ALVARO ARMANDO VASSEUR

LA LEYENDA EVANGELICA

MADRID BOLAÑOS Y AGUILAR • TALLERES GRÁFICOS Altamírano, So 19 3 3 LA LEYENDA EVANGELICA

OBRAS DEL MISMO AUTOR

POESIA

Cantos Augúrales. A Flor de Alma. Cantos del Nuevo Mundo. Cantos del Otro Yo. Cantos del Penitente. El vino de la Sombra. Hacia el Gran Silencio. PROSA

Origen y desarrollo de las Instituciones Occidentales. El Memorial. Gloria y otras historias. La Leyenda Evangélica. VERSIONES

Poemas de Walt Whitman. Prosas de Lafcadio Hearn. Prosas de Soren Kierkegaard. De Profundis de Oscar Wilde. Estudios críticos de F. de Sanctis. Tres voi. Estudios críticos de F. Olivero. Tres voi. Vida de Jesús; Vida de San Agustín. Un voi.

PRÓXIMAMENTE

I. PROSAS, volumen V. (Estudios Sociales y Literarios). II. PROSAS, volumen VI. (Religión y Religiosidad). III. POESIAS. (Edición integral en un volumen) El mosaico de crónicas que forman el Viejo y Nuevo Testamento, que las razas de Occidente todavía consideran el libro de las verdades reveladas, constituye la base histó­ rica y moral del Cristianismo. Una de las habilidades de los católicos ha sido la de pro­ hibir la lectura de dichos pactos. En este sentido, aun en nuestros días, el creyente católico es un esclavo intelectual. Debe resignarse a aprender lo que le enseñan desde la infancia. Este estado de servidumbre intelectual de los pueblos católicos romanos (Italia, España, Portugal, América la­ tina, etc.JK explica su evidente atraso en materia de pro­ ducción científica y filosófica, en relación con las nacio­ nes donde desde hace siglos él espíritu de libre examen ha pasado del dominio religioso a la esfera intelectual. “Ahora que vivimos en la atmósfera creada por tan­ tos progresos científicos, escribe Ostwald ( “Formación y agotamiento de los grandes hombres”, página 114), aho­ ra que la Ciencia reglamenta la mayoría de los actos de nuestra vida, no es extraordinariamente difícil representar­ nos la situación del hombre que hace trescientos años que­ ría dedicarse al estudio de las Ciencias naturales. La significación que ahora tiene la Ciencia, entonces 8 ALVARO ARMANDO VASSEUR era reivindicada por la Iglesia católica, cuyos apoderados ya reconocían en la Ciencia el germen de la más podero­ sa rival. En esas circunstancias nadie puede imaginar la importancia que tuvo, gracias a la emancipación religiosa protestante, la vulgarización de los conocimientos científi­ cos iniciada por Melanchton, el compañero de Martín Lulero. Antes la Ciencia sólo podía avanzar lentamente. En la actualidad es la primera potencia reconocida de la civi­ lización.” Ostwald, id., página 284. La terrible selección de mediocres redlizada durante si­ glos por la Inquisición, al exterminar a los hombres que te­ nían espíritu independiente, tendencia a manifestar opi­ niones propias, continúa hasta en nuestros dias. (Ostwald, página 314.), La guerra del espíritu contra la letra, del genio inven­ tivo contra la memoria afectiva, del libre examen contra la tutela eclesiástica, de la Ciencia contra las supersticio­ nes, recrudece en nuevas batallas. El ejército formicular combate sin descanso. En nues­ tras Américas sólo hay tres o cuatro países donde la cul­ tura laica, el espíritu liberal defienden apenas las sobera­ nías civiles zozobrantes: Argentina, Chile, Méjico, Uru­ guay. Los demás son Estados pontificios y algunos de ellos simples criaderos de siervos católicos. Este derrumbe de todo un siglo de aspiraciones liberales es la más tremenda de las realidades continentales de la actualidad latina. Es la labor de los que siembran a la sombra de las com­ plicidades pedagógicas; la labor de los que trafican con el opio judeocristiano, la labor de los esbirros de la gran­ de industria clerical romana. LA LEYENDA EVANGÉLICA 9 Por otro lado, las Asociaciones cristianas disidentes or­ ganizan poderosas asociaciones de libre enseñanza reli­ giosa. Los anuncios de sus ediciones bíblicas— que alcan­ zan a millones de ejemplares—-llenan hasta las carátulas de las reüistas avanzadas. No puede darse más clara mues­ tra de la importancia que dichos propagandistas atribu­ yen al estudio directo, personal, de los textos canónicos. Entre los mismos intelectuales latinos, el prestigio de la llibUo es todavía litúrgico... Continúan admirándola como el libro de los libros. Su lectura es poco menos que obliga­ toria; la consideran la base de la educación moral y de la cultura literaria. Ya que el conocimiento de su contenido es casi inevi­ table, aunque se halle de más en más en contradicción con los postulados de las Ciencias Naturales, conviene que el lector no avance a ciegas. Tratemos de suministrarle una brújula exegética a fin de que pueda orientarse en el labe­ rinto testamentario. Esta primera serie comprende los estudios de cuatro grandes historiadores, que admiten la historicidad de Je­ sús, y las síntesis críticas de cinco Maestros no menos emi­ nentes, que la niegan, fundados en datos y argumentos provenientes de las nuevas investigaciones lingüísticas e historio gráficas. Estos altísimos ingenios, de un valor moral digno de su profunda cultura, han dedicado sus vidas al estudio de los cultos y misterios religiosos orientales, anteriores y con­ temporáneos del culto a Chrestos. En lo que nos atañe, nos hemos esforzado por tratar el tema con la más elevada serenidad. Si alguien considera que no lo hemos logrado, tiene una magnífica oportunidad para adoctrinarnos. 10 ALVARO ARMANDO VASSEUR Toda obra que realmente enseña algo nuevo o nos su­ ministra un punto de vista superior, es siempre bien venida. Entretanto digamos con Van Eyck: Hago lo que puedo. A . A . V. Río Janeiro, marzo, 1925. Exé^esis de Federico Strauss ► I,n poderosa labor crítica de Strauss evidencia que, le­ jos de remontarse a testimonios dle testigos oculares, o a gentes que trataron a sus autores, o cercanos a la época de los sucesos, las Crónicas evangélicas nos dejan entre­ ver que el intervalo secular facilitó se mezclaran a las tradiciones numerosos elementos ficticios. Su composición y dependencia mutuas los presentan como escritos, copiados unos de otros, si bien inspirados en punios de vista diferentes. En vez de ser espejos fieles de los hechos, reflejan las concepciones, tendencias y opinio­ nes dominantes en la época en que cada uno de ellos fué redactado. Cuanto a los milagros que amenizan sus páginas, son mitos interpretados literalmente. El milagro es un elemen­ to extraño a la Historia. La idea de que todo milagro es un mito, permite eliminar tales elementos legendarios. El cristiano acepta los milagros de la historia judaica y los de los primeros siglos del cristianismo. Pero considera fa­ bulosos, esto es, míticos, los milagros de las mitologías de la India, Peísia, Egipto y Grecia. El judío admite los prodigios del Antiguo Testamento y rechaza los del Nuevo. La exégesis aplica a todas las religiones el mismo criterio general: Todos los milagros 14 ALVARO ARMANDO VASSEUR son mitos, inclusive los de la Leyenda Evangélica. Un don natural más o menos extraordinario de sugestionar, de exal­ tar, de curar momentáneamente ciertas afecciones, puede no tener más que una relación accidental con el valor mo­ ral de un hombre. Puede faltar al mejor y corresponder al menos digno de poseerlo: a un anormal. Se puede poseer poder magnético y ser un simple iluminado, como Alejan­ dro de Abonótica, Peregrino, o Apolonio de Tiana. En su primer estudio de la Vida de Jesús, I, 72, Strauss ya observaba que las Crónicas evangélicas son en gran parte ficciones poéticas. La esperanza mesiánica fué suscitando una serie de mitos que constituyen la Leyenda. Algunos creyentes lle­ garon a persuadirse que las predicciones y las figuras del Antiguo Testamento se referían a un Jesús, Nazanero. Como el primer libertador judío, Moisés, había realizado milagros, el último Salvador debió también haberlos he­ cho. El profeta Isaías había predicho que en la era me­ siánica los ojos de los ciegos se abrirían, los oídos de los sordos oirían, el paralítico saltaría y los mudos tornarían a hablar. Si el Jesús era el Mesías, debía necesariamente haber realizado tales portentos. A juicio de Strauss, el evangelista primario había en­ tresacado de la Teología hebraica la idea general del plan redentor y la imagen del Mesías expiatorio. Bruno Bauer objetaba que la idea del Mesías data de la época del apostolado de Juan Bautista, que sólo se delineó en los lustros en que se compiló el primer relato evangéico (I). Volkmar admitía que antes de Jesús el pueblo judío cs-

(i) B. Bauer: Critica de la Historia de-los Sinópticos, i, i8i, 391. v ' . LA LEYENDA EVANGÉLICA 15 peraba ser libertado del yugo extranjero por un enviado de Jahwé, que llamaban el Mesías, es decir, el Rey con­ sagrado del reino celeste (2). Gfroerer distinguía en la fe de los contemporáneos de Jesús cuatro tipos de mesías: el primero, modelado en las citas de los antiguos profetas; el segundo, procedente del servidor de Dios, según el libro de Daniel; el tercero, como un reflejo de Moisés; el cuarto, representando la figura mítica del segundo Adán. La idea mesiánica era como un estanque alimentado por varios manantiales diferentes. De alú la posibilidad de diversas combinaciones. l ia los Evangelios de Mateo y de Lucas, el relato del nacimiento comienza con una cita de Miqueas (V, I) ; se inspira en el tipo de David. Estos Evangelios llaman a Jesús hijo del hombre; le hacen volver al mundo en las nubes, como en la visión del libro apócrifo de Daniel. El autor de Los Hechos apostólicos, al recordar que la pro­ mesa de enviar un profeta igual a Moisés se ha realizado en Jesús, toma el tipo de Moisés sin excluir el de David ni el de Daniel. En Mateo y Lucas, para demostrar Je­ sús a los discípulos de Juan Bautista que él es el que de­ bía venir, les menciona los ciegos a quienes ha devuelto la vista. Sus palabras resumen el programa mesiánico con­ cretado por Isaías, 35, 5. En esta cita profètica hallan Mateo y Lucas los milagros que el Mesías deberá reali­ zar. Volkmar reconoce que la biografía evangélica de Jesús es una imitación de las historias de David, de Sa­ muel, de Moisés y de los máximos profetas. La concepción de Strauss no anula la originalidad de

(2) Voi krptr-r—Religión de Jesús, 112; Los Apócrifos, II, 39«- III Alvaro armando v asseu r Ion punieron cronistas cristianos. Aunque éstos imitan las Kiañile» figuras del Antiguo Testamento, expresan en sus mitón mrsiánicos algunos sentimientos nuevos. Considera, animismo, que ciertos episodios de origen judaico muestran la influencia del novísimo espíritu cristiano. El Nuevo Tes- lamento reproduce casi exclusivamente los rasgos de bon­ dad y filantropía de la tradición de Moisés y de los Pro­ fetas. Olvida casi todos los castigos milagrosos. Concebida así la formación de los mitos evangélicos, concuerda con lo que sabemos acerca del origen de otras religiones. La leyenda la expresa por primera vez un in­ dividuo; mas para arraigar, necesita hallar a su alrede­ dor muchos espíritus predispuestos a creer en ella; de suer­ te que él es el órgano creador de la convicción general. La leyenda que relata es la expresión poética que el nuevo ideal religioso, social, asume para ser comprendido y asi­ milado por el pueblo. El fondo y la forma se confunden, se identifican. La ficción acaba por trocarse en una verdad sentimental, en una realidad imaginaria. ¿Cómo es posible que ficciones míticas se conviertan, andando el tiempo, en hechos milagrosos? De varios modos. La fantasía orien­ tal es fecunda en mitos maravillosos que en la sucesión de las generaciones se han ido convirtiendo en creencias po­ pulares. Sendas figuras retóricas, metáforas de sentido ge- nuinamente moral, parábolas espirituales, han sido inter­ pretadas literalmente, han perdido su sentido simbólico, transformándose así en acciones, en historias realistas. Un ejemplo de estas metamorfosis poéticas lo tenemos en el episodio de Lázaro. En el cronista Lucas, Lázaro es el personaje de una parábola. La tradición y luego el ('liar­ lo Evangelio transforman dicha parábola en un milagro realizado por Jesús. LA LEYENDA EVANGÉLICA 17 Esta metamorfosis paulatina puede ser obra espontá­ nea de la fantasía apologética, o ser una ficción premedi­ tada, dependiente del ideal resurreccionista que el cro­ nista encarna en Jesús. Otro mito análogo es el milagro del agua convertida en vino en las bodas dle Canaán, que según la acepción de la escuela liberal simbolizaría el agua del bautismo trocada en el vino de la salvación por la fe en Jesús; un símbolo cultural materializado en milagro gastronómico. Strauss denomina mito a las ficciones pensadas de un individuo, desde que dichas ficciones se truecan en creen­ cias y como tales se incorporan a la leyenda dorada de una raza o de un partido religioso. Mito es, pues, toda narración no histórica, en la cual una comunidad religio­ sa reconoce un elemento de su fe. Strauss admitía la historicidad de Jesús, cuya actua­ ción evangélica había, a su juicio, hecho nacer entre sus discípulos la fe en su resurrección. Más tarde, la exalta­ ción mesiánica fué transformando al grande maestro gali- leo en el Hijo de David, en el Hijo de Dios, en el Verbo Encarnado, continuando el proceso endiosador hasta ver en él la segunda persona de la Trinidad. Según ya hemos notado, el programa de los milagros que debe realizar el salvador de su pueblo, Strauss lo halla en Isaías, 35, 5; “Entonces los ojos de los ciegos se abrirán, los oídos de los sordos se desembotarán, el cojo saltará como un ciervo y la lengua del mudo hará oír gri­ tos de alegría.” En su origen, este párrafo quería expresar los diversos transportes de júbilo que experimentarían los israelitas des­ terrados al recibir la noticia de que podían regresar a su 2 18 Alvaro armando v asseu r patria. Pasadas varias generaciones, el párrafo perdió su sentido primitivo y fue convertido en una profecía alusi­ va a la próxima era mesiánica. Las metáforas del profe­ ta, entendidas literalmente, acabaron por significar los he­ chos milagrosos que obraría el Mesías. Este programa aparece un tanto modificado en la res­ puesta que Jesús da a los discípulos de Juan Bautista (Mateo, 11, 5). “Los ciegos ven, los tullidos andan, los le­ prosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos revi­ ven.” Como Elíseo ha curado un leproso y Elias ha reani­ mado un exánime, Jesús no puede ser menos. Le harán, pues, limpiar leprosos y resucitar exánimes. Dos elementos—uno ideal, otro real— concurren en sen­ tir de Strauss a la formación de la leyenda de los milagros. En Isaías el sentido de las curaciones es moral; en Elias y Elisco tiene trazas do ser real. Análogamente, la respues­ ta que Mateo atribuye a Jesús, la intención de las curas debía entenderse en sentido moral e ideal como efectos de la predicación de la buena nueva a los pobres. Más tarde, la leyenda los convierte en milagros materiales y los cro­ nistas sinópticos los entendieron así. Todos los ciegos llaman a Jesús Hijo de David, por lo cual Volkmar II, 125, ha querido ver en ello una alusión a la ceguera de los judíos cristianos, obstinados en no ver en Jesús más que al hijo de David hasta que él Ies abre los ojos del espíritu. Análogamente en el camino de Damas­ co (Hechos, 26, 18), dice a Pablo que lo enviaba para abrir los ojos a los gentiles y pasarlos de las tinieblas a la luz. En Lucas, Simeón llama a Jesús la luz que debe iluminar a las naciones, frase esta que Isaías (V, 2, 6) aplica a Jahwé. Sin embargo, en Mateo, lo propio que en Marcos, el sentido del milagro no es simbólico, sino rea­ LA LEYENDA EVANGÉLICA 19 lista. Ambos suponen que Jesús realmente realizó mila­ gros materiales. Ya en la época de estos cronistas, la le­ yenda había materializado los actos espirituales atribui­ dos al Salvador. El cuarto evangelio le hace decir: “He venido a este mundo para el juicio a fin de que los que no ven puedan ver y los que ven queden ciegos.” Los fariseos le preguntan: ¿Acaso nosotros somos cie­ gos? Jesús responde que si lo fueran, si se renocieran cie­ gos, podría alabárseles; pero no sintiéndose ciegos carecían de la facultad de corregirse. El ciego nato que recobra el sentido de la vista y luego la vista del espíritu, represen­ ta los hombres que yacen en la obscuridad, pero tienen la facultad y el anhelo de la luz. Los judíos representan a los que se substraen a la luz y se obstinan en las tinieblas, o sea en el pecado. Así en el Cuarto Evangelio el milagro es simbólico al par que realista; no distingue entre el significado mo­ ral y el hecho. Tiende siempre a espiritualizar el milagro, a darle un valor simbólico. Es decir, que en el pensamiento del Evan­ gelista estos episodios son reales y a la vez simbólicos. El cuarto evangelista no refiere ninguna cura de po­ seídos, enfermedad de moda en el país donde se desarro­ lla le leyenda. Ewald (1) sostiene que entre el capítulo V y el VI debió existir un trozo evangélico desaparecido, en el que debía referirse la causa del algún poseído. Koestlin (Origen de los Evangelios Sinópticos, 241) hace notar que la creencia en la posesión demoníaca y en el poder de Jesús sobre los espíritus malvados es una creen-

(i) Ewald: El Cuarto Evangelio, x, 25. 20 ALVARO ARMANDO VASSEUR cia genuinamente judía y judeocristiana; por esta razón, Pablo no cuenta ya el poder de expulsar los demonios en­ tre los dones concedidos por el Espíritu Santo (Epístola ad Corintios, 12, 10, 28); Lucas y el autor de Los hechos apostólicos reconocen aún importancia a esta variedad de curas: Bretscheneider hace constar, que en el siglo II los exorcismos eran tan comunes, que sólo conservan algún pres­ tigio entre el proletariado. El Cuarto Evangelio no podía presentarlos a los griegos cultos como pruebas de la natu­ raleza superior de Jesús. Los demonios y los exorcismos ya no son presentables en buena sociedad. Pertenecen al do­ minio de los juglares y de los charlatanes, según refiere Luciano (Strauss, II, 155). En Mateo y en Marcos, Jesús evita ir a Samaría y re­ comienda a los doce discípulos huir de las ciudades sama- ritanas y del trato con los paganos. En Lucas, Jesús se pone en contacto, repetidas veces, con los samaritanos, y hasta los encomia en sus discursos. En Mateo, la vida pú­ blica de Jesús tiene su centro en Galilea; Lucas la divide entre Galilea y el viaje a Jerusalén, que se realiza atrave­ sando el territorio de Samaria. A l mostrar a Jesús afable con los samaritanos, que los judíos desdeñaban como a paganos, Lucas parece combatir los prejuicios judeocris- tianos de su tiempo contra los gentiles. Ñútanse en él ten­ dencias antigalileas y antijudaicas, que se acentuarán en el Cuarto Evangelio. En el discurso del Monte, Lucas trans­ forma los pobres de espíritu en pobres; a los que tienen hambre y sed de justicia, en simples famélicos. Lucas pasa por ser uno de los discípulos de la tradición paulista, ami­ ga de la conversión de los gentiles. Strauss cree que Lucas conocía ya alguna de las Epístolas de Pablo—las cuatro mayores—y participaba de sus ideas universalistas. Su LA LEYENDA EVANGÉLICA 21 Evangelio es la primera parte de una obra cuya continua­ ción son Los Hechos de los Apóstoles. Las investigaciones sobre el origen y el contenido de estos Hechos, realizadas por Zeller (1854), han evidenciado que Lucas reconstru­ yó, en el sentido de la reconciliación entre los judeocris- tianos y los paulistas, un escrito más arcaico en el que se glorificaba a la iglesia, madre de Jerusalén, y a los após­ toles que la dirigían. Su propósito es igualar a Pablo con Pedro y Santiago, suprimir todo vestigio de las hostili­ dades doctrinarias recíprocas. En vez de rechazar la anti­ gua tradición judeocristiana sobre Jesús, se concreta a adaptarla a las ideas de Pablo o a contrabalancearla con fragmentos de la doctrina de este apóstol. En Lucas, desde la cuna Jesús es designado como la luz que debe iluminar a los gentiles, en forma de Mesías paciente, 11, 23, 34. El sistema de Lucas es complacer a entrambos partidos, suprimiendo las respectivas contra­ dicciones. No se atreve, como luego hará el cuarto evangelista, a refundir la tradición; se concreta a darle otra forma, me­ diante cortes y soldaduras sugeridos por su criterio pau- lista. Las invectivas judeocristianas que Mateo descarga contra Pablo, Lucas las transforma en invectivas paulis­ tas contra los judeocristianos. Así, por ejemplo, en M a­ teo, 7, 21, Jesús exclama: “Todos los que me dicen Señor, Señor... me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no hemos profetizado en vuestro nombre y realizado tantos mila­ gros?” Entonces yo les diré: “No os he conocido nunca, apartaos de mí, los que hacéis la ilegalidad.” Este párrafo parece un ataque del cronista judeocristiano a la escuela de Pablo, enemigo de la ley judaica. Lucas contraataca en esta forma: “En aquel día, los judíos harán valer que 22 ALVARO ARMANDO VASSEUR bebieron y comieron en presencia de Jesús, que éste ense­ ñó en sus calles. A pesar de esto él los rechazará como gentes que practicaban, no la ilegalidad, sino la iniqui­ dad. Y estallarán quejas ruidosas cuando vean venir gen­ tes de Oriente y de Occidente, del Norte y del Mediodía, para tomar asiento en la mesa de Abrahán, Isaac y Ja­ cob, en tanto ellos quedarán tras las puertas.” Lucas trata de bienaventurados a los pobres y hambrien- como tales los hace herederos de la gloria futura; condena a los ricos, a los injustos, de acuerdo con la doc­ trina de los ebionitas o esenios judeocristianos. Estos in­ sistían en la oposición entre Satán, príncipe del mun­ do, 4, 6, y Jesús, Señor del mundo venidero; cuantos par­ ticipaban de las venturas de este mundo quedaban ex­ cluidos de la participación en el inundo celeste. La pará­ bola del rico y del pobre Lázaro, 16-19, se basa en esta oposición profética verdaderamente revolucionaria. Me­ diante una adición versicular, 27-30, Lucas vuelve con­ tra los judíos y su incredulidad esta parábola del más franco ebionismo. Strauss presume que Lucas escribió en Roma o en Asia Menor. Su objetivo es absorber en la unidad doctrinaria de la Iglesia las tendencias opuestas de los judeocristianos y de los paulistas. De cualquier modo, su Evangelio parece escrito lejos de Palestina y de los ambientes donde imperaba la estrechez espiritual del Evangelio judío. Strauss creía descubrir en Mateo, bajo su más antigua forma, la imagen de Jesús según la concebía la concien­ cia de los primeros cristianos. Creía que un siglo después aún circulaban, en los lugares donde Jesús se había ma­ nifestado, hermosas reminiscencias de sus alocuciones y de sus sentencias. Mas ya no se sabía relacionarlas con las LA LEYENDA EVANGÉLICA 23 circunstancias que las habían suscitado. El retrato de Je­ sús que nos traza Mateo, pudo estar recargado con sen­ tencias que no pronunció y acciones que no realizó, de sucesos que no acaecieron. O pudieron ser presentados con cambios de sentido y de criterio. Históricamente sabemos qué espesa costra de prejuicios judaicos impide a los dis- cípudos elevarse a una concepción depurada de la idea del Mesías. Estos prejuicios se agravaron con la desapa­ rición del Maestro; se puede conjeturar que pesaron más particularmente en la composición del Primer Evangelio, Tendríamos que quitar algunos reflejos judaicos prove­ nientes del ambiente a cuyo través lo entrevemos. La tradición que inspira a Mateo no era la misma ni la que lo comprendía todo. Es admisible que los prime­ ros discípulos no habían comprendido al Maestro; que la comunidad galilea no había podido elevarse a su altura. Por lo demás, el carácter objetivo de los Evangelios Sinóp­ ticos emana de que sus autores no intentaron fabricar su Cristo. Lo tomaron ya delineado en las creencias de la primitiva Iglesia. Los Evangelios quieren demostrar que Jesús el Naza­ reno es el Salvador esperado. Pero como la idea que se hacían del Mesías varía de uno a otro cronista, y estas diferencias se acrecientan en el andar de los años, resul­ ta que cada Evangelio expresa fases diversas de la con­ ciencia religiosa cristiana. Ningún Evangelio explica con más precisión que Mateo la actitud de Jesús con respecto de la Ley de Moisés y de las costumbres de las sectas judías. Mateo ve en los actos de Jesús el cumplimiento de los anuncios del Antiguo Testamento. Esto es para él la prueba de su mesianidad. En Mateo, Jesús aparece car­ gado de las cadenas del judaismo. Mateo le hace decir 24 Alvaro armando v asseu r que no viene a destruir la Ley, sino a cumplirla; de refor­ mador lo reduce a simple ejecutor. Los discursos y una parte de los hechos que relata Mateo provienen de manan­ tiales más antiguos. Hay repeticiones y contradicciones. En sus 'áSÍrucciones a los doce Apóstoles, Jesús les pro- h>1_ Ó buscar a los paganos y a los samaritanos, como en el sermón del monte les veda arrojar perlas a los cerdos. En otro párrafo, por lo contrario, amenaza con castigos a los judíos por su incredulidad, llamando a los paganos a ocu­ par el lugar de los judíos, 8, 11; 11, 43, y declara que volverá antes de que el Evangelio haya sido anunciado a todos los pueblos; acuerda, además, la admisión de todos los creyentes, mediante el acto del bautismo. Análoga con tradicción se nota entre la leyenda del centurión de Ca farnaúm, 8; 5, 10, y la de la mujer cananca, 15, 21. Concede su socorro al centurión, que es un pagano, y a la mujer cananea comienza negándoselo, y sólo accede a tí­ tulo de excepción. Estas y otras contradicciones demuestran que hay en Mateo vestigios de dos épocas y de dos grados del cris­ tianismo primitivo. Hay máximas correspondientes a una época y a un criterio, que demuestran que aún era difícil atraer a los paganos a la nueva fe en Jesús, y discursos y máximas de una época posterior, cuando ya Pablo ha hecho prevalecer sus ideas y la evangelización de los gen­ tiles pasa por un hecho conforme con los ideales del maes­ tro Galileo. El proceso de composición de estos relatos es el de las tradiciones orales. Cuando una tendencia o una idea se imponía a la mayoría, se admitía que Jesús debía haber dicho o realizado algo análogo en tal sentido. Así se in­ ventaron nuevas narraciones y nuevas máximas que, pro­ I.A LEYENDA EVANGÉLICA 25 pagadas por la tradición oral, pasaban luego a los Evan­ gelios. A cada progreso de la conciencia teológica se eli­ minaba lo envejecido, lo que escandalizaba, en concordan­ cia con las exigencias sectarias nuevas. Así fueron elabo­ rándose discursos y sentimientos evangélicos, hasta la épo­ ca en que se adoptaron los Evangelios que llamamos si­ nópticos: Marcos, Mateo y Lucas. Ahora vamos a comentar lo que Strauss considera la esencia de su doctrina evangélica. Siempre se ha mirado, dice, el Sermón del Monte como la quintaesencia de la doctrina de Jesús. En lo que se llaman las ocho bienaven­ turanzas, Mateo 5, 3, 10, brillan las paradojas cristianas. Los bienaventurados no son los ricos, los hartos, los rego­ cijados; son los pobres, los afligidos, los hambrientos, los que tienen sed. La esencia de la verdadera vida no radica en el poder, en la lucha, ni en la reivindicación del dere­ cho; es la dulzura, el espíritu de mansedumbre, la capa­ cidad de resignación en el sufrimiento. Es un nuevo mun­ do moral, una escala nueva de valores. Lo de fuera es efímero, lo de dentro es imperecedero, la paz interior, el alma purificada por la abnegación y el sacrificio. Lucas, 6, 20, sólo habla de pobres; Mateo, de pobres de espíritu. Lucas alude a los que sufren hambre y sed materiales; Mateo a los que padecen hambre y sed de justicia. Lucas promete dichas celestes a los menesterosos galileos y amenaza con tormentos eternos a los felices y a los poderosos. Las revoluciones— en esto coinciden Strauss y Renán— son siempre las mismas: el evangelismo ha sido una gran revolución. Su primer elemento son los pobres, los descon­ tentos; no los satisfechos ni los potentes. 20 ALVARO ARMANDO VASSEUR Jesús promete a los desdichados dle su pueblo, a cuan­ tos sufren, recompensas eternas en un reino por venir, in­ minente. A las prescripciones de un tabón riguroso, del amor a los parientes, del odio al enemigo, opone el deber del pe: ion, del amor a los enemigos; “para que seáis hijos d vuestro Padre, que está en los cielos, que hace salir el ¡ol para buenos y malos y llover sobre justos e in­ justos”, jMateo, 5, 45. No sólo condena el homicidio, el odio, la cólera; ade­ más del adulterio, rechaza el deseo impuro, prohíbe el per­ jurio y toda especie de juramento. Exige no dejarse turbar por la maldad de los hombres, triunfar del mal con el bien. Difundir como bálsamo precioso el amor universal puri­ ficado en la conciencia, imitar al altísimo bienhechor, que no hace distinción de personas ni de conductas. Tenemos el deber de tratar al prójimo como a nosotros mismos, de no ser severos con él e indulgentes con nosotros; de proceder con él como querríamos que precediese con nosotros, Mateo, 7, 12. Siendo los hombres hijos de Dios son, pues, hermanos entre sí. Tal es el veraz principio bá­ sico del evangelismo. En opinión de Strauss, Jesús de­ bió este esplritualismo a su educación bajo la Ley mosai­ ca, lo propio que a su meditación constante de las ense­ ñanzas de los Profetas (St. 1; 245, 250). Strauss se pregunta cómo pudo alcanzar Jesús esta ar­ monía superior. “Todos los caracteres depurados por la lucha y las crisis violentas, como son Pablo, Agustín, Lu- tero, han conservado cicatrices indelebles. Su fisonomía guarda siempre algo de áspero, de soberbio. Nada pare­ cido observa en Jesús. Este se le aparece como una bella naturaleza que no tiene más que seguir su propia ley, afir­ marse en su conciencia, sin necesidad de rectificarse ni de LA LEYENDA EVANGÉLICA 27 recomenzar una vida nueva. El espíritu y el corazón de Je­ sús se formaron sin crisis violentas, por una disciplina vo­ luntaria, rigurosa. En esto, Pablo no se parece a su Maes­ tro. Y los dos grandes restauradores del Cristianismo: Agustín en el mundo antiguo y Lulero en el moderno, están más cerca de Pablo que de Jesús.” (1, 248.) Strauss suele reprochar a Renán la complacencia con que, no obstante sus dudas exegéticas, Renán admite la base anecdótica del texto del cuarto Evangelio. También Strauss incurre con frecuencia en análogos errores al acep­ tar como histórico el texto de los Sinópticos que él mis­ mo, en otras páginas de sus obras, consideró en gran par­ te legendario. A l atribuir a mala inteligencia de los cro­ nistas evangélicos los rasgos coléricos, las explosiones de amenazas escatológicas, las mezquindades sectarias y las frecuentes contradicciones textuales, Strauss no parece per­ catarse que el Jesús evangélico que él admira es tan mí­ tico como el Jesús de Schleiermacher o el de Renán, o el Cristo, aún más mitológico, de la Teología católica tra­ dicional. En tanto en la primera parte de su sabia exégesis, Strauss realiza una crítica cabal de los Evangelios, demos­ trando que son apócrifos, en la segunda parte olvida sus propias premisas y de tanto en tanto se exalta ccn los as­ pectos ideales de la doctrina que espontáneamente iden­ tifica con el Jesús de Mateo, imagen que él nunca pudo arrancarse del corazón. “Llegó Jesús a la unión con Dios—prosigue Strauss— por el desarrollo de su genio sentimental.” Superando la antigua Ley y los Profetas, establece el perdón de los pe­ cados sobre la base del arrepentimiento. Mateo, 9, 2; Lucas, 7, 47. (Esta idea pertenece a la tradición del pro- 28 ALVARO ARMANDO VASSEUR fcta Juan Bautista.) Viola el reposo del sábado, si el bien del prójimo lo exige; Marcos, 11, 27. Opone la piedad íntima a las prescripciones rituales y a los sacri­ ficios, Mateo, 15, 5; 18, 3, observa que lo que contami­ na al hombre no es lo que entra, sino lo que sale de su boca, combatiendo así la cuestión de los alimentos puros e impuros; declara adúltero todo divorcio que no fuere mo­ tivadlo por adulterio; justifica la autorización al divorcio otorgada en nombre de Moisés (Deuteronomio, 24, 1), debida al endurecimiento de corazón de los judíos anti­ guos, Mateo, 5, 31; 19, 3. Strauss reconoce que algunas de estas declaraciones contrastan con ciertos pasajes del Sermón del Monte; con aquellos donde se afirma que Jesús no ha venido a anular la Ley y los Profetas; “no a destruir, sino a cumplir ha venido”. Y cualesquiera que destruya la más tenue de las prescripciones, vendrá a ser el menor; pero si observa la Ley y enseña a observarla, será grande en el reino de los cielos; Mateo, 5, 17, 19. Strauss observa que esta conclusión - sin duda interpo­ lada por copistas ulteriores hace totalmente incompren­ sible el plan y la actitud de Jesús (1, 251). Lo cual proviene de que Strauss admite que todas esas máximas proceden realmente de Jesús, en vez de atribuir­ las a los ambientes sectarios, cada vez más contemporiza­ dores, que organizaron y fueron modificando las tradicio­ nes evangélicas. Más adelante hace notar Strauss, que los exégetas han supuesto que se hizo más de una adulteración judeocristia- na de las palabras de Jesús; que se ha querido ver en los que violan ciertos mandamientos y enseñan a violarlos, una alusión a Pablo, que se apodaba el menor de los Aposto- LA LEYENDA EVANGÉLICA 29 Ies (I Corintios 15, 9). En este último caso, Strauss admite una interpolación practicada no en Mateo, sino en la fuen­ te de las Sentencias del Señor (I, 252). Estos y otros equívocos emanan del erróneo criterio de Strauss, de atribuir a Jesús las opiniones de los cronistas evangélicos, en vez de ocuparse esencialmente de estos últimos, ya que para cada partido cristiano jesús sólo es un receptáculo ideal en que vierte sus opiniones sectarias. Pero Strauss no puede sustraerse a la ilusión de creer que al través de los legendaristas y cronistas pueden encararse directamente con Jesús, como si cada Evangelio fuera un disco impreso por la propia voz del rabbi. Así sus estudios críticos son largas rectificaciones de las incoherencias, de las contradicciones que los apologistas, a su juicio, atribuyen a Jesús. Lo bueno, lo puro, lo ex­ celso de la doctrina y de los episodios proviene directa­ mente de éste; lo espúreo, lo mezquino, debido a la ininteligencia y a la miseria moral de aquéllos. La idea directriz de Strauss es salvaguardar la personalidad de Jesús. Reimarus ha establecido que el servicio del Templo de Jerusalén exigía hubiera en un recinto inmediato anima­ les diversos para los sacrificios, lo propio que debía haber cambistas para que los peregrinos pudieran trocar las mo­ nedas usuales por la moneda sacra del Templo. De modo que, de ser histórica, sólo la escena de la purificación del Santuario, es decir, la expulsión de los mercaderes, habría bastado para justificar el proceso de Jesús. Según observa Strauss, la escena y la frase: “Han hecho de mi casa de plegarias una cueva de ladrones”, son la combinación de dos reminiscencias proféticas: Una de Jeremías, 7, 1 1; 30 Alvaro armando v asseu r quien dice que el T emplo de Jahwé no debe convertirse en cueva de ladrones; y otra de Isaías, 56, 7, en la que el Templo es llamado Casa de Plegarias. Según Strauss, la oposición a los sacrificios sangrientos emana de la con­ vicción de que la reconciliación con Dios debía ser ínti­ ma, moral. En general no parece que Jesús haya tenido, con res­ pecto al culto judaico, la actitud inofensiva que querrían significar los evangelistas. En el episodio de la lapidación de Esteban, los testigos calificados de falsos le imputan haber dicho que Jesús destruirá el Templo y abolirá las costumbres mosaicas (Hechos, 6, 4). La destrucción del culto oficial implicaba el establecimiento de un culto me­ nos brutal, ostentoso, mercantil. El furor de los judíos, se­ gún estalla contra Esteban, parece probar que esas frases tendían a un objetivo real. Siendo así, los testigos no son falsos. Sin duda Esteban quiso significar que cuando el Salvador volviera aboliría el culto judaico que precisa­ mente se hacía entonces. ! ,os judíos, comprendiendo el sentido de la frase herética de Jesús, habrían tenido so­ brarla razón en acusarle y condenarle. Strauss 1, 257. El terror de este castigo impulsaría después a los discípulos a apartarse de la actitud peligrosa en que se colocara el rabbi, a dar no pinos pasos atrás. Esteban parece haber entendido las ideas de Jesús mejor que los Apóstoles al referirlas a la inminente abolición del culto mosaico. De ahí que le infieran el mismo trágico fin que a su Maestro. Los Apóstoles se mantuvieron en una actitud más fari- sea en relación al Güito y a la Ley. Con este criterio aco­ modaticio fue elaborada la leyenda, de la que se elimi­ naron todos los rasgos que podían revelar la posición más avanzada de Jesús, excepto algunos vestigios, como la I.A LEYENDA EVANGÉLICA 31 mención de los “falsos testigos”. En este sentido antirri- tual la sentencia del cuarto Evangelio acerca de la ado­ ración espiritual de Dios, 4, 23, en el poema apócrifo de la Samaritana, estaría, en opinión de Strauss, más cerca de la verdadera religiosidad dle Jesús que la máxima de Mateo, que afirma la invariable eternidad de la Ley mo­ saica. Cree Strauss que en estas circunstancias el autor del poema samaritano habría adivinado mejor que los cronis­ tas sinópticos la intuición espiritualista que el genio de Jesús descubriera un siglo antes en el corazón de Pales­ tina (1, 258).

Vida de Jesús, según Renán

La Vida de Jesús, según Renán, es una hermosa novela basada sobre una áurea urdimbre de variadas contradic­ ciones. A pesar del medio siglo que nos separa de la fecha de su aparación, vale la pena de hacerlas resaltar, ya que su magia literaria ha seducido a millares de lectores y el criterio exegético que la inspiró estereotipa un estado de consciencia evangelista muy generalizado entre los repre­ sentantes de la intelectualidad contemporánea. Renán comienza reconociendo que los Evangelios no son biografías como las de Suetonio, ni leyendas por el estilo de las de Filóstrato, el apologista de Apolonio de Tiana: Son biografías legendarias. Compáralas a las Vi­ das de Plotino, de Proclo, de Isidoro, en las que se com­ binan la verdad histórica y la tendencia a ofrecer modelos de virtud. Admite que “muchas anécdotas evangélicas fue­ ron imaginadas para probar que las profecías considera­ das mesiánicas se habían cumplido en Jesús” (pág. 30). Durante los veinte o treinta años después de su muerte se operaron rápidas metamorfosis en la tradición. “Estimu­ lados por diversas ideas preconcebidas, transformaron su biografía en una leyenda ideal. Si se exceptúan algunas sentencias breves, ninguno de los discursos de Mateo es original.” Asimismo admite Renán que el relato de la 36 ALVARO ARMANDO VASSEUR Pasión contiene no pocas inexactitudes. Estas reservas no impiden, de hecho, que Renán utilice el material dle deta­ lles pintorescos de los Evangelios, especialmente el más apócrifo de todos, el cuarto Evangelio, como si fueran fuentes históricas. “¿Cómo escribir la historia de Jesús omitiendo esas pré­ dicas que de tan viva manera nos pintan el carácter de sus discursos? Deberíamos limitarnos a decir, con Josefo y con Tácito, que fue condenado a muerte por Pilatos a instigaciones de sus sacerdotes” (pág. 30). Josefo nace el año 37 y escribe hacia el año 80 de nuestra Era. Menciona la ejecución de Jesús en pocas palabras. El propio Renán reconoce que manos cristia­ nas, hacia el segundo siglo, han alterado dicha referencia. (Notas, cap. 24, 44). Es opinión generalizada entre los exégetas, que la cita de Josefo es un agregado ulterior cristiano, lo propio que la noticia que da Tácito (Ana­ les, 15, 44), quien presenta la ejecución de Jesús como una medida política ordenada por Pilatos. Un orientalista de la cultura de Renán, que ha podido compulsar los principales documentos judeohelénicos, sabe que no es posible escribir ni una página realmente biográ­ fica sobre Jesús. Porque éste no ha dejado escrita una fra­ se ni tenido discípulos capaces de transmitirnos impresio­ nes literarias de su Maestro, como los discípulos de Só­ crates. No sólo se ignora dónde nació, qué personalidad pudo poseer, sino que se discute como problemática su existencia. Por lo que puede haber subsistido de su doctrina y de sus supuestas acciones, nos ha llegado de formado al través de las remotas reminiscencias de los oyentes de sus discípulos. Porque no hay método histo- riográfico ni intuición zahori que permitan discernir con T.A LEYENDA EVANGÉLICA 37 visos de certidumbre cuáles son los episodios evangélicos realmente vividos y cuáles las máximas que provienen de un profeta posterior a Juan Bautista. El mismo Renán reconoce que los cuatro principales documentos se contradicen unos a otros (pág. 32). Renán calcula que los tres primeros Evangelios tardaron de cin­ cuenta a cien años en aparecer. Mateo y Marcos serían arreglos complementarios de una crónica anterior. Las Sentencias del San» recogidas por Mateo y las anécdo­ tas coleccionadas por Marcos a que aludle el obispo Pa- pias parece que eran muí/ diferentes a las actuales. De modo que su coordinación sería debida a una reedi­ ción posterior (pág. 16). El sistema evangélico se basaría en dos documentos primarios: Las Sentencias de Jesús según Maleo y la serie de anécdotas compiladas por Marcos (pág. 17). I ,a obra de Mateo, escrita en arameo, provendría del nordeste de Palestina, del Hauran o de la Batanea. Resuelto a novelar una Vida de Jesús, Renán nece­ sita acumular la mayor suma de datos. Para ello comien­ za por olvidar que las crónicas evangélicas no son his­ tóricas. Podría haberse concretudo a aceptar el texto de los Sinópticos siguiendo el ejemplo de los maestros de la exégesis alemana. Evocar una ve/, más la brumosa silueta del exorcista galilco, según la describe Marcos; comple­ tarla con la del Maestro de las bienaventuranzas, según Mateo. Pero Renán “se deja guiar únicamente por ei sentimiento del asunto”. Como la incoherencia de tantos pasos de las crónicas sinópticas le embaraza, prefiere la lógica mitológica del cuarto Evangelio. No importa que la exégesis de Bretschneider, de Bruno Bauer, de Strauss, de Koestlin haya demostrado el carácter antihistórico, 38 ALVARO ARMANDO VASSEUR apócrifo, de dicho Evangelio. El dejará de lado los dis­ cursos del Cristo joánico y se apoyará en esa cuarta cró­ nica de los sucesos. Cuanto a Lucas, lo considera un recopilador de las anéc­ dotas de Marcos y de las disertaciones de Mateo (pá­ gina 27). Lucas nos presenta un Jesús cumplidor de los ritos judaicos; es un cronista democrático, ebionita, ene­ migo de los ricos. Espera que los pobres tendrán un día su revancha. Mas escuchemos a Renán: “El acontecimiento único, grandioso, que se llama cristianismo es la obra de Jesús, de Pablo, de Juan” (pág. 36). “Por lo menos tres siglos invirtió la nueva religión en formarse.” Este prolongado proceso significa que no es obra exclusiva de un iniciador, ni de sus apóstoles, ni de los discípulos de estos. En efecto, la levadura mesiánica que venía fermentando desde el siglo anterior fue amasada por los escritores apocalípticos con todo linaje de harinas judeosiriogrecorromanas du­ rante otro par de siglos antes de convertirse en el “pan de vida” o panvitalismo alejandrino. “Su origen— dice Renán— remonta a los reinados de Augusto y de Tiberio. Entonces vivió un hombre que por su audacia y el amor que supo inspirar creó el objeto y afirmó la base de la nueva ley moral” (pág. 39). “Aquellas aspiraciones palingenésicas tuvieron al fin su intérprete en el hombre incomparable a quien la cons­ ciencia universal ha concedido, con justicia, el título de Dios, puesto que hizo dar a la religión un paso al cual no puede ni podrá compararse ningún otro” (pág. 49). La exégesis moderna demuestra que el paso del mo- saísmo al jawheísmo del segundo Isaías, del mesianismo LA LEYENDA EVANGÉLICA 39 político, al mesianismo religiososocial, al ebionismo evan­ gélico, son el resultado de lentas evoluciones, de crisis re­ volucionarias que convulsionaron al pueblo judío durante siglos. Con harta mayor imparcialidad y competencia his- toriográfica Ernesto Havet ha estudiado la evolución re­ ligiosa de Israel desde la época de los macabeos hasta los umbrales evangélicos. Evolución profunda en los sen­ timientos, en las ideas, que el Filóstrato bretón desenfa­ dadamente personifica en su Jesús. Influenciado en esto por Strauss, atribuye a Jesús “la idea de Dios como padre afectuoso de los hombres”. En este sentimiento constante de filialidad consiste—dice Re­ nán— su gran gesto de originalidad, y en esto es en lo que en nada se parece a los individuos de su raza. El fun­ da el verdadero reino de Dios, del cual todos son here­ deros filiales. “Ni el judío ni el musulmán comprendieron nunca esta delicada teología del amor” (pág. 79). E. Havet ha demostrado con límpida evidencia que estas ideas hechas ya emoción religiosa aparecen en el II Isaías, es decir, en el poeta ¡sacerdotal que con el seu­ dónimo del primer Isaías escribe bajo Herodes el Gran­ de (1). A pesar de “profetizar” un siglo o más antes de la apari­ ción de las Sentencias del Señor, percibimos la inminencia del evangelismo que los judíos podrían llamar el adveni­ miento del judaismo entre las naciones. Jahwé dice a su pueblo: “Poco es que seas mi servidor para realzar las tribus de Jacob y congregar los restos de Israel. Te reservo para ser la luz de las naciones, a fin

(i) E. Havet: La modernidad de los profetas, pág 74- París, 1886. 40 ALVARO ARMANDO VASSEUR de que la salvación que os doy vaya hasta los confines de la tierra. Así habla Jahwé al que es desdeñado por unos, odiado por los pueblos, esclavos de los poderosos” (Isaías, XVIII, 67). La primera parte de Isaías, lo propio que los libros de­ nominados de Jeremías, Ezequiel y los de los Doce Pro­ fetas menores, son de las postrimerías del segundo siglo antes de nuestra era, escritos después de la guerra de Judá contra los reyes griegos de Siria. En el primer Isaías, que escribe en la época de los asmoneos, aparecen ese idealismo religioso, esa moral as­ cética que le hacen desdeñar los sacrificios sangrientos, el humo del incienso, las festividades rituales, todas las pom­ pas del culto; aparatosas exterioridades que tanta impor­ tancia asumen en el Exodo y en el Levítico. En los nue­ vos profetas, Jahwé, o sea la altísima consciencia moral de la raza, proclama que sólo exige justicia. Condena el culto de los ídolos. El espíritu de estos libros es el de una religión ya reflexiva, apasionada, de una ética inten­ sa, delicada, que da a los profetas un acento que podría llamarse cristiano (1). “He aquí mi servidor Israel— dice Jahwé— ; he pues­ to en él mi espíritu; dará su justicia a las naciones. No gri­ ta, no levanta la voz, no amotina a las multitudes. No rom­ pe el rosal que se inclina, no apaga la mecha que humea. Enseña la justicia verdadera. No se cansa, no se debili­ ta hasta que haya establecido el derecho sobre la tierra” (Isaías, XLII, 1,4). Es decir, no conquista el mundo, lo convierte, lo inicia en la religión verdadera.

(i) E. Havet, págs. 93 y 94. LA LEYENDA EVANGÉLICA 41 “Cielos, esparcid vuestras lluvias, que las nubes nos viertan la paz; que la tierra se entreabra, que la salvación germine, que se vea crecer la justicia” (XLV, 8). Es el “Rorate coeli de super”, el salmo litúrgico que los sacerdo­ tes cantan en la misa de Navidad. “Buscad a Jahwé en tanto [rodéis hallarle; invocadle en tanto está cercano” (Isaías, LV, 6). “Buscad y ha­ llaréis” (Mateo, 7, 7). “Ea, todos los que padecéis sed, venid, he aquí el agua. Aunque no tengás dinero, venid, tomad, nutrios. Ea, venid, tomad sin pagar vino y leche. Escuchad y ha­ llaréis la vida” (Isaías, LV, 1). ’’Venid a mí los opri­ midos, yo os aliviaré” (Mateo, 11, 28). “Cuán bellos son sobre los montes, los pies riel que anun­ cia la buena nueva, del mensajero que trae la salvación, que dice a Jerusalén: Tu Dios es mi Rey” (Isaías, LII, 7). “¿Y cómo predicaran si no fueren enviados? I .o harán según está escrito: Cuán bellos son sobre los montes, los pies de los que anuncian el Evangelio de la paz. Mas no todos obdecen al Evangelio, pues Isaías dice: Señor, ¿quién ha creído en nuestra prédica?" (Rabio. Ep. cid Romanos, 9, 15, 16). “Tú eres nuestro Padre; Abrahán no nos conoce; Is­ rael no sabe quién somos. Nuestro Padre eres tú, Jahwé” (Isaías, LXIII, 16). Esta es una de las fuentes del Péterc Noster evangélico. También provienen del segundo Isaías la idea de la Redención vinculadla a la imagen del cordero que sobre­ lleva los pecados del mundo afínas Dei qui tolis pecata mundi— . Este cordero, según concreta Jeremías, es Is­ rael, que los leones han despedazado; Israel, o sea la es­ tirpe hebrea, cuyas carnes han devorado primero los re­ 42 Alvaro armando v asseu r yes de Asiría; Israel, a quien luego los reyes de Babi­ lonia quebrantaron los huesos. Dos siglos después, el poeta Jeremías, el romancista trágico del Apocalipsis, aplicará a Jesús el símbolo racial del cordero sacrificado (5, 6; 8, 12; 6, 16; etc.). Lo propio hará el autor del cuarto Evan­ gelio (1, 36). Análogamente, el cronista de los Hechos Apostólicos (8, 31, 29) refiere a Jesús los versículos con que Isaías simboliza al pueblo mártir (3, 7, 8): “Como oveja a la muerte fue llevado, como cordero mudo; así no abrió su boca.” El eunuco pregunta al apóstol cristiano Feli­ pe: “¿De quién dice eso el Profeta? ¿De sí o de otros?” Entonces Felipe le explica el Evangelio del nuevo Salva­ dor, y le dice: “Si crees que Jesús es el Hijo de Dios, te podré bautizar.” El eunuco cree, y dice: “Creo que Je­ sús es el Hijo de Dios." Entonces Felipe le bautiza en nombre de Jesús (Hechos, 8, 34, 38). He aquí el ejemplo más incontestable de la forma en que los propagandistas de las primeras generaciones utili­ zan las escrituras proféticas para propagar el mito del san­ to de Dios convertido en Cristo expiatorio. Pues los secta­ rios galileos, cuando aluden a la relación entre Jesús y Jahwé, no dicen aún Bar-Elaha, Hijo de Dios, sino ebed- Jahwé, siervo de Dios. La voz ebed se aplica a David (salmo 17) cuando se describen los dolores del servidor de Jahwé (Isaías, 53), descripción que tanto ha influido en la construcción de los episodios de la Pasión. Servidor de Jahwé (Hechos, 31, 13, 26; Didaché, 9, 2, 3). Las representaciones litúrgicas más antiguas de Jesús lo figuran como un pastor que conduce un cordero, aná­ logo al Mercurio helénico que lleva su carnero a Orfeo T.A LEYENDA EVANGÉLICA 43 cuando éste se encamina a los infiernos en busca de Eu- ridice (Holtzman L. N. T., 2-1911). Otras veces es figurado como un cordero acostado al pie de una cruz o junto a un vaso en el cual cae su san­ gre. Estos símbolos susbsistcn basta el año 680, durante el pontificiado de Agatón. El VI Sínodo de Constantino- pla dispone que el cordero sea substituido por un hombre clavado en la cruz. El I’npn Adriano I confirma dicha im­ portantísima reforma. La imagen patética del cordero pasa así del simbolis­ mo racial de los profetas al simbolismo crucial de los evan­ gelistas. Se convierte en el emblema del ‘‘Ecce Homo”, cuyo sacrificio entraña el misterio de "la redención de mu­ chos”, Marcos y Mateo; de la "redención de todos”, según el Pablo de las Epístolas y el cuarto Evangelis­ ta. De esta suerte el “rabbi” rusticano va metamorfoseán- dose en la víctima expiatoria de su raza, luego del mundo, en el Jesús Cristo de la leyenda. “La doctrina del reino de Dios prosigue Renán-—, co­ mo tantos otros conceptos mesiánicos, procede del Libro de Daniel. En sus últimos años Jesús creyó que el reino de los Santos iba a realizarse materialmente mediante una brusca renovación del mundo” (pág. 80). El Libro de Daniel desarrolla el tema del reino de los Santos, ensueño más bien teocrático que popular. El pro­ feta Juan Bautista es uno de los intérpretes históricos de este idealismo social, que espera y anuncia el inminente reinado de los puros, la Jerusalén celeste que un siglo más tarde el poeta del Apocalipsis aún aguarda ver descen­ der de los cielos (Apoc. 21, 2). “La idea de un culto basado en la pureza de corazón, 44 Alvaro armando v asseu r (■n la fraternidad humana, ideas que Jesús trajo al mun­ do repite Renán— , eran tan nuevas, de tal suerte ele­ vadas, que aún en nuestros días sólo algunas almas son capaces de comprenderlas... Un culto puro, sin sacerdotes, sin ritos exteriores, consistente en la imitación de Dios, esto es, en la comunión directa con el Padre” (Vida de Je­ sús, págs. 83, 85). Estas aspiraciones místicas son muy anteriores a la lite­ ratura evangélica. El culto íntimo, la identificación con lo Absoluto, es el culto de todos los grandes temperamentos religiosos. Es el culto de los solitarios, que no han menester de intermediarios para hallarse en contacto directo con la Potencia Infinita. Precisamente lo que caracteriza al místico es su anhelo a identificarse con lo inefable, a enri­ quecer su subconsciencia con los mensajes que supone pro­ vienen de una energía divina. Se manifiesta en seres sus­ ceptibles de sutiles autosugestiones. La mayoría de los ascetas han sido grandes simplificadores vitales, grandes artistas de la vida interior. Desprendiéndose de los vínculos familiares, sociales, ri­ tuales, en tanto unos se aislan cada vez más, otros, des­ pués de un noviciado ascético, tienden a la conquista éti­ ca de su ambiente. Sus intuiciones, en un sentido origina­ les, en otro forman parte del sistema religioso de su raza. En unos la Potencia Divina se manifiesta como poder de edificación y de sugestión apostólicas. En la mente mís­ tica viven las ideas y las imágenes religiosas tradicionales. El místico ya sufre inhibiciones motrices, ya le asaltan ímpetus entusiastas; pasividades y actividades extraordi­ narias que a él le parecen provenir de la Fuente Eterna. Así, se creen “transportados al cielo”, como Pablo de l ar- LA LEYENDA EVANGÉLICA 45 so, o “hacen de su alma un cielo”, como Teresa de Avila. Según observa Schopenhauer, la intuición mística oscila de la embriaguez de sentirse el centro de las cosas, propia dlel misticismo occidental, a la negación ascética de querer vivir, como suele manifestarse en la mística oriental. En los grandes emotivos alternan crisis antitéticas de abati­ miento y de exaltación, de beatitud y de tedio, o de deses­ peración. Este desequilibrio va aparejado a todos los des­ arrollos sensitivos excepcionales, l odo misticismo religioso tiende a la transformación en la personalidad: ayunos, soledades, encierros, oraciones, actitudes hieráticas, silen­ cios, purificaciones, ensimismamientos en torno a una imagen o a una idea, éxtasis; truecan al iniciado en re- natus o renacido. Para la mayoría estas pruebas no pa­ san de actos mecánicos, de maniobras disciplinarias. Para algunos escogidos se convierten en elementos renovadores, en factores de espiritualización. Los místicos orientales son nirvanistas, tienden a la su­ presión de las apariencias sensoriales o a la extinción de la conciencia individual. Los místicos judcocristianos, como los grecorromanos, son vitalistas, realistas. El místico cris­ tiano concentra su mente en la imagen del crucifijo o de María, como los discípulos de Juan Bautista la concen­ traban en la imagen de Jahwé y del Salvador justiciero que debía venir; como los místicos de la edad apostólica, se absorbían en la idea del Pater Noster y en la imageij cada vez más idealizada del Hijo crucificado por ios dos de los hombres. / ■ §' Lo que caracteriza a un Juan Bautista, a un Sstfeban, a un Pablo, a un Orígenes, a un Agustín, a uní lerépi* mo, a un Tertuliano, es la energía realizadora, Vrjgeúio creador que sobreponiéndose a los achaques inhere^t^ ál 46 ALVARO ARMANDO VASSEUR temperamento místico, subyuga los corazones, sugestiona las almas, imprimiendo su sello personal a la secta, al am­ biente, a su época. For lo general el hombre suele ser doble; coexisten en él un ser individual y un ser social. La lucha de estos se­ res interiores en la tragedia die cada místico genial, espe­ cialmente en aquellos a quienes una severa autoeducación no Ies ha permitido unificarlos en una síntesis psicológica y moral permanente. En los ascéticos vence la personali­ dad solitaria; en los variables, indecisos, complejos, ven­ ce el ser sociable. En tanto los profesionales del culto religioso hacen gala de devoción mímica o discursiva, los meditativos, los con­ centrados, creen alcanzan en sus éxtasis, como los creado­ res en sus momentos geniales, la esencia de lo inefable, sentir el influjo bienhechor de la divinidad. Cada místico, por descollante que parezca, hereda los sentimientos religiosos, ios ideales raciales, como hereda los sistemas fisiológicos, óseo, nervioso y celular; como here­ da los moldes de sentir, de pensar y de hablar. La raza y el ambiente histórico da los moldes mentales y sensitivos, como el ambiente físico y la especie zoológica dan la forma orgánica. l odo renacimiento moral o cultural es la consecuencia de una iniciación. Iniciarse es purificarse, es penetrar en un reino de nuevas posibilidades espirituales. Se basa en la creencia de que mediante purificaciones rituales se ob­ tendrá lo que se anhela: inspiración profètica, don de idio­ mas, cura de enfermedades, raptos extáticos, pacificación interior. El misticismo hebreo, lo propio que el misticismo cris­ tiano, no exagera el período de concentración anímica, no Í.A LEYENDA EVANGÉLICA 4? llega a la supresión de la consciencia individlual, como acaece con los yoguis vedhantinos o con los sufis árabes, a quienes inspiran doctrinas que proclaman la vanidad de las apariencias. En los grandes místicos hebreos el ideal religioso en­ cubre siempre aspiraciones de justicia social, profundos anhelos de emancipación política, explicables en una raza infortunada que sale de la servidumbre egipcia para caer poco después en la esclavitud babilónica, que pasa del dominio sirio a mera colonia romana. Análogamente la “buena nueva” del reino de Dios se explica dada la im­ posibilidad de predicar el Evangelio del reino temporal. Por lo general las disciplinas austeras, las mortificaciones corporales, suelen sustituir en épocas primitivas y en am­ bientes sectarios toda elevada espiritualidad, que como tal es privilegio de pocos escogidos. Si el profeta Juan Bau­ tista aconseja tan rudamente hacer penitencia y exige el baño como emblema de la purificación moral, del hombre nuevo, que debe surgir del agua, es porque considera que las multitudes no son susceptibles de una iniciación más refinada. El bautismo pluvial que administra es el vínculo de la nueva religión. Si a pesar de ser gobernados por jueces sacerdotales los hebreos de su época, suscitan la cólera apocalíptica del Bautista, hemos de ver en ello el contraste entre la influen­ cia desmoralizadora del helenismo romano, la simulación general de los deberes de solidaridad racial y el rígido ideal ascético y comunista del Profeta. Este enseña a sus discípulos galileos a amar al prójimo con independencia del rango, del saber, de la riqueza; hace de la frugalidad silvestre un estado de alma superior a todos los valores sociales. 48 ALVARO ARMANDO VASSEUR Sin duda el sumo heroísmo es el heroísmo moral prác­ tico, el culto de la pobreza virilmente afrontada, que, cons­ ciente de su alteza moral, enrostra a los déspotas sus desenfrenos, al sacerdocio sus ritos suntuarios, a los pu­ dientes su egoísmo tradicional. Pero este heroísmo que hace del dolor y de las privaciones elementos de autorreden- ción, característicos de los Profetas mayores, estimula el desarrollo de las energías espirituales adormecidas en la molicie, hace sentir la vanidad de todo utilitarismo, no es exclusivamente hebreo ni cristiano: es universal. “La grande idea de una religión pura, idea que consti­ tuyó el triunfo de Jesús, no parece haberla poseído Juan Bautista ni siquiera en germen...” “Sustituyendo el rito bautismal a las ceremonias legales de los sacerdotes, Juan Bautista sirvió de poderoso auxi­ liar a la idea de Jesús. Juan solía figurarse al Mesías con una criba en la mano recogiendo el trigo y arrojando la paja a las llamas” (págs. 91, 92). "No obstante su profunda originalidad, Jesús parece haber sido el imita­ dor de Juan Bautista, por lo menos durante algunas se­ manas” (pág. 93). “La idea de Jesús fue la idea más profunda, más re­ volucionaria que ha podido concebir un cerebro humano” (pág. 113). “Su ideal consistía en una revolución social en la que las jerarquías fueran invertidas, quedando hu­ millado todo lo que en este mundo es oficial y poderoso” (pág. 115). “Despreciando el mundo, convencido de que el presente no merece inquietud, se refugió en su ideal. Jamás pensó en sublevarse contra los romanos ni contra los tetrarcas” (pág. 100). “Muchas veces asaltó su mente el problema esencial: LA LEYENDA EVANGÉLICA 49 el reino de Dios se realizaría por la fuerza o la dulzura, la violencia o la resignación” (pág. 110). Renán considera las crónicas evangélicas como escri- tus por un oyente ideal de Jesús; las glosa ingenuamente, como si fueran la versión taquigráfica, fidedigna, de los diálogos y monólogos de una personalidad histórica. Sin embargo, él sabe que cada crónica evangélica atribuye a su héroe literario tendencias ideológicas peculiares a un ambiente sectario determinado; que cada crónica corres­ ponde a un período diferente de la evolución del movi­ miento mesiánico. Sabe que Mateo representa al idea­ rio judeocristiano, antigentil; que Marcos no es antijudai­ co ni antipagano, sino neutral. Lucas es antijudaico en algunos aspectos y singularmente judío en otros. Juan es francamente antijudío, lo propio que lo es el Epistolario de Pablo. Si Renán sabe que cada Crónica refleja criterios doctri­ nales de circunstancia, criterios que evolucionan al par de la ideología de los partidos en que se subdivide el cris­ tianismo primitivo (Strauss, 1, 177, 178), ¿cómo persiste en atribuirlos, por gracia de una síntesis imposible, al hé­ roe crucial? Siendo como son los Evangelios crónicas sucesivas, con frecuencia contradictorias, vana resulta toda tentativa en­ caminada a formar de su combinación una especie de mo­ saico de la persona y de la vida del “rabbi”. La leyen­ da, primero oral, luego manuscrita, transformada en la serie de los arreglos evangélicos, no corresponde a una exis­ tencia genial concreta. Ningún galileo ha vivido la vida que ella relata. Es una imitación de las leyendas de Moi­ sés, de Samuel, de Elias, de Eliseo, de Juan Bautista. 4 fto Alvaro armando v àsseu r IVio Renán se lia propuesto escribir una Vida de Jesús. I 'ara poder escribirla tiene forzosamente que aceptar como auténticos, reales, los esbozos psicológicos que los Evan­ gelios trazan de Juan Bautista y de sus discípulos. Quizá en su interior comparte con Strauss la idea de que los cro­ nistas debieron desfigurar la personalidad del Bautista hasta reducirla al papel de “precursor de Jesús”. La in­ sinúa al admitir que durante algunas semanas éste pudo haber sido discípulo de aquél. Mas ni a Renán ni a Strauss se le s ha ocurrido pensar-—pensarlo durante años— que la tradición evangélica llegó a atribuir a uno de sus discípulos galileos sentencias, parábolas, discursos y episodios de curaciones realizadas por el Maestro jor- dánico. Las consecuencias de este pensamiento decisivo, de esta idea, que hará época, serán mayores que las de todas las obras de los tradicionalistas seudocristianos, de los que continúan creyendo en la historicidad y en la originalidad moral de Jesús. “Bien mirado, el naciente evangelismo, al fomentar el comunismo y la caridad, no hacía sino imitar a los Esse- nios, Terapeutas, Nazarenos y otras congregaciones ju­ daicas más o menos ascéticas. Estas sectas practicaban un comunismo monástico que ni los saduceos ni los fariseos miraban con simpatía. El mesianismo, que entre los judíos de la sociedad civil era un ensueño político, entre los cre­ yentes de estas sectas heterodoxas era un ideal de reno­ vación social” (pág. 127). “En esto Jesús era un verdadero hermano de los Esse- nios, cuya regla se basaba en la comunidad de bienes. La avaricia era considerada un pecado capital. Para ser LA LEYENDA EVANGÉLICA 51 discípulo de Jesús era indispensable abandonar los bienes, repartir su valor entre los pobres” (pág. 127). “La parábola de Lázaro que refiere Lucas (16, 20, 30) llamábase la parábola del hombre rico; porque es más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja que a un rico penetrar en el reino de Dios” (I). Idea real­ mente revolucionaria que espanta a los mismos Apósto­ les (I.ucas, 18, 22, 25, 20). “Así pasamos de la idea del reino de Dios, como una ciu­ dad de santos, a la idea del reino a guisa de paraíso de los pobres” (cap. II). "Este reino será para los niños, las mujeres y los que se les asemejen en candor y liumildad. Será para los desheredados del mundo, las víctimas del rigor social, que rechaza al hombre bueno cuando es hu­ milde; para los cismáticos, publicados, samarilanos y pa­ ganos de Tiro y de Sidón” (pág. 103). “Sólo los pobres— Ebionirrí—serán salvados, Esta doc­ trina no es nueva. Un movimiento democrático apila a la raza judía desde siglos atrás. En cada página del Anti­ guo Testamento resplandece la idea de que Dios es el ven­ gador del pobre, del débil, contra el rico y el poderoso” (pág. 131). “Los Profetas descargan los rayos de su elo­ cuencia sobre los grandes, asociando las palabras “rico”, “impío”, “violento”, “malvado"; vinculando los vocablos “pobre”, “manso”, “humilde”, "piadoso”. “El Libro de Enoch contiene censuras más terribles que las censuras de los Evangelios contra el mundo de los pu­ dientes y de los dominadores. En Enoch el “Hijo del Hombre” destrona a los reyes y los precipita en el infier­ no” (pág. 131). (i) Compárese esta página con las 102, 105, 131, 136 de la Vida de Jesús, de Renán. 52 Alvaro armando v asseu r El nombre de “ebionim”—pobre—llega a ser sinónimo de piadoso, de santo. Así suelen denominarse ios discí­ pulos galileos de Jesús. Así continuarán llamándose ios cristianos judaizantes de la Batanea y del Hauran—na- zaremos— , que permanecieron fieles durante siglos al dia­ lecto y a las Sentencias del Señor. La pobreza continuó siendo el ideal evangélico, la mendicidad un santo oficio (pág. 132). A los judíos ortodoxos que fingían actitudes honora­ bles, Jesús les decía: “Publícanos y rameras os precederán en el reino de Dios. Vino Juan Bautista, publícanos y ra­ meras creyeron en sus palabras, mas vosotros no os movis­ teis a penitencia” (pág. 135). Estas y otras alusiones a la influencia de la prédica del profeta Juan Bautista demuestran la alta consideración que el verdadero Maestro de la buena nueva inspira a los cronistas sinópticos. En Lucas es donde su figura aparece con más claro relieve. Se nos aparece instigado por Jah- wé, es decir, por la Justicia social hecha Dios, pregonan­ do el reparto comunistas de los bienes entre los menes­ terosos, imponiendo a todos el respeto a la verdad, a la probidad, a la verdadera concordia fraternal: “El que tie­ ne dos túnicas dé una al que no tiene; el que posee ali­ mentos haga lo mismo.” A los publícanos que le preguntan: “Maestro, ¿qué haremos?”, les dice: “No exijáis más de lo que os está ordenado.” A los soldados que le interro­ gan: “Y nosotros ¿qué haremos?”, les dice: “No hagáis extorsión a nadie, no calumniéis, contentaos con vuestras pagas.” La energía de su predicación tiene un acento tan mesiá- nico, “que el pueblo piensa si no será el Cristo” (Lucas, 3, 8, 15). LA LEYENDA EVANGÉLICA 53 ‘Durante la última fase de su actividad el pensamiento de Jesús no se muestra enriquecido con ningún elemento nuevo. La idea del reino de Dios parece haberla entendido de diversos modos” (pág. I 77). "En ocasiones parece que­ rer simplemente el reino de los pobres y de los deshereda­ dos. Otras veces es el cumplimiento literal de las visiones apocalípticas do Daniel y de Lnoch. Por último, este rei­ no es el de Im. almas En lal en so, la revolución deseada sería el establecimiento de un nuevo culto más puro que el de Moisés. El primer sentido de una revolución temporal no parece haberle detenido bastante. Jesús no reparó nun­ ca... en el mundo, ni en los ricos, ni en el poder material...” (pág. 177). Téngase presente que Renán personifica en este Jesús miope o sonámbulo la evolución secular de las ideas que determinan la diferenciación creciente de las sectas cris­ tianas primitivas que dieron su carácter a los diversos Evangelios; toma por desarrollo ideológico y sentimental humano de índole excepcional los resúmenes literarios de dos siglos de agitaciones mesiá nicas. Con respecto a las dos o tres concepciones del reino de Dios, Jesús parece haberlas conservado simultáneamente. Si sólo hubiera sido un entusiasta, ilusionado por el apo­ calipsis habría continuado siendo un sectario obscuro, in­ ferior a aquellos cufias ¡ticas imitaba... Si sólo hubiera sido un puritano, no habría obtenido ningún éxito” (pág. 177). “Sus dos concepciones del reino de Dios están basadas una sobre otra. Este apoyo recíproco fue la causa de su in­ comparable resultado. Los primeros cristianos son visio­ narios, héroes de la guerra social que produjo la liberación de la consciencia, el culto puro, que a la larga acabará por realizarse” (pág. 178). 54 Alvaro armando vasseu r Renán no ignora que las degeneraciones politeístas sur­ gidas del judaismo tienen cultos tan idolátricos— como el culto al Corazón de Jesús, al Niño Jesús, a la Virgen Madre, a San José; los cultos a los santos y santas nacio­ nales, provinciales— como los antiguos ritos en honor de Adonis, de Mithra, de Osiris, de la Diosa Madre, de Si­ ria, o el de Jahwé. Los “sacramentos” de la liturgia ca­ tólica, que se apoderan del ser humano desde que nace hasta que muere, son tan vanos como los del viejo judais­ mo. Todas estas teatralogías sacerdotales son la negación del culto puro, de la religión del espíritu, del “amor in- telectualis Dei”. Los dogmas y los sacramentos católicos romanos han dado moiivo para que filósofos como H. Coen declaren en el último Congreso universal de las religiones que el cris­ tianismo no puede considerarse un progreso sohre el ju­ daismo. La superioridad de la religión hebrea residiría en al consciencia que posee de que lo verdaderamente re­ ligioso en la esencia de Dios, es su moralidad. Las dos cualidades del Dios de los judíos son: el amor y la jus­ ticia. Su incompatibilidad cualitativa con los seres huma­ nos efímeros no admite mediadores entre su Dios y los hombres. No reconoce hombres-dioses. Bástale la austera simplicidad de los profetas del V Pacto, cuya única ido­ latría es la fe en Jahwé, personificación trascendente de la justicia racial. “Jesús concibió la verdadera ciudad de Dios, el sermón del Monte, la apoteosis del débil, la rehabilitación de todo lo que es humilde, inocente. Cada uno de nosotros le debe lo mejor de sí... Preciso es atribuir diversos sentidos a la divina ciudad concebida por Jesús. Su enseñanza tuvo LA LEYENDA EVANGÉLICA 55 miras más elevadas que prepararse y preparar para el próximo fin del mundo, como Juan Bautista. El se propu­ so crear un nuevo estado de la humanidad. Si, Elias o Jeremías hubieran vuelto, no habrían predicado según él predicó. Esa moral del fin del inundo lia resultado ser la moral eterna, la que ha salvado a. los hombres... En mu-' chas ocasiones emplea modos de hablar que no encajan en la teoría apocalíptica. Con frecuencia declara que el reino de Dios lia comen/ado; que lodo hombre le lleva en sí mismo, y puede, si es digno, disfrutar de dicho reino; que cada uno crea el reino mediante la purificación" (pá­ gina 183). “El reino de Dios es un orden de cosas mejor que el que existe, es el reino de la Justicia, que el creyente debe contribuir a fundar; es la libertad del alma, ele.” (pági­ na 183). “A l aceptar las utopías de su época y de su ia/a, Jesús supo hacer de ellas grandes verdades... Este fantástico rei­ no del cielo ha sido el principio del gran instinto del por­ venir que ha animado a lodos los reformadores" (pági­ na 184). “Todas las revoluciones sociales arrancan de di­ cho principio; pero infectadas de tosco materialismo, as­ piran a lo imposible: a fundar la dicha universal sobre medidas económicas i/ políticas!... Las tentativas socia­ listas modernas permanecerán infecundas hasta que tomen por norma el verdadero espíritu de Jesús, el idealismo abso­ luto, sistema que consiste en renunciar a la tierra para po­ seerla mejor” (pág. 185). Esta laxa palinodia de Renán, añadida a destiempo para tranquilizar a las grandes clases fariseas contemporá­ neas y a los saduceos que pontifican en las basílicas... bancadas, a quienes podría alarmar la posible resurrec­ 56 Alvaro armando v asseu r ción universal del “ebionismo”, asombra pueda haberla escrito el maestro que ha sabido evocar con tanto verismo la miseria de los desheredados (1) de Palestina, según nos la revelan Lucas, 17, 22, 28; Mateo, 19, 23, 25; Pedro en Los Hechos Apostólicos, 4, 34, 37, 5, 2, 10, y Santiago, 5. Asombra tal incongruencia en el historiógrafo que ha sabido narrar las gestas de los prohombres de la estirpe hebrea, comprender sus ensueños de redención, reconocien­ do que el ideal mesiánieo “consistía en una revolución so­ cial en la que las jerarquías fueran invertidas para humi­ llación de todo el mundo oficial” (pág. 105). Acaso hubiera sido una singular falta de tacto en un miembro del Instituto de Francia, en un oficial de la Le­ gión, compartir el cándido realismo revolucionario de los “ebionim” y de los primeros comunistas cristianos. 1 .u pa­ linodia habría sido intercalada para atenuar la alarmante conformidad. Sea cual fuere su origen psicológico, es un ejemplo de cómo puede desvirtuarse el carácter de una obra cuando “intereses superiores” de clase, de encumbra­ miento jerárquico, de “respetabilidad” intelectual, fuer­ zan a un escritor a contradecirse o a desdecirse. Cuando escribe el exégeta hebraizante, el ideal evangé­ lico y sus portavoces apostólicos son entrevistos como resul­ tantes de la cultura de la época, de la evolución religiosa en Palestina. Cuando se impone el viejo creyente bretón, las múltiples influencias morales y mesiánicas del esce­ nario racial desaparecen y el paladín evangélico, poco diferente del Cristo tradicional, se alza solitario, inacce-

(x) G. Ferrerò : Grandeza y decadencia de Roma, 1905. L,A LEYENDA EVANGÉLICA 57 sible al análisis, en su doble carácter: de genio místico y de mártir expiatorio. Hemos visto que la tesis de Renán es que Jesús es el fundador del culto puro. Este idealismo trascendente apa­ rece en el sermón del Monte, según Mateo (6, 6, 9); po­ dría ser un desarrollo de las primitivas Sentencias del Se­ ñor, de que habla Papias: “Mas tú, cuando quieras orar, entra en tu cámara y, cerrada la puerta, ora a tu Padre en secreto; y tu Padre, que ve en secreto, te recompensará en público.” “Y al orar no seas prolijo como los paganos... Vosotros oraréis así: Padre Nuestro que estás en los C ielos, santi­ ficado sea tu nombre, etc.” En vez de basarse en este paso de Maleo, Renán se apoya en los versículos (6, 20, 24) del cuarto Evangelio, a pesar de tener la sensación de que el versículo 22 ha sido agregado, y todo el episodio que pasa por apócri­ fo, como el Evangelio que relata no le merece entera fe (véase su propia nota cap. 14, 39). Para hacerse perdonar la negación de la divinidad teo­ lógica de Jesús, Renán siente la necesidad de otorgarle la divinidad moral. La aceptación del diálogo apócrifo de Jesús con la Samarilana es lanío más forzada cuanto que el mismo Renán en la página 163 reconoce que el cuarto Evangelio “no puede aceptarse como eco verídico del pensamiento de Jesús”. Sus delicadas evocaciones del ambiente natural e his­ tórico de Palestina contrastan con la serie de afirmaciones apresuradas, inexactas y con frecuencia antitéticas, que disminuyen y en gran parte anulan el valor exegético de su obra. El estudioso observa que al dejarse Renán guiar 58 ALVARO ARMANDO VASSEUR por la memoria afectiva, al admitir la mayoría de los epi­ sodios evangélicos, no obstante reconocer que son legenda­ rios, la tarea de decoración apologética resulta de una ro­ mancesca facilidad. Más arduo es afrontar la corriente sentimental y memorista, renunciar al fácil éxito literario y a las piadosas o malignas simulaciones. En un rapto de entusiasmo, luego de referir las palabras que el cuarto Evangelio pone en boca de Jesús: “Mujer, créeme; ya llega el tiempo en que ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre; ya llega el tiempo en que los verda­ deros adoradores le adorarán en espíritu y en verdad”, exclama Renán: “El día que pronunció esta frase (Re­ nán sabe que la frase pertenece al anónimo autor del cuar­ to Evangelio) fué verdaderamente Hijo de Dios; dijo por primera vez la palabra sobre la cual descansará el edifi­ cio de la religión eterna. Con ella fundó el culto puro, sin edad, sin patria, el culto que practicarán las almas ele­ vadas hasta el fin de los siglos” (pág. 159). Las almas elevadas, como ciertas plantas en las pro­ fundidades marinas, no han menester que los botánicos les enseñen a prolongar sus tallos hacia la superficie ba­ ñada por el sol. Hay en ellas un ímpetu ascensional que las eleva espontáneamente en procura del sol bonus, de^ sol verus... Cuanto al culto puro, ¿dónde le ha visto aparecer? ¿Qué tienen de común con él las escenas que se represen­ tan en los templos, mezquitas, pagodas y basílicas? El Oriente como en Occidente el culto puro es más raro qut el estilo puro en arquitectura y en literatura. En los millares de casas de Oraciones de la Cristiandad las anejas deidades nacionales, los dioses tutelares regio­ I A LEYENDA EVANGÉLICA 59 nales han sido substituidos por las imágenes de la mitolo­ gía católica romana. En la misma Palestina, el culto a Jahwé, al Pater Noster racial, ha sido reemplazado por el culto a Jesús crucificado, con ritos análogos a los de las viejas supersticiones politeístas. Todo culto es impuro, desde que se materializa en imágenes, en ceremonias rituales, en irremediable automa­ tismo mímico y verbal. “En tanto los hombres no tienen que servirse de Dios, se preocupan poco de saber quién es y si existe. El idó­ latra común tampoco lo conoce, ni lo comprende. Unas veces lo emplea como proveedor de alimentos, o a modo de ayuda moral; otras veces lo trata como a un amigo o un objeto amado. Si se muestra útil, la consciencia sec­ taria continúa aprovechando su protección. ("Existe real­ mente un Dios? ¿Cómo es que existe? ¿Qué es Dios? Estas cuestiones carecen de importancia I I fin de toda religión no es Dios, sino la vida; una vida más grande, más rica, con mayores satisfacciones. En todos los ni­ veles de desarrollo social el amor a la vida es el secreto motor del impulso religioso.” (Eeubn: Psicología de los sentimientos religiosos, pág. 249.) "Todas las concepciones religiosas son antropocéntri- cas. Por medio del instinto de defensa religioso, el hombre trata de realizar sus fines vitales, esenciales, contra las potencias adversas del mundo.” (Benders: La esencia de las religiones, pág. 38.) “Cuando Jesús vuelve de Jerusalcn a Galilea no con­ serva un átomo de fe judaica... Los inocentes aforismos de sus comienzos, tomados de los rabinos anteriores a él, se han convertido en una acción política decisiva. La ley 60 ALVARO ARMANDO VASSEUR quedará abolida. El la abolirá.” (Renán devuelve la vista a su Jesús y le convierte en un político revolucionario.) “El es el Mesías. Jesús sabe que será víctima de su audacia; pero el Reino de Dios no puede ser conquistado sin violencia” (pág. 160). “Si se deja llamar “Hijo de David”, si se presta a la pantomima de ciertos “mila­ gros”, como, por ejemplo, a la de la fingida resurreción de Lázaro, es para amoldarse a los prejuicios más en boga, no porque comparta dichas ideas” (pág. 161). “Aunque nada conoce fuera del judaismo, debe su­ ponerse que las máximas de Hillel, tan semejantes a las suyas, no le fueron desconocidas (en otra página Renán afirma que Jesús no es nada judío). Si pudiera hablarse de maestros, cuando se trata de una originalidad tan ele­ vada, podría decirse que Hillel, por su oposición a los hipócritas y a los sacerdotes, su pobreza humildemente soportada y la mansedumbre de su carácter, fue el ver­ dadero maestro de Jesús” (pág. 57). Lo fue de los cronistas sinópticos, que decoraron la íeyenda de Jesús con las prendas morales y el tesoro afo­ rístico de aquél, lo propio que con las máximas, parábolas y discursos del maestro Juan Bautista. Si bien Renán admite que el primer cronista evangé­ lico conoce los libros de Daniel, de Enoch, se pregunta: “¿Conoció Jesús a Daniel, a Enoch? Sin duda, leyó los apócrifos apocalípticos. Uno de éstos le llamó la aten­ ción sobre todos: el libro de Daniel. Acaso también co­ noció los libros de Enoch” (pág. 58). Es como si se preguntara: ¿conoció Lohengrin al autor del Romance de Parsifal? ¿Conoció Don Quijote al autor del libro de Amadis de Caula? Quienes conocieron y se inspiraron en los libros apo I.A LEYENDA EVANGÉLICA 61 calípticos fueron los Cervantes sinópticos, como el cuarto Evangelista conoció y se inspiró en las teorías de la filo­ sofía judeoalejandrina de mediados del II siglo de nues­ tra Era, para transformar al tipo de “rabbi” galileo en el Logos o Verbo Encarnado y hacerle hablar de sí con el énfasis con que se vanagloria la Sabiduría en los pro­ verbios de Sirach. “Jesús creía en la resurrección de los muertos, mito nue­ vo en Israel, difundido entre los fariseos. Hizo- de estas ideas las bases de su apostolado. Solía repetir: El mundo está para terminar. La generación presente no pasará sin que estas cosas se realicen” (pág. 180). “El mundo no ha terminado según anunciara Jesús. Pero se ha remozado, y remozado del modo que él deseaba” (pág. 182). ¡El mundo remozado según el ideal evangélico! ¡In­ dudablemente, si admitimos que los evangelistas anhela­ ban la destrucción de su patria, la dispersión de su raza, la execración de la Ley de Moisés; si admitimos que su secreto deseo era la substitución del culto a Jahwé por las diversas idolatrías de la pseudocristiandad católica: al Niño Jesús, al Corazón de Jesús, a Cristo crucificado, a María Dolorosa, a los Santos y Santas de provincia! ¡El mundo renovado' según el Quijote evangélico de­ seaba! Bástenos evocar la historia del martirologio he­ breo desde la segunda destrucción del Templo de Jerusalén hasta nuestros días. La decadencia de las Cruzadas. Las “conversiones” a hierro y fuego de las naciones protes­ tantes. Las hecatombes de indios, el gran comercio secu­ lar de esclavos, autorizado por los Príncipes eclesiásticos. (Hasta Lutero sostiene que la libertad cristiana que “eman­ cipa” las almas no excluye la esclavitud corporal; y Me- •2 Alvaro armando v asseur lanchton considera que la pobreza evangélica es espiri­ tual, compatible con la posesión de riquezas.) No han existido monstruos coronados más nefastos para sus razas y el género humano que los que atribuyeron las Sentencias dél Señor a un galileo crucificado; que los que transformaron a éste en el Mesías esperado, haciendo del culto a la Cruz y al Crucificado la nueva idolatría; y los que de dogma en dogma fueron organizando la es­ colástica del Santo Oficio milenario, que es aún la Iglesia Católica Romana. No ha existido un símbolo religioso, una bandera ra­ cial que haya hecho derramar más sangre, que haya sus­ citado mayores guerras que la Cruz. Hay que tener muy poco respeto por la Historia para afirmar que el mundo se ha renovado según el plan evangélico. Desde Cons­ tantino, príncipe pagano que auspicia Concilios cristianos, las mitologías paganas pasan al culto cristiano. El poli­ teísmo gentil se va convirtiendo en politeísmo católico romano. La paganización del cristianismo es tal, que mo­ difica la leyenda del galileo según el modelo de los dio­ ses redentores orientales (1). No puede haberse producido una antítesis mayor que la que expresan las bienaventuranzas del sermón del Mon­ te y la realidad íntima de cada alma, la realidad mundial. “¡Cómo habría cambiado el mundo si en vez de des­ vincularse de la triple fuerza resultantes de la unidad éti­ ca, religiosa y jurídica que caracteriza el mosaísmo, si en vez de apartarse de la ley del Sinaí, para seguir a los sectarios galileos, reconstruyendo una mitología con los restos de otras más antiguas, el Cristianismo hubiera com-

(i) Gregorivius: La Roma medioeval, I, 264. LA LEYENDA EVANGÉLICA 63 prendido mejor los mandamientos del Decálogo, en vez de soñar en fundar una Iglesia rival! ¡Ah! ¡Si en vez de apartarse de Israel, los Apóstoles hubieran laborado, de acuerdo con las doctrinas proféticas, en la constitución de la gran familia humana, de la que los diferentes pueblos son miembros igualmente amados del Padre celestial! ¡Cuánta sangre vertida en vano, cuántas tragedias, cuán­ tas guerras borradas del libro de la Historia! Con razón, el judaismo rechaza los cultos impuros que han preten­ dido substituirle. No. No. No sois el mesianismo que pre­ dico y espero. Vosotros no realizáis el ideal de mis pro­ fetas” (Ebommazog: La fuente hebrea, pág. 333). Así se expresa uno de los jefes de sionismo moderno. Si Renán atribuye a Jesús los esplendores evangélicos, es lógico que también le achaque las supersticiones de aquella época; su héroe cree, pues, en legiones de ángeles prontos a socorrerle (Mateo, 36, 53) ; en demonios ten­ tadores— los siete demonios que expulsa del cuerpo de Magdalena—(Marcos, 15, 9). Supone que las afecciones nerviosas son producidas por demonios; cree en la omni- potencial medicinal de la fe, en la panacea de los ayu­ nos y de las oraciones (Mateo, 17, 15, 21); desdeña los vínculos consanguíneos (Marcos, 3; 33, 35) ; no admite más parentesco que el de la hermandad sectaria. Renán supone que Jesús, aleccionado por el fracaso de las insurrecciones irredentistas, se apartó de toda política facciosa. Considera que esta tendencia exclusivamente re­ ligiosa se halla expresada en la máxima: “Dad al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios.” En las crónicas sinópticas subsisten aún huellas de dos criterios o tradiciones discordantes. La más primitiva pa­ 64 ALVARO ARMANDO VASSEUR rece haber sido contraria al pago de impuestos. “Y como llegaron a Cafarnaum, vinieron a Pedro los que cobraban las dos dracmas, y dijeron: “¿Vuestro maestro no abona el impuesto?” El dijo: “Sí”. Y entrando en la casa, Je­ sús Ies habló: “¿Qué te parece, Simón? Los reyes de la tierra ¿de quién cobran los tributos? ¿De sus hijos o de los extraños?” Pedro responde: ‘¡De los extraños.” Jesús le dice: “Entonces los hijos están exentos.” Mas para que no se escandalicen, ve al mar, toma el anzuelo y al pri­ mer pez que viniere ábrele la boca y hallarás un esta- tero; tómalo y paga por mí y por ti” (Mateo, 17, 23, 27). A l principio Jesús no paga; luego, para no escanda­ lizar a los publícanos, consiente en abonar el tributo. Otro rastro antitributario, más significativo aún, lo ha­ llamos en Lucas: “Y comenzaron a acusarle diciendo: “A éste hemos hallado que pervierte la nación; prohíbe dar tributo al César, declarando que él es el Peí/, el Cristo” (Lucas, 23, 2). En Los Hechos subsisten rastros análogos: “Llegados a Tesalónica, Pablo disputaba con los judíos en la Sina­ goga, afirmando que el Jesús que él predicaba era el Cristo. Y como algunos griegos creían, los judíos, que eran incrédulos, alborotaban la ciudad, diciendo a los gobernadores: “Estos que alborotan el mundo también han venido acá. Todos éstos se rebelan contra los decretos de César, declarando que hay otro Rey que ellos llcknan Jesús ’ (17, 16, 7). Estos rastros muestran cómo se mezclan con la propa ganda del nuevo ideal cristiano intereses e ideas del mar de fondo irredentista judío. El cronista de los Hechos Apostólicos supone errónea mente que la insurrección de Theudas es anterior a la LA LEYENDA EVANGÉLICA 65 sublevación de Judas de Gamala, acaecida casi medio siglo antes que aquélla. Dicho error prueba que escribe a no poca distancia cronológica de ambos sucesos. Quizá escribe en la época de la rebelión armada de Bar khoba, bajo el emperador Adriano. Estos irreden- tislns mesiánicos sublevan a ios pueblos judíos, oponién­ dose ul empadronamiento y a las exacciones fiscales. Se trata de movimientos nacionalistas de tendencia antitri- butaria, que acaso remontan al galileo Jesús-ben-Pandi- ra, de quien habla el Talmud, insurreccionado, prendido y crucificado en 1 .iddu la víspera de Pascua, bajo el rei­ nado de Alejandro Janneo. ¿Comparte Juan Bautista estos entusiasmos nacionalis­ tas? Su prisión y su degüello en la prisión de M acedo no parecen debidos a sus opiniones religiosas. I ,os cronistas evangélicos los atribuyen al hecho de haber el Profeta censurado públicamente la unión de I lerodes con Hcro- días, mujer de su hermano Felipe (Mateo, 13, 3, 13). El historiador Josefo menciona asambleas tumultuosas pro­ vocadas por las prédicas del Profeta. I lerodes lo habría hecho ejecutar, temerosos de que promoviera posibles re­ vueltas. La lapidación de Esteban parece motivada por haber osado declarar ante los Ancianos del I emplo de Jeru- salén que éstos habían hecho morir al Justo, a Jesús, a quien él ya ve en los cielos, a la diestra del Padre (He­ chos, 7, 52, 59). Este Jesús que adora Esteban sea Jesús-ben-Pandira, o el Dios Joschua de que habla Kobcrtson, o un pseudó­ nimo de Juan Bautista, o un discípulo de éste—engran­ decido súbitamente por su martirio— , parece ya hallarse en una lejanía secular. Esteban, en su discurso a los An- 5 66 ALVARO ARMANDO VASSEUR cíanos, no refiere ningún rasgo concreto acerca de la exis­ tencia ni del suplicio de Jesús. Tantas fatídicas experiencias influyen poderosamente en la psicología dle la secta galilea. Deben inclinarla, cada vez más, a ir desvirtuando el carácter irredentista de su propaganda; sugerir a sus dirigentes una concepción más mística. Paralelamente, la influencia de estricta religio­ sidad de los Essenios, Terapeutas, Nazarenos, etc. con­ tribuye a formar el núcleo pacifista de la leyenda. Con máximas, acciones y parábolas que destacan los aspectos esenciales de mansedumbre, de humilde resignación, de beata fraternidad. Tergiversando, anulando las escenas cívicas, las reflexiones viriles, que en un principio pudie­ ron atribuirse al “Justo” crucificado. Ignórase todavía los lustros que flotó la Leyenda, en forma de tradición oral, hasta que los escribas cristianos la adptaron a las necesidades y a los ideales de su secta. Interin no debieron faltar elementos vivaces, vitalmente interesados en desviar las tendencias irredentistas y co­ munistas del mesianismo. Surgió la idea de envolverla en las mallas de una “buena nueva” genuina, mental, mo­ ral, con sus promesas de celeste bienaventuranza, según el programa del Sermón de Monte, que constituye “la quintaesencia evangélica”. Por agregados sucesivos se van sustituyendo las figuras de los galileos rebeldes, de los Profetas judíos, adversas a la política de sumisión al Imperio Romano, con la imagen de un soñador nazareno que acaba su misión encaminándose espontáneamente a Jerusalén “a sufrir bajo los Ancianos”, para que así se cumplan en su persona las profecías de las Escrituras. La Leyenda se desenvuelve en tradiciones orales duran te más de medio siglo, f’ 'a cronología de Marcos y de JA LEYENDA EVANGÉLICA 67 Mateo se aproxima a la realidad de alguna ejecución sec­ taria, y durante siglo y medio si los detalles de la captura y de la crucifixión se remontan a la muerte de Jesús-ben- Pandira. Sea como fuere, la leyenda, a pesar de las enmiendas y readaptaciones seculares, conserva rastros de su origen mi­ litante nacionalista: El héroe místico se deja aclamar como "hijo del rey David”; es consagrado “Mesías” por otro profeta; expulsa del Templo a los cambistas y chalanes; viola el descunso ritual del sábado; come sin lavarse las manos, esto es, sin purificarse, en compañía de pecadores y puritanos; anuncia que el I emplo será destruido y cuan­ do sospecha que le van a prender se pt epata pura una resistencia armada: “Ahora, el que tiene bolsa y alforja tómelas, y el que no las tiene venda su capa q compre una espada.” Porque es necesario que se cumpla en mí aque­ llo que fue escrito: “Y con los malvados fue hallado.” (Confiero que andaba con malvados, es decir, con rebel­ des.) Entonces ellos dijeron: “He aquí dos espadas." “Y él Ies dijo: “Bastan.” Lucas, 22, 36, 3H. La anécdota que remata el dicho: Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios, a semejanza de otros mandamientos contemporizadores, propios de una psicología de súbditos del Imperio, no debe ser de origen galileo ni provenir de ninguno de los libertadores mesiá- nicos. Si es de Palestina, pudo provenir del ambiente sacer­ dotal de los saduceos, de las comunidades monásticas, au­ tónomas, que deseaban vegetar en paz, rindiendo el tribu­ to al Templo y al Imperio. Acaso es una de las tantas fór­ mulas de la política internacional de los judíos de la Días- pora— Dispersión— , quienes viviendo en tierras extranjeras 08 ALVARO ARMANDO VASSEUR debían necesariamente reconocer la autoridad y pagar el tributo al César. Sea cual fuere su origen, fue incorporada a la Crónica evangélica para desvirtuar mediante un man­ damiento atribuido al Maestro, el fanatismo mesianista, obstinado en no dejarse censar ni pagar el impuesto. La inclusión de esta y otras sentencias contrarias al es­ píritu mesiánico nacionalista van desfigurando el carácter de los protagonistas, trocándolos de exaltadores en aman­ sadores, de insurrectos en “manos santas”, apostólicos. La falta de documentos históricos hace que la posteridad to­ lere la Leyenda evangélica como expresión de un nuevo ideal religioso y social. Así el tipo místico del “rabbi”, cal­ cado sobre el modelo de los grandes libertadores hebreos, particularizado en cuatro crónicas similares, va adquirien­ do la consistencia de una personalidad histórica, cu tanto que los héroes judíos: Jesús-ben-Pandira. Judas de Ga­ ñíala, Theudas, Bar-Khobba, etc., vencidos por las tro­ pas de Heredes, de sus descendientes y por las cohortes romanas -como en las grandes insurrecciones palestinia- nas del reinado de Augusto—, desaparecen en la lejanía legendaria. Si Israel y Judá no hubieran pasado del dominio egip­ cio ai persa, de éste al sirio y finalmente al romano; si la dinastía de los Macabeos hubiera podido conservar la independencia nacional, quizá el mito del reino de los san­ tos no hubiera visto la luz. La mísera Palestina no hubie­ ra sido convulsionada por la locura mesiánica. El mundo grecorromano no hubiera visto obscurecerse durante tan­ tos siglos el sol de la raza latina, imagen del sol inteli gible... Dueños de los destinos de su patria, sin legionarios ro manos en la Torre Antonia, frente al I emplo, ni en las LA LEYENDA BIVANGÉLÍCA 69 rulas estratégicas de los confines sirios y fenicios, los Poe­ tas de Israel no habrían soñado “la Jerusalén celeste que descendía del cielo”, ni el Cordero expiatorio, ni la Cruz. (Apocalipsis, 21, 2). Salvo que los ebionitas galiieos detestaran más los ritos sangrientos y pomposos del Templo 3' la soberbia del Clero que la potencia y la “aurea sacra famoe” de los Césares. “I.a Iglesia primitiva, prosigue Renán, no habría orga­ nizado una sociedad duradera, sin la gran variedad de gérmenes que Jesús depositó en su enseñanza” (pág. 196). Renán no llega a percibir que esas grandes variedades germinales provienen de la gran variedad de elementos proféticos, apocalípticos, mesiánieos, apostólicos, que cola­ boran en la formación de las corrientes ideológicas y sen­ timentales que constituyen el evangelismo. “Para desprenderse de aquella ínfima secta de Santos y llegar a abarcar toda la sociedad, necesitará más tic un siglo” (pág. 196). Necesitará cuatro siglos. “Lo propio acontece con el buddhismo, docliina monás­ tica en sus orígenes. Estas vastas fundaciones llenaron el mundo luego de modificarse fundamentalmente, de renun­ ciar a sus excesos. Jesús no pasó tic la etapa ¡nidal. An­ tes de él y en sus días, muchos rabinos habían enseñado doctrinas muy elevadas, casi evangélicas. /'Islas semillas fueron sofocadas en germen... Las máximas de Hillel, que resumían toda la Ley en la justicia; las de Jesús-ben- Sirach, que reducían el callo a la práctica del bien, fueron olvidados...” (pág. 207). Si hubieran sido sofocadas en germen u olvidadas no habrían fructificado en las tradiciones que inspiraron a Mateo y a Marcos. Además de las de los maestros rabí- 70 ALVARO ARMANDO VASSEUR nicos y nazarenos, no pocas sentencias y parábolas atri­ buidas por los Sinópticos a Jesús, pertenecen a la prédica de Juan Bautista. No sería éste el único Maestro despo­ jado de su cosecha y disminuido en su personalidad en provecho de alguno de sus discípulos. El mundo abunda en sustituciones análogas... La tesis apologética de Renán, calcada en la Leyen­ da evangélica según el cuarto Cronista, exige que los “pre­ cursores” yazgan en una penumbra de incultura y de se­ quedad esquemática, para hacer resaltar la originalidad ética y la refinada sencillez sentimental de Jesús. Renán cree saber “que Juan Bautista era profundamente judío, en tanto que Jesús lo era muy poco”. ¿Cómo explicarnos esta disparidad? Sencillamente: el primero es un hombre histórico, cuya personalidad perfila en dos párafos el historiador judío Joscfo. Renán lo ima­ gina al través de esta escueta mención. En vez, el Jesús evangélico, es una figura ideal de leader mesiánico, trans­ figurada por cada uno de sus legendaristas. Especialmen­ te por el cuarto apologista, tan antijudaico. Los que en realidad fundaron el Cristianismo, los que hicieron de la secta galilea una religión adversa del Mosaísmo, fueron principalmente los cronistas de las Epístolas atribuidas a Pablo de Tarso, y los autores del cuarto Evangelio, atri­ buido al Apóstol Juan. Para unos y otros, el mundo paga­ no es la tierra prometida del naciente cristianismo. Fiel a su método de interpretación literal, Renán co­ menta el proceso que determina la Pasión. El diálogo de Jesús con Pilatos— que para la exégesis radical es mera­ mente alegórico, es decir, no es histórico, puesto que el Jesús sinóptico no ha existido— nadie lo ha oído, pero Re­ nán considera que el cuarto evangelista—que escribe a I.A LEYENDA EVANGÉLICA 71 doscientos cincuenta años de distancia de la ejecución de Jcsús-ben-Pandira y a ciento treinta años de una hipoté­ tica crucifixión durante el Gobierno de Pilatos— , parece haberlo adivinado con bastante claridad (pág. 245). Renán admite que diversos episodios del proceso pueden ser inexactos; más no duda de la realidad de la ejecución. En Marcos, la frase incriminada a Jesús no alude a los tres días de la reedificación del Templo: “Y saliendo del Tem­ plo le d¡< e uno de los discípulos: Maestro, mira qué piedras tiene el 1 emplo. Y Jesús responde: ¿Veis este gran Tem­ plo? No quedará de él piedra sobre piedra. Y yendo a sen­ tarse en el Monte de los Olivos a la vista del Templo, Pe­ dro, Jacobo, Juan y Andrés, le preguntaron: Dinos, ¿cuán­ do ocurrirán estas cosas? ¿Qué señal sobrevendrá para anunciar el cumplimiento de estas cosas?” (13, 1, 15). En Lucas: “Y a unos que decían que el Templo esta­ ba adornado de hermosas piedras y ofrendas, díjoles Je­ sús: Días vendrán en que no quedará piedra que no sea destruida de todo esto que veis. Maestro, ¿y cuándo será esto? Entonces él les dijo: No os dejéis engañar, porque vendrán muchos en mi nombre, diciendo: Yo soy el Cris­ to. El tiempo está cercano. Vosotros estad atentos; no va­ yáis tras de ellos” (21, 5, 16). En los Hechos Apostólicos-. “Y pusieron testigos falsos que dijeron: Este hombre, el Apóstol Esteban, no cesa de proferir palabras blasfemas contra el 1 emplo y la Ley; le hemos oído decir que Jesús, el Nazareno, destruirá el Templo y cambiará los mandamientos de Moisés” (5, 8, 15). Estas referencias legendarias parecerían remontarse a tradiciones que recordaban la ejecución de algún agitador 72 Alvaro armando v asseu r mesiánico, motivada por amenazas concretas, contra la estabilidad del Templo y de la Ley. Pero esta “profecía” apocalíptica, relativa a la destruc­ ción del Templo, jué escrita lustros después de la conquis­ ta de Jerusalén por Tito, el año 70, y de la destrucción de parte de la ciudad y de su Templo. El cronista evangéli­ co hace “profetizar” a su héroe místico un suceso ya pasa­ do, cuando él escribe. Como le hace profetizar lo que ya ha pasado, en otras circunstancias le hace sentir lo que no ha sentido, pensar lo que no ha pensado, decir numerosas veces lo que ni ha­ bría podido concebir, y hacer lo que no hizo jamás. En el cuarto Evangelio parece subsistir un eco tradicio­ nal del criterio mosaico ancestral acerca de estas ejecucio­ nes. En el Concilio de saduceos y fariseos, que tratan de la condena de Jesús, dicen: “Si le dejamos libre todos creerán en él. Vendrán los romanos, nos quitarán nuestros cargos y acabarán con la Nación. Y Caifás, Pontífice de ese año, les dice: A vosotros no se os ocurre que nos con­ dene que un hombre muera por el pueblo y no que tod

(i) Historia de los orígenes del Cristianismo, París, 1860: La modernidad de los Profetas, 1881. LA LEYENDA EVANGÉLICA 75 jos de continuar el judaismo, representa, por el contrario, la ruptura con el espíritu judío. Aunque en este punto su pensamiento pudiera prestarse a algún equívoco, la direc­ ción general dlel Cristianismo no dejaría lugar a duda, puesto que le vemos desde su origen alejarse cada vez más del judaismo.” “La grande originalidad del Fundador permanece, pues, íntegra, sin que su gloría admita ningún coopartíci- pe... Permítasenos, pues, llamar divina a esta personali­ dad sublime, que todavía preside los destinos del mundo” (Pág. 274). El Jesús, según Mateo, más que deberlo casi todo al judaismo, es antigentil. El propio Renán lo reconoce así: “Ningún elemento de cultura griega llegó a Jesús, ni directa ni indirectamente. Nada conoció fuera del judaismo. Fuéronle desconocidos el ascetismo de los Essenios y los ensayos de filosofía reli­ giosa de su contemporáneo el judíoalejandrino Filón” (pá­ gina 56). El Jesús, según Marcos es más tolerante. No se mues­ tra antijudaíco ni antipagano. El Jesús de Lucas se inclina hacia los gentiles o pa­ ganos. El Jesús de Juan es antijudaico, universal. El Jesús- Cristo de las Epístolas de Pablo es francamente antiju­ daico. El Jesús de los dos primeros cronistas evangélicos no sale del judaismo. La transformación de la doctrina hacia un evangelismo judeopagano—cada vez más cristiano— , es el resultado de los movimientos reformistas de Pablo y de sus correli­ 76 ÁLVARO ARMANDO VASSEUR gionarios de la Díaspora; lo propio que la espiritualiza­ ción del tipo y de la moral de Jesús, según se manifiesta en el cuarto Evangelio, es la síntesis de la nueva concep­ ción místicofilosófica de los dirigentes cristianos de origen gentil. El Jesús de Mateo sólo ha venido para redimir las ove­ jas descarriadas de Israel. Prohíbe a sus discípulos ir ha­ cia los gentiles y hacia los samaritanos. “Por caminos de gentiles no iréis; en pueblos de samaritanos no entraréis.” (9, 5). Una cosa es hacer notar la relativa originalidad más sen­ timental que conceptual de la “buena nueva”; originalidad análoga a la que puede reconocerse a los autores de los libros de Moisés, de Job, del Eclesiastés, de los Salmos, del segundo Isaías, de Daniel, de Henocli. Otra cosa es resumir en un hombre la doble evolución secular de los sentimientos y de las ¡deas condensadas en los romances evangélicos. Y luego de elevado sobre tal pirámide étnica, espiritual, proclamarle el más alto, el más viviente genio religioso de la Especie. Notas de Ernesto Renán a su Vida de Jesús

El Talmud comienza a escribirse en el siglo H de nuestra Era.

Introd. 62: Las frases que los Sinópticos hacen pronunciar a Jesús sobre las mujeres de Jerusalén (23-28) sólo pueden haber sido concebidas después del sitio y rendición de la ciudad santa, el año 70.

Cap. III, 8: Algunos de los documentos que sirvieron de base para la confección de Marcos y de Mateo fueron escritos en arameo. La Cristiandad salió directa­ mente del primer movimiento galileo (Nazarenos, Ebionim, etc.), que continuó en Bethania y en el Aurán. Eusebio, Ad Haer, 29-7-9.

14: Los Terapeutas, de que habla Filón, son una rama de los Essenios.

iK: El Libro de Enoch, forma de la Biblia etiópica. Algunos trozos tienen analogía con los discursos de Jesús. Los más antiguos son del año 150 a 130 antes de Jesús.

Cap. IV : El versículo 14 de los Hechos hace suponer que Si­ món el Mago era ya célebre en los días de Jesús. Antes de Judas el Gaulonita, los Hechos, 5, 37, mencionan otro agitador: Theudas. Se trata de un anacronismo. La agitación de Theudas ocurre el año 44 de nuestra Era. Josefo, Antigüedades, 20, 6. El movimiento galileo de Judas, hijo de Ezequiel, 80 Alvaro armando v asseu r

no parece haber tenido carácter religioso; puede ser que Josefo lo haya disimulado (18, 10, 5). (Un anacronismo análogo ocurre con la primitiva agitación ebionita, encabezada por Jesús-ben-Pan- dira, el mártir de la Pasión, crucificado en Lida la víspera de Pascua, durante el reinado de Ale­ jandro Janneo (104-78), un siglo antes de la eje­ cución de Juan Bautista. El ebionismo habría sur­ gido en el período que precede a la dominación romana, acaso en torno a Jesús-ben-Pandira, men­ cionado en el Talmud, y cuyo suplicio es uno de los elementos del drama evangélico.)

Cap. IX, 33: Es indudable que la escuela apostólica del cuarto evangelista retocó su evangelio después del cap, 21.

2(>: Kn el evangelio actual de Mateo, lo único (pie pertenecería al apóstol serían los discursos de J esús.

Cap. X, <>: El apólogo, según lo hallamos en Jueces, 11, sólo tiene semejanza de forma con la parábola evan­ gélica. La originalidad de ésta reside en el sen­ timiento que la llena. Es el género donde más so­ bresale Jesús. Nada había en el judaismo que pu­ diera servirle de modelo. Por tanto, fué él quien la inventó. Es cierto que en los libros búdicos se encuentran parábolas iguales, pero no es admisi­ ble que una influencia búdica ¡legase hasta Je­ sús, p. 124. (Bastó que llegara a los escribas, que recopilaron los relatos sinópticos. Por lo demás, pocas de las parábolas recogidas por éstos tienen un sentimiento más evangélico que la parábola de la calabacera de Jonás.)

Cap. X V , 1: Las indecisiones de los discípulos de Jesús, al gunos de los cuales permanecieron fieles al judais­ mo, pueden, sugerir objeciones. Jesús fué tratado como “ corruptor” . El Talmud menciona el suma- LA LEYENDA EVANGÉLICA 81

rio instruido contra Jesús como ejemplo contra los corruptores que pretenden derribar la ley de Moisés.

Cap. X V II, 4: El cuadro del fin del mundo, atribuido a Je­ sús, contiene detalles que se refieren al segundo sitio de Jerusalén. I.os de Mateo, son de los días del sitio o después.

,(<>: En lo que alano a la descripción de hechos, Re­ nán se atiene al ruarlo evangelio. A su juicio, los Sinópticos |arreen muy poco instruidos acerca de la vida de Jesús unterior a la pasión. El Talmud de Babilonia hace morir a Jesús la víspera de Pas­ cua. (Sanedrín, 43 a 07.)

Cap. XXIV, 44: Tácito, Anales, 15, 44, pi escuta la muerte de Jesús como una ejecución política ordenada por Poncio Pilatos. Cuando Tácito escribe, la polilita romana habla variado con respecto a los cristia­ nos. Culpábaseles de liga secreta contra el lisiado. Era natural que Tácito creyera que I’dalos ha bía hecho morir a Jesús obedeciendo a razones de seguridad pública. Renán cree que Josefo es más exacto. Antigüedades, 18, 3. (La exégesis radical considera apócrifas ambas noticias: la de Tácito y la de Josefo.) Lucas tuvo a sus alcances un manuscrito en el que atribuía a I Iñudes, por error, la muerte de Jesús. Debió confundirse con la muerte de Juan Bautista. El Talmud presenta la condena de Jesús como puramente religiosa. Dice que fue apedreado, o que lo íué después de crucificado. Josefo nace el año 37 y escribe hacia el año 80. Renán reconoce que las alusiones a Jesús han sido modificadas por manos cristianas. Después de la destrucción del Templo, el año 70, los cristianos se refugiaron en Pella, en las mon- 6 82 ALVARO ARMANDO VASSEUR

tañas de Galaat. Allí se llamaban Ebioin— pobres— . Negaban la divinidad de Jesús, a quien sólo con­ sideraban un varón inspirado; odiaban a Pablo y a su doctrina; observaban la ley de Moisés: eran fariseos evangélicos. De ellos parece haber surgido la primera crónica evangélica. Josefo menciona dos Judas mesiánicos: El pri­ mero se apodera de Séforis, en Galilea, en los días de la muerte de Herodes el Grande. El segundo, Ju­ das de Gamala, también galileo, sería el fundador de la secta de los zelotes. Aparece cuando la destitución de Arquelao por Augusto. Luego, Theudas, recorda­ do en los Hechos (5, 37), se insurrecciona bajo Claudio, reúne 400 partidarios y le proclaman Me­ sías. Después, Bar-Khobba, o sea el Hijo de la Estrella, que se revela en el reinado de Adriano. Asimismo se recuerda un profeta egipcio, seguido de 30.000 hombres y mujeres, (pie pretenden tomar a Jerusalén sin combate. (Josefo, Guerra Judía, ir, 3; Antigüedades, 20, 5.) Crítica de A. Drews(1)

(i) Arthur Drews: Jesús, ¿ha existido?

La crítica de A. Drews concuerda en muchos tópicos con la de B. Smith. Como éste ha utilizado los trabajos exegéticos de Drews para desarrollar la argumentación de su Ecce Deus, aquél ha aprovecharlo de los ensayos de Smith para vigorizar su Die Crktusmyllw (I ). Vamos a sintetizar las principales objeciones de Drews. Los Evangelios no son documentos históricos, son obras de fe; libros de edificación, documentos literarios brotados de la consciencia religiosa de la comunidad cristiana. No pretenden trazarnos un cuadro exacto de la vida de Jesús a título de personaje digno de ser memorado; sólo aspiran a justificar la de en Jesús como ungido de Dios para la regeneración moral de su pueblo. Dado que la teología protestante, liberal, reconoce que Marcos es el evangelista primitivo y que lo poco que sub­ siste de Jesús hállase en ese evangelista, Drews lo somete a su análisis apoyándose en los argumentos más importan­ tes de los críticos liberales Wcrnle y Wrede. ¿Cómo un hombre que dice haber nacido en Jerusalén en compañía de Pedro, un misionero a quien Papias atri-

(i) Idem: El mito de Cristo. 86 Alvaro armando v asseu r buye el segundo Evangelio, puede mostrarse tan ignorante de las localidades en que dicen que Jesús vivió? ¿Cómo habla con imprecisión cronológica tan constante de los pre­ tendidos hechos de la vida del Maestro? Sencillamente, porque su libro sólo es un alegato en pro de la mesianidad de Jesús. Quiere que sus lectores digan “en verdad este hombre era hijo de Dios”. Todlo su relato está organizado para arribar a tal conclusión. No sospecha que las expresiones “hijo de Dios”, “hom­ bre de Dios”, “siervo de Dios”, sinónimas en la antigua glosolalía de los profetas, no implican una naturaleza su­ perior: sólo establecen una relación moral más íntima, una consagración más beatífica al Padre de todos los israe­ litas. La prueba esencial de la santidad la saca de los “mi­ lagros” que dice realizó Jesús. De este modo la imagen histórica es alterada profundamente; la persona del maes­ tro desaparece, siendo substituida por una ficción grotesca. El vínculo que une los relatos no es el de la sucesión de los hechos, sino el que el redactor ha juzgado útil elegir. Aunque Wrede insista en que a pesar de tales desfigu­ raciones míticas, subsiste en Marcos un fondo histórico, que revela el testigo ocular, Drews sostiene que el fondo de Marcos sólo pertenece a la historia... de los dogmas cristianos. Marcos dice en cierta ocasión, que Jesús habla en parábolas para no ser comprendido del pueblo ; Wrede cree que la explicación de tal absurdo reside en el carác­ ter subalterno de Marcos, el cual no comprende el verda­ dero objetivo de las parábolas y se esfuerza en explicar la incredulidad de los judíos, por la voluntad de Jesús de ocultarles la verdad. En vez, la clave de este equívoco se halla en el carácter de revelación de la doctrina que Mar­ LA LEYENDA EVANGÉLICA 87 eos expresa y que debe quedar oculta a los no iniciados. Si la crítica histórica rechaza a Marcos, con mayor ra­ zón desdeña a Lucas y a Mateo. Lino de ellos es la reco­ pilación de un pagano convertidlo, inidentiíicable, de prin­ cipios del segundo siglo; el otro, compilación colectiva con propósitos eclesiásticos, es de la primera mitad del segun­ do siglo. Proviniendo ambos de una fuente extraña a Mar­ cos— los Loggia— , tampoco prueban la existencia del Je­ sús histórico. No' se sabe de dónde proceden los loggia que constituyen dicha fuente. ¿Cómo explicar que el autor del F.pistolario de Pablo no parece conocer tales loggias, puesto que no los men­ ciona? ¿Qué confianza hemos de conceder a reflexiones recogidas, tardíamente, de la tradición oral y que sólo nos han llegado en combinaciones evidentemente arbitrarias, en discursos cuya inautenticidad reconocen los mismos teó­ logos liberales? Para valorarlas más ¿no se ha intentado atribuir al “Señor” sentencias y también historias que en realidad pertenecían a tal o cual de los miembros de la Comunidad? Los críticos liberales tienen razón en rechazar el testi­ monio del cuarto Evangelio como fuente de la vida de Jesús; pero ¿por qué no reconocen también que la informa­ ción de los Sinópticos es menos que pobre, es sencillamen­ te miserable? No basta reconocer que el plan del edificio doctrinario y vital de Jesús se ha perdido, si es que en ver­ dad existió. Hay que confesar que las piedras que pasan por ser sus restos son inutilizables. Las contradicciones, los matices de la narración, las transposiciones arbitrarias cambian el sentido del relato de un Evangelio a otro. ¿Dónde reside la verdad? Para descubrirla no hay más criterio que el sentimiento 88 ALVARO ARMANDO VASSEUR personal: es decir, que no existe ninguno. Si Jesús ha exis­ tido, debemos persuadirnos que no poseemos una sola pala­ bra auténtica de él; que no entrevemos exactamente un solo hecho de su existencia. Entre él y nosotros se alza infranqueable, opaca, la representación del Cristo fanta­ seado por la imaginación de las comunidades primitivas. Cuando leemos los Sinópticos nos preguntamos si hablan de un hombre hecho dios o de un dios hecho hombre. La primera opinión es la de la mayoría; la segunda es la que adopta Drews. La mayoría de los héroes legendarios han descendido de la divinidad a la humanidad, como son Jason, Heracles, Aquiles, Teseo, Perseo> o Sigfrido, que representan el viejo combate imaginado por los Aryos del sol contra las potencias de la noche y de la muerte. También las leyendas bíblicas contienen numerosos dio­ ses “humanizados”, como son los patriarcas José, Josué, Sansón, Ester, Mardaquco, Haman, Simón el Mago, et­ cétera. No tendría nada de extraño que el imaginario funda­ dor de la Nueva Alianza no correspondiera a ninguna rea­ lidad histórica, puesto que el fundador de la Alianza An­ tigua, Moisés, sólo es una figura literaria inventada, una construcción de los sacerdotes de Jerusalén, destinada a dar una base jurídicorreligiosa a su organización teocráti­ ca. En Oriente, la verdad y la ficción, el mito y la histo­ ria, se confunden fácilmente. Otra observación: En las epístolas de Pablo, Jesús ya aparece como un ser divino, en tanto que en los Evangelios redactados más tarde las alusiones a su divinidad son ti­ tubeantes, prudentes. Si se tratara de la deificación pro­ gresiva de un hombre real, ¿no debería ocurrir lo contra­ rio? Basta cambiar una palabra para explicarse el miste­ I.A LEYENDA EVANGÉLICA 89 rio : Pablo habla todavía de Jesús como dle un dios y los evangelistas acaban de “humanizarlo”. Copian la materia de su vida a los grandes retratos mesiánicos del Antiguo ¡Testamento, a Moisés, Josué, Elias, Elíseo; a las concep­ ciones míticas del paganismo, sobre todo de orden astro­ lógico, y a los episodios personales de ciertos individuos. No se puede afirmar que se trata de una pura creación, sino tile un proceso de cristalización en torno a un núcleo dado; de una materia ya existente, pronta: Este núcleo vital es la idea de un dios salvador. Claro es, pues, que el relato evangélico al describir a Jesús se esfuerza en convencernos de que se trata de un hombre. P. Schmiedel ha seleccionado nueve referencias del Evangelio, que a su juicio sólo pueden referirse a un hombre. Según él estas referencias constituyen las nueve columnas inquebrantables que atestiguan la historicidad de Jesús. Pero Drews objeta que dichas columnas sólo se apoyan en hechos muy accesorios de la supuesta vida de Jesús; que las apariencias humanas parecen tales porque son referidas corno hechos “humanos” ; que lo mismo po­ drían hallarse otras nueve columnas de “sucesos varios” en la historia legendaria de Hércules. Queda el testimonio de Pablo. Drews sabe que en las Epístolas se halla el nudo del problema. Desde luego, sin dar mayor importancia a la cuestión de la autenticidad, afirma que ésta no se halla dilucidada según aseguran los teólogos liberales. Independientemente de la escuela exegética holandesa, que rechaza la autenticidad del Epistolario paulista, R. Steck (1888), B. Smith, Kalthoff y otros, han produ­ cido contra las cuatro grandes Epístolas argumentos que aún no han sido refutados. En realidad, no puede invocar­ 90 ALVARO ARMANDO VASSEUR se ninguna prueba convincente en favor de la autenticidad ni contra la hipótesis de todo el Epistolario por una es­ cuela teológica del segundo siglo. Semejante “mentira pia­ dosa” no tendría nada de extraordinario ; respondería per­ fectamente a los hábitos literarios de las sectas antiguas: Sabemos que Orfeo, Pitágoras, Zoroastro, Moisés, Da­ niel, Isaías, Salomón, David, Henoch, han cubierto con su nombre escritos que no les atañían. ¿Por qué milagro la literatura evangélica, tan genuinamente apocalíptica, como los apócrifos Daniel, Henoch, etc., habría escapado a la influencia de hábitos tan generalizados? Pero lo que importa más que el origen de las Epístolas es su contenido. Si se demuestra que ellas no suponen la realidad histórica de Jesús, su autenticidad se volverá con­ tra la teología liberal. Pablo dice explícitamente (Gal. I„ II, 12; I, 16; I Cor. 2, 10; II Cor. 4, 6): Que sólo ha visto a Jesús con los ojos del espíritu, o lo que es lo mismo, con la fantasía; y en verdad, cuando nos habla del conocimiento que tiene de él, sólo alude a visiones o apariciones. Aunque no se discutiera su realidad objetiva, no podría verse en ellas más que una transfiguración celeste de un Jesús resucitado, lo que la psicopatología llama alucinaciones místicas. ¿En qué medida la fe en semejante Jesús presupone la existencia del Jesús evangélico? El mismo Pablo ha dicho que éste no le interesa, ni su persona, ni su destino, ni su doctrina. Cuando vuelve a Jerusalén a conferenciar con los Apóstoles, no va para pedirles una enseñanza, ni para que le instruyan con sus recuerdos. Va para propo­ nerles un arreglo, una asociación. Nada absolutamente nos prueba que ni él ni ellos hayan hablado de la perso­ na de Jesús. LA LEYENDA EVANGÉLICA 91 Quizá se objetará que Pablo llama a uno de los após­ toles, Santiago, “hermano del Señor”. Si Jesús tuvo un hermano y este hermano conoció a Pablo, habría que ad­ mitir la existencia del Maestro. Sin duda, contesta Drews, pero hay que aclarar bien el sentido de la palabra “herma­ no”, y Jerónimo confiesa en su comentario sobre ad Galalas, I, 19, que no se trata de una fraternidad natural: San­ tiago es apodado el “hermano del Señor” en virtud de su gran carácter, de su fe incomparable, de su saber no co­ mún, y porque según repite la comunidad, el Señor, al partir, le confió “los hijos de su Madre", es decir, los miembros de la comunidad de Jerusalén. La voz “hermano” se emplea en las antiguas comuni­ dades religiosas; en I Cor., 9, 5, se expresa que en sus misiones de predicación los Apóstoles llevaban una “her­ mana” ; de modo que los hermanos de Jesús han .ido in­ numerables. Sin embargo, Drews no deja de reconocer que Pablo, no interesándose más que en el Jesús crueilieado y resu- rrexo, exaltándole hasta convertirle en un ser divino, deja entender claramente que vivió en la carne; mas la cristo- logia del Apóstol carecería de sentido si el “nuevo Adán” no hubiera conocido personalmente la "condición huma­ na”. Pero “condición humana" y "realidad histórica” son cosas diferentes, y del hecho de que Pablo conciba que su Cristo se haya hecho hombre, para regenerar a los hom­ bres mediante su muerte voluntaria, no se desprende que aluda a un hombre verdadero, que haya vivido en una época y en circunstancias determinadas. En realidad, de tal hombre las Epístolas no nos dicen una palabra; la imagen del Cristo paulista parece en absoluto indepen­ diente de la personalidad histórica de Jesús. ¿Cómo ha­ 92 ALVARO ARMANDO VASSEUR bría podido producirse semejante alteración de una per­ sonalidad si la mente die Pablo hubiera estado nutrida de recuerdos históricos precisos? ¿Cómo los compañeros direc­ tos de Jesús, los que habían sido testigos de su vida, po­ drían aceptar esa estupefaciente transformación, que casi lo eleva hasta el nivel de Dios, cuando en vida nada ha­ bían visto en él que les pareciera sobrehumano? Una sola explicación nos parece admisible: La supuesta vida de Je­ sús, que conoce Pablo, sólo es una mitología; su Cristo es un ser sobrenatural, descendido de Dios al planeta terres­ tre para realizar la obra de la redención y cumplida ésta reascender a Dios. La figura de ese Jesús corresponde a una época anterior a aquella en la que vivió el hombre de quien hablan los Evangelios. Por esto las Epístolas de Pablo no implican la necesidad de admitir la existencia histórica del pseudo- Cristo; los teólogos que sostienen lo contrario no se dan cuenta que imponen a la Cristología de Pablo una repre­ sentación fundamental que van a buscar en los Evangelios. La siguiente observación de Kalthoff debería incitarlos a la prudencia: Nunca en sus disputas con los celadores de la Ley, Pablo pretende tener a Jesús de su lado. Des­ arrolla sus proposiciones teológicas sin inmiscuirlo con ellas; predica el Evangelio del Cristo, no el de un hombre apo­ dado Jesús. Sus conocimientos le vienen de una revela­ ción personal, no de una tradición de primera, segunda o tercera mano. ¿No es también curioso que Pablo no pa­ rezca tener ningún conocimiento de la taumaturgia de Je­ sús? Con razón observa Wernle, que si se hubieran perdido todas las Epístolas de Pablo no sabríamos sobre Jesús ni más ni menos que lo que sabemos. En un solo paso (I Cor., 11, 23, 25) Pablo parece LA LEYENDA EVANGÉLICA 93 referirse al Jesús histórico, cuando relatando la institución de la Eucaristía, escribe: “El Señor Jesús, la noche que fue delatado, tomó un pan, y habiendo pronunciado las palabras de gracia, lo partió y dijo...” Drews opina que se trata de una cita dudosa; las pala­ bras que precisan: “la noche que fue delatado”, las consi­ dera interpoladas; la cena descrita parécele organizada con el objeto de justificar una práctica cultural. En vista de ello no lo toma en cuenta, aplicándole el principio jurídico bien conocido: Un solo testigo, ningún testigo. Las palabras “la noche que fué delatado" constituyen una base harto exigua para fundar la admisibilidad del Jesús histórico, sobre todo considerando que l ’ablo sólo desenvuelve mitos. El Jesús que representa l ’ablo es un espíritu celeste, sin carne ni sangre; es el I lijo de Dios, el Mesías, el Dios de las sectas mnnd,rilas, el I lijo del Hombre de Daniel, hombre ideal, el superhombre que la leyenda india ha encarnado en el Buddlia. Es lodo lo le­ gendario que se quiera; no es un hombre que ha vivido. El saber religioso de Pablo es una gnoiis, una ciencia particular brotada de una revelación directa; utuñe a la Teosofía, a la Teologíu, a la Metafísica, no a la historia. No es verosímil que las inteligentes poblaciones de las ciudades marítimas del Asia Menor, donde predicó Pa­ blo, aceptaran su Cristianismo si simplemente hubiera anunciado que, diez o veinte años antes, un galileo lla­ mado Jesús se había hecho reconocer como Mesías por un grupo de pescadores. Por el contrario, se explica que hayan respondido a una predicación que les presentaba, encuadrado en el marco del Cristo celeste, al Salvador divino, cuya noción mítica ya les era familiar.

En torno a la cuarta Crónica E van gélica . • Brctschneider (I) es <1 primo crítico alemán que de­ muestra que esta cuarta crónica ch la más upócrifa de todas. “Supongamos escribe que hubiera estado oculta por dieciocho siglos y de pronto hubiera sido hallada en Oriente. ¿No convendría todo el mundo en que el Jesús de eéta crónica difiere totalmente del Jesús de Mateo, del de Marcos y del de Lucas? ¿Y que estos dos perfiles, tan distintos, no pueden ser exactos? Si la contradicción no es percibida, se debe al prejuicio milenario que admite la autenticidad de dicha crónica apócrifa.” Bretschneider observa que los tres primeros relatos evan­ gélicos nos muestran en Jesús un maestro del pueblo, que zahiere el formulismo de los fariseos y las complicadas usanzas judías que se oponen a la verdadera piedad y a la moral pura; predica el amor a Dios y a los hombres, expresándose con claridad, naturalidad y variedad. Este maestro rusticano de moral práctica es convertido por el cuarto cronista en un meta físico verbalista. En vez de re­ petir sus homilías pastorales, discurre sobre su propia ex­ celsitud personal. En lugar de vincularla al ideal mesiá- nico, la encuadra en la doctrina alejandrina del Verbo.

(i) Epistolarium Joannis apostoli; índole et origini, 1820. 7 68 ALVARO ARMANDO VASSEUR Su lenguaje es brumoso, de doble sentido; sus discursos son fríos, afectados; con jactancias que más bien pare­ cen querer alejar que atraer las almas. El estilo de los sinópticos, impersonal, adecuado a las circunstancias y al ambiente, da una sensación de verosi­ militud que, si bien no expresa la verdad histórica, parece conservar un eco de las memorias tradicionales. Además del tono ampuloso de los discursos, mezclado con los co­ mentarios del cronista, que expresan una doctrina filosó­ fica muy posterior, Bretschneider observa otros rasgos re­ veladores del carácter apócrifo del cuarto Evangelio. Su manera de tratar a los judíos como si fueran extranjeros, las inexactitudes de diversas indicaciones de lugares, la equívoca precisión de algunos nombres, etc. De estos detalles se desprende que el autor de la cró­ nica no es un Apóstol, ni un testigo ocular, ni siquiera un judío oriundo de Palestina. Es un cristiano del II siglo, un judaizante de la dispersión, saturado de filosofía ale­ jandrina. Tal es el primer gran veto crítico opuesto a la historicidad del “Evangelio romántico”. El riguroso exa­ men exegético de Bretschneider hace decir al cristianísimo filósofo Schleiermacher: “¿Cómo una especie de rabino judío, con sus sentimien­ tos filantrópicos, sus residuos de moral socrática, algunos prodigios o fábulas milagrosas y el talento de expender sentencias y parábolas oportunas (porque después de t<> do no quedaría otra cosa, y aun habría algunas ligeic/m. que perdonar); cómo un hombre así, que no sigue l.n huellas de Moisés, habría podido fundar una nueva ir ligión, una Iglesia nueva? He aquí el problema i/ue si­ nos viene encima, cuando se rechaza el cuarto l'A'anpello. LA LEYENDA e v a n g é l ic a 99 Scheleiermacher (1) sintetiza en la persona del Quijote evangélico toda la labor literaria y moralista de varias generaciones judeocristianas. Preguntarse cómo un solo hombre puede fundar un nuevo culto existiendo tantos cultos sobre la tierra, desde el de Lakia Muni hasta los de Mahoma, Lutero, etc. es como asombrarse de que el mayor incendio haya podido propagarse de una ín­ fima chispa: Poca fatula, granfiamma secconda. ¿Aca­ so los bosques no provienen de un puñado de simientes? ¿Cada especie vegetal o animal no es obra de una se­ milla? Los grandes ríos, ¿no arrancan de minúsculos ma­ nantiales? Las más tremendas avalanchas, ¿no se forman de leves copos de nieve? Los grandes elementos, ¿no son agregados de partículas infinitesimales? La luz, el calor, el movimiento, la energía, la vida, ¿qué son? Atomos, elec­ trones', líneas de fuerzas, presiones, aceleraciones de ma­ sas, condensaciones de imperceptibles pequeñeces, tanto en la esfera estelar como en el orden institucional. Recuerda Strauss que las generaciones educadas en la escuela del romanticismo, en la filosofía de Fichte, de Schelling, prefieren el idealismo místico simbólico del cuarto Evangelio al realismo naturalista de las crónicas sinópticas. Breschneider pertenece, por la índole de su espíritu y de sus estudios, a la vieja escuela racionalista de Kant. Complácele la moral viviente, la forma simple de los tres primeros cronistas: Marcos, Mateo y Lucas, como le des­ agrada el clarobscuro místico y la idea gnóstica del cuarto Evangelio, que eleva a la más alta potencia la noción del milagro y la personalidad de Jesús.

(i) Discurso sobre la Religión, pág. 442. 100 ALVARO ARMANDO VASSEUR En su primer libro acerca de la vida de Jesús, Strauss presenta la cuarta crónica evangélica como el comple­ mento de la mitología evangélica. En tanto los sinópticos, es decir, los tres primeros cronistas, se limitan a ordenar a su guisa las sentencias y las acciones dle Jesús que recogen de la tradición oral, desfigurando algunos rasgos, aña­ diendo otros; las arengas de la cuarta Crónica son temas libres del Evangelista en torno a algunas ideas directri­ ces del misticismo evangélico, expresadas a la manera alejandrina. El mismo relato en el que se mezclan las declaracio­ nes del Maestro con las del Cronista, las asechanzas de los fariseos, que nunca se concretan en reales agresiones; los diálogos de Nicodemo con la Samaritana; la trans­ formación de la parábola de Lázaro en un “milagro”, en el que asiste a la reanimación de éste. Estos personajes y episodios fantásticos revelan el carácter antihistórico, mi­ tológico, de la cuarta Crónica. Estas conclusiones a que llega Strauss en 1850 coinciden con la de su contemporáneo Bruno Bauer. A pesar de sentir hacia dicha Crónica un fervor entusiasta, Bauer de­ muestra cumplidamente que no es un documento fidedigno, histórico. Lo considera una ficción meditada, en la que el autor opone el principio divino de la luz y de la vida, encarnado en Jesús, a la incredulidad judía, entendida como un elemento de las tinieblas; y desarrolla la lucha de entrambos factores en forma de drama histórico. Bauer concreta la época y las circunstancias en que ve la luz la última Crónica (1). Es la época en que florecen

(i) B. Bauer: El Cristianismo y la Iglesia de los tres pri­ meros siglos, 1860; Composición y carácter del Evangelio de LA LEYENDA EVANGÉLICA 101 el gnosticismo y el montañismo, en que la Iglesia se es­ fuerza en defenderse de ambos extremos. Además, há­ llase agitada por la aplicación de la idea del Verbo a la persona de Cristo; y en la esfera disciplinaria, por la cuestión de saber cuándo deberá celebrarse la Pascua cristiana. Bauer comprueba la relación íntima de la cuarta Cró­ nica con estas diversas agitaciones; resume los contrastes de la época, manteniéndose en el centro del movimiento, fundiendo las tendencias contradictorias en una concep­ ción superior. Por ello, desde que aparece, es recibido con general beneplácito. Convencido el autor de la cuarta Crónica de que in­ terpreta mejor que los anteriores cronistas el verdadero es­ píritu del Cristo y del Cristianismo, modificó las leyendas galileas, adaptándolas a la ideología de la época. Con toda buena fe pone en labios de su Jesús discursos exen­ tos de los prejuicios del judaismo, adecuados a la evolu­ ción ya secular de la doctrina. El convencimiento de haber penetrado mejor que sus Antecesores en la naturaleza esencial del Cristo le hace considerarse el discípulo pre­ dilecto (I). Independientemente de este criterio, el fondo anecdótico de la cuarta Crónica pudo provenir de la tra­ dición apostólica de Juan; y a pesar de haber sido rehe­ cha doctrinariamente en Efeso o en Alejandría, conserva esos rasgos sentimentales de la primera versión.

San Juan, 1844; Investigaciones crit. acerca del Evangelio de San Juan, 1847. (1) “ Esta compenetración de la exégesis de Bauer con el espíritu del cuarto cronista evangélico es un monumento gran­ dioso de crítica penetrante, creadora.” (Strauss: Nueva Vida de Jesús, I, 138.) 102 ALVARO ARMANDO VASSEUR Bauer ve en la figura de Jesús una creación poética del cronista primitivo, surgido en un ambiente saturado de filosofía griega y de ideas reformistas, en el que se combinan las concepciones religiosas de Judea, de Gre­ cia y de Roma. Bauer calcula que este Urenvangelist escribe en la pri­ mera mitad del reinado de Adriano (117-135). Este pri­ mer cronista redacta la leyenda evangélica como una fi­ losofía de salvación para uso de las plebes desheredadas. Su Jesús es una ficción literaria, un tipo creado para per­ sonificar gráficamente el desarrollo del culto cristiano. No se debe, pues, considerar al maestro que actúa y predica en las Crónicas derivadas del primer romance— Urenvan- gelium— como el fundador del Cristianismo. Lo presenta bajo dos aspectos principales: el de un antijCésar y de una figura ideal construida para representar las nece­ sidades y las aspiraciones de la democracia. Con todo, no debe olvidarse que la imagen original de Jesús, según es concebida por el primer cronista, ha des­ aparecido, acaso por completo, bajo los retoques sucesivos que han ido modificándola en el curso del II siglo, época en la que se debe ubicar toda la literatura neotestamen- taria, comenzando por las Epístolas atribuidas a Pablo. Si el Cristianismo no ha sido fundado por su Salvador, Cdónde y cómo ha podido surgir? La imaginación del primer cronista no ha creado de la nada los mitos, ni las causas sociales que han hecho posible su difusión; no ha inventado; ha organizado el primer esbozo tradicional del Cristianismo. Los autores profanos del primer siglo parecen ignorar totalmente la nueva religión, puesto que no la mencionan. Esto demuestra que no existía aún. LA LEYENDA EVANGÉLICA 103 Las primeras alusiones a los galileos que hallamos en Tácito, en Plinio, en Suetonio, son de la época de Tra- jano. Quiere decir que la relación se va organizando gra­ dualmente, a principios del II siglo, en virtud de condicio­ nes generales, de la vida religiosa y filosófica que prepon­ deran en esa época, en el mundo grecorromano, es decir, por una autocombinación del estoicismo, del neoplatonismo y del judaismo, ya desnacionalizado con Filón y Josefo. La organización de esta institución internacional no se efectúa en Jerusalén, sino en Roma y en Alejandría. El primer cronista plasma el esbozo inicial bajo Adriano; pero la obra continúa desarrollándose, evolucionando, complejizándose. Nuestros relatos canónicos son el resul­ tado de los arreglos sucesivos a que va siendo sometido el primer esbozo evangélico; retoques exigidos por el pro­ greso de las ideas y la diferenciación cada vez mayor de las tendencias. La cuarta Crónica aparece en las pos­ trimerías del siglo. El sistema exegético de Bruno Bauer se basa en cuatro premisas: 1. ° El verdadero elemento promotor del Cristianismo reside en las necesidades, en los anhelos interiores y en las especulaciones difundidas en el mundo grecorromano. 2. ° El Nuevo Testamento es una selección de relates tendenciosos, apologéticos, de fondo sincretista, completa­ mente extraños a la Historia. 3. ° La cronología de la historia cristiana primitiva se apoya en el silencio de les autores profanos del pri­ mer siglo. 4. ° Sin necesidad de recurrir a la hipótesis de un Je­ sús histórico, pueden hallarse en el mundo antiguo todos KM Al v a r o a r m a n d o v a s s e u r lo» facióles necesarios para la formación de la nueva fe. Bauer considera que las creencias populares recogidas por los cronistas— los mitos, según Strauss— son palesti- nianas. Niega la historicidad de la esperanza mesiánica, la espera del rey regenerador de Israel. Nuevos estudios en torno a la literatura apocalíptica judía han compro­ bado dicha historicidad. Las investigaciones exegéticas de estos últimos cincuen­ ta años han penetrado más hondamente que Bauer en las combinaciones religiosas precristianas; combinaciones en las que se mezclan los ritos de Mesopotamia, del Irán, de Siria, a principios de nuestra Era. Entre ellas y el evangelismo se manifiestan notables semejanzas. A medi­ da que el progreso de la ciencia de las religiones debilita, en parte, esta tesis de Bauer, prepara su restauración so­ bre bases más amplias, de acuerdo con un conocimiento más profundo de los ambientes de Siria, Fenicia y de Judea. La teología liberal, al demostrar que el Cristo de la fe tradicional carece de realidad histórica, al descubrir que las Crónicas evangélicas son escritos heterogéneos, en los que se combinan influencias y concepciones de socie­ dades, de misterios y de edades sucesivas, parece justi­ ficar la tesis de la teología radical moderna: Que Jesús es una figura mítica. Pero los teólogos liberales no acep­ tan esta conclusión. Basándose en los rasgos de la figura de Jesús, que, a juicio de ellos, los textos aún permiten entrever, se esfuerzan en reconstruir su personalidad. La crítica teológica radical les reprocha construir un Jesús, imaginado según la cristología que ellos creen verosímil, como los cronistas evangélicos construyeron la imagen del Cristo tradicional. LA LEYENDA EVANGÉLICA 105 Por su parte, los teólogos conservadores se unen a los radicales para negar la historicidad al Jesús de la teolo­ gía liberal. En vista de ello, los exégetas independientes consideran lógico pensar que, si ni el Jesús tradicional ni el Jesús liberal tienen realidad histórica, no ha existido ningún Jesús, y, por lo mismo, ningún Cristo. Si ha exis­ tido alguien que haya vivido alguno de los episodios ex­ presados o algunas de las máximas evangélicas, es como si no hubiera existido, porque no sabemos absolutamente nada acerca de él. Y en todo caso, su existencia no tuvo relación moral, intelectual ni volitiva con el tipo de Jesús que esboza el primer cronista. El Cristianismo del II siglo, cristalizado en la cuarta Crónica, constituye la síntesis de dos cristianismos: uno, genuinamente judío, más o menos oriundo de Galilea; otro, judeohelénico, expresado por las escuelas de Pablo y de Juan, según consta en las cuatro grandes Epístolas y en la cuarta Crónica evangélica. “La gloria de Bauer- escribe su grande émulo Strauss—consiste en haber rematado la crítica iniciada por Bretschneider, demostrando que la cuarta Crónica es la más apócrifa. En las tres primeras crónicas la ficción es espontánea; en la cuarta, la ficción es reflexiva, medi­ tada. Pocas batallas críticas pueden parangonarse con esta exégesis de Bauer. Con el mismo rigor con que de­ muestra que la última Crónica no puede ser considerada una fuente histórica, hace resaltar su contenido ideal, su profundidad filosófica, los acentos gnósticos que la carac­ terizan. A pesar de sentir por dicho apócrifo la predi­ lección que sintieron Lutero, Schelling, Schleiermacher y 106 Al v a r o a r m a n d o v a s s e u r Renán, sabe mantener alerta su sentido crítico y anali­ zarlo con aguda imparcialidad. Koestlin, en sus Estudios acerca de la literatura pseu­ dónima de la primitiva Iglesia cristiana (1851), confirma las investigaciones de Bauer. A. juicio de Koestlin, el cuarto cronista se propuso rehacer la narración evangéli­ ca de acuerdo con la cultura filosófica del siglo y de su ambiente. Dispone de una multitud de tradiciones orales sobre Jesús: unas, judaizantes; otras, paulistas. Creyente en la divinidad del Cristo, lo concibe al través de sus ideas gnósticas. A su alrededor luchan la letra antijudaica con el espíritu galileogentil, el judeocristianismo y el cristia nismo paganizado. Le parece que los primeros cronistas de la secta apoyan demasiado las tendencias nacionalis­ tas, neojudaicas; quiere combatirlos en su propio terreno mediante una nueva crónica, hacer de modo que el pasa­ do atestigüe en pro del nuevo espíritu cristiano. Trátase de extraer la quintaesencia de los Sinópticos y de las Epístolas, de descartar los fragmentos genuinamente mo­ rales, de hacer resaltar el elemento místico, de despojar la persona de Jesús de toda traza judaica, de toda limitación humana; de transformar en sacrificio voluntario el suceso forzoso de su proceso y de su muerte. Si se permite tales innovaciones en el plan y en la ca­ racterización evangélica, es porque considera que le son sugeridas por el Espíritu, cuya asistencia prometió Jesús a sus creyentes. Siéntese, pues, autorizado a trazar un nuevo retrato de Jesús y una nueva exposición de su doc­ trina distintos de los recogidos por la tradición galilea. Si, como lo sugiere el Espíritu, el Verbo divino ha encar­ t.A LEYENDA EVANGÉLICA 107 nado en Jesús, las crónicas anteriores carecen de ve­ racidad. La cuarta Crónica es, pues, “una ficción sistemática”, y su autor, “un simulador literario". Por ello exclama Schneider (De la autenticidad del Evangelio, según San Juan, 1854): “Si el Evangelio de Juan no es auténtico, nuestro amor se trueca en odio intenso. En vez de ser para nosotros, como para Clemente de Alejandría y para Lu- tero, el Evangelio espiritual, único por su dulzura, sólo será una compilación peligrosa, la ol>rn de un impostor.” ¿Cómo concebir que el autor de una obra en la cual brilla un genio tan serio y tan alto, una piedad tan pro­ funda, sea un impostor? ¿En qué forma comprender que el autor de ese relato se valga del pseudónimo del Após­ tol Juan para difundir su ideología personal o la de su partido? (Neander: Vida de Jesús, I, 108.) ¡La renuncia es real; el autor abdicó de su creación. Pero al poner su obra bajo el patronato del Apóstol Juan, no hace más que seguir la tradición literaria, rabínica y sacerdotal judaica, que da a luz libros proféticos, salmos, proverbios, sueños apocalípticos, como si fueran del Pa­ triarca Henoch, del profeta Moisés, de Isaías, de Salo­ món, del Eclesiastcs, de Daniel, de Oseas, de Zacarías, etcétera. En aquellos siglos de obscuras crisis religiosas, de violentas controversias sectarias se acepta por verdad lo que es edificante; por apostólico, lo que parece digno de un Apóstol; ¿qué mayor homenaje que atribuir a Je­ sús lo mejor que puede concebirse y sentirse? (Strauss, I, 140-142.) Si en un sentido la cuarta Crónica es la más espiritua­ lista, en otro sentido es la más materialista. Su autor nos 108 ALVARO ARMANDO VASSEUR propone la comprensión simbólica, la idealización de cada milagro. Tiende a transformar la venida y el regreso as- cesional de Jesús en acontecimientos puramente espiri­ tuales. Presenta la Resurrección y el Juicio final como fenómenos interiores, constantemente realizados en la in­ timidad de las conciencias. Esta confusión, esta alterna­ tiva de puntos de vista, es lo que constituye el doble ca­ rácter del misticismo de la cuarta Crónica. La predilección que siente por ella Lutero proviene de su teoría de la justificación basada en la divinidad de la per­ sona de Jesús. Esta creencia en dicha divinidad caracte­ riza la índole mística de su educación y de su inteligen­ cia. Lo propio ocurre con Schleiermacher, con Kierkeer- gaard, con Renán. Según nota Strauss, la calma, la claridad concreta de los Sinópticos emana de que ellos no intentaron inventar el maestro que nos revelan. Lo hallaron, en parte, ya es­ bozado en las memorias galileas tradicionales. Otros exégetas, por ejemplo Weisse, consideran vero­ símiles las disertaciones que la cuarta Crónica pone en labios de Jesús, y rechazan los relatos episódicos como ficciones ulteriores. Renán adopta el criterio contrario: rechaza los discursos como apócrifos y construye su apolo­ gía del Jesús tradicional sobre la parte anecdótica de la cuarta Crónica. Strauss llama “infeliz” al ensayo de Renán; observa que, al suponer divisible la cuarta Crónica, su criterio his- toriográfico resulta tan deleznable como el del profesor Weisse. Claro es que si Renán sólo admite la exposición de los hechos, es porque desdeña ocuparse críticamente de los “milagros”. Así, por ejemplo, no pudiendo aceptar la resurrección de Lázaro ni recurrir al criterio mitolo­ LA LEYENDA EVANGÉLICA 109 gista que sólo ve en dicho prodigio una parábola puesta en acción, fragua una escena de mixtificación (1). Este sacrificio de la personalidad ideal de Jesús a la inter­ pretación literal del texto ha autorizado a la crítica ale­ mana a tratarlo de nuevo Venturini (2).

(1) E. Renán: Vida de Jesús, págs. 222, 225. (2) Venturini: Histoire naturelle du (/rund prophète de Nazareth, 1802.

La exegesis ra cl i c a 1

La exégesis radical moderna, representada por los grandes orientalistas Kalthoff, Robertson, Smith, Drews, niega la historicidad del Jesús sinóptico, reconstruido por la exégesis liberal, como ésta niega la verosimilitud del Cristo joánico tradicional. Acepta las conclusiones críticas liberales, en tanto se concretan a destruir los mitos evangélicos tradicionales, pero rechaza la representación fragmentaria que la exé gesis liberal pretende darnos de Jesús. No admite que de­ bajo de los relatos evangélicos que constituyen el mito del Cristo subsistan rastros que revelan un Jesús real. La exégesis radical hace suya la observación de Wrede: “Cuando se pretende trabajar sobre un núcleo histórico hay que haberlo descubierto realmente.., ¿Dónde está el indicio que distinga los diversos estratos redaccionales? En verdad, estamos ante la representación que las comu­ nidades se hacían de Jesús en la época de la redacción del Evangelio; no profundizamos más allá.” Imaginan haber restaurado el verdadero Jesús. “Nada más negativo que el resultado de tales búsque­ das en torno a Jesús. Ese Jesús de Nazaret, que se mani­ fiesta como Mesías, que predica el Reino de Dios, que fo­ menta el Reino de los cielos y que muere para consagrar 8 114 A l v a r o a r m a n d o v a s s e u r su obra, nunca ha existido. Es una figura que el raciona­ lismo, el liberalismo, ha animado, y la teología moderna ha vestido de ciencia histórica.” ¿No quieren admitir que el Cristianismo sea posible sin la existencia de un Jesús? Entonces, ¿por qué Wernle confiesa que la Cristología estaba preparada antes que Jesús apareciera en Galilea? De hecho, ambas teologías son alejandrinismos estériles, tan distantes de la ciencia como de la fe. De la ciencia, porque su manera de re­ cortar el nuevo testamento no es científica, puesto que sus tijeras continúan siendo teológicas y sólo cortan lo que les conviene; no hacen labor de crítica realmente inde­ pendiente; se atienen a sus convicciones concepcionales. Cuando un Bossuet se pregunta: “¿Qué sabemos nos­ otros de Jesús?”, no contesta según lo que sabe, sino por lo que parece creer, y sus cómplices teológicos hacen lo mismo. Inconscientemente, pero no por ello es menos cier­ to que los campeones de la teología liberal son incapaces de pensar como verdaderos historiadores. Sus investiga­ ciones críticas se inspiran en el deseo de desmenuzar la teo­ logía católica, romana, a pesar de lo cual no logran liber­ tarse de la necesidad del principio dle autoridad. Por ello se adhieren a la pajilla de su Jesús histórico, porque precisa­ mente sobre esa pajilla basan el principio de esa autoridad a que no pueden renunciar y de cuya subsistencia son be­ neficiarios. “Cristo es grande y yo soy su profeta” ; he ahí lo que cada uno de ellos piensa. Los radicales observan que, por falta de certidumbre histórica, el nombre de Jesús se ha convertido para la teo­ logía protestante en un simple vaso en el que cada teó­ logo vierte el contenido de su propio pensamiento. En este pseudo Jesús caben todos los contrastes; tal es su elasti- I.A LEYENDA EVANGELICA 115 cidad, que conservadores y liberales lo hacen suyo, y así puedle repetirse lo que dice Harnack: “No era un hacedor de milagros, pero ha hecho milagros; no ha resucitado, sin embargo le han resucitado; no era el Mesías, pero es el Mesías.” Ni la fe, ni el pensamiento, ni la moral del Jesús de la teología liberal dan la impresión de una vida realmente vivida. Después de ejecutar así a sus adversarios liberales, los grandes negudores radicales invalidan con otra clase de argumentos los diversos testimonios que parecen esta­ blecer la historicidad de Jesús. Vamos a concretarnos a los principales. La literatura del primer siglo no dice nada de Jesús. Este silencio sería inconcebible si el relato evangélico fue­ ra histórico. La literatura neotestamentaria, con sus interpolaciones, sus contradicciones, sus inverosimilitudes, sobre todo con las asombrosas libertades con que los diversos evangelis­ tas organizan los elementos de sus relatos, no puede con­ siderarse fuente histórica. Ambos argumentos se com­ plementan. No hay en la literatura profana contemporá­ nea, ni en la de la época siguiente, un solo testimonio digno de confianza acerca de la ejecución de un Jesús, bajo Poncio Pilato, o de cualquiera agitador mesiánico, sobre cuya vida hubieran podido basarse los relatos evan­ gélicos. Tampoco hallamos ninguna referencia en la li­ teratura judía de la época. Todos los negadores de la historicidad de Jesús com­ parten ambas afirmaciones. Reconocen que las supuestas referencias de Tácito, de Suetonio, de Plinio, de Celso nada prueban, puesto que son meros ecos de la tradición cristiana. El silencio de los escritores profanos es tan deci- liti ÁLVARO ARMANDO VASSEUR sivo como el de los escritores judíos. El silencio de Filón, que hace una exposición tan detallada de la época de Pilatos y de los sucesos de Palestina; el silencio del Justo de Tiberiades, mencionadlo por Photeius, y, sobre todo, el del historiador judío Josefo. Las dos noticias conteni­ das en Antigüedades, 18, 313 y 20, 9, 1, que nombran a Jesús, son interpoladas. Algunos teólogos liberales admiten la autenticidad del pasaje de Josefo que relata la lapidación de Santiago “hermano” de Jesús. Los radicales la niegan. Sólo admiten como auténtico el paso que se refiere a las prédicas de Juan Bautista, cuya exaltación mesiánica excitaba de tal suerte a las multitudes, que Herodes Antipas temió una sedición po­ pular (Antig., 18, 5, 2). ¿Cómo es que un cronista tan locuaz como Josefo, que parece saber algo de Juan Bau­ tista, nada dice de Jesús? Está demostrado que hasta la época en que la difu­ sión de los Evangelios basta para explicar las referencias que la literatura profana puede hacer de Jesús no se le menciona en ninguna obra. Este hecho general aboga contra la historicidad de Jesús. Tanto más, cuanto que los escritores profanos no tienen motivos para callar. Puesto que el Cristianismo era a sus ojos sólo una vana y demente superstición, no tenían por qué ocultar que su supuesto fundador había sido un delincuente crucificado en Jerusalén. Es cierto que sólc subsiste una parte de esta literatura profana; pero precisamente es por el desprecio con que trataban el mito siriopalestino, que fue destruida. Si el silencio de los escritores griegos y romanos no bas­ ta, ¿cómo explicarnos el de los judíos, y particularmente LA LEYENDA EVANGÉLICA 117 el de Josefo, un palestiniano, un profesional de la crónica y de la historia? ¿Cómo es posible que no supiera nada? Y si sabía algo, ¿por que se calló? Judío ortodoxo, según parece haber sido, debería haber pensado que sus compa­ triotas saduceos y fariseos tenían razón al rechazar al pretendiente mesiánico y liberarse de él. ¿Por qué callarlo? Una sola explicación, confirmadla por el silencio general de la literatura, explica el de la literatura judía: Jesús no ha existido como personalidad histórica. Cuanto a los testimonios de la literatura cristiana, Evangelios, Epístolas del pseudo Pablo, Hechos de los Apóstoles, etc., he aquí los argumentos con que niegan su autenticidad los campeones de la exégesis radical. Kalthoff se ha pasado la vida demostrando que los Evangelios no prueban la historicidad de Jesús. La única comprobación que se desprende de su estudio es que el Jesús evangélico pierde todo su sentido si se le separa del mito del Cristo. Es indudable que los Evangelios no han sido escritos para narrarnos estos o aquellos episodios de un cierto Jesús, sino para convencernos de “que Jesús es el Cristo”. Se trata de escritos de forma apocalíptica más o menos disfrazada; nos revelan una verdad: quién es el Cristo. Los demás libros del nuevo testamento son de la misma procedencia, puesto que sus autores aprendieron a escribir en las sinagogas judías, en las que soplaba el ideal apocalíptico. Han personificado el Cristo según el procedimiento que, de tendencias o de opiniones colectivas, creara los tipos deEbión, del F.lksai y de Simón, el padre de las herejías. Han hecho de Jesús la figura viviente de la buena nueva del Reino de Dios. Los Evangelios no son documentos de la historia de un 118 Al v a r o a r m a n d o v a s s e u r individuo, sino de un movimiento, del que saldrá la or­ ganización de la sociedad católica. Nuestros cuatro Evangelios canónicos constituyen un grupo de elementos conexos; aunque el cuarto Evangelio desarrolla ideas distintas de los tres anteriores, no es ar­ gumento que aumente o disminuya su valor histórico con respecto a Jesús. No es más ni menos apocalíptico que los Sinópticos: sólo es más helenizado. Un gran tumulto social señala el comienzo de la Era cristiana. Nuestros cuatro Evangelios representan las principales corrientes que se combinan o se combaten. Su unidad consiste en que nos dan en su conjunto el proceso del establecimiento de la Iglesia. Su variedad emana de que sus autores no tienen ante sus ojos las mis­ mas fases de ese proceso de desarrollo; pero en lo que atañe a la representación verdaderamente humana de Cristo, no hay diferencia perceptible entre los Sinópticos y el cuarto Evangelio. El Cristo joánico no es más real que el Cristo sinóptico: Hijo de una Virgen, resucitado al tercer día y elevado en cuerpo y alma al cielo. La Apocalíptica judía ha suministrado a los cuatro le- gendaristas sus procedimientos de exposición, sus tenden­ cias, sus apariciones de ángeles, la perspectiva del más allá, su espera del Juicio final y su tema del reino de Dios, concebido como real según las profecías. Evidentemente, este “Reino de Dios” y el “Cristo” van juntos, como la expresión y la idea, como la realidad y el principio, El Cristo de los Evangelios encubre bajo el velo de una exposición en estilo apocalíptico, un fragmento de la historia de este movimiento hacia la realización de la LA LEYENDA EVANGÉLICA 119 ciudad de Dios, cuyos comienzos se remontan a las tenta­ tivas de reformas sociales de los Profetas. Como los apócrifos apocalípticos, los Evangelios desde­ ñan la exactitud cronológica; los mismos nombres propios que mencionan, no prueban nada; sólo son mencionados para validar las afirmaciones disimuladas en los relatos del autor, siempre simbólicos o alegóricos. Por ejemplo: cuando nos dicen que Jesús fué crucificado por Poncio Pilatos, se trata simplemente de fijar un hecho discutido, mediante una localización aparentemente precisa. Inspi­ rándose en análogas preocupaciones, el autor de los /Ic­ ios hará reconocer al propio Trajano la realidad de la crucifixión de Jesús, contra los dórelas que la niegan, atribuyendo al Emperador la siguiente preguntar al már­ tir: “¿Hablas tú del que fué crucificado bajo Poncio Pi­ latos?” Independientemente de estas objeciones, los exégetas descubren en los Evangelios diversos estratos redacciona- les. Se basan en las contradicciones y en las divergencias en los detalles, para observar que el texto primitivo lia sido varias veces tocado y retocado antes de cristalizar en el estado en que actualmente lo poseemos, y creen que dichos retoques lo han alejado cada vez más de la Historia. Según Kalthoff, este criterio es erróneo. I,a primera re­ dacción no era más histórica que las otras; lo que ha ocu­ rrido es que el mesianismo lia evolucionado antes de de­ generar en el cristianismo católico; las diversas capas re- daccionales corresponden a las principales etapas dogmá­ ticas que ha recorrido. Esta tesis implica, necesariamente, que la antigua comunidad se hizo cómplice del primer re­ dactor, pues ella sabía que el texto evangélico era genui- 120 ALVARO ARMANDO VASSEUR namcnte simbólico: Que su Jesús era una ficción simbó­ lica. Pal es la opinión del pastor protestante Kalthoff. Si la Iglesia hubiera creído en la historicidad del Cris­ to, no habría admitido en su el cuarto Evangelio, que no menciona la institución de la Eucaristía y localiza la actividad de Jesús en Jerusalén y en sus alrededores, en tanto que los Sinópticos la ubican en Galilea; y acer­ ca de la Pasión da una cronología contradictoria de la de los Sinópticos. Desacuerdos inadmisibles, si se tratara de hechos históricos, pero divergencias sin importancia, sim­ plemente formales, si se les considera meros relatos apoca­ lípticos. Si en cuanto a su forma son apocalípticos, su verdadero fondo es social. Frase como ésta: “Desgraciados de vos­ otros los ricos” o “Bienaventurados los pobres”, o la in­ sistencia con que aluden a los orígenes proletarios de Je­ sús, hijo de un carpintero, nacido en la mayor indigencia, proyectan una viva luz sobre las intenciones del conjunto del relato evangélico. Hay que reconocer en las senten­ cias atribuidas al Cristo— los Loggias de los exégetas—, una selección en la que se combinan las opiniones socia­ les de los Profetas con las concepciones individualistas del judaismo posterior, un florilegio de reglas éticas y so­ ciales, esencialmente prácticas. El Evangelio nació de las preocupaciones sociales, en torno al advenimiento del Reino de Dios, es decir, de la era de justicia reparadora, de ventura más que democrá­ tica, comunista, para las clases desheredadas. Cada Evan­ gelio corresponde a las ansiedades y a los prejuicios de una variedad de miserables. Fácil es percibir la expresión original que cada Evan­ gelista ha dado al sueño palingenésico común: En Mar- LA LEYENDA EVANGÉLICA 121 eos, el más antiguo, no liay relato de la infancia de Je­ sús: Este sólo es “la encarnación del misterio de la Igle­ sia”, de donde se deduce que el Evangelista tiende a su­ bordinar el aspecto social del Mi i.mismo a su lado pura­ mente religioso. Entre Mateo y Lucas se nota esta dife­ rencia: en tanto el frente de la batalla mcsiánica es diri­ gido contra la jerarquía social, en I .ucas es contra los representantes de la riqueza. I nicas dirige sus palabras más terribles contra el rico; Maleo contra el escriba y el fariseo; son los dos aspectos de un mismo problema. La situación parece cambiar en el cutirlo l'.vnngdijo: el sub­ suelo proletario fundamental se ha ido n quebrajando; en las bodas de Canaán ya no nos hall;...... los des­ heredados del mundo. Sin duda la atisloeiaeia todavía no cree en Jesús, sus fieles continúan mugiendo enlic los hijos del pueblo, detestado por los podcionos porque el pueblo no comprende la Ley. No obsta ule, ya aparecen en buena situación “algunos miembros de la jerarquía so­ cial y de la riqueza”, como José de Arimateo o Nicode- mo. Acaso había que ver en estas citas una alusión a Flavius Clemente, que en tiempo de Domieiano parece ha­ ber sido el primer patricio conocido que se afilió a la comu­ nidad cristiana. Tal es el modo con que Kalthoff explica lo que podría­ mos llamar tabulación de la novela evangélica. Opina, con acierto, que los detalles no lian nacido todos en la imagi­ nación del cronista, que muchos representan rasgos toma­ dos y convenientemente adaptados, de la realidad que conoce, del ambiente en que vive. Por ejemplo: los acto­ res del drama pueden corresponder a personajes reales, aunque las relaciones que el Evangelista establece entre ellos sean imaginarias. Así no es imposible que uno de los 122 Al.VARO ARMANDO VASSEUR numeroso» mcsianistas judíos de las inmediaciones de la Era C'risliana se haya llamado Jesús, y que el Urevange- lista, primer Evangelista, haya tomado ciertos rasgos de un cierto Pedro o de un cierto Juan. Lo esencial es que no olvidemos los hábitos del género apocalíptico. Estos hábitos, practicados por los que escribieron los Libros de los Profetas, parecen referirse literalmente a personajes y sucesos antiguos, pero simbólicamente se refieren a per­ sonajes y hechos contemporáneos. Exactamente como ocu­ rre, en gran parte, con la literatura de nuestro tiempo. Cuando no se quiere atacar o denigrar directamente, se encubre la agresión con representaciones simbólicas, estu­ diando personajes más o menos históricos. La exégesis ha llegado a descubrir que el Nabucodo- nosor del Libro de Daniel es Antíoco Epifanio, contem­ poráneo del redactor pseudónimo. Análogamente, ¿el Evangelista no aludirá, bajo el nombre de Poncio Pila- tos, a algún más reciente perseguidor de los cristianos? Kalthoff piensa en Plinio, que ejecutó en Bitinia el pri­ mer decreto de Estado contra los “hermanos cristianos”. En los Evangelios, Pilatos parece impulsado por los judíos; pero aunque no es difícil adivinar su influencia en la famosa carta del gobernador Plinio a Trajano, no hay que olvidar que en la época de este Emperador los cristia­ nos se hallaban entre dos grandes odios, el del Estado ro­ mano y el de los judíos, particularmente en las inmedia­ ciones de la gran rebelión que estallará en 116 y que se prepara en el momento en que se producen los incidentes de Bitinia, en 112. Otro ejemplo: Ese Judas que denuncia a Jesús tampoco es un personaje histórico; representa una colectividad odia- LA LEYENDA EVANGÉLICA 123 da; encarna el gremio de los delatores, cuyo celo policial se especializa contra los cristianos, según consta en la car­ ta de Plinio. Pasemos de los hombres a los hechos: ¿Qué significado puede tener la fuga a Egipto de María y José? La cons­ ciencia que el cronista Mateo tiene de que el movimiento cristiano halla uno de sus ambiente:, de expansión en el judaismo alejandrino. El Evangelio nos muestra a Jesús, cxot visando demo­ nios, a pesar de que éstos son los primeros que lo procla­ man Mesías y reconocen que él ha venido para expulsar­ los. Su jefe, Satán, hace milagros pata conquistarlo. ¿Qué significa todo esto? Sencillamente, que en los días circu­ lan mesianistas demoníacos, en los cuales las aleas socia­ les, revolucoinarias, se truecan en embriar.ue/ apocalíp­ tica, fenómeno bien conocido, del que L. I laudante:, de la Edad Media nos ofrecen otro tipo y signo precursor en las multitudes populares de una prolunda leí mentación social. ¿Qué es la Eucaristía? El símbolo ele la propia Igle­ sia, que es el cuerpo viviente de Chisto, y ofrece el pan y el vino a los fieles en alimento espiritual. Si la Eucaristía hubiera surgido dle una institución real, creada por Cristo, ¿por qué ninguno de los apologistas cristianos de la época de Adriano opuso a las calumnias paganas contra la Cena el télalo de su institución por Jesús? La Iglesia no ha inventado este símbolo de unión fra­ ternal: El mundo pagano, el mundo judío, las sectas mo­ násticas y las escuelas filosóficas, celebraban sus ágapes cordiales, que ella se ha concretado a imitar. Asimismo la \>A ALVARO ARMANDO VASSEUR \ pasión y la muerte de Jesús son meras ficciones, incidentes insignificantes, dispuestos para concluir mejor la leyenda. I ,a historia del Cristianismo, considerada en el conjun­ to de su evolución, es dominada por un símbolo: La Cruz, instrumento del martirio de los esclavos, imagen fatídica de la miseria de los desheredados. Ella se levanta para el proletariado como un signo de lucha y de esperanza. Originariamente el Cristianismo es la religión de la Cruz; la Pasión, la Crucifixión, la Resurrección, no hay que considerarlas como “historias”, sino como la repre­ sentación necesaria y el testimonio de la prueba del fue­ go que el movimiento social mesiánico ha soportado y ha hecho invencible la fe que ha creado. Los Evangelios representan una construcción en la que se hallan expuestos, en la forma simbólica de una especie de biografía, los comienzos de una agitación social de ten­ dencia mesiánica, que degenera rápidamente en una or­ ganización puramente religiosa, hacia la Iglesia católica. Se explican perfectamente sin suponer que nos hablan de un Jesús real. Mas esta suposición los hace ininteligibles. El único testimonio que vale la pena discutir en pro de este supuesto Jesús histórico, es el de Pablo. Pero Kalthoff no titubea. Niega terminantemente la autenticidad de las Epístolas atribuidas al Apóstol. Su principal argumento es que el autor de los Actos de los Apóstoles, considerado por la tradición como un dis­ cípulo de Pablo, no menciona dichas Epístolas; las ignora. Acerca de la Epístola a los Romanos, observa Kalthoff, cristianos muy antiguos que escribieron en Roma, como el autor de la Cima Clementis o el autor del Pastor, no muestran huellas de su influencia. Por otra parte, si cuan- LA LEYENDA EVANGÉLICA 125 do Pablo llega a Roma para ser juzgado, la comunidad lo ignora, como lo atestiguan los Actos (28, 21), es por­ que él no les ha escrito algunos años antes. Kalthoff no discute la existencia de Pablo, pero rehú­ sa atribuirle las Epístolas que pasan por ser suyas, y que el examen interno prueba su carácter artificial. I .a Epísto­ la a los Gálatas, por ejemplo, no responde, a su juicio, a ninguna realidad geográfica. I ,a l'.pistola a los Romanos está compuesta de retazos heterogéneos... En este punto Kalthoff hace suyos los argumentos negativos de los ho­ landeses. Por lo demás, ¿qué es lo que estas rpfstolas nos rela­ tan acerca de Jesús? El autor o autores no lian conocido a ningún Jesús histórico. Se inspiran en su sedicente Cristo, como los Profetas judíos se inspiraban en Jahvvé, atribu­ yéndoles sus profecías y sus prohibiciones que minea reci­ bieron de un Jahwé “individual e histórico" El autor de la Epístola a los Gálatas (I y 2), mem junando sus rela­ ciones con la comunidad de Jerusalén, declara que su Evangelio no lo ha recibido de ningún hombre. De esto se deducé que lo que dice y piensa de Jesús el verdadero Poblo lo ignoramos, y que lo que refiere el pseudo Pablo de las Epístolas, nada nos enseña, salvo que nada sabe, y sólo lo concibe, como un ente sobrenatural, presentado a título de testigo de tesis, de pura especulación mística. La lectura de los demás libros del nuevo testamento y de las obras de los más antiguos cristianos, de los que se llaman Padres apostólicos, dan una impresión análoga: El Cristo nunca se manifiesta como un “individuo histó­ rico” ; es la idea personificada, el principio trascendente de la Iglesia. Según el pseudo Ignacio, en su carta a los Filipenses, ocupa el lugar de la ley judía. La comunidad 12(> Al v a r o a r m a n d o v a s s e u r constituye “el cuerpo del Cristo” y cuando el mismo pseu- do I «nació escribe a los de Smirna que “el Cristo conti­ núa viviente”, expresa una idea análoga. Los docetas, muy activos en esa época para significar el verdadero ca­ rácter del Cristo, que es un ser genuinamente simbólico, declaran que su carne sólo había sido apariencia. Cuan­ do los Padres apostólicos afirman que el Cristo “ha sido verdaderamente Dios”, debemos entender que la Iglesia participa de lo absoluto divino y de la plenitud de la poten­ cia divina, y cuando dice que ha sido “verdaderamente hombre”, significa que la absoluta idealidad de la Iglesia no es para alcanzar el cielo, sino para realizarse en la tie­ rra; que no es metafísica, sino real, y que vale para las cosas visibles. Kalthoff observa que, en los frescos de las Catacumbas romanas, la figura del Buen Pastor siempre es imberbe y juvenil; no puede, pues, presentar un “Jesús histórico”, simboliza la joven comunidad cristiana que, como el ver­ dadero Cristo, conduce a los débiles y guía a los que se extravían. Asimismo en las Catacumbas, el Cristo es re­ presentado por un pez, que a semejanza del Mithraísmo, se ofrece a la manducatoria de los fieles como un alimen­ to de inmortalidad. Estos ejemplos parecen probar que, para los primeros cristianos, Jesús es un símbolo. Finalmente, ¿qué significa ese sacrificio del Dios y esa comunión en él, que celebra la comunidad cristiana, sino el exacto equivalente de los mitos y de los ritos del mismo orden, que observamos en otras religiones orientales? Mithra, Attis, Adonis, Tammouz, prototipos de Jesús, es decir, modelos suyos, no poseen más realidad histórica que él, y como él tienen una historia... Aquí y allí los preten­ didos hechos se reducen a símbolos. LA LEYENDA EVANGELICA i 27 Que en la gran marea mesiánica que constituyó el Cris­ tianismo, un cierto Jesús, considerado “Salvador” de su pueblo, haya vivido, no es imposible; pero la leyenda evan­ gélica es extraña a este individuo, cuya existencia proble­ mática no ofrece para nosotros ningún interés.

Kalthoff y Giii^ncbcii'l

La exégesis liberal atribuye a la iniciativa de Jesús una parte esencial en la organización de la doctrina evangéli­ ca; lo propio que a Pablo y a Juan en el establecimiento ulterior del Cristianismo. Admite que la persona de Jesús es por lo menos el punto de arranque de las construccio­ nes de la fe, que lo transforman en el Cristo tradicional. Los exégetas radicales niegan, como hemos visto, la au­ tenticidad de Jesús. Kalthoff observa que el más minucioso estudio del nue­ vo testamento, partiendo de la hipótesis de un Jesús real, no ha conducido más que a negaciones. Tal resultado no puede ser el fin de la ciencia. El error de la teología libe­ ral consistió en pretender explicar el establecimiento del Cristianismo como un resultado de la difusión del nuevo testamento. El método científico consiste en partir de un hecho cierto, por ejemplo, la existencia de una comunidad cristiana el año 64 en Roma, y explicar así por el cristia­ nismo mismo el origen y la redacción del nuevo testa­ mento. Kalthoff entiende que para adoptar este criterio es in­ dispensable aceptar la concepción materialista de la histo­ ria. Considerar que el principio de toda profunda acción social reside en los instintos y en los movimientos de las 132 ALVARO ARMANDO VASSEUR muchedumbres. En la evolución de la sociedad, los facto­ res intelectuales, las ideas que obran como propulsores de movimiento, no son para el historiador descubrimientos in­ dividuales; son productos culturales, ambientes determi­ nados por análogos antecedentes. Naturalmente estas ideas revisten una expresión particu­ lar, según los diversos individuos y los ambientes históri­ cos en que éstos viven. Pero el individuo, aun el más ge­ nial, no es un milagro caído del cielo; Es un producto na­ tural y social, ante el cual debemos preguntarnos cómo se formó. La teoría de los héroes espontáneos, inspiradores y guías de la Humanidad, según la concepción mística de Carlyle, es anticuada. E\ cristianismo ha ido degenerando, hasta tornarse in­ dividualista ; en su origen no lo era (1).

(i) El mesianismo fué comunista, según consta en los He chos: 4; 32, 37; 5; 1, n ; “y la multitud de los que creían en los apóstoles eran de un corazón y de un alma. Y ninguno decía ser suyo algo de lo qu,e poseía: todas las cosas eran co­ munes. Ningún necesitado había entre ellos: todos los que po­ seían heredades o casas, vendiéndolas, traían el importe de lo vendido. Y lo ponían a los pies de los apóstoles; y repartían a cada uno según su menester. Y José, llamado por los após­ toles Bernabé, natural de Cipro, tenía una heredad, la vendió, trajo el dinero y diólo a los apóstoles. Mas un varón llamado Ananías, con Safira su mujer, vendió una heredad y, ocul­ tando el precio, sólo trajo una parte y la dió a los apóstoles; y Pedro le dijo; “ Ananías, ¿por qué ha llenado Satanás tu co­ razón ? ¿ Por qué has mentido al Espíritu Santo engañándo­ nos acerca del precio de la venta?... No has mentido a los hombres, sino a Dios.” Entonces, Ananías, oyendo estas pa­ labras, cayó y murió... Pasadas tres horas entró su mujer, que ignoraba lo acontecido. Entonces, Pedro le dijo: “ Dimc, ¿ven­ diste en tanto la heredad?” Y ella dijo: “ Si, en tanto.” Y Pe- LA LEYENDA EVANGÉLICA 133 Arraigó en un movimiento social de forma religiosa y moral, tan distante del individualismo, que hasta carecía de la noción de un fundador personal. Este se superpone al cristianismo, como la personificación ideal de sus aspi­ raciones, largo tiempo después de la aparición de la sec­ ta. La prueba de ello es que cuando el ideal cristiano se hubo modificado, la persona de Jesús también se trans­ formó. Veamos ahora cómo concreta Kalthoff la formación so­ cial del Evangelio cristiano: Existen en el mundo grecorro­ mano, poco antes de nuestra Era, dos elementos de revo­ lución social; el proletariado, ya parcialmente organizado en asociación— los collegia— , y el mesianismo judío. Los sentimientos y las ideas que provocaron la sublevación de los esclavos en torno a Espartaco— 73-71 antes de nues­ tra Era— no han cambiado, puesto que en vez de mejorar empeora la división del trabajo social. Pero la organiza­ ción del Gobierno imperial ya no les permite manifestar su descontento con revueltas. Virtualmente, la agitación re­ volucionaria continúa; sus jefes, instruidos por la expe­ riencia, saben que es inútil ir de nuevo a estrellarse contra la fuerza disciplinada de las legiones romanas. Han apren­ dido a provechar la disciplina organizadora y la cultura intelectual de sus enemigos sociales. Conjuntamente descu­ bren en el ideal y en las aspiraciones de los judíos hetere- doxos un estímulo y un alimento moral: Desde la época de los profetas, Israel sabe qué actitud hay que asumir fren- dro repuso: “ ¿Por qué engañaste al Espíritu Santo? He ahí en la puerta los que acaban de enterrar a tu marido te saca­ rán.” Y la mujer, aterrada, cayó a los pies de Pedro y murió. Y la sacaron y la sepultaron junto al marido.” 134 ALVARO ARMANDO VASSEUR te a toda opresión. Sabe que la resistencia pasiva, la fuer­ za moral sostenida, conducen a la emancipación. En sus comienzos, el mesianismo es esencialmente un sueño de justicia social, que debe realizarse en una organi­ zación mundial, fundamentalmente democrática, comunis­ ta. En Palestina reviste un carácter nacionalista; pero lo pierde, lo modifica, ampliándose, transformándose al con­ tacto de la cultura helénica, de la metafísica platónica, del cosmopolitismo estoico. Estos elementos transformadores obran particularmente en Alejandría y en Roma. La judería de Roma, tanto por sus elementos proleta­ rios como por sus representantes burgueses y algunos en­ cumbrados, es uno de los factores de mayor difusión del ideal mesiánico. En contacto permanente con el proleta­ riado romano, va constituyendo una mezcla sentimental y religiosa, realmente explosiva, que debido a la voluntad de los jefes no hace explosión. Pero va trocando su energía, cada vez más concentrada y más vasta, en un movimien­ to progresivo, que es el cristianismo primitivo; cuyas disci­ plinas seculares dominan las dispersiones sectarias, multi­ plican los centros de propaganda, crean una asociación in­ ternacional cada vez más cosmopolita, vasta como la Na­ ción de las Naciones, y acaban por ser un imperio en el Imperio. Kalthoff insiste en que el cristianismo no proviene de Pa­ lestina, sino de Roma: En esta capital se produce el con­ tacto de los dos elementos primordiales, y los escritos en que comienza a figurar su ideal y a simbolizar su vida, los Evangelios, revelan, a quien sabe interrogarlos, su origen romano. El idioma en que están escritos no parece una tra­ ducción del arameo. La biblia que citan es la de los Se­ tenta. Detalles importantes no son originarios de Judea; I.A LEYENDA EVANGÉLICA 135 por ejemplo, la escena donde Jesús se hace presentar una moneda con la efigie del Emperador para justificar su fra­ se: “Dad al César lo que es del César”, es decir, para fijar su actitud en la cuestión de los impuestos, es incom­ patible con la repugnancia de los judíos por las imáge­ nes. Expresiones corrientes, como “el Señor”, son roma­ nas; el régimen de explotación agraria a que suelen alu­ dir los Evangelios, corresponde al sistema de colonia esta­ blecido en Italia, y no al régimen de pequeña propiedad imperante en Palestina. El gran propietario que hace ex­ plotar sus tierras por servidores y desde lejos cobra sus rentas, tal como nos lo muestran los textos canónicos, es un tipo italiano, no un tipo palestiniano. Finalmente, y esto en concepto de Kalthoff es capital, la concepción universa­ lista que se expresa en los Evangelios es antijudaica. Sólo pudo formarse en Roma, donde confluyen el Derecho ro­ mano, la fe judía y la sabiduría griega. Si el Cristo personifica la vida y la fe de la comunidad cristiana, Pedro personifica la comunidad romana; con su tendencia y su centralización universl, para los evange­ listas es un personaje tan importante como el mismo Cristo. Su nombre es un símbolo: Pedro es la roca sobre la cual se basa la sociedad cristiana. Y la declaración en que atribuye el mesiazgo a Jesús se explica por la vida misma de la comunidad romana: Tú eres el Cristo, dice Pedro. Y en efecto, la comunidad romana es la primera que elevándose por encima del judcocristianismo, de tendencia ebionista, particularista, es decir, reservada a los misera­ bles, concebida en forma de pequeñas agrupaciones, des­ arrolla la concepción de un ideal de Iglesia universal. El individuo “Pedro”, de que nos hablan los Evangelios, no L ili Al v a r o a r m a n d o v a s s e u r li.i (IcjiuJo rastros de su existencia en Roma; posiblemente imncu estuvo allí. Pero como símbolo de la tendencia ro­ mana centralizadora se siente su presencia constante. “Un solo pastor y un solo rebaño” ; he aguí la fórmula de esta tendencia, según se manifiesta en el cuarto Evangelio. El cristianismo ha surgido de un movimiento social com­ plejo, anterior a los textos que ha engendrado y al tipo de “Salvador” que ha creado, para expresar sus distintas ten­ dencias, poetizar sus fases diversas, concretar su ideal y definir su fe, de acuerdo con los hábitos espirituales, y con­ cretar las convicciones religiosas de los hombres que aspi­ raba a catequizar. La tesis de Kalthoff, según la cual Jesús es la represen­ tación del movimiento social, es admisible a juicio de Guig- nebert. Nos damos cuenta que el éxito del cristianismo, limi­ tado exclusivamente a las clases bajas durante los dos primeros siglos, se explica por la preparación social de su ambiente de propaganda. Si los miserables lo han acogido como un consuelo y una esperanza, es porque responde a sus deseos; si responde, ¿no es porque ellos mismos lo han plasmado para que res­ ponda? Pero si la religión nueva sólo es la forma religiosa de una virtual revolución social, ¿por qué basa su buena nueva en la prohibición de la violencia, en la obligación de someterse a las potencias, en la resignación social? Predican el amor fraternal y la caridad para que un día lo practiquen aquellos cuya dureza e injusticia aplas­ tan a los humildes. Sin embargo, ¿es admisible que un movimiento en cuyo origen se coloca a Espartaco, busque su inspiración en el mesianismo judío; que un movimiento I.A LEYENDA EVANGÉLICA 137 provocado por la más escandalosa desigualdad y la lucha de clase más implacable, haya precisamente engendrado una religión pacifista cjue repudiando toda reivindicación social consienta en soportarlo todo sobre la tierra en espera de una dicha ultraterrestre? (Véase en mi crítica a Renán cómo puede explicarse esta tergiversación de los ideales evangélicos.) Concíbese que hombres bien disciplinados, que una ex­ citación momentánea ha impulsado a insurgirse, se apa­ cigüen y se resignen ante las palabras de un profeta o de un sacerdote; pero se eompiende menos que la exaspera­ ción secular de las multitudes pmletunas del Imperio Ro­ mano se haya apaciguado en tiempo de Augusto y trans­ formado en un sentimiento religioso que las llevará a cons­ tituir una religión que trocará sus ansias de bienestar te­ rrestre en esperanza de celeste beatitud. Concíbese que el cristianismo, venido de lucia, haya ha­ ya hallado en el mundo romano una silum ion favorable a su difusión, pero no es admisible que haya sido engen­ drado por un movimiento social coium irnle y organizado. Ningún texto nos permite afirmar la existencia de seme­ jante movimiento en el Imperio del primer siglo. No poseemos ningún texto histórico que aluda a una or­ ganización general del proletariado en esa época. No dejaría de ser asombroso vci hombres en su inmen­ sa mayoría tan alejados del judaismo por sus hábitos politeístas, sus supersticiones y sus prejuicios, ir a buscar a Palestina ese esquema de vida religiosa y moral y el prin­ cipio de su concepción nueva de la vida social. Por el con­ trario, todo lo que sabemos de la más antigua historia del cristianismo nos prueba que, para propagarse en el mun­ do grecorromano, tuvo que repudiar el judaismo, y lo re- 138 Al v a r o a r m a n d o v a s s e u r I»lidió justamente para adaptarse a las necesidades de la propaganda en tierra pagana. El contacto y la consiguiente compenetración que supo­ nen entre el proletariado romano y el apocalipsis judío, es lo que Kalthoff no ha explicado, ni siquiera demostrado que dicho contacto se hubiera efectuado. Para atenuar la inverosimilitud ha imaginado sistemá­ ticamente, a su modo, el proletariado romano y la apoca­ líptica judía. Nos muestra esta última plasmada bajo la influencia de las ideas griegas y de preocupaciones socia­ les, en vez de serlo con ideas judías y preocupaciones es- catológicas, que desde Daniel se han convertido en una especie de programa de reconstrucción social, de inspira­ ción platónica. Esto parece muy poco verosímil. El apocalipsis anun­ cia a los judíos el castigo de sus enemigos y el advenimien­ to del reino de Dios. Entre su sueño de justicia y la trans­ formación económica que podría satisfacer al proletaria­ do romano, Guignebert ve un abismo. La adaptación de la apocalíptica judía al espíritu de los grecorromanos es la obra del cristianismo primitivo, no es el resultado de dicha adaptación. ¿Cómo puede la comunidad cristiana sentir la necesi­ dad de representarse ella misma en sus aspiraciones, sus sufrimientos y su fin, trazando la figura y la historia de Jesús, de suerte que en definitiva viene a ser ella misma el objeto de su propio culto? Kalthoff no nos lo dice. Sin embargo, la operación parece tan poco natural que era indispensable nos explicara su mecanismo. Guignebert admite que un núcleo de creyentes haya podido, sugestionado por visiones, agregar algunos rasgos fantásticos a la vida de Jesús, y con interpretaciones ten- LA LEYENDA EVANGÉLICA 139 denciosas alterar otros; que por un error de perspectiva muy común haya atribuido a las enseñanzas del Maestro preceptos que en verdad tendían a justificar creencias o prácticas más recientes. Pero la comunidad, tomada ella misma por modelo, extrayendo de la realidad de su vida algunas impresiones abstractas que concretan de nuevo, para construir la historia «le un héroe ideal del que se ha­ bla como de un hombre que ha vivido, que han conocido y que acaba de morir, no basta una afirmación para con­ vencernos, necesitamos pruebas decisivas: Y Kalthoff no nos las suministra. Aunque hubiera suministrado tales antecedentes, habría que explicar por que los grecorromanos loman como mar­ co geográfico de la vida del héroe de su se« la la ('.alileu y la Palestina. Kalthoff afirma que se trata de una apa­ riencia, que los Evangelios nacieron en lien as romanas y cuanto narran parece inconcebible en P a le s tin a Pero si así fuera, ¿para qué tal ficción, qué finalidad la justifica? Acaso el hecho de que a principios de nueslia Era uno de los tantos pretendientes a la dignidad inesiánica, insur­ gido en Palestina y crucificado en Lidda o en Jerusalén, se llamaba Jesús, y que dando su nombre al Cristo ima­ ginado por los cristianos se creyeran obligados a respetar, por lo menos, la apariencia del cuadro geográfico en que su vida obscura se había realmente desenvuelto. Estas razones habría que probarlas. ¿En qué conoce Kalthoff que los Evangelios son de ori­ gen romano? ¿En que el ambiente que reflejan es romano? ¿En que las usanzas más características en que se basan las pará­ bolas son romanas? Todos los exégetas que han viajado, que conocen los 140 ALVARO ARMANDO VASSEUR aspectos físicos y la historia de Palestina, los reconocen en los relatos evangélicos. Es menester una cierta intrepidez para descubrir modos de explotación de la tierra, caracte­ rísticos de Italia, en parábolas como la de los viñateros, y para negar que monedas romanas de plata y de oro con la efigie imperial circulaban por Galilea. A juicio de Kalthoff, el apóstol Pedro representa el episcopado romano, y todos los relatos que le atañen es­ tán escritos desde el punto de vista del Primado romano. Entonces, ¿por qué el evangelista nos dice que Jesús, para señalar la ininteligencia de su apóstol, un día lo compara a Satanás? ¿Por qué lo muestra incapaz de velar durante una hora con el Maestro y tan predispuesto a renegar de él? Nadie niega que existen rastros de usos romanos en los Evangelios, pero es más fácil explicarlos por influencia del ambiente en que la tradición subsistió antes de haber sido recogida en escritos, que por la hipótesis de Kalthoff. La de éste no explica los numerosos rasgos puramente judíos que abundan en los Evangelios y que sus cronistas se ven obligados a explicar a sus lectores paganos (Mar­ cos, 7; I, 4). Del mismo modo, el universalismo de la religión cristia­ na se explica por su separación del judaismo ritualista, nacionalista, que por su elucubración en medio de un pro­ letariado, donde se mezclan todas las razas del Imperio. Por lo demás, justo es reconocer con Kalthoff que la acción de un hombre, aún genial, no basta para explicar la institución y el éxito del cristianismo. Hay que tener en cuenta, además de la serie de los grandes apóstoles, diver­ sos factores de primera importancia: el mesianismo judío, la filosofía griega, las aspiraciones sociales del mundo ro- LA LEYENDA EVANGÉLICA 141 mano, etc. En opinión de Guignebert, la acción de estos factores, lejos de hacer innecesaria la iniciativa primera que la tradición supone, parece exigirla (I). Todo el siste­ ma de Kalthoff aparece como una construccón tendencio­ sa, fundada en algunos a prior!, nacidos de su concep­ ción materialista de la historia.

(i) La iniciativa mesiánica ...... 'gatii/.u cu torno a Juan Bautista.

*

B. Smith

El cristianismo, escribo 11. ¿Smith, no lia podido surgir de la supuesta realidad que nos traza el Evangelio: La vida, los hechos, las máximas, la crucifixión de un aldea­ no galileo. No; se trata de la fe en un Dios Jesús, el Cris­ to, el Salvador, el Bienhechor, el Señor del cielo y de la tierra, y cuyo culto existía mucho antes de nuestra Era. El nombre del héroe evangélico, Jesús el Nazareno, no es el de un hombre, sino de un Dios. ¿Qué significa el Na­ zareno? No puede referirse a un hombre de Nazareth, por­ que no existió en Galilea una aldea llamada Nazareth. Ningún texto la menciona. Sabemos que a los primeros cristianos se les denomina­ ba Nazarenos o Nazaraios o Nazoreanos. Así se les llama en el Talmud y los orientales continúan llamándolos así. El vocablo se halla en el Viejo Testamento, donde sig­ nifica: “El que vigila o el que custodia” (II Reyes, 17, 9; 18, 8; Jeremías, 31, 6). La expresión talmúdica Ha Nosri, que se emplea para designar el Nazareno, es el singular de Ha Nosroin— los veladores o serenos— . La expresión siriaca Sasarya quiere decir Dios es el protector, siendo la sílaba ya, abreviado de Jahwé. Epifanio (Haer., 29, 6) declara, que los Nazarenos forman una secta an­ terior al Cristo y que no lo conocen. Hipólito menciona un 10 146 ALVARO ARMANDO VASSEUR himno (PhUosophumena V ; 10) en el que Jesús es repre­ sentado como un ser divino, como el Hijo que intercede junto al Padre en bien de sus fieles y los conduce al sumo conocimiento. Harnach reconoce que dicho himno es muy antiguo; Hilgenfeld lo vincula a la vieja gnosis, segura­ mente precristiana. Debe ser precristiano y haber pertene­ cido a una secta de Naassenianos, muy análoga a los Na­ zarenos. Estos creyentes debieron imaginar a Dios como esencialmente Na-Sar, esto es, protector, guardián. En los Evangelios, Jesús quiere decir el Salvador. El sentido de la voz Joschua—ayudante de Jahwé—, sugie­ re la idea del socorro, de salvación; también la actitud atribuida al que lleva tal nombre es la de un salvador. Así se comprende que en Marcos (1, 21) el ángel diga a José: “Y lo llamarás Jesús, pues salvará al pueblo de sus pecados.” De ahí que sea lógico traducir Jesús y Nazare­ no por el Salvador que vela o que custodia. La modificación de Nazareno por de Nazareth se ex­ plica si se piensa que los cronistas evangélicos tendían a dar una base histórica y localizaciones geográficas a las ideas que prestigiaban. El primer escritor que menciona a Nazaretb es Julius Africanus, muerto hacia el año 240. Cuando Marcos (6, 16) y Mateo (13; 53, 58) dicen que Jesús vuelve a su patria, no precisan dónde; Smith opina que dicha frase es un pretexto para preparar la sen­ tencia “un Profeta sólo es desdeñado en su Patria”. Por patria de Jesús hay que entender Judea. En este caso, el Jesús de los primeros evangelistas no sería galileo. Lucas (14; 16, 30) menciona Nazareth, pero es sabido que la tradición lucaniana es un tardío arreglo redaccional. De modo que la expresión “Jesús de Naza­ reth” es una variante tardía de Jesús el Nazoreano, que LA LEYENDA EVANGÉLICA 147 lo» Hechos, 6, 14, mencionan en su forma primitiva. Los otros apodos, como ser el Nazarcano o el Nazareneu, po­ seen la misma radical N. S. R., cuyo sentido sugiere siem­ pre la ¡dea de custodiar, de velar. Cuando se dice "Je­ sús el Nazareno” significu “el Salvador", “nuestro Guar­ dián”. A este Jesús llámasele Kyrios o Señor, y tal es el título que usa Jahwé en la biblia de los Setenta, de donde se desprende que Jesús es también una divinidad o un aspec­ to de Dios; Dios, considerado en la función particular de libertador, díe curador, de guardián, de salvador. Bajo este aspecto ha sido adorado en una o en varias sectas ju­ días un siglo antes de nuestra Era. Los textos menciona­ dos más arriba, lo propio que el historiador Eusebio, con­ firman la existencia de tales sectas, vinculadas a un Dios salvador que se denomina a la vez el Nazareno y Jesús. Conceptúa Smith que, aunque no pudiésemos descubrir rasgos de un culto precristiano de Jesús, habría que sos­ tener su existencia, puesto que el culto de una divinidad tan potente como el Jesús de Pablo, no se establece en un día. No existen acontecimientos, así fueran milagrosos, ca­ paces de hacer que los discípulos de un hombre lo asimi­ len a un Dios desde que muere y es enterrado. El culto cristiano, antes de ser público, fue un culto secular secre­ to, el misterio de una secta judía, más o menos heterodo­ xa con respecto al jahweismo oficial. Hay otros indicios de este misterio jesusista. Una frase repetida cuatro veces, Marcos (5, 27), Lucas (24, 19), Hechos (18, 25; 28, 31), “las cosas concernientes al Je­ sús” constituyen una prueba directa. Opina Smith que cuando se dice “las cosas concernientes a alguien”, se en­ tienden las historias veraces o falsas que se narran acerca 148 ALVARO ARMANDO VASSEUR de él, las conjeturas históricas que le atañen. Justo es, pues, entender que “las cosas concernientes a Jesús” se refieren a “la doctrina relacionada con Jesús”. Guignebert observa que los textos no corroboran la in­ terpretación doctrinaria de Smith; así en Lucas (24; 18, 19), cuando uno de los peregrinos y el compañero desco­ nocido que encuentran en la marcha hacia Emmaus, se cambian estas frases: “¿No sabes lo ocurrido días pasa­ dos en Jerusalén? ¿Qué ha pasado? Lo que se refiere a Jesús el Nazareno.” No hay duda: se trata de los sucesos de la pasión. Smith reconoce que la frase es “extraordinariamente singular”, pero a su juicio es un agregado apócrifo. Lucas la ha añadido sin concretar su sentido. Smith menciona otros dos pasos en apoyo de su tesis: Hechos (18, 25), donde se dice que Apollos “enseñaba diligentemente lo que se refiere al Jesús, aunque no sabía más que lo relacionado con el bautismo de Juan Bautis­ ta” ; y en Hechos (28, 31), donde vemos a Pablo “predi­ cando el reino de Dios y enseñando las cosas que atañen al Señor Jesucristo”. Es tan claro como la luz del sol al mediodía—dice Smith— , que estas frases no se refieren a la. historia de Jesús; por el contrario, deben entenderse como refiriéndo­ se a la doctrina de Jesús. Se trata de la doctrina del Sal­ vador divino, no de la historia de un hombre. Los Hechos (8; 9, 24) relatan cómo Felipe convierte en Samaría a Simón el Mago. Una conversión tan rápi­ da, afirma Smith, es inteligible si el predicador y el conver­ tido tienen raíces comunes. La presunción más natural es que la predicación de Felipe representa un progreso sobre la ríe Simón, pero que entrambos tienen una base común. LA LEYENDA EVANGÉLICA 149 Se dirá más tarde que Simón fue el padre de las here­ jías, porque su nombre evoca la idea de una doctrina ante­ rior a las herejías; opinión esta de cristianos evoluciona­ dos acerca de un precristiano. Otro precristiano debió ha­ ber sido aquel Elymas, que Pablo y Bernabé encuentran en Papiros, en Chypre, en el séquito del Procónsul Ser- gius Puulus, Hechos (13; 6, 12). Se llama Bar-Jesús, o sea hijo de Jesús. Puede haber sido hijo de un padre que se llamaba Jesús. Smith opina que más verosímil es que este Elymas fuera un hijo espiritual del Salvador, como los que las crónicas evangélicas llaman hermanos suyos. Eran sus fieles predilectos. Hijos y hermanos en la doctri­ na, puesto que niega la historicidad del Maestro galileo. El nombre de hijo de Jesús y la función que Elymas desempeña junto al Procónsul, que desea conocer la doc­ trina de Dios, no constituyen una certidumbre, pero ha­ cen verosímil que Elymas conociera una forma elemental de la doctrina cristiana. Esta verosimilitud se acentúa ante la acusación de “falsa profecía” de que es objeto su en­ señanza; tanto más que, en el lenguaje neotestamentario, “falso profeta” es un “precursor” del cristianismo (Ma­ teo, 7, 15; 24, 11, 24; Marcos, 13, 22; Juan, 4, 1). Mateo (7, 22), hablan de hombres que en el día del reino se jectarán de haber profetizado y de haber expulsado los demonios en nombre del Señor, pero que el Señor no re­ conocerá como fieles suyos. En esos exorcistas Smith reconoce congéneres de Ely­ mas que, como él, suelen llamarse hijos de Jesús. Pero si Sergius Paulus después de oír a Elymas desea escuchar a Pablo y a Bernabé, es porque conoce ya algo de la doc­ trina. En efecto, Elymas parece tener una información ru­ dimentaria, pero de la misma naturaleza que la de Pablo. 150 ALVARO ARMANDO VASSEUR La historia de Simón el Mago y la de Elymas son para­ lelas; prueban que existen formas precoces de fe cristia­ na, que evolucionan hacia la ortodoxia o se truecan en herejías. Cuando se nos dice que Bernabé se separa de Pablo, debemos entender que él también representa una forma precoz de la doctrina “concerniente a Jesús”, que se “perfecciona” cada vez más, según la cristología de Pablo. Otro episodio de los Hechos (19, 8, 20) menciona Smith en pro de su tesis: Pablo predica en Efeso y reali­ za milagros: Cura enfermos y expulsa demonios. Enton­ ces algunos exorcistas que recorren el país se ponen tam­ bién a conjurar demonios “en nombre del Salvador que predica Pablo”. Smith opina que estos exorcistas que repiten la fórmu­ la jesusista de Pablo representan un grado anterior pre­ cristiano, y como no comparten la ideología sectaria del Aposto! son considerados herejes. Parece que la eficacia medicinal del nombre de Jesús se revela poderosa, Hechos (19, 15, 16), debido al pres­ tigio, cada vez mayor, del Dios de la secta paulista; He­ chos (3, 16; 4, 12), ya hasta el bautismo se adminitra en su nombre. Así el nombre de Dios salvador—de Jesús— va sustituyendo al del viejo Dios hebreo Jahwé. Esta subs­ titución se explica, porque en la época a que se refieren los Hechos el nombre y la idea de Jesús ya tienen una larga historia apostólica. Los apóstoles y Pablo basan su propaganda en un he­ cho, del cual los primeros afirman haber sido testigos: La resurrección. Smith declara que las crónicas evangélicas, las Epís­ tolas y los Hechos apostólicos han sido organizados para LA LEYENDA EVANGÈLICA 151 justificar un contrasentido, proveniente de un error de in­ terpretación idiomàtica: La palabra griega anastasis no significa resurrección, sino despertar, fundar, construir, ele­ var o realzar. En realidad, la anaslasis de Jesús es senci­ llamente la elevación del nuevo Dios salvador, su confir­ mación en el trono del Universo. La resurrección y la as­ censión no son dos actos diferentes, son el resurgimiento del viejo culto de Jesús, su elevación a lo más alto de los ciclos... Smith atribuye a un error de traducción el mito de la resurrección. El manuscrito original arameo decía que el culto a Jesús había resurgido; el copista griego tradujo que Jesús había resucitado. A este respecto, justo es recordar la interpretación, ya secular, de Bruno Bauer: “No era me­ nester que resucitara. Bastó que alguien creyera que había resucitado.” Acaso no se dijo que había resucitado, sino que después de crucificado había aparecido a sus discípu­ los y a sus amigos. Probabilidad psicológica que todos los días se confirma, puesto que los muertos reaparecen en sueños a sus deudos y a sus amigos, y en ocasiones son en­ trevistos hasta de día. Tampoco hacía falta que hubiera existido un rebelde o un mártir crucificado y luego resu- rrexo. Los temperamentos místicos objetivan fácilmente las imágenes de sus ídolos pasionales. En Marcos (16; 9, 12 y 14) se dice que apareció pri­ mero a Magdalena y luego a dos discípulos que iban hacia Emmaus; finalmente a los once. En los Hechos (1 ,3 ) se dice que se “apareció” a sus discípulos durante cuarenta días. En la Epístola ad Corintios (15; 3, 6, 8), Pablo con­ creta: “Os he enseñado lo que me fué enseñado : que Jesús fue muerto y sepultado y resucitó al tercer día, conforme anunciaban las Escrituras. Que apareció a Cefas después 152 ALVARO ARMANDO VASSEUR de los Doce, luego apareció a más de quinientos y después se me apareció a mí.” Que se trata de una aparición alucinadora lo prueba el hecho incontestable que Pablo iguala la naturaleza de su visión a las de los Apóstoles. Se trata, pues, de alu­ cinaciones estáticas, producidas por el estado de extraor­ dinaria exaltación religiosa de los primitivos judeocristia- nos; de visiones que luego la tradición materializa hasta convertirlas en la leyenda de la resurrección. Si dada la ignorancia y las supersticiones difundidas por los cultos dle los dioses paganos, salvadores, que mo­ rían y resucitaban, era ya común creer en resurrecciones; si se esperaba la resurrección, o sea la vuelta del profeta Elias; si Herodes Antipas supone que Jesús es Juan Bau­ tista resucitado, no es de extrañar que los creyentes en Je­ sús supusieran que también éste había resucitado. Desde que la tradición del Maestro galileo se convierte en la le­ yenda de un Dios salvador, es fácil explicarse cómo la segunda generación de creyentes transforma las “aparicio­ nes” en visiones realistas, en pruebas de la imaginaria re­ surrección. Sin embargo, Smith insiste en que las “aparicio­ nes” estáticas se convierten en “resurrecciones” al traducir­ se la leyenda del arameo al griego, al hebreo, etc. El mito de la resurrección es el corazón de la nueva fe; el que da vida al través de las Epístolas de Pablo y de la cuarta Crónica evangélica al misterio litúrgico-cristiano. He aquí cómo Smith ve en Jesús, es decir, en el Sal­ vador judeopagano, un Dios precristiano. Nace de la idea de salvación en una secta judía. Su tipo va precisándose, por acumulación de imágenes y de ideas circulantes, en los ambientes donde evolucionan. El cristianismo es una gnosis judía, que como la imagen de su protagonista se ha enri- LA LEYENDA EVANGÈLICA 153 quecido con agregados de todos los círculos religiosos don­ de hubo die desarrollarse. Así construye su historia pri­ mitiva mitológica, como las demás historias de dioses que redimen y salvan. Los cronistas evangélicos atribuyen el origen de la doc­ trina a un hombre excelso, y la localizan en una sola re­ gión: primero Galilea, luego Jerusalén. En realidad, la doctrina se expande en diversos lugares, Chypre, Cirene, Alejandría, Damasco, Efeso, Antioquía y Roma. “La doctrina concerniente a Jesús” que hasta entonces vegetaba en el misterio de obscuras sectas neojudaicas, de pronto comienza a irradiar hacia la época, que la Leyenda elige para desarrollar la vida de Jesús. ¿A qué causa atribuir esta asombrosa irradiación del nuevo cul­ to? ¿Cual es el principio activo que la determina? Qui­ zá es debido a un resurgimiento del monoteísmo, del ins­ tinto de unidad, favorecido por el progreso del sentimien­ to religioso. El movimiento de emancipación contra el im­ perio de los falsos ídolos se apoya en el mundo judeo- helenizado, en las colonias judías de la Diàspora, espar­ cidas por todos los pueblos y las ciudades del Imperio romano; se basa en el monoteísmo hebraico: Este movi­ miento es el cristianismo, que enseña la fe en el Dios úni­ co, que se ha revelado a los hombres en la persona de su Hijo. Se habla de este nuevo Dios intercesor como de un hombre que peregrinaba, predicando la nueva doctrina, expulsando demonios, curando y absolviendo de sus pe­ cados a los que creían en él; cosas que, en verdad, el culto mismo realiza. Los protestantes, que sólo ven en Jesús un maestro de moral, yerran profundamente. No era, continúa Smith, 154 ALVARO ARMANDO VASSEUR con máximas de moral judía, que habría podido sacudir <1 sopor irreligioso producido por los cultos paganos a tantos ídolos. Los hombres de los primeros siglos de nuestra era se inflamaron con las promesas y los prodigios del Evangelio de la salvación por Cristo, que expresaba, bajo formas familiares, sus aspiraciones y sus deseos seculares. Smith concluye que el Nuevo Testamento, en vez de confirmar, acumula pruebas en contra de la historicidad de Jesús. Las crónicas evangélicas sólo recubren alegorías místicas, concretizan mitos. Si el Dios salvador que evocan los Sipnóticos hubiera vivido, su personalidad debería haber sido extraordinaria. Siendo así, debería haber suscitado una grande impresión en los que le conocieron, sobre todo en los apóstoles. ¿Có­ mo no hallamos rastro alguno de tal impresión? Es evi­ dente que en la predicación de los apóstoles, según consta en los Hechos, no podemos descubrir huella alguna de ella. El mito del Cristo seéun Drews

Los estudios de Kobertson, de Smith, de Kalthoff sir­ ven de apoyo a las investigaciones de Drews en torno a lo que denomina el mito de. Críalo. El nacimiento y el desarrollo evangélicos no fueron de­ bidos al azar. Se produjeron en un leí reno preparado para serles favorables y en una época propicia. 1.1 mundo «re corromano de principios de nuestra era lien« una mentali­ dad de apocalipsis; espera un Salvador, leine !<>■, espíri­ tus malos y los demonios; sus guías religiosos esfuérzansc en coordinar en un conjunto sencillo, armónico, por medio del sincretismo, los gérmenes de sus innumerables cultos. Se inclina cada vez más hacia las religiones I lindado- ras de Oriente. Muéstraos« ávidos de revelación y de misterio. En ningún pueblo el anhelo de sulvución parece más vivaz que entre los judíos, sostenidos por la esperanza mesiánica. Esta esperanza es de procedencia persa. El Mesías es Mithra, encarnación del fuego y del sol, de la luz que triunfa de las tinieblas, espíritu de verdad, protector de los hombres, conductor de almas, juez del más allá. Ahu- ramazda lo ha creado como hijo suyo, para que partici­ pe en la organización del Universo, mande el ejército ce­ leste y sea el intermediario entre el mundo y él para la salvación de los hombres. El Mesías es también ese sal­ 158 A l v a r o a r m a n d o v a s s e u r vador, Saoshyant, que ha de nacer de una virgen secun­ dada por la simiente que Zarathustra ha depositado en el agua donde ella se bañara. Adaptándolo a este último tipo, los judíos lo conocie­ ron como un hijo de David; luego, sugestionados por la figura de Mithra, cedieron a la tentación de aproximarlo a la divinidad, y llegaron así a imaginar que, en gracia de su nacimiento y su esencia, se elevaría por cima de la naturaleza humana hasta Dios, de quien sería hijo. Bajo otros aspectos, la personalidad del Mesías judaico tiende a confundirse con la de Jahwé (Salmos, 47, 6, 9; 57, 1 1. Henoch, 45, 51; IV Esdras, 6, 1, 10). En suma, como en Persia, su imagen oscila indecisa en­ tre la de un rey y la de un ser divino, descendiendo del cielo. La idea de la resurreción de los muertos y la idea del juicio final, vinculados a la esperanza mesiánica, proceden históricamente del Irán. Dichas ideas dan un valor esencial a la fe en una inmortalidad personal; cons­ tituyen las bases de la futura moral cristiana. Los ele­ mentos constitutivos se hallan en los Salmos, en los Pro­ verbios, en el libro de Job y en la sabiduría de Jesús, hijo de Sirach. Este aporte exótico amplifica el judaismo; poco a poco hace concurrencia a las demás religiones paganas, ejerce un influjo cierto en los países limítrofes, por todas partes donde existen colonias judaicas. La influencia griega que actúa sobre Israel, desde la conquista del Imperio persa por Alejandro, obra en el mismo sentido y suscita una nueva variedad de judíos: los que viven en tierras griegas se saturan de la cultura, y alguno, hasta de la filosofía griega. Uno de éstos. Filón, de Alejandría, formula, adaptándola del estoicismo al judaismo, la doctrina del Logos Dios. LA LEYENDA EVANGÉLICA 159 Este Logos, que oscila entre un principio metafísico, la actividad de Dios y una persona independiente, el hijo primogénito de Dios, el segundo Dios, pronto a socorrer al hombre con su fuerza sobrenatural en el combate entre el mundo y el pecado, puede ser comparado al griego Hermes, al egipcio Thot, al babilónico Nabú, al persa Vohu-Mano, etc. La idea del Dios salvador se desarrolla en el mundo oriental en mitos diferentes, pero paralelos. Todos pre­ sentan este rasgo común de organizarse en torno de un salvador o redentor divino, cuya misión se realiza en el dolor y por la muerte: Osiris, Tammouz, Adonis, Attis, Zagreus. En su origen, estos mitos no se refieren a la sal­ vación del hombre individual, sino al de la naturaleza, cuyo sueño invernal y despertar primaveral son simboli­ zados en el destino de un joven Dios que muere y cuyo destino trágico es lamentado; que resucita, y su resurrec­ ción es festejada ritualmente. Antiguamente un hombre daba su vida por la natu­ raleza y le infundía nueva vida; más tarde, la brutalidad de este sacrificio se desarrolla en una especie de drama sacro, que se representa delante de la imagen del dios o ante el símbolo que lo representa: la víctima es substi­ tuida por sacrificios de animales. Estos mitos y los ritos sangrientos inherentes habían pe­ netrado en Israel. Véase en Zacarías (12, 10), en Eze- quiel (8, 14), y el servidor de Dios, redentor e intercesor divino, cuyos sacrificios ya nos describe Isaías (53, 1 y siguientes). Los judíos, influenciados por esos dioses de la vegeta­ ción y de la fecundidad, que han combinado con su es­ peranza mesiánica, llegan a imaginar al lado del Mesías 160 ALVARO ARMANDO VASSEUR victorioso el Mesías expiatorio. Existe entre ambos la mis­ ma relación que entre el Heracles y Prometeo, el Sal­ vador triunfante y el Salvador supliciado. Uno es el Me­ sías hijo de David; el otro, el Mesías hijo de José, cuya sangre debe purificar al pueblo de Dios antes que surja el otro Mesías. Es cierto que acerca de este hijo de José sólo poseemos testimonios tardíos, muy posteriores al co­ mienzo de la Era cristiana; pero deben relacionarse con tradiciones asaz más lejanas. El Evangelio ha unificado las dos tradiciones mesiánicas. Ha fundido los dos Me­ sías en uno. El José cuyo hijo debe ser el Mesías sufridor y mor­ tuorio no es el carpintero: es el patriarca bajo cuya figu­ ra se oculta un viejo Dios de la tribu efrainita. Es una emanación del sol; se asemeja al dios Tammouz. igual que este último en el mundo suterráneo, permanece tres meses en la cisterna durante el invierno (1); como la vuelta de Tammouz trae la primavera, su venida a Egipto trae la fecundidad. A los ojos de los judíos, José es un pro­ totipo de Mesías. Lo propio ocurre con Josué, análogo a Attis y a Tammouz, cuyo nombre también significa Sal­ vador. Su madre también se llama Mirjan, como la de Adonis, que se llama Mirra, y la de Jesús Mirián. Tam­ bién es un dios solar, y el pueblo llora cuando periódica­ mente muere, como gime por la agonía de Tammouz (Ece- quiel, 8, 14). Se vincula a la fiesta pascual que celebra la vuelta de la primavera y con la práctica de la circun­ cisión, que representa la supervivencia y el símbolo del sacrificio de un niño.

(i) Son los tres días a que la tradición prc-evangélica re­ duce la yacencia del Dios Jesús bajo la tierra. LA LEYENDA EVANGÉLICA 161 De estos y otros antecedentes mitológicorituales, Drew concluye que antes de la Era cristiana existe entre los ju­ díos la representación del Mesías, que será la del cris­ tianismo: ser fluctuantc entre la naturaleza divina y la humana, justo tratado como malhechor, hijo de Dios y a la vez rey de los judíos. La idea tiende a precisar que Dios mismo se ha ofrecido en sacrificio, para bien de la humanidad, en una muerte despreciada. Y este muerto divino se elevu al ciclo para unirse con Dios Padre. Bajo formas más o menos imperfectas, estas concep­ ciones se hallan difundidas por todo el Asia occidental; llegan al mundo griego, constituyen el fondo de la sabi­ duría de los misterios; así se explica la expansión precoz y rápida del cristianismo en esta parte del mundo antiguo. Cuanto a los orígenes de la nueva fe cristiana, Drews, lo mismo que Smith, afirma que, al lado del judaismo ortodoxo existían en Israel o en sus confines sectas que habían organizado los elementos esenciales de la leyenda cristiana en torno a un dios llamado Jesús. Estas sectas son las de los Essenios y la de los Terapeutas. Lo que en­ trevemos acerca de sus doctrinas los pone en relación con una religión sincretista, difundida en toda el Asia occidental en los siglos que precedieron la era actual, y que ha suscitado numerosas agrupaciones religiosas par­ ticulares: el numdciístno o adonismo. Se manifiesta como una revelación, una gnosis—manda-gnosis— , traída por Ado— acaso Adonis ; es una combinación de retazos mitológicos. Sus sectas son numerosas; apenas si vislum­ bramos los Ofitas o Naossenianos, los Ebionistas, los Terapeutas, los Setinianos, los Hcliognósticos, etc. Todos éstos esperan el ser intermediario sobrenatural que des­ cenderá del cielo, dispersará los demonios y conducirá las 11 l«2 ALVARO ARMANDO VÁSSEUR almas bienaventuradas a la sede de la divinidad. La li­ teratura apocalíptica nos prueba que muchos judíos, in­ clusive palestinianos, simpatizan con las ideas de estas sectas. No debemos dejarnos engañar por la leyenda diel mo­ noteísmo judío, estricto. El dios único, el gran Jahwé, tiene muy pocos fieles fuera del sacerdocio interesado en la conservación de su culto. Existen además sectas man- daístas de fondo judío, que, según lo ha establecido Smith, dan el nombre de Jesús al Dios salvador que esperan: Jesseanos, Nazarenos, Nazoreanos emparentados con los Essenios. Drews no ignora que, aun después de Smith, tenemos pocas noticias acerca de estas agrupaciones religiosas di­ sidentes. Pero Drews hace suya la observación de Gunkel: “No podemos comprender el Nuevo Testamento si no ad­ mitimos su existencia.” Acerca del nombre Jesús y del sentido de Nazareno o Nazoraino o Nazer, agrega algunos argumentos a los de Smith; concluye afirmando que se trata del nombre, del apodo de un Dios intercesor y salvador, y no de un ga- lileo nacido en Galilea, inexistente en Nazareth. El mito de Jesús es complejo: se base en la esperanza mesíanica de Israel; pero debe no poco a diversos mitos helénicos: al de Hermes, el buen mensajero, libertador y conductor de almas, buen pastor, asimilado por los es­ toicos al Logos inmanente en el mundo; al de Heracles, el matador de monstruos; al de Jasón—cuyo nombre representa la forma griega de Jesús— , que es el dios solar, y cuyos doce compañeros son las constelaciones. Debe también a los cultos misteriosos de Oriente, al de Adonis, y se propaga en las ciudades donde este culto impera L a leyenda evan gélica 163 como ser, en Antioquía, Chipre, Cirene. Drews afirma que en su origen el cristianismo es un culto de Adonis, ju­ daizado y esperitualizado. La leyenda de Jesús dehe asimismo no pocos rasgos a las religiones de la India. Drews comparte las opinio­ nes de Kohertson acerca de las relaciones existentes entre las leyendas de Jesús y las de Budha y Krishna. Hace notar el parentesco entre el Mesías persa, judío, del cual deriva Jesús con Agni, rey del mundo, dios de los dioses, creador enviado por su padre, el dios del cielo o del sol, para ser la luz del mundo, disipar las sombras, librar a los hombres de los malos demonios que les atormentan, servir de intermediario entre Dios y las criaturas, dispen­ sarles su protección, su gracia espiritual, etc. Lo que ha favorecido la constitución del sincretismo mitológico, sobre el cual se basa el cristianismo, es que se relaciona con un gran mito solar que domina, desde sus orígenes, la ideología religiosa de Oriente. Toda la historia del salvador, del hijo de Dios hecho hombre, es en el fondo la historia del viaje del sol a través del Zodíaco. Un transparente simbolismo solar y astral, proveniente de los cultos védicos, recubre esta mitología, en la que los atributos del sol se mezclan con los signos del Zodíaco y una gnosis espiritualiza el conjunto alegórico, dándole las apariencias de una revelación. Con todo, no son idénticos el culto precristiano de Je­ sús y el cristianismo. Drews tiende a atribuir al apóstol Pablo la iniciativa del movimiento que suscitó el cristia­ nismo. Sin Jesús el establecimiento del cristianismo es per­ fectamente inteligible. Sin Pablo no lo es. La religión de Pablo es una de las formas del sincretismo gnóstico del 1(54 Alvaro armando v asseu r mandaísmo; pero debe su originalidad a la formación espiritual, lo propio que al temperamento del apóstol. Cierto, lo conocemos poco, pues lo que los Hechos nos cuenta de él es en gran parte fantástico; no obstante, po­ demos apreciar qué influencias se han combinado en su doctrina o en la de los que construyeron su silueta apos­ tólica. Hijos de padres judíos, nace en Tarso, ciudad de cul­ tura helénica, en la que florece la nueva escuela estoica, que combina con los dogmas de los viejos estoicos doc­ trinas órficas y platónicas. Absorbe las ideas que más tarde harán creer que había conocido a Séneca. El dios de Tarso es Sandar, dios de la vida y de ¡a fecundidad. Se le representa cabalgando un león o sobre una hoguera, y todos los años un hombre o un simulacro humano es que­ mado en honor del dios. También imperan en Tarso otros dioses orientales: Adonis, el Jesús de Antioquía. Pablo abandona este ambiente y marcha a Jerusalén, donde se instruye en la escuela de los fariseos. Ya le molesta que la fe pagana por Adonis se mezcle íntimamente con las creencias judías en las sectas sincretistas. Centenares de veces ha comentado el versículo de la ley (Deuterono- mio, 24, 23) : “Maldito sea el que es colgado de un ma­ dero.” Así, cuando llega a sus oídos la leyenda del cru­ cificado, en quien los galileos pretender reconocer al ungido de Israel, comienza horrorizándose y termina en­ fureciéndose contra ellos. Luego, en plena persecución de los blasfemos, un día tiene un deslumbramiento; es decir, después de una crisis moral profunda reacciona, duda de la ley, escudriña las Escrituras y acaba reconociendo en Jesús al Servidor de Dios, cuyo sacrificio expiatorio halla descrito en Isaías. I.A LEYENDA EVANGÉLICA 165 Entonces, en vez de ingresar en alguna de las sectas precristianas, que ha odiado, comienza a construirse una religión personal, hasta superponer su propia ideología a los postulados esenciales de los galileos. Nada sabe acerca de un Jesús histórico; razona con símbolos, llegando así a una interpretación metafísica y religiosa singular, cada vez más extraña a la primitiva concepción galilea. Ahora bien: puesto que Pablo no pretende hacer de Jesús un hombre, ¿cómo se explica que el Dios Jesús se trueque en una individualidad histórica? I .a respuesta re­ side en el conflicto que se produce entre el Apóstol y los cristianos de Jerusalén. Existen en la ciudad santa un grupo de judíos que creen que el Dios Jesús es el Mesías. Cuando Pablo entra en contacto con estos mesianistas choca con su desconfianza, y en una ocasión intentan subs­ traerle la dirección de las comunidades que él ha fundado, para dárselas a Santiago. Justifican su actitud alegando que cualesquiera que deseare ser testigo del Cristo debe haber visto al resucitado. Desgraciadamente para ellos, Pablo asegura que lo ha visto (I Cor., 2, I ; II Cor., 19, 9), y ninguno puede de­ mostrarle lo contrario. Entonces declaran que no basta, que es necesario haber comido y bebido con él (Hechos, 1, 3, 10, 41). Esta lucha entre Pablo y los mesianistas judíos, que pretenden imponerse a las demás sectas, traen como consecuencia estas afirmaciones: que Jesús no puede continuar siendo un dios puro. Es menester que descien­ da a la realidad histórica, y los “judeocristianos” comien­ zan a elegir entre los ritos religiosos que pululan a su al­ rededor los rasgos esenciales para la caracterización de Itili Alvaro armando v asseu r la vida terrestre de Jesús. El relato evangélico es el re­ sultado de esta selección humanizadora. Drews estudia los elementos míticos y simbólicos que constituyen la trama evangélica de la cena, la pasión, la crucifixión y la resurrección. Evidencia las relaciones, ab­ solutamente ciertas, entre numerosos rasgos de la vida de Jesús y las de los dioses de otras religiones anteriores. Comprueba una vez más que si el cristianismo definitiva­ mente precisado—ya por Pablo o contra Pablo— se im­ pone, no es sólo porque la extensión de las sectas sincre- tistas y la de las religiones de misterios preparan su ex­ pansión; es también porque los solivianta la marea de una poderosa agitación social, que tiene sus centros de des­ arrollo en dichas sectas y en las asociaciones constituidas en torno de los misterios. Para éstos, el Mesías, además de ser el Salvador de las almas, es también el libertador de los esclavos, la esperanza de los pobres y de los des­ heredados, el instaurador de una nueva justicia social. La mayoría de los sistemas de reconstrucción del cris­ tianismo, que excluyen la persona y la acción de un Jesús, reposan en análogas consideraciones generales. El profesor Bolland ve el origen del cristianismo en una evolución de las ideas judeognósticas, surgidas en Ale­ jandría, y gradualmente irradiadas hacia el norte y el oeste. Jesús es una restauración alegórica del Joshúa del Antiguo Testamento. El Evangelio es una novela tramada con la exégesis alegórica de los alejandrinos, luego re­ hecha en otras ciudades según moldes distintos, quizá en Roma por Marcos, en Efeso por Juan. Cuanto al Episto­ lario de Pablo, habría sido elaborado en los círculos clericales de Roma en los años 130 a 135. LA LEYENDA EVANGÉLICA 167 I .ubrinsky hace surgir el cristianismo de las sectas ju- dcognósticas, Essenianos, Terapeutas, Gnósticos de Jus­ tino, Naasanianos, etc., que se diferencian netamente del judaismo, antes de la destrucción de Jerusalén, pero que desde tiempo atrás tienen su teosofía, sus misterios; sobre todo, oponen al viejo dios nacional Jahwé una divinidad nueva, internacional, transcendente. Habiendo sido eje­ cutado Santiago, “el hermano del Señor”, por orden de los saduceos del Templo, los otros hermanos, en su furor teológico, acaban por preguntarse: “¿Acaso Santiago no es realmente hermano del Señor? ¿Los escribas no con­ denaron a muerte al propio Señor? ¿Acaso este suplicio no fue el que ocasionó la ruina de Jerusalén?” Entonces organizaron la historia terrestre de Jesús- Cristo y de sus compañeros. Esta es una invención de la fantasía mítica que justifica la razón de ser y la vida pú­ blica del cristianismo, el que a su vez pretende basarse en la realidad histórica de aquella mitología. Stendel, sin considerar segura la tesis de que ha exis­ tido un dios llamado Jesús, honrado, con un culto deter­ minado, antes de la Era cristiana, ni afirmar que estos problemas exegéticos estén completamente esclarecidos, ad­ mite que el cristianismo haya nacido obscuramente en una secta mesíanica. Que esta secta, en concurrencia con los misterios paga­ nos, se precisa, crea un tipo peculiar de salvador, cons­ truye su drama de salvación análogo al de las sectas idó­ latras, pero cuya trama es distinta, como que ha sido he­ cho con las predicciones dlel Antiguo Testamento acerca del Mesías. Más tarde, algún creyente, algún letrado re- une en una crónica sumaria las aventuras sacras, y es el Evangelio del cual derivan nuestros Sinópticos.

J. M. Rohei-lson

Los estudios del profesor Robertson en torno a las reli­ giones orientales concurren a demostrar que el Dios sal­ vador Jesús procede, en parte, de un antiguo dios solar palestiniano, también considerado salvador de sus cre­ yentes: el viejo dios Joshua Josué , de la tribu de Efrain, que la leyenda bíblica da como sucesor de Moi­ sés. Este Dios hace entrar a los hebreos en la tierra pro­ metida. como Joshua o Jesús promete a sus fieles el pró­ ximo arribo al “Reino de Dios”. I .a madre de uno se llama Myrian, como la del otro, Marín. Probablemente, además de este dios solar Joshua que es uno de los prototipos del Jesús sipnótico , algunos agitadores históricos de Palestina han suministrado di­ versos rasgos personales para la inhalación de la vida del héroe evangélico. Robertson evoca la figura del insurrecto judío Jesús- ben-Pandira, que menciona el Talmud, crucificadlo en Lidda la víspera de Pascua, un siglo antes de nuestra Era, bajo el reinado de Alejandro Janneo (1) (año 104 a 78).

(i) J. M. Robertson: Chistianity and Mythology, Lon- don, 1900; A short History of Christianity, London, 1902: Pagan Christ: Studies in ceompara tive Hierology, Lon­ don, 1903. 172 ALVARO ARMANDO VASSEUR Este Jesús-ben-Pandira, cuyo suplicio constituye uno de los episodios más dramáticos de la leyenda evangéli­ ca, parece haber sido crucificado a consecuencia de al­ guna agitación mesiánica. Robertson sostiene que la gran marea mesiánica, de la que emanan las sentencias, las anécdotas y el culto a Jesús, provienen de los Ebionim, pobres proletarios israelitas, hostiles al judaismo sacer­ dotal y a los fariseos. Cree percibir asimismo la existencia de una secta aún más limitada que los griegos denominan Nazaritas o Nazareanos. Y en efecto, así se llama en un principio a los creyentes en Jesús (Hechos, 24 5,). De modo que el primer Evangelio y el culto a la memoria del mártir galileo procederían de estos Ebionim. Según Robertson, el ebinonismo habría surgido antes del establecimiento de la dominación romana, acaso en torno a Jesús-ben-Pandira; puede también remontar a la época del culto del viejo dios solar Joshua, o proceder de Samaría, cuyos habitantes sólo admiten el Pentateuco y rechazan los demás libros de la biblia hebrea. Tampoco es imposible que al lado de los Nazarenos o Nazires, es decir, “consagrados”, esto es, judíos piado­ sos que han hecho un voto especial de penitencias, se ha­ ya constituido otro partido mesianista o fusionado diver­ sos grupos. Robertson desarrolla ampliamente su tesis de que el cul­ to a Jesús, considerado como dios salvador, existe en el judaismo ortodoxo antes de la época en que la tradición evangélica ubica la vida de Jesús el Nazareno. La primera modalidad de este culto preevangélico — consiste en una cena religiosa en la que se conmemora la muerte del Dios-—, considerado como un sacrificio ex­ piatorio. Primitivamente, en este banquete sacro de la LA LEYENDA EVANGÉLICA 173 secta se come un Cordero que representa a “Jeschu”. A este respecto, Robertson observa que en el Apocalipsis el cordero es el símbolo del hijo de Dios, la representación de un Jesús misterioso, ya identificado con Jahwé mucho tiempo antes de que la fe cristiana haya llegado a con­ cretar dicha doctrina. Esta ceremonia simbólica es la fiesta de Pascua, cuyo aniversario coincide con la entrada del sol en la constelación del Beluario. El mandamiento que ordena que el cordero sea asado en vez de cocido lo vincula a un mito solar. Otro detalle restropectivo: el sa­ crificio de Isaac, que Abraham reemplaza con un cor­ dero; Isaac en hebreo es Jischab, muy parecido a Jeschu, forma común de Jesús y que mitológicamente es identifi­ care a un dios solar. Robertson afirma que el Jesús que predica el Pablo de las Epístolas no es una personalidad viviente, no es un “maestro”; es un sacrificio silencioso y saludable. La ale­ goría de este sacrificio es lo que constituye la base del cris­ tianismo. Numerosos detalles de la leyenda evangélica tienen su equivalente en las mitologías paganas anteriores a nuestra Era. Lo que demuestra que las ideas esenciales del culto cristiano han sido revestidas con ropajes exóticos. Los episodios de la última cena, de la pasión, de la traición, del proceso de la crucifixión, de la resurrección, son visiblemente la transcripción de un drama sacro, re­ presentado en las tertulias de una secta de iniciaciones secretas, de doctrina oculta. Este drama es la modificación alegórica de un rito primitivo del sacrificio humano, del cual aún conserva algunos rastros evidentes. En vez de ser en su origen el protagonista de un relato histórico, Jesús es el personaje de un drama sacro, en el cual se representa la historia de un dios sacrificado por su l?4 ÁLVARÓ ARMANDO VÁSSEUR padre para bien de los hombres de su tribu o de su pue­ blo. liste drama es la base del culto misterioso de una secta judía, naturalmente, heterodoxa. El drama se com­ pleta con un banquete de comunión, en que los fieles co­ men una víctima que simboliza el dios, a fin de asimi­ lar su substancia divina. La pasión, la crucifixión, la re­ surrección son combinaciones de episodios y elementos de origen exótico. Recuerdan el sacrificio del dios semítico God-El, y el sacrificio del dios-hombre de la fiesta babi­ lónica de los Sáceos, en la que un criminal, investido du­ rante cinco días con el nombre, ornamento y autoridad de rey, es, después de las fiestas, flagelado, ahorcado o crucificado. El episodio de la traición también es simbólico: Judas es el judío, Joudaios; mitológicamente es el personaje de­ rivado del diablo o adversario persa. En el Evangelio Judas es llamado “diablo” y la tradición que le atri­ buye a cabellos rojos lo asimila a Tifón, el asesino del dios salvador Osiris. C Qué razón histórica puede haber hecho elegir la cruz como instrumento de suplicio? En el ritual de Osiris, los brazos extendidos de la cruz simbolizan la regeneración mística. En algunos amuletos al árbol de la cruz se hallan fijados brazos humanos. En las iniciaciones cultuales egipcias el novicio, para ser “consagrado”, debe permane­ cer dos días y sus noches extendido sobre una cruz hori­ zontal en el fondo de un subterráneo. Un eco de esta ini­ ciación lo hallamos en el profeta Oseas: “Venid y tor­ naremos a Jahwé. Daranos vida después de dos días: al tercero nos resucitará y viviremos delante de El” (6, 1,2). Si el mito de la redención exige un sacrificio humano es porque en la época en que se practica dicho misterio las í.A LEYENDA EVANGÉLICA 175 ejecuciones humanas no han sido suprimidas aún. Los re­ latos del Antiguo Testamento no revelan todos los aspectos de la revolución religiosa hebrea: son resúmenes muy ex­ purgados, mezcla de leyendas y de episodios pasados por los alambiques rabínicos. Callan no pocas usanzas sal­ vajes y supersticiones politeístas del pueblo “elegido”. No obstante, hallamos en el libro de Samuel un holocausto de siete hijos de Saúl, hechos sacrificar por el rey David: “En los días de David hubo hambre durante tres años. Y David consultó a Dios. Y los oráculos de Jahwé le dijeron: “Es porque Saúl mató a los Gabaonitas.” En­ tonces David preguntó a los Gabaonitas: “¿Qué debo daros? ¿Cómo expiaré ese hecho para que Dios bendiga de nuevo la heredad de Israel?” Ellos respondieron: “Da­ nos siete varones de entre los hijos de Saúl para que los ahorquemos ante Jahwé, en Gaboa.” Y el rey dijo: “Os los daré.” Tomó, pues, David dos hijos de Rispa, hija de Aja, la cual los había parido a Saúl; a saber: Armoní y Mephi-boscth, y cinco hijos de Michal, hija de Saúl, los cuales ella parió a Adriel. Y entrególos a los Gabaoni­ tas, y éstos los ahorcaron en el monde, delante de Jahwé. Y murieron juntos los siete varones. Y tomando Rispa, hija de Aja, un saco, tendiólo sobre un peñasco, y allí pasó los días y las noches, y no dejó que las aves de rapiña ni las fieras los devoraran” (II, 2, 21; 1, 14). Estos sacrificios humanos expiatorios continúan reali­ zándose hasta el II siglo antes de nuestra Era. Cuando los sacerdotes de un dios consideran que éste se halla ofen­ dido con su pueblo y manifiesta su desagrado con sequías, pestes, terremotos, grandes derrotas, etc., tratan de apla­ carlo ofreciéndole la sangre de una o varias víctimas hu­ manas. Luego la bestialidad de este sacrificio se trans­ 17») ALVARO ARMANDO VASSEUR forma en una especie dle drama sacro, que se representa ante la imagen del dios o ante el que la sustituye: la víc­ tima humana desaparece. Zacarías (12; 12, 10) alude al suplicio misterioso de un dios por cuya muerte gimen los habitantes de Jerusalén como en el duelo Hadad-Rimmon, es decir, de Adonis, en la llanura de Megido; Ezequiel (8, 14) describe las mujeres de Sión, sentadas en la puer­ ta del norte de la ciudad, llorando por la muerte de Tam- mouz—un dios salvador egipcio—. También en Isaías (53, 1) hallamos una alusión al suplicio del Justo, del servidor de Dios. En algunas ciudades paganas el llamado rey de las saturnales suele ser un condenado a muerte, a quien, ter­ minadas las fiestas, se sacrifica, como acaece en Babilonia, con el rey de la fiesta de los Sáceos; y en Persia, con el hombre sin barba, que simboliza el año pasado. Los ju­ díos, en la fiesta de Purim, imitada de las fiestas persas y babilónicas, suelen colgar y quemar un maniquí. Robertson refiere que un día que los habitantes de Ale­ jandría quieren burlarse del rey judío Agrippa, de paso por esa capital, cogen un loco, lo coronan, lo pasean con pompa grotesca, llamándole Kar-Abbas, es decir, hijo del Padre, burlándose así de un rito judaico. Porfirio, maestro del emperador Juliano, refiere que aún en sus días, en Rhodas solía sacrificarse todos los años un criminal en holocausto a Kronos. En la leyenda evangélica, el cadáver de Jesús, en vez de ser devorado por las alimañas, es colocado en una tumba abierta en una peña, de la que vuelve a salir como Mithra— el dios solar persa— sale de su roca. Así, a juicio de Robertson, cada romance evangélico propaga en forma de relato, tejido con retazos mitológi- LA LEYENDA EVANGÉLICA 177 eos de símbolos concretizados y de astraciones personifi­ cadas, un obscuro culto precristiano, constituido en Israel y difundido entre la judería internacional, en honor de un dios solar llamado Joscluta o Jesús. Este dios es calcado a semejanza de los dioses sulvadorcs vecinos, Attis al nor­ te, Osiris al sur, Adonis al oeste, Tammouz al este de Pa­ lestina, dioses redentores que mueren para salvaguardar la vida de sus líeles y resucitan para morir de nuevo. Kobertson observa que, sobre ser documentos muy tar­ díos los Evangelios, lian sido modificados por los retoques de varias generaciones. La parle más antigua de las Epístolas de Pablo no demuestra ningún conocimiento de una biografía ni de una enseñanza de Jesús. Esto hace pensar que el Salvador de quien habla Pablo debe estar más alejado de su época de lo que habitualmente se su pone. No hay, pues, ninguna prueba de que puedan re ferirse al quimérico fundador religioso, en el cual Pablo sólo ve “un fantasma crucificado”, only a crucified Phantom. A su juicio, estamos ante una obra colectiva. Se dice que el protagonista de las crónicas evangélicas presenta una verdadera unidad espiritual que excluye la idea de que sea una figura de mosaico literario. Robertson objeta que dicha figura existe porque la han creado. Las sentencias y los discursos atribuidos a Jesús son compilaciones cu­ yos elementos existían en Israel. Análogamente, la per­ sonalidad de Jesús es un tejido de ficciones poéticas, cuya conexión procede de la imaginación mítica que en otras tierras ha creado a Dionyssos, a Budha, a Adonis, a Osiris, a Hércules. Como el hombre ha hecho sus dioses y sus semidioses, ha hecho sus cristos. Sería extraño que la facultad que ha engendrado los unos no hubiera podi- 178 A l v a r o a r m a n d o v a s s e u r do crear los otros. Por lo demás, para convencerse de que los Evangelios son substancialmente ficciones, basta con­ frontarlos con las Epístolas de Pablo. Estas, sin duda, han existido interpoladas en muchos versículos. Sin em­ bargo, atestiguan que existe un culto de origen judío, en el cual un Salvador crucificado, llamado el Ungido, el Cristo, figura como víctima voluntaria y saludable. Este Jesús no es un predicador, ni un fabricante de milagros como el maestro de los Evangelios. En suma: Robertson concluye que los romances evan­ gélicos, si aún conservan importancia religiosa y literal, carecen de valor histórico, pertenecen a la mitología de las religiones. La exéresis de Guiánebert

Los sistemas de reconstrucción del cristianismo pro­ puestos por los profesores orientales Robertson, Smith y Drews se basan en la convicción de que existen antes de la Era cristiana sectas judías sincretistas que adoran a un dios salvador. Este dios se llama Jesús, o sea, el socorro, el salvador, el “leader”. Las investigaciones de los últi­ mos lustros han establecido que habíamos uniformizado demasiado la verdadera economía del judaismo a princi­ pios de nuestra Era. Imaginábamos a la raza judía ais­ lada en su orgullo de pueblo elegido; reconocíamos la acción de diversas modalidades sectarias, con respecto a la observancia de la ley, Suduceos, Fariseos, Essenianos, Terapeutas, Nazareanos, etc. No todas ellas fieles al cul­ to monoteísta. No teníamos suficientemente en cuenta que la necesi­ dad de convivir en ambientes extranjeros había flexibili- zado el monoteísmo de la judería internacional. Algunos, impresionados por la cultura helénica, se construyen una especie de sincretismo intelectual, .en el que se co(mbinan las concepciones del mosaísmo con las ideas del Pórtico y las de la Academia. En tanto, la minoría rabínica comenta la ley y especula en torno a la divinidad con ideas en las que se nota el in­ flujo helénico, las sectas legalistas practican sus ritos es- 1«2 Al v a r o a r m a n d o v a s s e u r crupulosos y la aristocracia saducea constituye el sacro colegio del Templo; en el pueblo dominan creencias an­ gélicas, demonológicas, que constituyen formas larvadas de politeísmo. , Las infiltraciones de cultos y supersticiones exóticas son mayores entre la judería de la Diàspora. Las colonias ju­ días establecidas al oeste de Palestina, en Egipto, en Ci­ renaica, en Asia Menor y en Europa son influenciadas por las ideas y los cultos griegos. Las colonias del este, lo pro­ pio que Palestina, están más impregnadas de las creencias del Oriente. Las Sinagogas coloniales tienden a la herejía ; sopla en ellas un viento de libertad, de pensamientos in­ quietos, que se explica por la acción recíproca de los pro­ sélitos paganos, más o menos judaizantes. En los mismos fariseos de Palestina, que se mantienen dentro del judaismo ortodoxo, sumisos a los Mandamien­ tos de la Tora, se nota una exaltación renovadora de la piedad y de la fe. Aceptan la concepción espiritualista de Dios, la angelologia, la escatologia, la esperanza mesía- nica. El respeto a la ley, el temor a las impurezas los lleva a apartarse de la vida social. Los Essenios del “Mar Muerto” forman núcleos inde­ pendientes. con ritos monásticos y noviciado de iniciación. Sus doctrinas, vagamente resumidas por Josefo, presentan apariencias sincretistas. Adoran el sol, toman baños puri- ficadores, son vegetarianos, no envían víctimas para los sacrificios del Templo. Parece que el núcleo de su doctrina es judaico con variantes persas y helénicas. Los Terapeutas, recluidos en cortijos monacales, por las orillas del lago Mareotis, hacia Egipto, son análogos. Los hombres viven separados de las mujeres, practicando di­ versas abstinencias, orando y cultivando sus tierras. LA LEYENDA EVANGÉLICA 183 Se entrevén otras sectas, más o menos heterodoxos, como la de los Hemerobaptistas o Marboteanos, cuyas caracte­ rísticas parecen ser la de los baños lústrales según los ad­ ministra el profeta Juan Bautista. Los cismáticos de Sama­ ría, en cuyas leyes sociales y religiosas se combinan creen­ cias grccosirias y usos judaicos. Ot ras sectas se alejan más aún del Mosaísmo: Sabbatis- tas, Sabazistas, o fieles de Hipristos, esparcidos por Orien­ te. Los Ofistas, Kainitas, Seríanos, Moabitas, etc. Muy poco se sabe de estas variedades de sectarios, lo propio que de sus gnosis evangélicas; pues los heresiólogos cristianos dedican exclusivamente su atención a la gnosis cristiana. El historiador Epifanio alude incidentalmente a estas sec­ tas heréticas, así como a la de los Nazoraius o Nazarea- nos (del hebreo Nazir), equivalente al griego Agios, al latín Sanctus. Acaso, más que devotos, deben considerarse monjes c ascetas, en el sentido de siervos de Jahwé. Estos sectarios, que asimismo se llaman consagrados o santos, son judíos residentes más allá del Jordán, en tierras hele- nizadas. Aceptan la circuncisión, respetan el sábado, son vegetarianos, no hacen sacrificios. Esperan al Mesías como las demás comunidades. Quizá se denominan los Jesseanos, porque creen que el Salvador surgirá en una familia del linaje de fesse, padre de David. B. Smith ha establecido que las sectas Mandaítas dan también el nombre de Jesús al Mesías que esperan. El mito de este Dios Jesús, intercesor y salvador de sus creyentes, es genuinamente judaico. Se basa en la esperanza mesía- nica de Israel, pero debe muchos rasgos a diversos mitos griegos, según lo hacen notar Drews y Smith. Abundan en los países fronterizos, cultos que tradicio­ nalmente prometen a sus creyentes la salvación en nombre 184 ALVARO ARMANDO VASSEUR de un intercesor divino: Tammouz Mardouk en Mesopo­ tamia, Osiris en Egipto, Adonis y Malkar en Siria, Attis en Frigia, Mithra en Persia. Robertson opina que el antiguo dios solar de la tribu de Efrain se llama Joschua o Jesús. Drews y Smith comparten esta opinión. Guignebert observa que no subsiste huella de tal culto en la literatura mosaica ni en la literatura rabínica. En la época de la prédica evangélica los judíos sólo pare­ cen conocer a Josué, sucesor de Moisés y conquistador del reino prometido, que es Palestina. Guignebert considera más verosímil la hipótesis de que la leyenda evangélica provenga de la leyenda de un dios ex­ piatorio que muere y luego resucita. Pero habría que pro­ bar que los judíos, entre otras representaciones del Salvador, admitían la del Mesías, del “leader”, que padece y muere. Sabemos que han existido varios tipos de Mesías: el del “hijo de David”, mensajero de la Potencia Celeste, cuya espada restablecerá la gloria de Jahwé y de su pueblo entre las naciones; el Mesías hijo de José, acaso un Me­ sías hijo de Leví. El hijo de José debe surgir antes de la llegada del hijo de David, que es el verdadero Mesías. El primer evangelista ha unificado esta trilogía mesíanica. Guignebert hace notar que sólo por confusión se identi­ fica el Mesías hijo de José con el Mesías expiatorio; ha­ bría que investigar si alguna vez el Mesías hijo de David es imaginado como sujeto a un destino de fatalidades ex­ piatorias. Algunos hebraístas creen verlo descrito en la ima­ gen del “servidor de Dios”, según Isaías: 42, 1,4; 49, 1,6; 52, 13; 53, 12. Guignebert observa que ningún texto deja traslucir dicha conexión antes que la impusiera la polémica contra los ga- lileos cristianos. Los autores de los raros libros preevangé­ LA LEYENDA EVANGÉLICA ,Hr> licos, en los que parece reflejarse la influencia de Isaías, como Daniel, 11, 33, 36; la Sabiduría, 2, I. 20, ven en el “servidor de Dios” un Justo modelo, no el Mesías. No atribuyen valor expiatorio y redentor a los sufrimientos a que alude Isaías. A juicio de Guignebert, la idea del Mesías mártir no es judaica. Los mitólogos que afirman que dicha idea existe en Israel antes de nuestra Era formulan una hipótesis in­ dispensable para su tesis, pero sin base histórica. Sólo más tarde, por influjo de la leyenda evangélica, la concepción del salvador mártir se impone un tanto en las especulacio­ nes de los rabinos. Si los judíos hubieran admitido tal Mesías, dice Guigne­ bert, el apóstol Pablo no se habría asombrado tanto ante lo que denomina el escándalo de la crucifixión, esto es, por la necesidad de aceptar que un hombre crucificado pudiera ser el Salvador, ya que tal es el Mesías que Pablo reconoce en Jesús. (A d Roma, 1,3.) El argumento puede volverse contra Guignebert: “Por­ que los judíos piden señales y los griegos buscan sabiduría; mas nosotros predicamos a Cristo crucificado, piedra de escándalo para los judíos y locura para los gentiles.” (Ad Corin, 1, 22, 23.) Predicó que Cristo habría de padecer y ser el primero en la resurreción, para traer la luz al pueblo.” (Hechos, 26, 23.) “Y Apolos, judío de Alejandría, con gran vehemencia, convencía públicamente a los judíos, mostrando por las Escrituras que Jesús era el Cristo.” (He­ chos, 18, 24, 28.) “En Iconia, Pablo y Bernabé hablaron con tal convicción, que creyeron numerosos judíos.” (He­ chos, 14, 1.) El Jesús-Cristo que predica el apóstol Pablo es el que considera el anunciado por los profetas, y al cual los An- 180 Al v a r o a r m a n d o v a s s e u r cíanos y los jefes de Jerusalén, sin hallar en él causa Je muerte, piden a Pilatos que lo haga ejecutar; mas Dios lo levantó de entre los muertos.” (Hechos, 13, 27, 30.) Si muchos judíos se escandalizan de esta doctrina que hace de un supuesto justo, inmerecidamente crucificado, el Cristo tan esperado, otros judíos y gentiles creen en ella y se hacen cristianos. El éxito de la propaganda depende de la forma entusiasta en que la nueva fe es anunciada. Además, hay un hecho fundamental que Guignebert olvida: el Pablo de las Epístolas no es el Pablo de los He­ chos Apostólicos. Uno de estos Pablos es tan conjetural "como el hombre-jesús muerto por nuestros pecados.” (I Ad Corin, 15, 3.) Aunque el cronista de los Hechos Apostólicos admita un Mesías mártir, pudo al principio oponerse a reconocer que el Salvador que esperaba fuera precisamente un galileo crucificado por “blasfemo”, por predecir la destrucción del Templo. Pero podía imaginárselo víctima de los enemigos de Israel, no enemigo de los grandes sacerdotes, de los doc­ tores de la ley, ni crítico inflexible de sus correligionarios fariseos, pues fariseo se declara el Pablo de los Hechos. Por otro lado, es verosímil que el Mesías popular, el Sal­ vador racial, fuera imaginado como una especie de nuevo Simón Macabeo. Así debían creerse y así, en efecto, se consideran los insurrectos que se sublevan contra el Imperio, desde Judas, el Gaulonita, hasta Bar-Khobba. Guignebert no admite la hipótesis que hace de Jesús un dios salvador, preevangélico, adorado por diversas sectas judías, más o menos distanciadas del culto mosaico o jahweísmo. Considera inadmisible la teoría de Drews re­ lativa a la humanización de Jesús por obra de los cristia­ nos de Jerusalén, opuestos al apóstol Pablo. “Quien lee las LA LEYENDA EVANGÉLICA 187 Epístolas paulinianas— escribe— reconocerá que se trata de un hombre del cual el cronista se esfuerza en disminuir la humanidad, pero no de un dios hecho hombre. En las crónicas sinópticas puede hacerse esta observa­ ción: el Evangelio no es una religión. No afirma la nece­ sidad de creer en Jesús, sino de confiar en su misión. No recomienda ritos nuevos, ni siquiera el bautismo o la euca­ ristía, bases ulteriores de la liturgia cristiana. Jesús no se da por un Dios. Lo que pide a los que le escuchan no es que le amen, es que adoren al Padre de todos, a íalrwé. Que sean justos, misericordiosos, como el Padre que hace salir el sol sobre buenos y malos. Si lo concibieran como una divinidad, los cronistas si­ nópticos no lo harían discurrir así. En los cultos donde la muerte del dios constituye el mis­ terio, ella se realiza en condiciones que elevan al dios por encima de la Humanidad. En la época a que se refieren los Sinópticos esta muerte ya no es real; un ser vivo o una efigie suplen al dios. Dada esta tradición ritual, ¿cómo concebir que los cristianos se representen el suplicio y la muerte de su dios en forma de un proceso, ante autoridades judías y romanas, y una ejecución pública a la que el con­ denado se somete exclamando: Dios, “¿por qué me has abandonado?” No es sólo por su muerte por lo que Jesús se aproxima de­ masiado a una naturaleza humana; lo es asimismo por otros rasgos de su vida, rasgos cuya invención resulta incom­ prensible si se tratara de la leyenda de un dios. ¿Para qué hablar de hermanos y hermanas del Maestro y atribuirles nombre? (Marcos, 6, 3.) ¿Por qué suponerle debilidades humanas, como llorar ante la tumba de un amigo? (Juan, 188 ALVARO ARMANDO VASSEUR II, 33.) ¿O pedir a Dios que aparte de sus labios el cáliz de la muerte? (Marcos, 14, 36.) ¿Por qué rehúsa que le llamen “buen Maestro”, declarando que sólo Dios es bue­ no? (Marcos, 10, 18). ¿Qué objeto tienen esas anécdotas galileas, que no se explican en la leyenda de un dios ni con el mito de su sacrificio voluntario? (Marcos, 2; 18, 22, 23, 28; 13, 17; Lucas, 7, 36, 50; 7, 18, 35; 8, 1,3.) Para dar mayor verosimilitud a su “historia” ?. De ser así, esos de­ talles no deberían contradecirse, como muchos se contra­ dicen. Los iniciados que hablan de su Dios no se entretienen con cualesquiera futileza, no repiten sus propias invenciones. No van, por ejemplo, a decir que su Dios no puede reali­ zar milagros en tal pueblo “porque los habitantes de ese pueblo no tienen fe en él”. (Marcos, 3, 21.) O que su fa­ milia, creyéndole enloquecido, trata de llevárselo a su casa. (Marcos, 3, 21.) O que rehúsa manifestar su potencia a la vista de la gente. (Marcos, 8, 11, 13.) Toda la taumaturgia que florece en las crónicas evangé­ licas no hace adivinar al dios a través del hombre, puesto que esos milagros constituían moneda corriente en Pales­ tina; y esas mismas crónicas nos muestran repetidas veces el poco efecto que sus sedicentes curaciones producen en los adversarios de Jesús. ¿No le acusan de hallerse “po­ seído”, de obrar por impulso de Belcebú? (Marcos, 3, 22.) Otro motivo de asombro es comprobar la escasa precisión de la enseñanza atribuida a este maestro de un gran misterio. Se limita a recomendar la fe en el Padre, en el Dios de los judíos, cuyo reino se aproxima; estimula a sus oyentes a hacer penitencia de acuerdo con una moral cuyos prin­ cipios esenciales se hallan en la literatura judía. Discurre sencillamente como un judío piadoso que se siente a ratos LA LEYENDA EVANGÉLICA 180 inspirado por el espíritu de Jahwé, como un nuevo Juan Bautista. Se cree quizá el Ungido de su generación; al creerlo es un sueño judío el que le exalta. Aun admitiendo que todo lo que se halla en el romance evangélico pertenez­ ca a la primera redacción— suposición que los exégctas consideran absurda— , no puede extraerse de ellas la re­ velación de una doctrina esotérica, “relativa al Dios Jesús”. El paulinismo, que también es presentado como la ex­ presión de un misterio, tampoco debe gran cosa a la ense­ ñanza del dios. El Evangelio del apóstol, según se des­ prende de sus Epístolas, es esencialmente la teología y la cristología personales de Pablo. “No hay milagro mayor que el de la elaboración del Evangelio si Jesús sólo es el Dios de una secta anterior al cristianismo. Habría que admitir que esta secta se constituyó en tie­ rras judías, puesto que el relato que poseemos está tan lleno de palabras y de usanzas judías, más aún, de judíos de Palestina. Ahora bien, sabemos que estos semitas siempre han demostrado poseer una originalidad mitológica muy débil. ¿Cómo, pues, sin que ninguna personalidad real les ofrezca un núcleo de cristalización, habrían reducido los elementos sincretistas, tan variados— que, segúu se dice, componen la leyenda de Jesús—, y concretado en una sín­ tesis, a la vez tan incompleta, tan descosida y, sin embar­ go, tan concreta, y en alguna de sus partes, tan viviente? Si se tratara de la leyenda de un dios, ¿no la habrían construido por encima de la humanidad, sin tantos inciden­ tes, que no pueden reducirse a símbolos ni a alegorías y que con frecuencia resultan tan chocantes? Se comprende que estos incidentes hayan subsistido si memorias tradicionales los imponían a los redactores del Evangelio, como se com­ 10<) ALVARO ARMANDO VASSEUR prenden las contradicciones en cuestiones más graves, por ejemplo, acerca del lugar del nacimiento y de la infancia de Jesús, si las diversas noticias contradictorias expresan simplemente los estados sucesivos de la fe. Serían inadmi­ sibles en el texto de algún drama sacro o de una leyenda cultual. Por otra parte, si Jesús es un mito, ¿cómo en sus polé­ micas con los cristianos los judíos nunca han negado la existencia de Jesús? Esta negación bien fundada habría sido un argumento decisivo, habría desarraigado el árbol de la nueva fe.” “Los judíos nunca han negado su existencia, como lo demuestra el Talmud, el Diálogo de Justino con el judío Trifón y el Tratado de Celso contra los cristianos. Tampoco hay huellas en la literatura antijudaica del cris­ tianismo, en la que hallaríamos un repertorio de protestas si algún judío hubiera osado negar la existencia de Jesús. Los judíos han insultado a Jesús y a su madre; no han ne­ gado que hubiera existido.” Guignebert olvida que tampoco ningún judío de las sec­ tas disidentes ha negado la historicidad de Moisés, ni si­ quiera los de Samaría, que sólo admiten la autenticidad del Pentateuco. Tampoco han negado la existencia de Josué, de Samuel, de Ester, de Daniel, de Henoch. Sin embargo, ahora sabemos que esos hombres son pseudónimos, que se trata de figuras míticas y de libros apócrifos. La primera crónica evangélica aparece un siglo después de la época en que comienzan los sucesos de las tradicio­ nes que recoge. Cuando éstas se esparcen oralmente, fuera del marco agrario de Galilea, ya no existen ni los hijos de los supuestos protagonistas. El romancista o lcgcndarista LA LEYENDA EVANGÉLICA 191 puede impunemente afirmar que el mártir cuyos oráculos y azañas mágicas relata realizó tal o cual prodigio, padeció este o aquel tormento. Como ya no existen testigos, nadie puede negar la posibilidad de su existencia, puesto que ya no hay manera de comprobar que no existió. No es posible negar lo que no se ha conocido, lo que no se sabe. Se dis­ cute el título, la divinidad en cierto modo divina de Mesías que comienzan a atribuirle sus creyentes, no la posibilidad de su existencia histórica. Puede no haber existido, sin que a ninguno se le ocurra negar que ha existido. Niegan que fuera lo que los galileos pretenden que fue. El hecho de que haya existido un agitador mesíanico, un discípulo di­ sidente del profeta Juan Bautista, no podía extrañarles ma­ yormente, puesto que éste tuvo tantos partidarios. Si el primer anecdotario de Marcos fuera una crónica contemporánea escrita y divulgada en vida de la genera­ ción mencionada en ella, tendríamos más de una obra judía antievangélica. Pero las Sentencias del Señor— o sea del jefe, del leader— , que probablemente proceden del profeta Juan Bautista, recogidas a través de las tradiciones de sus discípulos galileos, aparecen cuando los hijos de los presun­ tos autores del drama ya no existen. No se sabe cuándo, dónde ni de qué manera se coleccionan dichas Sentencias. En torno a este almácigo doctrinario se organizan las cró­ nicas de Marcos y de Mateo, las cuales tampoco se sabe dónde fueron compiladas. Dadas estas precarias fuentes de información, ¿cómo ha­ cer argumentos del silencio ulterior de los judíos? El profesor Guignebert pregunta: “¿Por qué los secta­ rios que quisieron humanizar la leyenda del supuesto dios precristiano Jesús actualizaron su vida en la época en que ellos vivían? ¿Qué sugestiones de superchería pudo ha­ 192 ALVARO ARMANDO VASSEUR cerles decir que le habían conocido, que habían convivido con él en Galilea y que acababa de morir en Jerusalén? ¿Cómo se daban por testigos de su vida a riesgo de morir, cuando la tendencia de las religiones es esfumar en la le­ janía de las edades las aventuras de sus héroes?” Estos hechos hacen rechazar la hipótesis mítica (pá­ gina 149). Las crónicas evangélicas son escritas del año 80 al 130. Ningún cronista dice ser testigo u oyente de un testigo ocu­ lar de las supuestas acciones que narra. Cada crónica es elaborada lejos de Galilea, fuera de Palestina. Ninguno osa declarar que ha visto u oído de un testigo presencial esos incidentes, más o menos pasmosos. Repiten lo que les ha trasmitido la tradición oral de dos o tres generaciones combinándolo con sus crecientes exaltaciones sectarias. Nin­ gún evangelio es obra de un testigo ni del discípulo de un testigo. Tal es la conclusión de la exégesis moderna, tanto de los cristólogos holandeses y Loizy. ¿Qué peligro podía, pues, existir en copiar algunas anécdotas y sentencias ya tradicionales, lejos de los ambientes que pasan por haber sido el escenario de su formación y a la distancia de un siglo? ¿Cómo el profesor Guignebert, que se muestra tan severo con las ligerezas de Renán, incurre en tales equí­ vocos ? Por lo demás, entre el autor de las Sentencias del Señor, algunas de ellas conservadas en el Mateo que conocemos, y el Maestro ya considerado el Cristo, de los romances de Marcos, de Mateo y de Lucas, media tanta o más dis­ tancia que entre el Apolonio de Tiana real y el mago Apo- lonio que sublima Filóstrato. I.A LEYENDA EVANGÉLICA 193 II El profesor Guignebert reconoce que las noticias paga­ nas y judías carecen de importancia; el silencio de Josefo no es favorable a la historicidad de los romances de Mar­ cos y de Mateo. Pero entiende que no hay que confundir la historicidad del relato sinóptico con la de la persona de Jesús. Ningún crítico de la escuela exegética liberal sos­ tiene actualmente que las crónicas evangélicas sean histó­ ricas. Guignebert opina que contienen muy poca historia. La cuestión que plantea Holztman, el mayor cristologista de nuestro tiempo, es saber si son integralmente míticos o si el fondo substancial del relato no lo es (pág. 150). El hecho de que el Jesús de las crónicas sinópticas ar­ monice con el ambiente palestiniano. en el que se le hace actuar, no implica que no sea un personaje novelesco. Cuando una novela está bien arquitecturada, sus persona­ jes concuerdan con el ambiente en que la novela se des­ arrolla. Aunque las sentencias parezcan vibrar con idéntica re­ sonancia moral, esta apariencia no prueba que no sean una conciliación arbitraria. También sería imprudente afirmar que sólo pueden provenir de Jesús. La impresión del profesor Guignebert es que las cróni­ cas sinópticas dibujan una figura neta, original, que refle­ ja la vida, que no parece surgir de la imaginación mitoló­ gica. Es un hombre: un hombre auténtico. Se fatiga, llora, se encoleriza; conoce los límites de su potencia y de su saber. No se presentaría así la imagen de un dios interce­ sor que sólo tuviera que morir para salvar a los hombres. Hay algo más singular todavía. Este hombre que describen 13 MM Alvaro armando v asseu r los sinópticos, es decir, Marcos, Mateo y Lucas, no inte­ resa a su cronista; corresponde a un estado de la psicología de Jesús, que la fe de ellos ya ha superado y que algunas veces les embaraza. Los sinópticos no se atreven, como Pablo, a separarse del Jesús “carnal” y a abandonarse a las sugestiones de su propia cristología. Bajo sus tendencias más actuales circulan otras intenciones que las contradicen y que no podían tener interés en inventar. Ellos ya conciben a Jesús como el supremo Juez; él no conoce más juez que Dios (Marcos, 10, 32; Lucas, 12, 8; Marcos, 8, 38; Mateo, 16, 27). Ellos son universalistas sólo al final de algún evangelio, en versículos correspondientes a la segunda época cristiana; él pretende reservar el pan para los hijos, es decir, limitar la buena nueva a los judíos (Marcos, 10, 15). Ellos narran que se le acusa de oponerse al pago del tributo; por otra parte, le atribuyen la máxima de dar al César lo que le es debido, etc. Estas numerosas contradicciones suponen necesariamente la existencia de un maestro viviente, sujeto a las limitaciones de su siglo y de su ambiente racial, del cual lo único que puede discutirse es el nombre y la época (pág. 152). El P. Schmiedel menciona nueve frases del romancero evangélico que denomina las nueve columnas fundamenta­ les de la vida humana del maestro galileo. Helas aquí: Marcos, 10, 17: “¿Por qué me llamas bueno? Ninguno lo es: sólo Dios.” Mateo, 12, 31 : “Una palabra injuriosa contra el hijo del hombre puede ser perdonada.” Marcos, 3, 21 : “Los parientes de Jesús quieren llevár­ selo a casa, porque lo consideran “poseído.” L.A LEYENDA EVANGÉLICA 195 Marcos, 13, 32: “El día supremo nadie lo sabe, ni si­ quiera el Hijo: sólo lo sabe el Padre.” M arcos, 1, 34: “Dios, ¿por qué me has abandonado?” Esas son las cinco columnas más importantes. Se han agregado: Marcos, 8, 12: “Jesús rehúsa dar la prueba que le piden.” Marcos, 6, 5; “No puede realizar ningún milagro en Nazareth.” Marcos, 8, 15: "Cuidaos de la levadura de los fariseos y de la levadura de Herodes.” Mateo, II, 5: “La frase programa con que contesta al mensaje de Juan Bautista.” En conjunto, estas citas sugieren que no se trata de un dios, sino de un hombre. “Aunque no quedaran— escribe Guignebert—más que dos o tres de estas columnas textuales, ellas bastarían para atestiguar que la tradición cristiana ha atravesado una etapa anterior a la que representan nues­ tras crónicas sinópticas. Etapa en la que Jesús podía ya ser considerado como Salvador, pero en la que todavía se le veía como un hombre.” La buena nueva de este maestro desconocido, no iden­ tificado, no era— a juicio de Guignebert— una religión sin- cretista. Es la especulación cristiana ulterior la que la ha incluido en un sincretismo, a través del cual sólo se le vis­ lumbra raras veces y por inadvertencia de los cronistas (pá­ gina 153). Guignebert reconoce que si, acerca de la existencia de este maestro judío o galileo, sólo tuviéramos los datos ba­ sados en las crónicas evangélicas, aquélla no pasaría de una hipotética posibilidad. Acepta que se rechacen, como dependientes de la leyenda sinóptica, los demás textos del 196 ÁLVARO ARMANDO VASSÉUR Nuevo Testamento, exceptuando las Epístolas de Pablo. En éstas él cree sentir palpitar la convicción de que el Cristo fué un hombre; lo propio que en las afirmaciones tan concretas de Pedro en Hechos Apostólicos, 2, 36 y 10, 38. Guignebert entiende que las cuatro grandes Epístolas de Pablo (Romanos, Gálatas, I Corintios, II Corintios) consttiuyen un testimonio de la existencia humana de Jesús. La doctrina de Pablo es, en gran parte, una gnosis sin- cretista; representa una interpretación de la vida de Jesús extraña a la realidad. Si, a semejanza del autor de los Hechos Apostólicos, Pablo se basa en las enseñanzas de las escrituras mejor que en los hechos de la vida galilea del profeta Jesús—se­ gún los narran los sipnóticos— , es porque el Señor puede ser demostrado por las profecías que anuncian su venida y que, según ellos suponen, se han cumplido en él, más que en los mediocres incidentes de su apostolado. Es porque la cristología paulista se inspira particularmente en varios tex­ tos de las escrituras como ser los que describen el sacrificio de Isaac (Génesis, 22) y los sufrimientos del servidor de Dios (Isaías, 53) más bien que en las enseñanzas de Jesús. En verdad, de la enseñanza evangélica Pablo no parece saber absolutamente nada. Lo poco que dice acerca de Jesús es tan absurdo, que la crítica moderna lo juzga ina­ ceptable. Esto se debe a que la especulación de Pablo o de la escuela paulista, que escribe en su nombre, ya ha “miti­ ficado” al Cristo, es decir, ya lo ha convertido en un mito, y porque no lo vivifica con recuerdos personales. “Parece imposible— dice Guignebert— que dos semanas de conversaciones con Pedro y Santiago (Gal. 1, 18) no le hayan informado más de lo que nos dice” (pág. 155). De los Hechos Apostólicos parece desprenderse que Pa­ LA LEYENDA EVANGÉLICA 197 blo estuvo no una, sino cinco veces en Jerusalén. Esta cir­ cunstancia es favorable a la hipótesis dle que el Pablo de los Hechos no es el Pablo de las Epístolas. “No importa— observa Guignebert— su silencio en torno a la vida de Jesús. La doctrina paulista de la salvación por Cristo exige la humanidad del redentor (Rom,, 8, 3; 3, 25, 29; Gal., 3, 13). Para invalidar estos testimonios habría que abandonar la hipótesis de las interpolaciones parciales y afirmar la inautenticidad total de las Epístolas, como han hecho los exégetas holandeses, entre ellos el sesudo pastor de Bremen Kalthoff. Estos consideran apó­ crifo todo el epistolario de Pablo. La exégesis moderna se esfuerza en precisar la fecha de redacción de las cuatro grandes Epístolas. Algunos ubican su confección en el II siglo. Guignebert las supone más anti­ guas. Ciertas tesis de Pablo, como la cristología y la escatolo- gía, ya están anticuadas. (Guignebert no parece tener en cuenta que en un documento de esta naturaleza pueden coe­ xistir varias concepciones correspondientes a épocas y a arre­ glos redaccionales ulteriores, como ocurre con las crónicas evangélicas.) Las Epístolas revelan una personalidad singular, cuyas incoherencias tienen su unidad; Guignebert cree difícil sean obra de algún plagiario geniul, cuyos modelos epistolarios hubieran desaparecido. En resumen, Guignebert, sin negar posibles interpola­ ciones, entiende que las cuatro grandes Epistolas de Pablo bastan para garantizar la existencia histórica de Jesús: “En tanto no se demuestre que los Hechos Apostólicos son novelescos, como afirman los exégetas radicales, el surgi­ miento de Pablo, su existencia como apóstol, exigen que Je­ sús haya realmente existido” (pág. 157). 108 Al v a r o a r m a n d o v a s s e u r En síntesis: la exégesis radical declara que el cristianis­ mo primitivo es inexplicable del punto de vista de la teo­ logía crítica liberal. (No hablemos de la ceguera de la teo­ logía católica tradicional.) Guignebert hace notar que en la labor de la teología liberal se expresa un esfuerzo teológico que tiende a hacer comprensible y utilizable para los protestantes de nuestros días el Jesús evangélico; que llega a una representación del Cristo y de su obra, en gran parte extraña a la historia, es innegable. Este esfuerzo, lleno de interés para el protes­ tantismo liberal, no es indiferente. Pero, además de esa labor, la teología liberal ha realizado en los textos y en los hechos un potentísimo trabajo crítico de. verdadera impor­ tancia histórica. Mediante él va comprendiendo, si no en todos sus detalles en sus grandes lincamientos, el origen, la formación, el des­ envolvimiento del cristianismo primitivo, sin necesidad de recurrir a explicaciones míticas. Aceptando únicamente que la iniciativa muy limitada de un hombre llamado el Salvador, el “leader”, determinó un pequeño movimiento mesíanico en Palestina. Los fieles de este hombre lo creyeron el Mesías; lo dijeron sin éxito en Israel. Uno de estos obreros de la segunda época formado en Tarso (“Yo soy judío, nacido en Tarso de Cilicia, pero criado en Jerusalén, a los pies de Gamaliel”, Hechos, 22, 1, 5) propagó tal creencia por tierras griegas, adap­ tando sus afirmaciones a los deseos y a las creencias de los hombres que anhelaba convencer. A partir de ese momento, bajo la doble corriente del me- sianismo judío, que quería ver en Jesús la realización de las profecías, y del sincretismo helénicojudío, que lo ador­ naba con cualidades y leyendas tomadas de los dioses LA LEYENDA EVANGÉLICA 199 orientales de salvación, de intercesión y de redención; por la imitación y sugestión directa de los cultos de estos dioses, la humilde realidad de la vida del “ral>l>¡” quedó oculta y se organizó su mitología. El judaismo, sus prosélitos esparcidos por tierras paganas, sus sectas y las religiones de misterios habían preparado un vasto terreno de propaganda, sobre el cual va difundiéndose rápidamente, atrayendo y absorbiendo en su desarrollo sin- cretista toda la materia religiosa viviente. Numerosos mitologistas modernos han estudiado, y con­ tinúan estudiando, la constitución de este sincretismo; las causas que lo engendraron, los elementos que lo constituye­ ron, contribuyendo de esta suerte a un mayor conocimiento de la vida del iniciador. Pero deberían reconocer a la críti­ ca liberal la parte que a ésta le corresponde en la obra reali­ zada, en vez de no ver más que el “Jesús liberal”, cuya rea­ lidad es, en efecto, contestable. Cuanto a la personalidad de Jesús, puede estar obscurecida por la leyenda que se ha su­ perpuesto a ella; no por ello se halla completamente abolida. En el estado actual de nuestros datos, dicha personalidad constituye el punto de apoyo y de arranque irreemplazable del movimiento cristiano. ¿Quiere esto significar que dispo­ nemos de medios suficientes para intentar una biografía de Jesús? Este maestro no ha dejado una línea: sólo ha escrito sobre la arena. Lo que ha quedado de él lo sabemos por intermedio de las reminiscencias de sus discípulos. Y ya hemos hecho notar las influencias que han turbado y adul­ terado sus memorias. Mitos y símbolos envuelven y sofocan las crónicas evan­ gélicas. Los teólogos liberales opinan que el Jesús veraz, el úni­ co histórico, es el de los discursos que se hallan en los Si- 200 ALVARO ARMANDO VASSEUR nóplicos; especialmente en Marcos y en Mateo. Y no el que la crítica incrédula pretende extraer de los Evangelios. Los exégetas declaran que, ante la escasez y la diversi­ dad de las piedras que nos quedan del derrumbado edi­ ficio, vano es esforzarse en reunirlas; el plano arquitectó­ nico se ha perdido para siempre; quienes pretenden hallar­ lo, lo inventan. Tal es la conclusión que el estudio comparado de las fuentes históricas y legendarias parece justificar. No dispo­ nemos de elementos para escribir una biografía del ini­ ciador (1). (Ch. Guignebert: El problema de Jesús, Pa­ rís, 1923.)

(i) Guignebert hace suya la observación del profesor Schweitzer acerca de la “ moderna teología protestante” , que aspira a extraer de Marcos un Jesús histórico, leyendo entre líneas una cantidad de tópicos esenciales e interpretando los textos en concordancia con su propia psicología, teológica, protestante. (Yon Reymarus, pág. 329.) Notas de Ck. Guigne ber i * El historiador Epifanio en Haer (29-6), dice “ Pues la he­ rejía de los Nazarenos existía antes del Cristo y no celebra­ ban al Cristo.” Se esfuerza en distinguir los Nazarenos pre­ cristianos de los Nazarenos evangélicos, que vincula al heré­ tico Cerinto. Los primeros no creen en la resurrección; los segundos creen en ella. Frielander menciona la secta de los Ophites, padres y abue­ los de las sectas gnósticas, que considera salidas del judaismo alejandrino. Sinagoge, p. 43. “ La influencia de las ideas de Pablo se manifiesta desde la época de la redacción de los Sinópticos. No se le nombra, pero es visible que no se le ignora.” (Otros entienden que el Epis­ tolario paulista es posterior a los Sinópticos.) La ortodoxia judía es monoteísta; no lo son tanto las sec­ tas. También el cristianismo es monoteísta, a pesar de su triun­ virato. En las sectas judías, Cristo pudo ser considerado una modalidad de Dios, como en el sistema posterior de Sabellius. Los Masboteanos provienen de Masbatha, que significa bau­ tismo. Cuando Marcos (4-12) habla del repudio del hombre por la mujer no puede aludir a una costumbre judía. Drews opina que el cuarto evangelio data del año 140; Guignebert cree que es más antiguo. Según Eusebio, Papias, a mediados del IT siglo, sólo conoce las Sentencias del Señar, que los Ebionín atribuían a Juan Bautista, y los discursos o “loggias” de Mateo. Drews considera apócrifo el párrafo de Tácito acerca de la persecución de los cristianos por Nerón; dice que los cristia nos, impresionados por el silencio de los autores profanos, 204 Al v a r o a r m a n d o v a s s e u r inventaron 1:l correspondencia de Pablo y de Séneca, la de I'ilatos y la de Tiberio, y quizá la de Plinio y Trajano, sobre los cristianos de Bitbynia. Asimismo, Smith juzga muy dudoso el párrafo de Tácito. La carta de Plinio podía ser auténtica. Bruno Bauer insiste en que las Epístolas 115 y 120 de Sé­ neca contienen los rasgos esenciales y el ideal de vida trazado por el evangelista, el cual combina el estoicismo, el neoplato­ nismo y el neo judaismo. El evangelio primitivo de Lucas nos ha llegado completa­ mente rehecho por el redactor Agnostos Theos, del que Nor- den nos ha mostrado la influencia en los Hechos. La fiesta pagana de Mithra se celebraba el 25 de diciembre; coincidía con el solsticio de invierno; sirvió para fijar litúr­ gicamente la natividad de Jesús. En verdad, los Sinópticos ignoran cuándo y dónde nació. Creían saber que Juan Bautista y Jesús habían nacido en la época de Herodes el Grande. La natividad de Jesús no se relaciona con ningún recuerdo his­ tórico. Fué establecida en Roma al principio del IV siglo. Los tres primeros siglos ignoraron tal institución. El Apocalipsis alude al davidismo de Jesús (5; 5-22, 16), nada dice acerca de la concepción virginal. En la Epístola ad Hebreos (7, 14): “ Es evidente que nuestro Señor salió de la tribu de Judá, a la cual Moisés no atribuyó el sacerdocio.” Parece una alusión al davidismo de José, considerado como verdadero padre de Jesús. Sabemos por Justino que el Evan­ gelio y la fe de los Ebionitas rechazan el mito de la concepción virginal. Rabbi Aquiba escribe en los días de Adriano: “ El que ha­ bla contra los Doctores de la Ley será llevado a Jerusalén du­ rante una de las tres grandes fiestas para ser muerto, a fin de que su suplicio sirva de escarmiento al pueblo.” Marcos y Mateo fijan durante la administración de Poncio Pilatos el apostolado de Jesús, es decir, del 26 al 36. Annas gobierna el Templo del 6 al 13, su yerno Caifas del 18 al 36, en que es depuesto por el procurador romano Valerio Grato. Si Jesús nace bajo Herodes, no es admisible que comience su apostolado hacia el año 15, bajo Tiberio. Herodes Arquelao LA LEYENDA EVANGÉLICA 205

es destituido por Augusto del 6 al 7; le sucede el legado im­ perial Quirinus, quien luego pasa a gobernar Siria. Yarus, combate la insurrección judía después de la muerte de He- rodes. Luciano, en su Descripción de las ceremonias fúnebres, menciona el ayuno ritual de los parientes del muerto hasta el tercer día, en el que se celebra un banquete fúnebre. El Luto El cisma judeocristiano sobrevino porque los cristianos consideraban realizadas en el galileo Jesús las promesas me- siánicas, en tanto que los judíos, que esperaban un Cristo ven­ gador, triunfante, continuaron esperándolo. De ahí las luchas terribles entre unos y otros. Si los cristianos invocamos las Escrituras es porque en ellas existen profecías de traza expia­ toria, de justos perseguidos que podían aplicarse al tipo y al destino del Jesús legendario. Cada evangelio refleja las tendencias predominantes en cada partido. El primer cronista no lia creado el tipo de salvador que describe. Lo ha hallado ya plasmado en las creencias ga­ lileas tradicionales. La leyenda no habría podido reemplazar las figuras y los ideales irredentistas, si el mundo grecorroma­ no hubiera conocido la historia política de Palestina desde los Macalieos hasta Agrippa II. Strauss desarrolla la tesis de la interpretación mítica de las anécdotas evangélicas. Weiss entiende que los “milagros” fue­ ron parábolas, parábolas que la tradición fui convirtiendo en acciones. Sinith atribuye a un error de traducción el mito de la resurrección. El primer original a rameo de Marcos no ha­ blaba de apariciones pos!-morlcm, concluía con la ejecución de Jesús. En las versiones griegas, las apariciones fueron en­ tendidas como resurrección material. Filón de Alejandría, contemporáneo de Juan Bautista, dis­ tingue los Terapeutas de Egipto, que se dedican al estudio, de los Essenios de Palestina, que se ocupan en faenas agrarias y viven en contacto con las poblaciones. Los Terapeutas tenían sus monasterios cerca de Alejandría, en un ambiente abierto a las influencias griegas. Los Essenios estaban esparcidos en los páramos del Lago Mareotis. ( reían en la preexistencia del alma, no practicaban sacrificios sangrientos, se abstenían de 206 Al v a r o a r m a n d o v a s s e u r \ carne y de vino. Josefo compara el régimen de vida de los Essenios palestinianos al de los neopitagóricos de su época. Eusebio, en su Historia Eclesiástica-, II, 17, considera cristia­ nos a los Terapeutas o Essenios de Egipto'. Entre estos Essenios de Judea, los de Egipto y los cristia­ nos primitivos existen tales semejanzas, que han dado no poco que pensar. Josefo distingue dos variedades de Essenios: unos que se abstienen del matrimonio, otros que viven casa­ dos. Son comunistas, con administradores electivos; exaltan la pobreza, son vegetarianos, practicaban abluciones purifica­ torias, adoran el sol, “ imagen visible del sol inteligible” . Las noticias que tenemos de los saduceos son de origen fa­ riseo. Josefo dice que se atiene al texto de la ley. Quieren se haga el bien por el bien, sin esperanza de recompensa. No admiten la fe en la resurrección, ni en los ángeles ni en los es­ píritus. Colocan la moral por encima de las supersticiones más o menos politeístas. Esta actitud ética los aisla en medio del judaismo. Por su cultura y su rango social constituyen el alto sacerdocio. Es probable que hubiera llegado a ellos la influencia del helenismo filosófico difundido en Siria y en Egipto.

En el Mi Drasch, hallamos esta idea atribuida al profeta Elias: “ Tomo por testigo el cielo y la tierra, que sea israelita o pagano, hombre o mujer, servidor o sierva, sólo en virtud de sus acciones, el espíritu de santidad reposará sobre él.” Este criterio de santidad suprime todas las diferencias de fe, de nación, de jerarquía. “ La razón puede dar la sabiduría, el valor puede llevar al heroísmo guerrero, no al espíritu de san­ tidad. Sólo la continuidad de la conducta caracteriza el espí­ ritu santo.” (1). Este heroísmo moral, basado en el mayor desinterés, es in­ admisible que pertenezca a Elias, que hace degollar a 450 sacer­ dotes de Baal porque no pueden realizar un milagro ígneo (1, Reyes, 18-40). Como la idea del culto puro en espíritu y

(1) H. Coen: La religión de la razón en la fílenle del ju­ daismo, 123. I.A LEYENDA EVANGÉLICA 207 en verdad, sin Templo en Galicín ni en Sión (Juan, 4; 20 al 24), no puede pertenecer al profeta que, “ comiendo con sus discípulos, toma pan, lo bendice, lo parte y les da, diciendo: Tomad, este es mi cuerpo. Y tomando el jarro de vino hace beber a todos, diciendo: Esta es mi sangre del nuevo Pacto, que por muchos es derramada”. (Marcos, 14; 22, 23, 24.)

Veamos cómo se unificó el Canon: “ El evangelio, escribe Ireneo {Adversus haerexes, III, 2, 8), es la columna de la Iglesia; la Iglesia está extendida por todo el mundo; el mun­ do tiene cuatro regiones; conviene, pues, que haya cuatro evangelios. El evangelio es el soplo divino de la vida para los hombres; hay cuatro vientos cardinales; de ahí la necesidad de cuatro evangelios. El Verbo que ha creado el murido reina sobre los querubines; los querubines tienen cuatro formas; he aquí por qué el Verbo nos ha regalado cuatro evangelios.” El Concilio de Laodicea, bajo Silvestre I, años 270-337, y el de Cartago, 397, confirman el Canon. En 494, el papa Ge- lasio sanciona la decisión de los Concilios.

La escuela de Tubinga, subordina el problema de la redac­ ción de los documentos sinópticos, al desarrollo histórico del cristianismo. La tesis de Bauer, Zeller y Strauss es que la lucha entre los judeocristianns y el paulinismo imprime su carácter pe­ culiar a cada evangelio.

La provincia de Galil, transformada por los griegos en Ga­ lilea, tenía 80 kilómetros de Norte a Sur; 36 a 44 kilómetros de Este a Oeste. Ksla pequeña “ Galilea de los paganos” , se­ gún la denomina Isaías (9, 1), era en los lustros en que los discípulos de Juan Bautista difundían por ellas las enseñan­ zas evangélicas, que luego dieron origen a la leyenda expia­ toria: una huerta rica en viñedos, olivares y pomaredas.

Erl E p isto lario cíe P ab lo

14

El Epistolario de Pablo es el campo de batalla de la exégesis radical. Además de la escuela crítica holandesa niegan la autenticidad de las Epístolas los mayores orien­ talistas modernos. El eminente Jensen considera que las Epístolas pare­ cen escritas entre los años 100 a 150 de nuestra Era. Su autor declara que conoció personalmente a los apóstoles Pedro, Juan y Santiago, discípulos de Jesús. Pero no nos dice nada de Jesús, excepto el número de sus apóstoles, que son doce, la traición de que es víctima, la cena que precede a su arresto y la crucifixión, es decir, los episodios de los últimos días. No alude a los demás hechos de la vida del Maestro. Observa Jensen que lo que Pablo refiere acerca de la traición y la afirmación de que se hallaban los doce en el momento de las apariciones de Jesús resuci­ tado, podrían contrastarse {I Cor. 11, 23; 15, 5), puesto que, según la tradición de Mateo y la de los Hechos, la traición de Judas es seguida de su muerte, de suerte que serían once y no doce a quienes apareció Jesús. Si se admite el testimonio de las Epístolas, habrá que creer que Jesús es el Cristo, y que éste es hijo de David; que resucitó de entre los muertos y que realmente pudo apa­ recer así a sus discípulos. Ahora bien: Jensen considera 2 12 Al v a r o a r m a n d o v a s s e u r que todo eso es pura leyenda. Acerca de Jesús y de sus discípulos el autor de la Epístola no ha dicho la verdad; o ha sido mixtificado o no sabía nada. Plantéase, pues, la cuestión de saber si el Pablo autor de las Epístolas y el “hombre pestilencial” de los Hechos vivió realmente en la época que supone la tradición. Ni Josefo ni ningún autor pagano o cristiano, excepto el re­ dactor de las Epístolas y el de los Hechos, sabe algo de él. Se dice que las Epístolas deben ser anteriores al año 64, porque no contienen alusión a la catóstrofe que ese año diezma a los cristianos residentes en Roma. Jensen obser­ va que ocurriría lo mismo si las Epístolas hubieran sido escritas algunos lustros después del acontecimiento, el tiempo necesario para que el suceso pasado fuera indife­ rente. ¿No es sorprendente que ni la Epístola a los Romanos ni la Epístola a los Filípenses, que se suponen escritas desde Roma, no manifiesten ningún conocimiento del ambiente romano? Y el relato apostólico de los Hechos, ¿qué valor documentario posee? Exceptuando las alusiones a Pablo, hablan de la ascensión y del descenso del Espíritu Santo, hechos antihistóricos, y de Simón Pedro. Casi todo lo que relatan de este apóstol tiene traza mitológica, lo propio que las referencias a la odisea de Pablo. El exégeta Julichez hace notar que en los Hechos hay capítulos en los que el cronista se presenta como testigo ocular; habla en primera persona, lo cual parecería abo­ nar en favor de la autenticidad de su relato. Jensen contesta que la Ilíada y la Odisea, que nadie osa atribuir a un testigo ocular, son tan vivientes, tan ex­ presivas, como los Hechos, los cuales contienen inadmisi­ bles errores, como ubicar a Malta en el Adriático o hacer (

LA LEYENDA EVANGÉLICA 213 que Pablo cure a todos los enfermos de la isla. Según Jensen, Pablo es un héroe mitológico, una de las tantas personificaciones de los propagandistas cristianos. Las Epístolas proceden de una tradición evangélica análoga a la de los Sinópticos, más próxima de Lucas que de Marcos. Deben provenir de un Lucas algo diferente, del Lucas evangélico: de un pre Lucas. Como éste depen­ de de Marcos y Marcos es posterior al año 70, habría que situar después de dicha fecha las Epístolas consideradas auténticas. Esta conclusión cronológica no concuerda con las afirmaciones contenidas en las Epístolas. Tales discor­ dancias llevan a Jensen a la conclusión de que el Pablo de las Epístolas no es el Pablo mencionado en los Hechos. Por lo tanto, las Epístolas no suministran ningún testi­ monio realmente válido acerca del relato tradicional de Jesús. De modo que este relato, sin bases históricas, que­ da reducido a lo que es: una leyenda palestiniana. Jensen no afirma la inexistencia de Jesús. Admite que diversas particularidades de su vida y hasta el núcleo de su personalidad son posibilidades históricas. Parece haber en el Jesús Sinóptico un elemento histó­ rico genuinamente judío y humano, ya que las sentencias que se le atribuyen no proceden de Babilonia ni de Egip­ to; es posible que procedan del ambiente galileo. Asimis­ mo la existencia de Jesús pudo haberse desarrollado en la época en que la tradición la cubría. Pero sin relación con la vida narrada en la Leyenda. La tesis de Jensen es, que el Jesús de los Sinópticos nunca ha existido ni realizado las acciones que se le atri­ buyen. Los evangelistas le han atribuido algunos episo­ dios del Jesús babilónico: Gilgamesch. Gilgamesch es un dios solar; Jesús también lo es. Los 214 ALVARO ARMANDO VASSEUR evangelistas son simples mitógrafos. Nunca hombre algu­ no ha vivido la vida del Jesús evangélico. De modo que las palabras que se le atribuyen son tan legendarias como las acciones (1). Los loggia o Sentencias del Señor no se sabe de dónde proceden ni de qué época son. En ningún caso es admisible que sean de un solo individuo. El profesor Whittakes rechaza la autenticidad de to­ das las Epístolas de Pablo. Ubica la composición del Epistolario neotestamentario, en el II siglo, después que la leyenda de Jesús ha sido organizada en relato, a partir del año 70, con mitos de diversas procedencias, en torno a un vago movimiento mesiánico, asociado a algún culto obscuro. Esta tesis no niega la posibilidad de la existencia de Jesús. Según el teólogo Stendel, partidario de Drews, la lite­ ratura neotestamentaria, tan complicada de contradiccio­ nes, de discordancias, de añadidos fraudulentos, da la im­ presión de la más completa obscuridad. Especialmente el Epistolario de Pablo trasuda interpolaciones. En su ori­ gen las Epístolas no debieron contener una sola mención del nombre de Jesús, del cual nada saben. Ocurre lo mis­ mo con escritos muy antiguos, como la Epístola atribuida a Santiago y la Didaché. La teología crítica liberal tiene predilección por el evan­ gelio de Marcos, que considera el más primitivo. Y bien, el espacio que ocupa en él, el relato de la pasión, es un testimonio contra la historicidad de todo el manuscrito. ¿Para qué obstinarse en pretender derivar el cristianis­ mo de una personalidad históricamente real, cuando el

(i) Jensen: Moisés, Jesús, Paulos; Francfort, 1910. LA LEYENDA EVANGÉLICA 215 gran apóstol” no tiene para nada en cuenta a Jesús? Ni siquiera dice de él que fue crucificado en Jerusalén; no da ningún detalle circunstanciado acerca de su vida ni de su muerte; no expresa una sola vez la expresión que, según los Sinópticos, le era familiar, el Hijo del Hombre. Sólo se ocupa de inventar una teoría independiente, que reco­ mienda a sus partidarios, en oposición a la Ley judaica; teoría que, si le hubiera sido sugerida por Pedro, no habría dejado de hacerlo constar. Si Pablo nada dice de Jesús, es porque nada sabe. Si no sabe nada, es porque no hay nada que saber. El Cris­ tianismo no emana de un hombre real llamado Jesús. Se basa en el culto a un Cristo místico, tan irreal como sus prototipos religiosos vecinos, Osiris, Tanimouz, Atlis o Adonis. LA INFLUENCIA DEL ECLESIASTES EN LA MORAL DEL DESINTERES APOSTOLICO

Una de las proposiciones más antiguas del Epistolario paulista es la que intenta dar una base racional a la creen­ cia en la resurrección de Jesús: “Y si se nos ha enseñado que Jesús resucitó de entre los muertos, ¿cómo dicen algu­ nos de vosotros que no hay resurrección de muertos? Por­ que si no hay resurrección de muertos tampoco Jesús resu­ citó. Y si Jesús no resucitó, vana es nuestra predicación, vana es también nuestra fe. Si es así, somos los más mise­ rables de los hombres. Si los muertos no resucitan, coma­ mos y bebamos, que mañana moriremos”. (I Ad. Corin, 15; 12, 14, 19, 32.) La proposición es rigurosamente democrática, de la más pura tradición farisea. Ante la muerte todos son iguales. Si los hombres no resucitan, si Dios no levanta a los muer­ tos, tampoco levantó a Jesús, tampoco Jesús pudo resucitar. Este criterio igualitario somete al Maestro galileo a la ley común. No admite excepción divina providencial. Sin duda el escriba paulista recuerda los versículos de! Eclasiastés: “Lo que acaece a los hijos de los hombres acaece a los hijos de los animales; como mueren unos, así mueren los otros; la misma respiración tienen todos; no tiene más el hombre que la bestia; todo es, pues, vanidad. Podo va a un lugar, todo es falso, todo volverá a ser LA LEYENDA EVANGÉLICA 217 polvo. ¿Quién sabe que el espíritu de los hijos de los hom­ bres asciende y el espíritu del animal desciende bajo tierra? ¿Quién lo llevará a que vea lo que ha de ser de él des­ pués de muerto?” (3; 19, 22). "Observé y vi todas las violencias que se hacen debajo del sol, y vi las lágrimas de los oprimidos, sin tener quien los consuele, y la fuerza estaba en manos de los opresores, y para aquéllos no había consolador. Y alabé a los fina­ dos, que ya murieron, más que los vivientes que ahora están vivos. Y tuve por mejor que unos y otros al que no ha sido aún; que no ha visto las malas obras que debajo del sol se hacen. Ya que hasta el trabajo y las bellas obras mueven la envidia del hombre contra su prójimo. También esto es vanidad y adicción de espíritu" (4; I, 4). “Justo hay que perece por su justicia y hay impío que por su maldad alarga sus días” (7; lr>). No hay hombre que tenga potestad para retenes el <•:. píritu ni potestad sobre el día de la muelle; no valen ar­ mas en tal guerra (8; 8). May justos a quienes sucede como si hicieran obras de impíos, e impíos a quienes acae ce como si hicieran obras de justos (8; 14). Todo acaece de la misma manera a todos: un mismo suceso ocurre al justo y al injusto, al bueno y al malvado, al que jura como al que perjura. Aún hay esperanza para los «pie se hallan entre los vivos, porque mejor es perro vivo que león muer­ to. Porque los que viven saben que han de morir; mas los muertos nada saben ni tienen más paga; porque hasta su memoria es olvidada. Su amor, su odio, su envidia, termi­ naron; ya no participan del siglo ni de lo que se hace de­ bajo del sol (9; 2, 4, 6). También he observado que no es de los ligeros la carre­ ra, ni de los fuertes la guerra, ni de los sabios el pan, ni 218 Alvaro armando vasseur de los prudentes las riquezas, ni de los elocuentes el favor, sino del tiempo y la ocasión” (8; 11). El pesimismo epicúreo del Eclesiastés se infiltra en las generaciones apostólicas, mezclado con las esperanzas re- surreccionistas de los últimos profetas. La recomendación de orar sobriamente (Mateo, 6; 6, 7) no es una novedad evangélica; proviene de este versículo del Ecclesiastés, cu­ yas últimas palabras repite Mateo: “No te des prisa con tu boca, ni tu corazón se apresure a proferir palabras de­ lante de Dios. Porque Dios está en el cielo y tú sobre la tierra; por tanto, sean pocas tus palabras. Porque de la mucha tarea viene el sueño y de la multitud de las pala­ bras la voz del necio” (5; 2, 13). Esta exhortación a la sobriedad suplicatoria es contradicha por Lucas (18, 1) en su parábola acerca de la necesidad de “orar siempre sin desmayar”. Otra esencial enseñanza del Eclesiastés sobre la vani­ dad de los que consumen su vida amontonando bienes es la fuente de diversas máximas y parábolas evangélicas: “Está un hombre solo sin sucesor, no tiene ni hermanos, mas nunca cesa de trabajar, ni sus ojos se hartan de sus riquezas ni se pregunta, ¿para quién trabajo yo y defrau­ do mi alma del bien? También esto es vanidad. Dulce es el sueño del trabajador: al rico no le deja dormir la tor­ tura. Hay una embarazosa enfermedad que he visto deba­ jo del sol: las riquezas guardadas por sus dueños para su mal. Como salió del vientre de su madre, así volverá al seno de la tierra, y nada llevará de sus trabajos. Des­ nudo como vino, así se irá” (Eclesiastés, 4; 8, 13, 15). Mateo hace repetir a su Maestro Jesús: “¿De qué apro­ vecha al hombre conquistar todo el mundo si con ello pierde su alma? ¿Qué recompensa dará el hombre por su LA LEYENDA EVANGÉLICA 219 alma?” (16, 26). “No hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, donde los ladrones hurtan; porque donde estuviere vuestro tesoro allí estará vuestro corazón.” “Ninguno puede servir a dos señores, porque desdeñará a uno y honrará al otro; no podéis servir a Dios y a Mammón... No os acongojéis, pues, gimiendo: ¿Qué comeremos, qué hcheremos o con qué nos cubrire­ mos? Porque los gentiles buscan estas cosas... Mas vos­ otros buscad primero el reino de Dios y su justicia, y esas cosas os vendrán por añadidura” (6; 19, 34). “Si quie­ res ser perfecto, anda, vende lo que tienes y repártelo a los pobres, así tendrás tesoro en el cielo...” “Difícilmente un rico entrará en el reino de los ciclos...” En Lucas tenemos la parábola del hombre rico: "Guar­ daos de toda avaricia, porque la vida del hombre no con­ siste en la abundancia de lo que posee; en hacer tesoro de cosas” (12; 15, 34). También el tercer cronista repite la máxima de Mateo: “Ningún siervo puede servir a dos señores, porque abo­ rrecerá a uno y amará a otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas” (16, 3). Estas reflexiones, del más puro ebionismo, se remontan a la enseñanza ascética de Juan Bautista; pertenecen a la tradición propia de las sectas que han hecho voto de po­ breza, para las cuales la santidad es inseparable de la humildad y del desinterés. La máxima famosa: “Ver la paja en el ojo ajeno y no ver la viga en el propio”, tampoco es evangélica. La ha­ llamos en una Sátira de Horacio, como proverbio ya tra­ dicional (Libro I, Sátira III, versos 73, 74). Los Hechos Apostólicos nos muestran que los Apósto­ les no conocieron personalmente al Salvador. Las alusio- 220 ALVARO ARMANDO VASSEUR ncs a Jesús se apoyan en las Escrituras, no en los hechos ni en los dichos del Maestro. Ni el autor de los Hechos ni el de las Epístolas de Pablo, conocen las Sentencias del Señor. Tampoco la Epístola de Santiago ni la Didaché aluden a Jesús. El Pablo de la Ep. ad Rom. dice ser israelita, de la tribu de Benjamín. Dice no haber sido enviado a bauti­ zar en nombra, suyo ni en el de Jesús, sino a predicar el Evangelio. En la Ep. ad Corin. escribe: “Os he enseña­ do lo que me fue enseñado: que Jesús fue muerto y se­ pultado y resucitó al tercero día, conforme enseñan las Es­ crituras. Que apareció a Cefas, después a los doce, des­ pués a más de 500 hermanos, y después a mí (1; 3, 7). En Del Gálalas (1, 12), “El Evangelio que predico yo no lo he recibido ni lo aprendí de hombre alguno, lo debo a una revelación de Jesús.” En vez, en la Ep. ad Corin. dice enseñar lo que le han inculcado. Guignebert se inclina a admitir que las Epístolas son anteriores a las Crónicas Sinópticas. Si así fuera, sería in­ explicable que no refirieran una anécdota de la vida apostólica, ni una máxima, ni una parábola de Jesús. Su cristología tan judaica, puesto que su Cristo ha venido para redimir a los hombres del pecado original, ignora la psi­ cología y la doctrina del Jesús de los Sinópticos. La tesis del Epistolario paulista es que Jesús se ha tro­ cado en el Cristo en virtud de su resurrección. Si no hubie­ ra resucitado no sería el Dios que es. “Por ello, quien confesare y creyere que Dios se ha levantado de entre los muertos se salvará” (Ad Rom. 19; 9). “Nosotros predica­ mos a Cristo crucificado, que es escándalo para los judíos y locura para los gentiles” (Ad. Corin. 1; 1, 23). Los ancianos apóstoles a quienes Pablo llama los rebeldes de LA LEYENDA EVANGÉLICA 221 Jerusalén, informados de que Pablo enseña a apartarse de Moisés, en lo que atañe a la circuncisión, le envían mensajeros, a fin de que respete la ley y haga circuncidar a los nuevos cristianos (Hechos, 15; 2, 4). En Mateo y en Marcos, Jesús establece el bautismo después de su resurrección, lo cual significa que dicho rito, tomado en la escuela de Juan Bautista, continúa entre sus discípulos galileos. La moral del culto puro es un ideal de espíritus selectos. Las multitudes necesitan que se les materialice sus ¡deas para asimilar, si no su esencia, su for­ ma. El bautismo es el substitutivo de la antigua circunci­ sión, un símbolo de renovación moral y de unión religiosa. Guignebert sólo menciona el versículo de la Epístola ad Calatas (1, 18), en el que Pablo refiere haber estado dos semanas en Jerusalén. En la misma Epístola n<> alude a la localidad donde al principio perseguía a los edslia nos, ni el versículo donde repite que catorce años después estuvo por segunda vez en Jerusalén. El Saúl, d<- los ¡le chos, comienza su actuación en Jerusalén (7; 48, (A)). Des­ pués marcha a Damasco (9; 1, 2), sufre una crisis física y moral en el camino, durante la cual yace tres días cie­ go (9; 8, 9). Los tres días de las iniciaciones religiosas, de Miqueas, de Jonás, de Jesús. Ananíns lo inicia en la fe en Jesús y lo bautiza (9, 18). Días más larde regresa a Jerusalén, ya convertido en cristiano (9; 25, 2(>). Per­ manece allí algunas semanas, en las que su nuevo sectaris­ mo pone en peligro su vida. Entonces sus correligionarios lo acompañan a Cesárea y de esta ciudad lo envían a Tarso, su patria. Allí permanece hasta que Bernabé va en busca suya y lo lleva consigo a Antioquía (II, 25), donde reside un año. En Antioquía comienzan sus discí­ pulos a llamarse cristianos. De nuevo vuelven a Jerusalén 222 A l v a r o a r m a n d o v a s s e u r y, tras una breve estancia, regresan a Antioquía (12, 25; 13, 21). Luego realizan una gira por las ciudades helé­ nicas y retornan a Antioquía, donde descansan algún tiempo. Habiéndose suscitado una discusión con mensajeros ju- deofariseos venidos de Jerusalén para obligar a los genti­ les que creen en Jesús a circuncidarse, se encaminan por cuarta vez a Jerusalén (15; 2, 4), pasando por Fenicia y Samaría. Calmados los ánimos y solucionada provisoria­ mente la controversia, regresan a Antioquía, con Bernabé, Judas y Silas (15, 22). Más tarde marchan a Macedo- nia, Atenas, Corinto, Efeso, Samos y Mileto, y de aquí a Cesárea. Y por Galacia, Frigia y Antioquía vuelven la quinta vez a Jerusalén. De esta capital Pablo es llevado a Cesárea, de donde le llevan por tierras y mares a Roma. Son, pues, cinco estancias en Jerusalén. En vez, Gui- gneber sólo menciona una. La causa de prisión de Pablo en Cesárea la especifica el Gobernador Festo en su relato al Rey Agrippa: “Solamente tiene contra él ciertas cues­ tiones acerca de su superstición y de un cierto Jesús difun­ to, que Pablo afirma que continúa vivo” (Hechos, 25, 19). El Pablo de las Epístolas es de una época en que ya la tradición ha elaborado el mito de Jesús Cristo. El lo saca del marco sectario racial y lo difunde por el mundo judeohelénico. Las luchas violentas de los cristianos paulistas con los judíos y los paganos, para convencerlos por las Escrituras que Jesús es el Cristo, hecho que los judíos no pueden ad­ mitir, pues esperan un Cristo victorioso, no son menores que sus luchas con los antiguos apóstoles para vencer su resis­ tencia a la evangelización de los gentiles. I.A LEYENDA EVANGÉLICA 223 El veto a la circuncisión racial, “cuidaos del cortamien­ to” ; el derecho de todos los hombres a participar del Rei­ no de Dios mediante la nueva fe en el Salvador crucifica­ do y resurrexo, serían incomprensibles si Juan Bautista o sus discípulos galileos hubieran aconsejado tal admisión.

Para crear una institución tan compleja como es el Cris­ tianismo, observa Strauss, es necesario que el pueblo ju­ dío sea durante siglos machacado en el mortero de la his­ toria; primero disperso en sucesivos y largos destierros, lue­ go repatriado y esparcido de nuevo ante las naciones. Es necesario que Alejandro funde Alejandría y que esta ca­ pital se eleve hasta convertirse en el primer núcleo de fu­ sión etnográfica de las culturas orientales y occidentales. Frecuentemente vasallo de los imperios vecinos, y por últi­ mo de la potencia romana, la teocracia hebrea se esfuer­ za en conservar la esencia religiosa de su nacionalidad, el culto a Jahwé concretizado en la Ley mosaica. La conquista de Alejandro somete Judea al dominio macedónico; los judíos son incorporados al mundo griego. Esta influencia helénica se hace sentir desde la conquista del Imperio persa por Alejandro Magno. Luego vuelven a ser sometidos a los reyes de Egipto. El primer Ptolomeo se apodera de Jerusalén y lleva a Egipto pueblos de pri­ sioneros, con los cuales se constituye una vasta colonia israelita. Después pasan a ser súbditos del rey de Siria. En este ambiente vuelven a sufrir la influencia helénica. Los grandes sacerdotes judíos adoptan nombres griegos; se hacen cortesanos de los reyes de Siria, como más tarde 228 ALVARO ARMANDO VASSEUR serán cortesanos de los delegados cesáreos. Entretanto, el pueblo se divide; estallan diversas rebeliones; la mayor insurrección judaizante es domada bajo el reinado de An- tiochus. El primer Libro de los Macabeos narra que en esa época Jerusalén se convierte en una especie de colonia grie­ ga. El Templo es profanado. Colócase en él un ídolo. Muchos judíos laboran y hacen trabajar durante el sába­ do. Son abolidas las fiestas a Jahwé. Se queman los libros de la Ley. Se prohibe la circuncisión. No puede darse ma­ yor guerra al culto nacional. El sacerdote Matatías inicia la insurrección de Israel Judá, uno de sus hijos, es el jefe de la rebelión. Las victo­ rias que obtiene en los combates le valen el apodo de Ma- cabeo, o sea, el Martillo. Su hermano Simón arroja de Galilea a los filisteos, a las gentes de las cercanías de Tiro. Por fin vence a Antiochus. Muerto éste, los de Siria orga­ nizan otra invasión, llegando hasta a sitiar a Jerusalén. Antes toman prisionero y ejecutan al gran sacerdote Oneas, que actúa de Pontífice desde diez años atrás. El primer Libro de los Macabeos celebra el reinado de Simón como la edad de oro hebrea. Simón muere asesi­ nado el año 135 antes de nuestra Era; su victimario es un miembro de su familia: yerno suyo. Su tercer hijo, Juan, reina treinta años con no escasa fortuna. El año 127 Simón destruye la ciudad y el Templo disi­ dente de Galizin (Samaria), levantado en la época de Alejandro de Macedonia. Somete a Idumea y obliga a los idumeos a circuncidarse. Después del mando efímero de Anitobal, nieto de Si­ món, reina durante veinte años Alejandro Janneo. En este período sublévase en Galilea el misterioso Jesús-ben- I.A LEYENDA EVANGÉLICA 2 2 9 Pandira, siendo capturado y crucificado en Lidda la vís­ pera de Pascua. No se sabe si se trata de un nuevo aspi­ rante al papel de Macabeo o de un enemigo del alto clero de Jerusalén. Poco después, año 63, el romano Pompcyo sitia y con­ quista la capital judía. I.a literatura apocalíptica comien­ za ya a popularizar sus exaltaciones nacionalistas en for­ ma de ensueños de palingenesis religiosa. Veinte años más tarde, I Icrodes, gobernador de Jeru­ salén, es expulsado por Antiguar, al que ayudan los Parthos. Herodes marcha a Roma, donde gestiona v obtiene la ayuda de Antonio. Este le lince reconocer Rey de Jadea por el Senado romano, poniéndolo ba jo la protección de las legiones romanas (Josefo, Antig.). Vuelto a Pnlesti na, Herodes reconstruye el Templo, levanta ciudades, via ductos, construye carreteras, erige monumentos, exprimien­ do los ya agotados recursos fiscales, exacerbando la mi­ seria de las plebes campesinas; en tanto, los mirages me sianistas comienzan a soliviantarlas... Herodes asiste atentamente a la guerra entre Marco Antonio y Octavio. En el momento oportuno envía en apoyo de este último una legión judía. Después de Actium, Octavio premia el concurso guerrero de I lerodcs, dándole las ciudades y los territorios substraídos a Siria y que poco antes Antonio había cedido u Cleopatra. Tal es la parte que corresponde a Judea en el reparto de los despojos de la reina egipcia; “Jahwé dice a Is­ rael; he dado el Egipto por tu rescate” (Isaías). De esta suerte, la alianza de I lerodcs con Roma liber­ ta a Judea de sus tiranos seculares egipcios y sirios, como un siglo antes la de Simón Macabeo. Si bien sujeto al ré­ gimen imperial romano, Israel respira con más holgura. 230 A l v a r o a r m a n d o v a s s e u r Ya entonces los judíos de la dispersión constituyen una asociación internacional, cuyas principales colonias se ha­ cen notar en Egipto, en Siria, Fenicia, Tesalia, Pelopo- neso, Chipre, Creta, Roma. Son los lustros en que Estra- bón observa que no hay ciudad donde no haya una colo­ nia israelita en plena actividad de proselitismo. La poten­ cia de Roma, al par que reduce a provincias romanas los reinos de Siria y Egipto, aminora el Poder sacerdotal ju­ dío, concentrado en algunas familias sadúceas. Hyrcam había impuesto el jahweísmo a las tribus separa­ das, luego a los idumeos. Desgarrada por sus luchas intes­ tinas, luego asaltada por los romanos, Jerusalén había estado a punto de perecer junto con el Templo. Tales son los acontecimientos que inspiran a los Pro­ fetas: al II Isaías, a Jeremías, Ezequiel y a los vates me­ nores. Según E. Havet, esta literatura profética se desarro­ lla en las postrimerías del II al I siglo antes de nuestra Era. Comienzan después de la guerra de Judá contra los reyes griegos de Siria y se extienden hasta los días de Herodes. El Libro de Daniel se refiere a esta última época. Pare­ ciendo aludir a Antiochus, el poeta apocalíptico se refiere a Herodes. En el II siglo, Antíoco había sido el enemigo de Jahwé, es decir, de su culto. Herodes es un nuevo An­ tíoco. Igual que el primero, persigue a Jahwé y a sus ado­ radores. Como Antíoco, entrega Jerusalén a las tropas de las naciones. E. Havet juzga que el poeta escribe en los años del reinado del hijo de Herodes, Arquelao. Puede, así, sin comprometerse, satisfacer sus cóleras sacerdotales. Lo mis­ mo acaece con el Libro del II Isaías, que parece ser de LA LEYENDA EVANGÉLICA 231 los días de Herodes el Grande. También en este poeta se percibe la inminencia del reino evangélico, que los ju­ díos podrían llamar el advenimiento del judaismo entre las naciones. (“La Modernidad de los Profetas”, pági­ na 209). Jahwé dice a su pueblo: "Poco es que seas mi servidor para realzar las tribus de Jacob y congregar los restos de Israel. /V reservo /jara ser la luz de las Naciones, a fin de que la salvación que os doy vaya hasta los confines de la tierra.” “Así habla Jahwé ul que es desdeñado por unos, odiado por los pueblos, esclavo de los poderosos" (Isaías, X L IX ). “Mi casa se llama casa de plegarias para todos los pue­ blos” (LVI, 3, 7). “Entonces Jahwé dice a su pueblo: “He puesto en ti mi espíritu y darás a las Naciones tu justicia.” Mi pueblo no grita, no levanta la voz, no amo­ tina a la multitud. Enseña la verdadera justicia; no se can­ sa, no se debilita, hasta que haya establecido el derecho sobre la tierra" (Isaías, XLII, 1,4). Después de conquistada por los romanos Jerusalén es reconstruida sin murallas; no quieren que vuelva a ser una plaza fuerte. El poeta irredentista se consuela: “No te­ mas, Jacob, pobre gusano; Jahwé será tu muralla.” Con feliz intuición observa Havet: Si el mundo se ju­ daíza en los albores evangélicos, es porque el judaismo se ha desjudaizado un tanto, luego que Roma hubo conquis­ tado a Jerusalén. Se desjudaiza para intentar la conquista religiosa del mundo, para convertirse en una religión mundial. Perdida la soberanía política, el clero hebreo aspira a la soberanía teocrática sobre las naciones. No pudiendo imponerse con 232 A l v a r o a r m a n d o v a s s e u r luí ■ 11 mas, sueña en unlversalizar el culto a Jahwé, en com- pi'lir con el pontificado imperial, en convertir al mundo a la justicia de su Ley. “El santo de Israel se llama el Dios de toda la tierra. Llamas a los pueblos que no te han conocido. Naciones que no te conocen acuden a ti. Jahwé es el buen pastor que conduce su rebaño.” La boga creciente del culto al Dios único, Jahwé, sus­ cita grandes conversiones: la de la reina Helena, viuda de Adiabene, de sus hijos, del general Monobaz, de Flavio Clemente, etc. Entre otros testimonios de la boga creciente del judais­ mo, he aquí dos que saco de los fragmentos que nos que­ dan de las Sátiras de Juvenal y de Perseo: “Algunos deben al destino un padre supersticioso, ob­ servador del reposo de los Sábados judíos. No tienen más Dios que las nubes y el cielo. Tienen tanto horror a la carne humana como a la carne de cerdo. Pronto se hacen circuncidar. Acostumbrados a desdeñar las leyes de Ro­ ma, aprenden y se someten a las leyes judías. Acatan de­ votamente todos los preceptos que Moisés ha consagrado en un libro misterioso. Para seguir sus instrucciones es me­ nester incorporarse a su secta; para que os lleven a la fuente debéis circuncidaros, £ De dónde procede esta creen­ cia? De sus padres, que consagraron un día cada siete para dedicarlo al ocio.” (Juvenal, Sátira XII.) “...Cuando llega el día que celebran los amigos de He- rodes, cuando las ventanas se adornan de violetas y de faroles, que las circundan de sebo y de humareda; cuan­ do se reúnen en torno de una larga cola de tonina, nadan­ do en un plato rojo, y de una ánfora blanca rebosante de I.A LEYENDA EVANGÉLICA 233 vino, entonces tú agitas devotamente los labios y, pálido, celebras el sábado de los circuncisos.” (Perseo, Sátira V .) Desde un siglo antes de nuestra Era se admiten dos va­ riedades de adherentes al culto: los de la Justicia, some­ tidos a la circuncisión, al baño ritual y a otros usos; los adherentes de la Puerta, a quienes sólo se exige la cura­ ción de la idolatría y la observancia de los mandamientos. Estos adherentes no son considerados judíos, sino amigos espirituales del mosaísmo. “Si alguien desea convertirse al judaismo, se le dirá: ¿Por qué quieres convertirte? Ves que Israel es desven­ turado, oprimido, más que cualesquiera otra nación; pes­ tes y sufrimientos le aquejan de tal suerte, que envuelven en sudarios a sus hijos y a los hijos de sus hijos. Los persi­ guen, los matan por causa de la circuncisión y del baño ritual; no pueden practicar ostensiblemente su culto como los demás pueblos.” Dos siglos después Saúl de Tarso y sus convertidos abo­ lirán toda distinción entre los prosélitos judeogentiles. Esta leforma creará el cristianismo paulista; transformará la secta galilea en un culto con sus mitos divinos, diversos de los del mosaísmo. Los romances sinópticos no concretan ningún deseo de abolición del culto mosaico. En vano buscaríamos en ellos ecos de las luchas ardientes, entre los que creen que el “rabbi” galileo se han realizado las profecías de las es- criaturas, y los judíos, que continúan esperando el Mesías vengador, libertador, salvador. El Cristianismo comienza cuando Pablo anula toda distinción entre los prosélitos de la circuncisión y hace de la fe en Cristo Jesús el salvavidas de todos, esclavos, li­ bertos y señores. -

.

~'r:\' n?.kiy rM'. v y'-XH &■

■ ’ ,V-.;V'. .■■■■/ Î , ■i'.X: ■■■

■ . È ìlWl Ì!M^Ì:-,y&ÌW

Cuando me pregunto, escribe Schleiermacher, qué debo pensar de la literatura evangélica; si debo imaginar un sumario de la vida de Jesús o relatos de hechos aislados, me decido por esta hipótesis. Los fragmentos de discur­ sos y de sucesos, lo propio que las parábolas, no tienen el mismo origen ni igual valor. Unos son de segunda, otros de tercera mano, bebidos en fuentes turbias, alterados por eclip­ ses de memoria, falseados por prejuicios sectarios y racia­ les, así como por el ansia de lo maravilloso. Los tres Evangelios sinópticos, Marcos, Mateo y Lu­ cas, son compilaciones de hechos sueltos, compuestas des­ pués de la época apostólica. La fecha de estas selecciones de sentencias y de anéc­ dotas es muy distante de la fecha de los sucesos; su re­ dacción anónima no es atribuíble, ni siquiera, a los re­ cuerdos de los discípulos de los Apóstoles (Strauss, oh. ci­ tada I, 115). Proceden de escribas, que anotan los recuerdos largo tiempo después; pueden anotar cosas y palabras verídi­ cas, pero mezcladas con agregados legendarios y ficcio­ nes poéticas creadas por el entusiasmo religioso. Mateo es una selección de segunda o tercera mano; procede de manuscritos o de tradiciones más antiguas, En 23fl ALVARO ARMANDO VASSEUR la redacción que ha llegado a nosotros se notan vestigios de dos épocas del Cristianismo. Parece provenir de la tra­ dición de la secta de Galilea. Su relato está entretegido con citas de los Profetas y de los Salmos. Los mismos teólogos liberales reconocen que los discur­ sos de Mateo son tan apócrifos, esto es, inauténticos, como los del cuarto Evangelio. Proceden de las Máximas o Sentencias del Señor a que alude Papias. El autor de las Epístolas paulistas y el autor o autores del relato de los Hechos Apostólicos, las ignoran, lo propio que ignoran los discursos que Mateo pone en labios de su Jesús. Cada crónica evangélica reproduce máximas, parábo­ las y admoniciones del profeta Juan Bautista, recogidas al través de las tradicciones de sus discípulos galileos. El apostolado de éste se prolonga durante largos años. Su prestigio es tan vasto, que trasciende hasta la historia auténtica; Josefo lo menciona en sus Anales; las crónicas evangélicas lo igualan a Elias. Andrés, Pedro y otros ga­ lileos se dicen sus discípulos; aprenden la fraseología típi­ ca de sus sermones, imitan su bautismo para remisión de pecados; rito similar al de los baños lústrales, purificato­ rios de ciertos cultos helénicos. Estas tradiciones del apostolado mesiánico de Juan Bautista y de sus émulos olvidados comienzan a compi­ larse después de la destrucción del segundo Templo por Tito, y de la ruina del Estado judío, entre' los años 75 y 85; después de la insurrección de los judíos, en el año 116, bajo Trajano, cuando se rebela Bar-Khobba, bajo el reinado de Adriano en 130 o hasta el 140, en que, se­ gún los cálculos más recientes, aparece el cuarto apócrifo evangélico. Loizy reconoce “que ningún Evangelio se basa sobre la LA LEYENDA EVANGÉLICA 239 tradición oral; ninguno es la expresión inmediata de re­ cuerdos conservados por un testigo”. La atribución del pri­ mer Evangelio a Mateo no puede ser sostenida; la del segundo a un discípulo de Pedro suscita serias objecio­ nes; el tercero se atribuye a un secuaz de Pablo, pero esta suposición no nos ilustra mayormente acerca de su com­ posición y de sus tendencias doctrinarias. Loizy juzga que no ha habido una crónica pre-evangé- lica, esto es, anterior a nuestras crónicas sinópticas que comprendiera toda la materia anecdótica y doctrinal de Mateo, Marcos y Lucas. Han existido fuentes anteriores; estas fuentes proceden de la tradición oral. Se ha repetido que la versión actual de Marcos que ha llegado hasta nosotros pertenece a la historia de los dog­ mas. Que la primitiva versión debió ser menos... dogmá­ tica. En ella la figura del “rabbi”, como las de sus discí­ pulos galileos, aparecían más francamente adversas a las sectas dominantes y al Imperio romano. Las máximas prudenciales de alta estrategia mística: “Dad al César lo que es del César; mi reino no es de este mundo”, no serían de ellos ni de los jefes de las rebelio­ nes armadas, que al insurreccionarse se proclamaban “Me­ sías”. Serían del ambiente de la Diáspora o de las comu­ nidades ascéticas, indiferentes al Templo y al Imperio. Es indudable que estas actitudes espirituales, de des­ preocupación de las agitaciones políticas, estas declaracio­ nes de acatamiento a los representantes de los Poderes vi­ gentes, tendían a desvirtuar, a reprimir las exaltaciones irredentistas, comentadas por los profetas mesiánicos. Ejemplos de este irredentismo, con su fondo de carác­ ter comunista todavía, los descubrimos en las crónicas de Marcos, de Lucas, en los Hechos y en la Epístola de San­ 240 ALVARO ARMANDO VASSEUR tiago: “fía, ricos, llorad aullando por las miserias que os vendrán. Vuestras riquezas están podridas; vuestras ro­ pas están comidas de polilla” (5, 2). Estos memoriales de desesperaciones proletarias, de odio a la riqueza, de ansias vengadoras contra los avaros que en vez de socorrer a los menesterosos los despojan de sus últimos harapos, se complican con obscuros prejuicios ra­ ciales, visibles aún en Marcos, quien evita que el Maestro de la “buena nueva” pase por Samaría y le hace reco­ mendar a sus discípulos que se aparten de los gentiles y de los samaritanos. En vez, Lucas y Juan le hacen atra­ vesar Samaría y Galilea (Lucas, 17; 11). En otra ocasión Lucas le hace “curar” diez leprosos, de los cuales el único agradecido es un extranjero (17, 18). El cuarto cronista, Juan, inventa el episodio de la sama- ritana y atribuye a su Jesús la frase: “Porque la salud viene de los judíos”, frase más propia del judío estricto Juan Bautista que de uno de sus discípulos galileos. Si, como supone Renán, este gran discípulo era muy poco judío o nada judío, ¿cómo la tradición que interpreta el cuarto cronista no le hace exclamar: “Por qué la salud viene de los galileos”? La tendencia reformista, favorable a la admisión de samaritanos y gentiles al nuevo credo cristianojudaizante, tarda más de medio siglo en sobreponerse al exclusivismo nacionalista de los apóstoles. Un eco de las disidencias interapostólicas, con influjo de prejuicios ancestrales, que “el idealismo de la buena nueva” no habría logrado extirpar, lo hallamos en la fípis. ad Galatas: “Cuando vi que Pedro y Brenabé, en Antioquía, no andaban rectamente conforme a la verdad del Evangelio, LA LEYENDA EVANGÉLICA 241 dije a Pedro delante de todos: “Si tú, siendo judío, vives y comes como los gentiles, y no al modo de los judíos, ¿por qué obligas a los gentiles a circuncidarse, a judai­ zar? El hombre no es justificado por las obras de la Ley judía, sino por la fe en Jesús Cristo” (4, 22).

I ll

Una sensible debilidad de Schleiermacher, lo propio que de Strauss y de Renán, es olvidar con harta frecuen­ cia sus propios postulados acerca de la inautenticidad de los discursos y anécdotas evangélicos. Esta amnesia sen­ timental les permite encararse directamente con Jesús, como si realmente fuera histórica la silueta que de él nos esbo­ zan las crónicas de Marcos, Mateo y Lucas. Así Schleiermacher, en sus famosas lecciones, escribe: “Jesús, partiendo de su conciencia más íntima, había lle­ gado a la convicción de que las profecías mesiánicas a nadie más que a él podían referirse. Así habría pasado de la consciencia profètica a la consciencia mesiánica.” Y Strauss: “Se comprende que las consecuencias desas­ trosas del mesianismo político no podían menos de enca­ minar un espíritu de la entidad del de Jesús hacia el as­ pecto espiritual y moral de las profecías. La renovación moral del pueblo, su conversión a la piedad y a la moral verdaderas: he ahí su objetivo principal” (1, 270). Pensaba que esta regeneración procuraría a sus com­ patriotas una dicha superior; aspirando así al reino de Dios, todo lo demás les sería dado por añadidura. Strauss sabe que este era el ideal de Juan Bautista (Ma­ teo, 6, 33). El historiador Josefo menciona asambleas tu- 24*> Al v a r o a r m a n d o v a s s e u r multuosas suscitadas por las prédicas de aquél. Estas re­ miniscencias históricas hacen pensar a Strauss que “la idea mesiánica, fuente inagotable de sediciones, no es ex­ traña a las arengas del profeta del Jordán” (I, 118). Sin duda, Juan Bautista es un mesianista; parece es­ perar un enviado omnipotente, un nuevo Macabeo, y sin punto de contacto con el Justo perseguido, en quien la le­ yenda personificará más tarde al Mesías. Los judíos del sur, dice Guignebert, esperan un mensa­ jero de la cólera celeste, el heraldo de la justicia. En Mar­ cos, sin duda para despistar, ha sido suprimida la pági­ na en la que se caracterizaba al maestro Juan Bautista. En el romancero evangélico, el Mesías guerrero, el liber­ tador nacional, el alto juez inminente, desaparecen, ocu­ pando su puesto un “rabbi”, predicador de mansedum­ bres, que hace consistir la santidad en el perdón de las ofensas, en la beatitud de la pobreza, en la no resisten­ cia al mal. Es un soñador de manos cargadas de fluidos mágicos, a quien “le conviene ir a Jerusalén a pedecer bajo los ancianos para representar el Justo perseguido, el cordero de Dios”. “Hay que ver en estos rasgos del carácter de Jesús — escribe Guignebert— , la influencia del ambiente idíli­ co galileo.” Guignebert se refiere a lo que Strauss, en I, 235, y Renán consideran la originalidad de Jesús: “La eliminación del interés político y de los grillos rituales." Lo que el profesor de la Sorbona atribuye a influencia del ambiente galileo en la formación del carácter de Jesús, es simplemente la expresión literaria de la experiencia se­ cular de las diversas sectas mesiánicas. Esta trágica ex­ periencia va modificando el irredentismo judeogalileo y el evangelismo ascético. LA LEYENDA EVANGÉLICA 247 Ambas tendencias paralelas coexisten durante más de un siglo; la irredentista, que todo lo espera de la lucha ar­ mada, de la sublevación general y del concurso providen­ cial de un nuevo Mncubco, y la ascética, la mística, de más en más decepcionada de las agitaciones políticas, que se opone a toda reivindicación violenta, que enseña que el verdadero bien consiste en la humildad, en la resigna­ ción, en la confraternidad. Los escribas o Icgcndnrlstns evangélicos habrían unifi­ cado entrambas tendencias divergentes, acentuando cada vez más el alto valor moral de la tendencia mística, paci­ fista, internacional. Es verosímil que la ideología de las tradiciones mesia- nistas, lo propio que el tipo de “maestro", de "salvador”, que esbozan, van transformándose a medida que el ideal evangélico se destaca y se concreta. Las mismas exigencias políticas y raciales que imponen cierta flexibilidad al legalismo de los judíos de la I )iáapo- ra va modificando el irredentismo neojudaico, que anhe­ la realizar una nueva cruzada emancipadora; es un evan- gelismo de más en más cosmopolita, cuya mira e s unlver­ salizar el culto a Jahwé; hacer que el Dios de los judíos sea también el dios de los gentiles (/Id, Rom., 3, 29); sustituir la cortadura de la circuncisión por el bautismo “en nombre de Jesús-Cristo, crucificado y resucitado”, las obras de la Ley por la gracia de la nueva fe (Ad. Gal, 2; 14, 16); “no hay judío ni griego. No hay va­ rón ni mujer, lodos vosotros sois uno en Cristo Jesús: Todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús” (Ad. Gal, 3; 26, 28). Estas consideraciones contribuyen a que los cronistas Sinópticos, según el programa máximo de los apóstoles pau- 248 Alvaro armando vasseur listas, repudien los ecos aún militantes de las tradiciones del irredentismo judío, y los adopten modificándolos a las necesidades de la propaganda en tierras paganas. Tornemos a remontarnos a la fuente histórica del me- sianismo. He aquí cómo el historiador Josefo fija los ras­ gos esenciales del “leader” del Jordán: “Juan Bautista era un hombre lleno de celo. Exhortaba a los judíos a vincularse mediante el bautismo para el ejercicio de la virtud, de la justicia mutua, de la piedad a Dios. Este bautismo, decía, es grato al Señor si los peca­ dores no se bañan únicamente para limpiar manchas ais­ ladas; mas si lo hacen para santificar el cuerpo, luego de purificada el alma en el ejercicio de la justicia.” En vez de purificaciones lústrales periódicas, según prac­ ticaban los Essenianos, propone un bautismo de arepen- timiento para remisión de las faltas cometidas. Es un simbolismo de regeneración moral consciente, acaso también de iniciación sectaria masculina, ya que no bautiza ni a mujeres ni a niños. Cuando los fariseos y saduceos vienen a que les admi­ nistre el bautismo, el profeta les dice: “De nada os servi­ rá el bautismo si no cambiáis de corazón, si no os arrepen­ tís” (Josefo, id. 18; 5, 2). Mateo le hace decir: “Haced penitencia, que el reino de Dios se acerca” (3; 2). Strauss le considera un essenio; cree que “Jesús asimi­ la lo bueno de Juan y rechaza sus limitaciones ascéticas”, por lo cual “Juan debió ver en Jesús más un discípulo extraviado que un maestro” (I, 229). Son interpretacio­ nes literales. Los evangelistas asimilan lo bueno y lo malo de Juan, sin rechazar por completo sus limitaciones ascéticas, puesto que el Salvador, nuestro guardián— que tal es lo que sig- LA LEYENDA EVANGÉLICA 249 nifica Jesús el Nazareno que ellos glorifican— , inicia su apostolado ayunando y aislándose durante cuarenta días en el desierto. Y lo que es más expresivo todavía: en una ocasión en que los Apóstoles, no pudiendo curar a un enfer­ mo, recurren a Jesús, éste le cura. Preguntado cómo es que ellos no han podido curarle, el “rabbi” contesta: “Este gé­ nero de males exige oración y ayunos” (Marcos, 9; 28, 29). Esta anécdota, si no fuera el símbolo de una conver­ sión espiritual, corroboraría dos actitudes: que los discí­ pulos galileos no oran ni ayunan; que el maestro, aunque parezca poco amigo de recogimientos ascéticos, ora y ayu­ na a menudo. A menos que sea el paciente, o el catecú­ meno quien debe ayunar y orar, o entrambos. En Marcos (9,12), las gentes se preguntan si el Bau­ tista no es Elias resurrexo. En Lucas, el Salvador pre­ gunta a sus discípulos: “¿Quién dicen las gentes que soy?” Ellos responden: eres Juan Bautista; otros dicen que eres Elias, otros que eres algún profeta de los antiguos que has resucitado. Y vosotros ¿quién decís que soy? Entonces Simón Pedro declara: Tú eres... el Santo de Dios (59, 18, 20). Más tarde los copistas cambian la palabra san­ to por la de Cristo. Mateo hace que Jesús, luego de reconocer que Elias no ha resucitado, se rectifique y declare que Juan Bautis­ ta es Elias, y que no le han reconocido: “Y si queréis saber, él es aquel Elias que debía venir” (11; 13, 14). Strauss admite que el apostolado de Juan Bautista pudo haber inspirado el párrafo de Malaquías: “He aquí, yo envío mi mensajero para que prepare el camino delante de mí: he aquí, yo envío a Elias el profeta antes de que llegue el día del Juicio grande y terrible” (3; 1, 4, 5). Si se compara el perfil de Juan Bautista, que apenas 250 ALVARO ARMANDO VASSEUR esbozan en dos trazos Mateo y Marcos, con el que amplía I Alcas, se percibe una diferencia esencial. En Marcos ha sido suprimida la página que detalla la índole de sus predicaciones, con objeto de intensificar la originalidad de la secta de sus ex discípulos disidentes, que el cronista personifica en Jesús. Mateo se concreta a hacerle anunciar la inminencia, no del Mesías expiatorio, sino del vengador celeste, del terrible justiciero que vendrá a separar el trigo bueno de la paja inútil. Si Mateo no exagera el rigor apocalíptico de Juan Bautista, ello probaría que su ideal religioso y social es asaz más militante que el de sus continuadores postapostólicos. Lucas, que recopila y selecciona crónicas evangélicas que no han llegado hasta nosotros, presenta al Bautista como al censor de las sectas dominantes, al consejero de los gremios de Palestina. Un poco más y lo veríamos con­ vertido en el Mesías que anuncia. El tono del relato de Lucas hace presumir que si el profeta hubiera querido presentarse como el juez esperado, lo habrían aclamado las multitudes. La actuación histórica del Bautista es ejemplo de la fatalidad temperamental del genio profético, considerado como una verdadera expiación orgánica, que impele a la rebelión, al apartamiento, a las innovaciones moralistas, a la censura y a la lucha de los representantes de las po­ tencias tradicionales. Sin duda, la leyenda evangélica ha deformado la per­ sonalidad del Bautista, al par que ha ido sublimando al portavoz ideal de la secta galilea disidente, hasta con­ vertirle en el anunciado por aquél. ¿De qué modo podremos explicarnos esta paradoja! I.A LEYENDA EVANGÉLICA 251 metamorfosis, esta sorprendente sustitución que hace del libertador divino un tipo de mártir resignado, de renun­ ciante místico? ¿Existe, según cree Strauss, el tipo de Mesías doloroso en las tradiciones recogidas por los Si­ nópticos? ¿O hacen éstos con el ideal redentorista del ciclo de los Mesías lo que hacen con el ideal del ciclo caballeresco el cronista de Parsifal, el romancista de Ama- dis de Gaula y el creador de San Quijote?

Si siglos antes Jahwé rehúsa el sacrificio de Isaac, ha­ ciendo que Abraham lo reemplace con un cordero; si Ezequiel condena las palabras del Exodo acerca del dios celoso que castiga el pecado de los padres en los hijos hasta la tercera o cuarta generación (20, 5; 18, 2); si en Isaías Jahwé desdeña las fiestas y los sacrificios; si en Jeremías declara que él no ha ordenado las inmolaciones de niños en el fuego de las hogueras de los Baales (18; 5, 19; 4; 5, 32, 35); si en Ezequiel reconoce que esta horrible costumbre ha sido instituida por los sacer­ dotes, pero que es criminal (20, 26; 23, 37), y para me­ jorarlos “quitará de sus carnes el corazón de piedra y les dará un corazón de carne” (11, 19); si exige justicia para el huérfano, la viuda, el extranjero y el oprimido; si Jahwé ya no es el verdugo, ni el amo despótico, sino el Padre cordial de Israel, que perdona a los que se arre­ pienten y enmiendan; si la “buena nueva” ha hecho suya la expresión del Dios de Malaquías, “misericordia quiero y no sacrificios”, ¿cómo los Sipnóticos elaboran una le­ yenda de redención, en la que el Salvador parece rendir su vida “en rescate para muchos”? ¿Cómo el Padre ce­ lestial del cuarto Evangelista, lo mismo que el Dios de 252 ALVARO ARMANDO VASSEUR las Epístolas de Pablo, acepta el sacrificio de la vida de su unigénito? ¿Dónde están el progreso de los sentimientos religiosos, la elevación moral, la espiritualización del nuevo culto? ¿Cómo pueden basar la nueva liturgia en un misterio de expiación sangrienta, característicos de los cultos salvajes? ¿Qué tiene de común este rito bárbaro, esta superíeta- ción prehistórica, con el delicado mensaje místico del Sermón del Monte, que constituye la esencia moral del Evangelio? IV • : , ' ■ ^

\

e* Otra concepción errónea de Strauss y de Renán con­ siste en afirmar que el Viejo Pacto no conoce la noción de Jahwé como Padre de los hebreos. En suponer que dicha idea pertenece a Jesús; que constituye la base de su doctrina religiosa. Más, declara el primero que en ello radica su originalidad ideológica y sentimental: “Jesús vivía en medio de un pueblo que sólo veía en Dios un señor, un amo, para el que la religión era sólo una ser­ vidumbre. El antes que nadie había reconocido en Dios un padre, porque su consciencia personal se había ab­ sorbido en Dios (1) (Strauss, 1, 242). Cuando Strauss desarrolla estas ideas, lo mismo que más tarde cuando vuelve a pensarlas Renán, ya Bruno Bauer ha expuesto su tesis, según la cual Jesús sólo es un personaje literario, creado por el primer evangelista, quien escribe en los días de Adriano. Es singular que en otro capítulo de Strauss recuerde que siglos antes un estoico dijo a sus discípulos helénicos: “Todos los hombres son hermanos, pues tienen a Dios por

(i) Malaquías: “ ¿No tenemos todos un misino Padre? ¿No nos ha creado el mismo Dios? ¿Por qué menospreciamos cada uno a su hermano, quebrantando el pacto de nuestros padres?” (2, io). 256 Alvaro armando vasseur Padre.” Pero Strauss, como Renán y tantos otros es­ píritus magnánimos, tiene dos preocupaciones: salvar la historicidad de Jesús y destacar su soberana genialidad moral; hacer de su vida el pedestal y de su genio el faro de su época, de todos los tiempos. Para lograrlo incurren en varios equívocos. Admiten primero que las escenas evangélicas son re­ peticiones de mitos inspirados en temas análogos del Viejo Testamento; le atribuyen sentimientos y concepciones ideo­ lógicas muy posteriores a la época y diferentes de las que privan en Galilea. Llegado el momento de mantener el criterio mitológico, se distraen y estudian las tradicio­ nes recogidas por los Sinópticos como si fueran auténticos documentos históricos. Vamos, pues, a establecer la filiación histórica de “la idea directriz del Salvador” : Dios considerado como Pa­ dre de los hombres. En el Deuteronomio se expresa el amor a Dios sobre todos los amores: “Dios te circuncidará el corazón y el de tus hijos, a fin de que le améis de todo corazón” (30, 6). Después del destierro todo israelita piadoso comienza a a ver en Dios a su Padre (Samuel, 7, 14). Isaías, tan memorado por los Sinópticos, dice a Jahwé: “Vos sois verdaderamente nuestro Padre... Vos sois nues­ tro Padre y nuestro Redentor (16). En Oseas dice Jahwé: “Cuando Israel era adolescente yo le amaba; de Egipto traje a mi hijo; yo guiaba los pies de Efraim, enseñán­ dole a andar (11; 1,3). Si en Oseas Jahwé llama hijo suyo a Israel y le trata como a un hijo, cuya niñez desvalida recuerda, es porque ya ha cundido la idea de que El es el Paler Noster racial. En efecto, la plegaria aramea Kadissch, o sea santifica- 257 cióii, que se reza en las Sinagogas, comienza: “Padre Nuestro, que estás en los cielos,— tu Nombre sea santi­ ficado; tu Reino venga;—hágase tu voluntad, en la tie­ rra y en los ciclos." El pedido del pan de cada día se hulla en la Sola (486), y el perdón de las ofensas, en el Eclcsiastés (12; 2); no nos induzcas en tentaciones forma parte de otra oración he­ brea; tuyo es el reino se halla en Crónicas (29; 11, 13). Siendo ya tradicional la ¡den y el sentimiento de que Jahwé es el Padre y el Redentor de los hebreos, ¿cómo las crónicas evangélicas recogen una anécdota en la que los fariseos y los escribas aparecen indignándose cada vez que Jesús se dice Hijo del Padre y dispuestos n lapidarle? “Te apedreamos por blasfemo. ¿Blasfemo porque digo: Hijo de Dios soy?” (Juan, 10, 36). ¿Por qué se enfurecen si los modismos Hijo de Dios, hombre de Dios, santo de Dios-ebed-Jahwé, son sinónimos? Se enfurecen para dar un “pathos” más dramático a la ficción anecdótica. Según el orientalista Robertson, la expresión primitiva en Marcos no es Hijo de Dios, sino el Santo de Jahwé. Si Mateo creyera o quisiera hacer creer que su héroe es más hijo de Dios que sus compatriotas, no le haría reco­ mendar el perdón de las ofensas ni el amor a los enemi­ gos con la maravillosa frase igualitaria: “Para que seáis hijos de nuestro Padre, que hace salir el sol para buenos y malos y llover sobre justos e injustos.” No le haría exortar a sus discípulos: “Mas vosotros no anheláis ser llamados “Maestros”, porque uno es vuestro Maestro y todos vosotros sois hermanos; y no llaméis a nadie vuestro Padre, porque uno es vuestro Padre, el cual está en los cielos” (Mateo, 23; 6, 9). 17 . 258 Alvaro armando vasseur En Marcos (6, 9), el Pater Noster comienza: Padre nuestro... En Lucas (11,2): Padre, que tu Nombre sea santificado... Donde los antiguos pergaminos griegos tra­ ducen: Padre mío, en araemo decía simplemente: Abba, Padre. ABBA-de-Bashemayya— el Padre que está en los cielos, o Padre en los cielos. Bar-Abba, ebed-Jahwé, es decir, hijo del Padre, ser­ vidor de Jahwé, son sinónimos. Los textos árameos originales han desaparecido. Nin­ gún escritor entre los más antiguos apologistas cristianos los menciona; las versiones restantes, griegas, sirias, fue­ ron adaptadas por manos cristianas... En el dialecto arameo de la época no existen los singulares del posesivo mi ni mío. De modo que el primer cronista debe hacer expresarse a Jesús a la manera impersonal cristalizada en el Pater Noster ancestral, manera que corresponde a la concepción más elemental, al par que más comunista del mesianismo. Este descubrimiento idiomàtico, fruto de la incansable labor exegética realizada en los últimos trein­ ta años, es esencial para la comprensión del carácter co­ munista de la buena nueva. El sentimiento fraternal que debe vincular a todos los miembros de la familia religiosa se basa en la consciencia de que Jahwé es el Padre universal. Si los pecadores se arrepienten, si se enmiendan, el Padre los perdonará, tornando a considerarlos hijos suyos. Tal es la esencia del Sermón del Monte. El Reino de Dios se aproxima a me­ dida que cada cual se regenera, se purifica, se desinte­ resa de las vanidades del mundo...

Los cronistas evangélicos son los portavoces de una secta galilea que ha ido reaccionando contra los excesos de la tradición ascética de Elias, Elíseo, algunos de los profe­ tas menores y de Juan Bautista. Por ello, después del re­ tiro inicial de cuarenta días en el desierto, vemL al nuevo Profeta, que personifica el ideal más sociable de los evan­ gelistas, dejar de lado los ayunos, las mortificaciones so­ litarias, etc., y entrar de lleno en la acción social. En adelante, sólo ora en momenos excepcionales, para no perder el contacto con la potencia subconsciente que con­ sidera su Dios, para energetizar su tensión moral. Consi­ derándose en estado permanente de santidad, ya no ha menester de recursos ascéticos para ejercer su ministerio de médicos de almas, de bienhechor espiritual. Esta despreocupación es tanto más singular, dado que, según la sabiduría popular de la época, es mediante ayu­ nos y oraciones que los santos pueden realizar sus exor­ cismos y curas milagrosas, como ya hemos notado en el caso del niño poseído por un espíritu, al que no pudieron expulsar los discípulos; después que hubo tranquilizado al niño, Jesús les dice: "Este mal con nada puede cu­ rarse, sino con oración y ayuno”... Contrastaría esta concepción ascética de la medicina 202 ALVARO ARMANDO VASSEUR con la vida sociable, alegre, de la cofradía galilea si no supiéramos que se trata de escenas legendarias, de cu­ ras morales, que, de tener algún viso histórico, pertene­ cerían a la tradición del Bautista. Sea como fuere, el romance evangélico acentúa la opo­ sición entre ciertos aspectos del modo de ser y actuar del Maestro jordáíiico y del ex discípulo que continúa la propaganda de la “buena nueva”. Juan no come carne ni bebe vino: es vegetariano; Jesús es comilón y bebedor de vino. Los escribas, al verle comer y beber con gente descalificada, preguntan a sus discípulos: “¿Vuestro Maestro come y bebe con publi- canos y pecadores?” Jesús responde: “Los sanos no tie­ nen necesidad de médico; sí los enfermos.” Otros le di­ cen: “¿Por qué los discípulos de Juan y los fariseos ayu­ nan y Tú y tus discípulos no ayunáis?” El responde: “¿Pueden ayunar los que están de boda en tanto el es­ poso está con ello? Ya ayunarán cuando el esposo les será quitado” (Marcos, 2; 16 al 20). Aquí el cronista, que escribe casi un siglo después de la ejecución del Bautista, presenta al Maestro, distra- 3réndose, sin por ello dejar de prever el fin que le aguarda, sin duda para completar así la curación de aquellos con quienes entonces manduca y se divierte... Los refranes que siguen, algunos imperecederos, como el de “nadie hecha vino en odres viejos”, son tan inade­ cuados como el vaticinio de su propia cercana muerte. El mandato de no anunciar la buena nueva a los sa- maritanos, ni a los gentiles, las frases tan brutales lla­ mando perros a los paganos (Marcos, 7, 27; Mateo, 15; 24, 26), devueltas por los paulistas en Lucas contra los mismos judíos: “Guardaos de los perros, guardaos de los LA LEYENDA EVANGÉLICA 263 malos obreros, guardaos del cortamiento” (Ad Filipen- ses, 3; 2). La sentencia absurda en un reformista, expli­ cable como agregado ulterior, reafirmando la continuidad eterna de la ley, se comprende en un judío como Juan Bautista, no en un galileo crecido entre gentiles. Ya en 1850 la exégesis liberal racionalista (Edwards: Historia de Cristo) explica las curas que realizó el mé­ dico Jesús, observando que las dolencias que existen en la Galilea de los gentiles o paganos son culturales: po­ liteísmo, culto de los falsos dioses. (Esto de los “falsos dioses" recuerda la trascendente expresión del dios Indhú: Cualesquiera que sea el aliar dondes ores, es a mis pies que llega la plegaria.) Strauss comparte esta interpretación racional, corrobo­ rando que lo que el místico médico alivia, y en ocasiones cura, son las afecciones idolátricas; que los demonios que expulsa de los cuerpos son prejuicios sectarios, ideas fijas, etc. Para realizar curas morales es necesario que los en­ fermos, es decir, los pecadores, tengan fe. Hay lugares donde no puede realizarlas porque sus habitantes no creen en su palabra, no comparten su fe. En Marcos y en Mateo el “rabbi” no bautiza; bauti­ zan sus discípulos. En los Hechos Apostólicos no aconseja la circuncisión; algunos de los apóstoles, fieles al judaismo, la exigen a sus prosélitos para complacer a los fariseos cristianos. En las Epístolas, Pablo dice haber reaccionado contra el fari­ seísmo de los “apóstoles-columnas” Pedro, Santiago y Juan. En los Hechos y en las Epístolas sus discípulos conde­ nan a los que no creen que Jesús es el Cristo y a los que 204 Al v a r o a r m a n d o v a s s e u r no admiten su resurrección. En la crónica de Mateo, Je­ sús aconseja orar con brevedad en el secreto de cada hogar, a no ser prolijos como los paganos. A este respecto, hallamos en Juvenal— que nace el año 42 bajo Calígula y escribe sus Sátiras desde antes del reinado de Domiciano hasta el de Adriano, quien le destierra a Egipto ya octogenario como comandante de una cohorte romana, conceptos de la más excelsa morali­ dad. Léase la décima Sátira, acerca de las súplicas de los hombres a los dioses: “Dejad a las divinidades el cuidado de apreciar nuestros menesteres. Ellos nos da­ rán, no lo que nos agrada, sino lo que necesitamos. Si a pesar de todas mis advertencias, persistes en implorarles algo, limítate a pedirles salud del alma y del cuerpo. Pí­ deles un corazón que no arredre la muerte, que la cuente entre los beneficios de la naturaleza; un corazón que acepte todos los trabajos, inaccesible a la cólera y a las ambi­ ciones, capaz de preferir Ls padecimientos de Hércules a las delicias de Venus, a los festines de Sardanápalo. Mas estos bienes están al alcance de tu voluntad; depen­ den de ti; el mejor camino para vivir en paz es el de la virtud. No olvides cuántas ambiciosas familias perecieron víctimas de la benevolencia con que los dioses escucharon sus plegarias. No pidas, pues, grandes cosas; sé humilde en tu oración.” El poeta histórico Perseo—nacido el año 34 de nuestra Era—, contemporáneo y amigo de Lucano, vibra un aus­ tero acento ético, análogo al de los profetas hebreos. En su segunda Sátira, dedicada a la Oración, exclama: “¡Crees comprar la convivencia de los dioses pagándoles una porción doble de grasa y de carne asada, de vino y de pasteles! ¡Qué absurdo introducir nuestros prejuicios en LA LEYENDA EVANGÉLICA 265 los Templos, juzgar que agrada a los dioses lo mismo que ansia nuestra abyecta raza! Decid, sacerdotes, ¿qué hacen los dioses con el oro de las ofrendas? Lo que hace Venus con las muñecas que le ofrecen las niñas. Podemos, sí, ofrecerles algo que vale más que pla­ tos llenos de oro: un alma fortalecida por sentimientos de rectitud, de justicia; un corazón sin rencores, un ca­ rácter sin ruindades, templado en la magnanimidad. Fe­ liz quien puede llevar al Templo tal ofrenda...”

En las crónicas de Marcos y de Mateo vemos cómo es­ tos discípulos hacen instituir a Jesús el rito de la cena, asimilando grotescamente su cuerpo al pan y su sangre al vino. Medio siglo más tarde, el cuarto cronista Juan relega al olvido la comedia rusticana de los poseídos y de los exorcismos. El curandero desaparece. El Jesús del nuevo legendarista ya no es el “rabbi” de las aldeas de Galil, el médico de almas, cuyos desdeñosos paisanos le dicen: “Cúrate a ti mismo” (Lucas, 4; 22, 23). Es el Verbo divino hecho sabiduría. Como si no fuera bastante el genio y los prodigios que ya le han atribuido, el cuarto apologista le hace decir: “Yo soy la Luz, la Verdad, la Vida; el que cree en mí vivirá eternamente.” ¿Qué habría dicho el primer escriba que coleccionó las Sentencias del Señor si hubiera podido leer el cuarto Evangelio? ¿Y el primer Marcos que nos muestra un “rabbi” aldeano, sostenido en sus angustias tan humanas por su fe en el Padre? Ciertamente, no habrían reconocido 200 Al v a r o a r m a n d o v a s s e u r en él a la personificación de la secta galilea, al heredero simbólico del Bautista. El primer cronista atribuye al discípulo, que personi­ fica la secta galilea de los Nazarenos, las principales sentencias y parábolas de Juan Bautista. Exactamente como pone en boca de ese discípulo, hecho Maestro (Ma­ teo, 11, 25), las palabras acerca de los profetas que Si- rach (3, 31) hace pronunciar a la Sabiduría; las que Lu­ cas (22, 49) toma de los Proverbios, los vaticinios de los Salmos en torno a la piedra que es desechada por los edificadores, piedra que es convertida en piedra angular; la visión de Daniel acerca del Juicio final, transformando en el misterio de la resurrección el rito de la iniciación religiosa tomada por Oseas (4; 12): “Después de dos días, Jahwé nos dará la vida, al tercero nos resucitará y viviremos delante de El.” A este renacimiento místico se refiere el cuarto cro­ nista evangélico en la anécdota apócrifa de Nicode- mo (3, 3). Si los cronistas evangélicos hacen expresarse a Jesús en parábolas, no es porque él ni ellos hayan inventado el género, según supone Renán; es para que se cumpla lo dicho por el Profeta: “Abriré en parábolas mi boca, rebosaré en cosas escondidas desde la fundación del mun­ do” (Mateo, 13, 35). Habla en parábolas para que mi­ rando no vean, escuchando no entiendan, a fin de que se cumpla en sus oyentes otra profecía de Isaías (6, 9): “De oído oiréis, mas no entenderéis, y mirando no veréis” (Mateo, 13. 14). Presentan al “rabbi” exhortando a sus discípulos a que no divulguen las curas que realizan, para que se cumplan LA LEYENDA EVANGÉLICA 267 otros augurios de Isaías: “He aquí el siervo que he es­ cogido; pondré mi espíritu en él; a los gentiles anunciará juicio; nadie oirá su voz en las calles” (Mateo, 12, 18). El vaticinio de Malaquías, el de Isaías, acerca de la luz que surgirá en Galilea.

Algunas escenas fantásticas, como la entrada en asna en Jerusalén, al son de los hossannas, “al hijo de David”, o aquella que hace que el “manso rabbi” se jacte de ser más que Jonás y más que Salomón, corresponden a tra­ diciones, opuestf s por su carácter político, a la que ter­ mina con la frase: “Las aves y las fieras hallan donde refugiarse; el hijo del hombre no tiene en donde reclinar la cabeza” (Lucas, 9, 58); confesión ésta más propia del austero ascetismo de Juan Bautista que la de la cordiali­ dad de la secta galilea. La idea del Mesías mártir, observa Guibnebert, cho­ caba al judaismo; sólo se impuso al rabinismo, largo tiempo después de aquel en que se ubica la existencia de Jesús, y esto bajo la influencia cristiana. Cuando los mi­ tólogos afirman que la concepción del Mesías mártir exis­ tía en Israel antes de nuestra era, aceptan una afirma­ ción indispensable para su tesis, pero exenta de toda prueba. Sólo por confusión se identifica el Mesías hijo de José con el Mesías mártir. Hay que ver si el verdadero Mesías hijo de David no era a veces representado como desti­ nado a padecer sufrimientos propiciatorios y expiatorios. Algunos comentadores han podido asimilar la imagen del Servidor de Dios, según Isaías (42; 1, 4; 49; 1, 6; 52, 13), al Mesías. Pero ningún texto demuestra que se 208 ALVARO ARMANDO VASSEUR hubiera hecho tal conexión antes que la impusiera la po­ lémica cristiana. Los autores de los raros escritos prehis­ tóricas, en los que parece reflejarse la influencia de Isaías, como Daniel o la Sabiduría, ven en el Servidor de Dios un justo cualesquiera, pero no el Mesías, el Cristo. En Isaías (53, 12), el pueblo de Israel es la oveja que conducen al matadero; es el justo perseguido, cuyas adver­ sidades llenan el capítulo 53; es el siervo colectivo de Jahwé (Isaías, 44, 1). En Jeremías (II, 19), el cordero inocente que llevan a degollar es el propio profeta, el sier­ vo de Jahwé, es Jacob, es Israel (46, 27). Ecequiel, que se llama asimismo “hijo del hombre”, profetiza contra los pastores de Israel (cap. 34), que no apacientan los rebaños, se toman la leche, se visten con la lana y degüellan a los mejores... En Oseas el espíritu de Dios habla de esta forma por boca del profeta: “Cuando Israel era adolescente yo le amaba; de Egipto le saqué niño aún; yo guiaba sus pies enseñándole a andar” (cap. II; 1, 3). La tradición eslabona estas patéticas imágenes poéti­ cas con que los profetas simbolizan las vicisitudes ya his­ tóricas del pueblo judío y la leyenda del Redentor evan­ gélico. Poco a poco las antiguas alusiones al hijo racial de Jahwé y a sus infortunios seculares son convertidas en alusiones mesíanicas que los cronistas cristianos refieren al “rabbi” de Galilea. Para Esteban, Jesús era un profeta análogo a Moisés; es el justo a quien los Ancianos mataron (Hechos, 7, 37, 52). Para Felipe, Jesús es el mártir anunciado por Isaías (53, 7): “Como oveja a la muerte fué llevado; así no abrió su boca.” Y al etíope que vuelve a su patria des­ pués de adorar a Jahwé en el Templo de Jerusalén le LA LEYENDA EVANGÉLICA 269 anuncia el Evangelio; y luego de haberle convencido que Jesús es el Cristo, lo bautiza en su nombre (Hechos, 8, 37). Es el ejemplo más importante de la aplicación del mito mesíanico al “leader” que representa en el romance evan­ gélico el ideal de la secta galilea. Los profetas han escrito que Israel, entre todas las na­ ciones, es el vaso de elección de Jahwé, el pueblo elegido. El cronista coge la imagen colectiva y la refiere al “rabbi” : así éste se convierte en el vaso elegido de Jahwé. Por un. proceso apologético análogo, la vieja alianza entre Dios y su pueblo Israel se trueca en alianza entre el Padre Jahwé y el Hijo Jesús; como el mito de Dios úni­ co sugiere el mito del hijo único o unigénito. No pudiendo basarse en la esperanza del Mesías vic­ torioso, la nueva idolatría se basa en la leyenda del Justo crucificado, “de la piedra desechada convertida en piedra angular”. Aunque escandalice a los saduceos y fariseos, aunque haga sonreír a los filósofos estoicos y epicúreos, aunque los romanos cultos la consideren una “vana y loca superstición”, no por ello deja de impre­ sionar y, a la postre, de entusiasmar a las multitudes. La leyenda de un Mesías vengador, victorioso, no habría pa­ sado de ser un mito nacional, la expresión máxima de las hondas reivindicaciones judías. La leyenda de un jus­ to víctima de! odio sacerdotal hebreo y del despotismo ro­ mano, conmoviendo sentimientos humanos ha podido ha­ cer de este mártir un ídolo universal. Sabido es que todo perseguido, si no es gravemente culpado, logra la simpa­ tía del pueblo. Una sentencia del Talmud, tan antigua como los Evangelios, dice: “Dios se pone siempre de parte del perseguido. Si un justo persigue a otro justo, o 270 Al v a r o a r m a n d o v a s s e u r un justo persigue a un malvado, Dios se coloca del lado del perseguido.” Aunque el “rabbi” hubiera sido un insurrecto, un in­ novador, la leyenda, al transformarlo en mártir, le vale la simpatía y, poco a poco, la devoción de las “almas sen­ sibles”. Bajo esta irresistible apariencia de perseguido, de incomprendido, sublimada su memoria por el exceso mis­ mo de las tremendas afrentas que han inmortalizado su suplicio, conquista el mundo de los miserandos, de cuan­ tos vegetan al margen de los bienes, de las leyes, de la cultura. De esta suerte, la Cruz, “imagen del martirio de los es clavos”, según la exacta expresión de Kalthoff, se con­ vierte en el símbolo del dolor resignado, que riega con su sangre la fe, en un celeste rescate, en un mundo mejor. La hostilidad de las jerarquías contemporáneas diri­ gentes no impide que el ideal socialista fermente y se pro­ pague entre las muchedumbres. Estas tienen sus apóstoles en quienes encarnan las variedades de aquel ideal, exac­ tamente como se resumen en diversos apóstoles las distin­ tas corrientes doctrinarias que dividen la primitiva Iglesia cristiana. El profeta Juan Bautista es el punto de arranque his­ tórico de la palingenesis evangélica. m m ■ ' ' ’ ' ' V • ■ ' Ya hemos notado que en las crónicas evangélicas con­ fluyen varias tradiciones. Una de ellas aporta resonancia de la acción personal de un agitador mesíanico, por el estilo de Judas de Gamala; otra, de una tradición as­ cética, apocalíptica, cuyo representante podría ser Juan Bautista; otra, de una tradición más sociable, de un fari­ seísmo depurado, que sería el de la secta galilea. Las primitivas Sentencias del Señor, que nadie ha pensado en atribuir a Juan Bautista, serían un florilegio de las má­ ximas de estas y otras olvidadas tradiciones. Es más verosímil que las parábolas y enseñanzas que expresan sentimientos e ideas antitéticas, propias de men­ talidades diferentes, pertenezcan a diversas tradiciones sectarias que no que todas procedan del mismo profeta. Sólo mentes romas, opiadas por el respeto supersticioso o por conveniencias profesionales, pueden hallar en ellas unidad espiritual. Por poco que se estudien se descubre en ellas influencias morales muy opuestas. Unas se ins­ piran en la justicia de los profetas, en el espíritu vengador de Jahwé. Otras, impregnadlas por un sentimiento para­ doja 1 de santidad, como el que sintetizan las bienaven­ turanzas del Sermón del Monte, algunas parábolas místi­ cas y máximas misericordiosas, quintaesencian la doctrina 18 274 ALVARO ARMANDO VASSEUR de no resistencia al mal, del amor a los propios enemigos, etcétera. No puede decirse que los sinópticos describen una per­ sonalidad moral viviente dotada de real unidad, puesto que los gestos doctrinarios que deberían caracterizarla varían y se contradicen en cada crónica. Tampoco puede hablarse de originalidad personal, ya que la ideología evangélica es, en general, la de los pro­ fetas, de los salmistas, de los apocalípticos y de las sectas monásticas palestinianas, más o menos disidentes. Si ciertos rasgos evangélicos sentimentales parecen no­ vedosos es sencillamente porque en ellos confluyen las tra­ diciones culturales de las sectas místicas. Si éstas nos hu­ bieran transmitido sus respectivos memoriales, veríamos cuánta cosecha ajena han recolectado los cronistas sinóp­ ticos. Cuántas flores y frutos del ingenio místico secular atribuidos al protagonista ideal de la leyenda, como ocu­ rre con el Orfeo de las rapsodias orféicas, con el David de los Salmos davídicos, con el Salomón de los Proverbios salomónicos. Una huella de la tradición irredentista subsiste en el relato, sin duda muy desfigurado, acerca del pago del tributo. La contestación tan explícita de Jesús: “¿Por qué me tentáis hipócritas”, nos ilumina acerca del irre­ dentismo judío que fermenta debajo de las formas reli­ giosas de la “buena nueva”. Es evidente que los miem­ bros de las sectas que han pactado con el Imperio, a true­ que de seguir administrando el culto y la vida civil judías, denuncian a los que discuten o se oponen al orden vi­ gente. En el pueblo, en las sectas heterodoxas, el irredentismo es tan vivaz, que les hace negarse al empadronamiento y LA LEYENDA EVANGÉLICA 275 ni pago del tributo, alegando, como Judas de Gamala, que sólo se le debe a Dios. De ahí la expresión tan signi- ficativa ¿por qué me tentáis?, que resume el estado de alma popular. No sabemos si esta anécdota se remonta a la época de la actuación de Juan Bautista o si es posterior. Lo cierto es que si él o alguno dle sus discípulos se resignan a de­ clarar que hay que dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios, esto demuestra el peligro mortal de ser franco, la necesidad de contemporarizar con los aliados sacerdotales del Imperio. Es una exhortación for­ zosa exigida por el estado de servidumbre política. Quizá esta anécdota de origen rabínico no figura en el pre-Marcos. Habrán sido injertadas más tarde en la trama de la leyenda, lo propio que otros trazos diplomá­ ticos contribuyen a formar el nacionalismo comunista de Juan Bautista en una catequesis moral, en un idealismo místico. Exactamente como Lucas transforma los após­ toles judeocristianos de Mateo (7, II, 12) contra los cris­ tianos del paganismo, en amenazas apocalípticas de és­ tos contra los judeocristianos (Lucas, 13; 25 al 30); al modo (jue el Pablo de las Epístolas ad Filipenses (3, 2); al aconsejar a los gentiles que no se dejen circuncidar, de­ vuelve a los judíos el insulto “guardaos de los perros”, que Mateo y Lucas dirigen a los paganos cristianizados. Así van presentando, como un ensueño de mendicantes, beatos, una agitación irredentista, social, de las plebes ru­ rales de Palestina. La buena nueva del Bautista es el anuncio de la inmi­ nencia del reino de Dios a los pobres, a los desheredados. Lucas, que ha consultado diversas fuentes tradicionales, le hace hablar a los fariseos y saduceos que vienen a so-

I 276 Alvaro armando v asseu r meterse a su bautismo de arrepentimiento para remisión de pecados. generaciones de serpientes, ¿quién os en­ seña a huir de la cólera que está por sobrevenir? Haced frutos de arrepentimiento, etc...” “Ya está puesta el hacha junto a la raíz del árbol: todo árbol que no da buenos frutos es cortado y arrojado al fuego. Entonces, las gentes le preguntaban: “¿Qué ha­ remos después?” Y él des decía: “El que tiene dos túni­ cas dé una al que no tiene; el que posee alimento re­ parta a los hambrientos.” “Y vinieron publicanos para ser bautizados, y le pre­ guntaron: “Maestro, ¿qué debemos hacer?” El les dijo: “No exijáis más de lo que os está ordenado.” “Y los soldados le preguntaron: “¿Y nosotros qué ha­ remos?” El Ies dijo: “No hagáis extorsiones, no calum­ niéis. Contentaos con vuestras pagas.” Y el pueblo espe­ raba y creía que Juan era el Cristo. Mas él les decía: “Ya vendrá él con un bieldo en la mano, limpiará la era y juntará el trigo, y quemará la paja en el fuego eterno.” Y muchas otras cosas decía amonestando al pueblo y a los grandes. La audacia de sus arengas llega a oídos de Herodes Antipas. Inquiétanle los tumultos que suscita. “Aquel mis­ mo día llegan los fariseos y le dicen: “Sal y vete de aquí, porque Herodes te quiere matar.” Juan contesta: “Decid f a aquel zorro: Aquí estoy curando enfermos” (Lucas, 13, 32). Esta última reminiscencia del apostolado del Bautista, que la leyenda atribuye a uno de sus discípulos galileos, se vincula con la que resume las imperecederas invectivas contra los fariseos, los saduceos (Mateo, cap. 23), los doc­ tores de la ley (Lucas, 11; 46, 53). La violencia apoca- LA LEYENDA EVANGÉLICA 277 líptica del discurso final (Lucas, cap. 21; Marcos, 13; Mateo, 24), tan en concordancia con el furor ascético de Juan e inadmisible en boca de un místico que condensa su doctrina de no resistencia al mal, en las ocho bienaven­ turanzas, en el amor a los enemigos y en no juzgar a na­ die para no ser juzgado (Mateo, cap. 5). El desamparo moral de los pueblos después de la eje­ cución de Juan lo expresa Mateo (9; 35, 36”: “Y vien­ do las gentes, tuvo compasión de ellas porque estaban es­ parcidas, como ovejas que han perdido al pastor.” Los exégetas discuten en torno al significado de la frase enigmática: “Sólo a vosotros, los apóstoles, es concedido conocer el misterio del Reino de Dios” (Marcos, 4, 11). En los Hechos, el reino no es un dominio moral ni mís­ tico, es nacional: “Entonces, los apóstoles, que se habían reunido, preguntaron a Jesús: “Señor, ¿restituirás el reino de Israel en este tiempo?” Y Jesús les dijo: “No toca a vosotros saber los tiempos, o la madurez que el Padre prepara” (1; 3, 7). En la tercera crónica, Lucas hace que Jesús reproche a sus enemigos obstinarse en no percibir los síntomas re­ volucionarios de su época. El cronista de los Hechos hace que Jesús prohíba a sus discípulos inmiscuirse en tales ave­ riguaciones. En Marcos y en Lucas, “el evangelio del reino predicado a los pobres” es de traza comunista; en Mateo es más nacionalista. Si recordamos que ninguna crónica evangélica es obra de un solo ingenio, que son relatos de los partidos en lu­ cha dentro del cristianismo naciente, se comprende que en cada uno de ellos hallemos anécdotas y máximas con­ tradictorias correspondientes a concepciones religiosas y 278 ALVARO ARMANDO VASSEUR a épocas diversas. En todas las crónicas hallamos pareci­ dos contrastes entre el espíritu que inspira las bienaven­ turanzas, las sentencias de amor a los enemigos y el reino de Dios, a guisa de grande hotel de inmigrantes, donde los ex desheredados comparten un festín presidido por Abraham, en tanto los ex ricos, los ex poderosos arden aba­ jo en el torrente de fuego que surca el abismo de la Gehena. Que la forma religiosa que estos sectarios dan al irre­ dentismo mesíanico no es tan mística nos lo prueba la anécdota de la multiplicación de los panes. Acaso el profeta Juan Bautista, y luego sus continua­ dores galileos, combinan los ideales de entrambos movi­ mientos: el que fomenta la regeneración moral, el excel­ sior individual, y el que anhela la emancipación nacional mediante la confraternidad comunista. Ocurre con este irredentismo judeogalileo lo que más tarde con el comunismo apostólico (Hechos, 4; 34, 37; 5; 1 al 10); lo que ocurre con las agitaciones comunistas monacales de la Edad Media; lo que ocurre con la Re­ volución francesa de 1790, con la Revolución comunista de 1870 en París. En un principio, es perseguida a hierro y fuego. Luego de desviada, de vencida, es tergiversada, calumniada, sepultada viva en “historias” elaboradas je­ suíticamente por escribas capaces de todos los falseamien­ tos de sucesos, de doctrinas; por maestros de todas las “mentiras” convencionales. Lo que ocurrirá con el actual comunismo eslavo. Las burguesías, con ayuda del clero, de la milicia y de los “forzados” intelectuales irán aguan­ do el vino rojo, hasta reducirlo a un vago cooperativismo jerarquizado con diversas formas jurídicas (el jurista, his- LA LEYENDA EVANGÈLICA 279 tóricamente y psicològicamente considerado, es un “sacer- do” sin sotana) de apropiación individual (1). Más tarde, los escribas se encargarán de desvirtuar el estado revolucionario; le harán pasar por un movimiento de exaltación sectaria, por una crisis política más o menos anormal.

La tendencia comunista en las escuelas filosóficas y en las sectas religiosas se remontan más allá del evangelis­ mo, de los Essenios, Terapeutas, siervos de Serapis, hasta el mithracismo y el pitagorismo. Aristóteles y el teólogo de la Escolástica, Tomás de Aquino, difunden el criterio de que la apropiación indi­ vidual es un hecho natural. Tomás considera que la ca­ ridad antes emana de la piedad que de la justicia. El criterio católico nos ha ido alejando del comunismo apos­ tólico (Hechos, 4; 30, 36). Esta reacción materialista del Tomismo es compartida por los Príncipes de la Iglesia católica, quienes prueban así cuán equivocados están los sinópticos cuando afirman con Mateo (6, 24) : “No se puede servir a Dios y a Mammón”, y Lucas (16, 13): “No podéis servir a Dios y a las riquezas.” Iodos los Obispos, Patriarcas, Cardenales están por la apropiación individual de la tierra y del capital, compatible, según ellos, con la pureza... evangélica. En vano, los grandes Padres, desde Pedro a Basilio, Ambrosio, Jerónimo, Agustín, J. Crisòstomo, Gregorio el

(i) “ Las revoluciones son siempre las mismas. El Cristia­ nismo ha sido una gran revolución. Su primera conquista son los pobres, los descontentos, no los satisfechos ni los ahitos.” E. Renán, ob. cit. 280 ALVARO ARMANDO VASSEUR Grande, etc., combaten la tesis de la apropiación indi­ vidual. La exégesis liberal reconoce que “a cada progreso de la doctrina” se rehacen las crónicas, se elimina lo anti­ cuado, o lo que choca con las conveniencias ambientes. Así se adapta a las nuevas convenciones partidarias, a las tendencias que sucesivamente se van imponiendo. No podemos, pues, por lo que actualmente son, figurarnos cómo fueron antes de la adopción de los sinópticos (Strauss, 1, 147). Este crítico llama al de Marcos el Evangelio de la neutralidad; supónelo elaborado en el ambiente donde se realiza la unidad apostólica, después de las luchas de los Ancianos de Jerusalén contra Pablo y sus prosélitos gen­ tiles. Para complacer a los paganos suprime la máxima que afirma la continuidad de la ley, la prohibición de ha­ blar con los samaritanos y con los gentiles, propicia a la unión de los judeocristianos y de los cristianos gentiles, otorgando la jefatura a Pedro y a Santiago. Marcos nos ha llegado muy retocado. De modo que ya no refleja las opiniones, ni los sucesos de los ambientes que lo organizaron, ni el esbozo que traza del profeta galileo corresponde a los ecos de la tradición oral. Si suprime una anécdota judaizante, no deja de suprimir la equivalente anécdota paganizante. Mateo es más judeocristiano, aunque casi nada nos queda del primer resumen de las Sentencias del Señor, que circulaba con su nombre. Nótanse en el Mateo ac­ tual anécdotas y series de máximas correspondientes a ideologías y a épocas diversas. Mateo hace decir al “rab- bi” que él no ha venido a destruir, sino a cumplir la ley. En LA LEYENDA EVANGÉLICA 281 su origen diría que viene a rejuvenecer, a renovar la ley, puesto que luego declara que viene a incendiar la tierra, a desencadenar las guerras; que en adelante en cada hogar lucharán los padres contra los hijos, etc. (10; 34, 36). Lo mismo ocurre con las anécdotas y aforismos de la época en que aún no se admite a los paganos en la nueva comunión y a los episodios y máximas ulteriores; después que Pablo ha impuesto el Evangelio de la incircuncisión y la conversión de los paganos, parece concordar con las miras primarias de la secta galilea. Lucas organiza un nuevo arreglo de la leyenda para uso de los judíos de la Diáspora. Su objetivo parece ser difundir las ideas cristológicas de Pablo, sin ofender a las judeocristianas. No refunde las tradiciones, como hará veinte o treinta años después de él el cuarto cronista. Se concreta a darles otra forma. Transforma los prejuicios judeocristianos contra Pablo en invectivas paulistas contra los judeocristianos. Combate el exclusivismo judeocristiano de Mateo, que querría excluir del reino de Dios a los nacidos en el paganismo. Es fa­ vorable a los samaritanos. El cuarto Evangelio y la Epístola de Pablo son antiga- lileos, antijudaicos. Para ambas escuelas apostólicas, el mundo pagano es la nueva tierra prometida. Refunden la tradición de las crónicas sinópticas, como cstus antes refundieran la tra­ dición oral. El autor de los Hechos se esfuerza en absorber en la unidad de la Iglesia las tendencias opuestas de los judeo­ cristianos y de los paulistas. La escuela de Pablo es ad­ versaria de la ley judía, del fariseísmo apostólico, según se manifiesta en los Hechos. 282 ALVARO ARMANDO VASSEUR Lo que los exégetas dicen del tipo de “rabbi” que es­ bozan las crónicas de Marcos, Mateo y Lucas, debe de­ cirse del primer cronista evangélico. Poeta tradicionalista, puede decirse de él que no lo osifica el fariseísmo, ni lo aisla el essenianismo, ni lo complica el sincretismo judeo- alejandrino. No sabemos qué influencias de linaje, de am­ biente, de cultura determinan el carácter, el espíritu del primer cronista. ¿Habrá nacido, crecido, vivido entre el pueblo como el protagonista de la leyenda? ¿Tuvo que trabajar para sustentarse? Su crónica es el resultado de una educación, de una adaptación social, una síntesis sen­ timental de la Galilea de los gentiles. Los tipos apostólicos que presenta quieren reformar la vida individual, no re­ tirarse del consorcio humano. Su ideal poco tiene de co­ mún con el ascetismo monacal de los Essenianos, Tera­ peutas y Nazarenos. Según observa Guignebert, conviene distinguir en la aparente hostilidad que el evangelista demuestra contra los fariesos. El fariseísmo representa el pensamiento re­ ligioso de Israel; encarna la fe activa, la de las obras. Los sinópticos, inclusive Lucas, se basan y construyen sus opiniones por la fe farisea. La esperanza mesiánica que el fariseísmo comparte es la base de la buena nueva. Los problemas sinópticos son problemas fariseos. Fari- seas son las soluciones que proponen. Protestan contra las exageraciones, contra las minucias, no contra el espíritu fariseo. En vez de ser exacta la observación del historiador Epifanio, los Nazarenos viven apartados del Templo, no respetan todos los mandatos de la ley ni hacen sa­ crificios. Las ideas directrices de los sinópticos son las de la tra- LA LEYENDA EVANGÉLICA 283 dición ambiente: idea del pecado, del arrepentimiento, de la resurrección corporal, santidad de la pobreza, de la humildad, creencia en la existencia de ángeles y demonios, próximo fin del mundo por inundación, como en la época de Noé; por el fuego, como en el episodio de Lot (Lucas, 17; 26, 30). Representación antropomórfica de Dios y de Satanás. El libro de Daniel y el libro de Enoch influ­ yen visiblemente en sus concepciones, más aún en el autor del Apocalipsis. Guignebert entiende que las Crónicas Sinópticas repre­ sentan un fariseísmo depurado, que concurre al Templo y predican en las Sinagogas; hay también en ellas máximas de moral esseniana, las más puras, las más desinteresadas. La parábola de los “ciegos, guías de ciegos”, y la res­ puesta del Maestro a Pedro, “también vosotros carece­ réis de entendimiento”, quitan asaz autoridad a estas tra­ diciones. Si hasta en la ficción literaria media tal abismo entre el Profeta y sus discípulos, ¿qué fe puede otorgarse a estos ecos lejanos de sus memorias? ¿Cómo extrañarnos de que la posteridad tome por actos e ideas galileas lo que un siglo después de muerto Juan Bautista se va compi­ lando al través de las tradiciones de sus discípulos ga- lileos? Sin excluir la teoría del pastor protestante Kalthofí, para quien “los Sinópticos representan en la forma sim­ bólica de una biografía”, los comienzos de un movimien­ to mesiánico, que pronto evoluciona hacia una organiza­ ción religiosa, poco a poco más teocrática que la judía, que él combate en sus orígenes y vemos diferenciar­ se y luego confluir en las crónicas evangélicas las diver­ sas propagandas primitivas. La primera crónica de Marcos sale, según Renán, del 284 ALVARO ARMANDO VASSEUR ambiente de Pella, en las montañas de Galaad, donde se han refugiado los nuevos sectarios galileos después de la destrucción del Templo de Jerusalén por Tito. Aparece de ciento setenta a ciento cincuenta años después de la ejecución de Jesús-ben-Pandira; de setenta a ochenta años después de la decapitación de Juan Bautista, tiempo suficiente para que la fantasía popular hebrea tergiverse el carácter y los móviles de los actores y de los sucesos. En nuestra época ha bastado menos de un siglo para transformar a insurrectos como Artigas, Bolívar, Belgra- no, San Martín, Sucre, Maceo Wàshington, en semidio- ses continentales... Siempre los “facciosos” triunfantes se convierten en Padres de sus patrias, como los heréticos victoriosos, en Fundadores de nuevos cultos. En Marcos, lo propio que en Mateo, convergen las di­ versas tendencias seculares que caracterizan el movimien­ to mesiánico. En uno como en otro se notan serie de má­ ximas que desvirtúan el tono apocalíptico de otras máxi­ mas; parábolas de espíritu contrario a otras parábolas; advertencias evangélicas opuestas a la naturaleza revolu­ cionaria de ciertas actitudes, de ciertos hechos: por ejem­ plo, un “médico de pecadores” que predica el amor a los enemigos, no manda vender las capas y comprar espadas para que le defiendan; no tiene discípulos capaces de preguntar: “¿Heriremos a cuchillo?”, ni de herir a los que vienen a prender al Maestro (Lucas, 22, 49). Un “Santo de Dios” si es galileo, si es “la luz que ilu­ mina a los gentiles”, no se deja aclamar por Rey de los judíos (Juan, 6, 15); no declara a una samaritana que la salvación viene de los judíos. Estos detalles judaizantes, si provienen de la tradición primitiva, pertenecen a la vida de un irredentista mesiánico, no a la de un místico galileo. t.A L.I'.YF.NDA F.VANCÉLICA 285 A pesar de los retoques que han ¡do modificando las i rónicas, éstas conservan algunos rasgos de la tradición emancipadora civil; correligionarios que abandonan a su jefe; discípulos que se alejan de su maestro para no com­ partir su destino. Se comprende que también abandonen, :.i no las ideas, las actitudes asumidas en vida de aquél. Si las Crónicas nos esbozan un soñador rusticano, un su­ fridor siervo de Dios, imitando el tipo del justo mártir, descrito por Isaías (XLI, 1), no es porque la tradición lo rememore así, puesto que Juan (11, 50) hace decir al gran sacerdote Caifás: “Más vale que perezca un hombre y no toda la Nación” ; frase harto grave para aplicar a un justo inofensivo; pero comprensible si se trata de un pro­ feta como Juan Bautista, cuya propaganda es tan extra­ ordinaria, que las multitudes intentan proclamarlo rey. Aun quitando a la noción de “ungido” cualesquiera designio político, el tipo de justo perseguido, mártir, im­ plica acción social, política y religiosa. Un Mesías guerrero, triunfador, se convierte en un pontífice; como tal defien­ de los privilegios del Templo y del Sacerdocio. Un “san­ to paciente” es un profeta, más o menos beato, que pug­ na con el clero y las sectas dominantes, un adversario de las variedades rituales, del mimetismo cultual. AI considerar al “rabbi, mesías sufridor”, lo presenta como adversario y víctima del Clero y de los doctores de la Ley, que representan oficialmente a Jahwé. Estos in­ termediarios de la divinidad persiguen a muerte a todo cen­ sor del Culto o de la Ley. Hay que figurarse también la psicología del sacerdocio hebreo con respecto a sus “súb­ ditos” y en sus relaciones con la potestad romana. Conser­ var el orden, imponer el respeto a las normas vigentes, es el programa de toda “legalidad”. Perturbar, conspirar con- 2^6 ALVARO ARMANDO VASSEUR tra elidios estados es exponerse al rigor de la Ley, perso­ nificada en sus vigilantes. En vez de evocar las figuras de los nuevos Macabeos, que se rebelan al pago de cualesquiera tributo, en vez de ser la crónica de las luchas por la emancipación nacio­ nal, la Leyenda evangélica recubre las acciones y las aren­ gas políticas con escenas de piedad medicinal, con exhor­ taciones pacifistas, con promesas de un idealismo panta­ gruélico, como aquella de: “Yo os preparo un reino para que comáis y bebáis en la mesa de mi reino y os sentéis en tronos a juzgar (1) a las doce tribus de Israel” (Lu­ cas, 22; 29, 30). Así la leyenda va encubriendo en sus mallas eclesiásti­ cas el fondo nacionalista de los actores y de los sucesos. Se trueca en su avance secular en la expresión poética de las tendencias pacifistas contrarrevolucionarias. La reali­ dad histórica es disfrazada con los mandamientos del nue­ vo ideal religioso: “No resistáis al mal, amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen; haced el bien a los que os aborrecen, orad por los que os ultrajan y os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre“ (Ma­ teo, 5; 36 al 48). Nunca se ha imaginado una castración más poética de todo el irredentismo hebreo. Dos siglos después casi nada subsistirá del ideario profètico revolucionario de Juan Bau­ tista, ni de la psicología de los insurrectos mesianistas. “Esta modificación, cada vez más profunda, del ideal mesiánico” (Strauss), no pasará por ser obra de la evo­ lución sectaria secular, ni de los primeros comunistas evan-

(i) “ No juzguéis para no ser juzgados.” (Mateo, 11, 12.) I-A LEYENDA EVANGÉLICA 287 gélicos; los cuales encarnan, sintetizan, en un protagonis­ ta ideal, las siluetas de justos perseguidos, de maestros más o menos mágicos, ya delineados en la conciencia tra­ dicional judía. ¡La modificación esencial la atribuirán al genio moral de dicho protagonista!

19

De lo expuesto se deduce, que cada romance evangéli­ co es un compendio de tradiciones contradictorias en las que predominan reminiscencias de la tradición profética del Bautista, recogidas al través de las memorias de sus discípulos judíos y galileos. Asombra pensar que los especialistas de la exégesis li­ beral y radical hayan descubierto el carácter simbólico, antijudaico, antihistórico de los discursos del cuarto Evan­ gelio; hayan notado las contradicciones de ideas y de ten­ dencias, que abundan en los Sinópticos, y continuaran ad­ mitiéndolas como acciones y reflexiones de una sola per­ sonalidad. Mi tesis explica estas anomalías. Atribuye a la tradi­ ción de Juan Bautista los exclusivismos judaicos, las mora­ lidades taliónicas, los gestos violentos, las declaraciones apocalípticas, y a la tradición de las sectas monásticas, más místicas, las máximas misericordiosas, la moral de las bienaventuranzas, la vera/, quintaesencia evangélica. En realidad, el Bautista personifica la gran etapa cen­ tral del movimiento mesianista. Expresa de viva voz las preocupaciones y las esperanzas de los profetas menores y de los vates apocalípticos. De su tradición provienen al­ gunos versículos de la segunda parte del Sermón del Mon- 292 ALVARO ARMANDO VASSEUR te, según Mateo: el apostrofe “Desgraciados de vosotros, ¡oh ricos!” ; la limosna y la oración en secreto, el Pater Noster, el ayuno y el bautismo purificadores, el acumular tesoros de piedad, el no preocuparse del comer ni del ves­ tir; antes, buscar primero el reino de Dios y su justicia. Es Juan Bautista quien declara que no ha venido a su­ primir la Ley y los profetas, sino a darles cumplimiento; él es quien exhorta a sus discípulos a guardarse de los fal­ sos profetas y de los falsos Cristos, que se presentan cubier­ tos con pieles de cordero. Siglo y medio más tarde el cuar­ to cronista evangélico le atribuirá la absurda exclamación, a propósito de uno de sus discípulos: “He ahí al cordero de Dios” (1, 36). Corresponden al espíritu de su tradición algunos ver­ sículos de las instrucciones a los apóstoles, en los que rever­ dece la inextinguible cólera de los profetas del Viejo Tes­ tamento: “Y cualesquiera que no os recibiere, ni oyere vuestras palabras, salid de aquella casa o ciudad y sacu­ did el polvo de vuestros pies. De cierto os digo: El castigo será más tolerable a las tierras de los de Sodoma y de los de Gomorra en el día del Juicio, que a aquella ciudad” (Mateo, 10; 13 al 15). “No penséis que he venido para traer la paz a la tierra, no he venido a traer paz, sino guerra” (10, 34, 42). Más adelante agrega Mateo: “Entre los nacidos cíe ^ / mujer no se ha levantado una mayor que Juan Bautista...” (el resto de la frase es un agregado ulterior). “Desde los días del Bautista hasta ahora el reino de los cielos es vio­ lentado, los valientes lo conquistan” (11; 11, 12). “Si queréis saber, Juan Bautista, es aquel Elias que debía venir”, y la amenaza a las ciudades de Corazin y de Bethsaida: “Por tanto os digo que a Tiro y a Sidón LA LEYENDA EVANGÉLICA 293 será más tolerable el castigo en el día del Juicio que a vosotros” (Mateo, 11; 14, 21 al 24). Estas amenazas, de castigos futuros a las ciudades in­ crédulas o indiferentes, así como las frases frenéticas: ‘‘Ge­ neración de víboras, ¿cómo podéis hablar rectamente sien­ do malvados?” (Mateo, 12; 34, 38); “la generación per­ versa pide señales”, no corresponde ni a la psicología de un santo de Dios ni a la moral del perdón a los enemigos y de no resistencia al mal. Evocan el repertorio de las in­ vectivas del maestro jordánico Juan Bautista. Las expresiones que atribuye a Jesús, que él es más que Jonás y más que Salomón; que muchos profetas desearon ver y oír lo que sus oyentes ven y oyen (Mateo, 13, 17), son jactancias de escribas que, queriendo engrandecerle, lo empequeñecen. En la parábola del sembrador de cizaña, Juan Bau­ tista se refiere a algún discípulo rebelde, contrario a los ayunos y a las soledades, amigo de publícanos y de fari­ seos... Siglo y medio después los judeocristianos aplica­ rán esta parábola a Pablo, al Apóstol de los gentiles, que combate los exclusivismos de la Ley judía, predica la ad­ misión de los paganos al reino de Dios, substituyendo el acto de la circuncisión por el del bautismo, en nombre del nuevo ídolo el Cristo crucificado y resurrexo (Mateo, 13; 24 al 42). Estas alegorías, henchidas de sentimientos de venganza celeste, son extrañas a la moral evangélica. Pertenecen a la tradición apocalíptica. Se explica asimismo el asombro de los aldeanos galileos al escuchar a algunos de sus pai­ sanos, repetir, como si fueran inspiraciones propias, las en­ señanzas de Juan Bautista: “¿De dónde ha sacado todas r

296 Al v a r o a r m a n d o v a s s e u r nes no pueden simbolizar las doce tribus ni los doce após­ toles, a menos que en cierto momento de la propaganda éstos fueran diez. En el Apocalipsis, el misterio de las siete estrellas son los ángeles de las siete iglesias; los siete candelabros son las siete iglesias cristianas (1; 20). En Ad Galaias, el seu- do-Pablo nos presenta otra interpretación alegórica: “Por­ que escrito está que Abraham tuvo dos hijos, uno de la sierva, el otro de la libre. Mas el de la sierva nació según la carne; el de la libre nació por la promesa...” Estas cosas son dichas por alegoría, porque estas mujeres son los dos Pactos (4; 22, 30). La parábola de las diez vírgenes que esperan a su es­ poso no es de la época ni de la tradición galilea. El tono y la intención de la parábola del buen pastor hacen de ella una diatriba contra los sofistas del y de la Ley, contra cuantos viven de la doctrina que ense­ ñan, del santo oficio que profesan. Es una de las pocas, visiblemente posteriores, a la primera generación apostó­ lica: “Yo soy el buen pastor; el buen pastor da su vida por sus ovejas. Mas el asalariado de quien no son las ovejas ve al lobo que viene y deja las ovejas y huye, y el lobo las arrebata y esparce las restantes. El asalariado huye porque es asalariado y no tiene cuidado de las ovejas. Yo soy el buen pastor y conozco mis ovejas y las mías me co­ nocen” (Juan, 10; 11 al 14). “Un solo rebaño y un solo pastor” es el programa del Episcopado romano, de fines del II siglo. En el mismo ca­ pítulo, Juan, el cuarto Cronista canónico, hace que el “rabbi” diga a los judíos: “Vosotros no eréis en mí por­ l.A LEYENDA EVANGÉLICA 297 que no sois mis ovejas; mis ovejas oyen mi voz y me si­ guen” (10; 26, 27). Nada más inexacta que la figura del cordero como sím­ bolo de estos invocadores de antigüedades, de estos legen- daristas que simulan escribir anuncios proféticos. Un cor­ dero, no es pastor ni de sí mismo. Inevitablemente el pas­ tor lia de poseer cualidades defensivas para librar al re­ baño de las acechanzas de las aves y de las fieras... Estas cualidades de vigilancia apostólica, de energía tutelar, propia de los grandes pastores, los alejan del tipo del bea­ to ensimismamiento, más o menos rutinario, sólo atento a su propia purificación. Entre los bracmanes y los budhistas, un santo es un re­ nunciante, un desarraigado, que para alcanzar la unidad y la pureza anímica simplifica su vida, se aísla, esforzán­ dose en libertarse de deseos e ideas utilitarias. Budha, en su doctrina del sendero del medio, ha revelado el ideal de su época: El santo se mantiene tan equidistante de las mortificaciones ascéticas como del deseo y del placer: “La única vida perfecta, enseña, es la de la sabiduría interna, la cual nos hace que una cosa nos sea tan indiferente como otra, guiándonos a la paz, al Nirvana” (Oldenberg: Le Boudha, 127, Lond; 1882). Los Sinópticos ignoran esta doctrina del justo medio. Ellos hacen de su “rabbi” un médico de irreligiosos, de pecadores (Marcos, 2; 17), que si rechaza los ayunos y las soledades ascéticas no rehúsa los convites festivos, las alegres compañías, no sabe “renunciar” al deseo de ser maestro, profeta, santo de Dios y, finalmente, el Cristo. Si nos atenemos literalmente al texto de las crónicas evan­ gélicas, vemos qué sucesión de actitudes contradictorias le atribuyen: Ya es un “poseído” a quien su familia trata Al v a r o a r m a n d o v a s s e u r ^ onducir al hogar; temerosa de su exaltación religiosa v vi arcos, 3; 30, 33); ya es un violento, que arroja a azo­ tes a los mercaderes del Templo (Juan, 2; 14, 16); ya es un poseído que considera conveniente ir a Jerusalén y pa­ decer bajo los ancianos (Lucas, 9; 22); ya un ambicioso que anhela y al mismo tiempo teme ser considerado el Cristo (Lucas, 9; 18 al 21); ya un niño grande que re­ cién después de crucificado reconoce que su Dios le ha desamparado (Marcos, 15; 34). La anécdota de la humilde viuda que ofrenda dos blan­ cas a la alcancía del Templo: “En verdad os digo que esta pobre viuda ha hecho más que todos, porque los ri­ cos dieron de sus sobras, mas ésta dió todo el sustento que tenía” (Lucas, 21; 1 ,4 ); es más propia de un levita ads­ crito al servicio del Altar que del escriba apocalíptico que a renglón seguido anuncia la destrucción del mismo Tem­ plo (Lucas, 21; 6, 20). Renán cree que los cronistas sinópticos han creado las parábolas que relatan. Afirma que el Viejo Testamento no les ofrecía ejemplos análogos. Olvida la parábola simbólica de la calabacera, que da sombra al profeta Jonás en los suburbios de Nínive. Di­ cha parábola es harto más evangélica que la de las diez vírgenes que aguardan al Esposo; que la usuraria del ban­ quero que distribuye sus minas entre sus siervos para que especulen con ellas (Lucas, 19; 12, 18), parábola contra­ ria a la tradición mosaica del préstamo sm interés: “El que diere a usura y recibiere aumento morirá” (Ezequiel, 18; 8, 13). La parábola de Jonás es más sugestiva que la del hijo pródigo; tanto como la del hombre que plantó LA LEYENDA EVANGÉLICA 299 una viña y la arrienda a unos labradores (Lucas, 20; 9 al 16). Los que todavía conservan la ilusión de la aparente uni­ dad y elevación psicológicas del tipo de “rabbi”, esboza­ do por los Sinópticos, comparen la sublime misericordia de Jahwé en la parábola de Jonás, con las imprecaciones de­ lirantes que aquellos cronistas hacen proferir a “su reden­ tor” contra las ciudades de Betsaida, de Corazin y contra la misma Jerusalén. ¿Qué parentesco de sensibilidad, de moralidad, de ge­ nialidad mística pueden hallar entre esos furiosos despe­ chos sectarios y la humildad y el desprendimiento de las Bienaventuranzas ? Los mandamientos ascéticos, propios de la tradición del Bautista y de las órdenes religiosas Essenianas, Terapeu­ tas, etc., que imponen a sus adeptos el alejamiento del mundo, “cualesquiera de vosotros que no renuncie a todas las cosas que posee, no puede ser mi discípulo; si no abo­ rrece a sus padres, a sus hermanos, a su madre, a sus hijos, no puede ser mi discípulo” (Lucas, 14; 26, 33), han sido erróneamente incluidos en la leyenda de la secta galilea. Reglas de una milicia tan austera poco tiene de común con el género de vida sociable, acomadaticio, “nupcial”, que encarnan y viven los apóstoles galileos (Lucas, 7; 34; Marcos, 2; 19). Cuanto al maestro evangélico, unas ve­ ces se deja servir por la suegra calenturienta de Pedro (Mateo, 8; 14); otras por las hermanas Marta y María (Lucas, 10; 40). Además de sus discípulos, Lucas hace que le acompa­ ñen en sus excursiones, ayudándole con los recursos de sus 300 ALVARO ARMANDO VASSEUR haciendas, las mujeres que va catequizando, María, Jua­ na, Susana y otras muchas (Lucas, 8; 2, 3). La disciplina mística enseña que hay que morir al mun­ do, el mundo tiene que morir en nosotros para que resuci­ temos en Dios, es decir, en la beatitud espiritual. La tra­ dición apostólica, en vez de comprender este símbolo de muerte afectiva, lo comprende literalmente, como si se tra­ tara de la muerte corporal. Trueca el misterio de cada autorredención mística, en un misterio de salvación en gra­ cia del sacrificio vital del “rabbi” de la secta. Estos errores de interpretación son frecuentes en las cró­ nicas sinópticas. Por ejemplo: Mateo hace decir al Maes­ tro: “Guardaos de la levadura de los fariseos y de los sa- duceos. Los discípulos piensan entre sí: Esto lo dice por­ que no trajimos pan. El “rabbi” les observa, ¿cómo es que no entendéis que no dije por el pan, que os guarda­ seis de la levadura de los fariseos y sadúceos? Recién en­ tonces comprendieron que no se refería a la levadura, sino a la doctrina de los fariseos y sadúceos” (Mateo, 16; 6 al 12). Otro ejemplo de la incomprensión de los discípulos es la parábola del hombre que siembra buena simiente en su campo y luego viene el enemigo y siembra cizaña entre el trigo: “Entonces, despedidas las gentes, los discípulos di­ cen al Maestro: Acláranos la parábola de la cizaña. Y El les dice: El que siembra buena simiente es el hijo del hom­ bre; el campo es el mundo; la buena simiente son los hi­ jos del reino; la cizaña son los hijos del malo. El enemi­ go que la sembró es el diablo. La siega es el fin del mun­ do y los segadores son los ángeles. Como es cogida la ci- LA LEYENDA EVANGÉLICA 301 zaña y llevada al fuego, así será en el jin de este siglo” (Mateo, 13; 36, 43). Con análoga incomprensión son recibidlas las observa­ ciones acerca de lo que daña al hombre: “No lo que en­ tra, mas lo que sale de la boca contamina al hombre.” Pedro le pregunta, acláranos esta parábola. Y Jesús dice: “¿Todavía vosotros carecéis de entendimiento? ¿No enten­ déis que lo que entra en la boca va al vientre y luego es echado fuera? Mas lo que sale de la boca sale del cora­ zón. Y esto contamina al hombre. Comer sin lavarse las manos no impurifica; lo que degrada al hombre son las cosas que salen de su corazón: Malos pensamientos, ma­ los sentimientos, hurtos, falsos testimonios, perjurios, homi­ cidios” (Mateo, 15; 11, 20). En el libro del Eclesiasiés, el rico sin parientes que no cesa de trabajar en su ansia de acumular riquezas, nunca se pregunta: “¿Para quién trabajo yo y defraudo mi alma del bien?” (4; 8). Este bien es el ejercicio de la caridad, entendido en el sentido paulista (I A d Corin. Cap. 13), no el culto de las ideas desinteresadas, en el sentido socrático o epicúreo. En la leyenda, cuando Pedro se opone al propósito de su Maestro de ser reprobado por los Ancianos y los sacer­ dotes de Jerusalén y ser muerto, éste observa: ¿De qué servirá al hombre si conquista al mundo y pierde su alma? ¿Qué sacrificio hará el hombre por su alma? (Mar­ cos, 8; 36, 37). Aquí no se trata de un caso de cultura estética ni de ennoblecimiento espiritual. Se trata del mayor ejemplo de moral expiatoria: de tomar la Cruz, de imitar al Justo perse­ guido, al mártir descrito por Isaías y en premio de ello 302 ALVARO ARMANDO VASSEUR resucitar al tercer día en la gloria de los ángeles (Mar­ cos, 8; 38). El moralista del Eclesiaslés se concreta a aconsejar un poco de desinterés a los burgueses de su época. El legen- darista evangélico extrema la exigencia moral. Hay que abandonarlo todo para ganarlo todo. No hay que retro­ ceder ni ante el sacrificio del propio ser, “porque el que perdiere su vida por causa del Maestro y de la doctrina, ese la salvará, y el que la conserve la perderá” (Mar­ cos, 8; 35). ¿En qué forma supera la tradición apocalíptica de los galileos el pesimismo epicúreo del Eclesiastés? ¿Qué es­ peranza consoladora opone a la idea tradicional de que un mismo desastre final aguarda al sabio y al ignorante, al justo y al malvado (2; 14, 3; 19), de que es preferi­ ble yacer muerto a estar vivo y mejor aún no haber naci­ do? (4; 2, 3). En la I Ad. Corintios, un párrafo de los más antiguos trata de explicar materialmente el proceso de la resurrec­ ción en cuerpo y alma mediante la imagen del grano de simiente que ha de ser enterrado y pudrirse para germinar. “¿Cómo resucitarán los muertos? ¿Con qué cuerpos vol­ verán? Lo que siembras debe antes morir para luego rena­ cer. No siembras el cuerpo que ha de nacer, siembras la semilla desnuda. Dios da a cada semilla su propio cuer­ po. Toda carne no es la misma carne; una es la carne de todos los hombres. Hay cuerpos celestiales y cuerpos terre­ nales. Así es la resurrección de los muertos. Se siembra en corrupción, se levantará en incorrupción. Se siembra cuer­ po animal, resucitará cuerpo espiritual. Hay cuerpo ani­ mal y cuerpo espiritual. He aquí el misterio: Todos nos LA LEYENDA EVANGÉLICA 3Ó3 dormiremos, más todos seremos transformados. Cuando sue­ nen las trompetas los muertos serán levantados sin corrup­ ción. Y nosotros seremos transformadlos. Porque es menes­ ter que ¡o corruptible sea vestido de elemento incorruptible, y lo mortal vestido de inmortalidad” (15; 29 al 56). El cuarto cronista, Juan, emplea la misma imagen agra­ ria para explicar el proceso de la resurrección: “La hora viene en que el hijo del Hombre ha de ser glorificado. Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, él solo queda. Si muere, mucho fruto dará” (12; 23, 24). En ambos casos la metáfora es equivocadamente apli­ cada en razón de la incultura de los escribas. El grano que renace es aplicable a la simiente humana que ha de ser sembrada para renacer en cada hijo. Los hombres so­ breviven en sus hijos si los tienen, en sus obras si las rea­ lizan. El escéptico que exclama: Dejad que los muertos en­ tienen a sus muertos, sabe que las osamentas se convier­ ten en polvo y éste se dispersa a los vientos. Sabe, como el Eclesiastés, que las formas orgánicas son tan fugaces como las formas y los matices vegetales. Que es tan vano soñar en reconstruir y reanimar organismos fósiles como soñar en reconstruir oleajes o nubes de otros siglos, follajes o ge­ neraciones de otras épocas. ¿Acaso la vida no continúa in­ agotable, reemplazando las estirpes añejas con estirpes jó­ venes, los otoños de almas y de frutos con nuevas prima­ veras de flores y de almas? Sabe que la vida renace en cada impulso que la transmite. Sabe que los patriarcas, los salmistas, los profetas, reviven en sus sucesores, al tra­ vés de las memorias de sus acciones, en los ecos cada vez más desfigurados de sus vaticinios, de sus salmos, de sus proverbios. 304 Al v a r o a r m a n d o v a s s e u r Se explica la predilección de los cronistas evangélicos por la parábola del grano de simiente que ha de ser ente­ rrado para germinar, convertirse en planta, florecer y fruc­ tificar. Ninguna otra imagen agraria puede aparentemen­ te expresar mejor la voluntad y la fecundidad del sacrificio religioso, que es la esencia del misterio de la autorreden- ción.

Acaso nunca sabremos cómo el tipo del Maestro “me- sianista” es metamorfoseado en un dios salvador, a se­ mejanza de los dioses salvadores de los países vecinos: Isis, Osiris, Serapis, en Egipto; Adonis, Tammouz, Atar- gatis, en Siria; Cibeles, Attis, Sabazios, en Frigia. Mas sabemos que el personaje de salvador judeocris- tiano, que muere y resucita, es una creación mítica como sus grandes modelos; Dionysos Zagreus, que desgarrado y muerto resucita; Adonis, despedazado, se reconstituye y resucita; Osiris, deshecho, muerto, luego con la ayuda de Isis, resucita; Heracles, quemado en una hoguera, re­ nace de sus cenizas, es decir, resucita. Estos dioses, de cul­ tos más antiguos que el del dios judeocristiano, también prometen la resurrección a sus creyentes, la vida eterna. Sus sacerdotes, siglos antes que los sacerdotes cristianos, les enseñan a purificarse, a vincularse espiritualmente al dios, a resucitar.

Las sectas religiosas, cuya sensibilidad y elevación mo­ rales logran reemplazar el Jahwé terrible de los juicios finales, por el Abba de las misericordias; que educan a sus hermanos en la ley del amor a los hombres, del perdón de las ofensas; en la veraz imitación del Padre celeste, que LA LEYENDA EVANGÉLICA 305 liace salir el sol sobre buenos y malos, constituyen las fuen­ tes históricas de la moral de las bienaventuranzas. Estas hermandades de nazires, de hagios, ¿han sido ca­ paces de vivir su doctrina, de transformar sus caracteres hasta el grudo que exige tan estoica continuidad volitiva y sentimental? ¿De señorear las contingencias políticas, de no dejarse impresionar por las cóleras sectarias, las furias patrióticas ni por el demonio del orgullo divino? Por su real ausencia de móviles utilitarios, de toda vanagloria profesional o doctrinaria, ¿fueron en verdad varones pu­ ros en palabras y en acciones, auténticos hijos de Dios? Sabemos por los historiadores Filón, Josefo, Eusebio, et­ cétera, que los Essenios, Terapeutas, Nazarenos, viven en esta beata serenidad. Fieles a la piadosa doctrina que ins­ pira las bienaventuranzas (Mateo, 5; 3 al 11), desechan las vulgares represalias apocalípticas. Viven sus vidas ai margen del ideal teocrático y profètico tradicional. Sue­ ñan en la patria celeste, aguardan un Enviado que, a se­ mejanza del Padre inefable, ha de venir, no a juzgar y a quemar, sino a salvar a sus hermanos (Juan, 12; 47). Respetuosos de la Vieja Ley que ordena el descanso sabático, se abstienen de realizar su» curas en sábado; no critican los minucias de los fariseos ni la moral un tanto altanera de los saduceos; no intervienen en las ceremonias más o menos paganizadas del I empio, no disputan, no hacen “milagros” que los expongan a vanas proclamado nes. Apartan de sí la tentación, lealmente demoníaca, de creerse mayores que los profetas y los reyes sabios (I ,u cas, 11 ; 31 ). Saben que los “siervos de I n<> deben aspirai a tei “maestros”, ni anhelar martirios apoteósicos para luego ser considerados más de lo que son; saben que el que es 20 Jî 306 Al v a r o a r m a n d o v a s s e u r incapaz de guardar un secreto no ha de exigir que lo guar­ den sus amigos (Lucas, 9; 19 al 22). A imitación del Padre, que ve en cada arrepentido, en cada reformado, un muerto resucitado (Lucas, 15; 32), estos hijos de Dios no escupen al cielo llamando “bandi­ dos y ladrones” a los pastores de almas que vinieron an­ tes que ellos (Juan, 10; 8), ni falsos profetas y falsos Cristos a los que vendrán después (Mateo, 24; 24). Mucho tiempo antes de la aparición del Bautista, estas hermandades monásticas practican las virtudes cardinales de toda religión purificada: la piedad, la obediencia, la humildad y la misericordia. Jahwé es la justicia social

En su Epístola al Soberano Pontífice en Galacia, ex­ plica el Emperador C. Juliano las causas sociales del des­ arrollo del Cristianismo: “Lo que ha propagado la religión impía de los galileos es la humanidad con los extranjeros, las honras tributadas a los muertos (a pesar del paradojal “dejad a los muertos que entierren a sus muertos”) y la santidad aparente de sus vidas. Debemos, pues, practicar también estas virtudes. No basta que tú seas irreprochable. Todos los sacerdotes deben serlo como tú. Establezcamos hospicios para los ex­ tranjeros y enfermos, socorramos a los menesterosos, su­ primamos el espectáculo humillante de la mendicidad, pues ni los judíos ni los galileos abandonan a los indigen­ tes.” (Obras Completan, pág. 540.) La observación de Juliano demuestra que la secta de los cristianos ha ido desarrollando con carácter universal la gran Ley de solidaridad racial, internacionalizada por los judíos de la Diáspora. Esta Ley humanitaria se re­ monta a los orígenes del éxodo hebreo. El Dios que ins­ pira las páginas más eternas del Levítico, del Deuterono- mio, de los Profetas, es Jahwé, o sea la personificación divina de la justicia social. Jahwé manda: “Un mismo estatuto tendréis vosotros y 310 ALVARO ARMANDO VASSEUR el extranjero que convive con vosotros. Una misma Ley, un mismo derecho tendréis vosotros y el peregrino que more con vosotros.” (Números 15; 15, 16; Levítico, 24; 22.) “Circuncidad el prepucio de vuestros corazones, no en­ durezcáis vuestra cerviz, porque Jahwé, vuestro Dios, hace justicia al huérfano y a la viuda; ama al extranjero dán­ dole pan y vestido. Amaréis, pues, al extranjero, porque extranjeros fuisteis vosotros en Egipto” (Deuteronomio, 16; 16, 19). “Al cabo de siete años harás remisión, perdonando a tu deudor todo lo que le prestaste” (15; 2). “A l extranjero le pedirás el reintegro, más a tu hermano le perdonarás cuanto te adeudare” (15; 3). “Cuando se vendieren a ti, tu hermano o hermana he­ brea, y te hubiere servido seis años, al séptimo le despedi­ rás, lo libertarás. Y al despedirle, le abastecerás liberal­ mente de tus ovejas, de tu era y de tu lagar” (15; 12 al 14). No rechazarás al idúmeo, pues es tu hermano; no re­ chazarás al egipcio, porque extranjero fuistes en su tie­ rra” (23; 7, 8). “No entregarás a su señor el siervo que huyendo se refugiare en tu casa; dejarás que more contigo en el lugar que escogiere. No aceptarás ganancia de tu hermano, sí del extranjero” (23; 16, 19, 20). (Recuérde­ se la crueldad del amo con los siervos que no supieron es­ pecular con las minas de plata que les dejó antes de par­ tir para su viaje en la lucrativa parábola seudoevangé- lica de las minas.) “No torcerás el derecho del peregrino ni del huérfano; no tomarás en prenda la vestidura de la viuda” (Deute­ ronomio, 24; 17). “Cuando segares tu mies y olvidares alguna gavilla en el campo, no volverás a recogerla; para el extranjero, el LA LEYENDA EVANGÉLICA 311 huérfano y la viuda será, para que Dios bendiga la obra de tus manos. Cuando sacudieres tus olivares, no recorrerás las ramas; para el extranjero, el huérfano y la viuda serán. Cuando vendimiares tu viña, no rebuscarás todos los ra­ cimos; para el extranjero, el huérfano y la viuda serán. Acuérdate que fuiste siervo en Egipto” (Deuterono- mio, 24; 19, 22). Jahwé impreca por intermedio de Isaías: “Dejaos de sacrificios sangrientos. Lavaos, purificaos. Acabe el mal, haced el bien, buscad la justicia. Proteged al oprimido, al huérfano, a la viuda.” “He aquí mi siervo, he puesto en él mi espíritu, dará juicio a las gentes. Yo, Jahwé, te tendré por la mano, te pondré por alianza del pueblo, por luz de las gentes. Para que abras los ojos a los ciegos; para que saques de las cárceles a los presos que están en las tinieblas” (Isaías, 42; 1 al 7). “Yo, Jahwé, soy tu salvador y tu redentor” (49; 27). “Cercana está mi justicia, dice Jahwé; los cielos serán deshechos como humo, la tierra envejecerá como ropa de vestir; lo mismo perecerán sus moradores. Mas mi salud y mi justicia no perecerán” (51, 6). El capítulo 53, de Isaías, describe las vicisitudes del varón de dolores sobre el cual Jahwé carga el pecado de todos. Como cordero es llevado al matadero; de la cárcel y del juicio lo sacan para cortarlo de la tierra de los vi­ vientes. Esta enigmática descripción del martirio de un Justo es una de las fuentes de las crónicas sinópticas. “El espíritu de Jahwé se cierne sobre mí; me ha enviado a predicar buenas nuevas a los abatidos, a vendar a los he­ 312 ALVARO ARMANDO VASSEUR ridos, a libertar a los prisioneros, a consolar a los enluta­ dos” (61; 1,2). Jeremías desciende a la casa del Rey de Judá y habla: “Así ha dicho Jahwé: Haced juicio y justicia, librad al oprimido de manos del opresor, no engañéis ni robéis al extranjero, ni al huérfano, ni a la viuda, ni derraméis sangre inocente (de niños) en este lugar.” “Si no escucháis estas exhortaciones, si faltáis al Pacto, esta ciudad perecerá. A y del que edifique su casa con in­ justicia, sirviéndose de su prójimo de balde y robándole el salario de su trabajo” (cap. 22; 3, 13). “A y de los pastores que desperdician y esparcen las ovejas de mi majada”, dice Jahwé (23; 1). “Así dice Jahwé, Dios de Israel: Yo pacté con vues­ tros padres el día que los saqué de Egipto, donde eran siervos, diciéndoles: A l cabo de siete años cada uno de­ jará libre a su siervo o sierva hebreos; te servirá seis años y los enviarás ibres de ti. Mas vuestros padres no me oye­ ron, antes bier sujetaron a sus siervos y siervas; por lo tanto, yo, Jahwé, haré que os destruyan a cuchillo con hambres y pestes. Yo haré tornar a los babilonios contra estas ciudades de Judá y las arrasarán a fuego hasta con­ vertirlas en soledades” (34; 9 al 22). En Ezequiel, dice Jahwé: “El hombre que fuere justo, que no viole la mujer del prójimo, ni oprima, ni hurte; el que ofrezca su pan al hambriento, cubra la desnudez del menesteroso, no prestare dinero por interés y fuere ecuá­ nime en sus juicios, éste vivirá” (18; 5 al 9). “¿Quiero yo la muerte del impío?—dice Jahwé—. Vi­ virá si torna al buen camino” (18; 23). “Si el impío res­ tituye la prenda, devuelve lo hurtado, camina en las or­ denanzas de la vida sin hacer iniquidades, ciertamente LA LEYENDA EVANGÉLICA 3I.‘I no morirá. No se le recordarán sus yerros; hizo juicio y justicia, vivirá” (33; 15, 16). Hay que reeleer el capítulo 34 de Ezequiel, sobre los malos pastores que comen la leche, usan la lana, degiic lian las gruesas ovejas, no curan las enfermas ni buscan las extraviadas. En Daniel, exclama: “Es propio de Jahwé tener mi­ sericordia; perdonarnos, aunque contra él nos hayamos re­ belado. No elevamos nuestros ruegos a ti, confiados en nuestras justicias, sino en tus muchas misericordias” (6; 9, 18). En Oseas, Jahwé reitera: “Porque misericordia quiero y no sacrificios; conocimiento de Dios más que holocaustos” (6; 6). Esta frase Marco la pone en boca de Jesús. Aca­ so también recuerda este otro versículo, que Oseas toma de Moisés: “No conocerás más Dios que yo, ni otro Salvador fuera de mí” (13; 4). En Amos, exclama: “Aborrezco vuestras solemnida­ des, vuestras asambleas, vuestros holocaustos, la música de vuestros instrumentos, las voces de vuestros himnos. Pre­ fiero que fluya la sensatez como las aguas, y la justicia, como río impetuoso” (5; 21, 24). “Oíd esto los que des­ pojáis a los menesterosos j ruináis a los pobres de la tierra, diciendo: Cuándo pasará el mes y venderemos el trigo y el pan, achicando la medida, aumentando el pre­ cio, falseando el peso.” “Para comprar a los pobres por un par de zapatos y unos harapos” (8; 3, 6). Miqueas: “Oíd Príncipes de Jacob y de Israel, que despreciáis la cordura y atropelláis el derecho; que edifi cáis a Jerusalén con sangre e injusticia; que toleráis jueces que juzgan por recompensa; sacerdotes y profetas que ofician por dinero. A causa de vosotros, Jerusalén • < ■ •> 314 ALVARO ARMANDO VASSEUR arada como campo, y el Templo será arrasado” (3; 9, 12). ‘‘Dice Israel: ¿Daré mi primogénito por mi rebeldía, el fruto del vientre de mis esposas por el pecado de mi alma ? Jahwé sólo pide sensatez; que ames la misericordia, que te humilles ante tu Dios” (6; 7, 8). Habacuc: “¡Ay del que edifica la ciudad con sangre! ¡Ay del que funda la villa con iniquidad!” (2; 12). Sofonías: “Buscad a Jahwé todos los humildes de la tierra, buscad la justicia, buscad la mansedumbre. Acaso os libraréis el día de la ira de Jahwé. ¡Ay de la ciudad alegre y confiada, que decía en su corazón: Sólo yo! Sus príncipes son leones bramadores; sus jueces, lobos de la tarde que no dejan hueso para la mañana; sus profetas, hombres prevaricadores; sus sacerdotes falsean la ley” (3; 1,4). Haggeo: “Sembráis y recogéis poco, coméis y no os hartáis, bebéis y no os saciáis, os vestís y no os calentáis. El que faena a jornal recibe su salario en harapos, mas yo, Jahwé, haré temblar a todos y vendrá el deseado de las gentes” (1; 6-2; 7). Zacarías: “Así hablo Jahwé: Juzgad juicio veraz, te­ ned misericordia, y piedad cada cual con su hermano. No agraviéis a la viuda, ni al huérfano, ni al extranjero, ni al pobre; ninguno piense mal en su corazón contra su her­ mano, contra su prójimo, ni améis juramento falso, porque todas estas cosas yo aborrezco, dice Jahwé” (8; 17). Malaquías: “¿No tenemos todos un mismo Padre? ¿No nos ha creado un mismo Dios? ¿Porque menospre­ ciamos cada uno a su hermano, quebrantando el Pacto de nueshos padres? He aquí: yo envío mi mensajero, el cual preparará el camino delante de mí. ¿Y quién podrá soportar el día de su llegada? Porque él es como un fue­ LA LEYENDA EVANGÉLICA 315 go devorador. Limpiará los hijos de la tribu de Leví, los afinará como a oro. Yo iré contra los que juran mentira, contra los que guardan el salario del jornalero, de la viu­ da, del huérfano, contra los que agravian al extranjero” (3 ; 1, 5). El libro de Daniel, el cuarto libro de Esdras, el libro de Enoch, la serie de los profetas menores, todos ellos an­ teriores a la predicación apostólica, anuncian la venida de un justiciero celeste, de un hijo del hombre, represen­ tante de la justicia divina, que inaugurará la era apoca­ líptica. , ¡ Estas creencias, con las imágenes palingenésicas corres­ pondientes, constituyen la substancia de los discursos del Bautista. Este las trasmite a sus discípulos galileos y, por intermedio de éstos, pasan a los primeros legendaristas sinópticos: Marcos y Mateo. Montevideo, 1922.

Cronología judaica

AÑOS ANTES DE NUESTRA ERA: 333-323. Palestina es incorporada al Imperio de Alejan­ dro Magno. Simeón el Justo continúa la tradi­ ción oral de la gran sinagoga. 320-/98. Palestina es agregada al reino de Siria por An- tíoco el Grande. 165-/68. Antíoco IV, Epifanía, Rey de Siria, quiere im­ poner a los judíos de Palestina la religión y los usos griegos. Rebelión de los Macabeos o As- moneos. Comienza a surgir la literatura apoca­ líptica. 168. Palestina, emancipada de la dominación siriaca vuelve a conquistar su independencia. 139. Simón Macabeo, príncipe y patriarca de Jerusa- lén, se alta con los romanos; ya existe una colonia judía en Roma. 104. Anitobal, nieto de Simón, se proclama Rey. 103-78. Reinado de Alejandro Janneo. Luchas sectarias entre saduceos y fariseos. Es ejecutado en Licia J esús-ben-Pandira. 320 Al v a r o a r m a n d o v a s s e u r 63. Pompeyo y los romanos sitian y se apoderan de Jerúsalén. 47. Los judíos de la Diaspora— dispersos— obtie­ nen del César romano el derecho de enviar al Templo de Sión un tributo anual. 40. El idumeo Herodes, gobernador de Galilea, lo­ gra hacerse nombrar rey de los judíos por el Se­ nado romano. 25. Las escuelas de Schammai y de Hillel perpetúan la tradición oral; progreso de las sectas Terapeu­ tas, Essenianas, Masboteanas, etc. 4. Muerte de “Herodes el Grande” ; rebelión de los judíos.

NUEVA ERA: 6. Palestina es subdividida en cuatro provincias ro­ manas. IO. Muerte de Hillel. La tradición oral es continua­ da por Tanaim: Gamaliel I. 23-36. Pílalos, procurador de Judea. Propaganda de Juan Bautista y de sus discípulos galileos. 38. Herodes Agripa, nieto de Herodes, es elevado a la realeza judaica por gracia del emperador Claudio. 40. Los judíos de Alejandría nombran a Filón su embajador ante Claudio. 44. Helena, viuda del rey Adiavene, y sus hijas, se convierten al judaismo. Difusión del culto judaico. LA LEYENDA EVANGÉLICA 321 64. Florus, gobernador de Judea. Rebelión de los judíos. 66. Vespasiano es enviado por Roma para aniqui­ lar la insurrección judía. El historiador Flavio Josefo toma parle en la lucha y se entega a los romanos. 70. Tito se apodera de Jerusalén, destruye el Templo y lleva algunos cautivos, entre los cuales, el últi­ mo Rey de los judíos.

Indice

Prólogo ...... 7 Exégesis de Federico Strauss...... ó. n “ Vida de Jesús”, según Ernesto Renán...... 33 Notas de Ernesto Renán a su Vida de Jesús...... 77 Crítica de A. Drews...... 83 En torno de la cuarta Crónica Evangélica...... 95 La exégesis radical...... m Kalthoíf y Guignebert...... 129 B. Smith...... 143 El mito del Cristo, según Drews...... 155 J. M. Robertson...... 169 La exégesis de Guignebert...... 179 Notas de Ch. Guignebert...... 201 El Epistolario de Pablo...... 209 Jahwé es la justicia social...... 307 Cronología judaica...... 317