La Prodigiosa Aventura De Los Legionarios De Cristo
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Alfonso Torres Robles Alfonso Torres Robles LA PRODIGIOSA AVENTURA DE LOS LEGIONARIOS DE CRISTO PRÓLOGO Prologar un libro es siempre una tarea complicada. De una parte, porque al ser éste un género abierto y tener como única referencia el texto que se prologa, uno puede caer en la tentación de convertirse en crítico literario, suplantando así la tarea de quienes tienen por oficio dicho asunto; y de otra, porque, realizando un simple comentario ‘a vuela pluma’ sobre cualquier trabajo, se puede incurrir en la simplificación del mismo restando, sin pretenderlo, fuerza y contenido a la obra del autor. No obstante, si me permito afrontar la redacción de este breve prólogo, es porque además de conocer a Alfonso Torres y saber cómo trabaja, he leído La prodigiosa aventura de los Legionarios de Cristo y reconozco que me ha sorprendido gratamente su lectura, desde la primera hasta la última página. Alfonso Torres, veterano periodista que veló sus armas en los tiempos pioneros de la revista Tribuna en el área de investigación, y que durante más de doce años practicó en dicha revista el duro oficio de desentrañar y diseccionar los más sonados escándalos que ofrecía la actualidad es, además de autor de innumerables reportajes sobre temas de interés social, la persona que con su libro sobre la PSV, El agujero, fue capaz, mediante una depurada técnica investigadora, precisa y objetiva, de contarnos los entresijos y vericuetos de una ‘aventura sindical’, de triste memoria para muchos. Y es que Alfonso Torres une a su condición de periodista de raza una cualidad que yo aprecio y valoro por encima de cualquier otra: la rigurosidad de lo que escribe. Claro que el secreto del autor, que cuenta con una prosa rítmica y vigorosa que siempre me recuerda la de las mejores novelas policíacas de género negro, consiste en contarnos una historia real a partir de dos ejes básicos que sistemáticamente aplica en todos sus trabajos: primero, la objetividad, fundamentada en una ingente (yo diría abrumadora) labor de documentación y, segundo, un tratamiento siempre respetuoso con las personas que forman parte de la historia. Pero si me apuran, hay un tercer ingrediente fundamental que sirve de colofón a lo ya dicho, y que el lector apreciará en lo que vale; y es que Alfonso Torres es ‘genéticamente’ incapaz de hacernos trampa, contándonos de forma sesgada y parcial el entramado de su investigación. Por el contrario, en sus trabajos aplica, y este libro no es una excepción, el principio de que la verdad, o si se prefiere la realidad, siempre presenta dos caras, con sus claroscuros, sus ortos y ocasos; en definitiva, como la vida misma. Al lector que, como yo, no conociera ni tan siquiera de oídas la portentosa aventura religiosa del sacerdote mexicano Marcial Maciel Degollado, fundador de los Legionarios de Cristo, le sorprenderá su trayectoria humana y la audacia de su labor evangélica. Para los católicos, la vida y la obra de este singular sacerdote puede que sea considerada obra de la Providencia, pero un agnóstico y pecador como el que esto escribe no tiene más remedio que pedir perdón por su incredulidad, y explicarse dicha aventura ‘equinoccial’ como una más que sumar al imaginario de selección de los ‘mejores’ para que, con su ejemplo de vida y testimonio personal, nos rediman al resto. Si tiene que ser, que así sea. Y, en todo caso, que lo disfruten: me refiero, queridos lectores, a ustedes y, por supuesto, al libro. Rafael Escuredo Rodríguez Abogado y escritor INTRODUCCIÓN La madrugada del 2 de septiembre de 1946 el sacerdote mexicano Marcial Maciel Degollado, fundador de los Legionarios de Cristo, salió del país azteca rumbo a España acompañado por 34 seminaristas que apenas rozaban los 17 años de edad. Viajaban a bordo del buque ‘Marqués de Comillas’ con sendos billetes gratis total, que el aristócrata santanderino Claudio Güell, titular del referido marquesado y propietario de la Compañía Trasatlántica Española, puso a disposición de los religiosos tras una serie de contactos con el entonces ministro de Asuntos Exteriores, Alberto Martín Artajo. Después de una travesía de 28 días, nada más desembarcar en el puerto de Bilbao la expedición se dirigió a Santander, donde se alojó en el modernista palacio de Sobrellano, residencia de verano del marqués, ubicado a las afueras de Comillas. De esta forma, y sólo seis meses después de haberse constituido como noviciado, los Legionarios de Cristo se establecieron en España bajo el manto protector e interesado del régimen del general Francisco Franco. Pocos, salvo Maciel y los jóvenes manitos, como empezaron a llamarles en la Universidad de Comillas, conocían las calamidades que tuvieron que sufrir durante los cinco años anteriores, desde la creación del grupo, cuando junto a Mon père –así se hacía nombrar el fundador–, malvivieron en los sótanos de una casa propiedad de la benefactora mexicana Talita Retes. Una vez instalados en la madre patria, Marcial Maciel empezó a realizar un trabajo silencioso, casi clandestino, pero selectivo y eficiente, de búsqueda de vocaciones; acólitos que estuviesen dispuestos a seguirle, y lo que era más importante, de millonarios abiertos a colaborar con una causa que, según él, le fue encomendada directamente por Dios y confirmada por el papa Pío XII: crear una orden religiosa que fuese «sicut acies ordinata» (un ejército en orden de batalla), y guiarla en pos del objetivo supremo de instaurar el reino de Cristo en la tierra. Con este fin, el propio Pío XII –en audiencia privada– dio a Maciel la orden de «formar y ganar para Cristo a los líderes de América Latina y del mundo». 55 años después de su desembarco, los Legionarios de Cristo continúan en España, pero ya no son los mismos. Poco queda de aquellos seminaristas hambrientos y asustados que iniciaron tímidamente su aventura europea en un país marcado por la posguerra1. Durante el último medio siglo la Legión Cristiana se ha convertido en una rica e influyente orden religiosa con miembros de 40 nacionalidades y establecida en más de 20 países, en los cuales se codea con los grandes grupos empresariales, los dirigentes políticos conservadores y con las familias más aristocráticas y poderosas de cada lugar. En estos países, entre los que destacan España, México, Estados Unidos, Francia, Italia y Chile, los Legionarios de Cristo han montado un formidable imperio educativo (su principal forma de llegar a los gobiernos, las empresas y las familias), en el que cuentan con una decena de universidades para laicos, 145 colegios privados –incluidos algunos centros gratuitos para niños pobres de la cadena Mano Amiga–, 21 institutos superiores y 630 centros de apostolado en 92 ciudades. Por su tendencia a controlar la enseñanza privada de postín, en la que hacen gala de una reconocida excelencia académica, y su estrategia de captación, dirigida principalmente a los grandes empresarios y a las capas más altas de la sociedad, hay quienes los denominan «el nuevo Opus». No andan mal encaminados quienes han inventado semejante calificativo (lo que en parte justifica el título de este libro), sobre todo si se tiene en cuenta que se trata de dos organizaciones que compiten soterradamente en numerosos campos, y que en estos tiempos de crisis de fe la Legión es la orden que más vocaciones aporta a Roma en proporción a su tamaño. Al igual que la Obra creada por José María Escrivá de Balaguer, la Legión de Cristo es uno de los grupos más influyentes del Vaticano, donde Maciel da la impresión de ser un intocable protegido por el papa Juan Pablo II y su entorno de cardenales más inmediato, empezando por el secretario de Estado y auténtico hombre fuerte de la Santa Sede, Angelo Sodano. Los Legionarios de Cristo cuentan con más de 500 sacerdotes, 2.500 seminaristas y un ejército de más de 50.000 miembros del Regnum Christi, su brazo seglar. Dueños de una importante presencia y contactos de alto nivel en América y Europa, trabajan incansablemente para la expansión del ‘Movimiento’ y han puesto todo su poderío al servicio de la Nueva Evangelización ordenada por Karol Wojtyla. De hecho, los Legionarios de Cristo se han erigido en abanderados de esta cruzada, la más importante lanzada por el papa polaco durante todo su pontificado. Por ello, el Pontífice ha recompensado a Maciel designándole como uno de sus embajadores ante los sínodos de obispos (jerarquía eclesiástica de la que carece) celebrados en los últimos años. Si fue gracias al Gobierno de Franco, que utilizó a los primeros Legionarios de Cristo para quedar bien ante el Vaticano, como esta congregación logró fijar una cabeza de puente en España y catapultarse hacia el resto del Viejo Continente, ha sido tras la irrupción del Partido Popular (PP) en la vida política española cuando la orden mexicana ha alcanzado sus mayores cotas de implantación en este país. Los legionarios han logrado colocar a uno de sus miembros más destacados en el gabinete de asesores –en materia de Educación– del presidente del Gobierno, José María Aznar, una posición estratégica de indudable importancia para cualquier organización, como ésta, muy introducida en el siempre rentable sector de la enseñanza privada. Además, la orden mexicana cuenta entre sus más relevantes colaboradoras con la esposa del jefe del Ejecutivo español, Ana Botella, y con una hermana de ésta, Macarena Botella. Por los dominios de la Legión Cristiana –concepto que en esta obra incluye a la orden religiosa como tal, a sus organizaciones satélites y a sus numerosos apostolados– han circulado otros destacados miembros del Gobierno de España e importantes dirigentes del Partido Popular, cuya relación con esta orden religiosa era hasta ahora desconocida por la sociedad española. Desde el duro ministro de Fomento, Francisco Álvarez-Cascos (en concreto, su segunda esposa y uno de sus hijos), pasando por ex ministros como Marcelino Oreja Aguirre y José Pedro Pérez-Llorca, hasta llegar al veterano presidente de la Xunta de Galicia, Manuel Fraga, las relaciones de estos importantes barones del partido que manda en España con el grupo de Maciel son objeto de análisis en este libro.