Boletín De Puerto Seguro Nº 192, Junio 2016
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Año XXXIX Boletín de Puerto Seguro Nº 192, junio 2016 Peña Rota nº 192 2 SUMARIO Nº 192 Pág. 2.- Sumario 3.- Yo, el Cierzo José Luis Robles 6.- Aquellas fotos de entonces Javier Perals Samper 8.- Berna Agustín Hernández Hdez. 10.- El tiempo que nos tocó vivir Javier Perals Samper 12.- Abril del 54 Juan José Rodríguez Almeida 15.- Repatriado Recorte de Prensa 16.- Cultura Manuel Espinazo Robles 17.- José Luis Robles Mª Agustina y Agustín Hernández 20.- Noveno y medio Juan José Rodríguez Almeida 22.- Exposición pintura y escultura Agustín Hernández 23.- Luis Hernández expone en Madrid Agustín y Luis Hernández 24.- Elecciones en Puerto Seguro José Ferreira y Mª Agustina Hdez. 25.- Elecciones Puerto Seguro y La Bouza Mª Agustina Hernández 27.- Pasatiempos José Ferreira Suárez 28.- Noticiario José Ferreira Suárez 34.- Pluviometría Carmelo Chicote Bartol 35.- Nuestra portada José Ferreira Suárez Dirección de correo electrónico de Peña Rota: [email protected] Visita la página Web de Puerto Seguro: http://www.puertoseguro.org Publicación subvencionada por la Diputación de Salamanca Imprime: KADMOS Compañía, 5 Depósito legal: S.667-1989 Peña Rota nº 192 3 La lectura de tu libro de memorias, “Los Años Perdidos”, ha despertado en mí el deseo, incumplido hasta hoy, de volver a tu pueblo, La Uña. Desde mi obligado retiro en el Olimpo de los cierzos viejos, donde descansamos los que ya no servimos para las labores encomendadas a los cierzos jóvenes, he vuelto en esta tarde septembrina, siguiendo la ruta no marcada que tantas veces recorrí. Trascumbrado Ventaniella, me he asomado a Valdosín, mi valle preferido. El valle perfecto, en el que el tiempo, ensimismado, se ha parado. Ahí sigue, asurado al socaire del puerto y de las colladas de las peñas y las nieves. Apoyado en mis muletas de añoranza, hice lenta la bajada paladeando ayeres. Está, como la dejé, la fuente Naranco, hontanar inagotable dando a luz al río, rebeco saltarín nada más nacer, abrazado por suaves laderas manchadas de arandaneras, de mostajos, tejos, piornos y escobas, ahora sin sus capas amarillas. Vertebra el valle, la calzada romana, y lo engrandecen aún más, los castros, el monumento megalítico, menhir ungulado que algún historiador asocia al nombre del pueblo, los restos arqueológicos del Candil y la Castellana, las ruinas de la ermita medieval de San Miguel, la hayona bicentenaria, las cuevas y sus secretos, y Peña Castiello, fiel guardián de la entrada al valle, cuyas puertas abre y cierra el viento cada día. Y allá arriba, vigilándolo todo, Peña Ten, a la que tantas tardes ascendí para arroparla con bufanda de celajes. Y los prados… Están ahora de un color pardo de tierra tundida, preparados para el soberbio espectáculo de la berrea. Me gustan más en primavera, enromerados de capillejas y yerbas altas pintadas de verde cimbreadas por el viento, y corros de un verde más intenso moteados con los puntos blancos de las setas. Viene a mi mente la estampa encorvada de los segadores de las manos encallecidas, asidas firme a los astiles, acompasando con sus cuerpos el rasgueo de las guadañas, dejando tras de sí, marallos de tiralíneas y huellas en el rocío de la mañana. Peña Rota nº 192 4 Baja el río, aquí abajo, perezoso de agua por la escosura de sus arroyos, y suenan con sordina los cantos de las fuentes, aunque La Turriente sigue espléndida en su caudal, también inagotable. Petrificados se han quedado tus miedos en las bóvedas del túnel de Tarna, y han cerrado en falso las heridas de las minas, de la casilla de camineros, del chozo de La Horcada, y aún se estremece la peña que guarda el eco de los bramidos del ganado que murió abrasado dentro del invernal, aquella noche maldita. De atardecida, bajé al pueblo, mientras marcaban las horas, las sombras alargadas del pico Venero, del majuelo y el espino. Hay caminos y veredas escondidos bajo la maleza, añorando hacenderas de vino con gaseosa. Tratando de sintonizar los latidos de tu corazón cansado, permanecí agazapado en la curvona, tras la que, ovillado, llevas hace siglos. Vienen a mi memoria los gritos de los niños a la salida de la escuela, desparramándose por el pueblo, mientras los más pequeños permanecían agarrados al carrusel de la saya materna. Hay concejo de golondrinas en los cables del tendido eléctrico, ultimando los preparativos de su migración inminente. Será el momento de desempolvar las pellizas, cuando pasen las avefrías. Anduve de ronda toda la noche paseando el pueblo. Estaban de hila las calles y callejas contándose sus cuitas, mientras se caen las manzanas sobre los hortigales sin nadie que las recoja. Sentí el retingle alegre de los bolos al llegar a La Camperina. Ya no canta el yunque ni resopla el fuelle en la fragua. Mudas están la cítola y la rueda del molino; no se alinean las lecheras en el umbral de la Cooperativa Lechera, y se adivinan los cepos y los butrones, olvidados en los desvanes. Rezuman melancolía esas puertas trancadas, con precinto de telarañas, que parece como si sus dueños hubiesen arrojado las llaves al pozo del molino, y tras las que se perciben las dentelladas silenciosas, casi imperceptibles, de las termitas. Están tristes las chimeneas, sin humos, sin pavesas, sin la danza de las llamas en los lares apagados. Peña Rota nº 192 5 Eché de menos el canto de la carabiella, sin nadie a quien amedrentar, el despertador de los gallos al amanecer, y también la riña de los perros. Ya de retirada, hice un alto abrazado a la espadaña, descansando sobre el silencio de las campanas. Antes que el sol me empujara hacia la collada, emprendí el camino de vuelta a la hora en que, antaño, las veceras se agolpaban en el salido entre bramidos de impaciencia. Allá arriba, enredados en el acebal, he dejado para siempre retales de mí y también estos versos que te dedico. Desde la vejez blanca -emprendedor adelantado- lames tus heridas ya suturadas. De los varales del tiempo -años ganados- vas descolgando recuerdos lúcidos en su acidez de memoria atormentada. Acaricias a la vez -pasado y presente- sombras ingrávidas y sueños sobre pétalos de nieve. De tus manos fatigadas -dedos entreabiertos- penden hilos encendidos, hebras lentas de luz y de esperanza. José Luis Robles Peña Rota nº 192 6 AQUELLAS FOTOS DE ENTONCES Javier Perals Día del Hornazo en La Dehesa. (Posiblemente el año 1963) De izquierda a derecha podemos ver a Luis Manzano Hdez., Manolo (albañil de Villar de Ciervo con su hija Angelines), detrás de él Emilio Manzano Mayo y Domingo de Villar de Ciervo con su hija en brazos. Delante de la niña, Víctor Robles Pato, y le siguen Juan José Zato, Higinio Suárez y delante de él Perfecto García de Villar de Ciervo. Sentado está José Luis García Manzano. Peña Rota nº 192 7 Excursión a Saucelle, el año 1955, con el autobús de Tasio. Podemos reconocer sentados de izquierda a derecha: Agustín Bartol, D. Martín tocando la guitarra, Quintín García Bartol con camisa blanca y delante Patrocinio, Epi, Emilia Espinazo, detrás de ella Dña. Jacinta, detrás de ésta, Paca Espinazo, Elmina, Agustín Peña, Sindo y Ángel el cobrador. Detrás de Sindo y siguiendo hacia la izquierda: Aurora Hernández, Elisa Vicente y María. En la puerta de atrás y de arriba hacia abajo: D. José, su hermano Ángel y Miguel Manzano con la mandolina. Mirando por la ventanilla del autobús está el señor Baltasar Espinazo. De pie y de izquierda a derecha: José Ferreira, José Mel. Hernández, José Jesús Hdez., José Hdez. Vicente, Francisco Hernández Zamarreño y Julio Hernández. Detrás de estos últimos asomando por la puerta delantera podemos ver a: Francisca Robles, Avelino Egido y detrás de ellos a Elisa Espinazo. Peña Rota nº 192 8 A casi todos los muchachos de Hortigüelos les llamábamos con su nombre en diminutivo; por eso a Sabino todos le llamábamos Sabi. Sabi decía que el más bruto del pueblo era Berna. A lo mejor tenía razón porque Berna era muy bruto y se ponía rabioso por todo. De chico, en la escuela, nos mordía y, jugando, él siempre quería ser caballo y hacía los movimientos de trote y galope y relinchos igualito que los caballos. Si no hacías lo que él quería se enfadaba y cuando le llevabas la contraria y ya no sabía qué contestarte te amenazaba con palabrotas y te empujaba hasta que nos amilanaba a todos; a Berna sólo lo amilanaba Carlos Chaveta. Cuando jugábamos a los aros, Berna tenía que ir el primero y todos teníamos que seguirle, si jugábamos a la perilla y le tocaba a él, nos asustaba a todos porque daba los correonazos con el cinturón por la parte de la hebilla y hacía mucho daño. Si el juego era a la peonza, él tenía la más grande, de encina y con un herrón muy fuerte que le hacía el herrero de Hortigüelos, con el que nos rachaba las peonzas de los demás. Para empezar a jugar al balón echaban a pies Berna y El Chaveta que eran los más grandes y los que mandaban y nos iban escogiendo. Berna siempre escogía a Ramonín y a Frigi de los primeros porque eran los que siempre iban con él y le reían las gracias cuando hacía burradas. Normalmente quedaba Sabi el último sin que nadie lo escogiera y se decían uno a otro: “este pa ti”, y lo ponían de portero hasta que le metían el primer gol; entonces le decían: -“ ¡tú quítate de ahí, que no vales pa ná!” y ponían a otro, al que también quitaban al siguiente gol. Que Berna era muy bruto lo sabían bien todos los perros de Hortigüelos que en cuanto lo olían o veían corrían asustados, ladrando, como alma que lleva el diablo, por las veces que les había dado canina a pedradas o con palos, cerrándoles el paso en las calles hasta que, aterrorizados, los pobres perros saltaban por encima de los que les azuzaban.