona de nie

ves diamantinas derramadas por su cuello, figurando la

canosa cabellera de la vieja montaña, comenzó á mos-

trarse cada vez mas pintoresco al ojo de los navegantes;

y muy poco después entraron á completar el lejano pa-

norama otros colosos no menos altos y soberbios— los

Huaylillas,e\ ToldoyelAltunchagua, sobre cuyas altu-

ras solo han impreso su planta Dios, y el cóndor, rey de

los desiertos americanos. ¡

A medida que las naves, luciendo sus velas esplenden-

tes bajo los rayos del purísimo sol que brillaba ^en aquel

dia, se acercaban á la costa como un festivo grupo de pa-

lomas, la tierra cobraba mas prestigios y mas detalles

para los que venian en ellas. • i

Cada uno se esmeraba en señalar los nuevos acciden-

tes que descubría, y todos paseaban sus miradas anhelo-

sas sobre la costa, como si quisi-esen devorar el espacio y

el tiempo para tomar posesión anticipada de las mil sa-

tisfacciones que allí les aguardaban. ^ . |

Unas cuantas horas mas de camino bastaron para que

la línea uniforme que habia presentado la costa comen-

í^^^^^f ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. 243

zase á abrirse. Se desprendieron las islas del Frontón y

San Lorenzo, que cierran la bahía, y entre ellas y la pun-

ta de tierra que se prolonga al mar, apareció el canal es-

trecho y profundo que dá entrada al fondeadero.

Al desfilar por él las naves pudieron distinguir el bu-

llicioso y agitado amontonamiento de gentes que había

en las riberas. La variedad infinita de los colores de

los trages, vivos los unos y oscuros los otros; los rebozos

y tocados de las mugeres, las capas encarnadas de los

hombres y el plumage de las gorras y de los sombreros,

desordenadamente mezclados en tan ingente multitud,

animaban de un modo vigorosísimo aquella escena de suyo estraordinaria. v s

Mil carruages vistosos y de diversas formas atestaban los espacios, y apiñados en sus techos, de pié en los ca- ballos, ó agrupados en las alturas del terreno, había cen- tenares de espectadores que miraban con anhelo las na- ves veloces que entraban haciendo flamear con gallardía el poderoso pendón de España. * U v

Veíanse entre el concurso miles de cholas impávidas y coquetas con sus doce pollerines ó basquinas de baílela, lucia al descubierto sus torneadas pantorrillas bien cal-a- zadas con medias de patente y zapatillas de razo blanco;"

^4 «:-•;

24G LA NOVIA DEL HEREJE

con su ancho sombrero en la cabeza y un enorme cigar-

ro comprimido con negligencia entre los labios. Y en-

treverados con ellas y con los zambos y con los negros y

con los ricos y con los empleados, andaban aumentando

la bulla, muchísimos frailes de todas las órdenes conoci-

das; con sus cabezas tonsuradas y descubiertas, los unos

á pié y los otros cabalgando en muías ó en burros, ha-

blaban y reian con aquella familiaridad sanchesca y pe-

culiar con que los monjes del Perú se rozan con la ple-

be. m^ I

Por mas vigoroso que sea el esfuerzo de imaginación

que quiera hacerse, será siempre imposible obtener una

representación exacta de lo animado y alborotado de

aquella escena que se ofrecía en la ribera del Callao

mientras el Brigadier don Pedro de Sarmiento, amainan-

do las velas de sus naos tomaba la marcha prudente con

que se embocan los puertos.

j

El de Toledo habia convocado á su tienda á los prin-

cipales oficiales de su campo, mientras que el resto de a su ejército andaba disperso y divertido entre la muche- dumbre. !

— Aguanta, ñor Perico I le gritaba un fraile joven y

rollizo, desde el anca de un burro, á un zambo taima-

~**"4iir. ! ,

ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. 247

do como de sesenta años, que con su ancho sombrero

sobre los ojos y metidas sus manos debajo del poncho,

miraba entrar los buques como los demás. =

íJ' —Héé ñorrrl le volvia á decir ¿ qué no me oye ?

—Hola, padre 1 no habia visto á su reverencia: le dijo

el zambo, sacando á medias su mano y tocándose el sombrero levemente.

—Preparó ya el cáñamo? Mire que tiene que ser de

lo bueno, por que un hereje no se aguanta con cualquier

maula t?-

—De buena gana lo tendría ya torcido padre ,

si vuesa reverencia me lo hubiese pedido por su

precio.^-; --:-'-,:--^ --%-\-.- ' -:.m i.

—Como es eso de precio, bellaco? ¿Pues que es

usted capaz de recibir dinero por la cuerda de que

vamos á colgar al hereje ? i

—Toma I observó una chola deslenguada que estaba

allí cerca: con que lo recibió por torcer la que sirvió pa-

-t*í ra colgar á su hermano !

—Y dices bien. Peta 1. . . .Aquel que colgó el Alcalde

de la Hermandad por el negocio de los negros ?

—Por eso que tu marido ha tenido mejor fortuna 1

dijo el zambo hablando con la chola. Van tres qued| :

Íá48 LA NOVIA DEL HEREJE güella por afeitar, y nadie ha querido preguntar lo que habían hecho con él la noche antes.

j

—Báh I .... ¿ quien no lo sabe ? dijo otro por detrás le habian ganado al juego y no le quisieron dar desquite ^* de apunte. '

—Pero como es hermano del Maricón Juanita, y vaB|

á medias en el negocio de la barbería, nunca encuentra

el Fiscal causa sino para sobreseer. . . .j Ya usted me entiende, puesl I

—Y tan fis eso (dijo el zambo viejo) que á ningún barbe- ro sino á él se le deja ZemwíarZo/do en los baños de Chor^

rillos. ^-/^ -: "\ ,.;;.,# .

—Vamosl ¡paz, chuchumecos! gritó el fraile sacudieur do un terrible garrotazo en los carrillos de su burro con

lo que le hizo saltar mas adelante, i Alegre vendrá ej

hereje! i .

—¿ Y qué es seguro que lo traigan? dijo uno por allí.

—Pues digo !. . . .la cuenta es clara: tres naves sacó el Brigadier Sarmiento; tres y dos que le llevaron basti- mentos hacen cinco, y vienen seis. . . .con que ya ¡lo ves

1 si ^ , I bestia es seguro. ^

—Y diga su reverencia: ¿Es cierto lo que me acaba de decir Pan churro? o LA INQUISICIÓN DE LIMA. 249

—Y como puedo saberlo, pollino, sí no empiezas á de-

cir lo que te ha dicho ?

—Eso nó !. . . .pues los que tienen corona bien po-

' * drían saber adivinar 1

—Mayores milagros hacen I dijo por allí una chola. m —Y no mientes! dijo el fraile: pero eso depende de que hay potencia de unción y potencia de asimilación ó sobre

natural, según lo ha dicho nuestro incomparable Scotto

—Doctor Suhtilis; así pues—nosotros podemos aquello

para que somos ungidos; pero nada mas. :

—Cáspita, si podéis! Cansando estoy yo de veros

curar endemoniados!

—Distingo', dijo el fraile: si son endemoniados con ira

'propriumconsensum, concedo, per cuantum animus pa-

tientis et sentientis corrohorat faculfatemconjurantis; et si

non, es decir: sisón endemoniados consensu proprio, ne-

gó; quia tune requireretur supernaturalis et creativa aut

assimilans suhstantia, etpotentia quw in natura dei solum

est: V. g. adivinatio: ac per hoc prdbatum est, que yo no

puedo adivinar lo que te dijo Panchurro.

—Pues bien acaba de probar Vuesa Paternidad qué

sabe cosas mas grandes que esa! Pero en fin—lo que

acaba de decirme Panchurro es que el señor Virey habia r^*í 230 LA NOVIA DEL HEREJE j dado orden de que los herejes que trae el Brigadier Sar- miento sean colgados por el rabo, puesto que dicen que la soga no obra en el pescuezo de ellos. !

—No lo dudo que haya esa orden, dijo el fraile tomando un aire suficiente y dogmático; porque me consta la profunda sabiduría del señor Virey; y I voy á demostrar en toda forma:—En el fiel cristiano mortis et vitce principium residet conjunctissime atque in capite et in corde; es así que la soga aprieta el mé- dium, et intercipit utriusque relationes; igitur in eolio

destruit principium vitcB. . . . Nunc per disparitatis ar-

gumentum. ^ ' *

—La horca mata atacando el médium in quo residet el principio vital del hombre: Es asi que el principio vital y característico del hereje, es el rabo; luego se le debe

ahorcar por el rabo: quod erat ad comprobandum! '

—Magistraliter et resolutive contrarium teneo! dijo con mucho garbo y mucho ardor un corpulento Domini- co, que atravesó la multitud arremangándose el hábito, y accionando marcialmente con sus brazos, cual si acep- tara un desafio. ¡ .«sn

—Etegoaffirmo! respondió el del burro con igual pu- janza, i

f ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. 251

—Demonstrahitur: Hceréticus corpus esí pestilens et

contaminatum: es así que omne corpus 'pestilens et conta-

minatum consumptum dehet esse, para que no deje su

peste sobre la tierra: Ergo hcereticus debe ser quemado y consumido [ignitum atque consumptum) y nó ahorcado:

^lÉktrcatum non. Etdemonstratum argumentum superse-

deo;dijo el fraile con un ademan de grande satisfacción.

—Viva! vival vival gritó la multitud, agrupándose al

rededor de los dos campeones que seguian manoteando y

gritando en sosten cada uno de su argumento.

—iVcgío mmorem/// gritaba como un frenético el uno.

—Proho minoremü! le contestaba inmediatamente el

otro con mas furia. * ' .

—A rgumentum ad hominen non valet! decia aquel ma-

noteando colorado como un tomate. y ,

—Et pavitas non estprobatio sedhominis inductio tan-

tumi le contestaba el otro haciendo rechinar los dientes,

y con todos los rasgos de la cólera en su semblante.

El del burro afirmaba sus solidísimas razones á garro-

tazos sobre la cabeza de la pobre bestia; y el dominico no

la trataba mejor pues la tenia enceguecida con los man-

tazos y manotadas con que le infundía por los hocicos

el poderoso espíritu de su lógica. *

x^. ! ! ! .

252 LA NOVIA DEL HEREJE

—Cállese, Padre, por Dios!. .. .Vuesa Paternidad está diciendo barbaridades de á libra!

—El bárbaro es él! Jajm^^

—No me insulte!. ...

— Qué! no me insulte. . . .¡Pan pan, vino vino! y al que le venga el sayo que lo aguante! le decia el otro jaÉfe deando: sí, señor! el gran Gartésio esquíenlo ha dicho.

—Que Gartésio, ni qué Gartésio! i Gartésio no era

teólogo! ;

—Sí era teólogo!

—No era teólogo! - ,/

"" —Seráficus Doctor lo cita con respetol

—Ha! ha! ha! hai; . . .Santo Tomás no lo pudo citar

porque vivió dos siglos antes!

—Seráficus Doctor no es Santo Tomás!

—Sí es! '

—No es ! . . . . Santo Tomas es angelicus doctor!. . .

Seráficus doctor es san Buenaventura

—Bueno I . . . . me equivoqué ! Pero san Buenaventu-

ra tampoco lo pudo citar porque fué contemporáneo de

Santo Tornas .

—Pruébemelo aquí -fe *

—Venga Vuesa Paternidad conmigo. ... y en la Bi- ó LA INQUISICIÓN DE LIMA 253

blioteca del conveuto se lo mostraré negro sobre blanco

y le pondré las peras á cuarto i '^•

—Vuesa paternidad es un molinista que confunde la

gracia con la sustancia divina; ergo la biblioteca de su

-^í > convento no me prueba nada 1 1 ! ; m —Bravo 1 Bravo I gritaban los frailes oyentes, y la multitud-coh ellos.

Y como ios dos padres continuaban en este altercado

no dejándose tiempo ni uno ni otro para respirar, se

habia agrupado al rededor de ellos un inmenso concur-

so que escuchaba á los dos teólogos con un deleite lleno de

respeto y de seriedad. Uno y otro de los combatientes te-

nia su fuerte partido que alternativamente demostraba

sus simpatías por el sordo rumor con que aprobaba.

—Qué gusto es ver luchar así á dos grandes sabios,

como estos I deciauno de los asistentes á otro espectador

que tenia cerca.

—Oh 1 .... es una maravilla I le respondió este, i Fi-

gúrese usted que el uno es catedrático de prima en San

Francisco, y el otro Lector de física en Santo Domin-

go I. .. . y hacia un gesto de recomendación.

' —Si ! eh ?. . . . No en vano lo hacen tan lindo I

Y los dos padres, roncos ya como dos trompetas viP 234 LA NOVIA DEL HEREJE

jas de un regimiento paraguayo, seguian manoteando y

gritando como si lidiaran por la vida. ,. .

, Sabe Dios cuando hubieran acabado aquella terrible ^ mercolina! Pero el padre dominico, que estaba cada vez

mas arrebatado, manoteaba como un energúmeno sobre

la cabeza misma del burro; este habia intentado reculáHp

al principio, pero como al mismo tiempo le descargaba

tantos garrotazos el de la anca, la pobre bestia se encon-

traba en un formidable aprieto, y acosada al fin, embis-

tió á mordizcones con el atleta del frente. .

El cuitado padre, al verse tan traidoramente acometi-

do, descargó un furibundo revés con sus dos brazos so-

bre el hocico del burro. Pero como este persistía con sa-

ña en morderlo tuvo que darse vuelta á prisa y disparar

para salvarse. .fe, i

Aquí fué el inmenso bullicio de la multitud: hic Tro- ya'

—Viva el franciscano 1 1 1 viva el franciscano I gritaban

los unos corriendo tras del borrico que perseguía á mor- discones al dominico.

—Muera el borrico ! 1 1 gritaban otros, que despechados - de la derrota de su campeón, alzaron tan enormes pie- dras para arrojar sobre la bestia, que el pobre padre que ó LA INQUISICIÓN DE LIMA 4- ^^^

la cabalgaba tuvo que tirarse al suelo de miedo que le

acertasen algún peñascazo, abandonando al furor de sus ^^ contrarios el infeliz borrico á quien debia tan rápida cc^/

mo esclarecida victoria. . . . Triste ejemplo de la ingra- i

titud de los príncipes para con los que los salvan {

pCuando el borrico se vio sin los respetos del palo de

\ su amo, y qué tanto le tocaban las piedras de venganza

que le dirigian los partidarios del dominico como las

que en defensa suya arrojaban los amigos del francisca-

no, se alzó sobre sus manos y dando elevadas coces con

sus patas atravesó el concurso difundiendo el terror y el

espanto de la derrota, y dejando bien puesto el nombre

de la orden que él servia; á brincos y patadas ganó el campo, y fué á pastar tranquilamente por los alrededo-

res de la Recoleta, que eran su pago, llevando una lec-

ción bien cara de lo que costaba entonces adquirir la

ciencia doctoral. íS^:

El hecho es que el franciscano se quedó á pié sumido

en el bullicio y separado de su antagonista por mil remo-

linos de gentes que corrían y gritaban materialmente sin saber porqué. v

—¿ Qué ha habido ? ¿ qué ha habido ? preguntaban mas.

'"# áriV LA NOVIA DEL HEREJE !

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Sabe Dios cuando hubieran acabado aquella terrible ^^.•

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mas arrebatado, manoteaba como un energúmeno sobre

la cabeza misma del burro; este habia intentado reculáBp

al principio. |>ero como al mismo tiempo le d^cargaba

tantos garrotazos el de la anca, la pobre bestia se encon-

traba en un formidable aprieto, y acosada al fin, embis-

tió á mordizcones con el atleta del frente, í

El cuitado padre, al verse tan traidoramente acometi-

do, descargó un furibundo revés con sus dos brazos so-

bre el hocico del burro. Pero como este persistia con sa-

ña en morderlo tuvo que darse vuelta á prisa y disparar

para salvarse. '

Aquí fué el inmenso bullicio de la multitud: hic Tro- ya!

I

—Viva el franciscano ! ! ! viva el franciscano 1 gritaban

los unos corriendo tras del borrico que perseguía á mor- j I discones al dominico. j

—Muera el borrico ! 1 ! gritaban otros, que despechados

0B la derrota de su campeón, alzaron tan enormes pie-

dras para arrojar sobre la bestia, que el pobre padre que ó LA INQUISICIÓN DE LIMA 255

la cabalgaba tuvo que tirarse al suelo de miedo que le

acertasen algún peñascazo, abandonando al furor de sus ^ * ^^^contrarios el infeliz borrico á quien debia tan rápida co?

mo esclarecida victoria. . . . ¡ Triste ejemplo de la ingra-

titud de los principes para con los que los salvan !

fJJPcuando el borrico se vio sin los respetos del palo de

su amo, y qué tanto le tocaban las piedras de venganza

que le dirigian los partidarios del dominico como las

que en defensa suya arrojaban los amigos del francisca-

no, se alzó sobre sus manos y dando elevadas coces con

sus patas atravesó el concurso difundiendo el terror y el

espanto de la derrota, y dejando bien puesto el nombre

de la orden que él servia; á brincos y patadas ganó el campo, y fué á pastar tranquilamente por los alrededo-

res de la Recoleta, que eran su pago, llevando una lec-

ción bien cara de lo que costaba entonces adquirir la

ciencia doctoral. ^ -"^

El hecho es que el franciscano se quedó á pié sumido

en el bullicio y separado de su antagonista por mil remo-

linos de gentes que corrian y gritaban materialmente sin * saber porque. -

—¿ Qué ha habido ? ¿ qué ha habido ? preguntaban Icé

^^ ' mas. :: .

2oG LA NOVIA DEL HEREJE

Y sin saber como, todo el mundo decía y aseguraba

que habia ya en tierra quien habia visto á Drake en los

* buques de Sarmiento dentro de una jaula de hierro; y

que aquel bullicio habia sido causado por la controversia

de los teólogos que el Virey habia llamado á consultar

sobre si se habia de dar al hereje muerte de garrote

muerte de hoguera. I

Nadie puede concebir el júbilo que irradió en el

concurso aquella entusiasmante noticia luego que el

bullicio se calmó. Ella se hizo tan general, y fué

repetida con tales circunstancias y accidentes de ver-

dad, que sin ninguna dificultad se hizo creída de to-

dos, y entró con su inmenso alborozo en la tienda misma

del . Virey. :^,^_ ^-'-:|í;;^>-v;' ; \

—Señores: les decia este á los que se agolpaban

á su puerta: les protesto á ustedes que yo no sé nada

todavía. Pero dominado él también por el gozo y

las circunstancias de la noticia, agregaba: no lo ten-

go por estraño porque todo es de esperarlo de Dios,

de nuestra buena causa y de la pericia y bravura de

nuestro Sarmiento. , ^í^^^m^

Derepente, y sin que el Virey hubiese dado órdenes

lara ello retumbó el estampido de los cañones en señal X m ¡i- W? #

ó LA INQUISICIÓN I>E LIMA. 257 del público regocijo, y el ruido de los tambores y de las trompas y de los clarines resonó por aquel campo provo- cando los rasgos del contento en todos los semblantes; y al mismo tiempo el Brigadier Sarmiento que echaba el ancla junto á la orilla se devanaba los sesos por com- prender de qué causa podia provenir tanto gusto y tanto

alboroto.Vf ^ -.«í - í-.

Un cardumen de lanchas y botecillos que habiain sali- do al camino de las caravelas, volvian ya con ellas como los polluelos que siguen á la gallina, apenas se corrió y iff^ al fondo las cadenas de las anclas, se prendieron á los costados y se cubrió de gente la cubierta.

Todos buscaban y preguntaban por la jaula del Here- je; y el pobre Brigadier se veia reducido á la situación mas desabrida teniendo que repetir á cada instante y á todos, conocidos y desconocidos, que no traia tal hereje^ ni mas noticia que dar de él, que haber apresado el San

Juan con cien otros galeones no menos cargados de ri- quezas, sin que se hubiese podido evitarlo, ó rescatarlas.

Y como no cesaba de venir gente á bordo, el Brigadier tenia que repetir y repetir esta mortificante relación;

1. «And the capture ofDrake was already confidently anticipated.» V--- Í9p.^53 *'*^ Drake's Circuranav. p. 66. $í' :; ' »- 18 %' .

.; = . ,. -« 258 LA NOVIA DEL HEREJE

con lo que al fin vino á ponerse aburrido y exasperado.

Nada es comparable con la frialdad y el descontento

que en el ánimo de la multitud produjeron los primeros

curiosos que regresaron de las naves de Sarmiento. La

reacción de las masas es terrible en estos casos, como

se sabe: el chasco de perder el espectáculo y de saciar sus

pasiones ocasionó tal despecho en el ánimo de todos, que

empezó á propagarse la idea de que todo aquello habia

sido efecto de traición y venta: dos causas con que los

pueblos de raza española esplican todo lo que les contra-

ria, y que según se vé no eran tan desacertadas aquí.

Se alzaron algunos gritos de amargo reproche contra

la impericia del Gefe de la Escuadrilla, y continuó acre-

ditándose mas y mas la idea de que en el Perú habia ene-

migos ocultos á cuyo favor se realizaban todos aquellos

contrastes.

Asi que el Brigadier pudo poner algún orden en sus

barcos se apresuró á bajar á tierra para hablar con el señor Virey sobre su proyecto de interceptar inmediata-

mente el paso áe\ Estrecho que él miraba como elj'a^we-

mate para el Pirata. ,

El Brigadier Sarmiento era un hombre de figura muy elegante y caballeresca; y como presumía de buen ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. 2'59 mozo se vistió esmeradísimamente para bajar á tierra, con su mas rica blusa de terciopelo punzó, y su gracio- so sombrero lleno de plumas hermosas que flotaban ha- cia atrás. Pisó la orilla con un aire tan franco y tan jo- vial que los que le recibieron no pudieron dejar de salu- darle diciéndole ¡viva el General Sarmiento!—grito que fué contestado por detrás con silbos y otros ruidos bur- lescos que hirieron muy en lo vivo la sensibilidad y el amor propio del pobre Brigadier. Después de él baja- ron don Felipe y su familia rodeados ya de amigos: fue- ron recibidos con mil parabienes por haber sido salva- dos, pero en estas mismas felicitaciones se dejaba com- prender la tibieza que produce siempre la existencia de una catástrofe como la del saqueo; situación que don Fe- lipe mismo sostenía con el aire confuso é incierto que sin poderlo él remediar se habia apoderado de su fisono- mía. El que bajó radiante de satisfacción y de gozo fué don Antonio Romea: un gran círculo de oyentes le se- guía; á cada momento se paraba con algún nuevo amigo

á quien tenia que abrazar y de tal modo habia sabido aprovechar los minutos, desde que se puso en contacto con los primeros visitantes de tierra, que él era quien habia originado los primeros rumores de traiciones 260 LA NOVIA DEL HEREJE

ocultas, inferencias que como veremos después fundaba en su propio testimonio. Habia logrado que lo tuvie-

sen por el mimado de la jornada, y como sus propias pa- siones y ocultos intereses lo ponian del lado de las pre- venciones de la multitud,, sus narraciones corrieron de boca en boca al momento; su nombre era el texto de lo

auténtico, y todos lo repetían con encomios y respeto.

Rodeado así de gente llegó á la puerta del Virey: pero no

pudiendo entrar, por cuanto este estaba ya encerrado

con el Brigadier Sarmiento y don Felipe, se quedó aguar-

dando allí parado, radiante de alegría, y haciéndose oír

de un inmenso círculo que se renovaba á cada instante. —Querido Gomezlll esclamó Romea interrumpiendo

una frase animada, y corriendo hacia aquel su amigo

con quien lo vimos por primera vez, y que lo recibió

ahora entre sus brazos. . ,

—Aquí tienen ustedes, señores, un testigo ocular de

lo que les decía: en esta tierra hay traidores ocultos, que

están en relación con los herejes ¡

—Diablos! dijo Gómez sobresaltado. ¿Cómo voy yo

á atestiguar eso? I

—Ya lo verás como!. . . .diciendo la verdad!. . . .¿Te

acuerdas de la tarde anterior á mi partida? I ó LA INQUISICIÓN DE LIMl. 261

—Sí!

—¿Qué hicimos?

—Anduvimos paseando juntos por el puente. —¿Qué nossucedió?

—¿Qué nossucedió?. . . .dijo Gómez reflexionando.

—Sí: ¿qué nos sucedió? " ''^*"

—¿No me acuerdo me parece que nada. ...

—Piénsalo bienl. .. .¿A quien encontramos?

—A quién encontramos? repitió para sí mismo Gó-

mez. . . .Encontramos á tanta gente que no sé á quien te

refieres.

—Es preciso que te acuerdes Tu me ibas hablan-

do de mi casamiento con doña Maria, cuando. ...

—Ahí ya estoyl cuando pasó junto á nosotros una

tapada.

—Ahí estál . . . .Ahora lo verán ustedes señores, y di-

rán si tengo razón ó nó para afirmar que en el Perú hay traidores ocultos, por mas estravagante que esto les pa-

rezca ahora á ustedes. . . .¿Qué nos dijo la tapada?

—Te chafó amargamente sobre tu noviasco.

—Sí! mas lo grave es lo que me dijo relativamente al viage.

—Hombre!!! dijo Gómez golpeándose la frente como -.-#:

f. áG2 LA NOVIA DHL HKIIEJE |

:. ,- I

si lo hubiera caido do pronto una idea gruesa, ¿sabes que

tienes razón?. .. .Si, señoresl la cosa es grave y digna de ,

atención. Habiéndole dicho nosotros ¡odios ferial tomó

pié de eso para burlarse de mi querido Romea y de su matrimonio con doña Maria Pérez yGonzalvo, acabando

; por decirme á mí: «Señor Gómez, aconséjele usted á su

amigo que no salga con perlas al mar, porque los here-

jes son muy diestros para pescarlas, y las buscan con fre-

nesí! I

—Es 'posible! esclamaron los oyentes, al mismo tiem-

po que don Antonio gesticulaba con grande satisfacción.

—Pues yo, señores, miré este incidente como una cu-

chufleta vulgar, á términos que solo ahora lo recuerdo

con la gravedad que tiene.

—Pero es particular, señores, que ustedes nada hu-

bieran dicho en aquel tiempo de una cosa como esta!

'~ observó uno. i

—¿Pero nove usted, contestó Romea, que la miramos

como una chanza vacia de sentido? Ahora les parece á

ustedes otra cosa, porque los sucesos han venido á darle

un sentido que ni remotamente le pudimos sospechar

i entonces. De todos modos eso prueba que habia en Li-

ma quien sabia loque nos esperaba en el mar. . . .¡Con ó LA INQUISICIÓN DE LIM4. 263

qué, digan ustedes ahora si hay ó no hay en el Perú

traidores secretosl

En este momento salió del alojamiento del Virey un

edecán y acercándose á Romea le dijo:

—El Exmo. señor Virey felicita á usted por su esca-

pe y vuelta; le dispensa á usted de la presentación, por

que se halla en este momento muy ocupado con cosas de

urgencia, y por tanto queda usted libre para retirarse!

—Ruego á usted, le contestó Romea, que presente á

S. E. mi mas humilde acatamiento! Yo agradezco viva-

mente sus bondades y cuidaré de implorar el honor de ser admitido á su presencia en momentos mas oportunos.

Mil amigos nuevos y viejos vinieron solícitos á ofrecer

á don Antonio sus carruages para conducirlo á Lima; y

cuando restituido á su antiguo alojamiento sacudia el polvo que hablan recogido las rojas colgaduras de da- masco que cubrían su lecho, se vio asaltado de un millón de reflexiones. Todas aquellas dudas que había dese- chado acerca de doña María en la noche próxima á su partida, agitado por las sugestiones de la tapada, se re- produgeron en su espíritu al rever aquellos objetos bajo el reflejo que les daba su rencor y el deseo de la ven- ganza. 'iPv CxVPITULO XV.

EL LEÓN Y EL ZORRO

El Virey que era hombre de mucha perspicacia y ex-

periencia comprendió al momento lo aventajado del

plan que Sarmiento proponía. Uno y otro tomaron de

don Felipe los informes mas circunstanciados acerca de

la gente que tripulaba losbuqufis de Drake, de su fuerza

y de los medios de guerra que poseia; así es que con un

perfecto conocimiento de todo combinaron la espedicion

al Estrecho de tal modo que el Hereje no podia escapar

de ser capturado.

I

Gomo era hombre de verdadera capacidad, el Briga-

dier Sarmiento no se habia circunscripto en sus concep-

ciones á estériles arbitrios para salir de las necesidades

presentes, sino quo habia procurado abarcarlas también ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. 265 y resolverlas para el porvenir. Su reciente crucero le

había sujerido el convencimento de que solo en la colo- nización del Estrecho era posible conseguir la clausura

eficaz y definitiva del Pacífico, para garantir contra las

depredaciones de los Piratas las costas del Perú.

El Virey lo veía bien: no conociéndose otra entrada al Pacífico mas que el Estrecho, angostura que estando colonizada por los españoles no podía ser salvada sino con su permiso, el plan de Sarmiento era el único medio con que podía cortarse la continuación de males cuya se- rie acababa de abrir Drake. Pero el Virey carecía de

medios para colonizar el punto, y tuvo que limitarse á

autorizar al Brigadier Sarmiento para que luego que lo-

grase anonadar á Drake se marchase á España inme-

diatamente en busca de la comisión y délos recursos ne-

cesarios para llevar á cabo todo el proyecto.

Como Drake habia sabido abrirse el camino de los

genios, ignorado siempre páralos espíritus subalternos,

el Brigadier se cansó de esperarlo al paso, y se decidió á

dirigirse á España de donde trajo en efecto recursos pa-

ra poblar el Estrecho de Magallanes, empresa que tan

mal le salió á él como á las infelices gentes que allí qui-

so establecer. 266 LA NOVIA DEL HEREJE ^ |

Pero, volvamos al momento en que todo esto estaba todavía en germen, tratándose en la tienda de don Fran- cisco de Toledo.

I —Exmo. señor; dijo Sarmiento á este cuando hubie- ron concluido de coordinar los medios de llevar adelan- te su plan: quiero tomarme una libertad con V. E.: y es la de recomendarle á este respetable anciano de cuyas desgracias y situación queda impuesto V. E.: me temo que le ataquen con pleitos y disgustos de todo género; y como le he cobrado grande estima por su prudencia y sensatez, no puedo prescindir de recomendarlo fuerte-

mente en mi ausencia. I

Don Felipe se inclinó con suma gratitud, y el Virey tomándole á este la mano le dijo á Sarmiento:

— El señor Felipe Pérez y yo somos viejos conocidos y amigos: no necesita serme recomendado, Brigadier: pe- ro no obstante, esa recomendación será un doble motivo

de favor y afecto para mí. \

—Gracias 1 gracias ! señor: repetia el viejo con gra-

s;. vedad. I

El Brigadier se acercó al Virey y con una diestra dis- cusión logró alejarlo como para hablar algo en reserva.

—Este pobre viejo, dijo, vá á casar su hija con un pi- !

ó LA INQUISICIÓN DE LIMA, 267 carón hipócrita, que según entiendo tiene una alma sór- dida y detestable. Se llama Antonio Romea: es todo un bellaco, en mi concepto, indigno de tener tal sue- gro. ....

—Jú 1 hizo con las narices el. Virey no sabe usted que pájaro ha sido este á quien usted llama pobre

viejo 1 í

—Es posible

— Si, señor: ^ >: r

—Pues señor Virey—yo nada puedo decir de él que no sea para el mas alto elogio de su juicio, de su firmeza y de su rectitud.

—No lo estraño, porque la edad le ha hecho dejar de ser lo que era; y por eso es que usted vé la buena relación que tengo con él. Pero sepa usted que tiene histo- ria!

—Bien 1 si ha dejado de ser lo que era, quiere decir que ya no hay reproche que hacerle, porque de los arre- pentidos se sirve Dios, Exmo. señor. Y por fin: sea lo que fuere, lo que yo ruego á V. E. es que recuerde e^ nombre de mi otro recomendado—^níomo Rmiea—

señor Virey: hombre que V. E. ha de '^ tener ocasión de conocer. 268 LA NOVIA DEL UEREJE i

—Lo conozco, Brigadier: y me asombra tanto mas la desfavorable apariencia con que usted me habla de él, cuanto que ha sido hasta ahora un mozo sumiso, con- traido, irreprensible, exacto como un reloj para todos sus deberes ordinarios: el primero en estar sentado en su oficina, y el último en salir, y de un respeto egem- plar para sus superiores. Por todos esos méritos es que

don Felipe Pérez lo casa con su hija. I

—Yo apuesto, señor Virey, á que las horas que no pa- sa adulando á sus gefes, como resulta de lo que V. E. me dice, las pasa con los frailes en los conventos.

—No digo que tanto, pero en efecto, es muy religioso y muy bien recibido por los superiores de los conven- tos; ... .y yo no veo nada de malo en eso.

¡ —Pues permítame V. E. que con esta franca palabra, un poco brutal si se quiere, que tengo á fé de marinero, le asegure á V. E. que en él, todo eso prueba bellaquería; y que se lo recomiendo á V. E. para el caso, dijo Sar- miento con aire suelto, y volviendo á reunirse con don

Felipe que se habia mantenido distante, durante esta confidencia del Virey y del general.

Los tres se despidieron con las fórmulas ordinarias del respeto y de la cortesanía; yéndose don Felipe á su ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. 269 espaciosa morada de Lima, donde un número de visitas le esperaba, y volviéndose el general á sus naves para continuar sus intenciones.

Dos dias después mientras que el General Sarmiento,

saliendo otra vez del puerto del Callao, volaba hacia el

Estrecho con sus tres caravelas bien provistas ya de to-

dos los recursos necesarios, don Antonio Romea se acer-

caba al convento de San Francisco.

No bien puso sus pies en el atrio en que se levanta la

frente del templo, cuando ya inclinó respetuosamente

su cabeza sacándose el sombrero que la cubría y se di-

rijió con el paso cauteloso de un esclavo que pisa las ha-

bitaciones de su amo á la portería donde tres ó cuatro

frailes estaban á la sazón parados conversando con indo-

lencia con algunas mugeres y pobres chiquillos que es-

peraban algo por allí. Don Antonio se dirijió á ellos, é

inclinándose delante de cada uno, les tomó á su vez el

grueso cordón con que ajustaban sus hábitos al cuerpo

y se los besó humildemente, pasando, agachado siempre,

de la portería para adentro. ; -

Enfilado el largo y silencioso claustro, fué á arrodi-

llarse delante de un crucifijo colosal que parecía estar

allí para esparcir por aquellas bóvedas el santo y místi- 270 LA NOVIA DEL HEREJE !

t

co terror con que el catolicismo ha sabido usar contra el

pecado, del símbolo de la muerte del Redentor. Don

Antonio permaneció postrado por largo tiempo, se gol-

peó el pecho, besó repetidas veces el suelo; hasta que

levantándose con la mayor humildad y teniendo en las

manos un largo rosario se dirigió á una celda en cuya i:-:-

puerta habia un brasero con fuego y una caldera de agua

caliente encima. Junto al brasero estaba un negrillo co-

mo de once años vestido con mucho aseo cebando un

mate perfumado. Don Antonio se acercó al negrillo

con la amabilidad con que habria saludado á la hermani-

ta menor de su querida, y le preguntó con voz baja é in-

sinuante, si el Reverendo Padre Guardian podia reci-

birlo; levantó el negrito una leve cortina que intercep-

taba la vista á lo interior y volvió momentos después á

decir al caballero que entrase. I

La celda que habitaba el Padre Andrés en el Conven-

to de San Francisco era una habitación modesta com-^

puesta de dos aposentos. Una ó dos docenas de sillas

de Jacaranda laboriosamente talladas, circulan las pare-

des: algunos estantes de viejos libros infolio, compañe-

ros de Farinacio Maíena CWmma?¿, habia también, y

en sus bordes superiores se mostraban en filas las ricas ó LA INQUISICIÓN DE LIMA 271 naranjas de Lima, las lúcumas, las hermosas chirimoyas, y los peros hwa^mnos de Chile; por lo cual, y algunas ca- jitas de dulce y esquisitos quesos de chancu encimadas en los rincones, se venia en cuenta de que el grave guar- dián era un refinado gastrónomo á su vez. En el rin- cón de junto á la entrada habia una tinaja de agua tapa- da con una fuente y un vaso.

El Reverendo Padre estaba satisfactoriamente senta- do en una gran silla de brazos, asiento de baqueta, le- yendo delante de una mesa de Jacaranda un abultado proceso.

—Cómo lo pasas, hijo ? dijo Su Paternidad á don An- tonio con un aire grave y protector.

-—Empiezo á estar mas aliviado, señor: mil gracias! le contestó Romea con una modestia estrema y dulcí- sona.

—Me alegro, me alegro. .. .Siéntate, hijo 1 siéntate! dijo el fraile señalando al mozo un asiento de baqueta.

Don Antonio se sentó con su sombrero entre las pier-

-

: nas. . . ; -M:-^^,-

—Ya habrás visto de cuanto alivio es para los grandes

males del alma la comunión de nuestro espíritu con la infinita bondad de nuestro Señor por medio del sacra- . * ;«

272 LA NOVIA DEL HEREJE !

" - - i mentó déla confesión. Porque el hambre mundano es como el lino que aun en la inacción se contamina con el pecado y la inmundicia. '

—Es eso tan cierto, doctísimo Padre, que solo aho- ra, después de las dos veces que he recibido á vuestros pies la gracia del perdón, siento algún consuelo, alguna voluntad vivificante en mi espíritu; y aun no estoy satis- fecho!

—De todos modos, hijo; debéis consolaros con lo que os he dicho: vos no tenéis enemigos, ni perseguís á na- die; el que acusa por los intereses de la relijion y del reino, es como la ley, impersonal: no hace daño por sí propio, no tiene responsabilidad ninguna; cumple un de- ber y nada mas. Por mas poderoso que sea don Felipe

Pérez, no lo será bastante para burlarse de la féque nos debe; y su hija será purificada antes de que la recibáis. .

Creo que os puedo responder de esto como ya os lo he

dicho. . . .Verdad es que algún obstáculo hemos de te- ner en ese pobre hombre del Arzobispo Morgrovejó que tanto influjo sigue cobrando siempre sobre el ánimo del Virey. Pero yo no soy menos que ellos, y vuestras revelaciones me servirán para abrir causa, y obteniendo los indicios correspondientes tengo ya una libre juris- ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. 271^

dicción que nadie me puede estorbar. . .Ese pobre Ar-

zobispo se ha entregado con candor á un falso espíritu

de caridad y de mansedumbre que él supone ser genui-

no de la Santa Iglesia Católica Romana, incurriendo en

el mas triste, en el mas trascendental de los errores-.

falsa charitas pecatus est ahominahilis, dice uno de nues-

tros cánones; y califica de falsa aquella caridad como la

del Arzobispo que tiende al perdón y á la insinuación

prescinde del castigo ejemplar aterran- , tolerante y que y

te de los estravíos: porque por aquel medio se fomenta

el mal, se contemporiza con el error; y está visto, se-

ñor, que la heregía no se estingue si no se estirpa. Esta

funesta división que empieza á introducirse en nuestro

clero, y que combate el Canon terminante de los Conci-

lios con pretestos aparentemente tomados de los Evan-

gelios, es el gran mal que amenaza á la Iglesia. Viene

de aquí la guerra que muchos de los príncipes mismos

de ella hacen al Santo Oficio, que es su columna, tra-

bando, á pretesto de caridad y de cristianismo, sus gran-

des actos de justicia y de castigo. Si el clero católico ro-

mano rodease la Inquisición, si no la hostilizasen como

la hostilizan los prelados, el mundo estaria hoy salvado

y la heregia estirpada ! Pero no, señor ! dijo el !

274 LA NOVIA DEL HEREJE I

fraile descargando un puñetazo sobre la mesa: les ha en-

trado por hablar de persuacion, de predicaciones, de pro-

pagandas y adoctrinamientos como únicos medios de ac-

ción, y lo que vamos á conseguir así es que nadie corte

la maleza que brota fervorosa debajo de nuestras mis- mas plantas I

—Eso es profundamente cierto, sapientísimo Guar-

dian.

—Pues no ha de ser, señor ! si todos los días los estoy

viendo! I

—Vuesa Paternidad es un gran sabio ! eso es verdad 1

y así es que no quepo en mí de dolor al ver á esa niña

con quien debo unirme, manchada con el pestífero alien-

to de la heregia, y á su padre, que tan venerable devoto

me había parecido, contaminado en tratos heréticos con

la basura hedionda del mundo. ,

—No desfallezcas, que todo eso lo hemos de arreglar

y castigar 1 .... Tu crees que el don Felipe Pérez no

^ persistirá en la negativa de su pecado ?

—Creo que nó, señor I .... Yo mismo he oído al He- rege que benévolamente le ofreció documentarlo. ... Mi

^ señor Pérez. ... ^ ! * ^.

—Delante de mí, hijo, no hay mas señor que Dios y ó LA INQUISICIÓN DE LIMA, 27o el Rey!. ... y tratándose de un presunto contaminado,

no puedo prescindir de observártelo !

— Perdón, Padre ! dijo don Antonio levantándose de la silla.

— Continúa.

—Pues decia á Vuesa Paternidad que yo mismo vi á don Felipe salir gozoso en busca de la oferta del herege-. después controvertían sobre si debía ser devolución ó nó, y el asqueroso Henderson cuya negra historia cono- ce ya Vuesa Paternidad por mí relación de ayer, ínter- poniéndose entre Drake y don Felipe cortó la discusión cediendo á este toda su parte de botín que á él le tocara.

—Pero me digiste ayer que sobre esto último te que- daba una premisa que consultar con tu conciencia, ¿lo has hecho?

—Sí, Padre! lo he hecho, y puedo jurar que es cierto; no obstante qué no lo he presenciado.

—Eso basta para la causa, que es lo esencial. Díme ahora, en qué modo vino ese hecho á tu conocimiento puesto que tunólo presenciaste. * ^

—En el barco en que estuvimos prisioneros hay un subalterno que quería de un modo especial al malhadado

Daute de quien ya he hablado á S. P.; y este que odia á 270 LA NOVIA ÜKL HEREJE " j

Drake y á llendcrsou con delirio, me lo lia referido; pa-

ra todo caso yo tomé cuidado de obtener que me hiciera

ratificar esta parte de su relación en diferentes veces con

todos los que la hablan presenciado, y todos fueron con-

testes en confirmarla, i

I —Pues basta y sobra por los cánones para que proce- damos. Después do eso hay la circunstancia agravante de la tapada; esta es necesariamente de la casa de Pérez, pues como tu me lo dices, sabia tu casamiento con Ma- ría, y sabia el poco ó ningún afecto (|ue esta te profesaba como te lo probó tu primera conversación con ella, ergo

estaba en autos ! , . . . V esta parte es cosa muy seria ! es

cosa que ha de ir lejos, jtor mi vida ! . . . . j-

Esa infernal costumbre !... . . ' — |

— Calla la boca-, qué sabes tú de lo que hablas ?

Don Antonio se quedó medio muerto y balbució un yo,

seSior ! . . . . perdón. Padre !. . . . soy un ignorante !

—Eso ya se vé, hijo; por eso debes tener prudencia en tus palabras; y debes pensar (¡ue si esa tapada te agravió

-^ otras sirven con ese mismo disfraz á la fé; y pueden con

él ponernos en el sendero de la averiguación de la ver-

- dad ! : I

—Es cierto, Reverendo Guardian !. . . . no me olvida- .

ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. 277

ré jamás de las grandes lecciones con que me favore-

céis. -

—Mañana mismo llamaré imperativamente á don Fe-

lipe para que venga á vaciar á mis pies toda la verdad

que sepa. Oh 1 yo os aseguro que no hade cundir la he-

- í-' - regia en el Perú mientras tenga yo en mis manos el ce-

tro de las justicias de la Iglesia; y en cuanto á ese anillo

que me aseguráis recibió Maria de su herege seductor,

parecerá, si lo tiene, ó me dirá lo que ha hecho de él;

dijo el fraile frunciendo las cejas con el ceño de la ira....

No he de dejar yo impunes iniquidades de ese tamaño !

Y sobre todo, he de hacer guardar la fé que se me ha

prometido. . : .

— Yo me atrevo á implorar vuestra clemencia. .

— Bien sabéis que en el fondo de todo esto no se tra-

ta de intereses mios ! . . . . Yo puedo ser clemente, hijo,

con lo que respecta á mi persona; debo ser mas que

clemente pues debo ser humilde. Pero no puedo serlo

con lo que toca á la Iglesia. Cuando yo, convencido de vuestra devoción y sumisión al dognia santo de nuestra madre la Iglesia] Católica Romana, tomé sobre mí procuraros el parentesco y los derechos filiales de la familia de Pérez, vos ofrecisteis una dádiva volunta- .

278 LA NOVIA DEL HEREJE

na para las necesidades y gobierno del Santo Oíicio.

Agregada eso la posibilidad de que la falta de Pérez ó de su hija sean de tal naturaleza que. ... !

Don Antonio miró aterrado al Padre como si anhelase

por comprenderlo. ...

—De tal naturaleza, continuó el fraile, que exijan las

penas temporales que recaen sobre bienes ó haciendas:

suponed que él ó su hija persistan en la abominación sin

enmienda, ¿cómo puedo ser yo clemente con lo que es

de mi Dios y de su Iglesia, y que debe ser empleado en

mayor honra y gloria suya? i

—Es incuestionable ! respondió don Antonio, pálido

de terror y lleno de confusión en las ideas. . . . Pero. . . Vuesa Paternidad tendrá presente que mi porvenir todo

se cifra en el enlace. ... ^

—Lo tendré presente, hijo; y tanto mas, cuanto mas

ejemplar y abnegante sea vuestra ulterior conducta

Pero pensad bien en que ante todo son los dere-

chos absolutos que la Iglesia tiene sobre sus fieles ! dijo

el fraile con un aire aterrante de poder y de orgullo.

Vuestro porvenir, hijo, agregó, está en el cielo y no en

la tierra, como el de todos los hijos del hombre; de to-

dos modos, no pasará el dia de mañana sin que yo dé prin- ó LA INQIUSICION DE LIMA. 279

cipioá las investigaciones: principiaré por llamar á Pé-

rez como os he dicho. Retiraos, pues, por que tengo

que hacer; pero id con ánimo tranquilo; no he de olvi-

darme de lo que merecéis. .. .

Don Antonio se levantó con la sonrisa de la humilla-

ción en los labios y después de haber besado con grande

respeto la mano del Padre, se retiró. Cruel debia de

ser la preocupación de su ánimo, pues caminaba mor- diéndose las uñas y sin levantar del suelo su vista vaga y cavilosa. C A [M T U I. O X \ 1 .

LADO POSITIVO DE LOS NEGOCIOS HLMAXOS.

Don Felipe Pérez y Gonzalvo se quedo aterrado de la entrevista á que lo citaba el reverendo Padre Andrés.

En ella supo toda la gravedad de las imputaciones de que era objeto: y como su presunto yerno había hecho la de- lación en descargo de su conciencia: el anciano se veia vencido; no podia ni darse por ofendido contra el hipó- crita malvado que le atacaba, ni desagraviarse siquiera arrojándolo de su casa y negándole la relación proyecta- da de parentesco. Hombre prudente, avezado en todas las humillaciones y disimulos de que son escuela los Go- biernos despóticos ó las fanáticas oligarquías, don Feli- pe sintió el golpe y se resignó en prevención délo peor: frioyegoista por temperamento, endurecido su corazón 1

ó LA INQIISICION DI- LIMA-, ¿8 también [)or las doctrinas dominantes de la época que tanto apocaban, ante la voluntad ó el interés del padre, los afectos y los derechos de la familia, concibió esperan- zas de que el precio de su derrota pudiera reducirse al sacrificio de su hija; cosa que él estaba dispuesto á que se consumara por el empeño en que tenia su pala- bra.

Siempre que así pudiese él contar con la anulación de las imputaciones relativas á sus connivencias con los he- reges, habria quedado satisfecho. Pero comprendía que cualquiera que fuese el sacrificio con que lo obtuvie- ra por de pronto, la seguridad y la quietud de su vida quedaba dependiente de un hilo, y entregada al antojo de Romea.

La naturaleza de la acusación que este le habla im- putado era tan grave que muy bien podia provocar la pe- na de horca; y cuando don Felipe recordaba el interés que el rey podia tener en hacer pesar sobre él una causa justa con que asegurarse de la eterna reserva en cosas pasadas, el pobre anciano temblaba de terror.

El padre Andrés le habia exigido que se propiciase la justicia de la Iglesia mediante un formal compromiso de presentará su hija en una pública penitencia y expiación 28Í LA NOVIA DEL HEBEJE j

-• I para casarla inmediatamente después con don Romea

bajo una cláusula dotal de bastante importancia: sin con-

tar con una multa cuyo valor ascendente debía modificar-

se si habia falta de cumplimiento en el desempeño de al-

gunas de estas exigencias; por que según él decia, era

preciso indemnizar al perjudicado y desagraviar así la

justicia.

Por mas grande que fué la doblez y la destreza de que

el pobre viejo hizo uso para ablandar al despótico Guar-

dian, este se mostró inflexible; y despertándose enton-

ces en aquel los instintos de firmeza y de voluntad que

eran naturales ásu carácter, resistió todo lo que tendía

á imponerle penas por sus actos, persistiendo en que

mas bien quería morir que dejar un precedente que ne-

cesariamente debía resultarle funesto al fin, pues que la

justicia del rey podía apoderarse de lo perdonado por

la justicia de la Iglesia, si él consentía en rescatarse así

confesando implícitamente un pecado y un crimen que

negaba haber cometido. i

i' ', El Padre Andrés se irritó en estremo al descubrir aque-

lla audaz intención de resistirle que se revelaba en su

negativa á estas exigencias; y como el anciano, aunque

implorando arrodillado la clemencia de la Iglesia, per- -a-.r"'

Ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. 283 sistia en su defensa, el fraile se exasperó al fin y lo arrojó de su presencia fulminando sobre él las mas seve- " ras amenazas. í

•!* Este se levantó de los pies del franciscano, y salió al instante con el aire grave y tranquilo que parecía este- reotipado en su figura.

Como si llevase una resolución madura y bien toma- da se dirijió con un andar quieto y sostenido al palacio

Episcopal: y solo cuando estuvo á sus puertas habló con los familiares del Arzobispo de modo que dejaba com- puender el apuro que lo movia por verlo y hablarlo; lo

que en muy breve tiempo consiguió.

No hay descripción capaz de hacer comprender con exactitud todo lo que ofrecía de profundamente venerable

y santo la figura y la üsonomia del Ilustrísimo Alfonso de Morgrovejo, Arzobispo de Lima. Era un hombre como

de setenta años de edad; unas cuantas madejas de cabe-

llos blancos y sedosos pendían á uno y otro lado de su

cabeza, cuyo centro calvo y lustroso como una esfera de

porcelana estaba cubierto por el solideo morado corres-

pondiente á su dignidad. Su mirada apacible é insi-

nuante tenia un sello especial de amor fraternal y de

simpatía al mismo tiempo que un fuego indefinible de 284 LA NOVIA DEL IIKIll-JK

iiileligencia, conccntnula on la vasta bóveda de su

fi'cnte. . I *^t

El Arzobispo sentado en un artístico sillón de tercio- pelo, ocupaba cuando entró don Felipe un salón rica- mente tapizado. Estantes hermosos y corpulentos re- pletos de libros cuidados con esmero, ocultaban la ma- yor parte de las paredes; y como su Ilustrísima acostum- braba dictar desde su sillón todos sus trabajos, porque era demasiado débil de pecho para escribir, dos mesas, con tres escribientes en cada una, ocupaban el centro de la pieza. ^

Nuestro anciano se dirigió al Arzobispo con un porte lleno de respeto, é inclinándose le tomó la mano y le besó

el anillo pastoral. I

—Me dicen que venisaílijido, ¡hijo miol le dijo el pre- lado con voz llena de unción.

—Si, llustrísimo señor! le respondió don Felipe, me

hallo en un caso grave, amenazado por un riesgo de consideración, no sé si justa ó injustamente, y conocien- do la sabiduría y la prudencia de su Ilustrísima he crei- do que mi mejor recurso era venir á echarme á sus pies

é implorar sus consejos. '

—Mis consejos, hijo, si valen algo son fruto de unara- ó LA INQUISICIÓN UE LIMA 28o zon que siento en mí, poro que no juzgo mia sino en cuanto me sugiere las palabras con que la pongo al ser- vicio de mis hermanos en Dios, mis consejos son pues vuestros, hijo mió, como de cualquiera que los busque, y no tenéis necesidad de implorarlos teniendo el derecho de exigírmelos para que así sirva yo al Señor que susten- ta mi razón sobre la tierra. Habla!

—Señor! ... .si pudiera hacerlo sin testigos! ......

El Arzobispo se dirigió con blandm'a h sus amanuen- ses, y casi con el tono del ruego les insinuó que le deja- sen solo. -

—Hablad: y si vuestro mal es grave guardad toda es- peranza en la clemencia del cielo que es infinita en fa- vor nuestro.

—Señor! pesa sobre mí una imputación insidiosa y grave sobre la que acabo de ser terriblemente amenaza-

do por el Reverendo padre Andrés. . . .

—Santo Dios!. .. .dijo el Arzobispo levantando los ojos y las manos al cielo-, siempre la Inquisición para hacer aborrecible, y pesar sobre nuestra Iglesia!. . . .La

Inquisición, hijo mió, no solo es agena á nuestra juris-

dicción, sino que también establece su derecho á some- ternos á ella; y temo que no i)ueda hacer nada en vues- 280 LA ?Í0VIA DEL HEREJE |

tro favor. Mi convicción (3s, hijo mió, que el pecado y el diablo ceden solo ala predicación y la propaganda mansa y tranquila de la doctrina de nuestro Salvador;

([ue la persecución emperra y enceguece tanto al peca- dor como al Juez, y que en vez de edificar, que es nues- tro deber, destruimos con ella. Pero esta doctrina su- bleva en contra suya el celo de los exaltados que es siem- pre la masa de las comunidades y de las sectas, y la re- niegan porque ponen toda su fé en la eficacia del castigo y de la extirpación. E\ Sanio Oficio hdL levantado esta bandera, y como, ella es muy poderosa por cuan- to halaga las prevenciones de la pasión y del rencor me temo que la pasará dominante por muchas genera- ciones, que sabrán comprender cada vez menos que la extirpación es un nivel que rebaja los espíritus pre- parando siempre nuevas y mas bajas reacciones de los mismos errores estirpados. Con semejante método el cristianismo marcha al materialismo, á la idolatría, á la barbarie y á la degradación del pensamiento. Per- seguir es no dejar pensar, y no dejar pensar es im- pedir adorar á Dios. .. .¡Esta es la doctrina que puede

mas que los prelados! . . . .¿Os imputan algún error de dogma? i ó LA INQUISICIÓN DE LIMA 287

—No, señor!. . . .me imputan contratos de un género pecaminoso con los herejes que me saquearon ....

—Y nada relativo al dogma? j

—Nada! •

—Pues bien, hijo mio: hablad, dijo el Arzobispo con interés; si es causa civil de la que se trata, quizás pueda serviros ayudándome el señor Virey.

Don Felipe refirió entonces al Arzobispo todo su tran- ce, confesándole francamente que estaba dispuesto en

último caso á ceder á las exigencias del padre Andrés, pero que antes de resignarse á cosa tan dura deseaba ver si podia lograrse que fueran modificadas.

—Yo creo que lograreis, le dijo el Arzobispo, valién- doos del mismo que os ha querido perder. Desde luego os digo que si hay una acusación de ese género contra vuestra hija, es inútil pensar en salvarla de la espiacion que el Santo Oficio trate de imponerle; veo por lo que me decis que recibiéndola con humildad y resignación, el mal puede minorarse. Vuestra hija debe casarse con

Romea; si nó, os vais á perder pues que llevando la acu- sación adelante por despecho abrirá una causa infernal de cuyas apariencias condenatorias no os podríais salvar, según lo veo por lo que vos mismo me decis. Culpable á8S L\ NOVIA i»i;i. iii:iu;,íL

vos y ciil[tablo vneslr;i hij;» (Hie es vuusli'o único herodo-

ro, bien V(}is qiio no podríanlos salvaros del secuestro do

vuestra hacienda. Vo os aconsejo puos, ([ue inmediata- mente veáis y persuadáis á Romea, (pie os reconcilies

con él, y tratéis de asegurarlo en vuestro amor y en la

virtud, para que forme una misma cosa con vos y sea el

marido de vuestra hija. Ved pronto! tentad este camino

que yo voy ahora mismo á instruir de todo al Vircy y

ver si puedo combinar con él un medio de estorbar tan

bárbara ini(|uidad. Pensad en que casado Romea con

vuestra hija, entra á tener vuestros mismos intereses, y

cesa en él tuda razón para dañaros. Anda, hijo, y ejecu-

ta lo que te he dicho.

Don Felipe se levantó en efecto de mas en mas cabiz-

bajo y humillado y fué á golpear la puerta de Romea.

Así que este lo vio se quedó [(álido de vergüenza, y le

saludó huyendo de encontrar sus miradas, como si la voz

do la conciencia lo redujera ante su victima al indigno

jtapel del traidor. Don Felipe entró y se sentó sin ha-

blar una palabra. Romea se quedó parado guardando

también un [)rofundu silencio.

—He aquí la situación á (pie usted me ha reducido,

Romea!. . . . í .

o LA INQUISICIÓN DE LIMA. 289

—Señorl su hija de usted me habia despecha- do, y solo Dios sabe lo que he sufrido antes de resolver- me á descargar mi conciencia. ..

—Ha ido usted demasiado lejos! ... .Se ha hecho us- ted instrumento de intereses ágenos, persiguiendo una ilusión.

—Empiezo á comprenderlo!

—Acusándome usted á mí como lo ha hecho sobre datos calumniosos que no tienen mas base que el dicho de los mismos herejes, me ha puesto usted bajo la acción de un secuestro: privado yo de mis bienes, mi hija que- da en la miseria y no puede llevarle á usted el dote con- venido. - ; "ü^

—Quedóte, señor?. .. .Usted se resistía á dármelo cuando todo pudo quedar arreglado entre nosotros; y usted tiene la culpa de haberme precipitado! dijo don

Antonio con una profunda tristeza en la voz y en su sem- blante.

Don Felipe guardó silencio por un rato.

—Bien, Romea: dijo por fin, ¿se contentarla usted con un dote de veinte mil escudos?

Don Antonio pensó seriamente por un rato y dijo al

cabo: 290 LA NOVIA DEL HEREJE

—¿Y las multas de propiciación, quién las abonaría,

~ soñor? -V--; - ,:,::.',;;, I

—¿Cree usted que bastará para ellas otro tanto?

—Haré cuanto pueda al menos, por que basten.

—En tal caso vaya usted al momento á arreglarlo, y

yo las pagaré;. . . .contal que María quede exonerada,

agregó el anciano como si quisiese poner restricciones,

de la contriccíon y penitencia pública que quiere fulmi-

nar sobre ella el Reverendo Padre Andrés. j .

—Lo solicitaré, señor! Pero ¿pensáis que vues-

tra hija accederá? ! I — Accederá: dijo el viejo con imperio.

—Voy entonces á ponerme á la obra, dijo don Anto-

nio. I

Don Felipe se levantó callado y se salió. . . .Pero al

llegar á la puerta del aposento en que estaban, detuvo el

paso como si lo hubiere preocupado una reflexión re-

pentina, y volviendo hacia atrás: I

—Oiga usted, Romea, dijo sin querer mirar á don An- tonio; lo que usted ha hecho me prueba que es usted un hombre de poca perspicacia y demasiado atolondrado para ceder á la primera inspiración de sus pasiones ó de

' ' , ) sus intereses ,; i .

ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. : 291

—Señorl. . . .dijo don Antonio con el tono altivo del reproche.

—No! no crea usted que ignoro el vuelco que han da- do las cosas; pero está en los intereses de usted oirrae con paciencia. Dígame usted con toda franqueza ¿usted ha ofrecido al Santo Oficio parte del dote que yo debo darle á usted?

Don Antonio hizo un ademan de indignación; quiso hablar y vaciló al ver el ojo penetrante é inmóvil que el viejo tenia clavado en él.

» —Sea usted franco, Romea! le dijo este Si usted ha ofrecido una primicia sobre ese fondo, reduzca usted el dote á la mitad, y deje usted al Reverendo Padre que en ese concepto señale él á su arbitrio la multa espiato- ria asegurándole que cumpliré lo que él me ordene.

—¿Y qué ganaría yo en eso, señor?

—Mucho! porque evitaría usted que fuese dis- minuida en mas mi hacienda. De otro modo

—Comprendo, señor, comprendo! dijo don Antonio sacudiendo la cabeza.

—Bien!— dijo don Felipe y se retiró. _.;j'¿|#^

CAPITULO XVII.

LA JUSTICIA DEL HOMBRE Y LA JUSTICIA DEL CIELO.

'-^-- " -.,

".-' 1 Tan profunda fué la cavilación que se apoderó de don

Antonio, que ni reparó siquiera en que don Felipe se ha-

bla ausentado. :

La causa fueron quizá las agitaciones que destrozaban su espíritu, claramente reveladas en lo estático y con- centrado de su mirar y en el modo febril con que se mordíalas uiías.

¡Maldición. .. .i Infierno 1. .. .esclamó después de un rato como si no pudiese contener mas tiempo la esplo-

' sion de su alma.

Pero no bien hubo arrojado esta blasfemia, cuando volviendo aterrado en sí, echó una mirada al derredor del cuarto para ver si habia tenido algún testigo. Tran- ó LA INQUISICIÓN DE LIMA 293

quilizadountantoal verse solo, cruzó los brazos con aba-

timiento, y dijo hablando consigo mismo-.

¿Qué hacer ahora^ Dios mió?. . . .Dios, Dios: repitió

con el gesto de una amarga ironia. . . . ¿No es á él á quien

me harán servir sus ministros obligándome á consumar

mi sacrificio? ¿No es en su nombre que seré castigado

si retrocedo en el camino á que ellos me han lanzado?

¿No es el brazo de su tremendo poder el que pesa ya so-

bre mi lengua y sobre mi destino?. . . .¿Qué soy yo, qué

puedo hacer ya para detener su fuerza esterminadora?

. .. . I Maldición! linfiernol repetía como un desesperado

abriendo los brazos y lanzándose á tranco sobre las pa-

redes de su cuarto. :^^'

Fatigado con estos ímpetus de valor, se quedó de nue- vo en una profunda meditación. Parecia que algo qui- siese combinar en súmente. Pero sacudiendo después

de un rato tristemente su cabeza— i Es imposible I dijo: i¿

¡ es imposible 1 . . . . El padre Andrés ha encontrado ya su camino: la fortuna que por tanto tiempo ha codiciado está en sus manos y no necesita de mí para que le ayude

¿trasquilar esas ovejas de su rebaño ! Mísero de mí ! mi propia imprevisión me ha perdido. Ante el supremo in- terés de su autoridad omnipotente ¿cómo puedo yo ha- 294 LA NOVIA DEL HEREJE ^^g [

cer oir la débil voz de mi conveniencia?. . . . Ah, Dios

mió I Dios poderoso ! Verdad es que denunciando vues- tros enemigos procuraba también mi ventaja personal; verdades, Dios misericordioso, que he sido desleal á los

lazos de gratitud y de la amistad quemeunian álos de-

nunciados; pero ¿ era yo libre. Señor, para absolverlos ?

¿No era vuestra ley, no era vuestra doctrina, no son los

ministros de vuestro altar, no son las órdenes de vuestra

Iglesia, las que me imponían el deber de hablar á los en-

cargados de defenderla contra la mala yerba ? ¿Podiayo ;

cerrar mi labio á la voz de mi conciencia arrodillado an-

te el supremo tribunal de Dios y haciendo acto de con-

fesión?.... ¿ Por qué arrebatarme entonces las espe-

ranzas de mi vida ? ¿ Por qué desheredarme de los bie-

nes que debia poseer ? Ablandad, Señor, mi corazón 1 dijo

don Antonio anegado en lágrimas: y dirigiéndose como

un demente á una imagen, que puesta en una mesa, te- >

nia dos velas de cera ardiendo por delante, la levantó en

sus manos, la colmó de besos, se arrodilló estrechándo-

la contra su pecho, y esclamó— i Santo bendito 1 Divino

Antonio I protector de mis dias 1 patrón de mis intere-

ses ! interceded por mí en este conflicto 1 . . . . ¿ Qué

porvenir va á ser el de este vuestro humildísimo devoto fí-j» \ ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. 295

si después de todo esto queda sin fortuna y sin posi-

ción ? 1 Maldición 1 infierno 1 Esbirro del santo

oficio para siempre ! esclamó tapándose los ojos ....

I No I jamás: un convento-, un convento es mucho mejor,

agregó con un aire resuelto y reflexivo. En un convento

podré al menos ascender: llegaré al mando y la vengan-

- za será terr. . . . ¡ Perdón, Santo Bendito 1 perdón ! agre-

gó como si se arrepintiese de este desahogo de su rabia.

Estoy delirando 1 No ! Es preciso que tiente el último

esfuerzo ! voy á arrojarme á sus pies; voy á pedirle pie-

dad: voy á implorar su compasión I .... Y tomando don

Antonio desatinadamente su sombrero y su capa, salió á

la calle dejando abiertas sus habitaciones, y se dirigió al

convento de San Francisco en busca del Padre Andrés.

Iba el cuitado con la firme resolución de echarse á los

pies del Padre Andrés y de rogarle que no pusiese al col-

mo su sacrificio. Pero á medida que se acercaba al con-

vento se le aclarábanlas ideas: la inclemencia fria y se-

vera que formaba el fondo del carácter del fraile se re-

trataba en el alma decaída del pretendiente egerciendo

todo aquel despotismo que la hacia irresistible, y el

amargo desconsuelo que este pensar le infundía iba des-

truyendo en su ánimo á medida que se acercaba al con- 296 LA NOVIA DEL HEREJE vento, todas las esperanzas con que habia salido. Pre- veía que la profunda humildad con que siempre habia él acatado al Padre Guardian, y el hábito del predominio esclusivo que este fundaba en esta y demás circunstan- cias de su trato habitual, le privaban de todo peso per- sonal, de todo medio para apoyar su súplica y hacer de su descontento un instrumento de influencia para con el fraile. Desde que este, como su propia razón se lo pro- nosticaba á don Antonio, parapetase sus negativas en la necesidad de defender la fé, de asegurar el engrandeci- miento y opulencia de la iglesia, don Antonio tenia que reducirse al silencio-, ninguna razón personal ó caritati- va podía emplear contra este argumento que á la vez for-

maba el pretesto de su inicua conducta para con don Fe-

lipe, sin ofender al dogma dominante; y era ademas se-

guro que si la mas leve indicación se le escapaba sobre

la deslealtad con que el fraile se habia conducido para

con él, se espondria á tal castigo que quedarla igual á sus

• víctimas. . ;

—Qué hacer. Dios mío 1 esclamó todo confuso al ver-

se á las puertas del convento, sumido en esta cruel per-

plejidad.

I

Vana seria la tentativa de pintar con palabras huma- ó LA INQUISICIÓN DE LIMA -^ 297

ñas su aire de abatimiento y de baja humildad: sin tener idea fija todavia, iba á arrodillarse delante del crucifijo colosal que ya conocen nuestros lectores; mas no fué poca su sorpresa al ver vacío su lugar. Permaneció in- deciso por un instante buscando en derredor suyo la sa-

cra imájen, hasta que convencido de su ausencia se diri- jió con un ademan de desesperación hacia la celda del

padre Andrés.

- Poco antes de que don Antonio hubiera entrado al lar- guísimo claustro de la portería, habia pasado por él, en

demanda también de la celda del Guardian un personaje

digno de ser conocido de nuestros lectores: era este

un cierto don Marcelin Estaca y Ferracarruja á quien

todos tenían por doctor in utroque; pero que, á pesar

de que él se dejaba menudear el título con grande

satisfacción, nunca habia sido mas que bachiller en

derecho civil. Pasó nuestro hombre con un aire tan

grave y tan sabio que parecía estaciado con su impor-

tancia pei^onal y con el eco de sus lentos trancos, que

repercurtiendo en las silenciosas paredes del claustro

remedaban los golpes con que el tambor rinde home-

naje á las majestades de la tierra. Don Marcelin era

pues su propio tambor y se batía marcha á sí mis- LA 298 NOVIA DEL HEREJE !

mo con el mas profundo respeto de su propia persona.

Nuestro carísimo bachiller sabia andar con una admi-

rable competencia científica, pues si alzaba uno de sus

pies, cuidaba bien de que su punta se encorbase al suelo

con donaire, de que el talón cayese con el aplomo de una

sentencia, y de contornear los movimientos de sus bra-

zos y de su cuello, teniendo el otro pié fijo en tierra para

que su cabeza no perdiera la majistral reenclinacion con

que la llevaba (como si llevara una custodia) sobre sus hombros.

Si bien no lucia don Marcelino la prosaica casaca ni el bastón tradicional que empuñan los doctos majistrados

en nuestros dias, una rica toga de raso negro muy bor-

dada de realce lo vestía hasta los talones, y resplandecía

en su pecho una grande cruz de' raso rojo que el sapien-

tísimo bachiller usaba como insignia del elevadísimo ca-

rácter de Fiscal de la Inquisición de Lima que investía;

en cuyo empleo se habia adquirido la mas conspicua re-

putación de defensor inflexible de los derechos,de la igle-

sia, en lo cual (decían las malas lenguas) se hermanaba

su propio interés y la satisfacción de las pasiones de cír-

culo y de fanatismo á que reducía siempre todas sus

miras. ! ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. 299

Una golilla de una bretaña dura y poco fina, muy al- midonada y tiesa como un palo, servia de nido á sus car- rillos magrujos y biliosos, que algo mas chupados pare- cían á causa del esmero con que el sublime bachiller se alzaba un enorme tupé ó hopo (á manera de cresta) sobre

su frente: mania de que nadie sino él participaba ya en -,

aquella época. I!

Como el lucimiento de esta cresta era para nuestro

hombre el rasgo característico de su eminencia, gustaba

de andar d^cubierto, ó de ponerse cuando mas, un leve

bonete de cuatro picos adornado con madejas de seda

verde y seda roja. .,

Para colmo de solemnidad en la figura, el doctísimo

Fiscal era tuerto, de modo que su adusta mirada cobraba

un valor indefinido con los turbios movimientos de la

sanguinosa y gruesa nube que cubría todo el globo de su

buen ojo.

Su frente era estrecha y angulosa: su ojo chico y sin

viveza; y «tan visible era la infatuación de ciencia y de

valia que lo rellenaba, que fruncía sus labios y adormecía

clásicamente sus ojos, sin duda para impedir (que por

estas averturas de su cuerpo al menos) se desparrama-

sen algunas de sus partículas inapreciables. W'i^'\-

^^ 300 LA NOVIA DEL HEREJE J

Todo esto, unido al tono enfático y ridículo de sus maneras, hacian de este personage un domine Lucas de aldea, de aquellos en quienes se estereotipa, como en un molde, una pedantería estrecha y terca con las mas có- mica infatuación de saber y de importancia.

Entre sus rasgos morales se distinguía el de una incli- nación innata á forjar conspiraciones y armar intrigas, bien cubierta bajo el velo hipócrita de gravedad y de se- rio reposo, con que se presentaba á losestraños..

Y como era fanático y estaba repleto de preocupacio- nes personales, no le faltaba su circulillo de adeptos que intrigaba de su cuenta y por su inspiración. Llevaba en su mano derecha, bien plegados y toma- dos á guisa de cetro, un par de guantes de seda blancos, con los que tocó y empujó la puerta del guardián, entran- do y diciendo con intimidad: '

—A dsum Reverendisime. Y como al dirijir las mira- das hacia el padre, el bachiller lo viese inclinado sobre un enorme pergamino, de menudísimos tipos, se chupó los labios y los carrillos, y levantando la mano, con los dedos en forma de círculo, dijo: luz del siglo es Vuesa

Reverencia: infatigable al manoseo de la ciencia: ni las escabrosidades del Pindó, ni los ayunos de los vates de ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. 301

Minerva, ni la tremenda esgrima de la espada de la justi- cia, fatigan sus membrudas facultades. * — . Heu Marceline! \e respondió el guardián con tono de chanza y de amistad: y separando un poco su libro hacia el medio de la mesa, continuó diciéndole-. Carssime ínter amicos! ¿Unde agis te?

—De Foro 1 . . . .esto es de la Audiencia; y de veras.

Padre Guardian, que sumamente exacerbado vengo 1 di-

jo el bachiller sentándose al lado del fraile. . . .¿ Ha visto

Vuesa Reverencia cosa mas absurda?. . . .Los compa-

ñeros. . . .y aun el señor regente también, por espíritu de envidia, según supongo, ó por nimiedad, que es lo mas probable, quisieron zaherirme sobre lo que se les

antojó llamar innovación del bordado de mi toga, cuan- do la idea como nacida de mi consorte que es texto en

la materia, ha merecido, señor, la mas alia aprobación de todo el colegio de abogados, por que realzaba la fi- gura y el empleo en que el rey nuestro Señor

1 ! I Marceline! — Va I va va fruslerías Nugce nu- gx! le dijo el fraile interrumpiéndole con desemba- razo.

—Nugce! sí: nugce, señor Guardian ! Bien lo conoz-

co: son fruslerías y sé que no sienta á mi docta persona '

302 LA NOVIA DEL HEREJE

enlodar las ruedas del carro de mi ingenio haciéndolas

trillar tan pobrísimo terreno I Pero, señor ! cuando yo

hago ó cuando yo digo una cosa, tan bien pensada, tan

bien concebida, y tan fija es la idea que me he tomado el

trabajo de elaborar, que los demás deberían abstenerse

de venir así no mas á la lijera á juzgar. ... i

—Pero ¿ quien no lo sabe eso, doctor Estaca?

—Y por eso es que jamás incurro en un error ni he tenido que retroceder en vez alguna de opinión que yo

haya formado. Vos lo sabéis 1 pues con marcha parale-

la hicimos ambos nuestro camino, i.

—Y tanto lo sé, caro amigo, que ahora mismo estu-

diando el punto que se os consultó de oficio, sobre el

tremendo indicio (el fraile puso aquí los ojos feroces,

estiró la boca, ahuecó la voz y levantó el dedo índice),

que pesa sobre Felipe Pérez y su hija, estoy viendo letra

á letra y concepto por concepto la enumeración de las

opiniones dominantes y recibidas con que habéis evacua-

se os confirió del caso. do la vista reservada que |

El bachiller tosió con garbo y apretó los labios. —Hay un punto sin embargo en que os hubiera desea-

el fraile do mas esplícito: agregó i

—Cuando se escribe, señor guardián, no siempre con- ó LA INQUISICIÓN DE LIMA 303 viene serlo; y es por eso que deliberadamente (no pen-

- séis en otra cosa) toqué por encima solo ciertas circuns tancias.

. —Sabéis de la que os hablo

—Hay varias; porque al meditarlas, reflexioné que de- bia reservarme en daros esplicaciones de palabra: una

de ellas es esa que me vais á esponer. .

—Vos conocéis los hechos: definido una vez (dijo el fraile con un tono elevado y arrogante) lo que es here- gia; enumerados todos los crímenes que se encierran dentro de esta infame clasificación (que es de loque ac- tualmente me ocupaba registrando á Farinacio y al Car- denal de Luca, que aquí veis,) nuestro proceder viene á ser muy claro y espedito. Porque, señor, si el crimen de herejía se reduce al establecimiento y defensa de una proposición lógica, tal que contradiga la letra ó el espí- ritu de los concilios y de los Cánones, es preciso conve- nir en que no podemos causar ni condenar á Pérez ni á su hija. Desde que no podemos probarles haber senta- do proposición de ninguna clase, tenemos que absolver- los; y en caso tal lo que mas conviene á los intereses temporales de nuestra Santa Madre Iglesia Católica Ro- mana, es —que desvistiendo la túnica de jueces del pue- 304 LA NOVIA DEL HEREJE

blo de Israel con que ella nos honró, la sirvamos como

hijos suyos, como hermanos mayores de los fieles, y con

los frágiles medios de nuestra propia y virtual humani-

dad; es decir, llevando á cabo la unión matrimonial de ladenunciada con el denunciante, mediante la primicia

expiatoria ya arreglada. Mas, si por heregía se entien-

de también la contaminación espiritual; el coito sacrile-

go de las voluntades, la inmersión simpática en que cae

el alma del católico por su trato ó por su amor con la

del hereje, desaparece la duda y la condena de la conta-

minada es entonces de toda regla. ... '

Inchado el bachiller como si fuese un pavo, hacia un

rato que á medida que el Guardian hablaba, él tocaba

fuertemente sobre la mesa con el índice de la derecha, como el hombre que muestra con calor la ratificación de

sus opiniones.

— .... Y entonces (seguia diciendo el fraile) la entidad de Juez anula la entidad de hombre: la voz

del deber sofoca la voz de la caridad y del cariño;

el interés de la justicia divina no admite atenuacio- nes de orden humano; y la integridad de la senten- cia destierra toda tentación de afecto ó de lealtad terrenal: es de lev la confiscación total de los bienes ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. 303

del hereje, y. . . . pues justicia sea hecha aplicándose

toda la ley 1

Y mientras el Guardian decia todo esto, el bachiller dada y daba sobre la mesa con un entusiasmo y una satis- facción creciente y repetía:

—Hoc 1 hoc ! hoc ! hoc ! Ese es el punto. Padre Guardian.

~Y si ese es el punto, el pacto del hombre cede al

derecho del cielo ! Y si ese es el punto, la diligencia del procurador no obliga la fé del amo; y se deduce, por consecuencia, que tanto como Juez de Israel, cuanto co- mo hermano caritativo del hombre es de mi deber separar

á Romea del terreno de la causa en cuanto á matrimo- nio: y dejar á la justicia del cielo en toda la anchura de su camino.

El bachiller tosió, se acomodó en su silla, y dijo des- pacio: ^

—Razonáis bien, señor Guardian; pero, como no ha- béis dado todavía con el fundamento verdaderamente

céntrico de la cuestión, permitidme que os la esponga y lo demuestre bajo su mas neto y precisísimo aspecto.

Los autores mas acreditados en la materia (de los cua-

les Farinacio es para mí el predilecto por cuanto jamás 21 V 300 LA NOVIA DEL HEHEJE

se olvida del punto cardinal, que es la persecución y el

castigo del hereje y del delincuente) dicen: his convenit

distinctio Ínter haresim formalem et materialem: nan (y

fíjese bien Vuesa Paternidad en esa circunstancia que es

escncialísima ) si froposito fdei contraria ab homin

cJiristiano jiertinaciter errante scribatur aut amplecti-

tur! [aut amplectilur] señor Guardian, (dijo el bachiller

apurando el tono) formalis erit: ahora bien (y aquí

entra nuestro caso) las leyes humanas y divinas ha-

cen á la esposa una mitad virtual del esposo ; y

como la denuncia recae sobre el compromiso de

matrimonio ó en términos técnicos— el coito sacri- lego de las voluntades de la llamada Maria Pérez con el hereje incorrejible [pirata fascinorosus insuper) lla- mado Ilenderson, resulta probado por la mas severa y estricta lójica, que la denuncia recae sobre un caso de herejía formal, por que el error de la mitad matrimonial

dominante contamina, abraza, somete, refunde, asume, . aniquila, la sustancia á la naturaleza de la otra mitad; y así, es preciso que el canon se aplique con toda integri- dad de su texto; y que se dé razón entera, señor, á los principios que nos rijen, y de los que nunca jamás me he separado. Tanto es así, que no es este un caso nuevo .

ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. 307 para mí, no, señor; allá por los años de 42 ya dije yo (y por cierto que se convirtió en práctica inconcusa del tri- bunal de Valencia) ya dije yo. ..

—Vuestro argumento es incontestable, querido doc-

tor; pero su alcance no me satisface, dijo el Guardian in-

" terrumpiéndole. -

— ¿ No os satisface? . . . . ¿ que entendéis decir con eso?

Guando yo os digo, yo, que ese raciocinio es la piedra

de toque del asunto ... . .

— Ese argumento será eficacísimo doctor, para abrir

causa y condenar á la muchacha; pero no es para abrír-

sela al padre, ni para secuestrarle y confiscarle sus bie-

nes, porque como bien sabéis (y lo estaba leyendo aquí

en las adiciones de Farias al Govarrubias) la heregia del

padre no autoriza el secuestro de los bienes propios del

hijo, ni la del hijo autoriza el de los del padre: la parte

pues mas sustancial de nuestro golpe vá á fallarnos por

vuestro camino.

Mientras el guardián enunciaba sus objeciones, el doc-

tor le miraba como con lástima, balanceando su cabeza.

— Veo reverendísime que no tenéis una idea exacta del

caso.

' — Greo que la tengo lo que es menester, al menos 308 LA NOVIA DEL HEREJE

es descargar el peso de la acusación sobre el padre, para

que fluya en el acto el secuestro y la consiguiente con- dena. ' '

—No 1 la sencillez aparente de las cosas es falaz en su- mo grado, si no se cuida de preveer á tiempo las compli- caciones que pueden sobrevenir. Vos sabéis bien que el arzobispo y el virey se preparan á protejer á Pérez; y co- mo la acusación de este procede tan solo de convenios y tratos de ilícitos comercios con el hereje, no bien fulmi- néis vuestro primer auto os suscitarán juicio de incom- petencia, y como os faltará la prueba de herejía contra el reo, contribuiréis á probar, cuando mas, el cargo de alia traición por cuyo solo hecho habréis provocado la confiscación á favor del fisco y no á favor de la Igle- sia. ,

— Decis bien ! dijo el guardián muy pensativo.

—Toma si digo bien ! y debéis notar que desde que la cosa tome este aspecto, tendréis que litigar, de estandar- te á estandarte, de potencia á potencia, de magestad á magestad; viniendo á ser muy duduso que nos nutra el resultado. Mas, considerad la cosa ahora por el lado en que yo os la ponia; y veréis evaporarse las complica- ciones. Establecido y justificado contra la hija el cargo ó LA INQUISICIÓN DE LIMA , 309

de heregía formal, por el incontestable raciocinio que yo

os tengo formulado, la traéis á ella, que es la culpable

de esa heregia, ala prisión de la Iglesia: esa hija es única

y forzosa heredera del padre; prolongando su causa sin

declararla culpable, no puede ser preferida en testamen-

to, y en muriendo el padre ella es su heredera ab intes-

tato; esperad pues á que la muerte del padre la ponga en

ese caso; y con su condigno castigo habréis confiscado

legítimamente los bienes que ella hubiere heredado.

\ —Ah ! ah 1 Mas se me ocurre una objeción:

dijo el fraile.

hay objeción posible ! —No .

—Y si la muchacha por efecto de la fortuna y del ter-

ror ó de la desesperación, muere antes que el padre ?

— ¿ Muere antes que el padre ? Me sorpren- déis, querido Guardian!...... ¿De cuando acá ha empezado á temerse que se sepa lo que pasa en las pri-

siones del santo oficio ? i Treinta años hace que lo sirvo, y nunca osó nadie sobre la tierra fiscalizar el uso que él hizo de su poder y de sus cosas 1 Para contrastar los ac- cidentes de la naturaleza tuvo siempre su propia volun- tad; y desde que nosotros decidamos que la acusada no muera, no puede morir hasta el diaen que el tribunal lo '^^^ l\ ¡NOVIA DEL HEREJE decreio. ¿Faltará quien lleve su nombre, y sea con él sentenciada? Por lo que hace á la tortura, dadla aparente, subsidiaria y preventiva: buscad el efecto mo- ral del espectáculo y no os empeñéis en obtener una con- fesión: que no se necesita eso tampoco, pues está proba- da su inmersión espiritual y sacrilega con la voluntad de un lierege incorregible y confeso. ¡

—Perfecto I Perfecto I.... Ahora si que puedo decirme dueño del asunto: dijo el fraile levantándose entonado y poniéndose á pasear por la celda.

—Voy á haceros ver otra de las grandes ventajas que producirá este plan artística y acuciosamente combinado por mi ingenio: es este: los protectores de Pérez, al ver

que nos ocupamos de la hija, prescindiendo del padre,

suspenderán su alarma y sus medidas: reconocerán que

dado el tenor de la acusación que pesa sobre la reo, ca-

recen de competencia para trabar nuestros procedimien-

tos; juzgarán prudente tomarse el tiempo de observar-

nos; y ya os lo he repetido muchas veces: el tiempo so-

lo puede hacer mucho de la nada; puede ser mudado el

Virey en el intervalo, y pueden por fin venir un millón

de coincidencias que abrevien y concentren nuestros ca-

• minos. I ó LA INQIISICION DE L1M\. 311

—Vamos ahora al otro punto 1 dijo el Guardian sus-

pendiendo sus paseos y dirijiéndose al Bachiller; hay en

él grandes complicaciones necesariamente que han de

salir á luz, y qué sabe Dios de cuanto interés pueden ser

para nosotros—miembros del Santo Oficio. -

—Queréis hablar probablemente de las indagaciones

dirigidas á aclarar quiénes son en Lima los que están

en inteligencia con el herege, ese satanicus nauta mu-

rumáe que habíala Escritura ? . ji

^^Eso mismo: bien veis que si ese es un fondo oscuro

al presente, es inmenso y puede llegar á ofrecer gran- des perspectivas mas adelante.

—Cierto, cierto !. . . . Pues señor: dijo el Fiscal des- pués de un rato de refleccion: mi consejo es que pren- dáis con la hija de Pérez á la zamba que le hace siempre

compañía.

—Habia empezado á fijarme en esa idea; dijo el padi'e algo turbado. 3;

—No hay mas: ese es el principio ! Vos sabéis, Reve- rendísimo, que el punto capital de esa indagación es descubrir la tapadak que la denuncia de Romea y la de- claración de Gómez se refieren. Ellos mismos dicen que no era la Maria Pérez, por cuanto andaba allí mismo con 3Í2 LA NOVIA DEL HEREJE

SU madre y ellos la vieron. Mas no andaba la zamba; y como esa tapada sabia cosas de la casa que solo entran- do en ella pudo saber; como sabia cosas que no podía sa- ber sino por confidencia déla Maria misma, ó de otros á quienes ella lo hubiera dicho; y como es inevitable que la zamba esté al cabo de quienes son los que tienen con- versaciones y confianzas con la niña, es indubitable (yo nunca digo indudable, padre Guardian, porque esa es una corruptela contra el purismo de nuestras etimolo-

gías latinas) es indubitable, repito, que prendiendo á la zamba Juana, y dándole tortura de cerca (dijo el Bachi-

ller haciendo el ademan de torcer un torno) entraremos necesariamente en un camino magnífico de revelaciones,

que sabe Dios hasta donde nos lleva en la causa misma

de la Maria para complicar al padre. i

—Como ya os he dicho, esa idea era la mía. ... y sor

lo una contrariedad. . . . una sospecha vaga. ... un te-

mor remoto .... una cosa que mi misma razón me dice

que es una locura, una ridicula cavilación, es la que de-

tenia mi brazo; dijo el fraile profundamente impresio-

nado.

—No creáis que se me oculta esa contrariedad; dijo el

Bachiller con petulancia: y vais á ver. ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. 313

—Sí, se os oculta, porque es una cosa que no podéis saber; es un secreto de mi alma, que no sabéis hasta donde me hace desgraciado, y cuanta influencia tiene en la severa venganza con que me abandono al castigo de los acusados: gozo castigando porque. ... no me hagáis

caso Bachiller 1 este recuerdo me trastorna I (agregó el fraile sentándose bastante conmovido) .... Decias que vuestro proyecto tenia una contrariedad. ...

— Insignificante! yes: que descubierto todo el miste- rio y las intrigas de los malvados que se hayan ligado al

Satanás de los mares, todo eso constituiría crimen de

alta traición, ó lesw majestatis, y no de heregía. Es de temerse, pues, que los civiles nos carguen con su compe-

tencia. Pero como esos criminales habrían sido los

fautores y causantes del crimen de herejía que nosotros

perseguimos; y como nuestra causa habria servido para

la averiguación de lo concerniente á la otra, quedaría-

mos siempre en el mejor terreno, y cualquier recurso de

fuerza que nos intentaran lo podríamos sostener con es-

clusívas ventajas. El golpe, pues, consiste en apode-

rarnos en toda la continencia posible de la causa; pren-

diendo simultáneamente ala zamba, hacemos que cual-

quiera revelación /csce Mq/esíaíís que resulte, ocupe el ^14 jx NOVIA DEL HEREJE lugarde un incidente, de una emergencia de la causa principal; y este es, como os he dicho, el golpe maes- tro. I

El Padre Andrés oia como distraído é indeciso.

—Cualquier escrúpulo que tengáis contra este dicta- men debe ceder á las grandes y positivas ventajas que le acompañan. i

Siguió refleccionando el Padre, al rato se levantó y di- jo resuelto: ..,:

—Estoy de acuerdo-, esto es indigno de mil Por una cavilación fantástica, por una verdadera visión, no debo esponer ni truncar un plan tan vasto y tan seguro como

el vuestro!. . . .Ea 1 manos á la obra, amigo! manos á la obra! repetía el Padre Guardian, y se paseaba con anima- ción á lo largo de su celda refregándose las manos. Al- guien que estaba del lado de afuera golpeó levemente la puerta en este instante. El guardián fué á abrirla con abandono. Pero no bien se encontró en ella con la figu- ra humilde y encorbada de don Antonio (que semejaba á la de un mendigo pidiendo el pan de la caridad) cuando le acometió un violento ataque de despecho. La con- ciencia le decia bien claro al Reverendo Padre que su proceder para con el mozo era de un egoísmo inicuo y ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. 315 desleal; y le era importunísima su presencia, porque ella sola lo acusaba. Al caerlg así de improviso en un mo- mento en que tanto lo preocupaba el éxito de su intriga, no tuvo tiempo de refleccionar ni de dominarse.

—Y bienl qué quiere usted? le dijo con enfado y con

insolencia. ^j •

Don Antonio vaciló, se quedó cortado; y atónito con tan cruel recibimiento dejó caer su sombrero de las ma- nos, las juntó en ademan de súplica, y dijo arrodillándo- se—i Clemencia, poderoso señor: clemencia! no me pierda Vuesa Paternidad!

—Mal haya el importuno! esclamó entonces el fraile, y con un violento golpe volvió á cerrar la puorta de su celda. -^ ^

El infeliz que era así arrojado, se quedó allí como per- dido. Inmóvil por un momento en la vil actitud de sú- plica que habia tomado, no podía concebir ni lo que le pasaba ni lo que debia hacer. Se levantó derepente desatentado, dejando su sombrero ala puerta del fraile, y con todas las señales de la demencia volvió para atrás de prisa sin saber adonde iba ni lo que habia de hacer.

Encontró al paso una puerta trasversal abierta, y se me- tió por ella en un corredor estrecho y sombrío que lo 316 LA NOVIA DEL HEREJE | llevó á la sacristía; pasó de la sacristía á la Iglesia, y fué

á tirarse, con la frente en tierra, contra la tarima de un altar. .1

Era como la una de la tarde, hora en que la ciudad entera dormía la siesta: todas las puertas esteriores de la iglesia estaban cerradas: su completa soledad infundía aquel miedo reverente que siempre produce el silencio sepulcral de las bóvedas sagradas. La oscuridad del in- terior hacia jugar los caprichos fantásticos de la sombra sobre las cien imágenes que asomaban sus escuálidos semblantes en los nichos de las paredes y en los altares; y cuando el eco solitario repitió el golpe que produjo don

Antonio al dejarse caer en la tarima, el infeliz se figuró que oía un clamor vago de reprobación lanzado desde cada nicho; levantó azorado sus ojos y le pareció que un gesto convulsivo animaba el rostro de las figuras rígidas y cadavéricas que le rodeaban. No teniendo fuerzas para sobreponerse á la horrible tensión en que estaba su espíritu, cedieron los frájiles resortes de su alma, y ca- yó en la inanimación del desmayo. I Entretanto, después de haber cerrado su puerta, como hemos visto, se volvía el Padre Andrés hacia el Bachiller, y cruzándolos brazos le decia: o LA INQUISICIÓN DE LIMA. 317

—¿Y qué hacer con un impertinente de esta clase?

—Y habéis de saber, señor Guardian, que no lo tengo por tonto, dijo el Bachiller después de un rato de silen-

cio. - . : .: ,':p-

—Nada menos que eso I repuso el fraile con un gesto muy significativo; tiene prendas especialísimas y sobre- salientes para el servicio déla santa fé, si quisiese consa- grarse á ello: es pertinaz, paciente, disimulado, tacitur- no, profundamente ambicioso, dotado de modales humil- des y respetuosos, introducido é insinuante; es un hom- bre, en fin, predestinado alas grandes luchas y ala de-

fensa de la fé, si llegase alguna vez á abrir su alma á las inspiraciones de la gracia divina, para fortificarse en la voluntad del sacrificio y déla penitencia que constituye la regla, la fuerza indestructible, y la santidad de nues- tro estado. Os aseguro que no tengo uno solo entre los jóvenes de la Orden que me dé remotamente siquiera, las esperanzas que fundarla yo en él, si entrase en ella.

—Tan cierto es que tenéis razón, que yo (que nunca

me engaño en la idea que formo de los hombres) pensé de él eso mismo apenas le conocí. Por consiguiente,

debéis consagrar vuestros esfuerzos á ganarlo para la vo-

cación á que lo ha destinado el cielo; quitadle las aspira- ! .

318 LA NOVIA DEL UEUEJE

ciones mundanales que lo agitan, y traedlo al gremio de

los grandes objetos que ligan la tierra al cielo. La oca-

sión es oportuna-, vuestra mano pesa sobre su espalda;

apretad mas hasta quebrarle el albedrio mundanal, y

traedlo al camino de su destino. Fácil os será conse-

guirlo. 1

—Pues sabed que lo he de tentar, querido doctor:

creo que el tiempo le hará mirar en eso una inmensa

compensación á las contrariedades de su actual fragili-

dad, y que me será grato, dijo el fraile; y se puso á pa-

searse por la celda pensativo y silencioso.

—¿Qué nos resta por convenir? dijo, parándose des--

pues enfrente del Bachiller. j,

Nada; sino el momento de empezar. — |

—Ahora mismo i •^'í

—Pues que vayan á prenderla ! dijo el Fiscal.

Tomó entonces el fraile una campanilla de plata que tenia sobre la mesa y dio un fuerte repiqueteo: acudió á pocos instantes un fraile macilento y sombrío, y se paró delante del Guardian sin levantar sus ojos del suelo y con los brazos cruzados sobre el pecho. i

—Id, hermano Ramiro, al Aguacil Mayor del Santo

Oficio, y ordenadle en nuestro nombre que con los fa- jfi'í^w

ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. 319

miliares los esbirros, y la litera de costumbre precedida

de nuestro estandarte, que os entrego, (el Guardian to-

mó aquí el estandarte del rincón en que lo tenia y se lo

entregó al hermano Ramiro), allane en el nombre del

Rey y el nuestro, la casa de Felipe Pérez y Gonzalvo,

prenda á la llamada Maria, hija suya, y á la llamada Jua-

na, su sirvienta, conduciéndolas en seguida á la cárcel

del Santo Oficio, donde quedarán á disposición de sus

jueces. ^r '-.>,. :/j«:-:.—

El hermano Ramiro tomó el estandarte y salió con

la misma seriedad con que habia escuchado el mandato

de su Guardian. ^*-

—Vaquemos ahora, querido doctor, á las arduas preo-

cupaciones de nuestro espíritu. ¿ Qué decís de las haza-

ñas del de Austria? ' No le sois favorable: ya lo sé: pe-

ro ya veis como sigue adelante en el camino de los triun-

fos y de la gloria: la rendición de Túnez es un grande he-

cho, digno del vencedor de Lepanto.

—Jamás os lo he negado ! . . . . Lo que sí os sostengo

y os sostendré es que los servicios que hace con su espa-

da, los borra con la liviandad de sus inchnaciones; y por

' 1. Don Juan de Austria. - 320 LA NOVIA DEL HEREJE

eso 06 he sostenido, y os sostendré siempre, que es la piedra del escándalo y será la ruina del reino, i Ya lo

veréis 1 ¿ No es una obra de abominaciou, entre otras muchas, el decidido amparo que se complace en dar á ese gitanuelo desconocido y despreciable que se ha me- tido á escritor de puro desamparado y rotoso ? . —¿Cuál? 7 f-::-:-

—Ese no me acuerdo Abrantes ó Ce-'

brantes. . . . una cosa así; agregó el Bachiller con el mas alto desprecio: un picaron, audaz, que sin autorización la menor se entretiéhe en escribir comedias y novelas, que tienen por solo objeto escarnecer lo mas respetable

que en hombres y tradiciones tiene el Reino. Y se lo su-

fren, porque diz-que su madre fué hermana de la nodri-

za de don Juan ! Vuesa Paternidad sabe sin duda que es- te príncipe fué criado en las sierras, entre patanes, y en una condición humilde hasta que fué púber. Puesáese menguadillo, que élproteje se le ha puesto en la cabeza operar una revolución en la República de las letras, in-í ventar un nuevo modo de escribir; y hacer trajedias y co- medias sobre su disparatado padrón, en donde se hallan violadas, de cabo á rabo, las mas conspicuas reglas del ar-? te dramático, de la retórica, y hasta de la gramática! ¿Ha- ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. 321

v- -' bráse visto cosa igual, señor? dijo el Bachiller descar- gando un puñetazo sobre la mesa. Pues yo (continuó di- ciendo) también soy voto en la material y allá en mis primeros años escribí una comedia, que, (no obstante

las imperfecciones de una obra de niñez) estaba ática-

mente saturada, y contenia la crítica de aquellos lechu-

guinos insustanciales, pica-flores de los estrados, que

mortifican é incomodan la importancia con que debe mi-

rarse un joven de prendas serias y reposadas, como era

yo entonces. Trabajé también una trajedia; pero era una

trajedia seria, en donde estaban realzados los caftaZ/eres-

cos sentimientos de los bellos tiempos de la Grecia, * y

se titulaba Estampágoras, porque érala estampa, el tipo,

el prisma, de la virtud antigua. No digo yo, que fuese

perfecta la versificación: pero el lenguaje era tan digno y majestuoso que algunas horas he pasado estasiado con-

migo mismo repitiendo mi propia obra, y tal ora la in-

fluencia de ese lenguaje elevado y.'noble sobre mi alma,

que sin poderlo remediar ahuecaba instintivamente mi

voz, y le daba el tono mas solé muerde la declamación.

Y no solo en la práctica, sino en la teoría también me

1. No estrañen nuestros lectores el anacronismo que hay en ligar los tiempos de la caballería con los de la Grecia antigua. Nosotros no res- pondemos de la ciencia filológica del Bachiller.

'e*'- * 322 LA NOVIA DEL HEREJE

ejercité con bastante competencia, sí, señor; y escribí

un tratado De Dramate el passionálibus suis affectis,

que hizo eco, y aun hoy mismo me satisface tanto

ese opúsculo por la exactitud y la lójica de las ob-

servaciones que allí puse, que no conozco otro nin-

guno que halla acertado á tocar los mismos puntos.

Diga V. P. que la edad y la inclinación á las cosas

serias y graves de la vida que constituyó siempre el

fondo de mi carácter, me hicieron comprender á

tiempo que debia dejar esas frioleras á los injénios sin

ciencia y sin bagaje. Pero de todos modos-, es intole-

rable, señor, que un aventurero así, como esemozal-

vete deque hablaba, se atreva á insurreccionarse contra

las reglas y los hombres de peso que las justificamos

con nuestro apoyo y nuestras obras. .. . ¿Cuál es su competencia?

—i Y por qué no lo queman á ese picaro ? dijo el frai-

le con calma. I

—Harto ganaría el mundo con ello, porque la des-

moralización y la liviandad que esos vagos de la Re- pública Literaria introducen en ella, es causa de que no se ocupen las familias de los asuntos graves de la fé.

A eso debe atribuir V. P. que sean contados los que ;i*:~

Ó LA INQUISICIÓN DE LIMA 323 han concluido de leer mis famosos escritos Refutationes contra barharissiman doctrinam iniquitissimi Calvini;

que tanta impresión hicieron sobre el protervísimo he-

resiarca, que en siete noches no pudo tomar el sueño

por el esceso de su rabia, y murió á los ocho dias de ha-

berme leido: cosa que el mundo ingrato ignora ó desco-

noce, atribuyendo ese suceso á causas secundarias; pero

él forma para mi uno de mis títulos á la mas preclara

gloria, sí, señor; y asi es que me tengo, de fé, por el gran

controversista del Reino; dijo el Bachiller, levantándose

con una noble altivez y calándose su bonete doctoral,

como si pensara en retirarse.

—Y lo sois! y lo sois, Doctorl le repetía el Guardian

paseándose por el cuarto. ¿Abís? le dijo.

—A beo carísime! el recuerdo de estas cosas me pone

fuera de mí! y como si se escapara, dijo: Dios os

guarde !

—Y os acompañe! le respondió el fraile abriéndole la

puerta. . . . ¿Qué es eso? dijo al reparar en el sombrero

de don Antonio, con un jesto de impaciencia.

—Un sombrero de caballero: contestó el Fiscal alzan- 324 LA NOVIA DEL HEREJE dolo del suelo. Si es el de Romea, guardádselo, Padre fiuardian, y ahorrad para adelante eltrabajo de necesi- tarlo y de buscarlo, i

El fraile lo tomó callado, y se entró á la celda volvien- do á cerrar la puerta. „. .' CAPITULO XVIII.

DE LA CASA A LA CÁRCEL

Entretanto toda la ciudad de Lima no hacia ya otra

cosa que comentar la crónica de los amores del Herege con la Maria Pérez, refiriéndola y trasmitiéndola de fa- milia en familia y de círculo en círculo, con los colores del escándalo y con las mil reticencias de la calumnia.

Las tertulias de conversación nocturna, nunca habían contado con tanta concurrencia como la que empezó á verse afluir,curiosa y avizorada, desde que aparecieron los rumores"" del caso. Cada asistente procuraba entrar con alguna circunstancia nueva inventada por él ó por los que se la habían referido; y una vez echado el espí- ritu de las familias en este camino de alboroto, el méri- to consistía en quién arrojaba á la circulación una mons- 326 LA NOVIA DEL HEREJE

truosidad mas increíble, á cuyo lado eran pobre prosa los buhos y los demonios de don Antonio. La parte fe-

menina, sobre lodo, estaba en una estraña fermenta-

ción. No bien dejaban sus lechos las señoras, cuando

iban reuniéndose por las casas del barrio para tomar el

hilo de las conversaciones, y d& las noticias que hablan

dejado pendiente al acostarse. 1

Doña Maria habia sido una de las muchachas mas fes-

tejadas y mas solicitadas de Lima;—su preciosa figura,

sus ojos atractivos y tiernos, el aire simpático y cariñoso

que se desprendía de toda su persona, el recato (poco

común allí) de su educación y de sus hábitos, y la

inmensa fortuna que la fama atribula á su viejo pa-

dre, eran razones que hablan susurrado al oido de los

elegantes y solteros de Lima la esperanza y la inten-

ción de merecerla. El noviasco de don Antonio ha-

bia desanimado á muy pocos; porque ademas de que

esa era cosa poco sabida de cierto antes del viage en

que nuestros lectores comenzaron á conocer á nuestros

personages, era generalmente presentida la poquísima

inclinación que la novia tenia por el novio; los pre-

tendientes se proponían esplotar el tiempo en todos los

casos posibles, y persistir en cazarla ocasión de ador- ó LA INQUISICIÓN DE LIMA 327 narse con un mérito especial á los ojos de la bella pretendida.

Mas, cuando se supieron sus ternuras con el Herege, con el estrangero, con el ingles; cuando se supo que ella lo había hecho su dueño y lo amaba con delirio, las pa- siones de partido y de nacionalismo se alzaron furiosas; cada uno las sentia como si se tratara de cosa propia, porque, en efecto, el amor propio de cada uno, como pretendiente, como español y como católico, se hallaba interiormente ofendido con lo que todos llamaban las criminales liviandades de la Maria Pérez. En medio de este bullicio y de esta escitacion de las malas pasiones de la multitud, era de todo punto imposible el traer las co- sas y las ideas á su estricta verdad. Aquello que era mas calumnioso y mas infame, era lo mejor aceptado de to- dos. Cada uno escondia en lo oscuro de su alma los re- clamos que su conciencia misma elevaba en obsequio de la justicia ofendida-, «repitiendo lo que todos dicen

(se decia cada uno á si mismo) ni inventamos ni calum- niamos: la reponsabilidad es de otros.» - V

¡Pobre niñal ella entretanto no podia dejar de amar.

La atmósfera de prevenciones antipáticas que por todas partes la repella (indefinidamente presentida por su alma 328 LA NOVIA DEL HEREJE

altiva) la echaban mas y mas, por reacción, en el amor

de su Ilenderson ausente; y asi habia acabado por glori-

ficarse en su propio pecho con los sufrimientos y con los

martirios que ese amor le prometía. Resignada, y si-

lenciosa como una estatua, estaba preparada á lodo lo que

le pudiese venir. No tenia ninguna esperanza; pero te-

nia la voluntad de los casos estremos, la de no cederá la

injusticia ni á la tiranía. i

Los dias que hablan pasado desde su llegada hablan si-

do dias de duras y amargas pruebas para don Felipe y

su familia: los rumores de la persecución, por un lado, y

el temor, por otro, de comprometerse ó de contaminar-

se con su trato á los ojos de la Inquisición, le habían ale^ jado todas sus relaciones: —y hasta sus mismos parientes

le habían vuelto la espalda: el sol salía y se ponía deján-

dolo siempre pendiente de la amenaza terrible que pendía

sobre su casa. Grupos de curiosos, que le inspiraban

muy mal agüero, cruzaban sin cesar por su calle como

-i en espectativa de algún espectáculo siniestro. I

Toda la familia estaba en una profunda consternación.

La fría austeridad de don Felipe para con su hija habia

llegado á su colmo: todos veían, por el fiero silencio y

por la tenaz concentración de espíritu en que pasaba sus ,*

^«1 o LA INQUISICIÓN DE LIMA. ^ 329 dias, qae un enojo profundo y tempestuoso estaba acu- mulado en su pecho, y así es que nadie se atrevía á romper la lúgubre taciturnidad que reinaba en la casa.

No obstante la resignación con que doña María pare- cía esperar los sucesos, el desgreño de su fisonomía, la hinchazón de sus párpados, y la marchitez de sus me- jillas revelaban bien las crueles horas de insomnio y de dolor en que vivía. Ella cumplía como siempre con los deberes habituales que eran comunes á los hijos de las familias españolas de aquella época: luego que dejaba la

cama iba al aposento de sus padres á pedirles su bendi-

ción; por temprano que fuese encontraba ya á don Feli-

pe vestido, como si hubiese velado, paseándose por el

cuarto engestado y silencioso, con los brazos tomados

por detrás; al paso que su madre, sentada en su cama y

cabizbaja, parecía haber pasado la noche llorando. La

pobre niña esperaba un rato la bendición que había pe-

dido y como no obtuviese ni una mirada siquiera, se vol-

vía á su aposento con paso respetuoso y resignado. Jua^

na la esperaba al paso, y apenas la veía, se cubría la cara

con las manos ahogada en sollozos; porque les estaba

prohibido juntarse y hablarse. J

En la casa de don Felipe, como en las de todas las 330 LA NOVIA DEL HEREJE

Otras colonias, era de costumbre invariable que antes de

almorzar se reuniese la familia á rezar alguna novena,

en la que el padre arrodillado sobre una silla, y dirigien-

do su rostro á una imagen alumbrada con velas de cera,

hacia coro, es decir, dirigía el rezo. Por la noche se re-

zaba el Rosario del mismo modo ante la imagen de la

virgen Maria; acto que no solo era de devoción en aquel

tiempo, sino de ardiente patriotismo, en razón de que

á esta virgen se atribuia la célebre batalla de Lepante,

que muy poco hacia, habia ganado don Juan de Austria

contra los turcos. No solo se continuaron estos rezos

después de la vuelta de la familia, sino que era evidente

que cada uno de los concurrentes ponia mayor fervor en

ellos como si los dirigiese al cielo combinados con algu-

na súplica suprema reservada en lo hondo de su pecho.

Doña Maria habia recibido orden de no asistir á estas

reuniones periódicas de devoción doméstica y de prac-

ticarlas sola y en su cuarto. i

Esta casa, que siempre habia sido moralmente triste

y sombría, á causa de la concentración y de la severidad

.taciturna y dominante del amo de ella, estaba ahora té-

trica, y como envuelta en una atmósfera de terror y de mutismo. ó LA INQUISICIÓN DE LIMA,, ^31

El tono de su mesa á la hora de comer no había varia- do; porque en ella era de regla estricta el mas profundo silencio: y tal era la nimia circunspección que debia ob- servarse en el acto de la comida, que ninguno era osa- do á hablar ó á levantar sus ojos; salvo el padre que era allí una especie de juez supremo para vijilar y reprimir la menor infracción de aquel silencio y compostura obligatorias. Antes de servirse el primer plato, se per- signaban todos; don Felipe con voz sonora y tono aus- tero, rezaba solo la primer mitad del Padre Nuestro, y su familia repetia en coro humilde la otra mitad: des- pués se rezaba del mismo modo el Ave-Maria, y acaba- ban por repetir todos juntos el bendito, á media voz y como si cada uno lo hiciese para sí solo. Empezaba en- tonces la repartición del primer plato hecha gerárquica- mente por el padre: lo primero y lo mejor para él; y así en seguida. - -

Nadie podia repudiar un plato, por que semejante acto tenía un carácter religioso, y era mirado como una in- gratitud contra el favor que Dios le habia dispensado de poderlo recibir: era menester aceptarlo, probarlo al me- nos, y dejarlo llevar por las negras esclavas que andaban de rodillas haciendo el servicio de la mesa. 332 LA NOVIA DEL HEREJE

Por cstravagante ó incomprensibles que semejantes costumbres parezcan al lector de nuestros dias, le pode- mos asegurar que ellas han sido observadas con toda su estrictez desde la época de que hablamos hasta los prime- ros años de nuestro siglo; y no solo en las familias de los burgeses, sino en todos los grados de la sociedad es- pañola, desde la casa del rey hasta la del menos visible entre los empleados de sus colonias.

En obsequio de la verdad histórica y de la justicia que debemos al tiempo en que escribimos, tenemos que de- cir-.—que aquel, que de esta rigidez de formas que la autoridad paterna tenia entonces, dedúzcala existen- cia de mayores y envidiables virtudes hoy olvidadas, ó la de una moralidad intachable en las recíprocas relacio- nes de los miembros de la familia, ó mayores hábitos de orden y de sensatez, se llevarla gran chasco. Por- que el organismo de la casa reposaba todo sobre el despo- tismo y la arbitrariedad del padre. El eje de la sociedad doméstica no era el amor, que es el único elemento mo- ralizante de la domesticidad; sus formas carecían de la ternura, que no es sino la espresion educatriz y genuina de ese amor; y todos los resortes por fin se concentraban en el del miedo. El albedrio se criaba sofocado, contra- ó LA INQUISICIÓN DE LIMA 333

riado, estraviado. La falta de libertad legítima y de at-

mósfera moral viciaba en su raiz el estado de familia; y

por eso era que bajo este despotismo esclusivo de la au-

toridad paterna, (como bajo todos los otros despotismos

el vicio y la desmoralización se habian abierto mil sendas

anchas y oscuras por donde buscar la saciedad. -í

Apelamos á la historia para ratificar nuestras obser-

vaciones. Cualquiera que se tome el trabajo de in- quirir el estado doméstico de aquellos paises y aquellas

épocas donde han aparecido grandes y bárbaros tiranos, donde la sociedad se ha visto sumida en ma-

yor corrupción, hallará que el primero de sus rasgos es

el despotismo paterno introducido en las relaciones de la casa. Ninguna nación del mundo presenta una serie de tiranos mas atroces ni mas continuados qu,e Roma; y en ninguna parte del mundo tampoco el padre de fami- lia tuvo un poder mas arbitrario concentrado en sus ma- nos por la ley y por los hábitos-, solo en el pueblo en que

Bruto pudo degollar dos hijos en nombre de una revolu- ción, era posible un Tiberio para hacer clavar el puñal asesino en el seno de su madre, ó un Calígula para mandar envenenar á su hermano.

Después de Roma, la España: allí donde Felipe II 334 LA NOVIA DEL HEREJE ahorcó á su propio hijo en nombre de su propia autori- dad, era solo donde el fanatismo de las persecuciones fratricidas podian soplar con la furia del huracán.

Aunque se rechace nuestra tesis, el hecho es que la inmoralidad oculta y subterránea lo minaba todo á los principios del tiempo colonial, todo, desde la corte de

Felipe II hasta la humilde choza del colono americano: era incontenible porque no era en el fondo mas que la reacción espontánea del individualismo contra el mal principio en que la sociedad estaba montada-, el despo- tismo. Era por esto que la familia no tenia sino dos es- tados, estremos ambos: la tirantez del miedo, ó la rela- jación de todo respeto legítimo, la renuncia de todo principio de orden: dependiendo una ú otra cosa de los accidentes del carácter de su gefe, de su muerte, de sus enfermedades ó de algunos otros motivos personales.

á nuestro asunto. Volvamos I

Al mismo tiempo que el padre Andrés daba sus órde- nes para prender á doña Maria y á Juana, don Felipe

Pérez y Gonzalvo tamaba asiento en la cabecera de su mesa, y su hija y su mujer también agachadas y maci- lentas. La puerta de la calle habia quedado cerrada con cerrojos; porque en aquel tiempo nadie se poniaá comer ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. 335 sin cerrar bien sus puertas; y, de veras, que no sabemos por qué, pues apenas puede concebirse un estado de so- ciedad mas consolidado ni mas quieto que aquel.

Hechos los rezos de costumbre, y repartido el primer

' plato: ^

—¿Te confesaste? le dijo don Felipe á su hija, con voz áspera y hostil. Doña Maria levantó su vista sor- prendida, y viendo que á ella era á quien su padre se di-

rijia, se puso trémula, balbuceó, y como se le llenaran

espontáneamente de lágrimas sus ojos, respondió ahoga-

da de sollozos:

—No quiso .... admitirme .... el señor. . . .Guar-

dian I y se tapó los ojos con un pañuelo abandonándose

al llanto.

Don Felipe le fijó aun mas su mirada airada, y al cabo

de unos segundos dijo entre dientes— ¡Hipócrita perver-

sal y tomó su primer cucharada de sopa: todo esto des-

pués de haber hecho su oración al Ser Supremo. .

Viendo que su hija no se ponia á comer, se dirijió otra

vez á ella y le dijo—¿Quieres que te baje la soberbia?

La niña se enjugó los ojos con respeto, y se puso á fi-

gurar que tomaba unas cucharadas de sopa, que iban

llenas á los labios y volvían llenas al plato. 330 LA NOVIA DEL HEREJE

Se habia servido ya otro plato, y doña Maria con un pedazo de pan en la mano seguía haciendo semblan- te ' de comer, cuando un ruido sordo y estraño, que á medida que se acercaba, asumia el tono lúgubre de un responso, empezó á venir como de la calle. Don Felipe suspendió el movimiento de su cubierto, y fijos los ojos en su plato pareció absorto y anheloso. Tres golpes se- cos y acompasados, dados con el llamador de la puerta de calle, resonaron un momento después por toda la ca- sa. Don Felipe dejó caer de sus manos el cubierto sin poder dominar la convulsión nerviosa que lo puso tré- mulo, y todos temblaron con él, menos su hija, que sin hacer el menor movimiento continuó agachada é incon- movible. La causa de este ruido era la procesión del

Santo Oficio que venia á prender á las infelices criaturas

herejía. acusadas decontaminación y de !

La litera en que se conducian á los reos, era una es- pecie de silla de manos, grande, tapada por todos lados y sin mas luz interior que la que podian darle dos aguje- rillos circulares al frente. Dos varas horizontales y lar- gas la apretaban por sus dos costados, estendiendo sus

i. Esta dicción, que temo se me moteje, ha sido española antes que francesa, y es intachable bajo el punto de vista gramatical filolójico. ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. 337 estremos paralelos hacía adelante y hacia atrás; porque el modo de levantarla y hacerla andar, era suspender estas varas en dos borricos, uno puesto adelante y otro • t puesto atrás mirando hacia adelante; con el paso dees-

tos animales marchaba la litera inquisitorial. .'

Una cosa que no desdeñarán saber nuestros lectores, es que el servicio trasero de la litera lo hacia por lo jene- ral el borrico aquel á quien el teólogo franciscano debió su esclarecido triunfo el del Callao; que por en puerto y . cierto estaba en aquel dia tan poco dispuesto á cargar la litera que (después de mil artimañas de que hizo uso pa- ra esconderse) vino mohino y haciéndose el rengo, áque le pusieran su cruz á cuestas; tan regalonazo y rechoncJio

^^ estaba el-picaron !

Mientras acomodaban la dicha litera, la procesión que debia acompañarla se reunia en el centro del vastísimo

patio de la espléndida cárcel que la Inquisición se había :

levantado en Lima, para dar debido cumplimiento á la

' ley de Indias.

Un familiar de la Inquisición abria la marcha llevando I-

en alto una gran cruz de plata toda cincelada. Detras

de él iba una línea de tres personas; la del medio era el

Alguacil Mayor del Santo Oficio, llevando en altotam- '^38 F.V NOVIA DKL HEREJE

bien el ostandaito déla Fé, iiuc por el modo tieso con

que se tenia en el airo parecía ser de cartón forrado de

paño negro por nn lado y de tafetán verde por el otro;

en el medio de cada una de estas caras estaba bordada

una cruz roja. El alguacil llevaba, como hemos dicho,

un familiar á cada lado vestidos de hábito negro talar

con cuellos y estolas verdes, que con dos faroles de ve-

las también verdes alumbraban el estandarte.

Se seguían dos esbirros-, el uno llevaba un palo alto, á

manera de percha, de la que iba pendiente una vestidura

ó saco de tela negra y ordinaria, sobre el que se veian

pintadas llamaradas infernales y condenados y otras mil

figuras grotezcas de demonios que se llamaba el sambeni-

to, por corruptela de las palabras latinas saccum benedic-

tum* El otro esbirro llevaba una especie de tablero ó bandeja, cubierta con un paño punzó sobre la que iban

(los grandes tijeras-, otros dos esbirros armados con ala- bardas seguían mas atrás, y cerraban [»or fin la procesión dos filas paralelas de frailes dominicos encabezados por el controversista del Callao, que era á quien esto tocaba por gerarquia. La procesión salió rezando en alto sal- mos y otros oficios del Breviario; y la litera siguió por

1. C'nairiibias, I Molina, Giménez, etc. ctc, : ;. o LA INQUISICIÓN DE LIMA. 339 detrás, por ijiie mientras iba vacia, no tomaba el centro

de las dos filas de frailes que era su puesto.

Al oir los golpes que esta procesión dio en la puerta

de don Felipe, nadie de los que estaban en el comedor

osó moverse para abrirla; quedaron todos pendientes de

la voz del amo, hasta que apercibido este de ello, se re-

cobró con un esfuerzo y haciendo un ademan de urjencia

dijo: pronto ! pronto ! en \o qae fué obedecido por una joven negrita de las que servían la mesa.

Los cerrojos se descorrieron; y al entrarla procesión

al ancho patio de la casa, el alguacil rezaba así en su

JBrer¿ano,,con una voz lúgubre y bronca:

— «Beatus ille qui non abiit in concilio hereticorum et

in via peccatorum non stetit, et in cathedra pestilentie

nonsedit, quia omnia qufficunque faciet prosperabuntur.

Y todos los demás le respondían en coro con el mis-

mo tono sepulcral:

«Non sic impii; sed tamquam pulvis quem projicit

« ventusa facie terrse.»

El alguacil:— (dáeo non resurjent impii injudicio;

« necquepeccatores ín concilio justorum.

Coro: — «Quoniam nevit Dominus vian justorum; et

iter impiorum peribit.» — ,

~íl#^s

3iO LA NOVIA DEL HEREJE / ^ . 'Í'V.

Y con rezos de esta clase fueron entrando dirijidos al

comedor por la misma criadita que les había abierto la

puerta. Un inmenso concurso de curiosos se habia ido

reuniendo al tránsito de la procesión é iba silencioso y

consternado ella. ; detrás de i

Los que estaban en el comedor se pusieron todos de pié

cuando el Alguacil, con su terrible estandarte, se pre-

sentó á la puerta. Dirijiéndose él á doña Mariale puso

la mano sobre el hombro, y le dijo: i

— ¿ Eres María Pérez, hija de nuestro hermano en

Cristo Felipe Pérez y Gonzalvo ? !

La niña respondió que sí con una voz segura y mode-

rada, i

—Pues estáis presa, hermana, por causa de herejía, y por orden del Santo Oficio.

La pobre madre de la víctima cayó al suelo desmaya-

da y sin sentidos: y allí quedó sin que nadie diese un pa- so para socorrerla. Don Felipe apoyó una de sus manos

sobre la mesa, masía única señal de emoción que dio la

niña, fué dejar caer de sus manos el pedazo de pan que maquinalmente tenia en ellas; el Alguacil, viendo que ella no lo alzaba, lo tomó del suelo y volvió á dárselo; ella lo recibió y lo puso sobre la mesa. ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. 3H

— Apuntad: dijo el Alguacil á uno de los familiares,

que ha dejado caer al vil polvo la gracia de Dios sin le-

vantarla y sin quererla besar.

Un profundo silencio reinaba en el comedor y en todo

el resto del concurso que se agolpaba á la puerta: el esbir-

ro que llevaba el Sambenito lo descolgó, y aproximándo-

se á la preciosa criatura la vistió con él, porque ella se

dejaba kacer con una resignación modestísima y firme al

mismo tiempo.

/ Ya está ensambenitada ! ¡ya estáensamheniíada! re-

pitió todo el concurso con un rumor sordo y dilatado.

—Felipe Pérez y Gonzalvo ! dijo el Alguacil.

Don Felipe no pudo tenerse en pié y cayó descoyunta-

do sobre su silla; pero se puso en pié un segundo des-

pués.

— ¿ Tenéis en vuestra casa á la muchacha que llamáis

Juana Pérez, criada al lado de vuestra hija?

Vuelto en sí don Felipe (probablemente porque vio

que el llamado tenia poco que ver con él) respondió que sí. \ -N,^

—Entregadl^' á los enviados del Santo Oficio.

Dos esbirros acompañaron á don Felipe, y salieron á buscar á la pobre Juana. Nadie la habia visto ni fué po- 3^l2 LA NOVIA DEL HEREJE j sible encontrarla por mucho tiempo-, pues la infeliz llena de terror y presintiendo su desgracia, se liabia ocultado debajo de la cama de uno de los criados mas oscu- ros de la casa. Allí la hallaron al fin, y la trajeron arrastrándola casi hasta el comedor donde el Alguacil la recibió. Ordenó este entonces que la procesión se pu-

siese en marcha conduciendo á las dos presas. '

Doña Maria iba á obedecer, pero como si un impulso irresistible del corazón la hubiese arrastrado, se lanzó hacia su madre, tendida todavía en el suelo, y después de haberle estrechado las manos contra su pecho se las besó por repetidas veces con ardor y exaltación; vino después á arrodillarse delante de su padre, le abrazó las rodillas y como si con esto solo hubiera quedado satisfe- cha, se enderezó con la sublime y modesta soberbia del martirio y se entregó á los dos esbirros que ya venian á forzarla á marchar. Atravesó el patio en medio de ellos

al son de los lúgubres rezos del Breviario, sin que un mo-

mento hubiese levantado su vista del suelo. Llegadas

á la litera las metieron á ambas en ella, y la procesión se puso en marcha hacia la cárcel del Santo Oficio llevando á la litera en el centro de las dos filas de frailes rezantes que iban á cada costado de la calle; y por detrás de ella, pe- ó LA INQIISICION DE LIMA. 343

gados casi á su puerta, iban cerrando la marcha los dos

esbirros con alabardas de que antes ya hablamos.

Un rato hacia que la litera iba en marcha como he-

mos dicho, suspendida por detras en los lomos del bella-

co borrico que conocemos. Este bribonazo parece que

habia reconocido á su antagonista antes deque su an- tagonista lo reconociese á él, pues iba escondiendo su cara en la culata de la litera, agachándose y rengueando por maña manifiesta. Pero quiso su desgracia que el gran controversista de la Orden de Predicadores fijase por pura casualidad sus ojos en el picaro animal, y que empezase á preocuparse de su semejanza con el bestial

agresor á quien tanto odio conservaba. ,

La imaginaciou mística del padre se fué exaltando po- co á poco con la duda de si aquel era ó no era el crimi- nal, y con los rencorosos recuerdos que esto le sugería, al mismo tiempo que el hipócrita borrico parecía ocupa- do de poner en juego todas sus mañas para no ser reco- nocido. Aquel se habia ido distrayendo gradualmente de los rezos del Breviario, y con una voz estentórea re- petia en latin estos textos del Apocalipsis, que traducire- mos alespañoh ' í

— «Y vi la bestia que subia por la tierra. ¿Y quién 344 LA ]\OVIA DEL HEREJE | hay semejante á la bestia ? ¿Y quién podrá lidiar con ella?»

,

Y aquí, el borrico y el Padre se miraban de reojo.

— «Y le fué dada boca (deciael Padre) con que profe-

rir blasfemias y decir altanerías contra la palabra de

Dios.» I

«Y cayó del cielo grande pedrizco sobre los hom-

bres.» '

Y otra vez los dos campeones se echaron una mirada

furtiva: la del Dominico era de ódio: la del borrico de

ansiosa y humilde alarma. Probablemente con el rarí-

simo instinto con que al Criador habia dotado á esta bes-

tia (que no era por cierto la del Apocalipsis) iba ella re-

conociendo aquella voz que le heria tan mal su tím-

pano. I

Exaltado de mas en mas el dominico—crwa;/ crux!

dijo, y se santiguó.

— Vade retro Satanás! y lanzaba miradas de fuego al

borrico, en cuya fisonomía se veia crecer la angus-

tia.

—Intellige clamorem meum Domine! seguia diciendo

el fraile. 1

La distracción que suponían estos testos estraviados, ó LA INQLISICION DE LIMA. 345 habia llamado fuertemente la atención de los otros frailes que marchaban cerca de nuestro controversista, é iban ya alarmados todos con aquella estravagancia suponién- dole alguna visión del espíritu revelador de las que le acometían con alguna frecuencia. -.,,

—Necque habitahit juxtu te malignus; necque per- manebit ante oculos tuos! decia el padre mirando al bor- rico en un verdadero estado de furor. Y no pudiendo contenerse al fin — A nathema! anathema! esclamó y se lanzó sobre el cuitado animal dándole golpes y gritan- do: —¡Hic est Satanás! ¡hic est Satanás!

El alboroto fué inmenso con aquella inesperada inter- rupción del silencio y de la gravedad fúnebre en que mar- chaba la procesión.

El borrico, como sabemos, tenia un carácter poco sufrido, y como se viera acosado de maldiciones y de gritos, asustado quizás también, por el repentino alboro- to que se habia levantado, lanzó al aire dos enormes patadas, seguidas de otras y otras para ver si lograba de- satarse de la litera y fugar á sus territorios. Creemos que fué en sus primeras coces en las que logró agarrar

por el vientre á su enemigo y arrojarlo medio muerto á

cinco ó seis varas de distancia. 316 LA NOVIA DEL HEREJE i I ...

Fácil es congelurar ol incendio y la confusión que to-

do esto produjo. Cayeron sobre el borrico los hombres

armados que allí habia; y los unos con sus alabardas, los

otros con hachas, y los otros con puñales, le daban y

gritaban llevando á su colmo el desorden que reinaba en

aquella injente multitud. ,

Aprovechándose del instante de mayor exaltación de

la multitud, dos hombres con máscara de seda negra se

echaron sobre la puerta de la litera, y agolpes de puñal

destrozaron la cerradura fuerte y complicada que la ase-

guraba. Lfno de ellos, de figura fina, y delgado como

una caña, se lanzó al interior con un noble brio mientras

que el otro armado también de su puñal se mantenía te-

niendo la puerta y vijilando lo esterior. I

—Sigúeme! vengo á salvarte! dijo el joven descono-

• cido, con un tono resentido y seco, y tomó entre sus

mañosa doña Maria. I —Hcndcrson! llenderson mió! esclamó ésta con una

pasión delirante, y se estrechó al pecho de su salva-

dor.

Este permaneció inmóvil un instante. Pero, quitán-

dosela máscara dijo con amargura: j —No soy llenderson; no soy tu ingles: soy Manuel, :

ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. 347

soy americano y espongo mi vida y mi alma en recom- pensa de lo bien que me guardaste tu fe.

—Manuel! esclamó aterrada doña Mariay soltando al joven. ¡Manuel!. ... No te sigo! dijo con resolución

heroica y se tiró al fondo de la litera. - -:'-•> —Ven, desdichada, que no tengo tiempo ya!

—No te sigo! quiero que me dejes.

— Vienen! nos ven! dijo ansioso el de afuera tirando á

Manuel por una pierna. ^. ;íj:

—Vete! vete! repitió doñaMaria empujándolo hacia

fuera con vigor; y como la litera estaba toda ladeada ya,

Manuel no pudo tenerse y fué á caer fuera de la caja en la calle. *

—Adiós, primo mió! os admiraré y os querré siem- pre como aun ánjel.

El infeliz borrico yacía hecho pedazos y bañado en san- gre en el medio de la calle. La jente empezaba ya á re- conocerse y a rodear la litera: á la vista de los dos enmas- carados hubo algunos gritos y quien estendiera la mano también para agarrarlos, pero ellos impusieron miedo con su puñal, se enredaron, lijeros como unos gatos, en- tre el concurso, y probablemente se arrancaron las más- caras, puesto que nadie los pudo descubir ni capturar. !

' 348 LA NOVIA DEL HEREJE j

5 - -

La causa de doña María se había empeorado de una manera funesta. Los frailes que acompañaban la proce- sión daban fé, como testigos presenciales del hecho, que

Satanás bajo la figura de borrico se había ingerido en el convoy y asegurádose de la conducción de la litera para apoyar á tiempo la tentativa de una legión de herejes en- mascarados ó espíritus del infierno que debían arrebatar alas dos criminales. Mas de diez testigos intachables daban fé de este último hecho.

La fortuna había consistido en que el Reverendo Pa- dre Lector de Santo Domingo había descubierto á tiempo la transustanciacion formal de Satanás en el borrico; y abandonando el rezo del memento, lo había exorcísado obligándolo á descubrirse y reventar.

iPobre borrícol. . . .Bien ha dicho Salustio (hubie- ra dicho su alma si hubiese sabido latín) que hay mayor peligro en caer bajo la tiranía y el fanatismo de la multi- tud que en arrostrar el odio de los Gésaresl

El padre triunfador de Satanás fué recojido y llevado en un catre á su convento. Nada fué igual á la satisfac- ción de su alma cuando fué instruido por la voz pública

(que hay mentecatos que llaman i'ox ííe^7) del sentido y la importancia de su victoria. Su superior y todas las ó LA INQUISICIÓN DE LIMA. 349 autoridades civiles y militares le felicitaron de oficio; los que creyeron, porque creyeron; y los que no creyeron por obedecer á la exijencia de la situación.

Entretanto: cuando el alboroto se fué calmando, y se vio que las víctimas no se hablan escapado, se trató de

restablecer como se pudo el orden de la marcha. Fué

traido el estandarte de una de las casas vecinas donde lo

hablan recojido, pues el Alguacil, como todos los demás,

habia disparado arrojándolo; y así el resto. Se trajo

otro burro, se arregló como se pudo la litera y tomando

otra vez el hilo de los lúgubres rezos de estilo, marchó

la procesión sin novedad hasta la cárcel del Santo Oficio,

sobre cuyas puertas de hierro podía haberse escrito lo

que el Dante vio en las del Infierno:

Lasciate ogni speranza, voi che'intraíc.

Un momento después doña María y Juana estaban en-

cerradas en dos calabozos separados, húmedos, estre-

chos y sombríos. >-

FIN DEL TOMO PHIMERO.

índice del tomo

i Pajinas '^ / 4

Prefacio I 1 Carta-Prólogo lU

Capítulo I —Lima en el año de 1578 .... 1 « II — Trájico fin de la Historia del Rey don j

'' Sebastian y de su caballo blanco . . 2o

« ! ! ! III —i Ha salido God damn ! . . 52

« IV —Peligro que en aquel siglo corrian los •

, que salian al mar con oro perlas . 64 y j

« V —El amor no está tan lejos del terror y del :

odio como algunos se lo figuran . . 77 ;

« Vi —El lobo viejo 93 i

« VII —Desde los tiempos de Homero y de Vir-

gilio es costumbre entre los poetas ser-

virse de las tormentas para enredarlos \

'f pleitos de amor 109 i

« — Ir VIII por lana y salir trasquilado . . . 129 1

« IX — 155

« X —Este desenlace como muchos otros, solo sirvió para complicar mas los sucesos

la vida . . . de ... . . 175 « XI — Entra el diablo á intervenir en el asun-

to . . , . . , . , , , . 1 86 3ü2 ÍNDICE DEL TOMO PRIMERO. PájinM

C;ipílulo XII —El Padro, el novio y la criada . . . 209

« XIII —Ilaliam ! Ilaliam ! 2 24 « XIV —Dos teólogos y un burro .... 243 « XV —Elleon y el zorro 264

« XVI —Lado positivo de los negocios humanos 280

« XVII —La justicia del hombre y la justicia del cielo 292

« XVIII—De la casa á la cárcel 325 ^1