Biografía de la reconciliación

Julián Carlos Ríos Martín

Biografía de la reconciliación Palabras y silencios para sanar la memoria

segunda edición

Granada, 2020 colección: ANÁLISIS Y CRÍTICA SOCIAL 10 director de la colección: José Luis Solana Ruiz

Las propuestas de publicación han de ser remitidas (en archivo adjunto de Word) a la siguiente dirección electrónica: [email protected]. Antes de aceptar una obra para su edición en la colección «Análisis y Crítica Social», ésta habrá de ser so- metida a una revisión anónima por pares. Los autores conocerán el resultado de la evaluación previa en un plazo no superior a 90 días. Una vez aceptada la obra, Edito- rial Comares se pondrá en contacto con los autores para iniciar el proceso de edición.

© Imagen de portada: Ilustración realizada por Mario Pellejer (desentrama.com), perteneciente a la exposición «Las huellas emocionales de nuestras guerras» (Granada, 2016) © Julián Carlos Ríos Martín © Editorial Comares, S.L. Polígono Juncaril C/ Baza, parcela 208 18220 Albolote (Granada) Tlf.: 958 465 382 https://www.comares.com • E-mail: [email protected] https://www.facebook.com/Comares • https://twitter.com/comareseditor https://www.instagram.com/editorialcomares ISBN: … • Depósito legal: Gr. … Fotocomposición, impresión y encuadernación: comares A Clara, con quien he experimentado la ternura y he comprendido el alcance de los versos de Neruda: «tengo un pacto de amor con la hermosura, tengo un pacto de sangre con mi pueblo».

Sumario

PRÓLOGO. Un puente llamado Julián ...... xiii

1. INTRODUCCIÓN ...... 1

2. BREVE RECORRIDO BIOGRÁFICO POR LA FUERZA E ILUSIÓN DE LOS PRIME- ROS TIEMPOS ...... 5 1. Acogiendo a personas excluidas ...... 6 2. Acompañando procesos de duelo ante la muerte ...... 10 3. Defendiendo a personas en los juzgados penales y en las cár- celes ...... 12 4. Facilitando procesos restaurativos ...... 14

3. LA CRISIS Y EL DESIERTO ...... 19

4. INSTRUMENTOS PARA LA RECONCILIACIÓN PERSONAL ...... 21 1. El silencio ...... 22 2. El estado de presencia ...... 24 2.1. Origen del aprendizaje ...... 25 2.2. Búsqueda de un modelo explicativo ...... 29 3. La vida recibida a través de los ancestros ...... 36 3.1. Mi experiencia ...... 37 3.2. Mi inquietud ...... 40 3.3. La lógica de lo transgeneracional ...... 42 3.4. Un aprendizaje ...... 46 3.5. Aplicación práctica ...... 46

5. LOS PROCESOS DE RECONCILIACIÓN INTERPERSONAL ...... 49 1. La trama de los conflictos ...... 50 2. El proceso restaurativo ...... 51 3. Relato de experiencias ...... 54 X biografía de la reconciliación

3.1. Prolegómenos del encuentro entre un responsable del gal y la hermana de una víctima ...... 55 3.2. El encuentro entre víctimas y ex terroristas ...... 58 La entrada en la cárcel ...... 58 El inicio ...... 59 Narración de la historia de sufrimiento ...... 60 Búsqueda de la verdad ...... 62 Expresión de la responsabilidad ...... 63 Humanización de quienes pertenecieron a eta ...... 64

6. ¿DÓNDE ESTABAIS? PROCESOS RESTAURATIVOS EN ABUSOS SEXUALES EN EL SENO DE LA IGLESIA CATÓLICA ...... 69 1. Introducción ...... 69 2. Primeros contactos con la gestión de abusos sexuales en el seno de la Iglesia ...... 74 3. Los cuidados iniciales y la atención a la víctima ...... 74 4. Las necesidades de las personas que han sufrido abusos sexua- les por religiosos ...... 76 5. La necesidad de justicia ...... 79 6. El inicio del proceso restaurativo ...... 80 7. El consentimiento informado ...... 82 8. El trabajo del facilitador ...... 83 9. La responsabilidad de la institución eclesiástica ...... 84 10. El encuentro entre las víctimas y los responsables de las instituciones eclesiásticas ...... 85 11. El clérigo o religioso que agrede ...... 88 11.1. El miedo y la justificación ...... 88 11.2. Tránsito hacia la responsabilización ...... 90 11.3. El acompañamiento restaurativo ...... 91 12. El encuentro restaurativo ...... 92 13. Cuestiones para la reflexión frente al miedo de los miembros del clero a participar en el proceso restaurativo ...... 93 14. Justificaciones de las instituciones eclesiásticas para no abrirse a la verdad de las causas y consecuencias de los abusos sexuales ...... 98 15. Miedos de la institución eclesiástica que dificultan su aper- tura absoluta y honesta al reconocimiento de los abusos sexuales ...... 101 16. A modo de conclusión ...... 103

7. PROPUESTA DE JUSTICIA RESTAURATIVA PARA UN TEMA PENDIENTE: LA RECONCILIACIÓN DE CONSECUENCIAS DE LA GUERRA CIVIL Y DE LA DIC- TADURA FRANQUISTA ...... 105 1. Introducción ...... 105 2. El desequilibrio en la justicia y la verdad ...... 106 3. Distintas versiones del cierre del conflicto ...... 108 sumario XI

4. La transmisión transgeneracional del impacto emocional . . 110 5. Una propuesta: Diálogos para sanar la memoria ...... 112

8. APRENDIZAJES DESDE LA RECONCILIACIÓN ...... 115 1. La verdad ...... 115 2. La autonomía ...... 116 3. La compasión ...... 117 4. La integración de lo excluido ...... 119 5. El fracaso ...... 121 6. La esperanza ...... 124 7. El Amor ...... 126 8. El perdón ...... 130 9. A modo de epílogo ...... 132

Prólogo Un puente llamado Julián

La primera vez que fui a casa de Julián a cenar con una botella de vino bajo el brazo —tú ya no te acuerdas—, aquello parecía una atarazana donde se reparaban buques quebrados, una lámina de las que salen en los libros de Dickens, la foto de un astillero de barcos rotos después de uno de esos tsunamis de Indonesia. Estaban dos o tres tipos salidos de la cárcel. Creo recordar a alguna persona drogodependiente y seropositiva. A uno con una guitarra pero sin dientes. A un enfermo mental que no abrió la boca en dos horas. También apareció un hombre que vivía en la calle y al que, de vez en cuando, le daba por ir allí a dormir con vosotros. Recuerdo dos chicos subsaharianos. Y luego estabas tú, como un amable guardia de tráfico que lo dirigía todo. Tú, yo y mi botella de Ribera del Duero de 400 pesetas de las de antes. —El vino, no, Pedro. Aquí tomamos agua —sonreíste—. Es que hay gente que no puede beber. —Ah, claro. A mí aquello de vetar el vino me pareció un sacrificio más exigente que el de asistir a una reunión de una comunidad de vecinos. Iba más allá de lo legislable. Una vida así, sin vino ni pasteles. Porque uno lo está dejando o el otro tiene alto el azúcar. Luego, al segundo vaso de agua, me fui dando cuenta de las otras re- nuncias de aquel hombre extraño. Julián compartía todo su sueldo como profesor de Derecho Penal con personas que no tenían nada. Carecía de intimidad. Llevaba una vida espartana y tiraba con lo justo. No tenía pa- reja («es muy complicado compartir un proyecto con alguien como yo», me reconoció una vez él). Y, finalmente, había elegido una vida rodeada de dolor. De dolor ajeno. XIV biografía de la reconciliación

Así que llegué a casa. Me abrí la botella de vino. Y me quedé pensan- do en qué tipo de droga tomaba aquel hombre. (…) Como dicen en Blade Runner, he visto cosas que vosotros no creeríais. He visto a Julián Ríos atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto Rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la puerta de Tannhäuser. Le he visto visitar todas las prisiones del Estado y escribir manuales de esperanza para los internos. Trabajar para sacar a los manteros de la cárcel. Mostrarse hospitalario con los extraños sin casa. Consolar a viudas a cuyos maridos les volaron la cabeza, hacer lo propio con los asesinos que apretaron el gatillo, juntar a ambos a charlar. Acoger a subsaharianos sin papeles. Y hasta periodistas, que ya es. Si la vida se divide entre los que tienden puentes y los que los destru- yen, Julián es de los primeros. Si la vida se divide entre los que van por ahí poniéndole etiquetas a la gente y entre los que se las quitan, Julián es de los segundos. En este libro Julián cuenta mucho de todo esto. Pero calla mucho más. Él —que anduvo mucho tiempo volcado hacia fuera— tuvo que regresar a sus adentros. De ahí ese silencio temporal en un tipo que estaba hecho de palabras. Aquí retorna en una jaula de papel. Les invito a que lean estas líneas que vienen como el que asiste a un desnudo (Julián se quita la ropa). Como cuando ven a un niño que remueve todos los hormigueros (Julián lo es). Como el que hace surco (a Julián le mueve ). Es mi amigo. El más justo que conozco. Ese rarísimo tipo de gente a la que seguirías a una guerra con los ojos cerrados, con el que te subirías a una carabela rumbo al Nuevo Mundo, atracarías el banco central o co- menzarías una revolución en Sierra Maestra. A pesar de que —válgame dios— te vete un Ribera del Duero en la última cena.

Pedro Simón Periodista 1 Introducción

Me encuentro en un momento vital en el que la reconciliación propia y con otros es la tarea presente. He pasado, como ocurre con las mayoría de la personas, por distintas etapas. He transitado por largas temporadas donde podía afirmar que me encontraba en mi «lugar en el mundo». También he caminado por sendas donde me apresaba el desasosiego y cierta pérdida de sentido vital que me condujeron a tiempos de crisis y «desierto». También transité por espacios en los que me sentía sostenido por alguien o algo intangible cuando mi vulnerabilidad formaba parte del presente cotidiano. De la mano del silencio, con el que me he familiarizado desde hace trece años, me aproximo al misterio que brota en las experiencias límite de los seres humanos: la muerte, la enfermedad, la cárcel, la soledad y la violencia. Quizás ahí, donde mi mente racional ya no alcanza a encontrar explicación al sufrimiento, el silencio me permite entender que el dolor de tantas personas, que a veces me invade y otras me conmueve, puede existir también en mi interior. Voy experimentando que soy heredero de un gran amor y de un intenso sufrimiento. Y, de una misteriosa manera 1, casi imposible de explicar objetivamente, intuyo que existe una energía que sostiene, repara, entreteje y alimenta la vida. Voy elaborando estas intuiciones después de realizar un intenso y dila- tado trabajo terapéutico de crecimiento personal. He tenido que «abrazar» y «agradecer» los hechos más significativos de mis etapas vitales, así como las experiencias vividas en las actividades a las que vocacionalmente me he

1 Como dice García Lorca: «Sólo el misterio nos hace vivir. Sólo el misterio». 2 biografía de la reconciliación dedicado: 28 años conviviendo y acogiendo en mi casa a personas enfermas que afrontaron su muerte con entereza, jóvenes que salieron del mundo de la droga y recuperaron sus vidas. También con los que quisieron y no pudieron. El mismo tiempo defendiendo los derechos de personas presas y denunciando el sufrimiento que generan las instituciones penales. Desde 2005, facilitando encuentros restaurativos entre agresores y víctimas de delitos. Y, a partir de 2007, viviendo y defendiendo a migrantes «sin pa- peles» que se jugaron la vida en dramáticas travesías por tierra y por mar. Todas estas actividades, durante años, me colmaron de sentido. Ahora bien, su gran aportación llegó cuando comprendí parte de la motivación que, para su desarrollo apasionado, bullía en mi interior. En tiempo de crisis, de la mano de la terapia y el silencio, me hice muchas preguntas, entre ellas: ¿Qué buscaba para llegar a involucrarme en to- das y cada una de aquellas tareas con tal identificación emocional que acabaron desbordando mi capacidad física y emocional? ¿Qué pulsaba en mi mente para llevar a cabo tan ilusionantes, intensas y agotadoras experiencias humanas? ¿Podía dar un sentido a la repetición en mi vida de las mismas situaciones de sufrimiento, con distintos rostros humanos? ¿Qué latía en mi interior para sentir la necesidad de querer comprender los actos de las personas que me agredieron? ¿Cómo abrir paso en mi profundidad a ese anhelo de paz? Para obtener respuestas, empecé por conocer y comprender parte de mi biografía familiar; también aprendí a aceptar algunas de mis contra- dicciones e impulsos instintivos. Empecé a acoger y aceptar mis ámbitos sanos y, también, los heridos. Necesité armonizar mis partes mentales visi- bles o conscientes —las que he podido—, y las ocultas o más inconscientes —a las pocas que he podido acceder—. Aprendí a convivir mis actitudes y valores que más admiro, con aquellos que rechazo. Igualmente, apren- dí a escuchar y descifrar el idioma de mi propio cuerpo. Últimamente, vengo comprendiendo que la otra persona con quien significativamente me encuentro, no sólo no me es ajena, sino que dice más de mí cuando le escucho o juzgo, que de ella misma. Y, en este etapa me encuentro, sintetizando lo vivido para rubricar por escrito mi experiencia más honda: la de la reconciliación propia y con otros. Así, en la primera parte de este libro, esbozo lo que han sido mis aprendizajes en los tiempos de crisis y desierto; también, algunos de los instrumentos que me han servido en mi proceso de reconciliación para conocerme, comprenderme y dotar de sentido mi camino vital: el silencio, el estado de presencia y la lectura de transmisiones transgeneracionales. Estos son solo algunos métodos que a mí me han servido. Hay otros mu- chos. Cada ser humano puede transitar hacia su propia reconciliación desde introducción 3 distintos y variados instrumentos de trabajo y comprensión de la mente, el cuerpo y el espíritu. En la segunda parte, abordo el tema de la reconciliación interpersonal y, específicamente, entre víctimas y agresores. Desarrollo una propuesta para la reconciliación de heridas emocionales, intra personales y colecti- vas, causadas por la dictadura franquista y la Guerra Civil. Y, por último, planteo los aprendizajes que, sobre la reconciliación, he realizado. Todo ello lo ofrezco al lector o lectora. Me daré por satisfecho si algún ámbito de la experiencia personal que describo puede facilitar alguna clave que ayude a encontrar más paz y sentido al apasionante arte de vivir. Y sé, que en todo caso, existe un misterio que cuestiona, incluso, las certezas o intuiciones que narro.

2 Breve recorrido biográfico por la fuerza e ilusión de los primeros tiempos

Relatar experiencias de la propia vida es de alguna manera un acto de exhibicionismo. No obstante, lo hago conscientemente porque contextua- liza y facilita la comprensión de las afirmaciones que realizo a lo largo de este libro 2. Sin una contextualización biográfica de mis trabajos y opciones vitales no se entenderían. La mayoría están marcadas por un valor común: la integración de las personas excluidas y, desde ella, la reducción del su- frimiento humano causado por la intervención de las instituciones penales. Por ello, y aun a riesgo de un exceso de personalismo subjetivista, creo que merece la pena compartir las líneas que siguen, como si del «viaje a Ítaca» escrito por el poeta Konstantinos Kaváfis 3, se tratara.

2 Relaté todas estas experiencias en un libro: Arando entre piedras. Crónicas de sufri- miento y reconciliación de un abogado en la frontera. Salterrae. 2013. 3 «Cuando emprendas tu viaje hacia Ítaca debes rogar que el viaje sea largo, lleno de peripecias, lleno de experiencias. No has de temer ni a los lestrigones ni a los cíclopes, ni la cólera del airado Poseidón. Nunca tales monstruos hallarás en tu ruta si tu pensamiento es elevado, si una exquisita emoción penetra en tu alma y en tu cuerpo. Los lestrigones y los cíclopes y el feroz Poseidón no podrán encontrarte si tú no los llevas ya dentro, en tu alma, si tu alma no los conjura ante ti. Debes rogar que el viaje sea largo, que sean muchos los días de verano; que te vean arribar con gozo, alegremente, a puertos que tú antes ignorabas. Que puedas detenerte en los mercados de Fenicia, y comprar unas bellas mercancías: madreperlas, coral, ébano, y ámbar, y perfumes placenteros de mil clases. Acude a muchas ciudades del Egipto para aprender, y aprender de quienes saben. Conserva siempre en tu alma la idea de Ítaca: llegar allí, he aquí tu destino. Mas no hagas con prisas tu camino; mejor será que dure muchos años, y que llegues, ya viejo, a la pequeña isla, rico de cuanto habrás ganado en el camino. No has de esperar que Ítaca te enriquezca: Ítaca te ha concedido ya un hermoso viaje. Sin ella, jamás habrías partido; mas no tiene otra cosa que ofrecerte. Y si la encuentras pobre, Ítaca no te ha engañado. Y siendo ya tan viejo, con tanta experiencia, sin duda sabrás ya qué significan las Ítacas». 6 biografía de la reconciliación

1. Acogiendo a personas excluidas Hace veintinueve años tuve mi primer juicio como abogado defensor de un joven que robó. Cada día necesitaba, como otros tantos muchachos, más de 50 euros para atravesar los poblados de chabolas e inyectarse el ve- neno. Entre cartones, chatarras y olvido, los traficantes de vidas escondían la balanza y las papelinas de heroína. En invierno, el barro se pegaba a las suelas de sus botas, como la muerte a la espalda de quienes las vendían. Cuando salió de prisión, no tenía un lugar donde ir a vivir. A Fer- nando, que así se llamaba, no le quedaba más espacio para montar su habitación que los parques de su barrio. Su familia en ese momento no podía acogerle. Su dependencia de la heroína había hecho mucho daño a todos. María Jesús, su madre, una noche llamó a casa para pedirme que defendiese a su hijo. Estaba dispuesta a hacerle la cama cada día y a ponerle el mejor mantel sobre la mesa. En cambio, su padre, no le podía ver. Les había robado varias veces; no solo el dinero, sino también el afecto. Cuando Fernando me planteó que no tenía donde ir, tuve que pen- sar con cierta rapidez: «Ven a casa», le contesté. En ese momento, tenía una habitación libre. Fue una decisión intuitiva, poco meditada. Tuvo su origen en el ejemplo que me ofrecieron Enrique Martínez Reguera y Enrique de Castro. Por aquella época me quedaba en casa del primero de ellos cuidando a los niños que tenía acogidos cuando él marchaba de viaje. Ambos llevaban muchos años abriendo sus casas a jóvenes del barrio que se encontraban en dificultades. Me parecía de justicia poder compartir dos cosas tan básicas como esenciales: el techo y la mesa. No pude imaginar que esa decisión abriría mi vida a una apasionante aventura humana que dura ya más de 28 años. Ha constituido un enorme apoyo y privilegio compartir esta experiencia con otras personas que han dedicado muchos años de su vida a la hospitalidad: Enrique, Javier Baeza, Cuca, Roberto, Higinio, Seve, Pablo, Miguel, Rafa, José Manuel y otras muchas personas. Desde aquel día hasta hoy son muchas las personas con las que he convivido. Más de un centenar. Casi todas llegaron desde la cárcel o desde centros de rehabilitación de drogodependientes; algunas directamente desde la calle. En común tenían trayectorias vitales quebradas desde la infancia por la privación de abrazos, seguridades y límites. La soledad interior se hizo compañera de camino; y la droga, la desconfianza y la violencia, sus antídotos. He participado de un intercambio vital tejido de afectos y de so- bresaltos, de expectativas y de recaídas, de titánicos esfuerzos y de fallos garrafales. breve recorrido biográfico por la fuerza e ilusión de los primeros tiempos 7

He percibido la vulnerabilidad de quien sabe que la enfermedad pon- drá fin a los días de una vida no reconciliada. También, la de quien decide dejar de vivir ante la inexistencia de un rayo de esperanza. He percibido la ansiedad de quienes viven con la culpa apegada al corazón por el daño cometido a familiares y a desconocidos durante los años de consumo de drogas. He sido partícipe de la incertidumbre de quien tiene que ingresar tristemente en una cárcel después de rehacer la vida. También la de quien siente la angustia del encierro en un calabozo policial. He sido testigo de la intensa incertidumbre de aquel a quien, después de recorrer el mar du- rante trece días sin saber nadar, le es imposible poder trabajar. Se le priva de una identidad social salvo la de «sin papeles». Queda condenado al riesgo de la expulsión o a la certeza de una inhumana exclusión social. Se salvó de morir ahogado en el mar. Ahora le ley le hunde y sin salvavidas. La convivencia con estas personas en mi casa no ha sido fácil. Ha cons- tituido un instrumento necesario para mi autoconocimiento y crecimiento personal. Acompañar a otros me ha exigido dejarme ser acompañado y sostenido por ellos. Abrirme a lo desconocido, de ellos y de mí mismo, ha sido el reto y el regalo. He reído con las extravagancias de quienes han tenido la calle por escuela. He aprendido a querer y a valorar al ser humano en lo que tiene de «historia irrepetible» y de ser radicalmente singular y diferente. Es imposible recordar y narrar el primer encuentro de cada una de las personas, pero sí lo voy a hacer de algunas. Conocía a Alberto a través de un amigo. La primera vez que le vi fue en una habitación de traumatología del hospital La Paz de Madrid. Tenía la cadera y algunas vértebras rotas por una caída desde una altura de cinco pisos. Este había sido su último robo. A partir de su recuperación, inició un tratamiento de rehabilitación de su drogodependencia en Proyecto Hombre. Se recuperó y normalizó su vida. Se solucionaron los problemas penales y pudo vivir libremente. Convivimos durante cinco años. Es de quien más he aprendido en estos veinte años de amistad. Alberto me habló de Jesús. Era de Úbeda. Muy joven, apenas dieci- nueve años cumplidos. Llegó a casa desde el programa terapéutico Pro- yecto Hombre para realizar la fase de reinserción social. Era dicharachero, alegre y extrovertido. Con él disfrutamos mucho durante cuatro años. Gracias a su habilidad con la guitarra y su talento, comenzó a buscarse la vida en la calle. El amor o, mejor, el desamor que encontró en el camino de Santiago le llevaron a quitarse ese sentimiento con unas monedas gastadas en heroína. Volvió a otro centro de rehabilitación en Badajoz, pero allí, nuestros amigos, los educadores Tomás y Diego, que intentaron ayudarle, poco pudieron hacer. Falleció al lado del río. 8 biografía de la reconciliación

A Javier le conocí en la Universidad. Le trajo a mi despacho una trabajadora social de una asociación. Javier estaba condenado a tres años de cárcel por vender un gramo de cocaína. Le estaba buscando la policía para meterle en la cárcel. No había solución legal alguna para él. En ese momento estaba siguiendo un programa de metadona en la Cruz Roja. Vivía en una casa en el barrio de Carabanchel con tres personas más, pero tenía que marcharse de allí porque la policía conocía ese lugar. Lo único que pude hacer fue ofrecerle mi casa. Vino. Le costó hacerse a la convi- vencia porque, junto a la metadona, tomaba pastillas para dormir que le adormilaban durante el día. Pasaron los meses y el tema legal se cerró definitivamente sin una solución. No se podía tramitar un indulto mien- tras estuviese en busca y captura. Sobrevivía con una pequeña paga que le daban por la minusvalía que tenía debido a su enfermedad. Encontró un trabajo de conductor sin contrato y así, poco a poco y con suerte de no ser detenido por la policía, vivió dos años. Cuando conocimos a la familia de Jesús en Úbeda, encontramos una oportunidad. Vimos una casa enfrente de la alfarería en que trabajaban. Allí fue a vivir. Durante años bajé todos los fines de semana para facilitar la convivencia. Disfrutamos del barro, de la tierra y de la amistad. Junto a Javier, bajó a vivir a Andalucía Gabi. Le conocí a través de Javier Barbero, psicólogo y amigo, en el departamento psiquiátrico del hospital Gregorio Marañón. Se había rajado el vientre, porque unas voces interiores le habían dicho que se quitase la vida. Gabi estaba en una silla de ruedas porque había sido herido en un atraco. Le dispararon, quedó sin movilidad en las piernas y con unas grandes heridas en los glúteos. Los primeros años le cuidamos entre todos; pero, como en la casa de Madrid era difícil moverse y tener sol, decidimos que bajase a Úbeda. Allí fue a vivir con Javier, hasta que murió, pasados seis años. A Daniel, le conocí en un locutorio de la cárcel de Ocaña. Estaba cum- pliendo condena por un delito. Le quedaba un año para salir y comenzó a disfrutar permisos en nuestra casa. Allí encontró el afecto y seguridad mínima para afrontar la vida; también vivimos juntos cuatro años, hasta que consiguió un trabajo limpiando vigas de madera en Mallorca. Lleva allí doce años. Ahora trabaja como socorrista en una piscina y es un exce- lente fotógrafo. Conocí a Rufino, en la puerta de la cárcel de Navalcarnero. Salía en libertad y se acercó al aparcamiento donde me encontraba subiendo al co- che para regresar a casa. Me dijo que si le llevaba a Madrid porque no tenía dinero. Lo hice. En el trayecto me contó su historia. En ese momento no tenía sitio donde ir. Cuando llegué, hablé con la gente de casa y decidimos acogerlo. A los dos años se suicidó. breve recorrido biográfico por la fuerza e ilusión de los primeros tiempos 9

Me encontré con Manuel, cuando salió de permiso de la cárcel de Ocaña. Me escribió una carta llena de faltas de ortografía, pero con una simpatía natural que encandilaba. Nuestro amigo Antonio del Moral, que ahora trabaja de magistrado del Tribunal Supremo le iba a visitar a la cárcel; le ayudó hasta que salió. Cuando consiguió la libertad definitiva, vivió en casa. A los dos años, el día de su cumpleaños, se marchó. Desde entonces su vida ha sido un ir y venir entre la calle, nuestra casa y los albergues de transeúntes. Durante mi crisis personal (a partir de 2005), acogí y defendí a per- sonas africanas «sin papeles». Ni ellos ni yo, en ese momento, teníamos tierra conocida que nos sostuviese. Ellos física, yo emocionalmente. Co- nocí a Osussino una mañana de final de diciembre de 2007 a través de mi amigo jesuita Daniel Izusquiza. Venía de lejos. Había pasado varios años hasta que pudo llegar a Senegal y desde allí pasó doce días y doce noches en el mar, en un cayuco con más de ochenta personas. Tuvieron suerte de llegar. La mayoría de ellos no sabían nadar. Habían sido recibidos a pie de costa por la autoridad: la guardia civil. Soñaban con un empresario que les diese trabajo. En cambio, a los diez minutos se encontraban con los grilletes en sus muñecas. Al cuarto de hora, estaban dentro de un autobús lleno de celdas mi- núsculas para trasladar personas presas. Más bien parece el transporte de animales por las terribles condiciones que tienen: una silla de madera, un ventanuco enrejado en la parte superior, chapa en los dos lados y en el techo. Pasados treinta minutos quedaron encerrados en algo peor que una cárcel: el CIE. Su delito era intentar llegar a Europa para encontrar trabajo y mandar dinero a su familia. Oussino necesitaba una casa donde vivir. Le dije que disponía de una habitación para él. A los meses fueron llegando otros cuatro muchachos: Falle, Babacar, Algassimou y Justin. Durante dos años salían por la ma- ñana a buscar trabajo. Hasta la noche no regresaban. Cuando la policía les pedía la documentación en la estación de autobuses y les llevaba detenidos a los calabozos, aparecían en casa de madrugada. La ansiedad se les dispa- raba al tener que mirar a todas partes. Se sentían perseguidos por policías vestidos de paisano. A pesar de su aparente normalidad, mis amigos les detectaban fácilmente. Se escapaban como podían, entre los vagones del metro o entre la gente. La fuga se convertía en ocasiones en misión impo- sible. Acababan pasando la noche en los calabozos. Sonaba el teléfono y, cuando el interlocutor era un policía, ya sabía qué había ocurrido. Esta lista de personas que dieron sentido a la hospitalidad se hace larga, muy larga… Fran, Javier, Pedro, José Luis, Bea, Mateo, Nacho, Milagros, Esther, Rafa Infantes, Fernando, Javier Serrano, Paco, Pedro y 10 biografía de la reconciliación su hermano, Francisco, Fede, José Lannes, Jesús, Prince, Ramón, Enrique, Jesús el pintor, Juanito y otros muchos… un largo etcétera.

2. Acompañando procesos de duelo ante la muerte Las situaciones más complejas e intensas que he tenido que acompa- ñar, desde un punto de vista humano, han sido los procesos de muerte 4. Gracias a mis amigos Javier y Josito, y a otros compañeros, pude aprender sobre ello. Cuando los médicos informaban a mis amigos de que la esperanza de vida se había acabado, el mundo parecía derrumbarse. El miedo ante lo desconocido aparecía. Empezaba una etapa nueva. Atrás quedaba la infancia, la juventud, los problemas con la familia, las drogas, la cárcel, la búsqueda de trabajo y los amores. Se abría un tiempo de despedida y de agradecimiento nada fácil de transitar por él. Había que coger unos lápices nuevos para dibujar todo lo amado, lo perdido, lo hecho, lo visto y, sobre todo, lo sentido. Nada de lo materialmente acumulado aportaba serenidad. Solo lo regalado y lo compartido. En ese tiempo, al cuaderno para escribir le quedaban pocos folios. En él, se anotaban sin palabras y con silencios todos los momentos agradables y los difíciles. Afloraban las lágrimas, las que aún mostraban relaciones enquistadas o con deudas por los daños causados. Las miradas se perdían en lugares insospechados. Los ojos ausentes del presente a veces lloraban a escondidas. Eran días en los que se derrumbaban los sueños, que no eran sino apegos razonables que tenían sobre las expectativas de la salud y el normal desenvolvimiento de la vida. En este camino he ido aprendiendo tres claves. La primera, a buscar momentos de alegría y de cariño en el recorrido vital del moribundo; res- catarlos, traerlos al presente y rememorarlos con la intensidad que aquel necesite. En muchas personas es fácil encontrarlos. En otras, no. En todo caso, siempre ha aparecido el recuerdo inolvidable de la madre para dar un impulso de paz, incluso desde la añoranza 5.

4 El dolor ante la muerte de familiares es territorio conocido. A todos nos toca, aunque no es sencillo poner palabras a la experiencia. Si alguien quiere acercarse a ella, recomiendo leer el libro de poemas de Joan Margarit, Llegas tarde a tu tiempo. Poesía 1999- 2002. (Estación de Francia y Joana). Colección Visor de Poesía, 2010. 5 Como describe la canción «La añoranza» de Lluís Llach en recuerdo de su madre fallecida: «Aunque solo fuese para ver la claridad de tus ojos mirando al mar. Aunque solo fuese por sentir el roce de una presencia. Aunque solo fuese para poder decirnos otro adiós serenamente. Aunque solo fuese por el suave deslizar de un tiempo perdido a tu breve recorrido biográfico por la fuerza e ilusión de los primeros tiempos 11

La segunda, a buscar perdón y reconciliación con algunas situaciones y personas. En mi experiencia, no he encontrado personas que hayan muerto en paz sin haberse reconciliado. El problema aparece cuando las personas dañadas ya no están, bien porque ya no viven, bien porque se desconoce donde habitan. En estos casos, se trata de expresar el respeto profundo y la aceptación incondicional por la biografía individual de cada ser humano. Así, nuestro amigo Gabriel, con el que conviví más de ocho años, tar- dó en reconciliarse cuando salió de la cárcel. Había matado a un policía en el atraco a un banco. Él, por los disparos de otro, había quedado inválido en una silla de ruedas. En su mente brotó la esquizofrenia. Con el tiempo empeoró su estado de salud y tuvo varios ingresos en el hospital. Cuando estaba lúcido, nuestras conversaciones giraban siem- pre sobre su necesidad de sentirse perdonado. Le devolví varias veces la idea de que su arrepentimiento, la forma de afrontar su enfermedad y la de ayudarnos, le habían devuelto la serenidad. Cuando su esquizofrenia aparecía y rebrotaba nos defendía, en su mundo mental, de las voces que le decían que nos matase. Su último ingreso hospitalario duró tres meses. Los médicos no en- tendían qué le hacía mantenerse vivo. Escuchándole era fácil encontrar el porqué: estaba esperando a sentirse perdonado. Hicimos un pequeño acto simbólico de volver a expresar y reconocer el daño que causó, como si tuviera delante a la persona fallecida. Pudo y necesitó reconocer la humanidad de quien mató y sentir dolor por ello. Lloró y, desde la com- pasión, experimentó la responsabilidad. Se sintió reconciliado. A los dos días falleció. La tercera clave es la importancia de las despedidas antes de la muer- te. He comprobado cómo algunas personas tardan más tiempo en morir. Depende de la forma de aceptar, desprenderse o desasirse de las cosas y personas; en último extremo, de realizar las despedidas pertinentes. En cambio, me he encontrado con otras muertes más serenas, abiertas a la aceptación del misterio. Estas personas han sabido y podido agradecer, a su sistema familiar y social, la vida compartida. De ellos han obtenido seguridad y ternura. En estos momentos finales de la vida se han sentido parte de un misterio en el que ya no existen fronteras. Es el espacio del alma. Sin duda, un proceso de duelo bien hecho ayuda a ello. Viví demasiados cementerios: los oficiales y los de la calle, donde mis amigos se suicidaron. Estas experiencias de acompañamiento, por su in-

lado. Aunque solo fuese para recorrer juntos el bello jardín de tu pasado. Aunque solo fuese para que sintieses como te añoro. Aunque solo fuese para reír juntos la muerte». 12 biografía de la reconciliación tensidad humana, fueron un privilegio apasionante. Aunque la densidad oscura de la muerte me agotó.

3. Defendiendo a personas en los juzgados penales y en las cárceles Me siento profundamente agradecido por haber tenido la intuición y la fuerza interior para iniciar todo tipo de acciones destinadas a aminorar sufrimientos y violencias dentro del sistema penal; también a utilizar el Derecho como instrumento para la integración de las personas excluidas (presos, acusados y víctimas). He aprendido y me he sentido acompañado por numerosas personas y colectivos sociales de apoyo y denuncia de vul- neraciones de derechos y libertades 6. Durante quince años trabajé como abogado defendiendo en los juz- gados a personas que habían cometido delitos (1989-2004). A lo largo de este tiempo acudía todos los viernes, a través del servicio de orientación penitenciaria del Colegio de Abogados de Madrid, a resolver cuestiones jurídicas de quienes estaban encarcelados. Primero, en la antigua cárcel de Carabanchel, luego, en la de Navalcarnero. En cada visita veía a veinte o veinticinco personas. Les escuchaba y asesoraba sobre lo que podían hacer para poder salir unos días de permiso, o de cómo tenían que recurrir al juez para que se lo concediera; también les informaba sobre cómo tenían que redactar los recursos para salir al régimen abierto y poder trabajar, o cómo hacer instancias para reclamar derechos, así como facilitarles todo tipo de información jurídica sobre sus procedimientos penales. En estos 29 años de ejercicio profesional del derecho he combinado la defensa y asesoramiento jurídico de personas acusadas o presas, con la docencia del Derecho Penal en la Universidad Comillas en Madrid, a la que estoy pro- fundamente agradecido. Me ha posibilitado estudiar y transmitir, aprender de los alumnos y compañeros 7; también, poder vivir y mantener mi casa con un sueldo digno. Desde entonces hasta la actualidad, sigo recibiendo cartas de presos. Hoy he leído la de Pedro. Lleva catorce años encarcelado porque cometió

6 Son numerosos los colectivos con los que he compartido estos años la lucha por la justicia: Coordinadora de Barrios, Asociación contra la Tortura, Asociación Proderechos Humanos de Andalucía, Pastoral Penitenciaria, etc.; siempre me han acompañado Ramón Sáez, Pablo Ruz, Concha Sáez, Félix Pantoja, Antonio del Moral, Ángel Luis Ortiz, Arturo Beltrán, Esther Pascual, Xabier Etxebarría y José Luis Segovia. 7 Manuel Gallego, Antonio Obregón, Javier Gómez, Conchita Molina, Myriam Cabrera, Arturo Beltrán. breve recorrido biográfico por la fuerza e ilusión de los primeros tiempos 13 varios delitos. Le quedan otros diez para salir. Son las únicas cartas que recibo escritas a mano y que me llegan a través del correo postal. Entre los trazos de su bolígrafo, que transmiten apatía y desencanto por la vida, percibo que sigue buscando aire como un buceador sumergido al que se le agota el tiempo. Lucha contra los funcionarios porque siente que limitan sus derechos y le provocan. Sabe, como yo, que también existen otros que trabajan de forma honesta y respetuosa. Lucha contra sí mismo, contra el tiempo que hace crecer a su hijo sin poderle ver. Pugna contra todo en un acto de rebeldía, reacción natural de quien se siente atrapado. En parte, porque él mismo, en un acto de locura, puso un candado a su futuro. Escucharle y leer sus pensamientos e inquietudes es una experiencia humana intensa, casi sagrada, por el dolor que allí aparece. El intenso su- frimiento que él mismo provocó a una persona inocente se le ha quedado impregnado en la piel, no puede desprenderse de él. Aparece la culpa, a la que no sabe dar forma ni elaborar para que acabe convirtiéndose en res- ponsabilidad. Necesita realizar su proyecto vital de querer y ser querido, de ser alguien. Necesita ser comprendido, ser perdonado por la víctima y por su propia familia. Ésta también sufre su condena. Intuye que el daño causado es tan grave que no va a conseguir repararlo. Lo único que le queda es perdonarse a sí mismo, apretar los puños y buscar en el presente motivos para poder levantarse un día más. Entre las letras se escapa la necesidad de ser alguien para otros y para él mismo. Ser alguien, no por la violencia que le ha reafirmado desde que era joven, no por la droga que desde pequeño le acompañó, sino desde la ternura que se camufla en una máscara indispensable para vivir entre los muros. De acosar, ha pasado a sentirse acosado. Le persigue el recuerdo que le permite revivir la fantasía de lo que un día vivió. Le acompaña el miedo de no saber si alguien le ve, si preguntan por él. Su madre, que siempre le apoyó, ya no vive. El fantasma incómodo e ineludible de la soledad se encarna y necesita abrirse un hueco en la cotidianeidad. Cada día se encuentra más débil. Tantos años de consumo de drogas y de supervivencia en la calle le han dejado muchas secuelas. Se siente aco- sado por otros que intentan sobrevivir emocionalmente entre las rejas. Necesita una palabra desde el exterior para saber que alguien se acuerda de él. Ha conocido algunos amigos que no han aguantado esta situación y han pasado a engrosar el número del medio centenar que cada año se quita la vida entre las rejas. Con todo, he estudiado e intentado profundizar en el inabarcable campo del Derecho Penal y lo utilicé como instrumento para defender a muchas personas en los juzgados y tribunales, así como en las cárce- 14 biografía de la reconciliación les 8. Descubrí que, únicamente, reconociendo sus derechos y trabajando por su integración social, la prevención del delito era posible; también la salvaguarda de su dignidad como seres humanos. Necesitaban ser reconocidos por el propio sistema social y jurídico frente al trato ani- malizador y despersonalizado que, salvo excepciones, presta el sistema penal y penitenciario. Son pocos los locutorios de las cárceles que no he visitado. Este ámbito del Derecho, delicado y complejo por el sufrimiento humano que gestio- na, ha sido la principal herramienta de mi dedicación. Lo he estudiado y reflexionado. Escribí varios libros y artículos sobre Derecho Penal 9. Todo lo he hecho o, al menos, lo he intentado hacer, con vocación de servicio.

4. Facilitando procesos restaurativos En 2005 comencé a formarme, idear y desarrollar proyectos de me- diación entre víctimas y agresores, tanto fuera como dentro de la cárcel. Consistían en crear un escenario que permitiese el diálogo entre presos que habían tenido disputas violentas y que habían generado sanciones graves. Redactamos un proyecto y constituimos una asociación para su posible desarrollo (asociación de mediación y pacificación de conflictos). Lo presentamos a la Directora General de Instituciones Penitenciarias y organizamos un equipo de trabajo para iniciar, en la cárcel de Valdemoro, la experiencia de mediación penitenciaria. Comenzamos en los patios de los módulos y hoy, años después, esta historia continúa dando sus frutos en una decena de cárceles.

8 Para conocer el funcionamiento cotidiano de los juzgados es interesante leer las memorias de un Juez, del Arco, M.A., La audiencia va de caza. Andanzas de un juez de Pueblo. Comares. 2104. Y del mismo autor La jauría judicial. Comares. 2017. 9 Mi tesis doctoral (1992) intentó ser una reflexión sobre la no incriminación penal de los menores infractores. En 1993 comencé la escritura de un libro: Manual de ejecución penitenciaria: defenderse de la cárcel; hoy se encuentra en la novena edición. Este libro se ha distribuido gratuitamente, durante veinticinco años, entre muchísimas personas encarceladas para que pudieran aprender sus derechos. En otras ocasiones, el trabajo fue de investigación con otros compañeros —Pedro Cabrera, Manuel Gallego, Josito— encaminado a descubrir y hacer visible las condiciones de vida de los presos para que fueran en alguna medida transformadas. En esta línea han ido Mil voces presas (1998), Mirando el abismo: la vida en los departamentos cerrados (2003), o Andar un kilómetro en línea recta: la cárcel del siglo xxi que vive el preso (2011). Y otros sobre Alternativas a la pena de prisión (2103), Aspectos críticos de la pena de cadena perpetua (2012), o Fundamentos de política criminal (2016). breve recorrido biográfico por la fuerza e ilusión de los primeros tiempos 15

En la misma línea, con el apoyo tanto del Consejo General del Poder Judicial como de decenas de profesionales, logramos que se instaurase este sistema de mediación entre víctimas e infractores en más 120 juzgados en toda España 10. Y desde 2011, gracias al camino abierto por compañeros (Txema Urkijo, Esther Pascual y Xabier Etxebarría), pude adentrarme en el mundo de la reconciliación en delitos graves, facilitando encuentros restaurativos entre personas que habían pertenecido a eta y víctimas de sus atentados; también del gal o de las víctimas del terrible atentado del 11-M. Como ejemplificación del tema voy a narrar la preparación de uno de los encuentros restaurativos en los que participé. Una mañana, a princi- pios de febrero de 2013, iniciamos la ruta que nos llevaría hasta el lugar del encuentro. Teníamos que desplazarnos hasta la cárcel de El Dueso en Santoña (Cantabria). Allí se encontrarían, rostro a rostro, el condenado por vender 200 kilos de explosivos a unos árabes que los utilizaron para volar los trenes en tres estaciones de cercanías en Madrid, y una de las personas que viajaba en uno de ellos la mañana de 11 de marzo de 2004. Su vagón quedó destrozado por la explosión y su vida lanzada a un desierto de incertidumbres. Llevábamos cuatro meses preparando este momento. Habíamos quedado con Jesús en la estación madrileña de Chamartín para viajar con él hasta la cárcel. Era la primera vez, desde el atentado, que volvía a coger el tren a la misma hora y en el mismo lugar —estación de Entrevías— en que ocurrieron los terribles sucesos. Una mañana cogió el tren para ir al Ministerio en el que trabajaba. En la estación del Pozo del tío Raimundo, el tren en el que viajaba explotó. El vagón se partió en dos y, sobre él, cayó una barra. Perdió la conciencia… Lo más terrible, dijo, fue saber que su familia le buscó durante cuatro días de hospital en hospital hasta que le encontraron. Logró, casi 10 años después, transitar por los mismos raíles en que su vida «saltó» por los aires. Esta vez, las vías sostuvieron su ánimo para encontrarse con quien, sin saber lo que iba a ocurrir, propició o con quien generó tan gravísimo crimen. Bajé a recogerle al vestíbulo de la estación, mientras Esther, mi com- pañera mediadora, esperaba en el coche. Jesús necesitaba encontrarse con el responsable de la venta de los explosivos para saber más, para alcanzar la verdad de los detalles del atentado. Necesitaba obtener respuestas a preguntas sin contestar, a dudas que quedaron sin resolver porque los he- chos probados de la sentencia no colmaron esta necesidad. Jesús también

10 Ese camino inicialmente lo recorrimos con Félíx Pantoja, Ramón Sáez, Concha Sáez, Teresa Olavarría, Justino Zapatero, Esther Pascual, Alfonso Bibiano. 16 biografía de la reconciliación necesitaba reprochar e informar del sufrimiento generado y soportado a quien estuvo en el origen del atentado. Dedicamos varias sesiones para preparar el encuentro. Necesitábamos tener la certeza de que estaba preparado para escuchar la verdad relatada por quien vendió los explosivos. También, de que podía expresar las con- secuencias que el delito había generado en su vida, su familia y su traba- jo. Era deportista, le encantaba jugar al tenis; adoraba su trabajo como maquetador de una revista del Ministerio de Economía; participaba en la asociación de vecinos; eso, antes del atentado. Después, tuvo que dejar esas actividades. Jesús necesitaba hacer muchas preguntas. Entre todas, y eran muchas, una adquiría especial importancia: ¿Qué clase de persona es aquella que es capaz de poner una bomba de forma indiscriminada? Se lo había pre- guntado a psiquiatras, abogados, al juez… pero no obtuvo respuesta. Su corazón estaba en calma, articulaba emociones y palabras en tono amable. En cambio, su mente, en parte quebrada, necesitaba respuestas de casi imposible contestación. Entre rejas, estaba Emilio. Desde que ocurrieron los hechos, no se había abierto a un espacio de introspección personal. Cuando lo hizo, las desgarradoras consecuencias de la venta de explosivos le gritaban tan fuertemente que le impedían conciliar el sueño. Esos gritos ahogados le retumbaron hasta derribar sus muros mentales autoexculpatorios. En ese tiempo, sintió la necesidad de reparar el intenso sufrimiento provocado. La única forma en que podía hacerlo era narrando su participación en los hechos, a quien le quisiera escuchar. Hasta ese momento, y durante seis años, había negado su participación. Había ahogado la realidad de lo ocu- rrido entre sedantes, para huir de su propia presencia. Emilio necesitaba conocer el alcance de tanto daño causado, no por los periódicos, sino a través de quien lo había sufrido. Nos entrevistamos con él en el penal del Dueso. Necesitábamos tras- mitirle las claves del encuentro, sus normas y límites; también constatar que había asumido su responsabilidad. Le hablamos de la necesidad de que abordase este encuentro desde la honestidad y la verdad; con una ac- titud de acogida y escucha desde el corazón. Habíamos aprendido, por la experiencia en los encuentros entre víctimas de eta y sus agresores, que la verdad y la escucha sincera podía aliviar la intensidad del sufrimiento. Por sus expresiones pudimos constatar que había comprendido nuestro mensaje. Le preguntamos sobre todas las cuestiones que Jesús, el super- viviente del tren, necesitaba conocer. Repasamos esos asuntos e hicimos una simulación del encuentro. Cuando vimos que estaba preparado, dimos por concluido el trabajo. Nos despedimos hasta el día en que el encuen- breve recorrido biográfico por la fuerza e ilusión de los primeros tiempos 17 tro pudiera realizarse. No necesitábamos más entrevistas. Emilio llevaba tiempo haciendo esta preparación desde una reflexión personalísima con el apoyo del psicólogo, con el acompañamiento de su abogado, de su familia y del director del penal. Una mañana de febrero, desde la estación de Chamartín, cogimos la carretera de Burgos. Con cuatro horas por delante de viaje, pudimos com- partir ideas y sensaciones sobre el evento al que nos íbamos a enfrentar. Llegamos a la puerta del penal. Se abrió el enorme portón de hierro que permitía acceder al extenso recinto dentro del cual se encontraba el centro penitenciario. Aparcamos el coche, bajamos y entregamos nues- tros carnets de identidad. Esperamos cinco minutos hasta que apareció Carlos, el director. Juntos nos desplazamos por un estrecho camino hasta los edificios. Carlos, Esther y Jesús marcharon hasta la sala en la que se iba a desa- rrollar el encuentro. Yo me desplacé junto a un jefe de servicio hasta una enorme puerta de hierro que daba lugar a la entrada de la cárcel. Allí esta- ba Emilio esperando. Nos saludamos y estuvimos charlando durante diez minutos. Intenté transmitirle serenidad y seguridad. El objetivo de esa breve entrevista fue acoger sus inquietudes y el sentimiento de vergüenza que sentía al tener que encontrarse con Jesús. Nos encaminamos hasta la sala. En ese lugar había cinco sillas formando un círculo. Entré primero, Emilio después. Se dieron la mano sin que sus miradas se encontrasen. Se sentaron uno frente a otro. El encuentro duró tres horas. En el camino de vuelta, Jesús nos expresó que lo vivido constituía el final de un itinerario, hasta entonces incompleto, de reconocimientos jurídicos, políticos y colectivos. Este reconocimiento personal, el más ín- timo, el que no se puede suplir por ningún otro, le había devuelto cierta serenidad.

3 La crisis y el desierto

En 2005, comenzaron a aparecer en mi cuerpo incómodas señales de alarma: tensiones musculares en el cuello, espalda y en órganos internos. Mi mente sufría, mi cuerpo gritaba. Lanzaba mensajes que tardé en escu- char y descifrar. Mi cuerpo se manifestaba con distintos lenguajes y for- mas, hasta que comencé a escucharlo. El código para descifrarlos lo aprendí de la mano de la humildad que apareció con la fragilidad. Aterricé en el desierto 11. Allí abandoné el rol social que se generó durante años. Irremediablemente me enfrenté a la soledad hasta norma- lizar su presencia, como si de una amiga íntima se tratara. En este lugar simbólico, pero profundamente real, mi carácter, mis actitudes y pasiones ya no podían sostenerme; ni siquiera las «buenas obras». Todo quedó al margen en pos de una nueva búsqueda: la de la identidad propia. La úni- ca certeza que tenía era que estaba herido. La cicatriz estaba más allá del cuerpo físico, quizás en la mente o, más dentro aún. La crisis se abrió cuando llegué al límite de una vida profesional y personal muy sobrecargada; por el desgaste del vivir; por la necesidad de descanso ante el cúmulo de experiencias humanas vividas; por una pulsión que durante generaciones necesitaba ser conocida, abrazada e integrada. También por la presencia novedosa del latido de ciertas capacidades hu- manas y biológicas que necesitaban ser actualizadas: necesitaba abrirme a

11 Federico García Lorca lo describe en su poema «Y después». «Los laberintos que crea el tiempo se desvanecen./ Sólo queda el desierto./El corazón fuente de deseo, se desvanece./ Sólo queda el desierto./La ilusión de la aurora y los besos se desvanecen/ Sólo queda el desierto. Un ondulado desierto». 20 biografía de la reconciliación experiencias vitales cualitativamente distintas. A todo ello se sumaba el dolor de una herida emocional cuyo origen descubrí con el tiempo. También llegué al desierto por una intensa energía acumulada de experiencias sin integrar que se manifestaron en mi sistema nervioso. Iba pasando de una etapa a otra de mi vida sin detenerme en agradecer, cerrar, y en hacer los correspondientes duelos 12. Gracias a la terapia y a otros instrumentos para la comprensión pro- funda de mi biografía, pude escuchar y atender las necesidades de mi cuer- po, de mi mente y del alma. En este tiempo de crisis comencé afrontando los duelos pendientes; despedidas que tuvieron un bello protagonismo. Fue sanador enfrentarme al duelo por la salida de la casa familiar; pude agradecer a mis padres su dedicación gratuita. También, por la muerte de mis abuelos, de quienes me daba cuenta en este momento, de la im- portancia que sus vidas habían tenido en la mía. Me despedí también de los afectos más íntimos con las mujeres de las que me enamoré y de los que, unas veces por ignorancia y otras por inmadurez afectiva, el vínculo desapareció sin diálogo. Duelos por tantas personas que han pasado por mi casa; unos que salieron para hacer su vida honrada, y otros que volvieron a la calle o a la cárcel. Y por supuesto, los duelos y agradecimientos por cada cambio de casa. Demasiado pasado sin comprender e integrar llamando a la puerta del desierto. A él, me abrí.

12 Hay un conocido poema de Miguel Hernández que me fue revelador: «Llegó con tres heridas: la del amor, la de la muerte, la de la vida…» 4 Instrumentos para la reconciliación personal

Durante el tiempo de crisis, encontré profesionales de la salud y sabios amigos y amigas que me acompañaron por los espacios sutiles de mi psiquismo y de mi espiritualidad. Durante siete años, exploré e integré momentos clave en mi vida: mi nacimiento, infancia, adoles- cencia, así como distintos acontecimientos emocionalmente significa- tivos que había experimentado. Necesité recolocar internamente los afectos paternos y maternos construidos en mi niñez. También elaborar el apego que en esa época se estableció. Con ello, pude entender que una parte de los conflictos interpersonales que he tenido tenían su ori- gen en mi manera de proyectar la relación con mis padres en terceras personas 13. Además, tuve que revivir cada una de las experiencias que me ge- neraban tensión emocional para liberarla y, a su vez, obtener un apren- dizaje. Asimismo, he estudiado y experimentado la toma de conciencia que se extrae del conocimiento de la biografía familiar. He tratado de relacionar los hechos traumáticos vividos en mi proceso vital y profesio- nal con los realizados o sufridos por algunos miembros de mi familia. En ellos, parece estar parte de la respuesta; no sé en qué porcentaje, quizá pequeño. En todo caso, intuyo cierta relación. Su comprensión me lleva a un estado de paz.

13 Para profundizar en la cuestión del apego primario y su repercusión en la vida posterior: Gutman L., La biografía humana, Planeta, 2013. 22 biografía de la reconciliación

Gracias al trabajo de mi biografía vital, acompañado de la búsqueda esencial de la dimensión profunda de mi ser, he ampliado la comprensión propia y ajena de la naturaleza humana. Durante mi largo período de desierto, he trabajado con varios ins- trumentos terapéuticos. Entre ellos, únicamente voy a exponer algunas pinceladas de los que me ayudaron a tomar conciencia, conocerme, com- prenderme y dotar de sentido a algunas experiencias vitales: el silencio, el estado de presencia y la vida que viene de los ancestros. Insisto de nuevo: cada persona aborda sus crisis, tomas de conciencia y crecimientos mentales y espirituales, desde múltiples y variados métodos y ámbitos. En las líneas que siguen, solo describo mi experiencia y su in- terpretación, por si aporta alguna pista, no tanto respecto al instrumento, cuanto a la inquietud en la búsqueda.

1. El silencio El cerebro es una herramienta prodigiosa. Me permite analizar, des- cifrar, tomar decisiones, construir, sentir, desplazarme, abrazar, escribir y desarrollar una multitud de acciones que me posibilitan vivir a través de complejos y fascinantes procesos fisiológicos. A su vez, como contraparti- da, en ocasiones, me atrapa y parece ir por libre. Intenta dotar de sentido a un vacío incómodo, que busca ser llenado o compensado con objetos de todo tipo, o con proyecciones, en una búsqueda compulsiva de proyectos. Noto en mí un exceso de futuro, de realidades construidas oníricamente. Tomo conciencia de que, en ocasiones, es fruto de un sentimiento de ca- rencia o insatisfacción en el presente. Cuando entro en este estado, acabo siendo conducido por callejones mentales y emocionales hasta el cansancio y, no en pocas situaciones, hasta el sufrimiento. He aprendido que, para mi mente, todo se manifiesta en el presente, tanto lo que recuerda como lo que proyecta. Y, obviamente, me agota. Se adueña de una parte de mi ser, para acabar llevándome a un estado de ensoñación, con el que me identifico. Con ello, la mente pensante, al menos la mía, es incapaz de condu- cirme a una comprensión de lo real, de lo auténtico, del conocimiento de mi propia identidad y de mis propios límites. Va y viene. Ante lo que se me presenta puedo llegar a una conclusión y a los pocos minutos, a la contraria. Me entretiene, y también me permite huir del dolor buscando identificación con lo que hago, con la parte de mí que es vista y admirada, o con la parte sufriente que me da cierta identidad y sentido. Todo para no contactar con lo que duele, esto es, para que la realidad no toque mi herida interna: la construida desde la niñez y que, en no pocas ocasiones, ha sido heredada y transmitida, junto al regalo de la vida, por mis ancestros. instrumentos para la reconciliación personal 23

Hace trece años, descubrí el silencio 14. Comencé a meditar. Descubrí que en los pocos instantes en que mi pensamiento cesaba, desaparecía el enfrentamiento interno. Podía disfrutar de sensaciones de serenidad y de unidad; y a su vez, de todo lo contrario: sintiendo la incomodidad y un dolor difuso sin origen conocido. El silencio es un lugar interno privilegiado desde el que puedo obser- var la realidad y hacerme presente en ella. Siento un estado de presencia que aparece cada vez que acepto lo que es, abriéndome a las circunstancias que aparecen en cada momento. Desde este estado de aceptación, se me revela el Misterio. Situado en él, aunque sea a ratos, intuyo la esencia de la vida allí donde se encuentra. La percibo como inabarcable e inagotable. Aunque en el estado de aceptación-presencia, la paz suele ser com- pañera de camino, esta no me genera la autocomplacencia que lleva a la inactividad. Aunque aparece la serenidad, esta no me conduce a la autocomplacencia. Aunque me invita a comprender conductas ajenas, no implica la justificación de todas ellas. Curiosamente, me impulsa a un hacer «consciente» en detrimento de la reacción automatizada a la que estoy más acostumbrado. Una acción que respeta, en la medida de lo posible, los valores en conflicto y las distintas formas de pensar. Me empuja a ser audaz —suma de inteligencia y valor— en mi manera de posicionarme respecto de mi realidad. El silencio me ha permitido sostener las situaciones de aparente fra- caso. Digo aparente, porque detrás de cada fracaso puede descubrirse una oportunidad ignota e impredecible de efectivo aprendizaje y auténtico crecimiento. Desde este lugar interior que a mí, personalmente, se me revela como profundo, no soy capaz de apreciar una distancia que me separe o distin- ga del resto de seres humanos. Me siento unido, vinculado y próximo a ellos y, por tanto, su «suerte» no me es ajena. Es posible que todo y to- dos estemos unidos, como señalan algunas posiciones científicas —física cuántica 15— o filosóficas o espirituales —Enrique Martínez Lozano, Javier Melloni, Mónica Cavallé 16—, y no separados, como dice nuestra mente.

14 Para profundizar: D´Ors, P., Biografía del silencio. Siruela. 2014. Kabat Zinn, J., Vivir con plenitud las crisis: como utilizar la sabiduría del cuerpo y de la mente para enfrentarlos a la enfermedad y la muerte, Kairós. 2016 15 Una explicación básica puede encontrarla en Goswami, A. Dios no ha muerto. Ediciones Obelisco. 2010. Goswami, A., Ciencia y espiritualidad. Kairós. 2011. 16 Martínez Lozano, E., Vivir lo que somos: Cuatro actitudes y un camino. Desclée de Brouwer. 2007; Presencia. San Pablo. 2017. Melloni, J., Sed de ser. Herder. 2103. Cavallé, M., La sabiduría recobrada. Kairós. 2002. 24 biografía de la reconciliación

Es el amor que nos envuelve. No es un sentimiento, sino una forma de estar en el mundo tomando conciencia de que formamos parte de la misma vida que habita en todos los seres vivos 17. Una única vida con múltiples formas de expresión que busca que todo quede reconciliado. Situados en este espacio, nada se puede dañar; tampoco nada que atente contra la vida, se puede callar. El sufrimiento ajeno se torna propio. Se me hace necesario permanecer todos los días en largos ratos de silencio, en ese amor que une todo y que permite que todo sea. Ya no busco, sino que estoy atento a lo que viene, a lo que aparece. Mientras, voy renunciando a dañar cualquier forma de vida, dejando ser en lugar de arrebatar, disminuyendo y reduciendo el consumo al mínimo imprescin- dible, para posibilitar que los demás puedan vivir.

2. El estado de presencia El silencio que consigo hacer en mí gracias a una disciplina diaria, me conduce a un estado de presencia —bien a través de la observación de mis sensaciones físicas, de la actividad que realizo o de lo que me rodea—. Este estado me permite pasar de la identificación con la parte mental que me atrapa con juicios sobre situaciones o personas, a darme cuenta de realidades que necesitan mi mirada: duelos no cerrados, decisiones sin tomar, miedo, culpa, expectativas, situaciones afectivas complejas no resueltas, etc. Gracias a ello, caigo en la cuenta de una certeza: a menudo, en la realidad que me rodea se me presentan situaciones y personas con las que resueno emocionalmente, porque me enfado, me indigno o me atraen. Esto sucede porque proyecto en ellas cosas mías. Dicho de otra manera, lo interno que me habita y lo externo que sincrónicamente aparece, coinciden desde una misma frecuencia. Esta sincronía me pone en alerta para tomar conciencia de algo que no puedo ver en mí. Es como si las personas o situa- ciones emocionalmente significativas que percibo fuera de mí hicieran, de alguna manera, un efecto espejo de lo que hay en mi interior 18. El desafío

17 Como señaló Einstein: «Un ser humano forma parte del todo que nosotros llamamos Universo. Experimenta su existencia, sus pensamientos y sus sentimientos como algo separado del resto. Esto es una ilusión, una cárcel que limita nuestro afecto a las personas más próximas. Nuestra tarea debe ser la de liberarnos de nuestra cárcel, aumentando nuestro círculo de compasión para abarcar todos los organismos con vida y toda la hermosa naturaleza. Calaprice, A. The New Quotable Einstein. Princetos University Press. 2005. 18 Como señala Gregg Braden: «Hay un campo de energía que conecta toda la creación; este campo asume el papel de contenedor, un puente y un espejo de las creencias que tenemos en nuestro instrumentos para la reconciliación personal 25 y la invitación es estar muy presente en la realidad para poder leer qué de mí hay en ella. Es la actitud que permite aprender a leer el libro de la vida: en sus etapas, en sus actores, en el guion que más o menos se repite.

2.1. Origen del aprendizaje La inquietud por lo «profundo», entendiendo por tal, la búsqueda del sentido más allá de lo aparente, apareció en mi vida por un delito. Me ocurrió con uno de los muchachos que tenía acogido en mi casa. Se trataba de un joven de dieciocho años que había salido de un centro de reforma de menores y que había pasado, con anterioridad, por un centro psiquiátrico en Burgos. A los tres meses de estar con nosotros, comencé a intuir sus maneras violentas y su incapacidad para asumir los límites razonables que era preciso establecer frente a algunas de sus conductas. En último extremo, percibí que el espacio de convivencia que le estaba ofreciendo no permitía realizar un trabajo que favoreciese su crecimiento personal. Una tarde, después de una conversación con él, irrumpió en mi despacho, me agarró por el cuello, me lanzó contra el suelo; se situó sobre mí y expresó su intención de matarme. Estaba fuera de sí. No era capaz de controlar su comportamiento ni a pesar de mis palabras que pretendían desesperadamente tranquilizarle. Su furia y su enorme com- plexión física hacían, de manera lógica, que temiera por mi vida. Trans- currió medio minuto, mientras, con su mano en mi cuello, presionaba cada vez más. Por suerte, apareció otro muchacho que también vivía en la casa; se abalanzó sobre él cuando estaba a punto de golpear mi cabeza contra el suelo, y pude escapar. A partir de ese día y hasta que me cambié de casa, mi cuerpo se sobresaltaba cada vez que sonaba el timbre de la puerta. De este modo comencé a empatizar con el dolor de las víctimas de delitos de los que eran responsables tantas y tantas personas a las que había estado defendiendo en los juzgados y en las cárceles. Como tantas veces ocurre, fue desde mi experiencia personal que comencé a prestar

interior». Este campo es holográfico, de manera que cada parte de sí está conectada con las demás —lo que hacemos en una parte de nuestras vidas debe tener un efecto e influencia en otras—, y cada parte refleja la totalidad en una escala menor —cualquier porción de campo contiene todo el campo—. El pasado, presente y futuro están íntimamente unidos. Es la compasión la emoción que une; es a la vez una fuerza del universo y una experiencia humana.». Braden, G. (2012). La matriz divina. Sirio Editorial. 2012. Para profundizar en este tema, además de las lecturas sobre física cuántica: Bruce H. Lipton. La biología de la creencia. La liberación del poder de la conciencia, la materia y los milagros. Palmyra. 2007. Lanza, Berman, R, B. Biocentrismo: La vida y la conciencia como claves para comprender la naturaleza del universo. Sirio. 2012. 26 biografía de la reconciliación atención al tratamiento que las víctimas recibían por parte del sistema judicial después de sufrir un delito. La durísima experiencia de sufrir un delito instaló el miedo en mí. Sentía que el ataque podía volver a repetirse en cualquier momento. Tam- bién ocupó mi cuerpo, al que sentía tenso y vulnerable. Con un miedo denso como la niebla, me costaba tomar decisiones, incluso las más coti- dianas, desde la confianza. Decidía desde el temor. De su mano apareció la rabia y la incomprensión por lo irracional del ataque sufrido. Brotó en mí con insistencia una pregunta: ¿por qué me atacó? En mi experiencia personal hubo momentos en los que topé con el dolor y los deseos de venganza. Más de un día, estos sentimientos insoportables hacían de compañeros de camino. El odio me permitía mantener viva la memoria de la agresión injustificable que aquel muchacho me había hecho. Pero, a medida que avanzaban los días, crecía en mí la percepción de estar equivocándome en la gestión del sufrimiento. Mi angustia iba en aumento y presagiaba una enfermedad física si no era capaz de encontrar una salida terapéutica. Caí en la cuenta de que hasta lo más grave que le pudiera ocurrir a aquel muchacho, como que se suicidara o que tuviese que cumplir muchos años de cárcel, aunque pudiese calmarme o colmar mis deseos de venganza, supondría un fracaso. Aunque yo pudiese devolver dolor con dolor o cambiar sufrimiento por sufrimiento, tan solo estaría completando una ecuación que perpetuaría la violencia y sería inútil en lo que era, de verdad, lo importante: recuperar mi confianza. Sentía, por otro lado, que me alejaría de mi propia esencia humana, que necesariamente compartía con él. Una pregunta atravesó mis reflexiones: «¿Cómo imagino a medio plazo mi mundo emocional?». Para que la respuesta me permitiera re- conciliar mi pasado con mi futuro necesitaba recuperar cuanto antes la serenidad y el equilibrio interior. Intuí que la clave consistía en conocer y comprender el porqué de su comportamiento. Y también, en que asumiera su responsabilidad, que me pidiera disculpas y que se hiciese consciente del daño que había causado para que nunca lo volviera a repetir con otros. Hubiese necesitado poder encontrarme con él, en un espacio de seguridad. Conversar, dialogar, confrontarle con mis sentimientos y tratar de conocer los suyos. No pudo ser, porque nunca más volví a saber de él. Con apoyo terapéutico, al cabo de unos meses, había superado aquella experiencia. En una de las sesiones, pude constatar de una forma profun- damente vivencial, que la agresión de este muchacho era el reflejo de una conducta agresiva que, inconscientemente, estaba ejerciendo hacia mí mismo. No se trataba de auto inculparme de la agresión, ni de hacer una formulación causal que relacionase esta experiencia con mi necesidad de instrumentos para la reconciliación personal 27 aprender, sino de hacerme consciente de la información que sobre mí mis- mo esta situación me estaba facilitando. Llevaba 15 años viviendo en casa con personas que salían de la cárcel en un ritmo de vida intenso, precioso y desenfrenado. Había ignorado mis necesidades personales. Negué otros síntomas o llamadas de atención de mi propio cuerpo y de mis amigos; hasta que esto ocurrió. A partir de esa época, tomé conciencia y comencé una etapa de cambio que dura hasta hoy. Así, además de liberarme del duro peaje del odio, comprendí y aprendí de esta difícil situación. En esta misma línea experiencial, recuerdo el día en que Juan, un hombre de 60 años, salió de la cárcel después de veinticinco seguidos para iniciar su proceso de reinserción social. La Jueza de Vigilancia Penitencia- ria le concedió el régimen abierto para que viniese a vivir a casa. Llevaba ya seis meses con nosotros cuando una tarde entré en mi habitación y noté un vacío en la estantería. Había hurtado mi equipo de música. Bajé a una tienda de compra venta de objetos de segunda mano que estaba ubicada a dos manzanas de casa. Allí, en el mostrador, estaba el equipo. Se vendía. Lo recuperé pagándolo de mi bolsillo. A Juan ya no le vi más. A la semana siguiente me llamaron del Juz- gado de Vigilancia Penitenciaria para informarme que se había entregado diciendo que no sabía vivir en libertad, acusándose de ser el autor del hurto. Volvió a ingresar en la cárcel de Ocaña. Le fui a visitar tres veces, pero no bajó a los locutorios. Pidió traslado a la prisión de Albacete porque en esa ciudad estaban enterrados sus padres. A los pocos meses, se suicidó. Es el entierro más triste al que he acudido. Allí estuve con tres chicos de casa, mis primas que vivían en Albacete y el director de la cárcel. El hurto del equipo de música era una evidencia de la imposibilidad de Juan para vivir en libertad. El paso por la cárcel durante tantos años le había destrozado su capacidad de ser libre y responsable. También, con el paso de los años, repasé este acontecimiento para comprender qué reflejaba de mí mismo: me impactó cómo Juan podía llegar a entrar en mi espacio privado y hurtar una de mis pertenencias. A través del comportamiento de Juan, descubrí que estaba hurtándome mi propia intimidad. En esa época vivían en mi casa ocho personas que habían llegado de la cárcel, la calle y las drogas. Compartíamos un espacio pequeño para tantas personas, así como el baño y demás zonas comunes; con decenas de ellas había convi- vido ya en los últimos años. Mi aprendizaje no fue poner una cerradura con llave en la puerta de mi habitación sino hacer cambios para ganar en mayor intimidad personal. Un ejemplo más. Recuerdo que a Ramón, una persona presa que salió de la cárcel de Ocaña, le encargué gestionar el dinero de una ayuda que habían dado a Gabi, otro chaval que estaba en una silla de ruedas, para 28 biografía de la reconciliación comprar una nueva. Al mes, no apareció ni el dinero ni la silla, ni Ramón. Se marchó de casa sin decir palabra alguna. Pasados unos años, volvió a escribirme una carta desde la cárcel de Ocaña. Había vuelto a estafar a otras gentes. Le pedí que me dijese la verdad. No lo reconoció. Pasaron unos meses y recibí otra misiva en la que me narraba todo lo que había hecho. A partir de ese día, volvimos a retomar la relación por correspon- dencia hasta que volvió a desaparecer. La estafa de Ramón revelaba una herida emocional con su propia honestidad que se manifestaba en los con- tinuos engaños a la gente. Con el paso de los años encontré una lectura a lo ocurrido en relación a mí mismo: ¿Dónde estaba la honestidad con mis propias necesidades? Estaba absolutamente volcado hacia las necesidades de los demás sin reconocer las mías. Estas tres situaciones narradas fueron el preludio de mi tiempo de crisis y desierto. Cuando me acerqué a estudiar el modelo que me había servido para esta comprensión, me parecía surrealista. Pensar que la tensión que habita- ba en mi inconsciente podía tener un reflejo en ciertas conductas violentas que aparecían fuera de mí, otorgándome una explicación y aprendizaje, me resultaba sorprendente. Ahora bien, con el trabajo personal, he llegado a darme cuenta que algunos eventos significativos me abren a una informa- ción sobre situaciones pendientes o latentes, actuales o pasadas. Comprendí que, en todo caso, aunque los sucesos exteriores me pare- cieran desconectados de mí, eran oportunidades para ampliar mi concien- cia, convirtiéndose, así, en experiencias transformadoras 19». Una conclusión de todo lo expuesto en estas líneas: cuando comprendo mis proyecciones, tomo conciencia y me responsabilizo de lo que hay de mí en ellas. Entonces, ya no actúo automáticamente, sino que soy libre y puedo decidir para reescribir el guion de mi vida. Por eso, la toma de conciencia es requisito sine qua non para la libertad. Cada experiencia se despliega en el momento adecuado: cuando la mente está preparada para ver y hacer el trabajo. Esto también confirma mi confianza en la vida y su sabiduría.

19 Como dice el psicoterapeuta Albert Rams: «La vida nos pone delante aquello que nos toca aprender». Este hombre narra su historia de paternidad. A su hija, con 12 años, le atropelló un coche en un paso de cebra y la mató. A otra hija le diagnosticaron un cáncer. Su reflexión desde el crecimiento terapéutico fue: «Creo que mi zona de ma- yor sufrimiento hoy ha venido por el lado de mis hijos. Seguramente es la grieta que ha encontrado la vida para romper un cierto caparazón e intentar hacerme más humilde, más humano, más sensible… mejor persona». Rams, A. Ser padre hoy. Terapia gestalt y paternidad. Plataforma editorial. 2016, instrumentos para la reconciliación personal 29

2.2. Búsqueda de un modelo explicativo Voy viendo que el estado de presencia me abre a un espacio de unidad con todo lo que me rodea; somos, como señalan algunos místicos, gotas del mismo mar. A pesar de saberme ante algo misterioso, necesité buscar algún marco teórico que diera una mínima explicación. Encontré algu- nas lecturas que me permitieron entender. Desde la filosofía —Mónica Cavallé—, desde la psiquiatría —Vicente Simón 20— y desde la teología —Javier Melloni—. En el campo de la psicología, me fueron útiles los ins- trumentos de psicología integrativa con los que mi psicoterapeuta trabajó. Hay miles de libros escritos y cientos de hipótesis que, desde distintos ámbitos, cuestionarían con argumentos razonables las ideas que consti- tuyen el vector de estas páginas. Huelga decir que no pretendo hacer una tesis, ni siquiera defender un modelo explicativo de algo tan profundo e inconmensurable como es la mente humana, la libertad y la idea de Dios. No tengo formación para ello. Únicamente, me atrevo con humildad a des- cribir mi experiencia personal. A ello van destinadas las siguientes líneas. En este estado de presencia y unidad, va apareciendo la profunda certeza de que las cosas, azarosa o sincrónicamente, se van desplegando en los momentos y espacios oportunos. Voy a relatar algunas experiencias personales que me abren a esta interpretación. En abril de 2015 estaba vendiendo una casa en Úbeda que habíamos comprado con unos amigos para montar un proyecto de acogida (año 2000). Dos chicos de mi casa en Madrid, Javier y Gabi, ya no podían convivir con nosotros. Optamos por buscarles un lugar en un pueblo y, por distintos motivos, elegimos Úbeda. Yo viajaba hasta allí los fines de semana y apoyaba a Javier, al que había conocido viviendo en la calle y estaba en busca y captura por un tema judicial muy difícil de resolver. También a Gabi, del que he hablado, un muchacho que vivía en una silla de ruedas porque en un atraco un policía le disparó en la espalda. También apareció Óscar, un inmigrante cubano sin papeles y Nora, una joven que comenzaba su andadura profesional por el mundo de la cerámica. Cuando Nora y Óscar se independizaron y Gabi murió, decidimos vender la casa. En ella aún quedaba Javier. Era necesario que él tomase las riendas de su vida, desde la autonomía, aunque su situación era muy precaria: 60 años y sin trabajo. Salió un comprador para la casa. Javier, nervioso y descon- certado, no sabía dónde ir a vivir. Nuevamente se imaginaba viviendo en

20 Simón, V., Vivir con plena atención: de la aceptación a la presencia. Desclée de Brou- wer. 2012. 30 biografía de la reconciliación la calle, como un excluido. La noche de antes de firmar la venta con la pareja que iba a comprar la casa, le dije que le daría mi parte de dinero para que alquilase o comprase una nueva vivienda. No me importaba desprenderme de ese dinero, sobre todo si se trataba de que Javier, que tanto había apoyado a Gabi y a Óscar, tuviera un lugar donde vivir. A la mañana siguiente, me llamó ilusionado y sorprendido. Había ido al mer- cado a comprar y le había contado al carnicero su situación. Este le dijo que, por ese precio, compraba la casa a condición de que se quedase a vivir en ella por un módico alquiler. Optamos por venderle la casa al carnicero. Javier se quedó en ella. Yo, me liberé, pudiendo destinar ese dinero a otro proyecto. ¿Azar o sincronía? No sé. Pero ese día, como tantos otros, sentí un profundo agradecimiento ante el vacío del silencio. Me abrí a que algo imposible ocurriera, y pasó. Otra experiencia, con la misma persona. Javier llegó a la casa de Úbe- da con una situación legal aparentemente imposible de solucionar. Estaba abocado a ingresar en la cárcel. Estaba condenado a varios años por vender un gramo de cocaína. La esperanza apareció cuando en 2002 se anunció una nueva reforma del Código Penal. Nombraron a un juez para la comi- sión legislativa. Nos conocíamos mucho. Me llamó y me preguntó sobre las cuestiones legales que se podían cambiar. Le hice un pequeño estudio. En él incluí la modificación que a Javier le podía ayudar: que las penas de hasta cinco años de prisión, si la persona había dejado el consumo de las drogas, se pudieran suspender. También que, en los casos de tráfico de dro- gas a pequeña escala, si la persona se había rehabilitado, la pena se pudiese rebajar. Hasta ese momento solo era posible la suspensión si la condena de prisión era hasta dos años. Mi amigo lo defendió en la comisión legislativa. Otros compañeros de asociaciones de apoyo a drogodependientes, en este caso los de la asociación Enlace de Andalucía, también lo promovieron. Al final, las dos propuestas se incorporaron al Código Penal. La solución al asunto de Javier tardaría en llegar, porque no era claro que se pudieran aplicar las reformas a su sentencia. Una noche, domingo de resurrección, a las doce, fuimos al bautizo del hijo de Pepe, nuestro amigo alfarero de Úbeda. Al entrar en la iglesia de San Pedro, nos sentamos en los bancos situados en la derecha del pasi- llo central. Había poca gente. Javier se retrasó. Al llegar, se sentó en los bancos situados a mi izquierda, detrás de dos personas. Mi amigo Alberto me dijo: —Oye, ¿ese que está delante de Javier no sale en la televisión? Era José María Michavila, el ministro de Justicia y su escolta. Ja- vier estaba detrás. ¿Qué hacía allí el ministro a las doce de la noche en una iglesia de Úbeda?… Al salir, lo abordé. Le saludé y le recordé que nos conocimos a través de un amigo común, cuando él era Secretario de instrumentos para la reconciliación personal 31

Estado de Justicia. Nos recibió por el asunto de un chaval de casa que tenía que ingresar en la cárcel. Lo recordó rápidamente. Le comenté su- perficialmente los cambios del Código Penal. No le di información de Javier, dada la situación de busca y captura en que se encontraba, pero tuve el presentimiento de que ese encuentro casual nos indicaba que su asunto iba a tener una salida. La solución definitiva llegó de la mano de otra persona. Se trataba de Consuelo. Era compañera, trabajaba como profesora de Derecho Penal en la Universidad Comillas; también como fiscal. Le expuse el tema. Ella habló con un magistrado a quien conocía bien. Y, al final, el tribunal, aplicando la reforma, liberó a Javier de esa condena. Hubiera quedado recluido durante años en una cárcel. Donde todo parecía en principio imposible, un deseo se hizo realidad materia- lizándose en situaciones y personas. ¿Azar o sincronía? Me encogí de hombros, abierto al asombro, junté las palmas de mis manos y agrade- ciendo profundamente me entregué al Misterio. No hay barreras que se opongan a la esperanza. Un viernes, al comienzo del otoño de 2019, un joven se acercó a una amiga mía, le cogió por el cuello y le quitó el teléfono móvil. Era la pri- mera vez que sufría un robo con violencia. Echó a correr camino de su casa. Eran las 12’30 de la noche. La calle donde ocurrió estaba vacía. Un ataque inesperado, violento, en una situación de indefensión, le generó una situa- ción de pánico. Al llegar a casa su marido miró en internet la posibilidad de detectar donde se encontraba ubicado el móvil robado. La sorpresa fue que estaba en una casa a tres manzanas más abajo de su domicilio. En el barrio de La Ventilla. Llamaron a la policía. Se presentaron allí. Se tra- taba de una casa donde daban acogida a menores extranjeros sin papeles; los denominados menas. Les facilitaban los medios para su formación e integración social en España. Allí vivían doce menores; todos intentando sobrevivir a pesar de la estigmatización social a la que estaban siendo so- metidos. Casi todos consiguen normalizar la vida y vivir desde el respeto. Sólo uno de ellos, enganchado a la droga, con una historia vital terrible, había cometido un delito; mi amiga era la víctima. Su marido habló con los responsables de la casa y le dieron explicaciones sobre la situación del menor. A la mañana siguiente, a primera hora, volvió al piso. En una de las habitaciones sonó la alarma-despertador. Allí estaba. Le devolvieron el teléfono. Llegó la policía; detuvieron al menor y le pusieron a disposición de la fiscalía de menores. Mi amiga, al día siguiente, al pasar con sus niños por el lugar donde ocurrió el robo, sufrió una intensa alteración de su sistema nervioso. Este le advertía que en ese lugar había sufrido un ataque, y daba órdenes para que liberara una gran cantidad de adrenalina para enfrentarse a la «su- 32 biografía de la reconciliación puesta» nueva situación. Un mecanismo de alarma, sano y saludable, pero que, en ese momento, era disfuncional e incómodo. Esa misma noche le propuse dar un paseo pasando por el mismo lu- gar. El cerebro tenía que aprender que el peligro había pasado. Accedió. Quedamos a las nueve y media de la noche. Llovía. No había gente por la calle. El escenario era similar al de días atrás. Dimos una primera vuelta; ella caminaba agarrada fuertemente a mí. Una segunda, ya separados. La tercera, ella caminaba delante, intentando estar presente y observando nuevos estímulos. La indicación era que mirase a quien se encontrase, con ojos de confianza. Esta fue misión imposible. Cada persona que aparecía suponía una amenaza para su cerebro; sobre todo, cuando era por detrás. Una cuarta vuelta, la hizo sola y se enfrentó a la situación. La quinta pro- puesta fue caminar por las estrechas y oscuras calles de nuestro barrio. Le seguí donde ella quisiera caminar. Fue directamente hasta el piso conde residía el menor que le robó. Estaba detenido o en algún centro de refor- ma; quizá. No lo sabíamos. Se paró frente a la puerta. Permaneció cinco minutos llorando y liberando otras emociones: la rabia. Volvimos atrave- sando el parque. Una última sugerencia. Le propuse que volviese al lugar exacto donde ocurrió. Yo llamaría por teléfono para hacerle una indicación. Me retiré 20 metros y llamé. Allí sacó su móvil; ahora no fue para dárselo al menor que le atracó, sino para escuchar una canción que le recordarse un momento de seguridad y cariño junto a su madre y a su padre, cuando era pequeña. Así hizo. A los cinco minutos me hizo una señal, me acer- qué. Deseaba volver sola a su casa. Yo marché a la mía. Había ganado en seguridad, aunque debería pasar algunas semanas más hasta restablecer, de nuevo, la confianza al andar por la calle. Al día siguiente, al terminar la clase en la universidad se acercó una muchacha. Se trataba de una antigua alumna. Nos saludamos. Le pregunté sobre su trabajo. Me dijo que estaba haciendo prácticas en un piso de aco- gida de menores extranjeros no acompañados. ¡Ah! Le dije. ¿En Ventilla? ¿Qué ha ocurrido al menor que el viernes pasado atracó a una mujer? La sorpresa fue grande. Efectivamente, allí trabajaba. Me facilitó informa- ción sobre la situación del menor. Lo significativo es que, por sincronía o causalidad, o casualidad, cada uno, según su opinión, ocurren encuentros en los que aparecen personas en relación al tema que tenemos «abierto» en nuestra mente. Una experiencia más. Eran los primeros años en que vivía con chicos en casa. Un verano, Álvaro, Jesús y yo, decidimos ir al camino de Santiago. Disfrutamos muchísimo con la gente. Contábamos cuentos y hacíamos malabares. En Burgos, tuvimos una velada preciosa. Allí acabó nuestro primer camino. Disfrutamos tanto, que Jesús y Álvaro decidieron volver instrumentos para la reconciliación personal 33 a repetirlo durante el mes de septiembre. Pasados dos meses, Jesús no volvió. Se quedó en un pueblo del camino con una muchacha que había conocido. Por unas u otras razones, volvió a recaer en el consumo de dro- gas. Desapareció de nuestra vida. Al año siguiente, Álvaro y yo, decidimos volver a reiniciar el camino. Ese año, sin Jesús. Obviamente, el recuerdo nostálgico del año anterior estaba influenciado por lo trágico de su recaí- da. Hablábamos de volver a encontrarnos con él. Una mañana, algunos kilómetros antes de llegar a Burgos, nuestro recuerdo se hizo más intenso. Al entrar en la ciudad y pasar por una calle próxima a la catedral, vimos un payaso haciendo mimo. Tenía la cara pintada de blanco, y la marca de un beso en la mejilla. En la mano llevaba un clavel blanco con el que pre- tendía encandilar a los transeúntes y, así, obtener unas monedas. Cuando se percató de nosotros, se escondió. Era Jesús. Demasiada coincidencia de persona, tiempo y lugar. ¿Azar o sincronía?; no sé. La tarde de ese día, la recuerdo, consternado, con mi cuerpo invadido de un afecto profundo que trascendía mi razón. En una dimensión algo más profunda, al iniciar proyectos destinados a disminuir el sufrimiento, he descubierto que las personas que tenían la autoridad o el poder para llevarlos a buen término iban apareciendo en cada momento oportuno. Algo misterioso ajeno a mí confabulaba a favor de dichos proyectos. La unidad tejida de amor o de solidaridad presente en muchas personas les impulsaba hacia la búsqueda de la verdad y la justicia. Han sido varias las campañas y proyectos que he impulsado, siempre apoyado con amigos y compañeros. Las primeras hace más de 17 años, para conocer las condiciones de vida en la cárcel o para intervenir en el régimen cerrado. La última, para evitar que gente empobrecida que ha ocupado ilegalmente una vivienda propiedad de un banco sea condenada e ingrese en la cárcel. Todas surgieron desde el contacto con la realidad: situaciones de injusticia legal o institucional que generaban sufrimiento a personas concretas con las que convivía o conocía directamente. En todos los proyectos se han generado dinámicas de sinergia entre muchas personas sensibilizadas que trabajan en distintos espacios asociativos e institucio- nales —política, judicatura y fiscalía—. Así, por ejemplo, en 2010 comenzamos un trabajo colectivo para que los manteros (personas que venden material cultural ilícitamente produ- cido —películas, música, etc.—) no ingresasen en la cárcel. Desde el año 2003 al 2010, momento en que cambiaron las leyes penales, estuvieron presos en la cárcel más de 600 manteros. Caí en la cuenta de lo que estaba pasando porque detuvieron a un chico africano que vivía en mi casa. Pri- mero, intentamos evitar que los africanos que eran detenidos y juzgados fuesen condenados. En segundo lugar, que los condenados no ingresasen 34 biografía de la reconciliación en la cárcel. Posteriormente, que los que estuviesen en prisión pudiesen salir y, por último, que se reformase el Código Penal. Misteriosamente, con el trabajo solidario de quienes iban apareciendo, se consiguieron todos los objetivos, hasta el último. Así, redactamos un documento con argumentos para la defensa de los manteros y distribuimos el documento a través de los colegios de abogados para que los profesionales interesados los pudiesen utilizar. En segundo lugar, iniciamos una campaña de solicitud de indultos para que el Consejo de Ministros les perdonase la pena. Redactamos un modelo de escrito con pautas y argumentos jurídicos. Los distribuimos entre las asociaciones que trabajaban con ellos para que los firmasen y me los remitiesen a la univer- sidad. A medida que iban llegando, los iba presentando en el Ministerio de Justicia. Tardaron en llegar, pero se consiguieron. Al final, pedimos aproximadamente unos cien y se concedieron más de la mitad. Organi- zamos una red de abogados para que visitaran a quienes estaban presos e informasen sobre la posibilidad de solicitar los indultos. Si se concedían, quedarían libres. Así hicimos, distribuimos las cárceles y fuimos de una en una visitando a todos. Más osado era intentar cambiar un artículo del Código Penal. Entre muchos detallamos los pasos que habíamos de dar. El primero consis- tía en sensibilizar a la opinión pública sobre este problema. La gente les compraba discos y bolsos. A los días dejaban de verles, no porque hubieran dejado su trabajo, sino porque se los llevaban detenidos —en la actualidad continúa esta situación—. A este respecto, organizamos una plataforma a la que denominamos «Ni un mantero en prisión». Diseñamos una página web para gestionar la campaña. Hicimos un ma- nifiesto describiendo la situación; lo distribuimos por las redes sociales. Recibimos más de cincuenta mil respuestas. Hablamos con periodistas y conseguimos un amplio eco mediático. Posteriormente, pensamos que era importante contactar con actores y músicos para que hablaran con las empresas que gestionaban los derechos de sus obras. Estas habían pro- vocado este desaguisado humano. Su presión, como lobby, había promo- cionado la reforma penal en el 2003. Con los pasos dados, conseguimos una amplia cobertura mediática desde los frentes interesados: el social, el jurídico y el artístico. Transcurrieron varios meses y conectamos con los portavoces de Justicia de todos los partidos políticos. Nos dieron cita y fuimos visitándolos en sus despachos del Congreso. Finalmente, la reforma salió adelante, aunque no con la despenalización total que pedíamos. Pero, al menos, se permitía que, al cambiar la infracción de delito a falta, la pena ya no fuera de prisión sino de multa o de trabajos en beneficio de la comunidad. Así, los presos salieron en libertad y los instrumentos para la reconciliación personal 35 procedimientos penales por delito se transformaron en juicios de faltas con las sanciones que he reseñado. Ya no irían a la cárcel. De nuevo, una experiencia que permitió evitar la exclusión carcelaria. Otra campaña, en el mismo sentido que la anterior, fue la de Salve- mos la hospitalidad. En el anteproyecto de reforma de Código Penal, en 2013, se proponía reformar el art. 318 bis CP. Este pretendía sancionar con penas de hasta dos años de prisión, a quienes intencionadamente ayudasen a una persona no nacional de un estado miembro a entrar o transitar por el territorio español. Cuando estudié este tema, caí en la cuenta de varias cuestiones controvertidas. ¿Qué respuesta penal puede dar el Estado a una persona que ha ayudado a otra, extranjera sin autori- zación para entrar en España, a cruzar la frontera; o a quien conduce una pequeña embarcación con migrantes africanos desde África y llega a la península; o a quien traslada en un camión a una persona extranjera sin autorización de entrada nada más atravesar la frontera, o a quien recoge a «una sobrina huérfana y la introduce ilegalmente en España, para que viva con ella, tras la muerte de sus padres»? Hasta ese momento, para los supuestos descritos anteriormente, la ley penal preveía penas de cuatro a ocho años de cárcel. La reflexión se extendía hacia otras situaciones: ¿qué ocurriría si co- nociese a una persona extranjera en situación, administrativa irregular («sin papeles»), y decidía acogerla en mi casa, como muchas veces he hecho? ¿Y si le acojo, porque entiendo que mi dignidad se «salvaguarda» compartiendo parte de mis bienes y de mi tiempo con quien se encuentra en un país extraño, desorientado, sin apoyo, desarraigado, y que migró a España en busca de un futuro digno? ¿y si le refugio en mi casa por estricta compasión humana respecto de quien sufre en un país extranjero alejado de su tierra? ¿y si este amparo reside en el entendimiento de que lo mío pertenece a todos…? Si entraba en vigor la reforma del Código Penal en los términos en que se estaba redactando el referido artículo, supondría que las personas o ins- tituciones que ayudasen o acogiesen en sus domicilios de forma altruista a las personas extranjeras en situación irregular podrían ser consideradas criminales: serían detenidas, juzgadas y, en su caso, condenadas. Iniciamos entre varios amigos la campaña denominada «Salvemos la hospitalidad». Organizamos una plataforma, dimos conferencias, acudimos a los medios de comunicación y hablamos con todos los partidos políticos. Nuestro objetivo era la modificación del propuesto art. 318 bis del Código Penal. Finalmente, tras un intenso trabajo mediático, conseguimos una re- unión con el Ministro de Justicia que, después de una larga conversación, aceptó nuestra propuesta. Finalmente, en la reforma del Código Penal de 36 biografía de la reconciliación

2015, en el art. 318 bis, se creó un apartado redactado en los siguientes términos: «Los hechos no serán punibles cuando el objetivo perseguido por el autor fuese únicamente prestar ayuda humanitaria a la persona de que se trate».

3. La vida recibida a través de los ancestros Los árboles son la expresión de la vida. Los movimientos de las ra- mas, los giros que sobre sí mismas tienen respecto del tronco, la fuerza, la fragilidad, su belleza. Son la vida que contiene el paso del tiempo, los cambios en cada estación. Están profundamente conectados con sus raíces, que aun ocultas, son las que le dan fuerza y vida. Son bellos en cada una de las estaciones, porque las raíces los alimentan. Nuestra belleza, nuestra fuerza y debilidad, nuestros movimientos y cambios, son posibles en buena parte, gracias a un aparente misterio que permanece oculto: la fuerza de nuestros antepasados. Para los estudiosos de la psicogenealogía, existen nexos complejos y sutiles que nos vinculan a experiencias concretas que tuvieron nuestros ancestros. En ocasiones, acontecimientos dolorosos inexplicables o de- terminadas decisiones personales, creencias, ideologías políticas, incluso la elección de profesiones o formas de ejercerlas, pueden tener relación directa con sucesos vividos por quienes nos precedieron. La principal precursora de este paradigma es Anne Schützenberger 21. Parece ser que la información estimular asociada a cargas emocionales de nuestros ancestros puede quedar en nuestro inconsciente igual que la información genética está en nuestro adn. De acuerdo con el nuevo entendimiento de la epi- genética del comportamiento, experiencias traumáticas de nuestra vida o en la de nuestros antepasados recientes, dejan «cicatrices» moleculares codificadas en nuestro adn 22. En el mundo animal hay evidencias cientí-

21 Schützenberger, A. (2006) !Ay mis ancestros! Omeba. 2006. 22 Los mecanismos de la epigenética del comportamiento subyacen no sólo en los déficits y debilidades, sino también en las fortalezas. Para conocer la forma de transmisión leer: Kaminker, P. Epigenética, ciencia de la adaptación biológica heredable. Arch Argent Pediatr, 105(6), 2007. Rius, M. (2016). Epigenética: los hábitos del padre dejan huella en el hijo. La Vanguardia. Extraído de: http://www.lavanguardia.com/vida/20160213/302119227627/ epigenetica-habitos-padre-dejan-huella-hijo.html. También leer libros recomendados en el epígrafe de este libro: «la integración de las figuras parentales». Para más información ver: https://elpais.com/elpais/2018/10/21/ciencia/1540148116_181772.html. Denny Vagero and Kristiina Rajaleid. Transgenerational Influences. Does childhood trauma influence offspring’s birth characteristics. International Journal of Epidemiology, 2017, 219–22doi: 10.1093/ije/dyw048. Advance Access Publication Date: 4 May 2016 instrumentos para la reconciliación personal 37 ficas de la transmisión transgeneracional a raíz de cambios estresantes en el ambiente 23.

3.1. Mi experiencia He tenido la oportunidad de buscar información sobre mis antepasa- dos para agradecer su vida, aceptar las limitaciones y situaciones de vio- lencia que realizaron o sufrieron y que no pudieron o supieron afrontar de manera exitosa. Mi familia siempre está conmigo y la bendigo. Siento un profundo agradecimiento y admiración por las personas que me precedie- ron. Gracias a su valor para sobrevivir y a su unión biológica pude nacer 24. La necesidad de conocer mis raíces no parte de una mera curiosidad. La forma en que afrontaba mi profesión, radicalmente identificada con el dolor de quienes cometían delitos, así como del intenso sufrimiento que recibían del Estado en forma de cárcel, me llevó hasta el límite de mis capacidades emocionales. Necesité buscar una explicación para poder des- identificarme y vivir más equilibradamente. Así, mi camino profesional en el ámbito del Derecho Penal esta- ba mediatizado por una creencia: «Los delincuentes son víctimas de un sistema y de una historia, necesitan más protección y defensa para evitar que sus derechos sean vulnerados. Los policías, jueces, fiscales y funcionarios de prisiones son parte cómplice de un sistema socialmente injusto». Como consecuencia, la compleja realidad humana y social de estos fenómenos delictivos, quedó parcialmente interpretada. Se fue manifestando una y otra vez en mi vida, hasta consolidarse. Aparecieron personas y situaciones a las que tenía que defender de situaciones objeti-

23 Recientemente, la revista Science, en su número de abril de 2017, publicó un ar- tículo con los resultados de una investigación llevada a cabo por científicos del Centro de Regulación Genómica (CRG) en Barcelona, el Instituto de Investigación contra la Leucemia Josep Carreras y el Instituto de Investigación Germans Trias y Pujol, en el que afirmaban haber descubierto que el impacto de los cambios ambientales se puede transmitir en los genes de hasta 14 generaciones. El «recuerdo» de una situación estresante a la que habían sido sometidos determinados animales se mantenía en sus transgenes «durante, al menos, catorce generaciones» (Ver: Klosin, Adam, et al. (2017) «Transgenerational transmission of environmental information in C. elegans» en Science, 21 Apr. 24 Esta idea es expresada bellamente en el poema de Ángel González, «Para que yo me llame Ángel González, para que mi ser pese sobre el suelo, fue necesario un ancho espacio y un largo tiempo. Hombres de todo el mar y toda la tierra, fértiles cuerpos de mujer, y cuerpos y más cuerpos, fundiéndose incesantes en otro cuerpo nuevo, solsticios y equinoccios alumbraron, con su cambiante luz, su vario cielo, el viaje milenario de mi carne, trepando por los siglos y los huesos». González, Á., Áspero mundo, 1955. 38 biografía de la reconciliación vamente injustas. La fui alimentando emocionalmente y, desde ella, ade- más de vincularme intensamente con estas personas y realidades, hasta el límite, fui construyendo una realidad y un pensamiento incompleto y parcial. Había olvidado a las víctimas. Algunas experiencias vitales, en- tre ellas las agresiones que he sufrido, me llevaron a ampliar mi mirada y a incluir su perspectiva en mi reflexión. Poco a poco, he relativizado la «supuesta inocencia y victimización», aunque no los derechos, de quienes delinquen. Ahora mi reflexión sobre el fenómeno delictivo es más integradora y amplia. En mi proceso terapéutico, me di cuenta de que esta percepción o creencia limitada tenía, en parte, un origen remoto: la difícil realidad que tuvo que vivir uno de mis ancestros después de la Guerra Civil española. Fue ingresado en un campo de concentración francés. La violencia que sufrió entre rejas, quizás en parte, llegó a mi inconsciente transmitida por mi abuela y mi sistema familiar 25. La hice mía: quería defender a los presos de todo abuso institucional. Se trataba de Pedro, mi tío abuelo. Era hermano de mi abuela y pa- drino de mi madre. En 1939, tuvo que exiliarse porque era teniente del ejército republicano. Estuvo destinado en Barcelona entre 1936 y 1939. En el Diario Oficial del Ministerio de Defensa Nacional de 4 de enero de 1938 está publicado su ascenso a teniente. Fue internado en un campo de concentración en Argeles-sur-Mer. Cuando salió, exiliado, no podía volver a España, su país. Quedó sin papeles y se dedicó a vender toallas de forma ambulante. Trabajó de representante viajando de un lugar a otro. Cuando venía de visita a España, después de la Ley de Amnistía de 1977, se alojaba en casa de la abuela. Desde allí, gestionaba los trámites para que le reconocieran la condición de militar y, de esta manera, poder acceder a una pensión. Aún hoy, en el buzón de la casa, está su nombre junto al de mis abuelos, ya fallecidos hace años. Cuando llegó su vejez, mi madre le atendía y vivió en la casa donde mis abuelos tenían una carbonería desde la postguerra. Mi madre me cuenta que él murió junto a ella. Era la sobrina a la que más quería. También le recuerdo discutiendo acaloradamente

25 El biólogo Rupert Sheldrake, desarrolló el concepto de resonancia mórfica en su libro: La presencia del pasado. Kairós.1990. Esta hipótesis permite considerar el incons- ciente colectivo no solo como fenómeno humano, sino como un aspecto de un proceso más general, en virtud del cual los hábitos se heredan en todo el mundo natural. Es una especie de madeja invisible. «La resonancia mórfica es un principio de memoria en la naturaleza. Todo lo similar dentro de un sistema auto organizado será influido por todo lo que ha sucedido en el pasado, y todo lo que suceda en el futuro en un sistema similar será influido por lo que sucede en el presente. Es una memoria basada en la similitud.» instrumentos para la reconciliación personal 39 con otra parte de mi familia socializada en el franquismo. Creo que soy el único de la familia con una sensibilidad parecida a la suya. Le recuerdo, cuando yo era pequeño, contando los sufrimientos del exilio y de los años que pasó en un campo de concentración, encerrado y torturado: «hasta los orines tenía que beber». Esta violencia, ¿habrá quedado en el inconsciente familiar y yo lo he recibido a través mi madre y de mi abuela? ¿Cómo reparar este sufrimiento que pudo quedar alojado en el inconsciente familiar? ¿Por qué me he dedicado a defender derechos de las personas privadas de libertad? Podía haberme dedicado a otros tra- bajos, incluso dentro del derecho a otros ámbitos; pero no. He estudiado el Derecho Penal; lo utilizo como instrumento para defender en justicia a muchas personas en los juzgados, tribunales y centros penitenciarios. Me he permitido reflexionarlo y llevarlo más allá de sus propios límites inter- pretativos para que quienes lo aplican sean capaces de ver la humanidad de sus destinatarios. Actualmente trabajo en el consejo asesor del Mecanismo Nacional de Prevención de la Tortura, en el Defensor del Pueblo. ¿El sufrimiento que mi tío abuelo Pedro pasó en el campo de concentración pudo influir en mi inconsciente para las decisiones profesionales que he ido tomando? Quizás sí, al menos en una pequeña parte. Otra puede tener su origen en la violencia de otro antepasado cuyo recuerdo quiero guardar en la intimidad. No se trata de una causalidad directa, sino una pulsión que puede ser escuchada: la necesidad de reparar la dignidad vapuleada por sus años en el campo de concentración. Por último, en el otro sentido, es posible que mi tío, siendo militar y habiendo luchado en la guerra, causara o estuviera implicado en alguna o varias muertes. Llegar a esta suposición es duro y doloroso; a la vez, es un ejercicio de búsqueda de la verdad. Para cualquier persona, es difícil asociar que un ancestro a quien se ama pudiera haber cometido un acto de violencia tal. Este ejercicio es necesario hacerlo como sociedad, en tanto que todos y todas somos «herederos» de las violencias cometidas y sufridas en la Guerra Civil. Así, entiendo que mi tarea como mediador entre personas que asesi- naron y sus víctimas apareciera como una necesidad de reconciliación en mi árbol genealógico. De este tema ya hablaré en un capítulo posterior. He tenido cierta sensibilidad para escuchar el sufrimiento de quienes de- linquen; también para vivir con ellos bajo el mismo techo. ¿Tendrá alguna relación con lo vivido por mis ancestros? Las contestaciones a estas pre- guntas forman parte del misterio. El solo hecho de formularlas, me serena. En la actualidad, después del trabajo terapéutico y de la toma de con- ciencia, ya no siento la tarea profesional de abogado defensor como una vocación, en una suerte de obligación autoimpuesta que durante años me 40 biografía de la reconciliación impulsaba: era principio, medio y fin. Ahora, trabajo con más desapego y sin la tensión que supone vivirlo como una necesidad de reparación voca- cional. En otras palabras, sigo dedicándome al campo del Derecho Penal y mi vivencia de ello es diferente, en tanto que me siento des-identificado, más sereno y más pacificado. Me siento agradecido por esta sensibilidad heredada y recibida de mis antepasados, así como a la fuerza e intuición para desarrollar estas tareas profesionales. Y, desde esta toma de conciencia, experimento que el tiempo no es lineal. No es una vía de tren por la que avanzo hacia objetos y metas dejando atrás la historia. Más bien me inclino a pensar que el tiempo se desarrolla a través de mí, siempre en presente, pues llevo la información de mi biografía familiar. Y la vida, como expresión del Todo en un lienzo que nos envuelve, se encarga de mostrar algunas situaciones que tengo que comprender y, con ello, en su caso, trasformar, integrar y agradecer.

3.2. Mi inquietud Llevo un tiempo, después de hacer mi propio camino terapéutico, en la búsqueda de comprensión de estos paradigmas. Para ello, pregunto a personas amigas y compañeros sobre la influencia que en su vocación profesional o, en su vida en general, haya podido tener la participación de los abuelos en la guerra o en otras circunstancias similares significativas. Las respuestas son sorprendentemente iluminadoras. Quienes fueron perseguidos y fusilados por un bando reconocen un odio visceral e incomprensible a ideas políticas de los que consideran, de alguna manera, «herederos ideológicos» de los asesinos. Hay quienes se han dedicado a acusar, perseguir, defender o juzgar como vocación profe- sional con unos matices vindicativos que quizás se anclan en historias de sus antepasados. También quienes se han dedicado a sanar a otros, como consecuencia, entre otras motivaciones, de los daños que cometieron los suyos. O quienes, inexplicablemente, se ven perseguidos en distintos momentos de su vida y, de pronto, toman conciencia de que su abuelo lo fue durante la guerra o posteriormente; y así, múltiples situaciones sim- bólicas. Son solo hipótesis de trabajo que ayudan a la comprensión, con todos los matices que se quiera, de situaciones que se viven en el presente. A continuación, narraré algunas situaciones concretas que pueden ilustrar esta línea de pensamiento. Hace unos meses, en una conversación con una compañera abogada, hablamos sobre este tema. Me cuenta que un hermano de su padre desapa- reció en 1936; un buen hombre y trabajador que no pertenecía a ningún partido político. Le llevaron a una checa, posiblemente lo torturaron y nunca se supo de él. El padre de mi compañera lo ha buscado insistente- instrumentos para la reconciliación personal 41 mente durante toda su vida. También ella, en archivos de todo tipo. Ni rastro. Le pregunté cómo creía que le había influido la desaparición de su tío. Curiosamente, ha trabajado como abogada dedicada a defender personas para que no sean encarceladas, a participar en colectivos sociales de apoyo a presos, a colaborar con Amnistía Internacional —trabaja con desaparecidos— y a luchar contra la tortura. ¿Hasta qué punto su profe- sión no se ha visto condicionada por esa información de los antepasados? Junto a esto, me cuenta que tiene ciertos aspectos de carácter que guardan relación con el miedo a desaparecer y otras cuestiones emocionales com- plejas de explicar aquí. Desde este paradigma, hay pueblos enfrentados. En España, uno en Cuenca está divido 26. Al parecer, en 1931, las milicias marxistas asesinaron al párroco y dos colaboradores; en 1936, las milicias republicanas asesina- ron a 19 vecinos. En 1939, vino la represalia: 29 vecinos supuestamente republicanos fueron asesinados. El alcalde del pueblo señalaba en 2017 que «la mala sangre de lo sucedido perdura hasta hoy y genera mucho odio y mucho sufrimiento». Las palabras hablan por sí solas de lo que estamos explicando. ¿Qué consecuencias físicas y psíquicas en las relaciones fami- liares y vecinales aún se mantienen dos o tres generaciones después? ¿Es posible trascenderlas? Habrá que hacerlo. Un ejemplo más. Un amigo, concejal de los servicios sociales de un ayuntamiento, llevaba un año ayudando a una mujer inmigrante amena- zada de desahucio con tres hijos, para que no durmieran en la calle. Dis- cutió con los servicios sociales por su inoperancia hasta que finalmente, el día en que se produjo el lanzamiento de esta familia, terminó llevándose a la familia a su casa ante la falta de alternativas para alojarlos en algún dispositivo de acogida en ese momento. Una mañana le pregunté: «En tu familia, ¿quién se quedó sin casa, en una situación análoga?» La respuesta fue que su abuela, como en el caso de esta otra mujer inmigrante, quedó sola con tres hijos, tras el fusilamiento de su marido en agosto del 36. Al igual que en el caso que estaba tratando de solucionar, eran también una madre con tres hijos, dos niñas mayores y el pequeño, un varón, que acabaría siendo el padre de mi amigo. Después de meses de sufrir un bom- bardeo tras otro, los cuatro terminaron por dejar su casa y huyeron a buscar refugio en el campo. Fue durante la Guerra Civil. Acabó comprendiendo la situación de la mujer inmigrante que tenía alojada en casa y que estaba reflejando el sufrimiento instalado en su inconsciente familiar. Este nece-

26 El pueblo que no puede superar la Guerra Civil. El País. 14 de enero de 2017. Por Nacho Carretero. 42 biografía de la reconciliación sitaba ser conocido, comprendido e integrado. Al cabo de un tiempo, fue al cementerio de su pueblo, escribió una carta a su abuelo y se despidió de él. En la carta, relató las tareas a las que se había dedicado durante su profesión, agradeciéndole su vida. Al mes, gracias a la ayuda de contactos y relaciones con organizaciones sociales, la familia que estaba alojada en su casa encontró un lugar en el que vivir. Él ha dedicado toda su vida profesional al trabajo con los «sin techo». Quizás, de nuevo, estos hechos no tengan relación y sean simples coincidencias.

3.3. La lógica de lo transgeneracional En la búsqueda de un modelo teórico para poder entender lo que iba descubriendo, me acerqué a estudiar algunas claves de la psicogenealogía. Descubrí algunos conceptos que me ayudaron en mi proceso. a. La lealtad. Los desarrollos teóricos de transmisión transgeneracio- nal sostienen que ciertas pautas relacionales se transmiten a los miembros de la familia a través de la lealtad y el endeudamiento de unos con otros. Boszormenyi-Nagy y Spark (2003) señalan la existencia de tramas de lealtades invisibles en las familias, lo que implica la existencia de expec- tativas estructuradas del grupo familiar, en relación con las cuales todos los miembros adquieren un compromiso. Los límites y características de la lealtad pueden quedar definidos por los sucesos de la familia y los valores en que se asienta, o por las violencias sufridas por un grupo social y los mitos que subyacen 27. Estas lealtades invisibles actúan en forma de man- dato o pulsión, moldeando y dirigiendo el comportamiento individual. Un ejemplo. En la universidad, cuando dirijo los trabajos de fin de grado, si el tema guarda relación con la violencia institucional, pregunto a las alumnas el motivo de la elección. La primera contestación no aporta luz. Cuando les pido permiso para preguntarles por la relación del tema con algún abuelo o abuela, de pronto, la cosa cambia. Una alumna, que vino desde Chile, quería hacerlo sobre la eximente de la obediencia debida. Esto es, la exclusión de la responsabilidad penal a quien delinque por el mandato de un superior. Su novio era militar en Chile; inicialmente me pareció que el tema de la dictadura chilena podía estar en el origen. Le pregunté por sus abuelos. Me comentó que el viaje a España se lo había pagado su abuela, cuyo padre era español y que durante la Guerra Civil tuvo que disparar a «diestro y siniestro» desde la trinchera. Cuando en

27 Consultar la tesis (publicada) de Magda Heireman: Du côté de chez soi: la terapia contextual de Ivan Boszormenyi-Nagy, ESF. 1989. instrumentos para la reconciliación personal 43 el seno de la familia relataba estos sucesos, se justificaba, con dolor, en el cumplimiento de las órdenes que le daban superiores. Ahí estaba el tema. Por tanto, la lealtad sería hacerse cargo del dolor sufrido o de la violencia causada por algún ancestro. b. Los silencios y secretos. En 1978, dos psicoanalistas freudianos clásicos, parisienses de origen húngaro, Nicolás Abraham y Maria Török, publicaron una recopilación de sus artículos: La Corteza y el Núcleo 28. Trabajaron situaciones de personas que decían desconocer las causas que les habían llevado a comportarse de una manera agresiva. Señalaban que sufrían un impulso de alguien que no había solucionado un tema ver- gonzante o doloroso (muerte, cárcel, incesto, adulterio) y que se había ocultado a la familia. Era como si un miembro de la familia guardase sin saberlo el secreto en su cuerpo, como si fuera una «cripta». Se trata de la presencia en el inconsciente del secreto inconfesable de un ancestro, una o dos generaciones atrás. Estos autores proponen que aquellas situaciones que no pudieron ser elaboradas, es decir, que no pudieron ser incorporadas a la psique mediante el mecanismo de introyección, pueden dar lugar al sufrimiento psíquico y se constituirán como un trauma. El silencio o secreto tiene una base emocional muy clara: la vergüenza, el miedo al rechazo social, familiar y a quedar fuera del clan o del sistema social concreto. Es por ello que las personas esconden violaciones, adul- terios, asesinatos, maltratos, herencias mal repartidas, hijos ilegítimos, incestos, niños que nacen enfermos o discapacitados, adicciones, muertes inesperadas que se convierten en duelos no realizados, entre muchos otros. De alguna forma, estos pueden acabar expresándose en determinadas pro- fesiones vocacionales, obsesiones, búsquedas, sufrimientos, pesadillas, en- fermedades graves, accidentes o en forma de delitos cometidos o sufridos 29. Nicolás Abraham cuenta la historia de un señor que ignoraba todo del pasado de su abuelo. Este paciente es geólogo aficionado. Cada domingo va a buscar piedras, las recoge y las rompe. También es cazador de mari- posas, las coge y las mata en un bocal de cianuro. ¡Nada más extraño! Este hombre se siente terriblemente a disgusto y busca una terapia. Entonces se dirige a Nicolás Abraham, quien tiene la idea de que haga investiga- ciones en su familia, regresando a varias generaciones anteriores: entonces se entera de que tiene un abuelo (el padre de su madre) de quien no habla nadie. Es un secreto. El terapeuta aconseja a su «cliente» que vaya a visitar a la familia de su abuelo. Fue mandado a los «Batallones de África» para

28 Abraham y Török, M., La Corteza y el Núcleo. Amorrortu editores. 2005. 29 Nicolás Abraham. Tomado de Schützerberger, A., op. cit. 44 biografía de la reconciliación

«romper piedras», luego fue ejecutado en una cámara de gas, lo que su nieto ignoraba (ibid., p. 431)… «¿en qué se entretiene nuestro hombre los fines de semana? Geólogo aficionado, va a romper piedras, y cazador de grandes mariposas, las coge y las mata en un bocal de cianuro». El bucle simbólico está cerrado y expresa el secreto (del «objeto de su madre»), se- creto que no conoce. Estas situaciones son a las que Anne Schützenberger llamaba «lazos transgeneracionales» 30. Un ejemplo más. Un amigo mío, que ha estado preso toda la vida por delitos de robo, trabajando sobre su árbol genealógico, tomó con- ciencia de que su forma de delinquir, de los sucesos vividos en la cárcel, sus estudios de Derecho dentro para defender compañeros y denunciar las injusticias del sistema penitenciario, guardaba relación directa con la historia de su abuelo paterno, apresado y muerto en una cárcel durante la Guerra Civil. ¿Para qué los hombres de los ejemplos anteriores desarrollan activida- des cuyo origen desconocen y son incluso atípicas? Para tomar conciencia de una verdad que necesita ser reconocida para poder ser liberada después. En la medida en que los secretos se desvelan y se integran desde la recon- ciliación y el duelo, pueden no transmitirse a las siguientes generaciones. Esto le sucedió a una joven, hija de una persona asesinada en el 11-M. La conocí a raíz de un encuentro restaurativo que tuvo con el hijo de uno de los autores de los atentados. A ella, le habían ocultado la verdad para protegerla, tenía 11 años. Ni la madre ni las tías le habían contado cómo había fallecido su padre. Tuvo que informarse por internet y a escondidas. En la etapa final de su infancia, se dedicaba durante todas la tardes a bus- car información sobre los atentados. Estudió Periodismo. Trabaja buscando la verdad para contarla, ahí radica el origen de su vocación profesional. Y como es consciente, su trabajo es ecuánime y audaz. Fuera de intereses espurios. El secreto no se transmitirá a sus hijos e hijas; la información ha quedado sanada. En la misma línea, se encuentra el hijo de unos de los autores del te- rrible crimen. Al menos, la tremenda violencia irracional del padre ha sido narrada. Él no es el encargado de guardar ningún secreto. El encuentro entre ambos fue sencillo y emotivo. Nosotros solo tuvimos que preparar las entrevistas individuales. Una vez juntos, ellos solos continuaron su conversación, así como sucesivas reuniones.

30 Shützenberger, A: «La huella de nuestros antepasados: estudios sobre genealogía clínica», en Eersel P., Mis antepasados me duelen. Psicogenealogía y constelaciones familiares. Obelisco. 7.ª edición. 2010 instrumentos para la reconciliación personal 45

Por exponer un último testimonio, durante un encuentro restaurati- vo, una persona cuyo padre había sido asesinado por un miembro de eta, le dijo a un ex terrorista que tomó conciencia de responsabilidad de los asesinatos: tú y yo no seremos amigos, pero al menos nuestros nietos podrán jugar juntos. Esta es la toma de conciencia: la reconciliación permite cerrar el dolor en esa generación, sin que sea transmitida a las siguientes. Igualmente, Maixabel, esposa de una persona asesinada por eta, decidió participar en dos encuentros restaurativos facilitados por Esther Pascual. Se encontró cara a cara con Luis e Ibon, ambos habían participado en el asesinato de su marido. Fueron encuentros con resultados sanadores para ella, también para ellos. Entre otros motivos, ella participaba para que sus nietos pudiesen convivir en paz. Sincrónicamente, el día en que eta entregó públicamente las armas, nació su nieto. c. Sobre la justicia. Cuando una persona sufre un delito o lo han sufrido sus ancestros queda un poso de resentimiento en todo el árbol. Y este ha de ser reconocido y expresado. Las deudas han de quedar saldadas desde el conocimiento de la verdad, el reconocimiento público del daño sufrido y el causado, así como de la reparación, real o simbólica. De lo contrario, el sentimiento de injusticia y el resentimiento permanecen. De esta forma, se transmiten a las siguientes generaciones, condicionándoles a comportamientos o vocaciones reparadoras desde la venganza o desde la curación. Esto explica la necesidad del reconocimiento público del daño sufrido, del enjuiciamiento de los autores y de la reparación material. Esto ha de ocurrir no solo en los delitos, sino también en las consecuencias de los conflictos bélicos; en concreto, en España, aquellos acaecidos durante la Guerra Civil, la dictadura y el denominado «caso vasco». Para las víctimas y sus familiares, se hace necesario conocer la verdad y la condena pública de los autores. Tanto en la Guerra Civil como en la dictadura franquista no se juzgaron a los autores de los delitos cometidos, particularmente, por uno de los bandos. Tampoco se han procesado penalmente todos los delitos de eta (por ejemplo, quedan aproximadamente 400 asesinatos sin juzgar) y tampoco las torturas y asesinatos de los vinculados al propio Estado (gal y Cuerpos y Fuerzas de Seguridad). Es necesario que el Estado emprenda una labor de investigación y de reconocimiento público. De esta forma, pueden cerrarse las heridas personales y las fracturas sociales evitando transmisiones transgeneracionales (en todas sus manifestaciones: vocaciones reparadoras, enfermedades, etc.). En ello, tendremos ocasión de profundizar en un capítulo posterior. En conclusión, el sentimiento de injusticia merece ser tomado en consideración para ser elaborado. 46 biografía de la reconciliación

3.4. Un aprendizaje Una tarde en mi rutina de silencio apareció la imagen de una cruz. Es el símbolo cristiano que representa, entre otros esenciales aspectos, la muerte y la resurrección. Dos maderos, uno horizontal y uno vertical. Cla- vado en ella, con un intenso sufrimiento, se encontraba el Jesús histórico. Ya, desde que era pequeño en el colegio de los salesianos, me explicaron que eso ocurrió para «salvar y reparar los pecados del mundo». No llegué nunca a entender a qué se refería. De pronto, apareció una intuición. Los maderos pueden ser expresión simbólica del árbol genealógico. Las fibras de madera están formadas por el dolor acumulado y el sufrimiento de los ancestros. El que causaron o soportaron. Este es el madero vertical. El que clava sus raíces en la tierra y se eleva hacia el cielo. Y, por otro lado, aparece una energía de amor; no conoce tiempo ni lugar. Permite liberar, armonizar y quizás reparar, aquellas violencias y terribles zarpazos que los seres humanos causamos. ¿Cómo?, puede ser que a través de nuestros actos de ayuda, entrega, auxilio, justicia, hospitalidad; a través de nuestras palabras y nuestros silencios; también con nuestro sufrimiento e incluso con violencia. Todas estas actitudes o cualidades, conforman el madero horizontal. Muchos años me mantuve en las claves del madero horizontal: «ayu- dando» y «clamando por la justicia». Me convertí en un personaje. Solo, cuando logré comprender que tanta ayuda a otros, puede tener un origen en la violencia de mi genealogía, pude entender el significado de la cruz para trascenderla. Ocurrió cuando logré unir la violencia heredada con el amor entregado. La conexión de ambas polaridades —dolor/amor— me liberó. Aquí apareció la humildad: nada de lo que hice me pertenece, ni tan siquiera soy protagonista. Es la expresión e impulso del amor, a través de la vida, para sanar aquello que quedó herido. Es, como si el Amor no permitiese que la violencia causada históricamente quedara ahí, o que quienes fueron excluidos no pudieran ser integrados. El Amor reequilibra e integra, esta puede ser la fuerza no manifestada en la que somos, nos movemos y existimos.

3.5. Aplicación práctica Para comprender mejor lo que he expuesto, es interesante hacer el ejercicio de construir la biografía personal y familiar 31. En primer

31 Esto que abordo es un acercamiento a una técnica que se denomina genograma, que se utiliza en distintas disciplinas de la relación de ayuda, como el trabajo social. En- instrumentos para la reconciliación personal 47 lugar, se trata de recopilar datos en relación a la propia historia perso- nal. Ha de comenzarse desde el principio: fecha y lugar de nacimien- to, la relación que tenían los padres entre sí antes de la concepción y durante la crianza, la relación con la madre y el padre; también con los abuelos y abuelas. Hay que buscar información de los primeros años en la familia, con los hermanos, con los amigos, en el colegio, en la adolescencia, así como los trabajos desarrollados, las parejas, hijos, amigos especiales, fallecimientos y momentos de crisis. Tener en cuenta también accidentes, conflictos graves y enfermedades cró- nicas u otras significativas. Es interesante añadir fotografías al texto. También hacer una lectura subyacente de los valores y creencias de la familia, para discernir cuáles siguen vigentes en la vida adulta. Esta autobiografía lleva su tiempo. Para ello hay que hacer un esfuerzo de memoria y de búsqueda de datos. Una forma de hacerlo es a través de conversaciones con los familiares. No siempre es posible. Hay quienes precisan buscar la información en personas ajenas a la familia, o en el propio Registro Civil. Posteriormente, es interesante añadir biografías de los familiares. El conjunto de todas ellas, con sus puntos de encuentro y desencuentro, es lo que se llama árbol genealógico. Hay que señalar, a su vez, la relación de cada miembro con el resto (de exclusión, afecto, celos, alianza, etc.). De nuevo, se completa con los nombres de pila, las fechas de nacimiento y muerte, así como las de sucesos importantes (accidentes, enfermedades, delitos, muertes, abortos, hijos extramatrimoniales, violencias). El obje- tivo es establecer nexos probables entre los sucesos y sus fechas. También es muy interesante comprobar quiénes coinciden en nombre, profesión, aspecto físico o carácter. Una cuestión muy relevante al respecto es: ¿qué evento ha causado un impacto emocional considerable en algún miembro? Se trata de encontrar al antepasado cuya memoria de dolor puede haber quedado en el incons- ciente familiar, y por transmisión, puede estar condicionando sutilmente decisiones vitales de algún otro miembro. Una vez encontrado este ancestro y comprendido el impacto emo- cional que vivió, se trata de hacer un duelo. En algunos casos, puede ser útil la confección de un libro de memorias que, además, puede emprenderse como una tarea colectiva. La familia, incluidos los niños,

tendemos que es de enorme utilidad en el campo de la justicia restaurativa. Para mayor conocimiento de esta técnica ver Lamoneda González, A, Vivir, sobrevivir. El genograma, un mapa familiar. Dimus; Cudec. 2010. 48 biografía de la reconciliación pueden compartir la reconstrucción de la relación con el ausente, reu- niendo fotos, escritos y recuerdos. Cuando se tiene una comprensión y el cuerpo-mente la procesa, aparece una vivencia nueva, una percepción distinta de dicho ancestro. Se liberan ciertos condicionamientos. El ca- mino de la vida pertenece a cada persona y el dolor de los antepasados queda sanado y liberado. 5 Los procesos de reconciliación interpersonal

Las personas somos seres relacionales y, por tanto, es inevitable tener conflictos. Es importante gestionar los que generan incomodidad. Tam- bién los que, por azar o sincronía, se repiten: el mismo tema con distintas personas. Ante las dificultades relacionales, es frecuente que las personas im- plicadas abandonen los espacios y las personas (asociaciones, grupos de amigos, comunidad de vecinos e incluso trabajos). Es, a priori, la opción más eficaz para evitar males mayores y, a veces, la única. Ahora bien, hay situaciones en las que el abandono o la huida no son posibles. Esto es, cuando existe una vinculación afectiva que lo dificulta o cuando la relación se encuentra en espacios institucionales en los que las consecuencias del abandono son muy perjudiciales. En cualquiera de las dos situaciones descritas, siempre que las per- sonas implicadas lo necesiten, es oportuno abrirse a un escenario de re- conciliación interpersonal. Ahora bien, si una de las personas no quiere afrontar un proceso de diálogo, la otra, necesitará gestionar individual- mente el conflicto. Debe buscar su responsabilidad en el asunto. Puede realizar un aprendizaje, si llega a comprender e integrar la situación que está en el origen: un conflicto actual puede desvelar información sobre un conflicto anterior. En cada situación, las personas suelen ser distintas y las circunstancias también; pero la vivencia emocional es muy similar y el aprendizaje a hacer, el mismo. Gestionando uno, es posible abordar el otro; y así, alcanzar más paz interior y libertad. En este orden de cosas, recuerdo a una amiga que me describía una relación muy tensa con una compañera de trabajo, quien ni le miraba, ni le hablaba. Ello sin razón aparente. Mi amiga vivía la situación con una incómoda tensión. Cuando se decidió a afrontar esta cuestión, su compa- 50 biografía de la reconciliación

ñera no quiso hablar del tema. A través de un ejercicio de introspección, mi amiga cayó en la cuenta de que su vivencia era muy similar a aquella en relación a una hermana, con la que no hablaba desde hacía años. Proba- blemente, el actual conflicto no era más que la réplica de otro original que tenía que abordar; incluso, tomó conciencia de que el asunto se derivaba de una relación similar entre dos antepasados. Desde esta aproximación al conflicto, la cuestión principal reside en saber cómo lo gestionamos 32. Cada ser humano tiene la capacidad de enfrentarse a su dolor: el sufrido y el que se causa a otros. Hay diversas escuelas, sistemas y métodos que se pueden seguir. Todos son válidos. Con humildad, me atrevo a escribir unas líneas sobre el que yo he experimen- tado: los procesos restaurativos. Lo hago con respeto a quienes piensan, sienten o tienen experiencias contrarias. Yo voy aprendiendo en un proceso dinámico: me sirve la formación teórica y la intervención práctica como facilitador en delitos graves. También me es útil la gestión de los conflictos en mis propias relaciones interpersonales.

1. La trama de los conflictos Cuando una persona agrede a otra, ambas quedan relacionadas de cierta manera. Cuanto más grave sea la agresión, más intensa puede ser la vinculación. La incomodidad que se genera ante el recuerdo del conflicto es proporcional al vínculo que exista entre ambas. Posiblemente ambos necesitarán tomar distancia y separarse. Este proceso no suele resultar sencillo. Pareciera que una cuerda elástica, invisible y anclada emocionalmente en el cuerpo de una y otra persona les siguiera relacionando en un nivel inconsciente. No pueden huir. Buscan distanciarse y durante un tiempo esto resulta útil para amortiguar el im- pacto emocional del conflicto o la agresión; y sin embargo, esta distancia en espacio y tiempo no diluye tal vínculo. Unos quedan atados por el odio y la venganza, los otros, por la autojustificación y la culpa. Este proceso de vin- culación ocurre, no solo en los delitos graves, sino también en los conflictos cotidianos. Animo al lector a reflexionar si tiene algún tema no resuelto con alguna persona y siente que continúa vinculado con ella, aún sin desearlo.

32 Para profundizar en la resolución de conflictos: Bilbao Alberdi, G. y Sáez de la Fuente, I., «Por una (contra) cultura de la reconciliación», en Cristianismo y Justicia, núm. 27. Barcelona. Galtung, J. Tras la violencia, 3R: reconstrucción, reconciliación, resolución. Bakeaz-Gernika Gogaratuz. 1998; Trascender y Transformar. Una introducción al trabajo de conflictos. Quimera. 2004. Piñeyroa C. y otros. El valor de la palabra que nos humaniza. Asociación ¿Hablamos? Zaragoza. 2011 los procesos de reconciliación interpersonal 51

Cuando hablo de seguir vinculado me refiero a que esa otra persona, en lugar de despertarme indiferencia o una respuesta emocional neutra, me sigue evocando sentimientos de enfado, tristeza, miedo, etc. Así, cuando se trata de delitos, es frecuente que las personas acaben emocionalmente agotadas. Conozco víctimas que se vieron ahogadas por el odio, la ira, la desconfianza y el miedo. Estos sentimientos fueron mental- mente adaptativos y emocionalmente funcionales en los tiempos inmedia- tamente posteriores a la agresión. Con el paso de los años, estos se vuelven disfuncionales y puede llegar a ser necesario re-significarlos para llegar a trascenderlos. Estos sentimientos escapan al proceso judicial. Ciertamente, desde un punto de vista social, es necesario que haya un enjuiciamiento penal y una condena. Sin duda, ello es útil emocionalmente para la víctima porque la autoridad reconoce el daño sufrido y se castiga la conducta ilegal del agresor. Ahora bien, la sentencia per se no llega a satisfacer las necesidades emocionales de las que hablamos; en sí misma no es suficiente. También he conocido autores de delitos graves que han asumido su responsabilidad a lo largo del cumplimiento de la pena. Han necesitado expresar ante la víctima su toma de conciencia y reparar el daño causado. Llegan a este lugar de forma consciente o inconsciente a través de las experiencias de su vida: enfermedades graves y muertes de familiares, su- frimientos propios y de amigos, incluso, con los nacimientos de sus hijos. También desde la reflexión sobre la irracionalidad del daño causado o sobre los fines últimos a los que estos atendían. Todo ello, provoca movimientos personales tendentes al abandono de las creencias justificadoras. Luis, un preso que abandonó eta, con el que trabajamos en un en- cuentro restaurativo con la viuda de la persona que asesinó, expresó: «Poder estar con el familiar de la víctima del atentado en el que yo participé directamente o con otros familiares de víctimas del terrorismo, tener ocasión de escuchar sus impre- siones y sus testimonios, me permitió reevaluar racionalmente numerosas cuestiones de carácter ético y emocional y, acercarme a una realidad largamente eludida, que siempre estuvo ahí, de la que durante largo tiempo traté de escapar (…) para que pudieran encajar en mi relato y para que pudieran encontrar acomodo en mi conciencia (…) El encuentro con estas personas… representó un hito, un antes y un después, en mi trayectoria de depuración ética».

2. El proceso restaurativo Existe, entre otros métodos, un proceso para desanudar los vínculos de los que hemos hablado: los procesos restaurativos. He experimentado personal y profesionalmente su efectividad. Los encuentros restaurativos son procesos de comunicación ética. Buscan potenciar el valor de la paz. Descansan sobre la responsabilidad, 52 biografía de la reconciliación la autonomía, la honestidad y la alteridad. Tienen como instrumento la palabra y la escucha; en definitiva, el diálogo. Para su inicio, se necesita determinar el momento vital y psicológico de cada persona interesada. En infracciones leves y cotidianas, existen dos premisas. Por un lado, la capacidad de devolver al otro la cualidad de interlocutor válido, más allá del prejuicio. Por otro, tener la capacidad de cuestionar las propias creencias o autojustificaciones para abrirse a la verdad, aunque sea incómoda. En los casos de terrorismo en que trabajé, quien había asesinado tenía que cumplir la pena conforme a la legislación penitenciaria; sentir pro- fundamente el daño causado tras derrumbarse la justificación ideológica; reconocer la humanidad de la víctima que fue negada para cometer el delito; abandonar emocional y formalmente el grupo terrorista en el que se amparó para cometer los crímenes; rechazar cualquier uso de violencia y ofrecer, no sólo, garantías de no repetición, sino también, honestidad en el encuentro. De cara a iniciar estos encuentros, quien había sido víctima también requería su tiempo; a veces, el paso de varios años. Necesitaba tener la certeza de que la autoridad judicial estaba aplicando la ley y que su agresor asumía la responsabilidad personal del daño causado. A su vez, debía caer en la cuenta de la existencia de necesidades no satisfechas. Por un lado, conocer los hechos expuestos por el agresor que le ayudasen a completar la verdad del relato y la elaboración de la memoria. Por otro, narrar al agresor las terribles consecuencias del delito en todos los niveles de su vida: el desgarro de la piel y el corazón, el sufrimiento que acompaña día y noche, los recuerdos que impiden situarse en el presente, la sin razón que impide conciliar el sueño y vivir con serenidad, la modificación irremediable del futuro personal y familiar, la invasión de la pesadumbre, la tristeza y la aflicción que oscurecen cada momento cotidiano. Los encuentros son dirigidos por una persona imparcial: un facilitador o mediador. Si se trata de agresiones o confrontaciones leves, las personas pueden encontrarse sin un tercero. Ahora bien, han de preparar muy bien el encuentro. El mediador o facilitador mantiene entrevistas individuales previas con cada persona. Sus instrumentos de trabajo son: la presencia, la escucha y la fuerza del silencio. Ha de saber preguntar para que el entrevistado conecte con la experiencia vivida y cuestione las ideas o prejuicios que le impiden o dificultan la toma de conciencia 33.

33 Para ello, es importante dedicar tiempo a reflexionar sobre las siguientes cuestio- nes: Si es agresor: 1.—Conocer qué ha ocurrido y cómo se ha sentido. 2.—Conocer qué los procesos de reconciliación interpersonal 53

Es necesario que el mediador haya recorrido itinerarios restaurativos propios; también necesita situarse de manera neutra y compasiva para evitar juicios y posicionamientos; igualmente, respetar los momentos de silencio, aquellos que permiten a las personas elaborar mental y emocio- nalmente cada situación. He aprendido que el conflicto relacional que el mediador está faci- litando, no le suele ser ajeno. En algunos encuentros o mediaciones que he facilitado, he descubierto que lo presenciado, de alguna manera, me reflejaba el asunto que en ese momento ocupaba mi preocupación. Sor- prendentemente real. Con ello descubrí el valor de la humildad como principio básico del facilitador. No es el portador de la paz. Tampoco el protagonista, sino un instrumento para que la paz pueda ser posible: la de los que tiene enfrente, y la que necesita consigo mismo. Cuando las personas están preparadas para encontrarse, han de fijar una fecha y un lugar significativo. Han de saber que es una oportunidad para trascender los distintos sentimientos anclados desde hace tiempo y por tanto, encontrar un poco más de paz. A partir de aquí, ¿qué puede suceder cuando dos personas que mutua- mente se han agredido, o una a otra, han escuchado desde la apertura del corazón la narrativa del sufrimiento causado o sufrido? ¿Qué consecuencias tiene la construcción entre ambas del complejo y multifactorial relato de la verdad? ¿Qué puede ocurrir cuando una persona observa a la propia fa- milia, al propio grupo, a sus creencias y a la vez a las del otro y reconoce, aun siendo diferente, que comparten la misma naturaleza y, por tanto, me- recen el mismo respeto? ¿Qué puede suceder si ambos abren un lugar en el corazón, con todo lo que significa? ¿Es posible ceder en la superioridad y dar al otro un lugar de igualdad para tomar conciencia desde la palabra y la escucha de la vulnerabilidad humana? ¿Se puede llegar a alcanzar un estado de identificación humana que permita el desmantelamiento del odio? He podido comprobar que, incluso en delitos gravísimos, la respues- ta no deja lugar a dudas: la humanidad y la compasión han aparecido y la vinculación inconsciente, se ha disuelto. Ha aparecido la paz.

piensa y siente en el momento/tiempo del encuentro. 3.—Buscar una toma de conciencia. 4.—Conocer y profundizar en el grado de responsabilización. 5.—Apoyar la búsqueda de posibles soluciones/reparaciones. 6.—Profundizar en el posible encuentro con la víctima. 7.—Conocer si el delito ha supuesto algún tipo de aprendizaje o comprensión profunda de alguna situación vital. Si la persona es víctima, además: 1.—Conocer qué consecuencias ha tenido el delito. 2.—Conocer cómo le gustaría sentirse. 54 biografía de la reconciliación

Estos encuentros no son un punto y final. Es posible, al menos es mi experiencia, que a partir de su conclusión sea cuando comience el auténtico encuentro reparador: el de cada uno consigo mismo y su propia historia. La víctima avanza en su proceso de sanación e integración de lo vivido gracias, entre otros aspectos, al sentimiento de compasión descubierto. Recuerdo una salida de la cárcel de Navalcarnero, en Madrid. Terminamos de facilitar un encuentro restaurativo, entre un preso que perteneció a eta y una mujer superviviente del atentado; fue el terrible crimen de Hipercor el 19 de junio de 1987, en el que fallecieron 21 personas y 45 quedaron heridas. Ella, al final de las tres horas que duró el encuentro, nos dijo:Esta noche le llevaría a mi casa y le ofrecería una buena cena caliente. El perpetrador queda, también desde la compasión, sosteniéndose en el sufrimiento que genera saberse autor del daño. Desde ahí, descubre la responsabilidad que le puede llevar a tomar decisiones para reparar, real o simbólicamente, a la víctima. Por último, puede buscar claves de com- prensión en sus antepasados acerca de la pulsión del inconsciente hacia la conducta realizada 34. Y, desde esta, abrazar el Misterio. Sobre el perdón expondré algunas ideas en el último epígrafe de este libro 35. La compasión que aparece en ambos es la antesala del perdón. De su mano camina la paz. En el último capítulo abordaré algunas claves sobre estos conceptos.

3. Relato de experiencias ¿Quién no tiene varias experiencias de reconciliación? Sin ellas, la convivencia y los afectos cotidianos serían imposibles. Los conflictos, si se acumulan sin una gestión efectiva, generan tensiones y enfermedades. Impiden que las relaciones humanas se desplieguen con todos sus matices y posibilidades. Aun siendo ejemplos extremos y alejados del mundo cotidiano, voy a narrar dos experiencias de encuentros restaurativos por delitos muy graves.

34 Para profundizar en la justicia restaurativa existe abundante bibliografía. Un buen trabajo: Olalde Altarejos, A., 40 ideas para la justica restaurativa en la mediación penal. Dykinson. 2017 35 En perdón trasciende lo jurídico; se encuentra entre la ética y la política; afecta a la paz, a la convivencia y a las políticas públicas de sanación social. Están implicados factores psicológicos, emocionales y espirituales. Es un acto íntimo con independencia de las formas de justicia aplicadas al victimario. Sobre este tema ver Jankélévitch, V. L’imprescriptible. Pardonner?, Editions du Seuil, 1996. Valcárcel, A., La memoria y el perdón, Herder. 2010. los procesos de reconciliación interpersonal 55

Si estos han sido posibles en situaciones tan extraordinarias, ¿cómo no lo van a ser en los conflictos cotidianos? En uno de los encuentros narraré la fase previa, en el otro, el encuentro en sí mismo 36.

3.1. Prolegómenos del encuentro entre un responsable del gal y la hermana de una víctima Quiero describir los prolegómenos del último encuentro en que he participado como facilitador que evidencian algunas de las consideraciones que he descrito anteriormente. Se trata de un encuentro restaurativo entre Pili Zabala y José Ame- do. El proceso duró dos años. La primera, es hermana de un joven: Joxi Zabala, a quien el gal 37 secuestró, torturó, asesinó y enterró en cal viva. El segundo, policía, fue uno de los partícipes en esa organización, aunque él no tuvo ninguna relación con el delito concreto del hermano de Pili; incluso, gracias a una información que éste facilitó, se pudieron encontrar los cadáveres. Hubo juicio y condena a los culpables. Y, años después, la herida personal y familiar está aún sin cerrar. Por distintos canales, apare- ció el ofrecimiento de trabajar en este encuentro. Carlos Olalla me llamó para que, con otro compañero, pudiéramos llevarlo a cabo. Todo partió de unos encuentros públicos que se desarrollaron en el centro pastoral San Carlos Borromeo de Madrid. Tuvimos varias entrevistas individuales de trabajo, hasta llegar al encuentro dialogado entre ellos. Antes, propusimos a Pili que escribiera una carta a José Amedo. Le sorprendió la idea de dirigirse por escrito a una persona a la que no conocía personalmente y de la que solo tenía referencias dolorosas por su pasado en los gal. Su necesidad de encontrar datos para alcanzar la verdad últi- ma, e intentar contribuir a la construcción de la paz y la convivencia, la empujaron a escribirla. Su carta empezaba así: «Tras mantener varias reuniones con Julián en las cuales, como sabes, me han ido contando tu evolución y recorrido personal en la senda de la vida, he querido seguir sus sabios consejos y, por eso, te escribo un resumido relato de la historia de mi familia, para que conozcas muchas de las circunstancias y experiencias que nos han tocado vivir… esta es una carta de presentación para que te sitúes frente a mí sin

36 Pascual Rodríguez E y otros. Los ojos del otro. Sal Terrae 2014.; Ríos Martín, J.C, Política criminal y justicia restaurativa. Claves para dignificar víctimas y perpetradores. Comares. 2017. 37 Las siglas significan, Grupo Antiterrorista de Liberación. Fue una agrupación parapolicial que generó el denominado «Terrorismo de Estado» o la «guerra sucia» con eta. 56 biografía de la reconciliación juzgarme, sin reticencias ni recelos, simplemente con el corazón abierto y la esperanza de poder contribuir, en la medida que podamos o nos dejen, a mejorar las relaciones entre personas que hemos vivido experiencias psicológicamente traumáticas. Por tanto, espero que podamos aprender a entender y respetar al otro ser humano del que hemos estado tan distanciados, ya que solo con sincera honestidad, necesaria humildad, sabia humanidad y absoluto respeto podremos avanzar en la enriquecedora tarea de conseguir un mundo más justo, humano e igualitario donde nadie se sienta despreciado, minus- valorado, ofendido ni humillado. Te digo esto porque en múltiples ocasiones me han hecho sentirme así de mal… Siempre he pensado que todo ser humano es único, valioso en sí mismo y merecedor de consideración, cortesía, atención y confianza. Por ello, quiero hablarte de mi hermano “Joxi” porque él también merecía haber sido tratado así. De hecho las personas que le conocían quedaban positivamente deslumbradas de su generosidad, pues aunque materialmente no tuviera grandes tesoros humanamente era muy sabio y generoso…». En su carta, Pili le contaba cómo había sido su infancia, una infancia familiar donde se habían pasado muchas penurias económicas pero se había vivido con alegría. También le hablaba de Joxi, su hermano, de su profundo sentido de la justicia y de su profundo amor por el euskera. Le relataba cómo vivió la desaparición de su hermano. Ella solo tenía trece años. Tras los momentos iniciales en los que confiaban en que aparecería, fueron pasando las semanas de intensa búsqueda sin resultados. Acabaron asumiendo que Joxi y su amigo Josean Lasa habían sido secuestrados en la acción reivindicada por los gal. A las semanas, le siguieron los meses, y a los meses, los años. Fueron doce los que tuvieron que pasar hasta que sus cuerpos fueron identificados en Alicante. La sentencia por la que fue- ron condenados el general Rodríguez Galindo, el gobernador civil Julen Elgorriaga, el teniente coronel Ángel Vaquero y los guardias Enrique Dorado y Felipe Bayo, relata cómo fueron secuestrados en Francia, trasla- dados al cuartel de Intxaurrondo y al palacio de la Cumbre donde fueron salvajemente torturados durante meses. Su estado era tal que Rodríguez Galindo ordenó que los asesinaran y los hicieran desaparecer. Los guardias Dorado y Bayo les trasladaron a Busot (Alicante) donde les asesinaron y les enterraron en cal viva. El silencio se fue apoderando de la casa de los Zabala. El sistema impuso el silencio. Nombrar a Joxi, era azuzar una herida abierta que nunca paró de sangrar. Ver a políticos de todos los partidos llenarse la boca hablando de democracia y derechos humanos mientras su hermano seguía secuestrado y nadie hablaba de él, es una de las experiencias que han marcado a Pili para siempre. Pili, como su familia, no está legalmente considerada como víctima del terrorismo porque se considera que no lo son los familiares de personas que pertenecen o han pertenecido a orga- los procesos de reconciliación interpersonal 57 nizaciones armadas. Josean y Joxi nunca fueron juzgados por pertenencia a eta. Sin embargo un simple informe policial les ha condenado a no ser consideradas víctimas. Son muchas las cosas que me han impresionado de la personalidad de Pili: su firme voluntad de vivir sin odiar, su necesidad de conocer la verdad, y, por encima de todo, su profunda generosidad. La carta de Pili le llegó a lo más hondo a José Amedo. Su respuesta es la de una persona capaz de empatizar con el dolor de la que tiene enfrente y de asumir sus responsabilidades, sin pretender justificarse. Esa carta empezaba así: «Pili, he leído atentamente tu carta y la he ana- lizado en profundidad como si fuese la de un amigo. Incuestionablemente es muy objetiva, sensible y está llena de intensidad, amor, de una entrañable armonía familiar y de un injusto y cruel sufrimiento que jamás teníais que haber vivido tanto tú como tu familia. Sinceramente me ha hecho sentir una plena sensación de absoluta solidaridad con todos vosotros. Es más, hay aspectos de su contenido que me llenan de ternura y en la parte más dura de la misma asumo sin paliativos vuestro dolor, incluso en cierta medida me hace sentirme responsable de los terrorí- ficos hechos que produjeron el de tu hermano y su compañero por haber estado desgraciadamente vinculado a los gal…». José contesta hablando de sus orígenes en Lugo, de la intensa relación con su abuelo, de sus padres, de sus estudios en Bilbao, del porqué de su ingreso en la policía, de cómo fue su etapa en los gal, de cómo vivió el que los políticos le utilizaran como chivo expiatorio, y de su profundo re- chazo (renegar es el verbo que utiliza) a su pasado en los gal, para acabar explicando las razones que le han llevado a tomar la decisión de apostar todo por la paz. La elección del escenario donde debía llevarse a cabo el encuentro era importante. Debía proporcionarnos, intimidad y silencio. La capilla de una iglesia de los jesuitas, en el barrio de La Ventilla (Madrid), reunía todos los requisitos. Decidido el lugar, solo faltaba concretar la fecha. Coordinamos las agendas para que el encuentro tuviera lugar en la mañana del 15 de marzo de 2016. Para ello, Pili se desplazó el 14 por la tarde a Madrid. Quería- mos que estuviese descansada el día del encuentro y que hubiera tenido la oportunidad de familiarizarse, previamente, con el espacio donde iba a tener lugar. La tarde anterior le acompañé a la capilla, y expliqué cuál iba a ser la dinámica del encuentro. Para darle al espacio la mayor intimidad posible dispusimos 4 sillas en círculo sin nada que se interpusiera entre ellas. Allí se sentarían ella, José y nosotros. Le ofrecimos a Pili que esco- giera la silla que prefiriese. Ella eligió la que daba de frente al altar. José se sentaría delante de ella. Todo estaba preparado para el momento que 58 biografía de la reconciliación tanto habíamos esperado. Y allí, durante más de tres horas, se desarrolló el encuentro.

3.2. El encuentro entre víctimas y ex terroristas En las líneas que siguen voy a narrar parte del contenido de algunos encuentros restaurativos en los que he participado junto a mi compañera en esta mediación, Esther Pascual. Obviamente, antes de su inicio, ha- bíamos trabajado durante varias sesiones de preparación con la víctima y con el victimario. Días antes del encuentro manteníamos una breve entrevista con cada una de las personas para pulsar su estado emocional, informarles de la hora del encuentro, escuchar sus temores, apoyar y valorar las decisiones adoptadas; también, para transmitirles serenidad y confianza. Las horas previas nos servían de preparación. En un cuaderno llevába- mos registrados los datos, claves y contenidos necesarios para el diálogo; también las necesidades detectadas en cada persona. Después manteníamos unos minutos de silencio que nos permitían adoptar la actitud adecuada para facilitar el desarrollo del encuentro.

La entrada en la cárcel Cruzábamos dos patios y varias puertas automáticas de barrotes de hierro que eran manejadas por un funcionario situado dentro de una garita. Era el encargado de anotar en un libro nuestros datos de identidad. Des- pués recorríamos un largo pasillo y al llegar a una pequeña sala, pintada de rosa pálido, decorada con una pequeña planta, colocábamos cuatro sillas en forma de círculo. A los pocos minutos, el sonido de unos pasos que se aproximaban rompía nuestro recogido mutismo. Aparecía el funcionario con una per- sona que le seguía. Le veíamos acercarse desde la ventana enrejada que daba al patio. Uno de nosotros salía a recibirle para facilitar su entrada en la sala. Ambos se daban la mano. Las miradas se encontraban, recelosas, entre la incertidumbre y la rabia, apenas disimulada. Les invitábamos a sentarse uno frente al otro. Nosotros, uno a cada lado. De esta manera, podíamos sostener las miradas y controlar el espacio emocional que se conformaba a continuación. Hacíamos una breve presentación personal. Les agradecíamos su pre- sencia y la confianza que habían depositado en nosotros permitiéndonos acompañarles hasta este momento, en un proceso tan personal, complejo y emocionalmente intenso; por habernos hecho partícipes de algunas de los procesos de reconciliación interpersonal 59 las situaciones más delicadas de sus vidas. Valoramos la valentía de que ambos habían hecho gala con su decisión, uno por consentir el encuentro con quien un día le causó un sufrimiento irreversible y el otro, al acceder a reunirse con el familiar de la persona a la que quebró su vida.

El inicio De pronto, el silencio se hacía con el protagonismo, pero sólo durante breves instantes. Enseguida dábamos la palabra a quien quisiera comenzar. La sucesión de acontecimientos se producía de forma análoga en todos los encuentros. La primera expresión que brotaba de forma espontánea, con el primer cruce de miradas, con el primer acercamiento al rostro, a la mirada, al semblante de la víctima, era una disculpa: lo lamento; lamento profundamente lo sucedido a tu padre, todo el daño que te causé… En cada caso la expresión era singular, pero el sentido era el mismo. Palabras que sonaban roncas, pronunciadas con la precipitación que precede al bal- buceo, como si hubieran sido masculladas y repasadas mentalmente largo tiempo, tanto, que llegado el momento de su exteriorización, no hallaban la forma adecuada de ser articuladas. Seguidamente, ya con más fluidez, llegaba la explicación razonada de los motivos para entrar en eta y cómo, una vez dentro de la organización, la valoración de la vida humana había cedido en función de una causa. Costaba el primer asesinato, pero los siguientes, no tanto. La pertenencia a la organización daba seguridad para justificar una forma de pensar y de actuar. Era meramente virtual, compartimentada, sin apoyo humano; se obligaba a actuar por obediencia ciega a las órdenes recibidas. Todo en función y por el bien de la causa política. Frente a la víctima, los presos narraban cómo vivían desde la juventud el sueño de entrar en eta. En su entorno geográfico y cultural, contactar con las personas que les facilitaban el acceso resultaba sumamente fácil. Unos dieron el paso por la necesidad de buscar emociones y dar un sentido a la vida. Otros, por compromiso político y, casi todos, experimentaron una radicalización en sus planteamientos políticos acelerada por la muer- te o torturas sufridas por un amigo o familiar. Algunos describen que lo determinante fue que a su hermano le matara la policía, o que torturaran a su abuelo, o que cuando le detuvieron le golpearan brutalmente hasta desfigurarle por completo. Esa violencia sufrida les dio el último impulso para entrar en la organización. Algunos relataron cierta «transmisión generacional» de la ideología abertzale más radical a través de la familia y durante la primera socialización; otros no entendían por qué se incor- poraron a la organización, ya que ni sus familiares más cercanos ni sus amigos o conocidos estaban vinculados a ese mundo. Otro explicó que 60 biografía de la reconciliación desde muy joven estaba integrado en un sindicato y simpatizaba con el mundo abertzale; que comenzó haciendo «recados» para gente del entorno de eta; nada importante, hasta que tuvo que hacer gestiones para que un médico atendiese a un miembro de la organización que había sido herido.

Narración de la historia de sufrimiento La víctima, encerrada en sí misma, escuchaba. Parecía más preocupada en repasar o recordar las expresiones de reproche que traía preparadas. Por fin, tomaba la palabra. Mira, te voy a contar… y se hacía un silen- cio en el que solo habitaban las miradas, tensas, delatoras del preludio de la tormenta expresiva y gestual que iba a comenzar. La víctima se disponía a añadir el conocimiento de realidad, de la visión del lado oculto o, mejor dicho, del lado ocultado, silenciado, tapado. Iba a iniciar un relato cargado de intensas emociones. Quien había tomado la palabra tenía la ocasión que esperaba desde hacía muchos años. Adelantó la silla y enfrentó su mirada a la de quien tenía delante. Extendió los brazos, que hasta ese momento descansaban doblados sobre el pecho a modo de escudo de protección, y tensó el cuello. Comenzó a hablar. Las palabras se dirigían como dardos certeros hacia la conciencia de quien nunca quiso ver ni oír las consecuencias de sus actos; de quien en las personas veía objetivos y no personalizó el daño; de quien anduvo un tiempo cegado por un trapo de ideología colocado en los ojos, abso- lutamente desconectado de la humanidad, de la suya propia y de la de otras personas. Y ahí estaba. Quien perteneció a eta tuvo que contenerse y escuchar atentamente, con cierto sobrecogimiento, la experiencia de sufrimiento que la víctima iba narrando. Los gestos de su rostro, ante la escucha, diseñaban una nueva expresión que permitía adivinar la incursión en un nuevo territorio, hasta entonces no explorado, desde donde era capaz de acoger y reconocer el daño. El silencio, más significante que las palabras, llenó el habitáculo. La víctima relató la forma en que le informaron del asesinato de su marido, los detalles, como se sintió, con quién se encontraba y dónde, en ese momento. En la pequeña sala de la cárcel, el silencio repercutía y se estampaba en la totalidad del ser que escuchaba, del preso que, atónito, se sentía envuelto en una atmósfera en que la conciencia del dolor iba tomando forma 38.

38 He aquí la gran diferencia con lo que se vive en la sala de vistas, durante el jui- cio, donde el relato de la víctima, contenido, monosilábico, automático, a través de las los procesos de reconciliación interpersonal 61

La víctima continuó la narración de su historia. Le robaron la juven- tud; tuvo que convertirse en el cabeza de familia siendo un adolescente para sacar adelante a los suyos. Sin apoyos, desde el desamparo y el dolor. Otro narró que se sintió mutilado, «castrado»; tuvo que reinventarse para sobrevivir. En este escenario apareció la madre y en ese momento sus emociones convergieron. «¿Tú sabes lo que es ver a tu madre desgarrada por el sufrimiento?» —le interpeló— «No sólo me has privado a mí de la compañía y del afecto de mi padre, también se lo has hecho a mi hijos. ¿Y, por qué? A ellos, totalmente inocentes, les has privado de conocer, de disfrutar de la presencia de su abuelo». El sinsentido alcanzó sus más altas cotas cuando además del asesinato tuvieron que soportar pintadas en la pared de su casa; también, el silencio y el vacío de vecinos y conocidos. O, cuando nadie se les acercaba en el instituto para dar el pésame o apoyarles. Se les hacía responsables de su desgracia; bajo la expresión «algo habrá hecho» las víctimas quedaban convertidas en victimarios. Las víctimas completaban su narración en unos veinte minutos du- rante los cuales había podido expresar —sin limitaciones ni cortapisas, sin más interrupciones que las que ella misma se concedía para tomar aliento, para recopilar sus dispersos recuerdos y tomar impulso— todo lo que nunca pudo decir a la persona que rompió su vida. La actitud empática de escucha de quien asesinó lo había hecho posible, bajando la guardia, aceptando su error, mostrándose ante ella en toda su vulnerabilidad, trans- formando el velo que ocultaba su culpa en responsabilidad personal. A partir de aquel momento nada sería igual para ninguno de los dos. Cuando los presos pudieron escuchar el sufrimiento y el dolor narrado en una actitud de acogida y de empatía, pudieron acceder a un nivel de conciencia y de interpretación de la realidad más profunda. En ese momen- to se quebraba la parte más racional que sostenía la violencia como forma de mantener la ideología y la identidad. En cambio, si ante la narración se hubiesen protegido o justificado con palabras o gestos, la comunicación se hubiera cortado absoluta y drásticamente. La escucha sin defensas per- mitió aflorar la responsabilidad a su conciencia. En ese momento aparecía la necesidad de aliviar y reparar aquel inconmensurable daño. Si hubieran podido echar el tiempo hacia atrás, quienes habían asesinado, lo cambia- rían todo, dijeron.

preguntas del fiscal, rebota sobre el acusado que, protegido bajo la capa de su ideología, se muestra ausente, parapetado en su mundo mental, indiferente a lo que está ocurriendo. 62 biografía de la reconciliación

El rol estereotipado de víctima comenzaba a resquebrajarse cuando la imagen del asesino imperturbable, desconfiado, inaccesible, indolente y frío que habitaba en su mente daba paso a una persona capaz de mostrar empatía, escucha y asunción del dolor. Cuando la persona presa manifestaba su comprensión por el sufri- miento causado, la víctima recuperaba la integridad en todos sus ámbitos, algunos de los cuales estaban cercenados u ocultos por la incomprensión, la ira y el dolor. Sentirse escuchada y comprendida en la humillación sufrida, la expectativa rota, el momento vital quebrado, liberaba aquello que, situado en lo más íntimo, le permitiría retomar su vida. A partir de este momento coexistirían en ella dos polos compatibles. Por un lado, la ira y la rabia, que iban aminorando su intensidad. Por otro, la liberación emocional a través de la expresión del dolor. La integración de ambas po- laridades, sosteniéndolas en un complejo equilibrio, permitió a algunas víctimas el re-encuentro con la paz interior.

Búsqueda de la verdad Después del relato del sufrimiento surgía en la víctima la necesidad de conocer hechos y datos para completar la memoria. Sólo, quien los había vivido estaba en condiciones de aportarlos: el autor del delito. En la sentencia no aparecían porque se trataba de una información que no interesaba a la investigación, y que, por lo tanto, la policía no podía ofre- cer porque no la había indagado. Tampoco los jueces, porque en el juicio, el acusado no contestó a ninguna de las preguntas que le hicieron, y de haberlo hecho, tampoco hubieran ahondado en los detalles que tienen que ver con las motivaciones últimas. La víctima tenía necesidad de conocer datos más allá del caso concre- to. Necesitaba preguntar. A cuántas personas había matado, si dormía la noche anterior, y la de después; qué sentía cuando mataba. Y llegaban las respuestas. Antes de matar se bloqueaban mentalmente para no pensar, para no sentir. La mente quedaba en blanco. Nunca miraban a los ojos de sus víctimas, de haberlo hecho no hubieran podido disparar. Había ocurrido en más de una ocasión, cuando sus miradas —casual, accidentalmente— se habían encontrado, ya no habían sido capaces de apretar el gatillo. La noche anterior se sentían intranquilos y había quien, después del acto criminal, no leía los periódicos ni veía la televisión para no enterarse del sufrimiento que había causado. Uno de los interpelados recordaba el intenso impacto emocional sentido cuando, después de matar, vio al hermano del asesinado en la televisión; con él se había cruzado momentos después del atentado. Sabían a quién iban a matar. Sólo conocían los datos imprescindibles para asegurar el resultado, la muerte. Nunca se les proporcionó, ni ellos los procesos de reconciliación interpersonal 63 se preocuparon de conocer, información alguna sobre la situación familiar o laboral. Sabían lo estrictamente necesario para cometer el delito. Se minimizaba la información y se travestían las palabras hasta habituarse al eufemismo. Asesinar, asesinato, asesinado, términos desaparecidos de su léxico, camuflados bajo la aséptica expresión de «acciones». En aquel momento resurgía de nuevo la vida allí donde solo había habido muerte. Y llegaba el momento de exteriorizar la responsabilidad.

Expresión de la responsabilidad Los asesinatos que cometieron fueron absurdos, terribles, y así lo de- claraban quienes fueron sus autores. En el momento de cometerlos, su ni- vel de comprensión de la realidad, motivada por el contexto familiar, social e histórico, no les permitió comportarse de forma diferente. Antes tenían sentido, si no, no lo hubieran cometido; ahora, años después, aterrizaron en el vacío de la sin razón. ¿Cómo reparar los terribles zarpazos causados? La conciencia de la responsabilidad venía de atrás. Estas personas, que ahora admitían su responsabilidad moral, aseguraban que todos los días se acordaban de las víctimas. El pesar aumentaba con las muertes causadas por error. A uno le dieron una fotografía diciendo que era un sargento de la Guardia Civil y luego resultó ser otra persona. Aquél se salvó, pero otro murió en su lugar. Quien disparó solicitó a la organización que pidieran perdón públicamente por el error y que ayudaran económicamente a la familia, pero nada de ello se hizo. Tampoco hubiera compensado un ápice tan inmenso dolor. Aún cuando todavía formaban parte de eta, pensaban en las víctimas. Todos asumieron el contenido de la sentencia condenatoria, aunque a alguno le condenaron por muertes que no había causado; se sentían igual- mente concernidos. Igual sucedía con quien estuvo en el aparato político que, sin ordenar ni ejecutar asesinatos, se consideraba responsable de todas y cada una de las muertes causadas por eta. O, con quien acompañaba y conducía aunque no disparaba. Había también quienes se arrepentían por las muertes que no evitaron. Se sentían responsables por omisión, por haber callado, por no haberse opuesto a los asesinatos, ni antes ni después de ejecutarse. Hubo quien se escudaba en que el armamento utilizado fue una bomba y que no utilizó pistola; que, además, intentó que no explotase llamando varias veces a la policía desde varias cabinas de teléfono. El dolor de tantas muertes causadas le quebraba absolutamente e intentaba esconder su responsabilidad en lo colectivo. No quería sentirse culpable individualmente pero no era posible. La víctima mirándole a los ojos le recriminó: «Y, ¿tú?». Contestó que en esa época todo era muy duro: la 64 biografía de la reconciliación represión, los malos tratos, las torturas, los asesinatos de sus compañeros por parte de los policías; cuando pillaban a un comando mataban a sangre fría a dos o tres de sus integrantes y se llevaban al resto… Todo era muy difícil… en esa época de los 80… Pero cuando la víctima le confrontó nuevamente con esa misma pregunta: «¿Pero, y tú?»; «¿podrías no haber estado?», bajó la cabeza y comenzó a llorar. Tendría que aprender a vivir con ese dolor, pues sentía que nada podía hacer para quitárselo, expresó ante la víctima. En la exteriorización de la responsabilidad hicieron acto de pre- sencia nuevos protagonistas: los padres. Ha sido a ellos, después de las víctimas y sus familiares, a quienes más dolor se ha generado. También a la sociedad vasca. Un familiar de un guardia civil asesinado expresó su dolor ante la ausencia de reconocimiento de la muerte de su padre por pertenecer a este cuerpo de seguridad del Estado. Para ella era muy importante escuchar de quien perteneció a eta que condenaba los aten- tados; que consideraba la muerte como algo atroz; que el asesinato de un político era igual de doloroso que el de un policía o un civil. En la época en que ella sufrió la violencia del terrorismo, el dolor ocupaba un espacio exclusivamente privado; las víctimas —salvo el día del entie- rro— eran invisibles.

Humanización de quienes pertenecieron a eta La víctima se había liberado en buena parte de su rol, de su etiqueta, de su particular prisión. Su humanidad había quedado reconocida, pero necesitaba devolver la suya a quien perteneció a eta, para completar el proceso. En general, se intentó por medio de preguntas directas sobre su historia personal. Llegaba un momento en que la víctima le hacía la pregunta más amable y esperada: «¿Por qué lo has dejado?, ¿qué te ha hecho cambiar de forma de ver la realidad y dejar de matar?» A veces, por desencanto. Había quien lo dejó por el engaño. Les prometieron una aventura heroica y una oportunidad de cambiar el mundo; en cambio, lo que se encontraron fueron grupos con rencor, protagonismos y competitividad. Sintieron la dureza de esa vida, de sitio en sitio cada noche, sin comunicación con la familia, con miedo a la detención y, paradójicamente, al propio tiempo, no pocas veces, su monotonía, su tedioso letargo. Algunos, con el paso del tiempo, cambiaron sus prioridades. Pensaron en estabilizarse, estudiar, formar una familia; otros abandonaron cuando tuvieron un hijo; hubo algunos para quienes la influencia de su madre fue la razón última para reiniciar otra forma de vida. Les ayudó saber que otros compañeros lo estaban dejando. Para nadie fue fácil. los procesos de reconciliación interpersonal 65

Otros abandonaron eta porque consideraban que todo era ya una lo- cura, que se había perdido la proporción incluso desde la lógica asesina de la organización. La mayoría comenzó a pensar que los objetivos del grupo se alejaban y eran inalcanzables. En unos casos por los procesos fallidos de paz; en otros, porque, en conciencia, ya no podían soportarlo más. Algunas acciones terribles de su propio grupo dinamitaron los límites morales, lo que ocurría con la muerte de niños o de políticos. Dejar eta fue complicado. Todo cambio levanta fantasías y temores. Aparecían miedos primitivos y angustias cercanas a las que se visualizan frente a la muerte. Habían aceptado la «verdad molesta»: los años de lucha, de huida, durmiendo cada noche en un sitio, de riesgo extremo y de miedo, no habían tenido utilidad alguna. Les inquietaba intensamente la idea de que todos los años de cárcel habían sido un error. Les apesa- dumbraba que sus compañeros de lucha les rechazasen. Cuando hablaban de abandonar se referían a dejar el grupo pero no sus ideales políticos; lo concebían como una transformación, que implicaba la renuncia a intentar conseguir sus objetivos a través de la violencia. El proceso fue lento. Se desmarcaron de la organización, primero emo- cionalmente. Con el paso de los años la abandonaron definitivamente, y lo hicieron expreso firmando un escrito. Lo notificaron a la organización. Hubo quien escribió un documento de veinte folios, muy crítico, en cuya parte final dejaba constancia expresamente de la necesidad de abandono de la lucha armada, y lo remitió al aparato político: «Me he querido compro- meter en el proceso de pacificar y de ayudar a aliviar el sufrimiento de las víctimas», expresó. Fue muy criticado y los abogados de la organización le obligaron a destruir la copia que pretendía conservar. A partir de aquel momento retiraron su foto de las herriko tabernas: había dejado de ser uno de los suyos; se había quedado solo. Las víctimas insistían particularmente en conocer las consecuencias de dejar eta. Abandonarla podía tener graves repercusiones: una parte social aislaba al preso por asesino; la otra, a la que inicialmente pertenecía, por traidor. Abandonar el colectivo suponía dejar de cobrar ciento veinticinco euros al mes y quedarse sin asistencia letrada. Aparecía —ya se ha dicho— la soledad. A otros no les había supuesto nada irreparable, excepto la rup- tura de amistades. Pero, con todo, les asustaba una posibilidad siempre latente: la de ser abandonados por los suyos, los familiares, los amigos; quedar en tierra de nadie, señalado como traidor. La víctima buscaba respuestas y en cada ellas se objetivaba el sufri- miento de quien hasta entonces sólo había sido un rostro duro, inhumano, inaccesible, en el que sólo alcanzaba a ver la faz de un asesino. Cada con- testación, plena de descripciones que hablaban de penurias y desdichas, 66 biografía de la reconciliación iba permitiendo que la careta se fuese derritiendo como cera caliente: más de veinte años encerrados en una celda; más de siete mil días y siete mil noches con la conciencia despierta a la barbaridad causada, al dolor ajeno que ahora le pertenecía, que hacía propio. Ya no podía eludirlo ni justificarlo. La eliminación de su identidad de asesino no dejaba espacio ideológico donde sostener la conciencia. «¿Cuánta condena tienes?», era pregunta obligada por quien fue víc- tima para poder contrastar el dolor que genera la pena. Todos, condenados a treinta años, llevan más de quince seguidos sin salir de prisión, incluso alguno, hasta veintitrés. La conversación proseguía, ahora en el terreno de la historia fami- liar. Cuando la víctima había podido librarse o atenuar su rol, estaba en condiciones de conectar con una parte profunda de sí misma. Aquélla en donde residía la compasión. La irrupción de este sentimiento le conducía a buscar datos para completar el proceso de humanización de quien le dañó. Preguntaban si sus familias conocían su pertenencia a eta y el apoyo que recibían de ellos. Las contestaciones variaban. En algunos casos, la fami- lia se enteró de su pertenencia a la organización con el primer asesinato, y siempre estuvo a su lado. Ocurría también que, en ocasiones, el apoyo familiar llegaba a extremos de compartir intensamente las penalidades, y el relato se detenía en la madre y la compañera, las grandes sufridoras, a su lado durante los últimos 30 años. Otras veces, la narración ya no tra- taba del apoyo abnegado sino de un intenso padecimiento: el padre, muy creyente, fallecido de un infarto; otras veces, de sorpresa e incredulidad, la familia que se enteró cuando tuvo que huir a Francia, abandonando su trabajo estable, su novia y su casa en San Juan de Luz. «¿Y ahora qué?», seguían preguntando las víctimas. «¿Tienes for- mación?» «¿En qué trabajabas?». Sus proyectos de futuro les devolvían a su pasado. Hay quien trabajó en una fábrica de ladrillos; quien estudió botánica o psicología; quien ha desarrollado un trabajo social dentro de prisión. También quien trabajó de tornero, filósofo o camarero. De este modo iba creciendo, poco a poco, en toda su amplitud la humanidad que trascendía la condición de quien había sido víctima, completándose a medida que contribuía a devolverle la suya a su agresor. Y así, quitándoles el ropaje impuesto por pertenecer a eta y liberándoles de esa etiqueta, dejaban su conciencia desnuda; les desasían de la justifi- cación ideológica colectiva que les había permitido mantener escondida su responsabilidad. Quien completó esta tarea, profunda y honesta, dejó de ser terrorista. Tal catalogación formaba parte del pasado. De un pasado que no quedaba dormido en el olvido sino que se integraba en su presente para gobernar su futuro. los procesos de reconciliación interpersonal 67

Y, de repente, las preguntas rebotaron hacia quien las venía formulan- do, en una suerte de traslado empático de inquietudes y tribulaciones. «Y tú, ¿cómo estás ahora?, ¿cómo está tu madre?». En ocasiones la respuesta, transmitía un mensaje reconfortante, al informar de la recuperación de un nivel razonable de paz y resignación. Otras veces reflejaban las conse- cuencias de un duelo mal resuelto. No faltaba quien proyectaba integrar el insoportable pasado con el futuro esperanzado y andaba preparándoles un cuento a las nietas, para que supieran sin desgarros, sin acritud, quién fue su aitite, lo que lo hubieran querido, lo que posibilitó que todo se torciera, lo que trocó la felicidad proyectada en sempiterna tragedia. Lo que sucedió en un pasado que es imprescindible que se conozca e integre para impedir que pueda volver a suceder. El encuentro llegaba a su fin. Nosotros resaltábamos, agradecidos, la honestidad mostrada, la valentía por expresar, por escuchar, la empatía y la coherencia que les había conducido hasta este momento. Gracias. Algunas personas que habían sufrido los atentados entregaron sendos libros a los presos. También preguntaron por la posibilidad de continuar manteniendo relación tras su salida de la cárcel. Así ha ocurrido en algunos casos. Nos despedíamos. En casi todos los encuentros la víctima ofrecía su mano, o un abrazo y, en ocasiones, un beso. Impresionaba aquel final, un final que nos indica que el perdón, sin hablar expresamente de él, había aparecido; más aún, había sido superado por la compasión. Ambos prota- gonistas se habían reconocido recíprocamente como seres humanos, como ciudadanos que avanzaban hacia un futuro común.

6 ¿Dónde estabais? Procesos restaurativos en abusos sexuales en el seno de la Iglesia católica

1. Introducción Las líneas que siguen están escritas desde la experiencia 39. No son una reflexión dogmática. No abarcan ni abordan la totalidad de esta compleja y sufriente realidad. Es un intento de aportar algunas ideas y perspectivas desde las que abordar con un horizonte de reconciliación (verdad, repara- ción, responsabilización, memoria y garantías de no repetición) la gestión de abusos sexuales cometidos por religiosos, religiosas y sacerdotes diocesanos en el seno de la Iglesia católica 40. El miedo y la reverencia paralizan cuando, en nombre de Dios, el sacer- dote, religioso o religiosa se aproximan con una mirada lasciva, con ánimo de satisfacer su sexualidad clausurada, silenciada, avergonzada o domesticada

39 Estoy facilitando cinco encuentros restaurativos entre religiosos de los Salesianos que han cometido delitos de abuso sexual y sus víctimas; también de los Capuchinos; acompaño a dos facilitadores en dos procesos más de otra congregación. Agradezco a los responsables de los salesianos el valor que tienen de afrontar estos temas con verdad y apertura a las necesidades de quienes fueron agredidos. Quiero resaltar el valor de las víc- timas y de los religiosos y clérigos por la participación en estos procesos. Están abriendo camino para que otras instituciones y personas puedan transitar por ellos. También estoy reflexionando sobre este tema en dos consejos asesores de «entorno seguro» a los que pertenezco: la Compañía de Jesús y los Hermanos de San Juan de Dios. Y he dedicado bastantes horas a compartir reflexiones con personas especializadas en este tema. 40 A lo largo del texto utilizaré el término religioso y clérigo; incluye también a religiosas y sacerdotes. Quiero incluir a todos los miembros del clero, en general, con el término «instituciones eclesiásticas» que hace relación a: congregaciones (religiosas/os y sacerdotes) y obispados o diócesis (seminaristas y sacerdotes) 70 biografía de la reconciliación para no ser expresada en libertad y respeto. La sexualidad para algunas de estas personas perdió su dimensión vital, no sólo durante la formación teo- lógica, sino también, en algunos, desde los primeros años de educación en la familia. O, quién sabe si, antes de la cuna ya, los excesos transgresores de los ancestros en materia sexual perfilaron las decisiones o pulsiones libidinosas destinadas a ser controladas u ocultadas. Muchas personas depositan una intensa confianza en los religiosos y sa- cerdotes. Se les atribuye la tarea de cuidar, educar, aconsejar y acompañar en lo más sagrado: el espíritu. En muchas ocasiones, correcta y respetuosamente desarrollada, la tarea desplegada es encomiable. En otras, lamentablemen- te, el instituido como expresión de lo sagrado para auxiliar la voz de Dios, puede llegar a controlar la mente, el corazón, y lo más sutil y delicado del ser humano: el espíritu y, de su mano, la conciencia y la libertad. Cuando adjetivamos a esta última con la sexualidad, los abusos y agresiones contra ella son conductas terribles 41, con daños irreparables, que gritan durante toda la vida. Dejan su huella feroz, su grito más terrible, proporcional, en ocasiones, a la intensidad rabiosa de su propia represión e inmadurez sexual, en niños, niñas y adultos en situación de vulnerabilidad 42. Sólo hay que acudir a los medios de comunicación para asomarse a esta cruel realidad. En eeuu, Irlanda, Australia, Alemania, Francia, Chile, España 43, etc. En este momento, la sensibilidad social es extrema. La voz de las vícti- mas ha podido ser expresada, aunque en la mayoría de las veces no ha sido

41 Hay que diferenciar los abusos de las agresiones sexuales. Según la OMS, los primeros consisten en involucrar a un menor en actividades sexuales que no llegue a comprender totalmente, a las cuales no está en condiciones de dar su consentimiento, o está evolutivamente inmaduro para dar el consentimiento, o en actividades sexuales que transgreden las leyes o restricciones sociales. Por su parte, las agresiones sexuales aparecen con cualquier forma de contacto, con o sin acceso carnal, con violencia e intimidación. Ambas conductas se encuentran descritas en los artículos 179 y siguientes del Código Penal. A su vez, hay que tener en cuenta los abusos de confianza y de poder. Una buena conceptualización de las conductas anteriores se puede ver en: Compañía de Jesús. Guía básica del sistema (https://entornoseguro.org/wp-content/uploads/2019/11/Guia%20 basica%20de%20entorno%20seguro_WEB.pdf). 42 Ver los documentales sobre este tema: «El bosque de Karadima», «Examen de conciencia». 43 Ver las interesantes investigaciones y opiniones de Varona Martínez, G., Reconocer a las víctimas para reparar y prevenir el sufrimiento. Razón y Fe. 2015. Tamarit Sumalla. J.M. Abusos sexuales en la Iglesia católica. Como responder a las demandas de justicia. Nuevo foro penal. 91/2018. Medellín Colombia. Segovia Bernabé, J.L., Anónimo, Barbero, J., Víctimas de la Iglesia. Madrid, PPC. 2016. Save the children. Ojos que no quiere ver. https:// www.savethechildren.es/publicaciones/ojos-que-no-quieren-ver. ¿dónde estabais? procesos restaurativos en abusos sexuales en el seno de la iglesia católica 71 escuchada ni atendida adecuadamente por las congregaciones o diócesis a las que pertenecen las personas que han cometido estas gravísimas con- ductas. La difusión pública de estos terribles e injustos acontecimientos ha posibilitado que una buena parte de instituciones eclesiásticas desarrollen acciones destinadas a prevenir, controlar, educar y gestionar estas situacio- nes 44. Sin duda, hacia futuro, estas tareas van a permitir que la situación cambie considerablemente. Se van dando pasos. Por el contrario, cuando la mirada retrocede en el tiempo aparece una de las cuestiones pendientes más relevantes: la herida causada; permanece abierta y ensangrentada. ¿Cómo se pueden gestionar los abusos sexuales cometidos años atrás, remontándonos al siglo pasado? Algunas de estas conductas delictivas prescriben en plazos relativamente breves 45. Los Juzgados penales ya no tienen capacidad de intervenir, ni investigando, ni juzgando para declarar culpable o inocente al acusado. Sólo queda la justicia canónica, que tiene plazos de prescripción más amplios 46. Aunque, puede ser burlada, si la persona agresora abandona la institución eclesiástica.

44 Ver entre otros, «Entorno seguro». Compañía de Jesús https://jesuitas.es/es/ cultura-de-entornos-seguros, Proyectos de «Entorno Seguro» en salesianos; Proyecto REPARA del Arzobispado de Madrid. 45 A los cinco, diez o quince años(art. 131 Código Penal, en función de la conducta (abuso sexual, agresión sexual, violación, acoso —arts. 178-190 Código Penal—) y la concurrencia de circunstancias agravantes, o si la víctima es menor o mayor de 16 años; desde que la víctima cumpla 18 años. El caso más extenso se da cuando la víctima cumpla 33 años. Existe una propuesta de modificación legal para que esos plazos comiencen a partir de los 30 años de edad. El problema reside en poder acreditar los hechos después del transcurso de tanto tiempo. 46 La pena está expresada como que el clérigo «debe ser castigado según la grave- dad del crimen, sin excluir la dimisión o la deposición», en el art. 6 §2 de las normas de 2010 para delitos reservados a la Congregación Para la Doctrina de la Fe. Es lo que se llama una «pena indeterminada». Se deja a la autoridad a la que corresponda imponer la pena que decida cuál poner y se da algún criterio para ello. A veces un simple «que la pena sea justa»; otras veces se perfila un poco más. Aquí se apunta a que sea de gravedad proporcional a la gravedad del caso concreto del que se trate. Según esto, se admite que no todos los delitos del mismo tipo penal tienen la misma gravedad sino unos más y otros menos. La «dimisión o deposición» es una manera de referirse a la expulsión del estado clerical: el clérigo deja de serlo; deja de pertenecer al «estado clerical», que es un conjunto de derechos y deberes que definen el «estatus» de los clérigos (derecho a recibir un encargo, a su remuneración, obligación de obedecer al obispo, de vivir el celibato, derecho a prestaciones sociales que establezca la diócesis, etc.). De todas las penas que están contempladas en Derecho Canónico cualquiera podría ser la justa o proporcional a la gravedad del caso concreto: se puede condenar a perder un oficio, a no poderlo ejercer por un tiempo, a estar o no estar en un determinado lugar por más o menos tiempo; se podría 72 biografía de la reconciliación

Es obvio que quien ha sufrido estas graves conductas contra su libertad sexual necesita cuidados, atenciones y actuaciones institucionales para que la herida emocional y social deje de sangrar. En epígrafes posteriores me detendré en ellas. Con todo, aparecen escenarios de compleja gestión que precisan de una mirada reflexiva: ¿cómo satisfacer la necesidad de justicia cuando los tribunales no pueden intervenir, o cuando el agresor ha fallecido? De por sí, la respuesta es difícil, sobre todo si añadimos un elemento que lo complejiza: la dificultad del acceso a la verdad cuando, en unos casos, la información se encuentra en expedientes secretos 47 y, en otros, no se ha realizado acto alguno de investigación. Y, si trasladamos la mirada hacia la otra parte, la cuestión es cómo garantizar jurídica y socialmente el derecho a la presunción de inocencia, al honor y dignidad de quien es acusado de conductas tan graves. Los procesos de justicia restaurativa pueden ser útiles para gestionar estos complejos escenarios. He sido testigo de su ayuda para satisfacer ne- cesidades en las personas dañadas por graves delitos (ya hemos hablado de ellos en otros capítulos de este libro); también para reintegrar personal y socialmente a quien domina y violenta la sexualidad de personas inocentes. Bajo su cobertura es posible formular algunas preguntas que aventuran sus posibilidades: ¿el reconocimiento del daño por parte de la persona agresora, previa toma de conciencia, ayuda a la reparación emocional de la víctima?, ¿es positivo facilitar la recuperación terapéutica del agresor? ¿es posible, y tiene alguna eficacia reparatoria, el encuentro personal entre el agresor y la víctima?, y ¿entre el representante de la institución eclesiástica y la víctima?, porque, ¿qué responsabilidad tienen las instituciones en cuyo seno se formaron y desarrollaron su misión las personas agresoras?, ¿la escucha de la narrativa del dolor sufrido, la búsqueda honesta de verdad y el descubrimiento de la humanidad compartida en la impotencia del sufrimiento, pueden ser pasos constructivos hacia la pacificación?, ¿pue- den quebrar la justificación del agresor para que repudie «de corazón» la violencia utilizada? y ¿puede disolver la ocultación, justificación o mini- mización del daño que algunas instituciones eclesiásticas sostienen? Mi

diseñar un régimen de vida con restricciones de actividades, con controles sobre donde se está y qué se hace. Sobre esta cuestión cf. p.e., Sánchez-Girón, J.L., «Garantías procesales en los procedimientos penales administrativos de la Iglesia», en Lourdes Ruano – Carmen Peña (coord.), Verdad, justicia y caridad. Volumen conmemorativo de los 50.º Aniversario de la Asociación Española de Canonistas, Madrid - Dykinson, 2019, 411-416. 47 La opacidad del secreto pontificio facilita la impunidad. https://elpais.com/ sociedad/2019/12/17/actualidad/1576602620_910423.html. ¿dónde estabais? procesos restaurativos en abusos sexuales en el seno de la iglesia católica 73 experiencia de los procesos restaurativos en delitos de terrorismo es que ayudan, entre otros aspectos, a soltar el vínculo inconsciente de quienes quedaron atados por un grave delito. A partir de entonces, quien sufrió los abusos y quien los causó, así como la institución eclesiástica, pueden completar su camino de comprensión de lo ocurrido, resignificando el gravísimo hecho en la biografía vital o insti- tucional, para llegar a un destino esperado: la reconciliación. Este proceso no es sencillo; los tres protagonistas de este terrible asunto tienen ciclos parecidos. Así lo expresa una víctima: Mi ciclo no dista tanto del ciclo de la institución y del propio ciclo del victimario: los tres nos protegemos, queremos enterrar, levantamos el escudo para sobrevivir y adaptarnos, nos disociamos para mirar adelante sin sentir vergüenza 48. En las páginas que siguen reflexionaré sobre la experiencia restaurativa que, personal y profesionalmente, estoy teniendo junto a otros compañe- ros 49. Abordaré algunas de las cuestiones planteadas en el párrafo anterior y, propondré otras que, al hilo del desarrollo del tema, vayan apareciendo. Soy consciente que tantas preguntas en un texto ralentiza una lectura fluida. Preguntar, precisa detenerse y reflexionar. Esta tarea es conveniente. Por otro lado, reconozco que para muchas preguntas que planteo a lo largo del texto no tengo respuesta cierta. Cada persona tiene su historia y su posición. No quiero que mis afirmaciones sean aceptadas sin más, son simplemente las mías. Cada uno debe reflexionar desde su historia y posición. Con libertad y respeto. Una breve sugerencia al lector católico: al leer las páginas que siguen pueden aparecer determinados pensamientos: ¿son todas las denuncias cier- tas? ¿estamos magnificando el problema? ¿es necesario remover esto ahora? ¿la parte es el todo? Estos graves hechos tocan lo sagrado. Por ello, algunas personas se pueden resistir a aceptar que esto haya pasado, de manera que quieran borrarlo, apartarlo, minimizarlo, vaciarlo de contenido, como si de- searan que lo sagrado no fuera manchado. Ha ocurrido. Necesita ser mirado y sanado. Con humildad y valor.

48 Esta idea es de JC, víctima que ha participado en estos encuentros y que presta esta idea al texto. 49 Los facilitadores de encuentros restaurativos con los que trabajo: Alberto José Olalde Altarejos, ([email protected]) profesor de Trabajo Social en la Universidad del País Vasco; Clara Herrera Goicoechea ([email protected]), psicóloga, y Marino Buendía Noguera ([email protected]), terapeuta y profesor de instituto. Luis Carlos Cuesta Maestro ([email protected]), psicoterapeuta y jurista, me acompaña en la supervisión como facilitador en determinadas sesiones de los procesos restaurativos. 74 biografía de la reconciliación

2. Primeros contactos con la gestión de abusos sexuales en el seno de la Iglesia El primer contacto que tuve con este ámbito fue hace un par de años. Me llamaron de una institución religiosa para instruir un procedimiento canónico por un delito de abuso sexual. Hasta entonces no había tenido contacto con esta realidad. En otro orden de cosas, y en ese tiempo, estaba en pleno proceso terapéutico. Comencé a trabajar sobre la sexualidad en mi adolescencia. Era un tema pendiente. Conecté con algunos recuerdos. Me situaba en el confesionario de la iglesia del colegio en el que me eduqué (los salesianos) y del que guardo un gratísimo recuerdo. Me visualizaba con detalle contestando al confesor las preguntas de siempre. Estaban relacionadas con la masturbación. La mirada de mi sexualidad, desde la moral religiosa, no ayudó a mi desarrollo emocional. Años más tarde pude mirarlo y, gracias al proceso de maduración afectiva y sexual, pude ir aprendiendo y compren- diendo el alcance de los afectos íntimos, el instinto sexual y el placer. Todo ello, no sin dolor sufrido y causado en el aprendizaje. Para poder abrazar esa parte adolescente de mi mente necesité varias sesiones de terapia. A las dos semanas de haber acabado recibí una llamada del responsable de los salesianos. Me planteaba si podía facilitar un proceso restaurativo con un religioso y un muchacho por una acusación de abuso sexual. Al mes, me pidieron iniciar otro, después dos más, y hace un par de semanas, la petición vino de otra congregación. Los hechos, de unos y otros, guardaban cierta similitud con mi historia: los temas trataban de masturbaciones, adolescentes, acompañamientos espirituales; tres de ellos en los años 79/80. Por azar, o como vengo manteniendo en este libro, por sincronía, lo que había elaborado e integrado en un nivel inconsciente, se manifestaba fuera de mí. No sé si porque una vez reconciliado dentro, el trabajo se refleja en hechos exteriores; o porque la vida me lanzaba, una vez preparado, a desarrollar esta tarea de facilitación restaurativa entre quien abusó y quien sufrió la agresión. Es claro, como ocurre con otros delitos en los que he trabajado que, en temas tan delicados, el facilitador ha tenido que mirar el conflicto en él y en sus ancestros, y ponerlo en orden. De lo contrario, difícilmente puede hacer una tarea emocionalmente tan densa. ¿Es posible escuchar a una víctima de estas conductas sin haber mirado las propias heridas?, ¿es posible escuchar a las personas que las han cometido sin ver la parte transgresora en nuestro propio desarrollo sexual?

3. Los cuidados iniciales y la atención a la víctima El horizonte de trabajo restaurativo es la búsqueda de la paz, la interior y la colectiva, de las víctimas y victimarios, de las instituciones eclesiásticas ¿dónde estabais? procesos restaurativos en abusos sexuales en el seno de la iglesia católica 75 y de la sociedad civil. Es un camino utópico y, a veces, posible. Necesita de un primer paso honesto, coherente y profundo de quien se siente responsable personal o institucionalmente. Se trata de escuchar y acompañar. Sin estas cualidades de autenticidad, se desatienden las necesidades restaurativas: las que realmente ayudan a calmar, sanar y cerrar la herida de las personas que han sufrido los abusos; también las de quienes los han cometido. Las víctimas tienen unas necesidades básicas: han de ser oídas, vistas y reconocidas en su dolor; inicialmente por la institución y, como más adelante desarrollaré, también por la persona agresora. Ante las denuncias de abusos sexuales, el miedo parece atenazar a al- gunos responsables institucionales. Otros van enfrentando esta compleja situación con determinación. Aparece el temor a que salgan en los medios de comunicación, a que se monte un escándalo, a que los colegios se «vengan abajo» por la mala fama, a que el honor institucional decaiga, a que la fe de los fieles desaparezca ante la denuncia mediática y abandonen la Iglesia, a la pérdida patrimonial si hay responsabilidad civil, a que los miembros de la comunidad religiosa también se escandalicen y juzguen, a que el sacerdote, si aún vive, quede señalado y excluido de la vida social y religiosa, además de los daños en su intimidad que se puedan derivar. Temores y miedos que llevan a las instituciones eclesiásticas, salvo excepciones conocidas, a seguir en la trinchera, parapetadas sin dar una respuesta humana a las necesidades de las víctimas. La frase que expresa el temor: «ya está todo solucionado, no van a denunciar». Los responsables de las instituciones eclesiásticas, en la mayoría de los casos, oyen la denuncia de la víctima, pero no escuchan a la persona. El temor les impide comprender el alcance de las necesidades que buscan ser acogidas y atendidas. Se limitan a una escucha «procesal», necesaria para cumplimentar una denuncia canónica, como si de un inspector de policía se tratara. Pero, el religioso no es un policía o un investigador objetivo, por más que lo pretenda; es parte del problema, al menos la institución a la que pertenece. Este matiz exige una mirada más amplia y acogedora que la mera escucha formal. El paso que acaban de dar las víctimas, con los sentimientos anudados al descubrimiento de su pasado, la herida y su desvelamiento, precisa de una intervención restaurativa o protectora inmediata. Es muy complejo poner nombre a lo que pueden estar sintiendo dentro de sí. El desconcierto y angustia pueden ser intensos. Una buena práctica: con anterioridad a la interposición de la denuncia canónica, las necesidades de la víctima han de ser escuchadas por un profesional. Su intervención no puede hacerse desde la autoprotección institucional, sino desde la apertura y la valentía. Ha de ofrecer, de forma inmediata, no sólo la posibilidad de denunciar jurídicamente, sino también los servicios que cada 76 biografía de la reconciliación congregación tenga destinados a la reparación. Deben ser desarrollados por profesionales externos e independientes: intervención psicológica, procesos restaurativos, intervención social, información y asesoría jurídica, escucha, otros… Además de ello, es fundamental que se expliquen los pasos institu- cionales que, desde el punto de vista jurídico, van a darse. También, que se informe a la víctima de las resoluciones adoptadas (medidas cautelares contra el religioso acusado y su destino institucional, resoluciones sancionadoras, etc.) Por otro lado, cuando se interpone la denuncia canónica, no es de extrañar que el instructor, al estar en un proceso jurídico en el que las formalidades son importantes, genere en quien denuncia una sensación de frialdad y dis- tanciamiento personal. En ocasiones, se trasmite un sentimiento de incredu- lidad y desconfianza hacia la versión denunciada. Y, posiblemente, no es así. El instructor tiene que mantener la imparcialidad ante una acusación grave. Al religioso le ampara la presunción de inocencia. También debe preguntar, a veces, con mucho detalle. La investigación jurídica así lo requiere. Y, en ocasiones, la sensación de ser tratada como «presunta víctima», revictimiza. El dolor infinito que causa el abuso nunca es presunto, es extremadamente real para la víctima. Esta práctica no es respetuosa hacia su vivencia. Es una falta de sensibilidad hacia quien se enfrenta a sentimientos de vergüenza y tiene miedo de no ser creída. Está en manos del instructor explicar esto, para que la víctima comprenda las claves de funcionamiento del ámbito jurídico.

4. Las necesidades de las personas que han sufrido abusos se- xuales por religiosos En los procesos restaurativos que venimos desarrollando, hemos tenido varias sesiones de trabajo con las víctimas (aproximadamente, unas 30 horas con cada una). Las tenemos en parques, en la capilla de la iglesia del barrio, o en salas con absoluta privacidad. La decisión de trabajar en uno u otro lugar está en función de la voluntad de la víctima. Gracias a las horas de escucha hemos aprendido que las necesidades no son imágenes fijas. Van cambiando a medida que el trabajo restaurativo va desarrollándose. Desde que oyeron en la televisión el testimonio valiente de otras víctimas, o leyeron en periódicos sus declaraciones narrando con- ductas calificadas como delictivas (actos de «pedofilia»), la ansiedad interna se activó. Aunque, en algunas, los hechos sufridos eran muy antiguos, la herida emocional y somática se reabrió. Durante años, la propia mente se autoprotegió de ese recuerdo, dándole una interpretación justificativa. El valor de algunas víctimas relatando lo sucedido permitió que ellas, al oír- las, pudieran resignificar los hechos sufridos. De adolescentes o de niños no pudieron poner nombre y lo ocultaron. Unos, porque no podían entender que quien les cuidaba o acompañaba les pudiera hacer daño; otros, por ver- ¿dónde estabais? procesos restaurativos en abusos sexuales en el seno de la iglesia católica 77 güenza de su propia orientación sexual (hetero/homosexual). Y no faltan las situaciones en que la persona quería y agradecía al cura su relación porque le tenían absolutamente idealizado y nada malo podía esperar de él. Estos son los casos qué más difícilmente van a salir a la luz. En este momento, años después, con la herida reabierta, que no curada, hemos detectado que la mayoría necesita restablecer su salud psíquica o emocional. También soltar el vínculo que les une con el agresor. Esta atadura, si bien fue generada por la agresión, se mantiene por el sufrimiento y la ira. Necesitan liberarse de ese vínculo para no enfermar y añadir más secuelas a las ya sufridas en la afectividad (el odio, la ira y el miedo son adaptativos durante años, aunque, con el tiempo se vuelven disfuncionales). Algunas necesitan abandonar el rol de víctima, romper el vínculo («todo acabó») y permitir que la vida continúe sin estar hipotecadas por el pasado. Quieren que las siguientes generaciones (hijo/as, nieto/as) no hereden el trauma 50. A las víctimas, desde la primera entrevista, les preguntamos sobre sus necesidades restaurativas. Les sugerimos la conveniencia de iniciar una tera- pia. Les explicamos que el trabajo que desarrollamos no tiene ese carácter y, por tanto, algunas necesidades profundas no podemos atenderlas. Es preciso un abordaje terapéutico 51. Algunas de las necesidades que hemos observado son, además de la liberación del vínculo: — Ser reconocidos en el daño sufrido y creídos en su versión, tanto por el religioso, como por la institución a la que pertenece o pertenecía. — Poder expresar los hechos y las emociones asociadas en espacios de se- guridad/confianza; se enfrentan, por primera vez a verbalizarlo ante nosotros. — Narrar las consecuencias de orden afectivo, sexual, relacional, somá- tico y emocional que han generado los abusos. — Poder escuchar un relato coherente del impulso sexual que motivó al religioso a agredirle. Que reconozca los hechos y se aclaren expresiones,

50 Las víctimas no quieren contar lo ocurrido a los hijos/hijas. Es razonable y se comprende. Ellas están haciendo el trabajo para que el dolor inconsciente no se transmita a la siguiente generación. Lo están mirando con valor y se están enfrentando a ello. Esto, quizá, sea suficiente. Lo que provoca que los traumas se transmitan es que no se miren y se guarden como secretos. Algún día, ¿deberían contarlo a los hijos, además de haber hecho el trabajo restaurativo? Es una opción personal. Narrarlo una única vez, sin entrar en el detalle, liberado ya del dolor, puede deshacer por completo el secreto y prevenir, definitivamente, que esto pueda volver a repetirse. 51 Si una víctima demanda atención psicológica, las instituciones eclesiásticas deben, de forma inmediata, ofrecer esta posibilidad asumiendo el coste económico. Es importante que la atención sea prestada por profesionales ajenos al clero. 78 biografía de la reconciliación situaciones o contextos en qué ocurrieron los abusos. Que moralmente se los auto reproche. Que reconozca que es una tendencia que tiene que mirarse y trabajarse terapéuticamente. Y, con ello, poder emitir un grito: ¡estoy limpio, no soy sucio. Yo no soy el responsable. Fue el religioso o clérigo que me tenía que proteger y no lo hizo. Me agredió! — No quieren que los hechos vuelvan a repetirse con otras personas. — Quieren saber si hay más víctimas. — Conocer, o tomar conciencia del rol que ellas mismas atribuían al religioso agresor y el poder que le dieron sobre su mente y su espíritu. En términos más psicológicos, el grado de idealización positiva que se hizo del religioso antes de la agresión. Esa idealización conllevaba por ejemplo la minimización de defectos o incluso de algunas conductas desviadas y la maximización de virtudes como, por ejemplo, sus habilidades sociales, su presunta santidad o su oratoria. — Reconocer que el clérigo o religioso traspasó todos los límites. Que su niño no sabía decir «no». No pudo. Los adultos encargados de su protección no le cuidaron. Y que el tema de los límites ha de ser mirado y trabajado, para que no tenga impacto en su comportamiento de adulto. En palabras de una víctima: «Hay una verdad muy honesta: el abuso supone un traspaso de límites y hemos crecido sin tener conciencia de ello, de que los límites existían. A algunos de nosotros nos ha costado poner límites, decir que no, hemos sido abusados en otros momentos, de otras maneras en nuestros espa- cios relacionales. También nos hemos convertido en tiranos, nos ha faltado el pulso de los límites de los demás y también los hemos podido atravesar; reconocer esa parte de sombra y de luz que somos es lo que nos permite curarnos. Ver la sombra nos permite salir del rol de víctimas». — Resignificar la agresión en relación con las figuras parentales y de autoridad en sus vidas. — Resignificar la relación que han tenido con el colegio o con la insti- tución eclesiástica en que ocurrieron los hechos. A veces transitan desde el reconocimiento más sincero por la educación recibida, unida a un entrañable recuerdo, hasta el resentimiento por la gestión que hicieron de la agresión. — Saber por qué la institución ocultó los hechos o, si no lo sabían, cómo fallaron los controles humanos de las comunidades para que convivieran con una persona que agredía, sin detectar tal cualidad de su carácter. Y, si lo sabían, por qué simplemente le cambiaron de colegio y le dieron puestos de responsabilidad, premiando su conducta, ignorando sus agresiones, po- niendo el peligro a otros menores o jóvenes. En último extremo, saber por qué no le protegieron. — Algunas necesitan denunciar, o se arrepienten de no haberlo hecho en su momento. Analizamos, con ellas, las implicaciones y consecuencias que se ¿dónde estabais? procesos restaurativos en abusos sexuales en el seno de la iglesia católica 79 pueden derivar, bien en el ámbito penal, bien en el canónico. En este tema apa- recen ciertos temores: no quieren hacer más daño al religioso ni a la institución. Tampoco que se entere la familia y otros conocidos por la estigmatización que conlleva la naturaleza de estas agresiones. No obstante, la experiencia general es que, si las necesidades están siendo atendidas, la de la denuncia penal, si aún pudiera interponerse, queda relegada a un segundo plano — Conocer las medidas cautelares que se han tomado con el religioso para prevenir que vuelva a dañar a otras personas. — Encontrarse con sacerdotes o profesores con quienes tenían una espe- cial vinculación en la época en que ocurrieron los hechos. Necesitan resigni- ficar la relación en esa etapa vital y hacerles preguntas. Estos encuentros son previos al que realizamos con el responsable de la institución y al del agresor. — Saber cómo les recuerda o qué opinión tienen de ellos los religiosos agresores. Qué dicen cuando contactamos con ellos, si reconocen o no los hechos, cómo va siendo su vida. Les tranquiliza saber que estamos haciendo de puente entre los dos. — Hablar con el religioso agresor, verle, decirle y preguntarle desde el adulto que ahora es. En palabras de una víctima que me autoriza a exponer su testimonio: «Necesidad de ejercer como adulto, desde la seguridad, la defensa del niño que no se pudo defender; desvestido del ropaje de víctima, ante el religioso que también está desvestido de todo su halo de poder. Experimentar que ya no pueden hacerme daño, que ya no tienen poder sobre mí… y así sentir que estoy abrazando a ese niño herido que aún llora desconsolado. El momento cumbre: poder defender a ese niño, que ya no tiene miedo porque hay alguien que le abraza». En todo caso, les dejamos claro que no tienen por qué encontrarse, aunque la realidad es que han investigado sobre ellos porque necesitan saber su evolución personal, religiosa, laboral, así como su disponibilidad actual para asumir su responsabilidad. Y, con todo lo anterior, hay una motivación de fondo: reconocer que una vida anclada en hechos terribles del pasado constituye una hipoteca perpetua para el futuro. De ahí que anhelen encontrar paz interna para poder iniciar una nueva etapa en la vida.

5. La necesidad de justicia Atentar contra la libertad o indemnidad sexual es un delito penal. Está castigado con penas de prisión 52. También lo es en el Derecho canónico, con

52 Sólo el 15 % de los abusos sexuales, en general, no sólo en la iglesia, son denun- ciados. Save The Children, Ojos que no quieren ver. 80 biografía de la reconciliación un proceso específico. Ambas realidades son las respuestas institucionales ante estos graves comportamientos. No se trata de un pecado que puede ser reparado con el perdón de la víctima, sino de delitos con importantes consecuencias. Aparece, así, una necesidad que merece una atenta mirada: la justicia. La civil/penal no puede intervenir en los casos en que el asunto esté prescrito por el transcurso del tiempo. La canónica tiene plazos de prescrip- ción más largos 53. Ésta, en defecto de aquella, puede ser de utilidad para que el responsable general de la institución pueda imponer sanciones y declarar la injusticia legal, ética y moral del comportamiento. Ahora bien, la realización de la justicia decae cuando el religioso ya ha abandonado la institución, o ha fallecido, o la agresión está prescrita, salvo que la Congregación para la Doctrina de la Fe derogue la prescrip- ción de la acción 54. En estas situaciones, sólo se puede satisfacer desde la justicia restaurativa. Ésta cuenta, entre otras medidas reparadoras, con un encuentro personal con el responsable de la institución en España, y quizá con el general a nivel mundial. Ya no pueden poner sanciones, pero el orden quebrado con el abuso se reordena cuando el «responsable del sistema» declara la ilegitimidad, inmoralidad e injusticia de lo ocurrido en la institución que dirige. A lo largo del proceso aparece esta necesidad y hemos tenido encuentros de tres víctimas con el responsable máximo de la congregación en España.

6. El inicio del proceso restaurativo El proceso restaurativo puede comenzar en cualquier momento desde que se tenga noticia de una denuncia verbal, o formal, contra un religioso. Si se abre un procedimiento canónico sancionador, ambos siguen caminos independientes 55.

53 20 años desde que la víctima cumple 18 (art. 7 §2 de las normas de 2010 para delitos reservados a la CDF). Es como decir, hasta que tenga 38. 54 Son delitos reservados a la Congregación para la Doctrina de la Fe (CDF), y para ellos está previsto la posibilidad de que la propia CDF derogue el plazo de prescripción (art 7 §1 de esas normas): es decir, aunque se hubiera cumplido el plazo, se podría entrar procesalmente en el caso. Esta reserva sólo opera en delitos cometidos por clérigos (se- culares o religiosos). 55 Si el proceso restaurativo finalizara con un buen resultado para las personas in- tervinientes, antes de que terminase el canónico, se puede documentar para incorporarlo, para que despliegue las consecuencias jurídicas que las normas contemplen. Siempre hay que garantizar la confidencialidad y la presunción de inocencia. Nada de lo expresado en el ámbito restaurativo puede ir al canónico, salvo un documento en el que se reseñe que ¿dónde estabais? procesos restaurativos en abusos sexuales en el seno de la iglesia católica 81

En la experiencia que estamos desarrollando pedimos a los responsables de la congregación que envíen este libro a quienes van a participar, sean víc- timas o agresores. Necesitamos que lean el alcance del proceso restaurativo, sus claves y formas de trabajo. Una vez leído, si acceden al ofrecimiento, nos ponemos en contacto con ellos. La forma en que contactamos con una de las víctimas fue realmente misteriosa. El responsable de la institución fue a visitarle a su trabajo en un par de ocasiones; en la última le entregó el libro. Se tomó unas semanas para decidir si comenzaba el proceso. Días después, mientras me encontraba conversando con un amigo en la puerta de su casa, se acercó un hombre y me dijo que había leído un libro escrito por mí. Me preguntó el motivo por el que el encuentro restaurativo de Pili Zabala y José Amedo, narrado en el libro, había sido en la parroquia del barrio. ¡Tenía a la víctima delante de mí! ¿Encontrarnos en Madrid, sin conocernos?, ¿veci- nos en el mismo barrio? De nuevo, como expongo a lo largo de este libro, apareció el misterio que envuelve cada encuentro personal. A partir del contacto inicial con la persona agredida comenzamos un itinerario, un camino, sin límite de tiempo ni objetivo concreto de llegada. Planteamos dos pasos deseables, aunque no obligados: el encuentro con el responsable de la institución eclesiástica, primero, y con el agresor, después. Los facilitadores del proceso nos presentamos. Entre las cuestiones inicia- les, aunque ya saben por la lectura del libro la travesía en la que se embarcan, les contestamos a las preguntas y dudas que presenten. Hacemos hincapié en dos claves esenciales: la libertad de permanecer en el proceso hasta cuando quieran, y la confidencialidad. Las víctimas, inicialmente, desconfían de la congregación. Creen que les pueden engañar protegiendo al responsable, o que van a atender, exclusivamente, a sus intereses. Igualmente, el religioso también recela de su congregación por temor y vergüenza. Esto nos lleva a asegurar que nada de lo que escuchemos será trasmitido a la congregación, tampoco a la otra parte, salvo que, en este caso, nos dé permiso porque sea esencial para el buen desarrollo del proceso. Sin ambos compromisos no podemos comenzar. Sabemos, en último extremo, que un final sanador se deriva de la obtención, en cada sesión, de resultados restaurativos. A través de la escucha honesta y propuestas de trabajo de introspección personal vamos aumentando la confianza y la legi- timidad como facilitadores. Con ello, buscamos tres objetivos. En primer lugar, potenciar la confianza. Muchas víctimas presentan cierta dificultad para confiar en las personas. Es una posible secuela de la

se ha desarrollado durante las sesiones correspondientes, y algún dato que ambas partes, de mutuo acuerdo, quieran incorporar. 82 biografía de la reconciliación agresión sufrida y su gestión institucional. Algunos agresores tienen un alto recelo hacia el propio proceso. En segundo lugar, facilitar la toma de conciencia. Las agresiones su- cedieron en una edad en que el niño/a no podía construir una narrativa (poner nombre) a lo sucedido y, por tanto, quedó relegado en el inconscien- te. Algunas víctimas toman conciencia cuando leen noticias en la prensa relativas a este tema, o cuando sus propios hijos alcanzan la edad en la que ellos sufrieron los abusos. En la persona agresora es fundamental la toma de conciencia a nivel emocional. En tercer lugar, buscamos profundizar en las habilidades que faciliten la comunicación, por si fuera necesario el encuentro con los responsables de la institución eclesiástica y/o con el agresor. Pretendemos asegurar que el mensaje que uno desea transmitir llegue al otro de forma clara y fidedigna. Como facilitadores buscamos que la comunicación emocional esté en primer plano. Así, a modo de ejemplo, para la víctima es particularmente necesario percibir, además de una escucha empática, cómo impacta en su oyente el relato de su dolor y de su rabia.

7. El consentimiento informado En la primera entrevista les entregamos un documento (consentimiento informado) que describe con detalle el concepto, objeto y características del proceso restaurativo. Les pedimos que se lo lleven a sus casas y lo lean con detenimiento. Contiene explicaciones que ayudan a la toma de decisión sobre la participación en el proceso. Estos son algunos párrafos: «… La Recomendación CM/Rec (2018)8 del Comité de Ministros a los Estados miembros de la Unión Europea en materia de justicia restaurativa penal establece que la justicia restaurativa es un método mediante el cual se pueden identificar y satisfacer las necesidades e intereses de las personas implicadas en una agresión de manera equilibrada, justa y en un clima de colaboración. Por un lado, busca el interés legítimo de las víctimas por hacerse oír con más fuerza en relación con la respuesta a su victimización, por comunicarse con el ofensor y por conseguir la reparación y satisfacción en el contexto del proceso de justicia. Por otro, apuesta por la importancia de suscitar el sentido de la responsabilidad entre los ofensores y brindarles oportunidades de reparar el daño causado, que podría favorecer su reinser- ción, permitir el desagravio y fomentar el desistimiento de cometer nuevas conductas dañinas. El desarrollo del proceso se realizará a través de entrevistas individuales. En el caso de realizar un encuentro directo, y cuando se considere adecuado y conveniente por todas las personas participantes, se podrá estar acompañado de personas de especial vinculación que ofrezcan seguridad y sentido a lo ocurrido. ¿dónde estabais? procesos restaurativos en abusos sexuales en el seno de la iglesia católica 83

Los procesos de justicia restaurativa en casos de victimización sexual conllevan, en muchos casos, abordar acontecimientos, etapas y vivencias que pueden generar emociones desagradables a los afectados. El mejor resulta- do se produce cuando la persona ha podido mirar, afrontar e integrar todo aquello que ha ocasionado el proceso. Es por ello que la persona interesada en acudir al proceso de justicia restaurativa valorará la necesidad de tener un acompañamiento psicoterapéutico que le sirva de apoyo y que beneficie una solución integral. En todo caso, la decisión de la elección del psicoterapeuta será tomada libremente por el interesado. Este tiene la libertad de decidir sobre su proceso restaurativo, y consultará, si lo considera necesario, con el psicoterapeuta la idoneidad de comenzar y/o continuar el proceso, así como si debe interrumpirse en algún momento. El interesado podrá autorizar la comunicación entre el psicoterapeuta y el facilitador a los efectos de valorar la idoneidad para ir desarrollando las fases del proceso. Que la persona participante en el proceso restaurativo entiende en qué consiste este proceso, así como la aceptación de las normas que lo inspiran y su deseo de participar de forma libre y voluntaria, pudiendo abandonar el mismo cuando lo desee, sin ninguna consecuencia ni merma en ningún tipo de derecho. Así mismo, entiende que el proceso restaurativo se podrá paralizar si así lo decide la persona facilitadora, en el caso de incumplimiento de los fundamentos y normas del proceso. Los debates desarrollados dentro del proceso restaurativo serán confi- denciales y no podrán ser difundidos sin el consentimiento de las personas participantes. Las personas facilitadoras y otras profesionales que participen en los procesos restaurativos estarán sujetos a secreto profesional con relación a los hechos y manifestaciones de que hubieran tenido conocimiento en el ejercicio de su función (art. 15.2 Estatuto de la Víctima). Este proceso no impide a la víctima denunciar por vía penal o deman- dar en la vía civil los hechos objeto del proceso restaurativo. En estos casos, la víctima no podrá trasladar, sin el consentimiento de todas las personas participantes en el proceso restaurativo, las manifestaciones que en el citado espacio se hubieran formulado o los datos que al mismo se hubieran aportado, estando sujetos los facilitadores al deber de secreto profesional reconocido en el artículo 15.2 del Estatuto de la víctima».

8. El trabajo del facilitador El trabajo consiste en acompañar el proceso vital de las personas. Escu- chamos a la víctima en su terrible experiencia. Nunca han podido expresar los abusos sufridos; tampoco los miedos que se mueven a su alrededor. Para los agresores la historia no es muy diferente. Muchos no han hablado de este tema, ni con sus superiores ni con sus hermanos/as de comunidad. No 84 biografía de la reconciliación forzamos la búsqueda de detalles, simplemente, los que la persona necesite y quiera expresar. El grado de profundidad que buscamos en la narración, entendido como grado de activación emocional, es el menor posible. Se sabe que relatar el evento traumático, fuera de un contexto terapéutico, lejos de reparar, puede reactivar los recuerdos traumáticos y, con ellos, la activación fisiológica asociada a emociones altamente desagradables, tales como el miedo, el asco o la ira. Por este motivo, recordamos a las personas la conveniencia de iniciar un proceso terapéutico. Les ayudamos a ordenar, en la medida en que es posible, la propia bio- grafía vital para que puedan situar los acontecimientos sufridos, así como descubrir las necesidades que puedan ayudar a integrarlos. Ponemos espe- cial énfasis en la infancia, la adolescencia o en la etapa en que ocurrieron los abusos. Si las personas están en un proceso terapéutico no entramos en estos aspectos. También vamos acompañando la integración de los nuevos enfoques que encuentran en su día a día y que pudieran estar relacionados con los abusos. Por último, les ayudamos a elaborar una nueva perspectiva de su presente, asumiendo las realidades que van descubriendo para retomar su vida de la manera más positiva posible. Trabajamos los valores y las creencias, las emo- ciones y sentimientos. Y, paso a paso, en función de la evolución personal, nos vamos encaminando hacia los encuentros con la congregación, primero, y con el religioso que agredió, después; este último, sólo si es necesario y terapéuticamente no queda contraindicado en función de la situación psí- quica de la víctima.

9. La responsabilidad de la institución eclesiástica Las congregaciones religiosas y diócesis, además de hacer justicia «for- mal-sancionadora», pueden desplegar otra actividad reparadora hacia a las víctimas. A medida en que avanzan las sesiones de trabajo, aparece en quienes sufrieron los abusos, cierto nivel de resentimiento. El motivo es la actuación institucional. No pusieron medios de control para prevenirlos. Los superiores y obispos de aquella época podían tener conocimiento de lo ocurrido y lo ocultaron. Lo minimizaron, incluso lo negaron. Dispensaron, durante años, un trato de favor a los agresores. Les promocionaron a puestos de responsa- bilidad cautivados por otras virtudes apostólicas. Sin duda, cierto cuidado y atención al religioso agresor se puede entender. Una institución no puede desatender a uno de sus miembros. Lo reprochable es la inacción y cierta complicidad, al menos imprudente, sin ningún tipo de prevención hacia otros menores o personas. Esto es una experiencia común en casi todas las víctimas de estos delitos, con independencia de las congregaciones o instituciones ¿dónde estabais? procesos restaurativos en abusos sexuales en el seno de la iglesia católica 85 eclesiásticas en que haya ocurrido. Este movimiento aparece en las víctimas con ira y un intenso desconcierto vital y espiritual como consecuencia de haber sido agredidos por la persona en quien confiaron su educación y su corazón. El enfado se intensifica de la mano de las críticas a la incoherencia entre los valores cristianos transmitidos y los empleados en la gestión de los abusos sufridos. Todo ello necesita ser expresado ante los dirigentes actuales de la congregación responsable del centro (seminario, colegio…) en el que ocurrieron los hechos. El carisma de la congregación o la paternidad espiritual del obispo ¡no pueden darse solo en beneficio del agresor! Además de lo expresado, las instituciones eclesiásticas tienen una impor- tante responsabilidad en la formación del clérigo que agrede la sexualidad de inocentes. Junto a su historia biográfica, de la que hablaremos en epígrafes posteriores, está la que la Iglesia le ha puesto encima a lo largo de no pocos años de su formación. Es determinante en la forma de desempeñar el rol clerical. Ante ello, resulta necesario que los responsables de las instituciones eclesiásticas, antes del encuentro con la víctima, puedan reflexionar sobre las cuestiones que a continuación planteo, para encontrar una respuesta coheren- te y mínimamente satisfactoria en orden a la prevención de nuevas conductas. Tienen que mirar el núcleo u origen de las conductas abusadoras, o de los contextos que permiten o permitieron su aparición. ¿En qué precomprensión de la sexualidad viven las instituciones eclesiásticas? Sería conveniente que hubiera una reflexión sobre las claves en las que han educado, «formado» y acompañado la sexualidad del religioso hasta facilitar que pueda cometer su agresión, en lugar de detectar su herida y acompañarla. Y, también, sería oportuno que se preguntasen, hasta qué punto una cierta visión represora de la sexualidad facilita la inmadurez sexual de algunos de sus miembros, aunque para otros la sublimación sea una salida sana y liberadora. Ahora bien, además del abordaje exclusivamente afectivo-sexual, habría que añadir otros retos de naturaleza eclesiológica (la forma de entender y formar para ciertos servicios de liderazgo en la comunidad). ¿Hasta qué punto determinadas concepciones del sacerdocio acentúan la separación/ superioridad clérigos-laicos y facilitan patologías de poder que cristalizan en el abuso sobre las conciencias? Por último, no se puede olvidar que el círculo de seguridad de lo secreto o dogmático, facilita la impunidad u ocultamiento de las agresiones.

10. El encuentro entre las víctimas y los responsables de las instituciones eclesiásticas El impulso de estos encuentros es de las víctimas. Lo hacen por ellas mismas, porque les sirve. Quieren narrar las consecuencias de los abusos para que el sufrimiento sea visto y creído y, así, aquello que quedó ocultado, 86 biografía de la reconciliación tapado, negado, pueda ver la luz en la conciencia de la institución eclesiástica en cuyo seno ocurrió. Necesitan preguntar a los responsables actuales de la congregación o diócesis lo que se supo de los abusos que sufrieron y hasta qué punto callaron. También si hubo más víctimas. Quieren tener certeza de que lo que vivieron pueda servir para que otros no tengan que pasar por la misma experiencia. Es significativo que no tienen ánimo de malmeter, ni causar mal a nadie, sólo quieren conocer y construir la verdad. Este encuentro es muy importante. Abre la posibilidad, si la víctima lo necesita, del que ha de tener con la persona abusadora. Durante dos sesiones, previas al encuentro, trabajamos su contenido con las víctimas. Les pedimos que, a partir de los que hemos ido elaboran- do en las sesiones anteriores, se dejen sentir sobre algunos aspectos: ¿qué necesitas expresar?, ¿qué quieres que sea visto?, ¿qué aspectos quieres des- enterrar del olvido? No siempre quieren narrar los detalles de lo sucedido, entre otros aspectos, porque lo dan por hecho y son incuestionables. Se suelen enfocar en lo que supuso la agresión en el ámbito físico (enferme- dades, secuelas), emocional (miedos, asco y rechazo al contacto físico de otras personas, mala gestión de emociones, vergüenza, culpa, disminución de autoestima… entre otros); afectación en el rendimiento académico; en lo relacional (afectación a la forma de ser, cambio de actitud, inseguridad, desconfianza, daño moral). Así mismo, necesitan reprochar la gestión ins- titucional de la agresión, no sólo en el momento en el que ocurrió, sino también, desde que se interpone la denuncia. Late una pregunta que el día del encuentro va a ser gritada: ¿Dónde estabais?, me teníais que proteger y no lo hicisteis. Quieren saber qué medidas cautelares específicas se han tomado para que el clérigo o religioso no pueda dañar a otras personas. También qué actuaciones institucionales se están desarrollando para que estos comportamientos no vuelvan a ocurrir. Por otro lado, mantenemos una sesión de preparación con el repre- sentante/responsable institucional. Le damos varias claves: escucha com- pasiva para poder sentir el dolor narrado, valor para reconocer los errores institucionales, y apertura a las necesidades y formas de reparación que la víctima precise. Quiero resaltar el valor y la determinación con la que estos responsables accedieron a los encuentros. Se hacen responsables, aún sin estar presentes en la época o lugar en que ocurrieron los abusos. Soy testigo de que han sentido el dolor. Podrían haber escuchado mimética- mente como se hace en algunas congregaciones o diócesis. O, ni siquiera abrirse a escuchar. Su humanidad y sentido cristiano les impulsó a afrontar esta compleja situación desde la valentía de reconocer errores institucio- nales; también, a poner en práctica las medidas necesarias para prevenir, educar, proteger y hacer justicia. Y, con ello, hay que decir que no son los ¿dónde estabais? procesos restaurativos en abusos sexuales en el seno de la iglesia católica 87 destinatarios principales de los reproches o las preguntas. Sí, en cuanto responsables de la institución que simboliza el pasado y el presente. Los destinatarios a los que se debería convocar al encuentro son los clérigos y religiosos que vivían en la comunidad, o trabajaban en el centro donde ocurrieron los abusos. Es una necesidad restaurativa de las víctimas. Ne- cesitan entender la dinámica comunitaria o institucional que existía entre ellos para que no se detectasen tales comportamientos ¿Sabían, conocían? Y si no ¿por qué no pusieron la mínima atención exigible? Por otro lado, hacer este trabajo puede ser útil para sanar el inconsciente de la institución; también para trasladar la responsabilidad a todos sus miembros para que tomen conciencia de la dimensión y gravedad de lo ocurrido. Los encuentros han tenido lugar en espacios cuidadosamente decorados, en los que la intimidad estaba garantizada. La acogida en el lugar del encuen- tro y el vínculo restaurativo forjado durante las sesiones de preparación, son condiciones esenciales para que el sufrimiento pueda ser expresado. Hemos participado, además de los facilitadores, dos representantes superiores de la congregación, cada una de las víctimas y, en uno de ellos, la psicóloga que atendía terapéuticamente a una de las víctimas. También, en dos ocasiones, un ciudadano anónimo que simbolizaba la dimensión pública del abuso que siempre se mantuvo en clandestinidad. Al final, después de varias horas de encuentro sincero, valiente y emo- tivamente humano, dejamos unos minutos de silencio para que se pueda integrar lo vivido; también para una breve expresión emocional de cierre. Agradecimos. Quienes sufrieron los abusos dijeron sentirse liberados y agra- decidos. La noche del día del encuentro una de ellas nos escribió: «Nadie puede volver atrás y empezar de nuevo, pero cualquiera puede empezar hoy y crear un nuevo final», acompañadas de palabras propias: «Gracias por tanto». Hay que prestar atención al sentimiento de culpa que puede aparecer en la víctima al expresar su narrativa y reproche ante los responsables ins- titucionales. En alguno puede ocurrir que exista, además de la necesidad de reprochar, el cariño y buen recuerdo hacia el colegio o la institución. En último término se trata de aclarar que ambas cuestiones son compatibles. Se puede tener un grato y agradecido recuerdo, y también, una necesidad de po- ner verdad a las agresiones sufridas. Las preguntas y reproches del encuentro no sólo son necesarios para la víctima, sino también, para que la institución pueda poner orden y transparencia. No hay otra forma de sanear el pasado. Para algunas personas y experiencias que no son las que estamos te- niendo, pero que merece la pena señalar, el proceso restaurativo acaba aquí. Se descubre que el reproche último y el más importante, no es hacia una persona concreta, sino hacia la institución eclesiástica que necesita restaurar, o renovar, de fondo, la fe y la relación con Dios. 88 biografía de la reconciliación

11. El clérigo o religioso que agrede 11.1. El miedo y la justificación El impulso que lleva a las personas del ámbito religioso a atentar contra la libertad sexual tiene especificidades diferentes en función de cada historia biográfica. No puedo aportar un perfil criminológico o psicológico; tampoco juzgar. No es mi función. Tampoco mi actitud vital. La transgresión de la sexualidad, triste y lamentablemente, ha sido un hecho. ¿Alguien puede asegurar a ciencia cierta que, en su árbol genealógico, no hay padres, abuelos o bisabuelos que hayan cometido abusos o agresiones sexuales? Esto me ayuda a estar en la humildad. Invito a los lectores, por dolorosos y repudiables que puedan resultar los hechos cometidos por estas personas, que no juzguen las líneas que siguen, ni la vida de quienes habitan en ellas. De lo contrario no se llegará a alcanzar la profundidad humana que habita en los procesos de reconciliación. Lo que he visto y oído es que, en los religiosos/as que han cometido estos delitos, la sexualidad relacionada con la genitalidad y el afecto no estaba mirada ni comprendida. Sí, negada y reprimida. Y, en ocasiones, agredida en la infancia o en la época de formación por adultos de referencia. La pulsión sexual reprimida se une a la necesidad de controlar, de ejercer dominación y poder. Estos comportamientos son instrumentales para la comisión del abuso. Es una característica común, según dicen los expertos. Cuando se reprimen «la sombra» y los instintos, y se pretende vivir como un ángel, el comportamiento puede acabar siendo el de una bestia. Hablo de personas que cometen delitos contra la libertad sexual y no de «abusadores», «pederastas» o «depredadores». Lo expreso conscientemente por respeto al ser humano, que también sufre, aunque el daño que cause sea enorme. También, porque toda mi vida acompañando y viviendo con per- sonas que han agredido me ha permitido comprobar cómo pueden cambiar. Tienen derecho a ello. Ahora bien, no es tarea sencilla; con frecuencia es imprescindible un intenso trabajo terapéutico. Por eso pongo el énfasis en la palabra persona que, en un momento, o varios de su vida, cometen estas aberrantes conductas, aisladas, o continuadas en el tiempo. Cuando un ser humano es etiquetado por lo que hace, se le niega la capacidad de cambiar. Esto mismo sostengo respecto de las personas que han sufrido los abusos. La categorización de víctima puede dificultar las posibilidades de abandonar el dolor, la rabia y la ira. Si se asume una identidad como tal, y se organizan colectivos con tal categorización, y se pertenece a ellos y se lidera una lucha desde ese dolor, a pesar de que es imprescindible para que la Iglesia se lo tome en serio, puede dificultar dejar atrás aquel terrible suceso. En último extremo, normalizar la vida. Ahora bien, cada persona afronta el dolor como puede. ¿dónde estabais? procesos restaurativos en abusos sexuales en el seno de la iglesia católica 89

He visto la evolución de varios clérigos después de muchas horas de escucha. También he oído a otros compañeros conocedores de este tema. Se trata de un complejo caminar desde la negación, la justificación y la oculta- ción, hacia la toma de conciencia del daño causado. Han sido muy valientes. Su valor, el que han necesitado para buscar honestidad en su mirada interior, me conmociona. El punto de partida, ciego, tranquiliza la conciencia, pero no la deja en paz. Causa dolor. El punto de llegada (la verdad) intranquiliza. Va de la mano del miedo. Miedo a mirar la herida sexual que le antecede. Miedo a mirar las trasgresiones morales de su voto de castidad. Miedo a su propia verdad frente a dogmas sexuales que van en contra del impulso bio- lógico destinado a crear vida y/o experimentar placer. Miedo a ver y sentir cómo quienes llamados a ayudar o transmitir el hermoso mensaje de paz del evangelio, se transforman en agresores; en vez de dar vida, la lesionan. Miedo a la familia, a que se deconstruya la imagen creada. Miedo a que el personaje social que es reverenciado se caiga y con él, la fe de tantas personas a las que ha acompañado. Miedo a abandonar el sacerdocio o la vida religiosa. Miedo a que se enteren los alumnos y puedan sentirse mal y perder la confianza en él. Miedo a que la víctima haya sufrido más de lo que piensa. Miedo a que se vea la incoherencia, brutal, como un descalabro o un precipicio. Miedo a dañar la imagen de la institución eclesiástica a la que pertenecen. Miedo y vergüenza ante sus compañeros. Miedo a una sanción canónica si se reconoce el acto agresor (la tensión de sostener la no verdad, o la verdad a medias para evitarla). Además de los miedos, el camino hacia la responsabilidad está pla- gado de justificaciones. Las oímos en los testimonios narrados en los documentales, o los leemos en la prensa: «no fue para tanto», «me pro- vocó», «le gustaba y por eso no me decía nada», «quieren hacer daño a la Iglesia con esta campaña de desprestigio», «ahora más que arreglar voy a escandalizar», «no veo daño en ello porque no usaba violencia ni intimidación» (hay un trecho hasta que se comprende que ser adulto respecto el niño, o ser clérigo, da una posición de poder que anula el consentimiento), «como tampoco se iba ni rehuía entendía que no le molestaba», «fue un error», «fue un pecado». Estas últimas expresiones buscan suavizar el impacto en su propia conciencia. Hay que hacer en- tender que se han cometido unos hechos muy graves, con consecuencias físicas y emocionales muy dolorosas. Y no faltan las situaciones en que la mente del clérigo ha olvidado el hecho, en una suerte de autoprotección psíquica ante la culpa. Esto, que puede ser interpretado como una nueva agresión frente a la víctima desde una negativa consciente e interesada, tiene un fundamento psicológico. He podido comprobar que es posible. 90 biografía de la reconciliación

11.2. Tránsito hacia la responsabilización El religioso agresor necesita una motivación para querer salir de ese armario justificador o negacionista. En él se guarda el dolor causado y el sufrimiento propio de una herida personal, familiar e institucional con la sexualidad. El impulso lo da la comprensión: hay que poner luz a lo ocurrido para que la persona dañada pueda «sanar» la herida, o al menos intentarlo. No es sólo un tema de justicia. Para transitar desde la negación hacia la toma de conciencia, la persona necesita ser escuchada, acogida y atendida como ser humano, también daña- do. La toma de conciencia del daño sufrido en otras agresiones puede permitir al clérigo dejarse sentir en las causadas por ellos mismos. Ambas agresiones, las causadas y las sufridas están construidas por los mismos mimbres incons- cientes. Estas son premisas para un buen proceso restaurativo. Los religiosos con los que estamos trabajando, además, están en procesos terapéuticos y espirituales. A partir de ese impulso, el primer paso es que, retirando las interpretaciones mentales justificativas y negacionistas, reconozcan interna- mente las heridas físicas, emocionales y espirituales que hayan podido causar a un inocente. Sus consecuencias perviven en la persona abusada a pesar del paso de los años y las décadas. Levantar las baldosas debajo de las cuales, du- rante años, la conciencia escondió la sexualidad transgresora, permiten sentir que están ante «su tema». Quizá el más importante de su vida. Y, cuando se mira, y se ve, aún entre polvo y telarañas, asoma la soledad que conduce a un tiempo de crisis y desierto; época anunciada desde que se cometieron los hechos, aunque no fuera escuchada. Con el relato veraz y el trabajo consciente sobre la herida sexual propia y la causada a inocentes, aparece la capacidad de verbalizar y sentir la aper- tura hacia el reconocimiento de la víctima, sin justificaciones. Comienzan los pasos hacia la persona dañada, encaminados a la imperiosa, ética y moral necesidad de su reparación. De la mano de la culpa, aparece la humildad. Comienza la preocupación sincera por la víctima. Les duele su sufrimiento. Sentir que no se tiene derecho a pedir nada, sólo abierta disponibilidad al encuentro con ella, facilitando cualquier movimiento para devolverle paz. Llegados a este punto de conciencia la persona está casi preparada, en esencia, para encontrarse con su víctima. Le quedan dos trabajos. El primero, desde el proceso terapéutico: haber elaborado la herida de su sexualidad y comprender el origen de su impulso transgresor. Ha de darse una explica- ción razonable y psicológica para su propio crecimiento humano. También para evitar la repetición de estas conductas. Y, desde la visión restaurativa, para ofrecer una explicación a la víctima el día del encuentro, si lo necesita. La segunda, aprender a escuchar, con una nueva actitud y significación, el trasfondo de palabras que le han acompañado a lo largo de su vida en el ¿dónde estabais? procesos restaurativos en abusos sexuales en el seno de la iglesia católica 91 ejercicio de su ministerio como religioso y sacerdote: misericordia, inocencia, sin juicio, con compasión; de corazón a corazón, (sin proyectarle su marco de referencia, ético o espiritual), dejándose impactar por el dolor que la víctima narre y sienta. Ahora les toca vivirlo y expresarlo de forma auténtica, sentán- dose en el banquillo de los agresores, de los «pecadores». Estas actitudes de escucha son esenciales ante el relato de la víctima. Si hubiese justificación mental o miedo la víctima sentiría que su dolor le es devuelto, no recibido. En cambio, cuando el perpetrador lo acoge en su corazón, se están dando pasos para que el vínculo se disuelva y el perdón pueda aparecer.

11.3. El acompañamiento restaurativo Los clérigos y religiosos han leído este libro para comprender el alcance del proceso restaurativo. Les entregamos el documento del consentimiento informado. Les explicamos la función del facilitador y los principios que conforman el proceso restaurativo (respeto, voluntariedad, confidencialidad). Contestamos las dudas que puedan tener. Verificamos que han entendido toda la información y les damos un tiempo para decidir sobre la participación. Los criterios de trabajo que tenemos parten de la aceptación de la hu- manidad de la persona. Los facilitadores estamos atentos a la aparición de actitudes o prejuicios inconscientes. Abandonar el juicio es la puerta para acompañar. Todo juicio separa, excluye, etiqueta e impide la comunicación. Cuidamos la disposición interior para aceptar incondicionalmente al ser humano que está enfrente. La incondicionalidad no supone complicidad con sus acciones. Es un acto de confianza, racional y emocional, que permi- te no confundir a la persona en su complejidad con determinadas acciones repudiables. Nuestro trabajo no implica equidistancia. Uno es el plano axiológico o de los valores, en el que no es posible la equiparación (el bien y el mal no se confunden), otro, el epistemológico (la verdad exige que uno sea identificado como infractor y el otro como víctima) y finalmente, otro, en el que se ubica el encuentro restaurativo, que exige la simetría dialógica que supone reciprocidad en el reconocimiento del otro como un rostro, como un tú igualmente humano con capacidad hablante. Trabajamos desde la escucha para permitir que aflore toda la información objetiva y emocional. Acompañamos en la elaboración de la biografía vital del religioso agresor, sobre todo, en las etapas vitales de conformación de la sexualidad: la niñez y la adolescencia. Necesariamente hay que mirar el pe- riodo de formación religiosa en el seminario/noviciado y la enseñanza sexual recibida. Permitimos que vayan saliendo recuerdos y datos relevantes respecto a los hechos, situaciones en que han sido agredidos y las emociones anudadas a ellos. Lo importante es que conecten con su verdad profunda. Les pedimos que escriban una carta a la familia de la víctima. Situados ante el papel en blanco 92 biografía de la reconciliación y la culpa en sus manos se adentran, por primera vez, en el dolor provocado y las consecuencias generadas. Les pedimos que permanezcan en esta sensación y la pongan a una distancia que sea tolerable. Ello les va a permitir trascender la culpa para posicionarse en la responsabilidad. Esta sensación tiene un matiz importante de «sanación» en tanto que ayuda a tomar conciencia, verse de una manera nueva, abrirse a la compasión de Dios. Les pedimos que sigan traba- jando estas cartas y que las lean en la capilla, que estén atentos si el dolor es «sanador» o «enquista», para poder diferenciar entre culpa y responsabilidad. Este es el punto de llegada. Existe, por tanto, un trabajo a realizar sobre la verdad en el proceso restaurativo. Hay un primer nivel de verdad: la de hechos que constan en la denuncia presentada en el ámbito eclesiástico. Esta verdad ya es conocida por el agresor y ha sido contestada en su declaración. Es posible que, ante la acusación formal, no se conteste con honestidad, sino con perplejidad y protegiéndose por el miedo a la sanción y a la vergüenza. Posteriormente, hay que profundizar en un segundo nivel de verdad. Se trata del momento en que la víctima necesita saber más cosas. Lo vamos explorando en las entrevistas. Necesitamos conocer qué verdad es capaz de ser reconocida y expresada ante aquella. Por último, puede aparecer un tercer nivel de verdad: la profunda y personal: ¿Cuál la verdad respecto de su sexualidad y su mundo afectivo? Por otro lado, vamos acompañando para identificar personas y valores que sostienen a la persona frente a su propia vulnerabilidad emocional. Destacamos la valentía de enfrentarse a la verdad. Por último, buscamos información sobre su humanidad, sufrimiento e historia de dolor porque, aunque no lo parezca, desde que ocurrieron los hechos, en muchos han apa- recido situaciones o enfermedades asociadas a la represión y a la culpa por su comportamiento. Poner luz y hacer que aflore esta biografía sufriente es por sí misma imprescindible. También es instrumental para el encuentro con la víctima. Esta, con frecuencia, necesita encontrarse con un ser humano más allá de los delitos que haya cometido. Y la humanidad aparece, con la mirada y la escucha, ante el dolor ajeno. Las víctimas, al menos esta es mi experien- cia, si algo tienen, es una profunda empatía compasiva. Esta necesidad de humanización aparece en el momento del encuentro en que la víctima queda liberada de las ataduras de la ira y la venganza, y recobra cierta serenidad.

12. El encuentro restaurativo Cuando el clérigo ha tomado conciencia del daño y está capacitado para escuchar desde el corazón, el encuentro con la víctima es posible. Contras- tamos con los psicólogos, si estuvieran en terapia, la idoneidad de su par- ticipación. Víctima y perpetrador van a coincidir físicamente en el mismo espacio. El encuentro tiene su fuerza en el valor ético que ofrece la corporei- ¿dónde estabais? procesos restaurativos en abusos sexuales en el seno de la iglesia católica 93 dad. Despliega sus efectos ante el impacto responsabilizador que genera la narración de las consecuencias que la agresión sexual tuvo en la vida personal, emocional, afectivo/sexual, relacional y familiar de la víctima. Tales expre- siones han de ser escuchadas por el religioso agresor desde la hondura de su ser, y ha de colaborar en la construcción de la verdad en todas las preguntas que la víctima necesite hacer. Cada una de ellas precisa de una respuesta plena de honestidad radical. El último paso es que, después de este proceso intensamente emocional elaborado con palabras y silencios, las personas puedan reconocerse mutua- mente en su sufrimiento. Como he narrado en otras partes de este libro, el último movimiento de algunas víctimas es conocer la historia del agresor y destilar el dolor por el que ha transitado. Con ello, yaciendo en la impotencia del sufrimiento, pueden encontrarse y el vínculo que les unía, desaparecer. Se han reconocido. Ambas quedan liberadas de ataduras inconscien- tes. Quien sufrió el delito, continuando, si es preciso, con la intervención terapéutica para superar el trauma sufrido. Y, si fuera el caso, integrando el hecho e intentando comprender la significación de la agresión sexual en su biografía y en la de su familia desde claves de dolor transgeneracional. La reconciliación última para el clérigo es consigo mismo. Ha de tomar conciencia de que es agresor de un inocente y, a su vez, víctima de una socia- lización «enferma» de la sexualidad provocada por quienes tenían la respon- sabilidad de hacerlo adecuadamente. Y, sosteniéndose en ambas polaridades —agresor-víctima—, en alguna intensidad, quizá esté trascendiendo el dolor del sistema familiar con relación a la sexualidad. Posiblemente, si fuera el caso, ha de aceptar que sus antepasados cometieron una transgresión sexual, o la soportaron y, que ahora, ya no es tiempo de hacer juicios. Con ello, además de los efectos del trabajo desplegado con la víctima gracias al encuentro, la culpa puede ser trascendida. Así, comprendiendo y resignificando la herida sexual, puede abrazar el misterio, el destino y su propia vida. Ha de asumir su responsabilidad, trabajar su mente y su espíritu para que la agresión no vuelva a repetirse y, así, poder vivir en coherencia las siguientes etapas vitales. Hasta este espacio se han encaminado víctimas y religiosos que abusaron de su libertad sexual.

13. Cuestiones para la reflexión frente al miedo de los miem- bros del clero a participar en el proceso restaurativo He sido testigo, como exponía líneas atrás, de numerosos miedos para- lizantes que se usan como justificaciones para minimizar la responsabilidad y ocultar la verdad. Frente al temor del clérigo a verse a sí mismo cometer una conducta tan grave que quebranta, tan abiertamente, el mensaje religioso de respeto al ser 94 biografía de la reconciliación humano, cabe preguntarse: ¿puede ser que la persona agresora, profundice en su espiritualidad, cuando reconoce y pone luz a su humanidad «imperfecta»? Dicho de otro modo, es difícil transmitir los mensajes evangélicos de bondad, verdad y compasión, si no existe reconocimiento de la limitación personal. Esto es, si no se experimenta y reconoce la parte humana transgresora, y la fragilidad. Sin duda, me parece que la capacidad de compasión aumenta en quien es capaz de ver y trabajar sobre la propia de oscuridad y la herida per- sonal; quien evita quedarse sólo embebido en los «dones». Uno puede ser bondadoso por carácter, construido en la niñez para no defraudar a su madre, a su padre u otras figuras de apego. También, por temor a la experiencia. En mi opinión, la bondad nace, además, de reconocer la parte perpetradora que nos habita, y desde ella, buscar la coherencia y el abandono de todo juicio, propio y hacia otros. Intuyo que para un clérigo tomar conciencia de su parte agresora, y pasar de confesar y perdonar en nombre de Dios, a necesitar ser perdonado, exponiéndose a la dureza de la culpa, la verdad y el dolor causado, corporeizado en el rostro de la víctima el día del encuentro, puede ser un gran paso hacia la espiritualidad de la humildad. Abrazarse a los dones, a la sombra y al dolor que causamos marca el camino hacia el crecimiento y la madurez. Frente al miedo que provoca la mente, creando dantescos escenarios de futuro, se precisa la amistad con el silencio. Es el lenguaje de los hombres y mujeres que habitan o han habitado el desierto. Frente al miedo a caminar hacia la verdad, ¿podría entenderse que esta es la que convierte tanto dolor en un proceso espiritual? La verdad hay que buscarla y encontrarla dentro de uno mismo, no fuera, exponiéndose a los vendavales que arrecian con fuerza. Este impulso es un acto humano, di- ficilísimo, pero imprescindible si se quiere poner paz y orden; si se quiere devolver a la víctima el reconocimiento humano que un día aniquiló. En último extremo, en lenguaje religioso, se trata de la prueba más seria de un acto de fe. El miedo a la sinceridad que atenaza y oculta, ¿puede negar a Dios mismo? El valor de caminar hacia la verdad devuelve la bondad de aquel en el que creen. La verdad es el antídoto frente a la culpa. Frente al miedo a sentirse víctimas, hacia sí mismos y de la institución, ¿lo son, de alguna manera, quienes desde la infancia no han podido mirar y desarrollar sanamente el placer, los instintos, el ejercicio de la sexualidad, y en cambio, sobre todo ello, se ha impuesto el sacrificio? ¿Pueden coexistir en ellos un perpetrador y una víctima de la Iglesia? ¿Puede, como la víc- tima, gritar: ¡Dónde estabais! ¿los religiosos y sacerdotes pueden devolver a la institución eclesial el reproche de que ha sido incapaz de dotarle de herramientas emocionales para vivir una afectividad/sexualidad sana? y a la vez, ¿asumir su responsabilidad como persona que no ha podido o sabido enfrentar sus impulsos libidinosos? ¿dónde estabais? procesos restaurativos en abusos sexuales en el seno de la iglesia católica 95

Frente al temor a que la víctima cuente y difunda todo lo escuchado en el encuentro restaurativo, nuevamente sólo cabe la confianza. La difusión es una posibilidad, y la víctima podría hacerlo, está en su libertad. Y si fuera así, aunque no es deseable, habría que admitirlo. No se necesita el relato del religioso para difundir los abusos. En todo caso, cuando la víctima llega al encuentro, al menos esta es mi experiencia, entiende que se abre a un espacio profundamente humano en el que la venganza a través de la denuncia me- diática no es conveniente, porque no ayuda a nadie, ni siquiera a él mismo. Frente al miedo a la culpa, a no ser perdonados ¿es posible, como ya he apuntado anteriormente, que el desarrollo vital y espiritual se desarrolle a través de nuestras partes de luz y, sobre todo, de nuestros actos dañinos, cuando ponemos luz y verdad, responsabilidad y comprensión? Somos dioses y diablos, y así es la historia de la humanidad, aunque cueste aceptarse como perpetrador. Desde la conceptualización que ya he desarrollado en otra parte de este libro, en orden a comprender que las situaciones que aparecen en el presente son una oportunidad para poner orden y verdad en las heridas de similar naturaleza sufridas o causadas por o hacia nuestros ancestros, ¿es posible ver en este movimiento misterioso un proceso de reconciliación hacia la propia historia familiar, desde la parte perpetradora que toma conciencia del daño? Aparece un temor real y quizá, el más difícil de afrontar. Si se hacen públicos los abusos: «Hacer daño a su familia y a cientos de personas que perderían la fe y confianza en los valores que, durante años ha transmitido en homilías, clases y confesionarios». Esto es probable que ocurra. En ello, puede aparecer un intenso aprendizaje para la familia y los fieles: ¿podrían descubrir más autenticidad en la fragilidad y la humanidad imperfecta del sacerdote? ¿podrían sostener que, además de haber tenido conductas de abuso sexual, le abrió a la fe?, ¿ambas polaridades son compatibles? Quizá, cuando se pongan luz y verdad. En mi opinión, aquí aparece la compasión. Ser compasivo implica no justificar ni juzgar, sino comprender la fragilidad de una mente y un corazón que necesita una mirada y una atención restau- rativa. ¿Hace algún bien considerar a los clérigos más allá del resto de los humanos, en una imagen llena de virtudes?, ¿por qué cuesta tanto mostrar su fragilidad?, ¿para qué se necesita verlos tan elevados, en una admiración casi sobrenatural? Si las relaciones interpersonales fuesen más horizontales y no tan verticales, la gente no se llevaría a engaño, ni la frustración sería tan intensa, ante conductas humanas dañinas. Frente al miedo al carisma y al poder de la seducción que ha generado la agresión, es necesario mirar terapéuticamente el carácter y las heridas heredadas que encubre. El magnetismo del seductor atrae a la víctima. Esta puede tener cierta predisposición a ser seducida. La persona se engrandece 96 biografía de la reconciliación con el estímulo de gustar a otro. El ego crece. Está metido en el papel y no tiene perspectiva de ver lo que está ocurriendo. Se deja llevar por ello, y le permite dar el siguiente paso: abusar de la persona que le admira. Hay un punto no pequeño de narcisismo y falta de humildad. Si se hiciese conscien- te del papel de la seducción y de los rasgos del carácter que lo sustentan, quizá se reduciría la posibilidad de abusar en el ámbito sexual, o en el de la conciencia. Existe una importante diferencia entre quien es conocedor de las contradicciones o manipulaciones de su carácter, así como de las heridas sufridas en su biografía o heredadas (sexualidad/pureza, principalmente…), y quien vive en una ceguera inconsciente, confundiendo y escondiéndose en los rasgos más patológicos de la personalidad. El primero es capaz de iluminar procesos con preguntas encaminadas a ver y sanar heridas y, desde ahí, acompañar a personas en tiempos de discernimiento o de desierto; sin imponer, ni manipular, ni proyectar. Posiblemente, no tendrá seguidores. El segundo, impondrá a personas que le siguen y adulan su visión y opción, en último extremo, la proyección de sus propias heridas no vistas ni sanadas. Todos, inconscientemente, ciegos. Puede llenar un club de fans, o un mo- nasterio, si se lo propone. Aunque, ¡atención!, así se crea el clima propicio para la colonización de las conciencias: el abuso. La profundización en la espiritualidad, desde el reconocimiento de la humanidad frágil y limitada, en los términos señalados del párrafo anterior, dificulta el uso torticero y manipulador del poder de la seducción. Son in- compatibles. Frente a la falta de fe y confianza que impide caminar hacia la verdad proyectando mentalmente hacia el futuro las peores consecuencias posibles para su honor e imagen, ¿es posible reconocer y contemplar la acción de Dios en todo el proceso? La víctima podía haber denunciado al Juzgado en su momento y no lo hizo, podían haber pasado peores cosas: la cárcel, el escarnio público, y no ha ocurrido, de momento. Han conocido buenas personas. Esta situación le permite mirar su herida afectiva y sexual, sanar emocionalmente, vivir en paz con su historia y en coherencia. Es la confianza el valor en el que tiene que soltarse el clérigo en cada presente, dejando que la vida vaya tejiendo la realidad. Nadie les puede quitar ese miedo, sólo la confianza en que lo que vaya ocurriendo es lo adecuado para ir conociendo su profundidad y su ser. Y, ¿si todos aquellos miedos ocurren? ¿existe algún profeta o personaje en la Biblia o en el Evangelio, que perdió todo, desde el patrimonio, la familia y el honor, y reconoció la mano de Dios en ese transitar hacia el desierto? Una reflexión frente al miedo al «desierto». Estos religiosos tienen una oportunidad sagrada en su vida de sanar a través de una herida sexual. Su libertad —condicionada—, los ha llevado a transgredir y dañar, en algún ¿dónde estabais? procesos restaurativos en abusos sexuales en el seno de la iglesia católica 97 nivel, porque esa transgresión y daño, quizá lo tienen ellos mismos. ¿Hasta qué punto su relación con la sexualidad no guarda algo inconsciente de rela- ción con una forma de compensación o represión compensatoria de un exceso de sexualidad transgresora en la familia de origen (abusos, infidelidades, homosexualidad ocultada o rechazada por el sistema familiar…), hasta dos generaciones atrás? Poder mirar, en este tiempo, su infancia, su adolescen- cia, revisar sus decisiones, abrazar su afectividad, aprender a expresarla sin límites auto represivos, sentir que, si algo somos, es afecto y verdad. Mirar la afectividad y la sexualidad, madurar en ella, ¿no ayudaría a conocer con más detalle el mundo de los afectos y el placer para acompañar espiritualmente a las personas?, ¿realmente se puede estar junto al sufrimiento humano, que se manifiesta en muchas ocasiones en el mundo afectivo-sexual-relacional, sin haber experimentado y transitado por estos caminos? Se gana en coherencia, sin duda. Es un tiempo de aprendizaje para canalizar adecuadamente la ener- gía a través de la cual todos tenemos la vida. Poder reconciliar el amor en ellos, para conectar más con el misterio de amor que es la naturaleza de Dios. A partir del tiempo de desierto quizá puedan escuchar mejor, sin opi- nar y proyectar la propia moral sobre situaciones humanas afectivas que antes no fueron miradas. Quizá ganen en sabiduría, porque conectarán con el silencio y la mirada de unidad que permite ver a Dios en todo y en cada proceso. Podrán bajar del altar para caminar por calles y barrios; para ser invitados por quien no tiene y aprender de él. No ser quien da, sino quien recibe. No ser quien adoctrina, sino ser adoctrinado por la vida. Este es el aprendizaje de la humildad. Y sentirse desde ahí, tan humano, como el resto de los humanos. Quizá ganen en presencia, porque pondrán la acción en un segundo plano. Quizá puedan ver cuándo el impulso viene del carácter y de la carencia, de tener o aparentar y salvar así su identidad, y cuándo los aprendizajes de la vida vienen desde el espíritu. Estos llegan revestidos de situaciones catastróficas para el ego (carácter), y lo único que trae la vida con ello es un mensaje de decrecimiento; y, a veces, los oídos son tan sordos, o los ropajes tan oscuros, que la vida nos lleva al extremo para aprender: el desierto que se abre con la culpa del perpetrador. La utopía del evangelio quizá esté en abandonar el poder, vender todo lo que se tiene, dárselo a los pobres, compartir las casas, y sentir la dinámica amorosa de Dios en los pro- cesos personales de reconciliación con el pasado y los ancestros. No sé si Dios llama a hacer la tarea desde el carácter, o si apela a un aprendizaje continuo a través de la lectura de los acontecimientos de la vida para, conociéndose a sí mismo, salir del ego. Y así, poder ser «sus manos». Las nuestras tienen los genes de la compensación del dolor y el miedo sufrido o heredado. Esto lo da la vida y su experimentación. Para mí, entre otras cuestiones, esta es la música de la reconciliación y la utopía del evangelio. 98 biografía de la reconciliación

Quienes están en estos procesos van descubriendo estas claves. Donde había un riesgo terrible, aparece la calma de un buen amanecer. Claro, antes hay que transitar por el desierto, un duro desierto. Es la oportunidad para abrir la mirada interior y conectar con la verdad profunda. Esta aparece con la comprensión última de qué ha venido a significar en el proceso biográfico propio y familiar, la agresión sexual, contextualizarla y una vez disuelto el vínculo con la víctima desde las claves que ya hemos descrito (toma de con- ciencia, escucha de la narrativa del dolor causado, construcción de la verdad objetiva que la víctima necesite, y elaboración psicológica de la sexualidad y otros aspectos que sean necesarios, así como el cumplimiento de la sanción canónica o penal en su caso), pueda sentir la acción de Dios en todo ello destinado a reconciliar el pasado, desde el presente. La verdad última como experiencia de Dios 56.

14. Justificaciones de las instituciones eclesiásticas para no abrirse a la verdad de las causas y consecuencias de los abusos sexuales Las líneas que siguen pretenden plantear determinadas cuestiones a los responsables de las instituciones eclesiásticas. Con ello busco facilitar una toma de conciencia acerca de la importancia que tiene para las víctimas que se tomen en serio el reconocimiento, reparación y prevención de los abusos sexuales. No se trata de criticar sin más. La historia de la Iglesia tiene contradicciones. Causó sufrimiento y muerte (conquistas, cruzadas, inquisición, etc.) A la vez ha sido generadora de vida, impulsora de Dere- chos Humanos y esperanza para muchísimas personas. Yo mismo, tengo las mismas contradicciones: en mí late la pulsión de la vida, y también de la destrucción; ¿en quién no? Que levante la mano quien no lo vea en su familia o, quien no tenga ahorros en un banco que financia la industria de las armas y la guerra o, quien es capaz de justificar ideológicamente, hasta quedarse impasible, el ahogamiento de miles de personas que huyen de la miseria. ¿Algún inocente entre nosotros? Ahora bien, comprender la

56 Existe un preciosa poesía de Benjamín González Buelta sj, sobre reconciliación, que en lenguaje espiritual, puede ayudar: La sangre del justo y del malvado pasan por tu mismo corazón/ La espalda del que golpea y la que recibe el latigazo son parte de tu mismo cuerpo/ En tus lágrimas lloran el dolor del bueno y la confusión del agresor/ El mismo rostro abraza el rostro de tu madre María y el del soldado que te clava/ en tu co- razón no hay excluidos, en tu cuerpo todos cabemos/ en tus lagrimas todos lloramos/ en tu ternura todos existimos/ señor déjame entrar contigo en tu misterio y vivir en el hogar de tu pasión/ donde reconcilias lo imposible. ¿dónde estabais? procesos restaurativos en abusos sexuales en el seno de la iglesia católica 99 complejidad y aceptar las polaridades de vida y muerte (agresor/víctima), no implica dejar de hacerse preguntas. Y esta es mi intención, preguntar, por si el lector, sea quien sea, y más si es el clérigo responsable de una institución eclesial, llega a alguna respuesta creadora de vida ante las heridas sexuales causadas. Una sugerencia: las respuestas han de estar precedidas por el silencio para evitar una respuesta automática desde la intelectualidad aprendida. Esta siempre lleva a mantener las mismas posiciones. No puede dejar de tener razón. Siempre encontrará argumentos para seguir anclada. El ego no ayuda a crecer; y crecer en la espiritualidad encarnada y conectada al silencio es una responsabilidad de quienes tratan con personas que abren su mente y su alma, y, por tanto, quedan en situación de vulnerabilidad. Si algo se exige a maestros, profesores, sacerdotes, psicólogos y otras profesiones con posiciones claras de poder y superioridad, es que abran la mirada interna, desde el silencio y la honestidad, para respetar profundamente los caminos de otros, sin imponerles su mapa mental. Cuestionar las propias creencias desde la experiencia vital y el silencio, observando el contraste cotidiano con aquellos con quienes nos encontramos y, sobre todo, con quienes viven en los márgenes de la sociedad y de la moral institucional, es una tarea obligada. Desde ellas, con atención y relación sincera con la fuente del silencio y el cuerpo, pueden aparecer respuestas novedosas que pongan algo de color, allí donde todo tiene siempre la misma tonalidad. Las instituciones eclesiásticas tienen resistencias a intervenir en una gestión transparente, auténtica y profunda con los abusos sexuales. Tienen falta de fe. Temen abrirse a la verdad. El Papa Francisco está siendo denos- tado por una parte de la Iglesia por afrontar de manera clara el tema de los abusos sexuales. He oído, no precisamente con las instituciones eclesiásticas con las que colaboro en estos procesos restaurativos, sí en otras, expresiones que destilan temor y autoprotección sistémica o institucional: — «También se dan en la familia y con mucha más frecuencia» 57. Cla- ro, así ocurre. Es lamentable. Pero, esto no excluye la responsabilidad de la Iglesia, y no es conveniente desviar la mirada hacia otro lado. — «Aquello que ocurrió hace años, no lo podemos juzgar con los ojos y aprendizajes de ahora». Claro que no, pero la mirada con la que hubiera que haber intervenido, antes y ahora, debería tener las claves del evangelio que marcan la coherencia en el decir y en el hacer, esto es: justicia, verdad, compasión y reconciliación.

57 Entre el 10% y el 20% de las personas han sufrido abuso sexual en la infancia. Save the Children. Ojos que no quieren ver. 100 biografía de la reconciliación

— «No es para tanto, ni hay tantos casos». El dolor es inmenso y aunque hubiera un único caso necesitaría una mirada seria, rigurosa y auto reflexiva, máxime cuando, con frecuencia, se ha hecho profanando el nombre de Dios. — «En nuestra institución no hay abusos, no se ha oído». Que no se haya oído no significa que no hayan existido. En este tema existe una alta cifra oscura de la criminalidad, esto es, delitos que han ocurrido pero que no se han denunciado. En muchos casos porque ya ha transcurrido mucho tiempo y las víctimas no quieren revolver el pasado. En otros porque les de vergüenza que los hijos y la esposa o esposo se enteren. Hay quienes tienen dudas porque al ser hombre sobre hombre o mujer sobre mujer, les afecta a su orientación sexual y les puede avergonzar. También existen víctimas que no se sienten legitimadas para denunciar porque no son capaces de calibrar el daño sufrido. Y no falta quienes callan, porque también ellos transgredieron la sexualidad con sus parejas. — «Todo está arreglado, la víctima no va a denunciar». Tienen miedo al escándalo, aunque si no aparece en los medios de comunicación, la situación abusiva sigue siendo igual de grave. El clérigo responsable de una institución que afirme esto, no ha mirado a la víctima que, seguramente, se ha ido peor y más enfadada que cuando denunció. No se puede mirar desde el miedo y la necesidad de proteger el honor y el patrimonio, sino con la apertura de la verdad y la reparación, esto es, con compasión y misericordia. — «En vez de venir a hablar con nosotros, han preferido ir a la prensa». Esto no denota falta de interés, sino desconfianza hacia la institución. Esta decisión, en vez de ser criticada, debería ser un elemento de reflexión para el cambio y la apertura. En todo caso, cuando el responsable de una institu- ción eclesiástica tuviera noticia de una víctima, debería tomar la iniciativa y acudir a escuchar: «no es que usted quiera contarme, la Institución a la que represento, y yo mismo, queremos y necesitamos escucharle». — «Es un tema provocado por la homosexualidad». Aún siendo verdad que hay un porcentaje no despreciable de abusos sexuales en la Iglesia en relaciones de homosexualidad, también existen en relaciones heterosexuales. Se quieren justificar como asuntos de «perversión» achacables a esta orienta- ción sexual. Así lo califica la propia Iglesia. Moral y sexualidad se confunden y obstaculizan. Este enfoque dificulta una intervención respetuosa con los religiosos y con el tema de fondo, la sexualidad. Seguirá sin ser mirado. Si hablar de sexualidad dentro de las congregaciones es un tabú, el clérigo o religiosa que sea homosexual, enfocado este tema como perversión, hará casi imposible que pueda desarrollar un abordaje saludable del tema. — «La víctima es poco colaboradora y nos trata con agresividad». Nor- mal. La comisión de investigación eclesial tiene que darse cuenta de que no deja de ser la representación simbólica de la Institución que ha encubierto, y ¿dónde estabais? procesos restaurativos en abusos sexuales en el seno de la iglesia católica 101 en cuyo seno se ha producido la agresión. De ahí la importancia de encami- narse hacia comisiones independientes de las congregaciones y de las diócesis. — «Hasta cuándo vamos a estar con este tema; ya sucedió…». Cada vez que aparece un caso, la herida se abre. Una víctima que me autoriza expre- samente a escribir sus palabras me comentó: entre el estiércol puede nacer una flor que impregne con su aroma y transforme lo obsceno en bello. Es una oportunidad que pueden aprovechar. Las instituciones eclesiásticas tienen una oportunidad de oro para poner en el centro de su carisma la verdad, la justicia y la protección a niños, niñas y adultos vulnerables. También para hacer una revisión compasiva y decidida sobre la sexualidad de clérigos, religiosos y religiosas; para reflexionar sobre la diferencia entre dirigir e imponer y ser- vir o acompañar; entre caminar al lado del poder, o de los excluidos; sobre la forma de ejercer la autoridad interna; el clericalismo. Han de revisar sus carismas desde estas claves y ponerlas en el centro de su misión.

15. Miedos de la institución eclesiástica que dificultan su apertura absoluta y honesta al reconocimiento de los abusos sexuales Existe un miedo en la Iglesia-institución que lleva a la autoprotección. El miedo a las propias incoherencias las lleva a encerrarse. Este vendaval de críticas mediáticas manifiesta el síntoma de una enfermedad. Es la fiebre a la que deberían estar agradecidos. Como institución podrían mirar qué está diciendo esta realidad a través de la voz dolorida y de petición de justicia de las víctimas. Aparece el miedo a perder honor y fuerza en el mensaje. Si la voluntad, desde el miedo a perder fieles, es lavar la imagen ocultando, volviendo a revictimizar, no se está atajando el problema. Llegarán más conflictos. El honor y el respeto se gana con el valor de reconocer la verdad y el daño causado. No escondiéndolo ni negándolo. Este mensaje de incoherencia con lo que se predica no ayuda a que las personas acudan a la institución en busca de atención espiritual. ¿Cómo poner el alma y el corazón, que si son algo son verdad, misericordia y reconciliación, en manos de quien mantiene contradicciones de tal calado? Aparece otro temor: la pérdida de fieles ante el escándalo que suponen estas conductas. La transparencia convence. La verdad también. No juzga, ni compara, ni se amilana. Permite reconocer el daño y acoger incondicio- nalmente a las personas heridas. Esto fortalece la confianza en la institución. Por el contrario, esconder el daño y la verdad habla de miedo; ahueca la imagen espiritual y la convierte en un ídolo de barro. La contradicción entre lo que se predica (bondad, verdad y compasión) y lo que se hace (ocultar, justificar, minimizar) abre una brecha en la confianza. El mensaje del evan- 102 biografía de la reconciliación gelio está muy por encima de la incoherencia personal e institucional de la Iglesia. ¿Qué ocurriría si se mostrase la humanidad-vulnerabilidad de los sacerdotes? Habría menos admiración y, como consecuencia, la frustración y el escándalo ante comportamientos agresores de los clérigos sería menor. Quizá habría más comprensión hacia su imperfección, dejando intacto el mensaje del evangelio trasmitido a través de él. Existe cierto temor a mirar y abordar un dialogo sobre la sexualidad en la Iglesia. Hablar de ello infunde temor. Cuando converso de este tema con religiosos aparecen respuestas automáticas de autoprotección. Es como tocar un caracol, aparece el tema y se esconde en el caparazón. No sé de qué está hecho ese miedo, ¿qué bienes protege? Los hay y sé que a muchos clérigos una moral sexual determinada les da seguridad y libertad; también a quienes no pertenecen a la vida religiosa. A otros, les ocurre lo contrario. Sería conveniente mirar si, en algún nivel, la visión sexual se construyó sobre graves transgresiones que obligan a que una determinada concepción moral lo proteja. No es el lugar, ni tengo los conocimientos para abordar este tema con el rigor que merece, aunque mi intuición me lleva a sentir que este tema está pendiente de un abordaje amplio y valiente. No solo en la Iglesia-institución. También en el ser humano. Hace falta una reflexión y una mirada que conduzca hacia escenarios de mayor madurez afectiva, relacional y sexual. Por último, tienen miedo a perder el patrimonio. «Si nos abrimos a reconocer el daño causado a las víctimas, podemos arruinarnos con el pago de las responsabilidades civiles, como ha ocurrido en eeuu». La Iglesia siempre ha defendido la reparación del daño como una exigencia de justicia natural ¿Ya no sirve cuando la Iglesia es la obligada? ¡Faltaría más que la Iglesia fuese la única institución que no se responsabilizase de los daños que han causado sus actores principales en el ejercicio de sus atribuciones y sobre todo cuando no se ha desplegado la suficiente diligencia para generar entornos seguros y proceder con agilidad y eficacia cuando se produce una irregularidad! No es previsible que ocurra, pero si aconteciera, ¿quién perdería? ¿El evangelio queda comprometido o más bien acreditado por una Iglesia más pobre, capaz de mirar a los ojos de las víctimas y promotora de una verdad que hace libres? ¿los sacerdotes podrían abandonar la dirección de cientos de instituciones empresariales para dedicarse a acompañar a las gentes en barrios y plazas? ¿la pobreza no devolvería legitimidad y coherencia a la actuación de la Iglesia? En definitiva, una Iglesia que se olvida de las victimas o trata de esconder su mirada o de proteger su bolsillo frente a ellas, sencillamente no es la Iglesia de Jesús. Esta tiene inscrita en su adn la condición victimal porque trata ¿dónde estabais? procesos restaurativos en abusos sexuales en el seno de la iglesia católica 103 de seguir, ciertamente con humildad y también con pecados, a la Víctima por antonomasia. A esa que dio la vida por todos y que abraza, efectiva y escandalosamente, a las víctimas de estos crímenes execrables, pero también da una oportunidad de redención a quienes los han perpetrado.

16. A modo de conclusión Mi experiencia en los encuentros restaurativos entre las personas que han sufrido abusos y quienes los han llevado a cabo aún es breve. Sin embargo, con mucha humildad comparto algunas conclusiones provisionales: — No se puede confundir una parte con el todo. Es cierto que pueden ser pocos los casos en proporción a toda la Iglesia. Ahora bien, las consecuencias sí pueden extenderse, sistémicamente, a la institución eclesial. — La verdad es el primer aldabonazo para que las victimas reciban justi- cia. Esta verdad exige «desnudez». En palabras de una víctima: «A la verdad, le llamo desnudez. Hemos adoptado la desnudez por la fuerza, ahora les toca a ellos adoptar la desnudez, como único modo de sellar una nueva alianza y como único medio creíble de estar ante la vida y ante nosotros». No hay otra vía de credibilidad. Sería conveniente que se estableciesen Comisiones de la verdad para construir relatos de memoria cuando los hechos ya estu- viesen prescritos, o las víctimas no quisieran acudir a la vía judicial penal o canónica. Y, en todo caso, lo necesitasen para sanar su pasado biográfico. La institución eclesiástica, a través de la Comisión, podría construir la verdad con los testimonios de las víctimas y demás testigos, religiosos y clérigos de la época concreta. Sería la forma de limpiar la obscenidad de lo ocurrido. Reconocer y mirar, frente a desconocer y mirar para otro lado. Como dice Leonard Cohen, «por la grieta entra la luz», y la verdad implica reconocer la grieta por muy indecente y escandalosa que haya sido. Más lo será, si se calla. — Cada vez damos más importancia a las competencias, las habilidades, los conocimientos y lo instrumental. Nuestros niños y niñas nacen ya con capacidad para integrarse en la cultura digital. Sin embargo, sorprendente- mente, en nuestras familias, escuelas, noviciados, seminarios y universidades no hay educación emocional. El mundo afectivo está ausente de los programas formativos o, todo lo más, se da una aproximación teórica. — El mundo de la sexualidad sigue siendo un tabú dentro de la Igle- sia y particularmente en la vida de las personas consagradas. A veces da la sensación de que se vive en comunidades donde los clérigos sólo conocen lo que hacen, y no como se encuentra su corazón: sus dudas, sus temores, sus esperanzas, sus afectos, sus posibilidades y contradicciones. El corazón no se abre, la vida no se expone y, por tanto, el sufrimiento no puede ser acompañado. En ocasiones, sólo se compite, inconscientemente, desde el ego/carácter. La dimensión afectiva y física de la sexualidad ha de ser mirada. 104 biografía de la reconciliación

— Da la sensación de que la Iglesia tiene que lanzar una nueva mirada sobre la sexualidad que supere una visión exclusivamente moralizante, a veces incluso contradictoria, y permita una vivencia más sana e integradora de esta dimensión básica de la existencia. La sexualidad toca la pureza, la vida, la transgresión, el secreto, el poder, el instinto… ingredientes, todos ellos, que inducen a pensar que sanar este tema es imprescindible, y que hacerlo, no es tarea fácil. Requiere armarse de valor y de honestidad, no ya como responsables institucionales, sino como depositarios, quizá en sus biografías, de esas mismas heridas que no quieren ser miradas. — La respuesta de la Iglesia hacia el abuso no puede consistir solo en generar protocolos, entornos seguros, etc. sino en avanzar en positivo hacia una cultura evangélica del respeto, del cuidado mutuo, de la atención pre- ferencial por lo vulnerable, del cuidado de los afectos, del diálogo sin líneas rojas, de la centralidad real de cada persona como un tesoro, al margen de su comportamiento. — El triste capítulo de los abusos en el seno de la Iglesia puede ser vivido como una terrible amenaza de la que hay que defenderse, negándola, eludiendo mirar a los ojos a las víctimas o condenando al ostracismo a los autores. O, por el contrario, como una preciosa oportunidad para la purifica- ción institucional, para sacar lo mejor de cada cual —¡todos lo tenemos!— y para dar un ejemplo de cómo se resuelven constructivamente los conflictos más dolorosos. También es una oportunidad de oro para sentir cómo todos crecemos con una resolución restaurativa y reconciliadora. Pedro Casaldáliga lo expresa bellamente: «Es tarde, pero es nuestra hora, es tarde, pero es todo el tiempo que tenemos a mano, es tarde, pero somos nosotros esta hora tardía, es tarde, pero es madrugada si insistimos un poco». 7 Propuesta de Justicia restaurativa para un tema pendiente: la reconciliación de consecuencias de la Guerra Civil y de la dictadura franquista

1. Introducción Desde la Transición hasta la actualidad, las responsabilidades a pro- pósito de la Guerra Civil (1936-1939), de la violencia sociopolítica de la Segunda República (1931-1936) 58 y de la Dictadura franquista (1939- 1975), son un tema de controvertido debate histórico, político y jurídico; el social está más oculto. Los jóvenes, salvo casos excepcionales, no tienen mucha información. Hablan de aquello como un tema lejano en el tiempo. Lo he podido comprobar en los alumnos de la universidad. Es sorpren- dente ver la ignorancia de muchos jóvenes a propósito de la situación en España antes, durante y después de la Guerra, durante la Dictadura y la Transición. No forma parte de los estudios de la enseñanza secundaria obligatoria. Sólo aquellos que estudian bachillerato, pueden aproximarse a estos temas en el segundo curso. Cuando lo hacen, es con poco tiempo para comprender profundamente, reflexionar, investigar o debatir. Además, la actitud con que probablemente muchos profesores y alumnos enfocan el estudio de estos períodos históricos está muy determinada por los pará- metros propios de las pruebas de acceso a enseñanzas universitarias. En resumen, el conocimiento y reflexión sobre nuestra historia del sigloxx en las generaciones actuales de jóvenes son bastante escasos y/o superfi- ciales. Si a ello se suma el silencio propio de cada familia ante el dolor

58 Este tema es muy importante pues es una de las razones que se aducen por parte de la derecha política para explicar el levantamiento militar del 17/19 de julio de 1936. Sobre el contenido, autorías y víctimas de la violencia en este período hay que leer el interesante y desvelador libro de González Calleja, E., Cifras cruentas. Comares. 2015. 106 biografía de la reconciliación sufrido/ causado en las generaciones pasadas, existe una suerte de «vacío» de información y conocimiento en los jóvenes. Probablemente, este vacío habla de heridas aún sin mirar ni atender. A pesar de las medidas legales y políticas que se tomaron durante la Transición, quedan heridas abiertas, individuales y colectivas. Es fácil comprobarlo. Únicamente hay que observar la tensión social que se ge- nera entre habitantes de pueblos y ciudades ante los cambios de símbolos públicos —nombres de las calles y placas de referencias franquistas—, en aplicación de la Ley de Memoria Histórica de 2007 59. Las distintas posiciones, basadas en ideologías, intereses y motivacio- nes políticas, son muy pétreas. Existen dos bloques, con matices en cada uno de ellos: la izquierda y la derecha. Esta, obstaculiza la aplicación de la Ley de Memoria Histórica; se opuso frontalmente a ella desde su trami- tación parlamentaria. Por su parte, víctimas de crímenes de la Dictadura, en el intento de obtener justicia y verdad, presentan querellas contra los responsables que aún viven. Lo hacen sin mucha esperanza, pues la Ley de Amnistía de 1977 impide que los juzgados inicien las investigaciones pertinentes. Con todo, no es posible abordar este tema sin herir las sensibilidades personales e ideológicas. Por ello, escribo estas líneas con absoluto respeto a todas las personas y sus descendientes que padecieron crímenes execra- bles, masacres y violaciones gravísimas de Derechos Humanos 60.

2. El desequilibrio en la justicia y la verdad Las violaciones graves de Derechos Humanos, tales como muertes, desapariciones y torturas, necesitan el paso de varias generaciones para que la memoria colectiva quede pacificada. La humanidad tiene recorridos compartidos en la articulación de instrumentos destinados a ello 61.

59 En la actualidad, la «Memoria Histórica» también adquiere del nombre de «Me- moria Democrática» (Ley 2/2017 de 28 de marzo (Junta de Andalucía). 60 Según la asociación «Innovation and Human Rigths» que ha participado en el informe de Naciones Unidas sobre España en relación a desapariciones forzadas (2017), «se cree que fueron 50.000 personas las víctimas de la violencia de varias secciones de grupos de izquierdas, entre 1936 y 1939; 200.000 personas fallecieron en el frente; según Paul Preston más de 200.000 murieron en manos de los sublevados contra la República y durante la dictadura de Franco. Además, los muertos en bombardeos fueron 10.000 (sólo 2.000 en Barcelona) según Hugh Thomas. A parte están los desaparecidos en las cunetas, los que sufrieron la cárcel y las torturas» http://lab.cccb.org/es/datos-para-la-memoria-historica/. 61 Existe abundante bibliografía sobre este tema. La más reciente, Moreno Fonseret y Payá López., Memoria y justicia transicional en Europa y América Latina. Comares. 2018. propuesta de justicia restaurativa para un tema pendiente 107

Así, en el ámbito del Derecho Internacional, particularmente en la órbita de las Naciones Unidas 62, se subraya la importancia de restablecer la justicia y el Estado de Derecho en momentos posteriores a los conflictos. A estos efectos, se cuenta con una serie completa de mecanismos políticos, judiciales y de otro orden para garantizar la accesibilidad y la rendición de cuentas, para hacer justicia, promover y lograr la reconciliación, así como para restablecer la confianza en las instituciones del Estado, de conformidad con las normas interna- cionales de derechos humanos y el principio de no discriminación 63. Es, por tanto, experiencia común la necesidad de verdad, justicia, memoria, garantía de no repetición, reformas institucionales y reparación a las víctimas. En nuestro país, solamente un bando de los que combatieron en la Guerra Civil pudo acceder a la verdad y a la justicia. En este sentido, Amnistía In- ternacional señala que, los abusos graves atribuidos al bando republicano, entre ellos las «sacas» y ejecuciones extrajudiciales en contra de personas presuntamente afines a los alzados en armas y población civil, fueron investigados por la versión oficial del bando vencedor. En cambio, los abusos graves perpetrados por los alzados en armas y sus aliados quedaron silenciados, sin que sus responsables rindieran cuentas ante la justicia, privando a sus víctimas de recursos, incluida la posibili- dad de las familias de recuperar los restos de sus seres queridos 64. La única «versión oficial» emitida a la sociedad española fue aquella que el régimen franquista se ocupó de presentar 65. Así, mediante el De- creto del 26 de abril de 1940, el régimen franquista concedió amplias atribuciones al Fiscal del Tribunal Supremo para instruir la llamada «Causa General». En ella, se tenían que reunir las pruebas de los crímenes cometidos en todo el territorio nacional durante la «dominación roja» 66. A su vez, el régimen franquista fue dictando una serie de normas «destinadas a proteger, compensar y ensalzar a los muertos, heridos y familiares

62 Secretaría General de las Naciones Unidas. Documento núm. S/2004/616, de 3 de agosto de 2004. Estado de Derecho y la justicia de transición en las sociedades que sufren o han sufrido conflictos. 63 Asamblea General de las Naciones, Comisión de Derechos Humanos. Resolu- ción núm. 2005/70, de 20 de abril de 2005, sobre los Derechos Humanos y la justicia de transición. 64 Amnistía Internacional. Casos cerrados, heridas abiertas: El desamparo de las víctimas de la Guerra Civil y el franquismo en España, mayo de 2012; El tiempo pasa, la impunidad permanece: La jurisdicción universal, una herramienta contra la impunidad para las víctimas de la Guerra Civil y el franquismo en España, junio de 2013. 65 Amnistía Internacional, op. cit. 66 Informe General de la Comisión Interministerial para el estudio de la situación de las víctimas de la Guerra Civil y del franquismo. 108 biografía de la reconciliación de las víctimas de la Guerra Civil, pero restringidas a quienes se sumaron o simpatizaron con lo que se denominó Alzamiento Nacional del 18 de julio de 1936». Además, en lo que respecta a la localización de las víctimas de la contienda, se dictó la Orden de 1 de mayo de 1940 sobre exhumaciones e inhumaciones de ‘cadáveres de asesinados por los rojos’ 67. En ella, se limitaba el procedimiento a «toda persona que desease exhumar el cadáver de alguno de sus familiares que fueron asesinados por la horda roja, para inhumarlos de nuevo en el cementerio» 68. En definitiva, todas las medidas estaban limitadas a las víctimas del bando franquista. Se excluían a las víctimas que habían combatido por la República.

3. Distintas versiones del cierre del conflicto En España, una parte de la sociedad parece estar más tranquila. Siente que los responsables de los asesinatos de sus antepasados fueron juzgados y los responsables condenados, unos a la cárcel y otros, a una muerte sin juicio. En algún nivel, sienten que se hizo justicia por las atrocidades que sus ante- pasados sufrieron durante la guerra y el período político previo que justificó el golpe militar (Segunda República, 1931-1936). Para este sector, la transición política, que se inició desde la muerte de Franco en 1975, permitió el cierre de las heridas sociales. Reabrir el pasado en búsqueda de la verdad y del enjuiciamiento penal de los críme- nes es inútil y, jurídicamente, imposible. Señalan que, en aplicación de la Ley de Amnistía de 1977, que fue aprobada por la práctica totalidad del Congreso, la reconciliación entre los españoles ya se realizó. Sus par- tícipes, «de derechas e izquierdas decidieron perdonarse mutuamente». Además, de esta Ley se beneficiaron miembros de grupos terroristas como eta, grapo y frap. En sentido contrario, otro sector, el de los vencidos en la guerra, continúa reclamando justicia, verdad y memoria. Muchos no han podido encontrar ni enterrar dignamente a sus antepasados. Tampoco han conse- guido el enjuiciamiento de los criminales de la Dictadura; ni que se anulen las sentencias impuestas por tribunales franquistas. La Ley de Amnistía de 1977 lo impide; también la Ley de la Memoria Histórica. Este sector afirma que, sin verdad, no es posible realizar un duelo para pacificar la memoria. Sin reconocimiento personal, social y jurídico del

67 Completó una Orden anterior de 6 de mayo de 1939. 68 Ibíd. propuesta de justicia restaurativa para un tema pendiente 109 sufrimiento sufrido, tampoco. Por ello, aparece una necesidad primaria: la justicia. Además, exigen al Estado los medios necesarios para que se puedan localizar los cuerpos de los familiares asesinados y, así, poder enterrarlos dignamente. En este sentido, los esfuerzos de organizaciones por hacer valer los derechos elementales reconocidos internacionalmente han sido enormes. En estos ámbitos, la actuación de la administración estatal, al menos entre 2011 y 2018, se caracteriza por la falta de compasión con el dolor de las familias. Éstas, con sus propios medios, emprendieron la recuperación de los restos. Se han basado, casi exclusivamente, en las in- dicaciones de los escasos testigos supervivientes. El 29 de junio de 2018, el Consejo de Ministros ha aprobado la creación de una Dirección General de Memoria Histórica; el Estado asumirá la localización y exhumación de las víctimas del franquismo. En España, están localizadas 2.382 fosas comunes. El Ministerio de Justicia tiene una aplicación informática específica donde se detalla la ubicación de cada una. No se actualiza desde 2011, año en que llegó al poder el Partido Popular. Existen más de 110.000 desaparecidos. La- mentablemente, España es el segundo país del mundo en desapariciones no resueltas, después de Camboya que sufrió un genocidio entre 1975 y 1979. ¿Por qué no se ponen todos los medios para que las personas puedan localizar a sus familiares y darles un entierro digno? ¿Los obstáculos vie- nen del odio recibido de anteriores generaciones? ¿Esos sentimientos han de pervivir? ¿No es más adecuado abordar abiertamente estas situaciones para que puedan sanarse? ¿Quién da el primer paso hacia la construcción real de la paz? ¿Hasta qué punto los partidos políticos ayudan o dificultan estos procesos? Esta polaridad generalizada es clara en la política y en los medios de comunicación. Si se entra en el diario Público, y se pone en el buscador «memoria histórica», aparecen múltiples noticias. Si esta operación se hace en el diario La Razón, las noticias sobre este tema son considerable- mente escasas. Es socialmente conocida la posición ideológica de cada periódico y la vinculación con las ideas de las partes que se enfrentaron en la Guerra Civil. Por tanto, el conflicto, ¿está abierto? ¿sanado e integrado, tanto per- sonal como colectivamente? u ¿ocultado y pendiente de cerrar? Cuando hablo de sanar, me refiero a la situación que permite tomar decisiones individuales y colectivas, en beneficio propio y del interés común, sin que estén influidas directamente y parcialmente por creencias y lealtades here- dadas desde situaciones históricas de violencia social, política o bélica. El abordaje de las complejas situaciones a las que no enfrentamos como per- 110 biografía de la reconciliación sonas y como sociedad en el siglo xxi necesita criterios de interpretación de la realidad lo más libre posible de herencias vindicativas. Ahora bien, la sanación necesita un proceso que va de la mano de la justicia y la verdad. Quizás, de poco sirve ampararse en la formalidad reconciliadora de la ley de 1977 para afirmar que las heridas están curadas. Lamentablemente, no es así.

4. La transmisión transgeneracional del impacto emocional La Guerra Civil afectó a la mayoría de la población española. La re- presión en la Dictadura, a miles de ciudadanos. En igual sentido se dice de la violencia sociopolítica desplegada durante la segunda República (1931-1936). Es inimaginable el sufrimiento derivado de la violencia bélica. Quienes no hemos pasado por ello, la podemos intuir acudiendo a la literatura, las narrativas familiares o a la cinematografía. Se generó una intensa situación traumática en las personas, familias y pueblos 69. El impacto emocional se ha transmitido transgeneracionalmen- te, es decir, dos generaciones o más —aún permanecen pueblos y familias enfrentadas— 70. Algunas ramas de la psicología y de la psiquiatría coinciden en que el ámbito emocional de los niños puede verse afectado por el funcionamiento psíquico de los abuelos, aunque no los hayan conocido. Estos transmitieron parte de su universo psíquico a sus hijos, y estos, a los suyos. El enfoque sistémico, como hemos tenido ocasión de ver en otros capítulos de este texto, aporta los conceptos explicativos: el legado, las lealtades familiares y los mandatos que surgen en las relaciones familiares.

69 A pesar de lo trágico, el poeta Miguel Hernández lo describe bellamente en su poema «la vejez en los pueblos» (Guerra). «La vejez en los pueblos./El corazón sin dueño./ El amor sin objeto./La hierba, el polvo, el cuervo./¿Y la juventud? En el ataúd./ El árbol solo y seco./La mujer como un leño de viudez sobre el lecho./El odio sin remedio./ ¿Y la juventud?/ en el ataúd». 70 El conflicto generado con el independentismo en Cataluña, ¿podría ser un reflejo de aquello que se quedó pendiente entre 1931 y 1936?; ¿pudiera haber ocurrido que el inconsciente colectivo haya emergido? Con esta intuición quiero subrayar que este episodio histórico quedó pendiente, atado de mucho dolor y violencia, interpersonal y política. Necesita ser atendido desde la verdad histórica, la justicia y la apuesta por repensarlo desde el lugar del otro. Pero, de ninguna manera, es posible afirmar que esta situación puede suponer el preludio de otra guerra civil. Quien así lo piense o exprese, está utilizando el miedo, como en otras situaciones, para manipular a la ciudadanía en torno a un conflicto complejo que necesita ser abordado desde las claves anteriormente señaladas. propuesta de justicia restaurativa para un tema pendiente 111

Estos elementos interactúan en la transmisión de las heridas emocio- nales. Así, las lealtades invisibles en las familias generan expectativas, en relación con las cuales, todos los miembros adquieren un compromiso. Actúan en forma de mandato, moldeando y dirigiendo el comportamiento individual. Impactan directamente en la realización de los proyectos de vida, ideas y opciones personales. Influyen en el modo en que las trayec- torias vitales van desarrollándose. Y, no solo eso. La energía introyectada en el inconsciente por los impactos emocionales, cuando se oculta, se con- vierte en un secreto, social o colectivo. Si no se escucha, respeta, integra o resignifica, puede dar lugar a enfermedades psíquicas a descendientes en dos generaciones 71. Aparece así, lo que algunos psiquiatras denominan «onda de choque emocional». Esta, se define como la transmisión de la energía creada por la situación traumática. Se transmite hacia cualquier miembro del sistema familiar extenso, durante meses o años. Los sínto- mas se pueden presentar en forma de disfuncionalidad psíquica, física o comportamental. La onda de choque constituye el estímulo que activa un proceso físico. Ver el origen de la onda y sus consecuencias es de vital importancia para buscar soluciones, tal y como sugiere Bowen, psiquiatra y profesor en Georgetown 72. Por tanto, para avanzar en el diálogo político y social hacia la pacifi- cación real, creo firmemente en la necesidad de la introspección personal que enriquezca una reflexión colectiva. La objetividad no existe donde hay tanto dolor. Las posiciones ideológicas se han construido desde el sufri- miento y desde el odio, negando a la otra parte, su verdad. Se sabe que los familiares propios fueron asesinados, torturados y en- carcelados. Ahora bien, a nadie le gusta escuchar que los suyos delataron, secuestraron, torturaron y mataron. Resulta además que, en una guerra, es probable que una persona tuviera ambos roles, el de víctima y victimario, aunque la certeza de asesinatos de inocentes es una terrible realidad. Es necesario escuchar ambas partes. Seguramente, las agresiones se silenciaron y los hechos se convirtieron en un secreto familiar y social. La lealtad impide que se descubran.

71 Hellinger sostiene que la esquizofrenia aparece en dos generaciones cuando el ancestro ha matado y no ha sido capaz de mirar a su víctima para asumir el daño; la tensión psíquica producida y ocultada —víctima-victimario y las consecuencias en sus familias— puede manifestarse en forma de enfermedad psíquica. Hellinger. B. La paz comienza en el alma. Herder. 2009. 72 La muerte de un abuelo suele tener manifestaciones en hijos y nietos; y, a menudo, aparecen en el nieto que tiene poca ligazón con el abuelo. Las personas intentan esconder la ligazón. Bowen, M., De la familia al individuo. Paidós. 1998. 112 biografía de la reconciliación

Ahora bien, existen descendientes de torturadores que se rebelan. Ne- cesitan desvelar el legado y la lealtad familiar para sanar. En este sentido, Loreto Urraca, nieta de un policía franquista dedicado a cazar republicanos en el exilio huidos tras la Guerra Civil, ha escrito un libro titulado «Entre hienas». Señala, entre las páginas del libro, que las palabras escritas son «una catarsis personal, que sirve como un proceso de aceptar, digerir y liberarse del vínculo atado a un apellido… mientras busco más datos para recomponer tu verdadera historia, intento recuperar del olvido a vuestras víctimas para así liberarme del lastre de tu infamia y así poder seguir viviendo con dignidad… la culpa no se hereda, pues el daño ya está hecho y el dolor y la vergüenza perduran». Loreto busca cerrar heridas heredadas de un victimario. En la misma línea, en Argentina, en 2017, hijas y familiares de geno- cidas rechazan los crímenes de sus padres. Se han organizado para colaborar con la memoria, la verdad y la justicia. Lo hacen bajo la denominación de «Historias desobedientes y con faltas de ortografía». Se preguntan a cerca de incógnitas, desde la necesidad de conocer: ¿por qué lo hicieron?, ¿cómo pudieron?, ¿a quién?, ¿dónde están sus víctimas? Saberse descendiente de un victimario es algo muy duro de encajar a nivel mental y emocional. Probablemente esa persona, sea un abuelo o abuela, estaba significada como tal y el recuerdo que se tiene del víncu- lo establecido en la infancia es muy positivo. ¿Qué ocurre cuando este abuelo/a fallece y la persona en cuestión, llegada la edad adulta, compren- de el pasado victimario? ¿Es posible renegar del secreto familiar que pugna por acallar lo sucedido? ¿Es posible trascender la fidelidad familiar para asumir la verdad pública y socialmente? Y sobre todo, ¿es posible asumir los hechos cometidos por el antepasado y rechazarlos a la vez que se acepta el vínculo amoroso en tanto que abuelo/a-nieto/a?

5. Una propuesta: Diálogos para sanar la memoria Por el momento, la vía del reconocimiento político y jurídico hacia la justicia y la verdad está parcialmente bloqueada. Se dan algunos pasos en aplicación de la Ley de Memoria Histórica 73. ¿Cómo se puede abordar esta situación sin reabrir el enfrentamiento? Las posiciones ideológicas se encuentran moldeadas en barro, ya secas, o esculpidas en la piedra por el cincel del odio y el sufrimiento.

73 La Ley de Memoria Histórica sufrirá, previsiblemente, cambios importantes en la legislatura. Al cierre de la segunda edición de este libro, el hecho más relevante ha sido la exhumación de Franco del Valle de los Caídos, el 24 de octubre de 2019, para ser enterrado en el cementerio de la Basílica Pontificia de Santa Cruz. propuesta de justicia restaurativa para un tema pendiente 113

Junto a los enfoques políticos y jurídicos, y viendo las dificultades de avance, como complemento a la necesaria realización de la justicia 74, propongo la creación de espacios de diálogo interpersonal entre víctimas de distintas violencias. Intuyo su limitación cuando unos dan el tema por cerrado y otros precisan de intervenciones institucionales hacia la justicia. No obstante, creo que mirar a los descendientes de otras víctimas puede ayudar a evitar la transmisión transgeneracional del trauma, incluso, para quienes creen que todo está sanado. Uno mismo, una misma, puede preguntarse en su fuero interno: ¿puedo abrirme a mi propia experiencia de dolor aunque esté oculto? Es decir, ¿puedo escucharlo, sostenerlo, mirarlo? ¿Necesito reconocimiento institucional o de otras personas para elaborar esta experiencia? ¿A qué lealtades me siento sometido/a? ¿Cómo me ha sido transmitido este dolor? ¿Cómo se construyó y transmitió el relato en la familia? 75 Si no se sana, ¿otros descendientes pueden cargar con él? Escuchar otros relatos, ¿me es posible? ¿Puedo, desde mi expe- riencia, escuchar la experiencia de dolor del otro? ¿Soy capaz de sostener relatos distintos que vengan a enriquecer una narrativa común? Escuchar al otro que piensa y siente desde una herida enfrentada a la mía, ¿es sinó- nimo de sentirme amenazado/a o afrentado/a? ¿Es posible sentir el dolor del otro desde la compasión —en los términos en los que he referido en este libro—? ¿Comprendo que escuchar la vivencia del otro y validarla por opuesta que sea, no significa quitarle un ápice de verdad a la mía? ¿Comprendo que ambos relatos, por diferentes que parezcan, pueden ser verdad a la vez? En definitiva, proponemos la utilización de métodos de justicia res- taurativa que, aunque limitados en sus efectos, pueden ayudar. En concre- to, los «diálogos para sanar la memoria». Esta propuesta puede adoptar

74 Ello implicaría la anulación de los efectos jurídicos de las sentencias dictadas durante la dictadura, así como el enjuiciamiento de personas que cometieron delitos de tortura durante la misma. De su mano, la localización y exhumación de las víctimas. 75 Una canción de Rozalén sobre su tío abuelo: «Justo», nos acerca a esta experiencia en uno de los bandos de la guerra. La letra dice así: «Calla, no remuevas la herida, llora siempre en silencio, no levantes rencores que este pueblo es tan pequeño. Eran otros tiempos. Todos le llamaban Justo, Justo de nombre y de acción. El mayor de cinco hermanos. Elegante, el más prudente de un pueblito de la sierra del Segura. Sastre y leñador de profesión. Se hablaba con la Ascensión, morenita, la de Amalio, de los pocos que leía. Estudiaba por la noche los tres meses de invierno. Él cantaba por las calles, alegre, siempre una canción. Al final del 38 son llamados a la guerra la generación más joven, la quinta del biberón. Se subieron al camión como si fuera una fiesta, pero él fue el único que no volvió. Y, ahora, yo logro oírte cantar, se dibuja tu rostro en la armonía de este lugar. Y, ahora, yo logro oírte cantar, si no curas la herida duele, supura, no guarda paz…». 114 biografía de la reconciliación distintos formatos: el que hemos utilizado entre víctimas y agresores o el que se llevó a cabo entre víctimas de la violencia de eta y del gal, para poner en común sus experiencias y sus ideas: la denominada «experiencia de Glencree» 76. Otras herramientas interesantes son aquellas ofrecidas por el enfoque sistémico y la práctica de las constelaciones familiares. Se invita, a quien le interese, a hacer un trabajo de introspección indi- vidual: hacer un recordatorio de su familia desde la guerra; preguntar a los padres y madres y/o abuelos y abuelas (y a otros familiares) qué sabían, qué se decía, qué les habían contado; buscar información en archivos oficiales o en grupos dedicados a la memoria histórica 77. Con ello, se propone que se elabore el relato de la historia familiar, viendo la posición ideológica de sus miembros, las labores a las que se han dedicado, si alguno ha sufrido o cometido algún delito y ha sido condenado a la cárcel. Todo ello, para saber si realmente el sufrimiento de la guerra está superado o por el contrario, sigue vigente con alguna intensidad pulsando a los descendientes hacia comportamientos, reaccio- nes, vocaciones, trabajos, etc. Con esta información, las personas pueden realizar movimientos coherentes para despedirse del pasado, integrándolo y colocando a los ancestros en un lugar de visibilidad y respeto. Y, cuando sea posible, construir espacios de diálogo con descendientes de víctimas de distinto signo. En conclusión, atreverse a transitar desde el odio y la venganza hacia el reconocimiento del sufrimiento del otro, superando lealtades familiares, conscientes e inconscientes, puede ayudar a establecer la paz personal y, de alguna manera, la colectiva. Ahora bien, insisto en que en un nivel político-social, previamente o de forma coetánea, ha de trabajarse en la obtención de justicia y verdad. La memoria colectiva puede sanarse si se describen y publicitan, de forma objetiva, todas la violencias causadas y sufridas, interpersonales y políticas, individuales y estructurales, civiles y militares. Nuestro planteamiento es estrictamente personal-familiar- sistémico.

76 Son varios los documentos escritos y videográficos de esta experiencia a los que se puede acceder desde cualquier buscador en internet. 77 Entre las distintas fuentes de acceso a los archivos recientemente la asociación «Innovation and Human Rights» presenta una base de datos centralizada de víctimas de la guerra civil y del franquismo. http://lab.cccb.org/es/datos-para-la-memoria-historica/ 8 Aprendizajes desde la reconciliación

En estos años de introspección, he ido dotando de sentido a algunos eventos, sucesos, relaciones o conflictos que han aparecido en mi biografía vital. En este tiempo, he crecido en mi capacidad de comprender algunos aspectos del ser humano que guardan relación directa con la reconcilia- ción. Además de los aprendizajes que he ido describiendo, me atrevo a describir otros, a forma de conclusión, por si a alguna persona le puede resultar esclarecedor.

1. La verdad En los últimos años, de forma recurrente, me pregunto sobre la ver- dad. Lo contiene todo. Restablece los desequilibrios y cierra las heridas. No llego a comprender su esencia, solo a ser testigo privilegiado de su existencia. Es el tema que más me atrae para seguir buscando en mi vida: la naturaleza de la verdad última. Cuando la verdad personal es expresada y escuchada desde la hon- dura honesta del corazón, se va tejiendo la Verdad, en mayúsculas. Las opiniones, visiones o verdades propias, son limitadas. Se derivan de nuestra percepción, que es siempre subjetiva; se ha construido desde las experiencias vividas. La Verdad dice de completar o ampliar la propia, con la de otra u otras personas. Dice, por tanto, de apertura a lo nuevo, a lo inédito, a lo que moviliza y disuelve la rigidez y las creencias. Esto lo he experimentado en mi vida y en los encuentros restaurativos entre agresores y víctimas. Cuando la Verdad aparece, aflora la compasión, y se disuelve el odio. Así, el orden que se resquebrajó con la violencia, se completa nuevamente; el zarpazo humano se restaura. 116 biografía de la reconciliación

La Verdad es imprescindible para sanar la memoria. Se va amasando con cada expresión honesta, escuchada con la apertura que tiene la tierra cuando se la siembra. Crece como la masa de harina fermentada para transformarse en alimento. En mi experiencia encuentro pleno sentido a la expresión «La verdad os hará libres» 78.

2. La autonomía Las personas nacemos y nos educamos en un sistema familiar y social. La vida biológica aparece a través de una madre, un padre, y deviene de los ancestros. Junto a ella —los genes— se heredan y transmiten valores, creencias, lealtades y secretos. Se puede pasar la vida atada a ellos, hasta que atravesando tiempos de crisis y desiertos, se llegue a descubrir que la auténtica identidad está mucho más allá de la construcción mental here- dada o transmitida —aprendida—. Esta es una tarea compleja que puede durar toda la vida. Para descubrir y recorrer el propio camino —madurez—, hay que disentir de los mandatos que limitan una visión más amplia del mundo, particularmente, de aquellos que aíslan y excluyen. También de los que atan a comportamientos o actividades que son reproducción o compen- sación de situaciones heredadas. Se trata de superar los mandatos que impiden pensar, sentir y actuar desde la coherencia que conlleva la propia autonomía. A partir de ahí, es posible desarrollar el proyecto vital al mar- gen de las expectativas de las figuras parentales y del sistema de origen. Este proceso de tránsito desde la heteronomía a la autonomía tiene un paso difícil: prescindir de la seguridad que aportan los valores y creencias recibidas. Quienes permanecen bajo la lealtad no suelen entrar en conflicto con su sistema; pero es una fuente que les lleva a entrar en conflicto con otros sistemas. El margen de incertidumbre se reduce considerablemente y, con ella, la angustia puede ser controlada. Se tiene certeza de los valo- res por los que hay que optar en cada situación. En estos casos, la actitud mental suele estar marcada por el juicio y la condena de toda realidad que cuestione los valores recibidos.

78 Lamentablemente, en la actualidad, la verdad se lanza al abismo. Los bulos difundidos por grupos de interés a través de las redes sociales impiden el conocimiento de la realidad. La indiferencia acomodada de una buena parte de ciudadanos frente a la búsqueda de la verdad puede generar un enorme problema social de convivencia. Hablo de las causas que han servido para justificar las guerras, los bulos sobre los datos de la inmigración, sobre la economía, etc. aprendizajes desde la reconciliación 117

Por el contrario, quienes deciden vivir desde la autonomía, en co- herencia con la experimentación de la vida, tienen dos dificultades. Por un lado, la que se deriva del conflicto que, en forma de reproche y quizás exclusión, aparezca por parte de las figuras de los sistemas de referencia. Por otro, la dificultad de sostener, no solo la culpa ante la «traición» al sistema del que se recibe la vida, sino también, el sentimiento de orfandad que conlleva. Ambas dificultades son el coste del tránsito hacia la madurez humana. Para poder comprender los argumentos expuestos, he tenido que preguntarme sobre los valores que subyacen en las decisiones importantes y/o cotidianas que he ido tomando en la vida. ¿Cuántas veces por obedien- cia/lealtad, consciente o inconscientemente he traicionado un valor que intuía prevalente? ¿Cuántas veces y en qué temas he entrado en conflicto con mi familia y/o sistema institucional? ¿En función de qué conflicto de valores? ¿Los propios descubiertos y experimentados? ¿Los heredados o los impuestos? ¿Cuántas veces he logrado mantener la opción por los valores propios y sostener la mala conciencia, la culpa, o el sentimiento de orfandad, sin retractarme de la decisión? ¿Cuántas veces he deliberado, abriéndome honesta y valientemente a la perspectiva del otro, para poder cuestionar la propia, y ampliar el margen de compresión, sin temor a ser juzgado ni a quedar por debajo? ¿He juzgado a la persona que piensa de forma diferente? o, por el contrario, ¿La he escuchado? ¿Le he respetado? ¿He podido comprender que la expresión de las ideas puede estar realizán- dose desde las heridas? Las respuestas a estas preguntas me han permitido recorrer un camino hacia la autonomía para ser fiel a mi identidad humana y espiritual, más allá de la social y familiarmente construida y esperada.

3. La compasión La compasión es un sentimiento del que se vienen ocupado las tra- diciones filosóficas y espirituales por ser piedra angular en el camino de liberación. Durante años, la he vinculado a la bondad y a la solidaridad. Y, en estos últimos años de síntesis personal, además, he reconocido que aparece con más fuerza en dos situaciones. La primera, cuando logro ser compasivo conmigo mismo; esto es, tolerando y aceptando mis limitaciones, pues de lo contrario, difícilmente puedo serlo con los demás. La segunda, cuando juzgo a otros y tomo conciencia de que puedo ser tan infractor o inmoral como ellos; y desde ahí, abrazarles honestamente. En todo caso, cuando en alguna situación de juicio me creo inocente, acudo a mi biografía personal y familiar. En ella observo que en algún momento olvidado de mi historia existió algún ancestro de mi linaje que 118 biografía de la reconciliación fue transgresor por sus circunstancias personales, sociales e históricas. A él, tampoco le juzgo, aunque me hace tomar conciencia de que no soy inocente; en mi sangre hay agresión causada. Abrazo la culpa y maduro con ella. Siento el dolor que me trae. Y, entonces, se me abre un espacio de humildad y verdadera compasión con la persona que juzgué. Recuerdo que, a principios del año 2015, paseaba por San Sebastián con una persona que había pertenecido a eta. Había tomado conciencia profunda del dolor irreparable que había causado. Le escuché. Me regaló un texto que había escrito sobre su proceso de reconciliación. Al leerlo, caí en la cuenta de que el sentido profundo de la vida que había descu- bierto en él, era exactamente el mismo que yo sentía. ¿Cómo era posible, si habíamos llevado caminos tan distintos?; yo a los ojos del mundo, ali- viando sufrimientos, y él, causándolos. Desde el silencio intuí una posible respuesta. Yo, efectivamente, había estado «salvando» al mundo hasta el agotamiento. Llegó un tiempo de desierto que me condujo al espacio terapéutico. Allí tomé conciencia que en base a determinadas creencias y pulsiones del inconsciente había construido un personaje para disminuir sufrimientos de otros y, también, para alejarme de un dolor esencial, propio. Bendigo ambas tareas. Estoy en paz y profundamente agradeci- do. El retorno al equilibrio emocional pasaba por descubrir el personaje, abrazarle y desidentificarme, en el día a día, de su automatismo. Aprendí que mi identidad real estaba más allá del carácter que había construido desde mi niñez. Más tarde pude identificar también esta construcción con implicaciones sistémicas. Mi personaje se había forjado, en alguna medida, también por heridas transgeneracionales. La fragilidad y la vulnerabilidad fueron mis maestras. Me abrieron a mi propia compasión. Mi amigo, después de pasar varios años encerrado en una cárcel fran- cesa, tomó conciencia del daño, se separó de la organización terrorista y retomó un proceso espiritual que había dejado aparcado años atrás. Como otros presos, con el paso de los años en la cárcel, y gracias al tránsito por las experiencias humanas —muertes de los padres, nacimientos de los hijos, mal trato, aislamiento, soledad y vacío, traiciones, asesinatos in- discriminados dentro de la organización, etc.— había tomado conciencia del sufrimiento injusto causado al quitar la vida a otro ser humano. Se abrió a la compasión. Desde ella, las creencias y justificaciones no podían volver a ocultar el sufrimiento causado. La puesta al servicio de la paz, y los encuentros restaurativos con las víctimas, ayudaron a mitigar el dolor. Ambos, en ese momento, alejados de nuestros personajes, compartía- mos una misma experiencia de profundidad existencial. Es cierto que a los ojos de la sociedad mi personaje ha de ser premiado y el suyo castigado. Y así fue, lógicamente, con penas de decenas de años en prisión. Y, en aprendizajes desde la reconciliación 119 otro nivel, más profundo, caigo en la cuenta de que este amigo puede ser tan culpable como yo, o viceversa. Su historia familiar, el inconsciente heredado, además de una socialización histórica concreta, pueden dar una explicación que ayude a comprender, no a justificar, sus comportamientos violentos. Por otro lado, mi dedicación a la ayuda estaba, de alguna mane- ra y entre factores, sanando o compensando la violencia que me antecedía biográficamente. En el nivel legal la responsabilidad es clara; en otro más profundo, no tanto. Y, aquí, entendí la compasión 79. Ambos personajes formábamos parte de la misma obra, del mismo lienzo de misterio en el que se teje nuestra vida. Ya no era posible el jui- cio 80. En este lugar de comprensión nos mantenemos humildes. Intuyo que, en algún nivel profundo y estrictamente humano, ambos podemos decirnos mirándonos a los ojos y asomándonos al alma: «yo como tú».

4. La integración de lo excluido Existe una tendencia individual y, también, en las organizaciones sociales y políticas a excluir a ciertos sectores o personas. A lo largo de la historia, la discriminación en la vida pública ha estado presente: esclavos, extranjeros, mujeres, pobres, personas de otras razas, de otras religiones, minorías étnicas, inmigrantes, quienes piensan y sienten diferente, quienes tienen determinadas opciones sexuales, presos, etc. Existe una constante en cada sistema social por protegerse del otro, del diferente, que se suele vivir como una amenaza, como un peligro para el orden que permite la conservación. Es sabido que muchas crisis grupales suelen encontrar en el chivo expiatorio o en el enemigo externo fuerzas renovadas para autoafir- marse, para superar los conflictos internos y sentir, de nuevo, la cohesión del grupo 81.

79 «Todo ser humano es igual a mí, siente como yo, ama como yo, necesita algo como yo, se angustia como yo. Fue niño como yo, tiene un padre y una madre como yo, les tiene apego como yo, debe hacerse valer como yo. Al igual que yo está expuesto a su entorno, su origen, sus posibilidades, sus limitaciones. Y tiene que luchar por su supervivencia, quizá combatiendo incluso contra mí. También en este sentido no somos tan distintos el uno al otro» (Hellinger, B., La paz inicia en el alma. Herder. 2009). 80 Para profundizar en este concepto de compasión: Garriga, J. Vivir en el alma. Rigden Institut Gestalt. 2013. 81 Son muy interesantes las aportaciones que, en esta materia, realiza Cuesta Maestro, L.C., La psicología de los sistemas según el enfoque de Bert Hellinger aplicada a la resolución de conflictos: «una terapia de la reconciliación». Licenciatura en psicología de los sistemas. Universidad doctor Emilio Cárdenas. 2018. 120 biografía de la reconciliación

A su vez, aparece el esfuerzo por incluir, por generalizar los derechos humanos en un plano político universal. Esta tensión ha de ser reconciliada. Nadie debe quedar excluido. Las organizaciones y los sistemas políticos se dignifican si respetan, toleran y tra- bajan por la integración de quienes no tienen los medios para vivir en niveles aceptables de normalidad (personas sin hogar, con enfermedad mental, con discapacidad, personas migrantes, presas, minorías étnicas, etc.). También si toleran e integran a quienes sienten o piensan de forma diferente. La misma dinámica de exclusión/inclusión aparece en las familias. En tantos años viviendo con personas marginadas (presos, inmigrantes sin papeles, drogodependientes…), he visto como algunas suelen hacer pro- pio, de forma inconsciente, el sufrimiento de algún familiar de referencia, o de un antepasado (encarcelado, asesinado, alcohólico, enfermo mental, etc.). La intensidad del dolor derivado de estas situaciones traumáticas heredadas, unido a determinados rasgos biológicos o de carácter, provoca que en algunas se desencadenen comportamientos desestructurados, dis- funcionales, adicciones o problemas de enfermedad mental. Y desde ellos, quedan excluidos de su propio sistema familiar y social. A su vez, he sido testigo de que la mayoría de los familiares de las personas con las que he vivido, tenían vidas normalizadas. Sólo mis amigos eran los excluidos ¿Por qué unos han caído en desgracia y el resto no?, ¿por qué unos quedan excluidos y otros son excluidos? No hay respuesta cierta. ¿Es el azar? ¿La libertad? ¿La educación y los amigos? ¿La predis- posición genética? ¿La suma de varios factores? ¿Puede ser, como ocurre con los árboles, que haya ramas que se poden y sacrifiquen para que el árbol continúe desarrollándose por otras ramas más saludables? ¿Puede ser que un miembro reciba el dolor causado o sufrido en los antepasados para que el resto del árbol pueda seguir su curso biológico? ¿Puede ser que un miembro quede excluido en la búsqueda inconsciente, desde la repetición de comportamientos, de algún antepasado que también lo fue? ¿Cómo explicar esto a quien siendo inocente lo sufre, sin revictimizarle? Estas cuestiones solo se pueden responder en parte, quizás mínima- mente, porque hay un misterio que abarca la mayor parte de la respuesta. En todo caso, la mínima explicación, si alguien necesita buscarla, puede hacerlo desde la toma de conciencia personal y familiar; desde el cono- cimiento de la historia biográfica de los antepasados y la relación que puede tener con determinados comportamientos difícilmente explicables o entendibles. En este ámbito, la reconciliación necesita dos movimientos. Uno de comprensión, respecto de los motivos de la exclusión. El otro, de integra- ción desde el amor. Es imprescindible otorgar un lugar de reconocimiento aprendizajes desde la reconciliación 121 a la individualidad y diferencia de todos los que fueron excluidos y son parte de la familia, o de un sistema social o institucional. He comprobado que muchas recuperaciones de comportamientos de- lictivos o de adicciones han sido posibles cuando se ha trabajado terapéu- ticamente la integración y el reconocimiento en el sistema familiar. Este trabajo es muy duro porque son muchas las heridas que se han causado. Ahora bien, este nivel de reconciliación es el que ha permitido sanar a muchas personas y familias. Aún más importante y difícil es incluir a la propia energía de exclu- sión. Las dinámicas que excluyen forman parte de nuestro aprendizaje. Son elementos que nos provocan dolor y frustración y, como tal, necesitan ser escuchadas, ser honradas. No hay paz si juzgamos algo como despreciable innecesario y lo excluimos. Todo lo que rechazamos o descartamos puede volver a manifestarse en nuestra vida o en la de alguien de nuestro sistema para que un día sea reconocido, reparado e integrado.

5. El fracaso El fracaso fue un aliado en mi proceso vital. Resultó ser la puerta a la crisis y al desierto. Sin él, no habría habido lugar para la humildad, tampoco para el aprendizaje. Como dice el místico Rumí: «por la herida entra la luz al alma» o, como señala Leonard Cohen, «hay una grieta en todo, así es como entra la luz». El ego nunca fracasa, siempre vence pero, ¿permite crecer hacia la comprensión profunda de la identidad humana? En cambio, el corazón no apuesta ni compite. Solo está atento a lo que aparece para aceptar lo que viene, abrazarlo y del aparente fracaso obtener un aprendizaje vital. Así, el fracaso desaparece y la situación enjuiciada como negativa se cierra en el abrazo de la aceptación. Cuando me supe aliado del fracaso, poco tuve que temer. Descubrí que nada depende de mí, solo dar impulso a las intuiciones que vienen del devenir de la vida. He disfrutado de momentos de ilusión con las personas que pisan nuevamente el asfalto de la calle al abandonar la cárcel por unos días, o de- finitivamente, porque la condena termina. Salen con la sonrisa de su recién estrenada libertad, hasta que, en algunos, se ve de nuevo truncada porque tropiezan con el mismo obstáculo —interno y externo— que no pudieron retirar. De su fracaso, siempre aparente, he aprendido a valorar que lo im- portante no es el éxito, sino el sentido con el que se esté en el mundo. Hay formas de estar que socialmente no relucen, más bien ni se ven o incluso se denigran, y a pesar de ello, reflejan la más profunda humanidad. ¿Qué más da alcanzar determinados éxitos? ¿Qué más da determinados fracasos? Cada uno está en la tarea de comprensión de su propia vida. 122 biografía de la reconciliación

Me encontré con Manuel cuando salió de permiso de la cárcel de Oca- ña; era 1997. Me escribió una carta llena de faltas de ortografía, pero con una simpatía natural que encandilaba. Nuestro amigo Antonio, que ahora trabaja de magistrado, le iba a visitar a la cárcel hasta que fue excarcelado. Cuando consiguió la libertad definitiva vivió en mi casa. A los dos años de llegar, el día de su cumpleaños, se marchó. Desde entonces su vida ha sido un ir y venir entre la calle, nuestra casa, el alcohol y los albergues para personas sin hogar. Nos conocemos desde hace veintitrés años. Ha sido capaz de reír, de ayudar a otra gente de la calle, de aguantar las palizas que en alguna ocasión le dieron en los parques por ser un «vagabundo»; ha sido capaz de vivir solo. Entre cartones de vino y sacos de dormir, entre la libertad y los sueños oníricos bajo las estrellas. Siempre a la intemperie, fuera de los márgenes, extravagando por caminos, durmiendo en cajeros automáticos, viviendo sin techo, sin usos y costumbres sociales. No sabe de fútbol, ni de política, ni de religión. Tampoco de famosos. A principios de enero de 2019, localizó a su madre. Hacía 25 años que no contactaba con ella. Antonio, Manuel y yo decidimos ir a visitarle a Sevilla. Era el mes de mayo. Esa mañana fuimos a recogerle para ir a la estación de Atocha. Cuando llegamos al albergue, allí estaba, en la puerta. Asomaba, con su muleta, entre tantas gentes cuyos rostros y cuerpos son expresión del abatimiento absoluto del vivir. Se había puesto una camisa azul de marca, de esas que parecen importantes; en la tela se leía PdH. Reencontrarse con su madre era lo más especial que había hecho nunca. Se había cortado el pelo y la barba. Subió al coche y nos encaminamos a la estación. Cuando llegamos sólo quedaban 15 minutos para que saliera el tren. Manuel iba caminando con sus muletas, a su paso, monótono y lento con su pierna derecha que apenas tiene movilidad. Vi pasar los segundos en el reloj que había en la puerta de acceso al AVE. Mientras, Manuel con sus muletas, en una carrera sin fondo, avanzaba como un caracol que cruza una carretera. Llegó tarde; 13 minutos para andar 50 metros. Tu- vimos que sacar otros billetes. 25 años esperando para ver a su madre y, todavía, 3 horas más de espera. Tuvimos suerte. Al menos no nos cobraron los nuevos billetes y nos ubicaron en un vagón de silencio. Descubrí dos cosas. Si pierdes el tren no te cobran; además, hay un vagón en el que no se puede hablar, ni comer, casi ni respirar, solo beber las cervezas que cada media hora Manuel me pedía. Esta vez descubrimos el servicio atento, una atenta azafata que le llevó en silla de ruedas hasta el tren. Llegamos a la estación de Santa Justa y allí apareció la madre. Mujer trabajadora. Parió 11 hijos, 4 de los cuales habían muerto, y uno estaba desaparecido. La droga y la pobreza. Se fue hacia él, le miró, se sacó el corazón y se lo colocó en los labios. Se acariciaron. Apenas sin palabras. Manuel no es de aprendizajes desde la reconciliación 123 muchas. Fuimos a un restaurante a 200 metros de la estación y cogimos un taxi para poder llegar. La vuelta fue apoteósica; una hora y media para andar 200 metros. 37 grados a la sombra. Manuel pausado, lento, con sus cervezas y su movilidad reducida, como un caracol me estaba enseñando como caminar lento. La comida fue sencilla, rápida. La madre le dio su pan y sus langostinos. Detalles que valen por 25 años de cuidados. El camarero preguntó, ¿para beber? un silencio, Manuel, comenzó: agua. Creo que nunca desde los 23 años que le conozco le oí decir agua. Llevaba 7 cervezas desde la 9 de la mañana y le siguieron otras 7 por la tarde en el viaje de vuelta, pero dijo: agua. La madre sorprendida esbozó una son- risa, Antonio pidió un tinto de verano. La madre estaba entre ilusionada por verle y triste por intuir la vida que su hijo había llevado. Sin juicio. Todo en su sitio. Cada uno con su vida, sobreviviendo con su dignidad, limpiadora de aeropuertos, de viuda de un hombre alcohólico, con 11 hijos que sacar adelante. La conversación no daba para más. La madre y su compañero marcharon. Sólo habíamos estado cuatro horas, las previamente programadas. Nosotros volvimos a la estación. De nuevo, a caminar esa hora y media en 200 metros. La vuelta, como la ida, de cerveza en cerveza. Directos al albergue. Mañana sería otro día. Manuel con el rostro de su madre, más hijo que esta mañana. La madre, más madre que ayer. Antonio sentado en la sala como magistrado en el Tribunal Supremo que juzga el procés y yo, a seguir agradecido de ser testigo de tantas historias, la del juez y la de Manuel, ambos iguales, siguiendo, cada uno, los pasos de su destino. Manuel recuperó a la madre. El 3 de enero de 2020. Manuel me llamó por teléfono. Estoy en el autobús camino a Linares, me dijo. ¿Camino a dónde? Le contesté. A Li- nares, reafirmó: allí, en el parque la gente me baja abrigos y comida. Pero ¿dónde vas a dormir?, ¿llevas ropa de abrigo?, ¿la medicación? ¿cómo has llegado hasta la estación?… fueron mis palabras desde la razón: ¿dónde va?, me dije. No tuve contestación y la llamada se cortó. A los tres días volví a ver su llamada. No era él; dos mujeres le habían encontrado en el parque situado enfrente de la estación de autobuses. Semidesnudo, borracho, con heridas en las piernas y casi inerte por el frío. Me pedían el teléfono de un familiar. Le dije que les daba el del albergue de Madrid para que le montaran en un autobús y le enviaran allá. Era lo más sensato. No tuve respuesta. A los tres días volvió a sonar el teléfono. Manuel de nuevo. Estaba en el coche con su hermana y su cuñado. Habían ido desde Barcelona a por él, hasta Linares. Manuel ahora vive con ella. Lleva en su casa dos semanas. Quince años sin vivir en una. Se ha reencontrado con su hermana, a la que no veía desde pequeño. Siete días después de seguir su intuición: «el parque de Linares porque allí me van a ayudar». Han ido 124 biografía de la reconciliación a visitarle sus sobrinos y su hermano. Ayer me dijo: «mi hermana, todas las mañanas me lava los pies y me cura las heridas de mis piernas». Yo, recogí mi razón, y la lancé por el precipicio de la incertidumbre. Es ahí donde ocurren las cosas que más se parecen a la vida. ¿La vida de Manuel ha sido un fracaso? ¿Esta desconectada o abrazada por el misterio? ¿La mía, un éxito? ¿La de Antonio, reconocido magistra- do, exitosa? ¿Qué es fracasar? Al final, desnudos ante la muerte y despro- vistos de todo poder quizá nos encontremos no con el juicio final, sino con el final del juicio. La muerte de Manuel quizá cause el mismo ruido social que produce la nieve al caer sobre la nieve; ninguno 82. Todos los pasos han sido adecuados, incluso los que se han dado a trompicones. Se trata de comprender los propios procesos vitales, los enigmas de los desiertos transitados y las miserias de nuestra condición humana, para reconciliar historias de dolor, personales y familiares. Esto es poner luz sobre la som- bra. Si el éxito social se desviste de modestia y orgullo mostrará impúdica- mente lo que tiene debajo: un puñado de lágrimas. Quien conoce el fracaso descubre que no existe. Aprende de los tiempos para crecer, menguar, reír, llorar, comenzar, despedirse, vivir y morir. El fracaso se esfuma en cuanto aparece la comprensión y la compasión con uno mismo y con los demás. Mis fracasos han sido muchos. Tantos como he necesitado para consi- derarlos mis aliados y aprender de ellos. A nivel de las instituciones públicas también convivimos con el fra- caso. Sobre todo cuando no se corrigen las desigualdades. La pobreza y la guerra son el mayor fracaso social. Observamos muchas etapas de invo- lución. La historia se escribe en movimiento pendulares y la sensación de fracaso y tristeza a veces nos invade. Es necesaria también la inclusión de los movimientos de retroceso e involución de derechos. Incluirlos no nos lleva a la pasividad ni a la resignación. Incluirlos nos lleva a un compro- miso personal con lo que creemos y asumimos en paz navegar contra co- rriente. Creemos que la humanidad, la solidaridad y la compasión siempre perduran y tienen la fuerza de mirar y de incluir todo.

6. La esperanza La esperanza es lo único que puede salvar del miedo al fracaso. Miedo y esperanza son incompatibles. Pero no es fácil confiar cuando la incerti-

82 Bobin, lo dice bellamente: Y, al final,«vi un nido en ruinas en la copa de un árbol muy alto, y la visión me resultaba tan dulce como la de un corazón que ha hecho su trabajo». Bobin, C.; Resucitar. Encuentro. Madrid 2017. aprendizajes desde la reconciliación 125 dumbre, incluso el vacío, se pone por delante como un muro de angustia infranqueable. En ese espacio de vacuidad, solo quedan los milagros como concepto que permite la coexistencia de la esperanza y lo imposible. Durante años, cada vez que un muchacho aparecía en casa brotaba la ilusión de una nueva experiencia. Algunas situaciones, de partida, tenían un mal pronóstico. A veces, pésimo. No me ha quedado más remedio que confiar y esperanzar en la vida y en ellos. Como «si nada dependiese de mí». Y así ha sido. La vida se ha encargado de sostener las situaciones más complejas. Recuerdo a Francisco. Llegó un quince de agosto a casa acompañado por Dani, un buen amigo jesuita. Venía directamente de la calle con su enfermedad —el vih— a cuestas y apaleado por el síndrome de abstinen- cia de la heroína. Apenas pesaba cuarenta kilos. No tenía ni fuerzas, ni defensas. En ese momento yo marchaba de vacaciones, pero la confianza de permitir que se quedara y que fuera atendido por los otros cuatro mu- chachos que había en casa posibilitó una oportunidad para que retomara su vida. La palabra confianza le permitió crecer. Posibilitó que los demás compañeros le cuidaran y se sintieran auténticos protagonistas de que sa- liera adelante; así ocurrió en numerosas ocasiones. Francisco había estado viviendo en casa dos años antes. Una noche se marchó. Apareció su novia con quien había vivido los diez últimos años compartiendo la droga y muchas miserias, pero también el roce que impedía que la soledad apare- ciera. En esos momentos no comprendí por qué se marchaba a un incierto destino en el que la droga volvería a ofrecer su sonrisa letal. Cuando años después asomó sus párpados caídos por la puerta de casa, ese 15 de agosto, volvimos a confiar en él. Él confió en sí mismo para sobrevivir. Desde aquel día han transcurrido 18 años. Continúa viviendo intensamente, cuidando su salud, sus afectos y trabajando como educador en Cáritas. Tampoco olvido una noche a principios de enero, cuando Luis llamó a la puerta. Había estado en casa unos meses, pero se había marchado. Había salido de la cárcel de Ocaña después de cumplir varios años de condena para ir a un centro de rehabilitación de drogodependientes. Trabajó las causas de su adicción y toda la complejidad emocional que se escondía en espacios profundos. Fue todo muy bien. A los dos años volvió a nuestra casa para buscar trabajo y consolidar su proceso de inserción social. Es lo que llaman en esos centros la fase de reinserción. Al llegar se topó con una dura realidad. No encontraba la forma de hacerse un hueco afectivo; tampoco un hombro donde apoyarse o una sonrisa donde divertirse. La impotencia le dio la mano y se marchó de nuevo a su barrio, donde sa- bía vivir con los amigos de siempre. A las pocas semanas, una noche de enero, volvió. Entró en casa y directamente fue a mi cuarto. Le miré y, 126 biografía de la reconciliación rápidamente, casi antes de saludarnos, me percaté que llevaba sangre en la mano. Le pregunté de dónde venía y lo que había ocurrido. Me dijo que había estado robando para volver a drogarse, pero que ya no quería esa vida. Que estaba harto. Le miré a los ojos y le pedí su navaja. Metió la mano en el bolsillo de su pantalón y me la entregó. Le dije que podía volver con nosotros si al día siguiente iba a un grupo de recaídas a Pro- yecto Hombre. Estaba tan desesperado que volvió a seguir trabajando su mente y su corazón. Y esta vez fue la definitiva. Abandonó la adicción, se independizó, se casó con Toñi y tuvieron un hijo. Con el tiempo me alegré enormemente de haber confiado en él, a pesar de que las circunstancias me llevaban a la decisión contraria. Un último recuerdo ejemplificativo. La esperanza en la vida también hizo su trabajo gratuito en la vida de Rafa. Estaba pendiente de ingresar en la cárcel por 6 años, debido a un delito de robo con intimidación que había cometido. En ese momento llevaba dos meses en Proyecto Hombre para abordar terapéuticamente su problema de adicción a las drogas. Pedimos un indulto al ministerio de Justicia para evitar que entrase en la cárcel y tuviera que dejar el programa de rehabilitación. El tribunal ordenó el ingreso en prisión. Hicimos un recurso contra esa resolución y cuando fui a presentarlo me encontré con una persona entrañable. Un jurista que durante estos años nos ayudó muchísimo en estos asuntos: Félix Pantoja. Había trabajado antes de ser fiscal como abogado de un barrio asesorando a chavales con problemas. Le conocí días antes en una charla sobre menores infractores que daba en el salón de actos de los juzgados de la Plaza de Castilla. Esa mañana le volví a tener delante y le expliqué la situación de Rafa. La sorpresa fue grande cuan- do me dijo que era el fiscal que se encargaba de informar en el tribunal que había condenado a Rafa sobre los indultos. Su sensibilidad le llevó a confiar en el proceso de rehabilitación de Rafa. Informó al tribunal favorablemente a la suspensión de la condena y al indulto que habíamos solicitado. Los jue- ces aceptaron nuestra petición. Al año, el Consejo de Ministros concedió el indulto. Rafa pudo terminar Proyecto Hombre. Vivió dos años felices, hasta que se despidió de la vida y su cuerpo físico murió. ¡Qué distinto hubiese sido que esto hubiera ocurrido en la cárcel! En cambio, lo hizo después de recuperar su vida y sanar su pasado. Asumió la responsabilidad por el daño cometido, retomó las relaciones con su familia y se perdonó. El fiscal, Félix, de la mano de la confianza, lo permitió.

7. El Amor En estas líneas voy a escribir sobre la experiencia de lo que se puede de- nominar Amor universal. Este Amor permite que lo excluido se integre; que el secreto se exprese y se conozca la verdad; que las heridas y las memorias aprendizajes desde la reconciliación 127 se sanen; que se disuelva el odio; que se fomente la esperanza en el otro y que se descubra la humanidad quebrada de uno mismo y la ajena. No tiene tiempo ni lugar, está en todo y a lo largo de todos los tiempos. Siempre se siente en presente. Transforma y sana los terribles zarpazos que los seres humanos nos causamos a la largo de la historia. Y ello es posible a través de actos concretos de personas que toman conciencia de su identidad profunda. El Amor dice de corresponsabilidad 83 y alteridad, no de unilateralidad. Dar sin recibir genera el riesgo de colonizar. Dar, sin comprender y sin escuchar, es un acto de orgullo y de instrumentalización del otro. Genera dependencias y no libera. El Amor comienza por uno mismo, respetando las propias necesidades sin convertirlas en un absoluto. El Amor dice más de cooperación que de «ayuda», sobre todo, cuando esta no es solicitada; más de aprendizaje conjunto que de «misión»; más de compasión que de juicio. El Amor permite una expresión ética esencial ante el otro: no debes ni debo hacerte daño, no debes ni debo utilizarte, debes y debo respetarte, incluso, aunque hayas matado. Quien conoce el Amor, sabe ubicarse respetando los intereses, nece- sidades, espacios y protagonismos de quienes habitan en los grupos fami- liares o sociales. No tiene necesidad de competir, tampoco de sobresalir o acumular poder o protagonismo. Se hace consciente y agradecido de los réditos y beneficios que obtiene por pertenecer a familias, grupos o instituciones. Es capaz de deliberar con los otros, sin temor a ser juzgado, abriéndose a las perspectivas ajenas, considerándolas una oportunidad de ampliar el nivel de comprensión. Desde el Amor, también se comparten cosas materiales, pero no las que tranquilizan la conciencia moral, sino las que posibilitan un descla- samiento social. Se comparten las que implican un cambio radical en las formas de consumo y que inciden en las causas de la violencia estructural.

83 Esta idea es expresada bellamente por Mario Benedetti en su poema «Hagamos un trato». «Compañera, usted sabe que puede contar conmigo no hasta dos o hasta diez, sino contar conmigo; si alguna vez advierte que la miro a los ojos y una veta de amor reconoce en los míos, no alerte sus fusiles ni piense qué delirio a pesar de la veta o tal vez porque existe, usted puede contar conmigo; si otras veces me encuentra huraño sin motivo no piense qué flojera, igual puede contar conmigo. Pero hagamos un trato yo quisiera contar con usted, es tan lindo saber que usted existe, uno se siente vivo y cuando digo esto, quiero decir contar aunque sea hasta dos, aunque sea hasta cinco no ya para que acuda en mi auxilio, sino para saber a ciencia cierta que usted puede contar conmigo». Benedetti, M., Poesía con los jóvenes. Visor de poesía. 2013. 128 biografía de la reconciliación

Insisto que este Amor es muy diferente al amor ciego infantil. El amor del niño es del niño. Lo que lo diferencia uno y otro, es la experien- cia de afrontar duelos, despedidas, fracasos y conflictos. Esto permite el transito del amor al Amor. He sido testigo de cuatro formas de acceso a esta experiencia. La primera a raíz del encuentro con las vicisitudes de la vida; me re- fiero a enfermedades, accidentes, muertes o dolorosas y complejas separa- ciones afectivas. He transitado por ellas; también por los tiempos de duelo que le siguieron. Y, en ello, fui acompañado por personas con las que no me unían lazos de sangre, pero aparecieron para sostenerme en mis crisis. Y, en las últimas, quienes me acompañaron fueron, entre otras, personas que habían asesinado y cuyos procesos restaurativos facilité; también quienes se encontraban en mi casa intentando forjándose un presente. Ellas sabían de duelos. Yo sentí el Amor. Dieron vida a las palabras de Carlos Puebla: «cuando sientas tu herida sangrar, cuando sientas tu herida sollozar, cuenta conmigo». La segunda, a través de la cercanía al sufrimiento ajeno. Cuando me hago presente ante el intenso sufrimiento humano, donde el fracaso per- sonal y social enmudece a la razón; ahí, ofrezco mi presencia acogedora, abierta y desinteresada, fruto recíproco de la primera experiencia de Amor que acabo de narrar anteriormente. La tercera. En no pocas veces, el Amor del que vengo hablando apa- rece por la cercanía personal a los actos de bondad, dignidad y justa di- sidencia. Lo he percibido en personas que piensan, luchan y se movilizan denunciando, no solo la injusticia de las estructuras socioeconómicas que lanzan a la miseria a las tres cuartas partes de la humanidad, sino también la corrupción existente en una buena parte de las instituciones políticas nacionales e internacionales. Lo he sentido junto a quienes reflexionan con fundamento intelectual y compromiso social, en busca de formas de relación política, cultural y económica más justas e igualitarias; también, al lado quienes acogen a otros, incondicional y de modo altruista, en sus casas y en sus vidas. Lo he percibido en la gratuidad, en la bondad y al tiempo en la indignación, motivada, positiva y activa. Y como no, al lado de jueces que luchan desde claves de humanidad por hacer justicia. La cuarta, de la mano de la reconciliación. Ya he relatado algunas experiencias restaurativas entre víctimas y perpetradores en delitos muy graves. Una última. Únicamente hubo una persona con la que por distintas razones, no pudo haber un encuentro presencial. La característica principal es que se hizo desde el espacio que tanto ella como quien perteneció a eta tenían en común: la religión. Nosotros respetamos y posibilitamos los en- cuentros desde cada necesidad: unos desde la ética, otros desde la religión. aprendizajes desde la reconciliación 129

Se trataba de una persona muy mayor y enferma, pero con un profun- do trabajo personal; su hermano; policía nacional, había sido asesinado por eta en los años 80. En su entorno era conocido por sus profundas convic- ciones cristianas. No dudó en aceptar la posibilidad de encontrarse con el victimario y señaló que tampoco tenía especial interés en preguntarle nada acerca de su participación en los hechos criminales. Su intención era expresarle el enorme dolor que le había supuesto la muerte de su familiar, cuya foto, en la que aparecía vestido de uniforme, presidía el salón de la vivienda. Por circunstancias ajenas tuvimos que cancelar el encuentro. Sin embargo, él mismo sugirió una opción alternativa. Emocionado al tener noticia del proceso de cambio profundo de quien perteneció a eta, nos solicitó que le hicieran llegar una carta manuscrita en la que le recordaba cómo los miembros de la organización criminal habían puesto de luto a muchísimas familias y se habían manchado de sangre las manos. Sin embargo, lo más llamativo era el sobre, el encabezamiento, el final y otro pequeño sobrecito con un regalo. El sobre y el encabezamiento de la carta, escritos con letra temblorosa decían: «A un hermano en Cristo». Pocas veces palabras tan retóricamente utilizadas en ámbitos religiosos tomaban un espesor de sentido tan pro- fundo. Al final del texto le expresaba Mi« más sincero perdón» y le antici- paba su oración por él y le pedía lo mismo para sí. El sobre contenía una pequeña cruz de madera con el deseo de que no hubiese más crucificados, que acabase el sufrimiento y la violencia. La extensa carta de contestación, que reproducimos parcialmente con explícito permiso de su autor, señalaba expresamente: «Yo le pido a usted y a su familia perdón de todo corazón y con total humildad. Estoy profundamente arrepentido de haber contribuido con mi militancia en eta a la violencia asesina y el dolor inconmensurable e irreparable que ha provocado durante décadas. Desde mi conversión en julio de 1992 no ha habido día en que no haya sido consciente —y con una consciencia siempre creciente— de las tragedias provocadas por la violencia. Desde entonces trato de vivir conforme al Evangelio de Jesús y de transmitir la ex- periencia de mi conversión, intentando en la medida de mis posibilidades contribuir a que cese de una vez para siempre la violencia. Gracias de todo corazón por su perdón. Tendré siempre conmigo la cruz que me ha regalado. A mi vez, permítame enviarle una pequeña cruz que me ha acompañado en los últimos tiempos. La suya y la mía son signos de reconciliación en Cristo Jesús, por la voluntad del Padre. Que el Espíritu de Dios nos mantenga unidos en la oración y en la memoria de su familiar, víctima mortal de eta». El mismo día de recibir la carta, nos dirigimos al domicilio de la víctima después de haber concertado una nueva entrevista con ella. Se la 130 biografía de la reconciliación entregamos; la acogió en silencio y con un profundo recogimiento interior. Simplemente añadió: «Muchas gracias. Es muy bonita. La guardaré dentro de la Biblia. Dios hace milagros». Seguidamente, con una imponente y sobria dignidad, sin palabras, abrió el sobre con la crucecita que le enviaba quien perteneció a eta, la miró pausadamente, la besó y se la puso en el cuello mientras musitaba: «Me acompañará siempre». Estas experiencias son privilegiadas. De una manera consciente o inconscientemente, profundizamos hacia la búsqueda de algo esencial y dador de sentido a la propia vida. Descubrimos la humanidad común más allá de una identificación única con las ideologías que, convertidas en un fin en sí mismas, separan, enfrentan, agreden y quedan sometidas a los intereses económicos que obligan a desmantelar el estado social. De este modo, nos reconciliamos con la realidad que nos rodea, aunque no enmudecemos ante la injusticia y la violencia. Así, no quedamos atados a una identidad personal, familiar o nacional, sino que abrimos nuestras fronteras a la humanidad entera. Seguimos presentes en la realidad con ideas y acciones para vivir en un mundo pacífico, justo y respetuoso con el medio ambiente y los derechos humanos. Hemos tomado el camino de retorno al corazón. Por todo ello, quien es capaz de aproximarse y logra acercarse hasta ahí, percibe la realidad con una sutil y profunda diferencia; parece que ve más lejos y vislumbra más hondo, se agudiza su intuición y ensancha su paz interior. Hace años, pensaba que las despedidas de los amigos con los que convivía, suponían un adiós definitivo. Algo desaparecía completamente de mi vida. Con el tiempo, el silencio, y la apertura a este nuevo estado reconciliado, mi percepción ha cambiado. La muerte, según intuyo, su- pone un cambio de estado y de forma; una disolución en algo inmenso, a lo que llamo Amor. En este espacio pleno y creador estábamos antes de nacer y hacia allá volvemos. La comunión con aquellos que amamos dura eternamente. Las lágrimas son experiencia de humanidad compartida. Una tarde, cogí un vaso de agua y un poco de sal. La distribuí en montoncitos; cada una de una forma, como cada cuerpo humano. Eché la sal en el agua y se disolvió. Desapareció, como las personas cuando mue- ren. Probé un sorbo de agua. Obviamente, estaba muy salada. La sal había transformado su forma, pero su esencia, aún invisible, estaba disuelta en el agua de la que todos venimos.

8. El perdón El perdón es un misterio. Pedirlo y concederlo, sin más, no cierra las heridas. Esta concepción, parte de una situación de poder de quien lo con- aprendizajes desde la reconciliación 131 cede y de una posición de sumisión de quien lo obtiene. Este desequilibrio no ayuda a la construcción de la paz. El perdón es la culminación silenciosa de un proceso restaurativo. Es un perfume que aromatiza gracias a la autonomía de las personas ofensoras y ofendidas que hacen aflorar la compasión, a través del reconocimiento de la mutua humanidad. Este proceso pleno de silencios, de palabras y escuchas emocionadas, permite que lo excluido se integre, que el pasado manifestado en el presente, sane, que la vivencia de fracaso se transforme en aprendizaje y esperanza, y que el odio se disuelva, como una figura de barro seca depositada en el mar, para que la paz aparezca. A partir del perdón, las personas quedan liberadas entre sí, para continuar su camino 84. En mi experiencia vital y profesional en relación con procesos res- taurativos, en pocas ocasiones se ha hablado explícitamente de perdón; sí, de disculpas y de dolor sentido. Las víctimas no lo han hecho por dos motivos. Por un lado, no se sentían legitimadas respecto de otras víctimas o familiares para concederlo. Por otro, no querían restar intensidad al sentimiento de responsabilidad del agresor. Los perpetradores no querían pedirlo porque, posiblemente, no querían rechazar o atenuar el sufrimiento que generó su toma de conciencia. Si pedían perdón, se sentían empeque- ñecidos en la búsqueda de la indulgencia. Podían intentar escapar de las consecuencias de los actos, de la escucha del dolor causado, de la búsqueda y expresión de la verdad, colocando el peso de la responsabilidad en la víctima. Su fuerza residía en asumir las consecuencias morales derivadas de saberse responsables, sentirlas y tomar las decisiones reparadoras que fueran oportunas. Y, a su vez, cumplir las consecuencias legales, formal- mente dictadas por la administración de justicia. He aquí el misterio más profundo que he experimentado. En el fondo, todos dependemos de la compasión e indulgencia de otros. Si sufrir un delito es terrible, dramático es tener que sostener el peso de la respon- sabilidad de haber agredido a otro. En mi experiencia, algunos agresores comparten la impotencia de las víctimas, y viceversa. En esta impotencia compasiva, no hay juicio. Los seres humanos nos mantenemos humildes y pequeños. La compasión es silenciosa. El perdón también. El odio y la culpa se disuelven en el Misterio. Este proceso se alcanza a sentir solo desde el corazón. La mente tiene poco protagonismo en este asunto.

84 Cada persona en su senda, dando realidad a los versos de Antonio Machado: «Caminante, no hay camino, se hace camino al andar. Al andar se hace camino, y al volver la vista a atrás, se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar. Caminante no hay camino, sino estelas en la mar». 132 biografía de la reconciliación

Sin duda, la experiencia más clara de perdón que he conocido se produjo el día 29 de julio de 2015, fecha del aniversario del asesinato de Juan María Jáuregui, político socialista y marido de Maixabel Lasa. Años después de su asesinato, Esther Pascual dirigió un encuentro restaurati- vo entre Maixabel y quien participó en el atentado: Ibon. Pues bien, el mencionado día, con motivo del aniversario del asesinato, Ibon, que es- taba de permiso penitenciario, conducía en coche a Maixabel al lugar del homenaje. Él, personalmente, asistió llevando un ramo con 14 rosas rojas y una blanca. Catorce por cada uno de los años que había faltado y una, porque a partir de ese día rendirá homenaje a su víctima. Tiene el coraje de enfrentarse a esta toma de conciencia y de hacerse presente entre el dolor de la familia, amigos y allegados. Esta es la reconciliación que abre paso a la dignidad y a la memoria pacificada.

9. A modo de epílogo Para terminar este libro, unos versos de Lluís Llach de su canción «Aliento», con los que me identifico en su profundidad: «ahora que mis ojos entrevén la serenidad de mi atardecer, aprendo certeza en la verdad que antes adivinaba: solo tengo un deseo de amor, un pueblo y una barca. De tantos ayeres que se deslizan guardo regalos que ni esperaba, conchas llenas de viejos tesoros, dolores que son mis maestros que, con avaricia de niño voraz, reúno en el equipaje. Pero solo tengo un deseo de amor, un pueblo y una barca. Deseo de amor para no perder nunca el placer de enamorarte, un pueblo que me deje compartir el gozo de amarse y una barquita, por si la mar la muerte quisiera darme. Y con el paso de las primaveras la vida tendrá que desnudarme de túnicas inútiles para el camino que lleva a la esencia donde solo es necesario un deseo de amor, un pueblo y una barca». Colección: ANÁLISIS Y CRÍTICA SOCIAL Director: José Luis Solana Ruiz

1 TRABAJANDO EN LA PROSTITUCIÓN: DOCE RELATOS DE VIDA José Luis Solana Ruiz y José López Riopedre

2 LOS DILEMAS DEL ISLAM Mirada histórica, riesgos presentes y vías de futuro Pedro Gómez García

3 DIVERSIDAD CULTURAL Y MIGRACIONES F. Javier García Castaño y Nina Kressova (ed.)

4 (DIS)CONTINUIDADES ÁRABES Discursos e imaginarios en un contexto de cambios José A. Macias Amoretti y Elena Arigita Maza (ed.)

5 MUJERES CRUZANDO EL ATLÁNTICO Relatos biográficos de migrantes brasileñas en los mercados del sexo José López Riopedre

6 MIRADAS NO ADULTOCÉNTRICAS SOBRE LA INFANCIA Y LA ADO- LESCENCIA Transexualidad, orígenes en la adopción, ciudadanía y justicia juvenil Aránzazu Gallego y María Espinosa (ed.)

7 EL OFICIO DE RESISTIR Un relato de la izquierda en Andalucía durante los años sesenta Javier Aristu Mondragón

8 ENCRUCIJADAS DEL CAMBIO RELIGIOSO EN ESPAÑA Secularización, cristianismo e islam Julio de la Cueva Merino; Miguel Hernando de Larramendi y Ana I. Planet Contreras (eds.) 9 DE UN LADO Y DEL OTRO Mujeres contras y sandinistas en la Revolución Nicaragüense (1979-1990) María Dolores Ferrero Blanco

10 BIOGRAFÍA DE LA RECONCILIACIÓN Palabras y silencios para sanar la memoria Julián Carlos Ríos Martín

11 #DESINFORMACIÓN Poder y manipulación en la era digital Manuel R. Torres Soriano (coord.)