ARTÍCULO DE OPINIÓN SOBRE LA EXPRESIDENTA MADRILEÑA ESPERANZA AGUIRRE

Esperanza Aguirre y la República

Con fecha 28 de enero aparecía en el diario ABC (Sección Enfoque, p. 5) un artículo de la presidenta del Partido Popular madrileño, Esperanza Aguirre, titulado La República. O, lo que es lo mismo, una charla de café recogida en un artículo en uno de los diarios más veteranos. Lo viene a confirmar el ideario de toda su trayectoria política como ministra de Educación, senadora, concejala, parlamentaria y presidenta de la Comunidad de . La presidenta se lamenta, se preocupa y se entristece el ver a las nuevas generaciones –y no tan nuevas- hacer uso de la bandera republicana ante las diversas manifestaciones o protestas acaecidas en los últimos tiempos. Acusa a esta gente de querer volver a los conflictos y desastres del pasado. Cualquier persona con sentido común sabría que no hay nada más lejos de la realidad que sostener tal criterio. Obviamente, la gente que usa la bandera republicana en ningún caso desea o anhela volver a los tiempos o carencias de todo tipo de los primeros años del siglo XX. Del mismo modo que quienes publicitan la Corona tampoco quieren volver a la época medieval o a los tiempos de la conformación del Estado Moderno. En cualquier caso se vienen a reivindicar unos valores y unos principios políticos y organizativos relacionados con lo que la imaginería popular y las diversas teorías políticas asocian a cada una de las formas de Estado.

Esperanza Aguirre dice admirar la Monarquía inglesa, aunque sin despreciar los valores y principios organizativos que presiden los diversos países republicanos, encabezados por los Estados Unidos, Francia o Alemania. Pero con ser la monarquía inglesa el modelo ideal de todo político conservador, en su día también exaltada por don Manuel Fraga, el único mérito de la Monarquía inglesa es el haber dado paso prontamente a una monarquía parlamentaria, cuando el resto de los países europeos, tras las guerras napoleónicas, tuvieron que pasar durante mucho tiempo por una monarquía constitucional en donde rey y parlamento venían compartiendo la soberanía. Asunto que sería el origen de múltiples conflictos políticos ya que el rey ejercía y representaba una sociedad de clases y, en último término, ejercía también de soberano. Hoy los reyes europeos ya han dejado de ser soberanos, pero no por ello han renunciado a representar a una sociedad de clases, aunque las leyes y la publicidad puedan decir otra cosa. Sobre todo conservan el monopolio de la representación política, tanto en su versión jurídica como simbólica del estado nacional de pertenencia. Pero ello solo es posible en una sociedad de clases en donde los verdaderos representantes operativos de un estado nacional -partidos políticos y demás instituciones representativas- sostienen un sistema convencional de representación en defensa del estatus quo. El modelo inglés sería un buen ejemplo y nadie mejor que un economista y publicista inglés como Walter Bagehot (1826-1877) sea quien nos indique la superioridad de la monarquía sobre la república (The English Constitution,1867) en tanto en cuanta sigan existiendo un pueblo guiado por el corazón y no por la razón, donde el boato, la gracia y el encanto de la familia real pueda suplir la miseria del presente y dar rienda suelta a la imaginación creadora del artificio de pertenencia a la nación inglesa. En contraposición a este enfoque, en Francia vendría a destacar el filósofo y político Ferdinand Buisson (1841-1932) señalando la educación y la formación del conjunto del pueblo como el fundamento y la naturaleza de ser republicano (Education et République, Paris, 2003 Éditions Kimé) ya que para el sostenimiento de la república –fácil de implantar en la leyes- se requiere un cambio de actitudes, de hábitos de pensar y de sentir de todos y cada uno de los ciudadanos a través de varias generaciones. Por ello serán los periodistas ingleses –admiradores y seguidores del folclore, del boato y de la magia, ya sea de la corona, de Mary Poppins o de Harry Potter- los que más y mejor publiciten la monarquía inglesa y la tengan por modelo para España, tal como hace el periodista hispano británico Tom Burns Marañón (La Monarquía necesaria, 2007). Así, la representación se constituye como una forma de engaño y autoengaño para el conjunto de los ciudadanos que, junto a la censura o autocensura, adquiere visos de realidad a través del folclore, de las vistosas y coloridas representaciones litúrgicas del poder. En rigor, un monarca jamás podrá representar el interés o el ideario del conjunto de los ciudadanos, a no ser que sea a través de un acto de fe o de una convención política. Una guiada por la credulidad y la devoción ya sea a los reyes o hacia los santos, recordando hechos heroicos –normalmente batallas, conquistas o milagros- reforzando intereses, creencias religiosas y sentimientos tradicionales de pertenencia propias de un mundo cerrado, acabado y complaciente; y la segunda guiada por planteamientos realistas, empíricos, racionales y participativos en la búsqueda de soluciones a las múltiples cuestiones de nuestro tiempo, más atenta a los principios de participación, de igualdad y de libertad en un indeterminado y continuo proceso de cambio y mejoras sociales en un mundo cada vez más interdependiente, abierto y complejo. Por ello la presidenta madrileña se cuidaba mucho de que no aparecieran en expresión alguna a favor de la república, y cuando no pudo evitarlo –porque no tenía ni tiene el control de la calle- se entristece y se preocupa. Lo que sucedería, como en tantas otras ocasiones que vienen produciéndose expresiones a favor de la Tercera República, bien en Madrid y en otras capitales durante el fin de semana coincidente con el 14 de abril, de forma regular desde el año 2003, no suelen ser de interés de los medios de comunicación, a pesar de estar autorizadas y contar con los servicios de la Policía Municipal y del Cuerpo Nacional de Policía.

Como curiosidad, los servicios informativos de Telemadrid, de las 24 horas, del día 18 de abril de 2009, en la parte final del mismo se difundió un breve reportaje sobre lo acontecido ese día, mostrando unas calles tranquilas y casi desiertas, incluidas la Gran Vía y la Plaza de España madrileñas, obviando –o censurando- que muy cerca de allí, desde la Plaza de Cibeles hasta la Puerta de Sol había tenido Manifestación por la Tercera República, Cibeles-Puerta del Sol lugar esa misma tarde una (Madrid), 18 de abril de 2009 gran manifestación a favor de la Tercera República. Obviamente, la autocensura periodística de una Monarquía sin corte, pero con muchos cortesanos, hará posible en el tiempo la vigencia de las mismas ideas pueriles y mágicas sobre la realeza surgidas en el tiempo de los romanos y consolidadas en el curso del desarrollo del Estado Moderno del XVI. Habría que esperar al año 2012 y a la conjunción de una serie de acontecimientos como el éxito electoral del Partido Popular en las elecciones legislativas de diciembre de 2011, al no producirse aún los cambios de los cargos públicos e informadores en RTVE del partido saliente, el clima informativo sobre el entorno del Rey a raíz del caso del duque de Palma, Iñaki Urdangarín y el anuncio de la intervención quirúrgica del Rey el mismo día 14 de abril, tras su percance en Botsuana, para que el telediario de las 21 horas en la Primera Cadena, del día 14 de abril –coincidente en este caso con las citadas manifestaciones anuales- emitiera con una duración de 15 segundos la manifestación popular a favor de la Tercera República. Entre los treinta y siete años de propaganda monárquica frente a esos 15 segundos a favor de un modelo republicano es obvio que el peso de la publicidad incline el estado de opinión a favor de la monarquía. Pero una institución que se sustenta en la fe, en la censura, en la adulación y en la publicidad no puede ser políticamente sana ni legítima.

Por otra parte, en el citado artículo la presidenta vendrá a caer en una contradicción al señalar dos asuntos interrelacionados entre sí: su preferencia por la Monarquía por ser la forma política propia de la historia de España y el significado de la amnistía promulgada durante la Transición a la democracia de querer construir el futuro dejando atrás y olvidando el pasado. Con ello se vendría a retomar la ideología nacionalista decimonónica formulada, entre otros, por Ernesto Renán, de construir una nación olvidando o reprimiendo aquellas circunstancias o hechos traumáticos acaecidos en el pasado. Ni los Estados Unidos, Alemania, Rusia, Camboya o las repúblicas americanas, entre otros tantos países, han seguido esta fórmula en la construcción de sus respectivas naciones. El sentimiento patriótico de estas naciones está basado precisamente en haber se enfrentado y depurado su propio pasado. Es más, algunos países han surgido impulsados exclusivamente por la memoria, entre ellos Liberia y el Estado de Israel, basados en ambos casos en el recuerdo de un sufrimiento secular y en la esperanza de la diáspora. Y, en general, todos los países o naciones se construyen con y en la memoria. El ejemplo español será uno de ellos ya que la Corona solo se sostiene en la continua referencia al pasado, a la memoria. Pero no cualquier memoria, sino aquella que ha sido previamente seleccionada, depurada o deformada. Del mismo modo que la presidenta del Partido Popular madrileño asocia la bandera republicana a un período y acontecimientos concretos, también podríamos asociar la Corona a todos aquellos factores que han hecho posible que la Corona llegara hasta nosotros. Entre ellos, una sociedad estamental y luego de clase, la propiedad o control de las fuentes de riqueza – la tierra, los monopolios o estancos- la conversión del código penal, de la guerra y la religión como instrumentos políticos de una familia o clase social como mecanismo de expansión territorial, junto al uso de las transacciones matrimoniales como sostenimiento en el tiempo de este modelo en el espacio europeo e internacional. En el fondo subyace una filosofía de la historia derivada de la creencia y mentalidad cristiana de la redención y salvación, recuperada y actualizada por la ideología monárquica y por el fascismo de que el perdón de los pecados o la solución de los conflictos han de pasar necesariamente por la contrición de los pecados y el sufrimiento en este mundo. Pero los protagonistas de la Transición española y con ellos la gran parte de los españoles ya habían superado esta creencia. Solo algunas gentes que ostentaban los aparatos del Estado de la dictadura, con el Rey a la cabeza, estaban interesados en engañar y atemorizar a los españoles con el recuerdo de la Guerra Civil. Bien podríamos decir que el consenso y el acuerdo acaecido entre las partes representarían el ethos o la mentalidad republicana; y el engañar y atemorizar a través de los aparatos del Estado, junto a los múltiples asesinatos acaecidos durante ese tiempo y los protagonizados luego por los etarras o el 23-F, representarían los últimos vestigios de la ideología monárquica, que en nuestros días aún es ejercida por los titulares de la soberanía con presidentes como Bashar Al-Assad.

Por otra parte, dada la trayectoria política e intelectual de la ex presidenta madrileña declarándose reiterada y públicamente liberal y, por otra parte, designando a las instituciones y recursos públicos del Estado –como hospitales, centros universitarios o parques, entre otros- con los nombres de los miembros de la Casa Real, nos pondrá de manifiesto la contradicción en que incurre, al vulnerar el fundamento dogmático del liberalismo como es la concepción igualitaria de los hombres; de que no existe una raza o una etnia de hombres –y que pudieran transmitirla por la sangre- particularmente dotados para ejercer mejor que otros las actividades y responsabilidades de la vida en sociedad, o de la tareas de gobierno. Este sería un criterio que vale tanto para el ejercicio de cualquier oficio o profesión como para la ostentación de cualquier cargo público, incluida la jefatura del Estado. Cabría interpretar dos presupuestos para estas iniciativas. Una, su convicción monárquica y admiración por la Corona y la Familia Real. La segunda, su deseo o afán de notoriedad a través de una adulación gratuita por la representación plástica o estética del poder –más que una vocación de servicio público- representado en este caso por la Familia Real. Su proximidad y adulación a los miembros de la Corona por una parte y, por la otra, sus iniciativas en cambiar o pretender mejorar ciertos servicios públicos, parece emparentarla con la corriente liberal clásica o doctrinaria de los primeros liberales, aquellos que propugnaban ciertas reformas en materia comercial, fiscal o territorial, pero sin modificar el sistema político y económico estamental, es decir, el origen de la tenencia de la propiedad de la tierra y la titularidad de la soberanía que darían lugar a las monarquías constitucionales posrevolucionarias. Y ya sabemos lo que han dado de sí las monarquías constitucionales: los nacionalismos decimonónicos, la codicia del colonialismo, las dos grandes guerras del siglo XX y las posteriores resistencias a las guerras de liberación nacional.

¿Cómo es posible que un liberal defienda y apoye el mayor monopolio existente hasta la fecha como es la representación política del Estado? Algo que, sin embargo, la presidenta –o su equipo de gobierno- vendrían a demostrar que no comparten tales ideas organizativas para del trabajo a través de las privatizaciones de ciertos servicios públicos, la preferencia del modelo contractual laboral general frente al funcionarial, la opción por la enseñanza concertada frente a la pública o la tipología jurídica de fundación para los hospitales públicos. Se trataría, en todo caso, de articular tales actividades profesionales con las obligaciones del Estado, pero sin mediar el lastre de las leyes estatutarias de la Función Pública y la expansión de derechos derivados de una legislación funcionarial tendente a un crecimiento ilimitado derivado de una determinada idea o concepción del Estado, interpretado como Estado providencia. Con ello la presidenta madrileña vendría a compartir el mismo estado de opinión o ideología que aún sostienen las formaciones sindicales, y cuando la realidad chocó con la ideología, la única alternativa de la Presidenta fue apartarse de las primeras filas de las responsabilidades y función política de coordinar o aproximar recursos, derechos y necesidades.