HOMOTECIA Nº 7-16 Julio 2018
Total Page:16
File Type:pdf, Size:1020Kb
HOMOTECIA Nº 7 – Año 16 Lunes, 2 de Julio de 2018 1 En los últimos dos editoriales hemos hecho referencia al efecto halo , definido como un sesgo cognitivo por el cual la percepción en positivo o en negativo de un rasgo particular de una determinada persona es influida por la percepción de rasgos anteriores en una secuencia de interpretaciones, pero se ha dado que este a veces se evidencia en perjuicio o a favor de todo un grupo y no sobre una persona en particular. Mayormente se considera que el efecto halo afecta la acción del docente sin que este sea consciente de ello, pero en algunos casos se evidencia que hay una intencionalidad muy conveniente para justificar debilidades en el dominio y manejo del conocimiento de su área de desempeño educativo así como en el manejo de las técnicas que le permitan realizar la transposición didáctica de este conocimiento. Ya anteriormente expusimos un caso donde un docente que a nivel de bachillerato trabajaba en matemática un contenido propio de la educación primaria. Su excusa: aquellos alumnos, además de estudiar en un liceo público, geográficamente provenían de comunidades donde la mayoría de las niñas tienen como su mayor aspiración laboral ser sirvienta para familias de mejor condición social y en lo personal, amancebarse con quien le ofrezca, entre comillas, mejores condiciones de vida; y en cuanto a los niños, estos irían a trabajar como obreros en las empresas del sector, entonces ¿por qué preocuparse en procurar una mejor educación para ellos? Es decir, para justificar sus deficiencias, asumía que sus estudiantes eran personas que no aspiraban ni esperaban tener la oportunidad de superarse por medio de la educación. Pero posiciones como estas llevan al docente muchas veces a actuar con negligencia en su labor, transformándose en una situación de gravedad cuando el estudiante nota esta negligencia del docente y aunque actúa en perjuicio de sí mismo, se aprovecha de esta negligencia para aliviar de cierta manera los esfuerzos que se le exigen para obtener un buen rendimiento escolar. Cuando realizábamos las investigaciones sobre el efecto halo, conversábamos con algunas personas buscando obtener aportes sobre el tema. De estas conversaciones obtuvimos el testimonio de un señor que conocimos en un Acto de Grado de la Universidad de Carabobo en 2014, donde su hijo menor se graduaba recibiendo el título de Licenciado en Educación – Mención Educación Física y Recreación. Se nos acercó porque nos recordaba como profesores del Departamento de Matemática y Física de nuestra facultad y su hija mayor es egresada en la Mención Matemática. Nos dijo que nunca tuvo la oportunidad de agradecernos el buen trabajo que hicimos con su hija y que él nunca creyó posible que ella pudiera graduarse en la mención. Le dijimos y con razón, que su hija en cierto modo destacó en sus estudios, que la recordábamos como una estudiante preocupada y que los estudios realmente no le resultaron difíciles. Nos dijo que estaba de acuerdo pero que las dudas que tuvo, la ocasionaron un episodio que le ocurrió cuando estudiaba con nueve años el tercer grado de educación primaria. Procedió entonces a relatarnos lo siguiente: - Desde que me casé con mi esposa, siempre hemos vivido en el mismo barrio de Valencia, por cierto muy populoso. Comenzaron a nacer nuestros hijos y cuando les tocó comenzar a estudiar, a todos los fuimos inscribiendo en la escuela pública que queda cerca de la casa. Rodeada por muchos barrios, posiblemente la totalidad de los estudiantes inscritos en la misma provenían de estos, así que lo más seguro para la época era considerar que los padres y representantes eran personas humildes, de pocos recursos económicos, pocos estudios y conformistas con el tipo de vida que les había tocado vivir. Con lo que pasó luego, no dudo en creer que muchos de los maestros, basados en nuestras condiciones sociales como habitantes de estos barrios, pensaron que nuestros hijos eran seres sin expectativas y sin aspiraciones a una vida en mejores condiciones socio-económicas, que no merecían que ellos como docentes hicieran un mayor y mejor esfuerzo en su labor. Pero lo grave no era solamente estas presunciones sino realmente cuántos de esos maestros estaban preparados para ejercer como tales. Posiblemente creían que por trabajar a nivel de primaria con estudiantes de estas características, justificaba un esfuerzo mínimo y que producir excelentes resultados era poco importante. En este contexto mi hija Beatriz con nueve años llega a cursar el tercer grado. Hasta ese momento no tenía quejas de la escuela. Pero un detalle extraño me llamó la atención. Todos los meses la maestra evaluaba a mi hija y nos enviaba el reporte de las evaluaciones. Los resultados resultaban satisfactorios pero hubo un momento que noté que siempre obtenía veinte puntos en matemática; esto me emocionó ya que como ningún otro en mi familia, aparentemente era brillante en esta asignatura. Un día mi hermano fue a visitarnos y jactándome le referí la situación. Él se alegró y dijo: “Bueno, vamos a ver cuánto sabe”, y la invitó a resolver ejercicios de suma de fracciones con igual denominadores. Mi hija puso cara molesta y se negó a resolver los ejercicios propuestos. Mi hermano concluyó que a lo mejor se intimidaba y le abochornaba la situación y lo dejó hasta ahí. Pero yo no quedé contento, y luego que mi hermano se fue, le solicité resolviera los ejercicios. Se quedó callada, molesta, con gesto gruñón. Insistí durante mucho tiempo hasta que por fin me respondió: “Esos ejercicios no nos lo pone la maestra, esos son los que le pone a sus alumnos la maestra del otro tercer grado”. Ante esta confesión, le pregunté: “¿Y es que no le dan lo mismo?”. Le exigí me enseñara el cuaderno que usaban para matemática. El cuaderno estaba lleno hasta la mitad. Pero quedé sorprendido con lo que observé. Solo estaba dedicado a realizar ejercicios pero estos eran: “Escriba los números del 1 al 100 de uno en uno”, “Escriba los números del 1 al 100 pero al revés”, “Escriba los números del 1 al 100 de 2 en 2”, “Escriba los números del 1 al 100 de 2 en 2 pero al revés” y así sucesivamente hasta llenar la mitad del cuaderno. Aparte de la sorpresa que esto me produjo, noté otro detalle más grave: En la repetición de la serie de ejercicios correspondiente a “Escriba los números del 1 al 100 de uno en uno”, los primeros estaban correctos, es decir iban del 1 al 100 de uno en uno y calificados con 20 puntos por la maestra, pero después observé lo siguiente: “Pregunta: Escriba los números del 1 al 100 de uno en uno, Respuesta: 1, 2, 3, 4, 5, 7, 9, 11, 16, 23, 26, 28, 33, 44, 55, 66,72,73, 78, 80, 85, 87, 89, 90, 92, 93, 94, 98, 99, 100”, y ¡el ejercicio calificado con 20 puntos por la maestra! Segundo ejercicio de la serie: “Pregunta: Escriba los números del 1 al 100 de uno en uno, Respuesta: 1, 2, 3, 4, 5, 10, 16, 23, 55, 66, 78, 80, 87, 89, 90, 92, 93, 99, 100”, y… el ejercicio calificado con 20 puntos por la maestra. Así sucedió con todos los ejercicios de las diferentes series a partir de cierta fecha durante el curso. Es decir, los alumnos hacían los ejercicios pero a medida que los iban repitiendo, saltaban algunos números pero de tal manera que si la cantidad de números tenía que ser cien, los iban disminuyendo en cada repetición de tal manera que en determinado momento, por ejemplo, solo escribían unos veinte, y aun así la maestra los calificaba con 20 puntos. (CONTINUA EN LA SIGUIENTE PAGINA) HOMOTECIA Nº 7 – Año 16 Lunes, 2 de Julio de 2018 2 (VIENE DE LA PÁGINA ANTERIOR) Cuando le pregunté por qué había hecho eso, me dijo que lo hizo porque la maestra en la hora de matemática asignaba los ejercicios para que los hicieran y luego se marchaba del salón o se ponía en la puerta del aula a hablar con alguna persona. Cuando iba a terminar la hora, regresaba con ellos y sin revisarlos detalladamente, los calificaba con 20 puntos. Al notar eso, todos comenzaron a no hacer completos los ejercicios. Decidí hablar con la directora de la escuela, le informé sobre este hecho y ella se comprometió a tratar el asunto con la maestra. Esperé cierto tiempo y volví a la escuela para hablar nuevamente con la directora. Esta me dijo: “Señor usted está equivocado, la maestra me dijo que ella revisó el cuaderno y los ejercicios están hechos correctamente”. Le dije que si me podía hacer el favor de buscar el cuaderno de mi hija. Así lo hizo y me lo mostró. Posiblemente fue la misma maestra, pero el hecho es que los ejercicios malos fueron borrados y vueltos a hacer correctamente. Digo que fue la maestra porque la letra no era la de mi hija. Miré fijamente a los ojos a la directora. Meneé mi cabeza hacia los lados en claro gesto de desaprobación con lo que estaba ocurriendo. De un maletín que llevé extraje un libro titulado “Matemática 3er. Grado”. Se lo entregué a la directora y le dije que viera cuál es el contenido de matemática que debían ver los alumnos de tercer grado. Al abrir el libro y observar su contenido temático, la directora se puso pálida y no dijo nada. Yo le dije: “No estoy equivocado, su maestra ha estado pirateando a los alumnos y en lo que a mí concierne, ha perjudicado gravemente a mi hija. Difícil que a esta altura del año escolar puedan recuperar lo perdido.