JESPER JUUL

Líderes de la manada Cómo guiar a la familia con ternura

Traducción de María Luisa Vera Soriano

Herder

2 Título original: Leitwölfe sein Traducción: María Luisa Vea Soriano Diseño de portada: Gabriel Nunes Edición digital: Pablo Barrio

© 2016, Verlagsgruppe Beltz, Weinheim y Basilea © 2017, Herder Editorial, S.L., Barcelona 1ª edición digital, 2017

ISBN: 978-84-254-3850-9

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3 4 Índice

Introducción

1. Los niños necesitan adultos que asuman el liderazgo Redefinir la autoridad personal Asumir la responsabilidad personal La autoestima, un elixir de vida El aprendizaje mutuo

2. Puede confiar en su hijo Todos los niños quieren cooperar Cuidado y empatía Los padres preguntan a Jesper Juul

3. El líder de la manada y el niño interior ¿Quién soy? Los padres preguntan a Jesper Juul

4. Líderes femeninas y líderes masculinos Una ojeada al pasado Los padres preguntan a Jesper Juul

5. Ser mujer y madre Vencer el miedo al egoísmo Amor sin autodestrucción Acerca de la integridad personal y el derecho a decir no Qué ocurre realmente con las chicas buenas Madres e hijas

6. ¿Dónde están los hombres y los padres? Unidos y fuertes Los padres preguntan a Jesper Juul

5 7. ¿Realmente queremos tener hijos fuertes y sanos? La brecha entre lo que dictan las normas y lo correcto Educar es relacionarse Haz algo nuevo a partir de lo viejo

8. ¿Qué tiene que ver el poder con el liderazgo? La paradoja del poder y cómo pueden manejarlo los padres

9. ¡El futuro de su hijo es ahora! ¿Qué desea usted como padre o madre? ¿Qué pueden hacer ustedes? ¿Qué hacen los políticos? Sea usted mismo y un nuevo mundo aparecerá ante usted

10. Valores que ayudan a liderar Los valores en la familia y en la pareja La dignidad común: tener en cuenta y tomar en serio a los demás La integridad: límites personales, necesidades y valores La determinación de ser auténticos: sin ella no puede haber relaciones amorosas logradas Responsabilidad con la comunidad y con uno mismo

11. El éxito a través de la adaptación: nuestra ilusión colectiva ¿Qué es un niño fuerte? Decir sí a uno mismo Los padres preguntan a Jesper Juul

12. Trampas para líderes de la manada El estilo neorromántico: la armonía por encima de todo «Padres curling»: vía libre para pequeños príncipes y princesas La vía de la mínima resistencia Control absoluto ¡Mi hijo es mi proyecto!

13. Liderazgo light: la adolescencia y el hijo adulto

6 Después de la niñez

Libros y DVD de Jesper Juul Libros Selección de DVD Bibliografía aparecida en el libro Familylab: el taller de familias

7 8 Introducción

Nuestro mundo está cambiando con más rapidez que nunca. Todos intentamos desesperadamente seguir el ritmo y encontrar para nosotros y para nuestros hijos diferentes modos de adaptarnos a los cambios. La buena noticia es que muchas veces lo logramos. Los teléfonos inteligentes, las tabletas, las aplicaciones para móviles y demás aparatos electrónicos que circulan actualmente entre nosotros, así como su influencia en la vida de cada individuo y de la familia en general, son claros ejemplos de ello. Atrás ha quedado la actitud crítica, preocupada y defensiva que predominaba hasta hace diez años ante la gran cantidad de innovaciones tecnológicas. Hemos llegado a un punto en el que se anima a los escolares a apuntarse a días o semanas sin electrónica, y en el que las familias idean medios y maneras interesantes y provechosas de limitar el tiempo que cada uno puede pasar con la mirada clavada en su pantalla. Hay muchos que vuelven a descubrir el valor de las interacciones personales y, cuando los padres se atreven a establecer nuevas normas, los hijos las siguen gustosos. Desde hace más de una generación la sociedad en su conjunto, así como la mayoría de sus miembros a nivel individual, intenta procesar el hecho de que hoy en día cada uno de nosotros –independientemente de su edad– es notablemente más fuerte, competente e independiente de lo que antes parecía posible. Mi generación puso en marcha cambios importantes en el campo del cuidado de los mayores, pero hoy las guarderías y las escuelas se sienten obligadas a cambiar el rumbo de sus modelos de pensamiento y actuación, y también el matrimonio y otros tipos de relaciones amorosas entre adultos exigen un enfoque diferente. La búsqueda de un equilibrio saludable entre nuestro deseo de cooperación y adaptación, por un lado, y la necesidad de integridad y límites personales, por otro, despierta hoy más interés que nunca. ¿Nos hemos vuelto demasiado individualistas y egocéntricos o todavía nos permitimos procesos de socialización que impliquen también preocupaciones y decepciones? Esta búsqueda es un gran desafío vital, y muchos niños a los que sus padres mimaron y convirtieron en el centro absoluto de su mundo están buscando ahora –ya como personas adultas– formas de contribuir al bienestar de los

9 demás. Tanto ellos como todos nosotros sabemos que actualmente la mayoría de los niños sigue necesitando apoyo y estímulo para poder desplegar todo su potencial. Educadores, pedagogos y otros profesionales como yo discutimos acerca de muchos temas, pero todos estamos de acuerdo sobre un hecho que no deja lugar a dudas ni debates: los niños necesitan la guía de los adultos. Lo sabemos porque los niños que crecen sin ella no están bien, ya vivan solos, en compañía de otros niños o con padres que no quieren o no pueden servirles de guía. Una madre me escribió una vez contándome que su hija de dos años no quería ir a la guardería por las mañanas. Una vez que llegaba allí, todo iba estupendamente, pero a la hora de salir se negaba a subir al coche. Un día la madre encontró tres o cuatro golosinas en el coche y le dijo: «Si subes, te daré los ositos de gominola». En el momento en que la madre me escribió la carta, su hija le exigía al menos 200 gramos de gominolas para acceder a subir al coche, y la madre preguntaba: «¿Qué hago yo ahora?». Todos sabemos que en pocos meses las golosinas habrán dejado de funcionar. ¿Cómo podemos ejercer nuestro liderazgo en un caso así? Bien mirado, la respuesta es sencilla y complicada a la vez. Se trata de conocer a nuestros hijos, de conocer sus límites, de tratarlos con respeto y de mostrarnos ante ellos, en la medida de lo posible, tal y como realmente somos. Ese es el tema de este libro.

Para poder hallar su camino en el laberinto de la vida, los niños necesitan que sus padres actúen como líderes de la manada. Necesitan padres que de vez en cuando –no se puede decir con qué frecuencia exactamente– envíen señales claras. Hoy en día vemos muchas familias en las que los padres tienen tanto miedo de lastimar u ofender a sus hijos que estos últimos se convierten en los jefes de la manada, mientras que los padres vagan desorientados por el bosque. Mi generación todavía pensaba que el asunto era muy sencillo. Creíamos que, con hacer exactamente lo contrario de lo que hicieron nuestros padres, ya estaba todo solucionado. Pero no era así, y los hombres y las mujeres que se convierten hoy en día en padres y madres también saben muy poco de cómo convivir en familia de manera que todos conserven sus derechos. Cada miembro puede traer consigo un sistema de valores muy arraigados, procedentes de su familia o del entorno, de su país o de su cultura, pero no existe un repertorio común de valores alemanes, bávaros o daneses. Naturalmente, esto hace la vida más complicada. Hay que decidir entre tener

10 una vida familiar en la que haya un conflicto tras otro, generando una gran demanda de soluciones a la que no es posible dar respuesta, o pararse a pensar y reflexionar. Es necesario hablar con los demás y preguntarse: ¿Cuáles quiero que sean las bases de mi familia?, ¿sobre qué fundamentos deseo que se construya nuestro hogar?, ¿qué cosas tienen para mí suficiente valor como para querer transmitírselas a mis hijos, pues pienso que dentro de 20 o 50 años les seguirán siendo útiles? Son preguntas fáciles de formular, pero difíciles de responder. Al igual que todas las crisis, esta conlleva dolor, pero también alberga un potencial de crecimiento y transformación. La familia es la estructura fundamental de cualquier sociedad. Independientemente de la diversidad de constelaciones familiares y de la gran cantidad de separaciones, se trata de relaciones que se construyen sobre la base del amor. En Europa podemos observar cómo se está pasando paulatinamente de lo que yo llamo «familia-nosotros» a la «familia-yo». Hoy en día, cada miembro de la familia puede acceder a las infinitas oportunidades que ofrece el mundo global y, con ello, tiene la posibilidad de hacer elecciones trascendentales para toda la vida. La calidad de estas elecciones depende en gran parte de la autoestima y de los valores fundamentales que, a lo largo del desarrollo, puede que sean sustituidos por otros o que permanezcan estables. Existen gran cantidad de factores –de tipo económico, social, psicológico y demográfico– que impulsan este proceso de transformación. Entre tanto, en algunos países comienzan a verse signos de que las personas buscan nuevas formas de reajustar la familia y el yo para poder involucrarse de un modo nuevo en la familia amplia, en la comunidad, en grupos de personas migradas o en otros colectivos sociales. Las circunstancias económicas conducen a que tengamos que ocuparnos más a fondo del cuidado de las personas mayores, y todos estos esfuerzos nos obligan a mirar más allá de conceptos como los de donante y receptor. Se trata de optar por nuevos caminos que incluyan en nuestras formas de pensar y en nuestros comportamientos, valores y principios como la dignidad humana, los límites personales, la autenticidad y la empatía. En uno de los textos de este libro (véase capítulo 7) se plantea la pregunta de si estamos luchando realmente por fomentar la fuerza y la salud de nuestros hijos. Y lo mismo puede decirse sobre los adultos. La agenda política europea exige que seamos productivos, competentes e individualistas, lo cual, como sabemos, es sumamente perjudicial para los niños y para los adultos. Si no queremos adaptarnos automáticamente

11 a estas normas sociales, necesitamos valores claros y precisos. Cuando se alteran los fundamentos de una sociedad, los viejos conceptos deben ser sometidos a revisión y, en su caso, ser redefinidos: la autoridad personal, la responsabilidad individual (capítulo 1), la paradoja del poder (capítulo 8). ¿Cómo decidimos cuáles son las máximas que determinarán nuestra vida? ¿De quién son las ideas que nos sirven de guía en nuestra vida? Dicho de manera informal: ¿Quién decide aquí? Desde que con la evolución del movimiento antiautoritario y la lucha por la igualdad de derechos de la mujeres durante los años setenta comenzó a disolverse la tradicional familia nuclear occidental, la idea de los padres como líderes pasa por una especie de crisis de identidad. Antes la cosa estaba clara: el patriarca mandaba sobre la familia, el jefe dirigía la empresa y el profesor decidía lo que se hacía en la escuela. Sin duda alguna, era imprescindible rebelarse contra el estilo de dirección autoritario de los jefes de Estado, los gobiernos, los burócratas, los profesores, los padres y demás autoridades. Esta rebeldía tuvo múltiples efectos positivos, tanto sobre la sociedad como sobre el individuo, pero, sobre todo, se consiguió que se mirara con lupa y se pusiera en tela de juicio la lógica interna de la idea de poder. Cuando este movimiento de naturaleza política siguió evolucionando a través de las reflexiones de personas cuyas funciones no tenían solo un carácter político, sino que estaban marcadas también por aspectos psicológicos y existenciales –por ejemplo, maestros y padres que eran responsables del buen desarrollo de niños y jóvenes–, surgieron muchas preguntas al respecto y se generó una gran incertidumbre. Durante las décadas de los ochenta y los noventa se hizo patente que la alternativa política a la autocracia –la democracia– constituía un compendio constructivo de valores, pero que esto no bastaba para dotar a las personas que estaban en el poder de pautas, valores y modos de actuar nuevos y mejores. Lo que ocurrió después fue que tanto el debate público como las reflexiones individuales de los adultos se vieron atrapados en una terminología divergente: lo «autoritario» se hallaba en un extremo, mientras que en el otro se encontraba la colaboración justa o «libre». Lo «democrático» se encontraba en algún lugar entre los dos extremos. Pero, en cualquier caso, se hizo evidente que ninguno de los dos conceptos abarcaba las necesidades básicas de proximidad y desarrollo individual y colectivo de niños y adultos. Esto significaba que era necesario pensar de forma transversal para poder formular una verdadera alternativa. Había que adoptar otra perspectiva y construir un nuevo paradigma.

12 Durante los últimos 30 años –gracias a millones de padres y educadores que han dedicado su vida y su trabajo a la tarea de averiguar cómo niños y adultos pueden convivir y colaborar mejor entre ellos– se han ido esclareciendo los valores y el núcleo de este nuevo modelo. El feedback de los niños –tanto sus testimonios como su forma de actuar– ha sido una aportación esencial. Paralelamente, contamos con nuevos descubrimientos, especialmente en el campo de la neurociencia, la terapia familiar y la psicología del desarrollo, que ofrecen datos y enfoques de un valor incalculable. Personalmente, tuve el privilegio de formar parte de esta transformación tanto desde mi profesión como desde mi papel de padre y abuelo. Y, aunque el proceso no ha hecho más que empezar, es mi intención presentar en este libro algunos de estos descubrimientos y líneas directrices con el deseo de que puedan servir de inspiración a los lectores que son padres, así como también a otras personas que –independientemente de su grado de experiencia– se ocupan de la labor como guías de personas adultas.

Uno de los asuntos centrales, tal y como ya se ha dicho, es la cuestión de los derechos de las mujeres, sumamente presente desde los años sesenta, y que todavía no está resuelta. He participado en muchos cambios tanto a nivel profesional como privado, siempre en calidad de pareja de alguna mujer, y desde hace muchos años me piden que escriba un libro sobre madres. Pero siempre he rehusado hacerlo, simplemente porque no soy ni mujer ni madre y, por lo tanto, mis conocimientos al respecto son, en el mejor de los casos, de segunda mano. Por otro lado, he trabajado tantos años como terapeuta, asesor y educador con madres, colegas, profesoras y otras muchas mujeres, que esto me ha permitido desarrollar ampliamente mis conocimientos y mi comprensión de los puntos de vista femeninos, de manera que he decidido que tal vez sea correcto escribir sobre ello. Me gustaría que esto se entendiera como una contribución solidaria realizada desde la perspectiva de un hombre. Mi inspiración inmediata fue una portada de la revista Time (21 de mayo de 2012) en la que aparece una madre dando el pecho a su hijo de seis años, y todo el alboroto que durante mucho tiempo ha causado esta imagen. Pero mi verdadera motivación es la manera tan reduccionista con la que a menudo se presenta a las madres en los medios de comunicación, así como el haber comprobado que las mujeres y las madres necesitan todos los apoyos externos que puedan tener para llevar una vida plena y ser tanto buenas compañeras como buenas madres.

13 El desplazamiento de los roles sexuales y la lucha de ambos sexos por una nueva definición acorde con los tiempos que aliente y satisfaga a todos los miembros de la familia están estrechamente relacionadas con la cuestión central del libro: el liderazgo de los padres. Se necesitan respuestas nuevas para viejas preguntas, respuestas que no son sencillas de encontrar para ninguna de las personas implicadas y que entrañan, además, procesos dolorosos. Si es usted una mujer, espero que pueda sentir la consideración y el aprecio que hay detrás de lo que quizá le parezcan afirmaciones duras o críticas. Y, si es usted un hombre, le animo a que reflexione seriamente acerca de su papel y observe de qué manera influye usted como hijo, amante, pareja y padre. Pues, si bien algunos elementos que forman parte del fenómeno que impide a mujeres y madres el despliegue de todo su potencial humano e interpersonal pueden explicarse fácilmente por el contexto social y político, estos fenómenos afectan también a los hombres, aunque por motivos distintos, tema del que me ocuparé en los capítulos 4 y 6.

Dicho de manera sencilla, un nuevo paradigma implica una nueva perspectiva. En vez de mirar las cosas desde el mismo viejo ángulo de siempre, elegimos un nuevo punto de vista y, al hacerlo, vemos cosas nuevas y hacemos descubrimientos sorprendentes. Emocionante, ¿no? Realmente, parece ser que, por lo general, las personas somos conservadoras e incluso nostálgicas, y el hecho de que el cerebro humano piense a través de oposiciones y no de alternativas no vuelve más sencilla la tarea de proponer nuevas perspectivas. Sin embargo, eso es lo que me propongo hacer en este libro. Quizá se pregunte usted por qué en el título del libro aparece el concepto de líderes de la manada, me refiero aquí a la manada de lobos. La palabra lobo suena a macho alfa y a agresividad, y no precisamente a armonía y a equilibrio. Pero, cuanto más penetran los lobos en Europa, más se transforma de forma fascinante nuestra imagen de ellos. Antes se consideraba que los lobos eran malos y peligrosos, mientras que hoy sabemos que poseen un alto grado de inteligencia social. Más que nada, me maravilla la nueva mirada hacia la perspicaz estrategia de liderazgo de estos animales, pues están completamente orientados a la familia y viven en una especie de familia numerosa clásica. Cumplir bien su función de jefes del grupo y mantener al grupo unido es para ellos una cuestión de supervivencia. Creo que la clave de una familia con éxito es la misma para los humanos que para los lobos: la relación y la confianza. Podemos aprender mucho de la vida

14 familiar de los lobos, y el concepto de líder de la manada tiene para mí connotaciones positivas. Una cosa más: si usted espera encontrar en este libro la descripción de un método, quedará decepcionado. No existe la panacea en lo relativo a las relaciones humanas, y las personas que pretenden que sí la hay son más bien profesionales del marketing que personas competentes o con conocimientos técnicos sobre las relaciones humanas. Al final es usted quien decide. Vivimos en un mundo en el que tomar decisiones individuales no solo es posible, sino imprescindible. La libertad de decidir implica responsabilidad individual, y yo espero que después de leer estas páginas sepa un poco más sobre sí mismo.

15 16 1. Los niños necesitan adultos que asuman el liderazgo

¿Cómo lo sabemos? Pues lo sabemos por experiencia: los niños que crecen en familias en las que los adultos no ejercen como guías o lo hacen solo de manera limitada no están bien y no se desarrollan adecuadamente. Aparentemente, esto ocurre por dos motivos. Uno es que, si bien es cierto que los niños conocen bien sus deseos y apetencias, no son conscientes de sus necesidades básicas. El otro es que para adaptarnos a una cultura, sea la que sea, tanto en la sociedad como dentro de la familia, las personas necesitamos una guía adecuada. En otras palabras: los niños nacen muy sabios, pero sin la experiencia práctica de la vida, sin una visión global de las cosas y sin la capacidad de pensar en el futuro. Para adquirir esas habilidades necesitan a los adultos. Es preciso que entendamos que guiar y educar son dos cosas completamente distintas, a pesar de que ambos conceptos se confunden constantemente e incluso se utilizan como sinónimos en el lenguaje ordinario. Para criar y educar a un niño la persona adulta tiene que asumir el liderazgo. Si esta persona no puede o no quiere hacerlo, o si lo hace de manera destructiva, nadie tendrá éxito –la persona adulta no logrará sus propósitos y al niño le será imposible prosperar y desarrollar su personalidad. Para ser exactos, este capítulo debería tener el siguiente título: «Para construir relaciones fructíferas y sólidas entre niños y adultos, los adultos tienen que asumir el liderazgo». Every team needs a captain; toda familia necesita sus líderes de la manada. Trabajo como asesor y terapeuta familiar desde hace 40 años. Cada época se caracteriza por determinados temas y retos; durante los últimos 20 años me he encontrado con un número cada vez mayor de padres y madres de todas las clases sociales que se quejan de temas como el momento de levantarse y arreglarse por las mañanas, el sueño, las comidas y cosas similares. Se trata de asuntos que no son problemáticos en sí mismos, pero el hecho de que tantos padres e hijos tengan que pelearse con ellos es un indicio claro de falta de liderazgo. Esto no significa que los padres de antes guiaran mejor a sus familias, al menos no en el sentido de que su guía sirviera para el bienestar y el desarrollo saludable de los niños. Pero sí lo hacían de manera más clara y firme, con lo cual conseguían que hubiera menos conflictos latentes. El deseo tan frecuente hoy en día de que los padres vuelvan a dirigir así a sus familias

17 parece sugerir que estos habrían apretado sin querer el botón equivocado y ahora simplemente tendrían que apretar el correcto. Como usted ya sabe, desgraciadamente no es tan sencillo. Pero los padres no son los únicos que tienen dificultades. Hace algunos años, durante una conferencia me mostré muy crítico frente a un método educativo que se había puesto de moda y que se basaba en el principio de premiar a los niños obedientes y dóciles… Durante la pausa, la directora de un pequeño jardín de infancia me contó con cierto bochorno que, de acuerdo con las educadoras, había comenzado a utilizar justamente el método que yo había criticado abiertamente. El motivo: «No éramos capaces de conseguir que los niños ordenaran el rincón de juegos al final del día». Mi respuesta fue: Si los adultos que trabajan en una guardería con un grupo de niños de tres a seis años no consiguen generar en el centro una atmósfera y una cultura de colaboración y participación, entonces deben reflexionar urgentemente acerca de sus habilidades interpersonales para cambiarlas radicalmente, junto con su concepto de liderazgo. En cualquier caso, no basta con manipular a los niños mediante un método tan primitivo. Cuando se trata el tema del liderazgo en la familia, la escuela o la empresa, la relación entre la persona que dirige y aquellas que son dirigidas se entiende tradicionalmente como una relación sujeto-objeto en la que el niño o el empleado es el objeto. Ahora ya sabemos que las relaciones de sujeto a sujeto1 tienen mejores resultados para todas las personas implicadas, son más constructivas y fecundas y favorecen el sentimiento de grupo. Fomentan el éxito de una relación en el sentido de hacerla más satisfactoria, saludable y productiva. Claramente, este conocimiento abría las puertas a un nuevo paradigma para el que todavía no existía un nombre. Se trata fundamentalmente de la dignidad, a la que todas las personas tienen el mismo derecho y que resulta determinante para la calidad de una relación. Por eso me decidí por el concepto de dignidad común (Gleichwürdigkeit), tanto entre hombres y mujeres, como entre niños y adultos.2 El liderazgo ideal por parte de los adultos podría describirse como proactivo, empático, flexible, basado en el diálogo y cariñoso. Ser proactivo significa ser capaz como adulto de actuar conforme a los propios valores y objetivos, en lugar de reaccionar simplemente a lo que el niño dice o hace. La empatía es la capacidad de comprender realmente a otra persona. Ser flexible quiere decir poder

18 y querer tomar en consideración los cambios y las evoluciones que se dan tanto en el niño como en uno mismo –lo contrario a pretender ser siempre consecuente. Ser cariñoso y basarse en el diálogo quiere decir tomar en serio los deseos, las necesidades, los pensamientos, las ideas y los sentimientos del niño, incluso cuando son opuestos a los que uno mismo tiene. Para las personas adultas que guían de esta manera a su familia el aspecto más importante de todos es la autoridad personal. En los próximos párrafos me ocuparé de este concepto. A grandes rasgos, podemos imaginarnos una familia como un lugar en el que cada uno de sus miembros recibe la mayor cantidad posible de aquello que necesita para tener una vida óptima, y la menor cantidad posible de aquello que no le ayuda a tener una vida mejor. Si se quiere ejercer un liderazgo basado en la dignidad común de todos los miembros de la familia, hay que procurar que exista suficiente equilibrio entre las necesidades del grupo y las necesidades de cada uno de sus miembros. Lógicamente, esto puede aplicarse también a las guarderías infantiles, las escuelas y los clubes de fútbol: como en el caso de la familia, aquí también se trata del equilibrio entre las necesidades individuales y las del grupo.

19 Redefinir la autoridad personal

Hasta finales de los años sesenta la autoridad de las personas adultas se basaba en la libertad de ejercer un poder casi ilimitado y de abusar de él. Por otra parte, esa libertad estaba íntimamente unida con el correspondiente rol social de madre, padre, profesor, policía u otros. Este tipo de autoridad causaba en los niños más miedo e inseguridad que confianza y respeto. El miedo se sostenía mediante el uso (y abuso) del poder en forma de amenazas, así como de la violencia verbal y física. Otro instrumento de poder consistía en poner condiciones a todas las formas posibles de amor. Algunos padres y profesores –que los niños describían a menudo como «duros, pero justos»– lograban ganarse el respeto de sus hijos y alumnos, pero la mayor parte de las autoridades eran desconsideradas y ejercían su poder de forma arbitraria y atendiendo exclusivamente a sus propias necesidades. Eso era lo corriente, y no era por falta de amor. Era la manera en que se manifestaba el amor en la mayoría de las familias y el modo de trabajo de los educadores en los centros de enseñanza. En los años setenta y ochenta tuvieron lugar dos procesos relevantes que cambiaron para siempre las viejas normas y modelos. Uno fue el movimiento antiautoritario, que llevó a las personas adultas a cuestionar también su papel con respecto a los niños. El otro fue la decisión de las mujeres de escapar del rol que tradicionalmente habían tenido y tomar las riendas de su futuro y su felicidad. Ambos movimientos hicieron patente que ya no era posible tolerar sin más y no oponerse al modo en que se usaba y se abusaba del poder, y al modo en que se sometía de forma despiadada a los más débiles. Cuando un niño llega al mundo, lo hace sin la carga del pasado social y político de sus padres y antepasados, por lo que se encuentra totalmente abierto al futuro y deseoso de ver lo que este le depara. No se cuestiona su existencia ni su derecho a la vida. Los años setenta fueron testigos de un cambio en el trabajo pedagógico con niños en edad escolar y preescolar, y el objetivo de la educación dejó de ser la adaptación para pasar a ser el desarrollo personal, al menos en teoría. Las escuelas (sobre todo en los países escandinavos) comenzaron a transformarse, alejándose de la autocracia y acercándose a la democracia, lo que hizo que muchos procesos resultaran considerablemente más lentos y costosos. Es mucho más rápido decir «basta» que «¿cómo lo ves tú y cómo podemos llegar a un acuerdo?». Por primera vez se le concedía valor al ser humano como individuo y, naturalmente, esto convertía en inviables todos los estilos de liderazgo

20 conocidos hasta ese momento. De hecho, el vacío que se generó resultaba tan evidente que muchos expertos empezaron a escribir acerca de «la muerte de la familia», «el caos en las escuelas» y escenarios terribles similares. Los nostálgicos aludían casi sin tapujos a los «buenos viejos tiempos» en los que solo «había que ver, pero no escuchar» a las mujeres y a los niños. Y es cierto, el liderazgo de los adultos ya nunca volverá a ser lo que fue. Pero, puesto que sigue siendo necesario, debemos trabajar para reinventarlo. En una sociedad moderna, se trata de que los líderes de la manada no dañen su personalidad ni la de aquellos a los que guían. Hay que contar con cada uno de los miembros de la manada. Este es el enorme desafío ante el que se encuentran hoy padres y educadores. Ellos son los verdaderos pioneros y merecen ser aplaudidos cada día por su perseverancia y su compromiso. Puede que al final su esfuerzo y su experiencia conduzcan a que el desarrollo psicológico del ser humano alcance el mismo nivel que el tecnológico y el económico. Ya lo he dicho antes: el factor más importante en este proceso de transformación es la autoridad personal. Se trata del sustituto más consistente para la autoridad tradicional, basada en los roles. La autoridad personal tiene sus fundamentos en la autoestima, el autoconocimiento, el respeto por uno mismo, la confianza en uno mismo y la capacidad de respetar nuestros valores y límites personales, sin caer por ello en la arrogancia. Pues, no hay que olvidarlo, la autoridad personal se basa también en nuestra capacidad de valorar y tratar a los demás con empatía y respeto. Not easy. Indiscutiblemente es más fácil encerrarse en el papel de maestro o maestra que convencer mediante la personalidad. ¿Por qué nos resulta esto tan difícil a tantos de nosotros? En mi opinión, hay tres motivos: el primero es que la mayoría de nosotros fuimos educados para adaptarnos, volvernos uniformes y olvidar así nuestra personalidad. El segundo –especialmente en las mujeres– es el miedo a ser tachadas de egocéntricas y obsesionadas consigo mismas. Y el tercero es la gran escasez de modelos de actuación adecuados. La mayor parte de nosotros nos criamos con padres y educadores a los que no les interesaba realmente quiénes éramos, con lo cual, nosotros tampoco llegamos a averiguarlo nunca. Esto significa que nos encontramos ante el reto de experimentar y expresar rasgos a los que nunca se les ha concedido ningún crédito, ni en nuestras familias de origen ni en la escuela. No obstante, la búsqueda vale la pena, por nuestros hijos y porque también

21 nosotros, los adultos, podemos sacar provecho de ella. Así que, del mismo modo en que una cantidad sorprendente de amantes y estudiosos de los lobos trabaja apasionadamente para que desaparezca de nuestras mentes la vieja imagen de los lobos agresivos3 que compiten continuamente por el papel de líder, los padres y los educadores modernos luchan por un modelo de convivencia que, teniendo en cuenta que los niños, por pequeños que sean, son seres sumamente inteligentes y sociales, los tome realmente en serio y acabe con su sumisión. La buena noticia es que todo esto es factible y que hacerlo mejorará la calidad de nuestras vidas, de nuestro trabajo y de nuestras relaciones personales. Podemos aprender con y de nuestros hijos, siempre y cuando estemos decididos a hacerlo. Si pensáramos como antiguamente, actuar así conduciría a que nuestros hijos y alumnos nos perdieran el respeto. Pero, en realidad, esta actitud crea respeto, un respeto mucho más profundo que el que había existido hasta ahora. Es probable que usted ya no pueda tomar tantas decisiones de tipo jerárquico , pero dejará una huella más profunda en sus hijos y tendrá más influencia en ellos. La persona que dé este paso sentirá miedo y preocupación, pues al darlo perdemos el asidero al que hasta ahora nos habíamos agarrado para sentirnos seguros y valiosos. Así que ya es hora de conocer a la hermana gemela de la autoridad personal: la responsabilidad personal.

22 Asumir la responsabilidad personal

La responsabilidad personal resulta de reconocer que yo soy responsable de mis actos y de mis decisiones, esto incluye también la decisión acerca de cómo quiero vivir con mi familia, cómo deseo cuidar de ella y cómo quiero criar a mis hijos. Puede que mi hermano, mi madre o mi suegro intenten influir en mí, e incluso es posible que pretendan enseñarme la diferencia entre lo que está bien y lo que está mal. Pero finalmente no serán ellos los que asuman o compartan conmigo la responsabilidad por mis decisiones. La responsabilidad es mía y, con algo de suerte, podré compartirla con mi pareja. La idea de unos padres perfectos es absurda. Los mejores padres que puede tener un niño son aquellos que asumen la responsabilidad de sus errores cuando son conscientes de haberlos cometido. Aquel que no asume la responsabilidad de su vida –y de sus errores– se convierte en víctima, y sentirse víctima no es bueno ni para los adultos ni para los niños. Que se entienda bien, estoy hablando de responsabilidad, no de culpa. Todos somos en parte responsables de aquello que hacen nuestros seres más cercanos y queridos –esto es algo consustancial a las relaciones familiares–, pero no somos culpables de todo lo que les ocurre. Mientras nuestros hijos viven con nosotros, somos cien por cien responsables de su desarrollo. Ese es el poder que tienen los padres. Dicho con otras palabras, los padres no deben sentirse culpables de no ser perfectos y no hacerlo todo bien desde el principio. Eso sí, esté atento al feedback que recibe, tómeselo en serio y asuma la responsabilidad de sus errores y sus limitaciones. Esto mantendrá alejados los sentimientos de culpa hasta que, con el tiempo, se debiliten y desaparezcan en lugar de envenenar su vida. Una de las costumbres más antiguas y destructivas que tienen los adultos en su relación con los niños es la de culpar siempre de sus propios errores a sus hijos o alumnos. El mensaje era y sigue siendo: si la relación con mi hijo o con mi hija es buena, el mérito es mío. Si no lo es, la culpa es suya. Una doble moral que durante más de 200 años ha sido una coartada para padres y maestros universalmente reconocida y aprobada y que hoy en día aún se acepta ampliamente, a pesar de que todo lo que conocemos sobre la naturaleza de las relaciones interpersonales parece decir lo contrario. Si liberamos nuestro pensamiento de esta creencia errónea, nuestro comportamiento cambiará, y esto es lo más poderoso que podemos hacer para lograr tener autoridad

23 personal. Por el contrario, si no estamos dispuestos a hacerlo, nuestra autoridad quedará vacía de contenido, pues de esta manera nos definimos como víctimas, y entonces dependemos de nuestro poder corporal, emocional, verbal, social y económico, de modo que una mejora cualitativa resulta imposible. En toda relación prolongada entre niños y adultos, los adultos son absolutamente responsables de su calidad. Los niños son personas competentes y tienen mucho peso en la relación, pero simplemente no están en condiciones de asumir la responsabilidad en las relaciones interpersonales. Si se les hace responsables o culpables, no pueden tener una evolución adecuada. La forma en que los adultos más importantes en la vida de un niño hacen frente a esta responsabilidad resulta decisiva para su desarrollo. La autoridad y la responsabilidad personales nos permiten expresar claramente y sin remordimientos lo que queremos y lo que no, lo que nos gusta y lo que no. Esto es el 50 por ciento de todo lo que debemos saber hacer para ganarnos el respeto y la confianza de nuestros niños. El otro 50 por ciento es nuestra empatía y el deseo de saber algo sobre quiénes son ellos, es decir, qué quieren, qué no quieren, qué les gusta y qué no les gusta. Este punto nos remite a las posibilidades con las que contamos para construir nuestra autoestima y ayudar a hacer lo mismo a nuestros niños.

24 La autoestima, un elixir de vida

Resulta interesante y también algo deprimente comprobar que la mayoría de los libros y los artículos sobre crianza y educación se centran exclusivamente en describir las necesidades infantiles y prácticamente no se ocupan de las de las personas adultas. Es una pena, porque la mayoría de las cosas que hacemos relacionadas con nuestros hijos están condicionadas por quiénes somos, cuál es nuestra historia de vida y las estrategias de supervivencia que desarrollamos en nuestras familias de origen. Algunas de estas experiencias serán de ayuda en la convivencia con nuestros hijos y otras, en cambio, no lo serán. No quiero decir con esto que todos debamos pasar por sesiones intensivas de psicoterapia antes de convertirnos en padres o educadores. Solo quiero decir que parte de nuestra responsabilidad como guías es ser conscientes de esta realidad y –si fuera necesario– hacer algo al respecto. Hace solo una generación una afirmación de este tipo se habría considerado una barbaridad y un intento de minar la autoridad de los padres. Hoy en día resulta evidente. Para entender lo que significa el concepto de autoestima resulta de ayuda diferenciarlo del de confianza en sí mismo. Hace dos generaciones, el comienzo de la maternidad se acompañaba para muchas mujeres de bastante confianza en sí mismas, ya que, bajo la dirección de sus madres, ya habían pasado mucho tiempo con sus hermanos pequeños y habían hecho de canguros en otras familias. Pero este no suele ser el caso de las mujeres jóvenes de hoy en día, que, por consiguiente, se sienten mucho más inseguras en lo que respecta a sus facultades como madres. En este sentido, no tener los pies en la tierra es también algo característico de los padres jóvenes. La confianza en uno mismo se caracteriza porque se construye a través de la práctica, el ejercicio y la educación, y porque va asociada a determinadas habilidades. Puede que los padres y las madres jóvenes confíen mucho en sí mismos en lo referente a sus capacidades y logros profesionales o académicos, en el deporte, en las artes, a la hora de debatir o de jugar en el ordenador y, sin embargo, tengan muy poca confianza en sí mismos como padres. Esto no significa de ningún modo que no sean aptos como tales, pero hace que para ellos resulte imprescindible experimentar todo lo posible junto a sus hijos y acercarse realmente a ellos, y cuanto antes, mejor. Cuando llegue el segundo

25 niño, ya estarán mucho mejor preparados, pero este será muy diferente al primero y de nuevo tendrán que adquirir nuevas habilidades. La confianza en uno mismo está relacionada con las capacidades y con los logros, con aquello que sabemos hacer y hacemos bien. La autoestima, en cambio, tiene que ver con algo completamente distinto.4 Guarda relación con quiénes somos y con nuestra opinión sobre quiénes somos. Se trata de un fenómeno existencial, cuya evolución depende casi exclusivamente del liderazgo de los padres. Cuando durante la infancia nuestros padres manifiestan interés por lo que pensamos y sentimos, y muestran curiosidad frente a nuestras reacciones y nuestro comportamiento, al alcanzar la edad adulta sabremos mucho de nosotros y dispondremos de una imagen de nosotros mismos clara y realista. La segunda dimensión de la autoestima –qué pensamos y sentimos acerca de quiénes somos– también depende casi totalmente de nuestros padres, de su comportamiento, sus valores, sus objetivos y, sobre todo, de lo poco o lo muy afianzada que tengan su autoestima y cómo se manejen con ella. Si una persona adulta quiere mejorar su autoestima, necesita hacer un esfuerzo consciente. Muchos caminos llevan a Roma, y, del mismo modo, el viaje puede comenzarse desde muchos puntos. Según mi experiencia, el aprendizaje mutuo entre los miembros de una pareja o entre padres e hijos es para toda la familia el camino más eficaz, divertido y exitoso de todos. De modo que, en el siguiente apartado, vamos a centrarnos en el cuarto pilar del liderazgo de los padres.

26 El aprendizaje mutuo

La crianza y la educación de los hijos se han visto tradicionalmente como una especie de calle de sentido único. Según esta visión, todo lo valioso e importante se transmitía exclusivamente de padres a hijos. Ahora resulta evidente que esta calle de sentido único es un callejón sin salida en el que todos se quedan atascados. Cada vez que hago referencia al concepto de aprendizaje mutuo en el contexto de la crianza hay algunos padres irritados que me preguntan: «¿Lo estás diciendo en serio? ¿De verdad crees que los niños pueden enseñar a sus padres a ser padres? ¿Te has vuelto loco?». Lo preguntan porque mentalmente le dan simplemente la vuelta a la vieja calle de sentido único y se imaginan a sus hijos como maestros y a ellos como sus alumnos. Pero, evidentemente, no es a eso a lo que me refiero. Incluso los padres de un niño con pocos días de vida saben lo que es el aprendizaje mutuo y cómo funciona. Desde el momento en que un niño llega al mundo estamos atentos a él, interesados y curiosos: ¿Qué necesita ahora? ¿Por qué llora? ¿Tiene calor o frío, tiene hambre, está enfadado, cansado, hay que cambiarle los pañales? Por lo visto, no le cae bien la tía Chrissie; en cambio, cuando viene el tío Ben está simpatiquísimo. Cada día nos planteamos docenas de preguntas y, poco a poco, aprendemos mediante un continuo proceso de ensayo y error qué ocurre en cada momento. Sin la capacidad del bebé para ofrecernos feedback, sin su energía, daríamos palos de ciego. Más tarde –normalmente cuando los niños tienen más o menos un año– aparecen de repente los prejuicios, y aproximadamente cuando alcanzan los dos años, muchos padres pierden la curiosidad por descubrir quiénes son esos pequeños niños y cómo se van desarrollando. Cambian la actitud de interés y curiosidad por una idea preconcebida de cómo debería ser su hijo ahora y en el futuro. Pasan de aprender a enseñar, de guiar y dejarse guiar a dar órdenes y a corregir, del diálogo al monólogo y de los procesos de aprendizaje a las luchas de poder. Pasan de sentir placer ante la mera existencia y la creatividad de su hijo a convertirlo en un proyecto que comienza aquí y ahora y concluirá en algún momento en el futuro. Esto ocurre por todo tipo de razones, de las cuales solo unas pocas están bien fundadas. Muchas tienen que ver con tradiciones y creencias erróneas –como, por ejemplo, la llamada «fase de las rabietas»– y otras, con la presión exterior. Por ejemplo, hay guarderías que se atreven a exigir que a partir de una determinada edad los niños

27 sepan ir solos al baño o utilizar el orinal porque esto les facilita el trabajo. Otras pretenden que se acostumbre a los niños a hacer la siesta siempre a la misma hora o a que dejen de hacerla a partir de cierta edad. Algunas van aún más lejos, y obligan a los niños a ir todos a la vez al baño y no les dejan ir en otro momento. Todo esto es ya por sí solo bastante duro, aunque probablemente podría tolerarse si se quedara en un asunto entre los niños y los maestros. Pero el hecho es que no es así. Este tipo de cosas suponen una enorme presión para los padres y los obligan a dirigir a sus hijos de un modo que normalmente rechazarían. Al hacerlo se vuelven poco creíbles, y así da comienzo la farsa. Algunas de estas guarderías actúan como jefes de fábrica dando instrucciones a las fábricas proveedoras. Consiguen hacerlo porque a muchos padres les da mucho miedo pensar que su hijo no se halle dentro de los estándares establecidos por las estadísticas. Si es usted uno de esos padres, haga una pausa y reflexione. Está muy bien que deje a sus hijos unas horas al día bajo la tutela de sus profesores, pero nunca deje su autoridad y su integridad como madre o padre en manos ajenas. El proceso de aprendizaje mutuo se prolonga durante toda la vida y alcanza su mayor éxito cuando en una relación ambas partes se consideran igualmente dignas. Las relaciones entre padres e hijos no pueden ser nunca relaciones de igualdad, pues existe una diferencia de poder demasiado grande. Este es precisamente el motivo por el que empecé a utilizar el término dignidad común, dos palabras que hacen referencia a la ética en el liderazgo de los adultos. Un ejemplo:

Max tiene tres años. Su padre: ¡Venga, Max! A lavarte los dientes. Max: Pero ¿por qué, papá? ¡No me los quiero lavar! Padre: ¿Sabes por qué no quieres lavártelos? Max: No… Porque no quiero. Padre: Pues qué pena, me gustaría saber por qué. Max: Es que no lo sé. Padre: Vale, entonces piénsatelo y avísame cuando lo sepas. Y, mientras tanto, vamos a lavarte los dientes. Max: ¡Pero he dicho que no me los quiero lavar!

28 Padre: Ya, ya te he oído. Pero, mientras seas pequeño, yo tengo que cuidar de tu salud. Así que, venga, vamos a hacerlo de una vez. Max: Vale, pero ten cuidado, no me hagas daño.

Si nos basáramos en el viejo paradigma, este diálogo no sería más que una pérdida de tiempo. Si el padre va a lavarle los dientes a su hijo sí o sí, ¿para qué gastar tanto tiempo y tanta energía? Sin embargo, con su respuesta le está mostrando a Max que lo toma en serio. Cuando a un niño solo le queda la opción de ponerse firme y gritar «¡A sus órdenes!», pierde su dignidad (a los adultos, por cierto, les ocurre lo mismo). Ante una situación así, la mayoría de los niños reaccionaría peleando con su padre, escapándose, apretando la boca o tapándose la cara. Y ya estamos metidos en una lucha de poder, solo que el niño todavía no puede expresarse suficientemente bien para decir: «¡Escucha, papá! Puede que te deje cepillarme los dientes, pero en ningún caso voy a permitir que me arrebates mi dignidad. ¡Jamás!». Siempre que los niños intentan proteger su integridad personal, tienen un buen motivo para hacerlo, y este motivo es el modo en que viven las cosas. Les pasa lo mismo a los niños que a los adultos. Cuando usted tiene una lucha de poder con un niño, casi siempre es porque usted quiere tener el poder y el niño intenta proteger su integridad personal, en la que se incluye también su dignidad. Los niños no tienen ningún interés en tener poder sobre sus padres, pero sí le conceden un gran valor a su autonomía y a sus límites personales, y lucharán por ello todo lo que haga falta, hasta quedar rotos y humillados. Hasta hace solo medio siglo este daño era permanente y dejaba al niño mutilado para el resto de su vida. Hoy en día los niños suelen aprovechar la oportunidad de volver a intentarlo durante la adolescencia. Cada niño es único, como también lo son sus padres. Cada uno es para el otro una fuente incomparable de inspiración y conocimiento. Los niños desconocen que sus padres tienen unos límites personales perfectamente definidos y diferentes de los suyos. Por eso, alcanzan y traspasan estos límites constantemente y van aprendiendo a través del feedback verbal y no verbal que reciben de sus padres. Aquí entra en juego el liderazgo en el sentido de dirección. Cuando su hijo de 18 meses se le suba al regazo y empiece a teclear en el ordenador portátil imitándole, cójale las manos, mírele con cariño a los ojos y dígale: «Escucha, hijo. No quiero que toques mi ordenador. ¿Me haces el favor?». Probablemente entonces él quiera jugar con usted, de modo que sacudirá la

29 cabeza y dirá «¡No!» con una mirada rotunda. Abrácele, dele un beso, siéntelo en el suelo y diga «¡Gracias!». ¿Volverá a hacerlo? Sí, claro que lo hará. Él está ocupado en aprender medio millón de cosas nuevas sobre sí mismo, sobre sus padres y sobre el mundo, y tiene que repetir todas las experiencias para poder interiorizarlas. Si le preocupa su ordenador, ciérrelo y colóquelo lejos de su alcance antes de coger a su hijo en brazos. Ustedes son sus padres y su hijo los quiere de manera incondicional, confía ciegamente en ustedes y piensa que tiene los mejores padres del mundo. Cuando tenga cinco años, habrá reunido miles de experiencias sobre los límites, las normas, los valores, las rutinas y las instrucciones de sus padres, así como sobre los de la guardería, los de sus cuatro o seis abuelos, los de sus tías y tíos y los de los padres de su mejor amigo o amiga. Habrá integrado todas estas experiencias en su personalidad y en su comportamiento. Se le puede dar todas las vueltas que se quiera, pero esto es un logro increíble para un niño en edad preescolar, y todo lo que necesita de usted es que sea un guía fiable. Que necesite su autoridad personal no significa que ustedes tengan que hacer que se someta y colabore con ustedes –necesita su autoridad porque tiene que poder confiar en ustedes. Tiene que poder confiar en que ustedes saben lo que hacen y en que lo hacen por el bien de toda la familia.

30 31 2. Puede confiar en su hijo

Cuando me estaba haciendo adulto, mi madre me decía a veces: «¡Si nosotros –tus padres– no hubiéramos estado ahí, tú jamás te hubieras convertido en un hombre decente!». Estaba completamente convencida de que lo que decía era verdad y no podía imaginarse lo que a mí me deprimía. Trabajé como un mulo para colaborar con mis padres y pagué un precio muy alto por ello. Pagué con la pérdida de mi autoestima y del sentimiento de ser valioso como hijo y como persona. Pero no puedo reprocharle nada a mi madre, al fin y al cabo ella solo imitó lo que hicieron sus padres y muy probablemente los padres de estos. Además, mis padres pertenecían a una generación a la que se le decía que los niños son salvajes, poco colaboradores, asociales e incapaces de sentir empatía, y que había que atarlos corto para hacer que adquirieran e interiorizaran las llamadas cualidades humanas. Esta postura se basaba en una interpretación un tanto intrincada de las teorías de Sigmund Freud, pero, sobre todo, en la moral de la época. Entretanto, hemos aprendido mucho sobre cómo actúan y se desarrollan los niños, y esto ha transformado la idea que teníamos antiguamente acerca de sus capacidades y cualidades. Actualmente, la crianza y la educación de los niños se fundamentan mucho más en el conocimiento que en la moral. Hay tres descubrimientos especialmente significativos para el liderazgo de los adultos:

La neurociencia ha respondido a la vieja pregunta «¿es la biología o es el entorno?» y la respuesta es «¡son los dos!»: ambos, la biología y el entorno, conforman el comportamiento de los niños pequeños. Un niño viene al mundo con millones de estructuras cerebrales potenciales. Cómo se desarrollen estas depende en gran medida de las experiencias interpersonales y sociales que tenga. El segundo descubrimiento es que los niños actúan conforme a los modelos de conducta de sus padres, se adaptan a ellos y se comportan del mismo modo que ellos. Y esto lo hacen de manera irreflexiva, no calculada, por lo que, en este sentido, es correcto decir que los niños no son culpables de su comportamiento, sea este el que sus padres desean o no.

32 En tercer lugar, las reacciones de los niños siempre tienen sentido. Nunca son casuales, no son histéricas y no esconden ni buenas ni malas intenciones. Son, simplemente, una respuesta fundada ante los adultos, que son las personas de referencia más importantes en su vida. Como ocurre con los recién nacidos, esta respuesta es a veces difícil o incluso imposible de descifrar, pero siempre responde a la disposición del niño a cooperar y a sus intentos de ser alguien importante para su familia.

33 Todos los niños quieren cooperar

En algunos de mis libros he escrito extensamente sobre el fenómeno de la cooperación infantil. Uno de los asuntos de los que hablo es que el deseo de los niños de cooperar o simplemente de imitar el comportamiento de sus padres (tanto hacia dentro como hacia el exterior) puede expresarse de dos modos –a veces se da una imitación directa (papá pega a mamá, así que yo traslado esto afuera y pego a mis amigos) y otras una imitación invertida (papá pega a mamá, así que transfiero esto hacia adentro y me vuelvo autodestructivo). El uso de la palabra cooperar resulta en cierto sentido paradójico, puesto que, siendo el comportamiento del niño una contribución valiosa y a menudo un reto para la relación paterno-filial, este no es siempre el que los padres hubieran deseado. El comportamiento de los cachorros no siempre es del agrado de los líderes de la manada. Veamos un ejemplo:

Liam es un niño de tres años que ha cogido la costumbre de tirar del pelo a su hermana pequeña. Sus padres intentan impedírselo y hablarlo con él, pero él no corrige su comportamiento. Como último recurso, cuando el niño se porta mal, deciden poner en práctica el llamado «time-out». Lo envían a su habitación, cierran la puerta y el niño no puede salir hasta que ellos se lo permiten. Después de que le hagan esto unas cuantas veces, Liam cambia de actitud. Se acerca a su hermana, le tira del pelo y luego se va a su habitación y se queda allí cinco o diez minutos. Está haciendo una fiel imitación del proceder de sus padres y dándoles lo que quieren (según su entender). De esta manera suaviza el castigo, se ahorra la humillación y se asegura de que no dañen su integridad. Activa su autonomía y elige la soledad en lugar de la experiencia dolorosa de ser encerrado. Desde el primer momento los padres no han visto a Liam cuando tenía ese (mal) comportamiento. No entienden que al niño le resulta difícil hacerse a la idea de que ya no es el único hijo en la familia y que ha perdido la mitad de todo lo que tenía antes. Solo le prestan atención a lo que ellos consideran una actitud celosa y violenta y, por consiguiente, reaccionan castigándolo. Aunque el niño expresa pacientemente su mensaje una y otra vez, ellos no lo entienden. Él ya se sentía excluido y ahora, además, lo excluyen. Y, a pesar de todo –gracias a su solución creativa, que se sitúa a medio camino de la de sus padres–, se asegura no salir demasiado perjudicado.

Si los padres de Liam hubiesen sabido que sus reacciones eran razonables y suponían un intento de cooperar con ellos, hubieran decidido llevar las cosas de otra manera. Uno de los dos hubiera ido con él a hacer la compra, a pasear por la playa, a hacer crepes o a lavar el coche, lo que fuera, con tal de estar a solas con él y poder decirle: «Escucha, Liam, has tirado tantas veces del pelo a tu hermana que por fin me he dado cuenta de

34 que no te sientes del todo bien con que ella sea ahora parte de nuestra familia. ¿Puedes explicarme qué es lo que te preocupa?». Hubiera respondido o no, solo con esta invitación le hubiera bastado para dejar de tirar del pelo a su hermana porque se habría sentido visto, apreciado e incluido.

35 Cuidado y empatía

Los niños necesitan menos atención de la que nosotros pensamos, pero necesitan adultos que sean cuidadosos y se fíen de sus intenciones. Esta forma de guiar –basada en la confianza y la empatía– no trata de complacer solo a los niños, sino a toda la familia, en el sentido de que cada uno obtiene lo que necesita y desea. Los padres consiguen tener un niño sano y, en lugar de sentirse incompetentes, sienten que son unos padres capaces y valiosos; y los hermanos y las hermanas reciben una base saludable para relacionarse a lo largo de toda la vida. Y todo gracias a un niño de tres años que tuvo el valor de repetir su mensaje todas las veces que hizo falta hasta que fue descifrado. La palabra clave es confianza. Intente imaginarse por un momento que vive con dos personas a las que ama, en las que confía y de las que dependen absolutamente su supervivencia y su salud mental. Y ahora imagínese que esas personas no se fiaran nunca de sus buenas intenciones e interpretaran su comportamiento siempre de manera negativa. Una relación así volvería locos y/o violentos a la mayoría de los adultos. Los niños son más resistentes: ellos solo pierden su autoestima y la sensación de enriquecer la vida de sus padres. Según el viejo paradigma, la confianza se correspondía con las expectativas de los padres de que los hijos hicieran las cosas como y cuando los padres desearan. Lo que se esperaba de los niños era que fueran obedientes, y, si no lo eran, se les retiraba la confianza. Hoy sabemos hacerlo mejor, aunque no siempre pensamos y actuamos de acuerdo a nuestros conocimientos. Nos esforzamos por confiar en nuestros hijos de forma incondicional y este es el mensaje que enviamos: confío en que lo haces lo mejor que sabes para colaborar y ser de utilidad en la familia, y, si no logro ver que lo estás haciendo, entonces te pediré que me ayudes a verlo y me lo expliques. Una de las situaciones más difíciles que los padres tienen que enfrentar es cuando sus hijos mienten. Lógicamente, lo habitual es que esto conduzca a la desconfianza. No estoy pensando en un niño en edad preescolar con una gran fantasía, hablo de mentiras reales y consistentes. ¿Cómo es posible que estas mentiras sean una forma de cooperación y cómo puede ser de utilidad para la familia un comportamiento de este tipo? Los niños mienten a sus padres cuando saben o tienen la sensación de que sus padres no van a poder aceptar la verdad, esa es la cuestión fundamental:

36 —¡Si se lo cuento a mi madre, se pondrá como una fiera, y mi padrastro y ella estarán siglos discutiendo!

—No les puedo contar nada de todo esto a mis padres. Me da pánico lo furioso que se pondrá mi padre, y luego mi madre estará meses preocupada por mí. ¡Odio que ella se preocupe por mí!

—Mis padres son unos carcas. No me entenderían.

—He intentado contarle a mi madre que en la escuela me están haciendo mobbing, pero se puso a llorar. No me gusta verla llorar. Ya no se lo voy a contar a nadie más.

—Mis padres no quieren que juegue con Robert, así que no les voy a decir que él es mi mejor amigo.

Probablemente todos estos padres replicarían: «Puede que tenga usted razón, pero eso no es motivo para mentir. ¡No está bien mentir a los padres. Y punto!». Una actitud de este tipo saca la mentira de su contexto existencial y la coloca en otro moral, lo cual crea las condiciones para que existan otras mentiras posteriores. Lo cierto es que estos niños no están intentando salvar el pellejo. Lo que intentan es proteger a su familia, y el precio que pagan es la soledad. Por lo tanto, ¡confíe en ellos aunque mientan!

37 Los padres preguntan a Jesper Juul5

Tema: ¿Es correcto hablar a los niños pequeños como si fuéramos bebés para expresarles cariño o podemos/debemos comportarnos con ellos como lo haríamos con un adulto? Padre: Tenemos un hijo de 17 meses y siempre utilizo con él un lenguaje de bebé, simplemente porque lo adoro. Hago chistes y bromas tontas, y probablemente me comporto como un absoluto idiota, pero lo hago por amor. La primera pregunta es: ¿Está bien hecho si es por ese motivo, o no es correcto? ¿Qué opina usted, puede hacerse algo así o es una estupidez? Y la segunda pregunta se refiere al ejemplo que pone usted a menudo de que ante una persona adulta nos comportaríamos de un modo muy diferente. ¿Podemos tomar esto como referencia para sentirnos un poco más seguros? ¿Puede servirnos como referencia o usted piensa que no funciona? Jesper Juul: Hay una gran diferencia entre amar y estar enamorado. Cuando estamos enamorados –ya sea de un adulto o de un niño– decimos todo lo imaginable, de modo que todo se convierte en una especie de «bla, bla, bla». Los bebés también necesitan este tipo de conversación, que es algo así como una cancioncilla, así les llega mejor. La gran equivocación consiste en el lenguaje amable y casi pedagógico que hemos desarrollado durante los últimos 25 años. Es decir, que intentamos –por amor– hablar con los niños de manera que siempre entiendan todo lo que decimos. Y esto no es bueno, porque si no podemos utilizar nuestras propias palabras y nuestra propia lengua, entonces destruimos nuestro mensaje. Tenemos que hablar también con nuestro lenguaje adulto, en nuestra propia lengua materna o paterna para transmitir también la música, es decir, los sentimientos de lo que queremos expresar. Y así también llega el mensaje. Naturalmente, esto no nos sirve en determinados contextos pedagógicos en los que se trata de transmitir al niño determinadas habilidades. En ese caso es estupendo limitar el vocabulario y decir solo aquello que el niño pueda entender. Pero precisamente cuando se trata de cosas tristes como la separación, la muerte, la enfermedad o conflictos complejos y prolongados, es muy importante que los adultos utilicen su propio lenguaje. Esa forma de charlar, ese lenguaje infantil es, en mi opinión, algo parecido al elogio. Hoy en día muchos padres adulan demasiado a sus hijos –los niños reciben elogios por todo, hacen pipi y se los elogia, hagan lo que hagan se los colma de elogios. Y esto significa que, ya durante los primeros años de vida, el elogio se desvaloriza, pierde todo su valor. La otra cosa es que durante esos primeros años la intención no es elogiar. Son

38 solo palabras retóricas, que se utilizan para decir «te quiero». Esto es muy difícil para los niños, porque los niños son competentes, pero no tienen experiencia. Con el tiempo, lo que aprenden es que el elogio es lo mismo que el amor. Y luego, a los tres años, salen al mundo exterior y allí no encuentran ya más elogios. Y entonces piensan que nadie los quiere o piensan: «Mi padre ya no me quiere, porque ya no me elogia ni me dice cosas bonitas». Como padres debemos preguntarnos cómo nos sentimos al respecto. Cuando sentimos que «ya es suficiente» o que «esto ya es un poco demasiado», entonces deberíamos intentar parar. También podemos preguntar a nuestra pareja o –si nos atrevemos– utilizar una grabadora. Pero en ese caso no tendríamos que escuchar de golpe más de tres minutos de las grabaciones. Yo creo que deberíamos preguntarnos a nosotros mismos. No siempre se puede decir si algo es correcto o incorrecto. En realidad, lo único que espero conseguir es que algunos padres reflexionen un poco sobre estas cuestiones. Y entonces quizá digan: «Sí, está bien, me gusta lo que dice, pero voy a seguir como hasta ahora» o «¿Y él qué sabrá?» o cualquier otra cosa, eso no es importante. No existe lo correcto, solo diferentes posibilidades. Y se trata de reflexionar sobre ellas.

39 40 3. El líder de la manada y el niño interior

Ser madre o padre y liderar la familia junto con la pareja, intentando criar hijos sanos, felices y exitosos es ya de por sí un enorme desafío diario. Este desafío tiene que ver en parte con la gestión, algo interesante y complicado, pero que no es realmente el tema central de este libro. El tipo de gestión que decidimos poner en práctica depende mucho del número de miembros de la familia, de la carga de trabajo de los padres, de la edad y la movilidad de los hijos y de otras cosas similares. En cambio, cuando se trata de construir y desarrollar relaciones sensatas y exitosas, el liderazgo es el factor decisivo. Asumir el liderazgo nos sitúa ante un desafío muy diferente y a menudo mucho mayor, porque nos concierne personalmente, y porque a menudo exige que realicemos profundas transformaciones internas. No se trata de cambiar el estilo de vida, las amistades o cosas parecidas. Se trata de nuestro potencial humano y de la cuestión de quiénes somos.

41 ¿Quién soy?

Desde un punto de vista estrictamente jurídico, cuando nos convertimos en padres, la mayoría de nosotros somos personas adultas. Sin embargo, muchos de nosotros estamos muy lejos de ser personas maduras, incluidos aquellos que son padres a partir de los 30 o los 40. No obstante, ser padre o madre es una de las mejores oportunidades para madurar como persona, pues el amor de nuestros hijos nos vuelve vulnerables y lo hace de manera diferente a como ocurre en cualquier otra relación. Por lo tanto, la cuestión no es si deberíamos ser padres solo cuando somos suficientemente maduros (por amor al niño). La cuestión es hasta qué punto estamos dispuestos a dejar que nuestros hijos calen hondo en nosotros y despierten sentimientos y experiencias que hasta entonces habíamos reprimido como habíamos podido o de las que ni siquiera éramos conscientes.

Paul tiene cuatro años. Lars, su padre, buscó orientación familiar porque se sentía confuso y avergonzado por cómo se comportaba con su hijo. La vergüenza se debía a que él mismo era psicólogo y tenía mucho éxito en su trabajo con niños en hospitales. Lars me contó que se sentía irritado y enfadado cada vez que Paul lloraba, sin importar si el niño estaba descontento, triste o frustrado, o si se había hecho daño jugando. La pregunta de Lars era: «¿Por qué soy incapaz de consolar a mi hijo, tal y como hace cualquier padre sensato?». Estuvimos hablando un poco de cómo creció él y buscando posibles traumas o pérdidas. De pronto empezó a llorar y me confió que cuando tenía diez años se descubrió que su padre era un pederasta, y que poco después se suicidó. Las cosas tan horrorosas que había hecho ese hombre hicieron que su hijo (y su mujer) no pudieran llorar su muerte como hubiera sido normal y saludable. Lars había apartado tan lejos de sí la muerte de su padre y las circunstancias que la rodearon que había llegado a olvidar por completo el asunto, y ni siquiera la madre de Paul, después de diez años de matrimonio, sabía nada de ello.

Lo que hizo Lars fue sencillamente colaborar con su madre y con la opinión pública de la pequeña ciudad en la que vivían, y, al hacerlo, se negó a sí mismo el derecho a llorar la muerte de su padre. El llanto de su hijo se convirtió en un desencadenante que hizo brotar las lágrimas prohibidas acumuladas y que ayudó, casi 30 años después, a que cicatrizaran las heridas. El comportamiento del padre de Paul tenía un trasfondo tremendamente dramático, pero muchas historias no son tan trágicas. En cualquier caso, su reacción es un buen ejemplo de cómo las relaciones con nuestros hijos despiertan muchas veces lo que la gente de mi profesión suele llamar el «niño interior». Todos llevamos al menos uno de estos niños con nosotros hasta hacernos adultos. Y hay una razón sencilla para que así sea: ninguno de nosotros ha crecido en la familia perfecta y en

42 la sociedad perfecta y esto significa que todos tuvimos que adaptar nuestro comportamiento a las circunstancias.

—Mi madre era una mujer muy sensible y tenía el corazón delicado, de manera que yo aprendí a refrenar mi alegría de vivir y a contenerme también cuando jugaba con otros niños.

—Mi padre casi no hablaba, así que nunca aprendí cómo puede expresarse un hombre.

—Mi hermana mayor nació con una discapacidad, por eso yo aprendí a mantenerme en la sombra.

—Mis padres siempre estaban peleando, así que aprendí a mantenerme al margen de los conflictos.

—Mi padre era un hombre violento y tenía problemas con el alcohol; a consecuencia de ello tengo miedo de mi propio temperamento y de lo que podría pasar si me dejara llevar. En el fondo, no tomo parte en la vida, solo la analizo.

—Mi madre y mi abuela siempre me mimaron y ahora mi mujer se enfada porque soy incapaz de valerme por mí mismo.

—Mi padre nunca hablaba ni jugaba con nosotros, todo lo que hacía era trabajar y dormir. Por eso yo no soy capaz de relajarme y jugar sin más con mi hija.

—Mis padres tuvieron tantos problemas en su matrimonio que yo solo puedo tolerar la armonía.

—Mi madre siempre quería que todo fuera perfecto, por eso yo tenía que ser el hijo perfecto. No tengo ni idea de quién soy yo realmente, solo sé que nunca hago las cosas bien del todo.

—Mi padre siempre quiso tener un hijo, por eso fui una niña muy varonil. Ahora mi hija querría ser princesa y yo soy incapaz de relacionarme con ella.

Todos los niños colaboran con sus padres y se adaptan a su personalidad y a su comportamiento, y todos hemos desarrollado estrategias de supervivencia geniales para adaptarnos y sentirnos valiosos. Cuando formamos nuestra propia familia, nos vemos enfrentados al hecho de que la estrategia de supervivencia que funcionaba bien en nuestra familia de origen ya no funciona tan bien en la nueva. Y, de este modo, nos encontramos ante el desafío de hallar nuevas estrategias vitales que nos permitan vivir con la calidad de vida que deseamos y merecemos. La existencia y el comportamiento de nuestros hijos nos ayudan a conseguirlo, aunque ellos no tengan la menor idea de todo lo que activan en nosotros y lo hagan sin una intención determinada. Ellos solo intentan adaptarse y ser valiosos, tal y como nosotros hicimos anteriormente. Somos libres de aceptar o no este desafío, lo cual no siempre ocurre. Siempre tendremos que pagar un precio, da igual lo que decidamos, pero, solo si lo aceptamos,

43 podremos tener una recompensa. Este es el trueque perfecto entre padres e hijos. Nosotros les damos la vida y, como contrapartida, ellos nos estimulan para reconquistar la nuestra. Cada vez que tenga un conflicto con su hijo o se sienta desesperado y sin recursos tiene usted la oportunidad de hacer por su niño interior eso que sus padres no pudieron hacer. ¡Es tan lógico que casi resulta poético! A menudo, cuando se habla de crianza parece que se tratara de una especie de trabajo cuya calidad depende de cuánto sea uno capaz de dar al niño. Pero esto es una creencia errónea. La verdadera calidad de la crianza, la que resulta realmente decisiva, se define por su capacidad y su disposición a aceptar el desafío que le plantean sus hijos y transformarlo en una vida más rica y plena. Lo mismo se puede decir de su relación de pareja. Si acepta usted los dos retos, sus hijos tendrán padres mejores que los que tuvimos la mayoría de nosotros, y crecerán sintiéndose mucho mejor consigo mismos. Esta es la gran riqueza del aprendizaje mutuo y el secreto para desarrollar la autoestima. Nadie puede conseguirlo cada día y para siempre sin volverse tan egocéntrico e introvertido que acabe excluyendo al resto de la familia, pero, si se consigue de vez en cuando, ya es suficiente.

44 Los padres preguntan a Jesper Juul

Tema: ¿Tiene sentido la custodia compartida en las familias de padres separados? Madre: Por su experiencia, ¿piensa usted que la custodia compartida es conveniente para los niños o tiene más sentido que vivan con uno de los padres, que será el que ejerza el liderazgo, y pasen cada fin de semana o uno de cada dos con el otro? Jesper Juul: Según mi experiencia, este asunto no tiene nada que ver con el liderazgo. Los niños pueden tener una doble o una triple socialización, y pueden vivir sin ningún inconveniente con diferentes normas, reglas, valores, etcétera, esto no es un problema. Pero lo que sí sabemos con toda seguridad es que una separación solamente perjudica al niño –¡siempre lo perjudica!– cuando los padres no tienen una relación que sea al menos correcta. Y aquí quiero ser muy claro: cuando digo que lo perjudica, quiero decir que el niño tendrá menos vitalidad durante toda su vida. No es necesario que los padres sean amigos, ni que celebren juntos los cumpleaños del niño, ni cosas por el estilo. Pero deben… Hubo un hombre que se lo explicó a su mujer con mucha claridad: «Please, treat me as if were a stranger. Por favor, trátame tan bien como tratarías a un extraño». Ahora tenemos la ley de custodia compartida y, sinceramente, todavía no sabemos si sus resultados son buenos. En Dinamarca empezó a aplicarse hace 30 años y todavía necesitamos diez años más para preguntar a mil o dos mil de esos niños que hoy tienen entre 40 y 50 años. Entonces lo sabremos. Si les preguntáramos ahora mentirían, porque todavía siguen colaborando con sus padres. Solo dirán la verdad cuando los padres hayan muerto o cuando sus hijas o hijos se hayan distanciado suficientemente de ellos. Los niños siempre dirán que «todo está bien, no hay ningún problema». Pero, por lo que sabemos hasta hoy, lo habitual es que a los niños de entre 12 y 15 años les resulte bastante duro que los padres se empeñen en ese reparto al 50 por ciento. Hay madres y padres que durante la semana que su hijo vive con ellos quieren dedicarse exclusivamente a él, y esto resulta terrible para los niños, pues para ellos supone una enorme responsabilidad. Recibo gran cantidad de correos electrónicos, casi siempre de chicas, en los que me cuentan cosas como: «¿No podrías escribir algo sobre esto, por favor? ¿Podrías llamar a mi padre? ¡Es tan duro! Tengo que vivir con él una de cada dos semanas. No va al cine, no tiene novia. Cuando yo no estoy, suele jugar al tenis con sus amigos, pero cuando estoy, no lo hace». Y cuando hablo con estos niños ya mayores y

45 con sus padres y madres, los niños lo dicen claramente y con ternura: «Get a life! ¡No quiero ser toda tu vida. Eso se acabó!». Hay niños que tienen que recorrer largas distancias, cientos de kilómetros… Cuando empiezan con ello muy temprano, entre los tres y los cinco años, lo que ocurre no es bueno. De algún modo, de camino de una casa a la otra no consiguen entenderse bien a sí mismos. Desgraciadamente, esto no se aprecia hasta cinco o siete años más tarde, y muy a menudo sale a la luz en la escuela en forma de problemas para concentrarse, dificultades de aprendizaje, o cosas similares. Y los pobres niños no saben lo que pasa porque no han sido conscientes de nada. Hicieron un gran esfuerzo, siempre ocupados pensando «hoy soy el hijo de mi madre, mañana soy el hijo de mi padre», y nunca se preguntaron: «¿Quién soy yo realmente –para mí–?». En Noruega, la tendencia actual es que los hijos se queden en la casa familiar y sean los padres los que vayan y vengan. Pero hablar de una tendencia es exagerado –existen quizá 50 familias que lo hacen. ¿Es mejor así? No lo sé. Creo que no. Con los divorcios y las separaciones hemos llegado a una situación que no podemos controlar. Tan solo tenemos que entender que para nosotros puede ser doloroso –o un alivio–, pero para los niños siempre resulta terrible. Los padres que siempre están con sus hijos intentan compensar esta situación. Piensan: «He hecho algo por mí y te he hecho daño a ti. ¡Ahora voy a estar los próximos 18 años soplándote sobre la herida para curarla porque no quiero que te duela!». Independientemente de que la custodia sea compartida o de otro tipo, en todas las familias debe haber un espacio para el dolor. Al niño se le debe consentir llevar consigo su dolor y vivir con él. Debe permitírsele estar triste, sentir nostalgia, etcétera. Y a la mayoría de los padres esto les resulta difícil, porque los padres que se separan suelen estar muy ocupados consigo mismos. Están enfadados, enamorados, aliviados o a saber cómo. Estos padres viven en el futuro y los niños no logran hacerlo. «Lo sé, ha sido horrible, lo siento muchísimo, tu padre y yo hemos estado los últimos tres años… ¡Me sabe tan mal, pero a partir de ahora todo será mejor!». Y los niños se quedan sin saber qué hacer. Un niño necesita tres o cuatro años para superar el duelo y, para ello, los adultos deben proporcionarle tiempo, espacio, flexibilidad y sinceridad.

46 47 4. Líderes femeninas y líderes masculinos

Las bases de un buen liderazgo por parte de los adultos no son diferentes para cada sexo, pero las mujeres y los hombres tienen sus propios ritmos y armonías a la hora de ejercer este liderazgo. Estas diferencias enriquecen mucho a nuestros hijos. Según un viejo mito de la psicología, las madres son lo más importante para los niños durante sus primeros tres años de vida. Sin embargo, los estudios actuales y las nuevas estructuras familiares han demostrado que esto no es así. Cuando el padre y la madre pueden dedicarse igualmente a sus hijos, los bebés prefieren… a los dos. Según mi experiencia, lo más importante es que los niños puedan conocer e integrar los dos estilos, sobre todo a lo largo de los cuatro primeros años de vida, en los que tiene lugar el proceso decisivo de apego entre padres e hijos. Más tarde, los niños encuentran su propio ritmo natural según se sientan más o menos cerca de cada uno de sus progenitores, y siempre y cuando ambos padres estén disponibles y dispuestos a ello. La experiencia terapéutica lleva varias décadas demostrando que los niños que tienen contacto con ambos padres se desenvuelven mejor y tienen un desarrollo más armónico. En los últimos años numerosos estudios han confirmado esta idea. ¿Quiere decir esto que las madres y padres solteros o las parejas homosexuales son «malos» padres? No, en absoluto. Son igual de buenos o malos que el resto. Solo significa que existen ciertas experiencias por las que los niños de estos padres deberán pasar en algún momento posterior de su vida. La quintaesencia es que los niños tienen los padres que tienen y han de encontrar las vías para sobrevivir y vivir con ello. Lo mismo que tuvieron que hacer sus padres y sus abuelos. No importa cuánta energía invierta una pareja en ponerse de acuerdo sobre principios, teorías y valores, en la práctica siempre harán las cosas de manera diferente. Y esto es una gran ventaja para los niños, puesto que así sus competencias sociales se duplican. El secreto de un liderazgo ejercido en común por el padre y la madre consiste en crear el espacio para que las diferencias entre ambos den buenos resultados.

48 Una ojeada al pasado

Hace 50 años criar a los hijos era algo que se hacía como de pasada, cuando había tiempo y energía suficientes o cuando existían conflictos de intereses. Por lo general, los padres estaban ausentes física o mentalmente, y las madres, cuyo trabajo consistía en ocuparse de la casa, la cocina y la ropa, dejaban de pasar mucho tiempo en contacto directo con sus hijos en el momento en que estos empezaban a andar. Los niños estaban en algún lugar cerca de su madre, haciendo sus cosas, y la madre aparecía cuando ocurría algo. Desde entonces, el mundo ha cambiado muchísimo y criar a los hijos se ha convertido casi en una especie de competición en la que los padres luchan por el título de madre o padre del año. Para los niños esta es una consecuencia positiva de esa búsqueda de prestigio que, por lo demás, es completamente absurda. Un estudio reciente6 muestra que tanto las madres como los padres pasan ahora más tiempo con sus hijos que nunca, y esto en la Alemania de 2015, cuando cada vez hay más familias en las que ambos miembros de la pareja trabajan. Sin duda, esto se corresponde con la respuesta espontánea de muchos niños y jóvenes a la pregunta de qué es lo que desean de sus padres: tiempo, simplemente más tiempo. El inconveniente de este modo competitivo de pensar de los padres y de sus asesores es que distingue entre los intereses de los padres y los de los hijos, lo cual es realmente lamentable. El bienestar de los niños, su desarrollo y su calidad de vida dependen de lo que ocurre en la familia y de cómo les va a todos sus miembros, como individuos y como grupo. En esta lucha por el prestigio, los niños se convierten en una tarea, una obligación o incluso una inversión. De modo que, de nuevo, volvemos a convertirlos en objetos, tan solo unos años después de que la moderna psicología del desarrollo mostrara que una relación de sujeto a sujeto en la que ambas partes se consideran y se tratan como personalidades independientes es la mejor para todas las personas implicadas. Que cada vez que estén juntos sus hijos vean en usted una mirada alegre. Esto es lo mejor que puede hacer por ellos. Si sus hijos solo ven en sus ojos el reflejo de la obligación, el agotamiento, la inseguridad o los sentimientos de culpa, ambos tendrán que prepararse para vivir tiempos difíciles. Recientemente, un joven orientador familiar decía: «Los hijos pequeños destruyen la vida amorosa de sus padres». En esta frase puede observarse la ausencia de un

49 pensamiento global a la que nos referimos anteriormente. La afirmación es absurda. Tener un hijo marcará su vida a todos los niveles y de muchas maneras diferentes, pero no es algo que el niño les hace a ustedes. Es una consecuencia lógica de su decisión de ser padres. Tener hijos pequeños provocará cambios en su vida amorosa y en la frecuencia de sus relaciones del mismo modo que lo harán 20 años de matrimonio, un estilo de vida marcado por la adicción al trabajo, los cigarrillos o la bebida, y muchas otras cosas que decidimos. Es cierto que muchos jóvenes de ciudad creen que tener un hijo no influirá para nada en su estilo de vida, pero esto es su ilusión y no la realidad del niño que va a nacer. Dos factores han sido fundamentales para el desarrollo de este y otros modos de pensar. Uno es la increíble riqueza de la que de repente empezamos a disponer (y con la que muchas veces no sabíamos qué hacer) y el otro es que en la mayoría de las culturas occidentales las mujeres pueden tener hijos cuando y como quieran, con o sin la participación activa de un hombre. Tener hijos se ha convertido en una decisión calculada (exceptuando los accidentes), de modo que en lo referente a los hijos hay una cierta actitud consumista que se ha instalado en nuestro pensamiento y en nuestro comportamiento. Como consecuencia de ello, los niños se han convertido en bienes o incluso en símbolos de un cierto estatus. Siempre han sido símbolos del amor, de la capacidad procreadora y de la fertilidad, pero hoy en día tienen un papel mucho más importante que antes a nivel social y en lo tocante al prestigio y a la imagen que los padres tienen de sí mismos. No soy nostálgico y nunca criticaría a los padres por ser un producto de su época. Pero lo cierto es que este proceso tiene un par de trampas que usted debería tener en cuenta antes de que las tendencias más modernas u otras que aún están por venir le aparten de su idea de liderazgo. En otras palabras, le aconsejo que se concentre en el balón y no en los espectadores. En el capítulo 13 analizaré estas trampas; pero antes, en los siguientes capítulos, abordaré las perspectivas femenina y masculina en torno a la convivencia familiar.

50 Los padres preguntan a Jesper Juul

Tema: Por las noches querría tener tiempo para mí o para mi pareja, pero mi hija no quiere irse a la cama. Madre: Tengo una pregunta. Tengo una hija de tres años que nunca quiere irse a la cama, no quiere dormir, siempre es la misma historia. Son las ocho o las nueve y no quiere irse a la cama, sino quedarse levantada. Trabajo media jornada, paso la tarde con ella, y como mucho a las nueve me gustaría tener tiempo para mí o para estar con mi pareja, los dos solos. Sé dónde están mis límites y me gustaría tener mi momento de tranquilidad. Pero mi hija no parece en absoluto cansada y, además, no se conforma con quedarse en su habitación, sino que baja al piso de abajo, se pone exigente y dice: «No tengo sueño y no me quiero ir a la cama». Tampoco le parece bien quedarse en su habitación jugando hasta que le entre el sueño y dejando descansar a los demás, sino que nos dice: «Hacedme caso, estad conmigo». ¿Qué se puede hacer en un caso así? Jesper Juul: Lo primero es tomar una decisión. Y no tengo del todo claro cuál es la suya. ¿Ha decidido tener tiempo para su vida de adulta o quiere tenerlo solo cuando sea posible? Madre: De momento, solo cuando sea posible. Jesper Juul: De acuerdo. ¿Y sería posible o puede imaginarse decidir tenerlo cada día y no solo cuando sea posible? Madre: No sabría cómo hacerlo. Ella baja… Lo que quiero decir es que no puedo hacer tratos con ella; por ejemplo, yo le digo: «Puedes quedarte levantada jugando arriba en tu habitación e irte a la cama cuando quieras». Pero no se deja convencer. Jesper Juul: No, porque –como se aprecia claramente– ella no solo quiere estar despierta, sino que, además, quiere estar con sus padres. Voy a intentar ser muy breve. Todos dicen lo mismo: «Los hijos exigen mucha atención». Es cierto. Pero gracias a Dios no necesitan tanta atención como piden. Esto quiere decir que como madre o padre hay que decir no, y, además, sin remordimientos. Escribí un libro cuyo título original era El arte de decir no sin remordimientos, que en España se tradujo como Decir no, por amor. ¿Qué significa decir no? No hay nada a lo que los padres deban decir radicalmente que no. Pero, por ejemplo, hay que decir no a un niño cuando es muy importante decir sí a uno mismo, a nuestras necesidades, a nuestras apetencias, etcétera. Esto significa que cuando un niño de tres años baja de su habitación a las nueve y cuarto de la noche

51 hay que aprender a decirle: «Vete a la cama». Es posible que entonces él diga: «¡Es que quiero quedarme aquí!». Y entonces hay que actuar con decisión: «Pero yo no quiero». No hay que decirlo en un tono de enfado, sino cariñoso, aunque tampoco dulzón. «No quiero que te quedes. No quiero jugar contigo, no quiero leer contigo. Quiero estar tranquila, quiero estar con tu padre. Vete a tu habitación». Cuando digo estas cosas, los padres siempre me preguntan: «Pero, pobre niño, ¿no se sentirá rechazado?». Y la respuesta es: «Sí, ¡ojalá! De eso se trata». Casi se podría pensar que el hecho de que para las mujeres sea tan difícil decir no a otros y sí a sí mismas tiene una base genética. Por este motivo, a veces hablo del no femenino y del no masculino. A los hombres les cuesta menos decir no, darse la vuelta e irse. Las madres suelen permanecer más rato hablando. Quieren lograr que haya un consenso, en realidad desean que el niño de tres años se quede ahí de pie y diga: «Vale, mami. Lo comprendo, tienes razón, voy a volver arriba». Y esto nunca va a pasar. Me gustaría decir dos cosas importantes sobre este punto: la primera es que si usted se comporta tal y como he descrito anteriormente, no va a suceder nada malo. Eso sí, como madre o padre debemos preguntarnos: «¿Es tan importante para mí agradar siempre a mi hijo?». Porque también existe esa tendencia. Si es tan importante, no es necesario luchar. De todos modos, no va a pasar nada, pues los niños son conscientes de las motivaciones implícitas y reaccionan ante ellas. El segundo aspecto importante, en mi opinión, es que se trata de un asunto entre madre e hija. Doy por supuesto que usted desea que a partir de los diez o los 12 años su hija sea capaz de decir no sin remordimientos, incluso cuando se encuentre ante alguien que dice: «Pues entonces ya no eres mi amiga». O: «Pero yo te quiero, o sea, que tienes que decir que sí». Aprender a decir no es muy importante para la autoestima de su hija. Y ahora imagínese que no tiene una hija, sino un hijo. En ese caso, para él sería igualmente importante aprender que las mujeres también pueden decir no y que es algo que hay que respetar. Desgraciadamente, hoy en día la mayoría de las madres jóvenes educan a unos hijos que de ningún modo desearían tener como yernos. Son bebés de 25 años. Para la idea que tenemos de nosotros mismos y para nuestra imagen como padres y madres queda muy bien poder decir: «Estoy siempre disponible –no soy una persona, sino una especie de supermercado abierto de la mañana a la noche, y, naturalmente, siempre estaré ahí para ti–». Y todo el resto de disparates que se dicen hoy en día. Pero el hecho es que ¡no podemos estar siempre presentes los unos para los otros! Si lo

52 estamos, es algo autodestructivo. Luego, de repente, la hija es la culpable y una misma no es responsable. Por lo tanto, se trata de algo más que de educación y de irse a dormir, se trata de un conflicto existencial entre madre e hija y del que ambas pueden aprender algo muy valioso. La cuestión del sueño no tiene ninguna importancia en todo este contexto.

53 54 5. Ser mujer y madre

Las mujeres de hoy en día continúan teniendo dificultades para ser líderes de la manada, tanto en el trabajo como en la vida privada. Alemania tiene una canciller, es cierto, pero solo una pequeña parte de los puestos directivos están ocupados por mujeres. A las mujeres les falta práctica en asuntos de gestión tanto a nivel profesional como social; se están dando cambios, pero todavía son muy lentos. También en este caso vale la pena observar a los lobos. Los investigadores y las investigadoras tienen cada vez más claro que en las familias de lobos tanto los machos como las hembras tienen autoridad sobre la manada; unas veces, unidos, y otras, cada uno en su parcela según sea la situación y su temperamento. Cuando acecha el peligro, por ejemplo, los lobos suelen atacar preferentemente en grupo y de forma coordinada, habiéndose observado que es la hembra la que a menudo toma la iniciativa.7 Volvamos de nuevo a los humanos para hacer un breve repaso histórico. Tanto las condiciones socioeconómicas como políticas en las que han vivido las mujeres durante los últimos siglos se conocen muy bien y han sido descritas y analizadas detalladamente. Los años sesenta fueron decisivos para la situación actual, pues condujeron a las mujeres del mundo occidental a una trascendental lucha política por la igualdad de derechos en todas las esferas sociales y familiares, y ello tuvo a su vez una gran repercusión en otras partes del mundo. La lucha continúa todavía hoy, y con motivo. Ni los movimientos por los derechos de las mujeres de carácter moderado ni los grupos feministas más radicales se han centrado particularmente en los múltiples efectos de la represión a nivel individual y existencial, pero las consecuencias de la represión se encuentran descritas en numerosas autobiografías, novelas, poemas, documentos y películas. Las mujeres y la imagen que tienen de sí mismas se convirtieron en tema de discusión pública sobre todo a partir de que los periodistas intentaran analizar los motivos por los que, en términos relativos, hay tan pocas mujeres que opten a altos cargos y las causas por las que ellas mismas deciden quedarse en puestos inferiores y permanecer alejadas del poder y los cargos influyentes. Como guía y psicoterapeuta he trabajado casi siempre con las dificultades de tipo existencial de muchas mujeres jóvenes, y, en concreto, con el modo en que actúan

55 consigo mismas y con las personas de su entorno –hijos, parejas y padres–. No tengo ninguna duda de que su comportamiento tiene sus raíces en la opresión política, social y religiosa, pero este hecho por sí solo no es más que una explicación. Como ya he señalado, a menudo me molesta leer cómo se describe a las mujeres y a las madres tanto en los diarios populares como en otros medios de comunicación más serios. En ellos las mujeres se presentan casi siempre como individuos aislados cuyos comportamientos y carencias son rasgos personales y no reacciones de tipo social o sistémico. Probablemente, todo esto empezó con Sigmund Freud y sus descripciones de la «fijación materna», concepto que alude a una dependencia emocional insana entre las madres y sus hijos varones, y del «complejo de Edipo», que hace referencia a los sentimientos de carácter sexual de los hijos varones hacia sus madres. Tal como nos ocurre a todos nosotros, la perspectiva y el análisis de Freud están determinados en gran medida por la cultura y los patrones familiares de su época. Esto significa que probablemente sus observaciones fueron acertadas para su tiempo, pero no tienen que serlo necesariamente para el nuestro, dado que ahora sabemos mucho más de psicología familiar y teoría sistémica. Hoy resulta fácil comprobar que la «fijación materna», aunque todavía existe (de ahí la controvertida portada de la revista Time mencionada más arriba), es una consecuencia de la ausencia paterna, es decir, de la ausencia física y emocional de los padres en las relaciones con su pareja y sus hijos. Esto significa que una relación malsana y de dependencia mutua entre madre e hijo solo puede llegar a darse cuando hay carencias en la relación de pareja debido a que el padre no está ocupando su lugar. Por lo tanto, si se encuentra con madres a las que se les reprocha con afirmaciones dudosas el hecho de acudir a sus hijos en busca de satisfacción emocional, anímelas simplemente a tomar en serio sus necesidades como mujeres y a despertar a sus parejas. Ya es hora de que el viejo refrán «Ninguna persona es una isla» se contemple desde un ángulo específicamente femenino: «Ninguna mujer es una isla». Contemplar a las mujeres y a las madres desde esta perspectiva sistémica resulta a primera vista un tanto triste, y esta es la causa de que un número cada vez mayor de mujeres renuncie a formar una familia. Una reacción fácil de entender, pero también lamentable, puesto que a la mayoría de las personas el crecimiento personal les resulta mucho más sencillo dentro del marco de una relación estable con otra persona adulta y teniendo hijos. Transformar la sociedad es un desafío intelectual y político fascinante,

56 pero cambiar el comportamiento individual es un gran reto emocional. Y es más fácil lograrlo cuando nos rodeamos de personas de confianza con las que tenemos una relación estrecha. Basándome en mis experiencias como terapeuta familiar, de grupo y de pareja, he decidido ver, reconocer y valorar el comportamiento de las mujeres y las madres dentro del contexto en el que crecieron y en el que viven. El proceso interactivo entre cultura e individuo se da en ambas direcciones, y a veces de manera sorprendente. En vista de la realidad, una perspectiva estrictamente individual no tiene, a mi juicio, ningún sentido.

57 Vencer el miedo al egoísmo

Desde que empecé a trabajar como psicoterapeuta, no importa con qué grupo social, mi experiencia ha sido siempre la misma. Cada vez que una mujer frustrada, infeliz e insatisfecha comenzaba a descubrir su verdadero yo, se sentía abrumada por el miedo a estar siendo egoísta o a que se la tachara de serlo, y siempre pasaba un tiempo, días, semanas y a veces incluso años, en el que ese miedo era más grande que el deseo de sentirse mejor. Esto no es de extrañar si tenemos en cuenta que a las mujeres se les ofreció una definición del amor y del comportamiento social correcto que equivalía a lo que podríamos llamar «el arte de sacrificarse absolutamente por los demás». No cabe duda de que esta definición procede tanto de los hombres como del establecimiento temprano de los roles masculinos y femeninos como base para la supervivencia de la especie humana. Y también la política y la religión se han manchado las manos con este asunto. El hecho de que las mujeres lleven más de un siglo luchando contra este modelo y la situación de pérdida de la hegemonía moral por parte de la Iglesia católica dejan espacio para el surgimiento de un nuevo paradigma. Resulta interesante observar que este paradigma se encuentra muy próximo a uno de los imperativos sociales fundamentales del cristianismo y otras religiones: «¡Ama a tu prójimo como a ti mismo!». La capacidad de amar a otras personas depende de cuánto podamos amarnos a nosotros mismos. Por desgracia, hasta ahora prácticamente todos los teólogos han sido hombres que se han aferrado a su poder doctrinal y han interpretado este mandamiento desde una perspectiva completamente masculina. Tal como ya se ha mencionado anteriormente en relación con la exclusión de las mujeres en el ámbito de la política o la economía, una gran parte del problema actual se debe, también en la esfera privada, a la falta de práctica. Dentro de unas estructuras de poder dominadas por los hombres, las mujeres nunca pudieron decir no ni expresar sus necesidades, sus valores y sus límites, es decir, definir su integridad personal claramente y con orgullo. Por motivos sociales y económicos, las mujeres han tenido que soportar el aislamiento y la sumisión, pues de lo contrario se exponían al miedo a ser marginadas y abandonadas. ¡Una mujer rebelde no puede ser ni una buena esposa ni una buena madre! Pero en todo verdadero liderazgo existe un cierto grado de rebeldía. Una chica que siempre obedece no puede liderar. No es de extrañar que las mujeres no puedan quitarse este pasado de encima con la misma facilidad con la que se cambian el color del pelo.

58 Cuando se trata de la maternidad, es fácil explicar por qué acaba tantas veces en sacrificio. Sacrificarse una misma es un requisito indispensable para asegurar la supervivencia de un niño –¡pero solo durante los primeros 18 meses de vida! Después es momento de que usted exija de nuevo respeto por sus límites y sus necesidades y –lo que es más importante– aprenda a conocerlos mejor durante la evolución de la relación con su hijo. Y lo mismo puede decirse de la relación con un hombre. Cuando se es joven y se está totalmente enamorada, una sacrifica parte de su integridad en favor de la ilusión de un nosotros y de la experiencia compulsiva y dichosa de la simbiosis y la fusión con el otro. Conforme va disminuyendo la presencia de hormonas, las mujeres se plantean la gran pregunta: ¿Puedo amar a este hombre y al mismo tiempo convivir con él de modo que ambos tengamos no solo el espacio necesario para ser quienes somos, sino también para crecer individualmente y desarrollar nuestra personalidad y ser juntos los líderes de la manada en nuestra familia? Este es el nuevo modelo de matrimonio y de relación. Y de él depende también el bienestar de nuestros hijos. Los niños necesitan justamente este tipo de condiciones vitales, y necesitan modelos de los que aprender cómo se puede amar de una manera que no sea autodestructiva. Existen personas realmente egoístas, pero todas ellas se sienten desamparadas e infelices y no suponen una amenaza para la sociedad. Se trata de personas muy solitarias, sin empatía, que lo único que saben es abusar de los demás. Estoy convencido de que el 90 por ciento de las mujeres jóvenes puede comprobar al mirarse en el espejo que no son egoístas (según las estadísticas, alrededor de un diez por ciento de los niños es víctima de abandono o de abuso, y muchos de ellos pierden su capacidad de empatía). Hubo una época en la que había muchas madres narcisistas o que, mejor dicho, desarrollaban un comportamiento narcisista como síntoma de la soledad en que vivían dentro de la pareja. Conforme fue aumentando el poder de las mujeres y fueron ampliándose sus oportunidades dentro de la sociedad, este síntoma dejó de ser tan habitual y hoy solo se observa en mujeres de entre 60 y 70 años. El miedo a una individualidad saludable y el poder de definir esta individualidad como egoísmo son distintivos de todos los regímenes autoritarios, así como de las interpretaciones fundamentalistas de las religiones. Estos puntos de vista no se basan en el conocimiento de la psicología o de los aspectos existenciales de la vida, ni tampoco en la percepción de lo que es realmente bueno para las personas, sino solo en el deseo de tener el control y el poder absoluto sobre los demás, sean estos niños o adultos. Además

59 de sumisión y resignación, esto genera sentimientos de culpa y de vergüenza, que según la psicología clínica son los más autodestructivos que podemos tener las personas. Ambos sentimientos se encuentran presentes en cada persona adicta a las drogas, en cada alcohólico, en cada persona con un trastorno alimenticio, en cada joven que se autolesiona y en cada mujer maltratada. Esto significa también que usted no puede esperar que ninguna autoridad la libere del sentimiento de culpa –a no ser que se salte los mandos intermedios y se comunique directamente con Dios–. Es algo que debe hacer usted misma, arriesgándose con ello a eventuales acusaciones, sobre todo por parte de otras mujeres que siguen prefiriendo la seguridad que les procura la sumisión.

60 Amor sin autodestrucción

El amor autodestructivo que viven muchas mujeres supone pagar un precio muy alto. En primer lugar, y esto es decisivo, para ellas mismas, que lo hacen con su salud física y mental, con relaciones disfuncionales y con el aislamiento. Las recompensas por sacrificarse solo existen en su imaginación, y solo ellas son culpables de su decepción. Finalmente, se las hace responsables de sus sacrificios, y las personas con las que conviven no pueden satisfacer sus expectativas ni escapar de un sentimiento de culpa que se transmitirá a la siguiente generación. Sus hijos pueden romper este círculo vicioso si cuentan con el valor y la integridad personal para hacerlo, esto es, no pagando de nuevo a su madre con la misma moneda sin valor. Si no, la consecuencia será el derrumbe de la integridad moral y de las relaciones saludables. Siempre que tengo la oportunidad de observar a las mujeres con sus amigas íntimas, mientras trabajan, cantan en un coro, protegen a sus hijos o hacen la compra, me parecen tigresas fuertes, bellas y seguras de sí mismas. Pero en cuanto aparecen sus maridos, sus novios o sus hijos, muchas empiezan a comportarse como gatitas domésticas: o se convierten en víctimas o se transforman en unas insoportables freaks controladoras que convierten a los demás en sus víctimas. Me gustaría saber por qué siempre ocurre lo mismo. Muchas mujeres han intentado desvelarme el secreto, pero o yo soy demasiado simple para entenderlo, o simplemente no estoy capacitado para hacerlo a causa de mi sexo. Sea cual sea la razón, sigo dando palos de ciego en lo que atañe a ese misterio. La única explicación que se me ocurre es que sus maridos o parejas no tienen ni idea, no les interesa o incluso tienen miedo de la admirable potencia de sus mujeres, y por ello no las invitan ni las animan a hacer uso de esa fuerza dentro de la relación. Como dice el refrán, una relación siempre es cosa de dos. Hay demasiadas madres pisoteadas por sus hijos, y esto ocurre porque no son capaces de tomar su vida en serio o porque, haciendo de su incapacidad virtud, se convierten en víctimas y deciden transformarse en madres excesivamente protectoras, serviciales, cuidadoras y controladoras, convencidas de que eso es justo lo que sus hijos necesitan. En el mejor de los casos, se trata de una proyección autodestructiva y, en el peor, la incapacidad se transmite a los hijos, a los que no les queda otra opción que creer que lo que hace su madre es una muestra de amor verdadero. Un alto porcentaje de estos niños

61 desarrolla la llamada «indefensión aprendida»8 y un número considerable de ellos se rebela, arriesgándose con ello a pasar por medicaciones y terapias. También en estos casos es muy importante prestar atención a la parte masculina, pues esto ocurre rara vez en familias en las que los hombres están presentes, tienen una actitud activa como parejas y padres y han construido un vínculo adecuado con sus hijos. Cuando esto no ocurre, lógicamente, las mujeres se distancian de sus parejas, que se han ganado a su vez su soledad por no haber sido parte activa y haber roto la ilusión de su pareja. De este modo, el amor materno se convierte a veces en un dudoso regalo con escaso o nulo valor nutritivo. Pero, vuelvo a decirlo, no hay ningún motivo para culpar a las madres, tan solo es necesario advertir que, si se las deja solas, su sabiduría y sus capacidades también tienen sus límites. Estas mujeres, así como todas las madres solteras y sus hijos, obtendrían un gran provecho de aprender más sobre sí mismas y de tener la oportunidad de precisar sus límites y sus necesidades. Solo así estarán en condiciones de construir relaciones sanas con sus hijos, los cuales, como contrapartida, podrán crecer y desarrollarse gracias a una mayor independencia (los chicos) y a un modelo positivo en el que poder confiar (las chicas). Los chicos aprenderán a respetar a las niñas y a las mujeres, y las chicas comprobarán que decir no y proteger su integridad personal no solo está bien, sino que incluso es una muestra de cariño. En las sociedades modernas puede resultar muy complicado encontrar ese equilibrio. Es posible que usted tenga que trabajar o simplemente quiera hacerlo, mientras que, al mismo tiempo, los medios de comunicación la bombardean constantemente para que dedique más tiempo a sus hijos. O, quizá, usted y su pareja han elegido un estilo de vida más tradicional, en el que usted puede quedarse en casa con los niños mientras su marido trabaja un montón de horas para poder alimentar a la familia. En ambos casos, es muy probable que al final tenga la sensación de ser una madre soltera, ya que es usted la que tendrá que cargar con toda la responsabilidad de los niños. Algunas mujeres se sienten estupendamente en estas situaciones y otras se las apañan más o menos bien. Sin embargo, en la mayoría de los casos esto se va convirtiendo en una bomba de relojería hecha de frustración y soledad, lo que finalmente conduce a carencias emocionales y/o a la separación. Antes de que esto ocurra, probablemente sea sensato recordar que el regalo más valioso que puede hacer a sus hijos es cuidar bien de usted y de su relación de pareja. Renunciar a su integridad no es amor; es solo un sacrificio que influye

62 negativamente en todos los miembros de la familia a pesar de que usted lo haga por amor. Todos nosotros –tanto los adultos como los niños– debemos ser capaces de tomar decisiones personales basadas en quiénes somos (aunque nos hayan educado para que creamos lo contrario). No es casual que esto esté en consonancia con lo que sabemos sobre el desarrollo de la autoestima, sobre una salud mental estable y sobre relaciones de calidad basadas en el amor y el respeto mutuo. Las mujeres han recorrido un largo trecho en una sola generación, pero la concepción tradicional del amor y los cuidados parece ser un freno para ellas como madres y parejas. Algo similar podría afirmarse de los hombres y los padres, y por ello es muy beneficioso para las parejas y sus hijos compartir sus ideas, sus experiencias y sus sentimientos en torno a temas tan sustanciales como la integridad personal, la culpa o el sacrificio. El secreto de una buena relación con la pareja y los niños no está tanto en lo que hacemos, sino en cómo y por qué lo hacemos. En nuestras familias de origen aprendemos una primera versión sobre cómo amar. Nuestra propia familia está llena de oportunidades para desarrollar una segunda o hasta una tercera versión.

63 Acerca de la integridad personal y el derecho a decir no

Después de haber presentado los dos factores que, en mi opinión, son más perniciosos para la imagen que tienen las mujeres de sí mismas y para sus intentos de sobrevivir como madres y parejas, me gustaría hablar de lo que entiendo por integridad personal. Tras las dos guerras mundiales desarrollamos un sano respeto por la integridad nacional, religiosa y política de los Estados y las naciones. Esto se convirtió en un principio fundamental cuyo objetivo era sustituir a la antigua ley del más fuerte. Pero nuestro conocimiento y nuestro respeto por la integridad personal de cada individuo progresan todavía hoy de un modo terriblemente lento, a pesar de ser un tema que ya se encuentra claramente definido tanto en la Convención de Derechos Humanos de Naciones Unidas como en la Declaración de los Derechos del Niño, que están siendo ratificados por la mayoría de los países del mundo. En una de las primeras pancartas del movimiento feminista podía leerse «¡Derecho a decir NO!», algo que se entendía básicamente como el derecho de las mujeres a salirse del rol que se esperaba que cumplieran y a decir no a su uso y abuso como objeto sexual. En otras palabras, estaríamos hablando del derecho a ser tratadas como sujetos (o sea, como personas reales) y no como objetos que pueden ser manipulados, colocados aquí o allá, y de los que los hombres pueden abusar si así lo desean. En el fondo, es el mismo principio que queremos trasladar ahora a las relaciones entre niños y adultos: una relación de sujeto a sujeto en la que ambas partes disfrutan de la misma dignidad. Considerar a las mujeres como objetos es algo que sigue firmemente arraigado en la mayoría de los países y las culturas. Si tiene dudas al respecto, eche un vistazo al alarmante número de abusos sexuales y violaciones ocurridas en Estados Unidos y en otros países, a la cantidad de mujeres maltratadas en las sociedades occidentales y al trágico aumento de los casos de trata de seres humanos que, ciertamente, pueden ser perpetrados por hombres perversos, pero que solo pueden continuar existiendo porque existen también otros hombres perversos al otro lado de la frontera que conforman una lucrativa clientela. Resulta llamativo y muy contradictorio que también haya mujeres que contribuyan a convertir a los niños en objetos al comprar gustosamente y bajo la falsa apariencia de adopciones a niños recién nacidos de mujeres pobres, que a menudo han sido obligadas a quedarse embarazadas mediante el uso de la violencia. Otras mujeres y sus maridos

64 compran de buena gana órganos de niños que han sido operados o incluso asesinados para sustraérselos y obtener ganancias con ellos. También existe una asombrosa cantidad de madres que cierran los ojos ante los abusos sexuales cometidos por sus maridos o sus parejas contra sus hijos. Y, por último, hay igualmente muchas mujeres que consienten que se maltrate a sus hijos física y verbalmente en nombre del amor o a cambio de sexo o dinero. Con todo, las cosas parecen ir avanzando en la dirección correcta que marca el respeto por la integridad personal de las mujeres. Naturalmente, esto exige una buena dosis de autoestima por su parte, y la mala conciencia, la culpa y la vergüenza son veneno para la autoestima, a no ser que las mujeres se den cuenta de que estos sentimientos no son innatos, sino que les han sido impuestos por una cultura en la que todavía está ausente la formación acerca de la dignidad y los derechos humanos. La integridad personal se compone de los límites, los valores y los sentimientos personales de cada individuo. El derecho a descansar cuando estamos cansados. El derecho a amar y a ser amables cuando así lo deseemos. El derecho a decir no. El derecho a responsabilizarnos y luchar por nuestros derechos. El derecho a llorar cuando estamos tristes y a gritar cuando estamos furiosos. El derecho a cumplir nuestros sueños y deseos. Evidentemente, estos son derechos de todos los seres humanos. Me ocuparé de este tema en el capítulo 7, que trata sobre los derechos de los niños. El capítulo 6, al igual que mi libro Mann und Vater sein9 [Ser hombre y padre], trata sobre la degradación y el maltrato sufridos por los hombres. Cuando hablamos de mujeres y madres, el concepto clave, a mi entender, es el de límites personales. Al menos, esto es lo que observo cada día cuando veo a las madres con sus hijos y cuando escucho a las mujeres hablar de su papel como madres. Veo a mujeres que no son capaces de fijar y expresar cuáles son sus límites personales, y a menudo están tan frustradas que desean saber cómo deben poner límites a sus hijos, como si poner normas a los niños pudiera sustituir la demarcación de sus límites personales. La lógica que subyace a este pensamiento parece tener su origen en dos cuestiones. Una es la vieja idea de que los niños necesitan límites (en forma de normas precisas y de obligado cumplimento). Por otra parte, parece que para estas mujeres es más sencillo exigir que se tomen las normas en serio que exigir que se las tome a ellas en serio.

65 Qué ocurre realmente con las chicas buenas

Como a las mujeres nunca se les permitió ser sinceras ni fieles a sí mismas, se veían manipuladas y obligadas a adoptar el papel de chicas buenas. Debían ser amables, tranquilas, obedientes, serviciales, encantadoras, dulces, tiernas, discretamente sexys y bien educadas. Hoy en día, todavía hay muchas niñas y mujeres que responden a estas exigencias. Estas mujeres están muy solicitadas en el mercado de trabajo y son muy apreciadas como secretarias, enfermeras, maestras, dependientas, camareras y presentadoras en televisión. Los preescolares, los maestros y los profesores de universidad las adoran porque es muy fácil tratar con ellas –siempre esforzándose por agradar a todos. En principio, todos estos rasgos de personalidad están muy bien y no tienen por qué arruinar la calidad de vida ni las relaciones íntimas. Utilizados con cautela, pueden aumentar incluso nuestras oportunidades en el trato con otras personas y en el mercado laboral. Las consecuencias negativas aparecen solo cuando no tenemos otra alternativa, cuando no podemos elegir en qué momento queremos ser simpáticas, amables y sociables, y cuándo ser nosotras mismas, auténticas y sinceras, tres cualidades que configuran la esencia de las relaciones basadas en el amor, que resultan indispensables para la salud emocional y mental del individuo y a partir de las cuales se construyen la resiliencia, la estabilidad psíquica y la fuerza interior, a su vez, pilares imprescindibles para la capacidad de liderazgo. El mundo se transforma y con él nuestros valores, y mientras el mundo parece dirigirse siempre hacia nuevas catástrofes, los valores vinculados a este nuevo paradigma contribuyen a la existencia de relaciones mejores y más sanas. Estos valores fueron siempre una parte implícita de la sabiduría tradicional, y disciplinas como la psicoterapia, la terapia familiar y la psiquiatría han corroborado su papel. Ahora, por tanto, es el momento de que las mujeres y las madres adopten estos valores para crecer y desplegar todo su potencial –también con vistas a su papel como líderes de la manada dentro de la familia. Hace solo una generación nos encontrábamos a las niñas buenas cumplidos los 40, cuando su rol había comenzado a hacerles daño y a perjudicar sus vidas. Hoy nos las encontramos en los centros de psiquiatría juvenil, en los gabinetes de psicólogos escolares y en las consultas de los médicos de cabecera. Se encuentran perdidas,

66 incapaces de cumplir con las expectativas de su familia y de la sociedad y con unas habilidades limitadas para la vida. Todo esto les causa tristeza e infelicidad, y, por desgracia, ello se confunde a menudo con una depresión clínica; entonces se les recetan medicamentos, muchas veces los mismos que están tomando sus madres. Cuando los fármacos no han tenido los efectos previstos (entre tres y cinco semanas después de iniciado el tratamiento), se sienten aún peor y comienzan a pensar en el suicidio o escogen alguna vía de autodestrucción. Lo cierto es que, la mayoría de las veces, estas mujeres sufren una crisis existencial a causa de su rol limitado e insano; de ahí que haya que animarlas a desprenderse de él en lugar de volver a resignarse y adaptarse. Han intentado vivir meticulosamente y con un gran sentido de la responsabilidad según el guion que escribieron para ellas sus bienintencionados padres y maestros, sus dos fuentes principales de instrucciones y feedback. Pero ahora merecen que las apoyemos en el intento de escribir su propio guion. «¿Qué quieres tú?» es la pregunta más útil en este proceso, del mismo modo que preguntarse «¿qué quiero yo realmente?» es la pregunta que deben hacerse todas las madres para poder vivir una vida mejor y más plena. Estas preguntas no conducen ni al individualismo asocial ni al egocentrismo. Pueden provocar un conflicto con las autoridades tradicionales, a las que les gusta y satisface como son estas mujeres y prefieren por eso diagnosticarlas cuando se salen del guion en lugar de alegrarse de que deseen crecer y prosperar. Por otra parte, esta confusión puede llegar a revelarse como un regalo para ambos miembros de la pareja y para sus hijos. Casi todos los días veo a mujeres que están pensando en separarse de su pareja y, aunque a veces esta es realmente la mejor solución para todos, también es verdad que la decisión más inteligente para muchas de ellas y para sus familias sería separarse, pero no de su pareja, sino de su rol de chica complaciente.

67 Madres e hijas

El trato entre mujeres no siempre es amable, y hay muchas madres que intentan de una manera agresiva tener a sus hijas adultas atadas a ellas y controlar sus vidas. Este comportamiento no debe confundirse en ningún caso con el liderazgo. Establecer sus propios límites e insistir en que sean respetados –también por parte de la madre o la suegra– es, indiscutiblemente, un primer paso hacia una vida mejor. Con frecuencia, estas mujeres no saben actuar de otro modo más que siendo amables o, al contrario, siendo ariscas o dramáticas. Quizá lo que necesitan es pasar por una crisis en su relación con sus hijas para ahondar un poco más en sus vidas y gozar así de una segunda oportunidad. Por supuesto, usted no tiene que dejar de querer a su madre, pero no permita que su amor por ella le impida tener una vida mejor. Nadie se lo agradecerá nunca y puede acabar con el amor que un día sintió por su madre. He tratado con suficientes mujeres como para saber que lo que estoy diciendo es una decisión difícil, pero, afortunadamente, es una decisión suya. Las chicas buenas suelen tener mucha confianza en sí mismas, pues reciben un feedback muy positivo, buenas notas, elogios y ánimo. Sin embargo, tienen poca autoestima, porque nadie se interesó nunca por saber quiénes eran realmente. Usted puede ayudar a sus hijas de muchos modos para evitar que el «síndrome de la chica buena» se apodere de sus vidas. No intente modelarlas a su gusto, escúchelas, conózcalas a fondo y quiéralas por lo que son. Dígales que, aunque los comentarios positivos resulten agradables y los negativos no, nadie tiene derecho a decirles cómo tienen que ser. Solo ellas mismas tienen derecho a hacerlo, y usted puede apoyarlas en sus sucesivos intentos de encontrar el equilibrio más provechoso entre la adaptación y la individualidad. La capacidad de adaptarse es algo importante a lo largo de toda nuestra vida, da igual cuál sea nuestra edad, pero cuando no estamos conectados con nosotros mismos solo conduce al sufrimiento y a la desdicha. Naturalmente, la cuestión decisiva es si es posible permanecer fiel a una misma y seguir teniendo buenas notas y gustar a los demás. De acuerdo con mi experiencia, la respuesta es claramente ¡SÍ! A un niño de cinco, siete o 14 años que es capaz de comportarse de una manera equilibrada y con seguridad en sí mismo se le admira y se le envidia por ello. A una mujer adulta, en cambio, es posible que algunos amigos le den la espalda, y lo mismo podría ocurrirle con sus hermanos o su esposo. Ellos se lo pierden.

68 Ser popular y gustar es sencillo. Estar contenta con una misma y gustarse es mucho más difícil. Es posible que para su pareja resulte más complicado y desafiante vivir con usted ahora que cuando se conocieron, pero esta es su oportunidad de crecer y mejorar su relación consigo misma. Puede que sus hijos se sientan un poco confundidos al principio, pero pronto la admirarán y le pedirán consejo. Para evitar tener disputas destructivas que le roban tiempo y energía con las personas de su entorno, piense que nadie tiene la culpa de su situación. Los demás, como usted, lo hicieron lo mejor que supieron. La responsabilidad es plenamente suya desde el momento en que vislumbró por primera vez la posibilidad de mejorar su calidad de vida y su salud. Se trata de un proceso solitario en el que usted tiene el privilegio de sopesar las ventajas y los inconvenientes. Y es el primer paso hacia la meta de ser una buena guía dentro de la familia.

69 70 6. ¿Dónde están los hombres y los padres?

La soledad de las mujeres y las madres es un fenómeno muy común en las familias de hoy en día. Esto resulta, por una parte, en hijos excesivamente protegidos y mimados o a los que se descuida y exige demasiado y, por otra, en niñas que crecen según el modelo de sus madres y niños que lo hacen confundidos y solos en un ambiente dominado por las mujeres y sin modelos masculinos. Esto hace que para ellos resulte más difícil madurar y convertirse en adultos, con lo cual quedan predestinados a reproducir los errores de sus padres. El lado bueno de todo esto –desde una perspectiva femenina– es que, a menudo, las mujeres y las madres saben más que sus parejas masculinas. Como pasan mucho más tiempo con sus hijos aprenden más de la vida. Pero, desgraciadamente para ambas partes, muchas mujeres tienen un problema de comunicación que hace que les resulte muy difícil transmitir su sabiduría de un modo sugerente e inspirador. En lugar de ello, desalientan a sus parejas con sus críticas y acusaciones por no hacer cosas para las que no están preparados. Si imaginamos el equilibrio entre hombres y mujeres como un balancín, los hombres se encuentran arriba en lo que respecta al dinero y al poder, y abajo en lo relativo a los conocimientos y a la preparación para la vida. La primera diferencia se va equilibrando poco a poco. El segundo desequilibrio empieza a ser menor gracias a que cada vez hay más hombres que, por propia voluntad y no solo para agradar a sus mujeres, deciden ser padres comprometidos e implicados.

71 Unidos y fuertes

¿Qué supone hoy en día ser el líder de la familia junto a su mujer, de manera que no haya una sola persona que críe y eduque a los hijos? En los capítulos anteriores hemos hablado de cambios que afectan a las mujeres. Estos cambios traen automáticamente consigo otros para los hombres. De ellos trataremos en el presente capítulo. Me gustaría animar a los hombres a cumplir el deseo de modificar sus roles, me consta que muchos jóvenes, maridos y padres lo están deseando. Espero poder clarificar algunos malentendidos y contribuir así a una nueva definición del liderazgo dentro de la familia. Clasificar a las mujeres y los hombres en categorías diferentes tal como hago yo en este libro implica, lógicamente, dejar de lado multitud de matices y aspectos complejos. Por eso es importante recordar que todos somos seres humanos y que tenemos muchos problemas existenciales en común. A lo largo de la historia los hombres han estado o bien preparándose para cumplir con el papel de sustentadores de su mujer y sus hijos –y también de sus padres cuando ya no podían valerse por ellos mismos– o bien cumpliendo directamente con ese papel. Esto era algo tan obvio e inamovible como el rol de ama de casa y esposa que correspondía a las mujeres. Todos estamos de acuerdo en que los hombres han conseguido hacerse con la mayor parte del poder político, económico y social y han logrado retenerlo en sus manos. Por consiguiente, ellos eran, y en muchos aspectos siguen siendo, los responsables de la opresión de las mujeres. En Escandinavia, mi generación tuvo la disparatada idea de integrar completamente a los padres en sus familias. Debían participar en las tareas y asumir las responsabilidades que les van aparejadas, además de estar presentes emocionalmente y repartirse con las mujeres el cuidado de los hijos. Desde entonces, la idea de lo que es o debería ser una familia ha cambiado completamente. He dicho que esta idea es «disparatada» porque hasta ese momento los padres nunca habían estado realmente integrados en sus familias. Como «cabezas de familia» tenían el poder, pero solo participaban de forma tangencial en la vida familiar. Su rol de sustentadores de la familia implicaba que no estuvieran en casa durante el 90 por ciento del tiempo en que sus hijos estaban despiertos. Cuando llegaban a casa, su papel consistía muchas veces en poner castigos o, si sus hijos eran afortunados, en jugar con los más pequeños y ayudar a los mayores con los deberes. Su única –y exigua– recompensa consistía en tener mujeres agradecidas y sumisas e hijos

72 obedientes. Cuando no existe nada más que esto, lo que se origina es una soledad y un aislamiento de una magnitud que las mujeres difícilmente pueden imaginar. Durante la Revolución Industrial, en la que existía un desprecio absoluto por la dignidad humana, la gran mayoría de los hombres sufrió mucho a causa de la degradación y el desprecio por su bienestar existencial y emocional. Se les mutiló y humilló como personas para que pudieran seguir produciendo y sobrevivir como sustentadores. El resultado fue que muchos se echaron a la bebida, se volvieron violentos en sus casas y murieron relativamente jóvenes. Solo los clubes y los uniformes les hacían sentirse orgullosos y valiosos. A pesar de que en muchos aspectos la historia de las mujeres ha discurrido en paralelo a la de los hombres, hay muchos otros en los que ambas se diferenciaban. Tradicionalmente, las mujeres se han refugiado en la convivencia con sus hijos y otras mujeres, y esto ha hecho que muchas de ellas hayan podido mantener su vida emocional, su sensibilidad y su empatía incluso teniendo que soportar la carga de dos trabajos. Aunque algunos hombres han contado también con sus propias redes y espacios de reunión, estos lugares no son muy adecuados para tener conversaciones privadas y, como consecuencia, los hombres han sido bastante insensibles e ignorantes en lo que a sentimientos se refiere. Tuvieron que suicidarse emocionalmente durante tanto tiempo para poder sobrevivir como obreros y empleados que este se convirtió en su estado habitual. Los que, a pesar de todo, continuaron vivos eran casi siempre artesanos independientes, artistas o agricultores. Hoy en día, las mujeres fuertes y con buena educación no se contentan con parejas cuyo papel se limita a sustentarlas. Pueden mantenerse por sí mismas e incluso tener hijos sin necesidad de contar con un hombre. Una condición previa para decidirse a formar una familia nuclear tradicional, o simplemente tener una relación de pareja, es poder satisfacer su deseo de cercanía, empatía, pasión e intercambio sentimental. Aun cuando no las piden desde el comienzo, si, con el paso de los años, estas cualidades fundamentales no están presentes, las mujeres empiezan a sufrir a causa de ello. Esto conduce a una contradicción interesante y a menudo dolorosa. Las mujeres tienen hoy más poder que nunca y podrían utilizarlo para enseñar a sus amantes, parejas y maridos un modelo más comprensivo de liderazgo. Solo tendrían que darse cuenta de que van décadas por delante de los hombres. Pero lo cierto es que muchas no son conscientes de esto y, en lugar de ello, se quejan como si todavía fueran víctimas

73 indefensas, renunciando a su parte de liderazgo familiar a pesar de que muchas veces saben mejor que nadie lo que le conviene a cada miembro de la familia. Los padres jóvenes han empezado recientemente a reinventar su rol en la pareja. Son perfectamente conscientes de que pueden aprender muchísimo de las mujeres, pero también han comprendido que las madres por sí solas no pueden enseñarles a convertirse en padres mejores y a ejercer su papel de líderes en la familia de un modo competente y en igualdad de condiciones con su pareja; tienen que aprender los unos de los otros, y también de sus hijos. Las cosas son muy diferentes en cada país, pero, en líneas generales, la mayoría de los hombres basan su identidad en su rol de sustentadores. Muchos de ellos siguen sufriendo maltrato y humillaciones en el trabajo, aunque actualmente esto tenga lugar de un modo más sutil. Por supuesto, también hay muchas empresas en las que no se dan estas situaciones. Otra contradicción interesante es que hoy en día las madres crían a sus hijos varones de un modo que les impide madurar y convertirse en adultos. De hecho, los educan para que se conviertan en el tipo de hombres que ellas mismas encontrarían horribles como maridos de sus hijas. Miman, protegen, sirven y admiran a sus hijos de una manera que hace que estos sean toda la vida irresponsables y tengan un comportamiento infantil, y esto es algo que pueden hacer solo porque sus maridos están ausentes en todos los sentidos. Las mujeres han necesitado cerca de medio siglo para transformar su papel dentro de la familia y con respecto a sus maridos (y todavía no han terminado). El hecho de que, generalmente, los hombres fueran vistos como antagonistas resultó una motivación importante. Los hombres carecen de un enemigo común y de un movimiento político que los una y, como rara vez hablan entre ellos de estas cosas, su liberación será necesariamente más costosa. El proceso de maduración de ambos sexos y la transformación de la pareja, del liderazgo en la familia, de la maternidad y de la paternidad están muy lejos de haber terminado, pero hoy está ganando un peso cada vez mayor el hecho de ser padre en un sentido amplio y no solo cumplir con el papel de alimentador y sustentador de la familia. No obstante, me doy cuenta una y otra vez –por ejemplo, en mis charlas– de que los padres se limitan a cumplir con el papel de niñeros. Cuando empecé a trabajar en Austria y Baviera hace unos 15 años, escuchaba decir a muchos especialistas: «Trabajamos a diario con las familias». Pasado un año descubrí que eso no era cierto –se trabajaba con

74 las madres y los niños, pero no con las familias–. En esta postura subyace un concepto de familia distinto al que yo tengo. A menudo cuento, y no quiero con ello justificar a nadie, que cuando se pregunta seriamente a las mujeres por este asunto, alrededor del 80 por ciento de las escandinavas y las alemanas que tienen una relación e hijos contesta: «Sí, me siento como una madre soltera. Aunque mi marido sí me ayuda algo». O: «Mi marido ayuda mucho, pero realmente yo soy la que carga con toda la responsabilidad». A los hombres les cuesta entender la diferencia. Ellos dicen: «Nos encargamos de algunas tareas. ¿No es suficiente? ¿Qué es la responsabilidad? ¿Cómo se divide la responsabilidad? ¿Se puede hacer a medias?». No, no se puede. En Escandinavia y en Alemania tenemos una larga tradición de abuelos y bisabuelos maravillosos que se repartieron concienzudamente las tareas de liderazgo. El padre era el encargado de los animales y de las tierras, la madre, de los hijos, de la casa y del jardín, y el reparto funcionaba estupendamente. Pero cuando se quiere ser realmente responsable de los hijos, esto significa que cada uno de los miembros de la pareja tiene que ser cien por cien responsable. Y que hay que volver a negociar el tema del liderazgo de los padres. Se trata de un ejercicio interesante, y puedo asegurar que vale la pena, aunque no es fácil. Hoy en día hablamos mucho del vínculo. ¡De nuevo!, habría que decir, pues ya lo hacíamos hace 50 años. El vínculo entre los padres y sus hijos es un tema de gran actualidad. Cuando yo era niño, había quizá un uno o un dos por ciento de padres que creaban un vínculo con sus hijos durante su primer año de vida. En mi generación eran un 20 por ciento, y hoy en día, entre un 30 y un 35 por ciento, lo que significa que la mayoría de los padres todavía no llega a conseguir y experimentar ese vínculo. Esto no es un reproche, pues solo hace 30 años que se tomó esta decisión histórica, no sé muy bien si por parte de los hombres o de las mujeres. Pero, como es lógico, cuesta mucho tiempo poder llegar a experimentar algo así. No puedo dar ningún consejo a las mujeres sobre cómo deben comportarse al respecto, pero, por el interés de todos los hombres, me alegraría mucho si a partir de ahora, cuando reflexionaran, tuvieran en cuenta mis ideas y quizá ojearan mi libro Mann und Vater sein [Ser hombre y padre], que trata principalmente de la enorme oportunidad que supone ser padre y compartir la responsabilidad de un hijo, así como de las dificultades que encuentran actualmente los padres y sus posibles vías de solución.

75 Los padres preguntan a Jesper Juul

Tema: Una niña de 12 años no quiere ir a ver a su padre después de que sus padres se hayan separado, y él no sabe cómo comportarse con ella. Padre: Tengo una hija de 12 años. Nuestra familia se separó hace algo más de un año y últimamente mi hija no viene a verme. Y yo pocas veces puedo ir a verla a ella. No recibo el más mínimo cariño de su parte, con lo mucho que lo deseo. Además, ahora tengo un problema cuando intento ser sincero, porque me siento herido y enfadado y no tengo ni idea de cómo comportarme con ella. Jesper Juul: ¿Y, en su opinión o por su experiencia, realmente piensa que es así, que la niña no quiere verlo? Padre: No lo puedo saber, o sea, según mi experiencia… Jesper Juul: Quiero decir, ¿le ha dicho su hija que no quiere ir a verlo? Padre: Sí. Jesper Juul: ¿Y le ha dicho también por qué? Padre: Sí. En primer lugar, porque mi casa es pequeña. Solo tengo una habitación, así que tendría que dormir en la misma habitación que yo. Pero podría venir simplemente a visitarme, y eso tampoco lo hace. Jesper Juul: Está bien, ahora voy a hablar solo por mí, porque hay demasiados factores en este asunto y no puedo verlo y entenderlo todo. Creo que es importante que usted resuelva consigo mismo esa decepción, la sensación de estar herido o el deseo de que su hija lo quiera. Cómo se siente usted en este momento es su verdad emocional. Pero, si alguien le va con este mensaje a una niña de 12 años –o a un chico de 24–, entonces se alejará aún más. Creo que lo que realmente le duele es que usted siente mucho amor como padre y, si su hija no está con usted, no puede darle ese amor. Y eso duele. Como padre o como madre, en una situación así yo insistiría y le diría a mi hija: «Quiero verte». Quiero dejar muy claro que estoy hablando de una niña de 12 años y no de niños de cualquier edad. Así que yo hablaría con mi hija y le diría: «Escucha, soy tu padre. Te quiero y quiero estar contigo». No existe otra posibilidad. Los espacios y otras cosas pueden tener solución, o no, pero es necesario que usted diga: «Esto es lo que quiero». Tener 12 años no es fácil. Con esa edad, la situación se vive más o menos de la siguiente manera: «Todas las discusiones, la separación y todo lo demás supusieron

76 mucho esfuerzo para mí. Mis padres ya no me importan tanto, para mí son más importantes mis amigos y otras cosas. Además, ahora me toca irme lejos o yo qué sé para poder ver a mi padre. No tiene sitio, y me toca dormir en la misma habitación que él», etcétera. Es más sencillo decir: «No quiero ir». En los últimos 40 años he conocido a muchos padres en situaciones similares. Sus hijos de entre ocho y 14 años –y esto ocurre sobre todo con las hijas– tienen que pasar el fin de semana con ellos. El viernes por la tarde todo va más o menos bien, pero hacia el sábado a mediodía los niños dicen en voz bajita: «Quiero irme con mi madre. No quiero estar más aquí». Y ahí tienes a los pobres padres deseando que los quieran y diciéndose a sí mismos: «Ayuda, ¿qué hago yo ahora?». Cuando esos padres aprenden a decir «Está bien, pero las cosas no son así. Yo quiero estar contigo, soy tu padre, y tú vas a quedarte aquí y mañana a las cinco de la tarde te llevaré a casa de tu madre, no antes», entonces es como si las niñas –he visto a cientos de ellas– se quitaran un gran peso de encima: «De acuerdo, papá tiene el control. Todo está bien». Padre: Pero ¿y si la madre dice: «No, la niña no tiene por qué ir con su padre»? Jesper Juul: Sí, claro, ahí la hija no puede hacer nada. Si entre los adultos el tema no está claro, entonces es más difícil, desde luego. Lo que yo digo es que para usted es muy importante decir exactamente lo que acabo de decirle. Y que para su hija es muy importante escucharlo. Puede ser que entonces diga: «Pero yo no quiero». No sé cómo se regula esto legalmente en Alemania. En Dinamarca los niños de 12 años pueden decidir: «No quiero visitar más a mi padre». O: «De momento no quiero visitar a mi padre». Pero no hay que olvidar lo que se decía antiguamente: la vida es mucho más larga que la infancia. Esto significa que esa niña debe saber lo siguiente: «Esto es lo que mi padre quiere, y no otra cosa –mi padre quiere estar conmigo–. Dentro de medio año, o de dos, o de diez, puedo volver». Si una niña de 12 años lo único que ve y escucha es que su padre no está contento con ella y que se siente ofendido, tiene muchas menos ganas de volver a iniciar una relación. Sé que tanto las madres como los padres –aunque en este caso la hija vive con la madre– desempeñan muchas veces un papel muy destructivo en estas situaciones. Pero ahí no hay nada que hacer; como mucho, uno se puede enfadar por haberse enamorado de esa mujer. Pero, según mi experiencia, es fundamental que el padre envíe este mensaje a su hija.

77 En Alemania, ahora también existe la custodia compartida, con la que los hijos de parejas separadas viven una semana con su padre y una con su madre, o casos similares. Esto supone un gran esfuerzo para los niños, y, además, resulta que los padres hablan a menudo con sus hijos de entre diez y 16 años como si fueran dueños de su tiempo. Por ejemplo, cuando la hija le dice a su padre o a su madre «El próximo fin de semana me voy a casa de la abuela, que es su cumpleaños», y el padre dice «No, el próximo fin de semana te toca conmigo», entonces es que algo no está yendo bien, pues los fines de semana pertenecen a los niños, no son nuestros. Creo que es muy importante empezar a decir: «Aquí me tienes, quiero ser tu padre, te quiero, me gustaría pasar tiempo contigo. Y, si tú no quieres, tendré que aguantarme, pero no me gusta tener que hacerlo». Tal como están las cosas, todos los demás sentimientos no importan en esta relación.

78 79 7. ¿Realmente queremos tener hijos fuertes y sanos?

El contenido de este capítulo, que está dirigido a las instituciones, lo tengo pensado desde hace años, pero solo después de haber llevado un caso concreto en el marco del sistema alemán de asistencia social a menores me he decidido a sentarme a escribirlo. Podría haberme pasado en casi cualquier lugar del mundo, y es muy importante para mí que los profesionales respectivos no se tomen como algo personal lo que cuento aquí. Me consta lo mucho que se esfuerzan y se implican en su trabajo, y lo frustrados que deben sentirse a menudo. Me siento un poco como el chico de El traje nuevo del emperador, el cuento de H. C. Andersen, llamando la atención sobre algo que para muchos es evidente y que, sin embargo, parece ser un misterio absoluto para las personas responsables de tomar decisiones a nivel local y estatal. Creo que esto me ocurre porque, de algún modo, no me siento suficientemente autorizado para hacerlo. He trabajado durante casi 40 años en instituciones públicas dentro del ámbito del trabajo social y sanitario, y hace casi el mismo tiempo que trabajo como emprendedor social en este campo. He trabajado en muchos países con miles de familias, tanto con familias desestructuradas como con otras que funcionaban bien, con niños, jóvenes y adultos con trastornos emocionales, y con un amplio espectro de especialistas que tratan de ayudar a estas personas. Estoy convencido de que la gran mayoría de estos encuentros supusieron un aprendizaje valioso tanto para mí como para el resto de las personas implicadas. Al mismo tiempo, durante los últimos 15 años he tenido que ver cómo las políticas de los gobiernos han dejado malheridas a las organizaciones, las instituciones y los proyectos, y –lo que es más importante– a la mayoría de las personas que dependen de sus ayudas. Digo esto sin tener en cuenta las enormes sumas de dinero que recibían precisamente estas organizaciones, y creo que el motivo es evidente –por eso pensé en el chico que advierte de que el emperador está desnudo–. Si dudo de mi propio trabajo, es porque los políticos y sus numerosos consejeros parecen estar convencidos de que el emperador no está desnudo en absoluto, sino que está vestido e incluso lleva un vestido

80 extraordinariamente valioso. Permítanme, pues, que, a riesgo de que se burlen de mí, revele mis observaciones y las conclusiones a las que he llegado.

81 La brecha entre lo que dictan las normas y lo correcto

En toda institución pública debería darse un equilibrio entre dos grupos de valores contradictorios entre sí: los valores burocráticos y los valores profesionales. Los valores burocráticos están al servicio de los órganos de control político y de la administración, y los valores profesionales sirven a las necesidades de las personas. Ambos se contradicen porque la burocracia no admite errores, mientras que los especialistas deben trabajar de manera experimental y creativa para conseguir la máxima calidad. Para ello, es necesario que se les permita cometer errores y fracasar. Sin embargo, este equilibrio no existe. Los valores burocráticos se han impuesto y los valores profesionales han desaparecido. La consecuencia es un frágil equilibrio entre lo que dictan las normas y lo que es correcto. Lo más alarmante de la cuestión es que la distancia entre ambos caminos se ha convertido en una brecha prácticamente insalvable, con lo que resulta que las personas que necesitan una ayuda adecuada y servicios profesionales (por los que, además, pagan) ya no los están recibiendo, sino que lo que reciben es solamente el servicio y la ayuda que les corresponden según las normas. Las consecuencias de todo esto pueden observarse en los presupuestos públicos: los servicios son cada vez menos eficaces y sus costes aumentan a una velocidad impresionante. Los efectos de ello pueden seguirse a diario en los medios de comunicación. Los testimonios de clientes, pacientes y sus familiares son una prueba de la mala calidad de los servicios públicos a todos los niveles, y la respuesta que estas personas suelen recibir casi siempre es que todas las decisiones, los procedimientos y los informes están totalmente de acuerdo con las normas. La corrección y la igualdad ante la ley han sido y son las ideas que se hallan detrás de la burocracia; por ese motivo, mis constataciones no deberían entenderse como una crítica a la burocracia en sí misma. Mi crítica se dirige a los políticos para llamarles la atención sobre el hecho de que el modelo actual de administración pública está destinado al suicidio. Y no vayan a creer que sería de ayuda reducir los costes o disponer de más fondos. Hay muchos países en los que las instituciones correspondientes disponen de dinero suficiente. Todo lo que ustedes deberían hacer es crear las condiciones que permitan un mayor equilibrio, y los medios para llevar a cabo esta tarea se encuentran dentro de las cabezas y no en las arcas del tesoro. Dejen a los médicos hacer su oficio, a los maestros enseñar y ocuparse de sus alumnos, a los terapeutas ayudar, a los educadores, a los enfermeros y

82 a todos los demás acompañar y cuidar, y a los trabajadores sociales detectar y ayudar a las víctimas de abandono y abusos. Y, por favor, háganlo rápido o iremos a la quiebra, y no solo en sentido figurado.

83 Educar es relacionarse

Repasando las cuatro décadas que llevo colaborando con centros educativos tales como guarderías, jardines de infancia y escuelas, y escribiendo abundantemente sobre ellos mirando hacia el futuro, hoy me siento animado a plantear la pregunta que da título a este capítulo: ¿Queremos tener realmente niños fuertes y sanos? Personalmente, mi respuesta es un rotundo SÍ. El día que seamos capaces de enseñar y criar en las escuelas a niños fuertes y sanos será un regalo grandísimo para los niños, los padres, los educadores y los responsables de la economía de nuestros países. Para conseguirlo debemos reflexionar también acerca de cómo guiar a nuestros hijos. Son muchos los libros y las reflexiones de todo tipo dedicados a la dirección de la economía, pero con respecto a la familia también es necesario llevar adelante un estilo de dirección. Recuerde que los niños están dando solo los primeros pasos en el camino que les llevará a convertirse en jóvenes, adultos y, finalmente, ancianos. De hecho, estamos hablando de todos nosotros independientemente de la edad que tengamos. Por lo tanto, si avanzamos en la cuestión de la dirección y el liderazgo en el seno la familia, estaremos contribuyendo a la mejora de las condiciones de vida de todos nosotros. La felicidad de nuestros hijos nos atañe a todos. Desde el día en que publiqué Su hijo, una persona competente, tanto mis detractores como mis defensores me describen como un amigo de los niños. Desde el principio he rehusado ese honor siempre que he tenido la oportunidad de hacerlo en conferencias o entrevistas. Durante toda mi carrera profesional como asesor, psicoterapeuta y terapeuta familiar he intentado inspirar y ayudar a adultos que se encontraban inmersos en conflictos destructivos con niños y jóvenes, poniendo el foco en la calidad de la relación con sus hijos. Estoy convencido de que este esfuerzo ha ayudado a muchos niños a orientarse hacia una vida mejor y más plena, pero realmente este resultado es un efecto secundario de mi trabajo con las personas adultas, con sus comportamientos, sus opiniones y sus valores. La prioridad de mi trabajo nunca fue el individuo, sino el fenómeno interpersonal, que es decisivo para nuestra salud y nuestro bienestar. Durante todos estos años, el hecho de poner el foco en las relaciones se consideró una novedad, algo vanguardista, e incluso una provocación política, a pesar de que la teoría y la ciencia siempre estuvieron del lado de los que, como yo, trabajaban en esta dirección y llegaban a resultados similares a los míos.

84 Nunca fui el descubridor de estas ideas, sino solo su mensajero. Cuando en 1995 se publicó Su hijo, una persona competente se dijeron muchas cosas sobre el libro –desde que era «el manual de pedagogía del siglo» hasta que era «un manifiesto político». Su hijo, una persona competente no pretendía ser un manifiesto político; por el contrario, este libro, que establece una conexión entre los niños, las familias y la cuestión del liderazgo, sí lo es. Su hijo, una persona competente fue el resultado lógico de mi experiencia tras 20 años de trabajo con adultos y niños, y yo pensaba que los lectores reaccionarían con la misma alegría y el mismo alivio que experimentamos tanto yo como muchos de mis clientes y alumnos. A mi entender, mi libro era una buena noticia para todos los padres, los profesores y los trabajadores sociales que tenían que enfrentarse a la frustración y al desengaño. Generó muchas adhesiones entusiastas, pero también muchas críticas. Necesité diez años para comprenderlas y respetarlas. Visto a posteriori, y en muchos sentidos, el libro y el trabajo clínico que realicé en el Instituto Kempler de Escandinavia (hoy dfti.dk) supusieron el inicio de un nuevo paradigma educativo. No fuimos conscientes de ello hasta que, a finales de la década de los ochenta y principios de la de los noventa, científicos como los doctores Daniel N. Stern, Peter Fonagy, Remo Largo y John Bowlby comenzaron a publicar sus estudios junto con los descubrimientos de la neurobiología y la neuropsicología. Fuimos familiarizándonos y adquiriendo confianza en estos puntos de vista gracias sobre todo a la neurociencia y a la posibilidad de documentar los resultados de sus investigaciones mediante imágenes en color y capturas de pantalla. Y entonces empezamos a creer que quizá sería posible dejar atrás todo ese sinsentido y todas las actitudes morales defensivas para ocuparnos por fin del futuro de la educación y la crianza en lugar de reparar y modificar algo que, en realidad, ya no tenía arreglo. Pero tal vez usted pregunte: ¿Por qué tenemos que ir en busca de un nuevo paradigma? ¿Por qué no esforzarnos en conseguir estabilidad y mejoras? La respuesta es que, tal como espero poder probar en este libro, el modelo existente en la actualidad no funciona. El viejo paradigma ha sido durante más de dos siglos la base de nuestras ideas, nuestras teorías y nuestros comportamientos. Cada generación ha aportado nuevos puntos de vista; nuestro comportamiento se ha ido adaptando, humanizando y modernizando, y nuestro sistema político se ha transformado profundamente. Pero, a pesar de todo ello, parece que nos hemos quedado en un punto muerto y somos incapaces de alcanzar las metas formuladas por la mayoría de las sociedades modernas.

85 Lo que hemos logrado en la parte occidental del mundo, aparte de la democracia, es ser ricos, mucho más ricos de lo que nadie hace 60 años, cuando yo era niño, hubiera podido imaginar. Puede que nuestra alimentación sea un problema, pero cada vez hay más países y más personas que pueden hacer tres comidas diarias. Por consiguiente, nuestro principal interés ya no es la supervivencia, sino la calidad de vida, tanto de los niños como de los adultos. Hace solo un siglo esto hubiera parecido una utopía, y para gran parte de la población mundial todavía lo es. Desde Sigmund Freud, y especialmente desde la aparición de la psicoterapia moderna, hemos aprendido mucho sobre el ser humano y sus relaciones con otras personas, y hemos podido revalidar gran parte de la sabiduría de generaciones anteriores, mientras hemos olvidado o borrado otras partes. Lo más importante es que hemos descubierto el carácter singular de cada ser humano y hemos averiguado qué nos causa sufrimiento y qué nos hace sentirnos bien. Después de haber experimentado a lo largo de los años las consecuencias derivadas de diferentes sistemas políticos, estoy convencido de que solo en países en los que prevalezcan los valores democráticos es posible que se asuman realmente estos descubrimientos. Pero el mero hecho de que esto sea posible no significa que esté garantizada la puesta en marcha de las estrategias adecuadas, y esto es precisamente lo que pretendo mostrar ahora. En lo referente a los niños, no cabe la menor duda de que hemos conseguido que su vida mejorara en numerosos aspectos. Hoy en día, la mayoría de los niños, al menos en los países occidentales, llevan una vida que no está marcada por el miedo y las preocupaciones, y tienen derecho a expresar sus opiniones. La prohibición del castigo físico en numerosos países fue uno de los grandes logros del siglo xx, aunque hay que decir que esto ocurrió a pesar de la fuerte resistencia que opusieron muchos adultos, incluyendo personas muy inteligentes. Desde 2005 he pasado la mayor parte de mi tiempo trabajando con padres cariñosos, rectos, comprometidos y abiertos, de las más diversas procedencias y culturas, padres que querían ser diferentes a sus antepasados, que querían hacer algo por sus hijos y, siempre que fuera posible, ofrecerles el mejor de los fundamentos para sus vidas. Es impresionante ver cómo se entregan, y, a su manera, casi todos tienen éxito en lo que se proponen. Y lo mismo puede decirse de muchas guarderías, escuelas y otras iniciativas dirigidas a niños y jóvenes con dificultades, todos proyectos excepcionales. Sin embargo, estos proyectos siguen siendo una minoría, y en la mayor parte de los casos se

86 encuentran con obstáculos burocráticos y políticos por parte de unas autoridades que, en realidad, deberían darles las gracias y dejar que los hechos hablaran por sí mismos.

87 Haz algo nuevo a partir de lo viejo

Otra de las cosas que he descubierto es que, en el fondo, la mayoría de los padres y de los especialistas quieren lo mismo que querían mis padres y maestros, o sea, niños amables, bien educados y obedientes que se adapten y se conformen. La diferencia con aquella época es que hoy en día esto se quiere lograr de un modo mucho más cariñoso y menos violento que hace 60 años. Una de las razones de esta contradicción parece ser que las personas desean para sus hijos una calidad de vida que ellos mismos no tuvieron. Quieren que sus hijos prosperen y puedan desarrollar todo su potencial sin haber pasado ellos mismos por ese proceso, lo que, lógicamente, hace que su capacidad para servir de guías a sus hijos sea menor. No pretendo criticar a los padres y a los educadores. Solo quiero hacer visible que están haciendo frente a un desafío para el que no están suficientemente cualificados, y que esta es una iniciativa muy valiente. Y lo mismo puede decirse de la pregunta más importante de todas: ¿Cuáles son los elementos de una buena guía paterna o adulta? Conocemos la respuesta a través de numerosos resultados de investigaciones y experiencias prácticas, y, anteriormente, ya he hecho referencia a los elementos esenciales: responsabilidad, integridad, autenticidad, accesibilidad y apego en el caso de los padres, y conocimientos sobre las relaciones en el caso de los especialistas. Esto significa que los padres están persiguiendo una idea y un sueño sin haber interiorizado antes el conocimiento y la experiencia necesarios acerca de los pasos a dar y las trampas con las que se pueden encontrar. Me he referido a este dilema en capítulos anteriores, sobre todo en relación con los roles femeninos y masculinos. Los padres no solo intentan mejorar las costumbres heredadas de sus padres y abuelos. Intentan construir a la vez los cimientos y el tejado de la casa. La historia les ha encomendado una tarea hercúlea y todos ellos son dignos de admiración y agradecimiento por intentar llevarla a cabo. En cada familia, en cada grupo de niños, en cada clase y en cada pandilla callejera hay un camino que conduce a la meta. Puede parecer complicado por ser nuevo, pero solo él puede poner en marcha el proceso. Este camino requiere que se dé voz a los niños y que los adultos tengan el valor de escuchar y estar abiertos a lo que tienen que decirles –es decir, que deben tener el valor de ser vulnerables. Este modo de vida, de trabajo y de convivencia es mucho más que democracia. Los adultos debemos mostrar la voluntad y

88 el valor de aprender más que de enseñar y, sobre todo, debemos aprender a confiar en nuestros hijos y en su capacidad de hacer exactamente lo mismo. Sin este (merecido) regalo, nuestros hijos se encuentran perdidos y tienen que encontrar solos el camino. El concepto clave es la dignidad común (Gleichwürdigkeit), una expresión que solo existe en un puñado de lenguas y que en inglés y en alemán tuvo que crearse para poder establecer la diferencia con la palabra igualdad. La igualdad es una expresión política, y en ese sentido nadie exigiría que los niños fueran iguales que los adultos, sencillamente porque la diferencia de poder entre ellos es demasiado grande. ¿Por qué hay tantos adultos que consideran todo esto tan peligroso? Tal como yo lo veo, todo conduce a la cuestión del poder. El poder absoluto de los padres sobre los hijos era una parte integrante del viejo paradigma. Hasta hace poco, la educación de los niños se entendía (y se vivía) como una lucha de poder, y todos estaban de acuerdo en que los adultos siempre tenían que ganar. Hoy podemos encontrar en algunas familias y en algunas clases de nuestras escuelas a adultos que, a causa de las experiencias negativas vividas con sus padres, ya no quieren seguir ejerciendo este poder; su actitud desconcierta a los niños y los pone furiosos, lo que a su vez tiene como consecuencia un comportamiento destructivo y autodestructivo. El Consejo Europeo introdujo con relativo éxito el concepto de «crianza positiva» para evitar el castigo físico, pero la puerta trasera seguía estando abierta a formas de castigo más suaves, quizá porque se creía que eran necesarias para los padres y buenas para los hijos, o quizá también porque los responsables de la elaboración de políticas saben más que yo. Vamos, pues, a analizar más de cerca el concepto de poder en las relaciones entre adultos y niños, y a enlazarlo con la cuestión del liderazgo en la familia y otras situaciones de convivencia intergeneracional.

89 90 8. ¿Qué tiene que ver el poder con el liderazgo?

Crecí en una familia danesa corriente de clase trabajadora en la que no se utilizaba la violencia física. Uno de los dichos favoritos de mis padres era: «Tus deseos los llevo yo en el bolso, ¡y ahí están bien!». Era una estructura familiar despótica en la que los niños debían comportarse bien y estarse quietos, y así era la vida. A nadie le interesaba quiénes éramos a nivel individual, cómo nos sentíamos o cómo veíamos nuestra vida. Estas normas, así como la ausencia absoluta de reconocimiento, no tenían nada que ver con la maldad ni con la falta de amor, ni tampoco con una decisión de los padres. Era simplemente así, en todas las familias y en todas las escuelas. El maltrato verbal y físico eran habituales en gran parte de las familias, ya fuera para ocultar la torpeza de los padres, ya como castigo por no haber sido del todo obediente. Y lo mismo ocurría en las escuelas. Lo que provocaba el maltrato no tenía nada que ver con lo que hacíamos o con el contexto en que lo hacíamos. Tenía que ver solo con la desobediencia en sí. El objetivo era tan claro como sencillo: aprender buenos modales, es decir, ser educado y someterse a la voluntad de las autoridades. Muchas veces, esto era un reflejo de la vida de los adultos en la sociedad industrial, en la que los empleadores maltrataban, oprimían y deshumanizaban a los padres y las madres. Actualmente, la sociedad y la economía funcionan con otros estándares, al menos en muchas partes del mundo. El uso de la violencia física en las familias y en los centros educativos fue prohibido por ley, pero todavía estamos lejos de terminar con la humillación de niños y adultos. En aproximadamente un 50 por ciento de las familias siguen produciéndose casos de violencia contra los hijos, si bien esta no es tan frecuente como hace 50 años, suele ser involuntaria y genera mala conciencia en quien la ejerce. Hemos progresado, pues, nos hemos vuelto más civilizados y, lo que es más importante, hemos reconocido la individualidad de cada ser humano independientemente de su edad. Además, ha disminuido el maltrato a niños y trabajadores. En cuanto al bienestar general, podemos decir que hemos avanzado bastante durante los últimos 50 años. Sin embargo, seguimos lidiando con el principio de poder. ¿Cómo y cuándo debemos ejercerlo? ¿Qué tiene que ver el poder con el liderazgo? Los líderes en la familia, la guardería y la escuela, ¿cómo entienden su poder sobre los niños?

91 Para aclarar más este punto, es necesario distinguir claramente entre padres (o aquellas personas que sustituyen a los padres biológicos) y especialistas. El principio es el mismo, pero la influencia en el crecimiento personal y psicosocial del niño es muy diferente. Los padres tienen sencillamente más influencia que los especialistas, tanto para bien como para mal.

92 La paradoja del poder y cómo pueden manejarlo los padres

El poder de los padres tiene dos niveles: el existencial y el político. El poder existencial de los padres consiste en su capacidad de dotar de la calidad necesaria a las relaciones que se establecen dentro de la familia y, en concreto, entre los padres y los hijos, o, dicho de una manera más sencilla, en su capacidad de transformar el amor en acciones amorosas, de manera que cada niño se sienta querido y valioso también cuando eche la vista atrás. La historia está llena de niños transformados en adultos que a buen seguro fueron amados por sus padres, pero que nunca sintieron que se los quería por sí mismos. Niños que luego se convirtieron en padres con muy poca o ninguna autoestima y con un montón de sentimientos de vergüenza y de culpa. Ellos sabían que sus padres los querían, y este amor era recíproco, pero nunca consiguieron quererse y valorarse a sí mismos. Esta paradoja, unida a la confianza absoluta de los niños en sus padres, es el motivo que lleva a muchos padres a repetir de manera involuntaria algunos de los comportamientos de sus padres, y, muy especialmente, aquellos que de niños les resultaban dolorosos. Este poder tiene también un papel decisivo en el desarrollo del cerebro del niño. Gracias a la naturaleza, nuestro cerebro es un órgano moldeable que puede desarrollarse más allá de las experiencias de la infancia. La naturaleza concede a los padres el poder de influir en sus hijos desde el momento en que nacen; sin embargo, muchos padres no son conscientes de tener este poder, no son capaces de ejercerlo o deciden ignorarlo conscientemente. En lugar de ello, tienen con sus hijos luchas de poder en torno a la comida, la ropa, el sueño, los lloros, el momento de bañarse, los juegos con otros niños y los deberes escolares. Esto no solo es desproporcionado, sino que, visto en su conjunto, es una gran pérdida de energía y de tiempo que solo conduce a peleas interminables o, lo que es peor, a la sumisión absoluta del niño, lo que a su vez lleva consigo la falta de autoestima y de capacidades para gestionar la vida y la salud. No obstante, no debemos olvidar que todo esto también transmite a los padres la sensación de ser útiles para la vida y el desarrollo de sus hijos. Nuestra necesidad y el deseo de sentirnos útiles son tan profundos que a menudo nos olvidamos de comprobar si todo lo que hacemos es realmente valioso para aquellas personas por las que lo hacemos. Para corregir este desequilibrio, y a menudo también esta ilusión, debemos aprender el arte del diálogo. Llegados a este punto, el diálogo me parece el mejor camino

93 para animar y capacitar a los padres a quitarse de encima el filtro que les impide entrar en contacto con sus hijos y con ellos mismos. Este filtro consiste en el rol que tienen como padres o, mejor dicho, en la sensación de estar obligados a cumplir con ese rol. Tener un papel no significa necesariamente tener que interpretarlo o representarlo como un actor; el papel nos muestra simplemente cuáles son nuestras tareas y responsabilidades. En las relaciones que se basan en el amor, la autenticidad y la vulnerabilidad son el único camino que conduce al acercamiento verdadero. Esta es la verdadera paradoja en relación con la posesión y el ejercicio del poder: mandar y ser vulnerable al mismo tiempo. Desde el momento en que nace un niño, el poder de los padres se ve reforzado a través de la (completa) dependencia, el amor (incondicional) y la confianza (absoluta) del niño. No hay emperador, dictador, político, industrial o maestro que reciba semejante regalo de sus subordinados y, sin embargo, la mayoría de los padres no parecen ser consciente de la suerte que tienen, o se olvidan de ella al cabo de unos meses. Dan la impresión de estar más ocupados criando, educando y dirigiendo –o sea, manipulando– a sus hijos que apreciando y custodiando su regalo. Sus hijos se afanan por colaborar y arreglárselas con la falta de confianza, retorciendo su cuerpo y su alma en un interminable intento de gustar y sobrevivir. El verdadero dilema se encuentra en el hecho de ser derrotado por un poder mayor. En la crianza, el poder y la responsabilidad van cogidos de la mano. El poder de manipular –algo que hacen todos los padres, lo admitan o no– está íntimamente unido a la responsabilidad de no impedir ni destruir el desarrollo de la autoestima. La autoestima es el factor fundamental de salud preventiva en nuestra vida, así como en la existencia de relaciones personales y sociales más significativas y constructivas.

Aparte de este gran poder, que forma parte de la naturaleza de todas las relaciones paterno-filiales, los padres tienen también un poder estructural que afecta a las decisiones y las normas cotidianas: el poder económico, el poder político, el poder de seguir juntos o separarse, el poder de cuidar de los hijos o de dejar que otras personas cuiden de ellos, así como también el poder físico y social. De hecho, los padres tienen tanto poder a nivel existencial y estructural que resulta mucho más urgente un código ético que aborde el trato con los niños que volver a inventar un nuevo método para padres con el objetivo

94 de ayudarlos a imponer sus decisiones. Creo que la fiebre por crear nuevos métodos educativos que se ha dado en las dos últimas décadas puede contemplarse como los últimos coletazos de un modelo en vías de extinción. No cabe duda de que los niños necesitan la guía y el acompañamiento de los padres, pero debemos pensar muy bien cómo llevamos a cabo nuestro liderazgo: la autenticidad (que siempre implica también vulnerabilidad), la empatía, la responsabilidad personal y el deseo de aprender más y más son la esencia del nuevo paradigma. Para muchos padres actuales esto supone un reto enorme y emocionante, puesto que pueden decidir entre continuar con los valores de sus padres y abuelos o atreverse a empezar de nuevo. Los que se deciden por esto último pronto tendrán que enfrentarse al hecho de encontrar en sí mismos cualidades muy diferentes o incluso contrapuestas a aquellas que sus padres fomentaron. La buena noticia es que todos hemos nacido con esas cualidades, también nuestros hijos, y que eso nos ofrece la posibilidad de transformar nuestro cerebro mediante miles de aprendizajes orientados a hacer cosas diferentes. Los niños aprenden como los científicos y no mediante instrucciones, y de ese modo deberíamos aprender con ellos –y de ellos– si queremos crear relaciones valiosas y sanas. La socialización tiene lugar continuamente en todas partes y enseña a los niños a adaptarse. Solo los padres pueden asegurar el desarrollo de un equilibrio entre individualidad y adaptación que permita al joven adulto tomar decisiones de manera equilibrada. Las instituciones educativas tienden a uniformar y a quejarse de las dificultades (y a veces también de los peligros) que conlleva tomar en consideración el carácter individual de cada niño. La idea absolutamente equivocada de que los individuos fuertes son una amenaza para el grupo y ponen en peligro la solidaridad en el seno de las familias y en la sociedad todavía contamina el pensamiento de muchas personas.

95 96 9. ¡El futuro de su hijo es ahora!

Desde la Edad Media los padres han intentado planificar el futuro de sus hijos. Siempre había muchas cosas que les preocupaban y asustaban. Hasta cierto punto, tenían secuestrada la individualidad de los niños y su trayectoria vital. Durante cierto tiempo esto fue un imperativo social, pero tras la Segunda Guerra Mundial se impusieron la seguridad social y económica. Luego vino una época de gran prosperidad, y el mantra de los padres era más o menos: «¡Solo queremos que seas feliz!». A comienzos del nuevo milenio adquirieron mucha importancia las ambiciones sociales de los padres, de tal modo que ya es momento de plantearse algunas cuestiones fundamentales y éticas. ¿Qué papel tienen los niños en la vida de sus padres y en la suya propia? Los efectos negativos pueden evitarse hasta cierto punto si nos concentramos en el aquí y ahora de nuestros actos y en la vida de nuestros hijos.

97 ¿Qué desea usted como padre o madre?

¿Desea usted simplemente que su hijo sea feliz? ¿Piensa a menudo en la formación y en la carrera profesional de su hijo? ¿Qué es lo que más le preocupa? ¿Cuáles son sus sueños respecto a su futuro y hasta qué punto influyen estos en él? ¿Qué importancia concede a que su hijo llegue a convertirse en una persona sana y competente? Tener hijos es, en primer lugar, un proyecto muy egoísta. No tenemos hijos por ellos mismos, sino esperando que enriquezcan nuestras vidas. En cuanto nacen, disminuye nuestro egoísmo y aumenta el interés por ocuparnos de ellos. Muchas veces, la postura de los padres oscila entre dos extremos: «¡Eres mi hijo y yo decido por ti!» y «¡Mi hijo es mi vida!». Pero entre estos dos polos existe una posición de equilibrio. Independientemente de cómo nazca un niño y de los sueños y los miedos que ocupen a sus padres, hay innumerables cosas que usted puede hacer bien –y muchas más todavía en las que puede equivocarse. Sin embargo, hay una motivación compartida que marca nuestras actuaciones y que sirve tanto a nivel privado como institucional: la mayoría de los padres desean que a los 20 años sus hijos tengan buena salud física y dispongan de buenas habilidades psicosociales, de manera que sean capaces de entenderse a sí mismos y con los demás. Este deseo puede aplicarse a todos los niños independientemente de las circunstancias en que hayan nacido, de si están sanos o padecen una enfermedad congénita, de si son niños con diversidad funcional, ricos o pobres. El bienestar psíquico y las habilidades sociales son condiciones esenciales previas para poder aprender, tanto en la escuela como de la vida. Son la mejor protección contra todo tipo de riesgos y peligros futuros. Además, son la mejor forma de evitar las dependencias, el maltrato, la violencia, los trastornos alimenticios y otros muchos problemas. Y son mucho más efectivos que las normas y los castigos, y que moralizar, calificar y todo lo que tradicionalmente hemos considerado medidas de prevención. No obstante, seguimos estando lejos de lograr este objetivo. En muchos aspectos, a los adultos y los niños de hoy en día les va mejor que nunca. Pero, si nos fijamos en nuestra salud psicosocial, así como en nuestras habilidades para la vida, la mayor parte de nuestros esfuerzos sigue sin tener éxito. Las estadísticas lo dicen claro: aumento de los malos tratos y las dependencias, así como del número de niños, jóvenes y adultos que reciben tratamiento psicológico. El uso de antidepresivos, hipnóticos y otros

98 psicofármacos es alarmantemente elevado. A esto hay que añadir que la inversión económica en el ámbito socio-sanitario aumenta constantemente, aunque ha demostrado ser cada vez menos efectivo. El sueño de una sociedad del bienestar que se ocupe de nuestra salud y nuestra calidad de vida se ha convertido en una pesadilla. La única solución posible se llama responsabilidad personal.

99 ¿Qué pueden hacer ustedes?

La mejor protección consta de los siguientes elementos:

1. Desarrollar un sentimiento saludable hacia uno mismo y sentirse útil para las personas a las que queremos. Sentir que lo hacemos bien y que merecemos que nos quieran tal y como somos, aquí y ahora. 2. La oportunidad de vivir la vida plenamente, de desarrollar al máximo nuestros potenciales a nivel intelectual, emocional y mental. Todo esto fomenta nuestra autoestima.

Estas habilidades se desarrollan, en primer lugar, dentro de la familia. Los centros educativos tienden a concentrarse en el futuro, cuando sería más provechoso que se centraran más en el aquí y ahora, puesto que esto mejora también el aprendizaje de los niños. Pero, en lugar de ello, las escuelas se ocupan fundamentalmente del desarrollo de nuevas capacidades. El hecho de que los padres intenten hacer suyas las técnicas utilizadas por los docentes es un problema muy serio para los niños de hoy. Incluso en el tiempo libre, que los niños deberían dedicar a jugar y a ser creativos, sus padres les ofrecen estímulos externos. Los niños pasan las tardes y los fines de semana constantemente entretenidos con la televisión, el cine u otras actividades mediáticas. El resultado son chicas y chicos hiperestimulados por actividades de entretenimiento que se les proponen desde fuera; chicas y chicos que no han aprendido ni conocen intuitivamente cómo llegar al interior de sí mismos, allí donde se esconde la auténtica creatividad. Y lo mismo puede decirse de muchas personas adultas. La consecuencia es un estrés innecesario que provoca problemas psicosomáticos y «trastornos de conducta». Si los padres tienen, además, ambiciones y planes para el futuro de sus hijos, entonces ocurren dos cosas:

1. La primera consecuencia es un alto nivel de estrés. En general, los niños pueden soportar más estrés que los adultos, pero solo si también han aprendido a relajarse. Y para ello, lógicamente, son necesarias la experiencia y la capacidad de prestar atención a lo que les ocurre por dentro. Es lo que hoy en día denominamos «atención».

100 2. Lo que ocurre después influye tanto en la salud física como en la psíquica. «¡Si las personas adultas que me rodean están siempre pensando en los siguientes pasos de mi desarrollo, nunca me siento bien con cómo soy en el momento actual!». Y esto frena el conocimiento de uno mismo. La autoestima es una protección mucho más básica e importante que la confianza en uno mismo, que es algo que se puede adquirir mediante el aprendizaje de diferentes habilidades.

No sentirse bien aquí y ahora: curiosamente este es precisamente el motivo por el que no se lograrán los objetivos que los padres persiguen con tanta ambición. Pregúntele a cualquier deportista de élite o director de empresa de más de 45 años si la confianza en sí mismos y los símbolos de estatus de sus padres les han servido para enriquecer su vida, sus relaciones o sus vivencias como padres. La respuesta unánime será «No». Y todo esto es todavía más importante para los niños que –por el motivo que sea– se sienten diferentes.

101 ¿Qué hacen los políticos?

Da igual con quién hablemos, investigadores del cerebro, científicos que estudian la salud y el bienestar, humanistas, pedagogos o psicólogos del desarrollo, todos llegan a la misma conclusión: no hay nada malo en ponerse metas o en perseguir un sueño, pero sin el refugio para el cuerpo y el alma que ofrece el «aquí y ahora» muchas cosas pueden fallar. Para que pueda haber resultados extraordinarios, antes es necesario ser capaz de concentrarse en el aquí y ahora. Una buena relación personal se basa en que todas las partes sean capaces de prestarse una atención genuina. No es sorprendente que los padres acaben confundidos con tantos –y a veces tan contradictorios– consejos de los expertos. Un día lo importante es la escuela y la formación. Al día siguiente es la alimentación, el ejercicio físico, las normas para el consumo de alcohol, etcétera. Desde luego, es un problema que el mundo esté lleno de expertos que pretenden saber mucho de muy pocas cosas. Pero otro problema tan grave como el anterior es que no exista comunicación entre nuestros políticos ni entre los diferentes ministerios o departamentos de los Estados. Imaginemos por un momento que todos estos departamentos (los responsables, por ejemplo, de la alimentación, la sanidad, los niños, las familia y demás) se juntaran para evaluar conjuntamente sus resultados. Pronto se darían cuenta de que realizan su trabajo sin ningún mecanismo de control de calidad. Muchas de sus medidas destruyen la creatividad, la alegría y la salud de los niños. Y, por si esto no fuera suficiente, provocan nerviosismo y un estrés de graves consecuencias en muchas familias. Ninguna de las oficinas de nuestro familylab, en ningún país, ha conocido un gobierno en el que existiera este tipo de comunicación. Parece ser que los gastos serían demasiado elevados. Al final, corresponde a los padres construir un frente unido en la vida de sus hijos. Sería deseable que la actuación de los políticos y los funcionarios contribuyera un poquito a esta tarea.

102 Sea usted mismo y un nuevo mundo aparecerá ante usted

En la actualidad, los niños reciben demasiada educación. Esto tiene una consecuencia de enorme importancia, y es que la educación tiene cada vez menos influencia y se vuelve irrelevante o incluso contraproducente. Los niños se sienten una y otra vez como unas meras herramientas en manos de sus padres que estos utilizan para ofrecer una imagen pública y particular de sí mismos. Alrededor del 50 por ciento de los niños ceden a las exigencias de los padres, mientras que la otra mitad los desafía de la mejor manera que saben. El número de niños con «ira infundada» y «trastorno desafiante oposicional» va en aumento. ¿Por qué hay niños que se resisten o se ponen furiosos? Porque lo que los padres les transmiten es: «¡Si no lo haces por tus padres, nunca serás una persona decente!». Toda una declaración de desconfianza en la capacidad innata y en el deseo de los niños de colaborar, y un intento más de controlar su futuro. Todavía hay muchos padres que no están interesados en cómo piensan y sienten sus hijos. Les interesa más cómo deberían pensar y sentir. Y si a esto se le añaden, además, elogios y declaraciones verbales de amor, la autoestima de los niños se debilita. Algunos de estos niños desarrollan una indefensión aprendida. ¿Qué podemos hacer?

1. La solución es al mismo tiempo sencilla y complicada. Pase tiempo con su hijo, preferentemente sin los llamados «juguetes educativos». No tiene que decir nada. Siéntese en silencio, obsérvelo, y aprenderá algo nuevo sobre él. No intente enseñarle ni educarlo. Acéptelo como es y sea usted mismo. Un mundo nuevo se abrirá ante sus ojos. 2. Cuando su hijo le diga «Me abuuuurro», no se preocupe. No hay motivo para sentirse culpable ni para ofrecerle un catálogo de actividades o de ocupaciones que de todos modos rechazaría. Regálele una sonrisa y dígale: «Felicidades, amigo. Tengo curiosidad por ver qué ideas se te ocurrirán ahora». El aburrimiento no suele durar más de 20 minutos, que es el tiempo que necesita una persona para olvidarse de los estímulos externos y conectar consigo misma y con su creatividad. Haga la prueba usted mismo: cuando se sienta intranquilo –los niños llaman a esa sensación «aburrimiento»–, apague el móvil, el ordenador o la televisión, y déjese sorprender con lo que ocurra.

103 3. Cuando lleve a su hijo a la cama y pueda estar unos minutos con él, háblele de cómo le ha ido el día. No le pregunte por el suyo, él mismo se lo contará automáticamente. Cuando juegue con su hijo, déjele que él tome la iniciativa en vez de decirle lo que tiene que hacer. 4. No hay ningún motivo para asustarse ante el silencio o las pausas, ambos crean una buena atmósfera. Intente no sentirse tan responsable, es decir, tan extremadamente responsable. Aquello que usted considera que es su responsabilidad como madre o padre afecta negativamente a la existencia de una relación auténtica entre usted y sus hijos. Si lo que desea es tener una relación auténtica, tiene que mostrarse a sí mismo y aceptar su vulnerabilidad.

Cada minuto, cada hora que se relaciona con su hijo con esta intención servirá para que él esté más protegido a nivel psicofísico. Por consiguiente, no debe preocuparse por el futuro, pues así estará construyendo una relación fuerte entre ambos. Les hará bien a los dos, mucho más que cualquier otra medida preventiva que pueda imaginarse.

104 105 10.Valores que ayudan a liderar

Creo que mis padres tuvieron las mismas dificultades emocionales que los padres de hoy en día, pero cuando se trataba de valores, es decir, de qué hacer cuando ocurría tal o cual cosa, entonces era muy sencillo. Podían hablar con la vecina, con su hermana, con su hermano o con mis profesores, y todos tenían más o menos la misma opinión. No recuerdo, por ejemplo, que mis padres discutieran nunca con mis maestros. Si mis padres decían que había sido malo, mis maestros decían lo mismo y, por lo tanto, así era. Hoy casi nunca ocurre algo así, ¡pobres maestros! La escala de valores de mis padres y de los padres de mis amigos era muy simple: «En nuestra familia hacemos lo que hay que hacer y no hacemos lo que no hay que hacer». Así era. Hoy ya no existe ese «lo que hay que hacer». Podemos lamentarnos de que sea así y decir que hemos perdido algo muy importante, pues lo cierto es que muchos de los valores que nos guiaron durante dos o tres siglos han desaparecido. Sin embargo, creo que algunos de los valores que teníamos entonces nosotros y nuestros mayores no eran especialmente constructivos. En la actualidad, nuestras metas como matrimonios, parejas o padres son diferentes.

106 Los valores en la familia y en la pareja

En el capítulo 1 he descrito las cuatro piedras angulares del liderazgo de los padres a través de los cuatro rasgos de personalidad propios de los lobos/líderes de la manada, y con ello he puesto los cimientos de la casa familiar. Ahora es momento de construir la armadura del tejado. Los materiales de construcción son sus valores. Tener valores y ser consciente de ellos es importante para la calidad de su liderazgo y, además, es una protección contra los cientos de pequeños conflictos cotidianos con sus hijos. Nuestros valores proceden de muchas fuentes:

La filosofía La religión La política La psicología La familia de origen La abuela El profesor o la tutora favoritos Los saberes y las experiencias espirituales.

En mi libro Was Familien trägt10 [Lo que sostiene a las familias] intenté describir detalladamente cuatro valores fundamentales para la vida en familia. Estos valores son la suma de mis conocimientos y mi experiencia tras largos años de trabajo con familias. No los tenía en la cabeza cuando empecé a trabajar como terapeuta, sino que surgieron al ver cómo todas estas familias luchaban por solucionar sus conflictos y diferencias de opinión. No son preventivos en el sentido de que vayan a poder evitar los conflictos y los problemas dentro de las familias, pero son principios y pautas que le ayudarán a superar los malos momentos y salir de ellos sabiendo más de la vida y estando más cerca de su familia. Estos valores son los siguientes:

Dignidad común Integridad Autenticidad Responsabilidad personal.

107 Si decide leer más sobre ellos en el libro citado anteriormente o leer el resumen que he hecho en las siguientes páginas de lo que para mí es más importante, debe tener en cuenta que no importa si está de acuerdo o no con ello. Lo importante es que empiece a reflexionar acerca de sus propios valores y los de su pareja. Cuando sea consciente de ellos, ahorrará un montón de tiempo y energía. Se convertirá en una persona más digna de credibilidad, se fortalecerá su autoridad personal y hará que para sus hijos sea más sencillo y menos desconcertante relacionarse con usted. En realidad, es casi como ser entrenador de fútbol o de baloncesto. Cada entrenadora y cada entrenador tiene su propio sistema de juego, y los jugadores conocen el objetivo y saben qué pueden esperar. Si el entrenador o la entrenadora cambian de sistema cada cuatro semanas, los jugadores estarán confundidos y el equipo no conseguirá buenos resultados. Actualmente hay muchas familias con niños sumidos en el caos y la confusión porque sus padres cambian sus principios de forma totalmente imprevisible y sin motivo aparente. Se levantan por las mañanas decididos a ser mamás y papás buenos y modernos. Pero, cuando su hijo de dos años se niega de repente a salir de casa con el resto de la familia, se sienten desvalidos y echan mano de la disciplina y el orden, esos buenos y viejos valores, y le dan un cachete o algo parecido. Imagine que su pareja cambiara de valores constantemente de forma arbitraria, así entenderá lo difícil que esto les resulta a los niños. Intente pues descubrir sus valores dentro de sí mismo y observando sus decisiones. Intente averiguar de dónde los ha sacado, y entonces decida si desea conservarlos. Solo cuando haya averiguado cuáles son esos valores y por qué son los suyos estará en condiciones de sustituirlos por otros que se correspondan mejor con sus expectativas y objetivos. Los capítulos «El líder de la manada y el niño interior», «Mujer y madre» y «¿Dónde están los hombres y los padres?» pueden resultarle de ayuda.

Antes de continuar con el siguiente párrafo, me gustaría hacer una advertencia: da igual lo importantes que sean para usted sus valores; que nunca sean más importantes que las personas a las que ama. Si esto ocurriera, ya no se trataría de valores, sino de ideología o fundamentalismo.

108 Y quiero decir también que, en mi opinión, los valores que considero centrales para mí y para mi trabajo (dignidad común, autenticidad, integridad y responsabilidad) no son suficientes. Creo que toda familia necesita tener también otros valores. Pero estos proceden de contextos sobre los que yo sé muy poco. Pueden venir de la filosofía, de la religión, de la política o de otros ámbitos muy diferentes. Los cuatro valores de los que se habla en este libro son el requisito mínimo para que pueda existir una familia sana. Utilizo muy a propósito la palabra «sana», por un lado, porque disponemos de muchos conocimientos sobre lo que ayuda a estar mentalmente sano y lo que no, y, por el otro, porque hoy en día todo el mundo quiere ser feliz. Es probable que los padres no necesiten ser felices ellos mismos, pero quieren tener a toda costa hijos felices. Quieren que sus hijos sean felices las 24 horas del día. Lógicamente, esto es absurdo e imposible, pero es la tendencia actual. Y en este punto me gustaría aportar un poco de sentido común a la cuestión. Realmente, los valores a los que me he referido no son muy originales, no los he inventado yo –a excepción, quizá, de la dignidad común–, pero han sido la base de un trabajo de casi 40 años con familias. Hemos trabajado con familias con problemas y con otras sin dificultades especiales. Y como resultado de este trabajo hemos podido comprobar que estos valores fundamentales son muy preciados. Pueden escuchar una conferencia o leer un libro sobre el tema y después tirarlo todo y decir «Esto no es lo que queremos» o «Este hombre es un idiota», o lo que sea que ustedes piensen. Lo que a mí me interesa es otra cosa. Creo que estaría bien que hoy o mañana hablaran en casa de estos temas y se preguntaran: «¿Cuáles son realmente mis valores? ¿Qué es lo que me he traído de casa de mis padres? ¿Qué tiene valor para mí y qué no? ¿Qué es lo que has aportado tú? ¿Qué valores tenemos en común si comparamos nuestros valores particulares e intentamos fusionarlos? ¿Cómo se hace eso? Y ¿queremos tener esos valores u otros diferentes?». De manera automática llegarán a las preguntas que han inspirado este libro. ¿Cómo podemos ser líderes de la manada los dos a la vez? ¿Qué quiero yo? ¿Qué quieres tú? ¿Cómo nos imaginamos a las otras personas que también influirán en nuestros hijos: el maestro, la profesora de baile, el canguro, el abuelo o la abuela? ¿Qué comportamientos de los niños aceptamos y en qué otros queremos influir? Hace unos cinco años realicé un estudio informal con 25 matrimonios de Dinamarca, Noruega y Suecia. Les pedí que pasaran todo un sábado o un domingo con la familia

109 llevando una grabadora colgada al cuello. Se trataba de que grabaran todo lo que les decían a sus hijos a lo largo del día y observaran qué valores había detrás de todo ello. Resultó sorprendente comprobar que los porcentajes de elección de las diferentes opciones de respuesta eran prácticamente iguales en los tres países. Los padres se dieron cuenta de que aproximadamente un 50 por ciento de lo que les decían a sus hijos era innecesario, no era lo que querían decir, o ambas cosas. Entre un 18 y un 20 por ciento de lo dicho espantó directamente a los padres, porque pudieron oír cómo les decían a sus hijos lo que nunca habían querido decirles. Sus padres les habían hablado así y ellos nunca hubieran querido hacerlo con sus hijos–. Y, sin embargo, eso es exactamente lo que hacen (y hacemos). En el resto de las grabaciones (entre un 15 y un 18 por ciento del total), los padres se escuchaban y decían: «¡Así es, un padre así me gustaría ser, no solo un 15 por ciento del tiempo, sino siempre!». Por eso, es esencial –no solo para nosotros, sino también para nuestros hijos– que reflexionemos un poco sobre nuestros valores, los pongamos en común o al menos se los comuniquemos a nuestra pareja. Y luego podemos ver qué pasa. Esto también es importante, ya que probablemente dentro de cinco años ya no queramos mantener los mismos valores. ¿Por qué es importante? No se trata solo de un ejercicio filosófico, sino que es importante porque muchos padres de hoy hablan de la crianza y de sus hijos como si se tratara solo de trabajo y tareas que hay que realizar. «¡Qué agotamiento! Tres hijos, Dios mío, ¿cómo se hace?». Entiendo esa sensación. Cuando uno va de conflicto en conflicto y dice cosas como «Gracias a Dios, por lo menos esta mañana mi hijo ha querido lavarse los dientes (porque vestirse desde luego no quería)», naturalmente, esto es terriblemente agotador. Entonces uno se dirige a expertos como yo. Me gustaría decir algo al respecto: a menudo dicen de mí que soy una especie de experto en educación, pero no es así, en mi opinión no existe ese tipo de expertos, o al menos yo no he conocido a ninguno. En Alemania resulta confuso, porque allí se puede estudiar Ciencias de la Educación. Pero eso no significa que haya muchos expertos en educación. En los últimos 20 años se han confundido de manera desafortunada los conceptos de pedagogía y educación, porque la educación en el seno de la familia es y debería seguir siendo algo completamente diferente a la pedagogía institucional. Lo contrario afecta negativamente a todas las partes implicadas.

110 Así pues, los padres se dirigen a los supuestos expertos y les preguntan: ¿Cómo se hace? Mi hijo no quiere probar la verdura, ¿qué hago? Mi hijo no quiere dormir, ¿qué hago? Mi hijo no quiere hacer los deberes, ¿qué hago? Mi hijo de 15 años no vuelve por la noche a casa, ¿qué hago? Creo que todos sabemos que no hay respuestas para estas preguntas. Hay muchas respuestas, pueden comprarse miles de libros, pero no funcionan nunca y tampoco son creíbles. Para decidir qué hacer en esas situaciones no hacen falta expertos, lo que uno necesita son sus valores, sus reflexiones y proflexiones,11 y, sobre todo, pensar por sí mismo. Evidentemente, los valores son importantes para los niños. Yo ahora soy abuelo; un día estaba solo con mi nieto de tres años. Sus padres iban a llegar un poco más tarde, y luego íbamos a comer todos en mi casa. El pequeño Alex y yo leímos un libro y después le dije: «Alex, tengo hambre, voy a comer algo. ¿Tienes hambre tú también?». Y él me contestó: «No». Entonces fui a la cocina y preparé la comida. Esperaba que sus padres llegaran en 20 o 25 minutos y que entonces comiéramos. Cinco minutos después llegó su madre y Alex se dirigió a ella y le dijo: «¡Sabes qué, cuando el abuelo tiene hambre no me obliga a comer a mí!». Creo que esta anécdota muestra muy bien cómo piensan los niños. De forma inmediata piensan: «Tengo que hacer lo que hacen mis padres. O mis abuelos». Para mi nieto fue toda una experiencia no estar obligado a hacerlo, eso no quiere decir que vaya a hacer lo mismo también en casa. Y con tres años ya era capaz de expresarlo. No sé cuánto tiempo llevaba pensándolo, probablemente mucho. Y esto nos trae de vuelta a nuestro tema. Esta experiencia es resultado de un valor, uno de mis valores: la dignidad común. Se pueden tener otros valores, por ejemplo: «En nuestra familia cenamos todos juntos a las seis y cuarto, y nos quedamos sentados a la mesa hasta que todos hayamos terminado». Así se hacía en casa de mis padres. No era agradable, no teníamos hambre y no nos hacía gracia tener que hacerlo, pero había un valor esencial para mi familia: la tranquilidad. Y por aquel entonces las mujeres también eran tranquilas, o sea, que, si los niños estaban calmados, la tranquilidad era absoluta.

A continuación me ocuparé más detalladamente de los valores de la dignidad común, la integridad, la autenticidad y la responsabilidad, pues los cuatro son imprescindibles para que funcione bien la dirección en una familia.

111 La dignidad común: tener en cuenta y tomar en serio a los demás

No es lo mismo dignidad común que igualdad. Cuando hablo de que niños y adultos tienen la misma dignidad, hay muchos adultos (no solo padres, sino también muchos pedagogos) que se enfadan, porque entienden directamente que este concepto hace referencia a la igualdad, es decir, a que los padres tengan el mismo poder que los hijos. Lógicamente, no es esto lo que quiero decir, y por eso utilizo el término de dignidad común. Una cosa es segura, y esto no va a cambiar: los adultos tienen todo el poder en la familia. Pueden sentirse impotentes, y, de hecho, conocemos muchas familias en las que son los niños los que llevan la batuta, aunque esto solo ocurre cuando los padres renuncian al poder. A algunas personas no les gusta nada la palabra poder. A la mayoría de nosotros nos educaron con valores democráticos, al menos a nivel político. Pero me gustaría apuntar que los valores democráticos, siendo muy valiosos –también para las familias y las parejas–, no son suficientes. Los valores políticos afectan básicamente a dos cuestiones: la distribución de la riqueza y la distribución del poder. En cambio, las familias y la convivencia en el seno familiar tienen que ver con muchas otras cosas. Por eso necesitamos también otros valores. Dignidad común significa que como miembro de una pareja o como padre o madre tengo que tomar tan en serio a mi pareja o a mis hijos como a mí mismo. Debo intentar integrar las necesidades, los deseos, los sueños y las ambiciones de mi mujer, mi marido o mis hijos en vez de ignorarlas y decir «Ni hablar» o «Ya hablaremos cuando seas mayor». No es fácil, pero vale la pena intentarlo –con los niños y con los adultos. Llevamos 30 años trabajando en ello y hemos avanzado mucho. No obstante, creo que todavía tendrá que pasar una generación más hasta que la dignidad común se convierta en algo natural y no nos resulte tan difícil de respetar. Las mujeres de mi generación tomaron una decisión: «Ya no queremos ser solo personas con unas determinadas funciones; queremos que se nos reconozca como seres humanos plenamente válidos. No queremos quedarnos ancladas en nuestro rol tradicional ni tener relaciones basadas solo en el reparto de roles. ¿Cómo podemos conseguirlo?». Mi generación también dijo que «los padres deberían ser parte integrante de la familia».

112 Esta era una idea completamente novedosa, pues hasta ese momento, tal y como se describe en el capítulo «¿Dónde están los hombres y los padres?», los padres no estaban integrados en la familia, sino que se encontraban siempre en la periferia, al margen, ganando dinero. Por así decirlo, tenían su función, pero nunca formaban parte de la infraestructura emocional de la familia. De eso se encargaban las mujeres, y las mujeres lo tenían asumido. Ahora valoramos que los padres también lo hagan. Se empezó con las tareas de la casa, la cocina y cosas por el estilo, y hoy estamos un peldaño más arriba: estamos hablando sobre lo que significa ser padre. La dignidad común es importante, pero hace más difíciles las relaciones familiares y de pareja. La pregunta es cómo se puede dirigir y liderar la familia desde la dignidad común. Como ya hemos dicho, se trata, entre otras cosas, de integrar las necesidades, los deseos, los sueños, las ideas y los pensamientos de los demás. No es necesario que todos participen en todo, pero sí hay que tener en cuenta y tomar en serio al otro.

113 La integridad: límites personales, necesidades y valores

La integridad no es un concepto nuevo. Antes hablábamos sobre todo de integridad moral. En nuestra sociedad siempre se ha respetado a aquellas personas que actuaban en consonancia con lo que decían. Pero la integridad también conlleva algo muy diferente, implica la congruencia entre nuestros límites, necesidades, sentimientos, etcétera, y nuestras actividades y nuestro modo de actuar. En los últimos diez años se ha hablado mucho de poner límites a los niños, y existen libros sobre el tema del tipo Los niños necesitan límites, como si esto fuera lo más importante para ellos y para su bienestar. Yo pienso que la mayoría de nosotros lo sabemos: los niños no necesitan límites. Eso es absurdo. Cuando la gente habla de límites quiere decir normas. Se podría decir: «Estas son las normas en nuestra casa, así comemos, así dormimos, así hacemos esto o lo otro. No entramos en casa con zapatos…». Pero todo esto no tiene nada que ver con los límites; son normas. En realidad, deberíamos hablar de otra cosa, y es que los niños tienen límites, y los tienen desde que nacen. ¿De qué manera podemos tratar con esos límites? Nuestra historia (la historia de la educación y la historia de la pedagogía) es muy triste. Durante décadas, durante siglos, no hemos tenido en cuenta los límites de los niños, los hemos vulnerado e ignorado. Actualmente, estamos empezando a aceptar que, en efecto, los niños tienen límites, y estamos comenzando a reflexionar sobre cómo podemos tratar con ellos. Gran parte de lo que entendemos por educación transgrede los límites de los niños y los lastima. ¿Es eso lo que queremos, de verdad es necesario, de verdad necesitan los niños que se los lastime? ¿O más bien deberíamos ocuparnos de ver cómo podemos relacionarnos con ellos de manera que no vulneremos sus límites? De ese modo, los niños tampoco vulnerarían los nuestros, pues, como ya sabemos, los niños suelen ser colaboradores. Hoy en día ocurren todas esas tristes historias de tiroteos en escuelas. El joven que protagonizó uno de estos tiroteos dejó una carta, y en ella puede leerse: «Llevaba diez años en la escuela, y cada día me decían lo mismo: Eres un perdedor». Todos sabemos que es cierto, ¡así hablan los adultos a los niños! Y, como es lógico, llega un momento en el que esos niños ya no nos aceptan –ni a nosotros ni nuestros límites.

114 Todos los días aprendemos algo nuevo. La tecnología nos ha resultado de gran ayuda. Ahora podemos grabar a los bebés, a niños pequeños y mayores, y en las grabaciones puede apreciarse claramente que hay momentos en que los padres y las madres hacen o dicen cosas que duelen. Esto no hubiera preocupado a mis padres, porque ellos aprendieron que el dolor es necesario, que ser niño no tiene por qué ser divertido, o que solo lo es cuando se juega en ausencia de los padres. Lo cierto es que seguimos transgrediendo a diario los límites de los niños, y, sin embargo, poco a poco hemos dibujado un nuevo panorama, intentamos, como suele decirse, adaptarnos a ellos. Tratamos de querer y educar a nuestros hijos de un modo distinto a como se hacía antes, lo cual es maravilloso. Sin embargo, esto no significa que ya lo hayamos conseguido. Por ese motivo, la cuestión de la integridad personal es un elemento importante cuando queremos guiar con ternura a la familia. Las mujeres ya han dicho mucho acerca de este asunto, puesto que a lo largo de la historia ellas también han resultado heridas muchas veces dentro de la familia. Básicamente no les estaba permitido tener límites, y no podían desmarcarse de sus maridos o de otras personas. Aun así, el tema sigue siendo relativamente nuevo para ellas, y para los hombres no solo es nuevo, sino prácticamente desconocido. Por lo tanto, la integridad es importante. ¿Qué hacemos?, ¿duele lo que hacemos?, ¿cómo es el dolor? Me gustaría poner un ejemplo: nosotros, la mayoría de nosotros al menos, estamos tan comprometidos con nuestros hijos que de ningún modo querríamos hacerles daño. No queremos transgredir sus límites y queremos satisfacer sin falta todas sus necesidades, etcétera. Esto nos ha llevado a un gran malentendido. Hoy en día hay muchos padres que no saben distinguir entre deseos y necesidades. Para ir a lo seguro, estos padres dan a sus hijos todo lo que piden, pero, justamente, lo que los niños necesitan no se lo dan. Esto es un problema, y muchas personas mayores de 60 años critican esta actitud de forma vehemente. Yo creo que no deberían hacerlo, pues se trata de ensayos necesarios. Si queremos construir un nuevo tipo de educación, es inevitable que cometamos errores en el intento. Los niños sobrevivirán a ellos. Todos hemos sobrevivido y estamos más o menos en forma. Lo que quiero decir es que no hay que tener miedo, aunque, naturalmente, sí se debe tener un cierto cuidado. Cuando ocurre algo al comunicarnos con alguien, en una relación de pareja o en cualquier otro tipo de relación, nos damos cuenta de ello perfectamente. Lo sabemos muy bien: mientras el yo habla de mí y el tú habla de ti, o mientras se habla de un mismo

115 tema, todo va bien, y a veces surge incluso la cercanía y la comprensión. Pero, en cuanto empezamos a hablar sobre el otro, comienzan los problemas. Empezamos a hacernos daño y no llegamos a ninguna parte. Y esto es justo lo que hacemos cada día con nuestros hijos. La investigadora noruega Berit Bae inventó un concepto maravilloso –el «poder de definición de los adultos»– para describir lo que ocurre cuando los adultos dicen cosas como «Tú eres esto o lo otro… Ahora eres así y así… Ahora no eres de esta manera o de la otra…». Sabemos perfectamente que no podríamos hablar así con una persona adulta. Naturalmente, alguien podría intentar hablarle así a su pareja durante una semana: y el domingo se habría quedado sin pareja. Pero los niños tienen que escuchar decir cada día a los adultos «Tú eres así. Tú eres así. Tú eres así», en vez de mostrar interés y preguntar: «¿Quién eres tú?». Escribí un libro que se titula precisamente ¡Aquí estoy! ¿Tú quién eres?12 Ya hemos dicho que durante las primeras semanas y meses de vida de nuestros hijos planteamos continuamente esta pregunta: «¿Quién eres tú?». Tenemos muchísima curiosidad: «¿Quién eres tú? ¿Qué tipo de persona eres? ¿Qué significa esto y aquello? ¿Qué estás queriendo decirnos?». Desgraciadamente, esta curiosidad desaparece pasado más o menos un año. Exactamente lo mismo ocurre en los matrimonios: al principio estamos muy interesados en el otro, y solo un año después nos decimos: «Sí, sí, ya te conozco…». Hay temas en los que se puede conseguir algo a través de las leyes, y efectivamente algo se ha hecho. La Organización de Naciones Unidas aprobó la Declaración de los Derechos del Niño, y creo que todos los países europeos han prohibido por ley el uso de la violencia en la educación, no solo en las escuelas y las guarderías, sino también en las familias. Por desgracia, esto no significa que la violencia haya desaparecido. En la última investigación sobre este asunto realizada en Dinamarca salió a la luz que el 50 por ciento de los padres sigue pegando a sus hijos. En Alemania el porcentaje es igual o superior. Y conocemos también la existencia de numerosos abusos sexuales (algo absolutamente bochornoso), un tema sobre el que también ha habido iniciativas legales y en el que nuestros Estados han dejado bien claro su posicionamiento moral. Probablemente sean necesarias varias generaciones –cinco quizá– hasta que todo esto sea una parte indiscutible de nuestro sistema de valores. Pero, de todos modos, en mucho menos tiempo podemos conseguir resultados en algunas familias –y, por supuesto, también en las nuestras.

116 La determinación de ser auténticos: sin ella no puede haber relaciones amorosas logradas

El tema de la autenticidad es complicado por varios motivos. Cuando digo que es muy importante que los padres sean todo lo auténticos que puedan en la relación con sus hijos, es necesario tener presente que la mayoría de nosotros fuimos educados en casas, guarderías y escuelas en las que precisamente eso –ser auténtico– estaba prohibido. Mis padres aprendieron que era peligroso que un niño fuera él mismo, y que no debía ser así. He de decir que mis padres eran completamente normales. Los padres de su generación no tenían ningún interés en la pregunta «¿Y tú quién eres?», era algo que no se planteaban en absoluto. Lo interesante no era quién eras, sino si te sabías comportar. Hoy esto ha cambiado. Gracias a Dios, los padres, los jardines de infancia y los centros preescolares –en las escuelas no lo tengo todavía claro– tienen en la actualidad un objetivo muy diferente: no se trata de educar a los niños tirando de ellos con todas nuestras fuerzas, sino que se pretende que crezcan y se realicen, y que cuando tengan 17 o 18 años se contemplen a sí mismos como individuos y se conozcan a sí mismos. Para lograrlo, los niños necesitan padres que al menos intenten ser todo lo auténticos que puedan. Pero lo que vemos hoy en día en mi profesión son padres jóvenes que hacen justamente lo contrario: juegan a ser padres. Es algo que puede escucharse claramente en su forma de hablar: ponen unas voces extrañas, siempre un tono más agudo de lo normal. Y tienen una extraña sonrisa en el rostro –una sonrisa de amigos de los niños–, y dicen cualquier cosa imaginable. Pasados tres o cuatro años, estos padres se sienten tremendamente frustrados y preguntan por qué sus hijos no los escuchan. A los niños les encantaría hacerlo. Cuando los padres hablan y dicen algo, los niños son todo oídos. Pero lo que dicen ha de tener cierta calidad, pues si no los niños dejan de escuchar. Por lo tanto, debemos preguntarnos «¿Quién soy yo realmente?»; una pregunta formidable, muy difícil y a menudo muy incómoda. Tenemos que reflexionar: «¿Qué pienso yo realmente? ¿Qué quiero?». Este es, de algún modo, el tema sobre el que trabajo en Alemania. Allí siempre intento transmitir a las madres que no deben decir «me gustaría». Muchas dicen constantemente «me gustaría» a sus hijos y, cuando las cosas van fatal, dicen: «A la mamá le gustaría». Es decir, que hablan sobre sí mismas en tercera persona y luego se extrañan porque no conectan con sus hijos. Imagínese que

117 habláramos así entre nosotros o que yo hablara así con mi mujer: «Tu marido piensa que tú… A tu marido le gustaría comer ahora»… Sería rarísimo. Pero no tenemos ningún problema en hablar así con los niños; es tan bonito y tan dulce, y, además, de este modo podemos preservar nuestras fantasías en torno al paraíso infantil. Por suerte, hay muchos padres que quieren ayudar a sus hijos a conocerse a sí mismos y a construir su autoestima. La mayoría de nosotros sabe lo doloroso que es haber crecido sin ello y, a pesar de todo, tener que intentar vivir y trabajar relacionándonos con otros.

Para los adultos tener hijos es la mejor oportunidad de conocerse a sí mismos, porque los niños nos desafían permanentemente; siempre quieren algo, y nosotros no siempre sabemos qué opinamos sobre ello: «¿Quiero esto o no lo quiero? ¿Debería quererlo? ¿Seré un mal padre si no lo quiero?». Cada día nos planteamos miles de preguntas como estas, y cada día tenemos la oportunidad de aprender mucho de nosotros mismos. Que tengamos interés por buscarnos y conocernos a nosotros mismos es mucho más importante para nuestros hijos que aprender algo indirectamente a través de la pedagogía y la educación. Además, así podemos decir a nuestros hijos: «No lo sé, la verdad es que no lo sé. Me preguntas si puedes hacer esto o lo otro y, si te soy sincero, no lo sé. Tengo que pensarlo, hablar con tu padre, hablar con mi amiga, y mañana o pasado podré decirte algo». Cuando su hijo sea un poco más mayor, usted puede añadir: «Mi madre no me hubiera dejado, pero yo no soy mi madre. ¿Quién soy yo realmente?». Siempre existe esa posibilidad, y creo que ese es el mayor regalo que los hijos están haciendo a sus padres en las últimas décadas: facilitarles que puedan buscarse a sí mismos y preguntarse «¿Quién soy yo? ¿Qué es lo que quiero y lo que no quiero?», en lugar de «¿Qué me gustaría tener si fuera posible?».

No fui yo, sino el neurobiólogo Gerald Hüther quien dijo que «sin la determinación de ser auténticos no puede haber relaciones amorosas logradas». Lo que decía Hüther es muy simple: si no somos auténticos, las relaciones no funcionan. Dicho sobre la convivencia entre personas adultas es algo bastante novedoso. Es algo que reclaman las mujeres: que quieren hombres que estén presentes y sean capaces de expresar sus pensamientos y sus sentimientos. Y esto no es posible si no se es auténtico. ¿Qué

118 significa ser auténtico? ¿Y por qué tiene tanto valor? ¡Pues porque cuando conseguimos integrar la autenticidad y la integridad en nuestro discurso y en nuestro comportamiento aumenta nuestra autoestima! Desde hace mucho tiempo existe un conflicto entre los hombres y las mujeres, un conflicto que se dio en mi primer matrimonio, que se da también en el segundo, y que me gustaría explicar mediante un ejemplo. De repente, sin previo aviso, mi mujer dice: «No estás presente». Y yo ya sé lo que viene después. Cuando ocurre algo así, los hombres de todo el mundo, de todas las culturas, seguimos una especie de rutina que, en primer lugar, consiste en preguntar: «¿A qué te refieres?». Así ganamos un poco de tiempo para preparar nuestra defensa. La mayoría de las mujeres están dispuestas a aclarar lo que quieren decir, incluso varias veces. Entonces empezamos a mentir e intentamos ser graciosos: «Estoy aquí, mira, aquí». «Sí, sí», contestan las mujeres, «tu cuerpo está aquí, pero eso no es lo que quiero en este momento». Como sabemos, esto puede alargarse durante toda la tarde o toda la noche, y el ambiente puede volverse muy tenso. Pero hay otra posibilidad, que es intentar decir la verdad. O sea, cuando la mujer le dice al hombre que no está presente, él puede reflexionar un poco y luego decir: «No, tienes razón, la verdad es que no estoy presente. Y probablemente seguiré sin estarlo hasta que me vuelva a ir de casa». ¿Qué ocurre entonces?: que ya está todo solucionado, porque al decir la verdad uno vuelve a estar presente automáticamente. Así que de este modo se puede ahorrar mucho tiempo.

Para especialistas como los profesores, por ejemplo, es terriblemente difícil ser auténticos, pues aprendieron que su autoridad va unida precisamente a su rol. Pero hoy en día los niños van a diario a la escuela y dicen: «Pues no, no es así. Solo porque seas el profesor no te respetamos». Por lo tanto, debemos sustituir la autoridad basada en los roles por la autoridad personal, que es mucho mejor para todos, y también para los profesores. Pero no es sencillo, y durante un tiempo uno se sentirá inseguro y carente de know-how, por decirlo de algún modo. Es difícil, pero vale la pena.

119 Responsabilidad con la comunidad y con uno mismo

Ya sabemos qué es la responsabilidad en el sentido de responsabilidad social con una comunidad; es una vieja y bella historia. Siempre hemos educado a nuestros hijos para ello. Se trata de ser responsables con la familia, con el vecino, con otras familias, con la ciudad, la comunidad, la Iglesia, el Estado… Eso está muy bien y podemos seguir haciéndolo así. Pero también debemos ocuparnos de la responsabilidad con nosotros mismos. Podría hablar mucho sobre este asunto, pero no voy a hacerlo ahora. Además, en el capítulo anterior ya he hablado de la responsabilidad personal. Solo me gustaría decir que el tema de la responsabilidad bebe de muy diversas fuentes, como la psicología, la psicoterapia y la filosofía de la existencia. Todas estas disciplinas hablan desde hace tres siglos de que ser responsable de uno mismo es sinónimo de calidad de vida. Pero lo cierto es que la mayor parte de nosotros ha crecido en sociedades y familias en las que esto no era posible. Desde la llegada de la democracia en las últimas décadas y teniendo en cuenta cómo se está desarrollando todo en la actualidad, podemos decir sin miedo a equivocarnos que a lo largo de la historia nunca habíamos tenido tanta libertad, tanta democracia en tantos países y –a pesar de la crisis– tanto dinero como hoy en día. Lentamente, eso sí, vamos descubriendo que esta libertad tiene un precio, y que cada vez tenemos que ser más responsables de nosotros mismos. Todos los días tenemos que decidir, y 20 veces al día tenemos que tomar una decisión personal, no solo los adultos, sino también los niños. «¿Qué quieres comer? ¿Puedo ir el viernes a tal o cual sitio? ¿Tú qué piensas?». Visto desde una perspectiva existencial y de higiene mental, es algo muy saludable. Habrá unas cuantas generaciones de adultos jóvenes que serán mucho más competentes que la mayoría de los adultos de hoy. Pero llegar a esto tampoco es fácil. Siempre me gusta citar a mi vecino del pequeño pueblo de Croacia en el que paso la mitad del año. Él tiene más o menos mi edad, unos 60 años. Nos juntamos a tomar café cuatro veces al año y todas las ocasiones decimos lo mismo. Él siempre empieza igual: «Jesper, la vida era mejor cuando estaba Tito». Y yo siempre le contesto: «¿Cómo puedes decir algo así?». Él me dice: «Sí, hoy tenemos que pensar mucho, antes no necesitábamos pensar». Y eso es cierto. Cuando se vive en un sistema autoritario, no es necesario pensar, ¡no está permitido! Desde un punto de vista político, la responsabilidad personal es incómoda.

120 Como padres tenemos que decidir cada día qué queremos. Podemos preguntar en la guardería o a otros cinco padres, y cada uno hará una cosa diferente: no hay acuerdo, ni siquiera mayoría. Hay modas, pero esto es algo distinto. Por lo tanto, tenemos que decidir por nosotros mismos. «¿Cómo queremos que sea nuestra vida en pareja?», ¿quién tiene que tomar las decisiones en un momento determinado? o ¿tenemos que ponernos de acuerdo y hacer los dos lo mismo? ¿Queremos casarnos o no? O aún más, ¿queremos vivir juntos? La respuesta de las mujeres italianas de hoy, lo mismo que en otros países, es: «No, la verdad es que no. Nos gustaría tener uno o dos hijos, y por eso buscamos un donante, pero vivir juntos, eso no». ¿Qué significa ser responsable de tus sentimientos y tus pensamientos, de lo que dices y de cómo lo dices? Significa, entre otras cosas, algo completamente nuevo: ser responsable de uno mismo también delante de los hijos. Durante tres siglos o más, los padres han vivido con una doble moral. Lo que pensaban era: «Si tengo una buena relación con mi hijo, es gracias a mí; si no, es por culpa suya». Los padres están dejando de pensar así, pero este sigue siendo el discurso en las escuelas. No hay duda: si la relación no funciona, los culpables son los hijos o –si hablamos con personas de una mentalidad más moderna– los padres. Los niños de hoy no participan de esa doble moral, así que tendremos que averiguar cómo podemos ser responsables de nosotros mismos. ¿Cómo es eso de ser responsable sin ser culpable? Europa está llena de culpa. Está la culpa católica, que podríamos llamar culpa light, y en el norte está el viejo Lutero, que es culpa heavy. Según Lutero, nacimos culpables, y no hay que hacerse ilusiones, también moriremos culpables. En la Iglesia católica por lo menos es posible encontrar cierto respiro al menos dos veces por semana. Conocemos a muy pocos padres –debería decir madres– que cada dos frases no hablen de su mala conciencia o de sus sentimientos de culpa: «¿Estamos haciéndolo suficientemente bien? ¿Estamos perjudicando a nuestros hijos?». Desearía poder quitarles este sentimiento de culpa, pero no puedo. Es tremendo, porque la verdad es que la mayoría de los padres lo hacen muy bien y no deberían tener mala conciencia. La gran pregunta es –y quiero que quede claro que es una pregunta que no solo atañe a los padres, sino que resulta relevante también para la industria, las empresas y la política–: «¿Cómo puedo dirigir a otras personas sin hacerles daño?». Esa es la gran pregunta, ese es el tema de este libro –aunque tampoco en él se pueda encontrar la respuesta–, y es algo que los padres se plantean cada día.

121 En los años setenta nos planteamos el primer desafío: «¿Cómo podemos guiar a los niños sin utilizar la violencia?». Probablemente, la pregunta que harían los padres jóvenes en la actualidad sería: «¿Cómo podemos guiar a los hijos sin premios ni amenazas?». Mi madre diría: «¡Eso lo sabe hacer cualquiera!». Mi madre tiene 86 años, padece un poco de demencia y cree que cualquiera puede llegar a ser padre. Huelga decir que mi madre no entiende en absoluto cómo me gano la vida.

Hay una contradicción que plantea grandes dificultades a padres e hijos. Algunos padres creen que, si le preguntan a su hijo «¿Prefieres blanco o negro?» y el niño dice «Negro», es preciso que el niño tenga el negro. Cuando les pregunto por qué piensan así, me responden: «Porque para eso le he preguntado». Es interesante, pues nunca pensaríamos así si estuviéramos hablando con personas adultas. Imagínese que llamo esta noche a mi mujer y le pregunto qué le gustaría hacer en Pascua y mi mujer me dice lo que le apetece. Nadie diría que tengo que hacer lo que ella ha dicho solo porque le he preguntado. Sabemos que las cosas funcionan de otro modo: yo te pregunto, tú dices lo que quieres, yo digo lo que yo deseo, y entonces empieza todo: hablamos sobre ello. Y con algo de suerte pasaremos las Pascuas juntos. Naturalmente, esto siempre implica un riesgo, porque, si nos tomamos en serio nuestra integridad personal, ya no hay garantías de que vayamos a estar siempre pegados el uno al otro.

122 123 11.El éxito a través de la adaptación: nuestra ilusión colectiva

Parece que vivimos con la ilusión de que nos va bastante bien en lo relativo a nuestra salud mental y psicosocial, pero, tal como hemos explicado, esto no es así. El número de enfermedades que pueden atribuirse a nuestro estilo de vida va en aumento, del mismo modo que la cantidad de jóvenes que perciben pensiones por incapacidad para trabajar y de niños con «necesidades pedagógicas especiales». Se están batiendo récords de consumo de drogas legales e ilegales entre adultos que, aparentemente, tienen una vida normal. También está aumentando el porcentaje de alcohólicos crónicos, así como los suicidios entre niños y jóvenes. Cada vez hay más adictos al trabajo, a las compras, al sexo, a los juegos de azar, etcétera. La cifra de diagnósticos y de medicalización de niños y jóvenes aumenta a un ritmo increíble, e igualmente increíble es el porcentaje de niños que ingresan en centros psiquiátricos infantiles y juveniles y en clínicas especializadas en síntomas de estrés infantil. Al mismo tiempo, salen a la luz un número asombroso de casos de abuso sexual a menores, de violencia doméstica y de agresión sexual a mujeres. El acceso a internet ha traído consigo que millones de hombres adultos –padres, curas, ejecutivos, conductores de autobús– se vuelvan adictos a la pornografía, algo que tiene consecuencias nefastas tanto para su salud mental y emocional como para sus parejas e hijos. Estoy seguro de que ustedes saben que esta lista podría ser mucho más larga, pero lo dicho debería ser suficiente para que nos preguntáramos a quién queremos engañar. Es lógico plantearse que muchos de estos síntomas están relacionados con el desmoronamiento de los viejos paradigmas en la economía, las finanzas, la política y el comercio. Todos ellos tuvieron sus días de gloria, pero ese tiempo terminó. A la vez que todos estos síntomas, ha ido apareciendo un verdadero enjambre de profesiones asistenciales, muchas de las cuales se han revelado como ineficaces. Nuestros intentos de ayudar mediante terapias a niños y jóvenes con dificultades tienen un índice de éxito de entre el 5 y el 25 por ciento, dependiendo del país. Teniendo en cuenta que gran parte de los profesionales solo quiere o tiene permitido trabajar con los síntomas, y casi siempre individualmente, estos porcentajes podrían considerarse un éxito –si no fuera porque hay un 75 por ciento restante de casos que se declaran como «no

124 factibles» o simplemente como bajas. Cuando se estima que el 28 por ciento de los escolares de una determinada localidad «necesita ayuda psicoterapéutica», esto es un reflejo de que las profesiones asistenciales intentan ayudar a estos niños sirviéndose del mismo modelo que los ha hecho infelices y que, de este modo, jamás van a tener éxito. Así que no es de extrañar que la industria farmacéutica haga su agosto con ellos.

Es cierto también que existe una diferencia triste y decisiva entre el modo en que tratamos de ayudar a los adultos y la manera en que lo hacemos con los niños. Todas las psicoterapias (a excepción de las conductistas), así como las terapias centradas en el cuerpo, intentan ayudar a sus clientes adultos de un modo que les facilite entrar en contacto consigo mismos, con su historia, sus emociones, sus valores, sus límites, sus potencialidades y su manera de tomar decisiones. Hacen todo lo que está en sus manos para liberar al individuo y aumentar su autoestima, y a menudo lo consiguen. Estas terapias, en definitiva, defienden los intereses más profundos de sus clientes. Pero cuando estos mismos terapeutas o sus colegas intentan ayudar a niños y jóvenes, muchas veces solo tratan de eliminar problemas de comportamiento y problemas asociados a su adaptación a una institución educativa deficiente o a una familia. El éxito del tratamiento se mide por la supresión de un determinado síntoma. ¡No se puede ser menos profesional! ¿Cuándo vio por última vez a un terapeuta que cogiera a un niño de la mano y propusiera a su guardería o a su escuela cambiar sus métodos de trabajo para que el niño pudiera prosperar y convertirse en una persona fuerte y sana? Nunca, o tal vez una o dos veces. Los profesionales que trabajan con niños y jóvenes no intentan mejorar la calidad de vida de sus clientes, sino simplemente satisfacer a sus jefes y a las instituciones para las que trabajan. La mayoría de las veces no se ven a sí mismos así, pero esto es exactamente lo que hacen. Si trataran de la misma manera a los adultos, se quedarían sin clientes o perderían su trabajo. Tal vez ha llegado el momento de que estos especialistas analicen detalladamente su ética, sus objetivos y sus métodos para cambiar de orientación o, al menos, decir la verdad a sus clientes. Ellos mismos deberían ser los primeros interesados en ello para proteger su puesto de trabajo y su salario, pues es solo cuestión de tiempo que el gobierno y los políticos se den cuenta de que están gastando enormes cantidades de dinero para obtener resultados míseros. Los políticos no piensan ni actúan con criterios

125 de calidad. Lo que cuenta es la cantidad. Lo triste es que, con el mismo dinero, podríamos obtener mucha más calidad. Lo único que tendríamos que cambiar es nuestro enfoque. Tengo relación con estos especialistas y todos son personas estupendas y comprometidas. Muchos son perfectamente conscientes de la situación, pero se sienten atrapados por sistemas que han dejado de lado los valores profesionales, se encuentran completamente dominados por la burocracia y están obsesionados con la reducción de costes, como si esta fuera la única manera de que las cuentas salieran bien. Los políticos de turno pueden cambiar de opinión, pero esto solo será posible si los profesionales empiezan a tomar mucho más en serio su dignidad profesional, sus conocimientos, su experiencia y su integridad ética. Esto significaría adoptar un nuevo paradigma, «De la obediencia a la responsabilidad»; algo que exige valentía, pero que finalmente vale la pena por cómo influye de manera positiva en el orgullo y la satisfacción en el trabajo, así como en la reducción del estrés, las preocupaciones y el desánimo.

126 ¿Qué es un niño fuerte?

Como dije al principio, la palabra niño no hace referencia solo a dulces bebés, niños encantadores o adolescentes atormentados, sino también, como cuando, por ejemplo, hablamos del «niño interior», al núcleo existencial de todos nosotros que puede aportar sentido y calidad a nuestra vida o, inversamente, convertirnos en víctimas. Un niño fuerte es un niño sano, con una autoestima firme, empático, con gran confianza en sí mismo y una serie de habilidades psicosociales bien desarrolladas, una persona que se siente digna de ser amada, segura de sí misma, espontánea en el trato con los demás y consciente de que depende de las demás personas y está conectada con ellas. Intente leer unas cuantas veces la definición anterior y piense bien si eso es lo que usted desea para su hijo, sus alumnos o sus pacientes. Puede que no sea eso lo que usted desea realmente. ¿Espera usted tal vez tener a un ganador en el sentido convencional de la palabra? Alguien que llegue el primero y deje a todos los demás atrás, cueste lo que cueste. ¿Desea quizá una persona agradable, tranquila y predecible, que haga juego con el tapiz de la pared, cueste esto también lo que cueste? ¿O tal vez desea solo armonía y paz, renunciando al aquí y ahora y esperando que todo vaya lo mejor posible? Piense en ello, y piénselo concienzudamente, pues usted puede influir en su hijo durante sus primeros 14 años y contribuir a que sus alumnos tengan confianza en sí mismos y a que sus pacientes mejoren la imagen que tienen de sí mismos. No traslade la responsabilidad a la sociedad, porque la sociedad es irresponsable por definición. Usted y yo somos parte de esta sociedad, la única parte que puede asumir responsabilidades.

Dado que la mayoría de nosotros fuimos educados con una considerable carga de culpa y vergüenza, nos resulta difícil cambiar sin sentirnos como si hasta ahora lo hubiéramos hecho todo mal. En lugar de pelear con nuestro pasado, es mejor que intentemos mirar hacia adelante y evitar los sentimientos de culpa. A esto ayuda entender que todos nacimos sin culpa y sin vergüenza, y que los adultos no supieron hacerlo mejor y nos transmitieron esos sentimientos autodestructivos. Puede que nunca consiga librarse de ellos, pero, desde luego, no son los sentimientos adecuados para dominar su vida y

127 conducirle por un camino saludable. ¡No alimente estos sentimientos con su obediencia! Si lo hace, se los transmitirá a sus hijos y esto los volverá débiles.

Vuelvo a insistir en ello: un niño fuerte y sano es, en primer lugar, un niño con una autoestima sana y tanta confianza en sí mismo como le permitan sus habilidades y su talento. Tener una autoestima sana significa tener una percepción sensata, detallada y plenamente asumida de lo que somos, una imagen realista y libre de juicios sobre uno mismo. Y una autoestima sana es el sistema inmunológico psicosocial más eficiente que conocemos. Protege del abuso de las drogas, de los trastornos alimentarios, de las autolesiones, de los intentos de suicidio, de la criminalidad, de la violencia y de todas las demás cosas a las que nunca querríamos que se vieran abocados nuestros hijos. Capacita al niño y al joven para decir sí y no, sí a sí mismo y a sus límites personales, sus valores, sus pensamientos y sus sentimientos, y no a aquellos que nos exigen obediencia y sumisión. La pregunta es si esto es lo que queremos. Lo queremos para los jóvenes adultos, porque los protege y nos protege frente al dolor, pero ¿lo queremos también para nuestros hijos cuando tienen uno, dos, cuatro, siete o 15 años? La actitud general y el comportamiento de padres y profesores indican que la respuesta es «no», lo cual resulta lamentable, pues una autoestima que no puede crecer y desarrollarse durante la infancia necesita de muchos esfuerzos para poder mantenerse durante los siguientes años de vida, esfuerzos que implican mucho sufrimiento y la sensación de estar desmembrado. Hay muchos profesores y maestros de educación preescolar desconcertados por haberse encontrado a lo largo de los últimos 20 años con muchos niños «egocéntricos». Niños sin una autoestima sana, que en su lugar tienen un ego inflado y dominante, resultado del consentimiento de los padres, de los elogios superfluos y de una sociedad que fomenta estos comportamientos. Los niños a los que se ama y valora tal como son no menosprecian a los demás y no se sienten ni inferiores ni superiores.

128 Decir sí a uno mismo

Tanto dentro de la familia como en la escuela, las personas adultas pueden ayudar a los niños a desarrollar una autoestima sana de muchas maneras diferentes. Muchos de mis libros abordan este tema. Llegados a este punto, me gustaría centrarme en los muchos adultos cuya actitud parece radicar en su falta de confianza en el deseo y en la capacidad de los niños para colaborar y adaptarse. Es fácil desenterrar las raíces históricas de esta falta de confianza: surgieron y proliferaron en los últimos siglos, durante los cuales existía una demanda de ciudadanos, soldados, terratenientes y trabajadores bien adaptados, sometidos, inferiores y obedientes. Cuando a los niños se les permite desarrollar una autoestima sana, dejan de someterse a aquellas normas o sociedades que los despojan de su dignidad, algo para lo que resulta necesario eliminar de su actitud y de su pensamiento cualquier indicio de individualidad y rebeldía.

En la actualidad, sabemos que los niños llevan dentro de sí un deseo enorme, casi inimaginable, de colaborar. Se trata de un fenómeno realmente complejo. Voy a dar un ejemplo sencillo: dos adultos deciden adoptar a un niño de China. Tienen la oportunidad de adoptar a una niña de cerca de dos años. A su llegada a Dinamarca la niña tiene aspecto de china, piensa como una china y se comporta como una china, y todas sus expectativas se corresponden con la cultura china. Sin embargo, solo dos o tres años después la niña lo hace todo en danés. Es una obra maestra de la adaptación; ningún adulto habría sido capaz de hacerlo, aun teniendo toda una vida para ello. Nuestra actual falta de confianza en los niños tiene raíces históricas, pero no tiene nada que ver con su naturaleza. La autoestima y el valor del individuo se convirtieron en un tema habitual tras la Segunda Guerra Mundial, de modo que solo hemos tenido medio siglo para madurarlos, mientras que la falta de confianza y el concepto impuesto de obediencia han existido durante siglos. Quizá se esté preguntando qué hay de malo en la obediencia. La respuesta tiene dos aspectos diferentes, puesto que, ciertamente, la capacidad de adaptarse y obedecer no solo es necesaria, sino también positiva para todos nosotros al hacer posible el desarrollo de la autodisciplina y la perseverancia. Pero, por otra parte, la obediencia dificulta o llega incluso a hacer imposible el crecimiento individual. El mejor punto de

129 partida para vivir y tener calidad de vida es poder decidir libremente cuándo y a quién queremos obedecer, y cuándo es necesario defender nuestra integridad personal y asumir la responsabilidad. La capacidad de elegir protege a las personas frente a la opresión.

Exigir por principio obediencia a los niños y a los jóvenes les impide desarrollar una autoestima sana y los vuelve vulnerables y enfermos. Lo mismo puede decirse de la falta de confianza inherente a la educación que muchos padres dan a sus hijos. ¡Dejemos de equiparar el guiar a alguien con pedirle que se adapte, dejemos de obligar a nuestros hijos mediante normas escolares o indicaciones terapéuticas a tener un comportamiento obediente o adecuado! La mejor forma de educar a los niños es a través del diálogo continuado, mediante el cual ambas partes se van conociendo mejor y los niños pueden sacar provecho voluntariamente de las experiencias y el conocimiento de sus padres. Todo esto no tiene nada que ver con una concepción romántica y amable de los niños ni con una débil ideología humanista. Es una invitación que se basa en pruebas y experiencias indiscutibles. La pregunta decisiva podría ser si queremos y tenemos el valor suficiente de aceptar volvernos vulnerables para proteger a nuestros hijos de posibles daños.

130 Los padres preguntan a Jesper Juul

Tema: ¿Puedo preguntar primero a mi hijo qué quiere y luego decidir hacer algo diferente? Madre: Tengo una pregunta acerca de su ejemplo en el que se le pregunta al niño si quiere blanco o negro y el niño responde que «negro». Dice usted que no es necesario que sí o sí obtenga lo que quiere. He pensado cómo sería en mi caso si, por ejemplo, le pregunto a mi hijo pequeño: «¿Quieres llevarte la bicicleta al bosque o prefieres ir a pie?». Y él me contesta: «Quiero ir en bici». Y yo digo: «¡Uf!, no. He pensado que mejor vamos andando…» Jesper Juul: Está bien, en ese caso le diría que su frase, «he pensado que mejor vamos andando», es una pura manipulación. Pero no se trata de eso, creo yo. En la situación que usted describe existe la ocasión real de decidir: hay dos posibilidades. Creo que está muy bien que los padres concreten las posibilidades y digan: «Tienes estas opciones, ¿qué prefieres?». Pero hay situaciones, sobre todo con niños más mayores, en las que hay que decir: «Está bien, ya he entendido lo que quieres. Pero tengo que decirte que no puedo hacerlo. Es muy difícil para mí». O: «Eso sobrepasa mis límites o mis posibilidades». O lo que sea. Lo único que digo es que –como un principio fundamental en todas las familias– tanto los adultos como los niños deberían poder decir siempre lo que quieren o lo que les gustaría. Y, por supuesto, hay que aprender poco a poco que eso no significa que se vaya a tener todo lo que se quiere. Por eso pienso que es importante que los padres no se sientan obligados a decir que sí solo porque existe la posibilidad de hacerlo. Es muy difícil. Estoy hablando de padres de una determinada franja de edad para los que preguntar siempre a sus hijos «¿Qué quieres?, ¿de qué tienes ganas?», etcétera, es algo que tiene un valor simbólico. Para estos padres esta actitud tiene que ver con la libertad, la democracia y el amor. O sea, que no se trata solo de blanco o negro, sino que puede tratarse de una postura intelectual. A menudo, sin embargo, es también una inquietud o el miedo a decir que no o a limitar las oportunidades. Mi historia favorita trata de una niña de unos dos años con dos padres muy serios, comprometidos e inteligentes. Los padres vinieron a verme y el padre me dijo: «No sé cómo explicar nuestro problema. Tal vez lo entenderás si te hago una pregunta: ¿Cuántos productos para el desayuno crees que tenemos en casa?». Yo dije: «15». Y él respondió:

131 «¡No, 36!». Entonces pregunté: «¿Y por qué es eso un problema?». No tiene por qué serlo necesariamente. Entonces dijo la madre: «Sí, yo puedo explicártelo. Todas las mañanas pasa lo mismo. Los adultos estamos sentados hablando y disfrutando del café, y entonces llega nuestra hija, se queda parada en la puerta y le decimos «Hola, cariño, ¿has dormido bien?, y todo eso, y luego: «Qué te apetece desayunar?». Y entonces la niña dice: «Quiero yogur». Y la madre piensa: «Menos mal, creo que tenemos yogur». Va a la nevera y ve un yogur de fresa. «Sí, tenemos yogur de fresa, ¡te encantan las fresas!». Pero la pequeña dice: «Lo quiero de arándanos». Entonces la madre intenta hacer apetitoso a la niña el yogur de fresa, pero no lo consigue. A continuación, la madre empieza a lanzar miraditas al padre, y él sabe perfectamente lo que significan estas miradas. Significan que tiene que vestirse, ir a la gasolinera y ver si encuentra yogur de arándanos. Uno puede reírse de estos padres y decir: «Tampoco será tan difícil». Pero entonces no está entendiendo lo importante que es el asunto para esos padres. Cuando le preguntan a su hija «¿Qué te apetece?», están queriendo decir: «Te quiero». Y si le dicen «No te voy a dar lo que te apetece» están diciendo «Ya no te quiero». Y eso es algo muy serio. No se trata solo de si el yogur es con o sin arándanos. Me gustaría que los padres tuvieran la libertad de interesarse por sus hijos y preguntarles: «¿Qué quieres tú?». Mi nieto ha bebido cola una vez en su vida. La semana pasada durante la comida le pregunté qué le gustaría beber y me dijo: «Cola». Y yo: «No tengo». Entonces dijo: «Pero quiero cola». Y yo: «Ya, ya lo he oído, pero no tengo». Y se quedó tranquilo y me dijo: «Vale, entonces agua». Sus padres no han cometido el error de darle todo lo que pide. Y no se trata solo de los niños; con los adultos ocurre lo mismo. ¿Por qué necesitan los niños que los dirijan? Lo necesitan porque son competentes pero no tienen experiencia, de modo que precisan de la experiencia de los adultos. ¿Esta experiencia es manipuladora? Sí, necesariamente. Y, gracias a Dios, hay una vida después de la infancia, con lo cual esto puede corregirse. Hablamos mucho de nuestras necesidades y nuestros deseos, de lo que queremos y necesitamos, pero el hecho es que –hablando desde un punto de vista existencial– no sabemos lo que necesitamos. Y, cuando lo recibimos, muchas veces no lo queremos. Todos sabemos que cuando miramos atrás y observamos las cosas que han enriquecido nuestra vida, se trata a menudo de desenlaces, relaciones, etcétera, que realmente nunca hubiéramos deseado.

132 Creo que para los niños es preciso aprender qué es lo importante aquí: saber qué es lo que uno necesita y quiere, en lugar de saber solo de qué tiene ganas. Las ganas están bien en la tienda de golosinas o en el dormitorio. Pero, fuera de esto, se trata de saber qué se quiere. Cuando se les pregunta a los niños qué quieren, dicen: «Me apetece…». Y nosotros decimos: «Vale, ahora sabemos qué te apetece. Y ahora te lo vuelvo a preguntar: ¿Qué quieres?». Así ellos van aprendiendo poco a poco que hay una diferencia entre ambas cosas. Si uno no aprende esta diferencia entre los siete y los nueve años, luego lo tendrá difícil con la escuela, los estudios, etcétera, pues en esas situaciones tenemos que fijar objetivos. Y para lograr nuestros objetivos o realizar nuestros sueños tenemos que hacer muchas veces cosas que no nos apetecen, cosas que simplemente tenemos que hacer. Cuando consulto a mi hijo pero tengo también mi propio criterio, esta es para mí una cuestión muy compleja.

133 134 12.Trampas para líderes de la manada

A continuación voy a hacer un esbozo de algunos modelos educativos cuyos efectos a largo plazo en los padres, los hijos y la familia en general han resultado ser poco recomendables y opuestos a un estilo de liderazgo saludable. No voy a entrar en ninguno de los numerosos «métodos» aparecidos durante los últimos 20 años, y ello por dos razones: por un lado, estoy completamente convencido de que cuando amamos a una persona no debemos establecer una relación con ella a través de un método. Por otra parte, los métodos suponen una deshumanización de las relaciones personales que tiene a menudo consecuencias profundamente negativas en la calidad de las relaciones paterno- filiales. Incluso métodos tan simpáticos como el attachment parenting (también llamado crianza con apego) suelen presentar al aplicarlos más inconvenientes que ventajas. Se centran en unos cuantos fenómenos relevantes y prácticamente no prestan atención a la personalidad de los padres y los niños. En relación con la utilización de métodos pueden decirse dos cosas: en primer lugar, tal y como afirma un viejo dicho del mundo de la psicoterapia, «cuando tienes un martillo, todo te parecen clavos». En segundo lugar, los resultados de cada método –terapéuticos, pedagógicos o referidos a la crianza– dependen en aproximadamente un 20 por ciento del método y en un 80 por ciento de la persona que lo aplica. Por eso, antes que seguir un guion ajeno, es mucho más inteligente averiguar todo lo posible acerca de uno mismo y de los hijos, y descubrir al padre y a la madre interior.13 No se preocupe: a su hijo le da igual si necesita 15 años para hacerlo, siempre y cuando sienta que usted se esfuerza realmente por ser auténtico. Hay muchas cosas que demuestran que la autenticidad es un concepto clave dentro de las relaciones personales y que existe una estrecha relación entre la autenticidad y el liderazgo. Son demasiadas para hablar de ellas ahora, pero lo importante es que este proceso supone el comienzo de una forma completamente nueva de pensar. Podríamos hablar incluso de un valor nuevo, aunque hace ya siglos que la música, el teatro, el cine y otras artes conceden una gran importancia a la autenticidad. Ser auténticos significa simplemente ser capaces de transmitir a los demás quiénes somos a través del modo en que hablamos y nos comportamos, en lugar de actuar siguiendo el papel que otros

135 esperan o incluso exigen que cumplamos. A esto se le llama una decisión existencial, y todos somos libres de aceptarla o rechazarla, siempre y cuando no estemos pasando por una crisis existencial. Pero incluso entonces podemos decidirnos por soluciones químicas y esperar a que todo vuelva a ser como antes. Partiendo de estos conocimientos, resulta interesante observar cómo ha evolucionado la crianza en los últimos 20 años. Fueron sobre todo los padres instruidos de clase media y media-alta los que empezaron a interpretar roles. En teoría, podrían haberse decidido a superar su inseguridad y atreverse a dar el primer paso hacia un verdadero liderazgo, conociéndose interiormente y encontrando allí un lugar seguro al que agarrarse. Sin embargo, la mayoría se refugió en interpretar el rol de madre o de padre, y esta tendencia fue el origen de muchas carencias en lo relativo a las necesidades de los niños. Los niños de hoy en día tienen mucha más libertad que los de la generación anterior para conseguir lo que realmente necesitan, y no tienen miedo a hacerlo. Cuanto más intentan los adultos perfeccionar sus roles, más confundidos se encuentran sus hijos y más desean averiguar quiénes son realmente sus madres y sus padres fuera del escenario. Los adultos continúan llamándolo «poner a prueba los límites», una definición que resulta hoy tan engañosa como hace 50 años. La diferencia consiste en que antes los padres asumían abiertamente el poder y no tenían ningún problema con ser estrictos y crueles. Los padres actuales están tremendamente sorprendidos, porque intentan ser amables y razonables todo el tiempo, y no pueden entender que sus hijos se cansen en un momento dado del teatro y dejen de hacer caso a lo que dicen. En realidad, sí lo entienden. A pesar de las buenas y amorosas intenciones que hay detrás de la comedia, esta no puede ofrecer a los niños el calor y la proximidad que precisan para poder criarse bien ni facilitar a los padres la firmeza en el liderazgo que sus hijos necesitan de ellos. Es como si diéramos a los niños la carta con el menú en lugar de la comida. Esta especie de frustración –para ambas partes– podría ser un estímulo excelente para que los padres se volvieran más auténticos y vitales y se convirtieran así en una compañía más agradable y en guías más competentes. La líder y el líder de la manada se esfuerzan por conseguir una atmósfera cordial en la familia: una tarea exigente, que requiere autenticidad en vez de simple amabilidad.

136 Ahora paso a ocuparme de las cinco trampas que entorpecen la convivencia de las familias actuales y que es necesario esquivar para llegar a guiar con cariño.

137 El estilo neorromántico: la armonía por encima de todo

Los padres que siguen el estilo neorromántico lo hacen por un montón de buenos y fundamentados motivos:

Quieren que sus hijos se sientan valorados y queridos. Quieren prestar a sus hijos toda la atención posible. Creen que la armonía es la máxima expresión de amor, y por eso tienden a evitar y rechazar los conflictos. Quieren hacer de este mundo un lugar mejor.

Pero este comportamiento esconde también gran cantidad de problemas:

Su forma de comportarse es a menudo muy cariñosa y al mismo tiempo muy superficial a nivel emocional. Esto frustra a sus hijos, porque no aprenden a manejarse con la totalidad de sus sentimientos. Y al final acaba frustrando también a los padres, porque ellos también tienen sentimientos que no saben cómo manejar. Existe una tendencia a dividir los sentimientos en positivos y negativos, cosa que conduce a una espiral de autocrítica por parte de los padres. A los niños los confunde con respecto a quiénes son sus verdaderos padres, es decir, esos que se ocultan tras la comedia bienintencionada. Cuando solo hay una cantidad limitada de sentimientos permitidos, a todos los implicados les resulta difícil desarrollar una autoestima sana, y, sobre todo a los niños, aprender a ser empáticos. Los niños que son siempre el centro de atención en sus familias se vuelven a menudo solitarios y al mismo tiempo se sienten frustrados porque no saben si confiar en su soledad o en el amor que se refleja en las caras y en las voces de sus padres. Muchos de estos padres se sienten animados u obligados a poner en práctica un tipo de educación diferente, porque entre los dos y los siete años sus hijos empiezan a «portarse mal» o a mostrar de algún modo que no se encuentran bien.

138 «Padres curling»: vía libre para pequeños príncipes y princesas

Esta ocurrente expresión está inspirada en el curling, un deporte similar a la petanca que se practica sobre hielo y con piedras grandes y pesadas en lugar de bolas de hierro. Para que la piedra se mantenga a la velocidad y en la dirección deseada hay dos jugadores que la acompañan y se dedican a eliminar todos los obstáculos que puedan retardar su llegada a la meta o desviarla de su camino. En la metáfora, el niño es la piedra y los padres los que le limpian el camino de obstáculos. Los padres curling pueden dividirse en tres grupos, y cada uno de ellos se mueve por convicciones o experiencias diferentes. Un grupo cree francamente que es deseable y posible mantener a su familia en una burbuja de armonía y energía positiva –sin ninguna conexión con el mundo–, y ofrecer así a los niños el mejor de los comienzos posibles en la vida. La motivación de los padres del segundo grupo procede de haber crecido en familias en las que la violencia, los gritos y los conflictos sin resolver estaban a la orden del día, y ahora no desean que su propia familia se parezca lo más mínimo a aquellas. Quieren que sus hijos se sientan amados y seguros, en lugar de sentir miedo, dolor y soledad. El tercer grupo se parece al segundo en la medida en que los padres proceden en su mayoría de familias en las que había muchos conflictos ocultos y silenciados que creaban un ambiente opresivo y triste. Todos estos padres tienen en común el haber crecido en familias en las que no les fue posible aprender a manejar los conflictos interpersonales de un modo razonable y constructivo. Y como consecuencia de ello se decidieron por evitar los conflictos y no provocarlos.

Se esfuerzan mucho en esquivar los conflictos, la tristeza, el dolor, la frustración y la agresividad. Creen que, si tienen conflictos con sus hijos, es porque son malos padres o no saben hacerlo bien. Su hijo es para ellos el centro de atención. Creen que deben hacer lo que le apetezca al niño y que tienen que darle todo lo que quiera. Para ellos, todo lo demás es descuidarlos.

139 Para poder hacer todas estas cosas tienen que ponerse completamente al servicio de sus hijos y dejar de lado sus necesidades, sus deseos y sus límites.

El comportamiento de los padres curling puede acarrear también muchos problemas:

Como están permanentemente al servicio de sus hijos y descuidan sus propias necesidades, se vuelven invisibles como personas. De este modo, no solo dejan de vivir su propia vida, sino que privan a sus hijos de la necesidad vital de aprender algo a través de otras personas –de sus reacciones, sus necesidades, sus valores y sus límites. Cuando su hija tenga dos años o dos años y medio se comportará como una princesa –al fin y al cabo siempre la trataron como a una princesa–. Su necesidad de recibir atención alcanzará proporciones monstruosas y tratará a otros niños y a los adultos sin empatía. Intentando conseguir la cercanía que necesitaba y que le fue negada, se convertirá en una tirana que lucha sin descanso por conseguir lo que quiere. En algún momento, a los padres se les agotará la energía y sufrirán mucho porque tendrán que afrontar que sus grandes esfuerzos por dar a su hijo una infancia «perfecta» han fracasado.

El comportamiento de estos niños –tanto dentro como fuera de la familia– resulta tan insoportable y provocador que todas las personas del entorno familiar tienden a proponer el «poner límites» como el tratamiento de elección. Es comprensible, pero demasiado simple, y además de que hiere al niño, lo ofende. Por otra parte, como ya dije, no debe confundirse guiar al niño con ponerle límites. ¡Lo que deben hacer los padres es reflexionar sobre su papel como padres y dejar de soñar! Llega un momento en que quien ha educado así a su hijo tiene que escuchar uno de los toques de diana más fuertes y duros que pueda recibir un padre, y nada puede motivarlo más a averiguar quién es realmente la persona que se esconde bajo la máscara.

140 La vía de la mínima resistencia

Los padres que acaban educando según este estilo proceden de todas las esferas sociales. Son padres que no invierten prácticamente ningún tiempo en pensar acerca de cómo quieren educar a sus hijos; reflexionar tranquilamente acerca de un asunto no es algo propio de su naturaleza. Pueden sentirse satisfechos o infelices con su vida, y tienden a imitar a sus padres y a tener los mismos objetivos que ellos.

La mayoría de las veces ceden ante los deseos y las apetencias más o menos arbitrarias de sus hijos. Intentan decir no, pero luego piensan que pueden prescindir perfectamente de los conflictos. No son consecuentes, en el sentido de que no se comportan según unos valores determinados. Se ocupan única y exclusivamente de su propia vida, ya se componga esta de yates y caballos o de pobreza, violencia doméstica y depresiones.

La vía de la mínima resistencia puede conducir a los siguientes problemas:

Los niños se sienten divididos: por una parte, tienen todo lo que quieren, pero, por otra, solo reciben una mínima parte de lo que necesitan. A menudo tienen la autoestima baja y un ego bastante inflado. Los niños tienen problemas con la responsabilidad y se hacen mayores demasiado tarde o demasiado pronto. Cuando son adolescentes tienen a menudo conductas autodestructivas.

141 Control absoluto

«Madres helicóptero» (también «chopper-mums») es el nombre que se dio en Estados Unidos a las madres que vigilan a sus hijos permanentemente, sin darles cuartel, y que controlan, además, todo lo que los rodea, incluidas las relaciones con otras personas. Este tipo de educación ha llegado también a Europa, hasta el punto de que podemos encontrar parques de juegos en los que los niños no juegan unos con otros, sino que lo hacen solo con sus madres o niñeras.

Estas madres (al igual que los padres que participan de este estilo educativo) tienen las mejores intenciones: quieren proteger a su hijo de todo aquello que pueda dañarlo, entristecerlo o hacerlo infeliz. Se esmeran por que sus hijos no hagan amistades ocasionales. Prefieren quedar para jugar con los niños «adecuados» cuyos padres estén en consonancia con sus pautas sociales y morales. Casi siempre están obsesionados con los posibles peligros y hacen todo lo que pueden para que sus hijos no se expongan a ellos.

Pueden darse los siguientes problemas:

Los niños tienen que aprender a manejar los miedos y la necesidad de control de sus padres, de manera que no tienen ocasión de adquirir las competencias sociales y vitales que necesitan. Desarrollan la llamada «indefensión aprendida», y tienen problemas para crecer y hacerse independientes. A los niños rebeldes los llevan al médico de cabecera, que en la mayoría de casos hará un diagnóstico que no cuestiona el tipo de educación que reciben de sus padres y, con la ayuda de medicamentos, conseguirá que se vuelvan más obedientes. En estas familias existe una desatención que se esconde bajo la tapadera del «cuidado», el «amor» y la «responsabilidad de los padres», y este clásico doble vínculo provoca a menudo en los niños graves problemas psíquicos.

Las madres helicóptero tienen una coartada perfecta. El mundo, y muy especialmente la vida en las grandes ciudades, se ha vuelto mucho más peligrosa, y los padres tienen que tomar una decisión muy importante: ¿Intento proteger a mi hijo de todas las cosas malas

142 de este mundo o le enseño a desenvolverse en la vida real? No cabe duda de que, si se trata de la calidad de vida del niño –tanto durante la infancia como de adulto–, la segunda opción es la más inteligente, aunque la primera pueda cumplir mejor con las necesidades inmediatas de los padres y con su deseo de no tener nada que reprocharse. Esta es una reflexión importante para todos los padres, pues, según las estadísticas, solo un 30 por ciento de todo lo que los padres decimos y hacemos con la intención de hacer bien a nuestros hijos llega a hacerse realidad. El 70 por ciento restante sirve solo a nuestro ego, a nuestra imagen y a nuestra concepción de nosotros mismos. Esto está bien en sí mismo, pero puede convertirse en una cuestión de puro azar si no somos conscientes de esta diferencia y cuando nuestros hijos no reaccionan como si fuera oro todo lo que intentamos darles. ¿Sabía usted que en todas las culturas los niños desobedecen aproximadamente un 65 por ciento del tiempo? Son los momentos en que sus hijos están poniendo a prueba su seguridad y su inteligencia, o en los que simplemente lo tienen más claro que usted. Si tiene confianza en sí mismo, opóngase abiertamente a ellos y, si no, hágalo de manera encubierta. ¡Recuerde agradecer siempre ambas cosas a su hijo! Puede ser que su hijo o su hija dañen su imagen o su ego, pero le están haciendo a usted un regalo sin el que no podría mantener intacta su integridad, y ustedes, como padres, no podrían aprender lo que tienen que aprender.

143 ¡Mi hijo es mi proyecto!

Hay muchísimos padres que tienen ideas bastante claras y fijas sobre cómo debería ser la vida y el futuro de sus hijos, y que se esfuerzan mucho en convertir esas ideas en realidad. Esta actitud no debe confundirse con un liderazgo firme. Los buenos guías saben tomar decisiones a partir de la interacción con sus hijos y de las preguntas «¿Qué quieres tú, qué quiero yo y cómo aunamos nuestros deseos?». A veces estos padres solo quieren que sus hijos sean felices, y otras veces quieren que se conviertan en músicos, deportistas, físicos, abogados, modelos… de fama mundial.

Con frecuencia dedican gran parte de su tiempo y energía a su proyecto, pasan mucho tiempo con sus hijos y controlan cada detalle de su vida. En la mayoría de los casos intentan que sus hijos hagan realidad los sueños que ellos mismos no pudieron cumplir. Tienden a pensar en el futuro y a prestar poca atención al aquí y ahora.

Hacer de su hijo un proyecto puede generar los siguientes problemas:

Los padres determinan la identidad del niño y, si el niño colabora y se adapta a ella, en algún momento de su vida atravesará una profunda crisis existencial. Esta crisis puede conducir a la ruptura absoluta de la relación entre el hijo y sus padres. Ser el proyecto de otra persona reduce al niño a un objeto, y esto empeora la calidad de la relación.

La mayoría de padres tienen sueños y buenos deseos para sus hijos, y esto no es en absoluto un problema. Se convierte en un problema cuando los padres sobrepasan la estrecha arista que separa el deseo del proyecto. La mayoría de los niños –sobre todo los mayores y los hijos únicos– colaboran gustosamente con el proyecto y la gestión de sus padres, porque disfrutan del tiempo que estos les dedican en sus estudios, competiciones o audiciones. Para usted, padre o madre, esto significa que puede decidir ignorar mis advertencias y, con la conciencia tranquila, continuar con su misión, o puede profundizar un poco en sí mismo y descubrir cuál es su verdadera motivación. Desgraciadamente, no se puede fiar de una respuesta positiva de su hijo, pues él solamente está colaborando.

144 Solo cuando su hijo se niega a colaborar puede estar usted seguro de que está siendo sincero.

145 146 13.Liderazgo light: la adolescencia y el hijo adulto

Una de las más profundas transformaciones en la vida de las familias durante los últimos 30 años es que hoy se dan más conversaciones sensatas y razonables entre los padres y sus hijos adolescentes de las que probablemente se habían dado nunca. En gran parte de las familias con las que tengo relación como terapeuta los jóvenes hablan con sus padres mirándoles a los ojos y con completa libertad. Si comparamos esta situación con la de hace solo 20 años, cuando sus padres les preguntaban o les hacían enfrentarse a algo y ellos se quedaban fijamente mirando al suelo y murmuraban un «no lo sé», el cambio es tremendo. En lo relativo a la salud psíquica y al bienestar de toda la familia, esto supone una mejora evidente que solo ha sido posible gracias a padres atentos, respetuosos y no violentos. Pero sigue habiendo tantos mitos en torno a la pubertad, tantas advertencias de los expertos y tantos peligros nuevos, que muchos padres tienen tendencia a entrar en pánico y comienzan a criar a sus hijos con una especie de motor turbo, con la esperanza de llegar a hacerlo a la perfección. Este es uno de los motivos. El otro es que quieren continuar siendo personas de referencia para sus hijos y seguir teniendo responsabilidad en sus vidas. Por eso intentan mantener un poco más su papel de sabios, aunque solo sea unos años. Cuando esto ocurre, parte de los mitos se hacen realidad, y en la familia se dan luchas por el poder, se rompen las normas y los acuerdos, aparecen los comportamientos rebeldes, la mala educación, las conductas de riesgo, etcétera, y se genera un distanciamiento. La causa principal de este fenómeno es que los niños dependen hasta la pubertad de la guía de sus padres y necesitan que ellos les proporcionen instrucciones y les transmitan su experiencia vital, y todo esto en la línea del frente, allí donde ocurre todo. Como ya hemos visto, los niños necesitan padres que tengan el control de la situación, experiencia y capacidad de pensar en las posibles consecuencias, cualidades que, en principio, deberían poseer. Necesitan padres que tomen decisiones de acuerdo con «lo que es mejor para ti, querida hija». Pero desde el momento en que en la vida del niño tiene lugar esa enorme transformación psicosexual llamada pubertad, esto cambia por completo. El niño comienza a cuestionarse su propia identidad, los valores que le han

147 transmitido sus padres y los suyos propios, y pasa a menudo varios años sin una idea clara de quién es él «en realidad». Este proceso puede ser silencioso e íntimo o ser una crisis en toda regla. Sea como sea, es momento de que los padres entiendan que quizá sabían quién era su hijo ayer, pero no saben quién es hoy ni quién será mañana. Este hecho hace que la afirmación «Te conozco, y por eso sé qué es lo mejor para ti» se convierta en una frase inverosímil e insultante.

Su hijo adolescente necesita tres cosas de ustedes: confianza, confianza y más confianza, y que encuentren otra manera de ser padres. Lo importante para su hijo ahora –lo mismo que para ustedes– es que se retiren de la primera línea de su vida, pero que sean para ellos una red de seguridad, siempre disponible en caso necesario. No deben reducir su presencia emocional, su compromiso ni su interés, pero procuren poner algo de distancia y dejarles espacio suficiente. Sean discretos y amables, respeten la intimidad de sus hijos, y ellos harán lo mismo con ustedes. Su tarea y su interés como padres consiste, como siempre, en cuidar de ustedes, de su hijo y de la relación con él, solo que ahora de otro modo, esto es, de un modo que permita que, con el tiempo, surja una verdadera amistad entre adultos. Una alternativa más constructiva y convincente consiste en adoptar el rol de sparring. Esta expresión procede del boxeo profesional, en el que todo aspirante a campeón tiene un compañero de entrenamiento que le ayuda a ponerse en forma y ganar el combate. La labor del sparring es oponer la máxima resistencia y causar el mínimo daño posible, que es también una estrategia que los padres pueden adoptar para guiar a sus hijos. La resistencia se deriva de sus valores, su experiencia, su control y su saber, y todo esto es lo que deben ofrecer o, mejor dicho, es con lo que deben confrontar a su hijo adolescente cada vez que este les pida opinión o permiso o cada vez que haga algo con lo que ustedes no están de acuerdo. Pero procuren hacerlo de manera que dejen espacio suficiente a su hijo para decidir por él mismo y elegir su propio camino. Piensen que el sentido de crecer es convertirse en una persona adulta, auténtica e independiente, y no en un clon. Haciéndolo así, no obstaculizarán el proceso, y pueden estar seguros de que su hijo les tomarán en serio, aunque lo habitual es que los adolescentes no lo reconozcan abiertamente.

148 Algunos adolescentes tienen fases en las que están sencilla y llanamente insoportables. Si usted tiene tendencia a tomarse las cosas de manera personal, quizá debería buscar consejo en la neurociencia, que nos dice que un 65 por ciento del cerebro de los adolescentes se está desarrollando durante la pubertad. Dicho de otro modo: intente no tomarse las cosas como algo personal ni verlas como una prueba de que ha fracasado. Es solo que la naturaleza se ha impuesto allí donde hasta ahora gobernaba la cultura. Podrá ver el resultado definitivo de sus esfuerzos como padre o madre cuando su hijo o su hija sean padre o madre o lleguen a los 30. Sea lo que sea lo que vea entonces, será demasiado tarde para cambiar a sus hijos, pero nunca es tarde para que usted cambie.

Ahora usted es libre para disfrutar plenamente de su vida, de las aficiones que había dejado de lado y de su pareja. Se acabó el tiempo del liderazgo activo, ahora, si con un poco de suerte se le permite, habrá llegado el momento de asumir el papel de consejera o consejero.

¿Habrá cometido errores por el camino? ¡Y tanto, muchísimos! Los mejores padres que conozco cometen unos 20 errores al día, así que si usted comete una media de 30 puede estar tranquilo y perdonarse. Si admite aquellos errores de los que se da cuenta, no solo evitará sentirse culpable todo el tiempo, sino que, además, será un buen ejemplo y sus hijos lo querrán siempre. Lo que hoy en día intentamos conseguir como padres, sin embargo, es considerablemente más ambicioso y exigente: ¡queremos que nuestros hijos crezcan queriéndose también a sí mismos!

149 Después de la niñez

Como terapeuta familiar me intriga a menudo que, una vez que los hijos se van de casa, desaparezca el interés por la relación entre padres e hijos. Sabemos que la calidad de la crianza, así como la del liderazgo de los padres, no solo resulta esencial para el bienestar de los hijos y los padres durante los primeros 18 años, sino que también tiene un papel importante durante las siguientes décadas. No me refiero con esto a los traumas y al comportamiento autodestructivo con los que muchos niños conviven en sus familias, y que más tarde les son transmitidos. Estos son problemas conocidos sobre los que se discute a menudo. Mi interés se centra en el más de 50 por ciento de las familias en las que la relación entre padres e hijos se encuentra hasta tal punto perturbada que esto hace que todas las personas implicadas vean disminuida su calidad de vida de manera sustancial. Cuando se trata de familias, especialmente de familias numerosas, nos encontramos con que solo dentro de Europa existen diferencias culturales enormes, también en lo relativo a los valores y los rituales. Están las «familias-yo», familias modernas en su mayor parte del noroeste de Europa, que tienden a poner en primer plano el bienestar individual, y las «familias-nosotros», más propias del este y el sur, centradas en mantener la unidad y la cohesión del grupo. Además, hay millones de personas migradas enfrentadas a exigencias de mayor libertad por parte de sus miembros más jóvenes. Dejando aparte los aspectos culturales, todos estos tipos de familias experimentan el mismo conflicto existencial: el conflicto entre la adaptación y la integridad personal. Este conflicto es un problema imperecedero en todas las familias, y en él se dan fases de paz y armonía y fases de guerra y peleas. Lo más importante para la salud de todas las personas implicadas y para la familia en su conjunto es que estos conflictos puedan salir a la luz dentro del seno de la familia. Como madre o padre de niños pequeños usted tiene la oportunidad de evitar mucha infelicidad y distanciamiento, integrando en su estilo de liderazgo algunos de los aspectos descritos detalladamente en los capítulos anteriores. Su autoridad personal y la de sus hijas e hijos no solo hará que estos se sientan más seguros y lo respeten, sino que también los ayudará a desarrollar un buen olfato hacia sus propias necesidades, deseos y límites. De este modo, se harán suficientemente fuertes para poder elegir su camino siempre que sea necesario. La responsabilidad personal de cada miembro de la familia

150 preparará el camino para que sus hijos adolescentes y adultos se conviertan en responsables y no en obedientes. Estas dos consecuencias derivadas de su forma de guiar harán que usted y sus hijos se sientan cerca, sin importar la frecuencia con la que se vean.

Hay un montón de cosas nuevas que ambas generaciones pueden aprender. El futuro de las familias multigeneracionales, de las familias multiculturales y de las familias en las que conviven varias religiones no está escrito, sino completamente abierto, y ello nos invita a todos a involucrarnos y a contribuir a su éxito.

151 152 Libros y DVD de Jesper Juul

153 Libros

JUUL, Jesper, Su hijo, una persona competente. Hacia los nuevos valores básicos de la familia, Barcelona, Herder, 42004. —, Decir no, por amor. Padres que hablan claro: niños seguros de sí mismos, Barcelona, Herder, 2012. —, ¡Aquí estoy! ¿Tú quién eres? Proximidad, respeto y límites entre adultos y niños, Barcelona, Herder, 2012. —, La familia competente. Nuevos caminos en la educación, Barcelona, Herder, 2014. —, Agresión. ¿Un nuevo y peligroso tabú?, Barcelona, Herder, 2015. —, Aus Erziehung wird Beziehung. Authentische Eltern –kompetente Kinder. Edición de Ingeborg Szöllösi, Friburgo, Herder, 2005. —, Aus Stiefeltern werden Bonus-Eltern. Chancen und Herausforderungen für Patchwork-Familien, Múnich, Kösel, 2011. —, Das Familienhaus. Wie Große und Kleine gut miteinander auskommen, Weinheim y Basilea, Beltz, 2015. —, Elterncoaching. Gelassen erziehen, Weinheim y Basilea, Beltz, 2014. —, Grenze, Nähe, Respekt. Auf dem Weg zur kometenten Eltern-Kind-Beziehung, Reinbek, Rowohlt, 2009. —, Mann und Vater sein. Edición de Ingeborg Szöllösi, Fribrugo, Kreuz, 2011. —, Pubertät –wenn Erziehen nicht mehr geht. Gelassen durch stürmische Zeiten, Múnich, Kösel, 2013. —, Schulinfarkt. Was wir tun können, damit es Kindern, Eltern und Lehrern besser geht, Múnich, Kösel, 2013. —, Unser Kind ist chronisch krank. Ein Ratgeber für Eltern, Weinheim y Basilea, Beltz, 2014. —, Vier Werte, die Kinder ein Leben lang tragen, Múnich, Gräfe y Unzer, 2012. —, Was Familien trägt. Werte in Erziehung und Partnerschaft. Ein Orientierungsbuch, Weinheim y Basilea, Beltz, 2013. —, Was gibt’s heute? Gemeinsam essen macht Familie stark, Weinheim y Basilea, Beltz, 2013. —, Wem gehören unsere Kinder? Dem Staat, den Eltern oder sich selbst? Ansichten zur Frühbetreuung, Weinheim y Basilea, Beltz, 2012.

154 —, Wir sind für dich da. 10 Tipps für authentische Eltern, Friburgo, Kreuz, 2014. — y JENSEN, Helle, Vom Gehorsam zur Verantwortung. Für eine neue Erziehungskultur, Weinheim y Basilea, Beltz, 2012. — y LAURITSEN, Pernille W., Frag Jesper Juul –Gespräche mit Eltern, Weinheim y Basilea, Beltz, 2012. —; HØEG, Peter; BERTELSEN, Jes; HILDEBRANDT, Steen; JENSEN, Helle; STUBBERUP, Michael, Miteinander. Wie Empathie Kinder stark macht, Weinheim y Basilea, Beltz, 2014.

155 Selección de DVD

JUUL, Jesper, Was erzieht wirklich? Die kompetente Familie. Ein Vortrag von Jesper Juul auf DVD, Weinheim y Basilea, Beltz, 2010. —, Wenn Kinder Jugendliche werden. Ein Vortrag von Jesper Juul auf DVD, Weinheim y Basilea, Beltz, 2010. — y JENSEN, Helle, Die 9. Intelligenz –die Intelligenz des Herzens, Múnich, Familylab, 2010.

156 Bibliografía citada en el libro

BLOCH, Günther y RADINGER, Elli, Wölfisch für Hundehalter. Von Alpha, Dominanz und anderen populären Irretümern, Stuttgart, Kosmos, 2010. FISCHER, Franz, Proflexion und Reflexion: philosophische Übungen zur Eingewohnung der von sich reinen Gesellschaft. Edición de Wolfdietrich Schmied-Kowarzik, Viena, Passagen, 2007. SELIGMAN, Martin E. P., Indefensión, Madrid, Debate, 1991. SIEGEL, Daniel J. y HARTZELL, Mary, Ser padres conscientes: un mejor conocimiento de nosotros mismos contribuye a un desarrollo integral de nuestros hijos, Barcelona, La Llave, 2012. STERN, Daniel N., El mundo interpersonal del infante, Buenos Aires, Paidós Ibérica, 1991.

157 Familylab: el taller de familias

Familylab es una valiosa fuente de inspiración y orientación para los padres. Animamos a los padres a explorar juntos quiénes son y qué desean, en relación con su familia en general y con los conflictos que experimentan actualmente. Existen familylab en muchos países: Dinamarca, Noruega, Suecia, Alemania, Austria, Suiza, Croacia, Eslovenia, Polonia, Italia, Francia, Inglaterra, Australia, Nueva Zelanda, y en Sudamérica, y pronto los habrá en otros países.

Qué pueden esperar los padres de familylab Especialistas cualificados ofrecen orientación, conferencias y talleres. En internet pueden encontrar una amplia información en torno a la convivencia en familia, vídeos gratuitos, descargas, entrevistas, información sobre actividades, tienda de libros y DVD, la newsletter de familylab y mucho más.

Familylab para empresas y escuelas Ofrecemos ideas, charlas y talleres para empresas y sus empleados, así como para escuelas, equipos directivos y profesores. ¡Contacte con nosotros!

Formación para impartir seminarios de familylab Si le gustan los padres y confía en ellos, y si quiere ayudar a mejorar las relaciones entre padres e hijos, infórmese sobre nuestra oferta de formación como técnica/o de seminarios de familylab. Buscamos especialistas con al menos cinco años de experiencia profesional que quieran participar en un novedoso proyecto para padres en Alemania, Austria y Suiza. Ofrecemos un curso intensivo de ocho días, certificado por familylab, así como formación continua cualificada. Los cursos se imparten en lengua alemana. Todos los institutos familylab ofrecen asesoramiento, charlas y talleres para padres, empresas y escuelas, así como formación para especialistas.

Jesperjuul.com Familylabassociation.com

158 159 Notas

1. Daniel N. Stern, El mundo interpersonal del infante, Buenos Aires, Paidós Ibérica, 1991.

2. Jesper Juul, Su hijo, una persona competente: Hacia los nuevos valores básicos de la familia, Barcelona, Herder, 42009.

3. Günther Bloch y Elli H. Radinger, Wölfisch für Hundehalter. Von Alpha, Dominanz und anderen populären Irretümern, Stuttgart, Kosmos, 2010.

4. Jesper Juul, Su hijo, una persona competente. Hacia los nuevos valores básicos de la familia, Barcelona, Herder, 2004. Jesper Juul y Helle Jensen, Von Gehorsam zur Verantwortung. Für eine neue Erziehungskultur, Weinheim y Basilea, Beltz, 2009.

5. Al final de algunos capítulos encontrará una pregunta formulada por algún padre o madre, que ilustra de forma práctica el tema tratado en el capítulo. Estas cuestiones proceden de una ronda de preguntas que se llevó a cabo con padres y madres.

6. http:/www.zeit.de/2015/32/eltern-kinder-work-lif-balanc

7. Günther Bloch y Elli H. Radinger, Wölfisch für Hundehalter. Von Alpha, Dominanz und andere populären Irrtümern, Stuttgart, Kosmos, 2010, pág. 142.

8. Martin E. Seligman, Indefensión, Madrid, Debate, 1991.

9. Jesper Juul, Mann und Vater sein, Friburgo, Kreuz, 2011.

10. Jesper Juul, Was Familien trägt: Werte in Erziehung und Partnerschaft. Ein Orientierungsbuch, Weinheim y Basilea, Beltz, 2008.

11. Franz Fischer, Proflexion und Reflexion: philosophische Übungen zur Eingewohnung der von sich reinen Gesellschaft, edición de Wolfdietrich Schmied-Kowarzik, Viena, Passagen, 2007.

12. Jesper Juul, ¡Aquí estoy! ¿Tú quién eres? Proximidad, respeto y límites entre adultos y niños, Barcelona, Herder, 42012.

13. Daniel J. Siegel y Mary Hartzell, Ser padres conscientes: un mejor conocimiento de nosotros mismos contribuye a un desarrollo integral de nuestros hijos, Barcelona, La Llave, 2012. (Este es probablemente el mejor libro para padres que existe).

160 161 Información adicional

SÍNTESIS

Hay un hecho que no deja lugar a dudas ni debates: para poder hallar su camino en el laberinto de la vida, los niños necesitan la guía de los adultos. No hay mayor suerte para un niño que tener unos padres que ejerzan con ternura su papel de líderes de la manada, que tomen decisiones claras, que impongan aquellas que resultan fastidiosas y den un sentido real a la idea de autoridad. Desde la premisa de que “el liderazgo crea confianza”, el experto terapeuta familiar Jesper Juul anima a madres y padres a poner en práctica un nuevo estilo de liderazgo que nos permitirá crecer a todos: al niño, al adolescente y, no menos importante, a los propios padres. ¿Cómo podemos ejercer nuestro liderazgo? La respuesta es sencilla y complicada a la vez. Se trata de conocer a nuestros hijos, de conocer sus límites, de tratarlos con respeto y de mostrarnos ante ellos, en la medida de lo posible, tal y como realmente somos.

AUTOR

Jesper Juul (1948), terapeuta familiar danés, es autor de más de 40 libros y DVD para padres y profesionales, traducidos a diferentes idiomas. Desarrolla sus actividades como conferenciante, terapeuta y educador en más de una quincena de países. Considerado uno de los terapeutas familiares más innovadores de Europa, en 2004 fundó los talleres para familias “Family-lab International, organización que ofrece seminarios, talleres y asesoramiento tanto a familias como a empresas públicas y privadas.

OTROS TÍTULOS

Jesper Juul

Agresión. ¿Un nuevo y peligroso tabú? Su hijo, una persona competente. Hacia los nuevos valores básicos de la familia. Decir no, por amor. Padres que hablan claro: niños seguros de sí mismo ¡Aquí estoy! ¿Tú quien eres? Proximidad, respeto y límites entre adultos y niños

162 Rebeca Wild

Etapas del desarrollo Calidad de vida. Educación y respeto para el crecimiento interior de niños y adolescentes Libertad y límites. Amor y respeto. Lo que los niños necesitan de nosotros Aprender a vivir con niños. Ser para educar

163 164 El hombre en busca de sentido

Frankl, Viktor 9788425432033 168 Páginas

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* Nueva traducción*

El hombre en busca de sentido es el estremecedor relato en el que Viktor Frankl nos narra su experiencia en los campos de concentración.

Durante todos esos años de sufrimiento, sintió en su propio ser lo que significaba una existencia desnuda, absolutamente desprovista de todo, salvo de la existencia misma. Él, que todo lo había perdido, que padeció hambre, frío y brutalidades, que tantas veces estuvo a punto de ser ejecutado, pudo reconocer que, pese a todo, la vida es digna de ser vivida y que la libertad interior y la dignidad humana son indestructibles. En su condición de psiquiatra y prisionero, Frankl reflexiona con palabras de sorprendente esperanza sobre la capacidad humana de trascender las dificultades y descubrir una verdad profunda que nos orienta y da sentido a nuestras vidas.

La logoterapia, método psicoterapéutico creado por el propio Frankl, se centra precisamente en el sentido de la existencia y en la búsqueda de ese sentido por parte del hombre, que asume la responsabilidad ante sí mismo, ante los demás y ante la vida. ¿Qué espera la vida de nosotros?

El hombre en busca de sentido es mucho más que el testimonio de un psiquiatra sobre los hechos y los acontecimientos vividos en un campo de concentración, es una lección existencial. Traducido a medio centenar de idiomas, se han vendido millones de ejemplares en todo el mundo. Según la Library of Congress de Washington, es uno de los diez libros de mayor influencia en Estados Unidos.

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165 166 167 La filosofía de la religión

Grondin, Jean 9788425433511 168 Páginas

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¿Para qué vivimos? La filosofía nace precisamente de este enigma y no ignora que la religión intenta darle respuesta. La tarea de la filosofía de la religión es meditar sobre el sentido de esta respuesta y el lugar que puede ocupar en la existencia humana, individual o colectiva.

La filosofía de la religión se configura así como una reflexión sobre la esencia olvidada de la religión y de sus razones, y hasta de sus sinrazones. ¿A qué se debe, en efecto, esa fuerza de lo religioso que la actualidad, lejos de desmentir, confirma?

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168 169 La sociedad del cansancio

Han, Byung-Chul 9788425429101 80 Páginas

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Byung-Chul Han, una de las voces filosóficas más innovadoras que ha surgido en Alemania recientemente, afirma en este inesperado best seller, cuya primera tirada se agotó en unas semanas, que la sociedad occidental está sufriendo un silencioso cambio de paradigma: el exceso de positividad está conduciendo a una sociedad del cansancio. Así como la sociedad disciplinaria foucaultiana producía criminales y locos, la sociedad que ha acuñado el eslogan Yes We Can produce individuos agotados, fracasados y depresivos.

Según el autor, la resistencia solo es posible en relación con la coacción externa. La explotación a la que uno mismo se somete es mucho peor que la externa, ya que se ayuda del sentimiento de libertad. Esta forma de explotación resulta, asimismo, mucho más eficiente y productiva debido a que el individuo decide voluntariamente explotarse a sí mismo hasta la extenuación. Hoy en día carecemos de un tirano o de un rey al que oponernos diciendo No. En este sentido, obras como Indignaos, de Stéphane Hessel, no son de gran ayuda, ya que el propio sistema hace desaparecer aquello a lo que uno podría enfrentarse. Resulta muy difícil rebelarse cuando víctima y verdugo, explotador y explotado, son la misma persona.

Han señala que la filosofía debería relajarse y convertirse en un juego productivo, lo que daría lugar a resultados completamente nuevos, que los occidentales deberíamos abandonar conceptos como originalidad, genialidad y creación de la nada y buscar una mayor flexibilidad en el pensamiento: "todos nosotros deberíamos jugar más y trabajar menos, entonces produciríamos más".

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170 171 172 La idea de la filosofía y el problema de la concepción del mundo

Heidegger, Martin 9788425429880 165 Páginas

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¿Cuál es la tarea de la filosofía?, se pregunta el joven Heidegger cuando todavía retumba el eco de los morteros de la I Guerra Mundial. ¿Qué novedades aporta en su diálogo con filósofos de la talla de Dilthey, Rickert, Natorp o Husserl? En otras palabras, ¿qué actitud adopta frente a la hermeneútica, al psicologismo, al neokantismo o a la fenomenología? He ahí algunas de las cuestiones fundamentales que se plantean en estas primeras lecciones de Heidegger, mientras éste inicia su prometedora carrera académica en la Universidad de Friburgo (1919- 923) como asistente de Husserl.

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173 174 Decir no, por amor

Juul, Jesper 9788425428845 88 Páginas

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El presente texto nace del profundo respeto hacia una generación de padres que trata de desarrollar su rol paterno de dentro hacia fuera, partiendo de sus propios pensamientos, sentimientos y valores, porque ya no hay ningún consenso cultural y objetivamente fundado al que recurrir; una generación que al mismo tiempo ha de crear una relación paritaria de pareja que tenga en cuenta tanto las necesidades de cada uno como las exigencias de la vida en común.

Jesper Juul nos muestra que, en beneficio de todos, debemos definirnos y delimitarnos a nosotros mismos, y nos indica cómo hacerlo sin ofender o herir a los demás, ya que debemos aprender a hacer todo esto con tranquilidad, sabiendo que así ofrecemos a nuestros hijos modelos válidos de comportamiento. La obra no trata de la necesidad de imponer límites a los hijos, sino que se propone explicar cuán importante es poder decir no, porque debemos decirnos sí a nosotros mismos.

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175 Índice

Introducción 8 1. Los niños necesitan adultos que asuman el liderazgo 16 Redefinir la autoridad personal 19 Asumir la responsabilidad personal 22 La autoestima, un elixir de vida 24 El aprendizaje mutuo 26 2. Puede confiar en su hijo 31 Todos los niños quieren cooperar 33 Cuidado y empatía 35 Los padres preguntan a Jesper Juul 37 3. El líder de la manada y el niño interior 40 ¿Quién soy? 41 Los padres preguntan a Jesper Juul 44 4. Líderes femeninas y líderes masculinos 47 Una ojeada al pasado 49 Los padres preguntan a Jesper Juul 50 5. Ser mujer y madre 54 Vencer el miedo al egoísmo 57 Amor sin autodestrucción 60 Acerca de la integridad personal y el derecho a decir no 63 Qué ocurre realmente con las chicas buenas 66 Madres e hijas 68 6. ¿Dónde están los hombres y los padres? 70 Unidos y fuertes 71 Los padres preguntan a Jesper Juul 75 7. ¿Realmente queremos tener hijos fuertes y sanos? 79 La brecha entre lo que dictan las normas y lo correcto 81 Educar es relacionarse 83 Haz algo nuevo a partir de lo viejo 87 8. ¿Qué tiene que ver el poder con el liderazgo? 90 La paradoja del poder y cómo pueden manejarlo los padres 92

176 9. ¡El futuro de su hijo es ahora! 96 ¿Qué desea usted como padre o madre? 97 ¿Qué pueden hacer ustedes? 99 ¿Qué hacen los políticos? 101 Sea usted mismo y un nuevo mundo aparecerá ante usted 103 10. Valores que ayudan a liderar 105 Los valores en la familia y en la pareja 106 La dignidad común: tener en cuenta y tomar en serio a los demás 112 La integridad: límites personales, necesidades y valores 113 La determinación de ser auténticos: sin ella no puede haber relaciones amorosas 117 logradas Responsabilidad con la comunidad y con uno mismo 119 11. El éxito a través de la adaptación: nuestra ilusión colectiva 123 ¿Qué es un niño fuerte? 126 Decir sí a uno mismo 129 Los padres preguntan a Jesper Juul 130 12. Trampas para líderes de la manada 134 El estilo neorromántico: la armonía por encima de todo 137 «Padres curling»: vía libre para pequeños príncipes y princesas 139 La vía de la mínima resistencia 141 Control absoluto 141 ¡Mi hijo es mi proyecto! 143 13. Liderazgo light: la adolescencia y el hijo adulto 146 Después de la niñez 149 Libros y DVD de Jesper Juul 152 Libros 153 Selección de DVD 155 Bibliografía aparecida en el libro 156 Familylab: el taller de familias 157 Notas 159 Información adicional 161

177