NOTAS PARA LEER a JOSÉ MARÍA LAFRAGUA PROLOGO CIRCUNSTANCIAL Mi Interés Por José María Lafragua Surgió Por El Camino Equiv
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NOTAS PARA LEER A JOSÉ MARÍA LAFRAGUA PROLOGO CIRCUNSTANCIAL Mi interés por José María Lafragua surgió por el camino equivo- cado: "Netzula", la novela corta de temática indigenista que por error se le atribuyó, y que le permitiría mantenerse en el recuerdo de la historia literaria nacional -y en estudios internacionales especializados- entre los precursores de un subgénero de la narrativa hispanoamericana. Después, Ecos del corazón me pintó la vida íntima de un literato y, sobre todo, de un político, en extremo singular y, si así se quiere, llena de un agudo simbolismo romántico; también, con seguridad, pavorosa. Más tarde, la selecciones de José Miguel Quintana y de Patricia Galeana de Valadés, matizaron y ampliaron las ideas que me fui formando. Mis investigacio- nes literarias sobre el siglo XIX mexicano, agregaron nuevos textos y nuevas ideas sobre este escritor poblano. Casi sin darme cuenta, su car- peta se fue llenando de material no recopilado ni publicado desde hacía más de siglo y medio, y de una diversidad de notas y apuntes surgidos de lecturas circuntanciales, hallazgos previstos e imprevistos en revistas literarias, y de alguna relación fortuita con otros trabajos correspondien- tes a los años de su vida. Durante un buen tiempo traté de interesar a funcionarios cultu- rales en la edición de una recopilación y selección de la obra literaria de Lafragua más amplia de la que disponíamos (además ya habían pasado muchos años desde la edición de 1958 de Quintana), recalcando, sobre todo, la imperiosa necesidad de no perder un nombre y una obra más de la historia literaria mexicana desde que los trabajos de Celia Miranda Cárabes y Ángel Muñoz Fernández demostraron, sin posibilidad de duda, que el autor de "Netzula" era José María Lacunza (1809-1869) y no José María Lafragua. Evidentemente, no tuve éxito en mis gestiones. A principios de 1999, tuve la fortuna de tener una amplia y gra- ta reunión con mi antiguo amigo Juan Gerardo Sampedro -que acababa de ser nombrado director de Literatura, Ediciones y Bibliotecas de la Secretaría de Cultura del Gobierno del Estado de Puebla-, a quien le propuse la edición de "un Lafragua" que fuera amplia, algo más comple- ta, generosa y muy poblana. Sampedro sonrió, y yo estuve seguro que tendría un buen animador del proyecto en él. En efecto, tal como espera- ba, le presentó la idea al Secretario de Cultura, Pedro +ngel Palou Gar- cía, quien la acogió con entusiasmo y, a su vez, se la propusó al goberna- dor de Puebla, Melquiades Morales Flores. Para mi sorpresa, en los últimos días de noviembre de 1999, recibí una llamada de Juan Gerardo 1 Sampedro diciéndome que Palou y el gobernador aceptaron el proyecto de la edición de la obra de José María Lafragua, que teníamos que poner- nos, todos, a trabajar, y que la edición debería estar publicada el 15 de enero del 2000. ¡Genial! Un mes y medio para seleccionar y preparar una edición de Lafragua que calculábamos en 600 páginas y que sobrepasó las mil, escribir un prólogo, producir el libro y estrenar el año 2000 con él, pare- cía -y casi lo es, y aún más con las fiestas de fin de año que se atravesa- ban en el punto álgido de la edición- algo imposible. Sin embargo, era una magnífica oportunidad para "partir lanzas" por Lafragua, y yo sería el último que dejaría pasar una ocasión semejante. Si de algo estoy con- vencido, es que tanto los gobiernos como las universidades estatales, e igual las nacionales, deben tener entre sus prioridades culturales la recu- peración y difusión de la obra de sus creadores y estudiosos, de su patri- monio cultural. Encontrarme con un gobernador como Melquiades Mo- rales Flores, con dos funcionarios culturales como Pedro +ngel Palou García y Juan Gerardo Sampedro -que, además, son destacados escritores de la más reciente generación de narradores mexicanos-, que se preocu- pan e interesan en el pasado histórico y literario de Puebla, que están dispuestos a publicar a un escritor y político poblano del siglo XIX sin escatimar páginas (y sin exigir ediciones de lujo), y, sobre todo, con el entusiasmo necesario para pedir la edición de inmediato, es excepcional y muy gratificante. De ninguna manera podía poner peros: tendrían su edición en mes y medio, sea como fuere. Esta recopilación de José María Lafragua, se centra en su obra literaria, en el sentido amable del término. Aumenta, en mucho, la selec- ción de José Miguel Quintana de 1958, agregando poesías, textos en prosa y biografías; también reune en una misma edición, por primera vez, los dos textos autobiográficos que caracterizan la vida y la obra del escritor poblano: Ecos del corazón y Apuntes políticos. De igual forma, la recopilación realizada enriquece con amplitud la bibliografía existente sobre la obra de Lafragua, y da noticia, y reproduce, escritos de los que no se había dado referencia hasta ahora. En lo concerniente a la prepa- ración de los textos incluidos, se han puesto notas indispensables y se ha evitado la profusión de las mismas, llegando incluso al extremo de, en algún caso, sólo indicar ligeramente la forma en que se podría anotar el texto. Además, como una especie de justificación pero no disculpa de ésto, en el prólogo se dan los necesarios comentarios para evitar la repeti- ción a pie de página. Sobre el prólogo también es conveniente hacer alguna indicación. Lo he estructurado en forma de notas correlativas y en orden cronológico. Una parte de ellas provienen del carpeta de Lafragua que, durante años, 2 fui formando, pero todas están reescritas, amplidas y llevan una redac- ción que, supongo, les permite insertarse con coherencia en el desarrollo unitario del trabajo. Algunas notas son indicaciones que tal vez sirvan a futuros investigadores de Lafragua, y otras, opiniones e hipótesis que trato de sustentar. Lo importante, en realidad, es la presentación de una obra significativa de la cultura mexicana, para que pueda ser reconside- rada, estudiada y, a la vez, recordada en la historia literaria del país. Aparte de agradecer -como ya lo he hecho- a las autoridades po- blanas por la oportunidad de realizar esta edición de José María Lafra- gua, deseo dar todo el mérito y reconocimiento necesario a mi esposa, Nonoi Lorente Salvat, por su excelente apoyo y colaboración en todos y cada uno de los procesos por los que pasó la preparación intelectual y la producción editorial de este libro; como suele decirse, sin ella hubiera sido imposible llevarlo a feliz término. 1 NOTAS PARA LEER A JOSÉ MARÍA LAFRAGUA 1. Jph. Ma. Francisco Lafragua. En la Ciudad de la Puebla de los +ngeles a tres de abril de mil ochocientos trece años; el Lizdo. Dn. Manuel Vélez, con lica. de los Sres. Curas del Sagrario de esta S. Y. C. bautizó solemnemente a Jph. María Franco de Pau- la, que nació el día anterior, hijo legítimo del Tnte. Coronel Dn. Jph. María Lafragua, y de Da. Mariana de Ybarra, españoles; fue su padrino Dn. Jph. García de Huesca; todos vecinos de esta dtra. Ciudad y Feligresía a el cual advirtió el parentesco espiritual que contrajo, y la Obligación que tiene de enseñarle los rudi- mentos de Ntra. Sta. Fe, y con el Tente. de Cura lo firmó. Tente. Coronel ve. Tachadura. Manuel Vélez. Mariano Goya. Rúbricas. 3 (Libro de Bautismos de la Parroquia del Sagrario Metropolitano de Puebla de los +ngeles, número 97, foja 76, frente. Copia fiel del original, obtenida por José Miguel Quintana en 1937). 2. 2 "Hay, sin embargo, otra versión, que recogió de familiares de Lafragua y de los suyos propios el licenciado Miguel Marín Hirschman (y publicó en El Sol de Puebla, 18 de mayo de 1952), en el sentido de que fue hijo de don José María Troncoso, nacido en el puerto de Veracruz el 15 de febrero de 1777, de donde pasó a Puebla a estudiar filosofía en el Seminario Palafoxiano y después a México, en cuya Universidad recibió en 1795 el grado de bachi- ller en artes, después en cánones, licenciado en derecho, maestro, y en 1804, el título de abogado. Don Francisco Sosa sigue los pasos de Troncoso en Biografías de mexicanos distinguidos, que con su hermano Juan Nepomu- ceno figuró en forma destacada en su época. De los años que nos interesan, sabemos que de 1804 a 1816, ejerció su profesión de abogado en Veracruz; a partir de ese año se trasladó a Puebla, al desempeño de diversos cargos eclesiásticos, contando para ésto con la confianza del obispo don Antonio Joaquín Pérez y Martí- nez. (1) Dice Sosa que, "lejos del torbellino de los negocios, los seis últimos años de su vida se consagró exclusivamente a los deberes de su ministerio y especialmente al de confesor, y en el retiro y aislamiento a que se condenó, dividía su tiempo entre las funciones parroquiales y el estudio". (2) Falleció el 30 de mayo de 1841. No hay concordancia en fechas y lugares, puesto que Lafragua nace en 1813, y Troncoso estuvo en Veracruz hasta 1816. (3) Sin embargo, siguiendo a Marín Hirschman, se cuenta con el testi- monio de don Luis Echegaray y Aragón, según el cual, don José María Troncoso dejó en su testamento como herederos a los señores José María, María de Jesús, Lucas y Carmen, todos de apellido Aragón, y a José María Lafragua, considerados, incluso éste, como hermanos carnales e hijos del testador. Tuve la satisfacción de conocer personalmente a don Luis Echegarray y Aragón, bibliófilo y antiguo miembro del cuerpo consular mexicano, que vivió mucho tiempo en Europa, y que ahora (1957), a los noventa años, reside en la ciudad de Puebla.