NOTAS PARA LEER A JOSÉ MARÍA LAFRAGUA

PROLOGO CIRCUNSTANCIAL Mi interés por José María Lafragua surgió por el camino equivo- cado: "Netzula", la novela corta de temática indigenista que por error se le atribuyó, y que le permitiría mantenerse en el recuerdo de la historia literaria nacional -y en estudios internacionales especializados- entre los precursores de un subgénero de la narrativa hispanoamericana. Después, Ecos del corazón me pintó la vida íntima de un literato y, sobre todo, de un político, en extremo singular y, si así se quiere, llena de un agudo simbolismo romántico; también, con seguridad, pavorosa. Más tarde, la selecciones de José Miguel Quintana y de Patricia Galeana de Valadés, matizaron y ampliaron las ideas que me fui formando. Mis investigacio- nes literarias sobre el siglo XIX mexicano, agregaron nuevos textos y nuevas ideas sobre este escritor poblano. Casi sin darme cuenta, su car- peta se fue llenando de material no recopilado ni publicado desde hacía más de siglo y medio, y de una diversidad de notas y apuntes surgidos de lecturas circuntanciales, hallazgos previstos e imprevistos en revistas literarias, y de alguna relación fortuita con otros trabajos correspondien- tes a los años de su vida. Durante un buen tiempo traté de interesar a funcionarios cultu- rales en la edición de una recopilación y selección de la obra literaria de Lafragua más amplia de la que disponíamos (además ya habían pasado muchos años desde la edición de 1958 de Quintana), recalcando, sobre todo, la imperiosa necesidad de no perder un nombre y una obra más de la historia literaria mexicana desde que los trabajos de Celia Miranda Cárabes y Ángel Muñoz Fernández demostraron, sin posibilidad de duda, que el autor de "Netzula" era José María Lacunza (1809-1869) y no José María Lafragua. Evidentemente, no tuve éxito en mis gestiones. A principios de 1999, tuve la fortuna de tener una amplia y gra- ta reunión con mi antiguo amigo Juan Gerardo Sampedro -que acababa de ser nombrado director de Literatura, Ediciones y Bibliotecas de la Secretaría de Cultura del Gobierno del Estado de -, a quien le propuse la edición de "un Lafragua" que fuera amplia, algo más comple- ta, generosa y muy poblana. Sampedro sonrió, y yo estuve seguro que tendría un buen animador del proyecto en él. En efecto, tal como espera- ba, le presentó la idea al Secretario de Cultura, Pedro +ngel Palou Gar- cía, quien la acogió con entusiasmo y, a su vez, se la propusó al goberna- dor de Puebla, Melquiades Morales Flores. Para mi sorpresa, en los últimos días de noviembre de 1999, recibí una llamada de Juan Gerardo

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Sampedro diciéndome que Palou y el gobernador aceptaron el proyecto de la edición de la obra de José María Lafragua, que teníamos que poner- nos, todos, a trabajar, y que la edición debería estar publicada el 15 de enero del 2000. ¡Genial! Un mes y medio para seleccionar y preparar una edición de Lafragua que calculábamos en 600 páginas y que sobrepasó las mil, escribir un prólogo, producir el libro y estrenar el año 2000 con él, pare- cía -y casi lo es, y aún más con las fiestas de fin de año que se atravesa- ban en el punto álgido de la edición- algo imposible. Sin embargo, era una magnífica oportunidad para "partir lanzas" por Lafragua, y yo sería el último que dejaría pasar una ocasión semejante. Si de algo estoy con- vencido, es que tanto los gobiernos como las universidades estatales, e igual las nacionales, deben tener entre sus prioridades culturales la recu- peración y difusión de la obra de sus creadores y estudiosos, de su patri- monio cultural. Encontrarme con un gobernador como Melquiades Mo- rales Flores, con dos funcionarios culturales como Pedro +ngel Palou García y Juan Gerardo Sampedro -que, además, son destacados escritores de la más reciente generación de narradores mexicanos-, que se preocu- pan e interesan en el pasado histórico y literario de Puebla, que están dispuestos a publicar a un escritor y político poblano del siglo XIX sin escatimar páginas (y sin exigir ediciones de lujo), y, sobre todo, con el entusiasmo necesario para pedir la edición de inmediato, es excepcional y muy gratificante. De ninguna manera podía poner peros: tendrían su edición en mes y medio, sea como fuere. Esta recopilación de José María Lafragua, se centra en su obra literaria, en el sentido amable del término. Aumenta, en mucho, la selec- ción de José Miguel Quintana de 1958, agregando poesías, textos en prosa y biografías; también reune en una misma edición, por primera vez, los dos textos autobiográficos que caracterizan la vida y la obra del escritor poblano: Ecos del corazón y Apuntes políticos. De igual forma, la recopilación realizada enriquece con amplitud la bibliografía existente sobre la obra de Lafragua, y da noticia, y reproduce, escritos de los que no se había dado referencia hasta ahora. En lo concerniente a la prepa- ración de los textos incluidos, se han puesto notas indispensables y se ha evitado la profusión de las mismas, llegando incluso al extremo de, en algún caso, sólo indicar ligeramente la forma en que se podría anotar el texto. Además, como una especie de justificación pero no disculpa de ésto, en el prólogo se dan los necesarios comentarios para evitar la repeti- ción a pie de página. Sobre el prólogo también es conveniente hacer alguna indicación. Lo he estructurado en forma de notas correlativas y en orden cronológico. Una parte de ellas provienen del carpeta de Lafragua que, durante años, 2

fui formando, pero todas están reescritas, amplidas y llevan una redac- ción que, supongo, les permite insertarse con coherencia en el desarrollo unitario del trabajo. Algunas notas son indicaciones que tal vez sirvan a futuros investigadores de Lafragua, y otras, opiniones e hipótesis que trato de sustentar. Lo importante, en realidad, es la presentación de una obra significativa de la cultura mexicana, para que pueda ser reconside- rada, estudiada y, a la vez, recordada en la historia literaria del país. Aparte de agradecer -como ya lo he hecho- a las autoridades po- blanas por la oportunidad de realizar esta edición de José María Lafra- gua, deseo dar todo el mérito y reconocimiento necesario a mi esposa, Nonoi Lorente Salvat, por su excelente apoyo y colaboración en todos y cada uno de los procesos por los que pasó la preparación intelectual y la producción editorial de este libro; como suele decirse, sin ella hubiera sido imposible llevarlo a feliz término.

1 NOTAS PARA LEER A JOSÉ MARÍA LAFRAGUA

1. Jph. Ma. Francisco Lafragua. En la Ciudad de la Puebla de los +ngeles a tres de abril de mil ochocientos trece años; el Lizdo. Dn. Manuel Vélez, con lica. de los Sres. Curas del Sagrario de esta S. Y. C. bautizó solemnemente a Jph. María Franco de Pau- la, que nació el día anterior, hijo legítimo del Tnte. Coronel Dn. Jph. María Lafragua, y de Da. Mariana de Ybarra, españoles; fue su padrino Dn. Jph. García de Huesca; todos vecinos de esta dtra. Ciudad y Feligresía a el cual advirtió el parentesco espiritual que contrajo, y la Obligación que tiene de enseñarle los rudi- mentos de Ntra. Sta. Fe, y con el Tente. de Cura lo firmó. Tente. Coronel ve. Tachadura. Manuel Vélez. Mariano Goya. Rúbricas. 3

(Libro de Bautismos de la Parroquia del Sagrario Metropolitano de Puebla de los +ngeles, número 97, foja 76, frente. Copia fiel del original, obtenida por José Miguel Quintana en 1937).

2. 2 "Hay, sin embargo, otra versión, que recogió de familiares de Lafragua y de los suyos propios el licenciado Miguel Marín Hirschman (y publicó en El Sol de Puebla, 18 de mayo de 1952), en el sentido de que fue hijo de don José María Troncoso, nacido en el puerto de Veracruz el 15 de febrero de 1777, de donde pasó a Puebla a estudiar filosofía en el Seminario Palafoxiano y después a México, en cuya Universidad recibió en 1795 el grado de bachi- ller en artes, después en cánones, licenciado en derecho, maestro, y en 1804, el título de abogado. Don Francisco Sosa sigue los pasos de Troncoso en Biografías de mexicanos distinguidos, que con su hermano Juan Nepomu- ceno figuró en forma destacada en su época. De los años que nos interesan, sabemos que de 1804 a 1816, ejerció su profesión de abogado en Veracruz; a partir de ese año se trasladó a Puebla, al desempeño de diversos cargos eclesiásticos, contando para ésto con la confianza del obispo don Antonio Joaquín Pérez y Martí- nez. (1) Dice Sosa que, "lejos del torbellino de los negocios, los seis últimos años de su vida se consagró exclusivamente a los deberes de su ministerio y especialmente al de confesor, y en el retiro y aislamiento a que se condenó, dividía su tiempo entre las funciones parroquiales y el estudio". (2) Falleció el 30 de mayo de 1841. No hay concordancia en fechas y lugares, puesto que Lafragua nace en 1813, y Troncoso estuvo en Veracruz hasta 1816. (3) Sin embargo, siguiendo a Marín Hirschman, se cuenta con el testi- monio de don Luis Echegaray y Aragón, según el cual, don José María Troncoso dejó en su testamento como herederos a los señores José María, María de Jesús, Lucas y Carmen, todos de apellido Aragón, y a José María Lafragua, considerados, incluso éste, como hermanos carnales e hijos del testador. Tuve la satisfacción de conocer personalmente a don Luis Echegarray y Aragón, bibliófilo y antiguo miembro del cuerpo consular mexicano, que vivió mucho tiempo en Europa, y que ahora (1957), a los noventa años, reside en la ciudad de Puebla. Conoció a Lafragua, a quien daba tratamiento de tío, (4) y re-

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cuerda con precisión sus funerales. A su padre, el ingeniero Francisco Echegarray, le gestionó (Lafragua) una beca. Existe, pues, en 1957, un testigo de calidad, que confirma esta versión sobre el nacimiento de nuestro personaje. A sus hijos, el señor Troncoso les dio el apellido Aragón, por proceder su familia de ese antiguo reino en España, y tener que ocultar el propio, dado su caracter sacerdotal; y a Lafragua, éste, según deduce Marín Hirschman, posiblemente debido a que nació en la casa número 8 de la antigua calle de los Herreros en la ciudad de Puebla, por las fraguas que usaban, (5) o bien por haber accedido a prestar su nombre el teniente coronel en un acto de amistad al verdadero padre. Existe también la circunstancia de que el señor Troncoso hizo inútiles gestiones en Roma para que lo seculizasen y le permitie- sen contraer matrimonio con la señora Ybarra (6), contando con el apoyo de don Agustín de Iturbide y del obispo de Puebla, don Antonio Joaquín Pérez y Martínez. Debe tenerse en cuenta la similitud del nombre de pila en Troncoso, Aragón (7), José María Lafragua y el teniente coronel, aparente padre de éste, que por cierto fallece el mismo año de 1813, víctima de una epidemia, por haberse dedicado al cuidado de los enfermos, según Sosa y Leicht (en Las calles de Puebla, 1934). La verdad legal en este caso está en la partida parroquial en que se asienta el bautismo; pero no deja de ser interesante este oscuro nacimiento, si, como se verá posteriormente, el padre nunca es mencionado por Lafragua (8), salvo en su testamento, otorgado en la ciudad de México el 6 de marzo de 1871, y en el que declara ser hijo legitimo de don José María Lafragua y de doña Mariana Ibarra. Sosa dice que el teniente coronel Lafragua dejó una buena fortuna, de la que su viuda e hijos no pudieron disfrutar a causa del mal manejo del señor García Huesca, padrino y curador del menor Lafragua; efectivamente, el señor José García Huesca apa- rece en el acta parroquial como padrino de bautizo; pero hay que ver otro punto de discrepancia: si Lafragua hubiera sido hijo de Troncoso, y un nombre supuesto el que aparece en el acta parro- quial, no es creíble que haya pasado los primeros años de su vida en la miseria, puesto que su verdadero padre, persona de recur- sos, habría sufragado los gastos necesarios para su manutención y 5

la de su madre, que a la vez lo fue de los Aragón; pero si lo fue efectivamente del teniente coronel Lafragua, es aceptable lo asen- tado por Sosa". (9) (Quintana, págs. 7 a 9)

3. "El señor licenciado don José María Lafragua nació en la ciu- dad de Puebla el día 2 de abril de 1813, siendo sus padres el teniente coronel retirado don José María Lafragua y la señora doña Mariana Ibarra. Contaba apenas veintitrés días de nacido, cuando murió su padre, víctima del contagio de la terrible epidemia que reinaba entonces, por haberse dedicado con ardiente caridad a servir a los enfermos; y aunque el señor Lafragua dejó una buena fortu- na, su viuda e hijos no pudieron disfrutar de ella a causa del mal manejo del señor García Huesca, padrino y curador del entonces niño Lafragua. Reducida su familia a la mayor miseria, los primeros años de Lafragua fueron bien tristes. En 1824 concluyó su instrucción primaria, y cuando iba a entrar en el seminario en calidad de capense, el señor doctor don Luis Mendizábal le proporcionó una colegiatura en el Carolino y le regaló el traje y los libros ne- cesarios. En agosto de 1825 fue premiado, por su aplicación, con una beca de honor, y al año siguiente obtuvo otra de retórica, que le sirvió hasta el fin de su carrera. Habiéndose dedicado al foro, fue tal su aplicación, que sus exámenes todos fueron brillantísimos, recibiéndose el 21 de octubre de 1835. Antes de ésto, había sido nombrado catedrático de derecho civil y secretario de la Acade- mia de Derecho teórico-práctico". (Sosa. Biografía de mexicanos distinguidos. 1884, pág. 560).

4. En el fondo Lafragua de la Biblioteca Nacional, se encuentran dos invitaciones impresas que conciernen a la juventud de Lafra- gua: - Invitación y tesis del acto de derecho civil que sustentó José María Lafragua, colegial del Espíritu Santo, en el Colegio del Estado. Angelop. Tip. Gubernat. MDCCCXXX. 4 págs. sin nu- merar. 20 cm. - Invitación y tesis del acto de derecho civil que sustentó José María Lafragua, colegial del Espíritu Santo, en el Colegio del 6

Estado, el 10 de agosto de 1831. Imprenta del Hospital de San Pedro, a cargo del ciudadano José de la Rosa. Puebla, 1831. 4 págs. sin numerar. 26 cm. (Lucina Moreno Valle)

5. "Aunque desde niño tomé parte en los negocios públicos, pues nunca pude ser indiferente al triunfo de los principios libe- rales, mi vida pública comenzó realmente en 1835. Antes de esa época, había sido yo iturbidista de corazón; después federalista y naturalmente afecto a los yorkinos. Mi repugnancia al gobierno español fue innata...", afirma de manera categórica Lafragua al inicio de sus Apuntes políticos. Sin embargo, esta vida pública tiene su prehistoria que nadie se ha preocupado en investigar. "En 1832 -agrega en sus Apun- tes...- fue cuando comencé a manifestar mis opiniones, haciendo centenares de malos versos contra los escoceses, en elogio de Santa Anna y de los cívicos de Puebla; lo mismo pasó en 1833 cuando la revolución de Arista. Algunos de estos versos se im- primieron. En 1834, además de versos, escribí algo en el periódi- co El Libertador...". Esto es ya más claro para el nacimiento a la vida pública de Lafragua: el literato y el periodista e ideólogo político actuando a la vez. No es de otra manera como debe contemplárselo. Es cier- to que la política fue más absorbente a lo largo de su vida, y que la literatura, de una u otra manera, quedó parcelada, con clari- dad, a pocos años de actividad pública intensa. Pero todo lo que escribió e hizo en la cultura, tiene importancia por lo que repre- sentó como difusión, señalamiento de caminos, generosidad, clarificación ideológica y, por qué no, por algunos aciertos valio- sos en su creación literaria.

6. Lafragua se traslada de Puebla a México en diciembre de 1839, tenía 26 años de edad. Su vida, hasta entonces, había sido muy dinámica en política y literatura. De la primera, él mismo nos lo cuenta en sus Apuntes...: se inscribe en 1836 en la Socie- dad Masónica de Yorkinos Federalistas, en compañía de su gran amigo de por vida, Ignacio Comonfort (1812-1863); es redactor de el Imperio de la Opinión, órgano de la sociedad, después secretario del gran consejo, 1835, 1836; y presidente del mismo en 1837. Como se sabe, la logia yorkina fue creada en 1835 para 7

oponerse a la escocesa; ambas, aparte de lo que pudieran tener de masónicas, eran en lo fundamental de carácter y finalidad política. Los yorkinos eran federalistas y liberales; los escoceses, centralistas y conservadores. Durante la segunda y tercera década del siglo XIX, las dos sociedades masónicas realizaron todo lo que se hizo en política en México -más erróneo que acertado, por cierto-. De acuerdo a lo que nos cuenta Lafragua, ya por 1838 los yorkinos se dividieron entre los que apoyaban a Manuel Cres- cencio Rejón (1799-1849), respaldado por Valentín Gómez Fa- rías (1781-1858), y los que estaban a favor de Manuel Gómez Pedraza (1789-1851), en la disputa por ocupar el cargo de arconte de los Anfictiones (otro nombre de los yorkinos). Durante esos años poblanos, de 1835 a 1837 por ejemplo, toma parte activa en las revoluciones de Oaxaca, y la del general Gómez; en 1837, redacta una exposición y la lleva en persona al presidente Anastasio Bustamante (1780-1853) pidien- do, en nombre del Estado de Puebla, el restablecimiento del sistema federal (Exposición dirigida de la capital del Departa- mento de Puebla, Al Excmo. Sr. Presidente General Don Anasta- sio Bustamante, pidiendo el restablecimiento del Sistema Fede- ral. Gratis. México, Impr. por Ignacio Cumplido, 1837. 17 págs. 22 cm. Suscrita en Puebla, a 24 de noviembre de 1837. Folleto). Dos años antes, en 1835, redactó también otro folleto similar (Representación dirigida de la capital del Estado de Puebla al Exmo. Señor Presidente de la República, para que se informe y no se destruya la constitución federal de 1824. México, Impr. por Francisco Torres, 1835. 11 págs. 20.5 cm. Suscrita en Puebla, a 16 de setiembre de 1835). Los resultados, en ambos casos, fueron nulos. Desde la escisión del partido liberal, Lafragua se desempeña como conciliador entre las liberales moderados y los exaltados de Puebla, y también actúa como enlace en la revolución de José de Urrea (1797-1849) y después, en 1839, en la de José Antonio Mejía (1790-1839), que terminó con el fusilamiento de este gene- ral en Acajete, Puebla. En 1838 redactó el Leónidas, periódico combativo que le va- lió una orden de destierro a Acapulco, dada por el gobierno cen- tral al comandante general de Puebla, Felipe Codallos (1790- 1849); la "muerte por hambre" del Leónidas, impidió que la or- den se llevara a término. (10) 8

7. De su actividad literaria durante esos años de 1835 a 1839 en Puebla, no tenemos mayor noticia proporcionada por él, que la dada en el discurso "Carácter y objeto de la literatura", pronun- ciado en El Ateneo Mexicano y publicado en la revista de esta institución en 1844. En ella, en una nota a una nota, dice que en 1838 redactó el prospecto de El Ensayo (Literario), "primer pe- riódico literario de Puebla" Sobre esta revista en la que participó Lafragua con intensidad -fue su principal animador- existen sólo noticias dispersas, pues resulta de muy difícil consulta. Por lo menos, tal es lo que indica la referencia que hace José Miguel Quintana, quien parece haber- la revisado incompleta y de forma superficial; y la falta de fichas procedentes de ella -a pesar de saber de su existencia-, en la bi- bliografía de Lafragua preparada por María Leonor Hernández y Francisco Durán. Teniendo la buena fortuna de contar con una colección de esta revista en mi biblioteca, a la que, por mala for- tuna, le falta un número (el 11, págs. 329 a 360), procederé, sin embargo, a dar noticias sobre esta publicación de manera íntegra, gracias a que mi buen amigo Juan Gerardo Sampedro movió mar y tierra desde su cargo de director de Literatura, Ediciones y Bi- bliotecas en la Secretaría de Cultura del gobierno de Puebla, y consiguió fotocopias de las páginas que no conocía, en una mis- celánea del acervo de la Biblioteca Jose María Lafragua, de la Universidad Autónoma de Puebla, por gentileza del actual direc- tor Luis Enrique Sánchez Fernández. (11) El Ensayo Literario. Colección de composiciones sobre bellas letras, ciencias y arte, está formado por los siguientes doce núme- ros, impresos todos ellos por Félix María Leiva, Calle segunda de Mercaderes, número 5, en Puebla:

Número 1. Abril 15 de 1838. Prospecto, págs. 3 a 7. Revista: págs. 3 a 32. Número 2. Mayo 1 de 1838. Págs. 33 a 64. Número 3. Mayo 15 de 1838. Págs. 65 a 100. Número 4. Junio 1 de 1838. Págs. 101 a 136. Número 5. Junio 15 de 1838. Págs. 137 a 168. Número 6. Julio 1 de 1838. Págs. 169 a 200. Número 7. Julio 15 de 1838. Págs. 201 a 232.

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Número 8. Agosto 1 de 1838. Págs. 233 a 264. Número 9. Agosto 15 de 1838. Págs. 265 a 296. Número 10. Setiembre 1 de 1838. Págs. 297 a 328. Número 11. Setiembre 15 de 1838. Págs. 329 a 360. Número 12. Octubre 1 de 1838. Págs. 361 a 398, en los que las páginas finales, de la 393 a 398, están llenas con la lista de los suscriptores y el índice general del volumen.

Como puede apreciarse, los números estaban formados por 32 páginas, con excepción del 3 y 4, a los que se agregaron medio pliego, 4 páginas, para poder publicar en su integridad los dos cantos -en dos números, aunque sin pasar de 8 páginas cada can- to- de "La inocencia perdida de los primeros padres", del poeta español Félix José Reinoso (1772-1841), liberal, afrancesado, heterodoxo y prerromántico, del que hoy casi nadie se acuerda y que los editores del Ensayo Literario equipararon, en una nota a pie de página, con Cervantes, Saavedra y Jovellanos. También los números 1 y 12 llevan más páginas, pero esto es debido a la in- clusión del "Prospecto" en el primero, y la lista de suscriptores y el índice, en el último. Como todas las revistas literarias que se editaban en esos años, un porcentaje alto de las colaboraciones provenían de pu- blicaciones y escritores extranjeros (sean españoles, europeos e, incluso norteamericanos). El Ensayo Literario no fue la excep- ción, y lo único que tal vez pueda destacarse, es que en muchas ocasiones fueron los escritores poblanos los que realizaron las traducciones de lo que incluían. Una descripción del índice del primer número, dará una idea de la manera como se integraban las entregas de la revista:

1 Prospecto: escrito por José María Lafragua aunque firmado por los redactores del Ensayo Literario. 2 Artículo necrológico sobre Antonio Joaquín Pérez Martínez; seguido de una Oda sáfico adónica dedicada a su memoria, fir- mada por José María Lafragua.

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3 Relleno de página con la traducción de un fragmento de Caracteres de Epicteto. No lleva firma, pero páginas más adelan- te sabrenos que la traducción era también de Lafragua. 4 Consideraciones sobre la Naturaleza, por Virey. Artículo que concluirá en el tercer número, y del que ignoro su proceden- cia y el escritor que usaba ese seudónimo, aunque es muy proba- ble que no fuera mexicano. 5 Mi destino, poema por Manuel Orozco y Berra. 6 Caracteres de Epicteto, con la indicación de que la traduc- ción es de J.M.L., evidentemente, Lafragua. 7 Cárceles. Largo artículo sobre las cárceles de Filadelfia, ex- traido de la descripción de las cárceles europeas y norteamerica- nas escrito por Vicente Rocafuerte, presidente de Ecuador, y que lleva una presentación en la que se dice que se publica para ins- pirar el ánimo de los gobernantes mexicanos pues "en todo nues- tro país, y particularmente en Puebla, las cárceles son una asque- rosa y estrecha pocilga, en que, amontonados los delincuentes, viven como animales inmundos, forman tramas horrosas, come- ten abominaciones que el pudor no permite expresar, y donde, en fin, los jóvenes aprenden lecciones de iniquidad, y los viejos delincuentes acaban de amaestrarse en el crimen". 8 Norma, poema de José María Lafragua. Esta poesía que, por el título, podría parecer de tema amoroso, en realidad es una descripción en verso a consecuencia de la emoción que siente el poeta al asistir a ver y escuchar la opera Norma, de Bellini, can- tada por la Albini. 9 Viajes de Codro, escritos en francés por Bernardino de San Pedro y traducidos por José María Lafragua. Esta traducción concluirá en el número dos, llevando la fecha de 14 de abril de 1838. 10 El proscrito, texto de prosa poemática, firmado por J. Ru- bio, y extraido del Noticioso de ambos mundos. 11 Efemérides americanas, correspondientes al mes de abril, firmadas por Manuel Orozco y Berra.

Es fácil darse cuenta que, de los 11 artículos que componen el primer número, seis le corresponden a Lafragua: el prospecto de la revista; un artículo necrológico, acompañado de una oda; el poema "Norma"; las traducciones de dos grupos de fragmentos de Los caracteres Epicteto; y "Los Viajes de Codro", del escritor 11

francés Jacques-Henri Bernardin de Saint-Pierre (1737-1814), de quien castellanizó el nombre. Manuel Orozco y Berra firmó un poema, "Mi destino", e inició, con esta publicación de Efemérides americanas, una co- lumna que años después iría dando a conocer en otras revistas. Para completar el número, se recurrió a un largo artículo so- bre las cárceles de un presidente ecuatoriano, a un trabajo de divulgación científica firmada con el seudónimo Virey, y un texto literario de un tal J. Rubio, sacado de un diario extranjero. Si se cuenta el número de líneas, la presencia extranjera es bastante más amplia que la mexicana, y si en este grupo inclui- mos las traducciones de Lafragua, ya resulta un porcentaje mino- ritario de colaboraciones de escritores poblanos. Como era de esperarse -pues así sucedió en todas las revistas literarias que se publicaron durante los últimos cuatro años de la década de los treinta-, conforme la revista se obligaba a su perio- dicidad, el recurso de "las tijeras" era cada vez más evidente por la imposibilidad de conseguir colaboraciones de los principales redactores involucrados en el proyecto -a quien debían abrumar las tareas administrativas y la formación de los números- o de escritores nacionales del Estado o de otras partes de la República. En muchos casos -y esto también se da en el Ensayo Literario- era común que se llegase al extremo de tener que conformar un nú- mero en su integridad a base de las célebres "tijeras", es decir, de recurrir a material publicado en revistas españolas e hispanoame- ricanas. En los números siguientes del Ensayo Literario, las colabora- ciones firmadas por Lafragua van siendo cada vez más escasas, Orozco y Berra casi no se hace presente y sólo aparece firmando sus efemérides o algunas traducciones en prosa, y no figuran, en realidad, colaboradores habituales. Los números comienzan a llenarse de "tijeretazos", de iniciales firmando los trabajos, o, incluso. de textos anónimos; Pascual Almazán (1813-1885) -que en 1870 publicara una novela que ha perdurado hasta el presen- te: Un herege y un musulmán-, firma un par de artículos (uno de ellos es una biografía de Clavijero) y dos o tres traducciones (una de ellas de Rousseau); en resumen, aparte de lo señalado de La- fragua, Manuel Orozco y Berra y Pascual Almazán, no es posible encontrar colaboraciones importantes o mencionables para la literatura mexicana, con excepción, tal vez, de la curiosidad signi- 12

ficativa publicada en el número 5, páginas 162 y 163, con el títu- lo de "A.P. Canto de Nezahualcoyotl", llevando una cita de Mar- tínez de la Rosa (!), la fecha de México, a 2 de abril de 1828, y la firma E.M.O. (iniciales que, por la fecha, no pueden correspon- der a Eulalio María Ortega). Gracias a la información proporcionada en las páginas 393 y 394, es posible saber que el Ensayo Literario contaba con 120 suscriptores en la ciudad de Puebla, de los cuales, cinco tenían una suscripción para dos ejemplares (12); fuera de la ciudad de Puebla, la revista tenía 12 suscriptores, entre los que se hallaba el librero Mariano Galván (1791-1876), de la Ciudad de México, con 11 ejemplares, teniendo los demás compromisos de 1 ejem- plar (en San Martín de Texmelucan, en Tuxpan, en Jamiltec, en Huamuxtital), de 2 (Tlapa), de 3 (en Matamoros), de 4 (en Jalapa y en Tulancingo), de 7 (en Acatlan y Huajapan) y de 9 (en Atlix- co). En total, pues, la revista tenía asegurada la venta de 176 ejemplares. Es de lamentar, como lo señalaron los editores en su lista de suscriptores con un asterisco, que 39 poblanos cancelaran su suscripción en el segundo trimestre, y uno de ellos con dos ejemplares. Debe indicarse también, que el precio de la suscrip- ciones era por trimestre adelantado, costando en la ciudad de Puebla tres pesos, y veintiocho reales para el resto del país, franco de porte. Algo que debe consignarse por su significado cultural, es el conocimiento que tenían los redactores poblanos del Ensayo Literario, de las revistas que se publicaban en la capital. Prueba de esto es que, cuando concluye la edición de El recreo de las familias, de Ignacio Rodríguez Galván (1816-1842) (13), insertan una breve nota en la página 91, lamentando su desaparición, recalcando que fue por falta de suscriptores, y agregando que tenían "el honor de de rendir a sus redactores el más justo tribu- to de gratitud, por el empeño que manifestaron en difundir el gusto por la literatura, y contribuir por su parte a la propagación de los conocimientos útiles en la República". Igualmente, cuando llega el momento en que ellos también deben concluir la publi- cación de su revista, contextualizan el hecho a nivel nacional, equiparando su caso al de la Revista Mexicana, El Mosaico Mexi- cano, El Diorama y El Recreo de las Familias, y reclamando que es debido a la falta de protección, a la falta de suscriptores, por lo que desaparecen las revistas culturales del país. Por último, al 13

final de la revista, después del índice general del volumen, inser- tan un aviso diciendo que quienes lo deseen, pueden suscribirse a la próxima edición de las Poesías que publicará Francisco Orte- ga ("distinguido literato... (en cuyas) preciosas composiciones... resaltan a competencia la dulzura, la fluidez, la corrección y el entusiasmo"), y se agrega que quienes vayan a enterarse del precio de la obra, recibirán un cuadernillo "que sirve de prospecto o muestra de la colección que se intenta publicar.

8. Para esta extensa selección de la obra de José María Lafragua, se han excluído, de lo publicado por él en el Ensayo literario, las siguientes traducciones: "Caracteres de Epicteto"; "Viajes de Co- dro", de Saint Pierre (San Pedro); el texto en que explica que va a condensar la obra de Rollin sobre la pintura, y los extractos que realiza y que se publicarán en varios números; "El asesino de un rey", de Ernest Alby; "Las dos mellizas", del Vizconde de Arlin- court; y "La calle de los judíos", de Eugenio Prudhome. Todas sus demás colaboraciones, en verso y en prosa, se encuentran inclui- das en esta edición.

9. Con su viaje a México en diciembre de 1839, se cierra una etapa decisiva de la vida de Lafragua. Su madre ha muerto, lo que será una tristeza permanente en él; se halla comprometido para casarse con una muchacha por la que sentía "más amor que estimación":, no tiene, por lo que dice, ningún vínculo familiar en la Tierra (de los cuatro supuestos medios hermanos de apelli- do Aragón, que debían vivir con su madre -la de ellos y la de él- en la misma casa, jamás hace la menor referencia); hay la pers- pectiva de solucionar en la Ciudad de México ciertos antiguos negocios familiares que podrían producirle "muy notables venta- jas pecunarias"; y tenía, además, su título de abogado, con el que logró importantes progresos en Puebla. Y aunque diga que no tenía relaciones en la capital, lo cierto es que ya se había destaca- do como un notable yorkino en su Estado -presidente del gran consejo-, participado como operador en varias revoluciones libe- rales de carácter nacional, y publicado en periódicos poblanos artículos políticos defendiendo ideas partidarias. Es probable que no tuviera relaciones cercanas con los políticos más destacados del partido liberal y de la logia yorkina, pero tampoco era un don 14

nadie que aparecía por sorpresa en la capital para abrirse camino. En lo concerniente a la literatura, su nombre debía de ser co- nocido por algunos de los principales escritores de México - recuérdese que 11 ejemplares del Ensayo Literario llegaban a la librería de Galván- y en su revista se soladirizó con los redactores de El Recreo de las familias -los miembros de la Academia de Letrán- y con Francisco Ortega (1793-1849), al publicar un aviso promoviendo la suscripción a la proxima edición del volumen de sus Poesías (14). Tampoco, en este campo, podría decirse que era un don nadie. Pero si bien es cierto que José María Lafragua ya tenía un nombre -si se quiere modesto- en política y en literatura al trasla- darse a la Ciudad de México en 1839, también es verdad que sus años poblanos marcaron su carácter o, mejor, revelaron pautas de comportamiento que a lo largo de su vida mostraría en estas dos actividades. En política, digamos, Lafragua poseía los atributos necesarios para destacarse: presencia, inteligencia, sangre fría, facilidad para establecer relaciones y alianzas, capacidad para mediar, nego- ciando acuerdos entre facciones opuestas, cierta inclinación por las intrigas y las conspiraciones y, sin duda alguna, mucha, pero muchísima ambición

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personal. En literatura, también digamos, Lafragua era capaz de mos- trarse como un hombre culto y sensible, capacitado para escribir bien -con decoro- textos literarios y políticos, y, como él mismo afirma, con las cualidades convenientes para que quienes lo co- nocieran lo conceptuaran como un futuro tribuno. También tenía facilidad para organizar periódicos, literarios y políticos, y escribir con regularidad en ellos. Sin embargo -y aquí está el pero que yo encuentro en la actividad literaria de Lafragua-, podría decirse que la inspiración le venía a caudales a ratos y épocas de su vida, y siempre motivado por alguna publicación que patroci- naba (el Ensayo Literario, El Apuntador), por alguna asociación cultural con la que se hallara comprometido (El Ateneo Mexi- cano) o por circunstancias muy particulares de su vida (el aniver- sario de la muerte de su madre, la puesta escénica de la obra de un amigo, la prisión en 1843, la muerte de Dolores Escalante). En Lafragua no se da, al igual que en la mayoría de escritores de su generación, la constancia para hacerse presente en las publica- ciones literarias con la regularidad conveniente para crear una obra que estuviera más allá de los impulsos circunstanciales ya señalados. Ni siquiera como escritor político adquirió esa dimen- sión. En fin, ¿fue para Lafragua la creación literaria un simple en- tretenimiento juvenil, apoyado por oportunidades de actividad cultural comprometida? Lo dudo. Como a muchos personajes de su tiempo -cultos, inteligentes, con capacidad creativa en la litera- tura, con los conocimientos necesarios para hacerlo decorosa- mente, con sensibilidad, con sentimiento (como él diría)-, los graves problemas nacionales de sobrevivencia de México -como país independiente, republicano, liberal o conservador, y en permanente amenaza de la más absoluta quiebra o ruina hacen- daria-, debieron parecerle de una urgencia tan perentoria, que el no abocarse a tratar de resolverlos se le presentaba como una irresponsabilidad manifiesta, como una falta de compromiso con el destino nacional y, en fin, como una frivolidad imperdonable para su ética. De todos los miembros literarios de su generación, salvo los muertos en plena juventud, la gran mayoría cambió la actividad literaria por la política o, como las excepciones que son Guillermo Prieto y Manuel Payno, la desarrollaron a la vez, aun- que el segundo de ellos con silencios que duraron largos perio- 16

dos y que sólo reflorecieron en los últimos años de su vida y vi- viendo lejos de México. Pero, en última instancia, ¿qué se puede concluir de los poe- mas y las biografías que escribió Lafragua en El Ensayo Literario cuando tenía 25 años de edad? De las primeros, que ellos ya muestran lo que será una característica de su poesía: la voluntad narrativa y, como consecuencia, una persistencia permanente en el prosaismo. Son poemas de corte romántico, en cuanto el yo es el punto central desde el que se siente y se expresa el poeta, pero sin caer el tenebrismo o la penosa desgracia del desamor, que es también un elemento común de esta escuela. No hay un poema que resalte sobre los otros y todos son posibles de leer. En cuanto a las biografías, estas son un trabajo de sintetización antes que producto de investigar. De todas ellas, la más valiosa, en cuanto a lo que representa dentro de su obra, es la referente a Iturbide y, siguiéndola a distancia, la necrológica sobre el obispo de Puebla. En fin, que todo lo escrito antes de salir de Puebla, por lo menos en lo literario, es un trabajo que no desentona de la calidad que era propia del común de su generación en esos años, aunque sin destacar de manera notoria dentro de ella.

10. Tal vez este sea el lugar indicado para comentar una curiosa situación que permitió que José María Lafragua sobreviviera por equivocación en el recuerdo de las historias y los estudios litera- rios durante todo el siglo XX. De no haberse dado este error, lo más probable es que nadie lo citara como literato o que su evoca- ción se hubiera centrado en el político o en el personaje tenebro- so y quizá romántico que surge de la lectura de Ecos del Corazón. En 1901, la Colección de Escritores Mexicanos, volumen 33, editada por Victoriano Agüeros, publicó el primer tomo de una antología de Novelas cortas de varios autores, en el que se atribu- ye a Lafragua la novela corta "Netzula". Esta equivocación del editor y sus asesores, fue lo que permitió el que se le citara en diccionarios, historias literarias, estudios temáticos, etc., como el precursor o uno de los más tempranos iniciadores de la novela de temática indigenista en hispanoamérica. El error se fundamentaba en que "Netzula" fue publicado en El Año Nuevo de 1837, anuario oficioso de los miembros de la Academia de Letrán, firmado sólo con las iniciales J. M. L., que

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corresponden sin duda a José María Lafragua... pero también a José María Lacunza, no sólo miembro de la Academia de Letrán sino uno de sus fundadores y el personaje de mayor influencia en lineamientos teóricos de esa tertulia de literatos. A mitad de la década de los ochenta del siglo XX, se comenzó a dudar de que en realidad correspondiera a Lafragua la novela corta "Netzula" y se decía, en cambio, que su autor, en realidad, era José María Lacunza. De entre los argumentos que se han exibido para el cambio de autoría, los más importantes son los siguientes: que el texto está fechado en el 27 de diciembre de 1832, y si bien es cierto que justo es ese año el indicado por La- fragua como el que empezó a escribir versos y a manifestar opi- niones, en ningún momento consigna que escribiera una narra- ción, y menos aun "Netzula"; que Lafragua no perteneció ni con- currió a las tertulias de la Academia de Letrán durante los años de 1836 a 1839, que, en mi opinión, fueron los años en que existió esa Academia (15), y que, si bien es cierto que en 1837 viajó de Puebla a la Ciudad de México, en realidad lo hizo sólo por muy breve tiempo, ya que su misión era la de entregar al presidente Bustamante una exposición en favor del sistema fede- ral de parte de los liberales poblanos, y es más que probable es que antes de concurrir a cenáculos literarios, lo hiciera a políticos y masónicos; que en El Año Nuevo de 1837 todas las composi- ciones literarias estaban firmadas por iniciales -hay varias de J.M.L.- pero ninguna de ellas corresponde a los temas y al estilo de Lafragua, y en cambio sí, como se aprecia en los anuarios siguientes, en que ya los colaboradores firman con su nombre, a los temas y estilo de José María Lacunza (16). Como dije páginas y líneas antes, el hecho erróneo de que a José María Lafragua se le haya recordado como literato sólo por "Netzula", y no por sus poemas y sus cuadros de costumbres, abre la posibilidad de que cuando salga del ámbito de los especialistas este cambio de autoría, la literatura mexicana pierda un nombre y una obra de su historia literaria, lo cual es un lujo que, en mi opinión, no le es posible darse, y menos con un escritor que no debería desdeñarse con tanta facilidad.

11. A fines de 1839, en diciembre con exactitud, Lafragua ya está instalado en la Ciudad de México, centro vital de la política

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y la literatura. En ella radicará de forma permanente, aunque realice continuos viajes a Puebla, viva durante cinco años en Europa, y se ausente de la capital, por razones políticas, durante breves temporadas. El primer año, 1840, resultaría un desastre (17). Los negocios que podrían darle un buen dinero, fracasan. En marzo se ve obli- gado a romper su compromiso matrimonial, pues le llegan noti- cias de que la novia no se comporta de forma correcta en la ciu- dad de Puebla y en : fue su primer desengaño sentimental. En agosto escribe un largo poema lamentando profundamente la muerte y la ausencia de su madre. Es una poesía sentida, triste, en la que introduce recuerdos de su infancia, habla de la viudez y el luto de su madre, la pobreza en que vivieron, el significado que ella tuvo en su vida y en sus proyectos futuros (la gloria, siempre la gloria para los miembros de su generación) y declara su orfan- dad, su desamparo y la ausencia absoluta de una finalidad de existencia. Es, como sus poemas de 1838, un texto narrativo en el que va expresando su tristeza mientras cuenta la enfermedad y muerte de la madre, las experiencias de los primeros años, el entierro y su despedida. Casi dos décadas más tarde, cuando escriba Ecos del Corazón y repase su vida sentimental, dirá que, con el prisma de la expe- riencia y no de la pasión, ese año fue, en verdad, peligrosísimo en su vida. Ahora, en los inicios del 2000, cualquier lector sonríe ante lo que dice Lafragua con reiteración sobre su situación personal en 1840, y no sabe cuánto creer de lo que en verdad le pasaba. ¿Una exageración romántica? Es probable, pero también que la impor- tancia de recalcar estos hechos sirven para dar brillo al papel que jugará en su vida Dolores Escalante. Esto es lo dice Lafragua:

Huérfano, sin familia, pobre y roído por la duda que el de- sencanto de mis primeros afectos había sembrado en mi espíritu, sentí agriarse mi carácter, que de franco que era, se volvió des- confiado, arraigándose tan profundamente en mi corazón este fatal sentimiento, que comenzó a pervertirse mi razón y llegué a temer que se corrompiera mi alma. Y no se crea que esto es poesía. No; escribo estos renglones en una edad en que ya no se ven las cosas con el prisma de la pa- 19

sión, sino que se juzgan con el criterio de la experiencia; y a pesar de tantos años como desde entonces han pasado, todavía me estremezco al recordar la peligrosa situación moral en que me hallé en 1840. Solo en el mundo, totalmente libre, sostenido por la edad y por una salud robusta, impulsado por una imaginación ardiente, armado de una profesión que me abría todas las puer- tas, fascinado con los prestigios de la política y sin tener un obje- to ante el cual deseara yo enaltecerme, era muy fácil que, devora- do por el resentimiento, exasperado por las dificultades de mi posición personal, contagiado por las lecturas de la época y arras- trado por el despecho, hubiera yo sido primero presa de mil erro- res, para bajar después todas las gradas del vicio, hasta caer quizá en la sima del crimen.

Bien, Lafragua está al borde un precipicio que lo puede llevar hasta el crimen; Dolores Escalante llegará con su familia, en ple- na miseria, a instalarse en la Ciudad de México en diciembre de ese mismo año: ella será su salvadora. Pero sí así es en lo sentimental, y si se quiere en lo moral, por otro lado tenemos lo que el mismo Lafragua nos cuenta de su actividad política: comienza a escribir en El Cosmopolita -lo cual hace hasta 1841- pero se niega a firmar y aparecen los artículos con otro nombre; en junio llega de Puebla su íntimo amigo Igna- cio Comonfort, y ambos son invitados por Anastasio Zerecero (1799-1875) a participar en la revolución del 15 de julio, pero se niegan porque les parece muy mal organizada; en noviembre se encuentra entre los conspiradores para otra revolución, en com- pañía de Manuel Gómez Pedraza, pero se frustra porque se des- dicen los generales Gabriel Valencia (1799-1848) y Juan José Miñón (1774-1847), comprometidos con ellos. En fin, que en medio de los estragos sentimentales que dice vivir, Lafragua se pasa el terrible año de 1840 conspirando para llevar a cabo revoluciones que derroquen al gobierno, escribien- do artículos políticos que se publican con otro nombre y, como consecuencia evidente, estableciendo relaciones con destacados liberales que, con el paso del tiempo, encabezarán revoluciones, llegarán a ocupar la presidencia y los ministerios, y actuarán de forma decisiva en el desarrollo de la historia de México. De su actividad literaria, en cambio, no cuenta nada, pero sa- bemos que publicó en El Mosaico Mexicano el poema "A mi 20

madre", y colaboró en esa misma revista con otro poema, "Me- morias", y con una traducción de Lord Byron, "Las lamentaciones del Tasso". En el Museo Popular, revista creada por Guillermo Prieto (1818-1897) y Camilo Bros, publica, también en 1840, otra traducción de Lord Byron, realizada en colaboración con Casimiro de Collado (1822-1898): "Las tinieblas". Estas cuatro publicaciones revelan algo importante: que Lafragua, en ese pri- mer año en México, estableció relaciones con los escritores de su generación, la mayoría de los cuales se hallaban involucrados en revivir El Mosaico Méxicano, la revista del editor Ignacio Cum- plido (1811-1887), y en ayudar a Guillermo Prieto en su aventura editorial. En resumidas cuentas, tanto en lo político como en lo litera- rio, no fue 1840 un año perdido. Al contrario, fue el año en que Lafragua tejió una amplia red de relaciones, que resultaron tan efectivas como para darle la oportunidad de participar de inme- diato en conspiraciones de importancia nacional (derribar al gobierno y ascender al poder los conspiradores), y abrirle las puertas para colaborar en la principal revista literaria de ese año - El Mosaico Mexicano- y en la aventura editorial de una de las personalidades más carismáticas de su generación: Guillermo Prieto. Es evidente que el tiempo da impresiones distintas a quien la vive y a quien la lee con la distancia conveniente. Por si hubiera alguna duda sobre está afirmación, la reforzaré con otra cita del mismo Lafragua: en los primeros meses de 1841 "no tenía más pensamiento que ir a Europa de secretario o agre- gado en una Legación. Este proyecto, que estaba muy adelanta- do, pues para su buen éxito contaba con la influencia de los se- ñores Gómez Pedraza, Rodríguez Puebla, Ramos Arizpe, Marín, Jiménez y Cortina...". Es decir, desde 1840 estuvo empeñado en organizar todo el montaje necesario para poder irse a Europa a costa del gobierno y para ello contaba con el apoyo de peronali- dades de primer nivel de la política nacional. No, en definitiva, 1840 no fue un año perdido ni tan peligroso para su vida como nos lo pinta Lafragua.

12. El año siguiente, 1841, es esencial en la vida de Lafragua y marcará el desarrollo de su vida sentimental, literaria y política. Por lo pronto, sabemos ya que la familia Escalante había lle-

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gado a la Ciudad de México, procedente de la ciudad de Puebla, en la más absoluta miseria. Dolores Esacalante venía comprome- tida, para casarse en fecha próxima, con un amigo de Lafragua; tres o cuatro meses más tarde, ella rompería el compromiso por motivos "que, lejos de empañar, realzaron el mérito de la señorita Escalante". El 2 de abril, día en que cumple 28 años, Lafragua realiza una visita a la familia Escalante, en la casa llamada del Pino, en la Ribera de San Cosme; es también Viernes de Dolores y, por lo tanto, santo de la muchacha con la que hasta ese día mantuvo una amistad circuntancial. ¿Qué paso ese día? Nunca pudieron explicarse ninguno de los dos cómo, sin hablar una palabra, se comprendieron, sintieron nacer en ellos un senti- miento irresistible... "lo cierto fue que al volver a mi casa -cuenta Lafragua-, me reconocí decididamente enamorado de Lola y de todo punto seguro de su amor". Así se iniciaría la larga y penosa tragedia sentimental de José María Lafragua, que tendría una primera etapa con la muerte de Dolores en 1850, y que luego seguiría imperturbable hasta el final de la vida del eterno enamo- rado de un recuerdo. Pero el 2 de abril de 1841, se le abrieron los cielos a Lafragua: encontró una nueva razón para vivir, una persona a quien dedicar lo que hacía y haría en la vida, y, como insiste en Ecos del Corazón, unió su vida sentimental a la mujer más noble, tierna, inteligente, pura, moral, cristiana y bella que existió sobre la Tierra. En el terreno de la política, 1841 es un año convulso, de con- tinuas agitaciones y pronunciamientos revolucionarios que con- cluyen con el Plan o las Bases de Tacubaya, dictadas por Antonio López de Santa Anna (1794-1876) el 21 de setiembre, para dar fin a la revolución encabezada por el general Gabriel Valencia contra el gobierno del general Anastasio Bustamante. Lafragua se mantuvo al margen de esta conspiración y de la revolución con- siguiente, aunque, a su triunfo, fue nombrado para redactar el Observador Judicial, del que sólo se ocupó de los dos primeros artículos, pues cuando debía escribir el tercero, que trataba sobre la independencia del poder Judicial, el ministro Crispiniano del Castillo (1802-1888) le dijo que Santa Anna no quería que se tocara ese punto; Lafragua renunció de inmediato. En realidad, 1841 fue un año de negativas políticas para él. No aceptó ninguna de las invitaciones que se le hicieron para involucrarse en conspiraciones por no confiar en algunos de los 22

que participaban en ellas; tampoco aceptó incorporarse a la Fe- deración del Seminario por no creer en quien lo dirigía: el sacer- dote Pedro Barajas (1795-1868). De alguna manera, Lafragua se "retiró a sus cuarteles de invierno": publicó La Abeja Poblana en Puebla, revista política que heredaba el nombre del primer pe- riódico que se editó en su estado natal en 1820-1821, y que entre sus méritos se contó el de ser también el primero que publicó el Plan de Iguala de Iturbide. Pero esta posición de retiro era estra- tegia política, y al año siguiente, 1842, daría un importante fruto: fue nombrado diputado por el Departamento de Pueblo al Con- greso Constituyente. Lafragua dice que, "en 1841 me entregué a la literatura". Esto, de alguna manera, es verdad; por lo menos en el sentido en que ese año es el más intenso de su vida literaria. Es la segunda etapa de este interés: habían pasado tres años desde el Ensayo Litera- rio, y salvo sus pocas colaboraciones en El Mosaico Mexicano y en el Museo Popular el año anterior, la literatura estuvo margi- nada de su vida pública. Ahora funda la revista literaria El Apun- tador, en sociedad con Casimiro de Collado, y escribe con regu- laridad en ella. Es una revista que la crítica y la historia literaria califican de teatral, pero que en realidad no está en exclusiva dedicada a ese tema. Por ejemplo, Lafragua, que es un ferviente admirador y amante del teatro, sólo escribe un artículo referente a él, y éste es más un cuadro de costumbres que el comentario a la puesta en escena. No sabemos, en verdad, cuánto fue lo que escribió Lafragua en El Apuntador. De hecho, un poema, "A Iturbide", una tra- ducción de un canto guerrero de Lord Byron, y un par de artícu- los -"El Suicidio" y "Una madre"- están firmados con su nombre. Se le han atribuido los artículos de costumbres y los circunstan- ciales sobre periodismo, firmados con el seudónimo Verdad. Pero en El Apuntador, sobre todo en los comentarios teatrales, hay diversos seudónimos que no han podido identificarse. Se sabe, por ejemplo, que a Casimiro de Collado corresponde el de Fabricio Nuñez y las iniciales de este nombre, pero no se sabe quiénes fueron El Galán, El Barba, El dilletantte, El Telonero, o cual de los dos editores escribió los textos que están firmados por "Los Editores" o "EE" por ejemplo. La maestra María del Carmen Ruiz Castañeda aventura que El Galán podría ser un seudónimo empleado por Lafragua, pero señala con claridad que sólo es una 23

posibilidad (18). Pero fuere como sea, lo cierto es que en El Apuntador publicó 2 poemas y 2 artículos con su nombre, y 13 artículos con el de Verdad, y de ellos, los siete que he incluido en la sección "Artículos de Costumbres", son dignos de considera- ción y justifican el que se califique a Lafragua, junto con Gui- llermo Prieto, entre los iniciadores del cuadro de costumbres en la literatura nacional (19). Pero si Lafragua se dio tiempo, en 1841, para publicar 17 tex- tos en El Apuntador, también colaboró con El Mosaico Mexi- cano dándoles el poema "La libertad", imitación de Metastasio, seguido de una "Palinodia", fechados en 1838, además de dos traducciones: "Himno" de Saady, poeta persa, y "Ashavero, o el judío errante", que es muy probable realizará durante el año de 1840. (20) Por si esto fuera poco, escribió el largo poema "La Inteligencia", que no dio a conocer hasta 1844, y a fines de di- ciembre, el día 23, tuvo uno de esos ataques de inspiración que le daban de tiempo en tiempo, y en una noche de entusiasmo amistoso y teatral, escribió otro larguísimo poema, "La Gloria", dedicado a su amigo Fernando Calderón (1809-1845) por el estreno de la obra teatral El Torneo. También en el campo de la literatura, pero como editor y crí- tico, preparó la edición en seis tomos -que se publicaría al año siguiente- de una amplia selección de obras teatrales del escritor español Manuel Bretón de los Herreros (1796-1873), escribiendo un prólogo y un comentario crítico a cada una de las piezas in- cluidas. En realidad, 1841, como él dice, fue un año en el que estuvo dedicado a la literatura. Resultó el más productivo de su vida; jamás volvería a repetirse. En política se mantuvo al margen, pero el fruto lo cosecharía al año siguiente. Y, en cuanto a su vida personal, se enamoró y fue correspondido por Dolores Escalante.

13. El año de 1842, es calificado por Lafragua como el primero de su vida política: lo es formalmente. Antes, como dice, no tuvo más cargo público que el de asociado del Tribunal del Circuito de Puebla; ahora, gracias, entre otras cosas, a La Abeja Poblana, en el que centró su actividad periodística de carácter político en Puebla, gana las elecciones para el Congreso Constituyente y es nombrado, el 10 de abril, diputado por el Departamento de

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Puebla. Su cargo no le duró nueve meses: otra revolución de Santa Anna disolvió el Congreso Constituyente de 1842 que, nos dice Lafragua, "es, sin duda, el más libremente nombrado por la na- ción y en el que se ha reunido mayor número de hombres nota- bles. Casi no hay uno de los que habían figurado antes y de los que han figurado después, que no perteneciera a ese congreso. Presidentes, ministros, gobernadores, senadores, diputados ante- riores y posteriores, todos estaban en su seno. Hubo completa buena fe en la mayoría y, sobre todo, una decisión absoluta de contrariar la tiranía de Santa Anna. Quizá sería muy distinta la suerte de la República si ese congreso hubiera concluído la cons- titución". De esta experiencia como diputado, Lafragua, en Apuntes po- líticos, incluye sus primeras intervenciones y se detiene de mane- ra especial en las discusiones y en la votación sobre el Proyecto de Constitución presentado por la mayoría, y al que él se oponía. Para fijar de alguna manera la importancia con la que ya contaba en 1842 entre el grupo opositor, sabemos que las reuniones de coordinación se celebraron en su casa y que, también, en la hora previa a que se realizara la votación, la estratagema de los oposi- tores para triunfar sin ser derrotados políticamente, fue una ma- quinación suya. Este año, en fin, por lo menos en lo político, fue para él un buen año, a pesar de lo efímero del cargo de diputado: se había convertido en un personaje relevante y estaba vinculado, de una u otra manera, con todos los más destacados y brillantes políticos de antes, de ese momento y de después, de la historia nacional. En lo literario, en cambio, el año no es prolífico. Publica El Siglo Diez y Nueve, el 1 de enero, el poema "La Gloria", escritó en diciembre de 1841, y leído varias veces en los brindis a Fer- nando Calderón; entrega un poema patriótico, "A la Indepen- dencia, el día 27 de setiembre, escrito en 1838, al Semanario de las Señoritas; y otro, "Lamentos de una madre", al Panorama de las Señoritas. La política lo tenía absorbido y no se presentó nin- guno de esos caudalosos arrebatos de inspiración que lo llevaban a versificar a torrentes. En lo sentimental, lo amores con Dolores seguían asentándo- se, pero la falta de medios económicos del enamorado impedían pensar en una boda o en hacer público el compromiso. Y si, 25

como él dice, el cargo de diputado le sirvió para ensanchar la órbita de sus relaciones y preparar más eficaces elementos para el porvenir, la revolución de Santa Anna acabó con sus ilusiones. Sin embargo, estaba convencido que, desde el 2 de abril de 1841, no hubo un sentimiento ni un pensamiento de Lola que no es- tuviera dedicado en su integridad a él. "Mi amor, en 1842, creció de un modo extraordinario", afirma. Era, pues, en lo amoroso al menos, un hombre feliz.

14. El año siguiente, 1843, fue uno de esos años que no se sabe bien cómo calificar. Unas cosas salen bien, otras mal, algunas se resolverán más adelante de forma positiva, otras resultarán nega- tivas. "Mi posición personal era totalmente mala en los primeros meses de 1843, si bien el amor me ofrecía las más deliciosas compensaciones", dice Lafragua. El ingreso pecunario que perci- bía como diputado, había terminado. Además, era identificado entre los opositores al gobierno, lo cual se agravó cuando organi- zó el periódico político El Estandarte Nacional para escribir ar- tículos expresando su ideas. Santa Anna, que no se anda con delicadezas, se hartó de los opositores y ordenó el encarcelamien- to de Manuel Gómez Pedraza, Mariano Riva Palacio (1803-1880), Mariano Otero (1817-1850), Francisco Modesto Olaguibel (1806- 1865) y Lafragua, bajo el supuesto de que conspiraban con el general +lvarez para derrocarlo, lo cual era cierto pero en la que no participan, con excepción de Gómez Pedraza, ninguno de ellos. A pesar de haberse enterado a tiempo de esta orden, no se ocultó y fue detenido el 2 de mayo, permaneciendo preso, en el Cuartel del Regimiento ligero de caballería, hasta el 14 de junio: 43 días. Los articulos en El Estandarte Nacional, más el encarce- lamiento, lo convirtieron, según su propia apreciación, en "un

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hombre importante", tan importante que la Junta Patriótica lo nombró el orador principal de las celebraciones cívicas del 27 de setiembre. Escrita la arenga u oración cívica y mandada a impri- mir, al gobierno le aseguraron que era sediciosa y ordenó de nuevo la detención y prisión de Lafragua, la cual sólo duró, esta vez, del 26 de setiembre al 28 del mismo mes. La Arenga, impre- sa, fue secuestrada por el gobierno, y los pocos ejemplares que escaparon, se vendieron a peso de oro en esos días festivos. En un año, dos veces encarcelado por el gobierno, era mucho: la víctima de la represión de la tiranía se convirtió en un héroe y en una personalidad política de importancia nacional. Y, para concluir estos hechos carcelarios, una anécdota sobre cómo era el manejo político: a los pocos meses de salir Lafragua del Cuartel del regimiento ligero de caballería, Manuel María de Llano (1799-1863) se acercó a él, en nombre de Santa Anna, para decirle que su prisión fue obra del general José María Tornel (1797-1853) y de Manuel Baranda (1789-1861), que él no era su enemigo, y que para demostrárselo le ofrecía escoger la legación que quisiera. Lafragua, digno y compuesto, rechazó el soborno y le mandó decir que él no temía su enemistad ni quería su protec- ción. En la literatura, aunque parezca paradoja, la prisión de 43 días le sirvió para escribir tres largos poemas: "La libertad", que publicaría El Siglo Diez y Nueve el 27 de setiembre de ese mismo año, mientras Lafragua estaba detenido y no podía pronunciar su oración o arenga cívica; "Mi prisión" y "Poesía", que recién las daría a conocer en 1844 en las páginas de El Liceo Mexicano y en El Ateneo Mexicano, agregando a la última, una serie de im- portantes notas para la literatura nacional. También, por encar- go, y con ese método de sintetizar que empleaba en estos casos, escribió y publicó el artículo "Atlixco" en El Museo Méxicano. En lo literario, pues, 1843 fue un año poco público, pues lo impor- tante que escribió, con excepción de "La libertad", recién serían dados a conocer al año siguiente. Pero si en politica y en literatura no se podría decir que 1843 fuera un año catastrófico, si resultó serlo para sus amores con Dolores Escalante. El sufrimiento le vino de manera fugaz por un lado, y de forma casi permanente por el otro. Un amigo de La- fragua, poseedor de "juventud, bella figura, talento, intrucción, honradez, finos modales y riquezas", le declaró su amor a Lola. 27

Fue una sorpresa para todos. La posición del novio secreto "era muy mala y sin probabilidad alguna de mejorar", mientras que el otro, su amigo, representaba lo que se llamaba y llama, "un exce- lente partido". Lafragua reconoce que no tiene ninguna posibili- dad de competir con ese rival, y decide plantearle a Lola, con toda frialdad y en nombre del honor, las indudables ventajas que tendría aceptando casarse con semejante partido. Para su suerte o mala suerte, Dolores Escalante rechaza al pretediente, y "el ar- diente amor que abrasaba el corazón" del rendido enamorado, aumenta "grados mil". Este fue el sufrimiento fugaz. El casi permanente se presentó antes y seguirá de inmediato al sufrimiento fugaz: otro pretendiente. Este es hijo de una familia que mantiene relaciones amistosas con los Escalante. Es "honra- do, con alguna fortuna y bastante relacionado en la sociedad..." pero sin ninguna capacidad y un carácter féroz que le quitan toda simpatía. Lola lo rechaza de inmediato, pero él no cesa en su empeño. Las cosas se complican: al pretendiente féroz le sacan una muela, se produce una hemorragia que acelera la hipertrofia en el corazón que padece, y su vida está al borde de la muerte. El médico, amigo de ambas familias, le dice a Lola que la vida del pretendiente depende de ella, que le diga que lo ama. Ella no sabe que hacer y Lafragua calla. Por último, la familia decide hacer una consulta a una persona respetable, quien sentencia que Lola no tiene obligación alguna hacía el moribundo enamo- rado. Pero el paciente no se restablece, y el médico vuelve a in- tervenir rogándole a Lola que termine con los sufrimientos del moribundo, le salve la vida, dándole esperanzas amorosas por un año, tiempo en que el pretendiente morira o tendra ya las fuerzas necesarias para soportar un nuevo rechazo. ¡Lola, la buena y no- ble Lola, aceptó! Lafragua dice: "¡Condescendencia funesta, que nos hundió en un abismo de males durante cuatro años y medio, pero al mismo tiempo, conducta nobilísima que llevó mi amor hasta la adoración!".

15. El 2 de abril de 1844, Lafragua cumple 31 años de edad. Lo logrado hasta entonces, es mucho. Fue rápida su conquista de la capital, y aún más vertiginoso su encumbramiento político. La literatura, de alguna manera, ha sido una actividad marginal, pero le ha dado lustre y lo ha relacionado con los principales

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escritores del país. Este 1844, será su último año como literato. Seguirá escribiendo, por lo que dice, durante toda su vida, pero sólo serán poemas de amor, y poemas de amor adolorido en honor a Lola, que no publicará aunque los coleccione para una posterioridad que aún no los encuentra y que, por lo tanto, no ha podido leerlos. De este año en adelante, la política, la absor- bente y compulsiva política, será la que llene su tiempo y ocupe la integridad de sus energías y atención. Bueno, y también los sufrimientos por su amor a Dolores Escalante. En lo literario, en estos primeros meses que Lafragua dice que fueron perdidos para la política, se integra a El Ateneo Mexicano (21), institución de la que es presidente el eterno ministro de la guerra de Santa Anna, José María Tornel, y en cuyo nómina figurarán todos los escritores de la época. La sociedad editará una revista con su nombre, y en ella aparecerán dos de los largos poemas ideológicos que escribió Lafragua en 1841 y 1843: "La inteligencia" y "Poesía", dejando para otra revista con nombre también de institución, El Liceo Mexicano, otro poema, igual de largo, "Mi prisión". Además, en la directiva aparecerá como pri- mer secretario y como presidente de la Sección de Redacción y revisión. Por si esto fuera poco para indicar su involucramiento en El Ateneo, a él le corresponderá dar el primer discurso con que se inaugura este ciclo de actividades de la institución: "Carác- ter y objeto de la literatura", que resulta importante por los seña- lamientos, teorízación y consejos para la literatura nacional. Como se sabe, uno de los fundamentos directrices de la Aca- demia de Letrán, fundada en junio de 1836 por un grupo de muchachos dirigidos por José María Lacunza, consistía en mexi- canizar la literatura que se escribía en el país. Esta tendencia, que se manifestó en cuentos y poemas, en obras de teatro (Rodríguez Galván fue el primer mexicano en escribir y estrenar una obra de teatro de tema nacional), y en editar un anuario con colabora- ciones exclusivas de mexicanos, no tuvo, en realidad, una elabo- ración teórica por escrito y, aparte del ejemplo dado con su pro- pia creación, a los más que llegaron fue a manifestar su enojo por la poca consideración que se les daba a los escritores mexicanos y a la falta de una presencia de todos los antecedentes históricos de la cultura nacional. Desde esta perspectiva, José María Lafragua fue el primero, tanto en su poema "Poesía" como en su discursos "Carácter y 29

objeto de la Literatura", en plantear con claridad la tarea que correspondía a los escritores para mexicanizar su literatura. Par- tiendo de la idea de que la poesía no es más que sentimiento, indica a la juventud literaria mexicana que se inspiren en el cielo, el Sol, la Luna, los climas, los montes, los volcanes, los ríos, el mar, la atmósfera, las flores, los frutos nacionales; también en en las hazañas independentistas, como Dolores, Hidalgo, Iguala, Iturbide, Tacubaya, Tampico. En resumen:

¿A qué buscar en extranjero suelo férvida inspiración si en tus hogares la recibes doquier? ¿A qué afanosa consagras tus altares a deidades ajenas? ¿Tu alma inflama más que la propia la extranjera fama? ¿Valor extraño más que el tuyo inspira? ¿El atractivo de otro mundo enciende más que tus propios atractivos? Mira que obra es del arte cuanto allá se admira, obra es del cielo cuanto aquí sorprende; allí es del hombre el poderío vano, aquí de Dios la omnipotente mano.

El poema, como era de esperarse, estaba dedicado a la Aca- demia de Letrán, que, en ese año de 1844, Joaquín Navarro (1820-1851) trataba de restaurar después de una decadencia ini- ciada en 1840 y que había dispersado a sus miembros por muy diversas razones, y entre ellas, tal vez la principal, las políticas. En el discurso, "Carácter y objeto de la Literatura", Lafragua repite el mismo planteamiento, pero esta vez contextualizándola en la cultura occidental e insertando en ella a México. En el úl- timo párrafo es en donde vuelve a plantearse de manera explicita la tarea del escritor nacional:

"No abdiquemos, pues, nuestra inteligencia en ninguna mate- ria: imitemos a los antiguos más que en sus producciones en su estudio; beneficiemos la mina virgen aun de nuestra patria, creando una literatura nacional, y trabajemos con empeño en hacernos dignos de que nuestros descendientes disputen sobre nuestro mérito, como hoy disputamos nosotros sobre el de los 30

griegos y los romanos; porque ésta será la mejor prueba de que, como ellos, hemos copiado a la naturaleza, embelleciéndola, y de que más dichosos que ellos, hemos pintado a la sociedad, mejo- rándola. Si no lo conseguimos, quédenos al menos la satisfacción de intentarlo. Iu magnis et voluisse sat est".

Aquí, además de la reiteración de la importante declaración de que se cree una literatura nacional, se encuentra también un planteamiento de muchísima gravitación en la literatura escrita en México en el siglo XIX: mejorar la sociedad. Este fue un impe- rativo de los escritores mexicanos del siglo XIX, sobre todo hasta la década de los ochenta, y este proyecto, esta obligación moral con el medio en que vivían, es el que debe tenerse en cuenta en el momento de escribir sobre los poemas, novelas y cuentos de los escritores decimonónicos. Es evidente, que, desde la conside- ración de esta obligación literaria que sabían y sentían, la litera- tura conlleva un deslizamiento de la estética a la ética, pero esta es una revalorización a plantear antes que a rechazar, como suele por lo común hacerse. Como es sabido, Ignacio Manuel Altamirano (1834-1893), a partir de 1868, y luego de desvalorizar a las generaciones que actuaron antes de ese año (la de Letrán por hispanófila; la de Hidalgo -que además era la suya- por compromisos políticos), propugna la creación de una literatura nacional y la búsqueda en temas nacionales -sobre todo, en poesía épica- como finalidad de los escritores que empezaban a publicar por esos años. Ese plan- teamiento ya había sido ejemplarizado con sus obras por los miembros de la Academia de Letrán desde 1836, y teorizado, de forma explicita, por Lafragua, tanto en su discurso y como en el poema publicados en 1844 en las páginas de El Ateneo Mexi- cano. Es muy cierto que, en este año de 1844, debe darse por con- cluida la labor literaria de Lafragua. Poco es lo que puede agre- garse a su obra: tres arengas funerarias leidas en ese mismo año, dos textos biiográficos, largos, para el Diccionario Universal de historia y geografía que coordinó su amigo Manuel Orozco y Berra, unas noticias sobre Colón, acompañadas de la edición crítica de la primera carta que envió anunciando haber descu- bierto tierras desconocidas, y una arenga cívica en conmemora- ción de la batalla de Churubusco, en 1871. 31

Si me viera obligado a realizar una valorización de lo escrito para la literatura por Lafragua, pondría en primer lugar sus "ar- tículos de costumbres", algunos de los cuales resultan antologa- bles e imprescindibles en antologías temáticas; su poesía, no voy a desconocerlo, puede resultar soporífera por la cantidad de ver- sos que forman cada uno de sus textos, sin embargo, todas ellas tienen ideas valiosas o implican una originalidad para lo que escribían sus coetáneos y sus contemporáneos (los poemas ideo- lógicos, la voluntad narrativa, la descripción del tema de una opera, el amor correspondido). También debería destacarse otra originalidad: haber editado a Breton de los Herreros, lo cual no era nada común en su tiempo, y si se ha de lamentar que fuera un español el motivo de su esfuerzo, no puede desconocerse que no existía algún mexicano con el que pudiera haber hecho lo mismo (bueno, Ruiz de Alarcón, pero como dicen los escritores de ese tiempo, en México no se le recordaba, no se le ponía en escena y no se encontraban ediciones de sus obras). Y depende del enfoque que se le dé, creo que tanto Ecos del Corazón como los Apuntes políticos, son esenciales para entender la sensibili- dad y las actuaciones públicas de la generación de los nacidos entre 1806 y 1820, en la que él ocupó un puesto distinguido, y también excéntrico y muy singular por su pasión por Dolores Escalante, que igual puede calificarse de romántico como de enfermizamente morboso. Pero si la literatura termina en 1844 para Lafragua, en ese mismo año se inicía una etapa política en la que su actuación será de primera importancia y que no concluirá, salvo algunos años de silencio, sino con su muerte. Sin embargo, el resultado práctico de los dos años siguientes no serán nada halagueños. 1844 transcurre en reuniones opositoras al regimen, en las que se pretende revivir a los Anfectiones llamándolos Invisibles, pero en que no se llega a nada y todo resulta, en apariencia, una pérdida de tiempo. Al año siguiente, 1845, Lafragua revive El Estandarte Nacional, escribe en él sobre temas políticos, y conspira con el ex presidente Valentín Canalizo (1794-1850), con su amigo poblano Francisco Modesto Olaguibel y el general Joaquín Rangel, para levantarse en armas contra el gobierno. Todo los militares com- prometidos para revolucionarse se desdijeron y Lafragua tuvo que esconderse y, ayudado por el mismo gobierno que quiso derrocar, salió rumbo a Veracruz para de ahí escapar el extranje- 32

ro. Ciertos dineros que no le pagaron, más una carta de Dolores Escalante despidiéndose de él pues, "como todo México", lo creía en Europa, lo hizo regresar de inmediato a la Ciudad de México, donde el presidente José Joaquín de Herrera (1792-1854) le ga- rantizó su seguridad y él pudo volver a incorporarse a su cargo fde cuarto alcalde de la Ciudad de México y a involucrarse en política y en conspiraciones.

16. Durante 1846, Lafragua fue el principal operador de la revo- lución que se llamó de la Ciudadela que, después de 40 mil in- trigas y manipulaciones, concluyó triunfante, y que encabezaba el general José Mariano Salas (1797- 1867) y respaldaba desde La Habana por el infaltable Santa Anna, que se hallaba comprome- tido por escrito con Lafragua en proclamar el federalismo y firmó por anticipado el plan que éste le envió y después se proclamó en La Ciudadela. Desde que el general Salas entró en Palacio, el organizador fue Lafragua, que, como él mismo afirma, "era el niño mimado" de la revolución, el gobierno y los liberales. A la llegada de Santa Anna, se organizó el gabinete ministerial pero, por intrigas y murmuraciones, Lafragua quedó al margen. Para compensarlo, dice, "me ofrecieron todos los empleos de la na- ción: por poco me quieren hacer obispo". Manuel Crescencio Rejón (1799-1849), que fue el enlace entre Lafragua y Santa An- na, y ocupaba el cargo de ministro de Relaciones exteriores e interiores, lo nombró encargado de la Legación en España, a lo cual se negó, "no por virtud sino por cálculo", pues estaba intere- sado en ganarse los 60 mil pesos que ofrecían en un concurso para la formación del codigo penal y procedimientos criminales. Pero a fines de año, en octubre, se producen nuevas intrigas y cambios estratégicos, y Lafragua aparece en el gabinete en rem- plazo de Rejón. De acuerdo a la versión de los Apuntes políticos, es por este suceso que los liberales se dividen en puros y moderados. Al parecer todo nació de que Rejón, acompañado de Miguel Buen- rostro, creó el períodico El federalista puro, con la finalidad de oponerse a Lafragua. Y como éste entró al gabinete ministerial contra la voluntad de los jefes más exaltados del liberalismo, Lafragua y sus amigos fueron llamados moderados y sus oponen- tes, puros. Como concluye el interesado: "funestas denomina-

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ciones que han causado mil males a la patria". El 5 de diciembre de ese mismo año de 1846, concluye el go- bierno del general Salas y, en consecuencia, el cargo de ministro de estado de Lafragua. Ya había saboreado el gusto del poder, pero debería esperar casi nueve años exactos para volver a una posición oficial tan encumbrada. No he anotado nada sobre los amores de Lafragua con Dolo- res Escalante: todos los días visitaba al amor de su vida, a veces temprano, otras tarde, para no encontrarse con el novio oficial y para evitar, así, "enojosas reyertas". El compromiso de Lola con el enfermo se prolongaba de año en año, pues cada vez que se aproximaba la fecha límite del plazo de un año para su fortaleci- miento o muerte, una nueva crisis, siempre más grave que la anterior, obligaba a la renovación de las promesas y esperanzas de amor. La posición de Lafragua, como en él mismo la explica, era la siguiente: Si aconsejaba yo a mi digna amante que se casara, además de obrar contra mi opinión, pues nunca la tuve en favor de aquella obligación, obraba también contra mis sentimientos más vivos, y para esto era necesario ser un héroe o un estúpido. Si le aconsejaba que no se casara, realmente fallaba mi propia causa. y el mundo podía creer que no había sido la razón sino el interés el fundamento de mi opinión. Y si después de casada conmigo, Lola tenía dudas sobre la jus- ticia de su resolución; si se deslizaba en su alma la sospecha de que, yo al aconsejar y ella al obrar, habíamos cedido a la pasión más bien que al juicio, ¿cuál sería su tormento, cuál su desgracia si, para colmo de males, llegaba a morir el infeliz enfermo.

Todas las personas respetables consultadas, sacerdotes y civi- les, respondían que Lola no tenía obligación alguna para con el enfermo, pero ella insistía en que no quería saber sobre su felici- dad sino sobre sus deberes, y el compromiso se reanudaba y La- fragua se derretía de amor "por la nobleza, virtud y sublimidad de alma tan excepcional" como la de Lola.

17. Nadie ignora que 1847 fue un año terible para México. El ejercito norteamericano no sólo invadió el territorio nacional derrotando a los ejercitos que le hacían frente, sino que llegó a

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ocupar la capital de país. Lafragua es diputado y como tal asiste a los avatares e intrigas que se desarrollan en el Congreso entre puros, moderados y conservadores. Los gobiernos se suceden uno tras otro: Valentín Gómez Farías del 23 de diciembre de 1846 al 21 de marzo de 1847; Santa Anna, del 21 de marzo al 2 de abril; Pedro María Anaya (1794-1854) , del 2 de abril al 20 de mayo; Santa Anna del 20 de mayo al 16 de setiembre; Manuel de la Peña y Peña (1789-1850), del 26 de setiembre al 13 de noviem- bre; y Anaya, otra vez, del 13 de noviembre al 8 de enero de 1848. Guillermo Prieto, y con él algunos historiadores, señalan a Lafragua como uno de los dirigentes ocultos de la revolución de los polkos, un terrible levantamiento fomentado por la Iglesia cuando el ejercito norteamericano ya estaba ocupando el territo- rio mexicano, y en el que participan elementos tan diferentes de casi todos las facciones que uno no puede menos que sorpren- derse. Tal como dice el mismo Lafragua, mientras el invasor avanzaba sobre México, en la capital se dio "el horrible espectácu- lo" de que los mexicanos se mataran entre ellos a causa de una ley que se llamaría de "las manos muertas" y que afectaba a los bienes de la Iglesia. Lafragua asegura que no sólo no participó en la revolución de los polkos, sino que trató por todos los medios de impedirla, asegurando a las altas autoridades eclesiásticas, como presidente del Congreso, que la ley sería derrogada al día siguiente. A la hora de calificarla, no duda en llamarla "una asquerosa revolu- ción". También es Lafragua quien organiza a un grupo de libera- les para llamar a Santa Anna a fin de que ocupe la presidencia y, así, terminar la revuelta de los polkos y que el país se unifique para enfrentar a los norteamericanos. "El llamamiento a Santa Anna era legal, era comnveniente, era necesario. Repito que no me arrepiento y que este hecho es uno de los que ratificaré mien- tras viva". Durante la ocupación de la capital del país, Lafragua se va Queretaro, como diputado, a servir al gobierno de Manuel de la Peña y Peña. Al salir de la capital, se encuentra por última vez con Santa Anna, y al decirle que tal vez se perdió la guerra por- que el puesto de general no era el de sargento, éste le contesta, mostrándole su paleto y pantalón atravesado por las balas enemi- gas, "yo era general y sargento...". 35

Lafragua, al principio partidario de la guerra contra los Esta- dos Unidos, asume más tarde, con José María Lacunza, la diri- gencia de los partidarios de la paz, actitud que justifica en una larga carta a Manuel de la Peña y Peña, y que incluye entre sus Apuntes políticos. A pesar de que el lector interesado podrá leer en su integridad esta carta en el segundo tomo, creo que resulta conveniente citar con amplitud la argumentación de Lafragua sobre el estado en que se hallaba el país para enfrentar a los nor- teamericanos y la necesidad imperiosa que él veía para que se firmara la paz: Palo Alto, la Resaca, Monterrey, Tampico, Tabasco, el Sacra- mento, la Angostura, Veracruz, Cerro gordo, Padierna, Churu- busco, Molino del Rey, Chapultepec y México dan pleno testi- monio de que hemos luchado. ¿Por qué hemos sido vencidos? La fortuna ha negado sus favores a nuestro valor; la guerra no ha correspondido a nuestra justicia; la victoria ha sido ingrata... son hermosas frases que yo emplearé mañana en la tribuna, pero que no debo emplear en el gabinete: allí me servirán para conmover al pueblo, aquí debo convencer a los encargados de los negocios públicos. ¿Por qué hemos sido vencidos? Porque nuestros ejérci- tos han estado mal organizados y mal mandados; porque acos- tumbrados a nuestras luchas intestinas, en que poco importan los materiales de guerra, hemos descuidado el arreglo de mil pormenores que son indispensables para la perfecta organización de un ejército; porque si nuestros soldados son valientes y sufri- dos, nuestros oficiales son ignorantes y nuestros generales inep- tos unos e insubornidados otros, con algunas dignas excepciones; porque en la asquerosa escuela de las revoluciones han aprendi- do jefes y subalternos a ganar empleos sin combatir; porque las diferencias de opiniones políticas, los encontrados intereses, los resentimientos pasados, los celos de hoy y las ambiciones del futuro, han sembrado en el ejército la desconfianza y la inmora- lidad; porque Paredes, vovliendo la cara al poder supremo y la espalda al enemigo, dio el más funesto ejemplo de infamia; por- que Valencia, loco con un triunfo aparente, olvidó en Padierna toda idea de subordinación, porque deseoso de eclipsar a Santa Anna, no buscaba en la guerra el triunfo sino el poder; porque con razón o sin ella, y yo creo que sin razón, se ha llegado a du- dar de la lealtad de Santa Anna, y por eso ha habido resistencia en unos y frialdad en otros para combatir; porque Santa Ana, 36

aun suponiéndolo buen mexicano, es mal general; porque si bien levantó en México veinte mil hombres, no levantó veinte mil soldados; y porque, en fin, aunque en la masa general de la na- ción hay un sentimiento en favor de la guerra, en el clero, en el comercio y entre los propietarios domina el interés personal y poco a poco se ha ido formando una opinión decidida en favor de la paz. Preciso es no hacernos ilusiones. El clero de la República no teme que los americanos acaben con la religión, ni cree en la conquista de nuestro territorio. Por esto lo hemos visto no sólo tibio para abrir sus arcas, sino enemigo del gobierno cuando se ha tratado de enajenar algo de sus bienes. La indigna asonada de los polkos es su obra y la patente de su oprobio, pues no vaciló en provocar una revuelta en la capital en los momentos en que el general Scott aparecía frente a Veracruz. Los comerciantes que aquí, como en todo el mundo, son sólo guarismos, están mirando y palpando las ventajas pecuniarias que trae la libertad del comercio; los propietarios y los agricultores ven prácticamente la utilidad del aumento de la población y de consumo, y soñando ya con la emigración y con los ferrocarriles, calculan con exactitud matemática, si no patriótica, las mejoras que un cambio de politica deberá producir. ¿Qué nos queda, señor don Manuel, para sostener la guerra? La clase media, pero esa clase media no puede dar ni brazos ni dinero. ¿Qué sacamos de los abogados, de los médicos, de los poetas? Mucho patriotismo, pero no elementos materiales. Nues- tro pueblo está dividido en dos clases: la raza mezclada y la india. La primera está viciada y sobre todo es en general la que forma los artesanos, que solo puede servir en guardia nacional para la defensa de una ciudad. La segunda está hoy inquieta: dígase lo que se quiera, y sin aceptar los funestos augurios que diariamente se nos repiten, no podemos negar que entre los indios hay una perturbación, que tal vez será secretamente fomentada por los mismos enemigos, ni podemos en consecuencia esperar esa su- blevación de las masas como en 1810. Entonces se excitaba un sentimiento ardiente, que vivía y germinaba en todas las genera- ciones; hoy se excita uno que no ha pasado de la actual.

En medio de esta penosa situación, a Lafragua, en lo perso- nal, se le vuelven a abrir los cielos el 14 de diciembre de ese te- 37

rrible año de 1847. El está en Queretaro, Lola en la Ciudad de México; entre quienes se hallan también junto al gobierno, se encuentra el novio oficial de Lola, que ahora vive empeñado en casarse antes de que concluya el año. En su desesperación, se nos dice, Dolores Escalante hace una nueva consulta a una persona notable, un cura, quien le reafirma lo que le han venido diciendo durante esos últimos cuatro años y medio: que no tiene ninguna responsabilidad si se muere el pretendiente porque lo rechace. Ella, entonces, decide romper el compromiso de forma definiti- va, y Lafragua, que ve como el enfermo sufre "una terrible crisis", escribe algo frío a su amada, a lo cual ella contesta de inmediato dándole explicaciones: "pude haberme equivocado, pero mi in- tención ha sido siempre buena, y he estado resuelta a cumplir con lo que me prescribían como deberes, sean cuales fueran los sacrificios que se me impongan. He sacrificado a él, sin amarle, cuanto le hubiera yo sacrificado amándole, lo que a mí sola cos- taba, la que sólo a mí me hería infeliz... los años de vida de que él ha gozado, los he comprado con lágrimas... iba a exponer mi felicidad eterna y la eterna y temporal de mis hijos, sin salvar la vida ni la felicidad de un hombre... no es el amor el que lo mata; tengo muchas razones para creer que ya no me quiere". Lafragua se deshace de amor por lo excepcional que es su Lola, por el "objeto santo" que es y la enorme veneración que, como tal, le inspiraba. Como comentario final a lo que considera una conclusión fe- liz de una penosa situación, el enamorado secreto dice:

La enfermedad era cierta, mas él exageraba de un modo ex- traordinario; y como el médico decía que una impresión doloro- sa le causaría la muerte, todos temíamos fundadamente que el desenlace produjera los más funestos resultados. El hombre hizo mil locuras, pero el hecho es que, aunque enfermo, vive todavía a los trece años de muerta su víctima...

Sobre literatura, ya se indicó, nada puede agregarse; desde 1844 había dejado de publicar. Sin embargo, como un señala- miento interesante y que nos revela escritos que aún no conoce- mos, baste decir que en Ecos del Corazón señala que "jamás olvi- daré la tarde ni la noche del 13 de septiembre de 1847. Como digo en la composición que lleva ese título...". Es muy probable 38

que este poema, como otros, se encuentren adjuntos en el volu- men que contiene su historia de amor y los poemas amorosos a Lola, o en el que encuadernó con su obra literaria, ninguno de los cuales se nos permite conocer o trabajar sobre ellos por re- glamentaciones y privilegios burocráticos de las bibliotecas públi- cas de México.

18. En 1848, José María Lafragua es senador reelecto por Pue- bla; durante 1849 "no ocurrió cosa notable relativa a mí"; en 1850 se halla entre los posibles candidatos a la presidencia por los moderados, y así va transcurriendo su vida, entre ofrecimien- tos, que rechaza, para que ocupe cargos en el gobierno, para que asuma una legislación mexicana en Europa, en especial la espa- ñola. Mientras tanto, vuelve a sucederse los gobiernos unos tras otros: al general Pedro María Anaya lo sigue Manuel de la Peña y Peña; a éste, el general José Joaquín Herera, luego vendrán los gobiernos del general Mariano Arista (1802-1855) , de Juan Bau- tista Ceballos (1811-1859), del general Manuel María Lombardi- ni (1802-1853), y, por último, San Anna, con lo que se produce la revolución que proclama el Plan de Ayutla y que es encabezada por los generales Juan +lvarez (1790-1867) e Ignacio Comonfort, con lo que Lafragua vuelve a la política de manera destacada, a pesar que el contenido del plan de Ayutla no le gustaba y que el general +lvarez no le inspiraba confianza. Sin embargo, a esta tibia actividad política hasta 1854, se au- na la tragedia que marcará de manera difinitiva la vida íntima del -¡lo diremos?- poeta: Dolores Escalante fallece, del cólera y de una congestión cerebral, el 24 de junio de 1850. "¡Estoy solo! -se dijo Lafragua- (con más razón que cuando murió mi madre)". Y en 1863, cuando escriba Ecos del corazón, concluirá: "y esta es la espantosa verdad, que trece años de horribles raciocinios y de hechos indudables han confirmado de una manera inflexible- mente lógica". Esta historia de amor de Lafragua y de Dolores Escalante ha conmovido por sus hechos previos a la muerte de la novia, como por los posteriores de la vida del novio, a muy diversos estudiosos de la literatura, el romanticismo y la historia mexicana. Nos quedamos en que Lola rompe el 14 de diciembre de 1847, después de cuatro años y medio, con el pretendiente al

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borde de la muerte, y decide formalizar su romance con el que ya por entonces era un destacado político nacional y, además, con los medios económicos necesarios para asumir el matrimonio. Aunque ambos desean casarse de inmediato, los compromisos políticos del novio obligan a esperar la terminación de la guerra con Estados Unidos. En las cartas que se cruzan durante esos meses, Lola, la buena y noble Lola, estudia "concienzudamente" los arreglos matrimoniales y decide, llena de abnegación, sacrifi- car su dicha amorosa a la del novio, pues temía no poder hacerlo feliz. En junio de 1848, Lafragua al fin regresa a la Ciudad de Mé- xico dispuesto a casarse de inmediato, pero Lola quiere aún dis- cutir con él si lo va a hacer o no feliz. Como en diciembre termi- naba su cargo de senador por Puebla, deciden esperar unos me- ses más para casarse y, mientras tanto, el siempre enamorado acepta ocuparse de la Legación mexicana en España, en caso de no ser reelecto senador por Puebla. Pero... siempre hay peros para Lafragua, en noviembre una prima de Lola, una tal señorita Fernández, debe ir a Puebla, y ella decide acompañarla. "Esa ausencia -explica el novio- que calculábamos de pocas semanas, duró cerca de un año, sin que estuviera en nuestra manos el remedio". En septiembre de 1849, regresa Lola a la capital, y, el 15 del mismo mes, fijan su boda para el siguiente viernes de Do- lores, es decir de 1850. Pero más peros en los planes de Lafragua. En febrero de 1850, se enferma la madre de Lola, lo cual les obliga a postergar la boda hasta que sane; en abril, cuando ya parecía restablecida, la madre sufre otro ataque (22). Al fin, la fecha queda fijada para el 2 de agosto de 1850. El 23 de junio, Lola contrae el cólera, y cuando parecía ya superada la enferme- dad, una congestión cerebral la fulmina. Lafragua se destroza emocional, moral e intelectualmente. Y así comienza otra trage- dia en la vida de este hombre: dedica el resto de su vida íntima, personal y secreta, a idolatrar el recuerdo de Dolores Escalante; a escribirle poemas con regularidad, y sobre todo en el día del fa- llecimiento; a traerle de Italia un majestuoso sepulcro de mármol de Carrara -que describe con excesiva prolijidad en la narración de su historia amorosa-; a vivir encerrado en su casa apenas con- cluían sus actividades políticas; a ser, como le dirían burlándose en el calendario de El Ahuizote en 1874: "¡El castísimo Patriarca señor san José María Lafragua, monjo y casado, virgen y mártir!". 40

En fin...

19. Y aunque Lafragua diga en Ecos del corazón que recién en 1854 volvió a "aparecer ante los demás", después del "más com- pleto aislamiento", y que ésto lo hizo por "el temor de ver mi profundo y verdadero dolor trasvestido indignamente en capri- cho o tal vez en vil comedia..., para huir del ridículo y alejar de la memoria de Lola cualquier idea de que no fuese digna de ella"; lo cierto es que durante 1851 asistía al senado y, aunque no tomaba parte en las discusiones, daba su voto; rechazó ese mismo año el ministerio de Justicia que le ofreció el presidente Arista, y su nombramiento de ministro en Francia y Roma; y tuvo a su cargo lo que llama "el negocio de Tehuatepec", del cual trata con am- plitud en sus Apuntes políticos, de la misma manera que tam- bién nos enumera actividades, reuniones, confabulaciones y apo- yos políticos a lo largo de 1852, 1853, e incluso viajes a Puebla y uno, a fines de 1854, a California, en los Estados Unidos, de donde regresó convencido de que su apoyo debía estar con Co- monfort y trabajar a su favor. A 1853 hay que apuntarle también, la biografía del general Vicente Guerrero y la historia administra- tiva de la Sociedad Lancasteriana que escribió para el Dicciona- rio Universal de historia y geografía. 1854, año de su supuesto regresó político, y que dice haber dedicado a la literatura (sin que tengamos alguna prueba de ello), en verdad lo empleó en maquinaciones pues tanto el general +lvarez como su íntimo amigo Comonfort le escribían y lo invi- taban a sumarse a la revolución que proclamaría el Plan de Ayu- tla y derrocaría de forma definitiva a Santa Anna de la presiden- cia de la República. Si algo nos cuenta en los Apuntes políticos, es todas las gestiones, las intrigas, las cartas, los arreglos que llevó a cabo durante 1854 y 1855 para que Ignacio Comonfort llegara a la presidencia, tal como lo hizo el 8 de diciembre de 1855, por decreto del entonces presidente, el general Juan +lvarez, y el 1 de diciembre de 1857 por elección constitucional. Mientras el general +lvarez ocupó la presidencia, se le ofreció a Lafragua la gobernatura de Puebla, que no aceptó, y el cargo de ministro en España, que sí aceptó. Según cuenta, tenía todo pre- parado, incluso apartado el dinero que le daría el gobierno, para viajar a España a fines del mes de noviembre de 1855, pero "Prie-

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to dispuso de él (el dinero para el viaje) para otros objetos en aquel día y no lo repuso" (Prieto era ministro de Hacienda), con lo cual se quedó una vez más en México. En diciembre entró en crisis el gobierno del general +lvarez, renunciaron todos su ministros y resultó imposible crear un nue- vo gabinete por los manejos políticos de Lafragua -que era candi- dato a ministro de Relaciones Exteriores e Interiores-. A conse- cuencia de esta convulsión gubernamental, Alvarez expidió el decreto que nombraba presidente sustituto a Ignacio Comonfort y se retiró de la capital de la República. De esta manera, los puros perdieron el poder, de lo cual siempre acusaron a Lafragua pues él fue, en verdad, la causa de la caida y retiro del general Álvarez, y de las ascensión de Comnfort y los moderados a gobernar

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el país. Se dijo en esos años, y se ha repetido después, que la verdade- ra alma del gobierno de Comonfort, el que hacía y deshacía cuanto se realizaba en política, la mano dura en la sublevación de Antonio de Haro y Tamariz (1811-1869) y de las otras que se declararon, la destitución del poderoso cacique norteño Santiago Vidaurri (1808-1867), en fin, que el verdadero operador de Co- monfort fue su íntimo amigo José María Lafragua. Y algo de cierto hay en todo esto. Aparte de contar con la más absoluta confianza del presidente desde los años de Puebla, él fue el res- ponsable de la redacción de prácticamente casi todas las leyes que se expidieron, por lo menos en lo concerniente a su ministerio, y el que vetó o aprobó muchas de las otras que circularon o se detuvieron. La famosa ley de imprenta que sustituyó a la que él mismo creó en 1843, fue obra de su pluma, como también lo fue el Estatuto orgánico provisional de la República que se decretó en mayo de 1856, y que tantas discusiones originó, y un sin fin de disposiciones que fueron renovadoras o conflictivas para la marcha del país. Pero los asuntos no transcurrían apacibles dentro de la presi- dencia, dentro del gabinete ni dentro del Congreso. Se daba mucha oposición contra Lafragua, Comonfort tenía también otras lealtades, se intrigaba de manera continua contra la labor del amigo desde la juventud poblana. Al fin, el 1 de febrero de 1857, luego de ser aceptada su renuncia por discrepancias con Comonfort sobre si debía o no someterse a sufragio universal la Constitución de 1857, Lafragua ya no fue más ministro y empre- dió su tan proyectado y largo viaje a Europa como encargado de la legación en España, y también como el responsable de lograr arreglos con ese país pues la relaciones diplomáticas se encontra- ban en un punto álgido, con amenazas incluso de guerra, a causa de la matanza de unos españoles en la hacienda San Vicente y la exigencia de la indeminización consecuente. De esta manera termina el ciclo de mayor influencia política de José María Lafragua. Hay una conclusión de su experiencia política que vale la pena consignar por lo significativa que resulta y por haber sido, de alguna manera, la motivación de los Apun- tes políticos: "Hay sucesos que no se pueden comprender sino penetrando no sólo en el interior de un gabinete, sino a la inti- midad de la vida doméstica de de los hombres públicos". 43

20. Guillermo Prieto, en Memoria de mis tiempos, pinta un retrato de Lafragua, que situa en 1847, durante la guerra con los Estados Unidos, y que yo, más bien, creo que es una imagen acumulada y que en él hay muchos elementos posteriores al re- greso de Europa:

Al lado del general Salas, y con visibles tendencias al restable- cimiento de la federación, se encontraban Lafragua y Farías, el primero fino, moderado, colegialito aplicado de Puebla, familiar del obispo, poeta correcto y frío, pródigo, y en todo minucioso y simétrico. Vivía solo, dirigía la casa como una inteligentísima ama de gobierno. En su sala, en primer término, estaban su bonete y su beca. A sus libros los empastaba por colores y tamaños, como los caballos de un regimiento. Tachábasele de mezquino y se le con- cedían los honores de la inmortalidad a un paletó café que había crecido con él desde que estudiaba gramática. Y no obstante de que no es posible asignar un primer puesto entre los personajes influyentes de la época, tuvo participación activa en los sucesos, por su amistad íntima con Domingo Ibarra, Comonfort, Cardoso y el círculo en que dominaban Pedraza, Otero y Mariano Yáñez.

21. Desde el 1 de febrero que sale de la Ciudad de México para embarcarse rumbo a España, hasta el l de noviembre de 1861, en que regresa a la capital del país, Lafragua vive en Europa. Hasta 1860 como encargado de la legación en España, y luego por su cuenta. No fue un tiempo fácil para él. Apenas llega, se encuentra con que el gobierno de Isabel II no quiere recibirlo y hay amenazas del envió de una flota contra México. Se debe alojar en París por el desaire diplomático que implica el no ser aceptado como representante extraordinario. En Francia, Lafragua publica libros y folletos defendiendo y ex- plicando la causa mexicana en los problemas con España: Memorándum de los negocios pendientes entre México y Es- paña presentados al Exmo. Sr. ministro de Estado por el repre- sentante de la república, el día 28 de julio de 1877. Poissy, Ar- bieu, 1857. 347 págs. La versión francesa de este libro, fue im- 44

preso en los talleres de Arbieu, el mismo año de 1857. Reseña histórica y explicativa de los últimos sucesos de Méxi- co. París. Imprenta de D'Ambusson y Rugelman, 1857. 84 págs. Negocios pendientes entre México y España: últimas comuni- caciones (Título en francés, y es posible que edición bilingüe). París. Imp. de Renou et Maulde, 1858. 15 páginas. Nueva protesta hecha por el ministro de México en españa, contra los convenios que se dice ha celebrado el gobierno que ocupa la capital de la República con el de S.M.C. París. Imprime- rie Renou et Maulde, 1859. 15 hojas. Para agravar aún más su situación, Comonfort renuncia el 28 de enero de 1858, queda Benito Juárez como presidente de la República, pero ocupa el general Felix Zuloaga la capital del país y es nombrado presidente el 22 de enero de ese mismo año. Mé- xico tiene dos gobiernos, el conservador, encabezado por Zuloaga en la Ciudad de México, el liberal, por Juárez en Veracruz. Se inicia la Guerra de la Reforma o de los Tres Años, que se pro- longará hasta enero de 1861, con el triunfo de los liberales. Des- de Europa, Lafragua apoya el gobierno de Benito Juárez y no reconoce a Zuloaga hasta que se restablezca una situación legal que decida a favor de uno u otro bando. En 1860 presenta su renuncia y al año siguiente regresa a México. Poco sabemos de la vida de Lafragua en Europa. Yo tengo la impresión de que, aparte de atender sus obligaciones diplomáti- cas y viajar, realizó un balance de su vida política y escribió, selec- cionó y preparó en España, antes de regresar, el volumen de sus principales escritos políticos. De ahí es de donde provienen sus Apuntes políticos que se incluyen en esta edición. Por el lado personal, Dolores Escalante no se seapara de él: Mi viaje a Europa no sólo satisfizo plenamente uno de los más vivos deseos de mi juventud, sino que me libertó de mil com- promisos y de mil males que sin duda alguna hubieran llovido sobre mí si hubiera permanecido en México en los años 1857 a 1861. Pero si al ver el mar, al visitar el mundo antiguo, al estre- char la mano a Humboldt, a Lamartine y a Bretón de los Herre- ros, experimenté notable satisfacción, estuve muy lejos de gozar de un placer verdadero. El viaje había sido objeto de tantas con- versaciones con Lola; nos habíamos mecido tantas veces en la grata ilusión de recorrer juntos el mundo, que al contemplar los monumentos, al conocer a los hombres con cuya vista y trato 45

habíamos soñado tanto, el recuerdo de Lola se abría paso hasta mi corazón, y en vano buscaba a mi lado a la mujer adorable cuya compañía habría multiplicado aquellos goces, que por consi- guiente perdían la mayor parte de su influencia, pues que sólo eran percibidos, no sentidos. Y en el Louvre, como en la Alham- bra, en el Vaticano, como en el Kremlin, en el Vesubio, como en el Monte Blanco, en la Torre de Londres como en el Capitolio de Washington, en el Rhin como en el Niágara, en todo lugar y en toda hora echaba yo de menos una parte de mí mismo a quien pudiera transmitir mis más íntimos pensamientos. Así fue que mi tristeza en Europa se hizo notable a mis amigos, y aunque yo cuidaba de atribuirla a distintas causas, que por otra parte no faltaban, ésta era la más esencial y por desgracia la sola irreme- diable.

22. De 1862 al 13 de junio de 1872, Lafragua se mantiene al margen de la vida pública militante en la Ciudad de México. A lo largo de esos años vive de su profesión de abogado, no participa en política, rechaza los ofrecimientos que le hacen desde el go- bierno del emperador Maximiliano; al regreso de Juárez a la capi- tal, ajusticiado Maximiliano y derrotados los conservadores para cualquier empresa política, Lafragua es elegido magistrado inte- rino de la Suprema Corte de Justicia y luego quinto magistrado propietario; también lo nombran director de la Biblioteca Na- cional, presidente de la Sociedad Mexicana de Geografía e Histo- ria y, en 1868, aparece en la lista que publica El Monitor Repu- blicano debiendo al gobierno 120 pesos del pago de sus contri- buciones por la casa en que vivía, calle de san Agustín, número 13, altos. Por otra parte, forma parte de la comisión encargada de revisar y formar los codigos penal, civil y de procedimientos civi- les, diciéndose, incluso, que el civil y el de procedimientos es obra exclusiva suya. También, en 1871, recibe el honor de leer la oración civica en conmemoración de la batalla de Churubusco. Para agregar pequeños detalles a la actividad de estos años, puede anotarse que Enrique Olavarría y Ferrari cuenta que La- fragua, en 1867, prestó unas piezas de su casa para que se reunie- ran en las noches los miembros de El Liceo Mexicano, asociación que se formaría para promover el adelanto del arte dramático en México, por iniciativa de José Tomás de Cuellar (1830-1894); de

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igual forma, pero sin hacer referencia al año, dice que para poder identificar a los poetas que en los primeros tiempos de la repú- blica publicaban con seudónimos, anagramas e iniciales, porque "tenían vergüenza de dar a saber que se distraían en componer versos, cuando toda la inteligencia y todo el tiempo no bastaban para luchar por las ideas y para resolver los problemas sociales o políticos", Lafragua -"hombre curioso y que sabía darse lugar para todo"- formó un catálogo de autores y poetas que permitía identi- ficarlos. En 1865, publica Lafragua "Algunas noticias relativas a Co- lón", en El Año Nuevo, en el que habla del lugar de su nacimien- to, sus retratos, el entierro en La Habana, el monasterio de La Rabida, y edita, en ese mismo artículo, en castellano y latín, la carta en que Colón anuncia el descubrimiento de nuevas tierras. No es, resulta evidente, un trabajo de importancia histórica; es decir, se halla muy lejos de una de las razones que tuvo para aceptar el cargo de ministro de México en España -"el delirio de escribir la historia de México, cuyos esenciales documentos rela- tivos a la dominación española, si bien están en México, no están del todo completos. Creí en consecuencia, que al mismo tiempo que me libraba de compromisos estériles para mis ideas, podía hacer un positivo servicio al país"- y que debió comentar en pú- blico, pues los periódicos de 1856 dan

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como un hecho lo que él deseaba y que, dicen, es una refutación a las falsedades históricas de Lucas Alamán.

23. En marzo de 1871, Lafragua decide hacer su testamento:

En el nombre de Dios, yo, José María Lafragua, natural de es- ta Capital, soltero, de cincuenta y siete años, hijo legítimo del Sr. D. José María Lafragua y de la Sra. Da. Mariana Ibarra, naturales y vecinos que fueron de la expresada Ciudad de Puebla, hallán- dome en perfecta salud, cabal inteligente y libre de toda coac- ción, declaro: que otorgo mi testamento cerrado en los términos siguientes: Primero. Quiero ser sepultado sin pompa alguna en el Ce- menterio de San Fernando; y encargo muy especialmente a mi albacea, que si muero fuera de esta ciudad, a cualquier costa haga trasladar mis restos a dicho cementerio. (23) Segundo. A la manda establecida para biblioteca, dejo la asig- nación legal. Tercero. Declaro que mis bienes consisten en la casa Nº 13 de la calle de San Agustín, en los muebles y libros y en las cantida- des que constan en mis papeles y de que tiene conocimiento mi albacea. (24) Cuarto. Declaro: que no tengo hijo ni descendiente alguno de ninguna clase, ni otro heredero forzoso. Quinto. Mando que con absoluta preferencia a cualquier otra disposición, se impongan tres mil pesos a censo consignativo, al seis por ciento anual y con la hipoteca, fianza de réditos y demás garantias necesarias, sobre una casa de esta Ciudad, que valga a lo menos diez mil pesos y que esté libre de todo gramamen. El censo se redimirá en el término convenido en el legal y volverá a construirse sucesivamente con las mismas garantías. Sexto. El rédito de los tres mil pesos referidos se destinará a la conservación y reparación del sepulcro de la Srita. Da. Dolores Escalante. Si algo sobrase anualmente, se dará a una joven donce- lla, honrada, pobre, huérfana a lo menos de padre, que no baje de 18 años ni pase de 27, y que lleve el nombre de Dolores. Esta última condición se cumplirá en cuanto fuese posible; la dona- ción se hará el día 24 de junio. (25) Séptimo. Encargo el cumplimiento del legado de que tratan

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los dos artículos anteriores a los Sres. D. Antonio y D. Joaquín Escalante y por muerte de ambos, el mayor de sus descendientes, sea hombre o mujer. Si estas familias llegaren a extínguirse, el cumplimiento del legado quedará a cargo del Presidente del Ayuntamiento de México. (26) Octavo, Deducidos los expresados tres mil pesos, dejo el cua- renta por ciento de mis bienes a la Sra. Da. Julia Gómez de Esca- lante y nombro sustítutos de ella a sus hijos para el caso de que muera antes que yo. (27) Noveno. Si el cuarenta por ciento referido no importare vein- te mil pesos, el legado se entenderá hecho de esta cantidad y sólo el sobrante se destinará a las demás disposiciones que siguen, las cuales quedarán sin efecto si mis bienes no llegaren a cubrir el legado del artículo quinto y el presente; pues mi voluntad es que, cubierto el primero, la Sra. Gómez de Escalante reciba lo que haya hasta veinte mil pesos o más, si más importare el cuarenta por ciento. Décimo. Dejo el diez por ciento a la Sra. Da. Francisca Fer- nández de Escalante, nombrando sustituto suyo a su hijo D. Antonio. (28) Decimoprimero. Dejo el veinticinco por ciento al Colegio Carolino, hoy del Estado de Puebla, precisamente para libros para su Biblioteca. En consecuencia: los libros que existen entre mis bienes y que no sean relativos a América se entregarán por un precio íntegro al expresado Colegio, en abono del veinticinco por ciento referido, de cuyo importe se deducirán los libros rela- tivos a América, los cuales se entregarán a la Biblioteca Nacional de México. (29) Décimosegundo. Dejo veinticinco por ciento para limosnas que no bajen de trescientos pesos ni excedan de mil, que se da- rán a doncellas que tengan las condiciones que se exigen en el artículo sexto, a excepción de la relativa al nombre, que sólo será motivo de preferencia en la igualdad de circunstancias. Décimotercero. Para la ejecución de este testamento nombro albaceas en primer lugar al Sr. D. Antonio Escalante, en segundo al Sr. Lic. D. Joaquín Escalante; y en tercero al Sr. Lic. don Ma- nuel Buenrostro, a quienes prorrogo por un año el término legal. Décimocuarto. Declaro, por fin, que este testamento es mi úl- tima y deliberada voluntad, que otorgo en uso del derecho. que me concede la ley; rubricando sus hojas y escribiéndolo y fir- 49

mándolo de mi propia mano, conforme al artículo 3,776 del Código Civil. México, marzo seis de mil ochocientos setenta y uno. J.M.Lafragua.

24. Vista así la vida de Lafragua, no hay nada sorprendente. Lo que escribiera en 1863 sobre sus amores con Lola, estaban guar- dados y nadie sabía de sus exageraciones, ni de su morbosidad ni de la vida que sentía que hacía. A mí me parece espantosa; él mismo la describe con detalle:

Cuando a mis solas en las largas horas de aislamiento, con- templo mi porvenir, me estremezco al ver que no es el dolor sino el juicio el que decide de mi suerte. En cada año he visto hundir- se en el sepulcro alguna persona querida, entibiarse alguna amis- tad, desnaturalizarse algún sentimiento. En cada año no sólo se ha estrechado mi porvenir sino el círculo de mis relaciones, por- que no sólo he perdido un tiempo de mi vida física, sino un elemento de mi vida moral. Y como esas pérdidas deben necesa- riamente continuar, el último período que voy a recorrer no me ofrece más perspectivas que la debilidad del cuerpo, el abatimien- to del espíritu y una vejez anticipada. Según todas las probabili- dades, recorreré ese período como el pasado, solo, enteramente solo, con el corazón roído por el dolor, con la inteligencia em- ponzoñada por los desengaños, con la imaginación desencanta- da. Dulce es la amistad, pero es más dulce la familia; y cuando la desgracia derrama su veneno en el corazón, no queda al hombre más consuelo que la familia. Allí se refugia cuando la tempestad truena sobre su cabeza; porque el hogar doméstico es el asilo donde huyendo de las injusticias, de los crímenes y de los desen- gaños del mundo, puede únicamente el hombre vivir la vida del sentimiento y adquirir nuevas fuerzas para volver a esa eterna lucha de las pasiones y de los intereses con los deberes, que es la vida de la sociedad. Pues bien, mi hogar doméstico está vacio: criados, que me sirven porque les pago, forman mi familia, en la cual no se alza una sola voz para preguntarme la causa de mis enfermedades ni de mi tristeza. El respeto, si no la indiferencia, cierra los labios; y días enteros paso sin oír más palabras que las

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necesarias para el servicio. Y cuando miro a mi derredor, y sólo encuentro libros, estatuas y grabados, que si algo dicen a mi ca- beza, nada hablan a mi corazón; cuando todo está inanimado en torno mío; cuando a mi voz sólo respende el eco de mi voz; cuando veo no lejano el día en que las enfermedades y la vejez hagan presa de mi cuerpo y debiliten y entolden mi alma; cuando en medio del horroroso cataclismo en que se haya hundida la patria, no sé si dentro de algunas semanas gemiré en alguna pri- sión o en el destierro... de veras tengo lástima de mí, porque en cualquiera de estas circunstancias me veo solo, sin un lazo que me una a la sociedad, sin un objeto que me haga amar la vida, sin una voz tierna que me consuele, sin una mano amiga que me cierre los ojos. Esta no es poesía; es por desgracia la triste verdad, fundada en el conocimiento exacto de mi situación y en la amar- ga experiencia de tantos años. Y como no tengo de que esa situación cambie, mi porvenir se anubla más y más, mi carác- ter se exaspera, mi salud se deteriora y mi corazón se rompe y mi inteligencia se ofusca y mi alma se pierde en la inmensidad de su propio mal.

25. Guardando las proporciones, y olvidando lo extremos tor- tuosos al que llevó su culto por Dolores Escalante durante un cuarto de siglo, he de decir, como algo personal, que siempre que he leído a Lafragua, sobre todo Ecos del corazón, me viene a la memoria un personaje de Henri James, de su cuento "El altar de los muertos", y que quiero dejar aquí casi como un capricho mío que, espero, me será disculpado:

Al pobre Stransom le inspiraban disgusto mortal los aniversa- rios insignificantes, y todavía le gustaban menos cuando tenían pretensiones aparatosas. Las celebraciones y las represiones for- zadas le resultaban por igual penosas, y sólo una de las primeras encontró lugar en su vida. Guardaba todos los años, a su modo, la fecha de la muerte de María Antrim. Quizá fuera más adecua- do decir que esa fecha lo guardaba a él, impidiéndole, positiva- mente por lo menos, hacer ninguna otra cosa. Era como una mano que lo retenía una y otra vez y cuya presión había suaviza- do el tiempo, sin aflojarla nunca. Despertaba a esa fiesta del re- cuerdo con la misma conciencia con que hubiera despertado en

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la mañana de su boda. Pero en realidad hacía mucho que no era ya cuestión de matrimonio: para la joven que debió ser su com- pañera no hubo nunca abrazo nupcial. Había muerto de una fiebre maligna despues de fijado el día de la boda; y Stransom perdió, antes de gustarlo en su plenitud, un afecto que prometía colmar su vida. Con todo, hubiera sido falso decir que aquella vida quedó privada de tal bendición; todavía la regía un pálido fantasma, todavía la gobernaba una soberana presencia. No había sido un hombre de muchas pasiones y, aun en todos aquellos años, la sensación más poderosa en él fue la de su soledad. No necesitó sacerdote ni altar para sentirse definitivamente viudo. Había hecho muchas cosas en el mundo. Casi todas, menos una: no había logrado olvidar nunca. Había tratado de llenar su existen- cia con cualquier otra cosa; pero su existencia seguía siendo co- mo una casa cuya dueña se hubiera ausentado para siempre.

26. 25 El 13 de junio de 1872, su viejo amigo Benito Juárez (1806-1872) nombra a José María Lafragua ministro de la Rela- ciones Exteriores. En los periódicos se protesta -y se seguirá pro- testando hasta el momento de su muerte- contra este nombra- miento diciendo, entre otras cosas, que ya está anticuado; que desde que está en el cargo, México sólo tiene relaciones con Ve- nus; que su regreso público es como revivir una momia política; se le llama "Ensayo cronológico histórico sobre los creadores de las fiestas cívicas"; en las caricaturas se le disfraza de la muerte; el gabinete es una broma, una rémora del pasado; que los ministros paracen de ultratumba y que son retrógrados, destructores y ahis- tóricos; que todos los de ese gabinete son los padres Camilos, que ayudan a bien morir. También se le componen algunos versi- tos burlones:

¡Qué triste soledad! ¡Qué desamparo! Mucho dinero tengo, tengo honores, mas me faltan y es claro algunas relaciones exteriores

Mientras unos se dan atracones y otros cuentas los miles

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este pobre que está sin rilaciones no ejerce más funciones que componer idiolios pastoriles

Gobierno como este de los cuatro gatos en que hay un Lafragua tan nulo, tan vano, que pura polilla suelta a dar el paso.

Lafragua, como ministro de Relaciones Exteriores de Juárez - durante un mes y cinco días, pues el presidente falleció el 18 de julio- y luego, pues es ratificado en el cargo, de Sebastián Lerdo de Tejada (1823-1889), sólo tiene dos actuaciones relevantes; su respuesta a la protesta del ministro de Inglaterra, conde de Gran- ville, por las incursiones de los mayas en territorios de la Hondu- ras británica; y su respuesta "muy diplomática" a la propuesta de Guatemala para la fijación de los límites entre los dos pàíses. Pero todo tranbscurría monótonamente, hasta los ataques y las burlas en la prensa resultaban aburridos; a pesar de su inves- tidura, su cargo era, en lo fundamental, burocrático. Ya no proli- feraban las intrigas, las revoluciones, los manejos candentes con- tra los conservadores, los centralistas y hasta contra los puros. Lafragua tenía gota, y en los periódicos también le desean su mejoría. Debió sentirse más solo que nunca. Y así los años y los días transcurren hasta el 15 de noviembre: ese día, a los 62 años de edad, falleció de una congestión cerebral fulminante, el mis- mo mal que mató a Dolores Escalante cuando casi estaba salvada del cólera. Se le enterró con todos los honores y la asistencia de las más relevantes personalidades del mundo político y literario de México: Guillermo Prieto recitó un poema y José María Vigil (1829-1909), la oración fúnebre. El Congreso suspendió sus se- siones. Desde entonces han pasado 125 años. La circunstancia de que se le esté editando y yo escribiendo un prólogo a su obra, es una buena muestra que se le sigue recordando.

Tlahuapan, enero del 2000

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BIBLIOGRAFIA A Obra de José María Lafragua (30)

(Lafragua, José María): Prólogo, analisis y edición del Teatro de Manuel Bretón de los Herreros. Seis tomos. Imprenta de Vi- cente García Torres. México, 1842.

Arenga cívica pronunciada el día 27 de septiembre de 1843, en la Alameda de México por el ciudadano licenciado José María Lafragua, en memoria de la gloriosa consumación de la Indepen- dencia. México. Imprenta de Torres, calle del Espíritu Santo Num. 2. 1843. Retrato del autor. 20 págs.

Breve noticia de la erección, progesos y estado actual de la Compañía Lancasteriana de México, escrita por J. M. Lafragua y Wenceslao Reyes, socios de dicha corporación. México. Tip. de Rafael, calle de la Cadena, núm. 13. 1853.

Discurso pronunciado el día 20 de agosto de 1871 por el C. José María Lafragua, en conmemoración de la Batalla de Churu- busco. México. Imprenta del Gobierno, en Palacio, a cargo de José M. Sandóval. 1871. 51 págs.

Ecos del corazón. Los históricos amores del Lic. D. José María Lafragua. Con prólogo del Dr. Manuel Mestre Ghigliazza. Editor: Carlos R. Menéndez. Mérida. Yucatán. México. 1937. VII + 23 págs.

Miscelánea de política por José María Lafragua. Biblioteca de la Academia Mexicana de la Historia, correspondiente de la de Madrid. México, 1943. 125 págs. Reimpresión facsimilar por el Instituto Nacional de Estudios históricos de la Revolución Mexicana. Serie República liberal. Obras fundamentales. Prólogo de Yolanda Mercader Martínez. México, 1987.

B Hemerografía

El Libertador, Puebla, 1834 54

Imperio de la Opinión, Puebla, 1835 Ensayo Literario, Puebla, 1838 Leónidas, Puebla, 1838 Museo Popular, México, 1840 El Mosaico Mexicano, México 1840 El Cosmopolita, México, 1841 El Apuntador, México, 1841 La Abeja Poblana, Puebla, 1841 Semanario de las señoritas mejicanas, México, 1842 Panorama de las señoritas, México, 1842 El Observador Judicial, México, 1842 El Siglo Diez y Nueve, México, 1842 en adelante El Monitor Repúblicano, México, 1843 en adelante El Estandarte Nacional, México, 1843 La Voz del Pueblo, México, 1845 La Ilustración Mexicana, México, 1851 La Sociedad, México, 1859 El Año Nuevo, México, 1865 El Partido Liberal, México

C Copilaciones antológicas de José María Lafragua

José Miguel Quintana: Lafragua. Político y Romántico. Estu- dio seguido de una selección de obras del Lic. J.M. Lafragua. México. Editorial Academia Literaria. 1958. VII + 424 págs. Edi- ción de 750 ejemplares.

José María Lafragua. Compilación e introduccion: Patricia Galeana de Valadés. Senado de la República. LIII Legislatura. Serie Los senadores. México, 1987. 349 págs.

D Antologías literarias

Guirnalda poética. Selecta colección de Poesías Mejicanas. Publicada por Juan R. Navarro. Para obsequiar a los señores suscritores a la Biblioteca Nacional y extranjera. Méjico. Impren- ta de Juan R. Navarro, calle de Chiquis N. 6. 1853. 293 págs. Incluye "Lamentos de una madre". Págs. 165 a 171

El pensil de la niñez. Colección escogida de las más hermosas 55

flores de la poesía mexicana, desde Sor Juana Inés de la Cruz hasta nuestros días. México. Impreso por Francisco Mendoza. Alfaro Núm. 5. 1872. 193 págs. Incluye "la paz y la guerra". Págs. 76 a 82

El parnaso mexicano. Ignacio Rodríguez Galván. Su retrato y biografía (por Ignacio M. Altamirano). Con el juicio crítico de sus obras y Poesías escogidas de varios autores. Coleccionadas bajo la dirección del Sr. Gral. D. Vicente Riva Palacio, contando además con la bondadosa colaboración de los Sres. Ignacio M. Altmirano, Guillermo Prieto, Manuel Peredo, José M. Vigil, José M. Bandera, Juan de D. Peza, Francisco Sosa, Joaquin Trejo, Hilarión Frías y Soto y otros de nuestros más eminentes literatos de esta Capital y de los Estados. Librería "La ilustración". 12. Primera de Sto. Domingo. 12. México, 1 de agosto de 1885. 96 págs. Incluye "Lamentos de una madre", Págs. 42 a 48.

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58

Quintana, José Miguel: Lafragua. Político y Romántico. 44. Metro. México. 1975. 187 págs. Es la reproducción del prólogo de la edición de 1958.

Ruiz Castañeda, María del Carmen, y Luis Reed Torres y En- rique Cordero y Torres: El periodismo en México. 450 años de historia. México, 1974. 380 págs.

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ratura").

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Vigil, José María: "Discurso luctuoso", en Boletín Bibliográfi- co de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, México, 1963. (antes en: El Federalista, 18 de noviembre de 1875, y en El Por- venir, 19 de noviembre de 1875).

NOTAS

1 En la muerte de este obispo de Puebla, Lafragua escribirá un sentido ar- tículo necrológico, seguido de una oda sáfico adónica a su memoria, fechada el 1 de abril de 1838, publicados en el Ensayo Literario e incluidos en esta edi- ción.

2. Con cierta morbosidad, y de aceptar este chisme poblano, es posible igualar los últimos años del supuestro padre con la vida del hijo: "y en el retiro y aislamiento a que se condenó desde la muerte de Dolores Escalante, dividía su tiempo entre las funciones políticas y el estudio".

3 Nadie afirma que Troncoso vivió sin salir de Veracruz. A pesar de las difi- cultades y tardanza de los medios de transporte, Puebla no estaba inmensamen- te lejos de Veracruz, y, además, era camino obligado para realizar cualquier negocio en la Ciudad de México o en Puebla. Si se considera la afirmación de que Troncoso tuvo también otros cuatro hijos con la madre de Lafragua, la concordancia de fechas sale sobrando.

4 El padre de Luis Echegaray, Francisco, vendría a ser hijo de una de las su- puestas hermanas de Lafragua, por lo que el parentesco sería de sobrino nieto (Luis Echegarray) o tío abuelo (Lafragua).

5 Esto es una tontería, pues existió un teniente coronel José María Lafragua que asumió la paternidad legal del supuesto hijo del cura Troncoso.

6 En estos casos, sin consignación de documentos, uno ya no sabe qué creer de estas afirmaciones que lindan estrepitosamente con el chisme.

7 Otro de los supuestos hijos del cura Troncoso y supuesto hermano, con el mismo nombre pero distinto apellido, de Lafragua.

8 Es cierto que Lafragua no hace mención directa de su padre en su poesía, pero también lo es que hace referencia a la viudez de su madre, al luto que llevaba, a la pobreza, al duelo, y la alaba por haber sabido "llenar / aquí la falta de un padre / y sobre tu hijo velar". Si el teniente coronel Lafragua falleció a los 23 días de nacido su hijo, y el cura Troncoso cuando ya el supuesto hijo tenía 28 años, resulta de alguna manera clara que la descripción de la situación de la madre en el poema, corresponde al teniente coronel y no al cura.

9 Esta argumentación también es absurda, pues aun en el caso de que La- 61

fragua sea en verdad hijo del teniente coronel y no del cura, la obligación de éste tendría que haber sido mantener a los cuatro muchachos Aragón, lo cual no hizo. Si se lleva esta argumentación hasta el final, resultaría que los cuatro niños Aragón tampoco eran hijos del cura Troncoso. Y es aún más difícil acep- tar esta irresponsabilidad del cura, por común que sea, si es cierto que se halla- ba empeñado por secularizarse para contraer matrimonio con la madre de Lafragua, y, además, contando con la ayuda de Iturbide y del obispo de Puebla. Y también se sorprendente que, mientras gestionaba los permisos necesarios para poder casarse, la mujer de sus amores, la madre de sus hijos, y sus propios hijos, vivieran en la miseria en la misma ciudad que él.

10 Puede llamar la atención en los Apuntes políticos de Lafragua concer- nientes a estos primeros años de su vida pública, que no hiciera referencia alguna a dos hechos de gran trascendencia para la historia de México: la separa- ción de Texas y "la guerra de los pasteles".

11. Sé de la existencia de una colección completa del Ensayo literario en la Biblioteca Nacional, clasificación MO46 ENS.1., tal como informan Guadalupe Curiel y Miguel +ngel Castro en el libro que coordinaron: Obras monográficas mexicanas del siglo XIX en la Biblioteca Nacional de México (1822-1900). (Acervo general). UNAM. Colección Ida y regreso al siglo XIX. México, 1997. Pág. 68. Las dificultades propias de esta intitución para realizar consultas y fotocopiar, más el grave problema de la huelga estudiantil, impidieron que, con antelación o en esta urgencia, pudiera completar mi conocimiento de esta revista literaria poblana.

12 Como curiosidad, puede señalarse que el supuesto padre de Lafragua, el cura José María Troncoso, figuraba en la lista con una suscripción a dos ejem- plares.

13 De esta revista se ha publicado en la UNAM, en 1995, un facsímil pre- parado y prologado por la maestra María del Carmen Ruiz Castañeda, con índices elaborados por Sergio Márquez Acevedo bajo su supervisión.

14 El volumen se publicará en 1839, con el título de Poesías, impreso por Ojeda, Escalerrillas N. 2, y tendría VIII + una lista de erratas * 345 páginas, en un formato que no soprepasaba los 14 cm. de alto y los 8 cm. de ancho.

15 Guillermo Prieto, en "Algunos desordenados apuntes que pueden con- siderarse cuando se escriba la historia de la bella literatura mexicana" (El Museo Mexicano, tomo IV (1844), págs. 354 a 360; y en Tola de Habich, Fernando: El museo literario, Premiá, 1984, págs. 49 a 64) incluye entre los miembros de la Acdemia de Letrán a José María Lafragua, pero lo hace a continuación de un "después" significativo, en el que enlista lo que él llama jóvenes y que, con un par de excepciones, no corresponden a su generación y no fueron colaborado- res en algún volumen del El Año Nuevo. Desde mi opinión, es muy probable que los nombrados a partir del "después", correspondan a los intentos de reacti- var la Academia de Letrán, exactamente en ese año de 1844, lo cual nunca se logró ni alcanzó, en sus escasos tiempos de reinauguración, la importancia y 62

trascedencia de la primera.

16 Quien deseé ampliar este tema, puede recurrir a: Miranda Cárabes, Ce- lia: La novela corta en el primer romanticismo mexicano. Estudio preliminar, recopilación, edición y notas de... Con un ensayo de Jorge Ruedas de la Serna. Universidad Nacional Autónoma de México. México, segunda edición, 1998. Pág. 129; y Muñoz Fernández, +ngel: Los muchachos de Letrán. José María Lacunza. Estudio y recopilación. Factoría Ediciones, México, 1997. Pág. 95 a 103, donde se cuenta con sumo detalle toda la historia del malentendido y se detallan las razones para la atribución a Lacunza.

17 Sobre la vida y las actividades políticas y literarias de Lafragua, sigo muy de cerca Ecos del Corazón y Apuntes políticos, sus testimonios autobiográficos.

18 Ruiz Castañeda, María del Carmen y Sergio Márquez Acevedo: Catálogo de seudónimos, anagramas, iniciales y otros alias usados por escritores mexica- nos y extranjeros que han publicado en México. Universidad Nacional Autó- noma de México. Imprenta Universitaria 1935-1985. México, 1985. Pág. 136.

19 Cuando hago referencia a los cuadros de costumbres, pienso con rigor en esta calificación, sin considerar otro tipo de artículos o poemas en los que de alguna manera se escribía un costumbrismo no basado en una teoría o en una intención tan explicita como es la del cuadro de costumbres en cuanto subgéne- ro literario.

20 Esta traducción no ha sido incluida en esta selección.

21 Este Ateneo Mexicano es la reactivación de fundado el 22 de noviembre de 1840, con la participación -y se dice que por iniciativa- del primer embajador español, +ngel Calderón de la Barca, y otros 63 individuos de la sociedad y la cultura mexicana, declarando que sería "puramente literario, (y) cuyo objeto sera propagar los conocimientos útiles, adquirir nuevos y divertirse con el trato mutuo". A pesar de la concurrencia de Andrés Quintana Roo, Francisco Orte- ga, Manuel Carpio, Isidro Rafael Gondra, José María Tornel, todos ellos rela- cionados con los jóvenes que integraron la Academia de Letrán, lo cierto es que ninguno de los literatos miembros de la generación de Lafragua (los Lacunza, Prieto, Payno, Rodríguez Galván, Calderon, Tossiat, Navarro, E.M. Ortega), fueron invitados a participar en este anterior Ateneo que, al poco tiempo y sin mayor repercusión cultural, suspendió sus sesiones. Ahora, en 1844, serán ellos, acompañados de antiguos socios, los que volverán a poner en funciones la asociación que los había marginado y que, sospecho, no pasó de ser la anterior una tertulia de señorones adinerados y bien ubicados en la sociedad nacional.

22 Nonoi pregunta, y es acertado: ¿no le estarían tomando el pelo a Lafra- gua? Esa separación de casi un año porque Lola se fue con una prima a Puebla, es en realidad delirante.

23 No pudo ser enterrado en este cementerio por estar en ese clausurado; lo fue en el cementerio de Tepeyac. 63

24 Aparte de la casa y los libros, el monto de la herencia de Lafragua alcan- zó la cifra de 150 mil pesos.

25 La organización de este fidecomiso para el cuidado de la tumba y para dotar a doncellas, desapareció con la quiebra de la compañía de seguros "La Mexicana" a los muy pocos años de constituido.

26 Antonio y Joaquín Escalante eran hermanos de Dolores.

27 Julia Gómez de Escalante, era esposa de Joaquín Escalante.

28 Francisca Fernández de Escalante, madre de Dolores.

29 Los libros referentes a América, que quedaron para la Biblioteca Nacio- nal, fueron 2000, muchos de ellos conteniendo recopilaciones de documentos y recortes de diarios y revistas sobre historia y personajes de México; para la biblioteca del Colegio Carolino, hoy propiedad de la Universidad de Puebla, dejó 2,300 libros, más el dinero indicado.

30 No incluyó los libros, folletos y textos originados por sus funciones polí- ticas ni las de carácter legal; tampoco los publicados en París y que se le atribu- yen.

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