Corazones de acero (Fury ), EUA-GB, 2014  5 sobre 10 Director: ; con , Shia Labeouf, , Michael Peña, Jon Bernthal, Scott Eastwood, Jim Pa- rrack, Alicia von Rittberg, Anamaria Marinca. (¿Un consejo?: Es muy difícil reinventar la bicicleta. Uno tiene que ser lo suficientemente humilde para aceptar que lo único que puede hacer es mejorarla y “ Corazones de acero ” parece haberse puesto a inventar la sopa de ajo, o mejor en este caso, a inventar la pólvora)

Nadie duda de que el cine sea una subcultura con reglas propias, un discurso e instrumentos característicos, y una estética inconfundible. Bien es cierto que a veces las películas echan mano de esos códigos y esto re- sulta gravoso cuando nos enfadan esas cintas que ponen violines para que lloremos o una música de saxo que nos atice la lujuria. Sin embargo, son muchísimas las películas que con las reglas del cine han recorrido el relato bélico y han dado en la diana de pleno creando productos visualmente interesantes, emocionalmen- te conmovedores y dinámicamente impactantes. No es ajeno a este fenómeno que cuando la guerra se hizo material visual, Hollywood aprovechó el filón para dar apoyo a la causa a veces (“ Sin novedad en el frente ”), o bien denunciar la desmesura de su delirio (“ Apocalypse now ”). No creamos que la Segunda Guerra Mun- dial es el único tejido con que se ha confeccionado este género porque el cine ha recorrido casi todas las guerras desde la Antigua Grecia (“ 300 ”, “ Troya ”), el Imperio Romano (“Espartaco ”, “Gladiator ”), la Gran Gue- rra Rusa (“Aleksandr Nevski ”), Escocia contra Inglaterra (“Braveheart ”), ingleses contra franceses en América (“El último mohicano ”), la Guerra de los 7 años (“Barry Lyndon ”), el Japón medieval (“Kagemusha ”), Guerra de Independencia norteamericana (en “Cold mountain ”), Guerra de Crimea, o México contra Estados Unidos (“El álamo ”). Por supuesto que la II Guerra Mundial fue una de las más proficuas para el celuloide porque coincidió con una de las etapas de mayor esplendor del cine que se prodigó en temáticas monográficas o de propaganda (“Caminos de gloria ”, “Puente sobre el río Kwai ”, “Patton ”, “Doce del patíbulo ”, “ La delgada línea roja ”), tanto como otras veces se interesaba por puntos geográficos (“ Batalla de Midway ”, “Stalingrado ”, “Sa- hara ”, “ Tokio ” o “Pearl Harbour ”) para hacernos ver que el valor americano es ubicuo allí donde haya que im- partir justicia. Muchas veces eran guerras en la que los yankees metieron cuchara, bayoneta o metralla, pero el cine mundial se coló en otras contiendas como la Guerra Civil española (“Soldados de Salamina ”) o el conflicto de los Balcanes (en “ Flores de Harrison ”, bastante flojita por cierto) o “ Joyeux Noël ”. La guerra con- voca siempre a los americanos y por eso no les ha faltado nunca temática, sea Vietnam (“ La chaqueta metá- lica ”), Camboya (“Gritos de silencio ”), Irak, Ruanda o Somalia (“Black hawk derribado ”), o bien árabes contra otomanos (“ Lawrence de Arabia ”) narrada mientras atrás atronaba la I Guerra Mundial en que ellos participa- ron menos. El cine también ironizó los caracteres de algunos pueblos, como aquella amistad inevitable entre un Anthony Quinn metido a héroe italiano accidental escondiéndole una cava de un millón de botellas de ver- mouth al invasor nazi Hardy Krüger en “ El secreto de Santa Vittoria ”, o la desfachatez y la sorna para sortear el agobio de la muerte con la guerra de Corea como telón de fondo en “M.A.S.H. ” en un hospital de campaña en una campaña de desaguisados, desbordes y excesos.

El director David Ayer ya había hecho “Sin tregua ”, con Jake Gyllenhaal y el mismo Michael Peña de esta película de ahora (pero con quince años y kilos menos); también rodó “Training day ” con Ethan Hawke y Denzel Washington, y en ambas películas estos cuatro muy buenos actores le sacaron las patatas del fuego –aunque fuera fuego amigo– porque el director David Ayer se mete en demasía y le pierden los entornos de la obediencia debida . En “ Corazones de acero ”, un tanque de guerra es el hogar itinerante y una trampa permanente para cinco soldados embutidos en él, y es a la vez una máquina de matar semoviente cuando la guerra transforma la muerte en una industria. Cinco personajes puestos a convivir y sobrevivir que represen- tan sendos tipos sociales norteamericanos: quien arenga, quien acata, quien defiende, quien odia, quien reza. El director traza perfiles demasiado burdos y excede la estética de las películas de guerra. Muestra de eso son los trazos luminosos de la munición que describe destellos rojizos o verdosos importados de Luke Skywalker, más guerra de galaxias que de una artillería previsible. Algunas tomas de campo pecan de lo mismo, y sea el color, la luz o el enfoque, la pantomima es evidente y uno adivina a los actores más durante un break de café en la campiña que sumidos en una masacre humana sin cuartel. El género bélico, nos gus- te o no, tiene una estética que se puede romper, por supuesto, siempre que aquello que se proponga sea mejor que lo que se ha decidido abandonar. En esto, el director incluso podría aprender de su mismo apelli- do sabiendo que hubo muy buenas producciones –con el mismo barro pero con otra sangre– hechas ayer .

Con esta misma ingenuidad u osadía redime a los personajes milagro en mano y sobrevuela una beatitud in- genua con olor a manías de biblia, tan Deep America . El artillero (un animal psiquiátrica y socialmente bor- derline animado excelentemente por Jon Bernthal en el papel de “Coon-ass”, algo así como “Culo de ma- pache”) lo único que sabe es odiar al enemigo y disparar. Sin embargo, va perdiendo pistonada mientras la candidez beatífica del novato “Norman/Máquina” (Logan Lerman) transmuta de la santidad al placer de volar cabezas y manchar paredes con los sesos. Un Brad Pitt papón cuyo mayor (¿único?) mérito es prestarse al papel sin vivirlo, y un Shia Labeouf modesto pero infinitamente más intenso que él.

Hay que recordarle al director que la mejor guerra es la que no se celebra nunca. Ya que se ha metido a glosar una contienda, decirle que le han salido unos corazones de acero sin hollar que más que escudos de guerra parecen vísceras de muestra en cartón-piedra para estudiar anatomía a desgana.

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