La Minería En Fresnillo Durante El Gobierno De Francisco García Salinas Carlos Macías El Colegio De México
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La minería en Fresnillo durante el gobierno de Francisco García Salinas Carlos Macías El Colegio de México Un año después de haber sido nombrado virrey de Nueva España, don Antonio Bucareli y Ursúa procedió a solicitar un inventario acerca de las condiciones que guardaban los núcleos mineros más importantes del territorio. En una Ins trucción fechada el 1Q de julio de 1872, el virrey pedía a los oficiales responsables de las diferentes cajas de recaudación toda la descripción posible sobre la producción minera de cada jurisdicción, las razones del abandono de las minas, el monto aproximado de los denuncios recientes y los nombres de sus poseedores. Los reportes provenientes de los minerales de Guana juato, Bolaños, Guadalajara, Alamos, Zacatecas, Durango, San Luis Potosí, Parral, Pachuca, Zimapán, Sombrerete y de la región central de México eran un resumen de la progresiva postración de la actividad minera, provocada en gran medi da por la renuencia a invertir capitales en el desagüe y la excavación necesaria y por las dificultades para el abasteci miento de azogue, pólvora y sal, además de su alto costo.1 Es probable que esas circunstancias hayan colaborado en el ánimo reformista que distinguió a las autoridades vi rreinales durante el último tercio del siglo xviii —tanto como lo hizo la célebre representación—2 para la constitución del Cuerpo y Tribunal de Minería. Estas instituciones consiguie ron grandes beneficios para los mineros, particularmente en lo que se refería a la exención de alcabalas y la obtención de avíos. Lo que resultó incuestionable fue la reactivación de la explotación minera debido al impulso de esas instituciones. Tan sólo en Guanajuato, la producción de plata por amalga ma mostró un desplazamiento de 250 mil marcos (un marco equivalía a ocho pesos y medio), en 1770, a 500 mil, por lo menos, en 1790. En cuanto al movimiento de los índices de acuñación de oro y plata en territorio novohispano, las esta dísticas señalaron un ascenso que fue de 14 millones de pesos a 18 y medio millones en el mismo periodo de tiempo.3 La dimensión de esta mejoría fue reconocida por el vi rrey Revillagigedo en 1793. “Las causas de este aumento —sostuvo— no son el que haya habido mayores bonanzas, ni más ley en los metales: se debe principalmente al mayor número de personas que se han dedicado al laborío de las minas, al corto adelantamiento que se ha hecho en el modo de beneficiarlas, a las comodidades en el precio de azogue, reba ja en la pólvora y exención de alcabalas”.4 La historia de la minería en Zacatecas, por lo menos en el periodo que va de la segunda mitad del siglo xvm al primer trienio del siglo siguiente, es la historia de los protagonistas que intervinieron en la revitalización del ramo. Entre ellos, lugar privilegiado les correspondió a algunos personajes de las familias Fagoaga, de Anza y de la Borda. Antes de expo ner la singular trayectoria del tronco familiar de los Fagoa ga, se detallará la de los segundos. La herencia minera En el informe presentado por los oficiales reales de Zacatecas al virrey Bucareli y Ursúa en 1773, apenas se vislumbran las actuales de Marcelo de Anza y de José de la Borda. Dentro de una lista de quince propietarios de minas, únicamente a estos dos se les auguraban “esperanzas seguras de lograr mejores ventajas’’. Según el informante Juan de Aranda, las posesio nes de Marcelo de Anza estaban constituidas por las minas de San Francisco y San Vicente, las cuales no le habían retribuido en absoluto durante los últimos años, debido a la construcción de un tiro de ciento sesenta varas (cada vara medía 83.5 centímetros) de profundidad. José de la Borda, por su parte, disponía de los fundos mineros de San Juan de Albarradón, San Acasio, Esperanza, Vizcaínas, San José de la Isla y La Cantera. Y de ellos, solamente los tres primeros le ofrecían “competente utilidad”.5 tor una suerte de convergencia genealógica, estos dos personajes iniciaron un vínculo que perduraría hasta la ter cera generación. A decir del diputado encargado de minería en Zacatecas, sesenta años más tarde (en 1832), los jóvenes José Mariano de Anza y Joaquín Borda, nietos de los patriar cas, daban cuenta de una peculiar aplicación durante sus jornadas diarias como alumnos de minería en la región de Fresnillo: “...su conducta hasta este día es irreprensible”, escribió el oficial.6 El primer contacto se inició en 1767, cuando el primer de la Borda arribó al estado para hacerse cargo de la importante mina La Quebradilla, que se encontraba inhabilitada. José de la Borda era por entonces un anciano reconocido en el medio de la minería, que había testificado el auge y la deca dencia del ramo desde la dirección de algunas minas de Tlalpujahua y Taxco. Su decisión de probar fortuna en Zaca tecas tardíamente, se debió al ventajoso ofrecimiento de José de Gálvez para llevar a cabo la rehabilitación de La Quebra dilla; la generosidad de Gálvez hacia él incluyó el abasteci miento de azogue a precio de costo, la exención del diezmo de la plata y la concesión de un descuento de cincuenta por ciento en el pago de impuesto. Francisco Javier Gamboa lo describió en sus Comentarios como “el primer minero del mundo por su vasta comprensión y sus grandes manejos en esta línea”.7 En 1775, José de la Borda se asoció con otro minero emprendedor, Marcelo de Anza, y años después alcanzarían utilidades totales de 2 millones de pesos mediante una inver sión de 400 mil. En cierto sentido, de Anza era el sucesor de don Pedro José Bernárdez, poseedor del título de conde de Santiago de la Laguna, pues había adquirido sus minas y sus numerosas fincas en diversos puntos del estado. La convalidación del reconocimiento social de que disfrutaba de Anza la puede ofrecer, mejor que nada, su elección como uno de los tres diputados generales del Cuerpo de Minería, en mayo de 1777. Los dividendos de la sociedad entre Borda y Anza con signan la obtención de siete minas en el núcleo minero zaca- tecano de Vetagrande, así como de tres extensas haciendas de beneficio: Sauceda, Malpaso y La Sagrada Familia. Tam bién se sabe que el conjunto de sus negociaciones llegó a ocupar diariamente a dos mil quinientas personas, para ser quizá uno de los mayores complejos mineros de su época. Finalmente, algunos años después, en 1803, cuando lossuce- sores de ambos se asociaron con una negociación minera de Vetagrande, la hacienda Sauceda se contaba entre las más grandes de la región con 88 arrastres (el arrastre consistía en una base de piedra donde se molía el mineral; generalmente esta piedra iba unida a una pieza que se hacía girar con mu- las o molinos de agua.) y ocho molinos.8 Otra familia vasta y en extremo influyente fue la de los Fagoaga. Francisco Fagoaga, el iniciador de la fortuna fami liar, era ya durante la tercera década del siglo xvm uno de los banqueros de plata de mayor ascendencia en Nueva España, al mismo tiempo que se desempeñaba como prior del Real Tribunal del Consulado. El contraer nupcias con la hija del dueño de la mayor casa importadora de la ciudad de México, de apellido Arosqueta, daría cuerpo a lo que fue la familia minera más acaudalada del territorio.9 A mediados del siglo xvm, dos campos abarcaba la in versión de los Fagoaga: el banco de plata y la negociación importadora. Se calcula que al morir don Francisco, en 1736, sus descendientes heredaron alrededor de un millón setecien tos cincuenta mil pesos, entre bienes inmuebles, equipos, créditos cobrables y mercancías almacenadas. El ulterior interés en la producción minera y su virtual conversión en mineros, fue un fenómeno producido por la ocupación de fundos en pago de deudas no saldadas. Así, mediante recla mos judiciales pudieron obtener algunas minas en Fresnillo y Sombrerete; y después de comienzos inciertos, consiguieron la rehabilitación de la Veta Negra, en este último lugar, con la gracia ilimitada de la autoridad virreinal: al igual que en los casos anteriores, a través del precio especial del mercurio y la disminución temporal de impuestos. Al parecer, el primer resultado fue el hallazgo, en la mina El Pabellón, de un volumen de metal de considerable ley, lo cual les redituó en tan sólo dos años y medio un millón 800 mil pesos; Sobrerete llegó a poseer un molino de 84 arrastres y 14 hornos. Aunque entrado el siglo distaba de ser un conglomerado familiar uniforme, o con intereses comunes, los dueños de minas que tenían ese apellido se extendían ya, aparte de las regiones antes mencionadas, por Sultepec, Vetagrande y Las Animas (Guanajuato).10 Sin duda el personaje clave de esta dinastía fue José María. En él confluyeron las aspiraciones políticas de toda una corporación —los mineros— y la personificación de un proyecto político criollo comprometido, a su manera, con la Independencia. Como hijo mejor del primer inmigrante, José María consiguió alternar la atención continua del patrimo nio minero con la actividad política y la instrucción personal. Lo mismo participó en los acontecimientos de la revolución de Independencia, que permaneció por un largo tiempo como catedrático de la Escuela de Jurisprudencia y mantuvo la vigilia de los fundos heredados.11 Fue elegido diputado para asistir a las Cortes en 1813, al mismo tiempo que actuaba en el grupo conspirador de Los Guadalupes, en el que figuraron Andrés Quintana Roo, Carlos María de Bustamante, Leona Vicario y José Joaquín Fernández de Lizardi, entre otros.12 Más tarde, durante los debates parlamentarios de 1822, enca bezó el grupo que enfrentó en el Congreso a Iturbide y propu so la instalación de un emperador borbónico, de acuerdo con el Tratado de Córdoba.13 En el terreno económico, como pro pietario de minas, durante 1834, a los setenta años de edad, todavía apareció litigando con el gobierno central a causa del proyecto de un nuevo impuesto dado a conocer por el Estable cimiento de Minería.14 De manera que en la fugaz reactivación minera de Zaca tecas del último tercio del siglo xvm, la intervención de los anteriores actores tuvo una particular importancia; en los años subsecuentes esa propensión se vio favorecida, pese a las contingencias de orden político, pues el sustento de la vida económica del estado siguió representado por la mine ría.