Hispanoamericanos Madrid
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CUADERNOS HISPANOAMERICANOS MADRID MAYO 1976 311 CUADERNOS H I S P A N O - AMERICANOS DIRECTOR JOSE ANTONIO MARAVALL JEFE DE REDACCIÓN FEUX GRANDE HAN DIRIGIDO CON ANTERIORIDAD ESTA REVISTA PEDRO LAIN ENTRALGO LUIS ROSALES DIRECCIÓN, SECRETARIA LITERARIA Y ADMINISTRACIÓN Avenida de los Reyes Católicos Instituto de Cultura Hispánica Teléfono 244 06 00 MADRID CUADERNOS HISPANOAMERICANOS Revista mensual de Cultura Hispánica Depósito legal: M 3875/1958 DIRECTOR JOSE ANTONIO MARAVALL JEFE DE REDACCIÓN FEUX GRANDE 311 DIRECCIÓN. ADMINISTRACIÓN Y SECRETARIA: Avda. de los Reyes Católicos Instituto de Cultura Hispánica Teléfono 244 06 00 MADRID INDICE NUMERO 311 (MAYO 1976> Páginas RICARDO GULLON: Luis Felipe Vivanco, ¡oven ... 265 J. A. MUÑOZ ROJAS: Recuerdo y Perfil de L. F. Vivanco 280 LUIS ROSALES: Testigo postumo 283 MANUEL MUÑOZ CORTES: Luis Felipe Vivanco en su palabra esen cial 287 ILDEFONSO MANUEL GIL: En torno a un poema de L. F. Vivanco. 293 ARTE Y PENSAMIENTO HECTOR ROJAS HERAZO: A cada hombre le ocurre el tiempo ... 307 LUIS S. GRANJEL: Vida y literatura en E. Zamacois 319 ALEJANDRO PATERNAIN: El pastor de renacuajos 345 CANDIDO PEREZ GALLEGO: «The tempest»: la idea de un nuevo mundo en Shakespeare 352 JEAN THIERCELIN: Como dentelladas de viento ocultas bajo la nieve 381 JAVIER DEL AMO: El cuerpo incorrupto 401 NOTAS Y COMENTARIOS Sección de notas: JORGE USCATESCU: Espectáculo, ¡uego, magia 407 SALVADOR BUENO: El lazarillo de ciegos caminantes 417 RAUL CHAVARRI: Soledad y misterio en la pintura de Norma Bessouet 424 FRANCESC GADEA-OLTRA: Fondo y forma en dos dramaturgos es pañoles contemporáneos: Sastre y Vallejo 427 KENNETH BROWN: los «Buendía» (s) de antaño 440 FREDERIC SERRALTA: Comedia de disparates 450 RODOLPHE STEMBERT: Don Ramón del Valle-lnclán y la pintura ... 461 Sección bibliográfica: JOSE ALCINA FRANCH; Pere Bosch Gimpera: La América pre- hispánica 477 LEOPOLDO DE LUIS: J. J. Padrón: Los círculos del Infierno 480 CARMEN BRAVO-VILLASANTE: Román López Tames: la narrativa actual de Colombia y su contexto social 484 JOAQUIN AZAGRA: Mariano y José Luís Peset: La Universidad española 490 ADOLFO NORDENFLYCHT: Juan Larrea: Razón de ser 492 MANUEL QUIROGA CLÉRIGO: Panorama de la física contemporánea. 495 JOSE ANTONIO ALVAREZ VAZQUEZ: J. Vilar: Literatura y economía. 497 FRANCISCO JAVIER AGUIRRE: Una nueva colección de libros sobre cine 500 CARLOS E. DE ORY: Leyendo «Parábolas» de Félix Grande 506 CARLOS JOSE COSTAS: «Monsalvat», una revista de música ... 510 Cubierta de CRISTINA SIMBONET. Siguiente LUIS FELIPE VIVANCO (1907-1975) LUIS FELIPE VIVANCO Anterior Inicio Siguiente LUIS FELIPE VIVANCO, JOVEN Quisiera hablar de Luis Felipe Vivanco con objetividad y trans parencia dejando que su figura surja de la memoria sín la deforma ción que con tanta frecuencia altera el recuerdo de lo pasado. Pues esa figura suya fue afirmándose como respondiendo a un proyecto no trazado por la voluntad, sino por un oscuro designio procedente de la zona del espíritu donde se fragua lo que el ser ha de ser, esa cosa única y entrañable que solemos'llamar destino. Oí, o mejor dicho lei, por vez primera el nombre de Vivanco poco antes de proclamarse la República, finales de marzo de 1931, en una revista publicada por José María Alfaro y Herrera Petera bajo el título de Extremos a que ha llegado la nueva poesía española. Las vanguardias seguían en la brecha y allí se daban muestras de su acti vidad tan curiosas como la «Oda a María Ana, primer premio de axilas sin depilar de 1930», de Agustín Espinosa. El artículo de Vivanco (pues se trataba de una colaboracón en prosa) versaba «Sobre la nada en poesía» y era reflejo o, si se quiere, adaptación y prolongación de doctrinas propagadas por Vicente Huídobro y, continuándole, por Ge rardo Diego y Juan Larrea. El espíritu creador, decía Luis F. Vivanco (como Juan Ramón, al comienzo se contentaba con la inicial del segundo nombre), «ha hecho aparecer entre su obra —la realidad creada por él—, y . la realidad anterior, una nada. En el paso de la nada está para él el peligro (el peligro de no salir de la nada) y también la salvación en cuanto salga, pues de una nada sólo se puede salir a una creación. Esta creación, como tiene una nada que la hace creación al ser el único camino, o mejor, abismo, que se puede seguir, ya es una realidad». En torno a la palabra y al concepto creación gira el poeta, que más adelante trata de precisar su pensamiento, su ortodoxia y a la vez su peculiaridad creacionista: Es imposible partir del árbol y seguir por el camino del árbol para igualar al árbol (crearle); lo mismo que es imposible partir de la alegría humana y seguir por el camino de la alegría humana 265 para igualarla (crearla). La creación dará otro árbol, lo mismo que dará otra alegría. No es que se obtengan equivalentes del árbol o de la alegría, sino que en principio se llega a negar todo árbol y toda alegría para en último término llegar a afirmar algo por una realidad, como el árbol y la alegría ya están afirmados por la suya. Aquí está Huidobro, pero matizado y, por así decirlo, puesto al día, incorporado en sustancia a un grupo juvenil en el que Espinosa apun ta en la dirección surrealista y Alfaro recuerda a Baudelaire en formas más cercanas a Sobre los ángeles que a Las flores del mal. Antes de Extremos, Vivanco había publicado en el número 9 (y úl timo) de Litoral cuatro poemas, tres de la serie (o libro proyectado) "Memoria de la Plata», y una de sus «Baladas», la primera de las su yas que recuerdo. Mejor que describir, prefiero citar: Figuraos que hubiera una central hidroeléctrica Con la alegría de todos los hombres convertida en turbina Y donde además exhalarán su crueldad las formas redondeadas del arroz: Pues eso sería lo más parecido al alma de un oso blanco. La intención y realización creacionista no se disimulan, y en cierto modo contrastan con la de los poemas correspondientes a «Memo ria de la Plata», donde el nombre de Dios y las invocaciones y pre guntas al Señor, a Ti, ponen una nota distinta en el texto, todavía acorde a la dirección experimental de la revista en que se publicaban. Esos fragmentos son los primeros (o de los primeros) anuncios de! cambio. Cuando conocí a Luis Felipe, finales de 1934 o comienzos de 1935, todavía no era el «caballero del Greco», a quien con el tiempo llegó a parecerse, sino un hombre joven, delgado, serio, que caía en largos silencios, o para escuchar o para sumergirse en los sinuosos ríos del pensar. De sus viajes por el silencio regresaba con ideas como presas capturadas en las profundidades. ¡Qué contraste con Luis Rosales, siempre brillante en la facilidad de una palabra que ignoraba el titu beo y f?e complacía en la declaración chocante y que chocaba! Si en el uno lo esperable era lo fulgurante, del otro se aguardaba la refle xión demorada y tal vez intempestiva. Entraban en literatura (y utilizo el plural porque pensando en ese ayer remoto, a cuarenta años largos de distancia, me resulta difícil no verles juntos, como entonces les veía casi siempre) desdé un ca tolicismo liberal y una voluntad de retorno a la tradición que en Luis Felipe no excluía un interés activo por las vanguardias poéticas; estas tendencias coincidían en parte con las favorecidas por José Bergamín (el «tío Pepe» de nuestro poeta) en Cruz y raya. Allí publicó su co- 266 mentarlo a La voz a ti debida, uno de los primeros ensayos críticos dedicados en España a Residencia en la tierra y la preciosa antología «Música celestial», de Bécquer, compuesta por prosas más a menudo olvidadas que recordadas. Nadie entre los jóvenes se le adelantó en el reconocimiento de Neruda, aunque nunca cayó en su órbita de in fluencia. Quizá se entenderá mejor al Luis Felipe de entonces y a su obra juvenil recordando que una de sus devociones era Paul Claudel, de quien tradujo el «Himno de Pentecostés» (El gallo crisis, num. 36, 1935); más tarde tradujo El libro de Cristóbal Colón. Sentía por Clau del una admiración que me parecía excesiva; no negaba yo la gran deza del poeta francés y el interés de sus piezas dramáticas simbo listas. Tête d'or y La ville, pero su soberbia se me antojaba demoníaca. Ahora pienso que sería posible dividir a los jóvenes de entonces se gún sus preferencias en materia literaria: los inclinados a ver en André Gide el centro de la literatura francesa de la entreguerra y quienes situaban en ese puesto a Claudel; unos y otros nos equivocá bamos: Proust era el escritor francés más importante de la época. Esta leve digresión no carece de sentido, pues si de algo hablá bamos y discutíamos con apasionamiento era de literatura—y efe política—. Luis Rosales hacía proselitismo (herreriano, por ejemplo) y se complacía manifestando opiniones irritantes («la poesía francesa no existe»); Luis Felipe, quizá por influencia de su madre, Rosario Bergamín, persona de carácter fuerte, inteligentísima y cultivada, ha bía explorado bien la. literatura francesa y leído a escritores como Huysmans y Leon Bloy que pocos españoles conocían, ni siquiera de nombre. Por una de esas frecuentes paradojas hispánicas, Vivanco, tan atraído por las letras, había seguido la carrera de arquitecto, y como tal trabajaba con otro de sus tíos, Rafael Bergamín, en las obras de la Colonia del Viso, al final de la calle de Serrano y casi del Madrid de los años treinta. Pero ya la vocación, oponiéndose hasta cierto puntcTa la profesión, le llevaba a cursar la carrera de Filosofía y Le tras en la brillante Facultad de Madrid, donde enseñaban Ortega, Sa linas, Montesinos, Zubiri, García Morente..., profesores a quienes no venía ancho el nombre de maestros.