Aída Martínez BICENTENARIO DE LA INDEPENDENCIA
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Aída Martínez [email protected] BICENTENARIO DE LA INDEPENDENCIA ¿CÓMO SE HA PERCIBIDO LA PARTICIPACION FEMENINA EN LAS LUCHAS DE LA INDEPENDENCIA? -UNA MIRADA A LA HISTORIOGRAFÍA COLOMBIANA-. Teniendo como punto de partida los textos de los historiadores mas reconocidos, hemos tratado de seguir el hilo al discurso patriótico para determinar la forma como la sociedad asumió la participación de las mujeres en los eventos que culminaron con la independencia de España. La ponencia esta dividida en las cuatro partes siguientes: 1- Antecedentes 2- Los primeros historiadores 3- El planteamiento centenarista 4- Nuevas aproximaciones 1- ANTECEDENTES: 1.1 - Las mujeres de la Ilustración Para entender el juicio de valor de los primeros historiadores sobre la actuación de las mujeres conviene recordar brevemente la posición que estas tuvieron dentro de la sociedad española del siglo XVIII. También es necesario considerar que fue justamente en ese período cuando se abrió el debate sobre la condición femenina por influencia de las ideas de la Ilustración venidas de Francia con la dinastía borbónica, a partir de la obra del padre Benito Jerónimo Feijoo 1 y de otros notables pensadores que se ocuparon de revisar el rol y replantear el destino que la sociedad había ofrecido al mundo femenino. Como resultado del debate, en el transcurso del siglo se dieron importantes cambios que terminaron configurando un nuevo tipo de mujer “rara” 2, con mayor participación en los movimientos sociales, culturales y políticos, más actuante y visible, cuya figura, unas 1 Benito Jerónimo Feijoo, Teatro critico universal , ‘ Discurso en defensa de las mujeres’ Tomo 1, Madrid, 1726 2 Alusiones contenidas en Antonio Peñafiel Ramón, Mujer, mentalidad e identidad en la España moderna (siglo XVIII ), Universidad de Murcia, Servicio de Publicaciones, Murcia 2001 veces recatada y otras desenvuelta, queda plasmada en la galería de la sociedad española retratada por Francisco de Goya y Lucientes. En contraposición con la mujer austera, enclaustrada y devota del siglo XVII, configurada por los dictados de la Iglesia Romana, el siglo XVIII, frívolo, irreligioso y mundano, prestó sus escenarios a los encantos femeniles y hasta permitió cierta ambigüedad en la conducta de las damas estimulando su lucimiento en parques y paseos y la exhibición de sus encantos según los dictados de la moda francesa, ostentosa y provocativa, recién introducida en España. Mujeres de todas las clases se hicieron más visibles en los espacios urbanos concurriendo a los saraos, asistiendo constantemente a los bailes, recordemos que el XVIII se llamó el “siglo del baile”, mostrándose en las salas de teatro; Algunas llegaron a exhibir su talento en tertulias, salones literarios y hasta en las mesas de juego. Sin importar que los Obispos divulgaran pastorales moralistas sobre la necesidad de reprimir a las Evas tentadoras, que los curas las fustigaran con sus sermones y que los misioneros languidecieran en sus prédicas, las mujeres españolas empezaron a emerger de la oscuridad doméstica y pretendieron nuevos roles. 1.2 - Las neogranadinas Con lentitud, pensemos que una carta normal podía demorar medio año, las novedades llegaron hasta las cortes americanas y permearon el pensamiento y las costumbres de las sociedades coloniales en las cuales las mujeres de clase alta, siempre bajo autoridad del varón, cumplían una función relacionada con el poder, el honor y el prestigio. Mediante un buen capital para dotar a las jóvenes de la familia y una acertada política matrimonial, el padre o hermano mayor podían mantener y acrecentar su importancia; para conseguirlo, siempre era preferible casar a las hijas o hermanas con peninsulares, sin importar que éstos no tuvieran ningún respaldo económico, pues lo indispensable era que detentaran una posición o un cargo que implicara poder y prestigio. Para lograr un buen acuerdo matrimonial era imprescindible que el honor familiar se mantuviera intacto pues cualquier pequeño desliz en cuestiones de sexo, acababa con el futuro de una familia. Por lo mismo, las mujeres estaban sometidas a un fuerte cerco de control. Era frecuente que los chapetones recién llegados desposaran ricas herederas y a cambio de una holgada posición económica, prestaran su nombre y conexiones al fortalecimiento del grupo familiar. Un ejemplo clásico de acertada política matrimonial que combinaba poder, prestigio y honor, lo ofrece en Santafé la familia de don Manuel Bernardo Alvarez y su linajuda esposa doña Josefa del Casal y Freira. Lo primero que hizo la distinguida pareja fue conseguir que el rey Fernando VI les otorgara licencia para casar a sus hijos, sin tener en cuenta el impedimento existente para los matrimonios entre miembros de las Audiencias. Conseguido este privilegio, pudieron escoger los mejores partidos para siete de sus hijas. Catalina , casada en 1758 con don Vicente Nariño, Oficial real español; Joaquina en 1760 con el español Manuel García Olano, rematador de la renta del correo; Antonia en 1761 con el oídor español Benito Casal; Petronila se casó en 1764 con Jerónimo de Mendoza Hurtado, rico heredero criollo; María Josefa en 1767 con el contador español José López Duro; para las menores se lograron aun mejores entronques: Bárbara caso en 1774 con Manuel de la Revilla, oficial real de las Cajas de Santafé y gentilhombre de Cámara del Virrey Messia de la Cerda y Rita , en 1778 con Francisco Robledo Alburquerque, asesor general del virreinato y luego oídor en las audiencias de Guatemala y México Dos mujeres y dos varones permanecieron solteros, uno fue cura, pero los que casaron lo hicieron al mismo nivel de las hermanas: Manuel Bernardo fue el esposo de Josefa Lozano Manrique, hija de los marqueses de San Jorge y Juan Nepomuceno de Maria Juana Villamizar Gallardo miembro de una influyente familia de Pamplona. Este cuadro familiar permite entender las sutiles tramas y las poderosas redes tejidas para concentrar poder económico y político y no es de extrañar que, con tan prestigiosos yernos el pater familiae haya resultado inamovible del influyente cargo de fiscal de la audiencia de Santafé por 19 años. 3 Naturalmente, y de acuerdo a las nuevas tendencias, a las hijas de familia que constituían piezas valiosas de intercambio era necesario cuidarlas, adornarlas, dotarlas y educarlas, para que no desmerecieran frente a las españolas de similar nivel. Las familias de pocos recursos empeñaban cuanto podían para juntar alguna suma y ofrecerla como dote que asegurara el futuro de sus hijas. A las mas pobres, que no podían aspirar ni a una mínima dote ¡se las podía llevar el diablo! 1.3 - La educación de las mujeres 3 Genealogías de Santafé y Bogotá, Familia Alvarez Casal En el transcurso del siglo XVIII los pensadores ilustrados dieron el debate favor de la educación de las mujeres; son notables como señales de cambio las discusiones teóricas sobre la condición femenina, la apertura de escuelas para niñas y las acciones promovidas por mujeres procedentes de ambientes burgueses ilustrados, frecuentemente como miembros de comunidades religiosas. En Santafé, bien lo sabemos, fue doña Clemencia Caicedo y Vélez, viuda rica y de familia importante, quien inició el cambio con la apertura del pensionado y escuela pública de La Enseñanza en 1783. A poco surgieron otros centros de educación, manifestación del reciente interés por “las niñas pobres”, nueva categoría derivada de la caridad ilustrada, 4 para las cuales se pretendía una educación que ofreciera conocimientos útiles y les permitiera ganarse la vida como lo proponía don Francisco Silvestre en Antioquia; en las escuelas abiertas en Mompox, además de doctrina cristiana las niñas aprendían las labores propias de su sexo como hilar algodón y hacer tejidos y en la escuela instituída por don Pedro de Ugarte y su mujer en Santafé se les enseñaban “trabajos de cocina, chocolate y lavadero”. Pilar Fox y Fox en su libro Mujer y educación en Colombia 5 esboza brevemente la participación de las mujeres de las clases superiores en sociedades económicas y tertulias literarias, asociaciones típicas de la ilustración. Afirma que las virreinas fueron activas agentes del cambio, señalando a doña Juana María de Pereyra, esposa del virrey Flórez como poetisa y bailarina, quien según la moda francesa celebraba en palacio exquisitas reuniones con música, danza y poesía; recuerda también a la cubana doña María de la Paz Enrile, esposa del virrey Ezpeleta, como organizadora de animadas tertulias; los primeros bailes de máscaras al estilo de los establecidos en Madrid veinticinco años atrás se celebraron en Santafé en 1803, probablemente a instancias de doña Francisca de Villanova, la intrigante esposa del viejo y cascado virrey Amar . Las tertulias santafereñas fueron numerosas y en ellas se contó con la participación de las damas principales; es memorable la denominada del “Buen Gusto” que giraba en torno a doña Manuela Santamaría, literata y aficionada a las ciencias, lectora de los enciclopedistas y de Virgilio en sus idiomas originales, dueña de un gabinete con colecciones de ciencias naturales. En la medida en que se modificó la situación política europea con los avances napoleónicos y se dió la gran crisis de la monarquía española 4 Maria Himelda Ramírez, 5 Pilar Fox y Fox, Mujer y Educación en Colombia , Academia Colombiana de Historia, los asistentes a las tertulias, sin distinción de sexo, cambiaron sus intereses literarios y científicos por las preocupaciones políticas e independentistas. Así, al unísono de los hombres, las señoras de