Geografía Del Condado De Castilla a La Muerte De Fernán González
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TEÓFILO LÓPEZ MATA GEOGRAFÍA DEL CONDADO DE CASTILLA A LA MUERTE DE FERNÁN GONZÁLEZ CONSEJO SUPERIOR DE INVESTIGACIONES CIENTÍFICAS INSTITUTO «JERÓNIMO ZURITA» GEOGRAFÍA DEL CONDADO DE CASTILLA EN LA ÉPOCA DE FERNÁN GONZÁLEZ per• sigue ía instauración de uno de los pri- raerus jalones de Geografía Histórica de nuestro país. La base del trabajo, exclusivamente do• cumental, permite el trazado de fronteras y marcaciones condales, ya casi olvidadas en la lejanía de los siglos, juntamente con el resurgir de lugares desaparecidos y la identificación de otros reducidos o despoblados o alcanzados por hondas transformaciones en su toponimia cuya realidad histórica ya desaparecida en to• dos ellos corría el riesgo de caer en el olvido. Esta finalidad autoriza a valorizar el intento de dar relieve y densidad a la estampa geográfica de la primitiva Cas• tilla, corno punto de partida a posteriores trabajos cartográficos, expresivos de los esfuerzos de creación y expansión terri• torial por los horizontes de las tierras de España. OTRAS PUBLICACIONES DEL AUTOR La provincia de Burgos, en sus aspec• tos geográfico, histórico y artístico. Bur• gos. 1926. El barrio e iglesia de San Esteban. Burgos, 1946. La ciudad y castillo de Burgos. Bur• gos, 1949. La Catedral de Burgos. Burgos, 1950. Morería y judería burgalesa. Burgos. 1951. Geografía urbana burgalesa en los si• glos XV y XVI. Precio de este ejemplar: j£ ptas. con un mapa en la cartera de la solapa. GEOGRAFÍA DEL CONDADO DE CASTILLA A LA MUERTE DE FERNÁN GONZÁLEZ TEÓFILO LÓPEZ M A T <? V* Oo GEOGRAFÍA DEL CONDADO DE CASTILLA A LA MUERTE FERNÁN GONZÁLEZ CONSEJO SUPERIOR DE INVESTIGACIONES CIENTÍFICAS INSTITUTO «JERÓNIMO ZURITA* MADRID, 1957 R. avv-io M^ Artes Gráficas FÉNIX. - Plaza de Chueca, 5- MADRID A la Excma. Diputación Provincial de Burgos. EL AUTOR I N T R O D U C C í O N. - . T oo • _* O) ü CD 00 T— 7^ i_ 1^ O '*~ O o co co o m CM co T— >; 0 1 •* > CASTILLA HASTA LA MUERTE c a> DE FERNÁN GONZÁLEZ ¡1 CO i- £ «0 t- +-< © C m 0) CM O) Castilla, tierra de castillos, los prodigó en la época — '1~ C0 heroica por sus tierras de epopeya. Pétreos jirones de ^ su historia se albergan en la soledad de sus campos ~ "^ dilatados en ondulaciones de trigales, o en los montes - y quebradas vestidas de robledal, y, si en la hondura o •Q •* O de sus valles los restos de viejas abadías se sepultan ce en el silencio, envueltos en sudarios de hiedra, en las - alturas, indecisas siluetas de castillos se yerguen aún O) arrogantes en la luz cegadora de las cumbres, con el gesto retador de siglos lejanos. 00 o Las expediciones de Alfonso I de Oviedo (739- co > 756) dejan una estela de ciudades, rápidamente con• h- quistadas y abandonadas por toda la cuenca del Duero, - al norte de las sierras centrales. Los pobladores cris• CO c tianos de las villas asaltadas, acompañan al rey astu• — CD riano en la vuelta hacia las fragosidades cantábricas, u0 . — m O como valiosos elementos para la defensa y población <M_ del naciente reino de Asturias. — ^ La Crónica de Alfonso III, escrita a fines del si• glo ix, agrega en sus relatos sobre Alfonso I noticias c — co de repoblación y de organización en territorios inte• co ü grados en la monarquía de Oviedo, libres de la do- ~^1CM — W CD o w ^ E D 0" c CQ o" o c ü 12 TEÓFILO LÓPEZ MATA mtnación musulmana, aunque frecuentemente expues- tas a sus ataques y cerrerías. Entre ellos se menciona el de Vardulia, que en tiempo del cronista llevaba el nombre de Castilla. Los esfuerzos y tareas para despertar la vida en el yermo de estos campos abandonados los entrevemos en los primeros años del siglo IX por los vallejos de Mena y por las rinconadas de Valpuesta, donde la fe abrió rutas, roturó terrenos y levantó altares, en un impulso espiritual que parecía iluminar una visión del porvenir, acariciada por aquellos piadosos obreros, lla• mados a poner los cimientos a los solares de un gran pueblo. Hacia mediados del siglo IX un grupo de estos ve• nerables varones dirigidos por el abad Pablo, descen• dían por abruptas quebradas, cortadas por saltos y cas• cadas del río Purón, y seguían por la hondura de cir• cos rosoecs con fondos taladrados por fuentes de aguas copiosas, traspasadas por reflejos de soles altos, en medio de un silencio inflamado por la luz que reber- beraban los elevados peñascales vestidos de boj y de heléchos. Y seguían la pista de la rumorosa corriente abis• mándose en el vértigo de tajados escobios, hasta dar salida, en la soledad de aquella Tebaida de piedra, a la última angostura, de cara ya a las radiantes clarida• des del valle de Tobalina, y allí fundaron en el año 852 la iglesia de San Martín de Herrán, dotada con labranzas, fuentes, ganados y ornamentos reli• giosos. Esta comarca era conocida con el nombre de Pon- INTRODUCCIÓN 13 tecerzi y en 978 con el de FozecercL Puentes y Ho• ces. Puentes sencillos de arcada de medio punto sus- pendidos sobre el salvaje desplome del torrente. Hoy la iglesia no existe, pero su recuerdo perdura en las llamadas huertas de San Martín, tendidas en uno de los declives del desfiladero. Afortunadamente la memoria de la consagración la conserva eí cartulario ele San Millán, y con ella el ines• timable testimonio de la aparición en la historia del nombre de Castilla con categoría condal. uRodericus Comité in Castilla». El condado se extendía por tierras ai norte del Ebro, integradas 'noy en el partido de Villarcayo, y tan re• ducido era que fácilmente podían contarse las colum• nas de humo que se elevaban de sus pobres e insegu• ros hogares, desvaneciéndose en la iu¿ que alumbra• ba el nacimiento del glorioso pueblo, cuyo límite más meridional había de llegar, por los años de 382, a los peñascales de Pancorbo. Esta actividad alcanzaba, por el oeste, las frías pa• rameras, que detienen en las comarcas altas del parti• do de Villadiego el avance hacia el sur de masas mon• tañosas, inmovilizadas en apariencia de baluartes so• bre tierras de cántabro abolengo, recorridas en la le• janía de los siglos por indómitas resonancias vencidas por la Roma imperial. Amaya, nidal de rocas desnudas, encumbrado de cara a estos páramos perdidos en horizontes de bru• mas luminosas, suena entre las ciudades asaltadas en el siglo VIII por los montañeses asturianos de Alfon• so í, pero el eco de su existencia se desvaneció, para H TEÓFILO LÓPEZ MATA reaparecer eí año 860, fortificada en nombre de Or* dono I, por el Conde Rodrigo de Castilla, momento consagrado en decires y refranes geográficos por la poesía popular. «Harto era Castilla pequeño nncón cuando Amaya era cabeza e Hítero el mojón.» Pero estos trabajos se veían acechados en todo mo' mentó por sobresaltos y acometidas de la morisma, que entregaba a la desolación el yermo donde la vida cuería apuntar. Álava y Castilla, estrechamente enlazadas en estos siglos e inseparables en la visión geográfica musulma- na, «Álava y los castillos = Al Quile o les castillos de Álava, constituían el blanco preferido de los guerreros de Córdoba, en expediciones de resonancias dramáti• cas: Campaña de Álava de 824» y de Sotoscueva en 838, en las mismas raíces de las montañas canta- bricoburgalesas. La de 865, realizada por Ab-al-Rahman, hijo del emir Mohammed contra Álava y Al-Quilé (Castilla), merece detenida atención. Aunque la localización de les lugares cristianos donde los musulmanes se atribuyen señalados triunfos es, a todas luces, vaga e incierta, no podemos sustraernos a la sugestión ema• nada de los nombres de ciudades o fortalezas que, como Toca y Burgia, fueron destruidas por los invaso• res en esta expedición. Historiadores modernos identifican Toca con Oca y Burgia con Burgos. En realidad, venciendo ciertos recelos, nacidos de la INTRODUCCIÓN 15 inseguridad de la identificación, nada se opone a la re ducción de Oca, pues sabemos docurnen talmente que el Conde Diego Rodríguez, llamado Porcelos, domi- naba cuatro años después, es decir, en 869, sobre vas- tas extensiones del territorio de Oca, cuyo aprovecha* miento de leñas y pastos otorgó al monasterio de San Felices de Oca. Por lo que a Burgia = Burgos (?) se refiere, la ex- pedición del ejército de Mohammed en 883 pudo pro• porcionarnos la referencia definitiva, ya que en su marcha sobre la vía romana de Pancorbo a Castroge- riz, en dirección a León, forzosamente tuvo que pasar por las proximidades del asiento actual de la ciudad, pero el Cronicón Albeldense guarda silencio, quizá porque la destrucción del año 865 fué completa y no impuso una detención al ejército invasor, o bien por- que la modesta representación militar de la fortaleza eximiera al cronista del obligado comentario. Cualquiera que sea el valor de estas hipótesis, y aun dando por firme la existencia de un núcleo húrgales en 865, seguida lógicamente de una ruina inevita• ble en 883, creemos que los prestigios iniciales de la fundación de Burgos corresponden al año 884, fecha señalada por los Anales Compostelanos y el Crow- con Burgense Meses antes—883—el fundador de Burgos, Diego Rodríguez, hijo del Conde Rodrigo, hacía frente a las tropas del Emir de Córdoba, en el fantasmagórico ro• quedal de Pancorbo, cuya fortaleza, enrocada entre agujas y picados, era nido de altanería y atalaya de horizontes hostiles. Í6 TEÓFILO LÓPEZ MATA Esta fortaleza de Pancorbo, en el extremo orien• tal del condado, se correspondía con la de Castroge• riz, erguida en el extremo occidental, y clavada en la eminencia de un enorme cerro calizo de inflamable terrosidad, surcado de torrenteras.